Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1860

Allan Kardec

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Septiembre

Boletín de la sociedad parisiense de estudios espíritas

Aviso
La oficina de redacción de la REVISTA ESPÍRITA y el domicilio particular del Sr. ALLAN KARDEC han sido transferidos a la calle Sainte-Anne Nº 59, Pasaje Sainte-Anne.

Viernes 27 de julio de 1860 (Sesión general)

Reunión de la Comisión.

Lectura del acta y de los trabajos de la sesión del 20 de julio.

Comunicaciones diversas – 1ª) Reseña de la Srta. P... sobre el poema que el Sr. de Porry, de Marsella, ha dirigido a la Sociedad, intitulado: Linda, leyenda gala. La Srta. P... analiza el tema de la obra y reconoce en el mismo pensamientos de gran elevación muy bien expresados; pero salvo por las ideas cristianas, en general, ella no ve nada allí –o pocas cosas– que tenga relación directa con el Espiritismo; el autor le parece más espiritualista que espírita. No por eso su obra es menos notable –dice ella–, y será leída con interés por todos los aficionados de la buena poesía.

2ª) Carta del Sr. X..., que hace un sucinto análisis de la doctrina del Sr. Rigolot, de Saint-Étienne. Según esta doctrina, el mundo espiritual no existe; después de la muerte del cuerpo, los Espíritus son inmediatamente reunidos a Dios. Solamente tres Espíritus pueden comunicarse con los hombres por vía medianímica: Jesús, director y protector de nuestro globo; María, su madre, y Sócrates. Todas las comunicaciones, cualquiera que sea su naturaleza, emanan de ellos; dice él que son los únicos que se le manifiestan, y cuando le dictan cosas groseras, él piensa que es para ponerlo a prueba.

Al respecto, se establece una discusión que se resume así:

La Sociedad es unánime en declarar que la razón se rehúsa a admitir que el Espíritu del bien por excelencia, el modelo de las más sublimes virtudes pueda dictar cosas malas, y que hay una especie de profanación en suponer que comunicaciones indignas y torpes, e incluso obscenas –como a veces se han visto– puedan emanar de una fuente tan pura. Por otro lado, admitir que todas las almas son inmediatamente reunidas a Dios después de la muerte, es negar el castigo del culpable, porque no se podría pensar que el seno de Dios que nos enseñan a mirar como la suprema recompensa, sea al mismo tiempo un foco de dolor para el que ha vivido mal. Si en esa fusión divina el Espíritu pierde su individualidad, estamos ante una variedad de panteísmo. Tanto en un caso como en el otro, según esta doctrina, el culpable no tiene ningún motivo para detenerse en el camino del mal, pues son superfluos los esfuerzos para hacer el bien; es al menos lo que resalta de los principios generales que parecen formar su base.

La Sociedad no conoce lo bastante el sistema del Sr. Rigolot para juzgarlo en sus detalles; ignora cómo él explica una multitud de hechos patentes: por ejemplo, los de apariciones; aquellos en que el Espíritu de un pariente evocado prueba materialmente su identidad; ¿sería entonces Jesús el que simularía tales personajes? ¿Sería incluso Él quien, en el fenómeno de los Espíritus golpeadores, vendría a tocar el tambor o las arias rítmicas? Después de haber desempeñado el odioso papel de tentador, ¿vendría a servir de entretenimiento? Hay incompatibilidad moral entre lo trivial y lo sublime, entre el bien absoluto y el mal absoluto.

El Sr. Rigolot siempre se mantuvo aislado de los otros espíritas, lo que es un error; para conocer bien una cosa es preciso ver todo, profundizar en todo, comparar todas las opiniones, oír los pros y los contras, escuchar todas las objeciones y finalmente aceptar sólo lo que la más severa lógica puede admitir. Es lo que incesantemente nos recomiendan los Espíritus que nos dirigen, y es por esto que la Sociedad ha tomado el nombre de Sociedad de Estudios, nombre que implica la idea de examen y de investigaciones. Nos es lícito pensar que si el Sr. Rigolot hubiese seguido este camino, habría reconocido en su teoría puntos en manifiesta contradicción con los hechos. Su alejamiento de los otros espíritas no le permite tener sino comunicaciones de una sola naturaleza, y naturalmente le impide ver aquello que podría esclarecerlo sobre su insuficiencia en resolver todas las cuestiones; es lo que se constata en la mayoría de los médiums que se aislan: están en la condición de aquellos que, sólo oyendo una única campana, no oyen más que un sonido.

Tal es la impresión que la Sociedad tiene con respecto a esta doctrina que le parece incapaz de explicar todos los hechos.

3ª) Se hace mención a una carta del Dr. Morhéry, que da nuevos detalles acerca de la Srta. Godu, dando continuación a sus observaciones sobre las curas obtenidas; referencia a otra carta del Dr. de Grand-Boulogne, sobre el papel de los Espíritus golpeadores. Dada su extensión, su lectura ha sido dejada para la próxima sesión.

4ª) El Sr. Allan Kardec relata un hecho interesante que ha sucedido en su casa, en una sesión particular. A esta sesión asistía el Sr. Rabache, muy buen médium, por el cual se había comunicado espontáneamente Adam Smith en un café de Londres. Al haber sido evocado Adam Smith por intermedio de otra médium –la Sra. de Costel–, él respondió simultáneamente en francés, a través de esta dama, y en inglés, a través del Sr. Rabache; varias respuestas eran de una identidad perfecta, siendo inclusive la traducción literal una de la otra.

5ª) Relato de diversas manifestaciones físicas ocurridas con el Sr. B..., presente en la sesión; entre otros hechos, tuvo lugar el del aporte de un tapón arrojado en un cuarto, y el de un frasco de agua fluidificada que tenía un aroma tan fuerte que impregnó todo el departamento.

Estudios – 1º) Evocación del musulmán Séih-ben-Moloka, fallecido en Túnez a la edad de 110 años, cuya vida entera ha sido marcada por actos de beneficencia y de generosidad. Sus respuestas revelan un Espíritu elevado, aunque, cuando encarnado, no estuviera exento de los prejuicios de secta.

2º) Dos dictados espontáneos son obtenidos: el primero por el Sr. Didier, acerca de la Conciencia, firmado por Lamennais; el segundo por la Sra. Lubr..., sobre consejos diversos, firmado por Paul.

Viernes 3 de agosto de 1860 (Sesión particular)

Reunión de la Comisión.

Lectura del acta y de los trabajos de la sesión del 27 de julio.

Lectura de una carta del Sr. Darcol, en la que propone a la Sociedad hacer una suscripción para los cristianos de Siria. Basa su propuesta en los principios de humanidad, de caridad y de tolerancia que son la propia esencia del Espiritismo y que deben guiar a la Sociedad.

Al haber examinado la propuesta y haciendo justicia a las buenas intenciones del Sr. D..., la Comisión piensa que la Sociedad debe abstenerse de toda manifestación extraña al objeto de sus estudios, y que a cada socio debe dejar libre para actuar individualmente.

La Sociedad no ve en esta actitud nada que pueda ser visto con malos ojos; muy por el contrario. Pero considerando la ausencia de la mayoría de los miembros que está de vacaciones, la misma pospone el examen de la propuesta a su regreso.

De acuerdo con el parecer de la Comisión, la Sociedad decide entrar en vacaciones durante el mes de septiembre.

Comunicaciones diversas – 1ª) Carta del Dr. Morhéry.

2ª) Carta del Sr. Indermuhle, miembro de la Sociedad, que habla de la buena aceptación de las ideas espíritas que se verifica entre las personas de la clase rural. Cita al respecto un opúsculo alemán, intitulado: Die Ewigkeit kein geheimniss mehr (No hay más secretos sobre la eternidad) y que se propone a enviar a la Sociedad.

3ª) Carta del Dr. de Grand-Boulogne sobre las manifestaciones físicas como medio de convicción. Él piensa que sería una equivocación considerar a todos los Espíritus golpeadores como siendo de un orden inferior, ya que él mismo ha obtenido comunicaciones de un orden muy elevado a través de golpes.

El Sr. Allan Kardec responde que la tiptología es un medio de comunicación como cualquier otro, del cual pueden servirse los Espíritus más elevados cuando no disponen de otro más rápido. No todos los Espíritus que se comunican por medio de golpes son Espíritus golpeadores, e incluso la mayoría de ellos repudia tal calificación, que sólo conviene a aquellos que se podría llamar golpeadores de profesión. Repugna al buen sentido creer que Espíritus superiores vengan a pasar el tiempo divirtiendo a una reunión haciendo proezas. En cuanto a las manifestaciones físicas propiamente dichas, él nunca negó su utilidad, pero persiste en la opinión de que por sí solas son impotentes para llevar a la convicción; además –dice él–, cuanto más extraordinarios son los hechos, más suscitan la incredulidad. Lo que ante todo es necesario comprender es el principio de los fenómenos; para aquel que lo conoce, éstos no tienen nada de sobrenatural y vienen en apoyo de la teoría.

El Sr. de Grand-Boulogne dice que la carta que acaban de leer ya es un poco antigua, y que después sus ideas se modificaron sensiblemente; él comparte completamente la opinión del Sr. Allan Kardec, pues la experiencia le ha demostrado cuán útil es comprender el principio antes de ver. Así, no admite en su casa sino a las personas que ya han tomado conocimiento de la teoría, evitando de ese modo una serie de preguntas triviales y objeciones; reconoce haber hecho más adeptos por este sistema que por la exhibición de hechos que no son comprendidos.

Estudios – 1º) Evocación de James Coyle, alienado, fallecido a la edad de 106 años en el hospital Saint-Patrich, de Dublín, donde se encontraba desde el año 1802. Esta evocación ofrece un interesante tema de estudio sobre el estado del Espíritu en la alienación mental.

2º) Se ha llamado, sin evocación especial, a los Espíritus que han solicitado asistencia. Dos de ellos se presentan espontáneamente: la gran Françoise y el Espíritu de Castelnaudary, que agradecen a los que han orado por ellos.

3º) Un dictado espontáneo es obtenido por el Sr. D...; ha sido firmado por la Hermana Jeanne, una de las víctimas de las matanzas de Siria.

Viernes 10 de agosto de 1860 (Sesión general)

Reunión de la Comisión.

Lectura del acta y de los trabajos de la última sesión.

El Sr. Allan Kardec anuncia que una señora, miembro de la Sociedad, le ha entregado 10 francos como suscripción en beneficio de los cristianos de Siria o para cualquier otra obra caritativa, en la cual considere un deber aplicarlos.

Comunicaciones diversas – 1ª) Carta del Sr. Jobard, de Bruselas, sobre Thilorier, del cual ha sido amigo, y que ha sido evocado el 15 de junio de 1860. Da interesantes detalles sobre su descubrimiento, su vida y sus hábitos, y rectifica varias aseveraciones contenidas en la noticia publicada al respecto en el diario La Patrie. Entre otras particularidades cuenta cómo le fue restablecida la audición por medio del magnetismo. (Publicada más adelante.)

2ª) El Sr. B..., oyente del extranjero, narra varios hechos de manifestaciones físicas espontáneas, ocurridas con uno de sus amigos. Como esa persona no ha podido venir a la sesión, posteriormente ella misma los ha de relatar con más detalles.

Estudios – 1º) Cuestiones diversas y problemas morales dirigidos a san Luis sobre la muerte de Jean Luizerolle, que ha sustituido a su hijo, condenado a muerte en 1793, y que se ha sacrificado para salvarle la vida.

2º) Evocación de Alfred de Marignac, que ha dado al Sr. Darcol una comunicación suya sobre La escasez, con el nombre de Bossuet.

3º) Evocación de Bossuet sobre este tema y acerca de otras diversas cuestiones. Él termina con una disertación espontánea sobre el peligro de las querellas religiosas.

4º) Evocación de la Hermana Jeanne, víctima de las matanzas de Siria, que había venido espontáneamente en la última sesión y que había pedido para ser llamada nuevamente.

5º) Se ha llamado a uno de los Espíritus sufrientes que solicitaban asistencia. Un nuevo Espíritu se presenta bajo el nombre de Fortuné Privat, y da detalles sobre su situación y acerca de las penas que padece. Esta comunicación da lugar a varias explicaciones interesantes sobre el estado de los Espíritu infelices.

6º) Dictado espontáneo, intitulado La nada de la vida, firmado por Sophie de Swetchine, y obtenido por la Srta. Huet.

Viernes 17 de agosto de 1860 (Sesión particular)

Reunión de la Comisión.

Lectura del acta y de los trabajos de la sesión del 10 de agosto.

De acuerdo con el parecer de la Comisión, y después de informe verbal, la Sociedad admite como socio libre al Sr. Jules R..., de Bruselas, residente en París.

Comunicaciones diversas – 1ª) En una carta de la condesa D..., de Milán, escrita al Sr. Allan Kardec, se encuentra el siguiente pasaje: «Al hojear últimamente viejas revistas de París, he encontrado una historieta de un encantador escritor, Charles Nodier, que lleva por título: Lidia o la Resurrección. Me encontré en plena Revista Espírita; es una intuición de El Libro de los Espíritus, aunque aquella historieta haya sido escrita en 1839. ¿Era Nodier un creyente? ¿Ya se hablaba de Espiritismo en aquella época? Si yo pudiese, me gustaría mucho evocarlo; era un corazón puro y un alma amorosa. Vos que podéis tanto, evocadlo, os lo ruego. Si cuando estaba encarnado su moral era tan dulce y suave, ¡qué no será ahora que su Espíritu está totalmente desprendido de la materia!»

Hace mucho tiempo que la Sociedad desea llamar a Charles Nodier; lo hará en la presente sesión.

2ª) Lectura de dos disertaciones obtenidas por el Dr. de Grand-Boulogne, firmadas por Zenón; la primera, con respecto a la duda que había sido manifestada sobre la identidad de Bossuet en la sesión anterior; la segunda, acerca de La reencarnación, cuya necesidad el Espíritu demuestra desde el punto de vista moral, y su concordancia con las ideas religiosas.

3ª) Lectura de dos comunicaciones recibidas por la Sra. de Costel y firmadas por Georges; la primera, sobre el Progreso de los Espíritus; la segunda, sobre El despertar del Espíritu.

4ª) Lectura de la evocación de Luis XIV, hecha por la Srta. Huet, y de un dictado espontáneo, obtenido por la misma, sobre sacar Provecho de los consejos dados por los Espíritus, firmado por Marie, Espíritu familiar.

Estudios – 1º) El Sr. Ledoyen recuerda que san Luis había
comenzado hace un tiempo una serie de disertaciones acerca de los pecados capitales. Pregunta si él gustaría continuar ese trabajo.

San Luis responde que lo hará de buen grado, y que la próxima vez hablará sobre la Envidia, pues que la hora está muy avanzada para comenzar en esa misma noche.

2º) Se pregunta a san Luis si, en la próxima sesión, se podrá llamar nuevamente a la reina de Oudh, ya evocada en enero de 1858, a fin de juzgar el progreso que ella ha podido realizar. Él respondió: «Sería caritativo si la evocaseis, hablándole amigablemente e instruyéndola un poco al mismo tiempo, porque aún está muy atrasada.»

3º) Evocación de Charles Nodier. Después de haber respondido con una extrema benevolencia a las preguntas que le han sido dirigidas, promete comenzar un trabajo en la próxima sesión.

4º) Dictado espontáneo obtenido por el Sr. Didier sobre La hipocresía, firmado por Lamennais. Este Espíritu responde después varias preguntas acerca de su situación y sobre el carácter que se refleja en sus comunicaciones.

Viernes 24 de agosto de 1860 (Sesión general)

Reunión de la Comisión.

Lectura del acta y de los trabajos de la última sesión.

El Presidente da lectura a la siguiente instrucción, concerniente a las personas extrañas a la Sociedad, a fin de que estén precavidas contra las ideas falsas que podrían formarse sobre el objeto de sus trabajos.

«Creemos un deber recordar a las personas extrañas a la Sociedad y que no estén al corriente de nuestros trabajos, que no hacemos ninguna experiencia y que ellas se equivocarían si pensasen encontrar aquí asuntos para sus distracciones. Nosotros seriamente nos ocupamos de cosas muy serias, pero poco interesantes y poco inteligibles para el que sea extraño a la ciencia espírita. Como la presencia de esas personas sería inútil para sí mismas, y podría ser una causa de perturbación para nosotros, nos rehusamos a admitir las que al menos no posean los primeros elementos, y sobre todo las que no sean simpáticas a Ella. Ante todo somos una Sociedad científica de estudios, y no una Sociedad de enseñanza; nunca convocamos al público, porque sabemos por experiencia que la convicción sólo se forma a través de una larga serie de observaciones, y no por haber asistido a algunas sesiones que no presentan ninguna secuencia metódica. He aquí por qué no hacemos demostraciones, que cada vez serían retomadas y que detendrían la continuidad de nuestros trabajos. Si a pesar de esto, aquí se encontrasen personas que han sido atraídas solamente por la curiosidad, o que no compartieran nuestra manera para ver, les pediríamos que recuerden que no las hemos invitado, y que esperamos de su decencia el respeto por nuestras convicciones, así como respetamos las suyas. No solicitamos de su parte sino silencio y recogimiento. Al ser el recogimiento una de las más expresas recomendaciones de los Espíritus que consienten comunicarse con nosotros, pedimos con insistencia a las personas presentes que se abstengan de cualquier conversación particular.»

La Comisión ha decidido que, aunque haya un 5º viernes el 31 de este mes, la sesión de hoy será la última antes de las vacaciones, y que la próxima sesión tendrá lugar el primer viernes de octubre.

La Comisión ha tomado conocimiento de una carta con pedido de admisión como socio libre, del Sr. B..., de París; pero considerando que la sesión de este día es general, se pospone el examen de la misma para después de las vacaciones.

Comunicaciones diversas – 1ª) Lectura de la evocación hecha en particular por el Sr. Jules Rob..., del Padre Leroy, muerto recientemente en Beirut. Esta evocación es notable por la elevación de los pensamientos del Espíritu, que no desmiente en nada el bello carácter del que ha dado pruebas cuando encarnado, y que es el de un verdadero cristiano. Él expresa el deseo de ser evocado en la Sociedad.

2ª) Lectura de un dictado espontáneo obtenido por el Sr. Darcol, intitulado: A los médiums, y firmado por Sales. Esta comunicación no ha podido ser leída en la última sesión porque no había sido analizada previamente, tal como lo indica el reglamento, que prescribe imperiosamente esta formalidad.

3ª) Otro dictado espontáneo, recibido por la Sra. de B... sobre La caridad moral, firmado por la Hermana Rosalía.

4ª) Otros dos dictados espontáneos obtenidos por la Sra. de Costel: uno sobre Las diferentes categorías de Espíritus errantes, y el otro acerca de Los castigos, firmados por Georges. Estas dos comunicaciones pueden ser clasificadas entre las más notables por la sublimidad de los pensamientos, la verdad de los cuadros y la elocuencia del estilo. (Serán publicadas, así como las otras comunicaciones importantes.)

El Presidente hace observar que la Sociedad está necesariamente limitada por el tiempo, pero que todo lo que sus miembros reciben en particular, y que consientan traer a Ella, debe ser considerado como un complemento de sus trabajos. Por lo tanto, no debe encararse como sólo siendo parte de la misma lo que se obtenga en sus sesiones, sino también todo lo que venga de afuera y que pueda servir a su instrucción. Ella es el centro hacia donde convergen los estudios particulares para el bien de todos; la Sociedad los examina, los comenta y los aprovecha si son procedentes. Para los médiums, es un medio de control que, al esclarecerlos acerca de la naturaleza de las comunicaciones que reciben, puede preservarlos de más de un engaño. Además, los Espíritus prefieren a menudo comunicarse en la intimidad, donde hay necesariamente más recogimiento que en las reuniones numerosas, a través de los instrumentos de su elección, en los momentos que les son convenientes y en las circunstancias que no siempre pueden apreciarse. Al reunir esas comunicaciones, cada uno aprovecha todas las ventajas que las mismas pueden ofrecer.

Estudios 1º) Pregunta dirigida a san Luis sobre el Espíritu Georges. Cuando encarnado, éste había sido artista pintor y el profesor de dibujo de la persona que le sirve de médium; su existencia no ha ofrecido ninguna particularidad saliente, a no ser que siempre ha sido bueno y benevolente. Como Espíritu, sus comunicaciones tienen un sello de tal superioridad que se ha deseado saber la clase que él ocupa en el mundo de los Espíritus. San Luis responde:

«Él ha sido un Espíritu justo en la Tierra; toda su grandeza consiste en la bondad, en la caridad y en la fe en Dios que profesaba; así, hoy, se encuentra ubicado entre los Espíritus superiores.»

2º) Evocación de Charles Nodier, por la Srta. Huet. Él comienza el trabajo que ha prometido en la última sesión.

3º) Evocación del Padre Leroy. Como él había dejado libre la elección del médium, hemos preferido no emplear aquel intermediario del cual dicho Espíritu se sirvió la primera vez, a fin de alejar cualquier influencia y poder juzgar mejor la identidad por sus respuestas. Las mismas están en todos los puntos de conformidad con los sentimientos anteriormente expresados y dignos de un Espíritu elevado. Él termina con consejos de la más alta sabiduría, en los cuales se revelan al mismo tiempo la humildad del cristiano, la tolerancia de la caridad evangélica y la superioridad de la inteligencia.

4º) Evocación de la reina de Oudh, ya evocada en enero de 1858 (ver la Revista de marzo de 1858). Médium: Sr. Jules Rob... Se notó en ella una leve disposición de mejorarse, pero, en el fondo, su carácter ha sufrido poco cambio.

Nota Entre los asistentes se encontraba una dama que durante mucho tiempo vivió en la India y la conoció personalmente. Dice que todas las respuestas de ella están perfectamente de acuerdo con su carácter y que es imposible no reconocer en las mismas una prueba de identidad.

5º) Son obtenidos tres dictados espontáneos: el primero por la Srta. Huet acerca de la Envidia, firmado por san Luis; el segundo por el Sr. Didier sobre El pecado original, firmado por Ronsard; el tercero por la Srta. Stéphanie, firmado por Gustave Lenormand.

Durante estas últimas comunicaciones, la Srta. L. J..., médium dibujante, obtuvo dos conjuntos de figuras, firmados por Giulio Romano.

Después de algunos bellos pensamientos escritos por un Espíritu que no los firma, otro Espíritu, que ya se ha manifestado a través de la Srta. L. J..., interfiere quebrando los lápices y haciendo trazos que denotan un sentimiento de cólera. Al mismo tiempo se comunica por el Sr. Jules Rob..., y responde lacónicamente y con altivez a las preguntas que le son dirigidas.

Es el Espíritu de un soberano extranjero, conocido por la violencia de su carácter. Invitado a firmar su nombre, él lo hace de dos maneras. Uno de los asistentes, vinculado al gobierno de su país y cuyas funciones lo ponían en contacto frecuente con el hecho de ver su firma, reconoce una de las mismas, escrita en documentos oficiales, y la otra en cartas particulares.

Al ser levantada la sesión general, los Sres. miembros de la Sociedad son invitados a permanecer algunos momentos para una comunicación.

El Sr. Sansón, en un pequeño y caluroso discurso, expresa el reconocimiento que él debe al Espíritu san Luis por su intervención en la cura instantánea de un mal en la pierna, que había resistido a todos los tratamientos y que debería llevar a la amputación. El Sr. Sansón dice que ha sido gracias al conocimiento del Espiritismo que debe su cura verdaderamente milagrosa, por la confianza que ha adquirido en la bondad y en el poder de Dios, con lo que antes muy poco se preocupaba. Y como debe a la Sociedad su inicio en las verdades que el Espiritismo enseña, él la incluye en sus agradecimientos. Desde entonces, a cada año ofrece al Espíritu san Luis, en el día que le ha sido consagrado, un ramo de flores en memoria de la consideración de que fue objeto, y es dicho homenaje que él renueva hoy, 24 de agosto, víspera del día de san Luis.

La Sociedad se asocia a los testimonios de gratitud del Sr. Sanson; Ella agradece a san Luis la benevolencia de la cual ha sido objeto de su parte, y le solicita que tenga a bien continuar dándole su protección. San Luis responde:

«Estoy feliz, triplemente feliz, amados hermanos míos, por lo que veo y escucho esta noche; vuestra emoción y vuestro reconocimiento son aún el mejor homenaje que podéis dirigirme. ¡Que el Dios de bondad os conserve en estos buenos y piadosos sentimientos! Continuaré velando por una Sociedad unida por los sentimientos de caridad y de verdadera fraternidad».

LUIS

Lo Maravilloso y lo Sobrenatural

Si la creencia en los Espíritus y en sus manifestaciones fuese una concepción aislada, producto de un sistema, podría, con aparente razón, ser atribuida a una ilusión; que nos digan entonces por qué se la encuentra tan viva entre todos los pueblos, antiguos y modernos, y en los libros sagrados de todas las religiones conocidas. Algunos críticos dicen que eso se debe a que en todas las épocas el hombre ha sido aficionado a lo maravilloso. –Pero ¿qué es para vosotros lo maravilloso? –«Lo que es sobrenatural». –¿Qué entendéis por sobrenatural? –«Lo que es contrario a las leyes de la Naturaleza». –¿Conocéis, pues, tan perfectamente esas leyes que os es posible poner un límite al poder de Dios? ¡Pues bien! Entonces probad que la existencia de los Espíritus y de sus manifestaciones es contraria a las leyes de la Naturaleza; que no es ni puede ser una de esas leyes. Estudiad la Doctrina Espírita y veréis que se eslabona con todos los caracteres de una admirable ley. El pensamiento es uno de los atributos del Espíritu; la posibilidad que éste tiene de actuar sobre la materia, de impresionar nuestros sentidos y, por consecuencia, de transmitirnos su pensamiento proviene –si así podemos expresarnos– de su constitución fisiológica: por lo tanto, en este hecho no hay nada de sobrenatural ni de maravilloso.

Entretanto –dirán–, vosotros admitís que un Espíritu pueda levantar una mesa y mantenerla suspendida en el espacio sin un punto de apoyo; ¿no es esto una derogación de la ley de gravedad? –De la ley conocida, sí; pero la Naturaleza ¿ha dicho su última palabra? Antes de que se hicieran experimentos con la fuerza ascensional de ciertos gases, ¿quién hubiera dicho que una máquina pesada, cargada con varias personas, podría vencer la fuerza de atracción? A los ojos del vulgo, ¿esto no le parecería algo maravilloso o diabólico? Aquel que un siglo atrás se hubiera propuesto a transmitir un telegrama a 500 leguas de distancia, y a recibir la respuesta en algunos minutos, habría sido tenido por loco. Si lo hubiese conseguido, todos habrían creído que el diablo estaba a sus órdenes, porque por entonces sólo el diablo era considerado capaz de andar tan de prisa. ¿Por qué, pues, un fluido desconocido no podría tener, en determinadas circunstancias, la propiedad de contrabalancear el efecto de la gravedad, así como el hidrógeno contrabalancea el peso del globo aerostático? De paso, observemos que esta es una comparación y no una equiparación, y únicamente la hacemos para mostrar, por analogía, que el hecho no es físicamente imposible. Ahora bien, al observar esa especie de fenómenos, los científicos se equivocaron justamente cuando quisieron proceder en términos de equiparación. Además, el hecho está ahí, y no hay negación alguna que pueda hacer que él deje de existir, porque negar no es probar. Para nosotros, no hay nada de sobrenatural: es todo lo que podemos decir por el momento.

Si el hecho está comprobado –dirán–, lo aceptamos; incluso aceptamos la causa que acabáis de señalar: la de un fluido desconocido. Pero ¿quién prueba la intervención de los Espíritus? He aquí lo maravilloso, lo sobrenatural.

En este caso haría falta una demostración completa, que no es posible hacer aquí y que, por otra parte, sería una repetición, porque resalta de todas las otras partes de la enseñanza. Sin embargo, para resumirla en pocas palabras, diremos que, desde el punto de vista teórico, la intervención de los Espíritus se basa en el siguiente principio: todo efecto inteligente debe tener una causa inteligente; y desde el punto de vista práctico, se basa en la observación de que los fenómenos llamados espíritas, al haber dado pruebas de inteligencia, debían tener una causa inteligente más allá de la materia. Más aún, que esa inteligencia, al no ser la de los asistentes –cosa que la experiencia ha demostrado–, debía ser ajena a ellos; puesto que no se veía al ser en acción, debía tratarse por lo tanto de un ser invisible. Así, de observación en observación, se llegó a reconocer que este ser invisible, al que se ha dado el nombre de Espíritu, no es otro sino el alma de los que han vivido corporalmente, a quienes la muerte ha despojado de su grosera envoltura visible, dejándoles una envoltura etérea, que en su estado normal es invisible. Por lo tanto, he aquí lo maravilloso y lo sobrenatural reducidos a su más simple expresión. Una vez comprobada la existencia de seres invisibles, su acción sobre la materia resulta de la naturaleza de su envoltura fluídica; esta acción es inteligente, porque al morir sólo perdieron su cuerpo, pero han conservado la inteligencia, que es su esencia: ahí se encuentra la clave de todos esos fenómenos que erróneamente son considerados sobrenaturales. Por lo tanto, la existencia de los Espíritus no es, de manera alguna, un sistema preconcebido, una hipótesis imaginada para explicar los hechos; es el resultado de observaciones y la consecuencia natural de la existencia del alma; negar esta causa, es negar el alma y sus atributos. Los que crean que pueden hallar una solución más racional para esos efectos inteligentes, sobre todo teniendo en cuenta la razón de todos los hechos, tengan la bondad de hacerlo, y entonces podremos discutir el mérito de cada opinión.

Los que consideran que la materia es el único poder de la Naturaleza piensan que todo lo que no puede ser explicado mediante las leyes de la materia es maravilloso o sobrenatural; ahora bien, maravilloso es sinónimo de superstición. Si fuese así, la religión, que está basada en la existencia de un principio inmaterial, constituiría una serie de supersticiones; no se atreven a manifestarlo en voz alta, pero lo dicen por lo bajo, y creen que salvan las apariencias al conceder que hace falta una religión para el pueblo y para que los niños se porten bien. Una de dos: el principio religioso es verdadero, o es falso. Si es verdadero, lo es para todo el mundo. Si es falso, no es mejor para los ignorantes que para las personas ilustradas.

Por lo tanto, los que atacan al Espiritismo en nombre de lo maravilloso se apoyan, por lo general, en el principio materialista, ya que al negar todo efecto extramaterial niegan, por eso mismo, la existencia del alma; sondead el fondo de su pensamiento, examinad bien el sentido de sus palabras y veréis casi siempre ese principio, si no categóricamente formulado, al menos cubierto bajo las apariencias de una pretendida filosofía racional. Si abordáis decididamente la cuestión al preguntarles si creen que tienen un alma, tal vez no se atrevan a decir que no, pero responderán que nada saben al respecto o que no están seguros. Al atribuir a lo maravilloso todo lo derivado de la existencia del alma, son, pues, consecuentes consigo mismos; al no admitir la causa, no pueden admitir sus efectos. De ahí que sustenten una opinión preconcebida, que los vuelve incompetentes para juzgar sanamente al Espiritismo, porque parten del principio de la negación de todo lo que no sea material. En cuanto a nosotros, el hecho de que admitamos los efectos que son la consecuencia de la existencia del alma, ¿implica que aceptemos todos los hechos calificados de maravillosos, que seamos los paladines de todos los soñadores, los adeptos de todas las utopías y de todas las excentricidades sistemáticas? Pensar de ese modo sería conocer muy poco al Espiritismo; pero nuestros adversarios no lo tienen en cuenta: la necesidad de conocer aquello que hablan es la menor de sus preocupaciones. Según ellos, lo maravilloso es absurdo; ahora bien, como piensan que el Espiritismo se apoya en hechos maravillosos, llegan a la conclusión de que el Espiritismo es absurdo: esto es para ellos un juicio inapelable. Creen que oponen un argumento sin réplica porque, después de haber realizado eruditas investigaciones acerca de los Convulsionarios de Saint-Médard, de los Camisardos de las Cevenas o de las religiosas de Loudun, han llegado a descubrir hechos patentes de superchería, que nadie refuta; pero esas historias ¿son el Evangelio del Espiritismo? ¿Sus adeptos han negado que el charlatanismo haya explotado ciertos hechos en su propio beneficio, que la imaginación los haya creído y que el fanatismo los haya exagerado? El Espiritismo no se solidariza con las extravagancias que se cometen en su nombre, así como la verdadera Ciencia no es solidaria con los abusos de la ignorancia, ni la verdadera religión para con los excesos del fanatismo. Muchos críticos sólo juzgan al Espiritismo a partir de los cuentos de hadas y de las leyendas populares que constituyen sus ficciones; es como si se quisiera juzgar la Historia sobre la base de las novelas históricas o del género trágico.

Por lógica elemental, para discutirse una cosa es preciso conocerla, porque la opinión de un crítico sólo tiene valor cuando éste habla con perfecto conocimiento de causa. Únicamente entonces su opinión –aunque sea errónea– puede ser tomada en cuenta. Pero ¿qué peso podrá tener la misma cuando se refiere a un asunto que él ignora? El verdadero crítico debe dar pruebas, no sólo de erudición, sino de un saber profundo para con el objeto en examen, así como de un sano juicio y de una imparcialidad a toda prueba, pues de lo contrario el primer músico ambulante que llegase podría arrogarse el derecho de juzgar a Rossini, y un pintor sin talento el de censurar a Rafael.

Por lo tanto, el Espiritismo no acepta, de forma alguna, todos los hechos considerados maravillosos o sobrenaturales; lejos de eso, Él demuestra la imposibilidad de gran número de ellos y lo ridículo de ciertas creencias que –hablando con propiedad– constituyen lo que se denomina supersticiones. Ciertamente que, en lo que admite, hay cosas que para los incrédulos pertenecen a lo puramente maravilloso o, dicho de otro modo, a la superstición; es posible. Pero discutid tan sólo estos puntos, porque sobre los otros no hay nada que decir y estáis predicando en vano. Pero –nos preguntarán–, ¿hasta dónde llega la creencia del Espiritismo? Leed, observad y lo sabréis. Toda Ciencia se adquiere solamente con tiempo y estudio; ahora bien, el Espiritismo, que toca las más graves cuestiones de la filosofía y todas las ramas del orden social, que abarca a la vez al hombre físico y al hombre moral, constituye de por sí toda una ciencia, toda una filosofía que no pueden ser aprendidas en unas pocas horas, como tampoco lo permite ninguna otra Ciencia; sería tan pueril ver todo el Espiritismo en una mesa giratoria, como ver toda la Física en ciertos juegos para niños. El que no quiera detenerse en la superficie, no son horas, sino meses y años que son necesarios para sondear todos sus arcanos. ¡Que por esto se deduzca el grado de saber y el valor de la opinión de aquellos que se arrogan el derecho de juzgar, porque han visto una o dos experiencias, casi siempre a modo de distracción y pasatiempo! Sin duda, ellos dirán que no disponen de tiempo necesario para esos estudios: es posible, ya que nada los obliga a ello; pero entonces, quien no tiene tiempo para aprender una materia, debe abstenerse de hablar sobre ella, y menos todavía emitir un juicio a su respecto, si no quiere ser acusado de ligereza. Ahora bien, cuanto más elevada sea la posición que se ocupe en la Ciencia, tanto menos excusable será tratar superficialmente un tema que no se conoce. Resumimos lo expuesto en las siguientes proposiciones:

1ª) Todos los fenómenos espíritas tienen por principio la existencia del alma, su supervivencia al cuerpo, y sus manifestaciones;

2ª) Con base en una ley de la Naturaleza, esos fenómenos nada tienen de maravilloso ni de sobrenatural, en el sentido vulgar de estas palabras;

3ª) Muchos de los hechos son considerados sobrenaturales porque no se conoce su causa. Al atribuirles una causa, el Espiritismo los hace entrar en el dominio de los fenómenos naturales;

4ª) Entre los hechos calificados de sobrenaturales, hay muchos cuya imposibilidad el Espiritismo demuestra, y los incluye en la categoría de las creencias supersticiosas;

5ª) Aunque el Espiritismo reconoce un fondo de verdad en muchas de las creencias populares, no acepta de modo alguno las historias fantásticas creadas por la imaginación;

6ª) Juzgar al Espiritismo por los hechos que no admite es dar prueba de ignorancia y es emitir una opinión sin valor;

7ª) La explicación de los hechos que el Espiritismo admite, así como la de sus causas y sus consecuencias morales, constituyen una verdadera ciencia que requiere un estudio serio, perseverante y profundo;

8ª) El Espiritismo sólo puede considerar como crítico serio a aquel que todo lo haya visto y que todo lo haya estudiado con la paciencia y la perseverancia de un observador concienzudo; que sepa sobre ese asunto tanto como el más esclarecido adepto; que, por consecuencia, no haya obtenido sus conocimientos en las novelas científicas; aquel a quien no se podría oponer ningún hecho que desconozca, ni argumento alguno que no haya meditado; el que refute, no por negaciones, sino con otros argumentos más perentorios; en fin, que pueda atribuir una causa más lógica a los hechos comprobados. Este crítico está aún por aparecer.

No es preciso decir que los que denigran lo maravilloso relegan –con más fuerte razón– los milagros a la categoría de quimeras de la imaginación. Algunas palabras al respecto, aunque extraídas de un artículo anterior, encuentran aquí su lugar natural, y no será inútil recordarlas.

En su acepción primitiva, y por su etimología, la palabra milagro significa cosa extraordinaria, cosa admirable de ver; pero esta palabra, como tantas otras, se ha alejado de su sentido original, y hoy se dice (según la Academia) de un acto del poder divino, contrario a las leyes comunes de la Naturaleza. En efecto, tal es su acepción usual, y sólo por comparación y por metáfora es que se aplica a las cosas vulgares que nos sorprenden y cuya razón es desconocida. De manera alguna tenemos el propósito de examinar si Dios ha juzgado útil, en ciertas circunstancias, derogar las leyes establecidas por Él mismo: nuestro objetivo es únicamente demostrar que los fenómenos espíritas, por más extraordinarios que sean, de ningún modo derogan esas leyes, ni tienen un carácter milagroso, como tampoco son maravillosos o sobrenaturales. El milagro no se explica; los fenómenos espíritas, al contrario, se explican de la manera más racional. Por lo tanto, no son milagros, sino simples efectos que tienen su razón de ser en las leyes generales. El milagro tiene aún otro carácter: el de ser insólito y aislado. Ahora bien, desde el momento en que un hecho se reproduce –por así decirlo– a voluntad y por diversas personas, no puede ser un milagro.

A los ojos de los ignorantes, la Ciencia hace milagros todos los días: he aquí por qué aquellos que en otros tiempos sabían más que el vulgo eran considerados hechiceros; y como se creía que toda Ciencia sobrehumana venía del diablo, ellos eran quemados. Hoy, que se está mucho más civilizado, se contenta con mandarlos a los manicomios.

Si un hombre realmente muerto fuere llamado a la vida por una intervención divina, eso sería un verdadero milagro, porque es un hecho contrario a las leyes de la Naturaleza. Pero si este hombre solamente tuviere las apariencias de la muerte, si todavía hay en él un resto de vitalidad latente, y la Ciencia o una acción magnética consigue reanimarlo, para las personas esclarecidas habrá sucedido un simple fenómeno natural, pero a los ojos del vulgo ignorante, el hecho será considerado milagroso. Si en medio de un campo un físico arroja al aire un barrilete con punta metálica, haciendo conque un rayo caiga sobre un árbol, ese nuevo Prometeo será ciertamente considerado como dotado de un poder diabólico. Pero si Josué detuviera el movimiento del Sol, o más bien el de la Tierra, ahí sí que tendríamos un verdadero milagro, porque no conocemos a ningún magnetizador que esté dotado de un poder tan grande como para realizar semejante prodigio. De todos los fenómenos espíritas, uno de los más extraordinarios es, indiscutiblemente, el de la escritura directa, y uno de los que demuestran de la manera más patente la acción de las inteligencias ocultas; pero por el hecho del fenómeno ser producido por seres ocultos, no es más milagroso que todos los otros fenómenos que son debidos a agentes invisibles, porque esos seres ocultos que pueblan los espacios son una de las fuerzas de la Naturaleza, fuerza cuya acción es incesante sobre el mundo material, así como sobre el mundo moral.

El Espiritismo, al esclarecernos sobre esta fuerza, nos da la clave de una multitud de cosas inexplicadas e inexplicables por cualquier otro medio, y que en tiempos remotos han sido considerados prodigios; del mismo modo que el Magnetismo, el Espiritismo revela una ley, que si no es desconocida, por lo menos es mal comprendida; o, dicho de otra manera, se conocían los efectos –porque se producían en todos los tiempos–, pero no se conocía la ley, y ha sido la ignorancia de esta ley que ha engendrado la superstición. Al ser conocida esta ley, lo maravilloso cesa y los fenómenos entran en el orden de las cosas naturales. He aquí por qué los espíritas no producen milagros cuando hacen girar una mesa o cuando los muertos escriben, de la misma forma que el médico no lo hace cuando revive a un moribundo, o el físico cuando hace caer un rayo. Aquel que pretendiese, con la ayuda de esta ciencia, hacer milagros, sería un ignorante de la cuestión o un embaucador.

Los fenómenos espíritas, así como los fenómenos magnéticos, antes que se conociera su causa, han sido considerados prodigios; ahora bien, al igual que los escépticos, los engreídos, es decir, aquellos que –según ellos– tienen el privilegio exclusivo de la razón y del buen sentido, no creen que una cosa sea posible si no la comprenden, y es por eso que todos los hechos considerados como prodigiosos son objeto de sus escarnios; como la religión contiene un gran número de hechos de ese género, no creen en la religión. De ahí a la incredulidad absoluta hay sólo un paso. Al explicar la mayoría de esos hechos, el Espiritismo les da una razón de ser; por lo tanto, Él viene en ayuda de la religión, al demostrar la posibilidad de ciertos hechos que, por no tener más carácter milagroso, no por esto son menos extraordinarios, y Dios no es menor ni menos poderoso por no haber derogado sus leyes. ¿De cuántas burlas no fueron objeto las levitaciones de san Cupertino? Ahora bien, la suspensión etérea de los cuerpos pesados es un hecho demostrado y explicado por el Espiritismo; nosotros mismo hemos sido personalmente testigo ocular de esto, y el Sr. Home, así como otras personas de nuestro conocimiento, han repetido en varias ocasiones el fenómeno producido por san Cupertino. Por lo tanto, ese fenómeno entra en el orden de las cosas naturales.

Al número de los hechos de este género, es preciso colocar en primera línea las apariciones, por ser las más frecuentes. La aparición de La Salette, que incluso divide al propio clero, nada tiene de insólita para nosotros. Ciertamente no podemos afirmar que el hecho ha tenido lugar, porque no tenemos la prueba material del mismo; pero, para nosotros, él es posible, teniendo en cuenta que millares de hechos análogos recientes son de nuestro conocimiento; creemos en ellos no sólo porque su realidad ha sido constatada por nosotros, sino sobre todo porque comprendemos perfectamente la manera por la cual se producen. Téngase a bien remitirse a la teoría que hemos dado sobre las apariciones, y se verá que este fenómeno se vuelve tan simple y tan plausible como una multitud de fenómenos físicos que solamente son considerados prodigiosos hasta que se les encuentre la clave. En cuanto al personaje que se ha presentado en La Salette, esta es otra cuestión: de modo alguno su identidad está demostrada; constatamos solamente que una aparición puede haber tenido lugar; lo restante no es de nuestra competencia; por lo tanto, que cada uno guarde sus convicciones al respecto, pues el Espiritismo no tiene que ocuparse con eso; nosotros sólo decimos que los hechos producidos por el Espiritismo nos revelan leyes nuevas y nos dan la clave de una multitud de cosas que parecían sobrenaturales. Si algunos de los que eran considerados milagrosos encuentran en la Doctrina Espírita una explicación lógica, es un motivo para no apresurarse más en negar lo que no se comprende.

Los hechos del Espiritismo son discutidos por ciertas personas, precisamente porque los mismos parecen salir de la ley común y porque no se los entiende. Dadles una base racional, y la duda cesará. Por lo tanto, la explicación, en este siglo en que no se contentan sólo con las palabras, es un poderoso motivo de convicción; también vemos todos los días a personas que no han sido testigos de ningún hecho, que no han visto una mesa girar ni un médium escribir, y que se hallan tan convencidas como nosotros, únicamente porque ellas han leído y comprendido. Si uno debiese creer solamente en lo que ha visto con sus ojos, nuestras convicciones se reducirían a muy poca cosa.


Historia de lo Maravilloso y de lo Sobrenatural

Por Louis Figuier

(Primer artículo)

Sucede un poco con la palabra maravilloso lo que ocurre con la palabra alma; tiene un sentido elástico que puede dar lugar a diversas interpretaciones, y es por eso que hemos creído útil establecer algunos principios generales en el artículo anterior, antes de abordar el examen de la historia dada por el Sr. Figuier. Cuando esta obra apareció, los adversarios del Espiritismo aplaudieron, diciendo que indudablemente íbamos a enfrentar una fuerte resistencia; en su caritativo pensamiento ya nos veían definitivamente muertos: eran los tristes efectos de la ceguera apasionada e irreflexiva, porque si ellos se tomasen el trabajo de observar lo que quieren demoler, verían que el Espiritismo será un día –y bien antes de lo que creen– la salvaguardia de la sociedad, y quizá ellos mismos le deban su salvación, no decimos en el otro mundo –con el cual se preocupan poco–, ¡sino en éste mismo! De modo alguno decimos estas palabras a la ligera; aún no ha llegado el tiempo de desarrollarlas; pero muchos ya nos comprenden.

Volvamos al Sr. Figuier; nosotros mismos habíamos pensado encontrar en él a un adversario verdaderamente serio, aportando finalmente argumentos perentorios que valieran ser refutados con seriedad. Su obra comprende cuatro volúmenes: los dos primeros contienen la exposición de principios en un prefacio y en una introducción; después, un relato de hechos perfectamente conocidos, que a pesar de esto serán leídos con interés, debido a las eruditas investigaciones que los mismos han dado lugar por parte del autor; creemos que es el relato más completo que se ha publicado al respecto. Así, el primer volumen es casi enteramente consagrado a la historia de Urbain Grandier y las religiosas de Loudun; después vienen los Convulsionarios de Saint-Médard, la historia de los profetas protestantes, la vara adivinatoria y el magnetismo animal. El cuarto volumen, que acaba de aparecer, trata especialmente de las mesas giratorias y de los Espíritus golpeadores. Más tarde volveremos a este último volumen, limitándonos por ahora a un análisis sumario del conjunto.

La parte crítica de las historias que contienen los dos primeros volúmenes consiste en probar, por testimonios auténticos, que la intriga, las pasiones humanas y el charlatanismo han desempeñado allí un gran papel; que ciertos hechos tienen un sello evidente de prestidigitación; esto nadie lo discute. Nadie ha garantizado jamás la integridad de todos esos hechos; los espíritas, más que ningún otro, deben incluso agradecer al Sr. Figuier por haber reunido las pruebas que evitarán numerosas compilaciones; ellos tienen interés en que el fraude sea desenmascarado, y todos aquellos que lo descubran en los hechos falsamente calificados de fenómenos espíritas les prestarán un servicio. Ahora bien, para prestar semejantes servicios, no hay nada mejor que los enemigos; se ve, pues, que los propios enemigos son buenos para algo; pero en ellos, sin embargo, el deseo de la crítica los arrastra algunas veces demasiado lejos, y en su ardor de descubrir el mal, ellos lo ven frecuentemente donde no está, por no haber examinado la cuestión con bastante atención o imparcialidad, lo que aún es más raro. El verdadero crítico debe evitar ideas preconcebidas y debe despojarse de todo prejuicio, pues de lo contrario juzgará desde su punto de vista, que quizá no siempre sea justo. Pongamos un ejemplo: imaginemos que la historia política de los acontecimientos contemporáneos haya sido escrita con la mayor imparcialidad, es decir, con toda la verdad, y supongamos que esta historia haya sido comentada por dos críticos de opiniones contrarias. Considerándose que todos los hechos son exactos, esto afrontará forzosamente la opinión de uno de los dos; de ahí, habrá dos juicios contradictorios: uno que pondrá la obra en las nubes, y el otro que deseará echarla al fuego. Sin embargo, la obra sólo ha de contener la verdad. Si esto sucede con hechos patentes como los de la Historia, con más fuerte razón cuando se trata del análisis de las doctrinas filosóficas. Ahora bien, el Espiritismo es una doctrina filosófica, y aquellos que sólo lo ven en el hecho de las mesas giratorias, o que lo juzgan por los cuentos absurdos y por el abuso que de éstos se puede hacer, o que lo confunden con los medios de adivinación, prueban que no lo conocen. ¿Está el Sr. Figuier en las condiciones requeridas para juzgarlo con imparcialidad? Es lo que vamos a examinar.

El Sr. Figuier comienza así su prefacio:

«En 1854, cuando las mesas giratorias y parlantes, importadas de América, hicieron su aparición en Francia, produjeron una impresión que nadie ha olvidado. Muchas mentes eruditas y reflexivas quedaron sorprendidas con ese imprevisto desbordamiento de la pasión por lo maravilloso. Ellos no podían comprender semejante desvarío en pleno siglo XIX, con una filosofía avanzada y en medio de ese magnífico movimiento científico que hoy dirige todo hacia lo positivo y lo útil.»

Su juicio fue pronunciado: la creencia en las mesas giratorias es un desvarío. Como el Sr. Figuier es un hombre positivo, debemos pensar que antes de publicar su libro, él hubo observado, estudiado y profundizado todo; en una palabra, que habla con conocimiento de causa. Si así no fuese, él caería en el error de los Sres. Schiff y Jobert (de Lamballe) con su teoría del músculo que cruje (ver la Revista del mes de junio de 1859). Y sin embargo, es de nuestro conocimiento que hace apenas un mes él asistió a una sesión donde probó que desconoce los principios más elementales del Espiritismo. ¿Ha de considerarse lo suficientemente esclarecido porque participó de una sesión? Por cierto que no dudamos de su perspicacia; pero, por mayor que sea la misma, no podemos admitir que él pueda conocer y –sobre todo– comprender el Espiritismo en sólo una sesión, así como no aprendió Física en apenas una clase; si el Sr. Figuier pudiese hacerlo, registraríamos el hecho como uno de los más maravillosos. Cuando él haya estudiado el Espiritismo con el mismo cuidado que se tiene con el estudio de una Ciencia; cuando le haya consagrado un tiempo moral necesario; cuando haya participado de millares de experiencias; cuando haya explicado todos los hechos sin excepción; cuando haya comparado todas las teorías, únicamente entonces podrá hacer una crítica juiciosa. Hasta que esto suceda, su juicio es sólo una opinión personal que, aunque sea a favor o en contra, ningún peso tendría.

Enfoquemos la cuestión desde otro punto de vista. Hemos dicho que el Espiritismo se basa enteramente en la existencia de un principio inmaterial en nosotros, o, dicho de otro modo, en la existencia del alma. El que no admite en sí un Espíritu, no puede admitirlo fuera; por lo tanto, al no admitir la causa, no puede admitir el efecto. Gustaríamos saber, pues, si el Sr. Figuier pondría en el encabezamiento de su libro la siguiente profesión de fe:

1º) Creo en un Dios, autor de todas las cosas, todopoderoso, soberanamente justo y bueno e infinito en sus perfecciones;

2º) Creo en la providencia de Dios;

3º) Creo en la existencia del alma que sobrevive al cuerpo, y en su individualidad después de la muerte. Creo en esto, no como una probabilidad, sino como una cosa necesaria y consecuente con los atributos de la Divinidad;

4º) Al admitir el alma y su supervivencia, creo que no estaría de acuerdo con la justicia, ni con la bondad de Dios que el bien y el mal fuesen tratados del mismo modo después de la muerte, considerándose que, durante la existencia, muy raramente reciben la recompensa o el castigo que merecen;

5º) Si el alma del malo y la del bueno no son tratadas de la misma manera, hay por lo tanto las que son felices y las que son infelices, es decir, las almas que son recompensadas y las que son punidas según sus obras.

Si el Sr. Figuier hiciera semejante profesión de fe, nosotros le diríamos: Esta profesión de fe es la de todos los espíritas, porque sin esto el Espiritismo no tendría ninguna razón de ser; pero lo que creéis teóricamente, el Espiritismo lo demuestra a través de los hechos, porque todos los hechos espíritas son la consecuencia de estos principios. Los Espíritus que pueblan el espacio, no siendo otros sino las almas de aquellos que han vivido en la Tierra o en otros mundos, desde el momento en que se admita el alma, su supervivencia y su individualidad, por esto mismo se admiten los Espíritus. Al ser reconocida la base, toda la cuestión es saber si esos Espíritus o esas almas pueden comunicarse con los encarnados; si tienen un acción sobre la materia; si ejercen influencia en el mundo físico y en el mundo moral; o entonces si son destinados a una perpetua inutilidad, o a sólo ocuparse de sí mismos –lo que es poco probable–, si se admite la providencia de Dios y si se considera la admirable armonía que reina en el Universo, donde los menores seres desempeñan su papel.

Si la respuesta del Sr. Figuier fuese negativa, o sólo urbanamente dubitativa –para servirnos de la expresión de ciertas personas, a fin de no chocar muy bruscamente respetables prejuicios–, nosotros le diríamos: No sois juez más competente en materia de Espiritismo que un musulmán en materia de religión católica; vuestro juicio no sabría ser imparcial, y sería en vano negar que cultiváis ideas preconcebidas, porque tales ideas están en vuestra opinión, incluso al abordar el principio fundamental que rechazáis a priori, y antes de conocer la cuestión.

Si algún día una corporación científica nombrase a un relator para examinar la cuestión del Espiritismo, y ese relator no fuera francamente espiritualista, sería lo mismo que un concilio eligiese a Voltaire para tratar una cuestión de dogma. Dicho sea de paso, es sorprendente que las corporaciones científicas no hayan dado su parecer; pero no se puede olvidar que su misión es el estudio de las leyes de la materia y no de los atributos del alma, y menos aún de decidir si el alma existe. Acerca de estos temas ellos pueden tener opiniones individuales, como pueden tenerlas sobre la religión, pero, como corporación científica, nunca tendrán que pronunciarse.

No sabemos lo que el Sr. Figuier respondería a las preguntas formuladas anteriormente en la profesión de fe, pero su libro permite presentirlo. En efecto, el segundo párrafo de su prefacio dice así:

«Un conocimiento exacto de la Historia del pasado habría prevenido o, al menos, disminuido mucho ese espanto. En efecto, sería un gran error imaginar que las ideas que han engendrado en nuestros días la creencia en las mesas parlantes y en los Espíritus golpeadores, son de origen moderno. Este amor por lo maravilloso no es particular a nuestra época: es de todos los tiempos y de todos los países, porque se vincula a la propia naturaleza del espíritu humano. Por una instintiva e injusta desconfianza en sus propias fuerzas, el hombre es llevado a poner por encima de él a fuerzas invisibles, que son ejercidas en una esfera inaccesible. Esta disposición nativa ha existido en todos los períodos de la Historia de la Humanidad, revistiéndose de aspectos diferentes según los tiempos, los lugares y las costumbres, y dando nacimiento a manifestaciones variables en la forma, pero teniendo en el fondo un principio idéntico.»

Decir que es por una instintiva e injusta desconfianza en sus propias fuerzas que el hombre es llevado a poner por encima de él a fuerzas invisibles, que son ejercidas en una esfera inaccesible, es reconocer que el hombre es todo, que lo puede todo, y que por encima de él no hay nada; sin incurrir en un error, diremos que esto no es únicamente materialismo, sino ateísmo. Además, estas ideas resaltan de una multitud de otros pasajes de su prefacio y de su introducción, para los cuales llamamos toda la atención de nuestros lectores, y estamos convencidos de que éstos harán la misma evaluación que nosotros. Él dirá que esas palabras no se aplican a la Divinidad sino a los Espíritus. Nosotros le responderemos que él no conoce ni la primera palabra del Espiritismo, puesto que negar a los Espíritus es negar al alma, porque los Espíritus y las almas son la misma cosa; que los Espíritus no ejercen su fuerza en una esfera inaccesible, ya que están a nuestro lado, tocándonos y actuando sobre la materia inerte, a ejemplo de todos los fluidos imponderables e invisibles que, no obstante, son los motores más poderosos y los agentes más activos de la Naturaleza. Sólo Dios ejerce su poder en una esfera inaccesible a los hombres; negar este poder es por lo tanto negar a Dios. En fin, él dirá que esos efectos, que nosotros atribuimos a los Espíritus, ciertamente son debidos a algunos de esos fluidos. Esto sería posible; pero entonces le preguntaremos cómo fluidos que no son inteligentes pueden producir efectos inteligentes.

El Sr. Figuier constata un hecho capital al decir que este amor por lo maravilloso es de todos los tiempos y de todos los países, porque se vincula a la propia naturaleza del Espíritu humano. Lo que él llama amor por lo maravilloso es simplemente la creencia instintiva, nativa –como dice– en la existencia del alma y en su supervivencia al cuerpo, creencia que se ha revestido de diversas formas según los tiempos y los lugares, pero teniendo en el fondo un principio idéntico. Ese sentimiento innato, universal en el hombre, ¿Dios se lo habría inspirado para burlarse de su criatura? ¿Para darle aspiraciones imposibles de realizar? Creer que pueda ser así, es negar la bondad de Dios; aun más: es negar al propio Dios.

¿Quieren otras pruebas de lo que afirmamos? Entonces veamos algunos otros pasajes de su prefacio:

«En la Edad Media, cuando una nueva religión ha transformado a Europa, lo maravilloso se instala en esa misma religión. Se cree en las posesiones diabólicas, en las hechiceras y en los magos. Durante una serie de siglos esta creencia es sancionada por una guerra sin cuartel y sin piedad, hecha contra los infelices acusados de tener conversaciones secretas con los demonios o con los magos, sus secuaces.

«Hacia el fin del siglo XVII, en la aurora de una filosofía tolerante y esclarecida, el diablo envejeció, y la acusación de magia comienza a ser un argumento desgastado, pero ni por esto lo maravilloso pierde sus derechos. Los milagros florecen a voluntad en las iglesias de las diversas comuniones cristianas; al mismo tiempo se cree en la vara adivinatoria o se hace referencia a los movimientos de la horquilla para buscar objetos del mundo físico y para obtener esclarecimientos sobre las cosas del mundo moral. En las diversas Ciencias se continúa admitiendo la intervención de influencias sobrenaturales, introducidas anteriormente por Paracelso.

«En el siglo XVIII, a pesar de estar en boga la filosofía cartesiana, mientras que –sobre las materias filosóficas– todos los ojos se abren a las luces del buen sentido y de la razón, en el siglo de Voltaire y de la Enciclopedia, sólo lo maravilloso resiste a la caída de tantas creencias hasta entonces veneradas. Aún abundan los milagros.»

Si la filosofía de Voltaire, que ha abierto los ojos a la luz del buen sentido y de la razón, y que ha minado tantas supersticiones, no pudo erradicar la idea nativa de un poder oculto, ¿no sería porque esta idea es incontestable? La filosofía del siglo XVIII ha fustigado los abusos, pero se ha detenido ante la base. Si esta idea ha triunfado frente a los golpes que le ha dado el apóstol de la incredulidad, ¿espera el Sr. Figuier ser más afortunado en conseguirlo? Nosotros nos permitimos dudarlo.

El Sr. Figuier hace una singular confusión entre las creencias religiosas, los milagros y la vara adivinatoria; para él, todo esto sale de la misma fuente: la superstición, la creencia en lo maravilloso. No intentaremos aquí defender esa pequeña horquilla, que tendría la singular propiedad de servir en la investigación del mundo físico, porque no hemos profundizado la cuestión y porque no tenemos como principio loar o criticar lo que no conocemos; pero si quisiésemos razonar por analogía, preguntaríamos al Sr. Figuier si la pequeña aguja de acero con la cual el navegante encuentra su ruta, no tiene una virtud tan maravillosa como la de la pequeña horquilla. No –diréis–, porque conocemos la causa que la hace girar, y esta causa es totalmente física. De acuerdo; pero ¿quién dice que la causa que actúa sobre la vara no es totalmente física? Antes de que se conociera la teoría de la brújula, ¿qué habríais pensado si hubieseis vivido en aquella época, cuando los marineros sólo tenían las estrellas como guía, que a menudo les faltaban? ¿Qué habríais pensado –decimos nosotros– de un hombre que os hubiera dicho: Tengo aquí en una cajita, no más grande que una caja de bombones, una pequeña aguja con la cual los mayores navíos pueden guiarse con toda seguridad y que indica la ruta con cualquier tiempo, con la precisión de un reloj? Una vez más decimos que no defendemos la vara adivinatoria y menos aún el charlatanismo que se ha apoderado de la misma; solamente preguntamos qué habría de más sobrenatural en que un pequeño pedazo de madera, en dadas circunstancias, fuese agitado por un efluvio terrestre invisible, como la aguja imantada lo es por la corriente magnética que tampoco se ve. ¿Será que esta aguja tampoco sirve en la investigación de las cosas del mundo físico? ¿No recibirá ella la influencia de una mina de hierro subterránea? Lo maravilloso es la idea fija del Sr. Figuier: es su pesadilla; él lo ve por todas partes donde haya alguna cosa que no comprenda. ¿Pero sólo él, como erudito, puede decir cómo germina y se reproduce el menor de los granos? ¿Cuál es la fuerza que hace que la flor se vuelva hacia la luz? ¿Qué atrae a las raíces hacia un terreno propicio, y esto a través de los más duros obstáculos bajo tierra? Extraña aberración del espíritu humano que cree saber todo y no sabe nada; que tiene a sus pies una infinidad de maravillas ¡y que niega un poder extrahumano!

Al estar la religión basada en la existencia de Dios, este poder sobrehumano que se ejerce en una esfera inaccessible, sobre el alma que sobrevive al cuerpo, la cual conserva su individualidad, y por consecuencia su acción, tiene como principio lo que el Sr. Figuier llama de maravilloso. Si él se hubiera limitado a decir que entre los hechos calificados de maravillosos hay algunos ridículos, absurdos, a los cuales la razón hace justicia, nosotros aplaudiríamos esto con todas nuestras fuerzas; pero no podríamos concordar con su opinión, cuando confunde en la misma reprobación el principio y el abuso del principio; cuando niega la existencia de cualquier poder por encima de la humanidad. Además, esta conclusión es formulada de manera inequívoca en el siguiente pasaje:

«De esas discusiones, creemos que resultará para el lector la perfecta convicción de la no existencia de agentes sobrenaturales y la certeza de que todos los prodigios que en diversos tiempos han causado la sorpresa o la admiración de los hombres, se explican únicamente a través del conocimiento de nuestro organismo fisiológico. La negación de lo maravilloso: tal es la conclusión que sacamos de este libro, que podría llamarse Lo Maravilloso explicado. Y si alcanzamos el objetivo que nos hemos propuesto, tendremos la convicción de haber prestado un verdadero servicio para el bien de las personas.»

Dar a conocer los abusos, desenmascarar el fraude y la hipocresía por todas partes donde se encuentren, es prestar indudablemente un gran servicio; pero pensamos que es hacer un gran mal a la sociedad, así como a los individuos, atacar el principio por haber abusado de él; es querer cortar un buen árbol, porque tenga un fruto deteriorado. El Espiritismo bien comprendido, al dar a conocer la causa de ciertos fenómenos, muestra lo que es posible y lo que no lo es, y por esto mismo tiende a destruir las ideas verdaderamente supersticiosas; pero al mismo tiempo, al demostrar el principio, da un objetivo al bien; Él fortalece las creencias fundamentales que la incredulidad ataca con violencia so pretexto de abuso; combate la plaga del materialismo, que es la negación del deber, de la moral y de cualquier esperanza, y es por esto que nosotros decimos que Él será un día la salvaguardia de la sociedad.

Además, estamos lejos de lamentarnos por la obra del Sr. Figuier; sobre los adeptos no puede tener influencia alguna, porque ellos reconocerán inmediatamente sus puntos vulnerables; sobre los otros, tendrá el efecto que tienen todas las críticas: el de provocar la curiosidad. Desde la aparición, o mejor dicho, la reaparición del Espiritismo, se ha escrito mucho contra Él. No le han evitado sarcasmos ni injurias; sólo de una cosa que Él no ha tenido el honor, gracias a las costumbres del tiempo: la hoguera. ¿Eso le ha impedido progresar? De ninguna manera, porque Él cuenta hoy con millones de adeptos en todas las partes del mundo y éstos aumentan todos los días. A esto, y sin quererlo, la crítica ha contribuido mucho, porque su efecto –como ya lo hemos dicho– es el de provocar el examen; la gente quiere ver el pro y el contra y se queda admirada por encontrar una Doctrina racional, lógica, consoladora, que calma las angustias de la duda y que resuelve lo que ninguna filosofía pudo resolver, allí donde sólo se esperaba encontrar una creencia ridícula. Cuanto más conocido es el nombre del contradictor, más repercusión tiene su crítica y más bien puede ésta hacer al llamar la atención de los indiferentes. En este aspecto, la obra del Sr. Figuier está en mejores condiciones; además, está escrita de una manera seria y no se arrastra en el lodo de las injurias groseras y de los personalismos, únicos argumentos de los críticos de bajo nivel. Puesto que él pretende tratar la cuestión desde el punto de vista científico, y su posición se lo permite, se verá pues en eso la última palabra de la Ciencia contra esta Doctrina, y entonces el público sabrá a qué atenerse. Si la erudita obra del Sr. Figuier no tuviere el poder de darle el golpe de gracia, dudamos que otros sean más felices; para combatirla con eficacia no hay más que un medio, que le indicamos con placer. No se destruye un árbol cortándole las ramas, sino cortándole las raíces. Por lo tanto, es necesario atacar al Espiritismo por la raíz y no por las ramas, que renacen a medida que se las corta; ahora bien, las raíces del Espiritismo, de ese desvarío del siglo XIX –para servirnos de su expresión–, son el alma y sus atributos. Por lo tanto, que él pruebe que el alma no existe y que no puede existir, porque sin almas no hay Espíritus. Cuando haya probado esto, el Espiritismo no tendrá más razón de ser y nosotros nos confesaremos vencidos. Si su escepticismo no llega a tal punto, que él pruebe lo siguiente, no por una simple negación sino por una demostración matemática, física, química, mecánica, fisiológica o cualquier otra:

1º) Que el ser que piensa durante la vida no piensa más después de la muerte;

2º) Que si él piensa, no debe más querer comunicarse con los que ha amado;

3º) Que si puede estar en todas partes, no puede estar a nuestro lado;

4º) Que si está a nuestro lado, no puede comunicarse con nosotros;

5º) Que por su envoltura fluídica, no puede actuar sobre la materia inerte;

6º) Que si puede actuar sobre la materia inerte, no puede actuar sobre un ser animado;

7º) Que si puede actuar sobre un ser animado, no puede dirigir su mano para hacerlo escribir;

8º) Que si puede hacerlo escribir, no puede responder a sus preguntas y transmitirle su pensamiento.

Cuando los adversarios del Espiritismo nos hayan demostrado que esto no se puede hacer, por razones tan patentes como aquellas por las cuales Galileo demostró que no es el Sol que gira alrededor de la Tierra, entonces nosotros podremos decir que sus dudas son fundadas; infelizmente, hasta ese día, todos sus argumentos se resumen a estas palabras: Yo no creo, por lo tanto es imposible. Sin duda, ellos nos dirán que cabe a nosotros probar la realidad de las manifestaciones; nosotros las hemos probado a través de los hechos y de los razonamientos; si no admiten ni unos ni otros, si niegan lo que ven, es a ellos que les corresponde probar que nuestros razonamientos son falsos y que los hechos son imposibles.

En otro artículo examinaremos la teoría del Sr. Figuier; deseamos que la misma sea de mejor cualidad que la del músculo que cruje, del Sr. Jobert (de Lamballe).

Correspondencia

Al Sr. Presidente de la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas:

Señor Presidente,

Permitidme algunos esclarecimientos acerca de Thilorier y de sus descubrimientos (ver la Revista de agosto de 1860). Thilorier era mi amigo, y cuando él me mostró el plan de su aparato en hierro colado, a fin de hacer líquido el gas ácido carbónico, yo le dije que, a pesar del espesor de las paredes, él explotaría como los cañones, después de un cierto número de experiencias; por eso le aconsejé a reforzarlo con hierro fundido, como se hace hoy con los cañones de hierro colado, pero él se limitó a agregarle molduras.

Nunca un aparato de ese género explotó en sus manos, porque habría sido muerto como el joven Frémy; pero la comisión de la Academia se mantenía prudentemente atrás de la pared cuando él preparaba tranquilamente su experiencia. Por entonces ya estaba sordo hacía varios años, lo que lo había obligado a pedir dimisión de su cargo de inspector de Correos. La única explosión que sucedió con él fue la de la culata de una escopeta llena de ácido carbónico, que él había dejado al sol en el césped del jardín.

Esta experiencia que yo le había sugerido, así como al Sr. Galy-Cazalat, le hizo ver a qué alta presión podría elevarse el gas ácido carbónico, y el peligro de su empleo en las armas de guerra. En cuanto a Galy, tuvo la idea de sustituir el ácido carbónico por el gas hidrógeno, pero éste nunca pudo sobrepasar 28 atmósferas; era muy poco. Si no fuese eso, la pólvora habría sido útilmente suprimida, porque su mecanismo era de los más simples y un pequeño cilindro de cobre podría contener fácilmente cien tiros, en la medida de las necesidades, debido al restablecimiento casi instantáneo de la presión, por la descomposición del agua, por medio del ácido sulfúrico y de la granalla de cinc. Si nuestros químicos encontrasen un gas que pudiera ser producido bajo una presión media entre la del ácido carbónico y la del hidrógeno, el problema estaría resuelto. He aquí lo que sería bueno preguntar a Lavoisier, Berzelius o Dalton.

En la víspera de su muerte, Thilorier me explicaba un nuevo aparato casi terminado, con el objetivo de hacer líquido el aire atmosférico a través de presiones sucesivas capaces de soportar de 500 a 1.000 atmósferas. ¿Habrán vendido esta bella máquina al hierro viejo?

Yo he dicho que Thilorier era extremamente sordo, de modo que al entrar en su laboratorio de la Plaza Vendôme, algunas semanas antes de su muerte, tuve que gritar; él se tapó los oídos con sus dos manos, diciéndome que yo iba a restituirle la sordera de la que felizmente él se había librado gracias al magnetizador Lafontaine, hoy en Ginebra. Salí maravillado por la cura, que en esa misma tarde anuncié a mis dos amigos, Galy-Cazalat y el capitán Delvigne, con los cuales yo paseaba en la Plaza de la Bolsa, cuando percibimos que Thilorier apoyaba su oreja en la vitrina de un establecimiento donde alguien tocaba piano; parecía estar en éxtasis por poder disfrutar de la música moderna que hace muchos años no escuchaba. ¡Ah!, ¡pues claro! –dije a mis dos amigos incrédulos: he aquí la prueba; pasad por atrás de Thilorier y pronunciad su nombre en un tono normal. Thilorier se dio vuelta vivamente, reconoció a sus amigos y con ellos conversó y paseó como de costumbre. Delvigne, que en este momento se encuentra en mi oficina, recuerda perfectamente este hecho, que es muy interesante para el magnetismo. Decía Thilorier: Por más que compruebe ese hecho ante nuestros académicos, hace un mes, ellos no quieren creer que yo haya sido curado sin los remedios de su farmacopea, que no curan, pues he utilizado todos sin éxito, mientras que los dos dedos de Lafontaine me devolvieron completamente la audición en algunas sesiones. Recuerdo que, encantado por el magnetismo, Thilorier había conseguido cambiar los polos de una barra imantada que mantenía en su mano por el simple esfuerzo de su voluntad.

La muerte de ese sabio inventor nos ha privado de una multitud de descubrimientos de que me había hablado, y que se ha llevado a la tumba. Era tan sagaz como el buen Darcet, que yo también había visto lleno de salud en la víspera de su muerte, y que me había mostrado mis libros, todos descosidos y manchados, diciéndome que él estaba seguro de que me daría más placer mostrármelos en ese estado, que bien encuadernados y de cantos dorados en la biblioteca. Es singular notar –me dijo– cuánto se parecen nuestras ideas, aunque no hayamos sido educados en la misma escuela. Después me contó la tristeza que había sentido por haber sido tratado tan mal con relación a su gelatina nutritiva, y que habría hecho mejor –decía él– si la hubiese vendido a un centavo la libra a los pobres del Pont-Neuf, que presentándola a los académicos que pagan por la misma 15 francos en las tiendas de comestibles, y que alegan que ella no nutre. Evocad, pues, a este valiente tecnólogo.

Arago nos enseña que las presuntas manchas del Sol no son más que restos de planetas que se enriquecen en el foco de electricidad con los fluidos que les faltan, a fin de constituirse en un cometa que comenzará su curso en un siglo. Esos restos, grandes como Europa, están a más de 500.000 leguas del Sol; y al llegar al límite extremo de su atracción, cuando la Tierra haya descripto cerca de un cuarto de su curso sobre la eclíptica, es decir, aproximadamente en tres meses (estábamos en el día 6 de julio), esos restos –inseparables de su constelación– habrán desaparecido a nuestros ojos.

La Academia se ocupa con nuestra Memoria sobre la catalepsia, que os habéis equivocado al arrojarla en el cesto de las excomuniones. No importa: a la misma volveréis.

Atentamente,

JOBARD.

Nota – Agradecemos al Sr. Jobard los interesantes detalles que ha tenido a bien darnos sobre Thilorier, y que son tan preciosos como auténticos. Siempre es bueno saber la verdad sobre los hombres que se han destacado en la vida.

El Sr. Jobard está en un error si cree que hemos puesto en el cesto del olvido la Noticia que el Sr. B... nos ha enviado sobre la catalepsia. Primero, la misma ha sido leída en la Sociedad, como consta en las actas del 4 y del 11 de mayo, publicadas en la Revista de junio de 1860; y el original, en vez de ser dejado a un lado, está cuidadosamente conservado en los archivos de la Sociedad. No hemos publicado ese voluminoso documento porque, en primer lugar, si tuviésemos que publicar todo lo que nos envían, tal vez serían necesarios diez volúmenes por año; y, en segundo lugar, porque cada cosa debe venir a su tiempo. Pero por el hecho de que algo no haya sido publicado, no por eso debe ser considerado perdido; nada queda perdido de aquello que nos comunican, ya sea a nosotros o a la Sociedad, y nosotros lo encontramos siempre, a fin de aprovecharlo cuando el momento oportuno ha llegado. He aquí lo que deben persuadirse las personas que consienten dirigirnos documentos; a menudo nos falta el tiempo material para responderles tan pronto como tan extensamente convendría sin duda hacerlo; pero ¿cómo responder en detalle a miles de cartas por año, cuando uno está obligado a hacerlo todo por sí mismo, y cuando uno no tiene la ayuda de un secretario? Ciertamente el día no sería suficiente para todo lo que tenemos que hacer, si no le consagrásemos una parte de nuestras noches.

Dicho esto para nuestra justificación personal, agregaremos a respecto de la teoría de la formación de la Tierra, contenida en la referida Memoria, así como del estado cataléptico de los seres vivos en su origen, que la Sociedad ha sido aconsejada a esperar, antes de proseguir en esos estudios, a fin de que le sean presentados documentos más auténticos. Han dicho sus Guías Espirituales: «Es preciso desconfiar de las ideas sistemáticas de los Espíritus, así como de los hombres, y no aceptarlas a la ligera y sin control, si no nos queremos exponer más tarde al desmentido de lo que fue aceptado con mucha precipitación. Es porque nos interesamos por vuestros trabajos que deseamos que os mantengáis en guardia contra un escollo donde se chocan tantas imaginaciones ardientes, que son seducidas por apariencias engañosas. Recordad que solamente en una cosa no seréis engañados nunca: en lo que se refiere al mejoramiento moral de los hombres; aquí está la verdadera misión de los Espíritus buenos. Pero no creáis que esté en su poder descubrir para vosotros lo que Dios ha dejado en secreto; sobre todo, no creáis que ellos sean los encargados de facilitaros el áspero sendero de la Ciencia; la Ciencia sólo se adquiere a costa de trabajo y de investigaciones asiduas. Cuando haya llegado el tiempo de revelar un descubrimiento útil para la Humanidad, buscaremos al hombre capaz de llevarlo a buen término; nosotros le inspiraremos la idea de ocuparse del mismo y le dejaremos todo el mérito; pero ¿dónde estarían el trabajo y el mérito si le bastase pedir a los Espíritus los medios para adquirir sin esfuerzo la Ciencia, los honores y las riquezas? Por lo tanto, sed prudentes, y no entréis por un camino en que sólo tendríais decepciones y que no contribuiría en nada para vuestro adelanto. Los que se dejan arrastrar en ese camino reconocerán un día cuán errados estaban, y se lamentarán por no haber usado bien su tiempo.»

Tal es el resumen de las instrucciones que los Espíritus han dado muchas veces a la Sociedad, así como a nosotros. Hemos podido reconocer la sabiduría de ellos por experiencia; he aquí por qué las comunicaciones relacionadas con las investigaciones científicas no tienen para nosotros sino una importancia secundaria. Nosotros no las rechazamos; recibimos todo lo que nos es transmitido, porque en todo hay algo que aprender; pero sólo lo aceptamos con la reserva de verificación ulterior, tomando cuidado para no dar crédito a una fe ciega e irreflexiva: observamos y esperamos. El Sr. Jobard, que es un hombre positivo y de gran sensatez, ha de comprender como ninguno que este camino es el mejor para preservarse del peligro de las utopías. Ciertamente no será a nosotros que se nos ha de acusar de querer permanecer en la retaguardia; lo que queremos evitar es pisar en falso y todo lo que pudiese comprometer el crédito del Espiritismo: es por eso que no damos prematuramente como verdades indiscutibles lo que aún es sólo una hipótesis.

Pensamos que estas observaciones serán igualmente apreciadas por otras personas que, sin duda, comprenderán el inconveniente de anticipar el momento de ciertas publicaciones; la experiencia les mostrará con esto la necesidad de no siempre tomar en consideración la impaciencia de algunos Espíritus. Los Espíritus verdaderamente superiores (no hablamos de aquellos que aparentan serlo) son muy prudentes, y éste es uno de los caracteres con los cuales pueden ser reconocidos.




Disertaciones espíritas

La inspiración

Voy a contarte una historia del otro mundo, donde me encuentro. Imagínate un cielo azul, un mar calmo y verde, con rocas notablemente talladas; ningún follaje, a no ser los pálidos líquenes que se extienden en las grietas de las piedras. He aquí el paisaje. Como simple novelista, no puedo complacerme en darte los detalles. Para poblar ese mar, esas rocas, solamente había un poeta, sentado, soñando y reflejando en su alma –como en un espejo– la belleza apacible de la Naturaleza, que no por eso hablaba menos a su corazón que a sus ojos. Ese poeta, ese soñador era yo. ¿Dónde? ¿Cuándo sucede mi relato? ¡Qué importa!

Entonces, yo escuchaba, observaba, conmovido y compenetrado en el profundo encanto de la gran soledad; de repente, en la parte superior de la roca, vi surgir de pie a una mujer; era alta, morena y pálida. Sus largos cabellos negros fluctuaban sobre su vestido blanco; ella miraba fijamente hacia delante, con una extraña firmeza. Yo me había levantado y arrebatado de admiración, porque aquella mujer, floreciendo de repente en la roca, parecía ser la propia inspiración, la divina inspiración, que tantas veces yo había evocado con singular éxtasis. Me aproximé; ella, sin moverse, extendió llana y magníficamente su brazo hacia el mar, y como si fuese inspirada, cantó con una voz suave y lamentosa. Yo la escuchaba, tomado de una tristeza mortal, y repetía mentalmente las estrofas que salían de sus labios, como de una fuente viva. Entonces, ella se volvió hacia mí, y fui envuelto en la sombra de su ropaje blanco.

–Amigo –dijo ella–, escúchame: menos profundo es el mar de olas cambiantes y menos duras son las rocas que el amor, el cruel amor que despedaza a un corazón de poeta; no escuches su voz, que se apodera de todas las seducciones de la ola, del aire, del sol, para oprimir, penetrar y quemar su alma, que tiembla y que desea sufrir el mal de amor. Así hablaba ella; yo la escuchaba y sentía que mi corazón se fundía en un éxtasis divino; hubiera querido aniquilarme en el hálito puro que salía de su boca.

–No, amigo –continuó ella–, no luches contra el genio que se adueña de ti; déjate llevar en sus alas de fuego por las esferas radiantes. Olvida, olvida la pasión que te arrastrará, a ti, águila destinada a las grandes alturas; escucha a las voces que te llaman a los conciertos celestiales. Alza tu vuelo, pájaro sublime: el genio es solitario; marcado por su sello divino, no puedes volverte esclavo de una mujer.

Ella hablaba, la sombra avanzaba y el mar verde se volvía negro; el cielo se oscurecía y los perfiles de las rocas tomaban una forma siniestra. Aún más radiosa, ella parecía coronarse de estrellas, que encendían sus luces centelleantes, mientras que su vestido, blanco como la espuma que golpeaba la playa, se extendía en pliegues inmensos. –No me dejes –le dije yo finalmente; llévame en tus brazos; deja que tus cabellos negros sirvan de lazos para retenerme cautivo. Déjame vivir en tu luz o morir a tu sombra.

Ven, entonces, respondió ella con una voz clara, pero que parecía distante; ven, ya que prefieres la inspiración que suaviza al genio, que el genio que esclarece a los hombres; ven, no te dejaré más, y ambos, heridos por un golpe mortal, seguiremos entrelazados como el grupo del Dante. No temas que te abandone, ¡oh, mi poeta! La inspiración te consagra para la desgracia y para el desdén de los hombres, que solamente han de bendecir tu canto cuando ellos no se sientan más irritados con el destello de tu genio.

Entonces sentí un poderoso abrazo que me levantaba del suelo; nada más vi, a no ser las blancas vestimentas que me envolvían como una aureola, y fui arrebatado por el poder de la inspiración, que para siempre me separaba de los hombres.

ALFRED DE MUSSET

Sobre los trabajos de la Sociedad

Os hablaré de la necesidad de observar la mayor regularidad en vuestras sesiones, es decir, de evitar toda confusión y toda divergencia en las ideas. La divergencia favorece la sustitución de los Espíritus buenos por los malos, y casi siempre son estos últimos los que se apresuran en responder a las cuestiones propuestas. Por otra parte, en una reunión compuesta por elementos diversos y desconocidos los unos de los otros, ¿cómo evitar las ideas contradictorias, la distracción o, peor aún, una vaga y burlona indiferencia? Desearía encontrar un medio eficaz y seguro para evitar esto. Puede ser que esté en la concentración de los fluidos esparcidos alrededor de los médiums. Sólo ellos, pero sobre todo los que son estimados, retienen a los Espíritus buenos en la reunión; pero basta apenas su influencia para dispersar a la turba de Espíritus ligeros. El trabajo de análisis de las comunicaciones es excelente. Nunca estará de más la profundización de las preguntas y, sobre todo, de las respuestas. Cometer un error es fácil, incluso para los Espíritus animados de las mejores intenciones; la lentitud de la escritura –durante la cual el Espíritu se desvía del tema, que se agota tan pronto como lo ha concebido–, así como la inconstancia y la indiferencia hacia ciertas formas convenidas, entre otras muchas razones, hacen que os veáis en el deber de sólo confiar de manera limitada, subordinándolo siempre al análisis, incluso cuando se trate de las más auténticas comunicaciones.

Dicho esto, que Dios tome bajo su santa protección a todos los verdaderos espíritas.

GEORGES (Espíritu familiar)