Usted esta en:
Revista Espírita Periódico de Estudios Psicológicos - 1861 > Julio
Julio
Ensayo sobre la teoría de la alucinación
Los que no admiten el mundo incorpóreo e invisible creen explicarlo todo con la palabra alucinación. La definición de esta palabra es conocida: «Error, ilusión de una persona que cree tener percepciones que realmente no tiene» (Academia. Del latín hallucinari: errar, derivado de ad lucem). Pero, que sepamos, los científicos no han dado todavía su causa fisiológica. Si la Óptica y la Fisiología ya no parecen tener más secretos para ellos, ¿por qué aún no han explicado el origen de las imágenes que se presentan al Espíritu en ciertas circunstancias? Sea o no real, el alucinado ve algo; se dirá que él cree que está viendo, pero ¿no ve nada? Esto no es probable. Si preferís, decid que es una imagen fantástica; como queráis. Pero ¿cuál es el origen de esa imagen? ¿Cómo se forma y cómo se refleja en su cerebro? He aquí lo que vosotros no decís. Por cierto, cuando él cree estar viendo al diablo con sus cuernos y sus garras, a las llamas del infierno, a fabulosos animales que no existen, a la Luna y al Sol que luchan entre sí, es evidente que allí no hay ninguna realidad; pero si es un juego de su imaginación, ¿cómo se explica que describe tales cosas como si las mismas estuviesen presentes? Hay, pues, delante de él un cuadro, alguna fantasmagoría; entonces, ¿cuál es el espejo donde se refleja esa imagen? ¿Cuál es la causa que da a esa imagen la forma, el color y el movimiento? En vano hemos buscado esta solución en la Ciencia. Ya que los científicos quieren explicar todo a través de las leyes de la materia, que entonces ellos den, por medio de estas leyes, una teoría de la alucinación; buena o mala, será siempre una explicación.
Los hechos prueban que hay verdaderas apariciones que la teoría espírita explica perfectamente, y que sólo pueden ser negadas por los que no admiten nada fuera del mundo visible; pero al lado de las visiones reales, ¿hay alucinaciones, en el sentido que se da a esta palabra? No cabe duda; lo esencial es determinar los caracteres que pueden distinguirlas de las apariciones reales. ¿Cuál es su origen? Los Espíritus nos indicarán el camino, porque la explicación nos parece completa en la respuesta que han dado a la siguiente pregunta:
–¿Pueden considerarse como apariciones las figuras y otras imágenes que a menudo se presentan en el primer sueño o, simplemente, al cerrar los ojos?
«Tan pronto como los sentidos se entorpecen, el Espíritu se desprende y puede ver a lo lejos, o cerca, aquello que no podría ver con los ojos. Esas imágenes son a veces visiones, pero también pueden ser un efecto de las impresiones que la vista de ciertos objetos ha dejado en el cerebro, cuyos trazos conserva, así como conserva la impresión de los sonidos. El Espíritu desprendido ve entonces en su propio cerebro esas impresiones, que ahí se fijaron como en una placa fotográfica. Su variedad y mezcla forman conjuntos extravagantes y fugaces que se borran casi de inmediato, a pesar de los esfuerzos que se hagan para retenerlos. A una causa semejante es preciso atribuir ciertas apariciones fantásticas, que no tienen nada de reales, y que frecuentemente se producen en estado de enfermedad.»
«Se sabe que la memoria es el resultado de las impresiones conservadas por el cerebro. ¿Por cuál fenómeno singular esas impresiones tan variadas y tan múltiples no se confunden? He aquí un misterio impenetrable, pero no más extraño que el de las ondas sonoras que se cruzan en el aire y que, no obstante, se conservan distintas. En un cerebro sano y bien constituido, esas impresiones son nítidas y precisas; en condiciones menos favorables, ellas se borran o se confunden, como las marcas de un sello sobre una sustancia muy sólida o muy fluida. De ahí la pérdida de la memoria o la confusión de las ideas. Esto parece menos extraordinario si se admite, como en Frenología, un destino especial para cada parte del cerebro, e incluso para cada fibra.»
«Las imágenes que llegan al cerebro a través de los ojos dejan en él una impresión que hace que uno se acuerde, por ejemplo, de un cuadro como si lo tuviese delante suyo; sucede lo mismo con las impresiones de los sonidos, de los olores, de los sabores, de las palabras, de los números, etc. Si las fibras y los órganos destinados a la recepción y a la transmisión de esas impresiones estuvieren aptos para conservarlas, se tiene la memoria de las formas, de los colores, de la música, de los números, de los idiomas, etc. Cuando se trata de una escena que se ha visto, no es sino una cuestión de la memoria, porque en realidad la escena ya no está. Ahora bien, en cierto estado de emancipación, el alma ve en el cerebro y vuelve a encontrar en él esas imágenes, sobre todo aquellas que más la han impresionado, según la naturaleza de las preocupaciones o de las disposiciones de ánimo; ella encuentra allí las impresiones de escenas religiosas, diabólicas, dramáticas u otras, que ha visto en otra época en pinturas, en acciones, en lecturas o en relatos, porque los relatos también dejan impresiones. Así, el alma realmente ve algo: es la imagen en cierto modo fotografiada en el cerebro. En estado normal esas imágenes son fugaces y efímeras, porque todas las partes del cerebro funcionan libremente. Pero en estado de enfermedad el cerebro siempre está más o menos debilitado; no existe más el equilibrio entre todos los órganos, y sólo algunos de ellos conservan su actividad, mientras que otros permanecen de algún modo paralizados. De ahí la persistencia de ciertas imágenes que no se han borrado, como ocurre en estado normal, por las preocupaciones de la vida exterior. Esa es la verdadera alucinación, la causa primera de las ideas fijas. La idea fija es el recuerdo exclusivo de una impresión; la alucinación es la visión retrospectiva, por el alma, de una imagen impresa en el cerebro.»
«Como se ve, hemos explicado esta aparente anomalía por medio de una ley muy conocida, enteramente fisiológica: la de las impresiones cerebrales; pero ha sido necesario que recurriéramos a la intervención del alma, con sus facultades distintas de la materia. Ahora bien, si los materialistas no han podido aún dar una solución racional para este fenómeno, es porque no quieren admitir el alma y porque, con el materialismo puro, dicho fenómeno es inexplicable; también dirán que nuestra explicación es mala, ya que hacemos intervenir a un agente cuestionado. ¿Cuestionado por quién? Por ellos, pero admitido por la inmensa mayoría de los hombres, desde que éstos existen en la Tierra; y la negación de algunos no puede convertirse en ley.»
«¿Es buena nuestra explicación? Nosotros la damos por lo que la misma pueda valer, a falta de otras, y –si así lo desean– a título de hipótesis, esperando otra mejor; al menos ésta tiene la ventaja de dar a la alucinación una base, un cuerpo, una razón de ser, mientras que, cuando los fisiólogos hubieron pronunciado sus palabras sacramentales de sobreexcitación, de exaltación, de efectos de la imaginación, nada han dicho o no han dicho todo, porque ellos no han observado todas las fases del fenómeno.»
La imaginación también desempeña un papel que es preciso distinguir de la alucinación propiamente dicha, aunque estas dos causas estén a menudo reunidas; aquella presta a ciertos objetos las formas que éstos no tienen, como hace ver una figura en la Luna o animales en las nubes. Se sabe que en la oscuridad los objetos toman apariencias extrañas, por no poder distinguirse todas sus partes y porque los contornos no están nítidamente definidos. A la noche, ¿cuántas veces en un cuarto, una vestimenta colgada, un vago reflejo luminoso, no parecen tener una forma humana a los ojos de las personas de mayor sangre fría? Si a eso se junta el miedo o una credulidad exagerada, la imaginación hará el resto. Según esto, se comprende que la imaginación pueda alterar la realidad de las imágenes percibidas durante la alucinación y darles formas fantásticas.
Las verdaderas apariciones tienen un carácter que, para un observador experimentado, no permite confundirlas con los efectos que acabamos de citar. Como ellas pueden tener lugar en pleno día, se debe desconfiar de las que se cree ver a la noche, por temor a ser víctima de una ilusión de óptica. Además, hay en las apariciones –como en todos los otros fenómenos espíritas– el carácter inteligente, que es la mejor prueba de su realidad. Toda aparición que no da ninguna señal inteligente, puede ser terminantemente considerada una ilusión. Los Sres. materialistas deben reconocer que les concedemos una gran parte.
¿Explica lo expuesto todos los casos de visión? Ciertamente que no, y desafiamos a todos los fisiólogos a que presenten una explicación –desde su punto de vista exclusivo– que resuelva todos los casos; por lo tanto, si todas las teorías de la alucinación son insuficientes para explicar la totalidad de los hechos, entonces existe algo más allá que la alucinación propiamente dicha, y ese algo solamente encuentra su solución en la teoría espírita, que a todos abarca. En efecto, si examinamos con cuidado ciertos casos de visiones muy frecuentes, veremos que es imposible atribuirles el mismo origen de la alucinación. Al tratar de dar a ésta una explicación plausible, hemos querido mostrar en qué difiere de la aparición. En uno y en otro caso es siempre el alma que ve y no los ojos; en el primero, ella ve una imagen interior y, en el segundo, una cosa exterior, si así podemos expresarnos. Cuando una persona ausente, en la cual no se piensa en absoluto, y que se cree que está con muy buena salud, se presenta espontáneamente cuando estamos perfectamente despiertos y viene a revelar las particularidades de su muerte, ocurrida en aquel mismo momento y de la cual, por consiguiente, no se podía tener noticia, este hecho no se puede atribuir a un recuerdo ni a la preocupación del Espíritu. Suponiendo que se haya tenido aprensiones sobre la vida de esta persona, quedaría por explicar la coincidencia del momento de la muerte con la aparición y, sobre todo, las circunstancias de la muerte, cosas que no se pueden conocer ni prever. Se puede, pues, incluir entre las alucinaciones a las visiones fantásticas, que no tienen nada de real; entretanto, no sucede lo mismo con las que revelan actualidades positivas, confirmadas por los acontecimientos. Sería absurdo explicarlas con las mismas causas, y aún más absurdo sería atribuirlas al acaso, que es la razón suprema de los que no tienen nada que decir. Sólo el Espiritismo puede explicarlas con la doble teoría del periespíritu y de la emancipación del alma; pero ¿cómo creer en la acción del alma cuando no se admite su existencia?
Al no tener absolutamente en cuenta el elemento espiritual, la Ciencia está en la imposibilidad de resolver una multitud de fenómenos y cae en el absurdo de querer atribuir todo al elemento material. Sobre todo es en Medicina que el elemento espiritual desempeña un papel importante; cuando los médicos lo tengan en cuenta, se equivocarán con menos frecuencia de lo que lo hacen ahora; ahí tendrán una luz que los guiará con más seguridad en el diagnóstico y en el tratamiento de las enfermedades. Es lo que se puede constatar presentemente en la práctica de los médicos espíritas, cuyo número aumenta todos los días. Al tener la alucinación una causa fisiológica, tenemos la certeza de que ellos encontrarán el medio de combatirla. Conocemos a un médico que, gracias al Espiritismo, está a camino de hacer descubrimientos del más alto alcance, porque la Doctrina le dio a conocer la verdadera causa de ciertas afecciones rebeldes a la medicina materialista.
El fenómeno de la aparición puede producirse de dos maneras: o es el Espíritu que viene a encontrar a la persona que lo ve, o es el Espíritu de ésta que se transporta y va a encontrar al otro. Los dos ejemplos siguientes caracterizan perfectamente ambos casos.
Uno de nuestros colegas nos contaba recientemente que un amigo suyo –un oficial que se encontraba en África– de repente vio a su frente la escena de un cortejo fúnebre: era el de uno de sus tíos que vivía en Francia, y que no veía hacía mucho tiempo. Vio claramente toda la ceremonia, desde la salida de la casa mortuoria hasta la iglesia, y el transporte al cementerio; incluso observó diversas particularidades, de las cuales no podía tener idea. En ese momento él estaba despierto, a pesar de absorto, estado en que solamente salió cuando todo desapareció. Impactado por esta circunstancia, escribió a Francia para tener noticias de su tío, y supo que éste falleció súbitamente, habiendo sido enterrado en el día y a la hora en que la aparición tuvo lugar, y con las particularidades que había visto. Es evidente que en este caso no fue el cortejo que vino a encontrarlo, sino que él fue hacia el cortejo, del cual tuvo su percepción por un efecto de la doble vista.
Un médico conocido nuestro, el Sr. Félix Mallo, prestaba asistencia a una joven mujer; mas al considerar que el clima de París le hacía mal, la aconsejó a que pasase algún tiempo con su familia en el interior del país, lo que ella hizo. Durante seis meses él no escuchó más hablar de ella y ni pensaba en la misma, cuando una noche –alrededor de las diez–, al estar en su cuarto, oyó que llamaban a la puerta de su consultorio. Pensando que alguien venía a llamarlo para que atendiera a un paciente, pidió que entrase; pero quedó bastante sorprendido al ver a su frente a la joven mujer en cuestión, pálida, vestida como la había conocido y que le dijo con mucha sangre fría: «Dr. Mallo, vengo a deciros que he muerto». Y luego desapareció. Al tener la certeza de que estaba bien despierto y de que nadie había entrado, el médico requirió informaciones y supo que esa mujer había muerto en la misma noche en que le había aparecido. En este caso, fue efectivamente el Espíritu de la mujer que vino a su encuentro. Los incrédulos no dejarán de decir que el médico podría estar preocupado con la salud de su antigua paciente, y que no habría nada de sorprendente en que previera la muerte de la misma; tal vez. Pero ellos no explican el hecho de la coincidencia de su aparición con el momento de su muerte, considerando que hacía varios meses que el médico no había oído hablar de ella. Incluso suponiendo que él haya creído en la imposibilidad de que ella se curase, ¿podría prever que la misma muriera en tal día y a tal hora? Nosotros debemos agregar que él no es un hombre que se deje llevar por la imaginación.
He aquí otro hecho no menos característico y que no podría ser atribuido a ninguna previsión. Uno de nuestros socios –oficial de marina– estaba en el mar, cuando vio a su padre y a su hermano tirados abajo de un carruaje; el padre había muerto y el hermano no había sufrido ningún mal. Quince días después, al haber desembarcado en Francia, sus amigos buscaron prepararlo para que reciba la triste noticia. «–No toméis tantas precauciones –les dijo–, porque sé lo que queréis decirme: Mi padre falleció; hace quince días que lo sé.» En efecto, su padre y su hermano, estando en París, bajaban del carruaje en los Campos Elíseos, cuando el caballo se asustó, el carruaje se quebró, el padre murió y el hermano tuvo solamente algunas contusiones. Estos hechos son positivos, actuales, y no van a decir que son leyendas de la Edad Media. Si cada uno reúne sus recuerdos, verá que son más frecuentes de lo que se cree. Nosotros preguntamos si los mismos tienen alguno de los caracteres de la alucinación. Pedimos igualmente a los materialistas que den una explicación del hecho relatado en el artículo siguiente.
Los que no admiten el mundo incorpóreo e invisible creen explicarlo todo con la palabra alucinación. La definición de esta palabra es conocida: «Error, ilusión de una persona que cree tener percepciones que realmente no tiene» (Academia. Del latín hallucinari: errar, derivado de ad lucem). Pero, que sepamos, los científicos no han dado todavía su causa fisiológica. Si la Óptica y la Fisiología ya no parecen tener más secretos para ellos, ¿por qué aún no han explicado el origen de las imágenes que se presentan al Espíritu en ciertas circunstancias? Sea o no real, el alucinado ve algo; se dirá que él cree que está viendo, pero ¿no ve nada? Esto no es probable. Si preferís, decid que es una imagen fantástica; como queráis. Pero ¿cuál es el origen de esa imagen? ¿Cómo se forma y cómo se refleja en su cerebro? He aquí lo que vosotros no decís. Por cierto, cuando él cree estar viendo al diablo con sus cuernos y sus garras, a las llamas del infierno, a fabulosos animales que no existen, a la Luna y al Sol que luchan entre sí, es evidente que allí no hay ninguna realidad; pero si es un juego de su imaginación, ¿cómo se explica que describe tales cosas como si las mismas estuviesen presentes? Hay, pues, delante de él un cuadro, alguna fantasmagoría; entonces, ¿cuál es el espejo donde se refleja esa imagen? ¿Cuál es la causa que da a esa imagen la forma, el color y el movimiento? En vano hemos buscado esta solución en la Ciencia. Ya que los científicos quieren explicar todo a través de las leyes de la materia, que entonces ellos den, por medio de estas leyes, una teoría de la alucinación; buena o mala, será siempre una explicación.
Los hechos prueban que hay verdaderas apariciones que la teoría espírita explica perfectamente, y que sólo pueden ser negadas por los que no admiten nada fuera del mundo visible; pero al lado de las visiones reales, ¿hay alucinaciones, en el sentido que se da a esta palabra? No cabe duda; lo esencial es determinar los caracteres que pueden distinguirlas de las apariciones reales. ¿Cuál es su origen? Los Espíritus nos indicarán el camino, porque la explicación nos parece completa en la respuesta que han dado a la siguiente pregunta:
–¿Pueden considerarse como apariciones las figuras y otras imágenes que a menudo se presentan en el primer sueño o, simplemente, al cerrar los ojos?
«Tan pronto como los sentidos se entorpecen, el Espíritu se desprende y puede ver a lo lejos, o cerca, aquello que no podría ver con los ojos. Esas imágenes son a veces visiones, pero también pueden ser un efecto de las impresiones que la vista de ciertos objetos ha dejado en el cerebro, cuyos trazos conserva, así como conserva la impresión de los sonidos. El Espíritu desprendido ve entonces en su propio cerebro esas impresiones, que ahí se fijaron como en una placa fotográfica. Su variedad y mezcla forman conjuntos extravagantes y fugaces que se borran casi de inmediato, a pesar de los esfuerzos que se hagan para retenerlos. A una causa semejante es preciso atribuir ciertas apariciones fantásticas, que no tienen nada de reales, y que frecuentemente se producen en estado de enfermedad.»
«Se sabe que la memoria es el resultado de las impresiones conservadas por el cerebro. ¿Por cuál fenómeno singular esas impresiones tan variadas y tan múltiples no se confunden? He aquí un misterio impenetrable, pero no más extraño que el de las ondas sonoras que se cruzan en el aire y que, no obstante, se conservan distintas. En un cerebro sano y bien constituido, esas impresiones son nítidas y precisas; en condiciones menos favorables, ellas se borran o se confunden, como las marcas de un sello sobre una sustancia muy sólida o muy fluida. De ahí la pérdida de la memoria o la confusión de las ideas. Esto parece menos extraordinario si se admite, como en Frenología, un destino especial para cada parte del cerebro, e incluso para cada fibra.»
«Las imágenes que llegan al cerebro a través de los ojos dejan en él una impresión que hace que uno se acuerde, por ejemplo, de un cuadro como si lo tuviese delante suyo; sucede lo mismo con las impresiones de los sonidos, de los olores, de los sabores, de las palabras, de los números, etc. Si las fibras y los órganos destinados a la recepción y a la transmisión de esas impresiones estuvieren aptos para conservarlas, se tiene la memoria de las formas, de los colores, de la música, de los números, de los idiomas, etc. Cuando se trata de una escena que se ha visto, no es sino una cuestión de la memoria, porque en realidad la escena ya no está. Ahora bien, en cierto estado de emancipación, el alma ve en el cerebro y vuelve a encontrar en él esas imágenes, sobre todo aquellas que más la han impresionado, según la naturaleza de las preocupaciones o de las disposiciones de ánimo; ella encuentra allí las impresiones de escenas religiosas, diabólicas, dramáticas u otras, que ha visto en otra época en pinturas, en acciones, en lecturas o en relatos, porque los relatos también dejan impresiones. Así, el alma realmente ve algo: es la imagen en cierto modo fotografiada en el cerebro. En estado normal esas imágenes son fugaces y efímeras, porque todas las partes del cerebro funcionan libremente. Pero en estado de enfermedad el cerebro siempre está más o menos debilitado; no existe más el equilibrio entre todos los órganos, y sólo algunos de ellos conservan su actividad, mientras que otros permanecen de algún modo paralizados. De ahí la persistencia de ciertas imágenes que no se han borrado, como ocurre en estado normal, por las preocupaciones de la vida exterior. Esa es la verdadera alucinación, la causa primera de las ideas fijas. La idea fija es el recuerdo exclusivo de una impresión; la alucinación es la visión retrospectiva, por el alma, de una imagen impresa en el cerebro.»
«Como se ve, hemos explicado esta aparente anomalía por medio de una ley muy conocida, enteramente fisiológica: la de las impresiones cerebrales; pero ha sido necesario que recurriéramos a la intervención del alma, con sus facultades distintas de la materia. Ahora bien, si los materialistas no han podido aún dar una solución racional para este fenómeno, es porque no quieren admitir el alma y porque, con el materialismo puro, dicho fenómeno es inexplicable; también dirán que nuestra explicación es mala, ya que hacemos intervenir a un agente cuestionado. ¿Cuestionado por quién? Por ellos, pero admitido por la inmensa mayoría de los hombres, desde que éstos existen en la Tierra; y la negación de algunos no puede convertirse en ley.»
«¿Es buena nuestra explicación? Nosotros la damos por lo que la misma pueda valer, a falta de otras, y –si así lo desean– a título de hipótesis, esperando otra mejor; al menos ésta tiene la ventaja de dar a la alucinación una base, un cuerpo, una razón de ser, mientras que, cuando los fisiólogos hubieron pronunciado sus palabras sacramentales de sobreexcitación, de exaltación, de efectos de la imaginación, nada han dicho o no han dicho todo, porque ellos no han observado todas las fases del fenómeno.»
La imaginación también desempeña un papel que es preciso distinguir de la alucinación propiamente dicha, aunque estas dos causas estén a menudo reunidas; aquella presta a ciertos objetos las formas que éstos no tienen, como hace ver una figura en la Luna o animales en las nubes. Se sabe que en la oscuridad los objetos toman apariencias extrañas, por no poder distinguirse todas sus partes y porque los contornos no están nítidamente definidos. A la noche, ¿cuántas veces en un cuarto, una vestimenta colgada, un vago reflejo luminoso, no parecen tener una forma humana a los ojos de las personas de mayor sangre fría? Si a eso se junta el miedo o una credulidad exagerada, la imaginación hará el resto. Según esto, se comprende que la imaginación pueda alterar la realidad de las imágenes percibidas durante la alucinación y darles formas fantásticas.
Las verdaderas apariciones tienen un carácter que, para un observador experimentado, no permite confundirlas con los efectos que acabamos de citar. Como ellas pueden tener lugar en pleno día, se debe desconfiar de las que se cree ver a la noche, por temor a ser víctima de una ilusión de óptica. Además, hay en las apariciones –como en todos los otros fenómenos espíritas– el carácter inteligente, que es la mejor prueba de su realidad. Toda aparición que no da ninguna señal inteligente, puede ser terminantemente considerada una ilusión. Los Sres. materialistas deben reconocer que les concedemos una gran parte.
¿Explica lo expuesto todos los casos de visión? Ciertamente que no, y desafiamos a todos los fisiólogos a que presenten una explicación –desde su punto de vista exclusivo– que resuelva todos los casos; por lo tanto, si todas las teorías de la alucinación son insuficientes para explicar la totalidad de los hechos, entonces existe algo más allá que la alucinación propiamente dicha, y ese algo solamente encuentra su solución en la teoría espírita, que a todos abarca. En efecto, si examinamos con cuidado ciertos casos de visiones muy frecuentes, veremos que es imposible atribuirles el mismo origen de la alucinación. Al tratar de dar a ésta una explicación plausible, hemos querido mostrar en qué difiere de la aparición. En uno y en otro caso es siempre el alma que ve y no los ojos; en el primero, ella ve una imagen interior y, en el segundo, una cosa exterior, si así podemos expresarnos. Cuando una persona ausente, en la cual no se piensa en absoluto, y que se cree que está con muy buena salud, se presenta espontáneamente cuando estamos perfectamente despiertos y viene a revelar las particularidades de su muerte, ocurrida en aquel mismo momento y de la cual, por consiguiente, no se podía tener noticia, este hecho no se puede atribuir a un recuerdo ni a la preocupación del Espíritu. Suponiendo que se haya tenido aprensiones sobre la vida de esta persona, quedaría por explicar la coincidencia del momento de la muerte con la aparición y, sobre todo, las circunstancias de la muerte, cosas que no se pueden conocer ni prever. Se puede, pues, incluir entre las alucinaciones a las visiones fantásticas, que no tienen nada de real; entretanto, no sucede lo mismo con las que revelan actualidades positivas, confirmadas por los acontecimientos. Sería absurdo explicarlas con las mismas causas, y aún más absurdo sería atribuirlas al acaso, que es la razón suprema de los que no tienen nada que decir. Sólo el Espiritismo puede explicarlas con la doble teoría del periespíritu y de la emancipación del alma; pero ¿cómo creer en la acción del alma cuando no se admite su existencia?
Al no tener absolutamente en cuenta el elemento espiritual, la Ciencia está en la imposibilidad de resolver una multitud de fenómenos y cae en el absurdo de querer atribuir todo al elemento material. Sobre todo es en Medicina que el elemento espiritual desempeña un papel importante; cuando los médicos lo tengan en cuenta, se equivocarán con menos frecuencia de lo que lo hacen ahora; ahí tendrán una luz que los guiará con más seguridad en el diagnóstico y en el tratamiento de las enfermedades. Es lo que se puede constatar presentemente en la práctica de los médicos espíritas, cuyo número aumenta todos los días. Al tener la alucinación una causa fisiológica, tenemos la certeza de que ellos encontrarán el medio de combatirla. Conocemos a un médico que, gracias al Espiritismo, está a camino de hacer descubrimientos del más alto alcance, porque la Doctrina le dio a conocer la verdadera causa de ciertas afecciones rebeldes a la medicina materialista.
El fenómeno de la aparición puede producirse de dos maneras: o es el Espíritu que viene a encontrar a la persona que lo ve, o es el Espíritu de ésta que se transporta y va a encontrar al otro. Los dos ejemplos siguientes caracterizan perfectamente ambos casos.
Uno de nuestros colegas nos contaba recientemente que un amigo suyo –un oficial que se encontraba en África– de repente vio a su frente la escena de un cortejo fúnebre: era el de uno de sus tíos que vivía en Francia, y que no veía hacía mucho tiempo. Vio claramente toda la ceremonia, desde la salida de la casa mortuoria hasta la iglesia, y el transporte al cementerio; incluso observó diversas particularidades, de las cuales no podía tener idea. En ese momento él estaba despierto, a pesar de absorto, estado en que solamente salió cuando todo desapareció. Impactado por esta circunstancia, escribió a Francia para tener noticias de su tío, y supo que éste falleció súbitamente, habiendo sido enterrado en el día y a la hora en que la aparición tuvo lugar, y con las particularidades que había visto. Es evidente que en este caso no fue el cortejo que vino a encontrarlo, sino que él fue hacia el cortejo, del cual tuvo su percepción por un efecto de la doble vista.
Un médico conocido nuestro, el Sr. Félix Mallo, prestaba asistencia a una joven mujer; mas al considerar que el clima de París le hacía mal, la aconsejó a que pasase algún tiempo con su familia en el interior del país, lo que ella hizo. Durante seis meses él no escuchó más hablar de ella y ni pensaba en la misma, cuando una noche –alrededor de las diez–, al estar en su cuarto, oyó que llamaban a la puerta de su consultorio. Pensando que alguien venía a llamarlo para que atendiera a un paciente, pidió que entrase; pero quedó bastante sorprendido al ver a su frente a la joven mujer en cuestión, pálida, vestida como la había conocido y que le dijo con mucha sangre fría: «Dr. Mallo, vengo a deciros que he muerto». Y luego desapareció. Al tener la certeza de que estaba bien despierto y de que nadie había entrado, el médico requirió informaciones y supo que esa mujer había muerto en la misma noche en que le había aparecido. En este caso, fue efectivamente el Espíritu de la mujer que vino a su encuentro. Los incrédulos no dejarán de decir que el médico podría estar preocupado con la salud de su antigua paciente, y que no habría nada de sorprendente en que previera la muerte de la misma; tal vez. Pero ellos no explican el hecho de la coincidencia de su aparición con el momento de su muerte, considerando que hacía varios meses que el médico no había oído hablar de ella. Incluso suponiendo que él haya creído en la imposibilidad de que ella se curase, ¿podría prever que la misma muriera en tal día y a tal hora? Nosotros debemos agregar que él no es un hombre que se deje llevar por la imaginación.
He aquí otro hecho no menos característico y que no podría ser atribuido a ninguna previsión. Uno de nuestros socios –oficial de marina– estaba en el mar, cuando vio a su padre y a su hermano tirados abajo de un carruaje; el padre había muerto y el hermano no había sufrido ningún mal. Quince días después, al haber desembarcado en Francia, sus amigos buscaron prepararlo para que reciba la triste noticia. «–No toméis tantas precauciones –les dijo–, porque sé lo que queréis decirme: Mi padre falleció; hace quince días que lo sé.» En efecto, su padre y su hermano, estando en París, bajaban del carruaje en los Campos Elíseos, cuando el caballo se asustó, el carruaje se quebró, el padre murió y el hermano tuvo solamente algunas contusiones. Estos hechos son positivos, actuales, y no van a decir que son leyendas de la Edad Media. Si cada uno reúne sus recuerdos, verá que son más frecuentes de lo que se cree. Nosotros preguntamos si los mismos tienen alguno de los caracteres de la alucinación. Pedimos igualmente a los materialistas que den una explicación del hecho relatado en el artículo siguiente.
Una aparición providencial
Leemos en el Oxford Chronicle del 1º de junio de 1861:
«En 1828 un navío que hacía viajes de Liverpool a New Brunswick tenía como segundo capitán al Sr. Robert Bruce. Al estar cerca de los bancos de Terranova, el capitán y su segundo hacían los cálculos diarios de su ruta, el primero en su cabina y el otro en la sala que se encontraba al lado; las dos piezas estaban dispuestas de manera que ellos podían verse y conversar. Bruce, muy ocupado en su trabajo, no percibió que el capitán había subido a cubierta; sin mirarlo, le dijo: “Encuentro tal longitud; ¿cuál es la vuestra?” Al no recibir respuesta, repitió la pregunta, pero inútilmente. Entonces se dirigió a la puerta de la cabina y vio a un hombre que estaba sentado en el lugar del capitán, escribiendo en su pizarra. El individuo se dio vuelta, miró fijamente a Bruce, y éste, espantado, corrió a cubierta. –Capitán, dijo él tan pronto como lo encontró: ¿quién está en este momento en la mesa de trabajo de vuestra cabina? –Nadie, presumo. –Os aseguro que hay un extraño. –¡Un extraño! Soñáis, Sr. Bruce; ¿quién se atrevería a estar en mi escritorio sin mis órdenes? Quizá visteis al suboficial o al camarero. –Señor, es un hombre que está sentado en vuestro sillón y que escribe en vuestra pizarra. Él me ha mirado a la cara y yo lo he visto claramente, como jamás vi a nadie en este mundo. –¡Él! ¿Quién? –¡Sólo Dios lo sabe, capitán! Nunca antes había visto a ese extraño en mi vida, en ninguna parte. –Habéis enloquecido, Sr. Bruce; ¡un extraño! Hace seis semanas que estamos en el mar. –Lo sé, y sin embargo lo vi. –¡Pues bien! Id a ver quién es. –Capitán, vos sabéis que no me amedrento; no creo en aparecidos; entretanto, confieso que prefiero no verlo solo y de frente. Me gustaría que fuéramos los dos. El capitán bajó primero, pero no encontró a nadie. –Ya veis que soñasteis, le dijo. –No sé cómo esto sucedió, pero os juro que él estaba aquí hace poco y que escribía en vuestra pizarra. –En este caso debe haber algo escrito en la misma. Tomó la pizarra y leyó estas palabras: Dirigid el navío al noroeste. Después de hacer escribir las mismas palabras a Bruce y a los hombres alfabetizados de la tripulación, el capitán constató que la escritura no se parecía con la de ninguno de ellos. Buscaron en todos los rincones del navío y no descubrieron a ningún extraño. Al ser consultado si debía seguir ese aviso misterioso, el capitán decidió cambiar de rumbo y navegó hacia el noroeste, después de haber puesto como vigía a un hombre de confianza. Tres horas después el vigía señaló un témpano y luego una embarcación desarbolada, sobre la cual se veían a varios hombres. Al aproximarse más se supo que la misma estaba quebrada, las provisiones agotadas y la tripulación y los pasajeros hambrientos. Enviaron botes para recogerlos; pero en el momento en que subieron a bordo, el Sr. Bruce, con gran estupefacción, reconoció entre los náufragos al hombre que había visto en la cabina del capitán. Así que el estremecimiento pasó y que el navío retomó su ruta, el Sr. Bruce le dijo al capitán: –Parece que no fue a un Espíritu que yo vi hoy; él está vivo; el hombre que escribía en vuestra pizarra es uno de los pasajeros que acabamos de salvar: helo aquí. Yo lo juraría ante la justicia.
«El capitán se dirigió a ese hombre, lo invitó a bajar a su cabina y le pidió que escribiera en la pizarra, del lado opuesto al que se encontraba la escritura misteriosa: Dirigid el navío al noroeste. Intrigado con este pedido, entretanto, el pasajero concordó en escribir. Al tomar la pizarra, el capitán la dio vuelta disimuladamente y, mostrando al pasajero las palabras escritas antes, le preguntó: –¿Esta es realmente vuestra letra? –Sin duda, ya que acabo de escribir delante vuestro. –¿Y ésta aquí? –agregó, al mostrarle el otro lado. –También es mi letra; pero no sé cómo esto ocurrió, porque solamente escribí de un lado. –Mi segundo capitán, que está aquí, afirma que os ha visto hoy al mediodía, sentado en este escritorio y escribiendo estas palabras. –Es imposible, puesto que hace instantes me han traído a este navío.
«El capitán de la embarcación naufragada, al ser interrogado sobre ese hombre y acerca de lo que podría haber pasado de extraordinario con él por la mañana, respondió: –Sólo lo conozco como siendo uno de mis pasajeros; pero un poco antes del mediodía él cayó en un sueño profundo, del cual solamente salió una hora después. Durante el sueño expresó la confianza de que pronto seríamos rescatados, diciendo que él se veía a bordo de un navío, cuyas características y tipo de aparejo describió de total conformidad con éste, que vimos después. El pasajero añadió que él no se acordaba de haber soñado, ni de haber escrito nada, mas que solamente había conservado al despertar un presentimiento –que él no sabía explicar– de que un navío venía a socorrerlos. Una cosa extraña –dijo él– es que todo lo que hay en este navío me resulta familiar y, entretanto, estoy muy seguro de que nunca he estado aquí. Ante eso, el Sr. Bruce le contó las circunstancias de la aparición que había tenido, y ellos sacaron en conclusión de que ese hecho había sido providencial.»
Esta historia es perfectamente auténtica; el Sr. Robert Dale Owen, antiguo ministro de los Estados Unidos en Nápoles, que igualmente la relata en su obra, ha obtenido todos los documentos que constatan su veracidad. Preguntamos si este hecho tiene alguno de los caracteres de la alucinación. Que la esperanza –que nunca abandona a los desdichados– haya seguido al pasajero en su sueño y le haya hecho soñar que venían a socorrerlos, es comprensible; la coincidencia del sueño con el socorro aún podría ser un efecto fortuito; ¿pero cómo explicar la descripción del navío? En cuanto al Sr. Bruce, no hay duda que él no soñaba; si la aparición era una ilusión, ¿cómo explicar esa semejanza con el pasajero? Si fue un efecto fortuito, la escritura en la pizarra es un hecho material. ¿De dónde provenía el consejo, dado por ese medio, de navegar en dirección a los naúfragos, contrariando la ruta seguida por el navío? Que los Sres. partidarios de la alucinación consientan en decirnos cómo podrán explicar, con su sistema exclusivo, todas esas circunstancias. En los fenómenos espíritas provocados, ellos tienen el recurso de decir que hay superchería; pero aquí no es nada probable que el pasajero haya hecho una comedia. Es en esto que los fenómenos espontáneos, cuando avalados por testimonios irrecusables, son de una gran importancia, porque no se puede sospechar de ninguna connivencia.
Para los espíritas, este hecho no tiene nada de extraordinario, porque pueden explicarlo. A los ojos de los ignorantes parecerá sobrenatural, maravilloso. Para quien conozca la teoría del periespíritu, de la emancipación del alma en los encarnados, el hecho no sale de las leyes de la Naturaleza. Un crítico se divirtió mucho con la historia del hombre de la tabaquera, que hemos relatado en la Revista del mes de marzo de 1859, diciendo aquél que era un efecto de la imaginación de la Sra. que estaba enferma; ¿qué tiene aquella historia de más imposible que ésta? Los dos hechos se explican exactamente por la misma ley que rige las relaciones que existen entre el Espíritu y la materia. Además, preguntamos a todos los espíritas que han estudiado la teoría de los fenómenos si, al leer el hecho que acabamos de citar, su atención no se ha dirigido inmediatamente hacia la manera por la que debió haberse producido; si no ha sido explicado; si de esta explicación no resulta su posibilidad y si, como consecuencia de esta posibilidad, no se han interesado más que si lo hubiesen tenido que aceptar únicamente a través de los ojos de la fe, sin unirlo al consentimiento de su inteligencia. Los que nos critican por haber dado esta teoría se olvidan que la misma es el resultado de largos y pacientes estudios, que ellos podrían haber hecho como nosotros, trabajando tanto como lo hicimos y lo hacemos todos los días; que, al dar los medios para explicar los fenómenos, nosotros les hemos dado una base y una razón de ser que han hecho callar a más de un crítico y que, en gran parte, han contribuido para la propagación del Espiritismo, ya que se acepta más de buen grado lo que se comprende que lo que no se comprende.
Leemos en el Oxford Chronicle del 1º de junio de 1861:
«En 1828 un navío que hacía viajes de Liverpool a New Brunswick tenía como segundo capitán al Sr. Robert Bruce. Al estar cerca de los bancos de Terranova, el capitán y su segundo hacían los cálculos diarios de su ruta, el primero en su cabina y el otro en la sala que se encontraba al lado; las dos piezas estaban dispuestas de manera que ellos podían verse y conversar. Bruce, muy ocupado en su trabajo, no percibió que el capitán había subido a cubierta; sin mirarlo, le dijo: “Encuentro tal longitud; ¿cuál es la vuestra?” Al no recibir respuesta, repitió la pregunta, pero inútilmente. Entonces se dirigió a la puerta de la cabina y vio a un hombre que estaba sentado en el lugar del capitán, escribiendo en su pizarra. El individuo se dio vuelta, miró fijamente a Bruce, y éste, espantado, corrió a cubierta. –Capitán, dijo él tan pronto como lo encontró: ¿quién está en este momento en la mesa de trabajo de vuestra cabina? –Nadie, presumo. –Os aseguro que hay un extraño. –¡Un extraño! Soñáis, Sr. Bruce; ¿quién se atrevería a estar en mi escritorio sin mis órdenes? Quizá visteis al suboficial o al camarero. –Señor, es un hombre que está sentado en vuestro sillón y que escribe en vuestra pizarra. Él me ha mirado a la cara y yo lo he visto claramente, como jamás vi a nadie en este mundo. –¡Él! ¿Quién? –¡Sólo Dios lo sabe, capitán! Nunca antes había visto a ese extraño en mi vida, en ninguna parte. –Habéis enloquecido, Sr. Bruce; ¡un extraño! Hace seis semanas que estamos en el mar. –Lo sé, y sin embargo lo vi. –¡Pues bien! Id a ver quién es. –Capitán, vos sabéis que no me amedrento; no creo en aparecidos; entretanto, confieso que prefiero no verlo solo y de frente. Me gustaría que fuéramos los dos. El capitán bajó primero, pero no encontró a nadie. –Ya veis que soñasteis, le dijo. –No sé cómo esto sucedió, pero os juro que él estaba aquí hace poco y que escribía en vuestra pizarra. –En este caso debe haber algo escrito en la misma. Tomó la pizarra y leyó estas palabras: Dirigid el navío al noroeste. Después de hacer escribir las mismas palabras a Bruce y a los hombres alfabetizados de la tripulación, el capitán constató que la escritura no se parecía con la de ninguno de ellos. Buscaron en todos los rincones del navío y no descubrieron a ningún extraño. Al ser consultado si debía seguir ese aviso misterioso, el capitán decidió cambiar de rumbo y navegó hacia el noroeste, después de haber puesto como vigía a un hombre de confianza. Tres horas después el vigía señaló un témpano y luego una embarcación desarbolada, sobre la cual se veían a varios hombres. Al aproximarse más se supo que la misma estaba quebrada, las provisiones agotadas y la tripulación y los pasajeros hambrientos. Enviaron botes para recogerlos; pero en el momento en que subieron a bordo, el Sr. Bruce, con gran estupefacción, reconoció entre los náufragos al hombre que había visto en la cabina del capitán. Así que el estremecimiento pasó y que el navío retomó su ruta, el Sr. Bruce le dijo al capitán: –Parece que no fue a un Espíritu que yo vi hoy; él está vivo; el hombre que escribía en vuestra pizarra es uno de los pasajeros que acabamos de salvar: helo aquí. Yo lo juraría ante la justicia.
«El capitán se dirigió a ese hombre, lo invitó a bajar a su cabina y le pidió que escribiera en la pizarra, del lado opuesto al que se encontraba la escritura misteriosa: Dirigid el navío al noroeste. Intrigado con este pedido, entretanto, el pasajero concordó en escribir. Al tomar la pizarra, el capitán la dio vuelta disimuladamente y, mostrando al pasajero las palabras escritas antes, le preguntó: –¿Esta es realmente vuestra letra? –Sin duda, ya que acabo de escribir delante vuestro. –¿Y ésta aquí? –agregó, al mostrarle el otro lado. –También es mi letra; pero no sé cómo esto ocurrió, porque solamente escribí de un lado. –Mi segundo capitán, que está aquí, afirma que os ha visto hoy al mediodía, sentado en este escritorio y escribiendo estas palabras. –Es imposible, puesto que hace instantes me han traído a este navío.
«El capitán de la embarcación naufragada, al ser interrogado sobre ese hombre y acerca de lo que podría haber pasado de extraordinario con él por la mañana, respondió: –Sólo lo conozco como siendo uno de mis pasajeros; pero un poco antes del mediodía él cayó en un sueño profundo, del cual solamente salió una hora después. Durante el sueño expresó la confianza de que pronto seríamos rescatados, diciendo que él se veía a bordo de un navío, cuyas características y tipo de aparejo describió de total conformidad con éste, que vimos después. El pasajero añadió que él no se acordaba de haber soñado, ni de haber escrito nada, mas que solamente había conservado al despertar un presentimiento –que él no sabía explicar– de que un navío venía a socorrerlos. Una cosa extraña –dijo él– es que todo lo que hay en este navío me resulta familiar y, entretanto, estoy muy seguro de que nunca he estado aquí. Ante eso, el Sr. Bruce le contó las circunstancias de la aparición que había tenido, y ellos sacaron en conclusión de que ese hecho había sido providencial.»
Esta historia es perfectamente auténtica; el Sr. Robert Dale Owen, antiguo ministro de los Estados Unidos en Nápoles, que igualmente la relata en su obra, ha obtenido todos los documentos que constatan su veracidad. Preguntamos si este hecho tiene alguno de los caracteres de la alucinación. Que la esperanza –que nunca abandona a los desdichados– haya seguido al pasajero en su sueño y le haya hecho soñar que venían a socorrerlos, es comprensible; la coincidencia del sueño con el socorro aún podría ser un efecto fortuito; ¿pero cómo explicar la descripción del navío? En cuanto al Sr. Bruce, no hay duda que él no soñaba; si la aparición era una ilusión, ¿cómo explicar esa semejanza con el pasajero? Si fue un efecto fortuito, la escritura en la pizarra es un hecho material. ¿De dónde provenía el consejo, dado por ese medio, de navegar en dirección a los naúfragos, contrariando la ruta seguida por el navío? Que los Sres. partidarios de la alucinación consientan en decirnos cómo podrán explicar, con su sistema exclusivo, todas esas circunstancias. En los fenómenos espíritas provocados, ellos tienen el recurso de decir que hay superchería; pero aquí no es nada probable que el pasajero haya hecho una comedia. Es en esto que los fenómenos espontáneos, cuando avalados por testimonios irrecusables, son de una gran importancia, porque no se puede sospechar de ninguna connivencia.
Para los espíritas, este hecho no tiene nada de extraordinario, porque pueden explicarlo. A los ojos de los ignorantes parecerá sobrenatural, maravilloso. Para quien conozca la teoría del periespíritu, de la emancipación del alma en los encarnados, el hecho no sale de las leyes de la Naturaleza. Un crítico se divirtió mucho con la historia del hombre de la tabaquera, que hemos relatado en la Revista del mes de marzo de 1859, diciendo aquél que era un efecto de la imaginación de la Sra. que estaba enferma; ¿qué tiene aquella historia de más imposible que ésta? Los dos hechos se explican exactamente por la misma ley que rige las relaciones que existen entre el Espíritu y la materia. Además, preguntamos a todos los espíritas que han estudiado la teoría de los fenómenos si, al leer el hecho que acabamos de citar, su atención no se ha dirigido inmediatamente hacia la manera por la que debió haberse producido; si no ha sido explicado; si de esta explicación no resulta su posibilidad y si, como consecuencia de esta posibilidad, no se han interesado más que si lo hubiesen tenido que aceptar únicamente a través de los ojos de la fe, sin unirlo al consentimiento de su inteligencia. Los que nos critican por haber dado esta teoría se olvidan que la misma es el resultado de largos y pacientes estudios, que ellos podrían haber hecho como nosotros, trabajando tanto como lo hicimos y lo hacemos todos los días; que, al dar los medios para explicar los fenómenos, nosotros les hemos dado una base y una razón de ser que han hecho callar a más de un crítico y que, en gran parte, han contribuido para la propagación del Espiritismo, ya que se acepta más de buen grado lo que se comprende que lo que no se comprende.
Conversaciones familiares del Más Allá
Los amigos no nos olvidan en el Otro Mundo
Uno de nuestros suscriptores nos envía la siguiente conversación que tuvo con uno de sus amigos, cuya desencarnación lo dejó muy sensibilizado, comunicación obtenida a través de un médium desconocido, dado que el suscriptor no es médium. Además de la notable elevación de los pensamientos, ha de observarse que los lazos establecidos en la Tierra, cuando son sinceros, no se rompen con la muerte.
1. Evocación. Ruego al Espíritu Jules P..., tan querido para mí, que consienta en comunicarse conmigo. –Resp. Estimado amigo, vengo a tu llamado; vengo con tanta solicitud, porque sólo más adelante esperaba poder comunicarme contigo, mediante la voluntad de Dios. ¡Cuán agradable es para mí ver ese tiempo abreviado por tu voluntad, y poder decirte cuánto ha servido para mi adelanto la prueba que he sufrido en la Tierra! Aunque aún esté errante, me siento muy feliz, sin otro pensamiento que el del entusiasmo por las obras de Dios, que me permite disfrutar de todos los prodigios que consiente en dejar a mi disposición, en la expectativa de una reencarnación en un mundo superior, donde seguiré la gradación afortunada que me elevará a la suprema felicidad. Querido amigo, ¡que tú puedas, al escucharme, percibir en mis palabras un presagio de lo que te espera! En el último día vendré a tomarte de la mano para mostrarte el camino que recorro desde hace algún tiempo con tanta alegría. Me encontrarás como guía, como en la vida terrena me encontraste como amigo fiel. 2. Estimado amigo, ¿puedo contar con tu apoyo para llegar al objetivo feliz que me permites vislumbrar? –Resp. Quédate tranquilo; haré lo posible para que avances en este camino, donde ambos nos reencontraremos con tanta emoción y placer; como en otros tiempos, vendré a darte todas las pruebas de bondad del corazón a las cuales siempre has sido tan sensible.
3. ¿Debo deducir de tu lenguaje que eres mucho más feliz que en tu última existencia? –Resp. Indiscutiblemente, amigo mío, muy feliz, no estaría de más repetirlo. ¡Qué diferencia! No más aflicciones, ni tristezas, ni sufrimientos corporales o morales; y, con esto, ¡la visión de todo lo que ha sido apreciado por nosotros! Frecuentemente yo estaba contigo, a tu lado; ¡cuántas veces te he acompañado en tu camino! Te veía cuando no suponías que yo estaba tan cerca de ti, ya que tú me creías perdido para siempre. Querido amigo, la vida es valiosa para el Espíritu, tanto más valiosa cuando afable, y éste puede hacerla servir –como en la Tierra– para su adelanto celestial. Ten la certeza de que todo está de conformidad con los decretos divinos, a fin de volver más felices a las criaturas de Dios, y que de parte de éstas basta tener un corazón para amar y una cabeza humilde para curvar; entonces, el Espíritu se eleva más alto de lo que podría esperar.
4. ¿Qué deseas de mí que pueda ser de tu agrado? –Resp. Tu pensamiento revestido de una flor.
Nota – Al haberse establecido un debate sobre el sentido de esta respuesta, el Espíritu agregó:
Cuando digo: Tu pensamiento revestido de una flor, quiero decir que al recoger flores debes pensar algunas veces en mí. Comprenderás que deseo, tanto como posible, presentarme de nuevo ante uno de tus sentidos, conmoviéndote agradablemente.
5. Adiós, estimado amigo; aprovecharé con placer la próxima ocasión que tenga para evocarte. –Resp. Esperaré con impaciencia. Hasta la vista, querido amigo.
6. Evocación. Hago un nuevo pedido a mi amigo para que consienta en darme una comunicación en interés de mi instrucción. –Resp. Estoy aquí nuevamente, estimado amigo; no deseo otra cosa que venir a decirte una vez más cuán querido has sido para mí. Quiero darte una prueba de esto, elevándome a las más altas consideraciones. Sí, amigo mío, la materia no es nada; trátala duramente; no temas, el Espíritu es todo: sólo él permanece y nunca debe cesar de vivir ni de recorrer la senda que Dios le traza. A veces se detiene en los caminos empinados para recobrar aliento; pero cuando dirige los ojos hacia el Creador, toma coraje y supera rápidamente las dificultades que encuentra, elevándose y admirando la bondad del Señor, que en la medida cierta le da las fuerzas que necesita. Entonces avanza; el empíreo se presenta ante sus ojos, a su corazón; él camina y después se vuelve digno del destino celestial que vislumbra. Querido amigo, no temas nada; siento en mí el coraje duplicado y las fuerzas decuplicadas desde que he dejado la Tierra; no dudo más de la felicidad predicha que, comparada a la que disfruto, será tan superior como la más brillante de las piedras preciosas es superior al más simple anillo. Así, ves cuánta grandeza hay en las voluntades celestiales, ¡y cuán difícil será para los humanos apreciar y evaluar los resultados! También vuestro lenguaje difícilmente nos sirve cuando queremos expresar lo que os debe parecer incomprensible.
7. ¿Tienes algo que agregar a los bellos pensamientos que acabas de expresar? –Resp. Sin duda que no he terminado; pero he querido darte una prueba de mi identidad. Cuando quieras, te daré otras.
Nota – Esas pruebas de identidad son aquí todas morales, y no resultan de ningún signo material ni de ninguna de esas cuestiones pueriles que algunas personas suelen hacer con ese objetivo. Las pruebas morales son las mejores y las más seguras, ya que los signos materiales pueden siempre ser imitados por Espíritus embusteros. Aquí, el Espíritu se hace reconocer por sus pensamientos, por su carácter, por la elevación y por la nobleza del estilo. Al respecto, un Espíritu embustero podría ciertamente intentar imitarlo, pero no sería más que una imitación grosera, y como faltaría el fondo, solamente podría imitar la forma y, además, no podría representar por mucho tiempo su papel.
8. Puesto que estás con esa predisposición benevolente, quedaría feliz en aprovecharla ahora, y te pido que tengas a bien continuar. –Resp. Te diré: Abre el libro de tus destinos; el Evangelio, amigo mío, te hará comprender muchas cosas que yo no podría expresar. Deja la letra; toma el espíritu de ese libro sagrado y en él encontrarás todos los consuelos que son necesarios a tu corazón. No te inquietes con los términos desconocidos; busca el pensamiento, y tu corazón interpretará como debe ser interpretado. Ahora estoy mejor informado al respecto, y percibo el error que nosotros –Espíritus– cometíamos al leerlo tan fríamente cuando estábamos encarnados. Hoy, al comprender más las valiosas enseñanzas que el Divino Maestro nos ha dejado, felizmente reconozco que, guiado por mi corazón, yo podría haber extraído de las mismas el auxilio que me faltaba.
9. Gracias y adiós, estimado amigo; aprovecharé con placer la primera ocasión que tenga para evocarte. –Resp. No dudes de que entonces vendré, como vengo hoy; haré lo mejor que pueda.
Los amigos no nos olvidan en el Otro Mundo
Uno de nuestros suscriptores nos envía la siguiente conversación que tuvo con uno de sus amigos, cuya desencarnación lo dejó muy sensibilizado, comunicación obtenida a través de un médium desconocido, dado que el suscriptor no es médium. Además de la notable elevación de los pensamientos, ha de observarse que los lazos establecidos en la Tierra, cuando son sinceros, no se rompen con la muerte.
Primera conversación, 28 de diciembre de 1860
1. Evocación. Ruego al Espíritu Jules P..., tan querido para mí, que consienta en comunicarse conmigo. –Resp. Estimado amigo, vengo a tu llamado; vengo con tanta solicitud, porque sólo más adelante esperaba poder comunicarme contigo, mediante la voluntad de Dios. ¡Cuán agradable es para mí ver ese tiempo abreviado por tu voluntad, y poder decirte cuánto ha servido para mi adelanto la prueba que he sufrido en la Tierra! Aunque aún esté errante, me siento muy feliz, sin otro pensamiento que el del entusiasmo por las obras de Dios, que me permite disfrutar de todos los prodigios que consiente en dejar a mi disposición, en la expectativa de una reencarnación en un mundo superior, donde seguiré la gradación afortunada que me elevará a la suprema felicidad. Querido amigo, ¡que tú puedas, al escucharme, percibir en mis palabras un presagio de lo que te espera! En el último día vendré a tomarte de la mano para mostrarte el camino que recorro desde hace algún tiempo con tanta alegría. Me encontrarás como guía, como en la vida terrena me encontraste como amigo fiel. 2. Estimado amigo, ¿puedo contar con tu apoyo para llegar al objetivo feliz que me permites vislumbrar? –Resp. Quédate tranquilo; haré lo posible para que avances en este camino, donde ambos nos reencontraremos con tanta emoción y placer; como en otros tiempos, vendré a darte todas las pruebas de bondad del corazón a las cuales siempre has sido tan sensible.
3. ¿Debo deducir de tu lenguaje que eres mucho más feliz que en tu última existencia? –Resp. Indiscutiblemente, amigo mío, muy feliz, no estaría de más repetirlo. ¡Qué diferencia! No más aflicciones, ni tristezas, ni sufrimientos corporales o morales; y, con esto, ¡la visión de todo lo que ha sido apreciado por nosotros! Frecuentemente yo estaba contigo, a tu lado; ¡cuántas veces te he acompañado en tu camino! Te veía cuando no suponías que yo estaba tan cerca de ti, ya que tú me creías perdido para siempre. Querido amigo, la vida es valiosa para el Espíritu, tanto más valiosa cuando afable, y éste puede hacerla servir –como en la Tierra– para su adelanto celestial. Ten la certeza de que todo está de conformidad con los decretos divinos, a fin de volver más felices a las criaturas de Dios, y que de parte de éstas basta tener un corazón para amar y una cabeza humilde para curvar; entonces, el Espíritu se eleva más alto de lo que podría esperar.
4. ¿Qué deseas de mí que pueda ser de tu agrado? –Resp. Tu pensamiento revestido de una flor.
Nota – Al haberse establecido un debate sobre el sentido de esta respuesta, el Espíritu agregó:
Cuando digo: Tu pensamiento revestido de una flor, quiero decir que al recoger flores debes pensar algunas veces en mí. Comprenderás que deseo, tanto como posible, presentarme de nuevo ante uno de tus sentidos, conmoviéndote agradablemente.
5. Adiós, estimado amigo; aprovecharé con placer la próxima ocasión que tenga para evocarte. –Resp. Esperaré con impaciencia. Hasta la vista, querido amigo.
Segunda conversación, 31 de diciembre de 1860
6. Evocación. Hago un nuevo pedido a mi amigo para que consienta en darme una comunicación en interés de mi instrucción. –Resp. Estoy aquí nuevamente, estimado amigo; no deseo otra cosa que venir a decirte una vez más cuán querido has sido para mí. Quiero darte una prueba de esto, elevándome a las más altas consideraciones. Sí, amigo mío, la materia no es nada; trátala duramente; no temas, el Espíritu es todo: sólo él permanece y nunca debe cesar de vivir ni de recorrer la senda que Dios le traza. A veces se detiene en los caminos empinados para recobrar aliento; pero cuando dirige los ojos hacia el Creador, toma coraje y supera rápidamente las dificultades que encuentra, elevándose y admirando la bondad del Señor, que en la medida cierta le da las fuerzas que necesita. Entonces avanza; el empíreo se presenta ante sus ojos, a su corazón; él camina y después se vuelve digno del destino celestial que vislumbra. Querido amigo, no temas nada; siento en mí el coraje duplicado y las fuerzas decuplicadas desde que he dejado la Tierra; no dudo más de la felicidad predicha que, comparada a la que disfruto, será tan superior como la más brillante de las piedras preciosas es superior al más simple anillo. Así, ves cuánta grandeza hay en las voluntades celestiales, ¡y cuán difícil será para los humanos apreciar y evaluar los resultados! También vuestro lenguaje difícilmente nos sirve cuando queremos expresar lo que os debe parecer incomprensible.
7. ¿Tienes algo que agregar a los bellos pensamientos que acabas de expresar? –Resp. Sin duda que no he terminado; pero he querido darte una prueba de mi identidad. Cuando quieras, te daré otras.
Nota – Esas pruebas de identidad son aquí todas morales, y no resultan de ningún signo material ni de ninguna de esas cuestiones pueriles que algunas personas suelen hacer con ese objetivo. Las pruebas morales son las mejores y las más seguras, ya que los signos materiales pueden siempre ser imitados por Espíritus embusteros. Aquí, el Espíritu se hace reconocer por sus pensamientos, por su carácter, por la elevación y por la nobleza del estilo. Al respecto, un Espíritu embustero podría ciertamente intentar imitarlo, pero no sería más que una imitación grosera, y como faltaría el fondo, solamente podría imitar la forma y, además, no podría representar por mucho tiempo su papel.
8. Puesto que estás con esa predisposición benevolente, quedaría feliz en aprovecharla ahora, y te pido que tengas a bien continuar. –Resp. Te diré: Abre el libro de tus destinos; el Evangelio, amigo mío, te hará comprender muchas cosas que yo no podría expresar. Deja la letra; toma el espíritu de ese libro sagrado y en él encontrarás todos los consuelos que son necesarios a tu corazón. No te inquietes con los términos desconocidos; busca el pensamiento, y tu corazón interpretará como debe ser interpretado. Ahora estoy mejor informado al respecto, y percibo el error que nosotros –Espíritus– cometíamos al leerlo tan fríamente cuando estábamos encarnados. Hoy, al comprender más las valiosas enseñanzas que el Divino Maestro nos ha dejado, felizmente reconozco que, guiado por mi corazón, yo podría haber extraído de las mismas el auxilio que me faltaba.
9. Gracias y adiós, estimado amigo; aprovecharé con placer la primera ocasión que tenga para evocarte. –Resp. No dudes de que entonces vendré, como vengo hoy; haré lo mejor que pueda.
Correspondencia
Carta del presidente de la Sociedad Espírita de México
México, 18 de abril de 1861.
Al Sr. Allan Kardec, en París:
Señor:
Mi amigo, el Sr. Viseur, en su penúltima carta, me manifiesta el deseo que tenéis en conocer el objeto y los propósitos de la Sociedad Espírita que yo presido en México. Es con inmenso placer y la más profunda simpatía por vuestros profundos conocimientos referentes a esta materia que os dirijo esta breve exposición de la historia del Espiritismo en este país, rogándoos que toméis en consideración nuestra falta de experiencia, pero también que nos contéis entre vos como fervorosos adeptos.
Mucho tiempo después de vos, señor, hemos tenido la felicidad de conocer esta dulce verdad de que los Espíritus, o almas de las personas muertas, pueden comunicarse con los vivos. A pesar de algunas publicaciones provenientes del Norte, nuestra atención y nuestra curiosidad no se habían despertado, y no nos habíamos tomado el trabajo de buscar lo que se entendía por manifestaciones espirituales; solamente ha sido vuestro Le Livre des Esprits, que felizmente ha llegado entre nosotros, el que nos abrió los ojos y el que nos convenció de la realidad de los hechos que se propagan con tanta rapidez por todos los puntos del globo, haciendo que los comprendamos. Entonces comenzamos a hacer investigaciones y experiencias, preparándonos con empeño, a través de un trabajo constante, para recibir las manifestaciones. Los consejos que obtuvimos en vuestro excelente libro nos hicieron conocer esa gran verdad de que después de la muerte el alma existe, y que nos podemos comunicar con aquellos que nos han sido queridos en la Tierra.
Yo no rendiría homenaje a la verdad si os dijera que fuimos aquí los primeros en tener conocimiento de las manifestaciones; varias personas de nuestra ciudad ya se ocupaban de las mismas, lo que sólo supimos más tarde. El principio de la reencarnación es el que nos ha sorprendido más, a primera vista; pero nuestras comunicaciones con los Espíritus de un orden que reconocemos ser superior por su lenguaje, no nos ha permitido dudar de una creencia que prueba que está totalmente en el orden de las cosas y de conformidad con la omnipotente justicia de Dios. Un hecho que prueba la bondad y la superioridad de los Espíritus que nos asisten es que restablecen la salud de los que sufren corporalmente, y dan calma y resignación a las aflicciones espirituales. La simple lógica nos dice que el bien no puede venir sino de una buena fuente; pero seríamos muy presuntuosos si nos presentásemos como paladines de esta Doctrina sublime; a vos, señor, pertenece el derecho de esclarecernos, como lo demuestran los trabajos provenientes del seno de vuestra Sociedad.
Nosotros hemos formado una Sociedad, compuesta por miembros experimentados en la creencia espírita, y recibimos en nuestro seno a todo individuo que quiera ser esclarecido. Las leyes fundamentales que nos rigen son la unidad de principios, la fraternidad entre los miembros y la caridad para con todos los que sufren. Señor, he aquí cómo se han expandido las ideas espíritas en este país y –podemos decirlo con satisfacción– cómo se han propagado más allá de nuestras expectativas. Si consideráis conveniente consentir en guiarnos a través de vuestros buenos consejos, siempre los recibiremos con un vivo reconocimiento y como un testimonio de simpatía de vuestra parte.
Atentamente,
CH. GOURGUES.
Carta del presidente de la Sociedad Espírita de México
México, 18 de abril de 1861.
Al Sr. Allan Kardec, en París:
Señor:
Mi amigo, el Sr. Viseur, en su penúltima carta, me manifiesta el deseo que tenéis en conocer el objeto y los propósitos de la Sociedad Espírita que yo presido en México. Es con inmenso placer y la más profunda simpatía por vuestros profundos conocimientos referentes a esta materia que os dirijo esta breve exposición de la historia del Espiritismo en este país, rogándoos que toméis en consideración nuestra falta de experiencia, pero también que nos contéis entre vos como fervorosos adeptos.
Mucho tiempo después de vos, señor, hemos tenido la felicidad de conocer esta dulce verdad de que los Espíritus, o almas de las personas muertas, pueden comunicarse con los vivos. A pesar de algunas publicaciones provenientes del Norte, nuestra atención y nuestra curiosidad no se habían despertado, y no nos habíamos tomado el trabajo de buscar lo que se entendía por manifestaciones espirituales; solamente ha sido vuestro Le Livre des Esprits, que felizmente ha llegado entre nosotros, el que nos abrió los ojos y el que nos convenció de la realidad de los hechos que se propagan con tanta rapidez por todos los puntos del globo, haciendo que los comprendamos. Entonces comenzamos a hacer investigaciones y experiencias, preparándonos con empeño, a través de un trabajo constante, para recibir las manifestaciones. Los consejos que obtuvimos en vuestro excelente libro nos hicieron conocer esa gran verdad de que después de la muerte el alma existe, y que nos podemos comunicar con aquellos que nos han sido queridos en la Tierra.
Yo no rendiría homenaje a la verdad si os dijera que fuimos aquí los primeros en tener conocimiento de las manifestaciones; varias personas de nuestra ciudad ya se ocupaban de las mismas, lo que sólo supimos más tarde. El principio de la reencarnación es el que nos ha sorprendido más, a primera vista; pero nuestras comunicaciones con los Espíritus de un orden que reconocemos ser superior por su lenguaje, no nos ha permitido dudar de una creencia que prueba que está totalmente en el orden de las cosas y de conformidad con la omnipotente justicia de Dios. Un hecho que prueba la bondad y la superioridad de los Espíritus que nos asisten es que restablecen la salud de los que sufren corporalmente, y dan calma y resignación a las aflicciones espirituales. La simple lógica nos dice que el bien no puede venir sino de una buena fuente; pero seríamos muy presuntuosos si nos presentásemos como paladines de esta Doctrina sublime; a vos, señor, pertenece el derecho de esclarecernos, como lo demuestran los trabajos provenientes del seno de vuestra Sociedad.
Nosotros hemos formado una Sociedad, compuesta por miembros experimentados en la creencia espírita, y recibimos en nuestro seno a todo individuo que quiera ser esclarecido. Las leyes fundamentales que nos rigen son la unidad de principios, la fraternidad entre los miembros y la caridad para con todos los que sufren. Señor, he aquí cómo se han expandido las ideas espíritas en este país y –podemos decirlo con satisfacción– cómo se han propagado más allá de nuestras expectativas. Si consideráis conveniente consentir en guiarnos a través de vuestros buenos consejos, siempre los recibiremos con un vivo reconocimiento y como un testimonio de simpatía de vuestra parte.
Atentamente,
El mismo día en que nos llegó esta carta de México, recibimos la siguiente correspondencia de Constantinopla.
Constantinopla, 28 de mayo de 1861.
Al Sr. Allan Kardec, director de la Revista Espírita:
Señor:
Permitidme que venga, tanto en mi nombre personal como en el de mis amigos y hermanos espiritualistas de esta ciudad, ofreceros dos pequeños presentes, como recuerdo, no de personas que aún no conocéis y que tienen el honor de conoceros a través de vuestras obras, sino como testimonio de los sentimientos de fraternidad que deben unir a los espiritualistas de todos los países. Además, aceptadlos, porque son una prueba de los fenómenos tan sublimes como extraordinarios del Espiritismo. Al aceptarlos, le concederéis el honor de un cuadro a nuestra buena Sophie, pues es en su nombre y en el de su hermana Angélica que el Espiritismo se desarrolla y se propaga en Constantinopla, esta capital del Oriente, tan emocionante por sus recuerdos históricos. Verdadera torre de Babel, es la ciudad que reúne a todas las sectas religiosas, a todas las naciones, y en la cual se hablan todas las lenguas. Entreved al Espiritismo propagándose de repente en medio de todo esto... ¡Qué inmenso punto de partida! Aún somos en pequeño número, pero este número aumenta a cada día como si fuese una bola de nieve; espero que en poco tiempo nos contemos por centenas.
Las manifestaciones que hemos obtenido hasta el presente son las siguientes: levantamiento de mesas, de las cuales una –de más de 100 kilos– se irguió como una pluma por encima de nuestras cabezas; ruidos directos, producidos por los Espíritus; golpes, etc. Estamos intentando obtener apariciones de Espíritus, visibles para todos; ¿lo conseguiremos? Ellos nos lo han prometido: nosotros esperamos. Ya tenemos un gran número de médiums escribientes; otros hacen dibujos; otros componen fragmentos de música, aun cuando ignoran estas diferentes artes. Hemos visto, acompañado y estudiado a diversos Espíritus de todos los géneros y de todas las cualidades. Algunos de nuestros médiums tienen visiones y éxtasis; otros ejecutan al piano, por vía medianímica, arias inspiradas por los Espíritus. Dos señoritas, que nunca han visto ni leído nada sobre magnetismo, magnetizan toda especie de males por la acción de los Espíritus, que las hacen obrar de la manera más científica posible.
He aquí, señor, un resumen de lo que hasta ahora hemos hecho en materia de Espiritismo. Para que podáis evaluar mejor nuestros trabajos en lo tocante a las revelaciones espirituales, os envío el resultado de algunas sesiones, realizadas por intermedio de la mesa.
(Siguen diversas comunicaciones morales de un orden muy elevado, cuya lectura la Sociedad ha escuchado con el más vivo interés.)
Si consideráis que esas revelaciones puedan interesar a la propagación de la nueva ciencia espiritualista o espírita –porque para mí, así como para mis amigos, el título no influye absolutamente en nada, pues no cambia la forma ni el fondo–, tendré el placer de enviaros algunas sesiones instructivas y a la vez concluyentes desde el punto de vista de la prueba de las manifestaciones espirituales.
En poco tiempo todos los espiritualistas de la Tierra deberán formar un solo conjunto homogéneo, una única y misma familia. ¿No somos todos hermanos e hijos del mismo Padre, que es Dios? He aquí los primeros principios que los espiritualistas deben predicar al género humano, sin distinción de clase, de país, de idioma, de secta o de fortuna.
Atentamente,
REPOS, abogado.
Constantinopla, 28 de mayo de 1861.
Al Sr. Allan Kardec, director de la Revista Espírita:
Señor:
Permitidme que venga, tanto en mi nombre personal como en el de mis amigos y hermanos espiritualistas de esta ciudad, ofreceros dos pequeños presentes, como recuerdo, no de personas que aún no conocéis y que tienen el honor de conoceros a través de vuestras obras, sino como testimonio de los sentimientos de fraternidad que deben unir a los espiritualistas de todos los países. Además, aceptadlos, porque son una prueba de los fenómenos tan sublimes como extraordinarios del Espiritismo. Al aceptarlos, le concederéis el honor de un cuadro a nuestra buena Sophie, pues es en su nombre y en el de su hermana Angélica que el Espiritismo se desarrolla y se propaga en Constantinopla, esta capital del Oriente, tan emocionante por sus recuerdos históricos. Verdadera torre de Babel, es la ciudad que reúne a todas las sectas religiosas, a todas las naciones, y en la cual se hablan todas las lenguas. Entreved al Espiritismo propagándose de repente en medio de todo esto... ¡Qué inmenso punto de partida! Aún somos en pequeño número, pero este número aumenta a cada día como si fuese una bola de nieve; espero que en poco tiempo nos contemos por centenas.
Las manifestaciones que hemos obtenido hasta el presente son las siguientes: levantamiento de mesas, de las cuales una –de más de 100 kilos– se irguió como una pluma por encima de nuestras cabezas; ruidos directos, producidos por los Espíritus; golpes, etc. Estamos intentando obtener apariciones de Espíritus, visibles para todos; ¿lo conseguiremos? Ellos nos lo han prometido: nosotros esperamos. Ya tenemos un gran número de médiums escribientes; otros hacen dibujos; otros componen fragmentos de música, aun cuando ignoran estas diferentes artes. Hemos visto, acompañado y estudiado a diversos Espíritus de todos los géneros y de todas las cualidades. Algunos de nuestros médiums tienen visiones y éxtasis; otros ejecutan al piano, por vía medianímica, arias inspiradas por los Espíritus. Dos señoritas, que nunca han visto ni leído nada sobre magnetismo, magnetizan toda especie de males por la acción de los Espíritus, que las hacen obrar de la manera más científica posible.
He aquí, señor, un resumen de lo que hasta ahora hemos hecho en materia de Espiritismo. Para que podáis evaluar mejor nuestros trabajos en lo tocante a las revelaciones espirituales, os envío el resultado de algunas sesiones, realizadas por intermedio de la mesa.
(Siguen diversas comunicaciones morales de un orden muy elevado, cuya lectura la Sociedad ha escuchado con el más vivo interés.)
Si consideráis que esas revelaciones puedan interesar a la propagación de la nueva ciencia espiritualista o espírita –porque para mí, así como para mis amigos, el título no influye absolutamente en nada, pues no cambia la forma ni el fondo–, tendré el placer de enviaros algunas sesiones instructivas y a la vez concluyentes desde el punto de vista de la prueba de las manifestaciones espirituales.
En poco tiempo todos los espiritualistas de la Tierra deberán formar un solo conjunto homogéneo, una única y misma familia. ¿No somos todos hermanos e hijos del mismo Padre, que es Dios? He aquí los primeros principios que los espiritualistas deben predicar al género humano, sin distinción de clase, de país, de idioma, de secta o de fortuna.
Atentamente,
Esta carta se hace acompañar por un dibujo, que presenta una cabeza de tamaño natural muy correctamente ejecutada, a pesar de que el médium no supiese dibujar; y por un fragmento de música, con letra, canto y acompañamiento de piano, intitulado: El Espiritualismo. Todo ello con esta dedicatoria: «Ofrecimiento en nombre de los espiritualistas de Constantinopla al Sr. Allan Kardec, director de la Revista Espírita, de París.»
En el fragmento de música, solamente el canto y la letra han sido obtenidos por vía medianímica; el acompañamiento ha sido hecho por un artista.
Si publicásemos todas las cartas de adhesión que recibimos, tendríamos que consagrarles varios volúmenes. Miles de veces se vería repetida la expresión de un conmovedor reconocimiento hacia la Doctrina Espírita. Además, muchas de esas cartas son muy íntimas para ser publicadas. Las dos que hemos reproducido anteriormente tienen un interés general como prueba de la extensión que el Espiritismo conquista en todas partes, y del punto de vista serio bajo el cual es ahora encarado, bien lejos –como se ve– del entretenimiento de las mesas giratorias. Por todas partes comprenden las consecuencias morales de la Doctrina y se la considera como la base providencial de las reformas prometidas a la humanidad. De este modo, nos sentimos felices en dar un testimonio de simpatía y un estímulo a nuestros compañeros que se encuentran distantes. Este lazo, que ya existe entre los espíritas de los diferentes puntos del globo, y que no se conocen sino por la afinidad de creencia, ¿no es un síntoma de lo que sucederá más tarde? Ese lazo es una consecuencia natural de los principios que emanan del Espiritismo; dicho lazo solamente puede ser quebrado por los que menosprecian la ley fundamental: la caridad para con todos.
En el fragmento de música, solamente el canto y la letra han sido obtenidos por vía medianímica; el acompañamiento ha sido hecho por un artista.
Si publicásemos todas las cartas de adhesión que recibimos, tendríamos que consagrarles varios volúmenes. Miles de veces se vería repetida la expresión de un conmovedor reconocimiento hacia la Doctrina Espírita. Además, muchas de esas cartas son muy íntimas para ser publicadas. Las dos que hemos reproducido anteriormente tienen un interés general como prueba de la extensión que el Espiritismo conquista en todas partes, y del punto de vista serio bajo el cual es ahora encarado, bien lejos –como se ve– del entretenimiento de las mesas giratorias. Por todas partes comprenden las consecuencias morales de la Doctrina y se la considera como la base providencial de las reformas prometidas a la humanidad. De este modo, nos sentimos felices en dar un testimonio de simpatía y un estímulo a nuestros compañeros que se encuentran distantes. Este lazo, que ya existe entre los espíritas de los diferentes puntos del globo, y que no se conocen sino por la afinidad de creencia, ¿no es un síntoma de lo que sucederá más tarde? Ese lazo es una consecuencia natural de los principios que emanan del Espiritismo; dicho lazo solamente puede ser quebrado por los que menosprecian la ley fundamental: la caridad para con todos.
Los dibujos misteriosos
Nuevo género de mediumnidad
Con este título, el Herald of Progress, de Nueva York, periódico dedicado a materias espiritualistas, bajo la dirección de Andrew Jackson Davis, contiene el siguiente relato:
«El 22 de noviembre último, el Dr. Hallock fue invitado –con otras personas– a la casa de la Sra. French, residente en la 4ª Avenida, Nº 8, para ser testigo de diferentes manifestaciones espíritas y para ver los movimientos de un lápiz. Hacia las ocho horas la Sra. French dejó la sala donde el grupo estaba reunido y se sentó en un sofá, en un gabinete contiguo; ella no dejó ese lugar durante toda la noche. Poco después de sentarse, pareció entrar en una especie de éxtasis, permaneciendo con su mirada extraviada. Ella pidió al Dr. Hallock y al profesor Britton que examinasen el cuarto. Ellos encontraron sobre la cama, frente al lugar donde ella estaba sentada, un portafolio cerrado con una cinta de seda, y una botella que contenía vino para usar en la experiencia; el papel que sería usado para hacer los dibujos estaba en el portafolio. Fuimos invitados –dice el Dr. Hallock– a no tocar en el portafolio ni en la botella. Varios lápices y dos pedazos de goma de borrar elástica estaban igualmente sobre la cama, pero en el resto del cuarto no había dibujos ni papel. Después de esta investigación la Sra. French solicitó al Sr. Cuberton que tomara el portafolio y lo llevase a la sala, que estaba ocupada por los invitados, a fin de abrirlo y de sacar el contenido del mismo. Había papel común, del cual seis hojas de tamaños diferentes fueron tomadas de las manos del Sr. Cuberton por la Sra. French, las cuales fueron puestas sobre una mesa situada delante de ella. Ésta pidió algunos alfileres y, tomando una tira de papel de cinco o seis pulgadas de largo, que ella colocó en el borde inferior del papel, prendió los dos bordes del papel a la tira. Una vez hecho esto, fue solicitado a alguien para que tomase el papel y para que lo hiciera examinar por los asistentes, sosteniendo esa persona la tira, los alfileres y devolviendo la hoja. La misma cosa era realizada con las otras hojas, y cada vez los alfileres eran puestos en número y en lugares diferentes; cada hoja era entregada a otra persona, con el objetivo de reconocer el papel por medio de los trazos, que debían corresponder a los de las tiras. Después que las hojas fueron examinadas y devueltas a la Sra. French, el Sr. Cuberton solicitó la botella que contenía vino y se la entregó. Ella puso las hojas en la mesa y sobre cada una derramó una cantidad de vino suficiente para mojarlas por entero, esparciéndolo con la palma de la mano. Enseguida se ocupó en secarlas, exprimiendo las hojas una por una, moviéndolas, soplándolas y agitándolas en el aire. Esto duró algunos minutos; después, ella pidió que disminuyeran la luz del candil y solicitó a los invitados que se aproximasen. Es preciso decir que durante la acción de mojar las hojas de papel, una había quedado seca, siendo necesario recomenzar la operación (el vino era una mezcla simple de jugo de uva y de azúcar, autorizado por el Estado y producido en Nueva Inglaterra). Entonces, la Sra. French solicitó que aumentasen la luz del candil y pidió que las personas vinieran a sentarse cerca de la puerta donde ella estaba: el Sr. Gurney, el profesor Britton, el Dr. Warner y el Dr. Hallock se encontraban a seis pies de ella, y los otros en plena vista.
«Al poner a su frente una de las hojas de papel sobre la mesa, ella colocó varios lápices entre sus dedos; el Dr. Hallock no la perdió de vista, como había prometido hacerlo. Al estar todo listo, la Sra. French, para advertir que la experiencia iba a comenzar, exclamó: Time (tiempo); entonces se observó un movimiento rápido de la mano y, durante un momento, de las dos manos; se escuchó un ruido vivamente repetido sobre el papel. Los lápices y el papel fueron lanzados a cierta distancia en el piso, por una especie de movimiento nervioso; eso duró veintiún segundos. El dibujo Nº 1 representa un ramo de flores, compuesto por jacintos, lirios, tulipanes, etc.
«La acción se operó sucesivamente en las otras hojas. El dibujo Nº 2 es también un grupo de flores. El Nº 3 es un bellísimo racimo de uvas, con su tallo, sus hojas, etc.; ha sido hecho en veintiún segundos. El Nº 4 es un tallo y hojas con cinco grupos de frutas semejantes a damascos; las hojas son una especie de helecho. Cuando se preparaba para esta hoja, la Sra. French preguntó cuánto tiempo se le daba para la ejecución; unos dijeron diez segundos; otros, menos. Bien –dijo la Sra. French–, cuando yo diga: uno, observad vuestros relojes; al llegar al número cuatro, el dibujo estará terminado. ¡Atención! Uno, dos, tres, cuatro: y el dibujo fue hecho, es decir, en cuatro segundos. El Nº 5 representa una rama de grosellero, de la cual salen doce racimos de grosellas verdes con flores y hojas, cercadas por hojas de otra especie. Este dibujo fue presentado por la Sra. French, en éxtasis, al Sr. Bruckmaster, de Pittsbourg, como proveniente del Espíritu de su hermana, en cumplimiento de la promesa que este Espíritu le había hecho. El tiempo empleado fue de dos segundos. El Nº 6, que puede ser considerado como la obra maestra de la serie, es un dibujo de nueve pulgadas por cuatro; consiste en flores y en follajes blancos sobre un fondo oscuro, es decir, que el dibujo es del color natural del papel, siendo que los contornos marcados y los interiores son coloreados con lápiz. Salvo dos otros dibujos producidos de la misma manera en otra ocasión, son siempre con lápiz sobre un fondo blanco. En el centro de ese grupo de flores y al pie de la página hay una mano que sostiene un libro abierto, de una pulgada y un cuarto por tres cuartos; los lados no están exactamente en ángulos rectos; pero –lo que es muy curioso– los agujeros de los alfileres, hechos originalmente para reconocer el papel, marcan los cuatro lados del libro. En lo alto de la página izquierda está escrito: Gálatas VI, y además los seis primeros versículos y una parte del decimosexto versículo de este capítulo, que abarca casi dos páginas enteras en caracteres muy legibles, con buena luz, a simple vista o con una lupa. Se cuentan más de cien palabras bien escritas. El tiempo empleado fue de trece segundos. Cuando se constató la coincidencia de los agujeros del papel con los de la tira, la Sra. French, aún en éxtasis, pidió a las personas presentes que certificasen por escrito lo que ellas habían acabado de observar. Entonces se escribió lo siguiente en el margen del dibujo: “Ejecutado en trece segundos por la Sra. French, en nuestra presencia; certificado por los abajo firmantes, el 22 de noviembre de 1860, en la 4ª Avenida, Nº 8. Siguen diecinueve firmas”.»
No tenemos ningún motivo para dudar de la autenticidad del hecho, ni para sospechar de la buena fe de la Sra. French, que no conocemos; pero convengamos que esta manera de proceder tendría algo de poco convincente para nuestros incrédulos, que no dejarían de hacer objeciones y dirían que todos esos preparativos tienen un aire de familiaridad con los de la prestidigitación, que aparentemente hace las mismas cosas sin tantas dificultades. Nosotros confesamos que concordamos un poco con su opinión. Que los dibujos fueron hechos, es indiscutible; sólo el origen no nos parece probado de una manera auténtica. Sea como fuere, admitiéndose que no haya habido ninguna superchería, es indudablemente uno de los hechos más curiosos de escritura y de dibujo directos, cuya posibilidad la teoría nos explica. Sin esta teoría, semejantes hechos serían relegados –en un primer momento– como fábulas o proezas de escamoteo; pero considerándose que la teoría nos da a conocer las condiciones en las cuales los fenómenos pueden producirse, ella debe volvernos tanto más circunspectos como para no aceptarlos sino con pleno conocimiento de causa.
Los médiums norteamericanos tienen decididamente una especialidad para la producción de fenómenos extraordinarios, porque los diarios de aquel país están repletos de una gran cantidad de hechos de ese género, de los cuales nuestros médiums europeos están lejos de aproximarse; también del otro lado del Atlántico se dice que aún estamos muy atrasados en Espiritismo. Cuando preguntamos a los Espíritus la razón de esta diferencia, ellos respondieron: “A cada uno su papel: el vuestro no es el mismo, y Dios no os ha dado la menor parte en la obra de la regeneración”. Considerando el mérito de los médiums desde el punto de vista de la rapidez de ejecución, de la energía y del poder de los efectos, los nuestros son apagados al lado de aquellos; entretanto, conocemos muchos médiums que no cambiarían las simples y consoladoras comunicaciones que obtienen, por los prodigios de los médiums norteamericanos. Dichas comunicaciones son suficientes para darles fe, y ellos prefieren lo que toca el alma a lo que impresiona a los ojos; prefieren la moral que consuela y que los vuelve mejor, a los fenómenos que causan asombro. Por un instante en Europa se preocuparon con los fenómenos materiales; pero luego los dejaron a un lado por la filosofía, que abre un campo más vasto al pensamiento y tiende hacia el objetivo final y providencial del Espiritismo: la regeneración social. Cada pueblo tiene su genio particular y sus tendencias especiales, y cada uno –dentro de los límites que le son asignados– colabora con las miras de la Providencia. El más adelantado será el que marche más rápido en la senda del progreso moral, porque es éste que lo aproximará más a los designios de Dios.
Nuevo género de mediumnidad
Con este título, el Herald of Progress, de Nueva York, periódico dedicado a materias espiritualistas, bajo la dirección de Andrew Jackson Davis, contiene el siguiente relato:
«El 22 de noviembre último, el Dr. Hallock fue invitado –con otras personas– a la casa de la Sra. French, residente en la 4ª Avenida, Nº 8, para ser testigo de diferentes manifestaciones espíritas y para ver los movimientos de un lápiz. Hacia las ocho horas la Sra. French dejó la sala donde el grupo estaba reunido y se sentó en un sofá, en un gabinete contiguo; ella no dejó ese lugar durante toda la noche. Poco después de sentarse, pareció entrar en una especie de éxtasis, permaneciendo con su mirada extraviada. Ella pidió al Dr. Hallock y al profesor Britton que examinasen el cuarto. Ellos encontraron sobre la cama, frente al lugar donde ella estaba sentada, un portafolio cerrado con una cinta de seda, y una botella que contenía vino para usar en la experiencia; el papel que sería usado para hacer los dibujos estaba en el portafolio. Fuimos invitados –dice el Dr. Hallock– a no tocar en el portafolio ni en la botella. Varios lápices y dos pedazos de goma de borrar elástica estaban igualmente sobre la cama, pero en el resto del cuarto no había dibujos ni papel. Después de esta investigación la Sra. French solicitó al Sr. Cuberton que tomara el portafolio y lo llevase a la sala, que estaba ocupada por los invitados, a fin de abrirlo y de sacar el contenido del mismo. Había papel común, del cual seis hojas de tamaños diferentes fueron tomadas de las manos del Sr. Cuberton por la Sra. French, las cuales fueron puestas sobre una mesa situada delante de ella. Ésta pidió algunos alfileres y, tomando una tira de papel de cinco o seis pulgadas de largo, que ella colocó en el borde inferior del papel, prendió los dos bordes del papel a la tira. Una vez hecho esto, fue solicitado a alguien para que tomase el papel y para que lo hiciera examinar por los asistentes, sosteniendo esa persona la tira, los alfileres y devolviendo la hoja. La misma cosa era realizada con las otras hojas, y cada vez los alfileres eran puestos en número y en lugares diferentes; cada hoja era entregada a otra persona, con el objetivo de reconocer el papel por medio de los trazos, que debían corresponder a los de las tiras. Después que las hojas fueron examinadas y devueltas a la Sra. French, el Sr. Cuberton solicitó la botella que contenía vino y se la entregó. Ella puso las hojas en la mesa y sobre cada una derramó una cantidad de vino suficiente para mojarlas por entero, esparciéndolo con la palma de la mano. Enseguida se ocupó en secarlas, exprimiendo las hojas una por una, moviéndolas, soplándolas y agitándolas en el aire. Esto duró algunos minutos; después, ella pidió que disminuyeran la luz del candil y solicitó a los invitados que se aproximasen. Es preciso decir que durante la acción de mojar las hojas de papel, una había quedado seca, siendo necesario recomenzar la operación (el vino era una mezcla simple de jugo de uva y de azúcar, autorizado por el Estado y producido en Nueva Inglaterra). Entonces, la Sra. French solicitó que aumentasen la luz del candil y pidió que las personas vinieran a sentarse cerca de la puerta donde ella estaba: el Sr. Gurney, el profesor Britton, el Dr. Warner y el Dr. Hallock se encontraban a seis pies de ella, y los otros en plena vista.
«Al poner a su frente una de las hojas de papel sobre la mesa, ella colocó varios lápices entre sus dedos; el Dr. Hallock no la perdió de vista, como había prometido hacerlo. Al estar todo listo, la Sra. French, para advertir que la experiencia iba a comenzar, exclamó: Time (tiempo); entonces se observó un movimiento rápido de la mano y, durante un momento, de las dos manos; se escuchó un ruido vivamente repetido sobre el papel. Los lápices y el papel fueron lanzados a cierta distancia en el piso, por una especie de movimiento nervioso; eso duró veintiún segundos. El dibujo Nº 1 representa un ramo de flores, compuesto por jacintos, lirios, tulipanes, etc.
«La acción se operó sucesivamente en las otras hojas. El dibujo Nº 2 es también un grupo de flores. El Nº 3 es un bellísimo racimo de uvas, con su tallo, sus hojas, etc.; ha sido hecho en veintiún segundos. El Nº 4 es un tallo y hojas con cinco grupos de frutas semejantes a damascos; las hojas son una especie de helecho. Cuando se preparaba para esta hoja, la Sra. French preguntó cuánto tiempo se le daba para la ejecución; unos dijeron diez segundos; otros, menos. Bien –dijo la Sra. French–, cuando yo diga: uno, observad vuestros relojes; al llegar al número cuatro, el dibujo estará terminado. ¡Atención! Uno, dos, tres, cuatro: y el dibujo fue hecho, es decir, en cuatro segundos. El Nº 5 representa una rama de grosellero, de la cual salen doce racimos de grosellas verdes con flores y hojas, cercadas por hojas de otra especie. Este dibujo fue presentado por la Sra. French, en éxtasis, al Sr. Bruckmaster, de Pittsbourg, como proveniente del Espíritu de su hermana, en cumplimiento de la promesa que este Espíritu le había hecho. El tiempo empleado fue de dos segundos. El Nº 6, que puede ser considerado como la obra maestra de la serie, es un dibujo de nueve pulgadas por cuatro; consiste en flores y en follajes blancos sobre un fondo oscuro, es decir, que el dibujo es del color natural del papel, siendo que los contornos marcados y los interiores son coloreados con lápiz. Salvo dos otros dibujos producidos de la misma manera en otra ocasión, son siempre con lápiz sobre un fondo blanco. En el centro de ese grupo de flores y al pie de la página hay una mano que sostiene un libro abierto, de una pulgada y un cuarto por tres cuartos; los lados no están exactamente en ángulos rectos; pero –lo que es muy curioso– los agujeros de los alfileres, hechos originalmente para reconocer el papel, marcan los cuatro lados del libro. En lo alto de la página izquierda está escrito: Gálatas VI, y además los seis primeros versículos y una parte del decimosexto versículo de este capítulo, que abarca casi dos páginas enteras en caracteres muy legibles, con buena luz, a simple vista o con una lupa. Se cuentan más de cien palabras bien escritas. El tiempo empleado fue de trece segundos. Cuando se constató la coincidencia de los agujeros del papel con los de la tira, la Sra. French, aún en éxtasis, pidió a las personas presentes que certificasen por escrito lo que ellas habían acabado de observar. Entonces se escribió lo siguiente en el margen del dibujo: “Ejecutado en trece segundos por la Sra. French, en nuestra presencia; certificado por los abajo firmantes, el 22 de noviembre de 1860, en la 4ª Avenida, Nº 8. Siguen diecinueve firmas”.»
No tenemos ningún motivo para dudar de la autenticidad del hecho, ni para sospechar de la buena fe de la Sra. French, que no conocemos; pero convengamos que esta manera de proceder tendría algo de poco convincente para nuestros incrédulos, que no dejarían de hacer objeciones y dirían que todos esos preparativos tienen un aire de familiaridad con los de la prestidigitación, que aparentemente hace las mismas cosas sin tantas dificultades. Nosotros confesamos que concordamos un poco con su opinión. Que los dibujos fueron hechos, es indiscutible; sólo el origen no nos parece probado de una manera auténtica. Sea como fuere, admitiéndose que no haya habido ninguna superchería, es indudablemente uno de los hechos más curiosos de escritura y de dibujo directos, cuya posibilidad la teoría nos explica. Sin esta teoría, semejantes hechos serían relegados –en un primer momento– como fábulas o proezas de escamoteo; pero considerándose que la teoría nos da a conocer las condiciones en las cuales los fenómenos pueden producirse, ella debe volvernos tanto más circunspectos como para no aceptarlos sino con pleno conocimiento de causa.
Los médiums norteamericanos tienen decididamente una especialidad para la producción de fenómenos extraordinarios, porque los diarios de aquel país están repletos de una gran cantidad de hechos de ese género, de los cuales nuestros médiums europeos están lejos de aproximarse; también del otro lado del Atlántico se dice que aún estamos muy atrasados en Espiritismo. Cuando preguntamos a los Espíritus la razón de esta diferencia, ellos respondieron: “A cada uno su papel: el vuestro no es el mismo, y Dios no os ha dado la menor parte en la obra de la regeneración”. Considerando el mérito de los médiums desde el punto de vista de la rapidez de ejecución, de la energía y del poder de los efectos, los nuestros son apagados al lado de aquellos; entretanto, conocemos muchos médiums que no cambiarían las simples y consoladoras comunicaciones que obtienen, por los prodigios de los médiums norteamericanos. Dichas comunicaciones son suficientes para darles fe, y ellos prefieren lo que toca el alma a lo que impresiona a los ojos; prefieren la moral que consuela y que los vuelve mejor, a los fenómenos que causan asombro. Por un instante en Europa se preocuparon con los fenómenos materiales; pero luego los dejaron a un lado por la filosofía, que abre un campo más vasto al pensamiento y tiende hacia el objetivo final y providencial del Espiritismo: la regeneración social. Cada pueblo tiene su genio particular y sus tendencias especiales, y cada uno –dentro de los límites que le son asignados– colabora con las miras de la Providencia. El más adelantado será el que marche más rápido en la senda del progreso moral, porque es éste que lo aproximará más a los designios de Dios.
Explotación del Espiritismo
Norteamérica reivindica, a justo título, el honor de haber sido la primera –en estos últimos tiempos– que ha revelado las manifestaciones del Más Allá; ¿por qué no debería ser ella también la primera a dar el ejemplo de no comerciar con las mismas, y por qué, en ese pueblo tan adelantado en tantos aspectos y tan digno de nuestras simpatías, el instinto mercantil no se ha detenido en el portal de la vida eterna? Cuando leemos sus periódicos, en cada página vemos anuncios como éstos:
«Señora S. E. Royers, sonámbula, médium-médica, cura psicológicamente por simpatía. Tratamiento común si fuere necesario. – Descripción de la fisonomía, de la moralidad y del Espíritu de las personas. Atiende de las diez horas al mediodía; de las dos a las cinco de la tarde; de las siete a las diez de la noche, con excepción de los viernes, sábados y domingos, a no ser por pago adelantado. Precio: 1 dólar la hora (5 francos y 42 centavos).»
Pensamos que la simpatía de esa médium por sus enfermos está en razón directa de la cantidad de dólares que le pagan. Creemos superfluo dar las direcciones.
«Sra. E. C. Morris, médium escribiente; atiende de las diez al mediodía; de las dos a las cuatro de la tarde y de las siete a las nueve de la noche.»
«J. B. Conklin, médium; recibe a los visitantes todos los días y todas las noches en sus salones. Atiende a domicilio.»
«A. C. Styles, médium lúcido; garantiza el diagnóstico exacto de la enfermedad de la persona presente, bajo pena de perder los honorarios. Reglas estrictamente observadas: 2 dólares para un examen lúcido con prescripciones, cuando la persona está presente; 3 dólares para descripciones psicométricas de los caracteres. No olvidar que las consultas se pagan por adelantado.»
«A los aficionados del Espiritualismo. Sra. Beck, médium crisíaca, parlante, deletreadora, a través de golpes y raspaduras. Los verdaderos observadores pueden consultarla desde las 9 de la mañana hasta las 10 de la noche, en su casa. Un médium golpeador muy poderoso está asociado a la Sra. Beck.»
¿Piensan que este comercio es hecho solamente por especuladores desconocidos e ignorantes? He aquí lo que prueba lo contrario:
«Doctor G. A. Redman, médium experimentado, está de regreso a la ciudad de Nueva York; atiende a domicilio, donde recibe como antes.»
El tráfico del Espiritualismo se ha extendido hasta los objetos usuales; así, leemos en The Spiritual Telegraph, de Nueva York, el anuncio de “Fósforos Espirituales, nuevo invento sin fricciones ni olor.”
Para ese país, lo que es más honorable que estos anuncios, es el siguiente artículo que encontramos en The Weekly American, de Baltimore, del 5 de febrero de 1859.
«Estadística del Espiritualismo – The Spiritual Register, de 1859, calcula el número de espiritualistas en los Estados Unidos en 1.284.000. En Maryland hay 8.000. El número total en el mundo es estimado en 1.900.000. El Register cuenta 1.000 oradores espiritualistas; 40.000 médiums, tanto públicos como privados; 500 libros y opúsculos; 6 periódicos semanales, 4 mensuales y 3 quincenales, dedicados a esa causa.»
Los médiums especuladores han tomado Inglaterra; en Londres se cuentan varios que no cobran menos que una guinea por sesión. Esperemos que si ellos intentaren infiltrarse en Francia, el buen sentido de los verdaderos espíritas les haga justicia.
La producción de efectos materiales provoca más la curiosidad de lo que toca el corazón; de ahí, en los médiums que tienen una aptitud especial para obtener esos efectos, hay una propensión para explotar esta curiosidad. Aquellos que reciben comunicaciones morales de un orden elevado tienen una instintiva repugnancia por todo lo que denote especulación de ese género. Es por eso que, en los primeros, hay un doble motivo: inicialmente, es que la explotación de la curiosidad es más lucrativa, porque los curiosos abundan en todos los países; después, porque los fenómenos físicos actúan menos sobre lo moral, habiendo en ellos menos escrúpulos. A sus ojos, su facultad es un don que debe darles de vivir, como una bella voz para el cantante; la cuestión moral es secundaria o nula. Así, una vez que han entrado en este camino, el afán de lucro desenvuelve el genio de la artimaña; como ellos precisan ganar dinero, no quieren perder su reputación de destreza al fallar. Además, ¿quién sabe si el cliente que viene hoy volverá mañana? Por lo tanto, es necesario satisfacerlo a toda costa, y si el Espíritu no colabora, hay que venir en su ayuda, lo que es mucho más fácil para los hechos materiales que para las comunicaciones inteligentes de un alto alcance moral y filosófico. Para los primeros, la prestidigitación tiene recursos que faltan absolutamente a los últimos. Es por eso que nosotros decimos que es necesario considerar, ante todo, la moralidad del médium; que la mejor garantía contra la superchería está en su carácter, en su honorabilidad, en su desinterés absoluto; en todas partes donde se infiltra la sombra del interés, por más mínimo que sea, uno tiene el derecho de sospechar. El fraude es siempre culpable, pero cuando él se vincula a las cosas de orden moral, es un sacrilegio. Aquel que sólo conoce el Espiritismo de nombre y que busca imitar sus efectos, no es más reprensible que el escamoteador que imita las experiencias del físico erudito. Indudablemente sería mejor que esto no tuviese lugar; pero, en realidad, él no engaña a nadie, porque no hace misterio de su cualidad: apenas esconde los medios. Lo mismo no sucede con aquel que conoce la santidad de lo que imita, con el objetivo indigno de especular; eso es más que fraude, es hipocresía, porque se hace pasar por aquello que no es; y aún es más culpable si, al tener realmente algunas facultades, se sirve de las mismas para abusar de la confianza que le dan. Pero Dios sabe lo que le está reservado, tal vez aún en este mundo. Si los falsos médiums solamente hicieran mal a sí mismos, el mal sería menor; lo que es más lamentable son las armas que ellos dan a los incrédulos, siendo que causan el descrédito sobre la cuestión en la mente de los indecisos, desde que el fraude sea constatado. No discutimos las facultades, hasta incluso poderosas, de ciertos médiums mercenarios, pero decimos que el afán de lucro es una tentación de fraude que debe inspirar desconfianza, tanto más legítima como no se puede ver en esta explotación el efecto de un exceso de celo apenas por el bien de algo. Y aunque no hubiera fraude, ni por eso la crítica debería ser menor para con aquel que especula con una cosa tan sagrada como las almas de los muertos.
Norteamérica reivindica, a justo título, el honor de haber sido la primera –en estos últimos tiempos– que ha revelado las manifestaciones del Más Allá; ¿por qué no debería ser ella también la primera a dar el ejemplo de no comerciar con las mismas, y por qué, en ese pueblo tan adelantado en tantos aspectos y tan digno de nuestras simpatías, el instinto mercantil no se ha detenido en el portal de la vida eterna? Cuando leemos sus periódicos, en cada página vemos anuncios como éstos:
«Señora S. E. Royers, sonámbula, médium-médica, cura psicológicamente por simpatía. Tratamiento común si fuere necesario. – Descripción de la fisonomía, de la moralidad y del Espíritu de las personas. Atiende de las diez horas al mediodía; de las dos a las cinco de la tarde; de las siete a las diez de la noche, con excepción de los viernes, sábados y domingos, a no ser por pago adelantado. Precio: 1 dólar la hora (5 francos y 42 centavos).»
Pensamos que la simpatía de esa médium por sus enfermos está en razón directa de la cantidad de dólares que le pagan. Creemos superfluo dar las direcciones.
«Sra. E. C. Morris, médium escribiente; atiende de las diez al mediodía; de las dos a las cuatro de la tarde y de las siete a las nueve de la noche.»
«J. B. Conklin, médium; recibe a los visitantes todos los días y todas las noches en sus salones. Atiende a domicilio.»
«A. C. Styles, médium lúcido; garantiza el diagnóstico exacto de la enfermedad de la persona presente, bajo pena de perder los honorarios. Reglas estrictamente observadas: 2 dólares para un examen lúcido con prescripciones, cuando la persona está presente; 3 dólares para descripciones psicométricas de los caracteres. No olvidar que las consultas se pagan por adelantado.»
«A los aficionados del Espiritualismo. Sra. Beck, médium crisíaca, parlante, deletreadora, a través de golpes y raspaduras. Los verdaderos observadores pueden consultarla desde las 9 de la mañana hasta las 10 de la noche, en su casa. Un médium golpeador muy poderoso está asociado a la Sra. Beck.»
¿Piensan que este comercio es hecho solamente por especuladores desconocidos e ignorantes? He aquí lo que prueba lo contrario:
«Doctor G. A. Redman, médium experimentado, está de regreso a la ciudad de Nueva York; atiende a domicilio, donde recibe como antes.»
El tráfico del Espiritualismo se ha extendido hasta los objetos usuales; así, leemos en The Spiritual Telegraph, de Nueva York, el anuncio de “Fósforos Espirituales, nuevo invento sin fricciones ni olor.”
Para ese país, lo que es más honorable que estos anuncios, es el siguiente artículo que encontramos en The Weekly American, de Baltimore, del 5 de febrero de 1859.
«Estadística del Espiritualismo – The Spiritual Register, de 1859, calcula el número de espiritualistas en los Estados Unidos en 1.284.000. En Maryland hay 8.000. El número total en el mundo es estimado en 1.900.000. El Register cuenta 1.000 oradores espiritualistas; 40.000 médiums, tanto públicos como privados; 500 libros y opúsculos; 6 periódicos semanales, 4 mensuales y 3 quincenales, dedicados a esa causa.»
Los médiums especuladores han tomado Inglaterra; en Londres se cuentan varios que no cobran menos que una guinea por sesión. Esperemos que si ellos intentaren infiltrarse en Francia, el buen sentido de los verdaderos espíritas les haga justicia.
La producción de efectos materiales provoca más la curiosidad de lo que toca el corazón; de ahí, en los médiums que tienen una aptitud especial para obtener esos efectos, hay una propensión para explotar esta curiosidad. Aquellos que reciben comunicaciones morales de un orden elevado tienen una instintiva repugnancia por todo lo que denote especulación de ese género. Es por eso que, en los primeros, hay un doble motivo: inicialmente, es que la explotación de la curiosidad es más lucrativa, porque los curiosos abundan en todos los países; después, porque los fenómenos físicos actúan menos sobre lo moral, habiendo en ellos menos escrúpulos. A sus ojos, su facultad es un don que debe darles de vivir, como una bella voz para el cantante; la cuestión moral es secundaria o nula. Así, una vez que han entrado en este camino, el afán de lucro desenvuelve el genio de la artimaña; como ellos precisan ganar dinero, no quieren perder su reputación de destreza al fallar. Además, ¿quién sabe si el cliente que viene hoy volverá mañana? Por lo tanto, es necesario satisfacerlo a toda costa, y si el Espíritu no colabora, hay que venir en su ayuda, lo que es mucho más fácil para los hechos materiales que para las comunicaciones inteligentes de un alto alcance moral y filosófico. Para los primeros, la prestidigitación tiene recursos que faltan absolutamente a los últimos. Es por eso que nosotros decimos que es necesario considerar, ante todo, la moralidad del médium; que la mejor garantía contra la superchería está en su carácter, en su honorabilidad, en su desinterés absoluto; en todas partes donde se infiltra la sombra del interés, por más mínimo que sea, uno tiene el derecho de sospechar. El fraude es siempre culpable, pero cuando él se vincula a las cosas de orden moral, es un sacrilegio. Aquel que sólo conoce el Espiritismo de nombre y que busca imitar sus efectos, no es más reprensible que el escamoteador que imita las experiencias del físico erudito. Indudablemente sería mejor que esto no tuviese lugar; pero, en realidad, él no engaña a nadie, porque no hace misterio de su cualidad: apenas esconde los medios. Lo mismo no sucede con aquel que conoce la santidad de lo que imita, con el objetivo indigno de especular; eso es más que fraude, es hipocresía, porque se hace pasar por aquello que no es; y aún es más culpable si, al tener realmente algunas facultades, se sirve de las mismas para abusar de la confianza que le dan. Pero Dios sabe lo que le está reservado, tal vez aún en este mundo. Si los falsos médiums solamente hicieran mal a sí mismos, el mal sería menor; lo que es más lamentable son las armas que ellos dan a los incrédulos, siendo que causan el descrédito sobre la cuestión en la mente de los indecisos, desde que el fraude sea constatado. No discutimos las facultades, hasta incluso poderosas, de ciertos médiums mercenarios, pero decimos que el afán de lucro es una tentación de fraude que debe inspirar desconfianza, tanto más legítima como no se puede ver en esta explotación el efecto de un exceso de celo apenas por el bien de algo. Y aunque no hubiera fraude, ni por eso la crítica debería ser menor para con aquel que especula con una cosa tan sagrada como las almas de los muertos.
Variedades
Las visiones del Sr. O...
Hemos extraído el siguiente relato, publicado en The Spiritual Magazine, de Londres, del número de abril de 1861.
«El Sr. O..., gentilhombre de Gloucestershire, nunca había tenido visiones hasta el momento en que vino a vivir a P..., el 3 de octubre de 1859. Aproximadamente quince días después de su llegada comenzó a tener visiones a la noche. Al principio eran rayos de luz que venían a iluminar su cuarto, pasando por la ventana; les prestó poca atención, atribuyéndolos al candil de un guarda o a un gran relámpago. Sin embargo, una noche en que fijaba su mirada en la pared del cuarto, él vio formarse una rosa y después estrellas de diversas formas. Otra noche vio, en la misteriosa luz, a dos magníficos ángeles con una trompeta. En esa noche el Sr. O... se había recogido más temprano que de costumbre, debido a una ligera indisposición que sentía. La presencia de ambos ángeles, que duró uno o dos segundos, le hizo experimentar una suave sensación, que incluso se prolongó después de la partida de los mismos.
«A la semana siguiente, la misma luz le apareció con la figura de un niño que abrazaba un gatito. Varias otras figuras también aparecieron, pero muy oscuras como para ser distinguidas. En marzo, vio el perfil de una señora, envuelta en un círculo luminoso; reconoció a su madre y exclamó con gran alegría: ¡Madre mía! ¡Madre mía! Pero luego esta visión se desvaneció. En la misma noche vio a una bella dama en traje de etiqueta y con un sombrero en la cabeza.
«Una o dos noches después vio a un lindo perrito y a un niño. Luego le apareció una luz, semejante a la de una ventana cuyo contorno no estuviese bien delineado, lo que se repitió cuatro veces y, en las tres primeras, durante cerca de medio minuto. El Sr. O... se recogió, buscó comprender el sentido de esta visión y creyó que significaba que él no tendría más que tres años o tres meses de vida. La luz volvió una vez más; el Sr. O... se levantó y la luz desapareció al cabo de un minuto.
«El 3 de abril él vio una luz que producía el efecto de una hendidura luminosa y, en el interior del cuarto, una parte del rostro de un hombre: sólo la frente, los ojos y la nariz eran visibles; los ojos –muy grandes y salientes– lo miraban fijamente. Después, esto desapareció. En fechas posteriores tuvo también las siguientes visiones:
«– 4 de abril. Rostro y busto de una señora que sonreía a dos chicos que se abrazaban. Un poco más tarde vio la parte superior de la cabeza de un hombre, que el Sr. O... reconoció, por el cabello y por la frente, como uno de sus amigos, recientemente fallecido. – 27 de julio. Una mano dirigida hacia abajo. Al principio apareció en la pared como una luz fosforescente, que gradualmente tomó la forma de una mano. Entonces él vió la cabeza de un anciano, al cual pertenecía esa mano, y una pequeña ave gris con plumas claras. Ese rostro lo miraba con un aire solemne, mas desapareció; esto le causó un cierto miedo y temblor, pero al mismo tiempo experimentó una agradable sensación de calor. También vio un rollo de papel en el que había jeroglíficos. – 12 de diciembre. Un pájaro en su nido, alimentando a sus crías. – 13 de diciembre. Dos cabezas de leopardos. – 15 de diciembre. Un fuerte golpe que fue escuchado por la señorita S... en su cuarto, y que despertó al Sr. O..., profundamente dormido. – 16 de diciembre. Toque de campanas, escuchado también por la señorita S... Un ángel con un niño radiante, que son transformados en flores. Una cabeza de ciervo con grandes cuernos. – 18 de diciembre. Algunas caras y dos palomas. – 20 de diciembre. Varios rostros de hombres, de mujeres y de niños. – 1º de enero. Un barco grande, atrás del cual se levanta gradualmente la cabeza de un chico, que vuela hacia delante. – 3 de enero. Un querubín y un niño.
«Una noche él vio un cuadro que representaba un hermoso paisaje: era como si fuese una abertura en la oscuridad; veía praderas, campos, árboles, etc., un hombre que caminaba y una vaca. Este paisaje estaba iluminado por la más bella claridad del Sol. Lo que hay de particular en estas visiones luminosas es que muy frecuentemente la luz ilumina todo el cuarto, de manera que deja ver los muebles como si fuese en pleno día; cuando la misma desaparece, todo vuelve a la oscuridad.
«El Sr. O... tuvo muchas otras visiones, de las cuales dejó de tomar nota.»
Nos parece que por lo expuesto es suficiente para que podamos hacer una apreciación, y pensamos que ninguna persona esclarecida sobre la causa y la naturaleza de los fenómenos espíritas pueda considerar lo expuesto como verdaderas apariciones. Si se consiente en remitirse al primer artículo de este número, donde hemos buscado determinar el carácter de la alucinación, se comprenderá la analogía que tienen con las figuras que a menudo se presentan durante la somnolencia, y que deben tener las mismas causas. Estaríamos convencidos de esto por el simple hecho de la multitud de animales que él ha visto. Se sabe que no hay espíritus de animales errantes en el mundo invisible y que, por consecuencia, no puede haber apariciones de animales, salvo en el caso en que un Espíritu hiciera surgir una apariencia de ese género con un objetivo determinado, lo que también sería sólo una apariencia, y no el espíritu real de tal o cual animal. El hecho de las apariciones es indiscutible, pero es preciso tener cuidado para no verlas en todas partes y para no tomar como tales las fantasías de ciertas imaginaciones que son fáciles de exaltar, o la visión retrospectiva de las imágenes impresas en el cerebro. La propia minuciosidad con la cual el Sr. O... cita ciertas particularidades insignificantes es un indicio de la naturaleza de las preocupaciones de su mente.
En resumen, nada encontramos en las visiones del Sr. O... que tenga el carácter de apariciones propiamente dichas, y creemos que hay muchos inconvenientes en mencionar semejantes hechos sin los debidos comentarios y sin hacer prudentes reservas, porque sin quererlo se darían armas a la crítica.
Las visiones del Sr. O...
Hemos extraído el siguiente relato, publicado en The Spiritual Magazine, de Londres, del número de abril de 1861.
«El Sr. O..., gentilhombre de Gloucestershire, nunca había tenido visiones hasta el momento en que vino a vivir a P..., el 3 de octubre de 1859. Aproximadamente quince días después de su llegada comenzó a tener visiones a la noche. Al principio eran rayos de luz que venían a iluminar su cuarto, pasando por la ventana; les prestó poca atención, atribuyéndolos al candil de un guarda o a un gran relámpago. Sin embargo, una noche en que fijaba su mirada en la pared del cuarto, él vio formarse una rosa y después estrellas de diversas formas. Otra noche vio, en la misteriosa luz, a dos magníficos ángeles con una trompeta. En esa noche el Sr. O... se había recogido más temprano que de costumbre, debido a una ligera indisposición que sentía. La presencia de ambos ángeles, que duró uno o dos segundos, le hizo experimentar una suave sensación, que incluso se prolongó después de la partida de los mismos.
«A la semana siguiente, la misma luz le apareció con la figura de un niño que abrazaba un gatito. Varias otras figuras también aparecieron, pero muy oscuras como para ser distinguidas. En marzo, vio el perfil de una señora, envuelta en un círculo luminoso; reconoció a su madre y exclamó con gran alegría: ¡Madre mía! ¡Madre mía! Pero luego esta visión se desvaneció. En la misma noche vio a una bella dama en traje de etiqueta y con un sombrero en la cabeza.
«Una o dos noches después vio a un lindo perrito y a un niño. Luego le apareció una luz, semejante a la de una ventana cuyo contorno no estuviese bien delineado, lo que se repitió cuatro veces y, en las tres primeras, durante cerca de medio minuto. El Sr. O... se recogió, buscó comprender el sentido de esta visión y creyó que significaba que él no tendría más que tres años o tres meses de vida. La luz volvió una vez más; el Sr. O... se levantó y la luz desapareció al cabo de un minuto.
«El 3 de abril él vio una luz que producía el efecto de una hendidura luminosa y, en el interior del cuarto, una parte del rostro de un hombre: sólo la frente, los ojos y la nariz eran visibles; los ojos –muy grandes y salientes– lo miraban fijamente. Después, esto desapareció. En fechas posteriores tuvo también las siguientes visiones:
«– 4 de abril. Rostro y busto de una señora que sonreía a dos chicos que se abrazaban. Un poco más tarde vio la parte superior de la cabeza de un hombre, que el Sr. O... reconoció, por el cabello y por la frente, como uno de sus amigos, recientemente fallecido. – 27 de julio. Una mano dirigida hacia abajo. Al principio apareció en la pared como una luz fosforescente, que gradualmente tomó la forma de una mano. Entonces él vió la cabeza de un anciano, al cual pertenecía esa mano, y una pequeña ave gris con plumas claras. Ese rostro lo miraba con un aire solemne, mas desapareció; esto le causó un cierto miedo y temblor, pero al mismo tiempo experimentó una agradable sensación de calor. También vio un rollo de papel en el que había jeroglíficos. – 12 de diciembre. Un pájaro en su nido, alimentando a sus crías. – 13 de diciembre. Dos cabezas de leopardos. – 15 de diciembre. Un fuerte golpe que fue escuchado por la señorita S... en su cuarto, y que despertó al Sr. O..., profundamente dormido. – 16 de diciembre. Toque de campanas, escuchado también por la señorita S... Un ángel con un niño radiante, que son transformados en flores. Una cabeza de ciervo con grandes cuernos. – 18 de diciembre. Algunas caras y dos palomas. – 20 de diciembre. Varios rostros de hombres, de mujeres y de niños. – 1º de enero. Un barco grande, atrás del cual se levanta gradualmente la cabeza de un chico, que vuela hacia delante. – 3 de enero. Un querubín y un niño.
«Una noche él vio un cuadro que representaba un hermoso paisaje: era como si fuese una abertura en la oscuridad; veía praderas, campos, árboles, etc., un hombre que caminaba y una vaca. Este paisaje estaba iluminado por la más bella claridad del Sol. Lo que hay de particular en estas visiones luminosas es que muy frecuentemente la luz ilumina todo el cuarto, de manera que deja ver los muebles como si fuese en pleno día; cuando la misma desaparece, todo vuelve a la oscuridad.
«El Sr. O... tuvo muchas otras visiones, de las cuales dejó de tomar nota.»
Nos parece que por lo expuesto es suficiente para que podamos hacer una apreciación, y pensamos que ninguna persona esclarecida sobre la causa y la naturaleza de los fenómenos espíritas pueda considerar lo expuesto como verdaderas apariciones. Si se consiente en remitirse al primer artículo de este número, donde hemos buscado determinar el carácter de la alucinación, se comprenderá la analogía que tienen con las figuras que a menudo se presentan durante la somnolencia, y que deben tener las mismas causas. Estaríamos convencidos de esto por el simple hecho de la multitud de animales que él ha visto. Se sabe que no hay espíritus de animales errantes en el mundo invisible y que, por consecuencia, no puede haber apariciones de animales, salvo en el caso en que un Espíritu hiciera surgir una apariencia de ese género con un objetivo determinado, lo que también sería sólo una apariencia, y no el espíritu real de tal o cual animal. El hecho de las apariciones es indiscutible, pero es preciso tener cuidado para no verlas en todas partes y para no tomar como tales las fantasías de ciertas imaginaciones que son fáciles de exaltar, o la visión retrospectiva de las imágenes impresas en el cerebro. La propia minuciosidad con la cual el Sr. O... cita ciertas particularidades insignificantes es un indicio de la naturaleza de las preocupaciones de su mente.
En resumen, nada encontramos en las visiones del Sr. O... que tenga el carácter de apariciones propiamente dichas, y creemos que hay muchos inconvenientes en mencionar semejantes hechos sin los debidos comentarios y sin hacer prudentes reservas, porque sin quererlo se darían armas a la crítica.
Los Espíritus y la gramática
Un grave error gramatical ha sido descubierto en El Libro de los Espíritus por un profundo crítico, que nos ha dirigido la siguiente nota:
«Leo en la página 384, cuestión 911, línea 23, de El Libro de los Espíritus: “Hay muchas personas que dicen: Quiero; pero la voluntad sólo está en sus labios; ellos quieren, mas están muy a gusto que no sea así”. Si hubieseis puesto: “Ellas quieren, mas están muy a gusto que no sea así”, ¿no creéis que el francés hubiera ganado con esto? Yo sería tentado a creer que vuestro Espíritu protector escribiente es un farsante que os hace cometer errores de lenguaje. Apresuraos en punirlo y, sobre todo, en corregirlo.»
Lamentamos no poder dirigir nuestros agradecimientos al autor de esta observación; pero indudablemente es por modestia y para evitar los testimonios de nuestro reconocimiento que él se olvidó de poner su nombre y su dirección, limitándose a firmar: Un Espíritu protector de la lengua francesa. Ya que parece que este señor, o este Espíritu, se da el trabajo de leer nuestras obras, solicitamos a los Espíritus buenos que consientan en colocar nuestra respuesta delante de sus ojos.
Es evidente que ese señor sabe que el sustantivo personne es del femenino, y que los adjetivos y los pronombres concuerdan en género y en número con el sustantivo al cual se refieren. Infelizmente no todo se aprende en las escuelas, sobre todo en materia de Lengua Francesa; si este señor –que se declara el protector de nuestra Lengua– hubiese transpuesto los límites de la Gramática de Lhomond, sabría que se encuentra en Regnard la siguiente frase: Aunque esas tres personas tuvieran intereses bien diferentes, ellos eran, no obstante, atormentados por la misma pasión; y esta otra en Vaugelas: Las personas consumidas en la virtud tienen, en todas las cosas, una rectitud de espíritu y una atención juiciosa que impiden que sean maldicientes; de ahí la regla que se encuentra en la Grammaire normale des Examens, de la autoría conjunta de los Sres. Lévi-Alvarès y Rivail, en la Gramática de Boniface, etc.
“Algunas veces se emplea, por silepsis, el pronombre il para reemplazar al sustantivo personne [persona], aunque esta última palabra sea femenina. Esa concordancia solamente puede tener lugar cuando, en el pensamiento, la palabra personne no represente exclusivamente a mujeres y, además, cuando la palabra il se encuentre lo suficientemente lejos como para que no suene rara al oído.”
Con respecto al pronombre personne [nadie], que es masculino, se encuentra en Boniface la siguiente nota: “Entretanto, cuando el pronombre nadie designa especialmente a una mujer, el adjetivo que se refiere a él puede ponerse en femenino; se puede decir: Nadie es más bonita que Rosina.”
Por lo tanto, los Espíritus que han dictado la frase en cuestión no son ignorantes como supone aquel señor; inclusive seríamos tentado a creer que ellos saben un poco más que él, aunque en general no se jacten de su exactitud gramatical, a ejemplo de varios de nuestros eruditos, que no sobresalen por la ortografía. Moraleja: Es bueno saber antes de criticar.
Sea como fuere, para calmar los escrúpulos de los que no saben mucho al respecto, y que creen que la Doctrina pueda estar en peligro por un real o supuesto error de lenguaje, hemos cambiado esa concordancia en la 5ª edición de El Libro de los Espíritus, que acaba de aparecer, porque:
Un grave error gramatical ha sido descubierto en El Libro de los Espíritus por un profundo crítico, que nos ha dirigido la siguiente nota:
«Leo en la página 384, cuestión 911, línea 23, de El Libro de los Espíritus: “Hay muchas personas que dicen: Quiero; pero la voluntad sólo está en sus labios; ellos quieren, mas están muy a gusto que no sea así”. Si hubieseis puesto: “Ellas quieren, mas están muy a gusto que no sea así”, ¿no creéis que el francés hubiera ganado con esto? Yo sería tentado a creer que vuestro Espíritu protector escribiente es un farsante que os hace cometer errores de lenguaje. Apresuraos en punirlo y, sobre todo, en corregirlo.»
Lamentamos no poder dirigir nuestros agradecimientos al autor de esta observación; pero indudablemente es por modestia y para evitar los testimonios de nuestro reconocimiento que él se olvidó de poner su nombre y su dirección, limitándose a firmar: Un Espíritu protector de la lengua francesa. Ya que parece que este señor, o este Espíritu, se da el trabajo de leer nuestras obras, solicitamos a los Espíritus buenos que consientan en colocar nuestra respuesta delante de sus ojos.
Es evidente que ese señor sabe que el sustantivo personne es del femenino, y que los adjetivos y los pronombres concuerdan en género y en número con el sustantivo al cual se refieren. Infelizmente no todo se aprende en las escuelas, sobre todo en materia de Lengua Francesa; si este señor –que se declara el protector de nuestra Lengua– hubiese transpuesto los límites de la Gramática de Lhomond, sabría que se encuentra en Regnard la siguiente frase: Aunque esas tres personas tuvieran intereses bien diferentes, ellos eran, no obstante, atormentados por la misma pasión; y esta otra en Vaugelas: Las personas consumidas en la virtud tienen, en todas las cosas, una rectitud de espíritu y una atención juiciosa que impiden que sean maldicientes; de ahí la regla que se encuentra en la Grammaire normale des Examens, de la autoría conjunta de los Sres. Lévi-Alvarès y Rivail, en la Gramática de Boniface, etc.
“Algunas veces se emplea, por silepsis, el pronombre il para reemplazar al sustantivo personne [persona], aunque esta última palabra sea femenina. Esa concordancia solamente puede tener lugar cuando, en el pensamiento, la palabra personne no represente exclusivamente a mujeres y, además, cuando la palabra il se encuentre lo suficientemente lejos como para que no suene rara al oído.”
Con respecto al pronombre personne [nadie], que es masculino, se encuentra en Boniface la siguiente nota: “Entretanto, cuando el pronombre nadie designa especialmente a una mujer, el adjetivo que se refiere a él puede ponerse en femenino; se puede decir: Nadie es más bonita que Rosina.”
Por lo tanto, los Espíritus que han dictado la frase en cuestión no son ignorantes como supone aquel señor; inclusive seríamos tentado a creer que ellos saben un poco más que él, aunque en general no se jacten de su exactitud gramatical, a ejemplo de varios de nuestros eruditos, que no sobresalen por la ortografía. Moraleja: Es bueno saber antes de criticar.
Sea como fuere, para calmar los escrúpulos de los que no saben mucho al respecto, y que creen que la Doctrina pueda estar en peligro por un real o supuesto error de lenguaje, hemos cambiado esa concordancia en la 5ª edición de El Libro de los Espíritus, que acaba de aparecer, porque:
... Sin problemas, a los rimadores arriesgados
El uso aún permite, creo, que se elija entre los dos.
El uso aún permite, creo, que se elija entre los dos.
Es realmente un placer ver el trabajo que se dan los adversarios del Espiritismo para atacarlo con todas las armas que les llegan a las manos; pero lo que hay de singular es que, a pesar de la gran cantidad de dardos que lanzan contra Él, a pesar de las piedras que le ponen en el camino, a pesar de las celadas que le tienden para hacer que se desvíe de su objetivo, nadie aún ha encontrado el medio de detener su marcha y el Espiritismo gana un terreno que hace desesperar a aquellos que creían abatirlo con tonterías. Después de las tonterías, los atletas de folletín han intentado golpes de maza: pero Él ni siquiera los sintió; al contrario, avanzó más rápido.
Disertaciones y enseñanzas espíritas - A través de dictados espontáneos
Papel de los médiums en las comunicaciones
(Comunicación obtenida por el Sr. d’Ambel, médium de la Sociedad)
Cualquiera que sea la naturaleza de los médiums escribientes, ya sean mecánicos, semimecánicos o simplemente intuitivos, nuestros procedimientos de comunicación con ellos no varían en esencia. En efecto, nos comunicamos con los Espíritus encarnados, como con los Espíritus propiamente dichos, por la simple irradiación de nuestro pensamiento. Nuestros pensamientos no precisan revestirse de la palabra para que los Espíritus los comprendan, y todos los Espíritus perciben el pensamiento que deseamos transmitirles, por el solo hecho de que lo dirijamos hacia ellos; esto en razón de sus facultades intelectuales, es decir, que determinado pensamiento puede ser comprendido por tal o cual Espíritu, según su adelanto, mientras que para otros no es comprensible, porque ese pensamiento no les despierta ningún recuerdo y ningún conocimiento en el fondo de su corazón o de su cerebro. En este caso, el Espíritu encarnado que nos sirve de médium es más apto para transmitir nuestro pensamiento a otros encarnados –aunque no lo entienda– que un Espíritu desencarnado y poco adelantado, si nos viésemos forzados a emplearlo como intermediario; eso porque el ser terreno pone a nuestra disposición su cuerpo como instrumento, lo que el Espíritu errante no puede hacer.
Así, cuando encontramos a un médium cuyo cerebro está lleno de conocimientos adquiridos en su actual existencia, y su Espíritu es rico en conocimientos anteriores latentes, adecuados para facilitar nuestras comunicaciones, preferimos servirnos de él, porque con su concurso el fenómeno de la comunicación nos resulta mucho más fácil que con un médium de inteligencia limitada y de insuficientes conocimientos anteriores. Vamos a hacernos comprender a través de algunas explicaciones claras y precisas.
Con un médium cuya inteligencia actual o anterior esté desarrollada, nuestro pensamiento se comunica instantáneamente de Espíritu a Espíritu, mediante una facultad inherente a la esencia del propio Espíritu. En este caso encontramos en el cerebro del médium los elementos adecuados para revestir a nuestro pensamiento con las palabras que correspondan a este pensamiento, ya sea el médium intuitivo, semimecánico o totalmente mecánico. Es por eso que, sea cual fuere la diversidad de los Espíritus que se comunican con un médium, los dictados obtenidos por él llevan su sello personal, en cuanto a la forma y al colorido, aunque procedan de Espíritus diversos. Sí, aunque el pensamiento le resulte completamente extraño; a pesar de que el tema salga del ámbito en que se mueve habitualmente, y aunque no provenga de él –de manera alguna– lo que nosotros queremos decir, no por eso el médium deja de influir sobre la forma, por intermedio de las cualidades y de las propiedades inherentes a su individualidad. Es como si observaseis diferentes paisajes con anteojos matizados, verdes, blancos o azules: aunque los paisajes u objetos observados sean completamente opuestos e independientes los unos de los otros, no por ello dejarán de adoptar siempre el matiz que provenga del color de los anteojos. Mejor aún, comparemos a los médiums con esas retortas, llenas de líquidos coloreados y transparentes, que se ven en los laboratorios farmacéuticos; ¡pues bien!, nosotros somos como focos que iluminan ciertos paisajes morales, filosóficos e interiores, a través de médiums azules, verdes o rojos, de tal manera que nuestros rayos luminosos, obligados a pasar a través de cristales más o menos bien labrados, más o menos transparentes, es decir, a través de médiums más o menos inteligentes, no llegan a los objetos que deseamos iluminar sino tomando el matiz o, mejor dicho, la forma propia y particular de cada médium. En fin, para terminar con una última comparación, diremos que nosotros –los Espíritus– somos como compositores de música, que hemos compuesto o que deseamos improvisar un aria y no disponemos sino de un solo instrumento: un piano, un violín, una flauta, un fagot o un simple silbato. Es indiscutible que con el piano, con la flauta o con el violín ejecutaremos nuestro fragmento musical de un modo más comprensible para nuestros oyentes; y aunque los sonidos provenientes del piano, del fagot o del clarinete sean esencialmente diferentes los unos de los otros, no por eso nuestra composición dejará de ser idéntica, excepto por los timbres del sonido. Pero si sólo tenemos a nuestra disposición un simple silbato o un tubo, ahí está para nosotros la dificultad.
En efecto, cuando estamos obligados a servirnos de médiums poco adelantados, nuestro trabajo se vuelve mucho más largo, mucho más penoso, porque nos vemos forzados a recurrir a formas incompletas, lo que para nosotros es una complicación; porque entonces somos obligados a descomponer nuestros pensamientos y a dictar palabra por palabra, letra por letra, lo que nos resulta molesto y agotador, y una traba real para la prontitud y el desarrollo de nuestras manifestaciones.
Por eso nos sentimos felices al encontrar médiums apropiados, bien preparados y provistos de recursos –listos para ser empleados–, en una palabra, buenos instrumentos, porque entonces nuestro periespíritu, al actuar sobre el periespíritu de aquel a quien mediumnizamos, no tiene más que dar impulso a la mano que nos sirve de portaplumas o de lapicero. En cambio, con los médiums mal preparados, somos forzados a hacer un trabajo análogo al que realizamos cuando nos comunicamos por medio de golpes, es decir, designando letra por letra, palabra por palabra, cada una de las frases que forman la traducción de los pensamientos que deseamos transmitir.
Es por estas razones que, para la divulgación del Espiritismo y para el desarrollo de las facultades medianímicas escribientes, nos dirigimos preferentemente a las clases esclarecidas e instruidas, aunque entre estas clases se encuentren los individuos más incrédulos, los más rebeldes e inmorales. Así como en la actualidad nosotros dejamos a los Espíritus golpeadores y poco adelantados el ejercicio de las comunicaciones tangibles de golpes y de aportes, así también los hombres pocos serios prefieren el espectáculo de los fenómenos que impresionan a sus ojos y sus oídos, en vez de los fenómenos puramente espirituales y psicológicos.
Cuando queremos transmitir dictados espontáneos, actuamos sobre el cerebro, sobre los archivos del médium y preparamos nuestros materiales con los elementos que él nos proporciona, y esto sin que él lo sepa; es como si tomásemos de su bolsillo las diferentes monedas que tuviera y las pusiésemos en el orden que nos pareciera más útil.
Pero cuando es el propio médium quien desea interrogarnos de tal o cual modo, es bueno que reflexione seriamente para que formule las preguntas de una manera metódica, facilitándonos así nuestra tarea de responderle. Porque, como te ha dicho Erasto en una instrucción anterior, vuestro cerebro está a menudo en un intrincado desorden, y es para nosotros tan penoso cuan difícil movernos en el laberinto de vuestros pensamientos. Cuando las preguntas las hace un tercero, es bueno y útil que la serie de cuestiones sea comunicada con antelación al médium, para que éste se identifique con el Espíritu del evocador, y se impregne –por así decirlo– con él; entonces, nosotros mismos tendremos mucha mayor facilidad para contestar, debido a la afinidad que existe entre nuestro periespíritu y el del médium que nos sirve de intérprete.
Por cierto que podemos hablar de Matemática a través de un médium que parezca desconocerla por completo; pero frecuentemente el Espíritu de este médium tiene dicho conocimiento en estado latente, es decir, posee un conocimiento que es propio del ser fluídico y no del ser encarnado, porque su cuerpo actual es un instrumento rebelde o contrario a este conocimiento. Sucede lo mismo con la Astronomía, la Poesía, la Medicina y con los diversos idiomas, así como con todos los otros conocimientos inherentes a la especie humana. En fin, todavía tenemos el penoso medio de elaboración usado con los médiums completamente ajenos al tema tratado, que consiste en reunir las letras y las palabras una a una, como se hace en tipografía.
Como ya lo hemos dicho, los Espíritus no precisan revestir su pensamiento, porque lo perciben y lo transmiten por el solo hecho de que existe en ellos. Al contrario, los seres corporales sólo pueden percibir el pensamiento si éste se encuentra revestido. Mientras que vosotros, para percibir un pensamiento –aunque sea mentalmente–, necesitáis letras, palabras, sustantivos, verbos, en suma, frases, para nosotros ninguna forma visible o tangible es necesaria.
ERASTO Y TIMOTEO,
Espíritus protectores de los médiums.
(Comunicación obtenida por el Sr. d’Ambel, médium de la Sociedad)
Cualquiera que sea la naturaleza de los médiums escribientes, ya sean mecánicos, semimecánicos o simplemente intuitivos, nuestros procedimientos de comunicación con ellos no varían en esencia. En efecto, nos comunicamos con los Espíritus encarnados, como con los Espíritus propiamente dichos, por la simple irradiación de nuestro pensamiento. Nuestros pensamientos no precisan revestirse de la palabra para que los Espíritus los comprendan, y todos los Espíritus perciben el pensamiento que deseamos transmitirles, por el solo hecho de que lo dirijamos hacia ellos; esto en razón de sus facultades intelectuales, es decir, que determinado pensamiento puede ser comprendido por tal o cual Espíritu, según su adelanto, mientras que para otros no es comprensible, porque ese pensamiento no les despierta ningún recuerdo y ningún conocimiento en el fondo de su corazón o de su cerebro. En este caso, el Espíritu encarnado que nos sirve de médium es más apto para transmitir nuestro pensamiento a otros encarnados –aunque no lo entienda– que un Espíritu desencarnado y poco adelantado, si nos viésemos forzados a emplearlo como intermediario; eso porque el ser terreno pone a nuestra disposición su cuerpo como instrumento, lo que el Espíritu errante no puede hacer.
Así, cuando encontramos a un médium cuyo cerebro está lleno de conocimientos adquiridos en su actual existencia, y su Espíritu es rico en conocimientos anteriores latentes, adecuados para facilitar nuestras comunicaciones, preferimos servirnos de él, porque con su concurso el fenómeno de la comunicación nos resulta mucho más fácil que con un médium de inteligencia limitada y de insuficientes conocimientos anteriores. Vamos a hacernos comprender a través de algunas explicaciones claras y precisas.
Con un médium cuya inteligencia actual o anterior esté desarrollada, nuestro pensamiento se comunica instantáneamente de Espíritu a Espíritu, mediante una facultad inherente a la esencia del propio Espíritu. En este caso encontramos en el cerebro del médium los elementos adecuados para revestir a nuestro pensamiento con las palabras que correspondan a este pensamiento, ya sea el médium intuitivo, semimecánico o totalmente mecánico. Es por eso que, sea cual fuere la diversidad de los Espíritus que se comunican con un médium, los dictados obtenidos por él llevan su sello personal, en cuanto a la forma y al colorido, aunque procedan de Espíritus diversos. Sí, aunque el pensamiento le resulte completamente extraño; a pesar de que el tema salga del ámbito en que se mueve habitualmente, y aunque no provenga de él –de manera alguna– lo que nosotros queremos decir, no por eso el médium deja de influir sobre la forma, por intermedio de las cualidades y de las propiedades inherentes a su individualidad. Es como si observaseis diferentes paisajes con anteojos matizados, verdes, blancos o azules: aunque los paisajes u objetos observados sean completamente opuestos e independientes los unos de los otros, no por ello dejarán de adoptar siempre el matiz que provenga del color de los anteojos. Mejor aún, comparemos a los médiums con esas retortas, llenas de líquidos coloreados y transparentes, que se ven en los laboratorios farmacéuticos; ¡pues bien!, nosotros somos como focos que iluminan ciertos paisajes morales, filosóficos e interiores, a través de médiums azules, verdes o rojos, de tal manera que nuestros rayos luminosos, obligados a pasar a través de cristales más o menos bien labrados, más o menos transparentes, es decir, a través de médiums más o menos inteligentes, no llegan a los objetos que deseamos iluminar sino tomando el matiz o, mejor dicho, la forma propia y particular de cada médium. En fin, para terminar con una última comparación, diremos que nosotros –los Espíritus– somos como compositores de música, que hemos compuesto o que deseamos improvisar un aria y no disponemos sino de un solo instrumento: un piano, un violín, una flauta, un fagot o un simple silbato. Es indiscutible que con el piano, con la flauta o con el violín ejecutaremos nuestro fragmento musical de un modo más comprensible para nuestros oyentes; y aunque los sonidos provenientes del piano, del fagot o del clarinete sean esencialmente diferentes los unos de los otros, no por eso nuestra composición dejará de ser idéntica, excepto por los timbres del sonido. Pero si sólo tenemos a nuestra disposición un simple silbato o un tubo, ahí está para nosotros la dificultad.
En efecto, cuando estamos obligados a servirnos de médiums poco adelantados, nuestro trabajo se vuelve mucho más largo, mucho más penoso, porque nos vemos forzados a recurrir a formas incompletas, lo que para nosotros es una complicación; porque entonces somos obligados a descomponer nuestros pensamientos y a dictar palabra por palabra, letra por letra, lo que nos resulta molesto y agotador, y una traba real para la prontitud y el desarrollo de nuestras manifestaciones.
Por eso nos sentimos felices al encontrar médiums apropiados, bien preparados y provistos de recursos –listos para ser empleados–, en una palabra, buenos instrumentos, porque entonces nuestro periespíritu, al actuar sobre el periespíritu de aquel a quien mediumnizamos, no tiene más que dar impulso a la mano que nos sirve de portaplumas o de lapicero. En cambio, con los médiums mal preparados, somos forzados a hacer un trabajo análogo al que realizamos cuando nos comunicamos por medio de golpes, es decir, designando letra por letra, palabra por palabra, cada una de las frases que forman la traducción de los pensamientos que deseamos transmitir.
Es por estas razones que, para la divulgación del Espiritismo y para el desarrollo de las facultades medianímicas escribientes, nos dirigimos preferentemente a las clases esclarecidas e instruidas, aunque entre estas clases se encuentren los individuos más incrédulos, los más rebeldes e inmorales. Así como en la actualidad nosotros dejamos a los Espíritus golpeadores y poco adelantados el ejercicio de las comunicaciones tangibles de golpes y de aportes, así también los hombres pocos serios prefieren el espectáculo de los fenómenos que impresionan a sus ojos y sus oídos, en vez de los fenómenos puramente espirituales y psicológicos.
Cuando queremos transmitir dictados espontáneos, actuamos sobre el cerebro, sobre los archivos del médium y preparamos nuestros materiales con los elementos que él nos proporciona, y esto sin que él lo sepa; es como si tomásemos de su bolsillo las diferentes monedas que tuviera y las pusiésemos en el orden que nos pareciera más útil.
Pero cuando es el propio médium quien desea interrogarnos de tal o cual modo, es bueno que reflexione seriamente para que formule las preguntas de una manera metódica, facilitándonos así nuestra tarea de responderle. Porque, como te ha dicho Erasto en una instrucción anterior, vuestro cerebro está a menudo en un intrincado desorden, y es para nosotros tan penoso cuan difícil movernos en el laberinto de vuestros pensamientos. Cuando las preguntas las hace un tercero, es bueno y útil que la serie de cuestiones sea comunicada con antelación al médium, para que éste se identifique con el Espíritu del evocador, y se impregne –por así decirlo– con él; entonces, nosotros mismos tendremos mucha mayor facilidad para contestar, debido a la afinidad que existe entre nuestro periespíritu y el del médium que nos sirve de intérprete.
Por cierto que podemos hablar de Matemática a través de un médium que parezca desconocerla por completo; pero frecuentemente el Espíritu de este médium tiene dicho conocimiento en estado latente, es decir, posee un conocimiento que es propio del ser fluídico y no del ser encarnado, porque su cuerpo actual es un instrumento rebelde o contrario a este conocimiento. Sucede lo mismo con la Astronomía, la Poesía, la Medicina y con los diversos idiomas, así como con todos los otros conocimientos inherentes a la especie humana. En fin, todavía tenemos el penoso medio de elaboración usado con los médiums completamente ajenos al tema tratado, que consiste en reunir las letras y las palabras una a una, como se hace en tipografía.
Como ya lo hemos dicho, los Espíritus no precisan revestir su pensamiento, porque lo perciben y lo transmiten por el solo hecho de que existe en ellos. Al contrario, los seres corporales sólo pueden percibir el pensamiento si éste se encuentra revestido. Mientras que vosotros, para percibir un pensamiento –aunque sea mentalmente–, necesitáis letras, palabras, sustantivos, verbos, en suma, frases, para nosotros ninguna forma visible o tangible es necesaria.
El Hospital General de París
(Comunicación obtenida por el Sr. A. Didier, médium de la Sociedad)
Una noche de invierno yo seguía por los muelles sombríos, contiguos a Notre-Dame; como bien lo ha dicho un poeta, es el barrio de la desesperación y de la muerte. Ese barrio siempre ha sido, desde la Corte de los Milagros hasta la Morgue, el escondrijo de todas las miserias humanas. Hoy, que todo se desmorona, esos inmensos monumentos de la agonía, que el hombre llama de Hospitales Generales, tal vez se desmoronen también. Yo observaba las luces macilentas que atraviesan esos muros sombríos y me decía: ¡Cuántas muertes desesperadas! ¡Qué fosa común del pensamiento que entierra diariamente a tantos corazones transformados, a tantas inocencias gangrenadas! ¡Ha sido ahí –me decía– que han muerto tantos soñadores, poetas, artistas o sabios! Hay un pequeño puente sobre el río, que se agita pesadamente; es por allí que pasan los que ya no están. Entonces, los muertos entran en otro edificio, en cuya fachada debería escribirse como en la puerta del Infierno: Abandonad toda esperanza. En efecto, es allá que el cuerpo es cortado para servir a la Ciencia; pero también es allí que la Ciencia roba a la fe el último vestigio de esperanza. Tomado de tales pensamientos yo había dado algunos pasos, pero el pensamiento va más rápido que nosotros. Fui alcanzado por un joven, pálido y tiritando de frío, que sin ceremonia me pidió fuego para su pipa; era un estudiante de Medicina. Dicho y hecho; yo también fumaba y comencé a conversar con el desconocido; pálido, delgado y cansado por las vigilias, frente ancha y mirada triste, tal era, a primera vista, el aspecto de ese joven. Él parecía pensativo, y yo le transmití mis pensamientos. –Acabo de disecar –dijo él–, pero no encontré más que materia. ¡Ah, Dios mío!, agregó con mucha sangre fría, si queréis libraros de esa extraña enfermedad llamada creencia en la inmortalidad del alma, id a ver todos los días –como yo– deshacerse con tanta uniformidad esa materia a la que llamamos cuerpo; id a ver cómo se extinguen esos cerebros entusiastas, esos corazones generosos o degradados; id a ver si la nada que los sorprende no es la misma para todos. ¡Qué locura creer! –Yo le pregunté su edad. –Tengo 24 años, me dijo; ahora os dejo, porque hace mucho frío.
Entonces, al verlo alejarse, me pregunté: ¿es este el resultado de la Ciencia?
Continuaré.
GÉRARD DE NERVAL
(Comunicación obtenida por el Sr. A. Didier, médium de la Sociedad)
Una noche de invierno yo seguía por los muelles sombríos, contiguos a Notre-Dame; como bien lo ha dicho un poeta, es el barrio de la desesperación y de la muerte. Ese barrio siempre ha sido, desde la Corte de los Milagros hasta la Morgue, el escondrijo de todas las miserias humanas. Hoy, que todo se desmorona, esos inmensos monumentos de la agonía, que el hombre llama de Hospitales Generales, tal vez se desmoronen también. Yo observaba las luces macilentas que atraviesan esos muros sombríos y me decía: ¡Cuántas muertes desesperadas! ¡Qué fosa común del pensamiento que entierra diariamente a tantos corazones transformados, a tantas inocencias gangrenadas! ¡Ha sido ahí –me decía– que han muerto tantos soñadores, poetas, artistas o sabios! Hay un pequeño puente sobre el río, que se agita pesadamente; es por allí que pasan los que ya no están. Entonces, los muertos entran en otro edificio, en cuya fachada debería escribirse como en la puerta del Infierno: Abandonad toda esperanza. En efecto, es allá que el cuerpo es cortado para servir a la Ciencia; pero también es allí que la Ciencia roba a la fe el último vestigio de esperanza. Tomado de tales pensamientos yo había dado algunos pasos, pero el pensamiento va más rápido que nosotros. Fui alcanzado por un joven, pálido y tiritando de frío, que sin ceremonia me pidió fuego para su pipa; era un estudiante de Medicina. Dicho y hecho; yo también fumaba y comencé a conversar con el desconocido; pálido, delgado y cansado por las vigilias, frente ancha y mirada triste, tal era, a primera vista, el aspecto de ese joven. Él parecía pensativo, y yo le transmití mis pensamientos. –Acabo de disecar –dijo él–, pero no encontré más que materia. ¡Ah, Dios mío!, agregó con mucha sangre fría, si queréis libraros de esa extraña enfermedad llamada creencia en la inmortalidad del alma, id a ver todos los días –como yo– deshacerse con tanta uniformidad esa materia a la que llamamos cuerpo; id a ver cómo se extinguen esos cerebros entusiastas, esos corazones generosos o degradados; id a ver si la nada que los sorprende no es la misma para todos. ¡Qué locura creer! –Yo le pregunté su edad. –Tengo 24 años, me dijo; ahora os dejo, porque hace mucho frío.
Entonces, al verlo alejarse, me pregunté: ¿es este el resultado de la Ciencia?
Continuaré.
Nota – Algunos días más tarde la Sra. de Costel recibió, en particular, la siguiente comunicación, cuya analogía con la anterior ofrece una particularidad notable.
«Una noche yo seguía por los muelles desiertos; el tiempo estaba bueno y hacía calor. Las estrellas de oro sobresalían en el cielo oscuro; la luna se presentaba con su círculo elegante, y las aguas profundas eran iluminadas como una sonrisa por el claro de luna. Los álamos –guardias silenciosos de la ribera– alzaban sus formas esbeltas, y yo pasaba despacio mirando alternativamente el reflejo de los astros en el agua y el reflejo de Dios en el firmamento. Delante mío caminaba una mujer y, con una curiosidad pueril, yo seguía sus pasos, que parecían ajustar los míos. Caminamos así durante un largo tiempo; cuando llegamos a la fachada del Hospital General de París, que aquí y allí presentaba puntos luminosos, ella se detuvo y, al volverse hacia mí, me dirigió súbitamente la palabra, como si yo fuese su compañero. –Amigo –dijo ella–, ¿crees que los que sufren aquí, sufren más del alma que del cuerpo? ¿O tú crees que el dolor físico extingue la centella divina? –Yo creo, respondí profundamente sorprendido, que para la mayoría de los infelices que a esta hora sufren y agonizan, el dolor físico es la tregua y el olvido de sus miserias habituales. –Te equivocas, amigo, replicó ella sonriendo gravemente; la enfermedad es una suprema angustia para los desheredados de la Tierra, para los pobres, los ignorantes y los abandonados; ella no echa en el olvido sino a los que, semejantes a ti, sufren solamente la nostalgia de los bienes soñados y no conocen más que los dolores idealizados, coronados de violetas. Quise hablar, pero ella me hizo una seña para que hiciese silencio y, levantando su mano blanca hacia el hospital, dijo: –Allí se agitan los infelices que calculan el número de horas que la enfermedad robó a su salario; allí hay mujeres angustiadas que piensan que el cabaré aturde los pesares y que hace que sus maridos olviden el pan de sus hijos; aquí, allá y en todas partes las preocupaciones terrenas oprimen y sofocan el pálido destello de la esperanza, que no puede iluminar a esas almas desoladas. Dios, en su paciente labor, es aún más olvidado por esos infelices, vencidos por el sufrimiento; es que Dios está muy alto y bien lejos, mientras que la miseria está cerca. ¿Qué hacer, entonces, a fin de dar a esos hombres y a esas mujeres la fuerza moral necesaria para que se despojen de su envoltura carnal, no como insectos que se arrastran, sino como criaturas inteligentes, o para que entren menos sombríos y menos desesperados en la batalla de la vida? Tú, soñador; tú, poeta que rimas sonetos a la luna, ¿nunca has pensado en ese formidable problema que sólo dos palabras pueden resolver: caridad y amor?
La mujer parecía crecer, y el estremecimiento de las cosas divinas corría en mí. –Escucha más –continuó ella–, y su gran voz parecía llenar la ciudad con su armonía: Id todos, los poderosos, los ricos, los inteligentes; id a divulgar una noticia maravillosa: decid a los que sufren y que están abandonados, que Dios, su Padre, no está más refugiado en el cielo inaccesible y que Él les envía, para consolarlos y asistirlos, a los Espíritus de aquellos que han partido; que sus padres, sus madres, sus hijos, estando a la cabecera y hablándoles en lengua conocida, les enseñarán que más allá de la tumba brilla una nueva aurora, que disipa –como una nube– los males terrenos. El ángel abrió los ojos de Tobit; que el ángel del amor abra, a su turno, a las almas cerradas de los que sufren sin esperanza. Y al decir esto, la mujer tocó levemente mis párpados y yo vi, a través de los muros del hospital, a los Espíritus, como puras llamas que hacían resplandecer los cuartos desolados. Su unión con la Humanidad se consumaba, y las heridas del alma y del cuerpo eran tratadas y aliviadas con el bálsamo de la esperanza. Legiones de Espíritus, más innumerables y más brillantes que las estrellas, expulsaban delante de ellos –como a vapores impuros– a la desesperación y a la duda. Del aire, de la tierra y del río se escuchaba una sola palabra: amor.
Permanecí un largo tiempo inmóvil y transportado hacia fuera de mí mismo; después las tinieblas invadieron nuevamente la Tierra; el espacio se volvió desierto. Cuando miré a mi alrededor, la mujer no estaba más; un gran estremecimiento me agitó y quedé ajeno a lo que me rodeaba. Desde esa noche me llamaron de soñador y de loco. ¡Oh, qué dulce y sublime locura la que cree en el despertar de la tumba! Pero ¡cómo es desconsoladora y estúpida la locura que muestra a la nada como la única compensación de nuestras miserias, como la única recompensa a las virtudes ocultas y modestas! ¿Quién es aquí el verdadero loco: el que espera o el que desespera?
ALFRED DE MUSSET
«Una noche yo seguía por los muelles desiertos; el tiempo estaba bueno y hacía calor. Las estrellas de oro sobresalían en el cielo oscuro; la luna se presentaba con su círculo elegante, y las aguas profundas eran iluminadas como una sonrisa por el claro de luna. Los álamos –guardias silenciosos de la ribera– alzaban sus formas esbeltas, y yo pasaba despacio mirando alternativamente el reflejo de los astros en el agua y el reflejo de Dios en el firmamento. Delante mío caminaba una mujer y, con una curiosidad pueril, yo seguía sus pasos, que parecían ajustar los míos. Caminamos así durante un largo tiempo; cuando llegamos a la fachada del Hospital General de París, que aquí y allí presentaba puntos luminosos, ella se detuvo y, al volverse hacia mí, me dirigió súbitamente la palabra, como si yo fuese su compañero. –Amigo –dijo ella–, ¿crees que los que sufren aquí, sufren más del alma que del cuerpo? ¿O tú crees que el dolor físico extingue la centella divina? –Yo creo, respondí profundamente sorprendido, que para la mayoría de los infelices que a esta hora sufren y agonizan, el dolor físico es la tregua y el olvido de sus miserias habituales. –Te equivocas, amigo, replicó ella sonriendo gravemente; la enfermedad es una suprema angustia para los desheredados de la Tierra, para los pobres, los ignorantes y los abandonados; ella no echa en el olvido sino a los que, semejantes a ti, sufren solamente la nostalgia de los bienes soñados y no conocen más que los dolores idealizados, coronados de violetas. Quise hablar, pero ella me hizo una seña para que hiciese silencio y, levantando su mano blanca hacia el hospital, dijo: –Allí se agitan los infelices que calculan el número de horas que la enfermedad robó a su salario; allí hay mujeres angustiadas que piensan que el cabaré aturde los pesares y que hace que sus maridos olviden el pan de sus hijos; aquí, allá y en todas partes las preocupaciones terrenas oprimen y sofocan el pálido destello de la esperanza, que no puede iluminar a esas almas desoladas. Dios, en su paciente labor, es aún más olvidado por esos infelices, vencidos por el sufrimiento; es que Dios está muy alto y bien lejos, mientras que la miseria está cerca. ¿Qué hacer, entonces, a fin de dar a esos hombres y a esas mujeres la fuerza moral necesaria para que se despojen de su envoltura carnal, no como insectos que se arrastran, sino como criaturas inteligentes, o para que entren menos sombríos y menos desesperados en la batalla de la vida? Tú, soñador; tú, poeta que rimas sonetos a la luna, ¿nunca has pensado en ese formidable problema que sólo dos palabras pueden resolver: caridad y amor?
La mujer parecía crecer, y el estremecimiento de las cosas divinas corría en mí. –Escucha más –continuó ella–, y su gran voz parecía llenar la ciudad con su armonía: Id todos, los poderosos, los ricos, los inteligentes; id a divulgar una noticia maravillosa: decid a los que sufren y que están abandonados, que Dios, su Padre, no está más refugiado en el cielo inaccesible y que Él les envía, para consolarlos y asistirlos, a los Espíritus de aquellos que han partido; que sus padres, sus madres, sus hijos, estando a la cabecera y hablándoles en lengua conocida, les enseñarán que más allá de la tumba brilla una nueva aurora, que disipa –como una nube– los males terrenos. El ángel abrió los ojos de Tobit; que el ángel del amor abra, a su turno, a las almas cerradas de los que sufren sin esperanza. Y al decir esto, la mujer tocó levemente mis párpados y yo vi, a través de los muros del hospital, a los Espíritus, como puras llamas que hacían resplandecer los cuartos desolados. Su unión con la Humanidad se consumaba, y las heridas del alma y del cuerpo eran tratadas y aliviadas con el bálsamo de la esperanza. Legiones de Espíritus, más innumerables y más brillantes que las estrellas, expulsaban delante de ellos –como a vapores impuros– a la desesperación y a la duda. Del aire, de la tierra y del río se escuchaba una sola palabra: amor.
Permanecí un largo tiempo inmóvil y transportado hacia fuera de mí mismo; después las tinieblas invadieron nuevamente la Tierra; el espacio se volvió desierto. Cuando miré a mi alrededor, la mujer no estaba más; un gran estremecimiento me agitó y quedé ajeno a lo que me rodeaba. Desde esa noche me llamaron de soñador y de loco. ¡Oh, qué dulce y sublime locura la que cree en el despertar de la tumba! Pero ¡cómo es desconsoladora y estúpida la locura que muestra a la nada como la única compensación de nuestras miserias, como la única recompensa a las virtudes ocultas y modestas! ¿Quién es aquí el verdadero loco: el que espera o el que desespera?
Después de la lectura de esta comunicación, Gérard de Nerval dictó espontáneamente la siguiente, a través de otro médium, el Sr. Didier:
«Mi noble amigo Musset terminó por mí: nosotros ya lo habíamos acordado; puesto que la continuación era exactamente la respuesta a la primera parte que dicté, sólo era necesario un estilo diferente e imágenes más consoladoras.»
«Mi noble amigo Musset terminó por mí: nosotros ya lo habíamos acordado; puesto que la continuación era exactamente la respuesta a la primera parte que dicté, sólo era necesario un estilo diferente e imágenes más consoladoras.»
La oración
(Comunicación enviada por el Sr. Sabò, de Burdeos)
Tempestad de pasiones humanas, que sofocais los buenos sentimientos de que todos los Espíritus encarnados tienen una vaga intuición en el fondo de la conciencia, ¿quién calmará vuestra furia? Es la oración que debe proteger a los hombres contra el flujo de ese océano, en cuyo seno encierra a los monstruos horrendos del orgullo, de la envidia, del odio, de la hipocresía, de la mentira, de la impureza, del materialismo y de las blasfemias. El dique que le oponéis a través de la oración se construye con la piedra y el cemento más duros y, en su impotencia para transponerlo, dichos monstruos se chocan en vanos esfuerzos contra ese dique y vuelven, sangrientos y heridos, al fondo del abismo. ¡Oh, oración del corazón, invocación incesante de la criatura al Creador: si conociesen tu fuerza, cuántos corazones arrastrados por la debilidad habrían recurrido a ti en el momento de la caída! Tú eres el valioso antídoto que cura las heridas casi siempre mortales, que la materia abre en el Espíritu, haciendo correr en sus venas el veneno de las sensaciones brutales. Pero ¡cómo es restricto el número de los que oran bien! ¿Creéis que después de haber dedicado una gran parte de vuestro tiempo en recitar fórmulas que aprendisteis o que leísteis en vuestros libros, tendríais mucho mérito ante Dios? Desengañaos; la buena oración es la que sale del corazón; ella no es superabundante en palabras; solamente, de tiempos en tiempos, deja escapar en aspiraciones a Dios su clamor de aflicción o de perdón, como implorando que Él venga en nuestro socorro, y los Espíritus buenos la llevan a los pies del Padre justo y eterno, pues ese incienso le es un aroma agradable. Entonces Él los envía en grupos numerosos para fortalecer a los que oran bien contra el Espíritu del mal. Así, se vuelven fuertes como rocas inquebrantables; ven que se chocan contra ellos las olas de las pasiones humanas y, como enfrentan con satisfacción esa lucha que debe llenarlos de méritos, ellos construyen, como el alción, su nido en medio de las tempestades.
(Comunicación enviada por el Sr. Sabò, de Burdeos)
Tempestad de pasiones humanas, que sofocais los buenos sentimientos de que todos los Espíritus encarnados tienen una vaga intuición en el fondo de la conciencia, ¿quién calmará vuestra furia? Es la oración que debe proteger a los hombres contra el flujo de ese océano, en cuyo seno encierra a los monstruos horrendos del orgullo, de la envidia, del odio, de la hipocresía, de la mentira, de la impureza, del materialismo y de las blasfemias. El dique que le oponéis a través de la oración se construye con la piedra y el cemento más duros y, en su impotencia para transponerlo, dichos monstruos se chocan en vanos esfuerzos contra ese dique y vuelven, sangrientos y heridos, al fondo del abismo. ¡Oh, oración del corazón, invocación incesante de la criatura al Creador: si conociesen tu fuerza, cuántos corazones arrastrados por la debilidad habrían recurrido a ti en el momento de la caída! Tú eres el valioso antídoto que cura las heridas casi siempre mortales, que la materia abre en el Espíritu, haciendo correr en sus venas el veneno de las sensaciones brutales. Pero ¡cómo es restricto el número de los que oran bien! ¿Creéis que después de haber dedicado una gran parte de vuestro tiempo en recitar fórmulas que aprendisteis o que leísteis en vuestros libros, tendríais mucho mérito ante Dios? Desengañaos; la buena oración es la que sale del corazón; ella no es superabundante en palabras; solamente, de tiempos en tiempos, deja escapar en aspiraciones a Dios su clamor de aflicción o de perdón, como implorando que Él venga en nuestro socorro, y los Espíritus buenos la llevan a los pies del Padre justo y eterno, pues ese incienso le es un aroma agradable. Entonces Él los envía en grupos numerosos para fortalecer a los que oran bien contra el Espíritu del mal. Así, se vuelven fuertes como rocas inquebrantables; ven que se chocan contra ellos las olas de las pasiones humanas y, como enfrentan con satisfacción esa lucha que debe llenarlos de méritos, ellos construyen, como el alción, su nido en medio de las tempestades.
FENELÓN
ALLAN KARDEC