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Revista Espírita Periódico de Estudios Psicológicos - 1861 > Diciembre
Diciembre
Avisos
A los señores suscriptores que no deseen recibir con atraso la Revista Espírita del año 1862 (5º año), les solicitamos que tengan a bien renovar su suscripción antes del 31 de diciembre.
Los suscriptores de 1862 podrán adquirir la colección de los cuatro años precedentes, en conjunto, al precio de 30 francos en lugar de 40; de esta manera, con la suscripción actual pagarán por los cinco años apenas 40 fr., es decir, por el mismo precio tendrán cinco años en vez de cuatro, o sea, un descuento del 20 por ciento. Los volúmenes comprados por separado cuestan 10 fr. cada uno, como en los años anteriores.
La segunda tirada de los años 1858, 1859 y 1860 se agotó; acaba de ser hecha una tercera reimpresión.
NOTA – El número de la Revista de enero de 1862 contendrá un artículo muy desarrollado sobre la Interpretación de la doctrina de los ángeles rebeldes, de los ángeles caídos, del paraíso perdido, y acerca del Origen y la condición moral del hombre en la Tierra.
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La segunda tirada de los años 1858, 1859 y 1860 se agotó; acaba de ser hecha una tercera reimpresión.
NOTA – El número de la Revista de enero de 1862 contendrá un artículo muy desarrollado sobre la Interpretación de la doctrina de los ángeles rebeldes, de los ángeles caídos, del paraíso perdido, y acerca del Origen y la condición moral del hombre en la Tierra.
Nuevas obras del Sr. Allan Kardec que serán publicadas próximamente
EL ESPIRITISMO EN SU MÁS SIMPLE EXPRESIÓN; opúsculo destinado a popularizar los elementos de la Doctrina Espírita. Será vendido a 25 centavos.
REFUTACIÓN DE LAS CRÍTICAS CONTRA EL ESPIRITISMO, desde el punto de vista del Materialismo, de la Ciencia y de la Religión. Esta última parte tendrá todos los desenvolvimientos necesarios. Contendrá la respuesta al opúsculo del Sr. cura Marouzeau.
Varias otras obras, de la cual una de importancia casi igual, en volumen, a El Libro de los Espíritus, serán publicadas en el transcurso de 1862.
EL ESPIRITISMO EN SU MÁS SIMPLE EXPRESIÓN; opúsculo destinado a popularizar los elementos de la Doctrina Espírita. Será vendido a 25 centavos.
REFUTACIÓN DE LAS CRÍTICAS CONTRA EL ESPIRITISMO, desde el punto de vista del Materialismo, de la Ciencia y de la Religión. Esta última parte tendrá todos los desenvolvimientos necesarios. Contendrá la respuesta al opúsculo del Sr. cura Marouzeau.
Varias otras obras, de la cual una de importancia casi igual, en volumen, a El Libro de los Espíritus, serán publicadas en el transcurso de 1862.
Organización del Espiritismo
1. Hasta el presente, los espíritas –ya muy numerosos– se han diseminado por todos los países, y este no es uno de los caracteres menos salientes de la Doctrina. Como una semilla llevada por los vientos, el Espiritismo ha echado raíces en todos los puntos del globo, prueba evidente de que su propagación no es el efecto ni de una camarilla ni de una influencia local y personal. Los adeptos, antes aislados, se sorprenden hoy de encontrarse en gran número, y como la similitud de ideas inspira el deseo de acercamiento, buscan reunirse y fundar Sociedades. Así, de todas partes, nos solicitan instrucciones al respecto, manifestándonos el deseo de unirse a la Sociedad Central de París. Por lo tanto, ha llegado el momento de ocuparnos de lo que se puede llamar la organización del Espiritismo. El Libro de los Médiums (2ª edición) contiene, sobre la formación de las Sociedades Espíritas, observaciones importantes a las que remitimos a nuestros lectores, y sobre las cuales rogamos meditar con cuidado. A cada día la experiencia viene a confirmar la exactitud de esas observaciones; nosotros las recordaremos sucintamente, añadiendo instrucciones más circunstanciales.
2. Primeramente hablemos de los adeptos que aún se encuentran aislados en medio de una población hostil o ignorante a respecto de las ideas nuevas. Diariamente recibimos cartas de personas que están en esa situación y que nos preguntan qué pueden hacer ante la ausencia de médiums y de seguidores del Espiritismo. Están en la situación en que, hace apenas un año, se encontraban los primeros espíritas de los centros más numerosos de hoy en día. Paulatinamente los adeptos se han multiplicado y, si hasta hace poco había ciudades donde ellos se contaban por escasas unidades, ahora son contados por centenas y millares; en breve sucederá lo mismo en todas partes: es una cuestión de paciencia. En cuanto a lo que tienen que hacer, es muy simple: primero pueden trabajar por cuenta propia, compenetrándose de la Doctrina a través de la lectura y de la meditación de las obras específicas; cuanto más se profundicen en la misma, más descubrirán verdades consoladoras, confirmadas por la razón. En ese recogimiento, deben sentirse felices por haber sido los primeros favorecidos. Pero si se limitaran a buscar en la Doctrina una satisfacción personal, esto sería una especie de egoísmo; ellos tienen, debido a su propia posición, una bella e importante misión que cumplir: la de esparcir la luz a su alrededor. Aquellos que acepten esta misión sin dejarse detener por las dificultades, serán ampliamente recompensados por el éxito y por la satisfacción de haber hecho algo útil. Sin duda encontrarán oposición; estarán expuestos a las burlas y a los sarcasmos de los incrédulos, a la propia malevolencia de las personas interesadas en combatir la Doctrina; pero, ¿dónde estaría el mérito si no hubiese ningún obstáculo que vencer? Por lo tanto, para aquellos que se detuvieran por el miedo pueril al qué dirán, no tenemos nada que decirles, ningún consejo que darles; pero para aquellos que tienen el coraje de dar su opinión, que están por encima de las mezquinas consideraciones mundanas, les diremos que lo que tienen que hacer se resume en hablar abiertamente del Espiritismo, sin afectación, como de algo muy sencillo y muy natural, sin hacer sermones, y sobre todo sin procurar forzar las convicciones, ni hacer prosélitos a toda costa. El Espiritismo no debe ser impuesto; si vienen a Él es porque necesitan de Él, y porque da lo que las otras filosofías no dan. Inclusive es conveniente no meterse en ninguna disputa con los incrédulos obstinados: sería darles demasiada importancia y hacerles creer que uno depende de ellos. Los esfuerzos que se hacen para atraerlos los alejan y, por amor propio, se obstinan en su oposición; he aquí por qué es inútil perder tiempo con ellos; cuando la necesidad se haga sentir, vendrán por sí mismos. Mientras tanto, es preciso dejarlos tranquilos en complacerse con su escepticismo, que –realmente creedlo– a menudo les pesa más de lo que dejan trasparecer, porque, por más que digan lo contrario, la idea de la nada después de la muerte tiene algo de más aterrador y de más desconsolador que la propia muerte.
Pero al lado de los escarnecedores hay personas que preguntarán: «¿Qué es esto?» Adelantaos en satisfacerlas, entonces, al proporcionarles vuestras explicaciones según la naturaleza de las disposiciones que encontraréis en ellas. Cuando se habla del Espiritismo, en general, es necesario considerar las palabras que se pronuncian como semillas arrojadas al vuelo: entre las mismas, muchas caen en terreno pedregoso y no producen nada; pero si una sola cae en tierra fértil, consideraos felices: cultivadla, y estad seguros de que esa planta, al fructificar, producirá retoños. Para algunos adeptos, la dificultad está en responder a ciertas objeciones; la lectura atenta de las obras les proporcionará los medios para eso, pero sobre todo podrán valerse, a este efecto, del opúsculo que vamos a publicar con el título de: Refutación de las críticas contra el Espiritismo, desde el punto de vista materialista, científico y religioso.
3. Hablemos ahora de la organización del Espiritismo en los centros ya numerosos. El aumento incesante de los adeptos demuestra la imposibilidad material de constituir una Sociedad única en una ciudad, y sobre todo en una ciudad populosa. Además del número, existe la dificultad de las distancias, que son un obstáculo para muchos. Por otro lado, se sabe que las reuniones grandes son menos favorables a las bellas comunicaciones, y que las mejores comunicaciones se obtienen en los pequeños Grupos. Por lo tanto, es necesario concentrar nuestros esfuerzos en multiplicar los Grupos particulares. Ahora bien, como ya lo hemos dicho, veinte Grupos de quince a veinte personas obtendrán más y harán más por la divulgación que una Sociedad única de cuatrocientos miembros. Los Grupos se forman naturalmente por la afinidad de gustos, de sentimientos, de hábitos y de posición social; todos se conocen allí y, como son reuniones privadas, se tiene la libertad de definir el número y la selección de los que son admitidos en el Grupo.
4. El sistema de la multiplicación de los Grupos tiene también como resultado –así como lo hemos dicho en varias ocasiones– impedir los conflictos y las rivalidades de supremacía y de presidencia. Cada Grupo es naturalmente dirigido por el dueño de la casa o por el que fuere designado a ese efecto; propiamente hablando, allí no hay un presidente oficial, porque todo pasa en familia. El dueño de la casa, como anfitrión de la misma, tiene toda la autoridad para el mantenimiento del buen orden. Con una Sociedad propiamente dicha, son necesarios un local especial, un personal administrativo, un presupuesto, en una palabra, una complejidad de mecanismos que la mala voluntad de algunos disidentes malintencionados podría comprometer.
5. A esas consideraciones, ampliamente desarrolladas en El Libro de los Médiums, agregaremos una que es preponderante. El Espiritismo aún no es visto con buenos ojos por todo el mundo. Dentro de poco se comprenderá que es de gran interés favorecer una creencia que vuelve mejores a los hombres y que es una garantía del orden social; pero hasta que se esté bien convencido de su benéfica influencia sobre el espíritu de las masas y de sus efectos moralizadores, los adeptos deben esperar que se les presenten dificultades, ya sea por ignorancia del verdadero objetivo de la Doctrina o por interés personal. No solamente se los ridiculizará, sino que también –cuando vean que se gastan las armas del ridículo– se los calumniará. Serán acusados de locura, de charlatanismo, de irreligión, de hechicería, a fin de incitar el fanatismo contra ellos. ¡De locura! Sublime locura que hace creer en Dios y en el futuro del alma; para los que no creen en nada, en efecto, es una locura creer en la comunicación entre los muertos y los vivos, locura que da la vuelta al mundo y que alcanza a los hombres más eminentes. ¡De charlatanismo! Ellos tienen una respuesta perentoria: el desinterés, porque el charlatanismo nunca es desinteresado. ¡De irreligión! Desde que son espíritas, ellos son más religiosos que antes. ¡De hechicería y de conversación con el diablo! Ellos, que niegan la existencia del diablo y que sólo reconocen a Dios como el único Señor Todopoderoso, soberanamente justo y bueno; ¡singulares hechiceros éstos, que renegarían a su señor y que actuarían en nombre de su antagonista! En verdad, el diablo no debe estar muy contento con sus adeptos. Pero las buenas razones son la menor de las preocupaciones de aquellos que quieren sembrar discordia; cuando quieren matar al perro, dicen que está con rabia. Felizmente la Edad Media lanza sus últimos y pálidos destellos sobre nuestro siglo; como el Espiritismo viene a darle el golpe de gracia, no es de admirar que ella intente un supremo esfuerzo; pero tranquilicémonos: la lucha no será larga. Entretanto, que la certeza de la victoria no se vuelva imprudencia, porque una imprudencia podría, si no comprometer, al menos retardar el éxito. Por esos motivos, la constitución de Sociedades numerosas quizá encontraría obstáculos en ciertas localidades, lo que no sucedería con las reuniones familiares.
6. Agreguemos una consideración más. Las Sociedades propiamente dichas están sujetas a numerosas vicisitudes; miles de causas, que dependen o no de su voluntad, pueden llevarlas a la disolución. Por lo tanto, supongamos que una Sociedad Espírita haya reunido a todos los adeptos de una misma ciudad y que, por una circunstancia cualquiera, deje de existir; he aquí los miembros dispersados y desorientados. Ahora, si en lugar de eso hubiera cincuenta Grupos, si algunos desaparecen, otros siempre quedarán y nuevos se formarán; son como plantas vivaces que, a pesar de todo, vuelven a nacer. No tengáis en el campo solamente un árbol grande, porque un rayo puede derribarlo; tened cien árboles, y el mismo rayo no podrá alcanzarlos a todos, y cuanto más pequeños sean, menos expuestos estarán.
Entonces, todo concurre a favor del sistema que proponemos; cuando un primer Grupo, fundado en alguna parte, se vuelve demasiado numeroso, que haga como las abejas: que los enjambres salidos de la colmena madre vayan a fundar nuevas colmenas que, a su vez, formarán otras. Habrá muchos centros de acción irradiando en su respectivo círculo, y así serán más poderosos para la divulgación que una Sociedad única.
7. En principio, pues, al ser admitida la formación de los Grupos, quedan por examinar varias cuestiones importantes. La primera de todas es la uniformidad en la Doctrina. Esta uniformidad no sería mejor garantizada por una Sociedad muy numerosa, puesto que los disidentes siempre tendrían la facilidad de retirarse y de aislarse. Que la Sociedad sea una o que esté fraccionada, la uniformidad será la consecuencia natural de la unidad de base que los Grupos adopten. Será completa entre todos aquellos que sigan la línea trazada por El Libro de los Espíritus y por El Libro de los Médiums; uno contiene los principios de la filosofía de la ciencia; el otro, las reglas de la parte experimental y práctica. Estas obras han sido escritas con claridad suficiente para no dar lugar a interpretaciones divergentes, condición esencial de toda doctrina nueva.
Hasta ahora esas obras sirven de base para la inmensa mayoría de los espíritas, y en todas partes son acogidas con una indudable simpatía; los que quisieron apartarse de ellas pudieron reconocer, por su aislamiento y por el número decreciente de sus participantes, que no tenían a su favor la opinión general. Este consentimiento, dado por la gran mayoría, tiene un peso considerable; es un juicio del que no se podría ser sospechoso de influencia personal, puesto que es espontáneo y porque es pronunciado por millares de personas que nos son completamente desconocidas. Una prueba de este consentimiento es que nos han solicitado traducir las obras a diversos idiomas: español, inglés, portugués, alemán, italiano, polaco, ruso y hasta en la lengua tártara. Por lo tanto, podemos –sin presunción– recomendar su estudio y su práctica en las diversas reuniones espíritas, y esto con mucha más razón porque son las únicas, hasta el presente, en donde la ciencia espírita es tratada de manera completa; todas las que han sido publicadas sobre la materia, solamente han tocado algunos puntos aislados de la cuestión. Por lo demás, de ningún modo tenemos la pretensión de imponer nuestras ideas; nosotros las emitimos, como es nuestro derecho; aquellos a quienes las mismas convengan, que las adopten; los otros, que las rechacen, como también es su derecho; las instrucciones que damos, pues, son naturalmente para los que caminan con nosotros, para aquellos que nos honran con el título de líder espírita, y de forma alguna pretendemos reglamentar a los que quieren seguir por otro camino. Entregamos la Doctrina que profesamos a la apreciación general; ahora bien, hemos encontrado a muchos adeptos para darnos confianza y consolarnos de algunos disidentes aislados. El futuro, además, será el juez en última instancia; con los hombres actuales desaparecerán –por la fuerza de las cosas– las susceptibilidades del amor propio herido, las causas de los celos, de la ambición y de las expectativas materiales frustradas; al no ver ya las personas, sólo se verá la Doctrina, y el juicio será más imparcial. ¿Cuáles son las ideas nuevas que, en su aparición, no han tenido sus contradictores más o menos interesados? ¿Cuáles son los propagadores de esas ideas que no han sido el blanco de los dardos de la envidia, sobre todo si el éxito ha coronado sus esfuerzos? Pero volvamos a nuestro tema.
8. El segundo punto es la constitución de los Grupos. Una de las primeras condiciones es la homogeneidad, sin la cual no podría haber comunión de pensamientos. Una reunión no puede ser estable ni seria si no hay simpatía entre los que la componen, y no puede haber simpatía entre personas que tienen ideas divergentes y que se hacen oposición sorda, cuando no abierta. Lejos de nosotros decir con eso que es preciso sofocar la discusión, puesto que, al contrario, recomendamos el examen escrupuloso de todas las comunicaciones y de todos los fenómenos. Por lo tanto, queda claro que cada uno puede y debe emitir su opinión; pero hay personas que discuten para imponer su propia opinión y no para esclarecerse. Es contra el espíritu de oposición sistemática que nos levantamos; es contra las ideas preconcebidas que no ceden, ni siquiera ante la evidencia. Tales personas son incuestionablemente una causa de perturbación, que es necesario evitar. En este aspecto, las reuniones espíritas están en condiciones excepcionales: lo que requieren, por encima de todo, es recogimiento; ahora bien, ¿cómo estar en recogimiento si a cada instante se está distraído con una áspera polémica; si reina entre los asistentes un sentimiento de acrimonia o cuando a nuestro alrededor sentimos a seres que sabemos hostiles y en cuyo semblante se lee el sarcasmo y el desdén por todo lo que no concuerde con ellos?
9. Hemos trazado en El Libro de los Médiums (ítem Nº 28) el carácter de las principales variedades de espíritas; al ser importante esta diferencia para el tema del cual nos ocupamos, creemos un deber recordarla.
Se puede poner en primera línea a los que creen pura y simplemente en las manifestaciones. Para ellos, el Espiritismo es sólo una ciencia de observación, una serie de hechos más o menos curiosos; la filosofía y la moral son para ellos accesorios, con los cuales poco se preocupan o cuyo alcance no sospechan. Nosotros los llamamos espíritas experimentadores.
Vienen después los que ven en el Espiritismo algo más allá de los hechos; comprenden su alcance filosófico, admiran la moral que de ahí deriva, pero no la practican. Ellos se extasían ante las bellas comunicaciones, como ante un elocuente sermón, que oyen sin sacarle provecho. La influencia de la Doctrina sobre su carácter es insignificante o nula; no cambian en nada sus hábitos y no se privarían de un solo goce: el avaro es siempre tacaño; el orgulloso, siempre creído de sí mismo; el envidioso y el celoso siempre hostiles; para ellos la caridad cristiana no es más que una bella máxima, y los bienes de este mundo prevalecen en su estima sobre los del porvenir; son los espíritas imperfectos.
Al lado de éstos hay otros –más numerosos de lo que se piensa– que no se limitan a admirar la moral espírita, sino que la practican, aceptando todas sus consecuencias. Convencidos de que la existencia terrena es una prueba pasajera, tratan de aprovechar esos breves instantes para avanzar en la senda del progreso, esforzándose en hacer el bien y en reprimir sus malas inclinaciones; sus relaciones son siempre seguras, porque su convicción los aparta de todo pensamiento del mal. Para ellos, la caridad es su regla de conducta en todas las cosas; son los verdaderos espíritas, o sea, los espíritas cristianos.
10. Si se ha comprendido bien lo anterior, se comprenderá también que un Grupo exclusivamente formado por elementos de esta última categoría estará en mejores condiciones, porque es sólo entre personas que practican la ley de amor y de caridad que un lazo fraternal serio puede establecerse. Entre hombres para quienes la moral no es más que una teoría, la unión no podría ser duradera. Como éstos no imponen ningún freno a su orgullo, a su ambición, a su vanidad, a su egoísmo, tampoco lo impondrán a sus palabras; querrán ser los primeros, cuando deberían ser humildes; se irritarán con las contradicciones y no tendrán ningún escrúpulo en sembrar la confusión y la discordia. Por el contrario, entre los verdaderos espíritas reina un sentimiento recíproco de confianza y de benevolencia; uno se siente a gusto en este ambiente simpático, mientras que hay coerción y ansiedad en un grupo heterogéneo.
11. Eso está en la naturaleza de las cosas y no inventamos nada al respecto. ¿Resulta de allí que, en la formación de los grupos, es necesario exigir la perfección? Esto sería simplemente absurdo, porque sería querer lo imposible y, de ese modo, nadie podría pretender formar parte de los mismos. El Espiritismo, al tener como objetivo el mejoramiento de los hombres, no viene a buscar a aquellos que son perfectos, sino a los que se esfuerzan en serlo, poniendo en práctica las enseñanzas de los Espíritus. El verdadero espírita no es aquel que llegó al objetivo, sino el que quiere seriamente alcanzarlo. Por lo tanto, sean cuales fueren sus antecedentes, él será buen espírita desde el momento en que reconozca sus imperfecciones y que sea sincero y perseverante en su deseo de enmendarse. El Espiritismo es para él una verdadera regeneración, porque rompe con su pasado; indulgente para con los otros –como gustaría que fuesen con él–, no saldrá de su boca ninguna palabra malévola ni hiriente contra nadie. Aquel que, en una reunión, se apartase de las conveniencias demostraría no sólo una falta de educación y de urbanidad, sino también una falta de caridad. El que se ofendiera con la contradicción y pretendiese imponer su persona o sus ideas, daría prueba de orgullo; ahora bien, ni uno ni otro estarían en el camino del verdadero Espiritismo, o sea, del Espiritismo cristiano. Aquel que cree tener una opinión más justa que los demás, hará que los otros la acepten mejor a través de la dulzura y de la persuasión; la acrimonia sería de su parte una muy mala opción.
12. La simple lógica demuestra, pues, a cualquiera que conozca las leyes del Espiritismo, cuáles son los mejores elementos para la composición de los Grupos verdaderamente serios, y nosotros no dudamos en decir que son éstos los que tienen la mayor influencia en la propagación de la Doctrina Espírita. Por la consideración que inspiran, por el ejemplo que dan de sus consecuencias morales, ellos demuestran la seriedad de la Doctrina e imponen silencio al escarnio que, cuando ataca al bien, es más que ridículo: es odioso. Pero ¿qué queréis que piense un crítico incrédulo cuando asiste a experiencias cuyos asistentes son los primeros en hacer un juego de las mismas? Sale de allí aún más incrédulo de lo que entró.
13. Acabamos de indicar la mejor composición de los Grupos; pero la perfección no es más posible en los conjuntos que en los individuos. Indicamos el objetivo y decimos que cuanto más nos aproximamos al mismo, más satisfactorios serán los resultados. Algunas veces uno es dominado por las circunstancias, pero es necesario que se tenga todo el cuidado para transponer los obstáculos. Infelizmente, cuando se crea un grupo, se es muy poco riguroso en la selección de sus componentes, porque ante todo se quiere formar una sede; para ser allí admitido basta, en la mayoría de las veces, un simple deseo o cualquier adhesión a las ideas más generales del Espiritismo; más tarde, se percibe que se han concedido demasiadas facilidades.
14. En un grupo hay siempre el elemento estable y el elemento fluctuante. El primero se compone de personas asiduas que forman su base; el segundo, de aquellas que son admitidas temporaria y accidentalmente. Es a la composición del elemento estable que es esencial prestar una atención escrupulosa, y en este caso no se debe dudar en sacrificar la cantidad por la calidad, porque este elemento es el que da el impulso y el que sirve de regulador. El elemento fluctuante es menos importante, porque uno está siempre libre para modificarlo a voluntad. No se debe perder de vista que las reuniones espíritas, como también todas las reuniones en general, extraen las fuentes de su vitalidad de la base sobre la cual se asientan; todo depende, en este aspecto, del punto de partida. Aquel que tiene la intención de organizar un Grupo en buenas condiciones debe, ante todo, cerciorarse de la colaboración de algunos adeptos sinceros, que tomen la Doctrina en serio, y cuyo carácter conciliador y benevolente sea conocido. Al formarse ese núcleo, aunque sólo fuese de tres o cuatro personas, serán establecidas reglas precisas, ya sea para las admisiones como para la dirección de las sesiones y del orden de los trabajos, reglas que los nuevos miembros deberán observar. Estas reglas pueden sufrir modificaciones según las circunstancias, pero hay algunas de ellas que son esenciales.
15. Al ser la unidad de principios uno de los puntos importantes, esta unidad no puede existir en aquellos que, al no haber estudiado, no tienen una opinión formada. Por lo tanto, la primera condición a imponer, si no se quiere estar a cada instante distraído con objeciones o con preguntas triviales, es el estudio previo. La segunda es una profesión de fe categórica y una adhesión formal a la Doctrina de El Libro de los Espíritus, y tantas otras condiciones especiales que se consideren convenientes; esto en lo que atañe a los miembros titulares y a los dirigentes. En lo que respecta a los asistentes, que generalmente vienen para adquirir una suma de conocimientos y de convicción, se puede ser menos riguroso; sin embargo, como existen los que podrían causar perturbación con observaciones inadecuadas, es importante de que se tenga certeza de sus intenciones. Es necesario, sobre todo y sin excepción, apartar a los curiosos y a quienquiera que se sienta atraído por un motivo frívolo.
16. El orden y la regularidad de los trabajos son cosas igualmente esenciales. Consideramos sumamente útil abrir cada sesión con la lectura de algunos pasajes de El Libro de los Médiums y de El Libro de los Espíritus; con este proceder se tendrán siempre presentes en la memoria los principios de la ciencia espírita y los medios de evitar los escollos que a cada paso se encuentran en la práctica. Así, la atención ha de fijarse en una multitud de puntos que frecuentemente escapan a una lectura particular, y podrán dar lugar a comentarios y a discusiones instructivas, de las cuales los propios Espíritus podrán participar.
No menos necesario es reunir y poner en limpio todas las comunicaciones obtenidas, por orden de fecha, con indicación del médium que ha servido de intermediario. Esta última mención es útil para el estudio del género de facultad de cada uno. Pero sucede a menudo que esas comunicaciones se pierden de vista, volviéndose así letra muerta; esto desanima a los Espíritus que las habían dictado para la instrucción de los asistentes. Por lo tanto, es esencial hacer una selección especial de las más instructivas, y de tiempo en tiempo realizar una nueva lectura de las mismas. Frecuentemente esas comunicaciones son de interés general y no son dadas por los Espíritus para la instrucción de algunos pocos, ni para ser olvidadas en los archivos. Entonces es útil que sean llevadas al conocimiento de todos por medio de la publicidad. Examinaremos esta cuestión en un artículo que publicaremos en nuestro próximo número, indicando el modo más simple, más económico y, al mismo tiempo, más apropiado para alcanzar el objetivo.
17. Como se ve, nuestras instrucciones se dirigen exclusivamente a los Grupos formados por elementos serios y homogéneos; se dirigen a aquellos que quieren seguir la senda del Espiritismo moral con miras al progreso de cada uno –objetivo esencial y único de la Doctrina; se dirigen, en fin, a los que consienten en aceptarnos como guía, teniendo en cuenta los consejos de nuestra experiencia. Es indiscutible que un Grupo formado en las condiciones que hemos indicado funcionará con regularidad, sin obstáculos y de una manera fructífera. Lo que un Grupo puede hacer, otros pueden igualmente hacerlo. Supongamos, entonces, en una ciudad, un determinado número de Grupos constituidos sobre las mismas bases; necesariamente habrá entre ellos unidad de principios, ya que siguen la misma bandera: la unión por simpatía, puesto que tienen como máxima el amor y la caridad; en una palabra, son miembros de una misma familia, entre los cuales no debería haber competición, ni rivalidad de amor propio, ya que todos están animados de los mismos sentimientos hacia el bien.
18. Entretanto, sería útil que hubiese entre ellos un punto de reunión, un centro de acción. Según las circunstancias y las localidades, los diversos Grupos, al poner de lado toda cuestión personal, podrían designar con ese fin a aquel que, por su posición y por su importancia relativa, sería el más apto para dar al Espiritismo un impulso provechoso. Conforme la necesidad, y si fuera menester no exponerse a susceptibilidades, un Grupo Central, formado por los delegados de todos los Grupos, tomaría el nombre de Grupo Director. En la imposibilidad de que mantengamos correspondencia con todos, es con éste que tendríamos contactos más directos. En ciertos casos también podríamos designar especialmente a una persona, a fin de que se encargase de representarnos.
Sin perjuicio de las relaciones que, por la fuerza de las cosas, se establecerán entre los Grupos de una misma ciudad que marchen por caminos idénticos, una asamblea general anual podría reunir a los espíritas de los diversos Grupos en una fiesta de familia que, al mismo tiempo, sería la fiesta del Espiritismo. Allí serían pronunciados discursos y se daría lectura a las comunicaciones más notables o apropiadas a las circunstancias.
Lo que es posible entre los Grupos de una misma ciudad lo es igualmente entre los Grupos directores de diferentes ciudades, desde que entre ellos haya una comunión de miras y de sentimientos, es decir, desde que puedan establecer relaciones recíprocas. Indicaremos los medios para ello cuando hablemos del modo de publicidad.
19. Como se ve, todo esto es de una ejecución muy simple y sin engranajes complicados; pero todo depende del punto de partida, o sea, de la composición de los primeros Grupos. Si ellos son formados por buenos elementos, serán como buenas raíces que darán buenos retoños. Al contrario, si son formados por elementos heterogéneos y antipáticos, por espíritas dudosos, que se ocupan más de la forma que del fondo y que consideran la moral como parte accesoria y secundaria, se deberán esperar polémicas irritantes e interminables, pretensiones personales, susceptibilidades heridas y, por consecuencia, conflictos precursores de la desorganización. Entre los verdaderos espíritas, tales como los hemos definido, que ven el objetivo esencial del Espiritismo en la moral –que es la misma para todos–, habrá siempre abnegación de la personalidad, comprensión y benevolencia y, por consiguiente, seguridad y estabilidad en las relaciones. He aquí por qué hemos insistido tanto en las cualidades fundamentales.
20. Tal vez se dirá que esas severas restricciones son un obstáculo a la propagación; es un error. No creáis que al abrir vuestras puertas al primero que llegue haréis más prosélitos; la experiencia prueba lo contrario. Seríais acosados por una multitud de curiosos y de indiferentes, que allí vendrían como a un espectáculo; ahora bien, los curiosos y los indiferentes son obstáculos y no auxiliares. En cuanto a los incrédulos por sistema o por orgullo, lo que quiera que sea que les mostréis, ellos lo tratarán con desdén, porque no comprenden ni quieren tomarse el trabajo de comprenderlo. Ya lo hemos dicho, y no estaría de más repetirlo: la verdadera propagación, aquella que es útil y fructífera, se hace por el ascendiente moral de las reuniones serias; si sólo hubiera reuniones semejantes, los espíritas serían aún más numerosos de lo que son, ya que –es necesario decirlo– muchos han sido desviados de la Doctrina porque solamente han asistido a reuniones fútiles, sin orden y sin seriedad. Por lo tanto, sed serios en toda la acepción de la palabra, y personas serias vendrán a vosotros: estos son los mejores propagadores, porque hablan con convicción y predican con el ejemplo como con la palabra.
21. Del carácter esencialmente serio de las reuniones no es preciso inferir que se deban sistemáticamente proscribir las manifestaciones físicas. Así, como ya lo hemos dicho en El Libro de los Médiums (ítem Nº 326), éstas son de una utilidad indiscutible desde el punto de vista del estudio de los fenómenos y para la convicción de ciertas personas; pero para que se pueda sacar provecho de este doble punto de vista, es necesario excluir todo pensamiento frívolo. Una reunión que tenga un buen médium de efectos físicos y que se ocupe de este género de manifestaciones con orden, método y seriedad, cuya condición moral ofrezca toda garantía contra el charlatanismo y la superchería, no sólo podría obtener cosas notables desde el punto de vista fenoménico, sino que también produciría mucho bien. De esta manera, pues, si se tiene a disposición a médiums apropiados para ello, sugerimos no descuidar este género de experimentación, organizando para este efecto sesiones especiales, independientemente de aquellas que se ocupan con las comunicaciones morales y filosóficas. Los médiums potentes de esta categoría son raros; pero hay fenómenos que, aunque sean más comunes, no dejan de ser muy interesantes y muy concluyentes, porque prueban de un modo evidente la independencia del médium; en este número se encuentran las comunicaciones por medio de la tiptología alfabética, que a menudo dan los resultados más inesperados. La teoría de esos fenómenos es necesaria para poder entender la manera cómo ellos operan, porque es raro que lleven a una profunda convicción a aquellos que no los comprenden; además, ella tiene la ventaja de hacer conocer las condiciones normales en las que pueden producirse y, por consecuencia, de evitar tentativas inútiles, permitiendo que se descubra el fraude, si éste se infiltra en alguna parte.
Se han equivocado los que pensaban que nosotros éramos sistemáticamente contrarios a las manifestaciones físicas; preconizamos y preconizaremos siempre las comunicaciones inteligentes, sobre todo aquellas que tienen un alcance moral y filosófico, porque sólo éstas tienden al objetivo esencial y definitivo del Espiritismo. En cuanto a las otras, nunca hemos discutido su utilidad, pero nos hemos levantado contra el deplorable abuso que se ha hecho y que se puede hacer de las mismas, contra la explotación que hace el charlatanismo y contra las malas condiciones en que frecuentemente son realizadas y que se prestan al ridículo. Hemos dicho y repetimos que las manifestaciones físicas son el inicio de la ciencia espírita, y que no se avanza permaneciendo en el abecé; que si el Espiritismo no hubiese salido de las mesas giratorias, no habría crecido como lo ha hecho, y que tal vez hoy no se hablaría más de Él; he aquí por qué nosotros nos esforzamos por hacerlo entrar en la vía filosófica, seguros de que sólo entonces, al dirigirse más a la inteligencia que a los ojos, Él tocaría el corazón, y no sería un asunto de moda. Es con esta sola condición que el Espiritismo podía dar la vuelta al mundo e implantarse como Doctrina; ahora bien, el resultado superó en mucho nuestras expectativas. No atribuimos a las manifestaciones físicas sino una importancia relativa y no absoluta; a los ojos de ciertas personas, ahí está nuestro error, ya que ellas hacen de las mismas su ocupación exclusiva y no ven nada más allá de esto. Si no nos ocupamos personalmente de estas manifestaciones, es que no nos enseñarían nada nuevo y tenemos cosas más esenciales que hacer. Lejos de censurar a los que se ocupan de ellas, al contrario, los animamos, si lo hacen realmente en condiciones provechosas; todas las veces, pues, que sepamos de reuniones de ese género que merezcan toda confianza, seremos los primeros en recomendarlas a la atención de los nuevos adeptos. Tal es, sobre esta cuestión, nuestra categórica profesión de fe.
22. Al comienzo hemos dicho que varios Grupos Espíritas han solicitado unirse a la Sociedad de París; incluso se han servido de la palabra afiliarse; al respecto, se hace necesaria una explicación.
La Sociedad de París es la primera que se ha constituido regular y legalmente; por su posición y por la naturaleza de sus trabajos, Ella tiene una gran participación en el desarrollo del Espiritismo y, en nuestra opinión, justifica el título de Sociedad Iniciadora que le han dado ciertos Espíritus. Su influencia moral se hace sentir de lejos y, aunque Ella sea numéricamente restricta, tiene la conciencia de haber hecho más por la propaganda de que si hubiera abierto sus puertas al público. Se ha formado con el único objetivo de estudiar y profundizar la ciencia espírita; para esto no necesita de un auditorio numeroso ni de muchos miembros, pues sabe muy bien que la verdadera propaganda se hace mediante la influencia de los principios. Como no la mueve ningún interés material, un excedente numérico le sería más perjudicial que útil; así, con satisfacción, verá multiplicarse alrededor de Ella a los Grupos particulares formados en buenas condiciones, y con los cuales podrá establecer relaciones de fraternidad. No sería coherente con sus principios, ni con la altura de su misión, si pudiera concebir la sombra de los celos; aquellos que la creyeran capaz de esto no la conocen.
Estas observaciones son suficientes para mostrar que la Sociedad de París no tiene la pretensión de absorber a las otras Sociedades que podrían formarse en París, o en otra parte, con los mismos procedimientos habituales; por lo tanto, la palabra afiliación sería impropia, porque supondría de su parte una especie de supremacía material a la que Ella no aspira en absoluto, y que inclusive tendría inconvenientes. Como Sociedad Iniciadora y Central puede establecer con los otros Grupos o Sociedades relaciones puramente científicas; pero a eso se limita su papel. No ejerce ningún control sobre esas Sociedades, que de manera alguna dependen de Ella, y quedan enteramente libres para constituirse como lo crean conveniente, sin tener que rendir cuentas a nadie y sin que la Sociedad de París tenga que inmiscuirse en sus asuntos. Las Sociedades extranjeras pueden, pues, formarse sobre las mismas bases, declarar que adoptan los mismos principios, sin depender de Ella, a no ser por la concentración de los estudios y por los consejos que le puedan pedir, a los cuales tendrá siempre el placer de dar.
Además, la Sociedad de París no se jacta de estar más que las otras al abrigo de las vicisitudes. Si las tuviera en sus manos –por así decirlo–, y si aquella dejase de existir por una causa cualquiera, la falta de un punto de apoyo resultaría en perturbación. Los Grupos o Sociedades deben buscar un punto de apoyo más sólido que en una institución humana necesariamente frágil; deben extraer su vitalidad de los principios de la Doctrina, que son los mismos para todos y que sobreviven a todas ellas, estén o no esos principios representados por una Sociedad constituida.
23. Al estar claramente definido el papel de la Sociedad de París, a fin de evitar cualquier equívoco y toda falsa interpretación, las relaciones que Ella establecerá con las Sociedades extranjeras quedan extremamente simplificadas; se limitan a relaciones morales, científicas y de mutua benevolencia, sin ninguna sujeción. Se transmitirán recíprocamente el resultado de sus observaciones, ya sea por medio de publicaciones o por correspondencia. Para que la Sociedad de París pueda establecer estas relaciones, es necesario que esté informada sobre las Sociedades extranjeras que deseen marchar por el mismo camino y que adopten la misma bandera; Ella las inscribirá en la lista de sus corresponsales. Si hay varios Grupos en una ciudad, serán representados por el Grupo Central del que hemos hablado en el párrafo Nº 18.
24. Indicaremos ahora algunos trabajos en los que las diversas Sociedades podrán colaborar de una manera fructífera; después indicaremos otros.
Se sabe que los Espíritus, al no tener todos la soberana ciencia, pueden encarar ciertos principios desde su punto de vista personal y, por consecuencia, no estar siempre de acuerdo entre sí. Naturalmente, el mejor criterio de la verdad está en la concordancia de los principios enseñados sobre diversos puntos por Espíritus diferentes y a través de médiums que sean extraños unos a los otros. Es así que ha sido compuesto El Libro de los Espíritus. Pero aún quedan muchas cuestiones importantes que pueden ser resueltas de esta manera, cuya solución tendrá tanto más autoridad cuando haya sido obtenida por gran mayoría. Por lo tanto, la Sociedad de París podrá, en su ocasión, dirigir cuestiones de esta naturaleza a todos los Grupos que sean sus corresponsales, los cuales, a través de sus médiums, solicitarán la solución a sus Guías espirituales.
Otro trabajo consiste en las investigaciones bibliográficas. Existe un número muy grande de obras antiguas y modernas, en las cuales se encuentran testimonios más o menos directos a favor de las ideas espíritas. Una selección de esos testimonios sería muy valiosa, pero es casi imposible que sea realizada por una sola persona. Al contrario, se vuelve más fácil si cada uno tuviera a bien extraer algunos elementos de sus lecturas o de sus estudios, transmitiéndolos a la Sociedad de París, que los coordinará.
25. Tal es, en el estado actual de las cosas, la única organización posible del Espiritismo; más tarde, las circunstancias podrán modificarla, pero no se debe hacer nada inoportuno; ya es mucho que, en tan poco tiempo, los adeptos se hayan multiplicado lo bastante como para llegar a este resultado. En esta sencilla disposición hay un cuadro que puede extenderse al infinito, por la propia simplicidad de los engranajes; por lo tanto, no busquemos complicarlos, por miedo a encontrar obstáculos. Aquellos que consientan en otorgarnos alguna confianza pueden estar seguros de que no serán dejados a la zaga, y que cada cosa vendrá a su tiempo. Es sólo a ellos, como ya lo hemos dicho, a quienes dirigimos estas instrucciones, sin la pretensión de imponernos a aquellos que no caminan con nosotros.
Para denigrarnos, han dicho que queríamos hacer escuela en el Espiritismo; ¿y por qué nosotros no tendríamos este derecho? El Sr. de Mirville ¿no ha intentado formar la escuela demoníaca? ¿Por qué seríamos obligados a dejarnos llevar por esta o por aquella persona? ¿No poseemos el derecho a tener una opinión, a formularla, a publicarla y a proclamarla? Si ésta encuentra a tan numerosos adeptos, es que por lo visto no se la considera desprovista de sentido común; pero a los ojos de ciertas personas, ahí está nuestro error, ya que no nos perdonan por haber sido más rápidos que ellas y, sobre todo, por haber tenido éxito. Que sea, pues, una escuela, puesto que lo quieren así; nosotros tenemos a mucha honra inscribir en el frontispicio: Escuela del Espiritismo moral, filosófico y cristiano, e invitamos a la misma a todos los que adopten la divisa: Amor y caridad. Aquellos que se unan a esta bandera habrán conquistado nuestras simpatías, y nuestra ayuda nunca les faltará.
ALLAN KARDEC
1. Hasta el presente, los espíritas –ya muy numerosos– se han diseminado por todos los países, y este no es uno de los caracteres menos salientes de la Doctrina. Como una semilla llevada por los vientos, el Espiritismo ha echado raíces en todos los puntos del globo, prueba evidente de que su propagación no es el efecto ni de una camarilla ni de una influencia local y personal. Los adeptos, antes aislados, se sorprenden hoy de encontrarse en gran número, y como la similitud de ideas inspira el deseo de acercamiento, buscan reunirse y fundar Sociedades. Así, de todas partes, nos solicitan instrucciones al respecto, manifestándonos el deseo de unirse a la Sociedad Central de París. Por lo tanto, ha llegado el momento de ocuparnos de lo que se puede llamar la organización del Espiritismo. El Libro de los Médiums (2ª edición) contiene, sobre la formación de las Sociedades Espíritas, observaciones importantes a las que remitimos a nuestros lectores, y sobre las cuales rogamos meditar con cuidado. A cada día la experiencia viene a confirmar la exactitud de esas observaciones; nosotros las recordaremos sucintamente, añadiendo instrucciones más circunstanciales.
2. Primeramente hablemos de los adeptos que aún se encuentran aislados en medio de una población hostil o ignorante a respecto de las ideas nuevas. Diariamente recibimos cartas de personas que están en esa situación y que nos preguntan qué pueden hacer ante la ausencia de médiums y de seguidores del Espiritismo. Están en la situación en que, hace apenas un año, se encontraban los primeros espíritas de los centros más numerosos de hoy en día. Paulatinamente los adeptos se han multiplicado y, si hasta hace poco había ciudades donde ellos se contaban por escasas unidades, ahora son contados por centenas y millares; en breve sucederá lo mismo en todas partes: es una cuestión de paciencia. En cuanto a lo que tienen que hacer, es muy simple: primero pueden trabajar por cuenta propia, compenetrándose de la Doctrina a través de la lectura y de la meditación de las obras específicas; cuanto más se profundicen en la misma, más descubrirán verdades consoladoras, confirmadas por la razón. En ese recogimiento, deben sentirse felices por haber sido los primeros favorecidos. Pero si se limitaran a buscar en la Doctrina una satisfacción personal, esto sería una especie de egoísmo; ellos tienen, debido a su propia posición, una bella e importante misión que cumplir: la de esparcir la luz a su alrededor. Aquellos que acepten esta misión sin dejarse detener por las dificultades, serán ampliamente recompensados por el éxito y por la satisfacción de haber hecho algo útil. Sin duda encontrarán oposición; estarán expuestos a las burlas y a los sarcasmos de los incrédulos, a la propia malevolencia de las personas interesadas en combatir la Doctrina; pero, ¿dónde estaría el mérito si no hubiese ningún obstáculo que vencer? Por lo tanto, para aquellos que se detuvieran por el miedo pueril al qué dirán, no tenemos nada que decirles, ningún consejo que darles; pero para aquellos que tienen el coraje de dar su opinión, que están por encima de las mezquinas consideraciones mundanas, les diremos que lo que tienen que hacer se resume en hablar abiertamente del Espiritismo, sin afectación, como de algo muy sencillo y muy natural, sin hacer sermones, y sobre todo sin procurar forzar las convicciones, ni hacer prosélitos a toda costa. El Espiritismo no debe ser impuesto; si vienen a Él es porque necesitan de Él, y porque da lo que las otras filosofías no dan. Inclusive es conveniente no meterse en ninguna disputa con los incrédulos obstinados: sería darles demasiada importancia y hacerles creer que uno depende de ellos. Los esfuerzos que se hacen para atraerlos los alejan y, por amor propio, se obstinan en su oposición; he aquí por qué es inútil perder tiempo con ellos; cuando la necesidad se haga sentir, vendrán por sí mismos. Mientras tanto, es preciso dejarlos tranquilos en complacerse con su escepticismo, que –realmente creedlo– a menudo les pesa más de lo que dejan trasparecer, porque, por más que digan lo contrario, la idea de la nada después de la muerte tiene algo de más aterrador y de más desconsolador que la propia muerte.
Pero al lado de los escarnecedores hay personas que preguntarán: «¿Qué es esto?» Adelantaos en satisfacerlas, entonces, al proporcionarles vuestras explicaciones según la naturaleza de las disposiciones que encontraréis en ellas. Cuando se habla del Espiritismo, en general, es necesario considerar las palabras que se pronuncian como semillas arrojadas al vuelo: entre las mismas, muchas caen en terreno pedregoso y no producen nada; pero si una sola cae en tierra fértil, consideraos felices: cultivadla, y estad seguros de que esa planta, al fructificar, producirá retoños. Para algunos adeptos, la dificultad está en responder a ciertas objeciones; la lectura atenta de las obras les proporcionará los medios para eso, pero sobre todo podrán valerse, a este efecto, del opúsculo que vamos a publicar con el título de: Refutación de las críticas contra el Espiritismo, desde el punto de vista materialista, científico y religioso.
3. Hablemos ahora de la organización del Espiritismo en los centros ya numerosos. El aumento incesante de los adeptos demuestra la imposibilidad material de constituir una Sociedad única en una ciudad, y sobre todo en una ciudad populosa. Además del número, existe la dificultad de las distancias, que son un obstáculo para muchos. Por otro lado, se sabe que las reuniones grandes son menos favorables a las bellas comunicaciones, y que las mejores comunicaciones se obtienen en los pequeños Grupos. Por lo tanto, es necesario concentrar nuestros esfuerzos en multiplicar los Grupos particulares. Ahora bien, como ya lo hemos dicho, veinte Grupos de quince a veinte personas obtendrán más y harán más por la divulgación que una Sociedad única de cuatrocientos miembros. Los Grupos se forman naturalmente por la afinidad de gustos, de sentimientos, de hábitos y de posición social; todos se conocen allí y, como son reuniones privadas, se tiene la libertad de definir el número y la selección de los que son admitidos en el Grupo.
4. El sistema de la multiplicación de los Grupos tiene también como resultado –así como lo hemos dicho en varias ocasiones– impedir los conflictos y las rivalidades de supremacía y de presidencia. Cada Grupo es naturalmente dirigido por el dueño de la casa o por el que fuere designado a ese efecto; propiamente hablando, allí no hay un presidente oficial, porque todo pasa en familia. El dueño de la casa, como anfitrión de la misma, tiene toda la autoridad para el mantenimiento del buen orden. Con una Sociedad propiamente dicha, son necesarios un local especial, un personal administrativo, un presupuesto, en una palabra, una complejidad de mecanismos que la mala voluntad de algunos disidentes malintencionados podría comprometer.
5. A esas consideraciones, ampliamente desarrolladas en El Libro de los Médiums, agregaremos una que es preponderante. El Espiritismo aún no es visto con buenos ojos por todo el mundo. Dentro de poco se comprenderá que es de gran interés favorecer una creencia que vuelve mejores a los hombres y que es una garantía del orden social; pero hasta que se esté bien convencido de su benéfica influencia sobre el espíritu de las masas y de sus efectos moralizadores, los adeptos deben esperar que se les presenten dificultades, ya sea por ignorancia del verdadero objetivo de la Doctrina o por interés personal. No solamente se los ridiculizará, sino que también –cuando vean que se gastan las armas del ridículo– se los calumniará. Serán acusados de locura, de charlatanismo, de irreligión, de hechicería, a fin de incitar el fanatismo contra ellos. ¡De locura! Sublime locura que hace creer en Dios y en el futuro del alma; para los que no creen en nada, en efecto, es una locura creer en la comunicación entre los muertos y los vivos, locura que da la vuelta al mundo y que alcanza a los hombres más eminentes. ¡De charlatanismo! Ellos tienen una respuesta perentoria: el desinterés, porque el charlatanismo nunca es desinteresado. ¡De irreligión! Desde que son espíritas, ellos son más religiosos que antes. ¡De hechicería y de conversación con el diablo! Ellos, que niegan la existencia del diablo y que sólo reconocen a Dios como el único Señor Todopoderoso, soberanamente justo y bueno; ¡singulares hechiceros éstos, que renegarían a su señor y que actuarían en nombre de su antagonista! En verdad, el diablo no debe estar muy contento con sus adeptos. Pero las buenas razones son la menor de las preocupaciones de aquellos que quieren sembrar discordia; cuando quieren matar al perro, dicen que está con rabia. Felizmente la Edad Media lanza sus últimos y pálidos destellos sobre nuestro siglo; como el Espiritismo viene a darle el golpe de gracia, no es de admirar que ella intente un supremo esfuerzo; pero tranquilicémonos: la lucha no será larga. Entretanto, que la certeza de la victoria no se vuelva imprudencia, porque una imprudencia podría, si no comprometer, al menos retardar el éxito. Por esos motivos, la constitución de Sociedades numerosas quizá encontraría obstáculos en ciertas localidades, lo que no sucedería con las reuniones familiares.
6. Agreguemos una consideración más. Las Sociedades propiamente dichas están sujetas a numerosas vicisitudes; miles de causas, que dependen o no de su voluntad, pueden llevarlas a la disolución. Por lo tanto, supongamos que una Sociedad Espírita haya reunido a todos los adeptos de una misma ciudad y que, por una circunstancia cualquiera, deje de existir; he aquí los miembros dispersados y desorientados. Ahora, si en lugar de eso hubiera cincuenta Grupos, si algunos desaparecen, otros siempre quedarán y nuevos se formarán; son como plantas vivaces que, a pesar de todo, vuelven a nacer. No tengáis en el campo solamente un árbol grande, porque un rayo puede derribarlo; tened cien árboles, y el mismo rayo no podrá alcanzarlos a todos, y cuanto más pequeños sean, menos expuestos estarán.
Entonces, todo concurre a favor del sistema que proponemos; cuando un primer Grupo, fundado en alguna parte, se vuelve demasiado numeroso, que haga como las abejas: que los enjambres salidos de la colmena madre vayan a fundar nuevas colmenas que, a su vez, formarán otras. Habrá muchos centros de acción irradiando en su respectivo círculo, y así serán más poderosos para la divulgación que una Sociedad única.
7. En principio, pues, al ser admitida la formación de los Grupos, quedan por examinar varias cuestiones importantes. La primera de todas es la uniformidad en la Doctrina. Esta uniformidad no sería mejor garantizada por una Sociedad muy numerosa, puesto que los disidentes siempre tendrían la facilidad de retirarse y de aislarse. Que la Sociedad sea una o que esté fraccionada, la uniformidad será la consecuencia natural de la unidad de base que los Grupos adopten. Será completa entre todos aquellos que sigan la línea trazada por El Libro de los Espíritus y por El Libro de los Médiums; uno contiene los principios de la filosofía de la ciencia; el otro, las reglas de la parte experimental y práctica. Estas obras han sido escritas con claridad suficiente para no dar lugar a interpretaciones divergentes, condición esencial de toda doctrina nueva.
Hasta ahora esas obras sirven de base para la inmensa mayoría de los espíritas, y en todas partes son acogidas con una indudable simpatía; los que quisieron apartarse de ellas pudieron reconocer, por su aislamiento y por el número decreciente de sus participantes, que no tenían a su favor la opinión general. Este consentimiento, dado por la gran mayoría, tiene un peso considerable; es un juicio del que no se podría ser sospechoso de influencia personal, puesto que es espontáneo y porque es pronunciado por millares de personas que nos son completamente desconocidas. Una prueba de este consentimiento es que nos han solicitado traducir las obras a diversos idiomas: español, inglés, portugués, alemán, italiano, polaco, ruso y hasta en la lengua tártara. Por lo tanto, podemos –sin presunción– recomendar su estudio y su práctica en las diversas reuniones espíritas, y esto con mucha más razón porque son las únicas, hasta el presente, en donde la ciencia espírita es tratada de manera completa; todas las que han sido publicadas sobre la materia, solamente han tocado algunos puntos aislados de la cuestión. Por lo demás, de ningún modo tenemos la pretensión de imponer nuestras ideas; nosotros las emitimos, como es nuestro derecho; aquellos a quienes las mismas convengan, que las adopten; los otros, que las rechacen, como también es su derecho; las instrucciones que damos, pues, son naturalmente para los que caminan con nosotros, para aquellos que nos honran con el título de líder espírita, y de forma alguna pretendemos reglamentar a los que quieren seguir por otro camino. Entregamos la Doctrina que profesamos a la apreciación general; ahora bien, hemos encontrado a muchos adeptos para darnos confianza y consolarnos de algunos disidentes aislados. El futuro, además, será el juez en última instancia; con los hombres actuales desaparecerán –por la fuerza de las cosas– las susceptibilidades del amor propio herido, las causas de los celos, de la ambición y de las expectativas materiales frustradas; al no ver ya las personas, sólo se verá la Doctrina, y el juicio será más imparcial. ¿Cuáles son las ideas nuevas que, en su aparición, no han tenido sus contradictores más o menos interesados? ¿Cuáles son los propagadores de esas ideas que no han sido el blanco de los dardos de la envidia, sobre todo si el éxito ha coronado sus esfuerzos? Pero volvamos a nuestro tema.
8. El segundo punto es la constitución de los Grupos. Una de las primeras condiciones es la homogeneidad, sin la cual no podría haber comunión de pensamientos. Una reunión no puede ser estable ni seria si no hay simpatía entre los que la componen, y no puede haber simpatía entre personas que tienen ideas divergentes y que se hacen oposición sorda, cuando no abierta. Lejos de nosotros decir con eso que es preciso sofocar la discusión, puesto que, al contrario, recomendamos el examen escrupuloso de todas las comunicaciones y de todos los fenómenos. Por lo tanto, queda claro que cada uno puede y debe emitir su opinión; pero hay personas que discuten para imponer su propia opinión y no para esclarecerse. Es contra el espíritu de oposición sistemática que nos levantamos; es contra las ideas preconcebidas que no ceden, ni siquiera ante la evidencia. Tales personas son incuestionablemente una causa de perturbación, que es necesario evitar. En este aspecto, las reuniones espíritas están en condiciones excepcionales: lo que requieren, por encima de todo, es recogimiento; ahora bien, ¿cómo estar en recogimiento si a cada instante se está distraído con una áspera polémica; si reina entre los asistentes un sentimiento de acrimonia o cuando a nuestro alrededor sentimos a seres que sabemos hostiles y en cuyo semblante se lee el sarcasmo y el desdén por todo lo que no concuerde con ellos?
9. Hemos trazado en El Libro de los Médiums (ítem Nº 28) el carácter de las principales variedades de espíritas; al ser importante esta diferencia para el tema del cual nos ocupamos, creemos un deber recordarla.
Se puede poner en primera línea a los que creen pura y simplemente en las manifestaciones. Para ellos, el Espiritismo es sólo una ciencia de observación, una serie de hechos más o menos curiosos; la filosofía y la moral son para ellos accesorios, con los cuales poco se preocupan o cuyo alcance no sospechan. Nosotros los llamamos espíritas experimentadores.
Vienen después los que ven en el Espiritismo algo más allá de los hechos; comprenden su alcance filosófico, admiran la moral que de ahí deriva, pero no la practican. Ellos se extasían ante las bellas comunicaciones, como ante un elocuente sermón, que oyen sin sacarle provecho. La influencia de la Doctrina sobre su carácter es insignificante o nula; no cambian en nada sus hábitos y no se privarían de un solo goce: el avaro es siempre tacaño; el orgulloso, siempre creído de sí mismo; el envidioso y el celoso siempre hostiles; para ellos la caridad cristiana no es más que una bella máxima, y los bienes de este mundo prevalecen en su estima sobre los del porvenir; son los espíritas imperfectos.
Al lado de éstos hay otros –más numerosos de lo que se piensa– que no se limitan a admirar la moral espírita, sino que la practican, aceptando todas sus consecuencias. Convencidos de que la existencia terrena es una prueba pasajera, tratan de aprovechar esos breves instantes para avanzar en la senda del progreso, esforzándose en hacer el bien y en reprimir sus malas inclinaciones; sus relaciones son siempre seguras, porque su convicción los aparta de todo pensamiento del mal. Para ellos, la caridad es su regla de conducta en todas las cosas; son los verdaderos espíritas, o sea, los espíritas cristianos.
10. Si se ha comprendido bien lo anterior, se comprenderá también que un Grupo exclusivamente formado por elementos de esta última categoría estará en mejores condiciones, porque es sólo entre personas que practican la ley de amor y de caridad que un lazo fraternal serio puede establecerse. Entre hombres para quienes la moral no es más que una teoría, la unión no podría ser duradera. Como éstos no imponen ningún freno a su orgullo, a su ambición, a su vanidad, a su egoísmo, tampoco lo impondrán a sus palabras; querrán ser los primeros, cuando deberían ser humildes; se irritarán con las contradicciones y no tendrán ningún escrúpulo en sembrar la confusión y la discordia. Por el contrario, entre los verdaderos espíritas reina un sentimiento recíproco de confianza y de benevolencia; uno se siente a gusto en este ambiente simpático, mientras que hay coerción y ansiedad en un grupo heterogéneo.
11. Eso está en la naturaleza de las cosas y no inventamos nada al respecto. ¿Resulta de allí que, en la formación de los grupos, es necesario exigir la perfección? Esto sería simplemente absurdo, porque sería querer lo imposible y, de ese modo, nadie podría pretender formar parte de los mismos. El Espiritismo, al tener como objetivo el mejoramiento de los hombres, no viene a buscar a aquellos que son perfectos, sino a los que se esfuerzan en serlo, poniendo en práctica las enseñanzas de los Espíritus. El verdadero espírita no es aquel que llegó al objetivo, sino el que quiere seriamente alcanzarlo. Por lo tanto, sean cuales fueren sus antecedentes, él será buen espírita desde el momento en que reconozca sus imperfecciones y que sea sincero y perseverante en su deseo de enmendarse. El Espiritismo es para él una verdadera regeneración, porque rompe con su pasado; indulgente para con los otros –como gustaría que fuesen con él–, no saldrá de su boca ninguna palabra malévola ni hiriente contra nadie. Aquel que, en una reunión, se apartase de las conveniencias demostraría no sólo una falta de educación y de urbanidad, sino también una falta de caridad. El que se ofendiera con la contradicción y pretendiese imponer su persona o sus ideas, daría prueba de orgullo; ahora bien, ni uno ni otro estarían en el camino del verdadero Espiritismo, o sea, del Espiritismo cristiano. Aquel que cree tener una opinión más justa que los demás, hará que los otros la acepten mejor a través de la dulzura y de la persuasión; la acrimonia sería de su parte una muy mala opción.
12. La simple lógica demuestra, pues, a cualquiera que conozca las leyes del Espiritismo, cuáles son los mejores elementos para la composición de los Grupos verdaderamente serios, y nosotros no dudamos en decir que son éstos los que tienen la mayor influencia en la propagación de la Doctrina Espírita. Por la consideración que inspiran, por el ejemplo que dan de sus consecuencias morales, ellos demuestran la seriedad de la Doctrina e imponen silencio al escarnio que, cuando ataca al bien, es más que ridículo: es odioso. Pero ¿qué queréis que piense un crítico incrédulo cuando asiste a experiencias cuyos asistentes son los primeros en hacer un juego de las mismas? Sale de allí aún más incrédulo de lo que entró.
13. Acabamos de indicar la mejor composición de los Grupos; pero la perfección no es más posible en los conjuntos que en los individuos. Indicamos el objetivo y decimos que cuanto más nos aproximamos al mismo, más satisfactorios serán los resultados. Algunas veces uno es dominado por las circunstancias, pero es necesario que se tenga todo el cuidado para transponer los obstáculos. Infelizmente, cuando se crea un grupo, se es muy poco riguroso en la selección de sus componentes, porque ante todo se quiere formar una sede; para ser allí admitido basta, en la mayoría de las veces, un simple deseo o cualquier adhesión a las ideas más generales del Espiritismo; más tarde, se percibe que se han concedido demasiadas facilidades.
14. En un grupo hay siempre el elemento estable y el elemento fluctuante. El primero se compone de personas asiduas que forman su base; el segundo, de aquellas que son admitidas temporaria y accidentalmente. Es a la composición del elemento estable que es esencial prestar una atención escrupulosa, y en este caso no se debe dudar en sacrificar la cantidad por la calidad, porque este elemento es el que da el impulso y el que sirve de regulador. El elemento fluctuante es menos importante, porque uno está siempre libre para modificarlo a voluntad. No se debe perder de vista que las reuniones espíritas, como también todas las reuniones en general, extraen las fuentes de su vitalidad de la base sobre la cual se asientan; todo depende, en este aspecto, del punto de partida. Aquel que tiene la intención de organizar un Grupo en buenas condiciones debe, ante todo, cerciorarse de la colaboración de algunos adeptos sinceros, que tomen la Doctrina en serio, y cuyo carácter conciliador y benevolente sea conocido. Al formarse ese núcleo, aunque sólo fuese de tres o cuatro personas, serán establecidas reglas precisas, ya sea para las admisiones como para la dirección de las sesiones y del orden de los trabajos, reglas que los nuevos miembros deberán observar. Estas reglas pueden sufrir modificaciones según las circunstancias, pero hay algunas de ellas que son esenciales.
15. Al ser la unidad de principios uno de los puntos importantes, esta unidad no puede existir en aquellos que, al no haber estudiado, no tienen una opinión formada. Por lo tanto, la primera condición a imponer, si no se quiere estar a cada instante distraído con objeciones o con preguntas triviales, es el estudio previo. La segunda es una profesión de fe categórica y una adhesión formal a la Doctrina de El Libro de los Espíritus, y tantas otras condiciones especiales que se consideren convenientes; esto en lo que atañe a los miembros titulares y a los dirigentes. En lo que respecta a los asistentes, que generalmente vienen para adquirir una suma de conocimientos y de convicción, se puede ser menos riguroso; sin embargo, como existen los que podrían causar perturbación con observaciones inadecuadas, es importante de que se tenga certeza de sus intenciones. Es necesario, sobre todo y sin excepción, apartar a los curiosos y a quienquiera que se sienta atraído por un motivo frívolo.
16. El orden y la regularidad de los trabajos son cosas igualmente esenciales. Consideramos sumamente útil abrir cada sesión con la lectura de algunos pasajes de El Libro de los Médiums y de El Libro de los Espíritus; con este proceder se tendrán siempre presentes en la memoria los principios de la ciencia espírita y los medios de evitar los escollos que a cada paso se encuentran en la práctica. Así, la atención ha de fijarse en una multitud de puntos que frecuentemente escapan a una lectura particular, y podrán dar lugar a comentarios y a discusiones instructivas, de las cuales los propios Espíritus podrán participar.
No menos necesario es reunir y poner en limpio todas las comunicaciones obtenidas, por orden de fecha, con indicación del médium que ha servido de intermediario. Esta última mención es útil para el estudio del género de facultad de cada uno. Pero sucede a menudo que esas comunicaciones se pierden de vista, volviéndose así letra muerta; esto desanima a los Espíritus que las habían dictado para la instrucción de los asistentes. Por lo tanto, es esencial hacer una selección especial de las más instructivas, y de tiempo en tiempo realizar una nueva lectura de las mismas. Frecuentemente esas comunicaciones son de interés general y no son dadas por los Espíritus para la instrucción de algunos pocos, ni para ser olvidadas en los archivos. Entonces es útil que sean llevadas al conocimiento de todos por medio de la publicidad. Examinaremos esta cuestión en un artículo que publicaremos en nuestro próximo número, indicando el modo más simple, más económico y, al mismo tiempo, más apropiado para alcanzar el objetivo.
17. Como se ve, nuestras instrucciones se dirigen exclusivamente a los Grupos formados por elementos serios y homogéneos; se dirigen a aquellos que quieren seguir la senda del Espiritismo moral con miras al progreso de cada uno –objetivo esencial y único de la Doctrina; se dirigen, en fin, a los que consienten en aceptarnos como guía, teniendo en cuenta los consejos de nuestra experiencia. Es indiscutible que un Grupo formado en las condiciones que hemos indicado funcionará con regularidad, sin obstáculos y de una manera fructífera. Lo que un Grupo puede hacer, otros pueden igualmente hacerlo. Supongamos, entonces, en una ciudad, un determinado número de Grupos constituidos sobre las mismas bases; necesariamente habrá entre ellos unidad de principios, ya que siguen la misma bandera: la unión por simpatía, puesto que tienen como máxima el amor y la caridad; en una palabra, son miembros de una misma familia, entre los cuales no debería haber competición, ni rivalidad de amor propio, ya que todos están animados de los mismos sentimientos hacia el bien.
18. Entretanto, sería útil que hubiese entre ellos un punto de reunión, un centro de acción. Según las circunstancias y las localidades, los diversos Grupos, al poner de lado toda cuestión personal, podrían designar con ese fin a aquel que, por su posición y por su importancia relativa, sería el más apto para dar al Espiritismo un impulso provechoso. Conforme la necesidad, y si fuera menester no exponerse a susceptibilidades, un Grupo Central, formado por los delegados de todos los Grupos, tomaría el nombre de Grupo Director. En la imposibilidad de que mantengamos correspondencia con todos, es con éste que tendríamos contactos más directos. En ciertos casos también podríamos designar especialmente a una persona, a fin de que se encargase de representarnos.
Sin perjuicio de las relaciones que, por la fuerza de las cosas, se establecerán entre los Grupos de una misma ciudad que marchen por caminos idénticos, una asamblea general anual podría reunir a los espíritas de los diversos Grupos en una fiesta de familia que, al mismo tiempo, sería la fiesta del Espiritismo. Allí serían pronunciados discursos y se daría lectura a las comunicaciones más notables o apropiadas a las circunstancias.
Lo que es posible entre los Grupos de una misma ciudad lo es igualmente entre los Grupos directores de diferentes ciudades, desde que entre ellos haya una comunión de miras y de sentimientos, es decir, desde que puedan establecer relaciones recíprocas. Indicaremos los medios para ello cuando hablemos del modo de publicidad.
19. Como se ve, todo esto es de una ejecución muy simple y sin engranajes complicados; pero todo depende del punto de partida, o sea, de la composición de los primeros Grupos. Si ellos son formados por buenos elementos, serán como buenas raíces que darán buenos retoños. Al contrario, si son formados por elementos heterogéneos y antipáticos, por espíritas dudosos, que se ocupan más de la forma que del fondo y que consideran la moral como parte accesoria y secundaria, se deberán esperar polémicas irritantes e interminables, pretensiones personales, susceptibilidades heridas y, por consecuencia, conflictos precursores de la desorganización. Entre los verdaderos espíritas, tales como los hemos definido, que ven el objetivo esencial del Espiritismo en la moral –que es la misma para todos–, habrá siempre abnegación de la personalidad, comprensión y benevolencia y, por consiguiente, seguridad y estabilidad en las relaciones. He aquí por qué hemos insistido tanto en las cualidades fundamentales.
20. Tal vez se dirá que esas severas restricciones son un obstáculo a la propagación; es un error. No creáis que al abrir vuestras puertas al primero que llegue haréis más prosélitos; la experiencia prueba lo contrario. Seríais acosados por una multitud de curiosos y de indiferentes, que allí vendrían como a un espectáculo; ahora bien, los curiosos y los indiferentes son obstáculos y no auxiliares. En cuanto a los incrédulos por sistema o por orgullo, lo que quiera que sea que les mostréis, ellos lo tratarán con desdén, porque no comprenden ni quieren tomarse el trabajo de comprenderlo. Ya lo hemos dicho, y no estaría de más repetirlo: la verdadera propagación, aquella que es útil y fructífera, se hace por el ascendiente moral de las reuniones serias; si sólo hubiera reuniones semejantes, los espíritas serían aún más numerosos de lo que son, ya que –es necesario decirlo– muchos han sido desviados de la Doctrina porque solamente han asistido a reuniones fútiles, sin orden y sin seriedad. Por lo tanto, sed serios en toda la acepción de la palabra, y personas serias vendrán a vosotros: estos son los mejores propagadores, porque hablan con convicción y predican con el ejemplo como con la palabra.
21. Del carácter esencialmente serio de las reuniones no es preciso inferir que se deban sistemáticamente proscribir las manifestaciones físicas. Así, como ya lo hemos dicho en El Libro de los Médiums (ítem Nº 326), éstas son de una utilidad indiscutible desde el punto de vista del estudio de los fenómenos y para la convicción de ciertas personas; pero para que se pueda sacar provecho de este doble punto de vista, es necesario excluir todo pensamiento frívolo. Una reunión que tenga un buen médium de efectos físicos y que se ocupe de este género de manifestaciones con orden, método y seriedad, cuya condición moral ofrezca toda garantía contra el charlatanismo y la superchería, no sólo podría obtener cosas notables desde el punto de vista fenoménico, sino que también produciría mucho bien. De esta manera, pues, si se tiene a disposición a médiums apropiados para ello, sugerimos no descuidar este género de experimentación, organizando para este efecto sesiones especiales, independientemente de aquellas que se ocupan con las comunicaciones morales y filosóficas. Los médiums potentes de esta categoría son raros; pero hay fenómenos que, aunque sean más comunes, no dejan de ser muy interesantes y muy concluyentes, porque prueban de un modo evidente la independencia del médium; en este número se encuentran las comunicaciones por medio de la tiptología alfabética, que a menudo dan los resultados más inesperados. La teoría de esos fenómenos es necesaria para poder entender la manera cómo ellos operan, porque es raro que lleven a una profunda convicción a aquellos que no los comprenden; además, ella tiene la ventaja de hacer conocer las condiciones normales en las que pueden producirse y, por consecuencia, de evitar tentativas inútiles, permitiendo que se descubra el fraude, si éste se infiltra en alguna parte.
Se han equivocado los que pensaban que nosotros éramos sistemáticamente contrarios a las manifestaciones físicas; preconizamos y preconizaremos siempre las comunicaciones inteligentes, sobre todo aquellas que tienen un alcance moral y filosófico, porque sólo éstas tienden al objetivo esencial y definitivo del Espiritismo. En cuanto a las otras, nunca hemos discutido su utilidad, pero nos hemos levantado contra el deplorable abuso que se ha hecho y que se puede hacer de las mismas, contra la explotación que hace el charlatanismo y contra las malas condiciones en que frecuentemente son realizadas y que se prestan al ridículo. Hemos dicho y repetimos que las manifestaciones físicas son el inicio de la ciencia espírita, y que no se avanza permaneciendo en el abecé; que si el Espiritismo no hubiese salido de las mesas giratorias, no habría crecido como lo ha hecho, y que tal vez hoy no se hablaría más de Él; he aquí por qué nosotros nos esforzamos por hacerlo entrar en la vía filosófica, seguros de que sólo entonces, al dirigirse más a la inteligencia que a los ojos, Él tocaría el corazón, y no sería un asunto de moda. Es con esta sola condición que el Espiritismo podía dar la vuelta al mundo e implantarse como Doctrina; ahora bien, el resultado superó en mucho nuestras expectativas. No atribuimos a las manifestaciones físicas sino una importancia relativa y no absoluta; a los ojos de ciertas personas, ahí está nuestro error, ya que ellas hacen de las mismas su ocupación exclusiva y no ven nada más allá de esto. Si no nos ocupamos personalmente de estas manifestaciones, es que no nos enseñarían nada nuevo y tenemos cosas más esenciales que hacer. Lejos de censurar a los que se ocupan de ellas, al contrario, los animamos, si lo hacen realmente en condiciones provechosas; todas las veces, pues, que sepamos de reuniones de ese género que merezcan toda confianza, seremos los primeros en recomendarlas a la atención de los nuevos adeptos. Tal es, sobre esta cuestión, nuestra categórica profesión de fe.
22. Al comienzo hemos dicho que varios Grupos Espíritas han solicitado unirse a la Sociedad de París; incluso se han servido de la palabra afiliarse; al respecto, se hace necesaria una explicación.
La Sociedad de París es la primera que se ha constituido regular y legalmente; por su posición y por la naturaleza de sus trabajos, Ella tiene una gran participación en el desarrollo del Espiritismo y, en nuestra opinión, justifica el título de Sociedad Iniciadora que le han dado ciertos Espíritus. Su influencia moral se hace sentir de lejos y, aunque Ella sea numéricamente restricta, tiene la conciencia de haber hecho más por la propaganda de que si hubiera abierto sus puertas al público. Se ha formado con el único objetivo de estudiar y profundizar la ciencia espírita; para esto no necesita de un auditorio numeroso ni de muchos miembros, pues sabe muy bien que la verdadera propaganda se hace mediante la influencia de los principios. Como no la mueve ningún interés material, un excedente numérico le sería más perjudicial que útil; así, con satisfacción, verá multiplicarse alrededor de Ella a los Grupos particulares formados en buenas condiciones, y con los cuales podrá establecer relaciones de fraternidad. No sería coherente con sus principios, ni con la altura de su misión, si pudiera concebir la sombra de los celos; aquellos que la creyeran capaz de esto no la conocen.
Estas observaciones son suficientes para mostrar que la Sociedad de París no tiene la pretensión de absorber a las otras Sociedades que podrían formarse en París, o en otra parte, con los mismos procedimientos habituales; por lo tanto, la palabra afiliación sería impropia, porque supondría de su parte una especie de supremacía material a la que Ella no aspira en absoluto, y que inclusive tendría inconvenientes. Como Sociedad Iniciadora y Central puede establecer con los otros Grupos o Sociedades relaciones puramente científicas; pero a eso se limita su papel. No ejerce ningún control sobre esas Sociedades, que de manera alguna dependen de Ella, y quedan enteramente libres para constituirse como lo crean conveniente, sin tener que rendir cuentas a nadie y sin que la Sociedad de París tenga que inmiscuirse en sus asuntos. Las Sociedades extranjeras pueden, pues, formarse sobre las mismas bases, declarar que adoptan los mismos principios, sin depender de Ella, a no ser por la concentración de los estudios y por los consejos que le puedan pedir, a los cuales tendrá siempre el placer de dar.
Además, la Sociedad de París no se jacta de estar más que las otras al abrigo de las vicisitudes. Si las tuviera en sus manos –por así decirlo–, y si aquella dejase de existir por una causa cualquiera, la falta de un punto de apoyo resultaría en perturbación. Los Grupos o Sociedades deben buscar un punto de apoyo más sólido que en una institución humana necesariamente frágil; deben extraer su vitalidad de los principios de la Doctrina, que son los mismos para todos y que sobreviven a todas ellas, estén o no esos principios representados por una Sociedad constituida.
23. Al estar claramente definido el papel de la Sociedad de París, a fin de evitar cualquier equívoco y toda falsa interpretación, las relaciones que Ella establecerá con las Sociedades extranjeras quedan extremamente simplificadas; se limitan a relaciones morales, científicas y de mutua benevolencia, sin ninguna sujeción. Se transmitirán recíprocamente el resultado de sus observaciones, ya sea por medio de publicaciones o por correspondencia. Para que la Sociedad de París pueda establecer estas relaciones, es necesario que esté informada sobre las Sociedades extranjeras que deseen marchar por el mismo camino y que adopten la misma bandera; Ella las inscribirá en la lista de sus corresponsales. Si hay varios Grupos en una ciudad, serán representados por el Grupo Central del que hemos hablado en el párrafo Nº 18.
24. Indicaremos ahora algunos trabajos en los que las diversas Sociedades podrán colaborar de una manera fructífera; después indicaremos otros.
Se sabe que los Espíritus, al no tener todos la soberana ciencia, pueden encarar ciertos principios desde su punto de vista personal y, por consecuencia, no estar siempre de acuerdo entre sí. Naturalmente, el mejor criterio de la verdad está en la concordancia de los principios enseñados sobre diversos puntos por Espíritus diferentes y a través de médiums que sean extraños unos a los otros. Es así que ha sido compuesto El Libro de los Espíritus. Pero aún quedan muchas cuestiones importantes que pueden ser resueltas de esta manera, cuya solución tendrá tanto más autoridad cuando haya sido obtenida por gran mayoría. Por lo tanto, la Sociedad de París podrá, en su ocasión, dirigir cuestiones de esta naturaleza a todos los Grupos que sean sus corresponsales, los cuales, a través de sus médiums, solicitarán la solución a sus Guías espirituales.
Otro trabajo consiste en las investigaciones bibliográficas. Existe un número muy grande de obras antiguas y modernas, en las cuales se encuentran testimonios más o menos directos a favor de las ideas espíritas. Una selección de esos testimonios sería muy valiosa, pero es casi imposible que sea realizada por una sola persona. Al contrario, se vuelve más fácil si cada uno tuviera a bien extraer algunos elementos de sus lecturas o de sus estudios, transmitiéndolos a la Sociedad de París, que los coordinará.
25. Tal es, en el estado actual de las cosas, la única organización posible del Espiritismo; más tarde, las circunstancias podrán modificarla, pero no se debe hacer nada inoportuno; ya es mucho que, en tan poco tiempo, los adeptos se hayan multiplicado lo bastante como para llegar a este resultado. En esta sencilla disposición hay un cuadro que puede extenderse al infinito, por la propia simplicidad de los engranajes; por lo tanto, no busquemos complicarlos, por miedo a encontrar obstáculos. Aquellos que consientan en otorgarnos alguna confianza pueden estar seguros de que no serán dejados a la zaga, y que cada cosa vendrá a su tiempo. Es sólo a ellos, como ya lo hemos dicho, a quienes dirigimos estas instrucciones, sin la pretensión de imponernos a aquellos que no caminan con nosotros.
Para denigrarnos, han dicho que queríamos hacer escuela en el Espiritismo; ¿y por qué nosotros no tendríamos este derecho? El Sr. de Mirville ¿no ha intentado formar la escuela demoníaca? ¿Por qué seríamos obligados a dejarnos llevar por esta o por aquella persona? ¿No poseemos el derecho a tener una opinión, a formularla, a publicarla y a proclamarla? Si ésta encuentra a tan numerosos adeptos, es que por lo visto no se la considera desprovista de sentido común; pero a los ojos de ciertas personas, ahí está nuestro error, ya que no nos perdonan por haber sido más rápidos que ellas y, sobre todo, por haber tenido éxito. Que sea, pues, una escuela, puesto que lo quieren así; nosotros tenemos a mucha honra inscribir en el frontispicio: Escuela del Espiritismo moral, filosófico y cristiano, e invitamos a la misma a todos los que adopten la divisa: Amor y caridad. Aquellos que se unan a esta bandera habrán conquistado nuestras simpatías, y nuestra ayuda nunca les faltará.
Necrología
Muerte del Sr. Jobard, de Bruselas
El Espiritismo acaba de perder a uno de sus adeptos más fervorosos y más esclarecidos. El Sr. Jobard, director del Museo Real de la Industria de Bruselas, oficial de la Legión de Honor, miembro de la Academia de Dijón y de la Sociedad Promotora de París, murió en Bruselas, de un ataque de apoplejía, el 27 de octubre de 1861, a la edad de 69 años. Nació en Baissey (Alto Marne), el 14 de mayo de 1792. Había sido sucesivamente ingeniero del catastro, fundador del primer establecimiento de litografía en Bélgica, director del Industriel (Industrial) y del Courrier belge (Correo Belga), redactor del Bulletin de l’Industrie belge (Boletín de la Industria Belga), de la La Presse (La Prensa) y, más recientemente, del Progrès international (Progreso Internacional). La Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas le había conferido el título de presidente honorario. He aquí la apreciación que le ha hecho el diario Le Siècle (El Siglo):
“Espíritu original, fecundo, habilidoso en la paradoja y en el sistema, el Sr. Jobard ha prestado verdaderos servicios a la tecnología industrial, y a la causa –tanto tiempo relegada al olvido– de la propiedad intelectual, de la cual fue un defensor tenaz y quizá excesivo; sus teorías acerca de este asunto han sido formuladas en 1844 en su Maunotopole. Se debe a este polígrafo infatigable una multitud de escritos y de opúsculos sobre todos los temas posibles, desde el psiquismo oriental hasta la utilidad de los tontos en el orden social. Deja también cuentos y fábulas espirituosas. Entre sus numerosos inventos, figura la ingeniosa y económica lámpara para uno, que ha sido presentada en 1855 en la Exposición Universal de París.”
Ningún periódico –por lo menos de nuestro conocimiento– habló de lo que ha sido uno de los caracteres más salientes de los últimos años de su vida: su adhesión completa a la Doctrina Espírita, cuya causa abrazó con fervor. A los adversarios del Espiritismo les cuesta confesar que hombres de genio, que no pueden ser tachados de locos sin que se dude de su propia razón, adopten esas ideas nuevas. En efecto, para ellos es uno de los puntos más embarazosos, cuya explicación satisfactoria nunca han podido dar: que la propagación de estas ideas se haya realizado –primero y de preferencia– en la clase más esclarecida de la sociedad. Así, se excusan atrás de este axioma banal: que el genio es primo hermano de la locura. Algunos hasta llegan a afirmar, de buena fe y sin reírse, que Sócrates, Platón y todos los filósofos y sabios que han profesado algunas ideas semejantes no eran sino locos, sobre todo Sócrates, con su demonio familiar. En efecto, ¿se puede tener sentido común y creer que se tenga a sus órdenes a un Espíritu? Así, el Sr. Jobard no podía encontrar gracia delante de ese aréopago que se erige en juez supremo de la razón humana, de la cual pretende ser el prototipo y el patrón de referencia. Nos han dicho que fue para cuidar la reputación del Sr. Jobard y que, en respeto a su memoria, han pasado por alto ese capricho.
La terquedad en las ideas falsas jamás ha sido considerada una prueba de buen sentido; además, es pequeñez cuando proviene del orgullo, que es el caso más común. El Sr. Jobard ha probado que era, a la vez, un hombre sensato y de espíritu, al retractarse sin vacilar de sus primeras teorías sobre el Espiritismo, cuando le fue demostrado que no estaba con la verdad.
Se sabe que en los primeros tiempos, antes que la experiencia hubiese esclarecido la cuestión, surgieron diversos sistemas, y que cada uno explicaba a su manera esos nuevos fenómenos. El Sr. Jobard era partidario del sistema del alma colectiva. Según este sistema, «sólo el alma del médium se manifiesta, pero ésta se identifica con las almas de varios otros seres vivos, presentes o ausentes, con el objetivo de formar un todo colectivo que reúna las aptitudes, la inteligencia y los conocimientos de cada uno.» De todos los sistemas creados en esa época, ¿cuántos están de pie hasta hoy? No sabemos si este sistema aún tiene algunos partidarios, pero lo que es positivo es que el Sr. Jobard, que lo había preconizado y ampliado, fue uno de los primeros en abandonarlo cuando apareció El Libro de los Espíritus, a cuya doctrina adhirió francamente, como lo atestiguan las diversas cartas que hemos publicado de él.
Sobre todo, la doctrina de la reencarnación lo impactó como un rayo de luz. Nos decía un día: «Si me he perdido tanto en el laberinto de los sistemas filosóficos, es porque me faltaba una brújula; yo solamente encontraba caminos sin salida, que no me llevaban a nada. Nadie me daba una solución concluyente de los problemas más importantes; por más que me devanase los sesos, sentía que me faltaba una llave para llegar a la verdad. ¡Pues bien! Esta llave está en la reencarnación, que explica todo de una manera tan lógica y tan acorde con la justicia de Dios, que uno se dice naturalmente: Sí, es necesario que sea así.»
Después de su muerte, el Sr. Jobard también desechó ciertas teorías científicas que defendía cuando estaba encarnado. Hablaremos de esto en nuestro próximo número, en el cual publicaremos las conversaciones que hemos tenido con él. Mientras tanto, digamos que él se mostró rápidamente desprendido y que la turbación duró muy poco tiempo. Como todos los espíritas que lo han precedido, confirma en todos los puntos lo que se nos ha dicho sobre el mundo de los Espíritus, en el cual él se encuentra mucho mejor que en la Tierra, donde no obstante deja añoranzas sinceras entre todos los que han podido apreciar su eminente saber, su benevolencia y su afabilidad. No era, de forma alguna, uno de esos celosos eruditos que bloquean el camino a los recién llegados, cuyo mérito les hacen sombra; al contrario, todos aquellos a los cuales tendió la mano y abrió camino bastarían para formarle un bello cortejo. En resumen, el Sr. Jobard era un hombre de progreso, trabajador incansable y partidario de todas las ideas grandes, generosas y adecuadas para hacer avanzar a la humanidad. Si su pérdida es lamentable para el Espiritismo, no lo es menos para las artes y para la industria, que han de inscribir su nombre en sus anales.
Muerte del Sr. Jobard, de Bruselas
El Espiritismo acaba de perder a uno de sus adeptos más fervorosos y más esclarecidos. El Sr. Jobard, director del Museo Real de la Industria de Bruselas, oficial de la Legión de Honor, miembro de la Academia de Dijón y de la Sociedad Promotora de París, murió en Bruselas, de un ataque de apoplejía, el 27 de octubre de 1861, a la edad de 69 años. Nació en Baissey (Alto Marne), el 14 de mayo de 1792. Había sido sucesivamente ingeniero del catastro, fundador del primer establecimiento de litografía en Bélgica, director del Industriel (Industrial) y del Courrier belge (Correo Belga), redactor del Bulletin de l’Industrie belge (Boletín de la Industria Belga), de la La Presse (La Prensa) y, más recientemente, del Progrès international (Progreso Internacional). La Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas le había conferido el título de presidente honorario. He aquí la apreciación que le ha hecho el diario Le Siècle (El Siglo):
“Espíritu original, fecundo, habilidoso en la paradoja y en el sistema, el Sr. Jobard ha prestado verdaderos servicios a la tecnología industrial, y a la causa –tanto tiempo relegada al olvido– de la propiedad intelectual, de la cual fue un defensor tenaz y quizá excesivo; sus teorías acerca de este asunto han sido formuladas en 1844 en su Maunotopole. Se debe a este polígrafo infatigable una multitud de escritos y de opúsculos sobre todos los temas posibles, desde el psiquismo oriental hasta la utilidad de los tontos en el orden social. Deja también cuentos y fábulas espirituosas. Entre sus numerosos inventos, figura la ingeniosa y económica lámpara para uno, que ha sido presentada en 1855 en la Exposición Universal de París.”
Ningún periódico –por lo menos de nuestro conocimiento– habló de lo que ha sido uno de los caracteres más salientes de los últimos años de su vida: su adhesión completa a la Doctrina Espírita, cuya causa abrazó con fervor. A los adversarios del Espiritismo les cuesta confesar que hombres de genio, que no pueden ser tachados de locos sin que se dude de su propia razón, adopten esas ideas nuevas. En efecto, para ellos es uno de los puntos más embarazosos, cuya explicación satisfactoria nunca han podido dar: que la propagación de estas ideas se haya realizado –primero y de preferencia– en la clase más esclarecida de la sociedad. Así, se excusan atrás de este axioma banal: que el genio es primo hermano de la locura. Algunos hasta llegan a afirmar, de buena fe y sin reírse, que Sócrates, Platón y todos los filósofos y sabios que han profesado algunas ideas semejantes no eran sino locos, sobre todo Sócrates, con su demonio familiar. En efecto, ¿se puede tener sentido común y creer que se tenga a sus órdenes a un Espíritu? Así, el Sr. Jobard no podía encontrar gracia delante de ese aréopago que se erige en juez supremo de la razón humana, de la cual pretende ser el prototipo y el patrón de referencia. Nos han dicho que fue para cuidar la reputación del Sr. Jobard y que, en respeto a su memoria, han pasado por alto ese capricho.
La terquedad en las ideas falsas jamás ha sido considerada una prueba de buen sentido; además, es pequeñez cuando proviene del orgullo, que es el caso más común. El Sr. Jobard ha probado que era, a la vez, un hombre sensato y de espíritu, al retractarse sin vacilar de sus primeras teorías sobre el Espiritismo, cuando le fue demostrado que no estaba con la verdad.
Se sabe que en los primeros tiempos, antes que la experiencia hubiese esclarecido la cuestión, surgieron diversos sistemas, y que cada uno explicaba a su manera esos nuevos fenómenos. El Sr. Jobard era partidario del sistema del alma colectiva. Según este sistema, «sólo el alma del médium se manifiesta, pero ésta se identifica con las almas de varios otros seres vivos, presentes o ausentes, con el objetivo de formar un todo colectivo que reúna las aptitudes, la inteligencia y los conocimientos de cada uno.» De todos los sistemas creados en esa época, ¿cuántos están de pie hasta hoy? No sabemos si este sistema aún tiene algunos partidarios, pero lo que es positivo es que el Sr. Jobard, que lo había preconizado y ampliado, fue uno de los primeros en abandonarlo cuando apareció El Libro de los Espíritus, a cuya doctrina adhirió francamente, como lo atestiguan las diversas cartas que hemos publicado de él.
Sobre todo, la doctrina de la reencarnación lo impactó como un rayo de luz. Nos decía un día: «Si me he perdido tanto en el laberinto de los sistemas filosóficos, es porque me faltaba una brújula; yo solamente encontraba caminos sin salida, que no me llevaban a nada. Nadie me daba una solución concluyente de los problemas más importantes; por más que me devanase los sesos, sentía que me faltaba una llave para llegar a la verdad. ¡Pues bien! Esta llave está en la reencarnación, que explica todo de una manera tan lógica y tan acorde con la justicia de Dios, que uno se dice naturalmente: Sí, es necesario que sea así.»
Después de su muerte, el Sr. Jobard también desechó ciertas teorías científicas que defendía cuando estaba encarnado. Hablaremos de esto en nuestro próximo número, en el cual publicaremos las conversaciones que hemos tenido con él. Mientras tanto, digamos que él se mostró rápidamente desprendido y que la turbación duró muy poco tiempo. Como todos los espíritas que lo han precedido, confirma en todos los puntos lo que se nos ha dicho sobre el mundo de los Espíritus, en el cual él se encuentra mucho mejor que en la Tierra, donde no obstante deja añoranzas sinceras entre todos los que han podido apreciar su eminente saber, su benevolencia y su afabilidad. No era, de forma alguna, uno de esos celosos eruditos que bloquean el camino a los recién llegados, cuyo mérito les hacen sombra; al contrario, todos aquellos a los cuales tendió la mano y abrió camino bastarían para formarle un bello cortejo. En resumen, el Sr. Jobard era un hombre de progreso, trabajador incansable y partidario de todas las ideas grandes, generosas y adecuadas para hacer avanzar a la humanidad. Si su pérdida es lamentable para el Espiritismo, no lo es menos para las artes y para la industria, que han de inscribir su nombre en sus anales.
Auto de fe de Barcelona
(Véase el número de noviembre de 1861)
Los diarios españoles no han sido tan sobrios en reflexiones, sobre este acontecimiento, como los diarios franceses. Sea cual fuere la opinión que se profese con relación a las ideas espíritas, hay en el propio hecho algo tan extraño para el tiempo en que vivimos, que inspira más piedad que cólera contra gente que parece haber dormido durante varios siglos y que despierta sin tener conciencia del camino que la humanidad ha recorrido, creyéndose aún en el punto de partida. Al respecto, he aquí un extracto del artículo publicado por Las Novedades, uno de los grandes diarios de Madrid:
«El auto de fe celebrado hace algunos meses en La Coruña, donde se quemó un gran número de libros a la puerta de una iglesia, había producido en nuestro espíritu y en el de todos los hombres de ideas liberales una muy triste impresión. Pero es con una indignación mucho mayor todavía que ha sido recibida en toda España la noticia del segundo auto de fe, ahora celebrado en Barcelona, en esta capital civilizada de Cataluña y en el seno de un pueblo esencialmente liberal, al cual indudablemente se le ha hecho este bárbaro insulto, porque en dicho pueblo se reconocen grandes cualidades.»
Después de relatar los hechos según el diario de Barcelona, Las Novedades agrega:
«He aquí el repugnante espectáculo autorizado por los hombres de la unión liberal, en pleno siglo XIX: una hoguera en La Coruña, otra en Barcelona, y aún muchas otras que no faltarán en otros lugares. Es lo que debía suceder, porque es una consecuencia inmediata del espíritu general que domina el actual estado de cosas, que se refleja en todo. Reacción interna, en lo que atañe a los proyectos de ley que se presentan; reacción externa, al apoyar a todos los gobiernos reaccionarios de Italia –antes y después de su caída–, combatiendo las ideas liberales en todas las ocasiones y buscando por todos lados el apoyo de la reacción, obtenido a costa de las más torpes concesiones.»
Siguen extensas consideraciones acerca de los síntomas y de las consecuencias de este acto, pero que, por su carácter esencialmente político, no son de la incumbencia de nuestra Revista.
El Diario de Barcelona, periódico ultramontano, fue el primero que anunció el auto de fe, al decir: «Los títulos de los libros quemados bastaban para justificar su condenación; la Iglesia está en su derecho y en su deber de hacer respetar su autoridad, cuanto mayor fuere la libertad de prensa, principalmente en los países que gozan de la terrible plaga de la libertad de cultos.»
La Corona, periódico de Barcelona, ha hecho al respecto las siguientes reflexiones:
«Esperábamos que nuestro colega (el Diario), que había dado la noticia, tuviese la bondad de satisfacer la curiosidad del público, seriamente alarmado por semejante acto, increíble en la época en que vivimos; pero fue en vano que hemos esperado sus explicaciones. Desde entonces hemos sido acosados con preguntas sobre este acontecimiento, y en aras de la verdad debemos decir que los amigos del gobierno sufren más dificultades con eso que los que le hacen oposición.
«Con el objetivo de satisfacer la curiosidad tan vivamente aguzada, nos pusimos en busca de la verdad, y tenemos el pesar de decir que el hecho es exacto y que, en efecto, el auto de fe ha sido perpetrado en las siguientes circunstancias:
(Sigue el relato que hemos dado en nuestro último número.)
«Los expedientes usados para llegar a ese resultado no podrían haber sido más rápidos ni más eficaces. Presentaron al control de la Aduana los libros mencionados; respondieron al empleado de la librería que los mismos no podían ser expedidos sin un permiso del señor obispo. El señor obispo estaba ausente; a su regreso, se le presentó un ejemplar de cada obra y, después de leerlas o de haberlas hecho leer por personas de su confianza, acomodándose al juzgamiento de su conciencia, ordenó que los libros fueran lanzados al fuego como siendo inmorales y contrarios a la fe católica. Se reclamó contra semejante sentencia y se solicitó al Gobierno que, ya que no era permitida la circulación de tales libros en España, que por lo menos se le permitiese a su propietario reexpedirlos a su lugar de procedencia; pero inclusive esto fue denegado, con la justificación de que siendo esos libros contrarios a la moral y a la fe católica, el Gobierno no podía consentir que los mismos fuesen pervertir la moral y la religión de otros países. A pesar de ello, el propietario fue obligado a pagar los derechos aduaneros que, por lo expuesto, parece que no deberían haber sido exigidos. Una inmensa multitud asistió al auto de fe, lo que no tiene nada de sorprendente, teniéndose en cuenta la hora y el lugar de la ejecución y, sobre todo, la novedad del espectáculo. Entre los asistentes, el efecto producido fue la estupefacción en unos, la risa en otros y la indignación en la mayoría, a medida que se daban cuenta de lo que ocurría. Palabras de odio salieron de varias bocas; después vinieron las burlas, los dichos jocosos y mordaces por parte de los que ven con extremo placer la ceguera de ciertos hombres; en esto ellos tienen razón, porque vislumbran en esta reacción –digna del tiempo de la Inquisición– el triunfo más rápido de sus ideas. Ellos escarnecían de la ceremonia, para que la misma no aumentase el prestigio de la autoridad que, con tanta complacencia, se presta a exigencias verdaderamente ridículas. Cuando se enfriaron las cenizas de esta nueva hoguera, se observó que las personas que estaban presentes, o las que pasaban en las cercanías –informadas del hecho–, se dirigían hacia el local del auto de fe y recogían allí una parte de las cenizas, a fin de guardarlas.
«Tal es el relato de este acontecimiento, del cual las personas no pueden dejar de comentar cuando se encuentran; unas se indignan, otras se lamentan o se regocijan, según la manera de interpretar las cosas. Los sinceros partidarios de la paz, del principio de autoridad y de la religión se afligen con esas demostraciones reaccionarias, porque comprenden que a las reacciones se suceden las revoluciones, y porque saben que quien siembra vientos, recoge tempestades. Los liberales sinceros se indignan que semejantes espectáculos sean dados al mundo por hombres que no comprenden la religión sin intolerancia, y quieren imponerla como Mahoma imponía El Corán.
«Ahora, haciendo abstracción de la calificación dada a los libros quemados, examinaremos el hecho en sí mismo. ¿Puede la jurisprudencia admitir que un obispo diocesano tenga una autoridad inapelable y pueda impedir la publicación y la circulación de un libro? Dirán que la ley de imprenta determina qué hay que hacer en este caso; pero ¿dice esta ley que los libros, por más perniciosos y malos que sean, deben ser lanzados al fuego a través de ese medio aparatoso? No encontramos en la misma ningún artículo que justifique semejante acto. Además, las obras en cuestión fueron públicamente declaradas. El encargado de expedir los libros los declara en la Aduana, porque podrían estar en la categoría señalada por el artículo 6º; pasarían por la censura diocesana; el gobierno podría prohibir su circulación y la cuestión estaría terminada. Los sacerdotes deberían limitarse a aconsejar a sus fieles a la abstención de tal o cual lectura, en caso de que la juzguen contraria a la moral y a la religión; pero no se les debería conceder un poder absoluto, que los vuelve jueces y verdugos. Nos abstenemos de emitir una opinión sobre el valor de las obras quemadas; lo que vemos es el hecho, sus tendencias y el espíritu que revela. De aquí en adelante, ¿en qué diócesis habrían de abstenerse de usar, si no de abusar, de una facultad que en nuestra opinión el propio Gobierno no tiene, si en Barcelona –en la liberal Barcelona– lo hacen? El absolutismo es muy sagaz: intenta si puede dar un golpe de autoridad en alguna parte; si tiene éxito, se atreve a más. No obstante, esperemos que los esfuerzos del absolutismo sean inútiles y que todas las concesiones que le hagan tengan como resultado desenmascarar el partido que, al repetir escenas como las del último jueves, se precipita cada vez más en el abismo para donde corre ciegamente. Es lo que se espera del efecto producido por este auto de fe de Barcelona.»
(Véase el número de noviembre de 1861)
Los diarios españoles no han sido tan sobrios en reflexiones, sobre este acontecimiento, como los diarios franceses. Sea cual fuere la opinión que se profese con relación a las ideas espíritas, hay en el propio hecho algo tan extraño para el tiempo en que vivimos, que inspira más piedad que cólera contra gente que parece haber dormido durante varios siglos y que despierta sin tener conciencia del camino que la humanidad ha recorrido, creyéndose aún en el punto de partida. Al respecto, he aquí un extracto del artículo publicado por Las Novedades, uno de los grandes diarios de Madrid:
«El auto de fe celebrado hace algunos meses en La Coruña, donde se quemó un gran número de libros a la puerta de una iglesia, había producido en nuestro espíritu y en el de todos los hombres de ideas liberales una muy triste impresión. Pero es con una indignación mucho mayor todavía que ha sido recibida en toda España la noticia del segundo auto de fe, ahora celebrado en Barcelona, en esta capital civilizada de Cataluña y en el seno de un pueblo esencialmente liberal, al cual indudablemente se le ha hecho este bárbaro insulto, porque en dicho pueblo se reconocen grandes cualidades.»
Después de relatar los hechos según el diario de Barcelona, Las Novedades agrega:
«He aquí el repugnante espectáculo autorizado por los hombres de la unión liberal, en pleno siglo XIX: una hoguera en La Coruña, otra en Barcelona, y aún muchas otras que no faltarán en otros lugares. Es lo que debía suceder, porque es una consecuencia inmediata del espíritu general que domina el actual estado de cosas, que se refleja en todo. Reacción interna, en lo que atañe a los proyectos de ley que se presentan; reacción externa, al apoyar a todos los gobiernos reaccionarios de Italia –antes y después de su caída–, combatiendo las ideas liberales en todas las ocasiones y buscando por todos lados el apoyo de la reacción, obtenido a costa de las más torpes concesiones.»
Siguen extensas consideraciones acerca de los síntomas y de las consecuencias de este acto, pero que, por su carácter esencialmente político, no son de la incumbencia de nuestra Revista.
El Diario de Barcelona, periódico ultramontano, fue el primero que anunció el auto de fe, al decir: «Los títulos de los libros quemados bastaban para justificar su condenación; la Iglesia está en su derecho y en su deber de hacer respetar su autoridad, cuanto mayor fuere la libertad de prensa, principalmente en los países que gozan de la terrible plaga de la libertad de cultos.»
La Corona, periódico de Barcelona, ha hecho al respecto las siguientes reflexiones:
«Esperábamos que nuestro colega (el Diario), que había dado la noticia, tuviese la bondad de satisfacer la curiosidad del público, seriamente alarmado por semejante acto, increíble en la época en que vivimos; pero fue en vano que hemos esperado sus explicaciones. Desde entonces hemos sido acosados con preguntas sobre este acontecimiento, y en aras de la verdad debemos decir que los amigos del gobierno sufren más dificultades con eso que los que le hacen oposición.
«Con el objetivo de satisfacer la curiosidad tan vivamente aguzada, nos pusimos en busca de la verdad, y tenemos el pesar de decir que el hecho es exacto y que, en efecto, el auto de fe ha sido perpetrado en las siguientes circunstancias:
(Sigue el relato que hemos dado en nuestro último número.)
«Los expedientes usados para llegar a ese resultado no podrían haber sido más rápidos ni más eficaces. Presentaron al control de la Aduana los libros mencionados; respondieron al empleado de la librería que los mismos no podían ser expedidos sin un permiso del señor obispo. El señor obispo estaba ausente; a su regreso, se le presentó un ejemplar de cada obra y, después de leerlas o de haberlas hecho leer por personas de su confianza, acomodándose al juzgamiento de su conciencia, ordenó que los libros fueran lanzados al fuego como siendo inmorales y contrarios a la fe católica. Se reclamó contra semejante sentencia y se solicitó al Gobierno que, ya que no era permitida la circulación de tales libros en España, que por lo menos se le permitiese a su propietario reexpedirlos a su lugar de procedencia; pero inclusive esto fue denegado, con la justificación de que siendo esos libros contrarios a la moral y a la fe católica, el Gobierno no podía consentir que los mismos fuesen pervertir la moral y la religión de otros países. A pesar de ello, el propietario fue obligado a pagar los derechos aduaneros que, por lo expuesto, parece que no deberían haber sido exigidos. Una inmensa multitud asistió al auto de fe, lo que no tiene nada de sorprendente, teniéndose en cuenta la hora y el lugar de la ejecución y, sobre todo, la novedad del espectáculo. Entre los asistentes, el efecto producido fue la estupefacción en unos, la risa en otros y la indignación en la mayoría, a medida que se daban cuenta de lo que ocurría. Palabras de odio salieron de varias bocas; después vinieron las burlas, los dichos jocosos y mordaces por parte de los que ven con extremo placer la ceguera de ciertos hombres; en esto ellos tienen razón, porque vislumbran en esta reacción –digna del tiempo de la Inquisición– el triunfo más rápido de sus ideas. Ellos escarnecían de la ceremonia, para que la misma no aumentase el prestigio de la autoridad que, con tanta complacencia, se presta a exigencias verdaderamente ridículas. Cuando se enfriaron las cenizas de esta nueva hoguera, se observó que las personas que estaban presentes, o las que pasaban en las cercanías –informadas del hecho–, se dirigían hacia el local del auto de fe y recogían allí una parte de las cenizas, a fin de guardarlas.
«Tal es el relato de este acontecimiento, del cual las personas no pueden dejar de comentar cuando se encuentran; unas se indignan, otras se lamentan o se regocijan, según la manera de interpretar las cosas. Los sinceros partidarios de la paz, del principio de autoridad y de la religión se afligen con esas demostraciones reaccionarias, porque comprenden que a las reacciones se suceden las revoluciones, y porque saben que quien siembra vientos, recoge tempestades. Los liberales sinceros se indignan que semejantes espectáculos sean dados al mundo por hombres que no comprenden la religión sin intolerancia, y quieren imponerla como Mahoma imponía El Corán.
«Ahora, haciendo abstracción de la calificación dada a los libros quemados, examinaremos el hecho en sí mismo. ¿Puede la jurisprudencia admitir que un obispo diocesano tenga una autoridad inapelable y pueda impedir la publicación y la circulación de un libro? Dirán que la ley de imprenta determina qué hay que hacer en este caso; pero ¿dice esta ley que los libros, por más perniciosos y malos que sean, deben ser lanzados al fuego a través de ese medio aparatoso? No encontramos en la misma ningún artículo que justifique semejante acto. Además, las obras en cuestión fueron públicamente declaradas. El encargado de expedir los libros los declara en la Aduana, porque podrían estar en la categoría señalada por el artículo 6º; pasarían por la censura diocesana; el gobierno podría prohibir su circulación y la cuestión estaría terminada. Los sacerdotes deberían limitarse a aconsejar a sus fieles a la abstención de tal o cual lectura, en caso de que la juzguen contraria a la moral y a la religión; pero no se les debería conceder un poder absoluto, que los vuelve jueces y verdugos. Nos abstenemos de emitir una opinión sobre el valor de las obras quemadas; lo que vemos es el hecho, sus tendencias y el espíritu que revela. De aquí en adelante, ¿en qué diócesis habrían de abstenerse de usar, si no de abusar, de una facultad que en nuestra opinión el propio Gobierno no tiene, si en Barcelona –en la liberal Barcelona– lo hacen? El absolutismo es muy sagaz: intenta si puede dar un golpe de autoridad en alguna parte; si tiene éxito, se atreve a más. No obstante, esperemos que los esfuerzos del absolutismo sean inútiles y que todas las concesiones que le hagan tengan como resultado desenmascarar el partido que, al repetir escenas como las del último jueves, se precipita cada vez más en el abismo para donde corre ciegamente. Es lo que se espera del efecto producido por este auto de fe de Barcelona.»
La curruca, la paloma torcaz y el pececito
FÁBULA
Dedicada a la Sra. de C... y a la Srta. C..., de Burdeos
En el rosal junto a la cerca perfumada,
La curruca canora tenía un bello nido;
Sus pequeños hijos, felices han nacido;
Pero, ¡oh! ¡Cuánto infortunio le aguardaba!
FÁBULA
Dedicada a la Sra. de C... y a la Srta. C..., de Burdeos
Amor y Caridad
(Espiritismo)
(Espiritismo)
En el rosal junto a la cerca perfumada,
La curruca canora tenía un bello nido;
Sus pequeños hijos, felices han nacido;
Pero, ¡oh! ¡Cuánto infortunio le aguardaba!
La tempestad con sus rayos bramó;
La lluvia a torrentes caía;
En el campo el agua crecía;
Hasta que la cerca se inundó.
La lluvia a torrentes caía;
En el campo el agua crecía;
Hasta que la cerca se inundó.
Muy lejos del rosal el nido se estremece;
La curruca lo protege, lo abriga con unción;
Unido a la esperanza, su corazón no fenece;
Sonríe a lo lejos una estrella de salvación.
La curruca lo protege, lo abriga con unción;
Unido a la esperanza, su corazón no fenece;
Sonríe a lo lejos una estrella de salvación.
Entonces el agua comenzó a descender,
Y el nido en el llano flotó hacia un arroyo;
Y pese a los riesgos que debió correr,
Llegó sin problemas, superando escollos.
Y el nido en el llano flotó hacia un arroyo;
Y pese a los riesgos que debió correr,
Llegó sin problemas, superando escollos.
En medio del río un banco de arena,
Las aguas recibe expectante;
Y el viento que empuja una ola serena,
Allí deposita el nido navegante.
Las aguas recibe expectante;
Y el viento que empuja una ola serena,
Allí deposita el nido navegante.
Tras breves instantes de alegría plena,
Que vivió la curruca a la orilla llegar,
Surgió de repente una profunda pena:
¿Cuál sería su destino en ese lugar?
Que vivió la curruca a la orilla llegar,
Surgió de repente una profunda pena:
¿Cuál sería su destino en ese lugar?
Ya le piden comida sus pequeños hambrientos:
¿Deberá ella alejarse para obtener el sustento,
En esa arena dejándolos expuestos?
Fueron salvados por una ola amistosa
Pero pueden recibir otra peligrosa
O los efectos de vientos funestos.
¿Deberá ella alejarse para obtener el sustento,
En esa arena dejándolos expuestos?
Fueron salvados por una ola amistosa
Pero pueden recibir otra peligrosa
O los efectos de vientos funestos.
En ese instante se posó una gran paloma torcaz;
«Ave poderosa –le dijo la curruca–, os pido disculpas
si oso hacer un llamamiento a vuestra bondad:
Pues de la salud de toda una familia se trata;
¡Oh! Conducid hasta el rosal y la cerca perfumada
A estas pequeñas víctimas de la tempestad.
Dignaos abrir para ellas vuestras alas generosas;
El trayecto no es largo, y esas garras poderosas
Una carga tan leve no han llevado jamás.»
No hizo oídos sordos la paloma torcaz:
«Ave poderosa –le dijo la curruca–, os pido disculpas
si oso hacer un llamamiento a vuestra bondad:
Pues de la salud de toda una familia se trata;
¡Oh! Conducid hasta el rosal y la cerca perfumada
A estas pequeñas víctimas de la tempestad.
Dignaos abrir para ellas vuestras alas generosas;
El trayecto no es largo, y esas garras poderosas
Una carga tan leve no han llevado jamás.»
No hizo oídos sordos la paloma torcaz:
«Mucho lamento vuestra triste situación,
Pero un asunto urgente requiere mi atención,
Me obliga a seguir raudo el curso de mi vuelo,
Y me quita la dicha de brindaros consuelo.
Pero un asunto urgente requiere mi atención,
Me obliga a seguir raudo el curso de mi vuelo,
Y me quita la dicha de brindaros consuelo.
Mas no hagáis lugar a la inquietud,
Y seguid el consejo que mi solicitud
Está dispuesta siempre a daros:
Entregaos a las olas... El bienhechor genio
Que vuestras vidas ha cuidado con empeño
Jamás habrá de abandonaros.»
Y seguid el consejo que mi solicitud
Está dispuesta siempre a daros:
Entregaos a las olas... El bienhechor genio
Que vuestras vidas ha cuidado con empeño
Jamás habrá de abandonaros.»
Satisfecha de sí misma, alzó su vuelo la torcaza.
Y una pequeña carpa que junto a la playa nadaba,
Que había visto todo, y todo lo había escuchado,
Dijo a la curruca: «¡Consolaos, pobre desdichada!
Y una pequeña carpa que junto a la playa nadaba,
Que había visto todo, y todo lo había escuchado,
Dijo a la curruca: «¡Consolaos, pobre desdichada!
Comprendo vuestro dolor de madre abnegada,
Pero la esperanza no se ha perdido;
No me ha sido dada la fuerza suficiente,
Mas confío en llevaros a la orilla de enfrente.»
Pero la esperanza no se ha perdido;
No me ha sido dada la fuerza suficiente,
Mas confío en llevaros a la orilla de enfrente.»
Sujetó con la boca un largo filamento
De los que el nido tenía en abundancia,
Tiró de él y el nido deslizó hacia el agua;
La curruca de pie lo ayudaba con prestancia,
De los que el nido tenía en abundancia,
Tiró de él y el nido deslizó hacia el agua;
La curruca de pie lo ayudaba con prestancia,
Mientras abría firmes sus alas al viento.
La preciada carga se agita, y el pececito jala;
Flota el nido sin tumbos y conserva la marcha,
Rumbo tranquilo hacia la orilla mansa.
La preciada carga se agita, y el pececito jala;
Flota el nido sin tumbos y conserva la marcha,
Rumbo tranquilo hacia la orilla mansa.
¡Estamos cerca...! ¡Ya hemos llegado!
La curruca aliviada en la costa ha encontrado
Tiernos pastos y un bosque frondoso;
El pececito le dice: «En el porvenir, mi querida,
Contad poco con los poderosos;
En sus duros corazones, los gritos de la miseria
No hallan eco ni reposo;
Son sus dones los consejos y la condolencia,
Pero la cordial asistencia,
En los pequeños se encuentra.»
C. DOMBRE (de Marmande)
La curruca aliviada en la costa ha encontrado
Tiernos pastos y un bosque frondoso;
El pececito le dice: «En el porvenir, mi querida,
Contad poco con los poderosos;
En sus duros corazones, los gritos de la miseria
No hallan eco ni reposo;
Son sus dones los consejos y la condolencia,
Pero la cordial asistencia,
En los pequeños se encuentra.»
De lo Sobrenatural
Por el Sr. Guizot
Hemos extraído de la nueva obra del Sr. Guizot: L’Église et la société chrétienne en 1861, el notable capítulo De lo Sobrenatural. No es, como se podría creer, un alegato a favor o en contra del Espiritismo, porque de ningún modo aborda la nueva Doctrina; pero como a los ojos de muchas personas el Espiritismo es inseparable de lo sobrenatural –que según unos es una superstición, y según otros una verdad–, es interesante conocer sobre esta cuestión la opinión de un hombre del valor del Sr. Guizot. Hay en ese trabajo observaciones de una indiscutible precisión, pero –según nosotros– también hay grandes errores que son debidos a los puntos de vista que tiene el autor. Al respecto, haremos un profundo examen en nuestro próximo número.
«Todos los ataques de que hoy es objeto el Cristianismo, por más diversos que sean en su naturaleza y en su medida, parten de un mismo punto y tienden a un mismo objetivo: la negación de lo sobrenatural en los destinos del hombre y del mundo, la abolición del elemento sobrenatural en la religión cristiana como en toda religión, en su historia como en sus dogmas.
«Materialistas, panteístas, racionalistas, escépticos, críticos eruditos –unos abiertamente, otros discretamente–, todos piensan y hablan bajo el imperio de la idea de que el mundo y el hombre, la naturaleza moral como la naturaleza física, son gobernadas únicamente por leyes generales, permanentes y necesarias, cuyo curso ninguna voluntad especial ha venido jamás a suspender o a modificar.
«No pienso en discutir aquí plenamente esta cuestión, que es la cuestión fundamental de toda religión; sólo quiero exponer a los adversarios –declarados o velados– de lo sobrenatural dos observaciones o, para ser más exacto, dos hechos que –en mi opinión– lo deciden.
«Toda religión se funda en una natural fe en lo sobrenatural, en un instinto innato de lo sobrenatural. No digo toda idea religiosa, sino toda religión positiva, práctica, poderosa, duradera, popular. En todos los lugares, bajo todos los climas, en todas las épocas de la Historia y en todos los grados de la civilización, el hombre ha llevado consigo ese sentimiento, que yo prefiero llamar de presentimiento, de que el mundo que él ve, el orden en cuyo seno vive, los hechos que se suceden regular y constantemente a su alrededor, no lo son todo. En este vasto conjunto, en vano hace a cada día descubrimientos y conquistas; en vano observa y constata hábilmente las leyes permanentes que lo rigen: su pensamiento no se encierra de modo alguno en este universo, objeto de su ciencia; este espectáculo no es suficiente para su alma; ésta se lanza más allá; busca, vislumbra otra cosa; ella, para el Universo y para sí misma, aspira a otros destinos, a otro Señor.
Ha dicho Voltaire: Más allá de todos esos cielos reside el Dios de los cielos, y el Dios que está más allá de todos los cielos no es la naturaleza personificada, es lo sobrenatural en persona. Es a Él que las religiones se dirigen; es para poner al hombre en relación con Él que ellas se fundan. Sin la fe instintiva de los hombres en lo sobrenatural, sin su impulso espontáneo e invencible hacia lo sobrenatural, la religión no sería posible.
«De todos los seres de la Tierra, el único que ora es el hombre. Entre sus instintos morales ninguno es más natural, más universal y más invencible que la oración. El niño se dispone a ella con una solícita docilidad. El anciano se ampara en ella como en un refugio contra la decadencia y el aislamiento. La plegaria brota por sí misma de los jóvenes labios que apenas balbucean el nombre de Dios, y de los labios del moribundo que ya no tienen fuerza para pronunciarla. En todos los pueblos, célebres o ignorados, civilizados o bárbaros, se encuentran a cada paso actos y fórmulas de invocación. En todas partes donde viven hombres, en ciertas circunstancias, a ciertas horas y bajo el influjo de ciertas impresiones del alma, los ojos se elevan, las manos se juntan, las rodillas se doblan para implorar o para dar gracias, para adorar o para aplacar. Con alegría o con estremecimiento, públicamente o en lo íntimo de su corazón, es a la oración que el hombre se dirige en último recurso, para llenar el vacío de su alma o para soportar la carga de su destino; es en la plegaria donde busca apoyo en su debilidad –cuando todo le falta–, consuelo en sus dolores y esperanza en sus virtudes.
«Nadie desconoce el valor moral e interior de la oración, independientemente de su eficacia en cuanto a su objeto. Con el solo acto de orar el alma se siente aliviada, se eleva, se apacigua y se fortalece; al volverse hacia Dios, ella experimenta aquel sentimiento de regreso a la salud y al reposo que se derrama en el cuerpo cuando pasa de un ambiente tempestuoso y pesado a una atmósfera serena y pura. Dios viene en ayuda de aquellos que le imploran, antes y sin que sepan si los atenderá.
«¿Los atenderá? ¿Cuál es la eficacia exterior y definitiva de la oración? Aquí está el misterio, el impenetrable misterio de los designios y de la acción de Dios sobre cada uno de nosotros. Lo que sabemos es que, ya sea que obre en nuestra vida exterior o interior, no somos sólo nosotros que disponemos de ella según nuestro pensamiento y nuestra propia voluntad. Todos los nombres que damos a esta parte de nuestro destino que no viene de nosotros mismos: acaso, fortuna, estrella, naturaleza, fatalidad, son otros tantos velos echados sobre nuestra ignorante impiedad. Cuando hablamos así, nos negamos a ver a Dios en donde Él está. Más allá de la estrecha esfera en que se encierran el poder y la acción del hombre, está Dios, que reina y que obra. Hay, en el acto natural y universal de la oración, una fe natural y universal en esa acción permanente y siempre libre, de Dios sobre el hombre y sobre su destino: “Nosotros somos obreros con Dios”, ha dicho san Pablo; obreros con Dios, en la obra de los destinos generales de la humanidad y en la de nuestro propio destino, presente y futuro. He aquí lo que nos hace entrever la oración como el lazo que une el hombre a Dios. Pero ahí se detiene para nosotros la luz: “Los caminos de Dios no son los nuestros”; nosotros caminamos sin conocerlos; creer sin ver y orar sin prever es la condición que Dios ha dado al hombre en este mundo, para todo lo que sobrepase los límites. Es en la conciencia y en la aceptación de este orden sobrenatural que consisten la fe y la vida religiosas.
«Así, el Sr. Edmond Schérer tiene razón cuando duda que “el racionalismo cristiano sea y pueda nunca ser una religión”. ¿Y por qué el Sr. Jules Simon, que se inclina ante Dios con un respeto tan sincero, ha intitulado su libro: La religión natural? Debería haberlo llamado Filosofía religiosa. La filosofía sigue y manifiesta algunas de las grandes ideas sobre las cuales se funda la religión; pero, por la naturaleza de sus procedimientos y por los límites de su dominio, jamás fundó y no podría fundar una religión. Propiamente hablando, no hay religión natural, porque desde que abolís lo sobrenatural, la religión también desaparece.
«¿Quién piensa en negar que esa fe instintiva en lo sobrenatural, fuente de la religión, pueda ser y sea también el origen de una infinidad de errores y de supersticiones que, a su vez, es fuente de una infinidad de males? Aquí, como en todo, es de la condición del hombre que el bien y el mal se mezclen incesantemente en sus destinos y en sus obras como en él mismo; pero de esta incurable mezcla no se deduce que nuestros grandes instintos carezcan de sentido y no nos hagan sino desviar cuando nos levantan. Aspirando a esto, sean cuales fueren nuestros desvíos, sigue siendo cierto que lo sobrenatural está en la fe natural del hombre y que es la condición sine qua non, el verdadero objeto, la propia esencia de la religión.
«He aquí un segundo hecho que considero que merece toda la atención de los adversarios de lo sobrenatural.
«Es reconocido y constatado por la Ciencia que nuestro globo no siempre se ha hallado en el estado en que hoy se encuentra; que en épocas diversas e indeterminadas ha pasado por revoluciones y transformaciones que han cambiado su faz, su régimen físico, su población; que el hombre, en particular, no siempre existió aquí y que, en varios de los estados sucesivos por los cuales este mundo ha pasado, el hombre no podría haber existido.
«¿Cómo apareció? ¿De qué modo y en virtud de qué poder comenzó el género humano en la Tierra?
«De su origen, solamente dos explicaciones pueden haber: o fue producto del propio trabajo íntimo de las fuerzas naturales de la materia, o fue obra de un poder sobrenatural, exterior y superior a la materia. La generación espontánea o la creación: a una de estas dos causas se debe la aparición del hombre en la Tierra.
«Pero admitiendo la generación espontánea –lo que por mi parte no admito de manera alguna–, ese modo de producción no podría ni jamás habría podido producir sino seres niños, en la primera hora y en el primer estado de la vida naciente. Pienso que nunca nadie ha dicho, ni dirá jamás, que en virtud de una generación espontánea, el hombre, es decir, el hombre y la mujer –la pareja humana– hayan podido salir o que salieron un día del seno de la materia completamente formados y crecidos, en plena posesión de su estatura, de su fuerza, de todas sus facultades, como el paganismo griego hizo salir a Minerva del cerebro de Júpiter.
«Sin embargo, es sólo con esta condición que, al aparecer el hombre por primera vez en la Tierra, habría podido vivir en ella, perpetuarse y fundar el género humano. Imaginad al primer hombre naciendo en el estado de primera infancia, viviendo, pero inerte, sin inteligencia, impotente, incapaz de bastarse a sí mismo ni por un momento, trémulo y entre gemidos, ¡sin madre para escucharlo ni alimentarlo! No obstante, únicamente éste es el primer hombre que el sistema de la generación espontánea podría dar.
«Evidentemente el otro origen del género humano es el único admisible, el único posible. Sólo el hecho sobrenatural de la creación explica la primera aparición del hombre en este mundo.
«Por consiguiente, los que negasen y aboliesen lo sobrenatural, abolirían al mismo tiempo toda religión real; y es en vano que triunfan de lo sobrenatural, tan a menudo introducido erróneamente en nuestro mundo y en nuestra historia. Ellos son forzados a detenerse ante la cuna sobrenatural de la humanidad, impotentes para hacer salir de ella al hombre sin la mano de Dios.»
GUIZOT
Por el Sr. Guizot
Hemos extraído de la nueva obra del Sr. Guizot: L’Église et la société chrétienne en 1861, el notable capítulo De lo Sobrenatural. No es, como se podría creer, un alegato a favor o en contra del Espiritismo, porque de ningún modo aborda la nueva Doctrina; pero como a los ojos de muchas personas el Espiritismo es inseparable de lo sobrenatural –que según unos es una superstición, y según otros una verdad–, es interesante conocer sobre esta cuestión la opinión de un hombre del valor del Sr. Guizot. Hay en ese trabajo observaciones de una indiscutible precisión, pero –según nosotros– también hay grandes errores que son debidos a los puntos de vista que tiene el autor. Al respecto, haremos un profundo examen en nuestro próximo número.
«Todos los ataques de que hoy es objeto el Cristianismo, por más diversos que sean en su naturaleza y en su medida, parten de un mismo punto y tienden a un mismo objetivo: la negación de lo sobrenatural en los destinos del hombre y del mundo, la abolición del elemento sobrenatural en la religión cristiana como en toda religión, en su historia como en sus dogmas.
«Materialistas, panteístas, racionalistas, escépticos, críticos eruditos –unos abiertamente, otros discretamente–, todos piensan y hablan bajo el imperio de la idea de que el mundo y el hombre, la naturaleza moral como la naturaleza física, son gobernadas únicamente por leyes generales, permanentes y necesarias, cuyo curso ninguna voluntad especial ha venido jamás a suspender o a modificar.
«No pienso en discutir aquí plenamente esta cuestión, que es la cuestión fundamental de toda religión; sólo quiero exponer a los adversarios –declarados o velados– de lo sobrenatural dos observaciones o, para ser más exacto, dos hechos que –en mi opinión– lo deciden.
«Toda religión se funda en una natural fe en lo sobrenatural, en un instinto innato de lo sobrenatural. No digo toda idea religiosa, sino toda religión positiva, práctica, poderosa, duradera, popular. En todos los lugares, bajo todos los climas, en todas las épocas de la Historia y en todos los grados de la civilización, el hombre ha llevado consigo ese sentimiento, que yo prefiero llamar de presentimiento, de que el mundo que él ve, el orden en cuyo seno vive, los hechos que se suceden regular y constantemente a su alrededor, no lo son todo. En este vasto conjunto, en vano hace a cada día descubrimientos y conquistas; en vano observa y constata hábilmente las leyes permanentes que lo rigen: su pensamiento no se encierra de modo alguno en este universo, objeto de su ciencia; este espectáculo no es suficiente para su alma; ésta se lanza más allá; busca, vislumbra otra cosa; ella, para el Universo y para sí misma, aspira a otros destinos, a otro Señor.
Ha dicho Voltaire: Más allá de todos esos cielos reside el Dios de los cielos, y el Dios que está más allá de todos los cielos no es la naturaleza personificada, es lo sobrenatural en persona. Es a Él que las religiones se dirigen; es para poner al hombre en relación con Él que ellas se fundan. Sin la fe instintiva de los hombres en lo sobrenatural, sin su impulso espontáneo e invencible hacia lo sobrenatural, la religión no sería posible.
«De todos los seres de la Tierra, el único que ora es el hombre. Entre sus instintos morales ninguno es más natural, más universal y más invencible que la oración. El niño se dispone a ella con una solícita docilidad. El anciano se ampara en ella como en un refugio contra la decadencia y el aislamiento. La plegaria brota por sí misma de los jóvenes labios que apenas balbucean el nombre de Dios, y de los labios del moribundo que ya no tienen fuerza para pronunciarla. En todos los pueblos, célebres o ignorados, civilizados o bárbaros, se encuentran a cada paso actos y fórmulas de invocación. En todas partes donde viven hombres, en ciertas circunstancias, a ciertas horas y bajo el influjo de ciertas impresiones del alma, los ojos se elevan, las manos se juntan, las rodillas se doblan para implorar o para dar gracias, para adorar o para aplacar. Con alegría o con estremecimiento, públicamente o en lo íntimo de su corazón, es a la oración que el hombre se dirige en último recurso, para llenar el vacío de su alma o para soportar la carga de su destino; es en la plegaria donde busca apoyo en su debilidad –cuando todo le falta–, consuelo en sus dolores y esperanza en sus virtudes.
«Nadie desconoce el valor moral e interior de la oración, independientemente de su eficacia en cuanto a su objeto. Con el solo acto de orar el alma se siente aliviada, se eleva, se apacigua y se fortalece; al volverse hacia Dios, ella experimenta aquel sentimiento de regreso a la salud y al reposo que se derrama en el cuerpo cuando pasa de un ambiente tempestuoso y pesado a una atmósfera serena y pura. Dios viene en ayuda de aquellos que le imploran, antes y sin que sepan si los atenderá.
«¿Los atenderá? ¿Cuál es la eficacia exterior y definitiva de la oración? Aquí está el misterio, el impenetrable misterio de los designios y de la acción de Dios sobre cada uno de nosotros. Lo que sabemos es que, ya sea que obre en nuestra vida exterior o interior, no somos sólo nosotros que disponemos de ella según nuestro pensamiento y nuestra propia voluntad. Todos los nombres que damos a esta parte de nuestro destino que no viene de nosotros mismos: acaso, fortuna, estrella, naturaleza, fatalidad, son otros tantos velos echados sobre nuestra ignorante impiedad. Cuando hablamos así, nos negamos a ver a Dios en donde Él está. Más allá de la estrecha esfera en que se encierran el poder y la acción del hombre, está Dios, que reina y que obra. Hay, en el acto natural y universal de la oración, una fe natural y universal en esa acción permanente y siempre libre, de Dios sobre el hombre y sobre su destino: “Nosotros somos obreros con Dios”, ha dicho san Pablo; obreros con Dios, en la obra de los destinos generales de la humanidad y en la de nuestro propio destino, presente y futuro. He aquí lo que nos hace entrever la oración como el lazo que une el hombre a Dios. Pero ahí se detiene para nosotros la luz: “Los caminos de Dios no son los nuestros”; nosotros caminamos sin conocerlos; creer sin ver y orar sin prever es la condición que Dios ha dado al hombre en este mundo, para todo lo que sobrepase los límites. Es en la conciencia y en la aceptación de este orden sobrenatural que consisten la fe y la vida religiosas.
«Así, el Sr. Edmond Schérer tiene razón cuando duda que “el racionalismo cristiano sea y pueda nunca ser una religión”. ¿Y por qué el Sr. Jules Simon, que se inclina ante Dios con un respeto tan sincero, ha intitulado su libro: La religión natural? Debería haberlo llamado Filosofía religiosa. La filosofía sigue y manifiesta algunas de las grandes ideas sobre las cuales se funda la religión; pero, por la naturaleza de sus procedimientos y por los límites de su dominio, jamás fundó y no podría fundar una religión. Propiamente hablando, no hay religión natural, porque desde que abolís lo sobrenatural, la religión también desaparece.
«¿Quién piensa en negar que esa fe instintiva en lo sobrenatural, fuente de la religión, pueda ser y sea también el origen de una infinidad de errores y de supersticiones que, a su vez, es fuente de una infinidad de males? Aquí, como en todo, es de la condición del hombre que el bien y el mal se mezclen incesantemente en sus destinos y en sus obras como en él mismo; pero de esta incurable mezcla no se deduce que nuestros grandes instintos carezcan de sentido y no nos hagan sino desviar cuando nos levantan. Aspirando a esto, sean cuales fueren nuestros desvíos, sigue siendo cierto que lo sobrenatural está en la fe natural del hombre y que es la condición sine qua non, el verdadero objeto, la propia esencia de la religión.
«He aquí un segundo hecho que considero que merece toda la atención de los adversarios de lo sobrenatural.
«Es reconocido y constatado por la Ciencia que nuestro globo no siempre se ha hallado en el estado en que hoy se encuentra; que en épocas diversas e indeterminadas ha pasado por revoluciones y transformaciones que han cambiado su faz, su régimen físico, su población; que el hombre, en particular, no siempre existió aquí y que, en varios de los estados sucesivos por los cuales este mundo ha pasado, el hombre no podría haber existido.
«¿Cómo apareció? ¿De qué modo y en virtud de qué poder comenzó el género humano en la Tierra?
«De su origen, solamente dos explicaciones pueden haber: o fue producto del propio trabajo íntimo de las fuerzas naturales de la materia, o fue obra de un poder sobrenatural, exterior y superior a la materia. La generación espontánea o la creación: a una de estas dos causas se debe la aparición del hombre en la Tierra.
«Pero admitiendo la generación espontánea –lo que por mi parte no admito de manera alguna–, ese modo de producción no podría ni jamás habría podido producir sino seres niños, en la primera hora y en el primer estado de la vida naciente. Pienso que nunca nadie ha dicho, ni dirá jamás, que en virtud de una generación espontánea, el hombre, es decir, el hombre y la mujer –la pareja humana– hayan podido salir o que salieron un día del seno de la materia completamente formados y crecidos, en plena posesión de su estatura, de su fuerza, de todas sus facultades, como el paganismo griego hizo salir a Minerva del cerebro de Júpiter.
«Sin embargo, es sólo con esta condición que, al aparecer el hombre por primera vez en la Tierra, habría podido vivir en ella, perpetuarse y fundar el género humano. Imaginad al primer hombre naciendo en el estado de primera infancia, viviendo, pero inerte, sin inteligencia, impotente, incapaz de bastarse a sí mismo ni por un momento, trémulo y entre gemidos, ¡sin madre para escucharlo ni alimentarlo! No obstante, únicamente éste es el primer hombre que el sistema de la generación espontánea podría dar.
«Evidentemente el otro origen del género humano es el único admisible, el único posible. Sólo el hecho sobrenatural de la creación explica la primera aparición del hombre en este mundo.
«Por consiguiente, los que negasen y aboliesen lo sobrenatural, abolirían al mismo tiempo toda religión real; y es en vano que triunfan de lo sobrenatural, tan a menudo introducido erróneamente en nuestro mundo y en nuestra historia. Ellos son forzados a detenerse ante la cuna sobrenatural de la humanidad, impotentes para hacer salir de ella al hombre sin la mano de Dios.»
Meditaciones filosóficas y religiosas
Dictadas al Sr. Alfred Didier, médium, por el Espíritu Lamennais (Sociedad Espírita de París)
Ya hemos publicado un cierto número de comunicaciones dictadas por el Espíritu Lamennais, cuyo alto alcance filosófico hemos podido notar. Algunas veces el tema era indicado con nitidez, pero a menudo no tenía un carácter bastante delimitado como para que fuese fácil darle un título. Al haber hecho esta observación al Espíritu, él respondió que se proponía a dictar una serie de disertaciones sobre diversos asuntos variados, serie a la que sugería dar el título general de Meditaciones Filosóficas y Religiosas, sin perjuicio de dar un título particular a los asuntos abordados. Entonces, suspendimos la publicación hasta que tuviésemos un conjunto que pudiera ser coordinado; es dicha publicación que comenzamos hoy y que continuaremos en los números siguientes. Debemos observar que los Espíritus que han llegado a un grado muy alto de perfección son los únicos aptos para evaluar las cosas de una manera completamente juiciosa; hasta entonces, sea cual fuere el desarrollo de su inteligencia e incluso de su moralidad, ellos pueden estar más o menos imbuidos de sus ideas terrenas y ver las cosas desde su punto de vista personal, lo que explica las contradicciones que a menudo se encuentran en sus apreciaciones. Lamennais nos parece estar en este caso; hay en sus comunicaciones, sin duda, cosas muy bellas y muy buenas en cuanto a los pensamientos y en cuanto al estilo, pero hay evidentemente otras que pueden prestarse a la crítica, y por las cuales nosotros no asumimos ninguna responsabilidad. Cada uno es libre para aceptar lo que considere bueno y para rechazar lo que le parezca malo; únicamente los Espíritus perfectos pueden producir cosas perfectas. Ahora bien, Lamennais, que es indiscutiblemente un Espíritu bueno y avanzado, no tiene la pretensión de ya ser perfecto, y el carácter sombrío, melancólico y místico del hombre se refleja indudablemente en el carácter del Espíritu y, por consecuencia, en sus comunicaciones; sólo desde este punto de vista ellas ya serían un interesante objeto de observaciones.
Las ideas cambian, pero las ideas y los designios de Dios no cambian. La religión, es decir, la fe, la esperanza y la caridad, una sola cosa en tres –el emblema de Dios en la Tierra–, permanece inquebrantable en medio de las luchas y de los prejuicios. La religión existe, ante todo, en los corazones, por lo que no puede cambiar. Es en el momento donde la incredulidad reina, en el que las ideas se chocan y entrechocan, sin provecho para la verdad, que aparece esta Aurora que os dice: Vengo en el nombre del Dios de los vivos y no de los muertos; sólo la materia es perecedera, porque es divisible, pero el alma es inmortal, porque es una e indivisible. Cuando el alma del hombre se debilita en la duda sobre la eternidad, toma moralmente el aspecto de la materia; ella se divide y, por consiguiente, está sujeta a pruebas infelices en sus nuevas reencarnaciones. Por lo tanto, la religión es la fuerza del hombre; todos los días ella asiste a las nuevas crucifixiones infligidas al Cristo; diariamente ella escucha las blasfemias que le son echadas en la cara; pero, fuerte e inquebrantable como la Virgen, asiste divinamente al sacrificio de su Hijo, porque tiene en sí la fe, la esperanza y la caridad. La Virgen se desmayó ante de los dolores del Hijo del Hombre, pero no está muerta.
Después de una lectura de la Biblia sobre la historia de Sansón, vi en pensamiento un cuadro análogo al del influyente artista que Francia acaba de perder: Decamps. Vi a un hombre de una estatura colosal, con miembros musculosos, como el de la obra el Día, de Miguel Ángel. Ese hombre fuerte dormía al lado de una mujer que, a su alrededor, hacía quemar perfumes tales que los orientales siempre supieron introducir en su lujo y en sus costumbres delicadas. Las fuerzas de ese gigante se agotaron; un pequeño gato saltaba sobre él y sobre la mujer que estaba a su lado. La mujer se inclinó para ver si el gigante dormía; después tomó una tijera y se puso a cortar la cabellera ondulada del coloso, y vosotros sabéis el resto. –Hombres armados se abalanzaron sobre él y lo ataron fuertemente. El hombre, preso en las redes de Dalila, se llamaba Sansón –me dijo de repente un Espíritu que luego vi cerca mío. Ese hombre representa a la Humanidad debilitada por la corrupción, es decir, por la codicia y por la hipocresía. La Humanidad, cuando Dios estaba con ella, arrancó –como Sansón– las puertas de Gaza; la Humanidad, cuando tuvo por sostén a la libertad, es decir, al Cristianismo, derrotó a sus enemigos, como ese gigante derrotó solo al ejército de los filisteos. –Entonces, respondí al Espíritu, la mujer que está junto a él... No me dejó terminar y me dijo: «Es la que reemplazó a Dios; y pensad que no quiero hablaros de la corrupción de los siglos pasados, sino del vuestro.» Desde un buen tiempo que Sansón y Dalila se habían desvanecido ante mis ojos; yo veía al ángel, siempre solo, que me decía sonriendo: «La Humanidad está vencida». Su rostro se volvió entonces reflexivo y profundo, y agregó: He aquí los tres seres que devolverán a la Humanidad su vigor primitivo; ellos se llaman Fe, Esperanza y Caridad. Vendrán en algunos años y fundarán una nueva Doctrina, que los hombres llamarán Espiritismo.»
Cada fase religiosa de la Humanidad ha tenido la fuerza divina materializada por las figuras de Sansón, de Hércules y de Rolando. Un hombre, valiéndose de los argumentos de la lógica, nos diría: «Os comprendo, pero esta comparación me parece muy sutil y muy escueta». Es verdad; hasta el presente, quizá esa comparación no haya venido a la mente de nadie; entretanto, examinemos. Os he hablado últimamente de Sansón, que es el emblema de la fuerza de la fe divina en los primeros tiempos. La Biblia es un poema oriental; Sansón es la figura material de esta fuerza impetuosa, fuerza que en otros tiempos derribó a Heliodoro en el atrio del templo, y la misma que reunió las aguas del Mar Rojo después de haberlas separado. Esa gran fuerza divina había derrotado a ejércitos y derribado los muros de Jericó. Los griegos –bien lo sabéis– vinieron de Egipto y del Oriente; esta tradición de Sansón sólo existía en el dominio de la Filosofía y de la Historia egipcias. Los griegos desbastaron los colosos de granito de Egipto, armaron a Hércules con una maza y le dieron vida. Hércules hizo sus doce trabajos, venció a la hidra de Lerna –la hidra de los siete pecados capitales– y se volvió, en ese mundo pagano, el símbolo de la fuerza divina encarnada en la Tierra: de él hicieron un dios. Pero notad cuáles fueron los vencedores de esos dos gigantes. Como dice Lamartine: ¿es preciso reír o llorar? Fueron dos hijas de Eva: Dalila y Deyanira. Como veis, la tradición de Sansón y de Hércules es la misma que la de Dalila y de Deyanira. Sólo que Dalila había cambiado la cabellera de las hijas del Faraón por la diadema de Venus.
Al atardecer, en el famoso valle de Roncesvalles, un gigante, al cual tendieron una emboscada en una profunda hondonada, exclamaba el nombre de Carlomagno con gritos desesperados. Estaba casi aniquilado bajo una enorme roca, que sus manos desfallecientes intentaban en vano remover. ¡Pobre Rolando! Tu hora ha llegado; los vascos escarnecen desde lo alto del desfiladero, y también tiran piedras enormes sobre ti. Entre tus enemigos se encuentran mujeres; tal vez Rolando haya amado a una de ellas: parece que están siempre presentes Dalila y Deyanira; la Historia no lo dice, pero esto es muy probable. Sin embargo, Rolando murió como Sansón y como Hércules. Discutid ahora, si preferís; pero pienso, señores, que esta analogía no parece tan sutil. En las edades futuras, ¿cuál será la personificación de la fuerza del Espiritismo? Vivir para ver, se dice en la Tierra. Aquí se dice: El hombre siempre ha de ver.
LAMENNAIS
(Continúa en el próximo número.)
ALLAN KARDEC
Dictadas al Sr. Alfred Didier, médium, por el Espíritu Lamennais (Sociedad Espírita de París)
Ya hemos publicado un cierto número de comunicaciones dictadas por el Espíritu Lamennais, cuyo alto alcance filosófico hemos podido notar. Algunas veces el tema era indicado con nitidez, pero a menudo no tenía un carácter bastante delimitado como para que fuese fácil darle un título. Al haber hecho esta observación al Espíritu, él respondió que se proponía a dictar una serie de disertaciones sobre diversos asuntos variados, serie a la que sugería dar el título general de Meditaciones Filosóficas y Religiosas, sin perjuicio de dar un título particular a los asuntos abordados. Entonces, suspendimos la publicación hasta que tuviésemos un conjunto que pudiera ser coordinado; es dicha publicación que comenzamos hoy y que continuaremos en los números siguientes. Debemos observar que los Espíritus que han llegado a un grado muy alto de perfección son los únicos aptos para evaluar las cosas de una manera completamente juiciosa; hasta entonces, sea cual fuere el desarrollo de su inteligencia e incluso de su moralidad, ellos pueden estar más o menos imbuidos de sus ideas terrenas y ver las cosas desde su punto de vista personal, lo que explica las contradicciones que a menudo se encuentran en sus apreciaciones. Lamennais nos parece estar en este caso; hay en sus comunicaciones, sin duda, cosas muy bellas y muy buenas en cuanto a los pensamientos y en cuanto al estilo, pero hay evidentemente otras que pueden prestarse a la crítica, y por las cuales nosotros no asumimos ninguna responsabilidad. Cada uno es libre para aceptar lo que considere bueno y para rechazar lo que le parezca malo; únicamente los Espíritus perfectos pueden producir cosas perfectas. Ahora bien, Lamennais, que es indiscutiblemente un Espíritu bueno y avanzado, no tiene la pretensión de ya ser perfecto, y el carácter sombrío, melancólico y místico del hombre se refleja indudablemente en el carácter del Espíritu y, por consecuencia, en sus comunicaciones; sólo desde este punto de vista ellas ya serían un interesante objeto de observaciones.
I
Las ideas cambian, pero las ideas y los designios de Dios no cambian. La religión, es decir, la fe, la esperanza y la caridad, una sola cosa en tres –el emblema de Dios en la Tierra–, permanece inquebrantable en medio de las luchas y de los prejuicios. La religión existe, ante todo, en los corazones, por lo que no puede cambiar. Es en el momento donde la incredulidad reina, en el que las ideas se chocan y entrechocan, sin provecho para la verdad, que aparece esta Aurora que os dice: Vengo en el nombre del Dios de los vivos y no de los muertos; sólo la materia es perecedera, porque es divisible, pero el alma es inmortal, porque es una e indivisible. Cuando el alma del hombre se debilita en la duda sobre la eternidad, toma moralmente el aspecto de la materia; ella se divide y, por consiguiente, está sujeta a pruebas infelices en sus nuevas reencarnaciones. Por lo tanto, la religión es la fuerza del hombre; todos los días ella asiste a las nuevas crucifixiones infligidas al Cristo; diariamente ella escucha las blasfemias que le son echadas en la cara; pero, fuerte e inquebrantable como la Virgen, asiste divinamente al sacrificio de su Hijo, porque tiene en sí la fe, la esperanza y la caridad. La Virgen se desmayó ante de los dolores del Hijo del Hombre, pero no está muerta.II
Sansón
III
(Continuación)
Al atardecer, en el famoso valle de Roncesvalles, un gigante, al cual tendieron una emboscada en una profunda hondonada, exclamaba el nombre de Carlomagno con gritos desesperados. Estaba casi aniquilado bajo una enorme roca, que sus manos desfallecientes intentaban en vano remover. ¡Pobre Rolando! Tu hora ha llegado; los vascos escarnecen desde lo alto del desfiladero, y también tiran piedras enormes sobre ti. Entre tus enemigos se encuentran mujeres; tal vez Rolando haya amado a una de ellas: parece que están siempre presentes Dalila y Deyanira; la Historia no lo dice, pero esto es muy probable. Sin embargo, Rolando murió como Sansón y como Hércules. Discutid ahora, si preferís; pero pienso, señores, que esta analogía no parece tan sutil. En las edades futuras, ¿cuál será la personificación de la fuerza del Espiritismo? Vivir para ver, se dice en la Tierra. Aquí se dice: El hombre siempre ha de ver.