Usted esta en:
Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1859 > Enero
Enero
A Su Alteza el príncipe G.
Príncipe:
Vuestra Alteza me ha hecho el honor de dirigirme varias preguntas referentes al Espiritismo; voy a tratar de responderlas, tanto como lo permita el estado de los conocimientos actuales sobre la materia, resumiendo en pocas palabras lo que el estudio y la observación nos han enseñado al respecto. Esas cuestiones se basan en los propios principios de la ciencia; para dar más claridad a la solución, es necesario tener esos principios presentes en el pensamiento; por lo tanto, permitidme considerar la cuestión desde un punto más alto, estableciendo preliminarmente ciertas proposiciones fundamentales que, además, han de servir de respuesta a algunas de vuestras preguntas.
Fuera del mundo corporal visible existen seres invisibles que constituyen el mundo de los Espíritus.
De ninguna manera los Espíritus son seres aparte, sino las propias almas de los que han vivido en la Tierra o en otras esferas, y que se han despojado de sus envolturas materiales.
Los Espíritus presentan todos los grados de desarrollo intelectual y moral. Por consecuencia los hay buenos y malos, esclarecidos e ignorantes, ligeros, mentirosos, bellacos, hipócritas, que buscan engañar e inducir al mal, así como los hay muy superiores en todo y que solamente buscan hacer el bien. Esta distinción es un punto capital.
Los Espíritus nos rodean sin cesar; sin que lo sepamos, dirigen nuestros pensamientos y nuestras acciones, y por esto influyen en los acontecimientos y en los destinos de la Humanidad.
A menudo los Espíritus atestiguan su presencia a través de efectos materiales. Estos efectos nada tienen de sobrenatural; sólo nos parecen así porque reposan sobre bases que se encuentran fuera de las leyes conocidas de la materia. Una vez conocidas estas bases, el efecto entra en la categoría de los fenómenos naturales.
Fuera del mundo corporal visible existen seres invisibles que constituyen el mundo de los Espíritus.
De ninguna manera los Espíritus son seres aparte, sino las propias almas de los que han vivido en la Tierra o en otras esferas, y que se han despojado de sus envolturas materiales.
Los Espíritus presentan todos los grados de desarrollo intelectual y moral. Por consecuencia los hay buenos y malos, esclarecidos e ignorantes, ligeros, mentirosos, bellacos, hipócritas, que buscan engañar e inducir al mal, así como los hay muy superiores en todo y que solamente buscan hacer el bien. Esta distinción es un punto capital.
Los Espíritus nos rodean sin cesar; sin que lo sepamos, dirigen nuestros pensamientos y nuestras acciones, y por esto influyen en los acontecimientos y en los destinos de la Humanidad.
A menudo los Espíritus atestiguan su presencia a través de efectos materiales. Estos efectos nada tienen de sobrenatural; sólo nos parecen así porque reposan sobre bases que se encuentran fuera de las leyes conocidas de la materia. Una vez conocidas estas bases, el efecto entra en la categoría de los fenómenos naturales.
Es así que los Espíritus pueden actuar sobre los cuerpos inertes y hacerlos mover sin el auxilio de nuestros agentes exteriores. Negar la existencia de agentes desconocidos por el solo hecho de no comprenderlos, sería poner límites al poder de Dios y creer que la Naturaleza nos ha dicho su última palabra.
Todo efecto tiene una causa: nadie lo discute. Por lo tanto, es ilógico negar la causa por el solo hecho de que es desconocida.
Si todo efecto tiene una causa, todo efecto inteligente debe tener una causa inteligente. Cuando vemos al manipulador del telégrafo formar señales que responden al pensamiento, no sacamos en conclusión que dicho manipulador sea inteligente, sino que una inteligencia lo hace mover. Sucede lo mismo con los fenómenos espíritas. Si la inteligencia que los produce no es la nuestra, es evidente que se encuentra fuera de nosotros.
En los fenómenos de las Ciencias naturales se actúa sobre la materia inerte que se manipula a voluntad; en los fenómenos espíritas se actúa sobre inteligencias que tienen su libre albedrío y que no están sometidas a nuestra voluntad. Por lo tanto, hay entre los fenómenos usuales y los fenómenos espíritas una diferencia radical en cuanto al principio: es por esto que la Ciencia común es incompetente para juzgarlos.
El Espíritu encarnado tiene dos envolturas: una material, que es el cuerpo, y otra semimaterial e indestructible, que es el periespíritu. Al dejar la primera, el Espíritu conserva la segunda que constituye para él una especie de cuerpo, pero cuyas propiedades son esencialmente diferentes. En su estado normal, el periespíritu es invisible para nosotros, pero puede volverse momentáneamente visible e incluso tangible: tal es la causa del fenómeno de las apariciones.
Por lo tanto, los Espíritus no son seres abstractos, indefinidos, sino seres reales y limitados, que tienen su existencia propia y que piensan y obran en virtud de su libre albedrío. Ellos están por todas partes, a nuestro alrededor; pueblan los espacios y se transportan con la velocidad del pensamiento.
Los hombres pueden entrar en relación con los Espíritus y recibir de los mismos comunicaciones directas a través de la escritura, de la palabra y por otros medios. Al estar los Espíritus a nuestro lado, o al poder atender a nuestro llamado, es posible establecer con ellos comunicaciones continuadas, a través de ciertos intermediarios, como un ciego puede hacerlo con las personas que él no ve.
Ciertas personas son más dotadas que otras de una aptitud especial para transmitir las comunicaciones de los Espíritus: son los médiums. El papel del médium es el de un intérprete; es un instrumento del cual se sirve el Espíritu; este instrumento puede ser más o menos perfecto, y es por esto que existen comunicaciones más o menos fáciles.
Los fenómenos espíritas son de dos órdenes: las manifestaciones físicas y materiales, y las comunicaciones inteligentes. Los efectos físicos son producidos por Espíritus inferiores; los Espíritus elevados no se ocupan de esas cosas, así como nuestros sabios no se ocupan en hacer proezas musculares: su papel es el de instruir por el razonamiento.
Las comunicaciones pueden emanar de Espíritus inferiores, como de Espíritus superiores. Se reconoce a los Espíritus –como a los hombres– por su lenguaje: el de los Espíritus superiores es siempre serio, digno, noble e impregnado de benevolencia; toda expresión trivial o inconveniente, todo pensamiento que choque a la razón o al buen sentido, que denote orgullo, acrimonia o malevolencia, emana necesariamente de un Espíritu inferior.
Los Espíritus elevados no enseñan más que cosas buenas; su moral es la del Evangelio; sólo predican la unión y la caridad, y nunca engañan. Los Espíritus inferiores dicen absurdos, mentiras y a menudo hasta groserías.
La buena aptitud de un médium no consiste solamente en la facilidad de las comunicaciones, sino sobre todo en la naturaleza de las comunicaciones que recibe. Un buen médium es el que simpatiza con los Espíritus buenos y no recibe sino buenas comunicaciones.
Todos tenemos un Espíritu familiar que se vincula a nosotros desde nuestro nacimiento, que nos guía, aconseja y nos protege; este Espíritu es siempre bueno.
Además del Espíritu familiar, hay Espíritus que son atraídos hacia nosotros por su simpatía para con nuestras cualidades y nuestros defectos, o por antiguos afectos terrestres. De esto resulta que, en toda reunión, hay una multitud de Espíritus más o menos buenos, según la naturaleza del medio.
¿Pueden los Espíritus revelar el futuro?
Los Espíritus sólo conocen el futuro en razón de su elevación. Aquellos que son inferiores no conocen ni siquiera su futuro, y con más fuerte razón desconocen el de los otros. Los Espíritus superiores lo conocen, pero no siempre les es permitido revelarlo. En principio, y por un designio muy sabio de la Providencia, el porvenir nos debe ser ocultado; si lo conociéramos, nuestro libre albedrío sería obstaculizado. La certeza del éxito nos sacaría la voluntad de hacer algo, porque no veríamos la necesidad de esforzarnos; la certeza de una desgracia nos desanimaría. No obstante, hay casos donde el conocimiento del futuro puede ser útil, pero de éstos jamás podemos ser jueces: los Espíritus nos lo revelan cuando lo creen útil y cuando tienen el permiso de Dios; entonces, ellos lo hacen espontáneamente y no a pedido nuestro. Es preciso esperar con confianza la oportunidad, y sobre todo no insistir en caso de negativa, porque de otro modo uno se arriesga a relacionarse con Espíritus ligeros que se divierten a costa nuestra.
¿Pueden los Espíritus guiarnos a través de consejos directos en las cosas de la vida?
Sí, pueden y lo hacen con gusto. Esos consejos nos llegan diariamente por los pensamientos que nos sugieren. Frecuentemente hacemos cosas de las cuales nos atribuimos el mérito, y que en realidad no son más que el resultado de una inspiración que nos ha sido transmitida. Ahora bien, como estamos rodeados por Espíritus que influyen en nosotros, unos en un sentido y otros en otro, tenemos siempre nuestro libre albedrío para guiarnos en la elección; feliz de nosotros cuando preferimos a nuestro Espíritu bueno.
Además de esos consejos ocultos, se puede obtenerlos directamente a través de un médium; pero es aquí el caso de recordar los principios fundamentales que acabamos de emitir. La primera cuestión a considerar es la cualidad del médium, si no lo es uno mismo. Un médium que no recibe sino buenas comunicaciones y que, por sus cualidades personales, sólo simpatiza con los Espíritus buenos, es un ser precioso del cual se puede esperar grandes cosas, si es que es secundado por la pureza de sus propias instrucciones y si las mismas se toman convenientemente; digo más: es un instrumento providencial.
El segundo punto, que no es menos importante, consiste en la naturaleza de los Espíritus a los cuales nos dirigimos, y no es preciso creer que el primero que llegue pueda guiarnos útilmente. Aquel que viese en las comunicaciones espíritas apenas un medio de adivinación, y en un médium una especie de echador de la buenaventura, se equivocaría por completo. Es preciso considerar que tenemos en el mundo de los Espíritus, amigos que se interesan por nosotros, más sinceros y más devotos que aquellos que adoptan ese título en la Tierra, y que no tienen ningún interés en adularnos o en engañarnos. Son, además de nuestro Espíritu protector, parientes o personas que nos han querido en vida, o Espíritus que nos desean el bien por simpatía. Éstos vienen de buen grado cuando se los llama e incluso vienen sin ser llamados; frecuentemente los tenemos a nuestro lado sin que lo sospechemos. Son aquellos a los que podemos pedirles consejos por vía directa de los médiums, y que incluso los dan espontáneamente sin que se los pidamos. Sobre todo lo hacen en la intimidad, en el silencio y cuando ninguna influencia extraña viene a perturbarlos; además, ellos son muy prudentes y nunca temamos de su parte una indiscreción: se callan cuando hay demasiados oídos. Lo hacen todavía más a gusto cuando están en frecuente comunicación con nosotros; como sólo dicen cosas convenientes y oportunas, es preciso esperar su buena voluntad y no creer que a primera vista ellos vengan a satisfacer a todos nuestros pedidos; con esto quieren probarnos que no están a nuestras órdenes.
La naturaleza de las respuestas depende mucho de la manera de hacer las preguntas; es necesario aprender a conversar con los Espíritus como se aprende a conversar con los hombres: en todas las cosas es preciso experiencia. Por otro lado, el hábito hace que los Espíritus se identifiquen con nosotros y con el médium; los fluidos se combinan y las comunicaciones son más fáciles; entonces, se establece entre ellos y nosotros verdaderas conversaciones familiares; lo que no dicen en un día, lo dicen en otro; se habitúan a nuestra manera de ser, como nosotros a la de ellos: estamos recíprocamente más a gusto. En cuanto a la intromisión de los Espíritus malos y de los Espíritus engañadores –lo que es un gran escollo–, la experiencia enseña a combatirlos y siempre pueden ser evitados. Si no se les da motivos, ellos no vienen porque saben que pierden su tiempo.
¿Cuál puede ser la utilidad de la propagación de las ideas espíritas? –Al ser el Espiritismo la prueba palpable y evidente de la existencia, de la individualidad y de la inmortalidad del alma, es la destrucción del materialismo, de esa negación de toda religión, de esa llaga de toda sociedad. El número de materialistas que Él ha conducido hacia ideas más sanas es considerable y aumenta todos los días: sólo esto ya sería un beneficio social. Él no sólo prueba la existencia del alma y su inmortalidad, sino que muestra su estado feliz o infeliz según los méritos de esta vida. Las penas y las recompensas futuras no son más una teoría: son un hecho patente que lo tenemos bajo nuestros ojos. Ahora bien, como no hay religión posible sin la creencia en Dios, en la inmortalidad del alma, en las penas y recompensas futuras, el Espiritismo hace revivir esas creencias en aquellos en los cuales ellas estaban apagadas, deduciéndose de esto que Él es el más poderoso auxiliar de las ideas religiosas: da religión a los que no la tienen;[i] la fortifica en aquellos en que ella es vacilante; consuela por la certeza del futuro, hace tomar con paciencia y resignación las tribulaciones de esta vida y desvía el pensamiento del suicidio, pensamiento que es rechazado naturalmente cuando se ve sus consecuencias: he aquí por qué son felices los que han penetrado esos misterios; es para ellos una luz que disipa las tinieblas y las angustias de la duda.
Si consideramos ahora la moral enseñada por los Espíritus superiores, ella es toda evangélica: con esto está todo dicho; predica la caridad cristiana en toda su sublimidad, y hace más, muestra su necesidad para la felicidad presente y futura, porque las consecuencias del bien y del mal que hacemos están allí delante de nuestros ojos. Al reconducir a los hombres a los sentimientos de sus deberes recíprocos, el Espiritismo neutraliza el efecto de las doctrinas subversivas del orden social.
¿No pueden esas creencias ser un peligro para la razón? –Todas las Ciencias ¿no han proporcionado su contingente a las casas de alienados? ¿Hay que condenarlas por esto? Las creencias religiosas ¿no están allí ampliamente representadas? ¿Sería justo, por eso, proscribir la religión? ¿Se conocen a todos los locos que el miedo al diablo ha producido? Todas las grandes preocupaciones intelectuales llevan a la exaltación y pueden influir de modo perjudicial sobre un cerebro débil; tendría fundamento en verse en el Espiritismo un peligro especial en este aspecto si Él fuese la única causa o, incluso, la causa preponderante de los casos de locura. Se da mucha repercusión a dos o tres casos a los cuales no se les habría prestado ninguna atención en otra circunstancia; y además no se tiene en cuenta las causas predisponentes anteriores. Yo podría citar otras en donde las ideas espíritas bien comprendidas han detenido el desarrollo de la locura. En resumen, el Espiritismo no ofrece, en este aspecto, más peligro que las mil y una causas que la producen diariamente; digo más: que Él ofrece mucho menos peligro, porque lleva en sí mismo el correctivo y, por la dirección que da a las ideas, por la calma que proporciona al espíritu de los que lo comprenden, puede neutralizar el efecto de causas extrañas. La desesperación es una de esas causas; ahora bien, al hacernos encarar las cosas más penosas con sangre fría y resignación, el Espiritismo nos da la fuerza de soportarlas con coraje y resignación, y atenúa los funestos efectos de la desesperación.
¿No son las creencias espíritas la consagración de las ideas supersticiosas de la Antigüedad y de la Edad Media, y no pueden ellas darles crédito? –Las personas sin religión ¿no tachan de superstición a la mayoría de las creencias religiosas? Una idea sólo es supersticiosa cuando es falsa; deja de serlo si se vuelve una verdad. Está probado que en el fondo de la mayoría de las supersticiones hay una verdad amplificada y desnaturalizada por la imaginación. Ahora bien, quitar a esas ideas todo su atavío fantástico y no dejar más que la realidad, es destruir la superstición: tal es el efecto de la ciencia espírita, que pone al desnudo lo que hay de verdadero y de falso en las creencias populares. Por mucho tiempo las apariciones han sido consideradas como una creencia supersticiosa; hoy, que son un hecho probado y –más que eso– perfectamente explicado, entran en el dominio de los fenómenos naturales. Por más que se las condene, no se las impedirá producirse; pero aquellos que se dieron cuenta y las comprenden, no solamente no se asustan, sino que están satisfechos, y esto sucede a tal punto que aquellos que no las tienen desean tenerlas. Al dejar el campo libre a la imaginación, los fenómenos incomprendidos son la fuente de una multitud de ideas accesorias, absurdas, que degeneran en supersticiones. Mostrad la realidad, explicad la causa, y la imaginación se detiene en el límite de lo posible; lo maravilloso, lo absurdo y lo imposible desaparecen, y con ellos la superstición; tales son, entre otras, las prácticas cabalísticas, la virtud de los signos y de las palabras mágicas, las fórmulas sacramentales, los amuletos, los días nefastos, las horas diabólicas y tantas otras cosas de las cuales el Espiritismo bien comprendido demuestra el ridículo.
Príncipe, tales son las respuestas que he creído un deber daros a las preguntas que me habéis hecho el honor de dirigir; me he de sentir feliz si ellas pueden corroborar las ideas que Vuestra Alteza ya posee sobre esas materias y si pueden llevaros a profundizar una cuestión de tan alto interés; más feliz aún si mi colaboración ulterior puede seros de alguna utilidad.
Con el más profundo respeto, soy de Vuestra Alteza, vuestro muy humilde y muy obediente servidor,
El Sr. Adrien, médium vidente
(Segundo artículo)
Desde la publicación de nuestro artículo sobre el Sr. Adrien, médium vidente,[i] nos han comunicado un gran número de hechos que confirman nuestra opinión de que esta facultad, al igual que todas las otras facultades mediúmnicas, es más común de lo que se piensa; nosotros ya la habíamos observado en una multitud de casos particulares y sobre todo en el estado sonambúlico. El fenómeno de las apariciones es hoy un hecho adquirido y podemos decir frecuente, sin hablar de los numerosos ejemplos que nos ofrecen la Historia profana y las Sagradas Escrituras. Muchos de los que nos han sido relatados sucedieron personalmente con aquellos que nos los han informado, pero esos hechos son casi siempre fortuitos y accidentales; aún no habíamos visto a nadie en quien esta facultad fuese de algún modo un estado normal. Ella es permanente en el Sr. Adrien; por todas partes donde está, la población oculta que pulula a nuestro alrededor es visible para él, sin que la llame: desempeña para nosotros el papel de un vidente en medio de un pueblo de ciegos; ve a esos seres –que podría decirse que son los dobles del género humano– ir y venir, tomar parte en nuestras acciones y, si podemos expresarlo así, dedicarse a sus asuntos. Los incrédulos dirán que es una alucinación, palabra sacramental con la cual pretenden explicar lo que no comprenden. Gustaríamos que ellos mismos pudiesen definirnos lo que es una alucinación, y sobre todo explicarnos su causa. En el Sr. Adrien, sin embargo, ella ofrecería un carácter bien insólito: el de la permanencia. Hasta el presente, lo que se ha convenido en llamar alucinación es un hecho anormal y casi siempre la consecuencia de un estado patológico, lo que de ninguna manera es aquí el caso. Y nosotros, que hemos estudiado esta facultad, que la observamos todos los días en sus mínimos detalles, hemos estado en condiciones de constatar su realidad. Por lo tanto, para nosotros ella no es objeto de duda alguna y, como se verá, nos ha sido de una gran ayuda en nuestros estudios espíritas; nos ha permitido introducir el escalpelo de la investigación en la vida extracorpórea: es la antorcha en la oscuridad. El Sr. Home, dotado de una facultad notable como médium de efectos físicos, ha producido efectos sorprendentes. El Sr. Adrien nos inicia en la causa de esos efectos, porque él los ve producirse y va mucho más allá de lo que impresiona a nuestros sentidos.
La realidad de la visión del Sr. Adrien está probada por el retrato que hace de las personas que nunca ha visto y cuya descripción es reconocida como exacta. Evidentemente cuando describe con una rigurosa minuciosidad hasta los mínimos detalles de un pariente o de un amigo que es evocado por su intermedio, no hay duda que él ve, porque no pueden ser cosas de su imaginación; pero existen personas cuyo prejuicio las lleva a rechazar hasta incluso la propia evidencia; y lo que hay de singular, es que para refutar lo que no quieren admitir, lo explican con causas aún más difíciles que aquellas que les damos.
Entretanto, los retratos del Sr. Adrien no son siempre infalibles, y en esto –como en toda Ciencia–, cuando una anomalía se presenta, es necesario investigar su causa, porque la causa de una excepción es frecuentemente la confirmación del principio general. Para comprender este hecho, es preciso no perder de vista lo que ya hemos dicho sobre la forma aparente de los Espíritus. Esta forma depende del periespíritu, cuya naturaleza esencialmente flexible se presta a todas las modificaciones que el Espíritu quiera darle. Al dejar la envoltura material, el Espíritu lleva consigo su envoltura etérea que constituye una otra especie de cuerpo. En su estado normal, ese cuerpo tiene la forma humana, pero que no está calcada rasgo por rasgo sobre aquel que ha dejado, principalmente cuando lo ha dejado hace un cierto tiempo. En los primeros momentos que siguen a la muerte, y durante todo el tiempo en que aún existe un lazo entre las dos existencias, la similitud es mayor; pero esta similitud se pierde a medida que el desprendimiento se opera y que el Espíritu se vuelve más ajeno a su última envoltura. Sin embargo, él puede siempre tomar esta primera apariencia, ya sea por la fisonomía como por la vestimenta, cuando lo juzgue útil para hacerse reconocer; pero esto sucede, en general, debido a un gran esfuerzo de su voluntad. Por lo tanto, no hay nada de sorprendente que, en ciertos casos, la semejanza falle en algunos detalles: bastan los rasgos principales. En el médium, esta investigación tampoco se hace sin un cierto esfuerzo, que se vuelve penoso cuando se repite demasiado. Sus visiones comunes no le ocasionan ninguna fatiga, porque él no considera sino las generalidades. Sucede lo mismo cuando nosotros vemos a una multitud: vemos todo; todos los individuos se destacan a nuestros ojos con sus rasgos distintivos, sin que ninguno de esos rasgos nos impresione demasiado como para poderlos describir; para especificarlos, es preciso concentrar nuestra atención en los detalles íntimos que queremos analizar, con la diferencia que, en las circunstancias ordinarias, la vista se dirige hacia una forma material, invariable, mientras que en la visión ella reposa sobre una forma esencialmente móvil, que un simple efecto de la voluntad puede modificar. Por lo tanto, sepamos tomar las cosas como son; considerémolas en sí mismas y en razón de sus propiedades. No olvidemos que, en Espiritismo, de modo alguno se opera sobre la materia inerte, sino sobre inteligencias que tienen su libre albedrío, y que por consiguiente no podemos someterlas a nuestra voluntad ni hacerlas obrar como uno quiere, como si moviéramos un péndulo. Todas las veces que quieran tomar a nuestras Ciencias exactas como punto de partida en las observaciones espíritas, estarán extraviados; es por esto que la Ciencia común es incompetente en esta cuestión: es exactamente como si un músico quisiese juzgar la arquitectura desde el punto de vista musical. El Espiritismo nos revela un nuevo orden de ideas, de nuevas fuerzas, de nuevos elementos, de fenómenos que no se basan en nada de lo que conocemos; por lo tanto, para juzgarlos sepamos despojarnos de nuestros prejuicios y de toda idea preconcebida; sobre todo compenetrémonos de esta verdad: fuera de lo que conocemos puede haber otra cosa, si es que no queremos caer en el error absurdo –fruto de nuestro orgullo– de que Dios no tiene más secretos para nosotros.
Después de esto, se comprende qué influencias delicadas pueden obrar sobre la producción de los fenómenos espíritas; pero existen otras que merecen una atención no menos seria. Decimos que el Espíritu, despojado del cuerpo, conserva toda su voluntad y una libertad de pensar mucho mayor de la que tenía cuando encarnado: hay susceptibilidades que tenemos dificultad de comprender; lo que a menudo nos parece tan simple y natural, lo ofende y lo desagrada; una pregunta fuera de lugar lo choca, lo hiere; y él nos muestra su independencia al no hacer lo que nosotros queremos, mientras que, a veces, hace más de lo que hubiéramos pensado pedirle. Es por esta razón que las preguntas de prueba y de curiosidad son esencialmente antipáticas a los Espíritus, y que raramente las responden de una manera satisfactoria; sobre todo los Espíritus serios jamás se prestan a esto, y en ningún caso quieren servir de entretenimiento. Entonces se concibe que la intención puede influir mucho sobre su buena voluntad en presentarse ante los ojos de un médium vidente, bajo tal o cual apariencia; y como en definitiva ellos no revisten una apariencia determinada sino cuando ésta les conviene, sólo lo hacen cuando en eso ven un motivo serio y útil.
Hay otra razón que, de algún modo, se vincula a lo que podríamos llamar la fisiología espírita. La visión del Espíritu por el médium se realiza por una especie de irradiación fluídica, partiendo del Espíritu y dirigiéndose sobre el médium; éste absorbe, por así decirlo, esos rayos y los asimila. Si está solo, o si está rodeado solamente por personas simpáticas, unidas en la intención y en los pensamientos, estos rayos se concentran sobre él; entonces, la visión es nítida, precisa, y es en estas circunstancias que los retratos son casi siempre de una exactitud notable. Al contrario, si existen alrededor del médium influencias antipáticas, pensamientos divergentes y hostiles, si no hay recogimiento, los rayos fluídicos se dispersan y son absorbidos por el medio ambiente: es por esto que hay una especie de niebla que se proyecta sobre el Espíritu y que no permite distinguir sus trazos. Tal sería una luz con o sin reflector. Otra comparación menos material puede aún explicarnos este fenómeno. Cada uno sabe que la elocuencia de un orador es estimulada por la simpatía y por la atención de su auditorio; al contrario, si él es distraído por el ruido, por la desatención o por la mala voluntad, sus pensamientos no son más tan libres, se dispersan y sus posibilidades disminuyen. El Espíritu que recibe la influencia de un medio absorbente se encuentra en el mismo caso: su irradiación, en lugar de dirigirse hacia un único punto, pierde su fuerza al diseminarse.
A las consideraciones anteriores debemos agregar una, cuya importancia será fácilmente comprendida por todos aquellos que conocen la marcha de los fenómenos espíritas. Se sabe que varias causas pueden impedir que un Espíritu atienda a nuestro llamado en el momento en que lo evocamos: puede estar reencarnado u ocupado en otra parte. Ahora bien, entre los Espíritus que se presentan casi siempre simultáneamente, el médium debe distinguir al que llamamos, y si no está allí, puede tomarlo por otro Espíritu igualmente simpático a la persona que evoca. Él describe al Espíritu, pero ni siempre puede afirmar que sea uno en lugar de otro; mas si el Espíritu que se presenta es serio, no se equivocará en cuanto a su identidad; si se lo interroga a este efecto, puede explicar la causa del equívoco, y decir quién es él.
Un medio poco propicio perjudica además por otra causa. Cada individuo tiene como acompañantes a Espíritus que simpatizan con sus defectos y con sus cualidades. Esos Espíritus son buenos o malos según los individuos; cuanto mayor fuere la cantidad de personas reunidas, mayor será la variedad de Espíritus y mayores las posibilidades de encontrar antipatías. Por lo tanto, si en la reunión hubiere personas hostiles, ya sea por sus pensamientos denigrantes, por la ligereza de carácter o por la incredulidad sistemática, ellos atraerán por esto mismo a Espíritus poco benévolos, que a menudo vienen a poner obstáculos a las manifestaciones de cualquier naturaleza, tanto escritas como visuales; de ahí la necesidad de colocarse en las condiciones más favorables si se quiere tener manifestaciones serias: quien quiere el fin quiere los medios. Las manifestaciones espíritas no son de esas cosas con las cuales sea permitido jugar impunemente. Sed serios, en toda la acepción de la palabra, si queréis cosas serias; de otro modo no esperéis otra cosa que ser el juguete de Espíritus ligeros, que se divertirán a costa vuestra.
La realidad de la visión del Sr. Adrien está probada por el retrato que hace de las personas que nunca ha visto y cuya descripción es reconocida como exacta. Evidentemente cuando describe con una rigurosa minuciosidad hasta los mínimos detalles de un pariente o de un amigo que es evocado por su intermedio, no hay duda que él ve, porque no pueden ser cosas de su imaginación; pero existen personas cuyo prejuicio las lleva a rechazar hasta incluso la propia evidencia; y lo que hay de singular, es que para refutar lo que no quieren admitir, lo explican con causas aún más difíciles que aquellas que les damos.
Entretanto, los retratos del Sr. Adrien no son siempre infalibles, y en esto –como en toda Ciencia–, cuando una anomalía se presenta, es necesario investigar su causa, porque la causa de una excepción es frecuentemente la confirmación del principio general. Para comprender este hecho, es preciso no perder de vista lo que ya hemos dicho sobre la forma aparente de los Espíritus. Esta forma depende del periespíritu, cuya naturaleza esencialmente flexible se presta a todas las modificaciones que el Espíritu quiera darle. Al dejar la envoltura material, el Espíritu lleva consigo su envoltura etérea que constituye una otra especie de cuerpo. En su estado normal, ese cuerpo tiene la forma humana, pero que no está calcada rasgo por rasgo sobre aquel que ha dejado, principalmente cuando lo ha dejado hace un cierto tiempo. En los primeros momentos que siguen a la muerte, y durante todo el tiempo en que aún existe un lazo entre las dos existencias, la similitud es mayor; pero esta similitud se pierde a medida que el desprendimiento se opera y que el Espíritu se vuelve más ajeno a su última envoltura. Sin embargo, él puede siempre tomar esta primera apariencia, ya sea por la fisonomía como por la vestimenta, cuando lo juzgue útil para hacerse reconocer; pero esto sucede, en general, debido a un gran esfuerzo de su voluntad. Por lo tanto, no hay nada de sorprendente que, en ciertos casos, la semejanza falle en algunos detalles: bastan los rasgos principales. En el médium, esta investigación tampoco se hace sin un cierto esfuerzo, que se vuelve penoso cuando se repite demasiado. Sus visiones comunes no le ocasionan ninguna fatiga, porque él no considera sino las generalidades. Sucede lo mismo cuando nosotros vemos a una multitud: vemos todo; todos los individuos se destacan a nuestros ojos con sus rasgos distintivos, sin que ninguno de esos rasgos nos impresione demasiado como para poderlos describir; para especificarlos, es preciso concentrar nuestra atención en los detalles íntimos que queremos analizar, con la diferencia que, en las circunstancias ordinarias, la vista se dirige hacia una forma material, invariable, mientras que en la visión ella reposa sobre una forma esencialmente móvil, que un simple efecto de la voluntad puede modificar. Por lo tanto, sepamos tomar las cosas como son; considerémolas en sí mismas y en razón de sus propiedades. No olvidemos que, en Espiritismo, de modo alguno se opera sobre la materia inerte, sino sobre inteligencias que tienen su libre albedrío, y que por consiguiente no podemos someterlas a nuestra voluntad ni hacerlas obrar como uno quiere, como si moviéramos un péndulo. Todas las veces que quieran tomar a nuestras Ciencias exactas como punto de partida en las observaciones espíritas, estarán extraviados; es por esto que la Ciencia común es incompetente en esta cuestión: es exactamente como si un músico quisiese juzgar la arquitectura desde el punto de vista musical. El Espiritismo nos revela un nuevo orden de ideas, de nuevas fuerzas, de nuevos elementos, de fenómenos que no se basan en nada de lo que conocemos; por lo tanto, para juzgarlos sepamos despojarnos de nuestros prejuicios y de toda idea preconcebida; sobre todo compenetrémonos de esta verdad: fuera de lo que conocemos puede haber otra cosa, si es que no queremos caer en el error absurdo –fruto de nuestro orgullo– de que Dios no tiene más secretos para nosotros.
Después de esto, se comprende qué influencias delicadas pueden obrar sobre la producción de los fenómenos espíritas; pero existen otras que merecen una atención no menos seria. Decimos que el Espíritu, despojado del cuerpo, conserva toda su voluntad y una libertad de pensar mucho mayor de la que tenía cuando encarnado: hay susceptibilidades que tenemos dificultad de comprender; lo que a menudo nos parece tan simple y natural, lo ofende y lo desagrada; una pregunta fuera de lugar lo choca, lo hiere; y él nos muestra su independencia al no hacer lo que nosotros queremos, mientras que, a veces, hace más de lo que hubiéramos pensado pedirle. Es por esta razón que las preguntas de prueba y de curiosidad son esencialmente antipáticas a los Espíritus, y que raramente las responden de una manera satisfactoria; sobre todo los Espíritus serios jamás se prestan a esto, y en ningún caso quieren servir de entretenimiento. Entonces se concibe que la intención puede influir mucho sobre su buena voluntad en presentarse ante los ojos de un médium vidente, bajo tal o cual apariencia; y como en definitiva ellos no revisten una apariencia determinada sino cuando ésta les conviene, sólo lo hacen cuando en eso ven un motivo serio y útil.
Hay otra razón que, de algún modo, se vincula a lo que podríamos llamar la fisiología espírita. La visión del Espíritu por el médium se realiza por una especie de irradiación fluídica, partiendo del Espíritu y dirigiéndose sobre el médium; éste absorbe, por así decirlo, esos rayos y los asimila. Si está solo, o si está rodeado solamente por personas simpáticas, unidas en la intención y en los pensamientos, estos rayos se concentran sobre él; entonces, la visión es nítida, precisa, y es en estas circunstancias que los retratos son casi siempre de una exactitud notable. Al contrario, si existen alrededor del médium influencias antipáticas, pensamientos divergentes y hostiles, si no hay recogimiento, los rayos fluídicos se dispersan y son absorbidos por el medio ambiente: es por esto que hay una especie de niebla que se proyecta sobre el Espíritu y que no permite distinguir sus trazos. Tal sería una luz con o sin reflector. Otra comparación menos material puede aún explicarnos este fenómeno. Cada uno sabe que la elocuencia de un orador es estimulada por la simpatía y por la atención de su auditorio; al contrario, si él es distraído por el ruido, por la desatención o por la mala voluntad, sus pensamientos no son más tan libres, se dispersan y sus posibilidades disminuyen. El Espíritu que recibe la influencia de un medio absorbente se encuentra en el mismo caso: su irradiación, en lugar de dirigirse hacia un único punto, pierde su fuerza al diseminarse.
A las consideraciones anteriores debemos agregar una, cuya importancia será fácilmente comprendida por todos aquellos que conocen la marcha de los fenómenos espíritas. Se sabe que varias causas pueden impedir que un Espíritu atienda a nuestro llamado en el momento en que lo evocamos: puede estar reencarnado u ocupado en otra parte. Ahora bien, entre los Espíritus que se presentan casi siempre simultáneamente, el médium debe distinguir al que llamamos, y si no está allí, puede tomarlo por otro Espíritu igualmente simpático a la persona que evoca. Él describe al Espíritu, pero ni siempre puede afirmar que sea uno en lugar de otro; mas si el Espíritu que se presenta es serio, no se equivocará en cuanto a su identidad; si se lo interroga a este efecto, puede explicar la causa del equívoco, y decir quién es él.
Un medio poco propicio perjudica además por otra causa. Cada individuo tiene como acompañantes a Espíritus que simpatizan con sus defectos y con sus cualidades. Esos Espíritus son buenos o malos según los individuos; cuanto mayor fuere la cantidad de personas reunidas, mayor será la variedad de Espíritus y mayores las posibilidades de encontrar antipatías. Por lo tanto, si en la reunión hubiere personas hostiles, ya sea por sus pensamientos denigrantes, por la ligereza de carácter o por la incredulidad sistemática, ellos atraerán por esto mismo a Espíritus poco benévolos, que a menudo vienen a poner obstáculos a las manifestaciones de cualquier naturaleza, tanto escritas como visuales; de ahí la necesidad de colocarse en las condiciones más favorables si se quiere tener manifestaciones serias: quien quiere el fin quiere los medios. Las manifestaciones espíritas no son de esas cosas con las cuales sea permitido jugar impunemente. Sed serios, en toda la acepción de la palabra, si queréis cosas serias; de otro modo no esperéis otra cosa que ser el juguete de Espíritus ligeros, que se divertirán a costa vuestra.
El Duende de Bayonne
En nuestro último número hemos dicho algunas palabras de esta extraña manifestación. Esas informaciones nos habían sido dadas de viva voz y muy sucintamente por uno de nuestros suscriptores, amigo de la familia donde los hechos han sucedido. Él nos había prometido detalles más circunstanciales, y debemos a su cortesía la comunicación de las cartas que contienen un relato más detallado.
Esta familia vive cerca de Bayonne, y esas cartas han sido escritas por la propia madre de la pequeña –niña de diez años– a su hijo que reside en Burdeos, para explicarle lo que pasaba en casa. Este último ha tenido a bien tomarse el trabajo de transcribirlas para nosotros, a fin de que la autenticidad no pudiera ser discutida; ésta es una atención de la cual le estamos infinitamente agradecidos. Se comprende la reserva que hemos tenido con respecto a los nombres propios, reserva que para nosotros siempre fue una ley a ser observada, a menos que recibamos una autorización formal. No todos se preocupan en atraer a sí la multitud de curiosos. A aquellos para quienes esta reserva sería un motivo de sospecha, les diremos que es necesario hacer una diferencia entre un periódico eminentemente serio y los que sólo tienen en vista divertir al público. Nuestro objetivo no es el de contar casos para llenar páginas, sino el de esclarecer la ciencia; si estuviésemos equivocados, lo estaríamos de buena fe: cuando a nuestros ojos una cosa no es formalmente comprobada, la damos con la reserva de verificación ulterior; no podría ser así cuando emana de personas serias, cuya honorabilidad nos es conocida y que, lejos de tener algún interés en inducirnos al error, quieren ellas mismas instruirse.
La primera carta es la que le remite el hijo a nuestro suscriptor, enviándole las cartas de su madre.
Saint-Esprit, 20 de noviembre de 1858.
Querido amigo mío,
«Llamado a mi familia por la muerte de uno de mis pequeños hermanos, que Dios acaba de llevarnos, esta circunstancia –que me ha tenido alejado de mi casa desde hace algún tiempo– es la causa del atraso de mi respuesta. Yo estaría muy apenado de haceros pasar por un contador de historias delante del Sr. Allan Kardec; por eso voy a daros algunos detalles sumarios sobre los hechos ocurridos en mi familia. Creo ya haberos dicho que las apariciones han cesado hace mucho tiempo y no se manifiestan más a mi hermana. He aquí las cartas que mi madre me escribía al respecto. Debo observar que muchos de los hechos fueron omitidos, y no son los menos interesantes. Os escribiré de nuevo para completar la historia, si no pudiereis hacerlo, recordándoos lo que os he dicho de viva voz.»
23 de abril de 1855.
Hace aproximadamente tres meses que tu hermana X tuvo necesidad de salir para hacer una compra. Como tú sabes, el corredor de la casa –que es muy largo– nunca está iluminado, y la antigua costumbre que tenemos de recorrerlo sin luz hace conque evitemos tropezar en los escalones. X ya nos había dicho que cada vez que salía, escuchaba una voz que le hablaba algo que, al principio, ella no comprendía el sentido, pero que más tarde se volvió inteligible. Algún tiempo después vio a una sombra y, durante el trayecto, no cesaba de escuchar la misma voz. Lo que este ser invisible le decía tendía siempre a tranquilizarla y a darle consejos muy sensatos. Una buena moral era el fondo de sus palabras. X se quedaba muy alterada y nos decía que, a menudo, no tenía fuerzas para continuar su camino. Mi niña –le decía el ser invisible cada vez que ella se alteraba–, no temas, porque yo solamente quiero tu bien. Le enseñó un lugar donde durante varios días ella encontró algunas monedas; otras veces no encontraba nada. X se conformó con la recomendación que le había sido dada, y si bien durante mucho tiempo no encontró monedas, sí encontró juguetes que tú verás. Sin duda, esos regalos le fueron dados para darle coraje. Tú no has sido olvidado en las conversaciones de este ser; hablaba frecuentemente de ti y nos daba noticias tuyas por intermedio de tu hermana. Varias veces nos informaba de lo que hacías a la noche; te ha visto leyendo en tu cuarto; otras veces nos decía que tus amigos estaban reunidos en tu casa; en fin, siempre nos tranquilizaba cuando la pereza te impedía escribirnos.
Desde algún tiempo, X se relaciona casi continuamente con el ser invisible. Durante el día ella no ve nada; siempre escucha la misma voz que le dice palabras muy sensatas, que no cesa de estimularla al trabajo y al amor a Dios. A la noche ve, en la dirección de donde parte la voz, una luz rosa que no ilumina, pero que –según ella– podría ser comparada con el brillo de un diamante en la sombra. Ahora todo el miedo ha desaparecido en ella; si yo le manifiesto dudas, me dice: “Mamá, es un ángel que me habla, y si, para convencerte, quieres armarte de coraje, él me pide que te diga que esta noche hará conque te levantes. Si te habla, deberás responder. Ve para donde él te diga ir; observarás a alguien delante de ti; no tengas miedo”. No he querido poner mi coraje a prueba: tuve miedo, y la impresión que esto me ha causado me ha impedido dormir. Por la noche, muy a menudo me parecía escuchar un silbido en la cabecera de mi lecho. Mis sillas se movían sin que ninguna mano las tocara. Desde hace algún tiempo, mis temores han desaparecido completamente y lamento mucho por no haberme sometido a la prueba que me había sido propuesta para relacionarme directamente con el ser invisible, y también para no tener que luchar continuamente contra las dudas.
Aconsejé a X para interrogar al ser invisible sobre su naturaleza; he aquí la conversación que juntos han tenido:
X. ¿Quién eres tú?
El ser invisible. Soy tu hermano Eliseo.
X. Mi hermano murió hace doce años.
El ser invisible. Es verdad, tu hermano murió hace doce años; pero había en él como en todos los seres un alma que no muere y que está delante de ti en este mismo instante, que te ama y que protege a todos.
X. Quisiera verte.
El ser invisible. Estoy delante tuyo.
X. Pero no veo nada.
El ser invisible. Tomaré una forma visible para ti. Después del oficio religioso tú descenderás; entonces me verás y yo te abrazaré.
X. A mamá le gustaría también conocerte.
El ser invisible. Tu madre es la mía; ella me conoce. Hubiera preferido manifestarme a ella que a ti: era mi deber; pero no puedo mostrarme a varias personas, porque Dios me lo prohíbe; lamento que a mamá le haya faltado coraje. Prometo darte pruebas de mi existencia y entonces todas las dudas desaparecerán.
Por la noche, a la hora marcada, X se dirigió a la puerta del templo. Un jovencito se le presentó y le dijo: “Yo soy tu hermano. Pediste para verme y atiendo a tu pedido. Abrázame, porque no puedo conservar por mucho tiempo la forma que he tomado”.
Como bien lo comprendes, la presencia de este ser debió dejar atónita a X hasta el punto de impedirle hacer alguna observación. Tan pronto como la abrazó, él desapareció en el aire.
A la mañana siguiente el ser invisible, aprovechando el momento en que X debía salir, se le manifestó nuevamente y le dijo: “Has debido estar muy sorprendida con mi desaparición. ¡Pues bien! Te quiero enseñar a elevarte en el aire y te será posible seguirme”. Sin duda, cualquier otro menos X se hubiera espantado con tal proposición. Ella aceptó el ofrecimiento con prontitud y luego se sintió elevarse como una golondrina. En poco tiempo llegó a un lugar donde había una multitud considerable. Ella nos ha dicho que vio oro, diamantes y todo lo que, en la Tierra, satisface a nuestra imaginación. Nadie consideraba esas cosas más de lo que nosotros lo hacemos con los adoquines sobre los que caminamos. Ella reconoció a varios niños de su edad que vivían en la misma calle que nosotros y que habían muerto hacía tiempo. En un departamento ricamente decorado, y donde no había nadie, lo que llamó sobre todo su atención fue una mesa grande donde, entre un espacio y otro, había un papel. Delante de cada pliego se encontraba un tintero; veía a las plumas mojarse por sí mismas y trazar caracteres sin que ninguna mano los escribiese.
A su retorno le reproché por haberse ausentado sin mi autorización y le prohibí terminantemente recomenzar semejantes excursiones. El ser invisible le testimonió mucho pesar por haberme disgustado y le prometió formalmente que en lo sucesivo no la invitaría más a ausentarse sin que yo estuviese prevenida.
26 de abril.
El ser invisible se transformó a los ojos de X. Él tomó tu forma de una tal manera que tu hermana creyó que estabas en el salón; para asegurarse, ella le pidió que tomase su forma primitiva; luego que desapareciste, fuiste reemplazado por mí. Su estupefacción fue grande; me preguntó cómo yo me encontraba allí, ya que la puerta del salón estaba cerrada con llave. Entonces una nueva transformación tuvo lugar; él tomó la forma de tu hermano muerto y dijo a X: “Tu madre y todos los miembros de la familia nada ven sin quedarse estupefactos, e incluso ven con un sentimiento de miedo todos los hechos que se cumplen por mi intervención. De ninguna manera mi deseo es el de causar pavor; sin embargo, quiero probar mi existencia y ponerte al amparo de la incredulidad de todos, porque se podría tomar esto como una mentira tuya, lo que sería por parte de ellos una obstinación en no rendirse ante la evidencia. La Señora C tiene una mercería; sabes que necesitamos comprar botones; ambos iremos a comprarlos. Me transformaré en tu hermanito (él tenía por entonces 9 años) y cuando vuelvas a casa pedirás a mamá que mande a preguntar a la Señora C con quién te encontrabas en el momento en que ella te vendió los botones”. X concordó con las instrucciones. Mandé a preguntar eso a lo de la Señora C; ella me respondió que tu hermana estaba con tu hermano, al cual hizo un gran elogio, diciendo que no podía imaginarse que a su edad fuera posible dar respuestas tan fáciles, y sobre todo tener tan poca timidez. Es bueno decir que tu hermanito estaba en clase desde la mañana y solamente debería regresar a la tarde, hacia las siete horas, y que además es muy tímido y no tiene esa facilidad que le quieren conceder. ¿No es esto muy curioso? Creo que la mano de Dios no es de forma alguna ajena a estas cosas inexplicables.
7 de mayo de 1855.
No soy más crédula de lo que se debe ser y no me dejo dominar por ideas supersticiosas. Sin embargo, no puedo negarme a creer en hechos que suceden ante mis ojos. Me eran necesarias pruebas más evidentes para no infligir más a tu hermana los castigos que le daba algunas veces a disgusto, en el temor de que ella quisiese divertirse con nosotros, abusando de nuestra confianza.
Ayer eran alrededor de las cinco horas cuando el ser invisible dijo a X: “Es probable que mamá te mande a alguna parte para dar un recado. En tu camino serás agradablemente sorprendida por la llegada de la familia de tu tío”. X me transmitió enseguida lo que el ser invisible había dicho; yo estaba lejos de esperar esta llegada, y más sorprendida todavía por saberlo de esta manera. Tu hermana salió y las primeras personas que encontró fueron efectivamente mi hermano, su esposa y sus hijos que venían a vernos. X se apresuró a decirme que yo tenía una prueba más de la veracidad de todo lo que ella me decía.
10 de mayo de 1855.
Hoy no puedo dudar más de algo extraordinario que suceda en casa; veo realizarse todos esos hechos singulares sin miedo, pero no puedo extraer ninguna enseñanza, porque esos misterios son inexplicables para mí.
Ayer, después de haber ordenado todas las habitaciones –y tú sabes que es una cosa a la cual especialmente me dedico–, el ser invisible dijo a X que, a pesar de las pruebas que había dado de su intervención en todos los hechos curiosos que te he contado, yo siempre tenía dudas, que él quería hacer cesar completamente. Sin que se hubiese oído algún ruido, un minuto bastó como para poner un gran desorden en las habitaciones. Sobre el parquet, una sustancia roja había sido derramada; creo que era sangre. Si hubieran sido algunas gotas solamente, yo habría creído que X se hubiese cortado o hubiese sangrado por la nariz; pero imagínate que el piso estaba inundado. Esta prueba singular nos ha dado un considerable trabajo para devolverle al salón su brillo original.
Antes de abrir las cartas que nos envías, X conoce el contenido de las mismas. El ser invisible se lo transmite.
16 de mayo de 1855.
X no aceptó una observación que tu otra hermana le hizo, no sé a propósito de qué; dio una respuesta inapropiada y se la reproché con fundamento. Le di un castigo y se fue a acostar sin cenar. Antes de acostarse ella tiene el hábito de orar a Dios. Esa noche lo olvidó; pero pocos instantes después de que fuera a la cama el ser invisible se le apareció; le presentó un candelabro y un libro de oraciones similar al que ella tenía la costumbre de usar, y le dijo que a pesar del castigo que ella había bien merecido, no debía olvidarse de cumplir su deber. Entonces, ella se levantó, hizo lo que se le había ordenado, y todo desapareció tan pronto como terminó la oración.
A la mañana siguiente, después de haberme abrazado, X me preguntó si había sido retirado el candelero que se encontraba sobre la mesa en el piso superior de su cuarto. Ahora bien, ese candelabro, parecido al que le había sido presentado en la víspera, no se había movido de lugar, al igual que su libro de oraciones.
4 de junio de 1855.
Desde hace algún tiempo ningún hecho sobresaliente ha sucedido, con excepción del siguiente. Yo estaba resfriada en estos días; anteayer todas tus hermanas estaban ocupadas y no podía disponer de nadie para enviar a comprar la pomada pectoral. Le dije a X que cuando hubiese terminado su tarea que fuese a buscar algo a la farmacia más cercana. Ella se olvidó lo que le había encomendado hacer, y yo no pensé más en eso. Estoy segura que ella no salió, ni dejó su tarea sino para ir a buscar una sopera de la que teníamos necesidad. Su sorpresa fue grande, pues al sacar la tapa encontró un paquete de pastillas de cebada que el ser invisible había depositado allí para ahorrarle el mandado y también para satisfacer mi deseo, al que había perdido de vista.
_______
Hemos evocado a este Espíritu en una de las sesiones de la Sociedad y le hemos formulado las siguientes preguntas. El Sr. Adrien lo ha visto con los rasgos de un niño de 10 a 12 años; bella cabeza, cabellos negros y ondulados, ojos negros y vivaces, tez pálida, risa burlona, carácter ligero, pero benevolente. El Espíritu dijo que no sabía muy bien por qué lo habían evocado.
Nuestro corresponsal, que estaba presente en la sesión, dijo que esos eran los rasgos con los cuales la niña lo había descrito en varias circunstancias.
1. Hemos escuchado relatar la historia de tus manifestaciones en una familia de Bayonne y, al respecto, desearíamos dirigirte algunas preguntas. –Resp. Hacedlas y responderé; pero hacedlas rápido, porque estoy apurado y me tengo que ir.
2. ¿De dónde has tomado el dinero que dabas a la niña? –Resp. Lo he sacado de la bolsa de los otros; por supuesto que yo no iría a entretenerme en acuñar monedas. Las tomo de aquellos que las pueden dar.
3. ¿Por qué te has vinculado a esta niña? –Resp. Gran simpatía.
4. ¿Es verdad que has sido su hermano, muerto a la edad de 4 años? –Resp. Sí.
5. ¿Por qué eras visible para ella y no para su madre? –Resp. Mi madre debe estar privada de verme; pero mi hermana no tenía necesidad de castigo; además, fue con un permiso especial que le aparecí.
6. ¿Podrías explicarnos cómo te vuelves visible o invisible a voluntad? –Resp. No soy lo bastante elevado para explicar eso y estoy demasiado preocupado con lo que me atrae como para responder a esta pregunta.
7. ¿Podrías, si lo quisieras, aparecerte aquí en medio de nosotros, como te has mostrado en la mercería? –Resp. No.
8. En ese estado, ¿serías sensible al dolor si te hubieran golpeado? –Resp. No.
9. ¿Qué te habría sucedido si la señora de la mercería hubiese querido golpearte? –Resp.Hubiera golpeado en el vacío.
10. ¿Con qué nombre podemos designarte cuando hablemos de ti? –Resp. Llamadme de Duende, si queréis. Dejadme, es preciso que me vaya.
11. (A san Luis). ¿Sería útil tener a las órdenes a un Espíritu semejante? –Resp. A menudo los tenéis a vuestro alrededor y os asisten sin que lo sospechéis.
Esta familia vive cerca de Bayonne, y esas cartas han sido escritas por la propia madre de la pequeña –niña de diez años– a su hijo que reside en Burdeos, para explicarle lo que pasaba en casa. Este último ha tenido a bien tomarse el trabajo de transcribirlas para nosotros, a fin de que la autenticidad no pudiera ser discutida; ésta es una atención de la cual le estamos infinitamente agradecidos. Se comprende la reserva que hemos tenido con respecto a los nombres propios, reserva que para nosotros siempre fue una ley a ser observada, a menos que recibamos una autorización formal. No todos se preocupan en atraer a sí la multitud de curiosos. A aquellos para quienes esta reserva sería un motivo de sospecha, les diremos que es necesario hacer una diferencia entre un periódico eminentemente serio y los que sólo tienen en vista divertir al público. Nuestro objetivo no es el de contar casos para llenar páginas, sino el de esclarecer la ciencia; si estuviésemos equivocados, lo estaríamos de buena fe: cuando a nuestros ojos una cosa no es formalmente comprobada, la damos con la reserva de verificación ulterior; no podría ser así cuando emana de personas serias, cuya honorabilidad nos es conocida y que, lejos de tener algún interés en inducirnos al error, quieren ellas mismas instruirse.
La primera carta es la que le remite el hijo a nuestro suscriptor, enviándole las cartas de su madre.
Saint-Esprit, 20 de noviembre de 1858.
Querido amigo mío,
«Llamado a mi familia por la muerte de uno de mis pequeños hermanos, que Dios acaba de llevarnos, esta circunstancia –que me ha tenido alejado de mi casa desde hace algún tiempo– es la causa del atraso de mi respuesta. Yo estaría muy apenado de haceros pasar por un contador de historias delante del Sr. Allan Kardec; por eso voy a daros algunos detalles sumarios sobre los hechos ocurridos en mi familia. Creo ya haberos dicho que las apariciones han cesado hace mucho tiempo y no se manifiestan más a mi hermana. He aquí las cartas que mi madre me escribía al respecto. Debo observar que muchos de los hechos fueron omitidos, y no son los menos interesantes. Os escribiré de nuevo para completar la historia, si no pudiereis hacerlo, recordándoos lo que os he dicho de viva voz.»
23 de abril de 1855.
Hace aproximadamente tres meses que tu hermana X tuvo necesidad de salir para hacer una compra. Como tú sabes, el corredor de la casa –que es muy largo– nunca está iluminado, y la antigua costumbre que tenemos de recorrerlo sin luz hace conque evitemos tropezar en los escalones. X ya nos había dicho que cada vez que salía, escuchaba una voz que le hablaba algo que, al principio, ella no comprendía el sentido, pero que más tarde se volvió inteligible. Algún tiempo después vio a una sombra y, durante el trayecto, no cesaba de escuchar la misma voz. Lo que este ser invisible le decía tendía siempre a tranquilizarla y a darle consejos muy sensatos. Una buena moral era el fondo de sus palabras. X se quedaba muy alterada y nos decía que, a menudo, no tenía fuerzas para continuar su camino. Mi niña –le decía el ser invisible cada vez que ella se alteraba–, no temas, porque yo solamente quiero tu bien. Le enseñó un lugar donde durante varios días ella encontró algunas monedas; otras veces no encontraba nada. X se conformó con la recomendación que le había sido dada, y si bien durante mucho tiempo no encontró monedas, sí encontró juguetes que tú verás. Sin duda, esos regalos le fueron dados para darle coraje. Tú no has sido olvidado en las conversaciones de este ser; hablaba frecuentemente de ti y nos daba noticias tuyas por intermedio de tu hermana. Varias veces nos informaba de lo que hacías a la noche; te ha visto leyendo en tu cuarto; otras veces nos decía que tus amigos estaban reunidos en tu casa; en fin, siempre nos tranquilizaba cuando la pereza te impedía escribirnos.
Desde algún tiempo, X se relaciona casi continuamente con el ser invisible. Durante el día ella no ve nada; siempre escucha la misma voz que le dice palabras muy sensatas, que no cesa de estimularla al trabajo y al amor a Dios. A la noche ve, en la dirección de donde parte la voz, una luz rosa que no ilumina, pero que –según ella– podría ser comparada con el brillo de un diamante en la sombra. Ahora todo el miedo ha desaparecido en ella; si yo le manifiesto dudas, me dice: “Mamá, es un ángel que me habla, y si, para convencerte, quieres armarte de coraje, él me pide que te diga que esta noche hará conque te levantes. Si te habla, deberás responder. Ve para donde él te diga ir; observarás a alguien delante de ti; no tengas miedo”. No he querido poner mi coraje a prueba: tuve miedo, y la impresión que esto me ha causado me ha impedido dormir. Por la noche, muy a menudo me parecía escuchar un silbido en la cabecera de mi lecho. Mis sillas se movían sin que ninguna mano las tocara. Desde hace algún tiempo, mis temores han desaparecido completamente y lamento mucho por no haberme sometido a la prueba que me había sido propuesta para relacionarme directamente con el ser invisible, y también para no tener que luchar continuamente contra las dudas.
Aconsejé a X para interrogar al ser invisible sobre su naturaleza; he aquí la conversación que juntos han tenido:
X. ¿Quién eres tú?
El ser invisible. Soy tu hermano Eliseo.
X. Mi hermano murió hace doce años.
El ser invisible. Es verdad, tu hermano murió hace doce años; pero había en él como en todos los seres un alma que no muere y que está delante de ti en este mismo instante, que te ama y que protege a todos.
X. Quisiera verte.
El ser invisible. Estoy delante tuyo.
X. Pero no veo nada.
El ser invisible. Tomaré una forma visible para ti. Después del oficio religioso tú descenderás; entonces me verás y yo te abrazaré.
X. A mamá le gustaría también conocerte.
El ser invisible. Tu madre es la mía; ella me conoce. Hubiera preferido manifestarme a ella que a ti: era mi deber; pero no puedo mostrarme a varias personas, porque Dios me lo prohíbe; lamento que a mamá le haya faltado coraje. Prometo darte pruebas de mi existencia y entonces todas las dudas desaparecerán.
Por la noche, a la hora marcada, X se dirigió a la puerta del templo. Un jovencito se le presentó y le dijo: “Yo soy tu hermano. Pediste para verme y atiendo a tu pedido. Abrázame, porque no puedo conservar por mucho tiempo la forma que he tomado”.
Como bien lo comprendes, la presencia de este ser debió dejar atónita a X hasta el punto de impedirle hacer alguna observación. Tan pronto como la abrazó, él desapareció en el aire.
A la mañana siguiente el ser invisible, aprovechando el momento en que X debía salir, se le manifestó nuevamente y le dijo: “Has debido estar muy sorprendida con mi desaparición. ¡Pues bien! Te quiero enseñar a elevarte en el aire y te será posible seguirme”. Sin duda, cualquier otro menos X se hubiera espantado con tal proposición. Ella aceptó el ofrecimiento con prontitud y luego se sintió elevarse como una golondrina. En poco tiempo llegó a un lugar donde había una multitud considerable. Ella nos ha dicho que vio oro, diamantes y todo lo que, en la Tierra, satisface a nuestra imaginación. Nadie consideraba esas cosas más de lo que nosotros lo hacemos con los adoquines sobre los que caminamos. Ella reconoció a varios niños de su edad que vivían en la misma calle que nosotros y que habían muerto hacía tiempo. En un departamento ricamente decorado, y donde no había nadie, lo que llamó sobre todo su atención fue una mesa grande donde, entre un espacio y otro, había un papel. Delante de cada pliego se encontraba un tintero; veía a las plumas mojarse por sí mismas y trazar caracteres sin que ninguna mano los escribiese.
A su retorno le reproché por haberse ausentado sin mi autorización y le prohibí terminantemente recomenzar semejantes excursiones. El ser invisible le testimonió mucho pesar por haberme disgustado y le prometió formalmente que en lo sucesivo no la invitaría más a ausentarse sin que yo estuviese prevenida.
26 de abril.
El ser invisible se transformó a los ojos de X. Él tomó tu forma de una tal manera que tu hermana creyó que estabas en el salón; para asegurarse, ella le pidió que tomase su forma primitiva; luego que desapareciste, fuiste reemplazado por mí. Su estupefacción fue grande; me preguntó cómo yo me encontraba allí, ya que la puerta del salón estaba cerrada con llave. Entonces una nueva transformación tuvo lugar; él tomó la forma de tu hermano muerto y dijo a X: “Tu madre y todos los miembros de la familia nada ven sin quedarse estupefactos, e incluso ven con un sentimiento de miedo todos los hechos que se cumplen por mi intervención. De ninguna manera mi deseo es el de causar pavor; sin embargo, quiero probar mi existencia y ponerte al amparo de la incredulidad de todos, porque se podría tomar esto como una mentira tuya, lo que sería por parte de ellos una obstinación en no rendirse ante la evidencia. La Señora C tiene una mercería; sabes que necesitamos comprar botones; ambos iremos a comprarlos. Me transformaré en tu hermanito (él tenía por entonces 9 años) y cuando vuelvas a casa pedirás a mamá que mande a preguntar a la Señora C con quién te encontrabas en el momento en que ella te vendió los botones”. X concordó con las instrucciones. Mandé a preguntar eso a lo de la Señora C; ella me respondió que tu hermana estaba con tu hermano, al cual hizo un gran elogio, diciendo que no podía imaginarse que a su edad fuera posible dar respuestas tan fáciles, y sobre todo tener tan poca timidez. Es bueno decir que tu hermanito estaba en clase desde la mañana y solamente debería regresar a la tarde, hacia las siete horas, y que además es muy tímido y no tiene esa facilidad que le quieren conceder. ¿No es esto muy curioso? Creo que la mano de Dios no es de forma alguna ajena a estas cosas inexplicables.
7 de mayo de 1855.
No soy más crédula de lo que se debe ser y no me dejo dominar por ideas supersticiosas. Sin embargo, no puedo negarme a creer en hechos que suceden ante mis ojos. Me eran necesarias pruebas más evidentes para no infligir más a tu hermana los castigos que le daba algunas veces a disgusto, en el temor de que ella quisiese divertirse con nosotros, abusando de nuestra confianza.
Ayer eran alrededor de las cinco horas cuando el ser invisible dijo a X: “Es probable que mamá te mande a alguna parte para dar un recado. En tu camino serás agradablemente sorprendida por la llegada de la familia de tu tío”. X me transmitió enseguida lo que el ser invisible había dicho; yo estaba lejos de esperar esta llegada, y más sorprendida todavía por saberlo de esta manera. Tu hermana salió y las primeras personas que encontró fueron efectivamente mi hermano, su esposa y sus hijos que venían a vernos. X se apresuró a decirme que yo tenía una prueba más de la veracidad de todo lo que ella me decía.
10 de mayo de 1855.
Hoy no puedo dudar más de algo extraordinario que suceda en casa; veo realizarse todos esos hechos singulares sin miedo, pero no puedo extraer ninguna enseñanza, porque esos misterios son inexplicables para mí.
Ayer, después de haber ordenado todas las habitaciones –y tú sabes que es una cosa a la cual especialmente me dedico–, el ser invisible dijo a X que, a pesar de las pruebas que había dado de su intervención en todos los hechos curiosos que te he contado, yo siempre tenía dudas, que él quería hacer cesar completamente. Sin que se hubiese oído algún ruido, un minuto bastó como para poner un gran desorden en las habitaciones. Sobre el parquet, una sustancia roja había sido derramada; creo que era sangre. Si hubieran sido algunas gotas solamente, yo habría creído que X se hubiese cortado o hubiese sangrado por la nariz; pero imagínate que el piso estaba inundado. Esta prueba singular nos ha dado un considerable trabajo para devolverle al salón su brillo original.
Antes de abrir las cartas que nos envías, X conoce el contenido de las mismas. El ser invisible se lo transmite.
16 de mayo de 1855.
X no aceptó una observación que tu otra hermana le hizo, no sé a propósito de qué; dio una respuesta inapropiada y se la reproché con fundamento. Le di un castigo y se fue a acostar sin cenar. Antes de acostarse ella tiene el hábito de orar a Dios. Esa noche lo olvidó; pero pocos instantes después de que fuera a la cama el ser invisible se le apareció; le presentó un candelabro y un libro de oraciones similar al que ella tenía la costumbre de usar, y le dijo que a pesar del castigo que ella había bien merecido, no debía olvidarse de cumplir su deber. Entonces, ella se levantó, hizo lo que se le había ordenado, y todo desapareció tan pronto como terminó la oración.
A la mañana siguiente, después de haberme abrazado, X me preguntó si había sido retirado el candelero que se encontraba sobre la mesa en el piso superior de su cuarto. Ahora bien, ese candelabro, parecido al que le había sido presentado en la víspera, no se había movido de lugar, al igual que su libro de oraciones.
4 de junio de 1855.
Desde hace algún tiempo ningún hecho sobresaliente ha sucedido, con excepción del siguiente. Yo estaba resfriada en estos días; anteayer todas tus hermanas estaban ocupadas y no podía disponer de nadie para enviar a comprar la pomada pectoral. Le dije a X que cuando hubiese terminado su tarea que fuese a buscar algo a la farmacia más cercana. Ella se olvidó lo que le había encomendado hacer, y yo no pensé más en eso. Estoy segura que ella no salió, ni dejó su tarea sino para ir a buscar una sopera de la que teníamos necesidad. Su sorpresa fue grande, pues al sacar la tapa encontró un paquete de pastillas de cebada que el ser invisible había depositado allí para ahorrarle el mandado y también para satisfacer mi deseo, al que había perdido de vista.
_______
Hemos evocado a este Espíritu en una de las sesiones de la Sociedad y le hemos formulado las siguientes preguntas. El Sr. Adrien lo ha visto con los rasgos de un niño de 10 a 12 años; bella cabeza, cabellos negros y ondulados, ojos negros y vivaces, tez pálida, risa burlona, carácter ligero, pero benevolente. El Espíritu dijo que no sabía muy bien por qué lo habían evocado.
Nuestro corresponsal, que estaba presente en la sesión, dijo que esos eran los rasgos con los cuales la niña lo había descrito en varias circunstancias.
1. Hemos escuchado relatar la historia de tus manifestaciones en una familia de Bayonne y, al respecto, desearíamos dirigirte algunas preguntas. –Resp. Hacedlas y responderé; pero hacedlas rápido, porque estoy apurado y me tengo que ir.
2. ¿De dónde has tomado el dinero que dabas a la niña? –Resp. Lo he sacado de la bolsa de los otros; por supuesto que yo no iría a entretenerme en acuñar monedas. Las tomo de aquellos que las pueden dar.
3. ¿Por qué te has vinculado a esta niña? –Resp. Gran simpatía.
4. ¿Es verdad que has sido su hermano, muerto a la edad de 4 años? –Resp. Sí.
5. ¿Por qué eras visible para ella y no para su madre? –Resp. Mi madre debe estar privada de verme; pero mi hermana no tenía necesidad de castigo; además, fue con un permiso especial que le aparecí.
6. ¿Podrías explicarnos cómo te vuelves visible o invisible a voluntad? –Resp. No soy lo bastante elevado para explicar eso y estoy demasiado preocupado con lo que me atrae como para responder a esta pregunta.
7. ¿Podrías, si lo quisieras, aparecerte aquí en medio de nosotros, como te has mostrado en la mercería? –Resp. No.
8. En ese estado, ¿serías sensible al dolor si te hubieran golpeado? –Resp. No.
9. ¿Qué te habría sucedido si la señora de la mercería hubiese querido golpearte? –Resp.Hubiera golpeado en el vacío.
10. ¿Con qué nombre podemos designarte cuando hablemos de ti? –Resp. Llamadme de Duende, si queréis. Dejadme, es preciso que me vaya.
11. (A san Luis). ¿Sería útil tener a las órdenes a un Espíritu semejante? –Resp. A menudo los tenéis a vuestro alrededor y os asisten sin que lo sospechéis.
Consideraciones sobre el Duende de Bayonne
Si comparamos estos hechos con los de Bergzabern, de los cuales nuestros lectores ciertamente no han perdido el recuerdo, se verá una diferencia capital. El de Bergzabern era más que un Espíritu golpeador: era –y lo es todavía en este momento– un Espíritu perturbador, en toda la acepción de la palabra. Sin hacer el mal, es un comensal muy incómodo y muy desagradable, sobre el cual volveremos en nuestro próximo número con las noticias de sus recientes proezas. Al contrario, el de Bayonne es de preferencia benevolente y atento; es el tipo de esos buenos Espíritus serviciales, cuyas hazañas nos son narradas por las leyendas alemanas: nueva prueba de que en las historias legendarias puede haber un fondo de verdad. Además, se ha de concordar que la imaginación tendría poco por hacer para poner a esos hechos a la altura de una leyenda, los cuales podrían ser tomados como un cuento de la Edad Media, si no hubiesen sucedido –por así decirlo– bajo nuestros ojos.
Uno de los rasgos más salientes del Espíritu al que hemos dado el nombre de Duende de Bayonne, son sus transformaciones. ¿Qué se dirá ahora de la fábula de Proteo? Existe todavía esta diferencia entre el Espíritu de Bayonne y el de Bergzabern: que este último solamente se ha mostrado en sueño, mientras que nuestro pequeño travieso se volvía visible y tangible –como una persona real– no sólo a su hermana, sino a extraños; lo prueba la compra de botones en la mercería. ¿Por qué no se mostraba a todos y a toda hora? Es lo que no sabemos; parece que eso no estaba en su poder, y que incluso no podía permanecer por mucho tiempo en ese estado. Tal vez era preciso para esto un trabajo íntimo, un poder de voluntad por encima de sus fuerzas.
Nuevos detalles nos han sido prometidos sobre estos fenómenos extraños; tendremos ocasión de volver a los mismos.
Uno de los rasgos más salientes del Espíritu al que hemos dado el nombre de Duende de Bayonne, son sus transformaciones. ¿Qué se dirá ahora de la fábula de Proteo? Existe todavía esta diferencia entre el Espíritu de Bayonne y el de Bergzabern: que este último solamente se ha mostrado en sueño, mientras que nuestro pequeño travieso se volvía visible y tangible –como una persona real– no sólo a su hermana, sino a extraños; lo prueba la compra de botones en la mercería. ¿Por qué no se mostraba a todos y a toda hora? Es lo que no sabemos; parece que eso no estaba en su poder, y que incluso no podía permanecer por mucho tiempo en ese estado. Tal vez era preciso para esto un trabajo íntimo, un poder de voluntad por encima de sus fuerzas.
Nuevos detalles nos han sido prometidos sobre estos fenómenos extraños; tendremos ocasión de volver a los mismos.
Conversaciones familiares del Más Allá
Duclos
1. Evocación. –Resp. Estoy aquí.
El Sr. Adrien, médium vidente, que nunca lo había visto en vida, hizo del mismo el siguiente retrato, considerado muy exacto por las personas presentes que lo habían conocido.
Rostro alargado; mejillas hundidas; frente saliente y con arrugas. Nariz un poco larga y ligeramente encorvada; ojos grises y un poco saltones; boca mediana y burlona; tez un poco pálida; cabellos encanecidos y barba larga. Estatura más bien grande que pequeña.
Gabán de paño azul, todo raído y agujereado; pantalón negro, gastado y en jirones; chaleco de color claro; pañuelo anudado como corbata, de un color indefinido.
2. ¿Recordáis vuestra última existencia terrestre? –Resp. Perfectamente.
3. ¿Qué motivo ha podido llevaros al género de vida excéntrica que habíais
adoptado? –Resp. Yo estaba cansado de la vida y tenía lástima de los hombres y de los motivos de sus acciones.
4. Se dice que era una venganza y para humillar a un pariente de alta posición; ¿es verdad? –Resp. No sólo por eso; al humillar a ese hombre, yo humillaba a muchos otros.
5. Si era una venganza, os costó caro, porque durante largos años os habéis privado de todos los goces sociales para satisfacerla. ¿No consideráis esto un poco duro? –Resp. Yo gozaba de otra manera.
6. Al lado de eso, ¿había un pensamiento filosófico? ¿Y ha sido por esto que con razón os han comparado a Diógenes? –Resp. Había alguna relación con la parte menos sana de la filosofía de ese hombre.
7. ¿Qué pensáis de Diógenes? –Resp. Poca cosa: es un poco lo que pienso de mí. Diógenes tenía sobre nosotros la ventaja de haber hecho algunos siglos antes lo que yo hice, y en medio de hombres menos civilizados que aquellos en cuyo medio yo vivía.
8. Sin embargo hay una diferencia entre Diógenes y vos: en él su conducta era una consecuencia de su sistema filosófico; ¡mientras que en vos ésta tenía su principio en la venganza! –Resp. En mí, la venganza ha llevado a la filosofía.
9. ¿Sufríais por veros así aislado y por ser objeto de desprecio y de repugnancia, ya que vuestra educación os alejaba de la sociedad de los mendigos y de los vagabundos, y erais rechazado por las personas instruidas? –Resp. Sabía que no se tiene amigos en la Tierra; ¡ay de mí, cómo había experimentado esto!
10. ¿Cuáles son vuestras ocupaciones actuales y qué hacéis con vuestro tiempo? –Resp.Recorro mundos mejores y me instruyo... ¡Allá hay tantas almas buenas que nos revelan la ciencia celestial de los Espíritus!
11. ¿Regresasteis algunas veces al Palais-Royal desde vuestra muerte? –Resp. ¡Qué me importa el Palais-Royal!
12. Entre las personas que están aquí, ¿reconocéis a las que habíais conocido en vuestras peregrinaciones por el Palais-Royal? –Resp. ¿Cómo no las reconocería?
13. ¿Las volvéis a ver con placer? –Resp. Con placer; incluso con mayor placer: ellas han sido buenas para mí.
14. ¿Volvisteis a ver a vuestro amigo Charles Nodier? –Resp. Sí, sobre todo después de su muerte.
15. ¿Está él errante o reencarnado? –Resp. Errante como yo.
16. ¿Por qué habíais elegido para vuestros paseos el Palais-Royal, por entonces el lugar más frecuentado de París?[ ¿No estaría esto en desacuerdo con vuestros gustos de misántropo? –Resp. Allí yo veía a todos, a toda la sociedad.
17. ¿No habría, quizá, un sentimiento de orgullo de vuestra parte? –Resp. Sí, desgraciadamente; el orgullo ha tenido una buena parte en mi vida.
18. ¿Sois más feliz ahora? –Resp. ¡Oh, sí!
19. Sin embargo, vuestro género de existencia no ha debido contribuir para vuestro perfeccionamiento. –Resp. ¡Esta existencia terrestre! Más de lo que pensáis; a pesar de ello tenía sombríos momentos cuando volvía solo y abandonado a mi casa. Allí, tenía tiempo para madurar bien los pensamientos.
20. Si tuvieseis que elegir otra existencia, ¿cuál elegiríais? –Resp. No en vuestra Tierra; hoy puedo esperar mejor.
21. ¿Recordáis vuestra penúltima existencia? –Resp. Sí, y otras también.
22. ¿Dónde habéis tenido esas existencias? –Resp. En la Tierra y en otros mundos.
23. ¿Y la penúltima? –Resp. En la Tierra.
24. ¿Podéis hacérnosla conocer? –Resp. No puedo; era una existencia desconocida y oculta.
25. Sin revelarnos esta existencia, ¿podríais decirnos qué relación tenía con la que conocemos, porque ésta debe ser la consecuencia de la otra? –Resp. No exactamente una consecuencia, sino un complemento: yo tenía una vida desgraciada por los vicios y por los defectos que mucho se han modificado antes que viniese a habitar el cuerpo que habéis conocido.
26. ¿Podemos hacer algo que os sea útil o agradable? –Resp. ¡Oh, poco! Hoy estoy muy por encima de la Tierra.
El Sr. Adrien, médium vidente, que nunca lo había visto en vida, hizo del mismo el siguiente retrato, considerado muy exacto por las personas presentes que lo habían conocido.
Rostro alargado; mejillas hundidas; frente saliente y con arrugas. Nariz un poco larga y ligeramente encorvada; ojos grises y un poco saltones; boca mediana y burlona; tez un poco pálida; cabellos encanecidos y barba larga. Estatura más bien grande que pequeña.
Gabán de paño azul, todo raído y agujereado; pantalón negro, gastado y en jirones; chaleco de color claro; pañuelo anudado como corbata, de un color indefinido.
2. ¿Recordáis vuestra última existencia terrestre? –Resp. Perfectamente.
3. ¿Qué motivo ha podido llevaros al género de vida excéntrica que habíais
adoptado? –Resp. Yo estaba cansado de la vida y tenía lástima de los hombres y de los motivos de sus acciones.
4. Se dice que era una venganza y para humillar a un pariente de alta posición; ¿es verdad? –Resp. No sólo por eso; al humillar a ese hombre, yo humillaba a muchos otros.
5. Si era una venganza, os costó caro, porque durante largos años os habéis privado de todos los goces sociales para satisfacerla. ¿No consideráis esto un poco duro? –Resp. Yo gozaba de otra manera.
6. Al lado de eso, ¿había un pensamiento filosófico? ¿Y ha sido por esto que con razón os han comparado a Diógenes? –Resp. Había alguna relación con la parte menos sana de la filosofía de ese hombre.
7. ¿Qué pensáis de Diógenes? –Resp. Poca cosa: es un poco lo que pienso de mí. Diógenes tenía sobre nosotros la ventaja de haber hecho algunos siglos antes lo que yo hice, y en medio de hombres menos civilizados que aquellos en cuyo medio yo vivía.
8. Sin embargo hay una diferencia entre Diógenes y vos: en él su conducta era una consecuencia de su sistema filosófico; ¡mientras que en vos ésta tenía su principio en la venganza! –Resp. En mí, la venganza ha llevado a la filosofía.
9. ¿Sufríais por veros así aislado y por ser objeto de desprecio y de repugnancia, ya que vuestra educación os alejaba de la sociedad de los mendigos y de los vagabundos, y erais rechazado por las personas instruidas? –Resp. Sabía que no se tiene amigos en la Tierra; ¡ay de mí, cómo había experimentado esto!
10. ¿Cuáles son vuestras ocupaciones actuales y qué hacéis con vuestro tiempo? –Resp.Recorro mundos mejores y me instruyo... ¡Allá hay tantas almas buenas que nos revelan la ciencia celestial de los Espíritus!
11. ¿Regresasteis algunas veces al Palais-Royal desde vuestra muerte? –Resp. ¡Qué me importa el Palais-Royal!
12. Entre las personas que están aquí, ¿reconocéis a las que habíais conocido en vuestras peregrinaciones por el Palais-Royal? –Resp. ¿Cómo no las reconocería?
13. ¿Las volvéis a ver con placer? –Resp. Con placer; incluso con mayor placer: ellas han sido buenas para mí.
14. ¿Volvisteis a ver a vuestro amigo Charles Nodier? –Resp. Sí, sobre todo después de su muerte.
15. ¿Está él errante o reencarnado? –Resp. Errante como yo.
16. ¿Por qué habíais elegido para vuestros paseos el Palais-Royal, por entonces el lugar más frecuentado de París?[ ¿No estaría esto en desacuerdo con vuestros gustos de misántropo? –Resp. Allí yo veía a todos, a toda la sociedad.
17. ¿No habría, quizá, un sentimiento de orgullo de vuestra parte? –Resp. Sí, desgraciadamente; el orgullo ha tenido una buena parte en mi vida.
18. ¿Sois más feliz ahora? –Resp. ¡Oh, sí!
19. Sin embargo, vuestro género de existencia no ha debido contribuir para vuestro perfeccionamiento. –Resp. ¡Esta existencia terrestre! Más de lo que pensáis; a pesar de ello tenía sombríos momentos cuando volvía solo y abandonado a mi casa. Allí, tenía tiempo para madurar bien los pensamientos.
20. Si tuvieseis que elegir otra existencia, ¿cuál elegiríais? –Resp. No en vuestra Tierra; hoy puedo esperar mejor.
21. ¿Recordáis vuestra penúltima existencia? –Resp. Sí, y otras también.
22. ¿Dónde habéis tenido esas existencias? –Resp. En la Tierra y en otros mundos.
23. ¿Y la penúltima? –Resp. En la Tierra.
24. ¿Podéis hacérnosla conocer? –Resp. No puedo; era una existencia desconocida y oculta.
25. Sin revelarnos esta existencia, ¿podríais decirnos qué relación tenía con la que conocemos, porque ésta debe ser la consecuencia de la otra? –Resp. No exactamente una consecuencia, sino un complemento: yo tenía una vida desgraciada por los vicios y por los defectos que mucho se han modificado antes que viniese a habitar el cuerpo que habéis conocido.
26. ¿Podemos hacer algo que os sea útil o agradable? –Resp. ¡Oh, poco! Hoy estoy muy por encima de la Tierra.
Diógenes
1. Evocación. –Resp. ¡Ah! ¡De cuán lejos vengo!
2. ¿Podéis apareceros al Sr. Adrien, nuestro médium vidente, tal como erais en la existencia que os conocemos? –Resp. Sí, e incluso puedo venir con mi linterna, si lo deseáis.
2. ¿Podéis apareceros al Sr. Adrien, nuestro médium vidente, tal como erais en la existencia que os conocemos? –Resp. Sí, e incluso puedo venir con mi linterna, si lo deseáis.
Retrato
Frente ancha, con protuberancias laterales bien huesudas; nariz fina y encorvada; boca grande y seria; ojos negros y hundidos en las órbitas; mirada penetrante y mordaz. Rostro un poco alargado, delgado y con arrugas; tez pálida; bigotes y barba enmarañados; cabellos grises y ralos.
Ropaje blanco y muy sucio; los brazos desnudos, así como las piernas; el cuerpo delgado, huesudo. Sandalias gastadas, atadas a las piernas con cordones.
3. Habéis dicho que venís de lejos: ¿de qué mundo venís? –Resp. Vosotros no lo conocéis.
4. ¿Tendríais la bondad de responder a algunas preguntas? –Resp. Con placer.
5. La existencia en que os conocemos con el nombre de Diógenes el Cínico, ¿os ha sido provechosa para vuestra felicidad futura? –Resp. Mucho; vosotros os habéis equivocado burlándoos de ella, como lo han hecho mis contemporáneos; incluso me sorprende que la propia Historia haya esclarecido tan poco mi existencia y que la posteridad haya sido –podemos decirlo– injusta para conmigo.
6. ¿Qué bien pudisteis hacer, puesto que vuestra existencia era bastante personal? –Resp.He trabajado para mí, pero se podía aprender mucho al observarme.
7. ¿Cuáles son las cualidades que queríais encontrar en el hombre que buscabais con vuestra linterna? –Resp. Entereza.
8. Si hubierais encontrado en vuestro camino al hombre que acabamos de evocar, Chodruc-Duclos, ¿habríais encontrado en él al hombre que buscabais, ya que él también se abstenía voluntariamente de todo lo superfluo? –Resp. No.
9. ¿Qué pensáis de él? –Resp. Su alma se extravió en la Tierra; ¡cuántos son como él y no lo saben! Al menos, él lo sabía.
10. Las cualidades que buscabais en el hombre, según vos, ¿habéis creído poseerlas?–Resp. Sin duda: ése era mi criterio.
11. ¿Cuál de los filósofos de vuestro tiempo preferíais? –Resp. Sócrates.
12. ¿Cuál es aquel que preferís ahora? –Resp. Sócrates.
13. Y de Platón, ¿qué decís? –Resp. Demasiado duro; su filosofía es demasiado severa: yo admitía a los poetas, y él no.
14. Lo que se cuenta de vuestra conversación con Alejandro, ¿es real? –Resp. Muy real; la Historia incluso la ha truncado.
15. ¿En qué la Historia la ha truncado? –Resp. Hablo de las otras conversaciones que hemos tenido juntos: ¿creéis que él hubiese venido a verme para no decir más que una palabra?
16. ¿Es real el dicho que se le atribuye, de que si él no hubiera sido Alejandro hubiese deseado ser Diógenes? –Resp. Tal vez lo haya dicho, pero no ante mí. Alejandro era un joven loco, vano y soberbio; yo era a sus ojos un mendigo: ¿cómo el tirano habría osado mostrarse instruido por el miserable?
17. Después de vuestra existencia en Atenas, ¿habéis reencarnado en la Tierra? –Resp.No, sino en otros mundos. Actualmente pertenezco a un mundo donde no somos esclavos: esto quiere decir que si os evocasen despiertos, vosotros no haríais lo que yo he hecho esta noche.
18. ¿Podríais trazarnos un cuadro de las cualidades que buscabais en
el hombre, tales como las concebíais antes y como las concebís ahora? –Resp.
Ropaje blanco y muy sucio; los brazos desnudos, así como las piernas; el cuerpo delgado, huesudo. Sandalias gastadas, atadas a las piernas con cordones.
3. Habéis dicho que venís de lejos: ¿de qué mundo venís? –Resp. Vosotros no lo conocéis.
4. ¿Tendríais la bondad de responder a algunas preguntas? –Resp. Con placer.
5. La existencia en que os conocemos con el nombre de Diógenes el Cínico, ¿os ha sido provechosa para vuestra felicidad futura? –Resp. Mucho; vosotros os habéis equivocado burlándoos de ella, como lo han hecho mis contemporáneos; incluso me sorprende que la propia Historia haya esclarecido tan poco mi existencia y que la posteridad haya sido –podemos decirlo– injusta para conmigo.
6. ¿Qué bien pudisteis hacer, puesto que vuestra existencia era bastante personal? –Resp.He trabajado para mí, pero se podía aprender mucho al observarme.
7. ¿Cuáles son las cualidades que queríais encontrar en el hombre que buscabais con vuestra linterna? –Resp. Entereza.
8. Si hubierais encontrado en vuestro camino al hombre que acabamos de evocar, Chodruc-Duclos, ¿habríais encontrado en él al hombre que buscabais, ya que él también se abstenía voluntariamente de todo lo superfluo? –Resp. No.
9. ¿Qué pensáis de él? –Resp. Su alma se extravió en la Tierra; ¡cuántos son como él y no lo saben! Al menos, él lo sabía.
10. Las cualidades que buscabais en el hombre, según vos, ¿habéis creído poseerlas?–Resp. Sin duda: ése era mi criterio.
11. ¿Cuál de los filósofos de vuestro tiempo preferíais? –Resp. Sócrates.
12. ¿Cuál es aquel que preferís ahora? –Resp. Sócrates.
13. Y de Platón, ¿qué decís? –Resp. Demasiado duro; su filosofía es demasiado severa: yo admitía a los poetas, y él no.
14. Lo que se cuenta de vuestra conversación con Alejandro, ¿es real? –Resp. Muy real; la Historia incluso la ha truncado.
15. ¿En qué la Historia la ha truncado? –Resp. Hablo de las otras conversaciones que hemos tenido juntos: ¿creéis que él hubiese venido a verme para no decir más que una palabra?
16. ¿Es real el dicho que se le atribuye, de que si él no hubiera sido Alejandro hubiese deseado ser Diógenes? –Resp. Tal vez lo haya dicho, pero no ante mí. Alejandro era un joven loco, vano y soberbio; yo era a sus ojos un mendigo: ¿cómo el tirano habría osado mostrarse instruido por el miserable?
17. Después de vuestra existencia en Atenas, ¿habéis reencarnado en la Tierra? –Resp.No, sino en otros mundos. Actualmente pertenezco a un mundo donde no somos esclavos: esto quiere decir que si os evocasen despiertos, vosotros no haríais lo que yo he hecho esta noche.
18. ¿Podríais trazarnos un cuadro de las cualidades que buscabais en
el hombre, tales como las concebíais antes y como las concebís ahora? –Resp.
Antes
Coraje, audacia, seguridad de sí mismo y poder sobre los hombres por la razón.Ahora
Abnegación, dulzura, poder sobre los hombres por el corazón.Los ángeles guardianes
Comunicación espontánea obtenida por el Sr. L..., uno de los médiums de la Sociedad.
Existe una doctrina que, por su encanto y su dulzura, debería convertir a los más incrédulos: la de los ángeles guardianes. Pensar que tenéis siempre junto con vosotros a seres que os son superiores, que están siempre ahí para aconsejaros, ampararos y ayudaros a escalar la áspera montaña del bien; que son amigos más seguros y más abnegados que los vínculos más íntimos que se puedan contraer en esta Tierra, ¿no es una idea muy consoladora? Esos seres están allí por orden de Dios; ha sido Él que los ha puesto cerca vuestro; ahí están por amor a Él y cumplen a vuestro lado una bella pero penosa misión. Sí, donde quiera que estéis, estarán con vosotros: en las cárceles, en los lugares de vida disoluta, en la soledad, nada os separa de este amigo que no podéis ver, pero del cual vuestra alma siente los más suaves impulsos y escucha los más sabios consejos.
¡Ah, si conocierais mejor esta verdad! ¡Cuántas veces os ayudaría en los momentos de crisis y cuántas veces os libraría de las manos de los Espíritus malos! Pero, con toda claridad, este ángel de bien os habrá de decir con frecuencia: «¿No te lo he dicho? Y tú no lo has hecho. ¿No te he mostrado el abismo? Y te has despeñado en él. ¿No te hice escuchar en la conciencia la voz de la verdad? Y has seguido los consejos de la mentira». ¡Ah, interrogad a vuestros ángeles guardianes! Estableced entre ellos y vosotros esa tierna intimidad que reina entre los mejores amigos. No penséis en esconderles nada, porque ellos tienen la mirada de Dios, y no podéis engañarlos. Pensad en el porvenir, tratad de adelantaros en esta vida, y vuestras pruebas serán más cortas, vuestras existencias más felices. ¡Vamos, hombres de coraje! De una vez por todas, desechad los prejuicios y las segundas intenciones; entrad en la nueva senda que se abre ante vosotros; ¡marchad, marchad! Tenéis guías, seguidlos: el objetivo no os puede faltar, porque ese objetivo es el propio Dios.
A aquellos que piensan que es imposible que Espíritus verdaderamente elevados se consagren a una tarea tan laboriosa y de todos los instantes, les diremos que nosotros influimos en vuestras almas aun estando a millones de leguas de vosotros: para nosotros el espacio no es nada, y aunque vivamos en otro mundo nuestros Espíritus conservan su vínculo con el vuestro. Poseemos cualidades que no podéis comprender, pero tened la certeza de que Dios no nos ha impuesto una tarea por encima de nuestras fuerzas, y que no os ha abandonado solos en la Tierra sin amigos y sin apoyo. Cada ángel guardián tiene su protegido por el cual vela, como un padre vela por su hijo; es feliz cuando lo ve seguir el buen camino y se compadece cuando sus consejos son ignorados.
No temáis cansarnos con vuestras preguntas; por el contrario, permaneced siempre en relación con nosotros: seréis más fuertes y más felices. Son esas comunicaciones de cada hombre con su Espíritu familiar que hacen a todos los hombres médiums, hoy médiums ignorados, pero que se han de manifestar más tarde y que se han de derramar como un océano sin límites para hacer retroceder a la incredulidad y a la ignorancia. Hombres instruidos, instruid; hombres de talentos, elevad a vuestros hermanos. No sabéis qué obra así cumplís: la del Cristo, la que Dios os impone. ¿Por qué Dios os ha dado la inteligencia y la ciencia, si no es para compartirlas con vuestros hermanos, para hacerlos avanzar en la senda de la dicha y de la felicidad eterna?
San Luis, san Agustín.
¡Ah, si conocierais mejor esta verdad! ¡Cuántas veces os ayudaría en los momentos de crisis y cuántas veces os libraría de las manos de los Espíritus malos! Pero, con toda claridad, este ángel de bien os habrá de decir con frecuencia: «¿No te lo he dicho? Y tú no lo has hecho. ¿No te he mostrado el abismo? Y te has despeñado en él. ¿No te hice escuchar en la conciencia la voz de la verdad? Y has seguido los consejos de la mentira». ¡Ah, interrogad a vuestros ángeles guardianes! Estableced entre ellos y vosotros esa tierna intimidad que reina entre los mejores amigos. No penséis en esconderles nada, porque ellos tienen la mirada de Dios, y no podéis engañarlos. Pensad en el porvenir, tratad de adelantaros en esta vida, y vuestras pruebas serán más cortas, vuestras existencias más felices. ¡Vamos, hombres de coraje! De una vez por todas, desechad los prejuicios y las segundas intenciones; entrad en la nueva senda que se abre ante vosotros; ¡marchad, marchad! Tenéis guías, seguidlos: el objetivo no os puede faltar, porque ese objetivo es el propio Dios.
A aquellos que piensan que es imposible que Espíritus verdaderamente elevados se consagren a una tarea tan laboriosa y de todos los instantes, les diremos que nosotros influimos en vuestras almas aun estando a millones de leguas de vosotros: para nosotros el espacio no es nada, y aunque vivamos en otro mundo nuestros Espíritus conservan su vínculo con el vuestro. Poseemos cualidades que no podéis comprender, pero tened la certeza de que Dios no nos ha impuesto una tarea por encima de nuestras fuerzas, y que no os ha abandonado solos en la Tierra sin amigos y sin apoyo. Cada ángel guardián tiene su protegido por el cual vela, como un padre vela por su hijo; es feliz cuando lo ve seguir el buen camino y se compadece cuando sus consejos son ignorados.
No temáis cansarnos con vuestras preguntas; por el contrario, permaneced siempre en relación con nosotros: seréis más fuertes y más felices. Son esas comunicaciones de cada hombre con su Espíritu familiar que hacen a todos los hombres médiums, hoy médiums ignorados, pero que se han de manifestar más tarde y que se han de derramar como un océano sin límites para hacer retroceder a la incredulidad y a la ignorancia. Hombres instruidos, instruid; hombres de talentos, elevad a vuestros hermanos. No sabéis qué obra así cumplís: la del Cristo, la que Dios os impone. ¿Por qué Dios os ha dado la inteligencia y la ciencia, si no es para compartirlas con vuestros hermanos, para hacerlos avanzar en la senda de la dicha y de la felicidad eterna?
Nota – La doctrina de los ángeles guardianes, que velan por sus protegidos a pesar de las distancias que separan a los mundos, nada tiene que deba sorprender; al contrario, es grande y sublime. ¿No vemos en la Tierra a un padre velar por su hijo, aunque esté distante de él, ayudándolo con sus consejos a través de la correspondencia? Por lo tanto, ¿qué habría de sorprendente en que los Espíritus puedan guiar a los que toman bajo su protección, de un mundo a otro, puesto que para ellos la distancia que separa los mundos es menor que la que, en la Tierra, separa los continentes?
Una noche olvidada o la hechicera Manuza
Las mil y dos noches de los cuentos árabes
Dictada por el Espíritu Frédéric Soulié (SEGUNDO ARTÍCULO) ______
Observación – Los números romanos indican las interrupciones que han tenido lugar en el dictado. A menudo el mismo no era retomado sino después de dos o tres semanas y, a pesar de esto, así como nosotros ya lo hemos hecho observar, el relato sigue como si hubiese sido escrito de una sola vez; y este no es uno de los caracteres menos curiosos de esta producción del Más Allá. Su estilo es correcto y perfectamente apropiado al tema. Repetimos, para aquellos que podrían ver en este cuento solamente una cosa fútil, que no lo damos como una obra filosófica, sino como un estudio. Nada es inútil para el observador: éste sabe aprovechar todo para profundizar la ciencia que estudia.
III
Sin embargo, nada parecía perturbar nuestra felicidad; todo era calmo a nuestro alrededor: vivíamos en una perfecta seguridad, cuando una noche, en el momento en que nos creíamos más seguros, apareció de repente a nuestro lado (puedo decirlo así, porque estábamos en una plaza donde convergían varias alamedas) el sultán acompañado de su gran visir. Ambos presentaban una fisonomía asustadora: la cólera había alterado sus facciones; estaban –sobre todo el sultán– en una exasperación fácilmente comprensible. El primer pensamiento del sultán fue el de mandarme matar; pero sabiendo a qué familia pertenezco y la suerte que le esperaba si se atreviera a tocarme un solo pelo de la cabeza, fingió (como a su llegada yo me puse aparte), como decía, fingió no percibirme y se precipitó como un furioso sobre Nazara, a quien prometió no hacer esperar el castigo que ella merecía. La llevó consigo, siempre acompañado del visir. Para mí, el primer momento de susto pasó, y entonces me apresuré a volver a mi palacio para buscar un medio de sustraer la estrella de mi vida de las manos de ese bárbaro que, probablemente, iba a poner fin a esa querida existencia.
–Y después, ¿qué hiciste? –preguntó Manuza–, porque en fin, en todo esto no veo en qué estás tan atormentado para sacar a tu amante de la mala situación en que la has metido por tu culpa. Me das la impresión de un pobre hombre que no tiene coraje ni voluntad cuando se trata de cosas difíciles.
–Manuza, antes de condenar, es preciso escuchar. Antes de venir a ti he intentado todos los medios que tenía en mi poder. Le hice ofrecimientos al sultán: le prometí oro, alhajas, camellos e inclusive palacios si él me devolviese a mi dulce gacela; pero a todo ha desdeñado. Al ver mis sacrificios rechazados, le hice amenazas; las amenazas fueron despreciadas como el resto: a todo ha reído y se ha burlado de mí. También intenté introducirme en su palacio; he sobornado a esclavos, he llegado al interior de las habitaciones; pero a pesar de todos mis esfuerzos no he podido llegar hasta mi amada.
–Tú eres franco, Nureddin; tu sinceridad merece una recompensa y tendrás lo que vienes a buscar. Voy a hacerte ver una cosa terrible: si tienes la fuerza de soportar la prueba por la cual te haré pasar, puedes estar seguro que reencontrarás tu felicidad de antaño. Te doy cinco minutos para decidirte.
Transcurrido ese tiempo, Nureddin dijo a Manuza que estaba preparado para hacer todo lo que ella quisiera para salvar a Nazara. Entonces, la hechicera se levantó y dijo: ¡Pues bien! Ven. Después, al abrir una puerta ubicada al fondo de la habitación, lo hizo pasar hacia delante. Atravesaron un patio sombrío, repleto de formas horrendas: serpientes, sapos que se paseaban peligrosamente en compañía de gatos negros, los cuales tenían un aire de superioridad entre esos animales inmundos.
–Y después, ¿qué hiciste? –preguntó Manuza–, porque en fin, en todo esto no veo en qué estás tan atormentado para sacar a tu amante de la mala situación en que la has metido por tu culpa. Me das la impresión de un pobre hombre que no tiene coraje ni voluntad cuando se trata de cosas difíciles.
–Manuza, antes de condenar, es preciso escuchar. Antes de venir a ti he intentado todos los medios que tenía en mi poder. Le hice ofrecimientos al sultán: le prometí oro, alhajas, camellos e inclusive palacios si él me devolviese a mi dulce gacela; pero a todo ha desdeñado. Al ver mis sacrificios rechazados, le hice amenazas; las amenazas fueron despreciadas como el resto: a todo ha reído y se ha burlado de mí. También intenté introducirme en su palacio; he sobornado a esclavos, he llegado al interior de las habitaciones; pero a pesar de todos mis esfuerzos no he podido llegar hasta mi amada.
–Tú eres franco, Nureddin; tu sinceridad merece una recompensa y tendrás lo que vienes a buscar. Voy a hacerte ver una cosa terrible: si tienes la fuerza de soportar la prueba por la cual te haré pasar, puedes estar seguro que reencontrarás tu felicidad de antaño. Te doy cinco minutos para decidirte.
Transcurrido ese tiempo, Nureddin dijo a Manuza que estaba preparado para hacer todo lo que ella quisiera para salvar a Nazara. Entonces, la hechicera se levantó y dijo: ¡Pues bien! Ven. Después, al abrir una puerta ubicada al fondo de la habitación, lo hizo pasar hacia delante. Atravesaron un patio sombrío, repleto de formas horrendas: serpientes, sapos que se paseaban peligrosamente en compañía de gatos negros, los cuales tenían un aire de superioridad entre esos animales inmundos.
IV
En el extremo de ese patio se encontraba otra puerta que Manuza igualmente abrió; y, al haber hecho pasar a Nureddin, entraron en una sala baja, iluminada solamente arriba: la luz venía de una bóveda muy elevada, provista de vidrios coloridos que formaban toda especie de arabescos. En el centro de esta sala había un hornillo encendido, y sobre un trípode puesto sobre el hornillo, un recipiente grande de bronce en el cual hervían toda especie de hierbas aromáticas, cuyo olor era tan fuerte que casi no se podía soportar. Al lado de ese recipiente se encontraba una especie de sillón grande en terciopelo negro, de aspecto extraordinario. Cuando alguien se sentaba en él, al instante desaparecía enteramente; y porque Manuza se estaba ubicando en el mismo, Nureddin la buscó durante algunos instantes sin poder verla. De repente ella volvió a aparecer y le dijo: «¿Estás todavía dispuesto?» –Sí, respondió Nureddin. «–¡Pues bien! Ve a sentarse abajo en ese sillón y espera».
Tan pronto como Nureddin se sentó en el sillón, todo cambió de aspecto y la sala se pobló de una multitud de grandes figuras blancas, al principio apenas visibles, que parecían de un rojo sangre; se hubiera dicho que eran hombres cubiertos de llagas sangrientas, danzando en rondas infernales, y en el centro de ellos, Manuza, despeinada, con los ojos llameantes, la ropa en jirones y una corona de serpientes sobre su cabeza. En la mano, a modo de cetro, blandía una antorcha encendida que lanzaba llamas, cuyo olor sofocaba a la garganta. Después de haber bailado un cuarto de hora, se detuvieron de repente a una señal de su reina que, a este efecto, había arrojado su antorcha en una caldera en ebullición. Cuando todas esas figuras se hubieron colocado alrededor de la caldera, Manuza hizo aproximar al más viejo –que era reconocido por su larga barba blanca– y le dijo: «Ven aquí, tú que sigues al diablo; te encargaré una misión muy delicada. Nureddin quiere a Nazara, y yo le he prometido dársela; es una cosa difícil. Tanaple, cuento con tu ayuda en todo. Nureddin soportará todas las pruebas necesarias; por consiguiente, procede. Sabes lo que quiero, haz lo que tengas que hacer, pero lógralo; tiembla si fracasas. Recompenso a quien me obedece, pero desgraciado de aquel que no hace mi voluntad. –Serás satisfecha, dijo Tanaple, y puedes contar conmigo. –Pues bien, ve y procede».
Tan pronto como Nureddin se sentó en el sillón, todo cambió de aspecto y la sala se pobló de una multitud de grandes figuras blancas, al principio apenas visibles, que parecían de un rojo sangre; se hubiera dicho que eran hombres cubiertos de llagas sangrientas, danzando en rondas infernales, y en el centro de ellos, Manuza, despeinada, con los ojos llameantes, la ropa en jirones y una corona de serpientes sobre su cabeza. En la mano, a modo de cetro, blandía una antorcha encendida que lanzaba llamas, cuyo olor sofocaba a la garganta. Después de haber bailado un cuarto de hora, se detuvieron de repente a una señal de su reina que, a este efecto, había arrojado su antorcha en una caldera en ebullición. Cuando todas esas figuras se hubieron colocado alrededor de la caldera, Manuza hizo aproximar al más viejo –que era reconocido por su larga barba blanca– y le dijo: «Ven aquí, tú que sigues al diablo; te encargaré una misión muy delicada. Nureddin quiere a Nazara, y yo le he prometido dársela; es una cosa difícil. Tanaple, cuento con tu ayuda en todo. Nureddin soportará todas las pruebas necesarias; por consiguiente, procede. Sabes lo que quiero, haz lo que tengas que hacer, pero lógralo; tiembla si fracasas. Recompenso a quien me obedece, pero desgraciado de aquel que no hace mi voluntad. –Serás satisfecha, dijo Tanaple, y puedes contar conmigo. –Pues bien, ve y procede».
V
“Apenas ella acabó de decir estas palabras que todo cambió a los ojos de Nureddin; los objetos se volvieron lo que eran antes y Manuza se encontró a solas con él. «Ahora –dijo ella– regresa a tu casa y espera; te enviaré a uno de mis gnomos: él te dirá lo que debes hacer; obedece y todo irá bien».
Nureddin se quedó muy feliz con estas palabras, y más feliz todavía por dejar el antro de la hechicera. Atravesó nuevamente el patio y la habitación por donde había entrado, y luego ella lo acompañó hasta la puerta exterior. Allí, habiéndole Nureddin preguntado si él debía volver, ella respondió: «No; por el momento es inútil; si esto se hace necesario, te lo haré saber».
Nureddin se apresuró a retornar a su palacio; estaba impaciente por saber si había sucedido algo nuevo desde su salida. Encontró todo en el mismo estado; solamente en la sala de mármol –en verano, sala de reposo en las casas de los habitantes de Bagdad– vio una especie de enano de repulsiva fealdad, cerca de un estanque ubicado en el centro de esta sala. Su vestimenta era de color amarillo, bordada de rojo y azul; tenía una joroba monstruosa, piernas pequeñas, rostro gordo, con ojos verdes y bizcos, una boca muy grande hasta las orejas y cabellos pelirrojos que se asemejaban al color del sol.
Nureddin le preguntó cómo había llegado allí, y qué venía a hacer. «He sido enviado por Manuza –dijo él– para entregarte a tu amante; me llamo
Tanaple. –Si eres realmente el enviado de Manuza, estoy listo para obedecer tus órdenes; pero apúrate: aquella a quien amo está en cautiverio y tengo prisa en liberarla. –Si estás listo, condúceme enseguida a tu cuarto y te diré lo que será preciso hacer. –Sígueme, entonces, dijo Nureddin».
Nureddin se quedó muy feliz con estas palabras, y más feliz todavía por dejar el antro de la hechicera. Atravesó nuevamente el patio y la habitación por donde había entrado, y luego ella lo acompañó hasta la puerta exterior. Allí, habiéndole Nureddin preguntado si él debía volver, ella respondió: «No; por el momento es inútil; si esto se hace necesario, te lo haré saber».
Nureddin se apresuró a retornar a su palacio; estaba impaciente por saber si había sucedido algo nuevo desde su salida. Encontró todo en el mismo estado; solamente en la sala de mármol –en verano, sala de reposo en las casas de los habitantes de Bagdad– vio una especie de enano de repulsiva fealdad, cerca de un estanque ubicado en el centro de esta sala. Su vestimenta era de color amarillo, bordada de rojo y azul; tenía una joroba monstruosa, piernas pequeñas, rostro gordo, con ojos verdes y bizcos, una boca muy grande hasta las orejas y cabellos pelirrojos que se asemejaban al color del sol.
Nureddin le preguntó cómo había llegado allí, y qué venía a hacer. «He sido enviado por Manuza –dijo él– para entregarte a tu amante; me llamo
Tanaple. –Si eres realmente el enviado de Manuza, estoy listo para obedecer tus órdenes; pero apúrate: aquella a quien amo está en cautiverio y tengo prisa en liberarla. –Si estás listo, condúceme enseguida a tu cuarto y te diré lo que será preciso hacer. –Sígueme, entonces, dijo Nureddin».
VI
Después de haber atravesado varios patios y jardines, Tanaple se encontró en el cuarto del joven; cerró todas las puertas y le dijo: «Sabes que debes hacer todo lo que yo te diga, sin objeción. Vas a ponerte esta ropa de mercader. Llevarás sobre tu espalda este paquete que contiene los objetos que nos son necesarios; yo voy a vestirme de esclavo y llevaré el otro paquete».
Con gran estupefacción, Nureddin vio dos paquetes enormes al lado del enano, y sin embargo no había visto ni escuchado a nadie traerlos. «Enseguida –continuó Tanaple– iremos al palacio del sultán. Le enviarás a decir que tienes objetos raros y curiosos; que si él quiere ofrecerlos a la sultana favorita, que jamás ninguna hurí tuvo otros iguales. Conoces su curiosidad; tendrá el deseo de vernos. Una vez admitidos en su presencia, no tendrás dificultad en mostrar tu mercancía y le venderás todo lo que llevamos: son ropas maravillosas que transforman a las personas que se las ponen. Tan pronto como el sultán y la sultana las vistan, todo el palacio los tomará por nosotros y no por ellos: a ti por el sultán y a mí por Ozara, la nueva sultana. Operada esta metamorfosis, estaremos libres para actuar a nuestro gusto y tú liberarás a Nazara».
Todo transcurrió como Tanaple había anunciado: la venta al sultán y la transformación. Después de algunos minutos de horrible furor por parte del sultán, que quería hacer expulsar a esos inoportunos y hacía un ruido espantoso, Nureddin, habiendo llamado a varios esclavos –conforme la orden de Tanaple–, mandó a encerrar al sultán y a Ozara como esclavos rebeldes, y ordenó que lo condujesen inmediatamente hacia donde se encontraba la prisionera Nazara. Quería saber –decía él– si ella estaba dispuesta a confesar su crimen y si estaba preparada para morir. Quiso también que la favorita Ozara lo acompañase para que viera el suplicio que él infligía a las mujeres infieles. Dicho esto, caminó, precedido por el jefe de los eunucos, durante un cuarto de hora a través de un sombrío pasillo, en cuyo extremo había una puerta de hierro pesada y maciza. Al tomar una llave, el esclavo abrió tres cerraduras y ellos entraron en una habitación ancha, de tres o cuatro codos de altura; allí, sobre una estera de paja, estaba sentada Nazara, con un cántaro de agua y algunos dátiles a su lado. Ya no era más la brillante Nazara de otros tiempos; continuaba siempre bella, pero pálida y delgada. Al ver a aquel que ella tomó por su señor, estremeció de miedo, porque pensaba que su hora había llegado.
(Continúa en el próximo número.)
Con gran estupefacción, Nureddin vio dos paquetes enormes al lado del enano, y sin embargo no había visto ni escuchado a nadie traerlos. «Enseguida –continuó Tanaple– iremos al palacio del sultán. Le enviarás a decir que tienes objetos raros y curiosos; que si él quiere ofrecerlos a la sultana favorita, que jamás ninguna hurí tuvo otros iguales. Conoces su curiosidad; tendrá el deseo de vernos. Una vez admitidos en su presencia, no tendrás dificultad en mostrar tu mercancía y le venderás todo lo que llevamos: son ropas maravillosas que transforman a las personas que se las ponen. Tan pronto como el sultán y la sultana las vistan, todo el palacio los tomará por nosotros y no por ellos: a ti por el sultán y a mí por Ozara, la nueva sultana. Operada esta metamorfosis, estaremos libres para actuar a nuestro gusto y tú liberarás a Nazara».
Todo transcurrió como Tanaple había anunciado: la venta al sultán y la transformación. Después de algunos minutos de horrible furor por parte del sultán, que quería hacer expulsar a esos inoportunos y hacía un ruido espantoso, Nureddin, habiendo llamado a varios esclavos –conforme la orden de Tanaple–, mandó a encerrar al sultán y a Ozara como esclavos rebeldes, y ordenó que lo condujesen inmediatamente hacia donde se encontraba la prisionera Nazara. Quería saber –decía él– si ella estaba dispuesta a confesar su crimen y si estaba preparada para morir. Quiso también que la favorita Ozara lo acompañase para que viera el suplicio que él infligía a las mujeres infieles. Dicho esto, caminó, precedido por el jefe de los eunucos, durante un cuarto de hora a través de un sombrío pasillo, en cuyo extremo había una puerta de hierro pesada y maciza. Al tomar una llave, el esclavo abrió tres cerraduras y ellos entraron en una habitación ancha, de tres o cuatro codos de altura; allí, sobre una estera de paja, estaba sentada Nazara, con un cántaro de agua y algunos dátiles a su lado. Ya no era más la brillante Nazara de otros tiempos; continuaba siempre bella, pero pálida y delgada. Al ver a aquel que ella tomó por su señor, estremeció de miedo, porque pensaba que su hora había llegado.
(Continúa en el próximo número.)
Aforismos espíritas
Con este título, daremos de vez en cuando pensamientos destacados que han de resumir, en pocas palabras, ciertos principios esenciales del Espiritismo.
I. Aquellos que creen preservarse de la acción de los Espíritus malos al abstenerse de las comunicaciones espíritas, son como esos niños que creen evitar un peligro vendándose los ojos. Es como decir que es preferible no saber leer ni escribir para no estar expuesto a leer malos libros o a escribir tonterías.
II. Aquel que tiene malas comunicaciones espíritas, verbales o escritas, está bajo una mala influencia; esta influencia se ejerce sobre él, ya sea que escriba o no. La escritura le da un medio de asegurarse de la naturaleza de los Espíritus que actúan sobre él. Si está lo bastante fascinado como para no comprenderlos, otros pueden abrirle los ojos.
III. ¿Es necesario ser médium para escribir absurdos? ¿Quién dice que entre todas las cosas ridículas o malas que se imprimen no existen aquellas en que el escritor, impulsado por algún Espíritu burlón o malévolo, desempeñe el papel de médium obsesado sin saberlo?
IV. Los Espíritus buenos, pero ignorantes, confiesan su insuficiencia acerca de las cosas que no saben; los malos dicen saberlo todo.
V. Los Espíritus elevados prueban su superioridad por sus palabras y por la constante sublimidad de sus pensamientos, pero no se jactan de esto. Desconfiad de aquellos que dicen con énfasis estar en el más alto grado de perfección y entre los elegidos; la fanfarronería, entre los Espíritus como entre los hombres, es siempre una señal de mediocridad.
Con este título, daremos de vez en cuando pensamientos destacados que han de resumir, en pocas palabras, ciertos principios esenciales del Espiritismo.
I. Aquellos que creen preservarse de la acción de los Espíritus malos al abstenerse de las comunicaciones espíritas, son como esos niños que creen evitar un peligro vendándose los ojos. Es como decir que es preferible no saber leer ni escribir para no estar expuesto a leer malos libros o a escribir tonterías.
II. Aquel que tiene malas comunicaciones espíritas, verbales o escritas, está bajo una mala influencia; esta influencia se ejerce sobre él, ya sea que escriba o no. La escritura le da un medio de asegurarse de la naturaleza de los Espíritus que actúan sobre él. Si está lo bastante fascinado como para no comprenderlos, otros pueden abrirle los ojos.
III. ¿Es necesario ser médium para escribir absurdos? ¿Quién dice que entre todas las cosas ridículas o malas que se imprimen no existen aquellas en que el escritor, impulsado por algún Espíritu burlón o malévolo, desempeñe el papel de médium obsesado sin saberlo?
IV. Los Espíritus buenos, pero ignorantes, confiesan su insuficiencia acerca de las cosas que no saben; los malos dicen saberlo todo.
V. Los Espíritus elevados prueban su superioridad por sus palabras y por la constante sublimidad de sus pensamientos, pero no se jactan de esto. Desconfiad de aquellos que dicen con énfasis estar en el más alto grado de perfección y entre los elegidos; la fanfarronería, entre los Espíritus como entre los hombres, es siempre una señal de mediocridad.
Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas
Aviso – Las sesiones que se realizaban los martes, ahora tienen lugar los viernes, en el nuevo local de la Sociedad, calle Montpensier, Nº 12, en el Palais-Royal, a las 8 horas de la noche. Los visitantes sólo serán admitidos en el segundo y en el cuarto viernes de cada mes, mediante cartas personales de presentación. Para todo lo concerniente a la Sociedad,[i] dirigirse al Sr. Allan Kardec, rue des Martyrs, 8 (calle de los Mártires, Nº 8), o al Sr. Ledoyen, librero, Galería de Orleáns, Nº 31, en el Palacio Real.