Revista Espírita Periódico de Estudios Psicológicos - 1861

Allan Kardec

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Enero

Boletín de la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas
(Resumen de las Actas)

Viernes 16 de noviembre de 1860 (Sesión particular)

Admisión de dos nuevos miembros.

Comunicaciones diversas – 1ª) Lectura de varias disertaciones obtenidas fuera de las sesiones.
2ª) Carta del Sr. de Porry, de Marsella, que obsequia a la Sociedad la segunda edición de su poema intitulado: Urania. La Sociedad agradece al autor por haberle permitido apreciar su talento y se siente feliz por verlo aplicarse a las ideas espíritas. Estas ideas, al revestir la forma graciosa de la poesía, tienen un encanto que las hace aceptar más fácilmente por aquellos a quienes podría impresionar la severidad de la forma dogmática.

3ª) Carta del Sr. L..., que da nuevos detalles sobre el Espíritu golpeador y obsesor, del cual la Sociedad ya ha hablado. (Ver el relato más adelante.)

4ª) Carta de las señoras G..., del Departamento del Indre, sobre las malas pasadas y las depredaciones de que son víctimas hace varios años, y que atribuyen a un Espíritu malévolo. Ellas son seis hermanas y, a pesar de todas las precauciones que toman, sus ropas son tiradas de los cajones de los muebles –inclusive cerrados con llave– y frecuentemente cortadas en pedazos.

5ª) El Sr. Th... relata un caso de una violenta obsesión ejercida sobre un médium por un Espíritu malo, al cual aquél consiguió dominar y expulsar. Al dirigirse al Sr. Th..., ese Espíritu escribió: Te odio, porque me dominas. Desde entonces no apareció más, y el médium dejó de ser importunado en el ejercicio de su facultad.

6ª) El Sr. Allan Kardec cita un caso personal de indicación dada por los Espíritus, el cual es notable por su precisión. En una conversación que él tuvo en la víspera con su Espíritu familiar, éste le dijo: “Encontrarás en Le Siècle de hoy un largo artículo sobre este asunto y que responde a tu pregunta; fuimos nosotros que hemos inspirado al autor el trabajo que él ha expuesto, porque está relacionado con las grandes reformas humanitarias que se preparan”. Ese artículo, del cual ni el Sr. Kardec ni el médium tenían conocimiento, se encontraba realmente en el diario indicado, bajo el título designado, lo que prueba que los Espíritus pueden estar al corriente de las publicaciones terrenas.

TRABAJOS DE LA SESIÓN. Enseñanzas espontáneas – 1ª) Comunicación firmada por Cazotte, obtenida por el Sr. A. Didier. – 2ª) Otra comunicación, que contiene las lamentaciones de un Espíritu sufridor y egoísta, disertación recibida por la Sra. de Costel.

Evocaciones – Segunda conversación con el Espíritu gastrónomo que tomó el nombre de Balthazar, y que una persona ha identificado como siendo el Sr. G... de la R..., lo que ha sido confirmado por el Espíritu.

Cuestiones diversas – Preguntas dirigidas a san Luis sobre el Espíritu golpeador referido en la carta del Sr. L..., y sobre el Espíritu que hace depredaciones en la casa de las señoras G... En lo que atañe a este último, él dice que será más fácil hacerlo entrar en razón, considerando que es más travieso que malo.

Viernes 23 de noviembre de 1860 (Sesión general)

Comunicaciones diversas – Lectura de varias disertaciones obtenidas fuera de la sesión: 1ª) Ingreso de un culpable al mundo de los Espíritus, firmada por Novel y recibida por la Sra. de Costel. 2ª) Castigo de una egoísta, comunicación psicografiada por la misma médium, dando continuación a la disertación del mismo Espíritu, obtenida en la última sesión. 3ª) Otra, acerca del libre albedrío, firmada por Marcillac. 4ª) Reflexiones del Espíritu de Verdad sobre las comunicaciones relativas al castigo de una egoísta, a través del Sr. C...

TRABAJOS DE LA SESIÓN. Enseñanzas espontáneas – 1ª) El duende familiar, disertación firmada por Charles Nodier, por intermedio de la Sra. de Costel. – 2ª) Parábola de Lázaro, dictada por Lamennais al Sr. A. Didier. – 3ª) El Espíritu Alfred de Musset se presenta por medio de la Srta. Eugénie; él se ofrece para abordar un tema que sea elegido por la asamblea; al dejar ella esta elección a disposición del Espíritu, el mismo da una notable disertación sobre los consuelos del Espiritismo. Al ofrecerse para responder a preguntas, trata de los siguientes temas: ¿Cuál es la influencia de la poesía en el Espiritismo? ¿Habrá un arte espírita, como hubo un arte pagano y un arte cristiano? ¿Cuál es la influencia de la mujer en el siglo XIX?

Evocaciones – Evocación de Cazotte, que se había manifestado espontáneamente en la última sesión; le fueron dirigidas varias preguntas sobre el don de predicción que él parecía tener cuando estaba encarnado.

Cuestiones y problemas diversos – 1º) Sobre la ubicuidad de los Espíritus en las manifestaciones visuales. – 2º) Acerca de los Espíritus de las tinieblas, referente a las manifestaciones de El Sr. Squire, que solamente se producen en la oscuridad. Nota – Trataremos esta cuestión en un artículo especial, al hablar sobre El Sr. Squire. – 3º) El Sr. Jobard lee tres encantadoras poesías de su autoría: La felicidad de los Mártires, El ave del paraíso y La anexión, fábula.

Viernes 30 de noviembre de 1860 (Sesión particular)

Asuntos administrativos – 1º) Carta colectiva firmada por varios miembros, con respecto a la propuesta del Sr. L... Las conclusiones admitidas por la Comisión son adoptadas por la Sociedad.

2º) Carta del Sr. Sol..., que ruega a la Sociedad que acepte su dimisión como miembro de la Comisión, por causa de los viajes que lo alejan de París durante gran parte del año. – La Sociedad expresa su pesar por la decisión del Sr. Sol...; Ella espera con mucha felicidad que pueda conservarlo en el número de sus socios. El Sr. Presidente es solicitado a responderle en este sentido. Se deberá proceder a su reemplazo en la Comisión.

Comunicaciones diversas – 1ª) Dictado espontáneo que contiene nuevas explicaciones sobre la ubicuidad, firmado por san Luis. Análisis de esta comunicación.

2ª) Otra comunicación, firmada por Charles Nodier, obtenida por un médium ajeno a la Sociedad y transmitida por el Sr. Didier padre, con referencia al artículo del Journal des Débats contra el Espiritismo.

3º) El Sr. D..., del Departamento de Vienne, ruega encarecidamente que la Sociedad consienta en evocar a su padrastro, el Sr. Jean-Baptiste D... La Sociedad nunca atiende a ese tipo de solicitaciones cuando tienen apenas un interés privado, sobre todo en ausencia de las personas interesadas y cuando éstas no son conocidas directamente. Entretanto, en razón del carácter honorable y de la posición oficial del corresponsal, de las circunstancias particulares que presenta el suicida y del ateísmo que este último profesó toda su vida, Ella piensa que esta evocación puede ofrecer un objeto útil de estudios; en consecuencia, lo incluye en el orden del día.

4º) Varios miembros relatan un fenómeno interesante de manifestación física del que han sido testigos. Consiste en el levantamiento de una persona por la influencia medianímica de dos jovencitas de 15 a 16 años que, al colocar dos dedos en las barras de la silla, la levantan a una altura de más de un metro, sea cual fuere su peso, como si ellas lo hicieran con el más liviano de los cuerpos. Ese fenómeno fue repetido varias veces, y siempre con la misma facilidad. (Daremos la explicación del mismo en un artículo especial.)

5º) El Sr. Jobard da lectura a un artículo de su autoría, intitulado: La conversión de un campesino.

TRABAJOS DE LA SESIÓN. Enseñanzas espontáneas – 1ª) Disertación sobre la ubicuidad, firmada por Channing y obtenida por la Srta. Huet. – 2ª) Otra disertación acerca del artículo del Journal des Débats, firmada por André Chénier, por intermedio del Sr. A. Didier. – 3ª) Otra comunicación, dictada por Rachel a la Sra. de Costel.

Un hecho digno de nota, referente a las dos primeras comunicaciones, es que, cuando un tema de cierta importancia está en el orden del día, es muy común verlo ser tratado por varios Espíritus, a través de médiums y en diferentes lugares. Al interesarse por la cuestión, parece que cada uno quiere contribuir para la enseñanza que puede resultar de tales comunicaciones.

Evocaciones – 1ª) Del Sr. Jean-Baptiste D..., de quien se ha hablado anteriormente, y de su hermano, ambos materialistas y ateos. La situación del primero, que se ha suicidado, es sobre todo deplorable.

2ª) Evocación del Sr. C... de B..., de Bruselas, a pedido del Sr. Jobard, que lo ha conocido personalmente.

Viernes 7 de diciembre de 1860 (Sesión particular)

Admisión del Sr. C..., profesor en París, como socio libre.

Comunicaciones diversas – Lectura de una disertación firmada por el Espíritu de Verdad, obtenida en una sesión particular en casa del Sr. Allan Kardec, a propósito de la definición de arte y de la distinción entre el arte pagano, el arte cristiano y el arte espírita.

El Sr. Theub... completa esta definición al decir que se puede considerar el arte pagano como siendo la expresión del sentimiento material; el arte cristiano como la expresión de la expiación, y el arte espírita como la expresión del triunfo.

TRABAJOS DE LA SESIÓN. Enseñanzas espíritas espontáneas – 1ª) Disertación firmada por Lamennais, recibida por el Sr. A. Didier. – 2ª) Otra, dictada por Charles Nodier a la Srta. Huet; él continúa el tema iniciado el 24 de agosto de 1860, aunque nadie se haya acordado del asunto. – 3ª) Otra disertación, firmada por Georges, por medio de la Sra. de Costel.

Evocaciones – Evocación del Dr. Kane, viajero americano y explorador del Polo Norte, quien descubrió un mar libre, más allá del cinturón de los glaciares árticos. Apreciación muy justa por parte del Espíritu sobre los resultados de este descubrimiento.

Cuestiones diversas – Preguntas dirigidas a Charles Nodier sobre las causas que pueden influir en la naturaleza de las comunicaciones en ciertas sesiones, particularmente en las de ese día, en que los Espíritus no tuvieron su elocuencia habitual. Análisis de este asunto.

Viernes 14 de diciembre de 1860 (Sesión general)

El Sr. Indermuhle, de Berna, obsequia a la Sociedad un opúsculo alemán publicado en Glaris, en 1855, intitulado: La eternidad no es más un secreto o Las revelaciones más evidentes del mundo de los Espíritus.

Comunicaciones diversas – 1ª) Lectura de una evocación muy interesante y de varias disertaciones espíritas obtenidas fuera de las sesiones.

2ª) Caso de manifestación visual relatado por el Sr. Indermuhle, en su carta dirigida a la Sociedad.

3ª) Hecho personal ocurrido con el Sr. Allan Kardec y que puede ser considerado como una prueba de identidad del Espíritu de un antiguo personaje. La Srta. J... recibió varias comunicaciones de Juan Evangelista, y cada vez con una escritura muy característica y totalmente diferente de su caligrafía habitual. Al haber el Sr. Allan Kardec evocado –a su pedido– a ese Espíritu, por intermedio de la Sra. de Costel, se constató que la escritura tenía exactamente las mismas características que las de la Srta. J..., aunque la nueva médium no tuviese conocimiento de ello; además, el movimiento de la mano tenía una suavidad no habitual, lo que también era una similitud; en fin, las respuestas concordaban en todos los puntos con las que habían sido dadas por la Srta. J..., y nada había en el lenguaje que no estuviese a la altura del Espíritu evocado.

4ª) Noticia remitida por el Sr. D... sobre un caso notable de visión y de revelación, sucedido con un labrador, pocos días antes de su muerte.

TRABAJOS DE LA SESIÓN. Comunicaciones espíritas espontáneas – 1ª) Los tres prototipos: Hamlet, Tartufo y Don Juan, comunicación dictada por Gérard de Nerval al Sr. A. Didier. – 2ª) Fantasía, firmada por Alfred de Musset y obtenida por la Sra. de Costel. – 3ª) El juicio, firmada por León X, recibida por la Srta. Eugénie.

Evocación del labrador, del cual hablamos más arriba. Él da algunas explicaciones sobre sus visiones. Una notable particularidad es la ausencia de cualquier ortografía y un lenguaje completamente semejante al de las personas del campo.

Cuestiones diversas dirigidas a san Luis sobre los hechos relacionados a la evocación referida anteriormente.


El Libro de los Médiums

Esta obra, anunciada desde hace tiempo, pero cuya publicación ha sido postergada por su propia importancia, aparecerá entre los días 5 y 10 de enero, en la librería del Sr. Didier y Cía., editores, Quai des Augustins Nº 35 (Muelle de los Agustinos).[1] Dicha obra forma el complemento de El Libro de los Espíritus, conteniendo la parte experimental del Espiritismo, como la primera contiene la parte filosófica.

Hemos buscado en este trabajo, fruto de una amplia experiencia y de laboriosos estudios, esclarecer a todas las cuestiones que se relacionan con la práctica de las manifestaciones. Según los Espíritus, contiene la explicación teórica de los diversos fenómenos y las condiciones en que los mismos pueden producirse; mas sobre todo la parte concerniente al desarrollo y al ejercicio de la mediumnidad ha sido, de nuestra parte, objeto de una atención totalmente especial.

El Espiritismo experimental está rodeado de muchas más dificultades de lo que generalmente se cree, y los escollos que ahí se encuentran son numerosos: es lo que causa tantas decepciones entre los que se ocupan de Él sin tener la experiencia y los conocimientos necesarios. Nuestro objetivo ha sido el de prevenir esos escollos, que no siempre están exentos de inconvenientes para con aquellos que se aventuran imprudentemente sobre ese nuevo terreno. Nosotros no podíamos descuidar un punto tan capital, y lo hemos tratado con el cuidado que se merece por su importancia.

Los inconvenientes casi siempre nacen de la ligereza con la cual es tratada una cuestión tan seria. Los Espíritus, sean cuales fueren, son las almas de los que han vivido, y en medio de los cuales estaremos infaliblemente de un momento para otro. Todas las manifestaciones espíritas –inteligentes o no– tienen, pues, por objeto, ponernos en relación con esas mismas almas; si respetamos sus restos mortales, con más fuerte razón debemos respetar el ser inteligente que sobrevive y que constituye su verdadera individualidad; hacer de las manifestaciones un juego es faltar el respeto que tal vez mañana reclamaremos para nosotros mismos, respeto que jamás se viola impunemente.

El primer momento de curiosidad, originado por esos fenómenos extraños, ya pasó; hoy, que se conoce su causa, evitemos profanarla con chistes inadecuados y esforcémonos por extraer de la misma la enseñanza apropiada para asegurar nuestra felicidad futura. El campo es muy grande y el objetivo bastante importante como para cautivar toda nuestra atención. Hasta hoy, todos nuestros esfuerzos han sido realizados para hacer entrar al Espiritismo en esta senda seria; si esa nueva obra, al volverlo aún mejor conocido, puede contribuir para impedir que lo desvíen de su destino providencial, estaremos ampliamente recompensados por nuestros cuidados y por nuestras vigilias.

No ignoramos que este trabajo suscitará más de una crítica por parte de aquellos a quienes incomoda la severidad de los principios, y por parte de los que, al ver la cuestión desde otro punto de vista, ya nos acusan de querer hacer escuela en el Espiritismo. Si hacer escuela es buscar en esta ciencia un objetivo útil y provechoso para la Humanidad, tendríamos motivos para halagarnos con esa acusación; pero tal escuela no necesita de otro jefe que no sea el buen sentido de las masas y la sabiduría de los Espíritus buenos, que la habrían creado sin nosotros; he aquí por qué nosotros declinamos el honor de haberla fundado, sintiéndonos felices por alistarnos en sus filas y solamente aspirando al modesto título de propagador. Si fuere necesario un nombre, inscribiríamos en su frontispicio: Escuela de Espiritismo moral y filosófico, y para ella invitaríamos a todos aquellos que tienen necesidad de esperanzas y consuelos.

ALLAN KARDEC

[1] También se puede encontrar esta obra en la oficina de redacción de la Revista Espírita, calle Sainte-Anne Nº 59, Pasaje Santa Ana. Un volumen grande in 18º con 500 páginas; París. Precio: 3 francos y 50 centavos; por correo: 4 fr. [Nota de Allan Kardec.]





La Bibliographie Catholique contra el Espiritismo

Hasta el presente el Espiritismo no había sido atacado seriamente; cuando ciertos escritores de la prensa diaria, en sus momentos de ocio, se dignaron a ocuparse de Él, ha sido para ponerlo en ridículo. Se trata de llenar un folletín, de hacer un artículo a tanto por línea, no importa sobre qué, desde que se hagan bien las cuentas. ¿Qué asunto será abordado? Trataré de tal cosa, dice el escritor encargado de la sección recreativa del diario. No, eso es muy serio; ¿y de tal otra? Es un tema desgastado. Inventaré una auténtica aventura de la alta sociedad o de la plebe. No me viene nada a la mente en este cuarto de hora, y la crónica escandalosa de la semana está aún por hacer. ¡Ah, tuve una idea! ¡He aquí que encontré el asunto que voy a tratar! Vi en alguna parte el título de un libro que habla de Espíritus, y hay en todo el mundo personas bastante tontas como para tomar esto en serio. ¿Qué son los Espíritus? No sé nada al respecto ni me preocupa; ¡pero qué importa! Eso debe ser divertido. Para comenzar, yo no creo en absoluto en Espíritus, porque nunca los he visto, y aunque los viese tampoco creería, porque eso es imposible; por consiguiente, ningún hombre de buen sentido puede creer en ellos. O esto es lógico o no me conozco. Hablemos pues de los Espíritus, ya que están en el orden del día; tanto este asunto como cualquier otro divertirá a nuestros estimados lectores. El tema es muy sencillo: No hay Espíritus, y no puede ni debe haberlos; entonces, todos los que creen en ellos son locos. Ahora, manos a la obra, que hay que florear sobre este asunto. ¡Oh, mi buen genio! ¡Cómo os agradezco esta inspiración! Tú me has sacado de un gran aprieto, porque no tenía nada que decir acerca del tema; yo necesitaba un artículo para mañana, y no tenía la mínima idea del mismo.

Pero he aquí un hombre serio que dice: Es un error burlarse de esas cosas; esto es más serio de lo que se piensa; no creáis que se trate de una moda pasajera: esta creencia es inherente a la debilidad de la Humanidad, que en todas las épocas ha creído en lo maravilloso, en lo sobrenatural, en lo fantástico. ¿Quién imaginaría que en pleno siglo XIX, en el siglo de las luces y del progreso, después que Voltaire demostró tan bien que solamente la nada nos espera, después que tantos científicos han buscado el alma y no la han encontrado, aún se pueda creer en Espíritus, en las mesas giratorias, en hechiceros, en magos, en el poder de Merlín –el encantador–, en la vara adivinatoria, en la Srta. Lenormand? ¡Oh, Humanidad! ¡Humanidad! ¿Hacia dónde vas, si yo no vengo en tu ayuda para sacarte del lodazal de la superstición? Han querido matar a los Espíritus a través del ridículo, y no lo han conseguido; lejos de eso, el mal contagioso ha hecho incesantes progresos; el escarnio parece producir un recrudecimiento del mismo y, si no se lo detiene, la Humanidad entera será pronto infectada. Puesto que ese medio, habitualmente tan eficaz, ha sido impotente, es tiempo que los científicos interfieran, a fin de terminar con eso de una vez por todas. Las burlas no son razones; hablemos en nombre de la Ciencia; demostremos que en todos los tiempos los hombres han sido imbéciles por creer que había un poder superior a ellos, y que en sí mismos no tenían todo el poder sobre la Naturaleza; probémosles que todo lo que atribuyen a las fuerzas sobrenaturales se explica por las simples leyes de la Fisiología; que la supervivencia del alma y su poder de comunicación con los vivos es una quimera, y que es una locura creer en el futuro. Si después de haber digerido cuatro volúmenes de buenas razones, ellos no se han convencido, sólo nos quedará lamentar el destino de la Humanidad que, en vez de progresar, retrograda a paso largo hacia la barbarie de la Edad Media y camina para su perdición.

Por lo tanto, que el Sr. Figuier no oculte sus verdaderas intenciones, porque su libro, anunciado con tanta pompa y tan adulado por los defensores del materialismo, ha producido un resultado totalmente contrario al que él esperaba.

Pero he aquí que surge un nuevo paladín que pretende aplastar al Espiritismo por otro medio: es el Sr. Georges Gandy, redactor de la Bibliographie Catholique, que lo ataca cuerpo a cuerpo en nombre de la religión amenazada. ¡Cómo! ¡La religión amenazada por aquello que llamáis de utopía! Entonces tenéis muy poca fe en vuestra fuerza; por lo tanto, creéis que es bien vulnerable, porque tenéis miedo que las ideas de algunos soñadores puedan estremecer vuestra base; entonces, consideráis muy temible a este enemigo, ya que lo atacáis con tanta rabia y furia; ¿lograréis mejores resultados que los otros? Lo dudamos, porque la cólera es muy mala consejera. Si consiguiereis asustar a algunas almas timoratas, ¿no teméis en despertar la curiosidad en un número mayor? Juzgad esto por el siguiente hecho. En una ciudad que cuenta con un cierto número de espíritas y con algunos Círculos íntimos donde se ocupan de manifestaciones, un predicador hizo un día un sermón virulento contra lo que él llamaba la obra del diablo, alegando que sólo éste venía hablar en esas reuniones satánicas, cuyos miembros estaban todos notoriamente destinados a la condenación eterna. ¿Qué sucedió? Desde el día siguiente un buen número de oyentes se puso en búsqueda de esas reuniones espíritas, a fin de escuchar hablar a los demonios, curioso para saber qué dirían éstos, porque tanto se ha hablado de ellos que la gente se ha familiarizado con ese nombre que ya no da más miedo. Ahora bien, en esas reuniones han visto a personas honestas, serias, instruidas, orando a Dios, lo que aquellos no hacían desde la primera comunión; personas que creían en el alma, en la inmortalidad, en las penas y recompensas futuras, trabajando para volverse mejores, esforzándose en practicar la moral del Cristo, sin hablar mal de nadie, ni siquiera de los que les proferían anatemas. Entonces, ellos comprendieron que si el diablo enseñaba semejantes cosas, es que él se había convertido; cuando vieron que conversaban con respeto y piedad con sus parientes y con sus amigos fallecidos, los cuales daban consuelos y sabios consejos, no pudieron admitir que esas reuniones fueran sucursales de un aquelarre, porque allí no vieron calderas, ni escobas, ni lechuzas, ni gatos negros, ni cocodrilos, ni libros de magia, ni trípodes, ni varitas mágicas o cualquier otro accesorio de hechicería, ni mismo la anciana de nariz y mentón aguileños. Ellos también quisieron conversar: uno con su madre, otro con un hijo querido y, al reconocerlos, les pareció difícil admitir que esa madre y este hijo fuesen demonios. Felices por tener la prueba de su existencia y la certeza de reencontrarlos en un mundo mejor, se preguntaron con qué objetivo habían querido asustarlos, y eso los hizo tener reflexiones que jamás hubiesen pensado. El resultado de esto ha sido que ellos han gustado más ir hacia donde encontraban consuelos, que hacia donde deseaban asustarlos.

Como se ve, ese predicador tomó un camino falso, y es el caso de decir: Más vale un enemigo que un amigo desatinado. ¿Espera el Sr. Georges Gandy ser más acertado? Nosotros lo citamos textualmente para informar a nuestros lectores sobre las intenciones del mismo:

«En todas las épocas de las grandes pruebas de la Iglesia y de sus próximos triunfos, hubieron contra ella conspiraciones infernales, donde la acción de los demonios era visible y tangible. Nunca la teúrgia y la magia estuvieron más en boga en el seno del paganismo y de la filosofía, que en el momento en que el Cristianismo se expandía por el mundo para subyugarlos. En el siglo XVI, Lutero tuvo coloquios con Satanás, y un aumento de hechicerías y de comunicaciones diabólicas se hizo notar en Europa, cuando la Iglesia operaba la gran reforma católica que iría a triplicar sus fuerzas y cuando un nuevo mundo le abría destinos gloriosos en un inmenso espacio. En el siglo XVIII, en la víspera del día en que el hacha de los verdugos debería dar un nuevo vigor a la Iglesia con la sangre de nuevos mártires, florecía la demonolatría en el cementerio de Saint-Médard, alrededor de las cubetas de Mesmer y de los espejos de Cagliostro. Hoy, en la gran lucha del Catolicismo contra todos los poderes del infierno, la conspiración de Satanás ha venido visiblemente en ayuda al filosofismo; el infierno ha querido dar, en nombre del naturalismo, una consagración a la obra de violencia y de astucia que él continúa promoviendo desde hace cuatro siglos y que se prepara para coronar con una suprema impostura. Ahí está todo el secreto de esa supuesta doctrina espírita, montón de absurdos, de contradicciones, de hipocresía y blasfemias –como iremos a ver–, y que intenta, con la última de las perfidias, glorificar al Cristianismo para rebajarlo, difundirlo para suprimirlo, aparentando respeto por el Divino Salvador, a fin de arrancar de la Tierra todo lo que Él ha fecundado con su sangre, y sustituir su reino inmortal por el despotismo de sus sueños impíos.

«Al abordar el examen de esas extrañas pretensiones, que creemos que aún no han sido lo suficientemente develadas y fustigadas, pedimos a nuestros lectores que consientan en acompañar nuestra jornada, un poco larga a través de ese laberinto diabólico de donde la secta espera salir triunfante, después de haber abolido para siempre el nombre divino ante el cual la vemos arrodillarse. A pesar de sus ridículos, de sus profanaciones indignantes, de sus contradicciones sin fin, el Espiritismo es para nosotros una valiosa enseñanza. Jamás las locuras del infierno habían rendido a nuestra santa religión un homenaje más patente. Nunca Dios lo había condenado con más soberano poder, al confirmar por esos testimonios la palabra del Divino Maestro: Vos ex patre diabolo estis

Este comienzo permite juzgar la amenidad de lo restante; aquellos lectores nuestros que quisieren edificarse en esa fuente de caridad evangélica podrán darse el placer leyendo la Bibliographie Catholique, Nº 3 de septiembre de 1860, rue de Sèvres Nº 31. Por lo tanto, lo decimos una vez más: por qué tanta cólera y tanta rabia contra la Doctrina; si Ella es la obra de Satanás –como vos decís–, no puede prevalecer contra la obra de Dios, a menos que supongáis que Dios sea menos poderoso que Satanás, lo que sería algo poco impío. Nosotros dudamos mucho que ese desencadenamiento de injurias, esa fiebre, esa profusión de epítetos de que el Cristo nunca se sirvió contra sus mayores enemigos, para los cuales solicitaba la misericordia de Dios y no su venganza, al decir: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen»; decíamos que dudamos que un lenguaje como aquél sea persuasivo. La verdad es calma y no tiene necesidad de destemplanza, y por esta rabia daríais a entender vuestra propia debilidad. Confesamos que no es muy comprensible esa singular política de Satanás que glorifica al Cristianismo para rebajarlo y que lo difunde para suprimirlo; en nuestra opinión, esto sería bastante desatinado y se asemejaría mucho a un horticultor que, no queriendo batatas, las sembrase en abundancia en su huerta para destruir la especie. Cuando se acusa a los otros de pecar por falta de razonamiento, se debe comenzar en sí mismo a ser lógico.

En verdad no sabemos por qué el Sr. Georges Gandy acusa mortalmente al Espiritismo por el hecho de apoyarse en el Evangelio y en el Cristianismo; ¿qué diría entonces si Él se apoyara en Mahoma? Ciertamente mucho menos, porque es un hecho digno de nota que el Islamismo, el Judaísmo e inclusive el Budismo son objeto de ataques menos virulentos que las sectas disidentes del Cristianismo; con cierta gente, es preciso ser todo o nada. Sobre todo hay un punto que el Sr. Gandy no perdona al Espiritismo: el de haber proclamado esta máxima absoluta: «Fuera de la Iglesia no hay salvación», y admitir que aquel que hace el bien pueda ser salvado de las llamas eternas, sea cual fuere su creencia; evidentemente, una doctrina como ésta solamente podría salir del infierno. Pero sobre todo en el siguiente pasaje, él muestra sus verdaderas intenciones:

«¿Qué quiere el Espiritismo? Es una importación norteamericana, inicialmente protestante, y que ya había perfectamente triunfado –que se nos permita decirlo– sobre todas las plagas de la idolatría y de la herejía: tales son sus títulos en relación al mundo. ¡Sería entonces de las tierras clásicas de la superstición y de las locuras religiosas que vendrían a nosotros la verdad y la sabiduría!»

He aquí ciertamente un gran agravio; si el Espiritismo hubiese nacido en Roma, sería la voz de Dios; como nació en un país protestante, es la voz del diablo. ¿Pero qué diréis cuando os hayamos probado –lo que haremos un día– que Él estaba en la Roma cristiana mucho antes de estar en la América protestante? ¿Qué responderéis al hecho, hoy ya constatado, que hay más espíritas católicos que espíritas protestantes?

El número de las personas que no creen en nada, que dudan de todo, del futuro, del propio Dios, es considerable y crece en una proporción asustadora; ¿será que habréis de reconducirlas con vuestras violencias, con vuestros anatemas, con vuestras amenazas del infierno o con vuestras declamaciones furibundas? No, porque son vuestras propias violencias que las alejan. ¿Serán culpables por haber tomado en serio la caridad y la mansedumbre del Cristo, y la bondad infinita de Dios? Ahora bien, cuando ellas escuchan que los que pretenden hablar en nombre de los mismos, vomitan amenazas e injurias, se ponen a dudar del Cristo, de Dios, en fin, de todo. El Espiritismo les transmite palabras de paz y de esperanza, y como la duda los abruma y tienen necesidad de consuelos se arrojan a los brazos del Espiritismo, porque prefieren aquello que sonríe a lo que da miedo; entonces creen en Dios, en la misión del Cristo y en su divina moral. En una palabra, de incrédulos e indiferentes, se vuelven creyentes; ha sido esto que recientemente ha llevado a un respetable sacerdote a responder a uno de sus penitentes que le preguntaba sobre el Espiritismo: «Nada sucede sin el permiso de Dios; ahora bien, Dios permite esas cosas para reavivar la fe que se extingue». Si él hubiese usado otro lenguaje, quizá la habría apagado para siempre. Queréis a toda costa que el Espiritismo sea una secta, cuando Él no aspira sino al título de ciencia moral y filosófica, respetando a todas las creencias sinceras; por lo tanto, ¿por qué dar la idea de una separación a los que no piensan en eso? Si rechazáis a los que Él reconduce a la creencia en Dios, si sólo les ofrecéis el infierno como perspectiva, seréis responsables por una escisión que vos mismo habréis provocado.

Un día nos decía san Luis: «Se han burlado de las mesas giratorias, pero jamás se burlarán de la filosofía, de la sabiduría y de la caridad que brillan en las comunicaciones serias». Él se ha engañado, porque no contaba con el Sr. Georges Gandy. A menudo los escritores se han divertido a costa de los Espíritus y de sus manifestaciones, sin pensar que un día ellos mismos podrían ser el blanco de las burlas de sus sucesores; pero ellos siempre han respetado la parte moral de la ciencia; estaba reservado a un escritor católico –lo que lamentamos sinceramente– ridiculizar las máximas admitidas por el más elemental buen sentido. Él cita un gran número de pasajes de El Libro de los Espíritus; nosotros nos remitiremos solamente a algunos, que darán una idea de su apreciación. “–Dios prefiere a los que lo adoran desde el fondo del corazón, y no a los que lo adoran exteriormente”. El texto de El Libro de los Espíritus dice: «Dios prefiere a los que lo adoran desde el fondo del corazón, con sinceridad, haciendo el bien y evitando el mal, y no a los que creen honrarlo con ceremonias que no los hacen mejores para con sus semejantes». El Sr. Gandy admite lo inverso; pero como hombre de buena fe debería haber citado textualmente el pasaje, y no truncarlo de modo a desnaturalizarle el sentido.

“–Toda destrucción de animales que rebase los límites de la necesidad es una violación de la ley de Dios”; lo que quiere decir que el principio moral que rige los goces se aplica igualmente al ejercicio de la caza y de la matanza.

Precisamente; pero parece que el Sr. Gandy es cazador y piensa que Dios hizo la caza, no para alimento del hombre, sino para darle el placer de promover una matanza de animales inofensivos, sin necesidad.

“–Los goces tienen límites trazados por la naturaleza: el límite de lo necesario; por los excesos, se llega a la saciedad”. Es la moral del virtuoso Horacio, uno de los padres del Espiritismo.

Puesto que el autor critica esta máxima, parece que él no admite límites a los goces, lo que es muy poco religioso.

“–La propiedad, para ser legítima, debe ser adquirida sin perjuicio de la ley de amor y de justicia”; así, aquel que posee sin cumplir los deberes de caridad que ordena la conciencia o la razón individual, es un usurpador del bien ajeno; espiríticamente estamos en pleno socialismo.

El texto dice: «Sólo es legítima la propiedad que ha sido adquirida sin perjuicio para el prójimo. Puesto que la ley de amor y de justicia nos prohíbe que hagamos al prójimo lo que no querríamos que se nos haga, condena por eso mismo todo medio de adquirir que sea contrario a dicha ley». No se encuentra la frase: que ordena la razón individual; es un pérfido agregado. No pensamos que se pueda poseer con toda tranquilidad de conciencia a expensas de la justicia; el Sr. Gandy debería decirnos en qué casos la expoliación es legítima. Felizmente los tribunales no comparten su opinión.

“–La indulgencia aguarda, fuera de esta vida, al suicida que está a merced de la necesidad, que quiso impedir que la vergüenza recayera sobre sus hijos o sobre su familia. Además, san Luis –de cuyas funciones espíritas hablaremos más tarde– se digna revelarnos que hay excusa para los suicidios por motivos amorosos. En cuanto a las penas del suicidio, ellas no son fijas; lo que es seguro es que el suicida no escapa a la contrariedad. En otros términos, él cae en una celada, como se dice vulgarmente en este mundo”.

Este pasaje ha sido enteramente desvirtuado por las necesidades de la crítica del Sr. Gandy; sería necesario que citemos siete páginas para restablecer su texto. Con semejante sistema sería fácil poner en ridículo las páginas más bellas de nuestros mejores escritores. Parece que el Sr. Gandy no admite gradación, ni en las faltas ni en las penalidades del Más Allá. Nosotros creemos en un Dios más justo, y deseamos que el Sr. Gandy nunca tenga que solicitar en su favor el beneficio de las circunstancias atenuantes.

“–La pena de muerte y la esclavitud han sido, son y serán contrarias a la ley de la Naturaleza. El hombre y la mujer, al ser iguales ante Dios, deben ser iguales ante los hombres”. ¿Habrá sido el alma errante de algún sansimoniano asustado, en busca de la mujer libre, que ha ofrecido al Espiritismo esa revelación espirituosa?

Entonces, la pena de muerte, la esclavitud y la sumisión de la mujer, que la civilización tiende a abolir, ¿son instituciones que el Espiritismo no tiene derecho a condenar? ¡Oh, tiempos felices de la Edad Media, por qué habéis pasado definitivamente! ¿Dónde estáis, oh, hogueras, que nos habríais librado de los espíritas?

Citemos uno de los últimos pasajes, de los más benignos:

«El Espiritismo no puede negar esa mezcla de contradicciones, absurdos y locuras, que no pertenecen a ninguna filosofía ni a ninguna lengua. Si Dios permite esas manifestaciones impías, es porque deja a los demonios –como nos lo enseña la Iglesia– el poder de engañar a aquellos que los llaman, violando su ley.»

Entonces el demonio se destruye a sí mismo, porque, sin quererlo, nos hace amar a Dios.

“–En cuanto a la verdad, la Iglesia nos la da a conocer; ella nos dice con las Sagradas Escrituras que el ángel de las tinieblas se transforma en ángel de luz, y que sería necesario rechazar hasta el testimonio de un arcángel si fuese contrario a la doctrina del Cristo, de cuya infalible autoridad es depositaria. Además, ella tiene medios seguros y evidentes para distinguir las ilusiones diabólicas de las manifestaciones divinas.”

Es una gran verdad que sería necesario rechazar hasta el testimonio de un arcángel si fuese contrario a la doctrina del Cristo. Ahora bien, ¿qué dice esta doctrina que el Cristo predicó con la palabra y el ejemplo?

«Bienaventurados los que son misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

«Bienaventurados los que son pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios.

«Pero yo os digo que todo aquel que se encolerice contra su hermano, merecerá ser condenado ante el tribunal; que aquel que llame a su hermano Racca, merecerá ser condenado ante el concejo; y el que le diga Estás loco, merecerá ser condenado al fuego del Infierno.

«Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos; haced el bien a los que os odian, y orad por los que os persiguen y calumnian, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los Cielos, que hace que salga el sol sobre los malos y los buenos, y que llueva sobre los justos y los injustos. Porque, si sólo amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos?

«Vosotros, pues, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.» «Tratad a todos los hombres de la misma manera que quisierais que ellos os tratasen.»

Por lo tanto, la caridad es el principio fundamental de la doctrina del Cristo. De esto deducimos que toda palabra y toda acción contrarias a la caridad no pueden ser, como decís con propiedad, sino inspiradas por Satanás, aun cuando éste revistiese la forma de un arcángel; es por esta razón que el Espiritismo dice: Fuera de la Caridad no hay salvación.

Sobre el mismo asunto remitimos al lector a nuestras respuestas al diario L’Univers, que se encuentran en los números de la Revista Espírita de mayo y de julio de 1859, y a la Gazette de Lyon, en la Revista de octubre de 1860. También recomendamos a nuestros lectores, como refutación al Sr. Gandy, la Carta de un católico sobre el Espiritismo, por el Dr. Grand. Si el autor de este opúsculo [1] está condenado al infierno, habrá también muchos otros, y allí veríamos –¡qué cosa extraña!– a los que predican la caridad para con todos, mientras el cielo estaría reservado a los que profieren anatemas y maldiciones. Sería un singular error sobre el sentido de las palabras del Cristo.

La falta de espacio nos obliga a posponer para el próximo número, algunas palabras nuestras en respuesta al Sr. Deschanel, del Journal des Débats.



[1] Opúsculo grande in 18º; precio: 1 franco, y por correo: 1 fr. 15 centavos. Se lo encuentra en la oficina de redacción de la Revista Espírita y con el librero-editor Ledoyen, en el Palais-Royal. [Nota de Allan Kardec.]





Carta sobre la incredulidad (Primera parte)

Uno de nuestros colegas, el Sr. Canu, muy imbuido en otros tiempos de los principios materialistas, y que el Espiritismo llevó a una apreciación más saludable de las cosas, se recriminaba por haberse hecho el propagador de doctrinas que ahora él considera como subversivas del orden social. Con la intención de reparar lo que considera con razón una falta, y para esclarecer a aquellos a quienes había desviado, escribió a uno de sus amigos una carta sobre la cual consintió en solicitar nuestra opinión. La carta nos pareció que respondía tan bien al objetivo que él se proponía, que le hemos pedido permiso para publicarla, lo que ciertamente agradará a nuestros lectores. En lugar de abordar directamente la cuestión del Espiritismo, lo que habría sido rechazado por las personas que no admiten que el alma es su base; en lugar de ostentar delante de sus ojos, sobre todo, los extraños fenómenos que ellas habrían negado o atribuido a causas vulgares, él se remonta a los orígenes. Con razón busca tornarlas espiritualistas antes que espíritas; por un encadenamiento de ideas perfectamente lógico, llega a la idea espírita como consecuencia. Evidentemente, este es el camino más racional. La extensión de esta carta nos obliga a dividir su publicación.

París, 10 de noviembre de 1860.

Querido amigo,

Deseas una larga carta sobre Espiritismo; trataré de satisfacerte de la mejor manera posible, mientras espero el envío de una obra importante sobre la materia, que debe aparecer a fin de año.

Seré obligado a comenzar por algunas consideraciones generales, que serán necesarias para remontar al origen del hombre; esto extenderá un poco mi carta, pero es indispensable para la comprensión del asunto.

¡Todo pasa! –se dice generalmente. Sí, todo pasa; pero en general también se da a esta expresión un significado bien diferente al que le es propio. Todo pasa, pero nada se acaba, a no ser la forma. Todo pasa, en el sentido de que todo marcha y sigue su curso, pero no un curso ciego y sin objetivo, aunque nunca deba acabar.

El movimiento es la gran ley del Universo, ya sea en el orden moral como en el orden físico, y el objetivo del movimiento es el progreso para mejor. Es un trabajo activo, incesante y universal; es lo que nosotros llamamos el progreso.

Todo está sometido a esta ley, excepto Dios. Dios es su autor; la criatura es el instrumento y el objeto de la misma. La Creación se compone de dos naturalezas distintas: la naturaleza material y la naturaleza intelectual; ésta es el instrumento activo; la otra es el instrumento pasivo.

Estos dos instrumentos son el complemento uno del otro, es decir, que uno sin el otro serían de un empleo completamente nulo. Sin la naturaleza intelectual –el espíritu inteligente y activo–, la naturaleza material, es decir, la materia sin inteligencia e inerte, sería absolutamente inútil, pues nada podría por sí misma. Sin la materia inerte, el espíritu inteligente no tendría instrumento para manifestarse.

Incluso el instrumento más perfecto sería como si no existiese, de no haber alguien que se sirviera del mismo.

El obrero más hábil y el científico del orden más elevado serían tan impotentes como el más completo idiota, si no tuviesen instrumentos para desarrollar su ciencia y manifestarla.

He aquí el momento y el lugar de hacer notar que el instrumento material no consiste solamente en el cepillo del carpintero, en el cincel del escultor, en la paleta del pintor, en el bisturí del cirujano, en el compás o en el telescopio del astrónomo; consiste también en la mano, en la lengua, en los ojos, en el cerebro, en una palabra, en la reunión de todos los órganos materiales necesarios para la manifestación del pensamiento, lo que naturalmente implica la denominación de instrumento pasivo a la propia materia sobre la cual la inteligencia opera por medio del instrumento propiamente dicho. Es así que una mesa, una casa, un cuadro –considerados en los elementos que los componen– no son menos instrumentos que la sierra, el cepillo, la escuadra, la cuchara de albañil, el pincel que los han producido, y que la mano y los ojos que los han dirigido; en fin, que el cerebro que ha presidido esa dirección. Ahora bien, todo esto, inclusive el cerebro, ha sido el instrumento complejo del cual se ha servido la inteligencia para manifestar su pensamiento, su voluntad, que era la de producir una forma, y esta forma era una mesa, una casa o un cuadro, etc.

La materia, inerte por naturaleza y sin forma en su esencia, sólo adquiere propiedades útiles por la forma que se le imprime, lo que llevó a un célebre fisiólogo a decir que la forma era más necesaria que la materia, proposición quizá un poco paradójica, pero que prueba la superioridad del papel que desempeña la forma en las modificaciones de la materia. Es de acuerdo con esta ley que el propio Dios –si así me puedo expresar– ha dispuesto y modificado incesantemente los mundos y las criaturas que los habitan, según las formas que mejor convienen a sus designios para la armonía del Universo. Y siempre es acorde con esta ley que las criaturas inteligentes, al obrar sin cesar sobre la materia –como el propio Dios, pero de modo secundario–, concurren para su continua transformación, de la cual cada grado y cada escalón es un paso en el progreso, al mismo tiempo que es la manifestación de la inteligencia que le hace dar ese paso.

Es así que todo, en la Creación, está en movimiento y siempre en progreso; que la misión de la criatura inteligente es la de activar ese movimiento en el sentido del progreso, lo que frecuentemente se cumple, incluso sin saberlo; que el papel de la criatura material es el de obedecer a ese movimiento y el de manifestar el progreso de la criatura inteligente; en fin, que la Creación, considerada en su conjunto o en sus partes, cumple incesantemente los designios de Dios.

¡Cuántas criaturas llamadas inteligentes (sin salir de nuestro planeta) cumplen una misión de la cual están bien lejos de sospechar! Y por mi parte, confieso que yo era de este número hace muy poco tiempo. Al respecto, no me sentiría constreñido en dejar aquí algunas palabras sobre mi propia historia; perdóname esta pequeña digresión, que puede tener su lado útil.

Educado en la escuela del dogma católico, al no haber desarrollado la reflexión y el examen sino bastante tarde, fui durante mucho tiempo un creyente vehemente y ciego; sin duda no lo has olvidado.

Pero también sabes que, más tarde, caí en el exceso contrario: de la negación de ciertos principios que mi razón no podía admitir, terminé en la negación absoluta. Sobre todo me indignaba el dogma de la eternidad de las penas; yo no podía conciliar la idea de un Dios que decían que era infinitamente misericordioso, con la idea de un castigo perpetuo para una falta pasajera; el cuadro del infierno, de sus hornallas, de sus torturas materiales, me parecía ridículo y una parodia del Tártaro de los paganos. Recapitulé mis impresiones de la infancia y recordé que, por ocasión de mi primera comunión, nos decían que no era necesario orar por los réprobos, porque esto no les serviría para nada; que aquel que no tuviese fe era echado a las llamas; que bastaba una duda sobre la infalibilidad de la Iglesia para ser condenado; que el propio bien que hiciéramos en este mundo no podría salvarnos, ya que Dios colocaba la fe por encima de las mejores acciones humanas. Esta doctrina me había vuelto despiadado y había endurecido mi corazón; miraba a los hombres con desconfianza, y a la menor falta yo creía ver a mi lado a un réprobo del que debía huir como de la peste, y al cual –en mi indignación– le habría rehusado un vaso de agua, diciéndome a mí mismo que un día Dios le rehusaría mucho más. Si aún existiesen las hogueras, yo habría empujado de buen grado a todos los que no tuvieran la fe ortodoxa, aunque fuese mi propio padre. En esta situación de espíritu, yo no podía amar a Dios: le tenía miedo.

Más tarde, una serie de circunstancias que sería largo de enumerar, me abrió los ojos y rechacé los dogmas que contrastaban con mi razón, porque nadie me había enseñado a poner la moral por encima de la forma; del fanatismo religioso, caí en el fanatismo de la incredulidad, a ejemplo de tantos compañeros de la infancia.

No entraré en detalles que nos llevarían muy lejos; sólo agregaré que, después de haber perdido durante quince años la dulce ilusión de la existencia de un Dios infinitamente bueno, poderoso y sabio, de la existencia y de la inmortalidad del alma, finalmente hoy encuentro, no una ilusión, sino una certeza tan completa como lo es mi existencia actual y como que te estoy escribiendo en este momento.

Amigo mío, he aquí el gran acontecimiento de nuestra época, el gran acontecimiento que nos es dado ver cumplirse en nuestros días: la prueba material de la existencia y de la inmortalidad del alma.

Volvamos al hecho; pero para hacerte comprender mejor el Espiritismo, vamos a remontarnos al origen del hombre, asunto sobre el cual no nos demoraremos.

Es evidente que los globos que pueblan la inmensidad no fueron hechos para ser adornos; ellos tienen una finalidad útil y agradable: la de producir y alimentar a los seres vivos materiales que son los instrumentos apropiados y dóciles para esa infinita multitud de criaturas inteligentes que pueblan el espacio y que son, en definitiva, la obra maestra, o mejor dicho, el objetivo de la Creación, puesto que sólo ellas tienen la facultad de conocer, admirar y adorar a su autor.

Cada uno de los globos diseminados en el espacio ha tenido su comienzo, en cuanto a la forma, en un tiempo más o menos remoto. En cuanto a la edad de la materia de que son compuestos, es un secreto que no nos importa conocer aquí, ya que la forma lo es todo para el objeto que nos ocupa. En efecto, poco nos importa que la materia sea eterna o solamente una creación anterior a la formación del astro, o aún contemporánea a esta formación; lo que es necesario saber es que el astro ha sido formado para ser habitado. Tal vez no esté fuera de propósito agregar que esas formaciones no han sido hechas en un día como dicen las Escrituras; que un globo no sale repentinamente de la nada cubierto de florestas, de praderas y de habitantes, como Minerva salió enteramente armada de la cabeza de Júpiter. No, Dios procede lentamente pero con seguridad; todo sigue una ley lenta y progresiva, no porque Dios dude o tenga necesidad de lentitud, sino porque sus leyes son así y son inmutables. Además, lo que nosotros –seres efímeros– llamamos lentitud, no lo es para Dios, para el cual el tiempo nada representa.

He aquí, pues, un globo en formación o –si prefieres– ya formado; deben transcurrir aún muchos siglos o millares de siglos antes de que el mismo sea habitable; pero finalmente llega ese momento. Después de numerosas y sucesivas modificaciones en su superficie, poco a poco comienza a cubrirse de vegetación (hablo de la Tierra y no pretendo hacer, a no ser por analogía, la historia de otros globos, cuya finalidad es evidentemente la misma, pero cuyas modificaciones físicas pueden variar). Al lado de la vegetación aparece la vida animal, ambas en su mayor simplicidad, pues esas dos ramas del reino orgánico son necesarias una a la otra, al fecundarse mutuamente, al alimentarse recíprocamente, elaborando al mismo tiempo la materia inorgánica, para volverla cada vez más apropiada a la formación de seres cada vez más perfectos, hasta que haya alcanzado el punto de poder producir y alimentar el cuerpo que debe servir de habitación y de instrumento al ser por excelencia, es decir, al ser intelectual que de él debe servirse y que –por decirlo así– lo espera para manifestarse, pues sin él no podría hacerlo.

¡He aquí que llegamos al hombre! ¿Cómo él se ha formado? Ésta aún no es la cuestión; se ha formado según la gran ley de la formación de los seres: he aquí todo. Esta ley no deja de existir por el hecho de no ser conocida. ¿Cómo se han formado los primeros tipos de cada especie vegetal? ¿Y los de cada especie animal? Cada uno de ellos se ha formado a su manera, según la misma ley. Lo que es cierto es que Dios no ha tenido necesidad de transformarse en alfarero, ni de poner las manos en el barro para formar al hombre, ni de arrancarle una costilla para hacer a la mujer. Es posible que esta fábula, aparentemente absurda y ridícula, sea más bien una figura ingeniosa que oculte un sentido que pueda ser comprendido por Espíritus más perspicaces que el mío; pero como no entiendo nada de eso, me detengo aquí.

Entonces, aquí está el hombre material habitando la Tierra, siendo él mismo habitado por un ser inmaterial, del cual aquél no es más que su instrumento. Incapaz de hacer algo por sí mismo, como la materia en general, solamente se vuelve apto para hacer cosas a través de la inteligencia que lo anima; pero esta misma inteligencia –criatura imperfecta como todo lo que es criatura, es decir, como todo lo que no es Dios–, necesita perfeccionarse, y es precisamente con miras a este perfeccionamiento que el cuerpo le ha sido dado, pues el espíritu no podría manifestarse sin la materia, ni por consecuencia mejorarse, esclarecerse y, en fin, progresar.

Al ser considerada colectivamente, la Humanidad es comparable al individuo; ignorante en la infancia, ella se esclarece a medida que crece; esto se explica naturalmente por el propio estado de imperfección en que se encontraban los Espíritus, para cuyo adelanto esta Humanidad fue hecha. Pero con referencia al Espíritu considerado individualmente, no es en una única existencia que él puede adquirir la suma de progreso que es llamado a realizar; he aquí por qué un número más o menos grande de existencias corporales le son necesarias, conforme el empleo que haga de cada una de ellas. Cuanto más haya trabajado para su adelanto en cada existencia, por menos existencias tendrá que pasar; y como cada existencia corporal es una prueba, una expiación, un verdadero purgatorio, tiene interés en progresar lo más prontamente posible, a fin de sujetarse a menos pruebas, porque el Espíritu no retrograda. Cada progreso realizado por él es una conquista asegurada que nadie podrá quitarle. Según este principio, hoy comprobado, se hace evidente que cuanto más rápidamente se marcha, más rápido ha de alcanzarse el objetivo.

Resulta de lo que precede que cada uno de nosotros no está hoy en su primera existencia corporal; lejos de esto. Estamos distantes de la misma, y quizá más distantes aún de la última, porque debemos haber pasado nuestras existencias primitivas en mundos muy inferiores a la Tierra, a la cual solamente hemos llegado cuando nuestro Espíritu alcanzó un estado de perfección compatible con este astro. Del mismo modo, a medida que vayamos progresando, pasaremos a mundos superiores mucho más adelantados que la Tierra en todos los aspectos, avanzando así de grado en grado, siempre para mejor. Pero antes de dejar un globo, parece que generalmente pasamos varias existencias en él, cuyo número, entretanto, no es limitado, sino más bien subordinado a la suma de progreso que hayamos alcanzado.

Preveo una objeción en tus labios. Me dirás que todo esto puede ser verdadero, pero como no me acuerdo de nada –sucediendo lo mismo con los otros–, todo lo que ha ocurrido en nuestras existencias anteriores es para nosotros como si fuese nulo; y si sucede lo mismo en cada nueva existencia, al Espíritu poco le importa ser inmortal o morir con el cuerpo si, al conservar su individualidad, no tiene conciencia de su identidad. En efecto, para nosotros sería lo mismo, pero no es así; sólo perdemos el recuerdo del pasado durante la vida corporal, mas la volvemos a adquirir con la muerte, es decir, cuando el Espíritu despierta en su verdadera existencia –la de Espíritu libre– y para la cual las existencias corporales pueden compararse a lo que representa el sueño para el cuerpo.

¿Qué sucede con las almas de los muertos mientras esperan una nueva reencarnación?

Las que no dejan la Tierra se quedan errantes en su superficie; sin duda van adonde les place, o al menos adonde pueden, según su grado de adelanto; pero, en general, poco se alejan de los encarnados, sobre todo de aquellos por los cuales sienten afecto, a menos que se les impongan deberes a cumplir en otros lugares. Entonces estamos rodeados a cada instante por una multitud de Espíritus conocidos y desconocidos, amigos y enemigos, que nos ven, nos observan y nos escuchan; algunos participan de nuestras penas como de nuestras alegrías; otros sufren con nuestros gozos, o gozan con nuestros dolores, mientras que otros, en fin, son indiferentes a todo, exactamente como ocurre en la Tierra entre los mortales, cuyos afectos, antipatías, vicios y virtudes se conservan en el otro mundo. La diferencia es que los buenos gozan en la otra vida de una felicidad desconocida en la Tierra, lo que es comprensible, pues no tienen necesidades materiales a satisfacer, ni obstáculos del mismo género a superar. Si vivieron bien, es decir, si poco o nada tienen que recriminarse en su última existencia corporal, gozan en paz el testimonio de su conciencia y el bien que han hecho. Si vivieron mal, si fueron malos, como allá quedan al descubierto porque no pueden más ocultarse bajo la envoltura material, sufren la vergüenza de verse reconocidos e identificados; sufren la presencia de aquellos a quienes han ofendido, despreciado y oprimido, ya que se hallan en la imposibilidad de sustraerse a sus miradas. En fin, sufren por el remordimiento que los corroe, hasta que el arrepentimiento venga a aliviarlos, lo que tarde o temprano sucede, o hasta que una nueva encarnación los aleje, no de la visión de otros Espíritus, sino de su propia visión, al hacerles olvidar momentáneamente la conciencia de su identidad; entonces, al perder el recuerdo de su pasado, se sienten aliviados. Pero también es para ellos el comienzo de una nueva prueba; si tuvieren la felicidad de salir mejorados de la misma, gozan del progreso realizado; si no se mejoran, vuelven a los mismos tormentos, hasta que finalmente se arrepientan o aprovechen una nueva existencia.

Hay otro género de sufrimiento: el que es experimentado por los Espíritus malos, por los más perversos. Éstos, inaccesibles a la vergüenza y al remordimiento, no experimentan los tormentos; entretanto, sus sufrimientos son aún más vivos, porque al dejarse siempre llevar por el mal, pero impotentes para hacerlo, sufren la envidia de ver a los otros más felices o mejores que ellos mismos, como al mismo tiempo sienten rabia de no poder saciar su odio y de no poder entregarse a todas sus malas inclinaciones. ¡Oh, éstos sufren mucho! Pero –como te he dicho–, sólo sufrirán mientras no se mejoren o, en otras palabras, hasta el día en que se mejoren. Frecuentemente ellos no vislumbran ese término; son tan malos, están tan cegados por el mal, que no sospechan de la existencia o la posibilidad de la existencia de un mejor estado de cosas; por consecuencia, no perciben que sus sufrimientos deben acabar un día, y es lo que los endurece en el mal y que agrava sus tormentos. Entretanto, como no pueden huir siempre del destino común que Dios reserva a todas sus criaturas, sin excepción, llega un momento en que finalmente les es necesario seguir el camino común, y ese día está a veces mucho más próximo de lo que se podría suponer al observar la perversidad de ellos. Se ha visto que algunos se convirtieron de repente, y que de repente sus sufrimientos cesaron; sin embargo, todavía les quedan pruebas muy duras a pasar en la Tierra en su próxima reencarnación. Es preciso que se depuren expiando sus faltas, y en definitiva esto es justo; pero al menos ellos no temen más perder el progreso realizado, pues no pueden retrogradar.

He aquí, amigo mío, lo más sucinta y claramente que me fue posible hacerlo, una exposición de la filosofía del Espiritismo, tal cual por lo menos podía hacerlo en una carta. Encontrarás un desarrollo más completo de dicha filosofía, hasta este momento, y muy satisfactorio, en El Libro de los Espíritus, fuente donde yo mismo he extraído aquello que hizo de mí lo que soy.

Pasemos ahora a la práctica.

(Continúa y concluye en el próximo número.)

El Espíritu golpeador de Aube

Uno de nuestros suscriptores nos transmite detalles muy interesantes sobre manifestaciones que han sucedido, y que aún suceden en este momento, en una localidad del Departamento de Aube, cuyo nombre silenciaremos, considerando que la persona en cuya casa ocurren estos fenómenos no le gusta ser acosada de manera alguna por la visita de numerosos curiosos, que no dejarían de ir a su hogar. Esas ruidosas manifestaciones ya le han producido varios disgustos; además, nuestro corresponsal narra los hechos como testigo ocular, y nosotros lo conocemos bastante como para saber que él merece toda nuestra confianza. Hemos extraído los pasajes más interesantes de su relato:

«Hace cuatro años (en 1856), en la casa del Sr. R..., que vive en la ciudad donde yo resido, ocurrieron manifestaciones que recuerdan, hasta un cierto punto, las de Bergzabern; por entonces no conocía a ese señor, y sólo más tarde entré en contacto con él, de modo que fue a través de informaciones que me enteré de lo sucedido en esa época. Las manifestaciones habían cesado hacía mucho tiempo y el Sr. R... se creía libre de ellas, cuando hace poco recomenzaron como antaño. He podido ser testigo de las mismas durante varios días seguidos; por lo tanto, os contaré lo que he visto con mis propios ojos.

«La persona que es objeto de esas manifestaciones es el hijo del Sr. R..., de dieciséis años, y que por ende tenía sólo doce cuando éstas se produjeron por primera vez. Es un joven de una inteligencia excesivamente limitada, que no sabe leer ni escribir y que muy raramente sale de su casa. En cuanto a las manifestaciones que han tenido lugar en mi presencia, con excepción del balanceo de la cama y de la suspensión magnética, el Espíritu imitó más o menos en todo al de Bergzabern; los golpes y las raspaduras fueron los mismos; silbaba, imitaba el ruido de la lima, de la sierra y arrojaba en el cuarto pedazos de carbón que no se sabe de dónde venían, ya que no había carbón en la pieza en que estábamos. Los fenómenos generalmente se producen cuando el muchacho está acostado y comienza a dormir. Durante el sueño él habla al Espíritu con autoridad y, sin confundirse, da órdenes con el tono de voz de un oficial superior, a pesar de nunca haber asistido a ejercicios militares; simula un combate, comanda una maniobra, conquista la victoria y cree que ha sido nombrado general en el campo de batalla. Cuando ordena al Espíritu que dé un cierto número de golpes, algunas veces sucede que éste golpea más de los que le han sido ordenados; entonces el joven le dice: ¿Cómo harás para quitar los golpes que has dado de más? Entonces el Espíritu se pone a raspar, como si los borrase. Cuando el muchacho da órdenes, queda en una gran agitación y a veces grita tan fuerte que su voz se extingue en una especie de estertor. A la voz de mando, el Espíritu golpea todas las marchas francesas y extranjeras, incluso las de los chinos; no he podido verificar la exactitud de las mismas, porque no las conozco. Pero ocurre frecuentemente que el joven dice: ¡No es así; vuelve a comenzar! Y el Espíritu obedece. De paso debo deciros que, durante el sueño, el niño es muy grosero al ordenar.

«En una noche en que yo asistía a una de esas escenas, ya hacía cinco horas que el hijo del Sr. R... estaba en una gran agitación; intenté calmarlo a través de pases magnéticos, pero luego se puso furioso y desordenó la cama. Al día siguiente se acostó a mi llegada y, como de costumbre, se durmió al cabo de algunos minutos; entonces, los golpes y las raspaduras comenzaron. De repente dijo al Espíritu: Ven acá, voy a hacerte dormir. Y para nuestra gran sorpresa lo magnetizó, a pesar de la resistencia del Espíritu, que parecía rehusarse; creo que es lo que sucedió, según la conversación que ellos tuvieron. Después lo despertó del sueño magnético, como lo habría hecho un magnetizador experimentado. Entonces percibí que él parecía recoger mucho fluido, que emitía hacia mí, reprendiéndome e injuriándome. Al despertar, no se acordaba nada de lo que había sucedido.

«Lejos de calmarse, los hechos se agravaban a cada día de una manera aflictiva, por la exasperación del Espíritu, que sin duda temía en perder el dominio ejercido sobre ese muchacho. Quise preguntar al Espíritu su nombre y sus antecedentes, pero sólo obtuve mentiras y blasfemias. Debo decir aquí que cuando éste habla, lo hace a través de la boca del joven, que le sirve de médium parlante. Intenté en vano conducir al Espíritu a mejores sentimientos por medio de buenas palabras; me respondió que la oración no ejerce ningún poder sobre él; que trató de elevarse hacia Dios, pero que no encontró más que hielo y brumas. Entonces me llama de beato y, cuando oro mentalmente, noto que se pone furioso y que da golpes redoblados. Todos los días trae objetos bastante voluminosos: hierro, cobre, etc. Cuando le pregunto dónde va a buscarlos, responde que los toma de las personas que no son honestas. Si le hablo de moral, se enfurece. Una noche me dijo que si yo continuase viniendo, él quebraría todo y que no se iría antes de la Pascua; después me escupió en la cara. Al ser preguntado sobre por qué se vinculaba de esa forma al joven R..., respondió: Si no fuese él, sería otro. El propio padre no está exento de los ataques de este Espíritu malhechor: frecuentemente es interrumpido en su trabajo porque recibe sus golpes, porque le tira de la ropa e incluso lo pellizca hasta sangrar.

«Hice lo que pude, pero mis recursos ya se agotaron; además, es muy difícil obtener buenos resultados, puesto que el Sr. R... y la Sra. de R..., a pesar de su deseo de desembarazarse de ese Espíritu que les ha causado un verdadero perjuicio, siendo obligados a trabajar para vivir, no me secundan, porque su fe en Dios no tiene gran consistencia.»

Hemos omitido una serie de detalles que no harían más que corroborar aquello que ya relatamos; entretanto, hemos dicho lo suficiente para mostrar que podemos decir que este Espíritu –como algunos malhechores– es de la peor especie.

En la sesión de la Sociedad del 9 de noviembre último, le fueron dirigidas a san Luis las siguientes preguntas al respecto:

1. ¿Tendríais la bondad de decirnos algo sobre el Espíritu que obsesa al joven R...? –Resp. La inteligencia de este joven es de las más débiles, y cuando el Espíritu se apodera de él hay entonces una alucinación completa, tanto más cuando su cuerpo está inmerso en el sueño. Por lo tanto, la razón no puede dominar en nada su cerebro, y entonces padece la obsesión de ese Espíritu turbulento.

2. Un Espíritu relativamente superior ¿puede ejercer sobre otro Espíritu una acción magnética y paralizar sus facultades? –Resp. Un Espíritu bueno sólo puede ejercer algo sobre otro desde el punto de vista moral; nunca físico. Para paralizar a través del fluido magnético, es preciso actuar sobre la materia, y el Espíritu no es una materia semejante a un cuerpo humano.

3. ¿Cómo se explica entonces que el joven R... pretende magnetizar al Espíritu y hacerlo dormir? –Resp. Él así lo cree, y el Espíritu se presta a esa ilusión.

4. El padre desea saber si no habría un medio de desembarazarse de ese huésped inoportuno, y si su hijo aún estará por mucho tiempo sometido a esta prueba. –Resp. Cuando ese joven esté despierto, será necesario que evoquen junto a él a Espíritus buenos, a fin de ponerlo en relación con ellos y, a través de este medio, alejar a los malos que lo obsesan durante el sueño.

5. ¿Podríamos actuar desde aquí, evocando por ejemplo a ese Espíritu para moralizarlo, o tal vez al propio Espíritu del muchacho? –Resp. Quizá no sea posible en este momento: ambos son demasiado materiales; es preciso actuar directamente sobre el cuerpo del ser viviente, por la presencia de Espíritus buenos que vendrán hacia él.

6. No comprendemos bien esta respuesta. –Resp. Digo que es preciso llamar el concurso de Espíritus buenos, que podrán volver al muchacho menos accesible a las impresiones del Espíritu malo.

7. ¿Qué podemos hacer por él? –Resp. El Espíritu malo que lo obsesa no se irá fácilmente, ya que no es fuertemente rechazado por nadie. Vuestras oraciones y vuestras evocaciones son un arma débil contra él; sería preciso actuar directa y materialmente sobre la persona que él atormenta. Podéis orar, porque la oración es siempre buena; pero no lo lograréis por vos mismos, si no sois secundados por aquellos más interesados en el caso, es decir, el padre y la madre. Infelizmente, ellos no tienen esa fe en Dios que centuplica las fuerzas, y Dios solamente escucha a los que se dirigen a Él con confianza. Por lo tanto, no pueden quejarse de un mal que ellos no hacen nada para evitar.

8. ¿Cómo conciliar la sujeción de ese joven al dominio de este Espíritu, con la autoridad que aquél ejerce sobre éste, puesto que aquél ordena y el Espíritu obedece? –Resp. El Espíritu de ese joven es poco avanzado moralmente, pero en inteligencia es más adelantado de lo que se cree. En otras existencias él ha abusado de su inteligencia, que no era dirigida hacia un objetivo moral, sino al contrario, hacia propósitos ambiciosos; él se encuentra ahora en punición en un cuerpo que no le permite dar curso libre a su inteligencia, y el Espíritu malo aprovecha su debilidad; éste se deja ordenar en cosas sin importancia, porque sabe que el muchacho es incapaz de ordenarle cosas serias: aquél se divierte. La Tierra está llena de Espíritus que se encuentran en punición en cuerpos humanos; he aquí por qué hay en ella tantos males de todos los géneros.

Nota – La observación viene en apoyo de esta explicación. Durante el sueño, el muchacho muestra una inteligencia indiscutiblemente superior al de su estado normal, lo que prueba un desarrollo anterior, pero reducido al estado latente bajo esa envoltura grosera. No es más que en los momentos de emancipación del alma, en los cuales no sufre tanto la influencia de la materia, que su inteligencia se expande, ocasión en que también ejerce una especie de autoridad sobre el ser que lo subyuga; pero cuando vuelve al estado de vigilia, sus facultades se aniquilan bajo la envoltura material que la comprime. ¿No es ésta una enseñanza moral práctica?

Se expresó el deseo de evocar a este Espíritu, pero ninguno de los médiums presentes se dispuso a servirle de intérprete. La Srta. Eugénie, que también había mostrado repugnancia, tomó de repente el lápiz en un movimiento involuntario y escribió:

1. ¿No quieres? ¡Pues bien: escribirás! ¡Oh! Ciertamente piensas que no te dominaré. Heme aquí; pero no te asustes tanto; haré conque veas mi fuerza.

Nota – En ese momento el Espíritu hace que la médium dé un puñetazo sobre la mesa, quebrando varios lápices.

2. Puesto que estáis aquí, decidnos por qué razón estáis vinculado al hijo del Sr. R... –Resp. ¡Creo que sería preciso haceros algunas confidencias! Primero, sabed que yo tengo una gran necesidad de atormentar a alguien. Un médium que fuese sensato me rechazaría; me vinculo a un deficiente porque no me opone ninguna resistencia.

3. Nota – Alguien reflexiona que, a pesar de ese acto de cobardía, a este Espíritu no le falta inteligencia. Él responde sin que le hayan preguntado directamente:

Resp. Un poco; no soy tan tonto como vosotros creéis.

4. ¿Qué erais cuando encarnado? –Resp. No era gran cosa; un hombre que ha hecho más mal que bien, y que es cada vez más punido por eso.

5. Ya que sois punido por haber hecho el mal, deberíais comprender la necesidad de hacer el bien. ¿No deseáis buscar vuestro mejoramiento? –Resp. Si quisieseis ayudarme, yo perdería menos tiempo.

6. No deseamos más que eso, pero es necesario que tengáis voluntad al respecto; orad con nosotros: esto os ayudará. –Resp. (En este momento el Espíritu da una respuesta blasfema.)

7. ¡Basta! No queremos más escuchar esto; esperábamos despertar en vos algunos buenos sentimientos: ha sido con este objetivo que os hemos llamado. Pero ya que respondéis a nuestra benevolencia con palabras desagradables, podéis retiraros. –Resp. ¡Ah! ¡Aquí se detiene vuestra caridad! Porque pude resistir un poco, veo que esa caridad se termina rápido: por esto no valéis más que yo. Sí, podríais moralizarme más de lo que pensáis si supieseis cómo hacerlo, primeramente en interés del deficiente que sufre, después en beneficio del padre que se asusta demasiado y finalmente en el mío, si así os agrada.

8. Decidnos vuestro nombre, a fin de que podamos identificaros. –Resp. ¡Oh! Mi nombre poco importa; llamadme, si queréis, el Espíritu del joven deficiente.

9. Si hemos querido haceros parar, ha sido porque habéis dicho una palabra sacrílega. –Resp. ¡Ah, ah! ¡Ha sido chocante para vos! Para saber lo que hay en el lodo es necesario revolverlo.

10. Alguien dice: Esta figura innoble es digna del Espíritu. –Resp. Joven, ¿queréis poesía? Hela aquí: Para conocer el aroma de una rosa es necesario olerla.

11. Puesto que habéis dicho que podíamos ayudaros a mejorar, uno de los señores presentes se ofrece para instruiros; ¿irás responderle cuando él os evoque? –Resp. Primeramente es necesario que yo vea si él me conviene. (Después de algunos momentos de reflexión agrega:) Sí, yo iré.

12. ¿Por qué el hijo del Sr. R... se enfurecía cuando el Sr. L... quería magnetizarlo? –Resp. No era él que se encolerizaba: era yo.

13. ¿Por qué? –Resp. No tengo ningún poder sobre este hombre, que es superior a mí; por eso lo detesto: quiere arrancarme lo que tengo bajo mi dependencia, y esto no lo admito.

14. Debéis ver a vuestro alrededor a Espíritus que son más felices que vos; ¿sabéis por qué? –Resp. Sí, lo sé: son mejores que yo.

15. ¿Comprendéis entonces que si, en lugar de hacer el mal, hicieseis el bien, vos seríais feliz como ellos? –Resp. No deseaba más que esto; pero es difícil hacer el bien.

16. Tal vez sea difícil para vos, pero no es imposible. ¿Sabéis que la oración puede tener una gran influencia en vuestro mejoramiento? –Resp. No digo que no; pensaré en eso. Llamadme algunas veces.

Nota – Como se ve, este Espíritu no desmintió su carácter; entretanto, se ha mostrado menos recalcitrante hacia el final, lo que prueba que él no es completamente inaccesible al razonamiento. Por lo tanto, él dispone en sí mismo de elementos para esto, pero para dominarlo enteramente sería necesario un concurso de voluntades que por ahora no existe. Esto debe ser una enseñanza para las personas que podrían encontrarse en un caso análogo.

Este Espíritu es indudablemente muy malo y pertenece a la escala inferior del mundo espírita; pero se puede decir que es brutalmente malo, y en semejantes seres hay más recursos que en los que son hipócritas. Con toda seguridad, aquellos son mucho menos peligrosos que los Espíritus fascinadores que, con la ayuda de una cierta dosis de inteligencia y de una falsa apariencia de virtud, saben inspirar a ciertas personas una confianza ciega en sus palabras, confianza de la que tarde o temprano serán víctimas, porque estos Espíritus nunca actúan con miras al bien: tienen siempre segundas intenciones. El Libro de los Médiums tendrá como resultado –así lo esperamos– ponernos en guardia contra esas sugestiones, lo que seguramente no les agradará; pero, como bien se ve, nos inquietamos muy poco con su mala voluntad, como con la de los Espíritus encarnados que ellos pueden incitar contra nosotros. Los Espíritus malos, al igual que los hombres, no ven con mucho gusto a aquellos que, al desenmascarar sus torpezas, les sacan los medios de hacer el mal.




Enseñanzas espontáneas de los Espíritus

Los tres prototipos
(Médium: Sr. Alfred Didier)

Hay en el mundo tres prototipos que serán eternos; grandes hombres han descripto a esos tres prototipos como eran en su tiempo y han intuido que existirían siempre. Esos tres prototipos son: primero Hamlet, que ha dicho: To be or not to be, that is the question; después Tartufo, que balbucea oraciones y que además medita el mal; y por último Don Juan, que dice a todos: No creo en nada. Molière ha encontrado –solamente él– a dos de estos prototipos; denunció a Tartufo y fulminó a Don Juan. Sin la verdad, el hombre está en duda como Hamlet; sin conciencia, el hombre es como Tartufo, y sin corazón, como Don Juan. Es cierto que Hamlet está en duda, pero él busca, es desdichado, la incredulidad lo agobia, sus más suaves ilusiones se alejan a cada día, y ese ideal, esa verdad que él persigue, cae en el abismo como Ofelia y se pierde para siempre para él. Entonces enloquece y muere desesperado; pero Dios lo perdonará, porque tuvo corazón, amó y fue el mundo que le arrebató aquello que quería conservar.

Los otros dos prototipos son atroces, porque son egoístas e hipócritas, cada uno en su género. Tartufo se pone la máscara de la virtud, lo que lo vuelve odioso. Don Juan no cree en nada, ni siquiera en Dios: solamente cree en sí mismo. En este emblema famoso de Don Juan y de la estatua del Comendador, ¿nunca os pareció ver el escepticismo ante las mesas giratorias, o el Espíritu humano corrompido frente a la más brutal manifestación? Hasta el presente, el mundo no ha visto en ello sino una figura completamente humana; ¿creéis que no falta ver y comprender en ello algo más? ¡Cómo el genio inimitable de Molière no tuvo en esta obra el sentimiento del buen sentido sobre los hechos espirituales, como siempre lo tenía para con los defectos de este mundo!

GÉRARD DE NERVAL


Cazotte
(Médium: Sr. Alfred Didier)

Es curioso ver que surge, en medio del materialismo, una reunión de hombres de buena fe para propagar el Espiritismo. Sí, es en medio de las más profundas tinieblas que Dios derrama la luz, y es en el momento en que Él es más olvidado que revela lo mejor, semejante al ladrón sublime del cual habla el Evangelio, que vendrá a juzgar al mundo en el momento en que éste menos lo espera. Pero Dios no viene a vosotros para sorprenderos; al contrario, Él viene a preveniros de que esa gran sorpresa, que debe sobrecoger a los hombres en la muerte, debe ser para ellos funesta o feliz.

Dios me había enviado en medio de una sociedad corrupta. Gracias a la clarividencia, algunas de esas revelaciones que en mi tiempo parecían tan maravillosas, hoy se presentan muy naturales. Todos esos recuerdos no son sino sueños para mí, y –¡alabado sea Dios!– el despertar no ha sido penoso. El Espiritismo nació o, más bien, resucitó en vuestra época; el magnetismo era de mi tiempo. Creed que las grandes luces preceden a las grandes claridades.

El autor de Diable amoureux os recuerda que ya ha tenido el honor de conversar con vosotros, y que será feliz en continuar sus relaciones de amistad.

CAZOTTE

En la sesión siguiente, le fueron dirigidas al Espíritu Cazotte las próximas preguntas:

Al venir espontáneamente la última vez, habéis tenido la amabilidad de decirnos que volveríais de buen grado. Aprovechamos vuestro ofrecimiento para dirigiros algunas cuestiones, si así lo consentís.

1ª) La historia de la famosa cena, en la cual habéis predicho el destino que esperaba a cada invitado, ¿es enteramente verdadera? –Resp. Es verdadera en el sentido de que esta predicción no fue hecha en una sola noche, sino en varias cenas, al final de las cuales yo me divertía en asustar a mis amables invitados con siniestras revelaciones.

2ª) Conocemos los efectos de la doble vista y comprenderíamos que, dotado de esta facultad, hubieseis podido ver cosas distantes, pero que sucedían en ese momento; ¿cómo habéis podido ver cosas futuras que aún no existían, y verlas con precisión? ¿Quisierais decirnos, al mismo tiempo, cómo os fue dada esta previsión? ¿Habéis hablado simplemente como inspirado, sin ver nada, o el cuadro de los acontecimientos anunciados por vos se presentó como una imagen? Tened la bondad de describirnos esto lo mejor posible para nuestra instrucción. –Resp. Hay en la razón del hombre un instinto moral que lo lleva a predecir ciertos acontecimientos. Es verdad que yo era dotado de una gran clarividencia, pero siempre humana, para con los acontecimientos que por entonces se efectuaban; ¿pero creéis que el buen sentido o el sano juicio de las cosas terrenas pueda detallaros, con muchos años de antelación, tal o cual circunstancia? No; a mi sagacidad natural se sumaba una cualidad sobrenatural: la doble vista. Cuando yo revelaba a las personas que me rodeaban las terribles conmociones que tendrían lugar, hablaba evidentemente como un hombre de buen sentido y de lógica. Pero cuando yo veía pequeños detalles de esas circunstancias vagas y generales; cuando yo percibía visiblemente tal o cual víctima, entonces no hablaba más como un simple hombre dotado, sino como un hombre inspirado.

3ª) Independientemente de ese hecho, ¿habéis tenido, durante vuestra existencia, otros ejemplos de previsiones? –Resp. Sí; prácticamente eran todas sobre el mismo asunto; pero, como pasatiempo, yo estudiaba las ciencias ocultas y me ocupaba mucho con el magnetismo.

4ª) Esa facultad de previsión, ¿continuó en el mundo de los Espíritus? Es decir, después de vuestra muerte, ¿aún prevéis ciertos acontecimientos? –Resp. Sí, ese don me quedó mucho más puro.

Nota – Se podría ver aquí una contradicción con el principio que se opone a la revelación del futuro. En efecto, el futuro nos ha sido ocultado por una ley muy sabia de la Providencia, porque ese conocimiento perjudicaría nuestro libre albedrío, llevándonos a descuidar el presente por el futuro. Además, por nuestra oposición, podríamos interferir en ciertos acontecimientos necesarios al orden general; pero cuando esa comunicación puede impulsarnos a facilitar el cumplimiento de una cosa, Dios puede permitir la revelación de la misma en los límites asignados por su sabiduría.


La voz del ángel guardián
(Médium: Srta. Huet)

Todos los hombres son médiums; todos tienen un Espíritu que los dirige hacia el bien, cuando saben escucharlo. Ahora bien, poco importa que algunos se comuniquen directamente con él a través de una mediumnidad en particular, y que otros sólo lo escuchen a través de la voz del corazón y de la inteligencia, pues no por esto deja de ser su Espíritu familiar quien los aconseja. Llamadlo Espíritu, razón, inteligencia, es siempre una voz que responde a vuestra alma y os dicta buenas palabras; pero no siempre las comprendéis. No todos saben obrar según los consejos de la razón, no de esa razón que se arrastra y se rebaja más de lo que camina, que se pierde en la maraña de los intereses materiales y groseros, sino de esa razón que eleva al hombre por encima de sí mismo y lo transporta a regiones desconocidas, llama sagrada que inspira al artista y al poeta, pensamiento divino que eleva al filósofo, fuerza que arrebata a los individuos y a los pueblos, razón que el vulgo no puede comprender, pero que aproxima al hombre de la Divinidad, más que ninguna otra criatura, entendimiento que sabe conducirlo de lo conocido a lo desconocido y que le hace realizar las cosas más sublimes. Por lo tanto, escuchad esa voz interior, ese genio bueno que os habla sin cesar, y llegaréis progresivamente a escuchar a vuestro ángel guardián que os tiende la mano desde lo alto del cielo.
CHANNING


El coqueteo
(Médium: Sra. de Costel)

Hoy nos ocuparemos del coqueteo femenino, que es el enemigo del amor: el coqueteo mata o debilita al amor, lo que es peor. La mujer coqueta se asemeja a un pájaro enjaulado que, a través de sus canciones, atrae a otros pájaros junto a ella. Atrae a los hombres, cuyos corazones se despedazan contra las barras que la encierran. Nos compadecemos más de ella que de ellos; al estar en cautiverio por la estrechez de sus ideas y por la aridez de su corazón, anda en la oscuridad de su conciencia, sin poder jamás ver fulgurar el sol del amor, que sólo brilla para las almas generosas y abnegadas. Es más difícil sentir el amor que inspirarlo; sin embargo, todos se inquietan y sondean el corazón deseado, sin examinar primero si el suyo posee el tesoro codiciado. No, el amor que expresa la sensualidad del amor propio no es amor, así como el coqueteo no es la seducción para un alma elevada. Tenemos razón en reprobar y en suscitar dificultades en esas frágiles relaciones, que son un vergonzoso intercambio de vanidades y de miserias de toda especie; el amor es ajeno a estas cosas, así como el rayo de luz no se ensucia en la basura que él ilumina. Insensatas son las mujeres que no comprenden que su belleza y su virtud son el amor en su sencillez, en el olvido de los intereses personales y en la transmigración del alma que se entrega enteramente al ser amado. Dios bendice a la mujer que ha llevado el yugo del amor, y repele a la que ha hecho de este precioso sentimiento un trofeo a su vanidad, una distracción a su ociosidad o una llama carnal que consume el cuerpo y que deja vacío el corazón.
GEORGES

ALLAN KARDEC