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Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1859 > Septiembre
Septiembre
Procedimientos para alejar a los Espíritus malosLa intromisión de los Espíritus engañadores en las comunicaciones escritas es una de las mayores dificultades del Espiritismo; se sabe por experiencia que ellos no tienen ningún escrúpulo en tomar nombres supuestos e incluso hasta nombres respetables; ¿hay medios de alejarlos? He aquí la cuestión. Con este fin, ciertas personas emplean lo que se podría llamar procedimientos, es decir, fórmulas particulares de evocación o especies de exorcismos, como por ejemplo hacerlos jurar en el nombre de Dios que están diciendo la verdad, hacerlos escribir ciertas cosas, etc. Conocemos a alguien que, a cada frase, intima al Espíritu a firmar su nombre; si él es verdadero, escribe su nombre sin dificultad; si es falso, de repente se detiene justo en medio del escrito, sin poder terminarlo; hemos visto a esta persona recibir las comunicaciones más ridículas por parte de Espíritus que firmaban un nombre falso con gran desfachatez. Otras personas piensan que un medio eficaz es hacerlos confesar con las siguientes palabras: Jesús en carne, o con otras expresiones de la religión. ¡Pues bien! Declaramos que si algunos Espíritus –un poco más escrupulosos– se detienen ante la idea de un perjurio o de una profanación, existen otros que juran todo lo que uno quiera, que firman todos los nombres, que se ríen de todo y que causan afrenta ante la presencia de las figuras más veneradas, de donde sacamos en conclusión de que, entre lo que se puede llamar procedimientos, no hay ninguna fórmula ni recurso material que pueda servir como protección eficaz.
En este caso –dirán– sólo hay una cosa que hacer: dejar de escribir. Este medio no sería el mejor; lejos de eso, en muchos casos sería el peor. Nosotros ya hemos dicho, y no estaría de más repetirlo, que la acción de los Espíritus sobre nosotros es incesante y no es menos real por el hecho de ser oculta. Si esa acción es mala, será aún más perniciosa porque el enemigo está oculto; éste se revela y se desenmascara a través de las comunicaciones escritas, y así se sabe con quién se está tratando y se puede combatirlo. –Pero si no hay ningún medio para alejarlo, ¿qué hacer entonces? –No hemos dicho que no haya ningún medio, sino solamente que la mayoría de los que se emplea son ineficaces: esta es la tesis que nos proponemos a desarrollar.
Es preciso no perder de vista que los Espíritus constituyen todo un mundo, toda una población que llena el espacio, que circula a nuestro lado y que influye en todo lo que hacemos. Si se levantara el velo que los oculta, los veríamos a nuestro alrededor yendo y viniendo, siguiéndonos o evitándonos según el grado de su simpatía; unos serían indiferentes, como verdaderos ociosos del mundo oculto; otros, muy ocupados, ya sea consigo mismos o con los hombres a los cuales se vinculan con un objetivo más o menos loable y según las cualidades que los distinguen. En una palabra, veríamos una copia del género humano con sus buenas y malas cualidades, con sus virtudes y sus vicios. Ese entorno, al cual no podemos escapar porque no hay lugar tan oculto que sea inaccesible a los Espíritus, ejerce sobre nosotros –y sin nuestro conocimiento– una influencia permanente; unos nos conducen al bien, otros nos inducen al mal, y nuestras determinaciones son muy a menudo el resultado de sus sugerencias; felices de aquellos que tienen bastante juicio como para discernir la buena o la mala senda por donde intentan llevarnos. Ya que los Espíritus no son sino los propios hombres despojados de su envoltura grosera, o las almas de los que sobreviven al cuerpo, de esto se deduce que hay Espíritus desde que hay seres humanos en el Universo; son una de las fuerzas de la Naturaleza, y no esperaron que hubiesen médiums para obrar: la prueba de esto es que, en todos los tiempos, los hombres han cometido inconsecuencias; he aquí por qué nosotros decimos que su influencia es independiente de la facultad de escribir. Esta facultad es un medio de conocer esta influencia, de saber quiénes son los que están a nuestro alrededor y cuáles los que se vinculan a nosotros. Creer que se pueda sustraer a esto absteniéndose de escribir, es hacer como los niños que creen que por cerrar los ojos van a escapar de un peligro. Al revelarnos a aquellos que tenemos por compañeros, como amigos o enemigos, la escritura nos da por eso mismo un arma para combatir a estos últimos, por lo que debemos agradecer a Dios; a falta de visión para reconocer a los Espíritus, tenemos las comunicaciones escritas; a través de éstas, ellos se revelan lo que son; es para nosotros un sentido que nos permite juzgarlos; repeler este sentido es complacerse en permanecer ciego y en quedar expuesto al engaño sin control.
Por lo tanto, la intromisión de los Espíritus malos en las comunicaciones escritas no es un peligro del Espiritismo, puesto que, si hay peligro, es permanente y no depende de Él; he aquí de lo que deberíamos estar suficientemente persuadidos: es simplemente una dificultad, pero de la cual es fácil triunfar si a esto nos dedicamos de manera conveniente.
En primer lugar podemos establecer como principio que los Espíritus malos sólo van donde algo los atrae; por lo tanto, cuando ellos se entrometen en las comunicaciones, es porque encuentran simpatías en el medio donde se presentan, o por lo menos puntos débiles que esperan aprovechar; en todo caso, se observa que no hay una fuerza moral suficiente para repelerlos. Entre las causas que los atraen, es preciso poner en primera línea a las imperfecciones morales de toda naturaleza, porque el mal siempre simpatiza con el mal; en segundo lugar, la excesiva confianza con la cual son acogidas sus palabras. Cuando una comunicación revela un origen malo, sería ilógico inferir de esto una paridad necesaria entre el Espíritu y los evocadores; a menudo vemos a las personas más honorables expuestas a las bellaquerías de los Espíritus engañadores, como ocurre en el mundo con las personas honestas, engañadas por los bribones; pero cuando son tomadas precauciones, los bribones no pueden hacer nada: lo mismo sucede con los Espíritus. Cuando una persona honesta es engañada por ellos, esto puede tener dos causas: la primera, una confianza absoluta que la disuade de todo examen; la segunda, que las mejores cualidades no excluyen ciertos lados débiles que dan entrada a los Espíritus malos, ávidos por aprovechar las menores fallas en la coraza. No nos referimos al orgullo y a la ambición, que son más que fallas, sino a una cierta debilidad de carácter y, sobre todo, a los prejuicios que esos Espíritus saben hábilmente explotar al hacer adulaciones; en este aspecto, ellos usan todas las máscaras para inspirar más confianza.
Las comunicaciones francamente groseras son las menos peligrosas, porque no pueden engañar a nadie; las que más engañan son aquellas que tienen una falsa apariencia de sabiduría o de gravedad; en una palabra, las comunicaciones de los Espíritus hipócritas y de los pseudosabios. Unos pueden engañarse de buena fe, por ignorancia o por fatuidad; otros, sólo actúan por astucia. Por lo tanto, veamos los medios para desembarazarse de ellos.
La primera cosa es no atraerlos y evitar todo lo que pueda darles acceso.
Como hemos visto, las disposiciones morales son una causa preponderante; pero, haciendo abstracción de esta causa, el modo empleado no deja de tener influencia. Hay personas que tienen por principio jamás hacer evocaciones y esperar la primera comunicación espontánea que provenga del lápiz del médium; ahora bien, si se recuerda lo que hemos dicho sobre la variada multitud de los Espíritus que nos rodean, se comprenderá sin dificultad que eso sería estar enteramente a merced del primero que viniera, bueno o malo; y como en esta multitud hay más malos que buenos, existen más posibilidades que lleguen los malos, exactamente como si abrierais la puerta a todos los transeúntes de la calle, mientras que a través de la evocación hacéis vuestra elección; rodeándoos de Espíritus buenos, imponéis silencio a los malos que, a pesar de esto, podrán algunas veces intentar entrometerse –incluso los buenos lo permitirán para ejercer vuestra sagacidad en reconocerlos–, pero no tendrán influencia. Las comunicaciones espontáneas tienen una gran utilidad cuando se tiene la certeza de la calidad del entorno; entonces, a menudo, uno debe congratularse por la iniciativa dejada a los Espíritus. El inconveniente solamente está en el sistema absoluto, que consiste en abstenerse del llamado directo y de las preguntas.
Entre las causas que influyen poderosamente en la calidad de los Espíritus que frecuentan los Círculos Espíritas, es preciso no omitir la naturaleza de las cosas que son allí tratadas. Aquellas que se proponen un objetivo serio y útil atraen por esto mismo a los Espíritus serios; las que únicamente tienen la finalidad de satisfacer una vana curiosidad o sus intereses personales, se exponen como mínimo a mistificaciones, cuando no a cosas peores. En resumen, se pueden extraer de las comunicaciones espíritas las enseñanzas más sublimes y las más útiles, cuando se sabe dirigirlas; toda la cuestión está en no dejarse llevar por la astucia de los Espíritus burlones o malévolos; ahora bien, para eso es esencial saber con quién se está tratando. Al respecto, escuchemos en principio los consejos que el Espíritu san Luis daba a la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas por intermedio del Sr. R..., uno de sus buenos médiums. Es una comunicación espontánea que un día ha recibido en su casa, con la misión de transmitirla a la Sociedad:
«Por más legítima que sea la confianza que os inspiren los Espíritus que presiden vuestros trabajos, hay una recomendación que no estaría de más repetir y que debéis tenerla siempre presente en el pensamiento cuando os dediquéis a vuestros estudios: es la de examinar, madurar y pasar por el control de la más severa razón a todas las comunicaciones que recibís; desde que una respuesta os parezca dudosa o confusa, no dejéis de pedir las explicaciones necesarias para aclararla.
«Sabéis que la revelación ha existido desde los tiempos más remotos, pero siempre ha sido ajustada al grado de adelanto de los que la recibían. Hoy, ya no se trata de hablaros por imágenes y parábolas: debéis recibir nuestras enseñanzas de una manera clara, precisa y sin ambigüedades. Pero sería demasiado cómodo solamente tener que preguntar para esclarecerse; además, eso estaría fuera de las leyes progresivas que presiden la evolución universal. Por lo tanto, no os admiréis si, para dejaros el mérito de la elección y del trabajo, y también para puniros por las infracciones que podáis cometer contra nuestros consejos, algunas veces es permitido a ciertos Espíritus –más ignorantes que malintencionados– responder en algunos casos a vuestras preguntas. En vez de ser esto un motivo de desaliento para vosotros, debe ser un poderoso estímulo para que busquéis ardientemente la verdad. Por lo tanto, estad bien convencidos de que al seguir este camino no dejaréis de llegar a resultados felices. Sed unidos de corazón y de intención; trabajad todos; buscad, buscad siempre y encontraréis.»
El lenguaje de los Espíritus serios y buenos tiene un sello con el cual es imposible engañarse, por poco que se tenga de tacto, de discernimiento y de hábito de observación. Los Espíritus malos, por más que cubran sus torpezas con el velo de la hipocresía, nunca podrán desempeñar indefinidamente su papel; ellos muestran siempre sus verdaderas intenciones en algún momento. De otro modo, si su lenguaje fuese intachable, ellos serían Espíritus buenos. Por lo tanto, el lenguaje de los Espíritus es el verdadero criterio por el cual podemos juzgarlos; al ser el lenguaje la expresión del pensamiento, tiene siempre un reflejo de las buenas o malas cualidades del individuo. ¿No es también por el lenguaje que juzgamos a los hombres que no conocemos? Si recibís veinte cartas de veinte personas que jamás visteis, ¿no quedaríais diferentemente impresionados al leerlas? ¿No será por la calidad del estilo, por la elección de las expresiones, por la naturaleza de los pensamientos y hasta por ciertos detalles de la forma, que reconoceréis en aquel que os escribe al hombre bien educado o al hombre rústico, al sabio o al ignorante, al orgulloso o al modesto? Sucede exactamente lo mismo con los Espíritus. Suponed que sean hombres que os escriben, y los habréis de juzgar de la misma manera; los juzgaréis severamente, porque de ningún modo los Espíritus buenos se sentirán ofendidos con esta escrupulosa investigación, puesto que ellos mismos nos la recomiendan como medio de control. Por lo tanto, al saber que se puede ser engañado, el primer sentimiento debe ser el de la desconfianza; únicamente los Espíritus malos, que buscan inducir al error, pueden temer al examen porque –lejos de suscitarlo– quieren ser creídos bajo palabra.
De este principio deriva muy naturalmente y con bastante lógica el medio más eficaz para alejar a los Espíritus malos y para precaverse contra sus bellaquerías. El hombre que no es escuchado deja de hablar; el que ve que sus artimañas son constantemente descubiertas, las lleva a otra parte; el bribón que sabe que estamos en alerta continua, no hace tentativas inútiles. De la misma manera, los Espíritus engañadores abandonan la partida cuando ven que no pueden hacer nada y cuando encuentran a personas atentas que rechazan todo lo que les parece sospechoso.
Para terminar, resta pasar revista a los principales caracteres que denotan el origen de las comunicaciones espíritas.
1. Los Espíritus superiores tienen, como lo hemos dicho en varias circunstancias, un lenguaje siempre digno, noble, elevado y sin ninguna mezcla de trivialidad; ellos dicen todo con simplicidad y modestia, nunca se jactan y jamás hacen alarde de su saber o de su posición entre los otros. El lenguaje de los Espíritus inferiores o vulgares tiene siempre algún reflejo de las pasiones humanas; toda expresión que denote bajeza, presunción, arrogancia, fanfarronería o acrimonia, es un indicio característico de inferioridad o de superchería, si el Espíritu se presenta con un nombre respetable y venerado.
2. Los Espíritus buenos sólo dicen lo que saben; se callan o confiesan su ignorancia en aquello que no conocen. Los malos hablan de todo con atrevimiento, sin preocuparse con la verdad. Toda herejía científica notoria, todo principio que choca a la razón y al buen sentido revela fraude, si el Espíritu se hace pasar por un Espíritu esclarecido.
3. El lenguaje de los Espíritus elevados es siempre idéntico, si no en la forma, por lo menos en el fondo. Los pensamientos son los mismos, en cualquier tiempo y lugar; pueden tener más o menos desenvoltura según las circunstancias, las necesidades y las facilidades de comunicación, pero no son contradictorios. Si dos comunicaciones que llevan el mismo nombre están en oposición, una de ellas será evidentemente apócrifa, y la verdadera será aquella donde NADA desmienta el carácter conocido del personaje. Cuando una comunicación presenta en todos los puntos el carácter de sublimidad y de elevación, sin ningún defecto, es porque emana de un Espíritu elevado, sea cual fuere su nombre; si contiene una mezcla de bueno y de malo, procede de un Espíritu vulgar, si él se presenta como es; será de un Espíritu embustero, si se adorna con un nombre que no puede justificar.
4. Los Espíritus buenos nunca dan órdenes; ellos no imponen: aconsejan, y si no son escuchados, se retiran. Los malos son imperiosos: dan órdenes y quieren ser obedecidos. Todo Espíritu que se impone delata su origen.
5. De ninguna manera los Espíritus buenos adulan; aprueban cuando se hace el bien, pero siempre con reservas; los malos hacen elogios exagerados, estimulan el orgullo y la vanidad –aun predicando la humildad– y buscan exaltar la importancia personal de aquellos que quieren atrapar.
6. Los Espíritus superiores están por encima de las puerilidades de la forma en todas las cosas; para ellos el pensamiento lo es todo, la forma no es nada. Solamente los Espíritus vulgares pueden dar importancia a ciertos detalles incompatibles con las ideas verdaderamente elevadas. Toda prescripción meticulosa es una señal cierta de inferioridad y de superchería por parte de un Espíritu que toma un nombre que infunda respeto.
7. Es preciso desconfiar de los nombres extravagantes y ridículos que toman ciertos Espíritus que se quieren imponer a la credulidad; sería completamente absurdo tomar esos nombres en serio.
8. También es necesario desconfiar de los que muy fácilmente se presentan con nombres sumamente venerados, y no aceptar sus palabras sino con la mayor reserva; sobre todo en estos casos es indispensable tener un severo control, porque a menudo es una máscara que ellos usan para hacer creer en supuestos vínculos íntimos con los Espíritus superiores. Por ese medio adulan la vanidad y se aprovechan con frecuencia para inducir a actitudes lamentables o ridículas.
9. Los Espíritus buenos son muy escrupulosos en las actitudes que puedan aconsejar; en todos los casos éstas tienen un objetivo serio y eminentemente útil. Por lo tanto, se deben considerar como sospechosas todas las que no tuvieren ese carácter y reflexionar maduramente antes de adoptarlas.
10. Los Espíritus buenos sólo prescriben el bien. Toda máxima, todo consejo que no esté estrictamente de conformidad con la pura caridad evangélica no puede ser obra de Espíritus buenos; sucede lo mismo con toda insinuación malévola que tienda a incitar o a fomentar sentimientos de odio, de celos o de egoísmo.
11. Nunca los Espíritus buenos aconsejan cosas que no sean perfectamente racionales; toda recomendación que se aparte de la línea recta del buen sentido o de las leyes inmutables de la Naturaleza revela a un Espíritu limitado y que aún está bajo la influencia de los prejuicios terrestres y, por consecuencia, poco digno de confianza.
12. Los Espíritus malos, o simplemente imperfectos, se delatan también por signos materiales con los cuales uno no podría equivocarse. Su acción sobre el médium es algunas veces violenta, y provoca en su escritura movimientos bruscos y sacudidas, una agitación febril y convulsiva que contrasta con la calma y la suavidad de los Espíritus buenos.
13. Otra señal de su presencia es la obsesión. Los Espíritus buenos jamás obsesan; los malos se imponen en todos los instantes; es por eso que todo médium debe desconfiar de la necesidad irresistible de escribir que se apodera de él en los momentos más inoportunos. Nunca se trata de un Espíritu bueno, y a eso no debe ceder.
14. Entre los Espíritus imperfectos que se entrometen en las comunicaciones, están los que se inmiscuyen –por así decirlo– furtivamente, como para hacer una travesura, pero que se retiran tan fácilmente como vinieron, y esto a la primera advertencia; otros, por el contrario, son tenaces, se obstinan con un individuo, y sólo ceden con constreñimiento y persistencia; ejercen dominio sobre él, lo subyugan y lo fascinan al punto de hacerlo aceptar los más groseros absurdos como cosas admirables. Feliz de él cuando personas de sangre fría consiguen abrirle los ojos, lo que no siempre es fácil, porque esos Espíritus tienen el arte de inspirar la desconfianza y el alejamiento de cualquiera que pueda desenmascararlos; de esto se deduce que se debe tener como sospechoso de inferioridad o de mala intención a todo Espíritu que prescribe el aislamiento y el alejamiento de quienquiera que pueda dar buenos consejos. El amor propio viene en su auxilio, porque frecuentemente le cuesta confesar que ha sido víctima de una mistificación y reconocer a un embustero en aquel bajo cuya protección se vanagloriaba de estar. Esta acción del Espíritu es independiente de la facultad de escribir; a falta de la escritura, el Espíritu malévolo tiene mil y un medios de actuar y de embaucar; la escritura es para él un medio de persuasión, pero no es una causa; para el médium, es un medio de esclarecerse.
Al pasar todas las comunicaciones espíritas por el control de las consideraciones precedentes, fácilmente se reconocerá su origen y se podrá desbaratar la malicia de los Espíritus engañadores, que solamente se dirigen a aquellos que se dejan engañar voluntariamente; si perciben que uno se pone de rodillas ante sus palabras, ellos se aprovechan de la situación, como lo harían los simples mortales; por lo tanto, nos cabe probarles que pierden su tiempo. Agreguemos que, para esto, la oración es un poderoso recurso; a través de la misma atraemos la asistencia de Dios y de los Espíritus buenos, aumentando nuestra propia fuerza. Conocemos el precepto: Ayúdate, que el Cielo te ayudará; Dios quiere asistirnos, pero con la condición de que hagamos la parte que nos corresponda.
A ese precepto agreguemos un ejemplo. Un señor –que yo no conocía– vino un día a verme, me dijo que era médium y que recibía comunicaciones de un Espíritu muy elevado, que le había encargado que viniera a mí para hacerme una revelación a respecto de una trama que –según él– se urdía en mi contra por parte de los enemigos secretos que él designó. «¿Queréis –agregó– que yo escriba en vuestra presencia? De buen grado, respondí; pero de entrada debo deciros que esos enemigos son menos temibles de lo que creéis. Sé que los tengo; ¿y quién no los tiene? Frecuentemente los más encarnizados son aquellos a quienes más hicimos el bien. Tengo conciencia que nunca hice mal a nadie voluntariamente; aquellos que me hicieron mal no podrán decir lo mismo, y Dios será el juez entre nosotros. Veamos, sin embargo, el consejo que aquel Espíritu quiere darme». Entonces ese señor escribió lo siguiente:
“He ordenado al Sr. C... (el nombre de este señor), que es la antorcha de luz de los Espíritus buenos, y que ha recibido de ellos la misión de esparcirla entre sus hermanos, que fuese a la casa de Allan Kardec, el cual deberá creer ciegamente en lo que yo le diré, porque estoy entre los elegidos propuestos por Dios para velar por la salvación de los hombres, y porque vengo a anunciarle la verdad...”
Es suficiente –le dije–, no os toméis el trabajo de proseguir. Este preámbulo me basta para mostrarme a qué Espíritu os habéis vinculado; no agregaré más que una palabra: para un Espíritu que quiere ser astuto, es bien torpe.
Este señor pareció bastante escandalizado por el poco caso que yo hacía de aquel Espíritu, que él tuvo la ingenuidad de tomar por algún arcángel o al menos por algún santo del primer orden, venido especialmente para él. Le dije: “Ese Espíritu muestra sus verdaderas intenciones en cada una de las palabras que acaba de escribir, y convengamos que sabe muy poco esconder su juego. Primeramente os ordena: por lo tanto, quiere manteneros bajo su dependencia, lo que es característico de los Espíritus obsesores; os llama la antorcha de luz de los Espíritus buenos, lenguaje bastante enfático y confuso, bien distante de la simplicidad que caracteriza el de los Espíritus buenos; por dicho lenguaje adula vuestro orgullo, exalta vuestra importancia, lo que es suficiente para volverlo sospechoso. Sin guardar ninguna ceremonia se coloca en el número de los elegidos propuestos por Dios: jactancia indigna de un Espíritu verdaderamente superior. En fin, me dijo que debo creerle ciegamente; esto corona la obra. Es bien al estilo de esos Espíritus mentirosos que quieren que creamos en ellos bajo palabra, porque saben que con un examen serio llevan las de perder. Con un poco más de perspicacia sabría que yo no me contento con bellas palabras y que hace muy mal en prescribirme una confianza ciega. De esto saco la conclusión de que sois víctima de un Espíritu mistificador que abusa de vuestra buena fe. Os aconsejo a prestar seriamente la atención a ello, porque si no tomáis cuidado, podréis ser engañado otra vez.”
No sé si este señor ha de aprovechar la advertencia, porque no lo he visto más, ni aquel Espíritu. Yo no terminaría nunca si fuese a contar todas las comunicaciones de ese género que me han sido dadas, a veces muy seriamente, como emanando de los mayores santos, de la virgen María e incluso del propio Cristo, y sería verdaderamente curioso ver las torpezas que atribuyen a esos nombres venerables; es preciso ser ciego para dejarse engañar sobre su origen, considerando que frecuentemente una sola palabra equívoca, un único pensamiento contradictorio son suficientes para hacer descubrir la superchería a quien se toma el trabajo de reflexionar. Como ejemplos notables en apoyo a esto, sugerimos a nuestros lectores tener a bien remitirse a nuestros artículos publicados en la Revista Espírita de los meses de julioy de octubrede 1858.
En este caso –dirán– sólo hay una cosa que hacer: dejar de escribir. Este medio no sería el mejor; lejos de eso, en muchos casos sería el peor. Nosotros ya hemos dicho, y no estaría de más repetirlo, que la acción de los Espíritus sobre nosotros es incesante y no es menos real por el hecho de ser oculta. Si esa acción es mala, será aún más perniciosa porque el enemigo está oculto; éste se revela y se desenmascara a través de las comunicaciones escritas, y así se sabe con quién se está tratando y se puede combatirlo. –Pero si no hay ningún medio para alejarlo, ¿qué hacer entonces? –No hemos dicho que no haya ningún medio, sino solamente que la mayoría de los que se emplea son ineficaces: esta es la tesis que nos proponemos a desarrollar.
Es preciso no perder de vista que los Espíritus constituyen todo un mundo, toda una población que llena el espacio, que circula a nuestro lado y que influye en todo lo que hacemos. Si se levantara el velo que los oculta, los veríamos a nuestro alrededor yendo y viniendo, siguiéndonos o evitándonos según el grado de su simpatía; unos serían indiferentes, como verdaderos ociosos del mundo oculto; otros, muy ocupados, ya sea consigo mismos o con los hombres a los cuales se vinculan con un objetivo más o menos loable y según las cualidades que los distinguen. En una palabra, veríamos una copia del género humano con sus buenas y malas cualidades, con sus virtudes y sus vicios. Ese entorno, al cual no podemos escapar porque no hay lugar tan oculto que sea inaccesible a los Espíritus, ejerce sobre nosotros –y sin nuestro conocimiento– una influencia permanente; unos nos conducen al bien, otros nos inducen al mal, y nuestras determinaciones son muy a menudo el resultado de sus sugerencias; felices de aquellos que tienen bastante juicio como para discernir la buena o la mala senda por donde intentan llevarnos. Ya que los Espíritus no son sino los propios hombres despojados de su envoltura grosera, o las almas de los que sobreviven al cuerpo, de esto se deduce que hay Espíritus desde que hay seres humanos en el Universo; son una de las fuerzas de la Naturaleza, y no esperaron que hubiesen médiums para obrar: la prueba de esto es que, en todos los tiempos, los hombres han cometido inconsecuencias; he aquí por qué nosotros decimos que su influencia es independiente de la facultad de escribir. Esta facultad es un medio de conocer esta influencia, de saber quiénes son los que están a nuestro alrededor y cuáles los que se vinculan a nosotros. Creer que se pueda sustraer a esto absteniéndose de escribir, es hacer como los niños que creen que por cerrar los ojos van a escapar de un peligro. Al revelarnos a aquellos que tenemos por compañeros, como amigos o enemigos, la escritura nos da por eso mismo un arma para combatir a estos últimos, por lo que debemos agradecer a Dios; a falta de visión para reconocer a los Espíritus, tenemos las comunicaciones escritas; a través de éstas, ellos se revelan lo que son; es para nosotros un sentido que nos permite juzgarlos; repeler este sentido es complacerse en permanecer ciego y en quedar expuesto al engaño sin control.
Por lo tanto, la intromisión de los Espíritus malos en las comunicaciones escritas no es un peligro del Espiritismo, puesto que, si hay peligro, es permanente y no depende de Él; he aquí de lo que deberíamos estar suficientemente persuadidos: es simplemente una dificultad, pero de la cual es fácil triunfar si a esto nos dedicamos de manera conveniente.
En primer lugar podemos establecer como principio que los Espíritus malos sólo van donde algo los atrae; por lo tanto, cuando ellos se entrometen en las comunicaciones, es porque encuentran simpatías en el medio donde se presentan, o por lo menos puntos débiles que esperan aprovechar; en todo caso, se observa que no hay una fuerza moral suficiente para repelerlos. Entre las causas que los atraen, es preciso poner en primera línea a las imperfecciones morales de toda naturaleza, porque el mal siempre simpatiza con el mal; en segundo lugar, la excesiva confianza con la cual son acogidas sus palabras. Cuando una comunicación revela un origen malo, sería ilógico inferir de esto una paridad necesaria entre el Espíritu y los evocadores; a menudo vemos a las personas más honorables expuestas a las bellaquerías de los Espíritus engañadores, como ocurre en el mundo con las personas honestas, engañadas por los bribones; pero cuando son tomadas precauciones, los bribones no pueden hacer nada: lo mismo sucede con los Espíritus. Cuando una persona honesta es engañada por ellos, esto puede tener dos causas: la primera, una confianza absoluta que la disuade de todo examen; la segunda, que las mejores cualidades no excluyen ciertos lados débiles que dan entrada a los Espíritus malos, ávidos por aprovechar las menores fallas en la coraza. No nos referimos al orgullo y a la ambición, que son más que fallas, sino a una cierta debilidad de carácter y, sobre todo, a los prejuicios que esos Espíritus saben hábilmente explotar al hacer adulaciones; en este aspecto, ellos usan todas las máscaras para inspirar más confianza.
Las comunicaciones francamente groseras son las menos peligrosas, porque no pueden engañar a nadie; las que más engañan son aquellas que tienen una falsa apariencia de sabiduría o de gravedad; en una palabra, las comunicaciones de los Espíritus hipócritas y de los pseudosabios. Unos pueden engañarse de buena fe, por ignorancia o por fatuidad; otros, sólo actúan por astucia. Por lo tanto, veamos los medios para desembarazarse de ellos.
La primera cosa es no atraerlos y evitar todo lo que pueda darles acceso.
Como hemos visto, las disposiciones morales son una causa preponderante; pero, haciendo abstracción de esta causa, el modo empleado no deja de tener influencia. Hay personas que tienen por principio jamás hacer evocaciones y esperar la primera comunicación espontánea que provenga del lápiz del médium; ahora bien, si se recuerda lo que hemos dicho sobre la variada multitud de los Espíritus que nos rodean, se comprenderá sin dificultad que eso sería estar enteramente a merced del primero que viniera, bueno o malo; y como en esta multitud hay más malos que buenos, existen más posibilidades que lleguen los malos, exactamente como si abrierais la puerta a todos los transeúntes de la calle, mientras que a través de la evocación hacéis vuestra elección; rodeándoos de Espíritus buenos, imponéis silencio a los malos que, a pesar de esto, podrán algunas veces intentar entrometerse –incluso los buenos lo permitirán para ejercer vuestra sagacidad en reconocerlos–, pero no tendrán influencia. Las comunicaciones espontáneas tienen una gran utilidad cuando se tiene la certeza de la calidad del entorno; entonces, a menudo, uno debe congratularse por la iniciativa dejada a los Espíritus. El inconveniente solamente está en el sistema absoluto, que consiste en abstenerse del llamado directo y de las preguntas.
Entre las causas que influyen poderosamente en la calidad de los Espíritus que frecuentan los Círculos Espíritas, es preciso no omitir la naturaleza de las cosas que son allí tratadas. Aquellas que se proponen un objetivo serio y útil atraen por esto mismo a los Espíritus serios; las que únicamente tienen la finalidad de satisfacer una vana curiosidad o sus intereses personales, se exponen como mínimo a mistificaciones, cuando no a cosas peores. En resumen, se pueden extraer de las comunicaciones espíritas las enseñanzas más sublimes y las más útiles, cuando se sabe dirigirlas; toda la cuestión está en no dejarse llevar por la astucia de los Espíritus burlones o malévolos; ahora bien, para eso es esencial saber con quién se está tratando. Al respecto, escuchemos en principio los consejos que el Espíritu san Luis daba a la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas por intermedio del Sr. R..., uno de sus buenos médiums. Es una comunicación espontánea que un día ha recibido en su casa, con la misión de transmitirla a la Sociedad:
«Por más legítima que sea la confianza que os inspiren los Espíritus que presiden vuestros trabajos, hay una recomendación que no estaría de más repetir y que debéis tenerla siempre presente en el pensamiento cuando os dediquéis a vuestros estudios: es la de examinar, madurar y pasar por el control de la más severa razón a todas las comunicaciones que recibís; desde que una respuesta os parezca dudosa o confusa, no dejéis de pedir las explicaciones necesarias para aclararla.
«Sabéis que la revelación ha existido desde los tiempos más remotos, pero siempre ha sido ajustada al grado de adelanto de los que la recibían. Hoy, ya no se trata de hablaros por imágenes y parábolas: debéis recibir nuestras enseñanzas de una manera clara, precisa y sin ambigüedades. Pero sería demasiado cómodo solamente tener que preguntar para esclarecerse; además, eso estaría fuera de las leyes progresivas que presiden la evolución universal. Por lo tanto, no os admiréis si, para dejaros el mérito de la elección y del trabajo, y también para puniros por las infracciones que podáis cometer contra nuestros consejos, algunas veces es permitido a ciertos Espíritus –más ignorantes que malintencionados– responder en algunos casos a vuestras preguntas. En vez de ser esto un motivo de desaliento para vosotros, debe ser un poderoso estímulo para que busquéis ardientemente la verdad. Por lo tanto, estad bien convencidos de que al seguir este camino no dejaréis de llegar a resultados felices. Sed unidos de corazón y de intención; trabajad todos; buscad, buscad siempre y encontraréis.»
Luis
El lenguaje de los Espíritus serios y buenos tiene un sello con el cual es imposible engañarse, por poco que se tenga de tacto, de discernimiento y de hábito de observación. Los Espíritus malos, por más que cubran sus torpezas con el velo de la hipocresía, nunca podrán desempeñar indefinidamente su papel; ellos muestran siempre sus verdaderas intenciones en algún momento. De otro modo, si su lenguaje fuese intachable, ellos serían Espíritus buenos. Por lo tanto, el lenguaje de los Espíritus es el verdadero criterio por el cual podemos juzgarlos; al ser el lenguaje la expresión del pensamiento, tiene siempre un reflejo de las buenas o malas cualidades del individuo. ¿No es también por el lenguaje que juzgamos a los hombres que no conocemos? Si recibís veinte cartas de veinte personas que jamás visteis, ¿no quedaríais diferentemente impresionados al leerlas? ¿No será por la calidad del estilo, por la elección de las expresiones, por la naturaleza de los pensamientos y hasta por ciertos detalles de la forma, que reconoceréis en aquel que os escribe al hombre bien educado o al hombre rústico, al sabio o al ignorante, al orgulloso o al modesto? Sucede exactamente lo mismo con los Espíritus. Suponed que sean hombres que os escriben, y los habréis de juzgar de la misma manera; los juzgaréis severamente, porque de ningún modo los Espíritus buenos se sentirán ofendidos con esta escrupulosa investigación, puesto que ellos mismos nos la recomiendan como medio de control. Por lo tanto, al saber que se puede ser engañado, el primer sentimiento debe ser el de la desconfianza; únicamente los Espíritus malos, que buscan inducir al error, pueden temer al examen porque –lejos de suscitarlo– quieren ser creídos bajo palabra.
De este principio deriva muy naturalmente y con bastante lógica el medio más eficaz para alejar a los Espíritus malos y para precaverse contra sus bellaquerías. El hombre que no es escuchado deja de hablar; el que ve que sus artimañas son constantemente descubiertas, las lleva a otra parte; el bribón que sabe que estamos en alerta continua, no hace tentativas inútiles. De la misma manera, los Espíritus engañadores abandonan la partida cuando ven que no pueden hacer nada y cuando encuentran a personas atentas que rechazan todo lo que les parece sospechoso.
Para terminar, resta pasar revista a los principales caracteres que denotan el origen de las comunicaciones espíritas.
1. Los Espíritus superiores tienen, como lo hemos dicho en varias circunstancias, un lenguaje siempre digno, noble, elevado y sin ninguna mezcla de trivialidad; ellos dicen todo con simplicidad y modestia, nunca se jactan y jamás hacen alarde de su saber o de su posición entre los otros. El lenguaje de los Espíritus inferiores o vulgares tiene siempre algún reflejo de las pasiones humanas; toda expresión que denote bajeza, presunción, arrogancia, fanfarronería o acrimonia, es un indicio característico de inferioridad o de superchería, si el Espíritu se presenta con un nombre respetable y venerado.
2. Los Espíritus buenos sólo dicen lo que saben; se callan o confiesan su ignorancia en aquello que no conocen. Los malos hablan de todo con atrevimiento, sin preocuparse con la verdad. Toda herejía científica notoria, todo principio que choca a la razón y al buen sentido revela fraude, si el Espíritu se hace pasar por un Espíritu esclarecido.
3. El lenguaje de los Espíritus elevados es siempre idéntico, si no en la forma, por lo menos en el fondo. Los pensamientos son los mismos, en cualquier tiempo y lugar; pueden tener más o menos desenvoltura según las circunstancias, las necesidades y las facilidades de comunicación, pero no son contradictorios. Si dos comunicaciones que llevan el mismo nombre están en oposición, una de ellas será evidentemente apócrifa, y la verdadera será aquella donde NADA desmienta el carácter conocido del personaje. Cuando una comunicación presenta en todos los puntos el carácter de sublimidad y de elevación, sin ningún defecto, es porque emana de un Espíritu elevado, sea cual fuere su nombre; si contiene una mezcla de bueno y de malo, procede de un Espíritu vulgar, si él se presenta como es; será de un Espíritu embustero, si se adorna con un nombre que no puede justificar.
4. Los Espíritus buenos nunca dan órdenes; ellos no imponen: aconsejan, y si no son escuchados, se retiran. Los malos son imperiosos: dan órdenes y quieren ser obedecidos. Todo Espíritu que se impone delata su origen.
5. De ninguna manera los Espíritus buenos adulan; aprueban cuando se hace el bien, pero siempre con reservas; los malos hacen elogios exagerados, estimulan el orgullo y la vanidad –aun predicando la humildad– y buscan exaltar la importancia personal de aquellos que quieren atrapar.
6. Los Espíritus superiores están por encima de las puerilidades de la forma en todas las cosas; para ellos el pensamiento lo es todo, la forma no es nada. Solamente los Espíritus vulgares pueden dar importancia a ciertos detalles incompatibles con las ideas verdaderamente elevadas. Toda prescripción meticulosa es una señal cierta de inferioridad y de superchería por parte de un Espíritu que toma un nombre que infunda respeto.
7. Es preciso desconfiar de los nombres extravagantes y ridículos que toman ciertos Espíritus que se quieren imponer a la credulidad; sería completamente absurdo tomar esos nombres en serio.
8. También es necesario desconfiar de los que muy fácilmente se presentan con nombres sumamente venerados, y no aceptar sus palabras sino con la mayor reserva; sobre todo en estos casos es indispensable tener un severo control, porque a menudo es una máscara que ellos usan para hacer creer en supuestos vínculos íntimos con los Espíritus superiores. Por ese medio adulan la vanidad y se aprovechan con frecuencia para inducir a actitudes lamentables o ridículas.
9. Los Espíritus buenos son muy escrupulosos en las actitudes que puedan aconsejar; en todos los casos éstas tienen un objetivo serio y eminentemente útil. Por lo tanto, se deben considerar como sospechosas todas las que no tuvieren ese carácter y reflexionar maduramente antes de adoptarlas.
10. Los Espíritus buenos sólo prescriben el bien. Toda máxima, todo consejo que no esté estrictamente de conformidad con la pura caridad evangélica no puede ser obra de Espíritus buenos; sucede lo mismo con toda insinuación malévola que tienda a incitar o a fomentar sentimientos de odio, de celos o de egoísmo.
11. Nunca los Espíritus buenos aconsejan cosas que no sean perfectamente racionales; toda recomendación que se aparte de la línea recta del buen sentido o de las leyes inmutables de la Naturaleza revela a un Espíritu limitado y que aún está bajo la influencia de los prejuicios terrestres y, por consecuencia, poco digno de confianza.
12. Los Espíritus malos, o simplemente imperfectos, se delatan también por signos materiales con los cuales uno no podría equivocarse. Su acción sobre el médium es algunas veces violenta, y provoca en su escritura movimientos bruscos y sacudidas, una agitación febril y convulsiva que contrasta con la calma y la suavidad de los Espíritus buenos.
13. Otra señal de su presencia es la obsesión. Los Espíritus buenos jamás obsesan; los malos se imponen en todos los instantes; es por eso que todo médium debe desconfiar de la necesidad irresistible de escribir que se apodera de él en los momentos más inoportunos. Nunca se trata de un Espíritu bueno, y a eso no debe ceder.
14. Entre los Espíritus imperfectos que se entrometen en las comunicaciones, están los que se inmiscuyen –por así decirlo– furtivamente, como para hacer una travesura, pero que se retiran tan fácilmente como vinieron, y esto a la primera advertencia; otros, por el contrario, son tenaces, se obstinan con un individuo, y sólo ceden con constreñimiento y persistencia; ejercen dominio sobre él, lo subyugan y lo fascinan al punto de hacerlo aceptar los más groseros absurdos como cosas admirables. Feliz de él cuando personas de sangre fría consiguen abrirle los ojos, lo que no siempre es fácil, porque esos Espíritus tienen el arte de inspirar la desconfianza y el alejamiento de cualquiera que pueda desenmascararlos; de esto se deduce que se debe tener como sospechoso de inferioridad o de mala intención a todo Espíritu que prescribe el aislamiento y el alejamiento de quienquiera que pueda dar buenos consejos. El amor propio viene en su auxilio, porque frecuentemente le cuesta confesar que ha sido víctima de una mistificación y reconocer a un embustero en aquel bajo cuya protección se vanagloriaba de estar. Esta acción del Espíritu es independiente de la facultad de escribir; a falta de la escritura, el Espíritu malévolo tiene mil y un medios de actuar y de embaucar; la escritura es para él un medio de persuasión, pero no es una causa; para el médium, es un medio de esclarecerse.
Al pasar todas las comunicaciones espíritas por el control de las consideraciones precedentes, fácilmente se reconocerá su origen y se podrá desbaratar la malicia de los Espíritus engañadores, que solamente se dirigen a aquellos que se dejan engañar voluntariamente; si perciben que uno se pone de rodillas ante sus palabras, ellos se aprovechan de la situación, como lo harían los simples mortales; por lo tanto, nos cabe probarles que pierden su tiempo. Agreguemos que, para esto, la oración es un poderoso recurso; a través de la misma atraemos la asistencia de Dios y de los Espíritus buenos, aumentando nuestra propia fuerza. Conocemos el precepto: Ayúdate, que el Cielo te ayudará; Dios quiere asistirnos, pero con la condición de que hagamos la parte que nos corresponda.
A ese precepto agreguemos un ejemplo. Un señor –que yo no conocía– vino un día a verme, me dijo que era médium y que recibía comunicaciones de un Espíritu muy elevado, que le había encargado que viniera a mí para hacerme una revelación a respecto de una trama que –según él– se urdía en mi contra por parte de los enemigos secretos que él designó. «¿Queréis –agregó– que yo escriba en vuestra presencia? De buen grado, respondí; pero de entrada debo deciros que esos enemigos son menos temibles de lo que creéis. Sé que los tengo; ¿y quién no los tiene? Frecuentemente los más encarnizados son aquellos a quienes más hicimos el bien. Tengo conciencia que nunca hice mal a nadie voluntariamente; aquellos que me hicieron mal no podrán decir lo mismo, y Dios será el juez entre nosotros. Veamos, sin embargo, el consejo que aquel Espíritu quiere darme». Entonces ese señor escribió lo siguiente:
“He ordenado al Sr. C... (el nombre de este señor), que es la antorcha de luz de los Espíritus buenos, y que ha recibido de ellos la misión de esparcirla entre sus hermanos, que fuese a la casa de Allan Kardec, el cual deberá creer ciegamente en lo que yo le diré, porque estoy entre los elegidos propuestos por Dios para velar por la salvación de los hombres, y porque vengo a anunciarle la verdad...”
Es suficiente –le dije–, no os toméis el trabajo de proseguir. Este preámbulo me basta para mostrarme a qué Espíritu os habéis vinculado; no agregaré más que una palabra: para un Espíritu que quiere ser astuto, es bien torpe.
Este señor pareció bastante escandalizado por el poco caso que yo hacía de aquel Espíritu, que él tuvo la ingenuidad de tomar por algún arcángel o al menos por algún santo del primer orden, venido especialmente para él. Le dije: “Ese Espíritu muestra sus verdaderas intenciones en cada una de las palabras que acaba de escribir, y convengamos que sabe muy poco esconder su juego. Primeramente os ordena: por lo tanto, quiere manteneros bajo su dependencia, lo que es característico de los Espíritus obsesores; os llama la antorcha de luz de los Espíritus buenos, lenguaje bastante enfático y confuso, bien distante de la simplicidad que caracteriza el de los Espíritus buenos; por dicho lenguaje adula vuestro orgullo, exalta vuestra importancia, lo que es suficiente para volverlo sospechoso. Sin guardar ninguna ceremonia se coloca en el número de los elegidos propuestos por Dios: jactancia indigna de un Espíritu verdaderamente superior. En fin, me dijo que debo creerle ciegamente; esto corona la obra. Es bien al estilo de esos Espíritus mentirosos que quieren que creamos en ellos bajo palabra, porque saben que con un examen serio llevan las de perder. Con un poco más de perspicacia sabría que yo no me contento con bellas palabras y que hace muy mal en prescribirme una confianza ciega. De esto saco la conclusión de que sois víctima de un Espíritu mistificador que abusa de vuestra buena fe. Os aconsejo a prestar seriamente la atención a ello, porque si no tomáis cuidado, podréis ser engañado otra vez.”
No sé si este señor ha de aprovechar la advertencia, porque no lo he visto más, ni aquel Espíritu. Yo no terminaría nunca si fuese a contar todas las comunicaciones de ese género que me han sido dadas, a veces muy seriamente, como emanando de los mayores santos, de la virgen María e incluso del propio Cristo, y sería verdaderamente curioso ver las torpezas que atribuyen a esos nombres venerables; es preciso ser ciego para dejarse engañar sobre su origen, considerando que frecuentemente una sola palabra equívoca, un único pensamiento contradictorio son suficientes para hacer descubrir la superchería a quien se toma el trabajo de reflexionar. Como ejemplos notables en apoyo a esto, sugerimos a nuestros lectores tener a bien remitirse a nuestros artículos publicados en la Revista Espírita de los meses de julioy de octubrede 1858.
Confesiones de Voltaire
Con referencia a la conversación entre los Espíritus Voltaire y Federico, que hemos publicado en el número anterior de la Revista, uno de nuestros corresponsales en Boulogne nos envía la siguiente comunicación; la hemos insertado de muy buen grado porque presenta un lado eminentemente instructivo desde el punto de vista espírita. Nuestro corresponsal la hizo preceder de algunas reflexiones, que nuestros lectores apreciarán por no omitirlas.
“Si existe un hombre, más que cualquier otro, que debe sufrir los castigos eternos, ese hombre es Voltaire. La ira y la venganza de Dios lo han de perseguir para siempre: he aquí lo que nos dicen los teólogos de la vieja escuela.
“¿Qué dicen ahora los maestros de la teología moderna? Es posible –dicen ellos– que desconozcáis al hombre, no menos que al Dios de que habláis; evitad las pasiones inferiores del odio y de la venganza y no manchéis a Dios con las mismas. Si Dios se preocupa con ese pobre pecador, si toca en el insecto, será para arrancarle el aguijón, para llevar hacia Él una cabeza exaltada, un corazón extraviado. Además, digamos que Dios sabe leer en los corazones diferentemente que vosotros, encontrando el bien donde sólo encontráis el mal. Si ha dotado a este hombre de un gran genio, ha sido para el bien de la raza y no para su infortunio. ¿Qué importa, pues, sus primeras extravagancias, sus modales de francotirador entre vosotros? Un alma de ese temple no podría proceder sino de ese modo: la mediocridad era imposible para él, sea en lo que fuese. Ahora que se ha orientado y que está libre de las patas y de los dientes del potro indomable en su pastoreo terrestre, viene a Dios como un dócil corcel, pero siempre grande, tan soberbio para el mal como para el bien. A continuación veremos por cuáles medios se ha operado esa transformación; veremos a nuestro alazán de los desiertos, con las crines aún largas y las narinas al viento, corriendo a través de los espacios del Universo. Ha sido allí que, con el pensamiento suelto, él ha encontrado esa libertad que era su esencia, ¡sorbiendo a plenos pulmones esa respiración de donde extrajo la vida! ¿Qué le ha sucedido? Se ha perdido y confundido; en fin, el gran predicador de la nada ha encontrado la nada, pero no como él la comprendía; humillado, decaído en sí mismo, golpeado en su pequeñez, él –que se creía tan grande– ha sido aniquilado ante su Dios; he aquí que está con el rostro en el suelo a la espera de su sentencia, que dice: ¡Levántate, hijo mío, o vete, miserable! Encontraremos el veredicto en la siguiente comunicación.
“Estas Confesiones de Voltaire tendrán tanto más valor en la Revista Espírita, porque nos lo muestra en su doble aspecto. Hemos visto a algunos Espíritus naturalistas y materialistas que, con tan poco juicio como su maestro –pero sin tener su corazón–, persistían en vanagloriarse en su cinismo. Que permanezcan en su infierno en cuanto se complazcan en desafiar al cielo y mientras se burlen de todo lo que hace a la felicidad del hombre; es lógico, es su propio lugar. Pero nosotros también creemos que es lógico que aquellos que reconocen sus errores recojan sus frutos. De este manera, creemos que no estamos haciendo apología del viejo Voltaire; solamente lo aceptamos en su nuevo papel y nos regocijamos con su conversión, que glorifica a Dios y que no puede dejar de impresionar profundamente a aquellos que aún hoy se dejan arrastrar por sus escritos. Allá está el veneno, aquí está el antídoto.
"Esta comunicación, traducida del inglés, ha sido extraída de la obra del juez Edmonds, publicada en los Estados Unidos. Tiene la forma de una conversación entre Voltaire y Wolsey, el célebre cardenal inglés del tiempo de Enrique VIII. Dos médiums sirvieron separadamente como intermediarios para transmitir este diálogo".
Voltaire. –¡Qué inmensa revolución en el pensamiento humano tuvo lugar desde que he dejado la Tierra!
Wolsey. –En efecto, ese descreimiento que por entonces se os reprochaba, ha crecido descomedidamente desde aquel tiempo. No es que el mismo tenga hoy tantas pretensiones, pero es más profundo y más universal, y a menos que consigan detenerlo, él amenaza tragar a la Humanidad en el materialismo, más de lo que lo hizo durante siglos.
Voltaire. –¿Descreimiento en qué y con relación a quién? ¿Eso está en la ley de Dios y del hombre? ¿Pretendes acusarme de descreimiento porque no me he sometido a los estrechos prejuicios de las sectas que me rodeaban? Es que mi alma requería una amplitud de pensamiento, un rayo de luz, más allá de las doctrinas humanas. Sí, mi alma, en la oscuridad, estaba sedienta de luz.
Wolsey. –Por eso es que yo sólo quería hablar del descreimiento que os era atribuido; pero infelizmente, no sabéis cuánto esta imputación aún os pesa. No me cabe reprocharos, sino manifestaros mi pesar, porque vuestro desprecio por dichas doctrinas –que eran apenas materiales e inventadas por los hombres– no podría perjudicar a Espíritus semejantes al vuestro. Pero esta misma causa que actuaba sobre vuestro Espíritu, operaba igualmente sobre los otros, los cuales eran demasiado débiles y lo bastante pequeños como para llegar a los mismos resultados que vos. Entonces, he aquí cómo aquello que en vos no era más que una negación de las dogmas de los hombres, se traducía en los otros como una negación de Dios. Ha sido de esta fuente que se ha esparcido con una rapidez tan espantosa la duda sobre el futuro del hombre. También he aquí por qué el hombre, al limitar todas sus aspiraciones a este mundo solamente, ha caído cada vez más en el egoísmo y en el odio al prójimo. Ésta es la causa, sí, la causa de este estado de cosas que importa buscar, porque una vez encontrada, el remedio será relativamente fácil. Decidme, ¿conocéis esta causa?
Voltaire. –Mis opiniones, tales como han sido dadas al mundo, estaban impregnadas –es verdad– de un sentimiento de amargura y de sátira; pero notad bien que por entonces yo tenía el Espíritu estremecido, por así decirlo, por una lucha interior. Consideraba a la Humanidad como siendo inferior a mí en inteligencia y en perspicacia; no veía más que títeres que podían ser manejados por cualquier hombre dotado de una voluntad fuerte, y yo me indignaba al ver que esa Humanidad –arrogándose una existencia inmortal– estaba siendo modelada por elementos innobles. ¿Sería posible, pues, creer que un ser de esta especie hiciera parte de la Divinidad, y que con sus débiles manos pudiese apoderarse de la inmortalidad? Esta laguna entre dos existencias tan desproporcionadas me contrariaba, y yo no podía llenarla. En el hombre yo veía apenas a un animal, y no a Dios.
Reconozco que en algunos casos mis opiniones han influido lamentablemente; pero tengo la convicción de que, en otros aspectos, las mismas han tenido su lado bueno. Consiguieron levantar a varias almas que se habían degradado en la esclavitud; rompieron las cadenas del pensamiento y dieron alas a las grandes aspiraciones. Pero infelizmente, yo también –que pensaba tan alto– me perdí como los otros.
Si en mí la parte espiritual se hubiese desarrollado tan bien como la parte material, habría podido razonar con más discernimiento; pero al confundirlas, perdí de vista esta inmortalidad del alma que yo tanto buscaba y deseaba encontrar. Así, tan exaltado estaba en mi lucha con el mundo, que llegué –casi sin quererlo– a negar la existencia de un futuro. La oposición que hacía a las opiniones tontas y a la credulidad ciega de los hombres me impelía al mismo tiempo a negar y a contraponer todo el bien que la religión cristiana pudiera hacer. Sin embargo, por más descreído que fuese, yo sentía que era superior a mis adversarios; sí, mucho más allá del alcance de su inteligencia; la bella faz de la Naturaleza me revelaba el Universo y me inspiraba el sentimiento de una vaga veneración, mezclado al deseo de una libertad ilimitada, sentimientos que ellos nunca tenían por estar envueltos en las tinieblas de la esclavitud.
Entonces mis obras han tenido su lado bueno, pues sin las mismas el mal que habría llegado a la Humanidad hubiera sido peor, porque ninguna oposición hubiese tenido. Varios hombres no aceptaban más la esclavitud; muchos de entre ellos se volvieron libres, y si aquello que yo predicaba les dio un único pensamiento elevado o si les hizo dar un solo paso en el camino de la Ciencia, ¿esto no sería abrirles los ojos hacia su verdadera condición? Lo que lamento es haber vivido tanto tiempo en la Tierra sin saber lo que yo habría podido ser y lo que habría podido hacer. ¡Qué no habría hecho si hubiese tenido la bendición de esas luces del Espiritismo que hoy se derraman sobre los Espíritus de los hombres!
Descreído y dubitativo entré en el mundo espiritual. Mi presencia, por sí sola, era suficiente para suprimir todo destello de luz que pudiese iluminar mi alma oscurecida; solamente la parte material de mi ser se había desarrollado en la Tierra; en cuanto a la parte espiritual, se había perdido en medio de mis desvaríos en busca de la luz, como si hubiera sido encerrada en una jaula de hierro. Altivo y burlón, allí me iniciaba, no conociendo ni preocupándome en conocer ese futuro que yo tanto había combatido en el cuerpo. Pero hagamos aquí esta confesión: hubo siempre en mi alma una voz muy suave que se hacía escuchar a través de las barreras materiales y que pedía luz. Era una lucha incesante entre el deseo de saber y una obstinación en no saber. De esta manera, mi entrada estaba lejos de ser agradable. ¿No acababa de descubrir la falsedad, la nada de las opiniones que yo había sostenido con toda la fuerza de mis facultades? En definitiva, el hombre era inmortal y yo no podía dejar de ver que debía igualmente existir un Dios, un Espíritu inmortal, que estaba al frente de todo y que gobernaba ese espacio ilimitado que me rodeaba.
Como yo viajaba constantemente, sin concederme reposo alguno, a fin de convencerme de que eso aún podría muy bien ser un mundo material en que me encontraba, ¡mi alma luchó contra la verdad que me aplastaba! ¡No pude realizarme como Espíritu, que acababa de dejar su morada mortal! No hubo nadie con quien pudiese entablar relaciones, porque a todos yo había rehusado la inmortalidad. No existía reposo para mí: estaba siempre errante y dubitativo; en mí, el Espíritu, tenebroso y amargo, se comportaba como un maníaco, impotente en seguir algo fijo o en detenerse.
Ya he dicho que abordé el mundo espiritual con un tono burlón y lanzando un desafío. Inicialmente fui conducido lejos de las habitaciones de los Espíritus, y recorrí el espacio inmenso. Después me fue permitido observar las construcciones maravillosas de las moradas espirituales y, en efecto, me parecieron sorprendentes; fui impelido, aquí y allí, por una fuerza irresistible; tuve el deber de observar hasta que mi alma se quedase deslumbrada por los esplendores y aplastada ante el poder que controlaba tales maravillas. En fin, quise esconderme y acurrucarme, pero no pude.
Fue en ese momento que mi corazón comenzó a sentir la necesidad de expandirse; relacionarme con alguien se volvía urgente, y sentía como si me quemase el deseo de decir cuánto yo había inducido al error, no por los otros, sino por mis propios sueños. No tenía más la ilusión de mi importancia personal, porque sentía cuán pequeño yo era en este gran mundo de los Espíritus. En fin, estaba de tal modo apesadumbrado y humillado que fue permitido que me reuniese con algunos habitantes. Solamente entonces pude contemplar la posición en que me había colocado en la Tierra y lo que de eso resultaba para mí en el mundo espiritual. Os dejo evaluar si esta apreciación me favorecía.
Una revolución completa, una transformación de arriba abajo tuvo lugar en mi organismo espiritual, y de maestro que me consideraba, me volví el más fervoroso alumno. ¡Cuánto progreso realicé con la expansión intelectual que estaba en mí! Mi alma se sentía iluminada y abrazada por el amor divino; sus aspiraciones hacia la inmortalidad, de reprimidas que estaban, tomaron un impulso gigantesco. Veía cuán grandes habían sido mis errores y cuán grande debía ser la reparación para expiar todo lo que yo había hecho o dicho, y todo lo que hubiese podido seducir o engañar a la Humanidad. ¡Cómo son magníficas esas lecciones de sabiduría y de belleza celestiales! Superan todo lo que yo podría haber imaginado en la Tierra.
En resumen, viví lo suficiente como para reconocer en mi existencia terrestre una guerra encarnizada entre el mundo y mi naturaleza espiritual. Lamenté profundamente las opiniones que emití y que desviaron a muchos en el mundo; pero, al mismo tiempo, soy muy grato al Creador –el infinitamente sabio–, porque siento que fui un instrumento para ayudar a los Espíritus de los hombres en dirección al examen y al progreso.
Nota – No agregaremos ninguna reflexión a esta comunicación, cuya profundidad y elevado alcance cada uno ha de apreciar, y en la cual se encuentra toda la superioridad del genio. Tal vez nunca se haya dado un cuadro más grandioso y más impresionante del mundo espiritual y de la influencia de las ideas terrestres en las ideas del Más Allá. En la conversación que hemos publicado en nuestro número anterior, se encuentra el mismo fondo en los pensamientos, aunque menos desarrollados y sobre todo expresados menos poéticamente. Los que sólo se vinculan a la forma, sin duda dirán que no reconocen al mismo Espíritu en esas dos comunicaciones, y que principalmente la última no les parece a la altura de Voltaire, de donde sacarán la conclusión de que una de las mismas no es de él.
Ciertamente cuando lo hubimos llamado, él no nos trajo su certificado de nacimiento; pero cualquiera que vea menos superficialmente, se quedará admirado con la identidad de miras y de principios existentes entre esas dos comunicaciones, obtenidas en épocas distintas, a una enorme distancia y en idiomas diferentes. Si el estilo no es el mismo, no hay contradicción en el pensamiento, y esto es lo esencial. Pero si es el mismo Espíritu que ha hablado en esas dos comunicaciones, ¿por qué es tan explícito y tan poético en una, mientras que es tan lacónico y tan llano en la otra? Es preciso no haber estudiado los fenómenos espíritas para no darse cuenta de ello. Esto proviene de la misma causa que hace que el mismo Espíritu dicte encantadoras poesías por un médium, y no pueda dictar un solo verso a través de otro. Conocemos a médiums que no son poetas –por lo menos en este mundo– y que obtienen versos admirables, así como hay otros que nunca aprendieron a dibujar, pero que hacen cosas maravillosas. Por lo tanto, es necesario reconocer –haciendo abstracción de las cualidades intelectuales– que entre los médiums hay aptitudes especiales que los vuelven, para ciertos Espíritus, instrumentos más o menos flexibles y más o menos cómodos. Decimos para ciertos Espíritus porque los Espíritus también tienen sus preferencias, fundadas en razones que no siempre conocemos; de esta manera, el mismo Espíritu será más o menos explícito, según el médium que le sirva de intérprete, y sobre todo según el hábito que tenga de servirse de él. Además, es cierto que un Espíritu que se comunica frecuentemente por la misma persona lo hace con más facilidad que otro que venga por primera vez. Por lo tanto, la emisión del pensamiento puede ser obstaculizada por una multitud de causas; pero cuando es el mismo Espíritu, el fondo del pensamiento es el mismo aunque la forma sea diferente, y el observador atento lo ha de reconocer fácilmente mediante ciertos trazos característicos. Al respecto, relataremos el siguiente hecho:
El Espíritu de un soberano, que en el mundo desempeñó un papel preponderante, al haber sido llamado en una de nuestras reuniones comenzó manifestándose con un acto de cólera al rasgar el papel y al quebrar el lápiz. Su lenguaje estaba lejos de ser benevolente, porque se sentía humillado de venir hacia nosotros, y preguntó si creíamos que él debiese rebajarse para respondernos. Sin embargo, dijo que convino en hacerlo porque estaba como obligado y forzado por un poder superior al suyo; pero que si dependiese de él, no lo haría. Uno de nuestros corresponsales en África, que de modo alguno tenía conocimiento del hecho, nos escribió que en una reunión de la cual él hacía parte, se quiso evocar al mismo Espíritu. Su lenguaje fue del todo idéntico: “¿Creéis –dijo él– que yo vendría aquí voluntariamente, a esta casa de mercaderes, que quizás ni uno de mis criados quisiese vivir? No os respondo; eso me recuerda a mi reino, donde yo era tan feliz; tenía autoridad total sobre mi pueblo, y ahora es preciso que me someta a vosotros”. El Espíritu de una reina, que cuando encarnada no se había distinguido por la bondad, respondió en el mismo Círculo: “No me interroguéis más: me fastidiáis; si yo tuviera todavía el poder que tenía en la Tierra, os haría arrepentir bastante; ahora, os burláis de mí, de mi miseria, porque no puedo hacer nada contra vosotros. ¡Soy muy infeliz!” –¿No está aquí un curioso estudio de las costumbres espíritas?
“Si existe un hombre, más que cualquier otro, que debe sufrir los castigos eternos, ese hombre es Voltaire. La ira y la venganza de Dios lo han de perseguir para siempre: he aquí lo que nos dicen los teólogos de la vieja escuela.
“¿Qué dicen ahora los maestros de la teología moderna? Es posible –dicen ellos– que desconozcáis al hombre, no menos que al Dios de que habláis; evitad las pasiones inferiores del odio y de la venganza y no manchéis a Dios con las mismas. Si Dios se preocupa con ese pobre pecador, si toca en el insecto, será para arrancarle el aguijón, para llevar hacia Él una cabeza exaltada, un corazón extraviado. Además, digamos que Dios sabe leer en los corazones diferentemente que vosotros, encontrando el bien donde sólo encontráis el mal. Si ha dotado a este hombre de un gran genio, ha sido para el bien de la raza y no para su infortunio. ¿Qué importa, pues, sus primeras extravagancias, sus modales de francotirador entre vosotros? Un alma de ese temple no podría proceder sino de ese modo: la mediocridad era imposible para él, sea en lo que fuese. Ahora que se ha orientado y que está libre de las patas y de los dientes del potro indomable en su pastoreo terrestre, viene a Dios como un dócil corcel, pero siempre grande, tan soberbio para el mal como para el bien. A continuación veremos por cuáles medios se ha operado esa transformación; veremos a nuestro alazán de los desiertos, con las crines aún largas y las narinas al viento, corriendo a través de los espacios del Universo. Ha sido allí que, con el pensamiento suelto, él ha encontrado esa libertad que era su esencia, ¡sorbiendo a plenos pulmones esa respiración de donde extrajo la vida! ¿Qué le ha sucedido? Se ha perdido y confundido; en fin, el gran predicador de la nada ha encontrado la nada, pero no como él la comprendía; humillado, decaído en sí mismo, golpeado en su pequeñez, él –que se creía tan grande– ha sido aniquilado ante su Dios; he aquí que está con el rostro en el suelo a la espera de su sentencia, que dice: ¡Levántate, hijo mío, o vete, miserable! Encontraremos el veredicto en la siguiente comunicación.
“Estas Confesiones de Voltaire tendrán tanto más valor en la Revista Espírita, porque nos lo muestra en su doble aspecto. Hemos visto a algunos Espíritus naturalistas y materialistas que, con tan poco juicio como su maestro –pero sin tener su corazón–, persistían en vanagloriarse en su cinismo. Que permanezcan en su infierno en cuanto se complazcan en desafiar al cielo y mientras se burlen de todo lo que hace a la felicidad del hombre; es lógico, es su propio lugar. Pero nosotros también creemos que es lógico que aquellos que reconocen sus errores recojan sus frutos. De este manera, creemos que no estamos haciendo apología del viejo Voltaire; solamente lo aceptamos en su nuevo papel y nos regocijamos con su conversión, que glorifica a Dios y que no puede dejar de impresionar profundamente a aquellos que aún hoy se dejan arrastrar por sus escritos. Allá está el veneno, aquí está el antídoto.
"Esta comunicación, traducida del inglés, ha sido extraída de la obra del juez Edmonds, publicada en los Estados Unidos. Tiene la forma de una conversación entre Voltaire y Wolsey, el célebre cardenal inglés del tiempo de Enrique VIII. Dos médiums sirvieron separadamente como intermediarios para transmitir este diálogo".
Voltaire. –¡Qué inmensa revolución en el pensamiento humano tuvo lugar desde que he dejado la Tierra!
Wolsey. –En efecto, ese descreimiento que por entonces se os reprochaba, ha crecido descomedidamente desde aquel tiempo. No es que el mismo tenga hoy tantas pretensiones, pero es más profundo y más universal, y a menos que consigan detenerlo, él amenaza tragar a la Humanidad en el materialismo, más de lo que lo hizo durante siglos.
Voltaire. –¿Descreimiento en qué y con relación a quién? ¿Eso está en la ley de Dios y del hombre? ¿Pretendes acusarme de descreimiento porque no me he sometido a los estrechos prejuicios de las sectas que me rodeaban? Es que mi alma requería una amplitud de pensamiento, un rayo de luz, más allá de las doctrinas humanas. Sí, mi alma, en la oscuridad, estaba sedienta de luz.
Wolsey. –Por eso es que yo sólo quería hablar del descreimiento que os era atribuido; pero infelizmente, no sabéis cuánto esta imputación aún os pesa. No me cabe reprocharos, sino manifestaros mi pesar, porque vuestro desprecio por dichas doctrinas –que eran apenas materiales e inventadas por los hombres– no podría perjudicar a Espíritus semejantes al vuestro. Pero esta misma causa que actuaba sobre vuestro Espíritu, operaba igualmente sobre los otros, los cuales eran demasiado débiles y lo bastante pequeños como para llegar a los mismos resultados que vos. Entonces, he aquí cómo aquello que en vos no era más que una negación de las dogmas de los hombres, se traducía en los otros como una negación de Dios. Ha sido de esta fuente que se ha esparcido con una rapidez tan espantosa la duda sobre el futuro del hombre. También he aquí por qué el hombre, al limitar todas sus aspiraciones a este mundo solamente, ha caído cada vez más en el egoísmo y en el odio al prójimo. Ésta es la causa, sí, la causa de este estado de cosas que importa buscar, porque una vez encontrada, el remedio será relativamente fácil. Decidme, ¿conocéis esta causa?
Voltaire. –Mis opiniones, tales como han sido dadas al mundo, estaban impregnadas –es verdad– de un sentimiento de amargura y de sátira; pero notad bien que por entonces yo tenía el Espíritu estremecido, por así decirlo, por una lucha interior. Consideraba a la Humanidad como siendo inferior a mí en inteligencia y en perspicacia; no veía más que títeres que podían ser manejados por cualquier hombre dotado de una voluntad fuerte, y yo me indignaba al ver que esa Humanidad –arrogándose una existencia inmortal– estaba siendo modelada por elementos innobles. ¿Sería posible, pues, creer que un ser de esta especie hiciera parte de la Divinidad, y que con sus débiles manos pudiese apoderarse de la inmortalidad? Esta laguna entre dos existencias tan desproporcionadas me contrariaba, y yo no podía llenarla. En el hombre yo veía apenas a un animal, y no a Dios.
Reconozco que en algunos casos mis opiniones han influido lamentablemente; pero tengo la convicción de que, en otros aspectos, las mismas han tenido su lado bueno. Consiguieron levantar a varias almas que se habían degradado en la esclavitud; rompieron las cadenas del pensamiento y dieron alas a las grandes aspiraciones. Pero infelizmente, yo también –que pensaba tan alto– me perdí como los otros.
Si en mí la parte espiritual se hubiese desarrollado tan bien como la parte material, habría podido razonar con más discernimiento; pero al confundirlas, perdí de vista esta inmortalidad del alma que yo tanto buscaba y deseaba encontrar. Así, tan exaltado estaba en mi lucha con el mundo, que llegué –casi sin quererlo– a negar la existencia de un futuro. La oposición que hacía a las opiniones tontas y a la credulidad ciega de los hombres me impelía al mismo tiempo a negar y a contraponer todo el bien que la religión cristiana pudiera hacer. Sin embargo, por más descreído que fuese, yo sentía que era superior a mis adversarios; sí, mucho más allá del alcance de su inteligencia; la bella faz de la Naturaleza me revelaba el Universo y me inspiraba el sentimiento de una vaga veneración, mezclado al deseo de una libertad ilimitada, sentimientos que ellos nunca tenían por estar envueltos en las tinieblas de la esclavitud.
Entonces mis obras han tenido su lado bueno, pues sin las mismas el mal que habría llegado a la Humanidad hubiera sido peor, porque ninguna oposición hubiese tenido. Varios hombres no aceptaban más la esclavitud; muchos de entre ellos se volvieron libres, y si aquello que yo predicaba les dio un único pensamiento elevado o si les hizo dar un solo paso en el camino de la Ciencia, ¿esto no sería abrirles los ojos hacia su verdadera condición? Lo que lamento es haber vivido tanto tiempo en la Tierra sin saber lo que yo habría podido ser y lo que habría podido hacer. ¡Qué no habría hecho si hubiese tenido la bendición de esas luces del Espiritismo que hoy se derraman sobre los Espíritus de los hombres!
Descreído y dubitativo entré en el mundo espiritual. Mi presencia, por sí sola, era suficiente para suprimir todo destello de luz que pudiese iluminar mi alma oscurecida; solamente la parte material de mi ser se había desarrollado en la Tierra; en cuanto a la parte espiritual, se había perdido en medio de mis desvaríos en busca de la luz, como si hubiera sido encerrada en una jaula de hierro. Altivo y burlón, allí me iniciaba, no conociendo ni preocupándome en conocer ese futuro que yo tanto había combatido en el cuerpo. Pero hagamos aquí esta confesión: hubo siempre en mi alma una voz muy suave que se hacía escuchar a través de las barreras materiales y que pedía luz. Era una lucha incesante entre el deseo de saber y una obstinación en no saber. De esta manera, mi entrada estaba lejos de ser agradable. ¿No acababa de descubrir la falsedad, la nada de las opiniones que yo había sostenido con toda la fuerza de mis facultades? En definitiva, el hombre era inmortal y yo no podía dejar de ver que debía igualmente existir un Dios, un Espíritu inmortal, que estaba al frente de todo y que gobernaba ese espacio ilimitado que me rodeaba.
Como yo viajaba constantemente, sin concederme reposo alguno, a fin de convencerme de que eso aún podría muy bien ser un mundo material en que me encontraba, ¡mi alma luchó contra la verdad que me aplastaba! ¡No pude realizarme como Espíritu, que acababa de dejar su morada mortal! No hubo nadie con quien pudiese entablar relaciones, porque a todos yo había rehusado la inmortalidad. No existía reposo para mí: estaba siempre errante y dubitativo; en mí, el Espíritu, tenebroso y amargo, se comportaba como un maníaco, impotente en seguir algo fijo o en detenerse.
Ya he dicho que abordé el mundo espiritual con un tono burlón y lanzando un desafío. Inicialmente fui conducido lejos de las habitaciones de los Espíritus, y recorrí el espacio inmenso. Después me fue permitido observar las construcciones maravillosas de las moradas espirituales y, en efecto, me parecieron sorprendentes; fui impelido, aquí y allí, por una fuerza irresistible; tuve el deber de observar hasta que mi alma se quedase deslumbrada por los esplendores y aplastada ante el poder que controlaba tales maravillas. En fin, quise esconderme y acurrucarme, pero no pude.
Fue en ese momento que mi corazón comenzó a sentir la necesidad de expandirse; relacionarme con alguien se volvía urgente, y sentía como si me quemase el deseo de decir cuánto yo había inducido al error, no por los otros, sino por mis propios sueños. No tenía más la ilusión de mi importancia personal, porque sentía cuán pequeño yo era en este gran mundo de los Espíritus. En fin, estaba de tal modo apesadumbrado y humillado que fue permitido que me reuniese con algunos habitantes. Solamente entonces pude contemplar la posición en que me había colocado en la Tierra y lo que de eso resultaba para mí en el mundo espiritual. Os dejo evaluar si esta apreciación me favorecía.
Una revolución completa, una transformación de arriba abajo tuvo lugar en mi organismo espiritual, y de maestro que me consideraba, me volví el más fervoroso alumno. ¡Cuánto progreso realicé con la expansión intelectual que estaba en mí! Mi alma se sentía iluminada y abrazada por el amor divino; sus aspiraciones hacia la inmortalidad, de reprimidas que estaban, tomaron un impulso gigantesco. Veía cuán grandes habían sido mis errores y cuán grande debía ser la reparación para expiar todo lo que yo había hecho o dicho, y todo lo que hubiese podido seducir o engañar a la Humanidad. ¡Cómo son magníficas esas lecciones de sabiduría y de belleza celestiales! Superan todo lo que yo podría haber imaginado en la Tierra.
En resumen, viví lo suficiente como para reconocer en mi existencia terrestre una guerra encarnizada entre el mundo y mi naturaleza espiritual. Lamenté profundamente las opiniones que emití y que desviaron a muchos en el mundo; pero, al mismo tiempo, soy muy grato al Creador –el infinitamente sabio–, porque siento que fui un instrumento para ayudar a los Espíritus de los hombres en dirección al examen y al progreso.
Nota – No agregaremos ninguna reflexión a esta comunicación, cuya profundidad y elevado alcance cada uno ha de apreciar, y en la cual se encuentra toda la superioridad del genio. Tal vez nunca se haya dado un cuadro más grandioso y más impresionante del mundo espiritual y de la influencia de las ideas terrestres en las ideas del Más Allá. En la conversación que hemos publicado en nuestro número anterior, se encuentra el mismo fondo en los pensamientos, aunque menos desarrollados y sobre todo expresados menos poéticamente. Los que sólo se vinculan a la forma, sin duda dirán que no reconocen al mismo Espíritu en esas dos comunicaciones, y que principalmente la última no les parece a la altura de Voltaire, de donde sacarán la conclusión de que una de las mismas no es de él.
Ciertamente cuando lo hubimos llamado, él no nos trajo su certificado de nacimiento; pero cualquiera que vea menos superficialmente, se quedará admirado con la identidad de miras y de principios existentes entre esas dos comunicaciones, obtenidas en épocas distintas, a una enorme distancia y en idiomas diferentes. Si el estilo no es el mismo, no hay contradicción en el pensamiento, y esto es lo esencial. Pero si es el mismo Espíritu que ha hablado en esas dos comunicaciones, ¿por qué es tan explícito y tan poético en una, mientras que es tan lacónico y tan llano en la otra? Es preciso no haber estudiado los fenómenos espíritas para no darse cuenta de ello. Esto proviene de la misma causa que hace que el mismo Espíritu dicte encantadoras poesías por un médium, y no pueda dictar un solo verso a través de otro. Conocemos a médiums que no son poetas –por lo menos en este mundo– y que obtienen versos admirables, así como hay otros que nunca aprendieron a dibujar, pero que hacen cosas maravillosas. Por lo tanto, es necesario reconocer –haciendo abstracción de las cualidades intelectuales– que entre los médiums hay aptitudes especiales que los vuelven, para ciertos Espíritus, instrumentos más o menos flexibles y más o menos cómodos. Decimos para ciertos Espíritus porque los Espíritus también tienen sus preferencias, fundadas en razones que no siempre conocemos; de esta manera, el mismo Espíritu será más o menos explícito, según el médium que le sirva de intérprete, y sobre todo según el hábito que tenga de servirse de él. Además, es cierto que un Espíritu que se comunica frecuentemente por la misma persona lo hace con más facilidad que otro que venga por primera vez. Por lo tanto, la emisión del pensamiento puede ser obstaculizada por una multitud de causas; pero cuando es el mismo Espíritu, el fondo del pensamiento es el mismo aunque la forma sea diferente, y el observador atento lo ha de reconocer fácilmente mediante ciertos trazos característicos. Al respecto, relataremos el siguiente hecho:
El Espíritu de un soberano, que en el mundo desempeñó un papel preponderante, al haber sido llamado en una de nuestras reuniones comenzó manifestándose con un acto de cólera al rasgar el papel y al quebrar el lápiz. Su lenguaje estaba lejos de ser benevolente, porque se sentía humillado de venir hacia nosotros, y preguntó si creíamos que él debiese rebajarse para respondernos. Sin embargo, dijo que convino en hacerlo porque estaba como obligado y forzado por un poder superior al suyo; pero que si dependiese de él, no lo haría. Uno de nuestros corresponsales en África, que de modo alguno tenía conocimiento del hecho, nos escribió que en una reunión de la cual él hacía parte, se quiso evocar al mismo Espíritu. Su lenguaje fue del todo idéntico: “¿Creéis –dijo él– que yo vendría aquí voluntariamente, a esta casa de mercaderes, que quizás ni uno de mis criados quisiese vivir? No os respondo; eso me recuerda a mi reino, donde yo era tan feliz; tenía autoridad total sobre mi pueblo, y ahora es preciso que me someta a vosotros”. El Espíritu de una reina, que cuando encarnada no se había distinguido por la bondad, respondió en el mismo Círculo: “No me interroguéis más: me fastidiáis; si yo tuviera todavía el poder que tenía en la Tierra, os haría arrepentir bastante; ahora, os burláis de mí, de mi miseria, porque no puedo hacer nada contra vosotros. ¡Soy muy infeliz!” –¿No está aquí un curioso estudio de las costumbres espíritas?
Conversaciones familiares del Más Allá
Un oficial superior del ejército de Italia
SEGUNDA CONVERSACIÓN (Sociedad, 1º de julio de 1859. Ver la RE jul. 1859, pág. 189.)
SEGUNDA CONVERSACIÓN (Sociedad, 1º de julio de 1859. Ver la RE jul. 1859, pág. 189.)
1. Evocación. –Resp. Estoy aquí; habladme.
2. Habíais prometido volver a vernos, y aprovechamos la ocasión para pediros algunas explicaciones complementarias. –Resp. De buen grado.
3. Después de vuestra muerte, ¿habéis asistido algunos combates que tuvieron lugar? –Resp. Sí, al último.
4. Como Espíritu, cuando sois testigo de un combate y veis a los hombres matarse mutuamente, ¿esto os hace experimentar el sentimiento de horror que nosotros mismos tenemos al ver semejantes escenas? –Resp. Sí, incluso como hombre ya lo sentía; pero por entonces el respeto humano reprimía ese sentimiento como indigno de un soldado.
5. ¿Hay Espíritus que sienten placer al ver esas escenas de matanza? –Resp. Pocos.
6. Al ver esto, ¿qué sentimiento experimentan los Espíritus de un orden superior? –Resp. Gran compasión; casi desprecio. Aquello que vosotros mismos sentís cuando veis a los animales que se dilaceran entre sí.
7. Al asistir a un combate y al ver morir a los hombres, ¿sois testigo de la separación entre el alma y el cuerpo? –Resp. Sí.
8. En ese momento, ¿veis a dos individuos: el Espíritu y el cuerpo? –Resp. No; ¿qué es, pues, el cuerpo? –Preg. Pero no por eso el cuerpo deja de estar allá,
y debe ser distinto del Espíritu. –Resp. Un cadáver, sí; pero no es más un ser.
9. ¿Cuál es la apariencia que el Espíritu tiene para vos en ese momento? –Resp. Levedad.
10. ¿Se aleja el Espíritu inmediatamente del cuerpo? Os ruego que tengáis a bien describirnos lo más explícitamente posible cómo tales cosas suceden y cómo nosotros las veríamos si fuésemos testigos de las mismas. –Resp. Hay pocas muertes realmente instantáneas; la mayor parte del tiempo el Espíritu, cuyo cuerpo acaba de recibir el impacto de una bala o de un cañonazo, dice a sí mismo: «Voy a morir, pensemos en Dios y en el Cielo; adiós, Tierra que amo.» Después de este primer sentimiento, el dolor os arranca de vuestro cuerpo, y es entonces que se puede distinguir al Espíritu que se mueve al lado del cadáver. Esto parece tan natural que la visión del cuerpo muerto no produce ningún efecto desagradable. La vida, al haber sido toda transportada para el Espíritu, atrae la atención solamente hacia éste; es con él que conversamos o a él que damos órdenes.
Nota – Se podría comparar este efecto al que es producido por un grupo de bañistas; el espectador no presta atención a las ropas que ellos han dejado en la playa.
11. Generalmente, el hombre sorprendido por una muerte violenta, durante algún tiempo no cree que está muerto. ¿Cómo se explica su situación y cómo él se puede causar esa ilusión, ya que realmente debe sentir que su cuerpo no es más material ni resistente? –Resp. Lo sabe, y de ninguna manera él se puede causar esa ilusión.
Nota – Esto no es perfectamente exacto; sabemos que los Espíritus se pueden causar esa ilusión en ciertos casos, creyéndose que no están muertos.
12. Una violenta tempestad se desencadenó en el final de la batalla de Solferino; ¿esto se debió a una circunstancia fortuita o a un designio providencial? –Resp. Toda circunstancia fortuita resulta de la voluntad de Dios.
13. ¿Esta tempestad tenía un objetivo? ¿Y cuál era? –Resp. Sí, ciertamente: parar el combate.
14. ¿Ha sido provocada en interés de una de las partes beligerantes? ¿Cuál de ellas? –Resp. Sí, sobre todo para nuestros enemigos.
–Preg. ¿Por qué esto? ¿Podríais explicaros más claramente? –Resp. ¿Me preguntáis por qué? ¿Pero no sabéis que, sin esta tempestad, nuestra artillería no habría dejado escapar a ningún austríaco?
15. Si esa tempestad ha sido provocada, debe haber tenido sus agentes; ¿cuáles eran estos agentes? –Resp. La electricidad.
16. Este es el agente material; ¿pero hay Espíritus que tienen la atribución de dirigir esos elementos? –Resp. No, la voluntad de Dios es suficiente; Él no necesita de ayudantes tan comunes.
2. Habíais prometido volver a vernos, y aprovechamos la ocasión para pediros algunas explicaciones complementarias. –Resp. De buen grado.
3. Después de vuestra muerte, ¿habéis asistido algunos combates que tuvieron lugar? –Resp. Sí, al último.
4. Como Espíritu, cuando sois testigo de un combate y veis a los hombres matarse mutuamente, ¿esto os hace experimentar el sentimiento de horror que nosotros mismos tenemos al ver semejantes escenas? –Resp. Sí, incluso como hombre ya lo sentía; pero por entonces el respeto humano reprimía ese sentimiento como indigno de un soldado.
5. ¿Hay Espíritus que sienten placer al ver esas escenas de matanza? –Resp. Pocos.
6. Al ver esto, ¿qué sentimiento experimentan los Espíritus de un orden superior? –Resp. Gran compasión; casi desprecio. Aquello que vosotros mismos sentís cuando veis a los animales que se dilaceran entre sí.
7. Al asistir a un combate y al ver morir a los hombres, ¿sois testigo de la separación entre el alma y el cuerpo? –Resp. Sí.
8. En ese momento, ¿veis a dos individuos: el Espíritu y el cuerpo? –Resp. No; ¿qué es, pues, el cuerpo? –Preg. Pero no por eso el cuerpo deja de estar allá,
y debe ser distinto del Espíritu. –Resp. Un cadáver, sí; pero no es más un ser.
9. ¿Cuál es la apariencia que el Espíritu tiene para vos en ese momento? –Resp. Levedad.
10. ¿Se aleja el Espíritu inmediatamente del cuerpo? Os ruego que tengáis a bien describirnos lo más explícitamente posible cómo tales cosas suceden y cómo nosotros las veríamos si fuésemos testigos de las mismas. –Resp. Hay pocas muertes realmente instantáneas; la mayor parte del tiempo el Espíritu, cuyo cuerpo acaba de recibir el impacto de una bala o de un cañonazo, dice a sí mismo: «Voy a morir, pensemos en Dios y en el Cielo; adiós, Tierra que amo.» Después de este primer sentimiento, el dolor os arranca de vuestro cuerpo, y es entonces que se puede distinguir al Espíritu que se mueve al lado del cadáver. Esto parece tan natural que la visión del cuerpo muerto no produce ningún efecto desagradable. La vida, al haber sido toda transportada para el Espíritu, atrae la atención solamente hacia éste; es con él que conversamos o a él que damos órdenes.
Nota – Se podría comparar este efecto al que es producido por un grupo de bañistas; el espectador no presta atención a las ropas que ellos han dejado en la playa.
11. Generalmente, el hombre sorprendido por una muerte violenta, durante algún tiempo no cree que está muerto. ¿Cómo se explica su situación y cómo él se puede causar esa ilusión, ya que realmente debe sentir que su cuerpo no es más material ni resistente? –Resp. Lo sabe, y de ninguna manera él se puede causar esa ilusión.
Nota – Esto no es perfectamente exacto; sabemos que los Espíritus se pueden causar esa ilusión en ciertos casos, creyéndose que no están muertos.
12. Una violenta tempestad se desencadenó en el final de la batalla de Solferino; ¿esto se debió a una circunstancia fortuita o a un designio providencial? –Resp. Toda circunstancia fortuita resulta de la voluntad de Dios.
13. ¿Esta tempestad tenía un objetivo? ¿Y cuál era? –Resp. Sí, ciertamente: parar el combate.
14. ¿Ha sido provocada en interés de una de las partes beligerantes? ¿Cuál de ellas? –Resp. Sí, sobre todo para nuestros enemigos.
–Preg. ¿Por qué esto? ¿Podríais explicaros más claramente? –Resp. ¿Me preguntáis por qué? ¿Pero no sabéis que, sin esta tempestad, nuestra artillería no habría dejado escapar a ningún austríaco?
15. Si esa tempestad ha sido provocada, debe haber tenido sus agentes; ¿cuáles eran estos agentes? –Resp. La electricidad.
16. Este es el agente material; ¿pero hay Espíritus que tienen la atribución de dirigir esos elementos? –Resp. No, la voluntad de Dios es suficiente; Él no necesita de ayudantes tan comunes.
(Ver más adelante el artículo sobre las tempestades.)
El general Hoche
(Sociedad, 22 de julio de 1859.)
1. Evocación. –Resp. Estoy con vosotros.
2. La Sra. J... nos ha dicho que os habíais comunicado espontáneamente con ella; ¿con qué intención lo habéis hecho, puesto que la misma no os había llamado? –Resp. Es ella quien me ha traído aquí; yo deseaba ser llamado por vos y sabía que, al estar cerca de ella, vos lo sabríais y probablemente me evocaríais.
3. Le habéis dicho que acompañabais las operaciones militares de Italia: esto nos parece natural; ¿podríais decirnos lo que pensáis al respecto? –Resp. Ellas han producido grandes resultados; en mi época se combatía por más tiempo.
4. Al asistir a esta guerra, ¿desempeñabais en la misma algún papel activo? –Resp. No, el de un simple espectador.
5. Como vos, ¿han estado allí otros generales de vuestro tiempo? –Resp. Sí; bien lo podéis imaginar.
6. ¿Podríais designar a algunos? –Resp. Sería inútil.
7. Se nos ha dicho que Napoleón I estaba presente, lo que no es difícil de creer. A la época de las primeras Guerras de Italia, él no era sino general; ¿podríais decirnos si en ésta él veía las cosas desde el punto de vista del general o del emperador? –Resp. De ambos, e incluso de un tercero: el de diplomático.
8. Cuando encarnado, vuestro rango militar era más o menos igual al de él; como después de vuestra muerte él ascendió bastante, ¿podríais decirnos si, como Espíritu, vos lo consideráis como vuestro superior? –Resp. Aquí reina la igualdad; ¿por qué preguntáis esto?
Nota – Indudablemente él entiende por igualdad que los Espíritus no tienen en cuenta las distinciones terrestres, con las cuales, en efecto, poco se preocupan y que no poseen ningún peso entre los mismos; pero la igualdad moral está lejos de reinar allí; entre ellos hay una jerarquía y una subordinación fundadas en las cualidades adquiridas, y nadie puede sustraerse al ascendiente de aquellos que son más elevados y más puros.
9. Al acompañar las peripecias de la guerra, ¿preveíais la paz tan próxima? –Resp. Sí.
10. ¿Esto era para vos una simple previsión o teníais un cierto conocimiento previo? –Resp. No; me lo habían dicho.
11. ¿Sois sensible al recuerdo que se ha guardado de vos? –Resp. Sí; pero yo hice tan poco.
12. Vuestra viuda acaba de morir; ¿os encontrasteis con ella inmediatamente? –Resp. Yo la esperaba. Hoy voy a dejarla: la existencia me llama.
13. ¿Será en la Tierra que debéis tener una nueva existencia? –Resp. No.
14. El mundo en que debéis ir, ¿es conocido de nosotros? –Resp. Sí; Mercurio.
15. Este mundo ¿es moralmente superior o inferior a la Tierra? –Resp. Inferior. Yo lo elevaré y contribuiré para hacerlo subir de posición.
16. ¿Conocéis actualmente ese mundo hacia donde debéis ir? –Resp. Sí, muy bien; tal vez mejor de lo que lo conoceré cuando lo habite.
Nota – Esta respuesta es perfectamente lógica; como Espíritu, ve a ese mundo en su conjunto; cuando esté allí encarnado, solamente lo verá desde el punto de vista restricto de su personalidad y de la posición social que ha de ocupar.
17. En el aspecto físico, los habitantes de ese mundo ¿son también materiales como los de la Tierra? –Resp. Sí, completamente; aún más.
18. ¿Habéis sido vos quien ha elegido ese mundo para vuestra nueva existencia? –Resp. No, no; yo hubiera preferido una tierra calma y feliz; allá, encontraré torrentes de mal para combatir y furores del crimen para punir.
Nota – Cuándo nuestros misioneros cristianos van a los pueblos bárbaros para intentar hacer que en ellos penetren los gérmenes de la civilización, ¿no cumplen una misión análoga? Por lo tanto, ¿por qué admirarse de que un Espíritu elevado vaya a un mundo atrasado para hacerlo avanzar?
19. Esta existencia ¿os ha sido impuesta por constreñimiento? –Resp. No; yo me he comprometido a llevarla a cabo; me han hecho comprender que el destino, la Providencia –si así lo deseáis– allí me llamaba. Es como la muerte antes de subir al Cielo: es preciso sufrir, ¡y lamentablemente yo no he sufrido lo suficiente!
20. ¿Sois feliz como Espíritu? –Resp. Sí, sin dificultades.
21. ¿Cuáles han sido vuestras ocupaciones como Espíritu, desde el momento en que hubisteis dejado la Tierra? –Resp. He visitado el mundo, la Tierra enteramente; esto me ha exigido un período de varios años; he aprendido las leyes que Dios emplea para dirigir todos los fenómenos que hacen parte de la vida; después, he procedido del mismo modo en varias otras esferas.
22. Nosotros os agradecemos por consentir atender a nuestro llamado. –Resp. Adiós; no me veréis nuevamente.
(Sociedad, 22 de julio de 1859.)
1. Evocación. –Resp. Estoy con vosotros.
2. La Sra. J... nos ha dicho que os habíais comunicado espontáneamente con ella; ¿con qué intención lo habéis hecho, puesto que la misma no os había llamado? –Resp. Es ella quien me ha traído aquí; yo deseaba ser llamado por vos y sabía que, al estar cerca de ella, vos lo sabríais y probablemente me evocaríais.
3. Le habéis dicho que acompañabais las operaciones militares de Italia: esto nos parece natural; ¿podríais decirnos lo que pensáis al respecto? –Resp. Ellas han producido grandes resultados; en mi época se combatía por más tiempo.
4. Al asistir a esta guerra, ¿desempeñabais en la misma algún papel activo? –Resp. No, el de un simple espectador.
5. Como vos, ¿han estado allí otros generales de vuestro tiempo? –Resp. Sí; bien lo podéis imaginar.
6. ¿Podríais designar a algunos? –Resp. Sería inútil.
7. Se nos ha dicho que Napoleón I estaba presente, lo que no es difícil de creer. A la época de las primeras Guerras de Italia, él no era sino general; ¿podríais decirnos si en ésta él veía las cosas desde el punto de vista del general o del emperador? –Resp. De ambos, e incluso de un tercero: el de diplomático.
8. Cuando encarnado, vuestro rango militar era más o menos igual al de él; como después de vuestra muerte él ascendió bastante, ¿podríais decirnos si, como Espíritu, vos lo consideráis como vuestro superior? –Resp. Aquí reina la igualdad; ¿por qué preguntáis esto?
Nota – Indudablemente él entiende por igualdad que los Espíritus no tienen en cuenta las distinciones terrestres, con las cuales, en efecto, poco se preocupan y que no poseen ningún peso entre los mismos; pero la igualdad moral está lejos de reinar allí; entre ellos hay una jerarquía y una subordinación fundadas en las cualidades adquiridas, y nadie puede sustraerse al ascendiente de aquellos que son más elevados y más puros.
9. Al acompañar las peripecias de la guerra, ¿preveíais la paz tan próxima? –Resp. Sí.
10. ¿Esto era para vos una simple previsión o teníais un cierto conocimiento previo? –Resp. No; me lo habían dicho.
11. ¿Sois sensible al recuerdo que se ha guardado de vos? –Resp. Sí; pero yo hice tan poco.
12. Vuestra viuda acaba de morir; ¿os encontrasteis con ella inmediatamente? –Resp. Yo la esperaba. Hoy voy a dejarla: la existencia me llama.
13. ¿Será en la Tierra que debéis tener una nueva existencia? –Resp. No.
14. El mundo en que debéis ir, ¿es conocido de nosotros? –Resp. Sí; Mercurio.
15. Este mundo ¿es moralmente superior o inferior a la Tierra? –Resp. Inferior. Yo lo elevaré y contribuiré para hacerlo subir de posición.
16. ¿Conocéis actualmente ese mundo hacia donde debéis ir? –Resp. Sí, muy bien; tal vez mejor de lo que lo conoceré cuando lo habite.
Nota – Esta respuesta es perfectamente lógica; como Espíritu, ve a ese mundo en su conjunto; cuando esté allí encarnado, solamente lo verá desde el punto de vista restricto de su personalidad y de la posición social que ha de ocupar.
17. En el aspecto físico, los habitantes de ese mundo ¿son también materiales como los de la Tierra? –Resp. Sí, completamente; aún más.
18. ¿Habéis sido vos quien ha elegido ese mundo para vuestra nueva existencia? –Resp. No, no; yo hubiera preferido una tierra calma y feliz; allá, encontraré torrentes de mal para combatir y furores del crimen para punir.
Nota – Cuándo nuestros misioneros cristianos van a los pueblos bárbaros para intentar hacer que en ellos penetren los gérmenes de la civilización, ¿no cumplen una misión análoga? Por lo tanto, ¿por qué admirarse de que un Espíritu elevado vaya a un mundo atrasado para hacerlo avanzar?
19. Esta existencia ¿os ha sido impuesta por constreñimiento? –Resp. No; yo me he comprometido a llevarla a cabo; me han hecho comprender que el destino, la Providencia –si así lo deseáis– allí me llamaba. Es como la muerte antes de subir al Cielo: es preciso sufrir, ¡y lamentablemente yo no he sufrido lo suficiente!
20. ¿Sois feliz como Espíritu? –Resp. Sí, sin dificultades.
21. ¿Cuáles han sido vuestras ocupaciones como Espíritu, desde el momento en que hubisteis dejado la Tierra? –Resp. He visitado el mundo, la Tierra enteramente; esto me ha exigido un período de varios años; he aprendido las leyes que Dios emplea para dirigir todos los fenómenos que hacen parte de la vida; después, he procedido del mismo modo en varias otras esferas.
22. Nosotros os agradecemos por consentir atender a nuestro llamado. –Resp. Adiós; no me veréis nuevamente.
Muerte de un espírita
(Sociedad, 8 de julio de 1859.)
El Sr. J..., comerciante del Departamento del Sarthe, muerto el 15 de junio de 1859, era un hombre de bien en todos los aspectos y de una caridad sin límites. Había hecho un estudio serio del Espiritismo, del cual era un fervoroso adepto. Como suscriptor de la Revista Espírita, se encontraba en contacto indirecto con nosotros, sin que nos hubiésemos visto. Al evocarlo, tuvimos como objetivo no sólo responder al deseo de sus parientes y amigos, sino el de darle personalmente un testimonio de nuestra simpatía y de agradecerle los conceptos amables que tuvo a bien decir y pensar sobre nosotros. Además, era un tema de estudio interesante para nosotros desde el punto de vista de la influencia que el conocimiento profundo del Espiritismo puede tener acerca del estado del alma después de la muerte.
1. Evocación. –Resp. Estoy aquí desde hace tiempo.
2. Nunca he tenido el placer de veros; no obstante, ¿me reconocéis? –Resp. Os reconozco un tanto mejor porque frecuentemente os he visitado y porque durante mi vida he tenido más de una conversación con vos como Espíritu.
Nota – Esto confirma el hecho muy importante –del cual nosotros hemos tenido numerosos ejemplos– de las comunicaciones que durante la vida los hombres tienen entre sí, sin saberlo. Así, durante el sueño del cuerpo, los Espíritus viajan y se visitan recíprocamente. Al despertar, conservan una intuición de las ideas que ellos han adquirido en esas conversaciones ocultas, pero cuya fuente ignoran. De esta manera, durante la vida tenemos una doble existencia: la existencia corporal que nos da la vida de relación exterior, y la existencia espiritual que nos da la vida de relación oculta.
3. ¿Sois más feliz que en la Tierra? –Resp. ¿Y sois vos que me lo preguntáis?
4. Comprendo; entretanto, disfrutabais de una fortuna honorablemente adquirida que os proporcionaba los gozos de la vida; teníais la merecida estima y consideración, conquistadas por vuestra bondad y beneficencia. ¿Podríais decirnos en qué consiste la superioridad de vuestra felicidad actual? –Resp. Naturalmente consiste en la satisfacción que me da el recuerdo del poco bien que hice y en la certeza del futuro que aquél me promete; ¿y no contáis para nada la ausencia de las inquietudes y de las molestias de la vida? ¿De los sufrimientos corporales y de todos esos tormentos que nosotros creamos para satisfacer las necesidades del cuerpo? Durante la vida tuvieron lugar la agitación, la ansiedad, las angustias incesantes, incluso en medio de la fortuna; aquí, la tranquilidad y el reposo: es la calma después de la tempestad.
5. Seis semanas antes de morir afirmabais que todavía tendríais cinco años más de vida; ¿de dónde os venía esta ilusión, considerando que tantas personas presienten su muerte próxima? –Resp. Un Espíritu benevolente quería alejar de mi pensamiento ese momento que –sin confesarlo– yo tenía la debilidad de temer, aunque supiese del futuro del Espíritu.
6. Habíais profundizado seriamente la ciencia espírita; ¿podríais decirnos si, al entrar en el mundo de los Espíritus, encontrasteis las cosas tal como las habíais figurado? –Resp. De manera aproximada, excepto algunas cuestiones de detalle que yo había comprendido mal.
7. La lectura atenta que hacíais de la Revista Espírita y de El Libro de los Espíritus, ¿os ayudó mucho en eso? –Resp. Indiscutiblemente; esto ha sido lo que principalmente me ha preparado para mi entrada en la verdadera vida.
8. ¿Experimentasteis algún sobresalto al encontraros en el mundo de los Espíritus? –Resp. Es imposible que fuese de otro modo; pero sobresalto no es la palabra, y sí admiración. ¡Las personas están tan lejos de poder hacerse una idea de lo que es esto!
Nota – Aquel que, antes de ir a vivir a un país, lo ha estudiado en los libros, se ha identificado con las costumbres de sus habitantes, con su configuración, con su aspecto, por medio de dibujos, mapas y descripciones, indudablemente se queda menos sorprendido que aquel que no tiene ninguna idea del mismo. Entretanto, la realidad le muestra una multitud de detalles que no había previsto y que lo impresionan. Debe suceder lo mismo en el mundo de los Espíritus, del cual no podemos comprender todas las maravillas, porque hay cosas que sobrepasan nuestro entendimiento.
10. Cuando dejasteis vuestro cuerpo, ¿visteis y reconocisteis inmediatamente a los Espíritus a vuestro alrededor? –Resp. Sí, y a Espíritus queridos.
11. ¿Qué pensáis ahora del futuro del Espiritismo? –Resp. Un futuro aún más bello de lo que pensáis, a pesar de vuestra fe y de vuestro deseo.
12. En lo tocante a las materias espíritas, vuestros conocimientos os permitirán indudablemente respondernos con precisión sobre ciertas cuestiones. ¿Podríais describirnos claramente lo que ocurrió con vos en el instante en que vuestro cuerpo dio el último suspiro y en que vuestro Espíritu se encontró libre? –Resp. Personalmente considero muy difícil hallar un medio de haceros comprender de un modo diferente, que no sea comparándolo con la sensación que uno siente al despertar de un sueño profundo; este despertar es más o menos lento y difícil en razón directa de la situación moral del Espíritu, y nunca deja de ser fuertemente influido por las circunstancias que acompañan a la muerte.
Nota – Esto concuerda con todas las observaciones que han sido hechas sobre el estado del Espíritu en el momento en que se separa del cuerpo; nosotros siempre hemos visto las circunstancias morales y materiales que acompañan a la muerte reaccionar poderosamente sobre el estado del Espíritu en los primeros momentos.
13. ¿Ha conservado vuestro Espíritu la conciencia de su existencia hasta el último momento, y la ha recobrado inmediatamente? ¿Hubo un momento de ausencia de lucidez? ¿Y cuál ha sido su duración? –Resp. Hubo un instante de turbación, pero casi inapreciable para mí.
14. ¿Ha tenido algo de penoso el instante del despertar? –Resp. No, al contrario; yo me sentía –si puedo hablar así– alegre y dispuesto como si hubiese respirado aire puro al salir de una sala llena de humo.
Nota – Comparación ingeniosa y que sólo puede ser la expresión de la verdad.
15. ¿Os recordáis de la existencia que tuvisteis antes de la que acabáis de dejar? ¿Cuál era? –Resp. Puedo recordarla muy bien. Yo era un buen criado junto a un buen señor, que me recibió al mismo tiempo con otros en mi entrada en este mundo bienaventurado.
16. Creo que vuestro hermano se ocupa menos de las cuestiones espíritas de lo que vos os ocupabais. –Resp. Sí, haré conque él tome más interés, si esto me es permitido. Si él supiese lo que se gana con eso, le daría más importancia.
17. Vuestro hermano ha encargado al Sr. B... comunicarme vuestro deceso; ambos esperan ansiosamente el resultado de nuestra conversación; pero serán aún más sensibles a un recuerdo directo de vuestra parte, si consintierais encargarme de decirles algunas palabras para ellos o para otras personas que os extrañan. –Resp. Por vuestro intermedio les diré lo que yo mismo les habría dicho, pero recelo mucho no tener más influencia para con algunos de ellos como la tenía antaño; sin embargo, les ruego encarecidamente, en mi nombre y en el de sus amigos que veo, que reflexionen y que estudien seriamente esta grave cuestión del Espiritismo, aunque no fuese sino por la ayuda que trae para pasar por ese momento tan temido por la mayoría, y tan poco asustador para aquel que se ha preparado de antemano a través del estudio del futuro y por la práctica del bien. Decidles que estoy siempre con ellos, en medio de ellos, que los veo y que seré feliz si sus disposiciones pueden asegurarles, en el mundo en que me encuentro, un lugar del cual no tendrán sino que congratularse. Sobre todo decidle eso a mi hermano, cuya felicidad es mi deseo más anhelado y de quien no me olvido, aunque yo sea más feliz.
18. La simpatía que habéis tenido a bien testimoniarme cuando encarnado, sin haberme visto, me hace esperar que nos encontremos fácilmente cuando yo esté en vuestro medio; y hasta ese momento seré feliz si consintieseis asistirme en los trabajos que me restan hacer para cumplir mi tarea. –Resp. Me tenéis en muy favorable consideración; entretanto, estad convencido de que, si os pudiere ser de alguna utilidad, no dejaré de hacerlo, tal vez aun sin que lo sospechéis.
19. Os agradecemos por haber atendido a nuestro llamado y por las explicaciones instructivas que nos habéis dado. –Resp. Quedo a vuestra disposición; estaré a menudo con vosotros.
Observación – Esta comunicación es indiscutiblemente una de las que describen la vida espiritual con mayor claridad; ofrece una poderosa enseñanza en lo tocante a la influencia que las ideas espíritas ejercen sobre nuestro estado después de la muerte.
Esta conversación parece haber dejado algo que desear al amigo que nos ha comunicado la muerte del Sr. J...: «Este último –respondió él– no conservó en su lenguaje el sello de la originalidad que él tenía con nosotros. Mantuvo una reserva que no observaba con nadie; su estilo, que era incorrecto, cortado, contrasta con este estilo inspirado: él se atrevía a todo; refutaba severamente a quien formulase una objeción contra sus creencias; para convertirnos, nos derrotaba haciéndonos pedazos. En su aparición psicológica, no da a conocer ninguna particularidad de los numerosos vínculos que tenía con una multitud de personas con las cuales se relacionaba. Todos nosotros hubiésemos gustado de vernos citados por él, no para satisfacer nuestra curiosidad, sino para nuestra instrucción. Hubiéramos querido que hablase claramente de algunas ideas emitidas por nosotros en su presencia, en nuestras conversaciones. A mí personalmente, podría haberme dicho si yo estaba o no equivocado al detenerme en tal o cual consideración; si aquello que yo le había dicho era verdadero o falso. De manera alguna nos habló de su hermana, aún viva y tan digna de interés.»
Después de esta carta, nosotros hemos evocado nuevamente al Sr. J... y le hemos dirigido las siguientes preguntas:
20. ¿Tenéis conocimiento de la carta que he recibido en respuesta al envío de vuestra evocación? –Resp. Sí, he visto cuando la escribían.
21. ¿Tendríais la bondad de darnos algunas explicaciones sobre ciertos pasajes de esta carta, y esto –como bien lo comprendéis– con un fin instructivo, únicamente para proporcionarnos elementos para una respuesta? –Resp. Si lo creéis útil, sí.
22. Han considerado extraño que vuestro lenguaje no haya conservado el sello de la originalidad; parece que, cuando encarnado, erais bastante severo en la discusión. –Resp. Sí, pero el Cielo y la Tierra son bien diferentes, y aquí
yo encontré a maestros. ¡Qué queréis! Me impacientaban con sus objeciones extravagantes; yo les mostraba el Sol, y ellos no lo querían ver; ¿cómo tener sangre fría? Aquí no tenemos que discutir; todos nos entendemos.
23. Esos señores se sorprenden de que no los tengáis interpelado nominalmente para refutarlos, como lo hacíais cuando encarnado. –Resp. ¡Que se sorprendan! Yo los espero; cuando vengan a juntarse a mí, entonces verán quién de nosotros tenía razón. Será necesario que ellos vengan hacia acá –lo quieran o no–, y algunos más temprano de lo que imaginan. Su jactancia caerá como el polvo abatido por la lluvia; la fanfarronería... (Aquí el Espíritu se detiene y se rehúsa a terminar la frase.)
24. Ellos infieren que no les demostrasteis todo el interés que tenían derecho de esperar de vos. –Resp. Les deseo el bien, pero no puedo hacer nada contra la voluntad de ellos.
25. También se sorprenden que no les habéis dicho nada sobre vuestra hermana. –Resp. ¿Están ellos, pues, entre ella y yo?
26. El Sr. B... hubiera gustado que hubieseis dicho lo que él os contó en la intimidad; habría sido para él y para los otros un medio de esclarecimiento. –Resp. ¿Para qué repetir lo que él ya sabe? ¿Piensa que no tengo otras cosas que hacer? ¿Ellos no tienen todos los medios de esclarecimiento que yo tuve? ¡Que los aprovechen! Les garantizo que se sentirán bien. En cuanto a mí, bendigo al Cielo por haberme enviado la luz que me abrió el camino de la felicidad.
27. Pero es esta luz que ellos desean y serían felices si la recibiesen de vos. –Resp. La luz brilla para todos; ciego es aquel que no quiere ver; éste ha de caer en el precipicio y ha de maldecir su ceguera.
28. Vuestro lenguaje me parece impregnado de una gran severidad. –Resp. ¿Ellos no me consideraban demasiado manso?
29. Os agradecemos por haber tenido a bien venir, y por los esclarecimientos que nos habéis dado. –Resp. Siempre a vuestra disposición, porque sé que es para el bien.
(Sociedad, 8 de julio de 1859.)
El Sr. J..., comerciante del Departamento del Sarthe, muerto el 15 de junio de 1859, era un hombre de bien en todos los aspectos y de una caridad sin límites. Había hecho un estudio serio del Espiritismo, del cual era un fervoroso adepto. Como suscriptor de la Revista Espírita, se encontraba en contacto indirecto con nosotros, sin que nos hubiésemos visto. Al evocarlo, tuvimos como objetivo no sólo responder al deseo de sus parientes y amigos, sino el de darle personalmente un testimonio de nuestra simpatía y de agradecerle los conceptos amables que tuvo a bien decir y pensar sobre nosotros. Además, era un tema de estudio interesante para nosotros desde el punto de vista de la influencia que el conocimiento profundo del Espiritismo puede tener acerca del estado del alma después de la muerte.
1. Evocación. –Resp. Estoy aquí desde hace tiempo.
2. Nunca he tenido el placer de veros; no obstante, ¿me reconocéis? –Resp. Os reconozco un tanto mejor porque frecuentemente os he visitado y porque durante mi vida he tenido más de una conversación con vos como Espíritu.
Nota – Esto confirma el hecho muy importante –del cual nosotros hemos tenido numerosos ejemplos– de las comunicaciones que durante la vida los hombres tienen entre sí, sin saberlo. Así, durante el sueño del cuerpo, los Espíritus viajan y se visitan recíprocamente. Al despertar, conservan una intuición de las ideas que ellos han adquirido en esas conversaciones ocultas, pero cuya fuente ignoran. De esta manera, durante la vida tenemos una doble existencia: la existencia corporal que nos da la vida de relación exterior, y la existencia espiritual que nos da la vida de relación oculta.
3. ¿Sois más feliz que en la Tierra? –Resp. ¿Y sois vos que me lo preguntáis?
4. Comprendo; entretanto, disfrutabais de una fortuna honorablemente adquirida que os proporcionaba los gozos de la vida; teníais la merecida estima y consideración, conquistadas por vuestra bondad y beneficencia. ¿Podríais decirnos en qué consiste la superioridad de vuestra felicidad actual? –Resp. Naturalmente consiste en la satisfacción que me da el recuerdo del poco bien que hice y en la certeza del futuro que aquél me promete; ¿y no contáis para nada la ausencia de las inquietudes y de las molestias de la vida? ¿De los sufrimientos corporales y de todos esos tormentos que nosotros creamos para satisfacer las necesidades del cuerpo? Durante la vida tuvieron lugar la agitación, la ansiedad, las angustias incesantes, incluso en medio de la fortuna; aquí, la tranquilidad y el reposo: es la calma después de la tempestad.
5. Seis semanas antes de morir afirmabais que todavía tendríais cinco años más de vida; ¿de dónde os venía esta ilusión, considerando que tantas personas presienten su muerte próxima? –Resp. Un Espíritu benevolente quería alejar de mi pensamiento ese momento que –sin confesarlo– yo tenía la debilidad de temer, aunque supiese del futuro del Espíritu.
6. Habíais profundizado seriamente la ciencia espírita; ¿podríais decirnos si, al entrar en el mundo de los Espíritus, encontrasteis las cosas tal como las habíais figurado? –Resp. De manera aproximada, excepto algunas cuestiones de detalle que yo había comprendido mal.
7. La lectura atenta que hacíais de la Revista Espírita y de El Libro de los Espíritus, ¿os ayudó mucho en eso? –Resp. Indiscutiblemente; esto ha sido lo que principalmente me ha preparado para mi entrada en la verdadera vida.
8. ¿Experimentasteis algún sobresalto al encontraros en el mundo de los Espíritus? –Resp. Es imposible que fuese de otro modo; pero sobresalto no es la palabra, y sí admiración. ¡Las personas están tan lejos de poder hacerse una idea de lo que es esto!
Nota – Aquel que, antes de ir a vivir a un país, lo ha estudiado en los libros, se ha identificado con las costumbres de sus habitantes, con su configuración, con su aspecto, por medio de dibujos, mapas y descripciones, indudablemente se queda menos sorprendido que aquel que no tiene ninguna idea del mismo. Entretanto, la realidad le muestra una multitud de detalles que no había previsto y que lo impresionan. Debe suceder lo mismo en el mundo de los Espíritus, del cual no podemos comprender todas las maravillas, porque hay cosas que sobrepasan nuestro entendimiento.
10. Cuando dejasteis vuestro cuerpo, ¿visteis y reconocisteis inmediatamente a los Espíritus a vuestro alrededor? –Resp. Sí, y a Espíritus queridos.
11. ¿Qué pensáis ahora del futuro del Espiritismo? –Resp. Un futuro aún más bello de lo que pensáis, a pesar de vuestra fe y de vuestro deseo.
12. En lo tocante a las materias espíritas, vuestros conocimientos os permitirán indudablemente respondernos con precisión sobre ciertas cuestiones. ¿Podríais describirnos claramente lo que ocurrió con vos en el instante en que vuestro cuerpo dio el último suspiro y en que vuestro Espíritu se encontró libre? –Resp. Personalmente considero muy difícil hallar un medio de haceros comprender de un modo diferente, que no sea comparándolo con la sensación que uno siente al despertar de un sueño profundo; este despertar es más o menos lento y difícil en razón directa de la situación moral del Espíritu, y nunca deja de ser fuertemente influido por las circunstancias que acompañan a la muerte.
Nota – Esto concuerda con todas las observaciones que han sido hechas sobre el estado del Espíritu en el momento en que se separa del cuerpo; nosotros siempre hemos visto las circunstancias morales y materiales que acompañan a la muerte reaccionar poderosamente sobre el estado del Espíritu en los primeros momentos.
13. ¿Ha conservado vuestro Espíritu la conciencia de su existencia hasta el último momento, y la ha recobrado inmediatamente? ¿Hubo un momento de ausencia de lucidez? ¿Y cuál ha sido su duración? –Resp. Hubo un instante de turbación, pero casi inapreciable para mí.
14. ¿Ha tenido algo de penoso el instante del despertar? –Resp. No, al contrario; yo me sentía –si puedo hablar así– alegre y dispuesto como si hubiese respirado aire puro al salir de una sala llena de humo.
Nota – Comparación ingeniosa y que sólo puede ser la expresión de la verdad.
15. ¿Os recordáis de la existencia que tuvisteis antes de la que acabáis de dejar? ¿Cuál era? –Resp. Puedo recordarla muy bien. Yo era un buen criado junto a un buen señor, que me recibió al mismo tiempo con otros en mi entrada en este mundo bienaventurado.
16. Creo que vuestro hermano se ocupa menos de las cuestiones espíritas de lo que vos os ocupabais. –Resp. Sí, haré conque él tome más interés, si esto me es permitido. Si él supiese lo que se gana con eso, le daría más importancia.
17. Vuestro hermano ha encargado al Sr. B... comunicarme vuestro deceso; ambos esperan ansiosamente el resultado de nuestra conversación; pero serán aún más sensibles a un recuerdo directo de vuestra parte, si consintierais encargarme de decirles algunas palabras para ellos o para otras personas que os extrañan. –Resp. Por vuestro intermedio les diré lo que yo mismo les habría dicho, pero recelo mucho no tener más influencia para con algunos de ellos como la tenía antaño; sin embargo, les ruego encarecidamente, en mi nombre y en el de sus amigos que veo, que reflexionen y que estudien seriamente esta grave cuestión del Espiritismo, aunque no fuese sino por la ayuda que trae para pasar por ese momento tan temido por la mayoría, y tan poco asustador para aquel que se ha preparado de antemano a través del estudio del futuro y por la práctica del bien. Decidles que estoy siempre con ellos, en medio de ellos, que los veo y que seré feliz si sus disposiciones pueden asegurarles, en el mundo en que me encuentro, un lugar del cual no tendrán sino que congratularse. Sobre todo decidle eso a mi hermano, cuya felicidad es mi deseo más anhelado y de quien no me olvido, aunque yo sea más feliz.
18. La simpatía que habéis tenido a bien testimoniarme cuando encarnado, sin haberme visto, me hace esperar que nos encontremos fácilmente cuando yo esté en vuestro medio; y hasta ese momento seré feliz si consintieseis asistirme en los trabajos que me restan hacer para cumplir mi tarea. –Resp. Me tenéis en muy favorable consideración; entretanto, estad convencido de que, si os pudiere ser de alguna utilidad, no dejaré de hacerlo, tal vez aun sin que lo sospechéis.
19. Os agradecemos por haber atendido a nuestro llamado y por las explicaciones instructivas que nos habéis dado. –Resp. Quedo a vuestra disposición; estaré a menudo con vosotros.
Observación – Esta comunicación es indiscutiblemente una de las que describen la vida espiritual con mayor claridad; ofrece una poderosa enseñanza en lo tocante a la influencia que las ideas espíritas ejercen sobre nuestro estado después de la muerte.
Esta conversación parece haber dejado algo que desear al amigo que nos ha comunicado la muerte del Sr. J...: «Este último –respondió él– no conservó en su lenguaje el sello de la originalidad que él tenía con nosotros. Mantuvo una reserva que no observaba con nadie; su estilo, que era incorrecto, cortado, contrasta con este estilo inspirado: él se atrevía a todo; refutaba severamente a quien formulase una objeción contra sus creencias; para convertirnos, nos derrotaba haciéndonos pedazos. En su aparición psicológica, no da a conocer ninguna particularidad de los numerosos vínculos que tenía con una multitud de personas con las cuales se relacionaba. Todos nosotros hubiésemos gustado de vernos citados por él, no para satisfacer nuestra curiosidad, sino para nuestra instrucción. Hubiéramos querido que hablase claramente de algunas ideas emitidas por nosotros en su presencia, en nuestras conversaciones. A mí personalmente, podría haberme dicho si yo estaba o no equivocado al detenerme en tal o cual consideración; si aquello que yo le había dicho era verdadero o falso. De manera alguna nos habló de su hermana, aún viva y tan digna de interés.»
Después de esta carta, nosotros hemos evocado nuevamente al Sr. J... y le hemos dirigido las siguientes preguntas:
20. ¿Tenéis conocimiento de la carta que he recibido en respuesta al envío de vuestra evocación? –Resp. Sí, he visto cuando la escribían.
21. ¿Tendríais la bondad de darnos algunas explicaciones sobre ciertos pasajes de esta carta, y esto –como bien lo comprendéis– con un fin instructivo, únicamente para proporcionarnos elementos para una respuesta? –Resp. Si lo creéis útil, sí.
22. Han considerado extraño que vuestro lenguaje no haya conservado el sello de la originalidad; parece que, cuando encarnado, erais bastante severo en la discusión. –Resp. Sí, pero el Cielo y la Tierra son bien diferentes, y aquí
yo encontré a maestros. ¡Qué queréis! Me impacientaban con sus objeciones extravagantes; yo les mostraba el Sol, y ellos no lo querían ver; ¿cómo tener sangre fría? Aquí no tenemos que discutir; todos nos entendemos.
23. Esos señores se sorprenden de que no los tengáis interpelado nominalmente para refutarlos, como lo hacíais cuando encarnado. –Resp. ¡Que se sorprendan! Yo los espero; cuando vengan a juntarse a mí, entonces verán quién de nosotros tenía razón. Será necesario que ellos vengan hacia acá –lo quieran o no–, y algunos más temprano de lo que imaginan. Su jactancia caerá como el polvo abatido por la lluvia; la fanfarronería... (Aquí el Espíritu se detiene y se rehúsa a terminar la frase.)
24. Ellos infieren que no les demostrasteis todo el interés que tenían derecho de esperar de vos. –Resp. Les deseo el bien, pero no puedo hacer nada contra la voluntad de ellos.
25. También se sorprenden que no les habéis dicho nada sobre vuestra hermana. –Resp. ¿Están ellos, pues, entre ella y yo?
26. El Sr. B... hubiera gustado que hubieseis dicho lo que él os contó en la intimidad; habría sido para él y para los otros un medio de esclarecimiento. –Resp. ¿Para qué repetir lo que él ya sabe? ¿Piensa que no tengo otras cosas que hacer? ¿Ellos no tienen todos los medios de esclarecimiento que yo tuve? ¡Que los aprovechen! Les garantizo que se sentirán bien. En cuanto a mí, bendigo al Cielo por haberme enviado la luz que me abrió el camino de la felicidad.
27. Pero es esta luz que ellos desean y serían felices si la recibiesen de vos. –Resp. La luz brilla para todos; ciego es aquel que no quiere ver; éste ha de caer en el precipicio y ha de maldecir su ceguera.
28. Vuestro lenguaje me parece impregnado de una gran severidad. –Resp. ¿Ellos no me consideraban demasiado manso?
29. Os agradecemos por haber tenido a bien venir, y por los esclarecimientos que nos habéis dado. –Resp. Siempre a vuestra disposición, porque sé que es para el bien.
Las tempestades – Papel de los Espíritus en los fenómenos naturales
(Sociedad, 22 de julio de 1859.)
1. (A François Arago.) Nos han dicho que la tempestad de Solferino ha tenido un objetivo providencial, y nos han señalado varios hechos de ese género, particularmente en febrero y en junio de 1848. Durante los combates, ¿tenían esas tempestades un objetivo análogo? –Resp. Casi todas.
2. El Espíritu interrogado sobre este tema nos ha dicho que en esas circunstancias sólo Dios actuaba, sin intermediarios. Permitidnos algunas preguntas al respecto, las cuales os pedimos que tengáis a bien responder con vuestra claridad habitual.
Concebimos perfectamente que la voluntad de Dios sea la causa primera, en esto como en todas las cosas; pero también sabemos que los Espíritus son sus agentes. Ahora bien, puesto que nosotros sabemos que los Espíritus ejercen una acción sobre la materia, no vemos por qué algunos de ellos no podrían ejercer una acción sobre los elementos, para agitarlos, calmarlos o dirigirlos. –Resp. Pero es evidente; no podría ser de otro modo. Dios no ejerce una acción directa sobre la materia; Él tiene agentes dedicados en todos los grados de la escala de los mundos. El Espíritu evocado se expresó así por tener un conocimiento menos perfecto de esas leyes, como de las leyes de la guerra.
Observación – La comunicación del oficial, relatada anteriormente, ha sido obtenida el 1° de julio; ésta ha tenido lugar el día 22 y por otro médium; nada, en la pregunta, indica la condición del primer Espíritu evocado, condición que espontáneamente recuerda el Espíritu que acaba de responder. Esta circunstancia es característica, y prueba que el pensamiento del médium no influyó para nada en la respuesta. Es así que, en una multitud de circunstancias fortuitas, el Espíritu revela su identidad como su independencia. Por eso es que nosotros decimos que es necesario ver y observar mucho; entonces, descubrimos una multitud de matices que escapan al observador superficial y apresurado. Se sabe que es preciso observar a fondo los hechos cuando ellos se presentan, y que no es provocándolos que los mismos se obtienen. El observador atento y paciente siempre encuentra algo que pueda aprovechar.
3. La mitología se basa enteramente en las ideas espíritas; en ella encontramos todas las propiedades de los Espíritus, con la diferencia de que los Antiguos consideraban a los Espíritus como dioses. Ahora bien, la mitología representa esos dioses o Espíritus con atribuciones especiales; así, unos eran encargados de los vientos, otros de los rayos, otros presidían la vegetación, etc. Esta creencia ¿está desprovista de fundamento? –Resp. Se halla tan poco desprovista de fundamento que aún está muy por debajo de la verdad.
4. En el inicio de nuestras comunicaciones los Espíritus nos han dicho cosas que parecen confirmar este principio. Por ejemplo, ellos nos han dicho que ciertos Espíritus habitan más especialmente el interior de la Tierra y presiden los fenómenos geológicos. –Resp. Sí, y no tardaréis mucho en tener la explicación de todo esto.
5. Esos Espíritus que habitan en el interior de la Tierra y que presiden los fenómenos geológicos, ¿son de un orden inferior? –Resp. Estos Espíritus no habitan realmente en la Tierra, pero presiden y dirigen los fenómenos; son de un orden totalmente diferente.
6. ¿Son Espíritus que se han encarnado en hombres como nosotros? –Resp. Que lo serán o que lo han sido. Dentro de poco tiempo os diré más al respecto, si lo quisiereis.
(Sociedad, 22 de julio de 1859.)
1. (A François Arago.) Nos han dicho que la tempestad de Solferino ha tenido un objetivo providencial, y nos han señalado varios hechos de ese género, particularmente en febrero y en junio de 1848. Durante los combates, ¿tenían esas tempestades un objetivo análogo? –Resp. Casi todas.
2. El Espíritu interrogado sobre este tema nos ha dicho que en esas circunstancias sólo Dios actuaba, sin intermediarios. Permitidnos algunas preguntas al respecto, las cuales os pedimos que tengáis a bien responder con vuestra claridad habitual.
Concebimos perfectamente que la voluntad de Dios sea la causa primera, en esto como en todas las cosas; pero también sabemos que los Espíritus son sus agentes. Ahora bien, puesto que nosotros sabemos que los Espíritus ejercen una acción sobre la materia, no vemos por qué algunos de ellos no podrían ejercer una acción sobre los elementos, para agitarlos, calmarlos o dirigirlos. –Resp. Pero es evidente; no podría ser de otro modo. Dios no ejerce una acción directa sobre la materia; Él tiene agentes dedicados en todos los grados de la escala de los mundos. El Espíritu evocado se expresó así por tener un conocimiento menos perfecto de esas leyes, como de las leyes de la guerra.
Observación – La comunicación del oficial, relatada anteriormente, ha sido obtenida el 1° de julio; ésta ha tenido lugar el día 22 y por otro médium; nada, en la pregunta, indica la condición del primer Espíritu evocado, condición que espontáneamente recuerda el Espíritu que acaba de responder. Esta circunstancia es característica, y prueba que el pensamiento del médium no influyó para nada en la respuesta. Es así que, en una multitud de circunstancias fortuitas, el Espíritu revela su identidad como su independencia. Por eso es que nosotros decimos que es necesario ver y observar mucho; entonces, descubrimos una multitud de matices que escapan al observador superficial y apresurado. Se sabe que es preciso observar a fondo los hechos cuando ellos se presentan, y que no es provocándolos que los mismos se obtienen. El observador atento y paciente siempre encuentra algo que pueda aprovechar.
3. La mitología se basa enteramente en las ideas espíritas; en ella encontramos todas las propiedades de los Espíritus, con la diferencia de que los Antiguos consideraban a los Espíritus como dioses. Ahora bien, la mitología representa esos dioses o Espíritus con atribuciones especiales; así, unos eran encargados de los vientos, otros de los rayos, otros presidían la vegetación, etc. Esta creencia ¿está desprovista de fundamento? –Resp. Se halla tan poco desprovista de fundamento que aún está muy por debajo de la verdad.
4. En el inicio de nuestras comunicaciones los Espíritus nos han dicho cosas que parecen confirmar este principio. Por ejemplo, ellos nos han dicho que ciertos Espíritus habitan más especialmente el interior de la Tierra y presiden los fenómenos geológicos. –Resp. Sí, y no tardaréis mucho en tener la explicación de todo esto.
5. Esos Espíritus que habitan en el interior de la Tierra y que presiden los fenómenos geológicos, ¿son de un orden inferior? –Resp. Estos Espíritus no habitan realmente en la Tierra, pero presiden y dirigen los fenómenos; son de un orden totalmente diferente.
6. ¿Son Espíritus que se han encarnado en hombres como nosotros? –Resp. Que lo serán o que lo han sido. Dentro de poco tiempo os diré más al respecto, si lo quisiereis.
Una familia espírita en la intimidad
Hace tres años la Sra. G... enviudó, quedándose con cuatro hijos; el hijo mayor es un joven de diecisiete años, y la hija menor es una encantadora niña de seis años. Desde hace mucho tiempo que esta familia se dedica al Espiritismo, e incluso antes de que esta creencia se hubiese popularizado como lo es hoy, el padre y la madre tenían una especie de intuición que diversas circunstancias habían desarrollado. El padre del Sr. G... le había aparecido varias veces en su juventud, y en cada ocasión lo prevenía de cosas importantes o le daba consejos útiles. Hechos del mismo género también habían sucedido entre sus amigos, de modo que, para ellos, la existencia del Más Allá no era objeto de la menor duda, así como no lo era la posibilidad de comunicarse con los seres que nos son queridos. Cuando llegó el Espiritismo, no fue sino la confirmación de una idea bien arraigada y santificada por el sentimiento de una religión esclarecida, porque esta familia es un modelo de piedad y de caridad evangélicas. Ellos han extraído de la nueva ciencia los medios más directos de comunicación; la madre y uno de los hijos se han vuelto excelentes médiums; pero lejos de emplear esta facultad en cuestiones fútiles, todos la consideran como un don precioso de la Providencia, del cual era permitido servirse solamente para cosas serias. Así, nunca la practican sin recogimiento y respeto, y lo hacen lejos de la mirada de los inoportunos y de los curiosos.
En este ínterin, el padre se enfermó y, al presentir su fin próximo, reunió a sus hijos y les dijo: «Mis queridos hijos, mi amada esposa: Dios me llama para sí; siento que voy a dejaros dentro de poco; pero sé que encontraréis en vuestra fe en la inmortalidad la fuerza necesaria para soportar con coraje esta separación, así como yo llevo el consuelo de que siempre podré estar en medio de vosotros y ayudaros con mis consejos. Por lo tanto, llamadme cuando no estuviere más en la Tierra; vendré a sentarme a vuestro lado, a conversar con vosotros, como lo hacen nuestros antepasados; porque, en verdad, estaremos menos separados de que si yo partiera hacia un país lejano. Mi querida esposa: te dejo una gran tarea, que cuanto más pesada fuere, más gloriosa será; tengo la certeza de que nuestros hijos te ayudarán a soportarla. ¿No es verdad, hijos míos? Secundad a vuestra madre; evitad todo lo que pueda hacerla sufrir; sed siempre buenos y benevolentes para con todos; tended las manos a vuestros hermanos desdichados, porque no gustaríais tenderlas un día pidiendo en vano para vosotros mismos. Que la paz, la concordia y la unión reinen entre vosotros; que nunca el interés os divida, porque el interés material es la mayor barrera entre la Tierra y el Cielo. Pensad que estaré siempre con vosotros, que os veré como os veo en este momento, y mejor aún, ya que veré vuestro pensamiento; por consiguiente, no permitáis que me entristezca después de mi muerte, porque esto no lo habéis hecho en vida.»
Es un espectáculo verdaderamente edificante observar esta piadosa familia espírita en la intimidad. Estos niños, alimentados en las ideas espíritas, no se consideran de modo alguno separados de su padre; para ellos, él está presente y temen practicar la más mínima acción que pueda desagradarlo. Una noche por semana –y a veces más– es consagrada para conversar con él; pero hay necesidades de la vida que deben ser provistas –la familia no es rica–, y es por eso que un día fijo es marcado para esas piadosas conversaciones, día siempre esperado con impaciencia. La pequeña niña pregunta a menudo: ¿es hoy que viene papá? Ese día es dedicado a las conversaciones familiares, con instrucciones proporcionales a cada inteligencia, a veces para la infancia y otras veces graves y sublimes; son consejos dados sobre pequeñas fallas que él señala: si por un lado hace elogios, por otro no evita la crítica, y el culpable baja los ojos como si el padre estuviese ante él; le piden perdón, el cual algunas veces es concedido después de varias semanas de prueba: su decisión es aguardada con fervorosa ansiedad. Entonces, qué alegría cuando el padre dice: ¡Estoy contento contigo! Pero la amenaza más terrible es cuando él dice: No vendré en la próxima semana.
La fiesta anual no es olvidada. Siempre es un día solemne para el cual invitan a todos los antepasados ya fallecidos, sin olvidar al hermanito muerto hace algunos años. Los retratos son adornados con flores; cada niño ha preparado un pequeño trabajo y hasta incluso un saludo tradicional; el hijo mayor ha hecho una disertación sobre un tema serio; una de las chicas ha ejecutado un fragmento de música; en fin, la menor ha recitado una fábula. Es el día de las grandes comunicaciones, y cada invitado ha recibido un recuerdo de los amigos que ha dejado en la Tierra.
¡Qué bellas son esas reuniones en su tocante simplicidad! ¡Cómo todo allí habla al corazón! ¿Cómo es posible salir de las mismas sin estar impregnado de amor al bien? Pero allá ninguna mirada mordaz y ninguna risa escéptica viene a perturbar el piadoso recogimiento; algunos amigos que comparten las mismas convicciones y los que se consagran a la religión de la familia son los únicos que participan de este banquete del sentimiento. Reíd cuanto quisiereis, vosotros que os burláis de las cosas más santas; por más soberbios y endurecidos que seáis, no os hago la injuria de creer que vuestro orgullo pueda permanecer impasible y frío ante un espectáculo como ése.
Sin embargo, un día fue de luto para la familia, día de verdadera tristeza: el padre había anunciado que durante algún tiempo, por bastante tiempo, no podría venir; una importante y gran misión lo llamaba lejos de la Tierra. No por eso la fiesta anual fue menos celebrada; pero fue triste, porque el padre no estaba allí. Él había dicho al partir: «Hijos míos, que a mi regreso os encuentre a todos dignos de mí», razón por la cual cada uno se esfuerza por volverse digno de él. Ellos aún esperan.
Hace tres años la Sra. G... enviudó, quedándose con cuatro hijos; el hijo mayor es un joven de diecisiete años, y la hija menor es una encantadora niña de seis años. Desde hace mucho tiempo que esta familia se dedica al Espiritismo, e incluso antes de que esta creencia se hubiese popularizado como lo es hoy, el padre y la madre tenían una especie de intuición que diversas circunstancias habían desarrollado. El padre del Sr. G... le había aparecido varias veces en su juventud, y en cada ocasión lo prevenía de cosas importantes o le daba consejos útiles. Hechos del mismo género también habían sucedido entre sus amigos, de modo que, para ellos, la existencia del Más Allá no era objeto de la menor duda, así como no lo era la posibilidad de comunicarse con los seres que nos son queridos. Cuando llegó el Espiritismo, no fue sino la confirmación de una idea bien arraigada y santificada por el sentimiento de una religión esclarecida, porque esta familia es un modelo de piedad y de caridad evangélicas. Ellos han extraído de la nueva ciencia los medios más directos de comunicación; la madre y uno de los hijos se han vuelto excelentes médiums; pero lejos de emplear esta facultad en cuestiones fútiles, todos la consideran como un don precioso de la Providencia, del cual era permitido servirse solamente para cosas serias. Así, nunca la practican sin recogimiento y respeto, y lo hacen lejos de la mirada de los inoportunos y de los curiosos.
En este ínterin, el padre se enfermó y, al presentir su fin próximo, reunió a sus hijos y les dijo: «Mis queridos hijos, mi amada esposa: Dios me llama para sí; siento que voy a dejaros dentro de poco; pero sé que encontraréis en vuestra fe en la inmortalidad la fuerza necesaria para soportar con coraje esta separación, así como yo llevo el consuelo de que siempre podré estar en medio de vosotros y ayudaros con mis consejos. Por lo tanto, llamadme cuando no estuviere más en la Tierra; vendré a sentarme a vuestro lado, a conversar con vosotros, como lo hacen nuestros antepasados; porque, en verdad, estaremos menos separados de que si yo partiera hacia un país lejano. Mi querida esposa: te dejo una gran tarea, que cuanto más pesada fuere, más gloriosa será; tengo la certeza de que nuestros hijos te ayudarán a soportarla. ¿No es verdad, hijos míos? Secundad a vuestra madre; evitad todo lo que pueda hacerla sufrir; sed siempre buenos y benevolentes para con todos; tended las manos a vuestros hermanos desdichados, porque no gustaríais tenderlas un día pidiendo en vano para vosotros mismos. Que la paz, la concordia y la unión reinen entre vosotros; que nunca el interés os divida, porque el interés material es la mayor barrera entre la Tierra y el Cielo. Pensad que estaré siempre con vosotros, que os veré como os veo en este momento, y mejor aún, ya que veré vuestro pensamiento; por consiguiente, no permitáis que me entristezca después de mi muerte, porque esto no lo habéis hecho en vida.»
Es un espectáculo verdaderamente edificante observar esta piadosa familia espírita en la intimidad. Estos niños, alimentados en las ideas espíritas, no se consideran de modo alguno separados de su padre; para ellos, él está presente y temen practicar la más mínima acción que pueda desagradarlo. Una noche por semana –y a veces más– es consagrada para conversar con él; pero hay necesidades de la vida que deben ser provistas –la familia no es rica–, y es por eso que un día fijo es marcado para esas piadosas conversaciones, día siempre esperado con impaciencia. La pequeña niña pregunta a menudo: ¿es hoy que viene papá? Ese día es dedicado a las conversaciones familiares, con instrucciones proporcionales a cada inteligencia, a veces para la infancia y otras veces graves y sublimes; son consejos dados sobre pequeñas fallas que él señala: si por un lado hace elogios, por otro no evita la crítica, y el culpable baja los ojos como si el padre estuviese ante él; le piden perdón, el cual algunas veces es concedido después de varias semanas de prueba: su decisión es aguardada con fervorosa ansiedad. Entonces, qué alegría cuando el padre dice: ¡Estoy contento contigo! Pero la amenaza más terrible es cuando él dice: No vendré en la próxima semana.
La fiesta anual no es olvidada. Siempre es un día solemne para el cual invitan a todos los antepasados ya fallecidos, sin olvidar al hermanito muerto hace algunos años. Los retratos son adornados con flores; cada niño ha preparado un pequeño trabajo y hasta incluso un saludo tradicional; el hijo mayor ha hecho una disertación sobre un tema serio; una de las chicas ha ejecutado un fragmento de música; en fin, la menor ha recitado una fábula. Es el día de las grandes comunicaciones, y cada invitado ha recibido un recuerdo de los amigos que ha dejado en la Tierra.
¡Qué bellas son esas reuniones en su tocante simplicidad! ¡Cómo todo allí habla al corazón! ¿Cómo es posible salir de las mismas sin estar impregnado de amor al bien? Pero allá ninguna mirada mordaz y ninguna risa escéptica viene a perturbar el piadoso recogimiento; algunos amigos que comparten las mismas convicciones y los que se consagran a la religión de la familia son los únicos que participan de este banquete del sentimiento. Reíd cuanto quisiereis, vosotros que os burláis de las cosas más santas; por más soberbios y endurecidos que seáis, no os hago la injuria de creer que vuestro orgullo pueda permanecer impasible y frío ante un espectáculo como ése.
Sin embargo, un día fue de luto para la familia, día de verdadera tristeza: el padre había anunciado que durante algún tiempo, por bastante tiempo, no podría venir; una importante y gran misión lo llamaba lejos de la Tierra. No por eso la fiesta anual fue menos celebrada; pero fue triste, porque el padre no estaba allí. Él había dicho al partir: «Hijos míos, que a mi regreso os encuentre a todos dignos de mí», razón por la cual cada uno se esfuerza por volverse digno de él. Ellos aún esperan.
Aforismos espíritas y pensamientos destacados
Cuando se evoca a un pariente o un amigo, por más afecto que os haya conservado, no es necesario esperar por esos impulsos de ternura que parecerían naturales después de una dolorosa separación; el afecto, por ser calmo, no es menos sentido y puede ser más real que el que se traduce a través de grandes demostraciones. Los Espíritus piensan, pero no obran como los hombres: dos Espíritus amigos se ven, se aman, son felices al aproximarse, pero no tienen necesidad de arrojarse a los brazos uno del otro. Cuando ellos se comunican con nosotros por la escritura, una buena palabra les basta y dice mucho más que frases enfáticas.
Cuando se evoca a un pariente o un amigo, por más afecto que os haya conservado, no es necesario esperar por esos impulsos de ternura que parecerían naturales después de una dolorosa separación; el afecto, por ser calmo, no es menos sentido y puede ser más real que el que se traduce a través de grandes demostraciones. Los Espíritus piensan, pero no obran como los hombres: dos Espíritus amigos se ven, se aman, son felices al aproximarse, pero no tienen necesidad de arrojarse a los brazos uno del otro. Cuando ellos se comunican con nosotros por la escritura, una buena palabra les basta y dice mucho más que frases enfáticas.