Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1860

Allan Kardec

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Diciembre

A los suscriptores de la Revista Espírita

Tres años de existencia han sido suficientes para dar a conocer a los lectores de esta Revista el pensamiento que preside su redacción; y la mejor prueba de que este pensamiento tiene el consentimiento de ellos, es el constante incremento del número de suscriptores, los cuales también han aumentado considerablemente en este último período. Pero lo que es infinitamente más valioso para nosotros, son los testimonios de simpatía y de satisfacción que recibimos diariamente; su adhesión es un estímulo para proseguir en nuestra tarea, trayendo a nuestro trabajo todas las mejoras cuya utilidad nos hará conocer la experiencia. Como en los años anteriores, continuaremos el estudio razonado de los principios de la ciencia desde el punto de vista moral y filosófico, sin descuidar los hechos; pero cuando citamos los hechos, de ninguna manera nos limitamos a una simple narración, tal vez entretenida, mas ciertamente estéril si a ellos no se une la investigación de las causas y la deducción de las consecuencias. Por eso nos dirigimos a las personas serias, que no se contentan en ver, sino que ante todo quieren comprender y darse cuenta de lo que ven. Además, la serie de hechos se agota rápidamente, si uno no quiere caer en las repeticiones fastidiosas, porque se refieren casi al mismo asunto y nada nuevo enseñaríamos a nuestros lectores cuando les dijéramos que en tal o cual casa hacen girar a las mesas más o menos bien. Los hechos tienen para nosotros otro carácter: no son historias, sino temas de estudio, y los más sencillos en apariencia pueden a veces dar lugar a las más importantes observaciones. Sucede aquí lo que ocurre en la ciencia común, donde un poquito de hierba encierra, para el observador, tantos misterios como un árbol gigante. He aquí por qué, en los hechos, nosotros consideramos mucho más el lado instructivo que el lado de entretenimiento, y damos importancia a los que pueden enseñarnos algo, independientemente de su mayor o menor extrañeza.

A pesar del número considerable de temas que ya hemos tratado, estamos lejos de haber agotado la serie de todos aquellos que se vinculan con el Espiritismo, porque cuanto más se avanza en esta ciencia, más se amplía el horizonte; aquellos que nos quedan por examinar nos proporcionarán materiales aún por mucho tiempo, sin contar los temas de actualidad. Muchos de estos asuntos los posponemos intencionalmente, a fin de sólo abordarlos a medida que el estado de los conocimientos permita comprender su alcance. Es así que, por ejemplo, damos hoy un mayor espacio a las disertaciones espíritas espontáneas, porque las instrucciones que contienen, en su mayoría, pueden ser mucho mejor apreciadas que en una época en la que apenas se conocían los primeros elementos de la ciencia; en otros tiempos habrían sido solamente evaluadas desde el punto de vista literario, y una multitud de pensamientos útiles y profundos hubieran pasado inadvertidos, porque trataban de puntos aún desconocidos o mal comprendidos. La diversidad de temas no excluye el método, y la falta de ilación no es más que aparente, pues cada cosa tiene su lugar fundamentado. La variedad reposa el espíritu, mas el orden lógico facilita la comprensión; lo que nos esforzamos por evitar es hacer de nuestra Revista una compilación monótona. Ciertamente no tenemos la pretensión de hacer una obra perfecta, pero esperamos que por lo menos sea tenida en cuenta nuestra intención.

Nota – Solicitamos a los señores suscriptores que no deseen recibir la Revista del año 1861 con atraso, que tengan a bien renovar su suscripción antes del 1º de enero próximo.


Boletín de la sociedad parisiense de estudios espíritas

Viernes 26 de octubre de 1860 (Sesión general)

Comunicaciones diversas 1ª) Lectura de una comunicación obtenida por la Sra. M... sobre la siguiente pregunta: Si Dios ha creado iguales a todas las almas, ¿cómo se explica que de repente haya tanta distancia entre ellas?

2ª) Lectura de varias comunicaciones recibidas por el Sr. P..., médium de Sens; una, firmada por Homero, presenta un hecho notable que puede ser considerado como una prueba de identidad: es la revelación espontánea del nombre Melesígenes, con el cual Homero era originariamente designado. Ese nombre era desconocido por el médium.

3ª) Análisis de una carta del Sr. L..., de Troyes, en la cual relata hechos muy notables de manifestaciones físicas espontáneas que tuvieron lugar, en 1856, con una persona de esa ciudad, y que hacen recordar a las manifestaciones de Bergzabern.

4ª) Carta del Dr. Morhéry, que relata varios hechos singulares de manifestaciones espontáneas ocurridas en su presencia, con la Srta. Désirée Godu, y que coinciden con la llegada de una carta del Sr. Allan Kardec.

Estudios 1º) Diversas cuestiones dirigidas a san Luis.

2º) Evocación del hijo del Sr. Morhéry, que dice haber participado de las manifestaciones que tuvieron lugar en la casa de su padre.

3º) Dictado espontáneo obtenido por el Sr. Alfred Didier, sobre La desesperación, y firmado por Lamennais.

4º) Preguntas diversas dirigidas a Lamennais, sobre varios casos particulares de suicidio, acerca de las relaciones de los Espíritus y sobre la identidad de Homero en la comunicación de Sens.

Viernes 2 de noviembre de 1860 (Sesión particular)

Comunicaciones diversas
– 1ª) Lectura de una segunda comunicación de Homero, recibida por el Sr. P..., de Sens, y de diversas preguntas y respuestas relacionadas con el tema.

2ª) Dibujos obtenidos por un médium de Lyon, notables por su originalidad, a no ser por su ejecución. Al ser interrogado sobre este asunto, san Luis dice que esos dibujos tienen su valor, porque realmente son del Espíritu, pero que no tienen un significado muy preciso, pues el médium y el Espíritu aún no están lo suficientemente identificados el uno con el otro. Agrega que ese médium podrá, con el tiempo, volverse excelente.

Estudios – 1º) Cuestiones dirigidas a san Luis: a) sobre la confirmación de la identidad de los Espíritus; b) acerca del papel del hombre en el moralización de los Espíritus imperfectos; c) sobre la aparición de los Espíritus con la forma de una flama; d) acerca del valor de los dibujos enviados de Lyon, e) sobre el aporte de objetos materiales por los Espíritus, su levantamiento del suelo y su invisibilidad.

2º) Examen de la siguiente cuestión: saber si los Espíritus pueden operar el aporte de objetos a un lugar cerrado y a través de obstáculos materiales.

El Sr. L... hace la observación de que esas cuestiones se vinculan a fenómenos de manifestaciones físicas, con las cuales la Sociedad no debe ocuparse.

El Presidente responde que la investigación de las causas es un punto importante que se vincula directamente al estudio de la ciencia y que entra en el cuadro de los trabajos de la Sociedad; todas las partes de la ciencia deben ser esclarecidas. Una cosa es ocuparse de esas investigaciones teóricas, y otra es hacer de la producción de fenómenos un objeto exclusivo. Además –agrega él–, podemos exponer la cuestión a san Luis, solicitándole que nos diga si considera como tiempo perdido la discusión que acaba de suceder; san Luis responde: «Estoy lejos de considerar vuestra conversación como inútil».

3º) Evocación de Charles Nodier. Al ser solicitado para que tenga a bien proseguir el trabajo que hubo comenzado, responde que continuará la próxima vez. Él recuerda la solemnidad del día de hoy con un encantador dictado espontáneo. Atendiendo a un pedido, dicta una corta oración alusiva a la circunstancia.

4º) Es realizado un llamado general, sin designación especial, a los Espíritus sufridores que puedan estar presentes, invitándolos a manifestarse. Un Espíritu desencarnado hace dos años, que se encontraba en una muy elevada posición social cuando encarnado, se presenta espontáneamente y testimonia, a través de su lenguaje simple y a la vez digno, los buenos sentimientos de que está ahora animado, y la poca importancia que da a las grandezas humanas; responde con complacencia y benevolencia a las preguntas que le son dirigidas.

Viernes 9 de noviembre de 1860 (Sesión general)

El Sr. Allan Kardec hace algunas observaciones sobre lo que se ha dicho en la última sesión, en lo tocante a las manifestaciones físicas. Al respecto, él recuerda la instrucción dada por san Luis en el mes de noviembre de 1858, acerca del objeto de los trabajos de la Sociedad. Esta instrucción ha sido formulada de la siguiente manera:

«Se han burlado de las mesas giratorias, pero jamás se burlarán de la filosofía, de la sabiduría y de la caridad que brillan en las comunicaciones serias. Aquéllas han sido el vestíbulo de la ciencia espírita; al entrar en él deben dejarse los prejuicios, como quien deja la capa. Nunca estaría de más aconsejaros a hacer de vuestras reuniones un centro serio: que en otros lugares se hagan demostraciones físicas, que en otros lugares las vean y oigan, pero que entre vosotros se comprenda y se ame. ¿Qué esperáis ser a los ojos de los Espíritus superiores cuando hacéis girar una mesa? Ignorantes. ¿Gasta el sabio su tiempo en repasar el abecé de la ciencia? En cambio, al veros procurar las comunicaciones inteligentes e instructivas, se os considera como hombres serios en busca de la verdad».

SAN LUIS

Señores –agrega el Sr. Allan Kardec–, ¿no está aquí un admirable programa, trazado con la precisión y la simplicidad de palabras que caracterizan a los Espíritus verdaderamente superiores? Que entre vosotros se comprenda, es decir, que debemos profundizar todo para darnos cuenta de todo; que entre vosotros se ame, es decir, que la caridad y la benevolencia mutua deben ser el objetivo de nuestros esfuerzos, el lazo que debe unirnos, a fin de mostrar a través de nuestro ejemplo el verdadero objetivo del Espiritismo. En lo que atañe a los sentimientos de la Sociedad, se equivocarían por completo si se creyera que la misma menosprecia lo que se hace en otros lugares; nada es inútil y las experiencias físicas también tienen su ventaja, que ninguno de nosotros discute. Si no nos ocupamos con ellas, no es porque tengamos otra bandera; nosotros tenemos nuestra especialidad de estudios, como otros tienen la suya, pero todo esto se reúne en un objetivo común: el progreso y la propagación de la ciencia.

Comunicaciones diversas – 1ª) Lectura de dictados espontáneos obtenidos fuera de la Sociedad.

2ª) Carta del Sr. L..., de Troyes, que relata hechos que ocurrieron en su presencia, producidos por el Espíritu obsesor del cual se habló en la última sesión. Esos hechos, que habían cesado desde 1856, acaban de reproducirse en circunstancias muy notables, que serán objeto de un estudio por parte de la Sociedad.

Estudios – 1º) Cuestiones diversas: a) acerca de la obsesión; b) sobre la posibilidad de reproducir a través del daguerrotipo la imagen de apariciones visibles y tangibles, c) acerca de las manifestaciones físicas del Sr. Squire.

2º) Preguntas sobre el Espíritu que se manifiesta en Troyes, y particularmente sobre los efectos magnéticos que se han producido en esa circunstancia.

3º) Cinco dictados espontáneos son obtenidos por cuatro médiums diferentes.

4º) Evocación del Espíritu perturbador de Troyes; este Espíritu revela una de las naturalezas más inferiores.


El arte pagano, el arte cristiano y el arte espírita

En la sesión de la Sociedad del 23 de noviembre, al haberse manifestado espontáneamente el Espíritu Alfred de Musset (véanse los detalles más adelante, en la página 386), le fue dirigida la siguiente pregunta:

La pintura, la escultura, la arquitectura, la poesía se han inspirado a su turno en las ideas paganas y cristianas; ¿podéis decirnos si, después del arte pagano y del arte cristiano, habrá un día el arte espírita? –El Espíritu respondió:

«Hacéis una pregunta que se responde a sí misma; la oruga es oruga, que se vuelve crisálida, para después transformarse en mariposa. ¿Qué hay de más etéreo y de más gracioso que una mariposa? ¡Pues bien! El arte pagano es la oruga; el arte cristiano es la crisálida; el arte espírita será la mariposa».

Cuanto más uno ahonda en el sentido de esta graciosa comparación, más uno admira la precisión de la misma. A primera vista se podría suponer que el Espíritu tuviese la intención de rebajar el arte cristiano, colocando al arte espírita en la coronación del edificio; pero no es nada de esto, y basta meditar en esa imagen poética para comprender su exactitud. En efecto, el Espiritismo se apoya esencialmente en el Cristianismo; no viene a reemplazarlo: lo completa y lo reviste con una túnica brillante. En el Cristianismo primitivo se encuentran las raíces del Espiritismo; si ellos se repelieran mutuamente, uno renegaría a su hijo, y el otro a su padre. Al comparar el primero a la crisálida y el segundo a la mariposa, el Espíritu indica perfectamente el lazo de parentesco que los une. Aún más: la propia imagen describe el carácter del arte que uno ha inspirado y que el otro inspirará. El arte cristiano tuvo que inspirarse principalmente en las terribles pruebas de los mártires y revestir la severidad de su origen paterno. El arte espírita, representado por la mariposa, se inspirará en los vaporosos y espléndidos cuadros de la existencia futura revelada; él regocijará el alma que el arte cristiano había impregnado de admiración y de temor; será el canto de alegría después de la batalla.

El Espiritismo es percibido enteramente en la teogonía pagana, y la mitología no es otra cosa sino el cuadro de la vida espírita poetizada por la alegoría. ¿Quién no reconocería el mundo de Júpiter en los Campos Elíseos, con sus habitantes de cuerpos etéreos? ¿Y los mundos inferiores en el Tártaro? ¿Y las almas errantes en los manes? ¿Y los Espíritus protectores de la familia en los lares y en los penates? ¿Quién no reconocería en el Leteo el olvido del pasado en el momento de la reencarnación? ¿En sus pitonisas, nuestros médiums videntes y parlantes? ¿En sus oráculos, las comunicaciones con los seres del Más Allá? El arte tuvo necesariamente que inspirarse en esa fuente tan fecunda para la imaginación; pero para elevarse hasta lo sublime del sentimiento, le faltaba el sentimiento por excelencia: la caridad cristiana. Al no conocer los hombres sino la vida material, el arte buscó ante todo la perfección de la forma. Entonces, la belleza corporal era la primera de todas las cualidades: el arte se dedicó a reproducirla, a idealizarla; pero solamente al Cristianismo estaba reservada la tarea de resaltar la belleza del alma por sobre la belleza de la forma; así, el arte cristiano, al tomar la forma en el arte pagano, le agregó la expresión de un sentimiento nuevo, desconocido por los Antiguos.

Pero el arte cristiano –como ya lo hemos dicho– dejó traslucir la austeridad de su origen y se inspiró en los sufrimientos de los primeros adeptos; las persecuciones llevaron a la vida de aislamiento y de reclusión, y la idea del infierno impelió a la vida ascética. He aquí por qué la pintura y la escultura se han inspirado, en tres cuartos de los casos, en el cuadro de las torturas físicas y morales: la arquitectura se reviste de un carácter grandioso y sublime, pero sombrío; la música es grave y monótona como una sentencia de muerte; la elocuencia es más dogmática que conmovedora; la propia beatitud es marcada por el fastidio, por la ociosidad y por la satisfacción totalmente personal. Además, aquélla se encuentra tan lejos de nosotros, está ubicada tan alto, que nos parece casi inaccesible; es por eso que nos toca tan poco cuando la vemos reproducida en la tela o en el mármol.

El Espiritismo nos muestra el futuro con una luz que está más a nuestro alcance; la felicidad se encuentra más cerca de nosotros, está a nuestro lado, en los propios seres que nos rodean y con los cuales podemos entrar en comunicación; la morada de los elegidos no es más aislada: hay una incesante solidaridad entre el Cielo y la Tierra; la beatitud ya no es una contemplación perpetua, que sólo sería una ociosidad eterna e inútil, y sí una constante actividad hacia el bien, bajo la propia mirada de Dios; la beatitud no está en la quietud de una satisfacción personal, sino en el amor mutuo de todas las criaturas que llegan a la perfección. El malo ya no es más confinado a los hornos ardientes: el infierno está en el propio corazón del culpable, que en sí mismo encuentra su propio castigo; pero Dios, en su infinita bondad, al dejarle el camino del arrepentimiento, le da al mismo tiempo la esperanza, ese sublime consuelo del infeliz.

¡Qué fecundas fuentes de inspiración para el arte! ¡Cuántas obras maestras esas ideas nuevas pueden crear a través de la reproducción de escenas tan variadas y, al mismo tiempo, tan suaves y tan punzantes de la vida espírita! ¡Cuántos temas poéticos y, a la vez, de interés palpitante en ese intercambio incesante de los mortales con los seres del Más Allá, junto a nosotros y en presencia de nuestros seres queridos! Ya no será más la representación de despojos fríos e inanimados; será la madre teniendo a su lado la hija querida, en su forma etérea y radiante de felicidad; será un hijo escuchando atentamente los consejos de su padre, que vela por él; el ser por el cual se ora, que viene a testimoniar su reconocimiento. Y, en otro orden de ideas, el Espíritu del mal inspirando el veneno de las pasiones; el malo huyendo de la mirada de su víctima que lo perdona; el aislamiento del perverso en medio de la multitud que lo repele; la turbación del Espíritu en el momento del despertar y su sorpresa ante la visión de su cuerpo, del cual se asombra por estar separado; el Espíritu desencarnado en medio de sus ávidos herederos y amigos hipócritas; y tantos otros temas que son capaces de impresionar cuanto más toquen de cerca la vida real. ¿Quiere el artista elevarse por encima de la esfera terrena? Él encontrará temas no menos interesantes en esos mundos felices que los Espíritus se complacen en describir, que son un verdadero Edén de donde el mal ha sido extirpado, y en esos mundos ínfimos, que son verdaderos infiernos donde reinan soberanamente todas las pasiones.

Sí, lo repetimos, el Espiritismo abre al arte un campo nuevo, inmenso y aún inexplorado; cuando este artista trabaje en ello con convicción, como han trabajado los artistas cristianos, él extraerá en esa fuente las más sublimes inspiraciones.

Cuando decimos que el arte espírita será un día un arte nuevo, queremos decir que las ideas y las creencias espíritas darán a las producciones del genio un estilo particular, como sucedió con las ideas y creencias cristianas; no es que los asuntos cristianos caigan en descrédito: lejos de esto; pero cuando un campo está espigado, el segador busca ciertamente recoger, y él cosechará abundantemente en el campo del Espiritismo. Sin duda ya lo ha hecho, pero no de una manera tan especial como lo hará más tarde, cuando sea alentado y estimulado por el consentimiento general. Cuando estas ideas se hayan popularizado –lo que no debe tardar, porque los ciegos de la actual generación desaparecen a cada día de la escena, por la fuerza de las cosas–, la nueva generación tendrá menos prejuicios. Más de una vez la pintura se ha inspirado en ideas de este género; sobre todo la poesía se encuentra llena de dichas ideas, pero están aisladas, perdidas en la multitud. Llegará el tiempo en que ellas harán surgir obras magistrales, y el arte espírita tendrá sus Rafael y sus Miguel Ángel, así como el arte pagano tuvo sus Apeles y sus Fidias.


Historia de lo Maravilloso

Por el Sr. Louis Figuier

(Segundo artículo; ver la Revista de septiembre de 1860)

Al hablar del Sr. Louis Figuier en nuestro primer artículo, hemos investigado ante todo cuál era su punto de partida, y hemos demostrado –al citar textualmente sus palabras– que él se apoya en la negación de cualquier fuerza que esté fuera de la humanidad corporal; sus premisas deben hacer presentir su conclusión. Su cuarto volumen, en que debería tratar especialmente la cuestión de las mesas giratorias y de los médiums, aún no había aparecido, y nosotros lo esperábamos para ver si él daría de estos fenómenos una explicación más satisfactoria que la del Sr. Jobert (de Lamballe). Lo hemos leído con cuidado, y lo que ha resaltado para nosotros con más claridad es que el autor ha tratado de una cuestión que desconoce absolutamente; no necesitamos otra prueba de esto, más allá de las dos primeras líneas que dicen: Antes de abordar la historia de las mesas giratorias y de los médiums, cuyas manifestaciones son todas modernas, etc. ¿Cómo el Sr. Figuier no sabe que Tertuliano habla de las mesas giratorias y parlantes en términos explícitos? ¿Que los chinos conocían ese fenómeno desde tiempos inmemoriales? ¿Que es practicado por los tártaros y siberianos? ¿Que hay médiums entre los tibetanos? ¿Que los había entre los asirios, los griegos y los egipcios? ¿Que todos los principios fundamentales del Espiritismo se encuentran en los filósofos sánscritos? Por lo tanto, es falso afirmar que esas manifestaciones son todas modernas; los modernos, pues, nada inventaron al respecto, y los espíritas se apoyan en la antigüedad y en la universalidad de su doctrina, lo que el Sr. Figuier debería saber, antes de tener la pretensión de hacer un tratado ex professo. No por eso su obra dejó de recibir los honores de la prensa, la cual se apresuró en homenajear a este denodado defensor de las ideas materialistas.

Aquí se presenta una reflexión cuyo alcance no escapará a nadie. Se dice que nada es tan brutal como un hecho; ahora bien, he aquí uno que tiene mucho valor: el progreso inaudito de las ideas espíritas, a las cuales ninguna prensa, ni pequeña ni grande, prestó su apoyo. Cuando ésta se dignó a hablar de esos pobres imbéciles que creen que tienen un alma y que, después de la muerte, esta alma aún se ocupa de los vivos, ¡solamente fue para protestar contra ellos y mandarlos a los manicomios, perspectiva poco animadora para el público ignorante de la cuestión! Por lo tanto, el Espiritismo no tocó la trompeta de la publicidad; no llenó los diarios de fastuosos anuncios; entonces, ¿cómo se explica que, sin alboroto, sin estrépito y sin el apoyo de los que se erigen en árbitros de la opinión general, Él se infiltra en las masas y, según la graciosa expresión de un crítico –cuyo nombre no recordamos–, después de haber infestado a las clases esclarecidas, Él penetra ahora en las clases obreras? ¡Que nos digan cómo, sin el empleo de los medios habituales de propaganda, la segunda edición de El Libro de los Espíritus se agotó en cuatro meses! Dicen que las personas se entusiasman con las cosas más ridículas; pero la gente se entusiasma con lo que divierte, con una historia, con una novela; ahora bien, de ninguna manera El Libro de los Espíritus tiene la pretensión de ser divertido. ¿No será porque la opinión pública encuentra en esas creencias algo que desafía a la crítica?

El Sr. Figuier ha encontrado la solución de ese problema: dice que es el amor a lo maravilloso, y tiene razón; tomemos la palabra maravilloso en la acepción que él le da, y estaremos de acuerdo. Según él, al estar la Naturaleza enteramente en la materia, todo fenómeno extramaterial es maravilloso: fuera de la materia no hay salvación. Por consecuencia, el alma y todo lo que se le atribuye, su estado después de la muerte, todo eso es maravilloso; como él, llamémoslo maravilloso. La cuestión es saber si ese maravilloso existe o no. El Sr. Figuier, que no gusta de lo maravilloso y sólo lo admite en los cuentos para niños, dice que no. Pero si el Sr. Figuier no desea sobrevivir a su cuerpo; si desdeña a su alma y a la vida futura, no todos van a compartir sus gustos y no es preciso por esto que él cause disgusto a los otros. Hay muchas personas para las cuales la perspectiva de la nada tiene muy pocos encantos, y las mismas esperan mucho reencontrar, allá en lo Alto o aquí abajo, a su padre, a su madre, a sus hijos o a sus amigos; el Sr. Figuier no da importancia a esto: gustos no se discuten.

Instintivamente el hombre tiene horror a la muerte, y se ha de concordar que el deseo de no morir para siempre es bastante natural; incluso se puede decir que esa debilidad es general; ahora bien, ¿cómo sobrevivir al cuerpo si no se posee ese maravilloso que se llama alma? Si tenemos un alma, ella deberá tener algunas propiedades, porque sin propiedades no sería cosa alguna. Para ciertas personas, infelizmente no son propiedades químicas; el alma no puede ser puesta en una retorta para ser conservada en los museos anatómicos, como se conserva un cráneo; en esto, ciertamente el Gran Obrero se equivocó al no haberla hecho más palpable: probablemente Él no pensó en el Sr. Figuier.

Sea como fuere, una de dos: o esta alma –si existe– vive o no vive después de la muerte del cuerpo; es algo o no es nada: no hay término medio. ¿Vive siempre o por un tiempo? Si debe desaparecer en un dado momento, sería lo mismo que si desapareciera inmediatamente; un poco más tarde o temprano, no por esto el hombre sería más avanzado. Si el alma vive, ella hace algo o no hace nada; pero ¿cómo admitir un ser inteligente que no haga nada, y esto durante la eternidad? Sin ocupación, la existencia futura sería muy monótona. Al no admitir el Sr. Figuier que una cosa inapreciable a los sentidos pueda producir algún efecto, él es llevado –debido a su punto de partida– a la conclusión de que todo efecto debe tener una causa material. He aquí por qué incluye en el dominio de lo maravilloso, es decir, de la imaginación, todos los efectos atribuidos al alma y, como consecuencia, a la propia alma, a sus propiedades, a sus hechos y a sus acciones en el Más Allá. Los simples, que creen en la tontería de querer vivir después de la muerte, gustan naturalmente de todo lo que satisface a sus deseos y de lo que confirme sus esperanzas; por eso, aman lo maravilloso. Hasta ahora se contentaban en decirles: «No todo muere con el cuerpo; quedaos tranquilos; nosotros os damos nuestra palabra de honor». Sin duda era muy tranquilizador, pero una pequeña prueba no echaría eso a perder. Ahora bien, he aquí que el Espiritismo, con sus fenómenos, viene a darles esta prueba, y ellos la aceptan con alegría; este es todo el secreto de su rápida propagación; Él hace realidad una esperanza: la de vivir y, mejor que esto, la de vivir más feliz. Por el contrario, Sr. Figuier, vos os esforzáis en probarles que todo esto no es más que una quimera y una ilusión. El Espiritismo levanta el ánimo, mientras que vos lo hacéis desfallecer; ¿creéis que la opción entre los dos sea dudosa?

El deseo de revivir después de la muerte es, pues, en el hombre la fuente de su amor por lo maravilloso, es decir, por todo lo que lo vincula a la vida del Más Allá. Si algunos hombres, seducidos por sofismas, pudieron dudar del futuro, no creáis que haya sido deliberadamente; no, porque esta idea les inspira pavor, y es con terror que sondean las profundidades de la nada. El Espiritismo tranquiliza sus preocupaciones, disipa sus dudas; lo que era vago, indeciso e incierto toma una forma y se vuelve una realidad consoladora; he aquí por qué, en algunos años, Él dio la vuelta al mundo, pues todos quieren vivir, y el hombre siempre dará preferencia a las doctrinas que lo tranquilizan que a aquellas que lo llenan de pavor.

Volvamos a la obra del Sr. Figuier, y para comenzar digamos que su cuarto volumen, dedicado a las mesas giratorias y a los médiums, en tres cuartas partes está lleno de historias que no tienen ninguna relación con dichos temas, lo que hace que lo principal se vuelva allí accesorio. Cagliostro, el caso del collar, que no se sabe por qué figuran allí, la muchacha eléctrica, los caracoles simpáticos, ocupan en ese volumen trece capítulos de un total de dieciocho; es cierto que esas historias son tratadas allí con un verdadero lujo de detalles y con erudición, que serán leídas con interés, exceptuando toda opinión espírita. Al ser su objetivo demostrar el amor del hombre a lo maravilloso, él busca todos los cuentos que el buen sentido, en todos los tiempos, ya dio su justo valor, y se esfuerza en probar que son absurdos, lo que nadie discute. Y exclama: «¡He aquí que el Espiritismo ha sido fulminado!» Al escucharlo, se podría creer que las proezas de Cagliostro y los cuentos de Hoffmann son artículos de fe para los espíritas, y que los caracoles simpáticos tienen toda su simpatía.

El Sr. Figuier no rechaza todos los hechos; lejos de esto. Contrariamente a otros críticos que niegan todo sistemáticamente –lo que es más cómodo, porque eso evita toda explicación–, él admite perfectamente las mesas giratorias y los médiums, pero atribuye una gran parte a la charlatanería; las señoritas Fox, por ejemplo, son para él insignes prestidigitadoras, las cuales han sido ridiculizadas por diarios americanos poco corteses. Él incluso admite el magnetismo como agente material –claro está–, el poder fascinador de la voluntad y de la mirada, el sonambulismo, la catalepsia, el hipnotismo, todos los fenómenos de la Biología. ¡Que se tenga cuidado! Él será considerado un iluminado a los ojos de sus colegas. Pero, consecuente consigo mismo, quiere reducir todo a las leyes conocidas de la Física y de la Fisiología. Es verdad que cita algunos testigos auténticos y de los más honorables en apoyo a los fenómenos espíritas, pero se extiende con complacencia en todas las opiniones contrarias, sobre todo en las de los eruditos que, como el Sr. Chevreul y otros, han buscado las causas en la materia. Tiene en gran estima la teoría del músculo que cruje, del Sr. Jobert y sus colegas. Su teoría, como la linterna mágica de la fábula, falla en un punto capital: ella se pierde en un laberinto de explicaciones que exigirían otras explicaciones para ser comprendidas. Otro defecto es que a cada paso su teoría se contradice con los hechos que ella no puede explicar y que el autor pasa por alto por una razón muy sencilla: es que no los conoce; él no ha visto nada o ha visto poco por sí mismo; en una palabra, él no ha profundizado nada de visu, con la sagacidad, la paciencia y la independencia de ideas que debe tener un observador consciente; se ha contentado con relatos más o menos fantásticos que ha encontrado en ciertas obras que no brillan por su imparcialidad. Él no tiene en cuenta el progreso que la Ciencia ha hecho desde hace algunos años, pues la toma como si estuviese en sus comienzos, cuando andaba a tientas y cuando cada uno daba al respecto una opinión incierta y prematura, en que ella estaba lejos de conocer todos los hechos, exactamente como si él quisiera juzgar a la Química de hoy por lo que era en el tiempo de Nicolás Flamel. En nuestra opinión, al Sr. Figuier –por más erudito que sea– le falta por lo tanto la primera cualidad de un crítico: la de conocer a fondo aquello que habla, condición más que necesaria cuando se quieren explicar las cosas.

No lo acompañaremos en todos sus razonamientos; preferimos remitir a su obra, que todo espírita puede leer sin el menor peligro para sus convicciones; sólo citaremos el pasaje donde él explica su teoría de las mesas giratorias, que más o menos resume la de todos los otros fenómenos.

«Damos a continuación la teoría que explica los movimientos de las mesas por los Espíritus. Si la mesa gira después de un cuarto de hora de recogimiento y de atención por parte de los experimentadores, es –dicen– que los Espíritus buenos o malos, ángeles o demonios, entraron en la mesa y la hicieron oscilar. ¿Espera el lector que discutamos esta hipótesis? No pensamos en hacerlo. Si intentásemos probar con gran cantidad de argumentos lógicos que el diablo no entra en los muebles para hacerlos danzar, sería necesario también demostrar que no son los Espíritus que, introducidos en nuestro cuerpo, nos hacen obrar, hablar, sentir, etc.[1] Todos esos hechos son del mismo orden, y aquel que admite la intervención del demonio para hacer girar una mesa, debe recurrir a la misma influencia sobrenatural para explicar los actos que sólo ocurren en virtud de nuestra voluntad y con ayuda de nuestros órganos. Nadie quiso jamás atribuir seriamente los efectos de la voluntad sobre nuestros órganos –por más misteriosa que sea la esencia de ese fenómeno– a la acción de un ángel o de un demonio. Entretanto, es a esta consecuencia que son llevados los que quieren vincular la rotación de las mesas a una causa sobrehumana.

«Para terminar esta corta discusión, digamos que la razón prohíbe recurrir a una causa sobrenatural en todas las situaciones en que una causa natural puede ser suficiente. Una causa natural, normal, fisiológica, ¿puede ser invocada para explicar el giro de las mesas? Esta es toda la cuestión.

«He aquí, pues, que damos la exposición de lo que nos parece explicar el fenómeno estudiado en esta última parte de nuestro libro.

«La explicación del hecho de las mesas giratorias, considerado en su mayor simplicidad, nos parece ser dada por esos fenómenos –cuyo nombre ha variado mucho hasta aquí, pero cuya naturaleza es idéntica en el fondo–, los cuales han sido alternativamente llamados de hipnotismo, con el Dr. Braid; de biologismo, con el Sr. Philips, y de sugestión, con el Sr. Carpenter. Recordemos que, debido a la fuerte tensión cerebral resultante de la contemplación de un objeto inmóvil, mantenida por largo tiempo, el cerebro cae en un estado particular que ha recibido sucesivamente los nombres de estado magnético, de sueño nervioso y de estado biológico, nombres diferentes que designan ciertas variantes particulares de un estado generalmente idéntico.

«Una vez alcanzado ese estado, ya sea a través de los pases de un magnetizador –como se hace desde Mesmer– o a través de la contemplación de un cuerpo brillante –como operaba Braid–, imitado después por el Sr. Philips, y como operan también los hechiceros árabes y egipcios, en fin, ya sea simplemente por una fuerte contención moral –de la que ya citamos más de un ejemplo–, el individuo cae en esa pasividad automática que constituye el sueño nervioso. Él perdió la fuerza de dirigir y de controlar su propia voluntad, y está en poder de una voluntad ajena. Se le presenta un vaso con agua, afirmándosele con autoridad que es una bebida deliciosa, y él lo bebe creyendo que es vino, licor o leche, según la voluntad del aquel que se apoderó fuertemente de su ser. Así, privado del auxilio de su propio juicio, el individuo permanece casi ajeno a las acciones que ejecuta, y cuando vuelve a su estado natural, ha perdido el recuerdo de los actos que ha realizado durante esa extraña y pasajera abdicación de sí mismo. Está bajo la influencia de sugestiones, es decir, que acepta una idea fija sin poder repelirla, que le es impuesta por una voluntad exterior, actuando y siendo forzado a obrar sin idea y sin voluntad propias, por consiguiente, sin conciencia. Este sistema plantea una grave cuestión de psicología, porque el hombre que ha recibido esa influencia ha perdido su libre albedrío y no tiene más la responsabilidad de las acciones que ejecuta. Actúa determinado por imágenes intrusas que invaden su cerebro, análogas a esas visiones que Cuvier supone fijas en el sensorium de la abeja, y que representan la forma y las proporciones de la celdilla que el instinto la lleva a construir. El principio de las sugestiones explica perfectamente los fenómenos de las alucinaciones, tan variadas y a veces tan terribles, mostrando al mismo tiempo el pequeño intervalo que separa el alucinado del monomaníaco. No es de admirarse si en un gran número de los que giran las mesas, la alucinación sobreviva a la experiencia y se transforme en locura definitiva.

«El principio de las sugestiones, bajo la influencia del sueño nervioso, nos parece dar la explicación del fenómeno de la rotación de las mesas, tomado en su mayor simplicidad. Consideremos lo que sucede en una cadena de personas que se entrega a una experiencia de ese género. Esas personas están atentas, preocupadas y fuertemente emocionadas a la espera del fenómeno que se debe producir. Una gran atención, un completo recogimiento de espíritu les es recomendado. A medida que esta espera se prolonga y que la contención moral se mantiene por bastante tiempo entre los experimentadores, su cerebro se fatiga cada vez más y sus ideas sienten una ligera perturbación. Cuando en el invierno de 1860 asistimos en París a las experiencias realizadas por el Sr. Philips; cuando nosotros vimos a las diez o doce personas a las cuales él confiaba un disco metálico, con la orden expresa de mirar única y fijamente ese disco, colocado en la palma de la mano durante media hora, no pudimos dejar de ver en esas condiciones, reconocidas como indispensables para la manifestación del estado hipnótico, la fiel imagen del estado en que se encuentran las personas que forman silenciosamente la cadena, a fin de obtener la rotación de una mesa. En uno y en otro caso, hay una fuerte contención de espíritu, una idea perseguida exclusivamente durante un tiempo considerable. El cerebro humano no puede resistir por mucho tiempo a esta tensión excesiva, a esa acumulación anormal de influjo nervioso. De las diez o doce personas que hicieron esta experiencia, la mayoría la abandona, obligada a renunciar por la fatiga nerviosa que siente. Solamente algunas –una o dos– perseveran en la misma, estando presas al estado hipnótico o biológico y dando entonces lugar a los diversos fenómenos que hemos examinado en el transcurso de esta obra, al hablar del hipnotismo y del estado biológico.

«En esa reunión de personas fijamente ligadas en formar una cadena durante veinte minutos o media hora, con las manos puestas sobre la mesa, sin tener la libertad de distraerse por un instante en atención a la experiencia de la cual hacen parte, el mayor número de las mismas no siente ningún efecto particular. Pero es muy difícil que al menos una de ellas no entre, por un momento, en el estado hipnótico o biológico. Tal vez ese estado no precise durar más que un segundo para que se realice el fenómeno esperado. Al caer en esa somnolencia nerviosa, el miembro de la cadena, al no tener más conciencia de sus actos y sin otro pensamiento que no sea el de la idea fija de la rotación de la mesa, imprime el movimiento del mueble sin saberlo; en ese momento, él puede desplegar una fuerza muscular relativamente considerable y hacer girar a la mesa. Dado este impulso, realizado este acto inconsciente, nada más es necesario. Así, temporalmente en estado biológico, el individuo puede después regresar a su estado ordinario, porque ni bien se manifiesta ese movimiento mecánico en la mesa, luego todas las personas que componen la cadena se levantan y siguen sus movimientos o, dicho de otro modo, hacen mover a la mesa creyendo que solamente la siguen. En cuanto al individuo, causa involuntaria e inconsciente del fenómeno, como no conserva ningún recuerdo de los actos que fueron ejecutados en el estado de sueño nervioso, ignora lo que hizo y queda indignado –de muy buena fe– si lo acusan de haber empujado la mesa. Inclusive sospecha que los otros miembros de la cadena le hayan jugado una mala pasada, de que lo acusan. De ahí esas frecuentes discusiones e incluso esas disputas graves a que tan a menudo ha dado lugar la distracción de las mesas giratorias.

«Tal es la explicación que creemos que podemos presentar en lo que concierne al hecho de la rotación de las mesas, tomado en su mayor simplicidad. En cuanto a los movimientos de la mesa respondiendo a preguntas, las patas que se levantan a las órdenes y que, por el número de golpes, contestan a las preguntas realizadas, el mismo sistema lo explica si se admite que entre los miembros de la cadena haya uno cuyo estado de sueño nervioso conserve una cierta duración. Este individuo, hipnotizado sin darse cuenta, responde a las preguntas y a las órdenes que le son dadas, inclinando la mesa o haciéndola dar golpes, de acuerdo con los pedidos. Al volver después a su estado natural, ha olvidado todos los actos realizados, del mismo modo que todo individuo magnetizado o hipnotizado ha perdido el recuerdo de los actos que ejecutó durante ese estado. El individuo que desempeña ese papel sin saberlo es, pues, una especie de adormecido despierto; no es en absoluto sui compos; él está en un estado mental que participa del sonambulismo y de la fascinación. No duerme; está encantado o fascinado en virtud de la fuerte concentración moral impuesta: es un médium. Cuando este último ejercicio es de un orden superior al primero, no puede ser obtenido en todos los grupos. Para que la mesa responda a las preguntas efectuadas, levantando uno de sus pies y dando golpes, es preciso que los individuos que operan hayan practicado con persistencia el fenómeno de la mesa giratoria, y que entre ellos se encuentre un sujeto particularmente apto para entrar en este estado, lo que sucede más rápido y por más tiempo a través del hábito y de la perseverancia: en una palabra, es necesario un médium experimentado.

«Sin embargo, dirán que veinte minutos o media hora no siempre son necesarios para obtener el fenómeno de la rotación de una mesita de velador o de otra mesa. Frecuentemente, al cabo de cuatro o cinco minutos, la mesa se pone en movimiento. A esta observación responderemos que un magnetizador, cuando habitualmente se relaciona con un sujeto o con un sonámbulo de profesión, lo hace caer en sonambulismo en uno o dos minutos, sin pases, sin aparato y con la sola imposición fija de su mirada. Aquí, es el hábito que vuelve el fenómeno fácil y rápido. De la misma manera, los médiums ejercitados pueden llegar en muy poco tiempo a ese estado de somnolencia nerviosa, que debe volver inevitable el hecho de la rotación de la mesa o el movimiento dado a ese mueble, de acuerdo con el pedido efectuado.»

No sabemos cómo el Sr. Figuier aplicaría su teoría a los movimientos que ocurren, a los ruidos que se escuchan, al desplazamiento de los objetos sin el contacto del médium, sin la participación de su voluntad y contra su deseo; pero hay muchas otras cosas que no explica. Además, en caso de aceptarse su teoría, ella revelaría un fenómeno fisiológico de los más extraordinarios y bien digno de la atención de los científicos; ¿por qué, entonces, ellos lo han desdeñado?

El Sr. Figuier termina su Tratado de lo Maravilloso con una corta noticia sobre El Libro de los Espíritus. Naturalmente que él lo juzga desde su punto de vista: «Su filosofía –dice él– es anticuada y su moral somnolienta». Él habría preferido, sin duda, una moral licenciosa y despabilada; ¿pero qué hacer? Es una moral para uso del alma. Además, ella tendrá siempre una ventaja: la de hacerlo dormir; es para él una receta en caso de insomnio.



[1] No son los Espíritus que nos hacen obrar y pensar, sino un Espíritu que es nuestra alma. Negar este Espíritu es negar el alma; negar el alma es proclamar el materialismo puro. Parece que el Sr. Figuier piensa que, como él, nadie cree tener un alma inmortal, o que él cree ser todo el mundo. [Nota de Allan Kardec.]







Conversaciones familiares del Más Allá

Balthazar o el Espíritu gastrónomo
2ª Conversación

Uno de nuestros suscriptores, al leer la evocación del Espíritu que se dio a conocer con el nombre de Balthazar, en la Revista Espírita del mes de noviembre, creyó reconocer en él a un hombre que había conocido personalmente, cuya vida y carácter coincidían perfectamente con todos los detalles narrados. No dudaba que fuese él que se había manifestado con apenas ese nombre y nos solicitó que nos cerciorásemos de esto en una nueva evocación. Según él, Balthazar no era otro sino el Sr. G... de R..., conocido por sus excentricidades, su fortuna y sus gustos gastronómicos.

1. Evocación. –Resp. ¡Ah, estoy aquí! Pero nunca tenéis algo para ofrecerme; definitivamente no sois amables.

2. ¿Queréis decirnos lo que podríamos ofreceros para os ser agradables? –Resp. ¡Oh! Poca cosa: un poco de té, una buena cena muy fina; me gustaría esto y a esas señoras también, sin contar que los señores aquí presentes no se opondrían a ello: convengamos.

3. ¿Habéis conocido a un cierto Sr. G... de R...? –Resp. Parece que sois curiosos.

4. No, no es por curiosidad; decidnos, por favor, si lo habéis conocido. –Resp. Entonces queréis descubrir mi anonimato.

5. Por lo tanto, ¿sois el Sr. G... de R...? –Resp. ¡Oh, sí!, y sin almuerzo.

6. No fuimos nosotros que descubrimos vuestro anonimato; fue uno de vuestros amigos aquí presente que os reconoció. –Resp. Él es un parlanchín; debería haberse callado.

7. ¿En qué esto os puede perjudicar? –Resp. En nada; pero hubiera deseado no darme a conocer inmediatamente. Me da lo mismo: no esconderé mis gustos por esto; si supieseis las cenas que yo daba, concordaríais francamente que eran buenas y que tenían un valor que hoy no se aprecia más.

8. No, no las conocí; pero hablemos más seriamente, por favor, y dejemos a un lado los almuerzos y las cenas, que nada nos enseñan. Nuestro objetivo es instruirnos, y es por eso os pedimos que nos digáis qué sentimiento os ha llevado, en el día que obtuvisteis el diploma de abogado, a ofrecer una cena a vuestros colegas en una sala decorada como una cámara mortuoria. –Resp. En medio de todas las excentricidades de mi carácter, ¿no distinguís un fondo de tristeza, causada por los errores de la sociedad, sobre todo por el orgullo de aquella que yo frecuentaba y de la cual hacía parte por mi nacimiento y por mi fortuna? Yo buscaba aturdir mi corazón por medio de todas las locuras inimaginables, y por eso me llamaban loco y extravagante; esto poco me importaba. Al salir de esas cenas tan elogiadas por su originalidad, yo corría para hacer una buena acción que ignoraban, pero esto no importaba: mi corazón quedaba satisfecho y los hombres también lo estaban; ellos se reían de mí, mientras que yo me divertía a sus expensas. ¡Qué no diréis de esa cena en que cada invitado tenía su ataúd atrás de sí! Sus caras largas me divertían mucho; como veis, era la locura aparente, unida a la tristeza del corazón.

9. ¿Cuál es vuestra opinión actual sobre la Divinidad? –Resp. No esperé dejar el cuerpo para creer en Dios; sólo que este cuerpo que tanto amé materializó mi Espíritu a tal punto que le será necesario bastante tiempo para quebrar todos sus lazos terrenos, todos los lazos de las pasiones que lo aferran a la Tierra.

Nota – Se observa que de un tema aparentemente frívolo se pueden a menudo extraer enseñanzas útiles. ¿No hay algo sumamente instructivo en este Espíritu, que conserva sus instintos corporales en el Más Allá y que reconoce que el abuso de las pasiones materializó de un cierto modo su Espíritu?


La educación de un Espíritu

Uno de nuestros suscriptores, cuya esposa es muy buena médium escribiente, no puede, a pesar de esto, comunicarse con sus parientes y amigos, porque un Espíritu malo se interpone e intercepta –por así decirlo– todas las comunicaciones, lo que le causa una viva contrariedad. Notemos que hay una obsesión simple y no una subyugación, porque la médium no es engañada en absoluto por ese Espíritu que, además, es francamente malo y de modo alguno busca esconder su juego. Al haber pedido nuestra opinión al respecto, le hemos dicho que no se desembarazaría de él ni por la cólera, ni por las amenazas, sino a través de la paciencia; que era necesario dominarlo por el ascendiente moral y buscar volverlo mejor a través de los buenos consejos; que es un encargo del alma que le ha sido confiado, y cuya dificultad le será meritoria.

Al seguir nuestro consejo, el marido y su esposa emprendieron la educación de ese Espíritu, y debemos decir que se conducen admirablemente, y que si no tuvieren éxito, nada tendrán que criticarse. Hemos extraído algunos pasajes de esas instrucciones, que damos como modelo en su género, porque la naturaleza de ese Espíritu resalta en las mismas de una manera característica.

1. Para que tú seas así de malo, ¿es preciso que sufras? –Resp. Sí, yo sufro, y es esto que me hace ser malo.

2. ¿Nunca sientes remordimiento por el mal que haces o que buscas hacer? –Resp. No; jamás tengo remordimientos, y me complazco con el mal que hago, porque sufro al ver que los otros son felices.

3. Entonces ¿no admites que se pueda ser feliz con la felicidad ajena, en vez de encontrar felicidad en su desgracia? ¿Nunca has hecho estas reflexiones? –Resp. Jamás las hice, y veo que tienes razón; pero no puedo me..., no puedo hacer el bien; yo soy...

Nota – Esos puntos suspensivos reemplazan los garabatos que hace el Espíritu, cuando no quiere o no puede escribir una palabra.

4. Pero, en fin, ¿no quieres escucharme y seguir los consejos que podría darte? –Resp. No sé, porque todo lo que me dices me hace sufrir aún más, y no tengo coraje para hacer el bien.

5. ¡Pues bien! ¿Me prometes al menos intentarlo? –Resp. ¡Oh, no! No puedo, porque no cumpliría mi promesa y por eso sería castigado; aún es preciso que ores a Dios para que cambie mi corazón.

6. Entonces, oremos juntos; ora conmigo para que Dios te mejore. –Resp. Te digo que no puedo; soy muy malo y me complace hacer el mal.

7. ¿Pero realmente querías hacérmelo a mí? Yo no considero como un verdadero mal tus mistificaciones que, por cierto, hasta aquí nos han sido más útiles que perjudiciales, pues han servido para nuestra instrucción; como ves, pierdes el tiempo. –Resp. Sí, hago tanto mal como puedo, y si no hago más es porque no puedo.

8. ¿Qué es lo que te lo impide? –Resp. Tu buen ángel de la guarda y tu Marie; sin ellos, verías de lo que soy capaz.

Nota – Marie es el nombre de una joven que ellos evocan en vano y que no puede manifestarse por causa de ese Espíritu. Pero se ve, por la propia respuesta del Espíritu, que si ella no puede comunicarse materialmente, no por esto deja de estar allá, así como el ángel guardián, velando por ellos. Este hecho plantea una grave cuestión: la de saber cómo un Espíritu malo puede impedir las comunicaciones de un Espíritu bueno. Aquél sólo impide las comunicaciones materiales, pero no puede oponerse a las espirituales. No es el Espíritu malo que es más poderoso que el bueno; es el médium que no es lo suficientemente fuerte para vencer la obstinación del malo, y que debe esforzarse para vencerlo por el ascendiente del bien, mejorándose cada vez más. Dios permite esas pruebas en nuestro beneficio.

9. Pero ¿qué me harías entonces? –Resp. Te haría mil cosas, unas más desagradables que las otras; te haría...

10. Veamos, pobre Espíritu, ¿nunca has tenido, pues, un gesto generoso? ¿Jamás has tenido un solo deseo de hacer algún bien, aunque fuese un vago deseo? –Resp. Sí, un deseo vago de hacer el mal; no puedo tener otro. Es preciso que ores a Dios para que yo sea tocado; de lo contrario, continuaré ciertamente malo.

11. ¿Entonces crees en Dios? –Resp. No puedo dejar de creer, puesto que me hace sufrir.

12. ¡Pues bien! Ya que crees en Dios, debes tener confianza en su perfección y en su bondad; debes comprender que Él no ha hecho a sus criaturas para destinarlas a la desgracia; que si son infelices, es por su propia culpa y no por la de Él, mas que ellas siempre tienen los medios de mejorarse y, por consecuencia, de llegar a la felicidad; que Dios no ha hecho inteligentes a sus criaturas sin un objetivo, y que ese objetivo es hacer que todas concurran para la armonía universal: la caridad y el amor al prójimo; que la criatura que se aparta de tal objetivo perturba la armonía y ella misma es la primera a sufrir los efectos de esta perturbación causada. Observa a tu alrededor y encima de ti: ¿no ves a Espíritus felices? ¿No tienes el deseo de ser como ellos, ya que dices que sufres? Dios no los ha creado más perfectos que a ti; como tú, ellos quizá han sufrido, pero se han arrepentido y Dios los ha perdonado. Por lo tanto, tú puedes hacer como ellos. –Resp. Comienzo a ver y a comprender que Dios es justo; yo aún no lo había percibido; eres tú que me vienes a abrir los ojos.

13. Entonces, ¿ya sientes el deseo de mejorar? –Resp. Todavía no.

14. Espera, que esto llegará; yo lo espero. Tú le has dicho a mi esposa que ella te torturaba mientras te invocaba; ¿crees que nosotros procuramos torturarte? –Resp. No; bien veo que no. Pero no es menos verdad que yo sufro más que nunca, y que ustedes son la causa de esto.

Nota – Un Espíritu superior, al ser interrogado sobre la causa de este sufrimiento, respondió: La causa está en el combate que traba consigo mismo; a pesar suyo siente que algo lo arrastra hacia un camino mejor, pero él se resiste: es esta lucha que lo hace sufrir. –¿Quién vencerá dentro de él: el bien o el mal? –Resp. El bien; pero será una lucha larga y difícil. Es necesario tener mucha perseverancia y dedicación.

15. ¿Qué podríamos hacer para que no sufras más? –Resp. Es preciso que ores a Dios para que me perd... (él tacha estas dos últimas palabras), para que tenga piedad de mí.

16. ¡Pues bien! Orad con nosotros. –Resp. No puedo.

17. Tú nos has dicho que es preciso que creas en Dios, puesto que Él te hace sufrir; pero ¿cómo sabes que es Dios que te hace sufrir? –Resp. Me hace sufrir porque yo soy malo.

18. Si es verdad que crees que es Dios que te hace sufrir, debes conocer el motivo de esto, porque no puedes imaginar que Dios sea injusto. –Resp. Sí, creo en la justicia de Dios.

19. Nos has dicho que nosotros te hemos abierto los ojos; ya sea esto verdadero o no, lo cierto es que no puedes disimular la verdad de lo que te decimos. Ahora bien, que esas verdades fuesen conocidas por ti antes de nosotros o por nosotros, lo esencial es que tú las conozcas; hoy, lo más importante para ti es aprovecharlas. Por lo tanto, dime francamente si la satisfacción que sientes en hacer el mal no te deja nada que desear. –Resp. Deseo que mis sufrimientos terminen: eso es todo; y ellos nunca terminarán.

20. ¿Comprendes que depende de ti que ellos terminen? –Resp. Comprendo.

21. En tu última existencia corpórea te has entregado sin reservas a las malas inclinaciones, como parece que haces ahora. –Resp. Es preciso que sepas que yo soy más inmundo que una fiera, y que soy un miserable que ha hecho hasta...

22. Mi esposa o yo, ¿te hemos hecho algún mal? ¿Tienes alguna queja de nosotros en otra existencia? –Resp. No; yo no...

23. Entonces dime por qué encuentras más placer en encarnizarte contra personas inofensivas como nosotros, que te queremos bien, en vez de contra personas malas que, quizá, hayan sido o son tus enemigos. –Resp. Ellos no me causan envidia.

Nota – Esta respuesta es característica: describe el odio del malo contra los hombres que sabe que son mejores que él; es la envidia que lo ciega y que frecuentemente lo impele a cometer los actos más contrarios a sus intereses. Sucede lo mismo aquí en la Tierra, donde a menudo los mayores errores de un hombre, a los ojos de cierta gente, tienen su mérito: Arístides es un ejemplo de eso.

24. ¿Eras más feliz en la Tierra que ahora? –Resp. ¡Oh, sí! Yo era rico y no me privaba de nada; he cometido bajezas de toda especie y he hecho todo el mal que he podido, cuando se tiene dinero y miserables a disposición.

25. ¿Por qué me pedías el otro día que te dejara tranquilo? –Resp. Porque no quería responder a las preguntas que me hacías; pero ahora estoy muy a gusto que me evoques y me gustaría siempre escribir, porque el tedio me mata. ¡Oh! ¡No sabes lo que es estar continuamente en presencia de las propias faltas y de los propios crímenes, como estoy yo!

26. ¿Qué impresión experimentas al ver una acción generosa? –Resp. Siento enfado; me gustaría impedirla.

27. Durante tu última existencia corpórea, ¿nunca has hecho una buena acción, sea cual fuere el móvil? –Resp. La hice por ambición y por orgullo; jamás por bondad; es por eso que no me fue tomada en cuenta.

Nota – Esas conversaciones se han prolongado durante un gran número de sesiones, y todavía continúan en este momento, infelizmente sin resultados aún sensibles. El mal domina siempre en este Espíritu, que sólo en raros intervalos muestra algunos destellos de buenos sentimientos, siendo así una tarea penosa para sus instructores. Sin embargo, esperamos que con perseverancia consigan finalmente domar esa naturaleza rebelde, o al menos que Dios tome en cuenta sus esfuerzos.





Disertaciones espíritas

Ingreso de un culpable al mundo de los Espíritus
(Médium: Sra. de Costel)

Voy a relatarte lo que he sufrido al morir. Mi Espíritu, retenido al cuerpo por lazos materiales, tuvo gran dificultad en desprenderse de él, lo que representó una primera y ruda agonía. La vida, que yo dejaba a los 24 años de edad, era aún tan fuerte en mí, que no creía que la perdiera. Buscaba mi cuerpo, y estaba espantado y horrorizado al verme perdido en medio de esa multitud de sombras. En fin, la conciencia de mi estado y la revelación de las faltas que había cometido en todas mis reencarnaciones se me presentaron súbitamente; una luz implacable iluminó los pliegues más secretos de mi alma, que se sintió desnuda y después sobrecogida por una vergüenza abrumadora. Trataba de escapar de esa situación, interesándome en objetos nuevos, aunque conocidos, que me rodeaban; los Espíritus radiantes, que se cernían en el éter, me daban la idea de una felicidad a la cual yo no podía aspirar. Formas sombrías y desoladas, algunas sumergidas en una triste desesperación, otras irónicas o furiosas, se deslizaban a mi alrededor y sobre la Tierra a la cual yo permanecía apegado. Veía agitarse a los humanos, cuya ignorancia envidiaba. Todo un orden de sensaciones desconocidas, o reencontradas, me invadieron a la vez. Como si me arrastrase una fuerza irresistible, procuré huir de ese inmenso dolor que me azotaba y atravesé las distancias, los elementos y los obstáculos materiales sin que las bellezas de la Naturaleza, ni los esplendores celestiales pudieran calmar por un solo instante la amargura de mi conciencia, ni el pavor que me causaba la revelación de la eternidad. Un mortal puede presentir los tormentos materiales a través de los estremecimientos de la carne; pero vuestros frágiles dolores, aliviados por la esperanza, atenuados por las distracciones o muertos por el olvido, jamás podrán daros la idea de las angustias de un alma que sufre sin tregua, sin esperanza, sin arrepentimiento. He pasado un tiempo, cuya duración no puedo apreciar, en que envidié a los elegidos cuyo esplendor vislumbraba, en que detesté a los Espíritus malos que me perseguían con sus burlas y en que menosprecié a los humanos al ver sus torpezas, pasando de un profundo abatimiento a una rebeldía insensata.

En fin, tú me has calmado; he escuchado las enseñanzas que te dan tus guías; la verdad ha penetrado en mí, y oré: Dios me escuchó y se reveló ante mí por su clemencia, así como ya se me había revelado por su justicia.

NOVEL

Castigo de una egoísta
(Médium: Sra. de Costel)

Nota – El Espíritu que ha dictado las tres comunicaciones siguientes es el de una mujer que la médium había conocido cuando aquel Espíritu estaba encarnado, y cuya conducta y carácter justifican plenamente los tormentos que el mismo padece. Sobre todo, aquella mujer se hallaba dominada por un sentimiento exacerbado de egoísmo y de personalismo, que se refleja en la última comunicación, ya que pretende que la médium se ocupe sólo de ella, y que por ella renuncie a sus estudios habituales.

I

Aquí estoy yo, la desdichada Claire; ¿qué quieres que te diga? La resignación y la esperanza no son más que palabras para quien sabe que sus sufrimientos, innumerables como las arenas de la playa, durarán a través de la interminable sucesión de los siglos. ¿Dices que puedo mitigarlos? ¡La vaguedad de las palabras! ¿Dónde habré de encontrar el coraje y la esperanza para ello? Procura, pues, cerebro limitado, comprender qué es un día que nunca acaba. ¿Es un día, un año, un siglo? ¡No lo sé! Las horas no lo dividen; las estaciones no lo varían; eterno y lento como el agua que destila gota a gota de una roca, este día execrable, este día maldito pesa sobre mí como una capa de plomo... ¡Cuánto sufro!... A mi alrededor solamente veo sombras silenciosas e indiferentes... ¡Cuánto sufro!

Sin embargo, yo sé que por encima de esta miseria reina Dios, el Padre, el Señor, hacia el que todo se encamina. Quiero pensar en Él; quiero implorarle misericordia.

Me debato y me encuentro como un lisiado que se arrastra a lo largo del camino. No sé qué poder me atrae hacia ti; tal vez seas mi salvación. Me despido un poco más tranquila y confortada, como una anciana tiritando de frío que se reanima al recibir el calor de un rayo de sol; mi alma helada toma nueva vida al acercarse a ti.

CLAIRE


II

Mi desgracia aumenta a cada día; crece a medida que el conocimiento de la eternidad se desarrolla en mí. ¡Oh, miseria! ¡Malditas sean las horas culpables, horas de egoísmo y de omisión en que, al menospreciar por completo la caridad y la abnegación, no pensaba más que en mi propio bienestar! ¡Malditos intereses humanos! ¡Vanas preocupaciones materiales! ¡Malditas seáis vosotras que me habéis cegado y perdido! Me corroe el incesante remordimiento del tiempo perdido. ¿Qué he de decirte, a ti que me escuchas? Vigílate sin cesar; ama a los otros más que a ti mismo; no quedes rezagada en los caminos de la ociosidad; no favorezcas el cuerpo en detrimento del alma; vigila, como decía el Salvador a sus discípulos. No me agradezcas estos consejos: mi Espíritu los concibe, pero mi corazón nunca los ha escuchado. ¡Como un perro golpeado, el miedo me hace arrastrar, y aún no conozco el amor espontáneo! ¡Su divina aurora tarda mucho en despuntar! ¡Ora por mi alma insensible y tan miserable!

CLAIRE


III

Nota – Los dos primeros dictados han sido obtenidos por la médium en su casa; éste ha sido dado espontáneamente en la Sociedad, lo que explica el sentido de la primera frase.

Vengo hasta aquí a buscarte, puesto que me has olvidado. ¿Crees, pues, que oraciones aisladas y la mención de mi nombre bastarán para apaciguar mis penas? No, cien veces no. Rujo de dolor; deambulo sin reposo, sin asilo ni esperanza, sintiendo que el aguijón eterno del castigo se clava en mi alma rebelde. Me río cuando oigo vuestras quejas o cuando os veo abatidos. ¡Qué son vuestras pálidas miserias, vuestras lágrimas, vuestros tormentos, que el sueño interrumpe! ¿Duermo yo, por ventura? Quiero –escúchame bien– que dejes tus disertaciones filosóficas y te ocupes de mí; que hagas que los otros también se ocupen de mí. No encuentro palabras para describir la angustia de este tiempo que transcurre, sin que las horas marquen los períodos. Apenas veo un débil rayo de esperanza, y esta esperanza eres tú quien me la ha dado; por lo tanto, no me abandones.

CLAIRE


IV

Nota – La siguiente comunicación no es del mismo Espíritu; es de un Espíritu superior, nuestro Guía espiritual, en respuesta al pedido que le hemos hecho para que tenga a bien darnos su opinión sobre los dictados precedentes.

Este cuadro es muy verdadero y nada tiene de exagerado. Quizá haya quien se pregunte qué ha hecho esta mujer para ser tan miserable. ¿Ha cometido algún crimen horrible? ¿Ha robado, ha asesinado? No; ella no ha hecho nada que quebrantase la justicia de los hombres. Por el contrario, se divertía con aquello que llamáis la felicidad terrena; la belleza, la fortuna, los placeres, las adulaciones, todo le sonreía, nada le faltaba, y decían al verla: ¡Qué mujer feliz!, envidiando su ventura. Entonces, ¿qué ha hecho ella? Ha sido egoísta; lo tenía todo, menos un buen corazón. Si no ha violado la ley de los hombres, ha violado la ley de Dios, porque ha menospreciado la caridad, la primera de todas las virtudes. No amó a nadie sino a sí misma: ahora nadie la ama; no ha dado nada, por eso no recibe nada. Está aislada, desamparada, abandonada, perdida en el espacio donde nadie piensa en ella ni se ocupa de la misma: éste es su suplicio. Como solamente ha buscado los goces mundanos, que hoy no existen más, el vacío se ha formado a su alrededor; sólo percibe la nada, y la nada le parece una eternidad. No sufre tormentos físicos; los demonios no vienen a atormentarla, pues esto no es necesario: ella se atormenta a sí misma, y sufre mucho más, porque esos demonios serían seres que pensarían en ella. El egoísmo ha sido su satisfacción en la Tierra, y el propio egoísmo hoy la persigue: éste es el gusano que corroe su corazón; ése es su verdadero demonio.

¡Ah, si los hombres supiesen cuánto cuesta ser egoísta! Entretanto, Dios os lo muestra todos los días, porque al enviar a tantos Espíritus egoístas a la Tierra es para que, desde esta vida, ellos se castiguen los unos a los otros y comprendan mejor, por contraste, que la caridad es el único antídoto de esa lepra de la Humanidad.


Alfred de Musset
(Médium: Srta. Eugénie)

En la sesión de la Sociedad del 23 de noviembre, un Espíritu se comunicó espontáneamente escribiendo lo siguiente:

Como deseo ante todo os ser agradable, os pregunto qué tema queréis que yo trate; si tenéis un asunto, preguntad. En fin, Señores, soy siempre vuestro devoto servidor,

ALFRED DE MUSSET.

–Al ser imprevista vuestra visita, no tenemos un tema preparado; por lo tanto, os rogamos que tengáis a bien tratar un asunto de vuestra elección; sea cual fuere, estaremos muy agradecidos.

–Tenéis razón; sí, porque yo, en particular, como Espíritu, y todos los otros en general, conocemos mejor vuestras necesidades y podemos auscultar mejor las comunicaciones, de lo que lo haríais vosotros mismos.

¿Qué voy a tratar? En medio de tantos temas interesantes, aún no lo he resuelto. Comencemos hablando de aquellos que desean ardientemente ser espíritas, pero que parecen retroceder ante lo que ellos piensan que es una apostasía; hablemos, pues, para los que retrocederían ante la idea de creer que están en contradicción con el Catolicismo. Escuchad bien: he dicho Catolicismo y no Cristianismo.

¿Teméis renegar la fe de vuestros antepasados? ¡Error! Vuestros antepasados –los primeros–, los que han fundado esta religión sublime en su origen, eran más espíritas que vosotros; ellos predicaban la misma doctrina que hoy se os enseña; y quien dice Espiritismo, como vuestra religión, dice: caridad, bondad, olvido y perdón de las injurias; como el Catolicismo, el Espiritismo os enseña la abnegación de sí mismo. Por lo tanto, conciencias timoratas, podéis reuniros y venir, sin escrúpulo, a sentaros a esta mesa y conversar con los seres que extrañáis. Como vuestros ancestrales, sed caritativos, buenos, compasivos, y todos tendréis el mismo lugar al final del camino; la balanza que pesará vuestras acciones tendrá los mismos pesos al final de la senda, y la obra el mismo valor. Venid sin miedo, os lo ruego; venid, mujeres graciosas, con el corazón lleno de ilusiones; venid aquí, y éstas serán reemplazadas por las realidades más bellas y más radiantes; venid, esposas de corazón duro, que sufrís en vuestra aridez, he aquí el agua que ablanda las piedras y que aplaca la sed. Venid, mujeres que amáis, que en toda vuestra vida anheláis la felicidad, que medís la profundidad de vuestro corazón y que os desesperáis por alcanzarla; venid, mujeres de ávida inteligencia, venid: aquí la ciencia fluye clara y pura; venid a beber en esta fuente que rejuvenece. Y vosotros, ancianos que os curváis, venid y habréis de reír ante toda esa juventud que os desdeña, porque para vosotros se abren las puertas del santuario; para vosotros el nacimiento va a recomenzar y traer la felicidad de vuestros primeros años; venid: y nosotros os haremos ver a los hermanos que os tienden los brazos y os esperan. Venid, pues, todos, porque para todos hay consuelos.

Como veis, me encuentro aquí de muy buen grado; será un placer estar a vuestra disposición.

Aprovechando la buena voluntad del Espíritu Alfred de Musset, le han sido dirigidas las siguientes preguntas:

1. ¿Cuál será la influencia de la poesía en el Espiritismo? –Resp. La poesía es el bálsamo que se aplica en las llagas; la poesía ha sido dada a los hombres como el maná celestial, y todos los poetas son médiums que Dios ha enviado a la Tierra para regenerar un poco a su pueblo y para no dejar que se embrutezcan enteramente; ¿pues qué hay de más bello, que hable más al alma que la poesía?

2. La pintura, la escultura, la arquitectura, la poesía han recibido a su turno la influencia de las ideas paganas y cristianas; ¿podéis decirnos si, después del arte pagano y del arte cristiano, habrá un día el arte espírita? –Resp. Hacéis una pregunta que se responde a sí misma; la oruga es la oruga, que se vuelve crisálida, para después transformarse en mariposa. ¿Qué hay de más etéreo y de más gracioso que una mariposa? ¡Pues bien! El arte pagano es la oruga; el arte cristiano es la crisálida; el arte espírita será la mariposa.

(Al respecto, léase en la página 366 el artículo sobre El arte pagano, el arte cristiano y el arte espírita.)

3. ¿Cuál es la influencia de la mujer en el siglo XIX?

Nota – Esta pregunta fue efectuada por un joven, ajeno a la Sociedad.

Resp. ¡Ah, es el progreso! Y es un joven quien propone esta cuestión: ¡qué bueno! De mi parte sería bastante aficionado si dejase de responderle, y estoy seguro que todos aquí también desean escuchar.

¡La influencia de la mujer en el siglo XIX! ¿Creéis que ella haya esperado hasta esta época para que continuéis manejándola a vuestra voluntad, pobres y débiles hombres que sois? Si intentasteis rebajarla, fue porque le teníais miedo; si intentasteis sofocar su inteligencia, fue porque temíais su influencia. Sólo a su corazón no pudisteis ponerle diques; y como el corazón es el presente que Dios le ha dado en particular, el mismo continuó señor y soberano. Pero he aquí también que la mujer se transforma en mariposa: ella quiere salir de su crisálida; quiere reconquistar sus derechos divinos; como aquella, se lanza a la atmósfera y se diría que respira el aire en su justo valor. No penséis que yo las quiera convertir en eruditas, letradas, poetisas; no, pero yo quiero –quieren aquí, en el mundo que habito– que aquella que debe elevar a la Humanidad sea digna de su papel; queremos que aquella que debe formar a los hombres, comience a conocerse a sí misma y, para darles desde la más tierna edad el amor a lo bello, a lo grande, a lo justo, es necesario que ella tenga ese amor en un grado superior y que lo comprenda. Si el agente educador por excelencia es reducido al estado de nulidad, la sociedad tambalea: es lo que debéis comprender en el siglo XIX.


Intuición de la vida futura
(Médium: Srta. Eugénie)

Nota – La médium escribe en un cuaderno antiguo, que antes había servido a otro médium, y en el cual se encontraba una comunicación escrita hacía mucho tiempo, firmada por Delphine de Girardin. Esta circunstancia explica las palabras puestas al principio de la siguiente comunicación:

Encuentro escrito justamente mi nombre; él me servirá de firma antes de haber comenzado.

Quiero aquí hablaros a todos, en general, y probaros que sois espiritualistas; por eso, basta que me dirija a vuestro raciocinio. ¿Qué vais a hacer en el cementerio el día 1º de noviembre, si él solamente conserva los restos mortales de los seres que extrañáis? ¿Por qué vais a perder vuestro tiempo llevando un ramo de flores, un pensamiento de amistad o un suave recuerdo? ¿Por qué vais a evocar su memoria, si ellos no viven más? ¿Por qué derramar lágrimas y pedirles que las sequen o que os lleven con ellos? Responded, todos vosotros que decís –porque los que no lo dicen en voz alta, lo piensan en voz baja–: la materia es la única cosa que existe en nosotros; después de nosotros, nada. Decid, ¿no estáis en desacuerdo con vosotros mismos? Pero regocijaos, pues tenéis más fe de lo que pensáis. Dios, que os ha creado imperfectos, ha querido daros confianza, a pesar vuestro, y sin querer comprender y sin tener conciencia de eso, les habláis a esos seres queridos; les pedís que huelan las flores que les ofrecéis; les suplicáis amistad y protección. ¡Madre! Llamas a tu hija de ángel y le pides oraciones. ¡Hija! Solicitas la protección de tu madre y le ruegas que te dé sus consejos. Muchos dicen entre vosotros: Siento en mi corazón que decís la verdad, pero está en desacuerdo con lo que mis antepasados me han enseñado, ¡y como Espíritus timoratos que sois, os limitáis en vuestra ignorancia! Obrad, pues, sin miedo, porque la fe espírita profesa lo que todas las religiones repiten: Amor, caridad, humildad. Creed en esto, y no os dejeis llevar por vuestra vacilación.

DELPHINE DE GIRARDIN

Observación – La contradicción de la cual habla el Espíritu al comienzo, se ve a cada instante, inclusive en aquellos que más fuertemente niegan la vida futura. Si todo perece con la vida corporal, ¿para qué serviría, en efecto, la conmemoración de los seres que extrañamos, si ellos no nos escuchan más? Nos han hablado de un señor que está extremadamente imbuido de las más absolutas ideas materialistas; su hijo único acaba de desencarnar, y ha sentido un tal pesar que quería suicidarse para unirse a él; ahora bien, ¿para unirse a quién? A los huesos, los cuales no son él, porque los huesos no piensan.

La reencarnación
(Médium: Srta. Eugénie)

Nota En la sesión de la Sociedad en que ha sido obtenido el dictado precedente, el Espíritu Madame de Girardin, al ser solicitado a dar una disertación sobre la reencarnación, respondió: «¡Oh, es todo lo que deseo! Esta médium está habituada a ver que yo hago lo que no siempre le agrada, y tenéis razón». Esta última frase es una alusión a ciertas ideas particulares de la médium sobre la reencarnación.

«La reencarnación es una cosa lógica y evidente; entonces, sólo es necesario reflexionar y tener a bien examinarla a nuestro alrededor. Basta observar hacia dentro de vosotros mismos para encontrar las pruebas de la reencarnación. Veis en esta mesa a un buen padre de familia; tiene varios hijos lindos: unos son de una inteligencia notable y otros se encuentran en un estado casi abyecto; ¿de dónde viene, pues, esta diferencia? Tienen el mismo padre, la misma madre, la misma educación, ¡y no obstante poseen tantos contrastes!

«Observad vuestros recuerdos; ¿no encontráis en ellos la intuición de hechos, de los cuales no tenéis ningún conocimiento, y que sin embargo traéis completamente a la memoria como si hubiesen existido? ¿No quedáis impactados al ver a una persona por primera vez, que ya os parece haberla conocido? Sí, ¿no es verdad? ¡Pues bien! Esto os prueba una vida anterior, de la cual habéis participado; eso prueba que el niño inteligente debió haber pasado por varias existencias y por medio de éstas se depuró, mientras que el otro esté quizá en la primera; que la persona que reencontráis os haya sido tal vez íntima, y que el hecho recordado os ha sidopersonal en otra vida. En fin, prueba que para entrar en el reino de Dios es preciso que seáis perfectos. ¡Veamos! ¿Pensáis que os queda tan poco a realizar, al creer que después de vuestra muerte os bastarán tres o cuatro meses en las esferas?[1] No; no creo en tanta pretensión. Para adquirir es necesario trabajar, y la fortuna moral no se lega como la fortuna material. Para purificaros es necesario pasar por varios cuerpos que, a cada desencarnación, llevan con ellos una parte de vuestras impurezas.

«Si reflexionáis, no podréis dejar de rendiros ante la evidencia.»

DELPHINE DE GIRARDIN

[1] Alusión a la opinión que profesan algunas personas en lo tocante a la vida futura. [Nota de Allan Kardec.]


El Día de los Muertos
(Médium: Srta. Huet)

Nota En la sesión de la Sociedad del 2 de noviembre, Charles Nodier, al ser solicitado para que tenga a bien proseguir el trabajo que hubo comenzado, respondió:

«Muy estimados amigos míos, permitidme en esta noche hablaros de otro tema; continuaré la próxima vez el trabajo que he comenzado.

«Hoy es una fecha que es consagrada tan específicamente a nosotros, que no podemos dejar de llamar vuestra atención sobre la muerte y acerca de las oraciones que solicitan la mayoría de los que os han precedido. Esta semana es un período de confraternización entre el Cielo y la Tierra, entre los vivos y los muertos. Debéis ocuparos de nosotros más particularmente, y de vosotros también; porque al meditar sobre el pensamiento de que en breve –como para nosotros– los vivos orarán por vuestra alma, vosotros debéis volveros mejores. Según la manera con la cual hayáis vivido en la Tierra, seréis recibidos ante Dios. En definitiva, ¿qué es la vida? Una muy corta emigración del Espíritu en la Tierra; entretanto, es un tiempo en que se puede acumular un tesoro de gracias o prepararse para crueles tormentos. Pensad en esto; pensad en el Cielo, y sea cual fuere la vida que tengáis, os parecerá bien amena.»

CHARLES NODIER

Con respecto al tema de la comunicación del Espíritu Nodier, le han sido dirigidas las siguientes preguntas:

1. Hoy, los Espíritus ¿son más numerosos que de costumbre en los cementerios? –Resp. En esta época estamos más espontáneamente junto a nuestros despojos terrenos, porque vuestros pensamientos y vuestras oraciones están allí con nosotros.

2. Los Espíritus que en estos días vienen a sus tumbas, junto a las cuales nadie ora, ¿sufren al ver que son olvidados, mientras que otros tienen parientes y amigos que les traen una demostración de su recuerdo? –Resp. ¿No hay personas piadosas que oran por todos los muertos en general? ¡Pues bien! Esas oraciones llegan al Espíritu que ha sido olvidado; ellas son para él un maná celestial, que tanto cae para el perezoso como para el hombre activo. La plegaria es tanto para el conocido como para el desconocido: Dios la reparte igualmente, y los Espíritus buenos que no tienen más necesidad de la misma la distribuyen entre aquellos que puedan precisar de ella.

3. Sabemos que la fórmula de las oraciones es indiferente; entretanto, muchas personas tienen necesidad de una fórmula para fijar sus ideas; es por eso que os estaríamos agradecidos por consentir dictarnos una al respecto; todos nosotros nos asociaremos a vuestra oración a través del pensamiento, para dirigirla a los Espíritus que puedan necesitar de la misma. –Resp. De buen grado.

«Dios, creador del Universo, dignaos tener piedad de vuestras criaturas; considerad sus debilidades; abreviad sus pruebas terrenas si estuvieren por encima de sus fuerzas; compadeceos de las penas de los que han dejado la Tierra e inspiradles el deseo de progresar hacia el bien».

4. Sin duda hay aquí varios Espíritus a los cuales podemos ser útiles; vamos a pedirles que se manifiesten. –Resp. ¡Qué pedido hacéis! Seréis acometidos por muchos.

5. De modo alguno estamos sorprendidos con esto; si no podemos escucharlos a todos, lo que digamos a uno servirá para los otros. –Resp. ¡Pues bien! Haced lo que vuestro corazón os diga.

Al haber sido hecho un llamado, sin designación especial, a uno de los Espíritus presentes que quisiese comunicarse para solicitar nuestra asistencia, se manifestó el de un personaje muy conocido, fallecido hace dos años, mostrando sentimientos muy diferentes de los que tenía cuando encarnado, y que estábamos lejos de sospechar.


Alegoría de Lázaro
(Médium: Sr. Alfred Didier)

El Cristo amaba a un hombre llamado Lázaro; cuando se enteró de su muerte, su dolor fue grande y Él se hizo llevar hasta su tumba. La hermana de Lázaro suplicaba al Señor, diciendo: «¿Es posible que le devolváis la vida a mi hermano? ¡Oh, Vos que lo amabas tanto, devolvedle la vida!

Mundo del siglo XIX: tú también estás muerto; la fe, que es la vida de los pueblos, se extingue día a día. En vano algunos creyentes han querido despertarte de tu agonía: es demasiado tarde; Lázaro está muerto; sólo Dios puede salvarlo.

Entonces el Cristo se hizo llevar hasta la tumba de Lázaro; levantaron la piedra del sepulcro; el cadáver, envuelto con vendas, denotaba todo el horror de la muerte. El Cristo lanzó una mirada al cielo, tomó la mano de la hermana y, alzando la otra mano hacia lo alto, exclamó: «Lázaro, levántate!». A pesar de las vendas y de la mortaja, Lázaro despertó y se levantó.

¡Oh, mundo! Tú te asemejas a Lázaro: nada puede devolverte la vida. Tu materialismo, tus torpezas, tu escepticismo son otras tantas vendas que envuelven tu cadáver, y hueles mal, porque estás muerto desde hace mucho tiempo. ¿Quién te gritará como a Lázaro: En el nombre de Dios, levántate? Es el Cristo, que atiende al llamado del Espíritu Santo. ¡Siglo, la voz de Dios se ha hecho escuchar! ¿Estás más putrefacto que Lázaro?

LAMENNAIS

El duende familiar
(Médium: Sra. de Costel)

Nunca me he comunicado con vos y estoy muy feliz en aumentar vuestra pléyade literaria. Bien sabéis, vos que me habéis leído con tanto gusto, qué intuición yo tenía de aquello que llaman mundo fantástico. Frecuentemente solo, en las largas noches de invierno, estando en recogimiento alrededor de mi antigua chimenea, yo escuchaba el gemido de las notas lastimeras del viento. Mientras que mis ojos se distraían siguiendo vagamente los dibujos inflamados del fuego, por cierto el duende doméstico conversaba conmigo, y entonces yo no inventaba a Trilby: repetía lo que él había susurrado a mis oídos atentos. ¡Qué cosa encantadora sentir que esos huéspedes invisibles viven a nuestro alrededor! Con éstos, nada de misterios: ellos os aman –a pesar vuestro– y os conocen mejor que vosotros mismos. En mi vida literaria, en mi vida de hombre, debo a esos amigos invisibles mis mejores éxitos y mis mayores consuelos. Ahora es mi turno de susurrar a los oídos amigos las cosas que el corazón intuye y no repite. Estimada médium, quiero deciros que a menudo tendré el dulce privilegio de conversar con vos.

Charles Nodier

ALLAN KARDEC