Revista Espírita Periódico de Estudios Psicológicos - 1861

Allan Kardec

Usted esta en: Revista Espírita Periódico de Estudios Psicológicos - 1861 > Junio


Junio

Channing
Discurso sobre la vida futura

Predicado por Channing en el domingo de Pascua de 1834, después de la muerte de un amigo

Varias veces hemos reproducido en esta Revista, los dictados espontáneos del Espíritu Channing, que no desmienten en nada la superioridad de su carácter y de su inteligencia. Ciertamente nuestros lectores han de apreciar que les demos una idea de las opiniones que él profesaba cuando estaba encarnado, por los siguientes fragmentos de uno de sus discursos, cuya traducción debemos a la cortesía de uno de nuestros suscriptores. Como ese nombre es poco conocido en Francia, nosotros precederemos su discurso con una corta noticia biográfica. William Ellery Channing nació en 1780, en Newport, Rhode Island, Estado de Nueva York. Su abuelo, William Ellery, firmó la famosa Declaración de la Independencia de los Estados Unidos. Channing estudió en la Universidad de Harvard y siguió la profesión de médico; pero sus gustos y aptitudes lo llevaron hacia la carrera religiosa, y en 1803 se convirtió en ministro de la Iglesia unitaria de Boston. Desde entonces, permaneció siempre en esta ciudad, profesando la doctrina de los Unitarios, secta protestante que cuenta con numerosos seguidores de la alta sociedad, en Inglaterra y en América. Se hizo notar por su visión amplia y liberal. Por su elocuencia notable, sus obras numerosas y por la profundidad de sus conceptos filosóficos, es contado entre los hombres más prominentes de los Estados Unidos. Adepto declarado de la paz y del progreso, predicó incansablemente contra la esclavitud y trabó contra ésta una guerra tan encarnizada que, para muchos liberales, este exceso de celo –que perjudicaba su popularidad– parecía a veces inoportuno. Su nombre fue autoridad entre los contrarios a la esclavitud. Falleció en Boston en 1842, a la edad de 62 años. Gannett lo sucedió como jefe de la secta de los Unitarios.
___________

«Para la masa de los hombres, el cielo es casi siempre un mundo de fantasía al que le falta sustancia; la idea de un mundo en el cual existan seres sin cuerpo grosero, Espíritus puros o revestidos de cuerpos espirituales o etéreos les parece pura ficción; aquello que no se puede ver ni tocar no les parece real. Esto es triste, pero no sorprendente, porque ¿cómo es posible que hombres inmersos en la materia y en sus intereses, que de ningún modo cultivan el conocimiento del alma y sus capacidades espirituales, puedan comprender una vida espiritual más elevada? La multitud considera como un soñador visionario al que habla claramente y con alegría de la vida futura y del triunfo del Espíritu sobre la descomposición corpórea. Ese escepticismo sobre las cosas espirituales y celestiales es tan irracional y poco filosófico como degradante. (...)

«¡Y qué poco racional es imaginar que no hay otros mundos más que éste, ningún otro modo de existencia más elevada que la nuestra! ¿Quién es aquel que, al recorrer con la mirada esta Creación inmensa, puede dudar de que no hay seres superiores a nosotros, o ver algo irracional en concebir al Espíritu en un estado menos circunscripto, con menos dificultades que en la Tierra, en otras palabras, que hay un mundo espiritual? (...)

«(...) Aquellos que partieron hacia un otro mundo, todavía deben tener el más profundo interés por éste; sus lazos con los que aquí dejaron se depuran, pero no se disuelven. Si el estado futuro es una mejoría sobre el estado presente; si hay que fortalecer la inteligencia y ensanchar el amor, la memoria –fuerza fundamental de la inteligencia– debe actuar sobre el pasado con mayor energía, y todos los afectos benevolentes que aquí conservamos deben recibir una actividad nueva. Admitir que la vida terrestre se borre del Espíritu, sería destruir su utilidad; sería romper la relación entre los dos mundos y subvertir la responsabilidad, porque ¿cómo la recompensa y el castigo alcanzarían una existencia olvidada? No; es necesario que llevemos el presente con nosotros, cualquiera que sea nuestro futuro, feliz o infeliz. Es cierto que los buenos formarán lazos nuevos más puros, más fuertes; pero bajo la influencia expansiva de ese mundo mejor, el corazón tendrá una capacidad bastante grande para retener los lazos antiguos, mientras forma los nuevos; se recordará con ternura de su lugar de nacimiento, mientras goza de una existencia más madura y más feliz. Si yo pudiese suponer que aquellos que partieron mueren para los que quedan, yo los honraría y amaría menos. El hombre que, al dejarlos, olvida a los suyos, parece desprovisto de los mejores sentimientos de nuestra naturaleza; y si, en su nueva patria, los justos debiesen olvidar a sus padres en la Tierra, si debiesen cesar de interceder por ellos al aproximarse a Dios, ¿podríamos considerar que ese cambio les ha sido provechoso?

«Habría que preguntarse si aquellos que son llevados al Cielo, no sólo recuerdan con interés a los que dejaron en la Tierra, sino también si tienen un conocimiento presente e inmediato. No conozco ninguna razón para creer que ese conocimiento no exista. Estamos habituados a considerar el Cielo como alejado de nosotros, pero no hay nada que lo pruebe. El Cielo es la unión, la sociedad de seres espirituales superiores; ¿no pueden esos seres llenar el Universo, trasladando así el Cielo a todas partes? ¿Es probable que tales seres estén circunscriptos, como nosotros, por límites materiales? Milton ha dicho:

"Millions of spiritual beings walk the earth
Both when we wake and when we sleep".

“Millones de seres espirituales recorren la Tierra, ya sea
cuando estamos despiertos, como cuando estamos dormidos”.

«Un sentido nuevo, una visión nueva podría mostrarnos que el mundo espiritual nos rodea de todos los lados. Pero incluso suponed que el Cielo esté alejado de nosotros; no por eso sus habitantes dejan de estar menos presentes y nosotros visibles para ellos; entretanto, ¿qué entendemos por presencia? ¿No estoy presente para aquellos de entre vosotros que mi brazo no puede alcanzar, pero que yo veo claramente? ¿No está plenamente de acuerdo con nuestro conocimiento de la naturaleza suponer que los que están en el Cielo, sea cual fuere el lugar de su residencia, puedan tener sentidos y órganos espirituales, por medio de los cuales pueden ver lo que está distante, tan fácilmente como nosotros distinguimos lo que está cerca? Nuestros ojos perciben sin dificultad a los planetas a millones de leguas de distancia y, con la ayuda de la Ciencia, podemos reconocer hasta las desigualdades de su superficie. Podemos incluso concebir un órgano visual bastante sensible o un instrumento lo suficientemente poderoso como para permitir distinguir, de nuestro globo, los habitantes de esos mundos distantes; por consiguiente, ¿por qué los que han entrado en su fase de existencia más elevada, que están revestidos de cuerpos espiritualizados, no podrían contemplar nuestra Tierra, tan fácilmente como cuando era su morada?

«Esto puede ser verdad; pero si lo aceptamos así, no abusamos de eso, porque podría abusarse de ello. No pensemos en los muertos como si nos contemplasen con un amor parcial terreno; ellos nos aman más que nunca, pero con un afecto espiritual depurado. Tienen por nosotros apenas un deseo: que nos volvamos dignos de reunirnos con ellos en su morada de beneficencia y de piedad. Su visión espiritual penetra nuestras almas; si pudiéramos escuchar su voz, no sería una declaración de apego personal, sino un llamado vivificante a mayores esfuerzos, a una abnegación más firme, a una caridad más amplia, a una paciencia más humilde, a una obediencia más filial a la voluntad de Dios. Ellos respiran la atmósfera de la beneficencia divina y ahora su misión es más elevada de lo que era aquí.

«Me diréis que si nuestros muertos conocen los males que nos afligen, ¿el sufrimiento debe existir en esa vida bendita? Respondo que no puedo considerar al Cielo sino como un mundo de simpatías. Me parece que nada puede atraer mejor las miradas de sus habitantes benevolentes que la visión de la miseria de sus hermanos; pero esta simpatía, si hace nacer la tristeza, está lejos de volver infelices a los que la sienten. Aquí en el mundo, la compasión desinteresada, unida al poder de aliviar el sufrimiento, es una garantía de paz que frecuentemente proporciona los más puros gozos. Libres de nuestras enfermedades presentes, y esclarecidos por las visiones más amplias de la perfección del Gobierno Divino, esta simpatía agregará más encanto a las virtudes de los seres benditos y, como cualquier otra fuente de perfección, no hará más que aumentar su felicidad. (...)

«(...) Nuestros amigos, que nos dejan por ese otro mundo, de ningún modo se encuentran en medio de desconocidos; no tienen ese sentimiento desolador de haber cambiado su patria por una tierra extraña. Las palabras más tiernas de amistad humana no se aproximan a las expresiones de felicidad que los esperan cuando lleguen a esa morada. Allá, el Espíritu tiene medios más seguros de revelarse que aquí; el recién llegado se siente y se ve cercado de virtudes y de bondad, y por esa visión íntima de los Espíritus simpáticos que los rodean, lazos más fuertes que los que fueron establecidos a través de los años en la Tierra pueden crearse en un momento. Los afectos más íntimos en la Tierra son fríos comparados con los afectos de los Espíritus. ¿De qué manera se comunican ellos? ¿En qué lengua y por medio de qué órganos? Lo ignoramos, pero sabemos que el Espíritu, al progresar, debe adquirir mayor facilidad para transmitir su pensamiento.

«Sería un error creer que los habitantes del Cielo se limiten a la comunicación recíproca de sus ideas; al contrario, los que alcanzan ese mundo entran en un nuevo estado de actividad, de vida y de esfuerzos. Somos llevados a pensar que el estado futuro sea tan feliz, que allí nadie necesite de ayuda, que el esfuerzo cese, que los buenos no tengan otra cosa que hacer sino gozar. Sin embargo, la verdad es que toda acción en la Tierra –incluso la más intensa– no es sino un juego infantil, comparado con la actividad y con la energía de esa vida más elevada. Y debe ser así, porque no hay principio más activo que la inteligencia, la beneficencia, el amor a la verdad, la sed de perfección, la solidaridad para con los sufrimientos y la devoción a la Obra Divina, que son los principios expansivos de la vida en el Más Allá. Es entonces que el alma tiene conciencia de sus capacidades; que la verdad infinita se desdobla ante nosotros; que se siente que el Universo es una esfera ilimitada para el descubrimiento, para la Ciencia, para la benevolencia y para la adoración. Esos nuevos objetivos de la vida, que reducen a nada los intereses actuales, se desdoblan constantemente. Por lo tanto, no se debe pensar que el Cielo está compuesto de una comunidad estacionaria. Yo pienso que es como un mundo de estupendos planes y esfuerzos para su propio desenvolvimiento. Lo considero como una sociedad que atraviesa sucesivas fases de desarrollo, de virtudes, de conocimientos, de poder, a través de la energía de sus propios miembros.

«El genio celestial está siempre activo en explorar las grandes leyes de la Creación, y los principios eternos del Espíritu para revelar lo bello en el orden del Universo y descubrir los medios de adelanto para cada alma; allá, como aquí, hay inteligencias de diversos grados, y los Espíritus más evolucionados encuentran la felicidad y el progreso al elevar a los más atrasados. Allá, progresa siempre el trabajo de educación iniciado en la Tierra, y una filosofía más divina que la que ha sido enseñada entre nosotros revela al Espíritu en su propia esencia, estimulándolo a felices esfuerzos para su propia perfección.

«El Cielo está en relación con otros mundos; sus habitantes son los mensajeros de Dios en toda la Creación; ellos tienen grandes misiones que cumplir y, para el progreso de su existencia sin fin, Él puede confiarles el cuidado de otros mundos. (...)»

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Este discurso fue pronunciado en 1834; en esa época aún no era planteada, de forma alguna, la cuestión de las manifestaciones de los Espíritus en América; por lo tanto, Channing no tenía conocimiento de las mismas; de otro modo, hubiera afirmado lo que en ciertos puntos admitió como hipótesis; pero ¿no es notable ver a este hombre presentir con tanta precisión aquello que debía ser revelado algunos años más tarde? Porque, salvo pocas excepciones, su descripción de la vida futura concuerda perfectamente; sólo le falta la reencarnación y, aún así, si examinamos de cerca, observaremos que se aproxima de la misma, como lo hace con las manifestaciones sobre las cuales calla porque no las conocía. En efecto, admite el mundo invisible a nuestro alrededor, en medio de nosotros, lleno de solicitud hacia nosotros, ayudándonos a progresar; de ahí a las comunicaciones directas no hay más que un paso. Admite en el mundo celestial, no la contemplación perpetua, sino la actividad y el progreso; admite la pluralidad de los mundos corpóreos, más o menos avanzados; si hubiese dicho que los Espíritus podían realizar su progreso pasando por esos diferentes mundos, tendríamos ahí la reencarnación. Sin ésta, la idea de esos mundos progresivos es incluso inconciliable con la de la creación de las almas en el momento del nacimiento de los cuerpos, a menos que se admita que las almas han sido creadas más o menos perfectas; pero entonces sería necesario justificar esa preferencia. ¿No es más lógico decir que si las almas de un mundo son más adelantadas que las de otro, es porque ya vivieron en mundos inferiores? Lo mismo se puede decir de los habitantes de la Tierra, comparados entre sí, desde el salvaje hasta el hombre civilizado. Sea como fuere, preguntamos si tal descripción de la vida del Más Allá, por sus deducciones lógicas, accesibles a las inteligencias más comunes y aceptables por la razón más severa, no es cien veces más apropiada para producir la convicción y la confianza en el futuro, que el horrendo e inadmisible cuadro de torturas sin fin, tomadas del Tártaro del paganismo. Los que propagan estas creencias no imaginan el número de incrédulos que las mismas producen, ni de los reclutas que proporcionan a la falange de los materialistas.

Observemos que Milton, citado en este discurso, emite sobre el mundo invisible una opinión acorde con la de Channing, que es también la de los espíritas modernos. Es que Milton, como Channing, y como tantos otros hombres eminentes, eran espíritas por intuición; es por eso que no dejamos de decir que el Espiritismo no es una invención moderna; Él es de todos los tiempos, porque hubo almas en todos los tiempos, y en todos los tiempos la masa de los hombres creyó en el alma. Así, se encuentran trazos de estas ideas en una multitud de escritores antiguos y modernos, sagrados y profanos. Esta intuición de las ideas espíritas es tan general, que todos los días vemos a una multitud de personas que, al escuchar hablar por primera vez de las mismas, de ningún modo se sorprenden: solamente les faltaba una forma para su creencia.


Correspondencia
Carta del Sr. Roustaing, de Burdeos

La siguiente carta nos ha sido enviada por el Sr. Roustaing, abogado del Tribunal Imperial de Burdeos, ex presidente del Colegio de Abogados. Los principios que en la misma son expresados abiertamente, por parte de un hombre que su posición ubica entre los más esclarecidos, tal vez hagan reflexionar a aquellos que, creyendo tener el privilegio de la razón, incluyen sin ceremonia a todos los adeptos del Espiritismo entre los imbéciles. «Estimado señor y muy honorable jefe espírita:

«Recibí la dulce influencia y recogí el beneficio de las palabras del Cristo a Tomás: Bienaventurados los que han creído sin haber visto. Palabras profundas, verdaderas y divinas que muestran el camino más seguro –el más racional– que conduce a la fe, según la máxima de san Pablo, que el Espiritismo cumple y realiza: Rationabile sit obsequium vestrum.

«Cuando os escribí por primera vez en el mes de marzo pasado, os decía: Nada he visto, pero he leído y comprendido, y yo creo. Dios me ha recompensado mucho por haber creído sin haber visto; después he visto y he visto bien; yo he visto en condiciones provechosas, y la parte experimental vino a animar –si así me puedo expresar– la fe que la parte doctrinaria me había dado y, al fortalecerla, le imprimió vida.

«Después de haber estudiado y comprendido, yo conocía el mundo invisible como quien conoce París a través del estudio de un mapa. Por la experiencia, el trabajo y la observación constante, he conocido el mundo invisible y sus habitantes, como conoce París quien la ha recorrido, pero aún sin haber entrado en todos los rincones de esa vasta capital. No obstante, desde el comienzo del mes de abril, gracias al contacto que me habéis proporcionado del excelente Sr. Sabò y de su familia patriarcal, todos buenos y verdaderos espíritas, pude trabajar y trabajé constantemente con ellos a cada día, ya sea en mi casa, en presencia o con el concurso de adeptos de nuestra ciudad, que están convencidos de la verdad del Espiritismo, aunque no todos sean aún, de hecho y en la práctica, espíritas.

«El Sr. Sabò os ha enviado exactamente el producto de nuestros trabajos, obtenidos a título de enseñanza a través de evocaciones o de manifestaciones espontáneas de Espíritus superiores. Sentimos tanta alegría y sorpresa como confusión y humildad cuando recibimos esas enseñanzas tan preciosas y verdaderamente sublimes de tantos Espíritus elevados que vinieron a visitarnos o que nos enviaron mensajeros para hablar en su nombre.

«¡Oh, estimado señor! ¡Cómo soy feliz por no pertenecer más a la Tierra –por el culto material–, que ahora yo sé que no es para nuestros Espíritus sino un lugar de exilio, a título de pruebas o de expiaciones! Cómo soy feliz por conocer y por haber comprendido la reencarnación en todo su alcance y en todas sus consecuencias, como realidad y no como alegoría. La reencarnación, esta sublime y equitativa justicia de Dios –como también decía ayer mi guía protector–, tan bella, tan consoladora, ya que permite la posibilidad de hacer al día siguiente lo que no hemos podido hacer en la víspera; que hace progresar la criatura hacia el Creador; “esta justa y equitativa ley”, según la expresión de Joseph de Maistre, en la evocación que hemos hecho de su Espíritu, y que recibisteis; la reencarnación es, conforme las divinas palabras del Cristo, “el largo y difícil camino a recorrer para llegar a la morada de Dios”.

«Ahora entiendo el sentido de estas palabras del Cristo a Nicodemo: ¿Tú eres doctor de la ley e ignoras esto? Hoy, que Dios me ha permitido comprender de manera completa toda la verdad de la ley evangélica, me pregunto cómo la ignorancia de los hombres –doctores de la ley– pudo resistir, a este punto, a la interpretación de los textos; ¿cómo pudo producir así el error y la mentira que han llevado y fomentado el materialismo, la incredulidad, el fanatismo y la cobardía? Me pregunto cómo esta ignorancia y este error han podido producirse, cuando el Cristo tuvo el cuidado de proclamar la necesidad de volver a vivir, al decir: ES NECESARIO NACER DE NUEVO, y de este modo la reencarnación como siendo el único medio de ver el Reino de Dios, lo que ya era conocido y enseñado en la Tierra y que Nicodemo debería saber: ¿Tú eres doctor de la ley e ignoras esto? Es verdad que el Cristo añade a cada paso: “El que tenga oídos para oír, que oiga”; y también: “Porque viendo no ven, y oyendo no escuchan ni comprenden”, lo que se puede aplicar a aquellos que vinieron después de Él, así como a los de su tiempo.

«He dicho que Dios, en su bondad, me ha recompensado por nuestros trabajos hasta este día y me ha proporcionado enseñanzas a través de los mensajeros divinos, “misioneros dedicados e inteligentes junto a sus hermanos –según la expresión del Espíritu Fenelón–, a fin de inspirarles el amor y la caridad al prójimo, el olvido de las injurias y el culto de adoración a Dios”. Ahora comprendo el admirable alcance de estas palabras del Espíritu Fenelón, cuando habla de esos mensajeros divinos: “Ellos vivieron tantas veces que se volvieron nuestros maestros”.

«Agradezco con alegría y humildad a esos mensajeros divinos por haber venido a enseñarnos que el Cristo está en misión en la Tierra para la propagación y el éxito del Espiritismo, esa tercera manifestación de la bondad divina, para cumplir esta palabra final del Evangelio: Unum ovile et unus pastor; por haber venido a decirnos: “¡Nada temáis! El Cristo (llamado por ellos Espíritu de Verdad), es el primero y el más santo misionero de las ideas espíritas”. Estas palabras me habían tocado vivamente y yo me preguntaba: Pero, entonces, ¿dónde está el Cristo en misión en la Tierra? “La Verdad comanda –según la expresión del Espíritu Marius, obispo de los primeros tiempos de la Iglesia– esa falange de Espíritus enviados por Dios en misión en la Tierra, para la propagación y el éxito del Espiritismo”.

«¡Qué gozos suaves y puros proporcionan esos trabajos espíritas, a través de la caridad hecha con la ayuda de la evocación de los Espíritus que sufren! ¡Qué consuelo es entrar en comunicación con los que han sido, en la Tierra, nuestros parientes o nuestros amigos! ¡Qué consuelo es saber que ellos son felices o que podemos aliviar sus sufrimientos! ¡Cuán viva y brillante luz derraman en nuestras almas esas enseñanzas espíritas que, al explicarnos la verdad completa de la ley del Cristo, nos dan la fe por intermedio de nuestra propia razón y nos hacen comprender la omnipotencia del Creador, su grandeza, su justicia, su bondad y su infinita misericordia, situándonos así en la agradable necesidad de practicar esta ley divina de amor y de caridad! ¡Qué revelación sublime nos dan, al enseñarnos que esos mensajeros divinos, haciéndonos progresar, también progresan ellos mismos, a fin de aumentar la sagrada falange de los Espíritus perfectos! Admirable y divina armonía que nos muestra, al mismo tiempo, la unidad en Dios y la solidaridad entre todas sus criaturas; que nos señala éstas bajo la influencia y el impulso de esa solidaridad, de esa simpatía, de esa reciprocidad, llamadas a subir cada vez más esa larga y alta escala espírita, pero no sin dar un paso en falso y sin caídas en sus primeros ensayos, para llegar –después de haber recorrido todos los grados– del estado de simplicidad y de ignorancia originales a la perfección intelectual y moral y, a través de esta perfección, a Dios. Admirable y divina armonía que nos muestra esta gran división de la inferioridad y de la superioridad, por medio de la distinción entre los mundos de exilio –donde todo son pruebas o expiaciones– y los mundos superiores, moradas de los Espíritus buenos –donde éstos progresan hacia el bien.

«La reencarnación bien entendida enseña a los hombres que ellos aquí están de paso, donde son libres para no volver más, si para esto hicieren lo necesario; que el poder, las riquezas, las dignidades, la Ciencia no les son dados sino a título de pruebas y como medio de progresar hacia el bien; que en sus manos no son más que un depósito y un instrumento para la práctica de la ley de amor y de caridad; que el mendigo que pasa al lado de un gran señor es su hermano ante Dios, y tal vez lo haya sido delante de los hombres; que quizá haya sido rico y poderoso. Si ahora se encuentra en una condición oscura y miserable, es por haber fallado en sus peligrosas pruebas, recordando así aquella frase célebre desde el punto de vista de las condiciones sociales: “Del Capitolio a la roca Tarpeya no hay más que un paso”, pero con la diferencia de que, a través de la reencarnación, el Espíritu se levanta de su caída y puede, después de subir de nuevo al Capitolio, dirigirse de su cima hacia las regiones celestiales, morada espléndida de los Espíritus buenos.

«La reencarnación, al enseñar a los hombres –según la admirable expresión de Platón– que no hay rey que no descienda de un pastor, ni pastor que no descienda de un rey, hace desaparecer todas las vanidades terrenas, liberta del culto material y nivela moralmente todas las condiciones sociales. La reencarnación establece la igualdad, la fraternidad entre los hombres como para los Espíritus, en Dios y ante Dios, y la libertad que, sin la ley de amor y de caridad, no es más que una mentira y una utopía, como nos lo decía recientemente el Espíritu Washington. En su conjunto, el Espiritismo viene a dar a los hombres la unidad y la verdad en todo progreso intelectual y moral, gran y sublime realización de la cual no somos sino los más humildes apóstoles.

«Adiós, estimado señor; después de tres meses de silencio, yo os sobrecargo con una carta bastante extensa; responded cuando podáis y cuando queráis. Me proponía hacer un viaje a París para tener el placer de conoceros personalmente, para daros fraternalmente un apretón de manos; pero, hasta el presente, mi salud me impide hacerlo.

«Podéis hacer de esta carta el uso que os parezca conveniente. Tengo el honor de ser abierta y públicamente espírita.

«Muy atentamente,
ROUSTAING, abogado



Como nosotros, cada uno ha de apreciar los pensamientos adecuados, expresados en esta carta. Se ve que, aunque se ha iniciado recientemente, el Sr. Roustaing es diestro en materia de apreciación; es que ha estudiado seria y profundamente, lo que le ha permitido percibir rápidamente todas las consecuencias de esa grave cuestión del Espiritismo y, contrariamente a mucha gente, no se detuvo en la superficie. Aún no había visto nada –dice él–, pero estaba convencido porque había leído y comprendido. Esto él tiene en común con muchas personas y siempre observamos que ellas, lejos de ser superficiales, son al contrario las que más reflexionan. Al prenderse más al fondo que a la forma, la parte filosófica es para ellas la principal, siendo accesorios los fenómenos propiamente dichos, y dicen que aun cuando tales fenómenos no existiesen, no por eso dejaría de haber una filosofía: la única que resuelve problemas hasta hoy insolubles, la única que da la teoría más racional sobre el pasado y el futuro del hombre. Ahora bien, las personas prefieren una doctrina que explica, a una que no explica o que explica mal. Todo aquel que reflexione, comprende muy bien que se podría hacer abstracción de las manifestaciones, y no por eso dejaría de subsistir la doctrina; las manifestaciones vienen a corroborarla, a confirmarla, pero las mismas no son su base esencial. El discurso de Channing, que acabamos de citar, es la prueba de eso, puesto que cerca de veinte años antes de ese gran despliegue de las manifestaciones en Norteamérica, únicamente el razonamiento lo había llevado a las mismas consecuencias.

Hay otro punto por el cual también se reconoce al espírita serio; por las citas que el autor de esta carta hace de los pensamientos contenidos en las comunicaciones que ha recibido, él prueba que no se ha limitado en admirarlas como bellos trechos literarios –buenos para conservarse en un álbum–, sino que las estudia, las medita y saca provecho de éstas. Infelizmente hay muchos para quienes esa alta enseñanza constituye una letra muerta; que coleccionan bellas comunicaciones como ciertas personas coleccionan bellos libros, pero sin leerlos.

Además, debemos felicitar al Sr. Roustaing por la declaración con la cual termina su carta; infelizmente, no todos tienen –como él– el coraje de dar su opinión, y es eso lo que vuelve atrevidos a los adversarios. Entretanto, es preciso reconocer que desde algún tiempo las cosas han cambiado bastante al respecto; hace apenas dos años, muchas personas solamente hablaban de Espiritismo entre cuatro paredes; sólo compraban libros a escondidas y tenían un gran cuidado en no dejarlos a la vista. Hoy es bien diferente: ya se han familiarizado con los epítetos no civilizados de los escarnecedores, y se ríen de eso en vez de ofenderse; no temen más confesarse abiertamente como espíritas, así como no temen decirse adeptos de tal o cual filosofía, del magnetismo, del sonambulismo, etc.; examinan libremente el asunto con el primero que llega, como examinarían los clásicos y los románticos, sin sentirse humillados por ser a favor de unos o de otros. Es un progreso inmenso que prueba dos cosas: el progreso de las ideas espíritas en general, y la poca consistencia de los argumentos de los adversarios; tendrá como consecuencia imponer silencio a estos últimos que se creían fuertes, porque se creían más numerosos; pero cuando por todas partes encuentran con quién hablar, no diremos que serán convertidos, sino que mantendrán reserva. Conocemos una pequeña ciudad del interior del país, en la cual hace un año el Espiritismo solamente contaba con un único adepto, que era apuntado con el dedo como a un animal curioso y considerado como tal; ¿y quién sabe si tal vez no ha sido desheredado por su familia o despedido de su trabajo? Hoy los adeptos son allí numerosos; se reúnen públicamente sin preocuparse con el qué dirán; y cuando vieron entre ellos a autoridades municipales, a funcionarios, a oficiales, a ingenieros, a abogados, a escribanos, etc., que no escondían sus simpatías por la Doctrina Espírita, los escarnecedores cesaron de burlarse, y el periódico local, redactado por alguien incrédulo, que ya había lanzado algunos dardos y que se preparaba para pulverizar la nueva Doctrina, temiendo enemistarse con gente más fuerte que él, guardó silencio prudentemente. Esta es la historia de muchas otras localidades, historia que se generaliza a medida que los adeptos del Espiritismo –cuyo número aumenta todos los días– levanten la cabeza y la voz. Pueden querer abatir una cabeza que se muestra; pero cuando hay veinte, cuarenta o cien que no temen hablar alto y firme, piensan dos veces, y esto da coraje al que no lo tiene.


La plegaria

Uno de nuestros corresponsales de Lyon nos dirige el siguiente fragmento de poesía; se encuadra mucho en el espíritu de la Doctrina Espírita, por lo que nos complacemos en darle un lugar en nuestra Revista.

No logro, ¡oh, mortales!, con mis débiles acentos,
¡Poner en vuestro corazón el más sublime incienso!
En este trayecto, con versos enseñar,
Qué es la plegaria y qué significa orar.
Es un impulso de amor, un fluido de luz
Que escapa del alma y se eleva hacia Dios.
¡Sublime expresión de la humilde criatura
Que regresa a su fuente y ennoblece su natura!
Orar en nada cambia la ley del Eterno,
Siempre inmutable, aunque su corazón paterno
Derrama su influjo divino en quien implora
Y redobla el ardor del fuego que lo devora.
Entonces él siente que se eleva y crepita,
Por el amor del prójimo su corazón palpita.
Cuanto más su amor expande, más la augusta sapiencia
Llena su corazón con los dones de la prudencia.
Así, un santo deseo de orar por los muertos,
Bajo el peso del dolor y de los remordimientos,
Nos muestra el amparo que su estado reclama
Para dirigir hacia ellos ese fluido del alma,
Cuya eficacia, bálsamo consolador,
Penetra en su ser cual gran salvador.
Todo en ellos se reanima, una chispa de esperanza
Secunda sus esfuerzos y su liberación afianza.
Tal como los muertos agobiados por el mal
A quienes un bálsamo supremo vuelve al estado normal,
Ellos se regeneran con la influencia oculta
Con el culto divino de la plegaria augusta.
Redoblemos el fervor; nada se pierde al orar;
Oremos, oremos por ellos, oremos sin cesar;
La plegaria siempre, en todo tiempo esa estrella divina,
Se vuelve foco de amor, que por último domina.
Sí, oremos por los muertos, y pronto en su candor,
Ellos nos brindarán un tierno destello de amor.

JOLY.


En estos versos, evidentemente inspirados por un Espíritu elevado, el objetivo y los efectos de la plegaria son definidos con perfecta exactitud. Por cierto que Dios no deroga, de forma alguna, sus leyes a nuestro pedido, pues de otro modo esto sería la negación de uno de sus atributos: la inmutabilidad; pero la oración actúa principalmente sobre aquel que es su objeto. En primer lugar, es un testimonio de simpatía y de conmiseración que se le da y que, por eso mismo, le hace parecer su pena menos pesada; en segundo lugar, tiene por efecto activo estimular en el Espíritu el arrepentimiento de sus faltas, inspirándole el deseo de repararlas a través de la práctica del bien. Dios ha dicho: «A cada uno según sus obras», ley eminentemente justa que pone nuestro destino en nuestras propias manos y que tiene como consecuencia subordinar la duración de la pena a la duración de la impenitencia; de donde se deduce que la pena sería eterna si la impenitencia fuera eterna; por lo tanto, si por la acción moral de la plegaria provocamos el arrepentimiento y la reparación voluntaria, por esto mismo abreviaremos el tiempo de la expiación. Todo eso está perfectamente expuesto en los versos anteriores. Esta doctrina puede no ser muy ortodoxa a los ojos de los que creen en un Dios despiadado, sordo a la voz que le implora y que condena a torturas sin fin a sus propias criaturas por las faltas de una vida pasajera; pero convengamos que esa doctrina es más lógica y la más acorde con la verdadera justicia y con la bondad de Dios. Todo nos dice –la religión como la razón– que Dios es infinitamente bueno; con el dogma del fuego eterno, sería preciso agregar que Él es, al mismo tiempo, infinitamente despiadado, dos atributos que se destruyen recíprocamente, porque uno es la negación del otro. Además, el número de los partidarios de la eternidad de las penas disminuye todos los días: esto es un hecho positivo e indiscutible; pronto será tan restricto que se podrá contarlos, e incluso si la Iglesia, desde hoy, acusase de herejía y, por consiguiente, expulsara de su seno a todos los que no creen en las penas eternas, habría entre los católicos más herejes que verdaderos creyentes y, al mismo tiempo, sería preciso condenar a todos los eclesiásticos y a todos los teólogos que –como nosotros– interpretan esas palabras en sentido relativo y no en sentido absoluto.




Conversaciones familiares del Más Allá

Es un error creer que no hay nada que sea provechoso en las conversaciones con los Espíritus de hombres comunes, y que solamente de los hombres ilustres puedan salir enseñanzas aprovechables; seguramente en su número los hay muy insignificantes, pero de aquellos que menos se espera, a menudo también salen revelaciones de gran importancia para el observador serio. Además, hay un punto que nos interesa en grado supremo, porque nos toca más de cerca: la travesía, la transición de la vida actual a la vida futura, travesía tan temida que sólo el Espiritismo puede hacernos encarar sin miedo, y que solamente podemos conocer al estudiar los casos actuales, es decir, estudiando a los que acaban de transponerla, sean ilustres o no.

El marqués de Saint-Paul
Fallecido en 1860; evocado a pedido de su hermana, miembro de la Sociedad
, el 16 de mayo de 1861.

1. Evocación. –Resp. Estoy aquí.

2. Vuestra hermana nos ha solicitado que os evocásemos; aunque ella sea médium, no está aún lo suficientemente desarrollada como para sentirse segura de sí misma. –Resp. Trataré de responder de la mejor manera posible.

3. En primer lugar, ella desea saber si sois feliz. –Resp. Estoy errante, y este estado transitorio nunca proporciona la felicidad ni el castigo absolutos.

4. ¿Habéis demorado mucho en reconoceros? –Resp. He permanecido bastante tiempo en turbación, y he conseguido salir de la misma para bendecir la piedad de los que no me olvidaron y oraron por mí.

5. ¿Podéis apreciar la duración de esa turbación? –Resp. No.

6. ¿Cuáles han sido los parientes que habéis reconocido primero? –Resp. He reconocido a mi madre y a mi padre, quienes me han recibido al despertar; ellos me han iniciado en la nueva vida.

7. ¿A qué se debe que al fin de vuestra enfermedad parecía que conversabais con quienes habéis amado en la Tierra? –Resp. Porque antes de morir tuve la revelación del mundo en que iba a habitar. Podía verlo antes de morir, y mis ojos sólo se velaron en el momento de la separación definitiva del cuerpo, debido a que los lazos carnales eran todavía muy vigorosos.

Nota – Ese fenómeno del desprendimiento anticipado del alma es muy frecuente. Antes de morir, muchas personas entrevén el mundo de los Espíritus; sin duda, es para aliviar a través de la esperanza el pesar de dejar la vida. Pero el Espíritu agrega que sus ojos se velaron durante la separación; en efecto, es lo que siempre tiene lugar. En ese momento, el Espíritu, al perder la conciencia de sí mismo, nunca es testigo del último suspiro del cuerpo, y la separación se opera sin que él se dé cuenta de la misma. Las propias convulsiones de la agonía son un efecto meramente físico, cuya sensación el Espíritu casi nunca experimenta; decimos casi, porque puede suceder que esos últimos dolores sean infligidos como castigo.

8. ¿Cómo se explica que vuestros recuerdos de la infancia parecían veniros, con preferencia, a la memoria? –Resp. Porque el principio está más relacionado con el fin que con el medio de la existencia.

9. ¿Qué deseáis decirnos con esto? –Resp. Que los moribundos recuerdan y ven, como en un espejismo de consuelo, la pureza infantil de sus primeros años.

Nota – Es probablemente por un motivo providencial similar que los ancianos, a medida que se aproximan al término de la existencia, tienen a veces un recuerdo tan preciso de los mínimos detalles de sus primeros años.

10. Cuando os referíais a vuestro cuerpo, ¿por qué hablabais siempre en tercera persona? –Resp. Porque yo veía –como os he dicho– y percibía nítidamente las diferencias que existen entre lo físico y lo moral; estas diferencias, ligadas entre sí por el fluido vital, son vistas con mucha nitidez por los moribundos clarividentes.

Nota – He aquí una particularidad singular que ha presentado la muerte de este caballero. En sus últimos momentos repetía: «Él tiene sed; es necesario darle de beber. Él tiene frío; hay que darle calor. Él tiene un dolor en tal parte, etc.» Y cuando alguien le decía: «Pero sois vos quien tiene sed», respondía: «No, es él». Aquí se distinguen perfectamente las dos existencias: el yo pensante está en el Espíritu y no en el cuerpo; el Espíritu, ya parcialmente desprendido, consideraba al cuerpo como otra individualidad, que no era él propiamente hablando. Por lo tanto, era a su cuerpo al que había que darle de beber, y no al Espíritu.

11. Lo que habéis dicho sobre vuestro estado errante, y acerca de la duración de vuestra turbación, nos lleva a creer que no sois muy feliz, aunque vuestras cualidades deberían hacer suponer lo contrario. Por lo demás, hay Espíritus errantes que son felices, así como los hay desdichados. –Resp. Estoy en un estado transitorio; las virtudes humanas adquieren aquí su verdadero valor. Indudablemente mi estado es mil veces preferible al de la encarnación terrena; pero como siempre he nutrido en mí aspiraciones al verdadero bien y a lo verdaderamente bello, mi alma sólo estará satisfecha cuando se eleve a los pies del Creador.


Henri Mondeux
(Sociedad Espírita Parisiense; 26 de abril de 1861.)

Los periódicos han anunciado en febrero último la muerte súbita del pastor de ganado Henri Mondeux, el célebre calculador, que ha fallecido con aproximadamente 34 años de edad de un ataque de apoplejía, en los primeros días de febrero de 1861, dentro de una diligencia en la que se encontraba viajando en la ciudad de Condom (Gers). Había nacido en Turena y, desde los diez años, se hizo notar por la prodigiosa facilidad con la que resolvía mentalmente las más complicadas cuestiones de Aritmética, aunque fuese completamente analfabeto y sin haber hecho ningún estudio especial. Luego atrajo la atención y muchas personas iban a verlo mientras pastoreaba los rebaños; los visitantes se entretenían al proponerle problemas, lo que le proporcionaba un pequeño lucro. Recordaban aún al pastor napolitano de ganado, Vito Mangiamele que, pocos años antes, había presentado un fenómeno semejante. Un profesor de Matemáticas del Colegio de Tours pensó que un don natural tan notable debería dar resultados sorprendentes si fuese ayudado; en consecuencia, se dedicó a la tarea de instruirlo, pero no tardó en percibir que estaba en contacto con una de las naturalezas más refractarias; en efecto, a la edad de 16 años, sabía apenas leer y escribir vulgarmente y –cosa singular– jamás el profesor consiguió hacer que Henri recordara los nombres de las figuras geométricas elementales, de modo que su facultad estaba completamente circunscripta a las combinaciones numéricas; por lo tanto, era un calculador, pero no un matemático. Otra singularidad es que él nunca pudo ajustarse a nuestras fórmulas de cálculo: ni siquiera las comprendía; tenía su propia manera de hacerlo, la cual jamás pudo explicar de forma clara, porque probablemente él mismo no la entendía. Tenía, sobre todo, una memoria prodigiosa para los números; decimos para los números y no para los guarismos, porque la visión de los guarismos lo confundía más de lo que lo ayudaba. Él prefería que los problemas fuesen propuestos verbalmente en vez de por escrito.

En resumen, tal es el resultado de las observaciones que nosotros mismos hemos hecho del joven Mondeux, y que en su época nos han proporcionado el tema de una Memoria, leída en la Sociedad Frenológica de París.

Una facultad tan exclusiva, aunque llevada al límite extremo, no podía abrirle ninguna carrera, porque ni mismo podría ser contador en una casa comercial, y su profesor se asustaba con esto, y con toda la razón; éste casi se recriminaba por haberlo retirado de sus vacas y se preguntaba qué sería de Henri cuando los años lo hubiesen privado del interés que había suscitado, sobre todo debido a su edad. Lo hemos perdido de vista hace 18 años; parece que encontró medios de subsistencia dando sesiones de ciudad en ciudad.

1. Evocación. –Resp. 4 más 3 son 7, en los otros mundos como en éste.

2. Hubiésemos querido evocaros un poco después de vuestra muerte, pero nos han dicho que no estabais en estado de responderos; ¿parece que ahora lo estáis? –Resp. Yo os esperaba.

3. Probablemente no os acordáis de mí, aunque yo haya tenido la ocasión de conoceros muy particularmente en Prusia, e incluso asistir a vuestras sesiones. En cuanto a mí, aún me parece veros, así como al profesor de Matemáticas que os acompañaba y que me ha dado sobre vos y acerca de vuestra facultad valiosas informaciones. –Resp. Todo esto es para que os diga que me acuerdo de vos, pero solamente hoy en que mis ideas están lúcidas.

4. ¿De dónde provenía la extraña facultad de que erais dotado? –Resp. ¡Ah!, he aquí la pregunta que yo sabía que me ibais a hacer. Uno comienza diciendo: Yo os conocía, os había visto, erais notable y, en fin, explicadme de qué se trata lo vuestro. ¡Pues bien! Yo tenía la facultad de leer en mi Espíritu los cálculos inmediatos de un problema; se podría decir que un Espíritu me mostraba la solución: yo tenía solamente que leerla; yo era médium vidente y calculador y, con todo esto –es preciso decirlo–, era también una pequeña tabla de cálculos.

5. Por lo que me acuerdo, no teníais cuando encarnado esta índole bromista y mordaz; erais hasta un poco grave. –Resp. Es porque la facultad ha sido totalmente empleada en esto, y nada más restaba para otras cosas.

6. ¿Cómo se explica que esta facultad, tan desarrollada para el cálculo, era tan incompleta para las otras partes más elementales de las Matemáticas? –Resp. En fin, yo era un tonto, ¿no es cierto? Decidlo, que lo habré de entender; pero sabed que aquí no tengo más que desarrollar mi facultad para los números, y ella se desarrolla rápidamente para otras cosas.

7. No tenéis más que desarrollarla para los números... (El Espíritu escribe sin esperar el final de la pregunta.) –Resp. Es decir, Dios nos ha dado a todos una misión: Tú –me ha dicho Él–, deja atónitos a los eruditos matemáticos; te haré parecer falto de inteligencia para que ellos se queden más impresionados; derrota todos sus cálculos yvhaz que ellos se pregunten: ¿Pero qué tiene él más que nosotros? ¿Qué hay de más fuerte que el estudio? Dios quería llevarlos a que busquen más allá del cuerpo, porque ¿qué existe de más material que un número?

8. ¿Qué habéis sido en otras existencias? –Resp. He sido encargado de mostrar otras cosas.

9. ¿Era siempre con relación a las Matemáticas? –Resp. Sin duda, puesto que es mi especialidad.

10. Yo había preparado la formulación de algunos problemas, a fin de saber si aún teníais la misma facultad; pero de acuerdo con lo que decís, pienso que no es más necesario. –Resp. Pero no tengo más soluciones para dar; no puedo más hacerlo; el instrumento es malo, porque no es un matemático.

11. ¿No podríais vencer esa dificultad? –Resp. ¡Ah!, nada es invencible; la propia Sebastopol ha sido tomada. ¡Pero qué diferencia!

12. ¿En qué os ocupáis ahora? –Resp. ¿Queréis saber a qué me dedico? Paseo y espero un poco, antes de recomenzar mi camino como médium, que debe continuar.

13. ¿En qué género pensáis ejercer esta facultad medianímica? –Resp. Siempre la misma, pero más desarrollada, más admirable.

14. (Un miembro hace la siguiente reflexión): Se deduce de las respuestas del Espíritu que él obró como médium en la Tierra, lo que presupone que ha sido ayudado por otro Espíritu, lo que explicaría por qué hoy no goza más de esa facultad. –Resp. Es que mi Espíritu ha sido expresamente preparado para ver los números que otros Espíritus me pasaban. Captaba mejor de lo que lo haríais; tenía disposición para los cálculos, ya que era en ese género que me ejercitaba. Se buscan todos los medios para convencer; todos son buenos, pequeños y grandes, y los Espíritus se sirven de todos los medios.

15. ¿Habéis hecho fortuna con vuestra facultad, al recorrer el mundo dando sesiones? –Resp. ¡Oh, preguntar si un médium hace fortuna! Os confundís de camino; claro que no.

16. Pero no os considerabais como médium; ni mismo sabíais lo que era. –Resp. No. También me admiraba de que me sirviese tan poco pecuniariamente; me sirvió moralmente, y prefiero mi activo –escrito en el gran libro de Dios– a las rentas que habría obtenido del Estado.

17. Os agradecemos por haber tenido a bien responder a nuestro llamado. –Resp. Habéis cambiado de opinión sobre mí.

18. No la he cambiado; siempre he tenido mucha estima por vos. –Resp. Felizmente yo resolvía las cuestiones, sin lo cual no me habríais notado.

Nota – Como se sabe, la identidad de los Espíritus es lo más difícil de constatar; en general, la misma se revela por circunstancias y detalles imprevistos, por matices delicados que sólo una observación atenta puede captar, y que frecuentemente prueban más que los signos materiales, que son siempre fáciles de imitar por los Espíritus embusteros; entretanto, éstos no pueden simular las capacidades intelectuales o las cualidades morales que les faltan. Se podría dudar, pues, de la identidad en esa circunstancia sin la explicación muy lógica que el Espíritu da de la diferencia que existe entre su carácter actual y el que ha mostrado cuando encarnado, porque la respuesta numérica que él dio en la evocación no puede ser considerada como una prueba auténtica. Cualquiera que fuere la opinión que se pueda formar acerca de la evocación anterior, no se puede negar que, al lado de pensamientos jocosos, ésta contiene pensamientos muy profundos; sobre todo, las respuestas a las preguntas 7 y 16 son notables al respecto. De ellas resalta igualmente, así como de las respuestas dadas por otros Espíritus, que el Espíritu Mondeux tiene una predisposición para las Matemáticas; que ejerció esa facultad en otras existencias –lo que es probable–, pero que no perteneció a ninguna de las celebridades de la Ciencia. Difícilmente se concebiría que un verdadero sabio fuese reducido a hacer proezas de cálculos para divertir al público, sin alcance y sin utilidad científicas. Habría muchos motivos más para dudar de su identidad si se hubiese hecho pasar por Newton o por Laplace.


La Sra. Anaïs de Gourdon

Esta mujer muy joven, notable por la dulzura de su carácter y por las más eminentes cualidades morales, falleció en noviembre de 1860; fue evocada a pedido de su padre y de su marido. Ella pertenecía a una familia de trabajadores de las minas de carbón en los alrededores de Saint-Étienne, circunstancia importante para apreciar su evocación.

1. Evocación. –Resp. Estoy aquí.

2. Vuestro marido y vuestro padre me han solicitado que os llamara, y se sentirán muy felices si obtuviesen una comunicación vuestra. –Resp. También estoy muy feliz en poder darla.

3. ¿Por qué habéis sido retirada tan joven del seno de vuestra familia? –Resp. Porque terminé mis pruebas terrenales.

4. ¿Vais a verlos algunas veces? –Resp. ¡Oh!, estoy incesantemente junto a ellos.

5. ¿Sois feliz como Espíritu? –Resp. Soy feliz. Confío, espero y amo; los Cielos no me causan temor, y espero con confianza y amor que las blancas alas me conduzcan.

6. ¿Qué entendéis por esas alas? –Resp. Entiendo con ello que llegaré a ser Espíritu puro y que he de resplandecer como los mensajeros celestiales que me deslumbran.

Nota – Las alas de los ángeles, arcángeles y serafines, que son Espíritus puros, no son evidentemente más que un atributo imaginado por los hombres para describir la rapidez con la cual aquellos se trasladan, porque su naturaleza etérea prescinde de todo sostén para recorrer los espacios. Entretanto, pueden aparecer a los hombres con ese accesorio para responder a sus pensamientos, así como otros Espíritus toman la apariencia que tenían en la Tierra para hacerse reconocer.

7. ¿Veis a vuestro cuñado, fallecido hace algún tiempo, al cual hemos evocado el año pasado? –Resp. Lo he visto cuando llegué entre los Espíritus; no lo veo más ahora.

8. ¿Por qué no lo veis más? –Resp. No sé nada al respecto.

9. ¿Pueden vuestros parientes hacer algo que os sea agradable? –Resp. Estos seres queridos pueden dejar de entristecerme con su pesar, ya que saben que no me han perdido; que mi recuerdo les sea sereno, suave y perfumado en su memoria. He pasado como una flor, y nada triste debe quedar de mi rápido paso.

10. ¿Cómo se explica que vuestro lenguaje sea tan poético y que esté tan poco relacionado con la posición que teníais en la Tierra? –Resp. Es mi alma la que habla. Sí, tenía conocimientos adquiridos, y frecuentemente Dios permite que Espíritus delicados se encarnen entre las personas más rudas para hacerlas presentir las delicadezas que alcanzarán y que comprenderán más tarde.

Nota – Sin esta explicación tan lógica y tan acorde con la solicitud de Dios para con sus criaturas, difícilmente nos daríamos cuenta de lo que, a primera vista, podría parecer una anomalía. En efecto, ¿qué hay de más encantador y poético que el lenguaje del Espíritu de esa joven señora, educada en medio de los más rudos trabajos? A menudo se observa lo contrario: Espíritus inferiores, encarnados entre hombres más adelantados, pero con un objetivo opuesto. Para su propio adelanto, Dios los pone en contacto con un medio esclarecido, y algunas veces también para servir de prueba a este mismo medio. ¿Qué otra filosofía puede resolver tales problemas?

___________

11. Evocación del joven Gourdon Hijo Mayor, ya evocado en 1860. –Resp. Estoy aquí.

12. ¿Recordáis que ya fuisteis llamado por mí? –Resp. Sí, perfectamente.

13. ¿Cómo se explica que vuestra cuñada no os ve más? –Resp. Ella se ha elevado.

Nota – A esta pregunta ella había respondido: «No sé nada al respecto», sin duda por modestia. Ahora esto se explica: ella pertenece, al ser de una naturaleza superior, a un orden más elevado, mientras que él aún está retenido en la Tierra. Siguen caminos diferentes.

14. ¿Cuáles han sido vuestras ocupaciones desde esa época? –Resp. He avanzado en la vía de los conocimientos, escuchando las instrucciones de nuestros guías.

15. Por favor, ¿podríais dar una comunicación para vuestro padre, que estará muy feliz con la misma? Padre querido, no creas que tus hijos están perdidos y no sufras al mirar nuestros lugares vacíos. Yo también espero y no tengo ninguna impaciencia, porque sé que los días que pasan son otros tantos escalones ascendidos que nos aproximan uno al otro. Ten seriedad y recogimiento, pero no tengas tristeza, porque la tristeza es un reproche mudo dirigido a Dios, que quiere ser alabado en sus obras. Además, ¿por qué sufrir en esta triste existencia, donde todo se apaga, excepto el bien o el mal que hacemos? Padre querido, ¡coraje y confianza!

Nota – La primera evocación de este joven fue marcada por los mismos sentimientos de piedad filial y de elevación. Dicha evocación había sido un inmenso consuelo para sus padres, que no podían soportar su pérdida. Se comprende que debe haber sucedido lo mismo con la evocación de la joven señora.



Efectos de la desesperación
Muerte del Sr. Laferrière, miembro del Instituto. – Suicidio del Sr. Léon L... – La viuda y el médico.

Serían necesarios varios volúmenes para registrar todos los accidentes funestos causados por la desesperación, si sólo tomásemos aquellos que llegan al conocimiento del público. ¡Cuántos suicidios, enfermedades, muertes involuntarias, casos de locura, actos de venganza y hasta crímenes produce la desesperación todos los días! Una estadística muy instructiva sería la de las causas primeras que han llevado a los trastornos cerebrales, y se vería que la desesperación entra, por lo menos, con las cuatro quintas partes de los casos; pero no es de esto que nos queremos ocupar hoy. Citamos aquí dos hechos registrados en los diarios, no a título de novedades, sino como temas de observación.

En Le Siècle (El Siglo) del 17 de febrero último leemos el relato de las exequias del Sr. Laferrière:

«El martes pasado llevábamos a su última morada, con algunos amigos entristecidos, a una joven de veinte años, arrebatada por una enfermedad de algunos días. El padre de esta hija única era el Sr. Laferrière, miembro del Instituto, inspector general de las Facultades de Derecho. El exceso de dolor fulminó a este padre infeliz, y la resignación de la fe del cristiano fue impotente para consolarlo.

«En un espacio de 36 horas, la muerte dio un segundo golpe y, la misma semana que había separado padre e hija, los reunió. Una numerosa y consternada multitud seguía hoy el ataúd del Sr. Laferrière.»

Dice el diario que el Sr. Laferrière tenía sentimientos religiosos, y preferimos creerlo así, porque no se debe pensar que todos los eruditos sean materialistas; sin embargo, esos sentimientos no le impidieron sucumbir a su desesperación. Estamos convencidos de que si él tuviese ideas menos vagas y más positivas sobre el futuro, como las que da el Espiritismo; si hubiera creído en la presencia de su hija junto a él; si hubiese tenido el consuelo de comunicarse con ella, habría comprendido que no estaba separado de la misma sino materialmente y por un tiempo determinado, y habría tenido paciencia, confiando en la voluntad de Dios en lo que respecta al momento de juntarse con ella; él se habría calmado ante la idea de que su propia desesperación era una causa de perturbación para la felicidad del objeto de su afecto.

Estas reflexiones se aplican, aún con más razón, al siguiente hecho que leemos en Le Siècle del 1º de marzo pasado:

«El Sr. Léon L..., de 25 años, jefe de carruajes de Villemomble a París, se había casado hace aproximadamente dos años con una joven a quien amaba con pasión. El nacimiento de un hijo –hoy con un año de edad– vino a estrechar aún más los lazos de afecto entre los esposos; como sus negocios prosperaban, todo parecía presagiarle un largo futuro de felicidad.

«Hace algunos meses la Sra. de L... fue súbitamente acometida por una fiebre tifoidea, y a pesar de los más asiduos cuidados y de todos los recursos de la Ciencia, falleció en poco tiempo. A partir de ese momento, el Sr. L... fue tomado de tal melancolía que nada conseguía distraerlo. Muchas veces se le oía decir que la vida era odiosa para él y que iría juntarse con aquella que había llevado toda su felicidad.

«Ayer, al regresar de París en su cabriolé, hacia las siete de la tarde, el Sr. L... entregó el carruaje al cuidador de caballos y, sin decir una palabra a nadie, entró a una pieza situada en la planta baja, contigua al comedor. Una hora más tarde, una empleada doméstica vino a avisarle que la cena estaba servida; él respondió que no precisaba de nada; estaba reclinado sobre una mesa, la cabeza apoyada en las manos y parecía tomado de una completa postración.

«La doméstica avisó a los padres, que vinieron a ver a su hijo. Él había perdido el conocimiento. Corrieron a buscar al Dr. Dubois. A su llegada, el médico constató que Léon estaba muerto. Se había envenenado con una fuerte dosis de láudano, que éste había comprado para sus caballos.

«La muerte del joven causó una viva impresión en la región, donde gozaba de estima general.»

El Sr. Léon L... creía indudablemente en la vida futura, pues se mató para ir a encontrarse con su esposa. Si a través del Espiritismo hubiese conocido la situación de los suicidas, él habría sabido que, lejos de acelerar el momento del reencuentro, aquél era un medio infalible de retardarlo.

A estos dos hechos contraponemos el siguiente, que muestra la influencia que pueden tener las creencias espíritas en las resoluciones que toman las personas.

Uno de nuestros corresponsales nos transmite lo siguiente:

«El marido de una Sra. conocida mía falleció, y su muerte fue atribuida a un error médico. La viuda tuvo un tal resentimiento contra este último, que incesantemente lo perseguía con invectivas y amenazas, diciéndole en todas partes donde lo encontraba: “Verdugo, ¡te voy a matar con mis manos!” Esta dama era muy piadosa y muy buena católica; pero, para calmarla, fue en vano que emplearon los recursos de la religión. La situación llegó a tal punto que el médico creyó un deber dirigirse a las autoridades para su propia seguridad.

«El Espiritismo cuenta con numerosos adeptos en la ciudad en que vive esta señora; uno de sus amigos, muy buen espírita, le dijo un día: –¿Qué pensaríais si pudieseis poneros en contacto con vuestro marido? –¡Oh!, dice ella, ¡si yo supiera que esto es posible! Si tuviese la certeza de que no lo he perdido para siempre, me consolaría y esperaría. Poco después le dieron esa prueba; su propio marido vino a darle consejos y consuelos, y a través del lenguaje de éste, ella no tuvo ninguna duda acerca de su presencia junto a sí. Desde entonces se operó una completa revolución en su mente; después de la desesperación llegó la calma, y sus ideas de venganza dieron lugar a la resignación. Ocho días después ella fue a la casa del médico, que se quedó muy intranquilo con esta visita; pero, en lugar de amenazarlo, ella le tendió la mano y le dijo: “Nada temáis, señor; vengo a pediros perdón por el mal que os hice, así como yo os perdono por lo que me habéis hecho involuntariamente. Fue mi propio marido el que me aconsejó la actitud que tomo en este momento; él me dijo que de ninguna manera fuisteis la causa de su muerte. Además, ahora tengo la certeza de que él está cerca mío, de que me ve y vela por mí, y que un día estaremos unidos. De esta forma, señor, no os quedéis más resentido conmigo, así como de mi parte no tengo más resentimientos de vos”.»

No hace falta decir que el médico aceptó con complacencia la reconciliación y quiso saber la causa misteriosa a la cual él debía su tranquilidad desde aquel momento. De ese modo, sin el Espiritismo, esta señora hubiese probablemente cometido un crimen, a pesar de ser religiosa. ¿Esto prueba la inutilidad de la religión? No, de manera alguna; pero muestra la insuficiencia de las ideas que ella da del futuro, presentándolo tan vago que deja en muchas personas una especie de incertidumbre, mientras que el Espiritismo, haciendo conque toquemos el futuro con el dedo –por así decirlo–, hace nacer en el alma una confianza y una seguridad más completas.

Al padre que ha perdido a su hijo; al hijo que ha visto desencarnar a su padre; al marido que ha visto partir a su adorada esposa, ¿qué consuelo da el materialista? Éste dice: Todo acabó; no queda nada del ser que os era tan querido, absolutamente nada, a no ser ese cuerpo que en breve se habrá disuelto; no queda nada de su inteligencia, de sus cualidades morales y de la instrucción que adquirió: todo esto es la nada, y vos habéis perdido a vuestro ser querido para siempre. Pero el espírita dice: De todo eso, nada se ha perdido; todo subsiste; no hay de menos sino la envoltura perecedera, pero el Espíritu, libre de su prisión, está radiante; él está ahí, junto a vos, y os ve, os escucha, os espera. ¡Oh! ¡Cuánto mal hacen los materialistas al inocular con sus sofismas el veneno de la incredulidad! Ellos nunca han amado; de lo contrario, ¿podrían ver con sangre fría a sus afectos reducidos a un montón de polvo? Así, parece que es para ellos que Dios ha reservado los mayores rigores, pues los vemos reducidos a la más deplorable posición en el mundo de los Espíritus, y Dios es tanto menos indulgente para con ellos cuanto más han estado en condiciones de esclarecerse.




Disertaciones y enseñanzas espíritas - A través de dictados espontáneos

Muchos son los llamados y pocos los escogidos
(Comunicación obtenida por el Sr. d’Ambel, médium de la Sociedad)

Esta máxima evangélica debe aplicarse con mucha más razón a los tiempos actuales que a los primeros tiempos del Cristianismo.

En efecto, ¿no escucháis ya el rugir de la tempestad que debe arrasar con el viejo mundo y disipar en la nada el conjunto de las iniquidades terrestres? ¡Ah!, bendecid al Señor, vosotros que habéis depositado vuestra fe en su soberana justicia y que, como nuevos apóstoles de la creencia revelada por las voces proféticas superiores, vais a predicar el dogma nuevo de la reencarnación y de la elevación de los Espíritus, conforme hayan cumplido bien o mal sus misiones y según hayan soportado sus pruebas terrenas.

¡No temáis! Las lenguas de fuego están sobre vuestras cabezas. ¡Oh, adeptos del Espiritismo, vosotros sois los elegidos de Dios! Id y predicad la palabra divina. Ha llegado la hora en que, para su propagación, debéis sacrificar vuestros hábitos, vuestros trabajos y vuestras ocupaciones fútiles. Id y predicad; los Espíritus de lo Alto están con vosotros. Por cierto hablaréis a personas que no querrán escuchar la voz de Dios, porque esta voz les recuerda incesantemente la abnegación; predicaréis el desinterés a los avaros, la abstinencia a los disolutos, la mansedumbre a los tiranos domésticos, como también a los déspotas: palabras perdidas, ya lo sé; ¡pero qué importa! Es preciso que reguéis con vuestro sudor el terreno en que habréis de sembrar, porque únicamente fructificará y producirá con los esfuerzos reiterados de la azada y del arado evangélico. ¡Id y predicad!

Sí, todos vosotros, hombres de buena fe, que estáis conscientes de vuestra inferioridad al contemplar los mundos diseminados en el infinito, partid en cruzada contra la injusticia y la iniquidad. Id y destruid ese culto al becerro de oro, que cada día se hace más invasor. Id, ¡Dios os guía! Hombres sencillos e ignorantes: vuestras lenguas se desatarán y hablaréis como ningún orador lo ha hecho. Id y predicad, que los pueblos atentos recibirán con felicidad vuestras palabras de consuelo, de fraternidad, de esperanza y de paz.

¡Qué importan las emboscadas que os tenderán en el camino! Sólo los lobos caen en las trampas para lobos, porque el pastor sabe defender a sus ovejas contra los carniceros sacrificadores.

Id, hombres, que ante Dios sois grandes, pues más dichosos que santo Tomás, creéis sin pedir ver, y aceptáis los hechos de la mediumnidad aunque no hayáis podido obtenerlos a través de vosotros mismos; id, el Espíritu de Dios os guía.

Por lo tanto, ¡marchad hacia delante, falange imponente por vuestra fe y por vuestro pequeño número! ¡Marchad! Los numerosos batallones de incrédulos se dispersarán ante vos, como la niebla de la mañana se desvanece ante los primeros rayos del sol naciente.

La fe es la virtud que transporta montañas, os ha dicho Jesús; pero más pesados que las más pesadas montañas, yacen en el corazón de los hombres la impureza y todos los vicios derivados de la misma. Partid, pues, con coraje para remover esa montaña de iniquidades que las generaciones futuras no deben conocer sino como una leyenda, del mismo modo que vosotros conocéis muy imperfectamente los períodos anteriores a la civilización pagana.

Sí, las conmociones morales y filosóficas van a manifestarse en todos los puntos del globo; se aproxima la hora en que la luz divina resplandecerá en los dos mundos.

Por lo tanto, id y llevad la palabra divina: a los grandes, que la desdeñarán; a los científicos, que exigirán pruebas; a los pequeños y a los simples, que la aceptarán, porque es principalmente entre los mártires del trabajo –en esta expiación terrena– que encontraréis el fervor y la fe. Id, pues éstos recibirán con himnos de gratitud y de alabanzas a Dios el consuelo santo que les llevaréis, y se inclinarán agradeciendo la parte que les toca con relación a sus miserias terrestres.

¡Que vuestra falange se arme, pues, con decisión y coraje! ¡Manos a la obra! El arado está listo y la tierra preparada: es necesario arar.

Id y agradeced a Dios la gloriosa tarea que os ha confiado; pero tened en cuenta que entre los llamados al Espiritismo, muchos se han desviado; por lo tanto, estad atentos a vuestro camino y seguid la senda de la verdad.

Preg. Si entre los llamados al Espiritismo muchos se han desviado, ¿a través de qué señales reconoceremos a los que están en la buena senda? –Resp. Los reconoceréis por los principios de la verdadera caridad que profesen y que practiquen; vosotros los reconoceréis por el número de afligidos que hayan consolado; los reconoceréis por su amor al prójimo, por su abnegación, por su desinterés personal; en fin, los reconoceréis por el triunfo de sus principios, porque Dios quiere el triunfo de su ley. Los que siguen su ley son sus escogidos, y Él les dará la victoria; pero los que hayan falseado el espíritu de esta ley para satisfacer su vanidad y su ambición, sufrirán las consecuencias.

ERASTO, ángel guardián del médium.

Ocupaciones de los Espíritus
(Médium: Sra. de Costel)

Las ocupaciones de los Espíritus del segundo orden consisten en prepararse para las pruebas que tendrán que enfrentar, a través de meditaciones sobre sus existencias pasadas y de observaciones acerca de los destinos humanos, de sus vicios, de sus virtudes y de lo que puede perfeccionarlos o hacerlos fallar. Aquellos que tienen –como yo– la felicidad de tener una misión, se ocupan de la misma con tanto más esmero y amor, que el progreso de las almas que les son confiadas les es contado como un mérito; por lo tanto, ellos se esfuerzan en sugerirles buenos pensamientos, en ayudar sus buenas iniciativas y en alejar a los Espíritus malos, al oponer su influencia serena a las influencias nocivas. Esa interesante ocupación, sobre todo cuando uno es lo bastante feliz como para dirigir a un médium y tener comunicaciones directas, no altera el cuidado y el deber de perfeccionarse.

No creáis que el tedio pueda alcanzar a un ser que sólo vive por el espíritu y cuyas facultades tienden totalmente hacia un objetivo, que él sabe que se encuentra distante pero que es seguro. El tedio resulta del vacío del alma y de la esterilidad del pensamiento; el tiempo, tan pesado para vosotros que lo medís a través de vuestros miedos pueriles o de vuestras frívolas expectativas, no hace sentir su paso a los que no están sujetos a las agitaciones del alma ni a las necesidades del cuerpo. Pasa aún más rápido para los Espíritus puros y superiores, que Dios encarga de la ejecución de sus órdenes y que recorren las esferas en un rápido vuelo.

En cuanto a los Espíritus inferiores, especialmente aquellos que tienen pesadas faltas para expiar, el tiempo se mide por sus pesares, sus remordimientos y sus sufrimientos. De entre ellos, los más perversos buscan escapar haciendo el mal, es decir, sugiriéndolo. Entonces sienten esa amarga y fugaz satisfacción del enfermo que hurga en su herida y que no hace más que aumentar su dolor. Así, sus sufrimientos aumentan de tal manera que fatalmente terminan buscando el remedio, que no es otro sino volver al bien.

Los pobres Espíritus, que han sido culpables por su debilidad o por su ignorancia, sufren su inutilidad y su aislamiento. Se lamentan por su envoltura terrena, sea cual fuere el dolor que les haya causado; se rebelan y se desesperan hasta el momento en que perciben que solamente la resignación y una firme voluntad de volver al bien pueden aliviarlos; se calman y comprenden que Dios no abandona a ninguna de sus criaturas.

MARCILLAC (Espíritu familiar)

El libertinaje
(Comunicación enviada por el Sr. Sabò, de Burdeos)

La elección de buenos autores es muy útil, y los que ejercen su dominio sobre vosotros, al provocar la imaginación con locas pasiones humanas, no hacen más que corromper el corazón y el Espíritu. En efecto, no es entre los que hacen apología de la orgía, del libertinaje, de la voluptuosidad y de los que preconizan los goces materiales, que se pueden aprender lecciones de mejoramiento moral. Por lo tanto, amigos míos, pensad que si Dios os ha dado pasiones, ha sido con el objetivo de haceros participar de sus designios, y no para satisfacerlas como un animal. Sabed que si consumís vuestra vida en locos placeres, que no dejan más que remordimientos y un vacío en el corazón, no estaréis obrando según los designios de Dios. Si os es permitido la reproducción de la especie humana, es que millares de Espíritus errantes esperan en el espacio la formación de cuerpos de los que tienen necesidad para recomenzar sus pruebas, y que al usar vuestras fuerzas en las indignas voluptuosidades vais contra los propósitos de Dios, y vuestro castigo será grande. Entonces suprimid esas lecturas, de las cuales no recogéis ningún fruto, ni para vuestra inteligencia ni para vuestro perfeccionamiento moral. Que los escritores serios de todos los tiempos y de todos los países os hagan conocer lo bello y el bien; que eleven vuestra alma a través del encanto de la poesía, enseñándoos el empleo útil de las facultades con las cuales os ha dotado el Creador.

FELICIA, hija de la médium.


Nota – ¿No hay algo profundo y sublime en esa idea que da a la reproducción del cuerpo un objetivo tan elevado? Los Espíritus errantes esperan esos cuerpos, de los cuales tienen necesidad para su propio adelanto, y que los Espíritus encarnados están encargados de reproducir, como el hombre espera el producto de la reproducción de ciertos animales para vestirse y alimentarse.

Resalta de eso otra enseñanza de alta gravedad. Si no se admite que el alma ya haya vivido, es absolutamente necesario que ella fuese creada en el momento de la formación y para el uso de cada cuerpo; de donde se deduce que la creación del alma por Dios estaría subordinada al capricho del hombre, y en la mayoría de las veces sería el resultado del libertinaje. ¡Cómo! ¡Todas las leyes religiosas y morales condenan la depravación de las costumbres, y Dios se aprovecharía de esto para crear a las almas! Preguntamos a todo hombre de buen sentido si es admisible que Dios se contradiga en este punto. ¿No sería glorificar el vicio, ya que serviría para el cumplimiento de los designios más elevados del Todopoderoso: la creación de las almas? Que nos digan si esto no sería la consecuencia de la formación simultánea de las almas y de los cuerpos; y aún sería peor si se admitiera la opinión de aquellos que pretenden que el hombre procrea el alma al mismo tiempo que el cuerpo. Al contrario, admitid la preexistencia del alma, y toda contradicción cesa. El hombre solamente procrea la materia del cuerpo; y la obra de Dios –la creación del alma inmortal, que un día debe acercarse a Él– no está sometida al capricho del hombre. Es así que, fuera de la reencarnación, surgen a cada paso dificultades insolubles, y cuando se quiere explicarlas se cae en la contradicción y en el absurdo. También el principio de la unicidad de la existencia corporal, para decidir definitivamente los destinos futuros del hombre, a cada día pierde terreno y partidarios; por lo tanto, podemos decir con seguridad que en poco tiempo el principio contrario será universalmente admitido como el único lógico, el único que está de conformidad con la justicia de Dios, y proclamado por el propio Cristo cuando dijo: En verdad, en verdad os digo que es necesario nacer de nuevo para entrar en el Reino de Dios.


Acerca del periespíritu
Dictado espontáneo sobre un debate que acababa de ocurrir en la Sociedad, acerca de la naturaleza del Espíritu y del periespíritu; médium: Sr. A. Didier

Acompañé con interés el debate que se estableció hace poco y que os ha suscitado grandes dificultades. Sí, faltan a las palabras color y forma para describir al periespíritu y su verdadera naturaleza; pero una cosa es cierta: lo que unos llaman periespíritu no es sino lo que otros llaman envoltura fluídica, material. Cuando se debate semejantes cuestiones, no son las frases que se debe buscar, sino las palabras. Para hacerme comprender de una manera más lógica, diré que ese fluido es la perfectibilidad de los sentidos y la extensión de la visión y de las ideas; hablo aquí de los Espíritus elevados. En cuanto a los Espíritus inferiores, los fluidos terrestres son aún completamente inherentes a ellos; por lo tanto, es materia, como veis; de ahí los sufrimientos del hambre, del frío, etc., sufrimientos que no pueden alcanzar a los Espíritus superiores, puesto que los fluidos terrestres son depurados alrededor del pensamiento, es decir, del alma. Para su progreso, el alma tiene siempre necesidad de un agente; el alma sin agente no es nada para vosotros o, mejor dicho, no puede ser concebida por vosotros. Para nosotros –Espíritus errantes–, el periespíritu es el agente por el cual nos comunicamos con vosotros, ya sea indirectamente a través de vuestro cuerpo o de vuestro periespíritu, o directamente a través de vuestra alma; de ahí los infinitos matices de médiums y de comunicaciones. Ahora resta el punto de vista científico, es decir, la propia esencia del periespíritu: esto es otro asunto; primero comprended moralmente. No resta más que un análisis acerca de la naturaleza de los fluidos, lo que por el momento es inexplicable; la Ciencia no conoce lo suficiente, pero llegará a ello si la misma quisiere marchar con el Espiritismo.

LAMENNAIS

El ángel Gabriel
Evocación de un Espíritu bueno, por la Sra. de X…, en Soultz, Alto Rin

Soy Gabriel, el ángel del Señor, que me encarga de bendeciros, no por vuestros méritos, sino por los esfuerzos que hacéis para adquirirlos.

La vida debe ser un combate; nunca hay que detenerse, ni dudar jamás entre el bien y el mal; la vacilación proviene de Satanás, es decir, de los Espíritus malos. Por lo tanto, ¡coraje! Cuanto más espinas encontréis en vuestro camino, más esfuerzos necesitaréis para proseguir. Si el mismo fuere sembrado de rosas, ¿qué mérito tendríais delante de Dios? Cada uno tiene su calvario en la Tierra, pero no todos lo pasan con la serena resignación ejemplificada por Jesús. Esa resignación fue tan grande ¡que los ángeles quedaron conmovidos! Y los hombres, ¡difícilmente derraman una lágrima delante de tantos dolores! ¡Oh, cómo es duro el corazón humano! ¿Merecíais semejante sacrificio? ¡Echad vuestro rostro en el polvo e implorad misericordia a Dios, mil veces bueno, mil veces afable y mil veces misericordioso! ¡Oh, Dios mío! Dirigid una mirada sobre Vuestra obra; ¡sin eso ella perecerá! El corazón de los hombres no está a la altura del Vuestro; ellos no pueden comprender este exceso de amor de Vuestra parte. Tened piedad; tened mil veces piedad de sus debilidades. Dadles coraje por medio de pensamientos que sólo pueden provenir de Vos. Bendecidlos, sobre todo, ¡para que den frutos dignos de Vuestra inmensa grandeza!

¡Hosanna en las alturas, y paz a los hombres de buena voluntad!

Es así que he de terminar las palabras que Dios me ha ordenado que os transmitiera.

Sed benditos en el Señor, a fin de que un día despertéis en su seno.


Despertad
(Sociedad Espírita de París; médium: Sra. de Costel)

Te hablaré de los síntomas y de las predicciones que anuncian por todas partes la llegada de los grandes acontecimientos que nuestro siglo encierra. En su conmovedora bondad, los Espíritus –mensajeros de Dios– advierten al Espíritu de los hombres, como los dolores advierten a la madre de la proximidad del parto. Esas señales, frecuentemente menospreciadas y, por tanto, siempre justificadas, se multiplican al infinito en este momento. ¿Por qué todos sentís que el Espíritu profético agita vuestros corazones y que estremece vuestras conciencias? ¿Por qué las incertidumbres? ¿Por qué los desfallecimientos que turban los corazones? ¿Por qué el despertar del espíritu público que, por todas partes, enarbola su noble bandera? ¿Por qué? Es que los tiempos han llegado; es que el reino del materialismo se tambalea y va a desmoronar; es que los placeres del cuerpo, que en poco tiempo serán dejados a un lado, darán lugar al reino de la idea; es que el edificio social está carmomido y va a dar lugar a la joven y triunfante legión de las ideas espíritas, que fecundarán a las conciencias estériles y a los corazones mudos. Que estas palabras incesantemente repetidas no os encuentren distraídos e indiferentes. Después que el labrador ha sembrado, recoged las valiosas espigas que han de nacer. No digáis: la vida sigue su curso y su paso normal; nuestros antepasados no han visto nada de lo que hoy es anunciado: nosotros no veremos más que ellos; adoremos lo que ellos han adorado, o más bien reemplacemos la adoración por fórmulas vanas, y todo estará bien. Al hablar así, dormís. Despertad, porque no es la trompeta del juicio final que sonará en nuestros oídos, sino la voz de la verdad; no se trata de la muerte vencida y humillada: se trata de la vida presente, o más bien de la vida eterna. No lo olvidéis, y despertad.

HELVÉTIUS

El genio y la miseria
(Sociedad Espírita de París; médium: Sr. Alfred Didier)

Hay una prueba muy grande en la Tierra, sobre la cual debe especialmente apoyarse la moral del Espiritismo: es la terrible prueba del hombre de genio, sobre todo de aquel que está dotado de facultades superiores, preso a las exigencias de la miseria. ¡Ah! Sí; esta prueba moral, esta miseria de la inteligencia, mucho más que la del cuerpo, será el mérito mayor para el hombre que haya cumplido su misión. Comprended esa incesante lucha del talento contra la miseria, esta arpía que se lanza sobre vosotros durante el festín de la vida, semejante al monstruo citado por Virgilio, y que dice a todas sus víctimas: Sois poderosos, pero soy yo la que os mato; soy yo la que envía a la nada los dones de vuestra inteligencia, porque soy la muerte del genio. Yo sé que solamente algunos son vencidos; pero los otros, ¿cuántos son? Hay un pintor de la escuela moderna que ha concebido este asunto de la siguiente manera: Un ser, el genio, cuyas alas se abren y cuya mirada se dirige hacia el sol; que casi levanta vuelo, pero que cae en una roca donde está preso por cadenas de hierro que lo han de retener, quizá para siempre. El hombre que ha visto este sueño tal vez haya sido encadenado también, y quizá después de su liberación se haya acordado de aquellos que estaban aprisionados para siempre en la roca.

GÉRARD DE NERVAL

Transformación
(Sociedad Espírita de París; médium: Sra. de Costel)

Vengo a hablarte de la cuestión más importante en esta época de crisis y de transformación. En el momento en que las naciones visten su túnica viril; en el momento en que el cielo develado os muestra a los Espíritus, recorriendo los espacios infinitos, de quienes pensabais que estaban dispersados como moléculas o que servían de alimento a los gusanos; en este momento solemne, es preciso que el hombre –armándose de fe– no ande más a tientas en las tinieblas del personalismo y del materialismo. Como antaño los pastores, guiados por una estrella, fueron a adorar al Niño Jesús, es necesario que el hombre, guiado por la brillante aurora del Espiritismo, camine finalmente hacia la Tierra Prometida de la libertad y del amor. Es preciso que, al comprender el gran misterio, él sepa que el objetivo armonioso de la naturaleza y su ritmo admirable son los modelos de la humanidad. En esta notable diversidad que confunde a los Espíritus, distinguid la perfecta similitud de relaciones entre las cosas creadas y los seres creados, y que esta poderosa armonía os lleve a todos –hombres de acción, poetas, artistas, obreros– a la unión, en la cual deben integrarse los esfuerzos comunes durante el peregrinaje de la vida. Caravanas azotadas por tempestades y adversidades: tended vuestras manos amigas y marchad con los ojos fijos en un Dios justo, que recompensa de modo centuplicado al que haya aliviado al débil y al oprimido.

GEORGES

La separación del Espíritu
(Comunicación enviada por el Sr. Sabò, de Burdeos)

Cuerpo de lodo, foco de corrupción donde se agita el fermento de las pasiones impuras: son los órganos que a menudo arrastran al Espíritu a tomar parte de las sensaciones brutales que se manifiestan en la materia. Cuando el principio de la vida orgánica se extingue por uno de los mil accidentes a los que está sujeto el cuerpo, el Espíritu se desprende de los lazos que lo retenían en su fétida prisión y helo libre en el espacio. Sin embargo, cuando él es ignorante, y sobre todo cuando es muy culpable, sucede que un espeso velo le oculta las bellezas de la morada donde habitan los Espíritus buenos, y él se ve solo o en compañía de Espíritus malos e inferiores, en un círculo que no le permite percibir dónde se encuentra, ni recordar de dónde viene; entonces, está inquieto, sufrido y se siente mal, hasta que en un tiempo más o menos largo, sus hermanos –los Espíritus– vienen a aclararle su situación y le abren los ojos para que se acuerde del mundo de los Espíritus que habitó, y de los diferentes planetas donde pasará sus diversas encarnaciones. Si procedió bien en la última, esto le abre las puertas de los mundos superiores; pero si la misma fue inútil y llena de iniquidades, él es punido con remordimientos, y después que el Espíritu se ha doblegado ante la cólera de Dios por su arrepentimiento y por la oración de sus hermanos, recomienza su existencia, lo que no es una felicidad, sino un castigo o una prueba.

FERDINAND, Espíritu familiar.

ALLAN KARDEC