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Revista Espírita Periódico de Estudios Psicológicos - 1861
Revista Espírita Periódico de Estudios Psicológicos - 1861
Enero
Boletín de la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas
(Resumen de las Actas)
Viernes 16 de noviembre de 1860 (Sesión particular)
Admisión de dos nuevos miembros.
Comunicaciones diversas – 1ª) Lectura de varias disertaciones obtenidas fuera de las sesiones.
(Resumen de las Actas)
Viernes 16 de noviembre de 1860 (Sesión particular)
Admisión de dos nuevos miembros. Comunicaciones diversas – 1ª) Lectura de varias disertaciones obtenidas fuera de las sesiones.
2ª) Carta del Sr. de Porry, de Marsella, que obsequia a la Sociedad la segunda edición de su poema intitulado: Urania. La Sociedad agradece al autor por haberle permitido apreciar su talento y se siente feliz por verlo aplicarse a las ideas espíritas. Estas ideas, al revestir la forma graciosa de la poesía, tienen un encanto que las hace aceptar más fácilmente por aquellos a quienes podría impresionar la severidad de la forma dogmática.
3ª) Carta del Sr. L..., que da nuevos detalles sobre el Espíritu golpeador y obsesor, del cual la Sociedad ya ha hablado. (Ver el relato más adelante.)
4ª) Carta de las señoras G..., del Departamento del Indre, sobre las malas pasadas y las depredaciones de que son víctimas hace varios años, y que atribuyen a un Espíritu malévolo. Ellas son seis hermanas y, a pesar de todas las precauciones que toman, sus ropas son tiradas de los cajones de los muebles –inclusive cerrados con llave– y frecuentemente cortadas en pedazos.
5ª) El Sr. Th... relata un caso de una violenta obsesión ejercida sobre un médium por un Espíritu malo, al cual aquél consiguió dominar y expulsar. Al dirigirse al Sr. Th..., ese Espíritu escribió: Te odio, porque me dominas. Desde entonces no apareció más, y el médium dejó de ser importunado en el ejercicio de su facultad.
6ª) El Sr. Allan Kardec cita un caso personal de indicación dada por los Espíritus, el cual es notable por su precisión. En una conversación que él tuvo en la víspera con su Espíritu familiar, éste le dijo: “Encontrarás en Le Siècle de hoy un largo artículo sobre este asunto y que responde a tu pregunta; fuimos nosotros que hemos inspirado al autor el trabajo que él ha expuesto, porque está relacionado con las grandes reformas humanitarias que se preparan”. Ese artículo, del cual ni el Sr. Kardec ni el médium tenían conocimiento, se encontraba realmente en el diario indicado, bajo el título designado, lo que prueba que los Espíritus pueden estar al corriente de las publicaciones terrenas.
TRABAJOS DE LA SESIÓN. Enseñanzas espontáneas – 1ª) Comunicación firmada por Cazotte, obtenida por el Sr. A. Didier. – 2ª) Otra comunicación, que contiene las lamentaciones de un Espíritu sufridor y egoísta, disertación recibida por la Sra. de Costel.
Evocaciones – Segunda conversación con el Espíritu gastrónomo que tomó el nombre de Balthazar, y que una persona ha identificado como siendo el Sr. G... de la R..., lo que ha sido confirmado por el Espíritu.
Cuestiones diversas – Preguntas dirigidas a san Luis sobre el Espíritu golpeador referido en la carta del Sr. L..., y sobre el Espíritu que hace depredaciones en la casa de las señoras G... En lo que atañe a este último, él dice que será más fácil hacerlo entrar en razón, considerando que es más travieso que malo.
TRABAJOS DE LA SESIÓN. Enseñanzas espontáneas – 1ª) El duende familiar, disertación firmada por Charles Nodier, por intermedio de la Sra. de Costel. – 2ª) Parábola de Lázaro, dictada por Lamennais al Sr. A. Didier. – 3ª) El Espíritu Alfred de Musset se presenta por medio de la Srta. Eugénie; él se ofrece para abordar un tema que sea elegido por la asamblea; al dejar ella esta elección a disposición del Espíritu, el mismo da una notable disertación sobre los consuelos del Espiritismo. Al ofrecerse para responder a preguntas, trata de los siguientes temas: ¿Cuál es la influencia de la poesía en el Espiritismo? ¿Habrá un arte espírita, como hubo un arte pagano y un arte cristiano? ¿Cuál es la influencia de la mujer en el siglo XIX?
Evocaciones – Evocación de Cazotte, que se había manifestado espontáneamente en la última sesión; le fueron dirigidas varias preguntas sobre el don de predicción que él parecía tener cuando estaba encarnado.
Cuestiones y problemas diversos – 1º) Sobre la ubicuidad de los Espíritus en las manifestaciones visuales. – 2º) Acerca de los Espíritus de las tinieblas, referente a las manifestaciones de El Sr. Squire, que solamente se producen en la oscuridad. Nota – Trataremos esta cuestión en un artículo especial, al hablar sobre El Sr. Squire. – 3º) El Sr. Jobard lee tres encantadoras poesías de su autoría: La felicidad de los Mártires, El ave del paraíso y La anexión, fábula.
2º) Carta del Sr. Sol..., que ruega a la Sociedad que acepte su dimisión como miembro de la Comisión, por causa de los viajes que lo alejan de París durante gran parte del año. – La Sociedad expresa su pesar por la decisión del Sr. Sol...; Ella espera con mucha felicidad que pueda conservarlo en el número de sus socios. El Sr. Presidente es solicitado a responderle en este sentido. Se deberá proceder a su reemplazo en la Comisión.
Comunicaciones diversas – 1ª) Dictado espontáneo que contiene nuevas explicaciones sobre la ubicuidad, firmado por san Luis. Análisis de esta comunicación.
2ª) Otra comunicación, firmada por Charles Nodier, obtenida por un médium ajeno a la Sociedad y transmitida por el Sr. Didier padre, con referencia al artículo del Journal des Débats contra el Espiritismo.
3º) El Sr. D..., del Departamento de Vienne, ruega encarecidamente que la Sociedad consienta en evocar a su padrastro, el Sr. Jean-Baptiste D... La Sociedad nunca atiende a ese tipo de solicitaciones cuando tienen apenas un interés privado, sobre todo en ausencia de las personas interesadas y cuando éstas no son conocidas directamente. Entretanto, en razón del carácter honorable y de la posición oficial del corresponsal, de las circunstancias particulares que presenta el suicida y del ateísmo que este último profesó toda su vida, Ella piensa que esta evocación puede ofrecer un objeto útil de estudios; en consecuencia, lo incluye en el orden del día.
4º) Varios miembros relatan un fenómeno interesante de manifestación física del que han sido testigos. Consiste en el levantamiento de una persona por la influencia medianímica de dos jovencitas de 15 a 16 años que, al colocar dos dedos en las barras de la silla, la levantan a una altura de más de un metro, sea cual fuere su peso, como si ellas lo hicieran con el más liviano de los cuerpos. Ese fenómeno fue repetido varias veces, y siempre con la misma facilidad. (Daremos la explicación del mismo en un artículo especial.)
5º) El Sr. Jobard da lectura a un artículo de su autoría, intitulado: La conversión de un campesino.
TRABAJOS DE LA SESIÓN. Enseñanzas espontáneas – 1ª) Disertación sobre la ubicuidad, firmada por Channing y obtenida por la Srta. Huet. – 2ª) Otra disertación acerca del artículo del Journal des Débats, firmada por André Chénier, por intermedio del Sr. A. Didier. – 3ª) Otra comunicación, dictada por Rachel a la Sra. de Costel.
Un hecho digno de nota, referente a las dos primeras comunicaciones, es que, cuando un tema de cierta importancia está en el orden del día, es muy común verlo ser tratado por varios Espíritus, a través de médiums y en diferentes lugares. Al interesarse por la cuestión, parece que cada uno quiere contribuir para la enseñanza que puede resultar de tales comunicaciones.
Evocaciones – 1ª) Del Sr. Jean-Baptiste D..., de quien se ha hablado anteriormente, y de su hermano, ambos materialistas y ateos. La situación del primero, que se ha suicidado, es sobre todo deplorable.
2ª) Evocación del Sr. C... de B..., de Bruselas, a pedido del Sr. Jobard, que lo ha conocido personalmente.
Comunicaciones diversas – Lectura de una disertación firmada por el Espíritu de Verdad, obtenida en una sesión particular en casa del Sr. Allan Kardec, a propósito de la definición de arte y de la distinción entre el arte pagano, el arte cristiano y el arte espírita.
El Sr. Theub... completa esta definición al decir que se puede considerar el arte pagano como siendo la expresión del sentimiento material; el arte cristiano como la expresión de la expiación, y el arte espírita como la expresión del triunfo.
TRABAJOS DE LA SESIÓN. Enseñanzas espíritas espontáneas – 1ª) Disertación firmada por Lamennais, recibida por el Sr. A. Didier. – 2ª) Otra, dictada por Charles Nodier a la Srta. Huet; él continúa el tema iniciado el 24 de agosto de 1860, aunque nadie se haya acordado del asunto. – 3ª) Otra disertación, firmada por Georges, por medio de la Sra. de Costel.
Evocaciones – Evocación del Dr. Kane, viajero americano y explorador del Polo Norte, quien descubrió un mar libre, más allá del cinturón de los glaciares árticos. Apreciación muy justa por parte del Espíritu sobre los resultados de este descubrimiento.
Cuestiones diversas – Preguntas dirigidas a Charles Nodier sobre las causas que pueden influir en la naturaleza de las comunicaciones en ciertas sesiones, particularmente en las de ese día, en que los Espíritus no tuvieron su elocuencia habitual. Análisis de este asunto.
Comunicaciones diversas – 1ª) Lectura de una evocación muy interesante y de varias disertaciones espíritas obtenidas fuera de las sesiones.
2ª) Caso de manifestación visual relatado por el Sr. Indermuhle, en su carta dirigida a la Sociedad.
3ª) Hecho personal ocurrido con el Sr. Allan Kardec y que puede ser considerado como una prueba de identidad del Espíritu de un antiguo personaje. La Srta. J... recibió varias comunicaciones de Juan Evangelista, y cada vez con una escritura muy característica y totalmente diferente de su caligrafía habitual. Al haber el Sr. Allan Kardec evocado –a su pedido– a ese Espíritu, por intermedio de la Sra. de Costel, se constató que la escritura tenía exactamente las mismas características que las de la Srta. J..., aunque la nueva médium no tuviese conocimiento de ello; además, el movimiento de la mano tenía una suavidad no habitual, lo que también era una similitud; en fin, las respuestas concordaban en todos los puntos con las que habían sido dadas por la Srta. J..., y nada había en el lenguaje que no estuviese a la altura del Espíritu evocado.
4ª) Noticia remitida por el Sr. D... sobre un caso notable de visión y de revelación, sucedido con un labrador, pocos días antes de su muerte.
TRABAJOS DE LA SESIÓN. Comunicaciones espíritas espontáneas – 1ª) Los tres prototipos: Hamlet, Tartufo y Don Juan, comunicación dictada por Gérard de Nerval al Sr. A. Didier. – 2ª) Fantasía, firmada por Alfred de Musset y obtenida por la Sra. de Costel. – 3ª) El juicio, firmada por León X, recibida por la Srta. Eugénie.
Evocación del labrador, del cual hablamos más arriba. Él da algunas explicaciones sobre sus visiones. Una notable particularidad es la ausencia de cualquier ortografía y un lenguaje completamente semejante al de las personas del campo.
Cuestiones diversas dirigidas a san Luis sobre los hechos relacionados a la evocación referida anteriormente.
3ª) Carta del Sr. L..., que da nuevos detalles sobre el Espíritu golpeador y obsesor, del cual la Sociedad ya ha hablado. (Ver el relato más adelante.)
4ª) Carta de las señoras G..., del Departamento del Indre, sobre las malas pasadas y las depredaciones de que son víctimas hace varios años, y que atribuyen a un Espíritu malévolo. Ellas son seis hermanas y, a pesar de todas las precauciones que toman, sus ropas son tiradas de los cajones de los muebles –inclusive cerrados con llave– y frecuentemente cortadas en pedazos.
5ª) El Sr. Th... relata un caso de una violenta obsesión ejercida sobre un médium por un Espíritu malo, al cual aquél consiguió dominar y expulsar. Al dirigirse al Sr. Th..., ese Espíritu escribió: Te odio, porque me dominas. Desde entonces no apareció más, y el médium dejó de ser importunado en el ejercicio de su facultad.
6ª) El Sr. Allan Kardec cita un caso personal de indicación dada por los Espíritus, el cual es notable por su precisión. En una conversación que él tuvo en la víspera con su Espíritu familiar, éste le dijo: “Encontrarás en Le Siècle de hoy un largo artículo sobre este asunto y que responde a tu pregunta; fuimos nosotros que hemos inspirado al autor el trabajo que él ha expuesto, porque está relacionado con las grandes reformas humanitarias que se preparan”. Ese artículo, del cual ni el Sr. Kardec ni el médium tenían conocimiento, se encontraba realmente en el diario indicado, bajo el título designado, lo que prueba que los Espíritus pueden estar al corriente de las publicaciones terrenas.
TRABAJOS DE LA SESIÓN. Enseñanzas espontáneas – 1ª) Comunicación firmada por Cazotte, obtenida por el Sr. A. Didier. – 2ª) Otra comunicación, que contiene las lamentaciones de un Espíritu sufridor y egoísta, disertación recibida por la Sra. de Costel.
Evocaciones – Segunda conversación con el Espíritu gastrónomo que tomó el nombre de Balthazar, y que una persona ha identificado como siendo el Sr. G... de la R..., lo que ha sido confirmado por el Espíritu.
Cuestiones diversas – Preguntas dirigidas a san Luis sobre el Espíritu golpeador referido en la carta del Sr. L..., y sobre el Espíritu que hace depredaciones en la casa de las señoras G... En lo que atañe a este último, él dice que será más fácil hacerlo entrar en razón, considerando que es más travieso que malo.
Viernes 23 de noviembre de 1860 (Sesión general)
Comunicaciones diversas – Lectura de varias disertaciones obtenidas fuera de la sesión: 1ª) Ingreso de un culpable al mundo de los Espíritus, firmada por Novel y recibida por la Sra. de Costel. 2ª) Castigo de una egoísta, comunicación psicografiada por la misma médium, dando continuación a la disertación del mismo Espíritu, obtenida en la última sesión. 3ª) Otra, acerca del libre albedrío, firmada por Marcillac. 4ª) Reflexiones del Espíritu de Verdad sobre las comunicaciones relativas al castigo de una egoísta, a través del Sr. C...TRABAJOS DE LA SESIÓN. Enseñanzas espontáneas – 1ª) El duende familiar, disertación firmada por Charles Nodier, por intermedio de la Sra. de Costel. – 2ª) Parábola de Lázaro, dictada por Lamennais al Sr. A. Didier. – 3ª) El Espíritu Alfred de Musset se presenta por medio de la Srta. Eugénie; él se ofrece para abordar un tema que sea elegido por la asamblea; al dejar ella esta elección a disposición del Espíritu, el mismo da una notable disertación sobre los consuelos del Espiritismo. Al ofrecerse para responder a preguntas, trata de los siguientes temas: ¿Cuál es la influencia de la poesía en el Espiritismo? ¿Habrá un arte espírita, como hubo un arte pagano y un arte cristiano? ¿Cuál es la influencia de la mujer en el siglo XIX?
Evocaciones – Evocación de Cazotte, que se había manifestado espontáneamente en la última sesión; le fueron dirigidas varias preguntas sobre el don de predicción que él parecía tener cuando estaba encarnado.
Cuestiones y problemas diversos – 1º) Sobre la ubicuidad de los Espíritus en las manifestaciones visuales. – 2º) Acerca de los Espíritus de las tinieblas, referente a las manifestaciones de El Sr. Squire, que solamente se producen en la oscuridad. Nota – Trataremos esta cuestión en un artículo especial, al hablar sobre El Sr. Squire. – 3º) El Sr. Jobard lee tres encantadoras poesías de su autoría: La felicidad de los Mártires, El ave del paraíso y La anexión, fábula.
Viernes 30 de noviembre de 1860 (Sesión particular)
Asuntos administrativos – 1º) Carta colectiva firmada por varios miembros, con respecto a la propuesta del Sr. L... Las conclusiones admitidas por la Comisión son adoptadas por la Sociedad.2º) Carta del Sr. Sol..., que ruega a la Sociedad que acepte su dimisión como miembro de la Comisión, por causa de los viajes que lo alejan de París durante gran parte del año. – La Sociedad expresa su pesar por la decisión del Sr. Sol...; Ella espera con mucha felicidad que pueda conservarlo en el número de sus socios. El Sr. Presidente es solicitado a responderle en este sentido. Se deberá proceder a su reemplazo en la Comisión.
Comunicaciones diversas – 1ª) Dictado espontáneo que contiene nuevas explicaciones sobre la ubicuidad, firmado por san Luis. Análisis de esta comunicación.
2ª) Otra comunicación, firmada por Charles Nodier, obtenida por un médium ajeno a la Sociedad y transmitida por el Sr. Didier padre, con referencia al artículo del Journal des Débats contra el Espiritismo.
3º) El Sr. D..., del Departamento de Vienne, ruega encarecidamente que la Sociedad consienta en evocar a su padrastro, el Sr. Jean-Baptiste D... La Sociedad nunca atiende a ese tipo de solicitaciones cuando tienen apenas un interés privado, sobre todo en ausencia de las personas interesadas y cuando éstas no son conocidas directamente. Entretanto, en razón del carácter honorable y de la posición oficial del corresponsal, de las circunstancias particulares que presenta el suicida y del ateísmo que este último profesó toda su vida, Ella piensa que esta evocación puede ofrecer un objeto útil de estudios; en consecuencia, lo incluye en el orden del día.
4º) Varios miembros relatan un fenómeno interesante de manifestación física del que han sido testigos. Consiste en el levantamiento de una persona por la influencia medianímica de dos jovencitas de 15 a 16 años que, al colocar dos dedos en las barras de la silla, la levantan a una altura de más de un metro, sea cual fuere su peso, como si ellas lo hicieran con el más liviano de los cuerpos. Ese fenómeno fue repetido varias veces, y siempre con la misma facilidad. (Daremos la explicación del mismo en un artículo especial.)
5º) El Sr. Jobard da lectura a un artículo de su autoría, intitulado: La conversión de un campesino.
TRABAJOS DE LA SESIÓN. Enseñanzas espontáneas – 1ª) Disertación sobre la ubicuidad, firmada por Channing y obtenida por la Srta. Huet. – 2ª) Otra disertación acerca del artículo del Journal des Débats, firmada por André Chénier, por intermedio del Sr. A. Didier. – 3ª) Otra comunicación, dictada por Rachel a la Sra. de Costel.
Un hecho digno de nota, referente a las dos primeras comunicaciones, es que, cuando un tema de cierta importancia está en el orden del día, es muy común verlo ser tratado por varios Espíritus, a través de médiums y en diferentes lugares. Al interesarse por la cuestión, parece que cada uno quiere contribuir para la enseñanza que puede resultar de tales comunicaciones.
Evocaciones – 1ª) Del Sr. Jean-Baptiste D..., de quien se ha hablado anteriormente, y de su hermano, ambos materialistas y ateos. La situación del primero, que se ha suicidado, es sobre todo deplorable.
2ª) Evocación del Sr. C... de B..., de Bruselas, a pedido del Sr. Jobard, que lo ha conocido personalmente.
Viernes 7 de diciembre de 1860 (Sesión particular)
Admisión del Sr. C..., profesor en París, como socio libre.Comunicaciones diversas – Lectura de una disertación firmada por el Espíritu de Verdad, obtenida en una sesión particular en casa del Sr. Allan Kardec, a propósito de la definición de arte y de la distinción entre el arte pagano, el arte cristiano y el arte espírita.
El Sr. Theub... completa esta definición al decir que se puede considerar el arte pagano como siendo la expresión del sentimiento material; el arte cristiano como la expresión de la expiación, y el arte espírita como la expresión del triunfo.
TRABAJOS DE LA SESIÓN. Enseñanzas espíritas espontáneas – 1ª) Disertación firmada por Lamennais, recibida por el Sr. A. Didier. – 2ª) Otra, dictada por Charles Nodier a la Srta. Huet; él continúa el tema iniciado el 24 de agosto de 1860, aunque nadie se haya acordado del asunto. – 3ª) Otra disertación, firmada por Georges, por medio de la Sra. de Costel.
Evocaciones – Evocación del Dr. Kane, viajero americano y explorador del Polo Norte, quien descubrió un mar libre, más allá del cinturón de los glaciares árticos. Apreciación muy justa por parte del Espíritu sobre los resultados de este descubrimiento.
Cuestiones diversas – Preguntas dirigidas a Charles Nodier sobre las causas que pueden influir en la naturaleza de las comunicaciones en ciertas sesiones, particularmente en las de ese día, en que los Espíritus no tuvieron su elocuencia habitual. Análisis de este asunto.
Viernes 14 de diciembre de 1860 (Sesión general)
El Sr. Indermuhle, de Berna, obsequia a la Sociedad un opúsculo alemán publicado en Glaris, en 1855, intitulado: La eternidad no es más un secreto o Las revelaciones más evidentes del mundo de los Espíritus.Comunicaciones diversas – 1ª) Lectura de una evocación muy interesante y de varias disertaciones espíritas obtenidas fuera de las sesiones.
2ª) Caso de manifestación visual relatado por el Sr. Indermuhle, en su carta dirigida a la Sociedad.
3ª) Hecho personal ocurrido con el Sr. Allan Kardec y que puede ser considerado como una prueba de identidad del Espíritu de un antiguo personaje. La Srta. J... recibió varias comunicaciones de Juan Evangelista, y cada vez con una escritura muy característica y totalmente diferente de su caligrafía habitual. Al haber el Sr. Allan Kardec evocado –a su pedido– a ese Espíritu, por intermedio de la Sra. de Costel, se constató que la escritura tenía exactamente las mismas características que las de la Srta. J..., aunque la nueva médium no tuviese conocimiento de ello; además, el movimiento de la mano tenía una suavidad no habitual, lo que también era una similitud; en fin, las respuestas concordaban en todos los puntos con las que habían sido dadas por la Srta. J..., y nada había en el lenguaje que no estuviese a la altura del Espíritu evocado.
4ª) Noticia remitida por el Sr. D... sobre un caso notable de visión y de revelación, sucedido con un labrador, pocos días antes de su muerte.
TRABAJOS DE LA SESIÓN. Comunicaciones espíritas espontáneas – 1ª) Los tres prototipos: Hamlet, Tartufo y Don Juan, comunicación dictada por Gérard de Nerval al Sr. A. Didier. – 2ª) Fantasía, firmada por Alfred de Musset y obtenida por la Sra. de Costel. – 3ª) El juicio, firmada por León X, recibida por la Srta. Eugénie.
Evocación del labrador, del cual hablamos más arriba. Él da algunas explicaciones sobre sus visiones. Una notable particularidad es la ausencia de cualquier ortografía y un lenguaje completamente semejante al de las personas del campo.
Cuestiones diversas dirigidas a san Luis sobre los hechos relacionados a la evocación referida anteriormente.
El Libro de los Médiums
Esta obra, anunciada desde hace tiempo, pero cuya publicación ha sido postergada por su propia importancia, aparecerá entre los días 5 y 10 de enero, en la librería del Sr. Didier y Cía., editores, Quai des Augustins Nº 35 (Muelle de los Agustinos).[1] Dicha obra forma el complemento de El Libro de los Espíritus, conteniendo la parte experimental del Espiritismo, como la primera contiene la parte filosófica.
Hemos buscado en este trabajo, fruto de una amplia experiencia y de laboriosos estudios, esclarecer a todas las cuestiones que se relacionan con la práctica de las manifestaciones. Según los Espíritus, contiene la explicación teórica de los diversos fenómenos y las condiciones en que los mismos pueden producirse; mas sobre todo la parte concerniente al desarrollo y al ejercicio de la mediumnidad ha sido, de nuestra parte, objeto de una atención totalmente especial.
El Espiritismo experimental está rodeado de muchas más dificultades de lo que generalmente se cree, y los escollos que ahí se encuentran son numerosos: es lo que causa tantas decepciones entre los que se ocupan de Él sin tener la experiencia y los conocimientos necesarios. Nuestro objetivo ha sido el de prevenir esos escollos, que no siempre están exentos de inconvenientes para con aquellos que se aventuran imprudentemente sobre ese nuevo terreno. Nosotros no podíamos descuidar un punto tan capital, y lo hemos tratado con el cuidado que se merece por su importancia.
Los inconvenientes casi siempre nacen de la ligereza con la cual es tratada una cuestión tan seria. Los Espíritus, sean cuales fueren, son las almas de los que han vivido, y en medio de los cuales estaremos infaliblemente de un momento para otro. Todas las manifestaciones espíritas –inteligentes o no– tienen, pues, por objeto, ponernos en relación con esas mismas almas; si respetamos sus restos mortales, con más fuerte razón debemos respetar el ser inteligente que sobrevive y que constituye su verdadera individualidad; hacer de las manifestaciones un juego es faltar el respeto que tal vez mañana reclamaremos para nosotros mismos, respeto que jamás se viola impunemente.
El primer momento de curiosidad, originado por esos fenómenos extraños, ya pasó; hoy, que se conoce su causa, evitemos profanarla con chistes inadecuados y esforcémonos por extraer de la misma la enseñanza apropiada para asegurar nuestra felicidad futura. El campo es muy grande y el objetivo bastante importante como para cautivar toda nuestra atención. Hasta hoy, todos nuestros esfuerzos han sido realizados para hacer entrar al Espiritismo en esta senda seria; si esa nueva obra, al volverlo aún mejor conocido, puede contribuir para impedir que lo desvíen de su destino providencial, estaremos ampliamente recompensados por nuestros cuidados y por nuestras vigilias.
No ignoramos que este trabajo suscitará más de una crítica por parte de aquellos a quienes incomoda la severidad de los principios, y por parte de los que, al ver la cuestión desde otro punto de vista, ya nos acusan de querer hacer escuela en el Espiritismo. Si hacer escuela es buscar en esta ciencia un objetivo útil y provechoso para la Humanidad, tendríamos motivos para halagarnos con esa acusación; pero tal escuela no necesita de otro jefe que no sea el buen sentido de las masas y la sabiduría de los Espíritus buenos, que la habrían creado sin nosotros; he aquí por qué nosotros declinamos el honor de haberla fundado, sintiéndonos felices por alistarnos en sus filas y solamente aspirando al modesto título de propagador. Si fuere necesario un nombre, inscribiríamos en su frontispicio: Escuela de Espiritismo moral y filosófico, y para ella invitaríamos a todos aquellos que tienen necesidad de esperanzas y consuelos.
ALLAN KARDEC
[1] También se puede encontrar esta obra en la oficina de redacción de la Revista Espírita, calle Sainte-Anne Nº 59, Pasaje Santa Ana. Un volumen grande in 18º con 500 páginas; París. Precio: 3 francos y 50 centavos; por correo: 4 fr. [Nota de Allan Kardec.]
Esta obra, anunciada desde hace tiempo, pero cuya publicación ha sido postergada por su propia importancia, aparecerá entre los días 5 y 10 de enero, en la librería del Sr. Didier y Cía., editores, Quai des Augustins Nº 35 (Muelle de los Agustinos).[1] Dicha obra forma el complemento de El Libro de los Espíritus, conteniendo la parte experimental del Espiritismo, como la primera contiene la parte filosófica.
Hemos buscado en este trabajo, fruto de una amplia experiencia y de laboriosos estudios, esclarecer a todas las cuestiones que se relacionan con la práctica de las manifestaciones. Según los Espíritus, contiene la explicación teórica de los diversos fenómenos y las condiciones en que los mismos pueden producirse; mas sobre todo la parte concerniente al desarrollo y al ejercicio de la mediumnidad ha sido, de nuestra parte, objeto de una atención totalmente especial.
El Espiritismo experimental está rodeado de muchas más dificultades de lo que generalmente se cree, y los escollos que ahí se encuentran son numerosos: es lo que causa tantas decepciones entre los que se ocupan de Él sin tener la experiencia y los conocimientos necesarios. Nuestro objetivo ha sido el de prevenir esos escollos, que no siempre están exentos de inconvenientes para con aquellos que se aventuran imprudentemente sobre ese nuevo terreno. Nosotros no podíamos descuidar un punto tan capital, y lo hemos tratado con el cuidado que se merece por su importancia.
Los inconvenientes casi siempre nacen de la ligereza con la cual es tratada una cuestión tan seria. Los Espíritus, sean cuales fueren, son las almas de los que han vivido, y en medio de los cuales estaremos infaliblemente de un momento para otro. Todas las manifestaciones espíritas –inteligentes o no– tienen, pues, por objeto, ponernos en relación con esas mismas almas; si respetamos sus restos mortales, con más fuerte razón debemos respetar el ser inteligente que sobrevive y que constituye su verdadera individualidad; hacer de las manifestaciones un juego es faltar el respeto que tal vez mañana reclamaremos para nosotros mismos, respeto que jamás se viola impunemente.
El primer momento de curiosidad, originado por esos fenómenos extraños, ya pasó; hoy, que se conoce su causa, evitemos profanarla con chistes inadecuados y esforcémonos por extraer de la misma la enseñanza apropiada para asegurar nuestra felicidad futura. El campo es muy grande y el objetivo bastante importante como para cautivar toda nuestra atención. Hasta hoy, todos nuestros esfuerzos han sido realizados para hacer entrar al Espiritismo en esta senda seria; si esa nueva obra, al volverlo aún mejor conocido, puede contribuir para impedir que lo desvíen de su destino providencial, estaremos ampliamente recompensados por nuestros cuidados y por nuestras vigilias.
No ignoramos que este trabajo suscitará más de una crítica por parte de aquellos a quienes incomoda la severidad de los principios, y por parte de los que, al ver la cuestión desde otro punto de vista, ya nos acusan de querer hacer escuela en el Espiritismo. Si hacer escuela es buscar en esta ciencia un objetivo útil y provechoso para la Humanidad, tendríamos motivos para halagarnos con esa acusación; pero tal escuela no necesita de otro jefe que no sea el buen sentido de las masas y la sabiduría de los Espíritus buenos, que la habrían creado sin nosotros; he aquí por qué nosotros declinamos el honor de haberla fundado, sintiéndonos felices por alistarnos en sus filas y solamente aspirando al modesto título de propagador. Si fuere necesario un nombre, inscribiríamos en su frontispicio: Escuela de Espiritismo moral y filosófico, y para ella invitaríamos a todos aquellos que tienen necesidad de esperanzas y consuelos.
[1] También se puede encontrar esta obra en la oficina de redacción de la Revista Espírita, calle Sainte-Anne Nº 59, Pasaje Santa Ana. Un volumen grande in 18º con 500 páginas; París. Precio: 3 francos y 50 centavos; por correo: 4 fr. [Nota de Allan Kardec.]
La Bibliographie Catholique contra el Espiritismo
Hasta el presente el Espiritismo no había sido atacado seriamente; cuando ciertos escritores de la prensa diaria, en sus momentos de ocio, se dignaron a ocuparse de Él, ha sido para ponerlo en ridículo. Se trata de llenar un folletín, de hacer un artículo a tanto por línea, no importa sobre qué, desde que se hagan bien las cuentas. ¿Qué asunto será abordado? Trataré de tal cosa, dice el escritor encargado de la sección recreativa del diario. No, eso es muy serio; ¿y de tal otra? Es un tema desgastado. Inventaré una auténtica aventura de la alta sociedad o de la plebe. No me viene nada a la mente en este cuarto de hora, y la crónica escandalosa de la semana está aún por hacer. ¡Ah, tuve una idea! ¡He aquí que encontré el asunto que voy a tratar! Vi en alguna parte el título de un libro que habla de Espíritus, y hay en todo el mundo personas bastante tontas como para tomar esto en serio. ¿Qué son los Espíritus? No sé nada al respecto ni me preocupa; ¡pero qué importa! Eso debe ser divertido. Para comenzar, yo no creo en absoluto en Espíritus, porque nunca los he visto, y aunque los viese tampoco creería, porque eso es imposible; por consiguiente, ningún hombre de buen sentido puede creer en ellos. O esto es lógico o no me conozco. Hablemos pues de los Espíritus, ya que están en el orden del día; tanto este asunto como cualquier otro divertirá a nuestros estimados lectores. El tema es muy sencillo: No hay Espíritus, y no puede ni debe haberlos; entonces, todos los que creen en ellos son locos. Ahora, manos a la obra, que hay que florear sobre este asunto. ¡Oh, mi buen genio! ¡Cómo os agradezco esta inspiración! Tú me has sacado de un gran aprieto, porque no tenía nada que decir acerca del tema; yo necesitaba un artículo para mañana, y no tenía la mínima idea del mismo.
Pero he aquí un hombre serio que dice: Es un error burlarse de esas cosas; esto es más serio de lo que se piensa; no creáis que se trate de una moda pasajera: esta creencia es inherente a la debilidad de la Humanidad, que en todas las épocas ha creído en lo maravilloso, en lo sobrenatural, en lo fantástico. ¿Quién imaginaría que en pleno siglo XIX, en el siglo de las luces y del progreso, después que Voltaire demostró tan bien que solamente la nada nos espera, después que tantos científicos han buscado el alma y no la han encontrado, aún se pueda creer en Espíritus, en las mesas giratorias, en hechiceros, en magos, en el poder de Merlín –el encantador–, en la vara adivinatoria, en la Srta. Lenormand? ¡Oh, Humanidad! ¡Humanidad! ¿Hacia dónde vas, si yo no vengo en tu ayuda para sacarte del lodazal de la superstición? Han querido matar a los Espíritus a través del ridículo, y no lo han conseguido; lejos de eso, el mal contagioso ha hecho incesantes progresos; el escarnio parece producir un recrudecimiento del mismo y, si no se lo detiene, la Humanidad entera será pronto infectada. Puesto que ese medio, habitualmente tan eficaz, ha sido impotente, es tiempo que los científicos interfieran, a fin de terminar con eso de una vez por todas. Las burlas no son razones; hablemos en nombre de la Ciencia; demostremos que en todos los tiempos los hombres han sido imbéciles por creer que había un poder superior a ellos, y que en sí mismos no tenían todo el poder sobre la Naturaleza; probémosles que todo lo que atribuyen a las fuerzas sobrenaturales se explica por las simples leyes de la Fisiología; que la supervivencia del alma y su poder de comunicación con los vivos es una quimera, y que es una locura creer en el futuro. Si después de haber digerido cuatro volúmenes de buenas razones, ellos no se han convencido, sólo nos quedará lamentar el destino de la Humanidad que, en vez de progresar, retrograda a paso largo hacia la barbarie de la Edad Media y camina para su perdición.
Por lo tanto, que el Sr. Figuier no oculte sus verdaderas intenciones, porque su libro, anunciado con tanta pompa y tan adulado por los defensores del materialismo, ha producido un resultado totalmente contrario al que él esperaba.
Pero he aquí que surge un nuevo paladín que pretende aplastar al Espiritismo por otro medio: es el Sr. Georges Gandy, redactor de la Bibliographie Catholique, que lo ataca cuerpo a cuerpo en nombre de la religión amenazada. ¡Cómo! ¡La religión amenazada por aquello que llamáis de utopía! Entonces tenéis muy poca fe en vuestra fuerza; por lo tanto, creéis que es bien vulnerable, porque tenéis miedo que las ideas de algunos soñadores puedan estremecer vuestra base; entonces, consideráis muy temible a este enemigo, ya que lo atacáis con tanta rabia y furia; ¿lograréis mejores resultados que los otros? Lo dudamos, porque la cólera es muy mala consejera. Si consiguiereis asustar a algunas almas timoratas, ¿no teméis en despertar la curiosidad en un número mayor? Juzgad esto por el siguiente hecho. En una ciudad que cuenta con un cierto número de espíritas y con algunos Círculos íntimos donde se ocupan de manifestaciones, un predicador hizo un día un sermón virulento contra lo que él llamaba la obra del diablo, alegando que sólo éste venía hablar en esas reuniones satánicas, cuyos miembros estaban todos notoriamente destinados a la condenación eterna. ¿Qué sucedió? Desde el día siguiente un buen número de oyentes se puso en búsqueda de esas reuniones espíritas, a fin de escuchar hablar a los demonios, curioso para saber qué dirían éstos, porque tanto se ha hablado de ellos que la gente se ha familiarizado con ese nombre que ya no da más miedo. Ahora bien, en esas reuniones han visto a personas honestas, serias, instruidas, orando a Dios, lo que aquellos no hacían desde la primera comunión; personas que creían en el alma, en la inmortalidad, en las penas y recompensas futuras, trabajando para volverse mejores, esforzándose en practicar la moral del Cristo, sin hablar mal de nadie, ni siquiera de los que les proferían anatemas. Entonces, ellos comprendieron que si el diablo enseñaba semejantes cosas, es que él se había convertido; cuando vieron que conversaban con respeto y piedad con sus parientes y con sus amigos fallecidos, los cuales daban consuelos y sabios consejos, no pudieron admitir que esas reuniones fueran sucursales de un aquelarre, porque allí no vieron calderas, ni escobas, ni lechuzas, ni gatos negros, ni cocodrilos, ni libros de magia, ni trípodes, ni varitas mágicas o cualquier otro accesorio de hechicería, ni mismo la anciana de nariz y mentón aguileños. Ellos también quisieron conversar: uno con su madre, otro con un hijo querido y, al reconocerlos, les pareció difícil admitir que esa madre y este hijo fuesen demonios. Felices por tener la prueba de su existencia y la certeza de reencontrarlos en un mundo mejor, se preguntaron con qué objetivo habían querido asustarlos, y eso los hizo tener reflexiones que jamás hubiesen pensado. El resultado de esto ha sido que ellos han gustado más ir hacia donde encontraban consuelos, que hacia donde deseaban asustarlos.
Como se ve, ese predicador tomó un camino falso, y es el caso de decir: Más vale un enemigo que un amigo desatinado. ¿Espera el Sr. Georges Gandy ser más acertado? Nosotros lo citamos textualmente para informar a nuestros lectores sobre las intenciones del mismo:
«En todas las épocas de las grandes pruebas de la Iglesia y de sus próximos triunfos, hubieron contra ella conspiraciones infernales, donde la acción de los demonios era visible y tangible. Nunca la teúrgia y la magia estuvieron más en boga en el seno del paganismo y de la filosofía, que en el momento en que el Cristianismo se expandía por el mundo para subyugarlos. En el siglo XVI, Lutero tuvo coloquios con Satanás, y un aumento de hechicerías y de comunicaciones diabólicas se hizo notar en Europa, cuando la Iglesia operaba la gran reforma católica que iría a triplicar sus fuerzas y cuando un nuevo mundo le abría destinos gloriosos en un inmenso espacio. En el siglo XVIII, en la víspera del día en que el hacha de los verdugos debería dar un nuevo vigor a la Iglesia con la sangre de nuevos mártires, florecía la demonolatría en el cementerio de Saint-Médard, alrededor de las cubetas de Mesmer y de los espejos de Cagliostro. Hoy, en la gran lucha del Catolicismo contra todos los poderes del infierno, la conspiración de Satanás ha venido visiblemente en ayuda al filosofismo; el infierno ha querido dar, en nombre del naturalismo, una consagración a la obra de violencia y de astucia que él continúa promoviendo desde hace cuatro siglos y que se prepara para coronar con una suprema impostura. Ahí está todo el secreto de esa supuesta doctrina espírita, montón de absurdos, de contradicciones, de hipocresía y blasfemias –como iremos a ver–, y que intenta, con la última de las perfidias, glorificar al Cristianismo para rebajarlo, difundirlo para suprimirlo, aparentando respeto por el Divino Salvador, a fin de arrancar de la Tierra todo lo que Él ha fecundado con su sangre, y sustituir su reino inmortal por el despotismo de sus sueños impíos.
«Al abordar el examen de esas extrañas pretensiones, que creemos que aún no han sido lo suficientemente develadas y fustigadas, pedimos a nuestros lectores que consientan en acompañar nuestra jornada, un poco larga a través de ese laberinto diabólico de donde la secta espera salir triunfante, después de haber abolido para siempre el nombre divino ante el cual la vemos arrodillarse. A pesar de sus ridículos, de sus profanaciones indignantes, de sus contradicciones sin fin, el Espiritismo es para nosotros una valiosa enseñanza. Jamás las locuras del infierno habían rendido a nuestra santa religión un homenaje más patente. Nunca Dios lo había condenado con más soberano poder, al confirmar por esos testimonios la palabra del Divino Maestro: Vos ex patre diabolo estis.»
Este comienzo permite juzgar la amenidad de lo restante; aquellos lectores nuestros que quisieren edificarse en esa fuente de caridad evangélica podrán darse el placer leyendo la Bibliographie Catholique, Nº 3 de septiembre de 1860, rue de Sèvres Nº 31. Por lo tanto, lo decimos una vez más: por qué tanta cólera y tanta rabia contra la Doctrina; si Ella es la obra de Satanás –como vos decís–, no puede prevalecer contra la obra de Dios, a menos que supongáis que Dios sea menos poderoso que Satanás, lo que sería algo poco impío. Nosotros dudamos mucho que ese desencadenamiento de injurias, esa fiebre, esa profusión de epítetos de que el Cristo nunca se sirvió contra sus mayores enemigos, para los cuales solicitaba la misericordia de Dios y no su venganza, al decir: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen»; decíamos que dudamos que un lenguaje como aquél sea persuasivo. La verdad es calma y no tiene necesidad de destemplanza, y por esta rabia daríais a entender vuestra propia debilidad. Confesamos que no es muy comprensible esa singular política de Satanás que glorifica al Cristianismo para rebajarlo y que lo difunde para suprimirlo; en nuestra opinión, esto sería bastante desatinado y se asemejaría mucho a un horticultor que, no queriendo batatas, las sembrase en abundancia en su huerta para destruir la especie. Cuando se acusa a los otros de pecar por falta de razonamiento, se debe comenzar en sí mismo a ser lógico.
En verdad no sabemos por qué el Sr. Georges Gandy acusa mortalmente al Espiritismo por el hecho de apoyarse en el Evangelio y en el Cristianismo; ¿qué diría entonces si Él se apoyara en Mahoma? Ciertamente mucho menos, porque es un hecho digno de nota que el Islamismo, el Judaísmo e inclusive el Budismo son objeto de ataques menos virulentos que las sectas disidentes del Cristianismo; con cierta gente, es preciso ser todo o nada. Sobre todo hay un punto que el Sr. Gandy no perdona al Espiritismo: el de haber proclamado esta máxima absoluta: «Fuera de la Iglesia no hay salvación», y admitir que aquel que hace el bien pueda ser salvado de las llamas eternas, sea cual fuere su creencia; evidentemente, una doctrina como ésta solamente podría salir del infierno. Pero sobre todo en el siguiente pasaje, él muestra sus verdaderas intenciones:
«¿Qué quiere el Espiritismo? Es una importación norteamericana, inicialmente protestante, y que ya había perfectamente triunfado –que se nos permita decirlo– sobre todas las plagas de la idolatría y de la herejía: tales son sus títulos en relación al mundo. ¡Sería entonces de las tierras clásicas de la superstición y de las locuras religiosas que vendrían a nosotros la verdad y la sabiduría!»
He aquí ciertamente un gran agravio; si el Espiritismo hubiese nacido en Roma, sería la voz de Dios; como nació en un país protestante, es la voz del diablo. ¿Pero qué diréis cuando os hayamos probado –lo que haremos un día– que Él estaba en la Roma cristiana mucho antes de estar en la América protestante? ¿Qué responderéis al hecho, hoy ya constatado, que hay más espíritas católicos que espíritas protestantes?
El número de las personas que no creen en nada, que dudan de todo, del futuro, del propio Dios, es considerable y crece en una proporción asustadora; ¿será que habréis de reconducirlas con vuestras violencias, con vuestros anatemas, con vuestras amenazas del infierno o con vuestras declamaciones furibundas? No, porque son vuestras propias violencias que las alejan. ¿Serán culpables por haber tomado en serio la caridad y la mansedumbre del Cristo, y la bondad infinita de Dios? Ahora bien, cuando ellas escuchan que los que pretenden hablar en nombre de los mismos, vomitan amenazas e injurias, se ponen a dudar del Cristo, de Dios, en fin, de todo. El Espiritismo les transmite palabras de paz y de esperanza, y como la duda los abruma y tienen necesidad de consuelos se arrojan a los brazos del Espiritismo, porque prefieren aquello que sonríe a lo que da miedo; entonces creen en Dios, en la misión del Cristo y en su divina moral. En una palabra, de incrédulos e indiferentes, se vuelven creyentes; ha sido esto que recientemente ha llevado a un respetable sacerdote a responder a uno de sus penitentes que le preguntaba sobre el Espiritismo: «Nada sucede sin el permiso de Dios; ahora bien, Dios permite esas cosas para reavivar la fe que se extingue». Si él hubiese usado otro lenguaje, quizá la habría apagado para siempre. Queréis a toda costa que el Espiritismo sea una secta, cuando Él no aspira sino al título de ciencia moral y filosófica, respetando a todas las creencias sinceras; por lo tanto, ¿por qué dar la idea de una separación a los que no piensan en eso? Si rechazáis a los que Él reconduce a la creencia en Dios, si sólo les ofrecéis el infierno como perspectiva, seréis responsables por una escisión que vos mismo habréis provocado.
Un día nos decía san Luis: «Se han burlado de las mesas giratorias, pero jamás se burlarán de la filosofía, de la sabiduría y de la caridad que brillan en las comunicaciones serias». Él se ha engañado, porque no contaba con el Sr. Georges Gandy. A menudo los escritores se han divertido a costa de los Espíritus y de sus manifestaciones, sin pensar que un día ellos mismos podrían ser el blanco de las burlas de sus sucesores; pero ellos siempre han respetado la parte moral de la ciencia; estaba reservado a un escritor católico –lo que lamentamos sinceramente– ridiculizar las máximas admitidas por el más elemental buen sentido. Él cita un gran número de pasajes de El Libro de los Espíritus; nosotros nos remitiremos solamente a algunos, que darán una idea de su apreciación. “–Dios prefiere a los que lo adoran desde el fondo del corazón, y no a los que lo adoran exteriormente”. El texto de El Libro de los Espíritus dice: «Dios prefiere a los que lo adoran desde el fondo del corazón, con sinceridad, haciendo el bien y evitando el mal, y no a los que creen honrarlo con ceremonias que no los hacen mejores para con sus semejantes». El Sr. Gandy admite lo inverso; pero como hombre de buena fe debería haber citado textualmente el pasaje, y no truncarlo de modo a desnaturalizarle el sentido.
“–Toda destrucción de animales que rebase los límites de la necesidad es una violación de la ley de Dios”; lo que quiere decir que el principio moral que rige los goces se aplica igualmente al ejercicio de la caza y de la matanza.
Precisamente; pero parece que el Sr. Gandy es cazador y piensa que Dios hizo la caza, no para alimento del hombre, sino para darle el placer de promover una matanza de animales inofensivos, sin necesidad.
“–Los goces tienen límites trazados por la naturaleza: el límite de lo necesario; por los excesos, se llega a la saciedad”. Es la moral del virtuoso Horacio, uno de los padres del Espiritismo.
Puesto que el autor critica esta máxima, parece que él no admite límites a los goces, lo que es muy poco religioso.
“–La propiedad, para ser legítima, debe ser adquirida sin perjuicio de la ley de amor y de justicia”; así, aquel que posee sin cumplir los deberes de caridad que ordena la conciencia o la razón individual, es un usurpador del bien ajeno; espiríticamente estamos en pleno socialismo.
El texto dice: «Sólo es legítima la propiedad que ha sido adquirida sin perjuicio para el prójimo. Puesto que la ley de amor y de justicia nos prohíbe que hagamos al prójimo lo que no querríamos que se nos haga, condena por eso mismo todo medio de adquirir que sea contrario a dicha ley». No se encuentra la frase: que ordena la razón individual; es un pérfido agregado. No pensamos que se pueda poseer con toda tranquilidad de conciencia a expensas de la justicia; el Sr. Gandy debería decirnos en qué casos la expoliación es legítima. Felizmente los tribunales no comparten su opinión.
“–La indulgencia aguarda, fuera de esta vida, al suicida que está a merced de la necesidad, que quiso impedir que la vergüenza recayera sobre sus hijos o sobre su familia. Además, san Luis –de cuyas funciones espíritas hablaremos más tarde– se digna revelarnos que hay excusa para los suicidios por motivos amorosos. En cuanto a las penas del suicidio, ellas no son fijas; lo que es seguro es que el suicida no escapa a la contrariedad. En otros términos, él cae en una celada, como se dice vulgarmente en este mundo”.
Este pasaje ha sido enteramente desvirtuado por las necesidades de la crítica del Sr. Gandy; sería necesario que citemos siete páginas para restablecer su texto. Con semejante sistema sería fácil poner en ridículo las páginas más bellas de nuestros mejores escritores. Parece que el Sr. Gandy no admite gradación, ni en las faltas ni en las penalidades del Más Allá. Nosotros creemos en un Dios más justo, y deseamos que el Sr. Gandy nunca tenga que solicitar en su favor el beneficio de las circunstancias atenuantes.
“–La pena de muerte y la esclavitud han sido, son y serán contrarias a la ley de la Naturaleza. El hombre y la mujer, al ser iguales ante Dios, deben ser iguales ante los hombres”. ¿Habrá sido el alma errante de algún sansimoniano asustado, en busca de la mujer libre, que ha ofrecido al Espiritismo esa revelación espirituosa?
Entonces, la pena de muerte, la esclavitud y la sumisión de la mujer, que la civilización tiende a abolir, ¿son instituciones que el Espiritismo no tiene derecho a condenar? ¡Oh, tiempos felices de la Edad Media, por qué habéis pasado definitivamente! ¿Dónde estáis, oh, hogueras, que nos habríais librado de los espíritas?
Citemos uno de los últimos pasajes, de los más benignos:
«El Espiritismo no puede negar esa mezcla de contradicciones, absurdos y locuras, que no pertenecen a ninguna filosofía ni a ninguna lengua. Si Dios permite esas manifestaciones impías, es porque deja a los demonios –como nos lo enseña la Iglesia– el poder de engañar a aquellos que los llaman, violando su ley.»
Entonces el demonio se destruye a sí mismo, porque, sin quererlo, nos hace amar a Dios.
“–En cuanto a la verdad, la Iglesia nos la da a conocer; ella nos dice con las Sagradas Escrituras que el ángel de las tinieblas se transforma en ángel de luz, y que sería necesario rechazar hasta el testimonio de un arcángel si fuese contrario a la doctrina del Cristo, de cuya infalible autoridad es depositaria. Además, ella tiene medios seguros y evidentes para distinguir las ilusiones diabólicas de las manifestaciones divinas.”
Es una gran verdad que sería necesario rechazar hasta el testimonio de un arcángel si fuese contrario a la doctrina del Cristo. Ahora bien, ¿qué dice esta doctrina que el Cristo predicó con la palabra y el ejemplo?
«Bienaventurados los que son misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
«Bienaventurados los que son pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
«Pero yo os digo que todo aquel que se encolerice contra su hermano, merecerá ser condenado ante el tribunal; que aquel que llame a su hermano Racca, merecerá ser condenado ante el concejo; y el que le diga Estás loco, merecerá ser condenado al fuego del Infierno.
«Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos; haced el bien a los que os odian, y orad por los que os persiguen y calumnian, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los Cielos, que hace que salga el sol sobre los malos y los buenos, y que llueva sobre los justos y los injustos. Porque, si sólo amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos?
«Vosotros, pues, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.» «Tratad a todos los hombres de la misma manera que quisierais que ellos os tratasen.»
Por lo tanto, la caridad es el principio fundamental de la doctrina del Cristo. De esto deducimos que toda palabra y toda acción contrarias a la caridad no pueden ser, como decís con propiedad, sino inspiradas por Satanás, aun cuando éste revistiese la forma de un arcángel; es por esta razón que el Espiritismo dice: Fuera de la Caridad no hay salvación.
Sobre el mismo asunto remitimos al lector a nuestras respuestas al diario L’Univers, que se encuentran en los números de la Revista Espírita de mayo y de julio de 1859, y a la Gazette de Lyon, en la Revista de octubre de 1860. También recomendamos a nuestros lectores, como refutación al Sr. Gandy, la Carta de un católico sobre el Espiritismo, por el Dr. Grand. Si el autor de este opúsculo [1] está condenado al infierno, habrá también muchos otros, y allí veríamos –¡qué cosa extraña!– a los que predican la caridad para con todos, mientras el cielo estaría reservado a los que profieren anatemas y maldiciones. Sería un singular error sobre el sentido de las palabras del Cristo.
La falta de espacio nos obliga a posponer para el próximo número, algunas palabras nuestras en respuesta al Sr. Deschanel, del Journal des Débats.
[1] Opúsculo grande in 18º; precio: 1 franco, y por correo: 1 fr. 15 centavos. Se lo encuentra en la oficina de redacción de la Revista Espírita y con el librero-editor Ledoyen, en el Palais-Royal. [Nota de Allan Kardec.]
Hasta el presente el Espiritismo no había sido atacado seriamente; cuando ciertos escritores de la prensa diaria, en sus momentos de ocio, se dignaron a ocuparse de Él, ha sido para ponerlo en ridículo. Se trata de llenar un folletín, de hacer un artículo a tanto por línea, no importa sobre qué, desde que se hagan bien las cuentas. ¿Qué asunto será abordado? Trataré de tal cosa, dice el escritor encargado de la sección recreativa del diario. No, eso es muy serio; ¿y de tal otra? Es un tema desgastado. Inventaré una auténtica aventura de la alta sociedad o de la plebe. No me viene nada a la mente en este cuarto de hora, y la crónica escandalosa de la semana está aún por hacer. ¡Ah, tuve una idea! ¡He aquí que encontré el asunto que voy a tratar! Vi en alguna parte el título de un libro que habla de Espíritus, y hay en todo el mundo personas bastante tontas como para tomar esto en serio. ¿Qué son los Espíritus? No sé nada al respecto ni me preocupa; ¡pero qué importa! Eso debe ser divertido. Para comenzar, yo no creo en absoluto en Espíritus, porque nunca los he visto, y aunque los viese tampoco creería, porque eso es imposible; por consiguiente, ningún hombre de buen sentido puede creer en ellos. O esto es lógico o no me conozco. Hablemos pues de los Espíritus, ya que están en el orden del día; tanto este asunto como cualquier otro divertirá a nuestros estimados lectores. El tema es muy sencillo: No hay Espíritus, y no puede ni debe haberlos; entonces, todos los que creen en ellos son locos. Ahora, manos a la obra, que hay que florear sobre este asunto. ¡Oh, mi buen genio! ¡Cómo os agradezco esta inspiración! Tú me has sacado de un gran aprieto, porque no tenía nada que decir acerca del tema; yo necesitaba un artículo para mañana, y no tenía la mínima idea del mismo.
Pero he aquí un hombre serio que dice: Es un error burlarse de esas cosas; esto es más serio de lo que se piensa; no creáis que se trate de una moda pasajera: esta creencia es inherente a la debilidad de la Humanidad, que en todas las épocas ha creído en lo maravilloso, en lo sobrenatural, en lo fantástico. ¿Quién imaginaría que en pleno siglo XIX, en el siglo de las luces y del progreso, después que Voltaire demostró tan bien que solamente la nada nos espera, después que tantos científicos han buscado el alma y no la han encontrado, aún se pueda creer en Espíritus, en las mesas giratorias, en hechiceros, en magos, en el poder de Merlín –el encantador–, en la vara adivinatoria, en la Srta. Lenormand? ¡Oh, Humanidad! ¡Humanidad! ¿Hacia dónde vas, si yo no vengo en tu ayuda para sacarte del lodazal de la superstición? Han querido matar a los Espíritus a través del ridículo, y no lo han conseguido; lejos de eso, el mal contagioso ha hecho incesantes progresos; el escarnio parece producir un recrudecimiento del mismo y, si no se lo detiene, la Humanidad entera será pronto infectada. Puesto que ese medio, habitualmente tan eficaz, ha sido impotente, es tiempo que los científicos interfieran, a fin de terminar con eso de una vez por todas. Las burlas no son razones; hablemos en nombre de la Ciencia; demostremos que en todos los tiempos los hombres han sido imbéciles por creer que había un poder superior a ellos, y que en sí mismos no tenían todo el poder sobre la Naturaleza; probémosles que todo lo que atribuyen a las fuerzas sobrenaturales se explica por las simples leyes de la Fisiología; que la supervivencia del alma y su poder de comunicación con los vivos es una quimera, y que es una locura creer en el futuro. Si después de haber digerido cuatro volúmenes de buenas razones, ellos no se han convencido, sólo nos quedará lamentar el destino de la Humanidad que, en vez de progresar, retrograda a paso largo hacia la barbarie de la Edad Media y camina para su perdición.
Por lo tanto, que el Sr. Figuier no oculte sus verdaderas intenciones, porque su libro, anunciado con tanta pompa y tan adulado por los defensores del materialismo, ha producido un resultado totalmente contrario al que él esperaba.
Pero he aquí que surge un nuevo paladín que pretende aplastar al Espiritismo por otro medio: es el Sr. Georges Gandy, redactor de la Bibliographie Catholique, que lo ataca cuerpo a cuerpo en nombre de la religión amenazada. ¡Cómo! ¡La religión amenazada por aquello que llamáis de utopía! Entonces tenéis muy poca fe en vuestra fuerza; por lo tanto, creéis que es bien vulnerable, porque tenéis miedo que las ideas de algunos soñadores puedan estremecer vuestra base; entonces, consideráis muy temible a este enemigo, ya que lo atacáis con tanta rabia y furia; ¿lograréis mejores resultados que los otros? Lo dudamos, porque la cólera es muy mala consejera. Si consiguiereis asustar a algunas almas timoratas, ¿no teméis en despertar la curiosidad en un número mayor? Juzgad esto por el siguiente hecho. En una ciudad que cuenta con un cierto número de espíritas y con algunos Círculos íntimos donde se ocupan de manifestaciones, un predicador hizo un día un sermón virulento contra lo que él llamaba la obra del diablo, alegando que sólo éste venía hablar en esas reuniones satánicas, cuyos miembros estaban todos notoriamente destinados a la condenación eterna. ¿Qué sucedió? Desde el día siguiente un buen número de oyentes se puso en búsqueda de esas reuniones espíritas, a fin de escuchar hablar a los demonios, curioso para saber qué dirían éstos, porque tanto se ha hablado de ellos que la gente se ha familiarizado con ese nombre que ya no da más miedo. Ahora bien, en esas reuniones han visto a personas honestas, serias, instruidas, orando a Dios, lo que aquellos no hacían desde la primera comunión; personas que creían en el alma, en la inmortalidad, en las penas y recompensas futuras, trabajando para volverse mejores, esforzándose en practicar la moral del Cristo, sin hablar mal de nadie, ni siquiera de los que les proferían anatemas. Entonces, ellos comprendieron que si el diablo enseñaba semejantes cosas, es que él se había convertido; cuando vieron que conversaban con respeto y piedad con sus parientes y con sus amigos fallecidos, los cuales daban consuelos y sabios consejos, no pudieron admitir que esas reuniones fueran sucursales de un aquelarre, porque allí no vieron calderas, ni escobas, ni lechuzas, ni gatos negros, ni cocodrilos, ni libros de magia, ni trípodes, ni varitas mágicas o cualquier otro accesorio de hechicería, ni mismo la anciana de nariz y mentón aguileños. Ellos también quisieron conversar: uno con su madre, otro con un hijo querido y, al reconocerlos, les pareció difícil admitir que esa madre y este hijo fuesen demonios. Felices por tener la prueba de su existencia y la certeza de reencontrarlos en un mundo mejor, se preguntaron con qué objetivo habían querido asustarlos, y eso los hizo tener reflexiones que jamás hubiesen pensado. El resultado de esto ha sido que ellos han gustado más ir hacia donde encontraban consuelos, que hacia donde deseaban asustarlos.
Como se ve, ese predicador tomó un camino falso, y es el caso de decir: Más vale un enemigo que un amigo desatinado. ¿Espera el Sr. Georges Gandy ser más acertado? Nosotros lo citamos textualmente para informar a nuestros lectores sobre las intenciones del mismo:
«En todas las épocas de las grandes pruebas de la Iglesia y de sus próximos triunfos, hubieron contra ella conspiraciones infernales, donde la acción de los demonios era visible y tangible. Nunca la teúrgia y la magia estuvieron más en boga en el seno del paganismo y de la filosofía, que en el momento en que el Cristianismo se expandía por el mundo para subyugarlos. En el siglo XVI, Lutero tuvo coloquios con Satanás, y un aumento de hechicerías y de comunicaciones diabólicas se hizo notar en Europa, cuando la Iglesia operaba la gran reforma católica que iría a triplicar sus fuerzas y cuando un nuevo mundo le abría destinos gloriosos en un inmenso espacio. En el siglo XVIII, en la víspera del día en que el hacha de los verdugos debería dar un nuevo vigor a la Iglesia con la sangre de nuevos mártires, florecía la demonolatría en el cementerio de Saint-Médard, alrededor de las cubetas de Mesmer y de los espejos de Cagliostro. Hoy, en la gran lucha del Catolicismo contra todos los poderes del infierno, la conspiración de Satanás ha venido visiblemente en ayuda al filosofismo; el infierno ha querido dar, en nombre del naturalismo, una consagración a la obra de violencia y de astucia que él continúa promoviendo desde hace cuatro siglos y que se prepara para coronar con una suprema impostura. Ahí está todo el secreto de esa supuesta doctrina espírita, montón de absurdos, de contradicciones, de hipocresía y blasfemias –como iremos a ver–, y que intenta, con la última de las perfidias, glorificar al Cristianismo para rebajarlo, difundirlo para suprimirlo, aparentando respeto por el Divino Salvador, a fin de arrancar de la Tierra todo lo que Él ha fecundado con su sangre, y sustituir su reino inmortal por el despotismo de sus sueños impíos.
«Al abordar el examen de esas extrañas pretensiones, que creemos que aún no han sido lo suficientemente develadas y fustigadas, pedimos a nuestros lectores que consientan en acompañar nuestra jornada, un poco larga a través de ese laberinto diabólico de donde la secta espera salir triunfante, después de haber abolido para siempre el nombre divino ante el cual la vemos arrodillarse. A pesar de sus ridículos, de sus profanaciones indignantes, de sus contradicciones sin fin, el Espiritismo es para nosotros una valiosa enseñanza. Jamás las locuras del infierno habían rendido a nuestra santa religión un homenaje más patente. Nunca Dios lo había condenado con más soberano poder, al confirmar por esos testimonios la palabra del Divino Maestro: Vos ex patre diabolo estis.»
Este comienzo permite juzgar la amenidad de lo restante; aquellos lectores nuestros que quisieren edificarse en esa fuente de caridad evangélica podrán darse el placer leyendo la Bibliographie Catholique, Nº 3 de septiembre de 1860, rue de Sèvres Nº 31. Por lo tanto, lo decimos una vez más: por qué tanta cólera y tanta rabia contra la Doctrina; si Ella es la obra de Satanás –como vos decís–, no puede prevalecer contra la obra de Dios, a menos que supongáis que Dios sea menos poderoso que Satanás, lo que sería algo poco impío. Nosotros dudamos mucho que ese desencadenamiento de injurias, esa fiebre, esa profusión de epítetos de que el Cristo nunca se sirvió contra sus mayores enemigos, para los cuales solicitaba la misericordia de Dios y no su venganza, al decir: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen»; decíamos que dudamos que un lenguaje como aquél sea persuasivo. La verdad es calma y no tiene necesidad de destemplanza, y por esta rabia daríais a entender vuestra propia debilidad. Confesamos que no es muy comprensible esa singular política de Satanás que glorifica al Cristianismo para rebajarlo y que lo difunde para suprimirlo; en nuestra opinión, esto sería bastante desatinado y se asemejaría mucho a un horticultor que, no queriendo batatas, las sembrase en abundancia en su huerta para destruir la especie. Cuando se acusa a los otros de pecar por falta de razonamiento, se debe comenzar en sí mismo a ser lógico.
En verdad no sabemos por qué el Sr. Georges Gandy acusa mortalmente al Espiritismo por el hecho de apoyarse en el Evangelio y en el Cristianismo; ¿qué diría entonces si Él se apoyara en Mahoma? Ciertamente mucho menos, porque es un hecho digno de nota que el Islamismo, el Judaísmo e inclusive el Budismo son objeto de ataques menos virulentos que las sectas disidentes del Cristianismo; con cierta gente, es preciso ser todo o nada. Sobre todo hay un punto que el Sr. Gandy no perdona al Espiritismo: el de haber proclamado esta máxima absoluta: «Fuera de la Iglesia no hay salvación», y admitir que aquel que hace el bien pueda ser salvado de las llamas eternas, sea cual fuere su creencia; evidentemente, una doctrina como ésta solamente podría salir del infierno. Pero sobre todo en el siguiente pasaje, él muestra sus verdaderas intenciones:
«¿Qué quiere el Espiritismo? Es una importación norteamericana, inicialmente protestante, y que ya había perfectamente triunfado –que se nos permita decirlo– sobre todas las plagas de la idolatría y de la herejía: tales son sus títulos en relación al mundo. ¡Sería entonces de las tierras clásicas de la superstición y de las locuras religiosas que vendrían a nosotros la verdad y la sabiduría!»
He aquí ciertamente un gran agravio; si el Espiritismo hubiese nacido en Roma, sería la voz de Dios; como nació en un país protestante, es la voz del diablo. ¿Pero qué diréis cuando os hayamos probado –lo que haremos un día– que Él estaba en la Roma cristiana mucho antes de estar en la América protestante? ¿Qué responderéis al hecho, hoy ya constatado, que hay más espíritas católicos que espíritas protestantes?
El número de las personas que no creen en nada, que dudan de todo, del futuro, del propio Dios, es considerable y crece en una proporción asustadora; ¿será que habréis de reconducirlas con vuestras violencias, con vuestros anatemas, con vuestras amenazas del infierno o con vuestras declamaciones furibundas? No, porque son vuestras propias violencias que las alejan. ¿Serán culpables por haber tomado en serio la caridad y la mansedumbre del Cristo, y la bondad infinita de Dios? Ahora bien, cuando ellas escuchan que los que pretenden hablar en nombre de los mismos, vomitan amenazas e injurias, se ponen a dudar del Cristo, de Dios, en fin, de todo. El Espiritismo les transmite palabras de paz y de esperanza, y como la duda los abruma y tienen necesidad de consuelos se arrojan a los brazos del Espiritismo, porque prefieren aquello que sonríe a lo que da miedo; entonces creen en Dios, en la misión del Cristo y en su divina moral. En una palabra, de incrédulos e indiferentes, se vuelven creyentes; ha sido esto que recientemente ha llevado a un respetable sacerdote a responder a uno de sus penitentes que le preguntaba sobre el Espiritismo: «Nada sucede sin el permiso de Dios; ahora bien, Dios permite esas cosas para reavivar la fe que se extingue». Si él hubiese usado otro lenguaje, quizá la habría apagado para siempre. Queréis a toda costa que el Espiritismo sea una secta, cuando Él no aspira sino al título de ciencia moral y filosófica, respetando a todas las creencias sinceras; por lo tanto, ¿por qué dar la idea de una separación a los que no piensan en eso? Si rechazáis a los que Él reconduce a la creencia en Dios, si sólo les ofrecéis el infierno como perspectiva, seréis responsables por una escisión que vos mismo habréis provocado.
Un día nos decía san Luis: «Se han burlado de las mesas giratorias, pero jamás se burlarán de la filosofía, de la sabiduría y de la caridad que brillan en las comunicaciones serias». Él se ha engañado, porque no contaba con el Sr. Georges Gandy. A menudo los escritores se han divertido a costa de los Espíritus y de sus manifestaciones, sin pensar que un día ellos mismos podrían ser el blanco de las burlas de sus sucesores; pero ellos siempre han respetado la parte moral de la ciencia; estaba reservado a un escritor católico –lo que lamentamos sinceramente– ridiculizar las máximas admitidas por el más elemental buen sentido. Él cita un gran número de pasajes de El Libro de los Espíritus; nosotros nos remitiremos solamente a algunos, que darán una idea de su apreciación. “–Dios prefiere a los que lo adoran desde el fondo del corazón, y no a los que lo adoran exteriormente”. El texto de El Libro de los Espíritus dice: «Dios prefiere a los que lo adoran desde el fondo del corazón, con sinceridad, haciendo el bien y evitando el mal, y no a los que creen honrarlo con ceremonias que no los hacen mejores para con sus semejantes». El Sr. Gandy admite lo inverso; pero como hombre de buena fe debería haber citado textualmente el pasaje, y no truncarlo de modo a desnaturalizarle el sentido.
“–Toda destrucción de animales que rebase los límites de la necesidad es una violación de la ley de Dios”; lo que quiere decir que el principio moral que rige los goces se aplica igualmente al ejercicio de la caza y de la matanza.
Precisamente; pero parece que el Sr. Gandy es cazador y piensa que Dios hizo la caza, no para alimento del hombre, sino para darle el placer de promover una matanza de animales inofensivos, sin necesidad.
“–Los goces tienen límites trazados por la naturaleza: el límite de lo necesario; por los excesos, se llega a la saciedad”. Es la moral del virtuoso Horacio, uno de los padres del Espiritismo.
Puesto que el autor critica esta máxima, parece que él no admite límites a los goces, lo que es muy poco religioso.
“–La propiedad, para ser legítima, debe ser adquirida sin perjuicio de la ley de amor y de justicia”; así, aquel que posee sin cumplir los deberes de caridad que ordena la conciencia o la razón individual, es un usurpador del bien ajeno; espiríticamente estamos en pleno socialismo.
El texto dice: «Sólo es legítima la propiedad que ha sido adquirida sin perjuicio para el prójimo. Puesto que la ley de amor y de justicia nos prohíbe que hagamos al prójimo lo que no querríamos que se nos haga, condena por eso mismo todo medio de adquirir que sea contrario a dicha ley». No se encuentra la frase: que ordena la razón individual; es un pérfido agregado. No pensamos que se pueda poseer con toda tranquilidad de conciencia a expensas de la justicia; el Sr. Gandy debería decirnos en qué casos la expoliación es legítima. Felizmente los tribunales no comparten su opinión.
“–La indulgencia aguarda, fuera de esta vida, al suicida que está a merced de la necesidad, que quiso impedir que la vergüenza recayera sobre sus hijos o sobre su familia. Además, san Luis –de cuyas funciones espíritas hablaremos más tarde– se digna revelarnos que hay excusa para los suicidios por motivos amorosos. En cuanto a las penas del suicidio, ellas no son fijas; lo que es seguro es que el suicida no escapa a la contrariedad. En otros términos, él cae en una celada, como se dice vulgarmente en este mundo”.
Este pasaje ha sido enteramente desvirtuado por las necesidades de la crítica del Sr. Gandy; sería necesario que citemos siete páginas para restablecer su texto. Con semejante sistema sería fácil poner en ridículo las páginas más bellas de nuestros mejores escritores. Parece que el Sr. Gandy no admite gradación, ni en las faltas ni en las penalidades del Más Allá. Nosotros creemos en un Dios más justo, y deseamos que el Sr. Gandy nunca tenga que solicitar en su favor el beneficio de las circunstancias atenuantes.
“–La pena de muerte y la esclavitud han sido, son y serán contrarias a la ley de la Naturaleza. El hombre y la mujer, al ser iguales ante Dios, deben ser iguales ante los hombres”. ¿Habrá sido el alma errante de algún sansimoniano asustado, en busca de la mujer libre, que ha ofrecido al Espiritismo esa revelación espirituosa?
Entonces, la pena de muerte, la esclavitud y la sumisión de la mujer, que la civilización tiende a abolir, ¿son instituciones que el Espiritismo no tiene derecho a condenar? ¡Oh, tiempos felices de la Edad Media, por qué habéis pasado definitivamente! ¿Dónde estáis, oh, hogueras, que nos habríais librado de los espíritas?
Citemos uno de los últimos pasajes, de los más benignos:
«El Espiritismo no puede negar esa mezcla de contradicciones, absurdos y locuras, que no pertenecen a ninguna filosofía ni a ninguna lengua. Si Dios permite esas manifestaciones impías, es porque deja a los demonios –como nos lo enseña la Iglesia– el poder de engañar a aquellos que los llaman, violando su ley.»
Entonces el demonio se destruye a sí mismo, porque, sin quererlo, nos hace amar a Dios.
“–En cuanto a la verdad, la Iglesia nos la da a conocer; ella nos dice con las Sagradas Escrituras que el ángel de las tinieblas se transforma en ángel de luz, y que sería necesario rechazar hasta el testimonio de un arcángel si fuese contrario a la doctrina del Cristo, de cuya infalible autoridad es depositaria. Además, ella tiene medios seguros y evidentes para distinguir las ilusiones diabólicas de las manifestaciones divinas.”
Es una gran verdad que sería necesario rechazar hasta el testimonio de un arcángel si fuese contrario a la doctrina del Cristo. Ahora bien, ¿qué dice esta doctrina que el Cristo predicó con la palabra y el ejemplo?
«Bienaventurados los que son misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
«Bienaventurados los que son pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
«Pero yo os digo que todo aquel que se encolerice contra su hermano, merecerá ser condenado ante el tribunal; que aquel que llame a su hermano Racca, merecerá ser condenado ante el concejo; y el que le diga Estás loco, merecerá ser condenado al fuego del Infierno.
«Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos; haced el bien a los que os odian, y orad por los que os persiguen y calumnian, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los Cielos, que hace que salga el sol sobre los malos y los buenos, y que llueva sobre los justos y los injustos. Porque, si sólo amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos?
«Vosotros, pues, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.» «Tratad a todos los hombres de la misma manera que quisierais que ellos os tratasen.»
Por lo tanto, la caridad es el principio fundamental de la doctrina del Cristo. De esto deducimos que toda palabra y toda acción contrarias a la caridad no pueden ser, como decís con propiedad, sino inspiradas por Satanás, aun cuando éste revistiese la forma de un arcángel; es por esta razón que el Espiritismo dice: Fuera de la Caridad no hay salvación.
Sobre el mismo asunto remitimos al lector a nuestras respuestas al diario L’Univers, que se encuentran en los números de la Revista Espírita de mayo y de julio de 1859, y a la Gazette de Lyon, en la Revista de octubre de 1860. También recomendamos a nuestros lectores, como refutación al Sr. Gandy, la Carta de un católico sobre el Espiritismo, por el Dr. Grand. Si el autor de este opúsculo [1] está condenado al infierno, habrá también muchos otros, y allí veríamos –¡qué cosa extraña!– a los que predican la caridad para con todos, mientras el cielo estaría reservado a los que profieren anatemas y maldiciones. Sería un singular error sobre el sentido de las palabras del Cristo.
La falta de espacio nos obliga a posponer para el próximo número, algunas palabras nuestras en respuesta al Sr. Deschanel, del Journal des Débats.
[1] Opúsculo grande in 18º; precio: 1 franco, y por correo: 1 fr. 15 centavos. Se lo encuentra en la oficina de redacción de la Revista Espírita y con el librero-editor Ledoyen, en el Palais-Royal. [Nota de Allan Kardec.]
Carta sobre la incredulidad (Primera parte)
Uno de nuestros colegas, el Sr. Canu, muy imbuido en otros tiempos de los principios materialistas, y que el Espiritismo llevó a una apreciación más saludable de las cosas, se recriminaba por haberse hecho el propagador de doctrinas que ahora él considera como subversivas del orden social. Con la intención de reparar lo que considera con razón una falta, y para esclarecer a aquellos a quienes había desviado, escribió a uno de sus amigos una carta sobre la cual consintió en solicitar nuestra opinión. La carta nos pareció que respondía tan bien al objetivo que él se proponía, que le hemos pedido permiso para publicarla, lo que ciertamente agradará a nuestros lectores. En lugar de abordar directamente la cuestión del Espiritismo, lo que habría sido rechazado por las personas que no admiten que el alma es su base; en lugar de ostentar delante de sus ojos, sobre todo, los extraños fenómenos que ellas habrían negado o atribuido a causas vulgares, él se remonta a los orígenes. Con razón busca tornarlas espiritualistas antes que espíritas; por un encadenamiento de ideas perfectamente lógico, llega a la idea espírita como consecuencia. Evidentemente, este es el camino más racional. La extensión de esta carta nos obliga a dividir su publicación.
París, 10 de noviembre de 1860.
Querido amigo,
Deseas una larga carta sobre Espiritismo; trataré de satisfacerte de la mejor manera posible, mientras espero el envío de una obra importante sobre la materia, que debe aparecer a fin de año.
Seré obligado a comenzar por algunas consideraciones generales, que serán necesarias para remontar al origen del hombre; esto extenderá un poco mi carta, pero es indispensable para la comprensión del asunto.
¡Todo pasa! –se dice generalmente. Sí, todo pasa; pero en general también se da a esta expresión un significado bien diferente al que le es propio. Todo pasa, pero nada se acaba, a no ser la forma. Todo pasa, en el sentido de que todo marcha y sigue su curso, pero no un curso ciego y sin objetivo, aunque nunca deba acabar.
El movimiento es la gran ley del Universo, ya sea en el orden moral como en el orden físico, y el objetivo del movimiento es el progreso para mejor. Es un trabajo activo, incesante y universal; es lo que nosotros llamamos el progreso.
Todo está sometido a esta ley, excepto Dios. Dios es su autor; la criatura es el instrumento y el objeto de la misma. La Creación se compone de dos naturalezas distintas: la naturaleza material y la naturaleza intelectual; ésta es el instrumento activo; la otra es el instrumento pasivo.
Estos dos instrumentos son el complemento uno del otro, es decir, que uno sin el otro serían de un empleo completamente nulo. Sin la naturaleza intelectual –el espíritu inteligente y activo–, la naturaleza material, es decir, la materia sin inteligencia e inerte, sería absolutamente inútil, pues nada podría por sí misma. Sin la materia inerte, el espíritu inteligente no tendría instrumento para manifestarse.
Incluso el instrumento más perfecto sería como si no existiese, de no haber alguien que se sirviera del mismo.
El obrero más hábil y el científico del orden más elevado serían tan impotentes como el más completo idiota, si no tuviesen instrumentos para desarrollar su ciencia y manifestarla.
He aquí el momento y el lugar de hacer notar que el instrumento material no consiste solamente en el cepillo del carpintero, en el cincel del escultor, en la paleta del pintor, en el bisturí del cirujano, en el compás o en el telescopio del astrónomo; consiste también en la mano, en la lengua, en los ojos, en el cerebro, en una palabra, en la reunión de todos los órganos materiales necesarios para la manifestación del pensamiento, lo que naturalmente implica la denominación de instrumento pasivo a la propia materia sobre la cual la inteligencia opera por medio del instrumento propiamente dicho. Es así que una mesa, una casa, un cuadro –considerados en los elementos que los componen– no son menos instrumentos que la sierra, el cepillo, la escuadra, la cuchara de albañil, el pincel que los han producido, y que la mano y los ojos que los han dirigido; en fin, que el cerebro que ha presidido esa dirección. Ahora bien, todo esto, inclusive el cerebro, ha sido el instrumento complejo del cual se ha servido la inteligencia para manifestar su pensamiento, su voluntad, que era la de producir una forma, y esta forma era una mesa, una casa o un cuadro, etc.
La materia, inerte por naturaleza y sin forma en su esencia, sólo adquiere propiedades útiles por la forma que se le imprime, lo que llevó a un célebre fisiólogo a decir que la forma era más necesaria que la materia, proposición quizá un poco paradójica, pero que prueba la superioridad del papel que desempeña la forma en las modificaciones de la materia. Es de acuerdo con esta ley que el propio Dios –si así me puedo expresar– ha dispuesto y modificado incesantemente los mundos y las criaturas que los habitan, según las formas que mejor convienen a sus designios para la armonía del Universo. Y siempre es acorde con esta ley que las criaturas inteligentes, al obrar sin cesar sobre la materia –como el propio Dios, pero de modo secundario–, concurren para su continua transformación, de la cual cada grado y cada escalón es un paso en el progreso, al mismo tiempo que es la manifestación de la inteligencia que le hace dar ese paso.
Es así que todo, en la Creación, está en movimiento y siempre en progreso; que la misión de la criatura inteligente es la de activar ese movimiento en el sentido del progreso, lo que frecuentemente se cumple, incluso sin saberlo; que el papel de la criatura material es el de obedecer a ese movimiento y el de manifestar el progreso de la criatura inteligente; en fin, que la Creación, considerada en su conjunto o en sus partes, cumple incesantemente los designios de Dios.
¡Cuántas criaturas llamadas inteligentes (sin salir de nuestro planeta) cumplen una misión de la cual están bien lejos de sospechar! Y por mi parte, confieso que yo era de este número hace muy poco tiempo. Al respecto, no me sentiría constreñido en dejar aquí algunas palabras sobre mi propia historia; perdóname esta pequeña digresión, que puede tener su lado útil.
Educado en la escuela del dogma católico, al no haber desarrollado la reflexión y el examen sino bastante tarde, fui durante mucho tiempo un creyente vehemente y ciego; sin duda no lo has olvidado.
Pero también sabes que, más tarde, caí en el exceso contrario: de la negación de ciertos principios que mi razón no podía admitir, terminé en la negación absoluta. Sobre todo me indignaba el dogma de la eternidad de las penas; yo no podía conciliar la idea de un Dios que decían que era infinitamente misericordioso, con la idea de un castigo perpetuo para una falta pasajera; el cuadro del infierno, de sus hornallas, de sus torturas materiales, me parecía ridículo y una parodia del Tártaro de los paganos. Recapitulé mis impresiones de la infancia y recordé que, por ocasión de mi primera comunión, nos decían que no era necesario orar por los réprobos, porque esto no les serviría para nada; que aquel que no tuviese fe era echado a las llamas; que bastaba una duda sobre la infalibilidad de la Iglesia para ser condenado; que el propio bien que hiciéramos en este mundo no podría salvarnos, ya que Dios colocaba la fe por encima de las mejores acciones humanas. Esta doctrina me había vuelto despiadado y había endurecido mi corazón; miraba a los hombres con desconfianza, y a la menor falta yo creía ver a mi lado a un réprobo del que debía huir como de la peste, y al cual –en mi indignación– le habría rehusado un vaso de agua, diciéndome a mí mismo que un día Dios le rehusaría mucho más. Si aún existiesen las hogueras, yo habría empujado de buen grado a todos los que no tuvieran la fe ortodoxa, aunque fuese mi propio padre. En esta situación de espíritu, yo no podía amar a Dios: le tenía miedo.
Más tarde, una serie de circunstancias que sería largo de enumerar, me abrió los ojos y rechacé los dogmas que contrastaban con mi razón, porque nadie me había enseñado a poner la moral por encima de la forma; del fanatismo religioso, caí en el fanatismo de la incredulidad, a ejemplo de tantos compañeros de la infancia.
No entraré en detalles que nos llevarían muy lejos; sólo agregaré que, después de haber perdido durante quince años la dulce ilusión de la existencia de un Dios infinitamente bueno, poderoso y sabio, de la existencia y de la inmortalidad del alma, finalmente hoy encuentro, no una ilusión, sino una certeza tan completa como lo es mi existencia actual y como que te estoy escribiendo en este momento.
Amigo mío, he aquí el gran acontecimiento de nuestra época, el gran acontecimiento que nos es dado ver cumplirse en nuestros días: la prueba material de la existencia y de la inmortalidad del alma.
Volvamos al hecho; pero para hacerte comprender mejor el Espiritismo, vamos a remontarnos al origen del hombre, asunto sobre el cual no nos demoraremos.
Es evidente que los globos que pueblan la inmensidad no fueron hechos para ser adornos; ellos tienen una finalidad útil y agradable: la de producir y alimentar a los seres vivos materiales que son los instrumentos apropiados y dóciles para esa infinita multitud de criaturas inteligentes que pueblan el espacio y que son, en definitiva, la obra maestra, o mejor dicho, el objetivo de la Creación, puesto que sólo ellas tienen la facultad de conocer, admirar y adorar a su autor.
Cada uno de los globos diseminados en el espacio ha tenido su comienzo, en cuanto a la forma, en un tiempo más o menos remoto. En cuanto a la edad de la materia de que son compuestos, es un secreto que no nos importa conocer aquí, ya que la forma lo es todo para el objeto que nos ocupa. En efecto, poco nos importa que la materia sea eterna o solamente una creación anterior a la formación del astro, o aún contemporánea a esta formación; lo que es necesario saber es que el astro ha sido formado para ser habitado. Tal vez no esté fuera de propósito agregar que esas formaciones no han sido hechas en un día como dicen las Escrituras; que un globo no sale repentinamente de la nada cubierto de florestas, de praderas y de habitantes, como Minerva salió enteramente armada de la cabeza de Júpiter. No, Dios procede lentamente pero con seguridad; todo sigue una ley lenta y progresiva, no porque Dios dude o tenga necesidad de lentitud, sino porque sus leyes son así y son inmutables. Además, lo que nosotros –seres efímeros– llamamos lentitud, no lo es para Dios, para el cual el tiempo nada representa.
He aquí, pues, un globo en formación o –si prefieres– ya formado; deben transcurrir aún muchos siglos o millares de siglos antes de que el mismo sea habitable; pero finalmente llega ese momento. Después de numerosas y sucesivas modificaciones en su superficie, poco a poco comienza a cubrirse de vegetación (hablo de la Tierra y no pretendo hacer, a no ser por analogía, la historia de otros globos, cuya finalidad es evidentemente la misma, pero cuyas modificaciones físicas pueden variar). Al lado de la vegetación aparece la vida animal, ambas en su mayor simplicidad, pues esas dos ramas del reino orgánico son necesarias una a la otra, al fecundarse mutuamente, al alimentarse recíprocamente, elaborando al mismo tiempo la materia inorgánica, para volverla cada vez más apropiada a la formación de seres cada vez más perfectos, hasta que haya alcanzado el punto de poder producir y alimentar el cuerpo que debe servir de habitación y de instrumento al ser por excelencia, es decir, al ser intelectual que de él debe servirse y que –por decirlo así– lo espera para manifestarse, pues sin él no podría hacerlo.
¡He aquí que llegamos al hombre! ¿Cómo él se ha formado? Ésta aún no es la cuestión; se ha formado según la gran ley de la formación de los seres: he aquí todo. Esta ley no deja de existir por el hecho de no ser conocida. ¿Cómo se han formado los primeros tipos de cada especie vegetal? ¿Y los de cada especie animal? Cada uno de ellos se ha formado a su manera, según la misma ley. Lo que es cierto es que Dios no ha tenido necesidad de transformarse en alfarero, ni de poner las manos en el barro para formar al hombre, ni de arrancarle una costilla para hacer a la mujer. Es posible que esta fábula, aparentemente absurda y ridícula, sea más bien una figura ingeniosa que oculte un sentido que pueda ser comprendido por Espíritus más perspicaces que el mío; pero como no entiendo nada de eso, me detengo aquí.
Entonces, aquí está el hombre material habitando la Tierra, siendo él mismo habitado por un ser inmaterial, del cual aquél no es más que su instrumento. Incapaz de hacer algo por sí mismo, como la materia en general, solamente se vuelve apto para hacer cosas a través de la inteligencia que lo anima; pero esta misma inteligencia –criatura imperfecta como todo lo que es criatura, es decir, como todo lo que no es Dios–, necesita perfeccionarse, y es precisamente con miras a este perfeccionamiento que el cuerpo le ha sido dado, pues el espíritu no podría manifestarse sin la materia, ni por consecuencia mejorarse, esclarecerse y, en fin, progresar.
Al ser considerada colectivamente, la Humanidad es comparable al individuo; ignorante en la infancia, ella se esclarece a medida que crece; esto se explica naturalmente por el propio estado de imperfección en que se encontraban los Espíritus, para cuyo adelanto esta Humanidad fue hecha. Pero con referencia al Espíritu considerado individualmente, no es en una única existencia que él puede adquirir la suma de progreso que es llamado a realizar; he aquí por qué un número más o menos grande de existencias corporales le son necesarias, conforme el empleo que haga de cada una de ellas. Cuanto más haya trabajado para su adelanto en cada existencia, por menos existencias tendrá que pasar; y como cada existencia corporal es una prueba, una expiación, un verdadero purgatorio, tiene interés en progresar lo más prontamente posible, a fin de sujetarse a menos pruebas, porque el Espíritu no retrograda. Cada progreso realizado por él es una conquista asegurada que nadie podrá quitarle. Según este principio, hoy comprobado, se hace evidente que cuanto más rápidamente se marcha, más rápido ha de alcanzarse el objetivo.
Resulta de lo que precede que cada uno de nosotros no está hoy en su primera existencia corporal; lejos de esto. Estamos distantes de la misma, y quizá más distantes aún de la última, porque debemos haber pasado nuestras existencias primitivas en mundos muy inferiores a la Tierra, a la cual solamente hemos llegado cuando nuestro Espíritu alcanzó un estado de perfección compatible con este astro. Del mismo modo, a medida que vayamos progresando, pasaremos a mundos superiores mucho más adelantados que la Tierra en todos los aspectos, avanzando así de grado en grado, siempre para mejor. Pero antes de dejar un globo, parece que generalmente pasamos varias existencias en él, cuyo número, entretanto, no es limitado, sino más bien subordinado a la suma de progreso que hayamos alcanzado.
Preveo una objeción en tus labios. Me dirás que todo esto puede ser verdadero, pero como no me acuerdo de nada –sucediendo lo mismo con los otros–, todo lo que ha ocurrido en nuestras existencias anteriores es para nosotros como si fuese nulo; y si sucede lo mismo en cada nueva existencia, al Espíritu poco le importa ser inmortal o morir con el cuerpo si, al conservar su individualidad, no tiene conciencia de su identidad. En efecto, para nosotros sería lo mismo, pero no es así; sólo perdemos el recuerdo del pasado durante la vida corporal, mas la volvemos a adquirir con la muerte, es decir, cuando el Espíritu despierta en su verdadera existencia –la de Espíritu libre– y para la cual las existencias corporales pueden compararse a lo que representa el sueño para el cuerpo.
¿Qué sucede con las almas de los muertos mientras esperan una nueva reencarnación?
Las que no dejan la Tierra se quedan errantes en su superficie; sin duda van adonde les place, o al menos adonde pueden, según su grado de adelanto; pero, en general, poco se alejan de los encarnados, sobre todo de aquellos por los cuales sienten afecto, a menos que se les impongan deberes a cumplir en otros lugares. Entonces estamos rodeados a cada instante por una multitud de Espíritus conocidos y desconocidos, amigos y enemigos, que nos ven, nos observan y nos escuchan; algunos participan de nuestras penas como de nuestras alegrías; otros sufren con nuestros gozos, o gozan con nuestros dolores, mientras que otros, en fin, son indiferentes a todo, exactamente como ocurre en la Tierra entre los mortales, cuyos afectos, antipatías, vicios y virtudes se conservan en el otro mundo. La diferencia es que los buenos gozan en la otra vida de una felicidad desconocida en la Tierra, lo que es comprensible, pues no tienen necesidades materiales a satisfacer, ni obstáculos del mismo género a superar. Si vivieron bien, es decir, si poco o nada tienen que recriminarse en su última existencia corporal, gozan en paz el testimonio de su conciencia y el bien que han hecho. Si vivieron mal, si fueron malos, como allá quedan al descubierto porque no pueden más ocultarse bajo la envoltura material, sufren la vergüenza de verse reconocidos e identificados; sufren la presencia de aquellos a quienes han ofendido, despreciado y oprimido, ya que se hallan en la imposibilidad de sustraerse a sus miradas. En fin, sufren por el remordimiento que los corroe, hasta que el arrepentimiento venga a aliviarlos, lo que tarde o temprano sucede, o hasta que una nueva encarnación los aleje, no de la visión de otros Espíritus, sino de su propia visión, al hacerles olvidar momentáneamente la conciencia de su identidad; entonces, al perder el recuerdo de su pasado, se sienten aliviados. Pero también es para ellos el comienzo de una nueva prueba; si tuvieren la felicidad de salir mejorados de la misma, gozan del progreso realizado; si no se mejoran, vuelven a los mismos tormentos, hasta que finalmente se arrepientan o aprovechen una nueva existencia.
Hay otro género de sufrimiento: el que es experimentado por los Espíritus malos, por los más perversos. Éstos, inaccesibles a la vergüenza y al remordimiento, no experimentan los tormentos; entretanto, sus sufrimientos son aún más vivos, porque al dejarse siempre llevar por el mal, pero impotentes para hacerlo, sufren la envidia de ver a los otros más felices o mejores que ellos mismos, como al mismo tiempo sienten rabia de no poder saciar su odio y de no poder entregarse a todas sus malas inclinaciones. ¡Oh, éstos sufren mucho! Pero –como te he dicho–, sólo sufrirán mientras no se mejoren o, en otras palabras, hasta el día en que se mejoren. Frecuentemente ellos no vislumbran ese término; son tan malos, están tan cegados por el mal, que no sospechan de la existencia o la posibilidad de la existencia de un mejor estado de cosas; por consecuencia, no perciben que sus sufrimientos deben acabar un día, y es lo que los endurece en el mal y que agrava sus tormentos. Entretanto, como no pueden huir siempre del destino común que Dios reserva a todas sus criaturas, sin excepción, llega un momento en que finalmente les es necesario seguir el camino común, y ese día está a veces mucho más próximo de lo que se podría suponer al observar la perversidad de ellos. Se ha visto que algunos se convirtieron de repente, y que de repente sus sufrimientos cesaron; sin embargo, todavía les quedan pruebas muy duras a pasar en la Tierra en su próxima reencarnación. Es preciso que se depuren expiando sus faltas, y en definitiva esto es justo; pero al menos ellos no temen más perder el progreso realizado, pues no pueden retrogradar.
He aquí, amigo mío, lo más sucinta y claramente que me fue posible hacerlo, una exposición de la filosofía del Espiritismo, tal cual por lo menos podía hacerlo en una carta. Encontrarás un desarrollo más completo de dicha filosofía, hasta este momento, y muy satisfactorio, en El Libro de los Espíritus, fuente donde yo mismo he extraído aquello que hizo de mí lo que soy.
Pasemos ahora a la práctica.
Uno de nuestros colegas, el Sr. Canu, muy imbuido en otros tiempos de los principios materialistas, y que el Espiritismo llevó a una apreciación más saludable de las cosas, se recriminaba por haberse hecho el propagador de doctrinas que ahora él considera como subversivas del orden social. Con la intención de reparar lo que considera con razón una falta, y para esclarecer a aquellos a quienes había desviado, escribió a uno de sus amigos una carta sobre la cual consintió en solicitar nuestra opinión. La carta nos pareció que respondía tan bien al objetivo que él se proponía, que le hemos pedido permiso para publicarla, lo que ciertamente agradará a nuestros lectores. En lugar de abordar directamente la cuestión del Espiritismo, lo que habría sido rechazado por las personas que no admiten que el alma es su base; en lugar de ostentar delante de sus ojos, sobre todo, los extraños fenómenos que ellas habrían negado o atribuido a causas vulgares, él se remonta a los orígenes. Con razón busca tornarlas espiritualistas antes que espíritas; por un encadenamiento de ideas perfectamente lógico, llega a la idea espírita como consecuencia. Evidentemente, este es el camino más racional. La extensión de esta carta nos obliga a dividir su publicación.
París, 10 de noviembre de 1860.
Querido amigo,
Deseas una larga carta sobre Espiritismo; trataré de satisfacerte de la mejor manera posible, mientras espero el envío de una obra importante sobre la materia, que debe aparecer a fin de año.
Seré obligado a comenzar por algunas consideraciones generales, que serán necesarias para remontar al origen del hombre; esto extenderá un poco mi carta, pero es indispensable para la comprensión del asunto.
¡Todo pasa! –se dice generalmente. Sí, todo pasa; pero en general también se da a esta expresión un significado bien diferente al que le es propio. Todo pasa, pero nada se acaba, a no ser la forma. Todo pasa, en el sentido de que todo marcha y sigue su curso, pero no un curso ciego y sin objetivo, aunque nunca deba acabar.
El movimiento es la gran ley del Universo, ya sea en el orden moral como en el orden físico, y el objetivo del movimiento es el progreso para mejor. Es un trabajo activo, incesante y universal; es lo que nosotros llamamos el progreso.
Todo está sometido a esta ley, excepto Dios. Dios es su autor; la criatura es el instrumento y el objeto de la misma. La Creación se compone de dos naturalezas distintas: la naturaleza material y la naturaleza intelectual; ésta es el instrumento activo; la otra es el instrumento pasivo.
Estos dos instrumentos son el complemento uno del otro, es decir, que uno sin el otro serían de un empleo completamente nulo. Sin la naturaleza intelectual –el espíritu inteligente y activo–, la naturaleza material, es decir, la materia sin inteligencia e inerte, sería absolutamente inútil, pues nada podría por sí misma. Sin la materia inerte, el espíritu inteligente no tendría instrumento para manifestarse.
Incluso el instrumento más perfecto sería como si no existiese, de no haber alguien que se sirviera del mismo.
El obrero más hábil y el científico del orden más elevado serían tan impotentes como el más completo idiota, si no tuviesen instrumentos para desarrollar su ciencia y manifestarla.
He aquí el momento y el lugar de hacer notar que el instrumento material no consiste solamente en el cepillo del carpintero, en el cincel del escultor, en la paleta del pintor, en el bisturí del cirujano, en el compás o en el telescopio del astrónomo; consiste también en la mano, en la lengua, en los ojos, en el cerebro, en una palabra, en la reunión de todos los órganos materiales necesarios para la manifestación del pensamiento, lo que naturalmente implica la denominación de instrumento pasivo a la propia materia sobre la cual la inteligencia opera por medio del instrumento propiamente dicho. Es así que una mesa, una casa, un cuadro –considerados en los elementos que los componen– no son menos instrumentos que la sierra, el cepillo, la escuadra, la cuchara de albañil, el pincel que los han producido, y que la mano y los ojos que los han dirigido; en fin, que el cerebro que ha presidido esa dirección. Ahora bien, todo esto, inclusive el cerebro, ha sido el instrumento complejo del cual se ha servido la inteligencia para manifestar su pensamiento, su voluntad, que era la de producir una forma, y esta forma era una mesa, una casa o un cuadro, etc.
La materia, inerte por naturaleza y sin forma en su esencia, sólo adquiere propiedades útiles por la forma que se le imprime, lo que llevó a un célebre fisiólogo a decir que la forma era más necesaria que la materia, proposición quizá un poco paradójica, pero que prueba la superioridad del papel que desempeña la forma en las modificaciones de la materia. Es de acuerdo con esta ley que el propio Dios –si así me puedo expresar– ha dispuesto y modificado incesantemente los mundos y las criaturas que los habitan, según las formas que mejor convienen a sus designios para la armonía del Universo. Y siempre es acorde con esta ley que las criaturas inteligentes, al obrar sin cesar sobre la materia –como el propio Dios, pero de modo secundario–, concurren para su continua transformación, de la cual cada grado y cada escalón es un paso en el progreso, al mismo tiempo que es la manifestación de la inteligencia que le hace dar ese paso.
Es así que todo, en la Creación, está en movimiento y siempre en progreso; que la misión de la criatura inteligente es la de activar ese movimiento en el sentido del progreso, lo que frecuentemente se cumple, incluso sin saberlo; que el papel de la criatura material es el de obedecer a ese movimiento y el de manifestar el progreso de la criatura inteligente; en fin, que la Creación, considerada en su conjunto o en sus partes, cumple incesantemente los designios de Dios.
¡Cuántas criaturas llamadas inteligentes (sin salir de nuestro planeta) cumplen una misión de la cual están bien lejos de sospechar! Y por mi parte, confieso que yo era de este número hace muy poco tiempo. Al respecto, no me sentiría constreñido en dejar aquí algunas palabras sobre mi propia historia; perdóname esta pequeña digresión, que puede tener su lado útil.
Educado en la escuela del dogma católico, al no haber desarrollado la reflexión y el examen sino bastante tarde, fui durante mucho tiempo un creyente vehemente y ciego; sin duda no lo has olvidado.
Pero también sabes que, más tarde, caí en el exceso contrario: de la negación de ciertos principios que mi razón no podía admitir, terminé en la negación absoluta. Sobre todo me indignaba el dogma de la eternidad de las penas; yo no podía conciliar la idea de un Dios que decían que era infinitamente misericordioso, con la idea de un castigo perpetuo para una falta pasajera; el cuadro del infierno, de sus hornallas, de sus torturas materiales, me parecía ridículo y una parodia del Tártaro de los paganos. Recapitulé mis impresiones de la infancia y recordé que, por ocasión de mi primera comunión, nos decían que no era necesario orar por los réprobos, porque esto no les serviría para nada; que aquel que no tuviese fe era echado a las llamas; que bastaba una duda sobre la infalibilidad de la Iglesia para ser condenado; que el propio bien que hiciéramos en este mundo no podría salvarnos, ya que Dios colocaba la fe por encima de las mejores acciones humanas. Esta doctrina me había vuelto despiadado y había endurecido mi corazón; miraba a los hombres con desconfianza, y a la menor falta yo creía ver a mi lado a un réprobo del que debía huir como de la peste, y al cual –en mi indignación– le habría rehusado un vaso de agua, diciéndome a mí mismo que un día Dios le rehusaría mucho más. Si aún existiesen las hogueras, yo habría empujado de buen grado a todos los que no tuvieran la fe ortodoxa, aunque fuese mi propio padre. En esta situación de espíritu, yo no podía amar a Dios: le tenía miedo.
Más tarde, una serie de circunstancias que sería largo de enumerar, me abrió los ojos y rechacé los dogmas que contrastaban con mi razón, porque nadie me había enseñado a poner la moral por encima de la forma; del fanatismo religioso, caí en el fanatismo de la incredulidad, a ejemplo de tantos compañeros de la infancia.
No entraré en detalles que nos llevarían muy lejos; sólo agregaré que, después de haber perdido durante quince años la dulce ilusión de la existencia de un Dios infinitamente bueno, poderoso y sabio, de la existencia y de la inmortalidad del alma, finalmente hoy encuentro, no una ilusión, sino una certeza tan completa como lo es mi existencia actual y como que te estoy escribiendo en este momento.
Amigo mío, he aquí el gran acontecimiento de nuestra época, el gran acontecimiento que nos es dado ver cumplirse en nuestros días: la prueba material de la existencia y de la inmortalidad del alma.
Volvamos al hecho; pero para hacerte comprender mejor el Espiritismo, vamos a remontarnos al origen del hombre, asunto sobre el cual no nos demoraremos.
Es evidente que los globos que pueblan la inmensidad no fueron hechos para ser adornos; ellos tienen una finalidad útil y agradable: la de producir y alimentar a los seres vivos materiales que son los instrumentos apropiados y dóciles para esa infinita multitud de criaturas inteligentes que pueblan el espacio y que son, en definitiva, la obra maestra, o mejor dicho, el objetivo de la Creación, puesto que sólo ellas tienen la facultad de conocer, admirar y adorar a su autor.
Cada uno de los globos diseminados en el espacio ha tenido su comienzo, en cuanto a la forma, en un tiempo más o menos remoto. En cuanto a la edad de la materia de que son compuestos, es un secreto que no nos importa conocer aquí, ya que la forma lo es todo para el objeto que nos ocupa. En efecto, poco nos importa que la materia sea eterna o solamente una creación anterior a la formación del astro, o aún contemporánea a esta formación; lo que es necesario saber es que el astro ha sido formado para ser habitado. Tal vez no esté fuera de propósito agregar que esas formaciones no han sido hechas en un día como dicen las Escrituras; que un globo no sale repentinamente de la nada cubierto de florestas, de praderas y de habitantes, como Minerva salió enteramente armada de la cabeza de Júpiter. No, Dios procede lentamente pero con seguridad; todo sigue una ley lenta y progresiva, no porque Dios dude o tenga necesidad de lentitud, sino porque sus leyes son así y son inmutables. Además, lo que nosotros –seres efímeros– llamamos lentitud, no lo es para Dios, para el cual el tiempo nada representa.
He aquí, pues, un globo en formación o –si prefieres– ya formado; deben transcurrir aún muchos siglos o millares de siglos antes de que el mismo sea habitable; pero finalmente llega ese momento. Después de numerosas y sucesivas modificaciones en su superficie, poco a poco comienza a cubrirse de vegetación (hablo de la Tierra y no pretendo hacer, a no ser por analogía, la historia de otros globos, cuya finalidad es evidentemente la misma, pero cuyas modificaciones físicas pueden variar). Al lado de la vegetación aparece la vida animal, ambas en su mayor simplicidad, pues esas dos ramas del reino orgánico son necesarias una a la otra, al fecundarse mutuamente, al alimentarse recíprocamente, elaborando al mismo tiempo la materia inorgánica, para volverla cada vez más apropiada a la formación de seres cada vez más perfectos, hasta que haya alcanzado el punto de poder producir y alimentar el cuerpo que debe servir de habitación y de instrumento al ser por excelencia, es decir, al ser intelectual que de él debe servirse y que –por decirlo así– lo espera para manifestarse, pues sin él no podría hacerlo.
¡He aquí que llegamos al hombre! ¿Cómo él se ha formado? Ésta aún no es la cuestión; se ha formado según la gran ley de la formación de los seres: he aquí todo. Esta ley no deja de existir por el hecho de no ser conocida. ¿Cómo se han formado los primeros tipos de cada especie vegetal? ¿Y los de cada especie animal? Cada uno de ellos se ha formado a su manera, según la misma ley. Lo que es cierto es que Dios no ha tenido necesidad de transformarse en alfarero, ni de poner las manos en el barro para formar al hombre, ni de arrancarle una costilla para hacer a la mujer. Es posible que esta fábula, aparentemente absurda y ridícula, sea más bien una figura ingeniosa que oculte un sentido que pueda ser comprendido por Espíritus más perspicaces que el mío; pero como no entiendo nada de eso, me detengo aquí.
Entonces, aquí está el hombre material habitando la Tierra, siendo él mismo habitado por un ser inmaterial, del cual aquél no es más que su instrumento. Incapaz de hacer algo por sí mismo, como la materia en general, solamente se vuelve apto para hacer cosas a través de la inteligencia que lo anima; pero esta misma inteligencia –criatura imperfecta como todo lo que es criatura, es decir, como todo lo que no es Dios–, necesita perfeccionarse, y es precisamente con miras a este perfeccionamiento que el cuerpo le ha sido dado, pues el espíritu no podría manifestarse sin la materia, ni por consecuencia mejorarse, esclarecerse y, en fin, progresar.
Al ser considerada colectivamente, la Humanidad es comparable al individuo; ignorante en la infancia, ella se esclarece a medida que crece; esto se explica naturalmente por el propio estado de imperfección en que se encontraban los Espíritus, para cuyo adelanto esta Humanidad fue hecha. Pero con referencia al Espíritu considerado individualmente, no es en una única existencia que él puede adquirir la suma de progreso que es llamado a realizar; he aquí por qué un número más o menos grande de existencias corporales le son necesarias, conforme el empleo que haga de cada una de ellas. Cuanto más haya trabajado para su adelanto en cada existencia, por menos existencias tendrá que pasar; y como cada existencia corporal es una prueba, una expiación, un verdadero purgatorio, tiene interés en progresar lo más prontamente posible, a fin de sujetarse a menos pruebas, porque el Espíritu no retrograda. Cada progreso realizado por él es una conquista asegurada que nadie podrá quitarle. Según este principio, hoy comprobado, se hace evidente que cuanto más rápidamente se marcha, más rápido ha de alcanzarse el objetivo.
Resulta de lo que precede que cada uno de nosotros no está hoy en su primera existencia corporal; lejos de esto. Estamos distantes de la misma, y quizá más distantes aún de la última, porque debemos haber pasado nuestras existencias primitivas en mundos muy inferiores a la Tierra, a la cual solamente hemos llegado cuando nuestro Espíritu alcanzó un estado de perfección compatible con este astro. Del mismo modo, a medida que vayamos progresando, pasaremos a mundos superiores mucho más adelantados que la Tierra en todos los aspectos, avanzando así de grado en grado, siempre para mejor. Pero antes de dejar un globo, parece que generalmente pasamos varias existencias en él, cuyo número, entretanto, no es limitado, sino más bien subordinado a la suma de progreso que hayamos alcanzado.
Preveo una objeción en tus labios. Me dirás que todo esto puede ser verdadero, pero como no me acuerdo de nada –sucediendo lo mismo con los otros–, todo lo que ha ocurrido en nuestras existencias anteriores es para nosotros como si fuese nulo; y si sucede lo mismo en cada nueva existencia, al Espíritu poco le importa ser inmortal o morir con el cuerpo si, al conservar su individualidad, no tiene conciencia de su identidad. En efecto, para nosotros sería lo mismo, pero no es así; sólo perdemos el recuerdo del pasado durante la vida corporal, mas la volvemos a adquirir con la muerte, es decir, cuando el Espíritu despierta en su verdadera existencia –la de Espíritu libre– y para la cual las existencias corporales pueden compararse a lo que representa el sueño para el cuerpo.
¿Qué sucede con las almas de los muertos mientras esperan una nueva reencarnación?
Las que no dejan la Tierra se quedan errantes en su superficie; sin duda van adonde les place, o al menos adonde pueden, según su grado de adelanto; pero, en general, poco se alejan de los encarnados, sobre todo de aquellos por los cuales sienten afecto, a menos que se les impongan deberes a cumplir en otros lugares. Entonces estamos rodeados a cada instante por una multitud de Espíritus conocidos y desconocidos, amigos y enemigos, que nos ven, nos observan y nos escuchan; algunos participan de nuestras penas como de nuestras alegrías; otros sufren con nuestros gozos, o gozan con nuestros dolores, mientras que otros, en fin, son indiferentes a todo, exactamente como ocurre en la Tierra entre los mortales, cuyos afectos, antipatías, vicios y virtudes se conservan en el otro mundo. La diferencia es que los buenos gozan en la otra vida de una felicidad desconocida en la Tierra, lo que es comprensible, pues no tienen necesidades materiales a satisfacer, ni obstáculos del mismo género a superar. Si vivieron bien, es decir, si poco o nada tienen que recriminarse en su última existencia corporal, gozan en paz el testimonio de su conciencia y el bien que han hecho. Si vivieron mal, si fueron malos, como allá quedan al descubierto porque no pueden más ocultarse bajo la envoltura material, sufren la vergüenza de verse reconocidos e identificados; sufren la presencia de aquellos a quienes han ofendido, despreciado y oprimido, ya que se hallan en la imposibilidad de sustraerse a sus miradas. En fin, sufren por el remordimiento que los corroe, hasta que el arrepentimiento venga a aliviarlos, lo que tarde o temprano sucede, o hasta que una nueva encarnación los aleje, no de la visión de otros Espíritus, sino de su propia visión, al hacerles olvidar momentáneamente la conciencia de su identidad; entonces, al perder el recuerdo de su pasado, se sienten aliviados. Pero también es para ellos el comienzo de una nueva prueba; si tuvieren la felicidad de salir mejorados de la misma, gozan del progreso realizado; si no se mejoran, vuelven a los mismos tormentos, hasta que finalmente se arrepientan o aprovechen una nueva existencia.
Hay otro género de sufrimiento: el que es experimentado por los Espíritus malos, por los más perversos. Éstos, inaccesibles a la vergüenza y al remordimiento, no experimentan los tormentos; entretanto, sus sufrimientos son aún más vivos, porque al dejarse siempre llevar por el mal, pero impotentes para hacerlo, sufren la envidia de ver a los otros más felices o mejores que ellos mismos, como al mismo tiempo sienten rabia de no poder saciar su odio y de no poder entregarse a todas sus malas inclinaciones. ¡Oh, éstos sufren mucho! Pero –como te he dicho–, sólo sufrirán mientras no se mejoren o, en otras palabras, hasta el día en que se mejoren. Frecuentemente ellos no vislumbran ese término; son tan malos, están tan cegados por el mal, que no sospechan de la existencia o la posibilidad de la existencia de un mejor estado de cosas; por consecuencia, no perciben que sus sufrimientos deben acabar un día, y es lo que los endurece en el mal y que agrava sus tormentos. Entretanto, como no pueden huir siempre del destino común que Dios reserva a todas sus criaturas, sin excepción, llega un momento en que finalmente les es necesario seguir el camino común, y ese día está a veces mucho más próximo de lo que se podría suponer al observar la perversidad de ellos. Se ha visto que algunos se convirtieron de repente, y que de repente sus sufrimientos cesaron; sin embargo, todavía les quedan pruebas muy duras a pasar en la Tierra en su próxima reencarnación. Es preciso que se depuren expiando sus faltas, y en definitiva esto es justo; pero al menos ellos no temen más perder el progreso realizado, pues no pueden retrogradar.
He aquí, amigo mío, lo más sucinta y claramente que me fue posible hacerlo, una exposición de la filosofía del Espiritismo, tal cual por lo menos podía hacerlo en una carta. Encontrarás un desarrollo más completo de dicha filosofía, hasta este momento, y muy satisfactorio, en El Libro de los Espíritus, fuente donde yo mismo he extraído aquello que hizo de mí lo que soy.
Pasemos ahora a la práctica.
(Continúa y concluye en el próximo número.)
El Espíritu golpeador de Aube
Uno de nuestros suscriptores nos transmite detalles muy interesantes sobre manifestaciones que han sucedido, y que aún suceden en este momento, en una localidad del Departamento de Aube, cuyo nombre silenciaremos, considerando que la persona en cuya casa ocurren estos fenómenos no le gusta ser acosada de manera alguna por la visita de numerosos curiosos, que no dejarían de ir a su hogar. Esas ruidosas manifestaciones ya le han producido varios disgustos; además, nuestro corresponsal narra los hechos como testigo ocular, y nosotros lo conocemos bastante como para saber que él merece toda nuestra confianza. Hemos extraído los pasajes más interesantes de su relato:
«Hace cuatro años (en 1856), en la casa del Sr. R..., que vive en la ciudad donde yo resido, ocurrieron manifestaciones que recuerdan, hasta un cierto punto, las de Bergzabern; por entonces no conocía a ese señor, y sólo más tarde entré en contacto con él, de modo que fue a través de informaciones que me enteré de lo sucedido en esa época. Las manifestaciones habían cesado hacía mucho tiempo y el Sr. R... se creía libre de ellas, cuando hace poco recomenzaron como antaño. He podido ser testigo de las mismas durante varios días seguidos; por lo tanto, os contaré lo que he visto con mis propios ojos.
«La persona que es objeto de esas manifestaciones es el hijo del Sr. R..., de dieciséis años, y que por ende tenía sólo doce cuando éstas se produjeron por primera vez. Es un joven de una inteligencia excesivamente limitada, que no sabe leer ni escribir y que muy raramente sale de su casa. En cuanto a las manifestaciones que han tenido lugar en mi presencia, con excepción del balanceo de la cama y de la suspensión magnética, el Espíritu imitó más o menos en todo al de Bergzabern; los golpes y las raspaduras fueron los mismos; silbaba, imitaba el ruido de la lima, de la sierra y arrojaba en el cuarto pedazos de carbón que no se sabe de dónde venían, ya que no había carbón en la pieza en que estábamos. Los fenómenos generalmente se producen cuando el muchacho está acostado y comienza a dormir. Durante el sueño él habla al Espíritu con autoridad y, sin confundirse, da órdenes con el tono de voz de un oficial superior, a pesar de nunca haber asistido a ejercicios militares; simula un combate, comanda una maniobra, conquista la victoria y cree que ha sido nombrado general en el campo de batalla. Cuando ordena al Espíritu que dé un cierto número de golpes, algunas veces sucede que éste golpea más de los que le han sido ordenados; entonces el joven le dice: ¿Cómo harás para quitar los golpes que has dado de más? Entonces el Espíritu se pone a raspar, como si los borrase. Cuando el muchacho da órdenes, queda en una gran agitación y a veces grita tan fuerte que su voz se extingue en una especie de estertor. A la voz de mando, el Espíritu golpea todas las marchas francesas y extranjeras, incluso las de los chinos; no he podido verificar la exactitud de las mismas, porque no las conozco. Pero ocurre frecuentemente que el joven dice: ¡No es así; vuelve a comenzar! Y el Espíritu obedece. De paso debo deciros que, durante el sueño, el niño es muy grosero al ordenar.
«En una noche en que yo asistía a una de esas escenas, ya hacía cinco horas que el hijo del Sr. R... estaba en una gran agitación; intenté calmarlo a través de pases magnéticos, pero luego se puso furioso y desordenó la cama. Al día siguiente se acostó a mi llegada y, como de costumbre, se durmió al cabo de algunos minutos; entonces, los golpes y las raspaduras comenzaron. De repente dijo al Espíritu: Ven acá, voy a hacerte dormir. Y para nuestra gran sorpresa lo magnetizó, a pesar de la resistencia del Espíritu, que parecía rehusarse; creo que es lo que sucedió, según la conversación que ellos tuvieron. Después lo despertó del sueño magnético, como lo habría hecho un magnetizador experimentado. Entonces percibí que él parecía recoger mucho fluido, que emitía hacia mí, reprendiéndome e injuriándome. Al despertar, no se acordaba nada de lo que había sucedido.
«Lejos de calmarse, los hechos se agravaban a cada día de una manera aflictiva, por la exasperación del Espíritu, que sin duda temía en perder el dominio ejercido sobre ese muchacho. Quise preguntar al Espíritu su nombre y sus antecedentes, pero sólo obtuve mentiras y blasfemias. Debo decir aquí que cuando éste habla, lo hace a través de la boca del joven, que le sirve de médium parlante. Intenté en vano conducir al Espíritu a mejores sentimientos por medio de buenas palabras; me respondió que la oración no ejerce ningún poder sobre él; que trató de elevarse hacia Dios, pero que no encontró más que hielo y brumas. Entonces me llama de beato y, cuando oro mentalmente, noto que se pone furioso y que da golpes redoblados. Todos los días trae objetos bastante voluminosos: hierro, cobre, etc. Cuando le pregunto dónde va a buscarlos, responde que los toma de las personas que no son honestas. Si le hablo de moral, se enfurece. Una noche me dijo que si yo continuase viniendo, él quebraría todo y que no se iría antes de la Pascua; después me escupió en la cara. Al ser preguntado sobre por qué se vinculaba de esa forma al joven R..., respondió: Si no fuese él, sería otro. El propio padre no está exento de los ataques de este Espíritu malhechor: frecuentemente es interrumpido en su trabajo porque recibe sus golpes, porque le tira de la ropa e incluso lo pellizca hasta sangrar.
«Hice lo que pude, pero mis recursos ya se agotaron; además, es muy difícil obtener buenos resultados, puesto que el Sr. R... y la Sra. de R..., a pesar de su deseo de desembarazarse de ese Espíritu que les ha causado un verdadero perjuicio, siendo obligados a trabajar para vivir, no me secundan, porque su fe en Dios no tiene gran consistencia.»
Hemos omitido una serie de detalles que no harían más que corroborar aquello que ya relatamos; entretanto, hemos dicho lo suficiente para mostrar que podemos decir que este Espíritu –como algunos malhechores– es de la peor especie.
En la sesión de la Sociedad del 9 de noviembre último, le fueron dirigidas a san Luis las siguientes preguntas al respecto:
1. ¿Tendríais la bondad de decirnos algo sobre el Espíritu que obsesa al joven R...? –Resp. La inteligencia de este joven es de las más débiles, y cuando el Espíritu se apodera de él hay entonces una alucinación completa, tanto más cuando su cuerpo está inmerso en el sueño. Por lo tanto, la razón no puede dominar en nada su cerebro, y entonces padece la obsesión de ese Espíritu turbulento.
2. Un Espíritu relativamente superior ¿puede ejercer sobre otro Espíritu una acción magnética y paralizar sus facultades? –Resp. Un Espíritu bueno sólo puede ejercer algo sobre otro desde el punto de vista moral; nunca físico. Para paralizar a través del fluido magnético, es preciso actuar sobre la materia, y el Espíritu no es una materia semejante a un cuerpo humano.
3. ¿Cómo se explica entonces que el joven R... pretende magnetizar al Espíritu y hacerlo dormir? –Resp. Él así lo cree, y el Espíritu se presta a esa ilusión.
4. El padre desea saber si no habría un medio de desembarazarse de ese huésped inoportuno, y si su hijo aún estará por mucho tiempo sometido a esta prueba. –Resp. Cuando ese joven esté despierto, será necesario que evoquen junto a él a Espíritus buenos, a fin de ponerlo en relación con ellos y, a través de este medio, alejar a los malos que lo obsesan durante el sueño.
5. ¿Podríamos actuar desde aquí, evocando por ejemplo a ese Espíritu para moralizarlo, o tal vez al propio Espíritu del muchacho? –Resp. Quizá no sea posible en este momento: ambos son demasiado materiales; es preciso actuar directamente sobre el cuerpo del ser viviente, por la presencia de Espíritus buenos que vendrán hacia él.
6. No comprendemos bien esta respuesta. –Resp. Digo que es preciso llamar el concurso de Espíritus buenos, que podrán volver al muchacho menos accesible a las impresiones del Espíritu malo.
7. ¿Qué podemos hacer por él? –Resp. El Espíritu malo que lo obsesa no se irá fácilmente, ya que no es fuertemente rechazado por nadie. Vuestras oraciones y vuestras evocaciones son un arma débil contra él; sería preciso actuar directa y materialmente sobre la persona que él atormenta. Podéis orar, porque la oración es siempre buena; pero no lo lograréis por vos mismos, si no sois secundados por aquellos más interesados en el caso, es decir, el padre y la madre. Infelizmente, ellos no tienen esa fe en Dios que centuplica las fuerzas, y Dios solamente escucha a los que se dirigen a Él con confianza. Por lo tanto, no pueden quejarse de un mal que ellos no hacen nada para evitar.
8. ¿Cómo conciliar la sujeción de ese joven al dominio de este Espíritu, con la autoridad que aquél ejerce sobre éste, puesto que aquél ordena y el Espíritu obedece? –Resp. El Espíritu de ese joven es poco avanzado moralmente, pero en inteligencia es más adelantado de lo que se cree. En otras existencias él ha abusado de su inteligencia, que no era dirigida hacia un objetivo moral, sino al contrario, hacia propósitos ambiciosos; él se encuentra ahora en punición en un cuerpo que no le permite dar curso libre a su inteligencia, y el Espíritu malo aprovecha su debilidad; éste se deja ordenar en cosas sin importancia, porque sabe que el muchacho es incapaz de ordenarle cosas serias: aquél se divierte. La Tierra está llena de Espíritus que se encuentran en punición en cuerpos humanos; he aquí por qué hay en ella tantos males de todos los géneros.
Nota – La observación viene en apoyo de esta explicación. Durante el sueño, el muchacho muestra una inteligencia indiscutiblemente superior al de su estado normal, lo que prueba un desarrollo anterior, pero reducido al estado latente bajo esa envoltura grosera. No es más que en los momentos de emancipación del alma, en los cuales no sufre tanto la influencia de la materia, que su inteligencia se expande, ocasión en que también ejerce una especie de autoridad sobre el ser que lo subyuga; pero cuando vuelve al estado de vigilia, sus facultades se aniquilan bajo la envoltura material que la comprime. ¿No es ésta una enseñanza moral práctica?
Se expresó el deseo de evocar a este Espíritu, pero ninguno de los médiums presentes se dispuso a servirle de intérprete. La Srta. Eugénie, que también había mostrado repugnancia, tomó de repente el lápiz en un movimiento involuntario y escribió:
1. ¿No quieres? ¡Pues bien: escribirás! ¡Oh! Ciertamente piensas que no te dominaré. Heme aquí; pero no te asustes tanto; haré conque veas mi fuerza.
Nota – En ese momento el Espíritu hace que la médium dé un puñetazo sobre la mesa, quebrando varios lápices.
2. Puesto que estáis aquí, decidnos por qué razón estáis vinculado al hijo del Sr. R... –Resp. ¡Creo que sería preciso haceros algunas confidencias! Primero, sabed que yo tengo una gran necesidad de atormentar a alguien. Un médium que fuese sensato me rechazaría; me vinculo a un deficiente porque no me opone ninguna resistencia.
3. Nota – Alguien reflexiona que, a pesar de ese acto de cobardía, a este Espíritu no le falta inteligencia. Él responde sin que le hayan preguntado directamente:
–Resp. Un poco; no soy tan tonto como vosotros creéis.
4. ¿Qué erais cuando encarnado? –Resp. No era gran cosa; un hombre que ha hecho más mal que bien, y que es cada vez más punido por eso.
5. Ya que sois punido por haber hecho el mal, deberíais comprender la necesidad de hacer el bien. ¿No deseáis buscar vuestro mejoramiento? –Resp. Si quisieseis ayudarme, yo perdería menos tiempo.
6. No deseamos más que eso, pero es necesario que tengáis voluntad al respecto; orad con nosotros: esto os ayudará. –Resp. (En este momento el Espíritu da una respuesta blasfema.)
7. ¡Basta! No queremos más escuchar esto; esperábamos despertar en vos algunos buenos sentimientos: ha sido con este objetivo que os hemos llamado. Pero ya que respondéis a nuestra benevolencia con palabras desagradables, podéis retiraros. –Resp. ¡Ah! ¡Aquí se detiene vuestra caridad! Porque pude resistir un poco, veo que esa caridad se termina rápido: por esto no valéis más que yo. Sí, podríais moralizarme más de lo que pensáis si supieseis cómo hacerlo, primeramente en interés del deficiente que sufre, después en beneficio del padre que se asusta demasiado y finalmente en el mío, si así os agrada.
8. Decidnos vuestro nombre, a fin de que podamos identificaros. –Resp. ¡Oh! Mi nombre poco importa; llamadme, si queréis, el Espíritu del joven deficiente.
9. Si hemos querido haceros parar, ha sido porque habéis dicho una palabra sacrílega. –Resp. ¡Ah, ah! ¡Ha sido chocante para vos! Para saber lo que hay en el lodo es necesario revolverlo.
10. Alguien dice: Esta figura innoble es digna del Espíritu. –Resp. Joven, ¿queréis poesía? Hela aquí: Para conocer el aroma de una rosa es necesario olerla.
11. Puesto que habéis dicho que podíamos ayudaros a mejorar, uno de los señores presentes se ofrece para instruiros; ¿irás responderle cuando él os evoque? –Resp. Primeramente es necesario que yo vea si él me conviene. (Después de algunos momentos de reflexión agrega:) Sí, yo iré.
12. ¿Por qué el hijo del Sr. R... se enfurecía cuando el Sr. L... quería magnetizarlo? –Resp. No era él que se encolerizaba: era yo.
13. ¿Por qué? –Resp. No tengo ningún poder sobre este hombre, que es superior a mí; por eso lo detesto: quiere arrancarme lo que tengo bajo mi dependencia, y esto no lo admito.
14. Debéis ver a vuestro alrededor a Espíritus que son más felices que vos; ¿sabéis por qué? –Resp. Sí, lo sé: son mejores que yo.
15. ¿Comprendéis entonces que si, en lugar de hacer el mal, hicieseis el bien, vos seríais feliz como ellos? –Resp. No deseaba más que esto; pero es difícil hacer el bien.
16. Tal vez sea difícil para vos, pero no es imposible. ¿Sabéis que la oración puede tener una gran influencia en vuestro mejoramiento? –Resp. No digo que no; pensaré en eso. Llamadme algunas veces.
Nota – Como se ve, este Espíritu no desmintió su carácter; entretanto, se ha mostrado menos recalcitrante hacia el final, lo que prueba que él no es completamente inaccesible al razonamiento. Por lo tanto, él dispone en sí mismo de elementos para esto, pero para dominarlo enteramente sería necesario un concurso de voluntades que por ahora no existe. Esto debe ser una enseñanza para las personas que podrían encontrarse en un caso análogo.
Este Espíritu es indudablemente muy malo y pertenece a la escala inferior del mundo espírita; pero se puede decir que es brutalmente malo, y en semejantes seres hay más recursos que en los que son hipócritas. Con toda seguridad, aquellos son mucho menos peligrosos que los Espíritus fascinadores que, con la ayuda de una cierta dosis de inteligencia y de una falsa apariencia de virtud, saben inspirar a ciertas personas una confianza ciega en sus palabras, confianza de la que tarde o temprano serán víctimas, porque estos Espíritus nunca actúan con miras al bien: tienen siempre segundas intenciones. El Libro de los Médiums tendrá como resultado –así lo esperamos– ponernos en guardia contra esas sugestiones, lo que seguramente no les agradará; pero, como bien se ve, nos inquietamos muy poco con su mala voluntad, como con la de los Espíritus encarnados que ellos pueden incitar contra nosotros. Los Espíritus malos, al igual que los hombres, no ven con mucho gusto a aquellos que, al desenmascarar sus torpezas, les sacan los medios de hacer el mal.
Uno de nuestros suscriptores nos transmite detalles muy interesantes sobre manifestaciones que han sucedido, y que aún suceden en este momento, en una localidad del Departamento de Aube, cuyo nombre silenciaremos, considerando que la persona en cuya casa ocurren estos fenómenos no le gusta ser acosada de manera alguna por la visita de numerosos curiosos, que no dejarían de ir a su hogar. Esas ruidosas manifestaciones ya le han producido varios disgustos; además, nuestro corresponsal narra los hechos como testigo ocular, y nosotros lo conocemos bastante como para saber que él merece toda nuestra confianza. Hemos extraído los pasajes más interesantes de su relato:
«Hace cuatro años (en 1856), en la casa del Sr. R..., que vive en la ciudad donde yo resido, ocurrieron manifestaciones que recuerdan, hasta un cierto punto, las de Bergzabern; por entonces no conocía a ese señor, y sólo más tarde entré en contacto con él, de modo que fue a través de informaciones que me enteré de lo sucedido en esa época. Las manifestaciones habían cesado hacía mucho tiempo y el Sr. R... se creía libre de ellas, cuando hace poco recomenzaron como antaño. He podido ser testigo de las mismas durante varios días seguidos; por lo tanto, os contaré lo que he visto con mis propios ojos.
«La persona que es objeto de esas manifestaciones es el hijo del Sr. R..., de dieciséis años, y que por ende tenía sólo doce cuando éstas se produjeron por primera vez. Es un joven de una inteligencia excesivamente limitada, que no sabe leer ni escribir y que muy raramente sale de su casa. En cuanto a las manifestaciones que han tenido lugar en mi presencia, con excepción del balanceo de la cama y de la suspensión magnética, el Espíritu imitó más o menos en todo al de Bergzabern; los golpes y las raspaduras fueron los mismos; silbaba, imitaba el ruido de la lima, de la sierra y arrojaba en el cuarto pedazos de carbón que no se sabe de dónde venían, ya que no había carbón en la pieza en que estábamos. Los fenómenos generalmente se producen cuando el muchacho está acostado y comienza a dormir. Durante el sueño él habla al Espíritu con autoridad y, sin confundirse, da órdenes con el tono de voz de un oficial superior, a pesar de nunca haber asistido a ejercicios militares; simula un combate, comanda una maniobra, conquista la victoria y cree que ha sido nombrado general en el campo de batalla. Cuando ordena al Espíritu que dé un cierto número de golpes, algunas veces sucede que éste golpea más de los que le han sido ordenados; entonces el joven le dice: ¿Cómo harás para quitar los golpes que has dado de más? Entonces el Espíritu se pone a raspar, como si los borrase. Cuando el muchacho da órdenes, queda en una gran agitación y a veces grita tan fuerte que su voz se extingue en una especie de estertor. A la voz de mando, el Espíritu golpea todas las marchas francesas y extranjeras, incluso las de los chinos; no he podido verificar la exactitud de las mismas, porque no las conozco. Pero ocurre frecuentemente que el joven dice: ¡No es así; vuelve a comenzar! Y el Espíritu obedece. De paso debo deciros que, durante el sueño, el niño es muy grosero al ordenar.
«En una noche en que yo asistía a una de esas escenas, ya hacía cinco horas que el hijo del Sr. R... estaba en una gran agitación; intenté calmarlo a través de pases magnéticos, pero luego se puso furioso y desordenó la cama. Al día siguiente se acostó a mi llegada y, como de costumbre, se durmió al cabo de algunos minutos; entonces, los golpes y las raspaduras comenzaron. De repente dijo al Espíritu: Ven acá, voy a hacerte dormir. Y para nuestra gran sorpresa lo magnetizó, a pesar de la resistencia del Espíritu, que parecía rehusarse; creo que es lo que sucedió, según la conversación que ellos tuvieron. Después lo despertó del sueño magnético, como lo habría hecho un magnetizador experimentado. Entonces percibí que él parecía recoger mucho fluido, que emitía hacia mí, reprendiéndome e injuriándome. Al despertar, no se acordaba nada de lo que había sucedido.
«Lejos de calmarse, los hechos se agravaban a cada día de una manera aflictiva, por la exasperación del Espíritu, que sin duda temía en perder el dominio ejercido sobre ese muchacho. Quise preguntar al Espíritu su nombre y sus antecedentes, pero sólo obtuve mentiras y blasfemias. Debo decir aquí que cuando éste habla, lo hace a través de la boca del joven, que le sirve de médium parlante. Intenté en vano conducir al Espíritu a mejores sentimientos por medio de buenas palabras; me respondió que la oración no ejerce ningún poder sobre él; que trató de elevarse hacia Dios, pero que no encontró más que hielo y brumas. Entonces me llama de beato y, cuando oro mentalmente, noto que se pone furioso y que da golpes redoblados. Todos los días trae objetos bastante voluminosos: hierro, cobre, etc. Cuando le pregunto dónde va a buscarlos, responde que los toma de las personas que no son honestas. Si le hablo de moral, se enfurece. Una noche me dijo que si yo continuase viniendo, él quebraría todo y que no se iría antes de la Pascua; después me escupió en la cara. Al ser preguntado sobre por qué se vinculaba de esa forma al joven R..., respondió: Si no fuese él, sería otro. El propio padre no está exento de los ataques de este Espíritu malhechor: frecuentemente es interrumpido en su trabajo porque recibe sus golpes, porque le tira de la ropa e incluso lo pellizca hasta sangrar.
«Hice lo que pude, pero mis recursos ya se agotaron; además, es muy difícil obtener buenos resultados, puesto que el Sr. R... y la Sra. de R..., a pesar de su deseo de desembarazarse de ese Espíritu que les ha causado un verdadero perjuicio, siendo obligados a trabajar para vivir, no me secundan, porque su fe en Dios no tiene gran consistencia.»
Hemos omitido una serie de detalles que no harían más que corroborar aquello que ya relatamos; entretanto, hemos dicho lo suficiente para mostrar que podemos decir que este Espíritu –como algunos malhechores– es de la peor especie.
En la sesión de la Sociedad del 9 de noviembre último, le fueron dirigidas a san Luis las siguientes preguntas al respecto:
1. ¿Tendríais la bondad de decirnos algo sobre el Espíritu que obsesa al joven R...? –Resp. La inteligencia de este joven es de las más débiles, y cuando el Espíritu se apodera de él hay entonces una alucinación completa, tanto más cuando su cuerpo está inmerso en el sueño. Por lo tanto, la razón no puede dominar en nada su cerebro, y entonces padece la obsesión de ese Espíritu turbulento.
2. Un Espíritu relativamente superior ¿puede ejercer sobre otro Espíritu una acción magnética y paralizar sus facultades? –Resp. Un Espíritu bueno sólo puede ejercer algo sobre otro desde el punto de vista moral; nunca físico. Para paralizar a través del fluido magnético, es preciso actuar sobre la materia, y el Espíritu no es una materia semejante a un cuerpo humano.
3. ¿Cómo se explica entonces que el joven R... pretende magnetizar al Espíritu y hacerlo dormir? –Resp. Él así lo cree, y el Espíritu se presta a esa ilusión.
4. El padre desea saber si no habría un medio de desembarazarse de ese huésped inoportuno, y si su hijo aún estará por mucho tiempo sometido a esta prueba. –Resp. Cuando ese joven esté despierto, será necesario que evoquen junto a él a Espíritus buenos, a fin de ponerlo en relación con ellos y, a través de este medio, alejar a los malos que lo obsesan durante el sueño.
5. ¿Podríamos actuar desde aquí, evocando por ejemplo a ese Espíritu para moralizarlo, o tal vez al propio Espíritu del muchacho? –Resp. Quizá no sea posible en este momento: ambos son demasiado materiales; es preciso actuar directamente sobre el cuerpo del ser viviente, por la presencia de Espíritus buenos que vendrán hacia él.
6. No comprendemos bien esta respuesta. –Resp. Digo que es preciso llamar el concurso de Espíritus buenos, que podrán volver al muchacho menos accesible a las impresiones del Espíritu malo.
7. ¿Qué podemos hacer por él? –Resp. El Espíritu malo que lo obsesa no se irá fácilmente, ya que no es fuertemente rechazado por nadie. Vuestras oraciones y vuestras evocaciones son un arma débil contra él; sería preciso actuar directa y materialmente sobre la persona que él atormenta. Podéis orar, porque la oración es siempre buena; pero no lo lograréis por vos mismos, si no sois secundados por aquellos más interesados en el caso, es decir, el padre y la madre. Infelizmente, ellos no tienen esa fe en Dios que centuplica las fuerzas, y Dios solamente escucha a los que se dirigen a Él con confianza. Por lo tanto, no pueden quejarse de un mal que ellos no hacen nada para evitar.
8. ¿Cómo conciliar la sujeción de ese joven al dominio de este Espíritu, con la autoridad que aquél ejerce sobre éste, puesto que aquél ordena y el Espíritu obedece? –Resp. El Espíritu de ese joven es poco avanzado moralmente, pero en inteligencia es más adelantado de lo que se cree. En otras existencias él ha abusado de su inteligencia, que no era dirigida hacia un objetivo moral, sino al contrario, hacia propósitos ambiciosos; él se encuentra ahora en punición en un cuerpo que no le permite dar curso libre a su inteligencia, y el Espíritu malo aprovecha su debilidad; éste se deja ordenar en cosas sin importancia, porque sabe que el muchacho es incapaz de ordenarle cosas serias: aquél se divierte. La Tierra está llena de Espíritus que se encuentran en punición en cuerpos humanos; he aquí por qué hay en ella tantos males de todos los géneros.
Nota – La observación viene en apoyo de esta explicación. Durante el sueño, el muchacho muestra una inteligencia indiscutiblemente superior al de su estado normal, lo que prueba un desarrollo anterior, pero reducido al estado latente bajo esa envoltura grosera. No es más que en los momentos de emancipación del alma, en los cuales no sufre tanto la influencia de la materia, que su inteligencia se expande, ocasión en que también ejerce una especie de autoridad sobre el ser que lo subyuga; pero cuando vuelve al estado de vigilia, sus facultades se aniquilan bajo la envoltura material que la comprime. ¿No es ésta una enseñanza moral práctica?
Se expresó el deseo de evocar a este Espíritu, pero ninguno de los médiums presentes se dispuso a servirle de intérprete. La Srta. Eugénie, que también había mostrado repugnancia, tomó de repente el lápiz en un movimiento involuntario y escribió:
1. ¿No quieres? ¡Pues bien: escribirás! ¡Oh! Ciertamente piensas que no te dominaré. Heme aquí; pero no te asustes tanto; haré conque veas mi fuerza.
Nota – En ese momento el Espíritu hace que la médium dé un puñetazo sobre la mesa, quebrando varios lápices.
2. Puesto que estáis aquí, decidnos por qué razón estáis vinculado al hijo del Sr. R... –Resp. ¡Creo que sería preciso haceros algunas confidencias! Primero, sabed que yo tengo una gran necesidad de atormentar a alguien. Un médium que fuese sensato me rechazaría; me vinculo a un deficiente porque no me opone ninguna resistencia.
3. Nota – Alguien reflexiona que, a pesar de ese acto de cobardía, a este Espíritu no le falta inteligencia. Él responde sin que le hayan preguntado directamente:
–Resp. Un poco; no soy tan tonto como vosotros creéis.
4. ¿Qué erais cuando encarnado? –Resp. No era gran cosa; un hombre que ha hecho más mal que bien, y que es cada vez más punido por eso.
5. Ya que sois punido por haber hecho el mal, deberíais comprender la necesidad de hacer el bien. ¿No deseáis buscar vuestro mejoramiento? –Resp. Si quisieseis ayudarme, yo perdería menos tiempo.
6. No deseamos más que eso, pero es necesario que tengáis voluntad al respecto; orad con nosotros: esto os ayudará. –Resp. (En este momento el Espíritu da una respuesta blasfema.)
7. ¡Basta! No queremos más escuchar esto; esperábamos despertar en vos algunos buenos sentimientos: ha sido con este objetivo que os hemos llamado. Pero ya que respondéis a nuestra benevolencia con palabras desagradables, podéis retiraros. –Resp. ¡Ah! ¡Aquí se detiene vuestra caridad! Porque pude resistir un poco, veo que esa caridad se termina rápido: por esto no valéis más que yo. Sí, podríais moralizarme más de lo que pensáis si supieseis cómo hacerlo, primeramente en interés del deficiente que sufre, después en beneficio del padre que se asusta demasiado y finalmente en el mío, si así os agrada.
8. Decidnos vuestro nombre, a fin de que podamos identificaros. –Resp. ¡Oh! Mi nombre poco importa; llamadme, si queréis, el Espíritu del joven deficiente.
9. Si hemos querido haceros parar, ha sido porque habéis dicho una palabra sacrílega. –Resp. ¡Ah, ah! ¡Ha sido chocante para vos! Para saber lo que hay en el lodo es necesario revolverlo.
10. Alguien dice: Esta figura innoble es digna del Espíritu. –Resp. Joven, ¿queréis poesía? Hela aquí: Para conocer el aroma de una rosa es necesario olerla.
11. Puesto que habéis dicho que podíamos ayudaros a mejorar, uno de los señores presentes se ofrece para instruiros; ¿irás responderle cuando él os evoque? –Resp. Primeramente es necesario que yo vea si él me conviene. (Después de algunos momentos de reflexión agrega:) Sí, yo iré.
12. ¿Por qué el hijo del Sr. R... se enfurecía cuando el Sr. L... quería magnetizarlo? –Resp. No era él que se encolerizaba: era yo.
13. ¿Por qué? –Resp. No tengo ningún poder sobre este hombre, que es superior a mí; por eso lo detesto: quiere arrancarme lo que tengo bajo mi dependencia, y esto no lo admito.
14. Debéis ver a vuestro alrededor a Espíritus que son más felices que vos; ¿sabéis por qué? –Resp. Sí, lo sé: son mejores que yo.
15. ¿Comprendéis entonces que si, en lugar de hacer el mal, hicieseis el bien, vos seríais feliz como ellos? –Resp. No deseaba más que esto; pero es difícil hacer el bien.
16. Tal vez sea difícil para vos, pero no es imposible. ¿Sabéis que la oración puede tener una gran influencia en vuestro mejoramiento? –Resp. No digo que no; pensaré en eso. Llamadme algunas veces.
Nota – Como se ve, este Espíritu no desmintió su carácter; entretanto, se ha mostrado menos recalcitrante hacia el final, lo que prueba que él no es completamente inaccesible al razonamiento. Por lo tanto, él dispone en sí mismo de elementos para esto, pero para dominarlo enteramente sería necesario un concurso de voluntades que por ahora no existe. Esto debe ser una enseñanza para las personas que podrían encontrarse en un caso análogo.
Este Espíritu es indudablemente muy malo y pertenece a la escala inferior del mundo espírita; pero se puede decir que es brutalmente malo, y en semejantes seres hay más recursos que en los que son hipócritas. Con toda seguridad, aquellos son mucho menos peligrosos que los Espíritus fascinadores que, con la ayuda de una cierta dosis de inteligencia y de una falsa apariencia de virtud, saben inspirar a ciertas personas una confianza ciega en sus palabras, confianza de la que tarde o temprano serán víctimas, porque estos Espíritus nunca actúan con miras al bien: tienen siempre segundas intenciones. El Libro de los Médiums tendrá como resultado –así lo esperamos– ponernos en guardia contra esas sugestiones, lo que seguramente no les agradará; pero, como bien se ve, nos inquietamos muy poco con su mala voluntad, como con la de los Espíritus encarnados que ellos pueden incitar contra nosotros. Los Espíritus malos, al igual que los hombres, no ven con mucho gusto a aquellos que, al desenmascarar sus torpezas, les sacan los medios de hacer el mal.
Enseñanzas espontáneas de los Espíritus
Los tres prototipos
(Médium: Sr. Alfred Didier)
(Médium: Sr. Alfred Didier)
Hay en el mundo tres prototipos que serán eternos; grandes hombres han descripto a esos tres prototipos como eran en su tiempo y han intuido que existirían siempre. Esos tres prototipos son: primero Hamlet, que ha dicho: To be or not to be, that is the question; después Tartufo, que balbucea oraciones y que además medita el mal; y por último Don Juan, que dice a todos: No creo en nada. Molière ha encontrado –solamente él– a dos de estos prototipos; denunció a Tartufo y fulminó a Don Juan. Sin la verdad, el hombre está en duda como Hamlet; sin conciencia, el hombre es como Tartufo, y sin corazón, como Don Juan. Es cierto que Hamlet está en duda, pero él busca, es desdichado, la incredulidad lo agobia, sus más suaves ilusiones se alejan a cada día, y ese ideal, esa verdad que él persigue, cae en el abismo como Ofelia y se pierde para siempre para él. Entonces enloquece y muere desesperado; pero Dios lo perdonará, porque tuvo corazón, amó y fue el mundo que le arrebató aquello que quería conservar.
Los otros dos prototipos son atroces, porque son egoístas e hipócritas, cada uno en su género. Tartufo se pone la máscara de la virtud, lo que lo vuelve odioso. Don Juan no cree en nada, ni siquiera en Dios: solamente cree en sí mismo. En este emblema famoso de Don Juan y de la estatua del Comendador, ¿nunca os pareció ver el escepticismo ante las mesas giratorias, o el Espíritu humano corrompido frente a la más brutal manifestación? Hasta el presente, el mundo no ha visto en ello sino una figura completamente humana; ¿creéis que no falta ver y comprender en ello algo más? ¡Cómo el genio inimitable de Molière no tuvo en esta obra el sentimiento del buen sentido sobre los hechos espirituales, como siempre lo tenía para con los defectos de este mundo!
Cazotte
(Médium: Sr. Alfred Didier)
(Médium: Sr. Alfred Didier)
Es curioso ver que surge, en medio del materialismo, una reunión de hombres de buena fe para propagar el Espiritismo. Sí, es en medio de las más profundas tinieblas que Dios derrama la luz, y es en el momento en que Él es más olvidado que revela lo mejor, semejante al ladrón sublime del cual habla el Evangelio, que vendrá a juzgar al mundo en el momento en que éste menos lo espera. Pero Dios no viene a vosotros para sorprenderos; al contrario, Él viene a preveniros de que esa gran sorpresa, que debe sobrecoger a los hombres en la muerte, debe ser para ellos funesta o feliz.
Dios me había enviado en medio de una sociedad corrupta. Gracias a la clarividencia, algunas de esas revelaciones que en mi tiempo parecían tan maravillosas, hoy se presentan muy naturales. Todos esos recuerdos no son sino sueños para mí, y –¡alabado sea Dios!– el despertar no ha sido penoso. El Espiritismo nació o, más bien, resucitó en vuestra época; el magnetismo era de mi tiempo. Creed que las grandes luces preceden a las grandes claridades.
El autor de Diable amoureux os recuerda que ya ha tenido el honor de conversar con vosotros, y que será feliz en continuar sus relaciones de amistad.
En la sesión siguiente, le fueron dirigidas al Espíritu Cazotte las próximas preguntas:
Al venir espontáneamente la última vez, habéis tenido la amabilidad de decirnos que volveríais de buen grado. Aprovechamos vuestro ofrecimiento para dirigiros algunas cuestiones, si así lo consentís.
1ª) La historia de la famosa cena, en la cual habéis predicho el destino que esperaba a cada invitado, ¿es enteramente verdadera? –Resp. Es verdadera en el sentido de que esta predicción no fue hecha en una sola noche, sino en varias cenas, al final de las cuales yo me divertía en asustar a mis amables invitados con siniestras revelaciones.
2ª) Conocemos los efectos de la doble vista y comprenderíamos que, dotado de esta facultad, hubieseis podido ver cosas distantes, pero que sucedían en ese momento; ¿cómo habéis podido ver cosas futuras que aún no existían, y verlas con precisión? ¿Quisierais decirnos, al mismo tiempo, cómo os fue dada esta previsión? ¿Habéis hablado simplemente como inspirado, sin ver nada, o el cuadro de los acontecimientos anunciados por vos se presentó como una imagen? Tened la bondad de describirnos esto lo mejor posible para nuestra instrucción. –Resp. Hay en la razón del hombre un instinto moral que lo lleva a predecir ciertos acontecimientos. Es verdad que yo era dotado de una gran clarividencia, pero siempre humana, para con los acontecimientos que por entonces se efectuaban; ¿pero creéis que el buen sentido o el sano juicio de las cosas terrenas pueda detallaros, con muchos años de antelación, tal o cual circunstancia? No; a mi sagacidad natural se sumaba una cualidad sobrenatural: la doble vista. Cuando yo revelaba a las personas que me rodeaban las terribles conmociones que tendrían lugar, hablaba evidentemente como un hombre de buen sentido y de lógica. Pero cuando yo veía pequeños detalles de esas circunstancias vagas y generales; cuando yo percibía visiblemente tal o cual víctima, entonces no hablaba más como un simple hombre dotado, sino como un hombre inspirado.
3ª) Independientemente de ese hecho, ¿habéis tenido, durante vuestra existencia, otros ejemplos de previsiones? –Resp. Sí; prácticamente eran todas sobre el mismo asunto; pero, como pasatiempo, yo estudiaba las ciencias ocultas y me ocupaba mucho con el magnetismo.
4ª) Esa facultad de previsión, ¿continuó en el mundo de los Espíritus? Es decir, después de vuestra muerte, ¿aún prevéis ciertos acontecimientos? –Resp. Sí, ese don me quedó mucho más puro.
Nota – Se podría ver aquí una contradicción con el principio que se opone a la revelación del futuro. En efecto, el futuro nos ha sido ocultado por una ley muy sabia de la Providencia, porque ese conocimiento perjudicaría nuestro libre albedrío, llevándonos a descuidar el presente por el futuro. Además, por nuestra oposición, podríamos interferir en ciertos acontecimientos necesarios al orden general; pero cuando esa comunicación puede impulsarnos a facilitar el cumplimiento de una cosa, Dios puede permitir la revelación de la misma en los límites asignados por su sabiduría.
Al venir espontáneamente la última vez, habéis tenido la amabilidad de decirnos que volveríais de buen grado. Aprovechamos vuestro ofrecimiento para dirigiros algunas cuestiones, si así lo consentís.
1ª) La historia de la famosa cena, en la cual habéis predicho el destino que esperaba a cada invitado, ¿es enteramente verdadera? –Resp. Es verdadera en el sentido de que esta predicción no fue hecha en una sola noche, sino en varias cenas, al final de las cuales yo me divertía en asustar a mis amables invitados con siniestras revelaciones.
2ª) Conocemos los efectos de la doble vista y comprenderíamos que, dotado de esta facultad, hubieseis podido ver cosas distantes, pero que sucedían en ese momento; ¿cómo habéis podido ver cosas futuras que aún no existían, y verlas con precisión? ¿Quisierais decirnos, al mismo tiempo, cómo os fue dada esta previsión? ¿Habéis hablado simplemente como inspirado, sin ver nada, o el cuadro de los acontecimientos anunciados por vos se presentó como una imagen? Tened la bondad de describirnos esto lo mejor posible para nuestra instrucción. –Resp. Hay en la razón del hombre un instinto moral que lo lleva a predecir ciertos acontecimientos. Es verdad que yo era dotado de una gran clarividencia, pero siempre humana, para con los acontecimientos que por entonces se efectuaban; ¿pero creéis que el buen sentido o el sano juicio de las cosas terrenas pueda detallaros, con muchos años de antelación, tal o cual circunstancia? No; a mi sagacidad natural se sumaba una cualidad sobrenatural: la doble vista. Cuando yo revelaba a las personas que me rodeaban las terribles conmociones que tendrían lugar, hablaba evidentemente como un hombre de buen sentido y de lógica. Pero cuando yo veía pequeños detalles de esas circunstancias vagas y generales; cuando yo percibía visiblemente tal o cual víctima, entonces no hablaba más como un simple hombre dotado, sino como un hombre inspirado.
3ª) Independientemente de ese hecho, ¿habéis tenido, durante vuestra existencia, otros ejemplos de previsiones? –Resp. Sí; prácticamente eran todas sobre el mismo asunto; pero, como pasatiempo, yo estudiaba las ciencias ocultas y me ocupaba mucho con el magnetismo.
4ª) Esa facultad de previsión, ¿continuó en el mundo de los Espíritus? Es decir, después de vuestra muerte, ¿aún prevéis ciertos acontecimientos? –Resp. Sí, ese don me quedó mucho más puro.
Nota – Se podría ver aquí una contradicción con el principio que se opone a la revelación del futuro. En efecto, el futuro nos ha sido ocultado por una ley muy sabia de la Providencia, porque ese conocimiento perjudicaría nuestro libre albedrío, llevándonos a descuidar el presente por el futuro. Además, por nuestra oposición, podríamos interferir en ciertos acontecimientos necesarios al orden general; pero cuando esa comunicación puede impulsarnos a facilitar el cumplimiento de una cosa, Dios puede permitir la revelación de la misma en los límites asignados por su sabiduría.
La voz del ángel guardián
(Médium: Srta. Huet)
(Médium: Srta. Huet)
Todos los hombres son médiums; todos tienen un Espíritu que los dirige hacia el bien, cuando saben escucharlo. Ahora bien, poco importa que algunos se comuniquen directamente con él a través de una mediumnidad en particular, y que otros sólo lo escuchen a través de la voz del corazón y de la inteligencia, pues no por esto deja de ser su Espíritu familiar quien los aconseja. Llamadlo Espíritu, razón, inteligencia, es siempre una voz que responde a vuestra alma y os dicta buenas palabras; pero no siempre las comprendéis. No todos saben obrar según los consejos de la razón, no de esa razón que se arrastra y se rebaja más de lo que camina, que se pierde en la maraña de los intereses materiales y groseros, sino de esa razón que eleva al hombre por encima de sí mismo y lo transporta a regiones desconocidas, llama sagrada que inspira al artista y al poeta, pensamiento divino que eleva al filósofo, fuerza que arrebata a los individuos y a los pueblos, razón que el vulgo no puede comprender, pero que aproxima al hombre de la Divinidad, más que ninguna otra criatura, entendimiento que sabe conducirlo de lo conocido a lo desconocido y que le hace realizar las cosas más sublimes. Por lo tanto, escuchad esa voz interior, ese genio bueno que os habla sin cesar, y llegaréis progresivamente a escuchar a vuestro ángel guardián que os tiende la mano desde lo alto del cielo.
El coqueteo
(Médium: Sra. de Costel)
(Médium: Sra. de Costel)
Hoy nos ocuparemos del coqueteo femenino, que es el enemigo del amor: el coqueteo mata o debilita al amor, lo que es peor. La mujer coqueta se asemeja a un pájaro enjaulado que, a través de sus canciones, atrae a otros pájaros junto a ella. Atrae a los hombres, cuyos corazones se despedazan contra las barras que la encierran. Nos compadecemos más de ella que de ellos; al estar en cautiverio por la estrechez de sus ideas y por la aridez de su corazón, anda en la oscuridad de su conciencia, sin poder jamás ver fulgurar el sol del amor, que sólo brilla para las almas generosas y abnegadas. Es más difícil sentir el amor que inspirarlo; sin embargo, todos se inquietan y sondean el corazón deseado, sin examinar primero si el suyo posee el tesoro codiciado. No, el amor que expresa la sensualidad del amor propio no es amor, así como el coqueteo no es la seducción para un alma elevada. Tenemos razón en reprobar y en suscitar dificultades en esas frágiles relaciones, que son un vergonzoso intercambio de vanidades y de miserias de toda especie; el amor es ajeno a estas cosas, así como el rayo de luz no se ensucia en la basura que él ilumina. Insensatas son las mujeres que no comprenden que su belleza y su virtud son el amor en su sencillez, en el olvido de los intereses personales y en la transmigración del alma que se entrega enteramente al ser amado. Dios bendice a la mujer que ha llevado el yugo del amor, y repele a la que ha hecho de este precioso sentimiento un trofeo a su vanidad, una distracción a su ociosidad o una llama carnal que consume el cuerpo y que deja vacío el corazón.
ALLAN KARDEC
Febrero
Boletín de la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas
(Resumen de las Actas)
Viernes 21 de diciembre de 1860 (Sesión particular)
(Resumen de las Actas)
Admisión de dos nuevos miembros.
Informes diversos – 1º) Lectura de varias comunicaciones obtenidas fuera de las sesiones.
2º) El Sr. Allan Kardec da lectura a una carta de Burdeos, en la cual es propuesta la evocación de la Srta. M. H..., recientemente fallecida. Al ser consultada la Sociedad, ésta piensa que no debe ocuparse de dicha evocación.
Trabajos de la sesión – 1º) Dictado espontáneo firmado por Lázaro, obtenido por la Sra. de Costel. –Otro dictado, firmado por Gérard de Nerval, recibido por el Sr. A. Didier. El Espíritu desarrolla la proposición cuyas bases presentó en la comunicación Los tres prototipos: Hamlet, Don Juan y Tartufo, el 14 de diciembre. Desarrolla el prototipo Hamlet. A pedido, da su apreciación sobre La Fontaine. –Dictado firmado por Torcuato Tasso, obtenido por la Srta. H... El Espíritu da igualmente su apreciación sobre La Fontaine.
2º) Evocación de lady Esther Stanhope, que pasó la mayor parte de su vida en las montañas del Líbano, en medio de las poblaciones árabes que le habían dado el título de Reina de Palmira.
Informes diversos – 1º) Lectura de varias comunicaciones obtenidas fuera de las sesiones, entre otras, un cuento fantástico firmado por Hoffmann, recibido por la Sra. de Costel, y la evocación de un negro, hecha en Nueva Orleáns, a través de la Sra. de B... La comunicación es notable por la sencillez de las ideas y por la reproducción del lenguaje usado entre los negros.
2º) Carta de la Sra. T. D..., de Cracovia, que constata el progreso del Espiritismo en Polonia, en Podolia y en Ucrania. Esta dama es médium hace siete años; ella adjunta a su carta cuatro comunicaciones que atestiguan la bondad y la superioridad del Espíritu que las ha dictado, y además solicita formar parte de la Sociedad.
3º) El Sr. Allan Kardec dirige a los Espíritus la siguiente alocución, para agradecerles su colaboración durante el año que está finalizando:
«No queremos terminar el año sin dirigir nuestros agradecimientos a los Espíritus buenos que han tenido a bien instruirnos. Agradecemos sobre todo a san Luis, nuestro presidente espiritual, cuya protección ha sido tan evidente para la Sociedad, que él la ha tomado bajo su patrocinio, y que esperamos que continúe haciéndolo, rogándole que a todos nos inspire los sentimientos que puedan volvernos dignos de ello. También agradecemos a todos los que han venido espontáneamente a darnos sus consejos y sus instrucciones, ya sea en nuestras sesiones o en las comunicaciones dadas en particular a nuestros médiums, y que nos han sido transmitidas. En este número no podríamos olvidar a Lamennais, que ha dictado al Sr. Didier páginas tan elocuentes; a Channing; a Georges, cuyas bellas comunicaciones han sido admiradas por todos los lectores de la Revista; a Madame Delphine de Girardin, a Charles Nodier, Gérard de Nerval, Lázaro, El Tasso, Alfred de Musset, a Rousseau, etc., etc. El año 1860 ha sido eminentemente próspero para las ideas espíritas. Esperamos que con la colaboración de los Espíritus buenos, el año que va a comenzar no sea menos favorable. En cuanto a los Espíritus sufridores que han venido, ya sea espontáneamente o atendiendo a nuestro llamado, continuaremos, a través de nuestras oraciones, solicitando para ellos la misericordia de Dios, rogándole que ampare a los que están en la senda del arrepentimiento y que ilumine a los que aún se encuentran en el camino tenebroso del mal.»
Trabajos de la sesión – 1º) Dictado espontáneo sobre El año 1860, firmado por J.-J. Rousseau, obtenido por la Sra. de Costel. –Dictado firmado por Necker, recibido por la Srta. H... –Otro dictado, sobre El año 1861, firmado por san Luis.
2º) Evocación de lady Stanhope, de Hoffmann y del negro de Nueva Orleáns.
3º) Cuestiones diversas: Sobre el recuerdo de existencias anteriores en Júpiter; –Sobre diversas apariciones que han tenido lugar con la suegra del Sr. Pr..., presente a la sesión.
Informes diversos – 1º) Carta del Sr. Kond..., médico (de Vaucluse), que expresa su pesar porque no es publicado integralmente en la Revista todo lo que es mencionado en las actas de la Sociedad. «Los partidarios del Espiritismo que no pueden asistir a las sesiones –dice él– están ajenos a las cuestiones que son estudiadas y resueltas en esa asamblea científica. Todos los meses esperamos con una febril impaciencia la llegada de la Revista; cuando la recibimos, no perdemos un minuto en leerla. La leemos y releemos; entonces nos enteramos de una multitud de cuestiones, cuya solución –con pesar– nunca tendremos». Él pregunta si no habría un medio de solucionar este inconveniente.
La Sra. de Costel dice que ha recibido cartas en ese mismo sentido.
Esto prueba una cosa –dice el Sr. Allan Kardec–, de la cual debemos estar muy satisfechos: el valor que se da a los trabajos de la Sociedad, y el crédito que Ella goza entre los verdaderos espíritas. La publicación del resumen de las actas muestra a las personas ajenas a la Sociedad, que ésta sólo se ocupa de cosas graves y de estudios serios; la consideración que Ella ha conquistado externamente se debe a su moderación y a su marcha prudente en terreno nuevo, al orden y a la seriedad que presiden sus reuniones, así como al carácter esencialmente moral y científico de sus trabajos. Por lo tanto, para Ella es un estímulo el no apartarse de un camino que le trae estima, puesto que del exterior –hasta de la propia Polonia– escriben solicitando formar parte de la Sociedad.
A la reclamación especial y muy halagadora para nosotros, hecha por el Dr. K..., responderé para comenzar que, para publicar integralmente todo lo que se hace y se examina en la Sociedad, serían necesarios varios volúmenes. Entre las evocaciones que allí son realizadas, hay muchas que no corresponden a la expectativa o que no ofrecen un interés bastante general como para ser publicadas; son archivadas para ser consultadas en caso de necesidad, y el Boletín se limita a mencionarlas. Sucede lo mismo con las comunicaciones espontáneas: sólo se publican las más instructivas. En cuanto a las cuestiones diversas y a los problemas morales que a menudo presentan un gran interés, el Dr. K... está equivocado si piensa que los espíritas ajenos a la Sociedad se privan de las mismas. Lo que lo lleva a tener esta opinión es que la abundancia de materias y la necesidad de coordinarlas, muy raramente permiten publicar todas esas cuestiones en el número de la Revista en que son mencionadas en el Boletín; pero tarde o temprano ellas encontrarán su lugar. Además, las mismas constituyen uno de los elementos esenciales de las obras sobre el Espiritismo; han sido aprovechadas en El Libro de los Espíritus y en El Libro de los Médiums, en los cuales están clasificadas según su objeto, siendo que no ha sido omitida ninguna de las esenciales. Por lo tanto, que el Sr. K... y los otros espíritas se tranquilicen; si a través de la lectura de la Revista no pueden asistir de lejos a las sesiones de la Sociedad, ni perder una sola palabra, todo lo que se obtiene de importante en Ella nunca es puesto debajo del celemín. Entretanto, la Revista se esforzará en responder, tanto como sea posible, al deseo expresado por el honorable corresponsal.
2º) El Sr. Allan Kardec señala, conforme el relato de un negociante de Nueva York, presente a la sesión, el progreso que la Doctrina Espírita ha realizado en los Estados Unidos de América por causa de los principios formulados en El Libro de los Espíritus. Esta obra ha sido traducida al inglés, en fragmentos, y la doctrina de la reencarnación cuenta allí ahora con numerosos adeptos.
3º) Lectura de una graciosa y encantadora comunicación en el antiguo estilo de la Edad Media, obtenida por la Srta. S... –Comunicación sobre la inmaterialidad de los Espíritus, por intermedio de la Sra. de Costel.
Trabajos de la sesión – 1º) Observaciones críticas acerca del dictado hecho en la última sesión por el Espíritu Necker. El Espíritu Madame de Staël se manifiesta espontáneamente y justifica las palabras de su padre, explicando el sentido de las mismas.
2º) Evocación de León X, que se manifestó espontáneamente el 14 de diciembre. Al responder a varias preguntas que le son dirigidas, explica y desarrolla sus ideas sobre el carácter comparado de los americanos, de los franceses y de los ingleses, la manera de ver de esos pueblos con referencia al Espiritismo y los inevitables progresos de esta Doctrina, etc.
3º) Diálogo espontáneo entre el monseñor Sibour y su asesino.
4º) Preguntas dirigidas a san Luis acerca del negro evocado el 28 de diciembre, sobre su carácter y su origen.
5º) Evocación de la Srta. J. B., realizada por su madre, presente a la sesión. Esta comunicación –de interés totalmente particular– ofrece una descripción conmovedora del afecto que ciertos Espíritus conservan por aquellos que amaron en la Tierra.
El Sr. Squire
Varios diarios han hablado con más o menos escarnio, como de costumbre, de este nuevo médium –compatriota del Sr. Home–, bajo cuya influencia también se producen fenómenos de un orden en cierto modo excepcional. Como característica particular, sus efectos tienen lugar en la más profunda oscuridad, circunstancia que los incrédulos no dejan de alegar. Como se sabe, el Sr. Home producía fenómenos muy variados, entre los cuales el más notable era indiscutiblemente el de las apariciones tangibles; nosotros los hemos relatado con detalles en la Revista Espírita de los meses de febrero, marzo y abril de 1858. El Sr. Squire produce dos de ellos o, mejor dicho, uno con ciertas variantes, pero que no es menos digno de atención. Al ser la oscuridad una condición esencial para la obtención del fenómeno, no es preciso decir que todas las precauciones necesarias son debidamente tomadas para asegurar su realidad. He aquí en qué consiste:
El Sr. Squire se ubica frente a una mesa que pesa de 35 a 40 kilos, semejante a una mesa grande de cocina; le atan fuertemente las dos piernas para que no pueda servirse de las mismas y, en esa posición, su fuerza muscular sería considerablemente paralizada si recurriera a ella. Otra persona, cualquier una o si se quiere la más incrédula, lo agarra de la mano de un modo que sólo le deje libre la otra. Entonces, él la pone suavemente en el borde de la mesa; después de esto, se apagan las luces y en el mismo instante la mesa se levanta, pasa por encima de su cabeza y va a caer atrás de él, con las patas hacia arriba, sobre un diván o sobre almohadones preparados para recibirla, a fin de que no se quiebre al caer. Al producirse el efecto, se enciende inmediatamente la luz: es una cuestión de segundos. Él puede repetir la experiencia tantas veces como quiera en la misma sesión.
He aquí una variedad de este fenómeno: una persona se pone al lado del Sr. Squire; al levantarse la mesa y al pasar por encima con las patas hacia arriba –como acaba de ser descripto–, en lugar de caer hacia atrás, se cierne horizontalmente y en equilibrio sobre la cabeza de aquella persona, que sólo siente una presión muy leve; pero ni bien se enciende la luz, ella siente por completo el peso de la mesa, la cual caería si otras dos personas no estuviesen preparadas para agarrarla y sostenerla por las patas.
Tal es, en esencia y en su mayor sencillez, sin énfasis ni reticencias, el relato de esos hechos singulares que hemos extraído de La Patrie del 23 de diciembre de 1860, de los cuales también hay un gran número de testigos, porque a estos hechos no los hemos presenciado personalmente; entretanto, la honorabilidad de aquellos que los han visto y nos los han narrado, no deja ninguna duda sobre su exactitud. Tenemos otro motivo quizá más poderoso para darles crédito: la teoría nos demuestra la posibilidad de los mismos. Ahora bien, nada mejor para fundamentar una convicción que el poder comprenderlos; nada suscita más la duda como decir: He visto, pero no entiendo. Por lo tanto, tratemos de hacerlos comprender.
Comencemos por plantear algunas objeciones perjudiciales. La primera que se presenta muy naturalmente al pensamiento es la que el Sr. Squire emplea algún medio secreto o, dicho de otro modo, que es un hábil prestidigitador; o también –como dicen con más dureza las personas que no se importan en ser maleducadas–, que es un charlatán. Una única palabra responde a esta suposición: que el Sr. Squire vino a París como un simple turista y que no saca ningún provecho de su extraña facultad; ahora bien, como no existen charlatanes desinteresados, esto es para nosotros la mejor garantía de su sinceridad. Si el Sr. Squire diera sesiones a tanto por lugar; si estuviese animado por cualquier interés, todas las sospechas serían perfectamente legítimas. No tenemos el honor de conocerlo, pero sabemos a través de personas dignas de toda nuestra confianza que lo conocen particularmente hace varios años, que es un hombre muy honorable, de un carácter afable y benevolente, un distinguido literato que escribe en varios diarios de América. Raramente la crítica toma en cuenta el carácter de las personas y el móvil que las hace obrar; ella se equivoca, porque ambos constituyen con seguridad una base esencial de apreciación; hay casos en que la acusación de superchería no sólo es una ofensa, sino también una falta de lógica.
Dicho esto, y descartada toda suposición de medios fraudulentos, resta saber si el fenómeno podría producirse con la ayuda de la fuerza muscular. El experimento ha sido hecho por hombres dotados de una fuerza excepcional, y todos han reconocido la absoluta imposibilidad de levantar la mesa con una mano, y menos aún de hacerla dar piruetas en el aire; agreguemos que la constitución física del Sr. Squire no es compatible con una fuerza hercúlea. Ya que el empleo de la fuerza física es imposible, y que un examen escrupuloso descartó el uso de cualquier medio mecánico, es preciso admitir la acción de una fuerza extrahumana. Todo efecto tiene una causa; si la causa no está en la humanidad, es totalmente necesario que esté fuera de ésta; dicho de otro modo, en la intervención de seres invisibles que nos rodean, es decir, de los Espíritus.
Para los espíritas, el fenómeno producido por el Sr. Squire no tiene nada de nuevo, a no ser la forma por la cual se produce; en cuanto al fondo, entra en la categoría de todos los otros fenómenos conocidos de levantamiento y de desplazamiento de objetos, con o sin contacto, y de suspensión de cuerpos pesados en el espacio. Tiene su principio en el fenómeno elemental de las mesas giratorias, cuya teoría completa se encuentra en nuestra nueva obra: El Libro de los Médiums. Quien haya meditado bien en esta teoría podrá fácilmente tener la explicación del efecto producido por el Sr. Squire, porque ciertamente el hecho de una mesa levantarse del suelo sin el contacto de ninguna persona, y mantenerse en el espacio sin punto de apoyo, es aún más extraordinario; si se comprende la causa, más fácilmente se podrá explicar el otro fenómeno.
En todo esto –dirán–, ¿dónde está la prueba de la intervención de los Espíritus? Si los efectos fuesen puramente mecánicos, nada ciertamente probaría esta intervención, bastando recurrir a la hipótesis de un fluido eléctrico u otro; pero desde el momento en que un efecto es inteligente, debe tener una causa inteligente. Ahora bien, ha sido por los signos de inteligencia de esos efectos que se ha reconocido que su causa no es exclusivamente material. Hablamos de los efectos espíritas en general, porque los hay cuyo carácter inteligente es casi nulo, como en el caso del Sr. Squire. Entonces podría suponerse que él fuese dotado, a ejemplo de ciertas personas, de una fuerza eléctrica natural; pero, que sepamos, la luz nunca ha sido un obstáculo a la acción de la electricidad o del fluido magnético. Por otro lado, el examen atento de las circunstancias del fenómeno excluye esta suposición, mientras que su analogía está manifesta con aquellos que sólo pueden ser producidos por la intervención de inteligencias ocultas; por lo tanto, es más racional colocarlo entre estos últimos. Queda por saber cómo el Espíritu, o el ser invisible, actúa sobre la materia inerte.
Cuando una mesa se mueve, no es el Espíritu que la toma con las manos y la levanta con la fuerza de sus brazos, por la sencilla razón de que, aunque tenga un cuerpo como el nuestro, ese cuerpo es fluídico y no puede ejercer una acción muscular propiamente dicha. Él satura la mesa con su propio fluido, combinado con el fluido animalizado del médium; por este medio, la mesa es momentáneamente animada de una vida artificial. Entonces, ella obedece a la voluntad, como lo haría un ser vivo; la misma expresa, a través de sus movimientos, alegría, cólera y los diversos sentimientos del Espíritu que de ella se sirve. No es la mesa que piensa, que se alegra o se encoleriza; no es el Espíritu que se incorpora en ella, porque él no se transforma en mesa; ésta es sólo para él un instrumento dócil, obediente a su voluntad, como el bastón que un hombre agita y con el cual expresa amenaza o diversos signos. En este caso, el bastón es sostenido por los músculos; pero la mesa, al no poder ser puesta en movimiento por los músculos del Espíritu, es agitada por el propio fluido de éste, que hace el papel de fuerza muscular. Tal es el principio fundamental de todos los movimientos en casos semejantes.
Una cuestión, a primera vista más difícil, es ésta: ¿cómo puede un cuerpo pesado levantarse del suelo y mantenerse en el espacio, contrariando a la ley de gravedad? Para que comprendamos esto, basta que nos reportemos a lo que sucede diariamente ante nuestros ojos. Se sabe que es necesario distinguir en un cuerpo sólido el peso específico de la fuerza de gravedad; el peso específico es siempre el mismo: depende de la suma de las moléculas. La fuerza de gravedad varía en razón de la densidad del medio; he aquí por qué un cuerpo pesa menos en el agua que en el aire, e incluso menos en el mercurio. Supongamos que una habitación, en cuyo suelo se encuentra una mesa pesada, de repente se llene de agua; la mesa se levantará por sí misma o, por lo menos, un hombre o incluso un niño la levantarán sin esfuerzo. Otra comparación: Cuando se hace el vacío dentro de una campana neumática, instantáneamente el aire de su interior, al no equilibrarse más con la columna atmosférica, hace con que la campana adquiera una tal fuerza que el más fuerte de los hombres no podrá levantarla. Entretanto, aunque ni la mesa ni la campana hayan ganado o perdido un átomo de su substancia, su peso relativo ha aumentado o disminuido en razón del medio, ya sea éste un líquido o un fluido.
¿Conocemos todos los fluidos de la Naturaleza o incluso todas las propiedades de aquellos que conocemos? Sería muy presuntuoso pensar así. Los ejemplos que acabamos de citar son comparaciones: no decimos similitudes; es únicamente para mostrar que los fenómenos espíritas que nos parecen tan extraños no lo son más que aquellos que acabamos de mencionar, y que pueden ser explicados, si no son por las mismas causas, al menos por causas análogas. En efecto, he aquí una mesa que pierde evidentemente su peso aparente en un dado momento, y que en otra circunstancia adquiere un aumento de peso, siendo que este hecho no puede explicarse a través de las leyes conocidas; pero como el mismo se repite, esto prueba que está sometido a una ley, que no deja de existir porque sea desconocida. ¿Cuál es esta ley? La dan los Espíritus; pero si faltase la explicación de ellos, sería posible deducirla por analogía, sin recurrir a causas milagrosas o sobrenaturales.
El fluido universal –así es cómo los Espíritus lo llaman– es el vehículo y el agente de todos los fenómenos espíritas; se sabe que los Espíritus pueden modificar las propiedades del mismo según las circunstancias; que el fluido universal es el elemento constitutivo del periespíritu o envoltura semimaterial del Espíritu; que, en este último estado, puede adquirir la visibilidad e incluso la tangibilidad; por lo tanto, ¿es irracional admitir que un Espíritu, en un dado momento, pueda envolver un cuerpo sólido en una atmósfera fluídica, cuyas propiedades, consecuentemente modificadas, producen sobre este cuerpo el efecto de un medio más denso o más raro? En esta hipótesis, el levantamiento tan fácil de una mesa pesada, a través del Sr. Squire, se explica muy naturalmente, así como todos los fenómenos análogos.
La necesidad de la oscuridad es más embarazosa. ¿Por qué cesa el efecto al menor contacto de la luz? El fluido luminoso ¿ejerce aquí alguna acción mecánica? Esto no es probable, ya que hechos del mismo género se producen perfectamente en pleno día. No se puede atribuir esta singularidad sino a la naturaleza totalmente especial de los Espíritus que se manifiestan por ese médium. ¿Por qué por dicho médium y no por otros? Aún este es uno de esos misterios que solamente pueden penetrar los que están identificados con los fenómenos tan numerosos y a menudo tan singulares del mundo de los invisibles; sólo ellos pueden comprender las simpatías y las antipatías que existen entre los vivos y los muertos.
¿A qué orden pertenecen esos Espíritus? ¿Son buenos o malos? Sabemos que hemos herido el amor propio de ciertas criaturas terrenas al desestimar el valor de los Espíritus que producen manifestaciones físicas; se nos ha criticado fuertemente por haberlos calificado como los saltimbanquis del mundo invisible; para justificar esto, diremos que la expresión no es nuestra, sino de los propios Espíritus; nosotros les pedimos perdón por eso, pero nunca podrá entrar en nuestra cabeza que Espíritus elevados vengan a divertirse haciendo proezas u otras cosas de este género, del mismo modo que no conseguirán hacernos creer que payasos, atletas de feria, acróbatas y bufones de plaza pública sean miembros del Instituto. Aquel que conozca la jerarquía de los Espíritus sabe que los hay de todos los grados de inteligencia y de moralidad, y que en ellos encontramos tantas variedades de aptitudes y de caracteres como entre los hombres, lo que no es de admirarse, ya que los Espíritus no son sino las almas de los que han vivido. Ahora bien, hasta que se pruebe lo contrario, nos es lícito dudar que Espíritus como Pascal, Bossuet y otros –incluso menos elevados–, se pongan a nuestras órdenes para hacer girar o mover las mesas y divertir a un círculo de curiosos; preguntamos a los que piensan de otra manera si ellos creen que después de su muerte se resignarían de buen grado a ese papel burlesco. Incluso entre los que están a los órdenes del Sr. Squire hay un servilismo incompatible con la menor superioridad intelectual, de donde deducimos que ellos deben pertenecer a las clases inferiores, lo que no quiere decir que sean malos; se puede ser muy bueno y honesto sin saber leer ni escribir. Los Espíritus malos son generalmente indóciles, coléricos y se complacen en hacer el mal; ahora bien, no nos consta que los Espíritus que se manifiestan a través del Sr. Squire le hayan jugado alguna vez una mala pasada; ellos le obedecen con una docilidad pacífica, que excluye toda sospecha de malevolencia, pero no por eso están aptos para dar disertaciones filosóficas. Consideramos al Sr. Squire un hombre de suficiente buen sentido como para ofenderse con esta apreciación. Esa subordinación de los Espíritus que lo asisten ha hecho decir a uno de nuestros colegas que probablemente ellos lo habían conocido en otra existencia, en la cual el Sr. Squire habría ejercido sobre los mismos una gran autoridad, razón por la que conservan hacia él una obediencia pasiva en la presente existencia. Por lo demás, es preciso no confundir a los Espíritus que se ocupan de efectos físicos propiamente dichos, y que más especialmente son designados con el nombre de Espíritus golpeadores, con los que se comunican a través de golpes; al ser este último medio un lenguaje, puede ser empleado como escritura por los Espíritus de todos los órdenes.
Como ya lo hemos dicho, hemos visto a muchas personas que han asistido a las experiencias del Sr. Squire; pero entre las que no eran iniciadas en la ciencia espírita, muchas han salido muy poco convencidas, lo que prueba que la simple visión de los efectos más extraordinarios no es suficiente para llevar a la convicción. Después de haber escuchado las explicaciones que les hemos dado, su manera de ver se ha modificado totalmente. Seguramente no damos esta teoría como la última palabra o como la solución definitiva; pero en la imposibilidad de poder explicar esos hechos a través de las leyes conocidas, se ha de concordar que el sistema que difundimos no está desprovisto de verosimilitud; admitámoslo –si así lo prefieren– a título de simple hipótesis, y cuando sea dada una solución mejor, seremos el primero a aceptarla.
Varios diarios han hablado con más o menos escarnio, como de costumbre, de este nuevo médium –compatriota del Sr. Home–, bajo cuya influencia también se producen fenómenos de un orden en cierto modo excepcional. Como característica particular, sus efectos tienen lugar en la más profunda oscuridad, circunstancia que los incrédulos no dejan de alegar. Como se sabe, el Sr. Home producía fenómenos muy variados, entre los cuales el más notable era indiscutiblemente el de las apariciones tangibles; nosotros los hemos relatado con detalles en la Revista Espírita de los meses de febrero, marzo y abril de 1858. El Sr. Squire produce dos de ellos o, mejor dicho, uno con ciertas variantes, pero que no es menos digno de atención. Al ser la oscuridad una condición esencial para la obtención del fenómeno, no es preciso decir que todas las precauciones necesarias son debidamente tomadas para asegurar su realidad. He aquí en qué consiste:
El Sr. Squire se ubica frente a una mesa que pesa de 35 a 40 kilos, semejante a una mesa grande de cocina; le atan fuertemente las dos piernas para que no pueda servirse de las mismas y, en esa posición, su fuerza muscular sería considerablemente paralizada si recurriera a ella. Otra persona, cualquier una o si se quiere la más incrédula, lo agarra de la mano de un modo que sólo le deje libre la otra. Entonces, él la pone suavemente en el borde de la mesa; después de esto, se apagan las luces y en el mismo instante la mesa se levanta, pasa por encima de su cabeza y va a caer atrás de él, con las patas hacia arriba, sobre un diván o sobre almohadones preparados para recibirla, a fin de que no se quiebre al caer. Al producirse el efecto, se enciende inmediatamente la luz: es una cuestión de segundos. Él puede repetir la experiencia tantas veces como quiera en la misma sesión.
He aquí una variedad de este fenómeno: una persona se pone al lado del Sr. Squire; al levantarse la mesa y al pasar por encima con las patas hacia arriba –como acaba de ser descripto–, en lugar de caer hacia atrás, se cierne horizontalmente y en equilibrio sobre la cabeza de aquella persona, que sólo siente una presión muy leve; pero ni bien se enciende la luz, ella siente por completo el peso de la mesa, la cual caería si otras dos personas no estuviesen preparadas para agarrarla y sostenerla por las patas.
Tal es, en esencia y en su mayor sencillez, sin énfasis ni reticencias, el relato de esos hechos singulares que hemos extraído de La Patrie del 23 de diciembre de 1860, de los cuales también hay un gran número de testigos, porque a estos hechos no los hemos presenciado personalmente; entretanto, la honorabilidad de aquellos que los han visto y nos los han narrado, no deja ninguna duda sobre su exactitud. Tenemos otro motivo quizá más poderoso para darles crédito: la teoría nos demuestra la posibilidad de los mismos. Ahora bien, nada mejor para fundamentar una convicción que el poder comprenderlos; nada suscita más la duda como decir: He visto, pero no entiendo. Por lo tanto, tratemos de hacerlos comprender.
Comencemos por plantear algunas objeciones perjudiciales. La primera que se presenta muy naturalmente al pensamiento es la que el Sr. Squire emplea algún medio secreto o, dicho de otro modo, que es un hábil prestidigitador; o también –como dicen con más dureza las personas que no se importan en ser maleducadas–, que es un charlatán. Una única palabra responde a esta suposición: que el Sr. Squire vino a París como un simple turista y que no saca ningún provecho de su extraña facultad; ahora bien, como no existen charlatanes desinteresados, esto es para nosotros la mejor garantía de su sinceridad. Si el Sr. Squire diera sesiones a tanto por lugar; si estuviese animado por cualquier interés, todas las sospechas serían perfectamente legítimas. No tenemos el honor de conocerlo, pero sabemos a través de personas dignas de toda nuestra confianza que lo conocen particularmente hace varios años, que es un hombre muy honorable, de un carácter afable y benevolente, un distinguido literato que escribe en varios diarios de América. Raramente la crítica toma en cuenta el carácter de las personas y el móvil que las hace obrar; ella se equivoca, porque ambos constituyen con seguridad una base esencial de apreciación; hay casos en que la acusación de superchería no sólo es una ofensa, sino también una falta de lógica.
Dicho esto, y descartada toda suposición de medios fraudulentos, resta saber si el fenómeno podría producirse con la ayuda de la fuerza muscular. El experimento ha sido hecho por hombres dotados de una fuerza excepcional, y todos han reconocido la absoluta imposibilidad de levantar la mesa con una mano, y menos aún de hacerla dar piruetas en el aire; agreguemos que la constitución física del Sr. Squire no es compatible con una fuerza hercúlea. Ya que el empleo de la fuerza física es imposible, y que un examen escrupuloso descartó el uso de cualquier medio mecánico, es preciso admitir la acción de una fuerza extrahumana. Todo efecto tiene una causa; si la causa no está en la humanidad, es totalmente necesario que esté fuera de ésta; dicho de otro modo, en la intervención de seres invisibles que nos rodean, es decir, de los Espíritus.
Para los espíritas, el fenómeno producido por el Sr. Squire no tiene nada de nuevo, a no ser la forma por la cual se produce; en cuanto al fondo, entra en la categoría de todos los otros fenómenos conocidos de levantamiento y de desplazamiento de objetos, con o sin contacto, y de suspensión de cuerpos pesados en el espacio. Tiene su principio en el fenómeno elemental de las mesas giratorias, cuya teoría completa se encuentra en nuestra nueva obra: El Libro de los Médiums. Quien haya meditado bien en esta teoría podrá fácilmente tener la explicación del efecto producido por el Sr. Squire, porque ciertamente el hecho de una mesa levantarse del suelo sin el contacto de ninguna persona, y mantenerse en el espacio sin punto de apoyo, es aún más extraordinario; si se comprende la causa, más fácilmente se podrá explicar el otro fenómeno.
En todo esto –dirán–, ¿dónde está la prueba de la intervención de los Espíritus? Si los efectos fuesen puramente mecánicos, nada ciertamente probaría esta intervención, bastando recurrir a la hipótesis de un fluido eléctrico u otro; pero desde el momento en que un efecto es inteligente, debe tener una causa inteligente. Ahora bien, ha sido por los signos de inteligencia de esos efectos que se ha reconocido que su causa no es exclusivamente material. Hablamos de los efectos espíritas en general, porque los hay cuyo carácter inteligente es casi nulo, como en el caso del Sr. Squire. Entonces podría suponerse que él fuese dotado, a ejemplo de ciertas personas, de una fuerza eléctrica natural; pero, que sepamos, la luz nunca ha sido un obstáculo a la acción de la electricidad o del fluido magnético. Por otro lado, el examen atento de las circunstancias del fenómeno excluye esta suposición, mientras que su analogía está manifesta con aquellos que sólo pueden ser producidos por la intervención de inteligencias ocultas; por lo tanto, es más racional colocarlo entre estos últimos. Queda por saber cómo el Espíritu, o el ser invisible, actúa sobre la materia inerte.
Cuando una mesa se mueve, no es el Espíritu que la toma con las manos y la levanta con la fuerza de sus brazos, por la sencilla razón de que, aunque tenga un cuerpo como el nuestro, ese cuerpo es fluídico y no puede ejercer una acción muscular propiamente dicha. Él satura la mesa con su propio fluido, combinado con el fluido animalizado del médium; por este medio, la mesa es momentáneamente animada de una vida artificial. Entonces, ella obedece a la voluntad, como lo haría un ser vivo; la misma expresa, a través de sus movimientos, alegría, cólera y los diversos sentimientos del Espíritu que de ella se sirve. No es la mesa que piensa, que se alegra o se encoleriza; no es el Espíritu que se incorpora en ella, porque él no se transforma en mesa; ésta es sólo para él un instrumento dócil, obediente a su voluntad, como el bastón que un hombre agita y con el cual expresa amenaza o diversos signos. En este caso, el bastón es sostenido por los músculos; pero la mesa, al no poder ser puesta en movimiento por los músculos del Espíritu, es agitada por el propio fluido de éste, que hace el papel de fuerza muscular. Tal es el principio fundamental de todos los movimientos en casos semejantes.
Una cuestión, a primera vista más difícil, es ésta: ¿cómo puede un cuerpo pesado levantarse del suelo y mantenerse en el espacio, contrariando a la ley de gravedad? Para que comprendamos esto, basta que nos reportemos a lo que sucede diariamente ante nuestros ojos. Se sabe que es necesario distinguir en un cuerpo sólido el peso específico de la fuerza de gravedad; el peso específico es siempre el mismo: depende de la suma de las moléculas. La fuerza de gravedad varía en razón de la densidad del medio; he aquí por qué un cuerpo pesa menos en el agua que en el aire, e incluso menos en el mercurio. Supongamos que una habitación, en cuyo suelo se encuentra una mesa pesada, de repente se llene de agua; la mesa se levantará por sí misma o, por lo menos, un hombre o incluso un niño la levantarán sin esfuerzo. Otra comparación: Cuando se hace el vacío dentro de una campana neumática, instantáneamente el aire de su interior, al no equilibrarse más con la columna atmosférica, hace con que la campana adquiera una tal fuerza que el más fuerte de los hombres no podrá levantarla. Entretanto, aunque ni la mesa ni la campana hayan ganado o perdido un átomo de su substancia, su peso relativo ha aumentado o disminuido en razón del medio, ya sea éste un líquido o un fluido.
¿Conocemos todos los fluidos de la Naturaleza o incluso todas las propiedades de aquellos que conocemos? Sería muy presuntuoso pensar así. Los ejemplos que acabamos de citar son comparaciones: no decimos similitudes; es únicamente para mostrar que los fenómenos espíritas que nos parecen tan extraños no lo son más que aquellos que acabamos de mencionar, y que pueden ser explicados, si no son por las mismas causas, al menos por causas análogas. En efecto, he aquí una mesa que pierde evidentemente su peso aparente en un dado momento, y que en otra circunstancia adquiere un aumento de peso, siendo que este hecho no puede explicarse a través de las leyes conocidas; pero como el mismo se repite, esto prueba que está sometido a una ley, que no deja de existir porque sea desconocida. ¿Cuál es esta ley? La dan los Espíritus; pero si faltase la explicación de ellos, sería posible deducirla por analogía, sin recurrir a causas milagrosas o sobrenaturales.
El fluido universal –así es cómo los Espíritus lo llaman– es el vehículo y el agente de todos los fenómenos espíritas; se sabe que los Espíritus pueden modificar las propiedades del mismo según las circunstancias; que el fluido universal es el elemento constitutivo del periespíritu o envoltura semimaterial del Espíritu; que, en este último estado, puede adquirir la visibilidad e incluso la tangibilidad; por lo tanto, ¿es irracional admitir que un Espíritu, en un dado momento, pueda envolver un cuerpo sólido en una atmósfera fluídica, cuyas propiedades, consecuentemente modificadas, producen sobre este cuerpo el efecto de un medio más denso o más raro? En esta hipótesis, el levantamiento tan fácil de una mesa pesada, a través del Sr. Squire, se explica muy naturalmente, así como todos los fenómenos análogos.
La necesidad de la oscuridad es más embarazosa. ¿Por qué cesa el efecto al menor contacto de la luz? El fluido luminoso ¿ejerce aquí alguna acción mecánica? Esto no es probable, ya que hechos del mismo género se producen perfectamente en pleno día. No se puede atribuir esta singularidad sino a la naturaleza totalmente especial de los Espíritus que se manifiestan por ese médium. ¿Por qué por dicho médium y no por otros? Aún este es uno de esos misterios que solamente pueden penetrar los que están identificados con los fenómenos tan numerosos y a menudo tan singulares del mundo de los invisibles; sólo ellos pueden comprender las simpatías y las antipatías que existen entre los vivos y los muertos.
¿A qué orden pertenecen esos Espíritus? ¿Son buenos o malos? Sabemos que hemos herido el amor propio de ciertas criaturas terrenas al desestimar el valor de los Espíritus que producen manifestaciones físicas; se nos ha criticado fuertemente por haberlos calificado como los saltimbanquis del mundo invisible; para justificar esto, diremos que la expresión no es nuestra, sino de los propios Espíritus; nosotros les pedimos perdón por eso, pero nunca podrá entrar en nuestra cabeza que Espíritus elevados vengan a divertirse haciendo proezas u otras cosas de este género, del mismo modo que no conseguirán hacernos creer que payasos, atletas de feria, acróbatas y bufones de plaza pública sean miembros del Instituto. Aquel que conozca la jerarquía de los Espíritus sabe que los hay de todos los grados de inteligencia y de moralidad, y que en ellos encontramos tantas variedades de aptitudes y de caracteres como entre los hombres, lo que no es de admirarse, ya que los Espíritus no son sino las almas de los que han vivido. Ahora bien, hasta que se pruebe lo contrario, nos es lícito dudar que Espíritus como Pascal, Bossuet y otros –incluso menos elevados–, se pongan a nuestras órdenes para hacer girar o mover las mesas y divertir a un círculo de curiosos; preguntamos a los que piensan de otra manera si ellos creen que después de su muerte se resignarían de buen grado a ese papel burlesco. Incluso entre los que están a los órdenes del Sr. Squire hay un servilismo incompatible con la menor superioridad intelectual, de donde deducimos que ellos deben pertenecer a las clases inferiores, lo que no quiere decir que sean malos; se puede ser muy bueno y honesto sin saber leer ni escribir. Los Espíritus malos son generalmente indóciles, coléricos y se complacen en hacer el mal; ahora bien, no nos consta que los Espíritus que se manifiestan a través del Sr. Squire le hayan jugado alguna vez una mala pasada; ellos le obedecen con una docilidad pacífica, que excluye toda sospecha de malevolencia, pero no por eso están aptos para dar disertaciones filosóficas. Consideramos al Sr. Squire un hombre de suficiente buen sentido como para ofenderse con esta apreciación. Esa subordinación de los Espíritus que lo asisten ha hecho decir a uno de nuestros colegas que probablemente ellos lo habían conocido en otra existencia, en la cual el Sr. Squire habría ejercido sobre los mismos una gran autoridad, razón por la que conservan hacia él una obediencia pasiva en la presente existencia. Por lo demás, es preciso no confundir a los Espíritus que se ocupan de efectos físicos propiamente dichos, y que más especialmente son designados con el nombre de Espíritus golpeadores, con los que se comunican a través de golpes; al ser este último medio un lenguaje, puede ser empleado como escritura por los Espíritus de todos los órdenes.
Como ya lo hemos dicho, hemos visto a muchas personas que han asistido a las experiencias del Sr. Squire; pero entre las que no eran iniciadas en la ciencia espírita, muchas han salido muy poco convencidas, lo que prueba que la simple visión de los efectos más extraordinarios no es suficiente para llevar a la convicción. Después de haber escuchado las explicaciones que les hemos dado, su manera de ver se ha modificado totalmente. Seguramente no damos esta teoría como la última palabra o como la solución definitiva; pero en la imposibilidad de poder explicar esos hechos a través de las leyes conocidas, se ha de concordar que el sistema que difundimos no está desprovisto de verosimilitud; admitámoslo –si así lo prefieren– a título de simple hipótesis, y cuando sea dada una solución mejor, seremos el primero a aceptarla.
Escasez de médiums
Aunque haya sido publicado hace poco tiempo, El Libro de los Médiums ya ha suscitado, en varias localidades, el deseo de formar reuniones espíritas íntimas, según los consejos que hemos dado. Nos escriben, entretanto, diciéndonos que paran ante la escasez de médiums; es por eso que nosotros creemos un deber dar algunos consejos sobre los medios de suplir esto.
Un médium, y sobre todo un buen médium, es indiscutiblemente uno de los elementos esenciales en toda sesión que se ocupa de Espiritismo; pero sería un error si se creyera que, en su ausencia, no hay nada que hacer sino cruzar los brazos o suspender la sesión. De ninguna manera compartimos la opinión de una persona que comparaba una sesión espírita sin médiums a un concierto sin músicos. En nuestra opinión, existe una comparación mucho más justa: la del Instituto y de todas las sociedades científicas que saben usar su tiempo sin tener constantemente delante de ellos los medios de experimentación. Uno va a un concierto para escuchar música; por lo tanto, es evidente que si los músicos estuvieren ausentes, el objetivo no es alcanzado. Pero a una reunión espírita uno va, o al menos debería ir, para instruirse; la cuestión es saber si se puede hacer la reunión sin el médium. Seguramente, para aquellos que van a esas especies de reuniones con el único objetivo de ver efectos, el médium será tan indispensable como el músico en un concierto; pero para los que buscan ante todo la instrucción, para aquellos que quieren profundizar las diversas partes de la ciencia espírita, en ausencia del instrumento de experimentación, ellos tienen más de un medio para suplirlo: es lo que nosotros vamos a tratar de explicar.
Inicialmente diremos que si los médiums son comunes, los buenos médiums –en la verdadera acepción de la palabra– son raros. La experiencia prueba a cada día que no es suficiente poseer la facultad medianímica para obtener buenas comunicaciones; por lo tanto, es preferible prescindir de un instrumento que tener uno defectuoso. Por cierto que para aquellos que en las comunicaciones buscan más el hecho que la calidad, que asisten a las mismas más por distracción que por esclarecimiento, la selección del médium es completamente indiferente, siendo que el que produzca mayor efecto será el más interesante para ellos. Pero nosotros hablamos de los que tienen un objetivo más serio y que ven más lejos: es a éstos a quienes nos dirigimos, porque estamos seguros de que nos comprenden.
Por otro lado, los mejores médiums están sujetos a intermitencias más o menos largas, durante las cuales hay suspensión total o parcial de la facultad medianímica, sin hablar de las numerosas causas accidentales que pueden privarnos momentáneamente de su concurso. También agreguemos que los médiums completamente flexibles –aquellos que se prestan a todos los géneros de comunicaciones– son aún más raros; ellos tienen generalmente aptitudes especiales, de las cuales es importante no desviarlos. Por lo tanto, se ve que si no hubieren reemplazantes, uno puede quedar desprevenido cuando menos se lo espera, y sería penoso que en semejante caso uno fuese obligado a interrumpir sus trabajos.
La enseñanza fundamental que se viene a buscar en las reuniones espíritas serias es indudablemente dada por los Espíritus; pero ¿qué frutos sacaría un alumno de las lecciones dadas por el más hábil profesor si, por su parte, no trabajara ni meditase sobre aquello que ha escuchado? ¿Qué progreso haría su inteligencia si constantemente tuviera a su lado al maestro para hacerle la tarea y ahorrarle el esfuerzo de pensar? En las asambleas espiritistas, los Espíritus desempeñan dos papeles: unos son profesores que desarrollan los principios de la ciencia espírita, esclarecen los puntos dudosos y enseñan principalmente las leyes de la verdadera moral; otros son objeto de observación y de estudio, que sirven de aplicación. Después que ha sido dada la lección, su tarea está terminada y la nuestra comienza: la de trabajar en aquello que nos ha sido enseñado, a fin de comprender y aprender mejor su sentido y su alcance. Es para darnos la oportunidad de hacer nuestro deber –permítasenos esta expresión clásica– que los Espíritus suspenden algunas veces sus comunicaciones. Ellos consienten en instruirnos, pero con una condición: la de que nosotros los secundemos a través de nuestros esfuerzos. Se cansan de repetir incesante e inútilmente lo mismo. Ellos nos advierten; si no se los escucha, se retiran, a fin de dar tiempo para reflexionar.
Ante la ausencia de médiums, una reunión que se propone algo más que ver el movimiento de un lápiz, tiene mil y un medios de usar el tiempo de una manera provechosa. Sumariamente, nos limitamos a indicar algunos de los mismos:
1º) Releer y comentar las antiguas comunicaciones, cuyo estudio cada vez más minucioso hará apreciar mejor su valor.
Si se objeta que esto sería una ocupación fastidiosa y monótona, diríamos que uno nunca se cansa de escuchar un lindo fragmento de música o una bella poesía; que después de haber escuchado un elocuente sermón, gustaríamos de poder leerlo con toda tranquilidad; que ciertas obras son leídas veinte veces, porque cada vez descubrimos en las mismas algo nuevo. Aquel que solamente es tocado por las palabras, se fastidia al oír lo mismo dos veces, aunque eso sea sublime; siempre siente necesidad de cosas nuevas para despertar su interés o, más bien, para divertirse. Aquel que comprende, tiene un sentido más: es tocado por las ideas más que por las palabras; es por eso que gusta escuchar más lo que se dirige a su Espíritu, sin detenerse en lo que le llega al oído.
2º) Narrar hechos de los que se tiene conocimiento, debatirlos, comentarlos y explicarlos a través de las leyes de la ciencia espírita; examinar la posibilidad o la imposibilidad de los mismos; ver lo que ellos tienen de probable o de exagerado; poner a un lado lo que sea imaginación, superstición, etc.
3º) Leer, comentar y desarrollar cada artículo de El Libro de los Espíritus, de El Libro de los Médiums, así como de todas las otras obras sobre el Espiritismo.
Esperamos que nos disculpen por citar aquí nuestras propias obras, lo que es muy natural, ya que han sido escritas para eso; además, es sólo una indicación de nuestra parte y no una recomendación expresa; aquellos a los que las mismas no les convengan, están perfectamente libres para dejarlas a un lado. Lejos de nosotros la pretensión de creer que otros no las puedan hacer tan buenas o mejores; apenas creemos que, hasta el momento, la ciencia espírita está allí encarada de un modo más completo que en muchas otras, y que nuestras obras responden a un mayor número de cuestiones y de objeciones. Es por esta razón que las recomendamos; en cuanto a su mérito intrínseco, solamente el futuro será su gran juez.
Daremos un día un Catálogo Razonado de obras que, directa o indirectamente, han tratado de la ciencia espírita en la Antigüedad y en los tiempos modernos –en Francia o en el extranjero– entre los autores sagrados y los profanos, cuando hayamos podido reunir los elementos necesarios. Este trabajo es naturalmente de largo curso, y quedaremos muy reconocidos a las personas que tengan a bien facilitárnoslo al suministrarnos documentos e indicaciones.
4º) Discutir los diferentes sistemas de interpretación de los fenómenos espíritas.
Al respecto, recomendamos la obra del Sr. de Mirville y la del Sr. Louis Figuier, que son las más importantes. La primera es rica en hechos del más alto interés, obtenidos en fuentes auténticas. Sin embargo, la conclusión del autor es cuestionable, porque en todas partes solamente ve demonios. Es verdad que las circunstancias se le presentaron de acuerdo con sus gustos, al ponerle ante los ojos lo que mejor podía ayudarlo, mientras que le ocultaba los innumerables hechos que la propia religión considera como obra de los ángeles y de los santos.
La Historia de lo Maravilloso en los tiempos modernos, por el Sr. Figuier, es interesante desde otro punto de vista. Allí también se encuentran hechos narrados de forma extensa y minuciosa –no se sabe muy bien por qué–, pero que valen la pena conocerlos. En cuanto a los fenómenos espíritas propiamente dichos, éstos ocupan la parte menos considerable de los cuatro volúmenes. Mientras que el Sr. de Mirville explica todo a través del diablo –así como otros lo explican todo a través de los ángeles–, el Sr. Figuier, que no cree en diablos ni en ángeles, ni en Espíritus buenos o malos, supone explicarlo todo a través del organismo humano. El Sr. Figuier es un erudito: escribe seriamente y se apoya en el testimonio de algunos eruditos; su libro puede ser considerado como la última palabra de la Ciencia oficial sobre el Espiritismo, y esta palabra es: La negación de todo principio inteligente fuera de la materia. Lamentamos que la Ciencia sea puesta al servicio de una causa tan triste, aunque ella no sea responsable por eso, ya que la misma nos devela sin cesar las maravillas de la Creación y escribe el nombre de Dios en cada hoja y en el ala de cada insecto; los culpables son aquellos que, en su nombre, se esfuerzan en persuadir que después de la muerte no hay más esperanza.
Por este libro, los espíritas verán entonces a qué se reducen esos rayos terribles que deberían aniquilar sus creencias; aquellos que podrían haberse estremecido por el temor a un revés, se fortalecerán ante la pobreza de argumentos que son presentados y ante las innumerables contradicciones que resultan de la ignorancia y de la falta de observación de los hechos. Bajo este aspecto, esta lectura les puede ser útil, aunque sólo fuese para poder hablar con más conocimiento de causa, de lo que lo hace el autor en lo que atañe al Espiritismo, que niega sin haberlo estudiado, por el solo motivo de negar todo poder extrahumano. El contagio de semejantes ideas no es de temer, porque ellas llevan en sí mismas su antídoto: el rechazo instintivo del hombre por la nada. Prohibir un libro es probar que lo tememos. Sugerimos que se lea el del Sr. Figuier.
Si la pobreza de argumentos contra el Espiritismo es evidente en los trabajos serios, su nulidad es absoluta en las diatribas y en los artículos difamatorios, donde la rabia impotente se pone al descubierto a través de la grosería, de la injuria y de la calumnia. Leer en las reuniones serias semejantes escritos sería darles demasiada importancia; no hay nada que refutar ni discutir en los mismos, por consecuencia, nada que aprender; hay que dejarlos a un lado.
Por lo tanto, se observa que independientemente de las instrucciones dadas por los Espíritus, existe una amplia materia para un trabajo útil; agregamos incluso que extraeremos de ese trabajo numerosos elementos de estudio, a fin de indagar a los Espíritus las cuestiones que inevitablemente habrán de suscitarse. Pero si, en caso de necesidad, se puede suplir la ausencia momentánea de médiums, no se debe cometer el error de inferir que se pueda prescindir indefinidamente de ellos; es preciso, pues, no descuidar nada, a fin de conseguirlos. Lo mejor, para una reunión, es ir a buscarlos en su propio medio; y si se consiente en remitirse a lo que hemos dicho sobre el tema en nuestra reciente obra publicada, páginas 306 y 307, se verá que el medio es más fácil de lo que se piensa.
Aunque haya sido publicado hace poco tiempo, El Libro de los Médiums ya ha suscitado, en varias localidades, el deseo de formar reuniones espíritas íntimas, según los consejos que hemos dado. Nos escriben, entretanto, diciéndonos que paran ante la escasez de médiums; es por eso que nosotros creemos un deber dar algunos consejos sobre los medios de suplir esto.
Un médium, y sobre todo un buen médium, es indiscutiblemente uno de los elementos esenciales en toda sesión que se ocupa de Espiritismo; pero sería un error si se creyera que, en su ausencia, no hay nada que hacer sino cruzar los brazos o suspender la sesión. De ninguna manera compartimos la opinión de una persona que comparaba una sesión espírita sin médiums a un concierto sin músicos. En nuestra opinión, existe una comparación mucho más justa: la del Instituto y de todas las sociedades científicas que saben usar su tiempo sin tener constantemente delante de ellos los medios de experimentación. Uno va a un concierto para escuchar música; por lo tanto, es evidente que si los músicos estuvieren ausentes, el objetivo no es alcanzado. Pero a una reunión espírita uno va, o al menos debería ir, para instruirse; la cuestión es saber si se puede hacer la reunión sin el médium. Seguramente, para aquellos que van a esas especies de reuniones con el único objetivo de ver efectos, el médium será tan indispensable como el músico en un concierto; pero para los que buscan ante todo la instrucción, para aquellos que quieren profundizar las diversas partes de la ciencia espírita, en ausencia del instrumento de experimentación, ellos tienen más de un medio para suplirlo: es lo que nosotros vamos a tratar de explicar.
Inicialmente diremos que si los médiums son comunes, los buenos médiums –en la verdadera acepción de la palabra– son raros. La experiencia prueba a cada día que no es suficiente poseer la facultad medianímica para obtener buenas comunicaciones; por lo tanto, es preferible prescindir de un instrumento que tener uno defectuoso. Por cierto que para aquellos que en las comunicaciones buscan más el hecho que la calidad, que asisten a las mismas más por distracción que por esclarecimiento, la selección del médium es completamente indiferente, siendo que el que produzca mayor efecto será el más interesante para ellos. Pero nosotros hablamos de los que tienen un objetivo más serio y que ven más lejos: es a éstos a quienes nos dirigimos, porque estamos seguros de que nos comprenden.
Por otro lado, los mejores médiums están sujetos a intermitencias más o menos largas, durante las cuales hay suspensión total o parcial de la facultad medianímica, sin hablar de las numerosas causas accidentales que pueden privarnos momentáneamente de su concurso. También agreguemos que los médiums completamente flexibles –aquellos que se prestan a todos los géneros de comunicaciones– son aún más raros; ellos tienen generalmente aptitudes especiales, de las cuales es importante no desviarlos. Por lo tanto, se ve que si no hubieren reemplazantes, uno puede quedar desprevenido cuando menos se lo espera, y sería penoso que en semejante caso uno fuese obligado a interrumpir sus trabajos.
La enseñanza fundamental que se viene a buscar en las reuniones espíritas serias es indudablemente dada por los Espíritus; pero ¿qué frutos sacaría un alumno de las lecciones dadas por el más hábil profesor si, por su parte, no trabajara ni meditase sobre aquello que ha escuchado? ¿Qué progreso haría su inteligencia si constantemente tuviera a su lado al maestro para hacerle la tarea y ahorrarle el esfuerzo de pensar? En las asambleas espiritistas, los Espíritus desempeñan dos papeles: unos son profesores que desarrollan los principios de la ciencia espírita, esclarecen los puntos dudosos y enseñan principalmente las leyes de la verdadera moral; otros son objeto de observación y de estudio, que sirven de aplicación. Después que ha sido dada la lección, su tarea está terminada y la nuestra comienza: la de trabajar en aquello que nos ha sido enseñado, a fin de comprender y aprender mejor su sentido y su alcance. Es para darnos la oportunidad de hacer nuestro deber –permítasenos esta expresión clásica– que los Espíritus suspenden algunas veces sus comunicaciones. Ellos consienten en instruirnos, pero con una condición: la de que nosotros los secundemos a través de nuestros esfuerzos. Se cansan de repetir incesante e inútilmente lo mismo. Ellos nos advierten; si no se los escucha, se retiran, a fin de dar tiempo para reflexionar.
Ante la ausencia de médiums, una reunión que se propone algo más que ver el movimiento de un lápiz, tiene mil y un medios de usar el tiempo de una manera provechosa. Sumariamente, nos limitamos a indicar algunos de los mismos:
1º) Releer y comentar las antiguas comunicaciones, cuyo estudio cada vez más minucioso hará apreciar mejor su valor.
Si se objeta que esto sería una ocupación fastidiosa y monótona, diríamos que uno nunca se cansa de escuchar un lindo fragmento de música o una bella poesía; que después de haber escuchado un elocuente sermón, gustaríamos de poder leerlo con toda tranquilidad; que ciertas obras son leídas veinte veces, porque cada vez descubrimos en las mismas algo nuevo. Aquel que solamente es tocado por las palabras, se fastidia al oír lo mismo dos veces, aunque eso sea sublime; siempre siente necesidad de cosas nuevas para despertar su interés o, más bien, para divertirse. Aquel que comprende, tiene un sentido más: es tocado por las ideas más que por las palabras; es por eso que gusta escuchar más lo que se dirige a su Espíritu, sin detenerse en lo que le llega al oído.
2º) Narrar hechos de los que se tiene conocimiento, debatirlos, comentarlos y explicarlos a través de las leyes de la ciencia espírita; examinar la posibilidad o la imposibilidad de los mismos; ver lo que ellos tienen de probable o de exagerado; poner a un lado lo que sea imaginación, superstición, etc.
3º) Leer, comentar y desarrollar cada artículo de El Libro de los Espíritus, de El Libro de los Médiums, así como de todas las otras obras sobre el Espiritismo.
Esperamos que nos disculpen por citar aquí nuestras propias obras, lo que es muy natural, ya que han sido escritas para eso; además, es sólo una indicación de nuestra parte y no una recomendación expresa; aquellos a los que las mismas no les convengan, están perfectamente libres para dejarlas a un lado. Lejos de nosotros la pretensión de creer que otros no las puedan hacer tan buenas o mejores; apenas creemos que, hasta el momento, la ciencia espírita está allí encarada de un modo más completo que en muchas otras, y que nuestras obras responden a un mayor número de cuestiones y de objeciones. Es por esta razón que las recomendamos; en cuanto a su mérito intrínseco, solamente el futuro será su gran juez.
Daremos un día un Catálogo Razonado de obras que, directa o indirectamente, han tratado de la ciencia espírita en la Antigüedad y en los tiempos modernos –en Francia o en el extranjero– entre los autores sagrados y los profanos, cuando hayamos podido reunir los elementos necesarios. Este trabajo es naturalmente de largo curso, y quedaremos muy reconocidos a las personas que tengan a bien facilitárnoslo al suministrarnos documentos e indicaciones.
4º) Discutir los diferentes sistemas de interpretación de los fenómenos espíritas.
Al respecto, recomendamos la obra del Sr. de Mirville y la del Sr. Louis Figuier, que son las más importantes. La primera es rica en hechos del más alto interés, obtenidos en fuentes auténticas. Sin embargo, la conclusión del autor es cuestionable, porque en todas partes solamente ve demonios. Es verdad que las circunstancias se le presentaron de acuerdo con sus gustos, al ponerle ante los ojos lo que mejor podía ayudarlo, mientras que le ocultaba los innumerables hechos que la propia religión considera como obra de los ángeles y de los santos.
La Historia de lo Maravilloso en los tiempos modernos, por el Sr. Figuier, es interesante desde otro punto de vista. Allí también se encuentran hechos narrados de forma extensa y minuciosa –no se sabe muy bien por qué–, pero que valen la pena conocerlos. En cuanto a los fenómenos espíritas propiamente dichos, éstos ocupan la parte menos considerable de los cuatro volúmenes. Mientras que el Sr. de Mirville explica todo a través del diablo –así como otros lo explican todo a través de los ángeles–, el Sr. Figuier, que no cree en diablos ni en ángeles, ni en Espíritus buenos o malos, supone explicarlo todo a través del organismo humano. El Sr. Figuier es un erudito: escribe seriamente y se apoya en el testimonio de algunos eruditos; su libro puede ser considerado como la última palabra de la Ciencia oficial sobre el Espiritismo, y esta palabra es: La negación de todo principio inteligente fuera de la materia. Lamentamos que la Ciencia sea puesta al servicio de una causa tan triste, aunque ella no sea responsable por eso, ya que la misma nos devela sin cesar las maravillas de la Creación y escribe el nombre de Dios en cada hoja y en el ala de cada insecto; los culpables son aquellos que, en su nombre, se esfuerzan en persuadir que después de la muerte no hay más esperanza.
Por este libro, los espíritas verán entonces a qué se reducen esos rayos terribles que deberían aniquilar sus creencias; aquellos que podrían haberse estremecido por el temor a un revés, se fortalecerán ante la pobreza de argumentos que son presentados y ante las innumerables contradicciones que resultan de la ignorancia y de la falta de observación de los hechos. Bajo este aspecto, esta lectura les puede ser útil, aunque sólo fuese para poder hablar con más conocimiento de causa, de lo que lo hace el autor en lo que atañe al Espiritismo, que niega sin haberlo estudiado, por el solo motivo de negar todo poder extrahumano. El contagio de semejantes ideas no es de temer, porque ellas llevan en sí mismas su antídoto: el rechazo instintivo del hombre por la nada. Prohibir un libro es probar que lo tememos. Sugerimos que se lea el del Sr. Figuier.
Si la pobreza de argumentos contra el Espiritismo es evidente en los trabajos serios, su nulidad es absoluta en las diatribas y en los artículos difamatorios, donde la rabia impotente se pone al descubierto a través de la grosería, de la injuria y de la calumnia. Leer en las reuniones serias semejantes escritos sería darles demasiada importancia; no hay nada que refutar ni discutir en los mismos, por consecuencia, nada que aprender; hay que dejarlos a un lado.
Por lo tanto, se observa que independientemente de las instrucciones dadas por los Espíritus, existe una amplia materia para un trabajo útil; agregamos incluso que extraeremos de ese trabajo numerosos elementos de estudio, a fin de indagar a los Espíritus las cuestiones que inevitablemente habrán de suscitarse. Pero si, en caso de necesidad, se puede suplir la ausencia momentánea de médiums, no se debe cometer el error de inferir que se pueda prescindir indefinidamente de ellos; es preciso, pues, no descuidar nada, a fin de conseguirlos. Lo mejor, para una reunión, es ir a buscarlos en su propio medio; y si se consiente en remitirse a lo que hemos dicho sobre el tema en nuestra reciente obra publicada, páginas 306 y 307, se verá que el medio es más fácil de lo que se piensa.
Carta sobre la incredulidad
(Continuación y fin – Ver la RE ene. 1861, pág. 15)
Desde que el hombre existe en la Tierra, existen Espíritus; y, desde entonces, también los Espíritus se manifiestan a los hombres. La Historia y la tradición están repletas de pruebas al respecto; pero ya sea porque unos no comprendían los fenómenos de esas manifestaciones; ya sea porque otros no se atrevían a divulgarlos, por miedo de la cárcel o de la hoguera; ya sea porque esos hechos hayan sido atribuidos a la superstición o al charlatanismo, por personas con ideas preconcebidas o interesadas en que la luz no se hiciera; en fin, ya sea porque hayan sido atribuidos al demonio, por otra clase de interesados, lo cierto es que hasta estos últimos tiempos, esos fenómenos –aunque bien constatados– aún no habían sido explicados de una manera satisfactoria o, al menos, la verdadera teoría aún no había tenido acceso al dominio público, probablemente porque la Humanidad todavía no era madura para esto, como para muchas otras cosas maravillosas que se cumplen en nuestros días. Estaba reservado a nuestra época ver el surgimiento, en el mismo siglo, del vapor, de la electricidad, del magnetismo animal –me refiero por lo menos como Ciencias aplicadas–, y finalmente del Espiritismo, el surgimiento más maravilloso de todos, es decir, no sólo la constatación material de nuestra existencia inmaterial y de nuestra inmortalidad, sino también el establecimiento de relaciones materiales –por así decirlo– y constantes entre el mundo invisible y nosotros. ¡Cuántas consecuencias incalculables no deben nacer de un acontecimiento tan prodigioso! Pero para no hablar sino de aquello que por ahora impresiona más a la mayoría de los hombres, por ejemplo, de la muerte, ¿no la vemos reducida a su verdadero papel de accidente natural, necesario y hasta feliz –diría yo–, perdiendo así todo su carácter de acontecimiento doloroso y terrible? Para los que desencarnan, ella representa el momento del despertar, ya que desde el día siguiente al de la muerte de un ser querido, nosotros, los que aquí quedamos, ¡podemos continuar relacionándonos íntimamente con él como en el pasado! Nada cambió sino nuestras relaciones materiales; no lo vemos más, no lo tocamos más, no escuchamos más su voz; pero continuamos intercambiando con él nuestros pensamientos como cuando estaba encarnado, y a menudo incluso más fructíferamente para nosotros. Después de esto, ¿qué es lo que queda de tan doloroso? Y si a eso le agregamos la certeza de que no estamos más separados de él sino por algunos años, algunos meses, tal vez algunos días, ¿no será todo esto para transformar en un sencillo acontecimiento útil aquello que hasta hoy, con muy pocas excepciones, los más decididos no podían encarar sin miedo, y que ciertamente constituye el tormento incesante de la existencia entera de muchos hombres? Pero me estoy alejando del tema.
Antes de explicarte la práctica muy simple de las comunicaciones, intentaré darte una idea de la teoría fisiológica que elaboré para mí. No te la doy como cierta, porque aún no la vi explicada por la ciencia; pero, al menos, me parece que debe aproximarse a lo siguiente.
El Espíritu actúa más fácilmente sobre la materia cuanto más dispuesta ella estuviere para recibir su acción, de la manera más apropiada; por eso no actúa directamente sobre toda especie de materia, aunque podría actuar indirectamente, si entre esa materia y él existiesen ciertas sustancias de una organización gradual, que pusieran en contacto los dos extremos, es decir, la materia más bruta en contacto con el Espíritu. Es así que el Espíritu de un hombre encarnado desplaza pesados bloques de piedra, los trabaja, los combina con otros, formando con ellos un todo que llamamos casa, columna, iglesia, palacio, etc. ¿Ha sido el hombre-cuerpo que ha hecho todo esto? ¿Quién se atrevería a decirlo?... Sí, ha sido él que lo ha hecho, como es mi pluma la que escribe esta carta. Pero volvamos al tema, porque nuevamente me estoy alejando del mismo.
¿Cómo el Espíritu se pone en contacto con el pesado bloque que quiere desplazar? Por medio de la materia escalonada entre él y el bloque; la palanca pone al bloque en relación con la mano; la mano pone a la palanca en relación con los músculos; los músculos ponen a la mano en relación con los nervios; los nervios ponen a los músculos en relación con el cerebro, y el cerebro pone a los nervios en relación con el Espíritu, a menos que haya aún una materia más delicada, un fluido que ponga al cerebro en contacto con el Espíritu. Sea como fuere, un intermediario más o un intermediario menos no anula la teoría; ya sea que el Espíritu actúe en primera o en segunda mano sobre el cerebro, siempre actúa de muy cerca, de modo que retomando los contactos en sentido contrario, o más bien en su orden natural, he aquí al Espíritu actuando sobre una materia extremamente delicada, organizada por la sabiduría del Creador de una manera adecuada para recibir directamente o casi directamente la acción de su voluntad. Esta materia, que es el cerebro, actúa por medio de sus ramificaciones –a las que llamamos nervios– sobre otra materia menos delicada, pero que aún así es suficiente para recibir la acción de los músculos. Éstos imprimen el movimiento a las partes sólidas que son los huesos del brazo y de la mano, mientras que las otras partes de la estructura ósea, al recibir la misma acción, sirven de punto de apoyo o sostén. La parte ósea multiplica su fuerza usando la palanca, cuando por sí misma no es aún lo suficientemente fuerte o larga como para actuar directamente, y he aquí cómo el pesado bloque inerte obedece dócilmente a la voluntad del Espíritu que, sin esa jerarquía intermediaria, no habría ejercido ninguna acción sobre él.
Al proceder de mayor a menor, he aquí que los menores hechos del Espíritu quedan explicados, del mismo modo que, en sentido contrario, se ve cómo el Espíritu puede llegar a transponer montañas, lagos, etc., y en todo esto, el cuerpo casi desaparece en medio de la multitud de instrumentos necesarios, entre los cuales apenas representa el primer papel.
Quiero escribir una carta; ¿qué debo hacer? Poner una hoja de papel en relación con mi Espíritu, como hace poco ponía un bloque de piedra. Reemplazo la palanca por la pluma y la cuestión está resuelta. He aquí la hoja de papel que repite el pensamiento de mi Espíritu, como hace poco el movimiento transmitido al bloque manifestaba su voluntad.
Si mi Espíritu quiere transmitir más directamente, más instantáneamente su pensamiento al tuyo, y si nada se opone –como la distancia o la interposición de un cuerpo sólido, siempre por medio del cerebro y de los nervios–, él pone en movimiento el órgano de la voz que, al hacer vibrar el aire de diversas maneras, produce ciertos sonidos variados y convencionales que representan el pensamiento, los cuales van a repercutir en tu órgano auditivo, que los transmite a tu Espíritu por medio de tus nervios y de tu cerebro. Y es siempre el pensamiento manifestado y transmitido por una serie de agentes materiales graduales e interpuestos entre su principio y su objeto.
Si la teoría precedente es verdadera, me parece que nada es más fácil ahora que explicar el fenómeno de las manifestaciones espíritas, y particularmente el de la escritura mediúmnica, que es el que nos ocupa en este momento.
Al ser la sustancia psíquica idéntica en todos los Espíritus, su modo de acción sobre la materia debe ser el mismo para todos; sólo su poder puede variar en grados. Al estar la materia de los nervios organizada de manera que pueda recibir la acción de un Espíritu, no hay razón para que no pueda recibir la acción de otro Espíritu, cuya naturaleza no difiera de la del primero; y ya que la sustancia de todos los Espíritus es de la misma naturaleza, todos los Espíritus deben ser aptos para ejercer, no diré la misma acción, sino el mismo modo de acción sobre la misma sustancia, todas las veces que ellos estén en condiciones de poder hacerlo. Ahora bien, esto es lo que sucede en las evocaciones.
¿Qué es una evocación?
Es un acto por el cual un Espíritu, dueño de un cuerpo, pide a otro Espíritu o sencillamente le permite servirse de su propio órgano, de su propio instrumento, para manifestar su pensamiento o su voluntad.
No por eso el dueño abandona su cuerpo, pero bien puede momentáneamente neutralizar su propia acción sobre el órgano de la transmisión, dejándolo así a disposición del otro que, sin embargo, no puede servirse de él sino cuando el primero se lo permita, en virtud del axioma del derecho natural, de que cada uno es dueño y señor de sí mismo. No obstante, es preciso que se diga que en el Espiritismo, como en las sociedades humanas, ese derecho de propiedad no siempre es escrupulosamente respetado por los señores Espíritus, y que más de un médium ha sido sorprendido por haber dado hospitalidad a huéspedes que no habían sido invitados, y hasta por haber recibido a indeseables. Pero éste es uno de los mil pequeños sinsabores de la vida, los cuales debemos saber soportar, incluso porque –en este caso– tienen siempre su lado útil, aunque sólo fuese con el objetivo de experimentarnos, al mismo tiempo que son la prueba más evidente de la acción de un Espíritu extraño sobre nuestro órgano, haciéndonos escribir cosas que estábamos lejos de prever o que no teníamos el mínimo deseo de escuchar. Entretanto, esto solamente ocurre con los médiums incipientes; cuando están más experimentados, ya no les sucede más, o por lo menos ya no se dejan sorprender.
¿Todos somos aptos para ser médiums? Naturalmente debería ser así, pero en grados diferentes, como en aptitudes diversas; esta es la opinión del Sr. Kardec. Hay médiums escribientes, videntes, auditivos, intuitivos, es decir, médiums que escriben –son los más numerosos y los más útiles–; médiums que ven a los Espíritus; médiums que escuchan y que conversan con ellos como con los encarnados –son raros–; otros médiums que reciben en su cerebro el pensamiento del Espíritu evocado y lo transmiten a través de la palabra. Raramente un médium posee a la vez varias de esas facultades. Existen también médiums de otro género, es decir, cuya simple presencia en un lugar permite la manifestación de los Espíritus, ya sea por medio de golpes o por el movimiento de los cuerpos, tal como el desplazamiento de una mesita de velador, el levantamiento de una silla, de una mesa o de cualquier otro objeto. Ha sido por este medio que los Espíritus comenzaron a manifestarse y a revelar su existencia. Has escuchado hablar de las mesas giratorias y de la danza de las mesas: te has reído y yo también. ¡Pues bien! Fueron los primeros medios que los Espíritus emplearon para llamar la atención; así fue reconocida su presencia, después de que, con la ayuda de la observación y del estudio, se descubrieron en el hombre facultades hasta entonces ignoradas, por medio de las cuales él puede entrar en comunicación directa con los Espíritus. ¿No es maravilloso todo esto? Entretanto, es apenas natural; sólo que –te repito– estaba reservado a nuestra época hacer el descubrimiento y la aplicación de esta ciencia, como de muchos otros secretos admirables de la naturaleza.
Ahora, para ponernos en contacto con los Espíritus, o al menos para ver si somos aptos para hacerlo por intermedio de la escritura, hay que tomar una hoja en blanco y un lápiz, colocándonos en posición de escribir. Siempre es bueno comenzar dirigiendo una oración a Dios; luego se evoca a un Espíritu, es decir, se le pide que tenga a bien comunicarse con nosotros, haciéndonos escribir; después se espera, siempre en la misma posición.
Hay personas que tienen la facultad medianímica de tal modo desarrollada que escriben de entrada; otras, al contrario, sólo ven desarrollar esa facultad con el tiempo y con perseverancia. En este último caso, se repite la sesión a cada día, con lo que basta un cuarto de hora; es inútil pasar de este período, pero en la medida de lo posible, debe repetirse diariamente, siendo la perseverancia una de las primeras condiciones del éxito. También es necesario hacer la oración y la evocación con fervor; incluso repetir esto algunas veces durante el ejercicio; tener una voluntad firme, un gran deseo de conseguirlo y, sobre todo, no distraerse de forma alguna. Una vez obtenida la escritura, estas últimas precauciones se vuelven innecesarias.
Cuando se está por escribir, se siente generalmente un ligero estremecimiento en la mano, precedido algunas veces por un leve adormecimiento en la mano y en el brazo, y a veces hasta por un ligero dolor en los músculos del brazo y de la mano: estas son las señales precursoras y, casi siempre, son los indicios de que el momento del éxito se aproxima. Algunas veces es inmediato; sin embargo, otras veces se hace esperar uno o varios días, pero nunca tarda en demasía; solamente que para llegar a ese punto se necesita de más o menos tiempo, lo que puede variar de un instante a seis meses, pero –te lo repito– basta un cuarto de hora de ejercicio diario.
En cuanto a los Espíritus que pueden ser evocados para esas especies de ejercicios preparatorios, es preferible dirigirse a nuestro Espíritu familiar, que siempre está próximo y
que nunca nos deja, mientras que otros Espíritus pueden estar allí apenas momentáneamente o no estar en el momento en que los evocamos y, por una causa cualquiera, encontrarse imposibilitados de atender a nuestro llamado, lo que a veces sucede.
El Espíritu familiar, que hasta un cierto punto se asemeja a lo que la teoría católica señala acerca del ángel de la guarda, no es exactamente lo que presenta el dogma católico. Es simplemente el Espíritu de un mortal que ha vivido como nosotros, pero que está mucho más adelantado que nosotros y, en consecuencia, es infinitamente superior en bondad y en inteligencia; que cumple una misión meritoria para sí, provechosa para nosotros, y que nos acompaña en este mundo y en el otro hasta que es llamado a una nueva encarnación, o hasta que nosotros mismos, llegados a un cierto grado de superioridad, seamos llamados a realizar, en otra existencia, una misión similar junto a un mortal menos avanzado que nosotros.
Querido amigo, como bien lo ves, todo entra maravillosamente en nuestras ideas de solidaridad universal. Todo esto, al mostrarnos esa solidaridad establecida en todos los tiempos y funcionando constantemente entre el mundo invisible y nosotros, nos prueba por cierto que no es una utopía de concepción humana, sino una de las leyes de la naturaleza; que los primeros pensadores que la preconizaban no la inventaron, sino que sólo la descubrieron; y que, en fin, al estar en las leyes de la naturaleza, será llamada fatalmente a desarrollarse en las sociedades humanas, a pesar de las resistencias y de los obstáculos que aún le puedan oponer sus ciegos adversarios.[1]
Solamente me falta hablarte sobre la manera de evocar. Es la cosa más simple. No hay ninguna forma cabalística para esto, ni tampoco ninguna fórmula obligatoria; tú te diriges al Espíritu en los términos que te convienen: he aquí todo.
Entretanto, para que comprendas mejor la simplicidad de la cuestión, voy a darte la forma que yo mismo empleo:
«¡Dios todopoderoso! Permitid a mi buen ángel (o al Espíritu ..., en caso de que prefieras evocar a otro Espíritu) comunicarse conmigo y hacerme escribir». O también: «En el nombre de Dios todopoderoso, ruego a mi ángel guardián (o al Espíritu ...) comunicarse conmigo.»
Ahora quieres saber el resultado de mi propia experiencia; aquí está:
Después de aproximadamente seis semanas de ejercicios infructuosos, un día sentí mi mano estremecer, agitarse y trazar de repente con el lápiz, caracteres sin forma. En los ejercicios siguientes, tales caracteres, aunque siempre ininteligibles, se volvieron más regulares; yo escribía líneas y páginas con la rapidez de mi escritura habitual, pero siempre ilegibles. En otras ocasiones yo hacía trazos de todo tipo: pequeños, grandes y a veces en todo el papel. Algunas veces eran líneas rectas, tanto de arriba hacia abajo como transversales. En otras oportunidades eran círculos, ya sean grandes o pequeños, y a veces tan repetidos unos sobre los otros que la hoja de papel quedaba toda ennegrecida por el lápiz.
En fin, después de hacer durante un mes los más variados ejercicios, pero también los más insignificantes, comencé a sentirme con tedio y le pedí a mi Espíritu familiar que me hiciera trazar por lo menos letras, en caso de que no pudiese hacerme escribir palabras; entonces, obtuve todas las letras del alfabeto, pero no conseguí más que esto.
En este ínterin, mi esposa, que siempre tuvo el presentimiento de no poseer la facultad medianímica, se decidió entretanto a hacer experiencias; al cabo de quince días de espera, ella se puso a escribir de corrido y con gran facilidad; fue más afortunada que yo, puesto que ella lo hacía muy correctamente y de forma bien legible.
Uno de nuestros amigos consiguió, desde el segundo ejercicio, hacer garabatos como yo; pero esto fue todo. No por eso nos desanimamos, y nos hemos convencido de que era una prueba, ya que tarde o temprano escribiríamos; es fácil: sólo precisamos de paciencia.
En otra carta te contaré sobre las comunicaciones que obtuvimos por intermedio de mi esposa, y que por más singulares que las mismas parezcan son, sobre todo, muy concluyentes acerca de la existencia de los Espíritus. Por hoy es suficiente: tenía que hacerte una exposición, aunque sumaria, que pudiese entretanto abarcar el conjunto de la teoría espírita. Espero que esto baste para estimular tu curiosidad y, principalmente, para despertar tu interés; la lectura de las obras específicas a que te entregarás hará el resto.
A la espera de la obra práctica de la cual te he hablado, te enviaré dentro de muy poco tiempo la obra filosófica intitulada: El Libro de los Espíritus.
Estudia, lee, relee, experimenta, trabaja, porque esto vale la pena y, sobre todo, no desanimes.
Y además, no prestes atención a los que se ríen; hay muchos que ya no se ríen más, aunque tengan todos los órganos que hasta hace poco les servían para eso.
Hasta pronto,
CANU.
[1] Aunque los hechos más naturales, pero aún no explicados, se presten a lo maravilloso, todos saben con qué maña la charlatanería se apodera de ellos y con qué audacia ella los explota; tal vez aún resida allí uno de los mayores obstáculos para el descubrimiento y, sobre todo, para la vulgarización de la verdad. [Nota de Allan Kardec.]
(Continuación y fin – Ver la RE ene. 1861, pág. 15)
Desde que el hombre existe en la Tierra, existen Espíritus; y, desde entonces, también los Espíritus se manifiestan a los hombres. La Historia y la tradición están repletas de pruebas al respecto; pero ya sea porque unos no comprendían los fenómenos de esas manifestaciones; ya sea porque otros no se atrevían a divulgarlos, por miedo de la cárcel o de la hoguera; ya sea porque esos hechos hayan sido atribuidos a la superstición o al charlatanismo, por personas con ideas preconcebidas o interesadas en que la luz no se hiciera; en fin, ya sea porque hayan sido atribuidos al demonio, por otra clase de interesados, lo cierto es que hasta estos últimos tiempos, esos fenómenos –aunque bien constatados– aún no habían sido explicados de una manera satisfactoria o, al menos, la verdadera teoría aún no había tenido acceso al dominio público, probablemente porque la Humanidad todavía no era madura para esto, como para muchas otras cosas maravillosas que se cumplen en nuestros días. Estaba reservado a nuestra época ver el surgimiento, en el mismo siglo, del vapor, de la electricidad, del magnetismo animal –me refiero por lo menos como Ciencias aplicadas–, y finalmente del Espiritismo, el surgimiento más maravilloso de todos, es decir, no sólo la constatación material de nuestra existencia inmaterial y de nuestra inmortalidad, sino también el establecimiento de relaciones materiales –por así decirlo– y constantes entre el mundo invisible y nosotros. ¡Cuántas consecuencias incalculables no deben nacer de un acontecimiento tan prodigioso! Pero para no hablar sino de aquello que por ahora impresiona más a la mayoría de los hombres, por ejemplo, de la muerte, ¿no la vemos reducida a su verdadero papel de accidente natural, necesario y hasta feliz –diría yo–, perdiendo así todo su carácter de acontecimiento doloroso y terrible? Para los que desencarnan, ella representa el momento del despertar, ya que desde el día siguiente al de la muerte de un ser querido, nosotros, los que aquí quedamos, ¡podemos continuar relacionándonos íntimamente con él como en el pasado! Nada cambió sino nuestras relaciones materiales; no lo vemos más, no lo tocamos más, no escuchamos más su voz; pero continuamos intercambiando con él nuestros pensamientos como cuando estaba encarnado, y a menudo incluso más fructíferamente para nosotros. Después de esto, ¿qué es lo que queda de tan doloroso? Y si a eso le agregamos la certeza de que no estamos más separados de él sino por algunos años, algunos meses, tal vez algunos días, ¿no será todo esto para transformar en un sencillo acontecimiento útil aquello que hasta hoy, con muy pocas excepciones, los más decididos no podían encarar sin miedo, y que ciertamente constituye el tormento incesante de la existencia entera de muchos hombres? Pero me estoy alejando del tema.
Antes de explicarte la práctica muy simple de las comunicaciones, intentaré darte una idea de la teoría fisiológica que elaboré para mí. No te la doy como cierta, porque aún no la vi explicada por la ciencia; pero, al menos, me parece que debe aproximarse a lo siguiente.
El Espíritu actúa más fácilmente sobre la materia cuanto más dispuesta ella estuviere para recibir su acción, de la manera más apropiada; por eso no actúa directamente sobre toda especie de materia, aunque podría actuar indirectamente, si entre esa materia y él existiesen ciertas sustancias de una organización gradual, que pusieran en contacto los dos extremos, es decir, la materia más bruta en contacto con el Espíritu. Es así que el Espíritu de un hombre encarnado desplaza pesados bloques de piedra, los trabaja, los combina con otros, formando con ellos un todo que llamamos casa, columna, iglesia, palacio, etc. ¿Ha sido el hombre-cuerpo que ha hecho todo esto? ¿Quién se atrevería a decirlo?... Sí, ha sido él que lo ha hecho, como es mi pluma la que escribe esta carta. Pero volvamos al tema, porque nuevamente me estoy alejando del mismo.
¿Cómo el Espíritu se pone en contacto con el pesado bloque que quiere desplazar? Por medio de la materia escalonada entre él y el bloque; la palanca pone al bloque en relación con la mano; la mano pone a la palanca en relación con los músculos; los músculos ponen a la mano en relación con los nervios; los nervios ponen a los músculos en relación con el cerebro, y el cerebro pone a los nervios en relación con el Espíritu, a menos que haya aún una materia más delicada, un fluido que ponga al cerebro en contacto con el Espíritu. Sea como fuere, un intermediario más o un intermediario menos no anula la teoría; ya sea que el Espíritu actúe en primera o en segunda mano sobre el cerebro, siempre actúa de muy cerca, de modo que retomando los contactos en sentido contrario, o más bien en su orden natural, he aquí al Espíritu actuando sobre una materia extremamente delicada, organizada por la sabiduría del Creador de una manera adecuada para recibir directamente o casi directamente la acción de su voluntad. Esta materia, que es el cerebro, actúa por medio de sus ramificaciones –a las que llamamos nervios– sobre otra materia menos delicada, pero que aún así es suficiente para recibir la acción de los músculos. Éstos imprimen el movimiento a las partes sólidas que son los huesos del brazo y de la mano, mientras que las otras partes de la estructura ósea, al recibir la misma acción, sirven de punto de apoyo o sostén. La parte ósea multiplica su fuerza usando la palanca, cuando por sí misma no es aún lo suficientemente fuerte o larga como para actuar directamente, y he aquí cómo el pesado bloque inerte obedece dócilmente a la voluntad del Espíritu que, sin esa jerarquía intermediaria, no habría ejercido ninguna acción sobre él.
Al proceder de mayor a menor, he aquí que los menores hechos del Espíritu quedan explicados, del mismo modo que, en sentido contrario, se ve cómo el Espíritu puede llegar a transponer montañas, lagos, etc., y en todo esto, el cuerpo casi desaparece en medio de la multitud de instrumentos necesarios, entre los cuales apenas representa el primer papel.
Quiero escribir una carta; ¿qué debo hacer? Poner una hoja de papel en relación con mi Espíritu, como hace poco ponía un bloque de piedra. Reemplazo la palanca por la pluma y la cuestión está resuelta. He aquí la hoja de papel que repite el pensamiento de mi Espíritu, como hace poco el movimiento transmitido al bloque manifestaba su voluntad.
Si mi Espíritu quiere transmitir más directamente, más instantáneamente su pensamiento al tuyo, y si nada se opone –como la distancia o la interposición de un cuerpo sólido, siempre por medio del cerebro y de los nervios–, él pone en movimiento el órgano de la voz que, al hacer vibrar el aire de diversas maneras, produce ciertos sonidos variados y convencionales que representan el pensamiento, los cuales van a repercutir en tu órgano auditivo, que los transmite a tu Espíritu por medio de tus nervios y de tu cerebro. Y es siempre el pensamiento manifestado y transmitido por una serie de agentes materiales graduales e interpuestos entre su principio y su objeto.
Si la teoría precedente es verdadera, me parece que nada es más fácil ahora que explicar el fenómeno de las manifestaciones espíritas, y particularmente el de la escritura mediúmnica, que es el que nos ocupa en este momento.
Al ser la sustancia psíquica idéntica en todos los Espíritus, su modo de acción sobre la materia debe ser el mismo para todos; sólo su poder puede variar en grados. Al estar la materia de los nervios organizada de manera que pueda recibir la acción de un Espíritu, no hay razón para que no pueda recibir la acción de otro Espíritu, cuya naturaleza no difiera de la del primero; y ya que la sustancia de todos los Espíritus es de la misma naturaleza, todos los Espíritus deben ser aptos para ejercer, no diré la misma acción, sino el mismo modo de acción sobre la misma sustancia, todas las veces que ellos estén en condiciones de poder hacerlo. Ahora bien, esto es lo que sucede en las evocaciones.
¿Qué es una evocación?
Es un acto por el cual un Espíritu, dueño de un cuerpo, pide a otro Espíritu o sencillamente le permite servirse de su propio órgano, de su propio instrumento, para manifestar su pensamiento o su voluntad.
No por eso el dueño abandona su cuerpo, pero bien puede momentáneamente neutralizar su propia acción sobre el órgano de la transmisión, dejándolo así a disposición del otro que, sin embargo, no puede servirse de él sino cuando el primero se lo permita, en virtud del axioma del derecho natural, de que cada uno es dueño y señor de sí mismo. No obstante, es preciso que se diga que en el Espiritismo, como en las sociedades humanas, ese derecho de propiedad no siempre es escrupulosamente respetado por los señores Espíritus, y que más de un médium ha sido sorprendido por haber dado hospitalidad a huéspedes que no habían sido invitados, y hasta por haber recibido a indeseables. Pero éste es uno de los mil pequeños sinsabores de la vida, los cuales debemos saber soportar, incluso porque –en este caso– tienen siempre su lado útil, aunque sólo fuese con el objetivo de experimentarnos, al mismo tiempo que son la prueba más evidente de la acción de un Espíritu extraño sobre nuestro órgano, haciéndonos escribir cosas que estábamos lejos de prever o que no teníamos el mínimo deseo de escuchar. Entretanto, esto solamente ocurre con los médiums incipientes; cuando están más experimentados, ya no les sucede más, o por lo menos ya no se dejan sorprender.
¿Todos somos aptos para ser médiums? Naturalmente debería ser así, pero en grados diferentes, como en aptitudes diversas; esta es la opinión del Sr. Kardec. Hay médiums escribientes, videntes, auditivos, intuitivos, es decir, médiums que escriben –son los más numerosos y los más útiles–; médiums que ven a los Espíritus; médiums que escuchan y que conversan con ellos como con los encarnados –son raros–; otros médiums que reciben en su cerebro el pensamiento del Espíritu evocado y lo transmiten a través de la palabra. Raramente un médium posee a la vez varias de esas facultades. Existen también médiums de otro género, es decir, cuya simple presencia en un lugar permite la manifestación de los Espíritus, ya sea por medio de golpes o por el movimiento de los cuerpos, tal como el desplazamiento de una mesita de velador, el levantamiento de una silla, de una mesa o de cualquier otro objeto. Ha sido por este medio que los Espíritus comenzaron a manifestarse y a revelar su existencia. Has escuchado hablar de las mesas giratorias y de la danza de las mesas: te has reído y yo también. ¡Pues bien! Fueron los primeros medios que los Espíritus emplearon para llamar la atención; así fue reconocida su presencia, después de que, con la ayuda de la observación y del estudio, se descubrieron en el hombre facultades hasta entonces ignoradas, por medio de las cuales él puede entrar en comunicación directa con los Espíritus. ¿No es maravilloso todo esto? Entretanto, es apenas natural; sólo que –te repito– estaba reservado a nuestra época hacer el descubrimiento y la aplicación de esta ciencia, como de muchos otros secretos admirables de la naturaleza.
Ahora, para ponernos en contacto con los Espíritus, o al menos para ver si somos aptos para hacerlo por intermedio de la escritura, hay que tomar una hoja en blanco y un lápiz, colocándonos en posición de escribir. Siempre es bueno comenzar dirigiendo una oración a Dios; luego se evoca a un Espíritu, es decir, se le pide que tenga a bien comunicarse con nosotros, haciéndonos escribir; después se espera, siempre en la misma posición.
Hay personas que tienen la facultad medianímica de tal modo desarrollada que escriben de entrada; otras, al contrario, sólo ven desarrollar esa facultad con el tiempo y con perseverancia. En este último caso, se repite la sesión a cada día, con lo que basta un cuarto de hora; es inútil pasar de este período, pero en la medida de lo posible, debe repetirse diariamente, siendo la perseverancia una de las primeras condiciones del éxito. También es necesario hacer la oración y la evocación con fervor; incluso repetir esto algunas veces durante el ejercicio; tener una voluntad firme, un gran deseo de conseguirlo y, sobre todo, no distraerse de forma alguna. Una vez obtenida la escritura, estas últimas precauciones se vuelven innecesarias.
Cuando se está por escribir, se siente generalmente un ligero estremecimiento en la mano, precedido algunas veces por un leve adormecimiento en la mano y en el brazo, y a veces hasta por un ligero dolor en los músculos del brazo y de la mano: estas son las señales precursoras y, casi siempre, son los indicios de que el momento del éxito se aproxima. Algunas veces es inmediato; sin embargo, otras veces se hace esperar uno o varios días, pero nunca tarda en demasía; solamente que para llegar a ese punto se necesita de más o menos tiempo, lo que puede variar de un instante a seis meses, pero –te lo repito– basta un cuarto de hora de ejercicio diario.
En cuanto a los Espíritus que pueden ser evocados para esas especies de ejercicios preparatorios, es preferible dirigirse a nuestro Espíritu familiar, que siempre está próximo y
que nunca nos deja, mientras que otros Espíritus pueden estar allí apenas momentáneamente o no estar en el momento en que los evocamos y, por una causa cualquiera, encontrarse imposibilitados de atender a nuestro llamado, lo que a veces sucede.
El Espíritu familiar, que hasta un cierto punto se asemeja a lo que la teoría católica señala acerca del ángel de la guarda, no es exactamente lo que presenta el dogma católico. Es simplemente el Espíritu de un mortal que ha vivido como nosotros, pero que está mucho más adelantado que nosotros y, en consecuencia, es infinitamente superior en bondad y en inteligencia; que cumple una misión meritoria para sí, provechosa para nosotros, y que nos acompaña en este mundo y en el otro hasta que es llamado a una nueva encarnación, o hasta que nosotros mismos, llegados a un cierto grado de superioridad, seamos llamados a realizar, en otra existencia, una misión similar junto a un mortal menos avanzado que nosotros.
Querido amigo, como bien lo ves, todo entra maravillosamente en nuestras ideas de solidaridad universal. Todo esto, al mostrarnos esa solidaridad establecida en todos los tiempos y funcionando constantemente entre el mundo invisible y nosotros, nos prueba por cierto que no es una utopía de concepción humana, sino una de las leyes de la naturaleza; que los primeros pensadores que la preconizaban no la inventaron, sino que sólo la descubrieron; y que, en fin, al estar en las leyes de la naturaleza, será llamada fatalmente a desarrollarse en las sociedades humanas, a pesar de las resistencias y de los obstáculos que aún le puedan oponer sus ciegos adversarios.[1]
Solamente me falta hablarte sobre la manera de evocar. Es la cosa más simple. No hay ninguna forma cabalística para esto, ni tampoco ninguna fórmula obligatoria; tú te diriges al Espíritu en los términos que te convienen: he aquí todo.
Entretanto, para que comprendas mejor la simplicidad de la cuestión, voy a darte la forma que yo mismo empleo:
«¡Dios todopoderoso! Permitid a mi buen ángel (o al Espíritu ..., en caso de que prefieras evocar a otro Espíritu) comunicarse conmigo y hacerme escribir». O también: «En el nombre de Dios todopoderoso, ruego a mi ángel guardián (o al Espíritu ...) comunicarse conmigo.»
Ahora quieres saber el resultado de mi propia experiencia; aquí está:
Después de aproximadamente seis semanas de ejercicios infructuosos, un día sentí mi mano estremecer, agitarse y trazar de repente con el lápiz, caracteres sin forma. En los ejercicios siguientes, tales caracteres, aunque siempre ininteligibles, se volvieron más regulares; yo escribía líneas y páginas con la rapidez de mi escritura habitual, pero siempre ilegibles. En otras ocasiones yo hacía trazos de todo tipo: pequeños, grandes y a veces en todo el papel. Algunas veces eran líneas rectas, tanto de arriba hacia abajo como transversales. En otras oportunidades eran círculos, ya sean grandes o pequeños, y a veces tan repetidos unos sobre los otros que la hoja de papel quedaba toda ennegrecida por el lápiz.
En fin, después de hacer durante un mes los más variados ejercicios, pero también los más insignificantes, comencé a sentirme con tedio y le pedí a mi Espíritu familiar que me hiciera trazar por lo menos letras, en caso de que no pudiese hacerme escribir palabras; entonces, obtuve todas las letras del alfabeto, pero no conseguí más que esto.
En este ínterin, mi esposa, que siempre tuvo el presentimiento de no poseer la facultad medianímica, se decidió entretanto a hacer experiencias; al cabo de quince días de espera, ella se puso a escribir de corrido y con gran facilidad; fue más afortunada que yo, puesto que ella lo hacía muy correctamente y de forma bien legible.
Uno de nuestros amigos consiguió, desde el segundo ejercicio, hacer garabatos como yo; pero esto fue todo. No por eso nos desanimamos, y nos hemos convencido de que era una prueba, ya que tarde o temprano escribiríamos; es fácil: sólo precisamos de paciencia.
En otra carta te contaré sobre las comunicaciones que obtuvimos por intermedio de mi esposa, y que por más singulares que las mismas parezcan son, sobre todo, muy concluyentes acerca de la existencia de los Espíritus. Por hoy es suficiente: tenía que hacerte una exposición, aunque sumaria, que pudiese entretanto abarcar el conjunto de la teoría espírita. Espero que esto baste para estimular tu curiosidad y, principalmente, para despertar tu interés; la lectura de las obras específicas a que te entregarás hará el resto.
A la espera de la obra práctica de la cual te he hablado, te enviaré dentro de muy poco tiempo la obra filosófica intitulada: El Libro de los Espíritus.
Estudia, lee, relee, experimenta, trabaja, porque esto vale la pena y, sobre todo, no desanimes.
Y además, no prestes atención a los que se ríen; hay muchos que ya no se ríen más, aunque tengan todos los órganos que hasta hace poco les servían para eso.
Hasta pronto,
[1] Aunque los hechos más naturales, pero aún no explicados, se presten a lo maravilloso, todos saben con qué maña la charlatanería se apodera de ellos y con qué audacia ella los explota; tal vez aún resida allí uno de los mayores obstáculos para el descubrimiento y, sobre todo, para la vulgarización de la verdad. [Nota de Allan Kardec.]
Conversaciones familiares del Más Allá
El suicidio de un ateo
El Sr. J.-B. D..., evocado a pedido de uno de sus parientes, era un hombre instruido, pero imbuido de ideas materialistas en el más alto grado, de modo que no creía en el alma ni en Dios. Se suicidó ahogándose hace dos años.
1. Evocación. –Resp. ¡Estoy sufriendo! Soy un réprobo.
2. Os hemos evocado en nombre de uno de vuestros parientes, que desea conocer vuestra situación; ¿podríais decirnos si nuestra evocación os resulta agradable o penosa? –Resp. Penosa.
3. Vuestra muerte, ¿ha sido voluntaria? –Resp. Sí.
Nota – El Espíritu escribe con extrema dificultad; la escritura es muy grande, irregular, temblorosa y casi ilegible. Al empezar a escribir se encoleriza, quiebra el lápiz y rasga el papel.
4. Tened calma; todos nosotros rogaremos a Dios por vos. –Resp. Me veo forzado a creer en Dios.
5. ¿Qué motivo os llevó al suicidio? –Resp. El tedio de una vida sin esperanza.
Nota – Se piensa en el suicidio cuando se vive sin esperanza porque se busca huir del infortunio a cualquier precio. En cambio, con el Espiritismo el porvenir se desdobla y la esperanza se fortalece: el suicidio, por lo tanto, ya no tiene objeto; además, con esta medida extrema se reconoce que no se escapa de un mal sino para caer en otro cien veces peor. He aquí por qué el Espiritismo ha alejado de la muerte voluntaria a tantas víctimas. ¡Aquellos que ante todo buscan en el suicidio el fin moral y filosófico, están errados y son soñadores! ¡Son muy culpables los que se esfuerzan en creer, por medio de sofismas científicos y supuestamente en nombre de la razón, en esa idea desesperanzadora, fuente de tantos males y crímenes, según la cual todo acaba con la vida! Ellos serán responsables, no sólo por sus propios errores, sino por todos los males que hayan causado.
6. Habéis querido escapar de las vicisitudes de la vida; ¿has ganado algo con eso? ¿Sois más feliz ahora? –Resp. ¡No, porque la nada no existe!
7. Tened la bondad de describirnos lo mejor posible vuestra situación actual. –Resp. Sufro porque me veo obligado a creer en todo lo que negaba. Mi Espíritu está como en ascuas, terriblemente atormentado.
8. ¿De dónde provenían las ideas materialistas que teníais cuando estabais encarnado? –Resp. En otra existencia yo había sido malo, y
mi Espíritu estaba condenado a sufrir los tormentos de la duda durante mi encarnación; también me suicidé.
Nota – He aquí todo un orden de ideas. A menudo uno se pregunta cómo puede haber materialistas, puesto que, habiendo ellos ya pasado por el mundo espiritual, deberían tener la intuición del mismo; ahora bien, es precisamente esta intuición que se niega –como castigo– a ciertos Espíritus que han conservado su orgullo y que no se han arrepentido de sus faltas. No se debe olvidar que la Tierra es un lugar de expiación; he aquí por qué ella alberga a tantos Espíritus malos encarnados.
9. Cuando os ahogasteis, ¿qué pensabais que os ocurriría después? ¿Qué reflexiones habéis hecho en ese momento? –Resp. Ninguna; para mí era la nada. Después comprendí que debería sufrir aún más, ya que no había cumplido toda mi condena.
10. ¿Estáis ahora realmente convencido de la existencia de Dios, del alma y de la vida futura? –Resp. ¡Ay de mí! ¡Todo eso me atormenta mucho!
11. ¿Habéis vuelto a ver a vuestra esposa y a vuestro hermano? –Resp. ¡Oh, no!
12. ¿Por qué no? –Resp. ¿Para qué juntar nuestros tormentos? ¡Ay! Uno se reúne en la felicidad, pero se aísla en la desgracia.
13. ¿Os agradaría volver a ver a vuestro hermano, al que podríamos llamar a vuestro lado? –Resp. No, no; yo no lo merezco.
14. ¿Por qué no queréis que lo llamemos? –Resp. Porque él tampoco es feliz.
15. ¿Teméis su presencia? No obstante, eso podría haceros bien. –Resp. No; más adelante.
16. Vuestro pariente me pide para preguntaros si habéis asistido a vuestro entierro y si quedasteis satisfecho con lo que él hizo en esa ocasión. –Resp. Sí.
17. ¿Deseáis decirle alguna cosa? –Resp. Que oren un poco por mí.
18. Parece que en el círculo que frecuentabais, algunas personas compartían las opiniones que vos teníais cuando encarnado; ¿queréis decirles algo al respecto? –Resp. ¡Ah, desdichados! ¡Lo mejor que les puedo desear es que crean en la vida futura! Si pudiesen comprender mi triste situación, reflexionarían mucho.
(Evocación del hermano del Espíritu precedente, que también profesaba las mismas ideas, pero que no se suicidó. Si bien es infeliz, se encuentra más tranquilo; su escritura es nítida y legible.)
19. Evocación. –Resp. ¡Que el cuadro de nuestros sufrimientos pueda serviros de lección y pueda persuadiros de que existe otra vida, en la que uno expía sus faltas y su incredulidad!
20. Vos y vuestro hermano, al que acabamos de evocar, ¿os veis recíprocamente? –Resp. No, él huye de mí.
21. Ya que estáis más tranquilo que él, ¿podríais darnos una descripción más precisa de vuestros sufrimientos? –Resp. ¿No sufrís en la Tierra en vuestro amor propio, en vuestro orgullo, cuando sois obligados a reconocer vuestros errores? ¿No se rebela vuestro Espíritu ante la idea de humillaros en presencia de quien os demuestre que estáis equivocados? ¡Pues bien! Considerad cuánto sufre el Espíritu que, durante toda una existencia, se convenció de que nada existe después de él y que él tiene razón contra todos. Cuando de repente se enfrenta con la estruendosa verdad, se siente aniquilado y humillado. A esto se suma el remordimiento de haber olvidado por tanto tiempo la existencia de un Dios tan bueno y tan indulgente. Su estado es insoportable: no encuentra calma ni reposo; no hallará tranquilidad hasta el momento en que sea conmovido por la gracia santa, es decir, por el amor de Dios, pues el orgullo se apodera de tal modo de nuestro pobre Espíritu, que lo envuelve completamente, a tal punto que necesitará mucho tiempo aún para despojarse de ese hábito fatal. Sólo las oraciones de nuestros hermanos pueden ayudarnos a desembarazarnos del mismo.
22. ¿Os referís a los hermanos encarnados o a los Espíritus? –Resp. A los unos y a los otros.
23. Mientras conversábamos con vuestro hermano, una persona aquí presente ha orado por él; esta oración ¿le ha sido útil? –Resp. No se perderá. Si ahora rechaza esa gracia, ésta volverá cuando él esté en condiciones de recurrir a esa divina panacea.
Hemos transmitido el resultado de estas dos evocaciones a la persona que nos las había solicitado, y recibimos de su parte la siguiente respuesta:
«Señor, no sabéis el gran bien que han producido las evocaciones de mi padrastro y de mi tío. Nosotros los hemos reconocido perfectamente; la escritura del primero, sobre todo, tiene una evidente analogía con la que él tenía en vida, tanto más que, durante los últimos meses que ha pasado con nosotros, esa letra era irregular e indescifrable. Se verifica en dicha escritura la misma forma de los trazos, de la rúbrica y de ciertas letras, principalmente los trazos de las letras d, f, o, p, q, t. En cuanto a las palabras, a las expresiones y al estilo, la semejanza es aún más notable; para nosotros, la analogía es perfecta si no fuese porque él está más esclarecido sobre Dios, el alma y la eternidad, que antes negaba de manera terminante. Por lo tanto, estamos perfectamente convencidos de su identidad; Dios será glorificado por eso a través de nuestra creencia más firme en el Espiritismo, y nuestros hermanos, encarnados y desencarnados, se volverán mejores. También la identidad de su hermano –mi tío– no es menos evidente; a pesar de la inmensa diferencia entre el ateo y el creyente, reconocemos su carácter, el estilo y la estructura especial de sus frases; sobre todo, nos ha impactado una palabra: panacea, que era su vocablo habitual, ya que lo decía y lo repetía a todos a cada momento.
«He mostrado ambas evocaciones a varias personas, que se han quedado admiradas de su veracidad. Sin embargo, los incrédulos, los que comparten las opiniones de mis dos parientes cuando encarnados, desearían respuestas más categóricas aún: por ejemplo, que el Sr. D... indicase con precisión el lugar en que ha sido enterrado, en dónde se ahogó, de qué manera fue encontrado, etc. A fin de satisfacerlos y convencerlos, ¿no podríais evocarlo nuevamente? En este caso, ¿consentiríais en preguntarle dónde y cómo se suicidó? ¿Cuánto tiempo permaneció bajo el agua? ¿En qué lugar fue encontrado su cadáver? ¿Dónde ha sido enterrado? ¿De qué manera –civil o religiosa– fue sepultado?
«Señor, os ruego que tengáis a bien obtener respuestas categóricas a estas preguntas, que son esenciales para aquellos que todavía dudan; estoy persuadido del bien inmenso que eso producirá. Me esforzaré para que mi carta os sea entregada mañana viernes, a fin de que podáis hacer esta evocación en la sesión de la Sociedad que deberá tener lugar en ese mismo día..., etc.»
Hemos reproducido esta carta por causa del hecho de identidad que la misma constata; a continuación anexamos nuestra respuesta, para instrucción de las personas que no están familiarizadas con las comunicaciones del Más Allá.
«... Las preguntas que nos habéis pedido para que dirijamos nuevamente al Espíritu de vuestro padrastro son, indudablemente, dictadas por una loable intención: la de convencer a los incrédulos, porque no vemos en vos ningún sentimiento de duda ni de curiosidad. Sin embargo, un conocimiento más perfecto de la ciencia espírita os haría comprender que esas preguntas son superfluas. En primer lugar, al solicitarme que obtenga respuestas categóricas de vuestro padrastro, sin duda ignoráis que no se gobierna a los Espíritus según nuestro deseo; ellos responden cuando quieren, como quieren y a menudo como pueden. Su libertad de acción es aún mayor que cuando encarnados, y tienen más medios de eludir la coerción moral que se desea ejercer sobre ellos. Las mejores pruebas de identidad son las que dan espontáneamente, de propia voluntad, o bien las que nacen de las circunstancias, y la mayoría de las veces es inútil provocarlas. Vuestro pariente ha probado su identidad de una manera irrecusable según vos; por lo tanto, es más que probable que habría de rehusarse a responder a preguntas que, con justa razón, él puede considerar como superfluas, y formuladas para satisfacer la curiosidad de personas que le son indiferentes. Él podría responder, como lo han hecho muchas veces otros Espíritus en semejante caso: «¿Para qué me preguntáis cosas que ya sabéis?» Incluso agregaré que el estado de turbación y de sufrimiento en que él se encuentra se agravaría con las averiguaciones de ese género; es exactamente como querer obligar a un enfermo, que apenas puede pensar y hablar, a contar detalles de su vida: esto sería ciertamente faltar a las consideraciones que se deben a su estado.
«En cuanto al resultado que esperáis obtener, tened la certeza de que sería nulo. Las pruebas de identidad que han sido suministradas tienen mucho más valor por el hecho de haber sido espontáneas, y porque nada puede hacer sospechar sobre el modo como se han dado; si los incrédulos no se dieron por satisfechos, mucho menos se contentarán con preguntas preestablecidas, que podrían dar lugar a sospechas de connivencia. Hay personas a las que nada puede convencer: aunque viesen a vuestro padrastro con sus propios ojos, dirían que son víctimas de una alucinación. Lo mejor que se puede hacer con ellas es dejarlas tranquilas y no perder tiempo con conversaciones superfluas; sólo podemos compadecernos de las mismas, porque tarde o temprano aprenderán, a sus expensas, cuánto les ha costado rechazar la luz que Dios les enviaba. Sobre todo, es contra ellas que Dios hace manifestar su severidad.
«Señor, dos palabras más sobre el pedido que me hicisteis de realizar esta evocación el mismo día en que yo debía recibir vuestra carta. Las evocaciones no se hacen así, a toda prisa; los Espíritus no responden siempre a nuestro llamado; para esto es necesario que ellos quieran y que puedan hacerlo. Además, es preciso que encuentren un médium que les convenga y que tenga la aptitud especial necesaria; que este médium esté disponible en un momento dado; que el ambiente sea simpático al Espíritu, etc. Todas estas son circunstancias que no siempre pueden ser satisfechas, y es muy importante conocerlas cuando se quieren hacer las cosas seriamente.»
El suicidio de un ateo
El Sr. J.-B. D..., evocado a pedido de uno de sus parientes, era un hombre instruido, pero imbuido de ideas materialistas en el más alto grado, de modo que no creía en el alma ni en Dios. Se suicidó ahogándose hace dos años.
1. Evocación. –Resp. ¡Estoy sufriendo! Soy un réprobo.
2. Os hemos evocado en nombre de uno de vuestros parientes, que desea conocer vuestra situación; ¿podríais decirnos si nuestra evocación os resulta agradable o penosa? –Resp. Penosa.
3. Vuestra muerte, ¿ha sido voluntaria? –Resp. Sí.
Nota – El Espíritu escribe con extrema dificultad; la escritura es muy grande, irregular, temblorosa y casi ilegible. Al empezar a escribir se encoleriza, quiebra el lápiz y rasga el papel.
4. Tened calma; todos nosotros rogaremos a Dios por vos. –Resp. Me veo forzado a creer en Dios.
5. ¿Qué motivo os llevó al suicidio? –Resp. El tedio de una vida sin esperanza.
Nota – Se piensa en el suicidio cuando se vive sin esperanza porque se busca huir del infortunio a cualquier precio. En cambio, con el Espiritismo el porvenir se desdobla y la esperanza se fortalece: el suicidio, por lo tanto, ya no tiene objeto; además, con esta medida extrema se reconoce que no se escapa de un mal sino para caer en otro cien veces peor. He aquí por qué el Espiritismo ha alejado de la muerte voluntaria a tantas víctimas. ¡Aquellos que ante todo buscan en el suicidio el fin moral y filosófico, están errados y son soñadores! ¡Son muy culpables los que se esfuerzan en creer, por medio de sofismas científicos y supuestamente en nombre de la razón, en esa idea desesperanzadora, fuente de tantos males y crímenes, según la cual todo acaba con la vida! Ellos serán responsables, no sólo por sus propios errores, sino por todos los males que hayan causado.
6. Habéis querido escapar de las vicisitudes de la vida; ¿has ganado algo con eso? ¿Sois más feliz ahora? –Resp. ¡No, porque la nada no existe!
7. Tened la bondad de describirnos lo mejor posible vuestra situación actual. –Resp. Sufro porque me veo obligado a creer en todo lo que negaba. Mi Espíritu está como en ascuas, terriblemente atormentado.
8. ¿De dónde provenían las ideas materialistas que teníais cuando estabais encarnado? –Resp. En otra existencia yo había sido malo, y
mi Espíritu estaba condenado a sufrir los tormentos de la duda durante mi encarnación; también me suicidé.
Nota – He aquí todo un orden de ideas. A menudo uno se pregunta cómo puede haber materialistas, puesto que, habiendo ellos ya pasado por el mundo espiritual, deberían tener la intuición del mismo; ahora bien, es precisamente esta intuición que se niega –como castigo– a ciertos Espíritus que han conservado su orgullo y que no se han arrepentido de sus faltas. No se debe olvidar que la Tierra es un lugar de expiación; he aquí por qué ella alberga a tantos Espíritus malos encarnados.
9. Cuando os ahogasteis, ¿qué pensabais que os ocurriría después? ¿Qué reflexiones habéis hecho en ese momento? –Resp. Ninguna; para mí era la nada. Después comprendí que debería sufrir aún más, ya que no había cumplido toda mi condena.
10. ¿Estáis ahora realmente convencido de la existencia de Dios, del alma y de la vida futura? –Resp. ¡Ay de mí! ¡Todo eso me atormenta mucho!
11. ¿Habéis vuelto a ver a vuestra esposa y a vuestro hermano? –Resp. ¡Oh, no!
12. ¿Por qué no? –Resp. ¿Para qué juntar nuestros tormentos? ¡Ay! Uno se reúne en la felicidad, pero se aísla en la desgracia.
13. ¿Os agradaría volver a ver a vuestro hermano, al que podríamos llamar a vuestro lado? –Resp. No, no; yo no lo merezco.
14. ¿Por qué no queréis que lo llamemos? –Resp. Porque él tampoco es feliz.
15. ¿Teméis su presencia? No obstante, eso podría haceros bien. –Resp. No; más adelante.
16. Vuestro pariente me pide para preguntaros si habéis asistido a vuestro entierro y si quedasteis satisfecho con lo que él hizo en esa ocasión. –Resp. Sí.
17. ¿Deseáis decirle alguna cosa? –Resp. Que oren un poco por mí.
18. Parece que en el círculo que frecuentabais, algunas personas compartían las opiniones que vos teníais cuando encarnado; ¿queréis decirles algo al respecto? –Resp. ¡Ah, desdichados! ¡Lo mejor que les puedo desear es que crean en la vida futura! Si pudiesen comprender mi triste situación, reflexionarían mucho.
(Evocación del hermano del Espíritu precedente, que también profesaba las mismas ideas, pero que no se suicidó. Si bien es infeliz, se encuentra más tranquilo; su escritura es nítida y legible.)
19. Evocación. –Resp. ¡Que el cuadro de nuestros sufrimientos pueda serviros de lección y pueda persuadiros de que existe otra vida, en la que uno expía sus faltas y su incredulidad!
20. Vos y vuestro hermano, al que acabamos de evocar, ¿os veis recíprocamente? –Resp. No, él huye de mí.
21. Ya que estáis más tranquilo que él, ¿podríais darnos una descripción más precisa de vuestros sufrimientos? –Resp. ¿No sufrís en la Tierra en vuestro amor propio, en vuestro orgullo, cuando sois obligados a reconocer vuestros errores? ¿No se rebela vuestro Espíritu ante la idea de humillaros en presencia de quien os demuestre que estáis equivocados? ¡Pues bien! Considerad cuánto sufre el Espíritu que, durante toda una existencia, se convenció de que nada existe después de él y que él tiene razón contra todos. Cuando de repente se enfrenta con la estruendosa verdad, se siente aniquilado y humillado. A esto se suma el remordimiento de haber olvidado por tanto tiempo la existencia de un Dios tan bueno y tan indulgente. Su estado es insoportable: no encuentra calma ni reposo; no hallará tranquilidad hasta el momento en que sea conmovido por la gracia santa, es decir, por el amor de Dios, pues el orgullo se apodera de tal modo de nuestro pobre Espíritu, que lo envuelve completamente, a tal punto que necesitará mucho tiempo aún para despojarse de ese hábito fatal. Sólo las oraciones de nuestros hermanos pueden ayudarnos a desembarazarnos del mismo.
22. ¿Os referís a los hermanos encarnados o a los Espíritus? –Resp. A los unos y a los otros.
23. Mientras conversábamos con vuestro hermano, una persona aquí presente ha orado por él; esta oración ¿le ha sido útil? –Resp. No se perderá. Si ahora rechaza esa gracia, ésta volverá cuando él esté en condiciones de recurrir a esa divina panacea.
Hemos transmitido el resultado de estas dos evocaciones a la persona que nos las había solicitado, y recibimos de su parte la siguiente respuesta:
«Señor, no sabéis el gran bien que han producido las evocaciones de mi padrastro y de mi tío. Nosotros los hemos reconocido perfectamente; la escritura del primero, sobre todo, tiene una evidente analogía con la que él tenía en vida, tanto más que, durante los últimos meses que ha pasado con nosotros, esa letra era irregular e indescifrable. Se verifica en dicha escritura la misma forma de los trazos, de la rúbrica y de ciertas letras, principalmente los trazos de las letras d, f, o, p, q, t. En cuanto a las palabras, a las expresiones y al estilo, la semejanza es aún más notable; para nosotros, la analogía es perfecta si no fuese porque él está más esclarecido sobre Dios, el alma y la eternidad, que antes negaba de manera terminante. Por lo tanto, estamos perfectamente convencidos de su identidad; Dios será glorificado por eso a través de nuestra creencia más firme en el Espiritismo, y nuestros hermanos, encarnados y desencarnados, se volverán mejores. También la identidad de su hermano –mi tío– no es menos evidente; a pesar de la inmensa diferencia entre el ateo y el creyente, reconocemos su carácter, el estilo y la estructura especial de sus frases; sobre todo, nos ha impactado una palabra: panacea, que era su vocablo habitual, ya que lo decía y lo repetía a todos a cada momento.
«He mostrado ambas evocaciones a varias personas, que se han quedado admiradas de su veracidad. Sin embargo, los incrédulos, los que comparten las opiniones de mis dos parientes cuando encarnados, desearían respuestas más categóricas aún: por ejemplo, que el Sr. D... indicase con precisión el lugar en que ha sido enterrado, en dónde se ahogó, de qué manera fue encontrado, etc. A fin de satisfacerlos y convencerlos, ¿no podríais evocarlo nuevamente? En este caso, ¿consentiríais en preguntarle dónde y cómo se suicidó? ¿Cuánto tiempo permaneció bajo el agua? ¿En qué lugar fue encontrado su cadáver? ¿Dónde ha sido enterrado? ¿De qué manera –civil o religiosa– fue sepultado?
«Señor, os ruego que tengáis a bien obtener respuestas categóricas a estas preguntas, que son esenciales para aquellos que todavía dudan; estoy persuadido del bien inmenso que eso producirá. Me esforzaré para que mi carta os sea entregada mañana viernes, a fin de que podáis hacer esta evocación en la sesión de la Sociedad que deberá tener lugar en ese mismo día..., etc.»
Hemos reproducido esta carta por causa del hecho de identidad que la misma constata; a continuación anexamos nuestra respuesta, para instrucción de las personas que no están familiarizadas con las comunicaciones del Más Allá.
«... Las preguntas que nos habéis pedido para que dirijamos nuevamente al Espíritu de vuestro padrastro son, indudablemente, dictadas por una loable intención: la de convencer a los incrédulos, porque no vemos en vos ningún sentimiento de duda ni de curiosidad. Sin embargo, un conocimiento más perfecto de la ciencia espírita os haría comprender que esas preguntas son superfluas. En primer lugar, al solicitarme que obtenga respuestas categóricas de vuestro padrastro, sin duda ignoráis que no se gobierna a los Espíritus según nuestro deseo; ellos responden cuando quieren, como quieren y a menudo como pueden. Su libertad de acción es aún mayor que cuando encarnados, y tienen más medios de eludir la coerción moral que se desea ejercer sobre ellos. Las mejores pruebas de identidad son las que dan espontáneamente, de propia voluntad, o bien las que nacen de las circunstancias, y la mayoría de las veces es inútil provocarlas. Vuestro pariente ha probado su identidad de una manera irrecusable según vos; por lo tanto, es más que probable que habría de rehusarse a responder a preguntas que, con justa razón, él puede considerar como superfluas, y formuladas para satisfacer la curiosidad de personas que le son indiferentes. Él podría responder, como lo han hecho muchas veces otros Espíritus en semejante caso: «¿Para qué me preguntáis cosas que ya sabéis?» Incluso agregaré que el estado de turbación y de sufrimiento en que él se encuentra se agravaría con las averiguaciones de ese género; es exactamente como querer obligar a un enfermo, que apenas puede pensar y hablar, a contar detalles de su vida: esto sería ciertamente faltar a las consideraciones que se deben a su estado.
«En cuanto al resultado que esperáis obtener, tened la certeza de que sería nulo. Las pruebas de identidad que han sido suministradas tienen mucho más valor por el hecho de haber sido espontáneas, y porque nada puede hacer sospechar sobre el modo como se han dado; si los incrédulos no se dieron por satisfechos, mucho menos se contentarán con preguntas preestablecidas, que podrían dar lugar a sospechas de connivencia. Hay personas a las que nada puede convencer: aunque viesen a vuestro padrastro con sus propios ojos, dirían que son víctimas de una alucinación. Lo mejor que se puede hacer con ellas es dejarlas tranquilas y no perder tiempo con conversaciones superfluas; sólo podemos compadecernos de las mismas, porque tarde o temprano aprenderán, a sus expensas, cuánto les ha costado rechazar la luz que Dios les enviaba. Sobre todo, es contra ellas que Dios hace manifestar su severidad.
«Señor, dos palabras más sobre el pedido que me hicisteis de realizar esta evocación el mismo día en que yo debía recibir vuestra carta. Las evocaciones no se hacen así, a toda prisa; los Espíritus no responden siempre a nuestro llamado; para esto es necesario que ellos quieran y que puedan hacerlo. Además, es preciso que encuentren un médium que les convenga y que tenga la aptitud especial necesaria; que este médium esté disponible en un momento dado; que el ambiente sea simpático al Espíritu, etc. Todas estas son circunstancias que no siempre pueden ser satisfechas, y es muy importante conocerlas cuando se quieren hacer las cosas seriamente.»
Cuestiones y problemas diversos
1. En un mundo superior, como Júpiter u otro, ¿tiene el Espíritu encarnado el recuerdo de sus existencias pasadas, así como el del estado errante? –Resp. No; desde el momento en que el Espíritu reviste una envoltura material, pierde la memoria de sus existencias anteriores.
–Entretanto, en Júpiter la envoltura corporal es muy poco material y, por esta razón, ¿no es más libre el Espíritu? –Resp. Sí, pero dicha envoltura es suficiente como para impedir el recuerdo del pasado en el Espíritu.
–Entonces, los Espíritus que habitan en Júpiter y que se comunicaron con nosotros, ¿se encontraban en aquel mismo momento en un estado de sueño? –Resp. Ciertamente. En aquel mundo, siendo el Espíritu mucho más elevado, comprende bien mejor a Dios y al Universo; pero su pasado se borra temporalmente, porque habría de obnubilar su inteligencia; él no se reconocería a sí mismo: ¿sería el hombre de África, el de Europa o el de América? ¿Sería el habitante de la Tierra, el de Marte o el de Venus? Al no recordarse más, es él mismo, el hombre de Júpiter: inteligente, superior, el que comprende a Dios; he aquí todo.
Nota – Si el olvido del pasado es necesario en un mundo adelantado como el de Júpiter, con más fuerte razón debe serlo en nuestro mundo material. Es evidente que el recuerdo de nuestras existencias anteriores causaría una penosa confusión en nuestras ideas, sin hablar de todos los otros inconvenientes que ya han sido señalados al respecto. Todo lo que hace Dios lleva la marca de su sabiduría y de su bondad; no nos cabe criticar, ni aun cuando no comprendamos el objetivo.
2. La Srta. Eugénie –una de las médiums de la Sociedad– ofrece una notable particularidad y, en cierto modo, excepcional, que es la prodigiosa versatilidad con que ella escribe y la increíble celeridad con la cual los más diversos Espíritus se comunican por su intermedio. Hay pocos médiums con una flexibilidad tan grande; ¿a qué se debe esto? –Resp. Esta causa se debe más al médium que al Espíritu; éste escribiría menos rápido a través de otro médium, en razón de que la naturaleza del instrumento ya no sería la misma. Así, hay médiums dibujantes, otros son más aptos para la medicina, etc.; el Espíritu actúa según la mediumnidad. Por lo tanto, es una causa física, en vez de ser una causa moral. Los Espíritus se comunican tanto más fácilmente por un médium, como más rápidamente se opera la combinación del fluido de este último con el del Espíritu; más que los otros se presta a la rapidez del pensamiento, de lo que se aprovecha el Espíritu, como vos aprovecháis un transporte veloz cuando estáis con prisa; esa vivacidad del médium es totalmente física: su propio Espíritu no influye en esto.
–Las cualidades morales del médium ¿no tienen influencia? –Resp. Ellas tienen una gran influencia en las simpatías de los Espíritus, porque es necesario que sepáis que algunos tienen tal antipatía por ciertos médiums, que se comunican muy contrariados a través de ellos.
SAN LUIS
1. En un mundo superior, como Júpiter u otro, ¿tiene el Espíritu encarnado el recuerdo de sus existencias pasadas, así como el del estado errante? –Resp. No; desde el momento en que el Espíritu reviste una envoltura material, pierde la memoria de sus existencias anteriores.
–Entretanto, en Júpiter la envoltura corporal es muy poco material y, por esta razón, ¿no es más libre el Espíritu? –Resp. Sí, pero dicha envoltura es suficiente como para impedir el recuerdo del pasado en el Espíritu.
–Entonces, los Espíritus que habitan en Júpiter y que se comunicaron con nosotros, ¿se encontraban en aquel mismo momento en un estado de sueño? –Resp. Ciertamente. En aquel mundo, siendo el Espíritu mucho más elevado, comprende bien mejor a Dios y al Universo; pero su pasado se borra temporalmente, porque habría de obnubilar su inteligencia; él no se reconocería a sí mismo: ¿sería el hombre de África, el de Europa o el de América? ¿Sería el habitante de la Tierra, el de Marte o el de Venus? Al no recordarse más, es él mismo, el hombre de Júpiter: inteligente, superior, el que comprende a Dios; he aquí todo.
Nota – Si el olvido del pasado es necesario en un mundo adelantado como el de Júpiter, con más fuerte razón debe serlo en nuestro mundo material. Es evidente que el recuerdo de nuestras existencias anteriores causaría una penosa confusión en nuestras ideas, sin hablar de todos los otros inconvenientes que ya han sido señalados al respecto. Todo lo que hace Dios lleva la marca de su sabiduría y de su bondad; no nos cabe criticar, ni aun cuando no comprendamos el objetivo.
2. La Srta. Eugénie –una de las médiums de la Sociedad– ofrece una notable particularidad y, en cierto modo, excepcional, que es la prodigiosa versatilidad con que ella escribe y la increíble celeridad con la cual los más diversos Espíritus se comunican por su intermedio. Hay pocos médiums con una flexibilidad tan grande; ¿a qué se debe esto? –Resp. Esta causa se debe más al médium que al Espíritu; éste escribiría menos rápido a través de otro médium, en razón de que la naturaleza del instrumento ya no sería la misma. Así, hay médiums dibujantes, otros son más aptos para la medicina, etc.; el Espíritu actúa según la mediumnidad. Por lo tanto, es una causa física, en vez de ser una causa moral. Los Espíritus se comunican tanto más fácilmente por un médium, como más rápidamente se opera la combinación del fluido de este último con el del Espíritu; más que los otros se presta a la rapidez del pensamiento, de lo que se aprovecha el Espíritu, como vos aprovecháis un transporte veloz cuando estáis con prisa; esa vivacidad del médium es totalmente física: su propio Espíritu no influye en esto.
–Las cualidades morales del médium ¿no tienen influencia? –Resp. Ellas tienen una gran influencia en las simpatías de los Espíritus, porque es necesario que sepáis que algunos tienen tal antipatía por ciertos médiums, que se comunican muy contrariados a través de ellos.
Enseñanzas de los Espíritus Dictados espontáneos obtenidos o leídos en la Sociedad por diversos médiums
El año 1860
(Médium: Sra. de Costel)
Hablaré de la necesidad filosófica en que se encuentran los Espíritus de hacer frecuentemente exámenes retrospectivos de conciencia, para dar, en fin, al estado de sus mentes el mismo cuidado que cada uno da a su propio cuerpo. He aquí un año que ha terminado; ¿qué progreso ha traído al mundo intelectual? Muy grandes y muy serios resultados, sobre todo en el orden científico. La literatura, menos afortunada, obtuvo solamente fragmentos y detalles encantadores; pero como una estatua mutilada que se encuentra enterrada –y que es admirada–, lamentando haber perdido el conjunto de su belleza, la literatura no ofrece ninguna obra seria. En Francia, por lo general, ella está a la cabeza de las otras artes; este año ha sido aventajada por la pintura, que florece gloriosamente por encima de las escuelas rivales. ¿Por qué esa interrupción entre nuestros jóvenes escritores? La explicación es fácil: les falta la inspiración generosa que las luchas infunden; la indiferencia pesa sobre ellos. Son leídos, criticados, pero no se los discute apasionadamente como en mi tiempo, en que la lucha literaria dominaba casi todas las preocupaciones. Además, no se improvisa un escritor, y es un poco esto lo que cada uno hace. Para escribir son necesarios largos y profundos estudios; exactamente falta eso a vuestra generación, impaciente por el goce y preocupada ante todo por el éxito fácil. Termino admirando la marcha ascendente de las ciencias y de las artes, y lamentando la ausencia de fuerzas generosas en los Espíritus y en los corazones.
J.-J. ROUSSEAU
Nota – Esta comunicación, obtenida espontáneamente, prueba que los Espíritus que han dejado la Tierra se ocupan aún con lo que aquí sucede, se interesan al respecto y acompañan el movimiento del progreso intelectual y moral. No es desde las infinitas profundidades del espacio que ellos irían hacerlo; para esto, es necesario que estén entre nosotros, en nuestro medio, como testigos invisibles de lo que ocurre. Esta comunicación y la siguiente han sido dadas en la sesión de la Sociedad del 28 de diciembre, donde se había tratado del año que terminaba y del año que iba a comenzar; por consecuencia, son concernientes al asunto.
(Médium: Sra. de Costel)
Hablaré de la necesidad filosófica en que se encuentran los Espíritus de hacer frecuentemente exámenes retrospectivos de conciencia, para dar, en fin, al estado de sus mentes el mismo cuidado que cada uno da a su propio cuerpo. He aquí un año que ha terminado; ¿qué progreso ha traído al mundo intelectual? Muy grandes y muy serios resultados, sobre todo en el orden científico. La literatura, menos afortunada, obtuvo solamente fragmentos y detalles encantadores; pero como una estatua mutilada que se encuentra enterrada –y que es admirada–, lamentando haber perdido el conjunto de su belleza, la literatura no ofrece ninguna obra seria. En Francia, por lo general, ella está a la cabeza de las otras artes; este año ha sido aventajada por la pintura, que florece gloriosamente por encima de las escuelas rivales. ¿Por qué esa interrupción entre nuestros jóvenes escritores? La explicación es fácil: les falta la inspiración generosa que las luchas infunden; la indiferencia pesa sobre ellos. Son leídos, criticados, pero no se los discute apasionadamente como en mi tiempo, en que la lucha literaria dominaba casi todas las preocupaciones. Además, no se improvisa un escritor, y es un poco esto lo que cada uno hace. Para escribir son necesarios largos y profundos estudios; exactamente falta eso a vuestra generación, impaciente por el goce y preocupada ante todo por el éxito fácil. Termino admirando la marcha ascendente de las ciencias y de las artes, y lamentando la ausencia de fuerzas generosas en los Espíritus y en los corazones.
El año 1861
El año que finaliza ha visto progresar sensiblemente las creencias espíritas. Es una gran felicidad para los hombres, porque los aleja un poco de los bordes del abismo que amenaza tragar al Espíritu humano. El nuevo año será mejor todavía, porque verá graves cambios materiales, una revolución en las ideas, y el Espiritismo no será olvidado: creedlo. Al contrario, se agarrarán a Él como a una tabla de salvación. Rogaré a Dios que bendiga vuestra obra y la haga progresar.
SAN LUIS
El año que finaliza ha visto progresar sensiblemente las creencias espíritas. Es una gran felicidad para los hombres, porque los aleja un poco de los bordes del abismo que amenaza tragar al Espíritu humano. El nuevo año será mejor todavía, porque verá graves cambios materiales, una revolución en las ideas, y el Espiritismo no será olvidado: creedlo. Al contrario, se agarrarán a Él como a una tabla de salvación. Rogaré a Dios que bendiga vuestra obra y la haga progresar.
Nota – En una sesión íntima, otro médium recibió espontáneamente la siguiente comunicación acerca del mismo asunto:
El año que va a comenzar lleva en sus pliegues las cosas más grandes. Con la cabeza baja, la reacción va a caer en la trampa que ella misma preparó. ¿Por qué pensáis que la Tierra se cubre de vías férreas y que el mar se entreabre a la electricidad, si no es para difundir la buena nueva? En fin, lo verdadero, lo bueno y lo bello serán comprendidos por todos. Por lo tanto, verdaderos espíritas, no os canséis, porque vuestra tarea está marcada en la obra de la regeneración; ¡felices de aquellos que sepan cumplirla!
LÉON J... (hermano del médium)
El año que va a comenzar lleva en sus pliegues las cosas más grandes. Con la cabeza baja, la reacción va a caer en la trampa que ella misma preparó. ¿Por qué pensáis que la Tierra se cubre de vías férreas y que el mar se entreabre a la electricidad, si no es para difundir la buena nueva? En fin, lo verdadero, lo bueno y lo bello serán comprendidos por todos. Por lo tanto, verdaderos espíritas, no os canséis, porque vuestra tarea está marcada en la obra de la regeneración; ¡felices de aquellos que sepan cumplirla!
Sobre el mismo tema (a través de otro médium)
El cambio es totalmente necesario; el progreso es una ley divina; parece que el mismo se ha desarrollado en estos últimos años más que en los otros. En comparación con 1860, el año 1861 será magnífico, pero pálido si lo cotejamos con 1862, porque queréis partir, queridos hermanos, y cuando el soplo divino pone la locomotora en movimiento, no hay descarrilamiento posible.
LEÓN X
El cambio es totalmente necesario; el progreso es una ley divina; parece que el mismo se ha desarrollado en estos últimos años más que en los otros. En comparación con 1860, el año 1861 será magnífico, pero pálido si lo cotejamos con 1862, porque queréis partir, queridos hermanos, y cuando el soplo divino pone la locomotora en movimiento, no hay descarrilamiento posible.
Comentarios sobre el dictado publicado con el título: El despertar del Espíritu
En una comunicación que el Espíritu Georges dictó a la Sra. de Costel, y que fue publicada en la Revista de 1860, página 324, con el título: El despertar del Espíritu, él dice: No hay comunicaciones amistosas entre los Espíritus errantes; aquellos mismos que se han amado no intercambian señales de reconocimiento. Esta teoría ha causado en muchas personas una impresión muy penosa, ya que los lectores de la Revista consideran a este Espíritu como elevado, y han admirado la mayoría de sus comunicaciones. Si esta teoría fuese absoluta, estaría en contradicción con lo que frecuentemente ha sido dicho, que en el momento de la muerte los Espíritus amigos vienen a recibir al recién llegado, ayudándolo a desprenderse de los lazos terrenos y, en cierto modo, iniciándolo en su nueva vida. Por otro lado, si los Espíritus inferiores no se comunicasen con los Espíritus más adelantados, no podrían mejorarse.
Hemos procurado refutar esas objeciones en un artículo de la Revista de 1860, página 342, con el título: Relaciones afectuosas de los Espíritus; pero he aquí el comentario que, a nuestro pedido, ha dado el propio Georges sobre su comunicación:
«Cuando un hombre es sorprendido por la muerte en los hábitos materialistas de una existencia en la que nunca se hizo tiempo para ocuparse de Dios; cuando llega al mundo de los Espíritus, aún lleno de angustias y de miedos terrenos, se asemeja a un viajero que ignora el idioma y las costumbres del país que visita. Inmerso en la turbación, él es incapaz de comunicarse y de comprender sus propias sensaciones, ni las de los otros; deambula envuelto en silencio. Entonces siente que pensamientos desconocidos germinan, surgen y se desarrollan lentamente, y una nueva alma florece en la suya. Al llegar a este punto, el alma cautiva siente que se sueltan sus ataduras y, como un pájaro puesto en libertad, se eleva hacia Dios, gritando de alegría y de amor; entonces se juntan a su alrededor los Espíritus de sus parientes, los amigos purificados que silenciosamente lo habían recibido en su regreso. Son en pequeño número los que pueden, inmediatamente después que el alma se desprendió del cuerpo, comunicarse con los amigos que reencuentran; es necesario tener méritos, y solamente los que han cumplido gloriosamente sus últimas migraciones es que, desde el primer momento, se encuentran lo bastante desmaterializados como para gozar ese favor que Dios concede como recompensa.
«He presentado una de las fases de la vida espírita; de ninguna manera quise generalizar y, como se ve, sólo he hablado del estado de los primeros instantes que siguen a la muerte, y este estado puede durar más o menos tiempo, según la naturaleza del Espíritu. Depende de cada uno abreviarlo, desprendiéndose de los lazos terrenos desde la vida corporal, porque no es sino el apego a las cosas materiales que impide gozar la felicidad de la vida espiritual.»
GEORGES
En una comunicación que el Espíritu Georges dictó a la Sra. de Costel, y que fue publicada en la Revista de 1860, página 324, con el título: El despertar del Espíritu, él dice: No hay comunicaciones amistosas entre los Espíritus errantes; aquellos mismos que se han amado no intercambian señales de reconocimiento. Esta teoría ha causado en muchas personas una impresión muy penosa, ya que los lectores de la Revista consideran a este Espíritu como elevado, y han admirado la mayoría de sus comunicaciones. Si esta teoría fuese absoluta, estaría en contradicción con lo que frecuentemente ha sido dicho, que en el momento de la muerte los Espíritus amigos vienen a recibir al recién llegado, ayudándolo a desprenderse de los lazos terrenos y, en cierto modo, iniciándolo en su nueva vida. Por otro lado, si los Espíritus inferiores no se comunicasen con los Espíritus más adelantados, no podrían mejorarse.
Hemos procurado refutar esas objeciones en un artículo de la Revista de 1860, página 342, con el título: Relaciones afectuosas de los Espíritus; pero he aquí el comentario que, a nuestro pedido, ha dado el propio Georges sobre su comunicación:
«Cuando un hombre es sorprendido por la muerte en los hábitos materialistas de una existencia en la que nunca se hizo tiempo para ocuparse de Dios; cuando llega al mundo de los Espíritus, aún lleno de angustias y de miedos terrenos, se asemeja a un viajero que ignora el idioma y las costumbres del país que visita. Inmerso en la turbación, él es incapaz de comunicarse y de comprender sus propias sensaciones, ni las de los otros; deambula envuelto en silencio. Entonces siente que pensamientos desconocidos germinan, surgen y se desarrollan lentamente, y una nueva alma florece en la suya. Al llegar a este punto, el alma cautiva siente que se sueltan sus ataduras y, como un pájaro puesto en libertad, se eleva hacia Dios, gritando de alegría y de amor; entonces se juntan a su alrededor los Espíritus de sus parientes, los amigos purificados que silenciosamente lo habían recibido en su regreso. Son en pequeño número los que pueden, inmediatamente después que el alma se desprendió del cuerpo, comunicarse con los amigos que reencuentran; es necesario tener méritos, y solamente los que han cumplido gloriosamente sus últimas migraciones es que, desde el primer momento, se encuentran lo bastante desmaterializados como para gozar ese favor que Dios concede como recompensa.
«He presentado una de las fases de la vida espírita; de ninguna manera quise generalizar y, como se ve, sólo he hablado del estado de los primeros instantes que siguen a la muerte, y este estado puede durar más o menos tiempo, según la naturaleza del Espíritu. Depende de cada uno abreviarlo, desprendiéndose de los lazos terrenos desde la vida corporal, porque no es sino el apego a las cosas materiales que impide gozar la felicidad de la vida espiritual.»
Nota – Nada es más moral que esta doctrina, porque muestra que ninguno de los gozos que nos promete la vida futura es conseguido sin tener méritos; que la propia felicidad de volver a ver a los seres queridos, y de conversar con ellos, puede ser postergada. En una palabra, que nuestra situación en la vida espiritual será, como en todas las cosas, lo que hagamos con nuestra conducta en la vida corporal.
Los tres prototipos (Continuación)
Nota – En los tres dictados siguientes, el Espíritu desarrolla cada uno de los tres prototipos que ha esbozado en el primero. (Véase el número de enero de 1861, página 29.)
Nota – En los tres dictados siguientes, el Espíritu desarrolla cada uno de los tres prototipos que ha esbozado en el primero. (Véase el número de enero de 1861, página 29.)
I
Aquí en vuestro mundo, el interés, el egoísmo y el orgullo sofocan a la generosidad, a la caridad y a la simplicidad. El interés y el egoísmo son los dos genios malos del financista y del nuevo rico; el orgullo es el vicio del que conoce y, sobre todo, del que puede. Cuando un corazón verdaderamente pensador examina esos tres vicios horribles, sufre, porque –tened la certeza– el hombre que piensa en la nada y en la maldad de este mundo es generalmente un hombre cuyos sentimientos e instintos son delicados y caritativos. Y, como bien lo sabéis, los delicados son desdichados, ha dicho La Fontaine, que yo me he olvidado de poner al lado de Molière; sólo los delicados son desdichados, porque sienten.
Hamlet es la personificación de esa parte desdichada de la humanidad, que llora y sufre siempre, y que se venga, al vengar a Dios y a la moral. Hamlet tuvo que punir vicios vergonzosos en su familia: el orgullo y la lujuria, es decir, el egoísmo. Esa tierna y melancólica alma, deseando la verdad, se ha empañado al soplo del mundo, como un espejo que no puede más reflejar lo que es bueno y lo que es justo; esa alma tan pura derramó la sangre de su madre y vengó su honor. Hamlet es la inteligencia impotente, el pensamiento profundo que lucha contra el orgullo estúpido y contra la impudicia maternal. El hombre que piensa y que venga un vicio de la Tierra, sea cual fuere, es culpable a los ojos de los hombres, y a menudo no lo es ante Dios. No creáis que yo quiera idealizar la desesperación: ¡yo he sido punido lo suficiente! ¡Pero hay tantas brumas delante de los ojos del mundo!
Nota – El Espíritu, al ser solicitado para que diese su apreciación sobre La Fontaine –del cual había acabado de hablar–, agregó:
La Fontaine no es más conocido que Corneille y Racine. Vosotros conocéis apenas a vuestros literatos, mientras que los alemanes conocen tanto a Shakespeare como a Goethe. Volviendo al tema, La Fontaine es el francés por excelencia, que oculta su originalidad y su sensibilidad bajo los nombres de Esopo y de alegre pensador; pero, tened la certeza, La Fontaine era un delicado, como os decía hace poco; al ver que no era comprendido, adoptó esa bonhomía que llamáis de falsa; en vuestros días sería considerado como un hombre de falsa modestia. La verdadera inteligencia no es falsa, pero a menudo es preciso aullar con los lobos; en la opinión de ciertas personas, es eso lo que hizo perder a La Fontaine. Yo no os hablo de su genio, el cual es igual o quizá superior al de Molière.
Hamlet es la personificación de esa parte desdichada de la humanidad, que llora y sufre siempre, y que se venga, al vengar a Dios y a la moral. Hamlet tuvo que punir vicios vergonzosos en su familia: el orgullo y la lujuria, es decir, el egoísmo. Esa tierna y melancólica alma, deseando la verdad, se ha empañado al soplo del mundo, como un espejo que no puede más reflejar lo que es bueno y lo que es justo; esa alma tan pura derramó la sangre de su madre y vengó su honor. Hamlet es la inteligencia impotente, el pensamiento profundo que lucha contra el orgullo estúpido y contra la impudicia maternal. El hombre que piensa y que venga un vicio de la Tierra, sea cual fuere, es culpable a los ojos de los hombres, y a menudo no lo es ante Dios. No creáis que yo quiera idealizar la desesperación: ¡yo he sido punido lo suficiente! ¡Pero hay tantas brumas delante de los ojos del mundo!
Nota – El Espíritu, al ser solicitado para que diese su apreciación sobre La Fontaine –del cual había acabado de hablar–, agregó:
La Fontaine no es más conocido que Corneille y Racine. Vosotros conocéis apenas a vuestros literatos, mientras que los alemanes conocen tanto a Shakespeare como a Goethe. Volviendo al tema, La Fontaine es el francés por excelencia, que oculta su originalidad y su sensibilidad bajo los nombres de Esopo y de alegre pensador; pero, tened la certeza, La Fontaine era un delicado, como os decía hace poco; al ver que no era comprendido, adoptó esa bonhomía que llamáis de falsa; en vuestros días sería considerado como un hombre de falsa modestia. La verdadera inteligencia no es falsa, pero a menudo es preciso aullar con los lobos; en la opinión de ciertas personas, es eso lo que hizo perder a La Fontaine. Yo no os hablo de su genio, el cual es igual o quizá superior al de Molière.
II
Volviendo a nuestro pequeño curso de literatura muy familiar, Don Juan es –como ya he tenido el honor de deciros– el prototipo más perfectamente descripto de gentilhombre corrupto y blasfemo. Molière lo ha llevado hasta el drama, porque efectivamente la punición de Don Juan no debía ser humana, sino divina; es a través de los golpes inesperados de la venganza celestial que caen las cabezas orgullosas; el efecto es tanto más dramático como imprevisto.
He dicho que Don Juan era un prototipo; pero, en verdad, es un prototipo raro, porque en realidad se observan pocos hombres de ese temple, ya que casi todos ellos son viles: me refiero a la clase de los insensibles y corruptos.
Muchos blasfeman; pero os aseguro que pocos se atreven a blasfemar sin temor. La conciencia es un eco que les devuelve su blasfemia, y ellos la escuchan temblando de miedo, aunque se rían ante el mundo; son los que hoy llamamos fanfarrones del vicio. Esta especie de libertinos es numerosa en vuestra época, mas están lejos de ser hijos de Voltaire.
Molière –volviendo al tema–, como autor más sabio y observador más profundo, no sólo castigó los vicios que atacan a la humanidad, como también aquellos que se atreven a dirigirse a Dios.
He dicho que Don Juan era un prototipo; pero, en verdad, es un prototipo raro, porque en realidad se observan pocos hombres de ese temple, ya que casi todos ellos son viles: me refiero a la clase de los insensibles y corruptos.
Muchos blasfeman; pero os aseguro que pocos se atreven a blasfemar sin temor. La conciencia es un eco que les devuelve su blasfemia, y ellos la escuchan temblando de miedo, aunque se rían ante el mundo; son los que hoy llamamos fanfarrones del vicio. Esta especie de libertinos es numerosa en vuestra época, mas están lejos de ser hijos de Voltaire.
Molière –volviendo al tema–, como autor más sabio y observador más profundo, no sólo castigó los vicios que atacan a la humanidad, como también aquellos que se atreven a dirigirse a Dios.
III
Hasta ahora hemos visto dos prototipos: uno generoso y desdichado; el otro dichoso según el mundo, pero bien miserable ante Dios. Nos resta ver el más feo, el más indigno, el más repulsivo: me refiero a Tartufo.
En la antigüedad, la máscara de la virtud ya era horrenda, porque, sin estar depurada por la moral cristiana, el paganismo también tenía sus virtudes y sabios; pero ante el altar del Cristo, esa máscara es aún más horrible, por ser la del egoísmo y la de la hipocresía. Tal vez el paganismo haya tenido menos Tartufos que la religión cristiana. He aquí lo que hace Tartufo, lo que hizo y lo que siempre hará: aprovecharse del corazón del hombre sabio y bueno; adularlo en todas sus acciones; engañar a las personas confiadas a través de una aparente piedad y arrastrar a la profanación hasta recibir la eucaristía con el orgullo y la blasfemia en el corazón.
¡Oh, vosotros, hombres imperfectos y mundanos, que condenáis un principio divino y una moral extrahumana porque queréis abusar de los mismos! Estáis ciegos cuando confundís a los hombres con aquel principio, es decir, a Dios con la humanidad. Tartufo es horrendo y repulsivo porque esconde sus torpezas bajo un manto sagrado. Maldición para él, porque él maldecía cuando era perdonado y tramaba una traición cuando predicaba la caridad.
GÉRARD DE NERVAL
En la antigüedad, la máscara de la virtud ya era horrenda, porque, sin estar depurada por la moral cristiana, el paganismo también tenía sus virtudes y sabios; pero ante el altar del Cristo, esa máscara es aún más horrible, por ser la del egoísmo y la de la hipocresía. Tal vez el paganismo haya tenido menos Tartufos que la religión cristiana. He aquí lo que hace Tartufo, lo que hizo y lo que siempre hará: aprovecharse del corazón del hombre sabio y bueno; adularlo en todas sus acciones; engañar a las personas confiadas a través de una aparente piedad y arrastrar a la profanación hasta recibir la eucaristía con el orgullo y la blasfemia en el corazón.
¡Oh, vosotros, hombres imperfectos y mundanos, que condenáis un principio divino y una moral extrahumana porque queréis abusar de los mismos! Estáis ciegos cuando confundís a los hombres con aquel principio, es decir, a Dios con la humanidad. Tartufo es horrendo y repulsivo porque esconde sus torpezas bajo un manto sagrado. Maldición para él, porque él maldecía cuando era perdonado y tramaba una traición cuando predicaba la caridad.
La armonía
(Médium: Sr. Alfred Didier)
En ciertas regiones, particularmente en la Provenza, habéis visto a menudo las ruinas de grandes castillos; una torre se eleva a veces en medio de una inmensa soledad, y sus restos tristes y sombríos nos remontan a una época donde la fe era tal vez ignorante, pero donde el arte y la poesía se habían elevado con esa misma fe tan ingenua y tan pura. Como veis, estamos en plena Edad Media. ¿No pensasteis algunas veces que alrededor de esas murallas desmanteladas, la elegante disposición de la señora de un castillo hizo vibrar cuerdas armoniosas, por entonces llamadas arpa de Eolo? ¡Ah! ¡Tan rápido como el viento que las hacía vibrar, desaparecieron las torres, las señoras de los castillos y las armonías! Aquella arpa de Eolo inspiraba el pensamiento de los trovadores y de las damas; era escuchada con un recogimiento religioso.
Todo termina en vuestra Tierra; ahí la poesía raramente desciende del cielo, para enseguida echar vuelo. Al contrario, en los otros mundos la armonía es eterna, y lo que la imaginación humana puede inventar, no iguala esa constante poesía, que no sólo está en el corazón de los Espíritus puros, sino también en toda la Naturaleza.
René de la Provenza
ALLAN KARDEC
(Médium: Sr. Alfred Didier)
En ciertas regiones, particularmente en la Provenza, habéis visto a menudo las ruinas de grandes castillos; una torre se eleva a veces en medio de una inmensa soledad, y sus restos tristes y sombríos nos remontan a una época donde la fe era tal vez ignorante, pero donde el arte y la poesía se habían elevado con esa misma fe tan ingenua y tan pura. Como veis, estamos en plena Edad Media. ¿No pensasteis algunas veces que alrededor de esas murallas desmanteladas, la elegante disposición de la señora de un castillo hizo vibrar cuerdas armoniosas, por entonces llamadas arpa de Eolo? ¡Ah! ¡Tan rápido como el viento que las hacía vibrar, desaparecieron las torres, las señoras de los castillos y las armonías! Aquella arpa de Eolo inspiraba el pensamiento de los trovadores y de las damas; era escuchada con un recogimiento religioso.
Todo termina en vuestra Tierra; ahí la poesía raramente desciende del cielo, para enseguida echar vuelo. Al contrario, en los otros mundos la armonía es eterna, y lo que la imaginación humana puede inventar, no iguala esa constante poesía, que no sólo está en el corazón de los Espíritus puros, sino también en toda la Naturaleza.
Marzo
El Espiritismo continúa vivo (El pequeño todavía vive)
A propósito del artículo del Sr. Deschanel, publicado en el Journal des Débats
El Sr. Émile Deschanel, cuyo nombre no nos era aún conocido, ha tenido a bien dedicarnos veinticuatro columnas del folletín del Journal des Débats, en los números del 15 y del 29 de noviembre último; nosotros le agradecemos el hecho, pero no la intención. En efecto, después del artículo de la Bibliographie Catholique y el de la Gazette de Lyon, que vomitaron abiertamente anatemas e injurias, de modo que hacen creer en un regreso al siglo XV, no conocemos nada de más malevolente, de menos científico y sobre todo de más extenso que el artículo del Sr. Deschanel. Una invectiva tan vigorosa debe haberle hecho pensar que el Espiritismo, herido por él de punta y de filo, debería estar para siempre muerto y debidamente enterrado. Como nosotros no le respondimos, no le hicimos ninguna intimación, ni entablamos con él ninguna polémica a ultranza, puede haberse equivocado sobre las causas de nuestro silencio, cuyos motivos debemos exponer. El primero es que, en nuestra opinión, nada había de urgente y estábamos esperando muy tranquilos, a fin de evaluar el efecto de ese ataque para regular nuestra respuesta; hoy, que estamos completamente informados al respecto, le diremos algunas palabras.
El segundo motivo es la consecuencia del primero. Para refutar en detalle ese artículo, habría sido necesario reproducirlo por completo, a fin de cotejar el ataque y la defensa, lo que hubiera ocupado un número entero de nuestra Revista; la refutación habría ocupado por lo menos dos números; por lo tanto, serían usados tres números, ¿para refutar qué cosas? ¿Razones? No, apenas bromas del Sr. Deschanel: francamente esto no valdría la pena, y nuestros lectores prefieren otra cosa. Aquellos que desearen conocer su lógica podrán contentarse con leer los números citados. Además, en definitiva, nuestra respuesta no habría sido más que la repetición de lo que ya hemos escrito y respondido a L’Univers, al Sr. Oscar Comettant, a la Gazette de Lyon, al Sr. Louis Figuier y a la Bibliographie Catholique,[1] porque todos estos ataques son apenas variantes de un mismo tema. Entonces habría sido preciso repetir las mismas cosas en otros términos para no ser monótono, y nosotros no tenemos tiempo para eso. Lo que podríamos decir sería inútil para los adeptos y no sería lo bastante completo como para convencer a los incrédulos; por lo tanto, sería un trabajo perdido; preferimos remitir a nuestras obras a los que seriamente quieran esclarecerse; ellos podrán hacer un paralelo entre los argumentos a favor y en contra: su propio discernimiento hará el resto.
Además, ¿por qué responderíamos al Sr. Deschanel? ¿Para convencerlo? Pero esto no nos interesa en absoluto. Dicen que sería un adepto a más. Pero ¿qué importancia tiene, a más o a menos, la persona del Sr. Deschanel? ¿Qué peso puede tener en la balanza, cuando las adhesiones llegan a los millares, desde lo más alto de la escala social? –Pero él es un publicista, y si en lugar de hacer una diatriba hubiese hecho un elogio, ¿esto no habría sido mucho mejor para la Doctrina? Esta es una cuestión más grave: examinémosla.
Para comenzar, ¿quién asegura que el recién convertido Sr. Deschanel habría de publicar 24 columnas a favor del Espiritismo, como las ha publicado en contra? No lo creemos, por dos razones: la primera, porque hubiera temido ser ridiculizado por sus colegas; la segunda, porque el director del periódico no hubiese probablemente aceptado, con miedo de asustar a ciertos lectores menos impresionados con el diablo que con los Espíritus. Conocemos a un buen número de literatos y de publicistas que están en este caso, y no por eso son buenos y sinceros espíritas. Se sabe que Madame de Émile de Girardin, que generalmente es considerada por haber tenido inteligencia en vida, no solamente era muy creyente, sino además muy buena médium, y obtuvo innumerables comunicaciones; pero ella las reservaba para el círculo íntimo de sus amigos, que compartían sus convicciones; a los otros, no hablaba de esto. Por lo tanto, para nosotros, un publicista que se atreve a hablar en contra, pero que no se atrevería a hablar a favor, si estuviese convencido, sería para nosotros un simple individuo; cuando vemos que una madre, desolada con la desencarnación de un hijo querido, encuentra inefables consuelos en la Doctrina, su adhesión a nuestros principios tiene para nosotros cien veces más valor que la conversión de un ilustre cualquiera, si esta persona ilustre no se atreve a decir nada. Además, los hombres de buena voluntad no faltan; son abundantes, y tantos vienen a nosotros que apenas podemos responderles. Por lo tanto, no vemos por qué perder nuestro tiempo con los indiferentes y correr atrás de los que no nos buscan.
Una sola palabra dará a conocer si el Sr. Deschanel es un hombre serio; he aquí el comienzo de su segundo artículo del 29 de noviembre:
«La Doctrina Espírita se refuta a sí misma: basta exponerla. Después de todo, ella no está equivocada por llamarse simplemente espírita, porque no es ni espiritual ni espiritualista. Al contrario, está fundada sobre el más grosero materialismo, y no es divertida porque es ridícula.»
Decir que el Espiritismo está fundado sobre el más grosero materialismo, cuando Aquél lo combate a ultranza, porque Él nada sería sin el alma, su inmortalidad, las penas y las recompensas futuras –de las cuales es su demostración patente–, es el colmo de la ignorancia de la cuestión abordada; si no es ignorancia, es mala fe y calumnia. Al ver esta acusación y al pretender citar los textos bíblicos, los profetas, la ley de Moisés que prohíbe interrogar a los muertos –prueba de que se puede interrogarlos, porque no se prohíbe una cosa imposible–, uno pensaría que él pertenece a una ortodoxia furibunda; pero al leer el siguiente pasaje burlesco de su artículo, los lectores quedarán perplejos con las opiniones del Sr. Deschanel:
«¿Cómo pueden los Espíritus manifestarse a los sentidos? ¿Cómo pueden ser vistos, escuchados y tocados? ¿Y cómo ellos mismos pueden escribir y dejarnos autógrafos del otro mundo?
«–¡Oh! Pero es que esos Espíritus no son Espíritus, como podríais creer: Espíritus puramente Espíritus». Entended bien esto: “El Espíritu no es de modo alguno un ser abstracto, indefinido, que sólo el pensamiento puede concebir; es un ser real, circunscripto, que en ciertos casos es perceptible a través de los sentidos de la visión, de la audición y del tacto”.
«–Pero, entonces, ¿esos Espíritus tienen cuerpos?
«–No precisamente.
«–En fin, ¿pero entonces?...
“–Hay en el hombre tres cosas:
“1º) El cuerpo, o ser material, análogo al de los animales y animado por el mismo principio vital;
“2º) El alma, o ser inmaterial, Espíritu encarnado;
“3º) El lazo que une el alma al cuerpo, principio intermediario entre la materia y el Espíritu.”
«–¿Intermediario? ¿Qué diablos queréis decir? O es materia o no es.
«–Depende.
«–¿Cómo depende?»
“–He aquí la cuestión: El lazo, o periespíritu, que une el cuerpo y el Espíritu, es una especie de envoltura semimaterial...”
«–¡Semi, semi!»
“–La muerte es la destrucción de la envoltura más grosera; el Espíritu conserva la segunda, que constituye para él un cuerpo etéreo, invisible para nosotros en el estado normal, pero que accidentalmente puede volverlo visible e incluso tangible, como sucede en el fenómeno de las apariciones.”
«–Etéreo, como lo quisiereis; un cuerpo es un cuerpo. Esto significa dos. Y la materia es la materia. Volvedla sutil tanto como os plazca, pero ahí dentro no hay nada de semi. La propia electricidad no es más que materia, y no semimateria. ¿Y en cuanto a vuestro...? ¿Cómo es que lo llamáis?
«–¿El periespíritu?
«–Sí, vuestro periespíritu... yo creo que él no explica nada y que el mismo necesita de bastante explicación.»
“–El periespíritu sirve de primera envoltura al Espíritu y une el alma al cuerpo. Tales son, en un fruto, el germen, el perispermo y la cáscara... El periespíritu es extraído del medio circundante, del fluido universal; participa a la vez de la electricidad, del fluido magnético y, hasta un cierto punto, de la materia inerte...” «¿Comprendéis?
«–No mucho.»
“–Se podría decir que es la quintaesencia de la materia.”
«–Por más quintaesencia que hagáis, de ahí no sacaréis espíritu ni semiespíritu, y es pura materia como vuestro periespíritu.»
“–Es el principio de la vida orgánica, pero no el de la vida intelectual.”
«–En fin, es lo que quisiereis; pero vuestro periespíritu es tanta cosa, que yo no sé bien lo que él es, y bien podría no ser nada.»
Al parecer, la palabra periespíritu os ofusca. Si hubieseis vivido en la época en que fue inventada la palabra perispermo, probablemente también la hubierais encontrado ridícula; ¿por qué no criticáis las que son inventadas a cada día para expresar ideas nuevas? No es el vocablo que critico –diréis–, es el asunto en cuestión. Tal vez, porque nunca lo habéis visto; pero negáis el alma, que tampoco habéis visto. ¿Negáis a Dios por el mismo motivo? ¡Pues bien! Si no se puede ver el alma o el Espíritu, que es lo mismo, se puede ver su envoltura fluídica o periespíritu cuando está libre, como se ve su envoltura carnal cuando está encarnado.
El Sr. Deschanel se esfuerza en probar que el periespíritu debe ser materia; pero es lo que nosotros decimos con todas las letras. Por ventura, ¿sería esto que le hace decir que el Espiritismo es una doctrina materialista? Pero lo condena la citación que él mismo hace, puesto que decimos en términos propios –sin sus burlas espirituosas– que es apenas una envoltura independiente del Espíritu. ¿Dónde él nos oyó decir que es el periespíritu que piensa? Puede ser que él no quiera al periespíritu; pero entonces que nos diga cómo explica la acción del Espíritu sobre la materia sin intermediario. No hablaremos de las apariciones contemporáneas, en las cuales ciertamente no cree; pero ya que es tan aferrado a la Biblia, cuya defensa hace tan encarnizadamente, es que cree en la Biblia y en lo que ella dice; por lo tanto, que nos explique las apariciones de ángeles, de los que ella hace mención a cada instante. Según la doctrina teológica, los ángeles son Espíritus puros; pero cuando ellos se vuelven visibles, ¿dirá él que es el Espíritu que se hace ver? Esta vez, sería entonces materializar el propio Espíritu, porque no es sino la materia que puede impresionar los sentidos. Decimos que el Espíritu es revestido por una envoltura que puede volverse visible e incluso tangible a voluntad; sólo la envoltura es material, aunque muy etérea, lo que no quita nada a las cualidades propias del Espíritu. Así explicamos un hecho hasta entonces inexplicado, y por cierto somos menos materialistas que aquellos que pretenden afirmar que es el propio Espíritu que se transforma en materia para hacerse ver y actuar. Los que no creían en la aparición de los ángeles de la Biblia, pueden entonces creerlo ahora, si creen en la existencia de los ángeles, sin que eso repugne a la razón; por esto mismo, ellos pueden comprender la posibilidad de las manifestaciones actuales, visibles, tangibles u otras, ya que el alma o Espíritu posee una envoltura fluídica, si es que creen en la existencia del alma.
Además, el Sr. Deschanel se ha olvidado una cosa: de dar su teoría acerca del alma o Espíritu; un hombre juicioso hubiera dicho: Estáis equivocado por tal o cual razón; las cosas no son así como decís: he aquí cómo son. Solamente entonces tendríamos algo sobre qué discutir. Pero es de notar que esto es lo que aún no hizo ninguno de los contradictores del Espiritismo; ellos niegan, se burlan o dicen injurias: no les conocemos otra lógica, lo que es muy poco inquietante. Así, no nos preocupamos en absoluto, porque si nada proponen, es que por lo visto no tienen nada mejor que proponer. Sólo los francamente materialistas tienen un sistema determinado: la nada después de la muerte; les deseamos que se diviertan mucho, si esto los satisface. Los que admiten el alma están infelizmente en la imposibilidad de resolver las cuestiones más vitales según su propia teoría, porque no tienen otro recurso que la fe ciega, razón poco concluyente para los que gustan de razones, y el número es grande en este tiempo de luces. Ahora bien, como los espiritualistas no explican nada de una manera satisfactoria para los pensadores, éstos sacan en conclusión de que no existe nada, y que los materialistas tal vez tengan razón: es eso que lleva a tanta gente a la incredulidad, mientras que esas mismas dificultades encuentran una solución bien simple y muy natural a través de la teoría espírita. El materialismo dice: No existe nada fuera de la materia. El Espiritualismo dice: Existe algo, pero no lo prueba. El Espiritismo dice: Existe algo, y lo prueba; y con la ayuda de su palanca, Él explica lo que hasta entonces era inexplicable; es lo que hace que el Espiritismo reconduzca a tantos incrédulos al Espiritualismo. Sólo pedimos al Sr. Deschanel una cosa: que dé claramente su teoría y que responda no menos claramente a las diversas preguntas que le hemos dirigido al Sr. Figuier.
En suma, las objeciones del Sr. Deschanel son pueriles; si fuese un hombre serio, si hubiera criticado con conocimiento de causa y si no hubiese cometido el pesado error de acusar al Espiritismo de doctrina materialista, habría buscado ahondarse en el asunto. Habría venido a procurarnos –como tantos otros– para pedir esclarecimientos, que le daríamos con placer; pero él prefirió hablar según sus propias ideas, que indudablemente él considera como el regulador supremo, como la unidad métrica de la razón humana; ahora bien, como su opinión personal nos es indiferente, no tenemos ningún interés en cambiarla, por lo que no hemos dado ningún paso para esto, ni lo hemos invitado a ninguna reunión o demostración. Si él quisiese saber, hubiera venido; como no vino, es porque no quiso, y no seremos nosotros a querer más que él.
Otro punto a examinar es el siguiente: Una crítica tan virulenta y tan larga, con o sin fundamento, en un periódico tan importante como el Journal des Débats, ¿puede perjudicar a la propagación de las ideas nuevas? Veamos.
Primeramente es necesario señalar que no se cuida de una doctrina filosófica como de una mercadería. Si un periódico afirmara, con pruebas en apoyo, que tal comerciante vende mercancías falsificadas o adulteradas, nadie sería tentado a experimentar si eso es verdad; pero toda teoría metafísica es una opinión que, aunque ella fuese del propio Dios, encontraría contradictores. ¿No hemos visto las mejores cosas, las más indiscutibles verdades de hoy ser puestas en ridículo, en el momento en que aparecieron, por los hombres más capaces? ¿Esto ha impedido que las verdades se propagasen? Todo el mundo lo sabe; es por eso que la opinión de un periodista sobre cuestiones de ese género no es más que una opinión personal; y si tantos eruditos se han equivocado acerca de cosas positivas, el Sr. Deschanel puede realmente equivocarse sobre una cosa abstracta. Aunque él tenga una idea, incluso vaga, del Espiritismo, su acusación de materialismo es su propia condenación. Por consiguiente, las personas prefieren ver y juzgar por sí mismas: es todo lo que queremos. En este aspecto, el Sr. Deschanel ha prestado –inclusive sin quererlo– un verdadero servicio a nuestra causa, y nosotros le agradecemos, porque él nos ahorra gastos con publicidad, ya que no somos lo suficientemente ricos como para pagar un folletín de 24 columnas. Por más difundido que esté, el Espiritismo aún no ha llegado a todas partes: hay mucha gente que nunca ha escuchado hablar de Él; un artículo de esa importancia atrae la atención, incluso entra en campo enemigo donde causa deserciones, porque se dice naturalmente que no se ataca así a una cosa sin valor. En efecto, no se dedican a apuntar formidables baterías contra un local que se puede tomar con fusiles. Se juzga la resistencia por el despliegue de las fuerzas de ataque, y es esto lo que despierta la atención sobre cosas que quizá hubiesen pasado inadvertidas.
Esto no es sino razonamiento; veamos si los hechos vienen a contradecirlo. Se evalúa el crédito de un periódico por las simpatías que encuentra en la opinión pública y por el número de sus lectores. Sucede lo mismo con el Espiritismo, representado por algunas obras específicas; sólo hablaremos de las nuestras, porque sabemos las cifras exactas; ¡Pues bien! El Libro de los Espíritus, que contiene la exposición más completa de la Doctrina, ha sido publicado en 1857; la 2ª edición, en abril de 1860; la 3ª, en agosto de 1860, es decir, cuatro meses más tarde; y en febrero de 1861 la 4ª edición estaba en venta. Así, tres ediciones en menos de un año prueban que no todos son de la opinión del Sr. Deschanel. Nuestra nueva obra, El Libro de los Médiums, ha sido publicada el 15 de enero de 1861, y ya es necesario pensar en preparar una nueva edición; esta obra ha sido solicitada en Rusia, en Alemania, en Italia, en Inglaterra, en España, en los Estados Unidos, en México, en Brasil, etc.
Los artículos del Journal des Débats aparecieron en noviembre último; si ellos hubiesen ejercido alguna influencia en la opinión pública, habría sido seguramente sobre nuestra publicación de la Revista Espírita que tal influencia se hubiera hecho sentir; ahora bien, el 1º de enero de 1861, fecha de renovación de las suscripciones anuales, había un tercio más de suscriptores inscriptos en relación a la misma época del año precedente, y a cada día la Revue recibe nuevos abonados que –lo que es digno de señalar– solicitan todas las Colecciones de los años anteriores, de manera que ha sido necesario reimprimirlas. Por lo tanto, esto prueba que la Revista no les parece ridícula. En todas partes –en París, en el interior del país, en el exterior– se forman reuniones espíritas; conocemos más de cien en los Departamentos, y estamos lejos de conocerlas a todas, sin contar a todos aquellos que se ocupan de las mismas de forma individual o en la intimidad de sus familias. ¿Qué dirán a esto los Sres. Deschanel, Figuier y sus colegas? Que el número de locos aumenta. Sí, aumenta de tal modo que en poco tiempo los locos serán más numerosos que las personas sensatas; pero lo que esos señores, tan llenos de solicitud por el buen sentido humano, deben deplorar, es ver que todo lo que ellos han hecho para detener el movimiento ha producido un resultado completamente contrario. ¿Quieren saber la causa? Es muy sencilla; ellos pretenden hablar en nombre de la razón y no ofrecen nada mejor: unos dan como perspectiva la nada; otros, las llamas eternas. Son dos alternativas que agradan a muy poca gente; entre las dos, se elige a la más tranquilizadora. Por lo tanto, después de esto ¿os admiráis por ver a los hombres arrojarse a los brazos del Espiritismo? Esos señores han creído matarlo, pero nosotros les hemos probado que el Espiritismo continúa vivo y que vivirá por mucho tiempo.
Entonces, al mostrarnos la experiencia que los artículos del Sr. Deschanel, lejos de perjudicar a la causa de la Doctrina Espírita, han servido a la misma estimulando el deseo de conocerla a los que aún no habían escuchado hablar de Ella, juzgamos superfluo discutir una a una las aserciones de dichos artículos. Todas las armas han sido usadas contra el Espiritismo: lo han atacado en nombre de la religión, a la cual Él sirve en vez de perjudicar; en nombre de la Ciencia, en nombre del materialismo. Continuamente lo han cubierto de injurias, de amenazas, de calumnias, y a todas resistió, inclusive al ridículo. Bajo la nube de dardos que le lanzan, Él da pacíficamente la vuelta al mundo y se implanta en todas partes, en las barbas de sus enemigos más encarnizados; ¿no es esto un motivo para hacer una seria reflexión, y no es la prueba de que Él encuentra eco en el corazón del hombre, al mismo tiempo que es la salvaguardia de un poder contra el cual se quiebran los esfuerzos humanos?
Es de notar que en el momento en que aparecieron los artículos del Journal des Débats, comunicaciones espontáneas tuvieron lugar en diferentes partes, tanto en París como en los Departamentos; todas expresan el mismo pensamiento. La siguiente disertación ha sido dada en la Sociedad, el 30 de noviembre último:
«No os inquietéis con lo que el mundo puede escribir contra el Espiritismo; no es a vos que los incrédulos atacan, sino al propio Dios; pero Dios es más poderoso que ellos. Escuchad bien: es una nueva era que se abre ante vosotros, y aquellos que buscan oponerse a los designios de la Providencia serán pronto derribados. Como ya perfectamente se os ha dicho, lejos de perjudicar al Espiritismo, el escepticismo se hiere con sus propias manos y él mismo se matará. Puesto que el mundo quiere volver omnipotente a la muerte a través de la nada, dejadlo hablar; a su amarga pedantería, no le opongáis sino la indiferencia. Para vosotros la muerte no será más esa diosa atroz que los poetas soñaron: la muerte se os presentará como la aurora de rosados dedos, conforme ha dicho Homero.»
ANDRÉ CHÉNIER
Sobre el mismo tema, san Luis había dicho antes:
«Semejantes artículos sólo hacen mal a aquellos que los escriben; ningún mal hacen al Espiritismo, e incluso contribuyen para divulgarlo entre sus enemigos.»
Otro Espíritu respondió a un médico espírita de Nimes, el cual le preguntó qué pensaba de esos artículos:
«Debéis quedaros satisfechos con esto; si vuestros enemigos se ocupan tanto de vosotros, es que ellos reconocen que tenéis algún valor, y por eso os temen. Por lo tanto, dejadlos que digan y que hagan lo que quieran; cuanto más hablen, más os volverán conocidos, y no está lejano el tiempo en que serán forzados a callarse. Su cólera prueba su debilidad. Solamente la verdadera fuerza sabe dominarse, porque tiene la calma de la confianza; la debilidad intenta perturbar haciendo mucho ruido.»
¿Queréis ahora una prueba del uso que ciertos científicos hacen de la Ciencia en provecho de la sociedad? Citemos un ejemplo.
Uno de nuestros compañeros de la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas, el Sr. Indermuhle, de Berna, nos ha escrito lo siguiente:
«El Sr. Schiff, profesor de Anatomía (no sé si es el mismo que tan ingeniosamente descubrió el músculo que cruje, del cual el Sr. Jobert, de Lamballe, se volvió su editor),[2] dio aquí un curso público sobre digestión, hace algunas semanas. Por cierto, el curso no dejaba de ser interesante; pero después de haber hablado un largo tiempo de cocina y de Química –a propósito de los alimentos–, y después de haber probado que ninguna materia se aniquila, que la misma puede dividirse y transformarse, mas que es encontrada en la composición del aire, del agua y de los tejidos orgánicos, llegó a la siguiente conclusión: “Por consiguiente –dijo él–, el alma, tal como el vulgo la entiende, es justamente en el sentido de que aquello que llamamos alma se disuelve después de la muerte del cuerpo, así como el cuerpo material; ella se descompone para juntarse nuevamente a las materias contenidas en la misma, ya sea en el aire o en otros cuerpos. Es solamente en este sentido que la palabra inmortalidad se justifica; de otro modo, no”.
«Es así que en 1861, los científicos encargados de instruir y de esclarecer a los hombres les ofrecen piedra en vez de pan. Es preciso que se diga, en loor a la Humanidad, que la mayoría de los oyentes estaba muy descontenta e insatisfecha con esta conclusión, presentada tan bruscamente, y que muchos se escandalizaron; por mi parte, sentí piedad de este hombre. Si él hubiera atacado al gobierno, lo habrían interrumpido e incluso punido; ¿cómo se puede tolerar la enseñanza pública del materialismo, que lleva a la disolución de la sociedad?»
A esas juiciosas reflexiones de nuestro compañero agregaremos que, en una sociedad materialista, tal como ciertos hombres se esfuerzan en transformar a la sociedad actual, al no tener ningún freno moral, dicha sociedad materialista es la más peligrosa para toda especie de gobierno; quizá el materialismo nunca haya sido profesado con tanto cinismo. Aquellos que se detienen por un poco de pudor se compensan arrastrando en el barro lo que puede destruirlo; pero, por más que hagan esto, son las convulsiones de su agonía. Y a pesar de lo que diga el Sr. Deschanel, es el Espiritismo que le dará el golpe de gracia.
Nosotros nos hemos limitado a dirigir al Sr. Deschanel la siguiente carta:
Señor:
Habéis publicado dos artículos en el Journal des Débats del 15 y del 29 de noviembre último, en los cuales juzgáis al Espiritismo desde vuestro punto de vista. El ridículo que promovéis contra esta Doctrina y, por consecuencia, contra mí y contra todos aquellos que la profesan, me autorizaba a dirigiros una refutación que yo podría solicitar que fuese insertada en dicho periódico; no lo hice porque, por mayor extensión que le hubiese dado, siempre habría sido insuficiente para las personas ajenas a esta ciencia y hubiera sido inútil para aquellos que la conocen. La convicción sólo puede adquirirse a través de un estudio serio, realizado sin prevención, sin ideas preconcebidas y por medio de numerosas observaciones, hechas con la paciencia y la perseverancia de quien quiere realmente saber y comprender. Por lo tanto, precisaría dar a vuestros lectores un verdadero curso que
habría sobrepasado los límites de un artículo; mas como creo que sois un hombre de honor, que ataca pero que admite la defensa, me limitaré a decirles en esta sencilla carta –que solicito que consintáis publicar en el mismo periódico– que ellos encontrarán, tanto en El Libro de los Espíritus como en El Libro de los Médiums, que acabo de publicar a través de los Sres. Didier y Compañía, una respuesta suficiente, en mi opinión. Dejo al discernimiento de ellos el cuidado de hacer un paralelo entre vuestros argumentos y los míos. Aquellos que quieran tener previamente una idea sucinta de la Doctrina –y a un precio muy barato–, podrán leer nuestro pequeño opúsculo intitulado: ¿Qué es el Espiritismo?, que cuesta solamente 60 centavos, así como la Carta de un católico sobre el Espiritismo, de la autoría del Dr. Grand, ex vicecónsul de Francia. También encontrarán algunas reflexiones sobre vuestro artículo en el número del mes de marzo de la Revista Espírita, que yo publico.
Sin embargo, hay un punto que yo no podría dejar pasar en silencio: es el pasaje de vuestro artículo en que decís que el Espiritismo está fundado sobre el más grosero materialismo. Pongo de lado vuestras expresiones ofensivas y poco diplomáticas, a las que tengo el hábito de no prestar ninguna atención, y me limito a decir que ese pasaje contiene un error, no diré grosero –la palabra sería descortés–, sino capital, y que es conveniente refutar para la instrucción de vuestros lectores. En efecto, el Espiritismo tiene como base esencial –y sin la cual no tendría ninguna razón de ser– la existencia de Dios, la existencia y la inmortalidad del alma, las penas y las recompensas futuras; ahora bien, estos puntos son la más absoluta negación del materialismo, que no admite ninguno de ellos. La Doctrina Espírita no se limita a afirmarlos; no los admite a priori, pero los demuestra de forma patente; he aquí por qué Ella ya ha encaminado al sentimiento religioso a un número tan grande de incrédulos, los cuales habían abjurado del mismo.
Ella puede no ser espirituosa, pero con toda seguridad es esencialmente espiritualista, es decir, contraria al materialismo, porque no se concebiría una doctrina del alma inmortal que esté fundada en la no existencia del alma. Lo que lleva a tantas personas a la incredulidad absoluta es la manera con la cual se les presenta el alma y su futuro; todos los días veo que la gente me dice: «Si desde mi infancia me hubiesen enseñado esas cosas como vos lo hacéis, nunca habría sido incrédulo, porque ahora comprendo lo que antes no comprendía». Así, diariamente tengo la prueba que basta exponer esta Doctrina para que sean conquistados numerosos adeptos.
Atentamente.
[1] Refutación al artículo de L’Univers: en la Revista Espírita de mayo y de julio de 1859; al del Sr. Oscar Comettant: diciembre de 1859; al de la Gazette de Lyon: octubre de 1860; al del Sr. Louis Figuier: septiembre y diciembre de 1860; al de la Bibliographie Catholique: enero de 1861. [Nota de Allan Kardec.]
[2] Véase la Revista Espírita de junio de 1859. [Nota de Allan Kardec.]
El segundo motivo es la consecuencia del primero. Para refutar en detalle ese artículo, habría sido necesario reproducirlo por completo, a fin de cotejar el ataque y la defensa, lo que hubiera ocupado un número entero de nuestra Revista; la refutación habría ocupado por lo menos dos números; por lo tanto, serían usados tres números, ¿para refutar qué cosas? ¿Razones? No, apenas bromas del Sr. Deschanel: francamente esto no valdría la pena, y nuestros lectores prefieren otra cosa. Aquellos que desearen conocer su lógica podrán contentarse con leer los números citados. Además, en definitiva, nuestra respuesta no habría sido más que la repetición de lo que ya hemos escrito y respondido a L’Univers, al Sr. Oscar Comettant, a la Gazette de Lyon, al Sr. Louis Figuier y a la Bibliographie Catholique,[1] porque todos estos ataques son apenas variantes de un mismo tema. Entonces habría sido preciso repetir las mismas cosas en otros términos para no ser monótono, y nosotros no tenemos tiempo para eso. Lo que podríamos decir sería inútil para los adeptos y no sería lo bastante completo como para convencer a los incrédulos; por lo tanto, sería un trabajo perdido; preferimos remitir a nuestras obras a los que seriamente quieran esclarecerse; ellos podrán hacer un paralelo entre los argumentos a favor y en contra: su propio discernimiento hará el resto.
Además, ¿por qué responderíamos al Sr. Deschanel? ¿Para convencerlo? Pero esto no nos interesa en absoluto. Dicen que sería un adepto a más. Pero ¿qué importancia tiene, a más o a menos, la persona del Sr. Deschanel? ¿Qué peso puede tener en la balanza, cuando las adhesiones llegan a los millares, desde lo más alto de la escala social? –Pero él es un publicista, y si en lugar de hacer una diatriba hubiese hecho un elogio, ¿esto no habría sido mucho mejor para la Doctrina? Esta es una cuestión más grave: examinémosla.
Para comenzar, ¿quién asegura que el recién convertido Sr. Deschanel habría de publicar 24 columnas a favor del Espiritismo, como las ha publicado en contra? No lo creemos, por dos razones: la primera, porque hubiera temido ser ridiculizado por sus colegas; la segunda, porque el director del periódico no hubiese probablemente aceptado, con miedo de asustar a ciertos lectores menos impresionados con el diablo que con los Espíritus. Conocemos a un buen número de literatos y de publicistas que están en este caso, y no por eso son buenos y sinceros espíritas. Se sabe que Madame de Émile de Girardin, que generalmente es considerada por haber tenido inteligencia en vida, no solamente era muy creyente, sino además muy buena médium, y obtuvo innumerables comunicaciones; pero ella las reservaba para el círculo íntimo de sus amigos, que compartían sus convicciones; a los otros, no hablaba de esto. Por lo tanto, para nosotros, un publicista que se atreve a hablar en contra, pero que no se atrevería a hablar a favor, si estuviese convencido, sería para nosotros un simple individuo; cuando vemos que una madre, desolada con la desencarnación de un hijo querido, encuentra inefables consuelos en la Doctrina, su adhesión a nuestros principios tiene para nosotros cien veces más valor que la conversión de un ilustre cualquiera, si esta persona ilustre no se atreve a decir nada. Además, los hombres de buena voluntad no faltan; son abundantes, y tantos vienen a nosotros que apenas podemos responderles. Por lo tanto, no vemos por qué perder nuestro tiempo con los indiferentes y correr atrás de los que no nos buscan.
Una sola palabra dará a conocer si el Sr. Deschanel es un hombre serio; he aquí el comienzo de su segundo artículo del 29 de noviembre:
«La Doctrina Espírita se refuta a sí misma: basta exponerla. Después de todo, ella no está equivocada por llamarse simplemente espírita, porque no es ni espiritual ni espiritualista. Al contrario, está fundada sobre el más grosero materialismo, y no es divertida porque es ridícula.»
Decir que el Espiritismo está fundado sobre el más grosero materialismo, cuando Aquél lo combate a ultranza, porque Él nada sería sin el alma, su inmortalidad, las penas y las recompensas futuras –de las cuales es su demostración patente–, es el colmo de la ignorancia de la cuestión abordada; si no es ignorancia, es mala fe y calumnia. Al ver esta acusación y al pretender citar los textos bíblicos, los profetas, la ley de Moisés que prohíbe interrogar a los muertos –prueba de que se puede interrogarlos, porque no se prohíbe una cosa imposible–, uno pensaría que él pertenece a una ortodoxia furibunda; pero al leer el siguiente pasaje burlesco de su artículo, los lectores quedarán perplejos con las opiniones del Sr. Deschanel:
«¿Cómo pueden los Espíritus manifestarse a los sentidos? ¿Cómo pueden ser vistos, escuchados y tocados? ¿Y cómo ellos mismos pueden escribir y dejarnos autógrafos del otro mundo?
«–¡Oh! Pero es que esos Espíritus no son Espíritus, como podríais creer: Espíritus puramente Espíritus». Entended bien esto: “El Espíritu no es de modo alguno un ser abstracto, indefinido, que sólo el pensamiento puede concebir; es un ser real, circunscripto, que en ciertos casos es perceptible a través de los sentidos de la visión, de la audición y del tacto”.
«–Pero, entonces, ¿esos Espíritus tienen cuerpos?
«–No precisamente.
«–En fin, ¿pero entonces?...
“–Hay en el hombre tres cosas:
“1º) El cuerpo, o ser material, análogo al de los animales y animado por el mismo principio vital;
“2º) El alma, o ser inmaterial, Espíritu encarnado;
“3º) El lazo que une el alma al cuerpo, principio intermediario entre la materia y el Espíritu.”
«–¿Intermediario? ¿Qué diablos queréis decir? O es materia o no es.
«–Depende.
«–¿Cómo depende?»
“–He aquí la cuestión: El lazo, o periespíritu, que une el cuerpo y el Espíritu, es una especie de envoltura semimaterial...”
«–¡Semi, semi!»
“–La muerte es la destrucción de la envoltura más grosera; el Espíritu conserva la segunda, que constituye para él un cuerpo etéreo, invisible para nosotros en el estado normal, pero que accidentalmente puede volverlo visible e incluso tangible, como sucede en el fenómeno de las apariciones.”
«–Etéreo, como lo quisiereis; un cuerpo es un cuerpo. Esto significa dos. Y la materia es la materia. Volvedla sutil tanto como os plazca, pero ahí dentro no hay nada de semi. La propia electricidad no es más que materia, y no semimateria. ¿Y en cuanto a vuestro...? ¿Cómo es que lo llamáis?
«–¿El periespíritu?
«–Sí, vuestro periespíritu... yo creo que él no explica nada y que el mismo necesita de bastante explicación.»
“–El periespíritu sirve de primera envoltura al Espíritu y une el alma al cuerpo. Tales son, en un fruto, el germen, el perispermo y la cáscara... El periespíritu es extraído del medio circundante, del fluido universal; participa a la vez de la electricidad, del fluido magnético y, hasta un cierto punto, de la materia inerte...” «¿Comprendéis?
«–No mucho.»
“–Se podría decir que es la quintaesencia de la materia.”
«–Por más quintaesencia que hagáis, de ahí no sacaréis espíritu ni semiespíritu, y es pura materia como vuestro periespíritu.»
“–Es el principio de la vida orgánica, pero no el de la vida intelectual.”
«–En fin, es lo que quisiereis; pero vuestro periespíritu es tanta cosa, que yo no sé bien lo que él es, y bien podría no ser nada.»
Al parecer, la palabra periespíritu os ofusca. Si hubieseis vivido en la época en que fue inventada la palabra perispermo, probablemente también la hubierais encontrado ridícula; ¿por qué no criticáis las que son inventadas a cada día para expresar ideas nuevas? No es el vocablo que critico –diréis–, es el asunto en cuestión. Tal vez, porque nunca lo habéis visto; pero negáis el alma, que tampoco habéis visto. ¿Negáis a Dios por el mismo motivo? ¡Pues bien! Si no se puede ver el alma o el Espíritu, que es lo mismo, se puede ver su envoltura fluídica o periespíritu cuando está libre, como se ve su envoltura carnal cuando está encarnado.
El Sr. Deschanel se esfuerza en probar que el periespíritu debe ser materia; pero es lo que nosotros decimos con todas las letras. Por ventura, ¿sería esto que le hace decir que el Espiritismo es una doctrina materialista? Pero lo condena la citación que él mismo hace, puesto que decimos en términos propios –sin sus burlas espirituosas– que es apenas una envoltura independiente del Espíritu. ¿Dónde él nos oyó decir que es el periespíritu que piensa? Puede ser que él no quiera al periespíritu; pero entonces que nos diga cómo explica la acción del Espíritu sobre la materia sin intermediario. No hablaremos de las apariciones contemporáneas, en las cuales ciertamente no cree; pero ya que es tan aferrado a la Biblia, cuya defensa hace tan encarnizadamente, es que cree en la Biblia y en lo que ella dice; por lo tanto, que nos explique las apariciones de ángeles, de los que ella hace mención a cada instante. Según la doctrina teológica, los ángeles son Espíritus puros; pero cuando ellos se vuelven visibles, ¿dirá él que es el Espíritu que se hace ver? Esta vez, sería entonces materializar el propio Espíritu, porque no es sino la materia que puede impresionar los sentidos. Decimos que el Espíritu es revestido por una envoltura que puede volverse visible e incluso tangible a voluntad; sólo la envoltura es material, aunque muy etérea, lo que no quita nada a las cualidades propias del Espíritu. Así explicamos un hecho hasta entonces inexplicado, y por cierto somos menos materialistas que aquellos que pretenden afirmar que es el propio Espíritu que se transforma en materia para hacerse ver y actuar. Los que no creían en la aparición de los ángeles de la Biblia, pueden entonces creerlo ahora, si creen en la existencia de los ángeles, sin que eso repugne a la razón; por esto mismo, ellos pueden comprender la posibilidad de las manifestaciones actuales, visibles, tangibles u otras, ya que el alma o Espíritu posee una envoltura fluídica, si es que creen en la existencia del alma.
Además, el Sr. Deschanel se ha olvidado una cosa: de dar su teoría acerca del alma o Espíritu; un hombre juicioso hubiera dicho: Estáis equivocado por tal o cual razón; las cosas no son así como decís: he aquí cómo son. Solamente entonces tendríamos algo sobre qué discutir. Pero es de notar que esto es lo que aún no hizo ninguno de los contradictores del Espiritismo; ellos niegan, se burlan o dicen injurias: no les conocemos otra lógica, lo que es muy poco inquietante. Así, no nos preocupamos en absoluto, porque si nada proponen, es que por lo visto no tienen nada mejor que proponer. Sólo los francamente materialistas tienen un sistema determinado: la nada después de la muerte; les deseamos que se diviertan mucho, si esto los satisface. Los que admiten el alma están infelizmente en la imposibilidad de resolver las cuestiones más vitales según su propia teoría, porque no tienen otro recurso que la fe ciega, razón poco concluyente para los que gustan de razones, y el número es grande en este tiempo de luces. Ahora bien, como los espiritualistas no explican nada de una manera satisfactoria para los pensadores, éstos sacan en conclusión de que no existe nada, y que los materialistas tal vez tengan razón: es eso que lleva a tanta gente a la incredulidad, mientras que esas mismas dificultades encuentran una solución bien simple y muy natural a través de la teoría espírita. El materialismo dice: No existe nada fuera de la materia. El Espiritualismo dice: Existe algo, pero no lo prueba. El Espiritismo dice: Existe algo, y lo prueba; y con la ayuda de su palanca, Él explica lo que hasta entonces era inexplicable; es lo que hace que el Espiritismo reconduzca a tantos incrédulos al Espiritualismo. Sólo pedimos al Sr. Deschanel una cosa: que dé claramente su teoría y que responda no menos claramente a las diversas preguntas que le hemos dirigido al Sr. Figuier.
En suma, las objeciones del Sr. Deschanel son pueriles; si fuese un hombre serio, si hubiera criticado con conocimiento de causa y si no hubiese cometido el pesado error de acusar al Espiritismo de doctrina materialista, habría buscado ahondarse en el asunto. Habría venido a procurarnos –como tantos otros– para pedir esclarecimientos, que le daríamos con placer; pero él prefirió hablar según sus propias ideas, que indudablemente él considera como el regulador supremo, como la unidad métrica de la razón humana; ahora bien, como su opinión personal nos es indiferente, no tenemos ningún interés en cambiarla, por lo que no hemos dado ningún paso para esto, ni lo hemos invitado a ninguna reunión o demostración. Si él quisiese saber, hubiera venido; como no vino, es porque no quiso, y no seremos nosotros a querer más que él.
Otro punto a examinar es el siguiente: Una crítica tan virulenta y tan larga, con o sin fundamento, en un periódico tan importante como el Journal des Débats, ¿puede perjudicar a la propagación de las ideas nuevas? Veamos.
Primeramente es necesario señalar que no se cuida de una doctrina filosófica como de una mercadería. Si un periódico afirmara, con pruebas en apoyo, que tal comerciante vende mercancías falsificadas o adulteradas, nadie sería tentado a experimentar si eso es verdad; pero toda teoría metafísica es una opinión que, aunque ella fuese del propio Dios, encontraría contradictores. ¿No hemos visto las mejores cosas, las más indiscutibles verdades de hoy ser puestas en ridículo, en el momento en que aparecieron, por los hombres más capaces? ¿Esto ha impedido que las verdades se propagasen? Todo el mundo lo sabe; es por eso que la opinión de un periodista sobre cuestiones de ese género no es más que una opinión personal; y si tantos eruditos se han equivocado acerca de cosas positivas, el Sr. Deschanel puede realmente equivocarse sobre una cosa abstracta. Aunque él tenga una idea, incluso vaga, del Espiritismo, su acusación de materialismo es su propia condenación. Por consiguiente, las personas prefieren ver y juzgar por sí mismas: es todo lo que queremos. En este aspecto, el Sr. Deschanel ha prestado –inclusive sin quererlo– un verdadero servicio a nuestra causa, y nosotros le agradecemos, porque él nos ahorra gastos con publicidad, ya que no somos lo suficientemente ricos como para pagar un folletín de 24 columnas. Por más difundido que esté, el Espiritismo aún no ha llegado a todas partes: hay mucha gente que nunca ha escuchado hablar de Él; un artículo de esa importancia atrae la atención, incluso entra en campo enemigo donde causa deserciones, porque se dice naturalmente que no se ataca así a una cosa sin valor. En efecto, no se dedican a apuntar formidables baterías contra un local que se puede tomar con fusiles. Se juzga la resistencia por el despliegue de las fuerzas de ataque, y es esto lo que despierta la atención sobre cosas que quizá hubiesen pasado inadvertidas.
Esto no es sino razonamiento; veamos si los hechos vienen a contradecirlo. Se evalúa el crédito de un periódico por las simpatías que encuentra en la opinión pública y por el número de sus lectores. Sucede lo mismo con el Espiritismo, representado por algunas obras específicas; sólo hablaremos de las nuestras, porque sabemos las cifras exactas; ¡Pues bien! El Libro de los Espíritus, que contiene la exposición más completa de la Doctrina, ha sido publicado en 1857; la 2ª edición, en abril de 1860; la 3ª, en agosto de 1860, es decir, cuatro meses más tarde; y en febrero de 1861 la 4ª edición estaba en venta. Así, tres ediciones en menos de un año prueban que no todos son de la opinión del Sr. Deschanel. Nuestra nueva obra, El Libro de los Médiums, ha sido publicada el 15 de enero de 1861, y ya es necesario pensar en preparar una nueva edición; esta obra ha sido solicitada en Rusia, en Alemania, en Italia, en Inglaterra, en España, en los Estados Unidos, en México, en Brasil, etc.
Los artículos del Journal des Débats aparecieron en noviembre último; si ellos hubiesen ejercido alguna influencia en la opinión pública, habría sido seguramente sobre nuestra publicación de la Revista Espírita que tal influencia se hubiera hecho sentir; ahora bien, el 1º de enero de 1861, fecha de renovación de las suscripciones anuales, había un tercio más de suscriptores inscriptos en relación a la misma época del año precedente, y a cada día la Revue recibe nuevos abonados que –lo que es digno de señalar– solicitan todas las Colecciones de los años anteriores, de manera que ha sido necesario reimprimirlas. Por lo tanto, esto prueba que la Revista no les parece ridícula. En todas partes –en París, en el interior del país, en el exterior– se forman reuniones espíritas; conocemos más de cien en los Departamentos, y estamos lejos de conocerlas a todas, sin contar a todos aquellos que se ocupan de las mismas de forma individual o en la intimidad de sus familias. ¿Qué dirán a esto los Sres. Deschanel, Figuier y sus colegas? Que el número de locos aumenta. Sí, aumenta de tal modo que en poco tiempo los locos serán más numerosos que las personas sensatas; pero lo que esos señores, tan llenos de solicitud por el buen sentido humano, deben deplorar, es ver que todo lo que ellos han hecho para detener el movimiento ha producido un resultado completamente contrario. ¿Quieren saber la causa? Es muy sencilla; ellos pretenden hablar en nombre de la razón y no ofrecen nada mejor: unos dan como perspectiva la nada; otros, las llamas eternas. Son dos alternativas que agradan a muy poca gente; entre las dos, se elige a la más tranquilizadora. Por lo tanto, después de esto ¿os admiráis por ver a los hombres arrojarse a los brazos del Espiritismo? Esos señores han creído matarlo, pero nosotros les hemos probado que el Espiritismo continúa vivo y que vivirá por mucho tiempo.
Entonces, al mostrarnos la experiencia que los artículos del Sr. Deschanel, lejos de perjudicar a la causa de la Doctrina Espírita, han servido a la misma estimulando el deseo de conocerla a los que aún no habían escuchado hablar de Ella, juzgamos superfluo discutir una a una las aserciones de dichos artículos. Todas las armas han sido usadas contra el Espiritismo: lo han atacado en nombre de la religión, a la cual Él sirve en vez de perjudicar; en nombre de la Ciencia, en nombre del materialismo. Continuamente lo han cubierto de injurias, de amenazas, de calumnias, y a todas resistió, inclusive al ridículo. Bajo la nube de dardos que le lanzan, Él da pacíficamente la vuelta al mundo y se implanta en todas partes, en las barbas de sus enemigos más encarnizados; ¿no es esto un motivo para hacer una seria reflexión, y no es la prueba de que Él encuentra eco en el corazón del hombre, al mismo tiempo que es la salvaguardia de un poder contra el cual se quiebran los esfuerzos humanos?
Es de notar que en el momento en que aparecieron los artículos del Journal des Débats, comunicaciones espontáneas tuvieron lugar en diferentes partes, tanto en París como en los Departamentos; todas expresan el mismo pensamiento. La siguiente disertación ha sido dada en la Sociedad, el 30 de noviembre último:
«No os inquietéis con lo que el mundo puede escribir contra el Espiritismo; no es a vos que los incrédulos atacan, sino al propio Dios; pero Dios es más poderoso que ellos. Escuchad bien: es una nueva era que se abre ante vosotros, y aquellos que buscan oponerse a los designios de la Providencia serán pronto derribados. Como ya perfectamente se os ha dicho, lejos de perjudicar al Espiritismo, el escepticismo se hiere con sus propias manos y él mismo se matará. Puesto que el mundo quiere volver omnipotente a la muerte a través de la nada, dejadlo hablar; a su amarga pedantería, no le opongáis sino la indiferencia. Para vosotros la muerte no será más esa diosa atroz que los poetas soñaron: la muerte se os presentará como la aurora de rosados dedos, conforme ha dicho Homero.»
Sobre el mismo tema, san Luis había dicho antes:
«Semejantes artículos sólo hacen mal a aquellos que los escriben; ningún mal hacen al Espiritismo, e incluso contribuyen para divulgarlo entre sus enemigos.»
Otro Espíritu respondió a un médico espírita de Nimes, el cual le preguntó qué pensaba de esos artículos:
«Debéis quedaros satisfechos con esto; si vuestros enemigos se ocupan tanto de vosotros, es que ellos reconocen que tenéis algún valor, y por eso os temen. Por lo tanto, dejadlos que digan y que hagan lo que quieran; cuanto más hablen, más os volverán conocidos, y no está lejano el tiempo en que serán forzados a callarse. Su cólera prueba su debilidad. Solamente la verdadera fuerza sabe dominarse, porque tiene la calma de la confianza; la debilidad intenta perturbar haciendo mucho ruido.»
¿Queréis ahora una prueba del uso que ciertos científicos hacen de la Ciencia en provecho de la sociedad? Citemos un ejemplo.
Uno de nuestros compañeros de la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas, el Sr. Indermuhle, de Berna, nos ha escrito lo siguiente:
«El Sr. Schiff, profesor de Anatomía (no sé si es el mismo que tan ingeniosamente descubrió el músculo que cruje, del cual el Sr. Jobert, de Lamballe, se volvió su editor),[2] dio aquí un curso público sobre digestión, hace algunas semanas. Por cierto, el curso no dejaba de ser interesante; pero después de haber hablado un largo tiempo de cocina y de Química –a propósito de los alimentos–, y después de haber probado que ninguna materia se aniquila, que la misma puede dividirse y transformarse, mas que es encontrada en la composición del aire, del agua y de los tejidos orgánicos, llegó a la siguiente conclusión: “Por consiguiente –dijo él–, el alma, tal como el vulgo la entiende, es justamente en el sentido de que aquello que llamamos alma se disuelve después de la muerte del cuerpo, así como el cuerpo material; ella se descompone para juntarse nuevamente a las materias contenidas en la misma, ya sea en el aire o en otros cuerpos. Es solamente en este sentido que la palabra inmortalidad se justifica; de otro modo, no”.
«Es así que en 1861, los científicos encargados de instruir y de esclarecer a los hombres les ofrecen piedra en vez de pan. Es preciso que se diga, en loor a la Humanidad, que la mayoría de los oyentes estaba muy descontenta e insatisfecha con esta conclusión, presentada tan bruscamente, y que muchos se escandalizaron; por mi parte, sentí piedad de este hombre. Si él hubiera atacado al gobierno, lo habrían interrumpido e incluso punido; ¿cómo se puede tolerar la enseñanza pública del materialismo, que lleva a la disolución de la sociedad?»
A esas juiciosas reflexiones de nuestro compañero agregaremos que, en una sociedad materialista, tal como ciertos hombres se esfuerzan en transformar a la sociedad actual, al no tener ningún freno moral, dicha sociedad materialista es la más peligrosa para toda especie de gobierno; quizá el materialismo nunca haya sido profesado con tanto cinismo. Aquellos que se detienen por un poco de pudor se compensan arrastrando en el barro lo que puede destruirlo; pero, por más que hagan esto, son las convulsiones de su agonía. Y a pesar de lo que diga el Sr. Deschanel, es el Espiritismo que le dará el golpe de gracia.
Nosotros nos hemos limitado a dirigir al Sr. Deschanel la siguiente carta:
Señor:
Habéis publicado dos artículos en el Journal des Débats del 15 y del 29 de noviembre último, en los cuales juzgáis al Espiritismo desde vuestro punto de vista. El ridículo que promovéis contra esta Doctrina y, por consecuencia, contra mí y contra todos aquellos que la profesan, me autorizaba a dirigiros una refutación que yo podría solicitar que fuese insertada en dicho periódico; no lo hice porque, por mayor extensión que le hubiese dado, siempre habría sido insuficiente para las personas ajenas a esta ciencia y hubiera sido inútil para aquellos que la conocen. La convicción sólo puede adquirirse a través de un estudio serio, realizado sin prevención, sin ideas preconcebidas y por medio de numerosas observaciones, hechas con la paciencia y la perseverancia de quien quiere realmente saber y comprender. Por lo tanto, precisaría dar a vuestros lectores un verdadero curso que
habría sobrepasado los límites de un artículo; mas como creo que sois un hombre de honor, que ataca pero que admite la defensa, me limitaré a decirles en esta sencilla carta –que solicito que consintáis publicar en el mismo periódico– que ellos encontrarán, tanto en El Libro de los Espíritus como en El Libro de los Médiums, que acabo de publicar a través de los Sres. Didier y Compañía, una respuesta suficiente, en mi opinión. Dejo al discernimiento de ellos el cuidado de hacer un paralelo entre vuestros argumentos y los míos. Aquellos que quieran tener previamente una idea sucinta de la Doctrina –y a un precio muy barato–, podrán leer nuestro pequeño opúsculo intitulado: ¿Qué es el Espiritismo?, que cuesta solamente 60 centavos, así como la Carta de un católico sobre el Espiritismo, de la autoría del Dr. Grand, ex vicecónsul de Francia. También encontrarán algunas reflexiones sobre vuestro artículo en el número del mes de marzo de la Revista Espírita, que yo publico.
Sin embargo, hay un punto que yo no podría dejar pasar en silencio: es el pasaje de vuestro artículo en que decís que el Espiritismo está fundado sobre el más grosero materialismo. Pongo de lado vuestras expresiones ofensivas y poco diplomáticas, a las que tengo el hábito de no prestar ninguna atención, y me limito a decir que ese pasaje contiene un error, no diré grosero –la palabra sería descortés–, sino capital, y que es conveniente refutar para la instrucción de vuestros lectores. En efecto, el Espiritismo tiene como base esencial –y sin la cual no tendría ninguna razón de ser– la existencia de Dios, la existencia y la inmortalidad del alma, las penas y las recompensas futuras; ahora bien, estos puntos son la más absoluta negación del materialismo, que no admite ninguno de ellos. La Doctrina Espírita no se limita a afirmarlos; no los admite a priori, pero los demuestra de forma patente; he aquí por qué Ella ya ha encaminado al sentimiento religioso a un número tan grande de incrédulos, los cuales habían abjurado del mismo.
Ella puede no ser espirituosa, pero con toda seguridad es esencialmente espiritualista, es decir, contraria al materialismo, porque no se concebiría una doctrina del alma inmortal que esté fundada en la no existencia del alma. Lo que lleva a tantas personas a la incredulidad absoluta es la manera con la cual se les presenta el alma y su futuro; todos los días veo que la gente me dice: «Si desde mi infancia me hubiesen enseñado esas cosas como vos lo hacéis, nunca habría sido incrédulo, porque ahora comprendo lo que antes no comprendía». Así, diariamente tengo la prueba que basta exponer esta Doctrina para que sean conquistados numerosos adeptos.
Atentamente.
[1] Refutación al artículo de L’Univers: en la Revista Espírita de mayo y de julio de 1859; al del Sr. Oscar Comettant: diciembre de 1859; al de la Gazette de Lyon: octubre de 1860; al del Sr. Louis Figuier: septiembre y diciembre de 1860; al de la Bibliographie Catholique: enero de 1861. [Nota de Allan Kardec.]
[2] Véase la Revista Espírita de junio de 1859. [Nota de Allan Kardec.]
La cabeza de Garibaldi
Le Siècle del 4 de febrero contiene una carta del Dr. Riboli, que ha ido a Caprera para examinar la cabeza de Garibaldi desde el punto de vista frenológico. No es de nuestra incumbencia apreciar la opinión del doctor, y menos aún el personaje político; pero la lectura de esta carta nos ha proporcionado algunas reflexiones que, naturalmente, aquí encuentran su lugar.
El Dr. Riboli cree que la organización cerebral de Garibaldi corresponde perfectamente a todas las eminentes facultades morales e intelectuales que lo distinguen, y agrega:
«Podréis sonreír de mi fanatismo, pero puedo aseguraros que los momentos que pasé examinando esa notable cabeza fueron los más felices de mi vida. Estimado amigo, he visto a ese gran hombre atender como un niño a todo lo que yo le pedía; esa cabeza, que contiene todo un mundo, yo la he tenido en mis manos durante más de veinte minutos, sintiendo que resaltaban a cada instante bajo mis dedos las desigualdades y los contrastes de su genio...
«Garibaldi tiene 1 metro y 64 centímetros de altura. He medido todas sus proporciones: el ancho de la espalda, el largo de los brazos y de las piernas, la cintura; en una palabra, es un hombre bien proporcionado, fuerte y de un temperamento nervioso sanguíneo.
«El volumen de su cabeza es notable; el fenómeno principal es la altura del cráneo, medido desde la oreja hasta lo alto de la cabeza, que es de 20 centímetros. Este predominio particular de toda la parte superior de la cabeza denota, a primera vista y sin examen previo, una constitución excepcional; el desarrollo del cráneo en su parte superior –sede de los sentimientos– indica la preponderancia de todas las facultades nobles sobre los instintos. En resumen, la craneología de la cabeza de Garibaldi presenta, después de su examen, un fenómeno original de los más raros, pudiéndose decir sin precedentes. La armonía de todos los órganos es perfecta, y la resultante matemática de su conjunto presenta lo siguiente en el más alto grado: la abnegación ante todo y en todas las situaciones; la prudencia y la sangre fría; la austeridad natural de las costumbres; la meditación casi perpetua; la elocuencia grave y exacta; la lealtad dominante; la increíble deferencia con sus amigos, a punto de sufrir con eso; su percepción para con los hombres que lo rodean es, sobre todo, dominante.
«En una palabra, mi querido amigo, sin querer fastidiaros con todas las comparaciones, con todos los contrastes de la causalidad, de la habitabilidad, de la constructividad,[1] de la destructividad, es una cabeza maravillosa, orgánica, sin desfallecimientos, que la Ciencia estudiará y tomará como modelo, etc.»
Toda la carta es escrita con un entusiasmo que denota la más profunda y sincera admiración por el héroe italiano. Sin embargo, queremos realmente creer que las observaciones del autor no hayan sido influidas por ninguna idea preconcebida; pero no es de esto de lo que se trata: aceptamos sus datos frenológicos como exactos y, si no lo fuesen, Garibaldi no sería ni más ni menos de lo que es. Se sabe que los discípulos de Gall forman dos escuelas: la de los materialistas y la de los espiritualistas. Los primeros atribuyen las facultades a los órganos; para ellos los órganos son la causa, y las facultades son el producto, de donde se deduce que fuera de los órganos no hay facultades o, dicho de otro modo, cuando el hombre muere, todo está muerto. Los segundos admiten la independencia de las facultades; las facultades son la causa, y el desarrollo de los órganos es el efecto, de donde se deduce que la destrucción de los órganos no acarrea la aniquilación de las facultades. Nosotros no sabemos a cuál de esas dos escuelas pertenece el autor de la carta, porque su opinión no se revela por ninguna palabra; entretanto, suponiendo por un momento que las observaciones anteriores hayan sido hechas por un frenólogo materialista, preguntamos qué impresión debería él sentir a la idea de que esa cabeza, que contiene todo un mundo, solamente debe su genio al acaso o al capricho de la Naturaleza, que le habría dado una masa cerebral mayor en una zona que en otra. Ahora bien, como el acaso es ciego y no tiene un designio premeditado, podría del mismo modo haber aumentado el volumen de otra circunvolución cerebral y dar así, sin querer, un curso totalmente diferente a sus inclinaciones. Este razonamiento se aplica necesariamente a todos los hombres trascendentes, sea cual fuere su título. ¿Dónde estaría su mérito si lo debiese apenas al desplazamiento de un pequeño pedazo de sustancia cerebral? ¿Puede un simple capricho de la Naturaleza hacer un hombre vulgar en vez de un gran hombre, y un criminal en lugar de un hombre de bien?
Eso no es todo. Considerando hoy esa cabeza poderosa, ¿no hay algo de terrible al pensar que tal vez mañana no quede nada más de ese genio, absolutamente nada, sino la materia inerte que será alimento de los gusanos? Sin hablar de las funestas consecuencias de semejante sistema –en caso de que fuera posible–, diremos que está lleno de contradicciones inexplicables, y que los hechos las demuestran a cada paso. Al contrario, todo se explica a través del sistema espiritualista: las facultades no son el producto de los órganos, sino atributos del alma, cuyos órganos no son más que los instrumentos que sirven para su manifestación. Al ser independiente la facultad, su actividad estimula el desarrollo del órgano, como el ejercicio de un músculo aumenta su volumen. El ser pensante es el ser principal, cuyo cuerpo es sólo un accesorio destructible. Entonces, el talento es un mérito real, porque es fruto del trabajo y no el resultado de una materia más o menos abundante. Con el sistema materialista, el trabajo, con la ayuda del cual se adquiere el talento, es enteramente perdido con la muerte, que a menudo no deja tiempo para disfrutarlo. Con el alma, el trabajo tiene su razón de ser, porque todo lo que el alma adquiere sirve para su desarrollo; uno trabaja para el ser inmortal, y no para un cuerpo que quizá tenga solamente algunas horas de vida.
Entretanto, dirán que el genio no se adquiere, que es innato; es cierto; pero entonces, ¿por qué dos hombres nacidos en las mismas condiciones son tan diferentes desde el punto de vista intelectual? ¿Por qué Dios habría favorecido a uno más que al otro? ¿Por qué Él habría dado a uno los medios para progresar, negándolos al otro? ¿Cuál es el sistema filosófico que ha resuelto este problema? Únicamente la doctrina de la preexistencia del alma puede explicarlo: el hombre de genio ya ha vivido, ha hecho adquisiciones, ha conquistado experiencias y, por esta razón, tiene más derecho a nuestro respeto de que si debiese su superioridad a un favor no justificado de la Providencia, o a un capricho de la Naturaleza. Preferimos creer que el Dr. Riboli ha visto en la cabeza de aquel que –por así decirlo– no tocaba sino con un temor respetuoso, algo más digno de su veneración que una masa de carne, y que no la ha rebajado al papel de una organización mecánica. Uno se acuerda de aquel trapero filósofo que, al mirar un perro muerto en una esquina, decía a sí mismo: ¡He aquí lo que será de nosotros! ¡Pues bien! ¡Todos vosotros que negáis la existencia futura, he aquí a qué reducís a los más grandes genios.
Para mayores detalles sobre la cuestión de La Frenología y la Fisiognomonía, remitimos al artículo publicado en la Revista Espírita del mes de julio de 1860, página 198.
[1] He aquí algunos neologismos que, sin embargo, no son más barbarismos que Espiritismo y periespíritu. [Nota de Allan Kardec.]
Le Siècle del 4 de febrero contiene una carta del Dr. Riboli, que ha ido a Caprera para examinar la cabeza de Garibaldi desde el punto de vista frenológico. No es de nuestra incumbencia apreciar la opinión del doctor, y menos aún el personaje político; pero la lectura de esta carta nos ha proporcionado algunas reflexiones que, naturalmente, aquí encuentran su lugar.
El Dr. Riboli cree que la organización cerebral de Garibaldi corresponde perfectamente a todas las eminentes facultades morales e intelectuales que lo distinguen, y agrega:
«Podréis sonreír de mi fanatismo, pero puedo aseguraros que los momentos que pasé examinando esa notable cabeza fueron los más felices de mi vida. Estimado amigo, he visto a ese gran hombre atender como un niño a todo lo que yo le pedía; esa cabeza, que contiene todo un mundo, yo la he tenido en mis manos durante más de veinte minutos, sintiendo que resaltaban a cada instante bajo mis dedos las desigualdades y los contrastes de su genio...
«Garibaldi tiene 1 metro y 64 centímetros de altura. He medido todas sus proporciones: el ancho de la espalda, el largo de los brazos y de las piernas, la cintura; en una palabra, es un hombre bien proporcionado, fuerte y de un temperamento nervioso sanguíneo.
«El volumen de su cabeza es notable; el fenómeno principal es la altura del cráneo, medido desde la oreja hasta lo alto de la cabeza, que es de 20 centímetros. Este predominio particular de toda la parte superior de la cabeza denota, a primera vista y sin examen previo, una constitución excepcional; el desarrollo del cráneo en su parte superior –sede de los sentimientos– indica la preponderancia de todas las facultades nobles sobre los instintos. En resumen, la craneología de la cabeza de Garibaldi presenta, después de su examen, un fenómeno original de los más raros, pudiéndose decir sin precedentes. La armonía de todos los órganos es perfecta, y la resultante matemática de su conjunto presenta lo siguiente en el más alto grado: la abnegación ante todo y en todas las situaciones; la prudencia y la sangre fría; la austeridad natural de las costumbres; la meditación casi perpetua; la elocuencia grave y exacta; la lealtad dominante; la increíble deferencia con sus amigos, a punto de sufrir con eso; su percepción para con los hombres que lo rodean es, sobre todo, dominante.
«En una palabra, mi querido amigo, sin querer fastidiaros con todas las comparaciones, con todos los contrastes de la causalidad, de la habitabilidad, de la constructividad,[1] de la destructividad, es una cabeza maravillosa, orgánica, sin desfallecimientos, que la Ciencia estudiará y tomará como modelo, etc.»
Toda la carta es escrita con un entusiasmo que denota la más profunda y sincera admiración por el héroe italiano. Sin embargo, queremos realmente creer que las observaciones del autor no hayan sido influidas por ninguna idea preconcebida; pero no es de esto de lo que se trata: aceptamos sus datos frenológicos como exactos y, si no lo fuesen, Garibaldi no sería ni más ni menos de lo que es. Se sabe que los discípulos de Gall forman dos escuelas: la de los materialistas y la de los espiritualistas. Los primeros atribuyen las facultades a los órganos; para ellos los órganos son la causa, y las facultades son el producto, de donde se deduce que fuera de los órganos no hay facultades o, dicho de otro modo, cuando el hombre muere, todo está muerto. Los segundos admiten la independencia de las facultades; las facultades son la causa, y el desarrollo de los órganos es el efecto, de donde se deduce que la destrucción de los órganos no acarrea la aniquilación de las facultades. Nosotros no sabemos a cuál de esas dos escuelas pertenece el autor de la carta, porque su opinión no se revela por ninguna palabra; entretanto, suponiendo por un momento que las observaciones anteriores hayan sido hechas por un frenólogo materialista, preguntamos qué impresión debería él sentir a la idea de que esa cabeza, que contiene todo un mundo, solamente debe su genio al acaso o al capricho de la Naturaleza, que le habría dado una masa cerebral mayor en una zona que en otra. Ahora bien, como el acaso es ciego y no tiene un designio premeditado, podría del mismo modo haber aumentado el volumen de otra circunvolución cerebral y dar así, sin querer, un curso totalmente diferente a sus inclinaciones. Este razonamiento se aplica necesariamente a todos los hombres trascendentes, sea cual fuere su título. ¿Dónde estaría su mérito si lo debiese apenas al desplazamiento de un pequeño pedazo de sustancia cerebral? ¿Puede un simple capricho de la Naturaleza hacer un hombre vulgar en vez de un gran hombre, y un criminal en lugar de un hombre de bien?
Eso no es todo. Considerando hoy esa cabeza poderosa, ¿no hay algo de terrible al pensar que tal vez mañana no quede nada más de ese genio, absolutamente nada, sino la materia inerte que será alimento de los gusanos? Sin hablar de las funestas consecuencias de semejante sistema –en caso de que fuera posible–, diremos que está lleno de contradicciones inexplicables, y que los hechos las demuestran a cada paso. Al contrario, todo se explica a través del sistema espiritualista: las facultades no son el producto de los órganos, sino atributos del alma, cuyos órganos no son más que los instrumentos que sirven para su manifestación. Al ser independiente la facultad, su actividad estimula el desarrollo del órgano, como el ejercicio de un músculo aumenta su volumen. El ser pensante es el ser principal, cuyo cuerpo es sólo un accesorio destructible. Entonces, el talento es un mérito real, porque es fruto del trabajo y no el resultado de una materia más o menos abundante. Con el sistema materialista, el trabajo, con la ayuda del cual se adquiere el talento, es enteramente perdido con la muerte, que a menudo no deja tiempo para disfrutarlo. Con el alma, el trabajo tiene su razón de ser, porque todo lo que el alma adquiere sirve para su desarrollo; uno trabaja para el ser inmortal, y no para un cuerpo que quizá tenga solamente algunas horas de vida.
Entretanto, dirán que el genio no se adquiere, que es innato; es cierto; pero entonces, ¿por qué dos hombres nacidos en las mismas condiciones son tan diferentes desde el punto de vista intelectual? ¿Por qué Dios habría favorecido a uno más que al otro? ¿Por qué Él habría dado a uno los medios para progresar, negándolos al otro? ¿Cuál es el sistema filosófico que ha resuelto este problema? Únicamente la doctrina de la preexistencia del alma puede explicarlo: el hombre de genio ya ha vivido, ha hecho adquisiciones, ha conquistado experiencias y, por esta razón, tiene más derecho a nuestro respeto de que si debiese su superioridad a un favor no justificado de la Providencia, o a un capricho de la Naturaleza. Preferimos creer que el Dr. Riboli ha visto en la cabeza de aquel que –por así decirlo– no tocaba sino con un temor respetuoso, algo más digno de su veneración que una masa de carne, y que no la ha rebajado al papel de una organización mecánica. Uno se acuerda de aquel trapero filósofo que, al mirar un perro muerto en una esquina, decía a sí mismo: ¡He aquí lo que será de nosotros! ¡Pues bien! ¡Todos vosotros que negáis la existencia futura, he aquí a qué reducís a los más grandes genios.
Para mayores detalles sobre la cuestión de La Frenología y la Fisiognomonía, remitimos al artículo publicado en la Revista Espírita del mes de julio de 1860, página 198.
[1] He aquí algunos neologismos que, sin embargo, no son más barbarismos que Espiritismo y periespíritu. [Nota de Allan Kardec.]
Asesinato del Sr. Poinsot
El misterio que aún rodea este deplorable acontecimiento suscita en muchas personas la idea de que, al evocar el Espíritu de la víctima, se podría llegar a conocer la verdad. Numerosas cartas nos han sido enviadas al respecto; como la cuestión reposa en un principio de cierta gravedad, creemos que es útil dar a conocer la respuesta a todos nuestros lectores.
Al no hacer jamás del Espiritismo un objeto de curiosidad, nosotros no habíamos pensado en evocar, de manera alguna, al Sr. Poinsot; entretanto, ante el insistente pedido de uno de nuestros corresponsales, que había recibido una supuesta comunicación de él y que deseaba saber de nosotros si era auténtica, pensamos en intentarlo hace algunos días. Según nuestro hábito, preguntamos a nuestro Guía espiritual si esta evocación era posible y si realmente había sido aquel Espíritu quien se había manifestado a nuestro corresponsal. He aquí las respuestas que hemos obtenido:
«El Sr. Poinsot no puede responder a vuestro llamado; él aún no se ha comunicado con nadie: Dios lo prohíbe por el momento.
1. ¿Se puede saber el motivo de eso? –Resp. Sí: porque revelaciones de ese género influirían en la conciencia de los jueces, que deben actuar con total libertad.
2. Entretanto, al esclarecer a los jueces, esas revelaciones podrían algunas veces evitar que cometieran errores lamentables e incluso irreparables. –Resp. No es por ese medio que ellos deben ser esclarecidos; Dios quiere dejarles la entera responsabilidad de sus sentencias, así como Él deja a cada hombre la responsabilidad de sus actos; no quiere evitarles el trabajo de las investigaciones ni sacarles el mérito de haberlas hecho.
3. Pero a falta de informaciones suficientes, ¿puede un culpable escapar de la justicia? –Resp. ¿Creéis que él escape de la justicia de Dios? Si debe ser alcanzado por la justicia de los hombres, Dios sabrá hacerlo caer en las manos de ellos.
4. Esto para el culpable; pero si un inocente fuese condenado, ¿no sería un gran mal? –Resp. «Dios juzga en última instancia, y el inocente condenado injustamente por los hombres tendrá su rehabilitación. Además, esta condena puede ser para él una prueba útil para su adelanto; pero también, algunas veces, puede ser la justa punición de un crimen del cual haya escapado en otra existencia.
«Recordad que los Espíritus tienen como misión instruiros en la senda del bien, y no allanaros el camino terreno, que es dejado a la actividad de vuestra inteligencia; es porque os apartáis del objetivo providencial del Espiritismo que os exponéis a ser engañados por la turba de Espíritus mentirosos que incesantemente se agita alrededor de vosotros.»
Después de la primera respuesta, los asistentes discutían sobre los motivos de esta interdicción y, como para justificar el principio, un Espíritu hizo escribir a un médium: Voy a traerlo..., helo aquí. Un poco después escribió: «Cómo sois amables en consentir conversar conmigo; esto me es muy agradable, porque tengo muchas cosas para deciros». Este lenguaje pareció sospechoso por parte de un hombre como el Sr. Poinsot, y sobre todo en razón de la respuesta que habíamos recibido, por lo que se le pidió que confirmase su identidad en el nombre de Dios. Entonces, el Espíritu escribió: «Dios mío, no puedo mentir; sin embargo, yo hubiera deseado conversar con una Sociedad tan amable, pero no me queréis: adiós». Fue entonces que nuestro Guía espiritual agregó: «Os he dicho que ese Espíritu no puede responder esta noche; Dios prohíbe que se manifieste; si insistís, seréis engañados.
Observación – Es evidente que si los Espíritus pudiesen ahorrar las investigaciones a los hombres, éstos no se darían al trabajo de descubrir la verdad, porque ella les llegaría por sí sola. Por esta razón, el más perezoso podría conocerla tanto como el más laborioso, lo que no sería justo. Esto es un principio general. Aplicado al caso del Sr. Poinsot, no es menos evidente que si el Espíritu declarase que un individuo es culpable o inocente, y los jueces no encontrasen pruebas suficientes de una o de otra afirmación, su conciencia quedaría perturbada con eso, y la opinión pública podría perderse en prevenciones injustas. Al no ser perfecto el hombre, debemos sacar en conclusión de que Dios sabe mejor que el hombre lo que le debe revelar u ocultar. Si una revelación debe hacerse por medios extrahumanos, Dios sabe darle un sello de autenticidad, capaz de disipar todas las dudas, como lo atestigua el hecho siguiente:
En México, en los alrededores de las minas, una hacienda había sido incendiada. En una reunión en que se ocupaban de manifestaciones espíritas (hay varias en aquel país, donde probablemente no han llegado aún los artículos del Sr. Deschanel, por lo que allá se encuentran tan atrasados), un Espíritu se comunicó a través de golpes; él dijo que el culpable estaba entre los asistentes. Al principio dudaron, creyendo que era una mistificación; el Espíritu insistió y designó a uno de los individuos presentes: todos se admiraron; dicho individuo fingió estar sereno, pero el Espíritu pareció obstinarse contra él, y lo hizo tan bien que detuvieron al hombre que, acuciado con preguntas, terminó por confesar su crimen. Los culpables –como se ve– no deben confiarse demasiado en la discreción de los Espíritus que, a menudo, son los instrumentos de que Dios se sirve para castigarlos. ¿Cómo el Sr. Figuier explicaría este hecho? ¿Es intuición, hipnotismo, biología, sobreexcitación del cerebro, concentración del pensamiento, alucinación, que él admite sin creer en la independencia del Espíritu y de la materia? Por lo tanto, resolved todo esto si podéis; su propia solución es un problema, y él debería realmente dar la solución de su solución. Pero ¿por qué un Espíritu no daría a conocer al asesino del Sr. Poinsot, como lo hizo con aquel incendiario? Pedid cuentas a Dios de sus acciones; preguntad al Sr. Figuier, que cree saber más que Él.
El misterio que aún rodea este deplorable acontecimiento suscita en muchas personas la idea de que, al evocar el Espíritu de la víctima, se podría llegar a conocer la verdad. Numerosas cartas nos han sido enviadas al respecto; como la cuestión reposa en un principio de cierta gravedad, creemos que es útil dar a conocer la respuesta a todos nuestros lectores.
Al no hacer jamás del Espiritismo un objeto de curiosidad, nosotros no habíamos pensado en evocar, de manera alguna, al Sr. Poinsot; entretanto, ante el insistente pedido de uno de nuestros corresponsales, que había recibido una supuesta comunicación de él y que deseaba saber de nosotros si era auténtica, pensamos en intentarlo hace algunos días. Según nuestro hábito, preguntamos a nuestro Guía espiritual si esta evocación era posible y si realmente había sido aquel Espíritu quien se había manifestado a nuestro corresponsal. He aquí las respuestas que hemos obtenido:
«El Sr. Poinsot no puede responder a vuestro llamado; él aún no se ha comunicado con nadie: Dios lo prohíbe por el momento.
1. ¿Se puede saber el motivo de eso? –Resp. Sí: porque revelaciones de ese género influirían en la conciencia de los jueces, que deben actuar con total libertad.
2. Entretanto, al esclarecer a los jueces, esas revelaciones podrían algunas veces evitar que cometieran errores lamentables e incluso irreparables. –Resp. No es por ese medio que ellos deben ser esclarecidos; Dios quiere dejarles la entera responsabilidad de sus sentencias, así como Él deja a cada hombre la responsabilidad de sus actos; no quiere evitarles el trabajo de las investigaciones ni sacarles el mérito de haberlas hecho.
3. Pero a falta de informaciones suficientes, ¿puede un culpable escapar de la justicia? –Resp. ¿Creéis que él escape de la justicia de Dios? Si debe ser alcanzado por la justicia de los hombres, Dios sabrá hacerlo caer en las manos de ellos.
4. Esto para el culpable; pero si un inocente fuese condenado, ¿no sería un gran mal? –Resp. «Dios juzga en última instancia, y el inocente condenado injustamente por los hombres tendrá su rehabilitación. Además, esta condena puede ser para él una prueba útil para su adelanto; pero también, algunas veces, puede ser la justa punición de un crimen del cual haya escapado en otra existencia.
«Recordad que los Espíritus tienen como misión instruiros en la senda del bien, y no allanaros el camino terreno, que es dejado a la actividad de vuestra inteligencia; es porque os apartáis del objetivo providencial del Espiritismo que os exponéis a ser engañados por la turba de Espíritus mentirosos que incesantemente se agita alrededor de vosotros.»
Después de la primera respuesta, los asistentes discutían sobre los motivos de esta interdicción y, como para justificar el principio, un Espíritu hizo escribir a un médium: Voy a traerlo..., helo aquí. Un poco después escribió: «Cómo sois amables en consentir conversar conmigo; esto me es muy agradable, porque tengo muchas cosas para deciros». Este lenguaje pareció sospechoso por parte de un hombre como el Sr. Poinsot, y sobre todo en razón de la respuesta que habíamos recibido, por lo que se le pidió que confirmase su identidad en el nombre de Dios. Entonces, el Espíritu escribió: «Dios mío, no puedo mentir; sin embargo, yo hubiera deseado conversar con una Sociedad tan amable, pero no me queréis: adiós». Fue entonces que nuestro Guía espiritual agregó: «Os he dicho que ese Espíritu no puede responder esta noche; Dios prohíbe que se manifieste; si insistís, seréis engañados.
Observación – Es evidente que si los Espíritus pudiesen ahorrar las investigaciones a los hombres, éstos no se darían al trabajo de descubrir la verdad, porque ella les llegaría por sí sola. Por esta razón, el más perezoso podría conocerla tanto como el más laborioso, lo que no sería justo. Esto es un principio general. Aplicado al caso del Sr. Poinsot, no es menos evidente que si el Espíritu declarase que un individuo es culpable o inocente, y los jueces no encontrasen pruebas suficientes de una o de otra afirmación, su conciencia quedaría perturbada con eso, y la opinión pública podría perderse en prevenciones injustas. Al no ser perfecto el hombre, debemos sacar en conclusión de que Dios sabe mejor que el hombre lo que le debe revelar u ocultar. Si una revelación debe hacerse por medios extrahumanos, Dios sabe darle un sello de autenticidad, capaz de disipar todas las dudas, como lo atestigua el hecho siguiente:
En México, en los alrededores de las minas, una hacienda había sido incendiada. En una reunión en que se ocupaban de manifestaciones espíritas (hay varias en aquel país, donde probablemente no han llegado aún los artículos del Sr. Deschanel, por lo que allá se encuentran tan atrasados), un Espíritu se comunicó a través de golpes; él dijo que el culpable estaba entre los asistentes. Al principio dudaron, creyendo que era una mistificación; el Espíritu insistió y designó a uno de los individuos presentes: todos se admiraron; dicho individuo fingió estar sereno, pero el Espíritu pareció obstinarse contra él, y lo hizo tan bien que detuvieron al hombre que, acuciado con preguntas, terminó por confesar su crimen. Los culpables –como se ve– no deben confiarse demasiado en la discreción de los Espíritus que, a menudo, son los instrumentos de que Dios se sirve para castigarlos. ¿Cómo el Sr. Figuier explicaría este hecho? ¿Es intuición, hipnotismo, biología, sobreexcitación del cerebro, concentración del pensamiento, alucinación, que él admite sin creer en la independencia del Espíritu y de la materia? Por lo tanto, resolved todo esto si podéis; su propia solución es un problema, y él debería realmente dar la solución de su solución. Pero ¿por qué un Espíritu no daría a conocer al asesino del Sr. Poinsot, como lo hizo con aquel incendiario? Pedid cuentas a Dios de sus acciones; preguntad al Sr. Figuier, que cree saber más que Él.
Conversaciones familiares del Más Allá
La Sra. de Bertrand (Alto Saona)
Fallecida el 7 de febrero de 1861 y evocada en la Sociedad Espírita de París el 15 del mismo mes
2. Vuestra correspondencia nos ha llevado a apreciaros y, conociendo vuestra simpatía por la Sociedad, hemos pensado que os agradaría ser llamada tan pronto. –Resp. Veis que estoy aquí.
3. Otro motivo me lleva a hacerlo personalmente: tengo la intención de escribir a vuestra hija sobre la situación de vuestra desencarnación, y estoy seguro que ella se sentirá feliz en saber el resultado de nuestra conversación. –Resp. Ciertamente; ella lo espera, porque yo le había prometido comunicarme tan pronto como me evocasen.
4. Esclarecida como sois acerca del Espiritismo y compenetrada de los principios de esta Doctrina, vuestras respuestas serán para nosotros doblemente instructivas. Primeramente, ¿queréis decirnos si tardasteis mucho en reconoceros y si ya recobrasteis la plenitud de vuestras facultades? –Resp. La plenitud de mis antiguas facultades, sí; el pleno gozo de mis nuevas facultades, no.
5. Es una costumbre preguntar a los encarnados cómo ellos están; pero a los Espíritus desencarnados les preguntamos si son felices; es con un profundo sentimiento de simpatía que os dirigimos esta última pregunta. –Resp. Gracias, amigos míos. Aún no soy feliz, en el sentido espiritualista de la palabra; pero soy feliz por la renovación de mi ser, arrebatado en éxtasis, y por la visión de las cosas que nos son reveladas, pero que aún comprendemos imperfectamente, por mejor médium o espírita que seamos.
6. Cuando encarnada habíais hecho una idea del mundo espírita a través del estudio de la Doctrina; ¿podéis decirnos si habéis encontrado las cosas tales como vos las figurasteis? –Resp. De manera aproximada, como cuando vemos los objetos en la incertidumbre de la penumbra; mas ¡cuán diferentes son cuando la luz brillante los ilumina!
7. Así, el cuadro que nos es dado de la vida espírita ¡no tiene nada de exagerado ni de ilusorio! –Resp. Él es aminorado por vuestro espíritu, que no puede comprender las cosas divinas sino atenuadas y veladas; procedemos con vosotros como lo hacéis con los niños, a los cuales apenas mostráis una parte de las cosas aptas para su entendimiento.
8. ¿Habéis sido testigo del instante de la muerte de vuestro cuerpo? –Resp. Mi cuerpo, agotado por los largos sufrimientos, no tuvo que pasar por una gran lucha; mi alma se desprendió de él como el fruto maduro que cae del árbol. La aniquilación completa de mi ser me impidió sentir la última angustia de la agonía.
9. ¿Podríais describirnos vuestras sensaciones en el momento del despertar? –Resp. No hubo un despertar o, mejor dicho, me pareció que había una continuación; así como uno vuelve para casa después de una corta ausencia, me pareció que apenas algunos minutos me separaban de lo que yo acababa de dejar. Estando alrededor de mi cama, me vi extendida, transfigurada y no podía alejarme porque estaba retenida –o al menos me parecía– por un último lazo a aquella envoltura corporal que me había hecho sufrir tanto.
10. ¿Visteis inmediatamente que os rodeaban otros Espíritus? –Resp. Luego vinieron a recibirme. Entonces alejé mi pensamiento del yo terreno, y el yo espiritual –transportado– se sumergió en el delicioso gozo de las cosas nuevas y conocidas que yo reencontraba.
11. ¿Estabais entre los miembros de vuestra familia durante la ceremonia fúnebre? –Resp. Vi que llevaban a mi cuerpo, pero luego me alejé. Con anticipación, el Espiritismo desmaterializa y vuelve más repentina la transición del mundo terrestre al mundo espiritual. Yo no traía de mi paso por la Tierra ni vanos lamentos ni pueriles curiosidades.
12. ¿Tenéis particularmente algo que decirle a vuestra hija, que comparte vuestras creencias y que varias veces me ha escrito en vuestro nombre? –Resp. Yo le recomiendo que dé a sus estudios un carácter más serio; le recomiendo que transforme el dolor estéril en recuerdo piadoso y fecundo; que ella no se olvide que la vida continúa sin interrupción y que los intereses frívolos del mundo se desvanecen ante esta gran palabra: ¡Eternidad! Además, mi recuerdo personal –tierno e íntimo– le será transmitido en breve.
13. En el mes de enero os envié una carta y una tarjeta-retrato; como nunca me visteis, ¿podéis decirnos si me reconocéis? –Resp. Pero no os reconozco: os veo.
¿No recibisteis esa carta? –Resp. No me acuerdo.
14. Yo tendría varias preguntas importantes para dirigiros sobre los hechos extraordinarios que han sucedido en vuestra casa y que ya nos informasteis. Pienso que podríais darnos al respecto explicaciones interesantes; pero la hora avanzada y la fatiga del médium me aconsejan a posponerlas. Para terminar, me limito a algunas preguntas.
Aunque vuestra muerte sea reciente, ¿ya habéis dejado la Tierra? ¿Habéis recorrido los espacios y visitado otros mundos? –Resp. El vocablo visitar no corresponde al movimiento tan veloz como lo es la palabra, que nos hace –tan rápido como el pensamiento– descubrir sitios nuevos. La distancia no es más que una palabra, así como el tiempo no es más que un momento para nosotros.
15. Al preparar las preguntas que nos proponemos a dirigir a un Espíritu, tenemos generalmente una evocación anticipada; de ese modo, ¿podéis decirnos si fuisteis avisada de nuestra intención, y si ayer estabais cerca de mí cuando preparaba las preguntas? –Resp. Sí, yo sabía todo lo que me diríais hoy, y responderé con desenvoltura a las preguntas que reservasteis.
16. Habríamos sido muy felices por teneros entre nosotros cuando encarnada; pero como eso no fue posible, somos igualmente felices por teneros en Espíritu y os agradecemos por responder con solicitud a nuestro llamado. –Resp. Amigos míos, yo acompañaba vuestros estudios con interés, y ahora que puedo estar entre vosotros en Espíritu, os doy el consejo de vincularos más al espíritu que a la letra.
Adiós.
La siguiente carta nos ha sido enviada con relación a esta evocación:
Señor,
Es con un sentimiento de profundo reconocimiento que vengo a agradeceros, en nombre de mi padre y en el mío, por haberos anticipado a nuestro deseo de recibir, de vuestra parte, las noticias de aquella que lloramos.
Las numerosas pruebas morales y físicas que mi querida y buena madre ha pasado durante su existencia, su paciencia en soportarlas, su sacrificio, la completa abnegación de sí misma, me hacían esperar que ella fuese feliz; pero la certeza que nos acabáis de dar, Sr., es un gran consuelo para nosotros que la amamos tanto, y que queremos su felicidad antes que la nuestra.
Señor, mi madre era el alma de la casa; no preciso deciros qué vacío ha dejado su ausencia; más de lo que podríamos expresar, sufrimos por no verla más, pero entretanto sentimos una cierta quietud por no verla padecer más esos dolores atroces que sentía. Mi pobre madre era una mártir; debe obtener una bella recompensa por la paciencia y la dulzura con las cuales ella soportó todas sus angustias; su vida no fue sino una larga tortura de espíritu y de cuerpo. Sus sentimientos elevados y su fe en otra existencia le dieron sostén; ella tenía como un presentimiento y un recuerdo velado del mundo de los Espíritus; frecuentemente yo veía que ella sentía piedad de las cosas de nuestro planeta, y me decía: Nada de este mundo puede bastarme; tengo NOSTALGIA de un otro mundo.
Sr., en las respuestas que mi estimada y adorada madre os ha dado, nosotros hemos reconocido perfectamente su manera de pensar y de expresarse; ella gustaba mucho servirse de imágenes. Solamente estoy admirada de que ella no se haya acordado del envío de vuestra tarjeta-retrato, que le había dado un placer tan grande y tan vivo; yo debía haberos agradecido de su parte, pero mis numerosas ocupaciones durante los últimos tiempos de la enfermedad de mi venerada madre, no me permitieron hacerlo. Creo que más tarde se acordará mejor; por el momento ella está extasiada con los esplendores de su nueva vida; la existencia que acaba de completar no le parece sino un sueño penoso, ya bien lejos de ella. Mi padre y yo también esperamos que ella venga a decirnos algunas palabras de afecto, de que tenemos mucha necesidad. Señor, ¿sería una indiscreción pediros que nos comunicaseis cuando mi buena madre hable de nosotros? ¡Vos nos habéis hecho tanto bien al hablarnos de ella, diciéndonos de su parte que ya no sufre más! ¡Ah, nuevamente gracias, Señor! Oro a Dios, de corazón y de alma, que os recompense por esto. Al dejarme, mi querida madre me priva de la mejor de las madres, de la más tierna de las amigas; preciso tener la certeza de saber que es feliz, y necesito de mi creencia en el Espiritismo para tener un poco de fuerza. Dios me ha dado sostén; mi coraje ha sido mayor de lo que yo esperaba.
Atentamente.
Nota – Que los incrédulos se rían del Espiritismo todo lo que quieran; que sus adversarios más o menos interesados lo pongan en ridículo; que incluso profieran anatemas contra Él, y aún así no le quitarán ese poder consolador que produce la alegría del infeliz y que lo hace triunfar de la mala voluntad de los indiferentes, a pesar de sus esfuerzos para abatirlo. Los hombres están sedientos de felicidad; cuando no la encuentran en la Tierra, ¿no será un gran alivio tener la certeza de encontrarla en una otra vida, si se ha hecho lo que es necesario para merecerla? Por lo tanto, ¿qué les ofrece más alivios a los males de la Tierra? ¿Será el materialismo, con la horrible expectativa de la nada? ¿Será la perspectiva de las llamas eternas, a las cuales no escapa uno solo entre millones? No os equivoquéis; esta perspectiva es aún más horrible que la de la nada, y he aquí por qué aquellos, cuya razón se niega a admitirla, son llevados al materialismo; cuando el futuro sea presentado de una manera racional a los hombres, no habrá más materialistas. Por lo tanto, que no se admiren al ver que las ideas espíritas son recibidas con tanta solicitud por las masas, porque estas ideas aumentan el coraje en vez de abatirlo. El ejemplo de la felicidad es contagioso; cuando todos los hombres vean a su alrededor a personas felices gracias al Espiritismo, ellos se arrojarán a los brazos del Espiritismo como a una tabla de salvación, porque siempre preferirán una doctrina que sonría y que hable a la razón que a las que llenan de pavor. El ejemplo que acabamos de citar no es el único en su género; ellos se nos presentan a los millares, y la mayor alegría que Dios nos ha reservado aquí en la Tierra es la de ser testigo de los beneficios y de los progresos de una creencia que nuestros esfuerzos tienden a difundir. Son tan numerosas las personas de buena voluntad, las que vienen a beber en ella consuelos, que nosotros no podríamos perder nuestro tiempo ocupándonos con los indiferentes, que no tienen ningún deseo de convencerse. Aquellos que vienen a nosotros son suficientes para absorberlo; por eso no vamos en busca de nadie. He aquí por qué tampoco lo perdemos en espigar en campos estériles; el turno de los otros vendrá cuando Dios decida levantar el velo que los ciega, y ese tiempo vendrá más rápido de lo que ellos piensan, para la gloria de unos y para la vergüenza de otros.
Fallecida el 7 de febrero de 1861 y evocada en la Sociedad Espírita de París el 15 del mismo mes
Nota – La Sra. de Bertrand había hecho un estudio serio del Espiritismo, cuya Doctrina profesaba, comprendiendo todo su alcance filosófico.
1. Evocación. –Resp. Estoy aquí.
2. Vuestra correspondencia nos ha llevado a apreciaros y, conociendo vuestra simpatía por la Sociedad, hemos pensado que os agradaría ser llamada tan pronto. –Resp. Veis que estoy aquí.
3. Otro motivo me lleva a hacerlo personalmente: tengo la intención de escribir a vuestra hija sobre la situación de vuestra desencarnación, y estoy seguro que ella se sentirá feliz en saber el resultado de nuestra conversación. –Resp. Ciertamente; ella lo espera, porque yo le había prometido comunicarme tan pronto como me evocasen.
4. Esclarecida como sois acerca del Espiritismo y compenetrada de los principios de esta Doctrina, vuestras respuestas serán para nosotros doblemente instructivas. Primeramente, ¿queréis decirnos si tardasteis mucho en reconoceros y si ya recobrasteis la plenitud de vuestras facultades? –Resp. La plenitud de mis antiguas facultades, sí; el pleno gozo de mis nuevas facultades, no.
5. Es una costumbre preguntar a los encarnados cómo ellos están; pero a los Espíritus desencarnados les preguntamos si son felices; es con un profundo sentimiento de simpatía que os dirigimos esta última pregunta. –Resp. Gracias, amigos míos. Aún no soy feliz, en el sentido espiritualista de la palabra; pero soy feliz por la renovación de mi ser, arrebatado en éxtasis, y por la visión de las cosas que nos son reveladas, pero que aún comprendemos imperfectamente, por mejor médium o espírita que seamos.
6. Cuando encarnada habíais hecho una idea del mundo espírita a través del estudio de la Doctrina; ¿podéis decirnos si habéis encontrado las cosas tales como vos las figurasteis? –Resp. De manera aproximada, como cuando vemos los objetos en la incertidumbre de la penumbra; mas ¡cuán diferentes son cuando la luz brillante los ilumina!
7. Así, el cuadro que nos es dado de la vida espírita ¡no tiene nada de exagerado ni de ilusorio! –Resp. Él es aminorado por vuestro espíritu, que no puede comprender las cosas divinas sino atenuadas y veladas; procedemos con vosotros como lo hacéis con los niños, a los cuales apenas mostráis una parte de las cosas aptas para su entendimiento.
8. ¿Habéis sido testigo del instante de la muerte de vuestro cuerpo? –Resp. Mi cuerpo, agotado por los largos sufrimientos, no tuvo que pasar por una gran lucha; mi alma se desprendió de él como el fruto maduro que cae del árbol. La aniquilación completa de mi ser me impidió sentir la última angustia de la agonía.
9. ¿Podríais describirnos vuestras sensaciones en el momento del despertar? –Resp. No hubo un despertar o, mejor dicho, me pareció que había una continuación; así como uno vuelve para casa después de una corta ausencia, me pareció que apenas algunos minutos me separaban de lo que yo acababa de dejar. Estando alrededor de mi cama, me vi extendida, transfigurada y no podía alejarme porque estaba retenida –o al menos me parecía– por un último lazo a aquella envoltura corporal que me había hecho sufrir tanto.
10. ¿Visteis inmediatamente que os rodeaban otros Espíritus? –Resp. Luego vinieron a recibirme. Entonces alejé mi pensamiento del yo terreno, y el yo espiritual –transportado– se sumergió en el delicioso gozo de las cosas nuevas y conocidas que yo reencontraba.
11. ¿Estabais entre los miembros de vuestra familia durante la ceremonia fúnebre? –Resp. Vi que llevaban a mi cuerpo, pero luego me alejé. Con anticipación, el Espiritismo desmaterializa y vuelve más repentina la transición del mundo terrestre al mundo espiritual. Yo no traía de mi paso por la Tierra ni vanos lamentos ni pueriles curiosidades.
12. ¿Tenéis particularmente algo que decirle a vuestra hija, que comparte vuestras creencias y que varias veces me ha escrito en vuestro nombre? –Resp. Yo le recomiendo que dé a sus estudios un carácter más serio; le recomiendo que transforme el dolor estéril en recuerdo piadoso y fecundo; que ella no se olvide que la vida continúa sin interrupción y que los intereses frívolos del mundo se desvanecen ante esta gran palabra: ¡Eternidad! Además, mi recuerdo personal –tierno e íntimo– le será transmitido en breve.
13. En el mes de enero os envié una carta y una tarjeta-retrato; como nunca me visteis, ¿podéis decirnos si me reconocéis? –Resp. Pero no os reconozco: os veo.
¿No recibisteis esa carta? –Resp. No me acuerdo.
14. Yo tendría varias preguntas importantes para dirigiros sobre los hechos extraordinarios que han sucedido en vuestra casa y que ya nos informasteis. Pienso que podríais darnos al respecto explicaciones interesantes; pero la hora avanzada y la fatiga del médium me aconsejan a posponerlas. Para terminar, me limito a algunas preguntas.
Aunque vuestra muerte sea reciente, ¿ya habéis dejado la Tierra? ¿Habéis recorrido los espacios y visitado otros mundos? –Resp. El vocablo visitar no corresponde al movimiento tan veloz como lo es la palabra, que nos hace –tan rápido como el pensamiento– descubrir sitios nuevos. La distancia no es más que una palabra, así como el tiempo no es más que un momento para nosotros.
15. Al preparar las preguntas que nos proponemos a dirigir a un Espíritu, tenemos generalmente una evocación anticipada; de ese modo, ¿podéis decirnos si fuisteis avisada de nuestra intención, y si ayer estabais cerca de mí cuando preparaba las preguntas? –Resp. Sí, yo sabía todo lo que me diríais hoy, y responderé con desenvoltura a las preguntas que reservasteis.
16. Habríamos sido muy felices por teneros entre nosotros cuando encarnada; pero como eso no fue posible, somos igualmente felices por teneros en Espíritu y os agradecemos por responder con solicitud a nuestro llamado. –Resp. Amigos míos, yo acompañaba vuestros estudios con interés, y ahora que puedo estar entre vosotros en Espíritu, os doy el consejo de vincularos más al espíritu que a la letra.
Adiós.
La siguiente carta nos ha sido enviada con relación a esta evocación:
Señor,
Es con un sentimiento de profundo reconocimiento que vengo a agradeceros, en nombre de mi padre y en el mío, por haberos anticipado a nuestro deseo de recibir, de vuestra parte, las noticias de aquella que lloramos.
Las numerosas pruebas morales y físicas que mi querida y buena madre ha pasado durante su existencia, su paciencia en soportarlas, su sacrificio, la completa abnegación de sí misma, me hacían esperar que ella fuese feliz; pero la certeza que nos acabáis de dar, Sr., es un gran consuelo para nosotros que la amamos tanto, y que queremos su felicidad antes que la nuestra.
Señor, mi madre era el alma de la casa; no preciso deciros qué vacío ha dejado su ausencia; más de lo que podríamos expresar, sufrimos por no verla más, pero entretanto sentimos una cierta quietud por no verla padecer más esos dolores atroces que sentía. Mi pobre madre era una mártir; debe obtener una bella recompensa por la paciencia y la dulzura con las cuales ella soportó todas sus angustias; su vida no fue sino una larga tortura de espíritu y de cuerpo. Sus sentimientos elevados y su fe en otra existencia le dieron sostén; ella tenía como un presentimiento y un recuerdo velado del mundo de los Espíritus; frecuentemente yo veía que ella sentía piedad de las cosas de nuestro planeta, y me decía: Nada de este mundo puede bastarme; tengo NOSTALGIA de un otro mundo.
Sr., en las respuestas que mi estimada y adorada madre os ha dado, nosotros hemos reconocido perfectamente su manera de pensar y de expresarse; ella gustaba mucho servirse de imágenes. Solamente estoy admirada de que ella no se haya acordado del envío de vuestra tarjeta-retrato, que le había dado un placer tan grande y tan vivo; yo debía haberos agradecido de su parte, pero mis numerosas ocupaciones durante los últimos tiempos de la enfermedad de mi venerada madre, no me permitieron hacerlo. Creo que más tarde se acordará mejor; por el momento ella está extasiada con los esplendores de su nueva vida; la existencia que acaba de completar no le parece sino un sueño penoso, ya bien lejos de ella. Mi padre y yo también esperamos que ella venga a decirnos algunas palabras de afecto, de que tenemos mucha necesidad. Señor, ¿sería una indiscreción pediros que nos comunicaseis cuando mi buena madre hable de nosotros? ¡Vos nos habéis hecho tanto bien al hablarnos de ella, diciéndonos de su parte que ya no sufre más! ¡Ah, nuevamente gracias, Señor! Oro a Dios, de corazón y de alma, que os recompense por esto. Al dejarme, mi querida madre me priva de la mejor de las madres, de la más tierna de las amigas; preciso tener la certeza de saber que es feliz, y necesito de mi creencia en el Espiritismo para tener un poco de fuerza. Dios me ha dado sostén; mi coraje ha sido mayor de lo que yo esperaba.
Atentamente.
Nota – Que los incrédulos se rían del Espiritismo todo lo que quieran; que sus adversarios más o menos interesados lo pongan en ridículo; que incluso profieran anatemas contra Él, y aún así no le quitarán ese poder consolador que produce la alegría del infeliz y que lo hace triunfar de la mala voluntad de los indiferentes, a pesar de sus esfuerzos para abatirlo. Los hombres están sedientos de felicidad; cuando no la encuentran en la Tierra, ¿no será un gran alivio tener la certeza de encontrarla en una otra vida, si se ha hecho lo que es necesario para merecerla? Por lo tanto, ¿qué les ofrece más alivios a los males de la Tierra? ¿Será el materialismo, con la horrible expectativa de la nada? ¿Será la perspectiva de las llamas eternas, a las cuales no escapa uno solo entre millones? No os equivoquéis; esta perspectiva es aún más horrible que la de la nada, y he aquí por qué aquellos, cuya razón se niega a admitirla, son llevados al materialismo; cuando el futuro sea presentado de una manera racional a los hombres, no habrá más materialistas. Por lo tanto, que no se admiren al ver que las ideas espíritas son recibidas con tanta solicitud por las masas, porque estas ideas aumentan el coraje en vez de abatirlo. El ejemplo de la felicidad es contagioso; cuando todos los hombres vean a su alrededor a personas felices gracias al Espiritismo, ellos se arrojarán a los brazos del Espiritismo como a una tabla de salvación, porque siempre preferirán una doctrina que sonría y que hable a la razón que a las que llenan de pavor. El ejemplo que acabamos de citar no es el único en su género; ellos se nos presentan a los millares, y la mayor alegría que Dios nos ha reservado aquí en la Tierra es la de ser testigo de los beneficios y de los progresos de una creencia que nuestros esfuerzos tienden a difundir. Son tan numerosas las personas de buena voluntad, las que vienen a beber en ella consuelos, que nosotros no podríamos perder nuestro tiempo ocupándonos con los indiferentes, que no tienen ningún deseo de convencerse. Aquellos que vienen a nosotros son suficientes para absorberlo; por eso no vamos en busca de nadie. He aquí por qué tampoco lo perdemos en espigar en campos estériles; el turno de los otros vendrá cuando Dios decida levantar el velo que los ciega, y ese tiempo vendrá más rápido de lo que ellos piensan, para la gloria de unos y para la vergüenza de otros.
La Srta. Pauline M...
(Evocación enviada por el Sr. Pichon, médium de Sens)
(Evocación enviada por el Sr. Pichon, médium de Sens)
1. Evocación. –Resp. Estoy aquí, mis buenos amigos.
2. Vuestros padres nos han solicitado que os preguntásemos si sois más feliz que en vuestra existencia terrena; ¿tendríais la amabilidad de decírnoslo? –Resp. ¡Oh, sí! Soy más feliz que ellos.
3. ¿Asistís a menudo a vuestra madre? –Resp. Yo casi no la dejo; pero ella no puede comprender todo el ánimo que le doy; si no fuese eso, ella no estaría tan mal. ¡Ella llora por mí y yo soy feliz! Dios me ha llamado: esto es un favor. Si todas las madres estuviesen bien compenetradas de las luces del Espiritismo, ¡cuánto consuelo tendrían ellas! Decidle a mi pobre madre que se resigne, porque sin esto se alejará de su hija querida. Toda persona que no es dócil a las pruebas que le envía su Creador, falta a los objetivos de sus pruebas. Que ella comprenda bien esto, porque entonces no me volverá a ver tan pronto. Ella me ha perdido materialmente, pero me reencontrará espiritualmente. Por lo tanto, que se apresure en restablecerse para asistir a vuestras sesiones; entonces podré consolarla mejor, y yo misma seré más feliz.
4. ¿Podríais manifestaros a ella de una manera más particular? ¿Podría ella serviros de médium? Así recibiría más consuelos que por nuestro intermedio. –Resp. Que ella tome un lápiz –como vos lo hacéis– y yo intentaré decirle algo. Esto es para nosotros muy difícil cuando no encontramos las disposiciones requeridas para ello.
5. ¿Podríais decirnos por qué Dios os retiró tan joven del seno de vuestra familia, de la cual erais la alegría y el consuelo? –Resp. Volved a leer.
6. ¿Querríais decirnos qué sentisteis en el instante de vuestra muerte? –Resp. Una turbación; yo no creía que estaba muerta. ¡Me dio tanta pena dejar a mi buena madre! Yo no me reconocía; pero cuando entendí lo que sucedía, no fue más la misma cosa.
7. ¿Ahora estáis completamente desmaterializada? –Resp. Sí.
8. ¿Podríais decirnos cuánto tiempo permanecisteis en el estado de turbación? –Resp. Permanecí seis semanas de las vuestras en dicho estado.
9. ¿En qué lugar estabais cuando os reconocisteis? –Resp. Junto a mi cuerpo; vi el cementerio y comprendí.
¡Madre! Yo estoy siempre a tu lado; te veo y te comprendo mucho mejor que cuando tenía mi cuerpo. Por lo tanto, deja de entristecerte, ya que sólo se ha perdido el pobre cuerpo que me habías dado. Tu hija está siempre ahí; no llores más; al contrario, regocíjate: es el único medio de hacerte el bien, y a mí también. Nosotras nos comprenderemos mejor; te diré muchas cosas afables; Dios me lo permitirá; oraremos juntas. Estarás entre estos hombres que trabajan para el bien de la Humanidad; participarás de sus trabajos; yo te ayudaré: esto servirá para el adelanto de ambas.
PAULINE. P. D.
Daréis esto a mi madre; os seré agradecida.
10. ¿Pensáis que la convalecencia de vuestra madre será aún larga? –Resp. Esto dependerá de los consuelos que reciba y de su resignación.
11. ¿Os recordáis de todas vuestras reencarnaciones? –Resp. No; no de todas.
12. La penúltima ¿ha tenido lugar en la Tierra? –Resp. Sí; yo estaba en una gran casa de comercio.
13. ¿En qué época ha sido? –Resp. A principios del reino de Luis XIV.
14. ¿Recordáis algunos personajes de ese tiempo? –Resp. He conocido al duque de Orleáns, porque él se abastecía en nuestra casa de comercio. También he conocido a Mazarino y a una parte de su familia.
15. Vuestra última existencia ¿ha servido mucho para vuestro adelanto como Espíritu? –Resp. No me ha podido servir mucho porque no he sufrido ninguna prueba; en vez de para mí, ha sido para mis padres un motivo de pruebas.
16. Y vuestra penúltima existencia ¿ha sido más provechosa? –Resp. Sí, porque he tenido que pasar por muchas pruebas: los reveses de la fortuna, la muerte de todas las personas que me eran queridas, quedarme sola. Pero al confiar en mi Creador, soporté todo eso con resignación. Decidle a mi madre que haga como yo. ¡Que aquel que le lleve mi consuelo, estreche por mí la mano de todos mis parientes! Adiós.
10. ¿Pensáis que la convalecencia de vuestra madre será aún larga? –Resp. Esto dependerá de los consuelos que reciba y de su resignación.
11. ¿Os recordáis de todas vuestras reencarnaciones? –Resp. No; no de todas.
12. La penúltima ¿ha tenido lugar en la Tierra? –Resp. Sí; yo estaba en una gran casa de comercio.
13. ¿En qué época ha sido? –Resp. A principios del reino de Luis XIV.
14. ¿Recordáis algunos personajes de ese tiempo? –Resp. He conocido al duque de Orleáns, porque él se abastecía en nuestra casa de comercio. También he conocido a Mazarino y a una parte de su familia.
15. Vuestra última existencia ¿ha servido mucho para vuestro adelanto como Espíritu? –Resp. No me ha podido servir mucho porque no he sufrido ninguna prueba; en vez de para mí, ha sido para mis padres un motivo de pruebas.
16. Y vuestra penúltima existencia ¿ha sido más provechosa? –Resp. Sí, porque he tenido que pasar por muchas pruebas: los reveses de la fortuna, la muerte de todas las personas que me eran queridas, quedarme sola. Pero al confiar en mi Creador, soporté todo eso con resignación. Decidle a mi madre que haga como yo. ¡Que aquel que le lleve mi consuelo, estreche por mí la mano de todos mis parientes! Adiós.
Henri Murger
Nota – En una sesión espírita íntima, que tenía lugar en casa de uno de nuestros compañeros de la Sociedad, el 6 de febrero de 1861, el médium escribió espontáneamente lo siguiente:
Cuanto mayor es el espacio de los Cielos, mayor es la atmósfera, más bellas son las flores, más dulces son los frutos, y las aspiraciones son alcanzadas inclusive más allá de la ilusión. ¡Salve, nueva patria! ¡Salve, nueva morada! ¡Salve, felicidad, amor! ¡Cómo es pálida nuestra corta estación en la Tierra, y cómo debe sentirse feliz aquel que exhaló el suspiro de alivio por haber dejado el Tártaro por el Cielo! ¡Salve, verdadera bohemia! ¡Salve, verdadera tranquilidad! ¡Salve, sueños realizados! Adormecí alegre porque sabía que iba a despertar feliz. ¡Ah, agradezco a mis amigos por sus tiernos recuerdos!
H. MURGER
Nota – En una sesión espírita íntima, que tenía lugar en casa de uno de nuestros compañeros de la Sociedad, el 6 de febrero de 1861, el médium escribió espontáneamente lo siguiente:
Cuanto mayor es el espacio de los Cielos, mayor es la atmósfera, más bellas son las flores, más dulces son los frutos, y las aspiraciones son alcanzadas inclusive más allá de la ilusión. ¡Salve, nueva patria! ¡Salve, nueva morada! ¡Salve, felicidad, amor! ¡Cómo es pálida nuestra corta estación en la Tierra, y cómo debe sentirse feliz aquel que exhaló el suspiro de alivio por haber dejado el Tártaro por el Cielo! ¡Salve, verdadera bohemia! ¡Salve, verdadera tranquilidad! ¡Salve, sueños realizados! Adormecí alegre porque sabía que iba a despertar feliz. ¡Ah, agradezco a mis amigos por sus tiernos recuerdos!
Las preguntas y las respuestas siguientes han sido realizadas el 8 de febrero en la Sociedad:
1. El miércoles vinisteis espontáneamente a comunicaros en casa de uno de nuestros compañeros, y dictasteis allí una página encantadora; sin embargo, allá no había nadie que os conociera personalmente; ¿queréis decirnos, por gentileza, a qué debemos el honor de vuestra visita? –Resp. He venido a dar pruebas de que vivo, para ser evocado hoy.
2. ¿Habíais sido llevado a las ideas espíritas? –Resp. Dos cosas: primero, yo las presentía; segundo, me dejaba llevar fácilmente por mis inspiraciones.
3. Parece que vuestra turbación ha durado poco tiempo, puesto que os expresáis tan prontamente, con tanta facilidad y claridad. –Resp. Fallecí con perfecto conocimiento de mí mismo y, por consecuencia, no tuve más que abrir los ojos del Espíritu, luego que se cerraron los ojos de la carne.
4. Este dictado puede ser considerado como un relato de vuestras primeras impresiones en el mundo donde estáis ahora; ¿podríais describirnos con más precisión lo que ha sucedido con vos desde el instante en que el alma dejó al cuerpo? –Resp. Me llené de alegría; volví a ver a rostros queridos que yo creía que nunca más los vería. Apenas desmaterializado, sólo tuve sensaciones casi terrenas.
5. ¿Podríais darnos una apreciación, desde vuestro punto de vista actual, de vuestra obra principal: La vie de bohème? –Resp. ¿Cómo queréis que, deslumbrado como estoy con los esplendores desconocidos de la resurrección, yo haga un examen retrospectivo de esta pobre obra, pálido reflejo de una juventud sufrida?
6. Uno de vuestros amigos, el Sr. Théodore Pelloquet, ha publicado en Le Siècle del 6 de febrero un artículo bibliográfico sobre vos. ¿Gustaríais dirigirle algunas palabras, así como a vuestros otros amigos y colegas de literatura, entre los cuales deben encontrarse algunos pocos creyentes en la vida futura? –Resp. Les diría que el éxito presente es semejante al oro transformado en hojas secas; lo que creemos, lo que esperamos –nosotros, los ávidos espigadores del campo parisiense– es el éxito, siempre el éxito, y nunca nuestros ojos se elevan al Cielo para pensar en Aquel que juzga nuestras obras en última instancia. ¿Mis palabras los cambiarán? No; arrastrados por la vida impetuosa que consume creencia y juventud, ellos oirán distraídos y pasarán olvidados.
7. ¿Veis aquí a Gérard de Nerval, que acaba de hablarnos de vos? –Resp. Lo veo, y a Musset, así como a la amable y gran Delphine; los veo a todos; ellos me ayudan, me alientan; me enseñan a hablar.
Nota – Esta pregunta fue motivada por la siguiente comunicación, que uno de los médiums de la Sociedad había escrito espontáneamente en el inicio de la sesión.
Un hermano ha llegado entre nosotros, feliz y dispuesto; él agradece al Cielo –como acabasteis de escuchar– por su liberación un poco lenta. La tristeza, las lágrimas y la sonrisa amarga están actualmente distantes, porque ahora percibimos muy bien que la sonrisa nunca es sincera entre vosotros; lo que es lamentable y verdaderamente penoso en la Tierra, es que es preciso reír; forzosamente es preciso reírse de nada, sobre todo en Francia, cuando se estaría dispuesto a soñar solitariamente. Lo que hay de horrible para el corazón que esperó mucho, es la desilusión, ese tétrico esqueleto cuyos contornos se quieren tocar en vano; la mano inquieta y trémula no encuentra más que los huesos. ¡Qué horror! Aquel que ha creído en el amor, en la religión, en la familia, en la amistad; aquellos que impunemente pueden mirar de frente esa máscara horrorosa que petrifica, ¡ah, éstos viven, aunque petrificados! Pero los que cantan como bohemios, ¡ah, éstos mueren bien rápido: han visto la cabeza de Medusa! Mi hermano Murger era de estos últimos.
Como veis, amigos, de aquí en adelante no vivimos más solamente en nuestras obras; a vuestro llamado estaremos también junto a vosotros. Lejos de enorgullecernos con este aire de felicidad que nos envuelve, vendremos a vosotros como si aún estuviésemos en la Tierra, y Murger cantará nuevamente.
GÉRARD DE NERVAL
1. El miércoles vinisteis espontáneamente a comunicaros en casa de uno de nuestros compañeros, y dictasteis allí una página encantadora; sin embargo, allá no había nadie que os conociera personalmente; ¿queréis decirnos, por gentileza, a qué debemos el honor de vuestra visita? –Resp. He venido a dar pruebas de que vivo, para ser evocado hoy.
2. ¿Habíais sido llevado a las ideas espíritas? –Resp. Dos cosas: primero, yo las presentía; segundo, me dejaba llevar fácilmente por mis inspiraciones.
3. Parece que vuestra turbación ha durado poco tiempo, puesto que os expresáis tan prontamente, con tanta facilidad y claridad. –Resp. Fallecí con perfecto conocimiento de mí mismo y, por consecuencia, no tuve más que abrir los ojos del Espíritu, luego que se cerraron los ojos de la carne.
4. Este dictado puede ser considerado como un relato de vuestras primeras impresiones en el mundo donde estáis ahora; ¿podríais describirnos con más precisión lo que ha sucedido con vos desde el instante en que el alma dejó al cuerpo? –Resp. Me llené de alegría; volví a ver a rostros queridos que yo creía que nunca más los vería. Apenas desmaterializado, sólo tuve sensaciones casi terrenas.
5. ¿Podríais darnos una apreciación, desde vuestro punto de vista actual, de vuestra obra principal: La vie de bohème? –Resp. ¿Cómo queréis que, deslumbrado como estoy con los esplendores desconocidos de la resurrección, yo haga un examen retrospectivo de esta pobre obra, pálido reflejo de una juventud sufrida?
6. Uno de vuestros amigos, el Sr. Théodore Pelloquet, ha publicado en Le Siècle del 6 de febrero un artículo bibliográfico sobre vos. ¿Gustaríais dirigirle algunas palabras, así como a vuestros otros amigos y colegas de literatura, entre los cuales deben encontrarse algunos pocos creyentes en la vida futura? –Resp. Les diría que el éxito presente es semejante al oro transformado en hojas secas; lo que creemos, lo que esperamos –nosotros, los ávidos espigadores del campo parisiense– es el éxito, siempre el éxito, y nunca nuestros ojos se elevan al Cielo para pensar en Aquel que juzga nuestras obras en última instancia. ¿Mis palabras los cambiarán? No; arrastrados por la vida impetuosa que consume creencia y juventud, ellos oirán distraídos y pasarán olvidados.
7. ¿Veis aquí a Gérard de Nerval, que acaba de hablarnos de vos? –Resp. Lo veo, y a Musset, así como a la amable y gran Delphine; los veo a todos; ellos me ayudan, me alientan; me enseñan a hablar.
Nota – Esta pregunta fue motivada por la siguiente comunicación, que uno de los médiums de la Sociedad había escrito espontáneamente en el inicio de la sesión.
Un hermano ha llegado entre nosotros, feliz y dispuesto; él agradece al Cielo –como acabasteis de escuchar– por su liberación un poco lenta. La tristeza, las lágrimas y la sonrisa amarga están actualmente distantes, porque ahora percibimos muy bien que la sonrisa nunca es sincera entre vosotros; lo que es lamentable y verdaderamente penoso en la Tierra, es que es preciso reír; forzosamente es preciso reírse de nada, sobre todo en Francia, cuando se estaría dispuesto a soñar solitariamente. Lo que hay de horrible para el corazón que esperó mucho, es la desilusión, ese tétrico esqueleto cuyos contornos se quieren tocar en vano; la mano inquieta y trémula no encuentra más que los huesos. ¡Qué horror! Aquel que ha creído en el amor, en la religión, en la familia, en la amistad; aquellos que impunemente pueden mirar de frente esa máscara horrorosa que petrifica, ¡ah, éstos viven, aunque petrificados! Pero los que cantan como bohemios, ¡ah, éstos mueren bien rápido: han visto la cabeza de Medusa! Mi hermano Murger era de estos últimos.
Como veis, amigos, de aquí en adelante no vivimos más solamente en nuestras obras; a vuestro llamado estaremos también junto a vosotros. Lejos de enorgullecernos con este aire de felicidad que nos envuelve, vendremos a vosotros como si aún estuviésemos en la Tierra, y Murger cantará nuevamente.
El Espíritu y las rosas
(Evocación enviada por la Sra. de B..., de Nueva Orleáns)
Emma D..., linda niña fallecida a la edad de 7 años, después de 6 meses de sufrimientos, casi no comía más en las últimas seis semanas antes de su muerte.
1. Evocación. –Resp. Estoy aquí, Sra., ¿que deseáis?
2. Deseo saber dónde estáis, si sois feliz y por qué Dios les ha impuesto un pesar tan grande a vuestra encantadora madre y a vuestras hermanas, como el de vuestra muerte. –Resp. Estoy en medio de Espíritus buenos, que me aman y me instruyen; soy feliz, muy feliz; mi paso entre vosotros era sólo un resto de prueba física. Sufrí, pero ese sufrimiento no era nada; el mismo depuraba mi alma, al mismo tiempo que destruía mi pobre cuerpo. Ahora, aprendo sobre la vida del alma; estoy reencarnada, pero como Espíritu conservador; estoy en un mundo donde ninguno de nosotros permanece más tiempo que lo necesario a la duración de las enseñanzas que nos son dadas por los Grandes Espíritus. Fuera de esto viajo, previniendo infortunios y alejando tentaciones. Estoy a menudo por aquí; hay tantos pobres negros: siempre me he compadecido de ellos, pero ahora los amo. ¡Sí, los amo, pobres almas! Entre ellos hay muchos que son buenos, mejores que sus amos; e inclusive debemos compadecernos de los perezosos.
Estoy frecuentemente junto a mi madre querida; y cuando ella siente su corazón fortalecido, he sido yo quien le ha derramado el bálsamo divino. ¡Ay! Mas es preciso que ella sufra; pero más tarde todo será olvidado; y Lucie, mi amada Lucie, estará conmigo ante todo. Pero los otros vendrán; basta morir para estar así; nada más: uno cambia de cuerpo, apenas esto. Ya no tengo más aquel mal que me volvía un objeto de horror para cada uno; soy más feliz, y a la noche me inclino ante mi madre y la abrazo; ella no siente nada, pero entonces sueña conmigo, y me ve como yo era antes de mi horrible enfermedad. Comprended, señora, que soy feliz.
Yo quisiera que sean puestas rosas en el rincón del jardín donde antaño yo iba a dormir; sugerid a Lucie la idea de ponerlas allí. ¡Amaba tanto las rosas, y voy tan a menudo allá! Yo tengo rosas en ese mundo; pero Lucie duerme diariamente en mi antiguo rincón, y a cada día estoy también junto a ella; ¡la amo tanto!
3. Mi estimada niña, ¿será que yo podría veros? –Resp. No, todavía no. Aún no podéis verme; pero observad el rayo de sol sobre vuestra mesa: voy a atravesarlo. Gracias por haberme evocado; sed indulgente con mis hermanas. Adiós.
El Espíritu desapareció, haciendo sombra por un instante sobre el rayo de sol que continuaba. Al haber sido puestas las rosas en el pequeño y apreciado rincón, tres días después la médium escribió la palabra gracias en una carta, así como la firma de la niña, que hizo que escribiera lo siguiente: «Volved a comenzar vuestra carta; ¡qué le vamos a hacer! ¡Estoy tan feliz de tener una médium!» Regresaré. Gracias por las rosas. ¡Adiós!
Enseñanzas y disertaciones espíritas
La ley de Moisés y la ley del Cristo
(Comunicación obtenida por el Sr. R..., de Mulhouse)
Uno de nuestros suscriptores de Mulhouse nos dirige la carta y la comunicación siguientes: «...Aprovecho la ocasión que se presenta de escribiros para informaros sobre una comunicación que he recibido, como médium, de mi Espíritu protector, y que me parece interesante e instructiva a justo título; si la consideráis oportuna, os autorizo a hacer de ella el uso que creáis más útil. He aquí cuál ha sido el motivo de la misma. Inicialmente debo deciros que yo profeso el culto israelita, y que soy naturalmente llevado a las ideas religiosas en las cuales he sido educado. Yo había notado que, en todas las comunicaciones dadas por los Espíritus, siempre se trataban cuestiones de moral cristiana enseñadas por el Cristo, y que nunca se hablaba de la ley de Moisés. Entretanto, yo pensaba que los mandamientos de Dios, revelados por Moisés, me parecían ser el fundamento de la moral cristiana; que el Cristo pudo haber ampliado el cuadro al desarrollar sus consecuencias, pero que el germen estaba en la ley dictada en el Sinaí. Entonces me preguntaba si la mención tan frecuentemente repetida de la moral del Cristo –aunque la de Moisés no le fuese extraña– no provenía del hecho de que la mayor parte de las comunicaciones recibidas emanaban de Espíritus que habían pertenecido a la religión dominante, y si las mismas no serían un recuerdo de las ideas terrenas. Bajo la influencia de tales pensamientos evoqué a mi Espíritu protector, que fue uno de mis parientes cercanos y que se llamaba Mardoqueo R... He aquí las preguntas que le he dirigido y las respuestas que me ha dado.
1. En todas las comunicaciones dadas a la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas, se cita a Jesús como siendo el que ha enseñado la más bella moral; ¿qué debo pensar de esto? –Resp. Sí, el Cristo ha sido el iniciador de la más pura moral, la más sublime: la moral evangélico-cristiana, que habrá de renovar al mundo, aproximar a los hombres y volver a todos hermanos; la moral que hará brotar de todos los corazones humanos la caridad, el amor al prójimo; que establecerá entre todos los hombres una solidaridad en común; en fin, una moral que habrá de transformar la Tierra y hacer de ésta una morada de Espíritus superiores a los que hoy la habitan. Así se cumple la ley del progreso, a la cual está sometida la naturaleza, y el Espiritismo es una de las fuerzas vivas de que Dios se sirve para hacer avanzar a la humanidad en la senda del progreso moral. Han llegado los tiempos en que las ideas morales deben desarrollarse para que se realicen los progresos que están en los designios de Dios; ellas deben seguir el mismo camino que han recorrido las ideas de libertad, que han sido sus precursoras. Pero no debe creerse que ese desarrollo se haga sin luchas; no. Para llegar a la madurez, ellas necesitan de conmociones y discusiones, a fin de atraer la atención de las masas; pero una vez llamada la atención, la belleza y la santidad de la moral impactarán a los Espíritus y éstos se dedicarán a una ciencia que les da la clave de la vida futura y que les abre las puertas de la eterna felicidad.
Dios es único, y Moisés es el Espíritu que Dios ha enviado en misión para darlo a conocer, no sólo a los hebreos, sino también a los pueblos paganos. El pueblo hebreo ha sido el instrumento del cual Dios se ha servido para hacer su revelación por medio de Moisés y de los profetas, y las vicisitudes de ese pueblo tan notable eran para llamar la atención de los hombres y para hacer caer el velo que ocultaba a la Divinidad.
2. ¿En qué, pues, la moral de Moisés es inferior a la del Cristo? –Resp. La moral que Moisés enseñó era apropiada al estado de adelanto en que se encontraban los pueblos que dicha moral estaba llamada a regenerar; y esos pueblos, casi salvajes en cuanto al perfeccionamiento de su alma, no hubieran comprendido que se pudiese adorar a Dios de otra manera que por medio de holocaustos, ni que fuese necesario perdonar a un enemigo. Su inteligencia –notable desde el punto de vista de la materia e incluso desde el de las artes y las ciencias– estaba muy atrasada en moralidad, y no se hubiese convertido bajo la influencia de una religión completamente espiritual; necesitaban una representación semimaterial, tal como la que ofrecía entonces la religión hebrea. Así, los holocaustos hablaban a sus sentidos, mientras que la idea de Dios hablaba a su Espíritu.
Los mandamientos de Dios, dados por intermedio de Moisés, contienen el germen de la más amplia moral cristiana; pero los comentarios de la Biblia limitaban su sentido, porque si esa moral se hubiese puesto en práctica en toda su pureza, no habría sido comprendida por entonces. Sin embargo, los diez mandamientos de Dios no dejaron por ello de ser su brillante frontispicio, como un faro que debía iluminar a la humanidad en el camino que habría de recorrer. Moisés abrió el camino; Jesús continuó la obra; el Espiritismo la concluirá.
3. El sábado ¿es un día consagrado? –Resp. Sí, el sábado es un día consagrado al reposo, a la oración; es el emblema de la eterna felicidad a la que aspiran todos los Espíritus, y a la cual solamente llegarán después de haberse perfeccionado por medio del trabajo, y después de haberse despojado de todas las impurezas del corazón humano a través de las reencarnaciones.
4. ¿Cómo se explica, entonces, que cada secta haya consagrado un día diferente? –Resp. Es cierto que cada secta ha consagrado un día diferente, pero esto no es un motivo para no ponerse de acuerdo. Dios acepta las plegarias y las formas de cada religión, desde que los actos correspondan a las enseñanzas. Sea cual fuere la forma con la que se invoque a Dios, la oración le es agradable si la intención es pura.
5. ¿Puede esperarse el establecimiento de una religión universal? –Resp. No en nuestro planeta o, al menos, no antes que haya hecho progresos, que algunos millares de generaciones aún no verán.
MARDOQUEO R...
(Comunicación obtenida por el Sr. R..., de Mulhouse)
Uno de nuestros suscriptores de Mulhouse nos dirige la carta y la comunicación siguientes: «...Aprovecho la ocasión que se presenta de escribiros para informaros sobre una comunicación que he recibido, como médium, de mi Espíritu protector, y que me parece interesante e instructiva a justo título; si la consideráis oportuna, os autorizo a hacer de ella el uso que creáis más útil. He aquí cuál ha sido el motivo de la misma. Inicialmente debo deciros que yo profeso el culto israelita, y que soy naturalmente llevado a las ideas religiosas en las cuales he sido educado. Yo había notado que, en todas las comunicaciones dadas por los Espíritus, siempre se trataban cuestiones de moral cristiana enseñadas por el Cristo, y que nunca se hablaba de la ley de Moisés. Entretanto, yo pensaba que los mandamientos de Dios, revelados por Moisés, me parecían ser el fundamento de la moral cristiana; que el Cristo pudo haber ampliado el cuadro al desarrollar sus consecuencias, pero que el germen estaba en la ley dictada en el Sinaí. Entonces me preguntaba si la mención tan frecuentemente repetida de la moral del Cristo –aunque la de Moisés no le fuese extraña– no provenía del hecho de que la mayor parte de las comunicaciones recibidas emanaban de Espíritus que habían pertenecido a la religión dominante, y si las mismas no serían un recuerdo de las ideas terrenas. Bajo la influencia de tales pensamientos evoqué a mi Espíritu protector, que fue uno de mis parientes cercanos y que se llamaba Mardoqueo R... He aquí las preguntas que le he dirigido y las respuestas que me ha dado.
1. En todas las comunicaciones dadas a la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas, se cita a Jesús como siendo el que ha enseñado la más bella moral; ¿qué debo pensar de esto? –Resp. Sí, el Cristo ha sido el iniciador de la más pura moral, la más sublime: la moral evangélico-cristiana, que habrá de renovar al mundo, aproximar a los hombres y volver a todos hermanos; la moral que hará brotar de todos los corazones humanos la caridad, el amor al prójimo; que establecerá entre todos los hombres una solidaridad en común; en fin, una moral que habrá de transformar la Tierra y hacer de ésta una morada de Espíritus superiores a los que hoy la habitan. Así se cumple la ley del progreso, a la cual está sometida la naturaleza, y el Espiritismo es una de las fuerzas vivas de que Dios se sirve para hacer avanzar a la humanidad en la senda del progreso moral. Han llegado los tiempos en que las ideas morales deben desarrollarse para que se realicen los progresos que están en los designios de Dios; ellas deben seguir el mismo camino que han recorrido las ideas de libertad, que han sido sus precursoras. Pero no debe creerse que ese desarrollo se haga sin luchas; no. Para llegar a la madurez, ellas necesitan de conmociones y discusiones, a fin de atraer la atención de las masas; pero una vez llamada la atención, la belleza y la santidad de la moral impactarán a los Espíritus y éstos se dedicarán a una ciencia que les da la clave de la vida futura y que les abre las puertas de la eterna felicidad.
Dios es único, y Moisés es el Espíritu que Dios ha enviado en misión para darlo a conocer, no sólo a los hebreos, sino también a los pueblos paganos. El pueblo hebreo ha sido el instrumento del cual Dios se ha servido para hacer su revelación por medio de Moisés y de los profetas, y las vicisitudes de ese pueblo tan notable eran para llamar la atención de los hombres y para hacer caer el velo que ocultaba a la Divinidad.
2. ¿En qué, pues, la moral de Moisés es inferior a la del Cristo? –Resp. La moral que Moisés enseñó era apropiada al estado de adelanto en que se encontraban los pueblos que dicha moral estaba llamada a regenerar; y esos pueblos, casi salvajes en cuanto al perfeccionamiento de su alma, no hubieran comprendido que se pudiese adorar a Dios de otra manera que por medio de holocaustos, ni que fuese necesario perdonar a un enemigo. Su inteligencia –notable desde el punto de vista de la materia e incluso desde el de las artes y las ciencias– estaba muy atrasada en moralidad, y no se hubiese convertido bajo la influencia de una religión completamente espiritual; necesitaban una representación semimaterial, tal como la que ofrecía entonces la religión hebrea. Así, los holocaustos hablaban a sus sentidos, mientras que la idea de Dios hablaba a su Espíritu.
Los mandamientos de Dios, dados por intermedio de Moisés, contienen el germen de la más amplia moral cristiana; pero los comentarios de la Biblia limitaban su sentido, porque si esa moral se hubiese puesto en práctica en toda su pureza, no habría sido comprendida por entonces. Sin embargo, los diez mandamientos de Dios no dejaron por ello de ser su brillante frontispicio, como un faro que debía iluminar a la humanidad en el camino que habría de recorrer. Moisés abrió el camino; Jesús continuó la obra; el Espiritismo la concluirá.
3. El sábado ¿es un día consagrado? –Resp. Sí, el sábado es un día consagrado al reposo, a la oración; es el emblema de la eterna felicidad a la que aspiran todos los Espíritus, y a la cual solamente llegarán después de haberse perfeccionado por medio del trabajo, y después de haberse despojado de todas las impurezas del corazón humano a través de las reencarnaciones.
4. ¿Cómo se explica, entonces, que cada secta haya consagrado un día diferente? –Resp. Es cierto que cada secta ha consagrado un día diferente, pero esto no es un motivo para no ponerse de acuerdo. Dios acepta las plegarias y las formas de cada religión, desde que los actos correspondan a las enseñanzas. Sea cual fuere la forma con la que se invoque a Dios, la oración le es agradable si la intención es pura.
5. ¿Puede esperarse el establecimiento de una religión universal? –Resp. No en nuestro planeta o, al menos, no antes que haya hecho progresos, que algunos millares de generaciones aún no verán.
Lecciones familiares de moral
(Enviadas por la condesa F..., de Varsovia, médium; traducidas del polaco.)
I
Queridos hijos míos: vuestra manera de comprender la voluntad de Dios es errónea, ya que tomáis todo lo que sucede como la expresión de esta voluntad. Dios conoce ciertamente todo lo que fue, todo lo que es y todo lo que será; su santa voluntad, siendo siempre
la expresión de su amor divino, trae al realizarse la gracia y la bendición, mientras que el hombre, al desviarse de esta única senda, atrae sufrimientos que no son más que advertencias. El hombre de la actualidad, cegado infelizmente por el orgullo de su Espíritu o cubierto con el fango de sus pasiones, no quiere comprenderlas. Ahora bien, hijos míos, sabed que se acerca el tiempo en que el reino de la voluntad de Dios comenzará en la Tierra; entonces, desventurado aquel que aún osa oponerse a dicha voluntad, porque será quebrado como una caña, mientras que aquellos que se hayan enmendado verán abrirse para sí mismos los tesoros de la misericordia infinita. De este modo, veis que si la voluntad de Dios es la expresión de su amor, y por esto mismo inmutable y eterna, todo acto de rebeldía contra esta voluntad –aunque soportado con incomprensible sabiduría– no es más que temporal y pasajero, siendo más bien una prueba de la paciente misericordia de Dios, que la expresión de su voluntad.
II
Veo con placer, hijos míos, que vuestra fe no se debilita, a pesar de los ataques de los incrédulos. Si todos los hombres hubiesen acogido con el mismo esmero, con la misma perseverancia y sobre todo con la misma pureza de intenciones esta manifestación extraordinaria de la bondad divina –nueva puerta abierta a vuestro adelanto–, habría sido una prueba evidente de que el mundo no es tan malo ni tan endurecido como parece, y que –lo que es inadmisible– la mano de Dios se hubiera vuelto injustamente más pesada sobre los seres humanos. Por lo tanto, no os admiréis con la oposición que el Espiritismo encuentra en el mundo; destinado a combatir victoriosamente el egoísmo y a conseguir el triunfo de la caridad, Él está naturalmente expuesto a las persecuciones del egoísmo, del fanatismo, que a menudo deriva de ese egoísmo. Recordad lo que ha sido dicho hace tantos siglos: «Muchos son los llamados y pocos los escogidos». Pero el bien que viene de Dios, siempre terminará triunfando sobre el mal que viene de los hombres.
III
Dios ha hecho que la fe y la caridad desciendan a la Tierra para ayudar a los hombres a sacudir la doble tiranía del pecado y de la arbitrariedad, y no hay duda que con esos dos divinos motores, hace mucho tiempo ellos habrían alcanzado una felicidad tan perfecta como lo permiten la naturaleza humana y el estado físico de vuestro globo, si los hombres no hubiesen dejado que la fe se debilitara y que los corazones se endurecieran. Inclusive llegaron a creer por un momento que podrían desconsiderar la fe y salvarse exclusivamente por la caridad. Fue entonces que se vio nacer esa multitud de sistemas sociales, buenos en la intención que los movía, pero defectuosos e impracticables en la forma. Y diréis, ¿por qué son impracticables? ¿No están asentados en el desinterés de cada uno? Sí, indudablemente; pero para asentarse en el desinterés, primero es necesario que el desinterés exista; ahora bien, no basta decretarlo, es preciso inspirarlo. Sin la fe que da la certeza de las compensaciones de la vida futura, el desinterés es un engaño a los ojos del egoísta; he aquí por qué son inestables los sistemas que apenas reposan en los intereses materiales, y esto es tan cierto que el hombre no podría construir nada armonioso y duradero sin la fe, que no solamente le da una fuerza moral superior a todas las fuerzas físicas, sino que le abre la asistencia del mundo espiritual, permitiéndole beber en la fuente de la omnipotencia divina.
IV
«De igual modo vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os mandaron, decid: No somos más que unos pobres siervos; sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer». Estas palabras del Cristo os enseñan la humildad como la primera base de la fe y una de las primeras condiciones de la caridad. Aquel que tiene fe no olvida que Dios conoce todas las imperfecciones; por consecuencia, nunca piensa en querer parecer mejor de lo que es a los ojos del prójimo. El que tiene humildad siempre acoge con mansedumbre los reproches que le hacen, por más injustos que sean, porque –sabedlo bien– la injusticia jamás irrita al justo; pero es poniendo el dedo en alguna llaga envenenada de vuestra alma que se hace subir a vuestro rostro el rubor de la vergüenza, indicio cierto de un orgullo mal disimulado. Hijos míos, el orgullo es el mayor obstáculo a vuestro perfeccionamiento, porque de manera alguna os deja aprovechar las lecciones que os dan; por lo tanto, es combatiéndolo sin tregua y sin cuartel que trabajaréis mejor para vuestro adelanto.
V
Si echáis una mirada sobre el mundo que os rodea, veréis que todo es armonía: la armonía del mundo material es lo bello; entretanto, es aún la parte menos noble de la Creación. La armonía del mundo espiritual es el amor, emanación divina que llena los espacios y conduce a la criatura a su Creador. Hijos míos, tratad de llenar vuestros corazones con el amor; todo lo que podríais hacer de grande fuera de esta ley, no os sería tomado en cuenta; sólo el amor, cuando hayáis asegurado su triunfo en la Tierra, hará venir a vosotros el reino de Dios, prometido por los apóstoles.
Los Misioneros
(Comunicación enviada por el Sr. Sabò, de Burdeos)
Voy a deciros algunas palabras para daros una idea del objetivo que se proponen los Misioneros al dejar la patria y la familia para ir a evangelizar a pueblos ignorantes o feroces, hermanos que son, pero inclinados al mal y desconocedores del bien; o para ir a predicar la mortificación, la confianza en Dios, la oración, la fe, la resignación en el dolor, la caridad, la esperanza de una vida mejor después del arrepentimiento. Preguntaréis, ¿esto es Espiritismo? Sí, almas de élite, que siempre habéis servido a Dios y que fielmente habéis observado sus leyes; que amáis y socorréis a vuestro prójimo: vosotros sois espíritas. Pero no conocéis esta palabra de creación nueva y véis un peligro en la misma. ¡Pues bien! Puesto que la palabra os asusta, no la pronunciemos más delante de vosotros, hasta que vosotros mismos vengáis a pedir este nombre, que resume la existencia de los Espíritus y sus manifestaciones: el Espiritismo. Hermanos amados, ¿qué son los Misioneros junto a las naciones que están en la infancia? Espíritus en misión, enviados por Dios, nuestro Padre, para esclarecer a pobres Espíritus más ignorantes; para enseñarles a esperar en Él, a conocerlo, a amarlo, a ser buenos esposos, buenos padres, buenos para con sus semejantes; para darles, tanto como permita su naturaleza inculta, la idea del bien y de lo bello. Ahora bien, vosotros que os enorgullecéis tanto de vuestra inteligencia, sabed que habéis partido de tan abajo como ellos y que aún tenéis mucho que realizar para llegar al más alto grado. Amigos míos, sin las misiones y los Misioneros, yo os pregunto, ¿en qué se volverían esas pobres personas, abandonadas a sus pasiones y a su naturaleza salvaje? Pero habréis de preguntar: ¿Sois vosotros que, a ejemplo de esos hombres abnegados, iréis a predicar el Evangelio a esos hermanos rudos? No, no seréis vosotros. Tenéis familia, amigos, una posición que no podéis abandonar. No, no seréis vosotros, que gustáis de las ternuras del hogar. No, no seréis vosotros, que tenéis fortuna, honras, en fin, todas las felicidades que satisfacen vuestra vanidad y vuestro egoísmo; no, no seréis vosotros. Son necesarios hombres que dejen el techo paterno y la patria con alegría; hombres que no den excesiva importancia al cuerpo, porque frecuentemente él es cortado a sangre y fuego; son necesarios hombres que estén bien convencidos de que, si van a trabajar en la viña del Señor y regarla con su propia sangre, encontrarán en lo Alto la recompensa de tantos sacrificios. ¿Decid si los materialistas serían capaces de tal abnegación, ellos que nada más esperan de esta vida? Creedme, son Espíritus enviados por Dios. Por lo tanto, no riáis más de aquello que llamáis de tontería, porque ellos son instruidos y, al exponer sus vidas para esclarecer a sus hermanos ignorantes, tienen derecho a vuestro respeto y a vuestra simpatía. Sí, son Espíritus encarnados que tienen la peligrosa misión de cultivar esas inteligencias, como otros Espíritus más elevados tienen como misión hacer que vosotros mismos progreséis.
Amigos míos, lo que acabamos de hacer es Espiritismo; no os asustéis, pues, con esta palabra; sobre todo, no os riáis de Él, porque es el símbolo de la ley universal que rige los seres vivos de la Creación.
ADOLFO, obispo de Argel.
(Comunicación enviada por el Sr. Sabò, de Burdeos)
Voy a deciros algunas palabras para daros una idea del objetivo que se proponen los Misioneros al dejar la patria y la familia para ir a evangelizar a pueblos ignorantes o feroces, hermanos que son, pero inclinados al mal y desconocedores del bien; o para ir a predicar la mortificación, la confianza en Dios, la oración, la fe, la resignación en el dolor, la caridad, la esperanza de una vida mejor después del arrepentimiento. Preguntaréis, ¿esto es Espiritismo? Sí, almas de élite, que siempre habéis servido a Dios y que fielmente habéis observado sus leyes; que amáis y socorréis a vuestro prójimo: vosotros sois espíritas. Pero no conocéis esta palabra de creación nueva y véis un peligro en la misma. ¡Pues bien! Puesto que la palabra os asusta, no la pronunciemos más delante de vosotros, hasta que vosotros mismos vengáis a pedir este nombre, que resume la existencia de los Espíritus y sus manifestaciones: el Espiritismo. Hermanos amados, ¿qué son los Misioneros junto a las naciones que están en la infancia? Espíritus en misión, enviados por Dios, nuestro Padre, para esclarecer a pobres Espíritus más ignorantes; para enseñarles a esperar en Él, a conocerlo, a amarlo, a ser buenos esposos, buenos padres, buenos para con sus semejantes; para darles, tanto como permita su naturaleza inculta, la idea del bien y de lo bello. Ahora bien, vosotros que os enorgullecéis tanto de vuestra inteligencia, sabed que habéis partido de tan abajo como ellos y que aún tenéis mucho que realizar para llegar al más alto grado. Amigos míos, sin las misiones y los Misioneros, yo os pregunto, ¿en qué se volverían esas pobres personas, abandonadas a sus pasiones y a su naturaleza salvaje? Pero habréis de preguntar: ¿Sois vosotros que, a ejemplo de esos hombres abnegados, iréis a predicar el Evangelio a esos hermanos rudos? No, no seréis vosotros. Tenéis familia, amigos, una posición que no podéis abandonar. No, no seréis vosotros, que gustáis de las ternuras del hogar. No, no seréis vosotros, que tenéis fortuna, honras, en fin, todas las felicidades que satisfacen vuestra vanidad y vuestro egoísmo; no, no seréis vosotros. Son necesarios hombres que dejen el techo paterno y la patria con alegría; hombres que no den excesiva importancia al cuerpo, porque frecuentemente él es cortado a sangre y fuego; son necesarios hombres que estén bien convencidos de que, si van a trabajar en la viña del Señor y regarla con su propia sangre, encontrarán en lo Alto la recompensa de tantos sacrificios. ¿Decid si los materialistas serían capaces de tal abnegación, ellos que nada más esperan de esta vida? Creedme, son Espíritus enviados por Dios. Por lo tanto, no riáis más de aquello que llamáis de tontería, porque ellos son instruidos y, al exponer sus vidas para esclarecer a sus hermanos ignorantes, tienen derecho a vuestro respeto y a vuestra simpatía. Sí, son Espíritus encarnados que tienen la peligrosa misión de cultivar esas inteligencias, como otros Espíritus más elevados tienen como misión hacer que vosotros mismos progreséis.
Amigos míos, lo que acabamos de hacer es Espiritismo; no os asustéis, pues, con esta palabra; sobre todo, no os riáis de Él, porque es el símbolo de la ley universal que rige los seres vivos de la Creación.
Francia
(Comunicación enviada por el Sr. Sabò, de Burdeos)
Tierra de los francos: tú también estabas inmersa en la barbarie, y tus cohortes salvajes llevaban el pavor y la desolación hasta el seno de las naciones civilizadas. Ofrecías montañas de sacrificios humanos a Teutates y temblabas ante la voz de los druidas que elegían a sus víctimas. Los dólmenes que te servían de altares ¡yacen en medio de páramos estériles! Y el pastor que hacia allí lleva sus flacos rebaños observa con asombro esos bloques de granito, y se pregunta ¡para qué han servido esos recuerdos de otros tiempos! Tus hijos, entretanto, llenos de bravura, dominaban a las naciones y volvían a la tierra natal con la frente triunfante, llevando en sus manos los trofeos de sus victorias ¡y arrastrando a los vencidos a una vergonzosa esclavitud! Pero Dios quería que tomaras tu lugar entre las naciones, y te envió Espíritus buenos, apóstoles de una nueva religión, que venían a enseñar a tus hijos salvajes el amor, el perdón, la caridad. Y cuando Clodoveo, al frente de sus ejércitos, pidió socorro a ese Dios poderoso, Él acudió a su ruego, le dio la victoria y, como hijo agradecido, ¡el vencedor abrazó el Cristianismo! El apóstol del Cristo, al derramarle la santa unción, inspirado por el Espíritu de Dios, le ordenó adorar lo que había quemado, y quemar lo que había adorado.
Entonces comenzó para ti una larga lucha entre tus hijos, que no se decidían a afrontar la cólera de sus dioses y de sus sacerdotes, y no fue sino después de que la sangre de los mártires regó tu suelo, a fin de hacer germinar allí sus enseñanzas, que poco a poco sacudiste de tu corazón el culto de tus antepasados, para seguir el de tus reyes. Éstos eran bravos y valientes; a su turno iban a combatir a las hordas salvajes de los bárbaros del Norte; y, al volver a la calma de sus palacios, se aplicaban al progreso y a la civilización de sus pueblos. Durante una larga serie de siglos se los ve cumplir ese progreso –lentamente, es verdad–, pero finalmente ellos te han colocado en primera línea.
A pesar de ello, tantas veces fuiste culpable que el brazo de Dios se levantó y estaba preparado para exterminarte; pero si el suelo francés es un foco de incredulidad y de ateísmo, es también el foco de impulsos generosos, de la caridad y de los sublimes sacrificios; al lado de la impiedad florecen las virtudes enseñadas por el Evangelio. Ellas desarmaron su brazo, preparado para alcanzarte tantas veces y, al lanzar sobre ese pueblo que ama una mirada de clemencia, Él lo eligió para ser el instrumento de su voluntad, y es de su seno que deben salir los gérmenes de la Doctrina Espírita, que Dios hace enseñar por medio de los Espíritus buenos, a fin de que sus rayos benéficos penetren poco a poco el corazón de todas las naciones, y que los pueblos, consolados por preceptos de amor, de caridad, de perdón y de justicia, marchen a pasos de gigante hacia la gran reforma moral que debe regenerar a la Humanidad. ¡Francia! Tu futuro está en tus manos; si menosprecias la voz celestial que te llama a esos gloriosos destinos; si tu indiferencia te hace rechazar la luz que debes esparcir, Dios te repudiaría, como antaño repudió al pueblo hebreo, pues Él estará con aquel que cumpla sus designios. ¡Apresúrate, entonces, porque el momento ha llegado! Que los pueblos aprendan de ti el camino de la verdadera felicidad; que tu ejemplo les muestre los frutos consoladores que deben retirar, y ellos repetirán a coro con los Espíritus buenos: ¡Dios proteja y bendiga a Francia!
CARLOMAGNO
(Comunicación enviada por el Sr. Sabò, de Burdeos)
Tierra de los francos: tú también estabas inmersa en la barbarie, y tus cohortes salvajes llevaban el pavor y la desolación hasta el seno de las naciones civilizadas. Ofrecías montañas de sacrificios humanos a Teutates y temblabas ante la voz de los druidas que elegían a sus víctimas. Los dólmenes que te servían de altares ¡yacen en medio de páramos estériles! Y el pastor que hacia allí lleva sus flacos rebaños observa con asombro esos bloques de granito, y se pregunta ¡para qué han servido esos recuerdos de otros tiempos! Tus hijos, entretanto, llenos de bravura, dominaban a las naciones y volvían a la tierra natal con la frente triunfante, llevando en sus manos los trofeos de sus victorias ¡y arrastrando a los vencidos a una vergonzosa esclavitud! Pero Dios quería que tomaras tu lugar entre las naciones, y te envió Espíritus buenos, apóstoles de una nueva religión, que venían a enseñar a tus hijos salvajes el amor, el perdón, la caridad. Y cuando Clodoveo, al frente de sus ejércitos, pidió socorro a ese Dios poderoso, Él acudió a su ruego, le dio la victoria y, como hijo agradecido, ¡el vencedor abrazó el Cristianismo! El apóstol del Cristo, al derramarle la santa unción, inspirado por el Espíritu de Dios, le ordenó adorar lo que había quemado, y quemar lo que había adorado.
Entonces comenzó para ti una larga lucha entre tus hijos, que no se decidían a afrontar la cólera de sus dioses y de sus sacerdotes, y no fue sino después de que la sangre de los mártires regó tu suelo, a fin de hacer germinar allí sus enseñanzas, que poco a poco sacudiste de tu corazón el culto de tus antepasados, para seguir el de tus reyes. Éstos eran bravos y valientes; a su turno iban a combatir a las hordas salvajes de los bárbaros del Norte; y, al volver a la calma de sus palacios, se aplicaban al progreso y a la civilización de sus pueblos. Durante una larga serie de siglos se los ve cumplir ese progreso –lentamente, es verdad–, pero finalmente ellos te han colocado en primera línea.
A pesar de ello, tantas veces fuiste culpable que el brazo de Dios se levantó y estaba preparado para exterminarte; pero si el suelo francés es un foco de incredulidad y de ateísmo, es también el foco de impulsos generosos, de la caridad y de los sublimes sacrificios; al lado de la impiedad florecen las virtudes enseñadas por el Evangelio. Ellas desarmaron su brazo, preparado para alcanzarte tantas veces y, al lanzar sobre ese pueblo que ama una mirada de clemencia, Él lo eligió para ser el instrumento de su voluntad, y es de su seno que deben salir los gérmenes de la Doctrina Espírita, que Dios hace enseñar por medio de los Espíritus buenos, a fin de que sus rayos benéficos penetren poco a poco el corazón de todas las naciones, y que los pueblos, consolados por preceptos de amor, de caridad, de perdón y de justicia, marchen a pasos de gigante hacia la gran reforma moral que debe regenerar a la Humanidad. ¡Francia! Tu futuro está en tus manos; si menosprecias la voz celestial que te llama a esos gloriosos destinos; si tu indiferencia te hace rechazar la luz que debes esparcir, Dios te repudiaría, como antaño repudió al pueblo hebreo, pues Él estará con aquel que cumpla sus designios. ¡Apresúrate, entonces, porque el momento ha llegado! Que los pueblos aprendan de ti el camino de la verdadera felicidad; que tu ejemplo les muestre los frutos consoladores que deben retirar, y ellos repetirán a coro con los Espíritus buenos: ¡Dios proteja y bendiga a Francia!
La ingratitud
(Disertación enviada por el Sr. Pichon, médium de Sens)
Es necesario ayudar siempre a los frágiles y a los que tienen el deseo de hacer el bien, aunque sepamos de antemano que no seremos recompensados por aquellos a quien lo hacemos, porque el que se niega a agradeceros por la asistencia que le habéis dado, no siempre es tan ingrato como imagináis: bien a menudo éste actúa según los fines que Dios se ha propuesto, y muy frecuentemente sus fines no pueden ser apreciados por vosotros. Que os baste saber que es necesario hacer el bien por deber y por amor a Dios, porque Jesús ha dicho: «Quienes hacen el bien con ostentación ya han recibido su recompensa». Sabed que si aquel a quien ayudáis se olvida de ese beneficio, Dios os lo tendrá más en cuenta de que si ya hubieseis sido recompensados por la gratitud de vuestro beneficiado.
Sócrates ALLAN KARDEC
(Disertación enviada por el Sr. Pichon, médium de Sens)
Es necesario ayudar siempre a los frágiles y a los que tienen el deseo de hacer el bien, aunque sepamos de antemano que no seremos recompensados por aquellos a quien lo hacemos, porque el que se niega a agradeceros por la asistencia que le habéis dado, no siempre es tan ingrato como imagináis: bien a menudo éste actúa según los fines que Dios se ha propuesto, y muy frecuentemente sus fines no pueden ser apreciados por vosotros. Que os baste saber que es necesario hacer el bien por deber y por amor a Dios, porque Jesús ha dicho: «Quienes hacen el bien con ostentación ya han recibido su recompensa». Sabed que si aquel a quien ayudáis se olvida de ese beneficio, Dios os lo tendrá más en cuenta de que si ya hubieseis sido recompensados por la gratitud de vuestro beneficiado.
Abril
Una palabra más sobre el Sr. Deschanel, del Journal des Débats
En el número anterior de la Revista Espírita, nuestros lectores pudieron ver, al lado de nuestras reflexiones sobre el artículo del Sr. Deschanel, la carta personal que le hemos dirigido. Esta carta, muy corta, cuya inserción le pedíamos, tenía como objeto rectificar un grave error que él había cometido en su apreciación. Presentar a la Doctrina Espírita como asentada en el más grosero materialismo, era desvirtuar completamente su espíritu, puesto que Ella, al contrario, tiende a destruir las ideas materialistas. Había en su artículo muchos otros errores que podríamos haber señalado, pero aquél era demasiado capital como para quedar sin respuesta; tenía una gravedad real porque tendía a causar un verdadero descrédito entre los numerosos adeptos del Espiritismo. El Sr. Deschanel no consideró un deber atender a nuestro pedido, y he aquí la respuesta que él nos ha dirigido:
«Señor,
«He recibido la carta que me habéis hecho el honor de escribir el 25 de febrero. Vuestro editor, el Sr. Didier, ha tenido a bien encargarme de explicaros que había sido ante su reiterado pedido que yo había consentido en hacer una reseña en el Journal des Débats de vuestro El Libro de los Espíritus, con la condición de criticarlo tanto como yo quisiese; éste era nuestro acuerdo tácito. Os agradezco por haber comprendido que, en estas circunstancias, usar vuestro derecho de respuesta hubiera sido estrictamente legal, pero
seguramente menos delicado que la abstención que habíais consentido, tal como el Sr. Didier me informó esta mañana.
«Atentamente,
É. DESCHANEL.»
En el número anterior de la Revista Espírita, nuestros lectores pudieron ver, al lado de nuestras reflexiones sobre el artículo del Sr. Deschanel, la carta personal que le hemos dirigido. Esta carta, muy corta, cuya inserción le pedíamos, tenía como objeto rectificar un grave error que él había cometido en su apreciación. Presentar a la Doctrina Espírita como asentada en el más grosero materialismo, era desvirtuar completamente su espíritu, puesto que Ella, al contrario, tiende a destruir las ideas materialistas. Había en su artículo muchos otros errores que podríamos haber señalado, pero aquél era demasiado capital como para quedar sin respuesta; tenía una gravedad real porque tendía a causar un verdadero descrédito entre los numerosos adeptos del Espiritismo. El Sr. Deschanel no consideró un deber atender a nuestro pedido, y he aquí la respuesta que él nos ha dirigido:
«Señor,
«He recibido la carta que me habéis hecho el honor de escribir el 25 de febrero. Vuestro editor, el Sr. Didier, ha tenido a bien encargarme de explicaros que había sido ante su reiterado pedido que yo había consentido en hacer una reseña en el Journal des Débats de vuestro El Libro de los Espíritus, con la condición de criticarlo tanto como yo quisiese; éste era nuestro acuerdo tácito. Os agradezco por haber comprendido que, en estas circunstancias, usar vuestro derecho de respuesta hubiera sido estrictamente legal, pero
seguramente menos delicado que la abstención que habíais consentido, tal como el Sr. Didier me informó esta mañana.
«Atentamente,
Esta carta es inexacta en varios puntos. Es cierto que el Sr. Didier envió al Sr. Deschanel un ejemplar de El Libro de los Espíritus, como se hace comúnmente del editor al periodista; pero lo que no es exacto es que el Sr. Didier se haya encargado de no explicarnos nada sobre sus supuestas insistencias reiteradas para que le hiciera una reseña. Si el Sr. Deschanel se juzgó en el derecho de dedicarle 24 columnas de escarnios, esto nos permitirá creer que no ha sido por condescendencia ni por deferencia al Sr. Didier. Además, como ya lo hemos dicho, no ha sido por eso que nos lamentamos: la crítica era un derecho suyo y, desde el momento en que no comparte nuestra manera de ver, era libre de apreciar la obra desde su punto de vista, como ocurre todos los días. Unos ponen las cosas en las nubes, mientras que otros las difaman, pero ni uno ni otro de esos juicios es inapelable; en última instancia, el único juez es el público, y sobre todo el público futuro, que es ajeno a las pasiones y a las intrigas del momento. Los elogios complacientes de las camarillas no le impiden de enterrar para siempre lo que es realmente malo, y lo que es verdaderamente bueno sobrevive a pesar de las diatribas de la envidia y de los celos.
De esta verdad, dos fábulas darán fe,
Tanto abundan las pruebas,
había dicho La Fontaine; nosotros no citaremos dos fábulas, sino dos hechos. En el momento de su aparición, Fedra, de Racine, tenía contra sí la corte y el pueblo de la ciudad, y fue escarnecida; el autor sufrió tantos disgustos que a los 38 años renunció a escribir para teatro. Al contrario, Fedra, de Pradon, fue exaltada exageradamente; ¿cuál es hoy la real situación de esas dos obras? Otro libro más modesto, Paul et Virginie, fue declarado nacido muerto por el ilustre Buffon, que lo encontró falto de gracia e insípido; sin embargo, se sabe que nunca un libro fue tan popular. Con estos dos ejemplos, nuestro objetivo es simplemente probar que la opinión de un crítico –sea cual fuere su mérito– es siempre una opinión personal, no siempre ratificada por la posteridad. Pero volvamos de Buffon al Sr. Deschanel, sin comparación, porque Buffon se equivocó redondamente, mientras que el Sr. Deschanel cree indudablemente que no dirán lo mismo de él.
En sua carta, el Sr. Deschanel reconoce que nuestro derecho de respuesta hubiera sido estrictamente legal, pero le parece que es más delicado de nuestra parte no ejercerlo; también se equivoca completamente cuando dice que nosotros hemos consentido con una abstención, lo que daría a entender que hemos aceptado su solicitación, aun cuando el Sr. Didier hubiera sido encargado de informárselo; ahora bien, nada es menos exacto que eso. No habíamos pensado en exigir la inserción de un derecho de respuesta; él es libre de considerar que nuestra Doctrina es mala, detestable, absurda, y de gritarlo a los cuatro vientos, pero esperábamos de su lealtad la publicación de nuestra carta para rectificar un alegato falso, y que podría perjudicar nuestra reputación, porque nos acusa de profesar y de propagar las mismas doctrinas que nosotros combatemos como subversivas del orden social y de la moral pública. No le pedíamos una retractación, a la cual su amor propio se habría rehusado, sino simplemente la inclusión de nuestra protesta; por cierto que no estaríamos abusando del derecho de respuesta, puesto que en cambio de veinticuatro columnas, le pedíamos solamente de treinta a cuarenta líneas. Nuestros lectores sabrán evaluar su negativa; si él ha consentido en ver una delicadeza en nuestro proceder, no podríamos decir lo mismo con referencia al suyo.
Cuando el Sr. abate Chesnel publicó en L’Univers, en 1859, su artículo sobre Espiritismo, dio de la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas una idea igualmente falsa al presentarla como una secta religiosa con su culto y sus sacerdotes; este alegato desvirtuaba completamente su objetivo y sus propósitos, y podía confundir a la opinión pública. Dicho alegato era aún más erróneo porque el reglamento de la Sociedad prohíbe ocuparse de materias religiosas; en efecto, no se concebiría una Sociedad religiosa que no pudiera ocuparse de religión. Hemos protestado contra esa aserción, no por algunas líneas, sino por un artículo entero y detenidamente fundamentado que, a nuestro simple pedido, L’Univers creyó un deber incluir. Lamentamos que, en circunstancia similar, el Sr. Deschanel, del Journal des Débats, se crea menos obligado moralmente a restablecer la verdad que los Sres. de L’Univers. Si no fuese una cuestión de derecho, sería siempre una cuestión de lealtad; reservarse el derecho de ataque sin admitir la defensa, es un medio fácil de hacer creer a sus lectores que él tiene razón.
De esta verdad, dos fábulas darán fe,
Tanto abundan las pruebas,
había dicho La Fontaine; nosotros no citaremos dos fábulas, sino dos hechos. En el momento de su aparición, Fedra, de Racine, tenía contra sí la corte y el pueblo de la ciudad, y fue escarnecida; el autor sufrió tantos disgustos que a los 38 años renunció a escribir para teatro. Al contrario, Fedra, de Pradon, fue exaltada exageradamente; ¿cuál es hoy la real situación de esas dos obras? Otro libro más modesto, Paul et Virginie, fue declarado nacido muerto por el ilustre Buffon, que lo encontró falto de gracia e insípido; sin embargo, se sabe que nunca un libro fue tan popular. Con estos dos ejemplos, nuestro objetivo es simplemente probar que la opinión de un crítico –sea cual fuere su mérito– es siempre una opinión personal, no siempre ratificada por la posteridad. Pero volvamos de Buffon al Sr. Deschanel, sin comparación, porque Buffon se equivocó redondamente, mientras que el Sr. Deschanel cree indudablemente que no dirán lo mismo de él.
En sua carta, el Sr. Deschanel reconoce que nuestro derecho de respuesta hubiera sido estrictamente legal, pero le parece que es más delicado de nuestra parte no ejercerlo; también se equivoca completamente cuando dice que nosotros hemos consentido con una abstención, lo que daría a entender que hemos aceptado su solicitación, aun cuando el Sr. Didier hubiera sido encargado de informárselo; ahora bien, nada es menos exacto que eso. No habíamos pensado en exigir la inserción de un derecho de respuesta; él es libre de considerar que nuestra Doctrina es mala, detestable, absurda, y de gritarlo a los cuatro vientos, pero esperábamos de su lealtad la publicación de nuestra carta para rectificar un alegato falso, y que podría perjudicar nuestra reputación, porque nos acusa de profesar y de propagar las mismas doctrinas que nosotros combatemos como subversivas del orden social y de la moral pública. No le pedíamos una retractación, a la cual su amor propio se habría rehusado, sino simplemente la inclusión de nuestra protesta; por cierto que no estaríamos abusando del derecho de respuesta, puesto que en cambio de veinticuatro columnas, le pedíamos solamente de treinta a cuarenta líneas. Nuestros lectores sabrán evaluar su negativa; si él ha consentido en ver una delicadeza en nuestro proceder, no podríamos decir lo mismo con referencia al suyo.
Cuando el Sr. abate Chesnel publicó en L’Univers, en 1859, su artículo sobre Espiritismo, dio de la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas una idea igualmente falsa al presentarla como una secta religiosa con su culto y sus sacerdotes; este alegato desvirtuaba completamente su objetivo y sus propósitos, y podía confundir a la opinión pública. Dicho alegato era aún más erróneo porque el reglamento de la Sociedad prohíbe ocuparse de materias religiosas; en efecto, no se concebiría una Sociedad religiosa que no pudiera ocuparse de religión. Hemos protestado contra esa aserción, no por algunas líneas, sino por un artículo entero y detenidamente fundamentado que, a nuestro simple pedido, L’Univers creyó un deber incluir. Lamentamos que, en circunstancia similar, el Sr. Deschanel, del Journal des Débats, se crea menos obligado moralmente a restablecer la verdad que los Sres. de L’Univers. Si no fuese una cuestión de derecho, sería siempre una cuestión de lealtad; reservarse el derecho de ataque sin admitir la defensa, es un medio fácil de hacer creer a sus lectores que él tiene razón.
El Sr. Louis Jourdan y El Libro de los Espíritus
Ya que estamos hablando de publicistas, con referencia al Espiritismo, no nos detengamos en el camino; en general, estos Sres. no nos alaban, y como nosotros no ocultamos sus críticas, se nos permitirá presentar la contrapartida y oponer a la opinión del Sr. Deschanel y de otros la de un escritor de cuyo valor e influencia nadie duda, sin que nos puedan tildar de tener amor propio. Además, los elogios no se dirigen a nuestra persona, o al menos no los tomamos para nosotros, y transferimos el honor a los guías espirituales que consienten en orientarnos. Por lo tanto, no podríamos hacer prevalecer el mérito que se pueda encontrar en nuestros trabajos; aceptamos los elogios, no como una muestra de nuestro valor personal, sino como la consagración de la obra que hemos emprendido, obra que esperamos llevar a buen término con la ayuda de Dios, porque no estamos en el final, y lo más difícil aún no está hecho. Al respecto, la opinión del Sr. Louis Jourdan tiene un cierto peso, porque se sabe que él no habla a la ligera o para llenar columnas con palabras; ciertamente puede engañarse como cualquier otro, pero en todo caso su opinión es siempre concienzuda.
Sería prematuro decir que el Sr. Jourdan es un adepto declarado del Espiritismo; él mismo dice que no ha visto nada y que no ha estado en contacto con ningún médium; evalúa la cuestión según su sentimiento íntimo, y al no tomar como punto de partida la negación del alma o cualquier fuerza extrahumana, ve en la Doctrina Espírita una nueva fase del mundo moral y un medio de explicar lo que hasta entonces era inexplicable. Ahora bien, al admitir la base, su razón no se rehúsa de manera alguna a admitir las consecuencias, mientras que el Sr. Figuier no puede admitir tales consecuencias, porque rechaza el principio fundamental. Al no haber estudiado ni profundizado todo en esta vasta ciencia, no es de extrañar que sus ideas no estén establecidas en todos los puntos, y por esto mismo ciertas cuestiones deben parecerle aún hipotéticas; pero un hombre de buen sentido no dice: No comprendo, luego, no existe; al contrario, dice: No sé, porque no aprendí, pero no niego. Un hombre serio no se burla de una cuestión que toca los más serios intereses de la Humanidad, y un hombre prudente se calla sobre lo que ignora, temiendo que los hechos no vengan a desmentir –como tantos otros– sus negaciones, ni le opongan el siguiente argumento irresistible: Habláis de lo que no sabéis. Por lo tanto, al pasar a las cuestiones de detalle para las cuales confiesa su incompetencia, se limita a la apreciación del principio, y el solo razonamiento de ese principio le hace admitir la posibilidad del mismo, como sucede diariamente.
El Sr. Jourdan publicó primero un artículo sobre El Libro de los Espíritus en Le Causeur (Nº 8, de abril de 1860); ha transcurrido un año de esto y nosotros aún no hemos hablado del mismo en la Revista, lo que prueba que no tenemos ningún interés de aprovecharnos de los elogios, mientras que hemos citado textualmente –o indicado– las críticas más amargas, lo que también demuestra que no tememos su influencia. Este artículo ha sido reproducido en su nueva obra: Un filósofo alrededor del brasero,[1] de la cual forma un capítulo. Del mismo hemos extraído los siguientes pasajes:
«(...) Prometí formalmente volver a un asunto sobre el cual sólo dije algunas palabras y que merece una atención muy particular: es El Libro de los Espíritus, que contiene los principios de la doctrina y de la filosofía espíritas. La palabra puede pareceros un barbarismo, pero ¿qué podemos hacer al respecto? Para las cosas nuevas se necesitan palabras nuevas. Las mesas giratorias han llevado al Espiritismo, y hoy estamos delante de una doctrina completa, enteramente revelada por los Espíritus, porque El Libro de los Espíritus no fue hecho por la mano del hombre; el Sr. Allan Kardec se limitó a recopilar y a poner en orden las respuestas dadas por los Espíritus a las innumerables preguntas que le han sido dirigidas, respuestas breves que no siempre satisfacen completamente la curiosidad del interrogador, pero que consideradas en su conjunto, constituyen en efecto una doctrina, una moral y –¿quién sabe?– quizá una religión.
«Juzgadlo vosotros mismos. Los Espíritus se han explicado claramente sobre las causas primeras, acerca de Dios y del infinito, sobre los atributos de la Divinidad. Ellos nos han dado los elementos generales del Universo, el conocimiento del principio de las cosas, las propiedades de la materia. Nos han hablado de los misterios de la Creación, de la formación de los mundos y de los seres vivos, de las causas de la diversidad de las razas humanas. De ahí al principio vital no hay más que un paso, y ellos nos han dicho lo que era el principio vital, lo que eran la vida y la muerte, la inteligencia y el instinto.
«Después ellos han levantado el velo que nos oculta el mundo espírita, es decir, el mundo de los Espíritus, diciéndonos cuál era su origen y su naturaleza; cómo se encarnaban, cuál era el objetivo de esa encarnación y cómo se efectuaba el regreso de la vida corporal a la vida espiritual. Nada nos ha sido ocultado: Espíritus errantes, mundos transitorios, percepciones, sensaciones y sufrimientos de los Espíritus, contactos con el Más Allá, relaciones simpáticas y antipáticas entre los Espíritus, regreso a la vida corporal, emancipación del alma, intervención de los Espíritus en el mundo corporal, ocupaciones y misiones de los Espíritus.
«He dicho que los Espíritus estaban fundando no solamente una doctrina y una filosofía, sino también una religión. En efecto, ellos han elaborado un código de moral, en el cual se encuentran formuladas las leyes cuya sabiduría me parece muy grande y, para que nada le falte, dijeron cuáles serían las penas y los gozos futuros y qué se debería entender por estas palabras: Paraíso, purgatorio e infierno. Como se ve, es un sistema completo y no tengo ninguna dificultad en reconocer que, si bien el sistema no tiene la cohesión poderosa de una obra filosófica, si aparecen algunas contradicciones aquí y allá, es por lo menos muy notable por su originalidad, por su elevado alcance moral y por las soluciones inesperadas que da a las delicadas cuestiones que han inquietado o preocupado al Espíritu humano en todos los tiempos.
«Yo soy completamente ajeno a la escuela espírita; no conozco sus jefes, ni sus adeptos; nunca vi moverse la menor mesa giratoria; no tuve contacto con ningún médium; no fui testigo de ninguno de esos hechos sobrenaturales o milagrosos de los cuales encuentro relatos increíbles en las publicaciones espíritas que me envían. No afirmo ni rechazo en absoluto las comunicaciones de los Espíritus; creo a priori que tales comunicaciones son posibles y mi razón no se alarma de manera alguna por esto. Para creer en las mismas, no tengo necesidad de la explicación que últimamente me daba un erudito amigo, el Sr. Louis Figuier, sobre estos hechos que él atribuye a la influencia magnética de los médiums. (...)
«No veo nada de imposible en que se establezcan relaciones entre el mundo invisible y nosotros. No me preguntéis cómo ni por qué; no sé nada al respecto. Es una cuestión de sentimiento y no de demostración matemática. Por lo tanto, es un sentimiento que expreso, pero un sentimiento que no tiene nada de incierto y que en mi mente y en mi corazón toma formas bastante precisas.
«(...) Si por el movimiento de nuestros pulmones podemos extraer del espacio infinito que nos envuelve, los fluidos, los principios vitales necesarios para nuestra existencia, es muy evidente que estamos en relación constante y necesaria con el mundo invisible. Dicho mundo ¿está poblado de Espíritus errantes, como almas en pena, siempre dispuestas a responder a nuestro llamado? He aquí lo que es más difícil de admitir, pero también lo que sería temerario de negar absolutamente.
«Sin duda no tenemos dificultad en creer que todas las criaturas de Dios no se asemejan a los tristes habitantes de nuestro planeta. Somos bastante imperfectos; estamos sometidos a necesidades muy groseras para que no sea difícil imaginar que existan seres superiores que no sufran ninguna pena corporal; seres radiantes y luminosos, Espíritu y materia como nosotros, pero Espíritu más sutil y más puro, materia menos densa y menos pesada; mensajeros fluídicos que unen entre sí a los universos, sostienen, promueven a las diversas razas que pueblan los astros a que cumplan su tarea.
«Por la aspiración y por la respiración estamos en relación con toda la jerarquía de esas criaturas, de esos seres cuya existencia no podemos comprender y cuya forma no podemos representar. Por lo tanto, no es absolutamente imposible que algunos de esos seres entren accidentalmente en contacto con los hombres; pero lo que nos parece pueril es que sea necesario el concurso material de una mesa, de una tablita o de un médium cualquiera para que dichos contactos se establezcan.
«Una de dos: o esas comunicaciones son útiles, o son inútiles. Si son útiles, los Espíritus no deben tener necesidad de ser llamados de una manera misteriosa, de ser evocados e interrogados para enseñar a los hombres lo que es importante saber; si son inútiles, ¿por qué recurrir a ellas?
«(...) No tengo ningún inconveniente en admitir esas influencias, esas inspiraciones, esas revelaciones, como queráis. Lo que absolutamente rechazo es que, bajo el pretexto de revelación, vengan a decirme: Dios habló, por lo tanto debéis someteros. Dios habló por boca de Moisés, del Cristo, de Mahoma, por lo tanto seréis judíos, cristianos o musulmanes, si no incurriréis en castigos eternos; mientras esperamos, iremos maldeciros o torturaros aquí.
«¡No, no! Semejantes revelaciones no quiero a ningún precio; por encima de todas las revelaciones, de todas las inspiraciones, de todos los profetas presentes, pasados y futuros hay una ley suprema: la ley de libertad. Teniendo esta ley como base admitiré, sin perjuicio de la discusión, todo lo que deseéis. Suprimid esta ley y sólo habrá tinieblas y violencia. Quiero tener la libertad de creer o de no creer, y de decirlo abiertamente: es mi derecho y quiero usarlo; es mi libertad y quiero conservarla. Me decís que si no creo en lo que me enseñáis, pierdo mi alma; es posible. Quiero mi libertad hasta ese límite; quiero perder mi alma si ése fuere mi deseo. Por lo tanto, ¿quién será aquí el juez de mi salvación o de mi perdición? ¿Quién, pues, puede decir: Aquél ha sido salvo, y éste está perdido sin remisión? ¿Entonces la misericordia de Dios no es infinita? ¿Hay algo en el mundo que pueda sondear el abismo de una conciencia?
«(...) Y es porque esta doctrina también se encuentra en el curioso libro del Sr. Allan Kardec, que yo me reconcilio con los Espíritus que él ha interrogado. El laconismo de sus respuestas prueba que los Espíritus no tienen tiempo para perder, y si de alguna cosa me admiro es que aún tengan el tiempo suficiente para responder complacientemente al llamado de tantas personas que pierden el suyo para evocarlos. (...)
«Todo lo que dicen los Espíritus de manera más o menos clara y más o menos sumaria, cuyas respuestas el Sr. Allan Kardec recopiló, ha sido expuesto y desarrollado con notable claridad por Michel, que por cierto me parece que es el más adelantado y el más completo de todos los místicos contemporáneos. Su revelación es, a la vez, una doctrina y un poema, doctrina sana y edificante, y un poema brillante. La única ventaja que encuentro en las preguntas y en las respuestas que el Sr. Allan Kardec ha publicado es que presentan, bajo una forma más accesible, sobre todo a la gran masa de lectores y de lectoras, las principales ideas sobre las cuales es importante llamar su atención. Los libros de Michel no son de lectura fácil: exigen una tensión mental muy pronunciada. Al contrario, el libro del que hablamos, puede ser una especie de vademécum; si lo tomamos y lo dejamos abierto en cualquier página, se nos despierta de repente la curiosidad. Las preguntas dirigidas a los Espíritus son las que nos preocupan a todos; las respuestas son a veces muy breves; otras veces condensan en pocas palabras la solución de los problemas más difíciles, y siempre ofrecen un vivo interés o sanas indicaciones. No conozco un curso de moral más interesante, más consolador y más encantador que éste. Todos los grandes principios en los cuales se fundan las civilizaciones modernas están allí confirmados, especialmente el principio de los principios: ¡la libertad! El espíritu y el corazón salen de allí serenos y fortalecidos.
«Sobre todo son los capítulos relativos a la pluralidad de los sistemas y a la ley del progreso colectivo e individual que tienen un atractivo y un encanto poderosos. Al respecto, los Espíritus del Sr. Allan Kardec no me han enseñado nada que yo no sepa: hace mucho tiempo que creo firmemente en el desarrollo progresivo de la vida a través de los mundos; que la muerte es el portal de una nueva existencia, cuyas pruebas son proporcionales a los méritos de la existencia anterior. Además, es la antigua fe de la Galia, la doctrina druídica, y sobre esto los Espíritus nada inventaron, sino que agregaron una serie de deducciones y de excelentes reglas prácticas para la conducta de la vida. En este aspecto, como en muchos otros, la lectura de ese libro, independientemente del interés y de la curiosidad que su origen suscita, puede tener una gran utilidad para los caracteres indecisos, para las almas inseguras que fluctúan en los limbos de la duda. ¡La duda! ¡Es el peor de los males! Es la más horrible de las prisiones, de las que se debe salir a toda costa. Ese extraño libro ayudará a muchas personas a fortalecer sus vidas, a quebrar las rejas de la cárcel, precisamente porque es presentado bajo una forma simple y elemental, bajo la forma de un catecismo popular que todo el mundo puede leer y comprender.»
-*-*-*-*-
El Sr. Jourdan, después de haber citado algunas cuestiones sobre el matrimonio y el celibato, que él encuentra un poco pueriles y que no son tratadas a su gusto, termina de la siguiente manera:
«(...) Sin embargo, me apresuro a decir que todas las respuestas de los Espíritus no son tan superficiales como las que acabo de mencionar. Es el conjunto de este libro que es notable, es la idea fundamental de la obra que está marcada por una cierta grandeza y por una viva originalidad. Ya sea que emane o no de una fuente extranatural, la obra es admirable a justo título, y por el solo hecho de que me ha interesado vivamente, tengo razones para creer que la misma pueda interesar a muchas personas.»
[1] 1 vol. in 12º; precio: 3 francos. Librería Dentu. [Nota de Allan Kardec.]Ya que estamos hablando de publicistas, con referencia al Espiritismo, no nos detengamos en el camino; en general, estos Sres. no nos alaban, y como nosotros no ocultamos sus críticas, se nos permitirá presentar la contrapartida y oponer a la opinión del Sr. Deschanel y de otros la de un escritor de cuyo valor e influencia nadie duda, sin que nos puedan tildar de tener amor propio. Además, los elogios no se dirigen a nuestra persona, o al menos no los tomamos para nosotros, y transferimos el honor a los guías espirituales que consienten en orientarnos. Por lo tanto, no podríamos hacer prevalecer el mérito que se pueda encontrar en nuestros trabajos; aceptamos los elogios, no como una muestra de nuestro valor personal, sino como la consagración de la obra que hemos emprendido, obra que esperamos llevar a buen término con la ayuda de Dios, porque no estamos en el final, y lo más difícil aún no está hecho. Al respecto, la opinión del Sr. Louis Jourdan tiene un cierto peso, porque se sabe que él no habla a la ligera o para llenar columnas con palabras; ciertamente puede engañarse como cualquier otro, pero en todo caso su opinión es siempre concienzuda.
Sería prematuro decir que el Sr. Jourdan es un adepto declarado del Espiritismo; él mismo dice que no ha visto nada y que no ha estado en contacto con ningún médium; evalúa la cuestión según su sentimiento íntimo, y al no tomar como punto de partida la negación del alma o cualquier fuerza extrahumana, ve en la Doctrina Espírita una nueva fase del mundo moral y un medio de explicar lo que hasta entonces era inexplicable. Ahora bien, al admitir la base, su razón no se rehúsa de manera alguna a admitir las consecuencias, mientras que el Sr. Figuier no puede admitir tales consecuencias, porque rechaza el principio fundamental. Al no haber estudiado ni profundizado todo en esta vasta ciencia, no es de extrañar que sus ideas no estén establecidas en todos los puntos, y por esto mismo ciertas cuestiones deben parecerle aún hipotéticas; pero un hombre de buen sentido no dice: No comprendo, luego, no existe; al contrario, dice: No sé, porque no aprendí, pero no niego. Un hombre serio no se burla de una cuestión que toca los más serios intereses de la Humanidad, y un hombre prudente se calla sobre lo que ignora, temiendo que los hechos no vengan a desmentir –como tantos otros– sus negaciones, ni le opongan el siguiente argumento irresistible: Habláis de lo que no sabéis. Por lo tanto, al pasar a las cuestiones de detalle para las cuales confiesa su incompetencia, se limita a la apreciación del principio, y el solo razonamiento de ese principio le hace admitir la posibilidad del mismo, como sucede diariamente.
El Sr. Jourdan publicó primero un artículo sobre El Libro de los Espíritus en Le Causeur (Nº 8, de abril de 1860); ha transcurrido un año de esto y nosotros aún no hemos hablado del mismo en la Revista, lo que prueba que no tenemos ningún interés de aprovecharnos de los elogios, mientras que hemos citado textualmente –o indicado– las críticas más amargas, lo que también demuestra que no tememos su influencia. Este artículo ha sido reproducido en su nueva obra: Un filósofo alrededor del brasero,[1] de la cual forma un capítulo. Del mismo hemos extraído los siguientes pasajes:
«(...) Prometí formalmente volver a un asunto sobre el cual sólo dije algunas palabras y que merece una atención muy particular: es El Libro de los Espíritus, que contiene los principios de la doctrina y de la filosofía espíritas. La palabra puede pareceros un barbarismo, pero ¿qué podemos hacer al respecto? Para las cosas nuevas se necesitan palabras nuevas. Las mesas giratorias han llevado al Espiritismo, y hoy estamos delante de una doctrina completa, enteramente revelada por los Espíritus, porque El Libro de los Espíritus no fue hecho por la mano del hombre; el Sr. Allan Kardec se limitó a recopilar y a poner en orden las respuestas dadas por los Espíritus a las innumerables preguntas que le han sido dirigidas, respuestas breves que no siempre satisfacen completamente la curiosidad del interrogador, pero que consideradas en su conjunto, constituyen en efecto una doctrina, una moral y –¿quién sabe?– quizá una religión.
«Juzgadlo vosotros mismos. Los Espíritus se han explicado claramente sobre las causas primeras, acerca de Dios y del infinito, sobre los atributos de la Divinidad. Ellos nos han dado los elementos generales del Universo, el conocimiento del principio de las cosas, las propiedades de la materia. Nos han hablado de los misterios de la Creación, de la formación de los mundos y de los seres vivos, de las causas de la diversidad de las razas humanas. De ahí al principio vital no hay más que un paso, y ellos nos han dicho lo que era el principio vital, lo que eran la vida y la muerte, la inteligencia y el instinto.
«Después ellos han levantado el velo que nos oculta el mundo espírita, es decir, el mundo de los Espíritus, diciéndonos cuál era su origen y su naturaleza; cómo se encarnaban, cuál era el objetivo de esa encarnación y cómo se efectuaba el regreso de la vida corporal a la vida espiritual. Nada nos ha sido ocultado: Espíritus errantes, mundos transitorios, percepciones, sensaciones y sufrimientos de los Espíritus, contactos con el Más Allá, relaciones simpáticas y antipáticas entre los Espíritus, regreso a la vida corporal, emancipación del alma, intervención de los Espíritus en el mundo corporal, ocupaciones y misiones de los Espíritus.
«He dicho que los Espíritus estaban fundando no solamente una doctrina y una filosofía, sino también una religión. En efecto, ellos han elaborado un código de moral, en el cual se encuentran formuladas las leyes cuya sabiduría me parece muy grande y, para que nada le falte, dijeron cuáles serían las penas y los gozos futuros y qué se debería entender por estas palabras: Paraíso, purgatorio e infierno. Como se ve, es un sistema completo y no tengo ninguna dificultad en reconocer que, si bien el sistema no tiene la cohesión poderosa de una obra filosófica, si aparecen algunas contradicciones aquí y allá, es por lo menos muy notable por su originalidad, por su elevado alcance moral y por las soluciones inesperadas que da a las delicadas cuestiones que han inquietado o preocupado al Espíritu humano en todos los tiempos.
«Yo soy completamente ajeno a la escuela espírita; no conozco sus jefes, ni sus adeptos; nunca vi moverse la menor mesa giratoria; no tuve contacto con ningún médium; no fui testigo de ninguno de esos hechos sobrenaturales o milagrosos de los cuales encuentro relatos increíbles en las publicaciones espíritas que me envían. No afirmo ni rechazo en absoluto las comunicaciones de los Espíritus; creo a priori que tales comunicaciones son posibles y mi razón no se alarma de manera alguna por esto. Para creer en las mismas, no tengo necesidad de la explicación que últimamente me daba un erudito amigo, el Sr. Louis Figuier, sobre estos hechos que él atribuye a la influencia magnética de los médiums. (...)
«No veo nada de imposible en que se establezcan relaciones entre el mundo invisible y nosotros. No me preguntéis cómo ni por qué; no sé nada al respecto. Es una cuestión de sentimiento y no de demostración matemática. Por lo tanto, es un sentimiento que expreso, pero un sentimiento que no tiene nada de incierto y que en mi mente y en mi corazón toma formas bastante precisas.
«(...) Si por el movimiento de nuestros pulmones podemos extraer del espacio infinito que nos envuelve, los fluidos, los principios vitales necesarios para nuestra existencia, es muy evidente que estamos en relación constante y necesaria con el mundo invisible. Dicho mundo ¿está poblado de Espíritus errantes, como almas en pena, siempre dispuestas a responder a nuestro llamado? He aquí lo que es más difícil de admitir, pero también lo que sería temerario de negar absolutamente.
«Sin duda no tenemos dificultad en creer que todas las criaturas de Dios no se asemejan a los tristes habitantes de nuestro planeta. Somos bastante imperfectos; estamos sometidos a necesidades muy groseras para que no sea difícil imaginar que existan seres superiores que no sufran ninguna pena corporal; seres radiantes y luminosos, Espíritu y materia como nosotros, pero Espíritu más sutil y más puro, materia menos densa y menos pesada; mensajeros fluídicos que unen entre sí a los universos, sostienen, promueven a las diversas razas que pueblan los astros a que cumplan su tarea.
«Por la aspiración y por la respiración estamos en relación con toda la jerarquía de esas criaturas, de esos seres cuya existencia no podemos comprender y cuya forma no podemos representar. Por lo tanto, no es absolutamente imposible que algunos de esos seres entren accidentalmente en contacto con los hombres; pero lo que nos parece pueril es que sea necesario el concurso material de una mesa, de una tablita o de un médium cualquiera para que dichos contactos se establezcan.
«Una de dos: o esas comunicaciones son útiles, o son inútiles. Si son útiles, los Espíritus no deben tener necesidad de ser llamados de una manera misteriosa, de ser evocados e interrogados para enseñar a los hombres lo que es importante saber; si son inútiles, ¿por qué recurrir a ellas?
«(...) No tengo ningún inconveniente en admitir esas influencias, esas inspiraciones, esas revelaciones, como queráis. Lo que absolutamente rechazo es que, bajo el pretexto de revelación, vengan a decirme: Dios habló, por lo tanto debéis someteros. Dios habló por boca de Moisés, del Cristo, de Mahoma, por lo tanto seréis judíos, cristianos o musulmanes, si no incurriréis en castigos eternos; mientras esperamos, iremos maldeciros o torturaros aquí.
«¡No, no! Semejantes revelaciones no quiero a ningún precio; por encima de todas las revelaciones, de todas las inspiraciones, de todos los profetas presentes, pasados y futuros hay una ley suprema: la ley de libertad. Teniendo esta ley como base admitiré, sin perjuicio de la discusión, todo lo que deseéis. Suprimid esta ley y sólo habrá tinieblas y violencia. Quiero tener la libertad de creer o de no creer, y de decirlo abiertamente: es mi derecho y quiero usarlo; es mi libertad y quiero conservarla. Me decís que si no creo en lo que me enseñáis, pierdo mi alma; es posible. Quiero mi libertad hasta ese límite; quiero perder mi alma si ése fuere mi deseo. Por lo tanto, ¿quién será aquí el juez de mi salvación o de mi perdición? ¿Quién, pues, puede decir: Aquél ha sido salvo, y éste está perdido sin remisión? ¿Entonces la misericordia de Dios no es infinita? ¿Hay algo en el mundo que pueda sondear el abismo de una conciencia?
«(...) Y es porque esta doctrina también se encuentra en el curioso libro del Sr. Allan Kardec, que yo me reconcilio con los Espíritus que él ha interrogado. El laconismo de sus respuestas prueba que los Espíritus no tienen tiempo para perder, y si de alguna cosa me admiro es que aún tengan el tiempo suficiente para responder complacientemente al llamado de tantas personas que pierden el suyo para evocarlos. (...)
«Todo lo que dicen los Espíritus de manera más o menos clara y más o menos sumaria, cuyas respuestas el Sr. Allan Kardec recopiló, ha sido expuesto y desarrollado con notable claridad por Michel, que por cierto me parece que es el más adelantado y el más completo de todos los místicos contemporáneos. Su revelación es, a la vez, una doctrina y un poema, doctrina sana y edificante, y un poema brillante. La única ventaja que encuentro en las preguntas y en las respuestas que el Sr. Allan Kardec ha publicado es que presentan, bajo una forma más accesible, sobre todo a la gran masa de lectores y de lectoras, las principales ideas sobre las cuales es importante llamar su atención. Los libros de Michel no son de lectura fácil: exigen una tensión mental muy pronunciada. Al contrario, el libro del que hablamos, puede ser una especie de vademécum; si lo tomamos y lo dejamos abierto en cualquier página, se nos despierta de repente la curiosidad. Las preguntas dirigidas a los Espíritus son las que nos preocupan a todos; las respuestas son a veces muy breves; otras veces condensan en pocas palabras la solución de los problemas más difíciles, y siempre ofrecen un vivo interés o sanas indicaciones. No conozco un curso de moral más interesante, más consolador y más encantador que éste. Todos los grandes principios en los cuales se fundan las civilizaciones modernas están allí confirmados, especialmente el principio de los principios: ¡la libertad! El espíritu y el corazón salen de allí serenos y fortalecidos.
«Sobre todo son los capítulos relativos a la pluralidad de los sistemas y a la ley del progreso colectivo e individual que tienen un atractivo y un encanto poderosos. Al respecto, los Espíritus del Sr. Allan Kardec no me han enseñado nada que yo no sepa: hace mucho tiempo que creo firmemente en el desarrollo progresivo de la vida a través de los mundos; que la muerte es el portal de una nueva existencia, cuyas pruebas son proporcionales a los méritos de la existencia anterior. Además, es la antigua fe de la Galia, la doctrina druídica, y sobre esto los Espíritus nada inventaron, sino que agregaron una serie de deducciones y de excelentes reglas prácticas para la conducta de la vida. En este aspecto, como en muchos otros, la lectura de ese libro, independientemente del interés y de la curiosidad que su origen suscita, puede tener una gran utilidad para los caracteres indecisos, para las almas inseguras que fluctúan en los limbos de la duda. ¡La duda! ¡Es el peor de los males! Es la más horrible de las prisiones, de las que se debe salir a toda costa. Ese extraño libro ayudará a muchas personas a fortalecer sus vidas, a quebrar las rejas de la cárcel, precisamente porque es presentado bajo una forma simple y elemental, bajo la forma de un catecismo popular que todo el mundo puede leer y comprender.»
-*-*-*-*-
El Sr. Jourdan, después de haber citado algunas cuestiones sobre el matrimonio y el celibato, que él encuentra un poco pueriles y que no son tratadas a su gusto, termina de la siguiente manera:
«(...) Sin embargo, me apresuro a decir que todas las respuestas de los Espíritus no son tan superficiales como las que acabo de mencionar. Es el conjunto de este libro que es notable, es la idea fundamental de la obra que está marcada por una cierta grandeza y por una viva originalidad. Ya sea que emane o no de una fuente extranatural, la obra es admirable a justo título, y por el solo hecho de que me ha interesado vivamente, tengo razones para creer que la misma pueda interesar a muchas personas.»
Respuesta
El Sr. Jourdan hace una pregunta, o más bien una objeción, necesariamente motivada por la insuficiencia de sus conocimientos sobre la materia.
«Por lo tanto, no es absolutamente imposible que algunos de esos seres entren accidentalmente en contacto con los hombres; pero lo que nos parece pueril es que sea necesario el concurso material de una mesa, de una tablita o de un médium cualquiera para que dichos contactos se establezcan. Una de dos: o esas comunicaciones son útiles, o son inútiles. Si son útiles, los Espíritus no deben tener necesidad de ser llamados de una manera misteriosa, de ser evocados e interrogados para enseñar a los hombres lo que es importante saber; si son inútiles, ¿por qué recurrir a ellas?» En su libro Un Philosophe du coin du feu, él agrega al respecto: «He aquí un dilema del cual la escuela espírita tendrá dificultad en salir.»
No, ciertamente no tendrá dificultad en salir del mismo porque hace mucho tiempo lo había propuesto y también resuelto, y si no lo hizo el Sr. Jourdan es porque no conoce todo; ahora bien, nosotros creemos que si él hubiera leído El Libro de los Médiums, que trata acerca de la parte práctica y experimental del Espiritismo, habría sabido a qué atenerse sobre el asunto.
Sí, sin duda sería pueril, y esta palabra empleada por cortesía por el Sr. Jourdan es muy suave; decimos que sería ridículo, absurdo e inadmisible que –para relaciones tan serias como las del mundo visible con el mundo invisible– los Espíritus necesitasen, para transmitirnos sus enseñanzas, de un utensilio tan vulgar como una mesa, una cestita o una tablita, porque de esto se deduciría que los que estuviesen privados de dichos accesorios también estarían privados de sus lecciones. No, no es así. Los Espíritus son las almas de los hombres, despojadas de la envoltura grosera del cuerpo, y hay Espíritus desde que hay hombres en el Universo (no decimos en la Tierra); esos Espíritus componen el mundo invisible que puebla los espacios, que nos rodea, en medio del cual vivimos sin sospecharlo, como igualmente vivimos en medio del mundo microscópico sin percibirlo. En todos los tiempos esos Espíritus han ejercido su influencia sobre el mundo visible; en todos los tiempos los buenos y los sabios han ayudado al genio a través de las inspiraciones, mientras que otros se han limitado a guiarnos en los actos comunes de la vida; pero esas inspiraciones, que ocurren por la transmisión de pensamiento a pensamiento, están ocultas y no pueden dejar ningún trazo material. Si el Espíritu quiere manifestarse de una manera ostensible, es necesario que actúe sobre la materia; si quiere que su enseñanza tenga precisión y estabilidad, en vez de tener la vaguedad y la incertidumbre del pensamiento, precisa de señales materiales, y para esto –permítasenos la expresión– se sirve de todo lo que cae en sus manos, desde que esté en condiciones apropiadas a su naturaleza. Si desea escribir se sirve de una pluma o de un lápiz; si quiere dar golpes se sirve de una mesa, de una cacerola o de cualquier objeto, sin que por eso se sienta humillado. ¿Hay algo más común que una pluma de ganso? ¿No es con esto que los mayores genios legan sus obras maestras a la posteridad? Sacadles todo medio para escribir: ¿qué hacen? Piensan; pero sus pensamientos se pierden si nadie los recoge. Supongamos a un literato manco, ¿qué hace para escribir? Tiene un secretario que escribe lo que le dicta. Ahora bien, como los Espíritus no pueden sostener la pluma sin un intermediario, la hacen sostener por alguien que se llama médium, al que inspiran y dirigen. Algunas veces ese médium actúa con conocimiento de causa: es el médium propiamente dicho; otras veces actúa sin conocer la causa que lo solicita: es el caso de todos los hombres inspirados, que así son médiums sin saberlo. Por lo tanto, se ve que la cuestión de las mesas y las tablitas es totalmente accesoria y no la cuestión principal, como lo creen aquellos que no están bien informados; las mismas han sido el preludio de los grandes y poderosos medios de comunicación, como el alfabeto es el preludio de la lectura corriente.
La segunda parte del dilema no es menos fácil de resolver. «Si esas comunicaciones son útiles –dice el Sr. Jourdan–, los Espíritus no deben tener necesidad de ser llamados de una manera misteriosa, de ser evocados (...)».
En primer lugar, digamos que no nos corresponde regular lo que sucede en el mundo de los Espíritus; no nos cabe decir: Las cosas deben o no deben ser de tal o cual manera, porque sería querer regir la obra de Dios. Los Espíritus consienten en iniciarnos en parte en su mundo, pues ese mundo quizá sea el nuestro mañana. Nos cabe tomarlo tal cual es, y si no nos conviene, no será ni más ni menos, porque Dios no lo cambiará para nosotros.
Dicho esto, apresurémonos en decir que nunca hubo evocaciones misteriosas y cabalísticas: todo se hace simplemente, en plena luz y sin fórmulas obligatorias. Los que creen que estas cosas son necesarias ignoran los primeros elementos de la ciencia espírita.
En segundo lugar, si las comunicaciones espíritas sólo pudiesen existir como consecuencia de una evocación, de esto se deduciría que ellas serían el privilegio de los que saben evocar, y que la inmensa mayoría de los que nunca escucharon hablar de eso sería privada de las mismas; ahora bien, ello estaría en contradicción con lo que hemos dicho hace poco sobre las comunicaciones ocultas y espontáneas. Esas comunicaciones son para todo el mundo, para el pequeño como para el grande, para el rico como para el pobre, para el ignorante como para el sabio. Los Espíritus que nos protegen, los parientes y amigos que han desencarnado, no necesitan ser llamados; se encuentran junto a nosotros y, aunque estén invisibles, nos cercan con su solicitud; sólo nuestro pensamiento es suficiente para atraerlos, probándoles nuestro afecto, porque si no pensamos en ellos, es muy natural que ellos no piensen en nosotros.
Entonces preguntaréis: ¿para qué evocar? Helo aquí. Supongamos que estáis en la calle, cercados por una multitud compacta que habla y que conversa en vuestros oídos; pero entre la multitud percibís de lejos a un conocido con quien queréis hablar en particular; ¿qué hacéis si no podéis llegar hasta él? Lo llamáis, y él viene hacia vosotros. Sucede lo mismo con los Espíritus. Al lado de los que estimamos y que quizá no siempre estén allí, hay una innumerable multitud de indiferentes; si queréis hablar con un determinado Espíritu, como no podéis ir hacia él porque estáis retenido por vuestro grillete corporal, lo llamáis y he aquí todo el misterio de la evocación, que no tiene otro objetivo sino el de dirigiros a quien deseáis, en vez de escuchar al primero que llegue. En las comunicaciones ocultas y espontáneas de las que hemos hablado antes, los Espíritus que nos asisten nos son desconocidos; lo hacen sin que lo sepamos. Por medio de las manifestaciones materiales, escritas u otras, ellos revelan su presencia de una manera patente, y pueden darse a conocer si lo quisieren: es un medio de saber con quién estamos tratando y si tenemos a nuestro alrededor a amigos o enemigos. Ahora bien, los enemigos no faltan en el mundo de los Espíritus, como entre los hombres; allá, como acá, los más peligrosos son los que no conocemos; el Espiritismo práctico nos da los medios para conocerlos.
En resumen, quien sólo conoce el Espiritismo por las mesas giratorias se hace de Él una idea tan mezquina y tan pueril como aquel que solamente conoce la Física por ciertos juguetes infantiles; pero cuanto más se avanza, más se amplía el horizonte y sólo entonces es que se comprende su verdadero alcance, porque Él nos revela una de las fuerzas más poderosas de la naturaleza, fuerza que al mismo tiempo actúa en el mundo moral y en el mundo físico. Nadie discute la reacción que ejerce sobre nosotros el medio material, visible o invisible, en el cual estamos inmersos; si estamos en una multitud, esa multitud de seres también actúa sobre nosotros, moral y físicamente. Cuando morimos, nuestras almas van a alguna parte; ¿adónde van? Como para ellas no hay ningún lugar cerrado y circunscripto, el Espiritismo dice y prueba por los hechos que esa parte es el espacio; ellas forman a nuestro alrededor una población innumerable. Ahora bien, ¿cómo admitir que ese medio inteligente tenga menos acción que el medio no inteligente? Ahí está la clave de un gran número de hechos incomprendidos que el hombre interpreta según sus prejuicios y que explota conforme sus pasiones. Cuando esas cosas sean comprendidas por todos, los prejuicios desaparecerán, y el progreso podrá seguir su marcha sin obstáculos. El Espiritismo es una luz que ilumina los más tenebrosos pliegues de la sociedad; por lo tanto, es muy natural que aquellos que temen la luz intenten extinguirla. Pero cuando la luz haya penetrado en todas partes, será preciso que los que busquen la oscuridad se decidan a vivir en la claridad; entonces se verán caer muchas máscaras. Por lo tanto, todo hombre que verdaderamente quiere el progreso no puede permanecer indiferente ante una de las causas que más deben contribuir para él mismo y que prepara una de las mayores revoluciones morales que hasta ahora haya experimentado la humanidad. Como se ve, estamos lejos de las mesas giratorias: la distancia que existe entre este modesto comienzo y sus consecuencias, es la misma que hay entre la manzana de Newton y la gravitación universal.
«Por lo tanto, no es absolutamente imposible que algunos de esos seres entren accidentalmente en contacto con los hombres; pero lo que nos parece pueril es que sea necesario el concurso material de una mesa, de una tablita o de un médium cualquiera para que dichos contactos se establezcan. Una de dos: o esas comunicaciones son útiles, o son inútiles. Si son útiles, los Espíritus no deben tener necesidad de ser llamados de una manera misteriosa, de ser evocados e interrogados para enseñar a los hombres lo que es importante saber; si son inútiles, ¿por qué recurrir a ellas?» En su libro Un Philosophe du coin du feu, él agrega al respecto: «He aquí un dilema del cual la escuela espírita tendrá dificultad en salir.»
No, ciertamente no tendrá dificultad en salir del mismo porque hace mucho tiempo lo había propuesto y también resuelto, y si no lo hizo el Sr. Jourdan es porque no conoce todo; ahora bien, nosotros creemos que si él hubiera leído El Libro de los Médiums, que trata acerca de la parte práctica y experimental del Espiritismo, habría sabido a qué atenerse sobre el asunto.
Sí, sin duda sería pueril, y esta palabra empleada por cortesía por el Sr. Jourdan es muy suave; decimos que sería ridículo, absurdo e inadmisible que –para relaciones tan serias como las del mundo visible con el mundo invisible– los Espíritus necesitasen, para transmitirnos sus enseñanzas, de un utensilio tan vulgar como una mesa, una cestita o una tablita, porque de esto se deduciría que los que estuviesen privados de dichos accesorios también estarían privados de sus lecciones. No, no es así. Los Espíritus son las almas de los hombres, despojadas de la envoltura grosera del cuerpo, y hay Espíritus desde que hay hombres en el Universo (no decimos en la Tierra); esos Espíritus componen el mundo invisible que puebla los espacios, que nos rodea, en medio del cual vivimos sin sospecharlo, como igualmente vivimos en medio del mundo microscópico sin percibirlo. En todos los tiempos esos Espíritus han ejercido su influencia sobre el mundo visible; en todos los tiempos los buenos y los sabios han ayudado al genio a través de las inspiraciones, mientras que otros se han limitado a guiarnos en los actos comunes de la vida; pero esas inspiraciones, que ocurren por la transmisión de pensamiento a pensamiento, están ocultas y no pueden dejar ningún trazo material. Si el Espíritu quiere manifestarse de una manera ostensible, es necesario que actúe sobre la materia; si quiere que su enseñanza tenga precisión y estabilidad, en vez de tener la vaguedad y la incertidumbre del pensamiento, precisa de señales materiales, y para esto –permítasenos la expresión– se sirve de todo lo que cae en sus manos, desde que esté en condiciones apropiadas a su naturaleza. Si desea escribir se sirve de una pluma o de un lápiz; si quiere dar golpes se sirve de una mesa, de una cacerola o de cualquier objeto, sin que por eso se sienta humillado. ¿Hay algo más común que una pluma de ganso? ¿No es con esto que los mayores genios legan sus obras maestras a la posteridad? Sacadles todo medio para escribir: ¿qué hacen? Piensan; pero sus pensamientos se pierden si nadie los recoge. Supongamos a un literato manco, ¿qué hace para escribir? Tiene un secretario que escribe lo que le dicta. Ahora bien, como los Espíritus no pueden sostener la pluma sin un intermediario, la hacen sostener por alguien que se llama médium, al que inspiran y dirigen. Algunas veces ese médium actúa con conocimiento de causa: es el médium propiamente dicho; otras veces actúa sin conocer la causa que lo solicita: es el caso de todos los hombres inspirados, que así son médiums sin saberlo. Por lo tanto, se ve que la cuestión de las mesas y las tablitas es totalmente accesoria y no la cuestión principal, como lo creen aquellos que no están bien informados; las mismas han sido el preludio de los grandes y poderosos medios de comunicación, como el alfabeto es el preludio de la lectura corriente.
La segunda parte del dilema no es menos fácil de resolver. «Si esas comunicaciones son útiles –dice el Sr. Jourdan–, los Espíritus no deben tener necesidad de ser llamados de una manera misteriosa, de ser evocados (...)».
En primer lugar, digamos que no nos corresponde regular lo que sucede en el mundo de los Espíritus; no nos cabe decir: Las cosas deben o no deben ser de tal o cual manera, porque sería querer regir la obra de Dios. Los Espíritus consienten en iniciarnos en parte en su mundo, pues ese mundo quizá sea el nuestro mañana. Nos cabe tomarlo tal cual es, y si no nos conviene, no será ni más ni menos, porque Dios no lo cambiará para nosotros.
Dicho esto, apresurémonos en decir que nunca hubo evocaciones misteriosas y cabalísticas: todo se hace simplemente, en plena luz y sin fórmulas obligatorias. Los que creen que estas cosas son necesarias ignoran los primeros elementos de la ciencia espírita.
En segundo lugar, si las comunicaciones espíritas sólo pudiesen existir como consecuencia de una evocación, de esto se deduciría que ellas serían el privilegio de los que saben evocar, y que la inmensa mayoría de los que nunca escucharon hablar de eso sería privada de las mismas; ahora bien, ello estaría en contradicción con lo que hemos dicho hace poco sobre las comunicaciones ocultas y espontáneas. Esas comunicaciones son para todo el mundo, para el pequeño como para el grande, para el rico como para el pobre, para el ignorante como para el sabio. Los Espíritus que nos protegen, los parientes y amigos que han desencarnado, no necesitan ser llamados; se encuentran junto a nosotros y, aunque estén invisibles, nos cercan con su solicitud; sólo nuestro pensamiento es suficiente para atraerlos, probándoles nuestro afecto, porque si no pensamos en ellos, es muy natural que ellos no piensen en nosotros.
Entonces preguntaréis: ¿para qué evocar? Helo aquí. Supongamos que estáis en la calle, cercados por una multitud compacta que habla y que conversa en vuestros oídos; pero entre la multitud percibís de lejos a un conocido con quien queréis hablar en particular; ¿qué hacéis si no podéis llegar hasta él? Lo llamáis, y él viene hacia vosotros. Sucede lo mismo con los Espíritus. Al lado de los que estimamos y que quizá no siempre estén allí, hay una innumerable multitud de indiferentes; si queréis hablar con un determinado Espíritu, como no podéis ir hacia él porque estáis retenido por vuestro grillete corporal, lo llamáis y he aquí todo el misterio de la evocación, que no tiene otro objetivo sino el de dirigiros a quien deseáis, en vez de escuchar al primero que llegue. En las comunicaciones ocultas y espontáneas de las que hemos hablado antes, los Espíritus que nos asisten nos son desconocidos; lo hacen sin que lo sepamos. Por medio de las manifestaciones materiales, escritas u otras, ellos revelan su presencia de una manera patente, y pueden darse a conocer si lo quisieren: es un medio de saber con quién estamos tratando y si tenemos a nuestro alrededor a amigos o enemigos. Ahora bien, los enemigos no faltan en el mundo de los Espíritus, como entre los hombres; allá, como acá, los más peligrosos son los que no conocemos; el Espiritismo práctico nos da los medios para conocerlos.
En resumen, quien sólo conoce el Espiritismo por las mesas giratorias se hace de Él una idea tan mezquina y tan pueril como aquel que solamente conoce la Física por ciertos juguetes infantiles; pero cuanto más se avanza, más se amplía el horizonte y sólo entonces es que se comprende su verdadero alcance, porque Él nos revela una de las fuerzas más poderosas de la naturaleza, fuerza que al mismo tiempo actúa en el mundo moral y en el mundo físico. Nadie discute la reacción que ejerce sobre nosotros el medio material, visible o invisible, en el cual estamos inmersos; si estamos en una multitud, esa multitud de seres también actúa sobre nosotros, moral y físicamente. Cuando morimos, nuestras almas van a alguna parte; ¿adónde van? Como para ellas no hay ningún lugar cerrado y circunscripto, el Espiritismo dice y prueba por los hechos que esa parte es el espacio; ellas forman a nuestro alrededor una población innumerable. Ahora bien, ¿cómo admitir que ese medio inteligente tenga menos acción que el medio no inteligente? Ahí está la clave de un gran número de hechos incomprendidos que el hombre interpreta según sus prejuicios y que explota conforme sus pasiones. Cuando esas cosas sean comprendidas por todos, los prejuicios desaparecerán, y el progreso podrá seguir su marcha sin obstáculos. El Espiritismo es una luz que ilumina los más tenebrosos pliegues de la sociedad; por lo tanto, es muy natural que aquellos que temen la luz intenten extinguirla. Pero cuando la luz haya penetrado en todas partes, será preciso que los que busquen la oscuridad se decidan a vivir en la claridad; entonces se verán caer muchas máscaras. Por lo tanto, todo hombre que verdaderamente quiere el progreso no puede permanecer indiferente ante una de las causas que más deben contribuir para él mismo y que prepara una de las mayores revoluciones morales que hasta ahora haya experimentado la humanidad. Como se ve, estamos lejos de las mesas giratorias: la distancia que existe entre este modesto comienzo y sus consecuencias, es la misma que hay entre la manzana de Newton y la gravitación universal.
Opinión sobre la Historia de lo Maravilloso,
del Sr. Louis Figuier, por el Sr. Escande, redactor de la Mode Nouvelle
En los artículos que nosotros hemos publicado sobre esta obra, hemos buscado principalmente el punto de partida del autor, lo que no nos ha sido difícil, ya que citando sus propias palabras probamos que él se basa en ideas materialistas. Al ser falsa la base, al menos desde el punto de vista de la inmensa mayoría de los hombres, las consecuencias que saca de los hechos que él califica de maravillosos están, por esto mismo, llenas de errores. Esto no ha impedido que algunos colegas suyos de la prensa exaltasen el mérito, la profundidad y la sagacidad de la obra. Sin embargo, no todos son de esa opinión. Al respecto, encontramos en la Mode Nouvelle,[1] revista más seria que su título, un artículo tan notable por el estilo como por la exactitud de sus apreciaciones. Su extensión no nos permite citarlo por entero; el autor, además, ha prometido otros, porque en éste se ocupa apenas del primer volumen. Nuestros lectores sabrán apreciar algunos fragmentos del mismo.
del Sr. Louis Figuier, por el Sr. Escande, redactor de la Mode Nouvelle
En los artículos que nosotros hemos publicado sobre esta obra, hemos buscado principalmente el punto de partida del autor, lo que no nos ha sido difícil, ya que citando sus propias palabras probamos que él se basa en ideas materialistas. Al ser falsa la base, al menos desde el punto de vista de la inmensa mayoría de los hombres, las consecuencias que saca de los hechos que él califica de maravillosos están, por esto mismo, llenas de errores. Esto no ha impedido que algunos colegas suyos de la prensa exaltasen el mérito, la profundidad y la sagacidad de la obra. Sin embargo, no todos son de esa opinión. Al respecto, encontramos en la Mode Nouvelle,[1] revista más seria que su título, un artículo tan notable por el estilo como por la exactitud de sus apreciaciones. Su extensión no nos permite citarlo por entero; el autor, además, ha prometido otros, porque en éste se ocupa apenas del primer volumen. Nuestros lectores sabrán apreciar algunos fragmentos del mismo.
I
«Ese libro tiene grandes pretensiones, pero no justifica ninguna. Desea pasar por erudito, finge que enuncia conocimientos y hace alarde de aparentes investigaciones, pero su erudición es superficial, su conocimiento es incompleto y sus investigaciones son precipitadas y mal digiridas. El Sr. Louis Figuier es especialista en recolectar, uno a uno, los mil pequeños hechos que diariamente aparecen alrededor de las academias, como esas largas filas de hongos que nacen de la noche a la mañana en los grupos criptógamos, y organiza enseguida libros que les hacen la competición a la Cocina burguesa y a los tratados del Viejo Richard. Al ser sagaz en ese trabajo de recopilación facilitada –inferior al trabajo de compilación del buen abate Trublet, del cual Voltaire se burló de forma espirituosa–, lo que forzosamente le deja tiempo libre, pensó que le sería más fácil aprovecharse de la pasión por lo sobrenatural –lo cual enardece más que nunca la imaginación– que utilizar los pareceres casi siempre ociosos de la segunda clase del Instituto. Habituado a redactar revistas científicas repitiendo lo que es de los otros, con los resúmenes de los informes que a su vez él resume, con las tesis y memorias que analiza; hábil para reunir más tarde en volúmenes esos resúmenes de los resúmenes, se puso entonces manos a la obra. Fiel a su pasado, compulsó a la ligera todos los tratados sobre la materia que le llegaron a las manos, los redujo a fragmentos, luego refundió esos fragmentos a su manera y compuso un libro con los mismos, después de lo cual –no tenemos duda– exclamó como Horacio: Exegi monumentum; “¡Yo también he forjado mi monumento más duradero que el bronce!”
«Y él tendría razón de envanecerse por escribir de prisa, ¡si la calidad fuese medida por la cantidad! En efecto, ésta no forma menos que cuatro gruesos volúmenes, esa Histoire du Merveilleux, y sólo contiene la Historia de lo Maravilloso en los tiempos modernos, desde 1630 hasta nuestros días –apenas dos siglos–, lo que al menos supondría un poco más del doble que las más voluminosas enciclopedias, ¡si contuviera la Historia de lo Maravilloso en todos los tiempos y en todos los pueblos! Así, cuando se piensa que ese fragmento de monografía de tan vasta extensión no lo costó más que algunos meses de trabajo, tenemos la tentación de creer que esa producción, al mismo tiempo tan exagerada y tan precipitada, es más maravillosa que las maravillas que contiene. Pero esa fecundidad deja de ser un prodigio cuando se estudia de cerca el procedimiento de composición que ha usado y, en verdad, el mismo le es tan familiar que no se podía esperar que emplease otro. En lugar de condensar los hechos, de exponerlos sumariamente, de dejar a un lado detalles inútiles, de atenerse sobre todo a poner en relieve las circunstancias características, y enseguida discutirlas, se ocupó únicamente en escribir un folletín más largo que los que escribe semanalmente en La Presse (La Prensa). Armado con un par de tijeras, recortó de las obras anteriores a la suya lo que convenía a las ideas preconcebidas que él deseaba que triunfasen, descartando lo que podía contrariar la opinión que él había formado a priori sobre esa importante cuestión, sobre todo lo que podía contrariar la explicación natural que se proponía a dar acerca de las manifestaciones calificadas de sobrenaturales, lo que los librepensadores son unánimes en llamar la credulidad pública, ya que una de las pretensiones de su libro –y esta pretensión no está mejor justificada que las otras– es la de dar una nueva solución física o médica encontrada por él, solución triunfante, incontestable, de ahí en adelante al abrigo de las objeciones de los hombres muy simples que creen que Dios es más poderoso que nuestros científicos. Él repite eso en cien lugares de su obra, a fin de que nadie lo ignore y con la esperanza de que terminarán por creerlo, aunque se limite a repetir lo que al respecto han dicho, antes de él, todos los físicos, médicos, filósofos o químicos, que tienen más horror a lo sobrenatural que Pascal del vacío.
«Resulta de esto que esa Histoire du Merveilleux carece, a la vez, de autoridad y de proporciones. Desde el punto de vista dogmático, la misma no sobrepasa las negaciones de los negadores anteriores; no agrega ningún argumento a los argumentos que ya han sido desarrollados, y en esta cuestión –como en todas las otras– no entendemos la utilidad de las repeticiones. Hay más: atormentado por el deseo de parecer mejor que Calmeil, Esquirol, Montègre, Hecquet y tantos otros que lo precedieron y que serán siempre sus maestros, el Sr. Louis Figuier se pierde muchas veces en el laberinto confuso de las demostraciones que toma prestado de ellos, queriendo apoderarse de las mismas y acabando a veces por crear una rivalidad con la lógica del Sr. Babinet. En cuanto a los hechos, él los ha acumulado en gran cantidad, aunque un poco al azar, truncando unos, desechando otros, interesado en reproducir de preferencia los que pudiesen ofrecer un cierto atractivo a la lectura; esto prueba que él aspiraba principalmente a obtener un éxito fácil, en vez de tener que luchar con los novelistas del día. Somos llevados a preguntarnos cómo él no indujo al editor a incluir su obra en la divertida Biblioteca de los ferrocarriles, a fin de que llegase más directamente a la multitud que lee para distraerse y no para instruirse.
«No podemos negar que su libro es divertido –si es que esto basta para tenga mérito–, asemejándose a una colección de anécdotas y chistes, compuesta por historietas amontonadas con miras a lo pitoresco, sin ninguna preocupación con la verdad; esto no le impide jactarse a todo instante e inoportunamente de su imparcialidad, de su veracidad: una pretensión más que se agrega a todas las que hemos señalado y con la cual se ufana con tanta pedantería, que no disimula cuánto ella le hace falta. Tal como es él, no podríamos compararlo mejor que con esos restaurantes ordinarios, pródigos en comestibles, que de atrayentes no tienen más que la apariencia, y que sirven a los consumidores sin ninguna preocupación con lo que hacen. Más superficial que profundo, lo importante es allí sacrificado por lo fútil, lo principal por lo accesorio, el lado dogmático por el lado episódico; además, las lagunas son tan abundantes como las cosas inútiles y, para que no falte nada, está lleno de contradicciones, afirmando aquí lo que niega más adelante, de manera que somos llevados a creer que –diferente en esto que el célebre Pico della Mirandola, capaz de disertar de omni re scibili– el Sr. Louis Figuier pretendió enseñar a los otros lo que él mismo no sabía.»
«Y él tendría razón de envanecerse por escribir de prisa, ¡si la calidad fuese medida por la cantidad! En efecto, ésta no forma menos que cuatro gruesos volúmenes, esa Histoire du Merveilleux, y sólo contiene la Historia de lo Maravilloso en los tiempos modernos, desde 1630 hasta nuestros días –apenas dos siglos–, lo que al menos supondría un poco más del doble que las más voluminosas enciclopedias, ¡si contuviera la Historia de lo Maravilloso en todos los tiempos y en todos los pueblos! Así, cuando se piensa que ese fragmento de monografía de tan vasta extensión no lo costó más que algunos meses de trabajo, tenemos la tentación de creer que esa producción, al mismo tiempo tan exagerada y tan precipitada, es más maravillosa que las maravillas que contiene. Pero esa fecundidad deja de ser un prodigio cuando se estudia de cerca el procedimiento de composición que ha usado y, en verdad, el mismo le es tan familiar que no se podía esperar que emplease otro. En lugar de condensar los hechos, de exponerlos sumariamente, de dejar a un lado detalles inútiles, de atenerse sobre todo a poner en relieve las circunstancias características, y enseguida discutirlas, se ocupó únicamente en escribir un folletín más largo que los que escribe semanalmente en La Presse (La Prensa). Armado con un par de tijeras, recortó de las obras anteriores a la suya lo que convenía a las ideas preconcebidas que él deseaba que triunfasen, descartando lo que podía contrariar la opinión que él había formado a priori sobre esa importante cuestión, sobre todo lo que podía contrariar la explicación natural que se proponía a dar acerca de las manifestaciones calificadas de sobrenaturales, lo que los librepensadores son unánimes en llamar la credulidad pública, ya que una de las pretensiones de su libro –y esta pretensión no está mejor justificada que las otras– es la de dar una nueva solución física o médica encontrada por él, solución triunfante, incontestable, de ahí en adelante al abrigo de las objeciones de los hombres muy simples que creen que Dios es más poderoso que nuestros científicos. Él repite eso en cien lugares de su obra, a fin de que nadie lo ignore y con la esperanza de que terminarán por creerlo, aunque se limite a repetir lo que al respecto han dicho, antes de él, todos los físicos, médicos, filósofos o químicos, que tienen más horror a lo sobrenatural que Pascal del vacío.
«Resulta de esto que esa Histoire du Merveilleux carece, a la vez, de autoridad y de proporciones. Desde el punto de vista dogmático, la misma no sobrepasa las negaciones de los negadores anteriores; no agrega ningún argumento a los argumentos que ya han sido desarrollados, y en esta cuestión –como en todas las otras– no entendemos la utilidad de las repeticiones. Hay más: atormentado por el deseo de parecer mejor que Calmeil, Esquirol, Montègre, Hecquet y tantos otros que lo precedieron y que serán siempre sus maestros, el Sr. Louis Figuier se pierde muchas veces en el laberinto confuso de las demostraciones que toma prestado de ellos, queriendo apoderarse de las mismas y acabando a veces por crear una rivalidad con la lógica del Sr. Babinet. En cuanto a los hechos, él los ha acumulado en gran cantidad, aunque un poco al azar, truncando unos, desechando otros, interesado en reproducir de preferencia los que pudiesen ofrecer un cierto atractivo a la lectura; esto prueba que él aspiraba principalmente a obtener un éxito fácil, en vez de tener que luchar con los novelistas del día. Somos llevados a preguntarnos cómo él no indujo al editor a incluir su obra en la divertida Biblioteca de los ferrocarriles, a fin de que llegase más directamente a la multitud que lee para distraerse y no para instruirse.
«No podemos negar que su libro es divertido –si es que esto basta para tenga mérito–, asemejándose a una colección de anécdotas y chistes, compuesta por historietas amontonadas con miras a lo pitoresco, sin ninguna preocupación con la verdad; esto no le impide jactarse a todo instante e inoportunamente de su imparcialidad, de su veracidad: una pretensión más que se agrega a todas las que hemos señalado y con la cual se ufana con tanta pedantería, que no disimula cuánto ella le hace falta. Tal como es él, no podríamos compararlo mejor que con esos restaurantes ordinarios, pródigos en comestibles, que de atrayentes no tienen más que la apariencia, y que sirven a los consumidores sin ninguna preocupación con lo que hacen. Más superficial que profundo, lo importante es allí sacrificado por lo fútil, lo principal por lo accesorio, el lado dogmático por el lado episódico; además, las lagunas son tan abundantes como las cosas inútiles y, para que no falte nada, está lleno de contradicciones, afirmando aquí lo que niega más adelante, de manera que somos llevados a creer que –diferente en esto que el célebre Pico della Mirandola, capaz de disertar de omni re scibili– el Sr. Louis Figuier pretendió enseñar a los otros lo que él mismo no sabía.»
II
«Podríamos limitar aquí el examen de esa Histoire du Merveilleux, si no tuviésemos que justificar estas severas pero justas apreciaciones. Para comenzar, ¿tenemos necesidad de agregar que aquel que la escribió no cree en la posibilidad de lo sobrenatural? Creemos que no. En su condición de académico supernumerario –cuya situación sólo terminará probablemente al finalizar su existencia–, debido a los poderes que le confiere su título de folletinista científico, él no podía sostener otra tesis sin correr el riesgo de ser colocado en el índex por el ejército de incrédulos, de los cuales está apto para formar parte. Él tampoco cree y, al respecto, su incredulidad está por encima de toda sospecha. Él es del número “de esas mentes eruditas” que, siendo testigos del “imprevisto desbordamiento” por lo maravilloso contemporáneo, no pueden comprender “semejante desvarío en pleno siglo XIX, con una filosofía avanzada y en medio de ese magnífico movimiento científico que hoy dirige todo hacia lo positivo y lo útil”. –Reconocemos que debe ser penoso para “esas mentes eruditas” ver que la opinión pública se rehúsa así a despojarse de sus viejos prejuicios y persiste en tener otras creencias, diversas de las del positivismo filosófico que, entretanto, son las de todos los animales. Además, ese sinsabor no data solamente de nuestros días. El Sr. Louis Figuier lo confiesa, no sin enfado, cuando pregunta con estupefacción cómo es posible que lo maravilloso haya resistido al siglo XVIII, “el siglo de Voltaire y de la Enciclopedia”, mientras que “los ojos se abren a las luces del buen sentido y de la razón”. ¿Qué hacer entonces? Tan vivaz es esa creencia en lo maravilloso, consagrada por todas las religiones, que ha sido la de todos los tiempos, de todos los pueblos, en todas las latitudes y en todos los continentes, que los librepensadores, satisfechos por haberla agitado por sí y para sí mismos, obrarían sabiamente al abstenerse de aquí en adelante de un proselitismo del cual conocen su revés inevitable.
«Pero el Sr. Louis Figuier no es de esos corazones pusilánimes que se asustan de antemano con la inutilidad de sus esfuerzos. Lleno de confianza y de presunción en su fuerza, se jacta de realizar lo que no consiguieron Voltaire, Diderot, Lamettrie, Dupuis, Volney, Dulaure, Pigault-Lebrun, Dulaurens con El compadre Mateo de su autoría, los químicos con sus alambiques, los físicos con sus pilas eléctricas, los astrónomos con sus compases, los panteístas con sus sofismas y los bromistas de mal gusto con su escepticismo despreciable, siendo que todos ellos fueron impotentes en lograrlo. Esta vez él se propuso a demostrar de nuevo y triunfalmente que “lo sobrenatural no existe, que nunca ha existido”, y por consecuencia “los prodigios antiguos y contemporáneos pueden ser todos atribuidos a una causa natural”. La tarea es ardua: hasta aquí los más intrépidos han sucumbido a la misma; pero “semejante conclusión, que necesariamente excluiría a todo agente sobrenatural, sería una victoria de la Ciencia sobre el espíritu de superstición, a favor de la razón y de la dignidad humanas”; y esa victoria halagó su ambición –victoria fácil, después de todo–, más fácil de lo que pensábamos, si es que el Sr. Louis Figuier no se equivocó cuando dijo, en su introducción, que “nuestro siglo se preocupa muy poco con materias teológicas y disputas religiosas”. Entonces, ¿para qué ponerse en guerra contra una creencia que no existe? ¿Para qué atacar opiniones teológicas con las cuales nadie se importa? ¿Para qué dar atención a supersticiones religiosas que no nos preocupan más? “Victoria sin peligro, triunfo sin gloria”, ha dicho el poeta, y no conviene tocar muy alto la trompeta de guerra, si uno solamente tiene que luchar contra molinos de viento. ¿Qué queréis? Al escribir eso, el Sr. Louis Figuier se había olvidado de lo que él mismo había escrito anteriormente, cuando confesaba –con vergüenza en la cara– que nuestro siglo, sordo a las lecciones de la Enciclopedia y a las enseñanzas de la prensa laica, se había dejado súbitamente cautivar por lo maravilloso y, más que sus antepasados, creía en lo sobrenatural, aberración incomprensible de la cual él deseaba curarlo. Pero esta contradicción es tan pequeña que quizá no valiese la pena ser señalada: veremos muchas otras, ¡y aún seremos obligados a dejar a un lado otras tantas!
«Así, el Sr. Louis Figuier niega que se produzcan en nuestros días, y que se hayan producido en algún tiempo, manifestaciones sobrenaturales. En materia de milagros, sólo la Ciencia tiene el poder de hacerlos: el poder de Dios nunca ha ido hasta ahí. Aún cuando digamos que Dios no tiene ese poder, tenemos una especie de escrúpulo en traducir incompletamente su pensamiento. ¿Reconoce él a otro dios, más allá del dios naturaleza, tan admirable en su inteligencia ciega, y que hace maravillas sin dudarlo, dios querido de los eruditos, porque es bastante complaciente como para dejarles creer que usurpan diariamente un pedazo de su soberanía? Es una cuestión que no nos permitimos profundizar.
«Mediocremente maravillosa, esa Histoire du Merveilleux comienza con una introducción que el Sr. Louis Figuier llama de vistazo dado sobre lo sobrenatural en la Antigüedad y en la Edad Media, del cual nada diremos porque tendríamos mucho que decir. Las manifestaciones más importantes son allí desfiguradas bajo el pretexto de resumen, y se concibe que necesitaríamos demasiado tiempo y espacio para restituir la verdadera fisonomía de los miles de hechos que ahí sólo figuran de un modo excesivamente abreviado.
«El edificio es digno del peristilo; esta Historia de lo Maravilloso, durante esos dos últimos siglos, se abre con el relato del caso Urbain Grandier y las religiosas de Loudun; después son citados la vara adivinatoria, los Camisardos de las Cevenas, los Convulsionarios Jansenistas, Cagliostro, el magnetismo y las mesas giratorias. Ni una palabra sobre la posesión de Louviers, ni acerca de los iluminados, de los Martinistas, del Swedenborgianismo, de los estigmatizados del Tirol, de la notable manifestación de los niños en Suecia, ocurrida hace menos de cincuenta años; apenas dice una palabra sobre los exorcismos del párroco Gassner, y dedica menos de una página insignificante a la vidente de Prevorst. El Sr. Louis Figuier habría hecho mejor si titulase su libro: Episodios de la Historia de lo Maravilloso en los tiempos modernos, a pesar de que los episodios que ha elegido puedan dar lugar a serias objeciones. Nadie jamás atribuyó a las prestidigitaciones de Cagliostro un significado sobrenatural. Era un hábil aventurero, que poseía algunos secretos curiosos, proezas de las cuales supo hábilmente servirse para deslumbrar a aquellos que quería explotar, siendo que él tenía numerosos cómplices. Cagliostro merece más bien un lugar en la galería de los precursores revolucionarios que en el pandemonio de los hechiceros. Igualmente no vemos qué tiene que ver el magnetismo con esa Historia de lo Maravilloso, sobre todo desde el punto de vista en que el Sr. Louis Figuier se ha colocado. El magnetismo es de la competencia de la Academia de Medicina y de la Academia de Ciencias, que lo desdeñaron mucho; pero sólo puede interesar al sobrenaturalismo por ocasión de algunas de sus manifestaciones, aquellas que el Sr. Louis Figuier realmente ha dejado a un lado, a fin de reservar el espacio que le ha dedicado al relato de la vida de Mesmer, de las experiencias del marqués de Puységur y del incidente relativo al famoso informe del Dr. Husson. Hace dos años hemos tratado esta importante cuestión, y a ella no volveremos porque repetiríamos lo mismo. También dejaremos a un lado la cuestión de las mesas giratorias, que hemos examinado en la misma época. Sin embargo, habría mucho que decirse sobre la explicación natural y física que el Sr. Louis Figuier pretende dar acerca de esa danza de las mesas y sobre el resultado de sus manifestaciones; pero es necesario saber limitarse. Por lo tanto, dejémoslo que se debata con la Revista Espiritualista y con la Revista Espírita, dos revistas publicadas en París por los adeptos de la creencia en la manifestación de los Espíritus, que lo acusan de haber escrito sus conclusiones sin haber escuchado previamente a los testigos y sin haber consultado los documentos del proceso. Una y otra afirman que él nunca ha asistido ni a una única sesión espiritualista y que, a su llegada, se tomó el trabajo de declarar que su opinión ya estaba formada y que nada lo haría cambiar.
«¿Es verdad? No lo sabemos. Todo lo que podemos afirmar es que, después de haber rechazado –con justa razón– la solución del Sr. Babinet, por los movimientos nacientes e inconscientes, terminó adoptándola por cuenta propia, tan inconsciente que él mismo es de lo que piensa y de lo que escribe. He aquí la prueba: “En esa reunión de personas fijamente ligadas en formar una cadena durante veinte minutos o media hora, con las manos puestas sobre la mesa, sin tener la libertad de distraerse por un instante en atención a la experiencia de la cual hacen parte, el mayor número de las mismas no siente ningún efecto particular. Pero es muy difícil que al menos una de ellas no entre, por un momento, en el estado hipnótico o biológico. [El hipnotismo le da respuestas para todo, como veremos más tarde.] Tal vez ese estado no precise durar más que un segundo para que se realice el fenómeno esperado. Al caer en esa somnolencia nerviosa, el miembro de la cadena, al no tener más conciencia de sus actos y sin otro pensamiento que no sea el de la idea fija de la rotación de la mesa, imprime el movimiento del mueble sin saberlo”. ¿Por qué, entonces, no comienza a burlarse de sí mismo, ya que le agradaba burlarse del Sr. Babinet? Eso hubiera sido lógico, sobre todo después de haber anunciado que él venía a resolver el misterio y desde el momento en que tenía en su candil una mecha tan ridícula como la que antes tenía el erudito académico. Pero la lógica está ausente en esta Historia de lo Maravilloso del Sr. Louis Figuier. ¡Ah! Por más que se pretenda que los ecos hablen, sus esfuerzos sólo consiguen repetir lo que oyen.
«En cuanto a los largos capítulos que él dedica a la vara adivinatoria, y en particular a Jacques Aymar, nos permitimos inicialmente observarle que se equivoca si piensa que ese problema fue suficientemente estudiado por el Sr. Chevreul. Si así lo desea, es una ilusión que él puede dar a ese erudito; pero fuera de la Academia de Ciencias no encontrará a nadie que admita que la teoría del péndulo explorador responda a todas las objeciones. La frase atribuida a Galileo: “¡Y sin embargo se mueve!”, podría aplicarse a la vara adivinatoria. Ella se movió y se mueve, a pesar de los escépticos que niegan el movimiento, porque se rehúsan a ver; los millares de ejemplos que podemos citar –y que el propio Sr. Louis Figuier cita– atestiguan la realidad del fenómeno. ¿Se mueve por un impulso diabólico o espírita, como se diría hoy, o bajo la impresión que recibe de algunos efluvios desconocidos? De buen grado rechazamos toda influencia sobrenatural, aunque pueda ser admitida en ciertos casos. Lo que no nos parece probado, es la no existencia de fluidos desconocidos. El fluido magnético cuenta, entre otros, con numerosos partidarios, cuyas afirmaciones merecen tanta autoridad como las negaciones de sus adversarios. Sea como fuere, la vara adivinatoria ha hecho maravillas que no pueden tener nada de sobrenatural, pero que la Ciencia es incapaz de explicar, ella que además explica muy poco de todas las que vemos producirse a cada día a nuestro alrededor, en la vida de la más pequeña hierba. La modestia es una virtud que le hace falta, y que él haría bien en adquirir.
«Entre otras maravillas, las que hacía Jacques Aymar –del cual acabamos de hablar– merecen ser relatadas con detalles. Entre otros, cierta vez fue llamado a Lyon, al día siguiente de un gran crimen cometido en esta ciudad. Armado con su vara, examinó el sótano, que había sido la escena del crimen, declarando que los asesinos eran tres; después se puso a seguir sus rastros, que lo llevaron a un jardinero cuya casa estaba situada a orillas del Ródano, afirmando Aymar que ellos habían entrado allí y que incluso bebieron una botella de vino. El jardinero declaró que nada de esto había sucedido; pero sus jóvenes hijos, al ser interrogados al respecto, confesaron que tres individuos habían llegado, en ausencia de su padre, y que les habían vendido vino. Entonces Aymar, al retomar el camino –siempre conducido por su vara–, descubrió el local donde embarcaron en el Ródano, entró en un pequeño barco, bajó en todos los lugares en que ellos descendieron y se dirigió al campamento de Sablons, entre Vienne y Saint-Vallier; verificó que se quedaron allí algunos días, continuó en su persecución y, de etapa en etapa, llegó hasta Beaucaire, en plena feria, donde recorrió las calles repletas de gente y donde se detuvo ante la puerta de la prisión, en la cual entró y designó a un pequeño jorobado como siendo uno de los asesinos. A continuación, sus investigaciones le hicieron constatar que los otros se habían dirigido a Nimes; pero las autoridades policiales no quisieron proseguir sus investigaciones. El jorobado, conducido a Lyon, confesó su crimen y fue condenado al suplicio.
«He aquí la hazaña de Jacques Aymar, y hazañas tan sorprendentes como ésta son numerosas en su vida. El Sr. Louis Figuier lo admite en todas sus circunstancias. Además, no podría ser de otro modo, ya que ha sido testimoniado por centenas de testigos, de cuya veracidad no se puede sospechar, “por tres relatos y varias cartas concordantes, escritas por los testigos y por los magistrados, hombres igualmente honorables y desinteresados, y que nadie, en el público contemporáneo, dudó de que podrían haberse mancomunado, lo que realmente era imposible entre ellos”. Pero como incluso no podía ensayar aquí una explicación física, el Sr. Figuier se vio obligado a renunciar a su procedimiento ordinario y entró en un laberinto de suposiciones, más ingeniosas que verosímiles. Él transformó a Jacques Aymar en un agente de policía, de una tal perspicacia, capaz de dejar atrás al Sr. de Sartines o a cualquier otro célebre policía. Junto a él, nuestros más inteligentes jefes de la policía de seguridad no serían más que escolares. Entonces, Figuier supone que Aymar, antes de comenzar sus experiencias con la vara, pasó tres o cuatro horas en Lyon y que tuvo tiempo para recoger informaciones, descubriendo lo que hasta las propias autoridades judiciales ignoraban. Cree que fue a la casa del jardinero porque era presumible que los asesinos hayan embarcado en el Ródano para escaparse más rápidamente; adivinó que habían bebido vino porque deberían estar sedientos; atracó en varios lugares a lo largo de las márgenes de ese río –donde más tarde se supo que realmente ellos habían atracado– porque esos locales habituales de desembarque le eran conocidos; se detuvo en el campamento de Sablons porque era evidente que ellos querían ver el espectáculo de la reunión de las tropas; se dirigió a Beaucaire porque era cierto que deseaban dar allí un gran golpe; en fin, paró a la puerta de la prisión porque era probable que uno de ellos hubiese cometido la torpeza de ser arrestado. “¡He aquí por qué vuestra hija es muda!” –ha dicho Sganarelle; y el Sr. Louis Figuier no dice nada mejor ni diferente. Sobre todo cree que triunfa, porque Jacques Aymar, al haber sido llamado más tarde a París, por los rumores de su fama, allí su perspicacia sufrió fracasos reales, al lado de algunos triunfos también reales. Pero esos eclipses, que entonces le valieron un cierto desagrado, el Sr. Louis Figuier –más que ningún otro– se los recriminó; más que ningún otro, se sintió autorizado en declararlo un impostor, a pesar de saber y de reconocer mejor que nadie, a propósito del magnetismo, que esas especies de experiencias no están a su disposición, dando resultado un día y en otro no. En fin, a esa inconsecuencia, él agrega otra menos disculpable. No contento con acusar a Jacques Aymar de charlatanismo, pronuncia la misma condenación contra casi todos los que se sirven de la vara, cuyos hechos y gestos relata, pero en la discusión dice: “Entre los numerosos adeptos prácticos, sólo un pequeño número tenía mala fe; a pesar de esto, no siempre era así; el mayor número obraba con completa sinceridad. La vara se movía positivamente en sus manos, independientemente de cualquier artificio, y el fenómeno, como hecho, era bien real”. Bien, muy bien, no podía ser mejor: he aquí la verdad. Pero ¿cómo y por qué se movía? Es imposible escapar a esta indiscreta interrogación. Ahora bien, el Sr. Louis Figuier responde así: “El movimiento de la horquilla se operaba en virtud de un acto de su pensamiento y sin que ellos tuviesen ninguna conciencia de esta acción secreta de su voluntad”. ¡Siempre esa inconsciencia, más maravillosa que lo maravilloso que rechazan! ¡Es de no creer!»
ESCANDE
[1] Oficina de redacción: calle Santa Ana Nº 63; ejemplar del 22 de febrero de 1861. Precio por número: 1 franco. [Nota de Allan Kardec.]
«Pero el Sr. Louis Figuier no es de esos corazones pusilánimes que se asustan de antemano con la inutilidad de sus esfuerzos. Lleno de confianza y de presunción en su fuerza, se jacta de realizar lo que no consiguieron Voltaire, Diderot, Lamettrie, Dupuis, Volney, Dulaure, Pigault-Lebrun, Dulaurens con El compadre Mateo de su autoría, los químicos con sus alambiques, los físicos con sus pilas eléctricas, los astrónomos con sus compases, los panteístas con sus sofismas y los bromistas de mal gusto con su escepticismo despreciable, siendo que todos ellos fueron impotentes en lograrlo. Esta vez él se propuso a demostrar de nuevo y triunfalmente que “lo sobrenatural no existe, que nunca ha existido”, y por consecuencia “los prodigios antiguos y contemporáneos pueden ser todos atribuidos a una causa natural”. La tarea es ardua: hasta aquí los más intrépidos han sucumbido a la misma; pero “semejante conclusión, que necesariamente excluiría a todo agente sobrenatural, sería una victoria de la Ciencia sobre el espíritu de superstición, a favor de la razón y de la dignidad humanas”; y esa victoria halagó su ambición –victoria fácil, después de todo–, más fácil de lo que pensábamos, si es que el Sr. Louis Figuier no se equivocó cuando dijo, en su introducción, que “nuestro siglo se preocupa muy poco con materias teológicas y disputas religiosas”. Entonces, ¿para qué ponerse en guerra contra una creencia que no existe? ¿Para qué atacar opiniones teológicas con las cuales nadie se importa? ¿Para qué dar atención a supersticiones religiosas que no nos preocupan más? “Victoria sin peligro, triunfo sin gloria”, ha dicho el poeta, y no conviene tocar muy alto la trompeta de guerra, si uno solamente tiene que luchar contra molinos de viento. ¿Qué queréis? Al escribir eso, el Sr. Louis Figuier se había olvidado de lo que él mismo había escrito anteriormente, cuando confesaba –con vergüenza en la cara– que nuestro siglo, sordo a las lecciones de la Enciclopedia y a las enseñanzas de la prensa laica, se había dejado súbitamente cautivar por lo maravilloso y, más que sus antepasados, creía en lo sobrenatural, aberración incomprensible de la cual él deseaba curarlo. Pero esta contradicción es tan pequeña que quizá no valiese la pena ser señalada: veremos muchas otras, ¡y aún seremos obligados a dejar a un lado otras tantas!
«Así, el Sr. Louis Figuier niega que se produzcan en nuestros días, y que se hayan producido en algún tiempo, manifestaciones sobrenaturales. En materia de milagros, sólo la Ciencia tiene el poder de hacerlos: el poder de Dios nunca ha ido hasta ahí. Aún cuando digamos que Dios no tiene ese poder, tenemos una especie de escrúpulo en traducir incompletamente su pensamiento. ¿Reconoce él a otro dios, más allá del dios naturaleza, tan admirable en su inteligencia ciega, y que hace maravillas sin dudarlo, dios querido de los eruditos, porque es bastante complaciente como para dejarles creer que usurpan diariamente un pedazo de su soberanía? Es una cuestión que no nos permitimos profundizar.
«Mediocremente maravillosa, esa Histoire du Merveilleux comienza con una introducción que el Sr. Louis Figuier llama de vistazo dado sobre lo sobrenatural en la Antigüedad y en la Edad Media, del cual nada diremos porque tendríamos mucho que decir. Las manifestaciones más importantes son allí desfiguradas bajo el pretexto de resumen, y se concibe que necesitaríamos demasiado tiempo y espacio para restituir la verdadera fisonomía de los miles de hechos que ahí sólo figuran de un modo excesivamente abreviado.
«El edificio es digno del peristilo; esta Historia de lo Maravilloso, durante esos dos últimos siglos, se abre con el relato del caso Urbain Grandier y las religiosas de Loudun; después son citados la vara adivinatoria, los Camisardos de las Cevenas, los Convulsionarios Jansenistas, Cagliostro, el magnetismo y las mesas giratorias. Ni una palabra sobre la posesión de Louviers, ni acerca de los iluminados, de los Martinistas, del Swedenborgianismo, de los estigmatizados del Tirol, de la notable manifestación de los niños en Suecia, ocurrida hace menos de cincuenta años; apenas dice una palabra sobre los exorcismos del párroco Gassner, y dedica menos de una página insignificante a la vidente de Prevorst. El Sr. Louis Figuier habría hecho mejor si titulase su libro: Episodios de la Historia de lo Maravilloso en los tiempos modernos, a pesar de que los episodios que ha elegido puedan dar lugar a serias objeciones. Nadie jamás atribuyó a las prestidigitaciones de Cagliostro un significado sobrenatural. Era un hábil aventurero, que poseía algunos secretos curiosos, proezas de las cuales supo hábilmente servirse para deslumbrar a aquellos que quería explotar, siendo que él tenía numerosos cómplices. Cagliostro merece más bien un lugar en la galería de los precursores revolucionarios que en el pandemonio de los hechiceros. Igualmente no vemos qué tiene que ver el magnetismo con esa Historia de lo Maravilloso, sobre todo desde el punto de vista en que el Sr. Louis Figuier se ha colocado. El magnetismo es de la competencia de la Academia de Medicina y de la Academia de Ciencias, que lo desdeñaron mucho; pero sólo puede interesar al sobrenaturalismo por ocasión de algunas de sus manifestaciones, aquellas que el Sr. Louis Figuier realmente ha dejado a un lado, a fin de reservar el espacio que le ha dedicado al relato de la vida de Mesmer, de las experiencias del marqués de Puységur y del incidente relativo al famoso informe del Dr. Husson. Hace dos años hemos tratado esta importante cuestión, y a ella no volveremos porque repetiríamos lo mismo. También dejaremos a un lado la cuestión de las mesas giratorias, que hemos examinado en la misma época. Sin embargo, habría mucho que decirse sobre la explicación natural y física que el Sr. Louis Figuier pretende dar acerca de esa danza de las mesas y sobre el resultado de sus manifestaciones; pero es necesario saber limitarse. Por lo tanto, dejémoslo que se debata con la Revista Espiritualista y con la Revista Espírita, dos revistas publicadas en París por los adeptos de la creencia en la manifestación de los Espíritus, que lo acusan de haber escrito sus conclusiones sin haber escuchado previamente a los testigos y sin haber consultado los documentos del proceso. Una y otra afirman que él nunca ha asistido ni a una única sesión espiritualista y que, a su llegada, se tomó el trabajo de declarar que su opinión ya estaba formada y que nada lo haría cambiar.
«¿Es verdad? No lo sabemos. Todo lo que podemos afirmar es que, después de haber rechazado –con justa razón– la solución del Sr. Babinet, por los movimientos nacientes e inconscientes, terminó adoptándola por cuenta propia, tan inconsciente que él mismo es de lo que piensa y de lo que escribe. He aquí la prueba: “En esa reunión de personas fijamente ligadas en formar una cadena durante veinte minutos o media hora, con las manos puestas sobre la mesa, sin tener la libertad de distraerse por un instante en atención a la experiencia de la cual hacen parte, el mayor número de las mismas no siente ningún efecto particular. Pero es muy difícil que al menos una de ellas no entre, por un momento, en el estado hipnótico o biológico. [El hipnotismo le da respuestas para todo, como veremos más tarde.] Tal vez ese estado no precise durar más que un segundo para que se realice el fenómeno esperado. Al caer en esa somnolencia nerviosa, el miembro de la cadena, al no tener más conciencia de sus actos y sin otro pensamiento que no sea el de la idea fija de la rotación de la mesa, imprime el movimiento del mueble sin saberlo”. ¿Por qué, entonces, no comienza a burlarse de sí mismo, ya que le agradaba burlarse del Sr. Babinet? Eso hubiera sido lógico, sobre todo después de haber anunciado que él venía a resolver el misterio y desde el momento en que tenía en su candil una mecha tan ridícula como la que antes tenía el erudito académico. Pero la lógica está ausente en esta Historia de lo Maravilloso del Sr. Louis Figuier. ¡Ah! Por más que se pretenda que los ecos hablen, sus esfuerzos sólo consiguen repetir lo que oyen.
«En cuanto a los largos capítulos que él dedica a la vara adivinatoria, y en particular a Jacques Aymar, nos permitimos inicialmente observarle que se equivoca si piensa que ese problema fue suficientemente estudiado por el Sr. Chevreul. Si así lo desea, es una ilusión que él puede dar a ese erudito; pero fuera de la Academia de Ciencias no encontrará a nadie que admita que la teoría del péndulo explorador responda a todas las objeciones. La frase atribuida a Galileo: “¡Y sin embargo se mueve!”, podría aplicarse a la vara adivinatoria. Ella se movió y se mueve, a pesar de los escépticos que niegan el movimiento, porque se rehúsan a ver; los millares de ejemplos que podemos citar –y que el propio Sr. Louis Figuier cita– atestiguan la realidad del fenómeno. ¿Se mueve por un impulso diabólico o espírita, como se diría hoy, o bajo la impresión que recibe de algunos efluvios desconocidos? De buen grado rechazamos toda influencia sobrenatural, aunque pueda ser admitida en ciertos casos. Lo que no nos parece probado, es la no existencia de fluidos desconocidos. El fluido magnético cuenta, entre otros, con numerosos partidarios, cuyas afirmaciones merecen tanta autoridad como las negaciones de sus adversarios. Sea como fuere, la vara adivinatoria ha hecho maravillas que no pueden tener nada de sobrenatural, pero que la Ciencia es incapaz de explicar, ella que además explica muy poco de todas las que vemos producirse a cada día a nuestro alrededor, en la vida de la más pequeña hierba. La modestia es una virtud que le hace falta, y que él haría bien en adquirir.
«Entre otras maravillas, las que hacía Jacques Aymar –del cual acabamos de hablar– merecen ser relatadas con detalles. Entre otros, cierta vez fue llamado a Lyon, al día siguiente de un gran crimen cometido en esta ciudad. Armado con su vara, examinó el sótano, que había sido la escena del crimen, declarando que los asesinos eran tres; después se puso a seguir sus rastros, que lo llevaron a un jardinero cuya casa estaba situada a orillas del Ródano, afirmando Aymar que ellos habían entrado allí y que incluso bebieron una botella de vino. El jardinero declaró que nada de esto había sucedido; pero sus jóvenes hijos, al ser interrogados al respecto, confesaron que tres individuos habían llegado, en ausencia de su padre, y que les habían vendido vino. Entonces Aymar, al retomar el camino –siempre conducido por su vara–, descubrió el local donde embarcaron en el Ródano, entró en un pequeño barco, bajó en todos los lugares en que ellos descendieron y se dirigió al campamento de Sablons, entre Vienne y Saint-Vallier; verificó que se quedaron allí algunos días, continuó en su persecución y, de etapa en etapa, llegó hasta Beaucaire, en plena feria, donde recorrió las calles repletas de gente y donde se detuvo ante la puerta de la prisión, en la cual entró y designó a un pequeño jorobado como siendo uno de los asesinos. A continuación, sus investigaciones le hicieron constatar que los otros se habían dirigido a Nimes; pero las autoridades policiales no quisieron proseguir sus investigaciones. El jorobado, conducido a Lyon, confesó su crimen y fue condenado al suplicio.
«He aquí la hazaña de Jacques Aymar, y hazañas tan sorprendentes como ésta son numerosas en su vida. El Sr. Louis Figuier lo admite en todas sus circunstancias. Además, no podría ser de otro modo, ya que ha sido testimoniado por centenas de testigos, de cuya veracidad no se puede sospechar, “por tres relatos y varias cartas concordantes, escritas por los testigos y por los magistrados, hombres igualmente honorables y desinteresados, y que nadie, en el público contemporáneo, dudó de que podrían haberse mancomunado, lo que realmente era imposible entre ellos”. Pero como incluso no podía ensayar aquí una explicación física, el Sr. Figuier se vio obligado a renunciar a su procedimiento ordinario y entró en un laberinto de suposiciones, más ingeniosas que verosímiles. Él transformó a Jacques Aymar en un agente de policía, de una tal perspicacia, capaz de dejar atrás al Sr. de Sartines o a cualquier otro célebre policía. Junto a él, nuestros más inteligentes jefes de la policía de seguridad no serían más que escolares. Entonces, Figuier supone que Aymar, antes de comenzar sus experiencias con la vara, pasó tres o cuatro horas en Lyon y que tuvo tiempo para recoger informaciones, descubriendo lo que hasta las propias autoridades judiciales ignoraban. Cree que fue a la casa del jardinero porque era presumible que los asesinos hayan embarcado en el Ródano para escaparse más rápidamente; adivinó que habían bebido vino porque deberían estar sedientos; atracó en varios lugares a lo largo de las márgenes de ese río –donde más tarde se supo que realmente ellos habían atracado– porque esos locales habituales de desembarque le eran conocidos; se detuvo en el campamento de Sablons porque era evidente que ellos querían ver el espectáculo de la reunión de las tropas; se dirigió a Beaucaire porque era cierto que deseaban dar allí un gran golpe; en fin, paró a la puerta de la prisión porque era probable que uno de ellos hubiese cometido la torpeza de ser arrestado. “¡He aquí por qué vuestra hija es muda!” –ha dicho Sganarelle; y el Sr. Louis Figuier no dice nada mejor ni diferente. Sobre todo cree que triunfa, porque Jacques Aymar, al haber sido llamado más tarde a París, por los rumores de su fama, allí su perspicacia sufrió fracasos reales, al lado de algunos triunfos también reales. Pero esos eclipses, que entonces le valieron un cierto desagrado, el Sr. Louis Figuier –más que ningún otro– se los recriminó; más que ningún otro, se sintió autorizado en declararlo un impostor, a pesar de saber y de reconocer mejor que nadie, a propósito del magnetismo, que esas especies de experiencias no están a su disposición, dando resultado un día y en otro no. En fin, a esa inconsecuencia, él agrega otra menos disculpable. No contento con acusar a Jacques Aymar de charlatanismo, pronuncia la misma condenación contra casi todos los que se sirven de la vara, cuyos hechos y gestos relata, pero en la discusión dice: “Entre los numerosos adeptos prácticos, sólo un pequeño número tenía mala fe; a pesar de esto, no siempre era así; el mayor número obraba con completa sinceridad. La vara se movía positivamente en sus manos, independientemente de cualquier artificio, y el fenómeno, como hecho, era bien real”. Bien, muy bien, no podía ser mejor: he aquí la verdad. Pero ¿cómo y por qué se movía? Es imposible escapar a esta indiscreta interrogación. Ahora bien, el Sr. Louis Figuier responde así: “El movimiento de la horquilla se operaba en virtud de un acto de su pensamiento y sin que ellos tuviesen ninguna conciencia de esta acción secreta de su voluntad”. ¡Siempre esa inconsciencia, más maravillosa que lo maravilloso que rechazan! ¡Es de no creer!»
[1] Oficina de redacción: calle Santa Ana Nº 63; ejemplar del 22 de febrero de 1861. Precio por número: 1 franco. [Nota de Allan Kardec.]
El mar, por el Sr. Michelet
El Sr. Michelet tiene que ponerse en guardia, porque he aquí que todos los dioses marinos de la Antigüedad se preparan para jugarle una mala pasada: es lo que nos cuenta el Sr. Taxile Delord, en un espirituoso artículo publicado en Le Siècle del 4 de febrero último. Su lenguaje es digno de la ópera bufa parisiense Orphée aux enfers, como lo atestigua la siguiente muestra: Neptuno, apareciendo de repente en la morada de Anfitrite, donde se habían reunido los que estaban descontentos, exclama: “He aquí que llega Neptuno. No me esperabais en este momento, estimada Anfitrite; es la hora de mi siesta; pero no consigo cerrar los ojos, desde que surgió ese libro diabólico intitulado El mar. Quise leerlo, pero está lleno de pamplinas; no sé de qué mares quiere hablarnos el Sr. Michelet; es imposible reconocerme allí. Todo el mundo sabe muy bien que el mar termina en las columnas de Hércules; ¿qué puede haber más allá?..., etc.”
No hace falta decir que el Sr. Michelet triunfa completamente; ahora bien, después de la dispersión de sus enemigos, el Sr. Taxile Delord le dijo: “Tal vez os sintáis más tranquilo al saber qué sucedió con los dioses marinos después que el mar los expulsó de su imperio: Neptuno fomenta la piscicultura en gran escala; Glauco es profesor de natación en los baños Ouarnier; Anfitrite es recepcionista en el balneario de Marsella, en el Mediterráneo; Nereo aceptó un lugar de cocinero en los buques transatlánticos; varios tritones han muerto y otros son expuestos en las ferias.”
No garantizamos la exactitud de las informaciones dadas por el Sr. Delord sobre la situación actual de los héroes olímpicos; pero, como principio, él ha dicho –sin quererlo– algo más serio de lo que intentaba decir.
La palabra dios, entre los Antiguos, tenía una acepción muy elástica; era una calificación genérica aplicada a todo ser que parecía elevarse por encima del nivel de la humanidad; he aquí por qué ellos han divinizado a sus grandes hombres; no los encontraríamos tan ridículos si no nos hubiésemos servido de la misma palabra para designar al Ser único, soberano Señor del universo. Los Espíritus, que entonces existían como hoy, allá se manifestaban igualmente, y esos seres misteriosos también debían –según las ideas de la época y aún con más razón– pertenecer a la clase de los dioses. Los pueblos ignorantes, considerándolos seres superiores, les rendían culto; los poetas cantaban y propagaban su historia como profundas verdades filosóficas, ocultas bajo el velo de ingeniosas alegorías, cuyo conjunto formó la mitología pagana. El vulgo, que generalmente sólo ve la superficie de las cosas, toma el sentido figurado al pie de la letra, sin buscar el fondo del pensamiento, así como aquel que en nuestros días no viese en las fábulas de La Fontaine más que una conversación de animales.
Tal es, en esencia, el principio de la mitología; por lo tanto, los dioses no eran sino los Espíritus o las almas de simples mortales, como los de nuestros días; pero las pasiones que la religión pagana les atribuía no dan una idea brillante de su elevación en la jerarquía espírita, comenzando por Júpiter, su jefe, lo que no les impedía deleitarse con el incienso que se quemaba en sus altares. El Cristianismo los despojó de su prestigio, y hoy, el Espiritismo, los redujo a su justo valor. Su propia inferioridad los sometió a varias reencarnaciones en la Tierra; por lo tanto, entre nuestros contemporáneos se podrían encontrar algunos Espíritus que hubiesen recibido antaño los honores divinos, y que no serían más adelantados por esto. El Sr. Taxile Delord, que indudablemente no cree en eso, ciertamente quiso hacer una broma; pero, sin saberlo, no dejó de decir una cosa tal vez más verdadera de lo que pensaba o, al menos, que no es materialmente imposible, como principio. Es así que, a imitación del Sr. Jourdan, una gran cantidad de personas hace Espiritismo sin saberlo.
El Sr. Michelet tiene que ponerse en guardia, porque he aquí que todos los dioses marinos de la Antigüedad se preparan para jugarle una mala pasada: es lo que nos cuenta el Sr. Taxile Delord, en un espirituoso artículo publicado en Le Siècle del 4 de febrero último. Su lenguaje es digno de la ópera bufa parisiense Orphée aux enfers, como lo atestigua la siguiente muestra: Neptuno, apareciendo de repente en la morada de Anfitrite, donde se habían reunido los que estaban descontentos, exclama: “He aquí que llega Neptuno. No me esperabais en este momento, estimada Anfitrite; es la hora de mi siesta; pero no consigo cerrar los ojos, desde que surgió ese libro diabólico intitulado El mar. Quise leerlo, pero está lleno de pamplinas; no sé de qué mares quiere hablarnos el Sr. Michelet; es imposible reconocerme allí. Todo el mundo sabe muy bien que el mar termina en las columnas de Hércules; ¿qué puede haber más allá?..., etc.”
No hace falta decir que el Sr. Michelet triunfa completamente; ahora bien, después de la dispersión de sus enemigos, el Sr. Taxile Delord le dijo: “Tal vez os sintáis más tranquilo al saber qué sucedió con los dioses marinos después que el mar los expulsó de su imperio: Neptuno fomenta la piscicultura en gran escala; Glauco es profesor de natación en los baños Ouarnier; Anfitrite es recepcionista en el balneario de Marsella, en el Mediterráneo; Nereo aceptó un lugar de cocinero en los buques transatlánticos; varios tritones han muerto y otros son expuestos en las ferias.”
No garantizamos la exactitud de las informaciones dadas por el Sr. Delord sobre la situación actual de los héroes olímpicos; pero, como principio, él ha dicho –sin quererlo– algo más serio de lo que intentaba decir.
La palabra dios, entre los Antiguos, tenía una acepción muy elástica; era una calificación genérica aplicada a todo ser que parecía elevarse por encima del nivel de la humanidad; he aquí por qué ellos han divinizado a sus grandes hombres; no los encontraríamos tan ridículos si no nos hubiésemos servido de la misma palabra para designar al Ser único, soberano Señor del universo. Los Espíritus, que entonces existían como hoy, allá se manifestaban igualmente, y esos seres misteriosos también debían –según las ideas de la época y aún con más razón– pertenecer a la clase de los dioses. Los pueblos ignorantes, considerándolos seres superiores, les rendían culto; los poetas cantaban y propagaban su historia como profundas verdades filosóficas, ocultas bajo el velo de ingeniosas alegorías, cuyo conjunto formó la mitología pagana. El vulgo, que generalmente sólo ve la superficie de las cosas, toma el sentido figurado al pie de la letra, sin buscar el fondo del pensamiento, así como aquel que en nuestros días no viese en las fábulas de La Fontaine más que una conversación de animales.
Tal es, en esencia, el principio de la mitología; por lo tanto, los dioses no eran sino los Espíritus o las almas de simples mortales, como los de nuestros días; pero las pasiones que la religión pagana les atribuía no dan una idea brillante de su elevación en la jerarquía espírita, comenzando por Júpiter, su jefe, lo que no les impedía deleitarse con el incienso que se quemaba en sus altares. El Cristianismo los despojó de su prestigio, y hoy, el Espiritismo, los redujo a su justo valor. Su propia inferioridad los sometió a varias reencarnaciones en la Tierra; por lo tanto, entre nuestros contemporáneos se podrían encontrar algunos Espíritus que hubiesen recibido antaño los honores divinos, y que no serían más adelantados por esto. El Sr. Taxile Delord, que indudablemente no cree en eso, ciertamente quiso hacer una broma; pero, sin saberlo, no dejó de decir una cosa tal vez más verdadera de lo que pensaba o, al menos, que no es materialmente imposible, como principio. Es así que, a imitación del Sr. Jourdan, una gran cantidad de personas hace Espiritismo sin saberlo.
Conversaciones familiares del Más Allá
Alfred Leroy, suicida
(Sociedad Espírita de París, 8 de marzo de 1861)
Le Siècle del 2 de marzo de 1861 relata el siguiente caso: En un terreno baldío, en la curva del camino llamado la Arcada que lleva de Conflans a Charenton, obreros que iban al trabajo, ayer de madrugada, encontraron ahorcado en un pino muy alto a un individuo que se había suicidado.
Al ser avisado, el comisario de la policía de Charenton se dirigió al local, acompañado por el Dr. Josias, y procedió a constatar los hechos.
El diario Le Droit dijo que el suicida era un hombre de aproximadamente cincuenta años, de una fisonomía distinguida y que estaba vestido de manera apropiada. De uno de sus bolsillos retiraron un papel escrito con lápiz, que decía:
«Once y cuarenta y cinco de la noche: subo al suplicio. Dios perdonará mis errores.»
En el bolsillo también había una carta, sin dirección y sin firma, cuyo contenido es el siguiente:
«¡Sí, luché hasta el último extremo! Promesas, garantías, todo me faltó. Yo podía llegar; tenía todo para creer, todo para esperar: una falta de palabra me mata; no puedo luchar más. Yo abandono esta existencia, que hace un tiempo es tan dolorosa. Lleno de fuerza y de energía, soy obligado a recurrir al suicidio. Pongo a Dios por testigo de que yo tenía el mayor deseo de pagar mis deudas a los que me habían ayudado en el infortunio; la fatalidad me aplasta: todo se pone en mi contra. Abandonado súbitamente por aquellos que representé, sufro mi desdicha; muero sin hiel –lo confieso–, pero por más que lo digan, la calumnia no impedirá que en los últimos momentos no se tenga por mí nobles simpatías. Insultar al hombre que se redujo a la última de las resoluciones sería una infamia. Ya es bastante haberlo reducido a esto. La vergüenza no será toda mía; el egoísmo me habrá matado.
Según otra documentación, el suicida era un tal Sr. Alfred Leroy, de cincuenta años de edad, oriundo de Vimoutiers (Orne). Su profesión y domicilio son desconocidos y, después de las formalidades habituales, el cuerpo, que nadie solicitó, fue llevado a la morgue.
1. Evocación. –Resp. No vengo como supliciado; ¡estoy salvo! Alfred.
Nota – Las palabras: ¡estoy salvo! sorprendieron a la mayoría de los asistentes; la explicación de las mismas fue pedida en el transcurso de la conversación.
2. Supimos por los diarios sobre el acto de desesperación al cual habéis sucumbido y, aunque no os conozcamos, nos compadecemos de vos, porque la religión nos enseña el deber de tener compasión por todos nuestros hermanos infelices, y ha sido para daros un testimonio de simpatía que os hemos llamado. –Resp. Debo callar los motivos que me han impulsado a ese acto desesperado. Agradezco lo que hacéis por mí; es una felicidad, una esperanza más; ¡gracias!
3. Para comenzar, ¿podéis decirnos si tenéis conciencia de vuestra situación actual? –Resp. Perfectamente; soy relativamente feliz; no me he suicidado por causas puramente materiales; creed que había otras: mis últimas palabras lo han demostrado. Fue una mano de hierro que me agarró. Cuando encarné en la Tierra, vi el suicidio en el futuro; era la prueba contra la cual yo tenía que luchar; quise ser más fuerte que la fatalidad, pero sucumbí.
Nota – Veremos, dentro de poco, que este Espíritu no escapa a la situación de los suicidas, a pesar de lo que acaba de decir. En cuanto a la palabra fatalidad, es evidente que en él es un recuerdo de las ideas terrenas; se atribuye a la fatalidad todas las desgracias que no se sabe evitar. El suicidio era para él la prueba contra la cual tenía que luchar; cedió al arrastramiento en lugar de resistir, en virtud de su libre albedrío, y creyó que estuviese en su destino.
4. Habéis querido escapar a una posición penosa a través del suicidio; ¿ganasteis algo con esto? –Resp. Ahí está mi castigo: la vergüenza de mi orgullo y la conciencia de mi debilidad.
5. Según la carta que ha sido encontrada con vos, parece que la dureza de los hombres y una falta de palabra os han llevado al suicidio; ¿qué sentimiento experimentáis ahora por aquellos que han sido la causa de esa funesta resolución? –Resp. ¡Oh! ¡No me tentéis, no me tentéis, os lo ruego!
Nota – Esta respuesta es admirable; describe la situación del Espíritu luchando contra el deseo de odiar a aquellos que le han hecho mal, y el sentimiento del bien que lo aconseja a perdonar. Teme que esta pregunta provoque una respuesta que su conciencia reprueba.
6. ¿Lamentáis lo que habéis hecho? –Resp. Ya os lo he dicho: mi orgullo y mi debilidad son la causa de lo que hice.
7. Cuando encarnado, ¿creíais en Dios y en la vida futura? –Resp. Mis últimas palabras lo prueban: marcho al suplicio.
Nota – Él comienza a comprender su posición en la cual, a primera vista, pudo tener una ilusión, porque no podría ser salvo y marchar al suplicio.
8. Al tomar esa resolución, ¿qué pensabais que os sucedería? –Resp. Yo tenía bastante conciencia de la justicia como para comprender lo que ahora me hace sufrir. Por un momento tuve la idea de la nada, pero la rechacé bien rápido. Yo no me habría matado si tuviese tal idea; primero me habría vengado.
Nota – Esta respuesta es a la vez muy lógica y muy profunda. Si él creyera en la nada después de la muerte, en lugar de matarse se habría vengado o, al menos, habría empezado a vengarse. La idea del futuro le ha impedido cometer un doble crimen; con la idea de la nada, ¿qué tendría que temer si quisiese quitarse la vida? No temía más la justicia de los hombres y tendría el placer de la venganza. Tal es la consecuencia de las doctrinas materialistas que ciertos eruditos se esfuerzan en propagar.
9. Si estuvierais bien convencido de que las más crueles vicisitudes de la vida son pruebas muy cortas delante de la eternidad, ¿habríais sucumbido? –Resp. Muy cortas, yo lo sabía, pero la desesperación no puede razonar.
10. Suplicamos a Dios que os perdone y le dirigimos en vuestro favor esta oración, a la cual todos nos asociamos:
«Dios todopoderoso, sabemos la situación que está reservada a los que abrevian sus días y no podemos impedir vuestra justicia; pero también sabemos que vuestra misericordia es infinita: ¡que ella pueda derramarse sobre el Espíritu Alfred Leroy! Que nuestras oraciones puedan igualmente, al mostrarle que hay en la Tierra seres que se interesan por su situación, ¡aliviar los sufrimientos que padece por no haber tenido el coraje de soportar las vicisitudes de la vida!
«Espíritus buenos, cuya misión es la de ayudar a los desdichados, tomadlo bajo vuestra protección; inspiradle el arrepentimiento de lo que ha hecho y el deseo de progresar a través de nuevas pruebas, para que pueda soportarlas mejor.»
–Resp. Esta oración me hizo llorar y, aunque lloro, soy feliz.
11. Habéis dicho al comienzo: ahora estoy salvo; ¿cómo conciliar estas palabras con lo que habéis dicho más tarde: Marcho al suplicio? –Resp. ¿Qué pensáis de la bondad divina? Yo no podía vivir; era imposible; ¿creéis que Dios no ve lo imposible en este caso?
Nota – En medio de algunas respuestas notablemente sensatas, hay otras –y ésta es de ese número– que denotan en este Espíritu una idea imperfecta de su situación. Esto no tiene nada de sorprendente, si uno piensa que él ha muerto hace pocos días.
12 (A san Luis). ¿Podéis decirnos cuál es la situación del desdichado que acabamos de evocar? –Resp. La expiación y el sufrimiento. No, no hay contradicción entre las primeras palabras de este desafortunado y sus dolores. Es feliz, dice él; feliz por la cesación de la vida, y como todavía está atado a los lazos terrenos, no siente aún sino la ausencia del mal terreno; pero cuando su Espíritu se eleve, los horizontes del dolor, de la expiación lenta y terrible se desdoblarán ante él, y el conocimiento del infinito, todavía velado a sus ojos, será para él el suplicio que vislumbró.
13. ¿Qué diferencia establecéis entre este suicida y el suicida de la Samaritana? Ambos se mataron por desesperación y, sin embargo, su situación es bien diferente: el primero se reconoce perfectamente, habla con lucidez y aún no sufre; el segundo no creía que estaba muerto, y desde los primeros instantes sufría un suplicio cruel: el de sentir la impresión de su cuerpo en descomposición. –Resp. Una inmensa diferencia; el suplicio de cada uno de esos hombres reviste el propio carácter de su adelanto moral. El último, alma débil y despedazada, soportó tanto como creyó; dudó de su fuerza, de la bondad de Dios, pero no blasfemó ni maldijo; su suplicio interior, lento y profundo, tendrá la misma intensidad de dolor que el del primer suicida; sólo la ley de expiación no es uniforme.
Nota – El relato del suicida de la Samaritana ha sido publicado en el número del mes de junio de 1858, página 166.
14. A los ojos de Dios, ¿cuál es el más culpable y cuál es el que sufrirá un mayor castigo: el que cayó en su debilidad o el que, por su dureza, fue llevado a la desesperación? –Resp. Ciertamente el que cayó en la tentación.
15. La oración que hemos dirigido a Dios por él, ¿le será útil? –Resp. Sí, la oración es un rocío benéfico.
(Sociedad Espírita de París, 8 de marzo de 1861)
Le Siècle del 2 de marzo de 1861 relata el siguiente caso: En un terreno baldío, en la curva del camino llamado la Arcada que lleva de Conflans a Charenton, obreros que iban al trabajo, ayer de madrugada, encontraron ahorcado en un pino muy alto a un individuo que se había suicidado.
Al ser avisado, el comisario de la policía de Charenton se dirigió al local, acompañado por el Dr. Josias, y procedió a constatar los hechos.
El diario Le Droit dijo que el suicida era un hombre de aproximadamente cincuenta años, de una fisonomía distinguida y que estaba vestido de manera apropiada. De uno de sus bolsillos retiraron un papel escrito con lápiz, que decía:
«Once y cuarenta y cinco de la noche: subo al suplicio. Dios perdonará mis errores.»
En el bolsillo también había una carta, sin dirección y sin firma, cuyo contenido es el siguiente:
«¡Sí, luché hasta el último extremo! Promesas, garantías, todo me faltó. Yo podía llegar; tenía todo para creer, todo para esperar: una falta de palabra me mata; no puedo luchar más. Yo abandono esta existencia, que hace un tiempo es tan dolorosa. Lleno de fuerza y de energía, soy obligado a recurrir al suicidio. Pongo a Dios por testigo de que yo tenía el mayor deseo de pagar mis deudas a los que me habían ayudado en el infortunio; la fatalidad me aplasta: todo se pone en mi contra. Abandonado súbitamente por aquellos que representé, sufro mi desdicha; muero sin hiel –lo confieso–, pero por más que lo digan, la calumnia no impedirá que en los últimos momentos no se tenga por mí nobles simpatías. Insultar al hombre que se redujo a la última de las resoluciones sería una infamia. Ya es bastante haberlo reducido a esto. La vergüenza no será toda mía; el egoísmo me habrá matado.
Según otra documentación, el suicida era un tal Sr. Alfred Leroy, de cincuenta años de edad, oriundo de Vimoutiers (Orne). Su profesión y domicilio son desconocidos y, después de las formalidades habituales, el cuerpo, que nadie solicitó, fue llevado a la morgue.
1. Evocación. –Resp. No vengo como supliciado; ¡estoy salvo! Alfred.
Nota – Las palabras: ¡estoy salvo! sorprendieron a la mayoría de los asistentes; la explicación de las mismas fue pedida en el transcurso de la conversación.
2. Supimos por los diarios sobre el acto de desesperación al cual habéis sucumbido y, aunque no os conozcamos, nos compadecemos de vos, porque la religión nos enseña el deber de tener compasión por todos nuestros hermanos infelices, y ha sido para daros un testimonio de simpatía que os hemos llamado. –Resp. Debo callar los motivos que me han impulsado a ese acto desesperado. Agradezco lo que hacéis por mí; es una felicidad, una esperanza más; ¡gracias!
3. Para comenzar, ¿podéis decirnos si tenéis conciencia de vuestra situación actual? –Resp. Perfectamente; soy relativamente feliz; no me he suicidado por causas puramente materiales; creed que había otras: mis últimas palabras lo han demostrado. Fue una mano de hierro que me agarró. Cuando encarné en la Tierra, vi el suicidio en el futuro; era la prueba contra la cual yo tenía que luchar; quise ser más fuerte que la fatalidad, pero sucumbí.
Nota – Veremos, dentro de poco, que este Espíritu no escapa a la situación de los suicidas, a pesar de lo que acaba de decir. En cuanto a la palabra fatalidad, es evidente que en él es un recuerdo de las ideas terrenas; se atribuye a la fatalidad todas las desgracias que no se sabe evitar. El suicidio era para él la prueba contra la cual tenía que luchar; cedió al arrastramiento en lugar de resistir, en virtud de su libre albedrío, y creyó que estuviese en su destino.
4. Habéis querido escapar a una posición penosa a través del suicidio; ¿ganasteis algo con esto? –Resp. Ahí está mi castigo: la vergüenza de mi orgullo y la conciencia de mi debilidad.
5. Según la carta que ha sido encontrada con vos, parece que la dureza de los hombres y una falta de palabra os han llevado al suicidio; ¿qué sentimiento experimentáis ahora por aquellos que han sido la causa de esa funesta resolución? –Resp. ¡Oh! ¡No me tentéis, no me tentéis, os lo ruego!
Nota – Esta respuesta es admirable; describe la situación del Espíritu luchando contra el deseo de odiar a aquellos que le han hecho mal, y el sentimiento del bien que lo aconseja a perdonar. Teme que esta pregunta provoque una respuesta que su conciencia reprueba.
6. ¿Lamentáis lo que habéis hecho? –Resp. Ya os lo he dicho: mi orgullo y mi debilidad son la causa de lo que hice.
7. Cuando encarnado, ¿creíais en Dios y en la vida futura? –Resp. Mis últimas palabras lo prueban: marcho al suplicio.
Nota – Él comienza a comprender su posición en la cual, a primera vista, pudo tener una ilusión, porque no podría ser salvo y marchar al suplicio.
8. Al tomar esa resolución, ¿qué pensabais que os sucedería? –Resp. Yo tenía bastante conciencia de la justicia como para comprender lo que ahora me hace sufrir. Por un momento tuve la idea de la nada, pero la rechacé bien rápido. Yo no me habría matado si tuviese tal idea; primero me habría vengado.
Nota – Esta respuesta es a la vez muy lógica y muy profunda. Si él creyera en la nada después de la muerte, en lugar de matarse se habría vengado o, al menos, habría empezado a vengarse. La idea del futuro le ha impedido cometer un doble crimen; con la idea de la nada, ¿qué tendría que temer si quisiese quitarse la vida? No temía más la justicia de los hombres y tendría el placer de la venganza. Tal es la consecuencia de las doctrinas materialistas que ciertos eruditos se esfuerzan en propagar.
9. Si estuvierais bien convencido de que las más crueles vicisitudes de la vida son pruebas muy cortas delante de la eternidad, ¿habríais sucumbido? –Resp. Muy cortas, yo lo sabía, pero la desesperación no puede razonar.
10. Suplicamos a Dios que os perdone y le dirigimos en vuestro favor esta oración, a la cual todos nos asociamos:
«Dios todopoderoso, sabemos la situación que está reservada a los que abrevian sus días y no podemos impedir vuestra justicia; pero también sabemos que vuestra misericordia es infinita: ¡que ella pueda derramarse sobre el Espíritu Alfred Leroy! Que nuestras oraciones puedan igualmente, al mostrarle que hay en la Tierra seres que se interesan por su situación, ¡aliviar los sufrimientos que padece por no haber tenido el coraje de soportar las vicisitudes de la vida!
«Espíritus buenos, cuya misión es la de ayudar a los desdichados, tomadlo bajo vuestra protección; inspiradle el arrepentimiento de lo que ha hecho y el deseo de progresar a través de nuevas pruebas, para que pueda soportarlas mejor.»
–Resp. Esta oración me hizo llorar y, aunque lloro, soy feliz.
11. Habéis dicho al comienzo: ahora estoy salvo; ¿cómo conciliar estas palabras con lo que habéis dicho más tarde: Marcho al suplicio? –Resp. ¿Qué pensáis de la bondad divina? Yo no podía vivir; era imposible; ¿creéis que Dios no ve lo imposible en este caso?
Nota – En medio de algunas respuestas notablemente sensatas, hay otras –y ésta es de ese número– que denotan en este Espíritu una idea imperfecta de su situación. Esto no tiene nada de sorprendente, si uno piensa que él ha muerto hace pocos días.
12 (A san Luis). ¿Podéis decirnos cuál es la situación del desdichado que acabamos de evocar? –Resp. La expiación y el sufrimiento. No, no hay contradicción entre las primeras palabras de este desafortunado y sus dolores. Es feliz, dice él; feliz por la cesación de la vida, y como todavía está atado a los lazos terrenos, no siente aún sino la ausencia del mal terreno; pero cuando su Espíritu se eleve, los horizontes del dolor, de la expiación lenta y terrible se desdoblarán ante él, y el conocimiento del infinito, todavía velado a sus ojos, será para él el suplicio que vislumbró.
13. ¿Qué diferencia establecéis entre este suicida y el suicida de la Samaritana? Ambos se mataron por desesperación y, sin embargo, su situación es bien diferente: el primero se reconoce perfectamente, habla con lucidez y aún no sufre; el segundo no creía que estaba muerto, y desde los primeros instantes sufría un suplicio cruel: el de sentir la impresión de su cuerpo en descomposición. –Resp. Una inmensa diferencia; el suplicio de cada uno de esos hombres reviste el propio carácter de su adelanto moral. El último, alma débil y despedazada, soportó tanto como creyó; dudó de su fuerza, de la bondad de Dios, pero no blasfemó ni maldijo; su suplicio interior, lento y profundo, tendrá la misma intensidad de dolor que el del primer suicida; sólo la ley de expiación no es uniforme.
Nota – El relato del suicida de la Samaritana ha sido publicado en el número del mes de junio de 1858, página 166.
14. A los ojos de Dios, ¿cuál es el más culpable y cuál es el que sufrirá un mayor castigo: el que cayó en su debilidad o el que, por su dureza, fue llevado a la desesperación? –Resp. Ciertamente el que cayó en la tentación.
15. La oración que hemos dirigido a Dios por él, ¿le será útil? –Resp. Sí, la oración es un rocío benéfico.
Jules Michel
Fallecido a los 14 años, amigo del hijo de la médium, Sra. de Costel, y evocado ocho días después de su muerte
1. Evocación. –Resp. Os agradezco por evocarme. Me acuerdo de vos y de los paseos que dábamos en el parque Monceau.
Fallecido a los 14 años, amigo del hijo de la médium, Sra. de Costel, y evocado ocho días después de su muerte
1. Evocación. –Resp. Os agradezco por evocarme. Me acuerdo de vos y de los paseos que dábamos en el parque Monceau.
2. ¿Y qué dices de tu compañero Charles? –Resp. Charles está muy triste con mi muerte. ¿Pero estoy muerto? Yo veo, vivo, pienso como antes, apenas no puedo tocarme y no reconozco nada de lo que me rodea.
3. ¿Qué ves? –Resp. Veo una gran claridad; mis pies no tocan el suelo; yo deslizo; siento que soy llevado. Veo figuras brillantes y otras envueltas de blanco; se juntan a mi alrededor: unas me sonríen y otras me dan miedo con sus ojos negros.
4. ¿Ves a tu madre? –Resp. ¡Ah, sí! Veo a mi madre, a mi hermana y a mi hermano; ¡los veo a todos! Mi madre llora mucho. Yo gustaría hablarle como os hablo; ella vería que no estoy muerto. ¿Cómo hacer, entonces, para consolarla? Os ruego que le habléis de mí. Gustaría también que dijerais a Charles que será muy agradable verlo trabajar.
5. ¿Ves a tu cuerpo? –Resp. Claro que sí; veo a mi cuerpo tendido allá, totalmente rígido. Entretanto, yo no estoy en aquela fosa, ya que me encuentro aquí.
6. ¿Dónde estás, entonces? –Resp. Estoy aquí, junto a vuestra mesa, a la derecha. Me sorprende que no me veáis, cuando yo os veo tan bien.
7. ¿Qué sentiste cuando dejaste el cuerpo? –Resp. No me acuerdo totalmente de lo que sentí entonces; tenía mucho dolor de cabeza y veía varias cosas a mi alrededor. Estaba muy entorpecido; quería moverme y no podía; mis manos estaban mojadas de sudor y sentía una gran agitación en el cuerpo. Después, nada más sentí y desperté bastante aliviado; no sufría más y estaba leve como una pluma. Entonces, me vi en la cama y, sin embargo, no estaba allí; vi todos los movimientos que hacían y fui hacia otra parte.
8. ¿Cómo supiste que yo os llamaba? –Resp. Realmente no me doy cuenta de todo eso. Escuché que hace poco me llamabais y vine enseguida, porque –como yo decía a Charles– sois agradable. Adiós, señora, hasta la vista. ¿Volveré a hablaros?
3. ¿Qué ves? –Resp. Veo una gran claridad; mis pies no tocan el suelo; yo deslizo; siento que soy llevado. Veo figuras brillantes y otras envueltas de blanco; se juntan a mi alrededor: unas me sonríen y otras me dan miedo con sus ojos negros.
4. ¿Ves a tu madre? –Resp. ¡Ah, sí! Veo a mi madre, a mi hermana y a mi hermano; ¡los veo a todos! Mi madre llora mucho. Yo gustaría hablarle como os hablo; ella vería que no estoy muerto. ¿Cómo hacer, entonces, para consolarla? Os ruego que le habléis de mí. Gustaría también que dijerais a Charles que será muy agradable verlo trabajar.
5. ¿Ves a tu cuerpo? –Resp. Claro que sí; veo a mi cuerpo tendido allá, totalmente rígido. Entretanto, yo no estoy en aquela fosa, ya que me encuentro aquí.
6. ¿Dónde estás, entonces? –Resp. Estoy aquí, junto a vuestra mesa, a la derecha. Me sorprende que no me veáis, cuando yo os veo tan bien.
7. ¿Qué sentiste cuando dejaste el cuerpo? –Resp. No me acuerdo totalmente de lo que sentí entonces; tenía mucho dolor de cabeza y veía varias cosas a mi alrededor. Estaba muy entorpecido; quería moverme y no podía; mis manos estaban mojadas de sudor y sentía una gran agitación en el cuerpo. Después, nada más sentí y desperté bastante aliviado; no sufría más y estaba leve como una pluma. Entonces, me vi en la cama y, sin embargo, no estaba allí; vi todos los movimientos que hacían y fui hacia otra parte.
8. ¿Cómo supiste que yo os llamaba? –Resp. Realmente no me doy cuenta de todo eso. Escuché que hace poco me llamabais y vine enseguida, porque –como yo decía a Charles– sois agradable. Adiós, señora, hasta la vista. ¿Volveré a hablaros?
Correspondencia
Roma, 2 de marzo de 1861.
Roma, 2 de marzo de 1861.
Señor,
Hace alrededor de cuatro años me ocupo aquí de las manifestaciones espíritas y tengo la felicidad de tener en la familia un médium muy bueno que nos da comunicaciones de un orden superior. Hemos leído y releído El Libro de los Espíritus, que nos proporciona alegría y consuelo al darnos nociones más sublimes y más admisibles de la vida futura. Si antes podía dudar de ésta, ahora las pruebas que tengo son más que suficientes para afirmar mi fe. He perdido a personas que eran muy queridas para mí, y tengo la felicidad inapreciable de saber que ellas son felices y de poder comunicarme con las mismas. Expresar la alegría que he sentido por ello es indescriptible. La primera vez que ellas me dieron señales patentes de su presencia, exclamé: ¡Entonces es verdad que todo no muere con el cuerpo! Señor, os debo el haberme dado esta confianza; creed en mi eterna gratitud por el bien que me habéis hecho, porque –a pesar de mí– el futuro me atormentaba. La idea de la nada era terrible, y fuera de la nada yo solamente encontraba una incertidumbre abrumadora. Ahora, no tengo dudas; parece que renací para la vida: todas mis aprensiones han sido disipadas, y mi confianza en Dios ha vuelto más fuerte que nunca. Realmente espero que, gracias a vos, mis hijos no tengan los mismos tormentos, porque son alimentados con esas verdades, de modo que el crecimiento de la razón sólo puede fortalecerse en ellos.
Sin embargo, nos faltaba un guía seguro para la práctica; si yo no tuviese recelo de ocasionaros una molestia, ya os habría pedido hace tiempo los consejos de vuestra experiencia; felizmente, El Libro de los Médiums ha venido a llenar esa laguna, y ahora caminamos con paso más firme, puesto que estamos prevenidos de los escollos que se pueden encontrar.
Sr., os envío algunas muestras de las comunicaciones que hace poco hemos obtenido; ellas han sido escritas en italiano y, sin duda, la intensidad de las mismas disminuyó un poco con la traducción; a pesar de esto, estaré muy agradecido si me dijereis qué pensáis de ellas, en caso de que consintáis concederme una respuesta, lo que será para nosotros un estímulo.
Os ruego que me disculpéis, señor, por esta extensa carta, y creed en el testimonio de simpatía de vuestro servidor muy devoto,
CONDE X...
Hace alrededor de cuatro años me ocupo aquí de las manifestaciones espíritas y tengo la felicidad de tener en la familia un médium muy bueno que nos da comunicaciones de un orden superior. Hemos leído y releído El Libro de los Espíritus, que nos proporciona alegría y consuelo al darnos nociones más sublimes y más admisibles de la vida futura. Si antes podía dudar de ésta, ahora las pruebas que tengo son más que suficientes para afirmar mi fe. He perdido a personas que eran muy queridas para mí, y tengo la felicidad inapreciable de saber que ellas son felices y de poder comunicarme con las mismas. Expresar la alegría que he sentido por ello es indescriptible. La primera vez que ellas me dieron señales patentes de su presencia, exclamé: ¡Entonces es verdad que todo no muere con el cuerpo! Señor, os debo el haberme dado esta confianza; creed en mi eterna gratitud por el bien que me habéis hecho, porque –a pesar de mí– el futuro me atormentaba. La idea de la nada era terrible, y fuera de la nada yo solamente encontraba una incertidumbre abrumadora. Ahora, no tengo dudas; parece que renací para la vida: todas mis aprensiones han sido disipadas, y mi confianza en Dios ha vuelto más fuerte que nunca. Realmente espero que, gracias a vos, mis hijos no tengan los mismos tormentos, porque son alimentados con esas verdades, de modo que el crecimiento de la razón sólo puede fortalecerse en ellos.
Sin embargo, nos faltaba un guía seguro para la práctica; si yo no tuviese recelo de ocasionaros una molestia, ya os habría pedido hace tiempo los consejos de vuestra experiencia; felizmente, El Libro de los Médiums ha venido a llenar esa laguna, y ahora caminamos con paso más firme, puesto que estamos prevenidos de los escollos que se pueden encontrar.
Sr., os envío algunas muestras de las comunicaciones que hace poco hemos obtenido; ellas han sido escritas en italiano y, sin duda, la intensidad de las mismas disminuyó un poco con la traducción; a pesar de esto, estaré muy agradecido si me dijereis qué pensáis de ellas, en caso de que consintáis concederme una respuesta, lo que será para nosotros un estímulo.
Os ruego que me disculpéis, señor, por esta extensa carta, y creed en el testimonio de simpatía de vuestro servidor muy devoto,
Nota – La abundancia de materias nos obliga a posponer la publicación de las comunicaciones que nos transmite el conde X..., en cuyo número se encuentran algunas muy notables. Solamente hemos extraído las siguientes respuestas, dadas por uno de los Espíritus que se le manifestaron:
Pregunta. ¿Conocéis El Libro de los Espíritus? –Resp. ¿Cómo los Espíritus no conocerían su Obra? Todos la conocen.
Preg. Es muy natural para los que han trabajado en Ella; ¿pero para los otros Espíritus? –Resp. Hay entre los Espíritus una comunidad de pensamientos y una solidaridad que no podéis comprender, vosotros, hombres, que os nutrís en el egoísmo y que solamente veis a través de las estrechas ventanas de vuestra prisión.
Preg. ¿Vos habéis trabajado en la misma? –Resp. No, no personalmente, pero yo sabía que debía ser hecha, y que otros Espíritus –muy por encima de mí– estaban encargados de esa misión.
Preg. ¿Qué resultados producirá? –Resp. Es un árbol que ya ha arrojado semillas fecundas en toda la Tierra; esas semillas germinan; pronto han de madurar y en poco tiempo sus frutos serán recogidos.
Preg. ¿No hay que temer la oposición de sus detractores? –Resp. Cuando se disipan las nubes que encubren el Sol, éste brilla con más intensidad.
Preg. ¿Esas nubes serán entonces disipadas? –Resp. Un soplo de Dios es suficiente.
Preg. Así, según vos, ¿el Espiritismo se volverá una creencia general? –Resp. Decid universal.
Preg. Entretanto, hay hombres que parecen muy difíciles de convencer. –Resp. Existen los que nunca serán convencidos en esta existencia, pero a cada día la muerte los llama.
Preg. ¿Pero no vendrán otros en su lugar, que serán tan incrédulos como ellos? –Resp. Dios quiere el triunfo del bien sobre el mal, de la verdad sobre el error, como ha sido anunciado; es preciso que venga su Reino; sus caminos son impenetrables. Pero creedlo bien: lo que Él quiere lo puede.
Preg. ¿El Espiritismo será aceptado para siempre aquí? –Resp. Será aceptado y florecerá. (En este mismo instante, el Espíritu lleva el lápiz con vivacidad sobre la penúltima respuesta y la subraya con fuerza.)
Preg. ¿Cuál puede ser la utilidad del Espiritismo para el triunfo del bien sobre el mal? La ley del Cristo ¿no es suficiente para esto? –Resp. Ciertamente que esta ley bastaría si fuese practicada; pero ¿cuántos la practican? ¿Cuántos hay que sólo tienen las apariencias de la fe? Entonces, viendo Dios que su ley era ignorada e incomprendida, y que a pesar de esta ley el hombre se va precipitando cada vez más en el abismo de la incredulidad, quiso darle una nueva demostración de su infinita bondad, multiplicando a sus ojos las pruebas del futuro a través de las notables manifestaciones de que es testigo, haciendo que por todos lados sea advertido por aquellos mismos que han dejado la Tierra y que le vienen a decir: Nosotros vivimos. En presencia de tales testimonios, los que se resistan no tendrán excusa; expiarán su ceguera y su orgullo por medio de nuevas existencias más penosas en mundos inferiores, hasta que finalmente abran los ojos a la luz. Sabed que, entre los que sufren en la Tierra, hay muchos que expían sus existencias pasadas.
Preg. ¿Puede el Espiritismo ser considerado como una nueva ley? –Resp. No, no es una nueva ley. Las interpretaciones que los hombres dieron a la ley del Cristo engendraron luchas que son contrarias al espíritu de dicha ley. Dios no quiere más que la ley de amor sea un pretexto para el desorden y para las luchas fratricidas. El Espiritismo, al hablar sin rodeos y sin alegorías, está destinado a restablecer la unidad de creencia; por lo tanto, Él es la confirmación y la explicación del Cristianismo, que es y será siempre la ley divina, la que debe reinar en toda la Tierra y cuya propagación se volverá más fácil a través de este poderoso auxiliar.
Pregunta. ¿Conocéis El Libro de los Espíritus? –Resp. ¿Cómo los Espíritus no conocerían su Obra? Todos la conocen.
Preg. Es muy natural para los que han trabajado en Ella; ¿pero para los otros Espíritus? –Resp. Hay entre los Espíritus una comunidad de pensamientos y una solidaridad que no podéis comprender, vosotros, hombres, que os nutrís en el egoísmo y que solamente veis a través de las estrechas ventanas de vuestra prisión.
Preg. ¿Vos habéis trabajado en la misma? –Resp. No, no personalmente, pero yo sabía que debía ser hecha, y que otros Espíritus –muy por encima de mí– estaban encargados de esa misión.
Preg. ¿Qué resultados producirá? –Resp. Es un árbol que ya ha arrojado semillas fecundas en toda la Tierra; esas semillas germinan; pronto han de madurar y en poco tiempo sus frutos serán recogidos.
Preg. ¿No hay que temer la oposición de sus detractores? –Resp. Cuando se disipan las nubes que encubren el Sol, éste brilla con más intensidad.
Preg. ¿Esas nubes serán entonces disipadas? –Resp. Un soplo de Dios es suficiente.
Preg. Así, según vos, ¿el Espiritismo se volverá una creencia general? –Resp. Decid universal.
Preg. Entretanto, hay hombres que parecen muy difíciles de convencer. –Resp. Existen los que nunca serán convencidos en esta existencia, pero a cada día la muerte los llama.
Preg. ¿Pero no vendrán otros en su lugar, que serán tan incrédulos como ellos? –Resp. Dios quiere el triunfo del bien sobre el mal, de la verdad sobre el error, como ha sido anunciado; es preciso que venga su Reino; sus caminos son impenetrables. Pero creedlo bien: lo que Él quiere lo puede.
Preg. ¿El Espiritismo será aceptado para siempre aquí? –Resp. Será aceptado y florecerá. (En este mismo instante, el Espíritu lleva el lápiz con vivacidad sobre la penúltima respuesta y la subraya con fuerza.)
Preg. ¿Cuál puede ser la utilidad del Espiritismo para el triunfo del bien sobre el mal? La ley del Cristo ¿no es suficiente para esto? –Resp. Ciertamente que esta ley bastaría si fuese practicada; pero ¿cuántos la practican? ¿Cuántos hay que sólo tienen las apariencias de la fe? Entonces, viendo Dios que su ley era ignorada e incomprendida, y que a pesar de esta ley el hombre se va precipitando cada vez más en el abismo de la incredulidad, quiso darle una nueva demostración de su infinita bondad, multiplicando a sus ojos las pruebas del futuro a través de las notables manifestaciones de que es testigo, haciendo que por todos lados sea advertido por aquellos mismos que han dejado la Tierra y que le vienen a decir: Nosotros vivimos. En presencia de tales testimonios, los que se resistan no tendrán excusa; expiarán su ceguera y su orgullo por medio de nuevas existencias más penosas en mundos inferiores, hasta que finalmente abran los ojos a la luz. Sabed que, entre los que sufren en la Tierra, hay muchos que expían sus existencias pasadas.
Preg. ¿Puede el Espiritismo ser considerado como una nueva ley? –Resp. No, no es una nueva ley. Las interpretaciones que los hombres dieron a la ley del Cristo engendraron luchas que son contrarias al espíritu de dicha ley. Dios no quiere más que la ley de amor sea un pretexto para el desorden y para las luchas fratricidas. El Espiritismo, al hablar sin rodeos y sin alegorías, está destinado a restablecer la unidad de creencia; por lo tanto, Él es la confirmación y la explicación del Cristianismo, que es y será siempre la ley divina, la que debe reinar en toda la Tierra y cuya propagación se volverá más fácil a través de este poderoso auxiliar.
Enseñanzas y disertaciones espíritas
Va a nacer la Verdad
(Comunicación enviada por el Sr. Sabò, de Burdeos)
¿Cuáles son los gemidos dolorosos que repercuten en mi corazón y que hacen vibrar todas sus fibras? Es la humanidad que se debate en el esfuerzo de un rudo y penoso trabajo de parto, porque va a dar a luz a la Verdad. Acudid, espíritas, colocaos alrededor de su lecho de sufrimiento; que los más fuertes entre vosotros tiendan firmemente las manos ante las convulsiones del dolor; que los otros esperen el nacimiento de esa criatura y la reciban en la entrada de la vida. Llega el momento supremo; en un último esfuerzo, ella sale del seno que la había concebido, dejando a su madre por algún tiempo exhausta en la atonía de la debilidad. No obstante, nació saludable y robusta, y en su pecho respira la vida a plenos pulmones. Es necesario que vosotros, que habéis asistido a su nacimiento, la sigáis paso a paso en la vida. ¡Observad! La alegría de haber dado a luz hizo que la madre aumentase sus fuerzas y su coraje, y es con su tono maternal que llama a todos los hombres para que se agrupen alrededor de ese bendito bebé, porque ella presiente que en algunos años él hará caer, con su voz retumbante, el sistema del espíritu de la mentira, y llamará a través del Espiritismo –verdad inmutable como el propio Dios– a todos los hombres bajo su bandera. Pero sólo obtendrá el triunfo a costa de luchas, porque tiene enemigos encarnizados que conspiran por su perdición; estos enemigos son el orgullo, el egoísmo, la avaricia, la hipocresía y el fanatismo, enemigos todopoderosos que hasta entonces han reinado como señores y que no se dejarán destronar sin resistencia. Algunos se ríen de su fragilidad, pero otros tiemblan con su llegada y presienten la propia ruina; he aquí por qué tratan de hacerlo perecer, como antaño Herodes trató de matar a Jesús en la masacre de los Inocentes. Aquella criatura no tiene patria; recorre toda la Tierra en busca del pueblo que ha de ser el primero en izar su bandera, y ese pueblo será el más poderoso entre los pueblos, porque tal es la voluntad de Dios.
(Comunicación enviada por el Sr. Sabò, de Burdeos)
¿Cuáles son los gemidos dolorosos que repercuten en mi corazón y que hacen vibrar todas sus fibras? Es la humanidad que se debate en el esfuerzo de un rudo y penoso trabajo de parto, porque va a dar a luz a la Verdad. Acudid, espíritas, colocaos alrededor de su lecho de sufrimiento; que los más fuertes entre vosotros tiendan firmemente las manos ante las convulsiones del dolor; que los otros esperen el nacimiento de esa criatura y la reciban en la entrada de la vida. Llega el momento supremo; en un último esfuerzo, ella sale del seno que la había concebido, dejando a su madre por algún tiempo exhausta en la atonía de la debilidad. No obstante, nació saludable y robusta, y en su pecho respira la vida a plenos pulmones. Es necesario que vosotros, que habéis asistido a su nacimiento, la sigáis paso a paso en la vida. ¡Observad! La alegría de haber dado a luz hizo que la madre aumentase sus fuerzas y su coraje, y es con su tono maternal que llama a todos los hombres para que se agrupen alrededor de ese bendito bebé, porque ella presiente que en algunos años él hará caer, con su voz retumbante, el sistema del espíritu de la mentira, y llamará a través del Espiritismo –verdad inmutable como el propio Dios– a todos los hombres bajo su bandera. Pero sólo obtendrá el triunfo a costa de luchas, porque tiene enemigos encarnizados que conspiran por su perdición; estos enemigos son el orgullo, el egoísmo, la avaricia, la hipocresía y el fanatismo, enemigos todopoderosos que hasta entonces han reinado como señores y que no se dejarán destronar sin resistencia. Algunos se ríen de su fragilidad, pero otros tiemblan con su llegada y presienten la propia ruina; he aquí por qué tratan de hacerlo perecer, como antaño Herodes trató de matar a Jesús en la masacre de los Inocentes. Aquella criatura no tiene patria; recorre toda la Tierra en busca del pueblo que ha de ser el primero en izar su bandera, y ese pueblo será el más poderoso entre los pueblos, porque tal es la voluntad de Dios.
Progreso de un Espíritu perverso
(Sociedad Espírita de París; médium: Sra. de Costel)
Con el título Castigo de una egoísta, hemos publicado, en el número de diciembre de 1860, varias comunicaciones firmadas por Claire, donde este Espíritu revela sus malas inclinaciones y la deplorable situación en que se encuentra. Nuestra compañera, la Sra. de Costel, que ha conocido a esta persona cuando encarnada y que le sirve de médium, ha emprendido su educación moral. Sus esfuerzos han sido coronados con éxito; esto se puede apreciar por el siguiente dictado espontáneo que ha dado a la Sociedad el pasado 1º de marzo. «Os hablaré de la importante diferencia que existe entre la moral divina y la moral humana. La primera asiste a la mujer adúltera en su abandono, y dice a los pecadores: “Arrepentíos, y el reino de los cielos se os abrirá”. La moral divina, en fin, acepta todo arrepentimiento y todas las faltas admitidas, mientras que la moral humana las rechaza y, sonriente, acepta los pecados ocultos que –según dice– son parcialmente perdonados. Una ofrece la gracia del perdón; la otra, la hipocresía. ¡Elegid, Espíritus ávidos de la verdad! Elegid entre el cielo abierto al arrepentimiento y la tolerancia que acepta el mal, pero que rechaza la pasión y los sollozos de las faltas admitidas abiertamente, sólo para no molestar a su egoísmo y a sus falsos intereses. Arrepentíos, todos vosotros que pecáis; renunciad al mal, pero sobre todo renunciad a la hipocresía, que oculta la fealdad del mal bajo la máscara risueña y engañosa de las mutuas conveniencias.»
Claire
(Sociedad Espírita de París; médium: Sra. de Costel)
Con el título Castigo de una egoísta, hemos publicado, en el número de diciembre de 1860, varias comunicaciones firmadas por Claire, donde este Espíritu revela sus malas inclinaciones y la deplorable situación en que se encuentra. Nuestra compañera, la Sra. de Costel, que ha conocido a esta persona cuando encarnada y que le sirve de médium, ha emprendido su educación moral. Sus esfuerzos han sido coronados con éxito; esto se puede apreciar por el siguiente dictado espontáneo que ha dado a la Sociedad el pasado 1º de marzo. «Os hablaré de la importante diferencia que existe entre la moral divina y la moral humana. La primera asiste a la mujer adúltera en su abandono, y dice a los pecadores: “Arrepentíos, y el reino de los cielos se os abrirá”. La moral divina, en fin, acepta todo arrepentimiento y todas las faltas admitidas, mientras que la moral humana las rechaza y, sonriente, acepta los pecados ocultos que –según dice– son parcialmente perdonados. Una ofrece la gracia del perdón; la otra, la hipocresía. ¡Elegid, Espíritus ávidos de la verdad! Elegid entre el cielo abierto al arrepentimiento y la tolerancia que acepta el mal, pero que rechaza la pasión y los sollozos de las faltas admitidas abiertamente, sólo para no molestar a su egoísmo y a sus falsos intereses. Arrepentíos, todos vosotros que pecáis; renunciad al mal, pero sobre todo renunciad a la hipocresía, que oculta la fealdad del mal bajo la máscara risueña y engañosa de las mutuas conveniencias.»
He aquí otro ejemplo de conversión, obtenido en un caso más o menos semejante. En la misma sesión se encontraba una dama del extranjero, médium, que escribía en la Sociedad por primera vez. Ella había conocido a una mujer, fallecida hace nueve años y que, cuando encarnada, había merecido poca estima. Desde su muerte, su Espíritu se mostraba a la vez perverso y malo, solamente buscando hacer el mal. Entretanto, buenos consejos terminaron por llevarla a mejores sentimientos. En esa sesión ella dictó espontáneamente lo siguiente:
«Ruego que oren por mí; necesito ser buena. He perseguido y obsesado por mucho tiempo a un ser llamado a hacer el bien, y Dios no quiere que lo persiga más; pero tengo miedo que me falte coraje: ayudadme. ¡Hice tanto mal! ¡Oh, cuánto sufro, cuánto sufro! Yo me regocijaba con el mal practicado y contribuí para el mismo con todas mis fuerzas; pero no quiero más hacer el mal. ¡Oh, orad por mí!»
Adèle
«Ruego que oren por mí; necesito ser buena. He perseguido y obsesado por mucho tiempo a un ser llamado a hacer el bien, y Dios no quiere que lo persiga más; pero tengo miedo que me falte coraje: ayudadme. ¡Hice tanto mal! ¡Oh, cuánto sufro, cuánto sufro! Yo me regocijaba con el mal practicado y contribuí para el mismo con todas mis fuerzas; pero no quiero más hacer el mal. ¡Oh, orad por mí!»
Los celos entre los médiums
(Comunicación enviada por el Sr. Ky..., corresponsal de la Sociedad en Carlsruhe)
El hombre vano, por sí mismo y por su propia inteligencia, es tan despreciable como digno de pena. Rechaza la verdad a su frente para sustituirla por sus argumentos y convicciones personales, que juzga infalibles e irrevocables porque son suyos. El hombre vano es siempre egoísta, y el egoísmo es el flagelo de la humanidad; pero al despreciar al resto del mundo, él muestra totalmente su propia pequeñez. Al repeler verdades que para él son nuevas, muestra también el espacio limitado de su propia inteligencia, pervertida por su obstinación, que aumenta aún más su vanidad y su egoísmo. ¡Infeliz del hombre que se deja dominar por estos dos enemigos de sí mismo! Cuando despierte en ese estado en que la verdad y la luz han de fundirse de todas partes sobre él, entonces sólo verá en sí a un ser miserable que se exaltó locamente por encima de la humanidad en su vida terrena, y que estará muy por debajo de ciertos seres más modestos y más simples a los que él pensaba imponerse en la Tierra.
Sed humildes de corazón, vosotros a quienes Dios permite que recibáis sus dones espirituales. No os atribuyáis ningún mérito, así como no se atribuye la obra a las herramientas, sino al obrero. Recordad bien que no sois más que instrumentos de los que Dios se sirve para manifestar al mundo su Espíritu todopoderoso, y que no tenéis ningún motivo para glorificaros a vosotros mismos. ¡Ah! ¡Hay tantos médiums que se vuelven vanos, en vez de ser humildes, a medida que sus dones se desarrollan! Eso es un atraso en el progreso, porque en lugar de ser humilde y pasivo, el médium a menudo rechaza, por vanidad y orgullo, comunicaciones importantes que entonces se manifiestan a través de otros intermediarios más merecedores. Dios no mira la posición material de una persona para conferirle su espíritu de santidad; muy lejos de esto, porque frecuentemente eleva a los humildes entre los humildes para dotarlos con mayores facultades, a fin de que el mundo vea bien que no es el hombre, sino el Espíritu de Dios –a través del hombre– que hace milagros. El médium es, como ya lo he dicho, el simple instrumento del Gran Creador de todas las cosas, y es a Él que debe rendir gloria y agradecimiento por su inagotable bondad.
Igualmente gustaría decir algunas palabras sobre la envidia y los celos que muy a menudo reinan entre los médiums y que, como hierba dañina, es necesario arrancar desde el momento en que comienza a aparecer, con miedo de que sofoque a los buenos gérmenes que están próximos.
Los celos entre los médiums son tan temibles como el orgullo; tienen la misma necesidad de humildad; incluso diré que denotan una falta de sentido común. No es mostrando celos de los dones de vuestro vecino que recibiréis dones semejantes, porque si Dios da mucho a unos y poco a otros, ¡tened la certeza de que, al obrar así, Él tiene un motivo bien fundamentado! Los celos amargan el corazón; sofocan hasta los mejores sentimientos; por lo tanto, es un enemigo que sólo es posible evitar con mucho cuidado, porque no da tregua cuando se apodera de nosotros. Esto se aplica a todos los casos de la vida terrena; pero, sobre todo, yo he querido hablar de los celos entre los médiums, tan ridículos como despreciables y mal fundados, y que prueban cuán débil es el hombre cuando se vuelve esclavo de sus pasiones.
Luos
(Comunicación enviada por el Sr. Ky..., corresponsal de la Sociedad en Carlsruhe)
El hombre vano, por sí mismo y por su propia inteligencia, es tan despreciable como digno de pena. Rechaza la verdad a su frente para sustituirla por sus argumentos y convicciones personales, que juzga infalibles e irrevocables porque son suyos. El hombre vano es siempre egoísta, y el egoísmo es el flagelo de la humanidad; pero al despreciar al resto del mundo, él muestra totalmente su propia pequeñez. Al repeler verdades que para él son nuevas, muestra también el espacio limitado de su propia inteligencia, pervertida por su obstinación, que aumenta aún más su vanidad y su egoísmo. ¡Infeliz del hombre que se deja dominar por estos dos enemigos de sí mismo! Cuando despierte en ese estado en que la verdad y la luz han de fundirse de todas partes sobre él, entonces sólo verá en sí a un ser miserable que se exaltó locamente por encima de la humanidad en su vida terrena, y que estará muy por debajo de ciertos seres más modestos y más simples a los que él pensaba imponerse en la Tierra.
Sed humildes de corazón, vosotros a quienes Dios permite que recibáis sus dones espirituales. No os atribuyáis ningún mérito, así como no se atribuye la obra a las herramientas, sino al obrero. Recordad bien que no sois más que instrumentos de los que Dios se sirve para manifestar al mundo su Espíritu todopoderoso, y que no tenéis ningún motivo para glorificaros a vosotros mismos. ¡Ah! ¡Hay tantos médiums que se vuelven vanos, en vez de ser humildes, a medida que sus dones se desarrollan! Eso es un atraso en el progreso, porque en lugar de ser humilde y pasivo, el médium a menudo rechaza, por vanidad y orgullo, comunicaciones importantes que entonces se manifiestan a través de otros intermediarios más merecedores. Dios no mira la posición material de una persona para conferirle su espíritu de santidad; muy lejos de esto, porque frecuentemente eleva a los humildes entre los humildes para dotarlos con mayores facultades, a fin de que el mundo vea bien que no es el hombre, sino el Espíritu de Dios –a través del hombre– que hace milagros. El médium es, como ya lo he dicho, el simple instrumento del Gran Creador de todas las cosas, y es a Él que debe rendir gloria y agradecimiento por su inagotable bondad.
Igualmente gustaría decir algunas palabras sobre la envidia y los celos que muy a menudo reinan entre los médiums y que, como hierba dañina, es necesario arrancar desde el momento en que comienza a aparecer, con miedo de que sofoque a los buenos gérmenes que están próximos.
Los celos entre los médiums son tan temibles como el orgullo; tienen la misma necesidad de humildad; incluso diré que denotan una falta de sentido común. No es mostrando celos de los dones de vuestro vecino que recibiréis dones semejantes, porque si Dios da mucho a unos y poco a otros, ¡tened la certeza de que, al obrar así, Él tiene un motivo bien fundamentado! Los celos amargan el corazón; sofocan hasta los mejores sentimientos; por lo tanto, es un enemigo que sólo es posible evitar con mucho cuidado, porque no da tregua cuando se apodera de nosotros. Esto se aplica a todos los casos de la vida terrena; pero, sobre todo, yo he querido hablar de los celos entre los médiums, tan ridículos como despreciables y mal fundados, y que prueban cuán débil es el hombre cuando se vuelve esclavo de sus pasiones.
Observación – Después de la lectura de esta última comunicación en la Sociedad, se estableció un debate acerca de los celos entre los médiums en comparación con los celos entre los sonámbulos. Uno de los miembros, el Sr. D..., dijo que, en su opinión, los celos son los mismos en ambos casos, y si parecen más frecuentes entre los sonámbulos, es porque, en este estado, ellos no saben disimularlos.
El Sr. Allan Kardec refutó esta opinión: «Los celos –dice él–, parecen inherentes al estado sonambúlico, y esto se debe a una causa que es difícil de comprender y que los propios sonámbulos no pueden explicar. Tal sentimiento existe entre los sonámbulos que, en el estado de vigilia, sólo tienen benevolencia entre sí. Está lejos de ser habitual entre los médiums, y evidentemente depende de la naturaleza moral del individuo. Un médium solamente tiene celos de otro médium porque está en su naturaleza tener celos; este defecto, consecuencia del orgullo y del egoísmo, es esencialmente perjudicial a la buena cualidad de las comunicaciones, mientras que el sonámbulo más celoso puede ser muy lúcido, lo que fácilmente se concibe. El sonámbulo ve por sí mismo; es su propio Espíritu que se desprende y que actúa: no necesita de nadie. Al contrario, el médium no es más que un intermediario: recibe todo de Espíritus extraños, y su personalidad está mucho menos en juego que la del sonámbulo. Los Espíritus simpatizan con él en razón de sus cualidades o de sus defectos; ahora bien, los defectos más antipáticos a los Espíritus buenos son el orgullo, el egoísmo y los celos. La experiencia nos enseña que la facultad mediúmnica, como facultad, es independiente de las cualidades morales; ella puede, así como la facultad sonambúlica, existir en el más alto grado en el hombre más perverso. Ya es completamente diferente con relación a las simpatías de los Espíritus buenos, que naturalmente se comunican más a gusto cuando el intermediario encargado de transmitir su pensamiento es más puro, más sincero y cuanto más se aleje de la naturaleza de los Espíritus malos; al respecto, aquellos hacen lo que nosotros hacemos cuando tomamos a alguien como confidente. En lo que concierne especialmente a los celos, como esta imperfección existe en casi todos los sonámbulos, siendo más rara entre los médiums, parece que entre los primeros es una regla y entre los últimos una excepción, de donde se seguiría que la causa no debe ser la misma en ambos casos.»
ALLAN KARDEC
El Sr. Allan Kardec refutó esta opinión: «Los celos –dice él–, parecen inherentes al estado sonambúlico, y esto se debe a una causa que es difícil de comprender y que los propios sonámbulos no pueden explicar. Tal sentimiento existe entre los sonámbulos que, en el estado de vigilia, sólo tienen benevolencia entre sí. Está lejos de ser habitual entre los médiums, y evidentemente depende de la naturaleza moral del individuo. Un médium solamente tiene celos de otro médium porque está en su naturaleza tener celos; este defecto, consecuencia del orgullo y del egoísmo, es esencialmente perjudicial a la buena cualidad de las comunicaciones, mientras que el sonámbulo más celoso puede ser muy lúcido, lo que fácilmente se concibe. El sonámbulo ve por sí mismo; es su propio Espíritu que se desprende y que actúa: no necesita de nadie. Al contrario, el médium no es más que un intermediario: recibe todo de Espíritus extraños, y su personalidad está mucho menos en juego que la del sonámbulo. Los Espíritus simpatizan con él en razón de sus cualidades o de sus defectos; ahora bien, los defectos más antipáticos a los Espíritus buenos son el orgullo, el egoísmo y los celos. La experiencia nos enseña que la facultad mediúmnica, como facultad, es independiente de las cualidades morales; ella puede, así como la facultad sonambúlica, existir en el más alto grado en el hombre más perverso. Ya es completamente diferente con relación a las simpatías de los Espíritus buenos, que naturalmente se comunican más a gusto cuando el intermediario encargado de transmitir su pensamiento es más puro, más sincero y cuanto más se aleje de la naturaleza de los Espíritus malos; al respecto, aquellos hacen lo que nosotros hacemos cuando tomamos a alguien como confidente. En lo que concierne especialmente a los celos, como esta imperfección existe en casi todos los sonámbulos, siendo más rara entre los médiums, parece que entre los primeros es una regla y entre los últimos una excepción, de donde se seguiría que la causa no debe ser la misma en ambos casos.»
Mayo
Discurso del Sr. Allan Kardec
Por ocasión de la renovación del año social, pronunciado en la sesión del 5 de abril de 1861
Señores y estimados compañeros:
En el momento en que nuestra Sociedad comienza su cuarto año, pienso que debemos hacer un agradecimiento especial a los Espíritus buenos que han tenido a bien asistirnos y, en particular, a nuestro Presidente espiritual, cuyos sabios consejos han sabido preservarnos de más de un escollo y cuya protección nos ha hecho superar las dificultades puestas en nuestro camino, indudablemente para colocar a prueba nuestra dedicación y nuestra perspicacia. Debemos reconocer que su benevolencia nunca nos ha faltado y, gracias al buen entendimiento del cual la Sociedad se encuentra ahora animada, Ella ha triunfado sobre la mala voluntad de sus enemigos. Al respecto, permitidme algunas observaciones retrospectivas.
La experiencia nos demostró que había lagunas lamentables en la constitución de la Sociedad, lagunas que abrían la puerta para ciertos abusos; la Sociedad las ha corregido y, desde entonces, sólo ha tenido que congratularse por ello. ¿Realiza Ella el ideal de la perfección? No seríamos espíritas si tuviéramos el orgullo de creerlo; pero cuando la base es buena y el resto sólo depende de la voluntad, es preciso esperar que, con la ayuda de los Espíritus buenos, no nos detengamos en el camino.
Entre las reformas más útiles se debe poner en primera línea la institución de los socios libres, que da un acceso más fácil a los candidatos, lo que permite que se hagan conocer y apreciar antes de su admisión definitiva como miembros titulares. Al participar en los trabajos y en los estudios de la Sociedad, sacan provecho de todo lo que allí se hace; pero como no tienen voz en la parte administrativa, en ningún caso pueden comprometer la responsabilidad de la Sociedad. Viene a continuación la medida que ha tenido por objeto restringir el número de asistentes y de cercar con más dificultades, por una selección más severa, su admisión a las sesiones. Después, la decisión que prohíbe la lectura de toda comunicación obtenida fuera de la Sociedad, antes de que se tenga conocimiento previo de la misma y de que dicha lectura haya sido autorizada; en fin, son medidas que protegen a la Sociedad de cualquiera que pudiese traerle perturbación o que intentara imponer su voluntad.
Hay también otras que sería superfluo recordar, cuya utilidad no es menor y cuyos felices resultados estamos en condiciones de apreciar a cada día. Pero si ese estado de cosas es comprendido en el seno de la Sociedad, lo mismo no sucede afuera, donde –no lo ignoramos– no tenemos solamente amigos. Se nos critica varios puntos, y aunque no tenemos por qué preocuparnos, ya que el orden de la Sociedad sólo interesa a nosotros, no es quizá inútil dar una mirada sobre aquello que se nos reprocha, porque, en definitiva, si esos reproches tuvieren fundamento, deberíamos sacar provecho de los mismos.
Ciertas personas critican la severa restricción impuesta a la admisión de los asistentes; dicen que, si queremos hacer prosélitos, es necesario esclarecer al público y, para esto, abrirle las puertas de nuestras sesiones y autorizar todas las preguntas y todas las interpelaciones; que si sólo admitimos a personas creyentes, no tendremos gran mérito en convencerlas. Ese razonamiento es falaz, y si, al abrir nuestras puertas al primero que llegue, el supuesto resultado fuese alcanzado, ciertamente estaríamos equivocados en no hacerlo; pero como ocurriría lo contrario, no lo hacemos.
Además, sería una pena que la propagación de la Doctrina estuviera subordinada a la publicidad de nuestras sesiones; por más numeroso que fuese el auditorio, sería siempre muy restricto, imperceptible, comparado con la masa de la población. Por otro lado, sabemos por experiencia que la verdadera convicción sólo se adquiere a través del estudio, de la reflexión y de una observación constante, y no por asistir a una o dos sesiones, por más interesantes que sean; y esto es tan verdadero, que el número de aquellos que creen sin haber visto nada, pero que han estudiado y comprendido, es inmenso. Sin duda, el deseo de ver es muy natural y estamos lejos de reprobarlo, pero queremos que se vea en condiciones provechosas; he aquí por qué decimos: Estudiad primero y veréis después, porque comprenderéis mejor.
Si los incrédulos reflexionasen sobre esta condición, ante todo verían en ella la garantía de nuestra buena fe y, después, la fuerza de la Doctrina. Lo que más teme el charlatanismo es ser desenmascarado; él fascina a los ojos y no es lo bastante tonto como para dirigirse a la inteligencia, que descubriría fácilmente lo que esconde. Al contrario, el Espiritismo no admite una confianza ciega; Él quiere ser claro en todo; quiere que todo se comprenda y que se den cuenta de todo. Por lo tanto, cuando recomendamos estudiar y meditar, pedimos el concurso de la razón, demostrando así que la ciencia espírita no teme el examen, puesto que antes de creer tenemos la obligación de comprender.
Nuestras sesiones, al no ser sesiones de demostración, su publicidad no alcanzaría su objetivo y tendría graves inconvenientes; con un público sin selección, que trae más curiosidad que verdadero deseo de instruirse y, aun más, con ganas de criticar y de burlarse, sería imposible tener el recogimiento indispensable para toda manifestación seria. Una controversia más o menos malévola y, en la mayor parte del tiempo, basada en la ignorancia de los principios más elementales de la ciencia espírita, acarrearía perpetuos conflictos en los que la dignidad podría ser comprometida. Ahora bien, lo que nosotros queremos es que, al salir de nuestra Casa, si los asistentes no se llevan la convicción, que lleven de la Sociedad la idea de una asamblea grave, seria, que se respeta y sabe hacerse respetar, que discute con calma y moderación, que examina con cuidado, que profundiza todo con los ojos del observador concienzudo que busca esclarecerse, y no con la ligereza del simple curioso. Señores, creedlo bien: esa opinión hace más por la propaganda que si los oyentes salieran con el único pensamiento de haber satisfecho su curiosidad, porque la impresión que resulta de las sesiones los lleva a reflexionar, mientras que en el caso contrario estarían más dispuestos a reírse que a creer.
He dicho que nuestras sesiones no son sesiones de demostración, pero si algún día las hiciéramos de ese género, para uso de los principiantes a los que se tratase de instruir y de convencer, todo transcurriría con la misma seriedad y recogimiento que en nuestras sesiones ordinarias; la controversia se establecería con orden, de un modo instructivo y no tumultuoso, y cualquiera que se permitiese una palabra fuera de lugar sería excluido. Entonces, la atención sería constante y la propia discusión sería provechosa para todos; es probablemente lo que haremos un día. Se nos preguntará, sin duda, por qué no lo hemos hecho antes en el interés de la divulgación de la ciencia espírita; la razón es sencilla: es que hemos querido proceder con prudencia y no como los inconsecuentes, más impacientes que reflexivos; antes de instruir a los otros, hemos querido instruirnos a nosotros mismos. Queremos apoyar nuestra enseñanza sobre un imponente conjunto de hechos y de observaciones, y no sobre algunas experiencias incoherentes, observadas a la ligera y superficialmente. En sus comienzos, toda Ciencia encuentra forzosamente hechos que, a primera vista, parecen contradictorios, y que sólo un estudio completo y minucioso puede demostrar su conexión; es la ley común de esos hechos que hemos querido buscar, a fin de presentar un conjunto tan completo y tan satisfactorio como posible, sin dejar el más mínimo motivo de contradicción. Con este objetivo recogemos los hechos, los examinamos, los escrutamos en todos sus detalles, los comentamos, los discutimos fríamente, sin entusiasmo, y es así que hemos llegado a descubrir el admirable encadenamiento que existe en todas las partes de esta inmensa ciencia, que toca a los más graves intereses de la humanidad. Señores, tal ha sido –hasta el presente– el objeto de nuestros trabajos, objeto perfectamente caracterizado por el simple título que hemos adoptado: Sociedad de Estudios Espíritas. Nos reunimos con el objetivo de esclarecernos y no de distraernos; al no buscar divertirnos de modo algún, no queremos divertir a los otros: he aquí por qué nos interesa tener sólo asistentes serios, y no curiosos que creerían encontrar aquí un espectáculo. El Espiritismo es una ciencia y, como toda ciencia, no se lo puede aprender jugando; además, tomar a las almas de los que han partido como asunto de distracción, sería faltarles el respeto que merecen; especular sobre su presencia y su intervención, sería una impiedad y una profanación.
Estas reflexiones responden a las críticas que algunas personas nos han dirigido: de volver a hechos conocidos y de no buscar constantemente las novedades. En el punto en que estamos, es difícil que, a medida que avanzamos, los hechos que se producen no giren más o menos en el mismo círculo; pero esas personas se olvidan que puntos tan importantes como los que tocan el futuro del hombre, solamente pueden llegar al estado de verdad absoluta después de un gran número de observaciones. Habría liviandad en formular una ley en base a algunos ejemplos. El hombre serio y prudente es más circunspecto: no sólo quiere ver todo, sino ver mucho y varias veces; he aquí por qué no retrocedemos ante la monotonía de las repeticiones, porque de las mismas resaltan confirmaciones y frecuentemente matices instructivos, y si en ellas descubriéramos hechos contradictorios, investigaríamos la causa. No tenemos ninguna prisa en pronunciarnos sobre los primeros datos, necesariamente incompletos; antes de la recolección, esperamos que los frutos estén maduros. Si hemos avanzado menos de lo que algunos hubieran deseado en su impaciencia, hemos caminado con más seguridad, sin perdernos en el laberinto de los sistemas; quizá sepamos menos cosas, pero sabemos mejor, lo que es preferible, y podemos afirmar lo que sabemos con plena base en la experiencia.
Por lo demás, señores, no creáis que la opinión de aquellos que critican la organización de la Sociedad sea la de los verdaderos amigos del Espiritismo; no, es la de sus enemigos, que están contrariados al ver que la Sociedad prosigue su camino con calma y dignidad a través de las emboscadas que le han sido tendidas y que aún le tienden; lamentan que el acceso a Ella sea difícil, porque les encantaría venir a sembrar la confusión. Es con este objetivo que también la critican, por limitar el círculo de sus trabajos, alegando que sólo se ocupa con cosas insignificantes y sin alcance, porque se abstiene de tratar de cuestiones políticas y religiosas; desearían verla entrar en la controversia dogmática; ahora bien, es precisamente eso que los delata. Prudentemente, la Sociedad ha sabido protegerse en un círculo inatacable a la malevolencia; provocando su amor propio, desearían arrastrarla a una vía peligrosa, pero Ella no se dejará llevar. Al ocuparse exclusivamente de las cuestiones que interesan a la ciencia, y que no pueden hacer sombra a nadie, la Sociedad se ha puesto al abrigo de los ataques y así debe permanecer; por su prudencia, su moderación y su sensatez ha merecido la estima de los verdaderos espíritas, y su influencia se extiende hasta países distantes, de donde se aspira al honor de hacer parte de la misma. Ahora bien, este homenaje que le es prestado por personas que sólo la conocen por su nombre, por sus trabajos y por la consideración que ha conquistado, le es cien veces más valioso que la adhesión de los imprudentes demasiado apresurados o de los malévolos que desearían arrastrarla a su ruina, y a quienes les encantaría verla comprometerse. Mientras yo tenga el honor de dirigir a la Sociedad, todos mis esfuerzos tenderán a mantenerla en este camino; si algún día Ella saliese de esta vía, yo la dejaría en el mismo instante, porque a ningún precio desearía asumir esa responsabilidad.
Señores, además sabéis por cuáles vicisitudes ha pasado la Sociedad; todo lo que ha sucedido antes y después ha sido anunciado, y todo se ha cumplido como había sido previsto; sus enemigos querían su ruina; los Espíritus, que sabían de su utilidad, deseaban su conservación, y Ella se ha mantenido y se mantendrá mientras sea necesaria a sus objetivos. Si vosotros hubierais observado –como yo he podido hacerlo– las cosas en sus mínimos detalles, no ignoraríais la intervención de un poder superior, porque éste es patente para mí, y comprenderíais que todo ha sido para mejor y en interés de su propia conservación. Pero vendrá el tiempo en que no será más indispensable, como sí lo es actualmente; entonces veremos qué tendremos que hacer, porque la marcha está trazada teniendo en cuenta todas las eventualidades.
Los enemigos más peligrosos de la Sociedad no son los de afuera, ya que podemos cerrarles nuestras puertas y nuestros oídos; a los que más se les debe temer son a los enemigos invisibles, que podrían infiltrarse aquí a pesar nuestro. Nos corresponde probarles –como ya lo hemos hecho– que perderían su tiempo si intentasen imponerse a nosotros. Sabemos que su táctica es la de buscar sembrar la desunión, provocar la discordia, inspirar los celos, la desconfianza y las pueriles susceptibilidades que engendran la malquerencia. Opongámosles el baluarte de la caridad, de la benevolencia mutua, y seremos invulnerables, tanto a sus malignas influencias ocultas como a las diatribas de nuestros adversarios encarnados, que se ocupan más de nosotros que nosotros de ellos. Haciendo justicia podemos decir, sin amor propio, que nunca el nombre de ellos ha sido aquí pronunciado, ya sea por un sentimiento de cortesía o porque tenemos que ocuparnos de cosas más útiles. No obligamos a nadie a que venga a nosotros; recibimos con placer y solicitud a las personas sinceras y de buena voluntad, seriamente deseosas de esclarecerse, y de éstas encontramos muchas para no perder nuestro tiempo corriendo atrás de aquellos que nos dan la espalda por motivos fútiles de amor propio o de envidia. Éstos no pueden ser considerados como verdaderos espíritas, a pesar de las apariencias; tal vez sean espíritas que creen en los hechos, pero seguramente no son espíritas que creen en las consecuencias morales de los hechos, porque de lo contrario mostrarían más abnegación, indulgencia, moderación y menos presunción en su infalibilidad. Buscarlos sería incluso prestarles un mal servicio, porque sería hacerles creer que son importantes y que no podemos prescindir de ellos. En cuanto a los que nos denigren, tampoco debemos preocuparnos con ellos; hombres que valen cien veces más que nosotros han sido denigrados y ridiculizados: no podríamos tener privilegio al respecto. Nos cabe probar a través de nuestros actos que sus diatribas han errado el blanco, y que las armas de las cuales se sirven se volverán en su contra.
Después de haber agradecido, al comienzo, a los Espíritus que nos asisten, no debemos olvidar a sus intérpretes, algunos de los cuales nos dan su concurso con un esmero y una complacencia que nunca son desmentidos; en cambio, solamente podemos ofrecerles un pequeño testimonio de nuestra satisfacción; pero el mundo de los Espíritus los espera, y allá todos los sacrificios son altamente contados, en razón del desinterés, de la humildad y de la abnegación demostrados.
En resumen, señores, durante el año que acaba de pasar nuestros trabajos han transcurrido con una perfecta regularidad y nada los ha interrumpido. Numerosos hechos del más alto interés han sido relatados, explicados y comentados; cuestiones muy importantes han sido resueltas; todos los ejemplos que han pasado bajo nuestros ojos a través de las evocaciones y todas las investigaciones a las que nos hemos entregado han venido a confirmar los principios de la ciencia y a fortalecernos en nuestras creencias; numerosas comunicaciones de una indiscutible superioridad han sido obtenidas por varios médiums; desde el interior del país y desde el exterior nos han enviado comunicaciones muy notables, lo que prueba no sólo cuánto el Espiritismo se expande, sino también bajo qué punto de vista grave y serio Él es ahora considerado en todas partes. Sin duda, éste es un resultado del que debemos estar felices; pero hay otro no menos satisfactorio y que, además, es una consecuencia de lo que había sido predicho desde el origen: es la unidad que se establece en la teoría de la Doctrina a medida que se la estudia y que se la comprende mejor. En todas las comunicaciones que nos llegan desde afuera, encontramos la confirmación de los principios que nos son enseñados por los Espíritus, y como las personas que los obtienen son desconocidas para nosotros en su mayoría, no se puede decir que ellas sufran nuestra influencia.
El propio principio de la reencarnación, que inicialmente había encontrado más contradictores porque no era comprendido, hoy es aceptado por la fuerza de la evidencia y porque toda persona que piensa en él lo reconoce como la única solución posible de los mayores problemas de la filosofía moral y religiosa. Sin la reencarnación somos detenidos a cada paso; todo es caos y confusión. Con la reencarnación todo se esclarece, todo se explica de la manera más racional; si todavía encuentra algunos adversarios más sistemáticos que lógicos, el número de ellos es muy restricto. Ahora bien, ¿quién la ha inventado? Con toda seguridad que no habéis sido ni vosotros ni yo; la misma nos ha sido enseñada y nosotros la hemos aceptado: he aquí todo lo que hemos hecho. De todos los sistemas que han surgido en el principio, muy pocos sobreviven hoy, y se puede decir que sus raros partidarios están sobre todo entre las personas que juzgan a primera vista, y frecuentemente según ideas preconcebidas o prejuicios; pero ahora es evidente que quienquiera que se tome el trabajo de profundizar todas las cuestiones y de juzgar fríamente, sin prevención y sobre todo sin hostilidad sistemática, es invenciblemente llevado, tanto por el razonamiento como por los hechos, a la teoría fundamental que hoy prevalece –se puede decir– en todos los países del mundo.
Señores, ciertamente la Sociedad no ha hecho todo para obtener ese resultado; pero creo que, sin vanidad, Ella puede reivindicar una pequeña parte; su influencia moral es mayor de lo que se cree, exactamente porque nunca se ha desviado de la línea de moderación que se ha trazado. Se sabe que la Sociedad se ocupa exclusivamente de sus estudios, sin dejarse desviar por las pasiones mezquinas que se agitan a su alrededor; que lo hace seriamente, como debe hacerlo toda asamblea científica; que prosigue en su objetivo, sin mezclarse en ninguna intriga, sin tirar piedras a nadie e incluso sin recoger aquellas que le arrojan. Sin duda alguna, he aquí la causa principal del crédito y de la consideración que la Sociedad disfruta y de los que, con justicia, puede sentirse orgullosa, y que da un cierto peso a su opinión. Señores, continuemos con nuestros esfuerzos, con nuestra prudencia y con el ejemplo de unión que debe existir entre los verdaderos espíritas, mostrando con esto que los principios que profesamos no son para nosotros una letra muerta, y que predicamos ya sea con el ejemplo como con la teoría. Si nuestras doctrinas encuentran ecos tan numerosos, es que por lo visto se las considera más racionales que otras; dudo que sucediese lo mismo si hubiéramos profesado la doctrina de la intervención exclusiva del diablo y de los demonios en las manifestaciones espíritas, doctrina hoy completamente ridícula, que provoca más curiosidad que miedo, a no ser en algunas personas timoratas, que pronto reconocerán su futilidad.
La Doctrina Espírita, tal como hoy es profesada, tiene una amplitud que le permite abarcar todas las cuestiones de orden moral: Ella satisface a todas las aspiraciones y –podemos decirlo– a la razón más exigente, para cualquiera que se tome el trabajo de estudiarla y no esté dominado por las ideas preconcebidas. La Doctrina no tiene las mezquinas restricciones de ciertas filosofías; amplía hasta el infinito el círculo de las ideas, y ninguna es capaz de elevar más alto el pensamiento y de liberar al hombre de la estrecha esfera del egoísmo en la cual intentaron confinarlo. En fin, Ella se apoya en los inmutables principios fundamentales de la religión, de la cual es su patente demostración. Sin ninguna duda, he aquí lo que le hace conquistar a tan numerosos adeptos entre las personas esclarecidas de todos los países, y lo que la hará prevalecer en un tiempo más o menos próximo, y esto a pesar de sus adversarios, que en su mayoría se oponen más por interés que por convicción. Su marcha progresiva tan rápida, desde que ha entrado en la vía filosófica seria, es para nosotros una garantía del futuro que le está reservado y que –como lo sabéis– está anunciado en todas partes. Por lo tanto, dejemos que sus enemigos digan y hagan lo que quieran: ellos no pueden hacer nada contra la voluntad de Dios, porque nada sucede sin su permiso; y como decía hace poco tiempo un eclesiástico esclarecido: Si esas cosas tienen lugar, es porque Dios lo permite para reavivar la fe que se extingue en las tinieblas del materialismo.
Por ocasión de la renovación del año social, pronunciado en la sesión del 5 de abril de 1861
Señores y estimados compañeros:
En el momento en que nuestra Sociedad comienza su cuarto año, pienso que debemos hacer un agradecimiento especial a los Espíritus buenos que han tenido a bien asistirnos y, en particular, a nuestro Presidente espiritual, cuyos sabios consejos han sabido preservarnos de más de un escollo y cuya protección nos ha hecho superar las dificultades puestas en nuestro camino, indudablemente para colocar a prueba nuestra dedicación y nuestra perspicacia. Debemos reconocer que su benevolencia nunca nos ha faltado y, gracias al buen entendimiento del cual la Sociedad se encuentra ahora animada, Ella ha triunfado sobre la mala voluntad de sus enemigos. Al respecto, permitidme algunas observaciones retrospectivas.
La experiencia nos demostró que había lagunas lamentables en la constitución de la Sociedad, lagunas que abrían la puerta para ciertos abusos; la Sociedad las ha corregido y, desde entonces, sólo ha tenido que congratularse por ello. ¿Realiza Ella el ideal de la perfección? No seríamos espíritas si tuviéramos el orgullo de creerlo; pero cuando la base es buena y el resto sólo depende de la voluntad, es preciso esperar que, con la ayuda de los Espíritus buenos, no nos detengamos en el camino.
Entre las reformas más útiles se debe poner en primera línea la institución de los socios libres, que da un acceso más fácil a los candidatos, lo que permite que se hagan conocer y apreciar antes de su admisión definitiva como miembros titulares. Al participar en los trabajos y en los estudios de la Sociedad, sacan provecho de todo lo que allí se hace; pero como no tienen voz en la parte administrativa, en ningún caso pueden comprometer la responsabilidad de la Sociedad. Viene a continuación la medida que ha tenido por objeto restringir el número de asistentes y de cercar con más dificultades, por una selección más severa, su admisión a las sesiones. Después, la decisión que prohíbe la lectura de toda comunicación obtenida fuera de la Sociedad, antes de que se tenga conocimiento previo de la misma y de que dicha lectura haya sido autorizada; en fin, son medidas que protegen a la Sociedad de cualquiera que pudiese traerle perturbación o que intentara imponer su voluntad.
Hay también otras que sería superfluo recordar, cuya utilidad no es menor y cuyos felices resultados estamos en condiciones de apreciar a cada día. Pero si ese estado de cosas es comprendido en el seno de la Sociedad, lo mismo no sucede afuera, donde –no lo ignoramos– no tenemos solamente amigos. Se nos critica varios puntos, y aunque no tenemos por qué preocuparnos, ya que el orden de la Sociedad sólo interesa a nosotros, no es quizá inútil dar una mirada sobre aquello que se nos reprocha, porque, en definitiva, si esos reproches tuvieren fundamento, deberíamos sacar provecho de los mismos.
Ciertas personas critican la severa restricción impuesta a la admisión de los asistentes; dicen que, si queremos hacer prosélitos, es necesario esclarecer al público y, para esto, abrirle las puertas de nuestras sesiones y autorizar todas las preguntas y todas las interpelaciones; que si sólo admitimos a personas creyentes, no tendremos gran mérito en convencerlas. Ese razonamiento es falaz, y si, al abrir nuestras puertas al primero que llegue, el supuesto resultado fuese alcanzado, ciertamente estaríamos equivocados en no hacerlo; pero como ocurriría lo contrario, no lo hacemos.
Además, sería una pena que la propagación de la Doctrina estuviera subordinada a la publicidad de nuestras sesiones; por más numeroso que fuese el auditorio, sería siempre muy restricto, imperceptible, comparado con la masa de la población. Por otro lado, sabemos por experiencia que la verdadera convicción sólo se adquiere a través del estudio, de la reflexión y de una observación constante, y no por asistir a una o dos sesiones, por más interesantes que sean; y esto es tan verdadero, que el número de aquellos que creen sin haber visto nada, pero que han estudiado y comprendido, es inmenso. Sin duda, el deseo de ver es muy natural y estamos lejos de reprobarlo, pero queremos que se vea en condiciones provechosas; he aquí por qué decimos: Estudiad primero y veréis después, porque comprenderéis mejor.
Si los incrédulos reflexionasen sobre esta condición, ante todo verían en ella la garantía de nuestra buena fe y, después, la fuerza de la Doctrina. Lo que más teme el charlatanismo es ser desenmascarado; él fascina a los ojos y no es lo bastante tonto como para dirigirse a la inteligencia, que descubriría fácilmente lo que esconde. Al contrario, el Espiritismo no admite una confianza ciega; Él quiere ser claro en todo; quiere que todo se comprenda y que se den cuenta de todo. Por lo tanto, cuando recomendamos estudiar y meditar, pedimos el concurso de la razón, demostrando así que la ciencia espírita no teme el examen, puesto que antes de creer tenemos la obligación de comprender.
Nuestras sesiones, al no ser sesiones de demostración, su publicidad no alcanzaría su objetivo y tendría graves inconvenientes; con un público sin selección, que trae más curiosidad que verdadero deseo de instruirse y, aun más, con ganas de criticar y de burlarse, sería imposible tener el recogimiento indispensable para toda manifestación seria. Una controversia más o menos malévola y, en la mayor parte del tiempo, basada en la ignorancia de los principios más elementales de la ciencia espírita, acarrearía perpetuos conflictos en los que la dignidad podría ser comprometida. Ahora bien, lo que nosotros queremos es que, al salir de nuestra Casa, si los asistentes no se llevan la convicción, que lleven de la Sociedad la idea de una asamblea grave, seria, que se respeta y sabe hacerse respetar, que discute con calma y moderación, que examina con cuidado, que profundiza todo con los ojos del observador concienzudo que busca esclarecerse, y no con la ligereza del simple curioso. Señores, creedlo bien: esa opinión hace más por la propaganda que si los oyentes salieran con el único pensamiento de haber satisfecho su curiosidad, porque la impresión que resulta de las sesiones los lleva a reflexionar, mientras que en el caso contrario estarían más dispuestos a reírse que a creer.
He dicho que nuestras sesiones no son sesiones de demostración, pero si algún día las hiciéramos de ese género, para uso de los principiantes a los que se tratase de instruir y de convencer, todo transcurriría con la misma seriedad y recogimiento que en nuestras sesiones ordinarias; la controversia se establecería con orden, de un modo instructivo y no tumultuoso, y cualquiera que se permitiese una palabra fuera de lugar sería excluido. Entonces, la atención sería constante y la propia discusión sería provechosa para todos; es probablemente lo que haremos un día. Se nos preguntará, sin duda, por qué no lo hemos hecho antes en el interés de la divulgación de la ciencia espírita; la razón es sencilla: es que hemos querido proceder con prudencia y no como los inconsecuentes, más impacientes que reflexivos; antes de instruir a los otros, hemos querido instruirnos a nosotros mismos. Queremos apoyar nuestra enseñanza sobre un imponente conjunto de hechos y de observaciones, y no sobre algunas experiencias incoherentes, observadas a la ligera y superficialmente. En sus comienzos, toda Ciencia encuentra forzosamente hechos que, a primera vista, parecen contradictorios, y que sólo un estudio completo y minucioso puede demostrar su conexión; es la ley común de esos hechos que hemos querido buscar, a fin de presentar un conjunto tan completo y tan satisfactorio como posible, sin dejar el más mínimo motivo de contradicción. Con este objetivo recogemos los hechos, los examinamos, los escrutamos en todos sus detalles, los comentamos, los discutimos fríamente, sin entusiasmo, y es así que hemos llegado a descubrir el admirable encadenamiento que existe en todas las partes de esta inmensa ciencia, que toca a los más graves intereses de la humanidad. Señores, tal ha sido –hasta el presente– el objeto de nuestros trabajos, objeto perfectamente caracterizado por el simple título que hemos adoptado: Sociedad de Estudios Espíritas. Nos reunimos con el objetivo de esclarecernos y no de distraernos; al no buscar divertirnos de modo algún, no queremos divertir a los otros: he aquí por qué nos interesa tener sólo asistentes serios, y no curiosos que creerían encontrar aquí un espectáculo. El Espiritismo es una ciencia y, como toda ciencia, no se lo puede aprender jugando; además, tomar a las almas de los que han partido como asunto de distracción, sería faltarles el respeto que merecen; especular sobre su presencia y su intervención, sería una impiedad y una profanación.
Estas reflexiones responden a las críticas que algunas personas nos han dirigido: de volver a hechos conocidos y de no buscar constantemente las novedades. En el punto en que estamos, es difícil que, a medida que avanzamos, los hechos que se producen no giren más o menos en el mismo círculo; pero esas personas se olvidan que puntos tan importantes como los que tocan el futuro del hombre, solamente pueden llegar al estado de verdad absoluta después de un gran número de observaciones. Habría liviandad en formular una ley en base a algunos ejemplos. El hombre serio y prudente es más circunspecto: no sólo quiere ver todo, sino ver mucho y varias veces; he aquí por qué no retrocedemos ante la monotonía de las repeticiones, porque de las mismas resaltan confirmaciones y frecuentemente matices instructivos, y si en ellas descubriéramos hechos contradictorios, investigaríamos la causa. No tenemos ninguna prisa en pronunciarnos sobre los primeros datos, necesariamente incompletos; antes de la recolección, esperamos que los frutos estén maduros. Si hemos avanzado menos de lo que algunos hubieran deseado en su impaciencia, hemos caminado con más seguridad, sin perdernos en el laberinto de los sistemas; quizá sepamos menos cosas, pero sabemos mejor, lo que es preferible, y podemos afirmar lo que sabemos con plena base en la experiencia.
Por lo demás, señores, no creáis que la opinión de aquellos que critican la organización de la Sociedad sea la de los verdaderos amigos del Espiritismo; no, es la de sus enemigos, que están contrariados al ver que la Sociedad prosigue su camino con calma y dignidad a través de las emboscadas que le han sido tendidas y que aún le tienden; lamentan que el acceso a Ella sea difícil, porque les encantaría venir a sembrar la confusión. Es con este objetivo que también la critican, por limitar el círculo de sus trabajos, alegando que sólo se ocupa con cosas insignificantes y sin alcance, porque se abstiene de tratar de cuestiones políticas y religiosas; desearían verla entrar en la controversia dogmática; ahora bien, es precisamente eso que los delata. Prudentemente, la Sociedad ha sabido protegerse en un círculo inatacable a la malevolencia; provocando su amor propio, desearían arrastrarla a una vía peligrosa, pero Ella no se dejará llevar. Al ocuparse exclusivamente de las cuestiones que interesan a la ciencia, y que no pueden hacer sombra a nadie, la Sociedad se ha puesto al abrigo de los ataques y así debe permanecer; por su prudencia, su moderación y su sensatez ha merecido la estima de los verdaderos espíritas, y su influencia se extiende hasta países distantes, de donde se aspira al honor de hacer parte de la misma. Ahora bien, este homenaje que le es prestado por personas que sólo la conocen por su nombre, por sus trabajos y por la consideración que ha conquistado, le es cien veces más valioso que la adhesión de los imprudentes demasiado apresurados o de los malévolos que desearían arrastrarla a su ruina, y a quienes les encantaría verla comprometerse. Mientras yo tenga el honor de dirigir a la Sociedad, todos mis esfuerzos tenderán a mantenerla en este camino; si algún día Ella saliese de esta vía, yo la dejaría en el mismo instante, porque a ningún precio desearía asumir esa responsabilidad.
Señores, además sabéis por cuáles vicisitudes ha pasado la Sociedad; todo lo que ha sucedido antes y después ha sido anunciado, y todo se ha cumplido como había sido previsto; sus enemigos querían su ruina; los Espíritus, que sabían de su utilidad, deseaban su conservación, y Ella se ha mantenido y se mantendrá mientras sea necesaria a sus objetivos. Si vosotros hubierais observado –como yo he podido hacerlo– las cosas en sus mínimos detalles, no ignoraríais la intervención de un poder superior, porque éste es patente para mí, y comprenderíais que todo ha sido para mejor y en interés de su propia conservación. Pero vendrá el tiempo en que no será más indispensable, como sí lo es actualmente; entonces veremos qué tendremos que hacer, porque la marcha está trazada teniendo en cuenta todas las eventualidades.
Los enemigos más peligrosos de la Sociedad no son los de afuera, ya que podemos cerrarles nuestras puertas y nuestros oídos; a los que más se les debe temer son a los enemigos invisibles, que podrían infiltrarse aquí a pesar nuestro. Nos corresponde probarles –como ya lo hemos hecho– que perderían su tiempo si intentasen imponerse a nosotros. Sabemos que su táctica es la de buscar sembrar la desunión, provocar la discordia, inspirar los celos, la desconfianza y las pueriles susceptibilidades que engendran la malquerencia. Opongámosles el baluarte de la caridad, de la benevolencia mutua, y seremos invulnerables, tanto a sus malignas influencias ocultas como a las diatribas de nuestros adversarios encarnados, que se ocupan más de nosotros que nosotros de ellos. Haciendo justicia podemos decir, sin amor propio, que nunca el nombre de ellos ha sido aquí pronunciado, ya sea por un sentimiento de cortesía o porque tenemos que ocuparnos de cosas más útiles. No obligamos a nadie a que venga a nosotros; recibimos con placer y solicitud a las personas sinceras y de buena voluntad, seriamente deseosas de esclarecerse, y de éstas encontramos muchas para no perder nuestro tiempo corriendo atrás de aquellos que nos dan la espalda por motivos fútiles de amor propio o de envidia. Éstos no pueden ser considerados como verdaderos espíritas, a pesar de las apariencias; tal vez sean espíritas que creen en los hechos, pero seguramente no son espíritas que creen en las consecuencias morales de los hechos, porque de lo contrario mostrarían más abnegación, indulgencia, moderación y menos presunción en su infalibilidad. Buscarlos sería incluso prestarles un mal servicio, porque sería hacerles creer que son importantes y que no podemos prescindir de ellos. En cuanto a los que nos denigren, tampoco debemos preocuparnos con ellos; hombres que valen cien veces más que nosotros han sido denigrados y ridiculizados: no podríamos tener privilegio al respecto. Nos cabe probar a través de nuestros actos que sus diatribas han errado el blanco, y que las armas de las cuales se sirven se volverán en su contra.
Después de haber agradecido, al comienzo, a los Espíritus que nos asisten, no debemos olvidar a sus intérpretes, algunos de los cuales nos dan su concurso con un esmero y una complacencia que nunca son desmentidos; en cambio, solamente podemos ofrecerles un pequeño testimonio de nuestra satisfacción; pero el mundo de los Espíritus los espera, y allá todos los sacrificios son altamente contados, en razón del desinterés, de la humildad y de la abnegación demostrados.
En resumen, señores, durante el año que acaba de pasar nuestros trabajos han transcurrido con una perfecta regularidad y nada los ha interrumpido. Numerosos hechos del más alto interés han sido relatados, explicados y comentados; cuestiones muy importantes han sido resueltas; todos los ejemplos que han pasado bajo nuestros ojos a través de las evocaciones y todas las investigaciones a las que nos hemos entregado han venido a confirmar los principios de la ciencia y a fortalecernos en nuestras creencias; numerosas comunicaciones de una indiscutible superioridad han sido obtenidas por varios médiums; desde el interior del país y desde el exterior nos han enviado comunicaciones muy notables, lo que prueba no sólo cuánto el Espiritismo se expande, sino también bajo qué punto de vista grave y serio Él es ahora considerado en todas partes. Sin duda, éste es un resultado del que debemos estar felices; pero hay otro no menos satisfactorio y que, además, es una consecuencia de lo que había sido predicho desde el origen: es la unidad que se establece en la teoría de la Doctrina a medida que se la estudia y que se la comprende mejor. En todas las comunicaciones que nos llegan desde afuera, encontramos la confirmación de los principios que nos son enseñados por los Espíritus, y como las personas que los obtienen son desconocidas para nosotros en su mayoría, no se puede decir que ellas sufran nuestra influencia.
El propio principio de la reencarnación, que inicialmente había encontrado más contradictores porque no era comprendido, hoy es aceptado por la fuerza de la evidencia y porque toda persona que piensa en él lo reconoce como la única solución posible de los mayores problemas de la filosofía moral y religiosa. Sin la reencarnación somos detenidos a cada paso; todo es caos y confusión. Con la reencarnación todo se esclarece, todo se explica de la manera más racional; si todavía encuentra algunos adversarios más sistemáticos que lógicos, el número de ellos es muy restricto. Ahora bien, ¿quién la ha inventado? Con toda seguridad que no habéis sido ni vosotros ni yo; la misma nos ha sido enseñada y nosotros la hemos aceptado: he aquí todo lo que hemos hecho. De todos los sistemas que han surgido en el principio, muy pocos sobreviven hoy, y se puede decir que sus raros partidarios están sobre todo entre las personas que juzgan a primera vista, y frecuentemente según ideas preconcebidas o prejuicios; pero ahora es evidente que quienquiera que se tome el trabajo de profundizar todas las cuestiones y de juzgar fríamente, sin prevención y sobre todo sin hostilidad sistemática, es invenciblemente llevado, tanto por el razonamiento como por los hechos, a la teoría fundamental que hoy prevalece –se puede decir– en todos los países del mundo.
Señores, ciertamente la Sociedad no ha hecho todo para obtener ese resultado; pero creo que, sin vanidad, Ella puede reivindicar una pequeña parte; su influencia moral es mayor de lo que se cree, exactamente porque nunca se ha desviado de la línea de moderación que se ha trazado. Se sabe que la Sociedad se ocupa exclusivamente de sus estudios, sin dejarse desviar por las pasiones mezquinas que se agitan a su alrededor; que lo hace seriamente, como debe hacerlo toda asamblea científica; que prosigue en su objetivo, sin mezclarse en ninguna intriga, sin tirar piedras a nadie e incluso sin recoger aquellas que le arrojan. Sin duda alguna, he aquí la causa principal del crédito y de la consideración que la Sociedad disfruta y de los que, con justicia, puede sentirse orgullosa, y que da un cierto peso a su opinión. Señores, continuemos con nuestros esfuerzos, con nuestra prudencia y con el ejemplo de unión que debe existir entre los verdaderos espíritas, mostrando con esto que los principios que profesamos no son para nosotros una letra muerta, y que predicamos ya sea con el ejemplo como con la teoría. Si nuestras doctrinas encuentran ecos tan numerosos, es que por lo visto se las considera más racionales que otras; dudo que sucediese lo mismo si hubiéramos profesado la doctrina de la intervención exclusiva del diablo y de los demonios en las manifestaciones espíritas, doctrina hoy completamente ridícula, que provoca más curiosidad que miedo, a no ser en algunas personas timoratas, que pronto reconocerán su futilidad.
La Doctrina Espírita, tal como hoy es profesada, tiene una amplitud que le permite abarcar todas las cuestiones de orden moral: Ella satisface a todas las aspiraciones y –podemos decirlo– a la razón más exigente, para cualquiera que se tome el trabajo de estudiarla y no esté dominado por las ideas preconcebidas. La Doctrina no tiene las mezquinas restricciones de ciertas filosofías; amplía hasta el infinito el círculo de las ideas, y ninguna es capaz de elevar más alto el pensamiento y de liberar al hombre de la estrecha esfera del egoísmo en la cual intentaron confinarlo. En fin, Ella se apoya en los inmutables principios fundamentales de la religión, de la cual es su patente demostración. Sin ninguna duda, he aquí lo que le hace conquistar a tan numerosos adeptos entre las personas esclarecidas de todos los países, y lo que la hará prevalecer en un tiempo más o menos próximo, y esto a pesar de sus adversarios, que en su mayoría se oponen más por interés que por convicción. Su marcha progresiva tan rápida, desde que ha entrado en la vía filosófica seria, es para nosotros una garantía del futuro que le está reservado y que –como lo sabéis– está anunciado en todas partes. Por lo tanto, dejemos que sus enemigos digan y hagan lo que quieran: ellos no pueden hacer nada contra la voluntad de Dios, porque nada sucede sin su permiso; y como decía hace poco tiempo un eclesiástico esclarecido: Si esas cosas tienen lugar, es porque Dios lo permite para reavivar la fe que se extingue en las tinieblas del materialismo.
El ángel del cólera
Uno de nuestros corresponsales de Varsovia nos ha escrito lo siguiente:
«...Me atrevo a solicitar vuestra atención para un hecho de tal modo extraordinario que sería preciso colocarlo en la categoría de lo absurdo, si el carácter de la persona que me lo ha narrado no fuese una garantía de su realidad. Todos nosotros, que del Espiritismo conocemos todo lo que ha sido tratado por vos tan juiciosamente –lo que quiere decir que consideramos comprenderlo bien–, no encontramos explicación para este hecho; así, lo entrego a vuestra apreciación, rogando que me perdonéis el tiempo que os hago perder al leerlo, en caso de que no lo juzguéis digno de un examen más serio. Se trata de lo siguiente:
«La persona de la cual he hablado anteriormente se encontraba, en 1852, en Vilna, ciudad de Lituania que, en aquel momento, era asolada por el cólera. Su hija, una niña encantadora de doce años, era dotada de todas las cualidades que constituyen las naturalezas superiores. Desde la más tierna edad, ella se hizo notar por una inteligencia excepcional, una bondad de corazón y un candor verdaderamente angélicos. En nuestro país, ella ha sido una de las primeras a presentar la facultad mediúmnica, siempre asistida por Espíritus de un orden muy elevado. Frecuentemente, y sin ser sonámbula, tenía el presentimiento de lo que iba a suceder, y lo predecía siempre con exactitud. Estas informaciones no me parecen inútiles para juzgar su sinceridad. Una noche, en el momento en que las velas acababan de ser apagadas, la niña, aún completamente despierta, vio surgir delante de su lecho a una figura lívida y ensangrentada de una mujer vieja, cuya simple visión la hizo estremecer. Esta mujer se aproximó a la cama de la niña y le dijo:
Uno de nuestros corresponsales de Varsovia nos ha escrito lo siguiente:
«...Me atrevo a solicitar vuestra atención para un hecho de tal modo extraordinario que sería preciso colocarlo en la categoría de lo absurdo, si el carácter de la persona que me lo ha narrado no fuese una garantía de su realidad. Todos nosotros, que del Espiritismo conocemos todo lo que ha sido tratado por vos tan juiciosamente –lo que quiere decir que consideramos comprenderlo bien–, no encontramos explicación para este hecho; así, lo entrego a vuestra apreciación, rogando que me perdonéis el tiempo que os hago perder al leerlo, en caso de que no lo juzguéis digno de un examen más serio. Se trata de lo siguiente:
«La persona de la cual he hablado anteriormente se encontraba, en 1852, en Vilna, ciudad de Lituania que, en aquel momento, era asolada por el cólera. Su hija, una niña encantadora de doce años, era dotada de todas las cualidades que constituyen las naturalezas superiores. Desde la más tierna edad, ella se hizo notar por una inteligencia excepcional, una bondad de corazón y un candor verdaderamente angélicos. En nuestro país, ella ha sido una de las primeras a presentar la facultad mediúmnica, siempre asistida por Espíritus de un orden muy elevado. Frecuentemente, y sin ser sonámbula, tenía el presentimiento de lo que iba a suceder, y lo predecía siempre con exactitud. Estas informaciones no me parecen inútiles para juzgar su sinceridad. Una noche, en el momento en que las velas acababan de ser apagadas, la niña, aún completamente despierta, vio surgir delante de su lecho a una figura lívida y ensangrentada de una mujer vieja, cuya simple visión la hizo estremecer. Esta mujer se aproximó a la cama de la niña y le dijo:
“Yo soy el cólera, y vengo a pedirte un beso; si me besas, volveré a los lugares donde he salido y la ciudad estará libre de mi presencia”. La heroica niña no retrocedió de manera alguna ante el sacrificio: puso sus labios sobre el rostro helado y húmedo de la vieja, y la visión –si es que era una visión– desapareció. Llena de pavor, la niña sólo se calmó en el regazo de su padre que, a pesar de no entender la situación, estaba entretanto convencido de que su hija había dicho la verdad; pero no hablaron con nadie. Hacia el mediodía recibieron la visita de un médico, amigo de la familia, que dijo: “Os traigo una buena noticia: esta noche ningún paciente fue llevado al hospital de los coléricos, de donde vengo”. En efecto, desde ese día el cólera dejó de causar estragos. Aproximadamente tres años más tarde, esta persona y su familia hicieron otro viaje a la misma ciudad. Durante su permanencia, el cólera reapareció y las víctimas ya eran contadas por centenas, cuando una noche la misma mujer vieja apareció cerca de la cama de la niña, siempre perfectamente despierta, y le hizo el mismo pedido, agregando que, si su solicitación fuese atendida, esta vez dejaría la ciudad para no volver más. Como sucedió la primera vez, la joven no se rehusó; luego ésta vio un sepulcro abrirse y cerrarse sobre la mujer. El cólera paró como por milagro, y no es de mi conocimiento que haya vuelto a aparecer en Vilna. ¿Era eso una alucinación o una visión real? Lo ignoro; todo lo que puedo garantizar es que no puedo dudar de la sinceridad de la joven y de sus padres.»
En efecto, ese hecho es muy singular; los incrédulos no dejarán de decir que es una alucinación, pero probablemente les será más difícil explicar esta coincidencia con un hecho material que nada permitía prever. Una primera vez podría atribuirse al acaso –manera tan cómoda de desconsiderar lo que no se comprende; pero en dos ocasiones diferentes, y en condiciones idénticas, es más extraordinario. Admitiendo el hecho de la aparición, restaba saber qué era esa mujer; ¿era realmente el ángel exterminador del cólera? Los flagelos, ¿estarían personificados en ciertos Espíritus, encargados de provocarlos o de apaciguarlos? Podría creérselo, al ver que los flagelos desaparecían por la voluntad de esa mujer; pero entonces, ¿por qué se dirigía a esa niña, desconocida en la ciudad, y cómo podría tener tal influencia un beso de su parte? Aunque el Espiritismo ya nos haya dado la clave de muchas cosas, todavía no nos dijo la última palabra y, en el caso abordado, la última hipótesis no tenía nada de positivamente absurda; confesamos que, a primera vista, nos inclinábamos bastante hacia ese lado, no viendo en el hecho el carácter de una verdadera alucinación; pero la palabra de los Espíritus echó por tierra nuestra suposición. He aquí la explicación muy simple y muy lógica que al respecto ha dado san Luis, en la sesión de la Sociedad del 19 de abril de 1861.
Preg. El hecho que acaba de ser narrado parece muy auténtico; desearíamos obtener algunas explicaciones sobre el tema. ¿Podríais primero decirnos qué era esa mujer que apareció a la niña y que dijo ser el cólera?
Resp. No era el cólera; un flagelo material no reviste apariencia humana; era el Espíritu familiar de la joven, que la hacía experimentar su fe, haciendo coincidir esta prueba con el fin del flagelo. Esa prueba por la cual pasaba la niña era benéfica para ella; al idealizarla, fortalecía las virtudes que estaban en germen en ese ser protegido y bendito. Las naturalezas de élite, aquellas que vienen al mundo trayendo el recuerdo del bien ya adquirido, reciben a menudo esas advertencias, que serían peligrosas para un alma no depurada y no preparada por las migraciones anteriores, para los grandes sacrificios del amor y de la fe.
Preg. El Espíritu familiar de esa joven ¿tenía bastante poder como para prever el futuro y el fin del flagelo?
Resp. Los Espíritus son los instrumentos de la voluntad divina y, frecuentemente, son elevados a la altura de mensajeros celestiales.
Preg. ¿Los Espíritus no tienen ninguna acción sobre los flagelos, como agentes productores?
Resp. Ellos no tienen nada que ver con eso, así como los árboles no actúan sobre el viento, ni los efectos sobre las causas.
En la previsión de respuestas conformes a nuestro primer pensamiento, habíamos preparado una serie de preguntas que, por consecuencia, se volvieron inútiles; esto prueba una vez más que los médiums no son el reflejo del pensamiento del interrogador. Además, debemos decir que no teníamos al respecto ninguna idea previa; a falta de una mejor, nos inclinábamos hacia la que habíamos emitido, porque no nos parecía imposible; pero al ser más simple y más racional la explicación dada por el Espíritu, nosotros la consideramos como infinitamente preferible.
Por otra parte, se puede extraer de ese hecho otra instrucción. Lo que sucedió con aquella joven debe haberse producido en otras circunstancias, e incluso en la Antigüedad, puesto que los fenómenos espíritas son de todos los tiempos. ¿No sería una de las causas que han llevado a los Antiguos a personificar todo y a ver en cada cosa un genio particular? No pensamos que se le deba buscar la causa únicamente en el genio poético, porque esas ideas se ven en pueblos menos adelantados.
Supongamos que un hecho análogo al que hemos narrado se hubiese producido en un pueblo supersticioso y bárbaro; no era necesario nada más para que se haga creer en la idea de que una divinidad maléfica solamente podría aplacarse si le sacrificaran víctimas. Como ya lo hemos dicho, todos los dioses del paganismo no tienen otro origen sino las manifestaciones espíritas; el Cristianismo vino a derribar sus altares, pero estaba reservado al Espiritismo dar a conocer su verdadera naturaleza y esclarecer esos fenómenos, desvirtuados por la superstición o explotados por la codicia.
Fenómeno de aportes
Este fenómeno es, indiscutiblemente, uno de los más extraordinarios entre aquellos que las manifestaciones espíritas presentan, y es también uno de los más raros. Consiste en el aporte espontáneo de un objeto que no existe en el lugar en que estamos. Hace mucho tiempo que nosotros lo conocíamos a través de informaciones; pero como hace poco nos fue permitido atestiguarlo, podemos ahora hablar del mismo con conocimiento de causa. Para comenzar, digamos que es uno de los fenómenos que más se prestan a la imitación y, por consiguiente, debemos estar prevenidos contra la superchería. Se sabe hasta dónde puede llegar el arte de la prestidigitación en lo tocante a experiencias de este género; pero, aun sin tener que enfrentarse con un prestidigitador, se podría fácilmente ser engañado por una maniobra hábil. La mejor de todas las garantías está en el carácter, en la honestidad notoria y en el absoluto desinterés de la persona que obtiene semejantes efectos; en segundo lugar, en el examen atento de todas las circunstancias en que los hechos se producen; y finalmente, en el conocimiento esclarecido del Espiritismo, el único que puede descubrir todo lo que sea sospechoso.
Hemos dicho que ese fenómeno es uno de los más raros y, quizá menos que los otros, no se produce a voluntad ni sobre todo a cualquier momento. Aunque raramente, a veces puede ser provocado, pero en la mayoría de las veces es espontáneo; de esto se deduce que cualquiera que se jacte de obtenerlo a gusto y en un momento dado, puede ser terminantemente tachado de ignorante y ser sospechoso de fraude, con más fuerte razón si en él se mezcla el más mínimo motivo de interés material. Un médium que saque cualquier provecho de su facultad puede ser realmente médium, pero como esta facultad está sujeta a intermitencias y como los fenómenos dependen exclusivamente de la voluntad de los Espíritus, que no se someten a nuestro capricho, resulta que el médium interesado, para no fallar o para producir más efecto según las circunstancias, llama en su ayuda a las artimañas, porque para él es preciso que el Espíritu actúe de cualquier manera, si no lo suple con su artimaña, que algunas veces se oculta bajo los más simples artificios.
Al haber hecho estas reflexiones preliminares, que tienen como objetivo precaver a los observadores, volvamos a nuestro tema; pero antes de hablar de lo que nos concierne, creemos un deber publicar la siguiente carta, que nos ha sido enviada de Orleáns, el 14 de febrero último.
«Señor,
«El que os escribe esta carta es un espírita de convicciones; los hechos que la misma relata son raros; deben servir al bien de todos y ya han llevado a la convicción a varias personas que nos rodean y que los han atestiguado.
«El primer hecho ha ocurrido el 1º de enero de 1861. Una de mis parientes, que tiene la facultad medianímica en grado supremo y que ignoraba eso completamente antes que yo le hubiese hablado de Espiritismo, veía algunas veces a su madre, pero consideraba esto como alucinaciones y trataba de evitarlas. El 1º de enero pasado, alrededor de las tres de la tarde, la vio nuevamente; el sobresalto que tuvo, al igual que su marido –aunque éste no viese nada–, impidió que ella se diera cuenta de sus movimientos. Algunos minutos después, al volver al cuarto, su marido vio sobre la mesa un anillo que su esposa reconoció perfectamente como siendo el anillo de su propia madre, que dicha hija le había puesto en el dedo en el momento de la muerte de su progenitora. Algunos días más tarde, como la esposa sufrió una sofocación a la que era propensa, yo aconsejé a su marido a que la magnetizara, lo que él hizo. Al cabo de tres minutos, ella adormeció profundamente y la lucidez fue perfecta. Entonces ella dijo al marido que su madre le había traído el anillo para probarle que está con ellos y que vela por ellos. El marido le preguntó a su mujer si ella ve a la hija de ambos, fallecida con 2 años de edad hace ocho años, y si ésta le puede traer un recuerdo. La sonámbula respondió que la hija está allá, así como la madre de su marido; que al día siguiente la hija le traerá una rosa que él encontrará en el escritorio. El hecho se realizó; una rosa marchita era acompañada por un papel, sobre el cual estaban escritas estas palabras: A MI PAPÁ QUERIDO: Laure. Dos días después tuvo lugar un sueño magnético; el marido pregunta si él podría recibir algunos cabellos de su propia madre. Su deseo es atendido al instante: los cabellos están sobre la chimenea. Después, dos cartas fueron escritas espontáneamente por las dos madres.
«Llego a los hechos que sucedieron en mi casa. Después de un estudio serio de vuestras obras sobre el Espiritismo, la fe me vino sin que yo haya visto un solo hecho. El Libro de los Médiums me había aconsejado a intentar escribir, pero no obtuve ningún resultado; persuadido de que yo no conseguiría nada sin la presencia de la persona de la cual os he hablado anteriormente, le pedí que viniera a Orleáns, así como a su marido. Lunes 11 de febrero a las 10 horas de la noche: sueño magnético y éxtasis; ve junto a ella y a nosotros a los Espíritus que la acompañan y que le habían prometido venir con ella. Le pregunto si seré médium escribiente; ella responde: Sí, en 15 días. Agrega que al día siguiente su madre escribirá por su intermedio para convencer a uno de mis amigos, que ella solicitó que yo hiciera venir. Día 12 a las 8 horas de la mañana: sueño; le preguntamos si debíamos darle un lápiz: No –me dijo ella; mi madre está cerca de ti y escribe; su carta está sobre la chimenea. Voy hasta allí y encuentro un papel doblado que contiene estas palabras: Creed y orad, estoy con vosotros; esto es para convenceros. También me dijo que en esa noche yo podría intentar escribir, que ella posaría su mano sobre la mía. No me atreví a esperar semejante resultado; entretanto, escribí estas palabras: Creed; voy a volver; no olvidéis el magnetismo; no tardéis más tiempo. Mi parienta debía partir al día siguiente. A la noche escribimos esto: La ciencia espírita no es una broma; es verdadera; el magnetismo puede conducir a ella. Orad e invocad a aquellos que sienta vuestro corazón. No tardéis más tiempo. Catherine. He aquí el nombre de su madre.
«Varias veces me ordenaron que os escriba estos hechos; incluso he sido criticado por no haberlo realizado antes; además, ella me ha dicho que podríais tener la prueba de lo que os digo, y que su propia madre iría confirmaros esos hechos si la llamaseis. Atentamente.»
Esta carta relata dos fenómenos notables: el de aportes y el de escritura directa. Haremos al respecto una observación esencial: cuando el marido y la esposa obtuvieron los primeros efectos, ellos estaban solos, totalmente preocupados con lo que pudiera sucederles y no tenían ningún interés en engañarse mutuamente. En segundo lugar, el aporte del anillo, que había sido enterrado con la madre, es un hecho positivo, que no podía ser el resultado de una superchería, porque no se juega con esas cosas.
Varios hechos de la misma naturaleza nos han sido relatados por personas de las cuales tenemos plena confianza y que han ocurrido en circunstancias también auténticas; pero he aquí un hecho del que hemos sido dos veces testigo ocular, así como varios miembros de la Sociedad.
La Srta. V. B..., joven de 16 a 17 años, es una muy buena médium psicógrafa y al mismo tiempo una sonámbula clarividente. Durante el sueño ella ve principalmente al Espíritu de uno de sus primos, que varias veces ya le había traído diferentes objetos, entre otros, el aporte de anillos, de bombones en gran cantidad y de flores. Es siempre necesario que ella esté adormecida aproximadamente dos horas antes de la producción del fenómeno. La primera vez que asistimos a una manifestación de ese género, tuvo lugar el aporte de un anillo que le fue puesto en la mano. Para nosotros, que conocíamos a la joven y a sus padres –personas muy honorables–, no había ningún motivo para dudar; entretanto, confesamos que para los extraños, la manera como esto sucedió era poco concluyente. Ya en la otra sesión fue totalmente diferente. Después de dos horas de sueño previo, durante las cuales la joven sonámbula se ocupó con cosas muy interesantes, pero extrañas a lo que estamos tratando, el Espíritu le apareció con un ramo de flores, visible solamente para ella. No fue sino después de haber instigado su avidez por un largo tiempo y de haber hecho incesantes pedidos, que el Espíritu hizo caer a sus pies un ramillete de azafrán. La joven no se dio por satisfecha; el Espíritu aún tenía algo que ella quería; nuevas súplicas fueron realizadas durante aproximadamente media hora, después de la cual apareció en el piso un gran ramo de violetas, cubierto de musgo. Algún tiempo después un bombón, del tamaño de un puño, cayó a su lado; por el sabor reconocieron que era de ananá, que parecía haber sido amasado con las manos.
Todo esto duró cerca de una hora y, durante ese tiempo, la sonámbula estuvo constantemente aislada de todos los asistentes; su propio magnetizador se mantuvo a una gran distancia; nosotros estábamos ubicado de manera a no perder de vista un solo movimiento y declaramos sinceramente que no hubo nada de sospechoso. En esa sesión, el Espíritu, que se llama Léon, prometió venir a la Sociedad para dar las explicaciones que le fuesen solicitadas.
Nosotros lo evocamos en la sesión de la Sociedad del 1º de marzo, juntamente con el Espíritu Sra. Catherine, que se había manifestado en Orleáns; he aquí la conversación que tuvo lugar:
1. Evocación de la Sra. Catherine. –Resp. Estoy presente y preparada para responderos.
2. Habéis dicho a vuestra hija y a vuestro pariente de Orleáns que vendríais a confirmar aquí los fenómenos que ellos han atestiguado; nos agradaría mucho recibir vuestras explicaciones al respecto. Para comenzar, os preguntaría con qué objetivo habéis insistido tanto para que me escribieran el relato de estos hechos. –Resp. Lo que prometí, estoy lista para hacerlo, porque es a vos a quien debemos informar más; yo había dicho a mis hijos que os comunicasen esas pruebas con la finalidad de propagar el Espiritismo.
3. Hace algunos días he sido testigo de hechos análogos y voy a pedir al Espíritu que los produjo que consienta en venir. Al haber podido observar todas las fases del fenómeno, tengo la intención de dirigirle varias preguntas. Os ruego que os juntéis a él para completar las respuestas, si esto fuere necesario. –Resp. Haré lo que me pedís; con los dos habrá más claridad y precisión.
4. Evocación de Léon. –Resp. Estoy aquí, listo para cumplir la promesa que os hice, caballero.
Nota – Generalmente los Espíritus prescinden de nuestras fórmulas de tratamiento; este Espíritu ofrece la particularidad de que cada vez que lo hemos evocado, se ha servido siempre de la palabra caballero.
5. ¿Podríais decirnos, por favor, por qué esos fenómenos sólo se producen durante el sueño magnético de la médium? –Resp. Esto se debe a la naturaleza de la médium; los hechos que produzco cuando ella está dormida, podría también producirlos con otro médium en estado de vigilia.
6. ¿Por qué hacéis esperar tanto tiempo el aporte de los objetos, y por qué instigáis la avidez de la médium, exacerbando su deseo de obtener el objeto prometido? –Resp. Necesito ese tiempo para preparar los fluidos que sirven para el aporte; en cuanto a la instigación, es sólo para divertir a las personas presentes y a la sonámbula.
7. Pensé que esta instigación podría producir una emisión más abundante de fluido por parte de la médium, y facilitar la combinación necesaria. –Resp. Estabais equivocado, caballero; los fluidos que nos son necesarios no pertenecen al médium, sino al Espíritu y, en ciertos casos, se puede incluso prescindir de aquéllos, y el aporte ocurrir inmediatamente.
8. La producción del fenómeno, ¿depende de la naturaleza especial del médium, y podría darse a través de otros médiums, con mayor facilidad y rapidez? –Resp. La producción depende de la naturaleza del médium, y sólo puede realizarse con otros de naturaleza correspondiente; en cuanto a la rapidez, nos es de gran ayuda el hábito de comunicarnos frecuentemente con el mismo médium.
9. La naturaleza del médium, ¿debe corresponder a la naturaleza del hecho o a la del Espíritu? –Resp. Es preciso que corresponda a la naturaleza del hecho, y no a la naturaleza del Espíritu.
10. La influencia de las personas presentes, ¿contribuye en algo? –Resp. Cuando en ellas hay incredulidad y oposición, esto puede dificultar mucho. Preferimos presentar nuestras pruebas a los creyentes y a las personas versadas en Espiritismo; pero con esto no quiero decir que la mala voluntad pueda paralizarnos completamente.
11. Aquí sólo hay creyentes y personas muy simpáticas; ¿existe algún obstáculo para que el hecho suceda? –Resp. Existe, aquel para el cual yo no estoy preparado ni dispuesto.
12. ¿Lo estaríais en otro día? –Resp. Sí.
13. ¿Podríais marcarlo? –Resp. Un día en que nada me solicitéis, vendré repentinamente a sorprenderos con un lindo ramo de flores.
14. Tal vez hayan personas que prefieran bombones. –Resp. Si hay golosos, también podrán ser contentados; creo que las damas, que no desdeñan las flores, gustarán aún más de los bombones.
15. La Srta. V. B... ¿tendrá necesidad de estar en sonambulismo? –Resp. Haré el fenómeno de aporte con ella despierta.
16. ¿Dónde tomasteis las flores y los bombones que habéis aportado? –Resp. Recogí las flores en los jardines, donde las hay de mi agrado.
17. ¿Y los bombones? ¿El confitero no habrá notado la falta de los mismos? –Resp. Los tomo de donde quiero; el confitero no percibió nada, porque puse otros en su lugar.
18. Pero los anillos son valiosos; ¿de dónde los sacasteis? ¿No habréis causado algún perjuicio a quien se los quitasteis? –Resp. Los he tomado de lugares desconocidos por todos, y de manera que nadie pudiera ser perjudicado.
19. ¿Es posible aportar flores de otro planeta? –Resp. No, esto no es posible para mí.
20. ¿Otros Espíritus podrían hacerlo? –Resp. Sí, hay Espíritus más elevados que yo que pueden hacerlo; en cuanto a mí, no puedo encargarme de esto. Contentaos con lo que he de aportaros.
21. ¿Podríais aportar flores de otro hemisferio? Por ejemplo, ¿de los trópicos? –Resp. Desde que sea de la Tierra, puedo.
22. El otro día, ¿cómo habéis introducido esos objetos, ya que la habitación estaba cerrada? –Resp. Los hice entrar conmigo, envueltos –por así decirlo– en mi sustancia. En cuanto a daros más detalles, esto no es explicable.
23. (A la Sra. Catherine.) Ya que el anillo que habéis aportado a vuestra hija estaba enterrado con vuestros restos mortales, ¿cómo lo obtuvisteis? –Resp. Lo retiré de la tierra y lo aporté a mi hija.
24. (A Léon.) ¿Cómo habéis hecho para volver visibles esos objetos, que un momento antes eran invisibles? –Resp. Quité la materia que los envolvía.
25. Esos objetos que habéis aportado, ¿podríais hacerlos desaparecer, y llevarlos de vuelta a su lugar? –Resp. Así como los he traído aquí, puedo llevarlos de vuelta, según mi voluntad.
26. Ayer... (el Espíritu rectifica escribiendo: miércoles.) Exactamente; el miércoles, la médium os vio tomar una tijera y cortar flores de naranjo en el ramillete que está en su habitación; ¿tuvisteis realmente necesidad de un instrumento cortante para ello? –Resp. No tenía ninguna tijera, pero me hice ver así para que tuvieran la certeza de que era yo que las sacaba.
27. ¿Pero el ramillete estaba debajo de un globo de vidrio? –Resp. ¡Oh! Yo bien podía sacar el globo.
28. ¿Lo habéis sacado? –Resp. No.
29. No entendemos cómo esto puede suceder; ¿creéis que un día llegaremos a comprender este fenómeno? –Resp. Dentro de poco tiempo; no sólo lo creemos, sino que tenemos la certeza.
30. ¿Quién acaba de responder? ¿Léon o la Sra. Catherine? –Resp. Los dos.
31. La producción del fenómeno de aportes, ¿os causa alguna dificultad o algún problema? –Resp. No nos causa ninguna dificultad cuando tenemos el permiso para producirlos; podría causarnos muchos problemas si quisiéramos producir efectos sin haber sido autorizados para ello.
32. ¿Cuáles son las dificultades que encontráis? –Resp. Solamente las malas disposiciones fluídicas que pueden ser contrarias a nosotros.
33. ¿Cómo aportáis el objeto? ¿Lo sostenéis con las manos? –Resp. No, lo envuelvo en mí mismo.
34. ¿Aportaríais con la misma facilidad un objeto de un peso considerable, de 50 kilos, por ejemplo? –Resp. El peso no es nada para nosotros; aportamos flores porque esto puede ser más agradable que un objeto voluminoso.
35. ¿Se puede a veces atribuir a los Espíritus la desaparición de objetos, cuya causa se ignora? –Resp. Esto sucede con mucha frecuencia, más a menudo de lo que pensáis, y ello podría remediarse pidiéndole al Espíritu que vuelva a traer el objeto desaparecido.
36. ¿Hay efectos que son considerados como fenómenos naturales y que se deben a la acción de ciertos Espíritus? –Resp. Vuestros días están llenos de esos hechos, que no comprendéis porque no habéis pensado en ellos, pero que con un poco de reflexión percibiríais claramente.
37. Entre los objetos que se aportan, ¿no hay algunos que pueden ser fabricados por los Espíritus, es decir, producidos espontáneamente por las modificaciones que los Espíritus pueden operar en el fluido o elemento universal? –Resp. No por mí, porque no tengo permiso para eso; solamente un Espíritu elevado puede hacerlo.
38. Un objeto hecho de esa manera, ¿podría tener estabilidad y volverse un objeto de uso? Si un Espíritu hiciese una tabaquera, por ejemplo, ¿alguien podría servirse de la misma? –Resp. Podría ser, si el Espíritu así lo quisiera; pero también podría suceder eso para sólo ser vista, desvaneciéndose al cabo de algunas horas.
Observación – Se puede incluir en la categoría de los fenómenos de aportes los que han sucedido en la calle de Noyers y que hemos relatado en la Revista del mes de agosto de 1860, con la diferencia de que en este último caso son producidos por un Espíritu malévolo, cuyo objetivo es causar perturbación, mientras que en los fenómenos aquí abordados son Espíritus benévolos los que buscan ser agradables y los que atestiguan simpatía.
Nota – Sobre la teoría de la formación espontánea de objetos, véase El Libro de Médiums, capítulo intitulado: Laboratorio del Mundo Invisible.
Este fenómeno es, indiscutiblemente, uno de los más extraordinarios entre aquellos que las manifestaciones espíritas presentan, y es también uno de los más raros. Consiste en el aporte espontáneo de un objeto que no existe en el lugar en que estamos. Hace mucho tiempo que nosotros lo conocíamos a través de informaciones; pero como hace poco nos fue permitido atestiguarlo, podemos ahora hablar del mismo con conocimiento de causa. Para comenzar, digamos que es uno de los fenómenos que más se prestan a la imitación y, por consiguiente, debemos estar prevenidos contra la superchería. Se sabe hasta dónde puede llegar el arte de la prestidigitación en lo tocante a experiencias de este género; pero, aun sin tener que enfrentarse con un prestidigitador, se podría fácilmente ser engañado por una maniobra hábil. La mejor de todas las garantías está en el carácter, en la honestidad notoria y en el absoluto desinterés de la persona que obtiene semejantes efectos; en segundo lugar, en el examen atento de todas las circunstancias en que los hechos se producen; y finalmente, en el conocimiento esclarecido del Espiritismo, el único que puede descubrir todo lo que sea sospechoso.
Hemos dicho que ese fenómeno es uno de los más raros y, quizá menos que los otros, no se produce a voluntad ni sobre todo a cualquier momento. Aunque raramente, a veces puede ser provocado, pero en la mayoría de las veces es espontáneo; de esto se deduce que cualquiera que se jacte de obtenerlo a gusto y en un momento dado, puede ser terminantemente tachado de ignorante y ser sospechoso de fraude, con más fuerte razón si en él se mezcla el más mínimo motivo de interés material. Un médium que saque cualquier provecho de su facultad puede ser realmente médium, pero como esta facultad está sujeta a intermitencias y como los fenómenos dependen exclusivamente de la voluntad de los Espíritus, que no se someten a nuestro capricho, resulta que el médium interesado, para no fallar o para producir más efecto según las circunstancias, llama en su ayuda a las artimañas, porque para él es preciso que el Espíritu actúe de cualquier manera, si no lo suple con su artimaña, que algunas veces se oculta bajo los más simples artificios.
Al haber hecho estas reflexiones preliminares, que tienen como objetivo precaver a los observadores, volvamos a nuestro tema; pero antes de hablar de lo que nos concierne, creemos un deber publicar la siguiente carta, que nos ha sido enviada de Orleáns, el 14 de febrero último.
«Señor,
«El que os escribe esta carta es un espírita de convicciones; los hechos que la misma relata son raros; deben servir al bien de todos y ya han llevado a la convicción a varias personas que nos rodean y que los han atestiguado.
«El primer hecho ha ocurrido el 1º de enero de 1861. Una de mis parientes, que tiene la facultad medianímica en grado supremo y que ignoraba eso completamente antes que yo le hubiese hablado de Espiritismo, veía algunas veces a su madre, pero consideraba esto como alucinaciones y trataba de evitarlas. El 1º de enero pasado, alrededor de las tres de la tarde, la vio nuevamente; el sobresalto que tuvo, al igual que su marido –aunque éste no viese nada–, impidió que ella se diera cuenta de sus movimientos. Algunos minutos después, al volver al cuarto, su marido vio sobre la mesa un anillo que su esposa reconoció perfectamente como siendo el anillo de su propia madre, que dicha hija le había puesto en el dedo en el momento de la muerte de su progenitora. Algunos días más tarde, como la esposa sufrió una sofocación a la que era propensa, yo aconsejé a su marido a que la magnetizara, lo que él hizo. Al cabo de tres minutos, ella adormeció profundamente y la lucidez fue perfecta. Entonces ella dijo al marido que su madre le había traído el anillo para probarle que está con ellos y que vela por ellos. El marido le preguntó a su mujer si ella ve a la hija de ambos, fallecida con 2 años de edad hace ocho años, y si ésta le puede traer un recuerdo. La sonámbula respondió que la hija está allá, así como la madre de su marido; que al día siguiente la hija le traerá una rosa que él encontrará en el escritorio. El hecho se realizó; una rosa marchita era acompañada por un papel, sobre el cual estaban escritas estas palabras: A MI PAPÁ QUERIDO: Laure. Dos días después tuvo lugar un sueño magnético; el marido pregunta si él podría recibir algunos cabellos de su propia madre. Su deseo es atendido al instante: los cabellos están sobre la chimenea. Después, dos cartas fueron escritas espontáneamente por las dos madres.
«Llego a los hechos que sucedieron en mi casa. Después de un estudio serio de vuestras obras sobre el Espiritismo, la fe me vino sin que yo haya visto un solo hecho. El Libro de los Médiums me había aconsejado a intentar escribir, pero no obtuve ningún resultado; persuadido de que yo no conseguiría nada sin la presencia de la persona de la cual os he hablado anteriormente, le pedí que viniera a Orleáns, así como a su marido. Lunes 11 de febrero a las 10 horas de la noche: sueño magnético y éxtasis; ve junto a ella y a nosotros a los Espíritus que la acompañan y que le habían prometido venir con ella. Le pregunto si seré médium escribiente; ella responde: Sí, en 15 días. Agrega que al día siguiente su madre escribirá por su intermedio para convencer a uno de mis amigos, que ella solicitó que yo hiciera venir. Día 12 a las 8 horas de la mañana: sueño; le preguntamos si debíamos darle un lápiz: No –me dijo ella; mi madre está cerca de ti y escribe; su carta está sobre la chimenea. Voy hasta allí y encuentro un papel doblado que contiene estas palabras: Creed y orad, estoy con vosotros; esto es para convenceros. También me dijo que en esa noche yo podría intentar escribir, que ella posaría su mano sobre la mía. No me atreví a esperar semejante resultado; entretanto, escribí estas palabras: Creed; voy a volver; no olvidéis el magnetismo; no tardéis más tiempo. Mi parienta debía partir al día siguiente. A la noche escribimos esto: La ciencia espírita no es una broma; es verdadera; el magnetismo puede conducir a ella. Orad e invocad a aquellos que sienta vuestro corazón. No tardéis más tiempo. Catherine. He aquí el nombre de su madre.
«Varias veces me ordenaron que os escriba estos hechos; incluso he sido criticado por no haberlo realizado antes; además, ella me ha dicho que podríais tener la prueba de lo que os digo, y que su propia madre iría confirmaros esos hechos si la llamaseis. Atentamente.»
Esta carta relata dos fenómenos notables: el de aportes y el de escritura directa. Haremos al respecto una observación esencial: cuando el marido y la esposa obtuvieron los primeros efectos, ellos estaban solos, totalmente preocupados con lo que pudiera sucederles y no tenían ningún interés en engañarse mutuamente. En segundo lugar, el aporte del anillo, que había sido enterrado con la madre, es un hecho positivo, que no podía ser el resultado de una superchería, porque no se juega con esas cosas.
Varios hechos de la misma naturaleza nos han sido relatados por personas de las cuales tenemos plena confianza y que han ocurrido en circunstancias también auténticas; pero he aquí un hecho del que hemos sido dos veces testigo ocular, así como varios miembros de la Sociedad.
La Srta. V. B..., joven de 16 a 17 años, es una muy buena médium psicógrafa y al mismo tiempo una sonámbula clarividente. Durante el sueño ella ve principalmente al Espíritu de uno de sus primos, que varias veces ya le había traído diferentes objetos, entre otros, el aporte de anillos, de bombones en gran cantidad y de flores. Es siempre necesario que ella esté adormecida aproximadamente dos horas antes de la producción del fenómeno. La primera vez que asistimos a una manifestación de ese género, tuvo lugar el aporte de un anillo que le fue puesto en la mano. Para nosotros, que conocíamos a la joven y a sus padres –personas muy honorables–, no había ningún motivo para dudar; entretanto, confesamos que para los extraños, la manera como esto sucedió era poco concluyente. Ya en la otra sesión fue totalmente diferente. Después de dos horas de sueño previo, durante las cuales la joven sonámbula se ocupó con cosas muy interesantes, pero extrañas a lo que estamos tratando, el Espíritu le apareció con un ramo de flores, visible solamente para ella. No fue sino después de haber instigado su avidez por un largo tiempo y de haber hecho incesantes pedidos, que el Espíritu hizo caer a sus pies un ramillete de azafrán. La joven no se dio por satisfecha; el Espíritu aún tenía algo que ella quería; nuevas súplicas fueron realizadas durante aproximadamente media hora, después de la cual apareció en el piso un gran ramo de violetas, cubierto de musgo. Algún tiempo después un bombón, del tamaño de un puño, cayó a su lado; por el sabor reconocieron que era de ananá, que parecía haber sido amasado con las manos.
Todo esto duró cerca de una hora y, durante ese tiempo, la sonámbula estuvo constantemente aislada de todos los asistentes; su propio magnetizador se mantuvo a una gran distancia; nosotros estábamos ubicado de manera a no perder de vista un solo movimiento y declaramos sinceramente que no hubo nada de sospechoso. En esa sesión, el Espíritu, que se llama Léon, prometió venir a la Sociedad para dar las explicaciones que le fuesen solicitadas.
Nosotros lo evocamos en la sesión de la Sociedad del 1º de marzo, juntamente con el Espíritu Sra. Catherine, que se había manifestado en Orleáns; he aquí la conversación que tuvo lugar:
1. Evocación de la Sra. Catherine. –Resp. Estoy presente y preparada para responderos.
2. Habéis dicho a vuestra hija y a vuestro pariente de Orleáns que vendríais a confirmar aquí los fenómenos que ellos han atestiguado; nos agradaría mucho recibir vuestras explicaciones al respecto. Para comenzar, os preguntaría con qué objetivo habéis insistido tanto para que me escribieran el relato de estos hechos. –Resp. Lo que prometí, estoy lista para hacerlo, porque es a vos a quien debemos informar más; yo había dicho a mis hijos que os comunicasen esas pruebas con la finalidad de propagar el Espiritismo.
3. Hace algunos días he sido testigo de hechos análogos y voy a pedir al Espíritu que los produjo que consienta en venir. Al haber podido observar todas las fases del fenómeno, tengo la intención de dirigirle varias preguntas. Os ruego que os juntéis a él para completar las respuestas, si esto fuere necesario. –Resp. Haré lo que me pedís; con los dos habrá más claridad y precisión.
4. Evocación de Léon. –Resp. Estoy aquí, listo para cumplir la promesa que os hice, caballero.
Nota – Generalmente los Espíritus prescinden de nuestras fórmulas de tratamiento; este Espíritu ofrece la particularidad de que cada vez que lo hemos evocado, se ha servido siempre de la palabra caballero.
5. ¿Podríais decirnos, por favor, por qué esos fenómenos sólo se producen durante el sueño magnético de la médium? –Resp. Esto se debe a la naturaleza de la médium; los hechos que produzco cuando ella está dormida, podría también producirlos con otro médium en estado de vigilia.
6. ¿Por qué hacéis esperar tanto tiempo el aporte de los objetos, y por qué instigáis la avidez de la médium, exacerbando su deseo de obtener el objeto prometido? –Resp. Necesito ese tiempo para preparar los fluidos que sirven para el aporte; en cuanto a la instigación, es sólo para divertir a las personas presentes y a la sonámbula.
7. Pensé que esta instigación podría producir una emisión más abundante de fluido por parte de la médium, y facilitar la combinación necesaria. –Resp. Estabais equivocado, caballero; los fluidos que nos son necesarios no pertenecen al médium, sino al Espíritu y, en ciertos casos, se puede incluso prescindir de aquéllos, y el aporte ocurrir inmediatamente.
8. La producción del fenómeno, ¿depende de la naturaleza especial del médium, y podría darse a través de otros médiums, con mayor facilidad y rapidez? –Resp. La producción depende de la naturaleza del médium, y sólo puede realizarse con otros de naturaleza correspondiente; en cuanto a la rapidez, nos es de gran ayuda el hábito de comunicarnos frecuentemente con el mismo médium.
9. La naturaleza del médium, ¿debe corresponder a la naturaleza del hecho o a la del Espíritu? –Resp. Es preciso que corresponda a la naturaleza del hecho, y no a la naturaleza del Espíritu.
10. La influencia de las personas presentes, ¿contribuye en algo? –Resp. Cuando en ellas hay incredulidad y oposición, esto puede dificultar mucho. Preferimos presentar nuestras pruebas a los creyentes y a las personas versadas en Espiritismo; pero con esto no quiero decir que la mala voluntad pueda paralizarnos completamente.
11. Aquí sólo hay creyentes y personas muy simpáticas; ¿existe algún obstáculo para que el hecho suceda? –Resp. Existe, aquel para el cual yo no estoy preparado ni dispuesto.
12. ¿Lo estaríais en otro día? –Resp. Sí.
13. ¿Podríais marcarlo? –Resp. Un día en que nada me solicitéis, vendré repentinamente a sorprenderos con un lindo ramo de flores.
14. Tal vez hayan personas que prefieran bombones. –Resp. Si hay golosos, también podrán ser contentados; creo que las damas, que no desdeñan las flores, gustarán aún más de los bombones.
15. La Srta. V. B... ¿tendrá necesidad de estar en sonambulismo? –Resp. Haré el fenómeno de aporte con ella despierta.
16. ¿Dónde tomasteis las flores y los bombones que habéis aportado? –Resp. Recogí las flores en los jardines, donde las hay de mi agrado.
17. ¿Y los bombones? ¿El confitero no habrá notado la falta de los mismos? –Resp. Los tomo de donde quiero; el confitero no percibió nada, porque puse otros en su lugar.
18. Pero los anillos son valiosos; ¿de dónde los sacasteis? ¿No habréis causado algún perjuicio a quien se los quitasteis? –Resp. Los he tomado de lugares desconocidos por todos, y de manera que nadie pudiera ser perjudicado.
19. ¿Es posible aportar flores de otro planeta? –Resp. No, esto no es posible para mí.
20. ¿Otros Espíritus podrían hacerlo? –Resp. Sí, hay Espíritus más elevados que yo que pueden hacerlo; en cuanto a mí, no puedo encargarme de esto. Contentaos con lo que he de aportaros.
21. ¿Podríais aportar flores de otro hemisferio? Por ejemplo, ¿de los trópicos? –Resp. Desde que sea de la Tierra, puedo.
22. El otro día, ¿cómo habéis introducido esos objetos, ya que la habitación estaba cerrada? –Resp. Los hice entrar conmigo, envueltos –por así decirlo– en mi sustancia. En cuanto a daros más detalles, esto no es explicable.
23. (A la Sra. Catherine.) Ya que el anillo que habéis aportado a vuestra hija estaba enterrado con vuestros restos mortales, ¿cómo lo obtuvisteis? –Resp. Lo retiré de la tierra y lo aporté a mi hija.
24. (A Léon.) ¿Cómo habéis hecho para volver visibles esos objetos, que un momento antes eran invisibles? –Resp. Quité la materia que los envolvía.
25. Esos objetos que habéis aportado, ¿podríais hacerlos desaparecer, y llevarlos de vuelta a su lugar? –Resp. Así como los he traído aquí, puedo llevarlos de vuelta, según mi voluntad.
26. Ayer... (el Espíritu rectifica escribiendo: miércoles.) Exactamente; el miércoles, la médium os vio tomar una tijera y cortar flores de naranjo en el ramillete que está en su habitación; ¿tuvisteis realmente necesidad de un instrumento cortante para ello? –Resp. No tenía ninguna tijera, pero me hice ver así para que tuvieran la certeza de que era yo que las sacaba.
27. ¿Pero el ramillete estaba debajo de un globo de vidrio? –Resp. ¡Oh! Yo bien podía sacar el globo.
28. ¿Lo habéis sacado? –Resp. No.
29. No entendemos cómo esto puede suceder; ¿creéis que un día llegaremos a comprender este fenómeno? –Resp. Dentro de poco tiempo; no sólo lo creemos, sino que tenemos la certeza.
30. ¿Quién acaba de responder? ¿Léon o la Sra. Catherine? –Resp. Los dos.
31. La producción del fenómeno de aportes, ¿os causa alguna dificultad o algún problema? –Resp. No nos causa ninguna dificultad cuando tenemos el permiso para producirlos; podría causarnos muchos problemas si quisiéramos producir efectos sin haber sido autorizados para ello.
32. ¿Cuáles son las dificultades que encontráis? –Resp. Solamente las malas disposiciones fluídicas que pueden ser contrarias a nosotros.
33. ¿Cómo aportáis el objeto? ¿Lo sostenéis con las manos? –Resp. No, lo envuelvo en mí mismo.
34. ¿Aportaríais con la misma facilidad un objeto de un peso considerable, de 50 kilos, por ejemplo? –Resp. El peso no es nada para nosotros; aportamos flores porque esto puede ser más agradable que un objeto voluminoso.
35. ¿Se puede a veces atribuir a los Espíritus la desaparición de objetos, cuya causa se ignora? –Resp. Esto sucede con mucha frecuencia, más a menudo de lo que pensáis, y ello podría remediarse pidiéndole al Espíritu que vuelva a traer el objeto desaparecido.
36. ¿Hay efectos que son considerados como fenómenos naturales y que se deben a la acción de ciertos Espíritus? –Resp. Vuestros días están llenos de esos hechos, que no comprendéis porque no habéis pensado en ellos, pero que con un poco de reflexión percibiríais claramente.
37. Entre los objetos que se aportan, ¿no hay algunos que pueden ser fabricados por los Espíritus, es decir, producidos espontáneamente por las modificaciones que los Espíritus pueden operar en el fluido o elemento universal? –Resp. No por mí, porque no tengo permiso para eso; solamente un Espíritu elevado puede hacerlo.
38. Un objeto hecho de esa manera, ¿podría tener estabilidad y volverse un objeto de uso? Si un Espíritu hiciese una tabaquera, por ejemplo, ¿alguien podría servirse de la misma? –Resp. Podría ser, si el Espíritu así lo quisiera; pero también podría suceder eso para sólo ser vista, desvaneciéndose al cabo de algunas horas.
Observación – Se puede incluir en la categoría de los fenómenos de aportes los que han sucedido en la calle de Noyers y que hemos relatado en la Revista del mes de agosto de 1860, con la diferencia de que en este último caso son producidos por un Espíritu malévolo, cuyo objetivo es causar perturbación, mientras que en los fenómenos aquí abordados son Espíritus benévolos los que buscan ser agradables y los que atestiguan simpatía.
Nota – Sobre la teoría de la formación espontánea de objetos, véase El Libro de Médiums, capítulo intitulado: Laboratorio del Mundo Invisible.
Conversaciones familiares del Más Allá
El Dr. Glas
Nacido en Lyon; fallecido el 21 de febrero de 1861 a la edad de 35 años y medio
(Sociedad Espírita de París, 5 de abril de 1861)
El Sr. Glas era un fervoroso espírita; falleció después de una larga y dolorosa enfermedad, cuyos sufrimientos sólo fueron aliviados por la esperanza que da el Espiritismo. Su vida laboriosa y accidentada por preocupaciones amargas, y un accidente, inicialmente desconocido, abreviaron su existencia. Ha sido evocado a pedido de su padre. 1. Evocación. –Resp. Estoy aquí.
2. Estaremos encantados de conversar con vos, primeramente para condescender al deseo de vuestro padre y de vuestra esposa, y después porque, considerando el estado de vuestros conocimientos, esperamos sacar provecho para nosotros mismos. –Resp. Deseo que esta comunicación sea un consuelo para los que lloran por mí, y que sea para vos –que me evocáis– un objeto de estudios instructivos.
3. Parece que habéis fallecido después de una cruel enfermedad; ¿podríais darnos algunas explicaciones sobre la naturaleza y la causa de la misma? –Resp. Mi enfermedad –hoy lo veo muy claramente– era totalmente moral y terminó por extinguir dolorosamente mi cuerpo. En cuanto a extenderme largamente sobre mis sufrimientos, aún los tengo bastante presentes como para no recordarlos. Un trabajo constante, sumado a una continua agitación en el cerebro, ha sido el verdadero origen de mi mal.
Nota – Esta respuesta es confirmada por el siguiente pasaje de la carta de su padre: «Su vida laboriosa y accidentada por preocupaciones amargas, y un accidente, inicialmente desconocido, abreviaron su existencia». Esta carta no había sido leída antes de la evocación, y ni el médium ni los asistentes conocían ese hecho.
4. También parece que vuestras creencias os han ayudado a soportar vuestros sufrimientos con coraje, y os felicitamos por ello. –Resp. Yo tenía en mí la conciencia de una vida mejor: esto lo dice todo.
5. ¿Esas creencias contribuyeron para acelerar vuestro desprendimiento? –Resp. Infinitamente, porque las ideas espiritualistas que se puede tener sobre la vida son –por así decirlo– indulgencias plenas que apartan de uno, después de la muerte, toda influencia terrestre.
6. ¿Podríais, por favor, describirnos lo más exactamente posible la naturaleza de la turbación que sentisteis, su duración y vuestras sensaciones, cuando os reconocisteis? –Resp. Tenía en mí, cuando fallecí, perfecto conocimiento de mí mismo, y vislumbraba con calma lo que muchos otros temen con tanto pavor. Mi desencarnación fue corta, y la conciencia de mí mismo no cambió; ignoro cuánto tiempo duró la turbación, pero cuando desperté, realmente estaba muerto.
7. En el momento en que os reconocisteis, ¿estabais a solas? –Resp. Sí; por otra parte, yo aún estaba totalmente vinculado a la Tierra por el corazón; no vi inmediatamente a ningún Espíritu a mi alrededor, sino poco a poco.
8. ¿Qué pensáis de vuestros colegas que buscan, a través de la Ciencia, probar a los hombres que en ellos hay únicamente materia, y que sólo la nada los espera? –Resp. ¡Orgullo! Cuando estén cerca de la muerte, tal vez lo hagan callar: es lo que les deseo. ¡Ah! Como decía Lamennais hace poco, hay dos ciencias: la del bien y la del mal. Ellos tienen la Ciencia que viene del hombre: la del mal.
Nota – El Espíritu hace alusión a una comunicación que Lamennais había dado momentos antes, lo que prueba que aquel Espíritu no había esperado la evocación para venir a la sesión.
9. ¿Estáis frecuentemente junto a vuestra esposa, a vuestro hijo y a vuestro padre? –Resp. Casi constantemente.
10. El sentimiento que experimentáis al verlos, ¿es diferente del que experimentabais cuando estabais encarnado junto a ellos? –Resp. La muerte da a los sentimientos, como a las ideas, una visión amplia, pero llena de esperanzas, que el hombre no puede comprender en la Tierra. Yo los amo, pero me gustaría tenerlos junto a mí; sobre todo, es con miras a las esperanzas futuras que el Espíritu debe tener coraje y sangre fría.
11. Estando aquí, ¿podéis verlos en casa sin desplazaros? –Resp. ¡Oh!, perfectamente.
Nota – Un Espíritu inferior no podría hacerlo; solamente los que tienen una cierta elevación pueden ver simultáneamente puntos diferentes: los otros son aún demasiado mundanos.
Al leer esta respuesta, ciertas personas dirán indudablemente que era una buena ocasión de control; que se debería haber preguntado al Espíritu qué hacían sus parientes en ese momento y verificar si era exacto. ¿Con qué objetivo lo habríamos hecho? ¿Para asegurarnos que era realmente un Espíritu el que nos hablaba? Pero entonces, si no era un Espíritu, sería porque el médium nos engañaba; ahora bien, hace varios años que ese médium colabora con la Sociedad y nunca tuvimos motivos para sospechar de su buena fe.
Si lo hubiésemos hecho, como prueba de identidad, no nos habría servido de nada, porque un Espíritu embustero podría saberlo tanto como un Espíritu amante de la verdad. Por lo tanto, esa cuestión habría entrado en la categoría de las preguntas de curiosidad y de prueba que desagradan a los Espíritus serios, y a las cuales jamás responden. Como hecho, sabemos por experiencia que eso es posible; pero también sabemos que cuando un Espíritu quiere entrar en ciertos detalles, él lo hace espontáneamente, si lo juzga útil, y no para satisfacer un capricho.
12. ¿Hacéis una distinción entre vuestro Espíritu y vuestro periespíritu, y cuál la diferencia que establecéis entre ambos? –Resp. Pienso, luego siento y tengo un alma, como ha dicho un filósofo; no sé más que él sobre ese punto. En cuanto al periespíritu, es una forma –como sabéis– fluídica y natural; pero buscar el alma es querer buscar lo espiritualmente absoluto.
13. ¿Creéis que la facultad de pensar resida en el periespíritu? En una palabra, ¿que el alma y el periespíritu sean una sola y la misma cosa? –Resp. Es como si preguntaseis si el pensamiento reside en el cuerpo; uno se ve; el otro se siente y se concibe.
14. Así, ¿no sois un ser vago e indefinido, sino un ser limitado y circunscripto? –Resp. Limitado, sí; pero rápido como el pensamiento.
15. ¿Podríais indicar con precisión el lugar donde estáis aquí? –Resp. A vuestra izquierda y a la derecha del médium.
Nota – El Sr. Allan Kardec se coloca en el lugar indicado por el Espíritu.
16. ¿Habéis sido obligado a dejar vuestro lugar para cedérmelo? –Resp. En absoluto; nosotros atravesamos todo, como todo nos atraviesa; es el cuerpo espiritual.
17. Por lo tanto, ¿estoy inmerso en vos? –Resp. Sí.
18. ¿Por qué no os siento? –Resp. Porque los fluidos que componen el periespíritu son muy etéreos, no lo suficientemente materiales para vos; pero por la oración, por la voluntad, en una palabra, por la fe, los fluidos pueden volverse más ponderables, más materiales e incluso impresionar el sentido del tacto, lo que sucede en las manifestaciones físicas y que es la conclusión de ese misterio.
Nota – Supongamos que un rayo luminoso penetra en un lugar oscuro: puede atravesarlo, sumergirse allí, sin alterar su forma ni su naturaleza; aunque ese rayo sea una especie de materia, ésta es tan sutil que no ofrece ningún obstáculo al paso de la materia más compacta. Ocurre lo mismo con una columna de humo o de vapor que puede ser también atravesada sin dificultad; sólo el vapor, por tener más densidad, producirá en el cuerpo una impresión que no produce la luz.
19. Supongamos que en este momento pudieseis volveros visible a los ojos de la asamblea; ¿qué efecto producirían nuestros dos cuerpos, uno en el otro? –Resp. El efecto que naturalmente vosotros mismos imagináis: todo vuestro lado izquierdo sería menos visible que vuestro lado derecho; estaría en una niebla, en el vapor del periespíritu; lo mismo sucedería en el lado derecho del médium.
20. Ahora supongamos que pudieseis volveros no solamente visible, sino tangible, como algunas veces esto tiene lugar; ¿podría ocurrir eso, conservando la posición en que estamos? –Resp. Forzosamente yo cambiaría poco a poco de lugar; me formaría a vuestro lado.
21. Hace poco, cuando hablé solamente de la visibilidad, dijisteis que estaríais entre el médium y yo, lo que indica que habríais cambiado de lugar. Ahora, para la tangibilidad, parece que os apartaríais aún más; ¿no os sería posible tomar esas dos apariencias, conservando nuestra primera posición, quedando yo inmerso en vos? –Resp. No, en absoluto. Respondo a esta pregunta: nuevamente me formaría al lado; no puedo solidificarme en aquella posición; solamente puedo estar ahí si permanezco en estado fluídico.
Nota – De esta explicación resalta una grave enseñanza; en su estado normal, es decir, fluídico e invisible, el periespíritu es perfectamente penetrable a la materia sólida; en el estado de visibilidad, ya hay un comienzo de condensación que lo hace menos penetrable; en el estado de tangibilidad, la condensación es completa y la penetrabilidad no puede más tener lugar.
22. ¿Creéis que un día la Ciencia consiga someter el periespíritu a la apreciación de los instrumentos, como lo hace con los otros fluidos? –Resp. Perfectamente. Aún no conocéis sino la superficie de la materia; pero lo sutil, la esencia de la materia, solamente la conoceréis poco a poco; la electricidad y el magnetismo son caminos ciertos.
23. El periespíritu, ¿con cuál otro fluido conocido tiene más analogía? –Resp. Con la luz, la electricidad y el oxígeno.
24. Hay aquí una persona que dice haber sido vuestro compañero de colegio; ¿lo reconocéis? –Resp. No lo veo; no me acuerdo.
25. Se trata del Sr. Lucien B..., de Montbrison, que estuvo con vos en el colegio de Lyon. –Resp. Nunca hubiera pensado encontraros así. Hice estudios serios en la Tierra; pero os aseguro que mis estudios, como Espíritu, son aún más serios. Mil gracias por vuestro buen recuerdo.
Nacido en Lyon; fallecido el 21 de febrero de 1861 a la edad de 35 años y medio
(Sociedad Espírita de París, 5 de abril de 1861)
El Sr. Glas era un fervoroso espírita; falleció después de una larga y dolorosa enfermedad, cuyos sufrimientos sólo fueron aliviados por la esperanza que da el Espiritismo. Su vida laboriosa y accidentada por preocupaciones amargas, y un accidente, inicialmente desconocido, abreviaron su existencia. Ha sido evocado a pedido de su padre. 1. Evocación. –Resp. Estoy aquí.
2. Estaremos encantados de conversar con vos, primeramente para condescender al deseo de vuestro padre y de vuestra esposa, y después porque, considerando el estado de vuestros conocimientos, esperamos sacar provecho para nosotros mismos. –Resp. Deseo que esta comunicación sea un consuelo para los que lloran por mí, y que sea para vos –que me evocáis– un objeto de estudios instructivos.
3. Parece que habéis fallecido después de una cruel enfermedad; ¿podríais darnos algunas explicaciones sobre la naturaleza y la causa de la misma? –Resp. Mi enfermedad –hoy lo veo muy claramente– era totalmente moral y terminó por extinguir dolorosamente mi cuerpo. En cuanto a extenderme largamente sobre mis sufrimientos, aún los tengo bastante presentes como para no recordarlos. Un trabajo constante, sumado a una continua agitación en el cerebro, ha sido el verdadero origen de mi mal.
Nota – Esta respuesta es confirmada por el siguiente pasaje de la carta de su padre: «Su vida laboriosa y accidentada por preocupaciones amargas, y un accidente, inicialmente desconocido, abreviaron su existencia». Esta carta no había sido leída antes de la evocación, y ni el médium ni los asistentes conocían ese hecho.
4. También parece que vuestras creencias os han ayudado a soportar vuestros sufrimientos con coraje, y os felicitamos por ello. –Resp. Yo tenía en mí la conciencia de una vida mejor: esto lo dice todo.
5. ¿Esas creencias contribuyeron para acelerar vuestro desprendimiento? –Resp. Infinitamente, porque las ideas espiritualistas que se puede tener sobre la vida son –por así decirlo– indulgencias plenas que apartan de uno, después de la muerte, toda influencia terrestre.
6. ¿Podríais, por favor, describirnos lo más exactamente posible la naturaleza de la turbación que sentisteis, su duración y vuestras sensaciones, cuando os reconocisteis? –Resp. Tenía en mí, cuando fallecí, perfecto conocimiento de mí mismo, y vislumbraba con calma lo que muchos otros temen con tanto pavor. Mi desencarnación fue corta, y la conciencia de mí mismo no cambió; ignoro cuánto tiempo duró la turbación, pero cuando desperté, realmente estaba muerto.
7. En el momento en que os reconocisteis, ¿estabais a solas? –Resp. Sí; por otra parte, yo aún estaba totalmente vinculado a la Tierra por el corazón; no vi inmediatamente a ningún Espíritu a mi alrededor, sino poco a poco.
8. ¿Qué pensáis de vuestros colegas que buscan, a través de la Ciencia, probar a los hombres que en ellos hay únicamente materia, y que sólo la nada los espera? –Resp. ¡Orgullo! Cuando estén cerca de la muerte, tal vez lo hagan callar: es lo que les deseo. ¡Ah! Como decía Lamennais hace poco, hay dos ciencias: la del bien y la del mal. Ellos tienen la Ciencia que viene del hombre: la del mal.
Nota – El Espíritu hace alusión a una comunicación que Lamennais había dado momentos antes, lo que prueba que aquel Espíritu no había esperado la evocación para venir a la sesión.
9. ¿Estáis frecuentemente junto a vuestra esposa, a vuestro hijo y a vuestro padre? –Resp. Casi constantemente.
10. El sentimiento que experimentáis al verlos, ¿es diferente del que experimentabais cuando estabais encarnado junto a ellos? –Resp. La muerte da a los sentimientos, como a las ideas, una visión amplia, pero llena de esperanzas, que el hombre no puede comprender en la Tierra. Yo los amo, pero me gustaría tenerlos junto a mí; sobre todo, es con miras a las esperanzas futuras que el Espíritu debe tener coraje y sangre fría.
11. Estando aquí, ¿podéis verlos en casa sin desplazaros? –Resp. ¡Oh!, perfectamente.
Nota – Un Espíritu inferior no podría hacerlo; solamente los que tienen una cierta elevación pueden ver simultáneamente puntos diferentes: los otros son aún demasiado mundanos.
Al leer esta respuesta, ciertas personas dirán indudablemente que era una buena ocasión de control; que se debería haber preguntado al Espíritu qué hacían sus parientes en ese momento y verificar si era exacto. ¿Con qué objetivo lo habríamos hecho? ¿Para asegurarnos que era realmente un Espíritu el que nos hablaba? Pero entonces, si no era un Espíritu, sería porque el médium nos engañaba; ahora bien, hace varios años que ese médium colabora con la Sociedad y nunca tuvimos motivos para sospechar de su buena fe.
Si lo hubiésemos hecho, como prueba de identidad, no nos habría servido de nada, porque un Espíritu embustero podría saberlo tanto como un Espíritu amante de la verdad. Por lo tanto, esa cuestión habría entrado en la categoría de las preguntas de curiosidad y de prueba que desagradan a los Espíritus serios, y a las cuales jamás responden. Como hecho, sabemos por experiencia que eso es posible; pero también sabemos que cuando un Espíritu quiere entrar en ciertos detalles, él lo hace espontáneamente, si lo juzga útil, y no para satisfacer un capricho.
12. ¿Hacéis una distinción entre vuestro Espíritu y vuestro periespíritu, y cuál la diferencia que establecéis entre ambos? –Resp. Pienso, luego siento y tengo un alma, como ha dicho un filósofo; no sé más que él sobre ese punto. En cuanto al periespíritu, es una forma –como sabéis– fluídica y natural; pero buscar el alma es querer buscar lo espiritualmente absoluto.
13. ¿Creéis que la facultad de pensar resida en el periespíritu? En una palabra, ¿que el alma y el periespíritu sean una sola y la misma cosa? –Resp. Es como si preguntaseis si el pensamiento reside en el cuerpo; uno se ve; el otro se siente y se concibe.
14. Así, ¿no sois un ser vago e indefinido, sino un ser limitado y circunscripto? –Resp. Limitado, sí; pero rápido como el pensamiento.
15. ¿Podríais indicar con precisión el lugar donde estáis aquí? –Resp. A vuestra izquierda y a la derecha del médium.
Nota – El Sr. Allan Kardec se coloca en el lugar indicado por el Espíritu.
16. ¿Habéis sido obligado a dejar vuestro lugar para cedérmelo? –Resp. En absoluto; nosotros atravesamos todo, como todo nos atraviesa; es el cuerpo espiritual.
17. Por lo tanto, ¿estoy inmerso en vos? –Resp. Sí.
18. ¿Por qué no os siento? –Resp. Porque los fluidos que componen el periespíritu son muy etéreos, no lo suficientemente materiales para vos; pero por la oración, por la voluntad, en una palabra, por la fe, los fluidos pueden volverse más ponderables, más materiales e incluso impresionar el sentido del tacto, lo que sucede en las manifestaciones físicas y que es la conclusión de ese misterio.
Nota – Supongamos que un rayo luminoso penetra en un lugar oscuro: puede atravesarlo, sumergirse allí, sin alterar su forma ni su naturaleza; aunque ese rayo sea una especie de materia, ésta es tan sutil que no ofrece ningún obstáculo al paso de la materia más compacta. Ocurre lo mismo con una columna de humo o de vapor que puede ser también atravesada sin dificultad; sólo el vapor, por tener más densidad, producirá en el cuerpo una impresión que no produce la luz.
19. Supongamos que en este momento pudieseis volveros visible a los ojos de la asamblea; ¿qué efecto producirían nuestros dos cuerpos, uno en el otro? –Resp. El efecto que naturalmente vosotros mismos imagináis: todo vuestro lado izquierdo sería menos visible que vuestro lado derecho; estaría en una niebla, en el vapor del periespíritu; lo mismo sucedería en el lado derecho del médium.
20. Ahora supongamos que pudieseis volveros no solamente visible, sino tangible, como algunas veces esto tiene lugar; ¿podría ocurrir eso, conservando la posición en que estamos? –Resp. Forzosamente yo cambiaría poco a poco de lugar; me formaría a vuestro lado.
21. Hace poco, cuando hablé solamente de la visibilidad, dijisteis que estaríais entre el médium y yo, lo que indica que habríais cambiado de lugar. Ahora, para la tangibilidad, parece que os apartaríais aún más; ¿no os sería posible tomar esas dos apariencias, conservando nuestra primera posición, quedando yo inmerso en vos? –Resp. No, en absoluto. Respondo a esta pregunta: nuevamente me formaría al lado; no puedo solidificarme en aquella posición; solamente puedo estar ahí si permanezco en estado fluídico.
Nota – De esta explicación resalta una grave enseñanza; en su estado normal, es decir, fluídico e invisible, el periespíritu es perfectamente penetrable a la materia sólida; en el estado de visibilidad, ya hay un comienzo de condensación que lo hace menos penetrable; en el estado de tangibilidad, la condensación es completa y la penetrabilidad no puede más tener lugar.
22. ¿Creéis que un día la Ciencia consiga someter el periespíritu a la apreciación de los instrumentos, como lo hace con los otros fluidos? –Resp. Perfectamente. Aún no conocéis sino la superficie de la materia; pero lo sutil, la esencia de la materia, solamente la conoceréis poco a poco; la electricidad y el magnetismo son caminos ciertos.
23. El periespíritu, ¿con cuál otro fluido conocido tiene más analogía? –Resp. Con la luz, la electricidad y el oxígeno.
24. Hay aquí una persona que dice haber sido vuestro compañero de colegio; ¿lo reconocéis? –Resp. No lo veo; no me acuerdo.
25. Se trata del Sr. Lucien B..., de Montbrison, que estuvo con vos en el colegio de Lyon. –Resp. Nunca hubiera pensado encontraros así. Hice estudios serios en la Tierra; pero os aseguro que mis estudios, como Espíritu, son aún más serios. Mil gracias por vuestro buen recuerdo.
Cuestiones y problemas diversos
El Sr. Jobard, de Bruselas, nos dirige la siguiente carta, así como las respuestas que él ha obtenido a diversas preguntas.
«Mi querido Presidente:
«Al estar Bruselas tan lejos de París, como la Luna del Sol, los rayos del Espiritismo aún no la han calentado; entretanto, Nicolás B..., habiéndome dedicado dos días, nos indicó un médium intuitivo escribiente de primera calidad, que a cada día nos sorprende, tanto que él mismo se ha admirado con los magníficos dictados que le han sido dados por el Espíritu Tertuliano, el cual desea que él escriba un libro explicativo del cuadro de la creación de los mundos, desde el caos hasta Dios. Yo se lo he leído ayer al gran pintor Wiertz, que lo ha comprendido y que quiere dedicarle una pintura de 100 pies. No me atrevo a enviaros esos sublimes dictados antes que os hayáis asegurado de la identidad del personaje. Solamente adjunto dos o tres fragmentos que acabo de extraer de los borradores medianímicos que conservo cuidadosamente.
«Nosotros llamamos Cabanis al materialista, que es tan infeliz como vuestro ateo y como todos los otros quebradores de lápices. Llamad, pues, a Henri Mondeux, para saber las varias existencias como matemático que él debe haber vivido. Todo el mundo quiere que sea descubierto Jud, el asesino del Sr. Poinsot. La rendición de Gaeta nos ha sido anunciada con ocho días de antelación. Yo también tengo la orden de escribir un libro, pero no sé por dónde comenzar, no siendo y ni pudiendo volverme un médium psicógrafo, bajo el pretexto de que esto no es más necesario. Vuestro discurso de Lyon es admirable; se lo he leído a los humanimales más avanzados de nuestra Luna; ¡ay!, casi no los hay por aquí. ¿Cuándo podré ir a vivificarme con vuestro Sol? Adiós, querido maestro.»
JOBARD
El Sr. Jobard, de Bruselas, nos dirige la siguiente carta, así como las respuestas que él ha obtenido a diversas preguntas.
«Mi querido Presidente:
«Al estar Bruselas tan lejos de París, como la Luna del Sol, los rayos del Espiritismo aún no la han calentado; entretanto, Nicolás B..., habiéndome dedicado dos días, nos indicó un médium intuitivo escribiente de primera calidad, que a cada día nos sorprende, tanto que él mismo se ha admirado con los magníficos dictados que le han sido dados por el Espíritu Tertuliano, el cual desea que él escriba un libro explicativo del cuadro de la creación de los mundos, desde el caos hasta Dios. Yo se lo he leído ayer al gran pintor Wiertz, que lo ha comprendido y que quiere dedicarle una pintura de 100 pies. No me atrevo a enviaros esos sublimes dictados antes que os hayáis asegurado de la identidad del personaje. Solamente adjunto dos o tres fragmentos que acabo de extraer de los borradores medianímicos que conservo cuidadosamente.
«Nosotros llamamos Cabanis al materialista, que es tan infeliz como vuestro ateo y como todos los otros quebradores de lápices. Llamad, pues, a Henri Mondeux, para saber las varias existencias como matemático que él debe haber vivido. Todo el mundo quiere que sea descubierto Jud, el asesino del Sr. Poinsot. La rendición de Gaeta nos ha sido anunciada con ocho días de antelación. Yo también tengo la orden de escribir un libro, pero no sé por dónde comenzar, no siendo y ni pudiendo volverme un médium psicógrafo, bajo el pretexto de que esto no es más necesario. Vuestro discurso de Lyon es admirable; se lo he leído a los humanimales más avanzados de nuestra Luna; ¡ay!, casi no los hay por aquí. ¿Cuándo podré ir a vivificarme con vuestro Sol? Adiós, querido maestro.»
«Preg. Los magos, los sabios, los grandes filósofos y los profetas antiguos, ¿no eran médiums? –Resp. Evidentemente, sí; el lazo que los unía a las inteligencias superiores actuaba sobre ellos y les inspiraba pensamientos nobles, sin hablar de su propia superioridad, que les permitía emitir apreciaciones más exactas. Ellos transmitían a los Espíritus encarnados ideas que parecían profecías, porque las profecías no son más que comunicaciones que provienen de grandes Espíritus; y como éstos poseen una parte de los atributos divinos, las ideas enunciadas tenían un carácter de adivinación, y forzosamente se han realizado en los tiempos y en las épocas indicadas.
«Preg. La mediumnidad ¿es, pues, un favor para aquellos que la poseen? –Resp. El verdadero médium, que no hace de ese don sublime una profesión, debe evidentemente volverse mejor. ¿Cómo no podría serlo, cuando a cada instante puede recibir impresiones tan favorables a su progreso en la senda del bien? Las ideas filosóficas que emite, no sólo por su propio Espíritu, sino también y sobre todo por nosotros, son rectificadas en aquello en que su inteligencia, demasiado débil, podría comprender mal y enunciar mal.
«Nota del Sr. Jobard – De estas respuestas, llenas de lógica, se deduce que al multiplicarse los buenos médiums, la raza humana ha de mejorarse a través de ellos, lo que terminará por traer, en un dado momento, el reino de Dios a la Tierra.
«Preg. En las estadísticas del crimen, se observa que los obreros que trabajan con el hierro, allí raramente figuran; ¿tendría el hierro alguna influencia sobre ellos? –Resp. Sí, porque en ese trabajo manual de transformación de la materia, hay algo que debe elevar al Espíritu, aún menos dotado; una influencia magnética actúa sobre él. El hierro es el padre de todos los minerales: es el más útil al hombre y representa para él la vida de todos los días, mientras que los metales que llamáis ricos representan para los Espíritus de bajo nivel la fuente de la satisfacción de todas las pasiones humanas; son los instrumentos del Espíritu del mal.
«Preg. Entonces, ¿todos los metales pueden transformarse unos en los otros, como pretenden ciertos sabios? –Resp. Sí, pero esta transformación sólo se hará con el tiempo.
«Preg. ¿Y el diamante? –Resp. Es el carbono desprendido de la fuente que lo produjo en estado gaseoso, y que se cristalizó bajo presiones que no podéis apreciar. Pero no me hagáis más preguntas como éstas; no puedo responderlas.»
TERTULIANO
«Preg. La mediumnidad ¿es, pues, un favor para aquellos que la poseen? –Resp. El verdadero médium, que no hace de ese don sublime una profesión, debe evidentemente volverse mejor. ¿Cómo no podría serlo, cuando a cada instante puede recibir impresiones tan favorables a su progreso en la senda del bien? Las ideas filosóficas que emite, no sólo por su propio Espíritu, sino también y sobre todo por nosotros, son rectificadas en aquello en que su inteligencia, demasiado débil, podría comprender mal y enunciar mal.
«Nota del Sr. Jobard – De estas respuestas, llenas de lógica, se deduce que al multiplicarse los buenos médiums, la raza humana ha de mejorarse a través de ellos, lo que terminará por traer, en un dado momento, el reino de Dios a la Tierra.
«Preg. En las estadísticas del crimen, se observa que los obreros que trabajan con el hierro, allí raramente figuran; ¿tendría el hierro alguna influencia sobre ellos? –Resp. Sí, porque en ese trabajo manual de transformación de la materia, hay algo que debe elevar al Espíritu, aún menos dotado; una influencia magnética actúa sobre él. El hierro es el padre de todos los minerales: es el más útil al hombre y representa para él la vida de todos los días, mientras que los metales que llamáis ricos representan para los Espíritus de bajo nivel la fuente de la satisfacción de todas las pasiones humanas; son los instrumentos del Espíritu del mal.
«Preg. Entonces, ¿todos los metales pueden transformarse unos en los otros, como pretenden ciertos sabios? –Resp. Sí, pero esta transformación sólo se hará con el tiempo.
«Preg. ¿Y el diamante? –Resp. Es el carbono desprendido de la fuente que lo produjo en estado gaseoso, y que se cristalizó bajo presiones que no podéis apreciar. Pero no me hagáis más preguntas como éstas; no puedo responderlas.»
«Nota del Sr. Jobard – Generalmente los Espíritus se rehúsan a responder a las preguntas que podrían hacer la fortuna de un hombre sin trabajo; cabe a éste buscar, porque esas investigaciones hacen parte de las pruebas que debe sufrir en la penitenciaría que debemos atravesar. Es probable que los Espíritus no sepan más que nosotros sobre los descubrimientos que hay que hacer; como nosotros, ellos pueden presentirlos; pueden guiarnos en nuestras investigaciones, pero no nos pueden evitar el placer o el trabajo de investigar. Cuando creemos tener una solución, no por eso es menos agradable obtener su aprobación, que podemos considerar una confirmación.»
Nota – Sobre el asunto de la observación anterior, véanse El Libro de los Espíritus, cuestión Nº 532 y siguientes; El Libro de los Médiums, capítulo: De las evocaciones – Preguntas que se pueden dirigir a los Espíritus, Nº 78 y siguientes.
Nota del Sr. Allan Kardec – La carta de nuestro honorable compañero es anterior a la publicación del número del mes de marzo de la Revista, en el cual hemos insertado un artículo sobre el Sr. Poinsot. En cuanto a Henri Mondeux, se han dado diversas explicaciones en la Sociedad, pero las circunstancias todavía no han permitido completar su evocación, motivo por el cual aún no hemos conversado con él. Sobre el pedido que nos hace el Sr. Jobard para asegurarnos de la identidad del Espíritu que se ha comunicado con el nombre de Tertuliano, le respondemos en tiempo lo que al respecto hemos dicho en El Libro de los Médiums. No podría haber allí pruebas materiales de la identidad del Espíritu de personajes antiguos; sobre todo, cuando se trata de una enseñanza superior, generalmente el nombre no es más que un medio de fijar las ideas, ya que entre los Espíritus que vienen a instruirnos, el número de aquellos que son desconocidos en la Tierra es indiscutiblemente mayor. El nombre es más bien una señal de analogía que una señal de identidad, debiéndosele dar solamente una importancia secundaria. Lo que es necesario considerar, ante todo, es la bondad y la racionalidad de la enseñanza; si no desmiente en nada el carácter del Espíritu cuyo nombre lleva, si está a su altura, es lo esencial. Si es inferior, debe sospecharse de su origen, porque un Espíritu puede hacer mejor, pero no peor que cuando estaba encarnado, teniendo en cuenta de que puede ganar, pero no perder lo que había adquirido. Las respuestas anteriores, consideradas desde este punto de vista, nos parecen que pueden ser atribuidas a Tertuliano, de donde sacamos en conclusión de que puede ser él, sin poder afirmarlo, o un Espíritu de su categoría, que tomó ese nombre para indicar el nivel que ocupa.
__________
Las preguntas y las respuestas siguientes nos han sido dirigidas por uno de nuestros corresponsales en San Petersburgo.
«1. Yo quisiera comprender cuál puede ser el destino de la belleza en el Universo; ¿no será un escollo que sirve de prueba? –Resp. Se cree en todo lo que se espera; se espera todo lo que se ama; se ama todo lo que es bello. Por consiguiente, la belleza contribuye para fortalecer la fe. Si suele volverse una tentación, de modo alguno es por causa de la belleza en sí, que es un atributo de las obras de Dios, sino por causa de las pasiones que, semejantes a las Arpías, mancillan todo lo que tocan.
«2. ¿Y qué diréis del amor? –Resp. Es un beneficio de Dios, cuando germina y se desarrolla en un corazón no corrompido, casto y puro; es una calamidad cuando las pasiones se mezclan con él. Tanto eleva y depura en el primer caso, como perturba y agita en el segundo. Es siempre la misma ley admirable del Eterno: belleza, amor, memoria de otra existencia, talentos que traéis al nacer; todos los dones del Creador pueden volverse venenos con el soplo envenenado de las pasiones que el libre albedrío puede contener o desarrollar.
«3. Solicito a un Espíritu bueno que consienta en esclarecerme sobre las preguntas que voy a dirigirle con respecto a los hechos relatados en la página 223 y siguientes de El Libro de los Médiums, acerca de la transfiguración. –Resp. Preguntad.
«4. Si en el aumento del volumen y del peso de la jovencita de los alrededores de Saint-Étienne, el fenómeno se producía por el espesamiento de su periespíritu, combinado con el periespíritu de su hermano, ¿cómo es que los ojos de ella, que debían haber quedado en el mismo lugar, podían ver a través de la espesa capa de un nuevo cuerpo que se formaba delante de ellos? –Resp. Como ven los sonámbulos que tienen los párpados cerrados: a través de los ojos del alma.
«5. En el fenómeno citado, el cuerpo aumentó; al final del capítulo VIII dice que es probable que si la transfiguración hubiese tomado el aspecto de un niño, el peso habría disminuido proporcionalmente. Yo no puedo darme cuenta, según la teoría de la irradiación y de la transfiguración del periespíritu, de que éste pueda volverse menor que un cuerpo sólido; me parece que este último debería sobrepasar los dos periespíritus combinados. –Resp. Así como el cuerpo puede volverse invisible por la voluntad de un Espíritu superior, el de la jovencita se vuelve invisible por una fuerza independiente a su voluntad; al mismo tiempo, al combinarse su periespíritu con el periespíritu del niño, puede formar –y, en efecto, forma– la imagen de ese niño. La teoría del cambio del peso específico os es conocida.
«6. El Espiritismo, después de haber disipado una a una mis dudas y después de haber fortalecido mi fe en su base, me deja una cuestión no resuelta; he aquí cuál es: ¿cómo los Espíritus nuevos que Dios crea, y que un día están destinados a volverse Espíritus puros, después de haber pasado por el tamiz de una multitud de existencias y de pruebas, salen tan imperfectos de las manos del Creador –que es la fuente de toda perfección– y no se mejoran gradualmente sino al alejarse de su origen? –Resp. Este misterio es uno de aquellos que el Eterno no nos permite penetrar, antes que nosotros –Espíritus errantes o encarnados– hayamos alcanzado la perfección que nos está reservada, gracias a la bondad divina, perfección que nuevamente nos aproximará de nuestro origen y cerrará el círculo de la eternidad.»
Observación – Nuestro corresponsal no nos ha dicho qué Espíritu le ha respondido, pero la sabiduría de sus respuestas prueba que no es un Espíritu vulgar: he aquí lo esencial, porque –como se sabe– el nombre importa poco. No tenemos nada que decir sobre las primeras respuestas, que concuerdan en todos los puntos con lo que nos ha sido enseñado, lo que prueba que la teoría que hemos dado acerca de los fenómenos espíritas no es producto de nuestra imaginación, puesto que ha sido dada por otros Espíritus, en tiempos y en lugares diferentes, y fuera de nuestra influencia personal. Solamente la última respuesta no resuelve la cuestión propuesta; vamos a intentar completarla. Digamos primeramente que la solución puede deducirse fácilmente de lo que está dicho, con algunos desarrollos, en El Libro de los Espíritus, sobre la Progresión de los Espíritus, cuestión Nº 114 y siguientes. Tendremos pocas cosas que agregar. Los Espíritus salen simples e ignorantes de las manos del Creador, pero no son buenos ni malos; de lo contrario, desde su origen, Dios tendría destinado a unos al bien y a la felicidad, y a otros al mal y a la desdicha, lo que no estaría de acuerdo con Su bondad ni con Su justicia. Los Espíritus, en el momento de su creación, son imperfectos desde el punto de vista del desarrollo intelectual y moral, como el niño al nacer, como el germen que está contenido en la semilla del árbol; pero no son malos por naturaleza. Al mismo tiempo, en ellos se desarrolla la razón, el libre albedrío, en virtud del cual unos eligen el buen camino y otros el malo, haciendo que unos lleguen al objetivo antes que otros; pero todos, sin excepción, deben pasar por las vicisitudes de la vida corporal, para adquirir experiencia y tener el mérito de la lucha. Ahora bien, en esta lucha unos triunfan y otros sucumben, pero los vencidos pueden siempre levantarse y reparar sus faltas.
Esta cuestión suscita otra más grave, que a menudo nos ha sido planteada: Dios, que sabe todo, el pasado, el presente y el futuro, debe saber que tal Espíritu seguirá el mal camino, que sucumbirá y que será infeliz; en este caso, ¿por qué lo creó?
Sí, por cierto, Dios sabe perfectamente la línea que seguirá un Espíritu, pues de otro modo no tendría el soberano conocimiento. Si el mal camino en el cual entra el Espíritu debiese fatalmente conducirlo a una eternidad absoluta de las penas y de los sufrimientos; si, porque hubiese fallado, le fuera negado para siempre rehabilitarse, la objeción anterior tendría una fuerza de lógica indiscutible, y tal vez ahí esté el más poderoso argumento contra el dogma de los suplicios eternos; porque, en este caso, es imposible salir del dilema: o Dios no conoce el destino reservado a su criatura y entonces no tiene el soberano conocimiento o, si lo conoce, la creó para ser eternamente infeliz y, entonces, no tiene la bondad soberana. Con la Doctrina Espírita, todo está en perfecta concordancia y no hay más contradicción: Dios sabe que un Espíritu ha de entrar en el mal camino; Él conoce todos los peligros de los cuales el camino está repleto, pero también sabe que salirá de los mismos y que apenas tendrá un atraso. Y en su bondad, para facilitarlo, multiplica en su camino las advertencias saludables, de las cuales no siempre infelizmente él las aprovecha. Es la historia de dos viajeros que quieren llegar a un bello país, donde vivirán felices; uno sabe evitar los obstáculos, las tentaciones que lo harían parar en el camino; el otro, por su imprudencia, se choca contra esos mismos obstáculos, tiene caídas que lo atrasan, pero a su turno llegará. Si, por el camino, personas caritativas lo advierten de los peligros que corre y si, por presunción, no las escucha, será más reprensible por esto.
El dogma de la eternidad absoluta de las penas es refutado severamente de todos los lados, no sólo por la enseñanza de los Espíritus, sino por la simple lógica del buen sentido. Sostenerlo es ignorar los atributos más esenciales de la Divinidad; es contradecirse a sí mismo, afirmando de un lado lo que se niega del otro; él cae, y las filas de sus partidarios se esclarecen a cada día, de tal manera que, si es absolutamente necesario creer en ese dogma para ser católico, en poco tiempo no habrá más verdaderos católicos, así como hoy no los habría si la Iglesia hubiese persistido en hacer del movimiento del Sol y de los seis días de la Creación un artículo de fe. Persistir en una tesis que la razón rechaza, es asestar un golpe fatal en la religión y dar armas al materialismo. Al contrario, el Espiritismo viene a reavivar el sentimiento religioso que se doblega ante los golpes ejecutados por la incredulidad, dando sobre las cuestiones del futuro una solución, que la razón más severa puede admitir; dejarlo a un lado, es rechazar el ancla de salvación.
Nota – Sobre el asunto de la observación anterior, véanse El Libro de los Espíritus, cuestión Nº 532 y siguientes; El Libro de los Médiums, capítulo: De las evocaciones – Preguntas que se pueden dirigir a los Espíritus, Nº 78 y siguientes.
Nota del Sr. Allan Kardec – La carta de nuestro honorable compañero es anterior a la publicación del número del mes de marzo de la Revista, en el cual hemos insertado un artículo sobre el Sr. Poinsot. En cuanto a Henri Mondeux, se han dado diversas explicaciones en la Sociedad, pero las circunstancias todavía no han permitido completar su evocación, motivo por el cual aún no hemos conversado con él. Sobre el pedido que nos hace el Sr. Jobard para asegurarnos de la identidad del Espíritu que se ha comunicado con el nombre de Tertuliano, le respondemos en tiempo lo que al respecto hemos dicho en El Libro de los Médiums. No podría haber allí pruebas materiales de la identidad del Espíritu de personajes antiguos; sobre todo, cuando se trata de una enseñanza superior, generalmente el nombre no es más que un medio de fijar las ideas, ya que entre los Espíritus que vienen a instruirnos, el número de aquellos que son desconocidos en la Tierra es indiscutiblemente mayor. El nombre es más bien una señal de analogía que una señal de identidad, debiéndosele dar solamente una importancia secundaria. Lo que es necesario considerar, ante todo, es la bondad y la racionalidad de la enseñanza; si no desmiente en nada el carácter del Espíritu cuyo nombre lleva, si está a su altura, es lo esencial. Si es inferior, debe sospecharse de su origen, porque un Espíritu puede hacer mejor, pero no peor que cuando estaba encarnado, teniendo en cuenta de que puede ganar, pero no perder lo que había adquirido. Las respuestas anteriores, consideradas desde este punto de vista, nos parecen que pueden ser atribuidas a Tertuliano, de donde sacamos en conclusión de que puede ser él, sin poder afirmarlo, o un Espíritu de su categoría, que tomó ese nombre para indicar el nivel que ocupa.
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Las preguntas y las respuestas siguientes nos han sido dirigidas por uno de nuestros corresponsales en San Petersburgo.
«1. Yo quisiera comprender cuál puede ser el destino de la belleza en el Universo; ¿no será un escollo que sirve de prueba? –Resp. Se cree en todo lo que se espera; se espera todo lo que se ama; se ama todo lo que es bello. Por consiguiente, la belleza contribuye para fortalecer la fe. Si suele volverse una tentación, de modo alguno es por causa de la belleza en sí, que es un atributo de las obras de Dios, sino por causa de las pasiones que, semejantes a las Arpías, mancillan todo lo que tocan.
«2. ¿Y qué diréis del amor? –Resp. Es un beneficio de Dios, cuando germina y se desarrolla en un corazón no corrompido, casto y puro; es una calamidad cuando las pasiones se mezclan con él. Tanto eleva y depura en el primer caso, como perturba y agita en el segundo. Es siempre la misma ley admirable del Eterno: belleza, amor, memoria de otra existencia, talentos que traéis al nacer; todos los dones del Creador pueden volverse venenos con el soplo envenenado de las pasiones que el libre albedrío puede contener o desarrollar.
«3. Solicito a un Espíritu bueno que consienta en esclarecerme sobre las preguntas que voy a dirigirle con respecto a los hechos relatados en la página 223 y siguientes de El Libro de los Médiums, acerca de la transfiguración. –Resp. Preguntad.
«4. Si en el aumento del volumen y del peso de la jovencita de los alrededores de Saint-Étienne, el fenómeno se producía por el espesamiento de su periespíritu, combinado con el periespíritu de su hermano, ¿cómo es que los ojos de ella, que debían haber quedado en el mismo lugar, podían ver a través de la espesa capa de un nuevo cuerpo que se formaba delante de ellos? –Resp. Como ven los sonámbulos que tienen los párpados cerrados: a través de los ojos del alma.
«5. En el fenómeno citado, el cuerpo aumentó; al final del capítulo VIII dice que es probable que si la transfiguración hubiese tomado el aspecto de un niño, el peso habría disminuido proporcionalmente. Yo no puedo darme cuenta, según la teoría de la irradiación y de la transfiguración del periespíritu, de que éste pueda volverse menor que un cuerpo sólido; me parece que este último debería sobrepasar los dos periespíritus combinados. –Resp. Así como el cuerpo puede volverse invisible por la voluntad de un Espíritu superior, el de la jovencita se vuelve invisible por una fuerza independiente a su voluntad; al mismo tiempo, al combinarse su periespíritu con el periespíritu del niño, puede formar –y, en efecto, forma– la imagen de ese niño. La teoría del cambio del peso específico os es conocida.
«6. El Espiritismo, después de haber disipado una a una mis dudas y después de haber fortalecido mi fe en su base, me deja una cuestión no resuelta; he aquí cuál es: ¿cómo los Espíritus nuevos que Dios crea, y que un día están destinados a volverse Espíritus puros, después de haber pasado por el tamiz de una multitud de existencias y de pruebas, salen tan imperfectos de las manos del Creador –que es la fuente de toda perfección– y no se mejoran gradualmente sino al alejarse de su origen? –Resp. Este misterio es uno de aquellos que el Eterno no nos permite penetrar, antes que nosotros –Espíritus errantes o encarnados– hayamos alcanzado la perfección que nos está reservada, gracias a la bondad divina, perfección que nuevamente nos aproximará de nuestro origen y cerrará el círculo de la eternidad.»
Observación – Nuestro corresponsal no nos ha dicho qué Espíritu le ha respondido, pero la sabiduría de sus respuestas prueba que no es un Espíritu vulgar: he aquí lo esencial, porque –como se sabe– el nombre importa poco. No tenemos nada que decir sobre las primeras respuestas, que concuerdan en todos los puntos con lo que nos ha sido enseñado, lo que prueba que la teoría que hemos dado acerca de los fenómenos espíritas no es producto de nuestra imaginación, puesto que ha sido dada por otros Espíritus, en tiempos y en lugares diferentes, y fuera de nuestra influencia personal. Solamente la última respuesta no resuelve la cuestión propuesta; vamos a intentar completarla. Digamos primeramente que la solución puede deducirse fácilmente de lo que está dicho, con algunos desarrollos, en El Libro de los Espíritus, sobre la Progresión de los Espíritus, cuestión Nº 114 y siguientes. Tendremos pocas cosas que agregar. Los Espíritus salen simples e ignorantes de las manos del Creador, pero no son buenos ni malos; de lo contrario, desde su origen, Dios tendría destinado a unos al bien y a la felicidad, y a otros al mal y a la desdicha, lo que no estaría de acuerdo con Su bondad ni con Su justicia. Los Espíritus, en el momento de su creación, son imperfectos desde el punto de vista del desarrollo intelectual y moral, como el niño al nacer, como el germen que está contenido en la semilla del árbol; pero no son malos por naturaleza. Al mismo tiempo, en ellos se desarrolla la razón, el libre albedrío, en virtud del cual unos eligen el buen camino y otros el malo, haciendo que unos lleguen al objetivo antes que otros; pero todos, sin excepción, deben pasar por las vicisitudes de la vida corporal, para adquirir experiencia y tener el mérito de la lucha. Ahora bien, en esta lucha unos triunfan y otros sucumben, pero los vencidos pueden siempre levantarse y reparar sus faltas.
Esta cuestión suscita otra más grave, que a menudo nos ha sido planteada: Dios, que sabe todo, el pasado, el presente y el futuro, debe saber que tal Espíritu seguirá el mal camino, que sucumbirá y que será infeliz; en este caso, ¿por qué lo creó?
Sí, por cierto, Dios sabe perfectamente la línea que seguirá un Espíritu, pues de otro modo no tendría el soberano conocimiento. Si el mal camino en el cual entra el Espíritu debiese fatalmente conducirlo a una eternidad absoluta de las penas y de los sufrimientos; si, porque hubiese fallado, le fuera negado para siempre rehabilitarse, la objeción anterior tendría una fuerza de lógica indiscutible, y tal vez ahí esté el más poderoso argumento contra el dogma de los suplicios eternos; porque, en este caso, es imposible salir del dilema: o Dios no conoce el destino reservado a su criatura y entonces no tiene el soberano conocimiento o, si lo conoce, la creó para ser eternamente infeliz y, entonces, no tiene la bondad soberana. Con la Doctrina Espírita, todo está en perfecta concordancia y no hay más contradicción: Dios sabe que un Espíritu ha de entrar en el mal camino; Él conoce todos los peligros de los cuales el camino está repleto, pero también sabe que salirá de los mismos y que apenas tendrá un atraso. Y en su bondad, para facilitarlo, multiplica en su camino las advertencias saludables, de las cuales no siempre infelizmente él las aprovecha. Es la historia de dos viajeros que quieren llegar a un bello país, donde vivirán felices; uno sabe evitar los obstáculos, las tentaciones que lo harían parar en el camino; el otro, por su imprudencia, se choca contra esos mismos obstáculos, tiene caídas que lo atrasan, pero a su turno llegará. Si, por el camino, personas caritativas lo advierten de los peligros que corre y si, por presunción, no las escucha, será más reprensible por esto.
El dogma de la eternidad absoluta de las penas es refutado severamente de todos los lados, no sólo por la enseñanza de los Espíritus, sino por la simple lógica del buen sentido. Sostenerlo es ignorar los atributos más esenciales de la Divinidad; es contradecirse a sí mismo, afirmando de un lado lo que se niega del otro; él cae, y las filas de sus partidarios se esclarecen a cada día, de tal manera que, si es absolutamente necesario creer en ese dogma para ser católico, en poco tiempo no habrá más verdaderos católicos, así como hoy no los habría si la Iglesia hubiese persistido en hacer del movimiento del Sol y de los seis días de la Creación un artículo de fe. Persistir en una tesis que la razón rechaza, es asestar un golpe fatal en la religión y dar armas al materialismo. Al contrario, el Espiritismo viene a reavivar el sentimiento religioso que se doblega ante los golpes ejecutados por la incredulidad, dando sobre las cuestiones del futuro una solución, que la razón más severa puede admitir; dejarlo a un lado, es rechazar el ancla de salvación.
Enseñanzas y disertaciones espíritas
Madame de Girardin
(Sociedad Espírita de París; médium: Sra. de Costel)
Nota – Al haber sido hechas algunas observaciones críticas sobre la comunicación dictada por Madame de Girardin, en una sesión precedente, ésta las respondió espontáneamente. Ella hace alusión a las circunstancias que han acompañado a esa comunicación.
(Sociedad Espírita de París; médium: Sra. de Costel)
Nota – Al haber sido hechas algunas observaciones críticas sobre la comunicación dictada por Madame de Girardin, en una sesión precedente, ésta las respondió espontáneamente. Ella hace alusión a las circunstancias que han acompañado a esa comunicación.
«Vengo a agradecer al miembro que ha tenido a bien presentar mi defensa y mi rehabilitación moral ante vosotros. En efecto, cuando encarnada, yo amaba y respetaba las leyes del buen gusto, que son las de la delicadeza –diría más–, las del corazón, para el sexo al cual pertenecía. Después de mi muerte, Dios permitió que yo fuese lo bastante elevada como para practicar con facilidad y simplicidad los deberes de la caridad que nos unen a todos, Espíritus y hombres. Dada esta explicación, no insistiré en la comunicación firmada con mi nombre, puesto que la crítica y la censura no convienen a mi médium ni a mí; por consiguiente, creed que vendré cuando yo sea evocada, pero nunca he de interponerme en incidentes fútiles. Os he hablado de los niños. Dejadme retomar este asunto, que ha sido la llaga dolorosa de mi vida. Una mujer necesita la doble corona del amor y de la maternidad para cumplir el mandato de abnegación que Dios le confió al colocarla en la Tierra. ¡Ah! Yo nunca conocí esa dulce y tierna solicitud que en el alma imprimen esos frágiles retoños. Cuántas veces seguí con los ojos llenos de lágrimas amargas a los niños que, mientras jugaban, pasaban tocando ligeramente mi vestido; sentía la angustia y la humillación de mi decaimiento. Me estremecía, esperaba, escuchaba, y mi existencia, llena de éxitos del mundo –frutos repletos de cenizas–, solamente me dejó un gusto amargo y decepcionante.»
DELPHINE DE GIRARDIN
Nota – Hay en este fragmento una lección que no debe pasar inadvertida. Madame de Girardin, al hacer alusión a ciertos pasajes de su comunicación precedente, que había suscitado algunas objeciones, dice que, cuando encarnada, amaba y respetaba las leyes del buen gusto, que son las de la delicadeza, y que conservó este sentimiento después de su muerte. Por consecuencia, ella repudia todo lo que se aparte del buen gusto, en las comunicaciones que llevan su nombre. Después de la muerte, el alma refleja las cualidades y los defectos que tenía en su vida corporal, salvo los progresos que pueda haber hecho en el bien, porque puede haberse mejorado, pero nunca se muestra inferior a lo que era. En la apreciación de las comunicaciones de un Espíritu, por lo tanto, a menudo hay que observar matices de una extrema delicadeza, a fin de distinguir lo que realmente es de él o lo que podría ser una sustitución. Los Espíritus verdaderamente elevados jamás se contradicen, y uno puede rechazar terminantemente todo lo que desmienta su carácter. Esta apreciación es a menudo tanto más difícil cuando a una comunicación perfectamente auténtica puede mezclarse un reflejo, ya sea del propio Espíritu del médium –que no expresa exactamente el pensamiento– o de un Espíritu extraño que interfiere al insinuar su propio pensamiento en el del médium. Por lo tanto, se deben considerar como apócrifas las comunicaciones que, en todos los puntos y por el propio fondo de las ideas, desmientan el carácter del Espíritu cuyo nombre llevan; pero sería injusto condenar el conjunto de las mismas por algunas manchas parciales, que pueden tener su causa en lo que acabamos de señalar.
La pintura y la música
(Sociedad Espírita de París; médium: Sr. Alfred Didier)
El arte ha sido definido cien mil veces: es lo bello, lo verdadero, el bien. La música, que es una de las ramas del arte, se encuentra enteramente en la esfera de la sensación. Entendámonos y tratemos de ser claros. La sensación se produce en el hombre cuando él comprende el arte de dos maneras distintas, pero estrechamente unidas: la sensación del pensamiento, que tiene como resultado la melancolía o la filosofía, y después la sensación que pertenece completamente al corazón. En mi opinión, la música es el arte que va más directo al corazón. La sensación –vosotros me comprendéis– está totalmente en el corazón. La pintura, la arquitectura, la escultura –sobre todo la pintura– llegan mucho más a la sensación cerebral. En una palabra, la música va del corazón a la mente; la pintura, del pensamiento al corazón. La exaltación religiosa creó el órgano; en la Tierra, cuando la poesía toca el órgano, los ángeles del Cielo le responden. Así, la música seria, religiosa, eleva el alma y los pensamientos; la música frívola hace vibrar los nervios, nada más. Realmente gustaría citar algunas personalidades, pero no tengo ese derecho: no estoy más en la Tierra. Amad el Réquiem de Mozart, que lo mató. Más que los Espíritus, no deseo vuestra muerte a través de la música, sino vuestra muerte viviente: he aquí el olvido de todo lo que es terreno, a través de la elevación moral.
LAMENNAIS
(Sociedad Espírita de París; médium: Sr. Alfred Didier)
El arte ha sido definido cien mil veces: es lo bello, lo verdadero, el bien. La música, que es una de las ramas del arte, se encuentra enteramente en la esfera de la sensación. Entendámonos y tratemos de ser claros. La sensación se produce en el hombre cuando él comprende el arte de dos maneras distintas, pero estrechamente unidas: la sensación del pensamiento, que tiene como resultado la melancolía o la filosofía, y después la sensación que pertenece completamente al corazón. En mi opinión, la música es el arte que va más directo al corazón. La sensación –vosotros me comprendéis– está totalmente en el corazón. La pintura, la arquitectura, la escultura –sobre todo la pintura– llegan mucho más a la sensación cerebral. En una palabra, la música va del corazón a la mente; la pintura, del pensamiento al corazón. La exaltación religiosa creó el órgano; en la Tierra, cuando la poesía toca el órgano, los ángeles del Cielo le responden. Así, la música seria, religiosa, eleva el alma y los pensamientos; la música frívola hace vibrar los nervios, nada más. Realmente gustaría citar algunas personalidades, pero no tengo ese derecho: no estoy más en la Tierra. Amad el Réquiem de Mozart, que lo mató. Más que los Espíritus, no deseo vuestra muerte a través de la música, sino vuestra muerte viviente: he aquí el olvido de todo lo que es terreno, a través de la elevación moral.
Fiestas de los Espíritus buenos - La llegada de un hermano
(Comunicación enviada por la Sra. de Cazemajoux, médium de Burdeos)
Nosotros también tenemos nuestras fiestas, y esto sucede con frecuencia, porque los Espíritus buenos de la Tierra –nuestros hermanos bienamados–, al despojarse de su envoltura material, nos tienden los brazos y nosotros vamos, en grupo innumerable, a recibirlos a la entrada de la morada que ellos van a habitar con nosotros de ahí en adelante. En esas fiestas no se agitan, como en las vuestras, las pasiones humanas que, bajo rostros graciosos y frentes coronadas de flores, esconden la envidia, el orgullo, los celos, la vanidad, el deseo de agradar y de sobrepujar a sus rivales en esos placeres ficticios. Aquí reinan la alegría, la paz, la concordia; cada uno está contento con la posición que le ha sido asignada y es feliz con la felicidad de sus hermanos. ¡Pues bien, amigos míos! Con esa armonía perfecta que reina entre nosotros, nuestras fiestas tienen un encanto indescriptible: millones de músicos cantan con liras armoniosas las maravillas de Dios y de la creación, en tonos más deslumbrantes que vuestras más dulces melodías; largas procesiones aéreas de Espíritus volitan como céfiros, arrojando sobre los recién llegados nubes de flores, cuyos perfumes y matices variados no podéis comprender. Después tiene lugar el banquete fraterno al que son invitados los que concluyeron sus pruebas con felicidad, y vienen a recibir la recompensa de sus trabajos. ¡Oh!, amigo mío, desearíais saber más, pero vuestro lenguaje es incapaz de describir esas magnificencias. Os he dicho bastante, a vosotros que sois mis bienamados, a fin de daros el deseo de alcanzarlas. Y entonces, querido Émile, libre de la misión que he cumplido junto a ti en la Tierra, yo la continuaré para conducirte a través del espacio, y hacerte disfrutar todas esas felicidades.
FELICIA,
Esposa del evocador Émile,y desde hace un año su guía protectora.
(Comunicación enviada por la Sra. de Cazemajoux, médium de Burdeos)
Nosotros también tenemos nuestras fiestas, y esto sucede con frecuencia, porque los Espíritus buenos de la Tierra –nuestros hermanos bienamados–, al despojarse de su envoltura material, nos tienden los brazos y nosotros vamos, en grupo innumerable, a recibirlos a la entrada de la morada que ellos van a habitar con nosotros de ahí en adelante. En esas fiestas no se agitan, como en las vuestras, las pasiones humanas que, bajo rostros graciosos y frentes coronadas de flores, esconden la envidia, el orgullo, los celos, la vanidad, el deseo de agradar y de sobrepujar a sus rivales en esos placeres ficticios. Aquí reinan la alegría, la paz, la concordia; cada uno está contento con la posición que le ha sido asignada y es feliz con la felicidad de sus hermanos. ¡Pues bien, amigos míos! Con esa armonía perfecta que reina entre nosotros, nuestras fiestas tienen un encanto indescriptible: millones de músicos cantan con liras armoniosas las maravillas de Dios y de la creación, en tonos más deslumbrantes que vuestras más dulces melodías; largas procesiones aéreas de Espíritus volitan como céfiros, arrojando sobre los recién llegados nubes de flores, cuyos perfumes y matices variados no podéis comprender. Después tiene lugar el banquete fraterno al que son invitados los que concluyeron sus pruebas con felicidad, y vienen a recibir la recompensa de sus trabajos. ¡Oh!, amigo mío, desearíais saber más, pero vuestro lenguaje es incapaz de describir esas magnificencias. Os he dicho bastante, a vosotros que sois mis bienamados, a fin de daros el deseo de alcanzarlas. Y entonces, querido Émile, libre de la misión que he cumplido junto a ti en la Tierra, yo la continuaré para conducirte a través del espacio, y hacerte disfrutar todas esas felicidades.
Venid a nosotros
(Comunicación enviada por la Sra. de Cazemajoux, médium de Burdeos)
El Espiritismo es la aplicación de la moral evangélica enseñada por el Cristo en toda su pureza, y los hombres que lo condenan sin conocerlo son poco prudentes. En efecto, ¿por qué calificar de superstición, de charlatanería, de sortilegios, de demonomanía las cosas que el simple buen sentido haría aceptar si quisiesen estudiarlo? El alma es inmortal: es el Espíritu. La materia inerte es el cuerpo perecedero que se despoja de sus formas para transformarse, cuando el Espíritu lo dejó, en un montón de podredumbre sin nombre. ¡Y consideráis lógico, vosotros que no creéis en el Espiritismo, que esta vida –que para la mayoría de vosotros es una vida de amargura, de dolores, de decepciones, un verdadero purgatorio– no tenga otro objetivo sino la tumba! Desengañaos; venid a nosotros, pobres desheredados de los bienes, de las grandezas y de los goces terrenos; venid a nosotros y seréis consolados al ver que vuestros dolores, vuestras privaciones, vuestros sufrimientos deben abriros las puertas de los mundos felices, y que Dios, justo y bueno para con todas sus criaturas, solamente nos ha puesto a prueba para nuestro bien, según estas palabras del Cristo: Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. –Venid, pues, incrédulos y materialistas; colocaos bajo el estandarte en el cual, con letras de oro, están escritas estas palabras: Amor y caridad para los hombres, que son todos hermanos; bondad, justicia e indulgencia de un Padre generoso y grande para con los Espíritus que ha creado, y que eleva hacia Él a través de caminos seguros, aunque os sean desconocidos; la caridad, el mejoramiento moral, el desarrollo intelectual os conducirán hacia el Autor y Señor de todas las cosas. No os instruimos sino para que, a vuestro turno, trabajéis para difundir esta instrucción; pero, sobre todo, hacedlo sin aspereza; sed pacientes y esperad. Arrojad la semilla; la reflexión y la ayuda de Dios la harán fructificar, al principio para un pequeño número que hará como vos, y poco a poco, al aumentar el número de obreros, os hará esperar, después de la siembra, una buena y abundante cosecha.
FERDINAND, hijo de la médium.
(Comunicación enviada por la Sra. de Cazemajoux, médium de Burdeos)
El Espiritismo es la aplicación de la moral evangélica enseñada por el Cristo en toda su pureza, y los hombres que lo condenan sin conocerlo son poco prudentes. En efecto, ¿por qué calificar de superstición, de charlatanería, de sortilegios, de demonomanía las cosas que el simple buen sentido haría aceptar si quisiesen estudiarlo? El alma es inmortal: es el Espíritu. La materia inerte es el cuerpo perecedero que se despoja de sus formas para transformarse, cuando el Espíritu lo dejó, en un montón de podredumbre sin nombre. ¡Y consideráis lógico, vosotros que no creéis en el Espiritismo, que esta vida –que para la mayoría de vosotros es una vida de amargura, de dolores, de decepciones, un verdadero purgatorio– no tenga otro objetivo sino la tumba! Desengañaos; venid a nosotros, pobres desheredados de los bienes, de las grandezas y de los goces terrenos; venid a nosotros y seréis consolados al ver que vuestros dolores, vuestras privaciones, vuestros sufrimientos deben abriros las puertas de los mundos felices, y que Dios, justo y bueno para con todas sus criaturas, solamente nos ha puesto a prueba para nuestro bien, según estas palabras del Cristo: Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. –Venid, pues, incrédulos y materialistas; colocaos bajo el estandarte en el cual, con letras de oro, están escritas estas palabras: Amor y caridad para los hombres, que son todos hermanos; bondad, justicia e indulgencia de un Padre generoso y grande para con los Espíritus que ha creado, y que eleva hacia Él a través de caminos seguros, aunque os sean desconocidos; la caridad, el mejoramiento moral, el desarrollo intelectual os conducirán hacia el Autor y Señor de todas las cosas. No os instruimos sino para que, a vuestro turno, trabajéis para difundir esta instrucción; pero, sobre todo, hacedlo sin aspereza; sed pacientes y esperad. Arrojad la semilla; la reflexión y la ayuda de Dios la harán fructificar, al principio para un pequeño número que hará como vos, y poco a poco, al aumentar el número de obreros, os hará esperar, después de la siembra, una buena y abundante cosecha.
El progreso intelectual y moral
(Comunicación enviada por el Sr. Sabò, de Burdeos)
Vengo a deciros que el progreso moral es el de adquisición más útil, porque corrige nuestras malas tendencias y nos vuelve buenos, caritativos y consagrados a nuestros hermanos. Entretanto, el progreso intelectual también es útil para nuestro adelanto, porque eleva el alma y nos hace juzgar más sanamente nuestras acciones, facilitando así el progreso moral; nos inicia en las enseñanzas que Dios nos proporciona hace siglos a través de tantos hombres de méritos diversos, que han venido bajo todas las formas y en todas las lenguas para darnos a conocer la verdad, y que no eran sino Espíritus ya adelantados, enviados por Dios para el desarrollo del entendimiento humano. Pero en la época en que vivís, la luz que sólo iluminaba a un pequeño número va a brillar para todos. Trabajad, pues, para comprender la grandeza, el poder, la majestad y la justicia de Dios; para entender la sublime belleza de sus obras; para comprender las magníficas recompensas otorgadas a los buenos y los castigos infligidos a los malos; en fin, para entender que el único objetivo al que debéis anhelar es el de aproximaros a Él.
(Comunicación enviada por el Sr. Sabò, de Burdeos)
Vengo a deciros que el progreso moral es el de adquisición más útil, porque corrige nuestras malas tendencias y nos vuelve buenos, caritativos y consagrados a nuestros hermanos. Entretanto, el progreso intelectual también es útil para nuestro adelanto, porque eleva el alma y nos hace juzgar más sanamente nuestras acciones, facilitando así el progreso moral; nos inicia en las enseñanzas que Dios nos proporciona hace siglos a través de tantos hombres de méritos diversos, que han venido bajo todas las formas y en todas las lenguas para darnos a conocer la verdad, y que no eran sino Espíritus ya adelantados, enviados por Dios para el desarrollo del entendimiento humano. Pero en la época en que vivís, la luz que sólo iluminaba a un pequeño número va a brillar para todos. Trabajad, pues, para comprender la grandeza, el poder, la majestad y la justicia de Dios; para entender la sublime belleza de sus obras; para comprender las magníficas recompensas otorgadas a los buenos y los castigos infligidos a los malos; en fin, para entender que el único objetivo al que debéis anhelar es el de aproximaros a Él.
La inundación
(Comunicación enviada por el Sr. Casimir H., de Inspruck; traducida del alemán.)
En una región antiguamente estéril, un día surgió una fuente; al principio, no era más que un pequeño curso de agua que corría en la planicie, por lo que no le dieron mucha atención. Poco a poco ese simple arroyo creció y se volvió un río; al ensancharse, avanzó hacia las tierras vecinas, pero los anteriores terrenos por donde pasó fueron fertilizados y produjeron al céntuplo. Sin embargo, un propietario ribereño, disgustado por ver que tenía que ceder terreno, intentó detener la corriente para retomar la porción cubierta por las aguas, creyendo así que aumentaba su riqueza; ahora bien, sucedió que el río desbordó e inundó todo: el terreno y el propietario. Tal es la imagen del progreso; como un río impetuoso, rompe los diques que se le oponen y arrastra con él a los imprudentes que, en lugar de seguir el curso del mismo, buscan obstaculizarlo. Ocurrirá lo mismo con el Espiritismo: Dios lo envía para fertilizar la tierra moral de la humanidad; ¡bienaventurados los que sepan aprovecharlo, y desdichados los que intenten oponerse a los designios de Dios! ¿No lo véis avanzar a pasos de gigante en los cuatro puntos cardinales? Por todas partes su voz ya se hace escuchar y luego cubrirá de tal modo a sus enemigos, que éstos serán forzados al silencio y a doblegarse ante la evidencia. ¡Hombres! Aquellos que intentan detener la marcha irresistible del progreso os preparan rudas pruebas; Dios permite que sea así para el castigo de unos y para la glorificación de otros, pero Él os da en el Espiritismo el piloto que debe llevaros al puerto, empuñando en las manos la bandera de la esperanza.
WILHELM, abuelo del médium. ALLAN KARDEC
(Comunicación enviada por el Sr. Casimir H., de Inspruck; traducida del alemán.)
En una región antiguamente estéril, un día surgió una fuente; al principio, no era más que un pequeño curso de agua que corría en la planicie, por lo que no le dieron mucha atención. Poco a poco ese simple arroyo creció y se volvió un río; al ensancharse, avanzó hacia las tierras vecinas, pero los anteriores terrenos por donde pasó fueron fertilizados y produjeron al céntuplo. Sin embargo, un propietario ribereño, disgustado por ver que tenía que ceder terreno, intentó detener la corriente para retomar la porción cubierta por las aguas, creyendo así que aumentaba su riqueza; ahora bien, sucedió que el río desbordó e inundó todo: el terreno y el propietario. Tal es la imagen del progreso; como un río impetuoso, rompe los diques que se le oponen y arrastra con él a los imprudentes que, en lugar de seguir el curso del mismo, buscan obstaculizarlo. Ocurrirá lo mismo con el Espiritismo: Dios lo envía para fertilizar la tierra moral de la humanidad; ¡bienaventurados los que sepan aprovecharlo, y desdichados los que intenten oponerse a los designios de Dios! ¿No lo véis avanzar a pasos de gigante en los cuatro puntos cardinales? Por todas partes su voz ya se hace escuchar y luego cubrirá de tal modo a sus enemigos, que éstos serán forzados al silencio y a doblegarse ante la evidencia. ¡Hombres! Aquellos que intentan detener la marcha irresistible del progreso os preparan rudas pruebas; Dios permite que sea así para el castigo de unos y para la glorificación de otros, pero Él os da en el Espiritismo el piloto que debe llevaros al puerto, empuñando en las manos la bandera de la esperanza.
Junio
Channing
Discurso sobre la vida futura
Predicado por Channing en el domingo de Pascua de 1834, después de la muerte de un amigo
Varias veces hemos reproducido en esta Revista, los dictados espontáneos del Espíritu Channing, que no desmienten en nada la superioridad de su carácter y de su inteligencia. Ciertamente nuestros lectores han de apreciar que les demos una idea de las opiniones que él profesaba cuando estaba encarnado, por los siguientes fragmentos de uno de sus discursos, cuya traducción debemos a la cortesía de uno de nuestros suscriptores. Como ese nombre es poco conocido en Francia, nosotros precederemos su discurso con una corta noticia biográfica. William Ellery Channing nació en 1780, en Newport, Rhode Island, Estado de Nueva York. Su abuelo, William Ellery, firmó la famosa Declaración de la Independencia de los Estados Unidos. Channing estudió en la Universidad de Harvard y siguió la profesión de médico; pero sus gustos y aptitudes lo llevaron hacia la carrera religiosa, y en 1803 se convirtió en ministro de la Iglesia unitaria de Boston. Desde entonces, permaneció siempre en esta ciudad, profesando la doctrina de los Unitarios, secta protestante que cuenta con numerosos seguidores de la alta sociedad, en Inglaterra y en América. Se hizo notar por su visión amplia y liberal. Por su elocuencia notable, sus obras numerosas y por la profundidad de sus conceptos filosóficos, es contado entre los hombres más prominentes de los Estados Unidos. Adepto declarado de la paz y del progreso, predicó incansablemente contra la esclavitud y trabó contra ésta una guerra tan encarnizada que, para muchos liberales, este exceso de celo –que perjudicaba su popularidad– parecía a veces inoportuno. Su nombre fue autoridad entre los contrarios a la esclavitud. Falleció en Boston en 1842, a la edad de 62 años. Gannett lo sucedió como jefe de la secta de los Unitarios.
Discurso sobre la vida futura
Predicado por Channing en el domingo de Pascua de 1834, después de la muerte de un amigo
Varias veces hemos reproducido en esta Revista, los dictados espontáneos del Espíritu Channing, que no desmienten en nada la superioridad de su carácter y de su inteligencia. Ciertamente nuestros lectores han de apreciar que les demos una idea de las opiniones que él profesaba cuando estaba encarnado, por los siguientes fragmentos de uno de sus discursos, cuya traducción debemos a la cortesía de uno de nuestros suscriptores. Como ese nombre es poco conocido en Francia, nosotros precederemos su discurso con una corta noticia biográfica. William Ellery Channing nació en 1780, en Newport, Rhode Island, Estado de Nueva York. Su abuelo, William Ellery, firmó la famosa Declaración de la Independencia de los Estados Unidos. Channing estudió en la Universidad de Harvard y siguió la profesión de médico; pero sus gustos y aptitudes lo llevaron hacia la carrera religiosa, y en 1803 se convirtió en ministro de la Iglesia unitaria de Boston. Desde entonces, permaneció siempre en esta ciudad, profesando la doctrina de los Unitarios, secta protestante que cuenta con numerosos seguidores de la alta sociedad, en Inglaterra y en América. Se hizo notar por su visión amplia y liberal. Por su elocuencia notable, sus obras numerosas y por la profundidad de sus conceptos filosóficos, es contado entre los hombres más prominentes de los Estados Unidos. Adepto declarado de la paz y del progreso, predicó incansablemente contra la esclavitud y trabó contra ésta una guerra tan encarnizada que, para muchos liberales, este exceso de celo –que perjudicaba su popularidad– parecía a veces inoportuno. Su nombre fue autoridad entre los contrarios a la esclavitud. Falleció en Boston en 1842, a la edad de 62 años. Gannett lo sucedió como jefe de la secta de los Unitarios.
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«Para la masa de los hombres, el cielo es casi siempre un mundo de fantasía al que le falta sustancia; la idea de un mundo en el cual existan seres sin cuerpo grosero, Espíritus puros o revestidos de cuerpos espirituales o etéreos les parece pura ficción; aquello que no se puede ver ni tocar no les parece real. Esto es triste, pero no sorprendente, porque ¿cómo es posible que hombres inmersos en la materia y en sus intereses, que de ningún modo cultivan el conocimiento del alma y sus capacidades espirituales, puedan comprender una vida espiritual más elevada? La multitud considera como un soñador visionario al que habla claramente y con alegría de la vida futura y del triunfo del Espíritu sobre la descomposición corpórea. Ese escepticismo sobre las cosas espirituales y celestiales es tan irracional y poco filosófico como degradante. (...)
«¡Y qué poco racional es imaginar que no hay otros mundos más que éste, ningún otro modo de existencia más elevada que la nuestra! ¿Quién es aquel que, al recorrer con la mirada esta Creación inmensa, puede dudar de que no hay seres superiores a nosotros, o ver algo irracional en concebir al Espíritu en un estado menos circunscripto, con menos dificultades que en la Tierra, en otras palabras, que hay un mundo espiritual? (...)
«(...) Aquellos que partieron hacia un otro mundo, todavía deben tener el más profundo interés por éste; sus lazos con los que aquí dejaron se depuran, pero no se disuelven. Si el estado futuro es una mejoría sobre el estado presente; si hay que fortalecer la inteligencia y ensanchar el amor, la memoria –fuerza fundamental de la inteligencia– debe actuar sobre el pasado con mayor energía, y todos los afectos benevolentes que aquí conservamos deben recibir una actividad nueva. Admitir que la vida terrestre se borre del Espíritu, sería destruir su utilidad; sería romper la relación entre los dos mundos y subvertir la responsabilidad, porque ¿cómo la recompensa y el castigo alcanzarían una existencia olvidada? No; es necesario que llevemos el presente con nosotros, cualquiera que sea nuestro futuro, feliz o infeliz. Es cierto que los buenos formarán lazos nuevos más puros, más fuertes; pero bajo la influencia expansiva de ese mundo mejor, el corazón tendrá una capacidad bastante grande para retener los lazos antiguos, mientras forma los nuevos; se recordará con ternura de su lugar de nacimiento, mientras goza de una existencia más madura y más feliz. Si yo pudiese suponer que aquellos que partieron mueren para los que quedan, yo los honraría y amaría menos. El hombre que, al dejarlos, olvida a los suyos, parece desprovisto de los mejores sentimientos de nuestra naturaleza; y si, en su nueva patria, los justos debiesen olvidar a sus padres en la Tierra, si debiesen cesar de interceder por ellos al aproximarse a Dios, ¿podríamos considerar que ese cambio les ha sido provechoso?
«Habría que preguntarse si aquellos que son llevados al Cielo, no sólo recuerdan con interés a los que dejaron en la Tierra, sino también si tienen un conocimiento presente e inmediato. No conozco ninguna razón para creer que ese conocimiento no exista. Estamos habituados a considerar el Cielo como alejado de nosotros, pero no hay nada que lo pruebe. El Cielo es la unión, la sociedad de seres espirituales superiores; ¿no pueden esos seres llenar el Universo, trasladando así el Cielo a todas partes? ¿Es probable que tales seres estén circunscriptos, como nosotros, por límites materiales? Milton ha dicho:
«¡Y qué poco racional es imaginar que no hay otros mundos más que éste, ningún otro modo de existencia más elevada que la nuestra! ¿Quién es aquel que, al recorrer con la mirada esta Creación inmensa, puede dudar de que no hay seres superiores a nosotros, o ver algo irracional en concebir al Espíritu en un estado menos circunscripto, con menos dificultades que en la Tierra, en otras palabras, que hay un mundo espiritual? (...)
«(...) Aquellos que partieron hacia un otro mundo, todavía deben tener el más profundo interés por éste; sus lazos con los que aquí dejaron se depuran, pero no se disuelven. Si el estado futuro es una mejoría sobre el estado presente; si hay que fortalecer la inteligencia y ensanchar el amor, la memoria –fuerza fundamental de la inteligencia– debe actuar sobre el pasado con mayor energía, y todos los afectos benevolentes que aquí conservamos deben recibir una actividad nueva. Admitir que la vida terrestre se borre del Espíritu, sería destruir su utilidad; sería romper la relación entre los dos mundos y subvertir la responsabilidad, porque ¿cómo la recompensa y el castigo alcanzarían una existencia olvidada? No; es necesario que llevemos el presente con nosotros, cualquiera que sea nuestro futuro, feliz o infeliz. Es cierto que los buenos formarán lazos nuevos más puros, más fuertes; pero bajo la influencia expansiva de ese mundo mejor, el corazón tendrá una capacidad bastante grande para retener los lazos antiguos, mientras forma los nuevos; se recordará con ternura de su lugar de nacimiento, mientras goza de una existencia más madura y más feliz. Si yo pudiese suponer que aquellos que partieron mueren para los que quedan, yo los honraría y amaría menos. El hombre que, al dejarlos, olvida a los suyos, parece desprovisto de los mejores sentimientos de nuestra naturaleza; y si, en su nueva patria, los justos debiesen olvidar a sus padres en la Tierra, si debiesen cesar de interceder por ellos al aproximarse a Dios, ¿podríamos considerar que ese cambio les ha sido provechoso?
«Habría que preguntarse si aquellos que son llevados al Cielo, no sólo recuerdan con interés a los que dejaron en la Tierra, sino también si tienen un conocimiento presente e inmediato. No conozco ninguna razón para creer que ese conocimiento no exista. Estamos habituados a considerar el Cielo como alejado de nosotros, pero no hay nada que lo pruebe. El Cielo es la unión, la sociedad de seres espirituales superiores; ¿no pueden esos seres llenar el Universo, trasladando así el Cielo a todas partes? ¿Es probable que tales seres estén circunscriptos, como nosotros, por límites materiales? Milton ha dicho:
"Millions of spiritual beings walk the earth
Both when we wake and when we sleep".
“Millones de seres espirituales recorren la Tierra, ya sea
cuando estamos despiertos, como cuando estamos dormidos”.
Both when we wake and when we sleep".
“Millones de seres espirituales recorren la Tierra, ya sea
cuando estamos despiertos, como cuando estamos dormidos”.
«Un sentido nuevo, una visión nueva podría mostrarnos que el mundo espiritual nos rodea de todos los lados. Pero incluso suponed que el Cielo esté alejado de nosotros; no por eso sus habitantes dejan de estar menos presentes y nosotros visibles para ellos; entretanto, ¿qué entendemos por presencia? ¿No estoy presente para aquellos de entre vosotros que mi brazo no puede alcanzar, pero que yo veo claramente? ¿No está plenamente de acuerdo con nuestro conocimiento de la naturaleza suponer que los que están en el Cielo, sea cual fuere el lugar de su residencia, puedan tener sentidos y órganos espirituales, por medio de los cuales pueden ver lo que está distante, tan fácilmente como nosotros distinguimos lo que está cerca? Nuestros ojos perciben sin dificultad a los planetas a millones de leguas de distancia y, con la ayuda de la Ciencia, podemos reconocer hasta las desigualdades de su superficie. Podemos incluso concebir un órgano visual bastante sensible o un instrumento lo suficientemente poderoso como para permitir distinguir, de nuestro globo, los habitantes de esos mundos distantes; por consiguiente, ¿por qué los que han entrado en su fase de existencia más elevada, que están revestidos de cuerpos espiritualizados, no podrían contemplar nuestra Tierra, tan fácilmente como cuando era su morada?
«Esto puede ser verdad; pero si lo aceptamos así, no abusamos de eso, porque podría abusarse de ello. No pensemos en los muertos como si nos contemplasen con un amor parcial terreno; ellos nos aman más que nunca, pero con un afecto espiritual depurado. Tienen por nosotros apenas un deseo: que nos volvamos dignos de reunirnos con ellos en su morada de beneficencia y de piedad. Su visión espiritual penetra nuestras almas; si pudiéramos escuchar su voz, no sería una declaración de apego personal, sino un llamado vivificante a mayores esfuerzos, a una abnegación más firme, a una caridad más amplia, a una paciencia más humilde, a una obediencia más filial a la voluntad de Dios. Ellos respiran la atmósfera de la beneficencia divina y ahora su misión es más elevada de lo que era aquí.
«Me diréis que si nuestros muertos conocen los males que nos afligen, ¿el sufrimiento debe existir en esa vida bendita? Respondo que no puedo considerar al Cielo sino como un mundo de simpatías. Me parece que nada puede atraer mejor las miradas de sus habitantes benevolentes que la visión de la miseria de sus hermanos; pero esta simpatía, si hace nacer la tristeza, está lejos de volver infelices a los que la sienten. Aquí en el mundo, la compasión desinteresada, unida al poder de aliviar el sufrimiento, es una garantía de paz que frecuentemente proporciona los más puros gozos. Libres de nuestras enfermedades presentes, y esclarecidos por las visiones más amplias de la perfección del Gobierno Divino, esta simpatía agregará más encanto a las virtudes de los seres benditos y, como cualquier otra fuente de perfección, no hará más que aumentar su felicidad. (...)
«(...) Nuestros amigos, que nos dejan por ese otro mundo, de ningún modo se encuentran en medio de desconocidos; no tienen ese sentimiento desolador de haber cambiado su patria por una tierra extraña. Las palabras más tiernas de amistad humana no se aproximan a las expresiones de felicidad que los esperan cuando lleguen a esa morada. Allá, el Espíritu tiene medios más seguros de revelarse que aquí; el recién llegado se siente y se ve cercado de virtudes y de bondad, y por esa visión íntima de los Espíritus simpáticos que los rodean, lazos más fuertes que los que fueron establecidos a través de los años en la Tierra pueden crearse en un momento. Los afectos más íntimos en la Tierra son fríos comparados con los afectos de los Espíritus. ¿De qué manera se comunican ellos? ¿En qué lengua y por medio de qué órganos? Lo ignoramos, pero sabemos que el Espíritu, al progresar, debe adquirir mayor facilidad para transmitir su pensamiento.
«Sería un error creer que los habitantes del Cielo se limiten a la comunicación recíproca de sus ideas; al contrario, los que alcanzan ese mundo entran en un nuevo estado de actividad, de vida y de esfuerzos. Somos llevados a pensar que el estado futuro sea tan feliz, que allí nadie necesite de ayuda, que el esfuerzo cese, que los buenos no tengan otra cosa que hacer sino gozar. Sin embargo, la verdad es que toda acción en la Tierra –incluso la más intensa– no es sino un juego infantil, comparado con la actividad y con la energía de esa vida más elevada. Y debe ser así, porque no hay principio más activo que la inteligencia, la beneficencia, el amor a la verdad, la sed de perfección, la solidaridad para con los sufrimientos y la devoción a la Obra Divina, que son los principios expansivos de la vida en el Más Allá. Es entonces que el alma tiene conciencia de sus capacidades; que la verdad infinita se desdobla ante nosotros; que se siente que el Universo es una esfera ilimitada para el descubrimiento, para la Ciencia, para la benevolencia y para la adoración. Esos nuevos objetivos de la vida, que reducen a nada los intereses actuales, se desdoblan constantemente. Por lo tanto, no se debe pensar que el Cielo está compuesto de una comunidad estacionaria. Yo pienso que es como un mundo de estupendos planes y esfuerzos para su propio desenvolvimiento. Lo considero como una sociedad que atraviesa sucesivas fases de desarrollo, de virtudes, de conocimientos, de poder, a través de la energía de sus propios miembros.
«El genio celestial está siempre activo en explorar las grandes leyes de la Creación, y los principios eternos del Espíritu para revelar lo bello en el orden del Universo y descubrir los medios de adelanto para cada alma; allá, como aquí, hay inteligencias de diversos grados, y los Espíritus más evolucionados encuentran la felicidad y el progreso al elevar a los más atrasados. Allá, progresa siempre el trabajo de educación iniciado en la Tierra, y una filosofía más divina que la que ha sido enseñada entre nosotros revela al Espíritu en su propia esencia, estimulándolo a felices esfuerzos para su propia perfección.
«El Cielo está en relación con otros mundos; sus habitantes son los mensajeros de Dios en toda la Creación; ellos tienen grandes misiones que cumplir y, para el progreso de su existencia sin fin, Él puede confiarles el cuidado de otros mundos. (...)»
«Esto puede ser verdad; pero si lo aceptamos así, no abusamos de eso, porque podría abusarse de ello. No pensemos en los muertos como si nos contemplasen con un amor parcial terreno; ellos nos aman más que nunca, pero con un afecto espiritual depurado. Tienen por nosotros apenas un deseo: que nos volvamos dignos de reunirnos con ellos en su morada de beneficencia y de piedad. Su visión espiritual penetra nuestras almas; si pudiéramos escuchar su voz, no sería una declaración de apego personal, sino un llamado vivificante a mayores esfuerzos, a una abnegación más firme, a una caridad más amplia, a una paciencia más humilde, a una obediencia más filial a la voluntad de Dios. Ellos respiran la atmósfera de la beneficencia divina y ahora su misión es más elevada de lo que era aquí.
«Me diréis que si nuestros muertos conocen los males que nos afligen, ¿el sufrimiento debe existir en esa vida bendita? Respondo que no puedo considerar al Cielo sino como un mundo de simpatías. Me parece que nada puede atraer mejor las miradas de sus habitantes benevolentes que la visión de la miseria de sus hermanos; pero esta simpatía, si hace nacer la tristeza, está lejos de volver infelices a los que la sienten. Aquí en el mundo, la compasión desinteresada, unida al poder de aliviar el sufrimiento, es una garantía de paz que frecuentemente proporciona los más puros gozos. Libres de nuestras enfermedades presentes, y esclarecidos por las visiones más amplias de la perfección del Gobierno Divino, esta simpatía agregará más encanto a las virtudes de los seres benditos y, como cualquier otra fuente de perfección, no hará más que aumentar su felicidad. (...)
«(...) Nuestros amigos, que nos dejan por ese otro mundo, de ningún modo se encuentran en medio de desconocidos; no tienen ese sentimiento desolador de haber cambiado su patria por una tierra extraña. Las palabras más tiernas de amistad humana no se aproximan a las expresiones de felicidad que los esperan cuando lleguen a esa morada. Allá, el Espíritu tiene medios más seguros de revelarse que aquí; el recién llegado se siente y se ve cercado de virtudes y de bondad, y por esa visión íntima de los Espíritus simpáticos que los rodean, lazos más fuertes que los que fueron establecidos a través de los años en la Tierra pueden crearse en un momento. Los afectos más íntimos en la Tierra son fríos comparados con los afectos de los Espíritus. ¿De qué manera se comunican ellos? ¿En qué lengua y por medio de qué órganos? Lo ignoramos, pero sabemos que el Espíritu, al progresar, debe adquirir mayor facilidad para transmitir su pensamiento.
«Sería un error creer que los habitantes del Cielo se limiten a la comunicación recíproca de sus ideas; al contrario, los que alcanzan ese mundo entran en un nuevo estado de actividad, de vida y de esfuerzos. Somos llevados a pensar que el estado futuro sea tan feliz, que allí nadie necesite de ayuda, que el esfuerzo cese, que los buenos no tengan otra cosa que hacer sino gozar. Sin embargo, la verdad es que toda acción en la Tierra –incluso la más intensa– no es sino un juego infantil, comparado con la actividad y con la energía de esa vida más elevada. Y debe ser así, porque no hay principio más activo que la inteligencia, la beneficencia, el amor a la verdad, la sed de perfección, la solidaridad para con los sufrimientos y la devoción a la Obra Divina, que son los principios expansivos de la vida en el Más Allá. Es entonces que el alma tiene conciencia de sus capacidades; que la verdad infinita se desdobla ante nosotros; que se siente que el Universo es una esfera ilimitada para el descubrimiento, para la Ciencia, para la benevolencia y para la adoración. Esos nuevos objetivos de la vida, que reducen a nada los intereses actuales, se desdoblan constantemente. Por lo tanto, no se debe pensar que el Cielo está compuesto de una comunidad estacionaria. Yo pienso que es como un mundo de estupendos planes y esfuerzos para su propio desenvolvimiento. Lo considero como una sociedad que atraviesa sucesivas fases de desarrollo, de virtudes, de conocimientos, de poder, a través de la energía de sus propios miembros.
«El genio celestial está siempre activo en explorar las grandes leyes de la Creación, y los principios eternos del Espíritu para revelar lo bello en el orden del Universo y descubrir los medios de adelanto para cada alma; allá, como aquí, hay inteligencias de diversos grados, y los Espíritus más evolucionados encuentran la felicidad y el progreso al elevar a los más atrasados. Allá, progresa siempre el trabajo de educación iniciado en la Tierra, y una filosofía más divina que la que ha sido enseñada entre nosotros revela al Espíritu en su propia esencia, estimulándolo a felices esfuerzos para su propia perfección.
«El Cielo está en relación con otros mundos; sus habitantes son los mensajeros de Dios en toda la Creación; ellos tienen grandes misiones que cumplir y, para el progreso de su existencia sin fin, Él puede confiarles el cuidado de otros mundos. (...)»
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Este discurso fue pronunciado en 1834; en esa época aún no era planteada, de forma alguna, la cuestión de las manifestaciones de los Espíritus en América; por lo tanto, Channing no tenía conocimiento de las mismas; de otro modo, hubiera afirmado lo que en ciertos puntos admitió como hipótesis; pero ¿no es notable ver a este hombre presentir con tanta precisión aquello que debía ser revelado algunos años más tarde? Porque, salvo pocas excepciones, su descripción de la vida futura concuerda perfectamente; sólo le falta la reencarnación y, aún así, si examinamos de cerca, observaremos que se aproxima de la misma, como lo hace con las manifestaciones sobre las cuales calla porque no las conocía. En efecto, admite el mundo invisible a nuestro alrededor, en medio de nosotros, lleno de solicitud hacia nosotros, ayudándonos a progresar; de ahí a las comunicaciones directas no hay más que un paso. Admite en el mundo celestial, no la contemplación perpetua, sino la actividad y el progreso; admite la pluralidad de los mundos corpóreos, más o menos avanzados; si hubiese dicho que los Espíritus podían realizar su progreso pasando por esos diferentes mundos, tendríamos ahí la reencarnación. Sin ésta, la idea de esos mundos progresivos es incluso inconciliable con la de la creación de las almas en el momento del nacimiento de los cuerpos, a menos que se admita que las almas han sido creadas más o menos perfectas; pero entonces sería necesario justificar esa preferencia. ¿No es más lógico decir que si las almas de un mundo son más adelantadas que las de otro, es porque ya vivieron en mundos inferiores? Lo mismo se puede decir de los habitantes de la Tierra, comparados entre sí, desde el salvaje hasta el hombre civilizado. Sea como fuere, preguntamos si tal descripción de la vida del Más Allá, por sus deducciones lógicas, accesibles a las inteligencias más comunes y aceptables por la razón más severa, no es cien veces más apropiada para producir la convicción y la confianza en el futuro, que el horrendo e inadmisible cuadro de torturas sin fin, tomadas del Tártaro del paganismo. Los que propagan estas creencias no imaginan el número de incrédulos que las mismas producen, ni de los reclutas que proporcionan a la falange de los materialistas.
Observemos que Milton, citado en este discurso, emite sobre el mundo invisible una opinión acorde con la de Channing, que es también la de los espíritas modernos. Es que Milton, como Channing, y como tantos otros hombres eminentes, eran espíritas por intuición; es por eso que no dejamos de decir que el Espiritismo no es una invención moderna; Él es de todos los tiempos, porque hubo almas en todos los tiempos, y en todos los tiempos la masa de los hombres creyó en el alma. Así, se encuentran trazos de estas ideas en una multitud de escritores antiguos y modernos, sagrados y profanos. Esta intuición de las ideas espíritas es tan general, que todos los días vemos a una multitud de personas que, al escuchar hablar por primera vez de las mismas, de ningún modo se sorprenden: solamente les faltaba una forma para su creencia.
Observemos que Milton, citado en este discurso, emite sobre el mundo invisible una opinión acorde con la de Channing, que es también la de los espíritas modernos. Es que Milton, como Channing, y como tantos otros hombres eminentes, eran espíritas por intuición; es por eso que no dejamos de decir que el Espiritismo no es una invención moderna; Él es de todos los tiempos, porque hubo almas en todos los tiempos, y en todos los tiempos la masa de los hombres creyó en el alma. Así, se encuentran trazos de estas ideas en una multitud de escritores antiguos y modernos, sagrados y profanos. Esta intuición de las ideas espíritas es tan general, que todos los días vemos a una multitud de personas que, al escuchar hablar por primera vez de las mismas, de ningún modo se sorprenden: solamente les faltaba una forma para su creencia.
Correspondencia
Carta del Sr. Roustaing, de Burdeos
La siguiente carta nos ha sido enviada por el Sr. Roustaing, abogado del Tribunal Imperial de Burdeos, ex presidente del Colegio de Abogados. Los principios que en la misma son expresados abiertamente, por parte de un hombre que su posición ubica entre los más esclarecidos, tal vez hagan reflexionar a aquellos que, creyendo tener el privilegio de la razón, incluyen sin ceremonia a todos los adeptos del Espiritismo entre los imbéciles. «Estimado señor y muy honorable jefe espírita:
«Recibí la dulce influencia y recogí el beneficio de las palabras del Cristo a Tomás: Bienaventurados los que han creído sin haber visto. Palabras profundas, verdaderas y divinas que muestran el camino más seguro –el más racional– que conduce a la fe, según la máxima de san Pablo, que el Espiritismo cumple y realiza: Rationabile sit obsequium vestrum.
«Cuando os escribí por primera vez en el mes de marzo pasado, os decía: Nada he visto, pero he leído y comprendido, y yo creo. Dios me ha recompensado mucho por haber creído sin haber visto; después he visto y he visto bien; yo he visto en condiciones provechosas, y la parte experimental vino a animar –si así me puedo expresar– la fe que la parte doctrinaria me había dado y, al fortalecerla, le imprimió vida.
«Después de haber estudiado y comprendido, yo conocía el mundo invisible como quien conoce París a través del estudio de un mapa. Por la experiencia, el trabajo y la observación constante, he conocido el mundo invisible y sus habitantes, como conoce París quien la ha recorrido, pero aún sin haber entrado en todos los rincones de esa vasta capital. No obstante, desde el comienzo del mes de abril, gracias al contacto que me habéis proporcionado del excelente Sr. Sabò y de su familia patriarcal, todos buenos y verdaderos espíritas, pude trabajar y trabajé constantemente con ellos a cada día, ya sea en mi casa, en presencia o con el concurso de adeptos de nuestra ciudad, que están convencidos de la verdad del Espiritismo, aunque no todos sean aún, de hecho y en la práctica, espíritas.
«El Sr. Sabò os ha enviado exactamente el producto de nuestros trabajos, obtenidos a título de enseñanza a través de evocaciones o de manifestaciones espontáneas de Espíritus superiores. Sentimos tanta alegría y sorpresa como confusión y humildad cuando recibimos esas enseñanzas tan preciosas y verdaderamente sublimes de tantos Espíritus elevados que vinieron a visitarnos o que nos enviaron mensajeros para hablar en su nombre.
«¡Oh, estimado señor! ¡Cómo soy feliz por no pertenecer más a la Tierra –por el culto material–, que ahora yo sé que no es para nuestros Espíritus sino un lugar de exilio, a título de pruebas o de expiaciones! Cómo soy feliz por conocer y por haber comprendido la reencarnación en todo su alcance y en todas sus consecuencias, como realidad y no como alegoría. La reencarnación, esta sublime y equitativa justicia de Dios –como también decía ayer mi guía protector–, tan bella, tan consoladora, ya que permite la posibilidad de hacer al día siguiente lo que no hemos podido hacer en la víspera; que hace progresar la criatura hacia el Creador; “esta justa y equitativa ley”, según la expresión de Joseph de Maistre, en la evocación que hemos hecho de su Espíritu, y que recibisteis; la reencarnación es, conforme las divinas palabras del Cristo, “el largo y difícil camino a recorrer para llegar a la morada de Dios”.
«Ahora entiendo el sentido de estas palabras del Cristo a Nicodemo: ¿Tú eres doctor de la ley e ignoras esto? Hoy, que Dios me ha permitido comprender de manera completa toda la verdad de la ley evangélica, me pregunto cómo la ignorancia de los hombres –doctores de la ley– pudo resistir, a este punto, a la interpretación de los textos; ¿cómo pudo producir así el error y la mentira que han llevado y fomentado el materialismo, la incredulidad, el fanatismo y la cobardía? Me pregunto cómo esta ignorancia y este error han podido producirse, cuando el Cristo tuvo el cuidado de proclamar la necesidad de volver a vivir, al decir: ES NECESARIO NACER DE NUEVO, y de este modo la reencarnación como siendo el único medio de ver el Reino de Dios, lo que ya era conocido y enseñado en la Tierra y que Nicodemo debería saber: ¿Tú eres doctor de la ley e ignoras esto? Es verdad que el Cristo añade a cada paso: “El que tenga oídos para oír, que oiga”; y también: “Porque viendo no ven, y oyendo no escuchan ni comprenden”, lo que se puede aplicar a aquellos que vinieron después de Él, así como a los de su tiempo.
«He dicho que Dios, en su bondad, me ha recompensado por nuestros trabajos hasta este día y me ha proporcionado enseñanzas a través de los mensajeros divinos, “misioneros dedicados e inteligentes junto a sus hermanos –según la expresión del Espíritu Fenelón–, a fin de inspirarles el amor y la caridad al prójimo, el olvido de las injurias y el culto de adoración a Dios”. Ahora comprendo el admirable alcance de estas palabras del Espíritu Fenelón, cuando habla de esos mensajeros divinos: “Ellos vivieron tantas veces que se volvieron nuestros maestros”.
«Agradezco con alegría y humildad a esos mensajeros divinos por haber venido a enseñarnos que el Cristo está en misión en la Tierra para la propagación y el éxito del Espiritismo, esa tercera manifestación de la bondad divina, para cumplir esta palabra final del Evangelio: Unum ovile et unus pastor; por haber venido a decirnos: “¡Nada temáis! El Cristo (llamado por ellos Espíritu de Verdad), es el primero y el más santo misionero de las ideas espíritas”. Estas palabras me habían tocado vivamente y yo me preguntaba: Pero, entonces, ¿dónde está el Cristo en misión en la Tierra? “La Verdad comanda –según la expresión del Espíritu Marius, obispo de los primeros tiempos de la Iglesia– esa falange de Espíritus enviados por Dios en misión en la Tierra, para la propagación y el éxito del Espiritismo”.
«¡Qué gozos suaves y puros proporcionan esos trabajos espíritas, a través de la caridad hecha con la ayuda de la evocación de los Espíritus que sufren! ¡Qué consuelo es entrar en comunicación con los que han sido, en la Tierra, nuestros parientes o nuestros amigos! ¡Qué consuelo es saber que ellos son felices o que podemos aliviar sus sufrimientos! ¡Cuán viva y brillante luz derraman en nuestras almas esas enseñanzas espíritas que, al explicarnos la verdad completa de la ley del Cristo, nos dan la fe por intermedio de nuestra propia razón y nos hacen comprender la omnipotencia del Creador, su grandeza, su justicia, su bondad y su infinita misericordia, situándonos así en la agradable necesidad de practicar esta ley divina de amor y de caridad! ¡Qué revelación sublime nos dan, al enseñarnos que esos mensajeros divinos, haciéndonos progresar, también progresan ellos mismos, a fin de aumentar la sagrada falange de los Espíritus perfectos! Admirable y divina armonía que nos muestra, al mismo tiempo, la unidad en Dios y la solidaridad entre todas sus criaturas; que nos señala éstas bajo la influencia y el impulso de esa solidaridad, de esa simpatía, de esa reciprocidad, llamadas a subir cada vez más esa larga y alta escala espírita, pero no sin dar un paso en falso y sin caídas en sus primeros ensayos, para llegar –después de haber recorrido todos los grados– del estado de simplicidad y de ignorancia originales a la perfección intelectual y moral y, a través de esta perfección, a Dios. Admirable y divina armonía que nos muestra esta gran división de la inferioridad y de la superioridad, por medio de la distinción entre los mundos de exilio –donde todo son pruebas o expiaciones– y los mundos superiores, moradas de los Espíritus buenos –donde éstos progresan hacia el bien.
«La reencarnación bien entendida enseña a los hombres que ellos aquí están de paso, donde son libres para no volver más, si para esto hicieren lo necesario; que el poder, las riquezas, las dignidades, la Ciencia no les son dados sino a título de pruebas y como medio de progresar hacia el bien; que en sus manos no son más que un depósito y un instrumento para la práctica de la ley de amor y de caridad; que el mendigo que pasa al lado de un gran señor es su hermano ante Dios, y tal vez lo haya sido delante de los hombres; que quizá haya sido rico y poderoso. Si ahora se encuentra en una condición oscura y miserable, es por haber fallado en sus peligrosas pruebas, recordando así aquella frase célebre desde el punto de vista de las condiciones sociales: “Del Capitolio a la roca Tarpeya no hay más que un paso”, pero con la diferencia de que, a través de la reencarnación, el Espíritu se levanta de su caída y puede, después de subir de nuevo al Capitolio, dirigirse de su cima hacia las regiones celestiales, morada espléndida de los Espíritus buenos.
«La reencarnación, al enseñar a los hombres –según la admirable expresión de Platón– que no hay rey que no descienda de un pastor, ni pastor que no descienda de un rey, hace desaparecer todas las vanidades terrenas, liberta del culto material y nivela moralmente todas las condiciones sociales. La reencarnación establece la igualdad, la fraternidad entre los hombres como para los Espíritus, en Dios y ante Dios, y la libertad que, sin la ley de amor y de caridad, no es más que una mentira y una utopía, como nos lo decía recientemente el Espíritu Washington. En su conjunto, el Espiritismo viene a dar a los hombres la unidad y la verdad en todo progreso intelectual y moral, gran y sublime realización de la cual no somos sino los más humildes apóstoles.
«Adiós, estimado señor; después de tres meses de silencio, yo os sobrecargo con una carta bastante extensa; responded cuando podáis y cuando queráis. Me proponía hacer un viaje a París para tener el placer de conoceros personalmente, para daros fraternalmente un apretón de manos; pero, hasta el presente, mi salud me impide hacerlo.
«Podéis hacer de esta carta el uso que os parezca conveniente. Tengo el honor de ser abierta y públicamente espírita.
«Muy atentamente,
ROUSTAING, abogado.»
Carta del Sr. Roustaing, de Burdeos
La siguiente carta nos ha sido enviada por el Sr. Roustaing, abogado del Tribunal Imperial de Burdeos, ex presidente del Colegio de Abogados. Los principios que en la misma son expresados abiertamente, por parte de un hombre que su posición ubica entre los más esclarecidos, tal vez hagan reflexionar a aquellos que, creyendo tener el privilegio de la razón, incluyen sin ceremonia a todos los adeptos del Espiritismo entre los imbéciles. «Estimado señor y muy honorable jefe espírita:
«Recibí la dulce influencia y recogí el beneficio de las palabras del Cristo a Tomás: Bienaventurados los que han creído sin haber visto. Palabras profundas, verdaderas y divinas que muestran el camino más seguro –el más racional– que conduce a la fe, según la máxima de san Pablo, que el Espiritismo cumple y realiza: Rationabile sit obsequium vestrum.
«Cuando os escribí por primera vez en el mes de marzo pasado, os decía: Nada he visto, pero he leído y comprendido, y yo creo. Dios me ha recompensado mucho por haber creído sin haber visto; después he visto y he visto bien; yo he visto en condiciones provechosas, y la parte experimental vino a animar –si así me puedo expresar– la fe que la parte doctrinaria me había dado y, al fortalecerla, le imprimió vida.
«Después de haber estudiado y comprendido, yo conocía el mundo invisible como quien conoce París a través del estudio de un mapa. Por la experiencia, el trabajo y la observación constante, he conocido el mundo invisible y sus habitantes, como conoce París quien la ha recorrido, pero aún sin haber entrado en todos los rincones de esa vasta capital. No obstante, desde el comienzo del mes de abril, gracias al contacto que me habéis proporcionado del excelente Sr. Sabò y de su familia patriarcal, todos buenos y verdaderos espíritas, pude trabajar y trabajé constantemente con ellos a cada día, ya sea en mi casa, en presencia o con el concurso de adeptos de nuestra ciudad, que están convencidos de la verdad del Espiritismo, aunque no todos sean aún, de hecho y en la práctica, espíritas.
«El Sr. Sabò os ha enviado exactamente el producto de nuestros trabajos, obtenidos a título de enseñanza a través de evocaciones o de manifestaciones espontáneas de Espíritus superiores. Sentimos tanta alegría y sorpresa como confusión y humildad cuando recibimos esas enseñanzas tan preciosas y verdaderamente sublimes de tantos Espíritus elevados que vinieron a visitarnos o que nos enviaron mensajeros para hablar en su nombre.
«¡Oh, estimado señor! ¡Cómo soy feliz por no pertenecer más a la Tierra –por el culto material–, que ahora yo sé que no es para nuestros Espíritus sino un lugar de exilio, a título de pruebas o de expiaciones! Cómo soy feliz por conocer y por haber comprendido la reencarnación en todo su alcance y en todas sus consecuencias, como realidad y no como alegoría. La reencarnación, esta sublime y equitativa justicia de Dios –como también decía ayer mi guía protector–, tan bella, tan consoladora, ya que permite la posibilidad de hacer al día siguiente lo que no hemos podido hacer en la víspera; que hace progresar la criatura hacia el Creador; “esta justa y equitativa ley”, según la expresión de Joseph de Maistre, en la evocación que hemos hecho de su Espíritu, y que recibisteis; la reencarnación es, conforme las divinas palabras del Cristo, “el largo y difícil camino a recorrer para llegar a la morada de Dios”.
«Ahora entiendo el sentido de estas palabras del Cristo a Nicodemo: ¿Tú eres doctor de la ley e ignoras esto? Hoy, que Dios me ha permitido comprender de manera completa toda la verdad de la ley evangélica, me pregunto cómo la ignorancia de los hombres –doctores de la ley– pudo resistir, a este punto, a la interpretación de los textos; ¿cómo pudo producir así el error y la mentira que han llevado y fomentado el materialismo, la incredulidad, el fanatismo y la cobardía? Me pregunto cómo esta ignorancia y este error han podido producirse, cuando el Cristo tuvo el cuidado de proclamar la necesidad de volver a vivir, al decir: ES NECESARIO NACER DE NUEVO, y de este modo la reencarnación como siendo el único medio de ver el Reino de Dios, lo que ya era conocido y enseñado en la Tierra y que Nicodemo debería saber: ¿Tú eres doctor de la ley e ignoras esto? Es verdad que el Cristo añade a cada paso: “El que tenga oídos para oír, que oiga”; y también: “Porque viendo no ven, y oyendo no escuchan ni comprenden”, lo que se puede aplicar a aquellos que vinieron después de Él, así como a los de su tiempo.
«He dicho que Dios, en su bondad, me ha recompensado por nuestros trabajos hasta este día y me ha proporcionado enseñanzas a través de los mensajeros divinos, “misioneros dedicados e inteligentes junto a sus hermanos –según la expresión del Espíritu Fenelón–, a fin de inspirarles el amor y la caridad al prójimo, el olvido de las injurias y el culto de adoración a Dios”. Ahora comprendo el admirable alcance de estas palabras del Espíritu Fenelón, cuando habla de esos mensajeros divinos: “Ellos vivieron tantas veces que se volvieron nuestros maestros”.
«Agradezco con alegría y humildad a esos mensajeros divinos por haber venido a enseñarnos que el Cristo está en misión en la Tierra para la propagación y el éxito del Espiritismo, esa tercera manifestación de la bondad divina, para cumplir esta palabra final del Evangelio: Unum ovile et unus pastor; por haber venido a decirnos: “¡Nada temáis! El Cristo (llamado por ellos Espíritu de Verdad), es el primero y el más santo misionero de las ideas espíritas”. Estas palabras me habían tocado vivamente y yo me preguntaba: Pero, entonces, ¿dónde está el Cristo en misión en la Tierra? “La Verdad comanda –según la expresión del Espíritu Marius, obispo de los primeros tiempos de la Iglesia– esa falange de Espíritus enviados por Dios en misión en la Tierra, para la propagación y el éxito del Espiritismo”.
«¡Qué gozos suaves y puros proporcionan esos trabajos espíritas, a través de la caridad hecha con la ayuda de la evocación de los Espíritus que sufren! ¡Qué consuelo es entrar en comunicación con los que han sido, en la Tierra, nuestros parientes o nuestros amigos! ¡Qué consuelo es saber que ellos son felices o que podemos aliviar sus sufrimientos! ¡Cuán viva y brillante luz derraman en nuestras almas esas enseñanzas espíritas que, al explicarnos la verdad completa de la ley del Cristo, nos dan la fe por intermedio de nuestra propia razón y nos hacen comprender la omnipotencia del Creador, su grandeza, su justicia, su bondad y su infinita misericordia, situándonos así en la agradable necesidad de practicar esta ley divina de amor y de caridad! ¡Qué revelación sublime nos dan, al enseñarnos que esos mensajeros divinos, haciéndonos progresar, también progresan ellos mismos, a fin de aumentar la sagrada falange de los Espíritus perfectos! Admirable y divina armonía que nos muestra, al mismo tiempo, la unidad en Dios y la solidaridad entre todas sus criaturas; que nos señala éstas bajo la influencia y el impulso de esa solidaridad, de esa simpatía, de esa reciprocidad, llamadas a subir cada vez más esa larga y alta escala espírita, pero no sin dar un paso en falso y sin caídas en sus primeros ensayos, para llegar –después de haber recorrido todos los grados– del estado de simplicidad y de ignorancia originales a la perfección intelectual y moral y, a través de esta perfección, a Dios. Admirable y divina armonía que nos muestra esta gran división de la inferioridad y de la superioridad, por medio de la distinción entre los mundos de exilio –donde todo son pruebas o expiaciones– y los mundos superiores, moradas de los Espíritus buenos –donde éstos progresan hacia el bien.
«La reencarnación bien entendida enseña a los hombres que ellos aquí están de paso, donde son libres para no volver más, si para esto hicieren lo necesario; que el poder, las riquezas, las dignidades, la Ciencia no les son dados sino a título de pruebas y como medio de progresar hacia el bien; que en sus manos no son más que un depósito y un instrumento para la práctica de la ley de amor y de caridad; que el mendigo que pasa al lado de un gran señor es su hermano ante Dios, y tal vez lo haya sido delante de los hombres; que quizá haya sido rico y poderoso. Si ahora se encuentra en una condición oscura y miserable, es por haber fallado en sus peligrosas pruebas, recordando así aquella frase célebre desde el punto de vista de las condiciones sociales: “Del Capitolio a la roca Tarpeya no hay más que un paso”, pero con la diferencia de que, a través de la reencarnación, el Espíritu se levanta de su caída y puede, después de subir de nuevo al Capitolio, dirigirse de su cima hacia las regiones celestiales, morada espléndida de los Espíritus buenos.
«La reencarnación, al enseñar a los hombres –según la admirable expresión de Platón– que no hay rey que no descienda de un pastor, ni pastor que no descienda de un rey, hace desaparecer todas las vanidades terrenas, liberta del culto material y nivela moralmente todas las condiciones sociales. La reencarnación establece la igualdad, la fraternidad entre los hombres como para los Espíritus, en Dios y ante Dios, y la libertad que, sin la ley de amor y de caridad, no es más que una mentira y una utopía, como nos lo decía recientemente el Espíritu Washington. En su conjunto, el Espiritismo viene a dar a los hombres la unidad y la verdad en todo progreso intelectual y moral, gran y sublime realización de la cual no somos sino los más humildes apóstoles.
«Adiós, estimado señor; después de tres meses de silencio, yo os sobrecargo con una carta bastante extensa; responded cuando podáis y cuando queráis. Me proponía hacer un viaje a París para tener el placer de conoceros personalmente, para daros fraternalmente un apretón de manos; pero, hasta el presente, mi salud me impide hacerlo.
«Podéis hacer de esta carta el uso que os parezca conveniente. Tengo el honor de ser abierta y públicamente espírita.
ROUSTAING, abogado.»
Como nosotros, cada uno ha de apreciar los pensamientos adecuados, expresados en esta carta. Se ve que, aunque se ha iniciado recientemente, el Sr. Roustaing es diestro en materia de apreciación; es que ha estudiado seria y profundamente, lo que le ha permitido percibir rápidamente todas las consecuencias de esa grave cuestión del Espiritismo y, contrariamente a mucha gente, no se detuvo en la superficie. Aún no había visto nada –dice él–, pero estaba convencido porque había leído y comprendido. Esto él tiene en común con muchas personas y siempre observamos que ellas, lejos de ser superficiales, son al contrario las que más reflexionan. Al prenderse más al fondo que a la forma, la parte filosófica es para ellas la principal, siendo accesorios los fenómenos propiamente dichos, y dicen que aun cuando tales fenómenos no existiesen, no por eso dejaría de haber una filosofía: la única que resuelve problemas hasta hoy insolubles, la única que da la teoría más racional sobre el pasado y el futuro del hombre. Ahora bien, las personas prefieren una doctrina que explica, a una que no explica o que explica mal. Todo aquel que reflexione, comprende muy bien que se podría hacer abstracción de las manifestaciones, y no por eso dejaría de subsistir la doctrina; las manifestaciones vienen a corroborarla, a confirmarla, pero las mismas no son su base esencial. El discurso de Channing, que acabamos de citar, es la prueba de eso, puesto que cerca de veinte años antes de ese gran despliegue de las manifestaciones en Norteamérica, únicamente el razonamiento lo había llevado a las mismas consecuencias.
Hay otro punto por el cual también se reconoce al espírita serio; por las citas que el autor de esta carta hace de los pensamientos contenidos en las comunicaciones que ha recibido, él prueba que no se ha limitado en admirarlas como bellos trechos literarios –buenos para conservarse en un álbum–, sino que las estudia, las medita y saca provecho de éstas. Infelizmente hay muchos para quienes esa alta enseñanza constituye una letra muerta; que coleccionan bellas comunicaciones como ciertas personas coleccionan bellos libros, pero sin leerlos.
Además, debemos felicitar al Sr. Roustaing por la declaración con la cual termina su carta; infelizmente, no todos tienen –como él– el coraje de dar su opinión, y es eso lo que vuelve atrevidos a los adversarios. Entretanto, es preciso reconocer que desde algún tiempo las cosas han cambiado bastante al respecto; hace apenas dos años, muchas personas solamente hablaban de Espiritismo entre cuatro paredes; sólo compraban libros a escondidas y tenían un gran cuidado en no dejarlos a la vista. Hoy es bien diferente: ya se han familiarizado con los epítetos no civilizados de los escarnecedores, y se ríen de eso en vez de ofenderse; no temen más confesarse abiertamente como espíritas, así como no temen decirse adeptos de tal o cual filosofía, del magnetismo, del sonambulismo, etc.; examinan libremente el asunto con el primero que llega, como examinarían los clásicos y los románticos, sin sentirse humillados por ser a favor de unos o de otros. Es un progreso inmenso que prueba dos cosas: el progreso de las ideas espíritas en general, y la poca consistencia de los argumentos de los adversarios; tendrá como consecuencia imponer silencio a estos últimos que se creían fuertes, porque se creían más numerosos; pero cuando por todas partes encuentran con quién hablar, no diremos que serán convertidos, sino que mantendrán reserva. Conocemos una pequeña ciudad del interior del país, en la cual hace un año el Espiritismo solamente contaba con un único adepto, que era apuntado con el dedo como a un animal curioso y considerado como tal; ¿y quién sabe si tal vez no ha sido desheredado por su familia o despedido de su trabajo? Hoy los adeptos son allí numerosos; se reúnen públicamente sin preocuparse con el qué dirán; y cuando vieron entre ellos a autoridades municipales, a funcionarios, a oficiales, a ingenieros, a abogados, a escribanos, etc., que no escondían sus simpatías por la Doctrina Espírita, los escarnecedores cesaron de burlarse, y el periódico local, redactado por alguien incrédulo, que ya había lanzado algunos dardos y que se preparaba para pulverizar la nueva Doctrina, temiendo enemistarse con gente más fuerte que él, guardó silencio prudentemente. Esta es la historia de muchas otras localidades, historia que se generaliza a medida que los adeptos del Espiritismo –cuyo número aumenta todos los días– levanten la cabeza y la voz. Pueden querer abatir una cabeza que se muestra; pero cuando hay veinte, cuarenta o cien que no temen hablar alto y firme, piensan dos veces, y esto da coraje al que no lo tiene.
Hay otro punto por el cual también se reconoce al espírita serio; por las citas que el autor de esta carta hace de los pensamientos contenidos en las comunicaciones que ha recibido, él prueba que no se ha limitado en admirarlas como bellos trechos literarios –buenos para conservarse en un álbum–, sino que las estudia, las medita y saca provecho de éstas. Infelizmente hay muchos para quienes esa alta enseñanza constituye una letra muerta; que coleccionan bellas comunicaciones como ciertas personas coleccionan bellos libros, pero sin leerlos.
Además, debemos felicitar al Sr. Roustaing por la declaración con la cual termina su carta; infelizmente, no todos tienen –como él– el coraje de dar su opinión, y es eso lo que vuelve atrevidos a los adversarios. Entretanto, es preciso reconocer que desde algún tiempo las cosas han cambiado bastante al respecto; hace apenas dos años, muchas personas solamente hablaban de Espiritismo entre cuatro paredes; sólo compraban libros a escondidas y tenían un gran cuidado en no dejarlos a la vista. Hoy es bien diferente: ya se han familiarizado con los epítetos no civilizados de los escarnecedores, y se ríen de eso en vez de ofenderse; no temen más confesarse abiertamente como espíritas, así como no temen decirse adeptos de tal o cual filosofía, del magnetismo, del sonambulismo, etc.; examinan libremente el asunto con el primero que llega, como examinarían los clásicos y los románticos, sin sentirse humillados por ser a favor de unos o de otros. Es un progreso inmenso que prueba dos cosas: el progreso de las ideas espíritas en general, y la poca consistencia de los argumentos de los adversarios; tendrá como consecuencia imponer silencio a estos últimos que se creían fuertes, porque se creían más numerosos; pero cuando por todas partes encuentran con quién hablar, no diremos que serán convertidos, sino que mantendrán reserva. Conocemos una pequeña ciudad del interior del país, en la cual hace un año el Espiritismo solamente contaba con un único adepto, que era apuntado con el dedo como a un animal curioso y considerado como tal; ¿y quién sabe si tal vez no ha sido desheredado por su familia o despedido de su trabajo? Hoy los adeptos son allí numerosos; se reúnen públicamente sin preocuparse con el qué dirán; y cuando vieron entre ellos a autoridades municipales, a funcionarios, a oficiales, a ingenieros, a abogados, a escribanos, etc., que no escondían sus simpatías por la Doctrina Espírita, los escarnecedores cesaron de burlarse, y el periódico local, redactado por alguien incrédulo, que ya había lanzado algunos dardos y que se preparaba para pulverizar la nueva Doctrina, temiendo enemistarse con gente más fuerte que él, guardó silencio prudentemente. Esta es la historia de muchas otras localidades, historia que se generaliza a medida que los adeptos del Espiritismo –cuyo número aumenta todos los días– levanten la cabeza y la voz. Pueden querer abatir una cabeza que se muestra; pero cuando hay veinte, cuarenta o cien que no temen hablar alto y firme, piensan dos veces, y esto da coraje al que no lo tiene.
La plegaria
Uno de nuestros corresponsales de Lyon nos dirige el siguiente fragmento de poesía; se encuadra mucho en el espíritu de la Doctrina Espírita, por lo que nos complacemos en darle un lugar en nuestra Revista.
Uno de nuestros corresponsales de Lyon nos dirige el siguiente fragmento de poesía; se encuadra mucho en el espíritu de la Doctrina Espírita, por lo que nos complacemos en darle un lugar en nuestra Revista.
No logro, ¡oh, mortales!, con mis débiles acentos,
¡Poner en vuestro corazón el más sublime incienso!
En este trayecto, con versos enseñar,
Qué es la plegaria y qué significa orar.
Es un impulso de amor, un fluido de luz
Que escapa del alma y se eleva hacia Dios.
¡Sublime expresión de la humilde criatura
Que regresa a su fuente y ennoblece su natura!
Orar en nada cambia la ley del Eterno,
Siempre inmutable, aunque su corazón paterno
Derrama su influjo divino en quien implora
Y redobla el ardor del fuego que lo devora.
Entonces él siente que se eleva y crepita,
Por el amor del prójimo su corazón palpita.
Cuanto más su amor expande, más la augusta sapiencia
Llena su corazón con los dones de la prudencia.
Así, un santo deseo de orar por los muertos,
Bajo el peso del dolor y de los remordimientos,
Nos muestra el amparo que su estado reclama
Para dirigir hacia ellos ese fluido del alma,
Cuya eficacia, bálsamo consolador,
Penetra en su ser cual gran salvador.
Todo en ellos se reanima, una chispa de esperanza
Secunda sus esfuerzos y su liberación afianza.
Tal como los muertos agobiados por el mal
A quienes un bálsamo supremo vuelve al estado normal,
Ellos se regeneran con la influencia oculta
Con el culto divino de la plegaria augusta.
Redoblemos el fervor; nada se pierde al orar;
Oremos, oremos por ellos, oremos sin cesar;
La plegaria siempre, en todo tiempo esa estrella divina,
Se vuelve foco de amor, que por último domina.
Sí, oremos por los muertos, y pronto en su candor,
Ellos nos brindarán un tierno destello de amor.
JOLY.
¡Poner en vuestro corazón el más sublime incienso!
En este trayecto, con versos enseñar,
Qué es la plegaria y qué significa orar.
Es un impulso de amor, un fluido de luz
Que escapa del alma y se eleva hacia Dios.
¡Sublime expresión de la humilde criatura
Que regresa a su fuente y ennoblece su natura!
Orar en nada cambia la ley del Eterno,
Siempre inmutable, aunque su corazón paterno
Derrama su influjo divino en quien implora
Y redobla el ardor del fuego que lo devora.
Entonces él siente que se eleva y crepita,
Por el amor del prójimo su corazón palpita.
Cuanto más su amor expande, más la augusta sapiencia
Llena su corazón con los dones de la prudencia.
Así, un santo deseo de orar por los muertos,
Bajo el peso del dolor y de los remordimientos,
Nos muestra el amparo que su estado reclama
Para dirigir hacia ellos ese fluido del alma,
Cuya eficacia, bálsamo consolador,
Penetra en su ser cual gran salvador.
Todo en ellos se reanima, una chispa de esperanza
Secunda sus esfuerzos y su liberación afianza.
Tal como los muertos agobiados por el mal
A quienes un bálsamo supremo vuelve al estado normal,
Ellos se regeneran con la influencia oculta
Con el culto divino de la plegaria augusta.
Redoblemos el fervor; nada se pierde al orar;
Oremos, oremos por ellos, oremos sin cesar;
La plegaria siempre, en todo tiempo esa estrella divina,
Se vuelve foco de amor, que por último domina.
Sí, oremos por los muertos, y pronto en su candor,
Ellos nos brindarán un tierno destello de amor.
En estos versos, evidentemente inspirados por un Espíritu elevado, el objetivo y los efectos de la plegaria son definidos con perfecta exactitud. Por cierto que Dios no deroga, de forma alguna, sus leyes a nuestro pedido, pues de otro modo esto sería la negación de uno de sus atributos: la inmutabilidad; pero la oración actúa principalmente sobre aquel que es su objeto. En primer lugar, es un testimonio de simpatía y de conmiseración que se le da y que, por eso mismo, le hace parecer su pena menos pesada; en segundo lugar, tiene por efecto activo estimular en el Espíritu el arrepentimiento de sus faltas, inspirándole el deseo de repararlas a través de la práctica del bien. Dios ha dicho: «A cada uno según sus obras», ley eminentemente justa que pone nuestro destino en nuestras propias manos y que tiene como consecuencia subordinar la duración de la pena a la duración de la impenitencia; de donde se deduce que la pena sería eterna si la impenitencia fuera eterna; por lo tanto, si por la acción moral de la plegaria provocamos el arrepentimiento y la reparación voluntaria, por esto mismo abreviaremos el tiempo de la expiación. Todo eso está perfectamente expuesto en los versos anteriores. Esta doctrina puede no ser muy ortodoxa a los ojos de los que creen en un Dios despiadado, sordo a la voz que le implora y que condena a torturas sin fin a sus propias criaturas por las faltas de una vida pasajera; pero convengamos que esa doctrina es más lógica y la más acorde con la verdadera justicia y con la bondad de Dios. Todo nos dice –la religión como la razón– que Dios es infinitamente bueno; con el dogma del fuego eterno, sería preciso agregar que Él es, al mismo tiempo, infinitamente despiadado, dos atributos que se destruyen recíprocamente, porque uno es la negación del otro. Además, el número de los partidarios de la eternidad de las penas disminuye todos los días: esto es un hecho positivo e indiscutible; pronto será tan restricto que se podrá contarlos, e incluso si la Iglesia, desde hoy, acusase de herejía y, por consiguiente, expulsara de su seno a todos los que no creen en las penas eternas, habría entre los católicos más herejes que verdaderos creyentes y, al mismo tiempo, sería preciso condenar a todos los eclesiásticos y a todos los teólogos que –como nosotros– interpretan esas palabras en sentido relativo y no en sentido absoluto.
Conversaciones familiares del Más Allá
Es un error creer que no hay nada que sea provechoso en las conversaciones con los Espíritus de hombres comunes, y que solamente de los hombres ilustres puedan salir enseñanzas aprovechables; seguramente en su número los hay muy insignificantes, pero de aquellos que menos se espera, a menudo también salen revelaciones de gran importancia para el observador serio. Además, hay un punto que nos interesa en grado supremo, porque nos toca más de cerca: la travesía, la transición de la vida actual a la vida futura, travesía tan temida que sólo el Espiritismo puede hacernos encarar sin miedo, y que solamente podemos conocer al estudiar los casos actuales, es decir, estudiando a los que acaban de transponerla, sean ilustres o no.
El marqués de Saint-Paul
Fallecido en 1860; evocado a pedido de su hermana, miembro de la Sociedad, el 16 de mayo de 1861.
1. Evocación. –Resp. Estoy aquí.
2. Vuestra hermana nos ha solicitado que os evocásemos; aunque ella sea médium, no está aún lo suficientemente desarrollada como para sentirse segura de sí misma. –Resp. Trataré de responder de la mejor manera posible.
3. En primer lugar, ella desea saber si sois feliz. –Resp. Estoy errante, y este estado transitorio nunca proporciona la felicidad ni el castigo absolutos.
4. ¿Habéis demorado mucho en reconoceros? –Resp. He permanecido bastante tiempo en turbación, y he conseguido salir de la misma para bendecir la piedad de los que no me olvidaron y oraron por mí.
5. ¿Podéis apreciar la duración de esa turbación? –Resp. No.
6. ¿Cuáles han sido los parientes que habéis reconocido primero? –Resp. He reconocido a mi madre y a mi padre, quienes me han recibido al despertar; ellos me han iniciado en la nueva vida.
7. ¿A qué se debe que al fin de vuestra enfermedad parecía que conversabais con quienes habéis amado en la Tierra? –Resp. Porque antes de morir tuve la revelación del mundo en que iba a habitar. Podía verlo antes de morir, y mis ojos sólo se velaron en el momento de la separación definitiva del cuerpo, debido a que los lazos carnales eran todavía muy vigorosos.
Nota – Ese fenómeno del desprendimiento anticipado del alma es muy frecuente. Antes de morir, muchas personas entrevén el mundo de los Espíritus; sin duda, es para aliviar a través de la esperanza el pesar de dejar la vida. Pero el Espíritu agrega que sus ojos se velaron durante la separación; en efecto, es lo que siempre tiene lugar. En ese momento, el Espíritu, al perder la conciencia de sí mismo, nunca es testigo del último suspiro del cuerpo, y la separación se opera sin que él se dé cuenta de la misma. Las propias convulsiones de la agonía son un efecto meramente físico, cuya sensación el Espíritu casi nunca experimenta; decimos casi, porque puede suceder que esos últimos dolores sean infligidos como castigo.
8. ¿Cómo se explica que vuestros recuerdos de la infancia parecían veniros, con preferencia, a la memoria? –Resp. Porque el principio está más relacionado con el fin que con el medio de la existencia.
9. ¿Qué deseáis decirnos con esto? –Resp. Que los moribundos recuerdan y ven, como en un espejismo de consuelo, la pureza infantil de sus primeros años.
Nota – Es probablemente por un motivo providencial similar que los ancianos, a medida que se aproximan al término de la existencia, tienen a veces un recuerdo tan preciso de los mínimos detalles de sus primeros años.
10. Cuando os referíais a vuestro cuerpo, ¿por qué hablabais siempre en tercera persona? –Resp. Porque yo veía –como os he dicho– y percibía nítidamente las diferencias que existen entre lo físico y lo moral; estas diferencias, ligadas entre sí por el fluido vital, son vistas con mucha nitidez por los moribundos clarividentes.
Nota – He aquí una particularidad singular que ha presentado la muerte de este caballero. En sus últimos momentos repetía: «Él tiene sed; es necesario darle de beber. Él tiene frío; hay que darle calor. Él tiene un dolor en tal parte, etc.» Y cuando alguien le decía: «Pero sois vos quien tiene sed», respondía: «No, es él». Aquí se distinguen perfectamente las dos existencias: el yo pensante está en el Espíritu y no en el cuerpo; el Espíritu, ya parcialmente desprendido, consideraba al cuerpo como otra individualidad, que no era él propiamente hablando. Por lo tanto, era a su cuerpo al que había que darle de beber, y no al Espíritu.
11. Lo que habéis dicho sobre vuestro estado errante, y acerca de la duración de vuestra turbación, nos lleva a creer que no sois muy feliz, aunque vuestras cualidades deberían hacer suponer lo contrario. Por lo demás, hay Espíritus errantes que son felices, así como los hay desdichados. –Resp. Estoy en un estado transitorio; las virtudes humanas adquieren aquí su verdadero valor. Indudablemente mi estado es mil veces preferible al de la encarnación terrena; pero como siempre he nutrido en mí aspiraciones al verdadero bien y a lo verdaderamente bello, mi alma sólo estará satisfecha cuando se eleve a los pies del Creador.
El marqués de Saint-Paul
Fallecido en 1860; evocado a pedido de su hermana, miembro de la Sociedad, el 16 de mayo de 1861.
1. Evocación. –Resp. Estoy aquí.
2. Vuestra hermana nos ha solicitado que os evocásemos; aunque ella sea médium, no está aún lo suficientemente desarrollada como para sentirse segura de sí misma. –Resp. Trataré de responder de la mejor manera posible.
3. En primer lugar, ella desea saber si sois feliz. –Resp. Estoy errante, y este estado transitorio nunca proporciona la felicidad ni el castigo absolutos.
4. ¿Habéis demorado mucho en reconoceros? –Resp. He permanecido bastante tiempo en turbación, y he conseguido salir de la misma para bendecir la piedad de los que no me olvidaron y oraron por mí.
5. ¿Podéis apreciar la duración de esa turbación? –Resp. No.
6. ¿Cuáles han sido los parientes que habéis reconocido primero? –Resp. He reconocido a mi madre y a mi padre, quienes me han recibido al despertar; ellos me han iniciado en la nueva vida.
7. ¿A qué se debe que al fin de vuestra enfermedad parecía que conversabais con quienes habéis amado en la Tierra? –Resp. Porque antes de morir tuve la revelación del mundo en que iba a habitar. Podía verlo antes de morir, y mis ojos sólo se velaron en el momento de la separación definitiva del cuerpo, debido a que los lazos carnales eran todavía muy vigorosos.
Nota – Ese fenómeno del desprendimiento anticipado del alma es muy frecuente. Antes de morir, muchas personas entrevén el mundo de los Espíritus; sin duda, es para aliviar a través de la esperanza el pesar de dejar la vida. Pero el Espíritu agrega que sus ojos se velaron durante la separación; en efecto, es lo que siempre tiene lugar. En ese momento, el Espíritu, al perder la conciencia de sí mismo, nunca es testigo del último suspiro del cuerpo, y la separación se opera sin que él se dé cuenta de la misma. Las propias convulsiones de la agonía son un efecto meramente físico, cuya sensación el Espíritu casi nunca experimenta; decimos casi, porque puede suceder que esos últimos dolores sean infligidos como castigo.
8. ¿Cómo se explica que vuestros recuerdos de la infancia parecían veniros, con preferencia, a la memoria? –Resp. Porque el principio está más relacionado con el fin que con el medio de la existencia.
9. ¿Qué deseáis decirnos con esto? –Resp. Que los moribundos recuerdan y ven, como en un espejismo de consuelo, la pureza infantil de sus primeros años.
Nota – Es probablemente por un motivo providencial similar que los ancianos, a medida que se aproximan al término de la existencia, tienen a veces un recuerdo tan preciso de los mínimos detalles de sus primeros años.
10. Cuando os referíais a vuestro cuerpo, ¿por qué hablabais siempre en tercera persona? –Resp. Porque yo veía –como os he dicho– y percibía nítidamente las diferencias que existen entre lo físico y lo moral; estas diferencias, ligadas entre sí por el fluido vital, son vistas con mucha nitidez por los moribundos clarividentes.
Nota – He aquí una particularidad singular que ha presentado la muerte de este caballero. En sus últimos momentos repetía: «Él tiene sed; es necesario darle de beber. Él tiene frío; hay que darle calor. Él tiene un dolor en tal parte, etc.» Y cuando alguien le decía: «Pero sois vos quien tiene sed», respondía: «No, es él». Aquí se distinguen perfectamente las dos existencias: el yo pensante está en el Espíritu y no en el cuerpo; el Espíritu, ya parcialmente desprendido, consideraba al cuerpo como otra individualidad, que no era él propiamente hablando. Por lo tanto, era a su cuerpo al que había que darle de beber, y no al Espíritu.
11. Lo que habéis dicho sobre vuestro estado errante, y acerca de la duración de vuestra turbación, nos lleva a creer que no sois muy feliz, aunque vuestras cualidades deberían hacer suponer lo contrario. Por lo demás, hay Espíritus errantes que son felices, así como los hay desdichados. –Resp. Estoy en un estado transitorio; las virtudes humanas adquieren aquí su verdadero valor. Indudablemente mi estado es mil veces preferible al de la encarnación terrena; pero como siempre he nutrido en mí aspiraciones al verdadero bien y a lo verdaderamente bello, mi alma sólo estará satisfecha cuando se eleve a los pies del Creador.
Henri Mondeux
(Sociedad Espírita Parisiense; 26 de abril de 1861.)
Los periódicos han anunciado en febrero último la muerte súbita del pastor de ganado Henri Mondeux, el célebre calculador, que ha fallecido con aproximadamente 34 años de edad de un ataque de apoplejía, en los primeros días de febrero de 1861, dentro de una diligencia en la que se encontraba viajando en la ciudad de Condom (Gers). Había nacido en Turena y, desde los diez años, se hizo notar por la prodigiosa facilidad con la que resolvía mentalmente las más complicadas cuestiones de Aritmética, aunque fuese completamente analfabeto y sin haber hecho ningún estudio especial. Luego atrajo la atención y muchas personas iban a verlo mientras pastoreaba los rebaños; los visitantes se entretenían al proponerle problemas, lo que le proporcionaba un pequeño lucro. Recordaban aún al pastor napolitano de ganado, Vito Mangiamele que, pocos años antes, había presentado un fenómeno semejante. Un profesor de Matemáticas del Colegio de Tours pensó que un don natural tan notable debería dar resultados sorprendentes si fuese ayudado; en consecuencia, se dedicó a la tarea de instruirlo, pero no tardó en percibir que estaba en contacto con una de las naturalezas más refractarias; en efecto, a la edad de 16 años, sabía apenas leer y escribir vulgarmente y –cosa singular– jamás el profesor consiguió hacer que Henri recordara los nombres de las figuras geométricas elementales, de modo que su facultad estaba completamente circunscripta a las combinaciones numéricas; por lo tanto, era un calculador, pero no un matemático. Otra singularidad es que él nunca pudo ajustarse a nuestras fórmulas de cálculo: ni siquiera las comprendía; tenía su propia manera de hacerlo, la cual jamás pudo explicar de forma clara, porque probablemente él mismo no la entendía. Tenía, sobre todo, una memoria prodigiosa para los números; decimos para los números y no para los guarismos, porque la visión de los guarismos lo confundía más de lo que lo ayudaba. Él prefería que los problemas fuesen propuestos verbalmente en vez de por escrito.
En resumen, tal es el resultado de las observaciones que nosotros mismos hemos hecho del joven Mondeux, y que en su época nos han proporcionado el tema de una Memoria, leída en la Sociedad Frenológica de París.
Una facultad tan exclusiva, aunque llevada al límite extremo, no podía abrirle ninguna carrera, porque ni mismo podría ser contador en una casa comercial, y su profesor se asustaba con esto, y con toda la razón; éste casi se recriminaba por haberlo retirado de sus vacas y se preguntaba qué sería de Henri cuando los años lo hubiesen privado del interés que había suscitado, sobre todo debido a su edad. Lo hemos perdido de vista hace 18 años; parece que encontró medios de subsistencia dando sesiones de ciudad en ciudad.
1. Evocación. –Resp. 4 más 3 son 7, en los otros mundos como en éste.
2. Hubiésemos querido evocaros un poco después de vuestra muerte, pero nos han dicho que no estabais en estado de responderos; ¿parece que ahora lo estáis? –Resp. Yo os esperaba.
3. Probablemente no os acordáis de mí, aunque yo haya tenido la ocasión de conoceros muy particularmente en Prusia, e incluso asistir a vuestras sesiones. En cuanto a mí, aún me parece veros, así como al profesor de Matemáticas que os acompañaba y que me ha dado sobre vos y acerca de vuestra facultad valiosas informaciones. –Resp. Todo esto es para que os diga que me acuerdo de vos, pero solamente hoy en que mis ideas están lúcidas.
4. ¿De dónde provenía la extraña facultad de que erais dotado? –Resp. ¡Ah!, he aquí la pregunta que yo sabía que me ibais a hacer. Uno comienza diciendo: Yo os conocía, os había visto, erais notable y, en fin, explicadme de qué se trata lo vuestro. ¡Pues bien! Yo tenía la facultad de leer en mi Espíritu los cálculos inmediatos de un problema; se podría decir que un Espíritu me mostraba la solución: yo tenía solamente que leerla; yo era médium vidente y calculador y, con todo esto –es preciso decirlo–, era también una pequeña tabla de cálculos.
5. Por lo que me acuerdo, no teníais cuando encarnado esta índole bromista y mordaz; erais hasta un poco grave. –Resp. Es porque la facultad ha sido totalmente empleada en esto, y nada más restaba para otras cosas.
6. ¿Cómo se explica que esta facultad, tan desarrollada para el cálculo, era tan incompleta para las otras partes más elementales de las Matemáticas? –Resp. En fin, yo era un tonto, ¿no es cierto? Decidlo, que lo habré de entender; pero sabed que aquí no tengo más que desarrollar mi facultad para los números, y ella se desarrolla rápidamente para otras cosas.
7. No tenéis más que desarrollarla para los números... (El Espíritu escribe sin esperar el final de la pregunta.) –Resp. Es decir, Dios nos ha dado a todos una misión: Tú –me ha dicho Él–, deja atónitos a los eruditos matemáticos; te haré parecer falto de inteligencia para que ellos se queden más impresionados; derrota todos sus cálculos yvhaz que ellos se pregunten: ¿Pero qué tiene él más que nosotros? ¿Qué hay de más fuerte que el estudio? Dios quería llevarlos a que busquen más allá del cuerpo, porque ¿qué existe de más material que un número?
8. ¿Qué habéis sido en otras existencias? –Resp. He sido encargado de mostrar otras cosas.
9. ¿Era siempre con relación a las Matemáticas? –Resp. Sin duda, puesto que es mi especialidad.
10. Yo había preparado la formulación de algunos problemas, a fin de saber si aún teníais la misma facultad; pero de acuerdo con lo que decís, pienso que no es más necesario. –Resp. Pero no tengo más soluciones para dar; no puedo más hacerlo; el instrumento es malo, porque no es un matemático.
11. ¿No podríais vencer esa dificultad? –Resp. ¡Ah!, nada es invencible; la propia Sebastopol ha sido tomada. ¡Pero qué diferencia!
12. ¿En qué os ocupáis ahora? –Resp. ¿Queréis saber a qué me dedico? Paseo y espero un poco, antes de recomenzar mi camino como médium, que debe continuar.
13. ¿En qué género pensáis ejercer esta facultad medianímica? –Resp. Siempre la misma, pero más desarrollada, más admirable.
14. (Un miembro hace la siguiente reflexión): Se deduce de las respuestas del Espíritu que él obró como médium en la Tierra, lo que presupone que ha sido ayudado por otro Espíritu, lo que explicaría por qué hoy no goza más de esa facultad. –Resp. Es que mi Espíritu ha sido expresamente preparado para ver los números que otros Espíritus me pasaban. Captaba mejor de lo que lo haríais; tenía disposición para los cálculos, ya que era en ese género que me ejercitaba. Se buscan todos los medios para convencer; todos son buenos, pequeños y grandes, y los Espíritus se sirven de todos los medios.
15. ¿Habéis hecho fortuna con vuestra facultad, al recorrer el mundo dando sesiones? –Resp. ¡Oh, preguntar si un médium hace fortuna! Os confundís de camino; claro que no.
16. Pero no os considerabais como médium; ni mismo sabíais lo que era. –Resp. No. También me admiraba de que me sirviese tan poco pecuniariamente; me sirvió moralmente, y prefiero mi activo –escrito en el gran libro de Dios– a las rentas que habría obtenido del Estado.
17. Os agradecemos por haber tenido a bien responder a nuestro llamado. –Resp. Habéis cambiado de opinión sobre mí.
18. No la he cambiado; siempre he tenido mucha estima por vos. –Resp. Felizmente yo resolvía las cuestiones, sin lo cual no me habríais notado.
Nota – Como se sabe, la identidad de los Espíritus es lo más difícil de constatar; en general, la misma se revela por circunstancias y detalles imprevistos, por matices delicados que sólo una observación atenta puede captar, y que frecuentemente prueban más que los signos materiales, que son siempre fáciles de imitar por los Espíritus embusteros; entretanto, éstos no pueden simular las capacidades intelectuales o las cualidades morales que les faltan. Se podría dudar, pues, de la identidad en esa circunstancia sin la explicación muy lógica que el Espíritu da de la diferencia que existe entre su carácter actual y el que ha mostrado cuando encarnado, porque la respuesta numérica que él dio en la evocación no puede ser considerada como una prueba auténtica. Cualquiera que fuere la opinión que se pueda formar acerca de la evocación anterior, no se puede negar que, al lado de pensamientos jocosos, ésta contiene pensamientos muy profundos; sobre todo, las respuestas a las preguntas 7 y 16 son notables al respecto. De ellas resalta igualmente, así como de las respuestas dadas por otros Espíritus, que el Espíritu Mondeux tiene una predisposición para las Matemáticas; que ejerció esa facultad en otras existencias –lo que es probable–, pero que no perteneció a ninguna de las celebridades de la Ciencia. Difícilmente se concebiría que un verdadero sabio fuese reducido a hacer proezas de cálculos para divertir al público, sin alcance y sin utilidad científicas. Habría muchos motivos más para dudar de su identidad si se hubiese hecho pasar por Newton o por Laplace.
(Sociedad Espírita Parisiense; 26 de abril de 1861.)
Los periódicos han anunciado en febrero último la muerte súbita del pastor de ganado Henri Mondeux, el célebre calculador, que ha fallecido con aproximadamente 34 años de edad de un ataque de apoplejía, en los primeros días de febrero de 1861, dentro de una diligencia en la que se encontraba viajando en la ciudad de Condom (Gers). Había nacido en Turena y, desde los diez años, se hizo notar por la prodigiosa facilidad con la que resolvía mentalmente las más complicadas cuestiones de Aritmética, aunque fuese completamente analfabeto y sin haber hecho ningún estudio especial. Luego atrajo la atención y muchas personas iban a verlo mientras pastoreaba los rebaños; los visitantes se entretenían al proponerle problemas, lo que le proporcionaba un pequeño lucro. Recordaban aún al pastor napolitano de ganado, Vito Mangiamele que, pocos años antes, había presentado un fenómeno semejante. Un profesor de Matemáticas del Colegio de Tours pensó que un don natural tan notable debería dar resultados sorprendentes si fuese ayudado; en consecuencia, se dedicó a la tarea de instruirlo, pero no tardó en percibir que estaba en contacto con una de las naturalezas más refractarias; en efecto, a la edad de 16 años, sabía apenas leer y escribir vulgarmente y –cosa singular– jamás el profesor consiguió hacer que Henri recordara los nombres de las figuras geométricas elementales, de modo que su facultad estaba completamente circunscripta a las combinaciones numéricas; por lo tanto, era un calculador, pero no un matemático. Otra singularidad es que él nunca pudo ajustarse a nuestras fórmulas de cálculo: ni siquiera las comprendía; tenía su propia manera de hacerlo, la cual jamás pudo explicar de forma clara, porque probablemente él mismo no la entendía. Tenía, sobre todo, una memoria prodigiosa para los números; decimos para los números y no para los guarismos, porque la visión de los guarismos lo confundía más de lo que lo ayudaba. Él prefería que los problemas fuesen propuestos verbalmente en vez de por escrito.
En resumen, tal es el resultado de las observaciones que nosotros mismos hemos hecho del joven Mondeux, y que en su época nos han proporcionado el tema de una Memoria, leída en la Sociedad Frenológica de París.
Una facultad tan exclusiva, aunque llevada al límite extremo, no podía abrirle ninguna carrera, porque ni mismo podría ser contador en una casa comercial, y su profesor se asustaba con esto, y con toda la razón; éste casi se recriminaba por haberlo retirado de sus vacas y se preguntaba qué sería de Henri cuando los años lo hubiesen privado del interés que había suscitado, sobre todo debido a su edad. Lo hemos perdido de vista hace 18 años; parece que encontró medios de subsistencia dando sesiones de ciudad en ciudad.
1. Evocación. –Resp. 4 más 3 son 7, en los otros mundos como en éste.
2. Hubiésemos querido evocaros un poco después de vuestra muerte, pero nos han dicho que no estabais en estado de responderos; ¿parece que ahora lo estáis? –Resp. Yo os esperaba.
3. Probablemente no os acordáis de mí, aunque yo haya tenido la ocasión de conoceros muy particularmente en Prusia, e incluso asistir a vuestras sesiones. En cuanto a mí, aún me parece veros, así como al profesor de Matemáticas que os acompañaba y que me ha dado sobre vos y acerca de vuestra facultad valiosas informaciones. –Resp. Todo esto es para que os diga que me acuerdo de vos, pero solamente hoy en que mis ideas están lúcidas.
4. ¿De dónde provenía la extraña facultad de que erais dotado? –Resp. ¡Ah!, he aquí la pregunta que yo sabía que me ibais a hacer. Uno comienza diciendo: Yo os conocía, os había visto, erais notable y, en fin, explicadme de qué se trata lo vuestro. ¡Pues bien! Yo tenía la facultad de leer en mi Espíritu los cálculos inmediatos de un problema; se podría decir que un Espíritu me mostraba la solución: yo tenía solamente que leerla; yo era médium vidente y calculador y, con todo esto –es preciso decirlo–, era también una pequeña tabla de cálculos.
5. Por lo que me acuerdo, no teníais cuando encarnado esta índole bromista y mordaz; erais hasta un poco grave. –Resp. Es porque la facultad ha sido totalmente empleada en esto, y nada más restaba para otras cosas.
6. ¿Cómo se explica que esta facultad, tan desarrollada para el cálculo, era tan incompleta para las otras partes más elementales de las Matemáticas? –Resp. En fin, yo era un tonto, ¿no es cierto? Decidlo, que lo habré de entender; pero sabed que aquí no tengo más que desarrollar mi facultad para los números, y ella se desarrolla rápidamente para otras cosas.
7. No tenéis más que desarrollarla para los números... (El Espíritu escribe sin esperar el final de la pregunta.) –Resp. Es decir, Dios nos ha dado a todos una misión: Tú –me ha dicho Él–, deja atónitos a los eruditos matemáticos; te haré parecer falto de inteligencia para que ellos se queden más impresionados; derrota todos sus cálculos yvhaz que ellos se pregunten: ¿Pero qué tiene él más que nosotros? ¿Qué hay de más fuerte que el estudio? Dios quería llevarlos a que busquen más allá del cuerpo, porque ¿qué existe de más material que un número?
8. ¿Qué habéis sido en otras existencias? –Resp. He sido encargado de mostrar otras cosas.
9. ¿Era siempre con relación a las Matemáticas? –Resp. Sin duda, puesto que es mi especialidad.
10. Yo había preparado la formulación de algunos problemas, a fin de saber si aún teníais la misma facultad; pero de acuerdo con lo que decís, pienso que no es más necesario. –Resp. Pero no tengo más soluciones para dar; no puedo más hacerlo; el instrumento es malo, porque no es un matemático.
11. ¿No podríais vencer esa dificultad? –Resp. ¡Ah!, nada es invencible; la propia Sebastopol ha sido tomada. ¡Pero qué diferencia!
12. ¿En qué os ocupáis ahora? –Resp. ¿Queréis saber a qué me dedico? Paseo y espero un poco, antes de recomenzar mi camino como médium, que debe continuar.
13. ¿En qué género pensáis ejercer esta facultad medianímica? –Resp. Siempre la misma, pero más desarrollada, más admirable.
14. (Un miembro hace la siguiente reflexión): Se deduce de las respuestas del Espíritu que él obró como médium en la Tierra, lo que presupone que ha sido ayudado por otro Espíritu, lo que explicaría por qué hoy no goza más de esa facultad. –Resp. Es que mi Espíritu ha sido expresamente preparado para ver los números que otros Espíritus me pasaban. Captaba mejor de lo que lo haríais; tenía disposición para los cálculos, ya que era en ese género que me ejercitaba. Se buscan todos los medios para convencer; todos son buenos, pequeños y grandes, y los Espíritus se sirven de todos los medios.
15. ¿Habéis hecho fortuna con vuestra facultad, al recorrer el mundo dando sesiones? –Resp. ¡Oh, preguntar si un médium hace fortuna! Os confundís de camino; claro que no.
16. Pero no os considerabais como médium; ni mismo sabíais lo que era. –Resp. No. También me admiraba de que me sirviese tan poco pecuniariamente; me sirvió moralmente, y prefiero mi activo –escrito en el gran libro de Dios– a las rentas que habría obtenido del Estado.
17. Os agradecemos por haber tenido a bien responder a nuestro llamado. –Resp. Habéis cambiado de opinión sobre mí.
18. No la he cambiado; siempre he tenido mucha estima por vos. –Resp. Felizmente yo resolvía las cuestiones, sin lo cual no me habríais notado.
Nota – Como se sabe, la identidad de los Espíritus es lo más difícil de constatar; en general, la misma se revela por circunstancias y detalles imprevistos, por matices delicados que sólo una observación atenta puede captar, y que frecuentemente prueban más que los signos materiales, que son siempre fáciles de imitar por los Espíritus embusteros; entretanto, éstos no pueden simular las capacidades intelectuales o las cualidades morales que les faltan. Se podría dudar, pues, de la identidad en esa circunstancia sin la explicación muy lógica que el Espíritu da de la diferencia que existe entre su carácter actual y el que ha mostrado cuando encarnado, porque la respuesta numérica que él dio en la evocación no puede ser considerada como una prueba auténtica. Cualquiera que fuere la opinión que se pueda formar acerca de la evocación anterior, no se puede negar que, al lado de pensamientos jocosos, ésta contiene pensamientos muy profundos; sobre todo, las respuestas a las preguntas 7 y 16 son notables al respecto. De ellas resalta igualmente, así como de las respuestas dadas por otros Espíritus, que el Espíritu Mondeux tiene una predisposición para las Matemáticas; que ejerció esa facultad en otras existencias –lo que es probable–, pero que no perteneció a ninguna de las celebridades de la Ciencia. Difícilmente se concebiría que un verdadero sabio fuese reducido a hacer proezas de cálculos para divertir al público, sin alcance y sin utilidad científicas. Habría muchos motivos más para dudar de su identidad si se hubiese hecho pasar por Newton o por Laplace.
La Sra. Anaïs de Gourdon
Esta mujer muy joven, notable por la dulzura de su carácter y por las más eminentes cualidades morales, falleció en noviembre de 1860; fue evocada a pedido de su padre y de su marido. Ella pertenecía a una familia de trabajadores de las minas de carbón en los alrededores de Saint-Étienne, circunstancia importante para apreciar su evocación.
1. Evocación. –Resp. Estoy aquí.
2. Vuestro marido y vuestro padre me han solicitado que os llamara, y se sentirán muy felices si obtuviesen una comunicación vuestra. –Resp. También estoy muy feliz en poder darla.
3. ¿Por qué habéis sido retirada tan joven del seno de vuestra familia? –Resp. Porque terminé mis pruebas terrenales.
4. ¿Vais a verlos algunas veces? –Resp. ¡Oh!, estoy incesantemente junto a ellos.
5. ¿Sois feliz como Espíritu? –Resp. Soy feliz. Confío, espero y amo; los Cielos no me causan temor, y espero con confianza y amor que las blancas alas me conduzcan.
6. ¿Qué entendéis por esas alas? –Resp. Entiendo con ello que llegaré a ser Espíritu puro y que he de resplandecer como los mensajeros celestiales que me deslumbran.
Nota – Las alas de los ángeles, arcángeles y serafines, que son Espíritus puros, no son evidentemente más que un atributo imaginado por los hombres para describir la rapidez con la cual aquellos se trasladan, porque su naturaleza etérea prescinde de todo sostén para recorrer los espacios. Entretanto, pueden aparecer a los hombres con ese accesorio para responder a sus pensamientos, así como otros Espíritus toman la apariencia que tenían en la Tierra para hacerse reconocer.
7. ¿Veis a vuestro cuñado, fallecido hace algún tiempo, al cual hemos evocado el año pasado? –Resp. Lo he visto cuando llegué entre los Espíritus; no lo veo más ahora.
8. ¿Por qué no lo veis más? –Resp. No sé nada al respecto.
9. ¿Pueden vuestros parientes hacer algo que os sea agradable? –Resp. Estos seres queridos pueden dejar de entristecerme con su pesar, ya que saben que no me han perdido; que mi recuerdo les sea sereno, suave y perfumado en su memoria. He pasado como una flor, y nada triste debe quedar de mi rápido paso.
10. ¿Cómo se explica que vuestro lenguaje sea tan poético y que esté tan poco relacionado con la posición que teníais en la Tierra? –Resp. Es mi alma la que habla. Sí, tenía conocimientos adquiridos, y frecuentemente Dios permite que Espíritus delicados se encarnen entre las personas más rudas para hacerlas presentir las delicadezas que alcanzarán y que comprenderán más tarde.
Nota – Sin esta explicación tan lógica y tan acorde con la solicitud de Dios para con sus criaturas, difícilmente nos daríamos cuenta de lo que, a primera vista, podría parecer una anomalía. En efecto, ¿qué hay de más encantador y poético que el lenguaje del Espíritu de esa joven señora, educada en medio de los más rudos trabajos? A menudo se observa lo contrario: Espíritus inferiores, encarnados entre hombres más adelantados, pero con un objetivo opuesto. Para su propio adelanto, Dios los pone en contacto con un medio esclarecido, y algunas veces también para servir de prueba a este mismo medio. ¿Qué otra filosofía puede resolver tales problemas?
Esta mujer muy joven, notable por la dulzura de su carácter y por las más eminentes cualidades morales, falleció en noviembre de 1860; fue evocada a pedido de su padre y de su marido. Ella pertenecía a una familia de trabajadores de las minas de carbón en los alrededores de Saint-Étienne, circunstancia importante para apreciar su evocación.
1. Evocación. –Resp. Estoy aquí.
2. Vuestro marido y vuestro padre me han solicitado que os llamara, y se sentirán muy felices si obtuviesen una comunicación vuestra. –Resp. También estoy muy feliz en poder darla.
3. ¿Por qué habéis sido retirada tan joven del seno de vuestra familia? –Resp. Porque terminé mis pruebas terrenales.
4. ¿Vais a verlos algunas veces? –Resp. ¡Oh!, estoy incesantemente junto a ellos.
5. ¿Sois feliz como Espíritu? –Resp. Soy feliz. Confío, espero y amo; los Cielos no me causan temor, y espero con confianza y amor que las blancas alas me conduzcan.
6. ¿Qué entendéis por esas alas? –Resp. Entiendo con ello que llegaré a ser Espíritu puro y que he de resplandecer como los mensajeros celestiales que me deslumbran.
Nota – Las alas de los ángeles, arcángeles y serafines, que son Espíritus puros, no son evidentemente más que un atributo imaginado por los hombres para describir la rapidez con la cual aquellos se trasladan, porque su naturaleza etérea prescinde de todo sostén para recorrer los espacios. Entretanto, pueden aparecer a los hombres con ese accesorio para responder a sus pensamientos, así como otros Espíritus toman la apariencia que tenían en la Tierra para hacerse reconocer.
7. ¿Veis a vuestro cuñado, fallecido hace algún tiempo, al cual hemos evocado el año pasado? –Resp. Lo he visto cuando llegué entre los Espíritus; no lo veo más ahora.
8. ¿Por qué no lo veis más? –Resp. No sé nada al respecto.
9. ¿Pueden vuestros parientes hacer algo que os sea agradable? –Resp. Estos seres queridos pueden dejar de entristecerme con su pesar, ya que saben que no me han perdido; que mi recuerdo les sea sereno, suave y perfumado en su memoria. He pasado como una flor, y nada triste debe quedar de mi rápido paso.
10. ¿Cómo se explica que vuestro lenguaje sea tan poético y que esté tan poco relacionado con la posición que teníais en la Tierra? –Resp. Es mi alma la que habla. Sí, tenía conocimientos adquiridos, y frecuentemente Dios permite que Espíritus delicados se encarnen entre las personas más rudas para hacerlas presentir las delicadezas que alcanzarán y que comprenderán más tarde.
Nota – Sin esta explicación tan lógica y tan acorde con la solicitud de Dios para con sus criaturas, difícilmente nos daríamos cuenta de lo que, a primera vista, podría parecer una anomalía. En efecto, ¿qué hay de más encantador y poético que el lenguaje del Espíritu de esa joven señora, educada en medio de los más rudos trabajos? A menudo se observa lo contrario: Espíritus inferiores, encarnados entre hombres más adelantados, pero con un objetivo opuesto. Para su propio adelanto, Dios los pone en contacto con un medio esclarecido, y algunas veces también para servir de prueba a este mismo medio. ¿Qué otra filosofía puede resolver tales problemas?
___________
11. Evocación del joven Gourdon Hijo Mayor, ya evocado en 1860. –Resp. Estoy aquí.
12. ¿Recordáis que ya fuisteis llamado por mí? –Resp. Sí, perfectamente.
13. ¿Cómo se explica que vuestra cuñada no os ve más? –Resp. Ella se ha elevado.
Nota – A esta pregunta ella había respondido: «No sé nada al respecto», sin duda por modestia. Ahora esto se explica: ella pertenece, al ser de una naturaleza superior, a un orden más elevado, mientras que él aún está retenido en la Tierra. Siguen caminos diferentes.
14. ¿Cuáles han sido vuestras ocupaciones desde esa época? –Resp. He avanzado en la vía de los conocimientos, escuchando las instrucciones de nuestros guías.
15. Por favor, ¿podríais dar una comunicación para vuestro padre, que estará muy feliz con la misma? Padre querido, no creas que tus hijos están perdidos y no sufras al mirar nuestros lugares vacíos. Yo también espero y no tengo ninguna impaciencia, porque sé que los días que pasan son otros tantos escalones ascendidos que nos aproximan uno al otro. Ten seriedad y recogimiento, pero no tengas tristeza, porque la tristeza es un reproche mudo dirigido a Dios, que quiere ser alabado en sus obras. Además, ¿por qué sufrir en esta triste existencia, donde todo se apaga, excepto el bien o el mal que hacemos? Padre querido, ¡coraje y confianza!
Nota – La primera evocación de este joven fue marcada por los mismos sentimientos de piedad filial y de elevación. Dicha evocación había sido un inmenso consuelo para sus padres, que no podían soportar su pérdida. Se comprende que debe haber sucedido lo mismo con la evocación de la joven señora.
12. ¿Recordáis que ya fuisteis llamado por mí? –Resp. Sí, perfectamente.
13. ¿Cómo se explica que vuestra cuñada no os ve más? –Resp. Ella se ha elevado.
Nota – A esta pregunta ella había respondido: «No sé nada al respecto», sin duda por modestia. Ahora esto se explica: ella pertenece, al ser de una naturaleza superior, a un orden más elevado, mientras que él aún está retenido en la Tierra. Siguen caminos diferentes.
14. ¿Cuáles han sido vuestras ocupaciones desde esa época? –Resp. He avanzado en la vía de los conocimientos, escuchando las instrucciones de nuestros guías.
15. Por favor, ¿podríais dar una comunicación para vuestro padre, que estará muy feliz con la misma? Padre querido, no creas que tus hijos están perdidos y no sufras al mirar nuestros lugares vacíos. Yo también espero y no tengo ninguna impaciencia, porque sé que los días que pasan son otros tantos escalones ascendidos que nos aproximan uno al otro. Ten seriedad y recogimiento, pero no tengas tristeza, porque la tristeza es un reproche mudo dirigido a Dios, que quiere ser alabado en sus obras. Además, ¿por qué sufrir en esta triste existencia, donde todo se apaga, excepto el bien o el mal que hacemos? Padre querido, ¡coraje y confianza!
Nota – La primera evocación de este joven fue marcada por los mismos sentimientos de piedad filial y de elevación. Dicha evocación había sido un inmenso consuelo para sus padres, que no podían soportar su pérdida. Se comprende que debe haber sucedido lo mismo con la evocación de la joven señora.
Efectos de la desesperación
Muerte del Sr. Laferrière, miembro del Instituto. – Suicidio del Sr. Léon L... – La viuda y el médico.
Serían necesarios varios volúmenes para registrar todos los accidentes funestos causados por la desesperación, si sólo tomásemos aquellos que llegan al conocimiento del público. ¡Cuántos suicidios, enfermedades, muertes involuntarias, casos de locura, actos de venganza y hasta crímenes produce la desesperación todos los días! Una estadística muy instructiva sería la de las causas primeras que han llevado a los trastornos cerebrales, y se vería que la desesperación entra, por lo menos, con las cuatro quintas partes de los casos; pero no es de esto que nos queremos ocupar hoy. Citamos aquí dos hechos registrados en los diarios, no a título de novedades, sino como temas de observación.
En Le Siècle (El Siglo) del 17 de febrero último leemos el relato de las exequias del Sr. Laferrière:
«El martes pasado llevábamos a su última morada, con algunos amigos entristecidos, a una joven de veinte años, arrebatada por una enfermedad de algunos días. El padre de esta hija única era el Sr. Laferrière, miembro del Instituto, inspector general de las Facultades de Derecho. El exceso de dolor fulminó a este padre infeliz, y la resignación de la fe del cristiano fue impotente para consolarlo.
«En un espacio de 36 horas, la muerte dio un segundo golpe y, la misma semana que había separado padre e hija, los reunió. Una numerosa y consternada multitud seguía hoy el ataúd del Sr. Laferrière.»
Dice el diario que el Sr. Laferrière tenía sentimientos religiosos, y preferimos creerlo así, porque no se debe pensar que todos los eruditos sean materialistas; sin embargo, esos sentimientos no le impidieron sucumbir a su desesperación. Estamos convencidos de que si él tuviese ideas menos vagas y más positivas sobre el futuro, como las que da el Espiritismo; si hubiera creído en la presencia de su hija junto a él; si hubiese tenido el consuelo de comunicarse con ella, habría comprendido que no estaba separado de la misma sino materialmente y por un tiempo determinado, y habría tenido paciencia, confiando en la voluntad de Dios en lo que respecta al momento de juntarse con ella; él se habría calmado ante la idea de que su propia desesperación era una causa de perturbación para la felicidad del objeto de su afecto.
Estas reflexiones se aplican, aún con más razón, al siguiente hecho que leemos en Le Siècle del 1º de marzo pasado:
«El Sr. Léon L..., de 25 años, jefe de carruajes de Villemomble a París, se había casado hace aproximadamente dos años con una joven a quien amaba con pasión. El nacimiento de un hijo –hoy con un año de edad– vino a estrechar aún más los lazos de afecto entre los esposos; como sus negocios prosperaban, todo parecía presagiarle un largo futuro de felicidad.
«Hace algunos meses la Sra. de L... fue súbitamente acometida por una fiebre tifoidea, y a pesar de los más asiduos cuidados y de todos los recursos de la Ciencia, falleció en poco tiempo. A partir de ese momento, el Sr. L... fue tomado de tal melancolía que nada conseguía distraerlo. Muchas veces se le oía decir que la vida era odiosa para él y que iría juntarse con aquella que había llevado toda su felicidad.
«Ayer, al regresar de París en su cabriolé, hacia las siete de la tarde, el Sr. L... entregó el carruaje al cuidador de caballos y, sin decir una palabra a nadie, entró a una pieza situada en la planta baja, contigua al comedor. Una hora más tarde, una empleada doméstica vino a avisarle que la cena estaba servida; él respondió que no precisaba de nada; estaba reclinado sobre una mesa, la cabeza apoyada en las manos y parecía tomado de una completa postración.
«La doméstica avisó a los padres, que vinieron a ver a su hijo. Él había perdido el conocimiento. Corrieron a buscar al Dr. Dubois. A su llegada, el médico constató que Léon estaba muerto. Se había envenenado con una fuerte dosis de láudano, que éste había comprado para sus caballos.
«La muerte del joven causó una viva impresión en la región, donde gozaba de estima general.»
El Sr. Léon L... creía indudablemente en la vida futura, pues se mató para ir a encontrarse con su esposa. Si a través del Espiritismo hubiese conocido la situación de los suicidas, él habría sabido que, lejos de acelerar el momento del reencuentro, aquél era un medio infalible de retardarlo.
A estos dos hechos contraponemos el siguiente, que muestra la influencia que pueden tener las creencias espíritas en las resoluciones que toman las personas.
Uno de nuestros corresponsales nos transmite lo siguiente:
«El marido de una Sra. conocida mía falleció, y su muerte fue atribuida a un error médico. La viuda tuvo un tal resentimiento contra este último, que incesantemente lo perseguía con invectivas y amenazas, diciéndole en todas partes donde lo encontraba: “Verdugo, ¡te voy a matar con mis manos!” Esta dama era muy piadosa y muy buena católica; pero, para calmarla, fue en vano que emplearon los recursos de la religión. La situación llegó a tal punto que el médico creyó un deber dirigirse a las autoridades para su propia seguridad.
«El Espiritismo cuenta con numerosos adeptos en la ciudad en que vive esta señora; uno de sus amigos, muy buen espírita, le dijo un día: –¿Qué pensaríais si pudieseis poneros en contacto con vuestro marido? –¡Oh!, dice ella, ¡si yo supiera que esto es posible! Si tuviese la certeza de que no lo he perdido para siempre, me consolaría y esperaría. Poco después le dieron esa prueba; su propio marido vino a darle consejos y consuelos, y a través del lenguaje de éste, ella no tuvo ninguna duda acerca de su presencia junto a sí. Desde entonces se operó una completa revolución en su mente; después de la desesperación llegó la calma, y sus ideas de venganza dieron lugar a la resignación. Ocho días después ella fue a la casa del médico, que se quedó muy intranquilo con esta visita; pero, en lugar de amenazarlo, ella le tendió la mano y le dijo: “Nada temáis, señor; vengo a pediros perdón por el mal que os hice, así como yo os perdono por lo que me habéis hecho involuntariamente. Fue mi propio marido el que me aconsejó la actitud que tomo en este momento; él me dijo que de ninguna manera fuisteis la causa de su muerte. Además, ahora tengo la certeza de que él está cerca mío, de que me ve y vela por mí, y que un día estaremos unidos. De esta forma, señor, no os quedéis más resentido conmigo, así como de mi parte no tengo más resentimientos de vos”.»
No hace falta decir que el médico aceptó con complacencia la reconciliación y quiso saber la causa misteriosa a la cual él debía su tranquilidad desde aquel momento. De ese modo, sin el Espiritismo, esta señora hubiese probablemente cometido un crimen, a pesar de ser religiosa. ¿Esto prueba la inutilidad de la religión? No, de manera alguna; pero muestra la insuficiencia de las ideas que ella da del futuro, presentándolo tan vago que deja en muchas personas una especie de incertidumbre, mientras que el Espiritismo, haciendo conque toquemos el futuro con el dedo –por así decirlo–, hace nacer en el alma una confianza y una seguridad más completas.
Al padre que ha perdido a su hijo; al hijo que ha visto desencarnar a su padre; al marido que ha visto partir a su adorada esposa, ¿qué consuelo da el materialista? Éste dice: Todo acabó; no queda nada del ser que os era tan querido, absolutamente nada, a no ser ese cuerpo que en breve se habrá disuelto; no queda nada de su inteligencia, de sus cualidades morales y de la instrucción que adquirió: todo esto es la nada, y vos habéis perdido a vuestro ser querido para siempre. Pero el espírita dice: De todo eso, nada se ha perdido; todo subsiste; no hay de menos sino la envoltura perecedera, pero el Espíritu, libre de su prisión, está radiante; él está ahí, junto a vos, y os ve, os escucha, os espera. ¡Oh! ¡Cuánto mal hacen los materialistas al inocular con sus sofismas el veneno de la incredulidad! Ellos nunca han amado; de lo contrario, ¿podrían ver con sangre fría a sus afectos reducidos a un montón de polvo? Así, parece que es para ellos que Dios ha reservado los mayores rigores, pues los vemos reducidos a la más deplorable posición en el mundo de los Espíritus, y Dios es tanto menos indulgente para con ellos cuanto más han estado en condiciones de esclarecerse.
Muerte del Sr. Laferrière, miembro del Instituto. – Suicidio del Sr. Léon L... – La viuda y el médico.
Serían necesarios varios volúmenes para registrar todos los accidentes funestos causados por la desesperación, si sólo tomásemos aquellos que llegan al conocimiento del público. ¡Cuántos suicidios, enfermedades, muertes involuntarias, casos de locura, actos de venganza y hasta crímenes produce la desesperación todos los días! Una estadística muy instructiva sería la de las causas primeras que han llevado a los trastornos cerebrales, y se vería que la desesperación entra, por lo menos, con las cuatro quintas partes de los casos; pero no es de esto que nos queremos ocupar hoy. Citamos aquí dos hechos registrados en los diarios, no a título de novedades, sino como temas de observación.
En Le Siècle (El Siglo) del 17 de febrero último leemos el relato de las exequias del Sr. Laferrière:
«El martes pasado llevábamos a su última morada, con algunos amigos entristecidos, a una joven de veinte años, arrebatada por una enfermedad de algunos días. El padre de esta hija única era el Sr. Laferrière, miembro del Instituto, inspector general de las Facultades de Derecho. El exceso de dolor fulminó a este padre infeliz, y la resignación de la fe del cristiano fue impotente para consolarlo.
«En un espacio de 36 horas, la muerte dio un segundo golpe y, la misma semana que había separado padre e hija, los reunió. Una numerosa y consternada multitud seguía hoy el ataúd del Sr. Laferrière.»
Dice el diario que el Sr. Laferrière tenía sentimientos religiosos, y preferimos creerlo así, porque no se debe pensar que todos los eruditos sean materialistas; sin embargo, esos sentimientos no le impidieron sucumbir a su desesperación. Estamos convencidos de que si él tuviese ideas menos vagas y más positivas sobre el futuro, como las que da el Espiritismo; si hubiera creído en la presencia de su hija junto a él; si hubiese tenido el consuelo de comunicarse con ella, habría comprendido que no estaba separado de la misma sino materialmente y por un tiempo determinado, y habría tenido paciencia, confiando en la voluntad de Dios en lo que respecta al momento de juntarse con ella; él se habría calmado ante la idea de que su propia desesperación era una causa de perturbación para la felicidad del objeto de su afecto.
Estas reflexiones se aplican, aún con más razón, al siguiente hecho que leemos en Le Siècle del 1º de marzo pasado:
«El Sr. Léon L..., de 25 años, jefe de carruajes de Villemomble a París, se había casado hace aproximadamente dos años con una joven a quien amaba con pasión. El nacimiento de un hijo –hoy con un año de edad– vino a estrechar aún más los lazos de afecto entre los esposos; como sus negocios prosperaban, todo parecía presagiarle un largo futuro de felicidad.
«Hace algunos meses la Sra. de L... fue súbitamente acometida por una fiebre tifoidea, y a pesar de los más asiduos cuidados y de todos los recursos de la Ciencia, falleció en poco tiempo. A partir de ese momento, el Sr. L... fue tomado de tal melancolía que nada conseguía distraerlo. Muchas veces se le oía decir que la vida era odiosa para él y que iría juntarse con aquella que había llevado toda su felicidad.
«Ayer, al regresar de París en su cabriolé, hacia las siete de la tarde, el Sr. L... entregó el carruaje al cuidador de caballos y, sin decir una palabra a nadie, entró a una pieza situada en la planta baja, contigua al comedor. Una hora más tarde, una empleada doméstica vino a avisarle que la cena estaba servida; él respondió que no precisaba de nada; estaba reclinado sobre una mesa, la cabeza apoyada en las manos y parecía tomado de una completa postración.
«La doméstica avisó a los padres, que vinieron a ver a su hijo. Él había perdido el conocimiento. Corrieron a buscar al Dr. Dubois. A su llegada, el médico constató que Léon estaba muerto. Se había envenenado con una fuerte dosis de láudano, que éste había comprado para sus caballos.
«La muerte del joven causó una viva impresión en la región, donde gozaba de estima general.»
El Sr. Léon L... creía indudablemente en la vida futura, pues se mató para ir a encontrarse con su esposa. Si a través del Espiritismo hubiese conocido la situación de los suicidas, él habría sabido que, lejos de acelerar el momento del reencuentro, aquél era un medio infalible de retardarlo.
A estos dos hechos contraponemos el siguiente, que muestra la influencia que pueden tener las creencias espíritas en las resoluciones que toman las personas.
Uno de nuestros corresponsales nos transmite lo siguiente:
«El marido de una Sra. conocida mía falleció, y su muerte fue atribuida a un error médico. La viuda tuvo un tal resentimiento contra este último, que incesantemente lo perseguía con invectivas y amenazas, diciéndole en todas partes donde lo encontraba: “Verdugo, ¡te voy a matar con mis manos!” Esta dama era muy piadosa y muy buena católica; pero, para calmarla, fue en vano que emplearon los recursos de la religión. La situación llegó a tal punto que el médico creyó un deber dirigirse a las autoridades para su propia seguridad.
«El Espiritismo cuenta con numerosos adeptos en la ciudad en que vive esta señora; uno de sus amigos, muy buen espírita, le dijo un día: –¿Qué pensaríais si pudieseis poneros en contacto con vuestro marido? –¡Oh!, dice ella, ¡si yo supiera que esto es posible! Si tuviese la certeza de que no lo he perdido para siempre, me consolaría y esperaría. Poco después le dieron esa prueba; su propio marido vino a darle consejos y consuelos, y a través del lenguaje de éste, ella no tuvo ninguna duda acerca de su presencia junto a sí. Desde entonces se operó una completa revolución en su mente; después de la desesperación llegó la calma, y sus ideas de venganza dieron lugar a la resignación. Ocho días después ella fue a la casa del médico, que se quedó muy intranquilo con esta visita; pero, en lugar de amenazarlo, ella le tendió la mano y le dijo: “Nada temáis, señor; vengo a pediros perdón por el mal que os hice, así como yo os perdono por lo que me habéis hecho involuntariamente. Fue mi propio marido el que me aconsejó la actitud que tomo en este momento; él me dijo que de ninguna manera fuisteis la causa de su muerte. Además, ahora tengo la certeza de que él está cerca mío, de que me ve y vela por mí, y que un día estaremos unidos. De esta forma, señor, no os quedéis más resentido conmigo, así como de mi parte no tengo más resentimientos de vos”.»
No hace falta decir que el médico aceptó con complacencia la reconciliación y quiso saber la causa misteriosa a la cual él debía su tranquilidad desde aquel momento. De ese modo, sin el Espiritismo, esta señora hubiese probablemente cometido un crimen, a pesar de ser religiosa. ¿Esto prueba la inutilidad de la religión? No, de manera alguna; pero muestra la insuficiencia de las ideas que ella da del futuro, presentándolo tan vago que deja en muchas personas una especie de incertidumbre, mientras que el Espiritismo, haciendo conque toquemos el futuro con el dedo –por así decirlo–, hace nacer en el alma una confianza y una seguridad más completas.
Al padre que ha perdido a su hijo; al hijo que ha visto desencarnar a su padre; al marido que ha visto partir a su adorada esposa, ¿qué consuelo da el materialista? Éste dice: Todo acabó; no queda nada del ser que os era tan querido, absolutamente nada, a no ser ese cuerpo que en breve se habrá disuelto; no queda nada de su inteligencia, de sus cualidades morales y de la instrucción que adquirió: todo esto es la nada, y vos habéis perdido a vuestro ser querido para siempre. Pero el espírita dice: De todo eso, nada se ha perdido; todo subsiste; no hay de menos sino la envoltura perecedera, pero el Espíritu, libre de su prisión, está radiante; él está ahí, junto a vos, y os ve, os escucha, os espera. ¡Oh! ¡Cuánto mal hacen los materialistas al inocular con sus sofismas el veneno de la incredulidad! Ellos nunca han amado; de lo contrario, ¿podrían ver con sangre fría a sus afectos reducidos a un montón de polvo? Así, parece que es para ellos que Dios ha reservado los mayores rigores, pues los vemos reducidos a la más deplorable posición en el mundo de los Espíritus, y Dios es tanto menos indulgente para con ellos cuanto más han estado en condiciones de esclarecerse.
Disertaciones y enseñanzas espíritas - A través de dictados espontáneos
Muchos son los llamados y pocos los escogidos
(Comunicación obtenida por el Sr. d’Ambel, médium de la Sociedad)
Esta máxima evangélica debe aplicarse con mucha más razón a los tiempos actuales que a los primeros tiempos del Cristianismo.
En efecto, ¿no escucháis ya el rugir de la tempestad que debe arrasar con el viejo mundo y disipar en la nada el conjunto de las iniquidades terrestres? ¡Ah!, bendecid al Señor, vosotros que habéis depositado vuestra fe en su soberana justicia y que, como nuevos apóstoles de la creencia revelada por las voces proféticas superiores, vais a predicar el dogma nuevo de la reencarnación y de la elevación de los Espíritus, conforme hayan cumplido bien o mal sus misiones y según hayan soportado sus pruebas terrenas.
¡No temáis! Las lenguas de fuego están sobre vuestras cabezas. ¡Oh, adeptos del Espiritismo, vosotros sois los elegidos de Dios! Id y predicad la palabra divina. Ha llegado la hora en que, para su propagación, debéis sacrificar vuestros hábitos, vuestros trabajos y vuestras ocupaciones fútiles. Id y predicad; los Espíritus de lo Alto están con vosotros. Por cierto hablaréis a personas que no querrán escuchar la voz de Dios, porque esta voz les recuerda incesantemente la abnegación; predicaréis el desinterés a los avaros, la abstinencia a los disolutos, la mansedumbre a los tiranos domésticos, como también a los déspotas: palabras perdidas, ya lo sé; ¡pero qué importa! Es preciso que reguéis con vuestro sudor el terreno en que habréis de sembrar, porque únicamente fructificará y producirá con los esfuerzos reiterados de la azada y del arado evangélico. ¡Id y predicad!
Sí, todos vosotros, hombres de buena fe, que estáis conscientes de vuestra inferioridad al contemplar los mundos diseminados en el infinito, partid en cruzada contra la injusticia y la iniquidad. Id y destruid ese culto al becerro de oro, que cada día se hace más invasor. Id, ¡Dios os guía! Hombres sencillos e ignorantes: vuestras lenguas se desatarán y hablaréis como ningún orador lo ha hecho. Id y predicad, que los pueblos atentos recibirán con felicidad vuestras palabras de consuelo, de fraternidad, de esperanza y de paz.
¡Qué importan las emboscadas que os tenderán en el camino! Sólo los lobos caen en las trampas para lobos, porque el pastor sabe defender a sus ovejas contra los carniceros sacrificadores.
Id, hombres, que ante Dios sois grandes, pues más dichosos que santo Tomás, creéis sin pedir ver, y aceptáis los hechos de la mediumnidad aunque no hayáis podido obtenerlos a través de vosotros mismos; id, el Espíritu de Dios os guía.
Por lo tanto, ¡marchad hacia delante, falange imponente por vuestra fe y por vuestro pequeño número! ¡Marchad! Los numerosos batallones de incrédulos se dispersarán ante vos, como la niebla de la mañana se desvanece ante los primeros rayos del sol naciente.
La fe es la virtud que transporta montañas, os ha dicho Jesús; pero más pesados que las más pesadas montañas, yacen en el corazón de los hombres la impureza y todos los vicios derivados de la misma. Partid, pues, con coraje para remover esa montaña de iniquidades que las generaciones futuras no deben conocer sino como una leyenda, del mismo modo que vosotros conocéis muy imperfectamente los períodos anteriores a la civilización pagana.
Sí, las conmociones morales y filosóficas van a manifestarse en todos los puntos del globo; se aproxima la hora en que la luz divina resplandecerá en los dos mundos.
Por lo tanto, id y llevad la palabra divina: a los grandes, que la desdeñarán; a los científicos, que exigirán pruebas; a los pequeños y a los simples, que la aceptarán, porque es principalmente entre los mártires del trabajo –en esta expiación terrena– que encontraréis el fervor y la fe. Id, pues éstos recibirán con himnos de gratitud y de alabanzas a Dios el consuelo santo que les llevaréis, y se inclinarán agradeciendo la parte que les toca con relación a sus miserias terrestres.
¡Que vuestra falange se arme, pues, con decisión y coraje! ¡Manos a la obra! El arado está listo y la tierra preparada: es necesario arar.
Id y agradeced a Dios la gloriosa tarea que os ha confiado; pero tened en cuenta que entre los llamados al Espiritismo, muchos se han desviado; por lo tanto, estad atentos a vuestro camino y seguid la senda de la verdad.
Preg. Si entre los llamados al Espiritismo muchos se han desviado, ¿a través de qué señales reconoceremos a los que están en la buena senda? –Resp. Los reconoceréis por los principios de la verdadera caridad que profesen y que practiquen; vosotros los reconoceréis por el número de afligidos que hayan consolado; los reconoceréis por su amor al prójimo, por su abnegación, por su desinterés personal; en fin, los reconoceréis por el triunfo de sus principios, porque Dios quiere el triunfo de su ley. Los que siguen su ley son sus escogidos, y Él les dará la victoria; pero los que hayan falseado el espíritu de esta ley para satisfacer su vanidad y su ambición, sufrirán las consecuencias.
ERASTO, ángel guardián del médium.
(Comunicación obtenida por el Sr. d’Ambel, médium de la Sociedad)
Esta máxima evangélica debe aplicarse con mucha más razón a los tiempos actuales que a los primeros tiempos del Cristianismo.
En efecto, ¿no escucháis ya el rugir de la tempestad que debe arrasar con el viejo mundo y disipar en la nada el conjunto de las iniquidades terrestres? ¡Ah!, bendecid al Señor, vosotros que habéis depositado vuestra fe en su soberana justicia y que, como nuevos apóstoles de la creencia revelada por las voces proféticas superiores, vais a predicar el dogma nuevo de la reencarnación y de la elevación de los Espíritus, conforme hayan cumplido bien o mal sus misiones y según hayan soportado sus pruebas terrenas.
¡No temáis! Las lenguas de fuego están sobre vuestras cabezas. ¡Oh, adeptos del Espiritismo, vosotros sois los elegidos de Dios! Id y predicad la palabra divina. Ha llegado la hora en que, para su propagación, debéis sacrificar vuestros hábitos, vuestros trabajos y vuestras ocupaciones fútiles. Id y predicad; los Espíritus de lo Alto están con vosotros. Por cierto hablaréis a personas que no querrán escuchar la voz de Dios, porque esta voz les recuerda incesantemente la abnegación; predicaréis el desinterés a los avaros, la abstinencia a los disolutos, la mansedumbre a los tiranos domésticos, como también a los déspotas: palabras perdidas, ya lo sé; ¡pero qué importa! Es preciso que reguéis con vuestro sudor el terreno en que habréis de sembrar, porque únicamente fructificará y producirá con los esfuerzos reiterados de la azada y del arado evangélico. ¡Id y predicad!
Sí, todos vosotros, hombres de buena fe, que estáis conscientes de vuestra inferioridad al contemplar los mundos diseminados en el infinito, partid en cruzada contra la injusticia y la iniquidad. Id y destruid ese culto al becerro de oro, que cada día se hace más invasor. Id, ¡Dios os guía! Hombres sencillos e ignorantes: vuestras lenguas se desatarán y hablaréis como ningún orador lo ha hecho. Id y predicad, que los pueblos atentos recibirán con felicidad vuestras palabras de consuelo, de fraternidad, de esperanza y de paz.
¡Qué importan las emboscadas que os tenderán en el camino! Sólo los lobos caen en las trampas para lobos, porque el pastor sabe defender a sus ovejas contra los carniceros sacrificadores.
Id, hombres, que ante Dios sois grandes, pues más dichosos que santo Tomás, creéis sin pedir ver, y aceptáis los hechos de la mediumnidad aunque no hayáis podido obtenerlos a través de vosotros mismos; id, el Espíritu de Dios os guía.
Por lo tanto, ¡marchad hacia delante, falange imponente por vuestra fe y por vuestro pequeño número! ¡Marchad! Los numerosos batallones de incrédulos se dispersarán ante vos, como la niebla de la mañana se desvanece ante los primeros rayos del sol naciente.
La fe es la virtud que transporta montañas, os ha dicho Jesús; pero más pesados que las más pesadas montañas, yacen en el corazón de los hombres la impureza y todos los vicios derivados de la misma. Partid, pues, con coraje para remover esa montaña de iniquidades que las generaciones futuras no deben conocer sino como una leyenda, del mismo modo que vosotros conocéis muy imperfectamente los períodos anteriores a la civilización pagana.
Sí, las conmociones morales y filosóficas van a manifestarse en todos los puntos del globo; se aproxima la hora en que la luz divina resplandecerá en los dos mundos.
Por lo tanto, id y llevad la palabra divina: a los grandes, que la desdeñarán; a los científicos, que exigirán pruebas; a los pequeños y a los simples, que la aceptarán, porque es principalmente entre los mártires del trabajo –en esta expiación terrena– que encontraréis el fervor y la fe. Id, pues éstos recibirán con himnos de gratitud y de alabanzas a Dios el consuelo santo que les llevaréis, y se inclinarán agradeciendo la parte que les toca con relación a sus miserias terrestres.
¡Que vuestra falange se arme, pues, con decisión y coraje! ¡Manos a la obra! El arado está listo y la tierra preparada: es necesario arar.
Id y agradeced a Dios la gloriosa tarea que os ha confiado; pero tened en cuenta que entre los llamados al Espiritismo, muchos se han desviado; por lo tanto, estad atentos a vuestro camino y seguid la senda de la verdad.
Preg. Si entre los llamados al Espiritismo muchos se han desviado, ¿a través de qué señales reconoceremos a los que están en la buena senda? –Resp. Los reconoceréis por los principios de la verdadera caridad que profesen y que practiquen; vosotros los reconoceréis por el número de afligidos que hayan consolado; los reconoceréis por su amor al prójimo, por su abnegación, por su desinterés personal; en fin, los reconoceréis por el triunfo de sus principios, porque Dios quiere el triunfo de su ley. Los que siguen su ley son sus escogidos, y Él les dará la victoria; pero los que hayan falseado el espíritu de esta ley para satisfacer su vanidad y su ambición, sufrirán las consecuencias.
Ocupaciones de los Espíritus
(Médium: Sra. de Costel)
Las ocupaciones de los Espíritus del segundo orden consisten en prepararse para las pruebas que tendrán que enfrentar, a través de meditaciones sobre sus existencias pasadas y de observaciones acerca de los destinos humanos, de sus vicios, de sus virtudes y de lo que puede perfeccionarlos o hacerlos fallar. Aquellos que tienen –como yo– la felicidad de tener una misión, se ocupan de la misma con tanto más esmero y amor, que el progreso de las almas que les son confiadas les es contado como un mérito; por lo tanto, ellos se esfuerzan en sugerirles buenos pensamientos, en ayudar sus buenas iniciativas y en alejar a los Espíritus malos, al oponer su influencia serena a las influencias nocivas. Esa interesante ocupación, sobre todo cuando uno es lo bastante feliz como para dirigir a un médium y tener comunicaciones directas, no altera el cuidado y el deber de perfeccionarse.
No creáis que el tedio pueda alcanzar a un ser que sólo vive por el espíritu y cuyas facultades tienden totalmente hacia un objetivo, que él sabe que se encuentra distante pero que es seguro. El tedio resulta del vacío del alma y de la esterilidad del pensamiento; el tiempo, tan pesado para vosotros que lo medís a través de vuestros miedos pueriles o de vuestras frívolas expectativas, no hace sentir su paso a los que no están sujetos a las agitaciones del alma ni a las necesidades del cuerpo. Pasa aún más rápido para los Espíritus puros y superiores, que Dios encarga de la ejecución de sus órdenes y que recorren las esferas en un rápido vuelo.
En cuanto a los Espíritus inferiores, especialmente aquellos que tienen pesadas faltas para expiar, el tiempo se mide por sus pesares, sus remordimientos y sus sufrimientos. De entre ellos, los más perversos buscan escapar haciendo el mal, es decir, sugiriéndolo. Entonces sienten esa amarga y fugaz satisfacción del enfermo que hurga en su herida y que no hace más que aumentar su dolor. Así, sus sufrimientos aumentan de tal manera que fatalmente terminan buscando el remedio, que no es otro sino volver al bien.
Los pobres Espíritus, que han sido culpables por su debilidad o por su ignorancia, sufren su inutilidad y su aislamiento. Se lamentan por su envoltura terrena, sea cual fuere el dolor que les haya causado; se rebelan y se desesperan hasta el momento en que perciben que solamente la resignación y una firme voluntad de volver al bien pueden aliviarlos; se calman y comprenden que Dios no abandona a ninguna de sus criaturas.
MARCILLAC (Espíritu familiar)
(Médium: Sra. de Costel)
Las ocupaciones de los Espíritus del segundo orden consisten en prepararse para las pruebas que tendrán que enfrentar, a través de meditaciones sobre sus existencias pasadas y de observaciones acerca de los destinos humanos, de sus vicios, de sus virtudes y de lo que puede perfeccionarlos o hacerlos fallar. Aquellos que tienen –como yo– la felicidad de tener una misión, se ocupan de la misma con tanto más esmero y amor, que el progreso de las almas que les son confiadas les es contado como un mérito; por lo tanto, ellos se esfuerzan en sugerirles buenos pensamientos, en ayudar sus buenas iniciativas y en alejar a los Espíritus malos, al oponer su influencia serena a las influencias nocivas. Esa interesante ocupación, sobre todo cuando uno es lo bastante feliz como para dirigir a un médium y tener comunicaciones directas, no altera el cuidado y el deber de perfeccionarse.
No creáis que el tedio pueda alcanzar a un ser que sólo vive por el espíritu y cuyas facultades tienden totalmente hacia un objetivo, que él sabe que se encuentra distante pero que es seguro. El tedio resulta del vacío del alma y de la esterilidad del pensamiento; el tiempo, tan pesado para vosotros que lo medís a través de vuestros miedos pueriles o de vuestras frívolas expectativas, no hace sentir su paso a los que no están sujetos a las agitaciones del alma ni a las necesidades del cuerpo. Pasa aún más rápido para los Espíritus puros y superiores, que Dios encarga de la ejecución de sus órdenes y que recorren las esferas en un rápido vuelo.
En cuanto a los Espíritus inferiores, especialmente aquellos que tienen pesadas faltas para expiar, el tiempo se mide por sus pesares, sus remordimientos y sus sufrimientos. De entre ellos, los más perversos buscan escapar haciendo el mal, es decir, sugiriéndolo. Entonces sienten esa amarga y fugaz satisfacción del enfermo que hurga en su herida y que no hace más que aumentar su dolor. Así, sus sufrimientos aumentan de tal manera que fatalmente terminan buscando el remedio, que no es otro sino volver al bien.
Los pobres Espíritus, que han sido culpables por su debilidad o por su ignorancia, sufren su inutilidad y su aislamiento. Se lamentan por su envoltura terrena, sea cual fuere el dolor que les haya causado; se rebelan y se desesperan hasta el momento en que perciben que solamente la resignación y una firme voluntad de volver al bien pueden aliviarlos; se calman y comprenden que Dios no abandona a ninguna de sus criaturas.
El libertinaje
(Comunicación enviada por el Sr. Sabò, de Burdeos)
La elección de buenos autores es muy útil, y los que ejercen su dominio sobre vosotros, al provocar la imaginación con locas pasiones humanas, no hacen más que corromper el corazón y el Espíritu. En efecto, no es entre los que hacen apología de la orgía, del libertinaje, de la voluptuosidad y de los que preconizan los goces materiales, que se pueden aprender lecciones de mejoramiento moral. Por lo tanto, amigos míos, pensad que si Dios os ha dado pasiones, ha sido con el objetivo de haceros participar de sus designios, y no para satisfacerlas como un animal. Sabed que si consumís vuestra vida en locos placeres, que no dejan más que remordimientos y un vacío en el corazón, no estaréis obrando según los designios de Dios. Si os es permitido la reproducción de la especie humana, es que millares de Espíritus errantes esperan en el espacio la formación de cuerpos de los que tienen necesidad para recomenzar sus pruebas, y que al usar vuestras fuerzas en las indignas voluptuosidades vais contra los propósitos de Dios, y vuestro castigo será grande. Entonces suprimid esas lecturas, de las cuales no recogéis ningún fruto, ni para vuestra inteligencia ni para vuestro perfeccionamiento moral. Que los escritores serios de todos los tiempos y de todos los países os hagan conocer lo bello y el bien; que eleven vuestra alma a través del encanto de la poesía, enseñándoos el empleo útil de las facultades con las cuales os ha dotado el Creador.
FELICIA, hija de la médium.
(Comunicación enviada por el Sr. Sabò, de Burdeos)
La elección de buenos autores es muy útil, y los que ejercen su dominio sobre vosotros, al provocar la imaginación con locas pasiones humanas, no hacen más que corromper el corazón y el Espíritu. En efecto, no es entre los que hacen apología de la orgía, del libertinaje, de la voluptuosidad y de los que preconizan los goces materiales, que se pueden aprender lecciones de mejoramiento moral. Por lo tanto, amigos míos, pensad que si Dios os ha dado pasiones, ha sido con el objetivo de haceros participar de sus designios, y no para satisfacerlas como un animal. Sabed que si consumís vuestra vida en locos placeres, que no dejan más que remordimientos y un vacío en el corazón, no estaréis obrando según los designios de Dios. Si os es permitido la reproducción de la especie humana, es que millares de Espíritus errantes esperan en el espacio la formación de cuerpos de los que tienen necesidad para recomenzar sus pruebas, y que al usar vuestras fuerzas en las indignas voluptuosidades vais contra los propósitos de Dios, y vuestro castigo será grande. Entonces suprimid esas lecturas, de las cuales no recogéis ningún fruto, ni para vuestra inteligencia ni para vuestro perfeccionamiento moral. Que los escritores serios de todos los tiempos y de todos los países os hagan conocer lo bello y el bien; que eleven vuestra alma a través del encanto de la poesía, enseñándoos el empleo útil de las facultades con las cuales os ha dotado el Creador.
Nota – ¿No hay algo profundo y sublime en esa idea que da a la reproducción del cuerpo un objetivo tan elevado? Los Espíritus errantes esperan esos cuerpos, de los cuales tienen necesidad para su propio adelanto, y que los Espíritus encarnados están encargados de reproducir, como el hombre espera el producto de la reproducción de ciertos animales para vestirse y alimentarse.
Resalta de eso otra enseñanza de alta gravedad. Si no se admite que el alma ya haya vivido, es absolutamente necesario que ella fuese creada en el momento de la formación y para el uso de cada cuerpo; de donde se deduce que la creación del alma por Dios estaría subordinada al capricho del hombre, y en la mayoría de las veces sería el resultado del libertinaje. ¡Cómo! ¡Todas las leyes religiosas y morales condenan la depravación de las costumbres, y Dios se aprovecharía de esto para crear a las almas! Preguntamos a todo hombre de buen sentido si es admisible que Dios se contradiga en este punto. ¿No sería glorificar el vicio, ya que serviría para el cumplimiento de los designios más elevados del Todopoderoso: la creación de las almas? Que nos digan si esto no sería la consecuencia de la formación simultánea de las almas y de los cuerpos; y aún sería peor si se admitiera la opinión de aquellos que pretenden que el hombre procrea el alma al mismo tiempo que el cuerpo. Al contrario, admitid la preexistencia del alma, y toda contradicción cesa. El hombre solamente procrea la materia del cuerpo; y la obra de Dios –la creación del alma inmortal, que un día debe acercarse a Él– no está sometida al capricho del hombre. Es así que, fuera de la reencarnación, surgen a cada paso dificultades insolubles, y cuando se quiere explicarlas se cae en la contradicción y en el absurdo. También el principio de la unicidad de la existencia corporal, para decidir definitivamente los destinos futuros del hombre, a cada día pierde terreno y partidarios; por lo tanto, podemos decir con seguridad que en poco tiempo el principio contrario será universalmente admitido como el único lógico, el único que está de conformidad con la justicia de Dios, y proclamado por el propio Cristo cuando dijo: En verdad, en verdad os digo que es necesario nacer de nuevo para entrar en el Reino de Dios.
Resalta de eso otra enseñanza de alta gravedad. Si no se admite que el alma ya haya vivido, es absolutamente necesario que ella fuese creada en el momento de la formación y para el uso de cada cuerpo; de donde se deduce que la creación del alma por Dios estaría subordinada al capricho del hombre, y en la mayoría de las veces sería el resultado del libertinaje. ¡Cómo! ¡Todas las leyes religiosas y morales condenan la depravación de las costumbres, y Dios se aprovecharía de esto para crear a las almas! Preguntamos a todo hombre de buen sentido si es admisible que Dios se contradiga en este punto. ¿No sería glorificar el vicio, ya que serviría para el cumplimiento de los designios más elevados del Todopoderoso: la creación de las almas? Que nos digan si esto no sería la consecuencia de la formación simultánea de las almas y de los cuerpos; y aún sería peor si se admitiera la opinión de aquellos que pretenden que el hombre procrea el alma al mismo tiempo que el cuerpo. Al contrario, admitid la preexistencia del alma, y toda contradicción cesa. El hombre solamente procrea la materia del cuerpo; y la obra de Dios –la creación del alma inmortal, que un día debe acercarse a Él– no está sometida al capricho del hombre. Es así que, fuera de la reencarnación, surgen a cada paso dificultades insolubles, y cuando se quiere explicarlas se cae en la contradicción y en el absurdo. También el principio de la unicidad de la existencia corporal, para decidir definitivamente los destinos futuros del hombre, a cada día pierde terreno y partidarios; por lo tanto, podemos decir con seguridad que en poco tiempo el principio contrario será universalmente admitido como el único lógico, el único que está de conformidad con la justicia de Dios, y proclamado por el propio Cristo cuando dijo: En verdad, en verdad os digo que es necesario nacer de nuevo para entrar en el Reino de Dios.
Acerca del periespíritu
Dictado espontáneo sobre un debate que acababa de ocurrir en la Sociedad, acerca de la naturaleza del Espíritu y del periespíritu; médium: Sr. A. Didier
Acompañé con interés el debate que se estableció hace poco y que os ha suscitado grandes dificultades. Sí, faltan a las palabras color y forma para describir al periespíritu y su verdadera naturaleza; pero una cosa es cierta: lo que unos llaman periespíritu no es sino lo que otros llaman envoltura fluídica, material. Cuando se debate semejantes cuestiones, no son las frases que se debe buscar, sino las palabras. Para hacerme comprender de una manera más lógica, diré que ese fluido es la perfectibilidad de los sentidos y la extensión de la visión y de las ideas; hablo aquí de los Espíritus elevados. En cuanto a los Espíritus inferiores, los fluidos terrestres son aún completamente inherentes a ellos; por lo tanto, es materia, como veis; de ahí los sufrimientos del hambre, del frío, etc., sufrimientos que no pueden alcanzar a los Espíritus superiores, puesto que los fluidos terrestres son depurados alrededor del pensamiento, es decir, del alma. Para su progreso, el alma tiene siempre necesidad de un agente; el alma sin agente no es nada para vosotros o, mejor dicho, no puede ser concebida por vosotros. Para nosotros –Espíritus errantes–, el periespíritu es el agente por el cual nos comunicamos con vosotros, ya sea indirectamente a través de vuestro cuerpo o de vuestro periespíritu, o directamente a través de vuestra alma; de ahí los infinitos matices de médiums y de comunicaciones. Ahora resta el punto de vista científico, es decir, la propia esencia del periespíritu: esto es otro asunto; primero comprended moralmente. No resta más que un análisis acerca de la naturaleza de los fluidos, lo que por el momento es inexplicable; la Ciencia no conoce lo suficiente, pero llegará a ello si la misma quisiere marchar con el Espiritismo.
Dictado espontáneo sobre un debate que acababa de ocurrir en la Sociedad, acerca de la naturaleza del Espíritu y del periespíritu; médium: Sr. A. Didier
Acompañé con interés el debate que se estableció hace poco y que os ha suscitado grandes dificultades. Sí, faltan a las palabras color y forma para describir al periespíritu y su verdadera naturaleza; pero una cosa es cierta: lo que unos llaman periespíritu no es sino lo que otros llaman envoltura fluídica, material. Cuando se debate semejantes cuestiones, no son las frases que se debe buscar, sino las palabras. Para hacerme comprender de una manera más lógica, diré que ese fluido es la perfectibilidad de los sentidos y la extensión de la visión y de las ideas; hablo aquí de los Espíritus elevados. En cuanto a los Espíritus inferiores, los fluidos terrestres son aún completamente inherentes a ellos; por lo tanto, es materia, como veis; de ahí los sufrimientos del hambre, del frío, etc., sufrimientos que no pueden alcanzar a los Espíritus superiores, puesto que los fluidos terrestres son depurados alrededor del pensamiento, es decir, del alma. Para su progreso, el alma tiene siempre necesidad de un agente; el alma sin agente no es nada para vosotros o, mejor dicho, no puede ser concebida por vosotros. Para nosotros –Espíritus errantes–, el periespíritu es el agente por el cual nos comunicamos con vosotros, ya sea indirectamente a través de vuestro cuerpo o de vuestro periespíritu, o directamente a través de vuestra alma; de ahí los infinitos matices de médiums y de comunicaciones. Ahora resta el punto de vista científico, es decir, la propia esencia del periespíritu: esto es otro asunto; primero comprended moralmente. No resta más que un análisis acerca de la naturaleza de los fluidos, lo que por el momento es inexplicable; la Ciencia no conoce lo suficiente, pero llegará a ello si la misma quisiere marchar con el Espiritismo.
El ángel Gabriel
Evocación de un Espíritu bueno, por la Sra. de X…, en Soultz, Alto Rin
Soy Gabriel, el ángel del Señor, que me encarga de bendeciros, no por vuestros méritos, sino por los esfuerzos que hacéis para adquirirlos.
La vida debe ser un combate; nunca hay que detenerse, ni dudar jamás entre el bien y el mal; la vacilación proviene de Satanás, es decir, de los Espíritus malos. Por lo tanto, ¡coraje! Cuanto más espinas encontréis en vuestro camino, más esfuerzos necesitaréis para proseguir. Si el mismo fuere sembrado de rosas, ¿qué mérito tendríais delante de Dios? Cada uno tiene su calvario en la Tierra, pero no todos lo pasan con la serena resignación ejemplificada por Jesús. Esa resignación fue tan grande ¡que los ángeles quedaron conmovidos! Y los hombres, ¡difícilmente derraman una lágrima delante de tantos dolores! ¡Oh, cómo es duro el corazón humano! ¿Merecíais semejante sacrificio? ¡Echad vuestro rostro en el polvo e implorad misericordia a Dios, mil veces bueno, mil veces afable y mil veces misericordioso! ¡Oh, Dios mío! Dirigid una mirada sobre Vuestra obra; ¡sin eso ella perecerá! El corazón de los hombres no está a la altura del Vuestro; ellos no pueden comprender este exceso de amor de Vuestra parte. Tened piedad; tened mil veces piedad de sus debilidades. Dadles coraje por medio de pensamientos que sólo pueden provenir de Vos. Bendecidlos, sobre todo, ¡para que den frutos dignos de Vuestra inmensa grandeza!
¡Hosanna en las alturas, y paz a los hombres de buena voluntad!
Es así que he de terminar las palabras que Dios me ha ordenado que os transmitiera.
Sed benditos en el Señor, a fin de que un día despertéis en su seno.
Evocación de un Espíritu bueno, por la Sra. de X…, en Soultz, Alto Rin
Soy Gabriel, el ángel del Señor, que me encarga de bendeciros, no por vuestros méritos, sino por los esfuerzos que hacéis para adquirirlos.
La vida debe ser un combate; nunca hay que detenerse, ni dudar jamás entre el bien y el mal; la vacilación proviene de Satanás, es decir, de los Espíritus malos. Por lo tanto, ¡coraje! Cuanto más espinas encontréis en vuestro camino, más esfuerzos necesitaréis para proseguir. Si el mismo fuere sembrado de rosas, ¿qué mérito tendríais delante de Dios? Cada uno tiene su calvario en la Tierra, pero no todos lo pasan con la serena resignación ejemplificada por Jesús. Esa resignación fue tan grande ¡que los ángeles quedaron conmovidos! Y los hombres, ¡difícilmente derraman una lágrima delante de tantos dolores! ¡Oh, cómo es duro el corazón humano! ¿Merecíais semejante sacrificio? ¡Echad vuestro rostro en el polvo e implorad misericordia a Dios, mil veces bueno, mil veces afable y mil veces misericordioso! ¡Oh, Dios mío! Dirigid una mirada sobre Vuestra obra; ¡sin eso ella perecerá! El corazón de los hombres no está a la altura del Vuestro; ellos no pueden comprender este exceso de amor de Vuestra parte. Tened piedad; tened mil veces piedad de sus debilidades. Dadles coraje por medio de pensamientos que sólo pueden provenir de Vos. Bendecidlos, sobre todo, ¡para que den frutos dignos de Vuestra inmensa grandeza!
¡Hosanna en las alturas, y paz a los hombres de buena voluntad!
Es así que he de terminar las palabras que Dios me ha ordenado que os transmitiera.
Sed benditos en el Señor, a fin de que un día despertéis en su seno.
Despertad
(Sociedad Espírita de París; médium: Sra. de Costel)
Te hablaré de los síntomas y de las predicciones que anuncian por todas partes la llegada de los grandes acontecimientos que nuestro siglo encierra. En su conmovedora bondad, los Espíritus –mensajeros de Dios– advierten al Espíritu de los hombres, como los dolores advierten a la madre de la proximidad del parto. Esas señales, frecuentemente menospreciadas y, por tanto, siempre justificadas, se multiplican al infinito en este momento. ¿Por qué todos sentís que el Espíritu profético agita vuestros corazones y que estremece vuestras conciencias? ¿Por qué las incertidumbres? ¿Por qué los desfallecimientos que turban los corazones? ¿Por qué el despertar del espíritu público que, por todas partes, enarbola su noble bandera? ¿Por qué? Es que los tiempos han llegado; es que el reino del materialismo se tambalea y va a desmoronar; es que los placeres del cuerpo, que en poco tiempo serán dejados a un lado, darán lugar al reino de la idea; es que el edificio social está carmomido y va a dar lugar a la joven y triunfante legión de las ideas espíritas, que fecundarán a las conciencias estériles y a los corazones mudos. Que estas palabras incesantemente repetidas no os encuentren distraídos e indiferentes. Después que el labrador ha sembrado, recoged las valiosas espigas que han de nacer. No digáis: la vida sigue su curso y su paso normal; nuestros antepasados no han visto nada de lo que hoy es anunciado: nosotros no veremos más que ellos; adoremos lo que ellos han adorado, o más bien reemplacemos la adoración por fórmulas vanas, y todo estará bien. Al hablar así, dormís. Despertad, porque no es la trompeta del juicio final que sonará en nuestros oídos, sino la voz de la verdad; no se trata de la muerte vencida y humillada: se trata de la vida presente, o más bien de la vida eterna. No lo olvidéis, y despertad.
HELVÉTIUS
(Sociedad Espírita de París; médium: Sra. de Costel)
Te hablaré de los síntomas y de las predicciones que anuncian por todas partes la llegada de los grandes acontecimientos que nuestro siglo encierra. En su conmovedora bondad, los Espíritus –mensajeros de Dios– advierten al Espíritu de los hombres, como los dolores advierten a la madre de la proximidad del parto. Esas señales, frecuentemente menospreciadas y, por tanto, siempre justificadas, se multiplican al infinito en este momento. ¿Por qué todos sentís que el Espíritu profético agita vuestros corazones y que estremece vuestras conciencias? ¿Por qué las incertidumbres? ¿Por qué los desfallecimientos que turban los corazones? ¿Por qué el despertar del espíritu público que, por todas partes, enarbola su noble bandera? ¿Por qué? Es que los tiempos han llegado; es que el reino del materialismo se tambalea y va a desmoronar; es que los placeres del cuerpo, que en poco tiempo serán dejados a un lado, darán lugar al reino de la idea; es que el edificio social está carmomido y va a dar lugar a la joven y triunfante legión de las ideas espíritas, que fecundarán a las conciencias estériles y a los corazones mudos. Que estas palabras incesantemente repetidas no os encuentren distraídos e indiferentes. Después que el labrador ha sembrado, recoged las valiosas espigas que han de nacer. No digáis: la vida sigue su curso y su paso normal; nuestros antepasados no han visto nada de lo que hoy es anunciado: nosotros no veremos más que ellos; adoremos lo que ellos han adorado, o más bien reemplacemos la adoración por fórmulas vanas, y todo estará bien. Al hablar así, dormís. Despertad, porque no es la trompeta del juicio final que sonará en nuestros oídos, sino la voz de la verdad; no se trata de la muerte vencida y humillada: se trata de la vida presente, o más bien de la vida eterna. No lo olvidéis, y despertad.
El genio y la miseria
(Sociedad Espírita de París; médium: Sr. Alfred Didier)
Hay una prueba muy grande en la Tierra, sobre la cual debe especialmente apoyarse la moral del Espiritismo: es la terrible prueba del hombre de genio, sobre todo de aquel que está dotado de facultades superiores, preso a las exigencias de la miseria. ¡Ah! Sí; esta prueba moral, esta miseria de la inteligencia, mucho más que la del cuerpo, será el mérito mayor para el hombre que haya cumplido su misión. Comprended esa incesante lucha del talento contra la miseria, esta arpía que se lanza sobre vosotros durante el festín de la vida, semejante al monstruo citado por Virgilio, y que dice a todas sus víctimas: Sois poderosos, pero soy yo la que os mato; soy yo la que envía a la nada los dones de vuestra inteligencia, porque soy la muerte del genio. Yo sé que solamente algunos son vencidos; pero los otros, ¿cuántos son? Hay un pintor de la escuela moderna que ha concebido este asunto de la siguiente manera: Un ser, el genio, cuyas alas se abren y cuya mirada se dirige hacia el sol; que casi levanta vuelo, pero que cae en una roca donde está preso por cadenas de hierro que lo han de retener, quizá para siempre. El hombre que ha visto este sueño tal vez haya sido encadenado también, y quizá después de su liberación se haya acordado de aquellos que estaban aprisionados para siempre en la roca.
GÉRARD DE NERVAL
(Sociedad Espírita de París; médium: Sr. Alfred Didier)
Hay una prueba muy grande en la Tierra, sobre la cual debe especialmente apoyarse la moral del Espiritismo: es la terrible prueba del hombre de genio, sobre todo de aquel que está dotado de facultades superiores, preso a las exigencias de la miseria. ¡Ah! Sí; esta prueba moral, esta miseria de la inteligencia, mucho más que la del cuerpo, será el mérito mayor para el hombre que haya cumplido su misión. Comprended esa incesante lucha del talento contra la miseria, esta arpía que se lanza sobre vosotros durante el festín de la vida, semejante al monstruo citado por Virgilio, y que dice a todas sus víctimas: Sois poderosos, pero soy yo la que os mato; soy yo la que envía a la nada los dones de vuestra inteligencia, porque soy la muerte del genio. Yo sé que solamente algunos son vencidos; pero los otros, ¿cuántos son? Hay un pintor de la escuela moderna que ha concebido este asunto de la siguiente manera: Un ser, el genio, cuyas alas se abren y cuya mirada se dirige hacia el sol; que casi levanta vuelo, pero que cae en una roca donde está preso por cadenas de hierro que lo han de retener, quizá para siempre. El hombre que ha visto este sueño tal vez haya sido encadenado también, y quizá después de su liberación se haya acordado de aquellos que estaban aprisionados para siempre en la roca.
Transformación
(Sociedad Espírita de París; médium: Sra. de Costel)
Vengo a hablarte de la cuestión más importante en esta época de crisis y de transformación. En el momento en que las naciones visten su túnica viril; en el momento en que el cielo develado os muestra a los Espíritus, recorriendo los espacios infinitos, de quienes pensabais que estaban dispersados como moléculas o que servían de alimento a los gusanos; en este momento solemne, es preciso que el hombre –armándose de fe– no ande más a tientas en las tinieblas del personalismo y del materialismo. Como antaño los pastores, guiados por una estrella, fueron a adorar al Niño Jesús, es necesario que el hombre, guiado por la brillante aurora del Espiritismo, camine finalmente hacia la Tierra Prometida de la libertad y del amor. Es preciso que, al comprender el gran misterio, él sepa que el objetivo armonioso de la naturaleza y su ritmo admirable son los modelos de la humanidad. En esta notable diversidad que confunde a los Espíritus, distinguid la perfecta similitud de relaciones entre las cosas creadas y los seres creados, y que esta poderosa armonía os lleve a todos –hombres de acción, poetas, artistas, obreros– a la unión, en la cual deben integrarse los esfuerzos comunes durante el peregrinaje de la vida. Caravanas azotadas por tempestades y adversidades: tended vuestras manos amigas y marchad con los ojos fijos en un Dios justo, que recompensa de modo centuplicado al que haya aliviado al débil y al oprimido.
GEORGES
(Sociedad Espírita de París; médium: Sra. de Costel)
Vengo a hablarte de la cuestión más importante en esta época de crisis y de transformación. En el momento en que las naciones visten su túnica viril; en el momento en que el cielo develado os muestra a los Espíritus, recorriendo los espacios infinitos, de quienes pensabais que estaban dispersados como moléculas o que servían de alimento a los gusanos; en este momento solemne, es preciso que el hombre –armándose de fe– no ande más a tientas en las tinieblas del personalismo y del materialismo. Como antaño los pastores, guiados por una estrella, fueron a adorar al Niño Jesús, es necesario que el hombre, guiado por la brillante aurora del Espiritismo, camine finalmente hacia la Tierra Prometida de la libertad y del amor. Es preciso que, al comprender el gran misterio, él sepa que el objetivo armonioso de la naturaleza y su ritmo admirable son los modelos de la humanidad. En esta notable diversidad que confunde a los Espíritus, distinguid la perfecta similitud de relaciones entre las cosas creadas y los seres creados, y que esta poderosa armonía os lleve a todos –hombres de acción, poetas, artistas, obreros– a la unión, en la cual deben integrarse los esfuerzos comunes durante el peregrinaje de la vida. Caravanas azotadas por tempestades y adversidades: tended vuestras manos amigas y marchad con los ojos fijos en un Dios justo, que recompensa de modo centuplicado al que haya aliviado al débil y al oprimido.
La separación del Espíritu
(Comunicación enviada por el Sr. Sabò, de Burdeos)
Cuerpo de lodo, foco de corrupción donde se agita el fermento de las pasiones impuras: son los órganos que a menudo arrastran al Espíritu a tomar parte de las sensaciones brutales que se manifiestan en la materia. Cuando el principio de la vida orgánica se extingue por uno de los mil accidentes a los que está sujeto el cuerpo, el Espíritu se desprende de los lazos que lo retenían en su fétida prisión y helo libre en el espacio. Sin embargo, cuando él es ignorante, y sobre todo cuando es muy culpable, sucede que un espeso velo le oculta las bellezas de la morada donde habitan los Espíritus buenos, y él se ve solo o en compañía de Espíritus malos e inferiores, en un círculo que no le permite percibir dónde se encuentra, ni recordar de dónde viene; entonces, está inquieto, sufrido y se siente mal, hasta que en un tiempo más o menos largo, sus hermanos –los Espíritus– vienen a aclararle su situación y le abren los ojos para que se acuerde del mundo de los Espíritus que habitó, y de los diferentes planetas donde pasará sus diversas encarnaciones. Si procedió bien en la última, esto le abre las puertas de los mundos superiores; pero si la misma fue inútil y llena de iniquidades, él es punido con remordimientos, y después que el Espíritu se ha doblegado ante la cólera de Dios por su arrepentimiento y por la oración de sus hermanos, recomienza su existencia, lo que no es una felicidad, sino un castigo o una prueba.
FERDINAND, Espíritu familiar.
ALLAN KARDEC
(Comunicación enviada por el Sr. Sabò, de Burdeos)
Cuerpo de lodo, foco de corrupción donde se agita el fermento de las pasiones impuras: son los órganos que a menudo arrastran al Espíritu a tomar parte de las sensaciones brutales que se manifiestan en la materia. Cuando el principio de la vida orgánica se extingue por uno de los mil accidentes a los que está sujeto el cuerpo, el Espíritu se desprende de los lazos que lo retenían en su fétida prisión y helo libre en el espacio. Sin embargo, cuando él es ignorante, y sobre todo cuando es muy culpable, sucede que un espeso velo le oculta las bellezas de la morada donde habitan los Espíritus buenos, y él se ve solo o en compañía de Espíritus malos e inferiores, en un círculo que no le permite percibir dónde se encuentra, ni recordar de dónde viene; entonces, está inquieto, sufrido y se siente mal, hasta que en un tiempo más o menos largo, sus hermanos –los Espíritus– vienen a aclararle su situación y le abren los ojos para que se acuerde del mundo de los Espíritus que habitó, y de los diferentes planetas donde pasará sus diversas encarnaciones. Si procedió bien en la última, esto le abre las puertas de los mundos superiores; pero si la misma fue inútil y llena de iniquidades, él es punido con remordimientos, y después que el Espíritu se ha doblegado ante la cólera de Dios por su arrepentimiento y por la oración de sus hermanos, recomienza su existencia, lo que no es una felicidad, sino un castigo o una prueba.
Julio
Ensayo sobre la teoría de la alucinación
Los que no admiten el mundo incorpóreo e invisible creen explicarlo todo con la palabra alucinación. La definición de esta palabra es conocida: «Error, ilusión de una persona que cree tener percepciones que realmente no tiene» (Academia. Del latín hallucinari: errar, derivado de ad lucem). Pero, que sepamos, los científicos no han dado todavía su causa fisiológica. Si la Óptica y la Fisiología ya no parecen tener más secretos para ellos, ¿por qué aún no han explicado el origen de las imágenes que se presentan al Espíritu en ciertas circunstancias? Sea o no real, el alucinado ve algo; se dirá que él cree que está viendo, pero ¿no ve nada? Esto no es probable. Si preferís, decid que es una imagen fantástica; como queráis. Pero ¿cuál es el origen de esa imagen? ¿Cómo se forma y cómo se refleja en su cerebro? He aquí lo que vosotros no decís. Por cierto, cuando él cree estar viendo al diablo con sus cuernos y sus garras, a las llamas del infierno, a fabulosos animales que no existen, a la Luna y al Sol que luchan entre sí, es evidente que allí no hay ninguna realidad; pero si es un juego de su imaginación, ¿cómo se explica que describe tales cosas como si las mismas estuviesen presentes? Hay, pues, delante de él un cuadro, alguna fantasmagoría; entonces, ¿cuál es el espejo donde se refleja esa imagen? ¿Cuál es la causa que da a esa imagen la forma, el color y el movimiento? En vano hemos buscado esta solución en la Ciencia. Ya que los científicos quieren explicar todo a través de las leyes de la materia, que entonces ellos den, por medio de estas leyes, una teoría de la alucinación; buena o mala, será siempre una explicación.
Los hechos prueban que hay verdaderas apariciones que la teoría espírita explica perfectamente, y que sólo pueden ser negadas por los que no admiten nada fuera del mundo visible; pero al lado de las visiones reales, ¿hay alucinaciones, en el sentido que se da a esta palabra? No cabe duda; lo esencial es determinar los caracteres que pueden distinguirlas de las apariciones reales. ¿Cuál es su origen? Los Espíritus nos indicarán el camino, porque la explicación nos parece completa en la respuesta que han dado a la siguiente pregunta:
–¿Pueden considerarse como apariciones las figuras y otras imágenes que a menudo se presentan en el primer sueño o, simplemente, al cerrar los ojos?
«Tan pronto como los sentidos se entorpecen, el Espíritu se desprende y puede ver a lo lejos, o cerca, aquello que no podría ver con los ojos. Esas imágenes son a veces visiones, pero también pueden ser un efecto de las impresiones que la vista de ciertos objetos ha dejado en el cerebro, cuyos trazos conserva, así como conserva la impresión de los sonidos. El Espíritu desprendido ve entonces en su propio cerebro esas impresiones, que ahí se fijaron como en una placa fotográfica. Su variedad y mezcla forman conjuntos extravagantes y fugaces que se borran casi de inmediato, a pesar de los esfuerzos que se hagan para retenerlos. A una causa semejante es preciso atribuir ciertas apariciones fantásticas, que no tienen nada de reales, y que frecuentemente se producen en estado de enfermedad.»
«Se sabe que la memoria es el resultado de las impresiones conservadas por el cerebro. ¿Por cuál fenómeno singular esas impresiones tan variadas y tan múltiples no se confunden? He aquí un misterio impenetrable, pero no más extraño que el de las ondas sonoras que se cruzan en el aire y que, no obstante, se conservan distintas. En un cerebro sano y bien constituido, esas impresiones son nítidas y precisas; en condiciones menos favorables, ellas se borran o se confunden, como las marcas de un sello sobre una sustancia muy sólida o muy fluida. De ahí la pérdida de la memoria o la confusión de las ideas. Esto parece menos extraordinario si se admite, como en Frenología, un destino especial para cada parte del cerebro, e incluso para cada fibra.»
«Las imágenes que llegan al cerebro a través de los ojos dejan en él una impresión que hace que uno se acuerde, por ejemplo, de un cuadro como si lo tuviese delante suyo; sucede lo mismo con las impresiones de los sonidos, de los olores, de los sabores, de las palabras, de los números, etc. Si las fibras y los órganos destinados a la recepción y a la transmisión de esas impresiones estuvieren aptos para conservarlas, se tiene la memoria de las formas, de los colores, de la música, de los números, de los idiomas, etc. Cuando se trata de una escena que se ha visto, no es sino una cuestión de la memoria, porque en realidad la escena ya no está. Ahora bien, en cierto estado de emancipación, el alma ve en el cerebro y vuelve a encontrar en él esas imágenes, sobre todo aquellas que más la han impresionado, según la naturaleza de las preocupaciones o de las disposiciones de ánimo; ella encuentra allí las impresiones de escenas religiosas, diabólicas, dramáticas u otras, que ha visto en otra época en pinturas, en acciones, en lecturas o en relatos, porque los relatos también dejan impresiones. Así, el alma realmente ve algo: es la imagen en cierto modo fotografiada en el cerebro. En estado normal esas imágenes son fugaces y efímeras, porque todas las partes del cerebro funcionan libremente. Pero en estado de enfermedad el cerebro siempre está más o menos debilitado; no existe más el equilibrio entre todos los órganos, y sólo algunos de ellos conservan su actividad, mientras que otros permanecen de algún modo paralizados. De ahí la persistencia de ciertas imágenes que no se han borrado, como ocurre en estado normal, por las preocupaciones de la vida exterior. Esa es la verdadera alucinación, la causa primera de las ideas fijas. La idea fija es el recuerdo exclusivo de una impresión; la alucinación es la visión retrospectiva, por el alma, de una imagen impresa en el cerebro.»
«Como se ve, hemos explicado esta aparente anomalía por medio de una ley muy conocida, enteramente fisiológica: la de las impresiones cerebrales; pero ha sido necesario que recurriéramos a la intervención del alma, con sus facultades distintas de la materia. Ahora bien, si los materialistas no han podido aún dar una solución racional para este fenómeno, es porque no quieren admitir el alma y porque, con el materialismo puro, dicho fenómeno es inexplicable; también dirán que nuestra explicación es mala, ya que hacemos intervenir a un agente cuestionado. ¿Cuestionado por quién? Por ellos, pero admitido por la inmensa mayoría de los hombres, desde que éstos existen en la Tierra; y la negación de algunos no puede convertirse en ley.»
«¿Es buena nuestra explicación? Nosotros la damos por lo que la misma pueda valer, a falta de otras, y –si así lo desean– a título de hipótesis, esperando otra mejor; al menos ésta tiene la ventaja de dar a la alucinación una base, un cuerpo, una razón de ser, mientras que, cuando los fisiólogos hubieron pronunciado sus palabras sacramentales de sobreexcitación, de exaltación, de efectos de la imaginación, nada han dicho o no han dicho todo, porque ellos no han observado todas las fases del fenómeno.»
La imaginación también desempeña un papel que es preciso distinguir de la alucinación propiamente dicha, aunque estas dos causas estén a menudo reunidas; aquella presta a ciertos objetos las formas que éstos no tienen, como hace ver una figura en la Luna o animales en las nubes. Se sabe que en la oscuridad los objetos toman apariencias extrañas, por no poder distinguirse todas sus partes y porque los contornos no están nítidamente definidos. A la noche, ¿cuántas veces en un cuarto, una vestimenta colgada, un vago reflejo luminoso, no parecen tener una forma humana a los ojos de las personas de mayor sangre fría? Si a eso se junta el miedo o una credulidad exagerada, la imaginación hará el resto. Según esto, se comprende que la imaginación pueda alterar la realidad de las imágenes percibidas durante la alucinación y darles formas fantásticas.
Las verdaderas apariciones tienen un carácter que, para un observador experimentado, no permite confundirlas con los efectos que acabamos de citar. Como ellas pueden tener lugar en pleno día, se debe desconfiar de las que se cree ver a la noche, por temor a ser víctima de una ilusión de óptica. Además, hay en las apariciones –como en todos los otros fenómenos espíritas– el carácter inteligente, que es la mejor prueba de su realidad. Toda aparición que no da ninguna señal inteligente, puede ser terminantemente considerada una ilusión. Los Sres. materialistas deben reconocer que les concedemos una gran parte.
¿Explica lo expuesto todos los casos de visión? Ciertamente que no, y desafiamos a todos los fisiólogos a que presenten una explicación –desde su punto de vista exclusivo– que resuelva todos los casos; por lo tanto, si todas las teorías de la alucinación son insuficientes para explicar la totalidad de los hechos, entonces existe algo más allá que la alucinación propiamente dicha, y ese algo solamente encuentra su solución en la teoría espírita, que a todos abarca. En efecto, si examinamos con cuidado ciertos casos de visiones muy frecuentes, veremos que es imposible atribuirles el mismo origen de la alucinación. Al tratar de dar a ésta una explicación plausible, hemos querido mostrar en qué difiere de la aparición. En uno y en otro caso es siempre el alma que ve y no los ojos; en el primero, ella ve una imagen interior y, en el segundo, una cosa exterior, si así podemos expresarnos. Cuando una persona ausente, en la cual no se piensa en absoluto, y que se cree que está con muy buena salud, se presenta espontáneamente cuando estamos perfectamente despiertos y viene a revelar las particularidades de su muerte, ocurrida en aquel mismo momento y de la cual, por consiguiente, no se podía tener noticia, este hecho no se puede atribuir a un recuerdo ni a la preocupación del Espíritu. Suponiendo que se haya tenido aprensiones sobre la vida de esta persona, quedaría por explicar la coincidencia del momento de la muerte con la aparición y, sobre todo, las circunstancias de la muerte, cosas que no se pueden conocer ni prever. Se puede, pues, incluir entre las alucinaciones a las visiones fantásticas, que no tienen nada de real; entretanto, no sucede lo mismo con las que revelan actualidades positivas, confirmadas por los acontecimientos. Sería absurdo explicarlas con las mismas causas, y aún más absurdo sería atribuirlas al acaso, que es la razón suprema de los que no tienen nada que decir. Sólo el Espiritismo puede explicarlas con la doble teoría del periespíritu y de la emancipación del alma; pero ¿cómo creer en la acción del alma cuando no se admite su existencia?
Al no tener absolutamente en cuenta el elemento espiritual, la Ciencia está en la imposibilidad de resolver una multitud de fenómenos y cae en el absurdo de querer atribuir todo al elemento material. Sobre todo es en Medicina que el elemento espiritual desempeña un papel importante; cuando los médicos lo tengan en cuenta, se equivocarán con menos frecuencia de lo que lo hacen ahora; ahí tendrán una luz que los guiará con más seguridad en el diagnóstico y en el tratamiento de las enfermedades. Es lo que se puede constatar presentemente en la práctica de los médicos espíritas, cuyo número aumenta todos los días. Al tener la alucinación una causa fisiológica, tenemos la certeza de que ellos encontrarán el medio de combatirla. Conocemos a un médico que, gracias al Espiritismo, está a camino de hacer descubrimientos del más alto alcance, porque la Doctrina le dio a conocer la verdadera causa de ciertas afecciones rebeldes a la medicina materialista.
El fenómeno de la aparición puede producirse de dos maneras: o es el Espíritu que viene a encontrar a la persona que lo ve, o es el Espíritu de ésta que se transporta y va a encontrar al otro. Los dos ejemplos siguientes caracterizan perfectamente ambos casos.
Uno de nuestros colegas nos contaba recientemente que un amigo suyo –un oficial que se encontraba en África– de repente vio a su frente la escena de un cortejo fúnebre: era el de uno de sus tíos que vivía en Francia, y que no veía hacía mucho tiempo. Vio claramente toda la ceremonia, desde la salida de la casa mortuoria hasta la iglesia, y el transporte al cementerio; incluso observó diversas particularidades, de las cuales no podía tener idea. En ese momento él estaba despierto, a pesar de absorto, estado en que solamente salió cuando todo desapareció. Impactado por esta circunstancia, escribió a Francia para tener noticias de su tío, y supo que éste falleció súbitamente, habiendo sido enterrado en el día y a la hora en que la aparición tuvo lugar, y con las particularidades que había visto. Es evidente que en este caso no fue el cortejo que vino a encontrarlo, sino que él fue hacia el cortejo, del cual tuvo su percepción por un efecto de la doble vista.
Un médico conocido nuestro, el Sr. Félix Mallo, prestaba asistencia a una joven mujer; mas al considerar que el clima de París le hacía mal, la aconsejó a que pasase algún tiempo con su familia en el interior del país, lo que ella hizo. Durante seis meses él no escuchó más hablar de ella y ni pensaba en la misma, cuando una noche –alrededor de las diez–, al estar en su cuarto, oyó que llamaban a la puerta de su consultorio. Pensando que alguien venía a llamarlo para que atendiera a un paciente, pidió que entrase; pero quedó bastante sorprendido al ver a su frente a la joven mujer en cuestión, pálida, vestida como la había conocido y que le dijo con mucha sangre fría: «Dr. Mallo, vengo a deciros que he muerto». Y luego desapareció. Al tener la certeza de que estaba bien despierto y de que nadie había entrado, el médico requirió informaciones y supo que esa mujer había muerto en la misma noche en que le había aparecido. En este caso, fue efectivamente el Espíritu de la mujer que vino a su encuentro. Los incrédulos no dejarán de decir que el médico podría estar preocupado con la salud de su antigua paciente, y que no habría nada de sorprendente en que previera la muerte de la misma; tal vez. Pero ellos no explican el hecho de la coincidencia de su aparición con el momento de su muerte, considerando que hacía varios meses que el médico no había oído hablar de ella. Incluso suponiendo que él haya creído en la imposibilidad de que ella se curase, ¿podría prever que la misma muriera en tal día y a tal hora? Nosotros debemos agregar que él no es un hombre que se deje llevar por la imaginación.
He aquí otro hecho no menos característico y que no podría ser atribuido a ninguna previsión. Uno de nuestros socios –oficial de marina– estaba en el mar, cuando vio a su padre y a su hermano tirados abajo de un carruaje; el padre había muerto y el hermano no había sufrido ningún mal. Quince días después, al haber desembarcado en Francia, sus amigos buscaron prepararlo para que reciba la triste noticia. «–No toméis tantas precauciones –les dijo–, porque sé lo que queréis decirme: Mi padre falleció; hace quince días que lo sé.» En efecto, su padre y su hermano, estando en París, bajaban del carruaje en los Campos Elíseos, cuando el caballo se asustó, el carruaje se quebró, el padre murió y el hermano tuvo solamente algunas contusiones. Estos hechos son positivos, actuales, y no van a decir que son leyendas de la Edad Media. Si cada uno reúne sus recuerdos, verá que son más frecuentes de lo que se cree. Nosotros preguntamos si los mismos tienen alguno de los caracteres de la alucinación. Pedimos igualmente a los materialistas que den una explicación del hecho relatado en el artículo siguiente.
Los que no admiten el mundo incorpóreo e invisible creen explicarlo todo con la palabra alucinación. La definición de esta palabra es conocida: «Error, ilusión de una persona que cree tener percepciones que realmente no tiene» (Academia. Del latín hallucinari: errar, derivado de ad lucem). Pero, que sepamos, los científicos no han dado todavía su causa fisiológica. Si la Óptica y la Fisiología ya no parecen tener más secretos para ellos, ¿por qué aún no han explicado el origen de las imágenes que se presentan al Espíritu en ciertas circunstancias? Sea o no real, el alucinado ve algo; se dirá que él cree que está viendo, pero ¿no ve nada? Esto no es probable. Si preferís, decid que es una imagen fantástica; como queráis. Pero ¿cuál es el origen de esa imagen? ¿Cómo se forma y cómo se refleja en su cerebro? He aquí lo que vosotros no decís. Por cierto, cuando él cree estar viendo al diablo con sus cuernos y sus garras, a las llamas del infierno, a fabulosos animales que no existen, a la Luna y al Sol que luchan entre sí, es evidente que allí no hay ninguna realidad; pero si es un juego de su imaginación, ¿cómo se explica que describe tales cosas como si las mismas estuviesen presentes? Hay, pues, delante de él un cuadro, alguna fantasmagoría; entonces, ¿cuál es el espejo donde se refleja esa imagen? ¿Cuál es la causa que da a esa imagen la forma, el color y el movimiento? En vano hemos buscado esta solución en la Ciencia. Ya que los científicos quieren explicar todo a través de las leyes de la materia, que entonces ellos den, por medio de estas leyes, una teoría de la alucinación; buena o mala, será siempre una explicación.
Los hechos prueban que hay verdaderas apariciones que la teoría espírita explica perfectamente, y que sólo pueden ser negadas por los que no admiten nada fuera del mundo visible; pero al lado de las visiones reales, ¿hay alucinaciones, en el sentido que se da a esta palabra? No cabe duda; lo esencial es determinar los caracteres que pueden distinguirlas de las apariciones reales. ¿Cuál es su origen? Los Espíritus nos indicarán el camino, porque la explicación nos parece completa en la respuesta que han dado a la siguiente pregunta:
–¿Pueden considerarse como apariciones las figuras y otras imágenes que a menudo se presentan en el primer sueño o, simplemente, al cerrar los ojos?
«Tan pronto como los sentidos se entorpecen, el Espíritu se desprende y puede ver a lo lejos, o cerca, aquello que no podría ver con los ojos. Esas imágenes son a veces visiones, pero también pueden ser un efecto de las impresiones que la vista de ciertos objetos ha dejado en el cerebro, cuyos trazos conserva, así como conserva la impresión de los sonidos. El Espíritu desprendido ve entonces en su propio cerebro esas impresiones, que ahí se fijaron como en una placa fotográfica. Su variedad y mezcla forman conjuntos extravagantes y fugaces que se borran casi de inmediato, a pesar de los esfuerzos que se hagan para retenerlos. A una causa semejante es preciso atribuir ciertas apariciones fantásticas, que no tienen nada de reales, y que frecuentemente se producen en estado de enfermedad.»
«Se sabe que la memoria es el resultado de las impresiones conservadas por el cerebro. ¿Por cuál fenómeno singular esas impresiones tan variadas y tan múltiples no se confunden? He aquí un misterio impenetrable, pero no más extraño que el de las ondas sonoras que se cruzan en el aire y que, no obstante, se conservan distintas. En un cerebro sano y bien constituido, esas impresiones son nítidas y precisas; en condiciones menos favorables, ellas se borran o se confunden, como las marcas de un sello sobre una sustancia muy sólida o muy fluida. De ahí la pérdida de la memoria o la confusión de las ideas. Esto parece menos extraordinario si se admite, como en Frenología, un destino especial para cada parte del cerebro, e incluso para cada fibra.»
«Las imágenes que llegan al cerebro a través de los ojos dejan en él una impresión que hace que uno se acuerde, por ejemplo, de un cuadro como si lo tuviese delante suyo; sucede lo mismo con las impresiones de los sonidos, de los olores, de los sabores, de las palabras, de los números, etc. Si las fibras y los órganos destinados a la recepción y a la transmisión de esas impresiones estuvieren aptos para conservarlas, se tiene la memoria de las formas, de los colores, de la música, de los números, de los idiomas, etc. Cuando se trata de una escena que se ha visto, no es sino una cuestión de la memoria, porque en realidad la escena ya no está. Ahora bien, en cierto estado de emancipación, el alma ve en el cerebro y vuelve a encontrar en él esas imágenes, sobre todo aquellas que más la han impresionado, según la naturaleza de las preocupaciones o de las disposiciones de ánimo; ella encuentra allí las impresiones de escenas religiosas, diabólicas, dramáticas u otras, que ha visto en otra época en pinturas, en acciones, en lecturas o en relatos, porque los relatos también dejan impresiones. Así, el alma realmente ve algo: es la imagen en cierto modo fotografiada en el cerebro. En estado normal esas imágenes son fugaces y efímeras, porque todas las partes del cerebro funcionan libremente. Pero en estado de enfermedad el cerebro siempre está más o menos debilitado; no existe más el equilibrio entre todos los órganos, y sólo algunos de ellos conservan su actividad, mientras que otros permanecen de algún modo paralizados. De ahí la persistencia de ciertas imágenes que no se han borrado, como ocurre en estado normal, por las preocupaciones de la vida exterior. Esa es la verdadera alucinación, la causa primera de las ideas fijas. La idea fija es el recuerdo exclusivo de una impresión; la alucinación es la visión retrospectiva, por el alma, de una imagen impresa en el cerebro.»
«Como se ve, hemos explicado esta aparente anomalía por medio de una ley muy conocida, enteramente fisiológica: la de las impresiones cerebrales; pero ha sido necesario que recurriéramos a la intervención del alma, con sus facultades distintas de la materia. Ahora bien, si los materialistas no han podido aún dar una solución racional para este fenómeno, es porque no quieren admitir el alma y porque, con el materialismo puro, dicho fenómeno es inexplicable; también dirán que nuestra explicación es mala, ya que hacemos intervenir a un agente cuestionado. ¿Cuestionado por quién? Por ellos, pero admitido por la inmensa mayoría de los hombres, desde que éstos existen en la Tierra; y la negación de algunos no puede convertirse en ley.»
«¿Es buena nuestra explicación? Nosotros la damos por lo que la misma pueda valer, a falta de otras, y –si así lo desean– a título de hipótesis, esperando otra mejor; al menos ésta tiene la ventaja de dar a la alucinación una base, un cuerpo, una razón de ser, mientras que, cuando los fisiólogos hubieron pronunciado sus palabras sacramentales de sobreexcitación, de exaltación, de efectos de la imaginación, nada han dicho o no han dicho todo, porque ellos no han observado todas las fases del fenómeno.»
La imaginación también desempeña un papel que es preciso distinguir de la alucinación propiamente dicha, aunque estas dos causas estén a menudo reunidas; aquella presta a ciertos objetos las formas que éstos no tienen, como hace ver una figura en la Luna o animales en las nubes. Se sabe que en la oscuridad los objetos toman apariencias extrañas, por no poder distinguirse todas sus partes y porque los contornos no están nítidamente definidos. A la noche, ¿cuántas veces en un cuarto, una vestimenta colgada, un vago reflejo luminoso, no parecen tener una forma humana a los ojos de las personas de mayor sangre fría? Si a eso se junta el miedo o una credulidad exagerada, la imaginación hará el resto. Según esto, se comprende que la imaginación pueda alterar la realidad de las imágenes percibidas durante la alucinación y darles formas fantásticas.
Las verdaderas apariciones tienen un carácter que, para un observador experimentado, no permite confundirlas con los efectos que acabamos de citar. Como ellas pueden tener lugar en pleno día, se debe desconfiar de las que se cree ver a la noche, por temor a ser víctima de una ilusión de óptica. Además, hay en las apariciones –como en todos los otros fenómenos espíritas– el carácter inteligente, que es la mejor prueba de su realidad. Toda aparición que no da ninguna señal inteligente, puede ser terminantemente considerada una ilusión. Los Sres. materialistas deben reconocer que les concedemos una gran parte.
¿Explica lo expuesto todos los casos de visión? Ciertamente que no, y desafiamos a todos los fisiólogos a que presenten una explicación –desde su punto de vista exclusivo– que resuelva todos los casos; por lo tanto, si todas las teorías de la alucinación son insuficientes para explicar la totalidad de los hechos, entonces existe algo más allá que la alucinación propiamente dicha, y ese algo solamente encuentra su solución en la teoría espírita, que a todos abarca. En efecto, si examinamos con cuidado ciertos casos de visiones muy frecuentes, veremos que es imposible atribuirles el mismo origen de la alucinación. Al tratar de dar a ésta una explicación plausible, hemos querido mostrar en qué difiere de la aparición. En uno y en otro caso es siempre el alma que ve y no los ojos; en el primero, ella ve una imagen interior y, en el segundo, una cosa exterior, si así podemos expresarnos. Cuando una persona ausente, en la cual no se piensa en absoluto, y que se cree que está con muy buena salud, se presenta espontáneamente cuando estamos perfectamente despiertos y viene a revelar las particularidades de su muerte, ocurrida en aquel mismo momento y de la cual, por consiguiente, no se podía tener noticia, este hecho no se puede atribuir a un recuerdo ni a la preocupación del Espíritu. Suponiendo que se haya tenido aprensiones sobre la vida de esta persona, quedaría por explicar la coincidencia del momento de la muerte con la aparición y, sobre todo, las circunstancias de la muerte, cosas que no se pueden conocer ni prever. Se puede, pues, incluir entre las alucinaciones a las visiones fantásticas, que no tienen nada de real; entretanto, no sucede lo mismo con las que revelan actualidades positivas, confirmadas por los acontecimientos. Sería absurdo explicarlas con las mismas causas, y aún más absurdo sería atribuirlas al acaso, que es la razón suprema de los que no tienen nada que decir. Sólo el Espiritismo puede explicarlas con la doble teoría del periespíritu y de la emancipación del alma; pero ¿cómo creer en la acción del alma cuando no se admite su existencia?
Al no tener absolutamente en cuenta el elemento espiritual, la Ciencia está en la imposibilidad de resolver una multitud de fenómenos y cae en el absurdo de querer atribuir todo al elemento material. Sobre todo es en Medicina que el elemento espiritual desempeña un papel importante; cuando los médicos lo tengan en cuenta, se equivocarán con menos frecuencia de lo que lo hacen ahora; ahí tendrán una luz que los guiará con más seguridad en el diagnóstico y en el tratamiento de las enfermedades. Es lo que se puede constatar presentemente en la práctica de los médicos espíritas, cuyo número aumenta todos los días. Al tener la alucinación una causa fisiológica, tenemos la certeza de que ellos encontrarán el medio de combatirla. Conocemos a un médico que, gracias al Espiritismo, está a camino de hacer descubrimientos del más alto alcance, porque la Doctrina le dio a conocer la verdadera causa de ciertas afecciones rebeldes a la medicina materialista.
El fenómeno de la aparición puede producirse de dos maneras: o es el Espíritu que viene a encontrar a la persona que lo ve, o es el Espíritu de ésta que se transporta y va a encontrar al otro. Los dos ejemplos siguientes caracterizan perfectamente ambos casos.
Uno de nuestros colegas nos contaba recientemente que un amigo suyo –un oficial que se encontraba en África– de repente vio a su frente la escena de un cortejo fúnebre: era el de uno de sus tíos que vivía en Francia, y que no veía hacía mucho tiempo. Vio claramente toda la ceremonia, desde la salida de la casa mortuoria hasta la iglesia, y el transporte al cementerio; incluso observó diversas particularidades, de las cuales no podía tener idea. En ese momento él estaba despierto, a pesar de absorto, estado en que solamente salió cuando todo desapareció. Impactado por esta circunstancia, escribió a Francia para tener noticias de su tío, y supo que éste falleció súbitamente, habiendo sido enterrado en el día y a la hora en que la aparición tuvo lugar, y con las particularidades que había visto. Es evidente que en este caso no fue el cortejo que vino a encontrarlo, sino que él fue hacia el cortejo, del cual tuvo su percepción por un efecto de la doble vista.
Un médico conocido nuestro, el Sr. Félix Mallo, prestaba asistencia a una joven mujer; mas al considerar que el clima de París le hacía mal, la aconsejó a que pasase algún tiempo con su familia en el interior del país, lo que ella hizo. Durante seis meses él no escuchó más hablar de ella y ni pensaba en la misma, cuando una noche –alrededor de las diez–, al estar en su cuarto, oyó que llamaban a la puerta de su consultorio. Pensando que alguien venía a llamarlo para que atendiera a un paciente, pidió que entrase; pero quedó bastante sorprendido al ver a su frente a la joven mujer en cuestión, pálida, vestida como la había conocido y que le dijo con mucha sangre fría: «Dr. Mallo, vengo a deciros que he muerto». Y luego desapareció. Al tener la certeza de que estaba bien despierto y de que nadie había entrado, el médico requirió informaciones y supo que esa mujer había muerto en la misma noche en que le había aparecido. En este caso, fue efectivamente el Espíritu de la mujer que vino a su encuentro. Los incrédulos no dejarán de decir que el médico podría estar preocupado con la salud de su antigua paciente, y que no habría nada de sorprendente en que previera la muerte de la misma; tal vez. Pero ellos no explican el hecho de la coincidencia de su aparición con el momento de su muerte, considerando que hacía varios meses que el médico no había oído hablar de ella. Incluso suponiendo que él haya creído en la imposibilidad de que ella se curase, ¿podría prever que la misma muriera en tal día y a tal hora? Nosotros debemos agregar que él no es un hombre que se deje llevar por la imaginación.
He aquí otro hecho no menos característico y que no podría ser atribuido a ninguna previsión. Uno de nuestros socios –oficial de marina– estaba en el mar, cuando vio a su padre y a su hermano tirados abajo de un carruaje; el padre había muerto y el hermano no había sufrido ningún mal. Quince días después, al haber desembarcado en Francia, sus amigos buscaron prepararlo para que reciba la triste noticia. «–No toméis tantas precauciones –les dijo–, porque sé lo que queréis decirme: Mi padre falleció; hace quince días que lo sé.» En efecto, su padre y su hermano, estando en París, bajaban del carruaje en los Campos Elíseos, cuando el caballo se asustó, el carruaje se quebró, el padre murió y el hermano tuvo solamente algunas contusiones. Estos hechos son positivos, actuales, y no van a decir que son leyendas de la Edad Media. Si cada uno reúne sus recuerdos, verá que son más frecuentes de lo que se cree. Nosotros preguntamos si los mismos tienen alguno de los caracteres de la alucinación. Pedimos igualmente a los materialistas que den una explicación del hecho relatado en el artículo siguiente.
Una aparición providencial
Leemos en el Oxford Chronicle del 1º de junio de 1861:
«En 1828 un navío que hacía viajes de Liverpool a New Brunswick tenía como segundo capitán al Sr. Robert Bruce. Al estar cerca de los bancos de Terranova, el capitán y su segundo hacían los cálculos diarios de su ruta, el primero en su cabina y el otro en la sala que se encontraba al lado; las dos piezas estaban dispuestas de manera que ellos podían verse y conversar. Bruce, muy ocupado en su trabajo, no percibió que el capitán había subido a cubierta; sin mirarlo, le dijo: “Encuentro tal longitud; ¿cuál es la vuestra?” Al no recibir respuesta, repitió la pregunta, pero inútilmente. Entonces se dirigió a la puerta de la cabina y vio a un hombre que estaba sentado en el lugar del capitán, escribiendo en su pizarra. El individuo se dio vuelta, miró fijamente a Bruce, y éste, espantado, corrió a cubierta. –Capitán, dijo él tan pronto como lo encontró: ¿quién está en este momento en la mesa de trabajo de vuestra cabina? –Nadie, presumo. –Os aseguro que hay un extraño. –¡Un extraño! Soñáis, Sr. Bruce; ¿quién se atrevería a estar en mi escritorio sin mis órdenes? Quizá visteis al suboficial o al camarero. –Señor, es un hombre que está sentado en vuestro sillón y que escribe en vuestra pizarra. Él me ha mirado a la cara y yo lo he visto claramente, como jamás vi a nadie en este mundo. –¡Él! ¿Quién? –¡Sólo Dios lo sabe, capitán! Nunca antes había visto a ese extraño en mi vida, en ninguna parte. –Habéis enloquecido, Sr. Bruce; ¡un extraño! Hace seis semanas que estamos en el mar. –Lo sé, y sin embargo lo vi. –¡Pues bien! Id a ver quién es. –Capitán, vos sabéis que no me amedrento; no creo en aparecidos; entretanto, confieso que prefiero no verlo solo y de frente. Me gustaría que fuéramos los dos. El capitán bajó primero, pero no encontró a nadie. –Ya veis que soñasteis, le dijo. –No sé cómo esto sucedió, pero os juro que él estaba aquí hace poco y que escribía en vuestra pizarra. –En este caso debe haber algo escrito en la misma. Tomó la pizarra y leyó estas palabras: Dirigid el navío al noroeste. Después de hacer escribir las mismas palabras a Bruce y a los hombres alfabetizados de la tripulación, el capitán constató que la escritura no se parecía con la de ninguno de ellos. Buscaron en todos los rincones del navío y no descubrieron a ningún extraño. Al ser consultado si debía seguir ese aviso misterioso, el capitán decidió cambiar de rumbo y navegó hacia el noroeste, después de haber puesto como vigía a un hombre de confianza. Tres horas después el vigía señaló un témpano y luego una embarcación desarbolada, sobre la cual se veían a varios hombres. Al aproximarse más se supo que la misma estaba quebrada, las provisiones agotadas y la tripulación y los pasajeros hambrientos. Enviaron botes para recogerlos; pero en el momento en que subieron a bordo, el Sr. Bruce, con gran estupefacción, reconoció entre los náufragos al hombre que había visto en la cabina del capitán. Así que el estremecimiento pasó y que el navío retomó su ruta, el Sr. Bruce le dijo al capitán: –Parece que no fue a un Espíritu que yo vi hoy; él está vivo; el hombre que escribía en vuestra pizarra es uno de los pasajeros que acabamos de salvar: helo aquí. Yo lo juraría ante la justicia.
«El capitán se dirigió a ese hombre, lo invitó a bajar a su cabina y le pidió que escribiera en la pizarra, del lado opuesto al que se encontraba la escritura misteriosa: Dirigid el navío al noroeste. Intrigado con este pedido, entretanto, el pasajero concordó en escribir. Al tomar la pizarra, el capitán la dio vuelta disimuladamente y, mostrando al pasajero las palabras escritas antes, le preguntó: –¿Esta es realmente vuestra letra? –Sin duda, ya que acabo de escribir delante vuestro. –¿Y ésta aquí? –agregó, al mostrarle el otro lado. –También es mi letra; pero no sé cómo esto ocurrió, porque solamente escribí de un lado. –Mi segundo capitán, que está aquí, afirma que os ha visto hoy al mediodía, sentado en este escritorio y escribiendo estas palabras. –Es imposible, puesto que hace instantes me han traído a este navío.
«El capitán de la embarcación naufragada, al ser interrogado sobre ese hombre y acerca de lo que podría haber pasado de extraordinario con él por la mañana, respondió: –Sólo lo conozco como siendo uno de mis pasajeros; pero un poco antes del mediodía él cayó en un sueño profundo, del cual solamente salió una hora después. Durante el sueño expresó la confianza de que pronto seríamos rescatados, diciendo que él se veía a bordo de un navío, cuyas características y tipo de aparejo describió de total conformidad con éste, que vimos después. El pasajero añadió que él no se acordaba de haber soñado, ni de haber escrito nada, mas que solamente había conservado al despertar un presentimiento –que él no sabía explicar– de que un navío venía a socorrerlos. Una cosa extraña –dijo él– es que todo lo que hay en este navío me resulta familiar y, entretanto, estoy muy seguro de que nunca he estado aquí. Ante eso, el Sr. Bruce le contó las circunstancias de la aparición que había tenido, y ellos sacaron en conclusión de que ese hecho había sido providencial.»
Esta historia es perfectamente auténtica; el Sr. Robert Dale Owen, antiguo ministro de los Estados Unidos en Nápoles, que igualmente la relata en su obra, ha obtenido todos los documentos que constatan su veracidad. Preguntamos si este hecho tiene alguno de los caracteres de la alucinación. Que la esperanza –que nunca abandona a los desdichados– haya seguido al pasajero en su sueño y le haya hecho soñar que venían a socorrerlos, es comprensible; la coincidencia del sueño con el socorro aún podría ser un efecto fortuito; ¿pero cómo explicar la descripción del navío? En cuanto al Sr. Bruce, no hay duda que él no soñaba; si la aparición era una ilusión, ¿cómo explicar esa semejanza con el pasajero? Si fue un efecto fortuito, la escritura en la pizarra es un hecho material. ¿De dónde provenía el consejo, dado por ese medio, de navegar en dirección a los naúfragos, contrariando la ruta seguida por el navío? Que los Sres. partidarios de la alucinación consientan en decirnos cómo podrán explicar, con su sistema exclusivo, todas esas circunstancias. En los fenómenos espíritas provocados, ellos tienen el recurso de decir que hay superchería; pero aquí no es nada probable que el pasajero haya hecho una comedia. Es en esto que los fenómenos espontáneos, cuando avalados por testimonios irrecusables, son de una gran importancia, porque no se puede sospechar de ninguna connivencia.
Para los espíritas, este hecho no tiene nada de extraordinario, porque pueden explicarlo. A los ojos de los ignorantes parecerá sobrenatural, maravilloso. Para quien conozca la teoría del periespíritu, de la emancipación del alma en los encarnados, el hecho no sale de las leyes de la Naturaleza. Un crítico se divirtió mucho con la historia del hombre de la tabaquera, que hemos relatado en la Revista del mes de marzo de 1859, diciendo aquél que era un efecto de la imaginación de la Sra. que estaba enferma; ¿qué tiene aquella historia de más imposible que ésta? Los dos hechos se explican exactamente por la misma ley que rige las relaciones que existen entre el Espíritu y la materia. Además, preguntamos a todos los espíritas que han estudiado la teoría de los fenómenos si, al leer el hecho que acabamos de citar, su atención no se ha dirigido inmediatamente hacia la manera por la que debió haberse producido; si no ha sido explicado; si de esta explicación no resulta su posibilidad y si, como consecuencia de esta posibilidad, no se han interesado más que si lo hubiesen tenido que aceptar únicamente a través de los ojos de la fe, sin unirlo al consentimiento de su inteligencia. Los que nos critican por haber dado esta teoría se olvidan que la misma es el resultado de largos y pacientes estudios, que ellos podrían haber hecho como nosotros, trabajando tanto como lo hicimos y lo hacemos todos los días; que, al dar los medios para explicar los fenómenos, nosotros les hemos dado una base y una razón de ser que han hecho callar a más de un crítico y que, en gran parte, han contribuido para la propagación del Espiritismo, ya que se acepta más de buen grado lo que se comprende que lo que no se comprende.
Leemos en el Oxford Chronicle del 1º de junio de 1861:
«En 1828 un navío que hacía viajes de Liverpool a New Brunswick tenía como segundo capitán al Sr. Robert Bruce. Al estar cerca de los bancos de Terranova, el capitán y su segundo hacían los cálculos diarios de su ruta, el primero en su cabina y el otro en la sala que se encontraba al lado; las dos piezas estaban dispuestas de manera que ellos podían verse y conversar. Bruce, muy ocupado en su trabajo, no percibió que el capitán había subido a cubierta; sin mirarlo, le dijo: “Encuentro tal longitud; ¿cuál es la vuestra?” Al no recibir respuesta, repitió la pregunta, pero inútilmente. Entonces se dirigió a la puerta de la cabina y vio a un hombre que estaba sentado en el lugar del capitán, escribiendo en su pizarra. El individuo se dio vuelta, miró fijamente a Bruce, y éste, espantado, corrió a cubierta. –Capitán, dijo él tan pronto como lo encontró: ¿quién está en este momento en la mesa de trabajo de vuestra cabina? –Nadie, presumo. –Os aseguro que hay un extraño. –¡Un extraño! Soñáis, Sr. Bruce; ¿quién se atrevería a estar en mi escritorio sin mis órdenes? Quizá visteis al suboficial o al camarero. –Señor, es un hombre que está sentado en vuestro sillón y que escribe en vuestra pizarra. Él me ha mirado a la cara y yo lo he visto claramente, como jamás vi a nadie en este mundo. –¡Él! ¿Quién? –¡Sólo Dios lo sabe, capitán! Nunca antes había visto a ese extraño en mi vida, en ninguna parte. –Habéis enloquecido, Sr. Bruce; ¡un extraño! Hace seis semanas que estamos en el mar. –Lo sé, y sin embargo lo vi. –¡Pues bien! Id a ver quién es. –Capitán, vos sabéis que no me amedrento; no creo en aparecidos; entretanto, confieso que prefiero no verlo solo y de frente. Me gustaría que fuéramos los dos. El capitán bajó primero, pero no encontró a nadie. –Ya veis que soñasteis, le dijo. –No sé cómo esto sucedió, pero os juro que él estaba aquí hace poco y que escribía en vuestra pizarra. –En este caso debe haber algo escrito en la misma. Tomó la pizarra y leyó estas palabras: Dirigid el navío al noroeste. Después de hacer escribir las mismas palabras a Bruce y a los hombres alfabetizados de la tripulación, el capitán constató que la escritura no se parecía con la de ninguno de ellos. Buscaron en todos los rincones del navío y no descubrieron a ningún extraño. Al ser consultado si debía seguir ese aviso misterioso, el capitán decidió cambiar de rumbo y navegó hacia el noroeste, después de haber puesto como vigía a un hombre de confianza. Tres horas después el vigía señaló un témpano y luego una embarcación desarbolada, sobre la cual se veían a varios hombres. Al aproximarse más se supo que la misma estaba quebrada, las provisiones agotadas y la tripulación y los pasajeros hambrientos. Enviaron botes para recogerlos; pero en el momento en que subieron a bordo, el Sr. Bruce, con gran estupefacción, reconoció entre los náufragos al hombre que había visto en la cabina del capitán. Así que el estremecimiento pasó y que el navío retomó su ruta, el Sr. Bruce le dijo al capitán: –Parece que no fue a un Espíritu que yo vi hoy; él está vivo; el hombre que escribía en vuestra pizarra es uno de los pasajeros que acabamos de salvar: helo aquí. Yo lo juraría ante la justicia.
«El capitán se dirigió a ese hombre, lo invitó a bajar a su cabina y le pidió que escribiera en la pizarra, del lado opuesto al que se encontraba la escritura misteriosa: Dirigid el navío al noroeste. Intrigado con este pedido, entretanto, el pasajero concordó en escribir. Al tomar la pizarra, el capitán la dio vuelta disimuladamente y, mostrando al pasajero las palabras escritas antes, le preguntó: –¿Esta es realmente vuestra letra? –Sin duda, ya que acabo de escribir delante vuestro. –¿Y ésta aquí? –agregó, al mostrarle el otro lado. –También es mi letra; pero no sé cómo esto ocurrió, porque solamente escribí de un lado. –Mi segundo capitán, que está aquí, afirma que os ha visto hoy al mediodía, sentado en este escritorio y escribiendo estas palabras. –Es imposible, puesto que hace instantes me han traído a este navío.
«El capitán de la embarcación naufragada, al ser interrogado sobre ese hombre y acerca de lo que podría haber pasado de extraordinario con él por la mañana, respondió: –Sólo lo conozco como siendo uno de mis pasajeros; pero un poco antes del mediodía él cayó en un sueño profundo, del cual solamente salió una hora después. Durante el sueño expresó la confianza de que pronto seríamos rescatados, diciendo que él se veía a bordo de un navío, cuyas características y tipo de aparejo describió de total conformidad con éste, que vimos después. El pasajero añadió que él no se acordaba de haber soñado, ni de haber escrito nada, mas que solamente había conservado al despertar un presentimiento –que él no sabía explicar– de que un navío venía a socorrerlos. Una cosa extraña –dijo él– es que todo lo que hay en este navío me resulta familiar y, entretanto, estoy muy seguro de que nunca he estado aquí. Ante eso, el Sr. Bruce le contó las circunstancias de la aparición que había tenido, y ellos sacaron en conclusión de que ese hecho había sido providencial.»
Esta historia es perfectamente auténtica; el Sr. Robert Dale Owen, antiguo ministro de los Estados Unidos en Nápoles, que igualmente la relata en su obra, ha obtenido todos los documentos que constatan su veracidad. Preguntamos si este hecho tiene alguno de los caracteres de la alucinación. Que la esperanza –que nunca abandona a los desdichados– haya seguido al pasajero en su sueño y le haya hecho soñar que venían a socorrerlos, es comprensible; la coincidencia del sueño con el socorro aún podría ser un efecto fortuito; ¿pero cómo explicar la descripción del navío? En cuanto al Sr. Bruce, no hay duda que él no soñaba; si la aparición era una ilusión, ¿cómo explicar esa semejanza con el pasajero? Si fue un efecto fortuito, la escritura en la pizarra es un hecho material. ¿De dónde provenía el consejo, dado por ese medio, de navegar en dirección a los naúfragos, contrariando la ruta seguida por el navío? Que los Sres. partidarios de la alucinación consientan en decirnos cómo podrán explicar, con su sistema exclusivo, todas esas circunstancias. En los fenómenos espíritas provocados, ellos tienen el recurso de decir que hay superchería; pero aquí no es nada probable que el pasajero haya hecho una comedia. Es en esto que los fenómenos espontáneos, cuando avalados por testimonios irrecusables, son de una gran importancia, porque no se puede sospechar de ninguna connivencia.
Para los espíritas, este hecho no tiene nada de extraordinario, porque pueden explicarlo. A los ojos de los ignorantes parecerá sobrenatural, maravilloso. Para quien conozca la teoría del periespíritu, de la emancipación del alma en los encarnados, el hecho no sale de las leyes de la Naturaleza. Un crítico se divirtió mucho con la historia del hombre de la tabaquera, que hemos relatado en la Revista del mes de marzo de 1859, diciendo aquél que era un efecto de la imaginación de la Sra. que estaba enferma; ¿qué tiene aquella historia de más imposible que ésta? Los dos hechos se explican exactamente por la misma ley que rige las relaciones que existen entre el Espíritu y la materia. Además, preguntamos a todos los espíritas que han estudiado la teoría de los fenómenos si, al leer el hecho que acabamos de citar, su atención no se ha dirigido inmediatamente hacia la manera por la que debió haberse producido; si no ha sido explicado; si de esta explicación no resulta su posibilidad y si, como consecuencia de esta posibilidad, no se han interesado más que si lo hubiesen tenido que aceptar únicamente a través de los ojos de la fe, sin unirlo al consentimiento de su inteligencia. Los que nos critican por haber dado esta teoría se olvidan que la misma es el resultado de largos y pacientes estudios, que ellos podrían haber hecho como nosotros, trabajando tanto como lo hicimos y lo hacemos todos los días; que, al dar los medios para explicar los fenómenos, nosotros les hemos dado una base y una razón de ser que han hecho callar a más de un crítico y que, en gran parte, han contribuido para la propagación del Espiritismo, ya que se acepta más de buen grado lo que se comprende que lo que no se comprende.
Conversaciones familiares del Más Allá
Los amigos no nos olvidan en el Otro Mundo
Uno de nuestros suscriptores nos envía la siguiente conversación que tuvo con uno de sus amigos, cuya desencarnación lo dejó muy sensibilizado, comunicación obtenida a través de un médium desconocido, dado que el suscriptor no es médium. Además de la notable elevación de los pensamientos, ha de observarse que los lazos establecidos en la Tierra, cuando son sinceros, no se rompen con la muerte.
1. Evocación. Ruego al Espíritu Jules P..., tan querido para mí, que consienta en comunicarse conmigo. –Resp. Estimado amigo, vengo a tu llamado; vengo con tanta solicitud, porque sólo más adelante esperaba poder comunicarme contigo, mediante la voluntad de Dios. ¡Cuán agradable es para mí ver ese tiempo abreviado por tu voluntad, y poder decirte cuánto ha servido para mi adelanto la prueba que he sufrido en la Tierra! Aunque aún esté errante, me siento muy feliz, sin otro pensamiento que el del entusiasmo por las obras de Dios, que me permite disfrutar de todos los prodigios que consiente en dejar a mi disposición, en la expectativa de una reencarnación en un mundo superior, donde seguiré la gradación afortunada que me elevará a la suprema felicidad. Querido amigo, ¡que tú puedas, al escucharme, percibir en mis palabras un presagio de lo que te espera! En el último día vendré a tomarte de la mano para mostrarte el camino que recorro desde hace algún tiempo con tanta alegría. Me encontrarás como guía, como en la vida terrena me encontraste como amigo fiel. 2. Estimado amigo, ¿puedo contar con tu apoyo para llegar al objetivo feliz que me permites vislumbrar? –Resp. Quédate tranquilo; haré lo posible para que avances en este camino, donde ambos nos reencontraremos con tanta emoción y placer; como en otros tiempos, vendré a darte todas las pruebas de bondad del corazón a las cuales siempre has sido tan sensible.
3. ¿Debo deducir de tu lenguaje que eres mucho más feliz que en tu última existencia? –Resp. Indiscutiblemente, amigo mío, muy feliz, no estaría de más repetirlo. ¡Qué diferencia! No más aflicciones, ni tristezas, ni sufrimientos corporales o morales; y, con esto, ¡la visión de todo lo que ha sido apreciado por nosotros! Frecuentemente yo estaba contigo, a tu lado; ¡cuántas veces te he acompañado en tu camino! Te veía cuando no suponías que yo estaba tan cerca de ti, ya que tú me creías perdido para siempre. Querido amigo, la vida es valiosa para el Espíritu, tanto más valiosa cuando afable, y éste puede hacerla servir –como en la Tierra– para su adelanto celestial. Ten la certeza de que todo está de conformidad con los decretos divinos, a fin de volver más felices a las criaturas de Dios, y que de parte de éstas basta tener un corazón para amar y una cabeza humilde para curvar; entonces, el Espíritu se eleva más alto de lo que podría esperar.
4. ¿Qué deseas de mí que pueda ser de tu agrado? –Resp. Tu pensamiento revestido de una flor.
Nota – Al haberse establecido un debate sobre el sentido de esta respuesta, el Espíritu agregó:
Cuando digo: Tu pensamiento revestido de una flor, quiero decir que al recoger flores debes pensar algunas veces en mí. Comprenderás que deseo, tanto como posible, presentarme de nuevo ante uno de tus sentidos, conmoviéndote agradablemente.
5. Adiós, estimado amigo; aprovecharé con placer la próxima ocasión que tenga para evocarte. –Resp. Esperaré con impaciencia. Hasta la vista, querido amigo.
6. Evocación. Hago un nuevo pedido a mi amigo para que consienta en darme una comunicación en interés de mi instrucción. –Resp. Estoy aquí nuevamente, estimado amigo; no deseo otra cosa que venir a decirte una vez más cuán querido has sido para mí. Quiero darte una prueba de esto, elevándome a las más altas consideraciones. Sí, amigo mío, la materia no es nada; trátala duramente; no temas, el Espíritu es todo: sólo él permanece y nunca debe cesar de vivir ni de recorrer la senda que Dios le traza. A veces se detiene en los caminos empinados para recobrar aliento; pero cuando dirige los ojos hacia el Creador, toma coraje y supera rápidamente las dificultades que encuentra, elevándose y admirando la bondad del Señor, que en la medida cierta le da las fuerzas que necesita. Entonces avanza; el empíreo se presenta ante sus ojos, a su corazón; él camina y después se vuelve digno del destino celestial que vislumbra. Querido amigo, no temas nada; siento en mí el coraje duplicado y las fuerzas decuplicadas desde que he dejado la Tierra; no dudo más de la felicidad predicha que, comparada a la que disfruto, será tan superior como la más brillante de las piedras preciosas es superior al más simple anillo. Así, ves cuánta grandeza hay en las voluntades celestiales, ¡y cuán difícil será para los humanos apreciar y evaluar los resultados! También vuestro lenguaje difícilmente nos sirve cuando queremos expresar lo que os debe parecer incomprensible.
7. ¿Tienes algo que agregar a los bellos pensamientos que acabas de expresar? –Resp. Sin duda que no he terminado; pero he querido darte una prueba de mi identidad. Cuando quieras, te daré otras.
Nota – Esas pruebas de identidad son aquí todas morales, y no resultan de ningún signo material ni de ninguna de esas cuestiones pueriles que algunas personas suelen hacer con ese objetivo. Las pruebas morales son las mejores y las más seguras, ya que los signos materiales pueden siempre ser imitados por Espíritus embusteros. Aquí, el Espíritu se hace reconocer por sus pensamientos, por su carácter, por la elevación y por la nobleza del estilo. Al respecto, un Espíritu embustero podría ciertamente intentar imitarlo, pero no sería más que una imitación grosera, y como faltaría el fondo, solamente podría imitar la forma y, además, no podría representar por mucho tiempo su papel.
8. Puesto que estás con esa predisposición benevolente, quedaría feliz en aprovecharla ahora, y te pido que tengas a bien continuar. –Resp. Te diré: Abre el libro de tus destinos; el Evangelio, amigo mío, te hará comprender muchas cosas que yo no podría expresar. Deja la letra; toma el espíritu de ese libro sagrado y en él encontrarás todos los consuelos que son necesarios a tu corazón. No te inquietes con los términos desconocidos; busca el pensamiento, y tu corazón interpretará como debe ser interpretado. Ahora estoy mejor informado al respecto, y percibo el error que nosotros –Espíritus– cometíamos al leerlo tan fríamente cuando estábamos encarnados. Hoy, al comprender más las valiosas enseñanzas que el Divino Maestro nos ha dejado, felizmente reconozco que, guiado por mi corazón, yo podría haber extraído de las mismas el auxilio que me faltaba.
9. Gracias y adiós, estimado amigo; aprovecharé con placer la primera ocasión que tenga para evocarte. –Resp. No dudes de que entonces vendré, como vengo hoy; haré lo mejor que pueda.
Los amigos no nos olvidan en el Otro Mundo
Uno de nuestros suscriptores nos envía la siguiente conversación que tuvo con uno de sus amigos, cuya desencarnación lo dejó muy sensibilizado, comunicación obtenida a través de un médium desconocido, dado que el suscriptor no es médium. Además de la notable elevación de los pensamientos, ha de observarse que los lazos establecidos en la Tierra, cuando son sinceros, no se rompen con la muerte.
Primera conversación, 28 de diciembre de 1860
1. Evocación. Ruego al Espíritu Jules P..., tan querido para mí, que consienta en comunicarse conmigo. –Resp. Estimado amigo, vengo a tu llamado; vengo con tanta solicitud, porque sólo más adelante esperaba poder comunicarme contigo, mediante la voluntad de Dios. ¡Cuán agradable es para mí ver ese tiempo abreviado por tu voluntad, y poder decirte cuánto ha servido para mi adelanto la prueba que he sufrido en la Tierra! Aunque aún esté errante, me siento muy feliz, sin otro pensamiento que el del entusiasmo por las obras de Dios, que me permite disfrutar de todos los prodigios que consiente en dejar a mi disposición, en la expectativa de una reencarnación en un mundo superior, donde seguiré la gradación afortunada que me elevará a la suprema felicidad. Querido amigo, ¡que tú puedas, al escucharme, percibir en mis palabras un presagio de lo que te espera! En el último día vendré a tomarte de la mano para mostrarte el camino que recorro desde hace algún tiempo con tanta alegría. Me encontrarás como guía, como en la vida terrena me encontraste como amigo fiel. 2. Estimado amigo, ¿puedo contar con tu apoyo para llegar al objetivo feliz que me permites vislumbrar? –Resp. Quédate tranquilo; haré lo posible para que avances en este camino, donde ambos nos reencontraremos con tanta emoción y placer; como en otros tiempos, vendré a darte todas las pruebas de bondad del corazón a las cuales siempre has sido tan sensible.
3. ¿Debo deducir de tu lenguaje que eres mucho más feliz que en tu última existencia? –Resp. Indiscutiblemente, amigo mío, muy feliz, no estaría de más repetirlo. ¡Qué diferencia! No más aflicciones, ni tristezas, ni sufrimientos corporales o morales; y, con esto, ¡la visión de todo lo que ha sido apreciado por nosotros! Frecuentemente yo estaba contigo, a tu lado; ¡cuántas veces te he acompañado en tu camino! Te veía cuando no suponías que yo estaba tan cerca de ti, ya que tú me creías perdido para siempre. Querido amigo, la vida es valiosa para el Espíritu, tanto más valiosa cuando afable, y éste puede hacerla servir –como en la Tierra– para su adelanto celestial. Ten la certeza de que todo está de conformidad con los decretos divinos, a fin de volver más felices a las criaturas de Dios, y que de parte de éstas basta tener un corazón para amar y una cabeza humilde para curvar; entonces, el Espíritu se eleva más alto de lo que podría esperar.
4. ¿Qué deseas de mí que pueda ser de tu agrado? –Resp. Tu pensamiento revestido de una flor.
Nota – Al haberse establecido un debate sobre el sentido de esta respuesta, el Espíritu agregó:
Cuando digo: Tu pensamiento revestido de una flor, quiero decir que al recoger flores debes pensar algunas veces en mí. Comprenderás que deseo, tanto como posible, presentarme de nuevo ante uno de tus sentidos, conmoviéndote agradablemente.
5. Adiós, estimado amigo; aprovecharé con placer la próxima ocasión que tenga para evocarte. –Resp. Esperaré con impaciencia. Hasta la vista, querido amigo.
Segunda conversación, 31 de diciembre de 1860
6. Evocación. Hago un nuevo pedido a mi amigo para que consienta en darme una comunicación en interés de mi instrucción. –Resp. Estoy aquí nuevamente, estimado amigo; no deseo otra cosa que venir a decirte una vez más cuán querido has sido para mí. Quiero darte una prueba de esto, elevándome a las más altas consideraciones. Sí, amigo mío, la materia no es nada; trátala duramente; no temas, el Espíritu es todo: sólo él permanece y nunca debe cesar de vivir ni de recorrer la senda que Dios le traza. A veces se detiene en los caminos empinados para recobrar aliento; pero cuando dirige los ojos hacia el Creador, toma coraje y supera rápidamente las dificultades que encuentra, elevándose y admirando la bondad del Señor, que en la medida cierta le da las fuerzas que necesita. Entonces avanza; el empíreo se presenta ante sus ojos, a su corazón; él camina y después se vuelve digno del destino celestial que vislumbra. Querido amigo, no temas nada; siento en mí el coraje duplicado y las fuerzas decuplicadas desde que he dejado la Tierra; no dudo más de la felicidad predicha que, comparada a la que disfruto, será tan superior como la más brillante de las piedras preciosas es superior al más simple anillo. Así, ves cuánta grandeza hay en las voluntades celestiales, ¡y cuán difícil será para los humanos apreciar y evaluar los resultados! También vuestro lenguaje difícilmente nos sirve cuando queremos expresar lo que os debe parecer incomprensible.
7. ¿Tienes algo que agregar a los bellos pensamientos que acabas de expresar? –Resp. Sin duda que no he terminado; pero he querido darte una prueba de mi identidad. Cuando quieras, te daré otras.
Nota – Esas pruebas de identidad son aquí todas morales, y no resultan de ningún signo material ni de ninguna de esas cuestiones pueriles que algunas personas suelen hacer con ese objetivo. Las pruebas morales son las mejores y las más seguras, ya que los signos materiales pueden siempre ser imitados por Espíritus embusteros. Aquí, el Espíritu se hace reconocer por sus pensamientos, por su carácter, por la elevación y por la nobleza del estilo. Al respecto, un Espíritu embustero podría ciertamente intentar imitarlo, pero no sería más que una imitación grosera, y como faltaría el fondo, solamente podría imitar la forma y, además, no podría representar por mucho tiempo su papel.
8. Puesto que estás con esa predisposición benevolente, quedaría feliz en aprovecharla ahora, y te pido que tengas a bien continuar. –Resp. Te diré: Abre el libro de tus destinos; el Evangelio, amigo mío, te hará comprender muchas cosas que yo no podría expresar. Deja la letra; toma el espíritu de ese libro sagrado y en él encontrarás todos los consuelos que son necesarios a tu corazón. No te inquietes con los términos desconocidos; busca el pensamiento, y tu corazón interpretará como debe ser interpretado. Ahora estoy mejor informado al respecto, y percibo el error que nosotros –Espíritus– cometíamos al leerlo tan fríamente cuando estábamos encarnados. Hoy, al comprender más las valiosas enseñanzas que el Divino Maestro nos ha dejado, felizmente reconozco que, guiado por mi corazón, yo podría haber extraído de las mismas el auxilio que me faltaba.
9. Gracias y adiós, estimado amigo; aprovecharé con placer la primera ocasión que tenga para evocarte. –Resp. No dudes de que entonces vendré, como vengo hoy; haré lo mejor que pueda.
Correspondencia
Carta del presidente de la Sociedad Espírita de México
México, 18 de abril de 1861.
Al Sr. Allan Kardec, en París:
Señor:
Mi amigo, el Sr. Viseur, en su penúltima carta, me manifiesta el deseo que tenéis en conocer el objeto y los propósitos de la Sociedad Espírita que yo presido en México. Es con inmenso placer y la más profunda simpatía por vuestros profundos conocimientos referentes a esta materia que os dirijo esta breve exposición de la historia del Espiritismo en este país, rogándoos que toméis en consideración nuestra falta de experiencia, pero también que nos contéis entre vos como fervorosos adeptos.
Mucho tiempo después de vos, señor, hemos tenido la felicidad de conocer esta dulce verdad de que los Espíritus, o almas de las personas muertas, pueden comunicarse con los vivos. A pesar de algunas publicaciones provenientes del Norte, nuestra atención y nuestra curiosidad no se habían despertado, y no nos habíamos tomado el trabajo de buscar lo que se entendía por manifestaciones espirituales; solamente ha sido vuestro Le Livre des Esprits, que felizmente ha llegado entre nosotros, el que nos abrió los ojos y el que nos convenció de la realidad de los hechos que se propagan con tanta rapidez por todos los puntos del globo, haciendo que los comprendamos. Entonces comenzamos a hacer investigaciones y experiencias, preparándonos con empeño, a través de un trabajo constante, para recibir las manifestaciones. Los consejos que obtuvimos en vuestro excelente libro nos hicieron conocer esa gran verdad de que después de la muerte el alma existe, y que nos podemos comunicar con aquellos que nos han sido queridos en la Tierra.
Yo no rendiría homenaje a la verdad si os dijera que fuimos aquí los primeros en tener conocimiento de las manifestaciones; varias personas de nuestra ciudad ya se ocupaban de las mismas, lo que sólo supimos más tarde. El principio de la reencarnación es el que nos ha sorprendido más, a primera vista; pero nuestras comunicaciones con los Espíritus de un orden que reconocemos ser superior por su lenguaje, no nos ha permitido dudar de una creencia que prueba que está totalmente en el orden de las cosas y de conformidad con la omnipotente justicia de Dios. Un hecho que prueba la bondad y la superioridad de los Espíritus que nos asisten es que restablecen la salud de los que sufren corporalmente, y dan calma y resignación a las aflicciones espirituales. La simple lógica nos dice que el bien no puede venir sino de una buena fuente; pero seríamos muy presuntuosos si nos presentásemos como paladines de esta Doctrina sublime; a vos, señor, pertenece el derecho de esclarecernos, como lo demuestran los trabajos provenientes del seno de vuestra Sociedad.
Nosotros hemos formado una Sociedad, compuesta por miembros experimentados en la creencia espírita, y recibimos en nuestro seno a todo individuo que quiera ser esclarecido. Las leyes fundamentales que nos rigen son la unidad de principios, la fraternidad entre los miembros y la caridad para con todos los que sufren. Señor, he aquí cómo se han expandido las ideas espíritas en este país y –podemos decirlo con satisfacción– cómo se han propagado más allá de nuestras expectativas. Si consideráis conveniente consentir en guiarnos a través de vuestros buenos consejos, siempre los recibiremos con un vivo reconocimiento y como un testimonio de simpatía de vuestra parte.
Atentamente,
CH. GOURGUES.
Carta del presidente de la Sociedad Espírita de México
México, 18 de abril de 1861.
Al Sr. Allan Kardec, en París:
Señor:
Mi amigo, el Sr. Viseur, en su penúltima carta, me manifiesta el deseo que tenéis en conocer el objeto y los propósitos de la Sociedad Espírita que yo presido en México. Es con inmenso placer y la más profunda simpatía por vuestros profundos conocimientos referentes a esta materia que os dirijo esta breve exposición de la historia del Espiritismo en este país, rogándoos que toméis en consideración nuestra falta de experiencia, pero también que nos contéis entre vos como fervorosos adeptos.
Mucho tiempo después de vos, señor, hemos tenido la felicidad de conocer esta dulce verdad de que los Espíritus, o almas de las personas muertas, pueden comunicarse con los vivos. A pesar de algunas publicaciones provenientes del Norte, nuestra atención y nuestra curiosidad no se habían despertado, y no nos habíamos tomado el trabajo de buscar lo que se entendía por manifestaciones espirituales; solamente ha sido vuestro Le Livre des Esprits, que felizmente ha llegado entre nosotros, el que nos abrió los ojos y el que nos convenció de la realidad de los hechos que se propagan con tanta rapidez por todos los puntos del globo, haciendo que los comprendamos. Entonces comenzamos a hacer investigaciones y experiencias, preparándonos con empeño, a través de un trabajo constante, para recibir las manifestaciones. Los consejos que obtuvimos en vuestro excelente libro nos hicieron conocer esa gran verdad de que después de la muerte el alma existe, y que nos podemos comunicar con aquellos que nos han sido queridos en la Tierra.
Yo no rendiría homenaje a la verdad si os dijera que fuimos aquí los primeros en tener conocimiento de las manifestaciones; varias personas de nuestra ciudad ya se ocupaban de las mismas, lo que sólo supimos más tarde. El principio de la reencarnación es el que nos ha sorprendido más, a primera vista; pero nuestras comunicaciones con los Espíritus de un orden que reconocemos ser superior por su lenguaje, no nos ha permitido dudar de una creencia que prueba que está totalmente en el orden de las cosas y de conformidad con la omnipotente justicia de Dios. Un hecho que prueba la bondad y la superioridad de los Espíritus que nos asisten es que restablecen la salud de los que sufren corporalmente, y dan calma y resignación a las aflicciones espirituales. La simple lógica nos dice que el bien no puede venir sino de una buena fuente; pero seríamos muy presuntuosos si nos presentásemos como paladines de esta Doctrina sublime; a vos, señor, pertenece el derecho de esclarecernos, como lo demuestran los trabajos provenientes del seno de vuestra Sociedad.
Nosotros hemos formado una Sociedad, compuesta por miembros experimentados en la creencia espírita, y recibimos en nuestro seno a todo individuo que quiera ser esclarecido. Las leyes fundamentales que nos rigen son la unidad de principios, la fraternidad entre los miembros y la caridad para con todos los que sufren. Señor, he aquí cómo se han expandido las ideas espíritas en este país y –podemos decirlo con satisfacción– cómo se han propagado más allá de nuestras expectativas. Si consideráis conveniente consentir en guiarnos a través de vuestros buenos consejos, siempre los recibiremos con un vivo reconocimiento y como un testimonio de simpatía de vuestra parte.
Atentamente,
El mismo día en que nos llegó esta carta de México, recibimos la siguiente correspondencia de Constantinopla.
Constantinopla, 28 de mayo de 1861.
Al Sr. Allan Kardec, director de la Revista Espírita:
Señor:
Permitidme que venga, tanto en mi nombre personal como en el de mis amigos y hermanos espiritualistas de esta ciudad, ofreceros dos pequeños presentes, como recuerdo, no de personas que aún no conocéis y que tienen el honor de conoceros a través de vuestras obras, sino como testimonio de los sentimientos de fraternidad que deben unir a los espiritualistas de todos los países. Además, aceptadlos, porque son una prueba de los fenómenos tan sublimes como extraordinarios del Espiritismo. Al aceptarlos, le concederéis el honor de un cuadro a nuestra buena Sophie, pues es en su nombre y en el de su hermana Angélica que el Espiritismo se desarrolla y se propaga en Constantinopla, esta capital del Oriente, tan emocionante por sus recuerdos históricos. Verdadera torre de Babel, es la ciudad que reúne a todas las sectas religiosas, a todas las naciones, y en la cual se hablan todas las lenguas. Entreved al Espiritismo propagándose de repente en medio de todo esto... ¡Qué inmenso punto de partida! Aún somos en pequeño número, pero este número aumenta a cada día como si fuese una bola de nieve; espero que en poco tiempo nos contemos por centenas.
Las manifestaciones que hemos obtenido hasta el presente son las siguientes: levantamiento de mesas, de las cuales una –de más de 100 kilos– se irguió como una pluma por encima de nuestras cabezas; ruidos directos, producidos por los Espíritus; golpes, etc. Estamos intentando obtener apariciones de Espíritus, visibles para todos; ¿lo conseguiremos? Ellos nos lo han prometido: nosotros esperamos. Ya tenemos un gran número de médiums escribientes; otros hacen dibujos; otros componen fragmentos de música, aun cuando ignoran estas diferentes artes. Hemos visto, acompañado y estudiado a diversos Espíritus de todos los géneros y de todas las cualidades. Algunos de nuestros médiums tienen visiones y éxtasis; otros ejecutan al piano, por vía medianímica, arias inspiradas por los Espíritus. Dos señoritas, que nunca han visto ni leído nada sobre magnetismo, magnetizan toda especie de males por la acción de los Espíritus, que las hacen obrar de la manera más científica posible.
He aquí, señor, un resumen de lo que hasta ahora hemos hecho en materia de Espiritismo. Para que podáis evaluar mejor nuestros trabajos en lo tocante a las revelaciones espirituales, os envío el resultado de algunas sesiones, realizadas por intermedio de la mesa.
(Siguen diversas comunicaciones morales de un orden muy elevado, cuya lectura la Sociedad ha escuchado con el más vivo interés.)
Si consideráis que esas revelaciones puedan interesar a la propagación de la nueva ciencia espiritualista o espírita –porque para mí, así como para mis amigos, el título no influye absolutamente en nada, pues no cambia la forma ni el fondo–, tendré el placer de enviaros algunas sesiones instructivas y a la vez concluyentes desde el punto de vista de la prueba de las manifestaciones espirituales.
En poco tiempo todos los espiritualistas de la Tierra deberán formar un solo conjunto homogéneo, una única y misma familia. ¿No somos todos hermanos e hijos del mismo Padre, que es Dios? He aquí los primeros principios que los espiritualistas deben predicar al género humano, sin distinción de clase, de país, de idioma, de secta o de fortuna.
Atentamente,
REPOS, abogado.
Constantinopla, 28 de mayo de 1861.
Al Sr. Allan Kardec, director de la Revista Espírita:
Señor:
Permitidme que venga, tanto en mi nombre personal como en el de mis amigos y hermanos espiritualistas de esta ciudad, ofreceros dos pequeños presentes, como recuerdo, no de personas que aún no conocéis y que tienen el honor de conoceros a través de vuestras obras, sino como testimonio de los sentimientos de fraternidad que deben unir a los espiritualistas de todos los países. Además, aceptadlos, porque son una prueba de los fenómenos tan sublimes como extraordinarios del Espiritismo. Al aceptarlos, le concederéis el honor de un cuadro a nuestra buena Sophie, pues es en su nombre y en el de su hermana Angélica que el Espiritismo se desarrolla y se propaga en Constantinopla, esta capital del Oriente, tan emocionante por sus recuerdos históricos. Verdadera torre de Babel, es la ciudad que reúne a todas las sectas religiosas, a todas las naciones, y en la cual se hablan todas las lenguas. Entreved al Espiritismo propagándose de repente en medio de todo esto... ¡Qué inmenso punto de partida! Aún somos en pequeño número, pero este número aumenta a cada día como si fuese una bola de nieve; espero que en poco tiempo nos contemos por centenas.
Las manifestaciones que hemos obtenido hasta el presente son las siguientes: levantamiento de mesas, de las cuales una –de más de 100 kilos– se irguió como una pluma por encima de nuestras cabezas; ruidos directos, producidos por los Espíritus; golpes, etc. Estamos intentando obtener apariciones de Espíritus, visibles para todos; ¿lo conseguiremos? Ellos nos lo han prometido: nosotros esperamos. Ya tenemos un gran número de médiums escribientes; otros hacen dibujos; otros componen fragmentos de música, aun cuando ignoran estas diferentes artes. Hemos visto, acompañado y estudiado a diversos Espíritus de todos los géneros y de todas las cualidades. Algunos de nuestros médiums tienen visiones y éxtasis; otros ejecutan al piano, por vía medianímica, arias inspiradas por los Espíritus. Dos señoritas, que nunca han visto ni leído nada sobre magnetismo, magnetizan toda especie de males por la acción de los Espíritus, que las hacen obrar de la manera más científica posible.
He aquí, señor, un resumen de lo que hasta ahora hemos hecho en materia de Espiritismo. Para que podáis evaluar mejor nuestros trabajos en lo tocante a las revelaciones espirituales, os envío el resultado de algunas sesiones, realizadas por intermedio de la mesa.
(Siguen diversas comunicaciones morales de un orden muy elevado, cuya lectura la Sociedad ha escuchado con el más vivo interés.)
Si consideráis que esas revelaciones puedan interesar a la propagación de la nueva ciencia espiritualista o espírita –porque para mí, así como para mis amigos, el título no influye absolutamente en nada, pues no cambia la forma ni el fondo–, tendré el placer de enviaros algunas sesiones instructivas y a la vez concluyentes desde el punto de vista de la prueba de las manifestaciones espirituales.
En poco tiempo todos los espiritualistas de la Tierra deberán formar un solo conjunto homogéneo, una única y misma familia. ¿No somos todos hermanos e hijos del mismo Padre, que es Dios? He aquí los primeros principios que los espiritualistas deben predicar al género humano, sin distinción de clase, de país, de idioma, de secta o de fortuna.
Atentamente,
Esta carta se hace acompañar por un dibujo, que presenta una cabeza de tamaño natural muy correctamente ejecutada, a pesar de que el médium no supiese dibujar; y por un fragmento de música, con letra, canto y acompañamiento de piano, intitulado: El Espiritualismo. Todo ello con esta dedicatoria: «Ofrecimiento en nombre de los espiritualistas de Constantinopla al Sr. Allan Kardec, director de la Revista Espírita, de París.»
En el fragmento de música, solamente el canto y la letra han sido obtenidos por vía medianímica; el acompañamiento ha sido hecho por un artista.
Si publicásemos todas las cartas de adhesión que recibimos, tendríamos que consagrarles varios volúmenes. Miles de veces se vería repetida la expresión de un conmovedor reconocimiento hacia la Doctrina Espírita. Además, muchas de esas cartas son muy íntimas para ser publicadas. Las dos que hemos reproducido anteriormente tienen un interés general como prueba de la extensión que el Espiritismo conquista en todas partes, y del punto de vista serio bajo el cual es ahora encarado, bien lejos –como se ve– del entretenimiento de las mesas giratorias. Por todas partes comprenden las consecuencias morales de la Doctrina y se la considera como la base providencial de las reformas prometidas a la humanidad. De este modo, nos sentimos felices en dar un testimonio de simpatía y un estímulo a nuestros compañeros que se encuentran distantes. Este lazo, que ya existe entre los espíritas de los diferentes puntos del globo, y que no se conocen sino por la afinidad de creencia, ¿no es un síntoma de lo que sucederá más tarde? Ese lazo es una consecuencia natural de los principios que emanan del Espiritismo; dicho lazo solamente puede ser quebrado por los que menosprecian la ley fundamental: la caridad para con todos.
En el fragmento de música, solamente el canto y la letra han sido obtenidos por vía medianímica; el acompañamiento ha sido hecho por un artista.
Si publicásemos todas las cartas de adhesión que recibimos, tendríamos que consagrarles varios volúmenes. Miles de veces se vería repetida la expresión de un conmovedor reconocimiento hacia la Doctrina Espírita. Además, muchas de esas cartas son muy íntimas para ser publicadas. Las dos que hemos reproducido anteriormente tienen un interés general como prueba de la extensión que el Espiritismo conquista en todas partes, y del punto de vista serio bajo el cual es ahora encarado, bien lejos –como se ve– del entretenimiento de las mesas giratorias. Por todas partes comprenden las consecuencias morales de la Doctrina y se la considera como la base providencial de las reformas prometidas a la humanidad. De este modo, nos sentimos felices en dar un testimonio de simpatía y un estímulo a nuestros compañeros que se encuentran distantes. Este lazo, que ya existe entre los espíritas de los diferentes puntos del globo, y que no se conocen sino por la afinidad de creencia, ¿no es un síntoma de lo que sucederá más tarde? Ese lazo es una consecuencia natural de los principios que emanan del Espiritismo; dicho lazo solamente puede ser quebrado por los que menosprecian la ley fundamental: la caridad para con todos.
Los dibujos misteriosos
Nuevo género de mediumnidad
Con este título, el Herald of Progress, de Nueva York, periódico dedicado a materias espiritualistas, bajo la dirección de Andrew Jackson Davis, contiene el siguiente relato:
«El 22 de noviembre último, el Dr. Hallock fue invitado –con otras personas– a la casa de la Sra. French, residente en la 4ª Avenida, Nº 8, para ser testigo de diferentes manifestaciones espíritas y para ver los movimientos de un lápiz. Hacia las ocho horas la Sra. French dejó la sala donde el grupo estaba reunido y se sentó en un sofá, en un gabinete contiguo; ella no dejó ese lugar durante toda la noche. Poco después de sentarse, pareció entrar en una especie de éxtasis, permaneciendo con su mirada extraviada. Ella pidió al Dr. Hallock y al profesor Britton que examinasen el cuarto. Ellos encontraron sobre la cama, frente al lugar donde ella estaba sentada, un portafolio cerrado con una cinta de seda, y una botella que contenía vino para usar en la experiencia; el papel que sería usado para hacer los dibujos estaba en el portafolio. Fuimos invitados –dice el Dr. Hallock– a no tocar en el portafolio ni en la botella. Varios lápices y dos pedazos de goma de borrar elástica estaban igualmente sobre la cama, pero en el resto del cuarto no había dibujos ni papel. Después de esta investigación la Sra. French solicitó al Sr. Cuberton que tomara el portafolio y lo llevase a la sala, que estaba ocupada por los invitados, a fin de abrirlo y de sacar el contenido del mismo. Había papel común, del cual seis hojas de tamaños diferentes fueron tomadas de las manos del Sr. Cuberton por la Sra. French, las cuales fueron puestas sobre una mesa situada delante de ella. Ésta pidió algunos alfileres y, tomando una tira de papel de cinco o seis pulgadas de largo, que ella colocó en el borde inferior del papel, prendió los dos bordes del papel a la tira. Una vez hecho esto, fue solicitado a alguien para que tomase el papel y para que lo hiciera examinar por los asistentes, sosteniendo esa persona la tira, los alfileres y devolviendo la hoja. La misma cosa era realizada con las otras hojas, y cada vez los alfileres eran puestos en número y en lugares diferentes; cada hoja era entregada a otra persona, con el objetivo de reconocer el papel por medio de los trazos, que debían corresponder a los de las tiras. Después que las hojas fueron examinadas y devueltas a la Sra. French, el Sr. Cuberton solicitó la botella que contenía vino y se la entregó. Ella puso las hojas en la mesa y sobre cada una derramó una cantidad de vino suficiente para mojarlas por entero, esparciéndolo con la palma de la mano. Enseguida se ocupó en secarlas, exprimiendo las hojas una por una, moviéndolas, soplándolas y agitándolas en el aire. Esto duró algunos minutos; después, ella pidió que disminuyeran la luz del candil y solicitó a los invitados que se aproximasen. Es preciso decir que durante la acción de mojar las hojas de papel, una había quedado seca, siendo necesario recomenzar la operación (el vino era una mezcla simple de jugo de uva y de azúcar, autorizado por el Estado y producido en Nueva Inglaterra). Entonces, la Sra. French solicitó que aumentasen la luz del candil y pidió que las personas vinieran a sentarse cerca de la puerta donde ella estaba: el Sr. Gurney, el profesor Britton, el Dr. Warner y el Dr. Hallock se encontraban a seis pies de ella, y los otros en plena vista.
«Al poner a su frente una de las hojas de papel sobre la mesa, ella colocó varios lápices entre sus dedos; el Dr. Hallock no la perdió de vista, como había prometido hacerlo. Al estar todo listo, la Sra. French, para advertir que la experiencia iba a comenzar, exclamó: Time (tiempo); entonces se observó un movimiento rápido de la mano y, durante un momento, de las dos manos; se escuchó un ruido vivamente repetido sobre el papel. Los lápices y el papel fueron lanzados a cierta distancia en el piso, por una especie de movimiento nervioso; eso duró veintiún segundos. El dibujo Nº 1 representa un ramo de flores, compuesto por jacintos, lirios, tulipanes, etc.
«La acción se operó sucesivamente en las otras hojas. El dibujo Nº 2 es también un grupo de flores. El Nº 3 es un bellísimo racimo de uvas, con su tallo, sus hojas, etc.; ha sido hecho en veintiún segundos. El Nº 4 es un tallo y hojas con cinco grupos de frutas semejantes a damascos; las hojas son una especie de helecho. Cuando se preparaba para esta hoja, la Sra. French preguntó cuánto tiempo se le daba para la ejecución; unos dijeron diez segundos; otros, menos. Bien –dijo la Sra. French–, cuando yo diga: uno, observad vuestros relojes; al llegar al número cuatro, el dibujo estará terminado. ¡Atención! Uno, dos, tres, cuatro: y el dibujo fue hecho, es decir, en cuatro segundos. El Nº 5 representa una rama de grosellero, de la cual salen doce racimos de grosellas verdes con flores y hojas, cercadas por hojas de otra especie. Este dibujo fue presentado por la Sra. French, en éxtasis, al Sr. Bruckmaster, de Pittsbourg, como proveniente del Espíritu de su hermana, en cumplimiento de la promesa que este Espíritu le había hecho. El tiempo empleado fue de dos segundos. El Nº 6, que puede ser considerado como la obra maestra de la serie, es un dibujo de nueve pulgadas por cuatro; consiste en flores y en follajes blancos sobre un fondo oscuro, es decir, que el dibujo es del color natural del papel, siendo que los contornos marcados y los interiores son coloreados con lápiz. Salvo dos otros dibujos producidos de la misma manera en otra ocasión, son siempre con lápiz sobre un fondo blanco. En el centro de ese grupo de flores y al pie de la página hay una mano que sostiene un libro abierto, de una pulgada y un cuarto por tres cuartos; los lados no están exactamente en ángulos rectos; pero –lo que es muy curioso– los agujeros de los alfileres, hechos originalmente para reconocer el papel, marcan los cuatro lados del libro. En lo alto de la página izquierda está escrito: Gálatas VI, y además los seis primeros versículos y una parte del decimosexto versículo de este capítulo, que abarca casi dos páginas enteras en caracteres muy legibles, con buena luz, a simple vista o con una lupa. Se cuentan más de cien palabras bien escritas. El tiempo empleado fue de trece segundos. Cuando se constató la coincidencia de los agujeros del papel con los de la tira, la Sra. French, aún en éxtasis, pidió a las personas presentes que certificasen por escrito lo que ellas habían acabado de observar. Entonces se escribió lo siguiente en el margen del dibujo: “Ejecutado en trece segundos por la Sra. French, en nuestra presencia; certificado por los abajo firmantes, el 22 de noviembre de 1860, en la 4ª Avenida, Nº 8. Siguen diecinueve firmas”.»
No tenemos ningún motivo para dudar de la autenticidad del hecho, ni para sospechar de la buena fe de la Sra. French, que no conocemos; pero convengamos que esta manera de proceder tendría algo de poco convincente para nuestros incrédulos, que no dejarían de hacer objeciones y dirían que todos esos preparativos tienen un aire de familiaridad con los de la prestidigitación, que aparentemente hace las mismas cosas sin tantas dificultades. Nosotros confesamos que concordamos un poco con su opinión. Que los dibujos fueron hechos, es indiscutible; sólo el origen no nos parece probado de una manera auténtica. Sea como fuere, admitiéndose que no haya habido ninguna superchería, es indudablemente uno de los hechos más curiosos de escritura y de dibujo directos, cuya posibilidad la teoría nos explica. Sin esta teoría, semejantes hechos serían relegados –en un primer momento– como fábulas o proezas de escamoteo; pero considerándose que la teoría nos da a conocer las condiciones en las cuales los fenómenos pueden producirse, ella debe volvernos tanto más circunspectos como para no aceptarlos sino con pleno conocimiento de causa.
Los médiums norteamericanos tienen decididamente una especialidad para la producción de fenómenos extraordinarios, porque los diarios de aquel país están repletos de una gran cantidad de hechos de ese género, de los cuales nuestros médiums europeos están lejos de aproximarse; también del otro lado del Atlántico se dice que aún estamos muy atrasados en Espiritismo. Cuando preguntamos a los Espíritus la razón de esta diferencia, ellos respondieron: “A cada uno su papel: el vuestro no es el mismo, y Dios no os ha dado la menor parte en la obra de la regeneración”. Considerando el mérito de los médiums desde el punto de vista de la rapidez de ejecución, de la energía y del poder de los efectos, los nuestros son apagados al lado de aquellos; entretanto, conocemos muchos médiums que no cambiarían las simples y consoladoras comunicaciones que obtienen, por los prodigios de los médiums norteamericanos. Dichas comunicaciones son suficientes para darles fe, y ellos prefieren lo que toca el alma a lo que impresiona a los ojos; prefieren la moral que consuela y que los vuelve mejor, a los fenómenos que causan asombro. Por un instante en Europa se preocuparon con los fenómenos materiales; pero luego los dejaron a un lado por la filosofía, que abre un campo más vasto al pensamiento y tiende hacia el objetivo final y providencial del Espiritismo: la regeneración social. Cada pueblo tiene su genio particular y sus tendencias especiales, y cada uno –dentro de los límites que le son asignados– colabora con las miras de la Providencia. El más adelantado será el que marche más rápido en la senda del progreso moral, porque es éste que lo aproximará más a los designios de Dios.
Nuevo género de mediumnidad
Con este título, el Herald of Progress, de Nueva York, periódico dedicado a materias espiritualistas, bajo la dirección de Andrew Jackson Davis, contiene el siguiente relato:
«El 22 de noviembre último, el Dr. Hallock fue invitado –con otras personas– a la casa de la Sra. French, residente en la 4ª Avenida, Nº 8, para ser testigo de diferentes manifestaciones espíritas y para ver los movimientos de un lápiz. Hacia las ocho horas la Sra. French dejó la sala donde el grupo estaba reunido y se sentó en un sofá, en un gabinete contiguo; ella no dejó ese lugar durante toda la noche. Poco después de sentarse, pareció entrar en una especie de éxtasis, permaneciendo con su mirada extraviada. Ella pidió al Dr. Hallock y al profesor Britton que examinasen el cuarto. Ellos encontraron sobre la cama, frente al lugar donde ella estaba sentada, un portafolio cerrado con una cinta de seda, y una botella que contenía vino para usar en la experiencia; el papel que sería usado para hacer los dibujos estaba en el portafolio. Fuimos invitados –dice el Dr. Hallock– a no tocar en el portafolio ni en la botella. Varios lápices y dos pedazos de goma de borrar elástica estaban igualmente sobre la cama, pero en el resto del cuarto no había dibujos ni papel. Después de esta investigación la Sra. French solicitó al Sr. Cuberton que tomara el portafolio y lo llevase a la sala, que estaba ocupada por los invitados, a fin de abrirlo y de sacar el contenido del mismo. Había papel común, del cual seis hojas de tamaños diferentes fueron tomadas de las manos del Sr. Cuberton por la Sra. French, las cuales fueron puestas sobre una mesa situada delante de ella. Ésta pidió algunos alfileres y, tomando una tira de papel de cinco o seis pulgadas de largo, que ella colocó en el borde inferior del papel, prendió los dos bordes del papel a la tira. Una vez hecho esto, fue solicitado a alguien para que tomase el papel y para que lo hiciera examinar por los asistentes, sosteniendo esa persona la tira, los alfileres y devolviendo la hoja. La misma cosa era realizada con las otras hojas, y cada vez los alfileres eran puestos en número y en lugares diferentes; cada hoja era entregada a otra persona, con el objetivo de reconocer el papel por medio de los trazos, que debían corresponder a los de las tiras. Después que las hojas fueron examinadas y devueltas a la Sra. French, el Sr. Cuberton solicitó la botella que contenía vino y se la entregó. Ella puso las hojas en la mesa y sobre cada una derramó una cantidad de vino suficiente para mojarlas por entero, esparciéndolo con la palma de la mano. Enseguida se ocupó en secarlas, exprimiendo las hojas una por una, moviéndolas, soplándolas y agitándolas en el aire. Esto duró algunos minutos; después, ella pidió que disminuyeran la luz del candil y solicitó a los invitados que se aproximasen. Es preciso decir que durante la acción de mojar las hojas de papel, una había quedado seca, siendo necesario recomenzar la operación (el vino era una mezcla simple de jugo de uva y de azúcar, autorizado por el Estado y producido en Nueva Inglaterra). Entonces, la Sra. French solicitó que aumentasen la luz del candil y pidió que las personas vinieran a sentarse cerca de la puerta donde ella estaba: el Sr. Gurney, el profesor Britton, el Dr. Warner y el Dr. Hallock se encontraban a seis pies de ella, y los otros en plena vista.
«Al poner a su frente una de las hojas de papel sobre la mesa, ella colocó varios lápices entre sus dedos; el Dr. Hallock no la perdió de vista, como había prometido hacerlo. Al estar todo listo, la Sra. French, para advertir que la experiencia iba a comenzar, exclamó: Time (tiempo); entonces se observó un movimiento rápido de la mano y, durante un momento, de las dos manos; se escuchó un ruido vivamente repetido sobre el papel. Los lápices y el papel fueron lanzados a cierta distancia en el piso, por una especie de movimiento nervioso; eso duró veintiún segundos. El dibujo Nº 1 representa un ramo de flores, compuesto por jacintos, lirios, tulipanes, etc.
«La acción se operó sucesivamente en las otras hojas. El dibujo Nº 2 es también un grupo de flores. El Nº 3 es un bellísimo racimo de uvas, con su tallo, sus hojas, etc.; ha sido hecho en veintiún segundos. El Nº 4 es un tallo y hojas con cinco grupos de frutas semejantes a damascos; las hojas son una especie de helecho. Cuando se preparaba para esta hoja, la Sra. French preguntó cuánto tiempo se le daba para la ejecución; unos dijeron diez segundos; otros, menos. Bien –dijo la Sra. French–, cuando yo diga: uno, observad vuestros relojes; al llegar al número cuatro, el dibujo estará terminado. ¡Atención! Uno, dos, tres, cuatro: y el dibujo fue hecho, es decir, en cuatro segundos. El Nº 5 representa una rama de grosellero, de la cual salen doce racimos de grosellas verdes con flores y hojas, cercadas por hojas de otra especie. Este dibujo fue presentado por la Sra. French, en éxtasis, al Sr. Bruckmaster, de Pittsbourg, como proveniente del Espíritu de su hermana, en cumplimiento de la promesa que este Espíritu le había hecho. El tiempo empleado fue de dos segundos. El Nº 6, que puede ser considerado como la obra maestra de la serie, es un dibujo de nueve pulgadas por cuatro; consiste en flores y en follajes blancos sobre un fondo oscuro, es decir, que el dibujo es del color natural del papel, siendo que los contornos marcados y los interiores son coloreados con lápiz. Salvo dos otros dibujos producidos de la misma manera en otra ocasión, son siempre con lápiz sobre un fondo blanco. En el centro de ese grupo de flores y al pie de la página hay una mano que sostiene un libro abierto, de una pulgada y un cuarto por tres cuartos; los lados no están exactamente en ángulos rectos; pero –lo que es muy curioso– los agujeros de los alfileres, hechos originalmente para reconocer el papel, marcan los cuatro lados del libro. En lo alto de la página izquierda está escrito: Gálatas VI, y además los seis primeros versículos y una parte del decimosexto versículo de este capítulo, que abarca casi dos páginas enteras en caracteres muy legibles, con buena luz, a simple vista o con una lupa. Se cuentan más de cien palabras bien escritas. El tiempo empleado fue de trece segundos. Cuando se constató la coincidencia de los agujeros del papel con los de la tira, la Sra. French, aún en éxtasis, pidió a las personas presentes que certificasen por escrito lo que ellas habían acabado de observar. Entonces se escribió lo siguiente en el margen del dibujo: “Ejecutado en trece segundos por la Sra. French, en nuestra presencia; certificado por los abajo firmantes, el 22 de noviembre de 1860, en la 4ª Avenida, Nº 8. Siguen diecinueve firmas”.»
No tenemos ningún motivo para dudar de la autenticidad del hecho, ni para sospechar de la buena fe de la Sra. French, que no conocemos; pero convengamos que esta manera de proceder tendría algo de poco convincente para nuestros incrédulos, que no dejarían de hacer objeciones y dirían que todos esos preparativos tienen un aire de familiaridad con los de la prestidigitación, que aparentemente hace las mismas cosas sin tantas dificultades. Nosotros confesamos que concordamos un poco con su opinión. Que los dibujos fueron hechos, es indiscutible; sólo el origen no nos parece probado de una manera auténtica. Sea como fuere, admitiéndose que no haya habido ninguna superchería, es indudablemente uno de los hechos más curiosos de escritura y de dibujo directos, cuya posibilidad la teoría nos explica. Sin esta teoría, semejantes hechos serían relegados –en un primer momento– como fábulas o proezas de escamoteo; pero considerándose que la teoría nos da a conocer las condiciones en las cuales los fenómenos pueden producirse, ella debe volvernos tanto más circunspectos como para no aceptarlos sino con pleno conocimiento de causa.
Los médiums norteamericanos tienen decididamente una especialidad para la producción de fenómenos extraordinarios, porque los diarios de aquel país están repletos de una gran cantidad de hechos de ese género, de los cuales nuestros médiums europeos están lejos de aproximarse; también del otro lado del Atlántico se dice que aún estamos muy atrasados en Espiritismo. Cuando preguntamos a los Espíritus la razón de esta diferencia, ellos respondieron: “A cada uno su papel: el vuestro no es el mismo, y Dios no os ha dado la menor parte en la obra de la regeneración”. Considerando el mérito de los médiums desde el punto de vista de la rapidez de ejecución, de la energía y del poder de los efectos, los nuestros son apagados al lado de aquellos; entretanto, conocemos muchos médiums que no cambiarían las simples y consoladoras comunicaciones que obtienen, por los prodigios de los médiums norteamericanos. Dichas comunicaciones son suficientes para darles fe, y ellos prefieren lo que toca el alma a lo que impresiona a los ojos; prefieren la moral que consuela y que los vuelve mejor, a los fenómenos que causan asombro. Por un instante en Europa se preocuparon con los fenómenos materiales; pero luego los dejaron a un lado por la filosofía, que abre un campo más vasto al pensamiento y tiende hacia el objetivo final y providencial del Espiritismo: la regeneración social. Cada pueblo tiene su genio particular y sus tendencias especiales, y cada uno –dentro de los límites que le son asignados– colabora con las miras de la Providencia. El más adelantado será el que marche más rápido en la senda del progreso moral, porque es éste que lo aproximará más a los designios de Dios.
Explotación del Espiritismo
Norteamérica reivindica, a justo título, el honor de haber sido la primera –en estos últimos tiempos– que ha revelado las manifestaciones del Más Allá; ¿por qué no debería ser ella también la primera a dar el ejemplo de no comerciar con las mismas, y por qué, en ese pueblo tan adelantado en tantos aspectos y tan digno de nuestras simpatías, el instinto mercantil no se ha detenido en el portal de la vida eterna? Cuando leemos sus periódicos, en cada página vemos anuncios como éstos:
«Señora S. E. Royers, sonámbula, médium-médica, cura psicológicamente por simpatía. Tratamiento común si fuere necesario. – Descripción de la fisonomía, de la moralidad y del Espíritu de las personas. Atiende de las diez horas al mediodía; de las dos a las cinco de la tarde; de las siete a las diez de la noche, con excepción de los viernes, sábados y domingos, a no ser por pago adelantado. Precio: 1 dólar la hora (5 francos y 42 centavos).»
Pensamos que la simpatía de esa médium por sus enfermos está en razón directa de la cantidad de dólares que le pagan. Creemos superfluo dar las direcciones.
«Sra. E. C. Morris, médium escribiente; atiende de las diez al mediodía; de las dos a las cuatro de la tarde y de las siete a las nueve de la noche.»
«J. B. Conklin, médium; recibe a los visitantes todos los días y todas las noches en sus salones. Atiende a domicilio.»
«A. C. Styles, médium lúcido; garantiza el diagnóstico exacto de la enfermedad de la persona presente, bajo pena de perder los honorarios. Reglas estrictamente observadas: 2 dólares para un examen lúcido con prescripciones, cuando la persona está presente; 3 dólares para descripciones psicométricas de los caracteres. No olvidar que las consultas se pagan por adelantado.»
«A los aficionados del Espiritualismo. Sra. Beck, médium crisíaca, parlante, deletreadora, a través de golpes y raspaduras. Los verdaderos observadores pueden consultarla desde las 9 de la mañana hasta las 10 de la noche, en su casa. Un médium golpeador muy poderoso está asociado a la Sra. Beck.»
¿Piensan que este comercio es hecho solamente por especuladores desconocidos e ignorantes? He aquí lo que prueba lo contrario:
«Doctor G. A. Redman, médium experimentado, está de regreso a la ciudad de Nueva York; atiende a domicilio, donde recibe como antes.»
El tráfico del Espiritualismo se ha extendido hasta los objetos usuales; así, leemos en The Spiritual Telegraph, de Nueva York, el anuncio de “Fósforos Espirituales, nuevo invento sin fricciones ni olor.”
Para ese país, lo que es más honorable que estos anuncios, es el siguiente artículo que encontramos en The Weekly American, de Baltimore, del 5 de febrero de 1859.
«Estadística del Espiritualismo – The Spiritual Register, de 1859, calcula el número de espiritualistas en los Estados Unidos en 1.284.000. En Maryland hay 8.000. El número total en el mundo es estimado en 1.900.000. El Register cuenta 1.000 oradores espiritualistas; 40.000 médiums, tanto públicos como privados; 500 libros y opúsculos; 6 periódicos semanales, 4 mensuales y 3 quincenales, dedicados a esa causa.»
Los médiums especuladores han tomado Inglaterra; en Londres se cuentan varios que no cobran menos que una guinea por sesión. Esperemos que si ellos intentaren infiltrarse en Francia, el buen sentido de los verdaderos espíritas les haga justicia.
La producción de efectos materiales provoca más la curiosidad de lo que toca el corazón; de ahí, en los médiums que tienen una aptitud especial para obtener esos efectos, hay una propensión para explotar esta curiosidad. Aquellos que reciben comunicaciones morales de un orden elevado tienen una instintiva repugnancia por todo lo que denote especulación de ese género. Es por eso que, en los primeros, hay un doble motivo: inicialmente, es que la explotación de la curiosidad es más lucrativa, porque los curiosos abundan en todos los países; después, porque los fenómenos físicos actúan menos sobre lo moral, habiendo en ellos menos escrúpulos. A sus ojos, su facultad es un don que debe darles de vivir, como una bella voz para el cantante; la cuestión moral es secundaria o nula. Así, una vez que han entrado en este camino, el afán de lucro desenvuelve el genio de la artimaña; como ellos precisan ganar dinero, no quieren perder su reputación de destreza al fallar. Además, ¿quién sabe si el cliente que viene hoy volverá mañana? Por lo tanto, es necesario satisfacerlo a toda costa, y si el Espíritu no colabora, hay que venir en su ayuda, lo que es mucho más fácil para los hechos materiales que para las comunicaciones inteligentes de un alto alcance moral y filosófico. Para los primeros, la prestidigitación tiene recursos que faltan absolutamente a los últimos. Es por eso que nosotros decimos que es necesario considerar, ante todo, la moralidad del médium; que la mejor garantía contra la superchería está en su carácter, en su honorabilidad, en su desinterés absoluto; en todas partes donde se infiltra la sombra del interés, por más mínimo que sea, uno tiene el derecho de sospechar. El fraude es siempre culpable, pero cuando él se vincula a las cosas de orden moral, es un sacrilegio. Aquel que sólo conoce el Espiritismo de nombre y que busca imitar sus efectos, no es más reprensible que el escamoteador que imita las experiencias del físico erudito. Indudablemente sería mejor que esto no tuviese lugar; pero, en realidad, él no engaña a nadie, porque no hace misterio de su cualidad: apenas esconde los medios. Lo mismo no sucede con aquel que conoce la santidad de lo que imita, con el objetivo indigno de especular; eso es más que fraude, es hipocresía, porque se hace pasar por aquello que no es; y aún es más culpable si, al tener realmente algunas facultades, se sirve de las mismas para abusar de la confianza que le dan. Pero Dios sabe lo que le está reservado, tal vez aún en este mundo. Si los falsos médiums solamente hicieran mal a sí mismos, el mal sería menor; lo que es más lamentable son las armas que ellos dan a los incrédulos, siendo que causan el descrédito sobre la cuestión en la mente de los indecisos, desde que el fraude sea constatado. No discutimos las facultades, hasta incluso poderosas, de ciertos médiums mercenarios, pero decimos que el afán de lucro es una tentación de fraude que debe inspirar desconfianza, tanto más legítima como no se puede ver en esta explotación el efecto de un exceso de celo apenas por el bien de algo. Y aunque no hubiera fraude, ni por eso la crítica debería ser menor para con aquel que especula con una cosa tan sagrada como las almas de los muertos.
Norteamérica reivindica, a justo título, el honor de haber sido la primera –en estos últimos tiempos– que ha revelado las manifestaciones del Más Allá; ¿por qué no debería ser ella también la primera a dar el ejemplo de no comerciar con las mismas, y por qué, en ese pueblo tan adelantado en tantos aspectos y tan digno de nuestras simpatías, el instinto mercantil no se ha detenido en el portal de la vida eterna? Cuando leemos sus periódicos, en cada página vemos anuncios como éstos:
«Señora S. E. Royers, sonámbula, médium-médica, cura psicológicamente por simpatía. Tratamiento común si fuere necesario. – Descripción de la fisonomía, de la moralidad y del Espíritu de las personas. Atiende de las diez horas al mediodía; de las dos a las cinco de la tarde; de las siete a las diez de la noche, con excepción de los viernes, sábados y domingos, a no ser por pago adelantado. Precio: 1 dólar la hora (5 francos y 42 centavos).»
Pensamos que la simpatía de esa médium por sus enfermos está en razón directa de la cantidad de dólares que le pagan. Creemos superfluo dar las direcciones.
«Sra. E. C. Morris, médium escribiente; atiende de las diez al mediodía; de las dos a las cuatro de la tarde y de las siete a las nueve de la noche.»
«J. B. Conklin, médium; recibe a los visitantes todos los días y todas las noches en sus salones. Atiende a domicilio.»
«A. C. Styles, médium lúcido; garantiza el diagnóstico exacto de la enfermedad de la persona presente, bajo pena de perder los honorarios. Reglas estrictamente observadas: 2 dólares para un examen lúcido con prescripciones, cuando la persona está presente; 3 dólares para descripciones psicométricas de los caracteres. No olvidar que las consultas se pagan por adelantado.»
«A los aficionados del Espiritualismo. Sra. Beck, médium crisíaca, parlante, deletreadora, a través de golpes y raspaduras. Los verdaderos observadores pueden consultarla desde las 9 de la mañana hasta las 10 de la noche, en su casa. Un médium golpeador muy poderoso está asociado a la Sra. Beck.»
¿Piensan que este comercio es hecho solamente por especuladores desconocidos e ignorantes? He aquí lo que prueba lo contrario:
«Doctor G. A. Redman, médium experimentado, está de regreso a la ciudad de Nueva York; atiende a domicilio, donde recibe como antes.»
El tráfico del Espiritualismo se ha extendido hasta los objetos usuales; así, leemos en The Spiritual Telegraph, de Nueva York, el anuncio de “Fósforos Espirituales, nuevo invento sin fricciones ni olor.”
Para ese país, lo que es más honorable que estos anuncios, es el siguiente artículo que encontramos en The Weekly American, de Baltimore, del 5 de febrero de 1859.
«Estadística del Espiritualismo – The Spiritual Register, de 1859, calcula el número de espiritualistas en los Estados Unidos en 1.284.000. En Maryland hay 8.000. El número total en el mundo es estimado en 1.900.000. El Register cuenta 1.000 oradores espiritualistas; 40.000 médiums, tanto públicos como privados; 500 libros y opúsculos; 6 periódicos semanales, 4 mensuales y 3 quincenales, dedicados a esa causa.»
Los médiums especuladores han tomado Inglaterra; en Londres se cuentan varios que no cobran menos que una guinea por sesión. Esperemos que si ellos intentaren infiltrarse en Francia, el buen sentido de los verdaderos espíritas les haga justicia.
La producción de efectos materiales provoca más la curiosidad de lo que toca el corazón; de ahí, en los médiums que tienen una aptitud especial para obtener esos efectos, hay una propensión para explotar esta curiosidad. Aquellos que reciben comunicaciones morales de un orden elevado tienen una instintiva repugnancia por todo lo que denote especulación de ese género. Es por eso que, en los primeros, hay un doble motivo: inicialmente, es que la explotación de la curiosidad es más lucrativa, porque los curiosos abundan en todos los países; después, porque los fenómenos físicos actúan menos sobre lo moral, habiendo en ellos menos escrúpulos. A sus ojos, su facultad es un don que debe darles de vivir, como una bella voz para el cantante; la cuestión moral es secundaria o nula. Así, una vez que han entrado en este camino, el afán de lucro desenvuelve el genio de la artimaña; como ellos precisan ganar dinero, no quieren perder su reputación de destreza al fallar. Además, ¿quién sabe si el cliente que viene hoy volverá mañana? Por lo tanto, es necesario satisfacerlo a toda costa, y si el Espíritu no colabora, hay que venir en su ayuda, lo que es mucho más fácil para los hechos materiales que para las comunicaciones inteligentes de un alto alcance moral y filosófico. Para los primeros, la prestidigitación tiene recursos que faltan absolutamente a los últimos. Es por eso que nosotros decimos que es necesario considerar, ante todo, la moralidad del médium; que la mejor garantía contra la superchería está en su carácter, en su honorabilidad, en su desinterés absoluto; en todas partes donde se infiltra la sombra del interés, por más mínimo que sea, uno tiene el derecho de sospechar. El fraude es siempre culpable, pero cuando él se vincula a las cosas de orden moral, es un sacrilegio. Aquel que sólo conoce el Espiritismo de nombre y que busca imitar sus efectos, no es más reprensible que el escamoteador que imita las experiencias del físico erudito. Indudablemente sería mejor que esto no tuviese lugar; pero, en realidad, él no engaña a nadie, porque no hace misterio de su cualidad: apenas esconde los medios. Lo mismo no sucede con aquel que conoce la santidad de lo que imita, con el objetivo indigno de especular; eso es más que fraude, es hipocresía, porque se hace pasar por aquello que no es; y aún es más culpable si, al tener realmente algunas facultades, se sirve de las mismas para abusar de la confianza que le dan. Pero Dios sabe lo que le está reservado, tal vez aún en este mundo. Si los falsos médiums solamente hicieran mal a sí mismos, el mal sería menor; lo que es más lamentable son las armas que ellos dan a los incrédulos, siendo que causan el descrédito sobre la cuestión en la mente de los indecisos, desde que el fraude sea constatado. No discutimos las facultades, hasta incluso poderosas, de ciertos médiums mercenarios, pero decimos que el afán de lucro es una tentación de fraude que debe inspirar desconfianza, tanto más legítima como no se puede ver en esta explotación el efecto de un exceso de celo apenas por el bien de algo. Y aunque no hubiera fraude, ni por eso la crítica debería ser menor para con aquel que especula con una cosa tan sagrada como las almas de los muertos.
Variedades
Las visiones del Sr. O...
Hemos extraído el siguiente relato, publicado en The Spiritual Magazine, de Londres, del número de abril de 1861.
«El Sr. O..., gentilhombre de Gloucestershire, nunca había tenido visiones hasta el momento en que vino a vivir a P..., el 3 de octubre de 1859. Aproximadamente quince días después de su llegada comenzó a tener visiones a la noche. Al principio eran rayos de luz que venían a iluminar su cuarto, pasando por la ventana; les prestó poca atención, atribuyéndolos al candil de un guarda o a un gran relámpago. Sin embargo, una noche en que fijaba su mirada en la pared del cuarto, él vio formarse una rosa y después estrellas de diversas formas. Otra noche vio, en la misteriosa luz, a dos magníficos ángeles con una trompeta. En esa noche el Sr. O... se había recogido más temprano que de costumbre, debido a una ligera indisposición que sentía. La presencia de ambos ángeles, que duró uno o dos segundos, le hizo experimentar una suave sensación, que incluso se prolongó después de la partida de los mismos.
«A la semana siguiente, la misma luz le apareció con la figura de un niño que abrazaba un gatito. Varias otras figuras también aparecieron, pero muy oscuras como para ser distinguidas. En marzo, vio el perfil de una señora, envuelta en un círculo luminoso; reconoció a su madre y exclamó con gran alegría: ¡Madre mía! ¡Madre mía! Pero luego esta visión se desvaneció. En la misma noche vio a una bella dama en traje de etiqueta y con un sombrero en la cabeza.
«Una o dos noches después vio a un lindo perrito y a un niño. Luego le apareció una luz, semejante a la de una ventana cuyo contorno no estuviese bien delineado, lo que se repitió cuatro veces y, en las tres primeras, durante cerca de medio minuto. El Sr. O... se recogió, buscó comprender el sentido de esta visión y creyó que significaba que él no tendría más que tres años o tres meses de vida. La luz volvió una vez más; el Sr. O... se levantó y la luz desapareció al cabo de un minuto.
«El 3 de abril él vio una luz que producía el efecto de una hendidura luminosa y, en el interior del cuarto, una parte del rostro de un hombre: sólo la frente, los ojos y la nariz eran visibles; los ojos –muy grandes y salientes– lo miraban fijamente. Después, esto desapareció. En fechas posteriores tuvo también las siguientes visiones:
«– 4 de abril. Rostro y busto de una señora que sonreía a dos chicos que se abrazaban. Un poco más tarde vio la parte superior de la cabeza de un hombre, que el Sr. O... reconoció, por el cabello y por la frente, como uno de sus amigos, recientemente fallecido. – 27 de julio. Una mano dirigida hacia abajo. Al principio apareció en la pared como una luz fosforescente, que gradualmente tomó la forma de una mano. Entonces él vió la cabeza de un anciano, al cual pertenecía esa mano, y una pequeña ave gris con plumas claras. Ese rostro lo miraba con un aire solemne, mas desapareció; esto le causó un cierto miedo y temblor, pero al mismo tiempo experimentó una agradable sensación de calor. También vio un rollo de papel en el que había jeroglíficos. – 12 de diciembre. Un pájaro en su nido, alimentando a sus crías. – 13 de diciembre. Dos cabezas de leopardos. – 15 de diciembre. Un fuerte golpe que fue escuchado por la señorita S... en su cuarto, y que despertó al Sr. O..., profundamente dormido. – 16 de diciembre. Toque de campanas, escuchado también por la señorita S... Un ángel con un niño radiante, que son transformados en flores. Una cabeza de ciervo con grandes cuernos. – 18 de diciembre. Algunas caras y dos palomas. – 20 de diciembre. Varios rostros de hombres, de mujeres y de niños. – 1º de enero. Un barco grande, atrás del cual se levanta gradualmente la cabeza de un chico, que vuela hacia delante. – 3 de enero. Un querubín y un niño.
«Una noche él vio un cuadro que representaba un hermoso paisaje: era como si fuese una abertura en la oscuridad; veía praderas, campos, árboles, etc., un hombre que caminaba y una vaca. Este paisaje estaba iluminado por la más bella claridad del Sol. Lo que hay de particular en estas visiones luminosas es que muy frecuentemente la luz ilumina todo el cuarto, de manera que deja ver los muebles como si fuese en pleno día; cuando la misma desaparece, todo vuelve a la oscuridad.
«El Sr. O... tuvo muchas otras visiones, de las cuales dejó de tomar nota.»
Nos parece que por lo expuesto es suficiente para que podamos hacer una apreciación, y pensamos que ninguna persona esclarecida sobre la causa y la naturaleza de los fenómenos espíritas pueda considerar lo expuesto como verdaderas apariciones. Si se consiente en remitirse al primer artículo de este número, donde hemos buscado determinar el carácter de la alucinación, se comprenderá la analogía que tienen con las figuras que a menudo se presentan durante la somnolencia, y que deben tener las mismas causas. Estaríamos convencidos de esto por el simple hecho de la multitud de animales que él ha visto. Se sabe que no hay espíritus de animales errantes en el mundo invisible y que, por consecuencia, no puede haber apariciones de animales, salvo en el caso en que un Espíritu hiciera surgir una apariencia de ese género con un objetivo determinado, lo que también sería sólo una apariencia, y no el espíritu real de tal o cual animal. El hecho de las apariciones es indiscutible, pero es preciso tener cuidado para no verlas en todas partes y para no tomar como tales las fantasías de ciertas imaginaciones que son fáciles de exaltar, o la visión retrospectiva de las imágenes impresas en el cerebro. La propia minuciosidad con la cual el Sr. O... cita ciertas particularidades insignificantes es un indicio de la naturaleza de las preocupaciones de su mente.
En resumen, nada encontramos en las visiones del Sr. O... que tenga el carácter de apariciones propiamente dichas, y creemos que hay muchos inconvenientes en mencionar semejantes hechos sin los debidos comentarios y sin hacer prudentes reservas, porque sin quererlo se darían armas a la crítica.
Las visiones del Sr. O...
Hemos extraído el siguiente relato, publicado en The Spiritual Magazine, de Londres, del número de abril de 1861.
«El Sr. O..., gentilhombre de Gloucestershire, nunca había tenido visiones hasta el momento en que vino a vivir a P..., el 3 de octubre de 1859. Aproximadamente quince días después de su llegada comenzó a tener visiones a la noche. Al principio eran rayos de luz que venían a iluminar su cuarto, pasando por la ventana; les prestó poca atención, atribuyéndolos al candil de un guarda o a un gran relámpago. Sin embargo, una noche en que fijaba su mirada en la pared del cuarto, él vio formarse una rosa y después estrellas de diversas formas. Otra noche vio, en la misteriosa luz, a dos magníficos ángeles con una trompeta. En esa noche el Sr. O... se había recogido más temprano que de costumbre, debido a una ligera indisposición que sentía. La presencia de ambos ángeles, que duró uno o dos segundos, le hizo experimentar una suave sensación, que incluso se prolongó después de la partida de los mismos.
«A la semana siguiente, la misma luz le apareció con la figura de un niño que abrazaba un gatito. Varias otras figuras también aparecieron, pero muy oscuras como para ser distinguidas. En marzo, vio el perfil de una señora, envuelta en un círculo luminoso; reconoció a su madre y exclamó con gran alegría: ¡Madre mía! ¡Madre mía! Pero luego esta visión se desvaneció. En la misma noche vio a una bella dama en traje de etiqueta y con un sombrero en la cabeza.
«Una o dos noches después vio a un lindo perrito y a un niño. Luego le apareció una luz, semejante a la de una ventana cuyo contorno no estuviese bien delineado, lo que se repitió cuatro veces y, en las tres primeras, durante cerca de medio minuto. El Sr. O... se recogió, buscó comprender el sentido de esta visión y creyó que significaba que él no tendría más que tres años o tres meses de vida. La luz volvió una vez más; el Sr. O... se levantó y la luz desapareció al cabo de un minuto.
«El 3 de abril él vio una luz que producía el efecto de una hendidura luminosa y, en el interior del cuarto, una parte del rostro de un hombre: sólo la frente, los ojos y la nariz eran visibles; los ojos –muy grandes y salientes– lo miraban fijamente. Después, esto desapareció. En fechas posteriores tuvo también las siguientes visiones:
«– 4 de abril. Rostro y busto de una señora que sonreía a dos chicos que se abrazaban. Un poco más tarde vio la parte superior de la cabeza de un hombre, que el Sr. O... reconoció, por el cabello y por la frente, como uno de sus amigos, recientemente fallecido. – 27 de julio. Una mano dirigida hacia abajo. Al principio apareció en la pared como una luz fosforescente, que gradualmente tomó la forma de una mano. Entonces él vió la cabeza de un anciano, al cual pertenecía esa mano, y una pequeña ave gris con plumas claras. Ese rostro lo miraba con un aire solemne, mas desapareció; esto le causó un cierto miedo y temblor, pero al mismo tiempo experimentó una agradable sensación de calor. También vio un rollo de papel en el que había jeroglíficos. – 12 de diciembre. Un pájaro en su nido, alimentando a sus crías. – 13 de diciembre. Dos cabezas de leopardos. – 15 de diciembre. Un fuerte golpe que fue escuchado por la señorita S... en su cuarto, y que despertó al Sr. O..., profundamente dormido. – 16 de diciembre. Toque de campanas, escuchado también por la señorita S... Un ángel con un niño radiante, que son transformados en flores. Una cabeza de ciervo con grandes cuernos. – 18 de diciembre. Algunas caras y dos palomas. – 20 de diciembre. Varios rostros de hombres, de mujeres y de niños. – 1º de enero. Un barco grande, atrás del cual se levanta gradualmente la cabeza de un chico, que vuela hacia delante. – 3 de enero. Un querubín y un niño.
«Una noche él vio un cuadro que representaba un hermoso paisaje: era como si fuese una abertura en la oscuridad; veía praderas, campos, árboles, etc., un hombre que caminaba y una vaca. Este paisaje estaba iluminado por la más bella claridad del Sol. Lo que hay de particular en estas visiones luminosas es que muy frecuentemente la luz ilumina todo el cuarto, de manera que deja ver los muebles como si fuese en pleno día; cuando la misma desaparece, todo vuelve a la oscuridad.
«El Sr. O... tuvo muchas otras visiones, de las cuales dejó de tomar nota.»
Nos parece que por lo expuesto es suficiente para que podamos hacer una apreciación, y pensamos que ninguna persona esclarecida sobre la causa y la naturaleza de los fenómenos espíritas pueda considerar lo expuesto como verdaderas apariciones. Si se consiente en remitirse al primer artículo de este número, donde hemos buscado determinar el carácter de la alucinación, se comprenderá la analogía que tienen con las figuras que a menudo se presentan durante la somnolencia, y que deben tener las mismas causas. Estaríamos convencidos de esto por el simple hecho de la multitud de animales que él ha visto. Se sabe que no hay espíritus de animales errantes en el mundo invisible y que, por consecuencia, no puede haber apariciones de animales, salvo en el caso en que un Espíritu hiciera surgir una apariencia de ese género con un objetivo determinado, lo que también sería sólo una apariencia, y no el espíritu real de tal o cual animal. El hecho de las apariciones es indiscutible, pero es preciso tener cuidado para no verlas en todas partes y para no tomar como tales las fantasías de ciertas imaginaciones que son fáciles de exaltar, o la visión retrospectiva de las imágenes impresas en el cerebro. La propia minuciosidad con la cual el Sr. O... cita ciertas particularidades insignificantes es un indicio de la naturaleza de las preocupaciones de su mente.
En resumen, nada encontramos en las visiones del Sr. O... que tenga el carácter de apariciones propiamente dichas, y creemos que hay muchos inconvenientes en mencionar semejantes hechos sin los debidos comentarios y sin hacer prudentes reservas, porque sin quererlo se darían armas a la crítica.
Los Espíritus y la gramática
Un grave error gramatical ha sido descubierto en El Libro de los Espíritus por un profundo crítico, que nos ha dirigido la siguiente nota:
«Leo en la página 384, cuestión 911, línea 23, de El Libro de los Espíritus: “Hay muchas personas que dicen: Quiero; pero la voluntad sólo está en sus labios; ellos quieren, mas están muy a gusto que no sea así”. Si hubieseis puesto: “Ellas quieren, mas están muy a gusto que no sea así”, ¿no creéis que el francés hubiera ganado con esto? Yo sería tentado a creer que vuestro Espíritu protector escribiente es un farsante que os hace cometer errores de lenguaje. Apresuraos en punirlo y, sobre todo, en corregirlo.»
Lamentamos no poder dirigir nuestros agradecimientos al autor de esta observación; pero indudablemente es por modestia y para evitar los testimonios de nuestro reconocimiento que él se olvidó de poner su nombre y su dirección, limitándose a firmar: Un Espíritu protector de la lengua francesa. Ya que parece que este señor, o este Espíritu, se da el trabajo de leer nuestras obras, solicitamos a los Espíritus buenos que consientan en colocar nuestra respuesta delante de sus ojos.
Es evidente que ese señor sabe que el sustantivo personne es del femenino, y que los adjetivos y los pronombres concuerdan en género y en número con el sustantivo al cual se refieren. Infelizmente no todo se aprende en las escuelas, sobre todo en materia de Lengua Francesa; si este señor –que se declara el protector de nuestra Lengua– hubiese transpuesto los límites de la Gramática de Lhomond, sabría que se encuentra en Regnard la siguiente frase: Aunque esas tres personas tuvieran intereses bien diferentes, ellos eran, no obstante, atormentados por la misma pasión; y esta otra en Vaugelas: Las personas consumidas en la virtud tienen, en todas las cosas, una rectitud de espíritu y una atención juiciosa que impiden que sean maldicientes; de ahí la regla que se encuentra en la Grammaire normale des Examens, de la autoría conjunta de los Sres. Lévi-Alvarès y Rivail, en la Gramática de Boniface, etc.
“Algunas veces se emplea, por silepsis, el pronombre il para reemplazar al sustantivo personne [persona], aunque esta última palabra sea femenina. Esa concordancia solamente puede tener lugar cuando, en el pensamiento, la palabra personne no represente exclusivamente a mujeres y, además, cuando la palabra il se encuentre lo suficientemente lejos como para que no suene rara al oído.”
Con respecto al pronombre personne [nadie], que es masculino, se encuentra en Boniface la siguiente nota: “Entretanto, cuando el pronombre nadie designa especialmente a una mujer, el adjetivo que se refiere a él puede ponerse en femenino; se puede decir: Nadie es más bonita que Rosina.”
Por lo tanto, los Espíritus que han dictado la frase en cuestión no son ignorantes como supone aquel señor; inclusive seríamos tentado a creer que ellos saben un poco más que él, aunque en general no se jacten de su exactitud gramatical, a ejemplo de varios de nuestros eruditos, que no sobresalen por la ortografía. Moraleja: Es bueno saber antes de criticar.
Sea como fuere, para calmar los escrúpulos de los que no saben mucho al respecto, y que creen que la Doctrina pueda estar en peligro por un real o supuesto error de lenguaje, hemos cambiado esa concordancia en la 5ª edición de El Libro de los Espíritus, que acaba de aparecer, porque:
Un grave error gramatical ha sido descubierto en El Libro de los Espíritus por un profundo crítico, que nos ha dirigido la siguiente nota:
«Leo en la página 384, cuestión 911, línea 23, de El Libro de los Espíritus: “Hay muchas personas que dicen: Quiero; pero la voluntad sólo está en sus labios; ellos quieren, mas están muy a gusto que no sea así”. Si hubieseis puesto: “Ellas quieren, mas están muy a gusto que no sea así”, ¿no creéis que el francés hubiera ganado con esto? Yo sería tentado a creer que vuestro Espíritu protector escribiente es un farsante que os hace cometer errores de lenguaje. Apresuraos en punirlo y, sobre todo, en corregirlo.»
Lamentamos no poder dirigir nuestros agradecimientos al autor de esta observación; pero indudablemente es por modestia y para evitar los testimonios de nuestro reconocimiento que él se olvidó de poner su nombre y su dirección, limitándose a firmar: Un Espíritu protector de la lengua francesa. Ya que parece que este señor, o este Espíritu, se da el trabajo de leer nuestras obras, solicitamos a los Espíritus buenos que consientan en colocar nuestra respuesta delante de sus ojos.
Es evidente que ese señor sabe que el sustantivo personne es del femenino, y que los adjetivos y los pronombres concuerdan en género y en número con el sustantivo al cual se refieren. Infelizmente no todo se aprende en las escuelas, sobre todo en materia de Lengua Francesa; si este señor –que se declara el protector de nuestra Lengua– hubiese transpuesto los límites de la Gramática de Lhomond, sabría que se encuentra en Regnard la siguiente frase: Aunque esas tres personas tuvieran intereses bien diferentes, ellos eran, no obstante, atormentados por la misma pasión; y esta otra en Vaugelas: Las personas consumidas en la virtud tienen, en todas las cosas, una rectitud de espíritu y una atención juiciosa que impiden que sean maldicientes; de ahí la regla que se encuentra en la Grammaire normale des Examens, de la autoría conjunta de los Sres. Lévi-Alvarès y Rivail, en la Gramática de Boniface, etc.
“Algunas veces se emplea, por silepsis, el pronombre il para reemplazar al sustantivo personne [persona], aunque esta última palabra sea femenina. Esa concordancia solamente puede tener lugar cuando, en el pensamiento, la palabra personne no represente exclusivamente a mujeres y, además, cuando la palabra il se encuentre lo suficientemente lejos como para que no suene rara al oído.”
Con respecto al pronombre personne [nadie], que es masculino, se encuentra en Boniface la siguiente nota: “Entretanto, cuando el pronombre nadie designa especialmente a una mujer, el adjetivo que se refiere a él puede ponerse en femenino; se puede decir: Nadie es más bonita que Rosina.”
Por lo tanto, los Espíritus que han dictado la frase en cuestión no son ignorantes como supone aquel señor; inclusive seríamos tentado a creer que ellos saben un poco más que él, aunque en general no se jacten de su exactitud gramatical, a ejemplo de varios de nuestros eruditos, que no sobresalen por la ortografía. Moraleja: Es bueno saber antes de criticar.
Sea como fuere, para calmar los escrúpulos de los que no saben mucho al respecto, y que creen que la Doctrina pueda estar en peligro por un real o supuesto error de lenguaje, hemos cambiado esa concordancia en la 5ª edición de El Libro de los Espíritus, que acaba de aparecer, porque:
... Sin problemas, a los rimadores arriesgados
El uso aún permite, creo, que se elija entre los dos.
El uso aún permite, creo, que se elija entre los dos.
Es realmente un placer ver el trabajo que se dan los adversarios del Espiritismo para atacarlo con todas las armas que les llegan a las manos; pero lo que hay de singular es que, a pesar de la gran cantidad de dardos que lanzan contra Él, a pesar de las piedras que le ponen en el camino, a pesar de las celadas que le tienden para hacer que se desvíe de su objetivo, nadie aún ha encontrado el medio de detener su marcha y el Espiritismo gana un terreno que hace desesperar a aquellos que creían abatirlo con tonterías. Después de las tonterías, los atletas de folletín han intentado golpes de maza: pero Él ni siquiera los sintió; al contrario, avanzó más rápido.
Disertaciones y enseñanzas espíritas - A través de dictados espontáneos
Papel de los médiums en las comunicaciones
(Comunicación obtenida por el Sr. d’Ambel, médium de la Sociedad)
Cualquiera que sea la naturaleza de los médiums escribientes, ya sean mecánicos, semimecánicos o simplemente intuitivos, nuestros procedimientos de comunicación con ellos no varían en esencia. En efecto, nos comunicamos con los Espíritus encarnados, como con los Espíritus propiamente dichos, por la simple irradiación de nuestro pensamiento. Nuestros pensamientos no precisan revestirse de la palabra para que los Espíritus los comprendan, y todos los Espíritus perciben el pensamiento que deseamos transmitirles, por el solo hecho de que lo dirijamos hacia ellos; esto en razón de sus facultades intelectuales, es decir, que determinado pensamiento puede ser comprendido por tal o cual Espíritu, según su adelanto, mientras que para otros no es comprensible, porque ese pensamiento no les despierta ningún recuerdo y ningún conocimiento en el fondo de su corazón o de su cerebro. En este caso, el Espíritu encarnado que nos sirve de médium es más apto para transmitir nuestro pensamiento a otros encarnados –aunque no lo entienda– que un Espíritu desencarnado y poco adelantado, si nos viésemos forzados a emplearlo como intermediario; eso porque el ser terreno pone a nuestra disposición su cuerpo como instrumento, lo que el Espíritu errante no puede hacer.
Así, cuando encontramos a un médium cuyo cerebro está lleno de conocimientos adquiridos en su actual existencia, y su Espíritu es rico en conocimientos anteriores latentes, adecuados para facilitar nuestras comunicaciones, preferimos servirnos de él, porque con su concurso el fenómeno de la comunicación nos resulta mucho más fácil que con un médium de inteligencia limitada y de insuficientes conocimientos anteriores. Vamos a hacernos comprender a través de algunas explicaciones claras y precisas.
Con un médium cuya inteligencia actual o anterior esté desarrollada, nuestro pensamiento se comunica instantáneamente de Espíritu a Espíritu, mediante una facultad inherente a la esencia del propio Espíritu. En este caso encontramos en el cerebro del médium los elementos adecuados para revestir a nuestro pensamiento con las palabras que correspondan a este pensamiento, ya sea el médium intuitivo, semimecánico o totalmente mecánico. Es por eso que, sea cual fuere la diversidad de los Espíritus que se comunican con un médium, los dictados obtenidos por él llevan su sello personal, en cuanto a la forma y al colorido, aunque procedan de Espíritus diversos. Sí, aunque el pensamiento le resulte completamente extraño; a pesar de que el tema salga del ámbito en que se mueve habitualmente, y aunque no provenga de él –de manera alguna– lo que nosotros queremos decir, no por eso el médium deja de influir sobre la forma, por intermedio de las cualidades y de las propiedades inherentes a su individualidad. Es como si observaseis diferentes paisajes con anteojos matizados, verdes, blancos o azules: aunque los paisajes u objetos observados sean completamente opuestos e independientes los unos de los otros, no por ello dejarán de adoptar siempre el matiz que provenga del color de los anteojos. Mejor aún, comparemos a los médiums con esas retortas, llenas de líquidos coloreados y transparentes, que se ven en los laboratorios farmacéuticos; ¡pues bien!, nosotros somos como focos que iluminan ciertos paisajes morales, filosóficos e interiores, a través de médiums azules, verdes o rojos, de tal manera que nuestros rayos luminosos, obligados a pasar a través de cristales más o menos bien labrados, más o menos transparentes, es decir, a través de médiums más o menos inteligentes, no llegan a los objetos que deseamos iluminar sino tomando el matiz o, mejor dicho, la forma propia y particular de cada médium. En fin, para terminar con una última comparación, diremos que nosotros –los Espíritus– somos como compositores de música, que hemos compuesto o que deseamos improvisar un aria y no disponemos sino de un solo instrumento: un piano, un violín, una flauta, un fagot o un simple silbato. Es indiscutible que con el piano, con la flauta o con el violín ejecutaremos nuestro fragmento musical de un modo más comprensible para nuestros oyentes; y aunque los sonidos provenientes del piano, del fagot o del clarinete sean esencialmente diferentes los unos de los otros, no por eso nuestra composición dejará de ser idéntica, excepto por los timbres del sonido. Pero si sólo tenemos a nuestra disposición un simple silbato o un tubo, ahí está para nosotros la dificultad.
En efecto, cuando estamos obligados a servirnos de médiums poco adelantados, nuestro trabajo se vuelve mucho más largo, mucho más penoso, porque nos vemos forzados a recurrir a formas incompletas, lo que para nosotros es una complicación; porque entonces somos obligados a descomponer nuestros pensamientos y a dictar palabra por palabra, letra por letra, lo que nos resulta molesto y agotador, y una traba real para la prontitud y el desarrollo de nuestras manifestaciones.
Por eso nos sentimos felices al encontrar médiums apropiados, bien preparados y provistos de recursos –listos para ser empleados–, en una palabra, buenos instrumentos, porque entonces nuestro periespíritu, al actuar sobre el periespíritu de aquel a quien mediumnizamos, no tiene más que dar impulso a la mano que nos sirve de portaplumas o de lapicero. En cambio, con los médiums mal preparados, somos forzados a hacer un trabajo análogo al que realizamos cuando nos comunicamos por medio de golpes, es decir, designando letra por letra, palabra por palabra, cada una de las frases que forman la traducción de los pensamientos que deseamos transmitir.
Es por estas razones que, para la divulgación del Espiritismo y para el desarrollo de las facultades medianímicas escribientes, nos dirigimos preferentemente a las clases esclarecidas e instruidas, aunque entre estas clases se encuentren los individuos más incrédulos, los más rebeldes e inmorales. Así como en la actualidad nosotros dejamos a los Espíritus golpeadores y poco adelantados el ejercicio de las comunicaciones tangibles de golpes y de aportes, así también los hombres pocos serios prefieren el espectáculo de los fenómenos que impresionan a sus ojos y sus oídos, en vez de los fenómenos puramente espirituales y psicológicos.
Cuando queremos transmitir dictados espontáneos, actuamos sobre el cerebro, sobre los archivos del médium y preparamos nuestros materiales con los elementos que él nos proporciona, y esto sin que él lo sepa; es como si tomásemos de su bolsillo las diferentes monedas que tuviera y las pusiésemos en el orden que nos pareciera más útil.
Pero cuando es el propio médium quien desea interrogarnos de tal o cual modo, es bueno que reflexione seriamente para que formule las preguntas de una manera metódica, facilitándonos así nuestra tarea de responderle. Porque, como te ha dicho Erasto en una instrucción anterior, vuestro cerebro está a menudo en un intrincado desorden, y es para nosotros tan penoso cuan difícil movernos en el laberinto de vuestros pensamientos. Cuando las preguntas las hace un tercero, es bueno y útil que la serie de cuestiones sea comunicada con antelación al médium, para que éste se identifique con el Espíritu del evocador, y se impregne –por así decirlo– con él; entonces, nosotros mismos tendremos mucha mayor facilidad para contestar, debido a la afinidad que existe entre nuestro periespíritu y el del médium que nos sirve de intérprete.
Por cierto que podemos hablar de Matemática a través de un médium que parezca desconocerla por completo; pero frecuentemente el Espíritu de este médium tiene dicho conocimiento en estado latente, es decir, posee un conocimiento que es propio del ser fluídico y no del ser encarnado, porque su cuerpo actual es un instrumento rebelde o contrario a este conocimiento. Sucede lo mismo con la Astronomía, la Poesía, la Medicina y con los diversos idiomas, así como con todos los otros conocimientos inherentes a la especie humana. En fin, todavía tenemos el penoso medio de elaboración usado con los médiums completamente ajenos al tema tratado, que consiste en reunir las letras y las palabras una a una, como se hace en tipografía.
Como ya lo hemos dicho, los Espíritus no precisan revestir su pensamiento, porque lo perciben y lo transmiten por el solo hecho de que existe en ellos. Al contrario, los seres corporales sólo pueden percibir el pensamiento si éste se encuentra revestido. Mientras que vosotros, para percibir un pensamiento –aunque sea mentalmente–, necesitáis letras, palabras, sustantivos, verbos, en suma, frases, para nosotros ninguna forma visible o tangible es necesaria.
ERASTO Y TIMOTEO,
Espíritus protectores de los médiums.
(Comunicación obtenida por el Sr. d’Ambel, médium de la Sociedad)
Cualquiera que sea la naturaleza de los médiums escribientes, ya sean mecánicos, semimecánicos o simplemente intuitivos, nuestros procedimientos de comunicación con ellos no varían en esencia. En efecto, nos comunicamos con los Espíritus encarnados, como con los Espíritus propiamente dichos, por la simple irradiación de nuestro pensamiento. Nuestros pensamientos no precisan revestirse de la palabra para que los Espíritus los comprendan, y todos los Espíritus perciben el pensamiento que deseamos transmitirles, por el solo hecho de que lo dirijamos hacia ellos; esto en razón de sus facultades intelectuales, es decir, que determinado pensamiento puede ser comprendido por tal o cual Espíritu, según su adelanto, mientras que para otros no es comprensible, porque ese pensamiento no les despierta ningún recuerdo y ningún conocimiento en el fondo de su corazón o de su cerebro. En este caso, el Espíritu encarnado que nos sirve de médium es más apto para transmitir nuestro pensamiento a otros encarnados –aunque no lo entienda– que un Espíritu desencarnado y poco adelantado, si nos viésemos forzados a emplearlo como intermediario; eso porque el ser terreno pone a nuestra disposición su cuerpo como instrumento, lo que el Espíritu errante no puede hacer.
Así, cuando encontramos a un médium cuyo cerebro está lleno de conocimientos adquiridos en su actual existencia, y su Espíritu es rico en conocimientos anteriores latentes, adecuados para facilitar nuestras comunicaciones, preferimos servirnos de él, porque con su concurso el fenómeno de la comunicación nos resulta mucho más fácil que con un médium de inteligencia limitada y de insuficientes conocimientos anteriores. Vamos a hacernos comprender a través de algunas explicaciones claras y precisas.
Con un médium cuya inteligencia actual o anterior esté desarrollada, nuestro pensamiento se comunica instantáneamente de Espíritu a Espíritu, mediante una facultad inherente a la esencia del propio Espíritu. En este caso encontramos en el cerebro del médium los elementos adecuados para revestir a nuestro pensamiento con las palabras que correspondan a este pensamiento, ya sea el médium intuitivo, semimecánico o totalmente mecánico. Es por eso que, sea cual fuere la diversidad de los Espíritus que se comunican con un médium, los dictados obtenidos por él llevan su sello personal, en cuanto a la forma y al colorido, aunque procedan de Espíritus diversos. Sí, aunque el pensamiento le resulte completamente extraño; a pesar de que el tema salga del ámbito en que se mueve habitualmente, y aunque no provenga de él –de manera alguna– lo que nosotros queremos decir, no por eso el médium deja de influir sobre la forma, por intermedio de las cualidades y de las propiedades inherentes a su individualidad. Es como si observaseis diferentes paisajes con anteojos matizados, verdes, blancos o azules: aunque los paisajes u objetos observados sean completamente opuestos e independientes los unos de los otros, no por ello dejarán de adoptar siempre el matiz que provenga del color de los anteojos. Mejor aún, comparemos a los médiums con esas retortas, llenas de líquidos coloreados y transparentes, que se ven en los laboratorios farmacéuticos; ¡pues bien!, nosotros somos como focos que iluminan ciertos paisajes morales, filosóficos e interiores, a través de médiums azules, verdes o rojos, de tal manera que nuestros rayos luminosos, obligados a pasar a través de cristales más o menos bien labrados, más o menos transparentes, es decir, a través de médiums más o menos inteligentes, no llegan a los objetos que deseamos iluminar sino tomando el matiz o, mejor dicho, la forma propia y particular de cada médium. En fin, para terminar con una última comparación, diremos que nosotros –los Espíritus– somos como compositores de música, que hemos compuesto o que deseamos improvisar un aria y no disponemos sino de un solo instrumento: un piano, un violín, una flauta, un fagot o un simple silbato. Es indiscutible que con el piano, con la flauta o con el violín ejecutaremos nuestro fragmento musical de un modo más comprensible para nuestros oyentes; y aunque los sonidos provenientes del piano, del fagot o del clarinete sean esencialmente diferentes los unos de los otros, no por eso nuestra composición dejará de ser idéntica, excepto por los timbres del sonido. Pero si sólo tenemos a nuestra disposición un simple silbato o un tubo, ahí está para nosotros la dificultad.
En efecto, cuando estamos obligados a servirnos de médiums poco adelantados, nuestro trabajo se vuelve mucho más largo, mucho más penoso, porque nos vemos forzados a recurrir a formas incompletas, lo que para nosotros es una complicación; porque entonces somos obligados a descomponer nuestros pensamientos y a dictar palabra por palabra, letra por letra, lo que nos resulta molesto y agotador, y una traba real para la prontitud y el desarrollo de nuestras manifestaciones.
Por eso nos sentimos felices al encontrar médiums apropiados, bien preparados y provistos de recursos –listos para ser empleados–, en una palabra, buenos instrumentos, porque entonces nuestro periespíritu, al actuar sobre el periespíritu de aquel a quien mediumnizamos, no tiene más que dar impulso a la mano que nos sirve de portaplumas o de lapicero. En cambio, con los médiums mal preparados, somos forzados a hacer un trabajo análogo al que realizamos cuando nos comunicamos por medio de golpes, es decir, designando letra por letra, palabra por palabra, cada una de las frases que forman la traducción de los pensamientos que deseamos transmitir.
Es por estas razones que, para la divulgación del Espiritismo y para el desarrollo de las facultades medianímicas escribientes, nos dirigimos preferentemente a las clases esclarecidas e instruidas, aunque entre estas clases se encuentren los individuos más incrédulos, los más rebeldes e inmorales. Así como en la actualidad nosotros dejamos a los Espíritus golpeadores y poco adelantados el ejercicio de las comunicaciones tangibles de golpes y de aportes, así también los hombres pocos serios prefieren el espectáculo de los fenómenos que impresionan a sus ojos y sus oídos, en vez de los fenómenos puramente espirituales y psicológicos.
Cuando queremos transmitir dictados espontáneos, actuamos sobre el cerebro, sobre los archivos del médium y preparamos nuestros materiales con los elementos que él nos proporciona, y esto sin que él lo sepa; es como si tomásemos de su bolsillo las diferentes monedas que tuviera y las pusiésemos en el orden que nos pareciera más útil.
Pero cuando es el propio médium quien desea interrogarnos de tal o cual modo, es bueno que reflexione seriamente para que formule las preguntas de una manera metódica, facilitándonos así nuestra tarea de responderle. Porque, como te ha dicho Erasto en una instrucción anterior, vuestro cerebro está a menudo en un intrincado desorden, y es para nosotros tan penoso cuan difícil movernos en el laberinto de vuestros pensamientos. Cuando las preguntas las hace un tercero, es bueno y útil que la serie de cuestiones sea comunicada con antelación al médium, para que éste se identifique con el Espíritu del evocador, y se impregne –por así decirlo– con él; entonces, nosotros mismos tendremos mucha mayor facilidad para contestar, debido a la afinidad que existe entre nuestro periespíritu y el del médium que nos sirve de intérprete.
Por cierto que podemos hablar de Matemática a través de un médium que parezca desconocerla por completo; pero frecuentemente el Espíritu de este médium tiene dicho conocimiento en estado latente, es decir, posee un conocimiento que es propio del ser fluídico y no del ser encarnado, porque su cuerpo actual es un instrumento rebelde o contrario a este conocimiento. Sucede lo mismo con la Astronomía, la Poesía, la Medicina y con los diversos idiomas, así como con todos los otros conocimientos inherentes a la especie humana. En fin, todavía tenemos el penoso medio de elaboración usado con los médiums completamente ajenos al tema tratado, que consiste en reunir las letras y las palabras una a una, como se hace en tipografía.
Como ya lo hemos dicho, los Espíritus no precisan revestir su pensamiento, porque lo perciben y lo transmiten por el solo hecho de que existe en ellos. Al contrario, los seres corporales sólo pueden percibir el pensamiento si éste se encuentra revestido. Mientras que vosotros, para percibir un pensamiento –aunque sea mentalmente–, necesitáis letras, palabras, sustantivos, verbos, en suma, frases, para nosotros ninguna forma visible o tangible es necesaria.
El Hospital General de París
(Comunicación obtenida por el Sr. A. Didier, médium de la Sociedad)
Una noche de invierno yo seguía por los muelles sombríos, contiguos a Notre-Dame; como bien lo ha dicho un poeta, es el barrio de la desesperación y de la muerte. Ese barrio siempre ha sido, desde la Corte de los Milagros hasta la Morgue, el escondrijo de todas las miserias humanas. Hoy, que todo se desmorona, esos inmensos monumentos de la agonía, que el hombre llama de Hospitales Generales, tal vez se desmoronen también. Yo observaba las luces macilentas que atraviesan esos muros sombríos y me decía: ¡Cuántas muertes desesperadas! ¡Qué fosa común del pensamiento que entierra diariamente a tantos corazones transformados, a tantas inocencias gangrenadas! ¡Ha sido ahí –me decía– que han muerto tantos soñadores, poetas, artistas o sabios! Hay un pequeño puente sobre el río, que se agita pesadamente; es por allí que pasan los que ya no están. Entonces, los muertos entran en otro edificio, en cuya fachada debería escribirse como en la puerta del Infierno: Abandonad toda esperanza. En efecto, es allá que el cuerpo es cortado para servir a la Ciencia; pero también es allí que la Ciencia roba a la fe el último vestigio de esperanza. Tomado de tales pensamientos yo había dado algunos pasos, pero el pensamiento va más rápido que nosotros. Fui alcanzado por un joven, pálido y tiritando de frío, que sin ceremonia me pidió fuego para su pipa; era un estudiante de Medicina. Dicho y hecho; yo también fumaba y comencé a conversar con el desconocido; pálido, delgado y cansado por las vigilias, frente ancha y mirada triste, tal era, a primera vista, el aspecto de ese joven. Él parecía pensativo, y yo le transmití mis pensamientos. –Acabo de disecar –dijo él–, pero no encontré más que materia. ¡Ah, Dios mío!, agregó con mucha sangre fría, si queréis libraros de esa extraña enfermedad llamada creencia en la inmortalidad del alma, id a ver todos los días –como yo– deshacerse con tanta uniformidad esa materia a la que llamamos cuerpo; id a ver cómo se extinguen esos cerebros entusiastas, esos corazones generosos o degradados; id a ver si la nada que los sorprende no es la misma para todos. ¡Qué locura creer! –Yo le pregunté su edad. –Tengo 24 años, me dijo; ahora os dejo, porque hace mucho frío.
Entonces, al verlo alejarse, me pregunté: ¿es este el resultado de la Ciencia?
Continuaré.
GÉRARD DE NERVAL
(Comunicación obtenida por el Sr. A. Didier, médium de la Sociedad)
Una noche de invierno yo seguía por los muelles sombríos, contiguos a Notre-Dame; como bien lo ha dicho un poeta, es el barrio de la desesperación y de la muerte. Ese barrio siempre ha sido, desde la Corte de los Milagros hasta la Morgue, el escondrijo de todas las miserias humanas. Hoy, que todo se desmorona, esos inmensos monumentos de la agonía, que el hombre llama de Hospitales Generales, tal vez se desmoronen también. Yo observaba las luces macilentas que atraviesan esos muros sombríos y me decía: ¡Cuántas muertes desesperadas! ¡Qué fosa común del pensamiento que entierra diariamente a tantos corazones transformados, a tantas inocencias gangrenadas! ¡Ha sido ahí –me decía– que han muerto tantos soñadores, poetas, artistas o sabios! Hay un pequeño puente sobre el río, que se agita pesadamente; es por allí que pasan los que ya no están. Entonces, los muertos entran en otro edificio, en cuya fachada debería escribirse como en la puerta del Infierno: Abandonad toda esperanza. En efecto, es allá que el cuerpo es cortado para servir a la Ciencia; pero también es allí que la Ciencia roba a la fe el último vestigio de esperanza. Tomado de tales pensamientos yo había dado algunos pasos, pero el pensamiento va más rápido que nosotros. Fui alcanzado por un joven, pálido y tiritando de frío, que sin ceremonia me pidió fuego para su pipa; era un estudiante de Medicina. Dicho y hecho; yo también fumaba y comencé a conversar con el desconocido; pálido, delgado y cansado por las vigilias, frente ancha y mirada triste, tal era, a primera vista, el aspecto de ese joven. Él parecía pensativo, y yo le transmití mis pensamientos. –Acabo de disecar –dijo él–, pero no encontré más que materia. ¡Ah, Dios mío!, agregó con mucha sangre fría, si queréis libraros de esa extraña enfermedad llamada creencia en la inmortalidad del alma, id a ver todos los días –como yo– deshacerse con tanta uniformidad esa materia a la que llamamos cuerpo; id a ver cómo se extinguen esos cerebros entusiastas, esos corazones generosos o degradados; id a ver si la nada que los sorprende no es la misma para todos. ¡Qué locura creer! –Yo le pregunté su edad. –Tengo 24 años, me dijo; ahora os dejo, porque hace mucho frío.
Entonces, al verlo alejarse, me pregunté: ¿es este el resultado de la Ciencia?
Continuaré.
Nota – Algunos días más tarde la Sra. de Costel recibió, en particular, la siguiente comunicación, cuya analogía con la anterior ofrece una particularidad notable.
«Una noche yo seguía por los muelles desiertos; el tiempo estaba bueno y hacía calor. Las estrellas de oro sobresalían en el cielo oscuro; la luna se presentaba con su círculo elegante, y las aguas profundas eran iluminadas como una sonrisa por el claro de luna. Los álamos –guardias silenciosos de la ribera– alzaban sus formas esbeltas, y yo pasaba despacio mirando alternativamente el reflejo de los astros en el agua y el reflejo de Dios en el firmamento. Delante mío caminaba una mujer y, con una curiosidad pueril, yo seguía sus pasos, que parecían ajustar los míos. Caminamos así durante un largo tiempo; cuando llegamos a la fachada del Hospital General de París, que aquí y allí presentaba puntos luminosos, ella se detuvo y, al volverse hacia mí, me dirigió súbitamente la palabra, como si yo fuese su compañero. –Amigo –dijo ella–, ¿crees que los que sufren aquí, sufren más del alma que del cuerpo? ¿O tú crees que el dolor físico extingue la centella divina? –Yo creo, respondí profundamente sorprendido, que para la mayoría de los infelices que a esta hora sufren y agonizan, el dolor físico es la tregua y el olvido de sus miserias habituales. –Te equivocas, amigo, replicó ella sonriendo gravemente; la enfermedad es una suprema angustia para los desheredados de la Tierra, para los pobres, los ignorantes y los abandonados; ella no echa en el olvido sino a los que, semejantes a ti, sufren solamente la nostalgia de los bienes soñados y no conocen más que los dolores idealizados, coronados de violetas. Quise hablar, pero ella me hizo una seña para que hiciese silencio y, levantando su mano blanca hacia el hospital, dijo: –Allí se agitan los infelices que calculan el número de horas que la enfermedad robó a su salario; allí hay mujeres angustiadas que piensan que el cabaré aturde los pesares y que hace que sus maridos olviden el pan de sus hijos; aquí, allá y en todas partes las preocupaciones terrenas oprimen y sofocan el pálido destello de la esperanza, que no puede iluminar a esas almas desoladas. Dios, en su paciente labor, es aún más olvidado por esos infelices, vencidos por el sufrimiento; es que Dios está muy alto y bien lejos, mientras que la miseria está cerca. ¿Qué hacer, entonces, a fin de dar a esos hombres y a esas mujeres la fuerza moral necesaria para que se despojen de su envoltura carnal, no como insectos que se arrastran, sino como criaturas inteligentes, o para que entren menos sombríos y menos desesperados en la batalla de la vida? Tú, soñador; tú, poeta que rimas sonetos a la luna, ¿nunca has pensado en ese formidable problema que sólo dos palabras pueden resolver: caridad y amor?
La mujer parecía crecer, y el estremecimiento de las cosas divinas corría en mí. –Escucha más –continuó ella–, y su gran voz parecía llenar la ciudad con su armonía: Id todos, los poderosos, los ricos, los inteligentes; id a divulgar una noticia maravillosa: decid a los que sufren y que están abandonados, que Dios, su Padre, no está más refugiado en el cielo inaccesible y que Él les envía, para consolarlos y asistirlos, a los Espíritus de aquellos que han partido; que sus padres, sus madres, sus hijos, estando a la cabecera y hablándoles en lengua conocida, les enseñarán que más allá de la tumba brilla una nueva aurora, que disipa –como una nube– los males terrenos. El ángel abrió los ojos de Tobit; que el ángel del amor abra, a su turno, a las almas cerradas de los que sufren sin esperanza. Y al decir esto, la mujer tocó levemente mis párpados y yo vi, a través de los muros del hospital, a los Espíritus, como puras llamas que hacían resplandecer los cuartos desolados. Su unión con la Humanidad se consumaba, y las heridas del alma y del cuerpo eran tratadas y aliviadas con el bálsamo de la esperanza. Legiones de Espíritus, más innumerables y más brillantes que las estrellas, expulsaban delante de ellos –como a vapores impuros– a la desesperación y a la duda. Del aire, de la tierra y del río se escuchaba una sola palabra: amor.
Permanecí un largo tiempo inmóvil y transportado hacia fuera de mí mismo; después las tinieblas invadieron nuevamente la Tierra; el espacio se volvió desierto. Cuando miré a mi alrededor, la mujer no estaba más; un gran estremecimiento me agitó y quedé ajeno a lo que me rodeaba. Desde esa noche me llamaron de soñador y de loco. ¡Oh, qué dulce y sublime locura la que cree en el despertar de la tumba! Pero ¡cómo es desconsoladora y estúpida la locura que muestra a la nada como la única compensación de nuestras miserias, como la única recompensa a las virtudes ocultas y modestas! ¿Quién es aquí el verdadero loco: el que espera o el que desespera?
ALFRED DE MUSSET
«Una noche yo seguía por los muelles desiertos; el tiempo estaba bueno y hacía calor. Las estrellas de oro sobresalían en el cielo oscuro; la luna se presentaba con su círculo elegante, y las aguas profundas eran iluminadas como una sonrisa por el claro de luna. Los álamos –guardias silenciosos de la ribera– alzaban sus formas esbeltas, y yo pasaba despacio mirando alternativamente el reflejo de los astros en el agua y el reflejo de Dios en el firmamento. Delante mío caminaba una mujer y, con una curiosidad pueril, yo seguía sus pasos, que parecían ajustar los míos. Caminamos así durante un largo tiempo; cuando llegamos a la fachada del Hospital General de París, que aquí y allí presentaba puntos luminosos, ella se detuvo y, al volverse hacia mí, me dirigió súbitamente la palabra, como si yo fuese su compañero. –Amigo –dijo ella–, ¿crees que los que sufren aquí, sufren más del alma que del cuerpo? ¿O tú crees que el dolor físico extingue la centella divina? –Yo creo, respondí profundamente sorprendido, que para la mayoría de los infelices que a esta hora sufren y agonizan, el dolor físico es la tregua y el olvido de sus miserias habituales. –Te equivocas, amigo, replicó ella sonriendo gravemente; la enfermedad es una suprema angustia para los desheredados de la Tierra, para los pobres, los ignorantes y los abandonados; ella no echa en el olvido sino a los que, semejantes a ti, sufren solamente la nostalgia de los bienes soñados y no conocen más que los dolores idealizados, coronados de violetas. Quise hablar, pero ella me hizo una seña para que hiciese silencio y, levantando su mano blanca hacia el hospital, dijo: –Allí se agitan los infelices que calculan el número de horas que la enfermedad robó a su salario; allí hay mujeres angustiadas que piensan que el cabaré aturde los pesares y que hace que sus maridos olviden el pan de sus hijos; aquí, allá y en todas partes las preocupaciones terrenas oprimen y sofocan el pálido destello de la esperanza, que no puede iluminar a esas almas desoladas. Dios, en su paciente labor, es aún más olvidado por esos infelices, vencidos por el sufrimiento; es que Dios está muy alto y bien lejos, mientras que la miseria está cerca. ¿Qué hacer, entonces, a fin de dar a esos hombres y a esas mujeres la fuerza moral necesaria para que se despojen de su envoltura carnal, no como insectos que se arrastran, sino como criaturas inteligentes, o para que entren menos sombríos y menos desesperados en la batalla de la vida? Tú, soñador; tú, poeta que rimas sonetos a la luna, ¿nunca has pensado en ese formidable problema que sólo dos palabras pueden resolver: caridad y amor?
La mujer parecía crecer, y el estremecimiento de las cosas divinas corría en mí. –Escucha más –continuó ella–, y su gran voz parecía llenar la ciudad con su armonía: Id todos, los poderosos, los ricos, los inteligentes; id a divulgar una noticia maravillosa: decid a los que sufren y que están abandonados, que Dios, su Padre, no está más refugiado en el cielo inaccesible y que Él les envía, para consolarlos y asistirlos, a los Espíritus de aquellos que han partido; que sus padres, sus madres, sus hijos, estando a la cabecera y hablándoles en lengua conocida, les enseñarán que más allá de la tumba brilla una nueva aurora, que disipa –como una nube– los males terrenos. El ángel abrió los ojos de Tobit; que el ángel del amor abra, a su turno, a las almas cerradas de los que sufren sin esperanza. Y al decir esto, la mujer tocó levemente mis párpados y yo vi, a través de los muros del hospital, a los Espíritus, como puras llamas que hacían resplandecer los cuartos desolados. Su unión con la Humanidad se consumaba, y las heridas del alma y del cuerpo eran tratadas y aliviadas con el bálsamo de la esperanza. Legiones de Espíritus, más innumerables y más brillantes que las estrellas, expulsaban delante de ellos –como a vapores impuros– a la desesperación y a la duda. Del aire, de la tierra y del río se escuchaba una sola palabra: amor.
Permanecí un largo tiempo inmóvil y transportado hacia fuera de mí mismo; después las tinieblas invadieron nuevamente la Tierra; el espacio se volvió desierto. Cuando miré a mi alrededor, la mujer no estaba más; un gran estremecimiento me agitó y quedé ajeno a lo que me rodeaba. Desde esa noche me llamaron de soñador y de loco. ¡Oh, qué dulce y sublime locura la que cree en el despertar de la tumba! Pero ¡cómo es desconsoladora y estúpida la locura que muestra a la nada como la única compensación de nuestras miserias, como la única recompensa a las virtudes ocultas y modestas! ¿Quién es aquí el verdadero loco: el que espera o el que desespera?
Después de la lectura de esta comunicación, Gérard de Nerval dictó espontáneamente la siguiente, a través de otro médium, el Sr. Didier:
«Mi noble amigo Musset terminó por mí: nosotros ya lo habíamos acordado; puesto que la continuación era exactamente la respuesta a la primera parte que dicté, sólo era necesario un estilo diferente e imágenes más consoladoras.»
«Mi noble amigo Musset terminó por mí: nosotros ya lo habíamos acordado; puesto que la continuación era exactamente la respuesta a la primera parte que dicté, sólo era necesario un estilo diferente e imágenes más consoladoras.»
La oración
(Comunicación enviada por el Sr. Sabò, de Burdeos)
Tempestad de pasiones humanas, que sofocais los buenos sentimientos de que todos los Espíritus encarnados tienen una vaga intuición en el fondo de la conciencia, ¿quién calmará vuestra furia? Es la oración que debe proteger a los hombres contra el flujo de ese océano, en cuyo seno encierra a los monstruos horrendos del orgullo, de la envidia, del odio, de la hipocresía, de la mentira, de la impureza, del materialismo y de las blasfemias. El dique que le oponéis a través de la oración se construye con la piedra y el cemento más duros y, en su impotencia para transponerlo, dichos monstruos se chocan en vanos esfuerzos contra ese dique y vuelven, sangrientos y heridos, al fondo del abismo. ¡Oh, oración del corazón, invocación incesante de la criatura al Creador: si conociesen tu fuerza, cuántos corazones arrastrados por la debilidad habrían recurrido a ti en el momento de la caída! Tú eres el valioso antídoto que cura las heridas casi siempre mortales, que la materia abre en el Espíritu, haciendo correr en sus venas el veneno de las sensaciones brutales. Pero ¡cómo es restricto el número de los que oran bien! ¿Creéis que después de haber dedicado una gran parte de vuestro tiempo en recitar fórmulas que aprendisteis o que leísteis en vuestros libros, tendríais mucho mérito ante Dios? Desengañaos; la buena oración es la que sale del corazón; ella no es superabundante en palabras; solamente, de tiempos en tiempos, deja escapar en aspiraciones a Dios su clamor de aflicción o de perdón, como implorando que Él venga en nuestro socorro, y los Espíritus buenos la llevan a los pies del Padre justo y eterno, pues ese incienso le es un aroma agradable. Entonces Él los envía en grupos numerosos para fortalecer a los que oran bien contra el Espíritu del mal. Así, se vuelven fuertes como rocas inquebrantables; ven que se chocan contra ellos las olas de las pasiones humanas y, como enfrentan con satisfacción esa lucha que debe llenarlos de méritos, ellos construyen, como el alción, su nido en medio de las tempestades.
(Comunicación enviada por el Sr. Sabò, de Burdeos)
Tempestad de pasiones humanas, que sofocais los buenos sentimientos de que todos los Espíritus encarnados tienen una vaga intuición en el fondo de la conciencia, ¿quién calmará vuestra furia? Es la oración que debe proteger a los hombres contra el flujo de ese océano, en cuyo seno encierra a los monstruos horrendos del orgullo, de la envidia, del odio, de la hipocresía, de la mentira, de la impureza, del materialismo y de las blasfemias. El dique que le oponéis a través de la oración se construye con la piedra y el cemento más duros y, en su impotencia para transponerlo, dichos monstruos se chocan en vanos esfuerzos contra ese dique y vuelven, sangrientos y heridos, al fondo del abismo. ¡Oh, oración del corazón, invocación incesante de la criatura al Creador: si conociesen tu fuerza, cuántos corazones arrastrados por la debilidad habrían recurrido a ti en el momento de la caída! Tú eres el valioso antídoto que cura las heridas casi siempre mortales, que la materia abre en el Espíritu, haciendo correr en sus venas el veneno de las sensaciones brutales. Pero ¡cómo es restricto el número de los que oran bien! ¿Creéis que después de haber dedicado una gran parte de vuestro tiempo en recitar fórmulas que aprendisteis o que leísteis en vuestros libros, tendríais mucho mérito ante Dios? Desengañaos; la buena oración es la que sale del corazón; ella no es superabundante en palabras; solamente, de tiempos en tiempos, deja escapar en aspiraciones a Dios su clamor de aflicción o de perdón, como implorando que Él venga en nuestro socorro, y los Espíritus buenos la llevan a los pies del Padre justo y eterno, pues ese incienso le es un aroma agradable. Entonces Él los envía en grupos numerosos para fortalecer a los que oran bien contra el Espíritu del mal. Así, se vuelven fuertes como rocas inquebrantables; ven que se chocan contra ellos las olas de las pasiones humanas y, como enfrentan con satisfacción esa lucha que debe llenarlos de méritos, ellos construyen, como el alción, su nido en medio de las tempestades.
FENELÓN
ALLAN KARDEC
Agosto
Fenómenos psicofisiológicos
De los individuos que hablan de sí mismos en tercera persona
El diario Le Siècle del 4 de julio de 1861 cita el siguiente hecho, según el periódico de El Havre: «Acaba de morir en el hospicio un hombre que era víctima de una aberración mental de las más singulares. Era un soldado llamado Pierre Valin, que había sido herido en la cabeza en la batalla de Solferino. A pesar de que su herida estaba completamente cicatrizada, él se creía que había muerto desde ese momento.
«Cuando le preguntaban por su salud, respondía: “¿Queréis saber cómo está Pierre Valin? ¡Pobre muchacho! Lo mataron de un tiro en la cabeza en Solferino. Lo que veis aquí no es Valin, sino una máquina parecida con él, pero muy mal hecha; deberíais pedir que hicieran otra”.
«Al hablar de sí mismo, jamás decía yo o mío, sino éste. A menudo caía en un estado de completa inmovilidad y de insensibilidad, que duraba varios días. Contra esa enfermedad se le aplicaron cataplasmas y vesicantes, lo que nunca le produjeron la menor señal de dolor. Frecuentemente se examinaba la sensibilidad de la piel de este hombre, pellizcándosele los brazos y las piernas, pero no manifestaba el más mínimo sufrimiento.
«Para estar más seguro de que él no disimulaba, el médico mandaba pincharlo con vehemencia por la espalda mientras conversaban; el paciente no percibía nada. A menudo Pierre Valin se negaba a comer, diciendo que esto no era necesario; además, decía que éste no tenía estómago, etc.
«Por otra parte, este hecho no es el único en el género. Otro soldado, también herido en la cabeza, hablaba siempre en tercera persona y en femenino. Exclamaba: “¡Ah, cómo ella sufre! ¡Ella tiene mucha sed!, etc.” Inicialmente le hicieron percibir su error y él concordó, bastante sorprendido; pero constantemente caía en el mismo error y, en el último período de su vida, solamente se expresaba de esa manera.
«Un zuavo, igualmente herido en la cabeza, aunque completamente curado, había perdido la memoria de los sustantivos. Como sargento instructor, a pesar de que sabía muy bien los nombres de los soldados de su escuadrón, los designaba con estas palabras: El gran moreno, el pequeño castaño, etc. Para comandar se valía de circunloquios cuando designaba el fusil o el sable, etc. Fueron obligados a mandarlo para casa.
«Los últimos años del célebre médico Baudelocque ofrecieron el ejemplo de una lesión análoga, pero menos expuesta. Él recordaba muy bien lo que había hecho cuando tenía salud; reconocía por la voz (porque había quedado ciego) a las personas que venían a verlo, pero no tenía ninguna conciencia de su existencia. Si le preguntaban, por ejemplo: ¿Cómo va la cabeza? Él respondía: “Yo no tengo cabeza”. Si le pedían el brazo para tomarle el pulso, decía que no sabía dónde estaba. Un día, él mismo quiso tomarse el pulso; le pusieron la mano derecha sobre la muñeca izquierda; después preguntó si era realmente su mano que sentía, luego de él haber evaluado que estaba muy bien su pulso.»
La Fisiología nos ofrece a cada paso fenómenos que parecen anomalías y ante los cuales permanece muda. ¿Por qué sucede esto? Nosotros ya lo hemos dicho, y no estaría de más repetirlo: porque ella quiere atribuir todo al elemento material, sin tener absolutamente en cuenta el elemento espiritual. Mientras se obstine en ese camino restrictivo, ella será impotente en resolver los miles de problemas que surgen a cada instante bajo su escalpelo, como diciéndole: “Bien ves que existe algo más allá de la materia, pues apenas con la materia no puedes explicarlo todo”. Y aquí no hablamos solamente de algunos fenómenos raros que podrían tomarla desprevenida, sino de los efectos más comunes. ¿Por lo menos se habrá dado cuenta de los sueños? Ni siquiera hablamos de los sueños reales, de los que son percepciones reales de las cosas ausentes, presentes o futuras, sino simplemente de los sueños fantásticos o de los recuerdos; ¿explica ella cómo se producen esas imágenes tan claras y tan nítidas que a veces se nos aparecen? ¿Cuál es ese espejo mágico que conserva así la impresión de las cosas? En el sonambulismo natural, que nadie objeta, ¿explica ella de dónde viene esa extraña facultad de ver sin la ayuda de los ojos? No de ver vagamente, sino los más minuciosos detalles, a tal punto de poder hacer con precisión y regularidad los trabajos que en estado normal exigirían una visión aguzada. Por lo tanto, hay en nosotros algo que ve independientemente de los ojos. En ese estado, no sólo el sensitivo actúa, sino que piensa, calcula, combina, prevé y se entrega a los trabajos de inteligencia de los cuales es incapaz en estado de vigilia y de los que no conserva ningun recuerdo; por lo tanto, hay algo que piensa independientemente de la materia. ¿Qué es ese algo? Allí es donde ella se detiene. Sin embargo, esos hechos no son raros; más de un científico irá a las antípodas para ver y calcular un eclipse, pero no irá a la casa de su vecino para observar un fenómeno del alma. Los hechos naturales y espontáneos, que prueban la acción independiente de un principio inteligente, son muy numerosos, pero esta acción resalta aún con más evidencia en los fenómenos magnéticos y espíritas, donde el aislamiento de ese principio se produce –por así decirlo– a voluntad.
Volvamos a nuestro tema. Hemos relatado un hecho análogo en la Revista de junio de 1861, a propósito de la evocación del marqués de Saint-Paul. En sus últimos momentos repetía: «Él tiene sed; es necesario darle de beber. Él tiene frío; hay que darle calor. Él tiene un dolor en tal parte, etc.» Y cuando alguien le decía: «Pero sois vos quien tiene sed», respondía: «No, es él». Sucede que el yo pensante está en el Espíritu y no en el cuerpo; el Espíritu, ya parcialmente desprendido, consideraba al cuerpo como otra individualidad, que no era él propiamente hablando. Por lo tanto, era a su cuerpo al que había que darle de beber, y no al Espíritu. Así, cuando en la evocación se le hizo la pregunta: ¿Por qué hablabais siempre en tercera persona? Él respondió: «Porque yo veía –como os he dicho– y percibía nítidamente las diferencias que existen entre lo físico y lo moral; estas diferencias, ligadas entre sí por el fluido vital, son vistas con mucha nitidez por los moribundos clarividentes».
Una causa semejante debe haber producido el efecto notado en los militares de los cuales se habló. Tal vez se dirá que la herida haya determinado una especie de locura; pero el marqués de Saint-Paul no recibió ninguna herida; él estaba en pleno uso de la razón, y de esto tenemos certeza porque hemos obtenido esta información de su propia hermana, miembro de la Sociedad. Lo que se produjo espontáneamente en él pudo perfectamente haber sido determinado en los otros por una causa accidental. Además, todos los magnetizadores saben que es muy común para los sonámbulos hablar en tercera persona, haciendo así la distinción entre la personalidad del alma o Espíritu, y la del cuerpo.
En el estado normal las dos individualidades se confunden y su perfecta asimilación es necesaria para la armonía de los actos de la vida; pero el principio inteligente es como esos gases que no se prenden a ciertos cuerpos sólidos sino por una cohesión efímera, y se escapan al primer soplo. Hay siempre una tendencia para desembarazarse del fardo corporal, desde que la fuerza que mantiene el equilibrio deje de actuar por alguna causa. Sólo la actividad armónica de los órganos mantiene la unión íntima y completa del alma y del cuerpo; pero a la menor suspensión de esta actividad el alma retoma su vuelo: es lo que sucede en el sueño, en la somnolencia, en el simple entorpecimiento de los sentidos, en la catalepsia, en el letargo, en el sonambulismo natural o magnético, en el éxtasis, en lo que se llama el sueño despierto o doble vista, en las inspiraciones del genio y en todas las grandes tensiones del Espíritu que frecuentemente vuelven al cuerpo insensible. En fin, es lo que puede tener lugar como consecuencia de ciertos estados patológicos. Una multitud de fenómenos morales no tiene otra causa sino la emancipación del alma. La Medicina bien que admite la influencia de las causas morales, pero ella no admite el elemento moral como principio activo; es porque confunde esos fenómenos con la locura orgánica y porque también le aplica un tratamiento puramente físico que, muy a menudo, determina la verdadera locura donde sólo había una apariencia de la misma.
Entre los hechos citados hay uno que parece bastante singular: el del militar que hablaba en tercera persona y en femenino. El elemento primitivo del fenómeno es –como ya lo hemos dicho– la distinción de las dos personalidades, en consecuencia del desprendimiento del Espíritu; pero hay otro elemento, que nos revela el Espiritismo, y al que debemos tener en cuenta, porque pueden dar a las ideas un carácter particular: es el vago recuerdo de las existencias anteriores que, en el estado de emancipación del alma, puede despertar y permitir un vistazo retrospectivo sobre algunos puntos del pasado. En tales condiciones el desprendimiento del alma jamás es completo, y las ideas –al resentirse por el debilitamiento de los órganos– no pueden ser muy lúcidas, ya que tampoco lo están enteramente en los primeros instantes que siguen a la muerte. Supongamos que el hombre del cual hablamos haya sido mujer en la encarnación anterior: la idea que pudiese haber conservado de la misma podría confundirse con la de su estado presente.
¿No podría encontrarse en ese hecho la causa primera de la idea fija de ciertos alienados que se creen reyes? Si ellos lo han sido en otra existencia, puede quedarles un recuerdo que les cause esa ilusión. No es más que una suposición, pero que, para las personas esclarecidas en Espiritismo, no está desprovista de verosimilitud. Si esa causa es posible en este caso, se dirá que no podría aplicarse a los que se creen lobos o cerdos, ya que se sabe que el hombre nunca ha sido animal. Ciertamente, pero un hombre puede haber estado en una condición abyecta que lo obligase a vivir entre los animales inmundos o salvajes; allí puede estar la fuente de esa ilusión que, en algunos, bien podría haberles sido impuesta como punición de los actos de su vida actual. Cuando se presentan hechos de la naturaleza de los que hemos relatado, si en lugar de asimilarlos sistemáticamente a las enfermedades puramente corporales, se siguieran con atención todas las fases con la ayuda de datos suministrados por las observaciones espíritas, se reconocería sin dificultad la doble causa que les asignamos, y se comprendería que no es con duchas, cauterizaciones ni sangrías que pueden ser remediados.
El caso del Dr. Baudelocque también encuentra su explicación en causas análogas. Dice el artículo que él no tenía ninguna conciencia de su existencia; esto es un error, porque no se creía muerto; solamente no tenía conciencia de su existencia corporal. Se encontraba en un estado más o menos semejante al de ciertos Espíritus que, en los primeros tiempos que se siguen a la muerte, no creen estar muertos y toman a su cuerpo por el de otro; la turbación en la que se encuentran no les permite que se den cuenta de su situación. Lo que sucede con ciertos desencarnados puede ocurrir con ciertos encarnados; es así que el Dr. Baudelocque podía hacer abstracción de su cuerpo y decir que no tenía más cabeza, porque, en efecto, su Espíritu no tenía más la cabeza carnal. Las observaciones espíritas proporcionan numerosos ejemplos de ese género, proyectando así una luz completamente nueva sobre una infinita variedad de fenómenos hasta ese día inexplicados e inexplicables, sin las bases dadas por el Espiritismo.
Quedaría por examinar el caso del zuavo que había perdido la memoria de los sustantivos; pero esto no puede ser explicado sino a través de consideraciones de un otro orden, que son del dominio de la Fisiología orgánica. Los desarrollos que conlleva nos recomiendan que le dediquemos un artículo especial, que próximamente publicaremos.
De los individuos que hablan de sí mismos en tercera persona
El diario Le Siècle del 4 de julio de 1861 cita el siguiente hecho, según el periódico de El Havre: «Acaba de morir en el hospicio un hombre que era víctima de una aberración mental de las más singulares. Era un soldado llamado Pierre Valin, que había sido herido en la cabeza en la batalla de Solferino. A pesar de que su herida estaba completamente cicatrizada, él se creía que había muerto desde ese momento.
«Cuando le preguntaban por su salud, respondía: “¿Queréis saber cómo está Pierre Valin? ¡Pobre muchacho! Lo mataron de un tiro en la cabeza en Solferino. Lo que veis aquí no es Valin, sino una máquina parecida con él, pero muy mal hecha; deberíais pedir que hicieran otra”.
«Al hablar de sí mismo, jamás decía yo o mío, sino éste. A menudo caía en un estado de completa inmovilidad y de insensibilidad, que duraba varios días. Contra esa enfermedad se le aplicaron cataplasmas y vesicantes, lo que nunca le produjeron la menor señal de dolor. Frecuentemente se examinaba la sensibilidad de la piel de este hombre, pellizcándosele los brazos y las piernas, pero no manifestaba el más mínimo sufrimiento.
«Para estar más seguro de que él no disimulaba, el médico mandaba pincharlo con vehemencia por la espalda mientras conversaban; el paciente no percibía nada. A menudo Pierre Valin se negaba a comer, diciendo que esto no era necesario; además, decía que éste no tenía estómago, etc.
«Por otra parte, este hecho no es el único en el género. Otro soldado, también herido en la cabeza, hablaba siempre en tercera persona y en femenino. Exclamaba: “¡Ah, cómo ella sufre! ¡Ella tiene mucha sed!, etc.” Inicialmente le hicieron percibir su error y él concordó, bastante sorprendido; pero constantemente caía en el mismo error y, en el último período de su vida, solamente se expresaba de esa manera.
«Un zuavo, igualmente herido en la cabeza, aunque completamente curado, había perdido la memoria de los sustantivos. Como sargento instructor, a pesar de que sabía muy bien los nombres de los soldados de su escuadrón, los designaba con estas palabras: El gran moreno, el pequeño castaño, etc. Para comandar se valía de circunloquios cuando designaba el fusil o el sable, etc. Fueron obligados a mandarlo para casa.
«Los últimos años del célebre médico Baudelocque ofrecieron el ejemplo de una lesión análoga, pero menos expuesta. Él recordaba muy bien lo que había hecho cuando tenía salud; reconocía por la voz (porque había quedado ciego) a las personas que venían a verlo, pero no tenía ninguna conciencia de su existencia. Si le preguntaban, por ejemplo: ¿Cómo va la cabeza? Él respondía: “Yo no tengo cabeza”. Si le pedían el brazo para tomarle el pulso, decía que no sabía dónde estaba. Un día, él mismo quiso tomarse el pulso; le pusieron la mano derecha sobre la muñeca izquierda; después preguntó si era realmente su mano que sentía, luego de él haber evaluado que estaba muy bien su pulso.»
La Fisiología nos ofrece a cada paso fenómenos que parecen anomalías y ante los cuales permanece muda. ¿Por qué sucede esto? Nosotros ya lo hemos dicho, y no estaría de más repetirlo: porque ella quiere atribuir todo al elemento material, sin tener absolutamente en cuenta el elemento espiritual. Mientras se obstine en ese camino restrictivo, ella será impotente en resolver los miles de problemas que surgen a cada instante bajo su escalpelo, como diciéndole: “Bien ves que existe algo más allá de la materia, pues apenas con la materia no puedes explicarlo todo”. Y aquí no hablamos solamente de algunos fenómenos raros que podrían tomarla desprevenida, sino de los efectos más comunes. ¿Por lo menos se habrá dado cuenta de los sueños? Ni siquiera hablamos de los sueños reales, de los que son percepciones reales de las cosas ausentes, presentes o futuras, sino simplemente de los sueños fantásticos o de los recuerdos; ¿explica ella cómo se producen esas imágenes tan claras y tan nítidas que a veces se nos aparecen? ¿Cuál es ese espejo mágico que conserva así la impresión de las cosas? En el sonambulismo natural, que nadie objeta, ¿explica ella de dónde viene esa extraña facultad de ver sin la ayuda de los ojos? No de ver vagamente, sino los más minuciosos detalles, a tal punto de poder hacer con precisión y regularidad los trabajos que en estado normal exigirían una visión aguzada. Por lo tanto, hay en nosotros algo que ve independientemente de los ojos. En ese estado, no sólo el sensitivo actúa, sino que piensa, calcula, combina, prevé y se entrega a los trabajos de inteligencia de los cuales es incapaz en estado de vigilia y de los que no conserva ningun recuerdo; por lo tanto, hay algo que piensa independientemente de la materia. ¿Qué es ese algo? Allí es donde ella se detiene. Sin embargo, esos hechos no son raros; más de un científico irá a las antípodas para ver y calcular un eclipse, pero no irá a la casa de su vecino para observar un fenómeno del alma. Los hechos naturales y espontáneos, que prueban la acción independiente de un principio inteligente, son muy numerosos, pero esta acción resalta aún con más evidencia en los fenómenos magnéticos y espíritas, donde el aislamiento de ese principio se produce –por así decirlo– a voluntad.
Volvamos a nuestro tema. Hemos relatado un hecho análogo en la Revista de junio de 1861, a propósito de la evocación del marqués de Saint-Paul. En sus últimos momentos repetía: «Él tiene sed; es necesario darle de beber. Él tiene frío; hay que darle calor. Él tiene un dolor en tal parte, etc.» Y cuando alguien le decía: «Pero sois vos quien tiene sed», respondía: «No, es él». Sucede que el yo pensante está en el Espíritu y no en el cuerpo; el Espíritu, ya parcialmente desprendido, consideraba al cuerpo como otra individualidad, que no era él propiamente hablando. Por lo tanto, era a su cuerpo al que había que darle de beber, y no al Espíritu. Así, cuando en la evocación se le hizo la pregunta: ¿Por qué hablabais siempre en tercera persona? Él respondió: «Porque yo veía –como os he dicho– y percibía nítidamente las diferencias que existen entre lo físico y lo moral; estas diferencias, ligadas entre sí por el fluido vital, son vistas con mucha nitidez por los moribundos clarividentes».
Una causa semejante debe haber producido el efecto notado en los militares de los cuales se habló. Tal vez se dirá que la herida haya determinado una especie de locura; pero el marqués de Saint-Paul no recibió ninguna herida; él estaba en pleno uso de la razón, y de esto tenemos certeza porque hemos obtenido esta información de su propia hermana, miembro de la Sociedad. Lo que se produjo espontáneamente en él pudo perfectamente haber sido determinado en los otros por una causa accidental. Además, todos los magnetizadores saben que es muy común para los sonámbulos hablar en tercera persona, haciendo así la distinción entre la personalidad del alma o Espíritu, y la del cuerpo.
En el estado normal las dos individualidades se confunden y su perfecta asimilación es necesaria para la armonía de los actos de la vida; pero el principio inteligente es como esos gases que no se prenden a ciertos cuerpos sólidos sino por una cohesión efímera, y se escapan al primer soplo. Hay siempre una tendencia para desembarazarse del fardo corporal, desde que la fuerza que mantiene el equilibrio deje de actuar por alguna causa. Sólo la actividad armónica de los órganos mantiene la unión íntima y completa del alma y del cuerpo; pero a la menor suspensión de esta actividad el alma retoma su vuelo: es lo que sucede en el sueño, en la somnolencia, en el simple entorpecimiento de los sentidos, en la catalepsia, en el letargo, en el sonambulismo natural o magnético, en el éxtasis, en lo que se llama el sueño despierto o doble vista, en las inspiraciones del genio y en todas las grandes tensiones del Espíritu que frecuentemente vuelven al cuerpo insensible. En fin, es lo que puede tener lugar como consecuencia de ciertos estados patológicos. Una multitud de fenómenos morales no tiene otra causa sino la emancipación del alma. La Medicina bien que admite la influencia de las causas morales, pero ella no admite el elemento moral como principio activo; es porque confunde esos fenómenos con la locura orgánica y porque también le aplica un tratamiento puramente físico que, muy a menudo, determina la verdadera locura donde sólo había una apariencia de la misma.
Entre los hechos citados hay uno que parece bastante singular: el del militar que hablaba en tercera persona y en femenino. El elemento primitivo del fenómeno es –como ya lo hemos dicho– la distinción de las dos personalidades, en consecuencia del desprendimiento del Espíritu; pero hay otro elemento, que nos revela el Espiritismo, y al que debemos tener en cuenta, porque pueden dar a las ideas un carácter particular: es el vago recuerdo de las existencias anteriores que, en el estado de emancipación del alma, puede despertar y permitir un vistazo retrospectivo sobre algunos puntos del pasado. En tales condiciones el desprendimiento del alma jamás es completo, y las ideas –al resentirse por el debilitamiento de los órganos– no pueden ser muy lúcidas, ya que tampoco lo están enteramente en los primeros instantes que siguen a la muerte. Supongamos que el hombre del cual hablamos haya sido mujer en la encarnación anterior: la idea que pudiese haber conservado de la misma podría confundirse con la de su estado presente.
¿No podría encontrarse en ese hecho la causa primera de la idea fija de ciertos alienados que se creen reyes? Si ellos lo han sido en otra existencia, puede quedarles un recuerdo que les cause esa ilusión. No es más que una suposición, pero que, para las personas esclarecidas en Espiritismo, no está desprovista de verosimilitud. Si esa causa es posible en este caso, se dirá que no podría aplicarse a los que se creen lobos o cerdos, ya que se sabe que el hombre nunca ha sido animal. Ciertamente, pero un hombre puede haber estado en una condición abyecta que lo obligase a vivir entre los animales inmundos o salvajes; allí puede estar la fuente de esa ilusión que, en algunos, bien podría haberles sido impuesta como punición de los actos de su vida actual. Cuando se presentan hechos de la naturaleza de los que hemos relatado, si en lugar de asimilarlos sistemáticamente a las enfermedades puramente corporales, se siguieran con atención todas las fases con la ayuda de datos suministrados por las observaciones espíritas, se reconocería sin dificultad la doble causa que les asignamos, y se comprendería que no es con duchas, cauterizaciones ni sangrías que pueden ser remediados.
El caso del Dr. Baudelocque también encuentra su explicación en causas análogas. Dice el artículo que él no tenía ninguna conciencia de su existencia; esto es un error, porque no se creía muerto; solamente no tenía conciencia de su existencia corporal. Se encontraba en un estado más o menos semejante al de ciertos Espíritus que, en los primeros tiempos que se siguen a la muerte, no creen estar muertos y toman a su cuerpo por el de otro; la turbación en la que se encuentran no les permite que se den cuenta de su situación. Lo que sucede con ciertos desencarnados puede ocurrir con ciertos encarnados; es así que el Dr. Baudelocque podía hacer abstracción de su cuerpo y decir que no tenía más cabeza, porque, en efecto, su Espíritu no tenía más la cabeza carnal. Las observaciones espíritas proporcionan numerosos ejemplos de ese género, proyectando así una luz completamente nueva sobre una infinita variedad de fenómenos hasta ese día inexplicados e inexplicables, sin las bases dadas por el Espiritismo.
Quedaría por examinar el caso del zuavo que había perdido la memoria de los sustantivos; pero esto no puede ser explicado sino a través de consideraciones de un otro orden, que son del dominio de la Fisiología orgánica. Los desarrollos que conlleva nos recomiendan que le dediquemos un artículo especial, que próximamente publicaremos.
Manifestaciones norteamericanas
Leemos en The Banner of Light, periódico de Nueva York, del 18 de mayo de 1861:
«Pensando que los siguientes hechos son dignos de atención, los hemos reunido para ser publicados por The Banner, y los hacemos acompañar de nuestras firmas, a fin de atestiguar la autenticidad de los mismos.
«En la mañana del miércoles 1º mayo solicitamos al Sr. Fay, médium, que se reuniera con nosotros en la casa del Sr. Hallock, en Nueva York. El médium se sentó cerca de una mesa, sobre la cual fueron colocados una corneta de estaño, un violín y tres pedazos de soga. Los invitados se sentaron en semicírculo y se pusieron de frente al médium, a seis o siete pulgadas de la mesa; sus manos se tocaban para que cada uno tuviera la certeza de que nadie saldría de su lugar durante las experiencias que vamos a narrar. La luz fue disminuida y se pidió a los invitados que cantaran; algunos minutos después, con la luz aumentada, el médium se encontraba en su silla, con los brazos cruzados y las muñecas atadas con la soga apretada y firme, a punto de dificultar la circulación y de causar hinchazón de las manos. La punta de la soga había pasado por detrás de la silla y sujetaba las piernas a las barras. Otra soga amarraba fuertemente las rodillas, mientras que la tercera soga prendía de la misma manera los tobillos. En estas condiciones era evidente que el médium no podía caminar, ni levantarse, ni usar las manos.
«Un miembro del círculo puso una hoja de papel en el suelo, debajo de los pies del médium, y trazó con un lápiz el contorno de sus pies. La luz fue disminuida y casi inmediatamente la corneta, impulsada por una fuerza invisible, comenzó a golpear rápida y violentamente sobre la mesa, de modo que dejó varias marcas. De la corneta salía una voz que conversaba con los presentes; la articulación de las palabras era muy clara; el sonido era el de una voz masculina y el tono algunas veces más alto que el de una conversación normal. Otra voz, más baja, un poco gutural y menos clara, conversaba también con los asistentes. La luz fue aumentada y el médium se encontraba en su silla, con los pies y las manos atadas –como ya habíamos dicho– y con los pies sobre el papel, dentro de las líneas trazadas con lápiz. La luz fue nuevamente disminuida y la corneta recomenzó como antes. Fue solicitado a las personas que cantasen, y las manifestaciones cesaron. Las experiencias fueron repetidas varias veces y el médium se encontraba siempre en el mismo estado. Esta ha sido la primera serie de manifestaciones.
«De nuevo fue disminuida la luz, los miembros cantaron durante algunos momentos, después de lo cual, al aumentarse la luz, se constató que el médium estaba siempre atado en su silla. Una campanilla fue puesta en la mesa y, tan pronto como la oscuridad se hizo, la campanilla comenzó a golpear en la mesa, en la corneta y en el suelo; fue retirada de la mesa y empezó a tocar muy fuerte, pareciendo recorrer un arco de cinco a seis pies a cada golpe que daba el badajo; durante ese tiempo el médium exclamaba: Estoy aquí, estoy aquí, para mostrar que siempre estaba en el mismo lugar.
«Se hizo en el violín una gran marca fosforescente. Al disminuirse la luz, luego se vio el rastro fosforescente que el violín hacía al elevarse a seis o siete pies, volando rápidamente en el aire. También se podía acompañarlo a través de la audición, porque las cuerdas vibraban en su recorrido aéreo. Mientras el violín flotaba, el médium exclamaba: Estoy aquí, estoy aquí.
«Un miembro del grupo puso un jarrón sobre la mesa, con agua por la mitad, y un pedazo de papel entre los labios del médium. Disminuyeron la luz y cantaron algunos instantes; al aumentarse la luz, el jarrón estaba vacío y no había ninguna señal de agua, ni sobre la mesa ni en el piso; el médium se encontraba siempre en su lugar y el papel estaba seco entre sus labios. Así terminó la segunda serie de experiencias.
«La Sra. de Spence se sentó de frente al médium. Un señor se sentó entre los dos, poniendo su pie derecho sobre el de la Sra. de Spence, su mano derecha sobre la cabeza del médium y su mano izquierda sobre la cabeza de la Sra. de Spence. El médium agarró el brazo derecho del señor con sus dos manos, y la Sra. de Spence hizo lo mismo con el brazo izquierdo. Cuando disminuyó la luz, el señor sintió claramente que los dedos de una mano tocaron su rostro y le apretaron la nariz; recibió una bofetada, que fue escuchada por los asistentes, y el violín vino a darle golpes en la cabeza, lo que también escucharon otras personas. Cada uno repitió la experiencia y sentió los mismos efectos. Así termina la tercera serie, y nosotros corroboramos que nada de esto podía haber sido producido por el Sr. Fay, ni por ninguna otra persona del grupo.»
Charles Patridge, R. T. Hallock, Sra. Sarah P. Clark, Sra. Mary, S. Hallock,
Sra. Amanda, Sr. Spence, Srta. Alla Britt, William Blondel, William P. Coles,
W. B. Hallock, B. Franklin Clark, Peyton Spence.
Leemos en The Banner of Light, periódico de Nueva York, del 18 de mayo de 1861:
«Pensando que los siguientes hechos son dignos de atención, los hemos reunido para ser publicados por The Banner, y los hacemos acompañar de nuestras firmas, a fin de atestiguar la autenticidad de los mismos.
«En la mañana del miércoles 1º mayo solicitamos al Sr. Fay, médium, que se reuniera con nosotros en la casa del Sr. Hallock, en Nueva York. El médium se sentó cerca de una mesa, sobre la cual fueron colocados una corneta de estaño, un violín y tres pedazos de soga. Los invitados se sentaron en semicírculo y se pusieron de frente al médium, a seis o siete pulgadas de la mesa; sus manos se tocaban para que cada uno tuviera la certeza de que nadie saldría de su lugar durante las experiencias que vamos a narrar. La luz fue disminuida y se pidió a los invitados que cantaran; algunos minutos después, con la luz aumentada, el médium se encontraba en su silla, con los brazos cruzados y las muñecas atadas con la soga apretada y firme, a punto de dificultar la circulación y de causar hinchazón de las manos. La punta de la soga había pasado por detrás de la silla y sujetaba las piernas a las barras. Otra soga amarraba fuertemente las rodillas, mientras que la tercera soga prendía de la misma manera los tobillos. En estas condiciones era evidente que el médium no podía caminar, ni levantarse, ni usar las manos.
«Un miembro del círculo puso una hoja de papel en el suelo, debajo de los pies del médium, y trazó con un lápiz el contorno de sus pies. La luz fue disminuida y casi inmediatamente la corneta, impulsada por una fuerza invisible, comenzó a golpear rápida y violentamente sobre la mesa, de modo que dejó varias marcas. De la corneta salía una voz que conversaba con los presentes; la articulación de las palabras era muy clara; el sonido era el de una voz masculina y el tono algunas veces más alto que el de una conversación normal. Otra voz, más baja, un poco gutural y menos clara, conversaba también con los asistentes. La luz fue aumentada y el médium se encontraba en su silla, con los pies y las manos atadas –como ya habíamos dicho– y con los pies sobre el papel, dentro de las líneas trazadas con lápiz. La luz fue nuevamente disminuida y la corneta recomenzó como antes. Fue solicitado a las personas que cantasen, y las manifestaciones cesaron. Las experiencias fueron repetidas varias veces y el médium se encontraba siempre en el mismo estado. Esta ha sido la primera serie de manifestaciones.
«De nuevo fue disminuida la luz, los miembros cantaron durante algunos momentos, después de lo cual, al aumentarse la luz, se constató que el médium estaba siempre atado en su silla. Una campanilla fue puesta en la mesa y, tan pronto como la oscuridad se hizo, la campanilla comenzó a golpear en la mesa, en la corneta y en el suelo; fue retirada de la mesa y empezó a tocar muy fuerte, pareciendo recorrer un arco de cinco a seis pies a cada golpe que daba el badajo; durante ese tiempo el médium exclamaba: Estoy aquí, estoy aquí, para mostrar que siempre estaba en el mismo lugar.
«Se hizo en el violín una gran marca fosforescente. Al disminuirse la luz, luego se vio el rastro fosforescente que el violín hacía al elevarse a seis o siete pies, volando rápidamente en el aire. También se podía acompañarlo a través de la audición, porque las cuerdas vibraban en su recorrido aéreo. Mientras el violín flotaba, el médium exclamaba: Estoy aquí, estoy aquí.
«Un miembro del grupo puso un jarrón sobre la mesa, con agua por la mitad, y un pedazo de papel entre los labios del médium. Disminuyeron la luz y cantaron algunos instantes; al aumentarse la luz, el jarrón estaba vacío y no había ninguna señal de agua, ni sobre la mesa ni en el piso; el médium se encontraba siempre en su lugar y el papel estaba seco entre sus labios. Así terminó la segunda serie de experiencias.
«La Sra. de Spence se sentó de frente al médium. Un señor se sentó entre los dos, poniendo su pie derecho sobre el de la Sra. de Spence, su mano derecha sobre la cabeza del médium y su mano izquierda sobre la cabeza de la Sra. de Spence. El médium agarró el brazo derecho del señor con sus dos manos, y la Sra. de Spence hizo lo mismo con el brazo izquierdo. Cuando disminuyó la luz, el señor sintió claramente que los dedos de una mano tocaron su rostro y le apretaron la nariz; recibió una bofetada, que fue escuchada por los asistentes, y el violín vino a darle golpes en la cabeza, lo que también escucharon otras personas. Cada uno repitió la experiencia y sentió los mismos efectos. Así termina la tercera serie, y nosotros corroboramos que nada de esto podía haber sido producido por el Sr. Fay, ni por ninguna otra persona del grupo.»
Nota – No negamos la posibilidad de todas esas cosas y no tenemos ningún motivo para dudar de la honorabilidad de los signatarios, a pesar de que no los conozcamos; entretanto, mantenemos las reflexiones que hemos hecho en nuestro último número, a propósito de los dos artículos sobre Los dibujos misteriosos y la Explotación del Espiritismo.
Se dice que en Norteamérica esta explotación no tiene nada de chocante para la opinión pública, y que se considera muy natural que los médiums se hagan pagar; se supone esto, conforme los hábitos de un país donde time is money; pero no por eso dejaremos de repetir lo que hemos dicho en otro artículo: que el absoluto desinterés es una garantía aún mejor que todas las precauciones materiales. Si nuestros escritos han contribuido, en Francia y en otros países, para fomentar el descrédito en la mediumnidad interesada, creemos que esto no será uno de los menores servicios que dichos escritos habrán prestado al Espiritismo serio. De modo alguno estas reflexiones generales han sido hechas para el Sr. Fay, cuya posición frente al público desconocemos.
A. K.
Se dice que en Norteamérica esta explotación no tiene nada de chocante para la opinión pública, y que se considera muy natural que los médiums se hagan pagar; se supone esto, conforme los hábitos de un país donde time is money; pero no por eso dejaremos de repetir lo que hemos dicho en otro artículo: que el absoluto desinterés es una garantía aún mejor que todas las precauciones materiales. Si nuestros escritos han contribuido, en Francia y en otros países, para fomentar el descrédito en la mediumnidad interesada, creemos que esto no será uno de los menores servicios que dichos escritos habrán prestado al Espiritismo serio. De modo alguno estas reflexiones generales han sido hechas para el Sr. Fay, cuya posición frente al público desconocemos.
Conversaciones familiares del Más Allá
Don Peyra, prior de Amilly
Esta evocación fue realizada el año pasado en la Sociedad, a pedido del Sr. Borreau, de Niort, que nos había enviado la siguiente noticia:
«Hace unos treinta años, nosotros teníamos en el priorato de Amilly –muy cerca de Mauzé– un sacerdote llamado Don Peyra, el cual dejó en la región una reputación de hechicero. De hecho, él se ocupaba constantemente con las ciencias ocultas; se cuentan de él cosas que parecen fabulosas, pero que, según la ciencia espírita, realmente podrían tener su razón de ser. Hace alrededor de doce años, al realizar con una sonámbula experiencias muy interesantes, yo establecí contacto con el Espíritu Peyra; él se presentó como un auxiliar, con el cual no podíamos dejar de tener éxito, pero fracasamos. Después, en experiencias de la misma naturaleza, fui llevado a creer que este Espíritu debería haberse interesado al respecto. Si no es abusar de vuestra bondad, vengo a solicitar que lo evoquéis y que le preguntéis cuáles han sido y cuáles son sus relaciones conmigo. A partir de ahí, tal vez un día yo tenga cosas interesantes para comunicaros.»
Don Peyra, prior de Amilly
Esta evocación fue realizada el año pasado en la Sociedad, a pedido del Sr. Borreau, de Niort, que nos había enviado la siguiente noticia:
«Hace unos treinta años, nosotros teníamos en el priorato de Amilly –muy cerca de Mauzé– un sacerdote llamado Don Peyra, el cual dejó en la región una reputación de hechicero. De hecho, él se ocupaba constantemente con las ciencias ocultas; se cuentan de él cosas que parecen fabulosas, pero que, según la ciencia espírita, realmente podrían tener su razón de ser. Hace alrededor de doce años, al realizar con una sonámbula experiencias muy interesantes, yo establecí contacto con el Espíritu Peyra; él se presentó como un auxiliar, con el cual no podíamos dejar de tener éxito, pero fracasamos. Después, en experiencias de la misma naturaleza, fui llevado a creer que este Espíritu debería haberse interesado al respecto. Si no es abusar de vuestra bondad, vengo a solicitar que lo evoquéis y que le preguntéis cuáles han sido y cuáles son sus relaciones conmigo. A partir de ahí, tal vez un día yo tenga cosas interesantes para comunicaros.»
(Primera conversación, 13 de enero de 1860)
1. Evocación. –Resp. Estoy aquí.
2. ¿De dónde venía la reputación de hechicero que teníais cuando encarnado? –Resp. Cuento de viejas; yo estudiaba Química.
3. ¿Cuál ha sido el motivo que os ha llevado a poneros en contacto con el Sr. Borreau, de Niort? –Resp. El deseo de distraerme un poco, a propósito del poder que él me atribuía.
4. Dice que os habéis presentado ante él como un auxiliar en sus experiencias; ¿podríais decirnos cuál era la naturaleza de esas experiencias? –Resp. No soy lo bastante indiscreto como para contar un secreto que él no se dignó a revelaros. Vuestra pregunta me ofende.
5. No queremos insistir, pero os haremos notar que podríais haber respondido de modo más apropiado a personas que os interrogan seriamente y con benevolencia; vuestro lenguaje no es el de un Espíritu adelantado. –Resp. Soy lo que siempre he sido.
6. ¿De qué naturaleza son las cosas fabulosas que cuentan de vos? –Resp. Como ya os he dicho, son cuentos; conocía la opinión que tenían de mí y, lejos de intentar ocultarla, yo hacía lo que era necesario para favorecerla.
7. Según vuestra respuesta anterior, parece que no habéis progresado después de vuestra muerte. –Resp. A decir verdad, no busqué hacerlo, pues no conocía los medios; entretanto, creo que debe haber algo por hacer; recientemente he pensado en esto.
8. Vuestro lenguaje nos sorprende, siendo que viene de parte de un Espíritu que era sacerdote cuando encarnado y que, por esto mismo, debería tener ideas de una cierta elevación. –Resp. Yo era –creedlo realmente– muy poco instruido.
9. Tened a bien desarrollar vuestro pensamiento. –Resp. Demasiado instruido para creer, pero no lo suficiente para saber.
10. ¿Entonces no erais lo que se llama un buen sacerdote? –Resp. ¡Oh, no!
11. ¿Cuáles son vuestras ocupaciones como Espíritu? –Resp. Siempre la Química; creo que yo hubiese hecho mejor en buscar a Dios en vez de la materia.
12. ¿Cómo un Espíritu puede ocuparse de Química? –Resp. ¡Oh! Permitidme deciros que la pregunta es pueril; ¿necesito un microscopio o un aparato de destilación para estudiar las propiedades de la materia, que vos sabéis que el Espíritu penetra?
13. ¿Sois feliz como Espíritu? –Resp. En verdad, no; os he dicho que creo que recorrí un camino falso; pero voy a cambiar, sobre todo si tuviere la felicidad de ser ayudado un poco, principalmente yo, que tanto he tenido que orar por los otros, lo que –confieso– no siempre hice por el dinero recibido; sobre todo –como decía– si no quisieren aplicarme la pena del talión.
14. Os agradecemos por haber venido y haremos por vos lo que no hicisteis por los otros. –Resp. Valéis más que yo.
(Segunda conversación, 25 de junio de 1861)
2. ¿De dónde venía la reputación de hechicero que teníais cuando encarnado? –Resp. Cuento de viejas; yo estudiaba Química.
3. ¿Cuál ha sido el motivo que os ha llevado a poneros en contacto con el Sr. Borreau, de Niort? –Resp. El deseo de distraerme un poco, a propósito del poder que él me atribuía.
4. Dice que os habéis presentado ante él como un auxiliar en sus experiencias; ¿podríais decirnos cuál era la naturaleza de esas experiencias? –Resp. No soy lo bastante indiscreto como para contar un secreto que él no se dignó a revelaros. Vuestra pregunta me ofende.
5. No queremos insistir, pero os haremos notar que podríais haber respondido de modo más apropiado a personas que os interrogan seriamente y con benevolencia; vuestro lenguaje no es el de un Espíritu adelantado. –Resp. Soy lo que siempre he sido.
6. ¿De qué naturaleza son las cosas fabulosas que cuentan de vos? –Resp. Como ya os he dicho, son cuentos; conocía la opinión que tenían de mí y, lejos de intentar ocultarla, yo hacía lo que era necesario para favorecerla.
7. Según vuestra respuesta anterior, parece que no habéis progresado después de vuestra muerte. –Resp. A decir verdad, no busqué hacerlo, pues no conocía los medios; entretanto, creo que debe haber algo por hacer; recientemente he pensado en esto.
8. Vuestro lenguaje nos sorprende, siendo que viene de parte de un Espíritu que era sacerdote cuando encarnado y que, por esto mismo, debería tener ideas de una cierta elevación. –Resp. Yo era –creedlo realmente– muy poco instruido.
9. Tened a bien desarrollar vuestro pensamiento. –Resp. Demasiado instruido para creer, pero no lo suficiente para saber.
10. ¿Entonces no erais lo que se llama un buen sacerdote? –Resp. ¡Oh, no!
11. ¿Cuáles son vuestras ocupaciones como Espíritu? –Resp. Siempre la Química; creo que yo hubiese hecho mejor en buscar a Dios en vez de la materia.
12. ¿Cómo un Espíritu puede ocuparse de Química? –Resp. ¡Oh! Permitidme deciros que la pregunta es pueril; ¿necesito un microscopio o un aparato de destilación para estudiar las propiedades de la materia, que vos sabéis que el Espíritu penetra?
13. ¿Sois feliz como Espíritu? –Resp. En verdad, no; os he dicho que creo que recorrí un camino falso; pero voy a cambiar, sobre todo si tuviere la felicidad de ser ayudado un poco, principalmente yo, que tanto he tenido que orar por los otros, lo que –confieso– no siempre hice por el dinero recibido; sobre todo –como decía– si no quisieren aplicarme la pena del talión.
14. Os agradecemos por haber venido y haremos por vos lo que no hicisteis por los otros. –Resp. Valéis más que yo.
(Segunda conversación, 25 de junio de 1861)
Al habernos remitido el Sr. Borreau nuevas preguntas para el Espíritu Don Peyra, éste fue nuevamente evocado, ahora a través de otro médium; el Espíritu dio las siguientes respuestas, de las cuales se pueden extraer lecciones útiles, ya sea como estudio de las individualidades del mundo espírita o como enseñanza general.
15. Evocación. –Resp. ¿Qué queréis de mí y por qué me importunáis?
16. Fue el Sr. Borreau, de Niort, que nos pidió que os hiciéramos algunas preguntas. –Resp. ¿Qué más él quiere de mí? ¿No está contento con importunarme en Niort? ¿Por qué es necesario que me haga evocar en París, donde nada me atrae? Bien que gustaría que él tuviese la idea de dejarme en paz. Me llama, me evoca, me pone en contacto con sonámbulos, me hace evocar por terceros; ese señor es muy molesto.
17. Sin embargo, debéis recordaros que ya os evocamos y que respondisteis más amablemente que hoy; y hasta os prometimos orar por vos. –Resp. Sí, me acuerdo muy bien de esto; pero prometer y cumplir son dos cosas diferentes: vos habéis orado por mí, ¿pero los otros?
18. Ciertamente que los otros también han orado. En fin, ¿deseáis responder a las preguntas del Sr. Borreau? –Resp. Os aseguro que, por él, no tengo el más mínimo deseo de hacerlo, porque siempre lo tengo que llevar a cuestas; perdonadme la expresión, pero es verdadera, ya que no existe ninguna afinidad entre él y yo; pero a vos, que piadosamente llamasteis sobre mí la misericordia de lo Alto, deseo responderos de la mejor forma posible.
19. Hace poco decíais que estabais siendo importunado; ¿podéis darnos al respecto una explicación para nuestra instrucción personal? –Resp. Cuando digo que estoy siendo importunado lo es en el sentido que, al ocuparos de mí, habéis llamado mi atención y mi pensamiento junto a vosotros, y vi que sería necesario que yo respondiera a vuestras preguntas, aunque sólo fuese por delicadeza. Me explico mal: mi pensamiento estaba en otro lugar, en mis estudios, en mi ocupación habitual; vuestra evocación atrajo forzosamente mi atención sobre vosotros, sobre las cosas de la Tierra; por consiguiente, como de modo alguno estaba en mis propósitos ocuparme de vosotros y de la Tierra, me habéis importunado.
Nota – Los Espíritus son más o menos comunicativos y, según su carácter, vienen con mayor o menor buena voluntad; pero podemos estar ciertos de que, al igual que los hombres serios, no les gusta ser importunados sin necesidad. En cuanto a los Espíritus ligeros, es diferente; ellos están siempre dispuestos a entrometerse en todo, incluso cuando no son llamados.
20. Cuando os pusisteis en contacto con el Sr. Borreau, ¿conocíais sus creencias en la posibilidad de hacer triunfar sus convicciones a través de la realización de un gran hecho, ante el cual la incredulidad sería forzada a doblegarse? –Resp. El Sr. Borreau quería que yo lo sirviese en una operación medio magnética, medio espírita; pero a él no le da la talla para llevar a cabo semejante obra, y creí que no debía concederle mi concurso por más tiempo. Además, yo lo habría hecho si pudiese; la hora no había llegado para eso, y aún está por llegar.
21. ¿Podríais ver y decirle cuáles son las causas que, durante sus experiencias en la Vendée, lo hicieron fracasar, al derribarlo a él y a su sonámbula, así como a las otras dos personas presentes? –Resp. Mi respuesta anterior puede aplicarse a esta pregunta. El Sr. Borreau ha sido derribado por los Espíritus que le han querido dar una lección, a fin de enseñarle a no buscar lo que debe permanecer oculto. He sido yo quien los ha empujado, usando el fluido del propio magnetizador.
Nota – Esta explicación concuerda perfectamente con la teoría que ha sido dada acerca de las manifestaciones físicas; no ha sido con sus manos que los Espíritus los han empujado, sino con el propio fluido animado de las personas, combinado con el del Espíritu. La disertación que damos más adelante sobre los aportes, contiene al respecto desarrollos del más alto interés. Una comparación que quizá pueda tener alguna analogía parece justificar la expresión del Espíritu.
Cuando un cuerpo cargado de electricidad positiva se aproxima a una persona, ésta se carga de electricidad contraria; la tensión crece hasta la distancia explosiva; en este punto, los dos fluidos se reúnen violentamente por la chispa, y la persona recibe una descarga que, conforme la masa de fluido, puede derribarla e inclusive fulminarla. En ese fenómeno es siempre necesario que la persona suministre su parte de fluido. Suponiéndose que el cuerpo electrizado positivamente fuera un ser inteligente, obrando por su propia voluntad y dándose cuenta de la operación, se diría que él combinó una parte del fluido de la persona con el suyo. En el caso del Sr. Borreau, tal vez las cosas no hayan pasado exactamente así; pero se comprende que allí pueda haber un efecto análogo, y que Don Peyra haya sido lógico al decir que él los ha derribado con su propio fluido. Se comprenderá mejor aún si se tiene a bien remitirse a lo que ha sido dicho en El Libro de los Espíritus y en El Libro de los Médiums, sobre el fluido universal, que es el principio del fluido vital, del fluido eléctrico y del fluido magnético animal.
22. Durante sus largas y dramáticas experiencias, el Sr. Borreau dice haber hecho descubrimientos mucho más sorprendentes para él, que la solución que buscaba; ¿vos los conocéis? –Resp. Sí, pero hay algo que él no descubrió: que los Espíritus no tienen la misión de ayudar a los hombres en averiguaciones semejantes a las que él hacía. Si pudiesen hacerlo, Dios no podría ocultar nada, y los hombres dejarían a un lado el trabajo y el ejercicio de sus facultades, a fin de correr en busca de un tesoro o de un invento, pidiendo a los Espíritus para que les dejen todo servido, de tal modo que bastaría esperar sus respuestas para cosechar la gloria y la fortuna. Realmente tendríamos mucho que hacer si fuese preciso satisfacer la ambición de todo el mundo. ¿Percibís el trastorno que esto causaría en el mundo de los Espíritus si universalmente creyesen de esa manera en el Espiritismo? Seríamos llamados a diestro y siniestro: aquí para excavar la tierra y enriquecer a un perezoso; allá para evitar que un tonto tenga la difícultad de resolver un problema; allí para calentar el horno de un químico y, en todas partes, para encontrar la piedra filosofal. El más bello descubrimiento que el Sr. Borreau debería haber hecho es el de saber que siempre hay Espíritus que se divierten cuando os seducen con minas de oro, incluso a los ojos del más clarividente sonámbulo, haciéndolas aparecer donde no están y riéndose a vuestras expensas cuando creéis que os apoderáis del tesoro, y esto para enseñaros que la sabiduría y el trabajo son los verdaderos tesoros.
23. El objeto de las búsquedas del Sr. Borreau ¿era un tesoro? –Resp. Creo que os he dicho, cuando me llamasteis por primera vez, que no soy indiscreto; si él no se dignó a decíroslo, no me corresponde hacerlo.
Nota – Vemos que este Espíritu es discreto; además, es una cualidad que se encuentra en todos en general, y hasta en los Espíritus poco adelantados. De esto se deduce que, si un Espíritu hiciera revelaciones indiscretas sobre alguien, con toda probabilidad sería para divertirse, y se cometería un error en tomarlos en serio.
24. ¿Podríais darle algunas explicaciones acerca de la mano invisible que, durante un largo tiempo, hubo trazado numerosos escritos que él encontraba en las hojas del cuaderno, expresamente preparado para recibirlos? –Resp. En cuanto a los escritos, no son de los Espíritus; más tarde él conocerá la fuente de los mismos, que no debo revelar ahora. Los Espíritus pueden haberlos provocado con el objetivo al que me referí antes, pero no han sido ellos los que escribieron.
Nota – Aunque estas dos conversaciones hayan tenido lugar con 18 meses de intervalo y a través de médiums diferentes, se reconoce en ellas un encadenamiento, una secuencia y una similitud de lenguaje que no permiten dudar que sea el mismo Espíritu que haya respondido. En cuanto a la identidad, ésta resalta de la siguiente carta que nos ha escrito el Sr. Borreau, después del envío de la segunda evocación.
«18 de julio de 1861.
15. Evocación. –Resp. ¿Qué queréis de mí y por qué me importunáis?
16. Fue el Sr. Borreau, de Niort, que nos pidió que os hiciéramos algunas preguntas. –Resp. ¿Qué más él quiere de mí? ¿No está contento con importunarme en Niort? ¿Por qué es necesario que me haga evocar en París, donde nada me atrae? Bien que gustaría que él tuviese la idea de dejarme en paz. Me llama, me evoca, me pone en contacto con sonámbulos, me hace evocar por terceros; ese señor es muy molesto.
17. Sin embargo, debéis recordaros que ya os evocamos y que respondisteis más amablemente que hoy; y hasta os prometimos orar por vos. –Resp. Sí, me acuerdo muy bien de esto; pero prometer y cumplir son dos cosas diferentes: vos habéis orado por mí, ¿pero los otros?
18. Ciertamente que los otros también han orado. En fin, ¿deseáis responder a las preguntas del Sr. Borreau? –Resp. Os aseguro que, por él, no tengo el más mínimo deseo de hacerlo, porque siempre lo tengo que llevar a cuestas; perdonadme la expresión, pero es verdadera, ya que no existe ninguna afinidad entre él y yo; pero a vos, que piadosamente llamasteis sobre mí la misericordia de lo Alto, deseo responderos de la mejor forma posible.
19. Hace poco decíais que estabais siendo importunado; ¿podéis darnos al respecto una explicación para nuestra instrucción personal? –Resp. Cuando digo que estoy siendo importunado lo es en el sentido que, al ocuparos de mí, habéis llamado mi atención y mi pensamiento junto a vosotros, y vi que sería necesario que yo respondiera a vuestras preguntas, aunque sólo fuese por delicadeza. Me explico mal: mi pensamiento estaba en otro lugar, en mis estudios, en mi ocupación habitual; vuestra evocación atrajo forzosamente mi atención sobre vosotros, sobre las cosas de la Tierra; por consiguiente, como de modo alguno estaba en mis propósitos ocuparme de vosotros y de la Tierra, me habéis importunado.
Nota – Los Espíritus son más o menos comunicativos y, según su carácter, vienen con mayor o menor buena voluntad; pero podemos estar ciertos de que, al igual que los hombres serios, no les gusta ser importunados sin necesidad. En cuanto a los Espíritus ligeros, es diferente; ellos están siempre dispuestos a entrometerse en todo, incluso cuando no son llamados.
20. Cuando os pusisteis en contacto con el Sr. Borreau, ¿conocíais sus creencias en la posibilidad de hacer triunfar sus convicciones a través de la realización de un gran hecho, ante el cual la incredulidad sería forzada a doblegarse? –Resp. El Sr. Borreau quería que yo lo sirviese en una operación medio magnética, medio espírita; pero a él no le da la talla para llevar a cabo semejante obra, y creí que no debía concederle mi concurso por más tiempo. Además, yo lo habría hecho si pudiese; la hora no había llegado para eso, y aún está por llegar.
21. ¿Podríais ver y decirle cuáles son las causas que, durante sus experiencias en la Vendée, lo hicieron fracasar, al derribarlo a él y a su sonámbula, así como a las otras dos personas presentes? –Resp. Mi respuesta anterior puede aplicarse a esta pregunta. El Sr. Borreau ha sido derribado por los Espíritus que le han querido dar una lección, a fin de enseñarle a no buscar lo que debe permanecer oculto. He sido yo quien los ha empujado, usando el fluido del propio magnetizador.
Nota – Esta explicación concuerda perfectamente con la teoría que ha sido dada acerca de las manifestaciones físicas; no ha sido con sus manos que los Espíritus los han empujado, sino con el propio fluido animado de las personas, combinado con el del Espíritu. La disertación que damos más adelante sobre los aportes, contiene al respecto desarrollos del más alto interés. Una comparación que quizá pueda tener alguna analogía parece justificar la expresión del Espíritu.
Cuando un cuerpo cargado de electricidad positiva se aproxima a una persona, ésta se carga de electricidad contraria; la tensión crece hasta la distancia explosiva; en este punto, los dos fluidos se reúnen violentamente por la chispa, y la persona recibe una descarga que, conforme la masa de fluido, puede derribarla e inclusive fulminarla. En ese fenómeno es siempre necesario que la persona suministre su parte de fluido. Suponiéndose que el cuerpo electrizado positivamente fuera un ser inteligente, obrando por su propia voluntad y dándose cuenta de la operación, se diría que él combinó una parte del fluido de la persona con el suyo. En el caso del Sr. Borreau, tal vez las cosas no hayan pasado exactamente así; pero se comprende que allí pueda haber un efecto análogo, y que Don Peyra haya sido lógico al decir que él los ha derribado con su propio fluido. Se comprenderá mejor aún si se tiene a bien remitirse a lo que ha sido dicho en El Libro de los Espíritus y en El Libro de los Médiums, sobre el fluido universal, que es el principio del fluido vital, del fluido eléctrico y del fluido magnético animal.
22. Durante sus largas y dramáticas experiencias, el Sr. Borreau dice haber hecho descubrimientos mucho más sorprendentes para él, que la solución que buscaba; ¿vos los conocéis? –Resp. Sí, pero hay algo que él no descubrió: que los Espíritus no tienen la misión de ayudar a los hombres en averiguaciones semejantes a las que él hacía. Si pudiesen hacerlo, Dios no podría ocultar nada, y los hombres dejarían a un lado el trabajo y el ejercicio de sus facultades, a fin de correr en busca de un tesoro o de un invento, pidiendo a los Espíritus para que les dejen todo servido, de tal modo que bastaría esperar sus respuestas para cosechar la gloria y la fortuna. Realmente tendríamos mucho que hacer si fuese preciso satisfacer la ambición de todo el mundo. ¿Percibís el trastorno que esto causaría en el mundo de los Espíritus si universalmente creyesen de esa manera en el Espiritismo? Seríamos llamados a diestro y siniestro: aquí para excavar la tierra y enriquecer a un perezoso; allá para evitar que un tonto tenga la difícultad de resolver un problema; allí para calentar el horno de un químico y, en todas partes, para encontrar la piedra filosofal. El más bello descubrimiento que el Sr. Borreau debería haber hecho es el de saber que siempre hay Espíritus que se divierten cuando os seducen con minas de oro, incluso a los ojos del más clarividente sonámbulo, haciéndolas aparecer donde no están y riéndose a vuestras expensas cuando creéis que os apoderáis del tesoro, y esto para enseñaros que la sabiduría y el trabajo son los verdaderos tesoros.
23. El objeto de las búsquedas del Sr. Borreau ¿era un tesoro? –Resp. Creo que os he dicho, cuando me llamasteis por primera vez, que no soy indiscreto; si él no se dignó a decíroslo, no me corresponde hacerlo.
Nota – Vemos que este Espíritu es discreto; además, es una cualidad que se encuentra en todos en general, y hasta en los Espíritus poco adelantados. De esto se deduce que, si un Espíritu hiciera revelaciones indiscretas sobre alguien, con toda probabilidad sería para divertirse, y se cometería un error en tomarlos en serio.
24. ¿Podríais darle algunas explicaciones acerca de la mano invisible que, durante un largo tiempo, hubo trazado numerosos escritos que él encontraba en las hojas del cuaderno, expresamente preparado para recibirlos? –Resp. En cuanto a los escritos, no son de los Espíritus; más tarde él conocerá la fuente de los mismos, que no debo revelar ahora. Los Espíritus pueden haberlos provocado con el objetivo al que me referí antes, pero no han sido ellos los que escribieron.
Nota – Aunque estas dos conversaciones hayan tenido lugar con 18 meses de intervalo y a través de médiums diferentes, se reconoce en ellas un encadenamiento, una secuencia y una similitud de lenguaje que no permiten dudar que sea el mismo Espíritu que haya respondido. En cuanto a la identidad, ésta resalta de la siguiente carta que nos ha escrito el Sr. Borreau, después del envío de la segunda evocación.
«18 de julio de 1861.
«Señor,
«Vengo a agradeceros el trabajo que has tenido a bien llevar a cabo y la solicitud con la que me habéis remitido la última evocación de Don Peyra. Como vos decís, el antiguo prior, en Espíritu, no estaba para nada de buen humor, también expresando vivamente la impaciencia que le ha causado esa nueva solicitación. Señor, de esto se deduce una gran enseñanza: que los Espíritus que hacen el juego malévolo de atormentarnos pueden, a su turno, ser pagados por nosotros con la misma moneda.
«¡Ah, señores del Más Allá! –y aquí sólo hablo de los Espíritus burlones y ligeros–, sin duda os jactaríais de tener el privilegio exclusivo de importunarnos; he aquí que un pobre Espíritu terreno, muy pacífico, simplemente al ponerse en guardia contra vuestras maquinaciones y al buscar desbaratarlas, os atormenta ¡a punto de sentirlo penosamente sobre vuestros hombros fluídicos! ¡Ah, caro prior! ¿Qué diré yo, entonces, cuando confesáis que habéis hecho parte de la turba espiritual que me ha obsesado tan cruelmente y que me ha jugado tantas malas pasadas durante mis experiencias en la Vendée? Si es verdad que estabais allí, deberíais saber que solamente las he emprendido con el objetivo de hacer triunfar la verdad a través de hechos irrefutables. Sin duda era una gran ambición, pero era honorable, en mi opinión; apenas –como habéis dicho– no me daba la talla para luchar, y vos y los que estaban con vosotros nos derribaron de tal modo, que nos vimos forzados a abandonar la partida, llevando a nuestros muertos, porque vuestras maquinaciones fantásticas –que causaron una lucha horrible– acabaron por quebrantar a mi pobre sonámbula que, en un desmayo que no duró menos de seis horas, no daba señales de vida y que creímos que estaba muerta. Indudablemente nuestra posición parecerá más fácil de comprender que de describir, si se tiene en cuenta que era medianoche y que estábamos en uno de los campos ensangrentados por las guerras de la Vendée, lugar de un aspecto salvaje y rodeado de pequeñas colinas sin vegetación, cuyos ecos repetían los gritos desgarradores de las víctimas. Mi pavor había llegado al colmo, pensando en la terrible responsabilidad que caía sobre mí y a la cual no sabía cómo enfrentar... ¡Yo estaba perdido! Solamente la oración podía salvarme, y me salvó. Si a esto llamáis lecciones, ¡convengamos que son duras! Probablemente, era aún para darme una de esas lecciones que, un año más tarde, me llamabais a Mauzé; pero, por entonces, yo estaba más instruido y ya sabía a qué atenerme sobre la existencia de los Espíritus y acerca de los hechos y gestos de muchos de ellos; además, la escena no estaba más preparada para un drama como en Châtillon; así, tuve que dejar ese lugar debido a una escaramuza.
«Perdón, señor, si me dejé llevar por el prior; vuelvo a vos, pero para continuar dialogando, si tenéis a bien permitirlo. Hace pocos días fui a la casa de un hombre muy honorable, que conoció bastante a Don Peyra en su juventud, y le mostré la evocación que me enviasteis; él reconoció perfectamente el lenguaje, el estilo y el espíritu mordaz del antiguo prior, y me contó los siguientes hechos:
«Al haber sido forzado por la Revolución a abandonar el priorato de Surgères, Don Peyra compró la pequeña propiedad de Amilly, cerca de Mauzé, donde estableció su residencia; allí se volvió conocido por sus bellas curas, obtenidas por medio del magnetismo y de la electricidad que empleaba con éxito. Pero al percibir que sus negocios no iban tan bien como deseaba, él se valió del charlatanismo y, con la ayuda de su máquina eléctrica, realizó prestidigitaciones, por lo que no tardó en ser considerado un hechicero. Lejos de combatir esta opinión, él mismo la provocaba y la estimulaba. Había en Amilly un largo paseo con árboles, por el cual llegaban los clientes que frecuentemente venían de diez a quince leguas de distancia. Él preparaba su máquina para que hiciera contacto con el picaporte de la puerta, y cuando los pobres campesinos llamaban golpeando, se sentían como fulminados. Es fácil imaginar lo que semejantes hechos debían producir en personas poco esclarecidas, sobre todo en aquella época.
«Tenemos un proverbio que dice: No hay que vender la piel del oso antes de haberlo matado. ¡Ah! Veo que será necesario que cambiemos la piel más de una vez, antes que abandonemos nuestros malos instintos. Sin embargo, señor, no saquéis la conclusión de que yo quiera eso para el prior. No; y la prueba de todo esto es que, siguiendo vuestro ejemplo, oré por él –lo confieso–, como también es verdad lo que os dijo de que yo no había orado por él hasta entonces.
«Atentamente,
Ha de notarse que esta carta es del 18 de julio de 1861, mientras que la primera evocación remonta al mes de enero de 1860; en esta última fecha no conocíamos todas las particularidades de la vida de Don Peyra, con las cuales sus respuestas concuerdan perfectamente, puesto que él mismo dice que hacía lo que era preciso para que se diera crédito al rumor de su reputación como hechicero.
Lo que sucedió al Sr. Borreau tiene una singular analogía con las malas pasadas que Don Peyra hacía, cuando encarnado, a sus visitantes; y seríamos fuertemente llevados a creer que este último quiso repetirlas. Ahora bien, para eso no tenía necesidad de máquina eléctrica, ya que tenía a disposición la gran máquina universal; se comprenderá esta posibilidad si se coteja esa idea con la nota que hemos hecho anteriormente a la cuestión Nº 21. El Sr. Borreau encuentra una especie de compensación a las malicias de ciertos Espíritus en las molestias que se les puede causar; sin embargo, le aconsejamos a no confiarse demasiado en eso, porque ellos tienen más medios de escaparse a nuestra influencia, que nosotros de sustraernos a la de ellos. Además, es evidente que si, en aquella época, el Sr. Borreau hubiese conocido a fondo el Espiritismo, habría sabido lo que era razonable solicitar a los Espíritus y no se habría aventurado a hacer tentativas que la ciencia demostraría que solamente llevaría a una mistificación. Él no es el primero que adquiere experiencia a sus expensas. Es por eso que no cesamos de repetir: Estudiad primero la teoría; ésta os enseñará todas las dificultades de la práctica, y evitaréis así esas experiencias de las cuales os sentiríais felices en salir de las mismas con apenas algunos sinsabores. Dice él que su intención era buena, pues quería probar por un gran hecho la verdad del Espiritismo; pero en semejante caso los Espíritus dan las pruebas que quieren y cuando quieren, y nunca cuando se las piden. Conocemos a personas que también querían dar esas pruebas irrecusables a través del descubrimiento de fortunas colosales por medio de los Espíritus; pero lo que resultó más claro para ellas fue que gastaron su dinero. Incluso agregaremos que si, por ventura, tales pruebas pudiesen lograr resultados, serían mucho más perjudiciales que útiles, porque falsearían la opinión sobre el objetivo del Espiritismo, haciendo que se crea que pueda servir como medio de adivinación. Entonces se justificaría la respuesta de Don Peyra a la pregunta Nº 22.
Lo que sucedió al Sr. Borreau tiene una singular analogía con las malas pasadas que Don Peyra hacía, cuando encarnado, a sus visitantes; y seríamos fuertemente llevados a creer que este último quiso repetirlas. Ahora bien, para eso no tenía necesidad de máquina eléctrica, ya que tenía a disposición la gran máquina universal; se comprenderá esta posibilidad si se coteja esa idea con la nota que hemos hecho anteriormente a la cuestión Nº 21. El Sr. Borreau encuentra una especie de compensación a las malicias de ciertos Espíritus en las molestias que se les puede causar; sin embargo, le aconsejamos a no confiarse demasiado en eso, porque ellos tienen más medios de escaparse a nuestra influencia, que nosotros de sustraernos a la de ellos. Además, es evidente que si, en aquella época, el Sr. Borreau hubiese conocido a fondo el Espiritismo, habría sabido lo que era razonable solicitar a los Espíritus y no se habría aventurado a hacer tentativas que la ciencia demostraría que solamente llevaría a una mistificación. Él no es el primero que adquiere experiencia a sus expensas. Es por eso que no cesamos de repetir: Estudiad primero la teoría; ésta os enseñará todas las dificultades de la práctica, y evitaréis así esas experiencias de las cuales os sentiríais felices en salir de las mismas con apenas algunos sinsabores. Dice él que su intención era buena, pues quería probar por un gran hecho la verdad del Espiritismo; pero en semejante caso los Espíritus dan las pruebas que quieren y cuando quieren, y nunca cuando se las piden. Conocemos a personas que también querían dar esas pruebas irrecusables a través del descubrimiento de fortunas colosales por medio de los Espíritus; pero lo que resultó más claro para ellas fue que gastaron su dinero. Incluso agregaremos que si, por ventura, tales pruebas pudiesen lograr resultados, serían mucho más perjudiciales que útiles, porque falsearían la opinión sobre el objetivo del Espiritismo, haciendo que se crea que pueda servir como medio de adivinación. Entonces se justificaría la respuesta de Don Peyra a la pregunta Nº 22.
Correspondencia
Carta del Sr. Mathieu sobre los médiums embusteros
Señor,
Se puede estar en desacuerdo sobre ciertos puntos y estar en perfecto acuerdo sobre otros. Acabo de leer, en la página 213 del último número de vuestra Revista, reflexiones acerca del fraude en materia de experiencias espiritualistas (o espíritas), a las cuales tengo la satisfacción de adherir con todas mis fuerzas. Allí, toda disidencia en materia de teorías y de doctrinas desaparecen como por encanto.
Tal vez yo no sea tan severo como vos con referencia a los médiums que, en forma digna y conveniente, aceptan una remuneración como indemnización por el tiempo que dedican a tales experiencias, a menudo prolongadas y fatigosas; pero sí lo soy, tanto como vos –y nadie lo sería más– en relación a los que en semejante caso suplen con embustes y fraudes, cuando se les presenta la ocasión, la ausencia o la insuficiencia de los resultados prometidos y esperados.
Mezclar lo falso con lo verdadero, cuando se trata de fenómenos obtenidos con la intervención de los Espíritus, es simplemente una infamia, y el médium que creyera que puede hacerlo sin escrúpulo tiene obnubilado el sentido moral. Conforme lo habéis perfectamente observado, esos falsos médiums causan el descrédito sobre la cuestión en la mente de los indecisos, desde que el fraude sea constatado. Agregaré que eso significa comprometer de la manera más deplorable a los hombres honrados que prestan a los médiums el apoyo desinteresado de sus conocimientos y de sus luces, y que se constituyen en garantes de la buena fe de estos médiums, a quienes patrocinan de algún modo; es cometer con ellos una verdadera falta de lealtad.
Todo médium que sea responsable de maniobras fraudulentas; que sea sorprendido con las manos en la masa –para valerme de una expresión un tanto trivial–, merecería ser puesto al margen por todos los espiritualistas o espíritas del mundo, para quienes sería un riguroso deber desenmascararlo o reprobarlo.
Señor, si consideráis conveniente insertar estas pocas líneas en vuestra Revista, están a vuestra disposición.
Atentamente,
MATHIEU.
Carta del Sr. Mathieu sobre los médiums embusteros
París, 21 de julio de 1861.
Señor,
Se puede estar en desacuerdo sobre ciertos puntos y estar en perfecto acuerdo sobre otros. Acabo de leer, en la página 213 del último número de vuestra Revista, reflexiones acerca del fraude en materia de experiencias espiritualistas (o espíritas), a las cuales tengo la satisfacción de adherir con todas mis fuerzas. Allí, toda disidencia en materia de teorías y de doctrinas desaparecen como por encanto.
Tal vez yo no sea tan severo como vos con referencia a los médiums que, en forma digna y conveniente, aceptan una remuneración como indemnización por el tiempo que dedican a tales experiencias, a menudo prolongadas y fatigosas; pero sí lo soy, tanto como vos –y nadie lo sería más– en relación a los que en semejante caso suplen con embustes y fraudes, cuando se les presenta la ocasión, la ausencia o la insuficiencia de los resultados prometidos y esperados.
Mezclar lo falso con lo verdadero, cuando se trata de fenómenos obtenidos con la intervención de los Espíritus, es simplemente una infamia, y el médium que creyera que puede hacerlo sin escrúpulo tiene obnubilado el sentido moral. Conforme lo habéis perfectamente observado, esos falsos médiums causan el descrédito sobre la cuestión en la mente de los indecisos, desde que el fraude sea constatado. Agregaré que eso significa comprometer de la manera más deplorable a los hombres honrados que prestan a los médiums el apoyo desinteresado de sus conocimientos y de sus luces, y que se constituyen en garantes de la buena fe de estos médiums, a quienes patrocinan de algún modo; es cometer con ellos una verdadera falta de lealtad.
Todo médium que sea responsable de maniobras fraudulentas; que sea sorprendido con las manos en la masa –para valerme de una expresión un tanto trivial–, merecería ser puesto al margen por todos los espiritualistas o espíritas del mundo, para quienes sería un riguroso deber desenmascararlo o reprobarlo.
Señor, si consideráis conveniente insertar estas pocas líneas en vuestra Revista, están a vuestra disposición.
Atentamente,
No esperábamos menos de los sentimientos honorables que distinguen al Sr. Mathieu, si no esta enérgica reprobación pronunciada contra los médiums de mala fe; por el contrario, habríamos quedado sorprendidos si él hubiese tomado fríamente y con indiferencia tales abusos de confianza. Estos abusos podían ser más fáciles cuando el Espiritismo era menos conocido; pero a medida que esta ciencia se expande más y se comprende mejor, se conocen mejor las verdaderas condiciones en que los fenómenos pueden producirse, y se encuentran por todas partes ojos clarividentes, capaces de descubrir el fraude; señalarlo, donde quiera que se muestre, es el mejor medio de desalentarlo.
Han dicho que era preferible no develar esas torpezas en interés del Espiritismo; que la posibilidad de engañar podría aumentar la desconfianza de los indecisos. Nosotros no somos de esta opinión y pensamos que es preferible que los indecisos sean desconfiados que engañados, porque una vez que supiesen que fueron engañados, podrían alejarse sin retorno. Además, habría un inconveniente aún mayor: el de creer que los espíritas se dejan embaucar fácilmente. Al contrario, estarán tanto más dispuestos a creer cuando vean que los creyentes se rodean de mayores precauciones, y que repudian a los médiums que son susceptibles de ser engañados.
El Sr. Mathieu dice que tal vez él no sea tan severo como nosotros con referencia a los médiums que, en forma digna y conveniente, aceptan una remuneración como indemnización por el tiempo que dedican al asunto. Somos exactamente de la opinión que pueden y deben haber honrosas excepciones; pero como el afán de lucro es una gran tentación, y como los principiantes no tienen la experiencia necesaria para distinguir lo verdadero de lo falso, mantenemos nuestra opinión de que la mejor garantía de sinceridad está en el absoluto desinterés, porque donde no hay nada que ganar, el charlatanismo no tiene nada que hacer. Aquel que paga quiere algo por su dinero, y no se contentaría si le dijesen que el Espíritu no quiere actuar; de ahí al descubrimiento de los medios para hacer que el Espíritu actúe a toda costa, no hay más que un paso, conforme el proverbio: El hambre aguza el ingenio. Agregamos que los médiums ganarán cien veces más en consideración de lo que dejen de ganar en provechos materiales. Dicen que la consideración no alcanza para vivir; es cierto que no es suficiente, pero para vivir hay otros trabajos más honestos que la explotación de las almas de los muertos.
Han dicho que era preferible no develar esas torpezas en interés del Espiritismo; que la posibilidad de engañar podría aumentar la desconfianza de los indecisos. Nosotros no somos de esta opinión y pensamos que es preferible que los indecisos sean desconfiados que engañados, porque una vez que supiesen que fueron engañados, podrían alejarse sin retorno. Además, habría un inconveniente aún mayor: el de creer que los espíritas se dejan embaucar fácilmente. Al contrario, estarán tanto más dispuestos a creer cuando vean que los creyentes se rodean de mayores precauciones, y que repudian a los médiums que son susceptibles de ser engañados.
El Sr. Mathieu dice que tal vez él no sea tan severo como nosotros con referencia a los médiums que, en forma digna y conveniente, aceptan una remuneración como indemnización por el tiempo que dedican al asunto. Somos exactamente de la opinión que pueden y deben haber honrosas excepciones; pero como el afán de lucro es una gran tentación, y como los principiantes no tienen la experiencia necesaria para distinguir lo verdadero de lo falso, mantenemos nuestra opinión de que la mejor garantía de sinceridad está en el absoluto desinterés, porque donde no hay nada que ganar, el charlatanismo no tiene nada que hacer. Aquel que paga quiere algo por su dinero, y no se contentaría si le dijesen que el Espíritu no quiere actuar; de ahí al descubrimiento de los medios para hacer que el Espíritu actúe a toda costa, no hay más que un paso, conforme el proverbio: El hambre aguza el ingenio. Agregamos que los médiums ganarán cien veces más en consideración de lo que dejen de ganar en provechos materiales. Dicen que la consideración no alcanza para vivir; es cierto que no es suficiente, pero para vivir hay otros trabajos más honestos que la explotación de las almas de los muertos.
Disertaciones y enseñanzas espíritas
Influencia moral de los médiums en las comunicaciones
(Sociedad Espírita de París; médium: Sr. d’Ambel)
Ya lo hemos dicho: los médiums, en calidad de tales, no tienen más que una influencia secundaria en las comunicaciones de los Espíritus; su tarea es la de una máquina eléctrica que transmite los despachos telegráficos entre dos puntos distantes de la Tierra. De este modo, cuando queremos dictar una comunicación, nosotros obramos sobre el médium como el telegrafista lo hace sobre el aparato telegráfico; es decir, así como el tac tac del telégrafo traza a millares de leguas, sobre una tira de papel, las señales que reproducen el despacho, nosotros también transmitimos lo que os queremos enseñar por medio del aparato medianímico, a través de distancias inconmensurables que separan el mundo visible del mundo invisible, el mundo inmaterial del mundo encarnado. Pero, de la misma manera que las influencias atmosféricas a menudo actúan y perturban las transmisiones del telégrafo eléctrico, la influencia moral del médium, algunas veces actúa y perturba la transmisión de nuestros mensajes del Más Allá, porque nos vemos obligados a hacerlos pasar por un ambiente que les es contrario. Sin embargo, esta influencia es frecuentemente anulada por nuestra energía y por nuestra voluntad, y ningún acto perturbador se manifiesta. En efecto, dictados de un alto alcance filosófico y comunicaciones de una perfecta moralidad son a veces transmitidas por médiums poco apropiados para estas enseñanzas superiores, mientras que, por otro lado, comunicaciones poco edificantes también llegan algunas veces a través de médiums que se avergüenzan completamente de haberles servido de intermediarios.
En tesis general, podemos afirmar que los Espíritus se atraen por sus semejanzas, y que raramente los Espíritus de las pléyades elevadas se comunican por malos aparatos intermediarios, cuando tienen a disposición buenos instrumentos medianímicos, en una palabra, buenos médiums.
Los médiums ligeros y poco serios atraen, por lo tanto, a Espíritus de la misma naturaleza; es por esto que sus comunicaciones están impregnadas de banalidades, de frivolidades, de ideas sin sentido y a menudo extremamente heterodoxas, espiríticamente hablando. Ciertamente, a veces ellos pueden decir y dicen cosas buenas; pero, sobre todo en este caso, es necesario hacer un examen severo y escrupuloso, porque –en medio de esas cosas buenas– ciertos Espíritus hipócritas insinúan con habilidad y con calculada perfidia hechos controvertidos y aserciones mentirosas, a fin de engañar la buena fe de sus oyentes. Entonces uno debe quitar, sin consideración, toda palabra o frase equívoca, y no conservar del dictado sino lo que la lógica acepte o lo que la Doctrina haya enseñado ya. Las comunicaciones de esta naturaleza sólo deben temerlas los espíritas aislados, los Grupos recientes o poco esclarecidos, porque en las reuniones donde los adeptos están más adelantados y han adquirido experiencia, por más que el grajo se vista con las plumas del pavo real, será siempre rechazado implacablemente.
No hablaré de los médiums que se complacen en solicitar y en recibir comunicaciones obscenas; dejémoslos que se complazcan en compañía de Espíritus cínicos. Además, las comunicaciones de este orden buscan, de por sí, la soledad y el aislamiento; en todo caso, no despertarán más que el desdén y el disgusto entre los miembros de los Grupos filosóficos y serios. No obstante, la influencia moral del médium se hace realmente sentir cuando éste sustituye con sus ideas personales a las que los Espíritus se esfuerzan por sugerirle; es entonces cuando él saca de su imaginación teorías fantasiosas que, de buena fe, cree que son el resultado de una comunicación intuitiva. En tal caso, entonces, habrá mil posibilidades contra una de que esto sólo sea el reflejo del propio Espíritu del médium; sucede también el hecho curioso de que la mano del médium se mueve a veces casi mecánicamente, impulsada por un Espíritu secundario y burlón. Contra esta piedra de toque se quiebran las pequeñas y ardientes imaginaciones, porque, arrastrados por el ímpetu de sus propias ideas y por los oropeles de sus conocimientos literarios, estos médiums menosprecian la modestia del dictado de un Espíritu sabio y, al dejar escapar la presa para perseguir su sombra, sustituyen eso por una paráfrasis ampulosa. Contra este temible escollo chocan igualmente las personalidades ambiciosas que, a falta de las comunicaciones que los Espíritus buenos les rehúsan, presentan sus propias obras como si fuese la obra de esos mismos Espíritus. He aquí por qué es necesario que los dirigentes de los Grupos Espíritas estén dotados de mucho tacto y de una rara sagacidad para discernir entre las comunicaciones auténticas y las que no lo son, y para no herir a quienes se engañan a sí mismos.
En la duda, abstente, dice uno de vuestros antiguos proverbios; por lo tanto, no admitáis sino aquello que para vosotros sea una evidencia cierta. Cuando surja una opinión nueva, por poco dudosa que os parezca, pasadla por el tamiz de la razón y de la lógica, desechando terminantemente lo que la razón y el buen sentido reprueben; más vale rechazar diez verdades que admitir una sola mentira, una sola teoría falsa. En efecto, porque sobre esta teoría podríais edificar todo un sistema que habría de derrumbarse al primer soplo de la verdad, como un monumento construido sobre arena movediza; mientras que si hoy rechazáis ciertas verdades porque no os son demostradas lógica y claramente, posteriormente un hecho decisivo o una demostración irrefutable vendrá afirmaros su autenticidad.
¡Oh, espíritas!, recordad entretanto que nada es imposible para Dios y para los Espíritus buenos, a no ser la injusticia y la iniquidad.
El Espiritismo se encuentra actualmente bastante difundido entre los hombres, y ha moralizado suficientemente a los adeptos sinceros de su santa Doctrina, de modo que los Espíritus ya no se ven obligados a emplear malas herramientas, es decir, médiums imperfectos. Por lo tanto, si ahora un médium –sea cual fuere– ofrece un motivo legítimo de sospecha, ya sea por su conducta o por sus costumbres, por su orgullo o por su falta de amor y de caridad, rechazad, rechazad sus comunicaciones, porque en ellas hay una serpiente oculta entre la hierba. He aquí mi conclusión sobre la influencia moral de los médiums.
ERASTO
(Sociedad Espírita de París; médium: Sr. d’Ambel)
Ya lo hemos dicho: los médiums, en calidad de tales, no tienen más que una influencia secundaria en las comunicaciones de los Espíritus; su tarea es la de una máquina eléctrica que transmite los despachos telegráficos entre dos puntos distantes de la Tierra. De este modo, cuando queremos dictar una comunicación, nosotros obramos sobre el médium como el telegrafista lo hace sobre el aparato telegráfico; es decir, así como el tac tac del telégrafo traza a millares de leguas, sobre una tira de papel, las señales que reproducen el despacho, nosotros también transmitimos lo que os queremos enseñar por medio del aparato medianímico, a través de distancias inconmensurables que separan el mundo visible del mundo invisible, el mundo inmaterial del mundo encarnado. Pero, de la misma manera que las influencias atmosféricas a menudo actúan y perturban las transmisiones del telégrafo eléctrico, la influencia moral del médium, algunas veces actúa y perturba la transmisión de nuestros mensajes del Más Allá, porque nos vemos obligados a hacerlos pasar por un ambiente que les es contrario. Sin embargo, esta influencia es frecuentemente anulada por nuestra energía y por nuestra voluntad, y ningún acto perturbador se manifiesta. En efecto, dictados de un alto alcance filosófico y comunicaciones de una perfecta moralidad son a veces transmitidas por médiums poco apropiados para estas enseñanzas superiores, mientras que, por otro lado, comunicaciones poco edificantes también llegan algunas veces a través de médiums que se avergüenzan completamente de haberles servido de intermediarios.
En tesis general, podemos afirmar que los Espíritus se atraen por sus semejanzas, y que raramente los Espíritus de las pléyades elevadas se comunican por malos aparatos intermediarios, cuando tienen a disposición buenos instrumentos medianímicos, en una palabra, buenos médiums.
Los médiums ligeros y poco serios atraen, por lo tanto, a Espíritus de la misma naturaleza; es por esto que sus comunicaciones están impregnadas de banalidades, de frivolidades, de ideas sin sentido y a menudo extremamente heterodoxas, espiríticamente hablando. Ciertamente, a veces ellos pueden decir y dicen cosas buenas; pero, sobre todo en este caso, es necesario hacer un examen severo y escrupuloso, porque –en medio de esas cosas buenas– ciertos Espíritus hipócritas insinúan con habilidad y con calculada perfidia hechos controvertidos y aserciones mentirosas, a fin de engañar la buena fe de sus oyentes. Entonces uno debe quitar, sin consideración, toda palabra o frase equívoca, y no conservar del dictado sino lo que la lógica acepte o lo que la Doctrina haya enseñado ya. Las comunicaciones de esta naturaleza sólo deben temerlas los espíritas aislados, los Grupos recientes o poco esclarecidos, porque en las reuniones donde los adeptos están más adelantados y han adquirido experiencia, por más que el grajo se vista con las plumas del pavo real, será siempre rechazado implacablemente.
No hablaré de los médiums que se complacen en solicitar y en recibir comunicaciones obscenas; dejémoslos que se complazcan en compañía de Espíritus cínicos. Además, las comunicaciones de este orden buscan, de por sí, la soledad y el aislamiento; en todo caso, no despertarán más que el desdén y el disgusto entre los miembros de los Grupos filosóficos y serios. No obstante, la influencia moral del médium se hace realmente sentir cuando éste sustituye con sus ideas personales a las que los Espíritus se esfuerzan por sugerirle; es entonces cuando él saca de su imaginación teorías fantasiosas que, de buena fe, cree que son el resultado de una comunicación intuitiva. En tal caso, entonces, habrá mil posibilidades contra una de que esto sólo sea el reflejo del propio Espíritu del médium; sucede también el hecho curioso de que la mano del médium se mueve a veces casi mecánicamente, impulsada por un Espíritu secundario y burlón. Contra esta piedra de toque se quiebran las pequeñas y ardientes imaginaciones, porque, arrastrados por el ímpetu de sus propias ideas y por los oropeles de sus conocimientos literarios, estos médiums menosprecian la modestia del dictado de un Espíritu sabio y, al dejar escapar la presa para perseguir su sombra, sustituyen eso por una paráfrasis ampulosa. Contra este temible escollo chocan igualmente las personalidades ambiciosas que, a falta de las comunicaciones que los Espíritus buenos les rehúsan, presentan sus propias obras como si fuese la obra de esos mismos Espíritus. He aquí por qué es necesario que los dirigentes de los Grupos Espíritas estén dotados de mucho tacto y de una rara sagacidad para discernir entre las comunicaciones auténticas y las que no lo son, y para no herir a quienes se engañan a sí mismos.
En la duda, abstente, dice uno de vuestros antiguos proverbios; por lo tanto, no admitáis sino aquello que para vosotros sea una evidencia cierta. Cuando surja una opinión nueva, por poco dudosa que os parezca, pasadla por el tamiz de la razón y de la lógica, desechando terminantemente lo que la razón y el buen sentido reprueben; más vale rechazar diez verdades que admitir una sola mentira, una sola teoría falsa. En efecto, porque sobre esta teoría podríais edificar todo un sistema que habría de derrumbarse al primer soplo de la verdad, como un monumento construido sobre arena movediza; mientras que si hoy rechazáis ciertas verdades porque no os son demostradas lógica y claramente, posteriormente un hecho decisivo o una demostración irrefutable vendrá afirmaros su autenticidad.
¡Oh, espíritas!, recordad entretanto que nada es imposible para Dios y para los Espíritus buenos, a no ser la injusticia y la iniquidad.
El Espiritismo se encuentra actualmente bastante difundido entre los hombres, y ha moralizado suficientemente a los adeptos sinceros de su santa Doctrina, de modo que los Espíritus ya no se ven obligados a emplear malas herramientas, es decir, médiums imperfectos. Por lo tanto, si ahora un médium –sea cual fuere– ofrece un motivo legítimo de sospecha, ya sea por su conducta o por sus costumbres, por su orgullo o por su falta de amor y de caridad, rechazad, rechazad sus comunicaciones, porque en ellas hay una serpiente oculta entre la hierba. He aquí mi conclusión sobre la influencia moral de los médiums.
Fenómenos de aportes y otros fenómenos tangibles
(Sociedad Espírita de París; médium: Sr. d’Ambel)
Para obtener fenómenos de este orden hace falta, necesariamente, que se disponga de médiums a los que llamaré sensitivos, es decir, dotados en el más alto grado de facultades medianímicas de expansión y de penetrabilidad, porque el sistema nervioso de estos médiums, fácilmente excitable, les permite –a través de ciertas vibraciones– proyectar alrededor de ellos su fluido animalizado con profusión.
Las naturalezas impresionables, las personas cuyos nervios vibran ante el menor sentimiento, ante la más pequeña sensación, y a quienes la influencia moral o física –interna o externa– sensibiliza, son sujetos muy aptos para ser excelentes médiums de efectos físicos de tangibilidad y de aportes. En efecto, el sistema nervioso de dichas personas, casi enteramente desprovisto de la envoltura refractaria que aísla ese sistema en la mayoría de los demás encarnados, las hace aptas para el desarrollo de esos diversos fenómenos. En consecuencia, con un sujeto de esta naturaleza, y cuyas otras facultades no sean hostiles a la mediumnización, se obtendrán más fácilmente los fenómenos de tangibilidad, los golpes en las paredes y en los muebles, los movimientos inteligentes e inclusive la suspensión en el espacio, de la más pesada materia inerte; a fortiori se conseguirán esos resultados si, en lugar de un médium, pudiésemos contar con varios otros, igualmente bien dotados.
Sin embargo, de la producción de estos fenómenos a la obtención del fenómeno de aportes hay una gran distancia, porque en este caso no sólo el trabajo del Espíritu es más complejo, más difícil, sino que además el Espíritu puede únicamente operar por intermedio de un solo aparato mediúmnico, es decir, que varios médiums no pueden contribuir simultáneamente para la producción del mismo fenómeno. Por el contrario, incluso sucede que la presencia de ciertas personas antipáticas al Espíritu que opera, obstaculiza radicalmente su acción. A estos motivos que –como lo veis– no carecen de importancia, agregad que los aportes requieren siempre una mayor concentración y, al mismo tiempo, una mayor difusión de ciertos fluidos, que sólo pueden ser obtenidos con los médiums mejor dotados, con aquellos –en una palabra– cuyo aparato electromedianímico esté en mejores condiciones.
En general, los hechos de aportes son y continuarán siendo excesivamente raros. No preciso demostraros por qué son y serán menos frecuentes que los otros hechos de tangibilidad; vosotros mismos lo deduciréis a partir de lo que os digo. Además, estos fenómenos son de tal naturaleza que no sólo todos los médiums no son aptos para realizarlos, sino que tampoco todos los Espíritus pueden producirlos. En efecto, es necesario que entre el Espíritu y el médium influido exista cierta afinidad, cierta analogía, en una palabra, cierta semejanza que permita que la parte expansible del fluido periespirítico [1] del encarnado se mezcle, se una y se combine con el fluido del Espíritu que quiere producir un aporte. Esta fusión debe ser tal que la fuerza resultante de ella se convierta –por así decirlo– en una, del mismo modo que una corriente eléctrica, al actuar sobre el carbón, produce un solo foco, una única claridad.
¿Por qué esa unión? ¿Por qué esa fusión? –preguntaréis. Es que para la producción de estos fenómenos es necesario que las propiedades esenciales del Espíritu agente sean aumentadas con algunas de las propiedades del sujeto mediumnizado, porque el fluido vital, indispensable para la producción de todos los fenómenos medianímicos, es un atributo exclusivo del encarnado y, por consiguiente, el Espíritu que opera se encuentra obligado a impregnarse del mismo. Sólo entonces puede, por intermedio de ciertas propiedades de vuestro medio circundante –desconocidas para vosotros–, aislar, volver invisibles y hacer que se muevan ciertos objetos materiales, e incluso los propios encarnados.
No me es permitido, por el momento, revelaros esas leyes particulares que rigen a los gases y a los fluidos que os circundan; entretanto, antes de que hayan transcurrido algunos años, antes de que una existencia humana se haya cumplido, la explicación de estas leyes y de estos fenómenos os será revelada, y veréis surgir y producirse una nueva variedad de médiums, que caerán en un estado cataléptico particular cuando sean mediumnizados.
Ya veis de cuántas dificultades se encuentra rodeada la producción de aportes; muy lógicamente podéis deducir que los fenómenos de esta naturaleza son excesivamente raros, sobre todo porque los Espíritus se prestan muy poco a producirlos, pues esto exige por parte de ellos un trabajo casi material, que les causa disgusto y fatiga. Por otro lado –y esto es muy frecuente–, sucede también lo siguiente: a pesar de su energía y de su voluntad, el estado del propio médium opone a los Espíritus una barrera infranqueable.
Por lo tanto, es evidente –y no me cabe duda de que vuestro razonamiento lo confirma– que los hechos tangibles, tales como los golpes, como el movimiento y la suspensión de objetos, son fenómenos simples que se operan mediante la concentración y la dilatación de ciertos fluidos, y que pueden ser provocados y obtenidos por la voluntad y por el trabajo de los médiums que son aptos para ello, cuando éstos son secundados por Espíritus amigos y benévolos; en tanto que los hechos de aportes son múltiples, complejos, exigen el concurso de circunstancias especiales, no pueden operarse sino por un solo Espíritu y un solo médium, y requieren –más allá de lo necesario para la tangibilidad– una combinación muy particular para aislar y volver invisibles al objeto o a los objetos que han de ser aportados.
Espíritas, todos vosotros comprendéis mis explicaciones y os dais perfectamente cuenta de esta concentración de fluidos especiales, para la locomoción y la tactilidad de la materia inerte; creéis en ello, así como creéis en los fenómenos de la electricidad y del magnetismo, con los cuales los hechos medianímicos tienen gran analogía y son –por así decirlo– su consagración y desarrollo. En cuanto a los incrédulos, no tengo que convencerlos, pues no me ocupo de ellos; un día se convencerán por la fuerza de la evidencia, porque será realmente preciso que se inclinen ante el testimonio unánime de los hechos espíritas, como ya se han visto forzados a hacerlo ante tantos otros hechos que al principio habían rechazado.
En resumen: si los hechos de tangibilidad son frecuentes, los hechos de aportes son muy raros, porque las condiciones requeridas para la producción de estos últimos son muy difíciles; por lo tanto, ningún médium puede decir que a tal hora o en tal momento obtendrá un aporte, porque a menudo el propio Espíritu se encuentra impedido en su obra. Debo agregar que estos fenómenos son doblemente difíciles en público, puesto que casi siempre ahí se encuentran elementos enérgicamente refractarios, que paralizan los esfuerzos del Espíritu, y con mayor razón la acción del médium. Al contrario, tened por cierto que estos fenómenos se producen de forma espontánea, lo más frecuentemente con desconocimiento de los médiums, sin premeditación, casi siempre en particular y, en fin, muy raramente cuando éstos se hallan prevenidos. De ahí debéis deducir que hay un motivo legítimo de sospecha todas las veces que un médium se jacta de obtenerlos a voluntad o, dicho de otro modo, de dar órdenes a los Espíritus como si fuesen sus sirvientes, lo que es totalmente absurdo. También tened como regla general que de ninguna manera los fenómenos espíritas se producen para que sean exhibidos como un espectáculo, ni para divertir a los curiosos. Si algunos Espíritus se prestan a este tipo de cosas, esto solamente puede ocurrir con los fenómenos simples y no con los que exigen condiciones excepcionales, como los aportes y otros semejantes.
Espíritas, recordad que si es absurdo rechazar sistemáticamente todos los fenómenos del Más Allá, tampoco es prudente aceptarlos ciegamente. Cuando un fenómeno de tangibilidad, de aparición, de visibilidad o de aporte se manifiesta espontáneamente y de modo instantáneo, aceptadlo; entretanto, no estaría de más repetiros que no aceptéis nada ciegamente. Que cada hecho sea sometido a un examen minucioso, profundo y severo; pues –creedlo– el Espiritismo, tan rico en fenómenos sublimes y grandiosos, no tiene nada que ganar con esas pequeñas manifestaciones, que pueden ser imitadas por hábiles prestidigitadores.
Sé muy bien lo que vosotros me vais a decir: que estos fenómenos son útiles para convencer a los incrédulos; pero sabed que si no hubierais tenido otros medios de convicción, hoy no contaríais ni con la centésima parte de los espíritas que existen. Hablad al corazón: es así que haréis las más serias conversiones. Si para ciertas personas creéis que es útil valerse de hechos materiales, presentadlos al menos en circunstancias tales que no puedan dar lugar a ninguna interpretación falsa y, sobre todo, no salgáis de las condiciones normales de estos hechos, porque si se los presenta en malas condiciones, ofrecen argumentos a los incrédulos en lugar de convencerlos.
ERASTO
[1] Vemos que cuando se trata de expresar una idea nueva, para la cual no hay un vocablo específico en el idioma, los Espíritus saben perfectamente crear neologismos. Esas palabras: electromedianímico, periespirítico, no son nuestras. Los que nos han criticado por haber creado las palabras: espírita, Espiritismo, periespíritu –que no tenían análogas–, podrán también hacer la misma crítica a los Espíritus. [Nota de Allan Kardec.]
(Sociedad Espírita de París; médium: Sr. d’Ambel)
Para obtener fenómenos de este orden hace falta, necesariamente, que se disponga de médiums a los que llamaré sensitivos, es decir, dotados en el más alto grado de facultades medianímicas de expansión y de penetrabilidad, porque el sistema nervioso de estos médiums, fácilmente excitable, les permite –a través de ciertas vibraciones– proyectar alrededor de ellos su fluido animalizado con profusión.
Las naturalezas impresionables, las personas cuyos nervios vibran ante el menor sentimiento, ante la más pequeña sensación, y a quienes la influencia moral o física –interna o externa– sensibiliza, son sujetos muy aptos para ser excelentes médiums de efectos físicos de tangibilidad y de aportes. En efecto, el sistema nervioso de dichas personas, casi enteramente desprovisto de la envoltura refractaria que aísla ese sistema en la mayoría de los demás encarnados, las hace aptas para el desarrollo de esos diversos fenómenos. En consecuencia, con un sujeto de esta naturaleza, y cuyas otras facultades no sean hostiles a la mediumnización, se obtendrán más fácilmente los fenómenos de tangibilidad, los golpes en las paredes y en los muebles, los movimientos inteligentes e inclusive la suspensión en el espacio, de la más pesada materia inerte; a fortiori se conseguirán esos resultados si, en lugar de un médium, pudiésemos contar con varios otros, igualmente bien dotados.
Sin embargo, de la producción de estos fenómenos a la obtención del fenómeno de aportes hay una gran distancia, porque en este caso no sólo el trabajo del Espíritu es más complejo, más difícil, sino que además el Espíritu puede únicamente operar por intermedio de un solo aparato mediúmnico, es decir, que varios médiums no pueden contribuir simultáneamente para la producción del mismo fenómeno. Por el contrario, incluso sucede que la presencia de ciertas personas antipáticas al Espíritu que opera, obstaculiza radicalmente su acción. A estos motivos que –como lo veis– no carecen de importancia, agregad que los aportes requieren siempre una mayor concentración y, al mismo tiempo, una mayor difusión de ciertos fluidos, que sólo pueden ser obtenidos con los médiums mejor dotados, con aquellos –en una palabra– cuyo aparato electromedianímico esté en mejores condiciones.
En general, los hechos de aportes son y continuarán siendo excesivamente raros. No preciso demostraros por qué son y serán menos frecuentes que los otros hechos de tangibilidad; vosotros mismos lo deduciréis a partir de lo que os digo. Además, estos fenómenos son de tal naturaleza que no sólo todos los médiums no son aptos para realizarlos, sino que tampoco todos los Espíritus pueden producirlos. En efecto, es necesario que entre el Espíritu y el médium influido exista cierta afinidad, cierta analogía, en una palabra, cierta semejanza que permita que la parte expansible del fluido periespirítico [1] del encarnado se mezcle, se una y se combine con el fluido del Espíritu que quiere producir un aporte. Esta fusión debe ser tal que la fuerza resultante de ella se convierta –por así decirlo– en una, del mismo modo que una corriente eléctrica, al actuar sobre el carbón, produce un solo foco, una única claridad.
¿Por qué esa unión? ¿Por qué esa fusión? –preguntaréis. Es que para la producción de estos fenómenos es necesario que las propiedades esenciales del Espíritu agente sean aumentadas con algunas de las propiedades del sujeto mediumnizado, porque el fluido vital, indispensable para la producción de todos los fenómenos medianímicos, es un atributo exclusivo del encarnado y, por consiguiente, el Espíritu que opera se encuentra obligado a impregnarse del mismo. Sólo entonces puede, por intermedio de ciertas propiedades de vuestro medio circundante –desconocidas para vosotros–, aislar, volver invisibles y hacer que se muevan ciertos objetos materiales, e incluso los propios encarnados.
No me es permitido, por el momento, revelaros esas leyes particulares que rigen a los gases y a los fluidos que os circundan; entretanto, antes de que hayan transcurrido algunos años, antes de que una existencia humana se haya cumplido, la explicación de estas leyes y de estos fenómenos os será revelada, y veréis surgir y producirse una nueva variedad de médiums, que caerán en un estado cataléptico particular cuando sean mediumnizados.
Ya veis de cuántas dificultades se encuentra rodeada la producción de aportes; muy lógicamente podéis deducir que los fenómenos de esta naturaleza son excesivamente raros, sobre todo porque los Espíritus se prestan muy poco a producirlos, pues esto exige por parte de ellos un trabajo casi material, que les causa disgusto y fatiga. Por otro lado –y esto es muy frecuente–, sucede también lo siguiente: a pesar de su energía y de su voluntad, el estado del propio médium opone a los Espíritus una barrera infranqueable.
Por lo tanto, es evidente –y no me cabe duda de que vuestro razonamiento lo confirma– que los hechos tangibles, tales como los golpes, como el movimiento y la suspensión de objetos, son fenómenos simples que se operan mediante la concentración y la dilatación de ciertos fluidos, y que pueden ser provocados y obtenidos por la voluntad y por el trabajo de los médiums que son aptos para ello, cuando éstos son secundados por Espíritus amigos y benévolos; en tanto que los hechos de aportes son múltiples, complejos, exigen el concurso de circunstancias especiales, no pueden operarse sino por un solo Espíritu y un solo médium, y requieren –más allá de lo necesario para la tangibilidad– una combinación muy particular para aislar y volver invisibles al objeto o a los objetos que han de ser aportados.
Espíritas, todos vosotros comprendéis mis explicaciones y os dais perfectamente cuenta de esta concentración de fluidos especiales, para la locomoción y la tactilidad de la materia inerte; creéis en ello, así como creéis en los fenómenos de la electricidad y del magnetismo, con los cuales los hechos medianímicos tienen gran analogía y son –por así decirlo– su consagración y desarrollo. En cuanto a los incrédulos, no tengo que convencerlos, pues no me ocupo de ellos; un día se convencerán por la fuerza de la evidencia, porque será realmente preciso que se inclinen ante el testimonio unánime de los hechos espíritas, como ya se han visto forzados a hacerlo ante tantos otros hechos que al principio habían rechazado.
En resumen: si los hechos de tangibilidad son frecuentes, los hechos de aportes son muy raros, porque las condiciones requeridas para la producción de estos últimos son muy difíciles; por lo tanto, ningún médium puede decir que a tal hora o en tal momento obtendrá un aporte, porque a menudo el propio Espíritu se encuentra impedido en su obra. Debo agregar que estos fenómenos son doblemente difíciles en público, puesto que casi siempre ahí se encuentran elementos enérgicamente refractarios, que paralizan los esfuerzos del Espíritu, y con mayor razón la acción del médium. Al contrario, tened por cierto que estos fenómenos se producen de forma espontánea, lo más frecuentemente con desconocimiento de los médiums, sin premeditación, casi siempre en particular y, en fin, muy raramente cuando éstos se hallan prevenidos. De ahí debéis deducir que hay un motivo legítimo de sospecha todas las veces que un médium se jacta de obtenerlos a voluntad o, dicho de otro modo, de dar órdenes a los Espíritus como si fuesen sus sirvientes, lo que es totalmente absurdo. También tened como regla general que de ninguna manera los fenómenos espíritas se producen para que sean exhibidos como un espectáculo, ni para divertir a los curiosos. Si algunos Espíritus se prestan a este tipo de cosas, esto solamente puede ocurrir con los fenómenos simples y no con los que exigen condiciones excepcionales, como los aportes y otros semejantes.
Espíritas, recordad que si es absurdo rechazar sistemáticamente todos los fenómenos del Más Allá, tampoco es prudente aceptarlos ciegamente. Cuando un fenómeno de tangibilidad, de aparición, de visibilidad o de aporte se manifiesta espontáneamente y de modo instantáneo, aceptadlo; entretanto, no estaría de más repetiros que no aceptéis nada ciegamente. Que cada hecho sea sometido a un examen minucioso, profundo y severo; pues –creedlo– el Espiritismo, tan rico en fenómenos sublimes y grandiosos, no tiene nada que ganar con esas pequeñas manifestaciones, que pueden ser imitadas por hábiles prestidigitadores.
Sé muy bien lo que vosotros me vais a decir: que estos fenómenos son útiles para convencer a los incrédulos; pero sabed que si no hubierais tenido otros medios de convicción, hoy no contaríais ni con la centésima parte de los espíritas que existen. Hablad al corazón: es así que haréis las más serias conversiones. Si para ciertas personas creéis que es útil valerse de hechos materiales, presentadlos al menos en circunstancias tales que no puedan dar lugar a ninguna interpretación falsa y, sobre todo, no salgáis de las condiciones normales de estos hechos, porque si se los presenta en malas condiciones, ofrecen argumentos a los incrédulos en lugar de convencerlos.
[1] Vemos que cuando se trata de expresar una idea nueva, para la cual no hay un vocablo específico en el idioma, los Espíritus saben perfectamente crear neologismos. Esas palabras: electromedianímico, periespirítico, no son nuestras. Los que nos han criticado por haber creado las palabras: espírita, Espiritismo, periespíritu –que no tenían análogas–, podrán también hacer la misma crítica a los Espíritus. [Nota de Allan Kardec.]
Los “animales médiums”
(Sociedad Espírita de París; médium: Sr. d’Ambel)
Abordaré hoy la cuestión de la mediumnidad en los animales, planteada y defendida por uno de vuestros más fervorosos adeptos. Él supone, en virtud del axioma: Quien puede lo más, puede lo menos, que nosotros podemos mediumnizar a los pájaros y a otros animales, y servirnos de los mismos en nuestras comunicaciones con la especie humana. Esto es lo que en filosofía –o más bien en lógica– llamáis pura y simplemente un sofisma. «Si vosotros podéis animar –dice él– la materia inerte, es decir, una mesa, una silla, un piano, a fortiori podréis animar la materia ya animada, y particularmente los pájaros». ¡Pues bien! Dentro de las leyes del Espiritismo, esto no es así, ni puede serlo.
Primeramente, entendámonos bien sobre los hechos. ¿Qué es un médium? Es el ser, es el individuo que sirve de lazo de unión a los Espíritus, para que éstos puedan comunicarse con facilidad con los hombres, que son Espíritus encarnados. Por lo tanto, sin un médium no hay comunicaciones tangibles, mentales, escritas, físicas, ni de ninguna otra clase.
Existe un principio que –estoy seguro de ello– es admitido por todos los espíritas: los semejantes actúan con sus semejantes y como sus semejantes. Ahora bien, ¿cuáles son los semejantes de los Espíritus, sino los Espíritus, encarnados o no? ¿Será preciso que os repitamos esto sin cesar? ¡Pues bien! Lo repetiré una vez más: Vuestro periespíritu y el nuestro son extraídos del mismo medio, son de una naturaleza idéntica; en una palabra, son semejantes. Poseen una propiedad de asimilación más o menos desarrollada, de imantación más o menos vigorosa que nos permite –a los Espíritus desencarnados y a los encarnados– ponernos en relación con mucha prontitud y facilidad. En fin, lo que es propio de los médiums, lo que es de la propia esencia de su individualidad, es una afinidad especial y, al mismo tiempo, una fuerza de expansión particular que anulan en ellos toda cualidad refractaria, y establecen –entre ellos y nosotros– una especie de corriente, una especie de fusión que facilita nuestras comunicaciones. Además, es esta cualidad refractaria de la materia que se opone al desarrollo de la mediumnidad en la mayoría de aquellos que no son médiums. He de agregar que es a esta cualidad refractaria que se debe atribuir la particularidad que hace conque ciertos individuos que no son médiums propicien el desarrollo de la medianimidad –por su simple contacto– en médiums principiantes o en médiums casi pasivos, es decir, desprovistos de ciertas cualidades medianímicas.
Los hombres son siempre propensos a exagerarlo todo; unos –no hablo aquí de los materialistas– niegan que los animales tengan alma, y otros quieren darles una, por así decirlo, semejante a la nuestra. ¿Por qué desean confundir así lo perfectible con lo imperfectible? No, no, estad bien convencidos de que el fuego que anima a los irracionales, el soplo que los impulsa a obrar, a moverse y a comunicarse en su propio lenguaje, no tiene en cuanto al presente ninguna aptitud para mezclarse, unirse o fusionarse con el soplo divino, con el alma etérea, en una palabra, con el Espíritu que anima al ser esencialmente perfectible: el hombre, el rey de la Creación. Ahora bien, ¿no es esta condición esencial de perfectibilidad la que constituye la superioridad de la especie humana sobre las otras especies terrestres? ¡Pues bien! Reconoced, por lo tanto, que no se puede asemejar al hombre –único ser perfectible en sí mismo y en sus obras– a ningún ejemplar de las otras especies que viven en la Tierra.
El perro, cuya inteligencia superior entre los animales lo ha convertido en el amigo y comensal del hombre, ¿es perfectible de por sí, por iniciativa propia? Nadie se atrevería a sostener esto, porque el perro no hace progresar al perro; y el mejor adiestrado entre ellos lo ha sido siempre por su dueño. Desde que el mundo es mundo, la nutria construye su madriguera por encima del agua, con las mismas proporciones y siguiendo una regla invariable. Los ruiseñores y las golondrinas jamás construyeron sus nidos de un modo diferente a como lo hicieron sus ascendientes. Un nido de gorriones anterior al diluvio, así como un nido de gorriones de la época moderna, es siempre un nido de gorriones, construido en las mismas condiciones y con el mismo sistema de entrelazamiento de ramitas y de restos recogidos durante la primavera, en la época de reproducción. Las abejas y las hormigas, en sus pequeñas colonias organizadas, nunca variaron en sus hábitos de provisión, en sus procedimientos, en sus costumbres, en sus producciones. En fin, la araña siempre teje su tela de la misma manera.
Por otro lado, si buscáis las chozas y las tiendas de las primeras edades de la Tierra, hallaréis en su lugar los palacios y los castillos de la civilización moderna; los tejidos de oro y de seda reemplazaron a las vestimentas hechas de pieles sin curtir; en fin, a cada paso encontraréis la prueba de esta marcha incesante de la humanidad hacia el progreso.
De este progreso constante, invencible e irrecusable de la especie humana, y de ese estancamiento indefinido de las otras especies animadas, habréis de concluir conmigo que si existen principios que son comunes a todo lo que vive y se mueve en la Tierra –el soplo y la materia–, no es menos cierto que sólo vosotros, Espíritus encarnados, estáis sometidos a esa inevitable ley del progreso que os impulsa fatalmente hacia delante, siempre hacia delante. Dios ha puesto a los animales a vuestro lado como auxiliares, para alimentaros, vestiros y secundaros. Les ha dado una cierta dosis de inteligencia porque, para ayudaros, necesitaban comprender, y les ha otorgado una inteligencia proporcional a los servicios que están llamados a prestar; pero en su sabiduría no ha querido que estuviesen sometidos a la misma ley del progreso. Tal como fueron creados, así se han conservado y se conservarán hasta la extinción de sus especies.
Han dicho que los Espíritus mediumnizan la materia inerte y hacen que se muevan las sillas, las mesas, los pianos; hacen que se muevan, sí, pero mediumnizan, ¡no! Porque –lo decimos una vez más– sin un médium, ninguno de esos fenómenos puede producirse. ¿Qué tiene de extraordinario que, con la ayuda de uno o varios médiums, los Espíritus hagamos mover la materia inerte, pasiva, que justamente en razón de su pasividad y de su inercia es apropiada para recibir los movimientos y los impulsos que deseamos imprimirle? Es indudable que para esto precisamos de médiums, pero no es necesario que el médium esté presente o consciente del hecho, porque nosotros podemos obrar con los elementos que él nos provee, sin saberlo y aunque esté ausente, sobre todo en los fenómenos de tangibilidad y de aportes. Nuestra envoltura fluídica, más imponderable y sutil que el más sutil e imponderable de vuestros gases, uniéndose, ligándose y combinándose con la envoltura fluídica animalizada del médium –cuyas propiedades de expansión y de penetrabilidad escapan a vuestros sentidos groseros, lo que es casi inexplicable para vosotros–, nos permite mover muebles e incluso romperlos dentro de habitaciones donde no haya personas.
Ciertamente los Espíritus pueden hacerse visibles y tangibles para los animales, y a menudo ese súbito pavor que se apodera de éstos –y que os parece sin motivo– es causado por la vista de uno o de varios Espíritus mal intencionados para con los individuos presentes o para con los dueños de dichos animales. Muy frecuentemente os encontráis con caballos que no quieren avanzar ni retroceder, o que se encabritan ante un obstáculo imaginario. ¡Pues bien!, tened por cierto que el obstáculo imaginario es a menudo un Espíritu o un grupo de Espíritus que se complacen en impedir que los animales avancen. Recordad la burra de Balaam que, al ver delante de ella a un ángel y temerosa de su espada flamígera, se obstinaba en no moverse; es que antes de manifestarse visiblemente a Balaam, el ángel había querido hacerse visible solamente para el animal. Pero, lo repito: nosotros no mediumnizamos directamente ni a los animales ni a la materia inerte; necesitamos siempre del concurso consciente o inconsciente de un médium humano, porque nos hace falta la unión de fluidos similares, lo que no encontramos ni en los animales, ni en la materia bruta.
El Sr. Thiry dice que ha magnetizado a su perro; ¿qué resultado ha obtenido? Lo ha matado, porque el pobre animal murió tras haber caído en una especie de atonía, de languidez, consecuencia de la magnetización. En efecto, al saturarlo de un fluido tomado de una esencia superior a la esencia especial de su naturaleza, lo aniquiló, porque actuó sobre el animal a semejanza de un rayo, aunque más lentamente. Por lo tanto, como no es posible ninguna asimilación entre nuestro periespíritu y la envoltura fluídica de los animales propiamente dichos, los aniquilaríamos instantáneamente al mediumnizarlos.
Dicho esto, reconozco perfectamente que en los animales existen aptitudes diversas; que en ellos se desarrollan ciertos sentimientos y ciertas pasiones, idénticos a las pasiones y a los sentimientos humanos; que son sensibles y agradecidos, o vengativos y agresivos, conforme se los trate bien o mal. Es que Dios –que no hace nada incompleto– ha dado a los animales, que son compañeros o servidores del hombre, las cualidades de sociabilidad que faltan completamente en los animales salvajes que habitan en lugares despoblados.
En resumen, los hechos mediúmnicos no pueden manifestarse sin el concurso consciente o inconsciente del médium, y sólo entre los encarnados –que son Espíritus como nosotros– podemos encontrar a los que pueden servirnos de médiums. En cuanto a adiestrar perros, pájaros u otros animales, para que hagan tales o cuales ejercicios, es un asunto vuestro y no nuestro.
ERASTO
(Sociedad Espírita de París; médium: Sr. d’Ambel)
Abordaré hoy la cuestión de la mediumnidad en los animales, planteada y defendida por uno de vuestros más fervorosos adeptos. Él supone, en virtud del axioma: Quien puede lo más, puede lo menos, que nosotros podemos mediumnizar a los pájaros y a otros animales, y servirnos de los mismos en nuestras comunicaciones con la especie humana. Esto es lo que en filosofía –o más bien en lógica– llamáis pura y simplemente un sofisma. «Si vosotros podéis animar –dice él– la materia inerte, es decir, una mesa, una silla, un piano, a fortiori podréis animar la materia ya animada, y particularmente los pájaros». ¡Pues bien! Dentro de las leyes del Espiritismo, esto no es así, ni puede serlo.
Primeramente, entendámonos bien sobre los hechos. ¿Qué es un médium? Es el ser, es el individuo que sirve de lazo de unión a los Espíritus, para que éstos puedan comunicarse con facilidad con los hombres, que son Espíritus encarnados. Por lo tanto, sin un médium no hay comunicaciones tangibles, mentales, escritas, físicas, ni de ninguna otra clase.
Existe un principio que –estoy seguro de ello– es admitido por todos los espíritas: los semejantes actúan con sus semejantes y como sus semejantes. Ahora bien, ¿cuáles son los semejantes de los Espíritus, sino los Espíritus, encarnados o no? ¿Será preciso que os repitamos esto sin cesar? ¡Pues bien! Lo repetiré una vez más: Vuestro periespíritu y el nuestro son extraídos del mismo medio, son de una naturaleza idéntica; en una palabra, son semejantes. Poseen una propiedad de asimilación más o menos desarrollada, de imantación más o menos vigorosa que nos permite –a los Espíritus desencarnados y a los encarnados– ponernos en relación con mucha prontitud y facilidad. En fin, lo que es propio de los médiums, lo que es de la propia esencia de su individualidad, es una afinidad especial y, al mismo tiempo, una fuerza de expansión particular que anulan en ellos toda cualidad refractaria, y establecen –entre ellos y nosotros– una especie de corriente, una especie de fusión que facilita nuestras comunicaciones. Además, es esta cualidad refractaria de la materia que se opone al desarrollo de la mediumnidad en la mayoría de aquellos que no son médiums. He de agregar que es a esta cualidad refractaria que se debe atribuir la particularidad que hace conque ciertos individuos que no son médiums propicien el desarrollo de la medianimidad –por su simple contacto– en médiums principiantes o en médiums casi pasivos, es decir, desprovistos de ciertas cualidades medianímicas.
Los hombres son siempre propensos a exagerarlo todo; unos –no hablo aquí de los materialistas– niegan que los animales tengan alma, y otros quieren darles una, por así decirlo, semejante a la nuestra. ¿Por qué desean confundir así lo perfectible con lo imperfectible? No, no, estad bien convencidos de que el fuego que anima a los irracionales, el soplo que los impulsa a obrar, a moverse y a comunicarse en su propio lenguaje, no tiene en cuanto al presente ninguna aptitud para mezclarse, unirse o fusionarse con el soplo divino, con el alma etérea, en una palabra, con el Espíritu que anima al ser esencialmente perfectible: el hombre, el rey de la Creación. Ahora bien, ¿no es esta condición esencial de perfectibilidad la que constituye la superioridad de la especie humana sobre las otras especies terrestres? ¡Pues bien! Reconoced, por lo tanto, que no se puede asemejar al hombre –único ser perfectible en sí mismo y en sus obras– a ningún ejemplar de las otras especies que viven en la Tierra.
El perro, cuya inteligencia superior entre los animales lo ha convertido en el amigo y comensal del hombre, ¿es perfectible de por sí, por iniciativa propia? Nadie se atrevería a sostener esto, porque el perro no hace progresar al perro; y el mejor adiestrado entre ellos lo ha sido siempre por su dueño. Desde que el mundo es mundo, la nutria construye su madriguera por encima del agua, con las mismas proporciones y siguiendo una regla invariable. Los ruiseñores y las golondrinas jamás construyeron sus nidos de un modo diferente a como lo hicieron sus ascendientes. Un nido de gorriones anterior al diluvio, así como un nido de gorriones de la época moderna, es siempre un nido de gorriones, construido en las mismas condiciones y con el mismo sistema de entrelazamiento de ramitas y de restos recogidos durante la primavera, en la época de reproducción. Las abejas y las hormigas, en sus pequeñas colonias organizadas, nunca variaron en sus hábitos de provisión, en sus procedimientos, en sus costumbres, en sus producciones. En fin, la araña siempre teje su tela de la misma manera.
Por otro lado, si buscáis las chozas y las tiendas de las primeras edades de la Tierra, hallaréis en su lugar los palacios y los castillos de la civilización moderna; los tejidos de oro y de seda reemplazaron a las vestimentas hechas de pieles sin curtir; en fin, a cada paso encontraréis la prueba de esta marcha incesante de la humanidad hacia el progreso.
De este progreso constante, invencible e irrecusable de la especie humana, y de ese estancamiento indefinido de las otras especies animadas, habréis de concluir conmigo que si existen principios que son comunes a todo lo que vive y se mueve en la Tierra –el soplo y la materia–, no es menos cierto que sólo vosotros, Espíritus encarnados, estáis sometidos a esa inevitable ley del progreso que os impulsa fatalmente hacia delante, siempre hacia delante. Dios ha puesto a los animales a vuestro lado como auxiliares, para alimentaros, vestiros y secundaros. Les ha dado una cierta dosis de inteligencia porque, para ayudaros, necesitaban comprender, y les ha otorgado una inteligencia proporcional a los servicios que están llamados a prestar; pero en su sabiduría no ha querido que estuviesen sometidos a la misma ley del progreso. Tal como fueron creados, así se han conservado y se conservarán hasta la extinción de sus especies.
Han dicho que los Espíritus mediumnizan la materia inerte y hacen que se muevan las sillas, las mesas, los pianos; hacen que se muevan, sí, pero mediumnizan, ¡no! Porque –lo decimos una vez más– sin un médium, ninguno de esos fenómenos puede producirse. ¿Qué tiene de extraordinario que, con la ayuda de uno o varios médiums, los Espíritus hagamos mover la materia inerte, pasiva, que justamente en razón de su pasividad y de su inercia es apropiada para recibir los movimientos y los impulsos que deseamos imprimirle? Es indudable que para esto precisamos de médiums, pero no es necesario que el médium esté presente o consciente del hecho, porque nosotros podemos obrar con los elementos que él nos provee, sin saberlo y aunque esté ausente, sobre todo en los fenómenos de tangibilidad y de aportes. Nuestra envoltura fluídica, más imponderable y sutil que el más sutil e imponderable de vuestros gases, uniéndose, ligándose y combinándose con la envoltura fluídica animalizada del médium –cuyas propiedades de expansión y de penetrabilidad escapan a vuestros sentidos groseros, lo que es casi inexplicable para vosotros–, nos permite mover muebles e incluso romperlos dentro de habitaciones donde no haya personas.
Ciertamente los Espíritus pueden hacerse visibles y tangibles para los animales, y a menudo ese súbito pavor que se apodera de éstos –y que os parece sin motivo– es causado por la vista de uno o de varios Espíritus mal intencionados para con los individuos presentes o para con los dueños de dichos animales. Muy frecuentemente os encontráis con caballos que no quieren avanzar ni retroceder, o que se encabritan ante un obstáculo imaginario. ¡Pues bien!, tened por cierto que el obstáculo imaginario es a menudo un Espíritu o un grupo de Espíritus que se complacen en impedir que los animales avancen. Recordad la burra de Balaam que, al ver delante de ella a un ángel y temerosa de su espada flamígera, se obstinaba en no moverse; es que antes de manifestarse visiblemente a Balaam, el ángel había querido hacerse visible solamente para el animal. Pero, lo repito: nosotros no mediumnizamos directamente ni a los animales ni a la materia inerte; necesitamos siempre del concurso consciente o inconsciente de un médium humano, porque nos hace falta la unión de fluidos similares, lo que no encontramos ni en los animales, ni en la materia bruta.
El Sr. Thiry dice que ha magnetizado a su perro; ¿qué resultado ha obtenido? Lo ha matado, porque el pobre animal murió tras haber caído en una especie de atonía, de languidez, consecuencia de la magnetización. En efecto, al saturarlo de un fluido tomado de una esencia superior a la esencia especial de su naturaleza, lo aniquiló, porque actuó sobre el animal a semejanza de un rayo, aunque más lentamente. Por lo tanto, como no es posible ninguna asimilación entre nuestro periespíritu y la envoltura fluídica de los animales propiamente dichos, los aniquilaríamos instantáneamente al mediumnizarlos.
Dicho esto, reconozco perfectamente que en los animales existen aptitudes diversas; que en ellos se desarrollan ciertos sentimientos y ciertas pasiones, idénticos a las pasiones y a los sentimientos humanos; que son sensibles y agradecidos, o vengativos y agresivos, conforme se los trate bien o mal. Es que Dios –que no hace nada incompleto– ha dado a los animales, que son compañeros o servidores del hombre, las cualidades de sociabilidad que faltan completamente en los animales salvajes que habitan en lugares despoblados.
En resumen, los hechos mediúmnicos no pueden manifestarse sin el concurso consciente o inconsciente del médium, y sólo entre los encarnados –que son Espíritus como nosotros– podemos encontrar a los que pueden servirnos de médiums. En cuanto a adiestrar perros, pájaros u otros animales, para que hagan tales o cuales ejercicios, es un asunto vuestro y no nuestro.
Nota – A propósito de la discusión que tuvo lugar en la Sociedad acerca de la mediumnidad en los animales, el Sr. Allan Kardec dijo que él observó muy atentamente las experiencias que fueron realizadas en estos últimos tiempos en pájaros, a los cuales se atribuía la facultad mediúmnica, y agregó que él reconoció ahí –de la manera más incontestable– los procedimientos de la prestidigitación, es decir, de cartas marcadas, usadas con mucha destreza para engañar a los espectadores que, sin examinar el fondo, se contentan con la apariencia. En efecto, esos pájaros hacen cosas que ni el hombre más inteligente, ni el sonámbulo más lúcido podrían hacer, de donde se deduciría que los mismos poseen facultades intelectuales superiores al hombre, lo que es contrario a las leyes de la Naturaleza. Lo que es más sorprendente en esas experiencias es el arte, la paciencia que fue necesario tener para adiestrar a esos animales, a fin de volverlos dóciles y atentos. Para obtener tales resultados, ciertamente fue preciso estar en contacto con naturalezas flexibles, pero esto, en definitiva, sólo puede suceder con animales adiestrados, en los cuales hay más hábito que combinaciones; y la prueba de eso es que si dejan de adiestrarlos por algún tiempo, pierden rápidamente lo que aprendieron. El atractivo de esas experiencias, como el de todas las prestidigitaciones, está en el secreto de los procedimientos; una vez conocido el proceder, ellas pierden toda su atracción. Fue lo que ocurrió cuando los saltimbanquis quisieron imitar la lucidez sonambúlica por el pretenso fenómeno al que llamaban doble vista; allí no podía haber ilusión para quien conociese las condiciones normales del sonambulismo. Sucede lo mismo con la pretensa mediumnidad en los pájaros, de la cual todo observador experimentado se da cuenta fácilmente.
Pueblos: ¡haced silencio!
(Comunicación enviada por el Sr. Sabò, de Burdeos; médium: Sra. de Cazemajoux)
I
(Comunicación enviada por el Sr. Sabò, de Burdeos; médium: Sra. de Cazemajoux)
I
¿Hacia dónde corren esos niños vestidos de blanco? La alegría ilumina sus corazones. Ese grupo juguetón va a divertirse en las praderas verdes, donde recogerán muchas flores y perseguirán al brillante insecto que se nutre en sus cálices. Despreocupados y dichosos, ellos no ven más allá del horizonte azul que los rodea; su caída será terrible si no os apresuráis en preparar sus corazones para las enseñanzas espíritas.
Porque los Espíritus del Señor atravesaron las nubes y vienen a enseñaros. Prestad atención a sus voces amigas; escuchad atentamente. Pueblos: ¡haced silencio!
Porque los Espíritus del Señor atravesaron las nubes y vienen a enseñaros. Prestad atención a sus voces amigas; escuchad atentamente. Pueblos: ¡haced silencio!
II
Aquéllos se han vuelto grandes y fuertes; la belleza viril de unos, la gracia y el abandono de otras hacen revivir en el corazón de sus padres los dulces recuerdos de una época ya distante; pero la sonrisa que iba a florecer en sus labios marchitados desaparece, para dar lugar a sombrías preocupaciones. Es que también ellos bebieron a grandes tragos en la copa encantada de las ilusiones de la juventud, y el veneno sutil debilitó su sangre, les quitó las fuerzas, envejeció sus rostros, les arrugó la frente, y por eso querían impedir que sus hijos probasen esa copa envenenada. ¡Hermanos! El Espiritismo será el antídoto que debe preservar la nueva generación de sus devastaciones mortales.
Porque los Espíritus del Señor atravesaron las nubes y vienen a enseñaros. Prestad atención a sus voces amigas; escuchad atentamente. Pueblos: ¡haced silencio!
Porque los Espíritus del Señor atravesaron las nubes y vienen a enseñaros. Prestad atención a sus voces amigas; escuchad atentamente. Pueblos: ¡haced silencio!
III
Aquéllos han llegado a la edad de la virilidad; se han vuelto hombres. Son serios y graves, pero no son felices; sus corazones están hastiados y no tienen más que una fibra sensible: la de la ambición. Usan toda su fuerza y energía en adquirir bienes terrenales. Para ellos no hay felicidad sin los títulos, los honores y la fortuna. ¡Insensatos! De un instante a otro el ángel de la liberación viene a buscaros y seréis forzados a abandonar todas esas quimeras; sois exiliados a quienes Dios puede llamar a la madre patria a cualquier momento. No construyáis palacios ni monumentos; una tienda, ropa y pan: he aquí lo necesario. Contentaos con esto y ofreced lo superfluo a vuestros hermanos que carecen de abrigo, de ropa y de pan. El Espiritismo viene a deciros que los verdaderos tesoros que debéis adquirir son el amor a Dios y al prójimo; ellos os harán ricos para la eternidad.
Porque los Espíritus del Señor atravesaron las nubes y vienen a enseñaros. Prestad atención a sus voces amigas; escuchad atentamente. Pueblos: ¡haced silencio!
Porque los Espíritus del Señor atravesaron las nubes y vienen a enseñaros. Prestad atención a sus voces amigas; escuchad atentamente. Pueblos: ¡haced silencio!
IV
Aquéllos están con sus frentes inclinadas al borde del sepulcro; tienen miedo y gustarían levantar la cabeza, pero el tiempo arqueó sus hombros, dejó rígidos sus nervios y sus músculos y no pueden mirar hacia lo alto. ¡Ah, de cuántas angustias son acometidos! En lo más profundo del alma rememoran su vida inútil y a menudo criminal; el remordimiento los corroe como un buitre hambriento; es que, frecuentemente, en el curso de esta existencia transcurrida en la indiferencia, negaron a su Dios que, al borde de la tumba, les aparece como un vengador inexorable. No temáis, hermanos, y orad. Si Dios, en su justicia, os pune, tendrá en cuenta vuestro arrepentimiento, porque el Espiritismo viene a deciros que la eternidad de las penas no existe y que renacéis para purificaros y expiar. Así, vosotros que estáis cansados del exilio en la Tierra, haced todos los esfuerzos para mejoraros, a fin de no volver más a la misma.
Porque los Espíritus del Señor atravesaron las nubes y vienen a enseñaros. Prestad atención a sus voces amigas; escuchad atentamente. Pueblos: ¡haced silencio!
BYRON
Porque los Espíritus del Señor atravesaron las nubes y vienen a enseñaros. Prestad atención a sus voces amigas; escuchad atentamente. Pueblos: ¡haced silencio!
Jean-Jacques Rousseau
(Médium: Sra. de Costel)
Nota – La médium estaba ocupada con cosas ajenas al Espiritismo; se disponía a escribir acerca de asuntos personales, cuando una fuerza invisible la impulsó a escribir el siguiente texto, a pesar de su deseo de proseguir el trabajo comenzado. Es lo que explica el inicio de la comunicación: «Heme aquí, aunque no me llames. Vengo a hablarte de cosas ajenas a tus preocupaciones. Soy el Espíritu Jean-Jacques Rousseau. Desde hace tiempo que esperaba la ocasión de comunicarme contigo. Por lo tanto, escucha.
«Pienso que el Espiritismo es todo un estudio filosófico de las causas secretas de los movimientos interiores del alma, poco o nada definidos hasta aquí. Él explica, más aún de lo que descubre, nuevos horizontes. La reencarnación y las pruebas enfrentadas antes de llegar al fin supremo, no son revelaciones, sino una confirmación importante. Estoy conmovido con las verdades que ese medio saca a la luz. Digo intencionalmente medio, porque –a mi entender– el Espiritismo es una palanca que elimina las barreras de la ceguera. La preocupación con las cuestiones morales está enteramente por desarrollarse. Se discute la política que mueve los intereses generales; se discuten los intereses privados; se apasionan por el ataque o por la defensa de personalidades; los sistemas tienen sus partidarios y sus detractores, pero las verdades morales, que son el pan del alma, el pan de la vida, son olvidadas en el polvo acumulado de los siglos. Todos los perfeccionamientos son útiles a los ojos de la multitud, excepto los del alma; su educación, su elevación son quimeras, a lo sumo buenas para deleitar a los sacerdotes, a los poetas, a las mujeres, ya sea como moda o como enseñanza.
«Si el Espiritismo resucita al Espiritualismo, devolverá a la sociedad el impulso que a unos da la dignidad interior, a otros la resignación y a todos la necesidad de elevarse hacia el Ser supremo, olvidado y menospreciado por sus ingratas criaturas.»
J.-J. ROUSSEAU
(Médium: Sra. de Costel)
Nota – La médium estaba ocupada con cosas ajenas al Espiritismo; se disponía a escribir acerca de asuntos personales, cuando una fuerza invisible la impulsó a escribir el siguiente texto, a pesar de su deseo de proseguir el trabajo comenzado. Es lo que explica el inicio de la comunicación: «Heme aquí, aunque no me llames. Vengo a hablarte de cosas ajenas a tus preocupaciones. Soy el Espíritu Jean-Jacques Rousseau. Desde hace tiempo que esperaba la ocasión de comunicarme contigo. Por lo tanto, escucha.
«Pienso que el Espiritismo es todo un estudio filosófico de las causas secretas de los movimientos interiores del alma, poco o nada definidos hasta aquí. Él explica, más aún de lo que descubre, nuevos horizontes. La reencarnación y las pruebas enfrentadas antes de llegar al fin supremo, no son revelaciones, sino una confirmación importante. Estoy conmovido con las verdades que ese medio saca a la luz. Digo intencionalmente medio, porque –a mi entender– el Espiritismo es una palanca que elimina las barreras de la ceguera. La preocupación con las cuestiones morales está enteramente por desarrollarse. Se discute la política que mueve los intereses generales; se discuten los intereses privados; se apasionan por el ataque o por la defensa de personalidades; los sistemas tienen sus partidarios y sus detractores, pero las verdades morales, que son el pan del alma, el pan de la vida, son olvidadas en el polvo acumulado de los siglos. Todos los perfeccionamientos son útiles a los ojos de la multitud, excepto los del alma; su educación, su elevación son quimeras, a lo sumo buenas para deleitar a los sacerdotes, a los poetas, a las mujeres, ya sea como moda o como enseñanza.
«Si el Espiritismo resucita al Espiritualismo, devolverá a la sociedad el impulso que a unos da la dignidad interior, a otros la resignación y a todos la necesidad de elevarse hacia el Ser supremo, olvidado y menospreciado por sus ingratas criaturas.»
La controversia
(Comunicación enviada por el Sr. Sabò, de Burdeos)
¡Oh, Dios! Mi Señor, Padre mío y Creador, dignaos dar aún a vuestro siervo un poco de aquella elocuencia humana que llevaba la convicción al corazón de los Hermanos que venían a instruirse, alrededor de la cátedra sagrada, acerca de las verdades que les habíais enseñado. Dios, al enviar a sus Espíritus para enseñaros vuestros verdaderos deberes para con Él y para con vuestros hermanos, quiere sobre todo que la caridad sea vuestro móvil en todas vuestras acciones, y vuestros hermanos que quieren hacer renacer esos días de luto están en la senda del orgullo. Ese tiempo está lejos de vosotros, y que Dios sea eternamente bendito por haber permitido que los hombres cesaran para siempre esas disputas religiosas, que nunca han producido ningún bien y han causado tanto mal. ¿Por qué querer discutir los textos evangélicos que ya habéis comentado de tantas maneras? Esos diversos comentarios han tenido lugar cuando no teníais al Espiritismo para esclareceros, y Él os dice: La moral evangélica es la mejor; seguidla. Pero si en el fondo de vuestra conciencia una voz os grita: Para mí hay tal o cual punto oscuro, y no puedo permitirme pensar diferentemente de mis otros hermanos –¡Elohim, hermano mío!–, dejad a un lado lo que os perturba; amad a Dios y la caridad, y estaréis en la buena senda. ¿Para qué ha servido el fruto de mis largas vigilias cuando yo vivía en vuestro mundo? Para nada. Muchos no han leído mis escritos, que no eran dictados por la caridad y que han atraído persecuciones para mis hermanos. La controversia es siempre animada por un sentimiento de intolerancia, que puede degenerar en ofensa, y la terquedad que cada uno pone en sostener sus pretensiones hace conque se vuelva distante la época en la cual la gran familia humana, reconociendo sus errores pasados, respetará todas las creencias y no afilará el puñal que cortó esos lazos fraternos. Y para daros un ejemplo de lo que os digo, abrid el Evangelio y encontraréis estas palabras: «Yo soy la Verdad y la Vida; el que cree en mí, vivirá». Muchos de vosotros condenan a los que no siguen la religión que posee enseñanzas del Verbo encarnado; sin embargo, muchos están sentados a la derecha del Señor, porque, en la rectitud de sus corazones, lo adoraron y amaron; porque respetaron las creencias de sus hermanos y clamaron al Señor cuando vieron que los pueblos se despedazaban entre sí en las luchas de religión; porque no estaban aptos para encontrar el verdadero sentido de las palabras del Cristo y porque no eran más que instrumentos ciegos de sus sacerdotes o de sus ministros.
Dios mío, yo que vivía en esos tiempos en que los tempestuosos corazones se agitaban contra los hermanos de una creencia opuesta, si hubiese sido más tolerante; si en mis escritos no hubiera condenado su manera de interpretar el Evangelio, ellos serían hoy menos irritados contra sus hermanos católicos, y todos habrían dado un paso mayor hacia la fraternidad universal. Pero los protestantes, los judíos, todas las religiones más o menos importantes tienen sus sabios y sus doctores, y cuando el Espiritismo –más difundido– sea estudiado de buena fe por esos hombres instruidos, ellos vendrán, como lo han hecho los católicos, a esclarecer a sus hermanos y a calmar sus escrúpulos religiosos. Por lo tanto, dejad que Dios prosiga la obra de la reforma moral que debe elevaros hacia Él, todos en el mismo grado, y no os rebeléis contra las enseñanzas de los Espíritus que Él os envía.
BOSSUET
(Comunicación enviada por el Sr. Sabò, de Burdeos)
¡Oh, Dios! Mi Señor, Padre mío y Creador, dignaos dar aún a vuestro siervo un poco de aquella elocuencia humana que llevaba la convicción al corazón de los Hermanos que venían a instruirse, alrededor de la cátedra sagrada, acerca de las verdades que les habíais enseñado. Dios, al enviar a sus Espíritus para enseñaros vuestros verdaderos deberes para con Él y para con vuestros hermanos, quiere sobre todo que la caridad sea vuestro móvil en todas vuestras acciones, y vuestros hermanos que quieren hacer renacer esos días de luto están en la senda del orgullo. Ese tiempo está lejos de vosotros, y que Dios sea eternamente bendito por haber permitido que los hombres cesaran para siempre esas disputas religiosas, que nunca han producido ningún bien y han causado tanto mal. ¿Por qué querer discutir los textos evangélicos que ya habéis comentado de tantas maneras? Esos diversos comentarios han tenido lugar cuando no teníais al Espiritismo para esclareceros, y Él os dice: La moral evangélica es la mejor; seguidla. Pero si en el fondo de vuestra conciencia una voz os grita: Para mí hay tal o cual punto oscuro, y no puedo permitirme pensar diferentemente de mis otros hermanos –¡Elohim, hermano mío!–, dejad a un lado lo que os perturba; amad a Dios y la caridad, y estaréis en la buena senda. ¿Para qué ha servido el fruto de mis largas vigilias cuando yo vivía en vuestro mundo? Para nada. Muchos no han leído mis escritos, que no eran dictados por la caridad y que han atraído persecuciones para mis hermanos. La controversia es siempre animada por un sentimiento de intolerancia, que puede degenerar en ofensa, y la terquedad que cada uno pone en sostener sus pretensiones hace conque se vuelva distante la época en la cual la gran familia humana, reconociendo sus errores pasados, respetará todas las creencias y no afilará el puñal que cortó esos lazos fraternos. Y para daros un ejemplo de lo que os digo, abrid el Evangelio y encontraréis estas palabras: «Yo soy la Verdad y la Vida; el que cree en mí, vivirá». Muchos de vosotros condenan a los que no siguen la religión que posee enseñanzas del Verbo encarnado; sin embargo, muchos están sentados a la derecha del Señor, porque, en la rectitud de sus corazones, lo adoraron y amaron; porque respetaron las creencias de sus hermanos y clamaron al Señor cuando vieron que los pueblos se despedazaban entre sí en las luchas de religión; porque no estaban aptos para encontrar el verdadero sentido de las palabras del Cristo y porque no eran más que instrumentos ciegos de sus sacerdotes o de sus ministros.
Dios mío, yo que vivía en esos tiempos en que los tempestuosos corazones se agitaban contra los hermanos de una creencia opuesta, si hubiese sido más tolerante; si en mis escritos no hubiera condenado su manera de interpretar el Evangelio, ellos serían hoy menos irritados contra sus hermanos católicos, y todos habrían dado un paso mayor hacia la fraternidad universal. Pero los protestantes, los judíos, todas las religiones más o menos importantes tienen sus sabios y sus doctores, y cuando el Espiritismo –más difundido– sea estudiado de buena fe por esos hombres instruidos, ellos vendrán, como lo han hecho los católicos, a esclarecer a sus hermanos y a calmar sus escrúpulos religiosos. Por lo tanto, dejad que Dios prosiga la obra de la reforma moral que debe elevaros hacia Él, todos en el mismo grado, y no os rebeléis contra las enseñanzas de los Espíritus que Él os envía.
El pauperismo
(Comunicación enviada por el Sr. Sabò, de Burdeos)
Es en vano que los filántropos de vuestra Tierra sueñan con cosas que jamás verán realizarse. Recordad estas palabras del Cristo: «Porque a los pobres siempre los tenéis con vosotros», y sabed que Sus palabras son palabras de verdad. Amigo mío, ahora que conocéis el Espiritismo, ¿no consideráis justa y equitativa esa desigualdad de condiciones que os causaba gran aversión, murmurando contra ese Dios que no había hecho a todos los hombres ricos y felices? ¡Pues bien! Ahora que pensáis que Dios hizo todo bien, y que sabéis que la pobreza es una punición o una prueba, buscad aliviarla, pero no recurráis a utopías para hacer que los infelices sueñen con una igualdad imposible. Por cierto que, a través de una sabia organización social, se pueden aliviar muchos sufrimientos, y es esto que se debe buscar; pero pretender que los mismos desaparezcan totalmente de la faz de la Tierra es una idea quimérica; siendo la Tierra un lugar de expiación, habrá siempre pobres que expíen en esa prueba el abuso que hicieron de los bienes, de los cuales Dios los había hecho dispensadores, y que nunca conocieron la dulzura de hacer el bien a sus hermanos. Atesoraron moneda por moneda para acumular riquezas inútiles, para sí mismos y para los otros, y se enriquecieron con lo que hubieron despojado de la viuda y del huérfano. ¡Oh, aquéllos son muy culpables, y su egoísmo tendrá terribles consecuencias!
Sin embargo, guardaos de ver a todos los pobres como culpables en punición; si la pobreza es para algunos una severa expiación, para otros es una prueba que debe abrirles más rápidamente el santuario de los elegidos. Sí, siempre habrá pobres y ricos, para que unos tengan el mérito de la resignación, y otros el de la caridad y de la devoción. Que seáis ricos o pobres, estáis en un terreno resbaladizo que os puede despeñar en el abismo, de cuyo borde únicamente vuestras virtudes pueden protegeros.
Cuando digo que siempre habrá pobres en la Tierra, quiero decir que, mientras haya vicios que originen las expiaciones de los Espíritus perversos, Dios los enviará para que se reencarnen en la misma, para su propio castigo y el de los encarnados. Mereced, por vuestras virtudes, que Dios solamente os envíe Espíritus buenos, y de un infierno haréis un paraíso terrestre.
ADOLFO, obispo de Argel.
(Comunicación enviada por el Sr. Sabò, de Burdeos)
Es en vano que los filántropos de vuestra Tierra sueñan con cosas que jamás verán realizarse. Recordad estas palabras del Cristo: «Porque a los pobres siempre los tenéis con vosotros», y sabed que Sus palabras son palabras de verdad. Amigo mío, ahora que conocéis el Espiritismo, ¿no consideráis justa y equitativa esa desigualdad de condiciones que os causaba gran aversión, murmurando contra ese Dios que no había hecho a todos los hombres ricos y felices? ¡Pues bien! Ahora que pensáis que Dios hizo todo bien, y que sabéis que la pobreza es una punición o una prueba, buscad aliviarla, pero no recurráis a utopías para hacer que los infelices sueñen con una igualdad imposible. Por cierto que, a través de una sabia organización social, se pueden aliviar muchos sufrimientos, y es esto que se debe buscar; pero pretender que los mismos desaparezcan totalmente de la faz de la Tierra es una idea quimérica; siendo la Tierra un lugar de expiación, habrá siempre pobres que expíen en esa prueba el abuso que hicieron de los bienes, de los cuales Dios los había hecho dispensadores, y que nunca conocieron la dulzura de hacer el bien a sus hermanos. Atesoraron moneda por moneda para acumular riquezas inútiles, para sí mismos y para los otros, y se enriquecieron con lo que hubieron despojado de la viuda y del huérfano. ¡Oh, aquéllos son muy culpables, y su egoísmo tendrá terribles consecuencias!
Sin embargo, guardaos de ver a todos los pobres como culpables en punición; si la pobreza es para algunos una severa expiación, para otros es una prueba que debe abrirles más rápidamente el santuario de los elegidos. Sí, siempre habrá pobres y ricos, para que unos tengan el mérito de la resignación, y otros el de la caridad y de la devoción. Que seáis ricos o pobres, estáis en un terreno resbaladizo que os puede despeñar en el abismo, de cuyo borde únicamente vuestras virtudes pueden protegeros.
Cuando digo que siempre habrá pobres en la Tierra, quiero decir que, mientras haya vicios que originen las expiaciones de los Espíritus perversos, Dios los enviará para que se reencarnen en la misma, para su propio castigo y el de los encarnados. Mereced, por vuestras virtudes, que Dios solamente os envíe Espíritus buenos, y de un infierno haréis un paraíso terrestre.
La concordia
(Comunicación enviada por el Sr. Rodolphe, de Mulhouse)
Amigos míos, sed unidos: la unión hace la fuerza. Abolid de vuestras reuniones todo espíritu de discordia, todo espíritu de celos. No envidiéis las comunicaciones que recibe tal o cual médium; cada uno las recibe según la disposición de su Espíritu y la perfección de sus órganos. Nunca os olvidéis que sois hermanos y que esta fraternidad no es ilusoria: es una fraternidad real, porque aquel que ha sido vuestro hermano en otra existencia puede encontrarse entre vosotros, haciendo parte de otra familia.
Por lo tanto, sed unidos en espíritu y en corazón; tened la misma comunión de pensamientos. Sed dignos de vosotros mismos, de la Doctrina que profesáis y de las enseñanzas que fuisteis llamados a difundir.
Sed, pues, conciliadores en vuestras opiniones; que las mismas no sean absolutas. Buscad esclareceros unos a los otros. Estad a la altura de vuestro apostolado y dad al mundo el ejemplo de la buena armonía.
Sed el ejemplo vivo de la fraternidad humana y mostrad hasta dónde pueden llegar los hombres sinceramente consagrados a la propagación de la moral.
Al no tener sino un objetivo, debéis tener un solo y mismo pensamiento: el de poner en práctica lo que enseñáis. Por lo tanto, que vuestra divisa sea: ¡Unión, Concordia, Paz y Fraternidad!
MARDOQUEO
(Comunicación enviada por el Sr. Rodolphe, de Mulhouse)
Amigos míos, sed unidos: la unión hace la fuerza. Abolid de vuestras reuniones todo espíritu de discordia, todo espíritu de celos. No envidiéis las comunicaciones que recibe tal o cual médium; cada uno las recibe según la disposición de su Espíritu y la perfección de sus órganos. Nunca os olvidéis que sois hermanos y que esta fraternidad no es ilusoria: es una fraternidad real, porque aquel que ha sido vuestro hermano en otra existencia puede encontrarse entre vosotros, haciendo parte de otra familia.
Por lo tanto, sed unidos en espíritu y en corazón; tened la misma comunión de pensamientos. Sed dignos de vosotros mismos, de la Doctrina que profesáis y de las enseñanzas que fuisteis llamados a difundir.
Sed, pues, conciliadores en vuestras opiniones; que las mismas no sean absolutas. Buscad esclareceros unos a los otros. Estad a la altura de vuestro apostolado y dad al mundo el ejemplo de la buena armonía.
Sed el ejemplo vivo de la fraternidad humana y mostrad hasta dónde pueden llegar los hombres sinceramente consagrados a la propagación de la moral.
Al no tener sino un objetivo, debéis tener un solo y mismo pensamiento: el de poner en práctica lo que enseñáis. Por lo tanto, que vuestra divisa sea: ¡Unión, Concordia, Paz y Fraternidad!
La aurora de los nuevos días
(Sociedad Espírita de París; médium: Sra. de Costel)
Heme aquí, yo, que no evocáis, pero que estoy deseosa de ser útil –a mi turno– a una Sociedad cuyo objetivo es tan serio como el vuestro. Os hablaré de política. No os asustéis: sé a qué límites debo atenerme. La situación actual de Europa ofrece el más llamativo aspecto para el observador: en ninguna época –no exceptúo ni aun el fin del último siglo, que operó una ruptura tan grande en los prejuicios y en los abusos que oprimían al Espíritu humano– el movimiento intelectual se hizo sentir más audaz y más franco. Digo franco porque el espíritu europeo marcha hacia la verdad. La libertad no es más un fantasma sangriento, sino la bella y gran diosa de la prosperidad pública. En la propia Alemania, en esa Alemania que yo he descripto con tanto amor, el soplo ardiente de la época abate las últimas fortalezas de los prejuicios. Sed felices, vosotros que vivís en semejante momento; pero aún más felices serán vuestros descendientes, porque se acerca la hora anunciada por el Precursor; veis que el horizonte empieza a clarear, pero, como antiguamente los hebreos, permaneceréis en el umbral de la Tierra Prometida y no veréis despuntar el sol radiante de los nuevos días.
STAËL
ALLAN KARDEC
(Sociedad Espírita de París; médium: Sra. de Costel)
Heme aquí, yo, que no evocáis, pero que estoy deseosa de ser útil –a mi turno– a una Sociedad cuyo objetivo es tan serio como el vuestro. Os hablaré de política. No os asustéis: sé a qué límites debo atenerme. La situación actual de Europa ofrece el más llamativo aspecto para el observador: en ninguna época –no exceptúo ni aun el fin del último siglo, que operó una ruptura tan grande en los prejuicios y en los abusos que oprimían al Espíritu humano– el movimiento intelectual se hizo sentir más audaz y más franco. Digo franco porque el espíritu europeo marcha hacia la verdad. La libertad no es más un fantasma sangriento, sino la bella y gran diosa de la prosperidad pública. En la propia Alemania, en esa Alemania que yo he descripto con tanto amor, el soplo ardiente de la época abate las últimas fortalezas de los prejuicios. Sed felices, vosotros que vivís en semejante momento; pero aún más felices serán vuestros descendientes, porque se acerca la hora anunciada por el Precursor; veis que el horizonte empieza a clarear, pero, como antiguamente los hebreos, permaneceréis en el umbral de la Tierra Prometida y no veréis despuntar el sol radiante de los nuevos días.
Septiembre
El estilo es el hombre
Polémica entre varios Espíritus
(Sociedad Espírita de París)
En la sesión de la Sociedad del 19 de julio de 1861, el Espíritu Lamennais dio espontáneamente la siguiente disertación sobre el aforismo de Buffon: El estilo es el hombre, a través del Sr. A. Didier, médium. Al sentirse atacado, el Espíritu Buffon hizo su réplica algunos días más tarde por intermedio del Sr. d’Ambel. Después, sucesivamente, el vizconde Delaunay (Madame Delphine de Girardin), Bernardin de Saint-Pierre y otros salieron a campo. Es esta polémica, tan curiosa como instructiva, que reproducimos por completo. Ha de notarse que la misma no ha sido provocada ni premeditada, y que cada Espíritu vino espontáneamente a participar de ella; Lamennais abrió el debate y los otros lo continuaron.
(Sociedad Espírita de París)
En la sesión de la Sociedad del 19 de julio de 1861, el Espíritu Lamennais dio espontáneamente la siguiente disertación sobre el aforismo de Buffon: El estilo es el hombre, a través del Sr. A. Didier, médium. Al sentirse atacado, el Espíritu Buffon hizo su réplica algunos días más tarde por intermedio del Sr. d’Ambel. Después, sucesivamente, el vizconde Delaunay (Madame Delphine de Girardin), Bernardin de Saint-Pierre y otros salieron a campo. Es esta polémica, tan curiosa como instructiva, que reproducimos por completo. Ha de notarse que la misma no ha sido provocada ni premeditada, y que cada Espíritu vino espontáneamente a participar de ella; Lamennais abrió el debate y los otros lo continuaron.
Disertación de Lamennais
(Médium: Sr. A. Didier)
Hay en el hombre un fenómeno muy extraño, al que llamaré el fenómeno de los contrastes; ante todo, me refiero a las naturalezas de élite. En efecto, las encontraréis en el mundo de los Espíritus cuyas obras poderosas contrastan extrañamente con la vida privada y con los hábitos de sus autores. El Sr. de Buffon ha dicho: El estilo es el hombre; infelizmente, ese gran señor del estilo y de la elegancia ha visto a todos los autores desde su exclusivo punto de vista. Lo que podía perfectamente aplicarse a él está lejos de ser aplicable a todos los otros escritores. Tomaremos aquí la palabra estilo en el sentido más amplio y en toda su acepción. A mi entender, el estilo será la manera grandiosa, la forma más pura con la cual el hombre explicará sus ideas. Por lo tanto, todo el genio humano está aquí delante nuestro, y de un vistazo contemplamos todas las obras de la inteligencia humana: poesía en el arte, en la literatura y en la Ciencia. Lejos de decir como Buffon: El estilo es el hombre, diremos –tal vez de una manera menos concisa y menos formulada– que el hombre, por su naturaleza cambiante, difusa, contradictoria y rebelde, escribe a menudo contrariamente a su naturaleza original y a sus primeras inspiraciones; diré inclusive más: a sus creencias.
Frecuentemente, al leer las obras de algunos grandes genios de un siglo o de otro, nosotros nos decimos: ¡Qué pureza! ¡Qué sensibilidad! ¡Qué creencia profunda en el progreso! ¡Qué grandeza! Después nos enteramos que el autor, lejos de ser el autor moral de sus obras, no es más que el autor material, imbuido de prejuicios y de ideas preconcebidas. Hay ahí un gran fenómeno, no solamente humano, sino espírita.
Por lo tanto, muy a menudo el hombre no se refleja en sus obras; diremos también: ¡cuántos poetas debilitados, agobiados, y cuántos artistas desilusionados sienten que de repente una chispa divina ilumina a veces su inteligencia! ¡Ah! Es que entonces el hombre escucha algo que no proviene de sí mismo; él escucha lo que el profeta Isaías llamaba el pequeño soplo, y que nosotros llamamos los Espíritus. Sí, sienten en ellos esa voz sagrada, pero al olvidarse de Dios y de su luz, la atribuyen a sí mismos; reciben la gracia en el arte como otros la reciben en la fe, y algunas veces ella toca a los que pretenden negarla.
LAMENNAIS
(Médium: Sr. A. Didier)
Hay en el hombre un fenómeno muy extraño, al que llamaré el fenómeno de los contrastes; ante todo, me refiero a las naturalezas de élite. En efecto, las encontraréis en el mundo de los Espíritus cuyas obras poderosas contrastan extrañamente con la vida privada y con los hábitos de sus autores. El Sr. de Buffon ha dicho: El estilo es el hombre; infelizmente, ese gran señor del estilo y de la elegancia ha visto a todos los autores desde su exclusivo punto de vista. Lo que podía perfectamente aplicarse a él está lejos de ser aplicable a todos los otros escritores. Tomaremos aquí la palabra estilo en el sentido más amplio y en toda su acepción. A mi entender, el estilo será la manera grandiosa, la forma más pura con la cual el hombre explicará sus ideas. Por lo tanto, todo el genio humano está aquí delante nuestro, y de un vistazo contemplamos todas las obras de la inteligencia humana: poesía en el arte, en la literatura y en la Ciencia. Lejos de decir como Buffon: El estilo es el hombre, diremos –tal vez de una manera menos concisa y menos formulada– que el hombre, por su naturaleza cambiante, difusa, contradictoria y rebelde, escribe a menudo contrariamente a su naturaleza original y a sus primeras inspiraciones; diré inclusive más: a sus creencias.
Frecuentemente, al leer las obras de algunos grandes genios de un siglo o de otro, nosotros nos decimos: ¡Qué pureza! ¡Qué sensibilidad! ¡Qué creencia profunda en el progreso! ¡Qué grandeza! Después nos enteramos que el autor, lejos de ser el autor moral de sus obras, no es más que el autor material, imbuido de prejuicios y de ideas preconcebidas. Hay ahí un gran fenómeno, no solamente humano, sino espírita.
Por lo tanto, muy a menudo el hombre no se refleja en sus obras; diremos también: ¡cuántos poetas debilitados, agobiados, y cuántos artistas desilusionados sienten que de repente una chispa divina ilumina a veces su inteligencia! ¡Ah! Es que entonces el hombre escucha algo que no proviene de sí mismo; él escucha lo que el profeta Isaías llamaba el pequeño soplo, y que nosotros llamamos los Espíritus. Sí, sienten en ellos esa voz sagrada, pero al olvidarse de Dios y de su luz, la atribuyen a sí mismos; reciben la gracia en el arte como otros la reciben en la fe, y algunas veces ella toca a los que pretenden negarla.
Réplica de Buffon
(Médium: Sr. d’Ambel)
Se ha dicho que yo era un gentilhombre de las letras, y que mi estilo repulido olía a pólvora y a tabaco de España; ¿no es la consagración más cierta de esta verdad: El estilo es el hombre? Aunque se haya exagerado un poco al representarme con la espada al lado y con la pluma en la mano, confieso que me gustaban las cosas bellas, las vestimentas adornadas con lentejuelas, los tejidos finos y las ropas vistosas, en una palabra, todo lo que era elegante y delicado. Por consiguiente, era muy natural que siempre me vistiese con elegancia; es por eso que mi estilo lleva el sello del buen tono, ese perfume de buenos modales que se encuentra igualmente en nuestra gran Sévigné. ¡Qué queréis! Siempre he preferido las tertulias y los pequeños salones literarios a los cabarés y a las turbas de bajo nivel. Permitidme, pues, a pesar de la opinión emitida por vuestro contemporáneo Lamennais, mantener mi juicioso aforismo, apoyándolo en algunos ejemplos tomados entre vuestros autores y filósofos modernos.
Uno de los infortunios de vuestro tiempo es que muchos han hecho oficio de su pluma; pero dejemos a esos artesanos de la pluma que, semejantes a los artesanos de la palabra, escriben indiferentemente en pro o en contra de una idea según quien les paga, y gritan conforme a la época: ¡Viva el rey! ¡Viva la Liga! Dejémoslos; para mí, éstos no son autores serios.
Veamos, abate: no os ofendáis si os tomo como ejemplo; vuestra vida, mal valorada, ¿no está siempre reflejada en vuestras obras? Y De l’indifférence en matière de religion a vuestras Paroles d’un croyant, ¡qué contraste, como decís! No obstante, vuestro tono doctoral es tan categórico, tan absoluto, sea en una como en otra de dichas obras. Abate, convengamos que sois bilioso y que destiláis vuestra bilis en amargas lamentaciones en todas las bellas páginas que habéis dejado. Ya sea de redingote abotonado o de sotana, habéis quedado desclasificado, mi pobre Lamennais. Vamos, no os enfadéis, mas concordad conmigo que el estilo es el hombre.
Si paso de Lamennais a Scribe, el hombre feliz se refleja en las tranquilas y apacibles comedias de costumbres. Él es alegre, feliz y sensible: siembra la sensibilidad, la alegría y la felicidad en sus obras. En él nunca hay drama ni sangre; sólo algunos duelos sin peligro, a fin de punir al traidor y al culpable.
Ved luego a Eugène Sue, el autor de Les Mystères de Paris. Él es fuerte como su príncipe Rodolphe y, como éste, aprieta con su guante amarillo la mano callosa del obrero; como él, también es el abogado de las causas populares.
Ved a vuestro errabundo Dumas, desperdiciando su vida como su inteligencia, yendo tan fácilmente del polo sur al polo norte como sus famosos mosqueteros; actuando de conquistador con Garibaldi y yendo de la intimidad del duque de Orleáns a la de los mendigos napolitanos, haciendo novelas con la Historia y poniendo la Historia en novelas.
Ved las orgullosas obras de Víctor Hugo, el prototipo del orgullo encarnado. Yo, yo, dice el poeta Hugo; yo, yo, dice Hugo en su isla rocosa de Jersey.
Ved a Murger, el poeta de las costumbres sencillas, representando minuciosamente su papel en esa bohemia que él ha declamado. Ved a Nerval, con colores extraños, con un estilo adornado y deshilvanado, haciendo fantasía con su vida, como lo hizo con su pluma. ¡Cuántos dejo –y de los mejores–, como Soulié y Balzac, cuyas vidas y obras siguen caminos paralelos! Pero creo que estos ejemplos os bastarán para que no rechacéis de manera tan absoluta mi aforismo: El estilo es el hombre.
Estimado abate, ¿no habréis confundido la forma y el fondo, el estilo y el pensamiento? Pero aún así, todo está relacionado.
BUFFON
(Médium: Sr. d’Ambel)
Se ha dicho que yo era un gentilhombre de las letras, y que mi estilo repulido olía a pólvora y a tabaco de España; ¿no es la consagración más cierta de esta verdad: El estilo es el hombre? Aunque se haya exagerado un poco al representarme con la espada al lado y con la pluma en la mano, confieso que me gustaban las cosas bellas, las vestimentas adornadas con lentejuelas, los tejidos finos y las ropas vistosas, en una palabra, todo lo que era elegante y delicado. Por consiguiente, era muy natural que siempre me vistiese con elegancia; es por eso que mi estilo lleva el sello del buen tono, ese perfume de buenos modales que se encuentra igualmente en nuestra gran Sévigné. ¡Qué queréis! Siempre he preferido las tertulias y los pequeños salones literarios a los cabarés y a las turbas de bajo nivel. Permitidme, pues, a pesar de la opinión emitida por vuestro contemporáneo Lamennais, mantener mi juicioso aforismo, apoyándolo en algunos ejemplos tomados entre vuestros autores y filósofos modernos.
Uno de los infortunios de vuestro tiempo es que muchos han hecho oficio de su pluma; pero dejemos a esos artesanos de la pluma que, semejantes a los artesanos de la palabra, escriben indiferentemente en pro o en contra de una idea según quien les paga, y gritan conforme a la época: ¡Viva el rey! ¡Viva la Liga! Dejémoslos; para mí, éstos no son autores serios.
Veamos, abate: no os ofendáis si os tomo como ejemplo; vuestra vida, mal valorada, ¿no está siempre reflejada en vuestras obras? Y De l’indifférence en matière de religion a vuestras Paroles d’un croyant, ¡qué contraste, como decís! No obstante, vuestro tono doctoral es tan categórico, tan absoluto, sea en una como en otra de dichas obras. Abate, convengamos que sois bilioso y que destiláis vuestra bilis en amargas lamentaciones en todas las bellas páginas que habéis dejado. Ya sea de redingote abotonado o de sotana, habéis quedado desclasificado, mi pobre Lamennais. Vamos, no os enfadéis, mas concordad conmigo que el estilo es el hombre.
Si paso de Lamennais a Scribe, el hombre feliz se refleja en las tranquilas y apacibles comedias de costumbres. Él es alegre, feliz y sensible: siembra la sensibilidad, la alegría y la felicidad en sus obras. En él nunca hay drama ni sangre; sólo algunos duelos sin peligro, a fin de punir al traidor y al culpable.
Ved luego a Eugène Sue, el autor de Les Mystères de Paris. Él es fuerte como su príncipe Rodolphe y, como éste, aprieta con su guante amarillo la mano callosa del obrero; como él, también es el abogado de las causas populares.
Ved a vuestro errabundo Dumas, desperdiciando su vida como su inteligencia, yendo tan fácilmente del polo sur al polo norte como sus famosos mosqueteros; actuando de conquistador con Garibaldi y yendo de la intimidad del duque de Orleáns a la de los mendigos napolitanos, haciendo novelas con la Historia y poniendo la Historia en novelas.
Ved las orgullosas obras de Víctor Hugo, el prototipo del orgullo encarnado. Yo, yo, dice el poeta Hugo; yo, yo, dice Hugo en su isla rocosa de Jersey.
Ved a Murger, el poeta de las costumbres sencillas, representando minuciosamente su papel en esa bohemia que él ha declamado. Ved a Nerval, con colores extraños, con un estilo adornado y deshilvanado, haciendo fantasía con su vida, como lo hizo con su pluma. ¡Cuántos dejo –y de los mejores–, como Soulié y Balzac, cuyas vidas y obras siguen caminos paralelos! Pero creo que estos ejemplos os bastarán para que no rechacéis de manera tan absoluta mi aforismo: El estilo es el hombre.
Estimado abate, ¿no habréis confundido la forma y el fondo, el estilo y el pensamiento? Pero aún así, todo está relacionado.
Preguntas dirigidas a Buffon sobre su comunicación
–Preg. Os agradecemos por la espirituosa comunicación que habéis tenido a bien darnos; pero hay algo que nos sorprende: que estáis al tanto de los mínimos detalles de nuestra literatura, apreciando las obras y los autores con notable precisión. Entonces, ¿aún os ocupáis con lo que sucede en la Tierra, ya que tenéis conocimiento al respecto? ¿Leéis, pues, todo lo que se publica? Tened a bien darnos una explicación sobre esto, que será muy útil para nuestra instrucción.
–Resp. No necesitamos mucho tiempo para leer y apreciar; de un solo vistazo percibimos el conjunto de las obras que llaman nuestra atención. Todos nosotros nos ocupamos con mucho interés por vuestro apreciado Grupo, y no imagináis cuántos hombres a los que llamáis eminentes siguen con benevolencia el progreso del Espiritismo. De esta manera, podéis evaluar cuán feliz me sentí al ver que mi nombre era pronunciado por uno de vuestros fieles Espíritus –Lamennais– y con qué satisfacción aproveché la ocasión para comunicarme con vos. En efecto, cuando fui cuestionado en vuestra última sesión, recibí –por así decirlo– la repercusión de vuestro pensamiento; y no queriendo que la verdad que yo había proclamado en mis escritos fuese objetada sin ser defendida, solicité a Erasto para que permitiera comunicarme a través de su médium, a fin de responder a las aserciones de Lamennais. Por otro lado, debéis comprender que cada uno de nosotros permanece fiel a sus preferencias terrenas; es por eso que nosotros, los escritores, estamos atentos al progreso que los autores encarnados realizan o piensan realizar en la Literatura. Así como los Jouffroy, los Laroque, los Laromiguière se preocupan con la Filosofía, y los Lavoisier, los Berzelius, los Thénard con la Química, cada uno cultiva su proyecto favorito y recuerda sus trabajos con amor, siguiendo con una mirada inquieta lo que hacen sus sucesores.
–Preg. En pocas palabras habéis hecho la apreciación de varios escritores contemporáneos, encarnados o desencarnados; estaríamos muy agradecidos si nos dieseis, sobre algunos, una apreciación un poco más desarrollada; sería un trabajo continuado, muy útil para nosotros. Para comenzar, solicitamos que nos habléis de Bernardin de Saint-Pierre, y sobre todo de su Paul et Virginie, cuya lectura vos habíais condenado y que, sin embargo, se volvió una de las obras más populares.
–Resp. No puedo emprender aquí el desarrollo crítico de las obras de Bernardin de Saint-Pierre. Pero en cuanto a mi apreciación de entonces, puedo confesarlo hoy: yo era como el Sr. Josse, arrimaba el ascua a mi sardina; en una palabra, fiel al espíritu de confraternidad literaria, yo criticaba mordazmente –lo mejor que podía– a un inoportuno e importante competidor. Más tarde os daré mi verdadera apreciación sobre ese eminente escritor, en caso de que un Espíritu realmente crítico, como Merle o Geoffroy, no se encargue de hacerlo.
BUFFON
–Preg. Os agradecemos por la espirituosa comunicación que habéis tenido a bien darnos; pero hay algo que nos sorprende: que estáis al tanto de los mínimos detalles de nuestra literatura, apreciando las obras y los autores con notable precisión. Entonces, ¿aún os ocupáis con lo que sucede en la Tierra, ya que tenéis conocimiento al respecto? ¿Leéis, pues, todo lo que se publica? Tened a bien darnos una explicación sobre esto, que será muy útil para nuestra instrucción.
–Resp. No necesitamos mucho tiempo para leer y apreciar; de un solo vistazo percibimos el conjunto de las obras que llaman nuestra atención. Todos nosotros nos ocupamos con mucho interés por vuestro apreciado Grupo, y no imagináis cuántos hombres a los que llamáis eminentes siguen con benevolencia el progreso del Espiritismo. De esta manera, podéis evaluar cuán feliz me sentí al ver que mi nombre era pronunciado por uno de vuestros fieles Espíritus –Lamennais– y con qué satisfacción aproveché la ocasión para comunicarme con vos. En efecto, cuando fui cuestionado en vuestra última sesión, recibí –por así decirlo– la repercusión de vuestro pensamiento; y no queriendo que la verdad que yo había proclamado en mis escritos fuese objetada sin ser defendida, solicité a Erasto para que permitiera comunicarme a través de su médium, a fin de responder a las aserciones de Lamennais. Por otro lado, debéis comprender que cada uno de nosotros permanece fiel a sus preferencias terrenas; es por eso que nosotros, los escritores, estamos atentos al progreso que los autores encarnados realizan o piensan realizar en la Literatura. Así como los Jouffroy, los Laroque, los Laromiguière se preocupan con la Filosofía, y los Lavoisier, los Berzelius, los Thénard con la Química, cada uno cultiva su proyecto favorito y recuerda sus trabajos con amor, siguiendo con una mirada inquieta lo que hacen sus sucesores.
–Preg. En pocas palabras habéis hecho la apreciación de varios escritores contemporáneos, encarnados o desencarnados; estaríamos muy agradecidos si nos dieseis, sobre algunos, una apreciación un poco más desarrollada; sería un trabajo continuado, muy útil para nosotros. Para comenzar, solicitamos que nos habléis de Bernardin de Saint-Pierre, y sobre todo de su Paul et Virginie, cuya lectura vos habíais condenado y que, sin embargo, se volvió una de las obras más populares.
–Resp. No puedo emprender aquí el desarrollo crítico de las obras de Bernardin de Saint-Pierre. Pero en cuanto a mi apreciación de entonces, puedo confesarlo hoy: yo era como el Sr. Josse, arrimaba el ascua a mi sardina; en una palabra, fiel al espíritu de confraternidad literaria, yo criticaba mordazmente –lo mejor que podía– a un inoportuno e importante competidor. Más tarde os daré mi verdadera apreciación sobre ese eminente escritor, en caso de que un Espíritu realmente crítico, como Merle o Geoffroy, no se encargue de hacerlo.
Defensa de Lamennais por el vizconde Delaunay
(Médium: Sr. d’Ambel)
Nota – En la conversación que tuvo lugar en la Sociedad sobre las comunicaciones precedentes, el nombre de Madame de Girardin fue pronunciado por ocasión del tema en debate, aunque no haya sido mencionada por los Espíritus interlocutores; es lo que explica el comienzo de la nueva partícipe.
–Señores espíritas: en vuestras últimas sesiones me pusisteis un poco en causa, y creo que me habéis dado el derecho –como se dice en los tribunales– de participar en la discusión del asunto. Ha sido con placer que he escuchado la profunda disertación de Lamennais y la respuesta un poco vivaz del Sr. de Buffon; pero falta una conclusión a este debate. Por lo tanto, intervengo y me erijo en juez de campo, amparada en mi autoridad particular. Además, pedíais a un crítico. Os respondo: aceptad, en fin, mis servicios. Recordad que, cuando encarnada, desempeñé –de manera considerada magistral– ese temible puesto de crítico ejecutivo, y me agrada muchísimo volver a ese terreno tan amado. Ahora bien, había una vez... Pero no, dejemos a un lado las banalidades del género y entremos seriamente en la materia.
Sr. de Buffon: usáis la ironía de una manera graciosa; se ve que procedéis del gran siglo. Pero por más elegante escritor que seáis, un vizconde de mi linaje no tiene miedo de aceptar el desafío y de medirse con vos. ¡Vamos, mi gentilhombre! ¡Fuisteis muy duro con el pobre Lamennais, que habéis tratado como un desclasificado! ¿Es culpa de ese genio extraviado si, después de haber escrito con una mano de maestro ese estudio espléndido que le reprocháis, se haya dirigido hacia otras regiones, hacia otras creencias? Ciertamente, las páginas de Indiferencia en materia de religión serían firmadas con ambas manos por los mejores prosistas de la Iglesia; pero si esas páginas permanecieron de pie, a pesar del sacerdote haber sido derribado, ¿no conocéis la causa de ello, vos que sois tan riguroso? ¡Ah! Observad a Roma, acordaos de sus costumbres disolutas y tendréis la clave de ese súbito cambio de opinión que os ha sorprendido. ¡Bah! ¡Roma está tan lejos de París!
Los filósofos, los investigadores del pensamiento, todos esos incansables estudiosos del yo psicológico, nunca deben ser confundidos con los que aparentan ser escritores; éstos escriben para los placeres del público; aquéllos, para la ciencia profunda. Estos últimos solamente se preocupan con la verdad, mientras que los otros no se jactan de ser lógicos: mantienen la apariencia. En suma, lo que éstos buscan es lo que vos mismo buscabais, mi buen señor, es decir, la fama, la popularidad y el éxito, resumidos en la moneda contante y sonante. Además, salvo esto, vuestra espirituosa respuesta es muy verdadera como para que yo no la aplauda con gusto; sólo que vos hacéis responsable al individuo, mientras que yo responsabilizo al medio social. En fin, tenía que defender a mi contemporáneo que –como bien lo sabéis– no frecuentó fiestas, ni cabarés, ni saloncitos, ni turbas de bajo nivel. Desde lo alto de su mansarda, su única distracción era dar migas de pan a los ruidosos gorriones que venían a visitarlo en su celda de la calle Rívoli (rue de Rivoli); ¡pero su alegría suprema era sentarse ante una mesa coja y escribir al correr de la pluma en las hojas en blanco de un cuaderno de papel!
¡Ah! Ciertamente tuvo razón en lamentarse ese gran Espíritu afligido que, para evitar la mancha de un siglo materialista, desposó a la Iglesia Católica, y que, después de haberla desposado, encontró la mancha en las gradas del altar. ¿La culpa es de él si, lanzado joven entre las manos de los clérigos, no pudo sondar la profundidad del abismo en que lo precipitaban? Sí, él ha tenido razón en expresar sus amargas lamentaciones, como vos decís; ¿no es la imagen viva de una educación mal dirigida y de una vocación impuesta?
¡Sacerdote exclaustrado! ¿Sabéis cuántos burgueses ineptos le han frecuentemente echado en cara esta injuria, porque él ha obedecido a sus convicciones y al deber de conciencia? ¡Ah! Creedme, feliz naturalista: mientras ibais detrás de las mujeres y en cuanto vuestra pluma –célebre por la conquista del caballo– era elogiada por lindas pecadoras y aplaudida por manos perfumadas, ¡él subía penosamente su Gólgota! Porque, así como el Cristo, ¡bebió su cáliz hasta el final y llevó su cruz con dificultad!
Y vos, señor de Buffon, ¿no os exponéis un poco a la crítica? Veamos. ¡Pero vamos! Al igual que vos, vuestro estilo es de una extravagancia presuntuosa y, como vos, ¡todo vestido de oropeles! Mas también, ¡qué intrépido viajero habéis sido! ¿Visitasteis países?... No; ¡bibliotecas desconocidas! ¡Qué infatigable pionero! ¿Habéis explorado florestas?... No; ¡manuscritos inéditos! Reconozco que cubristeis todos vuestros ricos despojos con un barniz brillante, que es realmente vuestro. Pero de todos esos voluminosos tomos, ¿qué hay de seriamente vuestro como estudio, como fondo? ¿La historia del perro, del gato o quizá del caballo? ¡Ah, señor de Buffon! Lamennais ha escrito menos que vos, pero todo es realmente de él: la forma y el fondo. El otro día se os acusaba de haber menospreciado el valor de las obras del buen Bernardin de Saint-Pierre. Os habéis disculpado de manera un poco jesuítica; pero no dijisteis que si le negasteis vitalidad a Pablo y Virginia fue porque, en obra de ese género, aún no estabais en La Gran Scudéri, en El gran Ciro y en el País de Tendre, en fin, en todos esos trastos sentimentales que hoy hacen tan bien a los libreros de ocasión, esos mercaderes de la literatura. ¡Ah, señor de Buffon! Comenzáis a caer mucho en la estima de esos señores, mientras que el utópico Bernardin ha conservado una gran actualidad. ¡La Paz Universal, una utopía! ¡Pablo y Virginia, una utopía! ¡Vamos, vamos! Vuestro juicio ha sido demolido por la opinión pública. No hablemos más de esto.
En verdad, ¡qué le vamos a hacer! Me habéis puesto la pluma en la mano: yo uso y abuso de la misma. Esto os enseñará, estimados espíritas, a preocuparos con una literata jubilada como yo, y a pedir noticias mías. El apreciado Scribe llegó entre nosotros totalmente turbado con sus últimos pseudoéxitos; él quería que nos erigiésemos en Academia: le faltan las palmas verdes; estaba tan feliz en la Tierra, que aún duda en asumir su nueva posición. ¡Bah! Él se consolará al ver la presentación de sus piezas, y por algunas semanas no aparecerá más.
Gérard de Nerval os ha dado recientemente una encantadora fantasía inacabada; este caprichoso Espíritu, ¿la terminará? ¡Quién sabe! Sin embargo, él quería sacar en conclusión que lo verdadero del erudito no era lo verdadero, que lo bello del pintor no era lo bello, y que el coraje del niño fue mal recompensado; Nerval hizo muy bien en seguir las digresiones de su estimada Fantasía.
Vizconde DELAUNAY (Delphine de Girardin)
Nota – Ver más adelante Fantasía, por Gérard de Nerval.
(Médium: Sr. d’Ambel)
Nota – En la conversación que tuvo lugar en la Sociedad sobre las comunicaciones precedentes, el nombre de Madame de Girardin fue pronunciado por ocasión del tema en debate, aunque no haya sido mencionada por los Espíritus interlocutores; es lo que explica el comienzo de la nueva partícipe.
–Señores espíritas: en vuestras últimas sesiones me pusisteis un poco en causa, y creo que me habéis dado el derecho –como se dice en los tribunales– de participar en la discusión del asunto. Ha sido con placer que he escuchado la profunda disertación de Lamennais y la respuesta un poco vivaz del Sr. de Buffon; pero falta una conclusión a este debate. Por lo tanto, intervengo y me erijo en juez de campo, amparada en mi autoridad particular. Además, pedíais a un crítico. Os respondo: aceptad, en fin, mis servicios. Recordad que, cuando encarnada, desempeñé –de manera considerada magistral– ese temible puesto de crítico ejecutivo, y me agrada muchísimo volver a ese terreno tan amado. Ahora bien, había una vez... Pero no, dejemos a un lado las banalidades del género y entremos seriamente en la materia.
Sr. de Buffon: usáis la ironía de una manera graciosa; se ve que procedéis del gran siglo. Pero por más elegante escritor que seáis, un vizconde de mi linaje no tiene miedo de aceptar el desafío y de medirse con vos. ¡Vamos, mi gentilhombre! ¡Fuisteis muy duro con el pobre Lamennais, que habéis tratado como un desclasificado! ¿Es culpa de ese genio extraviado si, después de haber escrito con una mano de maestro ese estudio espléndido que le reprocháis, se haya dirigido hacia otras regiones, hacia otras creencias? Ciertamente, las páginas de Indiferencia en materia de religión serían firmadas con ambas manos por los mejores prosistas de la Iglesia; pero si esas páginas permanecieron de pie, a pesar del sacerdote haber sido derribado, ¿no conocéis la causa de ello, vos que sois tan riguroso? ¡Ah! Observad a Roma, acordaos de sus costumbres disolutas y tendréis la clave de ese súbito cambio de opinión que os ha sorprendido. ¡Bah! ¡Roma está tan lejos de París!
Los filósofos, los investigadores del pensamiento, todos esos incansables estudiosos del yo psicológico, nunca deben ser confundidos con los que aparentan ser escritores; éstos escriben para los placeres del público; aquéllos, para la ciencia profunda. Estos últimos solamente se preocupan con la verdad, mientras que los otros no se jactan de ser lógicos: mantienen la apariencia. En suma, lo que éstos buscan es lo que vos mismo buscabais, mi buen señor, es decir, la fama, la popularidad y el éxito, resumidos en la moneda contante y sonante. Además, salvo esto, vuestra espirituosa respuesta es muy verdadera como para que yo no la aplauda con gusto; sólo que vos hacéis responsable al individuo, mientras que yo responsabilizo al medio social. En fin, tenía que defender a mi contemporáneo que –como bien lo sabéis– no frecuentó fiestas, ni cabarés, ni saloncitos, ni turbas de bajo nivel. Desde lo alto de su mansarda, su única distracción era dar migas de pan a los ruidosos gorriones que venían a visitarlo en su celda de la calle Rívoli (rue de Rivoli); ¡pero su alegría suprema era sentarse ante una mesa coja y escribir al correr de la pluma en las hojas en blanco de un cuaderno de papel!
¡Ah! Ciertamente tuvo razón en lamentarse ese gran Espíritu afligido que, para evitar la mancha de un siglo materialista, desposó a la Iglesia Católica, y que, después de haberla desposado, encontró la mancha en las gradas del altar. ¿La culpa es de él si, lanzado joven entre las manos de los clérigos, no pudo sondar la profundidad del abismo en que lo precipitaban? Sí, él ha tenido razón en expresar sus amargas lamentaciones, como vos decís; ¿no es la imagen viva de una educación mal dirigida y de una vocación impuesta?
¡Sacerdote exclaustrado! ¿Sabéis cuántos burgueses ineptos le han frecuentemente echado en cara esta injuria, porque él ha obedecido a sus convicciones y al deber de conciencia? ¡Ah! Creedme, feliz naturalista: mientras ibais detrás de las mujeres y en cuanto vuestra pluma –célebre por la conquista del caballo– era elogiada por lindas pecadoras y aplaudida por manos perfumadas, ¡él subía penosamente su Gólgota! Porque, así como el Cristo, ¡bebió su cáliz hasta el final y llevó su cruz con dificultad!
Y vos, señor de Buffon, ¿no os exponéis un poco a la crítica? Veamos. ¡Pero vamos! Al igual que vos, vuestro estilo es de una extravagancia presuntuosa y, como vos, ¡todo vestido de oropeles! Mas también, ¡qué intrépido viajero habéis sido! ¿Visitasteis países?... No; ¡bibliotecas desconocidas! ¡Qué infatigable pionero! ¿Habéis explorado florestas?... No; ¡manuscritos inéditos! Reconozco que cubristeis todos vuestros ricos despojos con un barniz brillante, que es realmente vuestro. Pero de todos esos voluminosos tomos, ¿qué hay de seriamente vuestro como estudio, como fondo? ¿La historia del perro, del gato o quizá del caballo? ¡Ah, señor de Buffon! Lamennais ha escrito menos que vos, pero todo es realmente de él: la forma y el fondo. El otro día se os acusaba de haber menospreciado el valor de las obras del buen Bernardin de Saint-Pierre. Os habéis disculpado de manera un poco jesuítica; pero no dijisteis que si le negasteis vitalidad a Pablo y Virginia fue porque, en obra de ese género, aún no estabais en La Gran Scudéri, en El gran Ciro y en el País de Tendre, en fin, en todos esos trastos sentimentales que hoy hacen tan bien a los libreros de ocasión, esos mercaderes de la literatura. ¡Ah, señor de Buffon! Comenzáis a caer mucho en la estima de esos señores, mientras que el utópico Bernardin ha conservado una gran actualidad. ¡La Paz Universal, una utopía! ¡Pablo y Virginia, una utopía! ¡Vamos, vamos! Vuestro juicio ha sido demolido por la opinión pública. No hablemos más de esto.
En verdad, ¡qué le vamos a hacer! Me habéis puesto la pluma en la mano: yo uso y abuso de la misma. Esto os enseñará, estimados espíritas, a preocuparos con una literata jubilada como yo, y a pedir noticias mías. El apreciado Scribe llegó entre nosotros totalmente turbado con sus últimos pseudoéxitos; él quería que nos erigiésemos en Academia: le faltan las palmas verdes; estaba tan feliz en la Tierra, que aún duda en asumir su nueva posición. ¡Bah! Él se consolará al ver la presentación de sus piezas, y por algunas semanas no aparecerá más.
Gérard de Nerval os ha dado recientemente una encantadora fantasía inacabada; este caprichoso Espíritu, ¿la terminará? ¡Quién sabe! Sin embargo, él quería sacar en conclusión que lo verdadero del erudito no era lo verdadero, que lo bello del pintor no era lo bello, y que el coraje del niño fue mal recompensado; Nerval hizo muy bien en seguir las digresiones de su estimada Fantasía.
Respuesta de Buffon al vizconde Delaunay
Me invitáis a volver a un debate al cual vivamente rehusé por no tener qué decir; os confieso que prefiero permanecer en el ambiente apacible donde estaba, a exponerme a semejante crítica violenta. En mi época se intercambiaba una broma más o menos ateniense; pero hoy, ¡cielos!, es a latigazos. ¡Gracias!, yo me retiro; ya tengo más de lo que preciso, pues aún estoy todo marcado por los golpes del vizconde. Convengamos que, aunque los mismos me hayan sido aplicados generosamente –demasiado generosamente– por la graciosa mano de una mujer, no son menos dolorosos. ¡Ah, Madame! Me habéis recordado la caridad de manera muy poco caritativa. ¡Vizconde! Sois demasiado temible; depongo las armas y reconozco humildemente mis errores. Concuerdo que Bernardin de Saint-Pierre ha sido un gran filósofo; ¿qué digo?, él ha encontrado la piedra filosofal, mientras que yo soy y he sido ¡un monótono recopilador! Entonces, ¿estáis contenta ahora? Vamos, sed gentil y de aquí en adelante no me humilléis más así; de lo contrario, obligaréis a un gentilhombre –amigo de nuestro Grupo Parisiense– a dejar su lugar, lo que no haría sin gran pesar, porque uno también debe aprovechar las enseñanzas espíritas y conocer lo que aquí sucede.
¡Ah, cuidado! Hoy escuché el relato de fenómenos tan extraños, que en mi tiempo serían quemados vivos –como hechiceros– los protagonistas y hasta los narradores de esos acontecimientos. Dicho sea entre nosotros, ¿serán realmente fenómenos espíritas? La imaginación de un lado y el interés del otro, ¿no influyen en alguna cosa? Yo no juraría. ¿Qué piensa de eso el espirituoso vizconde? En cuanto a mí, me lavo las manos al respecto. Además, si creo en mi sentido común de naturalista –por más que me llamen naturalista de gabinete–, los fenómenos de esa orden sólo ocurren muy raramente. ¿Queréis mi opinión sobre el asunto de La Habana? ¡Pues bien! Hay una camarilla de gente mal intencionada que tiene todo el interés en desprestigiar la propiedad, a fin de que pueda ser vendida a precio vil, y existen propietarios miedosos y tímidos, espantados con una fantasmagoría muy bien montada. En cuanto al lagarto, me acuerdo bien de haber escrito su historia, pero confieso que nunca los he encontrado graduados por la Facultad de Medicina. Hay ahí un médium con cerebro débil, que extrajo de su imaginación hechos que, en suma, no eran reales.
BUFFON
Nota – Este último párrafo hace alusión a dos hechos contados en la misma sesión, cuyo relato, por falta de espacio, postergaremos para otro número. Buffon da espontáneamente su opinión al respecto.
Me invitáis a volver a un debate al cual vivamente rehusé por no tener qué decir; os confieso que prefiero permanecer en el ambiente apacible donde estaba, a exponerme a semejante crítica violenta. En mi época se intercambiaba una broma más o menos ateniense; pero hoy, ¡cielos!, es a latigazos. ¡Gracias!, yo me retiro; ya tengo más de lo que preciso, pues aún estoy todo marcado por los golpes del vizconde. Convengamos que, aunque los mismos me hayan sido aplicados generosamente –demasiado generosamente– por la graciosa mano de una mujer, no son menos dolorosos. ¡Ah, Madame! Me habéis recordado la caridad de manera muy poco caritativa. ¡Vizconde! Sois demasiado temible; depongo las armas y reconozco humildemente mis errores. Concuerdo que Bernardin de Saint-Pierre ha sido un gran filósofo; ¿qué digo?, él ha encontrado la piedra filosofal, mientras que yo soy y he sido ¡un monótono recopilador! Entonces, ¿estáis contenta ahora? Vamos, sed gentil y de aquí en adelante no me humilléis más así; de lo contrario, obligaréis a un gentilhombre –amigo de nuestro Grupo Parisiense– a dejar su lugar, lo que no haría sin gran pesar, porque uno también debe aprovechar las enseñanzas espíritas y conocer lo que aquí sucede.
¡Ah, cuidado! Hoy escuché el relato de fenómenos tan extraños, que en mi tiempo serían quemados vivos –como hechiceros– los protagonistas y hasta los narradores de esos acontecimientos. Dicho sea entre nosotros, ¿serán realmente fenómenos espíritas? La imaginación de un lado y el interés del otro, ¿no influyen en alguna cosa? Yo no juraría. ¿Qué piensa de eso el espirituoso vizconde? En cuanto a mí, me lavo las manos al respecto. Además, si creo en mi sentido común de naturalista –por más que me llamen naturalista de gabinete–, los fenómenos de esa orden sólo ocurren muy raramente. ¿Queréis mi opinión sobre el asunto de La Habana? ¡Pues bien! Hay una camarilla de gente mal intencionada que tiene todo el interés en desprestigiar la propiedad, a fin de que pueda ser vendida a precio vil, y existen propietarios miedosos y tímidos, espantados con una fantasmagoría muy bien montada. En cuanto al lagarto, me acuerdo bien de haber escrito su historia, pero confieso que nunca los he encontrado graduados por la Facultad de Medicina. Hay ahí un médium con cerebro débil, que extrajo de su imaginación hechos que, en suma, no eran reales.
Respuesta de Bernardin de Saint-Pierre
(Médium: Sra. de Costel)
Vengo yo, Bernardin de Saint-Pierre, a participar de un debate en que mi nombre ha sido pronunciado, discutido y defendido. No puedo concordar con mi espirituoso defensor. El Sr. de Buffon tiene otro valor que el de un recopilador elocuente. ¡Qué importan los errores literarios de un juicio, frecuentemente tan fino y delicado para las cosas de la Naturaleza, que se desvió por la rivalidad y por los celos profesionales! Sin embargo, tengo una opinión completamente contraria a la suya, y como Lamennais digo: No, el estilo no es el hombre. Soy una prueba elocuente de esto, yo, cuya sensibilidad estaba enteramente en el cerebro y que inventaba lo que los otros sentían. Del otro lado de la vida se juzgan con frialdad las cosas de la vida terrena, las cosas acabadas; no merezco toda la reputación literaria que he disfrutado. Paul et Virginie, si apareciera hoy, sería fácilmente eclipsada por una cantidad de producciones encantadoras que pasan inadvertidas; es que el progreso de vuestra época es grande, mayor que vosotros, contemporáneos, y no podéis juzgarlo. Todo se eleva: las Ciencias, la Literatura, el Arte social; pero todo sube, como el nivel del mar en la marea creciente, y los marineros que están en alta mar no pueden apreciarla. Vosotros estáis en alta mar.
Vuelvo al Sr. de Buffon, cuyo talento elogio y cuya censura olvido, y también a mi espirituoso defensor, que sabe descubrir todas las verdades, sus sentidos espirituales y que les da un colorido paradójico. Después de haber probado que los literatos muertos no conservan ningún rencor, os dirijo todos mis agradecimientos y también mi gran deseo de poder seros útil.
BERNARDIN DE SAINT-PIERRE
(Médium: Sra. de Costel)
Vengo yo, Bernardin de Saint-Pierre, a participar de un debate en que mi nombre ha sido pronunciado, discutido y defendido. No puedo concordar con mi espirituoso defensor. El Sr. de Buffon tiene otro valor que el de un recopilador elocuente. ¡Qué importan los errores literarios de un juicio, frecuentemente tan fino y delicado para las cosas de la Naturaleza, que se desvió por la rivalidad y por los celos profesionales! Sin embargo, tengo una opinión completamente contraria a la suya, y como Lamennais digo: No, el estilo no es el hombre. Soy una prueba elocuente de esto, yo, cuya sensibilidad estaba enteramente en el cerebro y que inventaba lo que los otros sentían. Del otro lado de la vida se juzgan con frialdad las cosas de la vida terrena, las cosas acabadas; no merezco toda la reputación literaria que he disfrutado. Paul et Virginie, si apareciera hoy, sería fácilmente eclipsada por una cantidad de producciones encantadoras que pasan inadvertidas; es que el progreso de vuestra época es grande, mayor que vosotros, contemporáneos, y no podéis juzgarlo. Todo se eleva: las Ciencias, la Literatura, el Arte social; pero todo sube, como el nivel del mar en la marea creciente, y los marineros que están en alta mar no pueden apreciarla. Vosotros estáis en alta mar.
Vuelvo al Sr. de Buffon, cuyo talento elogio y cuya censura olvido, y también a mi espirituoso defensor, que sabe descubrir todas las verdades, sus sentidos espirituales y que les da un colorido paradójico. Después de haber probado que los literatos muertos no conservan ningún rencor, os dirijo todos mis agradecimientos y también mi gran deseo de poder seros útil.
Lamennais a Buffon
(Médium: Sr. A. Didier)
Es preciso prestar mucha atención, señor de Buffon; de forma alguna saqué conclusiones de una manera literaria y humana; yo encaré la cuestión de un modo totalmente diferente y mi deducción fue la siguiente: «Que la inspiración humana es muy a menudo divina». No había ahí motivo para ninguna controversia. Ahora no escribo más con esa pretensión e incluso podéis verlo en mis reflexiones sobre las influencias del arte en el corazón y en el cerebro.[1] Evité el mundo y las personalidades; nunca volvamos al pasado: observemos el futuro. Cabe a los hombres juzgar y discutir nuestras obras; a nosotros nos compete darles otras, y que todas emanen de esta idea fundamental: Espiritismo. Pero para nosotros: ¡adiós al mundo!
LAMENNAIS
[1] Alusión a una serie de comunicaciones dictadas por Lamennais, con el título: Meditaciones filosóficas y religiosas, que publicaremos en el próximo número. [Nota de Allan Kardec.]
(Médium: Sr. A. Didier)
Es preciso prestar mucha atención, señor de Buffon; de forma alguna saqué conclusiones de una manera literaria y humana; yo encaré la cuestión de un modo totalmente diferente y mi deducción fue la siguiente: «Que la inspiración humana es muy a menudo divina». No había ahí motivo para ninguna controversia. Ahora no escribo más con esa pretensión e incluso podéis verlo en mis reflexiones sobre las influencias del arte en el corazón y en el cerebro.[1] Evité el mundo y las personalidades; nunca volvamos al pasado: observemos el futuro. Cabe a los hombres juzgar y discutir nuestras obras; a nosotros nos compete darles otras, y que todas emanen de esta idea fundamental: Espiritismo. Pero para nosotros: ¡adiós al mundo!
[1] Alusión a una serie de comunicaciones dictadas por Lamennais, con el título: Meditaciones filosóficas y religiosas, que publicaremos en el próximo número. [Nota de Allan Kardec.]
Fantasía
Por Gérard de Nerval
(Médium: Sr. A. Didier)
Nota – Recordamos que Buffon, al hablar de los autores contemporáneos, dijo: «Ved a Nerval, con colores extraños, con un estilo adornado y deshilvanado, haciendo fantasía con su vida, como lo hizo con su pluma». Gérard de Nerval, en lugar de discutir, respondió a esta crítica dictando espontáneamente el siguiente trecho, al cual él mismo dio el título de Fantasía. Lo escribió en dos sesiones, y fue en el intervalo de las mismas que tuvo lugar la respuesta del vizconde Delaunay a Buffon; he aquí por qué el vizconde dijo que no sabía si ese caprichoso Espíritu lo terminaría, dando así su probable conclusión. Nosotros no lo hemos puesto en orden cronológico para no interrumpir la serie de críticas y de réplicas, ya que Gérard de Nerval no participó de los debates sino a través de la siguiente alegoría filosófica.
–Un día, en una de mis fantasías, llegué –no sé cómo– cerca del mar, a un pequeño puerto poco conocido; ¡qué importa! Durante algunas horas dejé a mis compañeros de viaje y pude entregarme a la más turbulenta fantasía, que es el término consagrado a mis evoluciones cerebrales. Sin embargo, no se debe creer que la Fantasía sea siempre una joven alocada, inmersa en las excentricidades del pensamiento; frecuentemente la pobre muchacha ríe para no llorar, y sueña para no caerse; a menudo su corazón está lleno de amor y de curiosidad, cuando su cabeza se pierde en las nubes. Quizá sea porque ella ama mucho, esa pobre imaginación; por lo tanto, dejadla andar, pues ella ama y admira.
Entonces, un día yo estaba con ella contemplando el mar, cuyo horizonte es el cielo, cuando, en medio de mi soledad de a dos, percibí a un pequeño anciano condecorado –¡creedlo! Él ya había tenido su tiempo para eso, felizmente, y estaba muy debilitado; pero su aire era tan seguro, sus movimientos tan regulares, que esa sabiduría y armonía en su modo de andar sustituían la pesadez de sus nervios y músculos. Se sentó, examinó bien el terreno y se aseguró de que no sería picado por algunos de esos animalitos que pululan en la arena de la playa; luego colocó al lado su bastón con pomo de oro. Pero imaginad mi extrañeza cuando se puso las gafas: ¡las gafas, para ver la inmensidad! Fantasía dio un salto terrible y quiso arrojarse sobre él; conseguí calmarla con mucha dificultad. Me aproximé, escondido atrás de una roca, y agucé mi audición: “Entonces, ¡he aquí la imagen de nuestra vida! ¡He aquí el gran todo! ¡Profunda verdad! ¡He aquí, pues, nuestras existencias, elevadas e inferiores, profundas y mezquinas, rebeldes y calmas! ¡Oh, olas! ¡Olas! ¡Gran fluctuación universal!” Después el pequeño anciano sólo habló de sí mismo. Hasta ahí Fantasía había sido apacible y escuchaba religiosamente, pero no se contuvo más y lanzó una carcajada prolongada; solamente tuve el tiempo de tomarla en mis brazos, dejando al pequeño anciano. «En verdad –decía Fantasía–, él debe ser miembro de alguna sociedad erudita». Después de haber corrido durante algún tiempo, percibimos un lienzo que representaba un acantilado y el comienzo de un océano. Observé o, mejor dicho, observamos el lienzo. El pintor, probablemente, buscaba otro sitio en los alrededores; después de haber observado el lienzo, observé la Naturaleza y así alternativamente. Fantasía quiso rasgar el lienzo; tuve mucho trabajo para contenerla. –¡Cómo! –me dijo ella–, son las siete horas de la mañana ¡y veo en este lienzo un efecto que no tiene nombre! Comprendí perfectamente lo que Fantasía me explicaba. Realmente tenía sentido lo que expresaba esa joven alocada –pensé–, queriendo alejarme. ¡Ah! El artista, escondido, había seguido los más mínimos rasgos de mi expresión; cuando sus ojos se encontraron con los míos, fue un choque terrible, un choque eléctrico. Él me lanzó una de esas miradas soberbias que parecen decir: ¡Gusano! Esta vez Fantasía se quedó espantada con tanta insolencia y, con estupefacción, vio que él volvía a sostener su paleta. «Tú no tienes la paleta de Lorrain», le dijo ella riéndose.
Luego, volviéndose hacia mí, dijo: «Ya hemos visto lo verdadero y lo bello; busquemos ahora, un poco, el bien». Después de haber escalado los acantilados, percibí a un niño, al hijo de un pescador, que tenía más o menos trece o catorce años; jugaba con su perro y corrían uno atrás del otro, entre ladridos y gritos. De repente, escuché unos gritos que parecían venir de la parte inferior del acantilado. Inmediatamente, de un salto, el niño tomó un atajo que llevaba al mar; a pesar de todo su fervor, Fantasía tuvo dificultad en seguirlo. Cuando llegué a la parte baja del acantilado, vi un espectáculo terrible: el niño luchaba contra las olas y traía hacia la playa a un desgraciado que forcejeaba entre los brazos de su salvador. Quise arrojarme al mar, pero el niño me gritó para no hacerlo, y al cabo de algunos instantes, el niño –lastimado, contundido y trémulo– salía con el hombre que había salvado. Al parecer, era un bañista que se aventuró a ir demasiado lejos y que había caído en una corriente.
Continuaré en otra ocasión.
GÉRARD DE NERVAL
Nota – Fue en este intervalo que tuvo lugar la comunicación del vizconde Delaunay, referida más arriba.
Por Gérard de Nerval
(Médium: Sr. A. Didier)
Nota – Recordamos que Buffon, al hablar de los autores contemporáneos, dijo: «Ved a Nerval, con colores extraños, con un estilo adornado y deshilvanado, haciendo fantasía con su vida, como lo hizo con su pluma». Gérard de Nerval, en lugar de discutir, respondió a esta crítica dictando espontáneamente el siguiente trecho, al cual él mismo dio el título de Fantasía. Lo escribió en dos sesiones, y fue en el intervalo de las mismas que tuvo lugar la respuesta del vizconde Delaunay a Buffon; he aquí por qué el vizconde dijo que no sabía si ese caprichoso Espíritu lo terminaría, dando así su probable conclusión. Nosotros no lo hemos puesto en orden cronológico para no interrumpir la serie de críticas y de réplicas, ya que Gérard de Nerval no participó de los debates sino a través de la siguiente alegoría filosófica.
–Un día, en una de mis fantasías, llegué –no sé cómo– cerca del mar, a un pequeño puerto poco conocido; ¡qué importa! Durante algunas horas dejé a mis compañeros de viaje y pude entregarme a la más turbulenta fantasía, que es el término consagrado a mis evoluciones cerebrales. Sin embargo, no se debe creer que la Fantasía sea siempre una joven alocada, inmersa en las excentricidades del pensamiento; frecuentemente la pobre muchacha ríe para no llorar, y sueña para no caerse; a menudo su corazón está lleno de amor y de curiosidad, cuando su cabeza se pierde en las nubes. Quizá sea porque ella ama mucho, esa pobre imaginación; por lo tanto, dejadla andar, pues ella ama y admira.
Entonces, un día yo estaba con ella contemplando el mar, cuyo horizonte es el cielo, cuando, en medio de mi soledad de a dos, percibí a un pequeño anciano condecorado –¡creedlo! Él ya había tenido su tiempo para eso, felizmente, y estaba muy debilitado; pero su aire era tan seguro, sus movimientos tan regulares, que esa sabiduría y armonía en su modo de andar sustituían la pesadez de sus nervios y músculos. Se sentó, examinó bien el terreno y se aseguró de que no sería picado por algunos de esos animalitos que pululan en la arena de la playa; luego colocó al lado su bastón con pomo de oro. Pero imaginad mi extrañeza cuando se puso las gafas: ¡las gafas, para ver la inmensidad! Fantasía dio un salto terrible y quiso arrojarse sobre él; conseguí calmarla con mucha dificultad. Me aproximé, escondido atrás de una roca, y agucé mi audición: “Entonces, ¡he aquí la imagen de nuestra vida! ¡He aquí el gran todo! ¡Profunda verdad! ¡He aquí, pues, nuestras existencias, elevadas e inferiores, profundas y mezquinas, rebeldes y calmas! ¡Oh, olas! ¡Olas! ¡Gran fluctuación universal!” Después el pequeño anciano sólo habló de sí mismo. Hasta ahí Fantasía había sido apacible y escuchaba religiosamente, pero no se contuvo más y lanzó una carcajada prolongada; solamente tuve el tiempo de tomarla en mis brazos, dejando al pequeño anciano. «En verdad –decía Fantasía–, él debe ser miembro de alguna sociedad erudita». Después de haber corrido durante algún tiempo, percibimos un lienzo que representaba un acantilado y el comienzo de un océano. Observé o, mejor dicho, observamos el lienzo. El pintor, probablemente, buscaba otro sitio en los alrededores; después de haber observado el lienzo, observé la Naturaleza y así alternativamente. Fantasía quiso rasgar el lienzo; tuve mucho trabajo para contenerla. –¡Cómo! –me dijo ella–, son las siete horas de la mañana ¡y veo en este lienzo un efecto que no tiene nombre! Comprendí perfectamente lo que Fantasía me explicaba. Realmente tenía sentido lo que expresaba esa joven alocada –pensé–, queriendo alejarme. ¡Ah! El artista, escondido, había seguido los más mínimos rasgos de mi expresión; cuando sus ojos se encontraron con los míos, fue un choque terrible, un choque eléctrico. Él me lanzó una de esas miradas soberbias que parecen decir: ¡Gusano! Esta vez Fantasía se quedó espantada con tanta insolencia y, con estupefacción, vio que él volvía a sostener su paleta. «Tú no tienes la paleta de Lorrain», le dijo ella riéndose.
Luego, volviéndose hacia mí, dijo: «Ya hemos visto lo verdadero y lo bello; busquemos ahora, un poco, el bien». Después de haber escalado los acantilados, percibí a un niño, al hijo de un pescador, que tenía más o menos trece o catorce años; jugaba con su perro y corrían uno atrás del otro, entre ladridos y gritos. De repente, escuché unos gritos que parecían venir de la parte inferior del acantilado. Inmediatamente, de un salto, el niño tomó un atajo que llevaba al mar; a pesar de todo su fervor, Fantasía tuvo dificultad en seguirlo. Cuando llegué a la parte baja del acantilado, vi un espectáculo terrible: el niño luchaba contra las olas y traía hacia la playa a un desgraciado que forcejeaba entre los brazos de su salvador. Quise arrojarme al mar, pero el niño me gritó para no hacerlo, y al cabo de algunos instantes, el niño –lastimado, contundido y trémulo– salía con el hombre que había salvado. Al parecer, era un bañista que se aventuró a ir demasiado lejos y que había caído en una corriente.
Continuaré en otra ocasión.
Continuación
Después de algunos instantes, aquel que se estaba ahogando volvió poco a poco a la vida, mas sólo para decir: “Es increíble, ¡yo que nado tan bien!” Vio perfectamente al que lo había salvado, pero, mirándome, agregó: “¡Uf! ¡Escapé por poco! Como sabéis, hay ciertos momentos en que uno pierde la cabeza; no son las fuerzas que nos traicionan, pero..., pero...” Al ver que él no podía continuar, me apresuré a decirle: «En fin, gracias a este muchacho valiente, he aquí que estáis salvado». Él miraba al joven, que lo examinaba con el aire más indiferente del mundo, con las manos en la cintura. El señor se puso a sonreír y dijo: “Entretanto, es verdad”, y después me saludó. Fantasía quiso correr atrás de él. «¡Bah! –me dijo ella, quedándose absorta–, ciertamente eso es muy natural». El muchachito lo vio alejarse, y luego volvió con su perro. Esta vez, Fantasía lloró.
GÉRARD DE NERVAL
Un miembro de la Sociedad hizo observar que faltaba la conclusión, pero Gérard agregó estas palabras:
«Con mucho gusto estoy a vuestra disposición para otro dictado; pero, con referencia a éste, Fantasía me dijo que pare aquí. Quizá esté equivocada; ¡ella es tan caprichosa!»
La conclusión había sido dada anticipadamente por el vizconde Delaunay.
Después de algunos instantes, aquel que se estaba ahogando volvió poco a poco a la vida, mas sólo para decir: “Es increíble, ¡yo que nado tan bien!” Vio perfectamente al que lo había salvado, pero, mirándome, agregó: “¡Uf! ¡Escapé por poco! Como sabéis, hay ciertos momentos en que uno pierde la cabeza; no son las fuerzas que nos traicionan, pero..., pero...” Al ver que él no podía continuar, me apresuré a decirle: «En fin, gracias a este muchacho valiente, he aquí que estáis salvado». Él miraba al joven, que lo examinaba con el aire más indiferente del mundo, con las manos en la cintura. El señor se puso a sonreír y dijo: “Entretanto, es verdad”, y después me saludó. Fantasía quiso correr atrás de él. «¡Bah! –me dijo ella, quedándose absorta–, ciertamente eso es muy natural». El muchachito lo vio alejarse, y luego volvió con su perro. Esta vez, Fantasía lloró.
«Con mucho gusto estoy a vuestra disposición para otro dictado; pero, con referencia a éste, Fantasía me dijo que pare aquí. Quizá esté equivocada; ¡ella es tan caprichosa!»
La conclusión había sido dada anticipadamente por el vizconde Delaunay.
Conclusión de Erasto
Después del torneo literario y filosófico que ha tenido lugar en las últimas sesiones de vuestra Sociedad, y al cual hemos asistido con verdadera satisfacción, creo que es necesario comunicaros –desde el punto de vista puramente espírita– algunas reflexiones que me han sido suscitadas por este interesante debate, en el cual, además, yo no quiero intervenir de modo alguno. Mas, ante todo, dejadme deciros que si vuestra reunión ha sido animada, esta animación no fue nada en comparación con la que reinaba entre los numerosos grupos de Espíritus eminentes que esas sesiones casi académicas habían atraído. ¡Ah! Ciertamente si os hubieseis vuelto instantáneamente videntes, vosotros habríais quedado sorprendidos y confusos delante de ese areópago superior. Pero yo no tengo la intención de develaros hoy lo que ha sucedido entre nosotros; mi objetivo es únicamente transmitiros algunas palabras sobre el provecho que debéis extraer de ese debate, desde el punto de vista de vuestra instrucción espírita.
Conocéis a Lamennais desde hace mucho tiempo y ciertamente apreciáis cuán apasionado continuó este filósofo por la idea abstracta; indudablemente habéis notado cómo él acompaña con persistencia y –debo decirlo– con talento, sus teorías filosóficas y religiosas. Lógicamente debéis deducir de esto que el ser personal pensante prosigue –incluso más allá de la tumba– sus estudios y sus trabajos, y que por medio de esa lucidez, que es el patrimonio particular de los Espíritus, al comparar su pensamiento espiritual con su pensamiento humano, debe suprimir todo aquello que lo obnubilaba materialmente. ¡Pues bien! Lo que es verdadero para Lamennais lo es también para los otros, y cada uno, en la vasta erraticidad, conserva sus aptitudes y su originalidad.
Buffon, Gérard de Nerval, el vizconde de Launay, Bernardin de Saint-Pierre conservan, como Lamennais, los gustos y la forma literaria que observabais en ellos cuando estaban encarnados. Pienso que es útil llamar vuestra atención sobre esta condición de ser de nuestro mundo del Más Allá, para que no creáis que uno abandona instantáneamente sus inclinaciones, sus costumbres y sus pasiones al despojarse de la vestimenta humana. En la Tierra, los Espíritus son como prisioneros que la muerte debe libertar; no obstante, del mismo modo que el que está encarcelado tiene las mismas propensiones y conserva la misma individualidad que cuando está en libertad, también los Espíritus conservan sus tendencias, su originalidad y sus aptitudes al llegar entre nosotros, con excepción de los que han pasado, no por una vida de trabajo y de pruebas, sino por una vida de punición, como los idiotas, los cretinos y los locos. Para éstos, las facultades inteligentes, que han permanecido en estado latente, no despiertan sino a la salida de su cárcel terrestre. Como pensáis, esto debe entenderse con relación al mundo espiritual inferior o medio, y no con referencia a los Espíritus elevados, liberados de la influencia corporal.
Iréis entrar de vacaciones, señores socios; permitidme dirigiros algunas palabras amigas antes de separarnos por algún tiempo. Pienso que la Doctrina consoladora que nosotros hemos venido a enseñaros sólo cuenta, entre vosotros, con fervorosos adeptos; es por eso que, como es esencial que cada uno se someta a la ley del progreso, creo un deber aconsejaros a examinar, en lo profundo de vuestros corazones, qué provecho habéis extraído personalmente de nuestros trabajos espíritas y qué mejoramiento moral ha resultado de ello en vuestros propios medios. Porque –vos lo sabéis– no basta decir: Soy espírita, y esconder de uno mismo esta creencia; lo que es indispensable que sepáis es si vuestros actos están de acuerdo con las prescripciones de vuestra nueva fe, que es –no estaría de más repetirlo– Amor y Caridad. ¡Que Dios sea con vosotros!
ERASTO
Después del torneo literario y filosófico que ha tenido lugar en las últimas sesiones de vuestra Sociedad, y al cual hemos asistido con verdadera satisfacción, creo que es necesario comunicaros –desde el punto de vista puramente espírita– algunas reflexiones que me han sido suscitadas por este interesante debate, en el cual, además, yo no quiero intervenir de modo alguno. Mas, ante todo, dejadme deciros que si vuestra reunión ha sido animada, esta animación no fue nada en comparación con la que reinaba entre los numerosos grupos de Espíritus eminentes que esas sesiones casi académicas habían atraído. ¡Ah! Ciertamente si os hubieseis vuelto instantáneamente videntes, vosotros habríais quedado sorprendidos y confusos delante de ese areópago superior. Pero yo no tengo la intención de develaros hoy lo que ha sucedido entre nosotros; mi objetivo es únicamente transmitiros algunas palabras sobre el provecho que debéis extraer de ese debate, desde el punto de vista de vuestra instrucción espírita.
Conocéis a Lamennais desde hace mucho tiempo y ciertamente apreciáis cuán apasionado continuó este filósofo por la idea abstracta; indudablemente habéis notado cómo él acompaña con persistencia y –debo decirlo– con talento, sus teorías filosóficas y religiosas. Lógicamente debéis deducir de esto que el ser personal pensante prosigue –incluso más allá de la tumba– sus estudios y sus trabajos, y que por medio de esa lucidez, que es el patrimonio particular de los Espíritus, al comparar su pensamiento espiritual con su pensamiento humano, debe suprimir todo aquello que lo obnubilaba materialmente. ¡Pues bien! Lo que es verdadero para Lamennais lo es también para los otros, y cada uno, en la vasta erraticidad, conserva sus aptitudes y su originalidad.
Buffon, Gérard de Nerval, el vizconde de Launay, Bernardin de Saint-Pierre conservan, como Lamennais, los gustos y la forma literaria que observabais en ellos cuando estaban encarnados. Pienso que es útil llamar vuestra atención sobre esta condición de ser de nuestro mundo del Más Allá, para que no creáis que uno abandona instantáneamente sus inclinaciones, sus costumbres y sus pasiones al despojarse de la vestimenta humana. En la Tierra, los Espíritus son como prisioneros que la muerte debe libertar; no obstante, del mismo modo que el que está encarcelado tiene las mismas propensiones y conserva la misma individualidad que cuando está en libertad, también los Espíritus conservan sus tendencias, su originalidad y sus aptitudes al llegar entre nosotros, con excepción de los que han pasado, no por una vida de trabajo y de pruebas, sino por una vida de punición, como los idiotas, los cretinos y los locos. Para éstos, las facultades inteligentes, que han permanecido en estado latente, no despiertan sino a la salida de su cárcel terrestre. Como pensáis, esto debe entenderse con relación al mundo espiritual inferior o medio, y no con referencia a los Espíritus elevados, liberados de la influencia corporal.
Iréis entrar de vacaciones, señores socios; permitidme dirigiros algunas palabras amigas antes de separarnos por algún tiempo. Pienso que la Doctrina consoladora que nosotros hemos venido a enseñaros sólo cuenta, entre vosotros, con fervorosos adeptos; es por eso que, como es esencial que cada uno se someta a la ley del progreso, creo un deber aconsejaros a examinar, en lo profundo de vuestros corazones, qué provecho habéis extraído personalmente de nuestros trabajos espíritas y qué mejoramiento moral ha resultado de ello en vuestros propios medios. Porque –vos lo sabéis– no basta decir: Soy espírita, y esconder de uno mismo esta creencia; lo que es indispensable que sepáis es si vuestros actos están de acuerdo con las prescripciones de vuestra nueva fe, que es –no estaría de más repetirlo– Amor y Caridad. ¡Que Dios sea con vosotros!
Conversaciones familiares del Más Allá
La pena del talión
(Sociedad, 9 de agosto de 1861; médium: Sr. d’Ambel)
Un corresponsal de la Sociedad le transmite a la misma la siguiente nota:
«El Sr. Antonio B..., uno de mis parientes, escritor de mérito, estimado por sus conciudadanos, el cual había ejercido con distinción y probidad cargos públicos en Lombardía, cayó en un estado de muerte aparente hace aproximadamente diez años, a consecuencia de un ataque de apoplejía, estado que desgraciadamente fue considerado una muerte real, como ocurre algunas veces. Lo que facilitó aún más el error fueron las señales de descomposición que creyeron percibir en el cuerpo. Quince días después del entierro, una circunstancia fortuita determinó que la familia solicitara su exhumación: se trataba de un medallón que, por descuido, había sido olvidado dentro del ataúd. Pero grande fue el estupor de los asistentes cuando, al abrirse el cajón, se comprobó que el cuerpo había cambiado de posición: se había dado vuelta quedando boca abajo y, ¡cosa horrible!, que una de sus manos estaba parcialmente comida por el difunto. Entonces quedó de manifiesto que el desdichado Antonio B... había sido enterrado vivo, debiendo haber sucumbido bajo las angustias de la desesperación y del hambre. Sea como fuere, de este triste acontecimiento y de sus consecuencias morales, ¿no sería interesante, desde el punto de vista espírita y psicológico, hacer una investigación en el mundo de los Espíritus?»
1. Evocación de Antonio B... –Resp. ¿Que queréis de mí?
2. Uno de vuestros parientes nos ha pedido que os evocásemos; lo hacemos de buen grado y estaremos complacidos si consentís en respondernos. –Resp. Sí, consiento en contestaros.
3. ¿Recordáis las circunstancias de vuestra muerte? –Resp. ¡Ah,
por supuesto que las recuerdo! ¿Por qué me traéis a la memoria ese castigo?
4. ¿Es cierto que habéis sido enterrado vivo por equivocación? –Resp. Esto debía ser así, puesto que la muerte aparente tuvo todas las características de una muerte real; yo estaba casi exangüe. No se debe imputar a nadie un hecho previsto desde antes de mi nacimiento.
5. Si estas preguntas os causan sufrimiento, podemos evitarlas. –Resp. No, continuad.
6. Desearíamos que fueseis feliz, ya que habéis tenido la reputación de un hombre honesto. –Resp. Os agradezco mucho; sé que oraréis por mí. Voy a tratar de responderos, pero si no lo consigo, uno de vuestros habituales guías me suplirá.
7. ¿Podríais describirnos las sensaciones que habéis experimentado en aquel terrible momento? –Resp. ¡Oh, qué dolorosa prueba! ¡Sentirse encerrado entre cuatro tablas, sin poder moverse ni cambiar de posición! No poder gritar, ¡porque la voz no resuena en un medio que carece de aire! ¡Oh, qué tortura la del desgraciado que se esfuerza en vano por respirar en una atmósfera insuficiente y desprovista de la parte respirable! ¡Ah! Me hallaba como un condenado en la boca de un horno, a pesar del calor. ¡Oh, no le deseo a nadie semejantes torturas! ¡No, no le deseo a nadie un fin como el que he tenido! ¡Ay! ¡Una cruel punición para una cruel y feroz existencia! No me preguntéis en qué pensaba, pero me sumergía en el pasado y vislumbraba vagamente el porvenir.
8. Decís: ¡Una cruel punición para una cruel y feroz existencia! Pero vuestra reputación, hasta hoy intacta, no hacía suponer nada parecido. ¿Podéis explicarnos esto? –Resp. ¡Qué es la duración de una existencia en la eternidad! Ciertamente, he procurado obrar bien en mi última encarnación; pero yo había aceptado ese fin antes de reencarnar. ¡Ah! ¿Por qué me interrogáis sobre ese pasado doloroso, que sólo yo y los Espíritus –ministros del Todopoderoso– conocíamos? No obstante, pues, es preciso que os diga que en una existencia anterior yo había emparedado a una mujer, ¡a mi propia esposa!, ¡totalmente viva en una cripta! ¡Es la pena del talión la que he debido aplicarme! Ojo por ojo, diente por diente.
9. Os agradecemos por haber tenido a bien responder a nuestras preguntas, y rogamos a Dios que os perdone el pasado, en atención al mérito de vuestra última existencia. –Resp. Volveré más tarde; por lo demás, el Espíritu Erasto completará de buen grado mi comunicación.
Reflexiones de Lamennais sobre esta evocación
La pena del talión
(Sociedad, 9 de agosto de 1861; médium: Sr. d’Ambel)
Un corresponsal de la Sociedad le transmite a la misma la siguiente nota:
«El Sr. Antonio B..., uno de mis parientes, escritor de mérito, estimado por sus conciudadanos, el cual había ejercido con distinción y probidad cargos públicos en Lombardía, cayó en un estado de muerte aparente hace aproximadamente diez años, a consecuencia de un ataque de apoplejía, estado que desgraciadamente fue considerado una muerte real, como ocurre algunas veces. Lo que facilitó aún más el error fueron las señales de descomposición que creyeron percibir en el cuerpo. Quince días después del entierro, una circunstancia fortuita determinó que la familia solicitara su exhumación: se trataba de un medallón que, por descuido, había sido olvidado dentro del ataúd. Pero grande fue el estupor de los asistentes cuando, al abrirse el cajón, se comprobó que el cuerpo había cambiado de posición: se había dado vuelta quedando boca abajo y, ¡cosa horrible!, que una de sus manos estaba parcialmente comida por el difunto. Entonces quedó de manifiesto que el desdichado Antonio B... había sido enterrado vivo, debiendo haber sucumbido bajo las angustias de la desesperación y del hambre. Sea como fuere, de este triste acontecimiento y de sus consecuencias morales, ¿no sería interesante, desde el punto de vista espírita y psicológico, hacer una investigación en el mundo de los Espíritus?»
1. Evocación de Antonio B... –Resp. ¿Que queréis de mí?
2. Uno de vuestros parientes nos ha pedido que os evocásemos; lo hacemos de buen grado y estaremos complacidos si consentís en respondernos. –Resp. Sí, consiento en contestaros.
3. ¿Recordáis las circunstancias de vuestra muerte? –Resp. ¡Ah,
por supuesto que las recuerdo! ¿Por qué me traéis a la memoria ese castigo?
4. ¿Es cierto que habéis sido enterrado vivo por equivocación? –Resp. Esto debía ser así, puesto que la muerte aparente tuvo todas las características de una muerte real; yo estaba casi exangüe. No se debe imputar a nadie un hecho previsto desde antes de mi nacimiento.
5. Si estas preguntas os causan sufrimiento, podemos evitarlas. –Resp. No, continuad.
6. Desearíamos que fueseis feliz, ya que habéis tenido la reputación de un hombre honesto. –Resp. Os agradezco mucho; sé que oraréis por mí. Voy a tratar de responderos, pero si no lo consigo, uno de vuestros habituales guías me suplirá.
7. ¿Podríais describirnos las sensaciones que habéis experimentado en aquel terrible momento? –Resp. ¡Oh, qué dolorosa prueba! ¡Sentirse encerrado entre cuatro tablas, sin poder moverse ni cambiar de posición! No poder gritar, ¡porque la voz no resuena en un medio que carece de aire! ¡Oh, qué tortura la del desgraciado que se esfuerza en vano por respirar en una atmósfera insuficiente y desprovista de la parte respirable! ¡Ah! Me hallaba como un condenado en la boca de un horno, a pesar del calor. ¡Oh, no le deseo a nadie semejantes torturas! ¡No, no le deseo a nadie un fin como el que he tenido! ¡Ay! ¡Una cruel punición para una cruel y feroz existencia! No me preguntéis en qué pensaba, pero me sumergía en el pasado y vislumbraba vagamente el porvenir.
8. Decís: ¡Una cruel punición para una cruel y feroz existencia! Pero vuestra reputación, hasta hoy intacta, no hacía suponer nada parecido. ¿Podéis explicarnos esto? –Resp. ¡Qué es la duración de una existencia en la eternidad! Ciertamente, he procurado obrar bien en mi última encarnación; pero yo había aceptado ese fin antes de reencarnar. ¡Ah! ¿Por qué me interrogáis sobre ese pasado doloroso, que sólo yo y los Espíritus –ministros del Todopoderoso– conocíamos? No obstante, pues, es preciso que os diga que en una existencia anterior yo había emparedado a una mujer, ¡a mi propia esposa!, ¡totalmente viva en una cripta! ¡Es la pena del talión la que he debido aplicarme! Ojo por ojo, diente por diente.
9. Os agradecemos por haber tenido a bien responder a nuestras preguntas, y rogamos a Dios que os perdone el pasado, en atención al mérito de vuestra última existencia. –Resp. Volveré más tarde; por lo demás, el Espíritu Erasto completará de buen grado mi comunicación.
Reflexiones de Lamennais sobre esta evocación
¡Dios es bueno! Pero el hombre, para llegar al perfeccionamiento, debe superar las pruebas más crueles. Este infeliz vivió varios siglos durante su desesperada agonía y, aunque su existencia haya sido honorable, esta prueba debía tener lugar, pues la había elegido.
Reflexiones de Erasto
Lo que debéis extraer de esta enseñanza es que todas vuestras existencias están relacionadas entre sí, y que ninguna es independiente de las otras; las preocupaciones, las dificultades, como los grandes dolores que afectan a los hombres, son siempre las consecuencias de una existencia anterior criminal o mal empleada. Sin embargo, debo deciros que finales semejantes al de Antonio B... son raros, y si este hombre –cuya última existencia estuvo exenta de reprobaciones– murió de esa manera, es porque él mismo había solicitado una muerte semejante, a fin de abreviar el tiempo de su erraticidad y para alcanzar más rápidamente las esferas elevadas. En efecto, después de un período de turbación y de sufrimiento moral para expiar aún su espantoso crimen, le será perdonado y se elevará hacia un mundo mejor en el que encontrará a su víctima, que lo espera y que lo perdonó hace mucho tiempo. Estimados espíritas, aprovechad este ejemplo cruel para soportar con paciencia los sufrimientos corporales, los sufrimientos morales y todas las pequeñas miserias de la vida.
Preg. ¿Qué provecho puede extraer la humanidad de semejantes puniciones? –Resp. Los castigos no son para que la humanidad se desarrolle, sino para punir al individuo culpable. En efecto, la humanidad no tiene ningún interés en ver sufrir a uno de los suyos. Aquí la punición ha sido apropiada a la falta. ¿Por qué existen locos y cretinos? ¿Por qué hay personas paralíticas? ¿Por qué algunos mueren quemados? ¿Por qué otros padecen durante años las torturas de una larga agonía entre la vida y la muerte? ¡Ah! Creedme, respetad la voluntad soberana y no intentéis sondear la razón de los decretos de la Providencia. ¡Sabedlo! Dios es justo, y realiza bien todo lo que Él hace.
ERASTO
Nota – ¿No hay en este hecho una gran y terrible enseñanza? De esa manera, la justicia de Dios alcanza siempre al culpable y, aunque algunas veces sea tardía, no por eso deja de seguir su curso. ¿No es eminentemente moralizador saber que a los grandes culpables que terminan apaciblemente su existencia, y a menudo en la abundancia de bienes terrenales, tarde o temprano les ha de llegar la hora de la expiación? Penas de esta naturaleza son comprensibles, no sólo porque de algún modo están a la vista, sino porque son lógicas; se cree en ellas porque la razón las admite. Ahora bien, preguntamos si ese cuadro que el Espiritismo desdobla a cada instante ante nosotros, no es más adecuado para persuadirnos y protegernos del borde del abismo, que el miedo de las llamas eternas en las cuales no creemos. Si se leen nuevamente las evocaciones que hemos publicado en esta Revista, se verá que no hay un vicio que no tenga su punición, ni una virtud que no tenga su recompensa, las cuales son proporcionales al mérito o al grado de culpabilidad, porque Dios tiene en cuenta todas las circunstancias que puedan atenuar el mal o aumentar el premio del bien.
Preg. ¿Qué provecho puede extraer la humanidad de semejantes puniciones? –Resp. Los castigos no son para que la humanidad se desarrolle, sino para punir al individuo culpable. En efecto, la humanidad no tiene ningún interés en ver sufrir a uno de los suyos. Aquí la punición ha sido apropiada a la falta. ¿Por qué existen locos y cretinos? ¿Por qué hay personas paralíticas? ¿Por qué algunos mueren quemados? ¿Por qué otros padecen durante años las torturas de una larga agonía entre la vida y la muerte? ¡Ah! Creedme, respetad la voluntad soberana y no intentéis sondear la razón de los decretos de la Providencia. ¡Sabedlo! Dios es justo, y realiza bien todo lo que Él hace.
Correspondencia
Carta del Sr. Mathieu sobre la mediumnidad en los pájaros
París, 11 de agosto de 1861.
Señor: Otra vez soy yo el que os escribe, y para rendir –si lo permitís– un nuevo homenaje a la verdad.
Solamente hoy he leído, en el último número de vuestra Revista, excelentes observaciones de vuestra parte sobre la supuesta facultad medianímica en los pájaros, y me adelanto en agradeceros por el nuevo servicio que habéis prestado a la causa que ambos defendemos.
Varias exhibiciones de pájaros maravillosos han tenido lugar en estos últimos años, y como yo conocía la principal artimaña de los procedimientos ejecutados por esas interesantes aves domésticas, escuchaba con mucha pena y pesar a ciertos espiritualistas o espíritas, atribuir dichos procedimientos a una acción medianímica, lo que debía hacer sonreír in petto, si así puedo expresarme, a los adiestradores de esos pájaros. Pero lo que ellos no parecían muy dispuestos a desmentir, vengo yo a desmentirlo por ellos, ya que se me presenta la ocasión, no para perjudicar a su industria –lo que me dejaría constreñido–, sino para impedir una deplorable confusión entre los hechos que una ingeniosa paciencia y una cierta destreza de manos producen sólo en ellos, y los que la intervención de los Espíritus producen en nosotros.
Tenéis toda la razón al decir: «En efecto, esos pájaros hacen cosas que ni el hombre más inteligente, ni el sonámbulo más lúcido podrían hacer, de donde se deduciría que los mismos poseen facultades intelectuales superiores al hombre, lo que es contrario a las leyes de la Naturaleza.» Esta consideración debería llamar la atención de las personas demasiado entusiastas, que no temen en recurrir a la facultad mediúmnica para explicar experiencias que a primera vista no comprenden; pero infelizmente los observadores fríos y juiciosos son aún muy raros, y entre los hombres honorables que acompañan nuestros estudios, existen los que no siempre saben defenderse de los arrastramientos de la imaginación y de los peligros de la ilusión.
Ahora bien, ¿queréis que os diga lo que me ha sido comunicado sobre esos pájaros maravillosos, de los cuales –no sé si os acordáis– hemos admirado juntos una muestra cierta noche? Uno de mis amigos, aficionado a todas las curiosidades posibles, me mostró un día un amplio estante de madera en el que estaban colocados un gran número de cartones pequeños, ubicados unos al lado de los otros. En esos cartones se encontraban palabras impresas, números, figuras de naipes, etc. Me dijo que los compró de un hombre que hacía exhibiciones de pájaros adiestrados y que también le vendió la manera de usarlos.
Entonces mi amigo, al sacar de su estante algunos de esos cartones, me hizo notar que los bordes superiores e inferiores eran, respectivamente, uno entero y el otro formado por dos hojas separadas por una hendidura casi imperceptible, sobre todo inapreciable a la distancia. Enseguida él me explicó que esos cartones debían ser colocados en el estante, ya sea con la hendidura para bajo o para arriba, conforme se quisiese que el pájaro los sacara del estante con su pico, o no los tocase. El pájaro era previamente amaestrado para sacar todos los cartones en que percibiese una hendidura. Parece que este adiestramiento preliminar le era dado por medio de alpiste o mediante alguna golosina, colocados en la referida hendidura; así, el pájaro terminaba por adquirir el hábito de picotear y de sacar del estante, por consecuencia, todos los cartones que allí encontrase con las hendiduras puestas para arriba.
Señor, tal es la ingeniosa artimaña que mi amigo me dio a conocer. Todo me lleva a creer que este embuste es común a todas las personas que explotan la industria de los pájaros adiestrados. Resta a dichas personas el mérito de amaestrar a sus pájaros para esos tejemanejes, con mucha paciencia y quizá con un poco de ayuno –para los pájaros, por supuesto. Les resta también salvar las apariencias con la mayor destreza posible, ya sea por connivencia o por una hábil prestidigitación en el manejo de los cartones, como en el de los acessorios que figuran en sus experiencias.
Lamento revelar así el más importante de sus secretos. Mas, por un lado, el público no verá con menos placer a los pájaros tan bien adiestrados, por más que deseen que se vuelva testigo de cosas imposibles; por otro lado, no me era posible dejar por más tiempo que una opinión fuese aceptada cuando conduce a la profanación –nada menos– de nuestros estudios. En presencia de un interés tan sagrado, creo que el silencio de la complacencia sería un escrúpulo exagerado. Si esta fuere también vuestra opinión, señor, consiento en que podáis transmitir esta noticia a vuestros lectores.
Atentamente,
MATHIEU.
Evidentemente somos del parecer del Sr. Mathieu y estamos complacidos en coincidir con él sobre esta cuestión. Le agradecemos por los detalles que ha tenido a bien transmitirnos, los cuales nuestros lectores sabrán ciertamente apreciar. El Espiritismo es bastante rico en notables hechos auténticos, sin admitir los que se refieren a lo maravilloso o a lo imposible. Un estudio serio y profundo de la ciencia espírita puede poner en guardia a las personas demasiado crédulas, porque este estudio, al darles la clave de los fenómenos, les enseña los límites en los cuales pueden producirse.
Hemos dicho que si los pájaros operasen sus prodigios con conocimiento de causa y con el esfuerzo de su inteligencia, harían lo que no pueden realizar ni el hombre más inteligente, ni el sonámbulo más lúcido. Esto nos recuerda al sucesor del célebre perro Munito que, hace 25 ó 30 años, vimos que le ganaba constantemente a su compañero en el juego de naipes, y que daba el total de una suma antes que nosotros mismos pudiéramos obtenerla haciendo los cálculos. Ahora bien, sin vanidad, creemos que somos un poco más fuerte en el cálculo que aquel perro; sin ninguna duda, había allí cartas marcadas, como en el caso de los pájaros. En cuanto a los sonámbulos hay algunos que, indiscutiblemente, son bastante lúcidos para hacer cosas tan sorprendentes como las que hacen esos interesantes animales, lo que no impide que nuestra proposición sea verdadera. Se sabe que la lucidez sonambúlica –incluso la más desarrollada– es esencialmente variable e intermitente por naturaleza; que está subordinada a una multitud de circunstancias y, sobre todo, a la influencia del medio circundante; que muy raramente el sonámbulo ve de una manera instantánea; que a menudo no puede ver en un momento dado lo que verá una hora más tarde o al día siguiente; que lo que ve con una persona, no lo verá con otra. Suponiendo que haya en los animales amaestrados una facultad análoga, sería necesario admitir que ellos no sufrieran ninguna influencia que fuese susceptible de perturbarla; que la tuvieran siempre a su disposición, a toda hora, veinte veces por día si fuere preciso, y sin ninguna alteración. Es sobre todo en este aspecto que decimos que ellos hacen lo que el sonámbulo más lúcido no puede hacer. Lo que caracteriza a los procedimientos de prestidigitación es la precisión, la puntualidad, la instantaneidad, la repetición facultativa, que son cosas totalmente contrarias a la esencia de los fenómenos puramente morales del sonambulismo y del Espiritismo, cuyos efectos se deben casi siempre esperar y sólo muy raramente pueden ser provocados.
Aunque los efectos de los que acabamos de hablar hubiesen sido causados por procesos artificiales, nada probarían contra la mediumnidad en los animales, en general.
Por lo tanto, la cuestión sería saber si en ellos existe o no la posibilidad de servir de intermediarios entre los Espíritus y los hombres; ahora bien, la incompatibilidad de su naturaleza, en este aspecto, está demostrada por la disertación de Erasto sobre ese tema, enseñanza publicada en nuestro número del mes de agosto, y la del mismo Espíritu sobre el Papel de los médiums en las comunicaciones, insertada en la Revista del mes de julio.
París, 11 de agosto de 1861.
Señor: Otra vez soy yo el que os escribe, y para rendir –si lo permitís– un nuevo homenaje a la verdad.
Solamente hoy he leído, en el último número de vuestra Revista, excelentes observaciones de vuestra parte sobre la supuesta facultad medianímica en los pájaros, y me adelanto en agradeceros por el nuevo servicio que habéis prestado a la causa que ambos defendemos.
Varias exhibiciones de pájaros maravillosos han tenido lugar en estos últimos años, y como yo conocía la principal artimaña de los procedimientos ejecutados por esas interesantes aves domésticas, escuchaba con mucha pena y pesar a ciertos espiritualistas o espíritas, atribuir dichos procedimientos a una acción medianímica, lo que debía hacer sonreír in petto, si así puedo expresarme, a los adiestradores de esos pájaros. Pero lo que ellos no parecían muy dispuestos a desmentir, vengo yo a desmentirlo por ellos, ya que se me presenta la ocasión, no para perjudicar a su industria –lo que me dejaría constreñido–, sino para impedir una deplorable confusión entre los hechos que una ingeniosa paciencia y una cierta destreza de manos producen sólo en ellos, y los que la intervención de los Espíritus producen en nosotros.
Tenéis toda la razón al decir: «En efecto, esos pájaros hacen cosas que ni el hombre más inteligente, ni el sonámbulo más lúcido podrían hacer, de donde se deduciría que los mismos poseen facultades intelectuales superiores al hombre, lo que es contrario a las leyes de la Naturaleza.» Esta consideración debería llamar la atención de las personas demasiado entusiastas, que no temen en recurrir a la facultad mediúmnica para explicar experiencias que a primera vista no comprenden; pero infelizmente los observadores fríos y juiciosos son aún muy raros, y entre los hombres honorables que acompañan nuestros estudios, existen los que no siempre saben defenderse de los arrastramientos de la imaginación y de los peligros de la ilusión.
Ahora bien, ¿queréis que os diga lo que me ha sido comunicado sobre esos pájaros maravillosos, de los cuales –no sé si os acordáis– hemos admirado juntos una muestra cierta noche? Uno de mis amigos, aficionado a todas las curiosidades posibles, me mostró un día un amplio estante de madera en el que estaban colocados un gran número de cartones pequeños, ubicados unos al lado de los otros. En esos cartones se encontraban palabras impresas, números, figuras de naipes, etc. Me dijo que los compró de un hombre que hacía exhibiciones de pájaros adiestrados y que también le vendió la manera de usarlos.
Entonces mi amigo, al sacar de su estante algunos de esos cartones, me hizo notar que los bordes superiores e inferiores eran, respectivamente, uno entero y el otro formado por dos hojas separadas por una hendidura casi imperceptible, sobre todo inapreciable a la distancia. Enseguida él me explicó que esos cartones debían ser colocados en el estante, ya sea con la hendidura para bajo o para arriba, conforme se quisiese que el pájaro los sacara del estante con su pico, o no los tocase. El pájaro era previamente amaestrado para sacar todos los cartones en que percibiese una hendidura. Parece que este adiestramiento preliminar le era dado por medio de alpiste o mediante alguna golosina, colocados en la referida hendidura; así, el pájaro terminaba por adquirir el hábito de picotear y de sacar del estante, por consecuencia, todos los cartones que allí encontrase con las hendiduras puestas para arriba.
Señor, tal es la ingeniosa artimaña que mi amigo me dio a conocer. Todo me lleva a creer que este embuste es común a todas las personas que explotan la industria de los pájaros adiestrados. Resta a dichas personas el mérito de amaestrar a sus pájaros para esos tejemanejes, con mucha paciencia y quizá con un poco de ayuno –para los pájaros, por supuesto. Les resta también salvar las apariencias con la mayor destreza posible, ya sea por connivencia o por una hábil prestidigitación en el manejo de los cartones, como en el de los acessorios que figuran en sus experiencias.
Lamento revelar así el más importante de sus secretos. Mas, por un lado, el público no verá con menos placer a los pájaros tan bien adiestrados, por más que deseen que se vuelva testigo de cosas imposibles; por otro lado, no me era posible dejar por más tiempo que una opinión fuese aceptada cuando conduce a la profanación –nada menos– de nuestros estudios. En presencia de un interés tan sagrado, creo que el silencio de la complacencia sería un escrúpulo exagerado. Si esta fuere también vuestra opinión, señor, consiento en que podáis transmitir esta noticia a vuestros lectores.
Atentamente,
Hemos dicho que si los pájaros operasen sus prodigios con conocimiento de causa y con el esfuerzo de su inteligencia, harían lo que no pueden realizar ni el hombre más inteligente, ni el sonámbulo más lúcido. Esto nos recuerda al sucesor del célebre perro Munito que, hace 25 ó 30 años, vimos que le ganaba constantemente a su compañero en el juego de naipes, y que daba el total de una suma antes que nosotros mismos pudiéramos obtenerla haciendo los cálculos. Ahora bien, sin vanidad, creemos que somos un poco más fuerte en el cálculo que aquel perro; sin ninguna duda, había allí cartas marcadas, como en el caso de los pájaros. En cuanto a los sonámbulos hay algunos que, indiscutiblemente, son bastante lúcidos para hacer cosas tan sorprendentes como las que hacen esos interesantes animales, lo que no impide que nuestra proposición sea verdadera. Se sabe que la lucidez sonambúlica –incluso la más desarrollada– es esencialmente variable e intermitente por naturaleza; que está subordinada a una multitud de circunstancias y, sobre todo, a la influencia del medio circundante; que muy raramente el sonámbulo ve de una manera instantánea; que a menudo no puede ver en un momento dado lo que verá una hora más tarde o al día siguiente; que lo que ve con una persona, no lo verá con otra. Suponiendo que haya en los animales amaestrados una facultad análoga, sería necesario admitir que ellos no sufrieran ninguna influencia que fuese susceptible de perturbarla; que la tuvieran siempre a su disposición, a toda hora, veinte veces por día si fuere preciso, y sin ninguna alteración. Es sobre todo en este aspecto que decimos que ellos hacen lo que el sonámbulo más lúcido no puede hacer. Lo que caracteriza a los procedimientos de prestidigitación es la precisión, la puntualidad, la instantaneidad, la repetición facultativa, que son cosas totalmente contrarias a la esencia de los fenómenos puramente morales del sonambulismo y del Espiritismo, cuyos efectos se deben casi siempre esperar y sólo muy raramente pueden ser provocados.
Aunque los efectos de los que acabamos de hablar hubiesen sido causados por procesos artificiales, nada probarían contra la mediumnidad en los animales, en general.
Por lo tanto, la cuestión sería saber si en ellos existe o no la posibilidad de servir de intermediarios entre los Espíritus y los hombres; ahora bien, la incompatibilidad de su naturaleza, en este aspecto, está demostrada por la disertación de Erasto sobre ese tema, enseñanza publicada en nuestro número del mes de agosto, y la del mismo Espíritu sobre el Papel de los médiums en las comunicaciones, insertada en la Revista del mes de julio.
Carta del Sr. Jobard sobre los espíritas de Metz
Bruselas, 18 de agosto de 1861.
Querido maestro mío:
Acabo de visitar a los espíritas de Metz, como vos visitasteis a los de Lyon el año pasado; mas en lugar de obreros pobres, sencillos e iletrados, son condes, barones, coroneles, oficiales de ingeniería, antiguos alumnos de la Escuela Politécnica, sabios conocidos por obras de gran mérito. Ellos también me ofrecieron un banquete, pero un banquete de pagano, que no tenía nada de común con los modestos ágapes de los primeros cristianos; también el Espíritu Lamennais les hizo una observación en estos términos:
«¡Pobre Humanidad! Recogéis siempre los restos del medio en que vivís; materializáis todo, lo que prueba que el lodo aún mancha vuestro ser. No os hago reproches, sino una simple observación; al tener vuestro objetivo excelentes intenciones, los caminos que os llevan al mismo no son condenables. Si al lado de una satisfacción casi animal, ponéis el deseo de santificarla, de ennoblecerla, seguramente la pureza de vuestros gozos la centuplicará. Además de las buenas palabras que van a fortalecer vuestra amistad, al lado del recuerdo de esta buena jornada, en la cual el Espiritismo tiene una gran participación, no dejéis la mesa sin haber pensado que los Espíritus buenos –que son los profesores de vuestras reuniones– tienen derecho a un pensamiento de reconocimiento.»
Que esto sirva de lección a los Lúculos, a los Trimalciones parisienses, que devoran en una cena el alimento de cien familias, pretendiendo que Dios les ha dado los bienes de la Tierra para el goce de los mismos. Para usar, sí, pero no para abusar, a punto de alterar la salud del cuerpo y del Espíritu. ¿Para qué sirven –pregunto– esos dobles, triples y cuádruples servicios, esa creciente superfluidad de los más delicados vinos, a los cuales parece que Dios les ha sacado el sabor por un milagro inverso al de las bodas de Caná y que los transforma en veneno para aquellos que pierden la razón, a punto de volverse insensibles a las advertencias de su instinto animal? Aun cuando el Espiritismo, difundido en las clases altas de la sociedad, no tuviese por efecto sino poner un freno a la glotonería y a las orgías de las mesas de los ricos, prestaría un inmenso servicio a la sociedad, que la medicina oficial no ha podido prestarle, ya que los propios médicos comparten de buen grado estos excesos que les proporcionan más pacientes, más estómagos para desobstruir, más bazos para tratar, más enfermos de gota para atender, porque no saben curarlos.
Os diré, querido maestro, que en Metz encontré casas de la antigua nobleza, muy religiosas, cuyas abuelas, madres, hijas y nietos –y hasta sus dirigentes eclesiásticos– obtienen por la tiptología magníficos dictados, aunque de un orden inferior al de los médiums eruditos de la Sociedad de que os hablo.
Al haber preguntado a dos Espíritus lo que ellos pensaban de un cierto libro, uno nos dijo que él lo había leído y meditado, y le hizo el mayor de los elogios; el otro confesó que no lo había leído, pero que había oído hablar muy bien al respecto; a un tercero le resultó bueno, pero reprochaba que lo encontraba un poco confuso. Exactamente como se juzga entre nosotros.
Otro nos expuso una cosmogonía muy atrayente y la presentaba como siendo la más pura verdad; como él afirmaba que penetraba hasta en los secretos de Dios sobre el futuro, le pregunté si él era el propio Dios o si su teoría no era más que una bella hipótesis de su parte; titubeó y reconoció que había ido demasiado lejos, pero que para él era una convicción. ¡En hora buena!
En pocos días recibiréis la primera publicación de los espíritas de Metz, de la cual han tenido a bien solicitarme que sea su patrocinador; quedaréis contento con la misma porque es buena. Encontraréis allí dos discursos de Lamennais sobre la oración, que un sacerdote leyó en el sermón dominical, declarando que no podían ser obra de un hombre. Madame de Girardin los visita como a vosotros, y reconoceréis allí su espíritu, su corazón y su estilo.
El Círculo de Metz me ha solicitado que lo pusiera en contacto con el Círculo Belga, que aún se compone de dos médiums, uno francés y otro inglés. Los belgas son infinitamente más razonables: lamentan de todo corazón que un hombre de una inteligencia tan grande como la mía, en todas las disciplinas vinculadas a la Industria y a las Ciencias, acepte esa locura de creer en la existencia y, además, en la inmortalidad del alma. Con piedad, ellos se alejan de mí y dicen: «¡Qué será de nosotros!» Es lo que me ha sucedido ayer a la noche al leerles vuestra Revista, que yo pensaba que les debía interesar, y que ellos consideran un periódico de entretenimientos.
JOBARD
Nota – Desde hace tiempo sabíamos que la ciudad de Metz marcha a paso largo en la senda del progreso espírita, y que los Sres. oficiales no son los últimos en seguirla; nos sentimos felices por tener la confirmación de esto, a través del Sr. Jobard, nuestro honorable colega. Así, tendremos el placer de dar noticias sobre los trabajos de ese Círculo, que se asienta en bases verdaderamente serias; por la posición social de sus miembros, no dejará de ejercer una gran influencia. Posteriormente hablaremos también del Círculo Espírita de Burdeos, que se funda con los auspicios de la Sociedad de París, ya con integrantes muy numerosos y en condiciones que no dejarán de ubicarlo en primera línea.
Conocemos bastante los principios del Sr. Jobard para tener la certeza de que, al enumerar los títulos y las cualidades de los espíritas de Metz a la par de los modestos obreros que hemos visitado el año pasado en Lyon, no quiso hacer ninguna comparación ofensiva; su objetivo fue únicamente constatar que el Espiritismo cuenta con adeptos en todos los estratos sociales. Es un hecho bien conocido que, por un designio providencial, la Doctrina Espírita los ha reclutado primero entre las clases esclarecidas, a fin de probar a sus adversarios que no es privilegio de los tontos y de los ignorantes, y también para llegar a las masas solamente después de haber sido depurada y despojada de toda idea supersticiosa. Sólo hace poco que la Doctrina ha penetrado entre los operarios, mas aquí también ha hecho rápidos progresos, porque aporta consuelos supremos a los sufrimientos materiales, que enseña a soportar con resignación y coraje.
El Sr. Jobard se equivoca si cree que en Lyon sólo hemos encontrado a espíritas entre los obreros; la alta industria, el gran comercio, las Artes y las Ciencias, allá como en otros lugares, proporcionan su contingente. Es verdad que allí los operarios son mayoría, por circunstancias enteramente locales. Esos obreros son pobres, como dice el Sr. Jobard; esta es una razón para tenderles la mano; mas son llenos de sentimientos, de dedicación y de abnegación: si sólo tienen un pedazo de pan, saben compartirlo con sus hermanos. También es verdad que son simples, es decir, que no tienen orgullo ni la presunción de saber. ¿Son iletrados? Relativamente sí, pero no en sentido absoluto. A falta de conocimiento, tienen bastante discernimiento y buen sentido para apreciar lo que es justo y para distinguir, en aquello que se les enseña, lo que es racional de lo que es absurdo. He aquí lo que hemos podido observar por nosotros mismo; es por eso que aprovechamos la ocasión para hacerles justicia. La siguiente carta, a través de la cual nos invitan para ir a visitarlos aún este año, testimonia la feliz influencia que ejercen las ideas espíritas, y los resultados que deben ser esperados cuando se generalicen las mismas.
Lyon, 20 de agosto de 1861.
Mi buen señor Allan Kardec:
Si he permanecido sin escribiros desde hace un tiempo, no se debe a que haya indiferencia de mi parte; es que, sabiendo de la voluminosa correspondencia que recibís, solamente os escribo cuando tengo algo importante para hablaros. Por lo tanto, vengo a deciros que este año contamos con vuestra visita y os rogamos que nos informéis –con la mayor precisión posible– la fecha de vuestra llegada y el lugar donde arribaréis, porque este año el número de espíritas aumentó mucho, sobre todo entre las clases obreras. Todos quieren veros, escutaros y, aunque sepan perfectamente que han sido los Espíritus que dictaron vuestras obras, desean ver al hombre que Dios ha elegido para esta bella misión. Quieren deciros cuán felices se sienten por leeros y por haceros juez del progreso moral que han extraído de vuestras instrucciones, porque se esfuerzan para ser mansos, pacientes y resignados en su miseria, que es tan grande en Lyon, sobre todo entre los tejedores de seda. Los que murmuran, los que aún se quejan son los principiantes; los más instruidos les dicen: ¡Coraje!, nuestras penas y nuestros sufrimientos son pruebas o las consecuencias de nuestras existencias anteriores; Dios, que es bueno y justo, nos hará más felices y nos recompensará en nuevas reencarnaciones. Allan Kardec nos lo ha dicho y lo prueba en sus escritos.
Hemos elegido un local mayor que el de la última vez, pues seremos más de cien; nuestra comida será modesta, porque las contribuciones serán pequeñas; tendremos, más bien, el placer de la reunión. Hago de tal modo que haya espíritas de todas las clases y de todas las condiciones, a fin de hacerles comprender que todos son hermanos. El Sr. Dijoud se ocupa de ello con esmero y traerá a todo su Grupo, que es numeroso.
Con devoción y estima,
C. REY.
Bruselas, 18 de agosto de 1861.
Querido maestro mío:
Acabo de visitar a los espíritas de Metz, como vos visitasteis a los de Lyon el año pasado; mas en lugar de obreros pobres, sencillos e iletrados, son condes, barones, coroneles, oficiales de ingeniería, antiguos alumnos de la Escuela Politécnica, sabios conocidos por obras de gran mérito. Ellos también me ofrecieron un banquete, pero un banquete de pagano, que no tenía nada de común con los modestos ágapes de los primeros cristianos; también el Espíritu Lamennais les hizo una observación en estos términos:
«¡Pobre Humanidad! Recogéis siempre los restos del medio en que vivís; materializáis todo, lo que prueba que el lodo aún mancha vuestro ser. No os hago reproches, sino una simple observación; al tener vuestro objetivo excelentes intenciones, los caminos que os llevan al mismo no son condenables. Si al lado de una satisfacción casi animal, ponéis el deseo de santificarla, de ennoblecerla, seguramente la pureza de vuestros gozos la centuplicará. Además de las buenas palabras que van a fortalecer vuestra amistad, al lado del recuerdo de esta buena jornada, en la cual el Espiritismo tiene una gran participación, no dejéis la mesa sin haber pensado que los Espíritus buenos –que son los profesores de vuestras reuniones– tienen derecho a un pensamiento de reconocimiento.»
Que esto sirva de lección a los Lúculos, a los Trimalciones parisienses, que devoran en una cena el alimento de cien familias, pretendiendo que Dios les ha dado los bienes de la Tierra para el goce de los mismos. Para usar, sí, pero no para abusar, a punto de alterar la salud del cuerpo y del Espíritu. ¿Para qué sirven –pregunto– esos dobles, triples y cuádruples servicios, esa creciente superfluidad de los más delicados vinos, a los cuales parece que Dios les ha sacado el sabor por un milagro inverso al de las bodas de Caná y que los transforma en veneno para aquellos que pierden la razón, a punto de volverse insensibles a las advertencias de su instinto animal? Aun cuando el Espiritismo, difundido en las clases altas de la sociedad, no tuviese por efecto sino poner un freno a la glotonería y a las orgías de las mesas de los ricos, prestaría un inmenso servicio a la sociedad, que la medicina oficial no ha podido prestarle, ya que los propios médicos comparten de buen grado estos excesos que les proporcionan más pacientes, más estómagos para desobstruir, más bazos para tratar, más enfermos de gota para atender, porque no saben curarlos.
Os diré, querido maestro, que en Metz encontré casas de la antigua nobleza, muy religiosas, cuyas abuelas, madres, hijas y nietos –y hasta sus dirigentes eclesiásticos– obtienen por la tiptología magníficos dictados, aunque de un orden inferior al de los médiums eruditos de la Sociedad de que os hablo.
Al haber preguntado a dos Espíritus lo que ellos pensaban de un cierto libro, uno nos dijo que él lo había leído y meditado, y le hizo el mayor de los elogios; el otro confesó que no lo había leído, pero que había oído hablar muy bien al respecto; a un tercero le resultó bueno, pero reprochaba que lo encontraba un poco confuso. Exactamente como se juzga entre nosotros.
Otro nos expuso una cosmogonía muy atrayente y la presentaba como siendo la más pura verdad; como él afirmaba que penetraba hasta en los secretos de Dios sobre el futuro, le pregunté si él era el propio Dios o si su teoría no era más que una bella hipótesis de su parte; titubeó y reconoció que había ido demasiado lejos, pero que para él era una convicción. ¡En hora buena!
En pocos días recibiréis la primera publicación de los espíritas de Metz, de la cual han tenido a bien solicitarme que sea su patrocinador; quedaréis contento con la misma porque es buena. Encontraréis allí dos discursos de Lamennais sobre la oración, que un sacerdote leyó en el sermón dominical, declarando que no podían ser obra de un hombre. Madame de Girardin los visita como a vosotros, y reconoceréis allí su espíritu, su corazón y su estilo.
El Círculo de Metz me ha solicitado que lo pusiera en contacto con el Círculo Belga, que aún se compone de dos médiums, uno francés y otro inglés. Los belgas son infinitamente más razonables: lamentan de todo corazón que un hombre de una inteligencia tan grande como la mía, en todas las disciplinas vinculadas a la Industria y a las Ciencias, acepte esa locura de creer en la existencia y, además, en la inmortalidad del alma. Con piedad, ellos se alejan de mí y dicen: «¡Qué será de nosotros!» Es lo que me ha sucedido ayer a la noche al leerles vuestra Revista, que yo pensaba que les debía interesar, y que ellos consideran un periódico de entretenimientos.
Conocemos bastante los principios del Sr. Jobard para tener la certeza de que, al enumerar los títulos y las cualidades de los espíritas de Metz a la par de los modestos obreros que hemos visitado el año pasado en Lyon, no quiso hacer ninguna comparación ofensiva; su objetivo fue únicamente constatar que el Espiritismo cuenta con adeptos en todos los estratos sociales. Es un hecho bien conocido que, por un designio providencial, la Doctrina Espírita los ha reclutado primero entre las clases esclarecidas, a fin de probar a sus adversarios que no es privilegio de los tontos y de los ignorantes, y también para llegar a las masas solamente después de haber sido depurada y despojada de toda idea supersticiosa. Sólo hace poco que la Doctrina ha penetrado entre los operarios, mas aquí también ha hecho rápidos progresos, porque aporta consuelos supremos a los sufrimientos materiales, que enseña a soportar con resignación y coraje.
El Sr. Jobard se equivoca si cree que en Lyon sólo hemos encontrado a espíritas entre los obreros; la alta industria, el gran comercio, las Artes y las Ciencias, allá como en otros lugares, proporcionan su contingente. Es verdad que allí los operarios son mayoría, por circunstancias enteramente locales. Esos obreros son pobres, como dice el Sr. Jobard; esta es una razón para tenderles la mano; mas son llenos de sentimientos, de dedicación y de abnegación: si sólo tienen un pedazo de pan, saben compartirlo con sus hermanos. También es verdad que son simples, es decir, que no tienen orgullo ni la presunción de saber. ¿Son iletrados? Relativamente sí, pero no en sentido absoluto. A falta de conocimiento, tienen bastante discernimiento y buen sentido para apreciar lo que es justo y para distinguir, en aquello que se les enseña, lo que es racional de lo que es absurdo. He aquí lo que hemos podido observar por nosotros mismo; es por eso que aprovechamos la ocasión para hacerles justicia. La siguiente carta, a través de la cual nos invitan para ir a visitarlos aún este año, testimonia la feliz influencia que ejercen las ideas espíritas, y los resultados que deben ser esperados cuando se generalicen las mismas.
Lyon, 20 de agosto de 1861.
Mi buen señor Allan Kardec:
Si he permanecido sin escribiros desde hace un tiempo, no se debe a que haya indiferencia de mi parte; es que, sabiendo de la voluminosa correspondencia que recibís, solamente os escribo cuando tengo algo importante para hablaros. Por lo tanto, vengo a deciros que este año contamos con vuestra visita y os rogamos que nos informéis –con la mayor precisión posible– la fecha de vuestra llegada y el lugar donde arribaréis, porque este año el número de espíritas aumentó mucho, sobre todo entre las clases obreras. Todos quieren veros, escutaros y, aunque sepan perfectamente que han sido los Espíritus que dictaron vuestras obras, desean ver al hombre que Dios ha elegido para esta bella misión. Quieren deciros cuán felices se sienten por leeros y por haceros juez del progreso moral que han extraído de vuestras instrucciones, porque se esfuerzan para ser mansos, pacientes y resignados en su miseria, que es tan grande en Lyon, sobre todo entre los tejedores de seda. Los que murmuran, los que aún se quejan son los principiantes; los más instruidos les dicen: ¡Coraje!, nuestras penas y nuestros sufrimientos son pruebas o las consecuencias de nuestras existencias anteriores; Dios, que es bueno y justo, nos hará más felices y nos recompensará en nuevas reencarnaciones. Allan Kardec nos lo ha dicho y lo prueba en sus escritos.
Hemos elegido un local mayor que el de la última vez, pues seremos más de cien; nuestra comida será modesta, porque las contribuciones serán pequeñas; tendremos, más bien, el placer de la reunión. Hago de tal modo que haya espíritas de todas las clases y de todas las condiciones, a fin de hacerles comprender que todos son hermanos. El Sr. Dijoud se ocupa de ello con esmero y traerá a todo su Grupo, que es numeroso.
Con devoción y estima,
También de Burdeos nos dirigen una invitación muy afectuosa.
Burdeos, 7 de agosto de 1861.
Mi estimado señor Kardec:
Vuestra última Revista anuncia que la Sociedad Espírita de París estará de vacaciones del 15 de agosto al 1º de octubre; ¿podemos esperar que, en ese intervalo, honréis con vuestra presencia a los espíritas bordeleses? Todos quedaríamos muy felices. Los más fervorosos adeptos de la Doctrina, cuyo número aumenta a cada día, desean organizar una Sociedad que dependa de la de París para el control de los trabajos. Nosotros hemos formulado un reglamento que tiene como modelo el de la Sociedad Parisiense y lo someteremos a vuestra apreciación. Además de la Sociedad principal, habrá grupos de diez a doce personas en diversos puntos de la ciudad, sobre todo para los obreros, donde los miembros de la Sociedad se harán presentes –de tiempo en tiempo y alternativamente– para dar los consejos necesarios. Todos nuestros Guías espirituales están de acuerdo en el siguiente punto: que Burdeos debe tener una Sociedad de Estudios, porque esta ciudad será el centro de la propagación del Espiritismo en todo el Sur.
Os esperamos con confianza y felicidad para el memorable día de la inauguración, y creemos que quedaréis contento con nuestro esmero y con nuestra manera de trabajar. Estamos listos para someternos a los sabios consejos de vuestra experiencia. Por lo tanto, venid a ver nuestra obra: por la obra se conoce al obrero.
Vuestro servidor muy devoto,
A. SABÒ.
Burdeos, 7 de agosto de 1861.
Mi estimado señor Kardec:
Vuestra última Revista anuncia que la Sociedad Espírita de París estará de vacaciones del 15 de agosto al 1º de octubre; ¿podemos esperar que, en ese intervalo, honréis con vuestra presencia a los espíritas bordeleses? Todos quedaríamos muy felices. Los más fervorosos adeptos de la Doctrina, cuyo número aumenta a cada día, desean organizar una Sociedad que dependa de la de París para el control de los trabajos. Nosotros hemos formulado un reglamento que tiene como modelo el de la Sociedad Parisiense y lo someteremos a vuestra apreciación. Además de la Sociedad principal, habrá grupos de diez a doce personas en diversos puntos de la ciudad, sobre todo para los obreros, donde los miembros de la Sociedad se harán presentes –de tiempo en tiempo y alternativamente– para dar los consejos necesarios. Todos nuestros Guías espirituales están de acuerdo en el siguiente punto: que Burdeos debe tener una Sociedad de Estudios, porque esta ciudad será el centro de la propagación del Espiritismo en todo el Sur.
Os esperamos con confianza y felicidad para el memorable día de la inauguración, y creemos que quedaréis contento con nuestro esmero y con nuestra manera de trabajar. Estamos listos para someternos a los sabios consejos de vuestra experiencia. Por lo tanto, venid a ver nuestra obra: por la obra se conoce al obrero.
Vuestro servidor muy devoto,
Disertaciones y enseñanzas espíritas
Un Espíritu israelita a sus correligionarios
Nuestros lectores han de recordar la bella comunicación que hemos publicado en el número de marzo último, sobre La ley de Moisés y la ley del Cristo, firmada por Mardoqueo y recibida por el Sr. R..., de Mulhouse. Este señor también ha obtenido otras comunicaciones igualmente notables del mismo Espíritu, y que nosotros publicaremos. La disertación que damos a continuación es de otro pariente, fallecido hace algunos meses. La misma ha sido dictada en tres ocasiones diferentes.
Amigos míos:
Sed espíritas, os lo ruego encarecidamente a todos. El Espiritismo es la ley de Dios; es la ley de Moisés aplicada a la época actual. Cuando Moisés dio la ley a los hijos de Israel, la ofreció tal como Dios se la había dado, y Dios la adecuó a los hombres de aquel tiempo. Pero después los hombres hicieron progresos; mejoraron en todos los sentidos; progresaron en ciencia y en moralidad. Hoy cada uno sabe conducirse; cada uno sabe lo que debe al Creador, al prójimo y a sí mismo. Por lo tanto, hoy es necesario ampliar las bases de la enseñanza; lo que la ley de Moisés os ha enseñado no es más suficiente para hacer avanzar a la humanidad, y Dios no quiere que permanezcáis siempre en el mismo punto, porque lo que era bueno hace 5000 años no lo es más hoy. Cuando queréis que vuestros hijos se adelanten, proporcionándoles una educación más fuerte, ¿los enviáis siempre a la misma escuela, donde solamente aprenderían las mismas cosas? No; los enviáis a una escuela superior. ¡Pues bien!, amigos míos, han llegado los tiempos en que Dios quiere que ampliéis el cuadro de vuestros conocimientos. El propio Cristo –aunque hizo dar a la ley mosaica un paso hacia delante– no lo ha dicho todo, porque no habría sido comprendido, pero ha lanzado semillas que deberían ser recogidas y aprovechadas por las generaciones futuras. Dios, en su infinita bondad, os envía hoy el Espiritismo, cuyas bases están todas en la ley bíblica y en la ley evangélica, para os elevar y enseñar a amaos los unos a los otros. Sí, amigos míos: la misión del Espiritismo es extinguir todos los odios, de hombre para hombre, de nación para nación; es la aurora de la fraternidad universal que se levanta. Sólo con el Espiritismo podéis llegar a una paz general y duradera.
Por lo tanto, pueblos: ¡levantaos!, permaneced de pie, porque he aquí que Dios, el Creador de todas las cosas, os envía a los Espíritus de vuestros parientes para abriros un nuevo camino, mayor y más amplio que aquel que aún seguís. ¡Oh, amigos míos!, no seáis los últimos a rendiros ante la evidencia, porque la mano de Dios se volverá más pesada sobre los incrédulos y los endurecidos, que deberán desaparecer de la Tierra para que no perturben el reino del bien que se prepara. Creed en las advertencias de aquel que fue y que será siempre vuestro pariente y vuestro amigo.
¡Que los israelitas tomen la delantera! Que enarbolen vivamente y sin tardanza la bandera que Dios envía a los hombres para unirlos en una sola familia. Armaos de coraje y de resolución; no dudéis; no os dejéis detener por los rezagados que, al hablaros de sacrilegios, desearían reteneros. No, amigos míos, no hay sacrilegio, y compadeceos de los que intenten retardar vuestra marcha con semejantes pretextos. ¿No os dice la razón que, en este mundo, no hay nada inmutable? Sólo Dios es inmutable; pero todo lo que Él ha creado debe seguir –y sigue– una marcha progresiva que nada puede detener, porque está en los designios del Creador. Por lo tanto, ¡no tratéis de impedir que la Tierra gire!
Las instituciones que eran magníficas hace 5000 años, hoy son obsoletas; el objetivo al cual se destinaban está superado; ya no son más suficientes para la sociedad actual, así como el Antiguo Régimen francés no podría servir hoy a Francia. Un nuevo progreso se prepara, sin el cual todas las otras mejoras sociales quedan sin bases sólidas; este progreso es la fraternidad universal, cuyas semillas han sido lanzadas por el Cristo y que germinan en el Espiritismo. ¿Seríais, entonces, los últimos a entrar en este camino? ¿No veis que el mundo viejo está en trabajo de parto para renovarse? Echad una mirada sobre el mapa –no digo de Europa, sino del mundo– y observad cómo caen, una a una, todas las instituciones arcaicas, para nunca más levantarse. ¿Por qué esto? Es la aurora de la libertad que se eleva y expulsa a los despotismos de todas las especies, como los primeros rayos del sol que disipan las tinieblas de la noche. Los pueblos están cansados de ser enemigos; ellos comprenden que su felicidad está en la fraternidad y quieren ser libres, porque no pueden mejorarse y volverse hermanos mientras no sean libres. ¿No reconocéis, en la dirección de un gran pueblo, a un hombre eminente que cumple una misión asignada por Dios y que prepara los caminos? ¿No escucháis los sombríos estallidos del mundo viejo, que se desmorona para dar lugar a la Nueva Era? Ya veréis surgir en la cátedra de san Pedro a un pontífice que proclamará los nuevos principios, y esta creencia –que llegará a ser la de todos los pueblos– reunirá a todas las sectas disidentes en una única y misma familia. Entonces, estad preparados; enarbolad –como os dije– la bandera de esta enseñanza tan grande y tan santa, para que no seáis los últimos.
Israelitas de Burdeos y de Bayonne: vosotros que habéis marchado al frente del progreso, levantaos; aclamad al Espiritismo, porque es la ley del Señor, y bendecidlo, porque os proporciona los medios de llegar más rápidamente a la felicidad eterna, que está destinada a sus elegidos.
Amigos míos:
No os sorprendáis al leer esta comunicación. La misma proviene de mí, Édouard Pereyre, vuestro pariente, vuestro amigo y vuestro compatriota. He sido realmente yo el que la ha dictado a mi sobrino Rodolphe, cuya mano guío para hacerlo escribir con mi letra. Para os convencer mejor me tomo este trabajo, lo que es una fatiga para el médium y para mí, ya que el médium debe seguir un movimiento contrario al que le es habitual.
Sí, amigos míos, el Espiritismo es una nueva revelación; comprended el alcance de esta palabra en toda su acepción. Es una revelación, porque os devela una nueva fuerza de la Naturaleza, de la cual no sospechabais y, entretanto, es tan antigua como el mundo. En la época de Moisés era conocida por los hombres de élite de nuestra historia religiosa, y fue a través de ella que recibisteis las primeras enseñanzas sobre los deberes del hombre para con su Creador; pero ella no dio sino lo que era compatible con los hombres de aquella época.
Hoy, que el progreso está realizado; que la luz se expande en las masas; que la estupidez y la ignorancia de las primeras edades comienzan a dar lugar a la razón y al sentido moral; hoy, que la idea de Dios es comprendida por todos o, al menos, por la inmensa mayoría, surge una nueva revelación, que se produce simultáneamente en todos los pueblos instruidos, modificándose entretanto según el grado de adelanto de esos pueblos. Esta revelación os dice que el hombre no muere, que el alma sobrevive al cuerpo y que habita el espacio, entre vosotros y a vuestro lado.
Sí, amigos míos; consolaos cuando perdáis a un ser querido, porque no perdéis sino su cuerpo material; su Espíritu vive entre vosotros, para os guiar, os instruir y os inspirar. Secad vuestras lágrimas, sobre todo si él fue bueno, caritativo y sin orgullo, porque entonces es feliz en ese nuevo mundo donde todas las religiones se confunden en una única y misma adoración, extirpando todos los odios y todos los celos de sectas. También nosotros somos felices cuando podemos inspirar esos mismos sentimientos a los hombres que estamos encargados de instruir, y nuestra mayor felicidad es la de veros entrar en la buena senda, porque entonces abrís la puerta por la cual os reencontraréis con nosotros. Preguntad al médium cuáles son las sublimes enseñanzas que él recibe de su abuelo Mardoqueo; si sigue el camino que le es trazado, prepara para sí mismo un futuro de felicidad; pero si falta a sus deberes después de semejante enseñanza, asumirá toda la responsabilidad de ello y tendrá que recomenzar hasta que haya cumplido apropiadamente con su tarea.
Sí, amigos míos, ya vivimos corporalmente y viviremos aún; la felicidad que disfrutamos no es más que relativa; hay estados muy superiores al que nos encontramos y a los cuales no se llega sino a través de encarnaciones sucesivas y progresivas en otros mundos. Por lo tanto, no creáis que, de todos los globos del Universo, la Tierra sea el único habitado. ¡Pobre orgullo del hombre, que piensa que Dios solamente creó todos los astros para regocijar la vista de los humanos! Sabed, entonces, que todos los mundos son habitados y, entre esos mundos, ¡si supieseis la posición que ocupa la Tierra, no tendríais razones para os vanagloriar! Si no fuese por el cumplimiento de la misión que nos es dada –la de inspiraros e instruiros–, ¡cómo preferiríamos ir a visitar a esos mundos e instruirnos a nosotros mismos! Pero nuestro deber y nuestros afectos aún nos vinculan a la Tierra; más tarde, cuando cedamos nuestro lugar a los que lleguen por último, emprenderemos otras existencias en mundos mejores, purificándonos así por peldaños, hasta que nos aproximemos a Dios, nuestro Creador.
He aquí el Espiritismo; he aquí lo que Él enseña, y esto es la verdad que hoy podéis comprender y que os debe ayudar a regeneraros.
Comprended bien que todos los hombres son hermanos, sean ellos negros o blancos, ricos o pobres, musulmanes, judíos o cristianos. Como deben renacer varias veces para progresar, según la revelación que al respecto hizo el Cristo, Dios permite que aquellos que fueron unidos en existencias anteriores por los lazos de sangre o de amistad, se encuentren nuevamente en la Tierra sin reconocerse, pero en situaciones relacionadas a las expiaciones que deben sufrir por sus faltas pasadas, de manera que aquel que es vuestro criado puede haber sido vuestro señor en otra existencia; el desgraciado a quien negáis asistencia, tal vez sea uno de vuestros antepasados del cual os enorgullecéis, o un amigo que ha sido estimado por vosotros. ¿Comprendéis ahora el alcance de este mandamiento del Decálogo: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo»? He aquí, amigos míos, la revelación que debe llevaros a la fraternidad universal, cuando fuere comprendida por todos. He aquí por qué no debéis permanecer inmutables en vuestros principios, mas seguir la marcha del progreso trazado por Dios, sin deteneros jamás; he aquí por qué os he exhortado a enarbolar la bandera del Espiritismo. Sí, sed espíritas, porque es la ley de Dios, y recordad que en este camino está la felicidad que conduce a la perfección. Habré de ampararos, yo y todos aquellos que habéis conocido, los cuales –como yo– actúan en el mismo sentido.
Que en cada familia se estudie el Espiritismo; que en cada familia se formen médiums, para multiplicar los intérpretes de la voluntad de Dios. No os dejéis desanimar por los obstáculos de las primeras pruebas: éstas son frecuentemente cercadas de dificultades y no siempre exentas de peligro, porque no hay recompensa donde no haya un poco de esfuerzo. Todos vosotros podéis adquirir esta facultad, pero estudiad antes de tratar de obtenerla, a fin de precaveros contra los obstáculos. Purificaos de vuestras manchas; enmendad vuestro corazón y vuestros pensamientos para alejar de vosotros a los Espíritus malos; sobre todo, orad por aquellos que intentan obsesaros, porque es la oración que los convierte y que os liberta de ellos. ¡Que la experiencia de vuestros predecesores os sea provechosa y os impida caer en las mismas faltas!
Continuaré con mis instrucciones.
La religión israelita fue la primera que expresó la idea de un Dios espiritual a los ojos de los hombres. Hasta entonces los hombres adoraban: unos el sol, otros la luna; aquí, el fuego; allí, los animales; pero la idea de Dios no era representada en ninguna parte en su esencia espiritual e inmaterial.
Moisés llegó; traía una nueva ley que echaba por tierra todas las ideas recibidas antes de esa época. Él tenía que luchar contra los sacerdotes egipcios, que mantenían a los pueblos en la más absoluta ignorancia, en la más abyecta esclavitud; y esos sacerdotes, que obtenían un poder ilimitado con ese estado de cosas, no podían ver sin temor la propagación de una fe nueva, que venía a destruir la base de su poder y que amenazaba derribarlos. Esa fe traía consigo la luz, la inteligencia y la libertad de pensar: era una revolución social y moral. Así, los adeptos de esta fe, que eran encontrados en Egipto entre todas las clases y no solamente entre los descendientes de Jacob –como se ha dicho por error–, eran perseguidos, atacados, sometidos a los más duros maltratos y, en fin, expulsados del país, como habiendo infestado a la población de ideas subversivas y antisociales. Todas las veces que un progreso surge en el horizonte y se manifiesta en la Humanidad, siempre es así: las mismas persecuciones y los mismos tratamientos acompañan a los innovadores, que arrojan en la tierra de la nueva generación las semillas fecundas del progreso y de la moral; porque toda innovación progresiva que lleva a la destrucción de ciertos abusos, tiene necesariamente como enemigos a todos aquellos que están interesados en mantener esos abusos.
Pero Dios Todopoderoso, que conduce con infinita sabiduría los acontecimientos de donde debe surgir el progreso, inspiró a Moisés; le dio un poder que ningún hombre había tenido y, a través de la irradiación de ese poder, cuyos efectos impresionaban a los más incrédulos, Moisés adquirió una inmensa influencia sobre una población que, al confiar ciegamente en su destino, llevó a cabo uno de los milagros cuya impresión debería perpetuarse de generación en generación, como un recuerdo imperecedero del poder de Dios y de su profeta.
El pasaje del Mar Rojo fue el primer acto de la liberación de ese pueblo; pero faltaba promover su educación. Era preciso domarlo por la fuerza del razonamiento y por los milagros frecuentemente repetidos; era necesario inculcarle la fe y la moral; era menester enseñarle a poner su fuerza y su confianza en un Dios creador, infinito, inmaterial e infinitamente bueno y justo. Los cuarenta años de pruebas que ese pueblo pasó en el desierto, en medio de privaciones, sufrimientos, vicisitudes de todas las especies; los ejemplos de insubordinación, que fueron tan severamente reprimidos por una justicia providencial, todo eso contribuyó para desarrollar en él la fe en ese Ser Todopoderoso, cuya mano benefactora experimentaba a cada día, como también la mano severa que punía a quien lo desafiase.
En el monte Sinaí tuvo lugar esta primera revelación, ese notable misterio que causó la admiración del mundo, que lo conquistó y que expandió en la Tierra los primeros beneficios de una moral que habría de libertar al Espíritu de los lazos opresivos de la carne y de un despotismo embrutecedor; que ubicaba al hombre por encima de la esfera de los animales, haciendo de él un ser superior, capaz de elevarse por el progreso a la suprema inteligencia.
Los primeros pasos de ese pueblo, que había confiado su destino al hombre de Dios, fueron obstaculizados por las guerras, cuyo efecto debía ser el germen fecundo de una renovación social entre los pueblos que combatía. El Judaísmo se volvía el foco de la luz, de la inteligencia y de la libertad, e irradiaba un brillo notable sobre todas las naciones vecinas, provocando la hostilidad y el odio. Este resultado inmediato estaba en los designios de Dios, sin lo que el progreso hubiera sido demasiado lento; y al mismo tiempo que esas guerras fecundaban los gérmenes del progreso, eran una enseñanza para los judíos, cuya fe reavivaban.
Ese pueblo –libertado de otro pueblo, que se había confiado sin reflexión a la conducta de un hombre que se espantó con un poder milagroso–, ese pueblo tenía, pues, una misión; era un pueblo predestinado.
No fue sin razón que se ha dicho que el mismo cumplía una misión de la que no se daba cuenta, ni él, ni los otros pueblos; iba a ciegas, ejecutando sin comprender los designios de la Providencia. Esta árida misión estuvo repleta de hiel y de amargura; sus apóstoles sufrieron todas las afrentas posibles: fueron perseguidos, hostigados, apedreados, dispersados, pero en todas partes llevaban consigo esa fe viva e inteligente, esa confianza en su Dios, cuyo poder habían medido, cuya bondad habían experimentado y cuyas pruebas aceptaban, principalmente las que debían traer a la Humanidad los beneficios de la civilización.
He aquí esos apóstoles anónimos, escarnecidos y despreciados; he aquí los primeros pioneros de la libertad; ¿han sufrido bastante desde su salida de Egipto hasta nuestros días?
La hora de la rehabilitación no tardará en sonar para ellos, y no está distante el día en que esos primeros soldados de la civilización moderna serán saludados con reconocimiento y veneración; se hará justicia a los descendientes de esas antiguas familias que, inquebrantables en su fe, la han llevado como dote a todas las naciones donde Dios permitió que fuesen dispersados.
Cuando Jesucristo apareció, era también un enviado de Dios; era un nuevo astro que aparecía en la Tierra, como Moisés, cuya misión retomaba para darle continuidad, a fin de desarrollarla y adecuarla al progreso realizado. El propio Cristo estaba destinado a sufrir esa muerte ignominiosa, cuyas vías los judíos habían preparado –llevando a las circunstancias– y cuyo crimen fue cometido por los romanos. Pero dejad, pues, de considerar la historia de los pueblos y de los hombres como os lo habéis considerado hasta este día. En vuestro orgullo, vosotros imagináis que fueron ellos los que prepararon los acontecimientos que cambiaron la faz del mundo, y olvidáis que hay un Dios en el Universo que rige esa armonía admirable, a cuyas leyes os sometéis, creyendo que vosotros mismos las imponéis. Por lo tanto, observad la Historia de la Humanidad desde un punto más elevado; abarcad un horizonte más vasto y notad que todo sigue un sistema único; la ley del progreso en cada siglo, y no a cada día, os hace dar un paso.
Jesucristo fue, entonces, la segunda fase, la segunda revelación, y sus enseñanzas llevaron dieciocho siglos para difundirse, para popularizarse; evaluad por esto cómo es lento el progreso, y lo que deberían ser los hombres cuando Moisés trajo a un mundo atónito la idea de un Dios Todopoderoso, infinito e inmaterial, cuyo poder se volvía visible para ese pueblo, para el cual su misión proporcionó tantas espinas y escollos. El progreso, pues, no se efectúa sin dificultades; es a sus expensas y a través de sus sufrimientos y vicisitudes crueles que la humanidad aprende el objetivo de su destino y el poder de Aquel al que debe su existencia.
El Cristianismo fue, por lo tanto, el resultado de la segunda revelación. Pero esta doctrina, cuya sublime moral el Cristo había traído y desarrollado, ¿ha sido comprendida en su admirable simplicidad? ¿Y cómo es practicada por la mayoría de los que la profesan? ¿Nunca la han desviado de su objetivo? ¿Jamás han abusado de la misma para que sirviera de instrumento al despotismo, a la ambición y a la avaricia? En una palabra, todos los que se dicen cristianos, ¿viven las enseñanzas de su fundador? No; he aquí por qué ellos también debían pasar por el crisol del infortunio, que todo purifica. La historia del Cristianismo es demasiado moderna como para contar todas sus peripecias; pero, en fin, el objetivo está cerca de ser alcanzado y la nueva aurora va a despuntar, la cual, por medios diferentes os hará marchar con paso más rápido en este camino, donde habéis llevado seis mil años para llegar.
El Espiritismo es el advenimiento de una era en que se verá la realización de esta revolución en las ideas de los pueblos, porque el Espiritismo destruirá esas prevenciones incomprensibles, esos prejuicios irrazonables, que han acompañado y seguido a los judíos en su larga y penosa peregrinación. Se comprenderá que ellos pasaron por un destino providencial, del cual eran los instrumentos, así como aquellos que los perseguían con su odio lo hacían impelidos por el mismo poder, cuyos secretos designios debían cumplirse por caminos misteriosos e ignorados.
Sí, el Espiritismo es la tercera revelación; Él se revela a una generación de hombres más adelantados, que tienen aspiraciones más nobles, generosas y humanitarias, lo que debe contribuir para la fraternidad universal. He aquí el nuevo objetivo asignado por Dios a vuestros esfuerzos; pero ese resultado –como los que ya han sido alcanzados hasta este día– no será obtenido sin dolores y sin sufrimientos. Que aquellos que tienen el coraje de ser sus apóstoles se levanten, que alcen sus voces, que hablen clara y abiertamente, que expongan sus doctrinas, que ataquen los abusos y que muestren su objetivo. De ninguna manera este objetivo es un espejismo brillante que buscáis en vano; ese objetivo es real y lo alcanzaréis en la época asignada por Dios. La misma tal vez esté distante, pero ya se encuentra asignada. No temáis; id, apóstoles del progreso, marchad con audacia, con la frente alta y el corazón resignado. Tenéis por sostén una doctrina pura, exenta de todo misterio, que hace un llamado a las más bellas virtudes del alma y que ofrece esa certeza consoladora de que el alma nunca muere, sobreviviendo a la muerte y a los suplicios.
He aquí, amigos míos, el objetivo develado. Preguntaréis: ¿quiénes serán los apóstoles y cómo los reconoceremos? Dios se encarga de darlos a conocer a través de misiones que les serán confiadas y que ellos realizarán. Vosotros los reconoceréis por sus obras, pero no por las cualidades que se atribuyan. Los que reciben misiones de lo Alto las cumplen, pero no se vanaglorian por ello, porque Dios elige a los humildes para divulgar sus enseñanzas, y no a los ambiciosos y orgullosos. Por estas señales reconoceréis a los falsos profetas.
ÉDOUARD PEREYRE
Un Espíritu israelita a sus correligionarios
Nuestros lectores han de recordar la bella comunicación que hemos publicado en el número de marzo último, sobre La ley de Moisés y la ley del Cristo, firmada por Mardoqueo y recibida por el Sr. R..., de Mulhouse. Este señor también ha obtenido otras comunicaciones igualmente notables del mismo Espíritu, y que nosotros publicaremos. La disertación que damos a continuación es de otro pariente, fallecido hace algunos meses. La misma ha sido dictada en tres ocasiones diferentes.
A todos aquellos que he conocido
I
Sed espíritas, os lo ruego encarecidamente a todos. El Espiritismo es la ley de Dios; es la ley de Moisés aplicada a la época actual. Cuando Moisés dio la ley a los hijos de Israel, la ofreció tal como Dios se la había dado, y Dios la adecuó a los hombres de aquel tiempo. Pero después los hombres hicieron progresos; mejoraron en todos los sentidos; progresaron en ciencia y en moralidad. Hoy cada uno sabe conducirse; cada uno sabe lo que debe al Creador, al prójimo y a sí mismo. Por lo tanto, hoy es necesario ampliar las bases de la enseñanza; lo que la ley de Moisés os ha enseñado no es más suficiente para hacer avanzar a la humanidad, y Dios no quiere que permanezcáis siempre en el mismo punto, porque lo que era bueno hace 5000 años no lo es más hoy. Cuando queréis que vuestros hijos se adelanten, proporcionándoles una educación más fuerte, ¿los enviáis siempre a la misma escuela, donde solamente aprenderían las mismas cosas? No; los enviáis a una escuela superior. ¡Pues bien!, amigos míos, han llegado los tiempos en que Dios quiere que ampliéis el cuadro de vuestros conocimientos. El propio Cristo –aunque hizo dar a la ley mosaica un paso hacia delante– no lo ha dicho todo, porque no habría sido comprendido, pero ha lanzado semillas que deberían ser recogidas y aprovechadas por las generaciones futuras. Dios, en su infinita bondad, os envía hoy el Espiritismo, cuyas bases están todas en la ley bíblica y en la ley evangélica, para os elevar y enseñar a amaos los unos a los otros. Sí, amigos míos: la misión del Espiritismo es extinguir todos los odios, de hombre para hombre, de nación para nación; es la aurora de la fraternidad universal que se levanta. Sólo con el Espiritismo podéis llegar a una paz general y duradera.
Por lo tanto, pueblos: ¡levantaos!, permaneced de pie, porque he aquí que Dios, el Creador de todas las cosas, os envía a los Espíritus de vuestros parientes para abriros un nuevo camino, mayor y más amplio que aquel que aún seguís. ¡Oh, amigos míos!, no seáis los últimos a rendiros ante la evidencia, porque la mano de Dios se volverá más pesada sobre los incrédulos y los endurecidos, que deberán desaparecer de la Tierra para que no perturben el reino del bien que se prepara. Creed en las advertencias de aquel que fue y que será siempre vuestro pariente y vuestro amigo.
¡Que los israelitas tomen la delantera! Que enarbolen vivamente y sin tardanza la bandera que Dios envía a los hombres para unirlos en una sola familia. Armaos de coraje y de resolución; no dudéis; no os dejéis detener por los rezagados que, al hablaros de sacrilegios, desearían reteneros. No, amigos míos, no hay sacrilegio, y compadeceos de los que intenten retardar vuestra marcha con semejantes pretextos. ¿No os dice la razón que, en este mundo, no hay nada inmutable? Sólo Dios es inmutable; pero todo lo que Él ha creado debe seguir –y sigue– una marcha progresiva que nada puede detener, porque está en los designios del Creador. Por lo tanto, ¡no tratéis de impedir que la Tierra gire!
Las instituciones que eran magníficas hace 5000 años, hoy son obsoletas; el objetivo al cual se destinaban está superado; ya no son más suficientes para la sociedad actual, así como el Antiguo Régimen francés no podría servir hoy a Francia. Un nuevo progreso se prepara, sin el cual todas las otras mejoras sociales quedan sin bases sólidas; este progreso es la fraternidad universal, cuyas semillas han sido lanzadas por el Cristo y que germinan en el Espiritismo. ¿Seríais, entonces, los últimos a entrar en este camino? ¿No veis que el mundo viejo está en trabajo de parto para renovarse? Echad una mirada sobre el mapa –no digo de Europa, sino del mundo– y observad cómo caen, una a una, todas las instituciones arcaicas, para nunca más levantarse. ¿Por qué esto? Es la aurora de la libertad que se eleva y expulsa a los despotismos de todas las especies, como los primeros rayos del sol que disipan las tinieblas de la noche. Los pueblos están cansados de ser enemigos; ellos comprenden que su felicidad está en la fraternidad y quieren ser libres, porque no pueden mejorarse y volverse hermanos mientras no sean libres. ¿No reconocéis, en la dirección de un gran pueblo, a un hombre eminente que cumple una misión asignada por Dios y que prepara los caminos? ¿No escucháis los sombríos estallidos del mundo viejo, que se desmorona para dar lugar a la Nueva Era? Ya veréis surgir en la cátedra de san Pedro a un pontífice que proclamará los nuevos principios, y esta creencia –que llegará a ser la de todos los pueblos– reunirá a todas las sectas disidentes en una única y misma familia. Entonces, estad preparados; enarbolad –como os dije– la bandera de esta enseñanza tan grande y tan santa, para que no seáis los últimos.
Israelitas de Burdeos y de Bayonne: vosotros que habéis marchado al frente del progreso, levantaos; aclamad al Espiritismo, porque es la ley del Señor, y bendecidlo, porque os proporciona los medios de llegar más rápidamente a la felicidad eterna, que está destinada a sus elegidos.
II
No os sorprendáis al leer esta comunicación. La misma proviene de mí, Édouard Pereyre, vuestro pariente, vuestro amigo y vuestro compatriota. He sido realmente yo el que la ha dictado a mi sobrino Rodolphe, cuya mano guío para hacerlo escribir con mi letra. Para os convencer mejor me tomo este trabajo, lo que es una fatiga para el médium y para mí, ya que el médium debe seguir un movimiento contrario al que le es habitual.
Sí, amigos míos, el Espiritismo es una nueva revelación; comprended el alcance de esta palabra en toda su acepción. Es una revelación, porque os devela una nueva fuerza de la Naturaleza, de la cual no sospechabais y, entretanto, es tan antigua como el mundo. En la época de Moisés era conocida por los hombres de élite de nuestra historia religiosa, y fue a través de ella que recibisteis las primeras enseñanzas sobre los deberes del hombre para con su Creador; pero ella no dio sino lo que era compatible con los hombres de aquella época.
Hoy, que el progreso está realizado; que la luz se expande en las masas; que la estupidez y la ignorancia de las primeras edades comienzan a dar lugar a la razón y al sentido moral; hoy, que la idea de Dios es comprendida por todos o, al menos, por la inmensa mayoría, surge una nueva revelación, que se produce simultáneamente en todos los pueblos instruidos, modificándose entretanto según el grado de adelanto de esos pueblos. Esta revelación os dice que el hombre no muere, que el alma sobrevive al cuerpo y que habita el espacio, entre vosotros y a vuestro lado.
Sí, amigos míos; consolaos cuando perdáis a un ser querido, porque no perdéis sino su cuerpo material; su Espíritu vive entre vosotros, para os guiar, os instruir y os inspirar. Secad vuestras lágrimas, sobre todo si él fue bueno, caritativo y sin orgullo, porque entonces es feliz en ese nuevo mundo donde todas las religiones se confunden en una única y misma adoración, extirpando todos los odios y todos los celos de sectas. También nosotros somos felices cuando podemos inspirar esos mismos sentimientos a los hombres que estamos encargados de instruir, y nuestra mayor felicidad es la de veros entrar en la buena senda, porque entonces abrís la puerta por la cual os reencontraréis con nosotros. Preguntad al médium cuáles son las sublimes enseñanzas que él recibe de su abuelo Mardoqueo; si sigue el camino que le es trazado, prepara para sí mismo un futuro de felicidad; pero si falta a sus deberes después de semejante enseñanza, asumirá toda la responsabilidad de ello y tendrá que recomenzar hasta que haya cumplido apropiadamente con su tarea.
Sí, amigos míos, ya vivimos corporalmente y viviremos aún; la felicidad que disfrutamos no es más que relativa; hay estados muy superiores al que nos encontramos y a los cuales no se llega sino a través de encarnaciones sucesivas y progresivas en otros mundos. Por lo tanto, no creáis que, de todos los globos del Universo, la Tierra sea el único habitado. ¡Pobre orgullo del hombre, que piensa que Dios solamente creó todos los astros para regocijar la vista de los humanos! Sabed, entonces, que todos los mundos son habitados y, entre esos mundos, ¡si supieseis la posición que ocupa la Tierra, no tendríais razones para os vanagloriar! Si no fuese por el cumplimiento de la misión que nos es dada –la de inspiraros e instruiros–, ¡cómo preferiríamos ir a visitar a esos mundos e instruirnos a nosotros mismos! Pero nuestro deber y nuestros afectos aún nos vinculan a la Tierra; más tarde, cuando cedamos nuestro lugar a los que lleguen por último, emprenderemos otras existencias en mundos mejores, purificándonos así por peldaños, hasta que nos aproximemos a Dios, nuestro Creador.
He aquí el Espiritismo; he aquí lo que Él enseña, y esto es la verdad que hoy podéis comprender y que os debe ayudar a regeneraros.
Comprended bien que todos los hombres son hermanos, sean ellos negros o blancos, ricos o pobres, musulmanes, judíos o cristianos. Como deben renacer varias veces para progresar, según la revelación que al respecto hizo el Cristo, Dios permite que aquellos que fueron unidos en existencias anteriores por los lazos de sangre o de amistad, se encuentren nuevamente en la Tierra sin reconocerse, pero en situaciones relacionadas a las expiaciones que deben sufrir por sus faltas pasadas, de manera que aquel que es vuestro criado puede haber sido vuestro señor en otra existencia; el desgraciado a quien negáis asistencia, tal vez sea uno de vuestros antepasados del cual os enorgullecéis, o un amigo que ha sido estimado por vosotros. ¿Comprendéis ahora el alcance de este mandamiento del Decálogo: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo»? He aquí, amigos míos, la revelación que debe llevaros a la fraternidad universal, cuando fuere comprendida por todos. He aquí por qué no debéis permanecer inmutables en vuestros principios, mas seguir la marcha del progreso trazado por Dios, sin deteneros jamás; he aquí por qué os he exhortado a enarbolar la bandera del Espiritismo. Sí, sed espíritas, porque es la ley de Dios, y recordad que en este camino está la felicidad que conduce a la perfección. Habré de ampararos, yo y todos aquellos que habéis conocido, los cuales –como yo– actúan en el mismo sentido.
Que en cada familia se estudie el Espiritismo; que en cada familia se formen médiums, para multiplicar los intérpretes de la voluntad de Dios. No os dejéis desanimar por los obstáculos de las primeras pruebas: éstas son frecuentemente cercadas de dificultades y no siempre exentas de peligro, porque no hay recompensa donde no haya un poco de esfuerzo. Todos vosotros podéis adquirir esta facultad, pero estudiad antes de tratar de obtenerla, a fin de precaveros contra los obstáculos. Purificaos de vuestras manchas; enmendad vuestro corazón y vuestros pensamientos para alejar de vosotros a los Espíritus malos; sobre todo, orad por aquellos que intentan obsesaros, porque es la oración que los convierte y que os liberta de ellos. ¡Que la experiencia de vuestros predecesores os sea provechosa y os impida caer en las mismas faltas!
Continuaré con mis instrucciones.
III
Moisés llegó; traía una nueva ley que echaba por tierra todas las ideas recibidas antes de esa época. Él tenía que luchar contra los sacerdotes egipcios, que mantenían a los pueblos en la más absoluta ignorancia, en la más abyecta esclavitud; y esos sacerdotes, que obtenían un poder ilimitado con ese estado de cosas, no podían ver sin temor la propagación de una fe nueva, que venía a destruir la base de su poder y que amenazaba derribarlos. Esa fe traía consigo la luz, la inteligencia y la libertad de pensar: era una revolución social y moral. Así, los adeptos de esta fe, que eran encontrados en Egipto entre todas las clases y no solamente entre los descendientes de Jacob –como se ha dicho por error–, eran perseguidos, atacados, sometidos a los más duros maltratos y, en fin, expulsados del país, como habiendo infestado a la población de ideas subversivas y antisociales. Todas las veces que un progreso surge en el horizonte y se manifiesta en la Humanidad, siempre es así: las mismas persecuciones y los mismos tratamientos acompañan a los innovadores, que arrojan en la tierra de la nueva generación las semillas fecundas del progreso y de la moral; porque toda innovación progresiva que lleva a la destrucción de ciertos abusos, tiene necesariamente como enemigos a todos aquellos que están interesados en mantener esos abusos.
Pero Dios Todopoderoso, que conduce con infinita sabiduría los acontecimientos de donde debe surgir el progreso, inspiró a Moisés; le dio un poder que ningún hombre había tenido y, a través de la irradiación de ese poder, cuyos efectos impresionaban a los más incrédulos, Moisés adquirió una inmensa influencia sobre una población que, al confiar ciegamente en su destino, llevó a cabo uno de los milagros cuya impresión debería perpetuarse de generación en generación, como un recuerdo imperecedero del poder de Dios y de su profeta.
El pasaje del Mar Rojo fue el primer acto de la liberación de ese pueblo; pero faltaba promover su educación. Era preciso domarlo por la fuerza del razonamiento y por los milagros frecuentemente repetidos; era necesario inculcarle la fe y la moral; era menester enseñarle a poner su fuerza y su confianza en un Dios creador, infinito, inmaterial e infinitamente bueno y justo. Los cuarenta años de pruebas que ese pueblo pasó en el desierto, en medio de privaciones, sufrimientos, vicisitudes de todas las especies; los ejemplos de insubordinación, que fueron tan severamente reprimidos por una justicia providencial, todo eso contribuyó para desarrollar en él la fe en ese Ser Todopoderoso, cuya mano benefactora experimentaba a cada día, como también la mano severa que punía a quien lo desafiase.
En el monte Sinaí tuvo lugar esta primera revelación, ese notable misterio que causó la admiración del mundo, que lo conquistó y que expandió en la Tierra los primeros beneficios de una moral que habría de libertar al Espíritu de los lazos opresivos de la carne y de un despotismo embrutecedor; que ubicaba al hombre por encima de la esfera de los animales, haciendo de él un ser superior, capaz de elevarse por el progreso a la suprema inteligencia.
Los primeros pasos de ese pueblo, que había confiado su destino al hombre de Dios, fueron obstaculizados por las guerras, cuyo efecto debía ser el germen fecundo de una renovación social entre los pueblos que combatía. El Judaísmo se volvía el foco de la luz, de la inteligencia y de la libertad, e irradiaba un brillo notable sobre todas las naciones vecinas, provocando la hostilidad y el odio. Este resultado inmediato estaba en los designios de Dios, sin lo que el progreso hubiera sido demasiado lento; y al mismo tiempo que esas guerras fecundaban los gérmenes del progreso, eran una enseñanza para los judíos, cuya fe reavivaban.
Ese pueblo –libertado de otro pueblo, que se había confiado sin reflexión a la conducta de un hombre que se espantó con un poder milagroso–, ese pueblo tenía, pues, una misión; era un pueblo predestinado.
No fue sin razón que se ha dicho que el mismo cumplía una misión de la que no se daba cuenta, ni él, ni los otros pueblos; iba a ciegas, ejecutando sin comprender los designios de la Providencia. Esta árida misión estuvo repleta de hiel y de amargura; sus apóstoles sufrieron todas las afrentas posibles: fueron perseguidos, hostigados, apedreados, dispersados, pero en todas partes llevaban consigo esa fe viva e inteligente, esa confianza en su Dios, cuyo poder habían medido, cuya bondad habían experimentado y cuyas pruebas aceptaban, principalmente las que debían traer a la Humanidad los beneficios de la civilización.
He aquí esos apóstoles anónimos, escarnecidos y despreciados; he aquí los primeros pioneros de la libertad; ¿han sufrido bastante desde su salida de Egipto hasta nuestros días?
La hora de la rehabilitación no tardará en sonar para ellos, y no está distante el día en que esos primeros soldados de la civilización moderna serán saludados con reconocimiento y veneración; se hará justicia a los descendientes de esas antiguas familias que, inquebrantables en su fe, la han llevado como dote a todas las naciones donde Dios permitió que fuesen dispersados.
Cuando Jesucristo apareció, era también un enviado de Dios; era un nuevo astro que aparecía en la Tierra, como Moisés, cuya misión retomaba para darle continuidad, a fin de desarrollarla y adecuarla al progreso realizado. El propio Cristo estaba destinado a sufrir esa muerte ignominiosa, cuyas vías los judíos habían preparado –llevando a las circunstancias– y cuyo crimen fue cometido por los romanos. Pero dejad, pues, de considerar la historia de los pueblos y de los hombres como os lo habéis considerado hasta este día. En vuestro orgullo, vosotros imagináis que fueron ellos los que prepararon los acontecimientos que cambiaron la faz del mundo, y olvidáis que hay un Dios en el Universo que rige esa armonía admirable, a cuyas leyes os sometéis, creyendo que vosotros mismos las imponéis. Por lo tanto, observad la Historia de la Humanidad desde un punto más elevado; abarcad un horizonte más vasto y notad que todo sigue un sistema único; la ley del progreso en cada siglo, y no a cada día, os hace dar un paso.
Jesucristo fue, entonces, la segunda fase, la segunda revelación, y sus enseñanzas llevaron dieciocho siglos para difundirse, para popularizarse; evaluad por esto cómo es lento el progreso, y lo que deberían ser los hombres cuando Moisés trajo a un mundo atónito la idea de un Dios Todopoderoso, infinito e inmaterial, cuyo poder se volvía visible para ese pueblo, para el cual su misión proporcionó tantas espinas y escollos. El progreso, pues, no se efectúa sin dificultades; es a sus expensas y a través de sus sufrimientos y vicisitudes crueles que la humanidad aprende el objetivo de su destino y el poder de Aquel al que debe su existencia.
El Cristianismo fue, por lo tanto, el resultado de la segunda revelación. Pero esta doctrina, cuya sublime moral el Cristo había traído y desarrollado, ¿ha sido comprendida en su admirable simplicidad? ¿Y cómo es practicada por la mayoría de los que la profesan? ¿Nunca la han desviado de su objetivo? ¿Jamás han abusado de la misma para que sirviera de instrumento al despotismo, a la ambición y a la avaricia? En una palabra, todos los que se dicen cristianos, ¿viven las enseñanzas de su fundador? No; he aquí por qué ellos también debían pasar por el crisol del infortunio, que todo purifica. La historia del Cristianismo es demasiado moderna como para contar todas sus peripecias; pero, en fin, el objetivo está cerca de ser alcanzado y la nueva aurora va a despuntar, la cual, por medios diferentes os hará marchar con paso más rápido en este camino, donde habéis llevado seis mil años para llegar.
El Espiritismo es el advenimiento de una era en que se verá la realización de esta revolución en las ideas de los pueblos, porque el Espiritismo destruirá esas prevenciones incomprensibles, esos prejuicios irrazonables, que han acompañado y seguido a los judíos en su larga y penosa peregrinación. Se comprenderá que ellos pasaron por un destino providencial, del cual eran los instrumentos, así como aquellos que los perseguían con su odio lo hacían impelidos por el mismo poder, cuyos secretos designios debían cumplirse por caminos misteriosos e ignorados.
Sí, el Espiritismo es la tercera revelación; Él se revela a una generación de hombres más adelantados, que tienen aspiraciones más nobles, generosas y humanitarias, lo que debe contribuir para la fraternidad universal. He aquí el nuevo objetivo asignado por Dios a vuestros esfuerzos; pero ese resultado –como los que ya han sido alcanzados hasta este día– no será obtenido sin dolores y sin sufrimientos. Que aquellos que tienen el coraje de ser sus apóstoles se levanten, que alcen sus voces, que hablen clara y abiertamente, que expongan sus doctrinas, que ataquen los abusos y que muestren su objetivo. De ninguna manera este objetivo es un espejismo brillante que buscáis en vano; ese objetivo es real y lo alcanzaréis en la época asignada por Dios. La misma tal vez esté distante, pero ya se encuentra asignada. No temáis; id, apóstoles del progreso, marchad con audacia, con la frente alta y el corazón resignado. Tenéis por sostén una doctrina pura, exenta de todo misterio, que hace un llamado a las más bellas virtudes del alma y que ofrece esa certeza consoladora de que el alma nunca muere, sobreviviendo a la muerte y a los suplicios.
He aquí, amigos míos, el objetivo develado. Preguntaréis: ¿quiénes serán los apóstoles y cómo los reconoceremos? Dios se encarga de darlos a conocer a través de misiones que les serán confiadas y que ellos realizarán. Vosotros los reconoceréis por sus obras, pero no por las cualidades que se atribuyan. Los que reciben misiones de lo Alto las cumplen, pero no se vanaglorian por ello, porque Dios elige a los humildes para divulgar sus enseñanzas, y no a los ambiciosos y orgullosos. Por estas señales reconoceréis a los falsos profetas.
Variedades
Noticia falsa
Un periódico, no sabemos de qué país, publicó hace algún tiempo –y al parecer otros lo repitieron– que debería realizarse una conferencia solemne sobre Espiritismo entre los Sres. Home, Marcillet, Squire, Delaage, Sardou, Allan Kardec, etc., etc. A aquellos lectores nuestros que tal vez hayan oído hablar de eso, les informamos que no todo lo que se imprime es palabra del Evangelio, aunque salga en un periódico; se trata simplemente de una noticia falsa, instalada de manera muy grosera, a la cual se olvidaron de agregar un asunto: el Espíritu. No nos sorprenderíamos si un día viésemos que las decisiones de ese congreso fueron publicadas e incluso citadas palabras que habrían sido allí pronunciadas. Esto no costará nada y, a falta de algo mejor, llenará las columnas del periódico.
ALLAN KARDEC
Noticia falsa
Un periódico, no sabemos de qué país, publicó hace algún tiempo –y al parecer otros lo repitieron– que debería realizarse una conferencia solemne sobre Espiritismo entre los Sres. Home, Marcillet, Squire, Delaage, Sardou, Allan Kardec, etc., etc. A aquellos lectores nuestros que tal vez hayan oído hablar de eso, les informamos que no todo lo que se imprime es palabra del Evangelio, aunque salga en un periódico; se trata simplemente de una noticia falsa, instalada de manera muy grosera, a la cual se olvidaron de agregar un asunto: el Espíritu. No nos sorprenderíamos si un día viésemos que las decisiones de ese congreso fueron publicadas e incluso citadas palabras que habrían sido allí pronunciadas. Esto no costará nada y, a falta de algo mejor, llenará las columnas del periódico.
Octubre
El Espiritismo en Lyon
Ante las reiteradas invitaciones que este año nos han hecho los espíritas lioneses, hemos aceptado visitar nuevamente aquella ciudad, y aunque conociéramos, por correspondencia, los progresos del Espiritismo en Lyon, el resultado superó en mucho nuestras expectativas. Ciertamente nuestros lectores han de apreciar que les demos algunas informaciones al respecto; allí verán una muestra de la marcha irresistible de la Doctrina y una prueba patente de sus consecuencias morales.
Pero antes de hablar de los espíritas de Lyon, no debemos olvidar a los espiritistas de Sens y de Mâcon, que hemos visitado en nuestro trayecto, a los cuales agradecemos por su simpática acogida. Allí también hemos podido constatar un progreso muy considerable, ya sea en el número de adeptos o en la opinión que se hace del Espiritismo en general. Por todas partes los escarnecedores se esclarecen y, mismo aquellos que no creen, observan aún con prudente reserva, debido al carácter y a la posición social de los que hoy no temen más en confesarse abiertamente partidarios y propagadores de las nuevas ideas. En presencia de la opinión que se pronuncia y que se generaliza, los incrédulos dicen que allí bien podría haber algo y que, en resumen, cada uno es libre en sus creencias; antes de hablar, quieren por lo menos saber de qué se trata, mientras que antes se hablaba primero sin saber al respecto. Ahora bien, para muchas personas, no se puede negar que esto sea un verdadero progreso. Volveremos más tarde a esos dos Centros, aún jóvenes –numéricamente hablando–, mientras que Lyon ya ha alcanzado su edad viril.
En efecto, no son más por centenas que allí se cuentan los espíritas, como hace un año, sino por millares; o, mejor dicho, no se los cuenta más y, al seguir las mismas progresiones, se estima que en uno o dos años serán más de treinta mil. El Espiritismo se ha extendido en todas las clases, pero es sobre todo en la clase obrera que Él se ha propagado con más rapidez, y esto no es de admirarse, pues siendo esta clase la que más sufre, la misma se vuelve hacia donde encuentra mayor consuelo. Vosotros, que gritáis contra el Espiritismo, ¿por qué no le ofrecéis algo mejor? Ella se volvería hacia vos; pero, en vez de esto, queréis arrebatarle lo que la ayuda a llevar su fardo de miserias. Es el medio más seguro de distanciaros de sus simpatías y de aumentar las filas de vuestros opositores. Lo que hemos visto con nuestros propios ojos es de tal modo característico –y contiene una enseñanza tan grande– que creemos un deber dedicar a los trabajadores la mayor parte de nuestro informe.
El año pasado no había más que un solo Centro de reunión –el de Brotteaux–, dirigido por el Sr. Dijoud, jefe de taller, y por su esposa; después se formaron otros en diferentes puntos de la ciudad, en Guillotière, en Perrache, en La Croix-Rousse, en Vaise, en Saint-Just, etc., sin contar un gran número de reuniones particulares. En total había allí apenas dos o tres médiums, aún principiantes; hoy los hay en todos los Grupos, y varios son sobresalientes; en un solo Grupo hemos visto a cinco médiums que escribían simultáneamente. También hemos visto a una joven, muy buena médium vidente, en la cual pudimos constatar el desarrollo de esta facultad en un grado muy alto.
Hemos observado una colección de dibujos extremamente notables, de un médium dibujante que no sabe diseñar; por su ejecución y complejidad, los mismos hacen rivalidad con los dibujos de Júpiter, aunque sean de otro género. No debemos olvidarnos de un médium curativo, tan recomendable por su devoción como por la fuerza de su facultad.
Sí, es indudable que los adeptos se multiplican; pero lo que vale aún más que el número es la cualidad. ¡Pues bien! Declaramos abiertamente que en ninguna parte hemos visto reuniones espíritas más edificantes que las de los obreros lioneses, desde el punto de vista del orden, de la concentración y de la atención que ellos dan a las instrucciones de sus Guías Espirituales. Allí hay hombres, ancianos, mujeres, jóvenes, incluso hasta niños, cuyos modales de respeto y de recogimiento contrastan con su edad; jamás un solo chico perturbó un instante el silencio de nuestras reuniones, a menudo muy prolongadas; ellos parecen casi tan interesados como sus padres en acoger nuestras palabras. Esto no es todo; el número de transformaciones morales, entre los obreros, es casi tan grande como entre los adeptos: hábitos viciosos reformados, pasiones serenadas, odios apaciguados, hogares pacificados, en una palabra, el desarrollo de las virtudes cristianas, y esto a través de la confianza –ahora inquebrantable– que las comunicaciones espíritas les dan de un futuro en que no creían. Para ellos es una felicidad asistir a esas instrucciones, de donde salen reconfortados para hacer frente a la adversidad. También se ven aquellos que caminan más de una legua, con cualquier tiempo, ya sea invierno o verano, y que enfrentan todo para no faltar a una sesión; sucede que en ellos no hay una fe vulgar, sino una fe basada en una convicción profunda, razonada y no ciega.
Los Espíritus que los instruyen saben admirablemente ponerse al alcance de sus oyentes. Sus dictados no son trechos de elocuencia, sino buenas instrucciones familiares, sin presunciones, y que por esto mismo se dirigen al corazón. Las conversaciones con los parientes y con los amigos desencarnados desempeñan allí un gran papel, de donde salen casi siempre lecciones útiles. Frecuentemente una familia entera se reúne, y la noche transcurre en una suave efusión con aquellos que han partido. Quieren tener noticias de los tíos, de las tías, de los primos y de las primas: desean saber si son felices. Nadie es olvidado; cada uno quiere que el abuelo le diga algo, y a cada uno él da un consejo. –Y a mí, abuelo, preguntaba un día un joven, ¿no me decís nada? –Sí, hijo mío, te diré algo: No estoy contento contigo; el otro día discutiste en el camino por una tontería, en vez de dirigirte directamente a tus quehaceres; esto no está bien. –Abuelo, ¿cómo sabéis eso? –Sin duda, lo sé; ¿será que nosotros, los Espíritus, no vemos todo lo que hacéis, ya que estamos a vuestro lado? –Perdón, abuelo; os prometo que no lo haré más.
¿No existe algo conmovedor en esta comunión entre los muertos y los vivos? Ahí está la vida futura, palpitante bajo sus ojos; no existe más la muerte, no hay más separación eterna, no existe más la nada; el Cielo está más cerca de la Tierra y es mejor comprendido. Si esto es una superstición, ¡quiera Dios que nunca hubiesen existido otras!
Un hecho digno de nota, y que nosotros hemos constatado, es la facilidad con la cual esos hombres –en su mayoría iletrados y curtidos en los más rudos trabajos– comprenden el alcance de la Doctrina; se puede decir que ven en Ella su lado serio. En las instrucciones que hemos dado a los diferentes Grupos, en vano hemos buscado mover la curiosidad por el relato de las manifestaciones físicas y, no obstante, ninguno de ellos ha visto una mesa girar; sin embargo, todo lo que se refería a las apreciaciones morales cautivaba su interés en el más alto grado.
La siguiente alocución nos ha sido dirigida por ocasión de nuestra visita al Grupo de Saint-Just; hacemos referencia a la misma, no para satisfacer una tonta y pueril vanidad, sino como prueba de los sentimientos que dominan a los obreros en los talleres, donde ha penetrado el Espiritismo, y porque sabemos ser gratos con aquellos que han tenido a bien darnos ese testimonio de simpatía. La transcribimos textualmente, porque tendríamos escrúpulos en agregarle una única palabra; sólo la ortografía ha sido corregida.
«Sr. Allan Kardec, discípulo de Jesús, intérprete del Espíritu de Verdad, vos sois nuestro hermano en Dios; estamos todos reunidos con el mismo corazón, bajo la protección de san Juan Bautista, protector de la humanidad y precursor del gran Maestro Jesús, nuestro Salvador.
«Os rogamos, querido maestro nuestro, que dirijáis vuestra mirada hacia lo más profundo de nuestros corazones, a fin de que podáis apreciar las simpatías que tenemos por vos. Somos trabajadores pobres, sin artificios; desde nuestra infancia, una cortina espesa fue extendida sobre nosotros para sofocar nuestra inteligencia; pero vos, querido maestro, por la voluntad del Todopoderoso, rasgáis esa cortina. Dicha cortina, que creían que era impenetrable, no puede resistir a vuestro digno coraje. ¡Oh, sí, hermano nuestro! Tomasteis el pesado pico y cavasteis para descubrir la semilla del Espiritismo que estaba guardada en un terreno de granito; vos la sembrasteis en los cuatro puntos del globo, y hasta en nuestros pobres barrios de ignorantes, que comienzan a saborear el pan de la vida.
«Todos nosotros os decimos esto del fondo de nuestro corazón; estamos animados por el mismo fuego y repetimos todos: ¡Gloria a Allan Kardec y a los Espíritus buenos que lo han inspirado! Y vosotros, valientes hermanos, Sr. Dijoud y Sra. de Dijoud, bendecidos por Dios, por Jesús y por María: estáis grabados en nuestros corazones para siempre, porque por nosotros habéis sacrificado vuestros intereses y vuestros placeres materiales. Dios lo sabe; Le agradecemos por haberos elegido para esta misión, y agradecemos también a san Juan Bautista, nuestro protector superior.
«Gracias, Sr. Allan Kardec; mil veces gracias, en nombre del Grupo de Saint-Just, por haber venido hacia nosotros, simples obreros y aún muy imperfectos en Espiritismo; vuestra presencia nos causa una gran alegría en medio de nuestras tribulaciones, que son grandes en este momento de crisis comercial; vos nos traéis el bálsamo benéfico que se llama esperanza, que apacigua los odios y que reanima en el corazón del hombre el amor y la caridad. Nosotros nos aplicaremos, querido maestro, en seguir vuestros buenos consejos y los de los Espíritus superiores que tengan la bondad de ayudarnos y de instruirnos, a fin de que todos nos volvamos espíritas verdaderos y buenos. Estimado maestro, tened la certeza de que lleváis con vos la simpatía de nuestros corazones para la eternidad: nosotros lo prometemos; somos y seremos siempre vuestros adeptos sinceros y leales. Permitid al médium y a mí daros el beso de amor fraternal, en nombre de todos los hermanos y hermanas que están aquí. Nos sentiríamos muy felices también si quisieseis brindar con nosotros.»
Veníamos de lejos y habíamos subido, con un calor agobiante, las alturas de Saint-Just. Algunos refrescos habían sido preparados en medio de los instrumentos de trabajo: pan, queso, algunas frutas, un vaso de vino, verdaderos ágapes ofrecidos con la simplicidad antigua y un corazón sincero. ¡Ah, brindar en nuestro honor con un vaso de vino!, porque esa buena gente no lo bebe todos los días; pero era una fiesta para ellos: se iba hablar de Espiritismo. ¡Oh! De todo corazón hemos brindado con ellos, y su modesta merienda, a nuestros ojos, tenía cien veces más valor que los más espléndidos banquetes. Que ellos tengan aquí la certeza de esto.
Alguien nos decía en Lyon: “El Espiritismo penetra entre los obreros a través del razonamiento; ¿no sería tiempo de hacerlo entrar a través del corazón?” Seguramente esa persona no conoce a los obreros; sería de desear que se encontrase tanto corazón en todo el mundo. Si semejante lenguaje no está inspirado por el corazón; si el corazón no significa nada para el que encuentra en el Espiritismo la fuerza de vencer sus malas inclinaciones, para el que lucha con resignación contra la miseria, para el que sofoca sus rencores y sus animosidades y para el que comparte su pedazo de pan con uno más desdichado, confesamos no saber dónde está el corazón.
Ante las reiteradas invitaciones que este año nos han hecho los espíritas lioneses, hemos aceptado visitar nuevamente aquella ciudad, y aunque conociéramos, por correspondencia, los progresos del Espiritismo en Lyon, el resultado superó en mucho nuestras expectativas. Ciertamente nuestros lectores han de apreciar que les demos algunas informaciones al respecto; allí verán una muestra de la marcha irresistible de la Doctrina y una prueba patente de sus consecuencias morales.
Pero antes de hablar de los espíritas de Lyon, no debemos olvidar a los espiritistas de Sens y de Mâcon, que hemos visitado en nuestro trayecto, a los cuales agradecemos por su simpática acogida. Allí también hemos podido constatar un progreso muy considerable, ya sea en el número de adeptos o en la opinión que se hace del Espiritismo en general. Por todas partes los escarnecedores se esclarecen y, mismo aquellos que no creen, observan aún con prudente reserva, debido al carácter y a la posición social de los que hoy no temen más en confesarse abiertamente partidarios y propagadores de las nuevas ideas. En presencia de la opinión que se pronuncia y que se generaliza, los incrédulos dicen que allí bien podría haber algo y que, en resumen, cada uno es libre en sus creencias; antes de hablar, quieren por lo menos saber de qué se trata, mientras que antes se hablaba primero sin saber al respecto. Ahora bien, para muchas personas, no se puede negar que esto sea un verdadero progreso. Volveremos más tarde a esos dos Centros, aún jóvenes –numéricamente hablando–, mientras que Lyon ya ha alcanzado su edad viril.
En efecto, no son más por centenas que allí se cuentan los espíritas, como hace un año, sino por millares; o, mejor dicho, no se los cuenta más y, al seguir las mismas progresiones, se estima que en uno o dos años serán más de treinta mil. El Espiritismo se ha extendido en todas las clases, pero es sobre todo en la clase obrera que Él se ha propagado con más rapidez, y esto no es de admirarse, pues siendo esta clase la que más sufre, la misma se vuelve hacia donde encuentra mayor consuelo. Vosotros, que gritáis contra el Espiritismo, ¿por qué no le ofrecéis algo mejor? Ella se volvería hacia vos; pero, en vez de esto, queréis arrebatarle lo que la ayuda a llevar su fardo de miserias. Es el medio más seguro de distanciaros de sus simpatías y de aumentar las filas de vuestros opositores. Lo que hemos visto con nuestros propios ojos es de tal modo característico –y contiene una enseñanza tan grande– que creemos un deber dedicar a los trabajadores la mayor parte de nuestro informe.
El año pasado no había más que un solo Centro de reunión –el de Brotteaux–, dirigido por el Sr. Dijoud, jefe de taller, y por su esposa; después se formaron otros en diferentes puntos de la ciudad, en Guillotière, en Perrache, en La Croix-Rousse, en Vaise, en Saint-Just, etc., sin contar un gran número de reuniones particulares. En total había allí apenas dos o tres médiums, aún principiantes; hoy los hay en todos los Grupos, y varios son sobresalientes; en un solo Grupo hemos visto a cinco médiums que escribían simultáneamente. También hemos visto a una joven, muy buena médium vidente, en la cual pudimos constatar el desarrollo de esta facultad en un grado muy alto.
Hemos observado una colección de dibujos extremamente notables, de un médium dibujante que no sabe diseñar; por su ejecución y complejidad, los mismos hacen rivalidad con los dibujos de Júpiter, aunque sean de otro género. No debemos olvidarnos de un médium curativo, tan recomendable por su devoción como por la fuerza de su facultad.
Sí, es indudable que los adeptos se multiplican; pero lo que vale aún más que el número es la cualidad. ¡Pues bien! Declaramos abiertamente que en ninguna parte hemos visto reuniones espíritas más edificantes que las de los obreros lioneses, desde el punto de vista del orden, de la concentración y de la atención que ellos dan a las instrucciones de sus Guías Espirituales. Allí hay hombres, ancianos, mujeres, jóvenes, incluso hasta niños, cuyos modales de respeto y de recogimiento contrastan con su edad; jamás un solo chico perturbó un instante el silencio de nuestras reuniones, a menudo muy prolongadas; ellos parecen casi tan interesados como sus padres en acoger nuestras palabras. Esto no es todo; el número de transformaciones morales, entre los obreros, es casi tan grande como entre los adeptos: hábitos viciosos reformados, pasiones serenadas, odios apaciguados, hogares pacificados, en una palabra, el desarrollo de las virtudes cristianas, y esto a través de la confianza –ahora inquebrantable– que las comunicaciones espíritas les dan de un futuro en que no creían. Para ellos es una felicidad asistir a esas instrucciones, de donde salen reconfortados para hacer frente a la adversidad. También se ven aquellos que caminan más de una legua, con cualquier tiempo, ya sea invierno o verano, y que enfrentan todo para no faltar a una sesión; sucede que en ellos no hay una fe vulgar, sino una fe basada en una convicción profunda, razonada y no ciega.
Los Espíritus que los instruyen saben admirablemente ponerse al alcance de sus oyentes. Sus dictados no son trechos de elocuencia, sino buenas instrucciones familiares, sin presunciones, y que por esto mismo se dirigen al corazón. Las conversaciones con los parientes y con los amigos desencarnados desempeñan allí un gran papel, de donde salen casi siempre lecciones útiles. Frecuentemente una familia entera se reúne, y la noche transcurre en una suave efusión con aquellos que han partido. Quieren tener noticias de los tíos, de las tías, de los primos y de las primas: desean saber si son felices. Nadie es olvidado; cada uno quiere que el abuelo le diga algo, y a cada uno él da un consejo. –Y a mí, abuelo, preguntaba un día un joven, ¿no me decís nada? –Sí, hijo mío, te diré algo: No estoy contento contigo; el otro día discutiste en el camino por una tontería, en vez de dirigirte directamente a tus quehaceres; esto no está bien. –Abuelo, ¿cómo sabéis eso? –Sin duda, lo sé; ¿será que nosotros, los Espíritus, no vemos todo lo que hacéis, ya que estamos a vuestro lado? –Perdón, abuelo; os prometo que no lo haré más.
¿No existe algo conmovedor en esta comunión entre los muertos y los vivos? Ahí está la vida futura, palpitante bajo sus ojos; no existe más la muerte, no hay más separación eterna, no existe más la nada; el Cielo está más cerca de la Tierra y es mejor comprendido. Si esto es una superstición, ¡quiera Dios que nunca hubiesen existido otras!
Un hecho digno de nota, y que nosotros hemos constatado, es la facilidad con la cual esos hombres –en su mayoría iletrados y curtidos en los más rudos trabajos– comprenden el alcance de la Doctrina; se puede decir que ven en Ella su lado serio. En las instrucciones que hemos dado a los diferentes Grupos, en vano hemos buscado mover la curiosidad por el relato de las manifestaciones físicas y, no obstante, ninguno de ellos ha visto una mesa girar; sin embargo, todo lo que se refería a las apreciaciones morales cautivaba su interés en el más alto grado.
La siguiente alocución nos ha sido dirigida por ocasión de nuestra visita al Grupo de Saint-Just; hacemos referencia a la misma, no para satisfacer una tonta y pueril vanidad, sino como prueba de los sentimientos que dominan a los obreros en los talleres, donde ha penetrado el Espiritismo, y porque sabemos ser gratos con aquellos que han tenido a bien darnos ese testimonio de simpatía. La transcribimos textualmente, porque tendríamos escrúpulos en agregarle una única palabra; sólo la ortografía ha sido corregida.
«Sr. Allan Kardec, discípulo de Jesús, intérprete del Espíritu de Verdad, vos sois nuestro hermano en Dios; estamos todos reunidos con el mismo corazón, bajo la protección de san Juan Bautista, protector de la humanidad y precursor del gran Maestro Jesús, nuestro Salvador.
«Os rogamos, querido maestro nuestro, que dirijáis vuestra mirada hacia lo más profundo de nuestros corazones, a fin de que podáis apreciar las simpatías que tenemos por vos. Somos trabajadores pobres, sin artificios; desde nuestra infancia, una cortina espesa fue extendida sobre nosotros para sofocar nuestra inteligencia; pero vos, querido maestro, por la voluntad del Todopoderoso, rasgáis esa cortina. Dicha cortina, que creían que era impenetrable, no puede resistir a vuestro digno coraje. ¡Oh, sí, hermano nuestro! Tomasteis el pesado pico y cavasteis para descubrir la semilla del Espiritismo que estaba guardada en un terreno de granito; vos la sembrasteis en los cuatro puntos del globo, y hasta en nuestros pobres barrios de ignorantes, que comienzan a saborear el pan de la vida.
«Todos nosotros os decimos esto del fondo de nuestro corazón; estamos animados por el mismo fuego y repetimos todos: ¡Gloria a Allan Kardec y a los Espíritus buenos que lo han inspirado! Y vosotros, valientes hermanos, Sr. Dijoud y Sra. de Dijoud, bendecidos por Dios, por Jesús y por María: estáis grabados en nuestros corazones para siempre, porque por nosotros habéis sacrificado vuestros intereses y vuestros placeres materiales. Dios lo sabe; Le agradecemos por haberos elegido para esta misión, y agradecemos también a san Juan Bautista, nuestro protector superior.
«Gracias, Sr. Allan Kardec; mil veces gracias, en nombre del Grupo de Saint-Just, por haber venido hacia nosotros, simples obreros y aún muy imperfectos en Espiritismo; vuestra presencia nos causa una gran alegría en medio de nuestras tribulaciones, que son grandes en este momento de crisis comercial; vos nos traéis el bálsamo benéfico que se llama esperanza, que apacigua los odios y que reanima en el corazón del hombre el amor y la caridad. Nosotros nos aplicaremos, querido maestro, en seguir vuestros buenos consejos y los de los Espíritus superiores que tengan la bondad de ayudarnos y de instruirnos, a fin de que todos nos volvamos espíritas verdaderos y buenos. Estimado maestro, tened la certeza de que lleváis con vos la simpatía de nuestros corazones para la eternidad: nosotros lo prometemos; somos y seremos siempre vuestros adeptos sinceros y leales. Permitid al médium y a mí daros el beso de amor fraternal, en nombre de todos los hermanos y hermanas que están aquí. Nos sentiríamos muy felices también si quisieseis brindar con nosotros.»
Veníamos de lejos y habíamos subido, con un calor agobiante, las alturas de Saint-Just. Algunos refrescos habían sido preparados en medio de los instrumentos de trabajo: pan, queso, algunas frutas, un vaso de vino, verdaderos ágapes ofrecidos con la simplicidad antigua y un corazón sincero. ¡Ah, brindar en nuestro honor con un vaso de vino!, porque esa buena gente no lo bebe todos los días; pero era una fiesta para ellos: se iba hablar de Espiritismo. ¡Oh! De todo corazón hemos brindado con ellos, y su modesta merienda, a nuestros ojos, tenía cien veces más valor que los más espléndidos banquetes. Que ellos tengan aquí la certeza de esto.
Alguien nos decía en Lyon: “El Espiritismo penetra entre los obreros a través del razonamiento; ¿no sería tiempo de hacerlo entrar a través del corazón?” Seguramente esa persona no conoce a los obreros; sería de desear que se encontrase tanto corazón en todo el mundo. Si semejante lenguaje no está inspirado por el corazón; si el corazón no significa nada para el que encuentra en el Espiritismo la fuerza de vencer sus malas inclinaciones, para el que lucha con resignación contra la miseria, para el que sofoca sus rencores y sus animosidades y para el que comparte su pedazo de pan con uno más desdichado, confesamos no saber dónde está el corazón.
Ofrecido al Sr. Allan Kardec por varios Grupos Espíritas lioneses, el 19 de septiembre de 1861
Nuevamente un banquete ha reunido a un cierto número de espíritas en Lyon, este año, con la diferencia de que el año pasado había unos treinta invitados, mientras que ahora llegaron a ciento y sesenta, representando a los varios Grupos que se consideran como miembros de una misma familia, y entre los cuales no existe la menor sombra de celos ni de rivalidad, lo que –de paso– hacemos notar con mucha alegría. La mayoría de los presentes estaba compuesta por obreros, y todos notaban el perfecto orden que no dejó de reinar un solo instante: es que los verdaderos espíritas ponen su satisfacción en las alegrías del corazón y no en los placeres bruscos. Varias alocuciones fueron pronunciadas; vamos a transcribirlas aquí, porque resumen la situación y caracterizan una de las fases de la marcha del Espiritismo. Además de esto, dan a conocer el verdadero espíritu de esa población, encarada en otros tiempos con una especie de recelo, porque se la hubo juzgado mal y también, quizá, dirigido mal moralmente. Una de las principales alocuciones infelizmente no será publicada, lo que lamentamos con sinceridad: es la del Sr. Renaud, notable por sus apreciaciones y en la cual encontramos bastantes elogios dirigidos a nuestra persona. La copia de esta alocución, de una cierta extensión, no nos ha sido entregada antes de nuestra partida, lo que nos priva de insertarla; pero no por esto somos menos agradecido al autor, por los testimonios de simpatía que ha tenido a bien darnos.
Se ha observado que, por una coincidencia no premeditada –ya que estuvo subordinado a nuestra llegada–, el banquete de este año tuvo lugar el 19 de septiembre, la misma fecha que el del año pasado.
Alocución del Sr. Dijoud, jefe de taller, presidente del Grupo Espírita de Brotteaux, en agradecimiento a la asistencia de los Espíritus buenos
Nuevamente un banquete ha reunido a un cierto número de espíritas en Lyon, este año, con la diferencia de que el año pasado había unos treinta invitados, mientras que ahora llegaron a ciento y sesenta, representando a los varios Grupos que se consideran como miembros de una misma familia, y entre los cuales no existe la menor sombra de celos ni de rivalidad, lo que –de paso– hacemos notar con mucha alegría. La mayoría de los presentes estaba compuesta por obreros, y todos notaban el perfecto orden que no dejó de reinar un solo instante: es que los verdaderos espíritas ponen su satisfacción en las alegrías del corazón y no en los placeres bruscos. Varias alocuciones fueron pronunciadas; vamos a transcribirlas aquí, porque resumen la situación y caracterizan una de las fases de la marcha del Espiritismo. Además de esto, dan a conocer el verdadero espíritu de esa población, encarada en otros tiempos con una especie de recelo, porque se la hubo juzgado mal y también, quizá, dirigido mal moralmente. Una de las principales alocuciones infelizmente no será publicada, lo que lamentamos con sinceridad: es la del Sr. Renaud, notable por sus apreciaciones y en la cual encontramos bastantes elogios dirigidos a nuestra persona. La copia de esta alocución, de una cierta extensión, no nos ha sido entregada antes de nuestra partida, lo que nos priva de insertarla; pero no por esto somos menos agradecido al autor, por los testimonios de simpatía que ha tenido a bien darnos.
Se ha observado que, por una coincidencia no premeditada –ya que estuvo subordinado a nuestra llegada–, el banquete de este año tuvo lugar el 19 de septiembre, la misma fecha que el del año pasado.
Alocución del Sr. Dijoud, jefe de taller, presidente del Grupo Espírita de Brotteaux, en agradecimiento a la asistencia de los Espíritus buenos
Mis buenos amigos:
En nombre de todos vengo a agradecer a los Espíritus buenos por habernos reunido e iniciado, a través de sus manifestaciones, en las leyes divinas, a las cuales todos estamos sometidos; esta es una inmensa satisfacción para nosotros, pues los suaves consuelos que ellos nos dan nos hacen soportar con paciencia y resignación las pruebas y los sufrimientos de esta vida pasajera, porque ahora no ignoramos más el objetivo de nuestras encarnaciones de rudo labor, ni la recompensa que espera a nuestro Espíritu si las soportamos con coraje y sumisión.
También hemos aprendido con ellos que si escuchamos sus consejos y si ponemos en práctica su moral sublime, seremos nosotros mismos que prepararemos el reino de felicidad que Dios nos ha prometido a través de su Hijo; entonces el egoísmo, la calumnia y la malicia desaparecerán de nuestro medio, porque todos somos hermanos y debemos amarnos, ayudarnos y perdonarnos como hermanos.
Por lo tanto, es al llamado invisible de los Espíritus superiores que nosotros respondemos, viniendo aquí a testimoniarles nuestro reconocimiento con la unanimidad de nuestros corazones. Roguémosles que consientan en conservarnos bajo su protección y su amor, y para que continúen sus instrucciones tan dulces, tan consoladoras, tan vivificantes, que nos han hecho tan bien desde que tenemos la felicidad de recibir sus comunicaciones.
¡Oh, amigos míos! ¡Cómo es bello el día en que Dios nos invitó! Tomemos todos la resolución de ser buenos y sinceros espíritas, y de jamás olvidar esta Doctrina que hará feliz a la humanidad entera al conducir a los hombres hacia el bien. ¡Gracias a los Espíritus buenos que nos asisten y nos esclarecen, y gracias a Dios por habérnoslos enviado!
Alocución de agradecimiento del Sr. Courtet, comerciante
En nombre de todos vengo a agradecer a los Espíritus buenos por habernos reunido e iniciado, a través de sus manifestaciones, en las leyes divinas, a las cuales todos estamos sometidos; esta es una inmensa satisfacción para nosotros, pues los suaves consuelos que ellos nos dan nos hacen soportar con paciencia y resignación las pruebas y los sufrimientos de esta vida pasajera, porque ahora no ignoramos más el objetivo de nuestras encarnaciones de rudo labor, ni la recompensa que espera a nuestro Espíritu si las soportamos con coraje y sumisión.
También hemos aprendido con ellos que si escuchamos sus consejos y si ponemos en práctica su moral sublime, seremos nosotros mismos que prepararemos el reino de felicidad que Dios nos ha prometido a través de su Hijo; entonces el egoísmo, la calumnia y la malicia desaparecerán de nuestro medio, porque todos somos hermanos y debemos amarnos, ayudarnos y perdonarnos como hermanos.
Por lo tanto, es al llamado invisible de los Espíritus superiores que nosotros respondemos, viniendo aquí a testimoniarles nuestro reconocimiento con la unanimidad de nuestros corazones. Roguémosles que consientan en conservarnos bajo su protección y su amor, y para que continúen sus instrucciones tan dulces, tan consoladoras, tan vivificantes, que nos han hecho tan bien desde que tenemos la felicidad de recibir sus comunicaciones.
¡Oh, amigos míos! ¡Cómo es bello el día en que Dios nos invitó! Tomemos todos la resolución de ser buenos y sinceros espíritas, y de jamás olvidar esta Doctrina que hará feliz a la humanidad entera al conducir a los hombres hacia el bien. ¡Gracias a los Espíritus buenos que nos asisten y nos esclarecen, y gracias a Dios por habérnoslos enviado!
Alocución de agradecimiento del Sr. Courtet, comerciante
Señores:
Como miembro del Grupo Espírita de Brotteaux, y en su nombre, tengo el honor de expresar mi gratitud al Sr. Dijoud y a la Sra. de Dijoud.
Señora, cumplo un deber muy agradable al servir de intérprete a toda nuestra Sociedad, ¡que os agradece por todo lo que habéis hecho en nuestro favor! ¡Cuántos consuelos hicisteis brotar entre nosotros! ¡Cuántas lágrimas de ternura y de alegría nos habéis hecho derramar! Vuestro corazón, tan bueno y tan modesto, no se enorgulleció con vuestros éxitos, sino que hizo aumentar vuestra caridad.
Bien sabemos, señora, que no sois más que la intérprete de los Espíritus superiores que se os vinculan, mas también ¡con qué devoción cumplís esta tarea! Por vuestro intermedio nos iniciamos en esas altas cuestiones de moral y de filosofía, cuya solución debe traer el reino de Dios y, por consecuencia, la felicidad de los hombres en la Tierra.
También os agradecemos, señora, por la asistencia que dais a nuestros enfermos; vuestra fe y vuestra dedicación son recompensados con la satisfacción que sentís en hacer el bien y en aliviar el sufrimiento. Os solicitamos que continuéis ofreciendo vuestros buenos oficios; tened la certeza de toda nuestra gratitud y de nuestro reconocimiento eterno.
Sr. Dijoud, os agradecemos por la inteligencia, por la firmeza y por la complacencia que aportáis en nuestras reuniones. Contamos con vos para continuar esta gran obra con la ayuda de los Espíritus buenos.
Alocución de agradecimiento del Sr. Bouillant, profesor
Señora, cumplo un deber muy agradable al servir de intérprete a toda nuestra Sociedad, ¡que os agradece por todo lo que habéis hecho en nuestro favor! ¡Cuántos consuelos hicisteis brotar entre nosotros! ¡Cuántas lágrimas de ternura y de alegría nos habéis hecho derramar! Vuestro corazón, tan bueno y tan modesto, no se enorgulleció con vuestros éxitos, sino que hizo aumentar vuestra caridad.
Bien sabemos, señora, que no sois más que la intérprete de los Espíritus superiores que se os vinculan, mas también ¡con qué devoción cumplís esta tarea! Por vuestro intermedio nos iniciamos en esas altas cuestiones de moral y de filosofía, cuya solución debe traer el reino de Dios y, por consecuencia, la felicidad de los hombres en la Tierra.
También os agradecemos, señora, por la asistencia que dais a nuestros enfermos; vuestra fe y vuestra dedicación son recompensados con la satisfacción que sentís en hacer el bien y en aliviar el sufrimiento. Os solicitamos que continuéis ofreciendo vuestros buenos oficios; tened la certeza de toda nuestra gratitud y de nuestro reconocimiento eterno.
Sr. Dijoud, os agradecemos por la inteligencia, por la firmeza y por la complacencia que aportáis en nuestras reuniones. Contamos con vos para continuar esta gran obra con la ayuda de los Espíritus buenos.
Alocución de agradecimiento del Sr. Bouillant, profesor
Tengo el honor de expresar mi gratitud y mi reconocimiento al Sr. Allan Kardec, en nombre de sus adeptos y de sus apóstoles aquí presentes.
¡Ah! ¡Cuán felices somos nosotros, los voluntarios de la gran obra, de la obra fecunda y regeneradora, por ver en nuestro medio a nuestro valiente y muy amado jefe!
Si sentimos esa felicidad –es necesario reconocerlo– es que el favor especial que nos es concedido hoy, es uno de aquellos que no se olvida, que jamás será olvidado. ¡Ah! ¿Cuál es el soldado que, por ejemplo, no se recordaría con el más vivo ardor que su general ha tenido a bien unirse a él para compartir el mismo pan, en la misma mesa?
¡Pues bien, querido maestro! Nosotros también somos vuestros soldados, vuestros voluntarios y, por más alto que hayáis plantado vuestro estandarte, no cabe a nosotros defenderlo –porque el mismo no necesita de esto–, pero sí precisa que lo hagamos triunfar a través de una sabia y fervorosa propagación. ¡Es verdad que esta causa es tan bella, tan justa y tan consoladora! ¡Vos nos habéis probado esto tan bien en vuestras obras, tan llenas de erudición, de saber y de elocuencia! ¡Oh! Todos nosotros lo reconocemos: ¡allí se encuentran páginas del hombre inspirado por un Espíritu puro, pues cada uno de nosotros ha comprendido, al beber en la fuente de vuestro trabajo concienzudo, que todos vuestros pensamientos eran otras tantas emanaciones sublimes de lo Más Alto! Después, estimado maestro, si agregamos que vuestra misión en este mundo es santa y sagrada, ¡es porque más de una vez hemos sentido, con la ayuda de vuestras luces, la chispa fluídica que une los mundos visibles e invisibles que gravitan en la inmensidad! También nuestros corazones vibran en unísono con un mismo amor por vos; por eso, recibid aquí la expresión viva, sincera y profunda de este sentimiento. ¡A vos, de todo corazón; a vos, de toda nuestra alma!
Discurso del Sr. Allan Kardec
Señoras, señores y todos vosotros, mis queridos y buenos hermanos en Espiritismo:
Si hay circunstancias en las que uno pueda lamentar la insuficiencia de nuestro pobre lenguaje humano, es cuando se trata de expresar ciertos sentimientos y, en este momento, tal es mi posición. Lo que yo siento es, al mismo tiempo, una sorpresa muy agradable, cuando veo el inmenso terreno que la Doctrina Espírita ha ganado entre vosotros desde hace un año, lo que me lleva admirar a la Providencia; es una alegría indescriptible al ver aquí el bien que el Espiritismo produce, los consuelos que derrama sobre tantos dolores, ostensibles u ocultos, y deduzco el futuro que le espera. Es una felicidad inexplicable la de encontrarme en medio de esta familia, que se ha vuelto tan numerosa en tan poco tiempo y que crece todos los días; es, en fin –y por encima de todo–, una profunda y sincera gratitud por los conmovedores testimonios de simpatía que recibo de vosotros.
Esta reunión tiene un carácter particular. ¡Gracias a Dios somos todos aquí espíritas lo suficientemente buenos –pienso yo– como para sólo ver en esta reunión el placer de encontrarnos juntos, y no el de encontrarnos a la mesa! Y, dicho sea de paso, creo incluso que un festín de espíritas sería una contradicción. También presumo que, al invitarme tan amablemente y con tanta insistencia para que yo compareciera ante vosotros, no creísteis que la cuestión de un banquete fuese para mí un motivo de atracción; fue lo que me adelanté a escribir a mis buenos amigos Rey y Dijoud, cuando ellos se disculparon por la simplicidad de la recepción; porque estad bien convencidos de que lo que más me honra en esta circunstancia, de lo que –con razón– puedo sentirme orgulloso, es de la cordialidad y la sinceridad de la acogida, lo que muy raramente se encuentra en las recepciones pomposas, pues aquí no hay máscaras en los rostros.
Si una cosa pudiese atenuar la felicidad que siento al encontrarme en medio de vosotros, sería el hecho de solamente poder quedarme aquí tan poco tiempo; me hubiera sido muy agradable prolongar mi permanencia en uno de los centros más numerosos y más fervorosos del Espiritismo. Pero ya que deseasteis recibir algunas instrucciones de mi parte, por cierto no tomaréis a mal que aproveche todos los instantes, a fin de salir un poco de las banalidades bastante comunes en semejantes circunstancias, y que mi discurso adquiera cierta gravedad, por la propia gravedad del motivo que nos reúne. Ciertamente si estuviésemos en una fiesta de bodas o en un bautismo, sería inoportuno hablar de almas, de la muerte y de la vida futura; pero –lo repito– estamos aquí para instruirnos, más que para comer y, en todo caso, no para divertirnos.
Señores, no creáis que esta espontaneidad que os ha llevado a reuniros aquí sea un hecho puramente personal; no lo dudéis, esta reunión tiene un carácter especial y providencial: una voluntad superior la ha provocado; manos invisibles os han impulsado sin que vosotros lo supieseis, y tal vez un día esta reunión quede marcada en los anales del Espiritismo. Que nuestros hermanos del futuro puedan recordar este día memorable en que los espíritas lioneses, dando primeramente el ejemplo de unión y de concordia, han preparado el terreno –en estos nuevos ágapes– de la alianza que debe existir entre los espíritas de todos los países del mundo; porque el Espiritismo, al restituir al Espíritu su verdadero papel en la Creación, constatando la superioridad de la inteligencia sobre la materia, hace desaparecer naturalmente todas las distinciones establecidas entre los hombres según las ventajas corpóreas y mundanas, sobre las cuales sólo el orgullo ha fundado las castas y los estúpidos prejuicios de color. El Espiritismo, al ampliar el círculo de la familia a través de la pluralidad de las existencias, establece entre los hombres una fraternidad más racional que aquella que solamente tiene por base los frágiles lazos de la materia, pues estos lazos son perecederos, mientras que los del Espíritu son eternos. Una vez bien comprendidos, estos lazos influirán –por la fuerza de las cosas– en las relaciones sociales y, más tarde, en la legislación social, que tomará por base las leyes inmutables de amor y de caridad. Entonces se verán desaparecer esas anomalías que son chocantes para los hombres de buen sentido, como las leyes de la Edad Media son chocantes para los hombres de hoy; pero esto es obra del tiempo. Dejemos a Dios el cuidado de hacer conque cada cosa venga a su tiempo; esperemos todo de Su sabiduría y agradezcámosle por habernos permitido asistir a la aurora que despunta para la humanidad, y por habernos elegido como los pioneros de la gran obra que se prepara. Que Él se digne en derramar su bendición sobre esta asamblea, la primera en que los adeptos del Espiritismo están reunidos en un número tan grande, con un sentimiento de verdadera fraternidad.
Digo verdadera fraternidad porque tengo la íntima convicción de que todos, acá presentes, no cultivan otra. Pero no dudéis de que numerosas cohortes de Espíritus están aquí entre nosotros, que nos escuchan en este momento, que observan todas nuestras acciones, que sondean los pensamientos de cada uno y que examinan la fuerza o la debilidad moral de los mismos. Los sentimientos que los animan son muy diferentes: si unos están felices con esta unión, otros –creedlo realmente– tienen una envidia terrible. Al salir de aquí, intentarán sembrar la discordia y la desunión; corresponde a todos vosotros, buenos y sinceros espíritas, probarles que pierden su tiempo y que se equivocan al creer que encuentran aquí corazones accesibles a sus pérfidas sugestiones. Entonces, invocad con fervor la asistencia de vuestros ángeles guardianes, a fin de que aparten de vosotros todo pensamiento que no sea para el bien. Por lo tanto, como el mal no puede tener su fuente en el bien, el simple buen sentido nos dice que todo pensamiento malo no puede provenir de un Espíritu bueno, y que un pensamiento es necesariamente malo cuando es contrario a la ley de amor y de caridad; cuando tiene como móvil la envidia o los celos, el orgullo herido o inclusive una pueril susceptibilidad del amor propio ofendido –hermano gemelo del orgullo–, que llevaría a mirar a sus hermanos con desdén. Amor y caridad para con todos, dice el Espiritismo; Amarás a tu prójimo como a ti mismo, dijo el Cristo: ¿no son sinónimos?
Amigos míos, os he felicitado por el progreso que el Espiritismo ha hecho entre vosotros y me siento muy feliz en constatarlo. Felicitaos, por vuestra parte, pues ese progreso es el mismo en todas partes. Sí, este último año el Espiritismo ha crecido en todos los países, en una proporción que ha superado todas las expectativas; el Espiritismo está en el aire, en las aspiraciones de todos, y en todos los lugares encuentra ecos, bocas que repiten: He aquí lo que yo esperaba, lo que una voz secreta me hacía presentir. Pero el progreso también se manifiesta bajo una nueva fase: la del coraje de dar su opinión, que hace poco tiempo aún no existía. Sólo se hablaba de la Doctrina Espírita en secreto y a escondidas; hoy la gente se confiesa espírita tan abiertamente como se confiesa católica, judía o protestante. Las personas enfrentan el escarnio, y esa valentía se impone a los escarnecedores, los cuales son como esos perritos que ladran y que corren atrás de los que huyen, pero que escapan si se los persigue. Ese escarnio da coraje a los tímidos y, en muchas localidades, revela a numerosos espíritas que no se conocían mutuamente. ¿Puede detenerse ese movimiento? ¿Podrán detenerlo? Yo lo digo claramente: No. Para esto han usado todos los medios: sarcasmos, burlas, ciencia, anatemas; pero ese movimiento ha superado todo, sin reducir su marcha ni un segundo. Por lo tanto, es un ciego quien no vea en esto el dedo de Dios. Podrán ponerle obstáculos, pero nunca detenerlo, porque si no marcha por la derecha, marchará por la izquierda.
Al ver los beneficios morales que la Doctrina proporciona, los consuelos que da e inclusive los crímenes que ya ha impedido, uno se pregunta quién puede tener interés en combatirla. Primeramente tiene en su contra a los incrédulos, que la ridiculizan: éstos no son para temer, puesto que se ha visto que sus dardos afilados se quiebran contra la coraza del Espiritismo. En segundo lugar, los ignorantes, que lo combaten sin conocerlo: éstos son más numerosos; pero al ser combatida por la ignorancia, la verdad nunca tuvo nada que temer, porque los ignorantes se refutan a sí mismos sin quererlo, como atestigua el Sr. Louis Figuier en su Histoire du merveilleux. La tercera categoría de adversarios es la más peligrosa, porque es tenaz y pérfida: está compuesta por todos aquellos cuyos intereses materiales la Doctrina puede contrariar; ellos combaten en la sombra, y los dardos envenenados de la calumnia no les faltan. He aquí a los verdaderos enemigos del Espiritismo, como en todos los tiempos lo han sido de todas las ideas de progreso, y los encontraréis en todos los niveles y en todas las clases de la sociedad. ¿Ellos vencerán? No, porque no es dado al hombre oponerse a la marcha de la naturaleza, y el Espiritismo está en el orden de las cosas naturales; por lo tanto, será necesario que tarde o temprano tomen partido, y tendrán que aceptar lo que sea aceptado por todo el mundo. No, no vencerán; ellos serán los vencidos.
Un nuevo elemento viene a sumarse a la Legión de los espíritas: el de las clases obreras, y notad en esto la sabiduría de la Providencia. El Espiritismo se ha propagado primero en las clases esclarecidas, en las altas esferas sociales; al principio esto era necesario, para darle más crédito, y después para que fuese elaborado y purgado de las ideas supersticiosas que la falta de instrucción podría introducir en Él, y con las cuales se lo habría confundido. Apenas constituido –si se puede hablar así de una ciencia tan nueva–, sensibilizó a la clase obrera y entre ella se propaga con rapidez. ¡Ah! Es que allí hay tantos consuelos que dar, tanto coraje moral que levantar, tantas lágrimas que secar, tanta resignación que inspirar, que la Doctrina Espírita ha sido acogida como un ancla de salvación, como un amparo contra las terribles tentaciones de la necesidad. Donde quiera que lo vi penetrar en los lugares de trabajo, en todas partes yo lo vi producir sus benéficos efectos moralizadores. Obreros lioneses que me escucháis: regocijaos, entonces, porque tenéis en otras ciudades, tales como Sens, Lille, Burdeos, hermanos espíritas que –como vosotros– han abjurado de las culpables expectativas del desorden y de los deseos criminales de la venganza. Continuad demostrando a través de vuestro ejemplo los beneficiosos resultados de esta Doctrina. A los que pregunten para qué Ella puede servir, respondedles: En mi desesperación quería matarme, pero el Espiritismo me detuvo, porque sé lo que cuesta abreviar voluntariamente las pruebas que Dios ha querido enviar a los hombres. Para aturdirme, me embriagaba; mas comprendí cuán despreciable era yo por quitarme voluntariamente la razón, lo que me privaba así de ganarme el pan y el de mis hijos. Me había alejado de todos los sentimientos religiosos: hoy oro a Dios y coloco mi esperanza en su misericordia. Solamente creía en la nada como supremo remedio a mis miserias; pero mi padre se comunicó conmigo y me dijo: ¡Hijo mío, coraje! Dios te ve; ¡un esfuerzo más y quedarás a salvo! Me puse de rodillas ante Dios y le pedí perdón. Al ver a ricos y a pobres, a gente que tiene todo y a otros que no tienen nada, acusaba a la Providencia: hoy en día sé que Dios pesa todo en la balanza de su justicia y aguardo sus designios; si está en sus decretos que yo deba sucumbir al sufrimiento, entonces sucumbiré, pero con la conciencia tranquila y sin tener el remordimiento de haber robado un óbolo de quien podía salvarme la vida. Decidles: He aquí para qué sirve el Espiritismo, esta locura, esta quimera, como lo llamáis. Sí, amigos míos, continuad predicando con el ejemplo; haced que comprendan el Espiritismo por sus consecuencias saludables, y cuando sea comprendido no se asustarán más del mismo; al contrario, será acogido como una garantía del orden social, y los propios incrédulos serán forzados a hablar de Él con respeto.
He hablado de los progresos del Espiritismo; en efecto, no hay precedentes de que una doctrina –sea cual fuere– haya marchado con tanta rapidez, sin exceptuar al propio Cristianismo. ¿Esto significa que aquél sea superior a éste y que deba reemplazarlo? No; pero aquí es el lugar de establecer su verdadero carácter, a fin de destruir una prevención bastante generalizada entre aquellos que no lo conocen.
En su nacimiento, el Cristianismo tuvo que luchar contra un poder peligroso: el Paganismo, por entonces universalmente difundido. Entre ellos no había ninguna alianza posible, como tampoco la hay entre la luz y las tinieblas; en un palabra, el Cristianismo no podía propagarse sino destruyendo lo que existía. Así, la lucha fue larga y terrible; las persecuciones lo prueban. Por el contrario, el Espiritismo no tiene nada que destruir, porque se asienta sobre las propias bases del Cristianismo, sobre el Evangelio, del cual es su aplicación. Comprended la ventaja, no de su superioridad, sino de su posición. No es, pues, como lo pretenden algunos, porque aún no lo conocen, una religión nueva, una secta que se forma a expensas de sus hermanas mayores; es una doctrina puramente moral, que de manera alguna se ocupa de dogmas y que deja a cada uno la entera libertad de sus creencias, ya que no impone ninguna. La prueba de esto es que tiene adeptos en todas, entre los más fervorosos católicos como entre los protestantes, los judíos y los musulmanes. El Espiritismo se basa en la capacidad de comunicarse con el mundo invisible, es decir, con las almas; ahora bien, como los judíos, los protestantes, los musulmanes tienen almas como nosotros, se deduce que éstas pueden comunicarse ya sea con ellos como con nosotros, y que, por consecuencia, ellos pueden ser espíritas como nosotros.
Así como no es una secta política, tampoco es una secta religiosa; es la constatación de un hecho que no pertenece a un partido, como la electricidad y los ferrocarriles; he dicho que es una doctrina moral, y la moral es de todas las religiones y de todos los partidos.
La moral que Él enseña, ¿es buena o mala? ¿Es subversiva? He aquí toda la cuestión. Que lo estudien y sabrán a qué atenerse. Ahora bien, ya que es la moral del Evangelio desarrollada y aplicada, condenarla sería condenar el Evangelio.
¿El Espiritismo ha hecho el bien o el mal? Estudiadlo y veréis. ¿Qué ha hecho Él? Ha impedido innumerables suicidios; ha llevado la paz y la concordia a un gran número de familias; ha vuelto mansos y pacíficos a hombres violentos y coléricos; ha dado resignación a los que no la tenían y consuelo a los afligidos; ha traído a Dios a los que no Lo conocían, al destruir las ideas materialistas, verdadera llaga social que aniquila la responsabilidad moral del hombre. He aquí lo que ha hecho, lo que hace todos los días y lo que hará cada vez más a medida que sea más difundido. ¿Será esto el resultado de una mala doctrina? Pero –que yo sepa– nadie jamás ha atacado la moral del Espiritismo; solamente se dice que la religión puede producir todo eso. Concuerdo perfectamente; ¿pero entonces por qué no lo produce siempre? Es porque no todos la comprenden. Ahora bien, el Espiritismo, al volver claro e inteligible para todos lo que no lo está y al hacer evidente lo que es dudoso, conduce a la aplicación, mientras que nunca se siente necesidad de aquello que no se comprende. Por lo tanto, el Espiritismo, lejos de ser antagonista de la religión, es su auxiliar, y la prueba de esto es que Él conduce a las ideas religiosas a los que las habían rechazado. En resumen, el Espiritismo jamás ha aconsejado a cambiar de religión ni a sacrificar las creencias personales; Él no pertenece propriamente a ninguna religión o, mejor dicho, es de todas las religiones.
Señores, algunas palabras más –os lo ruego– sobre una cuestión totalmente práctica. El número creciente de espíritas, en Lyon, muestra la utilidad del consejo que os he dado el año pasado, con referencia a la formación de los Grupos. Reunir a todos los adeptos en una única Sociedad, ya sería hoy una cosa materialmente imposible, y lo será mucho más todavía en algún tiempo. Además del número, las distancias a recorrer en razón de la extensión de la ciudad, las diferencias de costumbres según las posiciones sociales, se suman a esa imposibilidad. Por estos motivos y por muchos otros, que sería demasiado largo desarrollar aquí, una única Sociedad es una quimera impracticable; multiplicad los Grupos lo máximo posible: que haya diez, que haya cien –si fuere necesario–, y tened la certeza de que llegaréis más rápido y con más seguridad.
Habría aquí cosas muy importantes que decir sobre la cuestión de la unidad de principios y acerca de la divergencia que podría existir entre ellos en algunos puntos; pero me detengo, para no abusar de vuestra paciencia en escucharme, paciencia que ya he puesto largamente a prueba. Si lo deseáis, haré de esto el objeto de una instrucción especial que os dirigiré próximamente.
Termino este discurso, señores, al que me he dejado llevar por la propia escasez de ocasiones que tengo en sentir la felicidad de estar en medio de vosotros. Estad seguros de que llevaré de vuestra benévola acogida un recuerdo que nunca se apagará.
Amigos míos: gracias una vez más, del fondo de mi corazón, por las muestras de simpatía que consentís en darme; gracias por las palabras bondadosas que me habéis dirigido a través de vuestros intérpretes, y de las que sólo acepto el deber que las mismas me imponen para lo que me queda por hacer, y no los elogios. ¡Que esta solemnidad pueda ser la garantía de la unión que debe existir entre todos los verdaderos espíritas!
Agradezco a los espíritas lioneses y a todos los que, entre ellos, se distinguen por su dedicación, por su sacrificio, por su abnegación y que vosotros mismos nombráis, sin que yo precise hacerlo.
¡A los espíritas lioneses, sin distinción de opinión, que estén o no presentes!
Señores, los Espíritus también quieren participar de esta fiesta de familia y decir algunas palabras. El Espíritu Erasto, que conocéis por las notables disertaciones que han sido publicadas en la Revista, dictó espontáneamente, antes de mi partida, la siguiente epístola que ha dirigido a vosotros y que me ha encargado de leeros en su nombre. Es con felicidad que cumplo este deber. Así tendréis la prueba de que los Espíritus con los cuales os comunicáis no son los únicos que se ocupan con vosotros y con lo que os concierne. Esta certeza no puede sino consolidar vuestra fe y vuestra confianza, al observar que la mirada vigilante de los Espíritus superiores se extiende sobre todos y que, sin ninguna duda, sois también objeto de su solicitud.
Señoras, señores y todos vosotros, mis queridos y buenos hermanos en Espiritismo:
Si hay circunstancias en las que uno pueda lamentar la insuficiencia de nuestro pobre lenguaje humano, es cuando se trata de expresar ciertos sentimientos y, en este momento, tal es mi posición. Lo que yo siento es, al mismo tiempo, una sorpresa muy agradable, cuando veo el inmenso terreno que la Doctrina Espírita ha ganado entre vosotros desde hace un año, lo que me lleva admirar a la Providencia; es una alegría indescriptible al ver aquí el bien que el Espiritismo produce, los consuelos que derrama sobre tantos dolores, ostensibles u ocultos, y deduzco el futuro que le espera. Es una felicidad inexplicable la de encontrarme en medio de esta familia, que se ha vuelto tan numerosa en tan poco tiempo y que crece todos los días; es, en fin –y por encima de todo–, una profunda y sincera gratitud por los conmovedores testimonios de simpatía que recibo de vosotros.
Esta reunión tiene un carácter particular. ¡Gracias a Dios somos todos aquí espíritas lo suficientemente buenos –pienso yo– como para sólo ver en esta reunión el placer de encontrarnos juntos, y no el de encontrarnos a la mesa! Y, dicho sea de paso, creo incluso que un festín de espíritas sería una contradicción. También presumo que, al invitarme tan amablemente y con tanta insistencia para que yo compareciera ante vosotros, no creísteis que la cuestión de un banquete fuese para mí un motivo de atracción; fue lo que me adelanté a escribir a mis buenos amigos Rey y Dijoud, cuando ellos se disculparon por la simplicidad de la recepción; porque estad bien convencidos de que lo que más me honra en esta circunstancia, de lo que –con razón– puedo sentirme orgulloso, es de la cordialidad y la sinceridad de la acogida, lo que muy raramente se encuentra en las recepciones pomposas, pues aquí no hay máscaras en los rostros.
Si una cosa pudiese atenuar la felicidad que siento al encontrarme en medio de vosotros, sería el hecho de solamente poder quedarme aquí tan poco tiempo; me hubiera sido muy agradable prolongar mi permanencia en uno de los centros más numerosos y más fervorosos del Espiritismo. Pero ya que deseasteis recibir algunas instrucciones de mi parte, por cierto no tomaréis a mal que aproveche todos los instantes, a fin de salir un poco de las banalidades bastante comunes en semejantes circunstancias, y que mi discurso adquiera cierta gravedad, por la propia gravedad del motivo que nos reúne. Ciertamente si estuviésemos en una fiesta de bodas o en un bautismo, sería inoportuno hablar de almas, de la muerte y de la vida futura; pero –lo repito– estamos aquí para instruirnos, más que para comer y, en todo caso, no para divertirnos.
Señores, no creáis que esta espontaneidad que os ha llevado a reuniros aquí sea un hecho puramente personal; no lo dudéis, esta reunión tiene un carácter especial y providencial: una voluntad superior la ha provocado; manos invisibles os han impulsado sin que vosotros lo supieseis, y tal vez un día esta reunión quede marcada en los anales del Espiritismo. Que nuestros hermanos del futuro puedan recordar este día memorable en que los espíritas lioneses, dando primeramente el ejemplo de unión y de concordia, han preparado el terreno –en estos nuevos ágapes– de la alianza que debe existir entre los espíritas de todos los países del mundo; porque el Espiritismo, al restituir al Espíritu su verdadero papel en la Creación, constatando la superioridad de la inteligencia sobre la materia, hace desaparecer naturalmente todas las distinciones establecidas entre los hombres según las ventajas corpóreas y mundanas, sobre las cuales sólo el orgullo ha fundado las castas y los estúpidos prejuicios de color. El Espiritismo, al ampliar el círculo de la familia a través de la pluralidad de las existencias, establece entre los hombres una fraternidad más racional que aquella que solamente tiene por base los frágiles lazos de la materia, pues estos lazos son perecederos, mientras que los del Espíritu son eternos. Una vez bien comprendidos, estos lazos influirán –por la fuerza de las cosas– en las relaciones sociales y, más tarde, en la legislación social, que tomará por base las leyes inmutables de amor y de caridad. Entonces se verán desaparecer esas anomalías que son chocantes para los hombres de buen sentido, como las leyes de la Edad Media son chocantes para los hombres de hoy; pero esto es obra del tiempo. Dejemos a Dios el cuidado de hacer conque cada cosa venga a su tiempo; esperemos todo de Su sabiduría y agradezcámosle por habernos permitido asistir a la aurora que despunta para la humanidad, y por habernos elegido como los pioneros de la gran obra que se prepara. Que Él se digne en derramar su bendición sobre esta asamblea, la primera en que los adeptos del Espiritismo están reunidos en un número tan grande, con un sentimiento de verdadera fraternidad.
Digo verdadera fraternidad porque tengo la íntima convicción de que todos, acá presentes, no cultivan otra. Pero no dudéis de que numerosas cohortes de Espíritus están aquí entre nosotros, que nos escuchan en este momento, que observan todas nuestras acciones, que sondean los pensamientos de cada uno y que examinan la fuerza o la debilidad moral de los mismos. Los sentimientos que los animan son muy diferentes: si unos están felices con esta unión, otros –creedlo realmente– tienen una envidia terrible. Al salir de aquí, intentarán sembrar la discordia y la desunión; corresponde a todos vosotros, buenos y sinceros espíritas, probarles que pierden su tiempo y que se equivocan al creer que encuentran aquí corazones accesibles a sus pérfidas sugestiones. Entonces, invocad con fervor la asistencia de vuestros ángeles guardianes, a fin de que aparten de vosotros todo pensamiento que no sea para el bien. Por lo tanto, como el mal no puede tener su fuente en el bien, el simple buen sentido nos dice que todo pensamiento malo no puede provenir de un Espíritu bueno, y que un pensamiento es necesariamente malo cuando es contrario a la ley de amor y de caridad; cuando tiene como móvil la envidia o los celos, el orgullo herido o inclusive una pueril susceptibilidad del amor propio ofendido –hermano gemelo del orgullo–, que llevaría a mirar a sus hermanos con desdén. Amor y caridad para con todos, dice el Espiritismo; Amarás a tu prójimo como a ti mismo, dijo el Cristo: ¿no son sinónimos?
Amigos míos, os he felicitado por el progreso que el Espiritismo ha hecho entre vosotros y me siento muy feliz en constatarlo. Felicitaos, por vuestra parte, pues ese progreso es el mismo en todas partes. Sí, este último año el Espiritismo ha crecido en todos los países, en una proporción que ha superado todas las expectativas; el Espiritismo está en el aire, en las aspiraciones de todos, y en todos los lugares encuentra ecos, bocas que repiten: He aquí lo que yo esperaba, lo que una voz secreta me hacía presentir. Pero el progreso también se manifiesta bajo una nueva fase: la del coraje de dar su opinión, que hace poco tiempo aún no existía. Sólo se hablaba de la Doctrina Espírita en secreto y a escondidas; hoy la gente se confiesa espírita tan abiertamente como se confiesa católica, judía o protestante. Las personas enfrentan el escarnio, y esa valentía se impone a los escarnecedores, los cuales son como esos perritos que ladran y que corren atrás de los que huyen, pero que escapan si se los persigue. Ese escarnio da coraje a los tímidos y, en muchas localidades, revela a numerosos espíritas que no se conocían mutuamente. ¿Puede detenerse ese movimiento? ¿Podrán detenerlo? Yo lo digo claramente: No. Para esto han usado todos los medios: sarcasmos, burlas, ciencia, anatemas; pero ese movimiento ha superado todo, sin reducir su marcha ni un segundo. Por lo tanto, es un ciego quien no vea en esto el dedo de Dios. Podrán ponerle obstáculos, pero nunca detenerlo, porque si no marcha por la derecha, marchará por la izquierda.
Al ver los beneficios morales que la Doctrina proporciona, los consuelos que da e inclusive los crímenes que ya ha impedido, uno se pregunta quién puede tener interés en combatirla. Primeramente tiene en su contra a los incrédulos, que la ridiculizan: éstos no son para temer, puesto que se ha visto que sus dardos afilados se quiebran contra la coraza del Espiritismo. En segundo lugar, los ignorantes, que lo combaten sin conocerlo: éstos son más numerosos; pero al ser combatida por la ignorancia, la verdad nunca tuvo nada que temer, porque los ignorantes se refutan a sí mismos sin quererlo, como atestigua el Sr. Louis Figuier en su Histoire du merveilleux. La tercera categoría de adversarios es la más peligrosa, porque es tenaz y pérfida: está compuesta por todos aquellos cuyos intereses materiales la Doctrina puede contrariar; ellos combaten en la sombra, y los dardos envenenados de la calumnia no les faltan. He aquí a los verdaderos enemigos del Espiritismo, como en todos los tiempos lo han sido de todas las ideas de progreso, y los encontraréis en todos los niveles y en todas las clases de la sociedad. ¿Ellos vencerán? No, porque no es dado al hombre oponerse a la marcha de la naturaleza, y el Espiritismo está en el orden de las cosas naturales; por lo tanto, será necesario que tarde o temprano tomen partido, y tendrán que aceptar lo que sea aceptado por todo el mundo. No, no vencerán; ellos serán los vencidos.
Un nuevo elemento viene a sumarse a la Legión de los espíritas: el de las clases obreras, y notad en esto la sabiduría de la Providencia. El Espiritismo se ha propagado primero en las clases esclarecidas, en las altas esferas sociales; al principio esto era necesario, para darle más crédito, y después para que fuese elaborado y purgado de las ideas supersticiosas que la falta de instrucción podría introducir en Él, y con las cuales se lo habría confundido. Apenas constituido –si se puede hablar así de una ciencia tan nueva–, sensibilizó a la clase obrera y entre ella se propaga con rapidez. ¡Ah! Es que allí hay tantos consuelos que dar, tanto coraje moral que levantar, tantas lágrimas que secar, tanta resignación que inspirar, que la Doctrina Espírita ha sido acogida como un ancla de salvación, como un amparo contra las terribles tentaciones de la necesidad. Donde quiera que lo vi penetrar en los lugares de trabajo, en todas partes yo lo vi producir sus benéficos efectos moralizadores. Obreros lioneses que me escucháis: regocijaos, entonces, porque tenéis en otras ciudades, tales como Sens, Lille, Burdeos, hermanos espíritas que –como vosotros– han abjurado de las culpables expectativas del desorden y de los deseos criminales de la venganza. Continuad demostrando a través de vuestro ejemplo los beneficiosos resultados de esta Doctrina. A los que pregunten para qué Ella puede servir, respondedles: En mi desesperación quería matarme, pero el Espiritismo me detuvo, porque sé lo que cuesta abreviar voluntariamente las pruebas que Dios ha querido enviar a los hombres. Para aturdirme, me embriagaba; mas comprendí cuán despreciable era yo por quitarme voluntariamente la razón, lo que me privaba así de ganarme el pan y el de mis hijos. Me había alejado de todos los sentimientos religiosos: hoy oro a Dios y coloco mi esperanza en su misericordia. Solamente creía en la nada como supremo remedio a mis miserias; pero mi padre se comunicó conmigo y me dijo: ¡Hijo mío, coraje! Dios te ve; ¡un esfuerzo más y quedarás a salvo! Me puse de rodillas ante Dios y le pedí perdón. Al ver a ricos y a pobres, a gente que tiene todo y a otros que no tienen nada, acusaba a la Providencia: hoy en día sé que Dios pesa todo en la balanza de su justicia y aguardo sus designios; si está en sus decretos que yo deba sucumbir al sufrimiento, entonces sucumbiré, pero con la conciencia tranquila y sin tener el remordimiento de haber robado un óbolo de quien podía salvarme la vida. Decidles: He aquí para qué sirve el Espiritismo, esta locura, esta quimera, como lo llamáis. Sí, amigos míos, continuad predicando con el ejemplo; haced que comprendan el Espiritismo por sus consecuencias saludables, y cuando sea comprendido no se asustarán más del mismo; al contrario, será acogido como una garantía del orden social, y los propios incrédulos serán forzados a hablar de Él con respeto.
He hablado de los progresos del Espiritismo; en efecto, no hay precedentes de que una doctrina –sea cual fuere– haya marchado con tanta rapidez, sin exceptuar al propio Cristianismo. ¿Esto significa que aquél sea superior a éste y que deba reemplazarlo? No; pero aquí es el lugar de establecer su verdadero carácter, a fin de destruir una prevención bastante generalizada entre aquellos que no lo conocen.
En su nacimiento, el Cristianismo tuvo que luchar contra un poder peligroso: el Paganismo, por entonces universalmente difundido. Entre ellos no había ninguna alianza posible, como tampoco la hay entre la luz y las tinieblas; en un palabra, el Cristianismo no podía propagarse sino destruyendo lo que existía. Así, la lucha fue larga y terrible; las persecuciones lo prueban. Por el contrario, el Espiritismo no tiene nada que destruir, porque se asienta sobre las propias bases del Cristianismo, sobre el Evangelio, del cual es su aplicación. Comprended la ventaja, no de su superioridad, sino de su posición. No es, pues, como lo pretenden algunos, porque aún no lo conocen, una religión nueva, una secta que se forma a expensas de sus hermanas mayores; es una doctrina puramente moral, que de manera alguna se ocupa de dogmas y que deja a cada uno la entera libertad de sus creencias, ya que no impone ninguna. La prueba de esto es que tiene adeptos en todas, entre los más fervorosos católicos como entre los protestantes, los judíos y los musulmanes. El Espiritismo se basa en la capacidad de comunicarse con el mundo invisible, es decir, con las almas; ahora bien, como los judíos, los protestantes, los musulmanes tienen almas como nosotros, se deduce que éstas pueden comunicarse ya sea con ellos como con nosotros, y que, por consecuencia, ellos pueden ser espíritas como nosotros.
Así como no es una secta política, tampoco es una secta religiosa; es la constatación de un hecho que no pertenece a un partido, como la electricidad y los ferrocarriles; he dicho que es una doctrina moral, y la moral es de todas las religiones y de todos los partidos.
La moral que Él enseña, ¿es buena o mala? ¿Es subversiva? He aquí toda la cuestión. Que lo estudien y sabrán a qué atenerse. Ahora bien, ya que es la moral del Evangelio desarrollada y aplicada, condenarla sería condenar el Evangelio.
¿El Espiritismo ha hecho el bien o el mal? Estudiadlo y veréis. ¿Qué ha hecho Él? Ha impedido innumerables suicidios; ha llevado la paz y la concordia a un gran número de familias; ha vuelto mansos y pacíficos a hombres violentos y coléricos; ha dado resignación a los que no la tenían y consuelo a los afligidos; ha traído a Dios a los que no Lo conocían, al destruir las ideas materialistas, verdadera llaga social que aniquila la responsabilidad moral del hombre. He aquí lo que ha hecho, lo que hace todos los días y lo que hará cada vez más a medida que sea más difundido. ¿Será esto el resultado de una mala doctrina? Pero –que yo sepa– nadie jamás ha atacado la moral del Espiritismo; solamente se dice que la religión puede producir todo eso. Concuerdo perfectamente; ¿pero entonces por qué no lo produce siempre? Es porque no todos la comprenden. Ahora bien, el Espiritismo, al volver claro e inteligible para todos lo que no lo está y al hacer evidente lo que es dudoso, conduce a la aplicación, mientras que nunca se siente necesidad de aquello que no se comprende. Por lo tanto, el Espiritismo, lejos de ser antagonista de la religión, es su auxiliar, y la prueba de esto es que Él conduce a las ideas religiosas a los que las habían rechazado. En resumen, el Espiritismo jamás ha aconsejado a cambiar de religión ni a sacrificar las creencias personales; Él no pertenece propriamente a ninguna religión o, mejor dicho, es de todas las religiones.
Señores, algunas palabras más –os lo ruego– sobre una cuestión totalmente práctica. El número creciente de espíritas, en Lyon, muestra la utilidad del consejo que os he dado el año pasado, con referencia a la formación de los Grupos. Reunir a todos los adeptos en una única Sociedad, ya sería hoy una cosa materialmente imposible, y lo será mucho más todavía en algún tiempo. Además del número, las distancias a recorrer en razón de la extensión de la ciudad, las diferencias de costumbres según las posiciones sociales, se suman a esa imposibilidad. Por estos motivos y por muchos otros, que sería demasiado largo desarrollar aquí, una única Sociedad es una quimera impracticable; multiplicad los Grupos lo máximo posible: que haya diez, que haya cien –si fuere necesario–, y tened la certeza de que llegaréis más rápido y con más seguridad.
Habría aquí cosas muy importantes que decir sobre la cuestión de la unidad de principios y acerca de la divergencia que podría existir entre ellos en algunos puntos; pero me detengo, para no abusar de vuestra paciencia en escucharme, paciencia que ya he puesto largamente a prueba. Si lo deseáis, haré de esto el objeto de una instrucción especial que os dirigiré próximamente.
Termino este discurso, señores, al que me he dejado llevar por la propia escasez de ocasiones que tengo en sentir la felicidad de estar en medio de vosotros. Estad seguros de que llevaré de vuestra benévola acogida un recuerdo que nunca se apagará.
Amigos míos: gracias una vez más, del fondo de mi corazón, por las muestras de simpatía que consentís en darme; gracias por las palabras bondadosas que me habéis dirigido a través de vuestros intérpretes, y de las que sólo acepto el deber que las mismas me imponen para lo que me queda por hacer, y no los elogios. ¡Que esta solemnidad pueda ser la garantía de la unión que debe existir entre todos los verdaderos espíritas!
Agradezco a los espíritas lioneses y a todos los que, entre ellos, se distinguen por su dedicación, por su sacrificio, por su abnegación y que vosotros mismos nombráis, sin que yo precise hacerlo.
¡A los espíritas lioneses, sin distinción de opinión, que estén o no presentes!
Señores, los Espíritus también quieren participar de esta fiesta de familia y decir algunas palabras. El Espíritu Erasto, que conocéis por las notables disertaciones que han sido publicadas en la Revista, dictó espontáneamente, antes de mi partida, la siguiente epístola que ha dirigido a vosotros y que me ha encargado de leeros en su nombre. Es con felicidad que cumplo este deber. Así tendréis la prueba de que los Espíritus con los cuales os comunicáis no son los únicos que se ocupan con vosotros y con lo que os concierne. Esta certeza no puede sino consolidar vuestra fe y vuestra confianza, al observar que la mirada vigilante de los Espíritus superiores se extiende sobre todos y que, sin ninguna duda, sois también objeto de su solicitud.
Epístola de Erasto a los espíritas lioneses
Es con la más grata emoción que vengo a conversar con vosotros, queridos espíritas del Grupo Lionés. En un medio como el vuestro, donde todas las clases se reúnen, donde todas las condiciones sociales se dan las manos, estoy lleno de ternura y de simpatía, y me siento feliz en poder anunciaros que todos nosotros, que somos los iniciadores del Espiritismo en Francia, asistiremos con mucha alegría a vuestros ágapes fraternales, a los cuales hemos sido invitados por Juan y por Ireneo, vuestros eminentes Guías espirituales. ¡Ah! Estos ágapes despiertan en mi corazón el recuerdo de aquellos en que todos nos reuníamos hace 1800 años, cuando combatíamos las costumbres disolutas del paganismo romano y ya comentábamos las enseñanzas y las parábolas del Hijo del Hombre, ¡muerto en la cruz de la infamia por haber propagado una idea santa! Amigos míos, si el ALTÍSIMO, por efecto de Su misericordia infinita, permitiera que el recuerdo del pasado pudiese irradiar un instante en vuestras memorias entorpecidas, os acordaríais de esa época, ilustrada por los santos mártires de la pléyade lionesa: Sanctus, Alejandro, Atalo, Epipodio, la dulce y valerosa Blandina, el valiente obispo Ireneo, de los cuales muchos de vosotros acompañabais por entonces, aplaudiendo su heroísmo y cantando en loor al Señor; también recordaríais que varios de entre los que me escuchan han regado con su sangre la tierra lionesa, esta tierra fecunda que Euquerio y Gregorio de Tours han llamado: la patria de los mártires. No los nombraré, pero podéis considerar a los que, en vuestros Grupos, desempeñan una misión, un apostolado, ¡como ya habiendo sido mártires de la propagación de la idea igualitaria, enseñada desde lo alto del Gólgota por nuestro Cristo muy amado! Hoy, estimados discípulos, aquel que fue consagrado por san Pablo viene a deciros que vuestra misión es siempre la misma, porque el paganismo romano –siempre de pie, siempre vivaz– aún enlaza al mundo, como la hiedra enlaza al roble. Por lo tanto, debéis difundir entre vuestros hermanos infelices, esclavos de sus pasiones o de las pasiones de los otros, la sana y consoladora Doctrina que mis amigos y yo hemos venido a revelaros a través de nuestros médiums de todos los países. Entretanto, constatamos que los tiempos han progresado, que las costumbres no son más las mismas y que la humanidad ha crecido; porque hoy, si estuvieseis expuestos a las persecuciones, éstas ya no emanarían de un poder tiránico y envidioso, como en el tiempo de la Iglesia primitiva, sino de intereses mancomunados contra la idea y contra vosotros, los apóstoles de la idea.
Yo acabo de pronunciar la palabra igualitaria: creo que es útil detenerme un poco en la misma, porque de ningún modo venimos a predicar, en medio de vosotros, utopías impracticables, pues, al contrario, rechazamos enérgicamente todo lo que parezca vincularse a las prescripciones de un comunismo antisocial; ante todo, somos esencialmente propagadores de la libertad individual, indispensable al desarrollo de los encarnados; por consecuencia, somos enemigos declarados de todo lo que se aproxime a esas legislaciones conventuales que aniquilan brutalmente a los individuos. Aunque me dirija a un auditorio, compuesto en parte por artesanos y proletarios, yo sé que sus conciencias, esclarecidas por las luces de la verdad espírita, ya han rechazado toda comunión con las teorías antisociales dadas en apoyo a la palabra igualdad. Sea como fuere, pienso que es un deber restituir a esta palabra su significado cristiano, tal como lo había explicado Aquel que ha dicho: «Dad al César lo que es del César». ¡Pues bien, espíritas! La igualdad proclamada por el Cristo, y que nosotros mismos profesamos en vuestros Grupos amados, es la igualdad ante la justicia de Dios, es decir, nuestro derecho, según nuestro deber cumplido, de subir en la jerarquía de los Espíritus y de alcanzar un día los mundos avanzados donde reina la perfecta felicidad. Para esto no son tomados en cuenta ni el nacimiento, ni la fortuna: el pobre y el débil consiguen alcanzar dichos mundos, como el rico y el poderoso, porque unos no llevan materialmente más que otros; y como allá nadie compra su lugar ni su perdón con dinero, los derechos son iguales para todos. Igualdad ante Dios: he aquí la verdadera igualdad. No se os preguntará lo que poseísteis, sino el uso que habéis hecho de lo que teníais. Ahora bien, cuanto más hayáis poseído, más largas y más difíciles serán las cuentas que tendréis que prestar de vuestra gestión. Así, por lo tanto, después de vuestras existencias de misiones, de pruebas o de castigos en los parajes terrenos, cada uno de vosotros, conforme sus buenas o malas obras, progresará en la escala de los seres o recomenzará tarde o temprano su existencia, en caso de que se haya desviado. En consecuencia –os lo repito–, al proclamar el dogma sagrado de la igualdad, no venimos a enseñaros que en este mundo debéis ser todos iguales en riquezas, en saber y en felicidad, pero sí que todos lograréis, cuando llegue vuestra hora y según vuestros méritos, la felicidad de los elegidos, compartiéndola con las almas de élite que han cumplido sus deberes. Mis queridos espíritas: he aquí la igualdad a la que tenéis derecho, a la cual os conducirá el Espiritismo emancipador y a la que os invito con todas mis fuerzas. ¿Qué debéis hacer para alcanzarla? Obedecer a estas dos sublimes palabras: amor y caridad, que resumen admirablemente la ley y los profetas. ¡Amor y caridad! ¡Ah! El que cumpla, según su conciencia, las prescripciones de esta máxima divina, por cierto subirá rápidamente los peldaños de la escalera de Jacob, y pronto llegará a las esferas elevadas, de donde podrá adorar, contemplar y comprender la majestad del Eterno.
No sabéis cuán grato y agradable es para nosotros presidir vuestro banquete, donde el rico y el artesano se codean y se consagran a la fraternidad; donde el judío, el católico y el protestante pueden sentarse a la misma comunión pascual. No imagináis cuán orgulloso me siento en distribuir a cada uno de vosotros los elogios y el aliento que el Espíritu de Verdad, nuestro tan amado Maestro, me ha ordenado otorgar a vuestras piadosas cohortes. A ti, Dijoud, a ti, su digna compañera, y a todos vosotros, abnegados misioneros que esparcís los beneficios del Espiritismo: gracias por vuestro concurso y por vuestra dedicación. Amigos míos, pero debo deciros, nobleza obliga –sobre todo la del corazón–, que seríais muy culpables y reprensibles si en el futuro fallaseis a vuestras santas misiones; pero no fallaréis: tengo como garantía el bien que habéis hecho y el que os queda por hacer. Mas es a vosotros, estimados hermanos míos de la labor cotidiana, que reservo mis más sinceras felicitaciones, porque bien sé que subís penosamente vuestro Gólgota, llevando, como el Cristo, vuestra cruz dolorosa. ¿Qué más yo podría decir de elogioso para vosotros que recordar el coraje y la resignación con los que soportáis los desastres inauditos que la lucha fratricida, pero necesaria, de las dos Américas engendra en vuestro medio? ¡Ah! Nadie puede negar que la benéfica influencia del Espiritismo ya se hace sentir; la misma ha penetrado, con esperanza y con fe, en el ambiente de los talleres. Cuando recordamos las épocas del último reinado, en que, tan pronto como faltaba el trabajo, los obreros bajaban de la colina de Croix-Rousse hacia los Terreaux en grupos tumultuosos, haciendo presagiar motines, cuya represión era terrible, debemos agradecer a Dios la Nueva Revelación. En efecto, según esa imagen vulgar de la que se sirven en su lenguaje pintoresco, a menudo ocurre danser devant le buffet; entonces ellos dicen, apretándose el cinturón: ¡Bah! ¡¡¡Comeremos mañana!!! Bien sé que la caridad pública y particular se las ingenian y se esfuerzan; pero no es en eso que está el verdadero remedio. La humanidad necesita algo mejor; por ello, si el Cristianismo ha preconizado la igualdad y las leyes igualitarias, el Espiritismo alberga en sus flancos la fraternidad y sus leyes, obra grandiosa y duradera que los futuros siglos han de bendecir. Amigos míos, recordad que el Cristo eligió a sus apóstoles entre los últimos de los hombres, y que estos últimos –más fuertes que los Césares– han conquistado el mundo con la idea cristiana. Por lo tanto, os incumbe a vosotros la obra santa de esclarecer a vuestros compañeros de los talleres y de propagar nuestra sublime Doctrina, que hace a los hombres tan fuertes en la adversidad, a fin de que el Espíritu del mal y de la revuelta no suscite el odio y la venganza en el corazón de vuestros hermanos que aún no fueron conmovidos por la gracia espírita. Queridos amigos míos: esta obra os pertenece por completo; sé que la realizaréis con el cuidado y la dedicación ofrecidos por la conciencia de un deber a ser cumplido; y un día la Historia, como reconocimiento, ha de inscribir en sus anales que los obreros de Lyon, esclarecidos por el Espiritismo, merecieron mucho de la Patria en 1861 y en 1862, por el coraje y la resignación con los que soportaron las tristes consecuencias de las luchas esclavistas entre los Estados desunidos de América. ¡Qué importa, hijos míos! Estos tiempos de luchas y de pruebas son tiempos bendecidos por Dios, enviados para desenvolver el coraje, la paciencia y la energía; para apresurar el adelanto y el perfeccionamiento del orbe terrestre y de los Espíritus que están aprisionados en los lazos carnales de la materia. ¡Id, ahora! La trinchera está abierta en el Viejo Mundo, y sobre sus ruinas aclamaréis la Era Espírita de la fraternidad, que os muestra el objetivo y el fin de las miserias humanas, consolando y fortaleciendo vuestros corazones contra la adversidad y la lucha; confundiréis a los incrédulos y a los impíos, y agradeceréis a Dios la parte de infortunios y de pruebas que os toca, porque éstas os aproximan de la felicidad eterna.
Me resta daros algunos consejos que a menudo vuestros habituales guías ya os dieron, pero que mi posición personal y la circunstancia actual recomiendan que os recuerde nuevamente. Mis buenos amigos: me dirijo aquí a todos los espíritas y a todos los Grupos, a fin de que ninguna escisión, ninguna disidencia y ningún cisma surjan entre vosotros, sino que, al contrario, una creencia solidaria os anime y os reúna a todos, porque esto es necesario para el desarrollo de nuestra benefactora Doctrina. Siento como una voluntad que me impulsa a pregonaros la concordia y la unión, porque en esto, como en todas las cosas, la unión hace la fuerza, y necesitáis ser fuertes y unidos para resistir a las tempestades que se aproximan. Y no solamente tenéis necesidad de estar unidos entre vosotros, sino también con vuestros hermanos de todos los países; es por eso que os exhorto a seguir el ejemplo que os han dado los espíritas de Burdeos, de los cuales todos sus Grupos particulares forman los satélites de un Grupo Central, que ha solicitado entrar en comunión con la Sociedad Iniciadora de París, la cual ha sido la primera que ha recibido los elementos de un cuerpo de doctrina y que ha lanzado las bases serias para los estudios del Espiritismo, que todos nosotros –los espíritas– profesamos en el mundo entero.
Sé que lo que os digo aquí no será perdido; por lo demás, me refiero enteramente a los consejos que ya habéis recibido y que aún recibiréis de vuestros excelentes guías espirituales, que os dirigirán en este camino saludable, porque es preciso que los rayos de luz vayan del centro hacia la periferia y viceversa, a fin de que todos aprovechen y se beneficien de los trabajos de cada uno. Es indiscutible, por cierto, que al someter todos los datos y todas las comunicaciones de los Espíritus al tamiz de la razón y de la lógica, será fácil rechazar el absurdo y el error. Un médium puede ser fascinado; un Grupo puede ser engañado, pero el control severo de los otros Grupos, la ciencia adquirida, la elevada autoridad moral de los jefes de Grupos y las comunicaciones de los principales médiums que reciben un sello de lógica y autenticidad de nuestros mejores Espíritus, harán rápidamente justicia a los dictados mentirosos y astutos emanados de una turba de Espíritus embusteros, imperfectos o malos. Rechazad implacablemente a todos esos Espíritus que dan consejos exclusivos, fomentando la división y el aislamiento. Casi siempre son Espíritus vanidosos y mediocres que tienden a imponerse a los hombres débiles y crédulos, cubriéndolos de elogios exagerados para fascinarlos y mantenerlos bajo su dominio. Generalmente son Espíritus ávidos de poder que, como déspotas públicos o privados cuando encarnados, aún quieren tener víctimas para tiranizar después de su muerte. Amigos míos, desconfiad en general de las comunicaciones que tengan un carácter de misticismo y de extrañeza, o que prescriban ceremonias y actos extravagantes; en tales casos hay siempre un motivo legítimo de sospecha. Por otro lado, creed realmente que cuando una verdad debe ser revelada a la Humanidad, es –por así decirlo– instantáneamente comunicada en todos los Grupos serios que tienen médiums serios.
En fin, creo que es bueno repetir aquí que nadie es médium perfecto si está obsesado; la obsesión es uno de los mayores escollos, y hay manifiesta obsesión cuando un médium solamente es apto para recibir comunicaciones de un Espíritu especial, por más alto que éste pretenda considerarse a sí mismo. En consecuencia, todo médium y todo Grupo que se crean privilegiados por las comunicaciones que sólo ellos pueden recibir y que, de ese modo, estén sujetos a prácticas que los expongan a la superstición, se encuentran indudablemente bajo la influencia de una obsesión muy bien caracterizada. Os digo todo esto, amigos míos, porque en el mundo existen médiums fascinados por Espíritus pérfidos. Desenmascararé implacablemente a esos Espíritus si se atreven también a profanar nombres venerables, de los que se apoderan como ladrones y con los cuales se adornan orgullosamente, como lacayos con las ropas de sus señores; me indignaré con ellos sin piedad, si persisten en desviar del camino recto a los cristianos honestos, espíritas dedicados de cuya buena fe han abusado. En una palabra, dejadme repetiros lo que ya he aconsejado a los espíritas parisienses: más vale rechazar diez verdades momentáneamente que admitir una sola mentira, una sola teoría falsa, porque sobre esta teoría y sobre esta mentira podríais edificar todo un sistema que habría de derrumbarse al primer soplo de la verdad, como un monumento construido sobre arena movediza; mientras que si hoy rechazáis ciertas verdades, ciertos principios, porque no os son demostrados con lógica, posteriormente un hecho decisivo o una demostración irrefutable vendrá afirmaros su autenticidad.
A Juan, a Ireneo, a Blandina, así como a todos vuestros Espíritus protectores, incumbe la tarea de os precaver en lo sucesivo contra los falsos profetas de la erraticidad. El gran Espíritu emancipador que preside nuestros trabajos, bajo la mirada del Todopoderoso, ha de proveer a eso, podéis creerme. En cuanto a mí, aunque esté más particularmente vinculado a los Grupos Parisienses, vendré algunas veces a conversar con vosotros y acompañaré siempre con interés vuestros trabajos particulares.
Esperamos mucho de la provincia lionesa y sabemos que no fallaréis, ni unos ni otros, en vuestras respectivas misiones. Recordad que el Cristianismo, traído por las legiones cesaristas, lanzó, hace casi dos mil años, las primeras semillas de la renovación cristiana en Vienne y en Lyon, de donde se propagaron rápidamente hacia la Galia del Norte. Hoy, el progreso debe realizarse en una nueva irradiación, es decir, del Norte hacia el Sur. Por lo tanto, ¡a la obra lioneses! Es necesario que la verdad triunfe, y no es sin una legítima impaciencia que esperamos la hora en que sonará la trompeta de plata que nos anunciará vuestro primer combate y vuestra primera victoria.
Ahora dejadme agradeceros el recogimiento con el cual me habéis escuchado y la simpática acogida que me habéis dado. ¡Que Dios Todopoderoso, Señor de todos nosotros, os conceda su benevolencia y derrame sobre vosotros y sobre su servidor muy humilde los tesoros de su misericordia infinita! ¡Adiós! Lioneses: ¡yo os bendigo!
ERASTO
Leída en el banquete del 19 de septiembre de 1861
Es con la más grata emoción que vengo a conversar con vosotros, queridos espíritas del Grupo Lionés. En un medio como el vuestro, donde todas las clases se reúnen, donde todas las condiciones sociales se dan las manos, estoy lleno de ternura y de simpatía, y me siento feliz en poder anunciaros que todos nosotros, que somos los iniciadores del Espiritismo en Francia, asistiremos con mucha alegría a vuestros ágapes fraternales, a los cuales hemos sido invitados por Juan y por Ireneo, vuestros eminentes Guías espirituales. ¡Ah! Estos ágapes despiertan en mi corazón el recuerdo de aquellos en que todos nos reuníamos hace 1800 años, cuando combatíamos las costumbres disolutas del paganismo romano y ya comentábamos las enseñanzas y las parábolas del Hijo del Hombre, ¡muerto en la cruz de la infamia por haber propagado una idea santa! Amigos míos, si el ALTÍSIMO, por efecto de Su misericordia infinita, permitiera que el recuerdo del pasado pudiese irradiar un instante en vuestras memorias entorpecidas, os acordaríais de esa época, ilustrada por los santos mártires de la pléyade lionesa: Sanctus, Alejandro, Atalo, Epipodio, la dulce y valerosa Blandina, el valiente obispo Ireneo, de los cuales muchos de vosotros acompañabais por entonces, aplaudiendo su heroísmo y cantando en loor al Señor; también recordaríais que varios de entre los que me escuchan han regado con su sangre la tierra lionesa, esta tierra fecunda que Euquerio y Gregorio de Tours han llamado: la patria de los mártires. No los nombraré, pero podéis considerar a los que, en vuestros Grupos, desempeñan una misión, un apostolado, ¡como ya habiendo sido mártires de la propagación de la idea igualitaria, enseñada desde lo alto del Gólgota por nuestro Cristo muy amado! Hoy, estimados discípulos, aquel que fue consagrado por san Pablo viene a deciros que vuestra misión es siempre la misma, porque el paganismo romano –siempre de pie, siempre vivaz– aún enlaza al mundo, como la hiedra enlaza al roble. Por lo tanto, debéis difundir entre vuestros hermanos infelices, esclavos de sus pasiones o de las pasiones de los otros, la sana y consoladora Doctrina que mis amigos y yo hemos venido a revelaros a través de nuestros médiums de todos los países. Entretanto, constatamos que los tiempos han progresado, que las costumbres no son más las mismas y que la humanidad ha crecido; porque hoy, si estuvieseis expuestos a las persecuciones, éstas ya no emanarían de un poder tiránico y envidioso, como en el tiempo de la Iglesia primitiva, sino de intereses mancomunados contra la idea y contra vosotros, los apóstoles de la idea.
Yo acabo de pronunciar la palabra igualitaria: creo que es útil detenerme un poco en la misma, porque de ningún modo venimos a predicar, en medio de vosotros, utopías impracticables, pues, al contrario, rechazamos enérgicamente todo lo que parezca vincularse a las prescripciones de un comunismo antisocial; ante todo, somos esencialmente propagadores de la libertad individual, indispensable al desarrollo de los encarnados; por consecuencia, somos enemigos declarados de todo lo que se aproxime a esas legislaciones conventuales que aniquilan brutalmente a los individuos. Aunque me dirija a un auditorio, compuesto en parte por artesanos y proletarios, yo sé que sus conciencias, esclarecidas por las luces de la verdad espírita, ya han rechazado toda comunión con las teorías antisociales dadas en apoyo a la palabra igualdad. Sea como fuere, pienso que es un deber restituir a esta palabra su significado cristiano, tal como lo había explicado Aquel que ha dicho: «Dad al César lo que es del César». ¡Pues bien, espíritas! La igualdad proclamada por el Cristo, y que nosotros mismos profesamos en vuestros Grupos amados, es la igualdad ante la justicia de Dios, es decir, nuestro derecho, según nuestro deber cumplido, de subir en la jerarquía de los Espíritus y de alcanzar un día los mundos avanzados donde reina la perfecta felicidad. Para esto no son tomados en cuenta ni el nacimiento, ni la fortuna: el pobre y el débil consiguen alcanzar dichos mundos, como el rico y el poderoso, porque unos no llevan materialmente más que otros; y como allá nadie compra su lugar ni su perdón con dinero, los derechos son iguales para todos. Igualdad ante Dios: he aquí la verdadera igualdad. No se os preguntará lo que poseísteis, sino el uso que habéis hecho de lo que teníais. Ahora bien, cuanto más hayáis poseído, más largas y más difíciles serán las cuentas que tendréis que prestar de vuestra gestión. Así, por lo tanto, después de vuestras existencias de misiones, de pruebas o de castigos en los parajes terrenos, cada uno de vosotros, conforme sus buenas o malas obras, progresará en la escala de los seres o recomenzará tarde o temprano su existencia, en caso de que se haya desviado. En consecuencia –os lo repito–, al proclamar el dogma sagrado de la igualdad, no venimos a enseñaros que en este mundo debéis ser todos iguales en riquezas, en saber y en felicidad, pero sí que todos lograréis, cuando llegue vuestra hora y según vuestros méritos, la felicidad de los elegidos, compartiéndola con las almas de élite que han cumplido sus deberes. Mis queridos espíritas: he aquí la igualdad a la que tenéis derecho, a la cual os conducirá el Espiritismo emancipador y a la que os invito con todas mis fuerzas. ¿Qué debéis hacer para alcanzarla? Obedecer a estas dos sublimes palabras: amor y caridad, que resumen admirablemente la ley y los profetas. ¡Amor y caridad! ¡Ah! El que cumpla, según su conciencia, las prescripciones de esta máxima divina, por cierto subirá rápidamente los peldaños de la escalera de Jacob, y pronto llegará a las esferas elevadas, de donde podrá adorar, contemplar y comprender la majestad del Eterno.
No sabéis cuán grato y agradable es para nosotros presidir vuestro banquete, donde el rico y el artesano se codean y se consagran a la fraternidad; donde el judío, el católico y el protestante pueden sentarse a la misma comunión pascual. No imagináis cuán orgulloso me siento en distribuir a cada uno de vosotros los elogios y el aliento que el Espíritu de Verdad, nuestro tan amado Maestro, me ha ordenado otorgar a vuestras piadosas cohortes. A ti, Dijoud, a ti, su digna compañera, y a todos vosotros, abnegados misioneros que esparcís los beneficios del Espiritismo: gracias por vuestro concurso y por vuestra dedicación. Amigos míos, pero debo deciros, nobleza obliga –sobre todo la del corazón–, que seríais muy culpables y reprensibles si en el futuro fallaseis a vuestras santas misiones; pero no fallaréis: tengo como garantía el bien que habéis hecho y el que os queda por hacer. Mas es a vosotros, estimados hermanos míos de la labor cotidiana, que reservo mis más sinceras felicitaciones, porque bien sé que subís penosamente vuestro Gólgota, llevando, como el Cristo, vuestra cruz dolorosa. ¿Qué más yo podría decir de elogioso para vosotros que recordar el coraje y la resignación con los que soportáis los desastres inauditos que la lucha fratricida, pero necesaria, de las dos Américas engendra en vuestro medio? ¡Ah! Nadie puede negar que la benéfica influencia del Espiritismo ya se hace sentir; la misma ha penetrado, con esperanza y con fe, en el ambiente de los talleres. Cuando recordamos las épocas del último reinado, en que, tan pronto como faltaba el trabajo, los obreros bajaban de la colina de Croix-Rousse hacia los Terreaux en grupos tumultuosos, haciendo presagiar motines, cuya represión era terrible, debemos agradecer a Dios la Nueva Revelación. En efecto, según esa imagen vulgar de la que se sirven en su lenguaje pintoresco, a menudo ocurre danser devant le buffet; entonces ellos dicen, apretándose el cinturón: ¡Bah! ¡¡¡Comeremos mañana!!! Bien sé que la caridad pública y particular se las ingenian y se esfuerzan; pero no es en eso que está el verdadero remedio. La humanidad necesita algo mejor; por ello, si el Cristianismo ha preconizado la igualdad y las leyes igualitarias, el Espiritismo alberga en sus flancos la fraternidad y sus leyes, obra grandiosa y duradera que los futuros siglos han de bendecir. Amigos míos, recordad que el Cristo eligió a sus apóstoles entre los últimos de los hombres, y que estos últimos –más fuertes que los Césares– han conquistado el mundo con la idea cristiana. Por lo tanto, os incumbe a vosotros la obra santa de esclarecer a vuestros compañeros de los talleres y de propagar nuestra sublime Doctrina, que hace a los hombres tan fuertes en la adversidad, a fin de que el Espíritu del mal y de la revuelta no suscite el odio y la venganza en el corazón de vuestros hermanos que aún no fueron conmovidos por la gracia espírita. Queridos amigos míos: esta obra os pertenece por completo; sé que la realizaréis con el cuidado y la dedicación ofrecidos por la conciencia de un deber a ser cumplido; y un día la Historia, como reconocimiento, ha de inscribir en sus anales que los obreros de Lyon, esclarecidos por el Espiritismo, merecieron mucho de la Patria en 1861 y en 1862, por el coraje y la resignación con los que soportaron las tristes consecuencias de las luchas esclavistas entre los Estados desunidos de América. ¡Qué importa, hijos míos! Estos tiempos de luchas y de pruebas son tiempos bendecidos por Dios, enviados para desenvolver el coraje, la paciencia y la energía; para apresurar el adelanto y el perfeccionamiento del orbe terrestre y de los Espíritus que están aprisionados en los lazos carnales de la materia. ¡Id, ahora! La trinchera está abierta en el Viejo Mundo, y sobre sus ruinas aclamaréis la Era Espírita de la fraternidad, que os muestra el objetivo y el fin de las miserias humanas, consolando y fortaleciendo vuestros corazones contra la adversidad y la lucha; confundiréis a los incrédulos y a los impíos, y agradeceréis a Dios la parte de infortunios y de pruebas que os toca, porque éstas os aproximan de la felicidad eterna.
Me resta daros algunos consejos que a menudo vuestros habituales guías ya os dieron, pero que mi posición personal y la circunstancia actual recomiendan que os recuerde nuevamente. Mis buenos amigos: me dirijo aquí a todos los espíritas y a todos los Grupos, a fin de que ninguna escisión, ninguna disidencia y ningún cisma surjan entre vosotros, sino que, al contrario, una creencia solidaria os anime y os reúna a todos, porque esto es necesario para el desarrollo de nuestra benefactora Doctrina. Siento como una voluntad que me impulsa a pregonaros la concordia y la unión, porque en esto, como en todas las cosas, la unión hace la fuerza, y necesitáis ser fuertes y unidos para resistir a las tempestades que se aproximan. Y no solamente tenéis necesidad de estar unidos entre vosotros, sino también con vuestros hermanos de todos los países; es por eso que os exhorto a seguir el ejemplo que os han dado los espíritas de Burdeos, de los cuales todos sus Grupos particulares forman los satélites de un Grupo Central, que ha solicitado entrar en comunión con la Sociedad Iniciadora de París, la cual ha sido la primera que ha recibido los elementos de un cuerpo de doctrina y que ha lanzado las bases serias para los estudios del Espiritismo, que todos nosotros –los espíritas– profesamos en el mundo entero.
Sé que lo que os digo aquí no será perdido; por lo demás, me refiero enteramente a los consejos que ya habéis recibido y que aún recibiréis de vuestros excelentes guías espirituales, que os dirigirán en este camino saludable, porque es preciso que los rayos de luz vayan del centro hacia la periferia y viceversa, a fin de que todos aprovechen y se beneficien de los trabajos de cada uno. Es indiscutible, por cierto, que al someter todos los datos y todas las comunicaciones de los Espíritus al tamiz de la razón y de la lógica, será fácil rechazar el absurdo y el error. Un médium puede ser fascinado; un Grupo puede ser engañado, pero el control severo de los otros Grupos, la ciencia adquirida, la elevada autoridad moral de los jefes de Grupos y las comunicaciones de los principales médiums que reciben un sello de lógica y autenticidad de nuestros mejores Espíritus, harán rápidamente justicia a los dictados mentirosos y astutos emanados de una turba de Espíritus embusteros, imperfectos o malos. Rechazad implacablemente a todos esos Espíritus que dan consejos exclusivos, fomentando la división y el aislamiento. Casi siempre son Espíritus vanidosos y mediocres que tienden a imponerse a los hombres débiles y crédulos, cubriéndolos de elogios exagerados para fascinarlos y mantenerlos bajo su dominio. Generalmente son Espíritus ávidos de poder que, como déspotas públicos o privados cuando encarnados, aún quieren tener víctimas para tiranizar después de su muerte. Amigos míos, desconfiad en general de las comunicaciones que tengan un carácter de misticismo y de extrañeza, o que prescriban ceremonias y actos extravagantes; en tales casos hay siempre un motivo legítimo de sospecha. Por otro lado, creed realmente que cuando una verdad debe ser revelada a la Humanidad, es –por así decirlo– instantáneamente comunicada en todos los Grupos serios que tienen médiums serios.
En fin, creo que es bueno repetir aquí que nadie es médium perfecto si está obsesado; la obsesión es uno de los mayores escollos, y hay manifiesta obsesión cuando un médium solamente es apto para recibir comunicaciones de un Espíritu especial, por más alto que éste pretenda considerarse a sí mismo. En consecuencia, todo médium y todo Grupo que se crean privilegiados por las comunicaciones que sólo ellos pueden recibir y que, de ese modo, estén sujetos a prácticas que los expongan a la superstición, se encuentran indudablemente bajo la influencia de una obsesión muy bien caracterizada. Os digo todo esto, amigos míos, porque en el mundo existen médiums fascinados por Espíritus pérfidos. Desenmascararé implacablemente a esos Espíritus si se atreven también a profanar nombres venerables, de los que se apoderan como ladrones y con los cuales se adornan orgullosamente, como lacayos con las ropas de sus señores; me indignaré con ellos sin piedad, si persisten en desviar del camino recto a los cristianos honestos, espíritas dedicados de cuya buena fe han abusado. En una palabra, dejadme repetiros lo que ya he aconsejado a los espíritas parisienses: más vale rechazar diez verdades momentáneamente que admitir una sola mentira, una sola teoría falsa, porque sobre esta teoría y sobre esta mentira podríais edificar todo un sistema que habría de derrumbarse al primer soplo de la verdad, como un monumento construido sobre arena movediza; mientras que si hoy rechazáis ciertas verdades, ciertos principios, porque no os son demostrados con lógica, posteriormente un hecho decisivo o una demostración irrefutable vendrá afirmaros su autenticidad.
A Juan, a Ireneo, a Blandina, así como a todos vuestros Espíritus protectores, incumbe la tarea de os precaver en lo sucesivo contra los falsos profetas de la erraticidad. El gran Espíritu emancipador que preside nuestros trabajos, bajo la mirada del Todopoderoso, ha de proveer a eso, podéis creerme. En cuanto a mí, aunque esté más particularmente vinculado a los Grupos Parisienses, vendré algunas veces a conversar con vosotros y acompañaré siempre con interés vuestros trabajos particulares.
Esperamos mucho de la provincia lionesa y sabemos que no fallaréis, ni unos ni otros, en vuestras respectivas misiones. Recordad que el Cristianismo, traído por las legiones cesaristas, lanzó, hace casi dos mil años, las primeras semillas de la renovación cristiana en Vienne y en Lyon, de donde se propagaron rápidamente hacia la Galia del Norte. Hoy, el progreso debe realizarse en una nueva irradiación, es decir, del Norte hacia el Sur. Por lo tanto, ¡a la obra lioneses! Es necesario que la verdad triunfe, y no es sin una legítima impaciencia que esperamos la hora en que sonará la trompeta de plata que nos anunciará vuestro primer combate y vuestra primera victoria.
Ahora dejadme agradeceros el recogimiento con el cual me habéis escuchado y la simpática acogida que me habéis dado. ¡Que Dios Todopoderoso, Señor de todos nosotros, os conceda su benevolencia y derrame sobre vosotros y sobre su servidor muy humilde los tesoros de su misericordia infinita! ¡Adiós! Lioneses: ¡yo os bendigo!
Conversaciones familiares del Más Allá
Eugène Scribe
(Sociedad Espírita de París)
Cuando se estableció el debate entre varios Espíritus sobre el aforismo de Buffon: El estilo es el hombre, que hemos relatado en nuestro número anterior, el nombre del Sr. Scribe fue pronunciado, lo que sin duda le ha dado un motivo para venir, aunque no hubiese sido llamado. Sin participar del debate, él dictó espontáneamente la siguiente disertación, que suscitó la conversación que publicamos después de la misma. «–Sería deseable que el teatro, donde grandes y pequeños van para adquirir enseñanzas, se preocupara un poco menos en satisfacer el gusto por las costumbres fáciles y en exaltar los aspectos veniales de una juventud ardiente, sino que el mejoramiento social fuese buscado a través de piezas elevadas y morales, donde la fina gracia reemplazase a la sal gruesa de cocina que hoy usan los autores de comedias ligeras. Pero no: según el teatro, y dependiendo del público, se halagan las pasiones humanas. Aquí, se preconiza la blusa en vez de la casaca, transformada en chivo expiatorio de todas las iniquidades sociales; allá, es la blusa que es infamada y despreciada, porque dicen que esconde siempre al bribón o al asesino. Mentira de los dos lados.
«Algunos autores comienzan a tomar el toro por las astas y, como Émile Augier, a poner a los banqueros en la picota de la opinión pública. ¡Bah! ¡Qué importa! No por eso el público deja de correr a los teatros, donde una plástica desfachatada y sin pudor paga todos los gastos del espectáculo. ¡Ah! Ya es tiempo de que las ideas espíritas sean propagadas en todos los estratos sociales, porque entonces el teatro se moralizará en sí mismo, y a las exhibiciones femeninas sucederán piezas responsables, representadas con conciencia por artistas de talento; todos ganarán con esto. Esperemos que pronto surja un dramaturgo que sea capaz de expulsar del teatro y del entusiasmo del público a todos esos explotadores, proxenetas inmorales de las damas de las camelias de toda especie. Trabajad, pues, para difundir el Espiritismo, que debe producir un resultado muy loable.»
E. SCRIBE
–Pregunta 1. En una comunicación que habéis dictado hace poco tiempo a la Srta. J..., y que ha sido leída en la Sociedad, dijisteis que lo que hizo vuestra reputación en la Tierra no la hizo en el Cielo, y que podríais haber empleado mejor los dones que recibisteis
de Dios. ¿Tendríais la bondad de desarrollar este pensamiento y decirnos en qué vuestras obras son reprensibles? Nos parece que las mismas tienen un lado moral y, en un cierto sentido, han abierto un camino hacia el progreso.
–Respuesta. Todo es relativo; hoy, en el mundo elevado donde me encuentro, no veo más con los ojos terrenos y, con los dones que había recibido del Todopoderoso, pienso que yo podría haber hecho más por la Humanidad; por eso es que dije que no había trabajado para el Cielo. Pero no puedo expresar en algunas palabras lo que quería deciros en aquella ocasión, porque –como sabéis– yo era un poco verboso.
–Preg. 2. Dijisteis también que desearíais producir una obra más útil y más seria, pero que esta alegría os ha sido negada. ¿Es como Espíritu que habríais deseado hacer esa obra y, en este caso, cómo habríais hecho para que los hombres la aprovechasen?
–Resp. ¡Dios mío! De la manera más simple que los Espíritus emplean: inspirando a los escritores, que a menudo imaginan que la extraen de su propio bagaje, a veces tan vacío, infelizmente.
–Preg. 3. ¿Se puede saber cuál es el tema que os propondríais a tratar?
–Resp. Yo no tenía un objetivo determinado, pero –como sabéis– a uno le gusta hacer un poco lo que nunca ha hecho. Hubiera deseado ocuparme de Filosofía y de Espiritualismo, porque me ocupé demasiado con el realismo. No toméis la palabra realismo como hoy es entendida; sólo he querido decir que me he ocupado más especialmente de lo que divertía a los ojos y a los oídos de los Espíritus frívolos de la Tierra, y no de lo que podía satisfacer a los Espíritus serios y filosóficos.
–Preg. 4. Habéis dicho a la Srta. J... que no sois feliz. Podéis no tener la dicha de los bienaventurados; pero hace poco, en la comisión, se han contado numerosas acciones buenas que habéis realizado y que, ciertamente, deben haber sido tomadas en consideración.
–Resp. No, no soy feliz, porque, ¡ah!, aún tengo ambición y, habiendo sido académico en la Tierra, me habría gustado participar igualmente de la academia de los elegidos.
–Preg. 5. Nos parece que, a falta de la obra que aún no podéis hacer, podríais alcanzar el mismo objetivo, para vos y para los otros, si aquí vinieseis a hacer una serie de disertaciones.
–Resp. No pido nada mejor, y vendré con placer, si me lo permiten –lo que ignoro–, porque todavía no tengo una posición bien determinada en el mundo espiritual. Todo es tan nuevo para mí –he pasado mi vida casando alférez con herederas ricas–, que aún no tuve tiempo de conocer y de admirar este mundo etéreo, del cual yo me había olvidado en mi encarnación. Volveré, pues, si los Grandes Espíritus me lo permiten.
–Preg. 6. En el mundo en que estáis, ¿ya habéis vuelto a ver a Madame de Girardin que, cuando encarnada, se ocupaba mucho con los Espíritus y con las evocaciones?
–Resp. Ella tuvo la bondad de venir a esperarme en el portal de la verdadera vida, con los Espíritus de la pléyade a la cual pertenecemos.
–Preg. 7. ¿Ella es más feliz que vos?
–Resp. Como Espíritu es más feliz que yo, porque ella ha contribuido con obras de educación para la niñez, compuestas por su madre, Sophie Gay.
Nota de Erasto – No; ella es más feliz porque luchó, mientras que Scribe se dejó llevar por la corriente de la vida fácil.
–Preg. 8. ¿Vais a asistir algunas veces a la presentación de vuestras obras, así como Madame de Girardin o Casimir Delavigne?
–Resp. ¿Cómo pensar que no iríamos a ver a esos queridos hijos que hemos dejado en la Tierra? Aún es uno de nuestros gozos puros.
Nota – Por lo tanto, la muerte no separa a los que se han conocido en la Tierra; ellos se reencuentran, se reúnen y se interesan por lo que constituía el objeto de sus preocupaciones. Dirán, sin duda, que si se acuerdan de lo que les daba alegría, también se acordarán de aquello que les causaba dolor, y que esto debe alterar su felicidad. Ese recuerdo produce un efecto totalmente contrario, porque la satisfacción de estar libre de los males terrenos es un gozo, tanto más suave cuanto mayor fuere el contraste; los beneficios de la salud son mejor apreciados después de una enfermedad, sucediendo lo mismo con la calma después de la tempestad. El guerrero, al volver a su hogar, ¿no se complace en contar los peligros que enfrentó y las fatigas que sintió? Así, para los Espíritus, el recuerdo de las luchas terrenas es un gozo cuando salen victoriosos de las mismas. Pero este recuerdo se pierde a lo lejos, o por lo menos disminuye de importancia a sus ojos, a medida que se liberan de los fluidos materiales de los mundos inferiores y se aproximan a la perfección; para ellos, tales recuerdos son sueños distantes, como en el adulto los recuerdos de la primera infancia.
Eugène Scribe
(Sociedad Espírita de París)
Cuando se estableció el debate entre varios Espíritus sobre el aforismo de Buffon: El estilo es el hombre, que hemos relatado en nuestro número anterior, el nombre del Sr. Scribe fue pronunciado, lo que sin duda le ha dado un motivo para venir, aunque no hubiese sido llamado. Sin participar del debate, él dictó espontáneamente la siguiente disertación, que suscitó la conversación que publicamos después de la misma. «–Sería deseable que el teatro, donde grandes y pequeños van para adquirir enseñanzas, se preocupara un poco menos en satisfacer el gusto por las costumbres fáciles y en exaltar los aspectos veniales de una juventud ardiente, sino que el mejoramiento social fuese buscado a través de piezas elevadas y morales, donde la fina gracia reemplazase a la sal gruesa de cocina que hoy usan los autores de comedias ligeras. Pero no: según el teatro, y dependiendo del público, se halagan las pasiones humanas. Aquí, se preconiza la blusa en vez de la casaca, transformada en chivo expiatorio de todas las iniquidades sociales; allá, es la blusa que es infamada y despreciada, porque dicen que esconde siempre al bribón o al asesino. Mentira de los dos lados.
«Algunos autores comienzan a tomar el toro por las astas y, como Émile Augier, a poner a los banqueros en la picota de la opinión pública. ¡Bah! ¡Qué importa! No por eso el público deja de correr a los teatros, donde una plástica desfachatada y sin pudor paga todos los gastos del espectáculo. ¡Ah! Ya es tiempo de que las ideas espíritas sean propagadas en todos los estratos sociales, porque entonces el teatro se moralizará en sí mismo, y a las exhibiciones femeninas sucederán piezas responsables, representadas con conciencia por artistas de talento; todos ganarán con esto. Esperemos que pronto surja un dramaturgo que sea capaz de expulsar del teatro y del entusiasmo del público a todos esos explotadores, proxenetas inmorales de las damas de las camelias de toda especie. Trabajad, pues, para difundir el Espiritismo, que debe producir un resultado muy loable.»
de Dios. ¿Tendríais la bondad de desarrollar este pensamiento y decirnos en qué vuestras obras son reprensibles? Nos parece que las mismas tienen un lado moral y, en un cierto sentido, han abierto un camino hacia el progreso.
–Respuesta. Todo es relativo; hoy, en el mundo elevado donde me encuentro, no veo más con los ojos terrenos y, con los dones que había recibido del Todopoderoso, pienso que yo podría haber hecho más por la Humanidad; por eso es que dije que no había trabajado para el Cielo. Pero no puedo expresar en algunas palabras lo que quería deciros en aquella ocasión, porque –como sabéis– yo era un poco verboso.
–Preg. 2. Dijisteis también que desearíais producir una obra más útil y más seria, pero que esta alegría os ha sido negada. ¿Es como Espíritu que habríais deseado hacer esa obra y, en este caso, cómo habríais hecho para que los hombres la aprovechasen?
–Resp. ¡Dios mío! De la manera más simple que los Espíritus emplean: inspirando a los escritores, que a menudo imaginan que la extraen de su propio bagaje, a veces tan vacío, infelizmente.
–Preg. 3. ¿Se puede saber cuál es el tema que os propondríais a tratar?
–Resp. Yo no tenía un objetivo determinado, pero –como sabéis– a uno le gusta hacer un poco lo que nunca ha hecho. Hubiera deseado ocuparme de Filosofía y de Espiritualismo, porque me ocupé demasiado con el realismo. No toméis la palabra realismo como hoy es entendida; sólo he querido decir que me he ocupado más especialmente de lo que divertía a los ojos y a los oídos de los Espíritus frívolos de la Tierra, y no de lo que podía satisfacer a los Espíritus serios y filosóficos.
–Preg. 4. Habéis dicho a la Srta. J... que no sois feliz. Podéis no tener la dicha de los bienaventurados; pero hace poco, en la comisión, se han contado numerosas acciones buenas que habéis realizado y que, ciertamente, deben haber sido tomadas en consideración.
–Resp. No, no soy feliz, porque, ¡ah!, aún tengo ambición y, habiendo sido académico en la Tierra, me habría gustado participar igualmente de la academia de los elegidos.
–Preg. 5. Nos parece que, a falta de la obra que aún no podéis hacer, podríais alcanzar el mismo objetivo, para vos y para los otros, si aquí vinieseis a hacer una serie de disertaciones.
–Resp. No pido nada mejor, y vendré con placer, si me lo permiten –lo que ignoro–, porque todavía no tengo una posición bien determinada en el mundo espiritual. Todo es tan nuevo para mí –he pasado mi vida casando alférez con herederas ricas–, que aún no tuve tiempo de conocer y de admirar este mundo etéreo, del cual yo me había olvidado en mi encarnación. Volveré, pues, si los Grandes Espíritus me lo permiten.
–Preg. 6. En el mundo en que estáis, ¿ya habéis vuelto a ver a Madame de Girardin que, cuando encarnada, se ocupaba mucho con los Espíritus y con las evocaciones?
–Resp. Ella tuvo la bondad de venir a esperarme en el portal de la verdadera vida, con los Espíritus de la pléyade a la cual pertenecemos.
–Preg. 7. ¿Ella es más feliz que vos?
–Resp. Como Espíritu es más feliz que yo, porque ella ha contribuido con obras de educación para la niñez, compuestas por su madre, Sophie Gay.
Nota de Erasto – No; ella es más feliz porque luchó, mientras que Scribe se dejó llevar por la corriente de la vida fácil.
–Preg. 8. ¿Vais a asistir algunas veces a la presentación de vuestras obras, así como Madame de Girardin o Casimir Delavigne?
–Resp. ¿Cómo pensar que no iríamos a ver a esos queridos hijos que hemos dejado en la Tierra? Aún es uno de nuestros gozos puros.
Nota – Por lo tanto, la muerte no separa a los que se han conocido en la Tierra; ellos se reencuentran, se reúnen y se interesan por lo que constituía el objeto de sus preocupaciones. Dirán, sin duda, que si se acuerdan de lo que les daba alegría, también se acordarán de aquello que les causaba dolor, y que esto debe alterar su felicidad. Ese recuerdo produce un efecto totalmente contrario, porque la satisfacción de estar libre de los males terrenos es un gozo, tanto más suave cuanto mayor fuere el contraste; los beneficios de la salud son mejor apreciados después de una enfermedad, sucediendo lo mismo con la calma después de la tempestad. El guerrero, al volver a su hogar, ¿no se complace en contar los peligros que enfrentó y las fatigas que sintió? Así, para los Espíritus, el recuerdo de las luchas terrenas es un gozo cuando salen victoriosos de las mismas. Pero este recuerdo se pierde a lo lejos, o por lo menos disminuye de importancia a sus ojos, a medida que se liberan de los fluidos materiales de los mundos inferiores y se aproximan a la perfección; para ellos, tales recuerdos son sueños distantes, como en el adulto los recuerdos de la primera infancia.
Enseñanzas y disertaciones espíritas
Los cretinos
(Sociedad Espírita de París; médium: Sra. de Costel)
Nuestra colega, la Sra. de Costel, al haber hecho una excursión a una parte de los Alpes en que el cretinismo parece haber establecido uno de sus principales focos, recibió allí la siguiente comunicación de uno de los Espíritus que habitualmente se manifiesta por su intermedio:
–Los cretinos son seres punidos en la Tierra por el mal uso que han hecho de sus poderosas facultades; su alma está aprisionada en un cuerpo, cuyos órganos con deficiencia no pueden expresar sus pensamientos. Este mutismo moral y físico es una de las más crueles puniciones terrenales; a menudo es escogido por los Espíritus arrepentidos que quieren rescatar sus faltas. Esta prueba no es de modo alguno estéril, porque el Espíritu no permanece estacionario en su prisión de carne; esos ojos hebetados, ven; ese cerebro deficiente, concibe, pero nada puede ser traducido mediante la palabra o la mirada y, salvo el movimiento, se encuentran moralmente en el estado de los letárgicos y de los catalépticos, que ven y oyen lo que pasa a su alrededor sin que puedan expresarlo. Cuando, durante el sueño, vosotros tenéis esas terribles pesadillas en las que queréis huir de un peligro y gritáis para pedir socorro, mientras que vuestra lengua se queda pegada al paladar y vuestros pies al suelo, experimentáis por unos instantes lo que el cretino siente constantemente: la parálisis del cuerpo junto con la vida del Espíritu.
Casi todas las enfermedades tienen, así, su razón de ser; nada sucede sin una causa, y lo que vosotros llamáis de injusticia del destino es la aplicación de la más alta justicia. La locura es también una punición del abuso de elevadas facultades; el loco tiene dos personalidades: la que delira y la que tiene conciencia de sus actos, sin poder dirigirlos. En cuanto a los cretinos, la vida contemplativa y aislada de su alma, que no tiene las distracciones del cuerpo, también puede ser agitada por los acontecimientos, como las existencias más complicadas. Algunos se rebelan contra su suplicio voluntario; lamentan haberlo elegido y experimentan un deseo furioso de volver a una otra vida, deseo que les hace olvidar la resignación en la vida presente y el remordimiento de la vida pasada del cual tienen conciencia, porque los cretinos y los locos saben más que vosotros, y bajo su deficiencia física se oculta una potencia moral de la que no tenéis idea. Los actos de furor o de imbecilidad a los que su cuerpo se entrega, son juzgados por el ser interior, que sufre por ello y que se avergüenza. Por lo tanto, ridiculizarlos, injuriarlos e incluso maltratarlos –como algunas veces se hace con ellos– es aumentar sus sufrimientos, porque les hace sentir más duramente su debilidad y su abyección, y si ellos pudiesen, acusarían de cobardes a los que se comportan de este modo, porque saben que sus víctimas no pueden defenderse.
El cretinismo no es una de las leyes divinas, y la Ciencia puede hacerlo desaparecer, porque es el resultado material de la ignorancia, de la miseria y del abandono. Los nuevos medios de higiene que la Ciencia –que se ha vuelto más práctica– puso al alcance de todos, tienden a destruirlo. Al ser el progreso la condición expresa de la humanidad, las pruebas impuestas se modificarán y seguirán la marcha de los siglos; todas se volverán morales, y cuando vuestra Tierra –joven aún– haya cumplido todas las fases de su existencia, se convertirá en una morada de felicidad, como otros planetas más adelantados.
Pierre JOUTY, padre de la médium.
Nota – Hubo un tiempo en que se puso en cuestión el alma de los cretinos, y se preguntaba si verdaderamente pertenecían a la especie humana. La manera con la cual el Espiritismo considera el asunto, ¿no es de alta moralidad y una gran enseñanza? ¿No hay motivo para serias reflexiones al pensar que esos cuerpos desdichados son animados por almas que tal vez han brillado en el mundo, que son tan lúcidas y tan pensantes como las nuestras, bajo la densa envoltura que ahoga las manifestaciones, y que un día puede sucedernos lo mismo a nosotros si abusamos de las facultades que nos ha concedido la Providencia?
Además, ¿cómo explicar el cretinismo? ¿Cómo conciliarlo con la justicia y con la bondad de Dios sin admitir la pluralidad de las existencias, es decir, la reencarnación? Si el alma no ha vivido antes, entonces ha sido creada al mismo tiempo que el cuerpo; en esta hipótesis, ¿cómo justificar la creación de almas tan desheredadas como las de los cretinos, por parte de un Dios justo y bueno? Porque aquí no se trata, en absoluto, de uno de esos accidentes –como la locura, por ejemplo– que se puede prevenir o curar; esos seres nacen y mueren en el mismo estado. Al no tener ninguna noción del bien y del mal, ¿cuál será su destino en la eternidad? ¿Serán dichosos al igual que los hombres inteligentes y trabajadores? Pero ¿por qué ese favor, ya que no han hecho ningún bien? ¿Permanecerán ellos en lo que se denomina limbo, es decir, en un estado mixto que no es ni la felicidad ni la desdicha? Mas ¿por qué esa inferioridad eterna? ¿Es su culpa que Dios los haya creado cretinos? Desafiamos a todos aquellos que rechazan la doctrina de la reencarnación a que expliquen esta situación de difícil resolución. Por el contrario, con la reencarnación, lo que parece una injusticia se vuelve una admirable justicia; lo que es inexplicable se explica de la manera más racional. Además, no sabemos si aquellos que rechazan esta doctrina la han combatido con argumentos más perentorios que los de su repugnancia personal en volver a la Tierra. ¡Están, pues, muy seguros de tener bastantes virtudes para ganar el cielo de repente! Nosotros les deseamos lo mejor. Pero ¿los cretinos? ¿Y los niños que mueren en tierna edad? ¿Qué títulos tendrán que hacer valer?
(Sociedad Espírita de París; médium: Sra. de Costel)
Nuestra colega, la Sra. de Costel, al haber hecho una excursión a una parte de los Alpes en que el cretinismo parece haber establecido uno de sus principales focos, recibió allí la siguiente comunicación de uno de los Espíritus que habitualmente se manifiesta por su intermedio:
–Los cretinos son seres punidos en la Tierra por el mal uso que han hecho de sus poderosas facultades; su alma está aprisionada en un cuerpo, cuyos órganos con deficiencia no pueden expresar sus pensamientos. Este mutismo moral y físico es una de las más crueles puniciones terrenales; a menudo es escogido por los Espíritus arrepentidos que quieren rescatar sus faltas. Esta prueba no es de modo alguno estéril, porque el Espíritu no permanece estacionario en su prisión de carne; esos ojos hebetados, ven; ese cerebro deficiente, concibe, pero nada puede ser traducido mediante la palabra o la mirada y, salvo el movimiento, se encuentran moralmente en el estado de los letárgicos y de los catalépticos, que ven y oyen lo que pasa a su alrededor sin que puedan expresarlo. Cuando, durante el sueño, vosotros tenéis esas terribles pesadillas en las que queréis huir de un peligro y gritáis para pedir socorro, mientras que vuestra lengua se queda pegada al paladar y vuestros pies al suelo, experimentáis por unos instantes lo que el cretino siente constantemente: la parálisis del cuerpo junto con la vida del Espíritu.
Casi todas las enfermedades tienen, así, su razón de ser; nada sucede sin una causa, y lo que vosotros llamáis de injusticia del destino es la aplicación de la más alta justicia. La locura es también una punición del abuso de elevadas facultades; el loco tiene dos personalidades: la que delira y la que tiene conciencia de sus actos, sin poder dirigirlos. En cuanto a los cretinos, la vida contemplativa y aislada de su alma, que no tiene las distracciones del cuerpo, también puede ser agitada por los acontecimientos, como las existencias más complicadas. Algunos se rebelan contra su suplicio voluntario; lamentan haberlo elegido y experimentan un deseo furioso de volver a una otra vida, deseo que les hace olvidar la resignación en la vida presente y el remordimiento de la vida pasada del cual tienen conciencia, porque los cretinos y los locos saben más que vosotros, y bajo su deficiencia física se oculta una potencia moral de la que no tenéis idea. Los actos de furor o de imbecilidad a los que su cuerpo se entrega, son juzgados por el ser interior, que sufre por ello y que se avergüenza. Por lo tanto, ridiculizarlos, injuriarlos e incluso maltratarlos –como algunas veces se hace con ellos– es aumentar sus sufrimientos, porque les hace sentir más duramente su debilidad y su abyección, y si ellos pudiesen, acusarían de cobardes a los que se comportan de este modo, porque saben que sus víctimas no pueden defenderse.
El cretinismo no es una de las leyes divinas, y la Ciencia puede hacerlo desaparecer, porque es el resultado material de la ignorancia, de la miseria y del abandono. Los nuevos medios de higiene que la Ciencia –que se ha vuelto más práctica– puso al alcance de todos, tienden a destruirlo. Al ser el progreso la condición expresa de la humanidad, las pruebas impuestas se modificarán y seguirán la marcha de los siglos; todas se volverán morales, y cuando vuestra Tierra –joven aún– haya cumplido todas las fases de su existencia, se convertirá en una morada de felicidad, como otros planetas más adelantados.
Además, ¿cómo explicar el cretinismo? ¿Cómo conciliarlo con la justicia y con la bondad de Dios sin admitir la pluralidad de las existencias, es decir, la reencarnación? Si el alma no ha vivido antes, entonces ha sido creada al mismo tiempo que el cuerpo; en esta hipótesis, ¿cómo justificar la creación de almas tan desheredadas como las de los cretinos, por parte de un Dios justo y bueno? Porque aquí no se trata, en absoluto, de uno de esos accidentes –como la locura, por ejemplo– que se puede prevenir o curar; esos seres nacen y mueren en el mismo estado. Al no tener ninguna noción del bien y del mal, ¿cuál será su destino en la eternidad? ¿Serán dichosos al igual que los hombres inteligentes y trabajadores? Pero ¿por qué ese favor, ya que no han hecho ningún bien? ¿Permanecerán ellos en lo que se denomina limbo, es decir, en un estado mixto que no es ni la felicidad ni la desdicha? Mas ¿por qué esa inferioridad eterna? ¿Es su culpa que Dios los haya creado cretinos? Desafiamos a todos aquellos que rechazan la doctrina de la reencarnación a que expliquen esta situación de difícil resolución. Por el contrario, con la reencarnación, lo que parece una injusticia se vuelve una admirable justicia; lo que es inexplicable se explica de la manera más racional. Además, no sabemos si aquellos que rechazan esta doctrina la han combatido con argumentos más perentorios que los de su repugnancia personal en volver a la Tierra. ¡Están, pues, muy seguros de tener bastantes virtudes para ganar el cielo de repente! Nosotros les deseamos lo mejor. Pero ¿los cretinos? ¿Y los niños que mueren en tierna edad? ¿Qué títulos tendrán que hacer valer?
Si fuese un hombre de bien, habría muerto
(Sociedad Espírita de Sens)
Al hablar de un hombre malo que escapa de un peligro, decís frecuentemente: Si fuese un hombre de bien, habría muerto. Pues bien, estáis en la verdad al decir esto, porque, efectivamente, sucede a menudo que Dios da a un Espíritu –aún joven en la senda del progreso– una prueba más prolongada que la que otorga a uno bueno, quien recibirá, como una recompensa a su mérito, que su prueba sea tan corta como posible. Así, pues, cuando os servís de ese axioma, no tengáis duda de que estáis blasfemando. Si muere un hombre de bien, cuyo vecino es un malvado, os apresuráis a decir: Habría sido mejor que muriese este último. Cometéis un gran error, porque el que ha partido concluyó su tarea, y el que se queda quizá no la ha comenzado aún. ¿Por qué, entonces, querríais que el malvado no tuviese tiempo para llevarla a cabo, y que el bueno quedara sujeto a la gleba terrenal? ¿Qué diríais de un prisionero que, a pesar de haber cumplido su pena, quedase detenido en la cárcel, mientras que se pusiera en libertad a uno que no tuviese ese derecho? Por lo tanto, sabed que la verdadera libertad consiste en liberarse de los lazos del cuerpo, y que mientras permanecéis en la Tierra, estáis en cautiverio. Habituaos a no censurar lo que no podéis comprender, y creed que Dios es justo en todas las cosas. Frecuentemente lo que os parece un mal es un bien; vuestras facultades son tan limitadas que el conjunto del gran todo escapa a vuestros sentidos obtusos. A través del pensamiento esforzaos por salir de vuestra estrecha esfera y, a medida que os elevéis, la importancia de la vida material disminuirá a vuestros ojos, porque se os mostrará apenas como un incidente en la infinita duración de vuestra existencia espiritual, que es la única existencia verdadera.
FENELÓN
(Sociedad Espírita de Sens)
Al hablar de un hombre malo que escapa de un peligro, decís frecuentemente: Si fuese un hombre de bien, habría muerto. Pues bien, estáis en la verdad al decir esto, porque, efectivamente, sucede a menudo que Dios da a un Espíritu –aún joven en la senda del progreso– una prueba más prolongada que la que otorga a uno bueno, quien recibirá, como una recompensa a su mérito, que su prueba sea tan corta como posible. Así, pues, cuando os servís de ese axioma, no tengáis duda de que estáis blasfemando. Si muere un hombre de bien, cuyo vecino es un malvado, os apresuráis a decir: Habría sido mejor que muriese este último. Cometéis un gran error, porque el que ha partido concluyó su tarea, y el que se queda quizá no la ha comenzado aún. ¿Por qué, entonces, querríais que el malvado no tuviese tiempo para llevarla a cabo, y que el bueno quedara sujeto a la gleba terrenal? ¿Qué diríais de un prisionero que, a pesar de haber cumplido su pena, quedase detenido en la cárcel, mientras que se pusiera en libertad a uno que no tuviese ese derecho? Por lo tanto, sabed que la verdadera libertad consiste en liberarse de los lazos del cuerpo, y que mientras permanecéis en la Tierra, estáis en cautiverio. Habituaos a no censurar lo que no podéis comprender, y creed que Dios es justo en todas las cosas. Frecuentemente lo que os parece un mal es un bien; vuestras facultades son tan limitadas que el conjunto del gran todo escapa a vuestros sentidos obtusos. A través del pensamiento esforzaos por salir de vuestra estrecha esfera y, a medida que os elevéis, la importancia de la vida material disminuirá a vuestros ojos, porque se os mostrará apenas como un incidente en la infinita duración de vuestra existencia espiritual, que es la única existencia verdadera.
Los pobres y los ricos
(Sociedad Espírita de Lyon)
Nota – Aunque los espíritas de Lyon estén diseminados en varios Grupos, que se reúnen separadamente, nosotros los consideramos como formando una única Sociedad, que designamos con el nombre general de Sociedad Espírita de Lyon. Las dos comunicaciones siguientes han sido obtenidas en nuestra presencia.
Los celos son el compañero del orgullo y de la envidia; os llevan a desear todo lo que los otros poseen, sin daros cuenta que al envidiar su posición estaréis pedindo que os den de regalo una víbora, que alimentaríais en vuestro seno. Siempre tenéis envidia y celos de los ricos; vuestra ambición y vuestro egoísmo os llevan a estar sedientos del oro de los otros. «Si yo fuese rico –decís– haría de mis bienes un uso muy diferente del que veo que hace tal o cual persona». Y si tuvierais ese oro, ¿sabéis si no haríais con él un uso aún peor? A esto respondéis: «Aquel que está al abrigo de las necesidades cotidianas de la vida tiene sufrimientos muy pequeños comparados a los míos». ¿Qué sabéis al respecto? Aprended que el rico no es más que un administrador de Dios; si hace un mal uso de su fortuna, se le pedirá cuentas severas. Esta fortuna que Dios le da y de la cual saca provecho en la Tierra, es su punición, su prueba, su expiación. ¡Cuántos tormentos se permite el rico para conservar ese oro, al que tanto se apega! Y cuando llega su hora final, cuando necesita rendir cuentas y comprende que esa hora suprema le revela casi siempre toda la conducta que debería haber tenido, ¡cómo tiembla, cómo tiene miedo! Es que comienza a entender que ha fallado en su misión, que ha sido un administrador infiel y que sus cuentas serán objetadas. Los pobres trabajadores, al contrario, que han sufrido toda la vida, sujetados al yunque o al arado, ven llegar la muerte –esa liberación de todos los males– con reconocimiento, sobre todo si han soportado sus miserias con resignación y sin murmurar. Creedme, amigos míos: si os fuese permitido ver la ruda picota a la cual la fortuna sujeta a los ricos, vosotros, que tenéis buen corazón, porque habéis pasado por todos los tamices del infortunio, diríais con el Cristo, cuando vuestro amor propio fuese herido por el lujo de los opulentos de la Tierra: «Dios mío, perdónalos, porque no saben lo que hacen»; y dormiríais en vuestra dura almohada, agregando: «¡¡¡Bendíceme, Dios mío, y que se haga vuestra voluntad!!!»
EL ESPÍRITU PROTECTOR DEL MÉDIUM
(Sociedad Espírita de Lyon)
Nota – Aunque los espíritas de Lyon estén diseminados en varios Grupos, que se reúnen separadamente, nosotros los consideramos como formando una única Sociedad, que designamos con el nombre general de Sociedad Espírita de Lyon. Las dos comunicaciones siguientes han sido obtenidas en nuestra presencia.
Los celos son el compañero del orgullo y de la envidia; os llevan a desear todo lo que los otros poseen, sin daros cuenta que al envidiar su posición estaréis pedindo que os den de regalo una víbora, que alimentaríais en vuestro seno. Siempre tenéis envidia y celos de los ricos; vuestra ambición y vuestro egoísmo os llevan a estar sedientos del oro de los otros. «Si yo fuese rico –decís– haría de mis bienes un uso muy diferente del que veo que hace tal o cual persona». Y si tuvierais ese oro, ¿sabéis si no haríais con él un uso aún peor? A esto respondéis: «Aquel que está al abrigo de las necesidades cotidianas de la vida tiene sufrimientos muy pequeños comparados a los míos». ¿Qué sabéis al respecto? Aprended que el rico no es más que un administrador de Dios; si hace un mal uso de su fortuna, se le pedirá cuentas severas. Esta fortuna que Dios le da y de la cual saca provecho en la Tierra, es su punición, su prueba, su expiación. ¡Cuántos tormentos se permite el rico para conservar ese oro, al que tanto se apega! Y cuando llega su hora final, cuando necesita rendir cuentas y comprende que esa hora suprema le revela casi siempre toda la conducta que debería haber tenido, ¡cómo tiembla, cómo tiene miedo! Es que comienza a entender que ha fallado en su misión, que ha sido un administrador infiel y que sus cuentas serán objetadas. Los pobres trabajadores, al contrario, que han sufrido toda la vida, sujetados al yunque o al arado, ven llegar la muerte –esa liberación de todos los males– con reconocimiento, sobre todo si han soportado sus miserias con resignación y sin murmurar. Creedme, amigos míos: si os fuese permitido ver la ruda picota a la cual la fortuna sujeta a los ricos, vosotros, que tenéis buen corazón, porque habéis pasado por todos los tamices del infortunio, diríais con el Cristo, cuando vuestro amor propio fuese herido por el lujo de los opulentos de la Tierra: «Dios mío, perdónalos, porque no saben lo que hacen»; y dormiríais en vuestra dura almohada, agregando: «¡¡¡Bendíceme, Dios mío, y que se haga vuestra voluntad!!!»
Diferentes maneras de hacer la caridad
(Sociedad Espírita de Lyon)
Nota – La siguiente comunicación ha sido obtenida en nuestra presencia en el Grupo de Perrache: Sí, amigos míos, vendré siempre a vuestro medio, cada vez que sea llamado. Ayer me sentí muy feliz por vosotros cuando escuché al autor de los libros que os abrieron los ojos, testimoniar el deseo de veros reunidos, a fin de dirigiros palabras benevolentes. Para todos vosotros es, a la vez, una gran enseñanza y un poderoso recuerdo. Pero cuando él os habló del amor y de la caridad, escuché decir a varios de vosotros: ¿Cómo hacer la caridad, si frecuentemente no tengo ni siquiera lo necesario?
Amigos míos, la caridad se hace de muchas maneras: podéis hacer la caridad en pensamientos, en palabras y en acciones. En pensamientos, al orar por los pobres abandonados, que murieron sin haber podido ver la luz: una oración hecha de corazón los alivia. En palabras, al dirigir algunos consejos buenos a vuestros compañeros de todos los días. Decid a los hombres, amargados por la desesperación y por las privaciones, y que blasfeman contra el nombre del Altísimo: «Yo era como vosotros; sufría, era infeliz, pero he creído en el Espiritismo, y ved cuán radiante estoy ahora». A los ancianos que os digan: “Es inútil, estoy en el final de mi jornada y moriré como he vivido”, respondedles: «Todos somos iguales ante la justicia de Dios; acordaos de los trabajadores de la última hora». A los niños que deambulan por las calles –ya viciados por su entorno– y que se encuentran expuestos a sucumbir a las malas tentaciones, decidles: «Dios los ve, mis estimados hijos», y no temáis en repetirles con frecuencia estas dulces palabras, que acabarán por germinar en sus jóvenes inteligencias; así, en lugar de pequeños vagabundos, haréis de ellos hombres. Esto también es caridad.
Varios de vosotros decís también: “¡Bah! Somos tan numerosos en la Tierra que Dios no puede vernos a todos”. Amigos míos, escuchad bien esto: cuando estáis en la cima de una montaña, ¿no abarca vuestra mirada los millares de granos de arena que la cubren? ¡Pues bien! Dios os ve del mismo modo. Él os permite usar vuestro libre albedrío, así como vosotros dejáis que esos granos de arena se muevan libremente a merced del viento que los dispersa; sólo que Dios, en su infinita misericordia, ha puesto en el fondo de vuestro corazón un centinela vigilante que se llama conciencia. Escuchadla; ésta os dará únicamente buenos consejos. A veces la embotáis, oponiéndole el Espíritu del mal, y entonces ella permanece en silencio; pero tened la certeza de que esa pobre, que ha sido relegada al olvido, se hará escuchar tan pronto como la dejéis que perciba una señal de remordimiento. Escuchadla, interrogadla y seréis frecuentemente consolados por sus consejos.
Amigos míos, a cada nuevo regimiento el general entrega una bandera; yo os doy esta máxima del Cristo: «Amaos los unos a los otros». Practicad esta máxima; uníos todos alrededor de este estandarte y alcanzaréis la felicidad y el consuelo.
VUESTRO ESPÍRITU PROTECTOR
(Sociedad Espírita de Lyon)
Nota – La siguiente comunicación ha sido obtenida en nuestra presencia en el Grupo de Perrache: Sí, amigos míos, vendré siempre a vuestro medio, cada vez que sea llamado. Ayer me sentí muy feliz por vosotros cuando escuché al autor de los libros que os abrieron los ojos, testimoniar el deseo de veros reunidos, a fin de dirigiros palabras benevolentes. Para todos vosotros es, a la vez, una gran enseñanza y un poderoso recuerdo. Pero cuando él os habló del amor y de la caridad, escuché decir a varios de vosotros: ¿Cómo hacer la caridad, si frecuentemente no tengo ni siquiera lo necesario?
Amigos míos, la caridad se hace de muchas maneras: podéis hacer la caridad en pensamientos, en palabras y en acciones. En pensamientos, al orar por los pobres abandonados, que murieron sin haber podido ver la luz: una oración hecha de corazón los alivia. En palabras, al dirigir algunos consejos buenos a vuestros compañeros de todos los días. Decid a los hombres, amargados por la desesperación y por las privaciones, y que blasfeman contra el nombre del Altísimo: «Yo era como vosotros; sufría, era infeliz, pero he creído en el Espiritismo, y ved cuán radiante estoy ahora». A los ancianos que os digan: “Es inútil, estoy en el final de mi jornada y moriré como he vivido”, respondedles: «Todos somos iguales ante la justicia de Dios; acordaos de los trabajadores de la última hora». A los niños que deambulan por las calles –ya viciados por su entorno– y que se encuentran expuestos a sucumbir a las malas tentaciones, decidles: «Dios los ve, mis estimados hijos», y no temáis en repetirles con frecuencia estas dulces palabras, que acabarán por germinar en sus jóvenes inteligencias; así, en lugar de pequeños vagabundos, haréis de ellos hombres. Esto también es caridad.
Varios de vosotros decís también: “¡Bah! Somos tan numerosos en la Tierra que Dios no puede vernos a todos”. Amigos míos, escuchad bien esto: cuando estáis en la cima de una montaña, ¿no abarca vuestra mirada los millares de granos de arena que la cubren? ¡Pues bien! Dios os ve del mismo modo. Él os permite usar vuestro libre albedrío, así como vosotros dejáis que esos granos de arena se muevan libremente a merced del viento que los dispersa; sólo que Dios, en su infinita misericordia, ha puesto en el fondo de vuestro corazón un centinela vigilante que se llama conciencia. Escuchadla; ésta os dará únicamente buenos consejos. A veces la embotáis, oponiéndole el Espíritu del mal, y entonces ella permanece en silencio; pero tened la certeza de que esa pobre, que ha sido relegada al olvido, se hará escuchar tan pronto como la dejéis que perciba una señal de remordimiento. Escuchadla, interrogadla y seréis frecuentemente consolados por sus consejos.
Amigos míos, a cada nuevo regimiento el general entrega una bandera; yo os doy esta máxima del Cristo: «Amaos los unos a los otros». Practicad esta máxima; uníos todos alrededor de este estandarte y alcanzaréis la felicidad y el consuelo.
Roma
(Comunicación enviada por el Sr. Sabò, de Burdeos)
Ciudad de Rómulo, ciudad de los Césares, cuna del Cristianismo, tumba de los Apóstoles, tú eres la ciudad eterna, y Dios quiere que cese finalmente el largo letargo en que has caído. La hora de tu regreso a la vida ha de sonar. Sacude el entorpecimiento de tus miembros; levántate, fuerte y valiente, para obedecer a los destinos que te esperan, porque desde hace muchos siglos no eres más que una ciudad desierta. Las ruinas numerosas de tus vastas arenas, que con gran dificultad recibían a las multitudes de ávidos espectadores, son apenas visitadas por los raros extranjeros que de tiempo en tiempo pasan por tus calles solitarias. Tus catacumbas, donde yacen los restos mortales de tantos soldados valientes que han muerto por la fe, apenas los sacan de su indiferencia. Pero la crisis que sufres será la última, y de ese penoso y doloroso trabajo saldrás grande, fuerte, poderosa y transformada por la voluntad de Dios. De lo alto de tu antigua basílica, la voz del sucesor de san Pedro extenderá sobre ti sus manos, que traerán la bendición del Cielo, y él llamará en su consejo supremo a los Espíritus del Señor; se someterá a sus lecciones y dará la señal de progreso al enarbolar francamente la bandera del Espiritismo. Entonces, sometido a sus enseñanzas, el universo católico acudirá en masa a colocarse alrededor del cayado de su primer pastor y, con este impulso, todos los corazones se volverán hacia ti. Serás el faro luminoso que debe iluminar al mundo, y tus habitantes, alegres y felices al ver que das a las naciones el ejemplo del mejoramiento y del progreso, repetirán en sus cantos: Sí, Roma es la ciudad eterna.
(Comunicación enviada por el Sr. Sabò, de Burdeos)
Ciudad de Rómulo, ciudad de los Césares, cuna del Cristianismo, tumba de los Apóstoles, tú eres la ciudad eterna, y Dios quiere que cese finalmente el largo letargo en que has caído. La hora de tu regreso a la vida ha de sonar. Sacude el entorpecimiento de tus miembros; levántate, fuerte y valiente, para obedecer a los destinos que te esperan, porque desde hace muchos siglos no eres más que una ciudad desierta. Las ruinas numerosas de tus vastas arenas, que con gran dificultad recibían a las multitudes de ávidos espectadores, son apenas visitadas por los raros extranjeros que de tiempo en tiempo pasan por tus calles solitarias. Tus catacumbas, donde yacen los restos mortales de tantos soldados valientes que han muerto por la fe, apenas los sacan de su indiferencia. Pero la crisis que sufres será la última, y de ese penoso y doloroso trabajo saldrás grande, fuerte, poderosa y transformada por la voluntad de Dios. De lo alto de tu antigua basílica, la voz del sucesor de san Pedro extenderá sobre ti sus manos, que traerán la bendición del Cielo, y él llamará en su consejo supremo a los Espíritus del Señor; se someterá a sus lecciones y dará la señal de progreso al enarbolar francamente la bandera del Espiritismo. Entonces, sometido a sus enseñanzas, el universo católico acudirá en masa a colocarse alrededor del cayado de su primer pastor y, con este impulso, todos los corazones se volverán hacia ti. Serás el faro luminoso que debe iluminar al mundo, y tus habitantes, alegres y felices al ver que das a las naciones el ejemplo del mejoramiento y del progreso, repetirán en sus cantos: Sí, Roma es la ciudad eterna.
El Coliseo
(Comunicación enviada por el conde X..., de Roma; traducida del italiano)
¿Qué sentimiento suscita en vosotros la visión del Coliseo? El que produce el aspecto de toda ruina: tristeza. Sus vastas y bellas proporciones recuerdan todo un mundo de grandeza; pero su decrepitud transporta involuntariamente el pensamiento a la fragilidad de las cosas humanas. Todo pasa; y los monumentos, que parecían desafiar el tiempo, se desmoronan, como para probar que sólo las obras de Dios son durables. Y cuando los escombros, sembrados por todas partes, deponen contra la eternidad de las obras del hombre, ¡os atrevéis a llamar eterna a una ciudad cubierta de restos del pasado!
¿Dónde estáis, Babilonia? ¿Dónde estáis, Nínive? ¿Dónde se encuentran vuestros inmensos y espléndidos palacios? Viajero, tú que en vano los buscas bajo las arenas del desierto, ¿no ves que Dios los hizo desaparecer de la faz de la Tierra? ¡Roma! ¿Esperas entonces desafiar las leyes de la Naturaleza? Soy cristiana –dices–, y Babilonia era pagana. Sí, pero tú eres de piedra como ella, y un soplo de Dios puede dispersar esas piedras amontonadas. El suelo que tiembla a tu alrededor, ¿no es para advertirte que tu cuna, que está bajo tus pies, puede volverse tu tumba? ¡Soy cristiana –dices–, y Dios me protege! ¿Pero te atreves a compararte con esos primeros cristianos que morían por la fe, y cuyos pensamientos ya no eran más de este mundo, tú que vives de placeres, de lujo y de desidia? Dirige la mirada hacia esas arenas, delante de las cuales tú pasas con tanta indiferencia; interroga a esas piedras que aún están de pie, y ellas te hablarán, y la sombra de los mártires te aparecerá para decirte: ¿Qué has hecho de la simplicidad, de la cual nuestro Divino Maestro hizo una ley, y de la humildad y de la caridad, cuyo ejemplo nos ha dado? Esos primeros propagadores del Evangelio, ¿tenían palacios y estaban vestidos de seda y de oro? ¿Sus mesas se abarrotaban de lo superfluo? ¿Tenían cohortes de siervos inútiles para adular su orgullo? ¿Qué hay de común entre ellos y tú? Ellos no buscaban sino los tesoros del Cielo, ¡y tú buscas los tesoros de la Tierra! ¡Oh, hombres que os intituláis cristianos! Al ver vuestro apego a las posesiones perecederas de este mundo, se diría verdaderamente que no contáis con los de la eternidad. ¡Roma!, que te intitulas inmortal: ¡que los siglos futuros no busquen tu lugar, como hoy se busca el de Babilonia!
DANTE
Nota – Por una singular coincidencia, estas dos últimas comunicaciones nos han llegado el mismo día. Aunque aborden el mismo tema, se ve que cada uno de los Espíritus lo encaran desde su punto de vista personal. El primero ve la Roma religiosa, que –según él–es eterna, porque ella siempre será la capital del mundo cristiano; el segundo ve la Roma material, y dice que nada de lo construyen los hombres puede ser eterno. Por lo demás, se sabe que los Espíritus tienen sus opiniones y que pueden diferir entre ellos en la manera de ver las cosas, cuando aún están imbuidos de las ideas terrenas; sólo los Espíritus más puros están exentos de prejuicios. Sin embargo, haciendo abstracción de toda opinión controvertida, no se puede negar que esas dos comunicaciones tienen una gran elevación de estilo y de pensamiento, y nosotros creemos que las mismas no serían desaprobadas por los autores cuyos nombres las firman.
(Comunicación enviada por el conde X..., de Roma; traducida del italiano)
¿Qué sentimiento suscita en vosotros la visión del Coliseo? El que produce el aspecto de toda ruina: tristeza. Sus vastas y bellas proporciones recuerdan todo un mundo de grandeza; pero su decrepitud transporta involuntariamente el pensamiento a la fragilidad de las cosas humanas. Todo pasa; y los monumentos, que parecían desafiar el tiempo, se desmoronan, como para probar que sólo las obras de Dios son durables. Y cuando los escombros, sembrados por todas partes, deponen contra la eternidad de las obras del hombre, ¡os atrevéis a llamar eterna a una ciudad cubierta de restos del pasado!
¿Dónde estáis, Babilonia? ¿Dónde estáis, Nínive? ¿Dónde se encuentran vuestros inmensos y espléndidos palacios? Viajero, tú que en vano los buscas bajo las arenas del desierto, ¿no ves que Dios los hizo desaparecer de la faz de la Tierra? ¡Roma! ¿Esperas entonces desafiar las leyes de la Naturaleza? Soy cristiana –dices–, y Babilonia era pagana. Sí, pero tú eres de piedra como ella, y un soplo de Dios puede dispersar esas piedras amontonadas. El suelo que tiembla a tu alrededor, ¿no es para advertirte que tu cuna, que está bajo tus pies, puede volverse tu tumba? ¡Soy cristiana –dices–, y Dios me protege! ¿Pero te atreves a compararte con esos primeros cristianos que morían por la fe, y cuyos pensamientos ya no eran más de este mundo, tú que vives de placeres, de lujo y de desidia? Dirige la mirada hacia esas arenas, delante de las cuales tú pasas con tanta indiferencia; interroga a esas piedras que aún están de pie, y ellas te hablarán, y la sombra de los mártires te aparecerá para decirte: ¿Qué has hecho de la simplicidad, de la cual nuestro Divino Maestro hizo una ley, y de la humildad y de la caridad, cuyo ejemplo nos ha dado? Esos primeros propagadores del Evangelio, ¿tenían palacios y estaban vestidos de seda y de oro? ¿Sus mesas se abarrotaban de lo superfluo? ¿Tenían cohortes de siervos inútiles para adular su orgullo? ¿Qué hay de común entre ellos y tú? Ellos no buscaban sino los tesoros del Cielo, ¡y tú buscas los tesoros de la Tierra! ¡Oh, hombres que os intituláis cristianos! Al ver vuestro apego a las posesiones perecederas de este mundo, se diría verdaderamente que no contáis con los de la eternidad. ¡Roma!, que te intitulas inmortal: ¡que los siglos futuros no busquen tu lugar, como hoy se busca el de Babilonia!
La Tierra Prometida
(Comunicación enviada por el Sr. Rodolphe, de Mulhouse)
El Espiritismo despunta y, en breve, su fecunda luz va a iluminar el mundo; su magnífico brillo ha de expresar su protesta contra los ataques de los que están interesados en conservar los abusos y contra la incredulidad del materialismo. Aquellos que dudan se sentirán felices por encontrar en esta Doctrina nueva, tan bella y tan pura, el bálsamo consolador que los curará de su escepticismo y que los volverá aptos para mejorarse y para progresar como todas las demás criaturas. Privilegiados serán los que, al renunciar a las impurezas de la materia, levanten vuelo rápido hasta la cumbre de las ideas más puras y los que busquen desmaterializarse completamente. ¡Pueblos! Levantaos para presenciar la aurora de esta vida nueva, que viene para vuestra regeneración; que viene –enviada por Dios– para uniros en una santa comunión fraternal. ¡Oh! ¡Cuán felices serán los que, al escuchar esta voz bendita del Espiritismo, sigan su bandera y cumplan el apostolado, que debe reconducir a los hermanos que se extraviaron por la duda y por la ignorancia, o que se embrutecieron por el vicio!
Volved, ovejas extraviadas, volved al redil; levantad la cabeza, contemplad a vuestro Creador y rendiréis homenaje a su amor por vosotros. Retirad rápidamente el velo que os ocultaba al Espíritu de la Divinidad y admirad toda su bondad; postrad vuestro rostro contra la tierra y arrepentíos. El arrepentimiento os abrirá las puertas de la felicidad: las puertas de un mundo mejor, donde reinan el más puro amor, la más entrañable fraternidad y donde cada uno siente alegría en la alegría del prójimo.
¿No sentís que se aproxima el momento en que han de surgir cosas nuevas? ¿No sentís que la Tierra está en trabajo de parto? ¿Qué quieren esos pueblos inquietos, que se agitan y que se preparan para la lucha? ¿Por qué van a combatir? Para romper las cadenas que detienen el vuelo de su inteligencia; que agotan sus fuerzas; que siembran la desconfianza y la discordia; que arman al hijo contra su padre y al hermano contra su hermano; que corrompen las nobles aspiraciones y que matan al genio. ¡Oh, libertad! ¡Oh, independencia!, nobles atributos de los hijos de Dios, que expandís el corazón y eleváis el alma: es por vosotras que los hombres se vuelven buenos, grandes y generosos; es por vosotras que nuestras aspiraciones se dirigen hacia el bien; es por vosotras que la injusticia desaparece, que los odios se extinguen y que la discordia huye avergonzada, apagando su flama y temiendo irradiar sus destellos tan siniestros. ¡Hermanos! Escuchad la voz que os dice: ¡Marchad! ¡Marchad hacia ese objetivo que veis allí despuntar! Marchad hacia este brillante rayo de luz que está delante vuestro, como sucedió antaño con la columna luminosa delante del pueblo de Israel; ese brillante rayo de luz os conducirá a la verdadera Tierra Prometida, donde reina la eterna felicidad, reservada a los Espíritus puros. Armaos de virtudes; purificaos de vuestras impurezas y, entonces, el camino os parecerá fácil, hallándolo cubierto de flores; lo recorreréis con un inefable sentimiento de alegría, porque a cada paso comprenderéis que os acercáis al objetivo donde podréis conquistar los laureles eternos.
MARDOQUEO
(Comunicación enviada por el Sr. Rodolphe, de Mulhouse)
El Espiritismo despunta y, en breve, su fecunda luz va a iluminar el mundo; su magnífico brillo ha de expresar su protesta contra los ataques de los que están interesados en conservar los abusos y contra la incredulidad del materialismo. Aquellos que dudan se sentirán felices por encontrar en esta Doctrina nueva, tan bella y tan pura, el bálsamo consolador que los curará de su escepticismo y que los volverá aptos para mejorarse y para progresar como todas las demás criaturas. Privilegiados serán los que, al renunciar a las impurezas de la materia, levanten vuelo rápido hasta la cumbre de las ideas más puras y los que busquen desmaterializarse completamente. ¡Pueblos! Levantaos para presenciar la aurora de esta vida nueva, que viene para vuestra regeneración; que viene –enviada por Dios– para uniros en una santa comunión fraternal. ¡Oh! ¡Cuán felices serán los que, al escuchar esta voz bendita del Espiritismo, sigan su bandera y cumplan el apostolado, que debe reconducir a los hermanos que se extraviaron por la duda y por la ignorancia, o que se embrutecieron por el vicio!
Volved, ovejas extraviadas, volved al redil; levantad la cabeza, contemplad a vuestro Creador y rendiréis homenaje a su amor por vosotros. Retirad rápidamente el velo que os ocultaba al Espíritu de la Divinidad y admirad toda su bondad; postrad vuestro rostro contra la tierra y arrepentíos. El arrepentimiento os abrirá las puertas de la felicidad: las puertas de un mundo mejor, donde reinan el más puro amor, la más entrañable fraternidad y donde cada uno siente alegría en la alegría del prójimo.
¿No sentís que se aproxima el momento en que han de surgir cosas nuevas? ¿No sentís que la Tierra está en trabajo de parto? ¿Qué quieren esos pueblos inquietos, que se agitan y que se preparan para la lucha? ¿Por qué van a combatir? Para romper las cadenas que detienen el vuelo de su inteligencia; que agotan sus fuerzas; que siembran la desconfianza y la discordia; que arman al hijo contra su padre y al hermano contra su hermano; que corrompen las nobles aspiraciones y que matan al genio. ¡Oh, libertad! ¡Oh, independencia!, nobles atributos de los hijos de Dios, que expandís el corazón y eleváis el alma: es por vosotras que los hombres se vuelven buenos, grandes y generosos; es por vosotras que nuestras aspiraciones se dirigen hacia el bien; es por vosotras que la injusticia desaparece, que los odios se extinguen y que la discordia huye avergonzada, apagando su flama y temiendo irradiar sus destellos tan siniestros. ¡Hermanos! Escuchad la voz que os dice: ¡Marchad! ¡Marchad hacia ese objetivo que veis allí despuntar! Marchad hacia este brillante rayo de luz que está delante vuestro, como sucedió antaño con la columna luminosa delante del pueblo de Israel; ese brillante rayo de luz os conducirá a la verdadera Tierra Prometida, donde reina la eterna felicidad, reservada a los Espíritus puros. Armaos de virtudes; purificaos de vuestras impurezas y, entonces, el camino os parecerá fácil, hallándolo cubierto de flores; lo recorreréis con un inefable sentimiento de alegría, porque a cada paso comprenderéis que os acercáis al objetivo donde podréis conquistar los laureles eternos.
Egoísmo y orgullo
(Sociedad Espírita de Sens)
Si los hombres se amasen mutuamente, la caridad se practicaría mejor; pero para ello sería necesario que os esforzarais por despojaros de esa coraza que cubre vuestros corazones, a fin de ser más sensibles con los que sufren. La dureza mata los buenos sentimientos. El Cristo no repelía a nadie; el que se dirigía a Él –fuera quien fuese– no era rechazado: socorría tanto a la mujer adúltera como al criminal; nunca temió que su reputación se perjudicara con eso. ¿Cuándo, pues, habréis de tomarlo como modelo de todas vuestras acciones? Si la caridad reinase en la Tierra, el malo no predominaría más sobre ella: huiría avergonzado; se escondería, porque en todas partes estaría fuera de lugar. Entonces el mal desaparecería de la faz de la Tierra: compenetraos bien de esto. Comenzad vosotros mismos a dar el ejemplo; sed caritativos para con todos indistintamente. Esforzaos por adquirir el hábito de no preocuparos más con los que os miran con desdén; creed siempre que ellos merecen vuestra simpatía y dejad a Dios el cuidado de toda justicia, porque cada día, en su Reino, Él separa el buen grano de la cizaña. El egoísmo es la negación de la caridad; ahora bien, sin caridad no habrá paz en la sociedad; os digo más: no habrá seguridad. Con el egoísmo y el orgullo dándose la mano, será siempre una carrera en la que vencerá el más astuto, una lucha de intereses donde son pisoteados los más santos afectos y en la que ni siquiera se respetan los sagrados lazos de familia.
PASCAL
(Sociedad Espírita de Sens)
Si los hombres se amasen mutuamente, la caridad se practicaría mejor; pero para ello sería necesario que os esforzarais por despojaros de esa coraza que cubre vuestros corazones, a fin de ser más sensibles con los que sufren. La dureza mata los buenos sentimientos. El Cristo no repelía a nadie; el que se dirigía a Él –fuera quien fuese– no era rechazado: socorría tanto a la mujer adúltera como al criminal; nunca temió que su reputación se perjudicara con eso. ¿Cuándo, pues, habréis de tomarlo como modelo de todas vuestras acciones? Si la caridad reinase en la Tierra, el malo no predominaría más sobre ella: huiría avergonzado; se escondería, porque en todas partes estaría fuera de lugar. Entonces el mal desaparecería de la faz de la Tierra: compenetraos bien de esto. Comenzad vosotros mismos a dar el ejemplo; sed caritativos para con todos indistintamente. Esforzaos por adquirir el hábito de no preocuparos más con los que os miran con desdén; creed siempre que ellos merecen vuestra simpatía y dejad a Dios el cuidado de toda justicia, porque cada día, en su Reino, Él separa el buen grano de la cizaña. El egoísmo es la negación de la caridad; ahora bien, sin caridad no habrá paz en la sociedad; os digo más: no habrá seguridad. Con el egoísmo y el orgullo dándose la mano, será siempre una carrera en la que vencerá el más astuto, una lucha de intereses donde son pisoteados los más santos afectos y en la que ni siquiera se respetan los sagrados lazos de familia.
Sociedad Espírita de Metz
Al regresar de nuestro viaje encontramos una carta del honorable presidente de la Sociedad Espírita de Metz, así como la primera publicación de esa Sociedad; daremos una reseña de la misma en nuestro próximo número, porque la presente Revista ya se halla compuesta y lista para ser impresa. Solamente nos queda el espacio y el tiempo para enviar nuestras sinceras felicitaciones a aquella Sociedad y a su digno presidente.
ALLAN KARDEC
Al regresar de nuestro viaje encontramos una carta del honorable presidente de la Sociedad Espírita de Metz, así como la primera publicación de esa Sociedad; daremos una reseña de la misma en nuestro próximo número, porque la presente Revista ya se halla compuesta y lista para ser impresa. Solamente nos queda el espacio y el tiempo para enviar nuestras sinceras felicitaciones a aquella Sociedad y a su digno presidente.
Noviembre
Los restos de la Edad Media
Auto de fe de las obras espíritas en Barcelona
Nada informamos a nuestros lectores sobre este hecho que ya no sepan a través de la prensa. Lo que es asombroso es que periódicos, a los que se considera generalmente bien informados, lo hayan puesto en duda. Esta duda no nos sorprende: el hecho en sí parece tan extraño en el tiempo en que vivimos, se encuentra tan lejos de nuestras costumbres que, por más ceguera que se le reconozca al fanatismo, uno cree que está soñando al oírse decir que las hogueras de la inquisición aún se encienden en 1861, a las puertas de Francia. En esta circunstancia, la duda es un homenaje prestado a la civilización europea y al propio clero católico. Hoy, en presencia de una realidad indiscutible, lo que debe causar más asombro es que un periódico serio, que diariamente golpea con la mayor violencia contra los abusos y usurpaciones del poder sacerdotal, sólo haya encontrado algunas palabras burlonas para denunciar ese hecho, al añadir: «En todo caso, no seremos nosotros que nos divertiríamos en este momento haciendo girar las mesas en España.» (Le Siècle del 14 de octubre de 1861.) ¿Entonces Le Siècle todavía ve el Espiritismo en las mesas giratorias? ¿También este diario está tan cegado por el escepticismo como para ignorar que toda una doctrina filosófica, eminentemente progresiva, ha salido de esas mesas de las que tanto han escarnecido? ¿No sabe aún que esta idea fermenta por todas partes? ¿Que en todos los lugares, en las grandes ciudades como en las pequeñas localidades, desde lo alto hasta lo bajo de la escala social, en Francia y en el extranjero, esta idea se expande con una inaudita rapidez? ¿Que por todas partes agita a las masas, que proclaman en ella la aurora de una renovación social? El golpe con el cual imaginan herirla, ¿no es un indicio de su importancia? Porque nadie se lanza impetuosamente así contra una infantilidad sin consecuencias, y Don Quijote no regresó a España para luchar contra los molinos de viento.
Lo que no es menos exorbitante, y contra lo cual es de admirar que no se haya visto una protesta enérgica, es la extraña pretensión que se arroga el obispo de Barcelona de ejercer la vigilancia en Francia. Al pedido que se hizo para reexportar las obras, él respondió con una negativa, alegando lo siguiente: La Iglesia Católica es universal y, siendo esos libros contrarios a la fe católica, el Gobierno no puede permitir que los mismos perviertan la moral y la religión de otros países. Entonces, ¡he ahí un obispo extranjero que se erige en juez de lo que le conviene o no a Francia! Así, la sentencia fue mantenida y ejecutada, ni siquiera sin dejar exento al destinatario de los gastos de Aduana, cuyo pago le fue exigido.
He aquí el informe que nos ha sido dirigido personalmente:
«Hoy, 9 de octubre de 1861, a las diez y media de la mañana, en la explanada de la ciudad de Barcelona, lugar donde son ejecutados los criminales condenados al último suplicio, y por orden del obispo de esta ciudad, han sido quemados 300 volúmenes y opúsculos sobre el Espiritismo, a saber:
«La Revista Espírita, director Allan Kardec;
«La Revista Espiritualista, director Piérart;
«El Libro de los Espíritus, de Allan Kardec;
«El Libro de los Médiums, por el mismo;
«Qué es el Espiritismo, por el mismo;
«Fragmento de una Sonata, dictado por el Espíritu Mozart;
«Carta de un católico sobre el Espiritismo, por el Dr. Grand;
«Historia de Juana de Arco, dictada por ella misma a la Srta. Ermance Dufaux;
«La realidad de los Espíritus, demostrada por la escritura directa, del barón de Guldenstubbé.
«Han asistido al auto de fe:
«Un sacerdote vestido con los hábitos eclesiásticos, llevando la cruz en una mano y una antorcha en la otra;
«Un notario, encargado de labrar el acta del auto de fe;
«El primer oficial del notario;
«Un funcionario superior de la administración de Aduanas;
«Tres empleados (mozos) de la Aduana, encargados de avivar el fuego;
«Un agente de la Aduana, que representaba al propietario de las obras condenadas por el obispo.
«Una gran multitud, que atravesaba los pasajes y que llenaba la inmensa explanada donde se había levantado la hoguera.
«Cuando el fuego hubo consumido los trescientos volúmenes u opúsculos espíritas, el sacerdote y sus ayudantes se retiraron, cubiertos de abucheos y maldiciones de numerosos asistentes que gritaban: ¡Abajo la Inquisición!
«Enseguida, varias personas se acercaron a la hoguera y recogieron sus cenizas.»
Una parte de estas cenizas nos ha sido enviada, donde se encuentra un fragmento de El Libro de los Espíritus consumido por la mitad. Nosotros lo conservamos preciosamente como un auténtico testimonio de ese acto insensato.
Haciendo abstracción de toda opinión, este caso plantea una grave cuestión de derecho internacional. Reconocemos al gobierno español el derecho de impedir la entrada en su territorio de obras que no le convengan, como la de todas las mercancías prohibidas. Si esas obras hubieran sido introducidas clandestinamente y con fraude, no habría nada que decir; pero las mismas fueron expedidas ostensiblemente y presentadas ante la aduana: había, por lo tanto, un permiso legalmente solicitado. La aduana cree que debe remitirse a la autoridad episcopal que, sin ningún trámite procesal, condena las obras a ser quemadas por la mano del verdugo. Entonces, el destinatario solicita que sean reexportadas a su lugar de procedencia, pero la demanda es denegada, conforme informado anteriormente. Preguntamos si la destrucción de esta propiedad en tales circunstancias no sería un acto arbitrario y contra el derecho común.
Si examinamos este caso desde el punto de vista de sus consecuencias, diremos inicialmente que todos son unánimes en decir que nada podría haber sido mejor para el Espiritismo. La persecución siempre ha sido provechosa para la idea que se quiere proscribir; de ese modo, se exalta su importancia, se llama la atención y se hace conocer la idea a aquellos que la ignoraban. Gracias al celo imprudente, todos en España van a escuchar hablar de Espiritismo y querrán saber de qué se trata: es todo lo que deseamos. Se pueden quemar libros, pero no se queman ideas: las llamas de las hogueras las sobreexcitan en vez de sofocarlas. Además, las ideas están en el aire, y no hay Pirineos lo suficientemente altos como para detenerlas; y cuando una idea es grande y generosa, ella encuentra millares de corazones dispuestos a cultivarla. Hagan lo que hagan, el Espiritismo ya tiene numerosas y profundas raíces en España; las cenizas de esa hoguera van hacerlas fructificar. Pero no es solamente en España que ese resultado ha de ser logrado: es el mundo entero que ha de sentir sus consecuencias. Varios diarios de España han estigmatizado este acto retrógrado como se lo merece. Entre otros, Las Novedades de Madrid, del 19 de octubre, contiene al respecto un artículo notable; lo reproduciremos en nuestro próximo número.
¡Espíritas de todos los países! No olvidéis la fecha del 9 de octubre de 1861: ella quedará marcada en los anales del Espiritismo; que sea para vosotros un día de fiesta y no de luto, ¡porque es la garantía de vuestro próximo triunfo!
Entre las numerosas comunicaciones que los Espíritus han dictado sobre este acontecimiento, citaremos las dos siguientes que han sido dadas espontáneamente en la Sociedad de París; las mismas resumen las causas y todas sus consecuencias.
Nada informamos a nuestros lectores sobre este hecho que ya no sepan a través de la prensa. Lo que es asombroso es que periódicos, a los que se considera generalmente bien informados, lo hayan puesto en duda. Esta duda no nos sorprende: el hecho en sí parece tan extraño en el tiempo en que vivimos, se encuentra tan lejos de nuestras costumbres que, por más ceguera que se le reconozca al fanatismo, uno cree que está soñando al oírse decir que las hogueras de la inquisición aún se encienden en 1861, a las puertas de Francia. En esta circunstancia, la duda es un homenaje prestado a la civilización europea y al propio clero católico. Hoy, en presencia de una realidad indiscutible, lo que debe causar más asombro es que un periódico serio, que diariamente golpea con la mayor violencia contra los abusos y usurpaciones del poder sacerdotal, sólo haya encontrado algunas palabras burlonas para denunciar ese hecho, al añadir: «En todo caso, no seremos nosotros que nos divertiríamos en este momento haciendo girar las mesas en España.» (Le Siècle del 14 de octubre de 1861.) ¿Entonces Le Siècle todavía ve el Espiritismo en las mesas giratorias? ¿También este diario está tan cegado por el escepticismo como para ignorar que toda una doctrina filosófica, eminentemente progresiva, ha salido de esas mesas de las que tanto han escarnecido? ¿No sabe aún que esta idea fermenta por todas partes? ¿Que en todos los lugares, en las grandes ciudades como en las pequeñas localidades, desde lo alto hasta lo bajo de la escala social, en Francia y en el extranjero, esta idea se expande con una inaudita rapidez? ¿Que por todas partes agita a las masas, que proclaman en ella la aurora de una renovación social? El golpe con el cual imaginan herirla, ¿no es un indicio de su importancia? Porque nadie se lanza impetuosamente así contra una infantilidad sin consecuencias, y Don Quijote no regresó a España para luchar contra los molinos de viento.
Lo que no es menos exorbitante, y contra lo cual es de admirar que no se haya visto una protesta enérgica, es la extraña pretensión que se arroga el obispo de Barcelona de ejercer la vigilancia en Francia. Al pedido que se hizo para reexportar las obras, él respondió con una negativa, alegando lo siguiente: La Iglesia Católica es universal y, siendo esos libros contrarios a la fe católica, el Gobierno no puede permitir que los mismos perviertan la moral y la religión de otros países. Entonces, ¡he ahí un obispo extranjero que se erige en juez de lo que le conviene o no a Francia! Así, la sentencia fue mantenida y ejecutada, ni siquiera sin dejar exento al destinatario de los gastos de Aduana, cuyo pago le fue exigido.
He aquí el informe que nos ha sido dirigido personalmente:
«Hoy, 9 de octubre de 1861, a las diez y media de la mañana, en la explanada de la ciudad de Barcelona, lugar donde son ejecutados los criminales condenados al último suplicio, y por orden del obispo de esta ciudad, han sido quemados 300 volúmenes y opúsculos sobre el Espiritismo, a saber:
«La Revista Espírita, director Allan Kardec;
«La Revista Espiritualista, director Piérart;
«El Libro de los Espíritus, de Allan Kardec;
«El Libro de los Médiums, por el mismo;
«Qué es el Espiritismo, por el mismo;
«Fragmento de una Sonata, dictado por el Espíritu Mozart;
«Carta de un católico sobre el Espiritismo, por el Dr. Grand;
«Historia de Juana de Arco, dictada por ella misma a la Srta. Ermance Dufaux;
«La realidad de los Espíritus, demostrada por la escritura directa, del barón de Guldenstubbé.
«Han asistido al auto de fe:
«Un sacerdote vestido con los hábitos eclesiásticos, llevando la cruz en una mano y una antorcha en la otra;
«Un notario, encargado de labrar el acta del auto de fe;
«El primer oficial del notario;
«Un funcionario superior de la administración de Aduanas;
«Tres empleados (mozos) de la Aduana, encargados de avivar el fuego;
«Un agente de la Aduana, que representaba al propietario de las obras condenadas por el obispo.
«Una gran multitud, que atravesaba los pasajes y que llenaba la inmensa explanada donde se había levantado la hoguera.
«Cuando el fuego hubo consumido los trescientos volúmenes u opúsculos espíritas, el sacerdote y sus ayudantes se retiraron, cubiertos de abucheos y maldiciones de numerosos asistentes que gritaban: ¡Abajo la Inquisición!
«Enseguida, varias personas se acercaron a la hoguera y recogieron sus cenizas.»
Una parte de estas cenizas nos ha sido enviada, donde se encuentra un fragmento de El Libro de los Espíritus consumido por la mitad. Nosotros lo conservamos preciosamente como un auténtico testimonio de ese acto insensato.
Haciendo abstracción de toda opinión, este caso plantea una grave cuestión de derecho internacional. Reconocemos al gobierno español el derecho de impedir la entrada en su territorio de obras que no le convengan, como la de todas las mercancías prohibidas. Si esas obras hubieran sido introducidas clandestinamente y con fraude, no habría nada que decir; pero las mismas fueron expedidas ostensiblemente y presentadas ante la aduana: había, por lo tanto, un permiso legalmente solicitado. La aduana cree que debe remitirse a la autoridad episcopal que, sin ningún trámite procesal, condena las obras a ser quemadas por la mano del verdugo. Entonces, el destinatario solicita que sean reexportadas a su lugar de procedencia, pero la demanda es denegada, conforme informado anteriormente. Preguntamos si la destrucción de esta propiedad en tales circunstancias no sería un acto arbitrario y contra el derecho común.
Si examinamos este caso desde el punto de vista de sus consecuencias, diremos inicialmente que todos son unánimes en decir que nada podría haber sido mejor para el Espiritismo. La persecución siempre ha sido provechosa para la idea que se quiere proscribir; de ese modo, se exalta su importancia, se llama la atención y se hace conocer la idea a aquellos que la ignoraban. Gracias al celo imprudente, todos en España van a escuchar hablar de Espiritismo y querrán saber de qué se trata: es todo lo que deseamos. Se pueden quemar libros, pero no se queman ideas: las llamas de las hogueras las sobreexcitan en vez de sofocarlas. Además, las ideas están en el aire, y no hay Pirineos lo suficientemente altos como para detenerlas; y cuando una idea es grande y generosa, ella encuentra millares de corazones dispuestos a cultivarla. Hagan lo que hagan, el Espiritismo ya tiene numerosas y profundas raíces en España; las cenizas de esa hoguera van hacerlas fructificar. Pero no es solamente en España que ese resultado ha de ser logrado: es el mundo entero que ha de sentir sus consecuencias. Varios diarios de España han estigmatizado este acto retrógrado como se lo merece. Entre otros, Las Novedades de Madrid, del 19 de octubre, contiene al respecto un artículo notable; lo reproduciremos en nuestro próximo número.
¡Espíritas de todos los países! No olvidéis la fecha del 9 de octubre de 1861: ella quedará marcada en los anales del Espiritismo; que sea para vosotros un día de fiesta y no de luto, ¡porque es la garantía de vuestro próximo triunfo!
Entre las numerosas comunicaciones que los Espíritus han dictado sobre este acontecimiento, citaremos las dos siguientes que han sido dadas espontáneamente en la Sociedad de París; las mismas resumen las causas y todas sus consecuencias.
Sobre el Auto de fe de Barcelona
«El amor a la verdad debe siempre hacerse escuchar; ella rasga el velo y brilla al mismo tiempo en todas partes. El Espiritismo se ha vuelto conocido por todos. Luego será considerado y puesto en práctica; cuanto más persecuciones haya, más rápido esta sublime Doctrina llegará a su apogeo; sus más crueles enemigos –los enemigos del Cristo y del progreso– proceden como si alguien ignorase que Dios permite a los que han dejado esta Tierra de exilio regresar hacia aquellos que han amado.
«Tened certeza: las hogueras se extinguirán por sí mismas, y si los libros son lanzados al fuego, el pensamiento inmortal de los mismos sobrevive.»
DOLET
Nota – Este Espíritu, que se manifestó espontáneamente, dijo ser el de un antiguo librero del siglo XVI.
«El amor a la verdad debe siempre hacerse escuchar; ella rasga el velo y brilla al mismo tiempo en todas partes. El Espiritismo se ha vuelto conocido por todos. Luego será considerado y puesto en práctica; cuanto más persecuciones haya, más rápido esta sublime Doctrina llegará a su apogeo; sus más crueles enemigos –los enemigos del Cristo y del progreso– proceden como si alguien ignorase que Dios permite a los que han dejado esta Tierra de exilio regresar hacia aquellos que han amado.
«Tened certeza: las hogueras se extinguirán por sí mismas, y si los libros son lanzados al fuego, el pensamiento inmortal de los mismos sobrevive.»
Otra comunicación
«Era necesario que algo sacudiese con un violento golpe a ciertos Espíritus encarnados, para que ellos se decidieran a ocuparse de esta gran Doctrina que ha de regenerar el mundo. Para eso, nada es hecho inútilmente en vuestra Tierra, y nosotros, que hemos inspirado el auto de fe de Barcelona, sabíamos bien que al actuar así haríamos dar un paso inmenso hacia adelante. Ese hecho brutal, inaudito en los tiempos actuales, ha sido consumado con la finalidad de llamar la atención de los periodistas que permanecían indiferentes ante la profunda agitación reinante en las ciudades y en los Centros Espíritas; ellos dejaban decir y hacer, pero se obstinaban en hacer oídos sordos, respondiendo con mutismo al deseo de propaganda de los adeptos del Espiritismo. Quiéranlo o no, es necesario que hoy hablen de Él; unos constatando el acontecimiento histórico de Barcelona y otros desmintiéndolo, han dado lugar a una polémica que dará la vuelta al mundo y de la cual sólo el Espiritismo se beneficiará. He aquí por qué la retaguardia de la Inquisición ha realizado hoy su último auto de fe: porque así nosotros lo hemos querido.»
SANTO DOMINGO
«Era necesario que algo sacudiese con un violento golpe a ciertos Espíritus encarnados, para que ellos se decidieran a ocuparse de esta gran Doctrina que ha de regenerar el mundo. Para eso, nada es hecho inútilmente en vuestra Tierra, y nosotros, que hemos inspirado el auto de fe de Barcelona, sabíamos bien que al actuar así haríamos dar un paso inmenso hacia adelante. Ese hecho brutal, inaudito en los tiempos actuales, ha sido consumado con la finalidad de llamar la atención de los periodistas que permanecían indiferentes ante la profunda agitación reinante en las ciudades y en los Centros Espíritas; ellos dejaban decir y hacer, pero se obstinaban en hacer oídos sordos, respondiendo con mutismo al deseo de propaganda de los adeptos del Espiritismo. Quiéranlo o no, es necesario que hoy hablen de Él; unos constatando el acontecimiento histórico de Barcelona y otros desmintiéndolo, han dado lugar a una polémica que dará la vuelta al mundo y de la cual sólo el Espiritismo se beneficiará. He aquí por qué la retaguardia de la Inquisición ha realizado hoy su último auto de fe: porque así nosotros lo hemos querido.»
Opinión de un periodista sobre "El Libro de los Espíritus"
Como se sabe, la prensa no nos colma de atenciones, lo que no impide que el Espiritismo avance rápidamente, prueba evidente de que Él es lo suficientemente fuerte como para marchar solo. Si la prensa es muda u hostil, sería un error creer que el Espiritismo tenga en su contra todos los representantes de la misma; al contrario, muchos de ellos son muy simpáticos a la Doctrina, pero son reservados por consideraciones personales, porque nadie quiere tomar la iniciativa. En este tiempo la opinión pública se pronuncia cada vez más; la idea se generaliza y, cuando haya invadido las masas, la prensa progresista será forzada a seguirla, bajo pena de permanecer con aquellos que nunca avanzan. Sobre todo, lo hará cuando ella comprenda que el Espiritismo es el más poderoso elemento de propagación de todas las ideas grandiosas, generosas y humanitarias que no cesa de predicar. Sin duda, sus palabras no han de perderse; pero ¡cuántos golpes de pico no será necesario dar en la roca de los prejuicios antes de quebrarla! El Espiritismo les abre un terreno fecundo y derriba las últimas barreras que detenían su marcha. He aquí lo que comprenderán los que se tomen el trabajo de estudiarlo a fondo, de medir su alcance y de ver sus consecuencias, que ya se manifiestan en resultados positivos; pero para esto son necesarios observadores serios y no superficiales, hombres que no escriban por escribir, sino que hagan de sus principios una religión. No dudemos que ellos serán encontrados y, antes de lo que se piensa, se verán al frente de la propagación de las ideas espíritas algunos de estos nombres que, por sí solos, son autoridades y cuya memoria el futuro guardará por haber colaborado con la verdadera emancipación de la Humanidad.
El siguiente artículo, publicado por El Akhbar –diario de Argelia– del 15 de octubre de 1861 es, en este sentido, un primer paso que tendrá imitadores; bajo el modesto pseudónimo de Ariel, nuestros lectores quizá reconozcan la pluma experimentada de uno de nuestros eminentes periodistas.
«La prensa de Europa está muy ocupada con esta obra, y esto es comprensible después de haberla leído, sea cual fuere la opinión que se tenga sobre la colaboración de las inteligencias del Más Allá que el autor dice haber obtenido. En efecto, aunque se supriman algunas páginas de la introducción, las cuales exponen los caminos y los medios de dicha colaboración –la parte discutible para los profanos–, sigue siendo un libro de alta filosofía, de una moral eminentemente pura y, sobre todo, de un efecto muy consolador para el alma humana, estremecida en este mundo entre los sufrimientos del presente y los temores del futuro. De esta manera, más de un lector debe haberse dicho al llegar a la última página: ¡No sé si todo esto es así, pero consentiría que lo fuese!
«¿Quién no escuchó hablar, hace algunos años, de las extrañas comunicaciones de las cuales ciertos seres privilegiados eran los intermediarios entre nuestro mundo material y el mundo invisible? Cada uno tomó partido en la cuestión y, como de costumbre, la mayoría de los que se alistaron en las filas de los creyentes o de los que se atrincheraron en el campo de los incrédulos no se tomó el trabajo de verificar los hechos, cuya realidad era admitida por unos y negada por otros.
«Pero estos no son asuntos que se discutan en un diario de la naturaleza del nuestro. Por lo tanto, sin cuestionar ni atestiguar la autenticidad de las firmas póstumas de Platón, Sócrates, san Agustín, Julio César, Carlomagno, san Luis, Napoleón, etc., que se encuentran registradas en varios párrafos del libro del Sr. Allan Kardec, constatamos que si esos grandes hombres volviesen al mundo para darnos explicaciones sobre los problemas más interesantes de la Humanidad, no se expresarían con más lucidez, con un sentido moral más profundo, más delicado, con mayor elevación de miras y de lenguaje de lo que lo hacen en la singular obra de la cual intentamos dar una idea. Son cosas que no se leen sin emoción, y no son de aquellas que se olvidan casi después de haberlas leído. En este sentido, El Libro de los Espíritus no pasará –como tantos otros– en medio de la indiferencia del siglo: tendrá ardientes detractores, despiadados escarnecedores, pero no sería de admirar que, en compensación, también tenga partidarios muy sinceros y muy entusiastas.
«En conciencia, al no poder colocarnos –por falta de una verificación previa– entre unos ni otros, nos atenemos al humilde oficio de relator y decimos: Leed esta obra, porque ella sale completamente de los caminos trillados de la banalidad contemporánea; si no fuereis cautivado o subyugado, tal vez os irritaréis, pero, con toda seguridad, no permaneceréis frío ni indiferente.
«Recomendamos principalmente la parte que aborda el tema de la muerte. He aquí un asunto al que nadie le gusta prestar atención, inclusive aquellos que hacen pose de incrédulos y de intrépidos. ¡Pues bien! Después de haberla leído y meditado, uno se siente totalmente admirado por no encontrar más tan aterradora esa crisis suprema; al respecto, uno llega al punto más deseable, en el cual no se teme ni se desea la muerte. Otros problemas de no menor importancia tienen soluciones igualmente consoladoras e inesperadas. En resumen, el tiempo que se ha de consagrar a la lectura de este libro será bien empleado para la curiosidad intelectual y no será perdido para el mejoramiento moral.»
ARIEL
Como se sabe, la prensa no nos colma de atenciones, lo que no impide que el Espiritismo avance rápidamente, prueba evidente de que Él es lo suficientemente fuerte como para marchar solo. Si la prensa es muda u hostil, sería un error creer que el Espiritismo tenga en su contra todos los representantes de la misma; al contrario, muchos de ellos son muy simpáticos a la Doctrina, pero son reservados por consideraciones personales, porque nadie quiere tomar la iniciativa. En este tiempo la opinión pública se pronuncia cada vez más; la idea se generaliza y, cuando haya invadido las masas, la prensa progresista será forzada a seguirla, bajo pena de permanecer con aquellos que nunca avanzan. Sobre todo, lo hará cuando ella comprenda que el Espiritismo es el más poderoso elemento de propagación de todas las ideas grandiosas, generosas y humanitarias que no cesa de predicar. Sin duda, sus palabras no han de perderse; pero ¡cuántos golpes de pico no será necesario dar en la roca de los prejuicios antes de quebrarla! El Espiritismo les abre un terreno fecundo y derriba las últimas barreras que detenían su marcha. He aquí lo que comprenderán los que se tomen el trabajo de estudiarlo a fondo, de medir su alcance y de ver sus consecuencias, que ya se manifiestan en resultados positivos; pero para esto son necesarios observadores serios y no superficiales, hombres que no escriban por escribir, sino que hagan de sus principios una religión. No dudemos que ellos serán encontrados y, antes de lo que se piensa, se verán al frente de la propagación de las ideas espíritas algunos de estos nombres que, por sí solos, son autoridades y cuya memoria el futuro guardará por haber colaborado con la verdadera emancipación de la Humanidad.
El siguiente artículo, publicado por El Akhbar –diario de Argelia– del 15 de octubre de 1861 es, en este sentido, un primer paso que tendrá imitadores; bajo el modesto pseudónimo de Ariel, nuestros lectores quizá reconozcan la pluma experimentada de uno de nuestros eminentes periodistas.
«La prensa de Europa está muy ocupada con esta obra, y esto es comprensible después de haberla leído, sea cual fuere la opinión que se tenga sobre la colaboración de las inteligencias del Más Allá que el autor dice haber obtenido. En efecto, aunque se supriman algunas páginas de la introducción, las cuales exponen los caminos y los medios de dicha colaboración –la parte discutible para los profanos–, sigue siendo un libro de alta filosofía, de una moral eminentemente pura y, sobre todo, de un efecto muy consolador para el alma humana, estremecida en este mundo entre los sufrimientos del presente y los temores del futuro. De esta manera, más de un lector debe haberse dicho al llegar a la última página: ¡No sé si todo esto es así, pero consentiría que lo fuese!
«¿Quién no escuchó hablar, hace algunos años, de las extrañas comunicaciones de las cuales ciertos seres privilegiados eran los intermediarios entre nuestro mundo material y el mundo invisible? Cada uno tomó partido en la cuestión y, como de costumbre, la mayoría de los que se alistaron en las filas de los creyentes o de los que se atrincheraron en el campo de los incrédulos no se tomó el trabajo de verificar los hechos, cuya realidad era admitida por unos y negada por otros.
«Pero estos no son asuntos que se discutan en un diario de la naturaleza del nuestro. Por lo tanto, sin cuestionar ni atestiguar la autenticidad de las firmas póstumas de Platón, Sócrates, san Agustín, Julio César, Carlomagno, san Luis, Napoleón, etc., que se encuentran registradas en varios párrafos del libro del Sr. Allan Kardec, constatamos que si esos grandes hombres volviesen al mundo para darnos explicaciones sobre los problemas más interesantes de la Humanidad, no se expresarían con más lucidez, con un sentido moral más profundo, más delicado, con mayor elevación de miras y de lenguaje de lo que lo hacen en la singular obra de la cual intentamos dar una idea. Son cosas que no se leen sin emoción, y no son de aquellas que se olvidan casi después de haberlas leído. En este sentido, El Libro de los Espíritus no pasará –como tantos otros– en medio de la indiferencia del siglo: tendrá ardientes detractores, despiadados escarnecedores, pero no sería de admirar que, en compensación, también tenga partidarios muy sinceros y muy entusiastas.
«En conciencia, al no poder colocarnos –por falta de una verificación previa– entre unos ni otros, nos atenemos al humilde oficio de relator y decimos: Leed esta obra, porque ella sale completamente de los caminos trillados de la banalidad contemporánea; si no fuereis cautivado o subyugado, tal vez os irritaréis, pero, con toda seguridad, no permaneceréis frío ni indiferente.
«Recomendamos principalmente la parte que aborda el tema de la muerte. He aquí un asunto al que nadie le gusta prestar atención, inclusive aquellos que hacen pose de incrédulos y de intrépidos. ¡Pues bien! Después de haberla leído y meditado, uno se siente totalmente admirado por no encontrar más tan aterradora esa crisis suprema; al respecto, uno llega al punto más deseable, en el cual no se teme ni se desea la muerte. Otros problemas de no menor importancia tienen soluciones igualmente consoladoras e inesperadas. En resumen, el tiempo que se ha de consagrar a la lectura de este libro será bien empleado para la curiosidad intelectual y no será perdido para el mejoramiento moral.»
El Espiritismo en Burdeos
Si Lyon ha hecho lo que se podría llamar su pronunciamiento en materia de Espiritismo, Burdeos no se ha quedado atrás, porque también quiere ocupar uno de los primeros lugares en la gran familia espiritista; puede evaluarse esto por el relato que damos de la visita que acabamos de hacer a los espíritas de esta ciudad, a pedido de los mismos. No ha sido en algunos años, sino en algunos meses que la Doctrina ha tomado allí imponentes proporciones en todas las clases de la sociedad. Constatamos de entrada un hecho capital: es que allá, como en Lyon y como en muchas otras ciudades que hemos visitado, vimos que la Doctrina es encarada desde un punto de vista serio y en sus aplicaciones morales. Allí, como en otros lugares, hemos visto innumerables transformaciones, verdaderas metamorfosis; caracteres que no son más reconocibles; personas que no creían más en nada, reconducidas a las ideas religiosas por la certeza del porvenir, ahora palpable para ellas. Esto da la medida del espíritu que reina en las reuniones espíritas, ya bastante multiplicadas; en todas las que hemos asistido, constatamos el más edificante recogimiento y un aire de mutua benevolencia entre los asistentes; nos sentimos en un ambiente simpático, que inspira confianza.
Los trabajadores de Burdeos no se quedan atrás de los de Lyon; allá también cuentan con numerosos y fervorosos adeptos, cuyo número aumenta todos los días. Somos felices en decir que hemos salido edificado de sus reuniones, por el piadoso sentimiento que las preside y por el tacto con el que saben precaverse contra la intrusión de Espíritus embusteros. Un hecho que constatamos con satisfacción es que, frecuentemente, hombres de una posición social eminente se mezclan con los grupos proletarios con la más cordial fraternidad, dejando sus títulos de lado, del mismo modo que los trabajadores simples son acogidos con igual benevolencia en los grupos de una y de otra clase. Por todas partes el rico y el artesano se dan cordialmente las manos; nos han dicho que este acercamiento entre los dos extremos de la escala social se ha vuelto un hábito en la región, y nos sentimos felices por esto. Reconocemos que el Espiritismo ha venido a dar a ese estado de cosas una razón de ser y una sanción moral, al mostrar en qué consiste la verdadera fraternidad.
Hemos encontrado en Burdeos numerosos y muy buenos médiums de todas las clases, de todos los sexos y de todas las edades. Muchos escriben con una gran facilidad y obtienen comunicaciones de elevado alcance, lo que realmente los Espíritus nos habían avisado antes de nuestra partida. Además, no se puede sino elogiarlos por el empeño con que prestan su colaboración en las reuniones. Pero lo que aún es mejor es la abnegación de todo amor propio para con las comunicaciones; ninguno se cree privilegiado e intérprete exclusivo de la verdad; nadie busca imponerse, ni imponer nada a los Espíritus que lo asisten. Con simplicidad, todos someten lo que obtienen a la evaluación de la asamblea, y ninguno se ofende ni se hiere con las críticas; el que obtiene falsas comunicaciones se consuela al aprovechar las buenas que otros reciben y de los cuales no tiene envidia. ¿Sucede lo mismo en todas partes? Lo ignoramos; constatamos lo que nosotros hemos visto; también constatamos que se han compenetrado del principio de que todo médium orgulloso, celoso y susceptible no puede ser asistido por Espíritus buenos, y que esas imperfecciones en él son motivos de sospecha. Por lo tanto, lejos de buscar a tales médiums –a pesar de la eminencia de sus facultades–, si fuesen encontrados serían rechazados por todos los Grupos serios, que ante todo quieren tener comunicaciones serias, y no enfocarse en los efectos.
Entre los médiums que hemos visto, hay uno que merece mención especial: es una joven de diecinueve años que, a la facultad de psicógrafa, alía la de médium dibujante y la de médium músico. Ella ha escrito mecánicamente, bajo el dictado de un Espíritu que dijo ser Mozart, un fragmento musical que éste no desautorizó. El Espíritu lo firmó, y varias personas que vieron su autógrafo han confirmado la perfecta identidad de la firma. Pero el trabajo más notable es indiscutiblemente el dibujo: es un cuadro planetario de cuatro metros cuadrados de superficie, de un efecto tan original y tan singular que nos sería imposible dar una idea del mismo por su descripción. Ha sido trabajado en lápiz negro, siendo un dibujo al pastel con diversos colores y al difumino. Este cuadro, comenzado hace algunos meses, aún no está completamente terminado. Fue destinado por el Espíritu a la Sociedad Espírita de París. Nosotros hemos visto a la médium trabajando en la obra y nos quedamos impresionados con la rapidez y con la precisión del trabajo. Al principio, y para prepararla, el Espíritu la hizo dibujar –con la mano levantada y de un solo trazo– círculos y espirales de casi un metro de diámetro, de una tal regularidad que se encontró el centro geométrico perfectamente exacto. Aún no podemos decir nada sobre el valor científico de ese cuadro; pero suponiendo que sea una fantasía, no deja de ser, como ejecución mediúmnica, un trabajo muy notable. Como el original debía ser enviado a París, el Espíritu aconsejó que lo fotografiasen para tener varias copias.
Un hecho que debemos mencionar es que el padre de la médium es pintor; en su condición de artista pensaba que el Espíritu procedía contrariamente a las reglas del arte, y pretendía dar consejos; por eso el Espíritu le prohibió asistir al trabajo, a fin de que la médium no sufriera su influencia.
Hasta hace poco tiempo la médium no había leído nuestras obras; el Espíritu le dictó, para que nos fuese entregado a nuestra llegada –que aún no había sido anunciada–, un pequeño tratado de Espiritismo, que concuerda en todos los puntos con El Libro de los Espíritus.
Relatar los testimonios de simpatía que hemos recibido, las atenciones y deferencias de las que hemos sido objeto, sería muy presuntuoso de nuestra parte; ciertamente habrían enardecido nuestro orgullo si no hubiésemos pensado que, ante todo, era un homenaje rendido a la Doctrina y no a nuestra persona. Por el mismo motivo habíamos dudado en publicar –por cuestiones de modestia– algunos de los discursos que fueron pronunciados. Al haber sometido nuestros escrúpulos a diversos amigos y a varios miembros de la Sociedad, éstos nos han dicho que esos discursos eran una muestra del estado de la Doctrina, y que bajo este punto de vista era instructivo que todos los espíritas los conocieran; que, por otro lado, al ser esas palabras la expresión de un sentimiento sincero, aquellos que las hubieron pronunciado se sentirían probablemente apenados si, por un exceso de modestia, nos abstuviésemos de reproducirlas. Ellos podrían ver en esto indiferencia de nuestra parte. Fue sobre todo esta última consideración que determinó que las publicáramos; esperamos que nuestros lectores nos consideren un espírita lo suficientemente bueno como para respetar los principios que profesamos, no haciendo de este informe una cuestión de amor propio.
Ya que transcribimos esos diversos discursos, no queremos omitir, como trazo característico, la breve alocución que nos ha sido recitada con una gracia encantadora y con ingenua solicitud por un niño de cinco años y medio –el hijo del Sr. Sabò–, a nuestra llegada al seno de esta familia verdaderamente patriarcal y sobre la cual el Espiritismo ha derramado a manos llenas sus consuelos bienhechores. Si toda generación que llega estuviese imbuida de tales sentimientos, sería permitido vislumbrar como muy próximo el cambio que debe operarse en las costumbres sociales, cambio que de todos los lados es anunciado por los Espíritus. No creáis que este niño haya hecho su pequeña alocución como un loro. No; captó muy bien el sentido de la misma; el Espiritismo, en el cual fue nutrido –por decirlo así–, ya es para su joven inteligencia un freno que comprende perfectamente y que su razón, al desarrollarse, no rechazará.
He aquí el breve discurso de nuestro amiguito Joseph Sabò, quien sentiría mucho si no lo viese publicado:
«Sr. Allan Kardec: permitid al más joven de vuestros niños espíritas venir en este día, que siempre estará grabado en nuestros corazones, para expresaros la alegría que causa vuestra llegada entre nosotros. Aún estoy en la infancia; pero mi papá ya me enseñó lo que son los Espíritus que se manifiestan a nosotros, la docilidad con la cual debemos seguir sus consejos, las penas y las recompensas que cosechan. Y en algunos años, si Dios lo cree conveniente, también quiero –con vuestros auspicios– volverme un digno y fervoroso apóstol del Espiritismo, siempre obediente a vuestro saber y a vuestra experiencia. Tras estas pocas palabras dictadas por mi pequeño corazón, ¿me concederíais un beso, que no me atrevo a pediros?»
Si Lyon ha hecho lo que se podría llamar su pronunciamiento en materia de Espiritismo, Burdeos no se ha quedado atrás, porque también quiere ocupar uno de los primeros lugares en la gran familia espiritista; puede evaluarse esto por el relato que damos de la visita que acabamos de hacer a los espíritas de esta ciudad, a pedido de los mismos. No ha sido en algunos años, sino en algunos meses que la Doctrina ha tomado allí imponentes proporciones en todas las clases de la sociedad. Constatamos de entrada un hecho capital: es que allá, como en Lyon y como en muchas otras ciudades que hemos visitado, vimos que la Doctrina es encarada desde un punto de vista serio y en sus aplicaciones morales. Allí, como en otros lugares, hemos visto innumerables transformaciones, verdaderas metamorfosis; caracteres que no son más reconocibles; personas que no creían más en nada, reconducidas a las ideas religiosas por la certeza del porvenir, ahora palpable para ellas. Esto da la medida del espíritu que reina en las reuniones espíritas, ya bastante multiplicadas; en todas las que hemos asistido, constatamos el más edificante recogimiento y un aire de mutua benevolencia entre los asistentes; nos sentimos en un ambiente simpático, que inspira confianza.
Los trabajadores de Burdeos no se quedan atrás de los de Lyon; allá también cuentan con numerosos y fervorosos adeptos, cuyo número aumenta todos los días. Somos felices en decir que hemos salido edificado de sus reuniones, por el piadoso sentimiento que las preside y por el tacto con el que saben precaverse contra la intrusión de Espíritus embusteros. Un hecho que constatamos con satisfacción es que, frecuentemente, hombres de una posición social eminente se mezclan con los grupos proletarios con la más cordial fraternidad, dejando sus títulos de lado, del mismo modo que los trabajadores simples son acogidos con igual benevolencia en los grupos de una y de otra clase. Por todas partes el rico y el artesano se dan cordialmente las manos; nos han dicho que este acercamiento entre los dos extremos de la escala social se ha vuelto un hábito en la región, y nos sentimos felices por esto. Reconocemos que el Espiritismo ha venido a dar a ese estado de cosas una razón de ser y una sanción moral, al mostrar en qué consiste la verdadera fraternidad.
Hemos encontrado en Burdeos numerosos y muy buenos médiums de todas las clases, de todos los sexos y de todas las edades. Muchos escriben con una gran facilidad y obtienen comunicaciones de elevado alcance, lo que realmente los Espíritus nos habían avisado antes de nuestra partida. Además, no se puede sino elogiarlos por el empeño con que prestan su colaboración en las reuniones. Pero lo que aún es mejor es la abnegación de todo amor propio para con las comunicaciones; ninguno se cree privilegiado e intérprete exclusivo de la verdad; nadie busca imponerse, ni imponer nada a los Espíritus que lo asisten. Con simplicidad, todos someten lo que obtienen a la evaluación de la asamblea, y ninguno se ofende ni se hiere con las críticas; el que obtiene falsas comunicaciones se consuela al aprovechar las buenas que otros reciben y de los cuales no tiene envidia. ¿Sucede lo mismo en todas partes? Lo ignoramos; constatamos lo que nosotros hemos visto; también constatamos que se han compenetrado del principio de que todo médium orgulloso, celoso y susceptible no puede ser asistido por Espíritus buenos, y que esas imperfecciones en él son motivos de sospecha. Por lo tanto, lejos de buscar a tales médiums –a pesar de la eminencia de sus facultades–, si fuesen encontrados serían rechazados por todos los Grupos serios, que ante todo quieren tener comunicaciones serias, y no enfocarse en los efectos.
Entre los médiums que hemos visto, hay uno que merece mención especial: es una joven de diecinueve años que, a la facultad de psicógrafa, alía la de médium dibujante y la de médium músico. Ella ha escrito mecánicamente, bajo el dictado de un Espíritu que dijo ser Mozart, un fragmento musical que éste no desautorizó. El Espíritu lo firmó, y varias personas que vieron su autógrafo han confirmado la perfecta identidad de la firma. Pero el trabajo más notable es indiscutiblemente el dibujo: es un cuadro planetario de cuatro metros cuadrados de superficie, de un efecto tan original y tan singular que nos sería imposible dar una idea del mismo por su descripción. Ha sido trabajado en lápiz negro, siendo un dibujo al pastel con diversos colores y al difumino. Este cuadro, comenzado hace algunos meses, aún no está completamente terminado. Fue destinado por el Espíritu a la Sociedad Espírita de París. Nosotros hemos visto a la médium trabajando en la obra y nos quedamos impresionados con la rapidez y con la precisión del trabajo. Al principio, y para prepararla, el Espíritu la hizo dibujar –con la mano levantada y de un solo trazo– círculos y espirales de casi un metro de diámetro, de una tal regularidad que se encontró el centro geométrico perfectamente exacto. Aún no podemos decir nada sobre el valor científico de ese cuadro; pero suponiendo que sea una fantasía, no deja de ser, como ejecución mediúmnica, un trabajo muy notable. Como el original debía ser enviado a París, el Espíritu aconsejó que lo fotografiasen para tener varias copias.
Un hecho que debemos mencionar es que el padre de la médium es pintor; en su condición de artista pensaba que el Espíritu procedía contrariamente a las reglas del arte, y pretendía dar consejos; por eso el Espíritu le prohibió asistir al trabajo, a fin de que la médium no sufriera su influencia.
Hasta hace poco tiempo la médium no había leído nuestras obras; el Espíritu le dictó, para que nos fuese entregado a nuestra llegada –que aún no había sido anunciada–, un pequeño tratado de Espiritismo, que concuerda en todos los puntos con El Libro de los Espíritus.
Relatar los testimonios de simpatía que hemos recibido, las atenciones y deferencias de las que hemos sido objeto, sería muy presuntuoso de nuestra parte; ciertamente habrían enardecido nuestro orgullo si no hubiésemos pensado que, ante todo, era un homenaje rendido a la Doctrina y no a nuestra persona. Por el mismo motivo habíamos dudado en publicar –por cuestiones de modestia– algunos de los discursos que fueron pronunciados. Al haber sometido nuestros escrúpulos a diversos amigos y a varios miembros de la Sociedad, éstos nos han dicho que esos discursos eran una muestra del estado de la Doctrina, y que bajo este punto de vista era instructivo que todos los espíritas los conocieran; que, por otro lado, al ser esas palabras la expresión de un sentimiento sincero, aquellos que las hubieron pronunciado se sentirían probablemente apenados si, por un exceso de modestia, nos abstuviésemos de reproducirlas. Ellos podrían ver en esto indiferencia de nuestra parte. Fue sobre todo esta última consideración que determinó que las publicáramos; esperamos que nuestros lectores nos consideren un espírita lo suficientemente bueno como para respetar los principios que profesamos, no haciendo de este informe una cuestión de amor propio.
Ya que transcribimos esos diversos discursos, no queremos omitir, como trazo característico, la breve alocución que nos ha sido recitada con una gracia encantadora y con ingenua solicitud por un niño de cinco años y medio –el hijo del Sr. Sabò–, a nuestra llegada al seno de esta familia verdaderamente patriarcal y sobre la cual el Espiritismo ha derramado a manos llenas sus consuelos bienhechores. Si toda generación que llega estuviese imbuida de tales sentimientos, sería permitido vislumbrar como muy próximo el cambio que debe operarse en las costumbres sociales, cambio que de todos los lados es anunciado por los Espíritus. No creáis que este niño haya hecho su pequeña alocución como un loro. No; captó muy bien el sentido de la misma; el Espiritismo, en el cual fue nutrido –por decirlo así–, ya es para su joven inteligencia un freno que comprende perfectamente y que su razón, al desarrollarse, no rechazará.
He aquí el breve discurso de nuestro amiguito Joseph Sabò, quien sentiría mucho si no lo viese publicado:
«Sr. Allan Kardec: permitid al más joven de vuestros niños espíritas venir en este día, que siempre estará grabado en nuestros corazones, para expresaros la alegría que causa vuestra llegada entre nosotros. Aún estoy en la infancia; pero mi papá ya me enseñó lo que son los Espíritus que se manifiestan a nosotros, la docilidad con la cual debemos seguir sus consejos, las penas y las recompensas que cosechan. Y en algunos años, si Dios lo cree conveniente, también quiero –con vuestros auspicios– volverme un digno y fervoroso apóstol del Espiritismo, siempre obediente a vuestro saber y a vuestra experiencia. Tras estas pocas palabras dictadas por mi pequeño corazón, ¿me concederíais un beso, que no me atrevo a pediros?»
Reunión general de los espíritas de Burdeos - 14 de octubre de 1861
Discurso del Sr. Sabò
Señoras, señores:
Rindamos a Dios el sincero homenaje de nuestro reconocimiento por haber lanzado sobre nosotros Su mirada paternal y benevolente, concediéndonos el precioso favor de recibir las enseñanzas de los Espíritus buenos que, por Su orden, vienen diariamente a ayudarnos a discernir la verdad del error, a darnos la certeza de una felicidad futura, a mostrarnos que la punición es proporcional a la ofensa, pero jamás eterna, y a hacernos comprender esta justa y equitativa ley de la reencarnación, piedra angular del edificio espírita, que sirve para purificarnos y para hacernos progresar hacia el bien.
¡He dicho la reencarnación! Pero para volver más comprensible este vocablo, cedamos un instante la palabra a uno de nuestros guías espirituales que, para nuestra instrucción espírita, ha tenido a bien desarrollar en algunas palabras este tema tan serio e interesante para nuestra pobre humanidad.
Dice él: «La reencarnación es el infierno; la reencarnación es el purgatorio; la reencarnación es la expiación; la reencarnación es el progreso; en fin, ella es la santa escalera por la cual deben subir todos los hombres. Sus escalones son las fases de las diferentes existencias a recorrer para llegar a lo más alto, porque Dios lo ha dicho: para ir hacia Él es necesario nacer, morir y renacer hasta que se hayan alcanzado los límites de la perfección, y nadie llega a Él sin haberse purificado a través de la reencarnación.»
Aún principiante en la ciencia espírita, no teníamos para divulgarla sino el fervor y la buena voluntad; Dios se contentó con esto y bendijo nuestros débiles esfuerzos, haciendo germinar en el corazón de algunos hermanos nuestros de Burdeos la semilla de la palabra divina.
En efecto, desde el mes de enero que nos dedicamos a la ciencia práctica; vimos que se unían a nosotros un cierto número de hermanos que se ocupaban aisladamente de la misma; otros escucharon hablar de ella por la voz de la prensa o a través de la opinión pública, esa trompeta retumbante que se encargó de anunciar a todos los puntos de nuestra ciudad la aparición de esta fe consoladora, testimonio irrecusable de la bondad de Dios para con Sus hijos.
A pesar de las dificultades que hemos encontrado en nuestro camino, fortalecidos por la pureza, por la rectitud de nuestras convicciones y amparados por los consejos de nuestro amado y venerado jefe, el Sr. Allan Kardec, tenemos la grata satisfacción –después de nueve meses de apostolado, con la ayuda de algunos hermanos nuestros–, de poder reunirnos hoy en su presencia para la inauguración de esta Sociedad que, así lo espero, continuará dando frutos en abundancia y se esparcirá como un rocío benéfico sobre los corazones resecados por el materialismo, endurecidos por el egoísmo, llenos de orgullo, y llevará el bálsamo de la resignación a los afligidos, a los que sufren, a los pobres y a los desheredados de los bienes terrenos, diciéndoles: «Confianza y coraje; las pruebas terrestres son cortas en comparación con la felicidad eterna que Dios os reserva como recompensa por vuestros sufrimientos y por vuestras luchas en este mundo.»
Sí –lo confieso en voz alta–, estoy feliz por ser el intérprete de un gran número de miembros de la Sociedad Espírita de Burdeos, proclamando nuestra fidelidad en seguir el camino trazado por nuestro estimado misionero aquí presente, pues comprendemos que el progreso, para ser seguro, no puede darse sino gradualmente, y al combatir demasiado fuertemente ciertas ideas recibidas hace siglos, retardaríamos el momento de nuestra emancipación espiritual. Sobre esto, es posible que entre nosotros haya opiniones divergentes: respetamos esas opiniones. A nuestro entender, devemos marchar poco a poco, siguiendo esta máxima de la sabiduría de las naciones: que va piano va sano. Tal vez lleguemos más tarde, pero llegaremos más seguros, porque no habremos reñido con la fe de nuestros antepasados, que será siempre sagrada para nosotros, sea ella cual fuere. Sirvámonos de la luz del Espiritismo, no para derribar, sino para mejorarnos y progresar. Al soportar con coraje y resignación las vicisitudes de esta vida, donde solamente estamos de paso, mereceremos el favor de ser conducidos al término de nuestras pruebas, por los Espíritus del Señor, a fin de gozar la inmortalidad para la cual hemos sido creados.
Querido maestro: permitid que, en nombre de los miembros que os rodean de esta Sociedad, yo os agradezca el honor que nos habéis dado al venir a inaugurar personalmente esta reunión familiar, que es una fiesta para todos nosotros y que indudablemente ha de quedar marcada en los anales del Espiritismo. Recibid igualmente en este día, que quedará grabado en nuestros corazones de una manera muy particular, la expresión bien sincera de nuestro vivo reconocimiento por la bondad paternal con la que habéis estimulado nuestros frágiles trabajos. Es a vos que debemos el camino trazado y estamos felices en seguiros, convencidos de antemano que vuestra misión es la de hacer marchar el progreso espiritual en nuestra bella Francia que, a su turno, dará un impulso a las otras naciones de la Tierra para que poco a poco lleguen a la felicidad, a través del progreso intelectual y moral.
Señoras, señores:
Rindamos a Dios el sincero homenaje de nuestro reconocimiento por haber lanzado sobre nosotros Su mirada paternal y benevolente, concediéndonos el precioso favor de recibir las enseñanzas de los Espíritus buenos que, por Su orden, vienen diariamente a ayudarnos a discernir la verdad del error, a darnos la certeza de una felicidad futura, a mostrarnos que la punición es proporcional a la ofensa, pero jamás eterna, y a hacernos comprender esta justa y equitativa ley de la reencarnación, piedra angular del edificio espírita, que sirve para purificarnos y para hacernos progresar hacia el bien.
¡He dicho la reencarnación! Pero para volver más comprensible este vocablo, cedamos un instante la palabra a uno de nuestros guías espirituales que, para nuestra instrucción espírita, ha tenido a bien desarrollar en algunas palabras este tema tan serio e interesante para nuestra pobre humanidad.
Dice él: «La reencarnación es el infierno; la reencarnación es el purgatorio; la reencarnación es la expiación; la reencarnación es el progreso; en fin, ella es la santa escalera por la cual deben subir todos los hombres. Sus escalones son las fases de las diferentes existencias a recorrer para llegar a lo más alto, porque Dios lo ha dicho: para ir hacia Él es necesario nacer, morir y renacer hasta que se hayan alcanzado los límites de la perfección, y nadie llega a Él sin haberse purificado a través de la reencarnación.»
Aún principiante en la ciencia espírita, no teníamos para divulgarla sino el fervor y la buena voluntad; Dios se contentó con esto y bendijo nuestros débiles esfuerzos, haciendo germinar en el corazón de algunos hermanos nuestros de Burdeos la semilla de la palabra divina.
En efecto, desde el mes de enero que nos dedicamos a la ciencia práctica; vimos que se unían a nosotros un cierto número de hermanos que se ocupaban aisladamente de la misma; otros escucharon hablar de ella por la voz de la prensa o a través de la opinión pública, esa trompeta retumbante que se encargó de anunciar a todos los puntos de nuestra ciudad la aparición de esta fe consoladora, testimonio irrecusable de la bondad de Dios para con Sus hijos.
A pesar de las dificultades que hemos encontrado en nuestro camino, fortalecidos por la pureza, por la rectitud de nuestras convicciones y amparados por los consejos de nuestro amado y venerado jefe, el Sr. Allan Kardec, tenemos la grata satisfacción –después de nueve meses de apostolado, con la ayuda de algunos hermanos nuestros–, de poder reunirnos hoy en su presencia para la inauguración de esta Sociedad que, así lo espero, continuará dando frutos en abundancia y se esparcirá como un rocío benéfico sobre los corazones resecados por el materialismo, endurecidos por el egoísmo, llenos de orgullo, y llevará el bálsamo de la resignación a los afligidos, a los que sufren, a los pobres y a los desheredados de los bienes terrenos, diciéndoles: «Confianza y coraje; las pruebas terrestres son cortas en comparación con la felicidad eterna que Dios os reserva como recompensa por vuestros sufrimientos y por vuestras luchas en este mundo.»
Sí –lo confieso en voz alta–, estoy feliz por ser el intérprete de un gran número de miembros de la Sociedad Espírita de Burdeos, proclamando nuestra fidelidad en seguir el camino trazado por nuestro estimado misionero aquí presente, pues comprendemos que el progreso, para ser seguro, no puede darse sino gradualmente, y al combatir demasiado fuertemente ciertas ideas recibidas hace siglos, retardaríamos el momento de nuestra emancipación espiritual. Sobre esto, es posible que entre nosotros haya opiniones divergentes: respetamos esas opiniones. A nuestro entender, devemos marchar poco a poco, siguiendo esta máxima de la sabiduría de las naciones: que va piano va sano. Tal vez lleguemos más tarde, pero llegaremos más seguros, porque no habremos reñido con la fe de nuestros antepasados, que será siempre sagrada para nosotros, sea ella cual fuere. Sirvámonos de la luz del Espiritismo, no para derribar, sino para mejorarnos y progresar. Al soportar con coraje y resignación las vicisitudes de esta vida, donde solamente estamos de paso, mereceremos el favor de ser conducidos al término de nuestras pruebas, por los Espíritus del Señor, a fin de gozar la inmortalidad para la cual hemos sido creados.
Querido maestro: permitid que, en nombre de los miembros que os rodean de esta Sociedad, yo os agradezca el honor que nos habéis dado al venir a inaugurar personalmente esta reunión familiar, que es una fiesta para todos nosotros y que indudablemente ha de quedar marcada en los anales del Espiritismo. Recibid igualmente en este día, que quedará grabado en nuestros corazones de una manera muy particular, la expresión bien sincera de nuestro vivo reconocimiento por la bondad paternal con la que habéis estimulado nuestros frágiles trabajos. Es a vos que debemos el camino trazado y estamos felices en seguiros, convencidos de antemano que vuestra misión es la de hacer marchar el progreso espiritual en nuestra bella Francia que, a su turno, dará un impulso a las otras naciones de la Tierra para que poco a poco lleguen a la felicidad, a través del progreso intelectual y moral.
Algunas consideraciones sobre el Espiritismo, leídas en la sesión general, por ocasión del paso del Sr. Allan Kardec por Burdeos
Por el Dr. Bouché de Vitray
(14 de octubre de 1861)
Hay ciertas épocas en que la idea gobierna el mundo, precediendo esos grandes cataclismos que transforman a los hombres y a los pueblos. La idea religiosa también contribuye para el gran movimiento social, mucho más que aquella que preside los intereses temporarios.
Absorbida con frecuencia por las preocupaciones materiales, ella se libera de las mismas, ya sea de repente o imperceptiblemente. Unas veces es el rayo que escapa de las nubes, otras veces es el volcán que sordamente va minando la montaña antes de transponer el cráter. Hoy, la idea religiosa afecta otro género de manifestación: después de haberse mostrado como un punto imperceptible en el horizonte del pensamiento, acabó por invadir la atmósfera. El aire está impregnado de la misma; dicha idea atraviesa el espacio, fecunda las inteligencias y produce conmoción en el mundo entero. No penséis que me sirvo aquí de una metáfora para expresar la realidad; no; es un fenómeno del cual se tiene conciencia y que difícilmente se traduce en palabras. Es como un fluido que nos comprime por todos lados; es algo vago e indeterminado, cuya influencia sienten todos, de que el cerebro está impregnado y que a menudo se exterioriza a través de éste como por intuición, raramente como un pensamiento formulado explícitamente. La idea religiosa –digamos espírita– tiene su lugar en el mostrador del comerciante, en el consultorio del médico, en el estudio del abogado y del procurador, en el taller del obrero, en el campo y en los cuarteles. El nombre de nuestro estimado y gran misionero espírita está en todas las bocas, como su imagen está en todos nuestros corazones, y todos los ojos están fijos en este punto culminante, digno intérprete de los ministros del Señor. Esta idea que recorre la inmensidad, que sobreexcita todos los cerebros humanos, que incluso existe instintivamente en los Espíritus encarnados más recalcitrantes, ¿no sería obra de esa multitud de inteligencias que nos envuelve, precediendo y facilitando nuestros trabajos apostólicos?
Sabemos que los testimonios de autenticidad de nuestra Doctrina se remontan a la noche de los tiempos; que los Libros Sagrados, base fundamental del Cristianismo, los relatan; que varios Padres de la Iglesia –Tertuliano y san Agustín, entre otros– confirman su realidad; inclusive obras contemporáneas hacen mención a los mismos, y no puedo resistir al deseo de citar el pasaje de un opúsculo publicado en 1843, que parece exponer analíticamente toda la quintaesencia del Espiritismo:
«Algunas personas ponen en duda la existencia de inteligencias superiores, incorpóreas, es decir, de genios que presiden la administración del mundo y que mantienen conversaciones espirituales con algunos seres privilegiados: es para ellas que escribo las siguientes líneas, esperando que éstas puedan ayudarlas en su convicción. En todos los reinos de la naturaleza existe una ley que escalona las especies, desde los infinitamente pequeños hasta los infinitamente grandes. Es por grados imperceptibles que se pasa del insecto al elefante, del pequeño grano de arena al más inmenso globo celestial. Esta gradación regular es evidente en todas las notables obras del Creador; por lo tanto, ¡ella debe encontrarse en sus obras maestras, para que la escala sea continua, a fin de elevarse hacia Él! La distancia prodigiosa que existe entre la materia inerte y el hombre dotado de razón parece ser llenada por los seres orgánicos, pero privados de esta noble prerrogativa. En la distancia infinita que hay entre el hombre y su Autor se encuentra el lugar de los Espíritus puros. Su existencia es indispensable para que la Creación sea acabada en todos los sentidos.
«Así, existe también el mundo de los Espíritus, cuya variedad es tan grande como la de las estrellas que brillan en el firmamento; hay igualmente el universo de las inteligencias que, por la sutileza, prontitud y amplitud de su penetración, se aproximan cada vez más de la Inteligencia Soberana. Su designio, ya manifiesto en la organización del mundo visible, continúa hasta la perfecta consumación en el mundo invisible. Todas las religiones proclaman la existencia de esos seres inmateriales; todas los representan como participando en los asuntos humanos, en calidad de agentes secundarios; negar su intervención en las peripecias humanas, es negar evidentemente los hechos en los cuales reposan las creencias de todos los pueblos, de todos los filósofos y de todos los sabios, remontando a la más alta Antigüedad.»
Ciertamente, aquel que trazó este cuadro era espírita en el fondo de su alma. A este esbozo incompleto falta el principio esencial de la reencarnación, así como las consecuencias morales que la enseñanza de los Espíritus impone a los adeptos del Espiritismo. La Doctrina existía en estado de intuición en las inteligencias y en los corazones: vos aparecisteis, señor, vos, elegido de Dios; el Todopoderoso se apoyó en una vasta erudición, en un Espíritu elevado, en una rectitud completa y en una mediumnidad privilegiada. Todos los elementos de las verdades eternas estaban diseminados en el espacio; era preciso establecer la ciencia, llevar la convicción a las conciencias aún indecisas, reunir todas las inspiraciones emanadas de lo Más Alto en un cuerpo sustancial de doctrina. La obra avanzó y el polen escapado de esa antera intelectual produjo la fecundación. Vuestro nombre es la bandera bajo la cual nosotros nos colocamos a voluntad. Hoy venís en ayuda a los principiantes del Espiritismo, que apenas dan los primeros pasos en los rudimentos de esta ciencia, pero que un gran número de Espíritus atentos y benevolentes no desdeña de favorecer en sus inspiraciones celestiales. Ya –y nos congratulamos por esto–, en medio de este congreso de inteligencias de los dos mundos, las malas pasiones se agitan alrededor de la obra regeneradora; ya el falso saber, el orgullo, el egoísmo y los intereses humanos se levantan contra el Espiritismo, en testimonio de su poder, mientras que Dios, el gran motor de ese progreso ascensional hacia las regiones celestiales, oculto atrás de esa nube de teorías odiosas y quiméricas, permanece calmo y prosigue Su obra.
La obra se realiza, y en todos los puntos del globo se forman Centros Espíritas. Los jóvenes abandonan las ilusiones de la primera edad, que les preparan tantas desilusiones en la época de su madurez; los adultos aprenden a tomar la existencia en serio; los ancianos que usaron sus emociones en las fricciones de la vida, llenan ese vacío inmenso con gozos más reales que los que abandonan, y de todos esos elementos heterogéneos se forman agrupaciones que irradian al infinito.
Nuestra bella ciudad no ha sido la última en participar de este movimiento intelectual. Uno de esos hombres de corazón recto, de juicio sano, tomó la iniciativa. Su llamado fue escuchado por inteligencias que se armonizan con la suya; alrededor de ese foco luminoso gravita un gran número de Círculos Espíritas.
De todas partes surgen comunicaciones variadas que llevan la marca de su autor: es la madre que, desde su esfera gloriosa, con la perfección del detalle y su infinita ternura, se comunica con su hijo amado; es el padre o el abuelo, que une el amor paternal a la severidad de la forma; es Fenelón, que da al lenguaje de la caridad la impronta de la belleza antigua y la melodía de su prosa; es el conmovedor espectáculo de un hijo, que se ha vuelto Espíritu bienaventurado, devolviendo a aquella que lo llevó en su seno el eco de sus elevadas enseñanzas; es el de una madre que se revela a su hijo y que, con la cabeza coronada de estrellas, lo conduce de prueba en prueba al lugar que él debe ocupar junto a ella y en el seno de Dios por todas las eternidades (sic); es el arzobispo de Utrecht, que transmite a su protegido sus inspiraciones elocuentes y que las somete al freno de la ortodoxia; es el ángel Gabriel, homónimo del gran arcángel, que toma espontáneamente, y con el permiso de Dios, la misión de guiar a su hermano, de seguirlo paso a paso, aliando así –Espíritu superior que es– el amor fraternal al amor divino; son los Espíritus puros, los santos, los arcángeles, que revisten sus instrucciones sublimes con el sello de la Divinidad; en fin, son las manifestaciones físicas, después de las cuales la duda no es más que un absurdo, si no fuere una profanación.
Apreciados colegas: después de haber elevado vuestras miradas a los grados superiores de la escala de los seres, consentid en bajarlos a los grados ínfimos, y los infinitamente pequeños os proporcionarán aún enseñanzas.
Hace aproximadamente diez años que las claridades del Espiritismo han resplandecido a mis ojos; pero era el Espiritismo en estado rudimentario, desprovisto de sus principales documentos y de su tecnología característica; era un reflejo, algunos rayos de fino fulgor: todavía no era la luz.
En lugar de tomar la pluma y el lápiz y, por este medio así simplificado, obtener comunicaciones rápidas, se recurría a la mesa a través de la tiptología o escritura mediata. La mesa era sólo un apéndice de la mano, pero este modo de comunicación, en general repulsivo para los Espíritus superiores, frecuentemente los mantenía a distancia. Por lo tanto, obtuve solamente mistificaciones, respuestas triviales u obscenas; yo mismo me alejé de esos misterios del Más Allá, que se traducían de una manera tan poco acorde con mis expectativas o, más bien, que se presentaban bajo un aspecto que me asustaba. Varios experimentos habían sido intentados, que llevaron a resultados análogos.
Entretanto, esas aparentes decepciones no eran más que pruebas temporarias que debían tener como consecuencia definitiva el fortalecimiento de mis convicciones.
A pesar de ello, el positivismo de mis estudios había influido sobre mis creencias filosóficas; pero yo era escéptico y no incrédulo, porque dudaba con mi mayor sentimiento y hacía vanos esfuerzos para rechazar el materialismo que, por sorpresa, había invadido mi alma y mi corazón. ¡Cómo son impenetrables los decretos de Dios! Justamente esta disposición moral sirvió para mi transformación. Yo tenía bajo los ojos la inmortalidad del alma revistiendo el aspecto de una realidad material y, para asentar esta fe tan nueva, ¡qué importaba –a fin de cuentas– si las manifestaciones me vinieran de un Espíritu superior o inferior, con tal que fuese de un Espíritu! ¿No sabía yo que un cuerpo inerte, como una mesa, puede ser el instrumento, pero no la causa de una manifestación inteligente? ¿Que dicha manifestación no entraba para nada en la esfera de mis ideas, y que todas las teorías fluídicas eran incapaces de explicarlas?
Por consiguiente, yo había sacudido esas tendencias materialistas, contra las cuales luchaba sin éxito con una energía desesperada, y francamente habría explorado esas regiones intelectuales –que apenas vislumbré– si no fuese la demonofobia del Sr. de Mirville y la impresión profunda que la misma había ejercido en mi alma. En contrapartida a su libro, era necesario aquel tratado tan luminoso, tan sustancial y tan lleno de verdades consoladoras, escrito bajo la dirección de inteligencias celestiales a un Espíritu encarnado, pero a un Espíritu de élite, al cual, desde aquel día, fue revelada su misión en la Tierra.
Hoy el reconocimiento me obliga a inscribir en esta página el nombre de uno de mis buenos amigos, el del Sr. Roustaing, distinguido abogado, y sobre todo concienzudo, destinado a desempeñar un marcado papel en los fastos del Espiritismo; de paso, debo este homenaje al reconocimiento y a la amistad.
Si en esta solemnidad yo no temiera abusar del empleo del tiempo, ciertamente podría citar numerosas comunicaciones de indiscutible interés; y entretanto, en medio de esta actividad puramente intelectual, dignos de nuestros incesantes contactos con el mundo de los Espíritus, perduran dos hechos que –por excepción– parecen protestar contra un mutismo absoluto. El primero se caracteriza por detalles íntimos y conmovedores que nos han emocionado hasta las lágrimas; el segundo, por la rareza del fenómeno, pertenece a la mediumnidad de videncia, y constituye una prueba tan palpable que seríamos llevados a negar la buena fe de los médiums si quisiésemos negar la realidad del hecho.
Algunos espíritas fervorosos se reúnen conmigo semanalmente para estudiar juntos, y más fructíferamente, la Doctrina de los Espíritus. Una fe plena y total, y la analogía –para la mayoría– de los estudios y de la educación, han hecho nacer una recíproca simpatía y una comunión de ideas y de pensamientos, que indudablemente son la disposición intelectual y moral más favorable para las comunicaciones serias.
En esa modesta reunión, uno de nosotros, dotado de la facultad mediúmnica en grado eminente, quiso evocar al Espíritu de una niña que él había conocido y que pienso que había fallecido de difteria, a la edad de 6 años; él se desempeñaba como médium y yo como evocador. Apenas terminada la evocación, llamaron nuestra atención algunos golpes muy apreciables dados contra uno de los muebles de la antecámara, lo que nos llevó a indagar si esos ruidos, de carácter insólito, provenían de una causa natural o de un efecto espírita. Nuestros guías respondieron que eran las compañeras de Estelle (nombre que la niña tenía en su existencia terrena), que venían adelante de su amiguita; y, a través del pensamiento, ¡seguimos ese gracioso cortejo cerniéndose en el espacio! Entre ellas fue designada Antonia, una chica que pasó rápidamente por la Tierra y que apenas había completado su cuarta primavera cuando cayó bajo los golpes de una guadaña asesina. Previendo que ellas irían a concluir sus pruebas en una nueva existencia, oré a mi ángel guardián, esa buena madre cuya ternura nunca me ha faltado, para que las tomase bajo sus cuidados y para que les mostrara ostensiblemente a su protectora celestial. El consentimiento no se hizo esperar; pero Dios sólo le permitió aparecer a una de ellas, y la elegida fue Antonia: «¿Qué ves, pequeña amiga mía? –exclamé al evocar a esta última. –¡Oh, qué bella señora! ¡Ella está toda resplandeciente de luces! –¿Y qué te dice esa bella señora? –Ella me dice: ¡Venid a mí, hija mía, yo te amo!» He aquí por qué he representado a esa tierna madre con la cabeza coronada de estrellas.
Si esta conmovedora anécdota, perteneciente al mundo espírita, no os parece sino el capítulo de una novela, es preciso renunciar a toda comunicación.
El otro hecho puede resumirse en dos palabras: Yo estaba con uno de mis compañeros espiritistas; a las once y media de la noche nos encontrábamos orando a Dios por los Espíritus sufridores, cuando de modo imprevisto entreví vagamente una sombra que salía de uno de los rincones de mi consultorio, describiendo una línea diagonal que se prolongaba hasta mi cama, situada en la pieza vecina. Al finalizar su trayecto, escuchamos un crujido muy claro, y la sombra se dirigió hacia la biblioteca, formando un ángulo agudo con la primera dirección.
Fui tomado por una emoción; pero a esa hora, en que todo dispone a las emociones y al misterio, creí al principio que se trataba de una alucinación, de una ilusión de óptica e interiormente tomé la resolución de guardar silencio sobre esa fantástica aparición; fue cuando mi compañero de incesantes estudios, volviéndose a mí, me preguntó si había visto algo. Yo estaba confundido, pero resolví esperar por una oportunidad más completa y me limité a indagar los motivos de su pregunta. Entonces me describió el extraño fenómeno que también él había testimoniado, con tal exactitud que no fue más posible que yo dudase, confirmando así la realidad de la aparición.
Dos días más tarde, nuestro médium por excelencia estaba presente; nuestros guías, al ser consultados, nos confirmaron la verdad, agregando que esa aparición espontánea era la de un Espíritu, conocido en su existencia terrena con el nombre de María de los Ángeles. Nos fue permitido evocarla, y el resultado de nuestras preguntas fue que ella había nacido en España, que allí había tomado el hábito y que su vida había sido exenta de reproches desde hacía mucho, pero que una falta grave, a la cual la muerte no dejó tiempo para la expiación, era la causa de sus sufrimientos en el mundo de los Espíritus.
Algunos días después, una circunstancia fortuita o, al contrario, la voluntad de Dios, nos proporcionó un segundo control de ese extraño hecho. Un espírita –joven mecánico de una notable inteligencia– había estado conmigo en la última parte de la tarde. Mientras conversaba con él, noté que fijaba sus ojos de un modo singular. Él no esperó que yo preguntara la explicación de esta circunstancia: «En el mismo instante en que me dirigíais la mirada, vi claramente la silueta de una mujer que, desde la ventana, se desplazó hacia un sillón próximo, ante el cual se arrodilló; ella tenía el aspecto de una persona de 25 años y estaba vestida de negro. Una mantilla cubría la parte superior del torso y, en la cabeza, tenía una especie de pañuelo o toca.»
Esta descripción concordaba perfectamente con la idea que me había hecho de la religiosa española, y el lugar en que ella se arrodilló es casi el mismo en el cual yo tengo la costumbre –en esa posición– de orar a Dios por los muertos. Para mí era María de los Ángeles.
Sin duda los incrédulos y los falsos espíritas se reirán de mi certeza, y verán en ese hecho a tres visionarios en lugar de uno; en cuanto a los espíritas sinceros, ellos me creerán, sobre todo porque doy mi palabra de honor. No le reconozco a nadie el derecho de poner en duda semejante testimonio.
Los trabajos del Espiritismo en Burdeos, por más modestos y reservados que sean, no por ello dejan de ser objeto de la curiosidad pública, y prácticamente no pasa un día en que yo no sea interrogado al respecto. Toda criatura profana, maravillada con los fenómenos espíritas, reclama con insistencia el favor de una experimentación; su alma oscila entre la propia duda y la convicción de los adeptos.
Introducidla en una asamblea seria, en una reunión de espíritas que suponemos profundamente concentrados, es decir, trayendo una disposición apropiada a la gravedad de las circunstancias; ¿qué pasará con dicha criatura? El médium escribiente, al manifestar bajo el dictado las inspiraciones de un Espíritu superior, ¿se las hará aceptar como tales? Yo tuve una de esas experiencias desagradables: si la comunicación lleva el sello de la inspiración celestial, aquella atribuirá el mérito de la misma al talento del médium; si el pensamiento del mensajero de Dios toma el matiz del medio donde sucede la manifestación, por cierto le parecerá una concepción totalmente humana. En esta circunstancia, he aquí mi regla de conducta: es la que ha sido trazada con anticipación por el hombre de la Providencia, por este misionero del pensamiento, al cual tenemos momentáneamente aquí y que, desde su centro habitual de actividad, continuará irradiando sobre nosotros los tesoros celestiales de que una gracia especial lo ha hecho el distribuidor. A los curiosos que vienen a inquirir la realidad de los hechos o a solicitar una audiencia, ya sea como objeto de distracción o como una emoción que atraviesa el corazón sin detenerse, me limito a exponer la gravedad del tema; al Espíritu pseudosabio encarnado, que en este globo es perfectamente representado en la 8ª clase y en el 3º orden del mundo espírita, le respondo con una negativa categórica. Pero a aquel que, aunque obsesionado con sus dudas, posee la verdad en estado de germen, que comienza por la buena fe para llegar a la fe, aconsejo los estudios teóricos, a los cuales no tarda en seguir el estudio práctico o la experimentación; así, a medida que un hecho nuevo se desprende de una idea nueva, él la registra al lado del hecho. Entonces, la ciencia espírita y sus consecuencias morales se derraman gota a gota en su corazón y en su cerebro, las cuales nos hacen ver, al cabo de esta larga sucesión de reveses, los trabajos y las pruebas que se alternan en las dos existencias, una eternidad radiante que transcurre en el seno de Dios, ¡fuente de felicidad y de vida!
BOUCHÉ DE VITRAY, Doctor en Medicina.
Por el Dr. Bouché de Vitray
(14 de octubre de 1861)
Hay ciertas épocas en que la idea gobierna el mundo, precediendo esos grandes cataclismos que transforman a los hombres y a los pueblos. La idea religiosa también contribuye para el gran movimiento social, mucho más que aquella que preside los intereses temporarios.
Absorbida con frecuencia por las preocupaciones materiales, ella se libera de las mismas, ya sea de repente o imperceptiblemente. Unas veces es el rayo que escapa de las nubes, otras veces es el volcán que sordamente va minando la montaña antes de transponer el cráter. Hoy, la idea religiosa afecta otro género de manifestación: después de haberse mostrado como un punto imperceptible en el horizonte del pensamiento, acabó por invadir la atmósfera. El aire está impregnado de la misma; dicha idea atraviesa el espacio, fecunda las inteligencias y produce conmoción en el mundo entero. No penséis que me sirvo aquí de una metáfora para expresar la realidad; no; es un fenómeno del cual se tiene conciencia y que difícilmente se traduce en palabras. Es como un fluido que nos comprime por todos lados; es algo vago e indeterminado, cuya influencia sienten todos, de que el cerebro está impregnado y que a menudo se exterioriza a través de éste como por intuición, raramente como un pensamiento formulado explícitamente. La idea religiosa –digamos espírita– tiene su lugar en el mostrador del comerciante, en el consultorio del médico, en el estudio del abogado y del procurador, en el taller del obrero, en el campo y en los cuarteles. El nombre de nuestro estimado y gran misionero espírita está en todas las bocas, como su imagen está en todos nuestros corazones, y todos los ojos están fijos en este punto culminante, digno intérprete de los ministros del Señor. Esta idea que recorre la inmensidad, que sobreexcita todos los cerebros humanos, que incluso existe instintivamente en los Espíritus encarnados más recalcitrantes, ¿no sería obra de esa multitud de inteligencias que nos envuelve, precediendo y facilitando nuestros trabajos apostólicos?
Sabemos que los testimonios de autenticidad de nuestra Doctrina se remontan a la noche de los tiempos; que los Libros Sagrados, base fundamental del Cristianismo, los relatan; que varios Padres de la Iglesia –Tertuliano y san Agustín, entre otros– confirman su realidad; inclusive obras contemporáneas hacen mención a los mismos, y no puedo resistir al deseo de citar el pasaje de un opúsculo publicado en 1843, que parece exponer analíticamente toda la quintaesencia del Espiritismo:
«Algunas personas ponen en duda la existencia de inteligencias superiores, incorpóreas, es decir, de genios que presiden la administración del mundo y que mantienen conversaciones espirituales con algunos seres privilegiados: es para ellas que escribo las siguientes líneas, esperando que éstas puedan ayudarlas en su convicción. En todos los reinos de la naturaleza existe una ley que escalona las especies, desde los infinitamente pequeños hasta los infinitamente grandes. Es por grados imperceptibles que se pasa del insecto al elefante, del pequeño grano de arena al más inmenso globo celestial. Esta gradación regular es evidente en todas las notables obras del Creador; por lo tanto, ¡ella debe encontrarse en sus obras maestras, para que la escala sea continua, a fin de elevarse hacia Él! La distancia prodigiosa que existe entre la materia inerte y el hombre dotado de razón parece ser llenada por los seres orgánicos, pero privados de esta noble prerrogativa. En la distancia infinita que hay entre el hombre y su Autor se encuentra el lugar de los Espíritus puros. Su existencia es indispensable para que la Creación sea acabada en todos los sentidos.
«Así, existe también el mundo de los Espíritus, cuya variedad es tan grande como la de las estrellas que brillan en el firmamento; hay igualmente el universo de las inteligencias que, por la sutileza, prontitud y amplitud de su penetración, se aproximan cada vez más de la Inteligencia Soberana. Su designio, ya manifiesto en la organización del mundo visible, continúa hasta la perfecta consumación en el mundo invisible. Todas las religiones proclaman la existencia de esos seres inmateriales; todas los representan como participando en los asuntos humanos, en calidad de agentes secundarios; negar su intervención en las peripecias humanas, es negar evidentemente los hechos en los cuales reposan las creencias de todos los pueblos, de todos los filósofos y de todos los sabios, remontando a la más alta Antigüedad.»
Ciertamente, aquel que trazó este cuadro era espírita en el fondo de su alma. A este esbozo incompleto falta el principio esencial de la reencarnación, así como las consecuencias morales que la enseñanza de los Espíritus impone a los adeptos del Espiritismo. La Doctrina existía en estado de intuición en las inteligencias y en los corazones: vos aparecisteis, señor, vos, elegido de Dios; el Todopoderoso se apoyó en una vasta erudición, en un Espíritu elevado, en una rectitud completa y en una mediumnidad privilegiada. Todos los elementos de las verdades eternas estaban diseminados en el espacio; era preciso establecer la ciencia, llevar la convicción a las conciencias aún indecisas, reunir todas las inspiraciones emanadas de lo Más Alto en un cuerpo sustancial de doctrina. La obra avanzó y el polen escapado de esa antera intelectual produjo la fecundación. Vuestro nombre es la bandera bajo la cual nosotros nos colocamos a voluntad. Hoy venís en ayuda a los principiantes del Espiritismo, que apenas dan los primeros pasos en los rudimentos de esta ciencia, pero que un gran número de Espíritus atentos y benevolentes no desdeña de favorecer en sus inspiraciones celestiales. Ya –y nos congratulamos por esto–, en medio de este congreso de inteligencias de los dos mundos, las malas pasiones se agitan alrededor de la obra regeneradora; ya el falso saber, el orgullo, el egoísmo y los intereses humanos se levantan contra el Espiritismo, en testimonio de su poder, mientras que Dios, el gran motor de ese progreso ascensional hacia las regiones celestiales, oculto atrás de esa nube de teorías odiosas y quiméricas, permanece calmo y prosigue Su obra.
La obra se realiza, y en todos los puntos del globo se forman Centros Espíritas. Los jóvenes abandonan las ilusiones de la primera edad, que les preparan tantas desilusiones en la época de su madurez; los adultos aprenden a tomar la existencia en serio; los ancianos que usaron sus emociones en las fricciones de la vida, llenan ese vacío inmenso con gozos más reales que los que abandonan, y de todos esos elementos heterogéneos se forman agrupaciones que irradian al infinito.
Nuestra bella ciudad no ha sido la última en participar de este movimiento intelectual. Uno de esos hombres de corazón recto, de juicio sano, tomó la iniciativa. Su llamado fue escuchado por inteligencias que se armonizan con la suya; alrededor de ese foco luminoso gravita un gran número de Círculos Espíritas.
De todas partes surgen comunicaciones variadas que llevan la marca de su autor: es la madre que, desde su esfera gloriosa, con la perfección del detalle y su infinita ternura, se comunica con su hijo amado; es el padre o el abuelo, que une el amor paternal a la severidad de la forma; es Fenelón, que da al lenguaje de la caridad la impronta de la belleza antigua y la melodía de su prosa; es el conmovedor espectáculo de un hijo, que se ha vuelto Espíritu bienaventurado, devolviendo a aquella que lo llevó en su seno el eco de sus elevadas enseñanzas; es el de una madre que se revela a su hijo y que, con la cabeza coronada de estrellas, lo conduce de prueba en prueba al lugar que él debe ocupar junto a ella y en el seno de Dios por todas las eternidades (sic); es el arzobispo de Utrecht, que transmite a su protegido sus inspiraciones elocuentes y que las somete al freno de la ortodoxia; es el ángel Gabriel, homónimo del gran arcángel, que toma espontáneamente, y con el permiso de Dios, la misión de guiar a su hermano, de seguirlo paso a paso, aliando así –Espíritu superior que es– el amor fraternal al amor divino; son los Espíritus puros, los santos, los arcángeles, que revisten sus instrucciones sublimes con el sello de la Divinidad; en fin, son las manifestaciones físicas, después de las cuales la duda no es más que un absurdo, si no fuere una profanación.
Apreciados colegas: después de haber elevado vuestras miradas a los grados superiores de la escala de los seres, consentid en bajarlos a los grados ínfimos, y los infinitamente pequeños os proporcionarán aún enseñanzas.
Hace aproximadamente diez años que las claridades del Espiritismo han resplandecido a mis ojos; pero era el Espiritismo en estado rudimentario, desprovisto de sus principales documentos y de su tecnología característica; era un reflejo, algunos rayos de fino fulgor: todavía no era la luz.
En lugar de tomar la pluma y el lápiz y, por este medio así simplificado, obtener comunicaciones rápidas, se recurría a la mesa a través de la tiptología o escritura mediata. La mesa era sólo un apéndice de la mano, pero este modo de comunicación, en general repulsivo para los Espíritus superiores, frecuentemente los mantenía a distancia. Por lo tanto, obtuve solamente mistificaciones, respuestas triviales u obscenas; yo mismo me alejé de esos misterios del Más Allá, que se traducían de una manera tan poco acorde con mis expectativas o, más bien, que se presentaban bajo un aspecto que me asustaba. Varios experimentos habían sido intentados, que llevaron a resultados análogos.
Entretanto, esas aparentes decepciones no eran más que pruebas temporarias que debían tener como consecuencia definitiva el fortalecimiento de mis convicciones.
A pesar de ello, el positivismo de mis estudios había influido sobre mis creencias filosóficas; pero yo era escéptico y no incrédulo, porque dudaba con mi mayor sentimiento y hacía vanos esfuerzos para rechazar el materialismo que, por sorpresa, había invadido mi alma y mi corazón. ¡Cómo son impenetrables los decretos de Dios! Justamente esta disposición moral sirvió para mi transformación. Yo tenía bajo los ojos la inmortalidad del alma revistiendo el aspecto de una realidad material y, para asentar esta fe tan nueva, ¡qué importaba –a fin de cuentas– si las manifestaciones me vinieran de un Espíritu superior o inferior, con tal que fuese de un Espíritu! ¿No sabía yo que un cuerpo inerte, como una mesa, puede ser el instrumento, pero no la causa de una manifestación inteligente? ¿Que dicha manifestación no entraba para nada en la esfera de mis ideas, y que todas las teorías fluídicas eran incapaces de explicarlas?
Por consiguiente, yo había sacudido esas tendencias materialistas, contra las cuales luchaba sin éxito con una energía desesperada, y francamente habría explorado esas regiones intelectuales –que apenas vislumbré– si no fuese la demonofobia del Sr. de Mirville y la impresión profunda que la misma había ejercido en mi alma. En contrapartida a su libro, era necesario aquel tratado tan luminoso, tan sustancial y tan lleno de verdades consoladoras, escrito bajo la dirección de inteligencias celestiales a un Espíritu encarnado, pero a un Espíritu de élite, al cual, desde aquel día, fue revelada su misión en la Tierra.
Hoy el reconocimiento me obliga a inscribir en esta página el nombre de uno de mis buenos amigos, el del Sr. Roustaing, distinguido abogado, y sobre todo concienzudo, destinado a desempeñar un marcado papel en los fastos del Espiritismo; de paso, debo este homenaje al reconocimiento y a la amistad.
Si en esta solemnidad yo no temiera abusar del empleo del tiempo, ciertamente podría citar numerosas comunicaciones de indiscutible interés; y entretanto, en medio de esta actividad puramente intelectual, dignos de nuestros incesantes contactos con el mundo de los Espíritus, perduran dos hechos que –por excepción– parecen protestar contra un mutismo absoluto. El primero se caracteriza por detalles íntimos y conmovedores que nos han emocionado hasta las lágrimas; el segundo, por la rareza del fenómeno, pertenece a la mediumnidad de videncia, y constituye una prueba tan palpable que seríamos llevados a negar la buena fe de los médiums si quisiésemos negar la realidad del hecho.
Algunos espíritas fervorosos se reúnen conmigo semanalmente para estudiar juntos, y más fructíferamente, la Doctrina de los Espíritus. Una fe plena y total, y la analogía –para la mayoría– de los estudios y de la educación, han hecho nacer una recíproca simpatía y una comunión de ideas y de pensamientos, que indudablemente son la disposición intelectual y moral más favorable para las comunicaciones serias.
En esa modesta reunión, uno de nosotros, dotado de la facultad mediúmnica en grado eminente, quiso evocar al Espíritu de una niña que él había conocido y que pienso que había fallecido de difteria, a la edad de 6 años; él se desempeñaba como médium y yo como evocador. Apenas terminada la evocación, llamaron nuestra atención algunos golpes muy apreciables dados contra uno de los muebles de la antecámara, lo que nos llevó a indagar si esos ruidos, de carácter insólito, provenían de una causa natural o de un efecto espírita. Nuestros guías respondieron que eran las compañeras de Estelle (nombre que la niña tenía en su existencia terrena), que venían adelante de su amiguita; y, a través del pensamiento, ¡seguimos ese gracioso cortejo cerniéndose en el espacio! Entre ellas fue designada Antonia, una chica que pasó rápidamente por la Tierra y que apenas había completado su cuarta primavera cuando cayó bajo los golpes de una guadaña asesina. Previendo que ellas irían a concluir sus pruebas en una nueva existencia, oré a mi ángel guardián, esa buena madre cuya ternura nunca me ha faltado, para que las tomase bajo sus cuidados y para que les mostrara ostensiblemente a su protectora celestial. El consentimiento no se hizo esperar; pero Dios sólo le permitió aparecer a una de ellas, y la elegida fue Antonia: «¿Qué ves, pequeña amiga mía? –exclamé al evocar a esta última. –¡Oh, qué bella señora! ¡Ella está toda resplandeciente de luces! –¿Y qué te dice esa bella señora? –Ella me dice: ¡Venid a mí, hija mía, yo te amo!» He aquí por qué he representado a esa tierna madre con la cabeza coronada de estrellas.
Si esta conmovedora anécdota, perteneciente al mundo espírita, no os parece sino el capítulo de una novela, es preciso renunciar a toda comunicación.
El otro hecho puede resumirse en dos palabras: Yo estaba con uno de mis compañeros espiritistas; a las once y media de la noche nos encontrábamos orando a Dios por los Espíritus sufridores, cuando de modo imprevisto entreví vagamente una sombra que salía de uno de los rincones de mi consultorio, describiendo una línea diagonal que se prolongaba hasta mi cama, situada en la pieza vecina. Al finalizar su trayecto, escuchamos un crujido muy claro, y la sombra se dirigió hacia la biblioteca, formando un ángulo agudo con la primera dirección.
Fui tomado por una emoción; pero a esa hora, en que todo dispone a las emociones y al misterio, creí al principio que se trataba de una alucinación, de una ilusión de óptica e interiormente tomé la resolución de guardar silencio sobre esa fantástica aparición; fue cuando mi compañero de incesantes estudios, volviéndose a mí, me preguntó si había visto algo. Yo estaba confundido, pero resolví esperar por una oportunidad más completa y me limité a indagar los motivos de su pregunta. Entonces me describió el extraño fenómeno que también él había testimoniado, con tal exactitud que no fue más posible que yo dudase, confirmando así la realidad de la aparición.
Dos días más tarde, nuestro médium por excelencia estaba presente; nuestros guías, al ser consultados, nos confirmaron la verdad, agregando que esa aparición espontánea era la de un Espíritu, conocido en su existencia terrena con el nombre de María de los Ángeles. Nos fue permitido evocarla, y el resultado de nuestras preguntas fue que ella había nacido en España, que allí había tomado el hábito y que su vida había sido exenta de reproches desde hacía mucho, pero que una falta grave, a la cual la muerte no dejó tiempo para la expiación, era la causa de sus sufrimientos en el mundo de los Espíritus.
Algunos días después, una circunstancia fortuita o, al contrario, la voluntad de Dios, nos proporcionó un segundo control de ese extraño hecho. Un espírita –joven mecánico de una notable inteligencia– había estado conmigo en la última parte de la tarde. Mientras conversaba con él, noté que fijaba sus ojos de un modo singular. Él no esperó que yo preguntara la explicación de esta circunstancia: «En el mismo instante en que me dirigíais la mirada, vi claramente la silueta de una mujer que, desde la ventana, se desplazó hacia un sillón próximo, ante el cual se arrodilló; ella tenía el aspecto de una persona de 25 años y estaba vestida de negro. Una mantilla cubría la parte superior del torso y, en la cabeza, tenía una especie de pañuelo o toca.»
Esta descripción concordaba perfectamente con la idea que me había hecho de la religiosa española, y el lugar en que ella se arrodilló es casi el mismo en el cual yo tengo la costumbre –en esa posición– de orar a Dios por los muertos. Para mí era María de los Ángeles.
Sin duda los incrédulos y los falsos espíritas se reirán de mi certeza, y verán en ese hecho a tres visionarios en lugar de uno; en cuanto a los espíritas sinceros, ellos me creerán, sobre todo porque doy mi palabra de honor. No le reconozco a nadie el derecho de poner en duda semejante testimonio.
Los trabajos del Espiritismo en Burdeos, por más modestos y reservados que sean, no por ello dejan de ser objeto de la curiosidad pública, y prácticamente no pasa un día en que yo no sea interrogado al respecto. Toda criatura profana, maravillada con los fenómenos espíritas, reclama con insistencia el favor de una experimentación; su alma oscila entre la propia duda y la convicción de los adeptos.
Introducidla en una asamblea seria, en una reunión de espíritas que suponemos profundamente concentrados, es decir, trayendo una disposición apropiada a la gravedad de las circunstancias; ¿qué pasará con dicha criatura? El médium escribiente, al manifestar bajo el dictado las inspiraciones de un Espíritu superior, ¿se las hará aceptar como tales? Yo tuve una de esas experiencias desagradables: si la comunicación lleva el sello de la inspiración celestial, aquella atribuirá el mérito de la misma al talento del médium; si el pensamiento del mensajero de Dios toma el matiz del medio donde sucede la manifestación, por cierto le parecerá una concepción totalmente humana. En esta circunstancia, he aquí mi regla de conducta: es la que ha sido trazada con anticipación por el hombre de la Providencia, por este misionero del pensamiento, al cual tenemos momentáneamente aquí y que, desde su centro habitual de actividad, continuará irradiando sobre nosotros los tesoros celestiales de que una gracia especial lo ha hecho el distribuidor. A los curiosos que vienen a inquirir la realidad de los hechos o a solicitar una audiencia, ya sea como objeto de distracción o como una emoción que atraviesa el corazón sin detenerse, me limito a exponer la gravedad del tema; al Espíritu pseudosabio encarnado, que en este globo es perfectamente representado en la 8ª clase y en el 3º orden del mundo espírita, le respondo con una negativa categórica. Pero a aquel que, aunque obsesionado con sus dudas, posee la verdad en estado de germen, que comienza por la buena fe para llegar a la fe, aconsejo los estudios teóricos, a los cuales no tarda en seguir el estudio práctico o la experimentación; así, a medida que un hecho nuevo se desprende de una idea nueva, él la registra al lado del hecho. Entonces, la ciencia espírita y sus consecuencias morales se derraman gota a gota en su corazón y en su cerebro, las cuales nos hacen ver, al cabo de esta larga sucesión de reveses, los trabajos y las pruebas que se alternan en las dos existencias, una eternidad radiante que transcurre en el seno de Dios, ¡fuente de felicidad y de vida!
Discurso del Sr. Allan Kardec
Señoras y señores:
Es con felicidad que atendí al llamado que habéis tenido a bien hacerme, y la simpática acogida que recibo de vosotros es una de esas satisfacciones morales que dejan en el corazón una impresión profunda e inolvidable. Si me siento feliz con esta acogida cordial, es porque veo en la misma un homenaje rendido a la Doctrina que profesamos y a los Espíritus buenos que nos la enseñan, mucho más que a mí personalmente, que no soy más que un instrumento en las manos de la Providencia. Convencido de la verdad de esta Doctrina y del bien que Ella está llamada a producir, he tratado de coordinar sus elementos; me he esforzado por volverla clara e inteligible para todos; ésta es toda la parte que me corresponde y es por eso que jamás me he considerado su creador: el honor pertenece enteramente a los Espíritus; por lo tanto, es sólo a ellos que deben ser dirigidos los testimonios de vuestra gratitud, y no acepto los elogios que me hacéis sino como un estímulo para proseguir mi tarea con perseverancia.
En los trabajos que he realizado para alcanzar el objetivo que me había propuesto, sin duda he sido ayudado por los Espíritus, como ellos mismos me lo han dicho varias veces, pero sin ninguna señal exterior de mediumnidad. Por lo tanto, no soy médium en el sentido usual de la palabra, y hoy comprendo que es mejor para mí que haya sido así. Con una mediumnidad efectiva, yo solamente habría escrito bajo una misma influencia; habría sido llevado a sólo aceptar como verdad lo que me hubiera sido dado, y esto quizá equivocadamente; mientras que, en mi posición, convenía que tuviese una libertad absoluta para tomar lo bueno en todos los lugares donde lo encontrase y del lado donde viniera. De este modo, he podido hacer una selección de diversas enseñanzas, sin prevención y con total imparcialidad. He visto, estudiado y observado mucho, pero siempre con una mirada impasible, y nada más ambiciono sino ver que la experiencia que he adquirido pueda ser aprovechada por los demás, a los cuales me siento feliz por poder evitarles los escollos inseparables de todo aprendizaje.
Si he trabajado mucho, y si trabajo todos los días, soy muy ampliamente recompensado por la marcha tan rápida de la Doctrina, cuyos progresos superan todo lo que era permitido esperar por los resultados morales que Ella produce, y estoy dichoso por ver que la ciudad de Burdeos, no solamente no se queda atrás de este movimiento, sino que se dispone a marchar adelante, ya sea por el número como por la cualidad de los adeptos. Si consideramos que el Espiritismo debe su propagación a sus propias fuerzas, sin el apoyo de ninguno de los auxiliares que comúnmente dan resultado, y a pesar de los esfuerzos de una oposición sistemática o, más bien, debido inclusive a tales esfuerzos, no podemos dejar de ver en eso el dedo de Dios. Si sus enemigos –a pesar de ser poderosos– no han podido paralizar el progreso de la Doctrina, es preciso concordar que el Espiritismo es más poderoso que ellos y, así como la serpiente de la fábula, utilizan en vano sus dientes contra la lima de acero.
Si decimos que el secreto de su poder está en la voluntad de Dios, los que no creen en Dios escarnecerán de eso. Hay también personas que no niegan a Dios, pero piensan que son más fuertes que Él; éstos no se ríen: oponen barreras que creen infranqueables y, no obstante, el Espiritismo las franquea todos los días ante sus ojos. En efecto, es que el Espiritismo extrae de su naturaleza, en su propia esencia, una fuerza irresistible. Por lo tanto, ¿cuál es el secreto de esta fuerza? ¿Tendremos que esconderlo, por miedo a que, una vez conocido, sus enemigos saquen provecho de ese secreto –a ejemplo de Sansón– y venzan? De ninguna manera; en el Espiritismo no hay misterios: todo se hace a la luz del día, y podemos sin temor revelarlo abiertamente. Aunque yo ya lo haya dicho, tal vez no esté fuera de propósito repetirlo aquí, para que se sepa bien que si entregamos a nuestros adversarios el secreto de nuestras fuerzas, es porque también conocemos el lado débil de ellos.
La fuerza del Espiritismo tiene dos causas preponderantes: la primera es que vuelve felices a aquellos que lo conocen, lo comprenden y lo practican; ahora bien, como hay muchas personas infelices, Él recluta a un innumerable ejército entre los que sufren. ¿Quieren quitarle ese elemento de propagación? Que vuelvan a los hombres de tal modo felices, moral y materialmente, que no tengan nada más que desear, ni en este mundo ni en el otro; no pedimos más, desde que el objetivo sea alcanzado. La segunda causa es que el Espiritismo no reposa sobre la cabeza de ningún hombre que se pueda derribar; Él no tiene un foco único que se pueda extinguir: su foco está en todas partes, porque en todas partes hay médiums que pueden comunicarse con los Espíritus; no hay familia que no los tenga en su seno, y estas palabras del Cristo se cumplen: Vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán, y verán visiones. En fin, el Espiritismo es una idea, y no hay barreras impenetrables a la idea, ni lo bastante altas como para que no las pueda franquear. Mataron al Cristo, a sus apóstoles y a sus discípulos; pero el Cristo había sembrado en el mundo la idea cristiana, y esta idea ha triunfado sobre la persecución de los Césares omnipotentes. Por lo tanto, ¿por qué el Espiritismo, que no es otra cosa sino el desarrollo y la aplicación de la idea cristiana, no triunfaría sobre algunos burlones o antagonistas que, hasta el presente y a pesar de sus esfuerzos, no han podido oponerle sino una negación estéril? ¿Hay en esto una pretensión quimérica? ¿Un sueño reformista? Los hechos están ahí para responder: el Espiritismo –contra viento y marea– penetra en todas partes; como el polen fecundante de las flores, es llevado por los vientos y echa raíces en los cuatro puntos del mundo, porque en todas partes Él encuentra una tierra fecunda en sufrimientos, sobre la cual derrama su bálsamo consolador. Suponed, pues, el estado más absoluto que la imaginación pueda soñar, reclutando a todos los esbirros para detener el paso de dicha idea; ¿esto impedirá que los Espíritus lleguen y se manifiesten espontáneamente? ¿Impedirán que los médiums se reúnan en la intimidad de las familias? Supongamos que se fuera lo suficientemente fuerte como para que se impidiese escribir o para que se prohibiera la lectura de los libros, ¿pueden impedir que se escuche, considerándose que hay médiums auditivos? ¿Impedirán que el padre reciba los consuelos del hijo que ha desencarnado? Por lo tanto, veis que es imposible, y que yo tenía razón en decir que el Espiritismo puede, sin temor, entregar el secreto de sus fuerzas a sus enemigos.
Está bien –dirán; cuando una cosa es inevitable, es preciso aceptarla; mas si fuere una idea falsa o mala, ¿no habría razón para obstaculizarla? Primero sería necesario probar que es falsa; ahora bien, hasta el presente, ¿qué oponen sus adversarios? Burlas y negaciones que, en buena lógica, nunca han sido argumentos; pero una refutación seria, sólida, o una demostración categórica, evidente, ¿dónde la encontráis? En ningún lugar, ni en las críticas de la Ciencia ni en otra parte. Por otro lado, cuando una idea se propaga con la rapidez del relámpago; cuando encuentra innumerables ecos en las clases más esclarecidas de la sociedad; cuando tiene sus raíces en todos los pueblos, desde que hay hombres en la Tierra; cuando los mayores filósofos sacros y profanos la han proclamado, es ilógico suponer que solamente repose sobre la mentira y la ilusión. Todo hombre sensato, que no esté cegado por la pasión o por el interés personal, dirá que debe haber allí algo de verdadero, y por lo menos el hombre prudente, antes de negar, suspenderá su juicio.
¿La idea es mala? Si es verdadera, si no es más que una aplicación de las leyes de la naturaleza, parece difícil que pueda ser mala, a menos que se admita que Dios haya realizado mal aquello que hizo. ¿Cómo una Doctrina sería mala cuando vuelve mejores a los que la profesan, cuando consuela a los afligidos, da resignación en la infelicidad, restablece la paz en las familias, calma la efervescencia de las pasiones e impide el suicidio? Dicen algunos que el Espiritismo es contrario a la religión. He aquí la gran palabra con la que intentan asustar a los tímidos y a los que no conocen la Doctrina Espírita. ¿Cómo una Doctrina que vuelve mejores a las personas, que enseña la moral evangélica, que sólo predica la caridad, el olvido de las ofensas, la sumisión a la voluntad de Dios, sería contraria a la religión? Es un contrasentido; afirmar semejante cosa sería acusar a la propia religión; es por eso que yo digo que aquellos que hablan así no conocen el Espiritismo. Si ese fuera el resultado, ¿por qué Él conduciría a las ideas religiosas a los que no creen en nada? ¿Por qué haría orar a aquellos que se habían olvidado de hacerlo desde su niñez?
Además, hay otra respuesta igualmente perentoria: el Espiritismo es ajeno a toda cuestión dogmática. A los materialistas, Él prueba la existencia del alma; a los que únicamente creen en la nada, Él prueba la vida eterna; a los que creen que Dios no se ocupa con las acciones de los hombres, la Doctrina Espírita prueba las penas y las recompensas futuras. Al destruir el Materialismo, la Doctrina destruye la mayor llaga social: he aquí su objetivo. En cuanto a las creencias especiales, no se ocupa de las mismas, y deja total libertad a cada uno; el materialista es el mayor enemigo de la religión; al conducirlo al Espiritualismo, el Espiritismo le hace recorrer tres cuartas partes del camino para entrar en el seno de la Iglesia. Le corresponde a la Iglesia hacer el resto; pero si la comunión hacia la cual él tendería a unirse lo rechaza, sería de temerse que él se volviera hacia otra.
Al deciros esto, señores –y vosotros lo sabéis tan bien como yo–, es como predicar a los convertidos. Pero hay otro punto sobre el cual es útil decir algunas palabras.
Si los enemigos de afuera nada pueden contra el Espiritismo, lo mismo no sucede con los de dentro; me refiero a los que son más espíritas de nombre que de hecho, sin hablar de los que usan una máscara y dicen que profesan el Espiritismo. El lado más bello del Espiritismo es el lado moral: por sus consecuencias morales es que Él ha de triunfar, pues ahí está su fuerza, porque ahí es invulnerable. Él inscribe en su bandera: Amor y Caridad, y ante ese paladión más poderoso que el de Minerva, porque viene del Cristo, la propia incredulidad se inclina. ¿Qué puede oponerse a una Doctrina que lleva a los hombres a amarse como hermanos? Si no se admite la causa, por lo menos se ha de respetar el efecto; ahora bien, el mejor medio de probar la realidad del efecto es aplicarlo a sí mismo; es mostrar a los enemigos de la Doctrina, con nuestro propio ejemplo, que Ella nos vuelve realmente mejores. Pero ¿cómo hacer creer que un instrumento puede producir armonía si emite sonidos disonantes? Del mismo modo, ¿cómo persuadir que el Espiritismo debe llevar a la concordia si aquellos que lo profesan, o que supuestamente lo profesan –lo que para los adversarios es lo mismo–, se tiran piedras? ¿Si basta una simple susceptibilidad de amor propio o de preferencia para dividirlos? ¿No es este el medio de contradecir su propio argumento? Por lo tanto, los enemigos más peligrosos del Espiritismo son aquellos que se desmienten a sí mismos al no practicar la ley que proclaman. Sería pueril provocar disidencias por matices de opinión; habría una evidente malevolencia, un olvido del primer deber del verdadero espírita en separarse por una cuestión personal, porque el sentimiento de personalismo es fruto del orgullo y del egoísmo.
Señores, es necesario no olvidarse que los enemigos del Espiritismo son de dos órdenes: de un lado, tenéis a los burlones y a los incrédulos, los cuales reciben diariamente los desmentidos de los hechos; tenéis razón en no temerlos. Sin quererlo, sirven a nuestra causa y, por esto, debemos agradecerles. De otro lado, están las personas interesadas en combatir a la Doctrina; a éstas no esperéis encaminarlas mediante la persuasión, pues no buscan la luz; en vano mostraréis a sus ojos la evidencia del Sol: son ciegas porque no quieren ver. No os atacan porque estéis equivocados, sino porque estáis con la verdad y, con o sin motivo, creen que el Espiritismo es perjudicial a sus intereses materiales; si estuviesen persuadidas de que es una quimera, lo dejarían absolutamente tranquilo. También el encarnizamiento crece en razón del progreso de la Doctrina, de tal manera que se puede medir la importancia de la misma por la violencia de los ataques. En cuanto sólo veían en el Espiritismo un juego de mesas giratorias, no dijeron nada, contando con el capricho de la moda; pero hoy, que a pesar de su mala voluntad ven la insuficiencia de la burla, usan otros medios. Sean cuales fueren, estos medios nos han demostrado su impotencia; entretanto, si no pueden sofocar esa voz que se eleva en todas las partes del mundo y si no pueden detener ese torrente que los invade de todos lados, ellos harán de todo para ponerle obstáculos y, si pudieren hacer retroceder el progreso por un solo día, dirán entonces que es un día que ganaron.
Esperad, pues, que el terreno sea disputado paso a paso, porque el interés material es el más tenaz de todos; para éste, los derechos más sagrados de la Humanidad no son nada; tenéis la prueba de ello en la lucha norteamericana: «¡Que perezca la unión que hacía nuestra gloria, en vez de nuestros intereses!» –dicen los esclavistas. Así hablan los adversarios del Espiritismo, porque la cuestión humanitaria es la menor de sus preocupaciones. ¿Qué oponerles? Una bandera que los haga palidecer, porque ellos saben bien que ésta lleva las siguientes palabras que salieron de la boca del Cristo: Amor y Caridad, palabras que son una sentencia para ellos. Alrededor de esta bandera, que todos los verdaderos espíritas se unan, y serán fuertes, porque la unión hace la fuerza. Por lo tanto, reconoced a los verdaderos defensores de vuestra causa, no por palabras vanas, que no cuestan nada, sino por la práctica de la ley de amor y de caridad, por la abnegación de la personalidad. El mejor soldado no es aquel que blande más alto el sable, sino el que sacrifica valientemente su vida. Observad, pues, haciendo causa común con vuestros enemigos, a todos aquellos que tienden a arrojar entre vosotros el fermento de la discordia, porque voluntaria o involuntariamente proveen armas contra vosotros; en todo caso, no contéis más con ellos, que son como esos malos soldados que huyen al primer tiro de fusil.
Entretanto –diréis–, si las opiniones están divididas sobre algunos puntos de la Doctrina, ¿cómo reconocer de qué lado está la verdad? Es la cosa más fácil. En primer lugar, tenéis como peso vuestro juicio y como medida la lógica sana e inflexible. En segundo lugar, tendréis el consentimiento de la mayoría, porque –creedlo– el número creciente o decreciente de los partidarios de una idea os da la medida de su valor. Si es falsa, no podría conquistar más voces que la verdad: Dios no lo permitiría; Él puede dejar que el error se presente por aquí y por allí, para hacernos ver sus procedimientos y enseñarnos a reconocer la verdad; sin esto, ¿dónde estaría nuestro mérito si no tuviésemos la libertad de elegir? ¿Queréis otro criterio de la verdad? He aquí uno que es infalible. Ya que la divisa del Espiritismo es Amor y Caridad, reconoceréis la verdad por la práctica de esta máxima, y tendréis la certeza de que aquel que arroja piedras al otro no puede estar, en absoluto, con la verdad. En cuanto a mí, señores, habéis escuchado mi profesión de fe. Que Dios no lo permita, pero si surgieren disidencias entre vosotros –lo digo con pesar–, yo me distanciaría abiertamente de los que desertasen de la bandera de la fraternidad, porque éstos no podrían ser considerados como verdaderos espíritas, a mis ojos.
En todo caso, de ninguna manera os inquietéis con algunas disidencias pasajeras; luego tendréis la prueba de que las mismas no tienen consecuencias graves; son pruebas para vuestra fe y vuestro juicio; frecuentemente son también medios que Dios y los Espíritus buenos permiten para dar la medida de vuestra sinceridad y para hacer conocer a aquellos con los cuales podemos realmente contar en caso de necesidad, lo que evita así ponerse en evidencia. Son pequeñas piedras puestas en vuestro camino, a fin de habituaros a ver en qué os apoyáis.
Me queda por hablaros, señores, sobre la organización de la Sociedad. Puesto que consentís en solicitar mi opinión, os diré lo que he dicho el año pasado en Lyon; los mismos motivos me llevan a disuadiros, con todas mis fuerzas, del proyecto de formar una Sociedad única abarcando a todos los espíritas de la ciudad, lo que sería totalmente impracticable por el número creciente de sus adeptos. No tardaríais en ser detenidos por obstáculos materiales y por dificultades morales aún mayores, que os mostrarían su imposibilidad; es mejor, pues, no emprender una cosa a la que seríais obligados a renunciar. Todas las consideraciones en apoyo a esta opinión están completamente desarrolladas en la nueva edición de El Libro de los Médiums, que os invito a consultar. No agregaré sino unas pocas palabras.
Lo que es difícil obtener en una reunión numerosa es más fácil conseguirlo en los Grupos particulares; los mismos se forman por una afinidad de gustos, de sentimientos y de hábitos. Dos Grupos separados pueden tener una manera de ver diferente sobre algunos puntos de detalle y no por ello dejan de caminar en armonía, mientras que si estuviesen reunidos, la divergencia de opiniones traería inevitablemente perturbaciones.
El sistema de la multiplicación de los Grupos tiene también como resultado poner término a las rivalidades de supremacía y de presidencia. Cada Grupo es naturalmente presidido por el dueño de la casa o por el que fuere designado, y todo pasa en familia. Si la alta dirección del Espiritismo, en una ciudad, incumbe a alguien, éste será llamado por la fuerza de las cosas, y un consentimiento tácito lo designará muy naturalmente en razón de su mérito personal, de sus cualidades conciliadoras, de la dedicación y abnegación de las que habrá dado prueba, de los servicios reales que habrá prestado a la causa. Así, y sin buscarla, adquirirá una fuerza moral que nadie pensará en discutirle, porque todos la reconocerán en él, mientras que aquel que –por su autoridad privada– buscara imponerse o que fuera llevado por una camarilla, encontraría oposición por parte de todos aquellos que no le reconociesen las cualidades morales necesarias, surgiendo de ahí una causa inevitable de divisiones.
Es una cosa seria conferir a alguien la dirección suprema de la Doctrina; antes de hacerlo, es necesario estar muy seguro de él en todos los aspectos, porque si el mismo tiene ideas erróneas podría arrastrar a la Sociedad a una pendiente perjudicial y tal vez a su ruina. En los Grupos particulares, cada uno puede dar pruebas de habilidad y someterse –para más tarde– al sufragio de sus colegas, si fuere conveniente; pero nadie puede pretender ser general antes de haber sido soldado. Así como al buen general se lo reconoce por su coraje y por sus talentos, al verdadero espírita se lo reconoce por sus cualidades; ahora bien, la primera de que se debe dar pruebas es la abnegación de la personalidad; por lo tanto, es por sus actos que lo reconocemos, más que por sus palabras. Lo que es necesario para tal dirección es un verdadero espírita, y el verdadero espiritista no es movido por la ambición, ni por el amor propio. Señores, llamo para este asunto vuestra atención sobre las diversas categorías de espíritas, cuyos caracteres distintivos están claramente definidos en El Libro de los Médiums (ítem N° 28).
Además, sea cual fuere la naturaleza de la reunión, numerosa o no, las condiciones que debe cumplir para alcanzar su objetivo son las mismas; es a esto que es preciso dar todos nuestros cuidados, y aquellos que cumplan dichas condiciones serán fuertes, porque tendrán necesariamente el apoyo de los Espíritus buenos. Esas condiciones se encuentran en El Libro de los Médiums (ítem N° 341).
Un error bastante frecuente entre algunos adeptos nuevos es el de creerse que se han vuelto maestros después de algunos meses de estudio. Como sabéis, el Espiritismo es una ciencia inmensa, cuya experiencia sólo puede adquirirse con el tiempo, ya sea en esto como en todas las cosas. En esa pretensión de no necesitar más de consejos ajenos y de creerse por encima de todos hay una prueba de insuficiencia, ya que falta a uno de los primeros preceptos de la Doctrina: la modestia y la humildad. Cuando los Espíritus malos encuentran semejantes disposiciones en un individuo, no dejan de sobreexcitarlas y fomentarlas, persuadiéndolo de que sólo él posee la verdad. Es uno de los escollos que pueden ser encontrados y contra el cual he creído un deber precaveros, agregando que no basta decirse espírita, como no basta decirse cristiano: es necesario demostrarlo en la práctica.
Si a través de la formación de Grupos se evita la rivalidad de los individuos, ¿no puede existir esa rivalidad entre los propios Grupos que, al caminar por sendas un poco divergentes, podrían producir cismas, mientras que una Sociedad única mantendría la unidad de principios? A esto respondo que el inconveniente señalado no sería evitado, puesto que aquellos que no adoptasen los principios de la Sociedad se separarían de la misma y nada los impediría que se aislaran. Los Grupos son como pequeñas Sociedades, que necesariamente avanzarán en la misma senda si todos adoptan la misma bandera y las bases de la ciencia consagradas por la experiencia. Al respecto, llamo también vuestra atención para el ítem Nº 348 de El Libro de los Médiums. Por lo demás, nada impide que un Grupo Central esté formado por delegados de diversos Grupos particulares que tendrían así un punto de unión y una comunicación directa con la Sociedad de París. Después, todos los años, una asamblea general podría reunir a todos los adeptos y volverse así una verdadera fiesta del Espiritismo. Además, acerca de esos diversos puntos, he preparado una instrucción detallada que tendré el honor de transmitiros ulteriormente, ya sea sobre la organización, como sobre el orden de los trabajos. Aquellos que la sigan se mantendrán naturalmente en la unidad de principios.
Señores, tales son los consejos que creo un deber daros, puesto que habéis consentido en consultar mi opinión. Me siento feliz en añadir que encontré en Burdeos a excelentes personas y un progreso mucho mayor de lo que esperaba; he encontrado a un gran número de verdaderos y sinceros espíritas, y llevo de mi visita la esperanza fundada de que nuestra Doctrina se desarrollará acá sobre las más amplias bases y en excelentes condiciones. Creed realmente que mi colaboración nunca faltará en todo lo que esté a mi alcance, a fin de secundar los esfuerzos de aquellos que son sincera y concienzudamente dedicados de corazón a esta noble causa, que es la de la Humanidad.
El Espíritu Erasto, señores, que ya conocéis por las notables disertaciones que habéis leído de su autoría, también quiere aportaros el tributo de sus consejos. Antes de mi partida de París, él dictó, por intermedio de su médium habitual, la siguiente comunicación, cuya lectura tendré el honor de hacer.
Señoras y señores:
Es con felicidad que atendí al llamado que habéis tenido a bien hacerme, y la simpática acogida que recibo de vosotros es una de esas satisfacciones morales que dejan en el corazón una impresión profunda e inolvidable. Si me siento feliz con esta acogida cordial, es porque veo en la misma un homenaje rendido a la Doctrina que profesamos y a los Espíritus buenos que nos la enseñan, mucho más que a mí personalmente, que no soy más que un instrumento en las manos de la Providencia. Convencido de la verdad de esta Doctrina y del bien que Ella está llamada a producir, he tratado de coordinar sus elementos; me he esforzado por volverla clara e inteligible para todos; ésta es toda la parte que me corresponde y es por eso que jamás me he considerado su creador: el honor pertenece enteramente a los Espíritus; por lo tanto, es sólo a ellos que deben ser dirigidos los testimonios de vuestra gratitud, y no acepto los elogios que me hacéis sino como un estímulo para proseguir mi tarea con perseverancia.
En los trabajos que he realizado para alcanzar el objetivo que me había propuesto, sin duda he sido ayudado por los Espíritus, como ellos mismos me lo han dicho varias veces, pero sin ninguna señal exterior de mediumnidad. Por lo tanto, no soy médium en el sentido usual de la palabra, y hoy comprendo que es mejor para mí que haya sido así. Con una mediumnidad efectiva, yo solamente habría escrito bajo una misma influencia; habría sido llevado a sólo aceptar como verdad lo que me hubiera sido dado, y esto quizá equivocadamente; mientras que, en mi posición, convenía que tuviese una libertad absoluta para tomar lo bueno en todos los lugares donde lo encontrase y del lado donde viniera. De este modo, he podido hacer una selección de diversas enseñanzas, sin prevención y con total imparcialidad. He visto, estudiado y observado mucho, pero siempre con una mirada impasible, y nada más ambiciono sino ver que la experiencia que he adquirido pueda ser aprovechada por los demás, a los cuales me siento feliz por poder evitarles los escollos inseparables de todo aprendizaje.
Si he trabajado mucho, y si trabajo todos los días, soy muy ampliamente recompensado por la marcha tan rápida de la Doctrina, cuyos progresos superan todo lo que era permitido esperar por los resultados morales que Ella produce, y estoy dichoso por ver que la ciudad de Burdeos, no solamente no se queda atrás de este movimiento, sino que se dispone a marchar adelante, ya sea por el número como por la cualidad de los adeptos. Si consideramos que el Espiritismo debe su propagación a sus propias fuerzas, sin el apoyo de ninguno de los auxiliares que comúnmente dan resultado, y a pesar de los esfuerzos de una oposición sistemática o, más bien, debido inclusive a tales esfuerzos, no podemos dejar de ver en eso el dedo de Dios. Si sus enemigos –a pesar de ser poderosos– no han podido paralizar el progreso de la Doctrina, es preciso concordar que el Espiritismo es más poderoso que ellos y, así como la serpiente de la fábula, utilizan en vano sus dientes contra la lima de acero.
Si decimos que el secreto de su poder está en la voluntad de Dios, los que no creen en Dios escarnecerán de eso. Hay también personas que no niegan a Dios, pero piensan que son más fuertes que Él; éstos no se ríen: oponen barreras que creen infranqueables y, no obstante, el Espiritismo las franquea todos los días ante sus ojos. En efecto, es que el Espiritismo extrae de su naturaleza, en su propia esencia, una fuerza irresistible. Por lo tanto, ¿cuál es el secreto de esta fuerza? ¿Tendremos que esconderlo, por miedo a que, una vez conocido, sus enemigos saquen provecho de ese secreto –a ejemplo de Sansón– y venzan? De ninguna manera; en el Espiritismo no hay misterios: todo se hace a la luz del día, y podemos sin temor revelarlo abiertamente. Aunque yo ya lo haya dicho, tal vez no esté fuera de propósito repetirlo aquí, para que se sepa bien que si entregamos a nuestros adversarios el secreto de nuestras fuerzas, es porque también conocemos el lado débil de ellos.
La fuerza del Espiritismo tiene dos causas preponderantes: la primera es que vuelve felices a aquellos que lo conocen, lo comprenden y lo practican; ahora bien, como hay muchas personas infelices, Él recluta a un innumerable ejército entre los que sufren. ¿Quieren quitarle ese elemento de propagación? Que vuelvan a los hombres de tal modo felices, moral y materialmente, que no tengan nada más que desear, ni en este mundo ni en el otro; no pedimos más, desde que el objetivo sea alcanzado. La segunda causa es que el Espiritismo no reposa sobre la cabeza de ningún hombre que se pueda derribar; Él no tiene un foco único que se pueda extinguir: su foco está en todas partes, porque en todas partes hay médiums que pueden comunicarse con los Espíritus; no hay familia que no los tenga en su seno, y estas palabras del Cristo se cumplen: Vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán, y verán visiones. En fin, el Espiritismo es una idea, y no hay barreras impenetrables a la idea, ni lo bastante altas como para que no las pueda franquear. Mataron al Cristo, a sus apóstoles y a sus discípulos; pero el Cristo había sembrado en el mundo la idea cristiana, y esta idea ha triunfado sobre la persecución de los Césares omnipotentes. Por lo tanto, ¿por qué el Espiritismo, que no es otra cosa sino el desarrollo y la aplicación de la idea cristiana, no triunfaría sobre algunos burlones o antagonistas que, hasta el presente y a pesar de sus esfuerzos, no han podido oponerle sino una negación estéril? ¿Hay en esto una pretensión quimérica? ¿Un sueño reformista? Los hechos están ahí para responder: el Espiritismo –contra viento y marea– penetra en todas partes; como el polen fecundante de las flores, es llevado por los vientos y echa raíces en los cuatro puntos del mundo, porque en todas partes Él encuentra una tierra fecunda en sufrimientos, sobre la cual derrama su bálsamo consolador. Suponed, pues, el estado más absoluto que la imaginación pueda soñar, reclutando a todos los esbirros para detener el paso de dicha idea; ¿esto impedirá que los Espíritus lleguen y se manifiesten espontáneamente? ¿Impedirán que los médiums se reúnan en la intimidad de las familias? Supongamos que se fuera lo suficientemente fuerte como para que se impidiese escribir o para que se prohibiera la lectura de los libros, ¿pueden impedir que se escuche, considerándose que hay médiums auditivos? ¿Impedirán que el padre reciba los consuelos del hijo que ha desencarnado? Por lo tanto, veis que es imposible, y que yo tenía razón en decir que el Espiritismo puede, sin temor, entregar el secreto de sus fuerzas a sus enemigos.
Está bien –dirán; cuando una cosa es inevitable, es preciso aceptarla; mas si fuere una idea falsa o mala, ¿no habría razón para obstaculizarla? Primero sería necesario probar que es falsa; ahora bien, hasta el presente, ¿qué oponen sus adversarios? Burlas y negaciones que, en buena lógica, nunca han sido argumentos; pero una refutación seria, sólida, o una demostración categórica, evidente, ¿dónde la encontráis? En ningún lugar, ni en las críticas de la Ciencia ni en otra parte. Por otro lado, cuando una idea se propaga con la rapidez del relámpago; cuando encuentra innumerables ecos en las clases más esclarecidas de la sociedad; cuando tiene sus raíces en todos los pueblos, desde que hay hombres en la Tierra; cuando los mayores filósofos sacros y profanos la han proclamado, es ilógico suponer que solamente repose sobre la mentira y la ilusión. Todo hombre sensato, que no esté cegado por la pasión o por el interés personal, dirá que debe haber allí algo de verdadero, y por lo menos el hombre prudente, antes de negar, suspenderá su juicio.
¿La idea es mala? Si es verdadera, si no es más que una aplicación de las leyes de la naturaleza, parece difícil que pueda ser mala, a menos que se admita que Dios haya realizado mal aquello que hizo. ¿Cómo una Doctrina sería mala cuando vuelve mejores a los que la profesan, cuando consuela a los afligidos, da resignación en la infelicidad, restablece la paz en las familias, calma la efervescencia de las pasiones e impide el suicidio? Dicen algunos que el Espiritismo es contrario a la religión. He aquí la gran palabra con la que intentan asustar a los tímidos y a los que no conocen la Doctrina Espírita. ¿Cómo una Doctrina que vuelve mejores a las personas, que enseña la moral evangélica, que sólo predica la caridad, el olvido de las ofensas, la sumisión a la voluntad de Dios, sería contraria a la religión? Es un contrasentido; afirmar semejante cosa sería acusar a la propia religión; es por eso que yo digo que aquellos que hablan así no conocen el Espiritismo. Si ese fuera el resultado, ¿por qué Él conduciría a las ideas religiosas a los que no creen en nada? ¿Por qué haría orar a aquellos que se habían olvidado de hacerlo desde su niñez?
Además, hay otra respuesta igualmente perentoria: el Espiritismo es ajeno a toda cuestión dogmática. A los materialistas, Él prueba la existencia del alma; a los que únicamente creen en la nada, Él prueba la vida eterna; a los que creen que Dios no se ocupa con las acciones de los hombres, la Doctrina Espírita prueba las penas y las recompensas futuras. Al destruir el Materialismo, la Doctrina destruye la mayor llaga social: he aquí su objetivo. En cuanto a las creencias especiales, no se ocupa de las mismas, y deja total libertad a cada uno; el materialista es el mayor enemigo de la religión; al conducirlo al Espiritualismo, el Espiritismo le hace recorrer tres cuartas partes del camino para entrar en el seno de la Iglesia. Le corresponde a la Iglesia hacer el resto; pero si la comunión hacia la cual él tendería a unirse lo rechaza, sería de temerse que él se volviera hacia otra.
Al deciros esto, señores –y vosotros lo sabéis tan bien como yo–, es como predicar a los convertidos. Pero hay otro punto sobre el cual es útil decir algunas palabras.
Si los enemigos de afuera nada pueden contra el Espiritismo, lo mismo no sucede con los de dentro; me refiero a los que son más espíritas de nombre que de hecho, sin hablar de los que usan una máscara y dicen que profesan el Espiritismo. El lado más bello del Espiritismo es el lado moral: por sus consecuencias morales es que Él ha de triunfar, pues ahí está su fuerza, porque ahí es invulnerable. Él inscribe en su bandera: Amor y Caridad, y ante ese paladión más poderoso que el de Minerva, porque viene del Cristo, la propia incredulidad se inclina. ¿Qué puede oponerse a una Doctrina que lleva a los hombres a amarse como hermanos? Si no se admite la causa, por lo menos se ha de respetar el efecto; ahora bien, el mejor medio de probar la realidad del efecto es aplicarlo a sí mismo; es mostrar a los enemigos de la Doctrina, con nuestro propio ejemplo, que Ella nos vuelve realmente mejores. Pero ¿cómo hacer creer que un instrumento puede producir armonía si emite sonidos disonantes? Del mismo modo, ¿cómo persuadir que el Espiritismo debe llevar a la concordia si aquellos que lo profesan, o que supuestamente lo profesan –lo que para los adversarios es lo mismo–, se tiran piedras? ¿Si basta una simple susceptibilidad de amor propio o de preferencia para dividirlos? ¿No es este el medio de contradecir su propio argumento? Por lo tanto, los enemigos más peligrosos del Espiritismo son aquellos que se desmienten a sí mismos al no practicar la ley que proclaman. Sería pueril provocar disidencias por matices de opinión; habría una evidente malevolencia, un olvido del primer deber del verdadero espírita en separarse por una cuestión personal, porque el sentimiento de personalismo es fruto del orgullo y del egoísmo.
Señores, es necesario no olvidarse que los enemigos del Espiritismo son de dos órdenes: de un lado, tenéis a los burlones y a los incrédulos, los cuales reciben diariamente los desmentidos de los hechos; tenéis razón en no temerlos. Sin quererlo, sirven a nuestra causa y, por esto, debemos agradecerles. De otro lado, están las personas interesadas en combatir a la Doctrina; a éstas no esperéis encaminarlas mediante la persuasión, pues no buscan la luz; en vano mostraréis a sus ojos la evidencia del Sol: son ciegas porque no quieren ver. No os atacan porque estéis equivocados, sino porque estáis con la verdad y, con o sin motivo, creen que el Espiritismo es perjudicial a sus intereses materiales; si estuviesen persuadidas de que es una quimera, lo dejarían absolutamente tranquilo. También el encarnizamiento crece en razón del progreso de la Doctrina, de tal manera que se puede medir la importancia de la misma por la violencia de los ataques. En cuanto sólo veían en el Espiritismo un juego de mesas giratorias, no dijeron nada, contando con el capricho de la moda; pero hoy, que a pesar de su mala voluntad ven la insuficiencia de la burla, usan otros medios. Sean cuales fueren, estos medios nos han demostrado su impotencia; entretanto, si no pueden sofocar esa voz que se eleva en todas las partes del mundo y si no pueden detener ese torrente que los invade de todos lados, ellos harán de todo para ponerle obstáculos y, si pudieren hacer retroceder el progreso por un solo día, dirán entonces que es un día que ganaron.
Esperad, pues, que el terreno sea disputado paso a paso, porque el interés material es el más tenaz de todos; para éste, los derechos más sagrados de la Humanidad no son nada; tenéis la prueba de ello en la lucha norteamericana: «¡Que perezca la unión que hacía nuestra gloria, en vez de nuestros intereses!» –dicen los esclavistas. Así hablan los adversarios del Espiritismo, porque la cuestión humanitaria es la menor de sus preocupaciones. ¿Qué oponerles? Una bandera que los haga palidecer, porque ellos saben bien que ésta lleva las siguientes palabras que salieron de la boca del Cristo: Amor y Caridad, palabras que son una sentencia para ellos. Alrededor de esta bandera, que todos los verdaderos espíritas se unan, y serán fuertes, porque la unión hace la fuerza. Por lo tanto, reconoced a los verdaderos defensores de vuestra causa, no por palabras vanas, que no cuestan nada, sino por la práctica de la ley de amor y de caridad, por la abnegación de la personalidad. El mejor soldado no es aquel que blande más alto el sable, sino el que sacrifica valientemente su vida. Observad, pues, haciendo causa común con vuestros enemigos, a todos aquellos que tienden a arrojar entre vosotros el fermento de la discordia, porque voluntaria o involuntariamente proveen armas contra vosotros; en todo caso, no contéis más con ellos, que son como esos malos soldados que huyen al primer tiro de fusil.
Entretanto –diréis–, si las opiniones están divididas sobre algunos puntos de la Doctrina, ¿cómo reconocer de qué lado está la verdad? Es la cosa más fácil. En primer lugar, tenéis como peso vuestro juicio y como medida la lógica sana e inflexible. En segundo lugar, tendréis el consentimiento de la mayoría, porque –creedlo– el número creciente o decreciente de los partidarios de una idea os da la medida de su valor. Si es falsa, no podría conquistar más voces que la verdad: Dios no lo permitiría; Él puede dejar que el error se presente por aquí y por allí, para hacernos ver sus procedimientos y enseñarnos a reconocer la verdad; sin esto, ¿dónde estaría nuestro mérito si no tuviésemos la libertad de elegir? ¿Queréis otro criterio de la verdad? He aquí uno que es infalible. Ya que la divisa del Espiritismo es Amor y Caridad, reconoceréis la verdad por la práctica de esta máxima, y tendréis la certeza de que aquel que arroja piedras al otro no puede estar, en absoluto, con la verdad. En cuanto a mí, señores, habéis escuchado mi profesión de fe. Que Dios no lo permita, pero si surgieren disidencias entre vosotros –lo digo con pesar–, yo me distanciaría abiertamente de los que desertasen de la bandera de la fraternidad, porque éstos no podrían ser considerados como verdaderos espíritas, a mis ojos.
En todo caso, de ninguna manera os inquietéis con algunas disidencias pasajeras; luego tendréis la prueba de que las mismas no tienen consecuencias graves; son pruebas para vuestra fe y vuestro juicio; frecuentemente son también medios que Dios y los Espíritus buenos permiten para dar la medida de vuestra sinceridad y para hacer conocer a aquellos con los cuales podemos realmente contar en caso de necesidad, lo que evita así ponerse en evidencia. Son pequeñas piedras puestas en vuestro camino, a fin de habituaros a ver en qué os apoyáis.
Me queda por hablaros, señores, sobre la organización de la Sociedad. Puesto que consentís en solicitar mi opinión, os diré lo que he dicho el año pasado en Lyon; los mismos motivos me llevan a disuadiros, con todas mis fuerzas, del proyecto de formar una Sociedad única abarcando a todos los espíritas de la ciudad, lo que sería totalmente impracticable por el número creciente de sus adeptos. No tardaríais en ser detenidos por obstáculos materiales y por dificultades morales aún mayores, que os mostrarían su imposibilidad; es mejor, pues, no emprender una cosa a la que seríais obligados a renunciar. Todas las consideraciones en apoyo a esta opinión están completamente desarrolladas en la nueva edición de El Libro de los Médiums, que os invito a consultar. No agregaré sino unas pocas palabras.
Lo que es difícil obtener en una reunión numerosa es más fácil conseguirlo en los Grupos particulares; los mismos se forman por una afinidad de gustos, de sentimientos y de hábitos. Dos Grupos separados pueden tener una manera de ver diferente sobre algunos puntos de detalle y no por ello dejan de caminar en armonía, mientras que si estuviesen reunidos, la divergencia de opiniones traería inevitablemente perturbaciones.
El sistema de la multiplicación de los Grupos tiene también como resultado poner término a las rivalidades de supremacía y de presidencia. Cada Grupo es naturalmente presidido por el dueño de la casa o por el que fuere designado, y todo pasa en familia. Si la alta dirección del Espiritismo, en una ciudad, incumbe a alguien, éste será llamado por la fuerza de las cosas, y un consentimiento tácito lo designará muy naturalmente en razón de su mérito personal, de sus cualidades conciliadoras, de la dedicación y abnegación de las que habrá dado prueba, de los servicios reales que habrá prestado a la causa. Así, y sin buscarla, adquirirá una fuerza moral que nadie pensará en discutirle, porque todos la reconocerán en él, mientras que aquel que –por su autoridad privada– buscara imponerse o que fuera llevado por una camarilla, encontraría oposición por parte de todos aquellos que no le reconociesen las cualidades morales necesarias, surgiendo de ahí una causa inevitable de divisiones.
Es una cosa seria conferir a alguien la dirección suprema de la Doctrina; antes de hacerlo, es necesario estar muy seguro de él en todos los aspectos, porque si el mismo tiene ideas erróneas podría arrastrar a la Sociedad a una pendiente perjudicial y tal vez a su ruina. En los Grupos particulares, cada uno puede dar pruebas de habilidad y someterse –para más tarde– al sufragio de sus colegas, si fuere conveniente; pero nadie puede pretender ser general antes de haber sido soldado. Así como al buen general se lo reconoce por su coraje y por sus talentos, al verdadero espírita se lo reconoce por sus cualidades; ahora bien, la primera de que se debe dar pruebas es la abnegación de la personalidad; por lo tanto, es por sus actos que lo reconocemos, más que por sus palabras. Lo que es necesario para tal dirección es un verdadero espírita, y el verdadero espiritista no es movido por la ambición, ni por el amor propio. Señores, llamo para este asunto vuestra atención sobre las diversas categorías de espíritas, cuyos caracteres distintivos están claramente definidos en El Libro de los Médiums (ítem N° 28).
Además, sea cual fuere la naturaleza de la reunión, numerosa o no, las condiciones que debe cumplir para alcanzar su objetivo son las mismas; es a esto que es preciso dar todos nuestros cuidados, y aquellos que cumplan dichas condiciones serán fuertes, porque tendrán necesariamente el apoyo de los Espíritus buenos. Esas condiciones se encuentran en El Libro de los Médiums (ítem N° 341).
Un error bastante frecuente entre algunos adeptos nuevos es el de creerse que se han vuelto maestros después de algunos meses de estudio. Como sabéis, el Espiritismo es una ciencia inmensa, cuya experiencia sólo puede adquirirse con el tiempo, ya sea en esto como en todas las cosas. En esa pretensión de no necesitar más de consejos ajenos y de creerse por encima de todos hay una prueba de insuficiencia, ya que falta a uno de los primeros preceptos de la Doctrina: la modestia y la humildad. Cuando los Espíritus malos encuentran semejantes disposiciones en un individuo, no dejan de sobreexcitarlas y fomentarlas, persuadiéndolo de que sólo él posee la verdad. Es uno de los escollos que pueden ser encontrados y contra el cual he creído un deber precaveros, agregando que no basta decirse espírita, como no basta decirse cristiano: es necesario demostrarlo en la práctica.
Si a través de la formación de Grupos se evita la rivalidad de los individuos, ¿no puede existir esa rivalidad entre los propios Grupos que, al caminar por sendas un poco divergentes, podrían producir cismas, mientras que una Sociedad única mantendría la unidad de principios? A esto respondo que el inconveniente señalado no sería evitado, puesto que aquellos que no adoptasen los principios de la Sociedad se separarían de la misma y nada los impediría que se aislaran. Los Grupos son como pequeñas Sociedades, que necesariamente avanzarán en la misma senda si todos adoptan la misma bandera y las bases de la ciencia consagradas por la experiencia. Al respecto, llamo también vuestra atención para el ítem Nº 348 de El Libro de los Médiums. Por lo demás, nada impide que un Grupo Central esté formado por delegados de diversos Grupos particulares que tendrían así un punto de unión y una comunicación directa con la Sociedad de París. Después, todos los años, una asamblea general podría reunir a todos los adeptos y volverse así una verdadera fiesta del Espiritismo. Además, acerca de esos diversos puntos, he preparado una instrucción detallada que tendré el honor de transmitiros ulteriormente, ya sea sobre la organización, como sobre el orden de los trabajos. Aquellos que la sigan se mantendrán naturalmente en la unidad de principios.
Señores, tales son los consejos que creo un deber daros, puesto que habéis consentido en consultar mi opinión. Me siento feliz en añadir que encontré en Burdeos a excelentes personas y un progreso mucho mayor de lo que esperaba; he encontrado a un gran número de verdaderos y sinceros espíritas, y llevo de mi visita la esperanza fundada de que nuestra Doctrina se desarrollará acá sobre las más amplias bases y en excelentes condiciones. Creed realmente que mi colaboración nunca faltará en todo lo que esté a mi alcance, a fin de secundar los esfuerzos de aquellos que son sincera y concienzudamente dedicados de corazón a esta noble causa, que es la de la Humanidad.
El Espíritu Erasto, señores, que ya conocéis por las notables disertaciones que habéis leído de su autoría, también quiere aportaros el tributo de sus consejos. Antes de mi partida de París, él dictó, por intermedio de su médium habitual, la siguiente comunicación, cuya lectura tendré el honor de hacer.
Primera Epístola a los espíritas de Burdeos, por Erasto, humilde servidor de Dios
Mis buenos amigos, ¡que la paz del Señor sea con vosotros, a fin de que nada venga a perturbar la buena armonía que debe reinar en un Centro de espíritas sinceros! Sé cuán profunda es vuestra fe en Dios y cuán fervorosos adeptos sois de la Nueva Revelación. Es por eso que os digo, con toda la efusión de mi ternura para con vosotros, que yo lo lamentaría, que todos nosotros lo lamentaríamos –nosotros que, bajo la dirección del Espíritu de Verdad, somos los iniciadores del Espiritismo en Francia–, si desapareciera de vuestro medio la concordia, de la que disteis pruebas brillantes hasta el momento; si no hubieseis dado el ejemplo de una sólida fraternidad; en fin, si no fueseis un Centro serio e importante de la gran comunión espírita francesa, yo habría dejado esta cuestión en el olvido. Pero si la he planteado, es que tengo razones plausibles para exhortaros a mantener la unión, la paz y la unidad de Doctrina entre vuestros diversos Grupos. Sí, estimados discípulos míos, aprovecho con complacencia esta ocasión –que nosotros mismos hemos preparado–, a fin de mostraros cuán funesta sería para el desarrollo del Espiritismo, y qué escándalo causaría entre vuestros hermanos de otras tierras, la noticia de una escisión en el Centro que hasta ahora nos agrada citar, por su espíritu de fraternidad, a todos los otros Grupos formados o en vías de formación. No ignoro, como tampoco debéis ignorar, que van a hacer todo lo posible para sembrar la división entre vosotros; que os tenderán trampas; que prepararán emboscadas de toda especie en vuestro camino; que os incitarán unos contra otros, a fin de fomentar la división y llevar a una ruptura que será lamentable en todos los aspectos; pero podréis evitar todo eso al practicar los sublimes preceptos de la ley de amor y de caridad, primero en vosotros mismos, y después con todos. No, estoy convencido de que no daréis a los enemigos de nuestra santa causa la satisfacción de decir: «Ved a esos espíritas de Burdeos, que eran mostrados como siendo la vanguardia de los nuevos creyentes; ¡ellos ni siquiera saben ponerse de acuerdo entre sí!» Queridos amigos míos, es esto lo que os espera y lo que nos espera a todos. Vuestros excelentes Guías ya os han dicho: Tendréis que luchar no sólo contra los orgullosos, los egoístas, los materialistas y todos esos desdichados que están imbuidos del espíritu del siglo, sino aún, y sobre todo, contra la turba de Espíritus embusteros que, al encontrar en vuestro medio un raro conjunto de médiums –porque al respecto habéis sido mejor contemplados–, vendrán pronto a atacaros: unos, con disertaciones hábilmente combinadas, en las cuales, mediante algunas peroratas piadosas, insinuarán la herejía o algún principio de disolución; otros, con comunicaciones abiertamente hostiles a las enseñanzas dadas por los verdaderos misioneros del Espíritu de Verdad. ¡Ah! Creedme, nunca temáis desenmascarar a los impostores que, como nuevos Tartufos, se introducirían entre vosotros bajo la máscara de la religión; igualmente no tengáis consideración para con los lobos devoradores, que se esconden bajo pieles de cordero. Con la ayuda de Dios, que nunca invocaréis en vano, y con la asistencia de los Espíritus buenos que os protegen, permaneceréis inquebrantables en vuestra fe; los Espíritus malos os encontrarán invulnerables, y cuando vean que sus flechas se debilitan contra el amor y la caridad que animan vuestros corazones, se retirarán muy confundidos de una campaña donde sólo habrán recogido la impotencia y la vergüenza. Al encarar como subversiva toda doctrina contraria a la moral del Evangelio y a las prescripciones generales del Decálogo, que se resumen en esta ley concisa: Amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo, permaneceréis invariablemente unidos. Además, en todo es preciso saber someterse a la ley común: a nadie cabe sustraerse de la misma o querer imponer su opinión y su sentimiento cuando éstos no sean aceptados por los otros miembros de una misma familia espírita; y en esto os invito encarecidamente a tomar como modelo la práctica y el reglamento de la Sociedad de Estudios Espíritas de París, donde nadie, sea cual fuere su posición, su edad, los servicios prestados o la autoridad adquirida, puede sustituir por su iniciativa personal a la de la Sociedad de la que hace parte y, a fortiori, comprometerla en nada por medio de medidas que Ella no aprobó. Dicho esto, es indiscutible que los adeptos de un mismo Grupo deben tener una justa deferencia para con la sabiduría y la experiencia adquiridas: la experiencia no es un atributo exclusivo del que tiene más edad ni del más erudito, sino del que se ocupó de nuestra consoladora filosofía por más tiempo y con más provecho para todos. En cuanto a la sabiduría, os corresponde examinar a aquel o aquellos que, entre vosotros, siguen y practican mejor los preceptos y las leyes. Sin embargo, amigos míos, antes de seguir vuestras propias inspiraciones, no olvidéis que tenéis a vuestros consejeros y a vuestros protectores espirituales para consultar, y éstos jamás os faltarán cuando lo solicitéis con fervor y con un objetivo de interés general. Para esto necesitáis de buenos médiums, y aquí veo que los hay excelentes, en medio de los cuales sólo tenéis que elegir. Por cierto –y yo las conozco– la Sra. de Cazemajoux, la Srta. Cazemajoux y algunos otros poseen cualidades medianímicas en el más alto grado y, al respecto, ninguna región ha sido mejor contemplada que Burdeos, os lo repito.
Tuve que haceros escuchar una voz un tanto más severa, mis bienamados, porque el Espíritu de Verdad, el Maestro de todos nosotros, espera más de vosotros. Recordad que hacéis parte de la vanguardia espírita, y que la vanguardia –así como el Estado Mayor– debe dar a todos el ejemplo de absoluta sumisión a la disciplina establecida. ¡Ah! Vuestra tarea no es fácil, pues es a vosotros que os incumbe el trabajo de levantar el hacha, con mano vigorosa, contra las florestas sombrías del materialismo y perseguir hasta sus últimas trincheras los intereses materiales mancomunados. Nuevos Jasones: marchad a la conquista del verdadero vellocino de oro, es decir, de esas ideas nuevas y fecundas que deben regenerar al mundo; pero ya no marcháis más en vuestro interés privado, ni tampoco en interés de la generación actual, sino sobre todo en interés de las generaciones futuras, para las cuales preparáis el camino. Hay en esta obra un sello de abnegación y de grandeza que marcará con admiración y reconocimiento a los siglos futuros, y de la cual Dios –creedme– sabrá tomaros en cuenta. Tuve que hablaros como lo hice porque me dirijo a personas que escuchan la razón; a hombres serios que tienen un objetivo eminentemente útil: el mejoramiento y la emancipación de la raza humana; a espíritas, en fin, que enseñan y predican con el ejemplo, que el mejor medio para llegar allí está en la práctica de las verdaderas virtudes cristianas. He tenido que hablaros así porque era necesario preveniros contra un peligro, dándolo a conocer: éste era mi deber y vengo a cumplirlo. De este modo, ahora puedo encarar el futuro sin inquietud, porque estoy convencido de que mis palabras han de ser provechosas para todos y para cada uno, y que el egoísmo, el amor propio o la vanidad ya no tendrán ningún acesso a los corazones donde reine por completo la verdadera fraternidad.
Espíritas de Burdeos, recordad que la unión entre vosotros es el verdadero camino hacia la unificación y la fraternidad universales; al respecto, me siento feliz, muy feliz, en poder constatar claramente que el Espiritismo os hace dar un paso hacia delante. Por lo tanto, recibid nuestras felicitaciones, porque aquí os hablo en nombre de todos los Espíritus que presiden la gran obra de la regeneración humana, por haber abierto, a través de vuestra iniciativa, un nuevo campo de investigación y una nueva causa de certeza a los estudios de los fenómenos del Más Allá, por vuestro pedido de afiliación –no como individuos aislados, sino como Grupo compacto– a la Sociedad Iniciadora de París. Por la importancia de dicha iniciativa, reconozco la alta sabiduría de vuestros guías principales, y agradezco por ello al tierno Fenelón y a sus fieles auxiliares Georges y Marius, que presiden con él vuestras piadosas reuniones de estudio. Aprovecho esta circunstancia para también testimoniar a favor de los Espíritus Ferdinand y Felicia, que todos vosotros conocéis. Aunque estos dignos colaboradores hayan hecho el bien por el bien mismo, es bueno que sepáis que es gracias a esos modestos pioneros, secundados por el humilde Marcelin, que nuestra santa Doctrina ha prosperado tan rápidamente en Burdeos y en el sudoeste de Francia.
Sí, mis fieles creyentes, vuestra admirable iniciativa será seguida –bien lo sé– por todos los Grupos Espíritas seriamente formados. Es, pues, un inmenso paso hacia delante. Comprendisteis, y todos vuestros hermanos comprenderán como vosotros, cuántas ventajas, cuáles progresos y qué divulgación resultarán de la adopción de un programa uniforme para los trabajos y estudios de la Doctrina que nosotros os hemos revelado. No obstante, queda claro que cada Grupo conservará su originalidad y su iniciativa particular; pero más allá de sus trabajos particulares tendrá que ocuparse de diversas cuestiones de interés general, sometidas a su examen por la Sociedad Central, y resolver diversas dificultades cuya solución, hasta ahora, no ha podido ser obtenida por los Espíritus, por razones que sería inútil desarrollar aquí. Creo que sería una falta de cortesía si yo hiciera resaltar a vuestros ojos las consecuencias que resultarán de trabajos simultáneos; y entonces, ¿quién se atreverá a negar una verdad, cuando esta verdad es confirmada por la unanimidad o por la mayoría de las respuestas medianímicas obtenidas simultáneamente en Lyon, Burdeos, Constantinopla, Metz, Bruselas, Sens, México, Carlsruhe, Marsella, Toulouse, Mâcon, Sétif, Argel, Orán, Cracovia, Moscú, San Petersburgo, así como en París?
Os he hablado con la ruda franqueza que uso con vuestros hermanos de París. Sin embargo, no os dejaré sin testimoniar mis simpatías justamente conquistadas por esa familia patriarcal, donde excelentes Espíritus, incumbidos de vuestra dirección espiritual, han comenzado a hacer escuchar sus elocuentes palabras; he nombrado a la familia Sabò que, con constancia y piedad inalterables, ha sabido atravesar las pruebas dolorosas con las que Dios ha tenido a bien afligirla, a fin de elevarla y volverla apta para su misión actual. Tampoco no debo olvidar la dedicada colaboración de todos aquellos que, en sus respectivas esferas, han contribuido para propagar nuestra consoladora Doctrina. Amigos míos, continuad marchando decididamente por el camino abierto: él os llevará con seguridad hacia las esferas etéreas de la perfecta felicidad, donde os he de encontrar. Espíritas de Burdeos: en nombre del Espíritu de Verdad que os ama, ¡yo os bendigo!
ERASTO
Mis buenos amigos, ¡que la paz del Señor sea con vosotros, a fin de que nada venga a perturbar la buena armonía que debe reinar en un Centro de espíritas sinceros! Sé cuán profunda es vuestra fe en Dios y cuán fervorosos adeptos sois de la Nueva Revelación. Es por eso que os digo, con toda la efusión de mi ternura para con vosotros, que yo lo lamentaría, que todos nosotros lo lamentaríamos –nosotros que, bajo la dirección del Espíritu de Verdad, somos los iniciadores del Espiritismo en Francia–, si desapareciera de vuestro medio la concordia, de la que disteis pruebas brillantes hasta el momento; si no hubieseis dado el ejemplo de una sólida fraternidad; en fin, si no fueseis un Centro serio e importante de la gran comunión espírita francesa, yo habría dejado esta cuestión en el olvido. Pero si la he planteado, es que tengo razones plausibles para exhortaros a mantener la unión, la paz y la unidad de Doctrina entre vuestros diversos Grupos. Sí, estimados discípulos míos, aprovecho con complacencia esta ocasión –que nosotros mismos hemos preparado–, a fin de mostraros cuán funesta sería para el desarrollo del Espiritismo, y qué escándalo causaría entre vuestros hermanos de otras tierras, la noticia de una escisión en el Centro que hasta ahora nos agrada citar, por su espíritu de fraternidad, a todos los otros Grupos formados o en vías de formación. No ignoro, como tampoco debéis ignorar, que van a hacer todo lo posible para sembrar la división entre vosotros; que os tenderán trampas; que prepararán emboscadas de toda especie en vuestro camino; que os incitarán unos contra otros, a fin de fomentar la división y llevar a una ruptura que será lamentable en todos los aspectos; pero podréis evitar todo eso al practicar los sublimes preceptos de la ley de amor y de caridad, primero en vosotros mismos, y después con todos. No, estoy convencido de que no daréis a los enemigos de nuestra santa causa la satisfacción de decir: «Ved a esos espíritas de Burdeos, que eran mostrados como siendo la vanguardia de los nuevos creyentes; ¡ellos ni siquiera saben ponerse de acuerdo entre sí!» Queridos amigos míos, es esto lo que os espera y lo que nos espera a todos. Vuestros excelentes Guías ya os han dicho: Tendréis que luchar no sólo contra los orgullosos, los egoístas, los materialistas y todos esos desdichados que están imbuidos del espíritu del siglo, sino aún, y sobre todo, contra la turba de Espíritus embusteros que, al encontrar en vuestro medio un raro conjunto de médiums –porque al respecto habéis sido mejor contemplados–, vendrán pronto a atacaros: unos, con disertaciones hábilmente combinadas, en las cuales, mediante algunas peroratas piadosas, insinuarán la herejía o algún principio de disolución; otros, con comunicaciones abiertamente hostiles a las enseñanzas dadas por los verdaderos misioneros del Espíritu de Verdad. ¡Ah! Creedme, nunca temáis desenmascarar a los impostores que, como nuevos Tartufos, se introducirían entre vosotros bajo la máscara de la religión; igualmente no tengáis consideración para con los lobos devoradores, que se esconden bajo pieles de cordero. Con la ayuda de Dios, que nunca invocaréis en vano, y con la asistencia de los Espíritus buenos que os protegen, permaneceréis inquebrantables en vuestra fe; los Espíritus malos os encontrarán invulnerables, y cuando vean que sus flechas se debilitan contra el amor y la caridad que animan vuestros corazones, se retirarán muy confundidos de una campaña donde sólo habrán recogido la impotencia y la vergüenza. Al encarar como subversiva toda doctrina contraria a la moral del Evangelio y a las prescripciones generales del Decálogo, que se resumen en esta ley concisa: Amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo, permaneceréis invariablemente unidos. Además, en todo es preciso saber someterse a la ley común: a nadie cabe sustraerse de la misma o querer imponer su opinión y su sentimiento cuando éstos no sean aceptados por los otros miembros de una misma familia espírita; y en esto os invito encarecidamente a tomar como modelo la práctica y el reglamento de la Sociedad de Estudios Espíritas de París, donde nadie, sea cual fuere su posición, su edad, los servicios prestados o la autoridad adquirida, puede sustituir por su iniciativa personal a la de la Sociedad de la que hace parte y, a fortiori, comprometerla en nada por medio de medidas que Ella no aprobó. Dicho esto, es indiscutible que los adeptos de un mismo Grupo deben tener una justa deferencia para con la sabiduría y la experiencia adquiridas: la experiencia no es un atributo exclusivo del que tiene más edad ni del más erudito, sino del que se ocupó de nuestra consoladora filosofía por más tiempo y con más provecho para todos. En cuanto a la sabiduría, os corresponde examinar a aquel o aquellos que, entre vosotros, siguen y practican mejor los preceptos y las leyes. Sin embargo, amigos míos, antes de seguir vuestras propias inspiraciones, no olvidéis que tenéis a vuestros consejeros y a vuestros protectores espirituales para consultar, y éstos jamás os faltarán cuando lo solicitéis con fervor y con un objetivo de interés general. Para esto necesitáis de buenos médiums, y aquí veo que los hay excelentes, en medio de los cuales sólo tenéis que elegir. Por cierto –y yo las conozco– la Sra. de Cazemajoux, la Srta. Cazemajoux y algunos otros poseen cualidades medianímicas en el más alto grado y, al respecto, ninguna región ha sido mejor contemplada que Burdeos, os lo repito.
Tuve que haceros escuchar una voz un tanto más severa, mis bienamados, porque el Espíritu de Verdad, el Maestro de todos nosotros, espera más de vosotros. Recordad que hacéis parte de la vanguardia espírita, y que la vanguardia –así como el Estado Mayor– debe dar a todos el ejemplo de absoluta sumisión a la disciplina establecida. ¡Ah! Vuestra tarea no es fácil, pues es a vosotros que os incumbe el trabajo de levantar el hacha, con mano vigorosa, contra las florestas sombrías del materialismo y perseguir hasta sus últimas trincheras los intereses materiales mancomunados. Nuevos Jasones: marchad a la conquista del verdadero vellocino de oro, es decir, de esas ideas nuevas y fecundas que deben regenerar al mundo; pero ya no marcháis más en vuestro interés privado, ni tampoco en interés de la generación actual, sino sobre todo en interés de las generaciones futuras, para las cuales preparáis el camino. Hay en esta obra un sello de abnegación y de grandeza que marcará con admiración y reconocimiento a los siglos futuros, y de la cual Dios –creedme– sabrá tomaros en cuenta. Tuve que hablaros como lo hice porque me dirijo a personas que escuchan la razón; a hombres serios que tienen un objetivo eminentemente útil: el mejoramiento y la emancipación de la raza humana; a espíritas, en fin, que enseñan y predican con el ejemplo, que el mejor medio para llegar allí está en la práctica de las verdaderas virtudes cristianas. He tenido que hablaros así porque era necesario preveniros contra un peligro, dándolo a conocer: éste era mi deber y vengo a cumplirlo. De este modo, ahora puedo encarar el futuro sin inquietud, porque estoy convencido de que mis palabras han de ser provechosas para todos y para cada uno, y que el egoísmo, el amor propio o la vanidad ya no tendrán ningún acesso a los corazones donde reine por completo la verdadera fraternidad.
Espíritas de Burdeos, recordad que la unión entre vosotros es el verdadero camino hacia la unificación y la fraternidad universales; al respecto, me siento feliz, muy feliz, en poder constatar claramente que el Espiritismo os hace dar un paso hacia delante. Por lo tanto, recibid nuestras felicitaciones, porque aquí os hablo en nombre de todos los Espíritus que presiden la gran obra de la regeneración humana, por haber abierto, a través de vuestra iniciativa, un nuevo campo de investigación y una nueva causa de certeza a los estudios de los fenómenos del Más Allá, por vuestro pedido de afiliación –no como individuos aislados, sino como Grupo compacto– a la Sociedad Iniciadora de París. Por la importancia de dicha iniciativa, reconozco la alta sabiduría de vuestros guías principales, y agradezco por ello al tierno Fenelón y a sus fieles auxiliares Georges y Marius, que presiden con él vuestras piadosas reuniones de estudio. Aprovecho esta circunstancia para también testimoniar a favor de los Espíritus Ferdinand y Felicia, que todos vosotros conocéis. Aunque estos dignos colaboradores hayan hecho el bien por el bien mismo, es bueno que sepáis que es gracias a esos modestos pioneros, secundados por el humilde Marcelin, que nuestra santa Doctrina ha prosperado tan rápidamente en Burdeos y en el sudoeste de Francia.
Sí, mis fieles creyentes, vuestra admirable iniciativa será seguida –bien lo sé– por todos los Grupos Espíritas seriamente formados. Es, pues, un inmenso paso hacia delante. Comprendisteis, y todos vuestros hermanos comprenderán como vosotros, cuántas ventajas, cuáles progresos y qué divulgación resultarán de la adopción de un programa uniforme para los trabajos y estudios de la Doctrina que nosotros os hemos revelado. No obstante, queda claro que cada Grupo conservará su originalidad y su iniciativa particular; pero más allá de sus trabajos particulares tendrá que ocuparse de diversas cuestiones de interés general, sometidas a su examen por la Sociedad Central, y resolver diversas dificultades cuya solución, hasta ahora, no ha podido ser obtenida por los Espíritus, por razones que sería inútil desarrollar aquí. Creo que sería una falta de cortesía si yo hiciera resaltar a vuestros ojos las consecuencias que resultarán de trabajos simultáneos; y entonces, ¿quién se atreverá a negar una verdad, cuando esta verdad es confirmada por la unanimidad o por la mayoría de las respuestas medianímicas obtenidas simultáneamente en Lyon, Burdeos, Constantinopla, Metz, Bruselas, Sens, México, Carlsruhe, Marsella, Toulouse, Mâcon, Sétif, Argel, Orán, Cracovia, Moscú, San Petersburgo, así como en París?
Os he hablado con la ruda franqueza que uso con vuestros hermanos de París. Sin embargo, no os dejaré sin testimoniar mis simpatías justamente conquistadas por esa familia patriarcal, donde excelentes Espíritus, incumbidos de vuestra dirección espiritual, han comenzado a hacer escuchar sus elocuentes palabras; he nombrado a la familia Sabò que, con constancia y piedad inalterables, ha sabido atravesar las pruebas dolorosas con las que Dios ha tenido a bien afligirla, a fin de elevarla y volverla apta para su misión actual. Tampoco no debo olvidar la dedicada colaboración de todos aquellos que, en sus respectivas esferas, han contribuido para propagar nuestra consoladora Doctrina. Amigos míos, continuad marchando decididamente por el camino abierto: él os llevará con seguridad hacia las esferas etéreas de la perfecta felicidad, donde os he de encontrar. Espíritas de Burdeos: en nombre del Espíritu de Verdad que os ama, ¡yo os bendigo!
Banquete ofrecido al Sr. Allan Kardec por los espíritas de Burdeos
Discurso de agradecimiento del Sr. Lacoste, comerciante
Señores:
Ruego sobre todo a los jóvenes que me escuchan que consientan prestar atención a algunas palabras de afecto fraternal que he escrito especialmente para ellos. La falta de experiencia, la conformidad de nuestras edades y la comunión de nuestras ideas me aseguran su indulgencia.
Ninguno de nosotros, señores, ha recibido con indiferencia la revelación de esta santa Doctrina, cuyos elementos nuevos han sido recopilados por nuestro venerable maestro en un libro sabio. Jamás un campo tan vasto fue abierto a nuestras imaginaciones; nunca un horizonte tan grandioso fue develado a nuestras inteligencias. Sin mirar para atrás, fue con el ardor de la edad juvenil que nos hicimos adeptos de la fe en el porvenir y pioneros de la civilización futura. ¡Dios no permita que yo venga a proferir palabras de desánimo! Vuestras creencias son muy conocidas para mí, señores, y sé que son demasiado sólidas como para creer que la burla o el falso razonamiento de algunos adversarios puedan hacerlas vacilar. La juventud es rica de privilegios, fácil a las nobles emociones y ardiente en los emprendimientos; también tiene el entusiasmo de la fe, esta palanca moral que levanta los mundos. Pero si su imaginación la lleva más allá de los obstáculos, frecuentemente la hace sobrepasar el objetivo. Es contra esos desvíos que os exhorto a precaveros. Librados a vosotros mismos y atraídos por los encantos de la novedad, levantando a cada paso la punta del velo que os ocultaba lo desconocido y tocando casi con el dedo la solución del eterno problema de las causas primarias, tened cuidado para no dejaros embriagar por las alegrías del triunfo. Pocos caminos están exentos de precipicios; la confianza en demasía sigue siempre caminos fáciles, y no hay nada más difícil de obtener de jóvenes soldados –como de inteligencias jóvenes– que la moderación en la victoria. Ahí está el mal que temo para vosotros, como para mí.
Felizmente el remedio está junto al mal. Aquí reunidos, hay entre nosotros los que alían a la madurez de la edad y del talento la dichosa ventaja de haber sido, en nuestra ciudad, los propagadores esclarecidos de la enseñanza espírita. Es a estos Espíritus más calmos y más reflexivos que debéis someter la dirección de vuestros estudios y, gracias a esa deferencia de todos los días, gracias a esa subordinación moral, os será dado traer a la construcción del edificio común una piedra que no ha de tambalear.
Por lo tanto, señores, sepamos vencer las cuestiones pueriles de amor propio; nuestra parte, la parte que toca a nuestros jóvenes, ¿no es tan bella? En efecto, el futuro nos pertenece; cuando nuestros padres en Espiritismo vuelvan a vivir en un mundo mejor, nosotros podremos asistir –llenos de vida y de fe– a la espléndida irradiación de esta verdad, de la cual no habrán vislumbrado en la Tierra sino la misteriosa aurora.
Señores, dejadme, pues, la esperanza de que podáis decir conmigo desde el fondo del corazón:
Gracias a todos nuestros superiores; ¡a todos los que, conocidos o desconocidos, con ropas ricas o con guardapolvos de operario, se hicieron adeptos y propagadores de la Doctrina Espírita en Burdeos! A la prosperidad de la Sociedad Espírita de París, ¡de esa Sociedad que empuña tan alto y tan firme el estandarte bajo el cual aspiramos a alistarnos! Que el Sr. Allan Kardec –maestro de todos nosotros– reciba, al igual que nuestros hermanos de París, la certeza de una profunda simpatía; que él les diga que nuestros jóvenes corazones vibran en unísono y que, aunque con un paso menos firme, no por eso dejamos de contribuir para la regeneración universal, alentados por sus ejemplos y sus éxitos.
Señores:
Ruego sobre todo a los jóvenes que me escuchan que consientan prestar atención a algunas palabras de afecto fraternal que he escrito especialmente para ellos. La falta de experiencia, la conformidad de nuestras edades y la comunión de nuestras ideas me aseguran su indulgencia.
Ninguno de nosotros, señores, ha recibido con indiferencia la revelación de esta santa Doctrina, cuyos elementos nuevos han sido recopilados por nuestro venerable maestro en un libro sabio. Jamás un campo tan vasto fue abierto a nuestras imaginaciones; nunca un horizonte tan grandioso fue develado a nuestras inteligencias. Sin mirar para atrás, fue con el ardor de la edad juvenil que nos hicimos adeptos de la fe en el porvenir y pioneros de la civilización futura. ¡Dios no permita que yo venga a proferir palabras de desánimo! Vuestras creencias son muy conocidas para mí, señores, y sé que son demasiado sólidas como para creer que la burla o el falso razonamiento de algunos adversarios puedan hacerlas vacilar. La juventud es rica de privilegios, fácil a las nobles emociones y ardiente en los emprendimientos; también tiene el entusiasmo de la fe, esta palanca moral que levanta los mundos. Pero si su imaginación la lleva más allá de los obstáculos, frecuentemente la hace sobrepasar el objetivo. Es contra esos desvíos que os exhorto a precaveros. Librados a vosotros mismos y atraídos por los encantos de la novedad, levantando a cada paso la punta del velo que os ocultaba lo desconocido y tocando casi con el dedo la solución del eterno problema de las causas primarias, tened cuidado para no dejaros embriagar por las alegrías del triunfo. Pocos caminos están exentos de precipicios; la confianza en demasía sigue siempre caminos fáciles, y no hay nada más difícil de obtener de jóvenes soldados –como de inteligencias jóvenes– que la moderación en la victoria. Ahí está el mal que temo para vosotros, como para mí.
Felizmente el remedio está junto al mal. Aquí reunidos, hay entre nosotros los que alían a la madurez de la edad y del talento la dichosa ventaja de haber sido, en nuestra ciudad, los propagadores esclarecidos de la enseñanza espírita. Es a estos Espíritus más calmos y más reflexivos que debéis someter la dirección de vuestros estudios y, gracias a esa deferencia de todos los días, gracias a esa subordinación moral, os será dado traer a la construcción del edificio común una piedra que no ha de tambalear.
Por lo tanto, señores, sepamos vencer las cuestiones pueriles de amor propio; nuestra parte, la parte que toca a nuestros jóvenes, ¿no es tan bella? En efecto, el futuro nos pertenece; cuando nuestros padres en Espiritismo vuelvan a vivir en un mundo mejor, nosotros podremos asistir –llenos de vida y de fe– a la espléndida irradiación de esta verdad, de la cual no habrán vislumbrado en la Tierra sino la misteriosa aurora.
Señores, dejadme, pues, la esperanza de que podáis decir conmigo desde el fondo del corazón:
Gracias a todos nuestros superiores; ¡a todos los que, conocidos o desconocidos, con ropas ricas o con guardapolvos de operario, se hicieron adeptos y propagadores de la Doctrina Espírita en Burdeos! A la prosperidad de la Sociedad Espírita de París, ¡de esa Sociedad que empuña tan alto y tan firme el estandarte bajo el cual aspiramos a alistarnos! Que el Sr. Allan Kardec –maestro de todos nosotros– reciba, al igual que nuestros hermanos de París, la certeza de una profunda simpatía; que él les diga que nuestros jóvenes corazones vibran en unísono y que, aunque con un paso menos firme, no por eso dejamos de contribuir para la regeneración universal, alentados por sus ejemplos y sus éxitos.
Discurso de agradecimiento del Sr. Sabò
Señores, los Espíritus también quieren aseverarnos una vez más que hemos conquistado sus simpatías al unir sus deseos a los nuestros para la prosperidad de esta santa Doctrina, que es su obra; el Espíritu Ferdinand, uno de nuestros Guías protectores, ha dictado espontáneamente la siguiente enseñanza, que tengo la felicidad de transmitiros.
“La gran familia espírita, de la que hacéis parte, diariamente ve aumentar el número de sus hijos y, en poco tiempo, no habrá más en vuestra bella patria, ni ciudades ni aldeas donde no se haya instalado la tienda de los miembros de esta tribu bendecida por Dios.
“Ya sería imposible para nosotros señalaros los numerosos Centros que gravitan alrededor del foco luminoso sediado en París, porque los Centros de las grandes ciudades son únicamente conocidos por nosotros. Entre los mismos se distingue, por el saber, por la inteligencia y por la unión fraternal, la Sociedad Espírita de Metz. Ella está destinada a dar frutos en abundancia, y al buscar establecer con ellos relaciones amistosas basadas en una estima recíproca, vosotros llenaréis de suave alegría el corazón paternal de vuestro jefe aquí presente.
“El eminente Espíritu Erasto os lo ha dicho ayer: Sed unidos, la unión hace la fuerza. Por lo tanto, haced todos los esfuerzos para lograrlo, a fin de que en poco tiempo todos los Centros Espíritas franceses, unidos entre sí por los lazos de la fraternidad, caminen a pasos de gigante por la senda trazada.”
FERDINAND, Guía espiritual de la médium.
En conclusión, y como fiel intérprete de los sentimientos expresados por ese Espíritu bueno, manifiesto los mejores deseos a nuestros hermanos espíritas de Metz, en particular, y a todos los espíritas franceses, en general.
Señores:
Persuadido de que las calurosas palabras, pronunciadas ayer entre vosotros por nuestro honorable jefe espírita, no hayan caído en medio de las piedras ni entre los espinos, sino en vuestros corazones, ahora dispuestos a estrechar entre sí los lazos de la fraternidad, vengo a expresar mis felicitaciones a nuestros hermanos espíritas de Lyon; ellos han comenzado su tarea antes que nosotros y, para organizarse, tuvieron que pasar por las mismas dificultades que tiempo atrás nos hicieron sufrir tanto; pero, gracias al impulso que nuestro bienamado jefe les ha dado el año pasado, ellos dieron un paso inmenso en la senda bendita en que los Espíritus buenos vienen a hacer entrar a la Humanidad. Imitémoslos, señores; que una loable emulación pueda unir a los espíritas de Burdeos y de Lyon, a fin de que la comunión de pensamientos y sentimientos, de la cual todos están animados, permita que se diga de ellos: bordeleses y lioneses son hermanos.
Hago votos por la unión de los hermanos de Burdeos y de Lyon.
Señores, los Espíritus también quieren aseverarnos una vez más que hemos conquistado sus simpatías al unir sus deseos a los nuestros para la prosperidad de esta santa Doctrina, que es su obra; el Espíritu Ferdinand, uno de nuestros Guías protectores, ha dictado espontáneamente la siguiente enseñanza, que tengo la felicidad de transmitiros.
“La gran familia espírita, de la que hacéis parte, diariamente ve aumentar el número de sus hijos y, en poco tiempo, no habrá más en vuestra bella patria, ni ciudades ni aldeas donde no se haya instalado la tienda de los miembros de esta tribu bendecida por Dios.
“Ya sería imposible para nosotros señalaros los numerosos Centros que gravitan alrededor del foco luminoso sediado en París, porque los Centros de las grandes ciudades son únicamente conocidos por nosotros. Entre los mismos se distingue, por el saber, por la inteligencia y por la unión fraternal, la Sociedad Espírita de Metz. Ella está destinada a dar frutos en abundancia, y al buscar establecer con ellos relaciones amistosas basadas en una estima recíproca, vosotros llenaréis de suave alegría el corazón paternal de vuestro jefe aquí presente.
“El eminente Espíritu Erasto os lo ha dicho ayer: Sed unidos, la unión hace la fuerza. Por lo tanto, haced todos los esfuerzos para lograrlo, a fin de que en poco tiempo todos los Centros Espíritas franceses, unidos entre sí por los lazos de la fraternidad, caminen a pasos de gigante por la senda trazada.”
En conclusión, y como fiel intérprete de los sentimientos expresados por ese Espíritu bueno, manifiesto los mejores deseos a nuestros hermanos espíritas de Metz, en particular, y a todos los espíritas franceses, en general.
Señores:
Persuadido de que las calurosas palabras, pronunciadas ayer entre vosotros por nuestro honorable jefe espírita, no hayan caído en medio de las piedras ni entre los espinos, sino en vuestros corazones, ahora dispuestos a estrechar entre sí los lazos de la fraternidad, vengo a expresar mis felicitaciones a nuestros hermanos espíritas de Lyon; ellos han comenzado su tarea antes que nosotros y, para organizarse, tuvieron que pasar por las mismas dificultades que tiempo atrás nos hicieron sufrir tanto; pero, gracias al impulso que nuestro bienamado jefe les ha dado el año pasado, ellos dieron un paso inmenso en la senda bendita en que los Espíritus buenos vienen a hacer entrar a la Humanidad. Imitémoslos, señores; que una loable emulación pueda unir a los espíritas de Burdeos y de Lyon, a fin de que la comunión de pensamientos y sentimientos, de la cual todos están animados, permita que se diga de ellos: bordeleses y lioneses son hermanos.
Hago votos por la unión de los hermanos de Burdeos y de Lyon.
Discurso del Sr. Desqueyroux, mecánico
En nombre del grupo de obreros
Sr. Allan Kardec, nuestro querido maestro:
En nombre de todos los obreros espíritas de Burdeos, amigos y hermanos míos, vengo a expresar nuestros deseos de prosperidad para vos. Aunque ya habéis logrado una alta perfección, que Dios os haga crecer aún más en los buenos sentimientos que os animaron hasta este día y, sobre todo, que Él os haga crecer a los ojos del Universo y en el corazón de aquellos que, al seguir vuestra Doctrina, se aproximan a Dios. Nosotros, que somos del número de los que la profesan, os bendecimos desde lo más profundo de nuestros corazones, y rogamos a nuestro Divino Creador que os deje aún por mucho tiempo entre nosotros, a fin de que, cuando haya concluido vuestra misión, estemos lo bastante fortalecidos en la fe como para conducirnos solos, sin apartarnos de la buena senda.
Para nosotros es una inefable felicidad haber nacido en una época en que podemos ser esclarecidos por el Espiritismo. Pero no basta conocer y disfrutar esa felicidad; con la Doctrina hemos contraído compromisos que consisten en cuatro deberes diferentes: el deber de sumisión, que nos haga escucharla con docilidad; el deber de afecto, que nos haga amarla con ternura; el deber de dedicación, para defender sus intereses con fervor, y el deber de práctica, que nos haga honrarla por nuestras obras.
Estamos en el seno del Espiritismo, y el Espiritismo es para nosotros un sólido consuelo en nuestras penas, porque –es preciso confesarlo– hay momentos en la vida en que la razón podría quizá sostenernos, pero hay otros en que uno tiene necesidad de toda la fe que da el Espiritismo para no sucumbir. En vano los filósofos vienen a predicarnos una firmeza estoica, a recitarnos sus máximas pomposas, a decirnos que el erudito no se perturba con nada, que el hombre fue hecho para poseerse a sí mismo y para dominar los acontecimientos de la vida; ¡consuelos insulsos! Lejos de aliviar mi dolor, vosotros lo volvéis más amargo; en todas vuestras palabras no encontramos más que el vacío y la estirilidad; pero el Espiritismo viene en nuestro socorro y nos prueba que nuestra propia aflicción puede contribuir para nuestra felicidad.
Sí, estimado maestro; continuad vuestra augusta misión; continuad mostrándonos esta ciencia que os ha sido dictada por la Bondad Divina, que nos trae consuelo durante esta vida y que será el pensamiento sólido que nos tranquilizará en el momento de la muerte.
Querido maestro, recibid estas pocas palabras que salen del corazón de vuestros hijos, porque sois el padre de todos nosotros, el padre de la clase obrera y de los afligidos. Vos lo sabéis: progreso y sufrimiento marchan juntos; pero cuando la desesperación agobiaba nuestros corazones, vinisteis a traernos fuerzas y coraje. Sí, al mostrarnos el Espiritismo, habéis dicho: “Hermanos, ¡coraje! Soportad sin murmurar las pruebas que os son enviadas, y Dios os bendecirá”. Sabed, pues, que nosotros somos apóstoles dedicados y que, en el presente siglo, como en los siglos venideros, vuestro nombre será bendecido por nuestros hijos y por nuestros amigos obreros.
En nombre del grupo de obreros
Sr. Allan Kardec, nuestro querido maestro:
En nombre de todos los obreros espíritas de Burdeos, amigos y hermanos míos, vengo a expresar nuestros deseos de prosperidad para vos. Aunque ya habéis logrado una alta perfección, que Dios os haga crecer aún más en los buenos sentimientos que os animaron hasta este día y, sobre todo, que Él os haga crecer a los ojos del Universo y en el corazón de aquellos que, al seguir vuestra Doctrina, se aproximan a Dios. Nosotros, que somos del número de los que la profesan, os bendecimos desde lo más profundo de nuestros corazones, y rogamos a nuestro Divino Creador que os deje aún por mucho tiempo entre nosotros, a fin de que, cuando haya concluido vuestra misión, estemos lo bastante fortalecidos en la fe como para conducirnos solos, sin apartarnos de la buena senda.
Para nosotros es una inefable felicidad haber nacido en una época en que podemos ser esclarecidos por el Espiritismo. Pero no basta conocer y disfrutar esa felicidad; con la Doctrina hemos contraído compromisos que consisten en cuatro deberes diferentes: el deber de sumisión, que nos haga escucharla con docilidad; el deber de afecto, que nos haga amarla con ternura; el deber de dedicación, para defender sus intereses con fervor, y el deber de práctica, que nos haga honrarla por nuestras obras.
Estamos en el seno del Espiritismo, y el Espiritismo es para nosotros un sólido consuelo en nuestras penas, porque –es preciso confesarlo– hay momentos en la vida en que la razón podría quizá sostenernos, pero hay otros en que uno tiene necesidad de toda la fe que da el Espiritismo para no sucumbir. En vano los filósofos vienen a predicarnos una firmeza estoica, a recitarnos sus máximas pomposas, a decirnos que el erudito no se perturba con nada, que el hombre fue hecho para poseerse a sí mismo y para dominar los acontecimientos de la vida; ¡consuelos insulsos! Lejos de aliviar mi dolor, vosotros lo volvéis más amargo; en todas vuestras palabras no encontramos más que el vacío y la estirilidad; pero el Espiritismo viene en nuestro socorro y nos prueba que nuestra propia aflicción puede contribuir para nuestra felicidad.
Sí, estimado maestro; continuad vuestra augusta misión; continuad mostrándonos esta ciencia que os ha sido dictada por la Bondad Divina, que nos trae consuelo durante esta vida y que será el pensamiento sólido que nos tranquilizará en el momento de la muerte.
Querido maestro, recibid estas pocas palabras que salen del corazón de vuestros hijos, porque sois el padre de todos nosotros, el padre de la clase obrera y de los afligidos. Vos lo sabéis: progreso y sufrimiento marchan juntos; pero cuando la desesperación agobiaba nuestros corazones, vinisteis a traernos fuerzas y coraje. Sí, al mostrarnos el Espiritismo, habéis dicho: “Hermanos, ¡coraje! Soportad sin murmurar las pruebas que os son enviadas, y Dios os bendecirá”. Sabed, pues, que nosotros somos apóstoles dedicados y que, en el presente siglo, como en los siglos venideros, vuestro nombre será bendecido por nuestros hijos y por nuestros amigos obreros.
Discurso y agradecimiento del Sr. Allan Kardec
Queridos hermanos míos en Espiritismo:
Me faltan palabras para expresar lo que siento acerca de vuestra acogida tan simpática y tan benevolente. Por lo tanto, permitidme deciros en algunas frases, en vez de hacerlo en largas frases que poco agregarían, que pondré mi primer viaje a Burdeos en el número de los momentos más felices de mi vida, y que guardaré del mismo un eterno recuerdo; nunca olvidaré, señores, que esta recepción me impone una gran tarea: la de justificarla, lo que espero hacer con la ayuda de Dios y de los Espíritus buenos. Además me impone grandes obligaciones, no solamente para con vosotros, sino también para con los espíritas de todos los países, de los cuales sois representantes como miembros de la gran familia; para con el Espiritismo en general, que acabáis de aclamar en estas dos reuniones solemnes, y que –no tengáis duda– ha de adquirir con la pujanza de vuestra importante ciudad una fuerza nueva para luchar contra los obstáculos que han de arrojar en vuestro camino.
En mi discurso de ayer he hablado de la fuerza irresistible del Espiritismo; ¿no sois vosotros la prueba evidente de eso? ¿No es un hecho característico que la inauguración de una Sociedad Espírita como la vuestra, tiene lugar a través de la reunión espontánea de casi 300 personas, atraídas, no por una vana curiosidad, sino por la convicción y por el único deseo de agruparse en un solo conjunto homogéneo? Sí, señores, este hecho no solamente es característico, sino que es providencial. Al respecto, he aquí lo que me decía aún ayer, antes de la sesión, mi Guía espiritual, el Espíritu de Verdad:
«Dios ha marcado con el sello de Su inmutable voluntad la hora de la regeneración de los hijos de esta gran ciudad. Manos a la obra, pues, con confianza y coraje; esta noche los destinos de sus habitantes comenzarán a salir del atolladero de las pasiones, que su riqueza y su lujo hacían germinar como la cizaña en medio del buen grano, para alcanzar, a través del progreso moral que el Espiritismo va a imprimirle, la altura de los destinos eternos. Como tú ves, Burdeos es una ciudad amada por los Espíritus, porque multiplica intramuros las más sublimes devociones de la caridad, en todas sus formas; es por eso que ellos estaban afligidos por verla rezagada en el movimiento progresivo que el Espiritismo viene a imponer a la humanidad. Pero los progresos van a hacerse tan rápidos, que los Espíritus bendecirán al Señor por haberte inspirado el deseo de venir a ayudarlos a entrar en este camino sagrado.»
Veis, por lo tanto, señores, que el impulso que os anima viene de lo Alto, y muy temerario sería aquel que quisiera detenerlo, porque sería vencido como los ángeles rebeldes, que quisieron luchar contra el poder de Dios. Entonces, de ninguna manera temáis la oposición de algunos adversarios interesados, que se pavonean en su incredulidad materialista; el materialismo llega a su última hora, y es el Espiritismo que viene a anunciarla, porque Él es la aurora que disipa las tinieblas de la noche. Y, cosa providencial, es el propio materialismo que, sin quererlo, sirve de auxiliar a la propagación del Espiritismo; los ataques del materialismo llaman la atención de los indiferentes sobre la Doctrina Espírita; quieren ver lo que Ella es, y como la consideran buena, la adoptan. Tenéis la prueba de esto ante vuestros ojos: sin los artículos de uno de los periódicos de vuestra ciudad, los espíritas bordeleses serían quizá la mitad de numerosos de lo que son hoy. Naturalmente, ese artículo ha despertado la curiosidad, pues han dicho: Si atacan al Espiritismo es porque hay algo en Él; y han medido la importancia de ese algo por la extensión del artículo. Han preguntado: ¿es bueno o malo el Espiritismo? ¿Es verdadero o falso? Entonces, veámoslo. Y después de verlo, ya sabéis el resultado. Por lo tanto, lejos de enfadarse con el autor del artículo, es preciso agradecerle por haber hecho propaganda gratuita; y si hay aquí algún amigo suyo, le rogamos que lo aconseje a recomenzar, a fin de que, si ayer éramos 300, que el año próximo seamos 600. Al respecto, yo podría citaros hechos curiosos de propaganda semejante, realizada en ciertas ciudades por sermones furibundos contra el Espiritismo.
Por lo tanto, Burdeos –como Lyon– acaba de enarbolar con dignidad la bandera del Espiritismo, y lo que veo me da la garantía de que no será arriada. ¡Burdeos y Lyon! Dos de las mayores ciudades de Francia: ¡focos de luces! ¡Y dicen que todos los espíritas son locos! ¡Honor a los locos de esta especie! No nos olvidemos de Metz, que también acaba de fundar su Sociedad –en la cual figuran en gran número oficiales de todos los grados– y que solicita su admisión en la gran familia. En breve, espero que Toulouse, Marsella y otras ciudades donde ya fermenta la nueva semilla, se unan a sus hermanas mayores y den la señal
de la regeneración en sus respectivas regiones.
Señores, en nombre de la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas, vengo a expresar mi reconocimiento a los espíritas de Burdeos, por su unión fraternal, a fin de resistir al enemigo que gustaría de dividirlos para tener razón más fácilmente.
En este reconocimiento incluyo –desde lo más profundo de mi corazón y con la más viva simpatía– al Grupo Espírita de los Obreros de Burdeos que, como los de Lyon, dan un admirable ejemplo de esmero, sacrificio, abnegación y reforma moral. Me siento feliz, muy feliz –os lo aseguro– en ver a sus delegados reunidos fraternalmente en esta mesa con la élite de la sociedad, lo que prueba, por esta reunión, la influencia del Espiritismo sobre los prejuicios sociales. No podría ser de otro modo, pues Él nos enseña que aquel que se encuentra en elevada posición social en el mundo pudo haber sido tal vez un humilde proletario, y que al apretar la mano del último de los peones, apriete quizá la de un hermano, de un padre o de un amigo.
En nombre de los espíritas de Metz y de Lyon, de los cuales me hago el intérprete, os agradezco por haberlos incluido en la expresión de vuestros sentimientos fraternales.
¡A los espíritas bordeleses!
Señores, los espíritas no deben ser ingratos; creo que es un deber de reconocimiento no olvidar a los que sirven –incluso sin quererlo– a nuestra causa. Por lo tanto, propongo que agradezcamos al autor del artículo del Courrier de la Gironde (Correo del Gironda), por el servicio que nos ha prestado, haciendo votos para que de tiempo en tiempo él repita sus espirituosos artículos; y si Dios quiere, pronto será el único hombre sensato de Burdeos.
Queridos hermanos míos en Espiritismo:
Me faltan palabras para expresar lo que siento acerca de vuestra acogida tan simpática y tan benevolente. Por lo tanto, permitidme deciros en algunas frases, en vez de hacerlo en largas frases que poco agregarían, que pondré mi primer viaje a Burdeos en el número de los momentos más felices de mi vida, y que guardaré del mismo un eterno recuerdo; nunca olvidaré, señores, que esta recepción me impone una gran tarea: la de justificarla, lo que espero hacer con la ayuda de Dios y de los Espíritus buenos. Además me impone grandes obligaciones, no solamente para con vosotros, sino también para con los espíritas de todos los países, de los cuales sois representantes como miembros de la gran familia; para con el Espiritismo en general, que acabáis de aclamar en estas dos reuniones solemnes, y que –no tengáis duda– ha de adquirir con la pujanza de vuestra importante ciudad una fuerza nueva para luchar contra los obstáculos que han de arrojar en vuestro camino.
En mi discurso de ayer he hablado de la fuerza irresistible del Espiritismo; ¿no sois vosotros la prueba evidente de eso? ¿No es un hecho característico que la inauguración de una Sociedad Espírita como la vuestra, tiene lugar a través de la reunión espontánea de casi 300 personas, atraídas, no por una vana curiosidad, sino por la convicción y por el único deseo de agruparse en un solo conjunto homogéneo? Sí, señores, este hecho no solamente es característico, sino que es providencial. Al respecto, he aquí lo que me decía aún ayer, antes de la sesión, mi Guía espiritual, el Espíritu de Verdad:
«Dios ha marcado con el sello de Su inmutable voluntad la hora de la regeneración de los hijos de esta gran ciudad. Manos a la obra, pues, con confianza y coraje; esta noche los destinos de sus habitantes comenzarán a salir del atolladero de las pasiones, que su riqueza y su lujo hacían germinar como la cizaña en medio del buen grano, para alcanzar, a través del progreso moral que el Espiritismo va a imprimirle, la altura de los destinos eternos. Como tú ves, Burdeos es una ciudad amada por los Espíritus, porque multiplica intramuros las más sublimes devociones de la caridad, en todas sus formas; es por eso que ellos estaban afligidos por verla rezagada en el movimiento progresivo que el Espiritismo viene a imponer a la humanidad. Pero los progresos van a hacerse tan rápidos, que los Espíritus bendecirán al Señor por haberte inspirado el deseo de venir a ayudarlos a entrar en este camino sagrado.»
Veis, por lo tanto, señores, que el impulso que os anima viene de lo Alto, y muy temerario sería aquel que quisiera detenerlo, porque sería vencido como los ángeles rebeldes, que quisieron luchar contra el poder de Dios. Entonces, de ninguna manera temáis la oposición de algunos adversarios interesados, que se pavonean en su incredulidad materialista; el materialismo llega a su última hora, y es el Espiritismo que viene a anunciarla, porque Él es la aurora que disipa las tinieblas de la noche. Y, cosa providencial, es el propio materialismo que, sin quererlo, sirve de auxiliar a la propagación del Espiritismo; los ataques del materialismo llaman la atención de los indiferentes sobre la Doctrina Espírita; quieren ver lo que Ella es, y como la consideran buena, la adoptan. Tenéis la prueba de esto ante vuestros ojos: sin los artículos de uno de los periódicos de vuestra ciudad, los espíritas bordeleses serían quizá la mitad de numerosos de lo que son hoy. Naturalmente, ese artículo ha despertado la curiosidad, pues han dicho: Si atacan al Espiritismo es porque hay algo en Él; y han medido la importancia de ese algo por la extensión del artículo. Han preguntado: ¿es bueno o malo el Espiritismo? ¿Es verdadero o falso? Entonces, veámoslo. Y después de verlo, ya sabéis el resultado. Por lo tanto, lejos de enfadarse con el autor del artículo, es preciso agradecerle por haber hecho propaganda gratuita; y si hay aquí algún amigo suyo, le rogamos que lo aconseje a recomenzar, a fin de que, si ayer éramos 300, que el año próximo seamos 600. Al respecto, yo podría citaros hechos curiosos de propaganda semejante, realizada en ciertas ciudades por sermones furibundos contra el Espiritismo.
Por lo tanto, Burdeos –como Lyon– acaba de enarbolar con dignidad la bandera del Espiritismo, y lo que veo me da la garantía de que no será arriada. ¡Burdeos y Lyon! Dos de las mayores ciudades de Francia: ¡focos de luces! ¡Y dicen que todos los espíritas son locos! ¡Honor a los locos de esta especie! No nos olvidemos de Metz, que también acaba de fundar su Sociedad –en la cual figuran en gran número oficiales de todos los grados– y que solicita su admisión en la gran familia. En breve, espero que Toulouse, Marsella y otras ciudades donde ya fermenta la nueva semilla, se unan a sus hermanas mayores y den la señal
de la regeneración en sus respectivas regiones.
Señores, en nombre de la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas, vengo a expresar mi reconocimiento a los espíritas de Burdeos, por su unión fraternal, a fin de resistir al enemigo que gustaría de dividirlos para tener razón más fácilmente.
En este reconocimiento incluyo –desde lo más profundo de mi corazón y con la más viva simpatía– al Grupo Espírita de los Obreros de Burdeos que, como los de Lyon, dan un admirable ejemplo de esmero, sacrificio, abnegación y reforma moral. Me siento feliz, muy feliz –os lo aseguro– en ver a sus delegados reunidos fraternalmente en esta mesa con la élite de la sociedad, lo que prueba, por esta reunión, la influencia del Espiritismo sobre los prejuicios sociales. No podría ser de otro modo, pues Él nos enseña que aquel que se encuentra en elevada posición social en el mundo pudo haber sido tal vez un humilde proletario, y que al apretar la mano del último de los peones, apriete quizá la de un hermano, de un padre o de un amigo.
En nombre de los espíritas de Metz y de Lyon, de los cuales me hago el intérprete, os agradezco por haberlos incluido en la expresión de vuestros sentimientos fraternales.
¡A los espíritas bordeleses!
Señores, los espíritas no deben ser ingratos; creo que es un deber de reconocimiento no olvidar a los que sirven –incluso sin quererlo– a nuestra causa. Por lo tanto, propongo que agradezcamos al autor del artículo del Courrier de la Gironde (Correo del Gironda), por el servicio que nos ha prestado, haciendo votos para que de tiempo en tiempo él repita sus espirituosos artículos; y si Dios quiere, pronto será el único hombre sensato de Burdeos.
Poesías de circunstancia, hechas por el Sr. Dombre (de Marmande)
Los Campesinos y el Roble
FÁBULA - Al Sr. Allan Kardec
Honestos campesinos, cierto día,
De pie junto al gran roble, su inmenso porte
Con sus ojos medían.
–En vano prodigamos –dijo uno– la simiente
A lo largo de estos surcos limpios que abonamos:
Nada crece; el alimento y el agua son robados
Por esas ramas firmes y el follaje espeso,
Un triste derroche es hacer con eso;
Dejar que este árbol empobrezca el suelo,
Se lleve nuestro sudor, arruine el terreno.
Si queréis creerme, hermanos,
Liberemos nuestro campo
De este huésped incómodo..., de inmediato.
Le replica el auditorio: –¡A la obra nuestras manos!
Eran todos fuertes y ardorosos;
En la cima del roble una cuerda ataron,
Entonces una gran cadena formaron
Y con sus eslabones unieron esfuerzos.
Se estremece y murmura el follaje,
Pero eso es todo... Ellos podrán agitarse, cansados,
Ante el tortuoso y robusto ramaje,
El roble no puede ser derribado.
Un sabio de la comarca, noble anciano,
Les dijo al pasar: –Hijos míos,
Vuestro campo es devorado;
Si en provecho de las hojas, los tallos y los ramos
Destruirlo queréis, muy bien... lo comprendo;
Pero derribar este árbol no es fácil;
El viejo roble no ha de ser doblegado
Bajo el débil esfuerzo de vuestros brazos;
La edad atiesa el cuerpo, lo vuelve indócil.
Menos ruidoso pero más terrible asalto librad,
Ante este coloso lleno de fuerza;
Los siglos pasaron por su nudosa corteza;
Más días en socavarlo si es preciso ocupad.
Exponed a plena luz sus sedientas raíces
Y obtendréis la muerte de esos tupidos macizos.
Cuando no se puede de un golpe eliminar los abusos,
Su ruina ha de buscarse en las bases.
C. DOMBRE
Los abusos tienen defensores ocultos más peligrosos que los adversarios declarados, y la prueba de esto es la dificultad que se tiene en extirparlos.
ALLAN KARDEC (Qué es el Espiritismo)
ALLAN KARDEC (Qué es el Espiritismo)
Honestos campesinos, cierto día,
De pie junto al gran roble, su inmenso porte
Con sus ojos medían.
–En vano prodigamos –dijo uno– la simiente
A lo largo de estos surcos limpios que abonamos:
Nada crece; el alimento y el agua son robados
Por esas ramas firmes y el follaje espeso,
Un triste derroche es hacer con eso;
Dejar que este árbol empobrezca el suelo,
Se lleve nuestro sudor, arruine el terreno.
Si queréis creerme, hermanos,
Liberemos nuestro campo
De este huésped incómodo..., de inmediato.
Le replica el auditorio: –¡A la obra nuestras manos!
Eran todos fuertes y ardorosos;
En la cima del roble una cuerda ataron,
Entonces una gran cadena formaron
Y con sus eslabones unieron esfuerzos.
Se estremece y murmura el follaje,
Pero eso es todo... Ellos podrán agitarse, cansados,
Ante el tortuoso y robusto ramaje,
El roble no puede ser derribado.
Un sabio de la comarca, noble anciano,
Les dijo al pasar: –Hijos míos,
Vuestro campo es devorado;
Si en provecho de las hojas, los tallos y los ramos
Destruirlo queréis, muy bien... lo comprendo;
Pero derribar este árbol no es fácil;
El viejo roble no ha de ser doblegado
Bajo el débil esfuerzo de vuestros brazos;
La edad atiesa el cuerpo, lo vuelve indócil.
Menos ruidoso pero más terrible asalto librad,
Ante este coloso lleno de fuerza;
Los siglos pasaron por su nudosa corteza;
Más días en socavarlo si es preciso ocupad.
Exponed a plena luz sus sedientas raíces
Y obtendréis la muerte de esos tupidos macizos.
Cuando no se puede de un golpe eliminar los abusos,
Su ruina ha de buscarse en las bases.
El Erizo, el Conejo y la Urraca
FÁBULA - A los miembros de la Sociedad Espírita de Burdeos
Un pobre erizo, de su refugio arrancado,
Rodaba por los campos entre espinos mortales,
Bajo los zapatos de un niño, patadas fatales,
Hasta quedar casi muerto, ensangrentado.
Repliega entonces su espinosa armadura,
Se estira temblando y mira alrededor,
Pasado el peligro, llorando murmura,
Con débil voz, casi un estertor:
–¿Dónde esconderme?... ¿A qué tierras huir?...
Regresar a mi hogar no sé si podré;
Miles de peligros, que no puedo prever,
Me acechan aquí... ¿Habré de morir?
Me hace falta un refugio donde descansar,
Para curar tanta herida;
Mas... ¿dónde está esa guarida?
¿Quién se apiadará de mi pesar?
Un conejo, que vivía entre las rocas,
Y para quien la caridad no era algo vano,
Conmovido se aproxima y le dice:
–Amigo mío, estoy bien resguardado;
Acepta la mitad de mi modesto asilo,
Es seguro para ti, pues sería difícil
Siguiendo tus pasos llegar hasta allí.
Puedes además estar tranquilo:
No te faltarán cuidados junto a mí.
Ante esa oferta tan generosa,
El erizo caminaba a paso lento,
Cuando una urraca oficiosa,
Dijo al conejo: –Detente un momento.
Es una palabra... nada más... escúchame.
Y dijo luego al erizo: –¡Es un secreto!...
Por la demora que te causo, discúlpame.
Y el buen conejo, muy discreto,
Para que hablara bajo, el oído aguzó:
–¡Cómo a tu casa llevas un erizo!
Vas demasiado lejos con tu esmero,
Tontería semejante nunca nadie hizo.
De arrepentirte, ¿no tienes miedo?
Cuando el erizo se cure y recobre sus fuerzas,
Tal vez tú seas el que sufra primero,
Con su mal corazón y las púas aviesas,
¿Cómo harás entonces para echarlo?
El conejo respondió: –¡Basta de inquietud!
De un impulso generoso jamás me he apartado;
¡Más vale exponerse a la ingratitud
Que despreciar a un desdichado!
C. DOMBRE
FÁBULA - A los miembros de la Sociedad Espírita de Burdeos
Amigos míos, la caridad se hace de muchas maneras: podéis hacer la caridad en pensamientos, en palabras y en acciones...
(El Espíritu protector de la Sociedad Espírita de Lyon – Revista Espírita, 10 de octubre de 1861)
Un pobre erizo, de su refugio arrancado,
Rodaba por los campos entre espinos mortales,
Bajo los zapatos de un niño, patadas fatales,
Hasta quedar casi muerto, ensangrentado.
Repliega entonces su espinosa armadura,
Se estira temblando y mira alrededor,
Pasado el peligro, llorando murmura,
Con débil voz, casi un estertor:
–¿Dónde esconderme?... ¿A qué tierras huir?...
Regresar a mi hogar no sé si podré;
Miles de peligros, que no puedo prever,
Me acechan aquí... ¿Habré de morir?
Me hace falta un refugio donde descansar,
Para curar tanta herida;
Mas... ¿dónde está esa guarida?
¿Quién se apiadará de mi pesar?
Un conejo, que vivía entre las rocas,
Y para quien la caridad no era algo vano,
Conmovido se aproxima y le dice:
–Amigo mío, estoy bien resguardado;
Acepta la mitad de mi modesto asilo,
Es seguro para ti, pues sería difícil
Siguiendo tus pasos llegar hasta allí.
Puedes además estar tranquilo:
No te faltarán cuidados junto a mí.
Ante esa oferta tan generosa,
El erizo caminaba a paso lento,
Cuando una urraca oficiosa,
Dijo al conejo: –Detente un momento.
Es una palabra... nada más... escúchame.
Y dijo luego al erizo: –¡Es un secreto!...
Por la demora que te causo, discúlpame.
Y el buen conejo, muy discreto,
Para que hablara bajo, el oído aguzó:
–¡Cómo a tu casa llevas un erizo!
Vas demasiado lejos con tu esmero,
Tontería semejante nunca nadie hizo.
De arrepentirte, ¿no tienes miedo?
Cuando el erizo se cure y recobre sus fuerzas,
Tal vez tú seas el que sufra primero,
Con su mal corazón y las púas aviesas,
¿Cómo harás entonces para echarlo?
El conejo respondió: –¡Basta de inquietud!
De un impulso generoso jamás me he apartado;
¡Más vale exponerse a la ingratitud
Que despreciar a un desdichado!
Bibliografía
El Libro de los Médiums
2ª edición [1]
La primera edición de El Libro de los Médiums, publicada en el inicio de este año, se ha agotado en algunos meses, lo que es uno de los rasgos más característicos del progreso de las ideas espíritas. Nosotros mismos hemos podido constatar, en nuestros viajes, la influencia saludable que esta obra ha ejercido en la dirección de los estudios espíritas prácticos; así, las decepciones y las mistificaciones son mucho menos numerosas que antes, porque el libro ha enseñado los medios de desbaratar las artimañas de los Espíritus embusteros. Esta segunda edición es mucho más completa que la primera; contiene numerosas instrucciones nuevas muy importantes y varios capítulos nuevos. Toda la parte que concierne más especialmente a los médiums, a la identidad de los Espíritus, a la obsesión, a las preguntas que se pueden dirigir a los Espíritus, a las contradicciones, a los medios de discernir los Espíritus buenos de los malos, a la formación de las reuniones espíritas, a los fraudes en materia de Espiritismo, ha recibido desdoblamientos muy considerables, frutos de la experiencia. En el capítulo de las disertaciones espíritas hemos agregado varias comunicaciones apócrifas, acompañadas de notas apropiadas para ofrecer los medios de descubrir la superchería de los Espíritus embusteros que se presentan con nombres falsos.
Debemos agregar que los Espíritus han revisado enteramente la obra y han aportado numerosas observaciones del más alto interés, de modo que se puede decir que es obra de ellos, tanto como nuestra.
Recomendamos encarecidamente esta nueva edición como el guía más completo, ya sea para los médiums como para los simples observadores; y podemos afirmar que, si sus enseñanzas son seguidas de manera exacta, se evitarán los escollos tan numerosos contra los cuales tantos principiantes inexpertos llegan a chocarse. Después de haberla leído y meditado con atención, es evidente que, aquellos que fueren engañados o mistificados, sólo a sí mismos podrán responsabilizar, porque tuvieron todos los medios para esclarecerse.
[1] Un volumen in 12º; precio: 3 fr. 50 c. Por correo: 4 francos. [Nota de Allan Kardec.]
2ª edición [1]
La primera edición de El Libro de los Médiums, publicada en el inicio de este año, se ha agotado en algunos meses, lo que es uno de los rasgos más característicos del progreso de las ideas espíritas. Nosotros mismos hemos podido constatar, en nuestros viajes, la influencia saludable que esta obra ha ejercido en la dirección de los estudios espíritas prácticos; así, las decepciones y las mistificaciones son mucho menos numerosas que antes, porque el libro ha enseñado los medios de desbaratar las artimañas de los Espíritus embusteros. Esta segunda edición es mucho más completa que la primera; contiene numerosas instrucciones nuevas muy importantes y varios capítulos nuevos. Toda la parte que concierne más especialmente a los médiums, a la identidad de los Espíritus, a la obsesión, a las preguntas que se pueden dirigir a los Espíritus, a las contradicciones, a los medios de discernir los Espíritus buenos de los malos, a la formación de las reuniones espíritas, a los fraudes en materia de Espiritismo, ha recibido desdoblamientos muy considerables, frutos de la experiencia. En el capítulo de las disertaciones espíritas hemos agregado varias comunicaciones apócrifas, acompañadas de notas apropiadas para ofrecer los medios de descubrir la superchería de los Espíritus embusteros que se presentan con nombres falsos.
Debemos agregar que los Espíritus han revisado enteramente la obra y han aportado numerosas observaciones del más alto interés, de modo que se puede decir que es obra de ellos, tanto como nuestra.
Recomendamos encarecidamente esta nueva edición como el guía más completo, ya sea para los médiums como para los simples observadores; y podemos afirmar que, si sus enseñanzas son seguidas de manera exacta, se evitarán los escollos tan numerosos contra los cuales tantos principiantes inexpertos llegan a chocarse. Después de haberla leído y meditado con atención, es evidente que, aquellos que fueren engañados o mistificados, sólo a sí mismos podrán responsabilizar, porque tuvieron todos los medios para esclarecerse.
[1] Un volumen in 12º; precio: 3 fr. 50 c. Por correo: 4 francos. [Nota de Allan Kardec.]
El Espiritismo o Espiritualismo en Metz
Primera serie de publicaciones de la Sociedad Espírita de Metz [1]
En nuestro último número hemos mencionado esta publicación, a título informativo, proponiéndonos volver a la misma. La hemos leído con atención y no podemos sino felicitar a la Sociedad Espírita de Metz por sus resultados. Ella cuenta en su seno con un gran número de hombres esclarecidos que –así lo esperamos– sabrán mantenerla alerta contra las emboscadas de los Espíritus malos, que intentarán desviarla de la buena senda en la que se encuentra.
Esta publicación no es periódica; la Sociedad de Metz se propone hacer otras semejantes de cuando en cuando, en épocas indeterminadas, incluyendo en las mismas las mejores comunicaciones que haya obtenido. Este modo es ventajoso porque no obliga a asumir ningún compromiso con los suscriptores, a los cuales es necesario servir a toda costa, y porque los gastos que existen son siempre proporcionales.
Todas las comunicaciones contenidas en este primer opúsculo llevan un sello eminentemente serio y una moralidad irreprochable; nada notamos allí que no fuese lo que se podría llamar de ortodoxo, desde el punto de vista de la Ciencia y de acuerdo con las enseñanzas de El Libro de los Espíritus. Si los espíritas de Metz nos permiten darles un consejo, les diríamos que continúen teniendo en sus publicaciones ulteriores la prudente circunspección que notamos en ésta; que ellos estén bien persuadidos de que las publicaciones intempestivas pueden ser más perjudiciales que útiles a la propagación del Espiritismo. Contamos con la sabiduría y la sagacidad de los que las dirigen, a fin de no ceder a los arrastramientos de aquellos adeptos que son más entusiasmados que reflexivos; que consientan en recordar esta máxima: No por mucho madrugar amanece más temprano.
Las dos comunicaciones siguientes, extraídas de esta primera serie de publicaciones, pueden dar una idea del espíritu con el cual han sido dadas.
[1] Opúsculo in 8º; precio: 1 franco. Disponible en París, en las casas Didier y Compañía (muelle de los Agustinos, Nº 35) y Ledoyen (Palacio Real, Galería de Orleáns, Nº 31); en Metz, en las casas Verronnais (calle de los Jardines, Nº 14) y Warion (calle del Palacio, Nº 8). [Nota de Allan Kardec.]
Primera serie de publicaciones de la Sociedad Espírita de Metz [1]
En nuestro último número hemos mencionado esta publicación, a título informativo, proponiéndonos volver a la misma. La hemos leído con atención y no podemos sino felicitar a la Sociedad Espírita de Metz por sus resultados. Ella cuenta en su seno con un gran número de hombres esclarecidos que –así lo esperamos– sabrán mantenerla alerta contra las emboscadas de los Espíritus malos, que intentarán desviarla de la buena senda en la que se encuentra.
Esta publicación no es periódica; la Sociedad de Metz se propone hacer otras semejantes de cuando en cuando, en épocas indeterminadas, incluyendo en las mismas las mejores comunicaciones que haya obtenido. Este modo es ventajoso porque no obliga a asumir ningún compromiso con los suscriptores, a los cuales es necesario servir a toda costa, y porque los gastos que existen son siempre proporcionales.
Todas las comunicaciones contenidas en este primer opúsculo llevan un sello eminentemente serio y una moralidad irreprochable; nada notamos allí que no fuese lo que se podría llamar de ortodoxo, desde el punto de vista de la Ciencia y de acuerdo con las enseñanzas de El Libro de los Espíritus. Si los espíritas de Metz nos permiten darles un consejo, les diríamos que continúen teniendo en sus publicaciones ulteriores la prudente circunspección que notamos en ésta; que ellos estén bien persuadidos de que las publicaciones intempestivas pueden ser más perjudiciales que útiles a la propagación del Espiritismo. Contamos con la sabiduría y la sagacidad de los que las dirigen, a fin de no ceder a los arrastramientos de aquellos adeptos que son más entusiasmados que reflexivos; que consientan en recordar esta máxima: No por mucho madrugar amanece más temprano.
Las dos comunicaciones siguientes, extraídas de esta primera serie de publicaciones, pueden dar una idea del espíritu con el cual han sido dadas.
[1] Opúsculo in 8º; precio: 1 franco. Disponible en París, en las casas Didier y Compañía (muelle de los Agustinos, Nº 35) y Ledoyen (Palacio Real, Galería de Orleáns, Nº 31); en Metz, en las casas Verronnais (calle de los Jardines, Nº 14) y Warion (calle del Palacio, Nº 8). [Nota de Allan Kardec.]
El fluido universal
(29 de septiembre de 1860)
El fluido universal une entre sí a todos los mundos; y, según las acciones que le son impresas por la voluntad del Creador, da lugar a todos los fenómenos de la Creación. Es él que es la propria vida, uniendo las diferentes materias de nuestro globo; es él que, mediante propiedades subordinadas a leyes, regula las diferentes cuestiones de las afinidades físicas y morales, tan misteriosas para vosotros; es él que os hace ver el pasado, el presente y el futuro, sobre todo cuando la materia que obstruye vuestra alma es anulada o debilitada por cualquier causa. Entonces, esa doble vista (aunque menos desarrollada que después de la muerte), ve, siente y toca todo, en ese medio fluídico que es su elemento y el reflejo exacto de lo que ha sido, de lo que es y de lo que será, porque sólo las partes más groseras de ese fluido pasan por sensibles modificaciones de composición.
(29 de septiembre de 1860)
El fluido universal une entre sí a todos los mundos; y, según las acciones que le son impresas por la voluntad del Creador, da lugar a todos los fenómenos de la Creación. Es él que es la propria vida, uniendo las diferentes materias de nuestro globo; es él que, mediante propiedades subordinadas a leyes, regula las diferentes cuestiones de las afinidades físicas y morales, tan misteriosas para vosotros; es él que os hace ver el pasado, el presente y el futuro, sobre todo cuando la materia que obstruye vuestra alma es anulada o debilitada por cualquier causa. Entonces, esa doble vista (aunque menos desarrollada que después de la muerte), ve, siente y toca todo, en ese medio fluídico que es su elemento y el reflejo exacto de lo que ha sido, de lo que es y de lo que será, porque sólo las partes más groseras de ese fluido pasan por sensibles modificaciones de composición.
Efectos de la plegaria
(15 de octubre de 1860)
La plegaria es una aspiración sublime, a la cual Dios ha dado un poder tan mágico que los Espíritus la solicitan constantemente para ellos. Suave rocío, es como un alivio para el pobre exiliado en la Tierra y una buena disposición (sic) para el alma en prueba. La plegaria actúa directamente sobre el Espíritu hacia el cual es dirigida; no transforma espinas en rosas, pero modifica su vida de sufrimientos –nada pudiendo sobre la voluntad inmutable de Dios– al imprimirle ese impulso de voluntad que levanta el ánimo y al darle la fuerza para luchar contra las pruebas, a fin de dominarlas. Por ese medio es abreviado el camino que conduce a Dios y, como efecto maravilloso, nada puede ser comparado con la plegaria.
El que blasfema contra la oración no es más que un Espíritu inferior, de tal modo terreno y atrasado que ni siquiera comprende que debe aferrarse a la plegaria como a una tabla de salvación.
Orad, porque la plegaria es una palabra que desciende del Cielo; es la gota de rocío en el cáliz de una flor; es el sostén de la caña durante la tempestad; es la tabla del pobre náufrago durante la tormenta; es el abrigo del mendigo y del huérfano; es la cuna para que el bebé pueda dormir. Emanación divina, la oración nos une a Dios a través del lenguaje, vinculándolo a nosotros; orar a Él es amarlo; suplicarle por un hermano es un acto de amor de los más meritorios. La plegaria que viene del corazón es la llave de los tesoros de la gracia; es el administrador que distribuye los beneficios en nombre de la misericordia infinita. El alma que se eleva a Dios por medio de uno de esos sublimes impulsos de la oración –desprendida de su envoltura grosera– se presenta llena de confianza ante Él, segura de obtener lo que pide con humildad. ¡Orad, oh, orad! Haced un receptáculo de vuestras santas aspiraciones, que será derramado en el día de la justicia. Preparad el granero de la abundancia, tan precioso durante la escasez; esconded el tesoro de vuestras oraciones hasta el día elegido por Dios para distribuir ese rico depósito. Acumulad para vosotros y para vuestros hermanos, lo que disminuirá vuestras angustias y os hará transponer más rápidamente el espacio que os separa de Dios. Reflexionad en vuestra miserable naturaleza; contad vuestras decepciones y vuestros peligros; sondead el abismo tan profundo hacia donde pueden arrastraros vuestras pasiones; observad a vuestro alrededor a los que caen y sentiréis la imperiosa necesidad de recurrir a la plegaria, que es el ancla de salvación que impedirá la ruptura de vuestro navío, tan sacudido por las tormentas del mundo.
TU ESPÍRITU FAMILIAR
(15 de octubre de 1860)
La plegaria es una aspiración sublime, a la cual Dios ha dado un poder tan mágico que los Espíritus la solicitan constantemente para ellos. Suave rocío, es como un alivio para el pobre exiliado en la Tierra y una buena disposición (sic) para el alma en prueba. La plegaria actúa directamente sobre el Espíritu hacia el cual es dirigida; no transforma espinas en rosas, pero modifica su vida de sufrimientos –nada pudiendo sobre la voluntad inmutable de Dios– al imprimirle ese impulso de voluntad que levanta el ánimo y al darle la fuerza para luchar contra las pruebas, a fin de dominarlas. Por ese medio es abreviado el camino que conduce a Dios y, como efecto maravilloso, nada puede ser comparado con la plegaria.
El que blasfema contra la oración no es más que un Espíritu inferior, de tal modo terreno y atrasado que ni siquiera comprende que debe aferrarse a la plegaria como a una tabla de salvación.
Orad, porque la plegaria es una palabra que desciende del Cielo; es la gota de rocío en el cáliz de una flor; es el sostén de la caña durante la tempestad; es la tabla del pobre náufrago durante la tormenta; es el abrigo del mendigo y del huérfano; es la cuna para que el bebé pueda dormir. Emanación divina, la oración nos une a Dios a través del lenguaje, vinculándolo a nosotros; orar a Él es amarlo; suplicarle por un hermano es un acto de amor de los más meritorios. La plegaria que viene del corazón es la llave de los tesoros de la gracia; es el administrador que distribuye los beneficios en nombre de la misericordia infinita. El alma que se eleva a Dios por medio de uno de esos sublimes impulsos de la oración –desprendida de su envoltura grosera– se presenta llena de confianza ante Él, segura de obtener lo que pide con humildad. ¡Orad, oh, orad! Haced un receptáculo de vuestras santas aspiraciones, que será derramado en el día de la justicia. Preparad el granero de la abundancia, tan precioso durante la escasez; esconded el tesoro de vuestras oraciones hasta el día elegido por Dios para distribuir ese rico depósito. Acumulad para vosotros y para vuestros hermanos, lo que disminuirá vuestras angustias y os hará transponer más rápidamente el espacio que os separa de Dios. Reflexionad en vuestra miserable naturaleza; contad vuestras decepciones y vuestros peligros; sondead el abismo tan profundo hacia donde pueden arrastraros vuestras pasiones; observad a vuestro alrededor a los que caen y sentiréis la imperiosa necesidad de recurrir a la plegaria, que es el ancla de salvación que impedirá la ruptura de vuestro navío, tan sacudido por las tormentas del mundo.
El Espiritismo en América
Fragmentos traducidos del inglés por la Srta. Clémence Guérin [1]
El Espiritismo cuenta en Norteamérica con hombres eminentes que, desde el principio, han vislumbrado su alcance y han visto en Él algo más que simples manifestaciones. En este número está el juez Edmonds, de Nueva York, cuyos escritos sobre este importante tema son bastante apreciados y muy poco conocidos en Europa, donde no han sido traducidos. Debemos ser gratos a la Srta. Guérin por darnos una idea de ellos a través de algunos fragmentos que ha publicado en su opúsculo, lamentando que ella no haya acabado su obra con una traducción completa. Ella junta algunos extractos no menos notables del Dr. Hare, de Filadelfia, el cual también tuvo la osadía de ser uno de los primeros en afirmar su fe en las nuevas revelaciones.
La Srta. Guérin, que residió mucho tiempo en los Estados Unidos de Norteamérica, donde vio producirse y desarrollarse las primeras manifestaciones, es una de esas espíritas sinceras, concienzudas, que juzgan todo con calma, con sangre fría y sin entusiasmo. Nosotros tenemos el honor de conocerla personalmente y estamos felices en darle aquí un testimonio merecido de nuestra profunda estima. Por los siguientes fragmentos de su prólogo se puede evaluar que nuestra opinión es justamente fundamentada.
«Como los americanos, nosotros tenemos la Fe profunda, la radiante Esperanza de que esta doctrina, tan eminentemente basada en la Caridad (no la limosna, sino el amor), es realmente la que debe regenerar y pacificar al mundo. Nunca la solidaridad fraternal fue demostrada de manera tan clara y atrayente. Al venir a consolarnos, a ayudarnos, a instruirnos, en fin, a indicarnos el mejor uso para ejercer nuestras facultades –con miras al futuro–, los Espíritus son tan evidentemente desinteresados que el hombre no puede escucharlos por mucho tiempo sin experimentar el deseo de imitarlos y sin buscar a su alrededor a alguien para participar de los beneficios que le distribuyen con tanta generosidad. Él lo hace más a gusto porque finalmente comprende que su propio progreso tiene un precio y que, en el gran libro de Dios, sólo tiene en su haber las acciones practicadas con miras al bienestar material o moral de sus hermanos. Lo que los Espíritus hacen con éxito en este momento fue intentado muchas veces en la Tierra por nobles corazones, por valerosas almas que han sido y que aún son menospreciadas y ridiculizadas; se sospecha de su devoción, y solamente cuando desaparecen es que tienen la oportunidad de ser juzgadas con imparcialidad. Es por eso que Dios les permite continuar la obra después de lo que nosotros llamamos muerte.
«Es el caso de repetir con Davis: ¡Hermanos, nada temáis: el error, siendo mortal, no puede vivir; la verdad, siendo inmortal, no puede morir!»
CLÉMENCE GUÉRIN
El siguiente pasaje del juez Edmonds mostrará con qué exactitud él ya había vislumbrado las consecuencias del Espiritismo; no debe olvidarse que él escribía en 1854, época en que el Espiritismo aún era joven en América como en Europa.
«Que otros juzguen si mis deducciones son verdaderas o falsas. Mi objetivo será alcanzado si, al hablar del efecto producido en mi Espíritu por esas revelaciones, hubiere despertado en algunos el deseo de investigar también y el de llevar así nuevas luces al estudio de esos fenómenos; porque hasta aquí los más vehementes adversarios, los que –en su indignación– gritan contra la impostura, son igualmente los más obstinados en su total negativa a ver y a escuchar sobre el tema, y también los más decididos a permanecer en la completa ignorancia de la naturaleza de los hechos. Hombres que tienen una reputación de erudición, si no de Ciencia, no temen en comprometerla al dar explicaciones que no satisfacen a nadie, basadas en observaciones superficiales, hechas con tal ligereza que un estudiante sentiría vergüenza.
«Entretanto, ese nuevo poder inherente al hombre [connected with man] no es una cosa indiferente y, sin ninguna duda, tendrá sobre sus destinos una influencia considerable para el bien o para el mal.
«Y ya podemos ver que desde el origen, hace apenas cinco años, la idea espiritualista se ha propagado con una rapidez que la religión cristiana no había igualado en cien años; dicha idea no busca lugares aislados, no se rodea de misterios, sino que viene abiertamente a los hombres, provocando un minucioso examen, no pidiendo una fe ciega, sino recomendando en todas las circunstancias el ejercicio de la razón y de la libre opinión.
«Hemos visto que los escarnios de los filósofos no han podido desviar a un solo creyente; que los sarcasmos de la prensa, los anatemas del púlpito son igualmente impotentes para detener el progreso y, sobre todo, ya podemos constatar su influencia moralizadora. El verdadero creyente se vuelve siempre más prudente y mejor [a wiser and a better man], porque le ha sido demostrado que la existencia del hombre después de la muerte está positivamente probada. Todos los que han hecho sus investigaciones sobre este asunto, de manera seria y sincera, han obtenido pruebas irrefutables. ¿Cómo podría ser de otro modo? He aquí una inteligencia que nos habla todos los días; es un amigo (en general, los americanos comienzan conversando con sus parientes o amigos). Prueba su identidad a través de mil circunstancias que no dejan ninguna duda, por muchos recuerdos que sólo él puede conocer. Nos habla de las consecuencias de la vida terrena y nos describe la vida futura con colores tan racionales, que sentimos que dice la verdad, porque está de conformidad con la idea íntima que teníamos de la Divinidad y de los deberes que nos impone.
«La muerte no nos separa de aquellos que amamos, sino que a menudo están cerca nuestro, ayudándonos y consolándonos a través de la esperanza de una reunión cierta. ¡Cuántas veces los he escuchado por mi intermedio y a través de los otros! ¡Cuántas personas desoladas he visto que se calmaron por causa de la afable certeza de que el ser querido, “conducido por los lazos del amor, volita alrededor de ellas, susurra a sus oídos, contempla su alma, conversa con su Espíritu!”
«Así, la muerte se encuentra despojada del cortejo de terrores misteriosos e indefinidos con que fue rodeada por aquellos que esperan más de la pasión degradante del miedo que del sentimiento noble del amor.
«Notemos de paso que, sean cuales fueren los matices en la enseñanza de la nueva filosofía, todos sus discípulos concuerdan en el siguiente punto: la muerte no es un espantajo, sino un fenómeno natural, el pasaje a una existencia donde –libre de los miles de males de la vida material y de los obstáculos que lo confinan a un solo planeta– el Espíritu puede recorrer la inmensidad de los mundos y emprender su vuelo hacia regiones donde la gloria de Dios es realmente visible.
«Está igualmente demostrado [demonstrated] que nuestros más secretos pensamientos son conocidos por los seres que nos han amado y que continúan velando por nosotros. Es en vano que uno intente sustraerse a esta acción, terrible por su propia benevolencia. No es posible dudar de esto, como se quiso hacer. Muchas veces me quedé estupefacto y me estremecí ante la revelación repentina, pero irrecusable, de que los pliegues más íntimos de la conciencia pueden ser sondeados por aquellos mismos a los cuales gustaríamos esconder nuestras debilidades.
«¿No está ahí un freno saludable contra los malos pensamientos, los actos criminales, cometidos generalmente porque el culpable cobra ánimo con estas palabras: Nadie lo sabrá?... Si algo puede confirmar esta verdad tan espantosa para algunos, es el recuerdo que cada uno siente después de una buena acción, incluso cuando se mantiene secreta: una satisfacción íntima que no se compara con nada. Éstos lo saben muy bien, pues su mano izquierda no sabe lo que da su derecha. Por consiguiente, es racional creer que si nuestros amigos pueden felicitarnos, también pueden reprendernos; si ellos ven nuestros actos meritorios, igualmente ven nuestras malas acciones.
«A esto nosotros no dudamos en atribuir el hecho incontestable e indiscutible de que no hay verdadero creyente que no se haya vuelto mejor.
«De nuestra conducta depende nuestro destino futuro; no de nuestra adhesión a tal o cual secta religiosa, sino de nuestra sumisión a este gran precepto: AMAR A DIOS Y AL PRÓJIMO... No debemos postergar nuestra conversión. Nosotros mismos debemos trabajar por nuestra salvación, no más tarde, sino ahora; no mañana, sino hoy.
«No existe nada más consolador ni más edificante para el alma virtuosa, a través de las pruebas y vicisitudes de esta vida, que la certeza completa de que su felicidad futura depende de sus acciones, que ella puede dirigir.
«Por otro lado, el vicioso, el malo, el cruel, el egoísta –sobre todo el egoísta– sufrirá, por él mismo y por los otros [self and mutual torment], tormentos más terribles que los del infierno material, tales como la imaginación más desordenada nunca pudo describir.»
ALLAN KARDEC
[1] Opúsculo grande in 18º; precio: 1 franco. Disponible en la casa Dentu, Palacio Real, Galería de Orleáns. [Nota de Allan Kardec.]
Fragmentos traducidos del inglés por la Srta. Clémence Guérin [1]
El Espiritismo cuenta en Norteamérica con hombres eminentes que, desde el principio, han vislumbrado su alcance y han visto en Él algo más que simples manifestaciones. En este número está el juez Edmonds, de Nueva York, cuyos escritos sobre este importante tema son bastante apreciados y muy poco conocidos en Europa, donde no han sido traducidos. Debemos ser gratos a la Srta. Guérin por darnos una idea de ellos a través de algunos fragmentos que ha publicado en su opúsculo, lamentando que ella no haya acabado su obra con una traducción completa. Ella junta algunos extractos no menos notables del Dr. Hare, de Filadelfia, el cual también tuvo la osadía de ser uno de los primeros en afirmar su fe en las nuevas revelaciones.
La Srta. Guérin, que residió mucho tiempo en los Estados Unidos de Norteamérica, donde vio producirse y desarrollarse las primeras manifestaciones, es una de esas espíritas sinceras, concienzudas, que juzgan todo con calma, con sangre fría y sin entusiasmo. Nosotros tenemos el honor de conocerla personalmente y estamos felices en darle aquí un testimonio merecido de nuestra profunda estima. Por los siguientes fragmentos de su prólogo se puede evaluar que nuestra opinión es justamente fundamentada.
«Como los americanos, nosotros tenemos la Fe profunda, la radiante Esperanza de que esta doctrina, tan eminentemente basada en la Caridad (no la limosna, sino el amor), es realmente la que debe regenerar y pacificar al mundo. Nunca la solidaridad fraternal fue demostrada de manera tan clara y atrayente. Al venir a consolarnos, a ayudarnos, a instruirnos, en fin, a indicarnos el mejor uso para ejercer nuestras facultades –con miras al futuro–, los Espíritus son tan evidentemente desinteresados que el hombre no puede escucharlos por mucho tiempo sin experimentar el deseo de imitarlos y sin buscar a su alrededor a alguien para participar de los beneficios que le distribuyen con tanta generosidad. Él lo hace más a gusto porque finalmente comprende que su propio progreso tiene un precio y que, en el gran libro de Dios, sólo tiene en su haber las acciones practicadas con miras al bienestar material o moral de sus hermanos. Lo que los Espíritus hacen con éxito en este momento fue intentado muchas veces en la Tierra por nobles corazones, por valerosas almas que han sido y que aún son menospreciadas y ridiculizadas; se sospecha de su devoción, y solamente cuando desaparecen es que tienen la oportunidad de ser juzgadas con imparcialidad. Es por eso que Dios les permite continuar la obra después de lo que nosotros llamamos muerte.
«Es el caso de repetir con Davis: ¡Hermanos, nada temáis: el error, siendo mortal, no puede vivir; la verdad, siendo inmortal, no puede morir!»
«Que otros juzguen si mis deducciones son verdaderas o falsas. Mi objetivo será alcanzado si, al hablar del efecto producido en mi Espíritu por esas revelaciones, hubiere despertado en algunos el deseo de investigar también y el de llevar así nuevas luces al estudio de esos fenómenos; porque hasta aquí los más vehementes adversarios, los que –en su indignación– gritan contra la impostura, son igualmente los más obstinados en su total negativa a ver y a escuchar sobre el tema, y también los más decididos a permanecer en la completa ignorancia de la naturaleza de los hechos. Hombres que tienen una reputación de erudición, si no de Ciencia, no temen en comprometerla al dar explicaciones que no satisfacen a nadie, basadas en observaciones superficiales, hechas con tal ligereza que un estudiante sentiría vergüenza.
«Entretanto, ese nuevo poder inherente al hombre [connected with man] no es una cosa indiferente y, sin ninguna duda, tendrá sobre sus destinos una influencia considerable para el bien o para el mal.
«Y ya podemos ver que desde el origen, hace apenas cinco años, la idea espiritualista se ha propagado con una rapidez que la religión cristiana no había igualado en cien años; dicha idea no busca lugares aislados, no se rodea de misterios, sino que viene abiertamente a los hombres, provocando un minucioso examen, no pidiendo una fe ciega, sino recomendando en todas las circunstancias el ejercicio de la razón y de la libre opinión.
«Hemos visto que los escarnios de los filósofos no han podido desviar a un solo creyente; que los sarcasmos de la prensa, los anatemas del púlpito son igualmente impotentes para detener el progreso y, sobre todo, ya podemos constatar su influencia moralizadora. El verdadero creyente se vuelve siempre más prudente y mejor [a wiser and a better man], porque le ha sido demostrado que la existencia del hombre después de la muerte está positivamente probada. Todos los que han hecho sus investigaciones sobre este asunto, de manera seria y sincera, han obtenido pruebas irrefutables. ¿Cómo podría ser de otro modo? He aquí una inteligencia que nos habla todos los días; es un amigo (en general, los americanos comienzan conversando con sus parientes o amigos). Prueba su identidad a través de mil circunstancias que no dejan ninguna duda, por muchos recuerdos que sólo él puede conocer. Nos habla de las consecuencias de la vida terrena y nos describe la vida futura con colores tan racionales, que sentimos que dice la verdad, porque está de conformidad con la idea íntima que teníamos de la Divinidad y de los deberes que nos impone.
«La muerte no nos separa de aquellos que amamos, sino que a menudo están cerca nuestro, ayudándonos y consolándonos a través de la esperanza de una reunión cierta. ¡Cuántas veces los he escuchado por mi intermedio y a través de los otros! ¡Cuántas personas desoladas he visto que se calmaron por causa de la afable certeza de que el ser querido, “conducido por los lazos del amor, volita alrededor de ellas, susurra a sus oídos, contempla su alma, conversa con su Espíritu!”
«Así, la muerte se encuentra despojada del cortejo de terrores misteriosos e indefinidos con que fue rodeada por aquellos que esperan más de la pasión degradante del miedo que del sentimiento noble del amor.
«Notemos de paso que, sean cuales fueren los matices en la enseñanza de la nueva filosofía, todos sus discípulos concuerdan en el siguiente punto: la muerte no es un espantajo, sino un fenómeno natural, el pasaje a una existencia donde –libre de los miles de males de la vida material y de los obstáculos que lo confinan a un solo planeta– el Espíritu puede recorrer la inmensidad de los mundos y emprender su vuelo hacia regiones donde la gloria de Dios es realmente visible.
«Está igualmente demostrado [demonstrated] que nuestros más secretos pensamientos son conocidos por los seres que nos han amado y que continúan velando por nosotros. Es en vano que uno intente sustraerse a esta acción, terrible por su propia benevolencia. No es posible dudar de esto, como se quiso hacer. Muchas veces me quedé estupefacto y me estremecí ante la revelación repentina, pero irrecusable, de que los pliegues más íntimos de la conciencia pueden ser sondeados por aquellos mismos a los cuales gustaríamos esconder nuestras debilidades.
«¿No está ahí un freno saludable contra los malos pensamientos, los actos criminales, cometidos generalmente porque el culpable cobra ánimo con estas palabras: Nadie lo sabrá?... Si algo puede confirmar esta verdad tan espantosa para algunos, es el recuerdo que cada uno siente después de una buena acción, incluso cuando se mantiene secreta: una satisfacción íntima que no se compara con nada. Éstos lo saben muy bien, pues su mano izquierda no sabe lo que da su derecha. Por consiguiente, es racional creer que si nuestros amigos pueden felicitarnos, también pueden reprendernos; si ellos ven nuestros actos meritorios, igualmente ven nuestras malas acciones.
«A esto nosotros no dudamos en atribuir el hecho incontestable e indiscutible de que no hay verdadero creyente que no se haya vuelto mejor.
«De nuestra conducta depende nuestro destino futuro; no de nuestra adhesión a tal o cual secta religiosa, sino de nuestra sumisión a este gran precepto: AMAR A DIOS Y AL PRÓJIMO... No debemos postergar nuestra conversión. Nosotros mismos debemos trabajar por nuestra salvación, no más tarde, sino ahora; no mañana, sino hoy.
«No existe nada más consolador ni más edificante para el alma virtuosa, a través de las pruebas y vicisitudes de esta vida, que la certeza completa de que su felicidad futura depende de sus acciones, que ella puede dirigir.
«Por otro lado, el vicioso, el malo, el cruel, el egoísta –sobre todo el egoísta– sufrirá, por él mismo y por los otros [self and mutual torment], tormentos más terribles que los del infierno material, tales como la imaginación más desordenada nunca pudo describir.»
[1] Opúsculo grande in 18º; precio: 1 franco. Disponible en la casa Dentu, Palacio Real, Galería de Orleáns. [Nota de Allan Kardec.]
Diciembre
Avisos
A los señores suscriptores que no deseen recibir con atraso la Revista Espírita del año 1862 (5º año), les solicitamos que tengan a bien renovar su suscripción antes del 31 de diciembre.
Los suscriptores de 1862 podrán adquirir la colección de los cuatro años precedentes, en conjunto, al precio de 30 francos en lugar de 40; de esta manera, con la suscripción actual pagarán por los cinco años apenas 40 fr., es decir, por el mismo precio tendrán cinco años en vez de cuatro, o sea, un descuento del 20 por ciento. Los volúmenes comprados por separado cuestan 10 fr. cada uno, como en los años anteriores.
La segunda tirada de los años 1858, 1859 y 1860 se agotó; acaba de ser hecha una tercera reimpresión.
NOTA – El número de la Revista de enero de 1862 contendrá un artículo muy desarrollado sobre la Interpretación de la doctrina de los ángeles rebeldes, de los ángeles caídos, del paraíso perdido, y acerca del Origen y la condición moral del hombre en la Tierra.
A los señores suscriptores que no deseen recibir con atraso la Revista Espírita del año 1862 (5º año), les solicitamos que tengan a bien renovar su suscripción antes del 31 de diciembre.
Los suscriptores de 1862 podrán adquirir la colección de los cuatro años precedentes, en conjunto, al precio de 30 francos en lugar de 40; de esta manera, con la suscripción actual pagarán por los cinco años apenas 40 fr., es decir, por el mismo precio tendrán cinco años en vez de cuatro, o sea, un descuento del 20 por ciento. Los volúmenes comprados por separado cuestan 10 fr. cada uno, como en los años anteriores.
La segunda tirada de los años 1858, 1859 y 1860 se agotó; acaba de ser hecha una tercera reimpresión.
NOTA – El número de la Revista de enero de 1862 contendrá un artículo muy desarrollado sobre la Interpretación de la doctrina de los ángeles rebeldes, de los ángeles caídos, del paraíso perdido, y acerca del Origen y la condición moral del hombre en la Tierra.
Nuevas obras del Sr. Allan Kardec que serán publicadas próximamente
EL ESPIRITISMO EN SU MÁS SIMPLE EXPRESIÓN; opúsculo destinado a popularizar los elementos de la Doctrina Espírita. Será vendido a 25 centavos.
REFUTACIÓN DE LAS CRÍTICAS CONTRA EL ESPIRITISMO, desde el punto de vista del Materialismo, de la Ciencia y de la Religión. Esta última parte tendrá todos los desenvolvimientos necesarios. Contendrá la respuesta al opúsculo del Sr. cura Marouzeau.
Varias otras obras, de la cual una de importancia casi igual, en volumen, a El Libro de los Espíritus, serán publicadas en el transcurso de 1862.
EL ESPIRITISMO EN SU MÁS SIMPLE EXPRESIÓN; opúsculo destinado a popularizar los elementos de la Doctrina Espírita. Será vendido a 25 centavos.
REFUTACIÓN DE LAS CRÍTICAS CONTRA EL ESPIRITISMO, desde el punto de vista del Materialismo, de la Ciencia y de la Religión. Esta última parte tendrá todos los desenvolvimientos necesarios. Contendrá la respuesta al opúsculo del Sr. cura Marouzeau.
Varias otras obras, de la cual una de importancia casi igual, en volumen, a El Libro de los Espíritus, serán publicadas en el transcurso de 1862.
Organización del Espiritismo
1. Hasta el presente, los espíritas –ya muy numerosos– se han diseminado por todos los países, y este no es uno de los caracteres menos salientes de la Doctrina. Como una semilla llevada por los vientos, el Espiritismo ha echado raíces en todos los puntos del globo, prueba evidente de que su propagación no es el efecto ni de una camarilla ni de una influencia local y personal. Los adeptos, antes aislados, se sorprenden hoy de encontrarse en gran número, y como la similitud de ideas inspira el deseo de acercamiento, buscan reunirse y fundar Sociedades. Así, de todas partes, nos solicitan instrucciones al respecto, manifestándonos el deseo de unirse a la Sociedad Central de París. Por lo tanto, ha llegado el momento de ocuparnos de lo que se puede llamar la organización del Espiritismo. El Libro de los Médiums (2ª edición) contiene, sobre la formación de las Sociedades Espíritas, observaciones importantes a las que remitimos a nuestros lectores, y sobre las cuales rogamos meditar con cuidado. A cada día la experiencia viene a confirmar la exactitud de esas observaciones; nosotros las recordaremos sucintamente, añadiendo instrucciones más circunstanciales.
2. Primeramente hablemos de los adeptos que aún se encuentran aislados en medio de una población hostil o ignorante a respecto de las ideas nuevas. Diariamente recibimos cartas de personas que están en esa situación y que nos preguntan qué pueden hacer ante la ausencia de médiums y de seguidores del Espiritismo. Están en la situación en que, hace apenas un año, se encontraban los primeros espíritas de los centros más numerosos de hoy en día. Paulatinamente los adeptos se han multiplicado y, si hasta hace poco había ciudades donde ellos se contaban por escasas unidades, ahora son contados por centenas y millares; en breve sucederá lo mismo en todas partes: es una cuestión de paciencia. En cuanto a lo que tienen que hacer, es muy simple: primero pueden trabajar por cuenta propia, compenetrándose de la Doctrina a través de la lectura y de la meditación de las obras específicas; cuanto más se profundicen en la misma, más descubrirán verdades consoladoras, confirmadas por la razón. En ese recogimiento, deben sentirse felices por haber sido los primeros favorecidos. Pero si se limitaran a buscar en la Doctrina una satisfacción personal, esto sería una especie de egoísmo; ellos tienen, debido a su propia posición, una bella e importante misión que cumplir: la de esparcir la luz a su alrededor. Aquellos que acepten esta misión sin dejarse detener por las dificultades, serán ampliamente recompensados por el éxito y por la satisfacción de haber hecho algo útil. Sin duda encontrarán oposición; estarán expuestos a las burlas y a los sarcasmos de los incrédulos, a la propia malevolencia de las personas interesadas en combatir la Doctrina; pero, ¿dónde estaría el mérito si no hubiese ningún obstáculo que vencer? Por lo tanto, para aquellos que se detuvieran por el miedo pueril al qué dirán, no tenemos nada que decirles, ningún consejo que darles; pero para aquellos que tienen el coraje de dar su opinión, que están por encima de las mezquinas consideraciones mundanas, les diremos que lo que tienen que hacer se resume en hablar abiertamente del Espiritismo, sin afectación, como de algo muy sencillo y muy natural, sin hacer sermones, y sobre todo sin procurar forzar las convicciones, ni hacer prosélitos a toda costa. El Espiritismo no debe ser impuesto; si vienen a Él es porque necesitan de Él, y porque da lo que las otras filosofías no dan. Inclusive es conveniente no meterse en ninguna disputa con los incrédulos obstinados: sería darles demasiada importancia y hacerles creer que uno depende de ellos. Los esfuerzos que se hacen para atraerlos los alejan y, por amor propio, se obstinan en su oposición; he aquí por qué es inútil perder tiempo con ellos; cuando la necesidad se haga sentir, vendrán por sí mismos. Mientras tanto, es preciso dejarlos tranquilos en complacerse con su escepticismo, que –realmente creedlo– a menudo les pesa más de lo que dejan trasparecer, porque, por más que digan lo contrario, la idea de la nada después de la muerte tiene algo de más aterrador y de más desconsolador que la propia muerte.
Pero al lado de los escarnecedores hay personas que preguntarán: «¿Qué es esto?» Adelantaos en satisfacerlas, entonces, al proporcionarles vuestras explicaciones según la naturaleza de las disposiciones que encontraréis en ellas. Cuando se habla del Espiritismo, en general, es necesario considerar las palabras que se pronuncian como semillas arrojadas al vuelo: entre las mismas, muchas caen en terreno pedregoso y no producen nada; pero si una sola cae en tierra fértil, consideraos felices: cultivadla, y estad seguros de que esa planta, al fructificar, producirá retoños. Para algunos adeptos, la dificultad está en responder a ciertas objeciones; la lectura atenta de las obras les proporcionará los medios para eso, pero sobre todo podrán valerse, a este efecto, del opúsculo que vamos a publicar con el título de: Refutación de las críticas contra el Espiritismo, desde el punto de vista materialista, científico y religioso.
3. Hablemos ahora de la organización del Espiritismo en los centros ya numerosos. El aumento incesante de los adeptos demuestra la imposibilidad material de constituir una Sociedad única en una ciudad, y sobre todo en una ciudad populosa. Además del número, existe la dificultad de las distancias, que son un obstáculo para muchos. Por otro lado, se sabe que las reuniones grandes son menos favorables a las bellas comunicaciones, y que las mejores comunicaciones se obtienen en los pequeños Grupos. Por lo tanto, es necesario concentrar nuestros esfuerzos en multiplicar los Grupos particulares. Ahora bien, como ya lo hemos dicho, veinte Grupos de quince a veinte personas obtendrán más y harán más por la divulgación que una Sociedad única de cuatrocientos miembros. Los Grupos se forman naturalmente por la afinidad de gustos, de sentimientos, de hábitos y de posición social; todos se conocen allí y, como son reuniones privadas, se tiene la libertad de definir el número y la selección de los que son admitidos en el Grupo.
4. El sistema de la multiplicación de los Grupos tiene también como resultado –así como lo hemos dicho en varias ocasiones– impedir los conflictos y las rivalidades de supremacía y de presidencia. Cada Grupo es naturalmente dirigido por el dueño de la casa o por el que fuere designado a ese efecto; propiamente hablando, allí no hay un presidente oficial, porque todo pasa en familia. El dueño de la casa, como anfitrión de la misma, tiene toda la autoridad para el mantenimiento del buen orden. Con una Sociedad propiamente dicha, son necesarios un local especial, un personal administrativo, un presupuesto, en una palabra, una complejidad de mecanismos que la mala voluntad de algunos disidentes malintencionados podría comprometer.
5. A esas consideraciones, ampliamente desarrolladas en El Libro de los Médiums, agregaremos una que es preponderante. El Espiritismo aún no es visto con buenos ojos por todo el mundo. Dentro de poco se comprenderá que es de gran interés favorecer una creencia que vuelve mejores a los hombres y que es una garantía del orden social; pero hasta que se esté bien convencido de su benéfica influencia sobre el espíritu de las masas y de sus efectos moralizadores, los adeptos deben esperar que se les presenten dificultades, ya sea por ignorancia del verdadero objetivo de la Doctrina o por interés personal. No solamente se los ridiculizará, sino que también –cuando vean que se gastan las armas del ridículo– se los calumniará. Serán acusados de locura, de charlatanismo, de irreligión, de hechicería, a fin de incitar el fanatismo contra ellos. ¡De locura! Sublime locura que hace creer en Dios y en el futuro del alma; para los que no creen en nada, en efecto, es una locura creer en la comunicación entre los muertos y los vivos, locura que da la vuelta al mundo y que alcanza a los hombres más eminentes. ¡De charlatanismo! Ellos tienen una respuesta perentoria: el desinterés, porque el charlatanismo nunca es desinteresado. ¡De irreligión! Desde que son espíritas, ellos son más religiosos que antes. ¡De hechicería y de conversación con el diablo! Ellos, que niegan la existencia del diablo y que sólo reconocen a Dios como el único Señor Todopoderoso, soberanamente justo y bueno; ¡singulares hechiceros éstos, que renegarían a su señor y que actuarían en nombre de su antagonista! En verdad, el diablo no debe estar muy contento con sus adeptos. Pero las buenas razones son la menor de las preocupaciones de aquellos que quieren sembrar discordia; cuando quieren matar al perro, dicen que está con rabia. Felizmente la Edad Media lanza sus últimos y pálidos destellos sobre nuestro siglo; como el Espiritismo viene a darle el golpe de gracia, no es de admirar que ella intente un supremo esfuerzo; pero tranquilicémonos: la lucha no será larga. Entretanto, que la certeza de la victoria no se vuelva imprudencia, porque una imprudencia podría, si no comprometer, al menos retardar el éxito. Por esos motivos, la constitución de Sociedades numerosas quizá encontraría obstáculos en ciertas localidades, lo que no sucedería con las reuniones familiares.
6. Agreguemos una consideración más. Las Sociedades propiamente dichas están sujetas a numerosas vicisitudes; miles de causas, que dependen o no de su voluntad, pueden llevarlas a la disolución. Por lo tanto, supongamos que una Sociedad Espírita haya reunido a todos los adeptos de una misma ciudad y que, por una circunstancia cualquiera, deje de existir; he aquí los miembros dispersados y desorientados. Ahora, si en lugar de eso hubiera cincuenta Grupos, si algunos desaparecen, otros siempre quedarán y nuevos se formarán; son como plantas vivaces que, a pesar de todo, vuelven a nacer. No tengáis en el campo solamente un árbol grande, porque un rayo puede derribarlo; tened cien árboles, y el mismo rayo no podrá alcanzarlos a todos, y cuanto más pequeños sean, menos expuestos estarán.
Entonces, todo concurre a favor del sistema que proponemos; cuando un primer Grupo, fundado en alguna parte, se vuelve demasiado numeroso, que haga como las abejas: que los enjambres salidos de la colmena madre vayan a fundar nuevas colmenas que, a su vez, formarán otras. Habrá muchos centros de acción irradiando en su respectivo círculo, y así serán más poderosos para la divulgación que una Sociedad única.
7. En principio, pues, al ser admitida la formación de los Grupos, quedan por examinar varias cuestiones importantes. La primera de todas es la uniformidad en la Doctrina. Esta uniformidad no sería mejor garantizada por una Sociedad muy numerosa, puesto que los disidentes siempre tendrían la facilidad de retirarse y de aislarse. Que la Sociedad sea una o que esté fraccionada, la uniformidad será la consecuencia natural de la unidad de base que los Grupos adopten. Será completa entre todos aquellos que sigan la línea trazada por El Libro de los Espíritus y por El Libro de los Médiums; uno contiene los principios de la filosofía de la ciencia; el otro, las reglas de la parte experimental y práctica. Estas obras han sido escritas con claridad suficiente para no dar lugar a interpretaciones divergentes, condición esencial de toda doctrina nueva.
Hasta ahora esas obras sirven de base para la inmensa mayoría de los espíritas, y en todas partes son acogidas con una indudable simpatía; los que quisieron apartarse de ellas pudieron reconocer, por su aislamiento y por el número decreciente de sus participantes, que no tenían a su favor la opinión general. Este consentimiento, dado por la gran mayoría, tiene un peso considerable; es un juicio del que no se podría ser sospechoso de influencia personal, puesto que es espontáneo y porque es pronunciado por millares de personas que nos son completamente desconocidas. Una prueba de este consentimiento es que nos han solicitado traducir las obras a diversos idiomas: español, inglés, portugués, alemán, italiano, polaco, ruso y hasta en la lengua tártara. Por lo tanto, podemos –sin presunción– recomendar su estudio y su práctica en las diversas reuniones espíritas, y esto con mucha más razón porque son las únicas, hasta el presente, en donde la ciencia espírita es tratada de manera completa; todas las que han sido publicadas sobre la materia, solamente han tocado algunos puntos aislados de la cuestión. Por lo demás, de ningún modo tenemos la pretensión de imponer nuestras ideas; nosotros las emitimos, como es nuestro derecho; aquellos a quienes las mismas convengan, que las adopten; los otros, que las rechacen, como también es su derecho; las instrucciones que damos, pues, son naturalmente para los que caminan con nosotros, para aquellos que nos honran con el título de líder espírita, y de forma alguna pretendemos reglamentar a los que quieren seguir por otro camino. Entregamos la Doctrina que profesamos a la apreciación general; ahora bien, hemos encontrado a muchos adeptos para darnos confianza y consolarnos de algunos disidentes aislados. El futuro, además, será el juez en última instancia; con los hombres actuales desaparecerán –por la fuerza de las cosas– las susceptibilidades del amor propio herido, las causas de los celos, de la ambición y de las expectativas materiales frustradas; al no ver ya las personas, sólo se verá la Doctrina, y el juicio será más imparcial. ¿Cuáles son las ideas nuevas que, en su aparición, no han tenido sus contradictores más o menos interesados? ¿Cuáles son los propagadores de esas ideas que no han sido el blanco de los dardos de la envidia, sobre todo si el éxito ha coronado sus esfuerzos? Pero volvamos a nuestro tema.
8. El segundo punto es la constitución de los Grupos. Una de las primeras condiciones es la homogeneidad, sin la cual no podría haber comunión de pensamientos. Una reunión no puede ser estable ni seria si no hay simpatía entre los que la componen, y no puede haber simpatía entre personas que tienen ideas divergentes y que se hacen oposición sorda, cuando no abierta. Lejos de nosotros decir con eso que es preciso sofocar la discusión, puesto que, al contrario, recomendamos el examen escrupuloso de todas las comunicaciones y de todos los fenómenos. Por lo tanto, queda claro que cada uno puede y debe emitir su opinión; pero hay personas que discuten para imponer su propia opinión y no para esclarecerse. Es contra el espíritu de oposición sistemática que nos levantamos; es contra las ideas preconcebidas que no ceden, ni siquiera ante la evidencia. Tales personas son incuestionablemente una causa de perturbación, que es necesario evitar. En este aspecto, las reuniones espíritas están en condiciones excepcionales: lo que requieren, por encima de todo, es recogimiento; ahora bien, ¿cómo estar en recogimiento si a cada instante se está distraído con una áspera polémica; si reina entre los asistentes un sentimiento de acrimonia o cuando a nuestro alrededor sentimos a seres que sabemos hostiles y en cuyo semblante se lee el sarcasmo y el desdén por todo lo que no concuerde con ellos?
9. Hemos trazado en El Libro de los Médiums (ítem Nº 28) el carácter de las principales variedades de espíritas; al ser importante esta diferencia para el tema del cual nos ocupamos, creemos un deber recordarla.
Se puede poner en primera línea a los que creen pura y simplemente en las manifestaciones. Para ellos, el Espiritismo es sólo una ciencia de observación, una serie de hechos más o menos curiosos; la filosofía y la moral son para ellos accesorios, con los cuales poco se preocupan o cuyo alcance no sospechan. Nosotros los llamamos espíritas experimentadores.
Vienen después los que ven en el Espiritismo algo más allá de los hechos; comprenden su alcance filosófico, admiran la moral que de ahí deriva, pero no la practican. Ellos se extasían ante las bellas comunicaciones, como ante un elocuente sermón, que oyen sin sacarle provecho. La influencia de la Doctrina sobre su carácter es insignificante o nula; no cambian en nada sus hábitos y no se privarían de un solo goce: el avaro es siempre tacaño; el orgulloso, siempre creído de sí mismo; el envidioso y el celoso siempre hostiles; para ellos la caridad cristiana no es más que una bella máxima, y los bienes de este mundo prevalecen en su estima sobre los del porvenir; son los espíritas imperfectos.
Al lado de éstos hay otros –más numerosos de lo que se piensa– que no se limitan a admirar la moral espírita, sino que la practican, aceptando todas sus consecuencias. Convencidos de que la existencia terrena es una prueba pasajera, tratan de aprovechar esos breves instantes para avanzar en la senda del progreso, esforzándose en hacer el bien y en reprimir sus malas inclinaciones; sus relaciones son siempre seguras, porque su convicción los aparta de todo pensamiento del mal. Para ellos, la caridad es su regla de conducta en todas las cosas; son los verdaderos espíritas, o sea, los espíritas cristianos.
10. Si se ha comprendido bien lo anterior, se comprenderá también que un Grupo exclusivamente formado por elementos de esta última categoría estará en mejores condiciones, porque es sólo entre personas que practican la ley de amor y de caridad que un lazo fraternal serio puede establecerse. Entre hombres para quienes la moral no es más que una teoría, la unión no podría ser duradera. Como éstos no imponen ningún freno a su orgullo, a su ambición, a su vanidad, a su egoísmo, tampoco lo impondrán a sus palabras; querrán ser los primeros, cuando deberían ser humildes; se irritarán con las contradicciones y no tendrán ningún escrúpulo en sembrar la confusión y la discordia. Por el contrario, entre los verdaderos espíritas reina un sentimiento recíproco de confianza y de benevolencia; uno se siente a gusto en este ambiente simpático, mientras que hay coerción y ansiedad en un grupo heterogéneo.
11. Eso está en la naturaleza de las cosas y no inventamos nada al respecto. ¿Resulta de allí que, en la formación de los grupos, es necesario exigir la perfección? Esto sería simplemente absurdo, porque sería querer lo imposible y, de ese modo, nadie podría pretender formar parte de los mismos. El Espiritismo, al tener como objetivo el mejoramiento de los hombres, no viene a buscar a aquellos que son perfectos, sino a los que se esfuerzan en serlo, poniendo en práctica las enseñanzas de los Espíritus. El verdadero espírita no es aquel que llegó al objetivo, sino el que quiere seriamente alcanzarlo. Por lo tanto, sean cuales fueren sus antecedentes, él será buen espírita desde el momento en que reconozca sus imperfecciones y que sea sincero y perseverante en su deseo de enmendarse. El Espiritismo es para él una verdadera regeneración, porque rompe con su pasado; indulgente para con los otros –como gustaría que fuesen con él–, no saldrá de su boca ninguna palabra malévola ni hiriente contra nadie. Aquel que, en una reunión, se apartase de las conveniencias demostraría no sólo una falta de educación y de urbanidad, sino también una falta de caridad. El que se ofendiera con la contradicción y pretendiese imponer su persona o sus ideas, daría prueba de orgullo; ahora bien, ni uno ni otro estarían en el camino del verdadero Espiritismo, o sea, del Espiritismo cristiano. Aquel que cree tener una opinión más justa que los demás, hará que los otros la acepten mejor a través de la dulzura y de la persuasión; la acrimonia sería de su parte una muy mala opción.
12. La simple lógica demuestra, pues, a cualquiera que conozca las leyes del Espiritismo, cuáles son los mejores elementos para la composición de los Grupos verdaderamente serios, y nosotros no dudamos en decir que son éstos los que tienen la mayor influencia en la propagación de la Doctrina Espírita. Por la consideración que inspiran, por el ejemplo que dan de sus consecuencias morales, ellos demuestran la seriedad de la Doctrina e imponen silencio al escarnio que, cuando ataca al bien, es más que ridículo: es odioso. Pero ¿qué queréis que piense un crítico incrédulo cuando asiste a experiencias cuyos asistentes son los primeros en hacer un juego de las mismas? Sale de allí aún más incrédulo de lo que entró.
13. Acabamos de indicar la mejor composición de los Grupos; pero la perfección no es más posible en los conjuntos que en los individuos. Indicamos el objetivo y decimos que cuanto más nos aproximamos al mismo, más satisfactorios serán los resultados. Algunas veces uno es dominado por las circunstancias, pero es necesario que se tenga todo el cuidado para transponer los obstáculos. Infelizmente, cuando se crea un grupo, se es muy poco riguroso en la selección de sus componentes, porque ante todo se quiere formar una sede; para ser allí admitido basta, en la mayoría de las veces, un simple deseo o cualquier adhesión a las ideas más generales del Espiritismo; más tarde, se percibe que se han concedido demasiadas facilidades.
14. En un grupo hay siempre el elemento estable y el elemento fluctuante. El primero se compone de personas asiduas que forman su base; el segundo, de aquellas que son admitidas temporaria y accidentalmente. Es a la composición del elemento estable que es esencial prestar una atención escrupulosa, y en este caso no se debe dudar en sacrificar la cantidad por la calidad, porque este elemento es el que da el impulso y el que sirve de regulador. El elemento fluctuante es menos importante, porque uno está siempre libre para modificarlo a voluntad. No se debe perder de vista que las reuniones espíritas, como también todas las reuniones en general, extraen las fuentes de su vitalidad de la base sobre la cual se asientan; todo depende, en este aspecto, del punto de partida. Aquel que tiene la intención de organizar un Grupo en buenas condiciones debe, ante todo, cerciorarse de la colaboración de algunos adeptos sinceros, que tomen la Doctrina en serio, y cuyo carácter conciliador y benevolente sea conocido. Al formarse ese núcleo, aunque sólo fuese de tres o cuatro personas, serán establecidas reglas precisas, ya sea para las admisiones como para la dirección de las sesiones y del orden de los trabajos, reglas que los nuevos miembros deberán observar. Estas reglas pueden sufrir modificaciones según las circunstancias, pero hay algunas de ellas que son esenciales.
15. Al ser la unidad de principios uno de los puntos importantes, esta unidad no puede existir en aquellos que, al no haber estudiado, no tienen una opinión formada. Por lo tanto, la primera condición a imponer, si no se quiere estar a cada instante distraído con objeciones o con preguntas triviales, es el estudio previo. La segunda es una profesión de fe categórica y una adhesión formal a la Doctrina de El Libro de los Espíritus, y tantas otras condiciones especiales que se consideren convenientes; esto en lo que atañe a los miembros titulares y a los dirigentes. En lo que respecta a los asistentes, que generalmente vienen para adquirir una suma de conocimientos y de convicción, se puede ser menos riguroso; sin embargo, como existen los que podrían causar perturbación con observaciones inadecuadas, es importante de que se tenga certeza de sus intenciones. Es necesario, sobre todo y sin excepción, apartar a los curiosos y a quienquiera que se sienta atraído por un motivo frívolo.
16. El orden y la regularidad de los trabajos son cosas igualmente esenciales. Consideramos sumamente útil abrir cada sesión con la lectura de algunos pasajes de El Libro de los Médiums y de El Libro de los Espíritus; con este proceder se tendrán siempre presentes en la memoria los principios de la ciencia espírita y los medios de evitar los escollos que a cada paso se encuentran en la práctica. Así, la atención ha de fijarse en una multitud de puntos que frecuentemente escapan a una lectura particular, y podrán dar lugar a comentarios y a discusiones instructivas, de las cuales los propios Espíritus podrán participar.
No menos necesario es reunir y poner en limpio todas las comunicaciones obtenidas, por orden de fecha, con indicación del médium que ha servido de intermediario. Esta última mención es útil para el estudio del género de facultad de cada uno. Pero sucede a menudo que esas comunicaciones se pierden de vista, volviéndose así letra muerta; esto desanima a los Espíritus que las habían dictado para la instrucción de los asistentes. Por lo tanto, es esencial hacer una selección especial de las más instructivas, y de tiempo en tiempo realizar una nueva lectura de las mismas. Frecuentemente esas comunicaciones son de interés general y no son dadas por los Espíritus para la instrucción de algunos pocos, ni para ser olvidadas en los archivos. Entonces es útil que sean llevadas al conocimiento de todos por medio de la publicidad. Examinaremos esta cuestión en un artículo que publicaremos en nuestro próximo número, indicando el modo más simple, más económico y, al mismo tiempo, más apropiado para alcanzar el objetivo.
17. Como se ve, nuestras instrucciones se dirigen exclusivamente a los Grupos formados por elementos serios y homogéneos; se dirigen a aquellos que quieren seguir la senda del Espiritismo moral con miras al progreso de cada uno –objetivo esencial y único de la Doctrina; se dirigen, en fin, a los que consienten en aceptarnos como guía, teniendo en cuenta los consejos de nuestra experiencia. Es indiscutible que un Grupo formado en las condiciones que hemos indicado funcionará con regularidad, sin obstáculos y de una manera fructífera. Lo que un Grupo puede hacer, otros pueden igualmente hacerlo. Supongamos, entonces, en una ciudad, un determinado número de Grupos constituidos sobre las mismas bases; necesariamente habrá entre ellos unidad de principios, ya que siguen la misma bandera: la unión por simpatía, puesto que tienen como máxima el amor y la caridad; en una palabra, son miembros de una misma familia, entre los cuales no debería haber competición, ni rivalidad de amor propio, ya que todos están animados de los mismos sentimientos hacia el bien.
18. Entretanto, sería útil que hubiese entre ellos un punto de reunión, un centro de acción. Según las circunstancias y las localidades, los diversos Grupos, al poner de lado toda cuestión personal, podrían designar con ese fin a aquel que, por su posición y por su importancia relativa, sería el más apto para dar al Espiritismo un impulso provechoso. Conforme la necesidad, y si fuera menester no exponerse a susceptibilidades, un Grupo Central, formado por los delegados de todos los Grupos, tomaría el nombre de Grupo Director. En la imposibilidad de que mantengamos correspondencia con todos, es con éste que tendríamos contactos más directos. En ciertos casos también podríamos designar especialmente a una persona, a fin de que se encargase de representarnos.
Sin perjuicio de las relaciones que, por la fuerza de las cosas, se establecerán entre los Grupos de una misma ciudad que marchen por caminos idénticos, una asamblea general anual podría reunir a los espíritas de los diversos Grupos en una fiesta de familia que, al mismo tiempo, sería la fiesta del Espiritismo. Allí serían pronunciados discursos y se daría lectura a las comunicaciones más notables o apropiadas a las circunstancias.
Lo que es posible entre los Grupos de una misma ciudad lo es igualmente entre los Grupos directores de diferentes ciudades, desde que entre ellos haya una comunión de miras y de sentimientos, es decir, desde que puedan establecer relaciones recíprocas. Indicaremos los medios para ello cuando hablemos del modo de publicidad.
19. Como se ve, todo esto es de una ejecución muy simple y sin engranajes complicados; pero todo depende del punto de partida, o sea, de la composición de los primeros Grupos. Si ellos son formados por buenos elementos, serán como buenas raíces que darán buenos retoños. Al contrario, si son formados por elementos heterogéneos y antipáticos, por espíritas dudosos, que se ocupan más de la forma que del fondo y que consideran la moral como parte accesoria y secundaria, se deberán esperar polémicas irritantes e interminables, pretensiones personales, susceptibilidades heridas y, por consecuencia, conflictos precursores de la desorganización. Entre los verdaderos espíritas, tales como los hemos definido, que ven el objetivo esencial del Espiritismo en la moral –que es la misma para todos–, habrá siempre abnegación de la personalidad, comprensión y benevolencia y, por consiguiente, seguridad y estabilidad en las relaciones. He aquí por qué hemos insistido tanto en las cualidades fundamentales.
20. Tal vez se dirá que esas severas restricciones son un obstáculo a la propagación; es un error. No creáis que al abrir vuestras puertas al primero que llegue haréis más prosélitos; la experiencia prueba lo contrario. Seríais acosados por una multitud de curiosos y de indiferentes, que allí vendrían como a un espectáculo; ahora bien, los curiosos y los indiferentes son obstáculos y no auxiliares. En cuanto a los incrédulos por sistema o por orgullo, lo que quiera que sea que les mostréis, ellos lo tratarán con desdén, porque no comprenden ni quieren tomarse el trabajo de comprenderlo. Ya lo hemos dicho, y no estaría de más repetirlo: la verdadera propagación, aquella que es útil y fructífera, se hace por el ascendiente moral de las reuniones serias; si sólo hubiera reuniones semejantes, los espíritas serían aún más numerosos de lo que son, ya que –es necesario decirlo– muchos han sido desviados de la Doctrina porque solamente han asistido a reuniones fútiles, sin orden y sin seriedad. Por lo tanto, sed serios en toda la acepción de la palabra, y personas serias vendrán a vosotros: estos son los mejores propagadores, porque hablan con convicción y predican con el ejemplo como con la palabra.
21. Del carácter esencialmente serio de las reuniones no es preciso inferir que se deban sistemáticamente proscribir las manifestaciones físicas. Así, como ya lo hemos dicho en El Libro de los Médiums (ítem Nº 326), éstas son de una utilidad indiscutible desde el punto de vista del estudio de los fenómenos y para la convicción de ciertas personas; pero para que se pueda sacar provecho de este doble punto de vista, es necesario excluir todo pensamiento frívolo. Una reunión que tenga un buen médium de efectos físicos y que se ocupe de este género de manifestaciones con orden, método y seriedad, cuya condición moral ofrezca toda garantía contra el charlatanismo y la superchería, no sólo podría obtener cosas notables desde el punto de vista fenoménico, sino que también produciría mucho bien. De esta manera, pues, si se tiene a disposición a médiums apropiados para ello, sugerimos no descuidar este género de experimentación, organizando para este efecto sesiones especiales, independientemente de aquellas que se ocupan con las comunicaciones morales y filosóficas. Los médiums potentes de esta categoría son raros; pero hay fenómenos que, aunque sean más comunes, no dejan de ser muy interesantes y muy concluyentes, porque prueban de un modo evidente la independencia del médium; en este número se encuentran las comunicaciones por medio de la tiptología alfabética, que a menudo dan los resultados más inesperados. La teoría de esos fenómenos es necesaria para poder entender la manera cómo ellos operan, porque es raro que lleven a una profunda convicción a aquellos que no los comprenden; además, ella tiene la ventaja de hacer conocer las condiciones normales en las que pueden producirse y, por consecuencia, de evitar tentativas inútiles, permitiendo que se descubra el fraude, si éste se infiltra en alguna parte.
Se han equivocado los que pensaban que nosotros éramos sistemáticamente contrarios a las manifestaciones físicas; preconizamos y preconizaremos siempre las comunicaciones inteligentes, sobre todo aquellas que tienen un alcance moral y filosófico, porque sólo éstas tienden al objetivo esencial y definitivo del Espiritismo. En cuanto a las otras, nunca hemos discutido su utilidad, pero nos hemos levantado contra el deplorable abuso que se ha hecho y que se puede hacer de las mismas, contra la explotación que hace el charlatanismo y contra las malas condiciones en que frecuentemente son realizadas y que se prestan al ridículo. Hemos dicho y repetimos que las manifestaciones físicas son el inicio de la ciencia espírita, y que no se avanza permaneciendo en el abecé; que si el Espiritismo no hubiese salido de las mesas giratorias, no habría crecido como lo ha hecho, y que tal vez hoy no se hablaría más de Él; he aquí por qué nosotros nos esforzamos por hacerlo entrar en la vía filosófica, seguros de que sólo entonces, al dirigirse más a la inteligencia que a los ojos, Él tocaría el corazón, y no sería un asunto de moda. Es con esta sola condición que el Espiritismo podía dar la vuelta al mundo e implantarse como Doctrina; ahora bien, el resultado superó en mucho nuestras expectativas. No atribuimos a las manifestaciones físicas sino una importancia relativa y no absoluta; a los ojos de ciertas personas, ahí está nuestro error, ya que ellas hacen de las mismas su ocupación exclusiva y no ven nada más allá de esto. Si no nos ocupamos personalmente de estas manifestaciones, es que no nos enseñarían nada nuevo y tenemos cosas más esenciales que hacer. Lejos de censurar a los que se ocupan de ellas, al contrario, los animamos, si lo hacen realmente en condiciones provechosas; todas las veces, pues, que sepamos de reuniones de ese género que merezcan toda confianza, seremos los primeros en recomendarlas a la atención de los nuevos adeptos. Tal es, sobre esta cuestión, nuestra categórica profesión de fe.
22. Al comienzo hemos dicho que varios Grupos Espíritas han solicitado unirse a la Sociedad de París; incluso se han servido de la palabra afiliarse; al respecto, se hace necesaria una explicación.
La Sociedad de París es la primera que se ha constituido regular y legalmente; por su posición y por la naturaleza de sus trabajos, Ella tiene una gran participación en el desarrollo del Espiritismo y, en nuestra opinión, justifica el título de Sociedad Iniciadora que le han dado ciertos Espíritus. Su influencia moral se hace sentir de lejos y, aunque Ella sea numéricamente restricta, tiene la conciencia de haber hecho más por la propaganda de que si hubiera abierto sus puertas al público. Se ha formado con el único objetivo de estudiar y profundizar la ciencia espírita; para esto no necesita de un auditorio numeroso ni de muchos miembros, pues sabe muy bien que la verdadera propaganda se hace mediante la influencia de los principios. Como no la mueve ningún interés material, un excedente numérico le sería más perjudicial que útil; así, con satisfacción, verá multiplicarse alrededor de Ella a los Grupos particulares formados en buenas condiciones, y con los cuales podrá establecer relaciones de fraternidad. No sería coherente con sus principios, ni con la altura de su misión, si pudiera concebir la sombra de los celos; aquellos que la creyeran capaz de esto no la conocen.
Estas observaciones son suficientes para mostrar que la Sociedad de París no tiene la pretensión de absorber a las otras Sociedades que podrían formarse en París, o en otra parte, con los mismos procedimientos habituales; por lo tanto, la palabra afiliación sería impropia, porque supondría de su parte una especie de supremacía material a la que Ella no aspira en absoluto, y que inclusive tendría inconvenientes. Como Sociedad Iniciadora y Central puede establecer con los otros Grupos o Sociedades relaciones puramente científicas; pero a eso se limita su papel. No ejerce ningún control sobre esas Sociedades, que de manera alguna dependen de Ella, y quedan enteramente libres para constituirse como lo crean conveniente, sin tener que rendir cuentas a nadie y sin que la Sociedad de París tenga que inmiscuirse en sus asuntos. Las Sociedades extranjeras pueden, pues, formarse sobre las mismas bases, declarar que adoptan los mismos principios, sin depender de Ella, a no ser por la concentración de los estudios y por los consejos que le puedan pedir, a los cuales tendrá siempre el placer de dar.
Además, la Sociedad de París no se jacta de estar más que las otras al abrigo de las vicisitudes. Si las tuviera en sus manos –por así decirlo–, y si aquella dejase de existir por una causa cualquiera, la falta de un punto de apoyo resultaría en perturbación. Los Grupos o Sociedades deben buscar un punto de apoyo más sólido que en una institución humana necesariamente frágil; deben extraer su vitalidad de los principios de la Doctrina, que son los mismos para todos y que sobreviven a todas ellas, estén o no esos principios representados por una Sociedad constituida.
23. Al estar claramente definido el papel de la Sociedad de París, a fin de evitar cualquier equívoco y toda falsa interpretación, las relaciones que Ella establecerá con las Sociedades extranjeras quedan extremamente simplificadas; se limitan a relaciones morales, científicas y de mutua benevolencia, sin ninguna sujeción. Se transmitirán recíprocamente el resultado de sus observaciones, ya sea por medio de publicaciones o por correspondencia. Para que la Sociedad de París pueda establecer estas relaciones, es necesario que esté informada sobre las Sociedades extranjeras que deseen marchar por el mismo camino y que adopten la misma bandera; Ella las inscribirá en la lista de sus corresponsales. Si hay varios Grupos en una ciudad, serán representados por el Grupo Central del que hemos hablado en el párrafo Nº 18.
24. Indicaremos ahora algunos trabajos en los que las diversas Sociedades podrán colaborar de una manera fructífera; después indicaremos otros.
Se sabe que los Espíritus, al no tener todos la soberana ciencia, pueden encarar ciertos principios desde su punto de vista personal y, por consecuencia, no estar siempre de acuerdo entre sí. Naturalmente, el mejor criterio de la verdad está en la concordancia de los principios enseñados sobre diversos puntos por Espíritus diferentes y a través de médiums que sean extraños unos a los otros. Es así que ha sido compuesto El Libro de los Espíritus. Pero aún quedan muchas cuestiones importantes que pueden ser resueltas de esta manera, cuya solución tendrá tanto más autoridad cuando haya sido obtenida por gran mayoría. Por lo tanto, la Sociedad de París podrá, en su ocasión, dirigir cuestiones de esta naturaleza a todos los Grupos que sean sus corresponsales, los cuales, a través de sus médiums, solicitarán la solución a sus Guías espirituales.
Otro trabajo consiste en las investigaciones bibliográficas. Existe un número muy grande de obras antiguas y modernas, en las cuales se encuentran testimonios más o menos directos a favor de las ideas espíritas. Una selección de esos testimonios sería muy valiosa, pero es casi imposible que sea realizada por una sola persona. Al contrario, se vuelve más fácil si cada uno tuviera a bien extraer algunos elementos de sus lecturas o de sus estudios, transmitiéndolos a la Sociedad de París, que los coordinará.
25. Tal es, en el estado actual de las cosas, la única organización posible del Espiritismo; más tarde, las circunstancias podrán modificarla, pero no se debe hacer nada inoportuno; ya es mucho que, en tan poco tiempo, los adeptos se hayan multiplicado lo bastante como para llegar a este resultado. En esta sencilla disposición hay un cuadro que puede extenderse al infinito, por la propia simplicidad de los engranajes; por lo tanto, no busquemos complicarlos, por miedo a encontrar obstáculos. Aquellos que consientan en otorgarnos alguna confianza pueden estar seguros de que no serán dejados a la zaga, y que cada cosa vendrá a su tiempo. Es sólo a ellos, como ya lo hemos dicho, a quienes dirigimos estas instrucciones, sin la pretensión de imponernos a aquellos que no caminan con nosotros.
Para denigrarnos, han dicho que queríamos hacer escuela en el Espiritismo; ¿y por qué nosotros no tendríamos este derecho? El Sr. de Mirville ¿no ha intentado formar la escuela demoníaca? ¿Por qué seríamos obligados a dejarnos llevar por esta o por aquella persona? ¿No poseemos el derecho a tener una opinión, a formularla, a publicarla y a proclamarla? Si ésta encuentra a tan numerosos adeptos, es que por lo visto no se la considera desprovista de sentido común; pero a los ojos de ciertas personas, ahí está nuestro error, ya que no nos perdonan por haber sido más rápidos que ellas y, sobre todo, por haber tenido éxito. Que sea, pues, una escuela, puesto que lo quieren así; nosotros tenemos a mucha honra inscribir en el frontispicio: Escuela del Espiritismo moral, filosófico y cristiano, e invitamos a la misma a todos los que adopten la divisa: Amor y caridad. Aquellos que se unan a esta bandera habrán conquistado nuestras simpatías, y nuestra ayuda nunca les faltará.
ALLAN KARDEC
1. Hasta el presente, los espíritas –ya muy numerosos– se han diseminado por todos los países, y este no es uno de los caracteres menos salientes de la Doctrina. Como una semilla llevada por los vientos, el Espiritismo ha echado raíces en todos los puntos del globo, prueba evidente de que su propagación no es el efecto ni de una camarilla ni de una influencia local y personal. Los adeptos, antes aislados, se sorprenden hoy de encontrarse en gran número, y como la similitud de ideas inspira el deseo de acercamiento, buscan reunirse y fundar Sociedades. Así, de todas partes, nos solicitan instrucciones al respecto, manifestándonos el deseo de unirse a la Sociedad Central de París. Por lo tanto, ha llegado el momento de ocuparnos de lo que se puede llamar la organización del Espiritismo. El Libro de los Médiums (2ª edición) contiene, sobre la formación de las Sociedades Espíritas, observaciones importantes a las que remitimos a nuestros lectores, y sobre las cuales rogamos meditar con cuidado. A cada día la experiencia viene a confirmar la exactitud de esas observaciones; nosotros las recordaremos sucintamente, añadiendo instrucciones más circunstanciales.
2. Primeramente hablemos de los adeptos que aún se encuentran aislados en medio de una población hostil o ignorante a respecto de las ideas nuevas. Diariamente recibimos cartas de personas que están en esa situación y que nos preguntan qué pueden hacer ante la ausencia de médiums y de seguidores del Espiritismo. Están en la situación en que, hace apenas un año, se encontraban los primeros espíritas de los centros más numerosos de hoy en día. Paulatinamente los adeptos se han multiplicado y, si hasta hace poco había ciudades donde ellos se contaban por escasas unidades, ahora son contados por centenas y millares; en breve sucederá lo mismo en todas partes: es una cuestión de paciencia. En cuanto a lo que tienen que hacer, es muy simple: primero pueden trabajar por cuenta propia, compenetrándose de la Doctrina a través de la lectura y de la meditación de las obras específicas; cuanto más se profundicen en la misma, más descubrirán verdades consoladoras, confirmadas por la razón. En ese recogimiento, deben sentirse felices por haber sido los primeros favorecidos. Pero si se limitaran a buscar en la Doctrina una satisfacción personal, esto sería una especie de egoísmo; ellos tienen, debido a su propia posición, una bella e importante misión que cumplir: la de esparcir la luz a su alrededor. Aquellos que acepten esta misión sin dejarse detener por las dificultades, serán ampliamente recompensados por el éxito y por la satisfacción de haber hecho algo útil. Sin duda encontrarán oposición; estarán expuestos a las burlas y a los sarcasmos de los incrédulos, a la propia malevolencia de las personas interesadas en combatir la Doctrina; pero, ¿dónde estaría el mérito si no hubiese ningún obstáculo que vencer? Por lo tanto, para aquellos que se detuvieran por el miedo pueril al qué dirán, no tenemos nada que decirles, ningún consejo que darles; pero para aquellos que tienen el coraje de dar su opinión, que están por encima de las mezquinas consideraciones mundanas, les diremos que lo que tienen que hacer se resume en hablar abiertamente del Espiritismo, sin afectación, como de algo muy sencillo y muy natural, sin hacer sermones, y sobre todo sin procurar forzar las convicciones, ni hacer prosélitos a toda costa. El Espiritismo no debe ser impuesto; si vienen a Él es porque necesitan de Él, y porque da lo que las otras filosofías no dan. Inclusive es conveniente no meterse en ninguna disputa con los incrédulos obstinados: sería darles demasiada importancia y hacerles creer que uno depende de ellos. Los esfuerzos que se hacen para atraerlos los alejan y, por amor propio, se obstinan en su oposición; he aquí por qué es inútil perder tiempo con ellos; cuando la necesidad se haga sentir, vendrán por sí mismos. Mientras tanto, es preciso dejarlos tranquilos en complacerse con su escepticismo, que –realmente creedlo– a menudo les pesa más de lo que dejan trasparecer, porque, por más que digan lo contrario, la idea de la nada después de la muerte tiene algo de más aterrador y de más desconsolador que la propia muerte.
Pero al lado de los escarnecedores hay personas que preguntarán: «¿Qué es esto?» Adelantaos en satisfacerlas, entonces, al proporcionarles vuestras explicaciones según la naturaleza de las disposiciones que encontraréis en ellas. Cuando se habla del Espiritismo, en general, es necesario considerar las palabras que se pronuncian como semillas arrojadas al vuelo: entre las mismas, muchas caen en terreno pedregoso y no producen nada; pero si una sola cae en tierra fértil, consideraos felices: cultivadla, y estad seguros de que esa planta, al fructificar, producirá retoños. Para algunos adeptos, la dificultad está en responder a ciertas objeciones; la lectura atenta de las obras les proporcionará los medios para eso, pero sobre todo podrán valerse, a este efecto, del opúsculo que vamos a publicar con el título de: Refutación de las críticas contra el Espiritismo, desde el punto de vista materialista, científico y religioso.
3. Hablemos ahora de la organización del Espiritismo en los centros ya numerosos. El aumento incesante de los adeptos demuestra la imposibilidad material de constituir una Sociedad única en una ciudad, y sobre todo en una ciudad populosa. Además del número, existe la dificultad de las distancias, que son un obstáculo para muchos. Por otro lado, se sabe que las reuniones grandes son menos favorables a las bellas comunicaciones, y que las mejores comunicaciones se obtienen en los pequeños Grupos. Por lo tanto, es necesario concentrar nuestros esfuerzos en multiplicar los Grupos particulares. Ahora bien, como ya lo hemos dicho, veinte Grupos de quince a veinte personas obtendrán más y harán más por la divulgación que una Sociedad única de cuatrocientos miembros. Los Grupos se forman naturalmente por la afinidad de gustos, de sentimientos, de hábitos y de posición social; todos se conocen allí y, como son reuniones privadas, se tiene la libertad de definir el número y la selección de los que son admitidos en el Grupo.
4. El sistema de la multiplicación de los Grupos tiene también como resultado –así como lo hemos dicho en varias ocasiones– impedir los conflictos y las rivalidades de supremacía y de presidencia. Cada Grupo es naturalmente dirigido por el dueño de la casa o por el que fuere designado a ese efecto; propiamente hablando, allí no hay un presidente oficial, porque todo pasa en familia. El dueño de la casa, como anfitrión de la misma, tiene toda la autoridad para el mantenimiento del buen orden. Con una Sociedad propiamente dicha, son necesarios un local especial, un personal administrativo, un presupuesto, en una palabra, una complejidad de mecanismos que la mala voluntad de algunos disidentes malintencionados podría comprometer.
5. A esas consideraciones, ampliamente desarrolladas en El Libro de los Médiums, agregaremos una que es preponderante. El Espiritismo aún no es visto con buenos ojos por todo el mundo. Dentro de poco se comprenderá que es de gran interés favorecer una creencia que vuelve mejores a los hombres y que es una garantía del orden social; pero hasta que se esté bien convencido de su benéfica influencia sobre el espíritu de las masas y de sus efectos moralizadores, los adeptos deben esperar que se les presenten dificultades, ya sea por ignorancia del verdadero objetivo de la Doctrina o por interés personal. No solamente se los ridiculizará, sino que también –cuando vean que se gastan las armas del ridículo– se los calumniará. Serán acusados de locura, de charlatanismo, de irreligión, de hechicería, a fin de incitar el fanatismo contra ellos. ¡De locura! Sublime locura que hace creer en Dios y en el futuro del alma; para los que no creen en nada, en efecto, es una locura creer en la comunicación entre los muertos y los vivos, locura que da la vuelta al mundo y que alcanza a los hombres más eminentes. ¡De charlatanismo! Ellos tienen una respuesta perentoria: el desinterés, porque el charlatanismo nunca es desinteresado. ¡De irreligión! Desde que son espíritas, ellos son más religiosos que antes. ¡De hechicería y de conversación con el diablo! Ellos, que niegan la existencia del diablo y que sólo reconocen a Dios como el único Señor Todopoderoso, soberanamente justo y bueno; ¡singulares hechiceros éstos, que renegarían a su señor y que actuarían en nombre de su antagonista! En verdad, el diablo no debe estar muy contento con sus adeptos. Pero las buenas razones son la menor de las preocupaciones de aquellos que quieren sembrar discordia; cuando quieren matar al perro, dicen que está con rabia. Felizmente la Edad Media lanza sus últimos y pálidos destellos sobre nuestro siglo; como el Espiritismo viene a darle el golpe de gracia, no es de admirar que ella intente un supremo esfuerzo; pero tranquilicémonos: la lucha no será larga. Entretanto, que la certeza de la victoria no se vuelva imprudencia, porque una imprudencia podría, si no comprometer, al menos retardar el éxito. Por esos motivos, la constitución de Sociedades numerosas quizá encontraría obstáculos en ciertas localidades, lo que no sucedería con las reuniones familiares.
6. Agreguemos una consideración más. Las Sociedades propiamente dichas están sujetas a numerosas vicisitudes; miles de causas, que dependen o no de su voluntad, pueden llevarlas a la disolución. Por lo tanto, supongamos que una Sociedad Espírita haya reunido a todos los adeptos de una misma ciudad y que, por una circunstancia cualquiera, deje de existir; he aquí los miembros dispersados y desorientados. Ahora, si en lugar de eso hubiera cincuenta Grupos, si algunos desaparecen, otros siempre quedarán y nuevos se formarán; son como plantas vivaces que, a pesar de todo, vuelven a nacer. No tengáis en el campo solamente un árbol grande, porque un rayo puede derribarlo; tened cien árboles, y el mismo rayo no podrá alcanzarlos a todos, y cuanto más pequeños sean, menos expuestos estarán.
Entonces, todo concurre a favor del sistema que proponemos; cuando un primer Grupo, fundado en alguna parte, se vuelve demasiado numeroso, que haga como las abejas: que los enjambres salidos de la colmena madre vayan a fundar nuevas colmenas que, a su vez, formarán otras. Habrá muchos centros de acción irradiando en su respectivo círculo, y así serán más poderosos para la divulgación que una Sociedad única.
7. En principio, pues, al ser admitida la formación de los Grupos, quedan por examinar varias cuestiones importantes. La primera de todas es la uniformidad en la Doctrina. Esta uniformidad no sería mejor garantizada por una Sociedad muy numerosa, puesto que los disidentes siempre tendrían la facilidad de retirarse y de aislarse. Que la Sociedad sea una o que esté fraccionada, la uniformidad será la consecuencia natural de la unidad de base que los Grupos adopten. Será completa entre todos aquellos que sigan la línea trazada por El Libro de los Espíritus y por El Libro de los Médiums; uno contiene los principios de la filosofía de la ciencia; el otro, las reglas de la parte experimental y práctica. Estas obras han sido escritas con claridad suficiente para no dar lugar a interpretaciones divergentes, condición esencial de toda doctrina nueva.
Hasta ahora esas obras sirven de base para la inmensa mayoría de los espíritas, y en todas partes son acogidas con una indudable simpatía; los que quisieron apartarse de ellas pudieron reconocer, por su aislamiento y por el número decreciente de sus participantes, que no tenían a su favor la opinión general. Este consentimiento, dado por la gran mayoría, tiene un peso considerable; es un juicio del que no se podría ser sospechoso de influencia personal, puesto que es espontáneo y porque es pronunciado por millares de personas que nos son completamente desconocidas. Una prueba de este consentimiento es que nos han solicitado traducir las obras a diversos idiomas: español, inglés, portugués, alemán, italiano, polaco, ruso y hasta en la lengua tártara. Por lo tanto, podemos –sin presunción– recomendar su estudio y su práctica en las diversas reuniones espíritas, y esto con mucha más razón porque son las únicas, hasta el presente, en donde la ciencia espírita es tratada de manera completa; todas las que han sido publicadas sobre la materia, solamente han tocado algunos puntos aislados de la cuestión. Por lo demás, de ningún modo tenemos la pretensión de imponer nuestras ideas; nosotros las emitimos, como es nuestro derecho; aquellos a quienes las mismas convengan, que las adopten; los otros, que las rechacen, como también es su derecho; las instrucciones que damos, pues, son naturalmente para los que caminan con nosotros, para aquellos que nos honran con el título de líder espírita, y de forma alguna pretendemos reglamentar a los que quieren seguir por otro camino. Entregamos la Doctrina que profesamos a la apreciación general; ahora bien, hemos encontrado a muchos adeptos para darnos confianza y consolarnos de algunos disidentes aislados. El futuro, además, será el juez en última instancia; con los hombres actuales desaparecerán –por la fuerza de las cosas– las susceptibilidades del amor propio herido, las causas de los celos, de la ambición y de las expectativas materiales frustradas; al no ver ya las personas, sólo se verá la Doctrina, y el juicio será más imparcial. ¿Cuáles son las ideas nuevas que, en su aparición, no han tenido sus contradictores más o menos interesados? ¿Cuáles son los propagadores de esas ideas que no han sido el blanco de los dardos de la envidia, sobre todo si el éxito ha coronado sus esfuerzos? Pero volvamos a nuestro tema.
8. El segundo punto es la constitución de los Grupos. Una de las primeras condiciones es la homogeneidad, sin la cual no podría haber comunión de pensamientos. Una reunión no puede ser estable ni seria si no hay simpatía entre los que la componen, y no puede haber simpatía entre personas que tienen ideas divergentes y que se hacen oposición sorda, cuando no abierta. Lejos de nosotros decir con eso que es preciso sofocar la discusión, puesto que, al contrario, recomendamos el examen escrupuloso de todas las comunicaciones y de todos los fenómenos. Por lo tanto, queda claro que cada uno puede y debe emitir su opinión; pero hay personas que discuten para imponer su propia opinión y no para esclarecerse. Es contra el espíritu de oposición sistemática que nos levantamos; es contra las ideas preconcebidas que no ceden, ni siquiera ante la evidencia. Tales personas son incuestionablemente una causa de perturbación, que es necesario evitar. En este aspecto, las reuniones espíritas están en condiciones excepcionales: lo que requieren, por encima de todo, es recogimiento; ahora bien, ¿cómo estar en recogimiento si a cada instante se está distraído con una áspera polémica; si reina entre los asistentes un sentimiento de acrimonia o cuando a nuestro alrededor sentimos a seres que sabemos hostiles y en cuyo semblante se lee el sarcasmo y el desdén por todo lo que no concuerde con ellos?
9. Hemos trazado en El Libro de los Médiums (ítem Nº 28) el carácter de las principales variedades de espíritas; al ser importante esta diferencia para el tema del cual nos ocupamos, creemos un deber recordarla.
Se puede poner en primera línea a los que creen pura y simplemente en las manifestaciones. Para ellos, el Espiritismo es sólo una ciencia de observación, una serie de hechos más o menos curiosos; la filosofía y la moral son para ellos accesorios, con los cuales poco se preocupan o cuyo alcance no sospechan. Nosotros los llamamos espíritas experimentadores.
Vienen después los que ven en el Espiritismo algo más allá de los hechos; comprenden su alcance filosófico, admiran la moral que de ahí deriva, pero no la practican. Ellos se extasían ante las bellas comunicaciones, como ante un elocuente sermón, que oyen sin sacarle provecho. La influencia de la Doctrina sobre su carácter es insignificante o nula; no cambian en nada sus hábitos y no se privarían de un solo goce: el avaro es siempre tacaño; el orgulloso, siempre creído de sí mismo; el envidioso y el celoso siempre hostiles; para ellos la caridad cristiana no es más que una bella máxima, y los bienes de este mundo prevalecen en su estima sobre los del porvenir; son los espíritas imperfectos.
Al lado de éstos hay otros –más numerosos de lo que se piensa– que no se limitan a admirar la moral espírita, sino que la practican, aceptando todas sus consecuencias. Convencidos de que la existencia terrena es una prueba pasajera, tratan de aprovechar esos breves instantes para avanzar en la senda del progreso, esforzándose en hacer el bien y en reprimir sus malas inclinaciones; sus relaciones son siempre seguras, porque su convicción los aparta de todo pensamiento del mal. Para ellos, la caridad es su regla de conducta en todas las cosas; son los verdaderos espíritas, o sea, los espíritas cristianos.
10. Si se ha comprendido bien lo anterior, se comprenderá también que un Grupo exclusivamente formado por elementos de esta última categoría estará en mejores condiciones, porque es sólo entre personas que practican la ley de amor y de caridad que un lazo fraternal serio puede establecerse. Entre hombres para quienes la moral no es más que una teoría, la unión no podría ser duradera. Como éstos no imponen ningún freno a su orgullo, a su ambición, a su vanidad, a su egoísmo, tampoco lo impondrán a sus palabras; querrán ser los primeros, cuando deberían ser humildes; se irritarán con las contradicciones y no tendrán ningún escrúpulo en sembrar la confusión y la discordia. Por el contrario, entre los verdaderos espíritas reina un sentimiento recíproco de confianza y de benevolencia; uno se siente a gusto en este ambiente simpático, mientras que hay coerción y ansiedad en un grupo heterogéneo.
11. Eso está en la naturaleza de las cosas y no inventamos nada al respecto. ¿Resulta de allí que, en la formación de los grupos, es necesario exigir la perfección? Esto sería simplemente absurdo, porque sería querer lo imposible y, de ese modo, nadie podría pretender formar parte de los mismos. El Espiritismo, al tener como objetivo el mejoramiento de los hombres, no viene a buscar a aquellos que son perfectos, sino a los que se esfuerzan en serlo, poniendo en práctica las enseñanzas de los Espíritus. El verdadero espírita no es aquel que llegó al objetivo, sino el que quiere seriamente alcanzarlo. Por lo tanto, sean cuales fueren sus antecedentes, él será buen espírita desde el momento en que reconozca sus imperfecciones y que sea sincero y perseverante en su deseo de enmendarse. El Espiritismo es para él una verdadera regeneración, porque rompe con su pasado; indulgente para con los otros –como gustaría que fuesen con él–, no saldrá de su boca ninguna palabra malévola ni hiriente contra nadie. Aquel que, en una reunión, se apartase de las conveniencias demostraría no sólo una falta de educación y de urbanidad, sino también una falta de caridad. El que se ofendiera con la contradicción y pretendiese imponer su persona o sus ideas, daría prueba de orgullo; ahora bien, ni uno ni otro estarían en el camino del verdadero Espiritismo, o sea, del Espiritismo cristiano. Aquel que cree tener una opinión más justa que los demás, hará que los otros la acepten mejor a través de la dulzura y de la persuasión; la acrimonia sería de su parte una muy mala opción.
12. La simple lógica demuestra, pues, a cualquiera que conozca las leyes del Espiritismo, cuáles son los mejores elementos para la composición de los Grupos verdaderamente serios, y nosotros no dudamos en decir que son éstos los que tienen la mayor influencia en la propagación de la Doctrina Espírita. Por la consideración que inspiran, por el ejemplo que dan de sus consecuencias morales, ellos demuestran la seriedad de la Doctrina e imponen silencio al escarnio que, cuando ataca al bien, es más que ridículo: es odioso. Pero ¿qué queréis que piense un crítico incrédulo cuando asiste a experiencias cuyos asistentes son los primeros en hacer un juego de las mismas? Sale de allí aún más incrédulo de lo que entró.
13. Acabamos de indicar la mejor composición de los Grupos; pero la perfección no es más posible en los conjuntos que en los individuos. Indicamos el objetivo y decimos que cuanto más nos aproximamos al mismo, más satisfactorios serán los resultados. Algunas veces uno es dominado por las circunstancias, pero es necesario que se tenga todo el cuidado para transponer los obstáculos. Infelizmente, cuando se crea un grupo, se es muy poco riguroso en la selección de sus componentes, porque ante todo se quiere formar una sede; para ser allí admitido basta, en la mayoría de las veces, un simple deseo o cualquier adhesión a las ideas más generales del Espiritismo; más tarde, se percibe que se han concedido demasiadas facilidades.
14. En un grupo hay siempre el elemento estable y el elemento fluctuante. El primero se compone de personas asiduas que forman su base; el segundo, de aquellas que son admitidas temporaria y accidentalmente. Es a la composición del elemento estable que es esencial prestar una atención escrupulosa, y en este caso no se debe dudar en sacrificar la cantidad por la calidad, porque este elemento es el que da el impulso y el que sirve de regulador. El elemento fluctuante es menos importante, porque uno está siempre libre para modificarlo a voluntad. No se debe perder de vista que las reuniones espíritas, como también todas las reuniones en general, extraen las fuentes de su vitalidad de la base sobre la cual se asientan; todo depende, en este aspecto, del punto de partida. Aquel que tiene la intención de organizar un Grupo en buenas condiciones debe, ante todo, cerciorarse de la colaboración de algunos adeptos sinceros, que tomen la Doctrina en serio, y cuyo carácter conciliador y benevolente sea conocido. Al formarse ese núcleo, aunque sólo fuese de tres o cuatro personas, serán establecidas reglas precisas, ya sea para las admisiones como para la dirección de las sesiones y del orden de los trabajos, reglas que los nuevos miembros deberán observar. Estas reglas pueden sufrir modificaciones según las circunstancias, pero hay algunas de ellas que son esenciales.
15. Al ser la unidad de principios uno de los puntos importantes, esta unidad no puede existir en aquellos que, al no haber estudiado, no tienen una opinión formada. Por lo tanto, la primera condición a imponer, si no se quiere estar a cada instante distraído con objeciones o con preguntas triviales, es el estudio previo. La segunda es una profesión de fe categórica y una adhesión formal a la Doctrina de El Libro de los Espíritus, y tantas otras condiciones especiales que se consideren convenientes; esto en lo que atañe a los miembros titulares y a los dirigentes. En lo que respecta a los asistentes, que generalmente vienen para adquirir una suma de conocimientos y de convicción, se puede ser menos riguroso; sin embargo, como existen los que podrían causar perturbación con observaciones inadecuadas, es importante de que se tenga certeza de sus intenciones. Es necesario, sobre todo y sin excepción, apartar a los curiosos y a quienquiera que se sienta atraído por un motivo frívolo.
16. El orden y la regularidad de los trabajos son cosas igualmente esenciales. Consideramos sumamente útil abrir cada sesión con la lectura de algunos pasajes de El Libro de los Médiums y de El Libro de los Espíritus; con este proceder se tendrán siempre presentes en la memoria los principios de la ciencia espírita y los medios de evitar los escollos que a cada paso se encuentran en la práctica. Así, la atención ha de fijarse en una multitud de puntos que frecuentemente escapan a una lectura particular, y podrán dar lugar a comentarios y a discusiones instructivas, de las cuales los propios Espíritus podrán participar.
No menos necesario es reunir y poner en limpio todas las comunicaciones obtenidas, por orden de fecha, con indicación del médium que ha servido de intermediario. Esta última mención es útil para el estudio del género de facultad de cada uno. Pero sucede a menudo que esas comunicaciones se pierden de vista, volviéndose así letra muerta; esto desanima a los Espíritus que las habían dictado para la instrucción de los asistentes. Por lo tanto, es esencial hacer una selección especial de las más instructivas, y de tiempo en tiempo realizar una nueva lectura de las mismas. Frecuentemente esas comunicaciones son de interés general y no son dadas por los Espíritus para la instrucción de algunos pocos, ni para ser olvidadas en los archivos. Entonces es útil que sean llevadas al conocimiento de todos por medio de la publicidad. Examinaremos esta cuestión en un artículo que publicaremos en nuestro próximo número, indicando el modo más simple, más económico y, al mismo tiempo, más apropiado para alcanzar el objetivo.
17. Como se ve, nuestras instrucciones se dirigen exclusivamente a los Grupos formados por elementos serios y homogéneos; se dirigen a aquellos que quieren seguir la senda del Espiritismo moral con miras al progreso de cada uno –objetivo esencial y único de la Doctrina; se dirigen, en fin, a los que consienten en aceptarnos como guía, teniendo en cuenta los consejos de nuestra experiencia. Es indiscutible que un Grupo formado en las condiciones que hemos indicado funcionará con regularidad, sin obstáculos y de una manera fructífera. Lo que un Grupo puede hacer, otros pueden igualmente hacerlo. Supongamos, entonces, en una ciudad, un determinado número de Grupos constituidos sobre las mismas bases; necesariamente habrá entre ellos unidad de principios, ya que siguen la misma bandera: la unión por simpatía, puesto que tienen como máxima el amor y la caridad; en una palabra, son miembros de una misma familia, entre los cuales no debería haber competición, ni rivalidad de amor propio, ya que todos están animados de los mismos sentimientos hacia el bien.
18. Entretanto, sería útil que hubiese entre ellos un punto de reunión, un centro de acción. Según las circunstancias y las localidades, los diversos Grupos, al poner de lado toda cuestión personal, podrían designar con ese fin a aquel que, por su posición y por su importancia relativa, sería el más apto para dar al Espiritismo un impulso provechoso. Conforme la necesidad, y si fuera menester no exponerse a susceptibilidades, un Grupo Central, formado por los delegados de todos los Grupos, tomaría el nombre de Grupo Director. En la imposibilidad de que mantengamos correspondencia con todos, es con éste que tendríamos contactos más directos. En ciertos casos también podríamos designar especialmente a una persona, a fin de que se encargase de representarnos.
Sin perjuicio de las relaciones que, por la fuerza de las cosas, se establecerán entre los Grupos de una misma ciudad que marchen por caminos idénticos, una asamblea general anual podría reunir a los espíritas de los diversos Grupos en una fiesta de familia que, al mismo tiempo, sería la fiesta del Espiritismo. Allí serían pronunciados discursos y se daría lectura a las comunicaciones más notables o apropiadas a las circunstancias.
Lo que es posible entre los Grupos de una misma ciudad lo es igualmente entre los Grupos directores de diferentes ciudades, desde que entre ellos haya una comunión de miras y de sentimientos, es decir, desde que puedan establecer relaciones recíprocas. Indicaremos los medios para ello cuando hablemos del modo de publicidad.
19. Como se ve, todo esto es de una ejecución muy simple y sin engranajes complicados; pero todo depende del punto de partida, o sea, de la composición de los primeros Grupos. Si ellos son formados por buenos elementos, serán como buenas raíces que darán buenos retoños. Al contrario, si son formados por elementos heterogéneos y antipáticos, por espíritas dudosos, que se ocupan más de la forma que del fondo y que consideran la moral como parte accesoria y secundaria, se deberán esperar polémicas irritantes e interminables, pretensiones personales, susceptibilidades heridas y, por consecuencia, conflictos precursores de la desorganización. Entre los verdaderos espíritas, tales como los hemos definido, que ven el objetivo esencial del Espiritismo en la moral –que es la misma para todos–, habrá siempre abnegación de la personalidad, comprensión y benevolencia y, por consiguiente, seguridad y estabilidad en las relaciones. He aquí por qué hemos insistido tanto en las cualidades fundamentales.
20. Tal vez se dirá que esas severas restricciones son un obstáculo a la propagación; es un error. No creáis que al abrir vuestras puertas al primero que llegue haréis más prosélitos; la experiencia prueba lo contrario. Seríais acosados por una multitud de curiosos y de indiferentes, que allí vendrían como a un espectáculo; ahora bien, los curiosos y los indiferentes son obstáculos y no auxiliares. En cuanto a los incrédulos por sistema o por orgullo, lo que quiera que sea que les mostréis, ellos lo tratarán con desdén, porque no comprenden ni quieren tomarse el trabajo de comprenderlo. Ya lo hemos dicho, y no estaría de más repetirlo: la verdadera propagación, aquella que es útil y fructífera, se hace por el ascendiente moral de las reuniones serias; si sólo hubiera reuniones semejantes, los espíritas serían aún más numerosos de lo que son, ya que –es necesario decirlo– muchos han sido desviados de la Doctrina porque solamente han asistido a reuniones fútiles, sin orden y sin seriedad. Por lo tanto, sed serios en toda la acepción de la palabra, y personas serias vendrán a vosotros: estos son los mejores propagadores, porque hablan con convicción y predican con el ejemplo como con la palabra.
21. Del carácter esencialmente serio de las reuniones no es preciso inferir que se deban sistemáticamente proscribir las manifestaciones físicas. Así, como ya lo hemos dicho en El Libro de los Médiums (ítem Nº 326), éstas son de una utilidad indiscutible desde el punto de vista del estudio de los fenómenos y para la convicción de ciertas personas; pero para que se pueda sacar provecho de este doble punto de vista, es necesario excluir todo pensamiento frívolo. Una reunión que tenga un buen médium de efectos físicos y que se ocupe de este género de manifestaciones con orden, método y seriedad, cuya condición moral ofrezca toda garantía contra el charlatanismo y la superchería, no sólo podría obtener cosas notables desde el punto de vista fenoménico, sino que también produciría mucho bien. De esta manera, pues, si se tiene a disposición a médiums apropiados para ello, sugerimos no descuidar este género de experimentación, organizando para este efecto sesiones especiales, independientemente de aquellas que se ocupan con las comunicaciones morales y filosóficas. Los médiums potentes de esta categoría son raros; pero hay fenómenos que, aunque sean más comunes, no dejan de ser muy interesantes y muy concluyentes, porque prueban de un modo evidente la independencia del médium; en este número se encuentran las comunicaciones por medio de la tiptología alfabética, que a menudo dan los resultados más inesperados. La teoría de esos fenómenos es necesaria para poder entender la manera cómo ellos operan, porque es raro que lleven a una profunda convicción a aquellos que no los comprenden; además, ella tiene la ventaja de hacer conocer las condiciones normales en las que pueden producirse y, por consecuencia, de evitar tentativas inútiles, permitiendo que se descubra el fraude, si éste se infiltra en alguna parte.
Se han equivocado los que pensaban que nosotros éramos sistemáticamente contrarios a las manifestaciones físicas; preconizamos y preconizaremos siempre las comunicaciones inteligentes, sobre todo aquellas que tienen un alcance moral y filosófico, porque sólo éstas tienden al objetivo esencial y definitivo del Espiritismo. En cuanto a las otras, nunca hemos discutido su utilidad, pero nos hemos levantado contra el deplorable abuso que se ha hecho y que se puede hacer de las mismas, contra la explotación que hace el charlatanismo y contra las malas condiciones en que frecuentemente son realizadas y que se prestan al ridículo. Hemos dicho y repetimos que las manifestaciones físicas son el inicio de la ciencia espírita, y que no se avanza permaneciendo en el abecé; que si el Espiritismo no hubiese salido de las mesas giratorias, no habría crecido como lo ha hecho, y que tal vez hoy no se hablaría más de Él; he aquí por qué nosotros nos esforzamos por hacerlo entrar en la vía filosófica, seguros de que sólo entonces, al dirigirse más a la inteligencia que a los ojos, Él tocaría el corazón, y no sería un asunto de moda. Es con esta sola condición que el Espiritismo podía dar la vuelta al mundo e implantarse como Doctrina; ahora bien, el resultado superó en mucho nuestras expectativas. No atribuimos a las manifestaciones físicas sino una importancia relativa y no absoluta; a los ojos de ciertas personas, ahí está nuestro error, ya que ellas hacen de las mismas su ocupación exclusiva y no ven nada más allá de esto. Si no nos ocupamos personalmente de estas manifestaciones, es que no nos enseñarían nada nuevo y tenemos cosas más esenciales que hacer. Lejos de censurar a los que se ocupan de ellas, al contrario, los animamos, si lo hacen realmente en condiciones provechosas; todas las veces, pues, que sepamos de reuniones de ese género que merezcan toda confianza, seremos los primeros en recomendarlas a la atención de los nuevos adeptos. Tal es, sobre esta cuestión, nuestra categórica profesión de fe.
22. Al comienzo hemos dicho que varios Grupos Espíritas han solicitado unirse a la Sociedad de París; incluso se han servido de la palabra afiliarse; al respecto, se hace necesaria una explicación.
La Sociedad de París es la primera que se ha constituido regular y legalmente; por su posición y por la naturaleza de sus trabajos, Ella tiene una gran participación en el desarrollo del Espiritismo y, en nuestra opinión, justifica el título de Sociedad Iniciadora que le han dado ciertos Espíritus. Su influencia moral se hace sentir de lejos y, aunque Ella sea numéricamente restricta, tiene la conciencia de haber hecho más por la propaganda de que si hubiera abierto sus puertas al público. Se ha formado con el único objetivo de estudiar y profundizar la ciencia espírita; para esto no necesita de un auditorio numeroso ni de muchos miembros, pues sabe muy bien que la verdadera propaganda se hace mediante la influencia de los principios. Como no la mueve ningún interés material, un excedente numérico le sería más perjudicial que útil; así, con satisfacción, verá multiplicarse alrededor de Ella a los Grupos particulares formados en buenas condiciones, y con los cuales podrá establecer relaciones de fraternidad. No sería coherente con sus principios, ni con la altura de su misión, si pudiera concebir la sombra de los celos; aquellos que la creyeran capaz de esto no la conocen.
Estas observaciones son suficientes para mostrar que la Sociedad de París no tiene la pretensión de absorber a las otras Sociedades que podrían formarse en París, o en otra parte, con los mismos procedimientos habituales; por lo tanto, la palabra afiliación sería impropia, porque supondría de su parte una especie de supremacía material a la que Ella no aspira en absoluto, y que inclusive tendría inconvenientes. Como Sociedad Iniciadora y Central puede establecer con los otros Grupos o Sociedades relaciones puramente científicas; pero a eso se limita su papel. No ejerce ningún control sobre esas Sociedades, que de manera alguna dependen de Ella, y quedan enteramente libres para constituirse como lo crean conveniente, sin tener que rendir cuentas a nadie y sin que la Sociedad de París tenga que inmiscuirse en sus asuntos. Las Sociedades extranjeras pueden, pues, formarse sobre las mismas bases, declarar que adoptan los mismos principios, sin depender de Ella, a no ser por la concentración de los estudios y por los consejos que le puedan pedir, a los cuales tendrá siempre el placer de dar.
Además, la Sociedad de París no se jacta de estar más que las otras al abrigo de las vicisitudes. Si las tuviera en sus manos –por así decirlo–, y si aquella dejase de existir por una causa cualquiera, la falta de un punto de apoyo resultaría en perturbación. Los Grupos o Sociedades deben buscar un punto de apoyo más sólido que en una institución humana necesariamente frágil; deben extraer su vitalidad de los principios de la Doctrina, que son los mismos para todos y que sobreviven a todas ellas, estén o no esos principios representados por una Sociedad constituida.
23. Al estar claramente definido el papel de la Sociedad de París, a fin de evitar cualquier equívoco y toda falsa interpretación, las relaciones que Ella establecerá con las Sociedades extranjeras quedan extremamente simplificadas; se limitan a relaciones morales, científicas y de mutua benevolencia, sin ninguna sujeción. Se transmitirán recíprocamente el resultado de sus observaciones, ya sea por medio de publicaciones o por correspondencia. Para que la Sociedad de París pueda establecer estas relaciones, es necesario que esté informada sobre las Sociedades extranjeras que deseen marchar por el mismo camino y que adopten la misma bandera; Ella las inscribirá en la lista de sus corresponsales. Si hay varios Grupos en una ciudad, serán representados por el Grupo Central del que hemos hablado en el párrafo Nº 18.
24. Indicaremos ahora algunos trabajos en los que las diversas Sociedades podrán colaborar de una manera fructífera; después indicaremos otros.
Se sabe que los Espíritus, al no tener todos la soberana ciencia, pueden encarar ciertos principios desde su punto de vista personal y, por consecuencia, no estar siempre de acuerdo entre sí. Naturalmente, el mejor criterio de la verdad está en la concordancia de los principios enseñados sobre diversos puntos por Espíritus diferentes y a través de médiums que sean extraños unos a los otros. Es así que ha sido compuesto El Libro de los Espíritus. Pero aún quedan muchas cuestiones importantes que pueden ser resueltas de esta manera, cuya solución tendrá tanto más autoridad cuando haya sido obtenida por gran mayoría. Por lo tanto, la Sociedad de París podrá, en su ocasión, dirigir cuestiones de esta naturaleza a todos los Grupos que sean sus corresponsales, los cuales, a través de sus médiums, solicitarán la solución a sus Guías espirituales.
Otro trabajo consiste en las investigaciones bibliográficas. Existe un número muy grande de obras antiguas y modernas, en las cuales se encuentran testimonios más o menos directos a favor de las ideas espíritas. Una selección de esos testimonios sería muy valiosa, pero es casi imposible que sea realizada por una sola persona. Al contrario, se vuelve más fácil si cada uno tuviera a bien extraer algunos elementos de sus lecturas o de sus estudios, transmitiéndolos a la Sociedad de París, que los coordinará.
25. Tal es, en el estado actual de las cosas, la única organización posible del Espiritismo; más tarde, las circunstancias podrán modificarla, pero no se debe hacer nada inoportuno; ya es mucho que, en tan poco tiempo, los adeptos se hayan multiplicado lo bastante como para llegar a este resultado. En esta sencilla disposición hay un cuadro que puede extenderse al infinito, por la propia simplicidad de los engranajes; por lo tanto, no busquemos complicarlos, por miedo a encontrar obstáculos. Aquellos que consientan en otorgarnos alguna confianza pueden estar seguros de que no serán dejados a la zaga, y que cada cosa vendrá a su tiempo. Es sólo a ellos, como ya lo hemos dicho, a quienes dirigimos estas instrucciones, sin la pretensión de imponernos a aquellos que no caminan con nosotros.
Para denigrarnos, han dicho que queríamos hacer escuela en el Espiritismo; ¿y por qué nosotros no tendríamos este derecho? El Sr. de Mirville ¿no ha intentado formar la escuela demoníaca? ¿Por qué seríamos obligados a dejarnos llevar por esta o por aquella persona? ¿No poseemos el derecho a tener una opinión, a formularla, a publicarla y a proclamarla? Si ésta encuentra a tan numerosos adeptos, es que por lo visto no se la considera desprovista de sentido común; pero a los ojos de ciertas personas, ahí está nuestro error, ya que no nos perdonan por haber sido más rápidos que ellas y, sobre todo, por haber tenido éxito. Que sea, pues, una escuela, puesto que lo quieren así; nosotros tenemos a mucha honra inscribir en el frontispicio: Escuela del Espiritismo moral, filosófico y cristiano, e invitamos a la misma a todos los que adopten la divisa: Amor y caridad. Aquellos que se unan a esta bandera habrán conquistado nuestras simpatías, y nuestra ayuda nunca les faltará.
Necrología
Muerte del Sr. Jobard, de Bruselas
El Espiritismo acaba de perder a uno de sus adeptos más fervorosos y más esclarecidos. El Sr. Jobard, director del Museo Real de la Industria de Bruselas, oficial de la Legión de Honor, miembro de la Academia de Dijón y de la Sociedad Promotora de París, murió en Bruselas, de un ataque de apoplejía, el 27 de octubre de 1861, a la edad de 69 años. Nació en Baissey (Alto Marne), el 14 de mayo de 1792. Había sido sucesivamente ingeniero del catastro, fundador del primer establecimiento de litografía en Bélgica, director del Industriel (Industrial) y del Courrier belge (Correo Belga), redactor del Bulletin de l’Industrie belge (Boletín de la Industria Belga), de la La Presse (La Prensa) y, más recientemente, del Progrès international (Progreso Internacional). La Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas le había conferido el título de presidente honorario. He aquí la apreciación que le ha hecho el diario Le Siècle (El Siglo):
“Espíritu original, fecundo, habilidoso en la paradoja y en el sistema, el Sr. Jobard ha prestado verdaderos servicios a la tecnología industrial, y a la causa –tanto tiempo relegada al olvido– de la propiedad intelectual, de la cual fue un defensor tenaz y quizá excesivo; sus teorías acerca de este asunto han sido formuladas en 1844 en su Maunotopole. Se debe a este polígrafo infatigable una multitud de escritos y de opúsculos sobre todos los temas posibles, desde el psiquismo oriental hasta la utilidad de los tontos en el orden social. Deja también cuentos y fábulas espirituosas. Entre sus numerosos inventos, figura la ingeniosa y económica lámpara para uno, que ha sido presentada en 1855 en la Exposición Universal de París.”
Ningún periódico –por lo menos de nuestro conocimiento– habló de lo que ha sido uno de los caracteres más salientes de los últimos años de su vida: su adhesión completa a la Doctrina Espírita, cuya causa abrazó con fervor. A los adversarios del Espiritismo les cuesta confesar que hombres de genio, que no pueden ser tachados de locos sin que se dude de su propia razón, adopten esas ideas nuevas. En efecto, para ellos es uno de los puntos más embarazosos, cuya explicación satisfactoria nunca han podido dar: que la propagación de estas ideas se haya realizado –primero y de preferencia– en la clase más esclarecida de la sociedad. Así, se excusan atrás de este axioma banal: que el genio es primo hermano de la locura. Algunos hasta llegan a afirmar, de buena fe y sin reírse, que Sócrates, Platón y todos los filósofos y sabios que han profesado algunas ideas semejantes no eran sino locos, sobre todo Sócrates, con su demonio familiar. En efecto, ¿se puede tener sentido común y creer que se tenga a sus órdenes a un Espíritu? Así, el Sr. Jobard no podía encontrar gracia delante de ese aréopago que se erige en juez supremo de la razón humana, de la cual pretende ser el prototipo y el patrón de referencia. Nos han dicho que fue para cuidar la reputación del Sr. Jobard y que, en respeto a su memoria, han pasado por alto ese capricho.
La terquedad en las ideas falsas jamás ha sido considerada una prueba de buen sentido; además, es pequeñez cuando proviene del orgullo, que es el caso más común. El Sr. Jobard ha probado que era, a la vez, un hombre sensato y de espíritu, al retractarse sin vacilar de sus primeras teorías sobre el Espiritismo, cuando le fue demostrado que no estaba con la verdad.
Se sabe que en los primeros tiempos, antes que la experiencia hubiese esclarecido la cuestión, surgieron diversos sistemas, y que cada uno explicaba a su manera esos nuevos fenómenos. El Sr. Jobard era partidario del sistema del alma colectiva. Según este sistema, «sólo el alma del médium se manifiesta, pero ésta se identifica con las almas de varios otros seres vivos, presentes o ausentes, con el objetivo de formar un todo colectivo que reúna las aptitudes, la inteligencia y los conocimientos de cada uno.» De todos los sistemas creados en esa época, ¿cuántos están de pie hasta hoy? No sabemos si este sistema aún tiene algunos partidarios, pero lo que es positivo es que el Sr. Jobard, que lo había preconizado y ampliado, fue uno de los primeros en abandonarlo cuando apareció El Libro de los Espíritus, a cuya doctrina adhirió francamente, como lo atestiguan las diversas cartas que hemos publicado de él.
Sobre todo, la doctrina de la reencarnación lo impactó como un rayo de luz. Nos decía un día: «Si me he perdido tanto en el laberinto de los sistemas filosóficos, es porque me faltaba una brújula; yo solamente encontraba caminos sin salida, que no me llevaban a nada. Nadie me daba una solución concluyente de los problemas más importantes; por más que me devanase los sesos, sentía que me faltaba una llave para llegar a la verdad. ¡Pues bien! Esta llave está en la reencarnación, que explica todo de una manera tan lógica y tan acorde con la justicia de Dios, que uno se dice naturalmente: Sí, es necesario que sea así.»
Después de su muerte, el Sr. Jobard también desechó ciertas teorías científicas que defendía cuando estaba encarnado. Hablaremos de esto en nuestro próximo número, en el cual publicaremos las conversaciones que hemos tenido con él. Mientras tanto, digamos que él se mostró rápidamente desprendido y que la turbación duró muy poco tiempo. Como todos los espíritas que lo han precedido, confirma en todos los puntos lo que se nos ha dicho sobre el mundo de los Espíritus, en el cual él se encuentra mucho mejor que en la Tierra, donde no obstante deja añoranzas sinceras entre todos los que han podido apreciar su eminente saber, su benevolencia y su afabilidad. No era, de forma alguna, uno de esos celosos eruditos que bloquean el camino a los recién llegados, cuyo mérito les hacen sombra; al contrario, todos aquellos a los cuales tendió la mano y abrió camino bastarían para formarle un bello cortejo. En resumen, el Sr. Jobard era un hombre de progreso, trabajador incansable y partidario de todas las ideas grandes, generosas y adecuadas para hacer avanzar a la humanidad. Si su pérdida es lamentable para el Espiritismo, no lo es menos para las artes y para la industria, que han de inscribir su nombre en sus anales.
Muerte del Sr. Jobard, de Bruselas
El Espiritismo acaba de perder a uno de sus adeptos más fervorosos y más esclarecidos. El Sr. Jobard, director del Museo Real de la Industria de Bruselas, oficial de la Legión de Honor, miembro de la Academia de Dijón y de la Sociedad Promotora de París, murió en Bruselas, de un ataque de apoplejía, el 27 de octubre de 1861, a la edad de 69 años. Nació en Baissey (Alto Marne), el 14 de mayo de 1792. Había sido sucesivamente ingeniero del catastro, fundador del primer establecimiento de litografía en Bélgica, director del Industriel (Industrial) y del Courrier belge (Correo Belga), redactor del Bulletin de l’Industrie belge (Boletín de la Industria Belga), de la La Presse (La Prensa) y, más recientemente, del Progrès international (Progreso Internacional). La Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas le había conferido el título de presidente honorario. He aquí la apreciación que le ha hecho el diario Le Siècle (El Siglo):
“Espíritu original, fecundo, habilidoso en la paradoja y en el sistema, el Sr. Jobard ha prestado verdaderos servicios a la tecnología industrial, y a la causa –tanto tiempo relegada al olvido– de la propiedad intelectual, de la cual fue un defensor tenaz y quizá excesivo; sus teorías acerca de este asunto han sido formuladas en 1844 en su Maunotopole. Se debe a este polígrafo infatigable una multitud de escritos y de opúsculos sobre todos los temas posibles, desde el psiquismo oriental hasta la utilidad de los tontos en el orden social. Deja también cuentos y fábulas espirituosas. Entre sus numerosos inventos, figura la ingeniosa y económica lámpara para uno, que ha sido presentada en 1855 en la Exposición Universal de París.”
Ningún periódico –por lo menos de nuestro conocimiento– habló de lo que ha sido uno de los caracteres más salientes de los últimos años de su vida: su adhesión completa a la Doctrina Espírita, cuya causa abrazó con fervor. A los adversarios del Espiritismo les cuesta confesar que hombres de genio, que no pueden ser tachados de locos sin que se dude de su propia razón, adopten esas ideas nuevas. En efecto, para ellos es uno de los puntos más embarazosos, cuya explicación satisfactoria nunca han podido dar: que la propagación de estas ideas se haya realizado –primero y de preferencia– en la clase más esclarecida de la sociedad. Así, se excusan atrás de este axioma banal: que el genio es primo hermano de la locura. Algunos hasta llegan a afirmar, de buena fe y sin reírse, que Sócrates, Platón y todos los filósofos y sabios que han profesado algunas ideas semejantes no eran sino locos, sobre todo Sócrates, con su demonio familiar. En efecto, ¿se puede tener sentido común y creer que se tenga a sus órdenes a un Espíritu? Así, el Sr. Jobard no podía encontrar gracia delante de ese aréopago que se erige en juez supremo de la razón humana, de la cual pretende ser el prototipo y el patrón de referencia. Nos han dicho que fue para cuidar la reputación del Sr. Jobard y que, en respeto a su memoria, han pasado por alto ese capricho.
La terquedad en las ideas falsas jamás ha sido considerada una prueba de buen sentido; además, es pequeñez cuando proviene del orgullo, que es el caso más común. El Sr. Jobard ha probado que era, a la vez, un hombre sensato y de espíritu, al retractarse sin vacilar de sus primeras teorías sobre el Espiritismo, cuando le fue demostrado que no estaba con la verdad.
Se sabe que en los primeros tiempos, antes que la experiencia hubiese esclarecido la cuestión, surgieron diversos sistemas, y que cada uno explicaba a su manera esos nuevos fenómenos. El Sr. Jobard era partidario del sistema del alma colectiva. Según este sistema, «sólo el alma del médium se manifiesta, pero ésta se identifica con las almas de varios otros seres vivos, presentes o ausentes, con el objetivo de formar un todo colectivo que reúna las aptitudes, la inteligencia y los conocimientos de cada uno.» De todos los sistemas creados en esa época, ¿cuántos están de pie hasta hoy? No sabemos si este sistema aún tiene algunos partidarios, pero lo que es positivo es que el Sr. Jobard, que lo había preconizado y ampliado, fue uno de los primeros en abandonarlo cuando apareció El Libro de los Espíritus, a cuya doctrina adhirió francamente, como lo atestiguan las diversas cartas que hemos publicado de él.
Sobre todo, la doctrina de la reencarnación lo impactó como un rayo de luz. Nos decía un día: «Si me he perdido tanto en el laberinto de los sistemas filosóficos, es porque me faltaba una brújula; yo solamente encontraba caminos sin salida, que no me llevaban a nada. Nadie me daba una solución concluyente de los problemas más importantes; por más que me devanase los sesos, sentía que me faltaba una llave para llegar a la verdad. ¡Pues bien! Esta llave está en la reencarnación, que explica todo de una manera tan lógica y tan acorde con la justicia de Dios, que uno se dice naturalmente: Sí, es necesario que sea así.»
Después de su muerte, el Sr. Jobard también desechó ciertas teorías científicas que defendía cuando estaba encarnado. Hablaremos de esto en nuestro próximo número, en el cual publicaremos las conversaciones que hemos tenido con él. Mientras tanto, digamos que él se mostró rápidamente desprendido y que la turbación duró muy poco tiempo. Como todos los espíritas que lo han precedido, confirma en todos los puntos lo que se nos ha dicho sobre el mundo de los Espíritus, en el cual él se encuentra mucho mejor que en la Tierra, donde no obstante deja añoranzas sinceras entre todos los que han podido apreciar su eminente saber, su benevolencia y su afabilidad. No era, de forma alguna, uno de esos celosos eruditos que bloquean el camino a los recién llegados, cuyo mérito les hacen sombra; al contrario, todos aquellos a los cuales tendió la mano y abrió camino bastarían para formarle un bello cortejo. En resumen, el Sr. Jobard era un hombre de progreso, trabajador incansable y partidario de todas las ideas grandes, generosas y adecuadas para hacer avanzar a la humanidad. Si su pérdida es lamentable para el Espiritismo, no lo es menos para las artes y para la industria, que han de inscribir su nombre en sus anales.
Auto de fe de Barcelona
(Véase el número de noviembre de 1861)
Los diarios españoles no han sido tan sobrios en reflexiones, sobre este acontecimiento, como los diarios franceses. Sea cual fuere la opinión que se profese con relación a las ideas espíritas, hay en el propio hecho algo tan extraño para el tiempo en que vivimos, que inspira más piedad que cólera contra gente que parece haber dormido durante varios siglos y que despierta sin tener conciencia del camino que la humanidad ha recorrido, creyéndose aún en el punto de partida. Al respecto, he aquí un extracto del artículo publicado por Las Novedades, uno de los grandes diarios de Madrid:
«El auto de fe celebrado hace algunos meses en La Coruña, donde se quemó un gran número de libros a la puerta de una iglesia, había producido en nuestro espíritu y en el de todos los hombres de ideas liberales una muy triste impresión. Pero es con una indignación mucho mayor todavía que ha sido recibida en toda España la noticia del segundo auto de fe, ahora celebrado en Barcelona, en esta capital civilizada de Cataluña y en el seno de un pueblo esencialmente liberal, al cual indudablemente se le ha hecho este bárbaro insulto, porque en dicho pueblo se reconocen grandes cualidades.»
Después de relatar los hechos según el diario de Barcelona, Las Novedades agrega:
«He aquí el repugnante espectáculo autorizado por los hombres de la unión liberal, en pleno siglo XIX: una hoguera en La Coruña, otra en Barcelona, y aún muchas otras que no faltarán en otros lugares. Es lo que debía suceder, porque es una consecuencia inmediata del espíritu general que domina el actual estado de cosas, que se refleja en todo. Reacción interna, en lo que atañe a los proyectos de ley que se presentan; reacción externa, al apoyar a todos los gobiernos reaccionarios de Italia –antes y después de su caída–, combatiendo las ideas liberales en todas las ocasiones y buscando por todos lados el apoyo de la reacción, obtenido a costa de las más torpes concesiones.»
Siguen extensas consideraciones acerca de los síntomas y de las consecuencias de este acto, pero que, por su carácter esencialmente político, no son de la incumbencia de nuestra Revista.
El Diario de Barcelona, periódico ultramontano, fue el primero que anunció el auto de fe, al decir: «Los títulos de los libros quemados bastaban para justificar su condenación; la Iglesia está en su derecho y en su deber de hacer respetar su autoridad, cuanto mayor fuere la libertad de prensa, principalmente en los países que gozan de la terrible plaga de la libertad de cultos.»
La Corona, periódico de Barcelona, ha hecho al respecto las siguientes reflexiones:
«Esperábamos que nuestro colega (el Diario), que había dado la noticia, tuviese la bondad de satisfacer la curiosidad del público, seriamente alarmado por semejante acto, increíble en la época en que vivimos; pero fue en vano que hemos esperado sus explicaciones. Desde entonces hemos sido acosados con preguntas sobre este acontecimiento, y en aras de la verdad debemos decir que los amigos del gobierno sufren más dificultades con eso que los que le hacen oposición.
«Con el objetivo de satisfacer la curiosidad tan vivamente aguzada, nos pusimos en busca de la verdad, y tenemos el pesar de decir que el hecho es exacto y que, en efecto, el auto de fe ha sido perpetrado en las siguientes circunstancias:
(Sigue el relato que hemos dado en nuestro último número.)
«Los expedientes usados para llegar a ese resultado no podrían haber sido más rápidos ni más eficaces. Presentaron al control de la Aduana los libros mencionados; respondieron al empleado de la librería que los mismos no podían ser expedidos sin un permiso del señor obispo. El señor obispo estaba ausente; a su regreso, se le presentó un ejemplar de cada obra y, después de leerlas o de haberlas hecho leer por personas de su confianza, acomodándose al juzgamiento de su conciencia, ordenó que los libros fueran lanzados al fuego como siendo inmorales y contrarios a la fe católica. Se reclamó contra semejante sentencia y se solicitó al Gobierno que, ya que no era permitida la circulación de tales libros en España, que por lo menos se le permitiese a su propietario reexpedirlos a su lugar de procedencia; pero inclusive esto fue denegado, con la justificación de que siendo esos libros contrarios a la moral y a la fe católica, el Gobierno no podía consentir que los mismos fuesen pervertir la moral y la religión de otros países. A pesar de ello, el propietario fue obligado a pagar los derechos aduaneros que, por lo expuesto, parece que no deberían haber sido exigidos. Una inmensa multitud asistió al auto de fe, lo que no tiene nada de sorprendente, teniéndose en cuenta la hora y el lugar de la ejecución y, sobre todo, la novedad del espectáculo. Entre los asistentes, el efecto producido fue la estupefacción en unos, la risa en otros y la indignación en la mayoría, a medida que se daban cuenta de lo que ocurría. Palabras de odio salieron de varias bocas; después vinieron las burlas, los dichos jocosos y mordaces por parte de los que ven con extremo placer la ceguera de ciertos hombres; en esto ellos tienen razón, porque vislumbran en esta reacción –digna del tiempo de la Inquisición– el triunfo más rápido de sus ideas. Ellos escarnecían de la ceremonia, para que la misma no aumentase el prestigio de la autoridad que, con tanta complacencia, se presta a exigencias verdaderamente ridículas. Cuando se enfriaron las cenizas de esta nueva hoguera, se observó que las personas que estaban presentes, o las que pasaban en las cercanías –informadas del hecho–, se dirigían hacia el local del auto de fe y recogían allí una parte de las cenizas, a fin de guardarlas.
«Tal es el relato de este acontecimiento, del cual las personas no pueden dejar de comentar cuando se encuentran; unas se indignan, otras se lamentan o se regocijan, según la manera de interpretar las cosas. Los sinceros partidarios de la paz, del principio de autoridad y de la religión se afligen con esas demostraciones reaccionarias, porque comprenden que a las reacciones se suceden las revoluciones, y porque saben que quien siembra vientos, recoge tempestades. Los liberales sinceros se indignan que semejantes espectáculos sean dados al mundo por hombres que no comprenden la religión sin intolerancia, y quieren imponerla como Mahoma imponía El Corán.
«Ahora, haciendo abstracción de la calificación dada a los libros quemados, examinaremos el hecho en sí mismo. ¿Puede la jurisprudencia admitir que un obispo diocesano tenga una autoridad inapelable y pueda impedir la publicación y la circulación de un libro? Dirán que la ley de imprenta determina qué hay que hacer en este caso; pero ¿dice esta ley que los libros, por más perniciosos y malos que sean, deben ser lanzados al fuego a través de ese medio aparatoso? No encontramos en la misma ningún artículo que justifique semejante acto. Además, las obras en cuestión fueron públicamente declaradas. El encargado de expedir los libros los declara en la Aduana, porque podrían estar en la categoría señalada por el artículo 6º; pasarían por la censura diocesana; el gobierno podría prohibir su circulación y la cuestión estaría terminada. Los sacerdotes deberían limitarse a aconsejar a sus fieles a la abstención de tal o cual lectura, en caso de que la juzguen contraria a la moral y a la religión; pero no se les debería conceder un poder absoluto, que los vuelve jueces y verdugos. Nos abstenemos de emitir una opinión sobre el valor de las obras quemadas; lo que vemos es el hecho, sus tendencias y el espíritu que revela. De aquí en adelante, ¿en qué diócesis habrían de abstenerse de usar, si no de abusar, de una facultad que en nuestra opinión el propio Gobierno no tiene, si en Barcelona –en la liberal Barcelona– lo hacen? El absolutismo es muy sagaz: intenta si puede dar un golpe de autoridad en alguna parte; si tiene éxito, se atreve a más. No obstante, esperemos que los esfuerzos del absolutismo sean inútiles y que todas las concesiones que le hagan tengan como resultado desenmascarar el partido que, al repetir escenas como las del último jueves, se precipita cada vez más en el abismo para donde corre ciegamente. Es lo que se espera del efecto producido por este auto de fe de Barcelona.»
(Véase el número de noviembre de 1861)
Los diarios españoles no han sido tan sobrios en reflexiones, sobre este acontecimiento, como los diarios franceses. Sea cual fuere la opinión que se profese con relación a las ideas espíritas, hay en el propio hecho algo tan extraño para el tiempo en que vivimos, que inspira más piedad que cólera contra gente que parece haber dormido durante varios siglos y que despierta sin tener conciencia del camino que la humanidad ha recorrido, creyéndose aún en el punto de partida. Al respecto, he aquí un extracto del artículo publicado por Las Novedades, uno de los grandes diarios de Madrid:
«El auto de fe celebrado hace algunos meses en La Coruña, donde se quemó un gran número de libros a la puerta de una iglesia, había producido en nuestro espíritu y en el de todos los hombres de ideas liberales una muy triste impresión. Pero es con una indignación mucho mayor todavía que ha sido recibida en toda España la noticia del segundo auto de fe, ahora celebrado en Barcelona, en esta capital civilizada de Cataluña y en el seno de un pueblo esencialmente liberal, al cual indudablemente se le ha hecho este bárbaro insulto, porque en dicho pueblo se reconocen grandes cualidades.»
Después de relatar los hechos según el diario de Barcelona, Las Novedades agrega:
«He aquí el repugnante espectáculo autorizado por los hombres de la unión liberal, en pleno siglo XIX: una hoguera en La Coruña, otra en Barcelona, y aún muchas otras que no faltarán en otros lugares. Es lo que debía suceder, porque es una consecuencia inmediata del espíritu general que domina el actual estado de cosas, que se refleja en todo. Reacción interna, en lo que atañe a los proyectos de ley que se presentan; reacción externa, al apoyar a todos los gobiernos reaccionarios de Italia –antes y después de su caída–, combatiendo las ideas liberales en todas las ocasiones y buscando por todos lados el apoyo de la reacción, obtenido a costa de las más torpes concesiones.»
Siguen extensas consideraciones acerca de los síntomas y de las consecuencias de este acto, pero que, por su carácter esencialmente político, no son de la incumbencia de nuestra Revista.
El Diario de Barcelona, periódico ultramontano, fue el primero que anunció el auto de fe, al decir: «Los títulos de los libros quemados bastaban para justificar su condenación; la Iglesia está en su derecho y en su deber de hacer respetar su autoridad, cuanto mayor fuere la libertad de prensa, principalmente en los países que gozan de la terrible plaga de la libertad de cultos.»
La Corona, periódico de Barcelona, ha hecho al respecto las siguientes reflexiones:
«Esperábamos que nuestro colega (el Diario), que había dado la noticia, tuviese la bondad de satisfacer la curiosidad del público, seriamente alarmado por semejante acto, increíble en la época en que vivimos; pero fue en vano que hemos esperado sus explicaciones. Desde entonces hemos sido acosados con preguntas sobre este acontecimiento, y en aras de la verdad debemos decir que los amigos del gobierno sufren más dificultades con eso que los que le hacen oposición.
«Con el objetivo de satisfacer la curiosidad tan vivamente aguzada, nos pusimos en busca de la verdad, y tenemos el pesar de decir que el hecho es exacto y que, en efecto, el auto de fe ha sido perpetrado en las siguientes circunstancias:
(Sigue el relato que hemos dado en nuestro último número.)
«Los expedientes usados para llegar a ese resultado no podrían haber sido más rápidos ni más eficaces. Presentaron al control de la Aduana los libros mencionados; respondieron al empleado de la librería que los mismos no podían ser expedidos sin un permiso del señor obispo. El señor obispo estaba ausente; a su regreso, se le presentó un ejemplar de cada obra y, después de leerlas o de haberlas hecho leer por personas de su confianza, acomodándose al juzgamiento de su conciencia, ordenó que los libros fueran lanzados al fuego como siendo inmorales y contrarios a la fe católica. Se reclamó contra semejante sentencia y se solicitó al Gobierno que, ya que no era permitida la circulación de tales libros en España, que por lo menos se le permitiese a su propietario reexpedirlos a su lugar de procedencia; pero inclusive esto fue denegado, con la justificación de que siendo esos libros contrarios a la moral y a la fe católica, el Gobierno no podía consentir que los mismos fuesen pervertir la moral y la religión de otros países. A pesar de ello, el propietario fue obligado a pagar los derechos aduaneros que, por lo expuesto, parece que no deberían haber sido exigidos. Una inmensa multitud asistió al auto de fe, lo que no tiene nada de sorprendente, teniéndose en cuenta la hora y el lugar de la ejecución y, sobre todo, la novedad del espectáculo. Entre los asistentes, el efecto producido fue la estupefacción en unos, la risa en otros y la indignación en la mayoría, a medida que se daban cuenta de lo que ocurría. Palabras de odio salieron de varias bocas; después vinieron las burlas, los dichos jocosos y mordaces por parte de los que ven con extremo placer la ceguera de ciertos hombres; en esto ellos tienen razón, porque vislumbran en esta reacción –digna del tiempo de la Inquisición– el triunfo más rápido de sus ideas. Ellos escarnecían de la ceremonia, para que la misma no aumentase el prestigio de la autoridad que, con tanta complacencia, se presta a exigencias verdaderamente ridículas. Cuando se enfriaron las cenizas de esta nueva hoguera, se observó que las personas que estaban presentes, o las que pasaban en las cercanías –informadas del hecho–, se dirigían hacia el local del auto de fe y recogían allí una parte de las cenizas, a fin de guardarlas.
«Tal es el relato de este acontecimiento, del cual las personas no pueden dejar de comentar cuando se encuentran; unas se indignan, otras se lamentan o se regocijan, según la manera de interpretar las cosas. Los sinceros partidarios de la paz, del principio de autoridad y de la religión se afligen con esas demostraciones reaccionarias, porque comprenden que a las reacciones se suceden las revoluciones, y porque saben que quien siembra vientos, recoge tempestades. Los liberales sinceros se indignan que semejantes espectáculos sean dados al mundo por hombres que no comprenden la religión sin intolerancia, y quieren imponerla como Mahoma imponía El Corán.
«Ahora, haciendo abstracción de la calificación dada a los libros quemados, examinaremos el hecho en sí mismo. ¿Puede la jurisprudencia admitir que un obispo diocesano tenga una autoridad inapelable y pueda impedir la publicación y la circulación de un libro? Dirán que la ley de imprenta determina qué hay que hacer en este caso; pero ¿dice esta ley que los libros, por más perniciosos y malos que sean, deben ser lanzados al fuego a través de ese medio aparatoso? No encontramos en la misma ningún artículo que justifique semejante acto. Además, las obras en cuestión fueron públicamente declaradas. El encargado de expedir los libros los declara en la Aduana, porque podrían estar en la categoría señalada por el artículo 6º; pasarían por la censura diocesana; el gobierno podría prohibir su circulación y la cuestión estaría terminada. Los sacerdotes deberían limitarse a aconsejar a sus fieles a la abstención de tal o cual lectura, en caso de que la juzguen contraria a la moral y a la religión; pero no se les debería conceder un poder absoluto, que los vuelve jueces y verdugos. Nos abstenemos de emitir una opinión sobre el valor de las obras quemadas; lo que vemos es el hecho, sus tendencias y el espíritu que revela. De aquí en adelante, ¿en qué diócesis habrían de abstenerse de usar, si no de abusar, de una facultad que en nuestra opinión el propio Gobierno no tiene, si en Barcelona –en la liberal Barcelona– lo hacen? El absolutismo es muy sagaz: intenta si puede dar un golpe de autoridad en alguna parte; si tiene éxito, se atreve a más. No obstante, esperemos que los esfuerzos del absolutismo sean inútiles y que todas las concesiones que le hagan tengan como resultado desenmascarar el partido que, al repetir escenas como las del último jueves, se precipita cada vez más en el abismo para donde corre ciegamente. Es lo que se espera del efecto producido por este auto de fe de Barcelona.»
La curruca, la paloma torcaz y el pececito
FÁBULA
Dedicada a la Sra. de C... y a la Srta. C..., de Burdeos
En el rosal junto a la cerca perfumada,
La curruca canora tenía un bello nido;
Sus pequeños hijos, felices han nacido;
Pero, ¡oh! ¡Cuánto infortunio le aguardaba!
FÁBULA
Dedicada a la Sra. de C... y a la Srta. C..., de Burdeos
Amor y Caridad
(Espiritismo)
(Espiritismo)
En el rosal junto a la cerca perfumada,
La curruca canora tenía un bello nido;
Sus pequeños hijos, felices han nacido;
Pero, ¡oh! ¡Cuánto infortunio le aguardaba!
La tempestad con sus rayos bramó;
La lluvia a torrentes caía;
En el campo el agua crecía;
Hasta que la cerca se inundó.
La lluvia a torrentes caía;
En el campo el agua crecía;
Hasta que la cerca se inundó.
Muy lejos del rosal el nido se estremece;
La curruca lo protege, lo abriga con unción;
Unido a la esperanza, su corazón no fenece;
Sonríe a lo lejos una estrella de salvación.
La curruca lo protege, lo abriga con unción;
Unido a la esperanza, su corazón no fenece;
Sonríe a lo lejos una estrella de salvación.
Entonces el agua comenzó a descender,
Y el nido en el llano flotó hacia un arroyo;
Y pese a los riesgos que debió correr,
Llegó sin problemas, superando escollos.
Y el nido en el llano flotó hacia un arroyo;
Y pese a los riesgos que debió correr,
Llegó sin problemas, superando escollos.
En medio del río un banco de arena,
Las aguas recibe expectante;
Y el viento que empuja una ola serena,
Allí deposita el nido navegante.
Las aguas recibe expectante;
Y el viento que empuja una ola serena,
Allí deposita el nido navegante.
Tras breves instantes de alegría plena,
Que vivió la curruca a la orilla llegar,
Surgió de repente una profunda pena:
¿Cuál sería su destino en ese lugar?
Que vivió la curruca a la orilla llegar,
Surgió de repente una profunda pena:
¿Cuál sería su destino en ese lugar?
Ya le piden comida sus pequeños hambrientos:
¿Deberá ella alejarse para obtener el sustento,
En esa arena dejándolos expuestos?
Fueron salvados por una ola amistosa
Pero pueden recibir otra peligrosa
O los efectos de vientos funestos.
¿Deberá ella alejarse para obtener el sustento,
En esa arena dejándolos expuestos?
Fueron salvados por una ola amistosa
Pero pueden recibir otra peligrosa
O los efectos de vientos funestos.
En ese instante se posó una gran paloma torcaz;
«Ave poderosa –le dijo la curruca–, os pido disculpas
si oso hacer un llamamiento a vuestra bondad:
Pues de la salud de toda una familia se trata;
¡Oh! Conducid hasta el rosal y la cerca perfumada
A estas pequeñas víctimas de la tempestad.
Dignaos abrir para ellas vuestras alas generosas;
El trayecto no es largo, y esas garras poderosas
Una carga tan leve no han llevado jamás.»
No hizo oídos sordos la paloma torcaz:
«Ave poderosa –le dijo la curruca–, os pido disculpas
si oso hacer un llamamiento a vuestra bondad:
Pues de la salud de toda una familia se trata;
¡Oh! Conducid hasta el rosal y la cerca perfumada
A estas pequeñas víctimas de la tempestad.
Dignaos abrir para ellas vuestras alas generosas;
El trayecto no es largo, y esas garras poderosas
Una carga tan leve no han llevado jamás.»
No hizo oídos sordos la paloma torcaz:
«Mucho lamento vuestra triste situación,
Pero un asunto urgente requiere mi atención,
Me obliga a seguir raudo el curso de mi vuelo,
Y me quita la dicha de brindaros consuelo.
Pero un asunto urgente requiere mi atención,
Me obliga a seguir raudo el curso de mi vuelo,
Y me quita la dicha de brindaros consuelo.
Mas no hagáis lugar a la inquietud,
Y seguid el consejo que mi solicitud
Está dispuesta siempre a daros:
Entregaos a las olas... El bienhechor genio
Que vuestras vidas ha cuidado con empeño
Jamás habrá de abandonaros.»
Y seguid el consejo que mi solicitud
Está dispuesta siempre a daros:
Entregaos a las olas... El bienhechor genio
Que vuestras vidas ha cuidado con empeño
Jamás habrá de abandonaros.»
Satisfecha de sí misma, alzó su vuelo la torcaza.
Y una pequeña carpa que junto a la playa nadaba,
Que había visto todo, y todo lo había escuchado,
Dijo a la curruca: «¡Consolaos, pobre desdichada!
Y una pequeña carpa que junto a la playa nadaba,
Que había visto todo, y todo lo había escuchado,
Dijo a la curruca: «¡Consolaos, pobre desdichada!
Comprendo vuestro dolor de madre abnegada,
Pero la esperanza no se ha perdido;
No me ha sido dada la fuerza suficiente,
Mas confío en llevaros a la orilla de enfrente.»
Pero la esperanza no se ha perdido;
No me ha sido dada la fuerza suficiente,
Mas confío en llevaros a la orilla de enfrente.»
Sujetó con la boca un largo filamento
De los que el nido tenía en abundancia,
Tiró de él y el nido deslizó hacia el agua;
La curruca de pie lo ayudaba con prestancia,
De los que el nido tenía en abundancia,
Tiró de él y el nido deslizó hacia el agua;
La curruca de pie lo ayudaba con prestancia,
Mientras abría firmes sus alas al viento.
La preciada carga se agita, y el pececito jala;
Flota el nido sin tumbos y conserva la marcha,
Rumbo tranquilo hacia la orilla mansa.
La preciada carga se agita, y el pececito jala;
Flota el nido sin tumbos y conserva la marcha,
Rumbo tranquilo hacia la orilla mansa.
¡Estamos cerca...! ¡Ya hemos llegado!
La curruca aliviada en la costa ha encontrado
Tiernos pastos y un bosque frondoso;
El pececito le dice: «En el porvenir, mi querida,
Contad poco con los poderosos;
En sus duros corazones, los gritos de la miseria
No hallan eco ni reposo;
Son sus dones los consejos y la condolencia,
Pero la cordial asistencia,
En los pequeños se encuentra.»
C. DOMBRE (de Marmande)
La curruca aliviada en la costa ha encontrado
Tiernos pastos y un bosque frondoso;
El pececito le dice: «En el porvenir, mi querida,
Contad poco con los poderosos;
En sus duros corazones, los gritos de la miseria
No hallan eco ni reposo;
Son sus dones los consejos y la condolencia,
Pero la cordial asistencia,
En los pequeños se encuentra.»
De lo Sobrenatural
Por el Sr. Guizot
Hemos extraído de la nueva obra del Sr. Guizot: L’Église et la société chrétienne en 1861, el notable capítulo De lo Sobrenatural. No es, como se podría creer, un alegato a favor o en contra del Espiritismo, porque de ningún modo aborda la nueva Doctrina; pero como a los ojos de muchas personas el Espiritismo es inseparable de lo sobrenatural –que según unos es una superstición, y según otros una verdad–, es interesante conocer sobre esta cuestión la opinión de un hombre del valor del Sr. Guizot. Hay en ese trabajo observaciones de una indiscutible precisión, pero –según nosotros– también hay grandes errores que son debidos a los puntos de vista que tiene el autor. Al respecto, haremos un profundo examen en nuestro próximo número.
«Todos los ataques de que hoy es objeto el Cristianismo, por más diversos que sean en su naturaleza y en su medida, parten de un mismo punto y tienden a un mismo objetivo: la negación de lo sobrenatural en los destinos del hombre y del mundo, la abolición del elemento sobrenatural en la religión cristiana como en toda religión, en su historia como en sus dogmas.
«Materialistas, panteístas, racionalistas, escépticos, críticos eruditos –unos abiertamente, otros discretamente–, todos piensan y hablan bajo el imperio de la idea de que el mundo y el hombre, la naturaleza moral como la naturaleza física, son gobernadas únicamente por leyes generales, permanentes y necesarias, cuyo curso ninguna voluntad especial ha venido jamás a suspender o a modificar.
«No pienso en discutir aquí plenamente esta cuestión, que es la cuestión fundamental de toda religión; sólo quiero exponer a los adversarios –declarados o velados– de lo sobrenatural dos observaciones o, para ser más exacto, dos hechos que –en mi opinión– lo deciden.
«Toda religión se funda en una natural fe en lo sobrenatural, en un instinto innato de lo sobrenatural. No digo toda idea religiosa, sino toda religión positiva, práctica, poderosa, duradera, popular. En todos los lugares, bajo todos los climas, en todas las épocas de la Historia y en todos los grados de la civilización, el hombre ha llevado consigo ese sentimiento, que yo prefiero llamar de presentimiento, de que el mundo que él ve, el orden en cuyo seno vive, los hechos que se suceden regular y constantemente a su alrededor, no lo son todo. En este vasto conjunto, en vano hace a cada día descubrimientos y conquistas; en vano observa y constata hábilmente las leyes permanentes que lo rigen: su pensamiento no se encierra de modo alguno en este universo, objeto de su ciencia; este espectáculo no es suficiente para su alma; ésta se lanza más allá; busca, vislumbra otra cosa; ella, para el Universo y para sí misma, aspira a otros destinos, a otro Señor.
Ha dicho Voltaire: Más allá de todos esos cielos reside el Dios de los cielos, y el Dios que está más allá de todos los cielos no es la naturaleza personificada, es lo sobrenatural en persona. Es a Él que las religiones se dirigen; es para poner al hombre en relación con Él que ellas se fundan. Sin la fe instintiva de los hombres en lo sobrenatural, sin su impulso espontáneo e invencible hacia lo sobrenatural, la religión no sería posible.
«De todos los seres de la Tierra, el único que ora es el hombre. Entre sus instintos morales ninguno es más natural, más universal y más invencible que la oración. El niño se dispone a ella con una solícita docilidad. El anciano se ampara en ella como en un refugio contra la decadencia y el aislamiento. La plegaria brota por sí misma de los jóvenes labios que apenas balbucean el nombre de Dios, y de los labios del moribundo que ya no tienen fuerza para pronunciarla. En todos los pueblos, célebres o ignorados, civilizados o bárbaros, se encuentran a cada paso actos y fórmulas de invocación. En todas partes donde viven hombres, en ciertas circunstancias, a ciertas horas y bajo el influjo de ciertas impresiones del alma, los ojos se elevan, las manos se juntan, las rodillas se doblan para implorar o para dar gracias, para adorar o para aplacar. Con alegría o con estremecimiento, públicamente o en lo íntimo de su corazón, es a la oración que el hombre se dirige en último recurso, para llenar el vacío de su alma o para soportar la carga de su destino; es en la plegaria donde busca apoyo en su debilidad –cuando todo le falta–, consuelo en sus dolores y esperanza en sus virtudes.
«Nadie desconoce el valor moral e interior de la oración, independientemente de su eficacia en cuanto a su objeto. Con el solo acto de orar el alma se siente aliviada, se eleva, se apacigua y se fortalece; al volverse hacia Dios, ella experimenta aquel sentimiento de regreso a la salud y al reposo que se derrama en el cuerpo cuando pasa de un ambiente tempestuoso y pesado a una atmósfera serena y pura. Dios viene en ayuda de aquellos que le imploran, antes y sin que sepan si los atenderá.
«¿Los atenderá? ¿Cuál es la eficacia exterior y definitiva de la oración? Aquí está el misterio, el impenetrable misterio de los designios y de la acción de Dios sobre cada uno de nosotros. Lo que sabemos es que, ya sea que obre en nuestra vida exterior o interior, no somos sólo nosotros que disponemos de ella según nuestro pensamiento y nuestra propia voluntad. Todos los nombres que damos a esta parte de nuestro destino que no viene de nosotros mismos: acaso, fortuna, estrella, naturaleza, fatalidad, son otros tantos velos echados sobre nuestra ignorante impiedad. Cuando hablamos así, nos negamos a ver a Dios en donde Él está. Más allá de la estrecha esfera en que se encierran el poder y la acción del hombre, está Dios, que reina y que obra. Hay, en el acto natural y universal de la oración, una fe natural y universal en esa acción permanente y siempre libre, de Dios sobre el hombre y sobre su destino: “Nosotros somos obreros con Dios”, ha dicho san Pablo; obreros con Dios, en la obra de los destinos generales de la humanidad y en la de nuestro propio destino, presente y futuro. He aquí lo que nos hace entrever la oración como el lazo que une el hombre a Dios. Pero ahí se detiene para nosotros la luz: “Los caminos de Dios no son los nuestros”; nosotros caminamos sin conocerlos; creer sin ver y orar sin prever es la condición que Dios ha dado al hombre en este mundo, para todo lo que sobrepase los límites. Es en la conciencia y en la aceptación de este orden sobrenatural que consisten la fe y la vida religiosas.
«Así, el Sr. Edmond Schérer tiene razón cuando duda que “el racionalismo cristiano sea y pueda nunca ser una religión”. ¿Y por qué el Sr. Jules Simon, que se inclina ante Dios con un respeto tan sincero, ha intitulado su libro: La religión natural? Debería haberlo llamado Filosofía religiosa. La filosofía sigue y manifiesta algunas de las grandes ideas sobre las cuales se funda la religión; pero, por la naturaleza de sus procedimientos y por los límites de su dominio, jamás fundó y no podría fundar una religión. Propiamente hablando, no hay religión natural, porque desde que abolís lo sobrenatural, la religión también desaparece.
«¿Quién piensa en negar que esa fe instintiva en lo sobrenatural, fuente de la religión, pueda ser y sea también el origen de una infinidad de errores y de supersticiones que, a su vez, es fuente de una infinidad de males? Aquí, como en todo, es de la condición del hombre que el bien y el mal se mezclen incesantemente en sus destinos y en sus obras como en él mismo; pero de esta incurable mezcla no se deduce que nuestros grandes instintos carezcan de sentido y no nos hagan sino desviar cuando nos levantan. Aspirando a esto, sean cuales fueren nuestros desvíos, sigue siendo cierto que lo sobrenatural está en la fe natural del hombre y que es la condición sine qua non, el verdadero objeto, la propia esencia de la religión.
«He aquí un segundo hecho que considero que merece toda la atención de los adversarios de lo sobrenatural.
«Es reconocido y constatado por la Ciencia que nuestro globo no siempre se ha hallado en el estado en que hoy se encuentra; que en épocas diversas e indeterminadas ha pasado por revoluciones y transformaciones que han cambiado su faz, su régimen físico, su población; que el hombre, en particular, no siempre existió aquí y que, en varios de los estados sucesivos por los cuales este mundo ha pasado, el hombre no podría haber existido.
«¿Cómo apareció? ¿De qué modo y en virtud de qué poder comenzó el género humano en la Tierra?
«De su origen, solamente dos explicaciones pueden haber: o fue producto del propio trabajo íntimo de las fuerzas naturales de la materia, o fue obra de un poder sobrenatural, exterior y superior a la materia. La generación espontánea o la creación: a una de estas dos causas se debe la aparición del hombre en la Tierra.
«Pero admitiendo la generación espontánea –lo que por mi parte no admito de manera alguna–, ese modo de producción no podría ni jamás habría podido producir sino seres niños, en la primera hora y en el primer estado de la vida naciente. Pienso que nunca nadie ha dicho, ni dirá jamás, que en virtud de una generación espontánea, el hombre, es decir, el hombre y la mujer –la pareja humana– hayan podido salir o que salieron un día del seno de la materia completamente formados y crecidos, en plena posesión de su estatura, de su fuerza, de todas sus facultades, como el paganismo griego hizo salir a Minerva del cerebro de Júpiter.
«Sin embargo, es sólo con esta condición que, al aparecer el hombre por primera vez en la Tierra, habría podido vivir en ella, perpetuarse y fundar el género humano. Imaginad al primer hombre naciendo en el estado de primera infancia, viviendo, pero inerte, sin inteligencia, impotente, incapaz de bastarse a sí mismo ni por un momento, trémulo y entre gemidos, ¡sin madre para escucharlo ni alimentarlo! No obstante, únicamente éste es el primer hombre que el sistema de la generación espontánea podría dar.
«Evidentemente el otro origen del género humano es el único admisible, el único posible. Sólo el hecho sobrenatural de la creación explica la primera aparición del hombre en este mundo.
«Por consiguiente, los que negasen y aboliesen lo sobrenatural, abolirían al mismo tiempo toda religión real; y es en vano que triunfan de lo sobrenatural, tan a menudo introducido erróneamente en nuestro mundo y en nuestra historia. Ellos son forzados a detenerse ante la cuna sobrenatural de la humanidad, impotentes para hacer salir de ella al hombre sin la mano de Dios.»
GUIZOT
Por el Sr. Guizot
Hemos extraído de la nueva obra del Sr. Guizot: L’Église et la société chrétienne en 1861, el notable capítulo De lo Sobrenatural. No es, como se podría creer, un alegato a favor o en contra del Espiritismo, porque de ningún modo aborda la nueva Doctrina; pero como a los ojos de muchas personas el Espiritismo es inseparable de lo sobrenatural –que según unos es una superstición, y según otros una verdad–, es interesante conocer sobre esta cuestión la opinión de un hombre del valor del Sr. Guizot. Hay en ese trabajo observaciones de una indiscutible precisión, pero –según nosotros– también hay grandes errores que son debidos a los puntos de vista que tiene el autor. Al respecto, haremos un profundo examen en nuestro próximo número.
«Todos los ataques de que hoy es objeto el Cristianismo, por más diversos que sean en su naturaleza y en su medida, parten de un mismo punto y tienden a un mismo objetivo: la negación de lo sobrenatural en los destinos del hombre y del mundo, la abolición del elemento sobrenatural en la religión cristiana como en toda religión, en su historia como en sus dogmas.
«Materialistas, panteístas, racionalistas, escépticos, críticos eruditos –unos abiertamente, otros discretamente–, todos piensan y hablan bajo el imperio de la idea de que el mundo y el hombre, la naturaleza moral como la naturaleza física, son gobernadas únicamente por leyes generales, permanentes y necesarias, cuyo curso ninguna voluntad especial ha venido jamás a suspender o a modificar.
«No pienso en discutir aquí plenamente esta cuestión, que es la cuestión fundamental de toda religión; sólo quiero exponer a los adversarios –declarados o velados– de lo sobrenatural dos observaciones o, para ser más exacto, dos hechos que –en mi opinión– lo deciden.
«Toda religión se funda en una natural fe en lo sobrenatural, en un instinto innato de lo sobrenatural. No digo toda idea religiosa, sino toda religión positiva, práctica, poderosa, duradera, popular. En todos los lugares, bajo todos los climas, en todas las épocas de la Historia y en todos los grados de la civilización, el hombre ha llevado consigo ese sentimiento, que yo prefiero llamar de presentimiento, de que el mundo que él ve, el orden en cuyo seno vive, los hechos que se suceden regular y constantemente a su alrededor, no lo son todo. En este vasto conjunto, en vano hace a cada día descubrimientos y conquistas; en vano observa y constata hábilmente las leyes permanentes que lo rigen: su pensamiento no se encierra de modo alguno en este universo, objeto de su ciencia; este espectáculo no es suficiente para su alma; ésta se lanza más allá; busca, vislumbra otra cosa; ella, para el Universo y para sí misma, aspira a otros destinos, a otro Señor.
Ha dicho Voltaire: Más allá de todos esos cielos reside el Dios de los cielos, y el Dios que está más allá de todos los cielos no es la naturaleza personificada, es lo sobrenatural en persona. Es a Él que las religiones se dirigen; es para poner al hombre en relación con Él que ellas se fundan. Sin la fe instintiva de los hombres en lo sobrenatural, sin su impulso espontáneo e invencible hacia lo sobrenatural, la religión no sería posible.
«De todos los seres de la Tierra, el único que ora es el hombre. Entre sus instintos morales ninguno es más natural, más universal y más invencible que la oración. El niño se dispone a ella con una solícita docilidad. El anciano se ampara en ella como en un refugio contra la decadencia y el aislamiento. La plegaria brota por sí misma de los jóvenes labios que apenas balbucean el nombre de Dios, y de los labios del moribundo que ya no tienen fuerza para pronunciarla. En todos los pueblos, célebres o ignorados, civilizados o bárbaros, se encuentran a cada paso actos y fórmulas de invocación. En todas partes donde viven hombres, en ciertas circunstancias, a ciertas horas y bajo el influjo de ciertas impresiones del alma, los ojos se elevan, las manos se juntan, las rodillas se doblan para implorar o para dar gracias, para adorar o para aplacar. Con alegría o con estremecimiento, públicamente o en lo íntimo de su corazón, es a la oración que el hombre se dirige en último recurso, para llenar el vacío de su alma o para soportar la carga de su destino; es en la plegaria donde busca apoyo en su debilidad –cuando todo le falta–, consuelo en sus dolores y esperanza en sus virtudes.
«Nadie desconoce el valor moral e interior de la oración, independientemente de su eficacia en cuanto a su objeto. Con el solo acto de orar el alma se siente aliviada, se eleva, se apacigua y se fortalece; al volverse hacia Dios, ella experimenta aquel sentimiento de regreso a la salud y al reposo que se derrama en el cuerpo cuando pasa de un ambiente tempestuoso y pesado a una atmósfera serena y pura. Dios viene en ayuda de aquellos que le imploran, antes y sin que sepan si los atenderá.
«¿Los atenderá? ¿Cuál es la eficacia exterior y definitiva de la oración? Aquí está el misterio, el impenetrable misterio de los designios y de la acción de Dios sobre cada uno de nosotros. Lo que sabemos es que, ya sea que obre en nuestra vida exterior o interior, no somos sólo nosotros que disponemos de ella según nuestro pensamiento y nuestra propia voluntad. Todos los nombres que damos a esta parte de nuestro destino que no viene de nosotros mismos: acaso, fortuna, estrella, naturaleza, fatalidad, son otros tantos velos echados sobre nuestra ignorante impiedad. Cuando hablamos así, nos negamos a ver a Dios en donde Él está. Más allá de la estrecha esfera en que se encierran el poder y la acción del hombre, está Dios, que reina y que obra. Hay, en el acto natural y universal de la oración, una fe natural y universal en esa acción permanente y siempre libre, de Dios sobre el hombre y sobre su destino: “Nosotros somos obreros con Dios”, ha dicho san Pablo; obreros con Dios, en la obra de los destinos generales de la humanidad y en la de nuestro propio destino, presente y futuro. He aquí lo que nos hace entrever la oración como el lazo que une el hombre a Dios. Pero ahí se detiene para nosotros la luz: “Los caminos de Dios no son los nuestros”; nosotros caminamos sin conocerlos; creer sin ver y orar sin prever es la condición que Dios ha dado al hombre en este mundo, para todo lo que sobrepase los límites. Es en la conciencia y en la aceptación de este orden sobrenatural que consisten la fe y la vida religiosas.
«Así, el Sr. Edmond Schérer tiene razón cuando duda que “el racionalismo cristiano sea y pueda nunca ser una religión”. ¿Y por qué el Sr. Jules Simon, que se inclina ante Dios con un respeto tan sincero, ha intitulado su libro: La religión natural? Debería haberlo llamado Filosofía religiosa. La filosofía sigue y manifiesta algunas de las grandes ideas sobre las cuales se funda la religión; pero, por la naturaleza de sus procedimientos y por los límites de su dominio, jamás fundó y no podría fundar una religión. Propiamente hablando, no hay religión natural, porque desde que abolís lo sobrenatural, la religión también desaparece.
«¿Quién piensa en negar que esa fe instintiva en lo sobrenatural, fuente de la religión, pueda ser y sea también el origen de una infinidad de errores y de supersticiones que, a su vez, es fuente de una infinidad de males? Aquí, como en todo, es de la condición del hombre que el bien y el mal se mezclen incesantemente en sus destinos y en sus obras como en él mismo; pero de esta incurable mezcla no se deduce que nuestros grandes instintos carezcan de sentido y no nos hagan sino desviar cuando nos levantan. Aspirando a esto, sean cuales fueren nuestros desvíos, sigue siendo cierto que lo sobrenatural está en la fe natural del hombre y que es la condición sine qua non, el verdadero objeto, la propia esencia de la religión.
«He aquí un segundo hecho que considero que merece toda la atención de los adversarios de lo sobrenatural.
«Es reconocido y constatado por la Ciencia que nuestro globo no siempre se ha hallado en el estado en que hoy se encuentra; que en épocas diversas e indeterminadas ha pasado por revoluciones y transformaciones que han cambiado su faz, su régimen físico, su población; que el hombre, en particular, no siempre existió aquí y que, en varios de los estados sucesivos por los cuales este mundo ha pasado, el hombre no podría haber existido.
«¿Cómo apareció? ¿De qué modo y en virtud de qué poder comenzó el género humano en la Tierra?
«De su origen, solamente dos explicaciones pueden haber: o fue producto del propio trabajo íntimo de las fuerzas naturales de la materia, o fue obra de un poder sobrenatural, exterior y superior a la materia. La generación espontánea o la creación: a una de estas dos causas se debe la aparición del hombre en la Tierra.
«Pero admitiendo la generación espontánea –lo que por mi parte no admito de manera alguna–, ese modo de producción no podría ni jamás habría podido producir sino seres niños, en la primera hora y en el primer estado de la vida naciente. Pienso que nunca nadie ha dicho, ni dirá jamás, que en virtud de una generación espontánea, el hombre, es decir, el hombre y la mujer –la pareja humana– hayan podido salir o que salieron un día del seno de la materia completamente formados y crecidos, en plena posesión de su estatura, de su fuerza, de todas sus facultades, como el paganismo griego hizo salir a Minerva del cerebro de Júpiter.
«Sin embargo, es sólo con esta condición que, al aparecer el hombre por primera vez en la Tierra, habría podido vivir en ella, perpetuarse y fundar el género humano. Imaginad al primer hombre naciendo en el estado de primera infancia, viviendo, pero inerte, sin inteligencia, impotente, incapaz de bastarse a sí mismo ni por un momento, trémulo y entre gemidos, ¡sin madre para escucharlo ni alimentarlo! No obstante, únicamente éste es el primer hombre que el sistema de la generación espontánea podría dar.
«Evidentemente el otro origen del género humano es el único admisible, el único posible. Sólo el hecho sobrenatural de la creación explica la primera aparición del hombre en este mundo.
«Por consiguiente, los que negasen y aboliesen lo sobrenatural, abolirían al mismo tiempo toda religión real; y es en vano que triunfan de lo sobrenatural, tan a menudo introducido erróneamente en nuestro mundo y en nuestra historia. Ellos son forzados a detenerse ante la cuna sobrenatural de la humanidad, impotentes para hacer salir de ella al hombre sin la mano de Dios.»
Meditaciones filosóficas y religiosas
Dictadas al Sr. Alfred Didier, médium, por el Espíritu Lamennais (Sociedad Espírita de París)
Ya hemos publicado un cierto número de comunicaciones dictadas por el Espíritu Lamennais, cuyo alto alcance filosófico hemos podido notar. Algunas veces el tema era indicado con nitidez, pero a menudo no tenía un carácter bastante delimitado como para que fuese fácil darle un título. Al haber hecho esta observación al Espíritu, él respondió que se proponía a dictar una serie de disertaciones sobre diversos asuntos variados, serie a la que sugería dar el título general de Meditaciones Filosóficas y Religiosas, sin perjuicio de dar un título particular a los asuntos abordados. Entonces, suspendimos la publicación hasta que tuviésemos un conjunto que pudiera ser coordinado; es dicha publicación que comenzamos hoy y que continuaremos en los números siguientes. Debemos observar que los Espíritus que han llegado a un grado muy alto de perfección son los únicos aptos para evaluar las cosas de una manera completamente juiciosa; hasta entonces, sea cual fuere el desarrollo de su inteligencia e incluso de su moralidad, ellos pueden estar más o menos imbuidos de sus ideas terrenas y ver las cosas desde su punto de vista personal, lo que explica las contradicciones que a menudo se encuentran en sus apreciaciones. Lamennais nos parece estar en este caso; hay en sus comunicaciones, sin duda, cosas muy bellas y muy buenas en cuanto a los pensamientos y en cuanto al estilo, pero hay evidentemente otras que pueden prestarse a la crítica, y por las cuales nosotros no asumimos ninguna responsabilidad. Cada uno es libre para aceptar lo que considere bueno y para rechazar lo que le parezca malo; únicamente los Espíritus perfectos pueden producir cosas perfectas. Ahora bien, Lamennais, que es indiscutiblemente un Espíritu bueno y avanzado, no tiene la pretensión de ya ser perfecto, y el carácter sombrío, melancólico y místico del hombre se refleja indudablemente en el carácter del Espíritu y, por consecuencia, en sus comunicaciones; sólo desde este punto de vista ellas ya serían un interesante objeto de observaciones.
Las ideas cambian, pero las ideas y los designios de Dios no cambian. La religión, es decir, la fe, la esperanza y la caridad, una sola cosa en tres –el emblema de Dios en la Tierra–, permanece inquebrantable en medio de las luchas y de los prejuicios. La religión existe, ante todo, en los corazones, por lo que no puede cambiar. Es en el momento donde la incredulidad reina, en el que las ideas se chocan y entrechocan, sin provecho para la verdad, que aparece esta Aurora que os dice: Vengo en el nombre del Dios de los vivos y no de los muertos; sólo la materia es perecedera, porque es divisible, pero el alma es inmortal, porque es una e indivisible. Cuando el alma del hombre se debilita en la duda sobre la eternidad, toma moralmente el aspecto de la materia; ella se divide y, por consiguiente, está sujeta a pruebas infelices en sus nuevas reencarnaciones. Por lo tanto, la religión es la fuerza del hombre; todos los días ella asiste a las nuevas crucifixiones infligidas al Cristo; diariamente ella escucha las blasfemias que le son echadas en la cara; pero, fuerte e inquebrantable como la Virgen, asiste divinamente al sacrificio de su Hijo, porque tiene en sí la fe, la esperanza y la caridad. La Virgen se desmayó ante de los dolores del Hijo del Hombre, pero no está muerta.
Después de una lectura de la Biblia sobre la historia de Sansón, vi en pensamiento un cuadro análogo al del influyente artista que Francia acaba de perder: Decamps. Vi a un hombre de una estatura colosal, con miembros musculosos, como el de la obra el Día, de Miguel Ángel. Ese hombre fuerte dormía al lado de una mujer que, a su alrededor, hacía quemar perfumes tales que los orientales siempre supieron introducir en su lujo y en sus costumbres delicadas. Las fuerzas de ese gigante se agotaron; un pequeño gato saltaba sobre él y sobre la mujer que estaba a su lado. La mujer se inclinó para ver si el gigante dormía; después tomó una tijera y se puso a cortar la cabellera ondulada del coloso, y vosotros sabéis el resto. –Hombres armados se abalanzaron sobre él y lo ataron fuertemente. El hombre, preso en las redes de Dalila, se llamaba Sansón –me dijo de repente un Espíritu que luego vi cerca mío. Ese hombre representa a la Humanidad debilitada por la corrupción, es decir, por la codicia y por la hipocresía. La Humanidad, cuando Dios estaba con ella, arrancó –como Sansón– las puertas de Gaza; la Humanidad, cuando tuvo por sostén a la libertad, es decir, al Cristianismo, derrotó a sus enemigos, como ese gigante derrotó solo al ejército de los filisteos. –Entonces, respondí al Espíritu, la mujer que está junto a él... No me dejó terminar y me dijo: «Es la que reemplazó a Dios; y pensad que no quiero hablaros de la corrupción de los siglos pasados, sino del vuestro.» Desde un buen tiempo que Sansón y Dalila se habían desvanecido ante mis ojos; yo veía al ángel, siempre solo, que me decía sonriendo: «La Humanidad está vencida». Su rostro se volvió entonces reflexivo y profundo, y agregó: He aquí los tres seres que devolverán a la Humanidad su vigor primitivo; ellos se llaman Fe, Esperanza y Caridad. Vendrán en algunos años y fundarán una nueva Doctrina, que los hombres llamarán Espiritismo.»
Cada fase religiosa de la Humanidad ha tenido la fuerza divina materializada por las figuras de Sansón, de Hércules y de Rolando. Un hombre, valiéndose de los argumentos de la lógica, nos diría: «Os comprendo, pero esta comparación me parece muy sutil y muy escueta». Es verdad; hasta el presente, quizá esa comparación no haya venido a la mente de nadie; entretanto, examinemos. Os he hablado últimamente de Sansón, que es el emblema de la fuerza de la fe divina en los primeros tiempos. La Biblia es un poema oriental; Sansón es la figura material de esta fuerza impetuosa, fuerza que en otros tiempos derribó a Heliodoro en el atrio del templo, y la misma que reunió las aguas del Mar Rojo después de haberlas separado. Esa gran fuerza divina había derrotado a ejércitos y derribado los muros de Jericó. Los griegos –bien lo sabéis– vinieron de Egipto y del Oriente; esta tradición de Sansón sólo existía en el dominio de la Filosofía y de la Historia egipcias. Los griegos desbastaron los colosos de granito de Egipto, armaron a Hércules con una maza y le dieron vida. Hércules hizo sus doce trabajos, venció a la hidra de Lerna –la hidra de los siete pecados capitales– y se volvió, en ese mundo pagano, el símbolo de la fuerza divina encarnada en la Tierra: de él hicieron un dios. Pero notad cuáles fueron los vencedores de esos dos gigantes. Como dice Lamartine: ¿es preciso reír o llorar? Fueron dos hijas de Eva: Dalila y Deyanira. Como veis, la tradición de Sansón y de Hércules es la misma que la de Dalila y de Deyanira. Sólo que Dalila había cambiado la cabellera de las hijas del Faraón por la diadema de Venus.
Al atardecer, en el famoso valle de Roncesvalles, un gigante, al cual tendieron una emboscada en una profunda hondonada, exclamaba el nombre de Carlomagno con gritos desesperados. Estaba casi aniquilado bajo una enorme roca, que sus manos desfallecientes intentaban en vano remover. ¡Pobre Rolando! Tu hora ha llegado; los vascos escarnecen desde lo alto del desfiladero, y también tiran piedras enormes sobre ti. Entre tus enemigos se encuentran mujeres; tal vez Rolando haya amado a una de ellas: parece que están siempre presentes Dalila y Deyanira; la Historia no lo dice, pero esto es muy probable. Sin embargo, Rolando murió como Sansón y como Hércules. Discutid ahora, si preferís; pero pienso, señores, que esta analogía no parece tan sutil. En las edades futuras, ¿cuál será la personificación de la fuerza del Espiritismo? Vivir para ver, se dice en la Tierra. Aquí se dice: El hombre siempre ha de ver.
LAMENNAIS
(Continúa en el próximo número.)
ALLAN KARDEC
Dictadas al Sr. Alfred Didier, médium, por el Espíritu Lamennais (Sociedad Espírita de París)
Ya hemos publicado un cierto número de comunicaciones dictadas por el Espíritu Lamennais, cuyo alto alcance filosófico hemos podido notar. Algunas veces el tema era indicado con nitidez, pero a menudo no tenía un carácter bastante delimitado como para que fuese fácil darle un título. Al haber hecho esta observación al Espíritu, él respondió que se proponía a dictar una serie de disertaciones sobre diversos asuntos variados, serie a la que sugería dar el título general de Meditaciones Filosóficas y Religiosas, sin perjuicio de dar un título particular a los asuntos abordados. Entonces, suspendimos la publicación hasta que tuviésemos un conjunto que pudiera ser coordinado; es dicha publicación que comenzamos hoy y que continuaremos en los números siguientes. Debemos observar que los Espíritus que han llegado a un grado muy alto de perfección son los únicos aptos para evaluar las cosas de una manera completamente juiciosa; hasta entonces, sea cual fuere el desarrollo de su inteligencia e incluso de su moralidad, ellos pueden estar más o menos imbuidos de sus ideas terrenas y ver las cosas desde su punto de vista personal, lo que explica las contradicciones que a menudo se encuentran en sus apreciaciones. Lamennais nos parece estar en este caso; hay en sus comunicaciones, sin duda, cosas muy bellas y muy buenas en cuanto a los pensamientos y en cuanto al estilo, pero hay evidentemente otras que pueden prestarse a la crítica, y por las cuales nosotros no asumimos ninguna responsabilidad. Cada uno es libre para aceptar lo que considere bueno y para rechazar lo que le parezca malo; únicamente los Espíritus perfectos pueden producir cosas perfectas. Ahora bien, Lamennais, que es indiscutiblemente un Espíritu bueno y avanzado, no tiene la pretensión de ya ser perfecto, y el carácter sombrío, melancólico y místico del hombre se refleja indudablemente en el carácter del Espíritu y, por consecuencia, en sus comunicaciones; sólo desde este punto de vista ellas ya serían un interesante objeto de observaciones.
I
Las ideas cambian, pero las ideas y los designios de Dios no cambian. La religión, es decir, la fe, la esperanza y la caridad, una sola cosa en tres –el emblema de Dios en la Tierra–, permanece inquebrantable en medio de las luchas y de los prejuicios. La religión existe, ante todo, en los corazones, por lo que no puede cambiar. Es en el momento donde la incredulidad reina, en el que las ideas se chocan y entrechocan, sin provecho para la verdad, que aparece esta Aurora que os dice: Vengo en el nombre del Dios de los vivos y no de los muertos; sólo la materia es perecedera, porque es divisible, pero el alma es inmortal, porque es una e indivisible. Cuando el alma del hombre se debilita en la duda sobre la eternidad, toma moralmente el aspecto de la materia; ella se divide y, por consiguiente, está sujeta a pruebas infelices en sus nuevas reencarnaciones. Por lo tanto, la religión es la fuerza del hombre; todos los días ella asiste a las nuevas crucifixiones infligidas al Cristo; diariamente ella escucha las blasfemias que le son echadas en la cara; pero, fuerte e inquebrantable como la Virgen, asiste divinamente al sacrificio de su Hijo, porque tiene en sí la fe, la esperanza y la caridad. La Virgen se desmayó ante de los dolores del Hijo del Hombre, pero no está muerta.II
Sansón
III
(Continuación)
Al atardecer, en el famoso valle de Roncesvalles, un gigante, al cual tendieron una emboscada en una profunda hondonada, exclamaba el nombre de Carlomagno con gritos desesperados. Estaba casi aniquilado bajo una enorme roca, que sus manos desfallecientes intentaban en vano remover. ¡Pobre Rolando! Tu hora ha llegado; los vascos escarnecen desde lo alto del desfiladero, y también tiran piedras enormes sobre ti. Entre tus enemigos se encuentran mujeres; tal vez Rolando haya amado a una de ellas: parece que están siempre presentes Dalila y Deyanira; la Historia no lo dice, pero esto es muy probable. Sin embargo, Rolando murió como Sansón y como Hércules. Discutid ahora, si preferís; pero pienso, señores, que esta analogía no parece tan sutil. En las edades futuras, ¿cuál será la personificación de la fuerza del Espiritismo? Vivir para ver, se dice en la Tierra. Aquí se dice: El hombre siempre ha de ver.