Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1859

Allan Kardec

Usted esta en: Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1859 > Noviembre


Noviembre

¿Se debe publicar todo lo que dicen los Espíritus?

Esta pregunta nos ha sido dirigida por uno de nuestros corresponsales y la responderemos con la siguiente pregunta: ¿Sería bueno publicar todo lo que dicen y piensan los hombres? Cualquiera que tenga una noción del Espiritismo, aunque sea poco profunda, sabe que el mundo invisible es compuesto por todos aquellos que han dejado en la Tierra su envoltura visible; pero al despojarse del hombre carnal, no por esto todos se han revestido de la túnica de los ángeles. Por lo tanto, hay Espíritus de todos los grados de saber y de ignorancia, de moralidad y de inmoralidad: he aquí lo que es preciso no perder de vista. No olvidemos que entre los Espíritus hay, como en la Tierra, seres ligeros, inconsecuentes y burlones; pseudosabios, vanos y orgullosos, de un saber incompleto; hipócritas, malévolos y, lo que nos parecería inexplicable si de algún modo no conociésemos la fisiología de ese mundo, los hay sensuales, viles y crápulas que se arrastran en el lodo. Al lado de eso tenéis, siempre como en la Tierra, a los seres buenos, humanos, benévolos, esclarecidos, sublimes de virtudes; pero como nuestro mundo no está ni en la primera ni en la última posición, aunque sea más vecino de la última que de la primera, resulta de esto que el mundo de los Espíritus reúne a seres más avanzados intelectual y moralmente que nuestros hombres más esclarecidos, y a otros que aún están por debajo de los hombres más inferiores. Desde que esos seres tienen un medio patente de comunicarse con los hombres, de expresar sus pensamientos por signos inteligibles, sus comunicaciones deben ser el reflejo de sus sentimientos, de sus cualidades o de sus vicios; aquellas serán ligeras, triviales, groseras, incluso indecentes, o eruditas, sabias y sublimes, según su carácter y su elevación. Los Espíritus se revelan por su lenguaje; de ahí la necesidad de no aceptar ciegamente –de forma alguna– todo lo que viene del mundo oculto, y de someterlo a un control severo. Con las comunicaciones de ciertos Espíritus, del mismo modo que con los discursos de ciertos hombres, se podría hacer una compilación muy poco edificante. Tenemos ante nuestros ojos una pequeña obra inglesa, publicada en América, que es la prueba de esto, y de cuya lectura podemos decir que una madre no recomendaría a su hija; es por eso que nosotros no la recomendamos a nuestros lectores. Hay personas que piensan que esto es gracioso y divertido; que se diviertan en la intimidad, pero que lo guarden para sí mismas. Lo que todavía es menos concebible es que ellas se jactan de obtener comunicaciones inconvenientes; es siempre un indicio de simpatías que no tienen motivo para envanecerse, sobre todo cuando esas comunicaciones son espontáneas y persistentes, como ocurre con ciertas personas. Sin duda que esto no prejuzga en nada su moralidad actual, porque encontramos a los afligidos con este género de obsesión, al cual su carácter no se presta de modo alguno a eso; sin embargo, este efecto debe tener una causa, como todos los efectos; si no se la encuentra en la presente existencia, es preciso buscarla en una existencia anterior. Si no está en nosotros, está fuera de nosotros, pero siempre se hallan en esa situación por algún motivo, aunque sea por debilidad de carácter. Conocida la causa, depende de nosotros hacerla cesar.

Al lado de esas comunicaciones francamente malas y que chocan a cualquier oído delicado, hay otras que son simplemente triviales o ridículas; ¿hay inconvenientes en publicarlas? Si son dadas por lo que valen, acarrean algún daño; si son dadas como estudio del género, con las debidas precauciones y con los comentarios y correcciones necesarias, pueden incluso ser instructivas en lo que dan a conocer todos los aspectos del mundo espiritual; con prudencia y cuidados, todo puede ser dicho; pero el mal es dar como serias a las cosas que están en contra del buen sentido, de la razón o de las conveniencias; en este caso, el peligro es mayor de lo que se piensa. En primer lugar, estas publicaciones tienen como inconveniente inducir al error a las personas que no están en condiciones de profundizar y de discernir lo verdadero de lo falso, sobre todo en una cuestión tan nueva como el Espiritismo; en segundo lugar, son armas suministradas a los adversarios que no pierden la ocasión de presentar argumentos contra la alta moralidad de la enseñanza espírita; porque –lo decimos una vez más– el mal es dar como serias a las cosas notoriamente absurdas. Inclusive algunos pueden ver una profanación en el papel ridículo que se da a ciertos personajes justamente venerables, y a los cuales se les atribuye un lenguaje indigno de ellos. Los que han estudiado a fondo la ciencia espírita saben a qué atenerse al respecto; saben que los Espíritus burlones no dejan de adornarse con nombres respetables; pero también saben que esos Espíritus no abusan sino de los que permiten dicho abuso, y no saben o no quieren desbaratar sus artificios por los medios de control que conocemos. El público, que no sabe esto, sólo ve una cosa: un absurdo ofrecido gravemente a su admiración; esto hace que él diga: Si todos los espíritas son así, ellos merecen el epíteto con el cual se los califica. Sin duda alguna, este juicio no tiene consideración; con razón, vosotros los acusáis de ligereza; decidles: Estudiad la cuestión y no veáis solamente un lado de la medalla. Pero hay tantas personas que juzgan a priori, sin darse al trabajo de doblar la hoja, sobre todo cuando falta buena voluntad, que es necesario evitar todo lo que pueda darles motivos, porque si a la mala voluntad se junta la malevolencia –lo que es muy común–, dichas personas se quedarán encantadas por encontrar donde criticar.

Más tarde, cuando el Espiritismo estuviere más popularizado, más conocido y comprendido por las masas, esas publicaciones no tendrán mayor influencia de lo que hoy tendría un libro con herejías científicas. Hasta entonces, nunca sería demasiada la circunspección, porque hay publicaciones que pueden dañar esencialmente a la causa que quieren defender, incluso bien más que los ataques groseros y que las injurias de ciertos adversarios: si algunas fuesen hechas con tal objetivo, no tendrían mejor éxito. El error de ciertos autores es el de escribir sobre un tema antes de haberlo profundizado suficientemente, dando así lugar a una crítica fundamentada. Se quejan del juicio temerario de sus antagonistas, sin prestar atención de que a menudo son ellos mismos que muestran su punto débil. Además, a pesar de todas las precauciones, sería presuntuoso creerse al abrigo de toda crítica: primero, porque es imposible contentar a todo el mundo; segundo, porque hay personas que se ríen de todo, inclusive de las cosas más serias, unas por su estado, otras por su carácter. Se ríen mucho de la religión, por lo que no es sorprendente que se rían de los Espíritus, que no conocen. Si al menos sus bromas fuesen espirituosas, habría una compensación; pero infelizmente, en general, no brillan por su delicadeza, ni por su buen gusto, ni por la urbanidad y aún menos por la lógica. Hagamos entonces lo mejor, porque al poner de nuestro lado la razón y la compostura, pondremos a un lado a los sarcásticos.

Esas consideraciones han de ser comprendidas fácilmente por todos; pero hay una no menos esencial que se relaciona con la propia naturaleza de las comunicaciones espíritas y que no debemos omitir: los Espíritus van adonde encuentran simpatía y adonde saben que serán escuchados. Las comunicaciones groseras e inconvenientes, o sencillamente falsas, absurdas y ridículas, sólo pueden emanar de Espíritus inferiores: el simple buen sentido así lo indica. Esos Espíritus hacen lo que hacen los hombres que son escuchados con complacencia: se vinculan a aquellos que admiran sus tonterías, y frecuentemente se apoderan de ellos y los dominan a punto de fascinarlos y subyugarlos. La importancia que se da a sus comunicaciones, por la
publicidad de las mismas, los atrae, los estimula y los anima. El único y verdadero medio para alejarlos es probarles que uno no se deja engañar, rechazando implacablemente como apócrifo y sospechoso todo lo que no sea racional, todo lo que desmienta la superioridad que se atribuye al Espíritu que se manifiesta y de cuyo nombre él se revista: entonces, cuando ve que pierde su tiempo, se retira.

Creemos haber respondido suficientemente a la pregunta de nuestro corresponsal sobre la conveniencia y la oportunidad de ciertas publicaciones espíritas. Publicar sin examen o sin correcciones todo lo que venga de esa fuente, sería dar prueba –según nosotros– de poco discernimiento. Tal es, al menos, nuestra opinión personal, que entregamos a la apreciación de los que, estando desinteresados en la cuestión, pueden juzgar con imparcialidad al poner a un lado toda consideración individual. Como todo el mundo, tenemos el derecho de expresar nuestra manera de pensar sobre la ciencia que es el objeto de nuestros estudios, y de tratarla a nuestra manera, sin pretender imponer nuestras ideas a quien quiera que sea, ni darlas como leyes. Los que comparten nuestra manera de ver es porque creen, como nosotros, estar con la verdad; el futuro mostrará quién está errado y quién está con la razón.



Médiums sin saberlo

En la sesión de la Sociedad del 16 de septiembre de 1859 se han leído diversos fragmentos de un poema del Sr. de Porry, de Marsella, intitulado Urania. Como se ha hecho observar, en ese poema abundan ideas espíritas que parecen haber sido extraídas en la propia fuente de El Libro de los Espíritus. Entretanto, ha sido constatado que a la época en que el autor escribió dicho poema, él no tenía ningún conocimiento de la Doctrina Espírita. Nuestros lectores han de apreciar que les demos algunos fragmentos del mismo. Ciertamente ellos se recuerdan lo que se ha dicho sobre la manera por la cual el Sr. de Porry ha escrito su poema, manera que parece revelar en él una especie de mediumnidad involuntaria. (Ver el número del mes de octubre de 1859, página 270). Además, los Espíritus que nos rodean ejercen sobre nosotros, con nuestro desconocimiento, una influencia incesante, aprovechando las disposiciones que encuentran en ciertos individuos, para hacer de éstos los instrumentos de las ideas que quieren expresar y llevar al conocimiento de los hombres; por lo tanto, esos individuos son verdaderos médiums sin saberlo, y para esto no necesitan estar dotados de mediumnidad mecánica. Todos los hombres de genio, poetas, pintores, músicos están en este caso; ciertamente su propio Espíritu puede producir por sí mismo, si está lo bastante avanzado para esto. Pero muchas ideas también pueden venirle de otra fuente; y al pedir inspiración, ¿no parece que están haciendo un llamado? Ahora bien, ¿qué es esa inspiración si no una idea sugerida? Aquello que se extrae de lo íntimo no es inspirado: uno lo tiene y no hay necesidad de recibirlo. Si el hombre de genio sacase todo de sí mismo, ¿por qué entonces le faltarían ideas en el momento en que las busca? ¿No sería capaz de extraerlas en su cerebro, como aquel que tiene dinero y lo saca del bolsillo? Si en un momento dado no encuentra nada, es porque nada tiene. ¿Por qué, pues, cuando menos lo espera, las ideas surgen como por sí mismas? ¿Podrían los fisiólogos explicarnos este fenómeno? ¿Han buscado alguna vez resolverlo? Ellos dicen: El cerebro produce hoy, pero mañana no producirá; ¿pero por qué mañana no producirá? Se limitan a decir que es porque ha producido en la víspera. Según la Doctrina Espírita, el cerebro puede siempre producir lo que está en él: he aquí por qué el hombre más inepto encuentra siempre algo para decir, aunque sea una tontería; pero las ideas de las cuales no somos los dueños, no son nuestras; ellas nos han sido sugeridas. Cuando la inspiración no viene, es porque el inspirador no está allí o porque no juzga conveniente comunicarse. Nos parece que esta explicación es mejor que la otra. Se podría objetar que el cerebro, al no producir, no debería fatigarse. Esto sería un error; el cerebro no deja de ser el canal por donde pasan las ideas ajenas, el instrumento que ejecuta. ¿El cantante no cansa los órganos de su voz, aunque la música no sea de él? ¿Por qué entonces el cerebro no habría de fatigarse al expresar las ideas de las que está encargado de transmitir, aunque no las haya producido? Sin duda es para darle el reposo necesario a la adquisición de nuevas fuerzas, que el inspirador le impone un intervalo.

También se puede objetar que ese sistema le saca al productor su mérito personal, puesto que atribuye sus ideas a una fuente ajena. A esto respondemos que, si las cosas suceden así, no hay nada que hacer y que no vemos en eso una gran necesidad de vestirse con plumas ajenas. Pero esta objeción no es seria: primero, porque no hemos dicho que el hombre de genio no pueda extraer de lo íntimo alguna cosa; segundo, porque las ideas que le han sido sugeridas se confunden con las suyas, y nada las distingue. Así, no es reprobable por atribuirse tales ideas, a menos que, habiéndolas recibido a título de comunicación espírita comprobada, quisiese tener la gloria de las mismas, lo que podría llevar a los Espíritus a hacerlo pasar por algunas decepciones. En fin, diremos que si los Espíritus sugieren grandes ideas a un hombre, de esas ideas que caracterizan al genio, es porque lo juzgan capaz de comprenderlas, de elaborarlas y de transmitirlas; no tomarían a un imbécil como intérprete. Por lo tanto, uno puede sentirse siempre honrado en recibir una bella y gran misión, sobre todo si el orgullo no la desvía de su objetivo loable y no la hace perder su mérito.

Si los siguientes pensamientos son del Espíritu personal del Sr. de Porry o si le han sido sugeridos por vía mediúmnica indirecta, esto no disminuye el mérito del poeta, porque si la idea primera le ha sido dada, no se le podrá discutir el honor de haberla elaborado.



Urania

Fragmentos de un poema del Sr. de Porry, de Marsella ¡Abríos a mis clamores, velos del santuario!

¡Que el bueno se ilumine y se estremezca el malvado!
Una luz divina me inunda, y mi pecho al agitar,
¡A raudales refulgentes hace brotar la verdad!
Vosotros, graves pensadores cuyos trabajos célebres
Prometen la luz y ofrecen noches lúgubres,
Que con sueños mentirosos y prestigios vanos
Arrulláis sin cesar los dolores humanos,
¡Concilios de eruditos, de tanto orgullo infundidos,
Por la voz de una mujer seréis confundidos!
Ese Dios, que queréis del Universo suprimir,
O que locamente pretendéis definir,
Con vanos sistemas queréis sondear su esencia,
Y pese a todo se revela a vuestra conciencia;
Hasta que, entregados a sutiles debates,
¡Lo proclaman en secreto, en voz alta lo combaten!
Todo por su voluntad nace y se renueva:
Es la Vida Eterna y la Base Suprema;
Todo en Él reposa: el espíritu y la materia;
¡Si retirara su soplo… el Universo perecería!
El ateo ha dicho un día: «Dios es sólo una quimera,
E hija del azar, la vida es pasajera,
El mundo, donde al nacer fue echado el hombre en su debilidad,
Es regido por las leyes de la necesidad.
Cuando la muerte apaga los sentidos y el alma,
El abismo de la nada de nuevo nos reclama;
La Naturaleza, inmutable en su curso eterno,
Acoge nuestros restos en su seno materno.
Usemos los breves instantes que sus favores nos donen;
Que nuestras frentes radiantes de rosas se coronen;
Dios sólo es placer: en nuestros banquetes constantes,
¡Desafiemos la ira de los destinos cambiantes!»

Mas cuando tu conciencia, íntima vengadora,
¡Insensato! Te reproche una culpa embriagadora,
El indigente rechazado por un gesto inhumano,
O el crimen impune con que manchaste tu mano,
¿Será que del seno oscuro de la materia sin vida
Brota en tu corazón la inoportuna luz cristalina
Que devolviendo siempre tus fechorías ante tus ojos,
Te espanta y te vuelve a ti mismo tan odioso?
Entonces, del Soberano que tu audacia rechaza
Sientes el poder infinito que por ti pasa;
Él te acosa, te asedia y, pese a tu esfuerzo violento,
¡Se revela a tu corazón con el grito del remordimiento!...
Evitando a los humanos, quebrado por la maldad,
Buscas de la espesura la negra soledad;
Y al andar sus salvajes recodos, crees que consigues,
¡Escapar a ese Dios que siempre te persigue!
El tigre feliz duerme sobre su presa en jirones:
El hombre, cubierto de sangre, vela entre nubarrones;
Su vista deslumbrada por horroroso fulgor;
Su cuerpo tiembla inundado en frío sudor;
Un ruido sordo y siniestro en sus oídos truena;
Espectros peligrosos lo escoltan, lo rodean;
Y su voz, que una temible confesión formula en el vacío,
Exclama con terror: ¡Piedad, piedad, Dios mío!
Sí, el remordimiento, verdugo de todo ser que piensa,
Nos revela con Dios nuestra inmortal esencia;
Y a menudo la virtud de un arrepentimiento notable
En un glorioso mártir transforma al vil culpable;
De los brutos separando la humana criatura,
El remordimiento es la llama donde nuestra alma se depura;
Y el ser regenerado por su aguijón,
En la escalera del bien avanza un escalón.
Sí, la verdad brilla, y del soberbio ateo
Por sus rayos vengadores es rechazado el planteo.
A su vez a exponer viene el panteísmo
De su loco argumento el capcioso espejismo:
«Oh, mortales fascinados por un sueño risible,
¿Dónde encontraréis a ese Gran Ser invisible?
Está ante vuestros ojos, el Eterno Gran Todo;
Todo forma su esencia, en Él se resume todo;
Dios brilla en el sol, reverdece en la floresta,
Ruge en el volcán y truena en la tormenta,
Florece en los jardines, murmura en el agua bajo las naves,

Suspira suavemente en la voz de las aves,
Y pinta en los aires los tejidos diáfanos;
Es Él que nos anima y mueve nuestros órganos;
Es Él que piensa en nosotros; los seres diversos
Son Él mismo; en una palabra: Dios es el Universo.»
¡Cómo! ¡Dios se manifiesta de sí mismo oponente!
¡Es cordero y lobo, es tórtola y serpiente!
Se vuelve a veces piedra, a veces planta o animal;
Su naturaleza contraria conjuga el bien y el mal,
¡Recorre los grados desde el bruto hasta el arcángel!
¡Eterna antítesis, es luz y es barro frágil!
Es pequeño y grande, cobarde y valiente,
¡Inmortal y moribundo, dice la verdad y miente!...
Es al mismo tiempo víctima y opresor,
Cultiva la virtud, se revuelca en el crimen y el error;
Es al mismo tiempo Lamettriey Platón,
Sócrates y Melito, Marco Aurelio y Nerón;
¡Servidor de la gloria y la ignominia ciega...!
¡A sí mismo a su vez se afirma y se niega!
Contra su propia esencia afila el hierro,
Se consagra al paraíso, se condena al infierno,
Invoca la nada; y para colmo de ultraje,
¡Su voz burla y maldice de su magnífica obra el paisaje!...
¡Oh! No, mil veces no, ese dogma monstruoso
Jamás pudo nacer de un corazón virtuoso.
Hundido en sus remordimientos donde el crimen se expía,
El temerario autor de la doctrina impía,
En el seno de los placeres, se sintió espantar
Por la imagen de un Dios que no pudo negar;
Y para liberarse de Él, ¡blasfemo entre blasfemos!...
Lo ha unido a sí mismo y al mundo que vemos.
El ateo al menos, presa de igual traba,
Osando negar a Dios, no lo degrada.
...................................

Dios, al que la raza humana ha buscado sin cesar,
Dios quiere que se lo adore, no que se lo conozca al pasar,
Es de los diversos seres, el principio y el destino:
Pero, para llegar hasta Él ¿cuál es pues el camino?
No es la Ciencia, efímero espejismo, farsante,
Que fascina nuestros ojos con su imagen brillante,
Que burlando siempre un deseo sin fuerza,
Desaparece bajo la mano que atraparla piensa.

Eruditos, que escombros sobre escombros amontonan,
¡Vuestros sistemas vanos como sombras pasan!
Ese Dios, que sin perecer nadie puede ver,
Cuya esencia guarda un terrible poder,
Mas que por sus hijos nutre un amor tierno,
¡A menos de igualarlo, no puedes comprenderlo!
¡Ah! Para unirse a Él, para reencontrarlo un día en su fulgor,
El alma debe tomar prestadas las alas del Amor.
Echemos al viento el orgullo y las cenizas de la duda;
Dios mismo a los creyentes allanará la ruta:
Su amor infinito nunca se ha alejado
Del alma que con sinceridad lo ha buscado,
Y que, pisoteando las riquezas y los placeres de la vida
A confundirse con su pura esencia aspira.
Pero ese Dios, que al corazón quiere humilde y piadoso,
Que destierra de su seno al déspota orgulloso,
Que se oculta del sabio, que se entrega al prudente,
No tolera compartir, como un celoso amante;
Y para agradarle es necesario a los mundanos prestigios
Oponerles constantemente inflexibles desprecios.
¡Felices pues sus hijos que, en soledad,
De lo bueno, verdadero y bello hacen su única heredad!
¡Feliz pues el hombre justo, absorto por entero
En el triple fulgor de ese divino foco primero!
En medio de las penas cuyo cortejo abunda, profundo,
En el círculo estrecho de nuestro pobre mundo,
Parecido al oasis que florece en el desierto,
El tesoro de la Fe para su alma está abierto;
Y Dios, sin mostrarse, en su corazón se insinúa,
Y le brinda una alegría para el vulgo ignorada, pura.
Entonces, de su destino el prudente está satisfecho;
De una calma inalterable guarda el provecho;
De un velo estrellado cuando la noche lo rodea,
En su lecho apacible se duerme, y saborea,
En los sueños brillantes que embriagan su corazón,
El celestial gusto anticipado de la suprema unción.
Tu alma, alterada por la ardiente sed de la verdad,
¿De la Creación el misterio pretende sondear?...
Como un pintor ha conocido primero en su alma fiel
La obra maestra encantadora que da a luz su pincel,
El Eterno extrae todo de su propia natura,
Pero no se confunde con su criatura

Quien, de la inteligencia habiendo recibido el fuego,
Es libre de elevarse a Dios o de caer ciego.
Obra de su Pensamiento, de su palabra obra,
Cada creación de su seno parte… y vuela sin demora,
En un círculo por inflexibles leyes trazado,
A cumplir el destino cuya elección ha marcado.
Como el artista, Dios piensa antes de producir.
Como él, lo que ha creado podrá destruir;
Ahora bien, fuente inagotable de seres diversos
Y de mundos sembrados en el inmenso Universo,
Dios, la Fuerza sin freno, de su Vida de eterno esplendor,
A sus creaciones transmite una chispa, su fulgor,
El libro o el cuadro por el artista inventado,
Producto inerte, inmóvil, yace atrapado;
Pero el Verbo que brota de su Omnipotencia,
Se libera y alumbra su propia existencia;
Sin cesar se transforma y jamás perece;
Del inerte metal hacia el espíritu reluce,
El Verbo creador duerme en la planta,
Sueña en el animal y en el hombre despierta;
De grado en grado sube y crece,
De la Creación la unidad resplandece,
En los mares de éter forma una cadena inmensa
Que en el arcángel termina, que en la piedra comienza.
Obedeciendo a las leyes que rigen sus medios,
Cada elemento se acerca o aleja de Dios;
Ya sea que al mal sucumba o al bien se consagre,
Cada ser inteligente según su voluntad se eleva o cae.
Ahora bien, si el hombre al vivir en la atmósfera del mal,
Se rebaja por el crimen al lugar del animal,
En ángel puede transformarse, y este ángel
Paso a paso puede devenir arcángel.
En su trono brillante este arcángel sentado,
Es libre de guardar su personalidad, a su agrado,
O de identificarse en el seno de la Omnipotencia
Que puede asimilar una perfecta esencia.
Así más de un arcángel, en celeste mansión,
Con Dios se reunió por un exceso de amor;
Pero otros, celosos de su gloria suprema,
Fascinados por el orgullo, ese padre del odio que envenena,
Han querido de lo Más Alto discutir los decretos,
Y sumergirse en la noche que oculta sus secretos;

Ese Dios cuya mirada los reduciría a polvo,
Los tiznó apenas con su ardiente rayo.
Desde entonces, en el Universo errantes, desfigurados,
Por el asalto de los remordimientos devorados,
Esos ángeles perdidos por su audacia funesta,
Ya no osan mostrarse ante el pórtico celeste;
Y la vergüenza, afilando su aguijón interno,
Entrega su corazón rebelde a los tormentos del infierno,
Mientras el hombre puro cuyas pruebas supera,
De triunfo en triunfo al paraíso se eleva.
Esos mundos diversos en el infinito sembrados,
Que hieren tu mirada con sus rayos inflamados,
Que giran en el éter del vacío universal,
Así como los Espíritus, en escalas agrupados están.
De globos diversos esos luminosos haces
Son vastas estancias, celestes naves
Donde singlan en el espacio, a enormes distancias,
De Espíritus graduados las cohortes inmensas.
Hay mundos puros y mundos horribles:
Sin trabas reinan en los mundos felices,
Tres principios divinos: honra, amor, justicia,
Del orden social cimentando el edificio con pericia;
Sin cesar queridos por todos sus habitantes,
De su felicidad son testimonio constante.
Otros globos, entregados a insolente extravío,
De los ángeles rebeldes han seguido el vestigio:
Esos mundos, de su propia desdicha artesanos,
La ley de Dios han sustituido por la de sus propias manos;
Y en su suelo, donde brama una horrible tormenta,
La multitud de sus huestes impuras se lamenta.
Nuestro globo novicio, en sus pasos cansinos,
Flota hasta hoy entre esos dos destinos.
Si ha ultrajado la moral, si a la Naturaleza ultrajó,
Cuando un globo del crimen la medida colmó;
Y sus huéspedes hundidos en placeres ardientes,
Han cerrado sus oídos a la voz de los videntes;
Cuando del Verbo Divino la más ligera pista
En ese mundo cegado se disipa y se eclipsa,
Entonces del Omnipotente la ira se desencadena
Desciende sobre el rebelde y a expiar le ordena:
Los arcángeles justicieros con sus alas poderosas
Golpean la tierra impía… y sus mareas caudalosas,

Desde una inmensa altura sus niveles superando,
Precipitan sus aguas en el suelo arrasado;
En los volcanes subterráneos estalla y arde la llama,
Los pedazos de ese mundo en el éter desparrama;
Y el Ser Soberano cuya ira despertó,
¡Quiebra ese globo impuro que en Él no creyó!
Nuestra Tierra endeble es una estancia de pruebas
Donde el justo que sufre, de sus lágrimas abreva,
Lágrimas que, al purificar poco a poco su corazón,
Preparan su camino hacia un mundo mejor.
Y no es en vano, cuando el descanso nos sumerge, risueños,
En los dulces arrebatos de la embriaguez de un sueño,
Con un rápido impulso somos llevados adelante
Hacia un astro nuevo de claridad radiante;
Y sobre vastas florestas creemos vagar
Por un pueblo de honestos recorridas sin cesar;
Vemos ese globo iluminado de soles
Con rayos blancos, colorados, azules,
Cruzan por los aires sus tintes dorados,
¡Colorean esos bellos campos con tonos variados!...
Si tu corazón en este mundo se mantiene virtuoso,
Habrás de dirigirte hacia esos globos preciosos
Donde la paz regocija, donde habita la sabiduría,
Donde reina de la felicidad la eterna soberanía.
Sí, tu alma las ve, esas radiantes mansiones
Que el Cielo siempre embellece con sus favores,
Donde el Espíritu se depura y se eleva de grado en grado,
Mientras el perverso sigue un camino alocado,
Y del reino del mal recorriendo los enclaves,
Desciende uno por uno a los abismos infernales.
Espejo donde el Universo refleja su imagen,
Nuestra alma presagia esos destinos que difieren.
El alma, esa fuerza viva que domina los sentidos,
Que sus mínimos deseos de inmediato han obedecido,
Que, como llama cautiva en un vaso de barro,
Consume en sus transportes su traje delicado;
El alma, que del pasado guarda el souvenir
Y sabe leer a veces en el oscuro porvenir,
No es una efímera centella del fuego vital:
Tú mismo lo sientes, tu alma es inmortal.
En los campos del espacio y de la eternidad,
Conserva su permanencia y su identidad,

No, el alma nunca muere, sólo cambia su dominio,
Y por siempre se pasea de sitio en sitio.
Nuestra alma, aislándose del mundo exterior,
A veces puede conquistar un sentido superior;
Y en la embriaguez del sueño magnético,
Hacerse de una nueva vista y del don profético;
Liberada un instante de los terrestres lazos,
Sin obstáculos recorre los aéreos campos;
Y con un ágil salto, al infinito arrojada de repente,
Vuela a través de los cuerpos y lee la mente.


Swedenborg

Swedenborg es uno de esos personajes más conocidos de nombre que de hecho, al menos para el vulgo; sus obras, muy voluminosas y en general muy abstractas, son leídas casi solamente por los eruditos. De esta manera, la mayoría de los que hablan de las mismas tendría muchas dificultades en decir lo que él era. Para unos ha sido un gran hombre, objeto de una profunda veneración, sin saber por qué; para otros ha sido un charlatán, un visionario, un taumaturgo. Como todos los hombres que profesan ideas que no son compartidas por todos, sobre todo cuando estas ideas afrontan ciertos prejuicios, él ha tenido y aún tiene sus contradictores. Si estos últimos se hubiesen limitado a refutarlo, estarían en su derecho; pero el espíritu de partido no respeta nada, ni reconoce las cualidades más nobles: Swedenborg no podría ser una excepción. Sin duda, su doctrina deja mucho que desear: hoy, él mismo está lejos de aprobarla en todos los puntos. Pero por más refutable que ésta sea, no por eso él dejará de ser uno de los hombres más eminentes de su siglo. Los siguientes documentos han sido extraídos de la interesante noticia comunicada a la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas por la Sra. P.

Emmanuel Swedenborg nació en 1688, en Estocolmo, y murió en 1772, en Londres, a la edad de 84 años. Su padre, Joeper Swedenborg, obispo de Skava, era notable por su mérito y por su saber; pero su hijo lo superó en mucho: éste se destacó en todas las Ciencias, y sobre todo en Teología, en Mecánica, Física y Metalurgia. Su prudencia, sabiduría, modestia y simplicidad le valieron la alta reputación que aún hoy disfruta. Los reyes lo llamaron para sus consejos. Carlos XII, en 1716, lo nombró asesor en el Colegio de Metalurgia de Estocolmo; la reina Ulrica lo hizo noble, y él ocupó los más honorables puestos con distinción hasta 1743, época en la que tuvo su primera revelación espiritual. Tenía por entonces 55 años; pidió dimisión y a partir de ahí sólo quiso ocuparse de su apostolado y del establecimiento de la doctrina de la Nueva Jerusalén. He aquí cómo él mismo cuenta su primera revelación:

“Yo estaba en Londres y cenaba bien tarde en mi albergue habitual, donde había reservado un cuarto en el que tenía la libertad de meditar a gusto. Estaba con bastante hambre y comía con buen apetito. Al terminar la cena percibí una especie de niebla que se expandía ante mis ojos y vi el suelo de mi cuarto cubierto con reptiles horrorosos, como serpientes, sapos, lagartos y otros; fui tomado de miedo a medida que las tinieblas aumentaban, pero las mismas luego se disiparon; entonces vi claramente a un hombre en medio de una luz viva y radiante, sentado en un rincón del cuarto; los reptiles habían desaparecido con las tinieblas. Me encontraba solo: imaginad el pavor que se apoderó de mí cuando lo escuché distintamente pronunciar lo siguiente, con un tono de voz capaz de imprimir terror: "¡No comas tanto!" A estas palabras, mi visión se oscureció, pero poco a poco se restableció, y me vi solo en el cuarto. Aún espantado por todo lo que había visto, entré de prisa en la habitación, sin decir nada a nadie sobre lo que había sucedido. Allí, me dejé llevar por mis reflexiones, pero no concebía que aquello fuese el efecto del acaso o de alguna causa física.

“A la noche siguiente, el mismo hombre, radiante de luz, se presentó ante mí nuevamente y me dijo: "Soy Dios, el Señor, Creador y Redentor: te he elegido para explicar a los hombres el sentido interior y espiritual de las Sagradas Escrituras; te dictaré lo que debes escribir."

“De esta vez no tuve tanto miedo, y la luz que lo rodeaba –aunque muy viva y resplandeciente– no produjo ninguna impresión dolorosa en mis ojos; él estaba vestido de púrpura, y la visión duró un cuarto de hora. En aquella misma noche, los ojos de mi hombre interior fueron abiertos y predispuestos a ver el cielo, el mundo de los Espíritus y los infiernos; encontré por todas partes a varias personas de mi conocimiento, unas muertas hace mucho tiempo y otras recientemente. Desde ese día, renuncié a todas las ocupaciones mundanas para trabajar únicamente en las cosas espirituales, de conformidad con la orden que yo había recibido. A continuación, ocurrió frecuentemente el tener abiertos los ojos de mi Espíritu y ver en pleno día lo que sucedía en el otro mundo, hablando con los Ángeles y con los Espíritus como hablo con los hombres.”

Uno de los puntos fundamentales de la doctrina de Swedenborg reposa en lo que él llama las correspondencias. Según él, al estar el mundo espiritual y el mundo natural ligados entre sí como lo interior a lo exterior, resulta de esto que las cosas espirituales y las cosas naturales constituyen una unidad, por influjo, y que hay entre ellas una correspondencia. He aquí el principio; pero es difícil entender lo que debe ser comprendido por esa correspondencia y ese influjo.

La tierra –dice Swedenborg– corresponde al hombre. Los diversos productos que sirven a la nutrición de los hombres corresponden a los diversos géneros de bienes y de verdades, esto es: los alimentos sólidos a los géneros de bienes, y los alimentos líquidos a los géneros de verdades. La casa corresponde a la voluntad y al entendimiento, que constituyen el hombre mental. Los alimentos corresponden a las verdades o a las falsedades, según la sustancia, el color y la forma que ellos presentan. Los animales corresponden a los afectos: los que son útiles y mansos, a los buenos afectos; los que son dañinos y maléficos, a los malos afectos; las aves mansas y bellas, a las verdades intelectuales; las que son dañinas y feas, a las falsedades; los peces, a las ciencias que tienen su origen en las cosas sensuales; y los insectos nocivos, a las falsedades que provienen de los sentidos. Los árboles y los arbustos corresponden a diversos géneros de conocimientos: las hierbas y el césped, a las diversas verdades científicas. El oro corresponde al bien celestial; la plata, a la verdad espiritual; el bronce, al bien natural, etc., etc. De esta manera, desde los últimos grados de la creación hasta el sol celestial y espiritual, todo se mantiene, todo se encadena por el influjo que produce la correspondencia.

El segundo punto de su doctrina es éste: no hay más que un Dios y que una persona, que es Jesucristo.

El hombre, creado libre –según Swedenborg–, abusó de su libertad y de su razón; él cayó, pero su caída había sido prevista por Dios; ella debía ser seguida por su rehabilitación, porque Dios, que es el propio amor, no podía dejarlo en el estado en que su caída lo había sumergido. Ahora bien, ¿cómo operar esta rehabilitación? Colocarlo nuevamente en el estado primitivo sería sacarle el libre albedrío, y así aniquilarlo. Fue subordinándolo a las leyes de su orden eterno que Él procedió a la rehabilitación del género humano. A continuación viene una teoría muy difusa de tres soles transpuestos por Jehová, para acercarse a nosotros y probar que él es el propio hombre.

Swedenborg divide el mundo de los Espíritus en tres lugares diferentes: los cielos, los lugares intermedios y los infiernos, no obstante sin asignarles una ubicación. “Después de la muerte –dice él– entramos en el mundo de los Espíritus; los santos se dirigen voluntariamente hacia uno de los tres cielos, y los pecadores hacia uno de los tres infiernos, de donde nunca saldrán”. Esta doctrina, que produce desesperación, anula la misericordia de Dios, porque le niega el poder de perdonar a los pecadores, sorprendidos por una muerte violenta o accidental.

Aún haciendo justicia al mérito personal de Swedenborg, como científico y como hombre de bien, nosotros no podemos constituirnos en defensores de doctrinas que el más elemental buen sentido condena. Lo que resalta más claramente, según lo que conocemos ahora de los fenómenos espíritas, es la existencia de un mundo invisible y la posibilidad de comunicarnos con él. Swedenborg ha gozado de una facultad que en su tiempo ha parecido sobrenatural; es por esto que admiradores fanáticos lo han considerado como un ser excepcional; en tiempos más remotos, le habrían erigido altares en su honor; de los que no creían en él, unos lo consideraban como un cerebro exaltado, otros como un charlatán. Para nosotros era un médium vidente y un escritor intuitivo, como los hay a millares, cuya facultad pertenece al número de los fenómenos naturales.

Él cometió un error, que a pesar de todo es perdonable, visto su inexperiencia en las cosas del mundo oculto: el de aceptar ciegamente todo lo que le era dictado, sin someterlo al control severo de la razón. Si hubiese pesado maduramente los pros y los contras, habría reconocido principios irreconciliables con la lógica, por menos rigurosa que fuese. Hoy, probablemente no caería en la misma falta, porque tendría medios para juzgar y apreciar el valor de las comunicaciones del Más Allá; habría sabido que es un campo donde no todas las hierbas pueden ser recogidas, y que entre unas y otras el buen sentido –que nos ha sido dado para algo– debe saber elegir. La cualidad que se atribuyó el Espíritu que a él se manifestó bastaría para ponerlo en guardia, sobre todo considerando la trivialidad de su presentación. Lo que él mismo no hizo, cabe a nosotros hacerlo ahora, solamente tomando de sus escritos aquello que es racional; sus propios errores deben ser una enseñanza para los médiums demasiado crédulos, que ciertos Espíritus intentan fascinar al adular su vanidad o sus prejuicios a través de un lenguaje pomposo o de apariencias engañosas.

La siguiente anécdota prueba la mala fe de los adversarios de Swedenborg, que en todas las ocasiones buscaban denigrarlo. Conociendo las facultades de que era dotado, la reina Luisa Ulrica lo había encargado un día de preguntarle al Espíritu de su hermano, el príncipe de Prusia, por qué, algún tiempo antes de su muerte, éste no había respondido a una carta que ella le había enviado para pedirle consejos. Al cabo de veinticuatro horas y en una audiencia secreta, Swedenborg le relató a la reina la respuesta del príncipe, concebida de tal manera que la reina –plenamente persuadida de que nadie, excepto ella y su fallecido hermano conocían el contenido de esa carta– fue tomada de la más profunda estupefacción, reconociendo el poder milagroso de ese gran hombre. He aquí la explicación que de este hecho ha dado uno de sus antagonistas, el caballero Beylon, asistente-lector de la reina:

"Consideraban a la reina como uno de los principales autores de la tentativa de la revolución que tuvo lugar en Suecia en 1756, y que le costó la vida al conde Brahé y al mariscal Horn. Faltó poco para que el Partido de los Sombreros, que por entonces triunfaba, no la volviese responsable por la sangre derramada. En esta situación crítica, ella escribió a su hermano, el príncipe de Prusia, para pedirle consejos y asistencia. La reina no recibió respuesta, y como el príncipe murió poco tiempo después, ella nunca supo la causa de su silencio; es por esto que encargó a Swedenborg para interrogar sobre ese tema al príncipe, en Espíritu. Justamente a la llegada del mensaje de la reina, estaban presentes el conde T... y el conde H..., ambos senadores. Este último, que había interceptado la carta, sabía tan bien como su cómplice, el conde T..., por qué aquella misiva había quedado sin respuesta, y ambos resolvieron aprovecharse de esta circunstancia para hacer conque sus propios consejos llegasen a la reina, acerca de muchas cosas. Entonces, ellos fueron a la noche a buscar al visionario y le dictaron la respuesta. Por falta de inspiración, Swedenborg la aceptó con prontitud; al día siguiente, se dirigió al palacio de la reina, y allí, en el silencio de su gabinete, le dijo que el Espíritu del príncipe le había aparecido y lo había encargado de anunciarle su desagrado y asegurarle que, si no le respondió su carta, fue por haber desaprobado su conducta, y que su política imprudente y su ambición eran la causa del derramamiento de sangre; que ella era culpable ante Dios y que tendría que expiar sus faltas. El príncipe, en Espíritu, le hacía prometer a ella que no interfiriese más en los asuntos del Estado, etc., etc. La reina, convencida por esta revelación, creyó en Swedenborg y abrazó su defensa con ardor.

Esta anécdota ha dado lugar a una polémica sostenida entre los discípulos de Swedenborg y sus detractores. Un eclesiástico sueco llamado Malthesius, que se volvió loco, había publicado que Swedenborg, del cual era abiertamente enemigo, se había retractado antes de morir. En el otoño de 1785 el rumor se difundió en Holanda, lo que llevó a Robert Hindmarck a instaurar una investigación al respecto, en la cual demostró toda la falsedad de la calumnia inventada por Malthesius.

La historia de la vida de Swedenborg prueba que la visión espiritual de la cual era dotado no perjudicó en nada el ejercicio de sus facultades naturales. Su panegírico, pronunciado después de su muerte por el académico Landel ante la Academia de Ciencias de Estocolmo, muestra cuán vasta era su erudición; y vemos por los discursos de Swedenborg en la Dieta de 1761, la posición que tenía en la dirección de los asuntos públicos de su país.

La doctrina de Swedenborg hizo numerosos prosélitos en Londres, en Holanda e incluso en París, donde dio origen a la Sociedad de la cual hemos hablado en nuestro número del mes de octubre, la de los Martinistas, de los Teósofos, etc. Si la misma no fue aceptada por todos en todas sus consecuencias, tuvo sin embargo como resultado propagar la creencia en la posibilidad de la comunicación con los seres del Más Allá, creencia muy antigua –como se sabe–, pero hasta ese día oculta al vulgo por las prácticas misteriosas de que se encontraba rodeada. El mérito indiscutible de Swedenborg, su profunda erudición, su alta reputación de sabiduría han tenido un gran peso en la propagación de esas ideas que hoy se popularizan cada vez más, pues crecen a la luz del día y, lejos de buscar la sombra del misterio, hacen un llamado a la razón. A pesar de los errores de su sistema, Swedenborg no deja de ser una de esas grandes figuras cuya memoria permanecerá vinculada a la historia del Espiritismo, del cual fue uno de los primeros y más fervorosos precursores.



(Sociedad, 23 de septiembre de 1859.)
Comunicación de Swedenborg prometida en la sesión del 16 de septiembre

Mis buenos amigos y fieles creyentes: he deseado venir entre vosotros para daros aliento en el camino que seguís con tanto coraje, en lo que respecta a la cuestión espírita. Vuestra dedicación es apreciada en el mundo de los Espíritus: proseguid, pero tened cuidado, porque los obstáculos aún os aparecerán por algún tiempo; así como sucedió conmigo, los detractores no os faltarán. Hace un siglo prediqué el Espiritismo y tuve enemigos de todos los géneros; tuve también fervorosos adeptos: esto me infundió ánimo. Mi moral espírita y mi doctrina no están exentas de grandes errores, que hoy reconozco. De esta manera, las penas no son eternas; bien lo veo: Dios es demasiado justo y bueno como para punir eternamente a la criatura que no tiene fuerza suficiente para resistir a sus pasiones. Lo que yo también decía del mundo de los Ángeles, que es lo que predican en los templos, no era más que una ilusión de mis sentidos: creí verlo, obraba de fe buena, pero me equivoqué. Vosotros estáis en un camino mejor, porque estáis más esclarecidos de lo que estábamos en mi época. Continuad, pero sed prudentes, a fin de que vuestros enemigos no tengan armas muy fuertes contra vosotros. Observad el terreno que ganáis todos los días. ¡Continuad, por lo tanto, porque el futuro os está asegurado! Lo que os da fuerzas es el hecho de que habláis en nombre de la razón. ¿Tenéis preguntas a dirigirme? Os responderé.


SWEDENBORG

1. Ha sido en Londres, en 1745, que habéis tenido vuestra primera revelación; ¿vos la deseabais? ¿Ya os ocupabais en aquel tiempo de cuestiones teológicas? –Resp. Ya me ocupaba de las mismas, pero de modo alguno deseaba esa revelación: ella ha venido espontáneamente.

2. ¿Cuál ha sido ese Espíritu que os apareció y que os dijo que era el propio Dios? ¿Era realmente Dios? –Resp. No; creí en lo que me decía, porque vi en él a un ser extrahumano y me quedé envanecido.

3. ¿Por qué él tomó el nombre de Dios? –Resp. Para ser mejor obedecido.

4. ¿Puede Dios manifestarse directamente a los hombres? –Resp. Ciertamente que podría hacerlo, pero no lo hace más.

5. ¿Entonces hubo un tiempo en que lo hizo? –Resp. Sí, en las primeras edades de la Tierra.

6. Este Espíritu os hizo escribir cosas que hoy reconocéis como erróneas; ¿ha hecho esto con buena o con mala intención? –Resp. No lo hizo con mala intención; él mismo se equivocó, porque no era lo bastante esclarecido; también veo que las ilusiones de mi propio Espíritu o de mi inteligencia lo influían, a pesar suyo. Sin embargo, en medio de algunos errores de sistema, es fácil reconocer grandes verdades.

7. El principio de vuestra doctrina reposa en las correspondencias. ¿Aún creéis en esas relaciones que encontrabais entre cada cosa del mundo material y cada cosa del mundo moral? –Resp. No; es una ficción.

8. ¿Qué entendéis por estas palabras: Dios es el propio hombre? –Resp. Dios no es el hombre, pero el hombre es una imagen de Dios.

9. Os solicito que tengáis a bien desarrollar vuestro pensamiento. –Resp. Digo que el hombre es la imagen de Dios porque la inteligencia, el genio que él a veces recibe del Cielo es una emanación de la Omnipotencia Divina: él representa a Dios en la Tierra por el poder que ejerce en toda la Naturaleza y por las grandes virtudes que tiene la posibilidad de adquirir.

10. ¿Debemos considerar al hombre como una parte de Dios? –Resp. No, el hombre no es una parte de la Divinidad: es sólo su imagen.

11. ¿Podrías decirnos de qué manera recibíais las comunicaciones de los Espíritus, y si escribíais lo que os era revelado a la manera de nuestros médiums, o por inspiración? –Resp. Cuando me encontraba en silencio y en recogimiento, mi Espíritu estaba como deslumbrado, en éxtasis, y yo veía claramente una imagen delante de mí que me hablaba y me dictaba lo que debía escribir; algunas veces mi imaginación se mezclaba con eso.

12. ¿Qué debemos pensar del hecho relatado por el caballero Beylon, con referencia a la revelación que hicisteis a la reina Luisa Ulrica? –Resp. Esta revelación es verdadera. Beylon la desvirtuó.

13. ¿Cuál es vuestra opinión sobre la Doctrina Espírita, tal cual es hoy? –Resp. Os he dicho que estáis en un camino más seguro que el mío, considerando que vuestras luces, en general, son más amplias; yo tenía que luchar contra una mayor ignorancia y, sobre todo, contra la superstición.

El alma errante

En un volumen intitulado: Les Six Nouvelles,[1] de Maxime Ducamp, se encuentra una historia conmovedora que recomendamos a nuestros lectores. Es un alma errante que relata sus propias aventuras.

No tenemos el honor de conocer al Sr. Maxime Ducamp, a quien nunca hemos visto; por consecuencia, no sabemos si ha extraído sus enseñanzas de su propia imaginación o en los estudios espíritas; pero, sea como fuere, él no podría haber estado más felizmente inspirado. Podemos apreciar esto por el siguiente fragmento. No hablaremos del género fantástico en el cual la novela está encuadrada; es un accesorio sin importancia y puramente formal.

“Yo soy un alma errante, un alma en pena; vago a través de los espacios en espera de un cuerpo. Viajo en las alas del viento, en el azul del cielo, en la canto de los pájaros, en las pálidas claridades de la luna; soy un alma errante...

“Desde el instante en que Dios nos ha separado de Él, hemos vivido en la Tierra muchas veces, subiendo de generación en generación, abandonando sin lamento los cuerpos que nos han sido confiados y continuando la obra de nuestro propio perfeccionamiento a través de las existencias por las que hemos pasado.

“Cuando dejamos este incómodo anfitrión que nos sirve tan mal; cuando él va a fecundar y a renovar la tierra de donde ha salido; cuando, en libertad, abrimos finalmente nuestras alas, entonces Dios nos da a conocer nuestro objetivo. Vemos nuestras existencias anteriores; evaluamos el progreso realizado durante siglos; comprendemos las puniciones y las recompensas que nos han llegado, por las alegrías y por los dolores de nuestra vida; vemos que nuestra inteligencia crece de nacimiento en nacimiento y aspiramos al estado supremo por el cual dejaremos esta patria inferior para alcanzar los planetas radiantes donde las pasiones son más elevadas, el amor menos ambicioso, la felicidad más tenaz, los órganos más desarrollados, los sentidos más numerosos, cuya morada es reservada a los mundos que, por sus virtudes, están más próximos a la beatitud que nosotros.

“Cuando Dios nos envía nuevamente a cuerpos que deben vivir una vida miserable –para nosotros–, perdemos toda la conciencia de aquello que ha precedido a esos nuevos nacimientos; el yo, que había despertado, adormece una vez más, no persiste más y, de nuestras existencias pasadas, no restan sino vagas reminiscencias que causan en nosotros las simpatías, las antipatías y a veces también las ideas innatas.

“No hablaré de todas las criaturas que han vivido en mi soplo; pero en mi última vida he sufrido un infortunio tan grande, que es sólo de ésta que quiero contarles la historia.”

Sería difícil definir mejor el principio y el objetivo de la reencarnación, el progreso de los seres, la pluralidad de los mundos y el futuro que nos espera. He aquí ahora, en dos palabras, la historia de esta alma: Un joven amaba a una muchacha y era correspondido por ella; pero había obstáculos que se oponían a su unión. Entonces él le pidió a Dios que permitiese que su alma se desprendiera del cuerpo durante el sueño, a fin de que pudiese ir a ver a su bienamada. Este favor le fue concedido. Por consiguiente, todas las noches su alma echaba vuelo y dejaba el cuerpo en un estado completo de inercia, de donde no salía sino cuando el alma regresaba al cuerpo. Durante ese tiempo, iba a visitar a su amada: él la veía sin que ella lo sospechara; quería hablarle, pero ella no lo escuchaba; la observaba en sus menores movimientos y sorprendía su pensamiento. Era feliz con las alegrías de ella y se entristecía con sus dolores. Nada más gracioso y más delicado que el cuadro de estas escenas entre la muchacha y el alma invisible. “¡Pero qué fragilidad la del ser encarnado! Un día, o mejor dicho, una noche, él se olvidó de regresar; pasaron tres días sin que pensara en su cuerpo, que no puede vivir sin el alma. De repente pensó en su madre que lo esperaba y que debía estar preocupada con un sueño tan prolongado. Entonces, corrió hacia el cuerpo, pero era demasiado tarde: su cuerpo había dejado de vivir. Asistió a sus funerales y consoló a su madre. Desesperada, su novia no quiso oír hablar de ninguna otra unión; sin embargo, vencida por las solicitaciones de su propia madre, acabó cediendo después de una larga resistencia. El alma errante le perdonó una infidelidad que no estaba en su pensamiento; pero para recibir sus caricias y no dejarla más, pidió encarnarse en el hijo que iba a nacer.”

Si el autor no está convencido de las ideas espíritas, se ha de concordar que él representa muy bien su papel.



[1] Librairie Nouvelle, Boulevard des Italiens. [Nota de Allan Kardec.]






El Espíritu y el jurado

Uno de nuestros corresponsales, hombre de un gran saber y provisto de títulos científicos oficiales, lo que no le impide la inclinación de creer que tenemos un alma, que esta alma sobrevive al cuerpo, que después de la muerte permanece errante en el espacio y aún puede comunicarse con los vivos –ya que él mismo es muy buen médium y tiene numerosas conversaciones con los seres del Más Allá–, nos dirige la siguiente carta:

«Señor,

«Tal vez juzguéis oportuno dar lugar en vuestra interesante Revista al siguiente hecho.

«He sido jurado hace algún tiempo; el Supremo Tribunal de Justicia en lo Criminal debía juzgar a un joven, apenas salido de la adolescencia, acusado de haber asesinado a una mujer de edad en horribles circunstancias. El acusado confesaba y contaba los detalles del crimen con una impasibilidad y un cinismo que hacían estremecer a la asamblea.

«Sin embargo, era fácil prever que, considerando su edad, su absoluta falta de educación y las incitaciones que había recibido en su familia, serían solicitadas para él circunstancias atenuantes, ya que echaba la culpa a la cólera que lo habría hecho obrar así ante una provocación por injurias.

«He querido consultar a la víctima sobre el grado de culpabilidad del joven. La llamé durante una sesión a través de una evocación mental; ella me dio a conocer que estaba presente y yo puse mi mano a su disposición. He aquí la conversación que hemos tenido, yo mentalmente y ella a través de la escritura:

“–Preg. ¿Qué pensáis de vuestro asesino? –Resp. No seré yo quien lo acuse.

“–Preg. ¿Por qué? –Resp. Porque él ha sido instigado al crimen por un hombre que me hizo la corte hace cincuenta años y que, al no haber obtenido nada de mí, juró vengarse. Conservó en la muerte su deseo de venganza y se aprovechó de las disposiciones del acusado para inspirarle el deseo de matarme.

“–Preg. ¿Cómo lo sabéis? –Resp. Porque él mismo me lo ha dicho cuando llegué al mundo en que hoy habito.

“–Preg. Comprendo vuestra reserva ante esa incitación que vuestro asesino no rechazó como debía y podía; pero ¿no pensáis que la inspiración criminal a la cual él ha obedecido tan voluntariamente, no tendría el mismo poder sobre él si no hubiese alimentado y fomentado durante mucho tiempo sentimientos de envidia, de odio y de venganza contra vos y vuestra familia? –Resp. Seguramente; sin esto él habría sido más capaz de resistir. Por eso es que dije que aquel que se quiso vengar se aprovechó de las disposiciones de ese joven; como bien lo comprendéis, aquél no se habría dirigido a alguien que se dispusiera a resistir.

“–Preg. ¿Él goza con su venganza? –Resp. No, porque ve que le costará caro y, además, en lugar de hacerme mal, me ha prestado un servicio al hacerme entrar antes en el mundo de los Espíritus, donde soy más feliz; por lo tanto, ha sido una mala acción, sin provecho para él.

«Circunstancias atenuantes fueron admitidas por el jurado sobre los motivos indicados anteriormente, y la pena de muerte fue descartada.

«Acerca de lo que acabo de relatar, hay una observación moral de alta importancia que debe ser hecha. En efecto, es necesario sacar en conclusión que el hombre debe vigilar hasta sus menores pensamientos malos, hasta sus malos sentimientos, aparentemente los más esquivos, porque éstos tienen la propiedad de atraer hacia él a Espíritus malos y corruptos, y de ofrecerlo –débil y desarmado– a sus inspiraciones culpables: es una puerta que él abre al mal, sin comprender su peligro. Por consiguiente, ha sido con un profundo conocimiento del hombre y del mundo espiritual que Jesucristo ha dicho: “Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya cometió adulterio en su corazón.” (Mateo, 5:28.)

«Atentamente,

SIMON M...»


Advertencias del Más Allá

EL OFICIAL DE CRIMEA

La Indépendance Belge (Independencia Belga), que no puede ser acusado de excesiva benevolencia para con las creencias espíritas, ha relatado el siguiente hecho que varios otros diarios han repetido, y que nosotros reproducimos a nuestro turno con todas las reservas, pues no hemos tenido la ocasión de constatar su realidad.

“Ya sea porque nuestra imaginación inventa y puebla un mundo de almas al lado y encima de nosotros, o porque el mundo en el cual estamos, vivimos y nos movemos existe realmente, es indudable –por lo menos para mí– que se producen inexplicables accidentes que provocan a la Ciencia y desafían a la razón.

“En la guerra de Crimea, durante una de esas noches tristes y lentas que se prestan maravillosamente a la melancolía, a la pesadilla y a todas las nostalgias del Cielo y de la Tierra, un joven oficial se levanta de repente, sale de su tienda, va a buscar a uno de sus camaradas y le dice:

–Acabo de recibir la visita de mi prima, la Srta. de T...

–Lo has soñado.

–No. Ella entró, pálida y sonriendo, deslizándose apenas por la superficie del suelo, el cual era demasiado duro y grosero para sus pies delicados. Después que su dulce voz me despertó súbitamente, me miró y me dijo: "¡Estás tardando mucho! ¡Tomad cuidado! ¡A veces se muere en la guerra sin ir a la guerra!" Quise hablarle, levantarme, correr hacia ella; ¡pero retrocedió! Y poniendo el dedo sobre los labios, dijo: "¡Silencio! Tened coraje y paciencia; nos volveremos a ver". ¡Ah, amigo mío! Ella estaba muy pálida, tengo la certeza de que está enferma y que me llama.

–Duermes despierto; estás loco, replicó mi amigo.

–Es posible; pero entonces ¿qué es ese movimiento de mi corazón que la evoca y que me hace verla?

“Ambos jóvenes conversaron y, al amanecer, el amigo acompañó a su tienda al oficial visionario, cuando éste estremeció de repente y dijo:

–Aquí está ella, amigo mío; aquí está, delante de mi tienda... Ella me hace señales de que me falta fe y confianza.

“Por supuesto que su amigo no veía nada. Hizo lo mejor que podía para tranquilizar a su camarada. El día nació y con el mismo las ocupaciones muy serias que dejaban a un lado los fantasmas de la noche. Pero por una precaución bien razonable, al día siguiente una carta partió hacia Francia pidiendo noticias urgentes de la Srta. de T... Algunos días después respondieron que la Srta. de T... estaba seriamente enferma, y que si el joven oficial pudiera conseguir una licencia, tal vez su visita le causase un mejor efecto.

“Pedir una licencia en el momento de las luchas más rudas, quizás en la víspera de un ataque decisivo, alegando temores sentimentales, era algo que no se podía pensar. Sin embargo, creo recordarme que la licencia fue pedida y conseguida, y que el joven oficial ya iba a partir hacia Francia, cuando tuvo una nueva visión: ésta era espantosa. Pálida y muda, la Srta. de T... llegó una noche a su tienda deslizándose por el suelo y le mostró el largo vestido blanco que arrastraba. El joven oficial no dudó un solo instante que su novia hubiese muerto; extendió su mano, tomó una de sus pistolas y se dio un tiro en la cabeza.

“En efecto, en aquella misma noche y a la misma hora, la Srta. de T... había dado su último suspiro.

“¿Sería esta visión el resultado del magnetismo? No lo sé. ¿Sería locura? Cómo yo quisiera que fuese esto. Pero era algo que escapaba a las burlas de los ignorantes y al escarnio aún más inconveniente de los científicos.

“En cuanto a la autenticidad de este hecho, yo lo garantizo. Interrogad a los oficiales que han pasado ese largo invierno en Crimea, y no serán pocos los que os relatarán fenómenos de presentimiento, de aparición, de visión de imágenes de la patria y de parientes, análogos al que acabo de narraros.

“¿Qué se debe sacar en conclusión de todo esto? Nada. A menos que termine mi correspondencia de un modo bien lúgubre, y que tal vez supiese el medio de hacer dormir sin saber magnetizar.”

“THÉCEL”

Como hemos dicho en el comienzo, no hemos podido constatar la autenticidad del hecho; pero lo que podemos garantizar es su posibilidad. Los ejemplos comprobados, antiguos y recientes, de advertencias del Más Allá son tan numerosos que éste no tiene nada de más extraordinario que otros, atestiguados por personas dignas de fe. Podían parecer sobrenaturales en otros tiempos; pero hoy, que su causa es conocida y que son psicológicamente explicados, gracias a la teoría espírita, no tienen nada que los aparte de las leyes de la Naturaleza. No agregaremos sino una observación: si este oficial hubiera conocido el Espiritismo, sabría que el medio de reencontrar a su novia no sería suicidándose, porque esta acción puede alejarlos por un tiempo mucho más largo que aquel que él hubiese pasado en la Tierra. Además, el Espiritismo le habría dicho que una muerte gloriosa, en el campo de batalla, le habría sido más provechosa que la que se permitió voluntariamente por un acto de debilidad.

-*-*-*-

He aquí otro hecho de advertencia del Más Allá, relatado por la Gazette d’Arad (Hungría) [Gaceta de Arad], del mes de noviembre de 1858:

“Dos hermanos israelitas de Gyek (Hungría) habían ido a Grosswardeina llevar a sus dos hijas de 14 años a un internado. Durante la noche siguiente a su partida, otra hija de uno de ellos, de 10 años de edad y que se había quedado en casa, despertó sobresaltada y dijo llorando a su madre que había visto en sueño a su padre y a su tío, los cuales estaban cercados por varios campesinos que querían hacerles daño.

“En un principio la madre no le hizo caso a sus palabras; pero al ver que no conseguía calmar a su hija, la llevó a la casa del alcalde del lugar; ella contó allí nuevamente su sueño y agregó que había reconocido entre los campesinos a dos vecinos suyos, y que el hecho había sucedido en los lindes de un bosque.

“Inmediatamente el alcalde ordenó buscar a los dos campesinos en su domicilio, los cuales estaban efectivamente ausentes; luego, a fin de asegurarse de la verdad, envió a la dirección indicada a otros emisarios, quienes encontraron cinco cadáveres en los límites de un bosque. Eran los cadáveres de ambos padres, con sus hijas y el cochero que los había llevado; los cadáveres habían sido arrojados a una hoguera para que quedasen irreconocibles. Enseguida la gendarmería inició sus investigaciones; detuvo a los dos campesinos designados, en el momento en que éstos intentaban cambiar varios billetes de banco manchados de sangre. Una vez en prisión, confesaron su crimen, diciendo que reconocían el dedo de Dios en el rápido descubrimiento del crimen.”



Los Convulsionarios de Saint-Médard

(Sociedad, 15 de julio de 1859.)

Noticia – François Pâris, famoso diácono de París, fallecido en 1727 a la edad de 37 años, era hijo mayor de un consejero del Parlamento; naturalmente debería suceder a su padre en el cargo, pero prefirió abrazar el estado eclesiástico. Después de la muerte de su progenitor dejó sus bienes a su hermano. Durante algún tiempo enseñó catecismo en la parroquia de Saint-Côme (San Cosme), encargándose de la reunión y de la dirección de los clérigos. El cardenal de Noailles, a cuya causa estaba vinculado, quiso nombrarlo cura de esa parroquia, pero un obstáculo imprevisto se opuso a esto. Entonces, el abate Pâris se consagró completamente al retiro. Después de haber profesado varias veces la vida solitaria, se recluyó en una casa del faubourg Saint-Marcel; allí se entregó sin reservas a la oración, a las más rigurosas prácticas de la penitencia y al trabajo manual: hacía medias para los pobres, que consideraba sus hermanos. Murió en ese asilo. El abate Pâris había adherido a los contestatarios de la bula Unigenitus, cuya apelación fue interpuesta por los cuatro obispos; él mantuvo su posición en 1720. Así, debe haber sido diversamente descripto por los partidos opuestos. Antes de hacer medias, había producido libros bastante mediocres. Tenemos del mismo las Explicaciones de la Epístola de san Pablo a los Romanos, a los Gálatas, y un análisis de la Epístola a los Hebreos que pocas personas leen. Su hermano le erigió una tumba en el pequeño cementerio de Saint-Médard (san Medardo), donde iban hacer oraciones los pobres que el piadoso diácono había socorrido, algunos ricos que él había esclarecido y varias mujeres que él había instruido; hubo curas que parecieron maravillosas y convulsiones que fueron consideradas peligrosas y ridículas. En fin, las autoridades se vieron obligadas a hacer cesar ese espectáculo, ordenando clausurar el cementerio el 27 de enero de 1732. Entonces, los mismos entusiastas fueron a hacer sus convulsiones en casas particulares. La tumba del diácono Pâris fue, en la opinión de mucha gente, la tumba del Jansenismo; pero algunas otras personas creyeron ver allí el dedo de Dios, y se vincularon cada vez más a ese grupo que producía tales maravillas. Hay diferentes relatos sobre este diácono, del cual quizás nunca habrían hablado si no hubiesen querido hacer de él un taumaturgo.

Entre los fenómenos extraños que los Convulsionarios de Saint-Médard presentaban, son citados los siguientes:

La facultad de resistir a golpes tan terribles, que los cuerpos deberían quedar quebrados;

La de hablar lenguas ignoradas u olvidadas;

Un desdoblamiento extraordinario de la inteligencia; los más ignorantes entre ellos improvisaban discursos sobre la gracia, los males de la Iglesia, el fin del mundo, etc.;

La facultad de leer el pensamiento;

Puestos en contacto con los enfermos, sentían dolores en los mismos lugares de aquellos que los consultaban; nada era más frecuente que escucharlos predecir los diferentes fenómenos anormales que deberían sobrevenir en el curso de sus enfermedades.

La insensibilidad física producida por el éxtasis daba lugar a escenas atroces. La locura llegó a tal punto que crucificaron verdaderamente a infelices víctimas, para hacerles sufrir todos los detalles de la Pasión del Cristo; y las propias víctimas –el hecho es confirmado por los testigos más auténticos– solicitaban las terribles torturas, designadas entre los Convulsionarios con el nombre de gran socorro.

La cura de los enfermos se operaba por el simple toque de la piedra sepulcral o por el polvo que encontraban alrededor de la misma y que tomaban con alguna bebida o que aplicaban en las llagas. Estas curas, que han sido muy numerosas, son confirmadas por miles de testigos, y algunos de éstos dan testimonio, muchos de los cuales son hombres de Ciencia, incrédulos en el fondo, que han registrado los hechos sin saber a qué atribuirlos.

PAULINE ROLAND

1. Evocación del diácono Pâris. – Resp. Estoy aquí.

2. ¿Cuál es vuestro estado actual como Espíritu? –Resp. Errante y feliz.

3. ¿Habéis tenido otras existencias corporales después de aquella que conocemos? –Resp. No; estoy constantemente ocupado en hacer el bien a los hombres.

4. ¿Cuál ha sido la causa de los extraños fenómenos que sucedieron entre los visitantes de vuestra tumba? –Resp. Intriga y magnetismo.

Observación – Entre las facultades de las que eran dotados los Convulsionarios, se reconocen sin dificultad aquellas de las cuales el sonambulismo y el magnetismo ofrecen numerosos ejemplos; tales son, entre otras: la insensibilidad física, la facultad de leer el pensamiento, la transmisión de los dolores por sintonía, etc. Por lo tanto, no se puede dudar que esos crisíacosestuviesen en una especie de estado de sonambulismo lúcido, provocado por la influencia que ejercían unos sobre los otros, sin ellos saberlo. Eran, a la vez, magnetizadores y magnetizados.

5. ¿Por qué razón toda una población ha sido súbitamente dotada de esas facultades extrañas? –Resp. Las mismas se comunican muy fácilmente en ciertos casos, y no sois tan extraños a las facultades de los Espíritus como para no comprender que en esto ellos han participado ampliamente, en sintonía con los que las han provocado.

7. ¿Habéis participado directamente como Espíritu? –Resp. En absoluto.

8. ¿Otros Espíritus han sido partícipes? –Resp. Muchos.

9. En general, ¿de qué naturaleza eran? –Resp. Poco elevados.

10. ¿Por qué esas curas y todos esos fenómenos cesaron cuando las autoridades se opusieron, clausurando el cementerio? ¿Tendrían, pues, las autoridades más poder que los Espíritus? –Resp. Dios quiso hacer cesar la situación porque había degenerado en abuso y en escándalo; fue necesario un medio y Él empleó la autoridad de los hombres.

11. Ya que no participasteis de esas curas, ¿por qué elegían vuestra tumba en vez de otra? –Resp. ¿Creéis que me han consultado? Han elegido mi tumba de propósito: en primer lugar, por mis opiniones religiosas, y en segundo, por el poco bien que he buscado hacer y que han explotado.



Observaciones a propósito de la palabra milagro

El Sr. Mathieu, que hemos citado en nuestro artículo del mes de octubre sobre Los milagros, nos dirige la siguiente solicitación que nos apresuramos en atender.

“Señor,

“Si no tengo la ventaja de estar de acuerdo con vos en todos los puntos, lo estoy al menos en aquello que tuvisteis ocasión de hablar de mí en el último número de vuestro periódico. Así, concuerdo perfectamente con vuestra observación a propósito de la palabra milagro. Si de la misma me he servido en mi opúsculo, tuve el cuidado de decir al mismo tiempo (página 4): "Se ha convenido en que la palabra milagro expresa un hecho que se produce fuera de las leyes conocidas de la Naturaleza; un hecho que escapa a toda explicación humana, a toda interpretación científica". Con esto suponía indicar suficientemente que yo no daba a la palabra milagro más que un valor relativo y convencional; parece que me equivoqué, puesto que os habéis tomado el trabajo de objetarla.

“Señor, en todo caso cuento con vuestra imparcialidad, para que estas pocas líneas que tengo el honor de dirigiros, encuentren lugar en vuestro próximo número. No me siento molesto; que vuestros lectores sepan que no he querido dar al vocablo en cuestión el sentido que le objetáis, y que hubo falta de habilidad de mi parte o malentendido de la vuestra, o quizás un poco de lo uno y de lo otro.

“Atentamente,

MATHIEU.”

Como habíamos dicho en nuestro artículo, estábamos perfectamente convencidos del sentido en que el Sr. Mathieu empleó la palabra milagro; por lo tanto, nuestra crítica no recaía de manera alguna sobre su opinión, sino en el empleo de esa palabra, incluso en su acepción más racional. Hay tantas personas que sólo ven la superficie de las cosas, sin tomarse el trabajo de profundizarlas –lo que no las impide de juzgar como si las conocieran–, que un título como ese dado a un hecho espírita podría ser tomado al pie de la letra, de fe buena por unos o con malevolencia por la mayoría. Al respecto, nuestra observación tiene fundamento, puesto que nos recordamos haber leído en alguna parte, en un diario cuyo nombre se nos escapa, un artículo donde aquellos que tienen la facultad de provocar fenómenos espíritas estaban calificados, por escarnio, como hacedores de milagros, y esto con referencia a un adepto muy fervoroso que estaba convencido de producirlos. Este es el caso de recordar el proverbio: Nada es más peligroso que un amigo imprudente. Nuestros adversarios están muy ávidos en llevarnos al ridículo, sin que se les de un pretexto.


AVISO

La abundancia de materias no nos ha permitido incluir en este número el Boletín de la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas; lo daremos con el mes de diciembre, en un Suplemento, así como varias otras comunicaciones que la falta de espacio nos ha hecho posponer.

ALLAN KARDEC