Revista Espírita Periódico de Estudios Psicológicos - 1861

Allan Kardec

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Febrero

Boletín de la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas
(Resumen de las Actas)

Viernes 21 de diciembre de 1860 (Sesión particular)

Admisión de dos nuevos miembros.

Informes diversos 1º) Lectura de varias comunicaciones obtenidas fuera de las sesiones.

2º) El Sr. Allan Kardec da lectura a una carta de Burdeos, en la cual es propuesta la evocación de la Srta. M. H..., recientemente fallecida. Al ser consultada la Sociedad, ésta piensa que no debe ocuparse de dicha evocación.

Trabajos de la sesión 1º) Dictado espontáneo firmado por Lázaro, obtenido por la Sra. de Costel. –Otro dictado, firmado por Gérard de Nerval, recibido por el Sr. A. Didier. El Espíritu desarrolla la proposición cuyas bases presentó en la comunicación Los tres prototipos: Hamlet, Don Juan y Tartufo, el 14 de diciembre. Desarrolla el prototipo Hamlet. A pedido, da su apreciación sobre La Fontaine. –Dictado firmado por Torcuato Tasso, obtenido por la Srta. H... El Espíritu da igualmente su apreciación sobre La Fontaine.

2º) Evocación de lady Esther Stanhope, que pasó la mayor parte de su vida en las montañas del Líbano, en medio de las poblaciones árabes que le habían dado el título de Reina de Palmira.

Viernes 28 de diciembre de 1860 (Sesión general)

Informes diversos 1º) Lectura de varias comunicaciones obtenidas fuera de las sesiones, entre otras, un cuento fantástico firmado por Hoffmann, recibido por la Sra. de Costel, y la evocación de un negro, hecha en Nueva Orleáns, a través de la Sra. de B... La comunicación es notable por la sencillez de las ideas y por la reproducción del lenguaje usado entre los negros.


2º) Carta de la Sra. T. D..., de Cracovia, que constata el progreso del Espiritismo en Polonia, en Podolia y en Ucrania. Esta dama es médium hace siete años; ella adjunta a su carta cuatro comunicaciones que atestiguan la bondad y la superioridad del Espíritu que las ha dictado, y además solicita formar parte de la Sociedad.

3º) El Sr. Allan Kardec dirige a los Espíritus la siguiente alocución, para agradecerles su colaboración durante el año que está finalizando:

«No queremos terminar el año sin dirigir nuestros agradecimientos a los Espíritus buenos que han tenido a bien instruirnos. Agradecemos sobre todo a san Luis, nuestro presidente espiritual, cuya protección ha sido tan evidente para la Sociedad, que él la ha tomado bajo su patrocinio, y que esperamos que continúe haciéndolo, rogándole que a todos nos inspire los sentimientos que puedan volvernos dignos de ello. También agradecemos a todos los que han venido espontáneamente a darnos sus consejos y sus instrucciones, ya sea en nuestras sesiones o en las comunicaciones dadas en particular a nuestros médiums, y que nos han sido transmitidas. En este número no podríamos olvidar a Lamennais, que ha dictado al Sr. Didier páginas tan elocuentes; a Channing; a Georges, cuyas bellas comunicaciones han sido admiradas por todos los lectores de la Revista; a Madame Delphine de Girardin, a Charles Nodier, Gérard de Nerval, Lázaro, El Tasso, Alfred de Musset, a Rousseau, etc., etc. El año 1860 ha sido eminentemente próspero para las ideas espíritas. Esperamos que con la colaboración de los Espíritus buenos, el año que va a comenzar no sea menos favorable. En cuanto a los Espíritus sufridores que han venido, ya sea espontáneamente o atendiendo a nuestro llamado, continuaremos, a través de nuestras oraciones, solicitando para ellos la misericordia de Dios, rogándole que ampare a los que están en la senda del arrepentimiento y que ilumine a los que aún se encuentran en el camino tenebroso del mal.»

Trabajos de la sesión 1º) Dictado espontáneo sobre El año 1860, firmado por J.-J. Rousseau, obtenido por la Sra. de Costel. –Dictado firmado por Necker, recibido por la Srta. H... –Otro dictado, sobre El año 1861, firmado por san Luis.

2º) Evocación de lady Stanhope, de Hoffmann y del negro de Nueva Orleáns.

3º) Cuestiones diversas: Sobre el recuerdo de existencias anteriores en Júpiter; –Sobre diversas apariciones que han tenido lugar con la suegra del Sr. Pr..., presente a la sesión.

Viernes 4 de enero de 1861 (Sesión particular)
Admisión del Sr. W..., artista pintor.

Informes diversos 1º) Carta del Sr. Kond..., médico (de Vaucluse), que expresa su pesar porque no es publicado integralmente en la Revista todo lo que es mencionado en las actas de la Sociedad. «Los partidarios del Espiritismo que no pueden asistir a las sesiones –dice él– están ajenos a las cuestiones que son estudiadas y resueltas en esa asamblea científica. Todos los meses esperamos con una febril impaciencia la llegada de la Revista; cuando la recibimos, no perdemos un minuto en leerla. La leemos y releemos; entonces nos enteramos de una multitud de cuestiones, cuya solución –con pesar– nunca tendremos». Él pregunta si no habría un medio de solucionar este inconveniente.

La Sra. de Costel dice que ha recibido cartas en ese mismo sentido.

Esto prueba una cosa –dice el Sr. Allan Kardec–, de la cual debemos estar muy satisfechos: el valor que se da a los trabajos de la Sociedad, y el crédito que Ella goza entre los verdaderos espíritas. La publicación del resumen de las actas muestra a las personas ajenas a la Sociedad, que ésta sólo se ocupa de cosas graves y de estudios serios; la consideración que Ella ha conquistado externamente se debe a su moderación y a su marcha prudente en terreno nuevo, al orden y a la seriedad que presiden sus reuniones, así como al carácter esencialmente moral y científico de sus trabajos. Por lo tanto, para Ella es un estímulo el no apartarse de un camino que le trae estima, puesto que del exterior –hasta de la propia Polonia– escriben solicitando formar parte de la Sociedad.

A la reclamación especial y muy halagadora para nosotros, hecha por el Dr. K..., responderé para comenzar que, para publicar integralmente todo lo que se hace y se examina en la Sociedad, serían necesarios varios volúmenes. Entre las evocaciones que allí son realizadas, hay muchas que no corresponden a la expectativa o que no ofrecen un interés bastante general como para ser publicadas; son archivadas para ser consultadas en caso de necesidad, y el Boletín se limita a mencionarlas. Sucede lo mismo con las comunicaciones espontáneas: sólo se publican las más instructivas. En cuanto a las cuestiones diversas y a los problemas morales que a menudo presentan un gran interés, el Dr. K... está equivocado si piensa que los espíritas ajenos a la Sociedad se privan de las mismas. Lo que lo lleva a tener esta opinión es que la abundancia de materias y la necesidad de coordinarlas, muy raramente permiten publicar todas esas cuestiones en el número de la Revista en que son mencionadas en el Boletín; pero tarde o temprano ellas encontrarán su lugar. Además, las mismas constituyen uno de los elementos esenciales de las obras sobre el Espiritismo; han sido aprovechadas en El Libro de los Espíritus y en El Libro de los Médiums, en los cuales están clasificadas según su objeto, siendo que no ha sido omitida ninguna de las esenciales. Por lo tanto, que el Sr. K... y los otros espíritas se tranquilicen; si a través de la lectura de la Revista no pueden asistir de lejos a las sesiones de la Sociedad, ni perder una sola palabra, todo lo que se obtiene de importante en Ella nunca es puesto debajo del celemín. Entretanto, la Revista se esforzará en responder, tanto como sea posible, al deseo expresado por el honorable corresponsal.

2º) El Sr. Allan Kardec señala, conforme el relato de un negociante de Nueva York, presente a la sesión, el progreso que la Doctrina Espírita ha realizado en los Estados Unidos de América por causa de los principios formulados en El Libro de los Espíritus. Esta obra ha sido traducida al inglés, en fragmentos, y la doctrina de la reencarnación cuenta allí ahora con numerosos adeptos.

3º) Lectura de una graciosa y encantadora comunicación en el antiguo estilo de la Edad Media, obtenida por la Srta. S... –Comunicación sobre la inmaterialidad de los Espíritus, por intermedio de la Sra. de Costel.

Trabajos de la sesión 1º) Observaciones críticas acerca del dictado hecho en la última sesión por el Espíritu Necker. El Espíritu Madame de Staël se manifiesta espontáneamente y justifica las palabras de su padre, explicando el sentido de las mismas.

2º) Evocación de León X, que se manifestó espontáneamente el 14 de diciembre. Al responder a varias preguntas que le son dirigidas, explica y desarrolla sus ideas sobre el carácter comparado de los americanos, de los franceses y de los ingleses, la manera de ver de esos pueblos con referencia al Espiritismo y los inevitables progresos de esta Doctrina, etc.

3º) Diálogo espontáneo entre el monseñor Sibour y su asesino.

4º) Preguntas dirigidas a san Luis acerca del negro evocado el 28 de diciembre, sobre su carácter y su origen.

5º) Evocación de la Srta. J. B., realizada por su madre, presente a la sesión. Esta comunicación –de interés totalmente particular– ofrece una descripción conmovedora del afecto que ciertos Espíritus conservan por aquellos que amaron en la Tierra.


El Sr. Squire

Varios diarios han hablado con más o menos escarnio, como de costumbre, de este nuevo médium –compatriota del Sr. Home–, bajo cuya influencia también se producen fenómenos de un orden en cierto modo excepcional. Como característica particular, sus efectos tienen lugar en la más profunda oscuridad, circunstancia que los incrédulos no dejan de alegar. Como se sabe, el Sr. Home producía fenómenos muy variados, entre los cuales el más notable era indiscutiblemente el de las apariciones tangibles; nosotros los hemos relatado con detalles en la Revista Espírita de los meses de febrero, marzo y abril de 1858. El Sr. Squire produce dos de ellos o, mejor dicho, uno con ciertas variantes, pero que no es menos digno de atención. Al ser la oscuridad una condición esencial para la obtención del fenómeno, no es preciso decir que todas las precauciones necesarias son debidamente tomadas para asegurar su realidad. He aquí en qué consiste:

El Sr. Squire se ubica frente a una mesa que pesa de 35 a 40 kilos, semejante a una mesa grande de cocina; le atan fuertemente las dos piernas para que no pueda servirse de las mismas y, en esa posición, su fuerza muscular sería considerablemente paralizada si recurriera a ella. Otra persona, cualquier una o si se quiere la más incrédula, lo agarra de la mano de un modo que sólo le deje libre la otra. Entonces, él la pone suavemente en el borde de la mesa; después de esto, se apagan las luces y en el mismo instante la mesa se levanta, pasa por encima de su cabeza y va a caer atrás de él, con las patas hacia arriba, sobre un diván o sobre almohadones preparados para recibirla, a fin de que no se quiebre al caer. Al producirse el efecto, se enciende inmediatamente la luz: es una cuestión de segundos. Él puede repetir la experiencia tantas veces como quiera en la misma sesión.

He aquí una variedad de este fenómeno: una persona se pone al lado del Sr. Squire; al levantarse la mesa y al pasar por encima con las patas hacia arriba –como acaba de ser descripto–, en lugar de caer hacia atrás, se cierne horizontalmente y en equilibrio sobre la cabeza de aquella persona, que sólo siente una presión muy leve; pero ni bien se enciende la luz, ella siente por completo el peso de la mesa, la cual caería si otras dos personas no estuviesen preparadas para agarrarla y sostenerla por las patas.

Tal es, en esencia y en su mayor sencillez, sin énfasis ni reticencias, el relato de esos hechos singulares que hemos extraído de La Patrie del 23 de diciembre de 1860, de los cuales también hay un gran número de testigos, porque a estos hechos no los hemos presenciado personalmente; entretanto, la honorabilidad de aquellos que los han visto y nos los han narrado, no deja ninguna duda sobre su exactitud. Tenemos otro motivo quizá más poderoso para darles crédito: la teoría nos demuestra la posibilidad de los mismos. Ahora bien, nada mejor para fundamentar una convicción que el poder comprenderlos; nada suscita más la duda como decir: He visto, pero no entiendo. Por lo tanto, tratemos de hacerlos comprender.

Comencemos por plantear algunas objeciones perjudiciales. La primera que se presenta muy naturalmente al pensamiento es la que el Sr. Squire emplea algún medio secreto o, dicho de otro modo, que es un hábil prestidigitador; o también –como dicen con más dureza las personas que no se importan en ser maleducadas–, que es un charlatán. Una única palabra responde a esta suposición: que el Sr. Squire vino a París como un simple turista y que no saca ningún provecho de su extraña facultad; ahora bien, como no existen charlatanes desinteresados, esto es para nosotros la mejor garantía de su sinceridad. Si el Sr. Squire diera sesiones a tanto por lugar; si estuviese animado por cualquier interés, todas las sospechas serían perfectamente legítimas. No tenemos el honor de conocerlo, pero sabemos a través de personas dignas de toda nuestra confianza que lo conocen particularmente hace varios años, que es un hombre muy honorable, de un carácter afable y benevolente, un distinguido literato que escribe en varios diarios de América. Raramente la crítica toma en cuenta el carácter de las personas y el móvil que las hace obrar; ella se equivoca, porque ambos constituyen con seguridad una base esencial de apreciación; hay casos en que la acusación de superchería no sólo es una ofensa, sino también una falta de lógica.

Dicho esto, y descartada toda suposición de medios fraudulentos, resta saber si el fenómeno podría producirse con la ayuda de la fuerza muscular. El experimento ha sido hecho por hombres dotados de una fuerza excepcional, y todos han reconocido la absoluta imposibilidad de levantar la mesa con una mano, y menos aún de hacerla dar piruetas en el aire; agreguemos que la constitución física del Sr. Squire no es compatible con una fuerza hercúlea. Ya que el empleo de la fuerza física es imposible, y que un examen escrupuloso descartó el uso de cualquier medio mecánico, es preciso admitir la acción de una fuerza extrahumana. Todo efecto tiene una causa; si la causa no está en la humanidad, es totalmente necesario que esté fuera de ésta; dicho de otro modo, en la intervención de seres invisibles que nos rodean, es decir, de los Espíritus.

Para los espíritas, el fenómeno producido por el Sr. Squire no tiene nada de nuevo, a no ser la forma por la cual se produce; en cuanto al fondo, entra en la categoría de todos los otros fenómenos conocidos de levantamiento y de desplazamiento de objetos, con o sin contacto, y de suspensión de cuerpos pesados en el espacio. Tiene su principio en el fenómeno elemental de las mesas giratorias, cuya teoría completa se encuentra en nuestra nueva obra: El Libro de los Médiums. Quien haya meditado bien en esta teoría podrá fácilmente tener la explicación del efecto producido por el Sr. Squire, porque ciertamente el hecho de una mesa levantarse del suelo sin el contacto de ninguna persona, y mantenerse en el espacio sin punto de apoyo, es aún más extraordinario; si se comprende la causa, más fácilmente se podrá explicar el otro fenómeno.

En todo esto –dirán–, ¿dónde está la prueba de la intervención de los Espíritus? Si los efectos fuesen puramente mecánicos, nada ciertamente probaría esta intervención, bastando recurrir a la hipótesis de un fluido eléctrico u otro; pero desde el momento en que un efecto es inteligente, debe tener una causa inteligente. Ahora bien, ha sido por los signos de inteligencia de esos efectos que se ha reconocido que su causa no es exclusivamente material. Hablamos de los efectos espíritas en general, porque los hay cuyo carácter inteligente es casi nulo, como en el caso del Sr. Squire. Entonces podría suponerse que él fuese dotado, a ejemplo de ciertas personas, de una fuerza eléctrica natural; pero, que sepamos, la luz nunca ha sido un obstáculo a la acción de la electricidad o del fluido magnético. Por otro lado, el examen atento de las circunstancias del fenómeno excluye esta suposición, mientras que su analogía está manifesta con aquellos que sólo pueden ser producidos por la intervención de inteligencias ocultas; por lo tanto, es más racional colocarlo entre estos últimos. Queda por saber cómo el Espíritu, o el ser invisible, actúa sobre la materia inerte.

Cuando una mesa se mueve, no es el Espíritu que la toma con las manos y la levanta con la fuerza de sus brazos, por la sencilla razón de que, aunque tenga un cuerpo como el nuestro, ese cuerpo es fluídico y no puede ejercer una acción muscular propiamente dicha. Él satura la mesa con su propio fluido, combinado con el fluido animalizado del médium; por este medio, la mesa es momentáneamente animada de una vida artificial. Entonces, ella obedece a la voluntad, como lo haría un ser vivo; la misma expresa, a través de sus movimientos, alegría, cólera y los diversos sentimientos del Espíritu que de ella se sirve. No es la mesa que piensa, que se alegra o se encoleriza; no es el Espíritu que se incorpora en ella, porque él no se transforma en mesa; ésta es sólo para él un instrumento dócil, obediente a su voluntad, como el bastón que un hombre agita y con el cual expresa amenaza o diversos signos. En este caso, el bastón es sostenido por los músculos; pero la mesa, al no poder ser puesta en movimiento por los músculos del Espíritu, es agitada por el propio fluido de éste, que hace el papel de fuerza muscular. Tal es el principio fundamental de todos los movimientos en casos semejantes.

Una cuestión, a primera vista más difícil, es ésta: ¿cómo puede un cuerpo pesado levantarse del suelo y mantenerse en el espacio, contrariando a la ley de gravedad? Para que comprendamos esto, basta que nos reportemos a lo que sucede diariamente ante nuestros ojos. Se sabe que es necesario distinguir en un cuerpo sólido el peso específico de la fuerza de gravedad; el peso específico es siempre el mismo: depende de la suma de las moléculas. La fuerza de gravedad varía en razón de la densidad del medio; he aquí por qué un cuerpo pesa menos en el agua que en el aire, e incluso menos en el mercurio. Supongamos que una habitación, en cuyo suelo se encuentra una mesa pesada, de repente se llene de agua; la mesa se levantará por sí misma o, por lo menos, un hombre o incluso un niño la levantarán sin esfuerzo. Otra comparación: Cuando se hace el vacío dentro de una campana neumática, instantáneamente el aire de su interior, al no equilibrarse más con la columna atmosférica, hace con que la campana adquiera una tal fuerza que el más fuerte de los hombres no podrá levantarla. Entretanto, aunque ni la mesa ni la campana hayan ganado o perdido un átomo de su substancia, su peso relativo ha aumentado o disminuido en razón del medio, ya sea éste un líquido o un fluido.

¿Conocemos todos los fluidos de la Naturaleza o incluso todas las propiedades de aquellos que conocemos? Sería muy presuntuoso pensar así. Los ejemplos que acabamos de citar son comparaciones: no decimos similitudes; es únicamente para mostrar que los fenómenos espíritas que nos parecen tan extraños no lo son más que aquellos que acabamos de mencionar, y que pueden ser explicados, si no son por las mismas causas, al menos por causas análogas. En efecto, he aquí una mesa que pierde evidentemente su peso aparente en un dado momento, y que en otra circunstancia adquiere un aumento de peso, siendo que este hecho no puede explicarse a través de las leyes conocidas; pero como el mismo se repite, esto prueba que está sometido a una ley, que no deja de existir porque sea desconocida. ¿Cuál es esta ley? La dan los Espíritus; pero si faltase la explicación de ellos, sería posible deducirla por analogía, sin recurrir a causas milagrosas o sobrenaturales.

El fluido universal –así es cómo los Espíritus lo llaman– es el vehículo y el agente de todos los fenómenos espíritas; se sabe que los Espíritus pueden modificar las propiedades del mismo según las circunstancias; que el fluido universal es el elemento constitutivo del periespíritu o envoltura semimaterial del Espíritu; que, en este último estado, puede adquirir la visibilidad e incluso la tangibilidad; por lo tanto, ¿es irracional admitir que un Espíritu, en un dado momento, pueda envolver un cuerpo sólido en una atmósfera fluídica, cuyas propiedades, consecuentemente modificadas, producen sobre este cuerpo el efecto de un medio más denso o más raro? En esta hipótesis, el levantamiento tan fácil de una mesa pesada, a través del Sr. Squire, se explica muy naturalmente, así como todos los fenómenos análogos.

La necesidad de la oscuridad es más embarazosa. ¿Por qué cesa el efecto al menor contacto de la luz? El fluido luminoso ¿ejerce aquí alguna acción mecánica? Esto no es probable, ya que hechos del mismo género se producen perfectamente en pleno día. No se puede atribuir esta singularidad sino a la naturaleza totalmente especial de los Espíritus que se manifiestan por ese médium. ¿Por qué por dicho médium y no por otros? Aún este es uno de esos misterios que solamente pueden penetrar los que están identificados con los fenómenos tan numerosos y a menudo tan singulares del mundo de los invisibles; sólo ellos pueden comprender las simpatías y las antipatías que existen entre los vivos y los muertos.

¿A qué orden pertenecen esos Espíritus? ¿Son buenos o malos? Sabemos que hemos herido el amor propio de ciertas criaturas terrenas al desestimar el valor de los Espíritus que producen manifestaciones físicas; se nos ha criticado fuertemente por haberlos calificado como los saltimbanquis del mundo invisible; para justificar esto, diremos que la expresión no es nuestra, sino de los propios Espíritus; nosotros les pedimos perdón por eso, pero nunca podrá entrar en nuestra cabeza que Espíritus elevados vengan a divertirse haciendo proezas u otras cosas de este género, del mismo modo que no conseguirán hacernos creer que payasos, atletas de feria, acróbatas y bufones de plaza pública sean miembros del Instituto. Aquel que conozca la jerarquía de los Espíritus sabe que los hay de todos los grados de inteligencia y de moralidad, y que en ellos encontramos tantas variedades de aptitudes y de caracteres como entre los hombres, lo que no es de admirarse, ya que los Espíritus no son sino las almas de los que han vivido. Ahora bien, hasta que se pruebe lo contrario, nos es lícito dudar que Espíritus como Pascal, Bossuet y otros –incluso menos elevados–, se pongan a nuestras órdenes para hacer girar o mover las mesas y divertir a un círculo de curiosos; preguntamos a los que piensan de otra manera si ellos creen que después de su muerte se resignarían de buen grado a ese papel burlesco. Incluso entre los que están a los órdenes del Sr. Squire hay un servilismo incompatible con la menor superioridad intelectual, de donde deducimos que ellos deben pertenecer a las clases inferiores, lo que no quiere decir que sean malos; se puede ser muy bueno y honesto sin saber leer ni escribir. Los Espíritus malos son generalmente indóciles, coléricos y se complacen en hacer el mal; ahora bien, no nos consta que los Espíritus que se manifiestan a través del Sr. Squire le hayan jugado alguna vez una mala pasada; ellos le obedecen con una docilidad pacífica, que excluye toda sospecha de malevolencia, pero no por eso están aptos para dar disertaciones filosóficas. Consideramos al Sr. Squire un hombre de suficiente buen sentido como para ofenderse con esta apreciación. Esa subordinación de los Espíritus que lo asisten ha hecho decir a uno de nuestros colegas que probablemente ellos lo habían conocido en otra existencia, en la cual el Sr. Squire habría ejercido sobre los mismos una gran autoridad, razón por la que conservan hacia él una obediencia pasiva en la presente existencia. Por lo demás, es preciso no confundir a los Espíritus que se ocupan de efectos físicos propiamente dichos, y que más especialmente son designados con el nombre de Espíritus golpeadores, con los que se comunican a través de golpes; al ser este último medio un lenguaje, puede ser empleado como escritura por los Espíritus de todos los órdenes.

Como ya lo hemos dicho, hemos visto a muchas personas que han asistido a las experiencias del Sr. Squire; pero entre las que no eran iniciadas en la ciencia espírita, muchas han salido muy poco convencidas, lo que prueba que la simple visión de los efectos más extraordinarios no es suficiente para llevar a la convicción. Después de haber escuchado las explicaciones que les hemos dado, su manera de ver se ha modificado totalmente. Seguramente no damos esta teoría como la última palabra o como la solución definitiva; pero en la imposibilidad de poder explicar esos hechos a través de las leyes conocidas, se ha de concordar que el sistema que difundimos no está desprovisto de verosimilitud; admitámoslo –si así lo prefieren– a título de simple hipótesis, y cuando sea dada una solución mejor, seremos el primero a aceptarla.


Escasez de médiums

Aunque haya sido publicado hace poco tiempo, El Libro de los Médiums ya ha suscitado, en varias localidades, el deseo de formar reuniones espíritas íntimas, según los consejos que hemos dado. Nos escriben, entretanto, diciéndonos que paran ante la escasez de médiums; es por eso que nosotros creemos un deber dar algunos consejos sobre los medios de suplir esto.

Un médium, y sobre todo un buen médium, es indiscutiblemente uno de los elementos esenciales en toda sesión que se ocupa de Espiritismo; pero sería un error si se creyera que, en su ausencia, no hay nada que hacer sino cruzar los brazos o suspender la sesión. De ninguna manera compartimos la opinión de una persona que comparaba una sesión espírita sin médiums a un concierto sin músicos. En nuestra opinión, existe una comparación mucho más justa: la del Instituto y de todas las sociedades científicas que saben usar su tiempo sin tener constantemente delante de ellos los medios de experimentación. Uno va a un concierto para escuchar música; por lo tanto, es evidente que si los músicos estuvieren ausentes, el objetivo no es alcanzado. Pero a una reunión espírita uno va, o al menos debería ir, para instruirse; la cuestión es saber si se puede hacer la reunión sin el médium. Seguramente, para aquellos que van a esas especies de reuniones con el único objetivo de ver efectos, el médium será tan indispensable como el músico en un concierto; pero para los que buscan ante todo la instrucción, para aquellos que quieren profundizar las diversas partes de la ciencia espírita, en ausencia del instrumento de experimentación, ellos tienen más de un medio para suplirlo: es lo que nosotros vamos a tratar de explicar.

Inicialmente diremos que si los médiums son comunes, los buenos médiums –en la verdadera acepción de la palabra– son raros. La experiencia prueba a cada día que no es suficiente poseer la facultad medianímica para obtener buenas comunicaciones; por lo tanto, es preferible prescindir de un instrumento que tener uno defectuoso. Por cierto que para aquellos que en las comunicaciones buscan más el hecho que la calidad, que asisten a las mismas más por distracción que por esclarecimiento, la selección del médium es completamente indiferente, siendo que el que produzca mayor efecto será el más interesante para ellos. Pero nosotros hablamos de los que tienen un objetivo más serio y que ven más lejos: es a éstos a quienes nos dirigimos, porque estamos seguros de que nos comprenden.

Por otro lado, los mejores médiums están sujetos a intermitencias más o menos largas, durante las cuales hay suspensión total o parcial de la facultad medianímica, sin hablar de las numerosas causas accidentales que pueden privarnos momentáneamente de su concurso. También agreguemos que los médiums completamente flexibles –aquellos que se prestan a todos los géneros de comunicaciones– son aún más raros; ellos tienen generalmente aptitudes especiales, de las cuales es importante no desviarlos. Por lo tanto, se ve que si no hubieren reemplazantes, uno puede quedar desprevenido cuando menos se lo espera, y sería penoso que en semejante caso uno fuese obligado a interrumpir sus trabajos.

La enseñanza fundamental que se viene a buscar en las reuniones espíritas serias es indudablemente dada por los Espíritus; pero ¿qué frutos sacaría un alumno de las lecciones dadas por el más hábil profesor si, por su parte, no trabajara ni meditase sobre aquello que ha escuchado? ¿Qué progreso haría su inteligencia si constantemente tuviera a su lado al maestro para hacerle la tarea y ahorrarle el esfuerzo de pensar? En las asambleas espiritistas, los Espíritus desempeñan dos papeles: unos son profesores que desarrollan los principios de la ciencia espírita, esclarecen los puntos dudosos y enseñan principalmente las leyes de la verdadera moral; otros son objeto de observación y de estudio, que sirven de aplicación. Después que ha sido dada la lección, su tarea está terminada y la nuestra comienza: la de trabajar en aquello que nos ha sido enseñado, a fin de comprender y aprender mejor su sentido y su alcance. Es para darnos la oportunidad de hacer nuestro deber –permítasenos esta expresión clásica– que los Espíritus suspenden algunas veces sus comunicaciones. Ellos consienten en instruirnos, pero con una condición: la de que nosotros los secundemos a través de nuestros esfuerzos. Se cansan de repetir incesante e inútilmente lo mismo. Ellos nos advierten; si no se los escucha, se retiran, a fin de dar tiempo para reflexionar.

Ante la ausencia de médiums, una reunión que se propone algo más que ver el movimiento de un lápiz, tiene mil y un medios de usar el tiempo de una manera provechosa. Sumariamente, nos limitamos a indicar algunos de los mismos:

1º) Releer y comentar las antiguas comunicaciones, cuyo estudio cada vez más minucioso hará apreciar mejor su valor.

Si se objeta que esto sería una ocupación fastidiosa y monótona, diríamos que uno nunca se cansa de escuchar un lindo fragmento de música o una bella poesía; que después de haber escuchado un elocuente sermón, gustaríamos de poder leerlo con toda tranquilidad; que ciertas obras son leídas veinte veces, porque cada vez descubrimos en las mismas algo nuevo. Aquel que solamente es tocado por las palabras, se fastidia al oír lo mismo dos veces, aunque eso sea sublime; siempre siente necesidad de cosas nuevas para despertar su interés o, más bien, para divertirse. Aquel que comprende, tiene un sentido más: es tocado por las ideas más que por las palabras; es por eso que gusta escuchar más lo que se dirige a su Espíritu, sin detenerse en lo que le llega al oído.

2º) Narrar hechos de los que se tiene conocimiento, debatirlos, comentarlos y explicarlos a través de las leyes de la ciencia espírita; examinar la posibilidad o la imposibilidad de los mismos; ver lo que ellos tienen de probable o de exagerado; poner a un lado lo que sea imaginación, superstición, etc.

3º) Leer, comentar y desarrollar cada artículo de El Libro de los Espíritus, de El Libro de los Médiums, así como de todas las otras obras sobre el Espiritismo.

Esperamos que nos disculpen por citar aquí nuestras propias obras, lo que es muy natural, ya que han sido escritas para eso; además, es sólo una indicación de nuestra parte y no una recomendación expresa; aquellos a los que las mismas no les convengan, están perfectamente libres para dejarlas a un lado. Lejos de nosotros la pretensión de creer que otros no las puedan hacer tan buenas o mejores; apenas creemos que, hasta el momento, la ciencia espírita está allí encarada de un modo más completo que en muchas otras, y que nuestras obras responden a un mayor número de cuestiones y de objeciones. Es por esta razón que las recomendamos; en cuanto a su mérito intrínseco, solamente el futuro será su gran juez.

Daremos un día un Catálogo Razonado de obras que, directa o indirectamente, han tratado de la ciencia espírita en la Antigüedad y en los tiempos modernos –en Francia o en el extranjero– entre los autores sagrados y los profanos, cuando hayamos podido reunir los elementos necesarios. Este trabajo es naturalmente de largo curso, y quedaremos muy reconocidos a las personas que tengan a bien facilitárnoslo al suministrarnos documentos e indicaciones.

4º) Discutir los diferentes sistemas de interpretación de los fenómenos espíritas.

Al respecto, recomendamos la obra del Sr. de Mirville y la del Sr. Louis Figuier, que son las más importantes. La primera es rica en hechos del más alto interés, obtenidos en fuentes auténticas. Sin embargo, la conclusión del autor es cuestionable, porque en todas partes solamente ve demonios. Es verdad que las circunstancias se le presentaron de acuerdo con sus gustos, al ponerle ante los ojos lo que mejor podía ayudarlo, mientras que le ocultaba los innumerables hechos que la propia religión considera como obra de los ángeles y de los santos.

La Historia de lo Maravilloso en los tiempos modernos, por el Sr. Figuier, es interesante desde otro punto de vista. Allí también se encuentran hechos narrados de forma extensa y minuciosa –no se sabe muy bien por qué–, pero que valen la pena conocerlos. En cuanto a los fenómenos espíritas propiamente dichos, éstos ocupan la parte menos considerable de los cuatro volúmenes. Mientras que el Sr. de Mirville explica todo a través del diablo –así como otros lo explican todo a través de los ángeles–, el Sr. Figuier, que no cree en diablos ni en ángeles, ni en Espíritus buenos o malos, supone explicarlo todo a través del organismo humano. El Sr. Figuier es un erudito: escribe seriamente y se apoya en el testimonio de algunos eruditos; su libro puede ser considerado como la última palabra de la Ciencia oficial sobre el Espiritismo, y esta palabra es: La negación de todo principio inteligente fuera de la materia. Lamentamos que la Ciencia sea puesta al servicio de una causa tan triste, aunque ella no sea responsable por eso, ya que la misma nos devela sin cesar las maravillas de la Creación y escribe el nombre de Dios en cada hoja y en el ala de cada insecto; los culpables son aquellos que, en su nombre, se esfuerzan en persuadir que después de la muerte no hay más esperanza.

Por este libro, los espíritas verán entonces a qué se reducen esos rayos terribles que deberían aniquilar sus creencias; aquellos que podrían haberse estremecido por el temor a un revés, se fortalecerán ante la pobreza de argumentos que son presentados y ante las innumerables contradicciones que resultan de la ignorancia y de la falta de observación de los hechos. Bajo este aspecto, esta lectura les puede ser útil, aunque sólo fuese para poder hablar con más conocimiento de causa, de lo que lo hace el autor en lo que atañe al Espiritismo, que niega sin haberlo estudiado, por el solo motivo de negar todo poder extrahumano. El contagio de semejantes ideas no es de temer, porque ellas llevan en sí mismas su antídoto: el rechazo instintivo del hombre por la nada. Prohibir un libro es probar que lo tememos. Sugerimos que se lea el del Sr. Figuier.

Si la pobreza de argumentos contra el Espiritismo es evidente en los trabajos serios, su nulidad es absoluta en las diatribas y en los artículos difamatorios, donde la rabia impotente se pone al descubierto a través de la grosería, de la injuria y de la calumnia. Leer en las reuniones serias semejantes escritos sería darles demasiada importancia; no hay nada que refutar ni discutir en los mismos, por consecuencia, nada que aprender; hay que dejarlos a un lado.

Por lo tanto, se observa que independientemente de las instrucciones dadas por los Espíritus, existe una amplia materia para un trabajo útil; agregamos incluso que extraeremos de ese trabajo numerosos elementos de estudio, a fin de indagar a los Espíritus las cuestiones que inevitablemente habrán de suscitarse. Pero si, en caso de necesidad, se puede suplir la ausencia momentánea de médiums, no se debe cometer el error de inferir que se pueda prescindir indefinidamente de ellos; es preciso, pues, no descuidar nada, a fin de conseguirlos. Lo mejor, para una reunión, es ir a buscarlos en su propio medio; y si se consiente en remitirse a lo que hemos dicho sobre el tema en nuestra reciente obra publicada, páginas 306 y 307, se verá que el medio es más fácil de lo que se piensa.

Carta sobre la incredulidad
(Continuación y fin – Ver la RE ene. 1861, pág. 15)


Desde que el hombre existe en la Tierra, existen Espíritus; y, desde entonces, también los Espíritus se manifiestan a los hombres. La Historia y la tradición están repletas de pruebas al respecto; pero ya sea porque unos no comprendían los fenómenos de esas manifestaciones; ya sea porque otros no se atrevían a divulgarlos, por miedo de la cárcel o de la hoguera; ya sea porque esos hechos hayan sido atribuidos a la superstición o al charlatanismo, por personas con ideas preconcebidas o interesadas en que la luz no se hiciera; en fin, ya sea porque hayan sido atribuidos al demonio, por otra clase de interesados, lo cierto es que hasta estos últimos tiempos, esos fenómenos –aunque bien constatados– aún no habían sido explicados de una manera satisfactoria o, al menos, la verdadera teoría aún no había tenido acceso al dominio público, probablemente porque la Humanidad todavía no era madura para esto, como para muchas otras cosas maravillosas que se cumplen en nuestros días. Estaba reservado a nuestra época ver el surgimiento, en el mismo siglo, del vapor, de la electricidad, del magnetismo animal –me refiero por lo menos como Ciencias aplicadas–, y finalmente del Espiritismo, el surgimiento más maravilloso de todos, es decir, no sólo la constatación material de nuestra existencia inmaterial y de nuestra inmortalidad, sino también el establecimiento de relaciones materiales –por así decirlo– y constantes entre el mundo invisible y nosotros. ¡Cuántas consecuencias incalculables no deben nacer de un acontecimiento tan prodigioso! Pero para no hablar sino de aquello que por ahora impresiona más a la mayoría de los hombres, por ejemplo, de la muerte, ¿no la vemos reducida a su verdadero papel de accidente natural, necesario y hasta feliz –diría yo–, perdiendo así todo su carácter de acontecimiento doloroso y terrible? Para los que desencarnan, ella representa el momento del despertar, ya que desde el día siguiente al de la muerte de un ser querido, nosotros, los que aquí quedamos, ¡podemos continuar relacionándonos íntimamente con él como en el pasado! Nada cambió sino nuestras relaciones materiales; no lo vemos más, no lo tocamos más, no escuchamos más su voz; pero continuamos intercambiando con él nuestros pensamientos como cuando estaba encarnado, y a menudo incluso más fructíferamente para nosotros. Después de esto, ¿qué es lo que queda de tan doloroso? Y si a eso le agregamos la certeza de que no estamos más separados de él sino por algunos años, algunos meses, tal vez algunos días, ¿no será todo esto para transformar en un sencillo acontecimiento útil aquello que hasta hoy, con muy pocas excepciones, los más decididos no podían encarar sin miedo, y que ciertamente constituye el tormento incesante de la existencia entera de muchos hombres? Pero me estoy alejando del tema.

Antes de explicarte la práctica muy simple de las comunicaciones, intentaré darte una idea de la teoría fisiológica que elaboré para mí. No te la doy como cierta, porque aún no la vi explicada por la ciencia; pero, al menos, me parece que debe aproximarse a lo siguiente.

El Espíritu actúa más fácilmente sobre la materia cuanto más dispuesta ella estuviere para recibir su acción, de la manera más apropiada; por eso no actúa directamente sobre toda especie de materia, aunque podría actuar indirectamente, si entre esa materia y él existiesen ciertas sustancias de una organización gradual, que pusieran en contacto los dos extremos, es decir, la materia más bruta en contacto con el Espíritu. Es así que el Espíritu de un hombre encarnado desplaza pesados bloques de piedra, los trabaja, los combina con otros, formando con ellos un todo que llamamos casa, columna, iglesia, palacio, etc. ¿Ha sido el hombre-cuerpo que ha hecho todo esto? ¿Quién se atrevería a decirlo?... Sí, ha sido él que lo ha hecho, como es mi pluma la que escribe esta carta. Pero volvamos al tema, porque nuevamente me estoy alejando del mismo.

¿Cómo el Espíritu se pone en contacto con el pesado bloque que quiere desplazar? Por medio de la materia escalonada entre él y el bloque; la palanca pone al bloque en relación con la mano; la mano pone a la palanca en relación con los músculos; los músculos ponen a la mano en relación con los nervios; los nervios ponen a los músculos en relación con el cerebro, y el cerebro pone a los nervios en relación con el Espíritu, a menos que haya aún una materia más delicada, un fluido que ponga al cerebro en contacto con el Espíritu. Sea como fuere, un intermediario más o un intermediario menos no anula la teoría; ya sea que el Espíritu actúe en primera o en segunda mano sobre el cerebro, siempre actúa de muy cerca, de modo que retomando los contactos en sentido contrario, o más bien en su orden natural, he aquí al Espíritu actuando sobre una materia extremamente delicada, organizada por la sabiduría del Creador de una manera adecuada para recibir directamente o casi directamente la acción de su voluntad. Esta materia, que es el cerebro, actúa por medio de sus ramificaciones –a las que llamamos nervios– sobre otra materia menos delicada, pero que aún así es suficiente para recibir la acción de los músculos. Éstos imprimen el movimiento a las partes sólidas que son los huesos del brazo y de la mano, mientras que las otras partes de la estructura ósea, al recibir la misma acción, sirven de punto de apoyo o sostén. La parte ósea multiplica su fuerza usando la palanca, cuando por sí misma no es aún lo suficientemente fuerte o larga como para actuar directamente, y he aquí cómo el pesado bloque inerte obedece dócilmente a la voluntad del Espíritu que, sin esa jerarquía intermediaria, no habría ejercido ninguna acción sobre él.

Al proceder de mayor a menor, he aquí que los menores hechos del Espíritu quedan explicados, del mismo modo que, en sentido contrario, se ve cómo el Espíritu puede llegar a transponer montañas, lagos, etc., y en todo esto, el cuerpo casi desaparece en medio de la multitud de instrumentos necesarios, entre los cuales apenas representa el primer papel.

Quiero escribir una carta; ¿qué debo hacer? Poner una hoja de papel en relación con mi Espíritu, como hace poco ponía un bloque de piedra. Reemplazo la palanca por la pluma y la cuestión está resuelta. He aquí la hoja de papel que repite el pensamiento de mi Espíritu, como hace poco el movimiento transmitido al bloque manifestaba su voluntad.

Si mi Espíritu quiere transmitir más directamente, más instantáneamente su pensamiento al tuyo, y si nada se opone –como la distancia o la interposición de un cuerpo sólido, siempre por medio del cerebro y de los nervios–, él pone en movimiento el órgano de la voz que, al hacer vibrar el aire de diversas maneras, produce ciertos sonidos variados y convencionales que representan el pensamiento, los cuales van a repercutir en tu órgano auditivo, que los transmite a tu Espíritu por medio de tus nervios y de tu cerebro. Y es siempre el pensamiento manifestado y transmitido por una serie de agentes materiales graduales e interpuestos entre su principio y su objeto.

Si la teoría precedente es verdadera, me parece que nada es más fácil ahora que explicar el fenómeno de las manifestaciones espíritas, y particularmente el de la escritura mediúmnica, que es el que nos ocupa en este momento.

Al ser la sustancia psíquica idéntica en todos los Espíritus, su modo de acción sobre la materia debe ser el mismo para todos; sólo su poder puede variar en grados. Al estar la materia de los nervios organizada de manera que pueda recibir la acción de un Espíritu, no hay razón para que no pueda recibir la acción de otro Espíritu, cuya naturaleza no difiera de la del primero; y ya que la sustancia de todos los Espíritus es de la misma naturaleza, todos los Espíritus deben ser aptos para ejercer, no diré la misma acción, sino el mismo modo de acción sobre la misma sustancia, todas las veces que ellos estén en condiciones de poder hacerlo. Ahora bien, esto es lo que sucede en las evocaciones.

¿Qué es una evocación?

Es un acto por el cual un Espíritu, dueño de un cuerpo, pide a otro Espíritu o sencillamente le permite servirse de su propio órgano, de su propio instrumento, para manifestar su pensamiento o su voluntad.

No por eso el dueño abandona su cuerpo, pero bien puede momentáneamente neutralizar su propia acción sobre el órgano de la transmisión, dejándolo así a disposición del otro que, sin embargo, no puede servirse de él sino cuando el primero se lo permita, en virtud del axioma del derecho natural, de que cada uno es dueño y señor de sí mismo. No obstante, es preciso que se diga que en el Espiritismo, como en las sociedades humanas, ese derecho de propiedad no siempre es escrupulosamente respetado por los señores Espíritus, y que más de un médium ha sido sorprendido por haber dado hospitalidad a huéspedes que no habían sido invitados, y hasta por haber recibido a indeseables. Pero éste es uno de los mil pequeños sinsabores de la vida, los cuales debemos saber soportar, incluso porque –en este caso– tienen siempre su lado útil, aunque sólo fuese con el objetivo de experimentarnos, al mismo tiempo que son la prueba más evidente de la acción de un Espíritu extraño sobre nuestro órgano, haciéndonos escribir cosas que estábamos lejos de prever o que no teníamos el mínimo deseo de escuchar. Entretanto, esto solamente ocurre con los médiums incipientes; cuando están más experimentados, ya no les sucede más, o por lo menos ya no se dejan sorprender.

¿Todos somos aptos para ser médiums? Naturalmente debería ser así, pero en grados diferentes, como en aptitudes diversas; esta es la opinión del Sr. Kardec. Hay médiums escribientes, videntes, auditivos, intuitivos, es decir, médiums que escriben –son los más numerosos y los más útiles–; médiums que ven a los Espíritus; médiums que escuchan y que conversan con ellos como con los encarnados –son raros–; otros médiums que reciben en su cerebro el pensamiento del Espíritu evocado y lo transmiten a través de la palabra. Raramente un médium posee a la vez varias de esas facultades. Existen también médiums de otro género, es decir, cuya simple presencia en un lugar permite la manifestación de los Espíritus, ya sea por medio de golpes o por el movimiento de los cuerpos, tal como el desplazamiento de una mesita de velador, el levantamiento de una silla, de una mesa o de cualquier otro objeto. Ha sido por este medio que los Espíritus comenzaron a manifestarse y a revelar su existencia. Has escuchado hablar de las mesas giratorias y de la danza de las mesas: te has reído y yo también. ¡Pues bien! Fueron los primeros medios que los Espíritus emplearon para llamar la atención; así fue reconocida su presencia, después de que, con la ayuda de la observación y del estudio, se descubrieron en el hombre facultades hasta entonces ignoradas, por medio de las cuales él puede entrar en comunicación directa con los Espíritus. ¿No es maravilloso todo esto? Entretanto, es apenas natural; sólo que –te repito– estaba reservado a nuestra época hacer el descubrimiento y la aplicación de esta ciencia, como de muchos otros secretos admirables de la naturaleza.

Ahora, para ponernos en contacto con los Espíritus, o al menos para ver si somos aptos para hacerlo por intermedio de la escritura, hay que tomar una hoja en blanco y un lápiz, colocándonos en posición de escribir. Siempre es bueno comenzar dirigiendo una oración a Dios; luego se evoca a un Espíritu, es decir, se le pide que tenga a bien comunicarse con nosotros, haciéndonos escribir; después se espera, siempre en la misma posición.

Hay personas que tienen la facultad medianímica de tal modo desarrollada que escriben de entrada; otras, al contrario, sólo ven desarrollar esa facultad con el tiempo y con perseverancia. En este último caso, se repite la sesión a cada día, con lo que basta un cuarto de hora; es inútil pasar de este período, pero en la medida de lo posible, debe repetirse diariamente, siendo la perseverancia una de las primeras condiciones del éxito. También es necesario hacer la oración y la evocación con fervor; incluso repetir esto algunas veces durante el ejercicio; tener una voluntad firme, un gran deseo de conseguirlo y, sobre todo, no distraerse de forma alguna. Una vez obtenida la escritura, estas últimas precauciones se vuelven innecesarias.

Cuando se está por escribir, se siente generalmente un ligero estremecimiento en la mano, precedido algunas veces por un leve adormecimiento en la mano y en el brazo, y a veces hasta por un ligero dolor en los músculos del brazo y de la mano: estas son las señales precursoras y, casi siempre, son los indicios de que el momento del éxito se aproxima. Algunas veces es inmediato; sin embargo, otras veces se hace esperar uno o varios días, pero nunca tarda en demasía; solamente que para llegar a ese punto se necesita de más o menos tiempo, lo que puede variar de un instante a seis meses, pero –te lo repito– basta un cuarto de hora de ejercicio diario.

En cuanto a los Espíritus que pueden ser evocados para esas especies de ejercicios preparatorios, es preferible dirigirse a nuestro Espíritu familiar, que siempre está próximo y
que nunca nos deja, mientras que otros Espíritus pueden estar allí apenas momentáneamente o no estar en el momento en que los evocamos y, por una causa cualquiera, encontrarse imposibilitados de atender a nuestro llamado, lo que a veces sucede.

El Espíritu familiar, que hasta un cierto punto se asemeja a lo que la teoría católica señala acerca del ángel de la guarda, no es exactamente lo que presenta el dogma católico. Es simplemente el Espíritu de un mortal que ha vivido como nosotros, pero que está mucho más adelantado que nosotros y, en consecuencia, es infinitamente superior en bondad y en inteligencia; que cumple una misión meritoria para sí, provechosa para nosotros, y que nos acompaña en este mundo y en el otro hasta que es llamado a una nueva encarnación, o hasta que nosotros mismos, llegados a un cierto grado de superioridad, seamos llamados a realizar, en otra existencia, una misión similar junto a un mortal menos avanzado que nosotros.

Querido amigo, como bien lo ves, todo entra maravillosamente en nuestras ideas de solidaridad universal. Todo esto, al mostrarnos esa solidaridad establecida en todos los tiempos y funcionando constantemente entre el mundo invisible y nosotros, nos prueba por cierto que no es una utopía de concepción humana, sino una de las leyes de la naturaleza; que los primeros pensadores que la preconizaban no la inventaron, sino que sólo la descubrieron; y que, en fin, al estar en las leyes de la naturaleza, será llamada fatalmente a desarrollarse en las sociedades humanas, a pesar de las resistencias y de los obstáculos que aún le puedan oponer sus ciegos adversarios.[1]

Solamente me falta hablarte sobre la manera de evocar. Es la cosa más simple. No hay ninguna forma cabalística para esto, ni tampoco ninguna fórmula obligatoria; tú te diriges al Espíritu en los términos que te convienen: he aquí todo.

Entretanto, para que comprendas mejor la simplicidad de la cuestión, voy a darte la forma que yo mismo empleo:

«¡Dios todopoderoso! Permitid a mi buen ángel (o al Espíritu ..., en caso de que prefieras evocar a otro Espíritu) comunicarse conmigo y hacerme escribir». O también: «En el nombre de Dios todopoderoso, ruego a mi ángel guardián (o al Espíritu ...) comunicarse conmigo.»

Ahora quieres saber el resultado de mi propia experiencia; aquí está:

Después de aproximadamente seis semanas de ejercicios infructuosos, un día sentí mi mano estremecer, agitarse y trazar de repente con el lápiz, caracteres sin forma. En los ejercicios siguientes, tales caracteres, aunque siempre ininteligibles, se volvieron más regulares; yo escribía líneas y páginas con la rapidez de mi escritura habitual, pero siempre ilegibles. En otras ocasiones yo hacía trazos de todo tipo: pequeños, grandes y a veces en todo el papel. Algunas veces eran líneas rectas, tanto de arriba hacia abajo como transversales. En otras oportunidades eran círculos, ya sean grandes o pequeños, y a veces tan repetidos unos sobre los otros que la hoja de papel quedaba toda ennegrecida por el lápiz.

En fin, después de hacer durante un mes los más variados ejercicios, pero también los más insignificantes, comencé a sentirme con tedio y le pedí a mi Espíritu familiar que me hiciera trazar por lo menos letras, en caso de que no pudiese hacerme escribir palabras; entonces, obtuve todas las letras del alfabeto, pero no conseguí más que esto.

En este ínterin, mi esposa, que siempre tuvo el presentimiento de no poseer la facultad medianímica, se decidió entretanto a hacer experiencias; al cabo de quince días de espera, ella se puso a escribir de corrido y con gran facilidad; fue más afortunada que yo, puesto que ella lo hacía muy correctamente y de forma bien legible.

Uno de nuestros amigos consiguió, desde el segundo ejercicio, hacer garabatos como yo; pero esto fue todo. No por eso nos desanimamos, y nos hemos convencido de que era una prueba, ya que tarde o temprano escribiríamos; es fácil: sólo precisamos de paciencia.

En otra carta te contaré sobre las comunicaciones que obtuvimos por intermedio de mi esposa, y que por más singulares que las mismas parezcan son, sobre todo, muy concluyentes acerca de la existencia de los Espíritus. Por hoy es suficiente: tenía que hacerte una exposición, aunque sumaria, que pudiese entretanto abarcar el conjunto de la teoría espírita. Espero que esto baste para estimular tu curiosidad y, principalmente, para despertar tu interés; la lectura de las obras específicas a que te entregarás hará el resto.

A la espera de la obra práctica de la cual te he hablado, te enviaré dentro de muy poco tiempo la obra filosófica intitulada: El Libro de los Espíritus.

Estudia, lee, relee, experimenta, trabaja, porque esto vale la pena y, sobre todo, no desanimes.

Y además, no prestes atención a los que se ríen; hay muchos que ya no se ríen más, aunque tengan todos los órganos que hasta hace poco les servían para eso.

Hasta pronto,

CANU.

[1] Aunque los hechos más naturales, pero aún no explicados, se presten a lo maravilloso, todos saben con qué maña la charlatanería se apodera de ellos y con qué audacia ella los explota; tal vez aún resida allí uno de los mayores obstáculos para el descubrimiento y, sobre todo, para la vulgarización de la verdad. [Nota de Allan Kardec.]





Conversaciones familiares del Más Allá
El suicidio de un ateo


El Sr. J.-B. D..., evocado a pedido de uno de sus parientes, era un hombre instruido, pero imbuido de ideas materialistas en el más alto grado, de modo que no creía en el alma ni en Dios. Se suicidó ahogándose hace dos años.

1. Evocación. Resp. ¡Estoy sufriendo! Soy un réprobo.

2. Os hemos evocado en nombre de uno de vuestros parientes, que desea conocer vuestra situación; ¿podríais decirnos si nuestra evocación os resulta agradable o penosa? –Resp. Penosa.

3. Vuestra muerte, ¿ha sido voluntaria? –Resp. Sí.

Nota El Espíritu escribe con extrema dificultad; la escritura es muy grande, irregular, temblorosa y casi ilegible. Al empezar a escribir se encoleriza, quiebra el lápiz y rasga el papel.

4. Tened calma; todos nosotros rogaremos a Dios por vos. –Resp. Me veo forzado a creer en Dios.

5. ¿Qué motivo os llevó al suicidio? –Resp. El tedio de una vida sin esperanza.

Nota Se piensa en el suicidio cuando se vive sin esperanza porque se busca huir del infortunio a cualquier precio. En cambio, con el Espiritismo el porvenir se desdobla y la esperanza se fortalece: el suicidio, por lo tanto, ya no tiene objeto; además, con esta medida extrema se reconoce que no se escapa de un mal sino para caer en otro cien veces peor. He aquí por qué el Espiritismo ha alejado de la muerte voluntaria a tantas víctimas. ¡Aquellos que ante todo buscan en el suicidio el fin moral y filosófico, están errados y son soñadores! ¡Son muy culpables los que se esfuerzan en creer, por medio de sofismas científicos y supuestamente en nombre de la razón, en esa idea desesperanzadora, fuente de tantos males y crímenes, según la cual todo acaba con la vida! Ellos serán responsables, no sólo por sus propios errores, sino por todos los males que hayan causado.

6. Habéis querido escapar de las vicisitudes de la vida; ¿has ganado algo con eso? ¿Sois más feliz ahora? –Resp. ¡No, porque la nada no existe!

7. Tened la bondad de describirnos lo mejor posible vuestra situación actual. –Resp. Sufro porque me veo obligado a creer en todo lo que negaba. Mi Espíritu está como en ascuas, terriblemente atormentado.

8. ¿De dónde provenían las ideas materialistas que teníais cuando estabais encarnado? –Resp. En otra existencia yo había sido malo, y
mi Espíritu estaba condenado a sufrir los tormentos de la duda durante mi encarnación; también me suicidé.

Nota He aquí todo un orden de ideas. A menudo uno se pregunta cómo puede haber materialistas, puesto que, habiendo ellos ya pasado por el mundo espiritual, deberían tener la intuición del mismo; ahora bien, es precisamente esta intuición que se niega –como castigo– a ciertos Espíritus que han conservado su orgullo y que no se han arrepentido de sus faltas. No se debe olvidar que la Tierra es un lugar de expiación; he aquí por qué ella alberga a tantos Espíritus malos encarnados.

9. Cuando os ahogasteis, ¿qué pensabais que os ocurriría después? ¿Qué reflexiones habéis hecho en ese momento? –Resp. Ninguna; para mí era la nada. Después comprendí que debería sufrir aún más, ya que no había cumplido toda mi condena.

10. ¿Estáis ahora realmente convencido de la existencia de Dios, del alma y de la vida futura? –Resp. ¡Ay de mí! ¡Todo eso me atormenta mucho!

11. ¿Habéis vuelto a ver a vuestra esposa y a vuestro hermano? –Resp. ¡Oh, no!

12. ¿Por qué no? –Resp. ¿Para qué juntar nuestros tormentos? ¡Ay! Uno se reúne en la felicidad, pero se aísla en la desgracia.

13. ¿Os agradaría volver a ver a vuestro hermano, al que podríamos llamar a vuestro lado? –Resp. No, no; yo no lo merezco.

14. ¿Por qué no queréis que lo llamemos? –Resp. Porque él tampoco es feliz.

15. ¿Teméis su presencia? No obstante, eso podría haceros bien. –Resp. No; más adelante.

16. Vuestro pariente me pide para preguntaros si habéis asistido a vuestro entierro y si quedasteis satisfecho con lo que él hizo en esa ocasión. –Resp. Sí.

17. ¿Deseáis decirle alguna cosa? –Resp. Que oren un poco por mí.

18. Parece que en el círculo que frecuentabais, algunas personas compartían las opiniones que vos teníais cuando encarnado; ¿queréis decirles algo al respecto? –Resp. ¡Ah, desdichados! ¡Lo mejor que les puedo desear es que crean en la vida futura! Si pudiesen comprender mi triste situación, reflexionarían mucho.

(Evocación del hermano del Espíritu precedente, que también profesaba las mismas ideas, pero que no se suicidó. Si bien es infeliz, se encuentra más tranquilo; su escritura es nítida y legible.)

19. Evocación. Resp. ¡Que el cuadro de nuestros sufrimientos pueda serviros de lección y pueda persuadiros de que existe otra vida, en la que uno expía sus faltas y su incredulidad!

20. Vos y vuestro hermano, al que acabamos de evocar, ¿os veis recíprocamente? –Resp. No, él huye de mí.

21. Ya que estáis más tranquilo que él, ¿podríais darnos una descripción más precisa de vuestros sufrimientos? –Resp. ¿No sufrís en la Tierra en vuestro amor propio, en vuestro orgullo, cuando sois obligados a reconocer vuestros errores? ¿No se rebela vuestro Espíritu ante la idea de humillaros en presencia de quien os demuestre que estáis equivocados? ¡Pues bien! Considerad cuánto sufre el Espíritu que, durante toda una existencia, se convenció de que nada existe después de él y que él tiene razón contra todos. Cuando de repente se enfrenta con la estruendosa verdad, se siente aniquilado y humillado. A esto se suma el remordimiento de haber olvidado por tanto tiempo la existencia de un Dios tan bueno y tan indulgente. Su estado es insoportable: no encuentra calma ni reposo; no hallará tranquilidad hasta el momento en que sea conmovido por la gracia santa, es decir, por el amor de Dios, pues el orgullo se apodera de tal modo de nuestro pobre Espíritu, que lo envuelve completamente, a tal punto que necesitará mucho tiempo aún para despojarse de ese hábito fatal. Sólo las oraciones de nuestros hermanos pueden ayudarnos a desembarazarnos del mismo.

22. ¿Os referís a los hermanos encarnados o a los Espíritus? –Resp. A los unos y a los otros.

23. Mientras conversábamos con vuestro hermano, una persona aquí presente ha orado por él; esta oración ¿le ha sido útil? –Resp. No se perderá. Si ahora rechaza esa gracia, ésta volverá cuando él esté en condiciones de recurrir a esa divina panacea.

Hemos transmitido el resultado de estas dos evocaciones a la persona que nos las había solicitado, y recibimos de su parte la siguiente respuesta:

«Señor, no sabéis el gran bien que han producido las evocaciones de mi padrastro y de mi tío. Nosotros los hemos reconocido perfectamente; la escritura del primero, sobre todo, tiene una evidente analogía con la que él tenía en vida, tanto más que, durante los últimos meses que ha pasado con nosotros, esa letra era irregular e indescifrable. Se verifica en dicha escritura la misma forma de los trazos, de la rúbrica y de ciertas letras, principalmente los trazos de las letras d, f, o, p, q, t. En cuanto a las palabras, a las expresiones y al estilo, la semejanza es aún más notable; para nosotros, la analogía es perfecta si no fuese porque él está más esclarecido sobre Dios, el alma y la eternidad, que antes negaba de manera terminante. Por lo tanto, estamos perfectamente convencidos de su identidad; Dios será glorificado por eso a través de nuestra creencia más firme en el Espiritismo, y nuestros hermanos, encarnados y desencarnados, se volverán mejores. También la identidad de su hermano –mi tío– no es menos evidente; a pesar de la inmensa diferencia entre el ateo y el creyente, reconocemos su carácter, el estilo y la estructura especial de sus frases; sobre todo, nos ha impactado una palabra: panacea, que era su vocablo habitual, ya que lo decía y lo repetía a todos a cada momento.

«He mostrado ambas evocaciones a varias personas, que se han quedado admiradas de su veracidad. Sin embargo, los incrédulos, los que comparten las opiniones de mis dos parientes cuando encarnados, desearían respuestas más categóricas aún: por ejemplo, que el Sr. D... indicase con precisión el lugar en que ha sido enterrado, en dónde se ahogó, de qué manera fue encontrado, etc. A fin de satisfacerlos y convencerlos, ¿no podríais evocarlo nuevamente? En este caso, ¿consentiríais en preguntarle dónde y cómo se suicidó? ¿Cuánto tiempo permaneció bajo el agua? ¿En qué lugar fue encontrado su cadáver? ¿Dónde ha sido enterrado? ¿De qué manera –civil o religiosa– fue sepultado?

«Señor, os ruego que tengáis a bien obtener respuestas categóricas a estas preguntas, que son esenciales para aquellos que todavía dudan; estoy persuadido del bien inmenso que eso producirá. Me esforzaré para que mi carta os sea entregada mañana viernes, a fin de que podáis hacer esta evocación en la sesión de la Sociedad que deberá tener lugar en ese mismo día..., etc.»

Hemos reproducido esta carta por causa del hecho de identidad que la misma constata; a continuación anexamos nuestra respuesta, para instrucción de las personas que no están familiarizadas con las comunicaciones del Más Allá.

«... Las preguntas que nos habéis pedido para que dirijamos nuevamente al Espíritu de vuestro padrastro son, indudablemente, dictadas por una loable intención: la de convencer a los incrédulos, porque no vemos en vos ningún sentimiento de duda ni de curiosidad. Sin embargo, un conocimiento más perfecto de la ciencia espírita os haría comprender que esas preguntas son superfluas. En primer lugar, al solicitarme que obtenga respuestas categóricas de vuestro padrastro, sin duda ignoráis que no se gobierna a los Espíritus según nuestro deseo; ellos responden cuando quieren, como quieren y a menudo como pueden. Su libertad de acción es aún mayor que cuando encarnados, y tienen más medios de eludir la coerción moral que se desea ejercer sobre ellos. Las mejores pruebas de identidad son las que dan espontáneamente, de propia voluntad, o bien las que nacen de las circunstancias, y la mayoría de las veces es inútil provocarlas. Vuestro pariente ha probado su identidad de una manera irrecusable según vos; por lo tanto, es más que probable que habría de rehusarse a responder a preguntas que, con justa razón, él puede considerar como superfluas, y formuladas para satisfacer la curiosidad de personas que le son indiferentes. Él podría responder, como lo han hecho muchas veces otros Espíritus en semejante caso: «¿Para qué me preguntáis cosas que ya sabéis?» Incluso agregaré que el estado de turbación y de sufrimiento en que él se encuentra se agravaría con las averiguaciones de ese género; es exactamente como querer obligar a un enfermo, que apenas puede pensar y hablar, a contar detalles de su vida: esto sería ciertamente faltar a las consideraciones que se deben a su estado.

«En cuanto al resultado que esperáis obtener, tened la certeza de que sería nulo. Las pruebas de identidad que han sido suministradas tienen mucho más valor por el hecho de haber sido espontáneas, y porque nada puede hacer sospechar sobre el modo como se han dado; si los incrédulos no se dieron por satisfechos, mucho menos se contentarán con preguntas preestablecidas, que podrían dar lugar a sospechas de connivencia. Hay personas a las que nada puede convencer: aunque viesen a vuestro padrastro con sus propios ojos, dirían que son víctimas de una alucinación. Lo mejor que se puede hacer con ellas es dejarlas tranquilas y no perder tiempo con conversaciones superfluas; sólo podemos compadecernos de las mismas, porque tarde o temprano aprenderán, a sus expensas, cuánto les ha costado rechazar la luz que Dios les enviaba. Sobre todo, es contra ellas que Dios hace manifestar su severidad.

«Señor, dos palabras más sobre el pedido que me hicisteis de realizar esta evocación el mismo día en que yo debía recibir vuestra carta. Las evocaciones no se hacen así, a toda prisa; los Espíritus no responden siempre a nuestro llamado; para esto es necesario que ellos quieran y que puedan hacerlo. Además, es preciso que encuentren un médium que les convenga y que tenga la aptitud especial necesaria; que este médium esté disponible en un momento dado; que el ambiente sea simpático al Espíritu, etc. Todas estas son circunstancias que no siempre pueden ser satisfechas, y es muy importante conocerlas cuando se quieren hacer las cosas seriamente.»


Cuestiones y problemas diversos

1. En un mundo superior, como Júpiter u otro, ¿tiene el Espíritu encarnado el recuerdo de sus existencias pasadas, así como el del estado errante? –Resp. No; desde el momento en que el Espíritu reviste una envoltura material, pierde la memoria de sus existencias anteriores.

–Entretanto, en Júpiter la envoltura corporal es muy poco material y, por esta razón, ¿no es más libre el Espíritu? –Resp. Sí, pero dicha envoltura es suficiente como para impedir el recuerdo del pasado en el Espíritu.

–Entonces, los Espíritus que habitan en Júpiter y que se comunicaron con nosotros, ¿se encontraban en aquel mismo momento en un estado de sueño? –Resp. Ciertamente. En aquel mundo, siendo el Espíritu mucho más elevado, comprende bien mejor a Dios y al Universo; pero su pasado se borra temporalmente, porque habría de obnubilar su inteligencia; él no se reconocería a sí mismo: ¿sería el hombre de África, el de Europa o el de América? ¿Sería el habitante de la Tierra, el de Marte o el de Venus? Al no recordarse más, es él mismo, el hombre de Júpiter: inteligente, superior, el que comprende a Dios; he aquí todo.

Nota – Si el olvido del pasado es necesario en un mundo adelantado como el de Júpiter, con más fuerte razón debe serlo en nuestro mundo material. Es evidente que el recuerdo de nuestras existencias anteriores causaría una penosa confusión en nuestras ideas, sin hablar de todos los otros inconvenientes que ya han sido señalados al respecto. Todo lo que hace Dios lleva la marca de su sabiduría y de su bondad; no nos cabe criticar, ni aun cuando no comprendamos el objetivo.

2. La Srta. Eugénie –una de las médiums de la Sociedad– ofrece una notable particularidad y, en cierto modo, excepcional, que es la prodigiosa versatilidad con que ella escribe y la increíble celeridad con la cual los más diversos Espíritus se comunican por su intermedio. Hay pocos médiums con una flexibilidad tan grande; ¿a qué se debe esto? –Resp. Esta causa se debe más al médium que al Espíritu; éste escribiría menos rápido a través de otro médium, en razón de que la naturaleza del instrumento ya no sería la misma. Así, hay médiums dibujantes, otros son más aptos para la medicina, etc.; el Espíritu actúa según la mediumnidad. Por lo tanto, es una causa física, en vez de ser una causa moral. Los Espíritus se comunican tanto más fácilmente por un médium, como más rápidamente se opera la combinación del fluido de este último con el del Espíritu; más que los otros se presta a la rapidez del pensamiento, de lo que se aprovecha el Espíritu, como vos aprovecháis un transporte veloz cuando estáis con prisa; esa vivacidad del médium es totalmente física: su propio Espíritu no influye en esto.

–Las cualidades morales del médium ¿no tienen influencia? –Resp. Ellas tienen una gran influencia en las simpatías de los Espíritus, porque es necesario que sepáis que algunos tienen tal antipatía por ciertos médiums, que se comunican muy contrariados a través de ellos.

SAN LUIS



Enseñanzas de los Espíritus Dictados espontáneos obtenidos o leídos en la Sociedad por diversos médiums

El año 1860
(Médium: Sra. de Costel)


Hablaré de la necesidad filosófica en que se encuentran los Espíritus de hacer frecuentemente exámenes retrospectivos de conciencia, para dar, en fin, al estado de sus mentes el mismo cuidado que cada uno da a su propio cuerpo. He aquí un año que ha terminado; ¿qué progreso ha traído al mundo intelectual? Muy grandes y muy serios resultados, sobre todo en el orden científico. La literatura, menos afortunada, obtuvo solamente fragmentos y detalles encantadores; pero como una estatua mutilada que se encuentra enterrada –y que es admirada–, lamentando haber perdido el conjunto de su belleza, la literatura no ofrece ninguna obra seria. En Francia, por lo general, ella está a la cabeza de las otras artes; este año ha sido aventajada por la pintura, que florece gloriosamente por encima de las escuelas rivales. ¿Por qué esa interrupción entre nuestros jóvenes escritores? La explicación es fácil: les falta la inspiración generosa que las luchas infunden; la indiferencia pesa sobre ellos. Son leídos, criticados, pero no se los discute apasionadamente como en mi tiempo, en que la lucha literaria dominaba casi todas las preocupaciones. Además, no se improvisa un escritor, y es un poco esto lo que cada uno hace. Para escribir son necesarios largos y profundos estudios; exactamente falta eso a vuestra generación, impaciente por el goce y preocupada ante todo por el éxito fácil. Termino admirando la marcha ascendente de las ciencias y de las artes, y lamentando la ausencia de fuerzas generosas en los Espíritus y en los corazones.

J.-J. ROUSSEAU

Nota – Esta comunicación, obtenida espontáneamente, prueba que los Espíritus que han dejado la Tierra se ocupan aún con lo que aquí sucede, se interesan al respecto y acompañan el movimiento del progreso intelectual y moral. No es desde las infinitas profundidades del espacio que ellos irían hacerlo; para esto, es necesario que estén entre nosotros, en nuestro medio, como testigos invisibles de lo que ocurre. Esta comunicación y la siguiente han sido dadas en la sesión de la Sociedad del 28 de diciembre, donde se había tratado del año que terminaba y del año que iba a comenzar; por consecuencia, son concernientes al asunto.

El año 1861

El año que finaliza ha visto progresar sensiblemente las creencias espíritas. Es una gran felicidad para los hombres, porque los aleja un poco de los bordes del abismo que amenaza tragar al Espíritu humano. El nuevo año será mejor todavía, porque verá graves cambios materiales, una revolución en las ideas, y el Espiritismo no será olvidado: creedlo. Al contrario, se agarrarán a Él como a una tabla de salvación. Rogaré a Dios que bendiga vuestra obra y la haga progresar.

SAN LUIS

Nota – En una sesión íntima, otro médium recibió espontáneamente la siguiente comunicación acerca del mismo asunto:

El año que va a comenzar lleva en sus pliegues las cosas más grandes. Con la cabeza baja, la reacción va a caer en la trampa que ella misma preparó. ¿Por qué pensáis que la Tierra se cubre de vías férreas y que el mar se entreabre a la electricidad, si no es para difundir la buena nueva? En fin, lo verdadero, lo bueno y lo bello serán comprendidos por todos. Por lo tanto, verdaderos espíritas, no os canséis, porque vuestra tarea está marcada en la obra de la regeneración; ¡felices de aquellos que sepan cumplirla!

LÉON J... (hermano del médium)

Sobre el mismo tema (a través de otro médium)

El cambio es totalmente necesario; el progreso es una ley divina; parece que el mismo se ha desarrollado en estos últimos años más que en los otros. En comparación con 1860, el año 1861 será magnífico, pero pálido si lo cotejamos con 1862, porque queréis partir, queridos hermanos, y cuando el soplo divino pone la locomotora en movimiento, no hay descarrilamiento posible.

LEÓN X

Comentarios sobre el dictado publicado con el título: El despertar del Espíritu

En una comunicación que el Espíritu Georges dictó a la Sra. de Costel, y que fue publicada en la Revista de 1860, página 324, con el título: El despertar del Espíritu, él dice: No hay comunicaciones amistosas entre los Espíritus errantes; aquellos mismos que se han amado no intercambian señales de reconocimiento. Esta teoría ha causado en muchas personas una impresión muy penosa, ya que los lectores de la Revista consideran a este Espíritu como elevado, y han admirado la mayoría de sus comunicaciones. Si esta teoría fuese absoluta, estaría en contradicción con lo que frecuentemente ha sido dicho, que en el momento de la muerte los Espíritus amigos vienen a recibir al recién llegado, ayudándolo a desprenderse de los lazos terrenos y, en cierto modo, iniciándolo en su nueva vida. Por otro lado, si los Espíritus inferiores no se comunicasen con los Espíritus más adelantados, no podrían mejorarse.

Hemos procurado refutar esas objeciones en un artículo de la Revista de 1860, página 342, con el título: Relaciones afectuosas de los Espíritus; pero he aquí el comentario que, a nuestro pedido, ha dado el propio Georges sobre su comunicación:

«Cuando un hombre es sorprendido por la muerte en los hábitos materialistas de una existencia en la que nunca se hizo tiempo para ocuparse de Dios; cuando llega al mundo de los Espíritus, aún lleno de angustias y de miedos terrenos, se asemeja a un viajero que ignora el idioma y las costumbres del país que visita. Inmerso en la turbación, él es incapaz de comunicarse y de comprender sus propias sensaciones, ni las de los otros; deambula envuelto en silencio. Entonces siente que pensamientos desconocidos germinan, surgen y se desarrollan lentamente, y una nueva alma florece en la suya. Al llegar a este punto, el alma cautiva siente que se sueltan sus ataduras y, como un pájaro puesto en libertad, se eleva hacia Dios, gritando de alegría y de amor; entonces se juntan a su alrededor los Espíritus de sus parientes, los amigos purificados que silenciosamente lo habían recibido en su regreso. Son en pequeño número los que pueden, inmediatamente después que el alma se desprendió del cuerpo, comunicarse con los amigos que reencuentran; es necesario tener méritos, y solamente los que han cumplido gloriosamente sus últimas migraciones es que, desde el primer momento, se encuentran lo bastante desmaterializados como para gozar ese favor que Dios concede como recompensa.

«He presentado una de las fases de la vida espírita; de ninguna manera quise generalizar y, como se ve, sólo he hablado del estado de los primeros instantes que siguen a la muerte, y este estado puede durar más o menos tiempo, según la naturaleza del Espíritu. Depende de cada uno abreviarlo, desprendiéndose de los lazos terrenos desde la vida corporal, porque no es sino el apego a las cosas materiales que impide gozar la felicidad de la vida espiritual.»

GEORGES

Nota – Nada es más moral que esta doctrina, porque muestra que ninguno de los gozos que nos promete la vida futura es conseguido sin tener méritos; que la propia felicidad de volver a ver a los seres queridos, y de conversar con ellos, puede ser postergada. En una palabra, que nuestra situación en la vida espiritual será, como en todas las cosas, lo que hagamos con nuestra conducta en la vida corporal.

Los tres prototipos (Continuación)

Nota – En los tres dictados siguientes, el Espíritu desarrolla cada uno de los tres prototipos que ha esbozado en el primero. (Véase el número de enero de 1861, página 29.)

I

Aquí en vuestro mundo, el interés, el egoísmo y el orgullo sofocan a la generosidad, a la caridad y a la simplicidad. El interés y el egoísmo son los dos genios malos del financista y del nuevo rico; el orgullo es el vicio del que conoce y, sobre todo, del que puede. Cuando un corazón verdaderamente pensador examina esos tres vicios horribles, sufre, porque –tened la certeza– el hombre que piensa en la nada y en la maldad de este mundo es generalmente un hombre cuyos sentimientos e instintos son delicados y caritativos. Y, como bien lo sabéis, los delicados son desdichados, ha dicho La Fontaine, que yo me he olvidado de poner al lado de Molière; sólo los delicados son desdichados, porque sienten.

Hamlet es la personificación de esa parte desdichada de la humanidad, que llora y sufre siempre, y que se venga, al vengar a Dios y a la moral. Hamlet tuvo que punir vicios vergonzosos en su familia: el orgullo y la lujuria, es decir, el egoísmo. Esa tierna y melancólica alma, deseando la verdad, se ha empañado al soplo del mundo, como un espejo que no puede más reflejar lo que es bueno y lo que es justo; esa alma tan pura derramó la sangre de su madre y vengó su honor. Hamlet es la inteligencia impotente, el pensamiento profundo que lucha contra el orgullo estúpido y contra la impudicia maternal. El hombre que piensa y que venga un vicio de la Tierra, sea cual fuere, es culpable a los ojos de los hombres, y a menudo no lo es ante Dios. No creáis que yo quiera idealizar la desesperación: ¡yo he sido punido lo suficiente! ¡Pero hay tantas brumas delante de los ojos del mundo!

Nota – El Espíritu, al ser solicitado para que diese su apreciación sobre La Fontaine –del cual había acabado de hablar–, agregó:

La Fontaine no es más conocido que Corneille y Racine. Vosotros conocéis apenas a vuestros literatos, mientras que los alemanes conocen tanto a Shakespeare como a Goethe. Volviendo al tema, La Fontaine es el francés por excelencia, que oculta su originalidad y su sensibilidad bajo los nombres de Esopo y de alegre pensador; pero, tened la certeza, La Fontaine era un delicado, como os decía hace poco; al ver que no era comprendido, adoptó esa bonhomía que llamáis de falsa; en vuestros días sería considerado como un hombre de falsa modestia. La verdadera inteligencia no es falsa, pero a menudo es preciso aullar con los lobos; en la opinión de ciertas personas, es eso lo que hizo perder a La Fontaine. Yo no os hablo de su genio, el cual es igual o quizá superior al de Molière.

II

Volviendo a nuestro pequeño curso de literatura muy familiar, Don Juan es –como ya he tenido el honor de deciros– el prototipo más perfectamente descripto de gentilhombre corrupto y blasfemo. Molière lo ha llevado hasta el drama, porque efectivamente la punición de Don Juan no debía ser humana, sino divina; es a través de los golpes inesperados de la venganza celestial que caen las cabezas orgullosas; el efecto es tanto más dramático como imprevisto.

He dicho que Don Juan era un prototipo; pero, en verdad, es un prototipo raro, porque en realidad se observan pocos hombres de ese temple, ya que casi todos ellos son viles: me refiero a la clase de los insensibles y corruptos.

Muchos blasfeman; pero os aseguro que pocos se atreven a blasfemar sin temor. La conciencia es un eco que les devuelve su blasfemia, y ellos la escuchan temblando de miedo, aunque se rían ante el mundo; son los que hoy llamamos fanfarrones del vicio. Esta especie de libertinos es numerosa en vuestra época, mas están lejos de ser hijos de Voltaire.

Molière –volviendo al tema–, como autor más sabio y observador más profundo, no sólo castigó los vicios que atacan a la humanidad, como también aquellos que se atreven a dirigirse a Dios.

III

Hasta ahora hemos visto dos prototipos: uno generoso y desdichado; el otro dichoso según el mundo, pero bien miserable ante Dios. Nos resta ver el más feo, el más indigno, el más repulsivo: me refiero a Tartufo.

En la antigüedad, la máscara de la virtud ya era horrenda, porque, sin estar depurada por la moral cristiana, el paganismo también tenía sus virtudes y sabios; pero ante el altar del Cristo, esa máscara es aún más horrible, por ser la del egoísmo y la de la hipocresía. Tal vez el paganismo haya tenido menos Tartufos que la religión cristiana. He aquí lo que hace Tartufo, lo que hizo y lo que siempre hará: aprovecharse del corazón del hombre sabio y bueno; adularlo en todas sus acciones; engañar a las personas confiadas a través de una aparente piedad y arrastrar a la profanación hasta recibir la eucaristía con el orgullo y la blasfemia en el corazón.

¡Oh, vosotros, hombres imperfectos y mundanos, que condenáis un principio divino y una moral extrahumana porque queréis abusar de los mismos! Estáis ciegos cuando confundís a los hombres con aquel principio, es decir, a Dios con la humanidad. Tartufo es horrendo y repulsivo porque esconde sus torpezas bajo un manto sagrado. Maldición para él, porque él maldecía cuando era perdonado y tramaba una traición cuando predicaba la caridad.

GÉRARD DE NERVAL

La armonía
(Médium: Sr. Alfred Didier)

En ciertas regiones, particularmente en la Provenza, habéis visto a menudo las ruinas de grandes castillos; una torre se eleva a veces en medio de una inmensa soledad, y sus restos tristes y sombríos nos remontan a una época donde la fe era tal vez ignorante, pero donde el arte y la poesía se habían elevado con esa misma fe tan ingenua y tan pura. Como veis, estamos en plena Edad Media. ¿No pensasteis algunas veces que alrededor de esas murallas desmanteladas, la elegante disposición de la señora de un castillo hizo vibrar cuerdas armoniosas, por entonces llamadas arpa de Eolo? ¡Ah! ¡Tan rápido como el viento que las hacía vibrar, desaparecieron las torres, las señoras de los castillos y las armonías! Aquella arpa de Eolo inspiraba el pensamiento de los trovadores y de las damas; era escuchada con un recogimiento religioso.

Todo termina en vuestra Tierra; ahí la poesía raramente desciende del cielo, para enseguida echar vuelo. Al contrario, en los otros mundos la armonía es eterna, y lo que la imaginación humana puede inventar, no iguala esa constante poesía, que no sólo está en el corazón de los Espíritus puros, sino también en toda la Naturaleza.

René de la Provenza

ALLAN KARDEC