Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1860

Allan Kardec

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Abril

Boletín de la sociedad parisiense de estudios espíritas


Viernes 24 de febrero de 1860 (Sesión general)

Comunicaciones diversas – 1ª) Carta de Dieppe, que confirma en todos los puntos los hechos de manifestaciones espontáneas que han tenido lugar en la casa de un panadero de la localidad de Grandes-Ventes, cerca de Dieppe, y que han sido relatados por el Vigie. (Publicada en el número de marzo.) 2ª) Carta del Sr. M... du Teil, de Ardèche, que da nuevas informaciones sobre los hechos que han sucedido en el castillo de Fons, cerca de Aubenas.

3ª) Carta del barón Tscherkassoff, que da detalles circunstanciados y auténticos acerca de un hecho muy extraordinario de manifestación espontánea provocado por un Espíritu perturbador, ocurrido a principios de este siglo con un fabricante de San Petersburgo. (Publicada más adelante.)

4ª) Relato de un hecho de aparición tangible, que tiene todos los caracteres de un agénere, sucedido el 15 de enero último en la comuna de Brix, cerca de Valognes. Este hecho ha sido transmitido al Sr. Ledoyen por una persona de su conocimiento, la cual ha comprobado su exactitud. (Publicada más adelante.)

5ª) Lectura de una tradición musulmana sobre el profeta Esdras, extraída del Moniteur del 15 de febrero de 1860, y que se basa en un hecho de facultad medianímica.

Estudios 1°) Dictado espontáneo de Charlet, obtenido por el Sr. Didier Hijo, dando continuación al trabajo comenzado.

2°) Evocación del Sr. Jules-Louis C..., muerto el 30 de enero último en el hospital del Val-de-Grâce, a consecuencia de un cáncer que le había destruido una parte de la cara y de la mandíbula. Esta evocación ha sido realizada conforme el deseo de uno de sus amigos, presente a la sesión, y de una persona de la familia; es sobre todo instructiva desde el punto de vista de la modificación de las ideas después de la muerte, teniendo en cuenta que, cuando encarnado, el Sr. C... profesaba abiertamente el materialismo.

3°) Es solicitado a san Luis si se puede llamar al Espíritu que se ha manifestado en lo del panadero de Dieppe. Él responde que esto no es posible, por razones que más tarde serán conocidas.

Viernes 2 de marzo de 1860 (Sesión particular)
Examen y debate de varias cuestiones administrativas.

Estudio y evaluación de varias comunicaciones espíritas obtenidas en la Sociedad y fuera de sus sesiones.

Solicitado a dar un dictado espontáneo, san Luis escribe lo siguiente por intermedio de la Srta. Huet:

«Estoy aquí, amigos míos, preparado para daros mis consejos, como lo he hecho hasta el presente. Desconfiad de los Espíritus malos que podrían inmiscuirse entre vosotros, y que buscan sembrar la desunión. Infelizmente, los que quieren volverse útiles a una obra encuentran siempre obstáculos; aquí no está la persona generosa que los percibe, sino el encargado de ejecutar los deseos que ella manifiesta. No temáis; triunfaréis de todos los obstáculos con paciencia y con firmeza, contra las voluntades que quieren imponerse. En cuanto a las diversas comunicaciones que se me atribuye, es a menudo otro Espíritu que toma mi nombre; yo me comunico poco fuera de la Sociedad, que he tomado bajo mi protección; aprecio aquellos lugares de reunión que especialmente me consagran, pero es sólo aquí que me gusta dar avisos y consejos. Desconfiad también de los Espíritus que frecuentemente se sirven de mi nombre. ¡Que la paz y la unión estén entre vosotros! En el nombre de Dios todopoderoso que ha creado el bien, yo os lo deseo.

SAN LUIS

Un miembro hace esta osbervación: ¿Cómo un Espíritu inferior puede usurpar el nombre de un Espíritu superior, sin el consentimiento de este último? Esto solamente puede ocurrir con malas intenciones, y entonces, ¿por qué los Espíritus buenos lo permiten? Si no pueden oponerse a ello, ¿serán, pues, menos poderosos que los malos?

A esto ha sido respondido lo siguiente: Existe algo más poderoso que los Espíritus buenos: Dios. Dios puede permitir que los Espíritus malos se manifiesten para ayudarlos a mejorarse, y además para experimentar nuestra paciencia, nuestra fe, nuestra confianza, nuestra firmeza en resistir a la tentación, y sobre todo para ejercer nuestra perspicacia en distinguir lo verdadero de lo falso. Depende de nosotros alejarlos a través de nuestra voluntad, probándoles que no somos ingenuos; si tienen dominio sobre nosotros, es por nuestra debilidad; son el orgullo, los celos y todas las malas pasiones de los hombres que hacen a su fuerza, dándoles dominio. Sabemos por experiencia que sus obsesiones cesan cuando ven que no consiguen cansarnos; por lo tanto, cabe a nosotros mostrarles que pierden su tiempo. Si Dios quiere experimentarnos, no está en el poder de ningún Espíritu oponerse a esto. La obsesión de los Espíritus embusteros o malévolos no es, pues, el resultado de su poder, ni de la debilidad de los buenos, sino de una voluntad que es superior a todos; cuanto mayor la lucha, mayor es nuestro mérito si salimos vencedores.

Viernes 9 de marzo de 1860 (Sesión particular)
Lectura del proyecto de modificaciones a introducir en el Reglamento de la Sociedad.

Al respecto, el Sr. Allan Kardec presenta las siguientes observaciones:

Consideraciones sobre el objeto y el carácter de la Sociedad
«Señores:

«Algunas personas parecen equivocarse sobre el verdadero objeto y el carácter de la Sociedad; permitidme recordarlos en pocas palabras.

«El objeto de la Sociedad está claramente definido en su nombre y en el preámbulo del Reglamento actual; este objeto es esencialmente –y se puede decir exclusivamente– el estudio de la ciencia espírita; lo que queremos, ante todo, no es convencernos, pues ya lo estamos, sino instruirnos y aprender lo que no sabemos. A este efecto, deseamos ponernos en las condiciones más favorables; como esos estudios exigen calma y recogimiento, queremos evitar todo lo que sea causa de perturbaciones. Tal es la consideración que debe prevalecer en la evaluación de las medidas que adoptamos.

«Partiendo de este principio, la Sociedad no se presenta de modo alguno como una sociedad de propaganda. Sin duda, cada uno de nosotros desea la difusión de las ideas que cree justas y útiles; para ello contribuye en el círculo de sus relaciones y en la medida de sus fuerzas; pero sería falso creer que para eso sea necesario estar reunidos en sociedad, y más falso aún creer que la Sociedad sea la columna sin la cual el Espiritismo estaría en peligro. Al estar regularmente constituida, nuestra Sociedad procede con más orden y método que si marchase fortuitamente; pero exceptuando esto, Ella no es más preponderante que las millares de Sociedades libres o reuniones particulares que existen en Francia y en el extranjero. Lo decimos una vez más: lo que Ella quiere es instruirse; he aquí por qué sólo admite en su seno a personas serias y animadas por el mismo deseo, porque el antagonismo de principios es una causa de perturbación; hablo de un antagonismo sistemático sobre las bases fundamentales, porque la Sociedad no podría, sin contradecirse, alejar la discusión acerca de las cuestiones de detalle. Si ha adoptado ciertos principios generales, de ninguna manera lo ha hecho por un estrecho espíritu de exclusivismo; Ella ha visto, estudiado y comparado todo, y solamente después de esto ha formado una opinión basada en la experiencia y en el razonamiento; sólo el futuro puede encargarse de darle o no la razón; pero a la espera de esto, la Sociedad no busca ninguna supremacía, y únicamente los que no la conocen pueden suponer que la misma tenga la ridícula pretensión de absorber todos los adeptos del Espiritismo o de considerarse la reguladora universal. Si Ella no existiese, cada uno de nosotros se instruiría por su lado y, en lugar de una sola reunión, quizá formaríamos diez o veinte: he aquí toda la diferencia. No imponemos a nadie nuestras ideas; los que las adoptan lo hacen porque las consideran justas. Aquellos que vienen hacia nosotros es porque juzgan encontrar aquí la oportunidad de aprender; pero de ninguna manera se trata de una afiliación, porque no formamos ni una secta ni un partido; nosotros nos reunimos para estudiar Espiritismo, como otros lo hacen para estudiar Frenología, Historia u otras Ciencias. Y como nuestras reuniones no se basan en ningún interés material, poco nos importa que otras se formen a nuestro lado. En verdad, eso sería atribuirnos ideas bien mezquinas, bien estrechas y pueriles al creer que las veríamos con ojos envidiosos; aquellos que pensasen en crearnos rivalidades, mostrarían con esto cuán poco comprenden el verdadero espíritu de la Doctrina. Sólo lamentaríamos una cosa: que nos conozcan tan mal, a punto de suponer que fuésemos accesibles al sentimiento innoble de la envidia. Se concibe que empresas mercenarias rivales, que pueden perjudicarse por ser competidoras, se miren con malos ojos. Pero si aquellas reuniones no tienen más que la finalidad de un interés puramente moral –como debe ser–, y si a ellas no se mezcla ninguna consideración mercantil, pregunto: ¿En qué pueden ser perjudicadas por la multiplicidad? Sin duda, se dirá que si no existe un interés material, existe el interés del amor propio, el deseo de destruir el crédito moral de su vecino; pero este móvil sería quizá más indigno todavía; si así fuere –que Dios no lo permita–, habríamos de lamentar por los que fuesen movidos por semejantes pensamientos. ¿Quieren sobrepasar a su vecino? Que traten de hacer las cosas mejor que él; ésta es una lucha noble y digna, desde que no sea empañada por la envidia y por los celos.

«Por lo tanto, Señores, he aquí un punto que es esencial no perder de vista: nosotros no formamos ni una secta, ni una sociedad de propaganda, ni una corporación con un interés común; si dejáramos de existir, el Espiritismo no sufriría ningún daño, y de nuestros restos se formarían otras veinte Sociedades; por lo tanto, los que buscasen destruirnos con el objetivo de obstaculizar el progreso de las ideas espíritas, nada ganarían con eso; es preciso que sepan que las raíces del Espiritismo no están en nuestra Sociedad, sino en el mundo entero. Hay algo más poderoso que ellos, ejerciendo más influencia que todas las Sociedades: es la Doctrina, que va al corazón y a la razón de los que la comprenden y, sobre todo, de los que la practican.

«Señores, esos principios nos indican el verdadero carácter de nuestro Reglamento, que no tiene nada en común con los estatutos de una corporación; ningún contrato nos vincula unos a los otros; fuera de nuestras sesiones no tenemos otras obligaciones recíprocas sino las de portarnos como personas bien educadas. Aquellos que en esas reuniones no encuentren lo que esperaban, tienen toda la libertad para retirarse, y yo mismo no comprendería que ellos permaneciesen si no les conviniera lo que aquí se hace. No sería racional que viniesen a perder su tiempo.

«En toda reunión es necesario una regla para mantener el buen orden; por lo tanto, propiamente hablando, nuestro Reglamento no es más que el conjunto de reglas destinadas a establecer el orden en nuestras sesiones, a fin de mantener entre los asistentes las relaciones de urbanidad y de compostura que deben presidir todas las asambleas de personas con buenos modales –haciendo abstracción de las condiciones inherentes a la especialidad de nuestros trabajos–, porque no nos relacionamos solamente con los hombres, sino con los Espíritus que –como sabéis– no son todos buenos, y contra el embuste de los cuales es preciso ponerse en guardia. En este número hay algunos que son muy astutos, que por odio al bien pueden inclusive empujarnos hacia un camino peligroso; cabe a nosotros tener bastante prudencia y perspicacia para desbaratar sus planes, lo que nos obliga a tomar precauciones particulares.

«Recordad, Señores, la manera por la cual la Sociedad se formó. Yo recibía en mi casa a un pequeño grupo de personas; cuando el grupo creció, dijeron: Es necesario un local mayor. Para conseguirlo, teníamos que pagar, y por lo tanto fue preciso dividir los gastos. Dijeron también: Es necesario tener orden en las sesiones; no se puede admitir al primero que venga. Por lo tanto, es preciso un Reglamento: he aquí toda la historia de la Sociedad. Como veis, es muy simple. Nadie tuvo el pensamiento de fundar una institución, ni de ocuparse de otra cosa que no fuera los estudios, y yo mismo declaro, de una manera muy formal, que si un día la Sociedad fuese más allá de ese objetivo, yo no la acompañaría.

«Lo que yo hice, otros son maestros en hacerlo por su lado, ocupándose a voluntad según sus gustos, sus ideas, sus fines particulares; y esos diferentes grupos pueden perfectamente entenderse y vivir como buenos vecinos. A menos que usemos un lugar público como local de asamblea, ya que es materialmente imposible unir en un mismo lugar a todos los adeptos del Espiritismo, esos diferentes grupos deben ser fracciones de un gran todo, pero no sectas rivales; y el mismo grupo, que se ha vuelto muy numeroso, puede subdividirse como los enjambres de las abejas. Estos grupos ya existen en gran número y se multiplican todos los días; ahora bien, es precisamente contra esta multiplicidad que la mala voluntad de los enemigos del Espiritismo llegará a quebrarse, porque los obstáculos tendrían como efecto inevitable, por la propia fuerza de las cosas, la multiplicación de las reuniones particulares.

«Entretanto, convengamos que entre ciertos grupos hay una especie de rivalidad o, más bien, de antagonismo; ¿cuál es la causa de esto? ¡Ah, Dios mío! Esta causa se encuentra en la debilidad humana, en el espíritu de orgullo que quiere imponerse; se encuentra, sobre todo, en el conocimiento aún incompleto de los verdaderos principios del Espiritismo. Cada uno defiende a sus Espíritus, como en otros tiempos las ciudades de Grecia defendían a sus dioses que, dicho sea de paso, no eran otros sino Espíritus más o menos buenos. Esas disidencias sólo existen porque hay personas que quieren juzgar antes de haberlo visto todo, o que juzgan desde el punto de vista de su personalidad; las disidencias desaparecerán, como muchas ya han desaparecido, a medida que la ciencia se formule; porque, en definitiva, la verdad es una, y la misma saldrá del examen imparcial de las diferentes opiniones. A la espera de que la luz se haga en todos los puntos, ¿quién será el juez? La razón, dirán; pero cuando dos personas se contradicen, cada una invoca su razón; ¿qué razón superior decidirá entre esas dos razones?

«Sin detenernos en la forma más o menos imponente del lenguaje, forma que los Espíritus impostores y pseudosabios saben tomar muy bien para seducir por las apariencias, partimos del principio de que los Espíritus buenos no aconsejan sino el bien, la unión, la concordia; que su lenguaje es siempre simple, modesto, impregnado de benevolencia, exento de acrimonia, de arrogancia y de fatuidad; en una palabra, que todo en ellos respira la más pura caridad. Caridad: he aquí el verdadero criterio para juzgar a los Espíritus y para juzgarse a sí mismo. Aquel que, al sondear el fuero interno de su conciencia, encuentre un germen de rencor contra su prójimo, incluso un simple deseo de mal, puede decirse a sí mismo que, con toda seguridad, ha sido influido por un Espíritu malo, porque ha olvidado estas palabras del Cristo: Seréis perdonados como vosotros mismos hayáis perdonado. Por lo tanto, si hay rivalidad entre dos grupos espíritas, los Espíritus verdaderamente buenos no podrían estar del lado de aquel que profiriese anatemas contra el otro, porque nunca un hombre sensato podría creer que los celos, el rencor, la malevolencia, en una palabra, todo sentimiento contrario a la caridad, pueda emanar de una fuente pura. Entonces, buscad de qué lado hay más caridad, en la práctica y no en las palabras, y reconoceréis sin dificultad de qué lado están los mejores Espíritus y, por consecuencia, de cuáles tenemos más razón de esperar la verdad.

«Señores, estas consideraciones, lejos de apartarnos de nuestro tema, nos ubican en el verdadero terreno. El Reglamento, considerado desde este punto de vista, pierde completamente su carácter de contrato, para revestir aquel –mucho más modesto– de una simple regla disciplinaria.

«Todas las reuniones, sea cual fuere su objeto, deberán precaverse contra un escollo: el de los caracteres que desean la desavenencia, que parecen haber nacido para sembrar la perturbación y la cizaña por donde se encuentren; el desorden y la contradicción son su elemento. Las reuniones espíritas –más que las otras– tienen que ponerse en guardia contra aquellos, porque las mejores comunicaciones sólo se obtienen en la calma y en el recogimiento, que son incompatibles con su presencia y con los Espíritus simpáticos que ellos traen.

«En resumen, lo que debemos buscar es prevenirnos contra todas las causas de perturbación y de interrupción; mantener entre nosotros las buenas relaciones, de que los espíritas sinceros deben dar el ejemplo, más que otros; oponernos, por todos los medios posibles, a que la Sociedad se aleje de su objeto al abordar cuestiones que no son de su incumbencia, y que degenere en arena de controversias y de personalismo. Lo que también debemos buscar es la posibilidad de ejecución, simplificando lo máximo posible sus engranajes. Cuanto más complicados fueren estos mecanismos, mayores serán las causas de perturbación; la relajación se introducirá por la fuerza de las cosas, y de la relajación a la anarquía hay sólo un paso.»

Viernes 16 de marzo de 1860 (Sesión particular)
Debate y aprobación del Reglamento modificado.

Viernes 23 de marzo (Sesión particular)
Nombramiento de la Dirección y de la Comisión.

Estudios – Dos dictados espontáneos son obtenidos; el primero del Espíritu Charlet, por el Sr. Didier Hijo; el segundo por la Sra. de Boyer, de un Espíritu que dice que fue forzado a venir por ser acusado de haber querido romper la buena armonía y de fomentar la perturbación entre los hombres, suscitando la envidia y la rivalidad entre los que debían estar unidos; él cita algunos hechos de los cuales fue culpable. Dice que esta confesión espontánea hace parte de la punición que le es infligida.



Formación de la Tierra

Teoría de la incrustación planetaria

Nuestro erudito compañero, el Sr. Jobard, de Bruselas, nos escribió la siguiente carta con relación a nuestro artículo sobre Los preadamitas, publicado en la Revista del mes pasado: «Permitidme algunas reflexiones sobre la creación del mundo, con el objetivo de rehabilitar la Biblia a vuestros ojos y a los ojos de los librepensadores. Dios creó el mundo en seis días, 4000 años antes de la Era Cristiana: he aquí lo que los geólogos rechazan, en razón del estudio de los fósiles y de los millares de caracteres indiscutiblemente vetustos que hacen remontar el origen de la Tierra a miles de millones de años; sin embargo, las Escrituras han dicho la verdad y los geólogos también, y ha sido un simple campesino quien los ha puesto de acuerdo, enseñándonos que nuestra Tierra no es más que un planeta incrustado muy moderno, compuesto por materiales muy antiguos.

«Después de la retirada del planeta desconocido, llegado a la madurez o en armonía con aquel que existía en el lugar que ocupamos hoy, el alma de la Tierra recibió la orden de reunir a sus satélites para formar nuestro globo actual, según las reglas del progreso en todo y por todo. Sólo cuatro de esos astros aceptaron la asociación que les era propuesta; únicamente la Luna persistió en su autonomía, porque los globos también tienen su libre albedrío. Para proceder a esta fusión, el alma de la Tierra dirigió hacia los satélites un rayo magnético de atracción, que puso en estado cataléptico a todos los seres vegetales, animales y humanos que ellos trajeron a la comunidad. La operación solamente tuvo por testigos al alma de la Tierra y a los grandes mensajeros celestiales que la ayudaron en esa gran obra, abriendo los globos para reunir sus entrañas. Una vez hecha la soldadura, las aguas corrieron hacia los espacios vacíos dejados por la ausencia de la Luna, la cual tenía el derecho de esperar una mejor evaluación de sus intereses.

«Las atmósferas se confundieron y comenzó el despertar o la resurrección de los gérmenes que se encontraban en estado de catalepsia; el hombre fue el último a ser sacado de su estado de hipnotismo, y se vio rodeado por la frondosa vegetación del paraíso terrestre y por animales que pastaban en paz a su alrededor. Convengamos en que todo esto podría haberse hecho en seis días, con obreros tan poderosos a quienes Dios había encargado la tarea. El planeta Asia nos trajo la raza amarilla, la de civilización más antigua; el planeta África, la raza negra; el planeta Europa, la raza blanca, y el planeta América, la raza roja. Sin duda, la Luna hubiese traído la raza verde o azul.

«Así, ciertos animales, de los que solamente se encuentran restos, no habrían vivido nunca en nuestra Tierra actual, sino que habrían sido traídos de otros mundos desmembrados por la vejez. Los fósiles encontrados en climas bajo los cuales no podrían existir en este mundo, estaban sin duda en zonas diferentes en los globos en que nacieron. Tales restos se encuentran en nuestros polos, mientras que esos animales vivían en el ecuador de sus planetas de origen. Y después esas enormes masas, cuya posibilidad de existencia no podemos imaginar en el aire, vivían en el fondo de los mares, bajo la presión de un medio que facilitaba su locomoción. Los futuros desplazamientos de los mares nos traerán muchos otros restos y muchos otros gérmenes que se despertarán de su largo letargo para mostrarnos especies desconocidas de plantas, de animales y de autóctonos, contemporáneos del diluvio, y os quedaréis muy asombrados al descubrir nuevas islas en medio del vasto océano, pobladas de plantas y de animales que no pueden venir de ninguna parte, ni transportadas por los vientos ni por las olas.

«Nuestra Ciencia, que considera que la Biblia se equivoca, terminará por restituir a la misma su estima, como fue obligada a hacerlo con referencia a la rotación de la Tierra, ya que no es un error de la Biblia, sino de los que no la comprenden. He aquí la prueba:

«Josué detuvo el Sol al decir: ¡Sta, sol! Ahora bien, desde aquel tiempo el Sol está parado, porque en ninguna parte encontráis que él haya ordenado que se moviese nuevamente, y si la noche continúa sucediendo al día desde la derrota de los amalecitas, es preciso que la Tierra se mueva. Por consiguiente, no es Galileo y sí los inquisidores que merecen ser reprendidos por no haber tomado la Biblia al pie de la letra.

«También se negaba la existencia del unicornio bíblico, y acaban de matar a dos de ellos en las montañas del Tíbet. Se negó la aparición del espectro de Saúl, ¡y gracias Dios, vos estáis en condiciones de convencer a los negadores! Recordemos siempre esta advertencia de las Escrituras: Noli esse incredulus sicut equus et mulus, quibus non est intellectus.

«Saludos cordiales y respetuosos al autor de la Etnografía del mundo espírita.»

JOBARD

La teoría de la formación de la Tierra por la incrustación de varios cuerpos planetarios ya fue dada en diversas épocas por ciertos Espíritus, a través de médiums extraños entre sí. De ninguna manera somos adeptos de esta doctrina, que observamos que aún no ha sido lo suficientemente estudiada como para pronunciarnos sobre ella, pero reconocemos que merece un examen serio. Por lo tanto, las reflexiones que la misma nos sugiere no pasan de hipótesis, hasta que datos más positivos vengan a confirmarlas o a desmentirlas; a la espera de esto, es un jalón que puede abrir camino a un gran descubrimiento y que puede guiar en las investigaciones, y tal vez un día los científicos encuentren allí la solución de más de un problema.

Dirán ciertos críticos: ¿pero entonces no tenéis confianza en los Espíritus, puesto que dudáis de sus afirmaciones? ¿No pueden ellos, como inteligencias desprendidas de la materia, disipar todas las dudas de la Ciencia y derramar luces donde reina la oscuridad?

Esto es una cuestión muy seria, que se vincula a la propia base del Espiritismo, y que no podríamos resolver en este momento sin repetir lo que al respecto ya hemos dicho; por lo tanto, sólo diremos algunas palabras, a fin de justificar nuestras reservas. En primer lugar responderemos que uno se volvería sabio sin grandes dificultades, si únicamente se tratase de interrogar a los Espíritus para conocer todo lo que se ignora. Dios quiere que podamos adquirir la Ciencia a través del trabajo, y Él no encargó a los Espíritus para que nos traigan todo ya realizado, a fin de no estimular nuestra pereza. En segundo lugar la Humanidad, como los individuos, tienen su infancia, su adolescencia, su juventud y su edad viril. Los Espíritus, encargados por Dios para instruir a los hombres, deben por tanto proporcionarles enseñanzas para el desarrollo de la inteligencia; ellos no dirán todo a todos, esperando, antes de sembrar, que la tierra esté preparada para recibir la semilla, a fin de hacerla fructificar. He aquí por qué ciertas verdades que nos son enseñadas hoy, no fueron enseñadas a nuestros antepasados, que también interrogaban a los Espíritus; he aquí por qué las verdades, para las cuales no estamos aún maduros, sólo serán enseñadas a los que vengan después de nosotros. El error está en que uno cree que ha llegado a lo más alto de la escala, mientras que apenas se encuentra a mitad de camino.

Digamos, de paso, que los Espíritus tienen dos maneras de instruir a los hombres: pueden hacerlo comunicándose directamente –lo que ha sucedido en todos los tiempos, así como lo prueban todas las historias sagradas y profanas–, o encarnándose entre ellos para cumplir misiones de progreso; tales son esos hombres de bien y de genio que aparecen de tiempo en tiempo como antorchas para la Humanidad, haciéndola adelantar algunos pasos. Ved lo que ocurre cuando esos mismos hombres vienen antes del tiempo propicio para las ideas que deben propagar: son menospreciados cuando encarnados, pero sus enseñanzas no quedan perdidas; como un precioso grano puesto de reserva –depositado en los archivos del mundo–, un bello día sale del polvo, en el momento en que puede dar sus frutos.

Por lo tanto comprendemos que, si no ha llegado el tiempo requerido para propagar ciertas ideas, será en vano que se interrogue
a los Espíritus; ellos solamente pueden decir lo que les está permitido. Pero también hay otra razón, que comprenden perfectamente todos los que tienen alguna experiencia del mundo espírita.

No basta ser Espíritu para poseer la Ciencia universal, pues de lo contrario la muerte nos volvería casi iguales a Dios. Además, el simple buen sentido se niega a admitir que el Espíritu de un salvaje, de un ignorante o de un malvado, por el solo hecho de desprenderse de la materia, alcance el nivel del sabio o del hombre de bien; esto no sería racional. Hay Espíritus adelantados, por lo tanto, y otros más o menos atrasados que deben superar más de una etapa y pasar por numerosos tamices antes de despojarase de todas sus imperfecciones. De esto resulta que en el mundo de los Espíritus son encontradas todas las variedades morales e intelectuales que existen entre los hombres, y muchas otras más; ahora bien, la experiencia prueba que se comunican tanto los malos como los buenos. Aquellos que son francamente malos son fácilmente reconocibles; pero también hay los que son falsos eruditos, pseudosabios, presuntuosos, sistemáticos e inclusive hipócritas; éstos son los más peligrosos, porque adoptan una apariencia de gravedad, de sabiduría y de ciencia, mediante la cual frecuentemente dicen, en medio de algunas verdades y de buenas máximas, las cosas más absurdas. Y para engañar mejor, no temen en ostentar los más respetables nombres. Discernir lo verdadero de lo falso, descubrir la superchería escondida en la exhibición de palabras profusas, desenmascarar a los impostores, he aquí indiscutiblemente una de las mayores dificultades de la ciencia espírita. Para superar eso es preciso tener una amplia experiencia, conocer todas las astucias de que son capaces los Espíritus de orden inferior, tener mucha prudencia, ver las cosas con la más imperturbable sangre fría y, sobre todo, ponerse en guardia contra el entusiasmo que ciega. Con hábito y un poco de tacto se llega fácilmente a reconocer sus verdaderas intenciones, incluso bajo el énfasis del más pretensioso lenguaje. Pero infeliz del médium que se cree infalible y que se hace ilusiones con las comunicaciones que recibe: el Espíritu que lo domina puede fascinarlo hasta el punto de hacerlo hallar sublime lo que a menudo es simplemente absurdo y que salta a los ojos de todos, menos de él mismo.

Volvamos a nuestro asunto. La teoría de la formación de la Tierra por incrustación no es la única que fue dada por los Espíritus. ¿En cuál creer? Esto nos prueba que fuera de la moral, que no puede tener dos interpretaciones, no se deben aceptar las teorías científicas de los Espíritus sino con la mayor reserva, porque –una vez más lo repetimos– ellos no están encargados de traernos la Ciencia totalmente resuelta; lejos están de saberlo todo, especialmente en lo que concierne al principio de las cosas; en fin, es necesario desconfiar de las ideas sistemáticas que algunos de ellos buscan hacer prevalecer y a las cuales, inclusive, no tienen ningún escrúpulo en darles un origen divino. Si examinamos esas comunicaciones con sangre fría, especialmente sin prevención; si evaluamos maduramente todas las palabras, descubriremos fácilmente los rastros de un origen sospechoso, incompatible con el carácter del Espíritu que se supone que habla. Algunas veces son herejías científicas tan patentes, que sería necesario ser ciego o muy ignorante para no percibirlas; ahora bien, ¿cómo suponer que un Espíritu superior pueda cometer semejantes absurdos? Otras veces son expresiones triviales, formas ridículas, pueriles y otras mil señales que delatan la inferioridad para el que no esté fascinado. ¿Qué hombre de buen sentido podría creer que una doctrina que contradiga a los datos más positivos de la Ciencia pueda emanar de un Espíritu sabio, aun cuando llevase el nombre de Arago? ¿Cómo creer en la bondad de un Espíritu que diera consejos contrarios a la caridad y a la benevolencia, aunque fuesen firmados por un apóstol de la beneficencia? Decimos más: hay una profanación en mezclar nombres venerables con comunicaciones que llevan trazos evidentes de inferioridad. Cuanto más elevados sean los nombres, más circunspección es preciso para acogerlos, y más se debe temer en ser el juguete de una mistificación. En resumen, el gran criterio de la enseñanza dada por los Espíritus, es la lógica. Dios nos ha dado el discernimiento y la razón para servirnos de los mismos; los Espíritus buenos nos lo recomiendan, y con esto nos dan una prueba de su superioridad; los otros se abstienen de eso: quieren que creamos en ellos a ciegas, porque saben muy bien que con un examen serio llevan todas las de perder.

Por lo tanto, tenemos –como se ve– muchos motivos para no aceptar a la ligera todas las teorías dadas por los Espíritus. Cuando surge una, nos limitamos al papel de observador; hacemos abstracción de su origen espiritual, sin dejarnos deslumbrar por la ostentación de nombres pomposos; la examinamos como si emanase de un simple mortal y vemos si es racional, si explica todo y si resuelve todas las dificultades. Fue así que procedimos con la doctrina de la reencarnación, que –a pesar de provenir de los Espíritus– no adoptamos sino después de haber reconocido que sólo ella, y únicamente ella podía resolver lo que ninguna filosofía había aún resuelto, y esto con abstracción hecha de las pruebas materiales que a cada día son dadas al respecto, a nosotros y a muchos otros. Por lo tanto, los contradictores nos importan poco, aunque estos mismos sean Espíritus; desde el momento en que ella sea lógica, conforme a la justicia de Dios; desde que ellos no puedan sustituirla por algo más satisfactorio, nosotros no nos inquietamos más con éstos que con aquellos que afirman que la Tierra no gira alrededor
del Sol –porque hay Espíritus que dicen esto y que se creen sabios– o que pretenden que el hombre vino completamente formado de otro mundo, transportado en el lomo de un elefante alado.

Tampoco concordamos –muy lejos de esto– con ese punto de vista de la formación, ni, sobre todo, con esa visión del poblamiento de la Tierra; por eso es que hemos dicho al comienzo que, para nosotros, la cuestión no estaba lo suficientemente dilucidada. Encarada desde el punto de vista puramente científico, decimos solamente que, a la primera ojeada, la teoría de la incrustación no nos parecía desprovista de fundamento y, sin pronunciarnos en pro o en contra, decimos que en ella encontramos motivo de examen. En efecto, si estudiamos los caracteres fisiológicos de las diferentes razas humanas, no es posible atribuirles un tronco común, porque la raza negra no es, de ninguna manera, una alteración de la raza blanca. Ahora bien, siguiendo la letra del texto bíblico, que hace proceder a todos los hombres de la familia de Noé, 2400 años antes de la Era Cristiana, sería necesario no sólo admitir que en algunos siglos esta única familia hubiera poblado Asia, Europa y África, sino que se hubiese transformado en negros. Sabemos muy bien la influencia que el clima y los hábitos pueden ejercer en el organismo; el ardor del sol tuesta la epidermis y broncea la piel, pero en ninguna parte se ha visto, incluso bajo el más intenso calor tropical, que familias blancas procreasen negros sin cruce de razas. Para nosotros, por lo tanto, es evidente que las razas primitivas de la Tierra provienen de troncos diferentes. ¿Cuál es el principio? He aquí la cuestión y, hasta tener ciertas pruebas, sólo es permitido hacer conjeturas al respecto; a los científicos, pues, compete ver las que mejor concuerdan con los hechos constatados por la Ciencia.

Sin examinar cómo pudo hacerse la agregación y la soldadura de varios cuerpos planetarios para formar nuestro globo actual, debemos reconocer que la cuestión no sería imposible, y desde ese momento se explicaría la presencia simultánea de razas heterogéneas tan diferentes en costumbres y en lenguas, de que cada globo habría traído los gérmenes o los embriones, y tal vez los individuos completamente formados. ¿Quién sabe? En esta hipótesis, la raza blanca provendría de un mundo más avanzado que el que habría traído la raza negra. En todo caso, la agregación no podría operarse sin un cataclismo general, lo que sólo habría permitido la subsistencia de algunos individuos. De ese modo, según esta teoría, nuestro globo sería a la vez muy antiguo por las partes que lo constituirían, y muy nuevo por su aglomeración. Como se ve, este sistema no contradice en nada los períodos geológicos que, así, remontarían a una época indeterminada y anterior a la agregación. Sea como fuere, y a pesar de lo que diga al respecto el Sr. Jobard, si las cosas han sucedido de esa manera, parece difícil que tal acontecimiento se haya realizado y, sobre todo, que el equilibrio de semejante caos se haya podido establecer en seis días de 24 horas. Los movimientos de la materia inerte están sometidos a leyes eternas, que no pueden ser derogadas sino por milagros.

Nos queda por explicar qué se debe entender por el alma de la Tierra, porque no puede entrar en la cabeza de nadie atribuir una voluntad a la materia. Los Espíritus siempre nos han dicho que algunos de entre ellos tienen atribuciones especiales; como agentes y ministros de Dios, ellos dirigen –según el grado de su elevación– los hechos de orden físico, así como los de orden moral. Del mismo modo que algunos velan por los individuos, de los cuales se erigen en protectores o genios familiares, otros toman bajo su protección conjuntos de personas, grupos, ciudades, pueblos e incluso mundos. Por alma de la Tierra, pues, se debe entender al Espíritu llamado en su misión a dirigirla y a hacerla progresar, teniendo bajo sus órdenes a innumerables legiones de Espíritus encargados de velar por el cumplimiento de sus designios. El Espíritu director de un mundo debe ser necesariamente de un orden muy superior, y tanto más elevado cuanto más adelantado sea aquel mundo.

Si insistimos en varios puntos que podrían parecer extraños a nuestro asunto, ha sido precisamente por tratarse de una cuestión científica eminentemente controvertida. Lo importante es que quede bien constatado, para aquellos que juzgan las cosas sin conocerlas, que el Espiritismo está lejos de tomar como artículo de fe todo lo que viene del mundo invisible; así, Él no se apoya –como ellos pretenden– en una creencia ciega, sino en la razón. Si ni todos los adeptos proceden con la misma circunspección, no es por culpa de la ciencia espírita, sino de los que no se toman el trabajo de profundizarla; ahora bien, no sería lógico juzgar a esta ciencia por la exageración de algunos, como no sería lógico condenar a la religión por la opinión de algunos fanáticos.



Cartas del Dr. Morhéry sobre la Srta. Désirée Godu

Hemos hablado de la notable facultad de la Srta. Désirée Godu, como médium curativa, y podríamos haber citado los atestados auténticos que tenemos bajo nuestros ojos; pero he aquí un testimonio cuyo alto alcance nadie discutirá; no es uno de esos certificados que a menudo se entrega un poco a la ligera, sino el resultado de observaciones serias de un hombre erudito, eminentemente competente para apreciar las cosas desde el doble punto de vista de la Ciencia y del Espiritismo. El Dr. Morhéry nos envía las dos cartas siguientes, cuya reproducción ciertamente nuestros lectores han de apreciar. «Plessis-Boudet, cerca de Loudéac (Côtes-du-Nord).

«Señor Allan Kardec:

«Aunque yo esté lleno de ocupaciones en este momento, creo un deber, como miembro corresponsal de la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas, informaros de un acontecimiento inesperado para mí y que sin duda interesa a todos nuestros compañeros.

«En los últimos números de vuestra Revista habéis hablado con elogio de la Srta. Désirée Godu, de Hennebont. Habéis dicho que después de haber sido médium vidente, auditiva y psicógrafa, esta señorita se había vuelto, desde hace algunos años, médium curativa. Fue en esta última calidad que ella se dirigió a mí y que pidió mi ayuda como doctor en Medicina, para probar la eficacia de su medicación, que pienso que podríamos llamar espirítica. Al principio pensé que las amenazas que le hacían y los obstáculos que le ponían a su práctica médica, sin diploma, era la única causa de su solicitud; pero ella me dijo que el Espíritu que la dirige hace seis años le había aconsejado esa solicitación como siendo necesaria, desde el punto de vista de la Doctrina Espírita. Sea como fuere, me creí en el deber –y en interés de la Humanidad– de aceptar su generosa proposición, pero yo dudaba que ella la hiciera. Sin conocerla, ni haberla visto nunca, yo había sabido que esta piadosa joven no había querido separarse de su familia sino en una circunstancia excepcional y para cumplir una misión no menos importante a la edad de 17 años. Por lo tanto, me quedé agradablemente sorprendido al verla llegar a mi casa, traída por su madre, que al día siguiente dejó con profunda tristeza; pero esta tristeza tenía el temple del coraje de su resignación. Hace diez días la Srta. Godu está en el seno de mi familia, lo que es una alegría, a pesar de su enervante ocupación.

«Desde su llegada, ya constaté 75 casos observados de diversas enfermedades, para la mayoría de las cuales los recursos de la Medicina habían fallado. Tenemos casos de amaurosis, de oftalmias graves, de parálisis antiguas y rebeldes a todo tratamiento, de escrófula, de herpes, de cataratas y de cánceres muy avanzados; todos los casos son catalogados, la naturaleza de la enfermedad es constatada por mí, los apósitos son mencionados y todo es clasificado como en una sala clínica destinada a observaciones.

«Aún no hay tiempo suficiente para que pueda pronunciarme de una manera perentoria acerca de las curas obtenidas por la medicación de la Srta. Godu; pero, desde hoy, puedo manifestar mi sorpresa sobre los resultados revulsivos que ella obtiene a través de la aplicación de sus ungüentos, cuyos efectos varían al infinito, por una causa que yo no sabría explicar con las reglas comunes de la Ciencia. También vi con satisfacción que ella cortaba las fiebres sin ninguna preparación de quinina o de sus extractos, por intermedio de simples infusiones de flores o de hojas de diversas plantas.

«Sobre todo acompaño con vivo interés el tratamiento de un cáncer avanzado. Este cáncer, que fue constatado y tratado sin éxito –como siempre– por varios colegas míos, es objeto de la mayor preocupación por parte de la Srta. Godu. No es una ni dos veces que ella lo trata, sino a toda hora. Deseo realmente que sus esfuerzos sean coronados con éxito y que ella cure a ese indigente, al cual trata con un cuidado digno de elogio. Si lo consigue con éste, naturalmente se puede esperar que ella lo conseguirá con otros y, en este caso, prestará un inmenso servicio a la Humanidad al curar esta horrible y atroz enfermedad.

«Sé que algunos colegas irónicos podrán reírse de la esperanza que me alienta; ¡pero qué me importa, desde que esta esperanza se realice! Ya me hacen reproches por ayudar así a una persona cuya intención nadie discute, pero cuya aptitud para curar es negada por la mayoría, porque esta aptitud no le fue dada por la Facultad.

«A esto responderé: no fue la Facultad que descubrió la vacuna, sino simples pastores; no fue la Facultad que descubrió la corteza peruviana, sino los indígenas del Perú. La Facultad constata los hechos; los agrupa y los clasifica para formar con los mismos la preciosa base de la enseñanza, pero no los produce exclusivamente. Algunos tontos (e infelizmente los hay muchos por aquí, como en todas partes) se creen espirituosos al llamar de hechicera a la Srta. Godu. Evidentemente es una hechicera amable y muy útil, porque no inspira ningún temor de hechicería, ni deseo alguno de mandarla a la hoguera.

«A otros, que alegan que ella es un instrumento del demonio, responderé bien francamente: si el demonio viene a la Tierra para curar a los incurables, a los abandonados y a los indigentes, es preciso sacar en conclusión que finalmente él se convirtió y tiene derecho a nuestros agradecimientos; ahora bien, dudo bastante que entre los que así hablan no hayan muchos que prefieran ser curados por las manos de ella, que morirse en las manos de un médico. Por lo tanto, recibamos el bien de donde venga y, sin tener pruebas auténticas, que su mérito no le sea atribuido al diablo. Es más moral y más racional atribuir el bien a Dios y darle gracias por esto; al respecto, pienso que mi opinión será compartida por vos y por todos mis compañeros.

«Además, que eso se vuelva una realidad o no, siempre redundará de ello algo para la Ciencia. No soy un hombre que deje en el olvido a ciertos medios empleados, que hoy descuidamos mucho. Dicen que la Medicina ha hecho inmensos progresos; sí, para la Ciencia, sin duda, pero no tanto en el arte de curar. Hemos aprendido bastante, pero también hemos olvidado mucho; el Espíritu humano es como el océano: no puede abarcar todo; cuando invade una playa, deja otra libre. Volveré al asunto y os dejaré al corriente de esta curiosa experimentación. Doy a la misma una gran importancia; si tiene éxito, será una brillante manifestación contra la cual será imposible luchar, porque nada detiene a los que sufren y a los que quieren curarse. Estoy decidido a arrostrar todo por ese objetivo, incluso el ridículo que tanto se teme en Francia.

«Aprovecho la ocasión para enviaros mi tesis inaugural. Si consentís en tomaros el trabajo de leerla, comprenderéis fácilmente cuán dispuesto yo estaba en admitir el Espiritismo. Esa tesis fue defendida cuando la Medicina había caído en el más profundo Materialismo. Era una protesta contra esa corriente que nos arrastró a la Medicina orgánica y a la Farmacología mineral, de las cuales se hizo tanto abuso. ¡Cuánta salud arruinada por el uso de esas sustancias minerales que, en caso de fracasar, aumentan el mal y, en caso de tener éxito, dejan muy a menudo secuelas en nuestro organismo!

«Atentamente,

MORHÉRY.»
«20 de marzo de 1860.

«Señor:

«En mi última carta os anuncié que la Srta. Désirée Godu, conforme su solicitación, había venido a ejercer su facultad curativa ante mis ojos; hoy vengo a daros algunas noticias.

«Desde el 25 de febrero comencé mis observaciones sobre un gran número de enfermos, casi todos indigentes, que estaban en la imposibilidad de tratarse convenientemente. Algunos tienen enfermedades poco importantes; pero la mayoría es acometida por afecciones que resistieron a los medios curativos comunes. Catalogué, desde el 25 de febrero, 152 casos de enfermedades muy variadas. Infelizmente en nuestra región, los enfermos indigentes –sobre todo éstos– siguen sus caprichos y no tienen paciencia para resignarse a un tratamiento continuo y metódico; tan pronto como sienten una mejoría, creen que están curados y no hacen nada más; es un hecho que a menudo constaté en mi clientela y que necesariamente debía volver a presentarse con la Srta. Godu.

«Como ya os dije, no quiero prejuzgar ni afirmar nada, con excepción de los resultados comprobados por la experiencia; más tarde, haré un examen detenido de mis observaciones y constataré las más notables; pero, desde hoy, puedo expresaros mi admiración por ciertas curas obtenidas fuera de nuestros medios comunes.

«Vi curar sin quinina tres fiebres intermitentes rebeldes, de las cuales una había resistido a todos los medios que yo había empleado.

«La Srta. Godu curó igualmente tres panadizos y dos inflamaciones subaponeuróticas de la mano, en muy pocos días; me quedé realmente sorprendido.

«También puedo constatar la cura –aún no radical, pero bien avanzada– de uno de nuestros más inteligentes labradores, Pierre Le Boudec, de Saint-Hervé, sordo hace 18 años; él se quedó tan maravillado como yo, cuando, después de tres días de tratamiento, pudo oír el canto de los pájaros y la voz de sus hijos. Lo vi esta mañana, y todo hace esperar una cura radical dentro de poco.

«Entre nuestros enfermos, el que más atrae mi atención en este momento es un señor llamado Bigot, agricultor en Saint-Caradec, acometido hace dos años y medio de un cáncer en el labio inferior. Ese cáncer llegó al último grado; el labio inferior está parcialmente destruido; las encías, las glándulas sublinguales y submaxilares son cancerosas; el propio hueso maxilar inferior está afectado por la enfermedad. Cuando se presentó en mi casa su estado era desesperante; sus dolores eran atroces; no dormía hacía seis meses; cualquier operación era impracticable, ya que el mal estaba muy avanzado; la cura me parecía imposible, y se lo declaré con toda franqueza a la Srta. Godu, a fin de que estuviese precavida contra un fracaso inevitable. Mi opinión no cambió con relación al pronóstico; no puedo creer en la cura de un cáncer tan avanzado; sin embargo debo declarar que, desde el primer apósito, el enfermo ha sentido un alivio y que, desde aquel día 25 de febrero, duerme bien y puede alimentarse; le ha vuelto la confianza; la herida cambió de aspecto de una manera visible, y si esto continúa –a pesar de mi opinión tan formal–, seré obligado a esperar una cura. Si la misma se realiza, será el mayor fenómeno curativo que se pueda constatar; es preciso esperar y tener paciencia con el enfermo. La Srta. Godu tiene con él un cuidado muy especial; a veces trata sus heridas a cada media hora; este indigente es su favorito.

«Por lo demás, no tengo nada que decir. Yo podría informaros sobre las murmuraciones, los chismes y las alusiones a la hechicería; pero como esas tonterías son inherentes a la Humanidad, de ninguna manera me preocupo con tratarlas.

«Atentamente,

MORHÉRY.»

Nota – Como se ha podido constatar por las dos cartas anteriores, el Sr. Morhéry no se deja llevar, de modo alguno, por el entusiasmo; él observa las cosas fríamente, como hombre esclarecido que no se permite ilusiones; procede con toda buena fe y, dejando a un lado el amor propio del médico, no teme en confesar que la Naturaleza puede prescindir de él, inspirándole a una muchacha sin instrucción los medios de curar que él no encontró en las enseñanzas de la Facultad ni en su propio cerebro, y no por esto se cree humillado. Sus conocimientos acerca del Espiritismo le muestran que ese asunto es posible, sin que para ello haya una derogación de las leyes de la Naturaleza; él la comprende, puesto que esa notable facultad es para él un simple fenómeno, más desarrollado en la Srta. Godu que en otros. Se puede decir que esta joven es para el arte de curar lo que Juana de Arco era para el arte militar. El Dr. Morhéry, esclarecido sobre estos dos puntos esenciales: el Espiritismo como fuente, y la Medicina común como control, al dejar a un lado el amor propio y todo sentimiento personal, se encuentra en la mejor posición para juzgar de manera imparcial, y felicitamos a la Srta. Godu por la resolución que ha tomado en solicitar su ayuda. Nuestros lectores apreciarán, sin duda, el hecho de ponerlos al corriente sobre las observaciones que al respecto se hagan ulteriormente.



Variedades

El fabricante de San Petersburgo

El siguiente hecho de manifestación espontánea fue transmitido a nuestro compañero, el Sr. Krafzoff, de San Petersburgo, por su compatriota, el barón Gabriel Tscherkassoff, que vive en Cannes (Var) y que garantiza su autenticidad. Además, parece que el hecho es muy conocido y tuvo mucha repercusión en la época en que se produjo.

«A principios de este siglo había en San Petersburgo un rico artesano que daba empleo a un gran número de obreros en sus talleres; su nombre se me ha ido de la memoria, pero creo que era inglés. Hombre probo, humano y serio, no solamente cuidaba de la buena ejecución de su trabajo, sino también –y mucho más– del bienestar físico y moral de sus obreros que, por consecuencia, ofrecían el ejemplo de buena conducta y de una concordia casi fraternal. Según una costumbre observada en Rusia hasta nuestros días, el patrón pagaba los gastos con vivienda y alimentación, mientras que los obreros ocupaban los pisos superiores y el desván de la misma casa que él. Una mañana, al despertar, varios obreros no encontraron sus uniformes, que habían dejado a su lado al acostarse. No se podía pensar en un robo; inútilmente hicieron indagaciones, y tuvieron la sospecha de que los más maliciosos habían jugado una mala pasada a sus camaradas; en fin, gracias a diversas búsquedas, se encontraron todos los objetos desaparecidos en el desván, en las chimeneas y hasta en los tejados. El patrón dio una advertencia general, ya que nadie se confesaba culpable; al contrario, cada uno alegaba su propia inocencia.

«Transcurrido algún tiempo, la misma situación se repitió; nuevas advertencias, nuevos alegatos. Poco a poco esto comenzó a repetirse todas las noches y el patrón se inquietó bastante, porque además de su trabajo estar siendo muy perjudicado, se veía amenazado por la salida de todos los obreros, que tenían miedo de permanecer en una casa donde sucedían –decían ellos– cosas sobrenaturales. Por consejo del patrón, fue organizada una vigilancia nocturna, compuesta por los propios obreros, para sorprender al culpable; pero no lograron nada; por el contrario, la situación iba empeorando. Los obreros, para llegar a sus cuartos, tenían que subir escaleras que no estaban iluminadas; ahora bien, ocurrió que varios de ellos recibieron golpes y bofetadas; pero cuando buscaban defenderse, sólo golpeaban en el espacio, mientras que la fuerza de los golpes les hacía suponer que se trataba de un ser sólido. Esta vez el patrón les aconsejó que se dividieran en dos grupos: uno debería permanecer en lo alto de la escalera, y el otro abajo; de esta manera, el bromista de mal gusto no podría escapar y recibiría la corrigenda que merecía. Pero la previsión del patrón falló nuevamente: los dos grupos fueron bastante golpeados, y cada uno acusaba al otro. Las recriminaciones se volvieron crueles y la desavenencia entre los obreros había llegado al colmo; el pobre patrón ya pensaba en cerrar los talleres o en mudarse.

«Una noche, él estaba sentado, triste y pensativo, rodeado por su familia; todos se encontraban desalentados, cuando de repente se oyó un gran ruido en la habitación que estaba al lado, que le servía de cuarto de trabajo. Se levantó rápidamente y fue a verificar la causa de ese ruido. Al abrir la puerta, la primera cosa que vio fue su escritorio abierto y el candelabro encendido; ahora bien, hacía pocos instantes que había cerrado el escritorio y que había apagado el candelabro. Al aproximarse, distinguió sobre el escritorio un tintero de vidrio y una pluma que no le pertenecía, y una hoja de papel sobre la cual estaban escritas las siguientes palabras, que no habían tenido tiempo de secarse: «Haz demoler la pared en tal lugar (era arriba de la escalera); allí encontrarás huesos humanos que harás sepultar en el cementerio». El patrón tomó el papel y corrió para informar a la policía.

«Entonces, al día siguiente se pusieron a buscar de dónde provenían el tintero y la pluma. Al habérselos mostrado a los moradores de la misma casa, llegaron hasta un verdulero, que también era vendedor de mercancías ultramarinas y que tenía su negocio en la planta baja, el cual reconoció esos objetos como siendo suyos. Interrogado sobre la persona a la que se los había vendido, él respondió: «Ayer a la noche, habiendo ya cerrado la puerta de mi negocio, escuché un pequeño golpe en la ventanilla; abrí, y un hombre cuyas facciones no fue posible que yo distinguiera, me dijo: Te pido que me des un tintero y una pluma, que te los pagaré. Al darle estos dos objetos, me tiró una moneda grande de cobre, que escuché caer en el piso, pero que no pude encontrar.

«Demolieron la pared en el lugar indicado y allí encontraron huesos humanos, que fueron enterrados, volviendo todo a lo normal. Nunca se pudo saber a quién pertenecían esos huesos.»

Hechos de esta naturaleza deben haberse producido en todas las épocas, y se ve que de ninguna manera son provocados por los conocimientos espíritas. Se comprende que, en los siglos pasados, o entre los pueblos ignorantes, hayan podido dar lugar a todo tipo de suposiciones supersticiosas.


Aparición tangible

El 14 de enero último, el señor Lecomte, agricultor en la comuna de Brix, distrito de Valognes, fue visitado por un individuo que decía ser uno de sus antiguos camaradas, con el cual había trabajado en el puerto de Cherburgo y cuya muerte remonta a dos años y medio. Esa aparición tenía como objetivo pedirle a Lecomte que mandase realizar una misa. El día 15, la aparición volvió a producirse. Lecomte, menos asustado, reconoció efectivamente a su antiguo camarada, pero, aún confuso, no supo qué responder; lo mismo sucedió el 17 y el 18 de enero. No fue sino el día 19 que Lecomte le dijo: Ya que deseas una misa, ¿dónde quieres que sea realizada? ¿Y comparecerás a la misma? El Espíritu respondió lo siguiente: –Deseo que la misa sea realizada en la capilla de Saint-Sauveur (San Salvador), dentro de ocho días, y estaré allí. Y agregó: –Hace mucho tiempo que yo no te veía, y para venir a encontrarte era lejos. Dicho esto, lo dejó, dándole un apretón de manos.

El señor Lecomte cumplió su promesa; el 27 de enero, la misa fue realizada en Saint-Sauveur, y él vio a su antiguo camarada arrodillado en las gradas del altar, cerca del sacerdote oficiante; nadie más que Lecomte lo había percibido, aunque hubiese preguntado al sacerdote y a los asistentes si no lo habían visto.

Desde aquel día, el señor Lecomte no fue más visitado por la aparición, y él retomó su tranquilidad habitual.


Nota
– Según este relato, cuya autenticidad es garantizada por una persona digna de fe, no se trata de una simple visión, sino de una aparición tangible, ya que el difunto –amigo del señor Lecomte– le había dado un apretón de manos. Los incrédulos dirán que eso fue una alucinación; pero, hasta el presente, aún esperamos de parte de éstos una explicación clara, lógica y verdaderamente científica de los extraños fenómenos que ellos designan con ese nombre, porque sencillamente negarlos no nos parece la mejor solución.




Dictados espontáneos

El Ángel de los niños
(Sociedad; médium: Sra. de Boyer)

Mi nombre es Micaela; soy uno de los Espíritus designados para la guarda de los niños. ¡Qué dulce misión y qué felicidad que esto proporciona al alma! Decís para la guarda de los niños; pero ¿ellos no tienen sus madres, buenos ángeles designados para esta guarda? ¿Y por qué aún es necesario un Espíritu para ocuparse de los mismos? ¿Pero no pensáis en los que no tienen más esa buena madre? ¡Infelizmente los hay, y muchos! Y la propia madre, ¿no necesitará ayuda algunas veces? ¿Quién la despierta en medio de su primer sueño? ¿Quién le hace presentir el peligro? ¿Quién le intuye el alivio cuando el mal es grave? Nosotros, siempre nosotros; somos nosotros los que desviamos al niño de la ribera hacia donde corre distraído; que apartamos de él a los animales nocivos y que alejamos el fuego que podría alcanzar sus cabellos rubios. ¡Cuán suave es nuestra misión! Somos también nosotros que le inspiramos la compasión por el pobre, la dulzura, la bondad; ninguno de ellos, ni los más malvados, podrían enfadarnos; hay siempre un instante en que su pequeño corazón se abre a nosotros. Entre vosotros, más de uno ha de admirarse de esta misión; ¿pero no decís frecuentemente que hay un Dios para los niños, sobre todo para los niños pobres? No, no hay un Dios, sino ángeles, amigos. Y, de otro modo, ¿cómo podríais explicar esos salvamentos milagrosos? Existen igualmente muchos otros poderes, de cuya existencia ni mismo sospecháis; existe el Espíritu de las flores, el de los perfumes; hay miles de Espíritus, cuyas misiones más o menos elevadas os parecerían deliciosas y envidiables, después de vuestra dura vida de pruebas; yo los invitaré a venir a vuestro medio. En este momento soy recompensada por haber tenido una vida totalmente consagrada a los niños. Me casé joven con un hombre que tenía varios hijos, y no tuve la felicidad de tenerlos a través de mí misma. Completamente dedicada a ellos, Dios, el soberano y buen Señor, me concedió ser aún guardián de los niños. Lo repito: ¡qué dulce y santa misión! Y las madres aquí presentes no podrían negar cuán poderosa es esta misión. Adiós, voy a la cabecera de mis pequeños protegidos; la hora del sueño es mi hora, y es preciso que yo visite a todos esos lindos ojitos cerrados. Sabed que el buen ángel que vela por ellos no es una alegoría, sino una gran verdad.

Consejos
(Sociedad, 25 de noviembre de 1859; médium: Sr. Roze)

En otros tiempos os hubieran crucificado, quemado, torturado; el patíbulo fue derribado; la hoguera fue extinguida; los instrumentos de tortura fueron quebrados; la terrible arma del ridículo, tan poderosa contra la mentira, se debilitará ante la verdad; sus más temibles enemigos fueron encerrados en un círculo infranqueable. En efecto, negar la realidad de nuestras manifestaciones sería negar la revelación, que es la base de todas las religiones. Atribuir las manifestaciones al demonio, pretender que el Espíritu del mal venga a confirmaros y a desarrollaros el Evangelio, exhortándoos al bien, a la práctica de todas las virtudes, es sencillamente –y felizmente– probar que aquél no existe. Todo reino dividido contra sí mismo perecerá. Restan los Espíritus malos. Nunca un árbol bueno producirá frutos malos; jamás un árbol malo producirá frutos buenos. Por lo tanto, nada mejor que responderles lo que el Cristo respondía a sus perseguidores, cuando éstos formulaban contra Él las mismas acusaciones; y como Él, rogar a Dios que los perdone, porque ellos no saben lo que hacen.

El Espíritu de Verdad


(Otro Consejo, dictado a través del Sr. Roze y leído en la Sociedad)

Francia lleva el estandarte del progreso y debe guiar a las otras naciones: los acontecimientos pasados y contemporáneos así lo prueban. Habéis sido elegidos para seros el espejo que debe recibir y reflejar la Luz Divina, que debe iluminar la Tierra, hasta entonces sumergida en las tinieblas de la ignorancia y de la mentira. Pero si vosotros no estuviereis animados por el amor al prójimo y por un desinterés sin límites; si el deseo de conocer y de propagar la verdad, cuyos caminos debéis abrir a la posteridad, no fuere el único móvil que guíe vuestros trabajos; si el más leve pensamiento de orgullo, de egoísmo y de interés material encuentra un lugar en vuestros corazones, nosotros no nos serviremos de vosotros sino como el artesano que emplea temporalmente una herramienta defectuosa; vendremos hasta que hayamos encontrado o creado un centro más rico que vosotros en virtudes, más simpático a la falange de Espíritus que Dios ha enviado para revelar la verdad a los hombres de BUENA voluntad. Pensad seriamente en esto; examinad vuestros corazones, sondead sus recovecos más ocultos y expulsad con energía las malas pasiones que os alejan de nosotros, o si no retiraos antes que comprometáis los trabajos de vuestros hermanos con vuestra presencia, o con la de los Espíritus que traeríais con vosotros.

El Espíritu de Verdad

La ostentación
(Sociedad, 16 de diciembre de 1859; médium: Srta. Huet)

En una bella tarde de primavera, un hombre rico y generoso estaba sentado en su sala; con felicidad respiraba el perfume de las flores de su jardín. Enumeraba con complacencia todas las buenas obras que él había practicado durante el año. Al acordarse de esto, no pudo dejar de lanzar una mirada casi despreciativa hacia la casa de uno de sus vecinos, el cual no había podido dar sino una módica moneda para la construcción de la iglesia parroquial. Por mi parte –dijo él– he dado más de mil escudos para esa obra pía; arrojé con desdén un billete de 500 francos en la bolsa que me tendía aquella joven duquesa en favor de los pobres; he dado mucho para las fiestas de beneficencia, para toda especie de rifas, y creo que Dios me será grato por tanto bien que he realizado. ¡Ah! Me olvidaba de un pequeño óbolo que di recientemente a una infeliz viuda, responsable por una numerosa familia y que incluso cría a un huérfano; pero lo que le dí es tan poca cosa, que ciertamente el cielo no se me abrirá por esto.

–Tú te equivocas, le respondió de repente una voz que lo hizo darse vuelta: es la única que Dios acepta, y he aquí la prueba. En ese mismo instante una mano borró el papel en que él había escrito todas sus buenas obras, dejando registrada solamente la última: ésta lo llevó al cielo.

Por lo tanto, no es el óbolo ofrecido con ostentación que es el mejor, sino el que es dado con toda la humildad del corazón.

Joinville, amy de Loys

Amor y libertad
(Sociedad, 27 de enero de 1860; médium: Sr. Roze)

Dios es amor y libertad; es por el amor y por la libertad que el Espíritu se aproxima a Él. Por el amor desarrolla, en cada existencia, nuevas relaciones que lo aproximan a la unidad; por la libertad elige el bien que lo aproxima a Dios. Sed ardientes propagadores de la nueva fe; que el santo fervor que os anima nunca os haga atentar contra la libertad ajena. Evitad, por medio de una insistencia demasiado grande junto a la incredulidad orgullosa y temerosa, exasperar una resistencia medio vencida, que está cerca de rendirse. El reino de la coerción y de la opresión ha terminado; el de la razón, el de la libertad y el del amor fraternal ha comenzado. Ya no es más por el miedo y por la fuerza que los poderosos de la Tierra han de adquirir, en lo sucesivo, el derecho de dirigir los intereses morales, espirituales y físicos de los pueblos, sino a través del amor y de la libertad.

Abelardo

La inmortalidad
(Sociedad, 3 de febrero de 1860; médium: Srta. Huet)

¿Cómo puede un hombre –un hombre inteligente– no creer en la inmortalidad del alma y, por consecuencia, en una vida futura, que no es otra sino la del Espiritismo? ¿Qué sería de ese amor inmenso que la madre consagra a su hijo, de esos cuidados con los cuales ella lo ampara en la niñez, y de esa solicitud esclarecida que el padre dedica a la educación de su ser amado? ¿Entonces todo esto sería aniquilado en el momento de la muerte o de la separación? ¿Seríamos, pues, similares a los animales, cuyo instinto es admirable –sin duda–, pero que no cuidan con ternura de su descendencia sino hasta el momento en que ésta deja de tener necesidad de los cuidados maternos? Al llegar ese momento, los padres abandonan a sus hijos y todo está terminado: el cuerpo está criado, el alma no existe; ¡pero el hombre no tendría un alma, y un alma inmortal! Y el genio sublime, que sólo puede ser comparado a Dios –pues emana de Él–, ese genio que crea prodigios y obras maestras, ¡todo esto sería aniquilado con la muerte del hombre! ¡Profanación! No se puede aniquilar así lo que viene de Dios. Un Rafael, un Newton, un Miguel Ángel y tantos otros genios sublimes, aún iluminan el Universo con sus Espíritus, aunque sus cuerpos no existan más. No os equivoquéis: ellos viven y vivirán eternamente. En lo que respecta a comunicarse con vosotros, esto es menos fácil de admitir por la generalidad de los hombres; solamente a través del estudio y de la observación que éstos pueden adquirir la certeza de que eso es posible.

Fenelón

Parábola
(Sociedad, 9 de diciembre de 1859; médium: Sr. Roze)

Un navío viejo, en su última travesía, fue acometido por una terrible tempestad. Además de una multitud de pasajeros, llevaba a su destino una gran cantidad de mercancías extranjeras, acumuladas por la avaricia y por la codicia de sus dueños. –El peligro era inminente; reinaba a bordo el mayor desorden; los jefes se negaban a arrojar el cargamento al mar. Sus órdenes eran ignoradas; habían perdido la confianza de la tripulación y de los pasajeros. Era necesario pensar en abandonar el navío; pusieron tres embarcaciones en el mar: en la primera –la mayor– se precipitaron imprudentemente los más impacientes y los más inexpertos, que se apresuraron a remar en dirección a la luz que percibieron a lo lejos, en la costa. Cayeron en manos de una horda que provocaba naufragios, que los despojó de los objetos preciosos que habían recogido de prisa y que los maltrató sin piedad.

Los segundos, más perspicaces, supieron distinguir un faro salvador en medio de las luces engañosas que centelleaban en el horizonte y, confiados, descuidaron el barco dejándolo al capricho de las olas, el cual se quebró al chocarse contra los arrecifes, al pie del propio faro del que no habían desviado la vista; fueron tanto más sensibles a su ruina y a la pérdida de sus bienes porque habían vislumbrado la salvación.

Los terceros, poco numerosos, pero sabios y prudentes, guiaron con cuidado el pequeño y frágil barco en medio de los escollos, llegando a la costa con sus bienes y sus cuerpos a salvo, sin otro mal que el de la fatiga del viaje.

Por lo tanto, no os contentéis con poneros en guardia contra las falsas señales de los que provocan naufragios, contra los Espíritus malos; mas sabed también evitar el error de los viajeros indolentes que perdieron sus bienes y que naufragaron en el puerto. Sabed guiar vuestro barco en medio de los escollos de las pasiones, y llegaréis felizmente al puerto de la vida eterna, enriquecidos con las virtudes que adquiristeis en vuestros viajes.

San Vicente de Paúl

El Espiritismo
(Sociedad, 3 de febrero de 1860; médium: Sra. de M.)

El Espiritismo es llamado para esclarecer al mundo, pero le es necesario un cierto tiempo para progresar. Él ha existido desde la Creación, mas sólo era conocido por algunas personas porque, en general, la masa se ocupa poco en meditar sobre las cuestiones espíritas. Hoy, con la ayuda de esta Doctrina pura, se hará una nueva luz. Dios, que no quiere dejar a la criatura en la ignorancia, permite que los Espíritus más elevados vengan a ayudarnos para contrarrestar al Espíritu de las tinieblas, que tiende a envolver al mundo; el orgullo humano obnubila el discernimiento y hace cometer muchas faltas en la Tierra. Son necesarios Espíritus simples y dóciles para comunicar la luz y atenuar todos nuestros males. ¡Coraje! Persistid en esta obra, que es agradable a Dios, porque ella es útil para su mayor gloria, y de la misma resultarán grandes bienes para la salvación de las almas.

Francisco de Sales

Filosofía

(Sociedad, 3 de febrero de 1860; médium: Sr. Colin)

Escribid lo siguiente: ¡El hombre! ¿Qué es él? ¿De dónde ha venido? ¿Hacia adónde va? –¿Dios? ¿La Naturaleza? ¿La Creación? ¿El mundo? ¡Su eternidad en el pasado, en el futuro! ¿Límite de la Naturaleza, relaciones del ser infinito con el ser particular? ¿Paso de lo infinito a lo finito? –Preguntas que el hombre debe haber hecho, aún niño, cuando vio por primera vez con su razón, por encima de su cabeza, la marcha misteriosa de los astros; o cuando vio la tierra bajo sus pies, alternativamente revestida con ropas de fiesta por el hálito templado de la primavera, o cubierta por un velo de luto bajo el soplo helado del invierno; cuando él mismo se vio pensando, sintiendo y siendo arrojado por un instante en ese inmenso torbellino vital entre el ayer –día de su nacimiento– y el mañana, día de su muerte. Preguntas que han sido efectuadas a todos los pueblos, a todas las edades y en todas sus escuelas y que, sin embargo, no han dejado de permanecer como enigmas para las siguientes generaciones; preguntas muy dignas, no obstante, para cautivar el espíritu investigador de vuestro siglo y el genio de vuestro país. –Por lo tanto, si hubiese entre vosotros un hombre o diez hombres que tengan la conciencia de la alta gravedad de la misión apostólica, y con voluntad para dejar un rastro de su paso por aquí, a fin de servir como punto de referencia para la posteridad, yo le diría: Por mucho tiempo habéis transigido con los errores y con los prejuicios de vuestra época; para vosotros, el período de las manifestaciones materiales y físicas ha pasado; lo que llamáis de evocaciones experimentales ya no puede más enseñaros grandes cosas, porque, muy a menudo, sólo la curiosidad está en juego; pero la era filosófica de la Doctrina se aproxima. Por lo tanto, no permanezcáis por más tiempo aferrados a las tablas ya carcomidas del pórtico, y penetrad con audacia en el santuario celestial, enarbolando dignamente la bandera de la filosofía moderna, en la cual escribid sin temor: misticismo, racionalismo. Haced eclecticismo en el eclecticismo moderno; hacedlo como los Antiguos, apoyándoos en la tradición histórica, mística y legendaria, pero siempre teniendo cuidado de no salir de la revelación –antorcha que nos faltó a todos–, recurriendo a las luces de los Espíritus superiores, consagrados de forma misionera a la marcha del Espíritu humano. Por más elevados que sean, esos Espíritus no saben todo: sólo Dios lo sabe; además, de lo que saben, no todo pueden revelar. En efecto, ¿qué sería del libre albedrío del hombre, de su responsabilidad, de su mérito y de su demérito y, como sanción, del castigo y de la recompensa?

Entretanto, puedo marcar con algunos principios fundamentales el camino que os muestro; por lo tanto, escuchad lo siguiente:

1°) El alma tiene el poder de sustraerse a la materia;

2°) De elevarse muy por encima de la inteligencia;

3°) Ese estado es superior a la razón;

4°) Él puede poner al hombre en relación con aquello que escapa a sus facultades;

5°) El hombre puede alcanzar dicho estado a través de la oración a Dios, por medio de un esfuerzo constante de la voluntad, reduciendo el alma –por así decirlo– al estado de pura esencia, privada de la actividad sensible y exterior; en una palabra, por abstracción de todo lo que hay de diverso, de múltiple, de indeciso, de turbulento y de exterioridad en el alma;

6°) Existe en el yo concreto y complejo del hombre una fuerza completamente ignorada hasta hoy: por lo tanto, buscadla.

Moisés, Platón y después Juliano



Comunicaciones leídas en la Sociedad

Médium: Sr. Pêcheur

Amigo mío, ¿no sabéis que todo hombre que camina en la senda del progreso, tiene siempre contra sí la ignorancia y la envidia? El polvo levantado por vuestros pasos suscita envidia. Vuestras ideas dejan alterados a ciertos hombres, porque no comprenden o porque sofocan por orgullo la voz de la conciencia que les grita: Lo que rechazas, tu juez te hará recordar un día; es una mano que Dios te tiende para sacarte del lodazal donde te han arrojado tus pasiones. Escucha por un instante la voz de la razón; piensa que vives en el siglo del dinero, donde el yo domina; que el amor a las riquezas seca tu corazón, dejando la conciencia pesada con muchas faltas e incluso con crímenes que tendrás que confesar. Hombres sin fe, que os decís hábiles: vuestra habilidad os llevará al naufragio; ninguna mano os será tendida; os hicisteis los sordos para con la desgracia de los otros, y seréis tragados sin que una lágrima se derrame por vosotros. ¡Deteneos! Aún hay tiempo; que el arrepentimiento penetre en vuestros corazones; que el mismo sea sincero, y Dios os perdonará. Buscad al desdichado que no osa quejarse y que la miseria mata lentamente; y el pobre que hubiereis ayudado incluirá vuestro nombre en sus oraciones; bendecirá la mano que quizá haya salvado a su hija del hambre que mata y de la vergüenza que deshonra. Infelices de vosotros si os hacéis los sordos a su voz. Dios os ha dicho por la boca sagrada del Cristo: Ama a tu hermano como a ti mismo. ¿No os ha dado la razón para juzgar el bien y el mal? ¿No os ha dado un corazón para compadeceros de los sufrimientos de vuestros semejantes? ¿No sentís que al sofocar vuestra conciencia, sofocáis la voz del progreso y de la caridad? ¿No sentís que apenas arrastráis un cuerpo vacío, y que nada más palpita en vuestro pecho, lo que vuelve incierta vuestra marcha? Porque huisteis de la luz y vuestros ojos se volvieron de carne, las tinieblas que os rodean os agitan y os causan temor; buscáis salir –pero demasiado tarde– de ese camino que se destruye bajo vuestros pies; el miedo, que no podéis definir, os vuelve supersticiosos. Aparentáis que sois un hombre caritativo; sin embargo, esperando rescatar vuestra vida de egoísta, dais la moneda que el temor os arranca, pero Dios sabe lo que os lleva a actuar así: no podéis engañarlo. Vuestra existencia se extinguirá sin esperanza, y no podréis prolongarla ni un solo día; se ha de extinguir a pesar de vuestras riquezas, que vuestros hijos codician por anticipado, porque les habéis dado el ejemplo; al igual que vos, ellos tienen solamente un deseo: el del oro, único sueño de felicidad para ellos. Y cuando suene esta hora de justicia, os será necesario comparecer ante el Juez Supremo que habéis despreciado.

Tu hija

La conciencia

Cada hombre tiene en sí mismo lo que vosotros llamáis: una voz interior. Es aquello que el Espíritu llama: la conciencia, juez severo que preside todas las acciones de vuestra vida. Cuando el hombre está solo, escucha a esta conciencia y evalúa las cosas en su justo valor; frecuentemente tiene vergüenza de sí mismo: en este momento reconoce a Dios. Pero la ignorancia –fatal consejera– lo arrastra y le pone la máscara del orgullo; ante vosotros, él se presenta engreído en su vacuidad, buscando engañaros con el aplomo que aparenta. Pero el hombre de corazón recto no tiene soberbia en la cabeza; escucha con provecho las palabras del sabio; siente que no es nada, y que Dios es todo; busca instruirse en el libro de la Naturaleza, escrito por la mano del Creador. Eleva su Espíritu y expele de su envoltura las pasiones materiales que a menudo os extravían. Una pasión que os domina es un guía peligroso: recordad esto, amigo. Dejad reír al escéptico: su risa se extinguirá; a la hora extrema, el hombre se vuelve creyente. De esta manera, piensa siempre en Dios, porque únicamente Él no se equivoca. Recuerda que apenas existe un camino que conduce hacia Él: la fe y el amor a los semejantes.

Tu hija

La morada de los elegidos
(Médium: Sra. de Desl...)

Tu pensamiento aún está absorbido por las cosas de la Tierra; si quieres escucharnos, es necesario olvidarlas. Tratemos de conversar acerca de lo Alto; que tu Espíritu se eleve hacia esas regiones, morada de los elegidos del Señor. Observa esos mundos que esperan a todos los mortales, cuyos lugares están marcados según el mérito que tengan. ¡Cuánta felicidad para aquel que se complace en las cosas santas, en las grandes enseñanzas dadas en el nombre de Dios! ¡Oh, hombres, cómo sois pequeños, comparados con los Espíritus liberados de la materia, que se ciernen en los espacios ocupados por la gloria del Señor! Felices aquellos que son llamados a habitar los mundos en donde la materia no es más que un nombre; en donde todo es etéreo y translúcido; en donde los pasos no se escuchan más. La música celestial es la única melodía que llega a los sentidos, ¡los cuales son tan perfectos que captan los mínimos sonidos, desde que éstos sean armoniosos! ¡Qué celeridad la de todos esos seres amados por Dios! ¡Cómo se desplazan con deleite por esas regiones de regocijo, que son sus moradas! Allí no hay discordias, ni envidia, ni odio; el amor se ha vuelto el lazo destinado a unir entre sí a todos los seres creados, y este amor que llena sus corazones sólo tiene como límite al propio Dios, que es la finalidad, y en el que se resumen la fe, el amor y la caridad.

Un amigo


(Otra comunicación, a través de la misma médium)

Tu olvido me afligía; no dejes más sin llamarme por tanto tiempo; me siento dispuesto a conversar contigo y a darte consejos. Guárdate de creer en todo lo que otros Espíritus podrían decirte: tal vez ellos te arrastren por un mal camino. Ante todo sé prudente, para que Dios no te saque la misión que te encargó de cumplir, es decir, la de ayudar a llevar al conocimiento de los hombres la revelación de la existencia de los Espíritus alrededor de ellos. No todos están en condiciones de apreciar y de comprender el alto alcance de estas cosas, cuyo conocimiento Dios aún no permite sino a los elegidos. Vendrá el día en que esta ciencia, llena de consuelos y de grandeza, será compartida por toda la Humanidad, donde ya no se encontrará más un incrédulo. Entonces, los hombres no podrán comprender cómo una verdad tan palpable haya podido ser puesta en duda un solo instante, por el más simple de los mortales. En verdad, te digo que no pasará medio siglo, antes que los ojos y los oídos de todos sean abiertos a esa gran verdad: que los Espíritus circulan en el espacio y ocupan los diferentes mundos, conforme su mérito a los ojos de Dios; que la verdadera vida está en la muerte, y que es necesario que el hombre sea rescatado varias veces, antes de obtener la vida eterna, a la que todos deberán llegar a través de más o menos siglos de sufrimientos, según hayan sido más o menos fieles a la voz del Señor.

Un amigo


La inteligencia y el discernimiento

(Médium: Sra. de Netz)

La libertad del hombre es totalmente individual; él nació libre, pero a menudo el mal uso de esta libertad provoca su desdicha. Libertad moral, libertad física, él ha reunido todo, mas con frecuencia le falta el discernimiento, aquello que llamáis el buen sentido. Si un hombre tiene mucha inteligencia, pero le falta la cualidad del discernimiento, es absolutamente como si nada tuviese, porque ¿qué haría él de su inteligencia si no puede gobernarla, si no tiene el necesario juicio para saber comportarse, si cree que camina por la buena senda, cuando está en el lodazal o si cree tener siempre la razón, cuando frecuentemente está errado? El discernimiento puede tomar el lugar de la inteligencia, pero la inteligencia nunca sustituirá al discernimiento. Esta última es una cualidad necesaria y, si no la tenemos, es preciso hacer todos los esfuerzos para adquirirla.


Un Espíritu familiar

El incrédulo

(Médium: Sra. L...)

Vuestra Doctrina es bella y santa; su primer jalón está plantado, y sólidamente plantado. Ahora sólo debéis marchar; el camino que se os ha abierto es grande y majestuoso. Bienaventurado aquel que llegue al puerto; cuanto más adeptos haya hecho, más le será tomado en cuenta. Pero para esto es necesario no abrazar fríamente a la Doctrina; es preciso hacerlo con fervor, y este fervor será multiplicado, porque Dios está siempre con vosotros cuando hacéis el bien. Todos aquellos que condujereis, serán otras tantas ovejas que volverán a entrar al redil; ¡pobres ovejas descarriadas! Creed que el más escéptico, el más ateo y el más incrédulo, en fin, tienen siempre en el corazón un pequeño rincón que quisieran ocultar a sí mismos. Pues bien: éste es el pequeño rincón que es necesario buscar y encontrar, porque es preciso abordar ese lado vulnerable de ellos; es una pequeña grieta que Dios ha dejado expresamente abierta para facilitar a su criatura el medio de volver a Él.


San Benito

Lo sobrenatural

(Médium: Sr. Rabache, de Burdeos)

Hijos míos, vuestro padre hizo bien en llamaros seriamente la atención sobre los fenómenos que se producen en las sesiones de las cuales os ocupáis hace algunos días. Según las instrucciones de ciertos Espíritus sectarios, ignorantes o dominadores, esos efectos han sido juzgados sobrenaturales. No creáis en esto, hijos míos; nada de lo que sucede es sobrenatural; si así fuese, el buen sentido os dice que eso solamente ocurriría fuera de la Naturaleza y, entonces, no lo veríais. Para que vuestros ojos o vuestros sentidos perciban una cosa, es totalmente necesario que esta cosa sea natural. Con un poco de reflexión, no hay un Espíritu serio que consienta en creer en cosas sobrenaturales. No quiero decir con esto que no existan cosas que así parezcan a vuestra inteligencia, pero la única razón para eso es que no las comprendéis. Cuando algún hecho os parezca salir de lo que creéis natural, tened cuidado con esa pereza de no querer razonar que os induce a creer que es sobrenatural; buscad comprenderlo; es para esto que os ha sido dada la inteligencia. ¿De qué os serviría la misma si tuvieseis que contentaros con aprender y con creer en lo que os han enseñado vuestros predecesores? Es necesario que cada uno ponga su inteligencia al servicio del progreso, que es una obra colectiva. Puesto que sois dotados de pensamiento, pensad; ya que tenéis discernimiento –que os ha sido dado para algo–, examinad y juzgad. No aceptéis juicios que ya estén concluidos sino después de haberlos pasado por el tamiz de la razón. Dudad un largo tiempo si no tuviereis certeza, pero nunca neguéis aquello que no comprendáis. Examinad, examinad seriamente. Sólo el que es perezoso, el que no es inteligente y el indiferente aceptan como verdadero o falso todo lo que oyen afirmar o negar. En fin, hijos míos, haced todos los esfuerzos para volveros serios y útiles, a fin de cumplir bien la misión que os ha sido confiada. Nunca es demasiado temprano como para ocuparse con el bien y con lo bueno; por lo tanto, comenzad desde ahora a ocuparos con cosas serias; el tiempo de las futilidades es siempre muy largo: es un tiempo perdido para vuestro progreso, que no debéis perder de vista un solo instante. Las cosas de la Tierra no son nada; apenas sirven para vuestra travesía hacia un otro estado, que será tanto más perfecto como mejor preparado estuviereis.

Vuestra abuela.
ALLAN KARDEC