Revista Espírita Periódico de Estudios Psicológicos - 1861

Allan Kardec

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Noviembre



Los restos de la Edad Media

Auto de fe de las obras espíritas en Barcelona

Nada informamos a nuestros lectores sobre este hecho que ya no sepan a través de la prensa. Lo que es asombroso es que periódicos, a los que se considera generalmente bien informados, lo hayan puesto en duda. Esta duda no nos sorprende: el hecho en sí parece tan extraño en el tiempo en que vivimos, se encuentra tan lejos de nuestras costumbres que, por más ceguera que se le reconozca al fanatismo, uno cree que está soñando al oírse decir que las hogueras de la inquisición aún se encienden en 1861, a las puertas de Francia. En esta circunstancia, la duda es un homenaje prestado a la civilización europea y al propio clero católico. Hoy, en presencia de una realidad indiscutible, lo que debe causar más asombro es que un periódico serio, que diariamente golpea con la mayor violencia contra los abusos y usurpaciones del poder sacerdotal, sólo haya encontrado algunas palabras burlonas para denunciar ese hecho, al añadir: «En todo caso, no seremos nosotros que nos divertiríamos en este momento haciendo girar las mesas en España.» (Le Siècle del 14 de octubre de 1861.) ¿Entonces Le Siècle todavía ve el Espiritismo en las mesas giratorias? ¿También este diario está tan cegado por el escepticismo como para ignorar que toda una doctrina filosófica, eminentemente progresiva, ha salido de esas mesas de las que tanto han escarnecido? ¿No sabe aún que esta idea fermenta por todas partes? ¿Que en todos los lugares, en las grandes ciudades como en las pequeñas localidades, desde lo alto hasta lo bajo de la escala social, en Francia y en el extranjero, esta idea se expande con una inaudita rapidez? ¿Que por todas partes agita a las masas, que proclaman en ella la aurora de una renovación social? El golpe con el cual imaginan herirla, ¿no es un indicio de su importancia? Porque nadie se lanza impetuosamente así contra una infantilidad sin consecuencias, y Don Quijote no regresó a España para luchar contra los molinos de viento.

Lo que no es menos exorbitante, y contra lo cual es de admirar que no se haya visto una protesta enérgica, es la extraña pretensión que se arroga el obispo de Barcelona de ejercer la vigilancia en Francia. Al pedido que se hizo para reexportar las obras, él respondió con una negativa, alegando lo siguiente: La Iglesia Católica es universal y, siendo esos libros contrarios a la fe católica, el Gobierno no puede permitir que los mismos perviertan la moral y la religión de otros países. Entonces, ¡he ahí un obispo extranjero que se erige en juez de lo que le conviene o no a Francia! Así, la sentencia fue mantenida y ejecutada, ni siquiera sin dejar exento al destinatario de los gastos de Aduana, cuyo pago le fue exigido.

He aquí el informe que nos ha sido dirigido personalmente:

«Hoy, 9 de octubre de 1861, a las diez y media de la mañana, en la explanada de la ciudad de Barcelona, lugar donde son ejecutados los criminales condenados al último suplicio, y por orden del obispo de esta ciudad, han sido quemados 300 volúmenes y opúsculos sobre el Espiritismo, a saber:

«La Revista Espírita, director Allan Kardec;
«La Revista Espiritualista, director Piérart;
«El Libro de los Espíritus, de Allan Kardec;
«El Libro de los Médiums, por el mismo;
«Qué es el Espiritismo, por el mismo;
«Fragmento de una Sonata, dictado por el Espíritu Mozart;
«Carta de un católico sobre el Espiritismo, por el Dr. Grand;
«Historia de Juana de Arco, dictada por ella misma a la Srta. Ermance Dufaux;
«La realidad de los Espíritus, demostrada por la escritura directa, del barón de Guldenstubbé.

«Han asistido al auto de fe:

«Un sacerdote vestido con los hábitos eclesiásticos, llevando la cruz en una mano y una antorcha en la otra;
«Un notario, encargado de labrar el acta del auto de fe;
«El primer oficial del notario;
«Un funcionario superior de la administración de Aduanas;
«Tres empleados (mozos) de la Aduana, encargados de avivar el fuego;
«Un agente de la Aduana, que representaba al propietario de las obras condenadas por el obispo.
«Una gran multitud, que atravesaba los pasajes y que llenaba la inmensa explanada donde se había levantado la hoguera.

«Cuando el fuego hubo consumido los trescientos volúmenes u opúsculos espíritas, el sacerdote y sus ayudantes se retiraron, cubiertos de abucheos y maldiciones de numerosos asistentes que gritaban: ¡Abajo la Inquisición!

«Enseguida, varias personas se acercaron a la hoguera y recogieron sus cenizas.»

Una parte de estas cenizas nos ha sido enviada, donde se encuentra un fragmento de El Libro de los Espíritus consumido por la mitad. Nosotros lo conservamos preciosamente como un auténtico testimonio de ese acto insensato.

Haciendo abstracción de toda opinión, este caso plantea una grave cuestión de derecho internacional. Reconocemos al gobierno español el derecho de impedir la entrada en su territorio de obras que no le convengan, como la de todas las mercancías prohibidas. Si esas obras hubieran sido introducidas clandestinamente y con fraude, no habría nada que decir; pero las mismas fueron expedidas ostensiblemente y presentadas ante la aduana: había, por lo tanto, un permiso legalmente solicitado. La aduana cree que debe remitirse a la autoridad episcopal que, sin ningún trámite procesal, condena las obras a ser quemadas por la mano del verdugo. Entonces, el destinatario solicita que sean reexportadas a su lugar de procedencia, pero la demanda es denegada, conforme informado anteriormente. Preguntamos si la destrucción de esta propiedad en tales circunstancias no sería un acto arbitrario y contra el derecho común.

Si examinamos este caso desde el punto de vista de sus consecuencias, diremos inicialmente que todos son unánimes en decir que nada podría haber sido mejor para el Espiritismo. La persecución siempre ha sido provechosa para la idea que se quiere proscribir; de ese modo, se exalta su importancia, se llama la atención y se hace conocer la idea a aquellos que la ignoraban. Gracias al celo imprudente, todos en España van a escuchar hablar de Espiritismo y querrán saber de qué se trata: es todo lo que deseamos. Se pueden quemar libros, pero no se queman ideas: las llamas de las hogueras las sobreexcitan en vez de sofocarlas. Además, las ideas están en el aire, y no hay Pirineos lo suficientemente altos como para detenerlas; y cuando una idea es grande y generosa, ella encuentra millares de corazones dispuestos a cultivarla. Hagan lo que hagan, el Espiritismo ya tiene numerosas y profundas raíces en España; las cenizas de esa hoguera van hacerlas fructificar. Pero no es solamente en España que ese resultado ha de ser logrado: es el mundo entero que ha de sentir sus consecuencias. Varios diarios de España han estigmatizado este acto retrógrado como se lo merece. Entre otros, Las Novedades de Madrid, del 19 de octubre, contiene al respecto un artículo notable; lo reproduciremos en nuestro próximo número.

¡Espíritas de todos los países! No olvidéis la fecha del 9 de octubre de 1861: ella quedará marcada en los anales del Espiritismo; que sea para vosotros un día de fiesta y no de luto, ¡porque es la garantía de vuestro próximo triunfo!

Entre las numerosas comunicaciones que los Espíritus han dictado sobre este acontecimiento, citaremos las dos siguientes que han sido dadas espontáneamente en la Sociedad de París; las mismas resumen las causas y todas sus consecuencias.


Sobre el Auto de fe de Barcelona

«El amor a la verdad debe siempre hacerse escuchar; ella rasga el velo y brilla al mismo tiempo en todas partes. El Espiritismo se ha vuelto conocido por todos. Luego será considerado y puesto en práctica; cuanto más persecuciones haya, más rápido esta sublime Doctrina llegará a su apogeo; sus más crueles enemigos –los enemigos del Cristo y del progreso– proceden como si alguien ignorase que Dios permite a los que han dejado esta Tierra de exilio regresar hacia aquellos que han amado.

«Tened certeza: las hogueras se extinguirán por sí mismas, y si los libros son lanzados al fuego, el pensamiento inmortal de los mismos sobrevive.»

DOLET

Nota – Este Espíritu, que se manifestó espontáneamente, dijo ser el de un antiguo librero del siglo XVI.


Otra comunicación

«Era necesario que algo sacudiese con un violento golpe a ciertos Espíritus encarnados, para que ellos se decidieran a ocuparse de esta gran Doctrina que ha de regenerar el mundo. Para eso, nada es hecho inútilmente en vuestra Tierra, y nosotros, que hemos inspirado el auto de fe de Barcelona, sabíamos bien que al actuar así haríamos dar un paso inmenso hacia adelante. Ese hecho brutal, inaudito en los tiempos actuales, ha sido consumado con la finalidad de llamar la atención de los periodistas que permanecían indiferentes ante la profunda agitación reinante en las ciudades y en los Centros Espíritas; ellos dejaban decir y hacer, pero se obstinaban en hacer oídos sordos, respondiendo con mutismo al deseo de propaganda de los adeptos del Espiritismo. Quiéranlo o no, es necesario que hoy hablen de Él; unos constatando el acontecimiento histórico de Barcelona y otros desmintiéndolo, han dado lugar a una polémica que dará la vuelta al mundo y de la cual sólo el Espiritismo se beneficiará. He aquí por qué la retaguardia de la Inquisición ha realizado hoy su último auto de fe: porque así nosotros lo hemos querido.»

SANTO DOMINGO




Opinión de un periodista sobre "El Libro de los Espíritus"

Como se sabe, la prensa no nos colma de atenciones, lo que no impide que el Espiritismo avance rápidamente, prueba evidente de que Él es lo suficientemente fuerte como para marchar solo. Si la prensa es muda u hostil, sería un error creer que el Espiritismo tenga en su contra todos los representantes de la misma; al contrario, muchos de ellos son muy simpáticos a la Doctrina, pero son reservados por consideraciones personales, porque nadie quiere tomar la iniciativa. En este tiempo la opinión pública se pronuncia cada vez más; la idea se generaliza y, cuando haya invadido las masas, la prensa progresista será forzada a seguirla, bajo pena de permanecer con aquellos que nunca avanzan. Sobre todo, lo hará cuando ella comprenda que el Espiritismo es el más poderoso elemento de propagación de todas las ideas grandiosas, generosas y humanitarias que no cesa de predicar. Sin duda, sus palabras no han de perderse; pero ¡cuántos golpes de pico no será necesario dar en la roca de los prejuicios antes de quebrarla! El Espiritismo les abre un terreno fecundo y derriba las últimas barreras que detenían su marcha. He aquí lo que comprenderán los que se tomen el trabajo de estudiarlo a fondo, de medir su alcance y de ver sus consecuencias, que ya se manifiestan en resultados positivos; pero para esto son necesarios observadores serios y no superficiales, hombres que no escriban por escribir, sino que hagan de sus principios una religión. No dudemos que ellos serán encontrados y, antes de lo que se piensa, se verán al frente de la propagación de las ideas espíritas algunos de estos nombres que, por sí solos, son autoridades y cuya memoria el futuro guardará por haber colaborado con la verdadera emancipación de la Humanidad.

El siguiente artículo, publicado por El Akhbar –diario de Argelia– del 15 de octubre de 1861 es, en este sentido, un primer paso que tendrá imitadores; bajo el modesto pseudónimo de Ariel, nuestros lectores quizá reconozcan la pluma experimentada de uno de nuestros eminentes periodistas.

«La prensa de Europa está muy ocupada con esta obra, y esto es comprensible después de haberla leído, sea cual fuere la opinión que se tenga sobre la colaboración de las inteligencias del Más Allá que el autor dice haber obtenido. En efecto, aunque se supriman algunas páginas de la introducción, las cuales exponen los caminos y los medios de dicha colaboración –la parte discutible para los profanos–, sigue siendo un libro de alta filosofía, de una moral eminentemente pura y, sobre todo, de un efecto muy consolador para el alma humana, estremecida en este mundo entre los sufrimientos del presente y los temores del futuro. De esta manera, más de un lector debe haberse dicho al llegar a la última página: ¡No sé si todo esto es así, pero consentiría que lo fuese!

«¿Quién no escuchó hablar, hace algunos años, de las extrañas comunicaciones de las cuales ciertos seres privilegiados eran los intermediarios entre nuestro mundo material y el mundo invisible? Cada uno tomó partido en la cuestión y, como de costumbre, la mayoría de los que se alistaron en las filas de los creyentes o de los que se atrincheraron en el campo de los incrédulos no se tomó el trabajo de verificar los hechos, cuya realidad era admitida por unos y negada por otros.

«Pero estos no son asuntos que se discutan en un diario de la naturaleza del nuestro. Por lo tanto, sin cuestionar ni atestiguar la autenticidad de las firmas póstumas de Platón, Sócrates, san Agustín, Julio César, Carlomagno, san Luis, Napoleón, etc., que se encuentran registradas en varios párrafos del libro del Sr. Allan Kardec, constatamos que si esos grandes hombres volviesen al mundo para darnos explicaciones sobre los problemas más interesantes de la Humanidad, no se expresarían con más lucidez, con un sentido moral más profundo, más delicado, con mayor elevación de miras y de lenguaje de lo que lo hacen en la singular obra de la cual intentamos dar una idea. Son cosas que no se leen sin emoción, y no son de aquellas que se olvidan casi después de haberlas leído. En este sentido, El Libro de los Espíritus no pasará –como tantos otros– en medio de la indiferencia del siglo: tendrá ardientes detractores, despiadados escarnecedores, pero no sería de admirar que, en compensación, también tenga partidarios muy sinceros y muy entusiastas.

«En conciencia, al no poder colocarnos –por falta de una verificación previa– entre unos ni otros, nos atenemos al humilde oficio de relator y decimos: Leed esta obra, porque ella sale completamente de los caminos trillados de la banalidad contemporánea; si no fuereis cautivado o subyugado, tal vez os irritaréis, pero, con toda seguridad, no permaneceréis frío ni indiferente.

«Recomendamos principalmente la parte que aborda el tema de la muerte. He aquí un asunto al que nadie le gusta prestar atención, inclusive aquellos que hacen pose de incrédulos y de intrépidos. ¡Pues bien! Después de haberla leído y meditado, uno se siente totalmente admirado por no encontrar más tan aterradora esa crisis suprema; al respecto, uno llega al punto más deseable, en el cual no se teme ni se desea la muerte. Otros problemas de no menor importancia tienen soluciones igualmente consoladoras e inesperadas. En resumen, el tiempo que se ha de consagrar a la lectura de este libro será bien empleado para la curiosidad intelectual y no será perdido para el mejoramiento moral.»

ARIEL



El Espiritismo en Burdeos

Si Lyon ha hecho lo que se podría llamar su pronunciamiento en materia de Espiritismo, Burdeos no se ha quedado atrás, porque también quiere ocupar uno de los primeros lugares en la gran familia espiritista; puede evaluarse esto por el relato que damos de la visita que acabamos de hacer a los espíritas de esta ciudad, a pedido de los mismos. No ha sido en algunos años, sino en algunos meses que la Doctrina ha tomado allí imponentes proporciones en todas las clases de la sociedad. Constatamos de entrada un hecho capital: es que allá, como en Lyon y como en muchas otras ciudades que hemos visitado, vimos que la Doctrina es encarada desde un punto de vista serio y en sus aplicaciones morales. Allí, como en otros lugares, hemos visto innumerables transformaciones, verdaderas metamorfosis; caracteres que no son más reconocibles; personas que no creían más en nada, reconducidas a las ideas religiosas por la certeza del porvenir, ahora palpable para ellas. Esto da la medida del espíritu que reina en las reuniones espíritas, ya bastante multiplicadas; en todas las que hemos asistido, constatamos el más edificante recogimiento y un aire de mutua benevolencia entre los asistentes; nos sentimos en un ambiente simpático, que inspira confianza.

Los trabajadores de Burdeos no se quedan atrás de los de Lyon; allá también cuentan con numerosos y fervorosos adeptos, cuyo número aumenta todos los días. Somos felices en decir que hemos salido edificado de sus reuniones, por el piadoso sentimiento que las preside y por el tacto con el que saben precaverse contra la intrusión de Espíritus embusteros. Un hecho que constatamos con satisfacción es que, frecuentemente, hombres de una posición social eminente se mezclan con los grupos proletarios con la más cordial fraternidad, dejando sus títulos de lado, del mismo modo que los trabajadores simples son acogidos con igual benevolencia en los grupos de una y de otra clase. Por todas partes el rico y el artesano se dan cordialmente las manos; nos han dicho que este acercamiento entre los dos extremos de la escala social se ha vuelto un hábito en la región, y nos sentimos felices por esto. Reconocemos que el Espiritismo ha venido a dar a ese estado de cosas una razón de ser y una sanción moral, al mostrar en qué consiste la verdadera fraternidad.

Hemos encontrado en Burdeos numerosos y muy buenos médiums de todas las clases, de todos los sexos y de todas las edades. Muchos escriben con una gran facilidad y obtienen comunicaciones de elevado alcance, lo que realmente los Espíritus nos habían avisado antes de nuestra partida. Además, no se puede sino elogiarlos por el empeño con que prestan su colaboración en las reuniones. Pero lo que aún es mejor es la abnegación de todo amor propio para con las comunicaciones; ninguno se cree privilegiado e intérprete exclusivo de la verdad; nadie busca imponerse, ni imponer nada a los Espíritus que lo asisten. Con simplicidad, todos someten lo que obtienen a la evaluación de la asamblea, y ninguno se ofende ni se hiere con las críticas; el que obtiene falsas comunicaciones se consuela al aprovechar las buenas que otros reciben y de los cuales no tiene envidia. ¿Sucede lo mismo en todas partes? Lo ignoramos; constatamos lo que nosotros hemos visto; también constatamos que se han compenetrado del principio de que todo médium orgulloso, celoso y susceptible no puede ser asistido por Espíritus buenos, y que esas imperfecciones en él son motivos de sospecha. Por lo tanto, lejos de buscar a tales médiums –a pesar de la eminencia de sus facultades–, si fuesen encontrados serían rechazados por todos los Grupos serios, que ante todo quieren tener comunicaciones serias, y no enfocarse en los efectos.

Entre los médiums que hemos visto, hay uno que merece mención especial: es una joven de diecinueve años que, a la facultad de psicógrafa, alía la de médium dibujante y la de médium músico. Ella ha escrito mecánicamente, bajo el dictado de un Espíritu que dijo ser Mozart, un fragmento musical que éste no desautorizó. El Espíritu lo firmó, y varias personas que vieron su autógrafo han confirmado la perfecta identidad de la firma. Pero el trabajo más notable es indiscutiblemente el dibujo: es un cuadro planetario de cuatro metros cuadrados de superficie, de un efecto tan original y tan singular que nos sería imposible dar una idea del mismo por su descripción. Ha sido trabajado en lápiz negro, siendo un dibujo al pastel con diversos colores y al difumino. Este cuadro, comenzado hace algunos meses, aún no está completamente terminado. Fue destinado por el Espíritu a la Sociedad Espírita de París. Nosotros hemos visto a la médium trabajando en la obra y nos quedamos impresionados con la rapidez y con la precisión del trabajo. Al principio, y para prepararla, el Espíritu la hizo dibujar –con la mano levantada y de un solo trazo– círculos y espirales de casi un metro de diámetro, de una tal regularidad que se encontró el centro geométrico perfectamente exacto. Aún no podemos decir nada sobre el valor científico de ese cuadro; pero suponiendo que sea una fantasía, no deja de ser, como ejecución mediúmnica, un trabajo muy notable. Como el original debía ser enviado a París, el Espíritu aconsejó que lo fotografiasen para tener varias copias.

Un hecho que debemos mencionar es que el padre de la médium es pintor; en su condición de artista pensaba que el Espíritu procedía contrariamente a las reglas del arte, y pretendía dar consejos; por eso el Espíritu le prohibió asistir al trabajo, a fin de que la médium no sufriera su influencia.

Hasta hace poco tiempo la médium no había leído nuestras obras; el Espíritu le dictó, para que nos fuese entregado a nuestra llegada –que aún no había sido anunciada–, un pequeño tratado de Espiritismo, que concuerda en todos los puntos con El Libro de los Espíritus.

Relatar los testimonios de simpatía que hemos recibido, las atenciones y deferencias de las que hemos sido objeto, sería muy presuntuoso de nuestra parte; ciertamente habrían enardecido nuestro orgullo si no hubiésemos pensado que, ante todo, era un homenaje rendido a la Doctrina y no a nuestra persona. Por el mismo motivo habíamos dudado en publicar –por cuestiones de modestia– algunos de los discursos que fueron pronunciados. Al haber sometido nuestros escrúpulos a diversos amigos y a varios miembros de la Sociedad, éstos nos han dicho que esos discursos eran una muestra del estado de la Doctrina, y que bajo este punto de vista era instructivo que todos los espíritas los conocieran; que, por otro lado, al ser esas palabras la expresión de un sentimiento sincero, aquellos que las hubieron pronunciado se sentirían probablemente apenados si, por un exceso de modestia, nos abstuviésemos de reproducirlas. Ellos podrían ver en esto indiferencia de nuestra parte. Fue sobre todo esta última consideración que determinó que las publicáramos; esperamos que nuestros lectores nos consideren un espírita lo suficientemente bueno como para respetar los principios que profesamos, no haciendo de este informe una cuestión de amor propio.

Ya que transcribimos esos diversos discursos, no queremos omitir, como trazo característico, la breve alocución que nos ha sido recitada con una gracia encantadora y con ingenua solicitud por un niño de cinco años y medio –el hijo del Sr. Sabò–, a nuestra llegada al seno de esta familia verdaderamente patriarcal y sobre la cual el Espiritismo ha derramado a manos llenas sus consuelos bienhechores. Si toda generación que llega estuviese imbuida de tales sentimientos, sería permitido vislumbrar como muy próximo el cambio que debe operarse en las costumbres sociales, cambio que de todos los lados es anunciado por los Espíritus. No creáis que este niño haya hecho su pequeña alocución como un loro. No; captó muy bien el sentido de la misma; el Espiritismo, en el cual fue nutrido –por decirlo así–, ya es para su joven inteligencia un freno que comprende perfectamente y que su razón, al desarrollarse, no rechazará.

He aquí el breve discurso de nuestro amiguito Joseph Sabò, quien sentiría mucho si no lo viese publicado:

«Sr. Allan Kardec: permitid al más joven de vuestros niños espíritas venir en este día, que siempre estará grabado en nuestros corazones, para expresaros la alegría que causa vuestra llegada entre nosotros. Aún estoy en la infancia; pero mi papá ya me enseñó lo que son los Espíritus que se manifiestan a nosotros, la docilidad con la cual debemos seguir sus consejos, las penas y las recompensas que cosechan. Y en algunos años, si Dios lo cree conveniente, también quiero –con vuestros auspicios– volverme un digno y fervoroso apóstol del Espiritismo, siempre obediente a vuestro saber y a vuestra experiencia. Tras estas pocas palabras dictadas por mi pequeño corazón, ¿me concederíais un beso, que no me atrevo a pediros?»



Reunión general de los espíritas de Burdeos - 14 de octubre de 1861

Discurso del Sr. Sabò

Señoras, señores:

Rindamos a Dios el sincero homenaje de nuestro reconocimiento por haber lanzado sobre nosotros Su mirada paternal y benevolente, concediéndonos el precioso favor de recibir las enseñanzas de los Espíritus buenos que, por Su orden, vienen diariamente a ayudarnos a discernir la verdad del error, a darnos la certeza de una felicidad futura, a mostrarnos que la punición es proporcional a la ofensa, pero jamás eterna, y a hacernos comprender esta justa y equitativa ley de la reencarnación, piedra angular del edificio espírita, que sirve para purificarnos y para hacernos progresar hacia el bien.

¡He dicho la reencarnación! Pero para volver más comprensible este vocablo, cedamos un instante la palabra a uno de nuestros guías espirituales que, para nuestra instrucción espírita, ha tenido a bien desarrollar en algunas palabras este tema tan serio e interesante para nuestra pobre humanidad.

Dice él: «La reencarnación es el infierno; la reencarnación es el purgatorio; la reencarnación es la expiación; la reencarnación es el progreso; en fin, ella es la santa escalera por la cual deben subir todos los hombres. Sus escalones son las fases de las diferentes existencias a recorrer para llegar a lo más alto, porque Dios lo ha dicho: para ir hacia Él es necesario nacer, morir y renacer hasta que se hayan alcanzado los límites de la perfección, y nadie llega a Él sin haberse purificado a través de la reencarnación.»

Aún principiante en la ciencia espírita, no teníamos para divulgarla sino el fervor y la buena voluntad; Dios se contentó con esto y bendijo nuestros débiles esfuerzos, haciendo germinar en el corazón de algunos hermanos nuestros de Burdeos la semilla de la palabra divina.

En efecto, desde el mes de enero que nos dedicamos a la ciencia práctica; vimos que se unían a nosotros un cierto número de hermanos que se ocupaban aisladamente de la misma; otros escucharon hablar de ella por la voz de la prensa o a través de la opinión pública, esa trompeta retumbante que se encargó de anunciar a todos los puntos de nuestra ciudad la aparición de esta fe consoladora, testimonio irrecusable de la bondad de Dios para con Sus hijos.

A pesar de las dificultades que hemos encontrado en nuestro camino, fortalecidos por la pureza, por la rectitud de nuestras convicciones y amparados por los consejos de nuestro amado y venerado jefe, el Sr. Allan Kardec, tenemos la grata satisfacción –después de nueve meses de apostolado, con la ayuda de algunos hermanos nuestros–, de poder reunirnos hoy en su presencia para la inauguración de esta Sociedad que, así lo espero, continuará dando frutos en abundancia y se esparcirá como un rocío benéfico sobre los corazones resecados por el materialismo, endurecidos por el egoísmo, llenos de orgullo, y llevará el bálsamo de la resignación a los afligidos, a los que sufren, a los pobres y a los desheredados de los bienes terrenos, diciéndoles: «Confianza y coraje; las pruebas terrestres son cortas en comparación con la felicidad eterna que Dios os reserva como recompensa por vuestros sufrimientos y por vuestras luchas en este mundo.»

Sí –lo confieso en voz alta–, estoy feliz por ser el intérprete de un gran número de miembros de la Sociedad Espírita de Burdeos, proclamando nuestra fidelidad en seguir el camino trazado por nuestro estimado misionero aquí presente, pues comprendemos que el progreso, para ser seguro, no puede darse sino gradualmente, y al combatir demasiado fuertemente ciertas ideas recibidas hace siglos, retardaríamos el momento de nuestra emancipación espiritual. Sobre esto, es posible que entre nosotros haya opiniones divergentes: respetamos esas opiniones. A nuestro entender, devemos marchar poco a poco, siguiendo esta máxima de la sabiduría de las naciones: que va piano va sano. Tal vez lleguemos más tarde, pero llegaremos más seguros, porque no habremos reñido con la fe de nuestros antepasados, que será siempre sagrada para nosotros, sea ella cual fuere. Sirvámonos de la luz del Espiritismo, no para derribar, sino para mejorarnos y progresar. Al soportar con coraje y resignación las vicisitudes de esta vida, donde solamente estamos de paso, mereceremos el favor de ser conducidos al término de nuestras pruebas, por los Espíritus del Señor, a fin de gozar la inmortalidad para la cual hemos sido creados.

Querido maestro: permitid que, en nombre de los miembros que os rodean de esta Sociedad, yo os agradezca el honor que nos habéis dado al venir a inaugurar personalmente esta reunión familiar, que es una fiesta para todos nosotros y que indudablemente ha de quedar marcada en los anales del Espiritismo. Recibid igualmente en este día, que quedará grabado en nuestros corazones de una manera muy particular, la expresión bien sincera de nuestro vivo reconocimiento por la bondad paternal con la que habéis estimulado nuestros frágiles trabajos. Es a vos que debemos el camino trazado y estamos felices en seguiros, convencidos de antemano que vuestra misión es la de hacer marchar el progreso espiritual en nuestra bella Francia que, a su turno, dará un impulso a las otras naciones de la Tierra para que poco a poco lleguen a la felicidad, a través del progreso intelectual y moral.


Algunas consideraciones sobre el Espiritismo, leídas en la sesión general, por ocasión del paso del Sr. Allan Kardec por Burdeos
Por el Dr. Bouché de Vitray
(14 de octubre de 1861)

Hay ciertas épocas en que la idea gobierna el mundo, precediendo esos grandes cataclismos que transforman a los hombres y a los pueblos. La idea religiosa también contribuye para el gran movimiento social, mucho más que aquella que preside los intereses temporarios.

Absorbida con frecuencia por las preocupaciones materiales, ella se libera de las mismas, ya sea de repente o imperceptiblemente. Unas veces es el rayo que escapa de las nubes, otras veces es el volcán que sordamente va minando la montaña antes de transponer el cráter. Hoy, la idea religiosa afecta otro género de manifestación: después de haberse mostrado como un punto imperceptible en el horizonte del pensamiento, acabó por invadir la atmósfera. El aire está impregnado de la misma; dicha idea atraviesa el espacio, fecunda las inteligencias y produce conmoción en el mundo entero. No penséis que me sirvo aquí de una metáfora para expresar la realidad; no; es un fenómeno del cual se tiene conciencia y que difícilmente se traduce en palabras. Es como un fluido que nos comprime por todos lados; es algo vago e indeterminado, cuya influencia sienten todos, de que el cerebro está impregnado y que a menudo se exterioriza a través de éste como por intuición, raramente como un pensamiento formulado explícitamente. La idea religiosa –digamos espírita– tiene su lugar en el mostrador del comerciante, en el consultorio del médico, en el estudio del abogado y del procurador, en el taller del obrero, en el campo y en los cuarteles. El nombre de nuestro estimado y gran misionero espírita está en todas las bocas, como su imagen está en todos nuestros corazones, y todos los ojos están fijos en este punto culminante, digno intérprete de los ministros del Señor. Esta idea que recorre la inmensidad, que sobreexcita todos los cerebros humanos, que incluso existe instintivamente en los Espíritus encarnados más recalcitrantes, ¿no sería obra de esa multitud de inteligencias que nos envuelve, precediendo y facilitando nuestros trabajos apostólicos?

Sabemos que los testimonios de autenticidad de nuestra Doctrina se remontan a la noche de los tiempos; que los Libros Sagrados, base fundamental del Cristianismo, los relatan; que varios Padres de la Iglesia –Tertuliano y san Agustín, entre otros– confirman su realidad; inclusive obras contemporáneas hacen mención a los mismos, y no puedo resistir al deseo de citar el pasaje de un opúsculo publicado en 1843, que parece exponer analíticamente toda la quintaesencia del Espiritismo:

«Algunas personas ponen en duda la existencia de inteligencias superiores, incorpóreas, es decir, de genios que presiden la administración del mundo y que mantienen conversaciones espirituales con algunos seres privilegiados: es para ellas que escribo las siguientes líneas, esperando que éstas puedan ayudarlas en su convicción. En todos los reinos de la naturaleza existe una ley que escalona las especies, desde los infinitamente pequeños hasta los infinitamente grandes. Es por grados imperceptibles que se pasa del insecto al elefante, del pequeño grano de arena al más inmenso globo celestial. Esta gradación regular es evidente en todas las notables obras del Creador; por lo tanto, ¡ella debe encontrarse en sus obras maestras, para que la escala sea continua, a fin de elevarse hacia Él! La distancia prodigiosa que existe entre la materia inerte y el hombre dotado de razón parece ser llenada por los seres orgánicos, pero privados de esta noble prerrogativa. En la distancia infinita que hay entre el hombre y su Autor se encuentra el lugar de los Espíritus puros. Su existencia es indispensable para que la Creación sea acabada en todos los sentidos.

«Así, existe también el mundo de los Espíritus, cuya variedad es tan grande como la de las estrellas que brillan en el firmamento; hay igualmente el universo de las inteligencias que, por la sutileza, prontitud y amplitud de su penetración, se aproximan cada vez más de la Inteligencia Soberana. Su designio, ya manifiesto en la organización del mundo visible, continúa hasta la perfecta consumación en el mundo invisible. Todas las religiones proclaman la existencia de esos seres inmateriales; todas los representan como participando en los asuntos humanos, en calidad de agentes secundarios; negar su intervención en las peripecias humanas, es negar evidentemente los hechos en los cuales reposan las creencias de todos los pueblos, de todos los filósofos y de todos los sabios, remontando a la más alta Antigüedad.»

Ciertamente, aquel que trazó este cuadro era espírita en el fondo de su alma. A este esbozo incompleto falta el principio esencial de la reencarnación, así como las consecuencias morales que la enseñanza de los Espíritus impone a los adeptos del Espiritismo. La Doctrina existía en estado de intuición en las inteligencias y en los corazones: vos aparecisteis, señor, vos, elegido de Dios; el Todopoderoso se apoyó en una vasta erudición, en un Espíritu elevado, en una rectitud completa y en una mediumnidad privilegiada. Todos los elementos de las verdades eternas estaban diseminados en el espacio; era preciso establecer la ciencia, llevar la convicción a las conciencias aún indecisas, reunir todas las inspiraciones emanadas de lo Más Alto en un cuerpo sustancial de doctrina. La obra avanzó y el polen escapado de esa antera intelectual produjo la fecundación. Vuestro nombre es la bandera bajo la cual nosotros nos colocamos a voluntad. Hoy venís en ayuda a los principiantes del Espiritismo, que apenas dan los primeros pasos en los rudimentos de esta ciencia, pero que un gran número de Espíritus atentos y benevolentes no desdeña de favorecer en sus inspiraciones celestiales. Ya –y nos congratulamos por esto–, en medio de este congreso de inteligencias de los dos mundos, las malas pasiones se agitan alrededor de la obra regeneradora; ya el falso saber, el orgullo, el egoísmo y los intereses humanos se levantan contra el Espiritismo, en testimonio de su poder, mientras que Dios, el gran motor de ese progreso ascensional hacia las regiones celestiales, oculto atrás de esa nube de teorías odiosas y quiméricas, permanece calmo y prosigue Su obra.

La obra se realiza, y en todos los puntos del globo se forman Centros Espíritas. Los jóvenes abandonan las ilusiones de la primera edad, que les preparan tantas desilusiones en la época de su madurez; los adultos aprenden a tomar la existencia en serio; los ancianos que usaron sus emociones en las fricciones de la vida, llenan ese vacío inmenso con gozos más reales que los que abandonan, y de todos esos elementos heterogéneos se forman agrupaciones que irradian al infinito.

Nuestra bella ciudad no ha sido la última en participar de este movimiento intelectual. Uno de esos hombres de corazón recto, de juicio sano, tomó la iniciativa. Su llamado fue escuchado por inteligencias que se armonizan con la suya; alrededor de ese foco luminoso gravita un gran número de Círculos Espíritas.

De todas partes surgen comunicaciones variadas que llevan la marca de su autor: es la madre que, desde su esfera gloriosa, con la perfección del detalle y su infinita ternura, se comunica con su hijo amado; es el padre o el abuelo, que une el amor paternal a la severidad de la forma; es Fenelón, que da al lenguaje de la caridad la impronta de la belleza antigua y la melodía de su prosa; es el conmovedor espectáculo de un hijo, que se ha vuelto Espíritu bienaventurado, devolviendo a aquella que lo llevó en su seno el eco de sus elevadas enseñanzas; es el de una madre que se revela a su hijo y que, con la cabeza coronada de estrellas, lo conduce de prueba en prueba al lugar que él debe ocupar junto a ella y en el seno de Dios por todas las eternidades (sic); es el arzobispo de Utrecht, que transmite a su protegido sus inspiraciones elocuentes y que las somete al freno de la ortodoxia; es el ángel Gabriel, homónimo del gran arcángel, que toma espontáneamente, y con el permiso de Dios, la misión de guiar a su hermano, de seguirlo paso a paso, aliando así –Espíritu superior que es– el amor fraternal al amor divino; son los Espíritus puros, los santos, los arcángeles, que revisten sus instrucciones sublimes con el sello de la Divinidad; en fin, son las manifestaciones físicas, después de las cuales la duda no es más que un absurdo, si no fuere una profanación.

Apreciados colegas: después de haber elevado vuestras miradas a los grados superiores de la escala de los seres, consentid en bajarlos a los grados ínfimos, y los infinitamente pequeños os proporcionarán aún enseñanzas.

Hace aproximadamente diez años que las claridades del Espiritismo han resplandecido a mis ojos; pero era el Espiritismo en estado rudimentario, desprovisto de sus principales documentos y de su tecnología característica; era un reflejo, algunos rayos de fino fulgor: todavía no era la luz.

En lugar de tomar la pluma y el lápiz y, por este medio así simplificado, obtener comunicaciones rápidas, se recurría a la mesa a través de la tiptología o escritura mediata. La mesa era sólo un apéndice de la mano, pero este modo de comunicación, en general repulsivo para los Espíritus superiores, frecuentemente los mantenía a distancia. Por lo tanto, obtuve solamente mistificaciones, respuestas triviales u obscenas; yo mismo me alejé de esos misterios del Más Allá, que se traducían de una manera tan poco acorde con mis expectativas o, más bien, que se presentaban bajo un aspecto que me asustaba. Varios experimentos habían sido intentados, que llevaron a resultados análogos.

Entretanto, esas aparentes decepciones no eran más que pruebas temporarias que debían tener como consecuencia definitiva el fortalecimiento de mis convicciones.

A pesar de ello, el positivismo de mis estudios había influido sobre mis creencias filosóficas; pero yo era escéptico y no incrédulo, porque dudaba con mi mayor sentimiento y hacía vanos esfuerzos para rechazar el materialismo que, por sorpresa, había invadido mi alma y mi corazón. ¡Cómo son impenetrables los decretos de Dios! Justamente esta disposición moral sirvió para mi transformación. Yo tenía bajo los ojos la inmortalidad del alma revistiendo el aspecto de una realidad material y, para asentar esta fe tan nueva, ¡qué importaba –a fin de cuentas– si las manifestaciones me vinieran de un Espíritu superior o inferior, con tal que fuese de un Espíritu! ¿No sabía yo que un cuerpo inerte, como una mesa, puede ser el instrumento, pero no la causa de una manifestación inteligente? ¿Que dicha manifestación no entraba para nada en la esfera de mis ideas, y que todas las teorías fluídicas eran incapaces de explicarlas?

Por consiguiente, yo había sacudido esas tendencias materialistas, contra las cuales luchaba sin éxito con una energía desesperada, y francamente habría explorado esas regiones intelectuales –que apenas vislumbré– si no fuese la demonofobia del Sr. de Mirville y la impresión profunda que la misma había ejercido en mi alma. En contrapartida a su libro, era necesario aquel tratado tan luminoso, tan sustancial y tan lleno de verdades consoladoras, escrito bajo la dirección de inteligencias celestiales a un Espíritu encarnado, pero a un Espíritu de élite, al cual, desde aquel día, fue revelada su misión en la Tierra.

Hoy el reconocimiento me obliga a inscribir en esta página el nombre de uno de mis buenos amigos, el del Sr. Roustaing, distinguido abogado, y sobre todo concienzudo, destinado a desempeñar un marcado papel en los fastos del Espiritismo; de paso, debo este homenaje al reconocimiento y a la amistad.

Si en esta solemnidad yo no temiera abusar del empleo del tiempo, ciertamente podría citar numerosas comunicaciones de indiscutible interés; y entretanto, en medio de esta actividad puramente intelectual, dignos de nuestros incesantes contactos con el mundo de los Espíritus, perduran dos hechos que –por excepción– parecen protestar contra un mutismo absoluto. El primero se caracteriza por detalles íntimos y conmovedores que nos han emocionado hasta las lágrimas; el segundo, por la rareza del fenómeno, pertenece a la mediumnidad de videncia, y constituye una prueba tan palpable que seríamos llevados a negar la buena fe de los médiums si quisiésemos negar la realidad del hecho.

Algunos espíritas fervorosos se reúnen conmigo semanalmente para estudiar juntos, y más fructíferamente, la Doctrina de los Espíritus. Una fe plena y total, y la analogía –para la mayoría– de los estudios y de la educación, han hecho nacer una recíproca simpatía y una comunión de ideas y de pensamientos, que indudablemente son la disposición intelectual y moral más favorable para las comunicaciones serias.

En esa modesta reunión, uno de nosotros, dotado de la facultad mediúmnica en grado eminente, quiso evocar al Espíritu de una niña que él había conocido y que pienso que había fallecido de difteria, a la edad de 6 años; él se desempeñaba como médium y yo como evocador. Apenas terminada la evocación, llamaron nuestra atención algunos golpes muy apreciables dados contra uno de los muebles de la antecámara, lo que nos llevó a indagar si esos ruidos, de carácter insólito, provenían de una causa natural o de un efecto espírita. Nuestros guías respondieron que eran las compañeras de Estelle (nombre que la niña tenía en su existencia terrena), que venían adelante de su amiguita; y, a través del pensamiento, ¡seguimos ese gracioso cortejo cerniéndose en el espacio! Entre ellas fue designada Antonia, una chica que pasó rápidamente por la Tierra y que apenas había completado su cuarta primavera cuando cayó bajo los golpes de una guadaña asesina. Previendo que ellas irían a concluir sus pruebas en una nueva existencia, oré a mi ángel guardián, esa buena madre cuya ternura nunca me ha faltado, para que las tomase bajo sus cuidados y para que les mostrara ostensiblemente a su protectora celestial. El consentimiento no se hizo esperar; pero Dios sólo le permitió aparecer a una de ellas, y la elegida fue Antonia: «¿Qué ves, pequeña amiga mía? –exclamé al evocar a esta última. –¡Oh, qué bella señora! ¡Ella está toda resplandeciente de luces! –¿Y qué te dice esa bella señora? –Ella me dice: ¡Venid a mí, hija mía, yo te amo!» He aquí por qué he representado a esa tierna madre con la cabeza coronada de estrellas.

Si esta conmovedora anécdota, perteneciente al mundo espírita, no os parece sino el capítulo de una novela, es preciso renunciar a toda comunicación.

El otro hecho puede resumirse en dos palabras: Yo estaba con uno de mis compañeros espiritistas; a las once y media de la noche nos encontrábamos orando a Dios por los Espíritus sufridores, cuando de modo imprevisto entreví vagamente una sombra que salía de uno de los rincones de mi consultorio, describiendo una línea diagonal que se prolongaba hasta mi cama, situada en la pieza vecina. Al finalizar su trayecto, escuchamos un crujido muy claro, y la sombra se dirigió hacia la biblioteca, formando un ángulo agudo con la primera dirección.

Fui tomado por una emoción; pero a esa hora, en que todo dispone a las emociones y al misterio, creí al principio que se trataba de una alucinación, de una ilusión de óptica e interiormente tomé la resolución de guardar silencio sobre esa fantástica aparición; fue cuando mi compañero de incesantes estudios, volviéndose a mí, me preguntó si había visto algo. Yo estaba confundido, pero resolví esperar por una oportunidad más completa y me limité a indagar los motivos de su pregunta. Entonces me describió el extraño fenómeno que también él había testimoniado, con tal exactitud que no fue más posible que yo dudase, confirmando así la realidad de la aparición.

Dos días más tarde, nuestro médium por excelencia estaba presente; nuestros guías, al ser consultados, nos confirmaron la verdad, agregando que esa aparición espontánea era la de un Espíritu, conocido en su existencia terrena con el nombre de María de los Ángeles. Nos fue permitido evocarla, y el resultado de nuestras preguntas fue que ella había nacido en España, que allí había tomado el hábito y que su vida había sido exenta de reproches desde hacía mucho, pero que una falta grave, a la cual la muerte no dejó tiempo para la expiación, era la causa de sus sufrimientos en el mundo de los Espíritus.

Algunos días después, una circunstancia fortuita o, al contrario, la voluntad de Dios, nos proporcionó un segundo control de ese extraño hecho. Un espírita –joven mecánico de una notable inteligencia– había estado conmigo en la última parte de la tarde. Mientras conversaba con él, noté que fijaba sus ojos de un modo singular. Él no esperó que yo preguntara la explicación de esta circunstancia: «En el mismo instante en que me dirigíais la mirada, vi claramente la silueta de una mujer que, desde la ventana, se desplazó hacia un sillón próximo, ante el cual se arrodilló; ella tenía el aspecto de una persona de 25 años y estaba vestida de negro. Una mantilla cubría la parte superior del torso y, en la cabeza, tenía una especie de pañuelo o toca.»

Esta descripción concordaba perfectamente con la idea que me había hecho de la religiosa española, y el lugar en que ella se arrodilló es casi el mismo en el cual yo tengo la costumbre –en esa posición– de orar a Dios por los muertos. Para mí era María de los Ángeles.

Sin duda los incrédulos y los falsos espíritas se reirán de mi certeza, y verán en ese hecho a tres visionarios en lugar de uno; en cuanto a los espíritas sinceros, ellos me creerán, sobre todo porque doy mi palabra de honor. No le reconozco a nadie el derecho de poner en duda semejante testimonio.

Los trabajos del Espiritismo en Burdeos, por más modestos y reservados que sean, no por ello dejan de ser objeto de la curiosidad pública, y prácticamente no pasa un día en que yo no sea interrogado al respecto. Toda criatura profana, maravillada con los fenómenos espíritas, reclama con insistencia el favor de una experimentación; su alma oscila entre la propia duda y la convicción de los adeptos.

Introducidla en una asamblea seria, en una reunión de espíritas que suponemos profundamente concentrados, es decir, trayendo una disposición apropiada a la gravedad de las circunstancias; ¿qué pasará con dicha criatura? El médium escribiente, al manifestar bajo el dictado las inspiraciones de un Espíritu superior, ¿se las hará aceptar como tales? Yo tuve una de esas experiencias desagradables: si la comunicación lleva el sello de la inspiración celestial, aquella atribuirá el mérito de la misma al talento del médium; si el pensamiento del mensajero de Dios toma el matiz del medio donde sucede la manifestación, por cierto le parecerá una concepción totalmente humana. En esta circunstancia, he aquí mi regla de conducta: es la que ha sido trazada con anticipación por el hombre de la Providencia, por este misionero del pensamiento, al cual tenemos momentáneamente aquí y que, desde su centro habitual de actividad, continuará irradiando sobre nosotros los tesoros celestiales de que una gracia especial lo ha hecho el distribuidor. A los curiosos que vienen a inquirir la realidad de los hechos o a solicitar una audiencia, ya sea como objeto de distracción o como una emoción que atraviesa el corazón sin detenerse, me limito a exponer la gravedad del tema; al Espíritu pseudosabio encarnado, que en este globo es perfectamente representado en la 8ª clase y en el 3º orden del mundo espírita, le respondo con una negativa categórica. Pero a aquel que, aunque obsesionado con sus dudas, posee la verdad en estado de germen, que comienza por la buena fe para llegar a la fe, aconsejo los estudios teóricos, a los cuales no tarda en seguir el estudio práctico o la experimentación; así, a medida que un hecho nuevo se desprende de una idea nueva, él la registra al lado del hecho. Entonces, la ciencia espírita y sus consecuencias morales se derraman gota a gota en su corazón y en su cerebro, las cuales nos hacen ver, al cabo de esta larga sucesión de reveses, los trabajos y las pruebas que se alternan en las dos existencias, una eternidad radiante que transcurre en el seno de Dios, ¡fuente de felicidad y de vida!

BOUCHÉ DE VITRAY, Doctor en Medicina.

Discurso del Sr. Allan Kardec

Señoras y señores:

Es con felicidad que atendí al llamado que habéis tenido a bien hacerme, y la simpática acogida que recibo de vosotros es una de esas satisfacciones morales que dejan en el corazón una impresión profunda e inolvidable. Si me siento feliz con esta acogida cordial, es porque veo en la misma un homenaje rendido a la Doctrina que profesamos y a los Espíritus buenos que nos la enseñan, mucho más que a mí personalmente, que no soy más que un instrumento en las manos de la Providencia. Convencido de la verdad de esta Doctrina y del bien que Ella está llamada a producir, he tratado de coordinar sus elementos; me he esforzado por volverla clara e inteligible para todos; ésta es toda la parte que me corresponde y es por eso que jamás me he considerado su creador: el honor pertenece enteramente a los Espíritus; por lo tanto, es sólo a ellos que deben ser dirigidos los testimonios de vuestra gratitud, y no acepto los elogios que me hacéis sino como un estímulo para proseguir mi tarea con perseverancia.

En los trabajos que he realizado para alcanzar el objetivo que me había propuesto, sin duda he sido ayudado por los Espíritus, como ellos mismos me lo han dicho varias veces, pero sin ninguna señal exterior de mediumnidad. Por lo tanto, no soy médium en el sentido usual de la palabra, y hoy comprendo que es mejor para mí que haya sido así. Con una mediumnidad efectiva, yo solamente habría escrito bajo una misma influencia; habría sido llevado a sólo aceptar como verdad lo que me hubiera sido dado, y esto quizá equivocadamente; mientras que, en mi posición, convenía que tuviese una libertad absoluta para tomar lo bueno en todos los lugares donde lo encontrase y del lado donde viniera. De este modo, he podido hacer una selección de diversas enseñanzas, sin prevención y con total imparcialidad. He visto, estudiado y observado mucho, pero siempre con una mirada impasible, y nada más ambiciono sino ver que la experiencia que he adquirido pueda ser aprovechada por los demás, a los cuales me siento feliz por poder evitarles los escollos inseparables de todo aprendizaje.

Si he trabajado mucho, y si trabajo todos los días, soy muy ampliamente recompensado por la marcha tan rápida de la Doctrina, cuyos progresos superan todo lo que era permitido esperar por los resultados morales que Ella produce, y estoy dichoso por ver que la ciudad de Burdeos, no solamente no se queda atrás de este movimiento, sino que se dispone a marchar adelante, ya sea por el número como por la cualidad de los adeptos. Si consideramos que el Espiritismo debe su propagación a sus propias fuerzas, sin el apoyo de ninguno de los auxiliares que comúnmente dan resultado, y a pesar de los esfuerzos de una oposición sistemática o, más bien, debido inclusive a tales esfuerzos, no podemos dejar de ver en eso el dedo de Dios. Si sus enemigos –a pesar de ser poderosos– no han podido paralizar el progreso de la Doctrina, es preciso concordar que el Espiritismo es más poderoso que ellos y, así como la serpiente de la fábula, utilizan en vano sus dientes contra la lima de acero.

Si decimos que el secreto de su poder está en la voluntad de Dios, los que no creen en Dios escarnecerán de eso. Hay también personas que no niegan a Dios, pero piensan que son más fuertes que Él; éstos no se ríen: oponen barreras que creen infranqueables y, no obstante, el Espiritismo las franquea todos los días ante sus ojos. En efecto, es que el Espiritismo extrae de su naturaleza, en su propia esencia, una fuerza irresistible. Por lo tanto, ¿cuál es el secreto de esta fuerza? ¿Tendremos que esconderlo, por miedo a que, una vez conocido, sus enemigos saquen provecho de ese secreto –a ejemplo de Sansón– y venzan? De ninguna manera; en el Espiritismo no hay misterios: todo se hace a la luz del día, y podemos sin temor revelarlo abiertamente. Aunque yo ya lo haya dicho, tal vez no esté fuera de propósito repetirlo aquí, para que se sepa bien que si entregamos a nuestros adversarios el secreto de nuestras fuerzas, es porque también conocemos el lado débil de ellos.

La fuerza del Espiritismo tiene dos causas preponderantes: la primera es que vuelve felices a aquellos que lo conocen, lo comprenden y lo practican; ahora bien, como hay muchas personas infelices, Él recluta a un innumerable ejército entre los que sufren. ¿Quieren quitarle ese elemento de propagación? Que vuelvan a los hombres de tal modo felices, moral y materialmente, que no tengan nada más que desear, ni en este mundo ni en el otro; no pedimos más, desde que el objetivo sea alcanzado. La segunda causa es que el Espiritismo no reposa sobre la cabeza de ningún hombre que se pueda derribar; Él no tiene un foco único que se pueda extinguir: su foco está en todas partes, porque en todas partes hay médiums que pueden comunicarse con los Espíritus; no hay familia que no los tenga en su seno, y estas palabras del Cristo se cumplen: Vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán, y verán visiones. En fin, el Espiritismo es una idea, y no hay barreras impenetrables a la idea, ni lo bastante altas como para que no las pueda franquear. Mataron al Cristo, a sus apóstoles y a sus discípulos; pero el Cristo había sembrado en el mundo la idea cristiana, y esta idea ha triunfado sobre la persecución de los Césares omnipotentes. Por lo tanto, ¿por qué el Espiritismo, que no es otra cosa sino el desarrollo y la aplicación de la idea cristiana, no triunfaría sobre algunos burlones o antagonistas que, hasta el presente y a pesar de sus esfuerzos, no han podido oponerle sino una negación estéril? ¿Hay en esto una pretensión quimérica? ¿Un sueño reformista? Los hechos están ahí para responder: el Espiritismo –contra viento y marea– penetra en todas partes; como el polen fecundante de las flores, es llevado por los vientos y echa raíces en los cuatro puntos del mundo, porque en todas partes Él encuentra una tierra fecunda en sufrimientos, sobre la cual derrama su bálsamo consolador. Suponed, pues, el estado más absoluto que la imaginación pueda soñar, reclutando a todos los esbirros para detener el paso de dicha idea; ¿esto impedirá que los Espíritus lleguen y se manifiesten espontáneamente? ¿Impedirán que los médiums se reúnan en la intimidad de las familias? Supongamos que se fuera lo suficientemente fuerte como para que se impidiese escribir o para que se prohibiera la lectura de los libros, ¿pueden impedir que se escuche, considerándose que hay médiums auditivos? ¿Impedirán que el padre reciba los consuelos del hijo que ha desencarnado? Por lo tanto, veis que es imposible, y que yo tenía razón en decir que el Espiritismo puede, sin temor, entregar el secreto de sus fuerzas a sus enemigos.

Está bien –dirán; cuando una cosa es inevitable, es preciso aceptarla; mas si fuere una idea falsa o mala, ¿no habría razón para obstaculizarla? Primero sería necesario probar que es falsa; ahora bien, hasta el presente, ¿qué oponen sus adversarios? Burlas y negaciones que, en buena lógica, nunca han sido argumentos; pero una refutación seria, sólida, o una demostración categórica, evidente, ¿dónde la encontráis? En ningún lugar, ni en las críticas de la Ciencia ni en otra parte. Por otro lado, cuando una idea se propaga con la rapidez del relámpago; cuando encuentra innumerables ecos en las clases más esclarecidas de la sociedad; cuando tiene sus raíces en todos los pueblos, desde que hay hombres en la Tierra; cuando los mayores filósofos sacros y profanos la han proclamado, es ilógico suponer que solamente repose sobre la mentira y la ilusión. Todo hombre sensato, que no esté cegado por la pasión o por el interés personal, dirá que debe haber allí algo de verdadero, y por lo menos el hombre prudente, antes de negar, suspenderá su juicio.

¿La idea es mala? Si es verdadera, si no es más que una aplicación de las leyes de la naturaleza, parece difícil que pueda ser mala, a menos que se admita que Dios haya realizado mal aquello que hizo. ¿Cómo una Doctrina sería mala cuando vuelve mejores a los que la profesan, cuando consuela a los afligidos, da resignación en la infelicidad, restablece la paz en las familias, calma la efervescencia de las pasiones e impide el suicidio? Dicen algunos que el Espiritismo es contrario a la religión. He aquí la gran palabra con la que intentan asustar a los tímidos y a los que no conocen la Doctrina Espírita. ¿Cómo una Doctrina que vuelve mejores a las personas, que enseña la moral evangélica, que sólo predica la caridad, el olvido de las ofensas, la sumisión a la voluntad de Dios, sería contraria a la religión? Es un contrasentido; afirmar semejante cosa sería acusar a la propia religión; es por eso que yo digo que aquellos que hablan así no conocen el Espiritismo. Si ese fuera el resultado, ¿por qué Él conduciría a las ideas religiosas a los que no creen en nada? ¿Por qué haría orar a aquellos que se habían olvidado de hacerlo desde su niñez?

Además, hay otra respuesta igualmente perentoria: el Espiritismo es ajeno a toda cuestión dogmática. A los materialistas, Él prueba la existencia del alma; a los que únicamente creen en la nada, Él prueba la vida eterna; a los que creen que Dios no se ocupa con las acciones de los hombres, la Doctrina Espírita prueba las penas y las recompensas futuras. Al destruir el Materialismo, la Doctrina destruye la mayor llaga social: he aquí su objetivo. En cuanto a las creencias especiales, no se ocupa de las mismas, y deja total libertad a cada uno; el materialista es el mayor enemigo de la religión; al conducirlo al Espiritualismo, el Espiritismo le hace recorrer tres cuartas partes del camino para entrar en el seno de la Iglesia. Le corresponde a la Iglesia hacer el resto; pero si la comunión hacia la cual él tendería a unirse lo rechaza, sería de temerse que él se volviera hacia otra.

Al deciros esto, señores –y vosotros lo sabéis tan bien como yo–, es como predicar a los convertidos. Pero hay otro punto sobre el cual es útil decir algunas palabras.

Si los enemigos de afuera nada pueden contra el Espiritismo, lo mismo no sucede con los de dentro; me refiero a los que son más espíritas de nombre que de hecho, sin hablar de los que usan una máscara y dicen que profesan el Espiritismo. El lado más bello del Espiritismo es el lado moral: por sus consecuencias morales es que Él ha de triunfar, pues ahí está su fuerza, porque ahí es invulnerable. Él inscribe en su bandera: Amor y Caridad, y ante ese paladión más poderoso que el de Minerva, porque viene del Cristo, la propia incredulidad se inclina. ¿Qué puede oponerse a una Doctrina que lleva a los hombres a amarse como hermanos? Si no se admite la causa, por lo menos se ha de respetar el efecto; ahora bien, el mejor medio de probar la realidad del efecto es aplicarlo a sí mismo; es mostrar a los enemigos de la Doctrina, con nuestro propio ejemplo, que Ella nos vuelve realmente mejores. Pero ¿cómo hacer creer que un instrumento puede producir armonía si emite sonidos disonantes? Del mismo modo, ¿cómo persuadir que el Espiritismo debe llevar a la concordia si aquellos que lo profesan, o que supuestamente lo profesan –lo que para los adversarios es lo mismo–, se tiran piedras? ¿Si basta una simple susceptibilidad de amor propio o de preferencia para dividirlos? ¿No es este el medio de contradecir su propio argumento? Por lo tanto, los enemigos más peligrosos del Espiritismo son aquellos que se desmienten a sí mismos al no practicar la ley que proclaman. Sería pueril provocar disidencias por matices de opinión; habría una evidente malevolencia, un olvido del primer deber del verdadero espírita en separarse por una cuestión personal, porque el sentimiento de personalismo es fruto del orgullo y del egoísmo.

Señores, es necesario no olvidarse que los enemigos del Espiritismo son de dos órdenes: de un lado, tenéis a los burlones y a los incrédulos, los cuales reciben diariamente los desmentidos de los hechos; tenéis razón en no temerlos. Sin quererlo, sirven a nuestra causa y, por esto, debemos agradecerles. De otro lado, están las personas interesadas en combatir a la Doctrina; a éstas no esperéis encaminarlas mediante la persuasión, pues no buscan la luz; en vano mostraréis a sus ojos la evidencia del Sol: son ciegas porque no quieren ver. No os atacan porque estéis equivocados, sino porque estáis con la verdad y, con o sin motivo, creen que el Espiritismo es perjudicial a sus intereses materiales; si estuviesen persuadidas de que es una quimera, lo dejarían absolutamente tranquilo. También el encarnizamiento crece en razón del progreso de la Doctrina, de tal manera que se puede medir la importancia de la misma por la violencia de los ataques. En cuanto sólo veían en el Espiritismo un juego de mesas giratorias, no dijeron nada, contando con el capricho de la moda; pero hoy, que a pesar de su mala voluntad ven la insuficiencia de la burla, usan otros medios. Sean cuales fueren, estos medios nos han demostrado su impotencia; entretanto, si no pueden sofocar esa voz que se eleva en todas las partes del mundo y si no pueden detener ese torrente que los invade de todos lados, ellos harán de todo para ponerle obstáculos y, si pudieren hacer retroceder el progreso por un solo día, dirán entonces que es un día que ganaron.

Esperad, pues, que el terreno sea disputado paso a paso, porque el interés material es el más tenaz de todos; para éste, los derechos más sagrados de la Humanidad no son nada; tenéis la prueba de ello en la lucha norteamericana: «¡Que perezca la unión que hacía nuestra gloria, en vez de nuestros intereses!» –dicen los esclavistas. Así hablan los adversarios del Espiritismo, porque la cuestión humanitaria es la menor de sus preocupaciones. ¿Qué oponerles? Una bandera que los haga palidecer, porque ellos saben bien que ésta lleva las siguientes palabras que salieron de la boca del Cristo: Amor y Caridad, palabras que son una sentencia para ellos. Alrededor de esta bandera, que todos los verdaderos espíritas se unan, y serán fuertes, porque la unión hace la fuerza. Por lo tanto, reconoced a los verdaderos defensores de vuestra causa, no por palabras vanas, que no cuestan nada, sino por la práctica de la ley de amor y de caridad, por la abnegación de la personalidad. El mejor soldado no es aquel que blande más alto el sable, sino el que sacrifica valientemente su vida. Observad, pues, haciendo causa común con vuestros enemigos, a todos aquellos que tienden a arrojar entre vosotros el fermento de la discordia, porque voluntaria o involuntariamente proveen armas contra vosotros; en todo caso, no contéis más con ellos, que son como esos malos soldados que huyen al primer tiro de fusil.

Entretanto –diréis–, si las opiniones están divididas sobre algunos puntos de la Doctrina, ¿cómo reconocer de qué lado está la verdad? Es la cosa más fácil. En primer lugar, tenéis como peso vuestro juicio y como medida la lógica sana e inflexible. En segundo lugar, tendréis el consentimiento de la mayoría, porque –creedlo– el número creciente o decreciente de los partidarios de una idea os da la medida de su valor. Si es falsa, no podría conquistar más voces que la verdad: Dios no lo permitiría; Él puede dejar que el error se presente por aquí y por allí, para hacernos ver sus procedimientos y enseñarnos a reconocer la verdad; sin esto, ¿dónde estaría nuestro mérito si no tuviésemos la libertad de elegir? ¿Queréis otro criterio de la verdad? He aquí uno que es infalible. Ya que la divisa del Espiritismo es Amor y Caridad, reconoceréis la verdad por la práctica de esta máxima, y tendréis la certeza de que aquel que arroja piedras al otro no puede estar, en absoluto, con la verdad. En cuanto a mí, señores, habéis escuchado mi profesión de fe. Que Dios no lo permita, pero si surgieren disidencias entre vosotros –lo digo con pesar–, yo me distanciaría abiertamente de los que desertasen de la bandera de la fraternidad, porque éstos no podrían ser considerados como verdaderos espíritas, a mis ojos.

En todo caso, de ninguna manera os inquietéis con algunas disidencias pasajeras; luego tendréis la prueba de que las mismas no tienen consecuencias graves; son pruebas para vuestra fe y vuestro juicio; frecuentemente son también medios que Dios y los Espíritus buenos permiten para dar la medida de vuestra sinceridad y para hacer conocer a aquellos con los cuales podemos realmente contar en caso de necesidad, lo que evita así ponerse en evidencia. Son pequeñas piedras puestas en vuestro camino, a fin de habituaros a ver en qué os apoyáis.

Me queda por hablaros, señores, sobre la organización de la Sociedad. Puesto que consentís en solicitar mi opinión, os diré lo que he dicho el año pasado en Lyon; los mismos motivos me llevan a disuadiros, con todas mis fuerzas, del proyecto de formar una Sociedad única abarcando a todos los espíritas de la ciudad, lo que sería totalmente impracticable por el número creciente de sus adeptos. No tardaríais en ser detenidos por obstáculos materiales y por dificultades morales aún mayores, que os mostrarían su imposibilidad; es mejor, pues, no emprender una cosa a la que seríais obligados a renunciar. Todas las consideraciones en apoyo a esta opinión están completamente desarrolladas en la nueva edición de El Libro de los Médiums, que os invito a consultar. No agregaré sino unas pocas palabras.

Lo que es difícil obtener en una reunión numerosa es más fácil conseguirlo en los Grupos particulares; los mismos se forman por una afinidad de gustos, de sentimientos y de hábitos. Dos Grupos separados pueden tener una manera de ver diferente sobre algunos puntos de detalle y no por ello dejan de caminar en armonía, mientras que si estuviesen reunidos, la divergencia de opiniones traería inevitablemente perturbaciones.

El sistema de la multiplicación de los Grupos tiene también como resultado poner término a las rivalidades de supremacía y de presidencia. Cada Grupo es naturalmente presidido por el dueño de la casa o por el que fuere designado, y todo pasa en familia. Si la alta dirección del Espiritismo, en una ciudad, incumbe a alguien, éste será llamado por la fuerza de las cosas, y un consentimiento tácito lo designará muy naturalmente en razón de su mérito personal, de sus cualidades conciliadoras, de la dedicación y abnegación de las que habrá dado prueba, de los servicios reales que habrá prestado a la causa. Así, y sin buscarla, adquirirá una fuerza moral que nadie pensará en discutirle, porque todos la reconocerán en él, mientras que aquel que –por su autoridad privada– buscara imponerse o que fuera llevado por una camarilla, encontraría oposición por parte de todos aquellos que no le reconociesen las cualidades morales necesarias, surgiendo de ahí una causa inevitable de divisiones.

Es una cosa seria conferir a alguien la dirección suprema de la Doctrina; antes de hacerlo, es necesario estar muy seguro de él en todos los aspectos, porque si el mismo tiene ideas erróneas podría arrastrar a la Sociedad a una pendiente perjudicial y tal vez a su ruina. En los Grupos particulares, cada uno puede dar pruebas de habilidad y someterse –para más tarde– al sufragio de sus colegas, si fuere conveniente; pero nadie puede pretender ser general antes de haber sido soldado. Así como al buen general se lo reconoce por su coraje y por sus talentos, al verdadero espírita se lo reconoce por sus cualidades; ahora bien, la primera de que se debe dar pruebas es la abnegación de la personalidad; por lo tanto, es por sus actos que lo reconocemos, más que por sus palabras. Lo que es necesario para tal dirección es un verdadero espírita, y el verdadero espiritista no es movido por la ambición, ni por el amor propio. Señores, llamo para este asunto vuestra atención sobre las diversas categorías de espíritas, cuyos caracteres distintivos están claramente definidos en El Libro de los Médiums (ítem N° 28).

Además, sea cual fuere la naturaleza de la reunión, numerosa o no, las condiciones que debe cumplir para alcanzar su objetivo son las mismas; es a esto que es preciso dar todos nuestros cuidados, y aquellos que cumplan dichas condiciones serán fuertes, porque tendrán necesariamente el apoyo de los Espíritus buenos. Esas condiciones se encuentran en El Libro de los Médiums (ítem N° 341).

Un error bastante frecuente entre algunos adeptos nuevos es el de creerse que se han vuelto maestros después de algunos meses de estudio. Como sabéis, el Espiritismo es una ciencia inmensa, cuya experiencia sólo puede adquirirse con el tiempo, ya sea en esto como en todas las cosas. En esa pretensión de no necesitar más de consejos ajenos y de creerse por encima de todos hay una prueba de insuficiencia, ya que falta a uno de los primeros preceptos de la Doctrina: la modestia y la humildad. Cuando los Espíritus malos encuentran semejantes disposiciones en un individuo, no dejan de sobreexcitarlas y fomentarlas, persuadiéndolo de que sólo él posee la verdad. Es uno de los escollos que pueden ser encontrados y contra el cual he creído un deber precaveros, agregando que no basta decirse espírita, como no basta decirse cristiano: es necesario demostrarlo en la práctica.

Si a través de la formación de Grupos se evita la rivalidad de los individuos, ¿no puede existir esa rivalidad entre los propios Grupos que, al caminar por sendas un poco divergentes, podrían producir cismas, mientras que una Sociedad única mantendría la unidad de principios? A esto respondo que el inconveniente señalado no sería evitado, puesto que aquellos que no adoptasen los principios de la Sociedad se separarían de la misma y nada los impediría que se aislaran. Los Grupos son como pequeñas Sociedades, que necesariamente avanzarán en la misma senda si todos adoptan la misma bandera y las bases de la ciencia consagradas por la experiencia. Al respecto, llamo también vuestra atención para el ítem Nº 348 de El Libro de los Médiums. Por lo demás, nada impide que un Grupo Central esté formado por delegados de diversos Grupos particulares que tendrían así un punto de unión y una comunicación directa con la Sociedad de París. Después, todos los años, una asamblea general podría reunir a todos los adeptos y volverse así una verdadera fiesta del Espiritismo. Además, acerca de esos diversos puntos, he preparado una instrucción detallada que tendré el honor de transmitiros ulteriormente, ya sea sobre la organización, como sobre el orden de los trabajos. Aquellos que la sigan se mantendrán naturalmente en la unidad de principios.

Señores, tales son los consejos que creo un deber daros, puesto que habéis consentido en consultar mi opinión. Me siento feliz en añadir que encontré en Burdeos a excelentes personas y un progreso mucho mayor de lo que esperaba; he encontrado a un gran número de verdaderos y sinceros espíritas, y llevo de mi visita la esperanza fundada de que nuestra Doctrina se desarrollará acá sobre las más amplias bases y en excelentes condiciones. Creed realmente que mi colaboración nunca faltará en todo lo que esté a mi alcance, a fin de secundar los esfuerzos de aquellos que son sincera y concienzudamente dedicados de corazón a esta noble causa, que es la de la Humanidad.

El Espíritu Erasto, señores, que ya conocéis por las notables disertaciones que habéis leído de su autoría, también quiere aportaros el tributo de sus consejos. Antes de mi partida de París, él dictó, por intermedio de su médium habitual, la siguiente comunicación, cuya lectura tendré el honor de hacer.


Primera Epístola a los espíritas de Burdeos, por Erasto, humilde servidor de Dios

Mis buenos amigos, ¡que la paz del Señor sea con vosotros, a fin de que nada venga a perturbar la buena armonía que debe reinar en un Centro de espíritas sinceros! Sé cuán profunda es vuestra fe en Dios y cuán fervorosos adeptos sois de la Nueva Revelación. Es por eso que os digo, con toda la efusión de mi ternura para con vosotros, que yo lo lamentaría, que todos nosotros lo lamentaríamos –nosotros que, bajo la dirección del Espíritu de Verdad, somos los iniciadores del Espiritismo en Francia–, si desapareciera de vuestro medio la concordia, de la que disteis pruebas brillantes hasta el momento; si no hubieseis dado el ejemplo de una sólida fraternidad; en fin, si no fueseis un Centro serio e importante de la gran comunión espírita francesa, yo habría dejado esta cuestión en el olvido. Pero si la he planteado, es que tengo razones plausibles para exhortaros a mantener la unión, la paz y la unidad de Doctrina entre vuestros diversos Grupos. Sí, estimados discípulos míos, aprovecho con complacencia esta ocasión –que nosotros mismos hemos preparado–, a fin de mostraros cuán funesta sería para el desarrollo del Espiritismo, y qué escándalo causaría entre vuestros hermanos de otras tierras, la noticia de una escisión en el Centro que hasta ahora nos agrada citar, por su espíritu de fraternidad, a todos los otros Grupos formados o en vías de formación. No ignoro, como tampoco debéis ignorar, que van a hacer todo lo posible para sembrar la división entre vosotros; que os tenderán trampas; que prepararán emboscadas de toda especie en vuestro camino; que os incitarán unos contra otros, a fin de fomentar la división y llevar a una ruptura que será lamentable en todos los aspectos; pero podréis evitar todo eso al practicar los sublimes preceptos de la ley de amor y de caridad, primero en vosotros mismos, y después con todos. No, estoy convencido de que no daréis a los enemigos de nuestra santa causa la satisfacción de decir: «Ved a esos espíritas de Burdeos, que eran mostrados como siendo la vanguardia de los nuevos creyentes; ¡ellos ni siquiera saben ponerse de acuerdo entre sí!» Queridos amigos míos, es esto lo que os espera y lo que nos espera a todos. Vuestros excelentes Guías ya os han dicho: Tendréis que luchar no sólo contra los orgullosos, los egoístas, los materialistas y todos esos desdichados que están imbuidos del espíritu del siglo, sino aún, y sobre todo, contra la turba de Espíritus embusteros que, al encontrar en vuestro medio un raro conjunto de médiums –porque al respecto habéis sido mejor contemplados–, vendrán pronto a atacaros: unos, con disertaciones hábilmente combinadas, en las cuales, mediante algunas peroratas piadosas, insinuarán la herejía o algún principio de disolución; otros, con comunicaciones abiertamente hostiles a las enseñanzas dadas por los verdaderos misioneros del Espíritu de Verdad. ¡Ah! Creedme, nunca temáis desenmascarar a los impostores que, como nuevos Tartufos, se introducirían entre vosotros bajo la máscara de la religión; igualmente no tengáis consideración para con los lobos devoradores, que se esconden bajo pieles de cordero. Con la ayuda de Dios, que nunca invocaréis en vano, y con la asistencia de los Espíritus buenos que os protegen, permaneceréis inquebrantables en vuestra fe; los Espíritus malos os encontrarán invulnerables, y cuando vean que sus flechas se debilitan contra el amor y la caridad que animan vuestros corazones, se retirarán muy confundidos de una campaña donde sólo habrán recogido la impotencia y la vergüenza. Al encarar como subversiva toda doctrina contraria a la moral del Evangelio y a las prescripciones generales del Decálogo, que se resumen en esta ley concisa: Amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo, permaneceréis invariablemente unidos. Además, en todo es preciso saber someterse a la ley común: a nadie cabe sustraerse de la misma o querer imponer su opinión y su sentimiento cuando éstos no sean aceptados por los otros miembros de una misma familia espírita; y en esto os invito encarecidamente a tomar como modelo la práctica y el reglamento de la Sociedad de Estudios Espíritas de París, donde nadie, sea cual fuere su posición, su edad, los servicios prestados o la autoridad adquirida, puede sustituir por su iniciativa personal a la de la Sociedad de la que hace parte y, a fortiori, comprometerla en nada por medio de medidas que Ella no aprobó. Dicho esto, es indiscutible que los adeptos de un mismo Grupo deben tener una justa deferencia para con la sabiduría y la experiencia adquiridas: la experiencia no es un atributo exclusivo del que tiene más edad ni del más erudito, sino del que se ocupó de nuestra consoladora filosofía por más tiempo y con más provecho para todos. En cuanto a la sabiduría, os corresponde examinar a aquel o aquellos que, entre vosotros, siguen y practican mejor los preceptos y las leyes. Sin embargo, amigos míos, antes de seguir vuestras propias inspiraciones, no olvidéis que tenéis a vuestros consejeros y a vuestros protectores espirituales para consultar, y éstos jamás os faltarán cuando lo solicitéis con fervor y con un objetivo de interés general. Para esto necesitáis de buenos médiums, y aquí veo que los hay excelentes, en medio de los cuales sólo tenéis que elegir. Por cierto –y yo las conozco– la Sra. de Cazemajoux, la Srta. Cazemajoux y algunos otros poseen cualidades medianímicas en el más alto grado y, al respecto, ninguna región ha sido mejor contemplada que Burdeos, os lo repito.

Tuve que haceros escuchar una voz un tanto más severa, mis bienamados, porque el Espíritu de Verdad, el Maestro de todos nosotros, espera más de vosotros. Recordad que hacéis parte de la vanguardia espírita, y que la vanguardia –así como el Estado Mayor– debe dar a todos el ejemplo de absoluta sumisión a la disciplina establecida. ¡Ah! Vuestra tarea no es fácil, pues es a vosotros que os incumbe el trabajo de levantar el hacha, con mano vigorosa, contra las florestas sombrías del materialismo y perseguir hasta sus últimas trincheras los intereses materiales mancomunados. Nuevos Jasones: marchad a la conquista del verdadero vellocino de oro, es decir, de esas ideas nuevas y fecundas que deben regenerar al mundo; pero ya no marcháis más en vuestro interés privado, ni tampoco en interés de la generación actual, sino sobre todo en interés de las generaciones futuras, para las cuales preparáis el camino. Hay en esta obra un sello de abnegación y de grandeza que marcará con admiración y reconocimiento a los siglos futuros, y de la cual Dios –creedme– sabrá tomaros en cuenta. Tuve que hablaros como lo hice porque me dirijo a personas que escuchan la razón; a hombres serios que tienen un objetivo eminentemente útil: el mejoramiento y la emancipación de la raza humana; a espíritas, en fin, que enseñan y predican con el ejemplo, que el mejor medio para llegar allí está en la práctica de las verdaderas virtudes cristianas. He tenido que hablaros así porque era necesario preveniros contra un peligro, dándolo a conocer: éste era mi deber y vengo a cumplirlo. De este modo, ahora puedo encarar el futuro sin inquietud, porque estoy convencido de que mis palabras han de ser provechosas para todos y para cada uno, y que el egoísmo, el amor propio o la vanidad ya no tendrán ningún acesso a los corazones donde reine por completo la verdadera fraternidad.

Espíritas de Burdeos, recordad que la unión entre vosotros es el verdadero camino hacia la unificación y la fraternidad universales; al respecto, me siento feliz, muy feliz, en poder constatar claramente que el Espiritismo os hace dar un paso hacia delante. Por lo tanto, recibid nuestras felicitaciones, porque aquí os hablo en nombre de todos los Espíritus que presiden la gran obra de la regeneración humana, por haber abierto, a través de vuestra iniciativa, un nuevo campo de investigación y una nueva causa de certeza a los estudios de los fenómenos del Más Allá, por vuestro pedido de afiliación –no como individuos aislados, sino como Grupo compacto– a la Sociedad Iniciadora de París. Por la importancia de dicha iniciativa, reconozco la alta sabiduría de vuestros guías principales, y agradezco por ello al tierno Fenelón y a sus fieles auxiliares Georges y Marius, que presiden con él vuestras piadosas reuniones de estudio. Aprovecho esta circunstancia para también testimoniar a favor de los Espíritus Ferdinand y Felicia, que todos vosotros conocéis. Aunque estos dignos colaboradores hayan hecho el bien por el bien mismo, es bueno que sepáis que es gracias a esos modestos pioneros, secundados por el humilde Marcelin, que nuestra santa Doctrina ha prosperado tan rápidamente en Burdeos y en el sudoeste de Francia.

Sí, mis fieles creyentes, vuestra admirable iniciativa será seguida –bien lo sé– por todos los Grupos Espíritas seriamente formados. Es, pues, un inmenso paso hacia delante. Comprendisteis, y todos vuestros hermanos comprenderán como vosotros, cuántas ventajas, cuáles progresos y qué divulgación resultarán de la adopción de un programa uniforme para los trabajos y estudios de la Doctrina que nosotros os hemos revelado. No obstante, queda claro que cada Grupo conservará su originalidad y su iniciativa particular; pero más allá de sus trabajos particulares tendrá que ocuparse de diversas cuestiones de interés general, sometidas a su examen por la Sociedad Central, y resolver diversas dificultades cuya solución, hasta ahora, no ha podido ser obtenida por los Espíritus, por razones que sería inútil desarrollar aquí. Creo que sería una falta de cortesía si yo hiciera resaltar a vuestros ojos las consecuencias que resultarán de trabajos simultáneos; y entonces, ¿quién se atreverá a negar una verdad, cuando esta verdad es confirmada por la unanimidad o por la mayoría de las respuestas medianímicas obtenidas simultáneamente en Lyon, Burdeos, Constantinopla, Metz, Bruselas, Sens, México, Carlsruhe, Marsella, Toulouse, Mâcon, Sétif, Argel, Orán, Cracovia, Moscú, San Petersburgo, así como en París?

Os he hablado con la ruda franqueza que uso con vuestros hermanos de París. Sin embargo, no os dejaré sin testimoniar mis simpatías justamente conquistadas por esa familia patriarcal, donde excelentes Espíritus, incumbidos de vuestra dirección espiritual, han comenzado a hacer escuchar sus elocuentes palabras; he nombrado a la familia Sabò que, con constancia y piedad inalterables, ha sabido atravesar las pruebas dolorosas con las que Dios ha tenido a bien afligirla, a fin de elevarla y volverla apta para su misión actual. Tampoco no debo olvidar la dedicada colaboración de todos aquellos que, en sus respectivas esferas, han contribuido para propagar nuestra consoladora Doctrina. Amigos míos, continuad marchando decididamente por el camino abierto: él os llevará con seguridad hacia las esferas etéreas de la perfecta felicidad, donde os he de encontrar. Espíritas de Burdeos: en nombre del Espíritu de Verdad que os ama, ¡yo os bendigo!

ERASTO




Banquete ofrecido al Sr. Allan Kardec por los espíritas de Burdeos

Discurso de agradecimiento del Sr. Lacoste, comerciante

Señores:

Ruego sobre todo a los jóvenes que me escuchan que consientan prestar atención a algunas palabras de afecto fraternal que he escrito especialmente para ellos. La falta de experiencia, la conformidad de nuestras edades y la comunión de nuestras ideas me aseguran su indulgencia.

Ninguno de nosotros, señores, ha recibido con indiferencia la revelación de esta santa Doctrina, cuyos elementos nuevos han sido recopilados por nuestro venerable maestro en un libro sabio. Jamás un campo tan vasto fue abierto a nuestras imaginaciones; nunca un horizonte tan grandioso fue develado a nuestras inteligencias. Sin mirar para atrás, fue con el ardor de la edad juvenil que nos hicimos adeptos de la fe en el porvenir y pioneros de la civilización futura. ¡Dios no permita que yo venga a proferir palabras de desánimo! Vuestras creencias son muy conocidas para mí, señores, y sé que son demasiado sólidas como para creer que la burla o el falso razonamiento de algunos adversarios puedan hacerlas vacilar. La juventud es rica de privilegios, fácil a las nobles emociones y ardiente en los emprendimientos; también tiene el entusiasmo de la fe, esta palanca moral que levanta los mundos. Pero si su imaginación la lleva más allá de los obstáculos, frecuentemente la hace sobrepasar el objetivo. Es contra esos desvíos que os exhorto a precaveros. Librados a vosotros mismos y atraídos por los encantos de la novedad, levantando a cada paso la punta del velo que os ocultaba lo desconocido y tocando casi con el dedo la solución del eterno problema de las causas primarias, tened cuidado para no dejaros embriagar por las alegrías del triunfo. Pocos caminos están exentos de precipicios; la confianza en demasía sigue siempre caminos fáciles, y no hay nada más difícil de obtener de jóvenes soldados –como de inteligencias jóvenes– que la moderación en la victoria. Ahí está el mal que temo para vosotros, como para mí.

Felizmente el remedio está junto al mal. Aquí reunidos, hay entre nosotros los que alían a la madurez de la edad y del talento la dichosa ventaja de haber sido, en nuestra ciudad, los propagadores esclarecidos de la enseñanza espírita. Es a estos Espíritus más calmos y más reflexivos que debéis someter la dirección de vuestros estudios y, gracias a esa deferencia de todos los días, gracias a esa subordinación moral, os será dado traer a la construcción del edificio común una piedra que no ha de tambalear.

Por lo tanto, señores, sepamos vencer las cuestiones pueriles de amor propio; nuestra parte, la parte que toca a nuestros jóvenes, ¿no es tan bella? En efecto, el futuro nos pertenece; cuando nuestros padres en Espiritismo vuelvan a vivir en un mundo mejor, nosotros podremos asistir –llenos de vida y de fe– a la espléndida irradiación de esta verdad, de la cual no habrán vislumbrado en la Tierra sino la misteriosa aurora.

Señores, dejadme, pues, la esperanza de que podáis decir conmigo desde el fondo del corazón:

Gracias a todos nuestros superiores; ¡a todos los que, conocidos o desconocidos, con ropas ricas o con guardapolvos de operario, se hicieron adeptos y propagadores de la Doctrina Espírita en Burdeos! A la prosperidad de la Sociedad Espírita de París, ¡de esa Sociedad que empuña tan alto y tan firme el estandarte bajo el cual aspiramos a alistarnos! Que el Sr. Allan Kardec –maestro de todos nosotros– reciba, al igual que nuestros hermanos de París, la certeza de una profunda simpatía; que él les diga que nuestros jóvenes corazones vibran en unísono y que, aunque con un paso menos firme, no por eso dejamos de contribuir para la regeneración universal, alentados por sus ejemplos y sus éxitos.


Discurso de agradecimiento del Sr. Sabò

Señores, los Espíritus también quieren aseverarnos una vez más que hemos conquistado sus simpatías al unir sus deseos a los nuestros para la prosperidad de esta santa Doctrina, que es su obra; el Espíritu Ferdinand, uno de nuestros Guías protectores, ha dictado espontáneamente la siguiente enseñanza, que tengo la felicidad de transmitiros.

“La gran familia espírita, de la que hacéis parte, diariamente ve aumentar el número de sus hijos y, en poco tiempo, no habrá más en vuestra bella patria, ni ciudades ni aldeas donde no se haya instalado la tienda de los miembros de esta tribu bendecida por Dios.

“Ya sería imposible para nosotros señalaros los numerosos Centros que gravitan alrededor del foco luminoso sediado en París, porque los Centros de las grandes ciudades son únicamente conocidos por nosotros. Entre los mismos se distingue, por el saber, por la inteligencia y por la unión fraternal, la Sociedad Espírita de Metz. Ella está destinada a dar frutos en abundancia, y al buscar establecer con ellos relaciones amistosas basadas en una estima recíproca, vosotros llenaréis de suave alegría el corazón paternal de vuestro jefe aquí presente.

“El eminente Espíritu Erasto os lo ha dicho ayer: Sed unidos, la unión hace la fuerza. Por lo tanto, haced todos los esfuerzos para lograrlo, a fin de que en poco tiempo todos los Centros Espíritas franceses, unidos entre sí por los lazos de la fraternidad, caminen a pasos de gigante por la senda trazada.”

FERDINAND, Guía espiritual de la médium.


En conclusión, y como fiel intérprete de los sentimientos expresados por ese Espíritu bueno, manifiesto los mejores deseos a nuestros hermanos espíritas de Metz, en particular, y a todos los espíritas franceses, en general.

Señores:

Persuadido de que las calurosas palabras, pronunciadas ayer entre vosotros por nuestro honorable jefe espírita, no hayan caído en medio de las piedras ni entre los espinos, sino en vuestros corazones, ahora dispuestos a estrechar entre sí los lazos de la fraternidad, vengo a expresar mis felicitaciones a nuestros hermanos espíritas de Lyon; ellos han comenzado su tarea antes que nosotros y, para organizarse, tuvieron que pasar por las mismas dificultades que tiempo atrás nos hicieron sufrir tanto; pero, gracias al impulso que nuestro bienamado jefe les ha dado el año pasado, ellos dieron un paso inmenso en la senda bendita en que los Espíritus buenos vienen a hacer entrar a la Humanidad. Imitémoslos, señores; que una loable emulación pueda unir a los espíritas de Burdeos y de Lyon, a fin de que la comunión de pensamientos y sentimientos, de la cual todos están animados, permita que se diga de ellos: bordeleses y lioneses son hermanos.

Hago votos por la unión de los hermanos de Burdeos y de Lyon.


Discurso del Sr. Desqueyroux, mecánico
En nombre del grupo de obreros

Sr. Allan Kardec, nuestro querido maestro:

En nombre de todos los obreros espíritas de Burdeos, amigos y hermanos míos, vengo a expresar nuestros deseos de prosperidad para vos. Aunque ya habéis logrado una alta perfección, que Dios os haga crecer aún más en los buenos sentimientos que os animaron hasta este día y, sobre todo, que Él os haga crecer a los ojos del Universo y en el corazón de aquellos que, al seguir vuestra Doctrina, se aproximan a Dios. Nosotros, que somos del número de los que la profesan, os bendecimos desde lo más profundo de nuestros corazones, y rogamos a nuestro Divino Creador que os deje aún por mucho tiempo entre nosotros, a fin de que, cuando haya concluido vuestra misión, estemos lo bastante fortalecidos en la fe como para conducirnos solos, sin apartarnos de la buena senda.

Para nosotros es una inefable felicidad haber nacido en una época en que podemos ser esclarecidos por el Espiritismo. Pero no basta conocer y disfrutar esa felicidad; con la Doctrina hemos contraído compromisos que consisten en cuatro deberes diferentes: el deber de sumisión, que nos haga escucharla con docilidad; el deber de afecto, que nos haga amarla con ternura; el deber de dedicación, para defender sus intereses con fervor, y el deber de práctica, que nos haga honrarla por nuestras obras.

Estamos en el seno del Espiritismo, y el Espiritismo es para nosotros un sólido consuelo en nuestras penas, porque –es preciso confesarlo– hay momentos en la vida en que la razón podría quizá sostenernos, pero hay otros en que uno tiene necesidad de toda la fe que da el Espiritismo para no sucumbir. En vano los filósofos vienen a predicarnos una firmeza estoica, a recitarnos sus máximas pomposas, a decirnos que el erudito no se perturba con nada, que el hombre fue hecho para poseerse a sí mismo y para dominar los acontecimientos de la vida; ¡consuelos insulsos! Lejos de aliviar mi dolor, vosotros lo volvéis más amargo; en todas vuestras palabras no encontramos más que el vacío y la estirilidad; pero el Espiritismo viene en nuestro socorro y nos prueba que nuestra propia aflicción puede contribuir para nuestra felicidad.

Sí, estimado maestro; continuad vuestra augusta misión; continuad mostrándonos esta ciencia que os ha sido dictada por la Bondad Divina, que nos trae consuelo durante esta vida y que será el pensamiento sólido que nos tranquilizará en el momento de la muerte.

Querido maestro, recibid estas pocas palabras que salen del corazón de vuestros hijos, porque sois el padre de todos nosotros, el padre de la clase obrera y de los afligidos. Vos lo sabéis: progreso y sufrimiento marchan juntos; pero cuando la desesperación agobiaba nuestros corazones, vinisteis a traernos fuerzas y coraje. Sí, al mostrarnos el Espiritismo, habéis dicho: “Hermanos, ¡coraje! Soportad sin murmurar las pruebas que os son enviadas, y Dios os bendecirá”. Sabed, pues, que nosotros somos apóstoles dedicados y que, en el presente siglo, como en los siglos venideros, vuestro nombre será bendecido por nuestros hijos y por nuestros amigos obreros.

Discurso y agradecimiento del Sr. Allan Kardec

Queridos hermanos míos en Espiritismo:

Me faltan palabras para expresar lo que siento acerca de vuestra acogida tan simpática y tan benevolente. Por lo tanto, permitidme deciros en algunas frases, en vez de hacerlo en largas frases que poco agregarían, que pondré mi primer viaje a Burdeos en el número de los momentos más felices de mi vida, y que guardaré del mismo un eterno recuerdo; nunca olvidaré, señores, que esta recepción me impone una gran tarea: la de justificarla, lo que espero hacer con la ayuda de Dios y de los Espíritus buenos. Además me impone grandes obligaciones, no solamente para con vosotros, sino también para con los espíritas de todos los países, de los cuales sois representantes como miembros de la gran familia; para con el Espiritismo en general, que acabáis de aclamar en estas dos reuniones solemnes, y que –no tengáis duda– ha de adquirir con la pujanza de vuestra importante ciudad una fuerza nueva para luchar contra los obstáculos que han de arrojar en vuestro camino.

En mi discurso de ayer he hablado de la fuerza irresistible del Espiritismo; ¿no sois vosotros la prueba evidente de eso? ¿No es un hecho característico que la inauguración de una Sociedad Espírita como la vuestra, tiene lugar a través de la reunión espontánea de casi 300 personas, atraídas, no por una vana curiosidad, sino por la convicción y por el único deseo de agruparse en un solo conjunto homogéneo? Sí, señores, este hecho no solamente es característico, sino que es providencial. Al respecto, he aquí lo que me decía aún ayer, antes de la sesión, mi Guía espiritual, el Espíritu de Verdad:

«Dios ha marcado con el sello de Su inmutable voluntad la hora de la regeneración de los hijos de esta gran ciudad. Manos a la obra, pues, con confianza y coraje; esta noche los destinos de sus habitantes comenzarán a salir del atolladero de las pasiones, que su riqueza y su lujo hacían germinar como la cizaña en medio del buen grano, para alcanzar, a través del progreso moral que el Espiritismo va a imprimirle, la altura de los destinos eternos. Como tú ves, Burdeos es una ciudad amada por los Espíritus, porque multiplica intramuros las más sublimes devociones de la caridad, en todas sus formas; es por eso que ellos estaban afligidos por verla rezagada en el movimiento progresivo que el Espiritismo viene a imponer a la humanidad. Pero los progresos van a hacerse tan rápidos, que los Espíritus bendecirán al Señor por haberte inspirado el deseo de venir a ayudarlos a entrar en este camino sagrado.»

Veis, por lo tanto, señores, que el impulso que os anima viene de lo Alto, y muy temerario sería aquel que quisiera detenerlo, porque sería vencido como los ángeles rebeldes, que quisieron luchar contra el poder de Dios. Entonces, de ninguna manera temáis la oposición de algunos adversarios interesados, que se pavonean en su incredulidad materialista; el materialismo llega a su última hora, y es el Espiritismo que viene a anunciarla, porque Él es la aurora que disipa las tinieblas de la noche. Y, cosa providencial, es el propio materialismo que, sin quererlo, sirve de auxiliar a la propagación del Espiritismo; los ataques del materialismo llaman la atención de los indiferentes sobre la Doctrina Espírita; quieren ver lo que Ella es, y como la consideran buena, la adoptan. Tenéis la prueba de esto ante vuestros ojos: sin los artículos de uno de los periódicos de vuestra ciudad, los espíritas bordeleses serían quizá la mitad de numerosos de lo que son hoy. Naturalmente, ese artículo ha despertado la curiosidad, pues han dicho: Si atacan al Espiritismo es porque hay algo en Él; y han medido la importancia de ese algo por la extensión del artículo. Han preguntado: ¿es bueno o malo el Espiritismo? ¿Es verdadero o falso? Entonces, veámoslo. Y después de verlo, ya sabéis el resultado. Por lo tanto, lejos de enfadarse con el autor del artículo, es preciso agradecerle por haber hecho propaganda gratuita; y si hay aquí algún amigo suyo, le rogamos que lo aconseje a recomenzar, a fin de que, si ayer éramos 300, que el año próximo seamos 600. Al respecto, yo podría citaros hechos curiosos de propaganda semejante, realizada en ciertas ciudades por sermones furibundos contra el Espiritismo.

Por lo tanto, Burdeos –como Lyon– acaba de enarbolar con dignidad la bandera del Espiritismo, y lo que veo me da la garantía de que no será arriada. ¡Burdeos y Lyon! Dos de las mayores ciudades de Francia: ¡focos de luces! ¡Y dicen que todos los espíritas son locos! ¡Honor a los locos de esta especie! No nos olvidemos de Metz, que también acaba de fundar su Sociedad –en la cual figuran en gran número oficiales de todos los grados– y que solicita su admisión en la gran familia. En breve, espero que Toulouse, Marsella y otras ciudades donde ya fermenta la nueva semilla, se unan a sus hermanas mayores y den la señal
de la regeneración en sus respectivas regiones.

Señores, en nombre de la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas, vengo a expresar mi reconocimiento a los espíritas de Burdeos, por su unión fraternal, a fin de resistir al enemigo que gustaría de dividirlos para tener razón más fácilmente.

En este reconocimiento incluyo –desde lo más profundo de mi corazón y con la más viva simpatía– al Grupo Espírita de los Obreros de Burdeos que, como los de Lyon, dan un admirable ejemplo de esmero, sacrificio, abnegación y reforma moral. Me siento feliz, muy feliz –os lo aseguro– en ver a sus delegados reunidos fraternalmente en esta mesa con la élite de la sociedad, lo que prueba, por esta reunión, la influencia del Espiritismo sobre los prejuicios sociales. No podría ser de otro modo, pues Él nos enseña que aquel que se encuentra en elevada posición social en el mundo pudo haber sido tal vez un humilde proletario, y que al apretar la mano del último de los peones, apriete quizá la de un hermano, de un padre o de un amigo.

En nombre de los espíritas de Metz y de Lyon, de los cuales me hago el intérprete, os agradezco por haberlos incluido en la expresión de vuestros sentimientos fraternales.

¡A los espíritas bordeleses!

Señores, los espíritas no deben ser ingratos; creo que es un deber de reconocimiento no olvidar a los que sirven –incluso sin quererlo– a nuestra causa. Por lo tanto, propongo que agradezcamos al autor del artículo del Courrier de la Gironde (Correo del Gironda), por el servicio que nos ha prestado, haciendo votos para que de tiempo en tiempo él repita sus espirituosos artículos; y si Dios quiere, pronto será el único hombre sensato de Burdeos.





Poesías de circunstancia, hechas por el Sr. Dombre (de Marmande)

Los Campesinos y el Roble
FÁBULA - Al Sr. Allan Kardec

Los abusos tienen defensores ocultos más peligrosos que los adversarios declarados, y la prueba de esto es la dificultad que se tiene en extirparlos.

ALLAN KARDEC (Qué es el Espiritismo)


Honestos campesinos, cierto día,
De pie junto al gran roble, su inmenso porte
Con sus ojos medían.
–En vano prodigamos –dijo uno– la simiente
A lo largo de estos surcos limpios que abonamos:
Nada crece; el alimento y el agua son robados
Por esas ramas firmes y el follaje espeso,
Un triste derroche es hacer con eso;
Dejar que este árbol empobrezca el suelo,
Se lleve nuestro sudor, arruine el terreno.
Si queréis creerme, hermanos,
Liberemos nuestro campo
De este huésped incómodo..., de inmediato.
Le replica el auditorio: –¡A la obra nuestras manos!
Eran todos fuertes y ardorosos;
En la cima del roble una cuerda ataron,
Entonces una gran cadena formaron
Y con sus eslabones unieron esfuerzos.
Se estremece y murmura el follaje,
Pero eso es todo... Ellos podrán agitarse, cansados,
Ante el tortuoso y robusto ramaje,
El roble no puede ser derribado.
Un sabio de la comarca, noble anciano,
Les dijo al pasar: –Hijos míos,
Vuestro campo es devorado;
Si en provecho de las hojas, los tallos y los ramos
Destruirlo queréis, muy bien... lo comprendo;
Pero derribar este árbol no es fácil;
El viejo roble no ha de ser doblegado
Bajo el débil esfuerzo de vuestros brazos;
La edad atiesa el cuerpo, lo vuelve indócil.
Menos ruidoso pero más terrible asalto librad,
Ante este coloso lleno de fuerza;
Los siglos pasaron por su nudosa corteza;
Más días en socavarlo si es preciso ocupad.
Exponed a plena luz sus sedientas raíces
Y obtendréis la muerte de esos tupidos macizos.
Cuando no se puede de un golpe eliminar los abusos,
Su ruina ha de buscarse en las bases.

C. DOMBRE

El Erizo, el Conejo y la Urraca

FÁBULA
- A los miembros de la Sociedad Espírita de Burdeos

Amigos míos, la caridad se hace de muchas maneras: podéis hacer la caridad en pensamientos, en palabras y en acciones...
(El Espíritu protector de la Sociedad Espírita de LyonRevista Espírita, 10 de octubre de 1861)


Un pobre erizo, de su refugio arrancado,
Rodaba por los campos entre espinos mortales,
Bajo los zapatos de un niño, patadas fatales,
Hasta quedar casi muerto, ensangrentado.
Repliega entonces su espinosa armadura,
Se estira temblando y mira alrededor,
Pasado el peligro, llorando murmura,
Con débil voz, casi un estertor:
–¿Dónde esconderme?... ¿A qué tierras huir?...
Regresar a mi hogar no sé si podré;
Miles de peligros, que no puedo prever,
Me acechan aquí... ¿Habré de morir?
Me hace falta un refugio donde descansar,
Para curar tanta herida;
Mas... ¿dónde está esa guarida?
¿Quién se apiadará de mi pesar?
Un conejo, que vivía entre las rocas,
Y para quien la caridad no era algo vano,
Conmovido se aproxima y le dice:
–Amigo mío, estoy bien resguardado;
Acepta la mitad de mi modesto asilo,
Es seguro para ti, pues sería difícil
Siguiendo tus pasos llegar hasta allí.
Puedes además estar tranquilo:
No te faltarán cuidados junto a mí.
Ante esa oferta tan generosa,
El erizo caminaba a paso lento,
Cuando una urraca oficiosa,
Dijo al conejo: –Detente un momento.
Es una palabra... nada más... escúchame.
Y dijo luego al erizo: –¡Es un secreto!...
Por la demora que te causo, discúlpame.
Y el buen conejo, muy discreto,
Para que hablara bajo, el oído aguzó:
–¡Cómo a tu casa llevas un erizo!
Vas demasiado lejos con tu esmero,
Tontería semejante nunca nadie hizo.
De arrepentirte, ¿no tienes miedo?
Cuando el erizo se cure y recobre sus fuerzas,
Tal vez tú seas el que sufra primero,
Con su mal corazón y las púas aviesas,
¿Cómo harás entonces para echarlo?
El conejo respondió: –¡Basta de inquietud!
De un impulso generoso jamás me he apartado;
¡Más vale exponerse a la ingratitud
Que despreciar a un desdichado!

C. DOMBRE




Bibliografía

El Libro de los Médiums

2ª edición [1]

La primera edición de El Libro de los Médiums, publicada en el inicio de este año, se ha agotado en algunos meses, lo que es uno de los rasgos más característicos del progreso de las ideas espíritas. Nosotros mismos hemos podido constatar, en nuestros viajes, la influencia saludable que esta obra ha ejercido en la dirección de los estudios espíritas prácticos; así, las decepciones y las mistificaciones son mucho menos numerosas que antes, porque el libro ha enseñado los medios de desbaratar las artimañas de los Espíritus embusteros. Esta segunda edición es mucho más completa que la primera; contiene numerosas instrucciones nuevas muy importantes y varios capítulos nuevos. Toda la parte que concierne más especialmente a los médiums, a la identidad de los Espíritus, a la obsesión, a las preguntas que se pueden dirigir a los Espíritus, a las contradicciones, a los medios de discernir los Espíritus buenos de los malos, a la formación de las reuniones espíritas, a los fraudes en materia de Espiritismo, ha recibido desdoblamientos muy considerables, frutos de la experiencia. En el capítulo de las disertaciones espíritas hemos agregado varias comunicaciones apócrifas, acompañadas de notas apropiadas para ofrecer los medios de descubrir la superchería de los Espíritus embusteros que se presentan con nombres falsos.

Debemos agregar que los Espíritus han revisado enteramente la obra y han aportado numerosas observaciones del más alto interés, de modo que se puede decir que es obra de ellos, tanto como nuestra.

Recomendamos encarecidamente esta nueva edición como el guía más completo, ya sea para los médiums como para los simples observadores; y podemos afirmar que, si sus enseñanzas son seguidas de manera exacta, se evitarán los escollos tan numerosos contra los cuales tantos principiantes inexpertos llegan a chocarse. Después de haberla leído y meditado con atención, es evidente que, aquellos que fueren engañados o mistificados, sólo a sí mismos podrán responsabilizar, porque tuvieron todos los medios para esclarecerse.


[1] Un volumen in 12º; precio: 3 fr. 50 c. Por correo: 4 francos. [Nota de Allan Kardec.]





El Espiritismo o Espiritualismo en Metz

Primera serie de publicaciones de la Sociedad Espírita de Metz [1]

En nuestro último número hemos mencionado esta publicación, a título informativo, proponiéndonos volver a la misma. La hemos leído con atención y no podemos sino felicitar a la Sociedad Espírita de Metz por sus resultados. Ella cuenta en su seno con un gran número de hombres esclarecidos que –así lo esperamos– sabrán mantenerla alerta contra las emboscadas de los Espíritus malos, que intentarán desviarla de la buena senda en la que se encuentra.

Esta publicación no es periódica; la Sociedad de Metz se propone hacer otras semejantes de cuando en cuando, en épocas indeterminadas, incluyendo en las mismas las mejores comunicaciones que haya obtenido. Este modo es ventajoso porque no obliga a asumir ningún compromiso con los suscriptores, a los cuales es necesario servir a toda costa, y porque los gastos que existen son siempre proporcionales.

Todas las comunicaciones contenidas en este primer opúsculo llevan un sello eminentemente serio y una moralidad irreprochable; nada notamos allí que no fuese lo que se podría llamar de ortodoxo, desde el punto de vista de la Ciencia y de acuerdo con las enseñanzas de El Libro de los Espíritus. Si los espíritas de Metz nos permiten darles un consejo, les diríamos que continúen teniendo en sus publicaciones ulteriores la prudente circunspección que notamos en ésta; que ellos estén bien persuadidos de que las publicaciones intempestivas pueden ser más perjudiciales que útiles a la propagación del Espiritismo. Contamos con la sabiduría y la sagacidad de los que las dirigen, a fin de no ceder a los arrastramientos de aquellos adeptos que son más entusiasmados que reflexivos; que consientan en recordar esta máxima: No por mucho madrugar amanece más temprano.

Las dos comunicaciones siguientes, extraídas de esta primera serie de publicaciones, pueden dar una idea del espíritu con el cual han sido dadas.


[1] Opúsculo in 8º; precio: 1 franco. Disponible en París, en las casas Didier y Compañía (muelle de los Agustinos, Nº 35) y Ledoyen (Palacio Real, Galería de Orleáns, Nº 31); en Metz, en las casas Verronnais (calle de los Jardines, Nº 14) y Warion (calle del Palacio, Nº 8). [Nota de Allan Kardec.]





El fluido universal
(29 de septiembre de 1860)

El fluido universal une entre sí a todos los mundos; y, según las acciones que le son impresas por la voluntad del Creador, da lugar a todos los fenómenos de la Creación. Es él que es la propria vida, uniendo las diferentes materias de nuestro globo; es él que, mediante propiedades subordinadas a leyes, regula las diferentes cuestiones de las afinidades físicas y morales, tan misteriosas para vosotros; es él que os hace ver el pasado, el presente y el futuro, sobre todo cuando la materia que obstruye vuestra alma es anulada o debilitada por cualquier causa. Entonces, esa doble vista (aunque menos desarrollada que después de la muerte), ve, siente y toca todo, en ese medio fluídico que es su elemento y el reflejo exacto de lo que ha sido, de lo que es y de lo que será, porque sólo las partes más groseras de ese fluido pasan por sensibles modificaciones de composición.

HENRY, antiguo magnetizador.

Efectos de la plegaria
(15 de octubre de 1860)

La plegaria es una aspiración sublime, a la cual Dios ha dado un poder tan mágico que los Espíritus la solicitan constantemente para ellos. Suave rocío, es como un alivio para el pobre exiliado en la Tierra y una buena disposición (sic) para el alma en prueba. La plegaria actúa directamente sobre el Espíritu hacia el cual es dirigida; no transforma espinas en rosas, pero modifica su vida de sufrimientos –nada pudiendo sobre la voluntad inmutable de Dios– al imprimirle ese impulso de voluntad que levanta el ánimo y al darle la fuerza para luchar contra las pruebas, a fin de dominarlas. Por ese medio es abreviado el camino que conduce a Dios y, como efecto maravilloso, nada puede ser comparado con la plegaria.

El que blasfema contra la oración no es más que un Espíritu inferior, de tal modo terreno y atrasado que ni siquiera comprende que debe aferrarse a la plegaria como a una tabla de salvación.

Orad, porque la plegaria es una palabra que desciende del Cielo; es la gota de rocío en el cáliz de una flor; es el sostén de la caña durante la tempestad; es la tabla del pobre náufrago durante la tormenta; es el abrigo del mendigo y del huérfano; es la cuna para que el bebé pueda dormir. Emanación divina, la oración nos une a Dios a través del lenguaje, vinculándolo a nosotros; orar a Él es amarlo; suplicarle por un hermano es un acto de amor de los más meritorios. La plegaria que viene del corazón es la llave de los tesoros de la gracia; es el administrador que distribuye los beneficios en nombre de la misericordia infinita. El alma que se eleva a Dios por medio de uno de esos sublimes impulsos de la oración –desprendida de su envoltura grosera– se presenta llena de confianza ante Él, segura de obtener lo que pide con humildad. ¡Orad, oh, orad! Haced un receptáculo de vuestras santas aspiraciones, que será derramado en el día de la justicia. Preparad el granero de la abundancia, tan precioso durante la escasez; esconded el tesoro de vuestras oraciones hasta el día elegido por Dios para distribuir ese rico depósito. Acumulad para vosotros y para vuestros hermanos, lo que disminuirá vuestras angustias y os hará transponer más rápidamente el espacio que os separa de Dios. Reflexionad en vuestra miserable naturaleza; contad vuestras decepciones y vuestros peligros; sondead el abismo tan profundo hacia donde pueden arrastraros vuestras pasiones; observad a vuestro alrededor a los que caen y sentiréis la imperiosa necesidad de recurrir a la plegaria, que es el ancla de salvación que impedirá la ruptura de vuestro navío, tan sacudido por las tormentas del mundo.

TU ESPÍRITU FAMILIAR

El Espiritismo en América
Fragmentos traducidos del inglés por la Srta. Clémence Guérin [1]

El Espiritismo cuenta en Norteamérica con hombres eminentes que, desde el principio, han vislumbrado su alcance y han visto en Él algo más que simples manifestaciones. En este número está el juez Edmonds, de Nueva York, cuyos escritos sobre este importante tema son bastante apreciados y muy poco conocidos en Europa, donde no han sido traducidos. Debemos ser gratos a la Srta. Guérin por darnos una idea de ellos a través de algunos fragmentos que ha publicado en su opúsculo, lamentando que ella no haya acabado su obra con una traducción completa. Ella junta algunos extractos no menos notables del Dr. Hare, de Filadelfia, el cual también tuvo la osadía de ser uno de los primeros en afirmar su fe en las nuevas revelaciones.

La Srta. Guérin, que residió mucho tiempo en los Estados Unidos de Norteamérica, donde vio producirse y desarrollarse las primeras manifestaciones, es una de esas espíritas sinceras, concienzudas, que juzgan todo con calma, con sangre fría y sin entusiasmo. Nosotros tenemos el honor de conocerla personalmente y estamos felices en darle aquí un testimonio merecido de nuestra profunda estima. Por los siguientes fragmentos de su prólogo se puede evaluar que nuestra opinión es justamente fundamentada.

«Como los americanos, nosotros tenemos la Fe profunda, la radiante Esperanza de que esta doctrina, tan eminentemente basada en la Caridad (no la limosna, sino el amor), es realmente la que debe regenerar y pacificar al mundo. Nunca la solidaridad fraternal fue demostrada de manera tan clara y atrayente. Al venir a consolarnos, a ayudarnos, a instruirnos, en fin, a indicarnos el mejor uso para ejercer nuestras facultades –con miras al futuro–, los Espíritus son tan evidentemente desinteresados que el hombre no puede escucharlos por mucho tiempo sin experimentar el deseo de imitarlos y sin buscar a su alrededor a alguien para participar de los beneficios que le distribuyen con tanta generosidad. Él lo hace más a gusto porque finalmente comprende que su propio progreso tiene un precio y que, en el gran libro de Dios, sólo tiene en su haber las acciones practicadas con miras al bienestar material o moral de sus hermanos. Lo que los Espíritus hacen con éxito en este momento fue intentado muchas veces en la Tierra por nobles corazones, por valerosas almas que han sido y que aún son menospreciadas y ridiculizadas; se sospecha de su devoción, y solamente cuando desaparecen es que tienen la oportunidad de ser juzgadas con imparcialidad. Es por eso que Dios les permite continuar la obra después de lo que nosotros llamamos muerte.

«Es el caso de repetir con Davis: ¡Hermanos, nada temáis: el error, siendo mortal, no puede vivir; la verdad, siendo inmortal, no puede morir!»

CLÉMENCE GUÉRIN

El siguiente pasaje del juez Edmonds mostrará con qué exactitud él ya había vislumbrado las consecuencias del Espiritismo; no debe olvidarse que él escribía en 1854, época en que el Espiritismo aún era joven en América como en Europa.

«Que otros juzguen si mis deducciones son verdaderas o falsas. Mi objetivo será alcanzado si, al hablar del efecto producido en mi Espíritu por esas revelaciones, hubiere despertado en algunos el deseo de investigar también y el de llevar así nuevas luces al estudio de esos fenómenos; porque hasta aquí los más vehementes adversarios, los que –en su indignación– gritan contra la impostura, son igualmente los más obstinados en su total negativa a ver y a escuchar sobre el tema, y también los más decididos a permanecer en la completa ignorancia de la naturaleza de los hechos. Hombres que tienen una reputación de erudición, si no de Ciencia, no temen en comprometerla al dar explicaciones que no satisfacen a nadie, basadas en observaciones superficiales, hechas con tal ligereza que un estudiante sentiría vergüenza.

«Entretanto, ese nuevo poder inherente al hombre [connected with man] no es una cosa indiferente y, sin ninguna duda, tendrá sobre sus destinos una influencia considerable para el bien o para el mal.

«Y ya podemos ver que desde el origen, hace apenas cinco años, la idea espiritualista se ha propagado con una rapidez que la religión cristiana no había igualado en cien años; dicha idea no busca lugares aislados, no se rodea de misterios, sino que viene abiertamente a los hombres, provocando un minucioso examen, no pidiendo una fe ciega, sino recomendando en todas las circunstancias el ejercicio de la razón y de la libre opinión.

«Hemos visto que los escarnios de los filósofos no han podido desviar a un solo creyente; que los sarcasmos de la prensa, los anatemas del púlpito son igualmente impotentes para detener el progreso y, sobre todo, ya podemos constatar su influencia moralizadora. El verdadero creyente se vuelve siempre más prudente y mejor [a wiser and a better man], porque le ha sido demostrado que la existencia del hombre después de la muerte está positivamente probada. Todos los que han hecho sus investigaciones sobre este asunto, de manera seria y sincera, han obtenido pruebas irrefutables. ¿Cómo podría ser de otro modo? He aquí una inteligencia que nos habla todos los días; es un amigo (en general, los americanos comienzan conversando con sus parientes o amigos). Prueba su identidad a través de mil circunstancias que no dejan ninguna duda, por muchos recuerdos que sólo él puede conocer. Nos habla de las consecuencias de la vida terrena y nos describe la vida futura con colores tan racionales, que sentimos que dice la verdad, porque está de conformidad con la idea íntima que teníamos de la Divinidad y de los deberes que nos impone.

«La muerte no nos separa de aquellos que amamos, sino que a menudo están cerca nuestro, ayudándonos y consolándonos a través de la esperanza de una reunión cierta. ¡Cuántas veces los he escuchado por mi intermedio y a través de los otros! ¡Cuántas personas desoladas he visto que se calmaron por causa de la afable certeza de que el ser querido, “conducido por los lazos del amor, volita alrededor de ellas, susurra a sus oídos, contempla su alma, conversa con su Espíritu!”

«Así, la muerte se encuentra despojada del cortejo de terrores misteriosos e indefinidos con que fue rodeada por aquellos que esperan más de la pasión degradante del miedo que del sentimiento noble del amor.

«Notemos de paso que, sean cuales fueren los matices en la enseñanza de la nueva filosofía, todos sus discípulos concuerdan en el siguiente punto: la muerte no es un espantajo, sino un fenómeno natural, el pasaje a una existencia donde –libre de los miles de males de la vida material y de los obstáculos que lo confinan a un solo planeta– el Espíritu puede recorrer la inmensidad de los mundos y emprender su vuelo hacia regiones donde la gloria de Dios es realmente visible.

«Está igualmente demostrado [demonstrated] que nuestros más secretos pensamientos son conocidos por los seres que nos han amado y que continúan velando por nosotros. Es en vano que uno intente sustraerse a esta acción, terrible por su propia benevolencia. No es posible dudar de esto, como se quiso hacer. Muchas veces me quedé estupefacto y me estremecí ante la revelación repentina, pero irrecusable, de que los pliegues más íntimos de la conciencia pueden ser sondeados por aquellos mismos a los cuales gustaríamos esconder nuestras debilidades.

«¿No está ahí un freno saludable contra los malos pensamientos, los actos criminales, cometidos generalmente porque el culpable cobra ánimo con estas palabras: Nadie lo sabrá?... Si algo puede confirmar esta verdad tan espantosa para algunos, es el recuerdo que cada uno siente después de una buena acción, incluso cuando se mantiene secreta: una satisfacción íntima que no se compara con nada. Éstos lo saben muy bien, pues su mano izquierda no sabe lo que da su derecha. Por consiguiente, es racional creer que si nuestros amigos pueden felicitarnos, también pueden reprendernos; si ellos ven nuestros actos meritorios, igualmente ven nuestras malas acciones.

«A esto nosotros no dudamos en atribuir el hecho incontestable e indiscutible de que no hay verdadero creyente que no se haya vuelto mejor.

«De nuestra conducta depende nuestro destino futuro; no de nuestra adhesión a tal o cual secta religiosa, sino de nuestra sumisión a este gran precepto: AMAR A DIOS Y AL PRÓJIMO... No debemos postergar nuestra conversión. Nosotros mismos debemos trabajar por nuestra salvación, no más tarde, sino ahora; no mañana, sino hoy.

«No existe nada más consolador ni más edificante para el alma virtuosa, a través de las pruebas y vicisitudes de esta vida, que la certeza completa de que su felicidad futura depende de sus acciones, que ella puede dirigir.

«Por otro lado, el vicioso, el malo, el cruel, el egoísta –sobre todo el egoísta– sufrirá, por él mismo y por los otros [self and mutual torment], tormentos más terribles que los del infierno material, tales como la imaginación más desordenada nunca pudo describir.»

ALLAN KARDEC


[1] Opúsculo grande in 18º; precio: 1 franco. Disponible en la casa Dentu, Palacio Real, Galería de Orleáns. [Nota de Allan Kardec.]