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Revista Espírita Periódico de Estudios Psicológicos - 1861 > Octubre
Octubre
El Espiritismo en Lyon
Ante las reiteradas invitaciones que este año nos han hecho los espíritas lioneses, hemos aceptado visitar nuevamente aquella ciudad, y aunque conociéramos, por correspondencia, los progresos del Espiritismo en Lyon, el resultado superó en mucho nuestras expectativas. Ciertamente nuestros lectores han de apreciar que les demos algunas informaciones al respecto; allí verán una muestra de la marcha irresistible de la Doctrina y una prueba patente de sus consecuencias morales.
Pero antes de hablar de los espíritas de Lyon, no debemos olvidar a los espiritistas de Sens y de Mâcon, que hemos visitado en nuestro trayecto, a los cuales agradecemos por su simpática acogida. Allí también hemos podido constatar un progreso muy considerable, ya sea en el número de adeptos o en la opinión que se hace del Espiritismo en general. Por todas partes los escarnecedores se esclarecen y, mismo aquellos que no creen, observan aún con prudente reserva, debido al carácter y a la posición social de los que hoy no temen más en confesarse abiertamente partidarios y propagadores de las nuevas ideas. En presencia de la opinión que se pronuncia y que se generaliza, los incrédulos dicen que allí bien podría haber algo y que, en resumen, cada uno es libre en sus creencias; antes de hablar, quieren por lo menos saber de qué se trata, mientras que antes se hablaba primero sin saber al respecto. Ahora bien, para muchas personas, no se puede negar que esto sea un verdadero progreso. Volveremos más tarde a esos dos Centros, aún jóvenes –numéricamente hablando–, mientras que Lyon ya ha alcanzado su edad viril.
En efecto, no son más por centenas que allí se cuentan los espíritas, como hace un año, sino por millares; o, mejor dicho, no se los cuenta más y, al seguir las mismas progresiones, se estima que en uno o dos años serán más de treinta mil. El Espiritismo se ha extendido en todas las clases, pero es sobre todo en la clase obrera que Él se ha propagado con más rapidez, y esto no es de admirarse, pues siendo esta clase la que más sufre, la misma se vuelve hacia donde encuentra mayor consuelo. Vosotros, que gritáis contra el Espiritismo, ¿por qué no le ofrecéis algo mejor? Ella se volvería hacia vos; pero, en vez de esto, queréis arrebatarle lo que la ayuda a llevar su fardo de miserias. Es el medio más seguro de distanciaros de sus simpatías y de aumentar las filas de vuestros opositores. Lo que hemos visto con nuestros propios ojos es de tal modo característico –y contiene una enseñanza tan grande– que creemos un deber dedicar a los trabajadores la mayor parte de nuestro informe.
El año pasado no había más que un solo Centro de reunión –el de Brotteaux–, dirigido por el Sr. Dijoud, jefe de taller, y por su esposa; después se formaron otros en diferentes puntos de la ciudad, en Guillotière, en Perrache, en La Croix-Rousse, en Vaise, en Saint-Just, etc., sin contar un gran número de reuniones particulares. En total había allí apenas dos o tres médiums, aún principiantes; hoy los hay en todos los Grupos, y varios son sobresalientes; en un solo Grupo hemos visto a cinco médiums que escribían simultáneamente. También hemos visto a una joven, muy buena médium vidente, en la cual pudimos constatar el desarrollo de esta facultad en un grado muy alto.
Hemos observado una colección de dibujos extremamente notables, de un médium dibujante que no sabe diseñar; por su ejecución y complejidad, los mismos hacen rivalidad con los dibujos de Júpiter, aunque sean de otro género. No debemos olvidarnos de un médium curativo, tan recomendable por su devoción como por la fuerza de su facultad.
Sí, es indudable que los adeptos se multiplican; pero lo que vale aún más que el número es la cualidad. ¡Pues bien! Declaramos abiertamente que en ninguna parte hemos visto reuniones espíritas más edificantes que las de los obreros lioneses, desde el punto de vista del orden, de la concentración y de la atención que ellos dan a las instrucciones de sus Guías Espirituales. Allí hay hombres, ancianos, mujeres, jóvenes, incluso hasta niños, cuyos modales de respeto y de recogimiento contrastan con su edad; jamás un solo chico perturbó un instante el silencio de nuestras reuniones, a menudo muy prolongadas; ellos parecen casi tan interesados como sus padres en acoger nuestras palabras. Esto no es todo; el número de transformaciones morales, entre los obreros, es casi tan grande como entre los adeptos: hábitos viciosos reformados, pasiones serenadas, odios apaciguados, hogares pacificados, en una palabra, el desarrollo de las virtudes cristianas, y esto a través de la confianza –ahora inquebrantable– que las comunicaciones espíritas les dan de un futuro en que no creían. Para ellos es una felicidad asistir a esas instrucciones, de donde salen reconfortados para hacer frente a la adversidad. También se ven aquellos que caminan más de una legua, con cualquier tiempo, ya sea invierno o verano, y que enfrentan todo para no faltar a una sesión; sucede que en ellos no hay una fe vulgar, sino una fe basada en una convicción profunda, razonada y no ciega.
Los Espíritus que los instruyen saben admirablemente ponerse al alcance de sus oyentes. Sus dictados no son trechos de elocuencia, sino buenas instrucciones familiares, sin presunciones, y que por esto mismo se dirigen al corazón. Las conversaciones con los parientes y con los amigos desencarnados desempeñan allí un gran papel, de donde salen casi siempre lecciones útiles. Frecuentemente una familia entera se reúne, y la noche transcurre en una suave efusión con aquellos que han partido. Quieren tener noticias de los tíos, de las tías, de los primos y de las primas: desean saber si son felices. Nadie es olvidado; cada uno quiere que el abuelo le diga algo, y a cada uno él da un consejo. –Y a mí, abuelo, preguntaba un día un joven, ¿no me decís nada? –Sí, hijo mío, te diré algo: No estoy contento contigo; el otro día discutiste en el camino por una tontería, en vez de dirigirte directamente a tus quehaceres; esto no está bien. –Abuelo, ¿cómo sabéis eso? –Sin duda, lo sé; ¿será que nosotros, los Espíritus, no vemos todo lo que hacéis, ya que estamos a vuestro lado? –Perdón, abuelo; os prometo que no lo haré más.
¿No existe algo conmovedor en esta comunión entre los muertos y los vivos? Ahí está la vida futura, palpitante bajo sus ojos; no existe más la muerte, no hay más separación eterna, no existe más la nada; el Cielo está más cerca de la Tierra y es mejor comprendido. Si esto es una superstición, ¡quiera Dios que nunca hubiesen existido otras!
Un hecho digno de nota, y que nosotros hemos constatado, es la facilidad con la cual esos hombres –en su mayoría iletrados y curtidos en los más rudos trabajos– comprenden el alcance de la Doctrina; se puede decir que ven en Ella su lado serio. En las instrucciones que hemos dado a los diferentes Grupos, en vano hemos buscado mover la curiosidad por el relato de las manifestaciones físicas y, no obstante, ninguno de ellos ha visto una mesa girar; sin embargo, todo lo que se refería a las apreciaciones morales cautivaba su interés en el más alto grado.
La siguiente alocución nos ha sido dirigida por ocasión de nuestra visita al Grupo de Saint-Just; hacemos referencia a la misma, no para satisfacer una tonta y pueril vanidad, sino como prueba de los sentimientos que dominan a los obreros en los talleres, donde ha penetrado el Espiritismo, y porque sabemos ser gratos con aquellos que han tenido a bien darnos ese testimonio de simpatía. La transcribimos textualmente, porque tendríamos escrúpulos en agregarle una única palabra; sólo la ortografía ha sido corregida.
«Sr. Allan Kardec, discípulo de Jesús, intérprete del Espíritu de Verdad, vos sois nuestro hermano en Dios; estamos todos reunidos con el mismo corazón, bajo la protección de san Juan Bautista, protector de la humanidad y precursor del gran Maestro Jesús, nuestro Salvador.
«Os rogamos, querido maestro nuestro, que dirijáis vuestra mirada hacia lo más profundo de nuestros corazones, a fin de que podáis apreciar las simpatías que tenemos por vos. Somos trabajadores pobres, sin artificios; desde nuestra infancia, una cortina espesa fue extendida sobre nosotros para sofocar nuestra inteligencia; pero vos, querido maestro, por la voluntad del Todopoderoso, rasgáis esa cortina. Dicha cortina, que creían que era impenetrable, no puede resistir a vuestro digno coraje. ¡Oh, sí, hermano nuestro! Tomasteis el pesado pico y cavasteis para descubrir la semilla del Espiritismo que estaba guardada en un terreno de granito; vos la sembrasteis en los cuatro puntos del globo, y hasta en nuestros pobres barrios de ignorantes, que comienzan a saborear el pan de la vida.
«Todos nosotros os decimos esto del fondo de nuestro corazón; estamos animados por el mismo fuego y repetimos todos: ¡Gloria a Allan Kardec y a los Espíritus buenos que lo han inspirado! Y vosotros, valientes hermanos, Sr. Dijoud y Sra. de Dijoud, bendecidos por Dios, por Jesús y por María: estáis grabados en nuestros corazones para siempre, porque por nosotros habéis sacrificado vuestros intereses y vuestros placeres materiales. Dios lo sabe; Le agradecemos por haberos elegido para esta misión, y agradecemos también a san Juan Bautista, nuestro protector superior.
«Gracias, Sr. Allan Kardec; mil veces gracias, en nombre del Grupo de Saint-Just, por haber venido hacia nosotros, simples obreros y aún muy imperfectos en Espiritismo; vuestra presencia nos causa una gran alegría en medio de nuestras tribulaciones, que son grandes en este momento de crisis comercial; vos nos traéis el bálsamo benéfico que se llama esperanza, que apacigua los odios y que reanima en el corazón del hombre el amor y la caridad. Nosotros nos aplicaremos, querido maestro, en seguir vuestros buenos consejos y los de los Espíritus superiores que tengan la bondad de ayudarnos y de instruirnos, a fin de que todos nos volvamos espíritas verdaderos y buenos. Estimado maestro, tened la certeza de que lleváis con vos la simpatía de nuestros corazones para la eternidad: nosotros lo prometemos; somos y seremos siempre vuestros adeptos sinceros y leales. Permitid al médium y a mí daros el beso de amor fraternal, en nombre de todos los hermanos y hermanas que están aquí. Nos sentiríamos muy felices también si quisieseis brindar con nosotros.»
Veníamos de lejos y habíamos subido, con un calor agobiante, las alturas de Saint-Just. Algunos refrescos habían sido preparados en medio de los instrumentos de trabajo: pan, queso, algunas frutas, un vaso de vino, verdaderos ágapes ofrecidos con la simplicidad antigua y un corazón sincero. ¡Ah, brindar en nuestro honor con un vaso de vino!, porque esa buena gente no lo bebe todos los días; pero era una fiesta para ellos: se iba hablar de Espiritismo. ¡Oh! De todo corazón hemos brindado con ellos, y su modesta merienda, a nuestros ojos, tenía cien veces más valor que los más espléndidos banquetes. Que ellos tengan aquí la certeza de esto.
Alguien nos decía en Lyon: “El Espiritismo penetra entre los obreros a través del razonamiento; ¿no sería tiempo de hacerlo entrar a través del corazón?” Seguramente esa persona no conoce a los obreros; sería de desear que se encontrase tanto corazón en todo el mundo. Si semejante lenguaje no está inspirado por el corazón; si el corazón no significa nada para el que encuentra en el Espiritismo la fuerza de vencer sus malas inclinaciones, para el que lucha con resignación contra la miseria, para el que sofoca sus rencores y sus animosidades y para el que comparte su pedazo de pan con uno más desdichado, confesamos no saber dónde está el corazón.
Ante las reiteradas invitaciones que este año nos han hecho los espíritas lioneses, hemos aceptado visitar nuevamente aquella ciudad, y aunque conociéramos, por correspondencia, los progresos del Espiritismo en Lyon, el resultado superó en mucho nuestras expectativas. Ciertamente nuestros lectores han de apreciar que les demos algunas informaciones al respecto; allí verán una muestra de la marcha irresistible de la Doctrina y una prueba patente de sus consecuencias morales.
Pero antes de hablar de los espíritas de Lyon, no debemos olvidar a los espiritistas de Sens y de Mâcon, que hemos visitado en nuestro trayecto, a los cuales agradecemos por su simpática acogida. Allí también hemos podido constatar un progreso muy considerable, ya sea en el número de adeptos o en la opinión que se hace del Espiritismo en general. Por todas partes los escarnecedores se esclarecen y, mismo aquellos que no creen, observan aún con prudente reserva, debido al carácter y a la posición social de los que hoy no temen más en confesarse abiertamente partidarios y propagadores de las nuevas ideas. En presencia de la opinión que se pronuncia y que se generaliza, los incrédulos dicen que allí bien podría haber algo y que, en resumen, cada uno es libre en sus creencias; antes de hablar, quieren por lo menos saber de qué se trata, mientras que antes se hablaba primero sin saber al respecto. Ahora bien, para muchas personas, no se puede negar que esto sea un verdadero progreso. Volveremos más tarde a esos dos Centros, aún jóvenes –numéricamente hablando–, mientras que Lyon ya ha alcanzado su edad viril.
En efecto, no son más por centenas que allí se cuentan los espíritas, como hace un año, sino por millares; o, mejor dicho, no se los cuenta más y, al seguir las mismas progresiones, se estima que en uno o dos años serán más de treinta mil. El Espiritismo se ha extendido en todas las clases, pero es sobre todo en la clase obrera que Él se ha propagado con más rapidez, y esto no es de admirarse, pues siendo esta clase la que más sufre, la misma se vuelve hacia donde encuentra mayor consuelo. Vosotros, que gritáis contra el Espiritismo, ¿por qué no le ofrecéis algo mejor? Ella se volvería hacia vos; pero, en vez de esto, queréis arrebatarle lo que la ayuda a llevar su fardo de miserias. Es el medio más seguro de distanciaros de sus simpatías y de aumentar las filas de vuestros opositores. Lo que hemos visto con nuestros propios ojos es de tal modo característico –y contiene una enseñanza tan grande– que creemos un deber dedicar a los trabajadores la mayor parte de nuestro informe.
El año pasado no había más que un solo Centro de reunión –el de Brotteaux–, dirigido por el Sr. Dijoud, jefe de taller, y por su esposa; después se formaron otros en diferentes puntos de la ciudad, en Guillotière, en Perrache, en La Croix-Rousse, en Vaise, en Saint-Just, etc., sin contar un gran número de reuniones particulares. En total había allí apenas dos o tres médiums, aún principiantes; hoy los hay en todos los Grupos, y varios son sobresalientes; en un solo Grupo hemos visto a cinco médiums que escribían simultáneamente. También hemos visto a una joven, muy buena médium vidente, en la cual pudimos constatar el desarrollo de esta facultad en un grado muy alto.
Hemos observado una colección de dibujos extremamente notables, de un médium dibujante que no sabe diseñar; por su ejecución y complejidad, los mismos hacen rivalidad con los dibujos de Júpiter, aunque sean de otro género. No debemos olvidarnos de un médium curativo, tan recomendable por su devoción como por la fuerza de su facultad.
Sí, es indudable que los adeptos se multiplican; pero lo que vale aún más que el número es la cualidad. ¡Pues bien! Declaramos abiertamente que en ninguna parte hemos visto reuniones espíritas más edificantes que las de los obreros lioneses, desde el punto de vista del orden, de la concentración y de la atención que ellos dan a las instrucciones de sus Guías Espirituales. Allí hay hombres, ancianos, mujeres, jóvenes, incluso hasta niños, cuyos modales de respeto y de recogimiento contrastan con su edad; jamás un solo chico perturbó un instante el silencio de nuestras reuniones, a menudo muy prolongadas; ellos parecen casi tan interesados como sus padres en acoger nuestras palabras. Esto no es todo; el número de transformaciones morales, entre los obreros, es casi tan grande como entre los adeptos: hábitos viciosos reformados, pasiones serenadas, odios apaciguados, hogares pacificados, en una palabra, el desarrollo de las virtudes cristianas, y esto a través de la confianza –ahora inquebrantable– que las comunicaciones espíritas les dan de un futuro en que no creían. Para ellos es una felicidad asistir a esas instrucciones, de donde salen reconfortados para hacer frente a la adversidad. También se ven aquellos que caminan más de una legua, con cualquier tiempo, ya sea invierno o verano, y que enfrentan todo para no faltar a una sesión; sucede que en ellos no hay una fe vulgar, sino una fe basada en una convicción profunda, razonada y no ciega.
Los Espíritus que los instruyen saben admirablemente ponerse al alcance de sus oyentes. Sus dictados no son trechos de elocuencia, sino buenas instrucciones familiares, sin presunciones, y que por esto mismo se dirigen al corazón. Las conversaciones con los parientes y con los amigos desencarnados desempeñan allí un gran papel, de donde salen casi siempre lecciones útiles. Frecuentemente una familia entera se reúne, y la noche transcurre en una suave efusión con aquellos que han partido. Quieren tener noticias de los tíos, de las tías, de los primos y de las primas: desean saber si son felices. Nadie es olvidado; cada uno quiere que el abuelo le diga algo, y a cada uno él da un consejo. –Y a mí, abuelo, preguntaba un día un joven, ¿no me decís nada? –Sí, hijo mío, te diré algo: No estoy contento contigo; el otro día discutiste en el camino por una tontería, en vez de dirigirte directamente a tus quehaceres; esto no está bien. –Abuelo, ¿cómo sabéis eso? –Sin duda, lo sé; ¿será que nosotros, los Espíritus, no vemos todo lo que hacéis, ya que estamos a vuestro lado? –Perdón, abuelo; os prometo que no lo haré más.
¿No existe algo conmovedor en esta comunión entre los muertos y los vivos? Ahí está la vida futura, palpitante bajo sus ojos; no existe más la muerte, no hay más separación eterna, no existe más la nada; el Cielo está más cerca de la Tierra y es mejor comprendido. Si esto es una superstición, ¡quiera Dios que nunca hubiesen existido otras!
Un hecho digno de nota, y que nosotros hemos constatado, es la facilidad con la cual esos hombres –en su mayoría iletrados y curtidos en los más rudos trabajos– comprenden el alcance de la Doctrina; se puede decir que ven en Ella su lado serio. En las instrucciones que hemos dado a los diferentes Grupos, en vano hemos buscado mover la curiosidad por el relato de las manifestaciones físicas y, no obstante, ninguno de ellos ha visto una mesa girar; sin embargo, todo lo que se refería a las apreciaciones morales cautivaba su interés en el más alto grado.
La siguiente alocución nos ha sido dirigida por ocasión de nuestra visita al Grupo de Saint-Just; hacemos referencia a la misma, no para satisfacer una tonta y pueril vanidad, sino como prueba de los sentimientos que dominan a los obreros en los talleres, donde ha penetrado el Espiritismo, y porque sabemos ser gratos con aquellos que han tenido a bien darnos ese testimonio de simpatía. La transcribimos textualmente, porque tendríamos escrúpulos en agregarle una única palabra; sólo la ortografía ha sido corregida.
«Sr. Allan Kardec, discípulo de Jesús, intérprete del Espíritu de Verdad, vos sois nuestro hermano en Dios; estamos todos reunidos con el mismo corazón, bajo la protección de san Juan Bautista, protector de la humanidad y precursor del gran Maestro Jesús, nuestro Salvador.
«Os rogamos, querido maestro nuestro, que dirijáis vuestra mirada hacia lo más profundo de nuestros corazones, a fin de que podáis apreciar las simpatías que tenemos por vos. Somos trabajadores pobres, sin artificios; desde nuestra infancia, una cortina espesa fue extendida sobre nosotros para sofocar nuestra inteligencia; pero vos, querido maestro, por la voluntad del Todopoderoso, rasgáis esa cortina. Dicha cortina, que creían que era impenetrable, no puede resistir a vuestro digno coraje. ¡Oh, sí, hermano nuestro! Tomasteis el pesado pico y cavasteis para descubrir la semilla del Espiritismo que estaba guardada en un terreno de granito; vos la sembrasteis en los cuatro puntos del globo, y hasta en nuestros pobres barrios de ignorantes, que comienzan a saborear el pan de la vida.
«Todos nosotros os decimos esto del fondo de nuestro corazón; estamos animados por el mismo fuego y repetimos todos: ¡Gloria a Allan Kardec y a los Espíritus buenos que lo han inspirado! Y vosotros, valientes hermanos, Sr. Dijoud y Sra. de Dijoud, bendecidos por Dios, por Jesús y por María: estáis grabados en nuestros corazones para siempre, porque por nosotros habéis sacrificado vuestros intereses y vuestros placeres materiales. Dios lo sabe; Le agradecemos por haberos elegido para esta misión, y agradecemos también a san Juan Bautista, nuestro protector superior.
«Gracias, Sr. Allan Kardec; mil veces gracias, en nombre del Grupo de Saint-Just, por haber venido hacia nosotros, simples obreros y aún muy imperfectos en Espiritismo; vuestra presencia nos causa una gran alegría en medio de nuestras tribulaciones, que son grandes en este momento de crisis comercial; vos nos traéis el bálsamo benéfico que se llama esperanza, que apacigua los odios y que reanima en el corazón del hombre el amor y la caridad. Nosotros nos aplicaremos, querido maestro, en seguir vuestros buenos consejos y los de los Espíritus superiores que tengan la bondad de ayudarnos y de instruirnos, a fin de que todos nos volvamos espíritas verdaderos y buenos. Estimado maestro, tened la certeza de que lleváis con vos la simpatía de nuestros corazones para la eternidad: nosotros lo prometemos; somos y seremos siempre vuestros adeptos sinceros y leales. Permitid al médium y a mí daros el beso de amor fraternal, en nombre de todos los hermanos y hermanas que están aquí. Nos sentiríamos muy felices también si quisieseis brindar con nosotros.»
Veníamos de lejos y habíamos subido, con un calor agobiante, las alturas de Saint-Just. Algunos refrescos habían sido preparados en medio de los instrumentos de trabajo: pan, queso, algunas frutas, un vaso de vino, verdaderos ágapes ofrecidos con la simplicidad antigua y un corazón sincero. ¡Ah, brindar en nuestro honor con un vaso de vino!, porque esa buena gente no lo bebe todos los días; pero era una fiesta para ellos: se iba hablar de Espiritismo. ¡Oh! De todo corazón hemos brindado con ellos, y su modesta merienda, a nuestros ojos, tenía cien veces más valor que los más espléndidos banquetes. Que ellos tengan aquí la certeza de esto.
Alguien nos decía en Lyon: “El Espiritismo penetra entre los obreros a través del razonamiento; ¿no sería tiempo de hacerlo entrar a través del corazón?” Seguramente esa persona no conoce a los obreros; sería de desear que se encontrase tanto corazón en todo el mundo. Si semejante lenguaje no está inspirado por el corazón; si el corazón no significa nada para el que encuentra en el Espiritismo la fuerza de vencer sus malas inclinaciones, para el que lucha con resignación contra la miseria, para el que sofoca sus rencores y sus animosidades y para el que comparte su pedazo de pan con uno más desdichado, confesamos no saber dónde está el corazón.
Ofrecido al Sr. Allan Kardec por varios Grupos Espíritas lioneses, el 19 de septiembre de 1861
Nuevamente un banquete ha reunido a un cierto número de espíritas en Lyon, este año, con la diferencia de que el año pasado había unos treinta invitados, mientras que ahora llegaron a ciento y sesenta, representando a los varios Grupos que se consideran como miembros de una misma familia, y entre los cuales no existe la menor sombra de celos ni de rivalidad, lo que –de paso– hacemos notar con mucha alegría. La mayoría de los presentes estaba compuesta por obreros, y todos notaban el perfecto orden que no dejó de reinar un solo instante: es que los verdaderos espíritas ponen su satisfacción en las alegrías del corazón y no en los placeres bruscos. Varias alocuciones fueron pronunciadas; vamos a transcribirlas aquí, porque resumen la situación y caracterizan una de las fases de la marcha del Espiritismo. Además de esto, dan a conocer el verdadero espíritu de esa población, encarada en otros tiempos con una especie de recelo, porque se la hubo juzgado mal y también, quizá, dirigido mal moralmente. Una de las principales alocuciones infelizmente no será publicada, lo que lamentamos con sinceridad: es la del Sr. Renaud, notable por sus apreciaciones y en la cual encontramos bastantes elogios dirigidos a nuestra persona. La copia de esta alocución, de una cierta extensión, no nos ha sido entregada antes de nuestra partida, lo que nos priva de insertarla; pero no por esto somos menos agradecido al autor, por los testimonios de simpatía que ha tenido a bien darnos.
Se ha observado que, por una coincidencia no premeditada –ya que estuvo subordinado a nuestra llegada–, el banquete de este año tuvo lugar el 19 de septiembre, la misma fecha que el del año pasado.
Alocución del Sr. Dijoud, jefe de taller, presidente del Grupo Espírita de Brotteaux, en agradecimiento a la asistencia de los Espíritus buenos
Nuevamente un banquete ha reunido a un cierto número de espíritas en Lyon, este año, con la diferencia de que el año pasado había unos treinta invitados, mientras que ahora llegaron a ciento y sesenta, representando a los varios Grupos que se consideran como miembros de una misma familia, y entre los cuales no existe la menor sombra de celos ni de rivalidad, lo que –de paso– hacemos notar con mucha alegría. La mayoría de los presentes estaba compuesta por obreros, y todos notaban el perfecto orden que no dejó de reinar un solo instante: es que los verdaderos espíritas ponen su satisfacción en las alegrías del corazón y no en los placeres bruscos. Varias alocuciones fueron pronunciadas; vamos a transcribirlas aquí, porque resumen la situación y caracterizan una de las fases de la marcha del Espiritismo. Además de esto, dan a conocer el verdadero espíritu de esa población, encarada en otros tiempos con una especie de recelo, porque se la hubo juzgado mal y también, quizá, dirigido mal moralmente. Una de las principales alocuciones infelizmente no será publicada, lo que lamentamos con sinceridad: es la del Sr. Renaud, notable por sus apreciaciones y en la cual encontramos bastantes elogios dirigidos a nuestra persona. La copia de esta alocución, de una cierta extensión, no nos ha sido entregada antes de nuestra partida, lo que nos priva de insertarla; pero no por esto somos menos agradecido al autor, por los testimonios de simpatía que ha tenido a bien darnos.
Se ha observado que, por una coincidencia no premeditada –ya que estuvo subordinado a nuestra llegada–, el banquete de este año tuvo lugar el 19 de septiembre, la misma fecha que el del año pasado.
Alocución del Sr. Dijoud, jefe de taller, presidente del Grupo Espírita de Brotteaux, en agradecimiento a la asistencia de los Espíritus buenos
Mis buenos amigos:
En nombre de todos vengo a agradecer a los Espíritus buenos por habernos reunido e iniciado, a través de sus manifestaciones, en las leyes divinas, a las cuales todos estamos sometidos; esta es una inmensa satisfacción para nosotros, pues los suaves consuelos que ellos nos dan nos hacen soportar con paciencia y resignación las pruebas y los sufrimientos de esta vida pasajera, porque ahora no ignoramos más el objetivo de nuestras encarnaciones de rudo labor, ni la recompensa que espera a nuestro Espíritu si las soportamos con coraje y sumisión.
También hemos aprendido con ellos que si escuchamos sus consejos y si ponemos en práctica su moral sublime, seremos nosotros mismos que prepararemos el reino de felicidad que Dios nos ha prometido a través de su Hijo; entonces el egoísmo, la calumnia y la malicia desaparecerán de nuestro medio, porque todos somos hermanos y debemos amarnos, ayudarnos y perdonarnos como hermanos.
Por lo tanto, es al llamado invisible de los Espíritus superiores que nosotros respondemos, viniendo aquí a testimoniarles nuestro reconocimiento con la unanimidad de nuestros corazones. Roguémosles que consientan en conservarnos bajo su protección y su amor, y para que continúen sus instrucciones tan dulces, tan consoladoras, tan vivificantes, que nos han hecho tan bien desde que tenemos la felicidad de recibir sus comunicaciones.
¡Oh, amigos míos! ¡Cómo es bello el día en que Dios nos invitó! Tomemos todos la resolución de ser buenos y sinceros espíritas, y de jamás olvidar esta Doctrina que hará feliz a la humanidad entera al conducir a los hombres hacia el bien. ¡Gracias a los Espíritus buenos que nos asisten y nos esclarecen, y gracias a Dios por habérnoslos enviado!
Alocución de agradecimiento del Sr. Courtet, comerciante
En nombre de todos vengo a agradecer a los Espíritus buenos por habernos reunido e iniciado, a través de sus manifestaciones, en las leyes divinas, a las cuales todos estamos sometidos; esta es una inmensa satisfacción para nosotros, pues los suaves consuelos que ellos nos dan nos hacen soportar con paciencia y resignación las pruebas y los sufrimientos de esta vida pasajera, porque ahora no ignoramos más el objetivo de nuestras encarnaciones de rudo labor, ni la recompensa que espera a nuestro Espíritu si las soportamos con coraje y sumisión.
También hemos aprendido con ellos que si escuchamos sus consejos y si ponemos en práctica su moral sublime, seremos nosotros mismos que prepararemos el reino de felicidad que Dios nos ha prometido a través de su Hijo; entonces el egoísmo, la calumnia y la malicia desaparecerán de nuestro medio, porque todos somos hermanos y debemos amarnos, ayudarnos y perdonarnos como hermanos.
Por lo tanto, es al llamado invisible de los Espíritus superiores que nosotros respondemos, viniendo aquí a testimoniarles nuestro reconocimiento con la unanimidad de nuestros corazones. Roguémosles que consientan en conservarnos bajo su protección y su amor, y para que continúen sus instrucciones tan dulces, tan consoladoras, tan vivificantes, que nos han hecho tan bien desde que tenemos la felicidad de recibir sus comunicaciones.
¡Oh, amigos míos! ¡Cómo es bello el día en que Dios nos invitó! Tomemos todos la resolución de ser buenos y sinceros espíritas, y de jamás olvidar esta Doctrina que hará feliz a la humanidad entera al conducir a los hombres hacia el bien. ¡Gracias a los Espíritus buenos que nos asisten y nos esclarecen, y gracias a Dios por habérnoslos enviado!
Alocución de agradecimiento del Sr. Courtet, comerciante
Señores:
Como miembro del Grupo Espírita de Brotteaux, y en su nombre, tengo el honor de expresar mi gratitud al Sr. Dijoud y a la Sra. de Dijoud.
Señora, cumplo un deber muy agradable al servir de intérprete a toda nuestra Sociedad, ¡que os agradece por todo lo que habéis hecho en nuestro favor! ¡Cuántos consuelos hicisteis brotar entre nosotros! ¡Cuántas lágrimas de ternura y de alegría nos habéis hecho derramar! Vuestro corazón, tan bueno y tan modesto, no se enorgulleció con vuestros éxitos, sino que hizo aumentar vuestra caridad.
Bien sabemos, señora, que no sois más que la intérprete de los Espíritus superiores que se os vinculan, mas también ¡con qué devoción cumplís esta tarea! Por vuestro intermedio nos iniciamos en esas altas cuestiones de moral y de filosofía, cuya solución debe traer el reino de Dios y, por consecuencia, la felicidad de los hombres en la Tierra.
También os agradecemos, señora, por la asistencia que dais a nuestros enfermos; vuestra fe y vuestra dedicación son recompensados con la satisfacción que sentís en hacer el bien y en aliviar el sufrimiento. Os solicitamos que continuéis ofreciendo vuestros buenos oficios; tened la certeza de toda nuestra gratitud y de nuestro reconocimiento eterno.
Sr. Dijoud, os agradecemos por la inteligencia, por la firmeza y por la complacencia que aportáis en nuestras reuniones. Contamos con vos para continuar esta gran obra con la ayuda de los Espíritus buenos.
Alocución de agradecimiento del Sr. Bouillant, profesor
Señora, cumplo un deber muy agradable al servir de intérprete a toda nuestra Sociedad, ¡que os agradece por todo lo que habéis hecho en nuestro favor! ¡Cuántos consuelos hicisteis brotar entre nosotros! ¡Cuántas lágrimas de ternura y de alegría nos habéis hecho derramar! Vuestro corazón, tan bueno y tan modesto, no se enorgulleció con vuestros éxitos, sino que hizo aumentar vuestra caridad.
Bien sabemos, señora, que no sois más que la intérprete de los Espíritus superiores que se os vinculan, mas también ¡con qué devoción cumplís esta tarea! Por vuestro intermedio nos iniciamos en esas altas cuestiones de moral y de filosofía, cuya solución debe traer el reino de Dios y, por consecuencia, la felicidad de los hombres en la Tierra.
También os agradecemos, señora, por la asistencia que dais a nuestros enfermos; vuestra fe y vuestra dedicación son recompensados con la satisfacción que sentís en hacer el bien y en aliviar el sufrimiento. Os solicitamos que continuéis ofreciendo vuestros buenos oficios; tened la certeza de toda nuestra gratitud y de nuestro reconocimiento eterno.
Sr. Dijoud, os agradecemos por la inteligencia, por la firmeza y por la complacencia que aportáis en nuestras reuniones. Contamos con vos para continuar esta gran obra con la ayuda de los Espíritus buenos.
Alocución de agradecimiento del Sr. Bouillant, profesor
Tengo el honor de expresar mi gratitud y mi reconocimiento al Sr. Allan Kardec, en nombre de sus adeptos y de sus apóstoles aquí presentes.
¡Ah! ¡Cuán felices somos nosotros, los voluntarios de la gran obra, de la obra fecunda y regeneradora, por ver en nuestro medio a nuestro valiente y muy amado jefe!
Si sentimos esa felicidad –es necesario reconocerlo– es que el favor especial que nos es concedido hoy, es uno de aquellos que no se olvida, que jamás será olvidado. ¡Ah! ¿Cuál es el soldado que, por ejemplo, no se recordaría con el más vivo ardor que su general ha tenido a bien unirse a él para compartir el mismo pan, en la misma mesa?
¡Pues bien, querido maestro! Nosotros también somos vuestros soldados, vuestros voluntarios y, por más alto que hayáis plantado vuestro estandarte, no cabe a nosotros defenderlo –porque el mismo no necesita de esto–, pero sí precisa que lo hagamos triunfar a través de una sabia y fervorosa propagación. ¡Es verdad que esta causa es tan bella, tan justa y tan consoladora! ¡Vos nos habéis probado esto tan bien en vuestras obras, tan llenas de erudición, de saber y de elocuencia! ¡Oh! Todos nosotros lo reconocemos: ¡allí se encuentran páginas del hombre inspirado por un Espíritu puro, pues cada uno de nosotros ha comprendido, al beber en la fuente de vuestro trabajo concienzudo, que todos vuestros pensamientos eran otras tantas emanaciones sublimes de lo Más Alto! Después, estimado maestro, si agregamos que vuestra misión en este mundo es santa y sagrada, ¡es porque más de una vez hemos sentido, con la ayuda de vuestras luces, la chispa fluídica que une los mundos visibles e invisibles que gravitan en la inmensidad! También nuestros corazones vibran en unísono con un mismo amor por vos; por eso, recibid aquí la expresión viva, sincera y profunda de este sentimiento. ¡A vos, de todo corazón; a vos, de toda nuestra alma!
Discurso del Sr. Allan Kardec
Señoras, señores y todos vosotros, mis queridos y buenos hermanos en Espiritismo:
Si hay circunstancias en las que uno pueda lamentar la insuficiencia de nuestro pobre lenguaje humano, es cuando se trata de expresar ciertos sentimientos y, en este momento, tal es mi posición. Lo que yo siento es, al mismo tiempo, una sorpresa muy agradable, cuando veo el inmenso terreno que la Doctrina Espírita ha ganado entre vosotros desde hace un año, lo que me lleva admirar a la Providencia; es una alegría indescriptible al ver aquí el bien que el Espiritismo produce, los consuelos que derrama sobre tantos dolores, ostensibles u ocultos, y deduzco el futuro que le espera. Es una felicidad inexplicable la de encontrarme en medio de esta familia, que se ha vuelto tan numerosa en tan poco tiempo y que crece todos los días; es, en fin –y por encima de todo–, una profunda y sincera gratitud por los conmovedores testimonios de simpatía que recibo de vosotros.
Esta reunión tiene un carácter particular. ¡Gracias a Dios somos todos aquí espíritas lo suficientemente buenos –pienso yo– como para sólo ver en esta reunión el placer de encontrarnos juntos, y no el de encontrarnos a la mesa! Y, dicho sea de paso, creo incluso que un festín de espíritas sería una contradicción. También presumo que, al invitarme tan amablemente y con tanta insistencia para que yo compareciera ante vosotros, no creísteis que la cuestión de un banquete fuese para mí un motivo de atracción; fue lo que me adelanté a escribir a mis buenos amigos Rey y Dijoud, cuando ellos se disculparon por la simplicidad de la recepción; porque estad bien convencidos de que lo que más me honra en esta circunstancia, de lo que –con razón– puedo sentirme orgulloso, es de la cordialidad y la sinceridad de la acogida, lo que muy raramente se encuentra en las recepciones pomposas, pues aquí no hay máscaras en los rostros.
Si una cosa pudiese atenuar la felicidad que siento al encontrarme en medio de vosotros, sería el hecho de solamente poder quedarme aquí tan poco tiempo; me hubiera sido muy agradable prolongar mi permanencia en uno de los centros más numerosos y más fervorosos del Espiritismo. Pero ya que deseasteis recibir algunas instrucciones de mi parte, por cierto no tomaréis a mal que aproveche todos los instantes, a fin de salir un poco de las banalidades bastante comunes en semejantes circunstancias, y que mi discurso adquiera cierta gravedad, por la propia gravedad del motivo que nos reúne. Ciertamente si estuviésemos en una fiesta de bodas o en un bautismo, sería inoportuno hablar de almas, de la muerte y de la vida futura; pero –lo repito– estamos aquí para instruirnos, más que para comer y, en todo caso, no para divertirnos.
Señores, no creáis que esta espontaneidad que os ha llevado a reuniros aquí sea un hecho puramente personal; no lo dudéis, esta reunión tiene un carácter especial y providencial: una voluntad superior la ha provocado; manos invisibles os han impulsado sin que vosotros lo supieseis, y tal vez un día esta reunión quede marcada en los anales del Espiritismo. Que nuestros hermanos del futuro puedan recordar este día memorable en que los espíritas lioneses, dando primeramente el ejemplo de unión y de concordia, han preparado el terreno –en estos nuevos ágapes– de la alianza que debe existir entre los espíritas de todos los países del mundo; porque el Espiritismo, al restituir al Espíritu su verdadero papel en la Creación, constatando la superioridad de la inteligencia sobre la materia, hace desaparecer naturalmente todas las distinciones establecidas entre los hombres según las ventajas corpóreas y mundanas, sobre las cuales sólo el orgullo ha fundado las castas y los estúpidos prejuicios de color. El Espiritismo, al ampliar el círculo de la familia a través de la pluralidad de las existencias, establece entre los hombres una fraternidad más racional que aquella que solamente tiene por base los frágiles lazos de la materia, pues estos lazos son perecederos, mientras que los del Espíritu son eternos. Una vez bien comprendidos, estos lazos influirán –por la fuerza de las cosas– en las relaciones sociales y, más tarde, en la legislación social, que tomará por base las leyes inmutables de amor y de caridad. Entonces se verán desaparecer esas anomalías que son chocantes para los hombres de buen sentido, como las leyes de la Edad Media son chocantes para los hombres de hoy; pero esto es obra del tiempo. Dejemos a Dios el cuidado de hacer conque cada cosa venga a su tiempo; esperemos todo de Su sabiduría y agradezcámosle por habernos permitido asistir a la aurora que despunta para la humanidad, y por habernos elegido como los pioneros de la gran obra que se prepara. Que Él se digne en derramar su bendición sobre esta asamblea, la primera en que los adeptos del Espiritismo están reunidos en un número tan grande, con un sentimiento de verdadera fraternidad.
Digo verdadera fraternidad porque tengo la íntima convicción de que todos, acá presentes, no cultivan otra. Pero no dudéis de que numerosas cohortes de Espíritus están aquí entre nosotros, que nos escuchan en este momento, que observan todas nuestras acciones, que sondean los pensamientos de cada uno y que examinan la fuerza o la debilidad moral de los mismos. Los sentimientos que los animan son muy diferentes: si unos están felices con esta unión, otros –creedlo realmente– tienen una envidia terrible. Al salir de aquí, intentarán sembrar la discordia y la desunión; corresponde a todos vosotros, buenos y sinceros espíritas, probarles que pierden su tiempo y que se equivocan al creer que encuentran aquí corazones accesibles a sus pérfidas sugestiones. Entonces, invocad con fervor la asistencia de vuestros ángeles guardianes, a fin de que aparten de vosotros todo pensamiento que no sea para el bien. Por lo tanto, como el mal no puede tener su fuente en el bien, el simple buen sentido nos dice que todo pensamiento malo no puede provenir de un Espíritu bueno, y que un pensamiento es necesariamente malo cuando es contrario a la ley de amor y de caridad; cuando tiene como móvil la envidia o los celos, el orgullo herido o inclusive una pueril susceptibilidad del amor propio ofendido –hermano gemelo del orgullo–, que llevaría a mirar a sus hermanos con desdén. Amor y caridad para con todos, dice el Espiritismo; Amarás a tu prójimo como a ti mismo, dijo el Cristo: ¿no son sinónimos?
Amigos míos, os he felicitado por el progreso que el Espiritismo ha hecho entre vosotros y me siento muy feliz en constatarlo. Felicitaos, por vuestra parte, pues ese progreso es el mismo en todas partes. Sí, este último año el Espiritismo ha crecido en todos los países, en una proporción que ha superado todas las expectativas; el Espiritismo está en el aire, en las aspiraciones de todos, y en todos los lugares encuentra ecos, bocas que repiten: He aquí lo que yo esperaba, lo que una voz secreta me hacía presentir. Pero el progreso también se manifiesta bajo una nueva fase: la del coraje de dar su opinión, que hace poco tiempo aún no existía. Sólo se hablaba de la Doctrina Espírita en secreto y a escondidas; hoy la gente se confiesa espírita tan abiertamente como se confiesa católica, judía o protestante. Las personas enfrentan el escarnio, y esa valentía se impone a los escarnecedores, los cuales son como esos perritos que ladran y que corren atrás de los que huyen, pero que escapan si se los persigue. Ese escarnio da coraje a los tímidos y, en muchas localidades, revela a numerosos espíritas que no se conocían mutuamente. ¿Puede detenerse ese movimiento? ¿Podrán detenerlo? Yo lo digo claramente: No. Para esto han usado todos los medios: sarcasmos, burlas, ciencia, anatemas; pero ese movimiento ha superado todo, sin reducir su marcha ni un segundo. Por lo tanto, es un ciego quien no vea en esto el dedo de Dios. Podrán ponerle obstáculos, pero nunca detenerlo, porque si no marcha por la derecha, marchará por la izquierda.
Al ver los beneficios morales que la Doctrina proporciona, los consuelos que da e inclusive los crímenes que ya ha impedido, uno se pregunta quién puede tener interés en combatirla. Primeramente tiene en su contra a los incrédulos, que la ridiculizan: éstos no son para temer, puesto que se ha visto que sus dardos afilados se quiebran contra la coraza del Espiritismo. En segundo lugar, los ignorantes, que lo combaten sin conocerlo: éstos son más numerosos; pero al ser combatida por la ignorancia, la verdad nunca tuvo nada que temer, porque los ignorantes se refutan a sí mismos sin quererlo, como atestigua el Sr. Louis Figuier en su Histoire du merveilleux. La tercera categoría de adversarios es la más peligrosa, porque es tenaz y pérfida: está compuesta por todos aquellos cuyos intereses materiales la Doctrina puede contrariar; ellos combaten en la sombra, y los dardos envenenados de la calumnia no les faltan. He aquí a los verdaderos enemigos del Espiritismo, como en todos los tiempos lo han sido de todas las ideas de progreso, y los encontraréis en todos los niveles y en todas las clases de la sociedad. ¿Ellos vencerán? No, porque no es dado al hombre oponerse a la marcha de la naturaleza, y el Espiritismo está en el orden de las cosas naturales; por lo tanto, será necesario que tarde o temprano tomen partido, y tendrán que aceptar lo que sea aceptado por todo el mundo. No, no vencerán; ellos serán los vencidos.
Un nuevo elemento viene a sumarse a la Legión de los espíritas: el de las clases obreras, y notad en esto la sabiduría de la Providencia. El Espiritismo se ha propagado primero en las clases esclarecidas, en las altas esferas sociales; al principio esto era necesario, para darle más crédito, y después para que fuese elaborado y purgado de las ideas supersticiosas que la falta de instrucción podría introducir en Él, y con las cuales se lo habría confundido. Apenas constituido –si se puede hablar así de una ciencia tan nueva–, sensibilizó a la clase obrera y entre ella se propaga con rapidez. ¡Ah! Es que allí hay tantos consuelos que dar, tanto coraje moral que levantar, tantas lágrimas que secar, tanta resignación que inspirar, que la Doctrina Espírita ha sido acogida como un ancla de salvación, como un amparo contra las terribles tentaciones de la necesidad. Donde quiera que lo vi penetrar en los lugares de trabajo, en todas partes yo lo vi producir sus benéficos efectos moralizadores. Obreros lioneses que me escucháis: regocijaos, entonces, porque tenéis en otras ciudades, tales como Sens, Lille, Burdeos, hermanos espíritas que –como vosotros– han abjurado de las culpables expectativas del desorden y de los deseos criminales de la venganza. Continuad demostrando a través de vuestro ejemplo los beneficiosos resultados de esta Doctrina. A los que pregunten para qué Ella puede servir, respondedles: En mi desesperación quería matarme, pero el Espiritismo me detuvo, porque sé lo que cuesta abreviar voluntariamente las pruebas que Dios ha querido enviar a los hombres. Para aturdirme, me embriagaba; mas comprendí cuán despreciable era yo por quitarme voluntariamente la razón, lo que me privaba así de ganarme el pan y el de mis hijos. Me había alejado de todos los sentimientos religiosos: hoy oro a Dios y coloco mi esperanza en su misericordia. Solamente creía en la nada como supremo remedio a mis miserias; pero mi padre se comunicó conmigo y me dijo: ¡Hijo mío, coraje! Dios te ve; ¡un esfuerzo más y quedarás a salvo! Me puse de rodillas ante Dios y le pedí perdón. Al ver a ricos y a pobres, a gente que tiene todo y a otros que no tienen nada, acusaba a la Providencia: hoy en día sé que Dios pesa todo en la balanza de su justicia y aguardo sus designios; si está en sus decretos que yo deba sucumbir al sufrimiento, entonces sucumbiré, pero con la conciencia tranquila y sin tener el remordimiento de haber robado un óbolo de quien podía salvarme la vida. Decidles: He aquí para qué sirve el Espiritismo, esta locura, esta quimera, como lo llamáis. Sí, amigos míos, continuad predicando con el ejemplo; haced que comprendan el Espiritismo por sus consecuencias saludables, y cuando sea comprendido no se asustarán más del mismo; al contrario, será acogido como una garantía del orden social, y los propios incrédulos serán forzados a hablar de Él con respeto.
He hablado de los progresos del Espiritismo; en efecto, no hay precedentes de que una doctrina –sea cual fuere– haya marchado con tanta rapidez, sin exceptuar al propio Cristianismo. ¿Esto significa que aquél sea superior a éste y que deba reemplazarlo? No; pero aquí es el lugar de establecer su verdadero carácter, a fin de destruir una prevención bastante generalizada entre aquellos que no lo conocen.
En su nacimiento, el Cristianismo tuvo que luchar contra un poder peligroso: el Paganismo, por entonces universalmente difundido. Entre ellos no había ninguna alianza posible, como tampoco la hay entre la luz y las tinieblas; en un palabra, el Cristianismo no podía propagarse sino destruyendo lo que existía. Así, la lucha fue larga y terrible; las persecuciones lo prueban. Por el contrario, el Espiritismo no tiene nada que destruir, porque se asienta sobre las propias bases del Cristianismo, sobre el Evangelio, del cual es su aplicación. Comprended la ventaja, no de su superioridad, sino de su posición. No es, pues, como lo pretenden algunos, porque aún no lo conocen, una religión nueva, una secta que se forma a expensas de sus hermanas mayores; es una doctrina puramente moral, que de manera alguna se ocupa de dogmas y que deja a cada uno la entera libertad de sus creencias, ya que no impone ninguna. La prueba de esto es que tiene adeptos en todas, entre los más fervorosos católicos como entre los protestantes, los judíos y los musulmanes. El Espiritismo se basa en la capacidad de comunicarse con el mundo invisible, es decir, con las almas; ahora bien, como los judíos, los protestantes, los musulmanes tienen almas como nosotros, se deduce que éstas pueden comunicarse ya sea con ellos como con nosotros, y que, por consecuencia, ellos pueden ser espíritas como nosotros.
Así como no es una secta política, tampoco es una secta religiosa; es la constatación de un hecho que no pertenece a un partido, como la electricidad y los ferrocarriles; he dicho que es una doctrina moral, y la moral es de todas las religiones y de todos los partidos.
La moral que Él enseña, ¿es buena o mala? ¿Es subversiva? He aquí toda la cuestión. Que lo estudien y sabrán a qué atenerse. Ahora bien, ya que es la moral del Evangelio desarrollada y aplicada, condenarla sería condenar el Evangelio.
¿El Espiritismo ha hecho el bien o el mal? Estudiadlo y veréis. ¿Qué ha hecho Él? Ha impedido innumerables suicidios; ha llevado la paz y la concordia a un gran número de familias; ha vuelto mansos y pacíficos a hombres violentos y coléricos; ha dado resignación a los que no la tenían y consuelo a los afligidos; ha traído a Dios a los que no Lo conocían, al destruir las ideas materialistas, verdadera llaga social que aniquila la responsabilidad moral del hombre. He aquí lo que ha hecho, lo que hace todos los días y lo que hará cada vez más a medida que sea más difundido. ¿Será esto el resultado de una mala doctrina? Pero –que yo sepa– nadie jamás ha atacado la moral del Espiritismo; solamente se dice que la religión puede producir todo eso. Concuerdo perfectamente; ¿pero entonces por qué no lo produce siempre? Es porque no todos la comprenden. Ahora bien, el Espiritismo, al volver claro e inteligible para todos lo que no lo está y al hacer evidente lo que es dudoso, conduce a la aplicación, mientras que nunca se siente necesidad de aquello que no se comprende. Por lo tanto, el Espiritismo, lejos de ser antagonista de la religión, es su auxiliar, y la prueba de esto es que Él conduce a las ideas religiosas a los que las habían rechazado. En resumen, el Espiritismo jamás ha aconsejado a cambiar de religión ni a sacrificar las creencias personales; Él no pertenece propriamente a ninguna religión o, mejor dicho, es de todas las religiones.
Señores, algunas palabras más –os lo ruego– sobre una cuestión totalmente práctica. El número creciente de espíritas, en Lyon, muestra la utilidad del consejo que os he dado el año pasado, con referencia a la formación de los Grupos. Reunir a todos los adeptos en una única Sociedad, ya sería hoy una cosa materialmente imposible, y lo será mucho más todavía en algún tiempo. Además del número, las distancias a recorrer en razón de la extensión de la ciudad, las diferencias de costumbres según las posiciones sociales, se suman a esa imposibilidad. Por estos motivos y por muchos otros, que sería demasiado largo desarrollar aquí, una única Sociedad es una quimera impracticable; multiplicad los Grupos lo máximo posible: que haya diez, que haya cien –si fuere necesario–, y tened la certeza de que llegaréis más rápido y con más seguridad.
Habría aquí cosas muy importantes que decir sobre la cuestión de la unidad de principios y acerca de la divergencia que podría existir entre ellos en algunos puntos; pero me detengo, para no abusar de vuestra paciencia en escucharme, paciencia que ya he puesto largamente a prueba. Si lo deseáis, haré de esto el objeto de una instrucción especial que os dirigiré próximamente.
Termino este discurso, señores, al que me he dejado llevar por la propia escasez de ocasiones que tengo en sentir la felicidad de estar en medio de vosotros. Estad seguros de que llevaré de vuestra benévola acogida un recuerdo que nunca se apagará.
Amigos míos: gracias una vez más, del fondo de mi corazón, por las muestras de simpatía que consentís en darme; gracias por las palabras bondadosas que me habéis dirigido a través de vuestros intérpretes, y de las que sólo acepto el deber que las mismas me imponen para lo que me queda por hacer, y no los elogios. ¡Que esta solemnidad pueda ser la garantía de la unión que debe existir entre todos los verdaderos espíritas!
Agradezco a los espíritas lioneses y a todos los que, entre ellos, se distinguen por su dedicación, por su sacrificio, por su abnegación y que vosotros mismos nombráis, sin que yo precise hacerlo.
¡A los espíritas lioneses, sin distinción de opinión, que estén o no presentes!
Señores, los Espíritus también quieren participar de esta fiesta de familia y decir algunas palabras. El Espíritu Erasto, que conocéis por las notables disertaciones que han sido publicadas en la Revista, dictó espontáneamente, antes de mi partida, la siguiente epístola que ha dirigido a vosotros y que me ha encargado de leeros en su nombre. Es con felicidad que cumplo este deber. Así tendréis la prueba de que los Espíritus con los cuales os comunicáis no son los únicos que se ocupan con vosotros y con lo que os concierne. Esta certeza no puede sino consolidar vuestra fe y vuestra confianza, al observar que la mirada vigilante de los Espíritus superiores se extiende sobre todos y que, sin ninguna duda, sois también objeto de su solicitud.
Señoras, señores y todos vosotros, mis queridos y buenos hermanos en Espiritismo:
Si hay circunstancias en las que uno pueda lamentar la insuficiencia de nuestro pobre lenguaje humano, es cuando se trata de expresar ciertos sentimientos y, en este momento, tal es mi posición. Lo que yo siento es, al mismo tiempo, una sorpresa muy agradable, cuando veo el inmenso terreno que la Doctrina Espírita ha ganado entre vosotros desde hace un año, lo que me lleva admirar a la Providencia; es una alegría indescriptible al ver aquí el bien que el Espiritismo produce, los consuelos que derrama sobre tantos dolores, ostensibles u ocultos, y deduzco el futuro que le espera. Es una felicidad inexplicable la de encontrarme en medio de esta familia, que se ha vuelto tan numerosa en tan poco tiempo y que crece todos los días; es, en fin –y por encima de todo–, una profunda y sincera gratitud por los conmovedores testimonios de simpatía que recibo de vosotros.
Esta reunión tiene un carácter particular. ¡Gracias a Dios somos todos aquí espíritas lo suficientemente buenos –pienso yo– como para sólo ver en esta reunión el placer de encontrarnos juntos, y no el de encontrarnos a la mesa! Y, dicho sea de paso, creo incluso que un festín de espíritas sería una contradicción. También presumo que, al invitarme tan amablemente y con tanta insistencia para que yo compareciera ante vosotros, no creísteis que la cuestión de un banquete fuese para mí un motivo de atracción; fue lo que me adelanté a escribir a mis buenos amigos Rey y Dijoud, cuando ellos se disculparon por la simplicidad de la recepción; porque estad bien convencidos de que lo que más me honra en esta circunstancia, de lo que –con razón– puedo sentirme orgulloso, es de la cordialidad y la sinceridad de la acogida, lo que muy raramente se encuentra en las recepciones pomposas, pues aquí no hay máscaras en los rostros.
Si una cosa pudiese atenuar la felicidad que siento al encontrarme en medio de vosotros, sería el hecho de solamente poder quedarme aquí tan poco tiempo; me hubiera sido muy agradable prolongar mi permanencia en uno de los centros más numerosos y más fervorosos del Espiritismo. Pero ya que deseasteis recibir algunas instrucciones de mi parte, por cierto no tomaréis a mal que aproveche todos los instantes, a fin de salir un poco de las banalidades bastante comunes en semejantes circunstancias, y que mi discurso adquiera cierta gravedad, por la propia gravedad del motivo que nos reúne. Ciertamente si estuviésemos en una fiesta de bodas o en un bautismo, sería inoportuno hablar de almas, de la muerte y de la vida futura; pero –lo repito– estamos aquí para instruirnos, más que para comer y, en todo caso, no para divertirnos.
Señores, no creáis que esta espontaneidad que os ha llevado a reuniros aquí sea un hecho puramente personal; no lo dudéis, esta reunión tiene un carácter especial y providencial: una voluntad superior la ha provocado; manos invisibles os han impulsado sin que vosotros lo supieseis, y tal vez un día esta reunión quede marcada en los anales del Espiritismo. Que nuestros hermanos del futuro puedan recordar este día memorable en que los espíritas lioneses, dando primeramente el ejemplo de unión y de concordia, han preparado el terreno –en estos nuevos ágapes– de la alianza que debe existir entre los espíritas de todos los países del mundo; porque el Espiritismo, al restituir al Espíritu su verdadero papel en la Creación, constatando la superioridad de la inteligencia sobre la materia, hace desaparecer naturalmente todas las distinciones establecidas entre los hombres según las ventajas corpóreas y mundanas, sobre las cuales sólo el orgullo ha fundado las castas y los estúpidos prejuicios de color. El Espiritismo, al ampliar el círculo de la familia a través de la pluralidad de las existencias, establece entre los hombres una fraternidad más racional que aquella que solamente tiene por base los frágiles lazos de la materia, pues estos lazos son perecederos, mientras que los del Espíritu son eternos. Una vez bien comprendidos, estos lazos influirán –por la fuerza de las cosas– en las relaciones sociales y, más tarde, en la legislación social, que tomará por base las leyes inmutables de amor y de caridad. Entonces se verán desaparecer esas anomalías que son chocantes para los hombres de buen sentido, como las leyes de la Edad Media son chocantes para los hombres de hoy; pero esto es obra del tiempo. Dejemos a Dios el cuidado de hacer conque cada cosa venga a su tiempo; esperemos todo de Su sabiduría y agradezcámosle por habernos permitido asistir a la aurora que despunta para la humanidad, y por habernos elegido como los pioneros de la gran obra que se prepara. Que Él se digne en derramar su bendición sobre esta asamblea, la primera en que los adeptos del Espiritismo están reunidos en un número tan grande, con un sentimiento de verdadera fraternidad.
Digo verdadera fraternidad porque tengo la íntima convicción de que todos, acá presentes, no cultivan otra. Pero no dudéis de que numerosas cohortes de Espíritus están aquí entre nosotros, que nos escuchan en este momento, que observan todas nuestras acciones, que sondean los pensamientos de cada uno y que examinan la fuerza o la debilidad moral de los mismos. Los sentimientos que los animan son muy diferentes: si unos están felices con esta unión, otros –creedlo realmente– tienen una envidia terrible. Al salir de aquí, intentarán sembrar la discordia y la desunión; corresponde a todos vosotros, buenos y sinceros espíritas, probarles que pierden su tiempo y que se equivocan al creer que encuentran aquí corazones accesibles a sus pérfidas sugestiones. Entonces, invocad con fervor la asistencia de vuestros ángeles guardianes, a fin de que aparten de vosotros todo pensamiento que no sea para el bien. Por lo tanto, como el mal no puede tener su fuente en el bien, el simple buen sentido nos dice que todo pensamiento malo no puede provenir de un Espíritu bueno, y que un pensamiento es necesariamente malo cuando es contrario a la ley de amor y de caridad; cuando tiene como móvil la envidia o los celos, el orgullo herido o inclusive una pueril susceptibilidad del amor propio ofendido –hermano gemelo del orgullo–, que llevaría a mirar a sus hermanos con desdén. Amor y caridad para con todos, dice el Espiritismo; Amarás a tu prójimo como a ti mismo, dijo el Cristo: ¿no son sinónimos?
Amigos míos, os he felicitado por el progreso que el Espiritismo ha hecho entre vosotros y me siento muy feliz en constatarlo. Felicitaos, por vuestra parte, pues ese progreso es el mismo en todas partes. Sí, este último año el Espiritismo ha crecido en todos los países, en una proporción que ha superado todas las expectativas; el Espiritismo está en el aire, en las aspiraciones de todos, y en todos los lugares encuentra ecos, bocas que repiten: He aquí lo que yo esperaba, lo que una voz secreta me hacía presentir. Pero el progreso también se manifiesta bajo una nueva fase: la del coraje de dar su opinión, que hace poco tiempo aún no existía. Sólo se hablaba de la Doctrina Espírita en secreto y a escondidas; hoy la gente se confiesa espírita tan abiertamente como se confiesa católica, judía o protestante. Las personas enfrentan el escarnio, y esa valentía se impone a los escarnecedores, los cuales son como esos perritos que ladran y que corren atrás de los que huyen, pero que escapan si se los persigue. Ese escarnio da coraje a los tímidos y, en muchas localidades, revela a numerosos espíritas que no se conocían mutuamente. ¿Puede detenerse ese movimiento? ¿Podrán detenerlo? Yo lo digo claramente: No. Para esto han usado todos los medios: sarcasmos, burlas, ciencia, anatemas; pero ese movimiento ha superado todo, sin reducir su marcha ni un segundo. Por lo tanto, es un ciego quien no vea en esto el dedo de Dios. Podrán ponerle obstáculos, pero nunca detenerlo, porque si no marcha por la derecha, marchará por la izquierda.
Al ver los beneficios morales que la Doctrina proporciona, los consuelos que da e inclusive los crímenes que ya ha impedido, uno se pregunta quién puede tener interés en combatirla. Primeramente tiene en su contra a los incrédulos, que la ridiculizan: éstos no son para temer, puesto que se ha visto que sus dardos afilados se quiebran contra la coraza del Espiritismo. En segundo lugar, los ignorantes, que lo combaten sin conocerlo: éstos son más numerosos; pero al ser combatida por la ignorancia, la verdad nunca tuvo nada que temer, porque los ignorantes se refutan a sí mismos sin quererlo, como atestigua el Sr. Louis Figuier en su Histoire du merveilleux. La tercera categoría de adversarios es la más peligrosa, porque es tenaz y pérfida: está compuesta por todos aquellos cuyos intereses materiales la Doctrina puede contrariar; ellos combaten en la sombra, y los dardos envenenados de la calumnia no les faltan. He aquí a los verdaderos enemigos del Espiritismo, como en todos los tiempos lo han sido de todas las ideas de progreso, y los encontraréis en todos los niveles y en todas las clases de la sociedad. ¿Ellos vencerán? No, porque no es dado al hombre oponerse a la marcha de la naturaleza, y el Espiritismo está en el orden de las cosas naturales; por lo tanto, será necesario que tarde o temprano tomen partido, y tendrán que aceptar lo que sea aceptado por todo el mundo. No, no vencerán; ellos serán los vencidos.
Un nuevo elemento viene a sumarse a la Legión de los espíritas: el de las clases obreras, y notad en esto la sabiduría de la Providencia. El Espiritismo se ha propagado primero en las clases esclarecidas, en las altas esferas sociales; al principio esto era necesario, para darle más crédito, y después para que fuese elaborado y purgado de las ideas supersticiosas que la falta de instrucción podría introducir en Él, y con las cuales se lo habría confundido. Apenas constituido –si se puede hablar así de una ciencia tan nueva–, sensibilizó a la clase obrera y entre ella se propaga con rapidez. ¡Ah! Es que allí hay tantos consuelos que dar, tanto coraje moral que levantar, tantas lágrimas que secar, tanta resignación que inspirar, que la Doctrina Espírita ha sido acogida como un ancla de salvación, como un amparo contra las terribles tentaciones de la necesidad. Donde quiera que lo vi penetrar en los lugares de trabajo, en todas partes yo lo vi producir sus benéficos efectos moralizadores. Obreros lioneses que me escucháis: regocijaos, entonces, porque tenéis en otras ciudades, tales como Sens, Lille, Burdeos, hermanos espíritas que –como vosotros– han abjurado de las culpables expectativas del desorden y de los deseos criminales de la venganza. Continuad demostrando a través de vuestro ejemplo los beneficiosos resultados de esta Doctrina. A los que pregunten para qué Ella puede servir, respondedles: En mi desesperación quería matarme, pero el Espiritismo me detuvo, porque sé lo que cuesta abreviar voluntariamente las pruebas que Dios ha querido enviar a los hombres. Para aturdirme, me embriagaba; mas comprendí cuán despreciable era yo por quitarme voluntariamente la razón, lo que me privaba así de ganarme el pan y el de mis hijos. Me había alejado de todos los sentimientos religiosos: hoy oro a Dios y coloco mi esperanza en su misericordia. Solamente creía en la nada como supremo remedio a mis miserias; pero mi padre se comunicó conmigo y me dijo: ¡Hijo mío, coraje! Dios te ve; ¡un esfuerzo más y quedarás a salvo! Me puse de rodillas ante Dios y le pedí perdón. Al ver a ricos y a pobres, a gente que tiene todo y a otros que no tienen nada, acusaba a la Providencia: hoy en día sé que Dios pesa todo en la balanza de su justicia y aguardo sus designios; si está en sus decretos que yo deba sucumbir al sufrimiento, entonces sucumbiré, pero con la conciencia tranquila y sin tener el remordimiento de haber robado un óbolo de quien podía salvarme la vida. Decidles: He aquí para qué sirve el Espiritismo, esta locura, esta quimera, como lo llamáis. Sí, amigos míos, continuad predicando con el ejemplo; haced que comprendan el Espiritismo por sus consecuencias saludables, y cuando sea comprendido no se asustarán más del mismo; al contrario, será acogido como una garantía del orden social, y los propios incrédulos serán forzados a hablar de Él con respeto.
He hablado de los progresos del Espiritismo; en efecto, no hay precedentes de que una doctrina –sea cual fuere– haya marchado con tanta rapidez, sin exceptuar al propio Cristianismo. ¿Esto significa que aquél sea superior a éste y que deba reemplazarlo? No; pero aquí es el lugar de establecer su verdadero carácter, a fin de destruir una prevención bastante generalizada entre aquellos que no lo conocen.
En su nacimiento, el Cristianismo tuvo que luchar contra un poder peligroso: el Paganismo, por entonces universalmente difundido. Entre ellos no había ninguna alianza posible, como tampoco la hay entre la luz y las tinieblas; en un palabra, el Cristianismo no podía propagarse sino destruyendo lo que existía. Así, la lucha fue larga y terrible; las persecuciones lo prueban. Por el contrario, el Espiritismo no tiene nada que destruir, porque se asienta sobre las propias bases del Cristianismo, sobre el Evangelio, del cual es su aplicación. Comprended la ventaja, no de su superioridad, sino de su posición. No es, pues, como lo pretenden algunos, porque aún no lo conocen, una religión nueva, una secta que se forma a expensas de sus hermanas mayores; es una doctrina puramente moral, que de manera alguna se ocupa de dogmas y que deja a cada uno la entera libertad de sus creencias, ya que no impone ninguna. La prueba de esto es que tiene adeptos en todas, entre los más fervorosos católicos como entre los protestantes, los judíos y los musulmanes. El Espiritismo se basa en la capacidad de comunicarse con el mundo invisible, es decir, con las almas; ahora bien, como los judíos, los protestantes, los musulmanes tienen almas como nosotros, se deduce que éstas pueden comunicarse ya sea con ellos como con nosotros, y que, por consecuencia, ellos pueden ser espíritas como nosotros.
Así como no es una secta política, tampoco es una secta religiosa; es la constatación de un hecho que no pertenece a un partido, como la electricidad y los ferrocarriles; he dicho que es una doctrina moral, y la moral es de todas las religiones y de todos los partidos.
La moral que Él enseña, ¿es buena o mala? ¿Es subversiva? He aquí toda la cuestión. Que lo estudien y sabrán a qué atenerse. Ahora bien, ya que es la moral del Evangelio desarrollada y aplicada, condenarla sería condenar el Evangelio.
¿El Espiritismo ha hecho el bien o el mal? Estudiadlo y veréis. ¿Qué ha hecho Él? Ha impedido innumerables suicidios; ha llevado la paz y la concordia a un gran número de familias; ha vuelto mansos y pacíficos a hombres violentos y coléricos; ha dado resignación a los que no la tenían y consuelo a los afligidos; ha traído a Dios a los que no Lo conocían, al destruir las ideas materialistas, verdadera llaga social que aniquila la responsabilidad moral del hombre. He aquí lo que ha hecho, lo que hace todos los días y lo que hará cada vez más a medida que sea más difundido. ¿Será esto el resultado de una mala doctrina? Pero –que yo sepa– nadie jamás ha atacado la moral del Espiritismo; solamente se dice que la religión puede producir todo eso. Concuerdo perfectamente; ¿pero entonces por qué no lo produce siempre? Es porque no todos la comprenden. Ahora bien, el Espiritismo, al volver claro e inteligible para todos lo que no lo está y al hacer evidente lo que es dudoso, conduce a la aplicación, mientras que nunca se siente necesidad de aquello que no se comprende. Por lo tanto, el Espiritismo, lejos de ser antagonista de la religión, es su auxiliar, y la prueba de esto es que Él conduce a las ideas religiosas a los que las habían rechazado. En resumen, el Espiritismo jamás ha aconsejado a cambiar de religión ni a sacrificar las creencias personales; Él no pertenece propriamente a ninguna religión o, mejor dicho, es de todas las religiones.
Señores, algunas palabras más –os lo ruego– sobre una cuestión totalmente práctica. El número creciente de espíritas, en Lyon, muestra la utilidad del consejo que os he dado el año pasado, con referencia a la formación de los Grupos. Reunir a todos los adeptos en una única Sociedad, ya sería hoy una cosa materialmente imposible, y lo será mucho más todavía en algún tiempo. Además del número, las distancias a recorrer en razón de la extensión de la ciudad, las diferencias de costumbres según las posiciones sociales, se suman a esa imposibilidad. Por estos motivos y por muchos otros, que sería demasiado largo desarrollar aquí, una única Sociedad es una quimera impracticable; multiplicad los Grupos lo máximo posible: que haya diez, que haya cien –si fuere necesario–, y tened la certeza de que llegaréis más rápido y con más seguridad.
Habría aquí cosas muy importantes que decir sobre la cuestión de la unidad de principios y acerca de la divergencia que podría existir entre ellos en algunos puntos; pero me detengo, para no abusar de vuestra paciencia en escucharme, paciencia que ya he puesto largamente a prueba. Si lo deseáis, haré de esto el objeto de una instrucción especial que os dirigiré próximamente.
Termino este discurso, señores, al que me he dejado llevar por la propia escasez de ocasiones que tengo en sentir la felicidad de estar en medio de vosotros. Estad seguros de que llevaré de vuestra benévola acogida un recuerdo que nunca se apagará.
Amigos míos: gracias una vez más, del fondo de mi corazón, por las muestras de simpatía que consentís en darme; gracias por las palabras bondadosas que me habéis dirigido a través de vuestros intérpretes, y de las que sólo acepto el deber que las mismas me imponen para lo que me queda por hacer, y no los elogios. ¡Que esta solemnidad pueda ser la garantía de la unión que debe existir entre todos los verdaderos espíritas!
Agradezco a los espíritas lioneses y a todos los que, entre ellos, se distinguen por su dedicación, por su sacrificio, por su abnegación y que vosotros mismos nombráis, sin que yo precise hacerlo.
¡A los espíritas lioneses, sin distinción de opinión, que estén o no presentes!
Señores, los Espíritus también quieren participar de esta fiesta de familia y decir algunas palabras. El Espíritu Erasto, que conocéis por las notables disertaciones que han sido publicadas en la Revista, dictó espontáneamente, antes de mi partida, la siguiente epístola que ha dirigido a vosotros y que me ha encargado de leeros en su nombre. Es con felicidad que cumplo este deber. Así tendréis la prueba de que los Espíritus con los cuales os comunicáis no son los únicos que se ocupan con vosotros y con lo que os concierne. Esta certeza no puede sino consolidar vuestra fe y vuestra confianza, al observar que la mirada vigilante de los Espíritus superiores se extiende sobre todos y que, sin ninguna duda, sois también objeto de su solicitud.
Epístola de Erasto a los espíritas lioneses
Es con la más grata emoción que vengo a conversar con vosotros, queridos espíritas del Grupo Lionés. En un medio como el vuestro, donde todas las clases se reúnen, donde todas las condiciones sociales se dan las manos, estoy lleno de ternura y de simpatía, y me siento feliz en poder anunciaros que todos nosotros, que somos los iniciadores del Espiritismo en Francia, asistiremos con mucha alegría a vuestros ágapes fraternales, a los cuales hemos sido invitados por Juan y por Ireneo, vuestros eminentes Guías espirituales. ¡Ah! Estos ágapes despiertan en mi corazón el recuerdo de aquellos en que todos nos reuníamos hace 1800 años, cuando combatíamos las costumbres disolutas del paganismo romano y ya comentábamos las enseñanzas y las parábolas del Hijo del Hombre, ¡muerto en la cruz de la infamia por haber propagado una idea santa! Amigos míos, si el ALTÍSIMO, por efecto de Su misericordia infinita, permitiera que el recuerdo del pasado pudiese irradiar un instante en vuestras memorias entorpecidas, os acordaríais de esa época, ilustrada por los santos mártires de la pléyade lionesa: Sanctus, Alejandro, Atalo, Epipodio, la dulce y valerosa Blandina, el valiente obispo Ireneo, de los cuales muchos de vosotros acompañabais por entonces, aplaudiendo su heroísmo y cantando en loor al Señor; también recordaríais que varios de entre los que me escuchan han regado con su sangre la tierra lionesa, esta tierra fecunda que Euquerio y Gregorio de Tours han llamado: la patria de los mártires. No los nombraré, pero podéis considerar a los que, en vuestros Grupos, desempeñan una misión, un apostolado, ¡como ya habiendo sido mártires de la propagación de la idea igualitaria, enseñada desde lo alto del Gólgota por nuestro Cristo muy amado! Hoy, estimados discípulos, aquel que fue consagrado por san Pablo viene a deciros que vuestra misión es siempre la misma, porque el paganismo romano –siempre de pie, siempre vivaz– aún enlaza al mundo, como la hiedra enlaza al roble. Por lo tanto, debéis difundir entre vuestros hermanos infelices, esclavos de sus pasiones o de las pasiones de los otros, la sana y consoladora Doctrina que mis amigos y yo hemos venido a revelaros a través de nuestros médiums de todos los países. Entretanto, constatamos que los tiempos han progresado, que las costumbres no son más las mismas y que la humanidad ha crecido; porque hoy, si estuvieseis expuestos a las persecuciones, éstas ya no emanarían de un poder tiránico y envidioso, como en el tiempo de la Iglesia primitiva, sino de intereses mancomunados contra la idea y contra vosotros, los apóstoles de la idea.
Yo acabo de pronunciar la palabra igualitaria: creo que es útil detenerme un poco en la misma, porque de ningún modo venimos a predicar, en medio de vosotros, utopías impracticables, pues, al contrario, rechazamos enérgicamente todo lo que parezca vincularse a las prescripciones de un comunismo antisocial; ante todo, somos esencialmente propagadores de la libertad individual, indispensable al desarrollo de los encarnados; por consecuencia, somos enemigos declarados de todo lo que se aproxime a esas legislaciones conventuales que aniquilan brutalmente a los individuos. Aunque me dirija a un auditorio, compuesto en parte por artesanos y proletarios, yo sé que sus conciencias, esclarecidas por las luces de la verdad espírita, ya han rechazado toda comunión con las teorías antisociales dadas en apoyo a la palabra igualdad. Sea como fuere, pienso que es un deber restituir a esta palabra su significado cristiano, tal como lo había explicado Aquel que ha dicho: «Dad al César lo que es del César». ¡Pues bien, espíritas! La igualdad proclamada por el Cristo, y que nosotros mismos profesamos en vuestros Grupos amados, es la igualdad ante la justicia de Dios, es decir, nuestro derecho, según nuestro deber cumplido, de subir en la jerarquía de los Espíritus y de alcanzar un día los mundos avanzados donde reina la perfecta felicidad. Para esto no son tomados en cuenta ni el nacimiento, ni la fortuna: el pobre y el débil consiguen alcanzar dichos mundos, como el rico y el poderoso, porque unos no llevan materialmente más que otros; y como allá nadie compra su lugar ni su perdón con dinero, los derechos son iguales para todos. Igualdad ante Dios: he aquí la verdadera igualdad. No se os preguntará lo que poseísteis, sino el uso que habéis hecho de lo que teníais. Ahora bien, cuanto más hayáis poseído, más largas y más difíciles serán las cuentas que tendréis que prestar de vuestra gestión. Así, por lo tanto, después de vuestras existencias de misiones, de pruebas o de castigos en los parajes terrenos, cada uno de vosotros, conforme sus buenas o malas obras, progresará en la escala de los seres o recomenzará tarde o temprano su existencia, en caso de que se haya desviado. En consecuencia –os lo repito–, al proclamar el dogma sagrado de la igualdad, no venimos a enseñaros que en este mundo debéis ser todos iguales en riquezas, en saber y en felicidad, pero sí que todos lograréis, cuando llegue vuestra hora y según vuestros méritos, la felicidad de los elegidos, compartiéndola con las almas de élite que han cumplido sus deberes. Mis queridos espíritas: he aquí la igualdad a la que tenéis derecho, a la cual os conducirá el Espiritismo emancipador y a la que os invito con todas mis fuerzas. ¿Qué debéis hacer para alcanzarla? Obedecer a estas dos sublimes palabras: amor y caridad, que resumen admirablemente la ley y los profetas. ¡Amor y caridad! ¡Ah! El que cumpla, según su conciencia, las prescripciones de esta máxima divina, por cierto subirá rápidamente los peldaños de la escalera de Jacob, y pronto llegará a las esferas elevadas, de donde podrá adorar, contemplar y comprender la majestad del Eterno.
No sabéis cuán grato y agradable es para nosotros presidir vuestro banquete, donde el rico y el artesano se codean y se consagran a la fraternidad; donde el judío, el católico y el protestante pueden sentarse a la misma comunión pascual. No imagináis cuán orgulloso me siento en distribuir a cada uno de vosotros los elogios y el aliento que el Espíritu de Verdad, nuestro tan amado Maestro, me ha ordenado otorgar a vuestras piadosas cohortes. A ti, Dijoud, a ti, su digna compañera, y a todos vosotros, abnegados misioneros que esparcís los beneficios del Espiritismo: gracias por vuestro concurso y por vuestra dedicación. Amigos míos, pero debo deciros, nobleza obliga –sobre todo la del corazón–, que seríais muy culpables y reprensibles si en el futuro fallaseis a vuestras santas misiones; pero no fallaréis: tengo como garantía el bien que habéis hecho y el que os queda por hacer. Mas es a vosotros, estimados hermanos míos de la labor cotidiana, que reservo mis más sinceras felicitaciones, porque bien sé que subís penosamente vuestro Gólgota, llevando, como el Cristo, vuestra cruz dolorosa. ¿Qué más yo podría decir de elogioso para vosotros que recordar el coraje y la resignación con los que soportáis los desastres inauditos que la lucha fratricida, pero necesaria, de las dos Américas engendra en vuestro medio? ¡Ah! Nadie puede negar que la benéfica influencia del Espiritismo ya se hace sentir; la misma ha penetrado, con esperanza y con fe, en el ambiente de los talleres. Cuando recordamos las épocas del último reinado, en que, tan pronto como faltaba el trabajo, los obreros bajaban de la colina de Croix-Rousse hacia los Terreaux en grupos tumultuosos, haciendo presagiar motines, cuya represión era terrible, debemos agradecer a Dios la Nueva Revelación. En efecto, según esa imagen vulgar de la que se sirven en su lenguaje pintoresco, a menudo ocurre danser devant le buffet; entonces ellos dicen, apretándose el cinturón: ¡Bah! ¡¡¡Comeremos mañana!!! Bien sé que la caridad pública y particular se las ingenian y se esfuerzan; pero no es en eso que está el verdadero remedio. La humanidad necesita algo mejor; por ello, si el Cristianismo ha preconizado la igualdad y las leyes igualitarias, el Espiritismo alberga en sus flancos la fraternidad y sus leyes, obra grandiosa y duradera que los futuros siglos han de bendecir. Amigos míos, recordad que el Cristo eligió a sus apóstoles entre los últimos de los hombres, y que estos últimos –más fuertes que los Césares– han conquistado el mundo con la idea cristiana. Por lo tanto, os incumbe a vosotros la obra santa de esclarecer a vuestros compañeros de los talleres y de propagar nuestra sublime Doctrina, que hace a los hombres tan fuertes en la adversidad, a fin de que el Espíritu del mal y de la revuelta no suscite el odio y la venganza en el corazón de vuestros hermanos que aún no fueron conmovidos por la gracia espírita. Queridos amigos míos: esta obra os pertenece por completo; sé que la realizaréis con el cuidado y la dedicación ofrecidos por la conciencia de un deber a ser cumplido; y un día la Historia, como reconocimiento, ha de inscribir en sus anales que los obreros de Lyon, esclarecidos por el Espiritismo, merecieron mucho de la Patria en 1861 y en 1862, por el coraje y la resignación con los que soportaron las tristes consecuencias de las luchas esclavistas entre los Estados desunidos de América. ¡Qué importa, hijos míos! Estos tiempos de luchas y de pruebas son tiempos bendecidos por Dios, enviados para desenvolver el coraje, la paciencia y la energía; para apresurar el adelanto y el perfeccionamiento del orbe terrestre y de los Espíritus que están aprisionados en los lazos carnales de la materia. ¡Id, ahora! La trinchera está abierta en el Viejo Mundo, y sobre sus ruinas aclamaréis la Era Espírita de la fraternidad, que os muestra el objetivo y el fin de las miserias humanas, consolando y fortaleciendo vuestros corazones contra la adversidad y la lucha; confundiréis a los incrédulos y a los impíos, y agradeceréis a Dios la parte de infortunios y de pruebas que os toca, porque éstas os aproximan de la felicidad eterna.
Me resta daros algunos consejos que a menudo vuestros habituales guías ya os dieron, pero que mi posición personal y la circunstancia actual recomiendan que os recuerde nuevamente. Mis buenos amigos: me dirijo aquí a todos los espíritas y a todos los Grupos, a fin de que ninguna escisión, ninguna disidencia y ningún cisma surjan entre vosotros, sino que, al contrario, una creencia solidaria os anime y os reúna a todos, porque esto es necesario para el desarrollo de nuestra benefactora Doctrina. Siento como una voluntad que me impulsa a pregonaros la concordia y la unión, porque en esto, como en todas las cosas, la unión hace la fuerza, y necesitáis ser fuertes y unidos para resistir a las tempestades que se aproximan. Y no solamente tenéis necesidad de estar unidos entre vosotros, sino también con vuestros hermanos de todos los países; es por eso que os exhorto a seguir el ejemplo que os han dado los espíritas de Burdeos, de los cuales todos sus Grupos particulares forman los satélites de un Grupo Central, que ha solicitado entrar en comunión con la Sociedad Iniciadora de París, la cual ha sido la primera que ha recibido los elementos de un cuerpo de doctrina y que ha lanzado las bases serias para los estudios del Espiritismo, que todos nosotros –los espíritas– profesamos en el mundo entero.
Sé que lo que os digo aquí no será perdido; por lo demás, me refiero enteramente a los consejos que ya habéis recibido y que aún recibiréis de vuestros excelentes guías espirituales, que os dirigirán en este camino saludable, porque es preciso que los rayos de luz vayan del centro hacia la periferia y viceversa, a fin de que todos aprovechen y se beneficien de los trabajos de cada uno. Es indiscutible, por cierto, que al someter todos los datos y todas las comunicaciones de los Espíritus al tamiz de la razón y de la lógica, será fácil rechazar el absurdo y el error. Un médium puede ser fascinado; un Grupo puede ser engañado, pero el control severo de los otros Grupos, la ciencia adquirida, la elevada autoridad moral de los jefes de Grupos y las comunicaciones de los principales médiums que reciben un sello de lógica y autenticidad de nuestros mejores Espíritus, harán rápidamente justicia a los dictados mentirosos y astutos emanados de una turba de Espíritus embusteros, imperfectos o malos. Rechazad implacablemente a todos esos Espíritus que dan consejos exclusivos, fomentando la división y el aislamiento. Casi siempre son Espíritus vanidosos y mediocres que tienden a imponerse a los hombres débiles y crédulos, cubriéndolos de elogios exagerados para fascinarlos y mantenerlos bajo su dominio. Generalmente son Espíritus ávidos de poder que, como déspotas públicos o privados cuando encarnados, aún quieren tener víctimas para tiranizar después de su muerte. Amigos míos, desconfiad en general de las comunicaciones que tengan un carácter de misticismo y de extrañeza, o que prescriban ceremonias y actos extravagantes; en tales casos hay siempre un motivo legítimo de sospecha. Por otro lado, creed realmente que cuando una verdad debe ser revelada a la Humanidad, es –por así decirlo– instantáneamente comunicada en todos los Grupos serios que tienen médiums serios.
En fin, creo que es bueno repetir aquí que nadie es médium perfecto si está obsesado; la obsesión es uno de los mayores escollos, y hay manifiesta obsesión cuando un médium solamente es apto para recibir comunicaciones de un Espíritu especial, por más alto que éste pretenda considerarse a sí mismo. En consecuencia, todo médium y todo Grupo que se crean privilegiados por las comunicaciones que sólo ellos pueden recibir y que, de ese modo, estén sujetos a prácticas que los expongan a la superstición, se encuentran indudablemente bajo la influencia de una obsesión muy bien caracterizada. Os digo todo esto, amigos míos, porque en el mundo existen médiums fascinados por Espíritus pérfidos. Desenmascararé implacablemente a esos Espíritus si se atreven también a profanar nombres venerables, de los que se apoderan como ladrones y con los cuales se adornan orgullosamente, como lacayos con las ropas de sus señores; me indignaré con ellos sin piedad, si persisten en desviar del camino recto a los cristianos honestos, espíritas dedicados de cuya buena fe han abusado. En una palabra, dejadme repetiros lo que ya he aconsejado a los espíritas parisienses: más vale rechazar diez verdades momentáneamente que admitir una sola mentira, una sola teoría falsa, porque sobre esta teoría y sobre esta mentira podríais edificar todo un sistema que habría de derrumbarse al primer soplo de la verdad, como un monumento construido sobre arena movediza; mientras que si hoy rechazáis ciertas verdades, ciertos principios, porque no os son demostrados con lógica, posteriormente un hecho decisivo o una demostración irrefutable vendrá afirmaros su autenticidad.
A Juan, a Ireneo, a Blandina, así como a todos vuestros Espíritus protectores, incumbe la tarea de os precaver en lo sucesivo contra los falsos profetas de la erraticidad. El gran Espíritu emancipador que preside nuestros trabajos, bajo la mirada del Todopoderoso, ha de proveer a eso, podéis creerme. En cuanto a mí, aunque esté más particularmente vinculado a los Grupos Parisienses, vendré algunas veces a conversar con vosotros y acompañaré siempre con interés vuestros trabajos particulares.
Esperamos mucho de la provincia lionesa y sabemos que no fallaréis, ni unos ni otros, en vuestras respectivas misiones. Recordad que el Cristianismo, traído por las legiones cesaristas, lanzó, hace casi dos mil años, las primeras semillas de la renovación cristiana en Vienne y en Lyon, de donde se propagaron rápidamente hacia la Galia del Norte. Hoy, el progreso debe realizarse en una nueva irradiación, es decir, del Norte hacia el Sur. Por lo tanto, ¡a la obra lioneses! Es necesario que la verdad triunfe, y no es sin una legítima impaciencia que esperamos la hora en que sonará la trompeta de plata que nos anunciará vuestro primer combate y vuestra primera victoria.
Ahora dejadme agradeceros el recogimiento con el cual me habéis escuchado y la simpática acogida que me habéis dado. ¡Que Dios Todopoderoso, Señor de todos nosotros, os conceda su benevolencia y derrame sobre vosotros y sobre su servidor muy humilde los tesoros de su misericordia infinita! ¡Adiós! Lioneses: ¡yo os bendigo!
ERASTO
Leída en el banquete del 19 de septiembre de 1861
Es con la más grata emoción que vengo a conversar con vosotros, queridos espíritas del Grupo Lionés. En un medio como el vuestro, donde todas las clases se reúnen, donde todas las condiciones sociales se dan las manos, estoy lleno de ternura y de simpatía, y me siento feliz en poder anunciaros que todos nosotros, que somos los iniciadores del Espiritismo en Francia, asistiremos con mucha alegría a vuestros ágapes fraternales, a los cuales hemos sido invitados por Juan y por Ireneo, vuestros eminentes Guías espirituales. ¡Ah! Estos ágapes despiertan en mi corazón el recuerdo de aquellos en que todos nos reuníamos hace 1800 años, cuando combatíamos las costumbres disolutas del paganismo romano y ya comentábamos las enseñanzas y las parábolas del Hijo del Hombre, ¡muerto en la cruz de la infamia por haber propagado una idea santa! Amigos míos, si el ALTÍSIMO, por efecto de Su misericordia infinita, permitiera que el recuerdo del pasado pudiese irradiar un instante en vuestras memorias entorpecidas, os acordaríais de esa época, ilustrada por los santos mártires de la pléyade lionesa: Sanctus, Alejandro, Atalo, Epipodio, la dulce y valerosa Blandina, el valiente obispo Ireneo, de los cuales muchos de vosotros acompañabais por entonces, aplaudiendo su heroísmo y cantando en loor al Señor; también recordaríais que varios de entre los que me escuchan han regado con su sangre la tierra lionesa, esta tierra fecunda que Euquerio y Gregorio de Tours han llamado: la patria de los mártires. No los nombraré, pero podéis considerar a los que, en vuestros Grupos, desempeñan una misión, un apostolado, ¡como ya habiendo sido mártires de la propagación de la idea igualitaria, enseñada desde lo alto del Gólgota por nuestro Cristo muy amado! Hoy, estimados discípulos, aquel que fue consagrado por san Pablo viene a deciros que vuestra misión es siempre la misma, porque el paganismo romano –siempre de pie, siempre vivaz– aún enlaza al mundo, como la hiedra enlaza al roble. Por lo tanto, debéis difundir entre vuestros hermanos infelices, esclavos de sus pasiones o de las pasiones de los otros, la sana y consoladora Doctrina que mis amigos y yo hemos venido a revelaros a través de nuestros médiums de todos los países. Entretanto, constatamos que los tiempos han progresado, que las costumbres no son más las mismas y que la humanidad ha crecido; porque hoy, si estuvieseis expuestos a las persecuciones, éstas ya no emanarían de un poder tiránico y envidioso, como en el tiempo de la Iglesia primitiva, sino de intereses mancomunados contra la idea y contra vosotros, los apóstoles de la idea.
Yo acabo de pronunciar la palabra igualitaria: creo que es útil detenerme un poco en la misma, porque de ningún modo venimos a predicar, en medio de vosotros, utopías impracticables, pues, al contrario, rechazamos enérgicamente todo lo que parezca vincularse a las prescripciones de un comunismo antisocial; ante todo, somos esencialmente propagadores de la libertad individual, indispensable al desarrollo de los encarnados; por consecuencia, somos enemigos declarados de todo lo que se aproxime a esas legislaciones conventuales que aniquilan brutalmente a los individuos. Aunque me dirija a un auditorio, compuesto en parte por artesanos y proletarios, yo sé que sus conciencias, esclarecidas por las luces de la verdad espírita, ya han rechazado toda comunión con las teorías antisociales dadas en apoyo a la palabra igualdad. Sea como fuere, pienso que es un deber restituir a esta palabra su significado cristiano, tal como lo había explicado Aquel que ha dicho: «Dad al César lo que es del César». ¡Pues bien, espíritas! La igualdad proclamada por el Cristo, y que nosotros mismos profesamos en vuestros Grupos amados, es la igualdad ante la justicia de Dios, es decir, nuestro derecho, según nuestro deber cumplido, de subir en la jerarquía de los Espíritus y de alcanzar un día los mundos avanzados donde reina la perfecta felicidad. Para esto no son tomados en cuenta ni el nacimiento, ni la fortuna: el pobre y el débil consiguen alcanzar dichos mundos, como el rico y el poderoso, porque unos no llevan materialmente más que otros; y como allá nadie compra su lugar ni su perdón con dinero, los derechos son iguales para todos. Igualdad ante Dios: he aquí la verdadera igualdad. No se os preguntará lo que poseísteis, sino el uso que habéis hecho de lo que teníais. Ahora bien, cuanto más hayáis poseído, más largas y más difíciles serán las cuentas que tendréis que prestar de vuestra gestión. Así, por lo tanto, después de vuestras existencias de misiones, de pruebas o de castigos en los parajes terrenos, cada uno de vosotros, conforme sus buenas o malas obras, progresará en la escala de los seres o recomenzará tarde o temprano su existencia, en caso de que se haya desviado. En consecuencia –os lo repito–, al proclamar el dogma sagrado de la igualdad, no venimos a enseñaros que en este mundo debéis ser todos iguales en riquezas, en saber y en felicidad, pero sí que todos lograréis, cuando llegue vuestra hora y según vuestros méritos, la felicidad de los elegidos, compartiéndola con las almas de élite que han cumplido sus deberes. Mis queridos espíritas: he aquí la igualdad a la que tenéis derecho, a la cual os conducirá el Espiritismo emancipador y a la que os invito con todas mis fuerzas. ¿Qué debéis hacer para alcanzarla? Obedecer a estas dos sublimes palabras: amor y caridad, que resumen admirablemente la ley y los profetas. ¡Amor y caridad! ¡Ah! El que cumpla, según su conciencia, las prescripciones de esta máxima divina, por cierto subirá rápidamente los peldaños de la escalera de Jacob, y pronto llegará a las esferas elevadas, de donde podrá adorar, contemplar y comprender la majestad del Eterno.
No sabéis cuán grato y agradable es para nosotros presidir vuestro banquete, donde el rico y el artesano se codean y se consagran a la fraternidad; donde el judío, el católico y el protestante pueden sentarse a la misma comunión pascual. No imagináis cuán orgulloso me siento en distribuir a cada uno de vosotros los elogios y el aliento que el Espíritu de Verdad, nuestro tan amado Maestro, me ha ordenado otorgar a vuestras piadosas cohortes. A ti, Dijoud, a ti, su digna compañera, y a todos vosotros, abnegados misioneros que esparcís los beneficios del Espiritismo: gracias por vuestro concurso y por vuestra dedicación. Amigos míos, pero debo deciros, nobleza obliga –sobre todo la del corazón–, que seríais muy culpables y reprensibles si en el futuro fallaseis a vuestras santas misiones; pero no fallaréis: tengo como garantía el bien que habéis hecho y el que os queda por hacer. Mas es a vosotros, estimados hermanos míos de la labor cotidiana, que reservo mis más sinceras felicitaciones, porque bien sé que subís penosamente vuestro Gólgota, llevando, como el Cristo, vuestra cruz dolorosa. ¿Qué más yo podría decir de elogioso para vosotros que recordar el coraje y la resignación con los que soportáis los desastres inauditos que la lucha fratricida, pero necesaria, de las dos Américas engendra en vuestro medio? ¡Ah! Nadie puede negar que la benéfica influencia del Espiritismo ya se hace sentir; la misma ha penetrado, con esperanza y con fe, en el ambiente de los talleres. Cuando recordamos las épocas del último reinado, en que, tan pronto como faltaba el trabajo, los obreros bajaban de la colina de Croix-Rousse hacia los Terreaux en grupos tumultuosos, haciendo presagiar motines, cuya represión era terrible, debemos agradecer a Dios la Nueva Revelación. En efecto, según esa imagen vulgar de la que se sirven en su lenguaje pintoresco, a menudo ocurre danser devant le buffet; entonces ellos dicen, apretándose el cinturón: ¡Bah! ¡¡¡Comeremos mañana!!! Bien sé que la caridad pública y particular se las ingenian y se esfuerzan; pero no es en eso que está el verdadero remedio. La humanidad necesita algo mejor; por ello, si el Cristianismo ha preconizado la igualdad y las leyes igualitarias, el Espiritismo alberga en sus flancos la fraternidad y sus leyes, obra grandiosa y duradera que los futuros siglos han de bendecir. Amigos míos, recordad que el Cristo eligió a sus apóstoles entre los últimos de los hombres, y que estos últimos –más fuertes que los Césares– han conquistado el mundo con la idea cristiana. Por lo tanto, os incumbe a vosotros la obra santa de esclarecer a vuestros compañeros de los talleres y de propagar nuestra sublime Doctrina, que hace a los hombres tan fuertes en la adversidad, a fin de que el Espíritu del mal y de la revuelta no suscite el odio y la venganza en el corazón de vuestros hermanos que aún no fueron conmovidos por la gracia espírita. Queridos amigos míos: esta obra os pertenece por completo; sé que la realizaréis con el cuidado y la dedicación ofrecidos por la conciencia de un deber a ser cumplido; y un día la Historia, como reconocimiento, ha de inscribir en sus anales que los obreros de Lyon, esclarecidos por el Espiritismo, merecieron mucho de la Patria en 1861 y en 1862, por el coraje y la resignación con los que soportaron las tristes consecuencias de las luchas esclavistas entre los Estados desunidos de América. ¡Qué importa, hijos míos! Estos tiempos de luchas y de pruebas son tiempos bendecidos por Dios, enviados para desenvolver el coraje, la paciencia y la energía; para apresurar el adelanto y el perfeccionamiento del orbe terrestre y de los Espíritus que están aprisionados en los lazos carnales de la materia. ¡Id, ahora! La trinchera está abierta en el Viejo Mundo, y sobre sus ruinas aclamaréis la Era Espírita de la fraternidad, que os muestra el objetivo y el fin de las miserias humanas, consolando y fortaleciendo vuestros corazones contra la adversidad y la lucha; confundiréis a los incrédulos y a los impíos, y agradeceréis a Dios la parte de infortunios y de pruebas que os toca, porque éstas os aproximan de la felicidad eterna.
Me resta daros algunos consejos que a menudo vuestros habituales guías ya os dieron, pero que mi posición personal y la circunstancia actual recomiendan que os recuerde nuevamente. Mis buenos amigos: me dirijo aquí a todos los espíritas y a todos los Grupos, a fin de que ninguna escisión, ninguna disidencia y ningún cisma surjan entre vosotros, sino que, al contrario, una creencia solidaria os anime y os reúna a todos, porque esto es necesario para el desarrollo de nuestra benefactora Doctrina. Siento como una voluntad que me impulsa a pregonaros la concordia y la unión, porque en esto, como en todas las cosas, la unión hace la fuerza, y necesitáis ser fuertes y unidos para resistir a las tempestades que se aproximan. Y no solamente tenéis necesidad de estar unidos entre vosotros, sino también con vuestros hermanos de todos los países; es por eso que os exhorto a seguir el ejemplo que os han dado los espíritas de Burdeos, de los cuales todos sus Grupos particulares forman los satélites de un Grupo Central, que ha solicitado entrar en comunión con la Sociedad Iniciadora de París, la cual ha sido la primera que ha recibido los elementos de un cuerpo de doctrina y que ha lanzado las bases serias para los estudios del Espiritismo, que todos nosotros –los espíritas– profesamos en el mundo entero.
Sé que lo que os digo aquí no será perdido; por lo demás, me refiero enteramente a los consejos que ya habéis recibido y que aún recibiréis de vuestros excelentes guías espirituales, que os dirigirán en este camino saludable, porque es preciso que los rayos de luz vayan del centro hacia la periferia y viceversa, a fin de que todos aprovechen y se beneficien de los trabajos de cada uno. Es indiscutible, por cierto, que al someter todos los datos y todas las comunicaciones de los Espíritus al tamiz de la razón y de la lógica, será fácil rechazar el absurdo y el error. Un médium puede ser fascinado; un Grupo puede ser engañado, pero el control severo de los otros Grupos, la ciencia adquirida, la elevada autoridad moral de los jefes de Grupos y las comunicaciones de los principales médiums que reciben un sello de lógica y autenticidad de nuestros mejores Espíritus, harán rápidamente justicia a los dictados mentirosos y astutos emanados de una turba de Espíritus embusteros, imperfectos o malos. Rechazad implacablemente a todos esos Espíritus que dan consejos exclusivos, fomentando la división y el aislamiento. Casi siempre son Espíritus vanidosos y mediocres que tienden a imponerse a los hombres débiles y crédulos, cubriéndolos de elogios exagerados para fascinarlos y mantenerlos bajo su dominio. Generalmente son Espíritus ávidos de poder que, como déspotas públicos o privados cuando encarnados, aún quieren tener víctimas para tiranizar después de su muerte. Amigos míos, desconfiad en general de las comunicaciones que tengan un carácter de misticismo y de extrañeza, o que prescriban ceremonias y actos extravagantes; en tales casos hay siempre un motivo legítimo de sospecha. Por otro lado, creed realmente que cuando una verdad debe ser revelada a la Humanidad, es –por así decirlo– instantáneamente comunicada en todos los Grupos serios que tienen médiums serios.
En fin, creo que es bueno repetir aquí que nadie es médium perfecto si está obsesado; la obsesión es uno de los mayores escollos, y hay manifiesta obsesión cuando un médium solamente es apto para recibir comunicaciones de un Espíritu especial, por más alto que éste pretenda considerarse a sí mismo. En consecuencia, todo médium y todo Grupo que se crean privilegiados por las comunicaciones que sólo ellos pueden recibir y que, de ese modo, estén sujetos a prácticas que los expongan a la superstición, se encuentran indudablemente bajo la influencia de una obsesión muy bien caracterizada. Os digo todo esto, amigos míos, porque en el mundo existen médiums fascinados por Espíritus pérfidos. Desenmascararé implacablemente a esos Espíritus si se atreven también a profanar nombres venerables, de los que se apoderan como ladrones y con los cuales se adornan orgullosamente, como lacayos con las ropas de sus señores; me indignaré con ellos sin piedad, si persisten en desviar del camino recto a los cristianos honestos, espíritas dedicados de cuya buena fe han abusado. En una palabra, dejadme repetiros lo que ya he aconsejado a los espíritas parisienses: más vale rechazar diez verdades momentáneamente que admitir una sola mentira, una sola teoría falsa, porque sobre esta teoría y sobre esta mentira podríais edificar todo un sistema que habría de derrumbarse al primer soplo de la verdad, como un monumento construido sobre arena movediza; mientras que si hoy rechazáis ciertas verdades, ciertos principios, porque no os son demostrados con lógica, posteriormente un hecho decisivo o una demostración irrefutable vendrá afirmaros su autenticidad.
A Juan, a Ireneo, a Blandina, así como a todos vuestros Espíritus protectores, incumbe la tarea de os precaver en lo sucesivo contra los falsos profetas de la erraticidad. El gran Espíritu emancipador que preside nuestros trabajos, bajo la mirada del Todopoderoso, ha de proveer a eso, podéis creerme. En cuanto a mí, aunque esté más particularmente vinculado a los Grupos Parisienses, vendré algunas veces a conversar con vosotros y acompañaré siempre con interés vuestros trabajos particulares.
Esperamos mucho de la provincia lionesa y sabemos que no fallaréis, ni unos ni otros, en vuestras respectivas misiones. Recordad que el Cristianismo, traído por las legiones cesaristas, lanzó, hace casi dos mil años, las primeras semillas de la renovación cristiana en Vienne y en Lyon, de donde se propagaron rápidamente hacia la Galia del Norte. Hoy, el progreso debe realizarse en una nueva irradiación, es decir, del Norte hacia el Sur. Por lo tanto, ¡a la obra lioneses! Es necesario que la verdad triunfe, y no es sin una legítima impaciencia que esperamos la hora en que sonará la trompeta de plata que nos anunciará vuestro primer combate y vuestra primera victoria.
Ahora dejadme agradeceros el recogimiento con el cual me habéis escuchado y la simpática acogida que me habéis dado. ¡Que Dios Todopoderoso, Señor de todos nosotros, os conceda su benevolencia y derrame sobre vosotros y sobre su servidor muy humilde los tesoros de su misericordia infinita! ¡Adiós! Lioneses: ¡yo os bendigo!
Conversaciones familiares del Más Allá
Eugène Scribe
(Sociedad Espírita de París)
Cuando se estableció el debate entre varios Espíritus sobre el aforismo de Buffon: El estilo es el hombre, que hemos relatado en nuestro número anterior, el nombre del Sr. Scribe fue pronunciado, lo que sin duda le ha dado un motivo para venir, aunque no hubiese sido llamado. Sin participar del debate, él dictó espontáneamente la siguiente disertación, que suscitó la conversación que publicamos después de la misma. «–Sería deseable que el teatro, donde grandes y pequeños van para adquirir enseñanzas, se preocupara un poco menos en satisfacer el gusto por las costumbres fáciles y en exaltar los aspectos veniales de una juventud ardiente, sino que el mejoramiento social fuese buscado a través de piezas elevadas y morales, donde la fina gracia reemplazase a la sal gruesa de cocina que hoy usan los autores de comedias ligeras. Pero no: según el teatro, y dependiendo del público, se halagan las pasiones humanas. Aquí, se preconiza la blusa en vez de la casaca, transformada en chivo expiatorio de todas las iniquidades sociales; allá, es la blusa que es infamada y despreciada, porque dicen que esconde siempre al bribón o al asesino. Mentira de los dos lados.
«Algunos autores comienzan a tomar el toro por las astas y, como Émile Augier, a poner a los banqueros en la picota de la opinión pública. ¡Bah! ¡Qué importa! No por eso el público deja de correr a los teatros, donde una plástica desfachatada y sin pudor paga todos los gastos del espectáculo. ¡Ah! Ya es tiempo de que las ideas espíritas sean propagadas en todos los estratos sociales, porque entonces el teatro se moralizará en sí mismo, y a las exhibiciones femeninas sucederán piezas responsables, representadas con conciencia por artistas de talento; todos ganarán con esto. Esperemos que pronto surja un dramaturgo que sea capaz de expulsar del teatro y del entusiasmo del público a todos esos explotadores, proxenetas inmorales de las damas de las camelias de toda especie. Trabajad, pues, para difundir el Espiritismo, que debe producir un resultado muy loable.»
E. SCRIBE
–Pregunta 1. En una comunicación que habéis dictado hace poco tiempo a la Srta. J..., y que ha sido leída en la Sociedad, dijisteis que lo que hizo vuestra reputación en la Tierra no la hizo en el Cielo, y que podríais haber empleado mejor los dones que recibisteis
de Dios. ¿Tendríais la bondad de desarrollar este pensamiento y decirnos en qué vuestras obras son reprensibles? Nos parece que las mismas tienen un lado moral y, en un cierto sentido, han abierto un camino hacia el progreso.
–Respuesta. Todo es relativo; hoy, en el mundo elevado donde me encuentro, no veo más con los ojos terrenos y, con los dones que había recibido del Todopoderoso, pienso que yo podría haber hecho más por la Humanidad; por eso es que dije que no había trabajado para el Cielo. Pero no puedo expresar en algunas palabras lo que quería deciros en aquella ocasión, porque –como sabéis– yo era un poco verboso.
–Preg. 2. Dijisteis también que desearíais producir una obra más útil y más seria, pero que esta alegría os ha sido negada. ¿Es como Espíritu que habríais deseado hacer esa obra y, en este caso, cómo habríais hecho para que los hombres la aprovechasen?
–Resp. ¡Dios mío! De la manera más simple que los Espíritus emplean: inspirando a los escritores, que a menudo imaginan que la extraen de su propio bagaje, a veces tan vacío, infelizmente.
–Preg. 3. ¿Se puede saber cuál es el tema que os propondríais a tratar?
–Resp. Yo no tenía un objetivo determinado, pero –como sabéis– a uno le gusta hacer un poco lo que nunca ha hecho. Hubiera deseado ocuparme de Filosofía y de Espiritualismo, porque me ocupé demasiado con el realismo. No toméis la palabra realismo como hoy es entendida; sólo he querido decir que me he ocupado más especialmente de lo que divertía a los ojos y a los oídos de los Espíritus frívolos de la Tierra, y no de lo que podía satisfacer a los Espíritus serios y filosóficos.
–Preg. 4. Habéis dicho a la Srta. J... que no sois feliz. Podéis no tener la dicha de los bienaventurados; pero hace poco, en la comisión, se han contado numerosas acciones buenas que habéis realizado y que, ciertamente, deben haber sido tomadas en consideración.
–Resp. No, no soy feliz, porque, ¡ah!, aún tengo ambición y, habiendo sido académico en la Tierra, me habría gustado participar igualmente de la academia de los elegidos.
–Preg. 5. Nos parece que, a falta de la obra que aún no podéis hacer, podríais alcanzar el mismo objetivo, para vos y para los otros, si aquí vinieseis a hacer una serie de disertaciones.
–Resp. No pido nada mejor, y vendré con placer, si me lo permiten –lo que ignoro–, porque todavía no tengo una posición bien determinada en el mundo espiritual. Todo es tan nuevo para mí –he pasado mi vida casando alférez con herederas ricas–, que aún no tuve tiempo de conocer y de admirar este mundo etéreo, del cual yo me había olvidado en mi encarnación. Volveré, pues, si los Grandes Espíritus me lo permiten.
–Preg. 6. En el mundo en que estáis, ¿ya habéis vuelto a ver a Madame de Girardin que, cuando encarnada, se ocupaba mucho con los Espíritus y con las evocaciones?
–Resp. Ella tuvo la bondad de venir a esperarme en el portal de la verdadera vida, con los Espíritus de la pléyade a la cual pertenecemos.
–Preg. 7. ¿Ella es más feliz que vos?
–Resp. Como Espíritu es más feliz que yo, porque ella ha contribuido con obras de educación para la niñez, compuestas por su madre, Sophie Gay.
Nota de Erasto – No; ella es más feliz porque luchó, mientras que Scribe se dejó llevar por la corriente de la vida fácil.
–Preg. 8. ¿Vais a asistir algunas veces a la presentación de vuestras obras, así como Madame de Girardin o Casimir Delavigne?
–Resp. ¿Cómo pensar que no iríamos a ver a esos queridos hijos que hemos dejado en la Tierra? Aún es uno de nuestros gozos puros.
Nota – Por lo tanto, la muerte no separa a los que se han conocido en la Tierra; ellos se reencuentran, se reúnen y se interesan por lo que constituía el objeto de sus preocupaciones. Dirán, sin duda, que si se acuerdan de lo que les daba alegría, también se acordarán de aquello que les causaba dolor, y que esto debe alterar su felicidad. Ese recuerdo produce un efecto totalmente contrario, porque la satisfacción de estar libre de los males terrenos es un gozo, tanto más suave cuanto mayor fuere el contraste; los beneficios de la salud son mejor apreciados después de una enfermedad, sucediendo lo mismo con la calma después de la tempestad. El guerrero, al volver a su hogar, ¿no se complace en contar los peligros que enfrentó y las fatigas que sintió? Así, para los Espíritus, el recuerdo de las luchas terrenas es un gozo cuando salen victoriosos de las mismas. Pero este recuerdo se pierde a lo lejos, o por lo menos disminuye de importancia a sus ojos, a medida que se liberan de los fluidos materiales de los mundos inferiores y se aproximan a la perfección; para ellos, tales recuerdos son sueños distantes, como en el adulto los recuerdos de la primera infancia.
Eugène Scribe
(Sociedad Espírita de París)
Cuando se estableció el debate entre varios Espíritus sobre el aforismo de Buffon: El estilo es el hombre, que hemos relatado en nuestro número anterior, el nombre del Sr. Scribe fue pronunciado, lo que sin duda le ha dado un motivo para venir, aunque no hubiese sido llamado. Sin participar del debate, él dictó espontáneamente la siguiente disertación, que suscitó la conversación que publicamos después de la misma. «–Sería deseable que el teatro, donde grandes y pequeños van para adquirir enseñanzas, se preocupara un poco menos en satisfacer el gusto por las costumbres fáciles y en exaltar los aspectos veniales de una juventud ardiente, sino que el mejoramiento social fuese buscado a través de piezas elevadas y morales, donde la fina gracia reemplazase a la sal gruesa de cocina que hoy usan los autores de comedias ligeras. Pero no: según el teatro, y dependiendo del público, se halagan las pasiones humanas. Aquí, se preconiza la blusa en vez de la casaca, transformada en chivo expiatorio de todas las iniquidades sociales; allá, es la blusa que es infamada y despreciada, porque dicen que esconde siempre al bribón o al asesino. Mentira de los dos lados.
«Algunos autores comienzan a tomar el toro por las astas y, como Émile Augier, a poner a los banqueros en la picota de la opinión pública. ¡Bah! ¡Qué importa! No por eso el público deja de correr a los teatros, donde una plástica desfachatada y sin pudor paga todos los gastos del espectáculo. ¡Ah! Ya es tiempo de que las ideas espíritas sean propagadas en todos los estratos sociales, porque entonces el teatro se moralizará en sí mismo, y a las exhibiciones femeninas sucederán piezas responsables, representadas con conciencia por artistas de talento; todos ganarán con esto. Esperemos que pronto surja un dramaturgo que sea capaz de expulsar del teatro y del entusiasmo del público a todos esos explotadores, proxenetas inmorales de las damas de las camelias de toda especie. Trabajad, pues, para difundir el Espiritismo, que debe producir un resultado muy loable.»
de Dios. ¿Tendríais la bondad de desarrollar este pensamiento y decirnos en qué vuestras obras son reprensibles? Nos parece que las mismas tienen un lado moral y, en un cierto sentido, han abierto un camino hacia el progreso.
–Respuesta. Todo es relativo; hoy, en el mundo elevado donde me encuentro, no veo más con los ojos terrenos y, con los dones que había recibido del Todopoderoso, pienso que yo podría haber hecho más por la Humanidad; por eso es que dije que no había trabajado para el Cielo. Pero no puedo expresar en algunas palabras lo que quería deciros en aquella ocasión, porque –como sabéis– yo era un poco verboso.
–Preg. 2. Dijisteis también que desearíais producir una obra más útil y más seria, pero que esta alegría os ha sido negada. ¿Es como Espíritu que habríais deseado hacer esa obra y, en este caso, cómo habríais hecho para que los hombres la aprovechasen?
–Resp. ¡Dios mío! De la manera más simple que los Espíritus emplean: inspirando a los escritores, que a menudo imaginan que la extraen de su propio bagaje, a veces tan vacío, infelizmente.
–Preg. 3. ¿Se puede saber cuál es el tema que os propondríais a tratar?
–Resp. Yo no tenía un objetivo determinado, pero –como sabéis– a uno le gusta hacer un poco lo que nunca ha hecho. Hubiera deseado ocuparme de Filosofía y de Espiritualismo, porque me ocupé demasiado con el realismo. No toméis la palabra realismo como hoy es entendida; sólo he querido decir que me he ocupado más especialmente de lo que divertía a los ojos y a los oídos de los Espíritus frívolos de la Tierra, y no de lo que podía satisfacer a los Espíritus serios y filosóficos.
–Preg. 4. Habéis dicho a la Srta. J... que no sois feliz. Podéis no tener la dicha de los bienaventurados; pero hace poco, en la comisión, se han contado numerosas acciones buenas que habéis realizado y que, ciertamente, deben haber sido tomadas en consideración.
–Resp. No, no soy feliz, porque, ¡ah!, aún tengo ambición y, habiendo sido académico en la Tierra, me habría gustado participar igualmente de la academia de los elegidos.
–Preg. 5. Nos parece que, a falta de la obra que aún no podéis hacer, podríais alcanzar el mismo objetivo, para vos y para los otros, si aquí vinieseis a hacer una serie de disertaciones.
–Resp. No pido nada mejor, y vendré con placer, si me lo permiten –lo que ignoro–, porque todavía no tengo una posición bien determinada en el mundo espiritual. Todo es tan nuevo para mí –he pasado mi vida casando alférez con herederas ricas–, que aún no tuve tiempo de conocer y de admirar este mundo etéreo, del cual yo me había olvidado en mi encarnación. Volveré, pues, si los Grandes Espíritus me lo permiten.
–Preg. 6. En el mundo en que estáis, ¿ya habéis vuelto a ver a Madame de Girardin que, cuando encarnada, se ocupaba mucho con los Espíritus y con las evocaciones?
–Resp. Ella tuvo la bondad de venir a esperarme en el portal de la verdadera vida, con los Espíritus de la pléyade a la cual pertenecemos.
–Preg. 7. ¿Ella es más feliz que vos?
–Resp. Como Espíritu es más feliz que yo, porque ella ha contribuido con obras de educación para la niñez, compuestas por su madre, Sophie Gay.
Nota de Erasto – No; ella es más feliz porque luchó, mientras que Scribe se dejó llevar por la corriente de la vida fácil.
–Preg. 8. ¿Vais a asistir algunas veces a la presentación de vuestras obras, así como Madame de Girardin o Casimir Delavigne?
–Resp. ¿Cómo pensar que no iríamos a ver a esos queridos hijos que hemos dejado en la Tierra? Aún es uno de nuestros gozos puros.
Nota – Por lo tanto, la muerte no separa a los que se han conocido en la Tierra; ellos se reencuentran, se reúnen y se interesan por lo que constituía el objeto de sus preocupaciones. Dirán, sin duda, que si se acuerdan de lo que les daba alegría, también se acordarán de aquello que les causaba dolor, y que esto debe alterar su felicidad. Ese recuerdo produce un efecto totalmente contrario, porque la satisfacción de estar libre de los males terrenos es un gozo, tanto más suave cuanto mayor fuere el contraste; los beneficios de la salud son mejor apreciados después de una enfermedad, sucediendo lo mismo con la calma después de la tempestad. El guerrero, al volver a su hogar, ¿no se complace en contar los peligros que enfrentó y las fatigas que sintió? Así, para los Espíritus, el recuerdo de las luchas terrenas es un gozo cuando salen victoriosos de las mismas. Pero este recuerdo se pierde a lo lejos, o por lo menos disminuye de importancia a sus ojos, a medida que se liberan de los fluidos materiales de los mundos inferiores y se aproximan a la perfección; para ellos, tales recuerdos son sueños distantes, como en el adulto los recuerdos de la primera infancia.
Enseñanzas y disertaciones espíritas
Los cretinos
(Sociedad Espírita de París; médium: Sra. de Costel)
Nuestra colega, la Sra. de Costel, al haber hecho una excursión a una parte de los Alpes en que el cretinismo parece haber establecido uno de sus principales focos, recibió allí la siguiente comunicación de uno de los Espíritus que habitualmente se manifiesta por su intermedio:
–Los cretinos son seres punidos en la Tierra por el mal uso que han hecho de sus poderosas facultades; su alma está aprisionada en un cuerpo, cuyos órganos con deficiencia no pueden expresar sus pensamientos. Este mutismo moral y físico es una de las más crueles puniciones terrenales; a menudo es escogido por los Espíritus arrepentidos que quieren rescatar sus faltas. Esta prueba no es de modo alguno estéril, porque el Espíritu no permanece estacionario en su prisión de carne; esos ojos hebetados, ven; ese cerebro deficiente, concibe, pero nada puede ser traducido mediante la palabra o la mirada y, salvo el movimiento, se encuentran moralmente en el estado de los letárgicos y de los catalépticos, que ven y oyen lo que pasa a su alrededor sin que puedan expresarlo. Cuando, durante el sueño, vosotros tenéis esas terribles pesadillas en las que queréis huir de un peligro y gritáis para pedir socorro, mientras que vuestra lengua se queda pegada al paladar y vuestros pies al suelo, experimentáis por unos instantes lo que el cretino siente constantemente: la parálisis del cuerpo junto con la vida del Espíritu.
Casi todas las enfermedades tienen, así, su razón de ser; nada sucede sin una causa, y lo que vosotros llamáis de injusticia del destino es la aplicación de la más alta justicia. La locura es también una punición del abuso de elevadas facultades; el loco tiene dos personalidades: la que delira y la que tiene conciencia de sus actos, sin poder dirigirlos. En cuanto a los cretinos, la vida contemplativa y aislada de su alma, que no tiene las distracciones del cuerpo, también puede ser agitada por los acontecimientos, como las existencias más complicadas. Algunos se rebelan contra su suplicio voluntario; lamentan haberlo elegido y experimentan un deseo furioso de volver a una otra vida, deseo que les hace olvidar la resignación en la vida presente y el remordimiento de la vida pasada del cual tienen conciencia, porque los cretinos y los locos saben más que vosotros, y bajo su deficiencia física se oculta una potencia moral de la que no tenéis idea. Los actos de furor o de imbecilidad a los que su cuerpo se entrega, son juzgados por el ser interior, que sufre por ello y que se avergüenza. Por lo tanto, ridiculizarlos, injuriarlos e incluso maltratarlos –como algunas veces se hace con ellos– es aumentar sus sufrimientos, porque les hace sentir más duramente su debilidad y su abyección, y si ellos pudiesen, acusarían de cobardes a los que se comportan de este modo, porque saben que sus víctimas no pueden defenderse.
El cretinismo no es una de las leyes divinas, y la Ciencia puede hacerlo desaparecer, porque es el resultado material de la ignorancia, de la miseria y del abandono. Los nuevos medios de higiene que la Ciencia –que se ha vuelto más práctica– puso al alcance de todos, tienden a destruirlo. Al ser el progreso la condición expresa de la humanidad, las pruebas impuestas se modificarán y seguirán la marcha de los siglos; todas se volverán morales, y cuando vuestra Tierra –joven aún– haya cumplido todas las fases de su existencia, se convertirá en una morada de felicidad, como otros planetas más adelantados.
Pierre JOUTY, padre de la médium.
Nota – Hubo un tiempo en que se puso en cuestión el alma de los cretinos, y se preguntaba si verdaderamente pertenecían a la especie humana. La manera con la cual el Espiritismo considera el asunto, ¿no es de alta moralidad y una gran enseñanza? ¿No hay motivo para serias reflexiones al pensar que esos cuerpos desdichados son animados por almas que tal vez han brillado en el mundo, que son tan lúcidas y tan pensantes como las nuestras, bajo la densa envoltura que ahoga las manifestaciones, y que un día puede sucedernos lo mismo a nosotros si abusamos de las facultades que nos ha concedido la Providencia?
Además, ¿cómo explicar el cretinismo? ¿Cómo conciliarlo con la justicia y con la bondad de Dios sin admitir la pluralidad de las existencias, es decir, la reencarnación? Si el alma no ha vivido antes, entonces ha sido creada al mismo tiempo que el cuerpo; en esta hipótesis, ¿cómo justificar la creación de almas tan desheredadas como las de los cretinos, por parte de un Dios justo y bueno? Porque aquí no se trata, en absoluto, de uno de esos accidentes –como la locura, por ejemplo– que se puede prevenir o curar; esos seres nacen y mueren en el mismo estado. Al no tener ninguna noción del bien y del mal, ¿cuál será su destino en la eternidad? ¿Serán dichosos al igual que los hombres inteligentes y trabajadores? Pero ¿por qué ese favor, ya que no han hecho ningún bien? ¿Permanecerán ellos en lo que se denomina limbo, es decir, en un estado mixto que no es ni la felicidad ni la desdicha? Mas ¿por qué esa inferioridad eterna? ¿Es su culpa que Dios los haya creado cretinos? Desafiamos a todos aquellos que rechazan la doctrina de la reencarnación a que expliquen esta situación de difícil resolución. Por el contrario, con la reencarnación, lo que parece una injusticia se vuelve una admirable justicia; lo que es inexplicable se explica de la manera más racional. Además, no sabemos si aquellos que rechazan esta doctrina la han combatido con argumentos más perentorios que los de su repugnancia personal en volver a la Tierra. ¡Están, pues, muy seguros de tener bastantes virtudes para ganar el cielo de repente! Nosotros les deseamos lo mejor. Pero ¿los cretinos? ¿Y los niños que mueren en tierna edad? ¿Qué títulos tendrán que hacer valer?
(Sociedad Espírita de París; médium: Sra. de Costel)
Nuestra colega, la Sra. de Costel, al haber hecho una excursión a una parte de los Alpes en que el cretinismo parece haber establecido uno de sus principales focos, recibió allí la siguiente comunicación de uno de los Espíritus que habitualmente se manifiesta por su intermedio:
–Los cretinos son seres punidos en la Tierra por el mal uso que han hecho de sus poderosas facultades; su alma está aprisionada en un cuerpo, cuyos órganos con deficiencia no pueden expresar sus pensamientos. Este mutismo moral y físico es una de las más crueles puniciones terrenales; a menudo es escogido por los Espíritus arrepentidos que quieren rescatar sus faltas. Esta prueba no es de modo alguno estéril, porque el Espíritu no permanece estacionario en su prisión de carne; esos ojos hebetados, ven; ese cerebro deficiente, concibe, pero nada puede ser traducido mediante la palabra o la mirada y, salvo el movimiento, se encuentran moralmente en el estado de los letárgicos y de los catalépticos, que ven y oyen lo que pasa a su alrededor sin que puedan expresarlo. Cuando, durante el sueño, vosotros tenéis esas terribles pesadillas en las que queréis huir de un peligro y gritáis para pedir socorro, mientras que vuestra lengua se queda pegada al paladar y vuestros pies al suelo, experimentáis por unos instantes lo que el cretino siente constantemente: la parálisis del cuerpo junto con la vida del Espíritu.
Casi todas las enfermedades tienen, así, su razón de ser; nada sucede sin una causa, y lo que vosotros llamáis de injusticia del destino es la aplicación de la más alta justicia. La locura es también una punición del abuso de elevadas facultades; el loco tiene dos personalidades: la que delira y la que tiene conciencia de sus actos, sin poder dirigirlos. En cuanto a los cretinos, la vida contemplativa y aislada de su alma, que no tiene las distracciones del cuerpo, también puede ser agitada por los acontecimientos, como las existencias más complicadas. Algunos se rebelan contra su suplicio voluntario; lamentan haberlo elegido y experimentan un deseo furioso de volver a una otra vida, deseo que les hace olvidar la resignación en la vida presente y el remordimiento de la vida pasada del cual tienen conciencia, porque los cretinos y los locos saben más que vosotros, y bajo su deficiencia física se oculta una potencia moral de la que no tenéis idea. Los actos de furor o de imbecilidad a los que su cuerpo se entrega, son juzgados por el ser interior, que sufre por ello y que se avergüenza. Por lo tanto, ridiculizarlos, injuriarlos e incluso maltratarlos –como algunas veces se hace con ellos– es aumentar sus sufrimientos, porque les hace sentir más duramente su debilidad y su abyección, y si ellos pudiesen, acusarían de cobardes a los que se comportan de este modo, porque saben que sus víctimas no pueden defenderse.
El cretinismo no es una de las leyes divinas, y la Ciencia puede hacerlo desaparecer, porque es el resultado material de la ignorancia, de la miseria y del abandono. Los nuevos medios de higiene que la Ciencia –que se ha vuelto más práctica– puso al alcance de todos, tienden a destruirlo. Al ser el progreso la condición expresa de la humanidad, las pruebas impuestas se modificarán y seguirán la marcha de los siglos; todas se volverán morales, y cuando vuestra Tierra –joven aún– haya cumplido todas las fases de su existencia, se convertirá en una morada de felicidad, como otros planetas más adelantados.
Además, ¿cómo explicar el cretinismo? ¿Cómo conciliarlo con la justicia y con la bondad de Dios sin admitir la pluralidad de las existencias, es decir, la reencarnación? Si el alma no ha vivido antes, entonces ha sido creada al mismo tiempo que el cuerpo; en esta hipótesis, ¿cómo justificar la creación de almas tan desheredadas como las de los cretinos, por parte de un Dios justo y bueno? Porque aquí no se trata, en absoluto, de uno de esos accidentes –como la locura, por ejemplo– que se puede prevenir o curar; esos seres nacen y mueren en el mismo estado. Al no tener ninguna noción del bien y del mal, ¿cuál será su destino en la eternidad? ¿Serán dichosos al igual que los hombres inteligentes y trabajadores? Pero ¿por qué ese favor, ya que no han hecho ningún bien? ¿Permanecerán ellos en lo que se denomina limbo, es decir, en un estado mixto que no es ni la felicidad ni la desdicha? Mas ¿por qué esa inferioridad eterna? ¿Es su culpa que Dios los haya creado cretinos? Desafiamos a todos aquellos que rechazan la doctrina de la reencarnación a que expliquen esta situación de difícil resolución. Por el contrario, con la reencarnación, lo que parece una injusticia se vuelve una admirable justicia; lo que es inexplicable se explica de la manera más racional. Además, no sabemos si aquellos que rechazan esta doctrina la han combatido con argumentos más perentorios que los de su repugnancia personal en volver a la Tierra. ¡Están, pues, muy seguros de tener bastantes virtudes para ganar el cielo de repente! Nosotros les deseamos lo mejor. Pero ¿los cretinos? ¿Y los niños que mueren en tierna edad? ¿Qué títulos tendrán que hacer valer?
Si fuese un hombre de bien, habría muerto
(Sociedad Espírita de Sens)
Al hablar de un hombre malo que escapa de un peligro, decís frecuentemente: Si fuese un hombre de bien, habría muerto. Pues bien, estáis en la verdad al decir esto, porque, efectivamente, sucede a menudo que Dios da a un Espíritu –aún joven en la senda del progreso– una prueba más prolongada que la que otorga a uno bueno, quien recibirá, como una recompensa a su mérito, que su prueba sea tan corta como posible. Así, pues, cuando os servís de ese axioma, no tengáis duda de que estáis blasfemando. Si muere un hombre de bien, cuyo vecino es un malvado, os apresuráis a decir: Habría sido mejor que muriese este último. Cometéis un gran error, porque el que ha partido concluyó su tarea, y el que se queda quizá no la ha comenzado aún. ¿Por qué, entonces, querríais que el malvado no tuviese tiempo para llevarla a cabo, y que el bueno quedara sujeto a la gleba terrenal? ¿Qué diríais de un prisionero que, a pesar de haber cumplido su pena, quedase detenido en la cárcel, mientras que se pusiera en libertad a uno que no tuviese ese derecho? Por lo tanto, sabed que la verdadera libertad consiste en liberarse de los lazos del cuerpo, y que mientras permanecéis en la Tierra, estáis en cautiverio. Habituaos a no censurar lo que no podéis comprender, y creed que Dios es justo en todas las cosas. Frecuentemente lo que os parece un mal es un bien; vuestras facultades son tan limitadas que el conjunto del gran todo escapa a vuestros sentidos obtusos. A través del pensamiento esforzaos por salir de vuestra estrecha esfera y, a medida que os elevéis, la importancia de la vida material disminuirá a vuestros ojos, porque se os mostrará apenas como un incidente en la infinita duración de vuestra existencia espiritual, que es la única existencia verdadera.
FENELÓN
(Sociedad Espírita de Sens)
Al hablar de un hombre malo que escapa de un peligro, decís frecuentemente: Si fuese un hombre de bien, habría muerto. Pues bien, estáis en la verdad al decir esto, porque, efectivamente, sucede a menudo que Dios da a un Espíritu –aún joven en la senda del progreso– una prueba más prolongada que la que otorga a uno bueno, quien recibirá, como una recompensa a su mérito, que su prueba sea tan corta como posible. Así, pues, cuando os servís de ese axioma, no tengáis duda de que estáis blasfemando. Si muere un hombre de bien, cuyo vecino es un malvado, os apresuráis a decir: Habría sido mejor que muriese este último. Cometéis un gran error, porque el que ha partido concluyó su tarea, y el que se queda quizá no la ha comenzado aún. ¿Por qué, entonces, querríais que el malvado no tuviese tiempo para llevarla a cabo, y que el bueno quedara sujeto a la gleba terrenal? ¿Qué diríais de un prisionero que, a pesar de haber cumplido su pena, quedase detenido en la cárcel, mientras que se pusiera en libertad a uno que no tuviese ese derecho? Por lo tanto, sabed que la verdadera libertad consiste en liberarse de los lazos del cuerpo, y que mientras permanecéis en la Tierra, estáis en cautiverio. Habituaos a no censurar lo que no podéis comprender, y creed que Dios es justo en todas las cosas. Frecuentemente lo que os parece un mal es un bien; vuestras facultades son tan limitadas que el conjunto del gran todo escapa a vuestros sentidos obtusos. A través del pensamiento esforzaos por salir de vuestra estrecha esfera y, a medida que os elevéis, la importancia de la vida material disminuirá a vuestros ojos, porque se os mostrará apenas como un incidente en la infinita duración de vuestra existencia espiritual, que es la única existencia verdadera.
Los pobres y los ricos
(Sociedad Espírita de Lyon)
Nota – Aunque los espíritas de Lyon estén diseminados en varios Grupos, que se reúnen separadamente, nosotros los consideramos como formando una única Sociedad, que designamos con el nombre general de Sociedad Espírita de Lyon. Las dos comunicaciones siguientes han sido obtenidas en nuestra presencia.
Los celos son el compañero del orgullo y de la envidia; os llevan a desear todo lo que los otros poseen, sin daros cuenta que al envidiar su posición estaréis pedindo que os den de regalo una víbora, que alimentaríais en vuestro seno. Siempre tenéis envidia y celos de los ricos; vuestra ambición y vuestro egoísmo os llevan a estar sedientos del oro de los otros. «Si yo fuese rico –decís– haría de mis bienes un uso muy diferente del que veo que hace tal o cual persona». Y si tuvierais ese oro, ¿sabéis si no haríais con él un uso aún peor? A esto respondéis: «Aquel que está al abrigo de las necesidades cotidianas de la vida tiene sufrimientos muy pequeños comparados a los míos». ¿Qué sabéis al respecto? Aprended que el rico no es más que un administrador de Dios; si hace un mal uso de su fortuna, se le pedirá cuentas severas. Esta fortuna que Dios le da y de la cual saca provecho en la Tierra, es su punición, su prueba, su expiación. ¡Cuántos tormentos se permite el rico para conservar ese oro, al que tanto se apega! Y cuando llega su hora final, cuando necesita rendir cuentas y comprende que esa hora suprema le revela casi siempre toda la conducta que debería haber tenido, ¡cómo tiembla, cómo tiene miedo! Es que comienza a entender que ha fallado en su misión, que ha sido un administrador infiel y que sus cuentas serán objetadas. Los pobres trabajadores, al contrario, que han sufrido toda la vida, sujetados al yunque o al arado, ven llegar la muerte –esa liberación de todos los males– con reconocimiento, sobre todo si han soportado sus miserias con resignación y sin murmurar. Creedme, amigos míos: si os fuese permitido ver la ruda picota a la cual la fortuna sujeta a los ricos, vosotros, que tenéis buen corazón, porque habéis pasado por todos los tamices del infortunio, diríais con el Cristo, cuando vuestro amor propio fuese herido por el lujo de los opulentos de la Tierra: «Dios mío, perdónalos, porque no saben lo que hacen»; y dormiríais en vuestra dura almohada, agregando: «¡¡¡Bendíceme, Dios mío, y que se haga vuestra voluntad!!!»
EL ESPÍRITU PROTECTOR DEL MÉDIUM
(Sociedad Espírita de Lyon)
Nota – Aunque los espíritas de Lyon estén diseminados en varios Grupos, que se reúnen separadamente, nosotros los consideramos como formando una única Sociedad, que designamos con el nombre general de Sociedad Espírita de Lyon. Las dos comunicaciones siguientes han sido obtenidas en nuestra presencia.
Los celos son el compañero del orgullo y de la envidia; os llevan a desear todo lo que los otros poseen, sin daros cuenta que al envidiar su posición estaréis pedindo que os den de regalo una víbora, que alimentaríais en vuestro seno. Siempre tenéis envidia y celos de los ricos; vuestra ambición y vuestro egoísmo os llevan a estar sedientos del oro de los otros. «Si yo fuese rico –decís– haría de mis bienes un uso muy diferente del que veo que hace tal o cual persona». Y si tuvierais ese oro, ¿sabéis si no haríais con él un uso aún peor? A esto respondéis: «Aquel que está al abrigo de las necesidades cotidianas de la vida tiene sufrimientos muy pequeños comparados a los míos». ¿Qué sabéis al respecto? Aprended que el rico no es más que un administrador de Dios; si hace un mal uso de su fortuna, se le pedirá cuentas severas. Esta fortuna que Dios le da y de la cual saca provecho en la Tierra, es su punición, su prueba, su expiación. ¡Cuántos tormentos se permite el rico para conservar ese oro, al que tanto se apega! Y cuando llega su hora final, cuando necesita rendir cuentas y comprende que esa hora suprema le revela casi siempre toda la conducta que debería haber tenido, ¡cómo tiembla, cómo tiene miedo! Es que comienza a entender que ha fallado en su misión, que ha sido un administrador infiel y que sus cuentas serán objetadas. Los pobres trabajadores, al contrario, que han sufrido toda la vida, sujetados al yunque o al arado, ven llegar la muerte –esa liberación de todos los males– con reconocimiento, sobre todo si han soportado sus miserias con resignación y sin murmurar. Creedme, amigos míos: si os fuese permitido ver la ruda picota a la cual la fortuna sujeta a los ricos, vosotros, que tenéis buen corazón, porque habéis pasado por todos los tamices del infortunio, diríais con el Cristo, cuando vuestro amor propio fuese herido por el lujo de los opulentos de la Tierra: «Dios mío, perdónalos, porque no saben lo que hacen»; y dormiríais en vuestra dura almohada, agregando: «¡¡¡Bendíceme, Dios mío, y que se haga vuestra voluntad!!!»
Diferentes maneras de hacer la caridad
(Sociedad Espírita de Lyon)
Nota – La siguiente comunicación ha sido obtenida en nuestra presencia en el Grupo de Perrache: Sí, amigos míos, vendré siempre a vuestro medio, cada vez que sea llamado. Ayer me sentí muy feliz por vosotros cuando escuché al autor de los libros que os abrieron los ojos, testimoniar el deseo de veros reunidos, a fin de dirigiros palabras benevolentes. Para todos vosotros es, a la vez, una gran enseñanza y un poderoso recuerdo. Pero cuando él os habló del amor y de la caridad, escuché decir a varios de vosotros: ¿Cómo hacer la caridad, si frecuentemente no tengo ni siquiera lo necesario?
Amigos míos, la caridad se hace de muchas maneras: podéis hacer la caridad en pensamientos, en palabras y en acciones. En pensamientos, al orar por los pobres abandonados, que murieron sin haber podido ver la luz: una oración hecha de corazón los alivia. En palabras, al dirigir algunos consejos buenos a vuestros compañeros de todos los días. Decid a los hombres, amargados por la desesperación y por las privaciones, y que blasfeman contra el nombre del Altísimo: «Yo era como vosotros; sufría, era infeliz, pero he creído en el Espiritismo, y ved cuán radiante estoy ahora». A los ancianos que os digan: “Es inútil, estoy en el final de mi jornada y moriré como he vivido”, respondedles: «Todos somos iguales ante la justicia de Dios; acordaos de los trabajadores de la última hora». A los niños que deambulan por las calles –ya viciados por su entorno– y que se encuentran expuestos a sucumbir a las malas tentaciones, decidles: «Dios los ve, mis estimados hijos», y no temáis en repetirles con frecuencia estas dulces palabras, que acabarán por germinar en sus jóvenes inteligencias; así, en lugar de pequeños vagabundos, haréis de ellos hombres. Esto también es caridad.
Varios de vosotros decís también: “¡Bah! Somos tan numerosos en la Tierra que Dios no puede vernos a todos”. Amigos míos, escuchad bien esto: cuando estáis en la cima de una montaña, ¿no abarca vuestra mirada los millares de granos de arena que la cubren? ¡Pues bien! Dios os ve del mismo modo. Él os permite usar vuestro libre albedrío, así como vosotros dejáis que esos granos de arena se muevan libremente a merced del viento que los dispersa; sólo que Dios, en su infinita misericordia, ha puesto en el fondo de vuestro corazón un centinela vigilante que se llama conciencia. Escuchadla; ésta os dará únicamente buenos consejos. A veces la embotáis, oponiéndole el Espíritu del mal, y entonces ella permanece en silencio; pero tened la certeza de que esa pobre, que ha sido relegada al olvido, se hará escuchar tan pronto como la dejéis que perciba una señal de remordimiento. Escuchadla, interrogadla y seréis frecuentemente consolados por sus consejos.
Amigos míos, a cada nuevo regimiento el general entrega una bandera; yo os doy esta máxima del Cristo: «Amaos los unos a los otros». Practicad esta máxima; uníos todos alrededor de este estandarte y alcanzaréis la felicidad y el consuelo.
VUESTRO ESPÍRITU PROTECTOR
(Sociedad Espírita de Lyon)
Nota – La siguiente comunicación ha sido obtenida en nuestra presencia en el Grupo de Perrache: Sí, amigos míos, vendré siempre a vuestro medio, cada vez que sea llamado. Ayer me sentí muy feliz por vosotros cuando escuché al autor de los libros que os abrieron los ojos, testimoniar el deseo de veros reunidos, a fin de dirigiros palabras benevolentes. Para todos vosotros es, a la vez, una gran enseñanza y un poderoso recuerdo. Pero cuando él os habló del amor y de la caridad, escuché decir a varios de vosotros: ¿Cómo hacer la caridad, si frecuentemente no tengo ni siquiera lo necesario?
Amigos míos, la caridad se hace de muchas maneras: podéis hacer la caridad en pensamientos, en palabras y en acciones. En pensamientos, al orar por los pobres abandonados, que murieron sin haber podido ver la luz: una oración hecha de corazón los alivia. En palabras, al dirigir algunos consejos buenos a vuestros compañeros de todos los días. Decid a los hombres, amargados por la desesperación y por las privaciones, y que blasfeman contra el nombre del Altísimo: «Yo era como vosotros; sufría, era infeliz, pero he creído en el Espiritismo, y ved cuán radiante estoy ahora». A los ancianos que os digan: “Es inútil, estoy en el final de mi jornada y moriré como he vivido”, respondedles: «Todos somos iguales ante la justicia de Dios; acordaos de los trabajadores de la última hora». A los niños que deambulan por las calles –ya viciados por su entorno– y que se encuentran expuestos a sucumbir a las malas tentaciones, decidles: «Dios los ve, mis estimados hijos», y no temáis en repetirles con frecuencia estas dulces palabras, que acabarán por germinar en sus jóvenes inteligencias; así, en lugar de pequeños vagabundos, haréis de ellos hombres. Esto también es caridad.
Varios de vosotros decís también: “¡Bah! Somos tan numerosos en la Tierra que Dios no puede vernos a todos”. Amigos míos, escuchad bien esto: cuando estáis en la cima de una montaña, ¿no abarca vuestra mirada los millares de granos de arena que la cubren? ¡Pues bien! Dios os ve del mismo modo. Él os permite usar vuestro libre albedrío, así como vosotros dejáis que esos granos de arena se muevan libremente a merced del viento que los dispersa; sólo que Dios, en su infinita misericordia, ha puesto en el fondo de vuestro corazón un centinela vigilante que se llama conciencia. Escuchadla; ésta os dará únicamente buenos consejos. A veces la embotáis, oponiéndole el Espíritu del mal, y entonces ella permanece en silencio; pero tened la certeza de que esa pobre, que ha sido relegada al olvido, se hará escuchar tan pronto como la dejéis que perciba una señal de remordimiento. Escuchadla, interrogadla y seréis frecuentemente consolados por sus consejos.
Amigos míos, a cada nuevo regimiento el general entrega una bandera; yo os doy esta máxima del Cristo: «Amaos los unos a los otros». Practicad esta máxima; uníos todos alrededor de este estandarte y alcanzaréis la felicidad y el consuelo.
Roma
(Comunicación enviada por el Sr. Sabò, de Burdeos)
Ciudad de Rómulo, ciudad de los Césares, cuna del Cristianismo, tumba de los Apóstoles, tú eres la ciudad eterna, y Dios quiere que cese finalmente el largo letargo en que has caído. La hora de tu regreso a la vida ha de sonar. Sacude el entorpecimiento de tus miembros; levántate, fuerte y valiente, para obedecer a los destinos que te esperan, porque desde hace muchos siglos no eres más que una ciudad desierta. Las ruinas numerosas de tus vastas arenas, que con gran dificultad recibían a las multitudes de ávidos espectadores, son apenas visitadas por los raros extranjeros que de tiempo en tiempo pasan por tus calles solitarias. Tus catacumbas, donde yacen los restos mortales de tantos soldados valientes que han muerto por la fe, apenas los sacan de su indiferencia. Pero la crisis que sufres será la última, y de ese penoso y doloroso trabajo saldrás grande, fuerte, poderosa y transformada por la voluntad de Dios. De lo alto de tu antigua basílica, la voz del sucesor de san Pedro extenderá sobre ti sus manos, que traerán la bendición del Cielo, y él llamará en su consejo supremo a los Espíritus del Señor; se someterá a sus lecciones y dará la señal de progreso al enarbolar francamente la bandera del Espiritismo. Entonces, sometido a sus enseñanzas, el universo católico acudirá en masa a colocarse alrededor del cayado de su primer pastor y, con este impulso, todos los corazones se volverán hacia ti. Serás el faro luminoso que debe iluminar al mundo, y tus habitantes, alegres y felices al ver que das a las naciones el ejemplo del mejoramiento y del progreso, repetirán en sus cantos: Sí, Roma es la ciudad eterna.
(Comunicación enviada por el Sr. Sabò, de Burdeos)
Ciudad de Rómulo, ciudad de los Césares, cuna del Cristianismo, tumba de los Apóstoles, tú eres la ciudad eterna, y Dios quiere que cese finalmente el largo letargo en que has caído. La hora de tu regreso a la vida ha de sonar. Sacude el entorpecimiento de tus miembros; levántate, fuerte y valiente, para obedecer a los destinos que te esperan, porque desde hace muchos siglos no eres más que una ciudad desierta. Las ruinas numerosas de tus vastas arenas, que con gran dificultad recibían a las multitudes de ávidos espectadores, son apenas visitadas por los raros extranjeros que de tiempo en tiempo pasan por tus calles solitarias. Tus catacumbas, donde yacen los restos mortales de tantos soldados valientes que han muerto por la fe, apenas los sacan de su indiferencia. Pero la crisis que sufres será la última, y de ese penoso y doloroso trabajo saldrás grande, fuerte, poderosa y transformada por la voluntad de Dios. De lo alto de tu antigua basílica, la voz del sucesor de san Pedro extenderá sobre ti sus manos, que traerán la bendición del Cielo, y él llamará en su consejo supremo a los Espíritus del Señor; se someterá a sus lecciones y dará la señal de progreso al enarbolar francamente la bandera del Espiritismo. Entonces, sometido a sus enseñanzas, el universo católico acudirá en masa a colocarse alrededor del cayado de su primer pastor y, con este impulso, todos los corazones se volverán hacia ti. Serás el faro luminoso que debe iluminar al mundo, y tus habitantes, alegres y felices al ver que das a las naciones el ejemplo del mejoramiento y del progreso, repetirán en sus cantos: Sí, Roma es la ciudad eterna.
El Coliseo
(Comunicación enviada por el conde X..., de Roma; traducida del italiano)
¿Qué sentimiento suscita en vosotros la visión del Coliseo? El que produce el aspecto de toda ruina: tristeza. Sus vastas y bellas proporciones recuerdan todo un mundo de grandeza; pero su decrepitud transporta involuntariamente el pensamiento a la fragilidad de las cosas humanas. Todo pasa; y los monumentos, que parecían desafiar el tiempo, se desmoronan, como para probar que sólo las obras de Dios son durables. Y cuando los escombros, sembrados por todas partes, deponen contra la eternidad de las obras del hombre, ¡os atrevéis a llamar eterna a una ciudad cubierta de restos del pasado!
¿Dónde estáis, Babilonia? ¿Dónde estáis, Nínive? ¿Dónde se encuentran vuestros inmensos y espléndidos palacios? Viajero, tú que en vano los buscas bajo las arenas del desierto, ¿no ves que Dios los hizo desaparecer de la faz de la Tierra? ¡Roma! ¿Esperas entonces desafiar las leyes de la Naturaleza? Soy cristiana –dices–, y Babilonia era pagana. Sí, pero tú eres de piedra como ella, y un soplo de Dios puede dispersar esas piedras amontonadas. El suelo que tiembla a tu alrededor, ¿no es para advertirte que tu cuna, que está bajo tus pies, puede volverse tu tumba? ¡Soy cristiana –dices–, y Dios me protege! ¿Pero te atreves a compararte con esos primeros cristianos que morían por la fe, y cuyos pensamientos ya no eran más de este mundo, tú que vives de placeres, de lujo y de desidia? Dirige la mirada hacia esas arenas, delante de las cuales tú pasas con tanta indiferencia; interroga a esas piedras que aún están de pie, y ellas te hablarán, y la sombra de los mártires te aparecerá para decirte: ¿Qué has hecho de la simplicidad, de la cual nuestro Divino Maestro hizo una ley, y de la humildad y de la caridad, cuyo ejemplo nos ha dado? Esos primeros propagadores del Evangelio, ¿tenían palacios y estaban vestidos de seda y de oro? ¿Sus mesas se abarrotaban de lo superfluo? ¿Tenían cohortes de siervos inútiles para adular su orgullo? ¿Qué hay de común entre ellos y tú? Ellos no buscaban sino los tesoros del Cielo, ¡y tú buscas los tesoros de la Tierra! ¡Oh, hombres que os intituláis cristianos! Al ver vuestro apego a las posesiones perecederas de este mundo, se diría verdaderamente que no contáis con los de la eternidad. ¡Roma!, que te intitulas inmortal: ¡que los siglos futuros no busquen tu lugar, como hoy se busca el de Babilonia!
DANTE
Nota – Por una singular coincidencia, estas dos últimas comunicaciones nos han llegado el mismo día. Aunque aborden el mismo tema, se ve que cada uno de los Espíritus lo encaran desde su punto de vista personal. El primero ve la Roma religiosa, que –según él–es eterna, porque ella siempre será la capital del mundo cristiano; el segundo ve la Roma material, y dice que nada de lo construyen los hombres puede ser eterno. Por lo demás, se sabe que los Espíritus tienen sus opiniones y que pueden diferir entre ellos en la manera de ver las cosas, cuando aún están imbuidos de las ideas terrenas; sólo los Espíritus más puros están exentos de prejuicios. Sin embargo, haciendo abstracción de toda opinión controvertida, no se puede negar que esas dos comunicaciones tienen una gran elevación de estilo y de pensamiento, y nosotros creemos que las mismas no serían desaprobadas por los autores cuyos nombres las firman.
(Comunicación enviada por el conde X..., de Roma; traducida del italiano)
¿Qué sentimiento suscita en vosotros la visión del Coliseo? El que produce el aspecto de toda ruina: tristeza. Sus vastas y bellas proporciones recuerdan todo un mundo de grandeza; pero su decrepitud transporta involuntariamente el pensamiento a la fragilidad de las cosas humanas. Todo pasa; y los monumentos, que parecían desafiar el tiempo, se desmoronan, como para probar que sólo las obras de Dios son durables. Y cuando los escombros, sembrados por todas partes, deponen contra la eternidad de las obras del hombre, ¡os atrevéis a llamar eterna a una ciudad cubierta de restos del pasado!
¿Dónde estáis, Babilonia? ¿Dónde estáis, Nínive? ¿Dónde se encuentran vuestros inmensos y espléndidos palacios? Viajero, tú que en vano los buscas bajo las arenas del desierto, ¿no ves que Dios los hizo desaparecer de la faz de la Tierra? ¡Roma! ¿Esperas entonces desafiar las leyes de la Naturaleza? Soy cristiana –dices–, y Babilonia era pagana. Sí, pero tú eres de piedra como ella, y un soplo de Dios puede dispersar esas piedras amontonadas. El suelo que tiembla a tu alrededor, ¿no es para advertirte que tu cuna, que está bajo tus pies, puede volverse tu tumba? ¡Soy cristiana –dices–, y Dios me protege! ¿Pero te atreves a compararte con esos primeros cristianos que morían por la fe, y cuyos pensamientos ya no eran más de este mundo, tú que vives de placeres, de lujo y de desidia? Dirige la mirada hacia esas arenas, delante de las cuales tú pasas con tanta indiferencia; interroga a esas piedras que aún están de pie, y ellas te hablarán, y la sombra de los mártires te aparecerá para decirte: ¿Qué has hecho de la simplicidad, de la cual nuestro Divino Maestro hizo una ley, y de la humildad y de la caridad, cuyo ejemplo nos ha dado? Esos primeros propagadores del Evangelio, ¿tenían palacios y estaban vestidos de seda y de oro? ¿Sus mesas se abarrotaban de lo superfluo? ¿Tenían cohortes de siervos inútiles para adular su orgullo? ¿Qué hay de común entre ellos y tú? Ellos no buscaban sino los tesoros del Cielo, ¡y tú buscas los tesoros de la Tierra! ¡Oh, hombres que os intituláis cristianos! Al ver vuestro apego a las posesiones perecederas de este mundo, se diría verdaderamente que no contáis con los de la eternidad. ¡Roma!, que te intitulas inmortal: ¡que los siglos futuros no busquen tu lugar, como hoy se busca el de Babilonia!
La Tierra Prometida
(Comunicación enviada por el Sr. Rodolphe, de Mulhouse)
El Espiritismo despunta y, en breve, su fecunda luz va a iluminar el mundo; su magnífico brillo ha de expresar su protesta contra los ataques de los que están interesados en conservar los abusos y contra la incredulidad del materialismo. Aquellos que dudan se sentirán felices por encontrar en esta Doctrina nueva, tan bella y tan pura, el bálsamo consolador que los curará de su escepticismo y que los volverá aptos para mejorarse y para progresar como todas las demás criaturas. Privilegiados serán los que, al renunciar a las impurezas de la materia, levanten vuelo rápido hasta la cumbre de las ideas más puras y los que busquen desmaterializarse completamente. ¡Pueblos! Levantaos para presenciar la aurora de esta vida nueva, que viene para vuestra regeneración; que viene –enviada por Dios– para uniros en una santa comunión fraternal. ¡Oh! ¡Cuán felices serán los que, al escuchar esta voz bendita del Espiritismo, sigan su bandera y cumplan el apostolado, que debe reconducir a los hermanos que se extraviaron por la duda y por la ignorancia, o que se embrutecieron por el vicio!
Volved, ovejas extraviadas, volved al redil; levantad la cabeza, contemplad a vuestro Creador y rendiréis homenaje a su amor por vosotros. Retirad rápidamente el velo que os ocultaba al Espíritu de la Divinidad y admirad toda su bondad; postrad vuestro rostro contra la tierra y arrepentíos. El arrepentimiento os abrirá las puertas de la felicidad: las puertas de un mundo mejor, donde reinan el más puro amor, la más entrañable fraternidad y donde cada uno siente alegría en la alegría del prójimo.
¿No sentís que se aproxima el momento en que han de surgir cosas nuevas? ¿No sentís que la Tierra está en trabajo de parto? ¿Qué quieren esos pueblos inquietos, que se agitan y que se preparan para la lucha? ¿Por qué van a combatir? Para romper las cadenas que detienen el vuelo de su inteligencia; que agotan sus fuerzas; que siembran la desconfianza y la discordia; que arman al hijo contra su padre y al hermano contra su hermano; que corrompen las nobles aspiraciones y que matan al genio. ¡Oh, libertad! ¡Oh, independencia!, nobles atributos de los hijos de Dios, que expandís el corazón y eleváis el alma: es por vosotras que los hombres se vuelven buenos, grandes y generosos; es por vosotras que nuestras aspiraciones se dirigen hacia el bien; es por vosotras que la injusticia desaparece, que los odios se extinguen y que la discordia huye avergonzada, apagando su flama y temiendo irradiar sus destellos tan siniestros. ¡Hermanos! Escuchad la voz que os dice: ¡Marchad! ¡Marchad hacia ese objetivo que veis allí despuntar! Marchad hacia este brillante rayo de luz que está delante vuestro, como sucedió antaño con la columna luminosa delante del pueblo de Israel; ese brillante rayo de luz os conducirá a la verdadera Tierra Prometida, donde reina la eterna felicidad, reservada a los Espíritus puros. Armaos de virtudes; purificaos de vuestras impurezas y, entonces, el camino os parecerá fácil, hallándolo cubierto de flores; lo recorreréis con un inefable sentimiento de alegría, porque a cada paso comprenderéis que os acercáis al objetivo donde podréis conquistar los laureles eternos.
MARDOQUEO
(Comunicación enviada por el Sr. Rodolphe, de Mulhouse)
El Espiritismo despunta y, en breve, su fecunda luz va a iluminar el mundo; su magnífico brillo ha de expresar su protesta contra los ataques de los que están interesados en conservar los abusos y contra la incredulidad del materialismo. Aquellos que dudan se sentirán felices por encontrar en esta Doctrina nueva, tan bella y tan pura, el bálsamo consolador que los curará de su escepticismo y que los volverá aptos para mejorarse y para progresar como todas las demás criaturas. Privilegiados serán los que, al renunciar a las impurezas de la materia, levanten vuelo rápido hasta la cumbre de las ideas más puras y los que busquen desmaterializarse completamente. ¡Pueblos! Levantaos para presenciar la aurora de esta vida nueva, que viene para vuestra regeneración; que viene –enviada por Dios– para uniros en una santa comunión fraternal. ¡Oh! ¡Cuán felices serán los que, al escuchar esta voz bendita del Espiritismo, sigan su bandera y cumplan el apostolado, que debe reconducir a los hermanos que se extraviaron por la duda y por la ignorancia, o que se embrutecieron por el vicio!
Volved, ovejas extraviadas, volved al redil; levantad la cabeza, contemplad a vuestro Creador y rendiréis homenaje a su amor por vosotros. Retirad rápidamente el velo que os ocultaba al Espíritu de la Divinidad y admirad toda su bondad; postrad vuestro rostro contra la tierra y arrepentíos. El arrepentimiento os abrirá las puertas de la felicidad: las puertas de un mundo mejor, donde reinan el más puro amor, la más entrañable fraternidad y donde cada uno siente alegría en la alegría del prójimo.
¿No sentís que se aproxima el momento en que han de surgir cosas nuevas? ¿No sentís que la Tierra está en trabajo de parto? ¿Qué quieren esos pueblos inquietos, que se agitan y que se preparan para la lucha? ¿Por qué van a combatir? Para romper las cadenas que detienen el vuelo de su inteligencia; que agotan sus fuerzas; que siembran la desconfianza y la discordia; que arman al hijo contra su padre y al hermano contra su hermano; que corrompen las nobles aspiraciones y que matan al genio. ¡Oh, libertad! ¡Oh, independencia!, nobles atributos de los hijos de Dios, que expandís el corazón y eleváis el alma: es por vosotras que los hombres se vuelven buenos, grandes y generosos; es por vosotras que nuestras aspiraciones se dirigen hacia el bien; es por vosotras que la injusticia desaparece, que los odios se extinguen y que la discordia huye avergonzada, apagando su flama y temiendo irradiar sus destellos tan siniestros. ¡Hermanos! Escuchad la voz que os dice: ¡Marchad! ¡Marchad hacia ese objetivo que veis allí despuntar! Marchad hacia este brillante rayo de luz que está delante vuestro, como sucedió antaño con la columna luminosa delante del pueblo de Israel; ese brillante rayo de luz os conducirá a la verdadera Tierra Prometida, donde reina la eterna felicidad, reservada a los Espíritus puros. Armaos de virtudes; purificaos de vuestras impurezas y, entonces, el camino os parecerá fácil, hallándolo cubierto de flores; lo recorreréis con un inefable sentimiento de alegría, porque a cada paso comprenderéis que os acercáis al objetivo donde podréis conquistar los laureles eternos.
Egoísmo y orgullo
(Sociedad Espírita de Sens)
Si los hombres se amasen mutuamente, la caridad se practicaría mejor; pero para ello sería necesario que os esforzarais por despojaros de esa coraza que cubre vuestros corazones, a fin de ser más sensibles con los que sufren. La dureza mata los buenos sentimientos. El Cristo no repelía a nadie; el que se dirigía a Él –fuera quien fuese– no era rechazado: socorría tanto a la mujer adúltera como al criminal; nunca temió que su reputación se perjudicara con eso. ¿Cuándo, pues, habréis de tomarlo como modelo de todas vuestras acciones? Si la caridad reinase en la Tierra, el malo no predominaría más sobre ella: huiría avergonzado; se escondería, porque en todas partes estaría fuera de lugar. Entonces el mal desaparecería de la faz de la Tierra: compenetraos bien de esto. Comenzad vosotros mismos a dar el ejemplo; sed caritativos para con todos indistintamente. Esforzaos por adquirir el hábito de no preocuparos más con los que os miran con desdén; creed siempre que ellos merecen vuestra simpatía y dejad a Dios el cuidado de toda justicia, porque cada día, en su Reino, Él separa el buen grano de la cizaña. El egoísmo es la negación de la caridad; ahora bien, sin caridad no habrá paz en la sociedad; os digo más: no habrá seguridad. Con el egoísmo y el orgullo dándose la mano, será siempre una carrera en la que vencerá el más astuto, una lucha de intereses donde son pisoteados los más santos afectos y en la que ni siquiera se respetan los sagrados lazos de familia.
PASCAL
(Sociedad Espírita de Sens)
Si los hombres se amasen mutuamente, la caridad se practicaría mejor; pero para ello sería necesario que os esforzarais por despojaros de esa coraza que cubre vuestros corazones, a fin de ser más sensibles con los que sufren. La dureza mata los buenos sentimientos. El Cristo no repelía a nadie; el que se dirigía a Él –fuera quien fuese– no era rechazado: socorría tanto a la mujer adúltera como al criminal; nunca temió que su reputación se perjudicara con eso. ¿Cuándo, pues, habréis de tomarlo como modelo de todas vuestras acciones? Si la caridad reinase en la Tierra, el malo no predominaría más sobre ella: huiría avergonzado; se escondería, porque en todas partes estaría fuera de lugar. Entonces el mal desaparecería de la faz de la Tierra: compenetraos bien de esto. Comenzad vosotros mismos a dar el ejemplo; sed caritativos para con todos indistintamente. Esforzaos por adquirir el hábito de no preocuparos más con los que os miran con desdén; creed siempre que ellos merecen vuestra simpatía y dejad a Dios el cuidado de toda justicia, porque cada día, en su Reino, Él separa el buen grano de la cizaña. El egoísmo es la negación de la caridad; ahora bien, sin caridad no habrá paz en la sociedad; os digo más: no habrá seguridad. Con el egoísmo y el orgullo dándose la mano, será siempre una carrera en la que vencerá el más astuto, una lucha de intereses donde son pisoteados los más santos afectos y en la que ni siquiera se respetan los sagrados lazos de familia.
Sociedad Espírita de Metz
Al regresar de nuestro viaje encontramos una carta del honorable presidente de la Sociedad Espírita de Metz, así como la primera publicación de esa Sociedad; daremos una reseña de la misma en nuestro próximo número, porque la presente Revista ya se halla compuesta y lista para ser impresa. Solamente nos queda el espacio y el tiempo para enviar nuestras sinceras felicitaciones a aquella Sociedad y a su digno presidente.
ALLAN KARDEC
Al regresar de nuestro viaje encontramos una carta del honorable presidente de la Sociedad Espírita de Metz, así como la primera publicación de esa Sociedad; daremos una reseña de la misma en nuestro próximo número, porque la presente Revista ya se halla compuesta y lista para ser impresa. Solamente nos queda el espacio y el tiempo para enviar nuestras sinceras felicitaciones a aquella Sociedad y a su digno presidente.