Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1859

Allan Kardec

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Marzo

Estudio sobre los médiums

Al ser los médiums los intérpretes de las comunicaciones espíritas, su papel es extremamente importante y nunca sería demasiada la atención dada al estudio de todas las causas que pueden influirlos, no sólo a sí mismos, sino también a aquellos que –no siendo médiums– se sirven de su intermedio, a fin de que se pueda juzgar el grado de confianza que merezcan las comunicaciones por ellos recibidas.

Ya hemos dicho que todo el mundo es más o menos médium; pero se ha convenido en dar este nombre a aquellos en quienes las manifestaciones son patentes y, por así decirlo, facultativas. Ahora bien, entre estos últimos hay aptitudes muy diversas: se puede decir que cada uno tiene su especialidad. En un primer aspecto, aparecen con nitidez dos categorías: los médiums de efectos físicos y los médiums de efectos intelectuales. Estos últimos presentan numerosas variedades, de las cuales las principales son: los escribientes o psicógrafos, los dibujantes, los psicofónicos, los auditivos y los videntes. Los médiums poéticos, músicos y políglotas son variedades de los psicógrafos y de los psicofónicos. No volveremos a las definiciones que hemos dado sobre estos diferentes géneros; solamente queremos recordar sucintamente el conjunto para una mayor claridad.

De todos los géneros de médiums, el más común es el de los escribientes; es el modo más fácil de adquirir a través del ejercicio; también es para este lado –y con razón– que generalmente se dirigen los deseos y los esfuerzos de los aspirantes. Presenta dos variedades que igualmente son encontradas en varias otras categorías: los médiums escribientes mecánicos y los escribientes intuitivos. En los primeros, el impulso de la mano es independiente de la voluntad; se mueve por sí misma sin que el médium tenga conciencia alguna de lo que escribe, pudiendo estar su pensamiento en cualquier otra cosa. En el médium intuitivo, el Espíritu actúa sobre el cerebro; su pensamiento atraviesa, por decirlo así, el pensamiento del médium, sin que haya confusión. Por consiguiente, él tiene conciencia de lo que escribe, incluso a menudo una conciencia anticipada, porque la intuición precede algunas veces al movimiento de la mano, y sin embargo el pensamiento expresado no es el del médium. Una comparación bien simple nos hará comprender este fenómeno. Cuando queremos conversar con alguien cuyo idioma no sabemos, nos servimos de un intérprete; éste tiene conciencia del pensamiento de los interlocutores: debe entenderlo para poder expresarlo, y no obstante ese pensamiento no es el suyo. Pues bien, el papel del médium intuitivo es el de un intérprete entre el Espíritu y nosotros. La experiencia nos ha enseñado que los médiums mecánicos y los médiums intuitivos son igualmente buenos, igualmente aptos para recibir y transmitir buenas comunicaciones. Como medio de convicción, los primeros persuaden más, sin duda; pero cuando la convicción es adquirida, es inútil la preferencia; la atención debe ser totalmente dirigida hacia la naturaleza de las comunicaciones, es decir, hacia la aptitud del médium en recibirlas de los Espíritus buenos o de los malos, y en este aspecto decimos si él está bien o mal asistido: he aquí toda la cuestión, y esta cuestión es capital, porque sólo ella puede determinar el grado de confianza que él merece; esto es resultado del estudio y de la observación, por lo que remitimos a nuestros lectores a un artículo anterior intitulado Escollos de los médiums.

Con un médium intuitivo la dificultad consiste en distinguir los pensamientos que le son propios de aquellos que le son sugeridos. Esta dificultad existe para él; el pensamiento sugerido le parece tan natural que lo toma a menudo como si fuese suyo, y duda de su facultad. El medio de convencerlo –a él y a los otros– es ejercitarla frecuentemente. Entonces, en el número de evocaciones a las cuales participe, se presentarán miles de circunstancias, una multitud de comunicaciones íntimas y de particularidades de las que no podría tener ningún conocimiento previo, y que han de constatar de una manera irrecusable la completa independencia de su propio Espíritu.

Las diferentes variedades de médiums reposan sobre aptitudes especiales, y hasta el presente no se sabe totalmente cuál es su principio. A primera vista, y para las personas que no han hecho de esta ciencia un estudio sistematizado, no parece más difícil a un médium escribir versos que prosa; sobre todo si fuere médium mecánico, se dirá que el Espíritu tanto puede hacerlo escribir en una lengua extranjera como hacerlo dibujar o dictarle música. Entretanto, no es nada de eso. Aunque se vean a cada momento dibujos, versos, músicas realizadas por médiums que, en su estado normal, no son dibujantes, ni poetas, ni músicos, no todos son aptos para producir estas cosas. A pesar de su ignorancia, hay en ellos una facultad intuitiva, una flexibilidad que los hace instrumentos más dóciles. Es esto lo que muy bien ha expresado Bernard Palissy cuando se le preguntó por qué él había elegido al Sr. Victorien Sardou, que no sabe dibujar, para hacer sus admirables dibujos; es porque lo encuentro más flexible, dijo él. Sucede lo mismo con otras aptitudes y, observamos una cosa singular: hemos visto a Espíritus rehusarse a dictar versos a médiums que conocían poesía, y dárselos encantados a personas que no sabían ni las primeras reglas; esto prueba una vez más que los Espíritus tienen su libre albedrío, y que es en vano querer someterlos a nuestros caprichos.

De las observaciones precedentes se deduce que un médium debe seguir el impulso que le es dado según su aptitud; que debe tratar de perfeccionar esta aptitud a través del ejercicio, pero que buscaría inútilmente si quisiese adquirir la que le falta, o al menos que esto sería perjudicial a la que posee. De modo alguno forcemos nuestro talento: nada haríamos con gracia, dijo La Fontaine; nosotros podemos agregar: nada haríamos de bueno. Cuando un médium posee una facultad preciosa con la que puede volverse verdaderamente útil, que se contente con ella y que no busque una vana satisfacción de su amor propio en una variedad que sería el debilitamiento de la facultad primordial; si ésta debe ser transformada –lo que a menudo sucede– o si debe adquirir una nueva, esto tendrá lugar espontáneamente y no por un efecto de su voluntad.

La facultad de producir efectos físicos forma una categoría bien nítida que raramente se alía con los efectos intelectuales, sobre todo con aquellos de alto alcance. Se sabe que los efectos físicos son reservados a los Espíritus de orden inferior, como entre nosotros las proezas a los saltimbanquis; ahora bien, los Espíritus golpeadores pertenecen a esa clase inferior; ellos actúan frecuentemente por cuenta propia, para divertirse o molestar, pero también algunas veces por orden de Espíritus elevados que se sirven de ellos, como nosotros de los peones; sería absurdo creer que Espíritus superiores vengan a divertirse, golpeando en las mesas o haciéndolas girar. Digamos que ellos se sirven de esos medios a través de intermediarios, ya sea con el objetivo de convencer o para comunicarse con nosotros cuando no dispongamos de otros medios; pero los abandonan desde el momento en que puedan actuar de un modo más rápido, más cómodo y más directo, así como nosotros hemos abandonado el telégrafo aéreo desde que tuvimos el telégrafo eléctrico. De ninguna manera los efectos físicos deben ser desdeñados, porque para muchas personas son un medio de convicción; además ellos ofrecen un precioso elemento de estudio sobre las fuerzas ocultas; pero es de notar que los Espíritus los rehúsan en general con aquellos que no tienen necesidad de los mismos, o por lo menos los aconsejan a no ocuparse de ellos de una manera especial. He aquí lo que al respecto escribió el Espíritu san Luis en la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas:

«Se han burlado de las mesas giratorias, pero jamás se burlarán de la filosofía, de la sabiduría y de la caridad que brillan en las comunicaciones serias. Aquéllas han sido el vestíbulo de la ciencia espírita; al entrar en él deben dejarse los prejuicios, como quien deja la capa. Nunca estaría de más aconsejaros a hacer de vuestras reuniones un centro serio: que en otros lugares se hagan demostraciones físicas, que en otros lugares las vean y oigan, pero que entre vosotros se comprenda y se ame. ¿Qué esperáis ser a los ojos de los Espíritus superiores cuando hacéis girar una mesa? Ignorantes. ¿Gasta el sabio su tiempo en repasar el abecé de la ciencia? En cambio, al veros procurar las comunicaciones inteligentes e instructivas, se os considera como hombres serios en busca de la verdad».

Es imposible resumir de una manera más lógica y más precisa el carácter de los dos géneros de manifestaciones. Aquel que tiene comunicaciones elevadas las debe a la asistencia de los Espíritus buenos: esta es una muestra de la simpatía de ellos por él; renunciar a esto para buscar los efectos materiales es dejar a una sociedad selecta por una sociedad ínfima; querer aliar las dos cosas es llamar alrededor de sí a seres antipáticos, y en ese conflicto es probable que los buenos se vayan y que los malos se queden. Lejos de nosotros el querer menospreciar a los médiums de efectos físicos; ellos tienen su razón de ser, su objetivo providencial; prestan indiscutibles servicios a la ciencia espírita; pero cuando un médium posee una facultad que puede ponerlo en relación con seres superiores, no comprendemos que de ella abdique, o incluso que desee otras, a no ser que sea por ignorancia; porque frecuentemente la ambición de querer serlo todo, hace conque se acabe no siendo nada.


Médiums interesados

En nuestro artículo Escollos de los médiums hemos puesto a la codicia en el número de los defectos que pueden dar motivo a los Espíritus imperfectos. Algunas explicaciones sobre este tema no serán inútiles. Es preciso ubicar en la primera fila de los médiums interesados a los que podrían hacer de su facultad una profesión, dando lo que se acostumbra llamar consultas o sesiones remuneradas. Nosotros no los conocemos, por lo menos en Francia; pero como todo puede volverse un objeto de explotación, nada habría de sorprendente en que un día quisiesen explotar a los Espíritus; resta saber cómo enfocarían la cuestión si una especulación tal intentara introducirse. Sin ser ellos completamente iniciados en el Espiritismo, se comprende lo que esto tendría de degradante; pero cualquiera que conozca un poco las difíciles condiciones en que los Espíritus buenos se comunican con nosotros, su repulsa por todo lo que sea de interés egoísta, y que sepa cuán poco es preciso para alejarlos, nunca podrá admitir que los Espíritus superiores estén a disposición del primero que los evoque a tanto por hora; el simple buen sentido rechaza semejante suposición. ¿No sería también una profanación evocar por dinero a su padre, a su madre, a su hijo o a su amigo? Sin duda que de este modo se pueden obtener comunicaciones, pero ¡Dios sabe de qué fuente! Los Espíritus ligeros, mentirosos, traviesos, burlones y toda esa turba de Espíritus inferiores vienen siempre; ellos están siempre listos a responder a todo; san Luis nos decía el otro día en la Sociedad: Evocad a una roca y ésta os responderá. El que quiera comunicaciones serias debe, ante todo, compenetrarse de la naturaleza de las simpatías del médium con los seres del Más Allá; ahora bien, aquellas que dan afán de lucro no pueden sino inspirar una muy mediocre confianza.

Médiums interesados no son únicamente aquellos que podrían exigir una retribución fija; el interés no siempre se traduce en la expectativa de un lucro material, sino también en los fines ambiciosos de cualquier naturaleza, sobre los cuales se pueden fundar esperanzas personales; éste también es un defecto que saben muy bien usar los Espíritus burlones y del cual se aprovechan con una destreza y con una astucia realmente notables, forjando mentirosas ilusiones en los que así se colocan bajo su dependencia. En resumen, la mediumnidad es una facultad dada para el bien, y los Espíritus buenos se alejan de quien pretenda convertirla en un trampolín para conseguir cualquier cosa que no responda a los designios de la Providencia. El egoísmo es la llaga de la sociedad, y los Espíritus buenos lo combaten; por lo tanto, no es posible suponer que se pongan a su servicio. Esto es tan racional que sería inútil insistir más en este punto.

Los médiums de efectos físicos no están en la misma categoría: estos efectos son generalmente producidos por Espíritus inferiores, poco escrupulosos en lo que respecta a los sentimientos morales; un médium de esta categoría, que quisiese explotar su facultad, podría por lo tanto encontrar quien lo asistiera en esto sin gran repugnancia; pero ahí también se presenta otro inconveniente. El médium de efectos físicos, al igual que el de efectos intelectuales, no ha recibido la facultad para su satisfacción personal: le ha sido dada con la condición de hacer un buen uso de la misma, y si de ella abusa puede serle retirada o incluso volverla perjudicial a sí mismo, porque en definitiva los Espíritus inferiores están subordinados a los Espíritus superiores. Los Espíritus inferiores se complacen en mistificar, pero no les gusta ser mistificados; si de buena gana se prestan a las bromas y a las cosas curiosas, no quieren que se los explote más que a los otros, y prueban a cada instante que tienen su propia voluntad, que obran como y cuando mejor les parece, lo que hace que el médium de efectos físicos esté todavía menos seguro que el médium escribiente, en lo que se refiere a la regularidad de las manifestaciones. Pretender producirlas en días y en horas fijas, sería dar muestras de la más profunda ignorancia. Entonces, ¿qué hacer para ganar dinero? Simular los fenómenos; es lo que puede suceder no sólo con quienes hagan de ello un oficio deliberado, sino también con las personas aparentemente simples que se limitan a recibir cualquier retribución de los visitantes. Si el Espíritu no produce manifestaciones, se lo suple: la imaginación es tan fecunda cuando se trata de ganar dinero; es una tesis que desarrollaremos en un artículo especial, a fin de ponerse en guardia contra el fraude.

De todo lo expuesto, sacamos en conclusión que el más absoluto desinterés es la mejor garantía contra el charlatanismo, porque no existen charlatanes desinteresados; si dicho desinterés ni siempre asegura la buena cualidad de las comunicaciones inteligentes, quita a los Espíritus malos un poderoso medio de acción y cierra la boca a ciertos detractores.


Fenómeno de transfiguración

Hemos extraído el siguiente caso de una carta que nos ha escrito uno de nuestros corresponsales en St-Étienne, en el mes de septiembre de 1857. Después de haber hablado de diversas comunicaciones de las que ha sido testigo, él agrega:

«Un hecho más sorprendente ocurre en una familia que vive en nuestros alrededores. De las mesas giratorias han pasado al sillón que habla; después han atado un lápiz a la pata de ese sillón y éste ha indicado la psicografía; ha sido practicada por un largo tiempo, más bien como juguete que como cosa seria. En fin, la escritura ha designado a una de las jovencitas de la casa y ha ordenado pasar las manos sobre su cabeza después de haberla hecho acostar; ella se durmió casi inmediatamente y, después de un cierto número de experiencias, esta muchacha se transfiguró: ella tomaba los rasgos, la voz y los gestos de parientes muertos, de abuelos que nunca había conocido y de un hermano fallecido desde hacía algunos meses; esas transfiguraciones ocurrían sucesivamente en una misma sesión. Ella hablaba un dialecto que no es más el de nuestra época: esto me lo han dicho, porque yo no conozco ni el de antaño ni el actual; pero lo que puedo afirmar es que en una sesión donde había tomado la apariencia de su hermano, un hombre vigoroso, esta jovencita de 13 años me ha estrechado la mano con un rudo apretón.

«Desde hace 18 meses o dos años que ese fenómeno es constantemente repetido de la misma manera; sólo hoy en día se produce espontánea y naturalmente, sin imposición de las manos.»

Aunque bastante raro, este fenómeno extraño de ningún modo es excepcional; ya nos han hablado de varios hechos semejantes, y varias veces nosotros mismos hemos sido testigo de algo análogo entre los sonámbulos en estado de éxtasis e incluso entre los extáticos que no se encontraban en estado sonambúlico. Además, es cierto que las emociones violentas operan sobre la fisonomía un cambio que le da un carácter completamente diferente al del estado normal. ¿No vemos igualmente a personas cuyos rasgos móviles se prestan, según su voluntad, a modificaciones que les permiten tomar la apariencia de otras personas? Por lo tanto, vemos con esto que la rigidez del rostro no es tal que no pueda sujetarse a modificaciones pasajeras más o menos profundas, y nada hay de sorprendente en que un hecho semejante pueda producirse en el caso en cuestión, aunque quizás por una causa independiente de la voluntad.

He aquí las respuestas que al respecto hemos obtenido de san Luis, en la sesión de la Sociedad del 25 de febrero último.

1. El caso de transfiguración del cual acabamos de hablar, ¿es real? –Resp. Sí.

2. ¿Hay en ese fenómeno un efecto material? –Resp. El fenómeno de transfiguración puede tener lugar de una manera material, a tal punto que, en las diversas fases que presenta, se podría reproducirlo en el daguerrotipo.

3. ¿Cómo es producido este efecto? –Resp. La transfiguración, como vosotros la entendéis, no es sino una modificación de la apariencia, un cambio, una alteración en los rasgos que puede ser producida por la acción del propio Espíritu sobre su envoltura, o por una influencia exterior. El cuerpo nunca cambia, pero a consecuencia de una contracción nerviosa experimenta apariencias diversas.

4. ¿Puede suceder que los espectadores sean engañados por una falsa apariencia? –Resp. Puede ocurrir también que el periespíritu desempeñe el papel que conocéis. En el hecho citado hubo una contracción nerviosa, y la imaginación lo ha aumentado mucho; además, este fenómeno es bastante raro.

5. El papel del periespíritu ¿sería análogo a lo que pasa en el fenómeno de bicorporeidad? –Resp. Sí.

6. ¿Entonces es preciso que, en el caso de transfiguración, haya desaparición del cuerpo real para los espectadores que no ven más que el periespíritu bajo una forma diferente? –Resp. No una desaparición física, sino una oclusión. Entendeos sobre las palabras.

7. Parece resultar de lo que acabáis de decir que en el fenómeno de transfiguración pueden haber dos efectos: 1°) Alteración de los rasgos del cuerpo real como consecuencia de una contracción nerviosa. 2°) Apariencia variable del periespíritu que se hace visible. ¿Es así que debemos entenderlo? –Resp. Ciertamente.

8. ¿Cuál es la causa primera de ese fenómeno? –Resp. La voluntad del Espíritu.

9. ¿Todos los Espíritus pueden producirlo? –Resp. No; los Espíritus no siempre pueden hacer lo que quieren.

10. ¿Cómo explicar la fuerza anormal de esta jovencita, transfigurada en la persona de su hermano? –Resp. ¿No posee el Espíritu una gran fuerza? Además, es la del cuerpo en su estado normal.

Nota – Este hecho no tiene nada de sorprendente; a menudo vemos a las personas más débiles, dotadas momentáneamente de una fuerza muscular prodigiosa debido a una causa sobreexcitante.

11. Puesto que, en el fenómeno de transfiguración, el ojo del observador puede ver una imagen diferente de la realidad, ¿sucede lo mismo en ciertas manifestaciones físicas? Por ejemplo, cuando una mesa se eleva sin el contacto de las manos y la vemos por encima del piso, ¿es realmente la mesa que se desplaza? –Resp. ¿Otra vez lo preguntáis?

12. ¿Qué es lo que la levanta? –Resp. La fuerza del Espíritu.

Nota – Este fenómeno ya había sido explicado por san Luis, y nosotros hemos tratado esta cuestión de una manera completa en los números de mayo y de junio de 1858, con referencia a la Teoría de las manifestaciones físicas. Nos ha sido dicho que, en este caso, la mesa o cualquier otro objeto que se mueve se anima de una vida artificial momentánea, que le permite obedecer a la voluntad del Espíritu.

Ciertas personas han querido ver en este hecho una simple ilusión de óptica que las haría observar, por una especie de espejismo, una mesa en el espacio, mientras que la misma está realmente en el piso. Si fuera así, la cuestión no sería menos digna de atención; es de notar que aquellos que quieren negar o denigrar los fenómenos espíritas, los expliquen a través de causas que por sí mismas serían verdaderos prodigios y bien más difíciles de comprender; ahora bien, ¿por qué, pues, tratan esto con tanto desdén? Si la causa que ellos señalan es real, ¿por qué no profundizarla? El físico busca entender el menor movimiento anormal de la aguja imantada; el químico, el más ligero cambio en la atracción molecular; ¿por qué, entonces, se vería con indiferencia a fenómenos tan raros como los que acabamos de hablar, aunque fuesen el resultado de un simple desvío del rayo visual o de una nueva aplicación de las leyes conocidas? Esto no es lógico.

Ciertamente no sería imposible que, por un efecto de óptica, análogo al que nos hace ver un objeto en el agua más alto de lo que está –como consecuencia de la refracción del rayo luminoso–, una mesa nos pareciera estar en el espacio, cuando en realidad estaría en el piso; pero hay un hecho que resuelve perentoriamente la cuestión: es cuando la mesa cae ruidosamente en el piso y se quiebra; esto no nos parece ser una ilusión de óptica. Volvamos a la transfiguración.

Si una contracción muscular puede modificar los rasgos del rostro, esto sólo podrá suceder dentro de un cierto límite; pero seguramente si una jovencita toma la apariencia de un anciano, ningún efecto fisiológico le hará crecer la barba; por lo tanto, es preciso buscar la causa en otro lugar. Si nos remitimos a lo que hemos dicho precedentemente sobre el papel del periespíritu en todos los casos de apariciones, inclusive de personas vivas, se ha de comprender que ahí está la clave del fenómeno de transfiguración. En efecto, puesto que el periespíritu puede aislarse del cuerpo y volverse visible; ya que por su extrema sutileza puede tomar diversas apariencias a voluntad del Espíritu, se concebirá sin dificultad que así ocurra con una persona transfigurada: el cuerpo continúa el mismo; solamente el periespíritu ha cambiado de aspecto. Pero entonces –se dirá–, ¿en qué se vuelve el cuerpo? ¿Por qué el observador no ve una imagen doble, de un lado el cuerpo real y del otro el periespíritu transfigurado? Hechos extraños, de los cuales próximamente hablaremos, prueban que debido a una especie de fascinación que se opera en el observador en esta circunstancia, el cuerpo real puede, de algún modo, ser ocultado por el periespíritu.

Ese fenómeno, objeto de este artículo, nos ha sido comunicado desde hace un buen tiempo, y si aún no habíamos hablado del mismo es porque no nos proponemos hacer de nuestra Revista un simple catálogo de hechos para alimentar la curiosidad, o una árida compilación sin apreciaciones ni comentarios; nuestra tarea sería demasiado fácil, y nosotros la tomamos más en serio; ante todo nos dirigimos a los hombres de razonamiento, a quienes –como nosotros– quieren conocer las cosas, tanto como sea posible. Ahora bien, la experiencia nos ha enseñado que los hechos, por más extraños y multiplicados que sean, de ninguna manera son elementos de convicción; y lo son tanto menos como más extraños fueren. Cuanto más extraordinario es un hecho, más anormal parece y menos se está dispuesto a creer en él; quieren ver, y cuando han visto, todavía dudan; desconfían de la ilusión y de confabulaciones. Esto no es así cuando en los hechos se encuentra una razón de ser por una causa plausible. Vemos todos los días a personas que en otros tiempos rechazaban los fenómenos espíritas atribuyéndolos a la imaginación y a una credulidad ciega, y que hoy en día son fervorosos adeptos, precisamente porque ahora esos fenómenos no tienen nada que repugnen a la razón; ellas los explican, comprenden su posibilidad y creen incluso sin haber visto. Por lo tanto, antes de hablar de ciertos hechos, nosotros hemos esperado que los principios fundamentales estuviesen lo suficientemente desarrollados como para poder explicar su causa; el de la transfiguración está entre este número. El Espiritismo es para nosotros más que una creencia: es una ciencia, y nos sentimos felices en ver que nuestros lectores nos han comprendido.


Diatribas

Sin duda algunas personas esperan encontrar aquí una respuesta a ciertos ataques demasiado poco respetuosos, de los cuales la Sociedad, nosotros personalmente y los adeptos del Espiritismo en general han sido objeto en estos últimos tiempos. Les pedimos que consientan en remitirse a nuestro artículo intitulado Polémica espírita, que encabeza el número de noviembre último, donde hemos hecho al respecto nuestra profesión de fe. Sólo agregaremos pocas palabras, ya que no tenemos tiempo para ocuparnos de todas esas discusiones ociosas. Aquellos que tienen tiempo para perder, para reírse de todo –incluso de lo que no comprenden–, para la maledicencia, la calumnia o la pedantería, que se queden tranquilos: no tenemos la pretensión de impedirlos. La Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas, compuesta de hombres honorables por su saber y por su posición, tanto franceses como extranjeros –médicos, literatos, artistas, funcionarios, oficiales, comerciantes, etcétera–, al recibir cada día a las más altas notabilidades sociales y al mantener correspondencia con todas las partes del mundo, está por encima de esas pequeñas intrigas de la envidia y del amor propio; ella prosigue sus trabajos con calma y recogimiento, sin inquietarse con las injurias que ni siquiera evitan proferir contra las más respetables organizaciones.

En cuanto al Espiritismo en general, que es una de las fuerzas de la Naturaleza, el escarnio será destruido, como lo ha sido contra tantas otras cosas que el tiempo ha consagrado; esa utopía, esa fantasía –como ciertas personas lo llaman– ya ha dado la vuelta al mundo y todas las diatribas no impedirán su marcha, del mismo modo que en otros tiempos los anatemas no han impedido a la Tierra girar. Por lo tanto, dejemos a los escarnecedores reír a gusto, puesto que tal es su capricho; lo harán a expensas del Espíritu; ríen bastante de la religión, ¿por qué no reirían del Espiritismo, que no es sino una ciencia? Mientras tanto, ellos nos prestan más servicios que prejuicios al economizarnos gastos con publicidad, porque no hay uno sólo de sus artículos –por más espirituoso que sea– que no haya hecho vender algunos de nuestros libros y que no nos haya proporcionado algunas suscripciones. Gracias, pues, por el servicio que nos prestan sin querer.

Diremos, igualmente, poca cosa en lo que nos atañe personalmente; aquellos que nos atacan, ostensiblemente o de forma oculta, pierden su tiempo si creen que nos perturban; si piensan en bloquearnos el camino, también se equivocan, ya que nada pedimos y solamente aspiramos a ser útiles dentro de los límites de las fuerzas que Dios nos ha dado; por modesta que sea nuestra posición, nos contentamos con aquello que para muchos sería mediocridad: no ambicionamos rangos, ni fortuna, ni honores; no buscamos el mundo, ni sus placeres; lo que no podemos tener no nos causa pesar alguno y lo vemos con la más completa indiferencia; puesto que no está en nuestros gustos, no envidiamos a aquellos que poseen esas ventajas –si ventajas hay–, lo que a nuestros ojos es para cuestionar, porque los goces pueriles de este mundo no aseguran un lugar mejor en el otro; lejos de eso. Nuestra vida es toda de labor y de estudio, y consagramos al trabajo hasta los instantes de reposo: aquí no hay de qué tener celos. Como tantos otros, llevamos nuestra piedra al edificio que se eleva; pero nos ruborizaríamos de hacer de esto un escalón para llegar adonde sea que fuere; que otros aporten más que nosotros; que otros trabajen tanto como nosotros y mejor que nosotros, y los veremos con sincera alegría; lo que ante todo queremos es el triunfo de la verdad, de cualquier parte que venga, porque no tenemos la pretensión de sólo nosotros tener la luz; si de eso debe redundar alguna gloria, el campo está abierto para todo el mundo y tenderemos la mano a todos aquellos que, en este áspero curso de la vida, nos sigan con lealtad, con abnegación y sin segundas intenciones personales.

Sabíamos muy bien que, al enarbolar abiertamente la bandera de las ideas de las cuales nos hemos hecho uno de los propagadores y al arrostrar prejuicios, atraeríamos a enemigos, siempre listos a lanzar dardos envenenados contra quien levante la cabeza y se ponga en evidencia; pero existe la siguiente diferencia entre ellos y nosotros: que no queremos para ellos el mal que buscan hacernos, porque sabemos distinguir la parte que compete a la debilidad humana, y es en esto solamente que nos creemos superior; el ser humano se rebaja por la envidia, por el odio, por los celos y por todas las pasiones mezquinas: pero se eleva por el olvido de las ofensas. Ahí está la moral espírita; ¿no vale ella más que las personas que difaman a su prójimo? Esta moral nos ha sido dictada por los Espíritus que nos asisten, y por la misma es que se puede juzgar si ellos son buenos o malos. Ella nos muestra las cosas de lo alto tan grandes y las de abajo tan pequeñas que no podemos sino compadecernos de aquellos que voluntariamente se torturan para darse alguna efímera satisfacción a su amor propio.




Conversaciones familiares del Más Allá

Paul Gaimard
Médico de la Marina y viajero naturalista, fallecido el 11 de diciembre de 1858 a la edad de 64 años; evocado el 24 del mismo mes por uno de sus amigos, el Sr. Sardou.

1. Evocación. –Resp. Estoy aquí; ¿qué deseas?

2. ¿Cuál es tu estado actual? –Resp. Estoy errante como los Espíritus que dejan la Tierra y que tienen el deseo de avanzar en la senda del bien. Nosotros buscamos, estudiamos y después elegimos.

3. ¿Se han modificado tus ideas sobre la naturaleza del hombre? –Resp. Mucho; bien puedes evaluarlo.

4. ¿Qué juicio tienes ahora sobre el género de vida que has llevado durante la existencia que acabas de terminar en este mundo? –Resp. Estoy contento porque he trabajado.

5. Creías que para el hombre todo acababa en la tumba: de ahí tu epicureísmo y el deseo que algunas veces expresabas de vivir siglos para gozar bien la vida. ¿Qué piensas de los vivos que no tienen otra filosofía que ésa? –Resp. Me compadezco de ellos, no obstante esto les sirva: con tal sistema pueden apreciar fríamente todo lo que entusiasma a los otros hombres, y eso les permite juzgar sanamente muchas cosas que fascinan demasiado a los crédulos.

Observación – Es la opinión personal del Espíritu; nosotros la damos como tal y no como máxima.

6. El hombre que se esfuerza moralmente más que intelectualmente, ¿obra
mejor que aquel que se apega sobre todo al progreso intelectual y descuida el progreso moral? –Resp. Sí; el aspecto moral es más importante. Dios da espíritu como recompensa a los buenos, mientras que el progreso moral debe ser adquirido.

7. ¿Qué entiendes cuando dices que Dios da espíritu? –Resp. Una vasta inteligencia.

8. Sin embargo existen muchos seres malos que tienen una vasta inteligencia. –Resp. Ya lo he dicho. Habéis preguntado cuál de los dos progresos valía más adquirir; os he dicho que el progreso moral era preferible; pero aquel que trabaja en perfeccionar su Espíritu puede adquirir un alto grado de inteligencia. ¿Cuándo, pues, comprenderéis con medias palabras?

9. ¿Estás completamente desprendido de la influencia material del cuerpo? –Resp. Sí; lo que se os ha dicho no comprende sino una cierta clase de la Humanidad.

Nota – Varias veces ha sucedido que los Espíritus evocados, incluso algunos meses después de su muerte, han declarado estar todavía bajo la influencia de la materia; pero todos esos Espíritus habían sido hombres que no progresaron ni moral ni intelectualmente. Es a esta clase de la Humanidad que se refiere el Espíritu Paul Gaimard.

10. ¿Has tenido en la Tierra otras existencias además de la última? –Resp. Sí.

11. Esta última, ¿es la consecuencia de la precedente? –Resp. No; ha habido un gran espacio de tiempo entre ambas.

12. A pesar de ese largo intervalo, ¿no podría haber, entretanto, una cierta relación entre esas dos existencias? –Resp. Cada minuto de nuestra vida es la consecuencia del minuto anterior, si así lo prefieres.

Nota – El Dr. B..., que asistía a esta conversación, expresó la opinión de que ciertas tendencias, ciertos instintos que a veces se despiertan en nosotros, bien podrían ser como un reflejo de una existencia anterior. Él citó varios hechos perfectamente constatados de mujeres jóvenes que, en el embarazo, se han visto impelidas a cometer actos feroces, como, por ejemplo, la señora que se arrojó sobre el brazo de un empleado de la carnicería y lo mordió con fuerza; otra que cortó la cabeza de un niño y ella misma la llevó al comisario de la policía; una tercera mujer que mató a su marido, lo cortó en pequeños pedazos –a los que les puso sal– y con los cuales se alimentó durante varios días. El doctor preguntó si, en una existencia anterior, esas mujeres no habían sido antropófagas.

13. Has escuchado lo que acaba de decir el Dr. B...; ¿será que esos instintos, designados con el nombre de antojos de mujeres embarazadas, son consecuencia de hábitos contraídos en una existencia anterior? –Resp. No; son una locura transitoria; una pasión en su más alto grado; la voluntad del Espíritu está eclipsada.

Observación – El Dr. B... hace observar que efectivamente los médicos consideran esos actos como casos de locura transitoria. Nosotros compartimos esta opinión, pero no por los mismos motivos, puesto que aquellos que no están familiarizados con los fenómenos espíritas son generalmente llevados a atribuirlos únicamente a causas que ellos conocen. Estamos persuadidos de que debemos tener reminiscencias de ciertas disposiciones morales anteriores; incluso agregamos que es imposible que sea de otro modo, pues el progreso solamente se realiza gradualmente; pero éste no es el caso, y lo que lo prueba es que las personas de las cuales acabamos de hablar no daban ninguna señal de ferocidad, fuera de su estado patológico: evidentemente no había en ellas sino una perturbación momentánea de las facultades morales. Se reconoce el reflejo de las disposiciones anteriores a través de otras señales, de alguna manera inequívocas, y que desarrollaremos en un artículo especial, con hechos en su apoyo.

14. En ti, en esta última existencia, ¿ha habido a la vez progreso moral y progreso intelectual? –Resp. Sí, sobre todo intelectual.

15. ¿Podrías decirnos cuál era el género de tu penúltima existencia? –Resp. ¡Oh, yo fui sombrío! Tuve una familia a la que volví infeliz; penosamente lo he expiado más tarde. Pero ¿por qué me preguntas esto? Ha pasado hace mucho y ahora estoy en una nueva fase.

Nota – P. Gaimard murió soltero a la edad de 64 años. Más de una vez se hubo lamentado por no haber formado un hogar.

16. ¿Esperas reencarnar en poco tiempo? –Resp. No; antes quiero investigar. Preferimos este estado de erraticidad, porque el alma es más dueña de sí misma; el Espíritu tiene más conciencia de su fuerza; la carne pesa, obnubila, obstaculiza.

Nota – Todos los Espíritus dicen que en el estado errante ellos investigan, estudian y observan para hacer su elección. ¿No es ésta la contrapartida de la vida corporal? ¿No buscamos durante años, antes de elegir la carrera que creemos más apropiada para seguir nuestro camino? ¿A veces no la cambiamos, a medida que crecemos? ¿Cada día no es empleado en la búsqueda de lo que haremos al día siguiente?

Ahora bien, ¿qué son las diferentes existencias corporales para el Espíritu, sino fases, períodos, días de la vida espírita que es –como sabemos– la vida normal, no siendo la vida corporal más que transitoria y pasajera? ¿Habrá algo más sublime que esta teoría? ¿No está ella en relación con la grandiosa armonía del Universo? Una vez más: no hemos sido nosotros los que la inventamos, y nos lamentamos por no tener ese mérito; pero cuanto más la profundizamos, más fecunda la encontramos en la solución de problemas hasta ahora inexplicados.

17. ¿En qué planeta piensas o deseas reencarnar? –Resp. No sé; dame tiempo para buscar.

18. ¿Qué género de existencia pedirás a Dios? –Resp. La continuación de esta última; el mayor desarrollo posible de las facultades intelectuales.

19. Parece que siempre pones en primera línea el desarrollo de las facultades intelectuales, haciendo menos caso a las facultades morales, a pesar de lo que has dicho anteriormente. –Resp. Mi corazón no está aún lo bastante formado como para apreciar bien a las otras.

20. ¿Ves a otros Espíritus, y estás en relación con ellos? –Resp. Sí.

21. Entre esos Espíritus, ¿hay alguno que hayas conocido en la Tierra? –Resp. Sí; Dumont d’Urville.

22. ¿Ves también al Espíritu Jacques Arago, con el cual has viajado? –Resp. Sí.

23. ¿Están esos Espíritus en la misma condición que tú? –Resp. No; unos más elevados, otros en condición más baja.

24. Nos referimos a los Espíritus Dumont d’Urville y Jacques Arago. –Resp. No quiero particularizar.

25. ¿Estás satisfecho conque nosotros te hayamos evocado? –Resp. Sí, sobre todo por una persona.

26. ¿Podemos hacer algo por ti? –Resp. Sí.

27. Si te evocáramos dentro de algunos meses, ¿consentirías en responder aún a nuestras preguntas? –Resp. Con placer. Adiós.

28. Nos dices adiós; haznos el favor de decirnos hacia adónde vas. –Resp. En este paso (para hablar como lo habría hecho hace unos días) voy a cruzar un espacio mil veces más considerable que el camino que hice en la Tierra en mis viajes, que creía tan lejanos; y esto en menos de un segundo, de un pensamiento. Voy a una reunión de Espíritus donde tomaré lecciones y donde podré aprender mi nueva ciencia, mi nueva vida. Adiós.

Nota – Cualquiera que haya perfectamente conocido al Sr. Paul Gaimard, confesará que esta comunicación se encuentra bien marcada con el sello de su individualidad. Aprender, ver, conocer, era su pasión dominante: es lo que explica sus viajes alrededor del mundo y a las regiones del Polo Norte, así como sus expediciones a Rusia y a Polonia, en la primera aparición del cólera en Europa. Dominado por esta pasión y por la necesidad de satisfacerla, conservaba una rara sangre fría en los mayores peligros; ha sido de esta manera que por su calma y por su firmeza supo librarse de las manos de una tribu de antropófagos que lo habían sorprendido en el interior de una isla de Oceanía.

Una palabra suya caracteriza perfectamente esta avidez de ver hechos nuevos, de asistir al espectáculo de accidentes imprevistos. «¡Qué felicidad! –exclamó un día durante el período más dramático de 1848–, ¡qué felicidad vivir en una época tan fértil en eventos extraordinarios y repentinos!»

Su Espíritu, volcado casi exclusivamente hacia las Ciencias que tratan de la materia organizada, había descuidado bastante a las Ciencias filosóficas; por esto, se podría decir que le faltaba elevación en sus ideas. Sin embargo, ningún acto de su vida prueba que nunca hubiese desconocido las grandes leyes morales impuestas a la Humanidad. En suma, el Sr. Paul Gaimard tenía una bella inteligencia: esencialmente probo y honesto –naturalmente atento–, era incapaz de hacer el menor daño a nadie. Quizá se le puede reprochar solamente el haber sido demasiado amigo de los placeres; pero el mundo y los placeres no corrompieron su juicio ni su corazón: por eso, el Sr. Paul Gaimard ha merecido las añoranzas de sus amigos y de todos aquellos que lo han conocido.

SARDOU

La Sra. Reynaud

Sonámbula, fallecida en Annonay hace alrededor de un año; su lucidez era notable, sobre todo para las cuestiones médicas, a pesar de ser analfabeta en su estado natural.

Uno de nuestros corresponsales que la había conocido en vida, pensando que se pudiesen obtener datos útiles, nos dirigió algunas preguntas que pidió para hacerle si nosotros juzgásemos oportuno interrogarla, lo que hemos hecho en la sesión de la Sociedad del 28 de enero de 1859. A las preguntas de nuestro corresponsal hemos agregado todas aquellas que nos han parecido tener algún interés.

1. Evocación. –Resp. Estoy aquí; ¿qué deseáis de mí?

2. ¿Tenéis un recuerdo exacto de vuestra existencia corporal? –Resp. Sí, muy preciso.

3. ¿Podéis describirnos vuestra situación actual? –Resp. Es la misma que la de todos los Espíritus que habitan la Tierra: generalmente poseen la intuición del bien, y sin embargo no pueden conseguir la felicidad perfecta, reservada solamente a los que se han elevado más en perfección.

4. Cuando encarnada erais sonámbula lúcida; ¿podríais decirnos si vuestra lucidez de entonces era análoga a la que tenéis hoy como Espíritu? –Resp. No: difería porque no tenía la prontitud ni la precisión que mi Espíritu posee ahora.

5. ¿Es la lucidez sonambúlica una anticipación de la vida espiritual, es decir, un aislamiento del Espíritu con relación a la materia? –Resp. Es una de las fases de la vida terrestre; pero la vida terrestre es la misma que la vida celestial.

6. ¿Qué entendéis al decir que la vida terrestre es la misma que la vida celestial? –Resp. Que la cadena de existencias está formada por eslabones seguidos y continuos: ninguna interrupción viene a detener su curso. Por lo tanto, se puede decir que la vida terrestre es la continuación de la vida celestial precedente y el preludio de la vida celestial futura, y así en adelante para todas las encarnaciones que un Espíritu pueda tener que pasar: lo que hace que no exista entre esas dos existencias una separación tan absoluta como creéis.

Nota – Durante la vida terrestre el Espíritu o alma puede obrar independientemente de la materia, y en ciertos momentos el hombre goza de la vida espiritual, ya sea durante el sueño o incluso en el estado de vigilia. Como las facultades del Espíritu son ejercidas a pesar de la presencia del cuerpo, existe entre la vida terrestre y la del Más Allá una correlación constante, que hizo que la Sra. Reynaud dijese que era la misma: la siguiente respuesta define claramente su pensamiento.

7. Entonces, ¿por qué no todos son sonámbulos? –Resp. No ignoráis que todos vosotros lo sois en grados diferentes, durante el sueño e incluso en vigilia.

8. Comprendemos que todos nosotros lo seamos más o menos durante el sueño, puesto que el estado de sueño es una especie de sonambulismo imperfecto; pero ¿qué entendéis al decir que incluso lo somos en el estado de vigilia? –Resp. ¿No tenéis intuiciones de las cuales no os dais cuenta, y que no son otra cosa que una facultad del Espíritu? El poeta es un médium, un sonámbulo.

9. Vuestra facultad sonambúlica, ¿ha contribuido para vuestro desarrollo como Espíritu después de la muerte? –Resp. Poco.

10. En el momento de la muerte, ¿habéis estado mucho tiempo en turbación? –Resp. No; me reconocí enseguida: estaba rodeada de amigos.

11. ¿Atribuís a la lucidez sonambúlica vuestro pronto desprendimiento? –Resp. Sí, un poco. Yo conocía por anticipado el destino de los moribundos; pero esto no me hubiera servido de nada si no tuviese un alma capaz de encontrar una vida mejor, por más buenas facultades que tuviere.

12. ¿Se puede ser un buen sonámbulo sin ser un Espíritu de orden elevado? –Resp. Sí. Las facultades están siempre en relación: sólo que vosotros os equivocáis al creer que tales facultades requieran buenas disposiciones; no, lo que creéis bueno es a menudo malo. Si no lo comprendéis, lo desarrollaré de la siguiente manera:

Hay sonámbulos que conocen el futuro, que narran hechos pasados y de los cuales ningún conocimiento tienen en su estado normal; hay otros que saben describir los caracteres de aquellos que los interrogan, que indican exactamente el número de años, una suma de dinero, etc. Esto no exige ninguna superioridad real; es simplemente el ejercicio de la facultad que posee el Espíritu y que se manifiesta en el sonámbulo adormecido. Lo que exige una superioridad real es el uso que pueda hacerse para el bien; es la conciencia del bien y del mal; es conocer mejor a Dios de lo que lo conocen los hombres; es poder darles consejos apropiados, a fin de hacerlos progresar en la senda del bien y de la felicidad.

13. El uso que un sonámbulo hace de su facultad, ¿influye sobre el estado de su Espíritu después de la muerte? –Resp. Sí, y mucho, como el uso bueno o malo de todas las facultades que Dios nos ha dado.

14. ¿Podéis explicarnos cómo teníais conocimientos médicos sin haber hecho ningún estudio? –Resp. Es siempre una facultad espiritual; otros Espíritus me aconsejaban; yo era médium: es el estado de todos los sonámbulos.

15. Los medicamentos prescriptos por un sonámbulo, ¿son siempre indicados por otros Espíritus, o también le son suministrados por instinto, como sucede con los animales que van a buscar la hierba que les es saludable? –Resp. Les son indicados si piden consejos, en el caso donde su experiencia no sea suficiente. Él los conoce por sus cualidades.

16. ¿Es el fluido magnético el agente de la lucidez de los sonámbulos, como la luz para nosotros? –Resp. No, es el agente del sueño.

17. El fluido magnético, ¿es el agente de la visión, en el estado de Espíritu? –Resp. No.

18. ¿Nos veis aquí tan claramente como si estuvierais encarnada? –Resp. Mejor ahora: lo que veo más es el hombre interior.

19. ¿Nos veríais igualmente si estuviésemos en la oscuridad? –Resp. Del mismo modo.

20. ¿Nos veis de la misma manera, mejor o peor de lo que nos habríais visto en vida, pero en sonambulismo? –Resp. Mejor todavía.

21. ¿Cuál es el agente o el intermediario que os hace ver? –Resp. Mi Espíritu. No tengo ojos, ni pupilas, ni retina, ni pestañas, y sin embargo os veo mejor de lo que cualquiera de vosotros vería a su vecino: es a través de los ojos que veis, pero es vuestro Espíritu quien ve.

22. ¿Tenéis conciencia de la oscuridad? –Resp. Sé que ésta existe para vosotros: no para mí.

Nota – Esto confirma lo que siempre se nos ha dicho: que la facultad de ver es una propiedad inherente a la propia naturaleza del Espíritu y que reside en todo su ser; en el cuerpo está localizada.

23. ¿Puede la doble vista ser comparada al estado sonambúlico? –Resp. Sí: es una facultad que no viene del cuerpo.

24. ¿Emana el fluido magnético del sistema nervioso o está esparcido en la masa atmosférica? –Resp. Del sistema nervioso; pero el sistema nervioso lo extrae de la atmósfera, su fuente principal. La atmósfera no lo posee en sí misma; él viene de los seres que pueblan el Universo: no es la nada que lo produce; al contrario, es la acumulación de vida y de electricidad que esa multitud de existencias libera.

25. ¿Es el fluido nervioso un fluido propio o sería el resultado de una combinación de todos los otros fluidos imponderables que penetran en los cuerpos, como el calor, la luz, la electricidad? –Resp. Sí y no: vosotros no conocéis suficientemente esos fenómenos como para hablar así; vuestros términos no expresan lo que queréis decir.

26. ¿De dónde proviene el entorpecimiento producido por la acción magnética? –Resp. De la agitación producida por la sobrecarga del fluido que turba al magnetizado.

27. El poder magnético, en el magnetizador, ¿depende de su constitución física? –Resp. Sí, pero mucho más de su carácter: en una palabra, de sí mismo.

28. ¿Cuáles son las cualidades morales que en un sonámbulo pueden ayudar al desarrollo de su facultad? –Resp. Las buenas: me preguntáis las que pueden ayudar.

29. ¿Cuáles son los defectos que más lo perjudican? –Resp. La mala fe.

30. ¿Cuáles son las cualidades más esenciales en el magnetizador? –Resp. El corazón; las buenas intenciones siempre constantes; el desinterés.

31. ¿Y los defectos que lo perjudican más? –Resp. Las malas tendencias, o mejor dicho, el deseo de perjudicar.

32. Cuando encarnada, ¿veíais a los Espíritus en vuestro estado sonambúlico? –Resp. Sí.

33. ¿Por qué todos los sonámbulos no los ven? –Resp. Todos los ven por momentos y en diferentes grados de claridad.

34. ¿De dónde proviene, en ciertas personas que no son sonámbulas, la facultad de
ver a los Espíritus en el estado de vigilia? –Resp. Esto es dado por Dios, como a otros la inteligencia o la bondad.

35. ¿Procede esta facultad de una organización física especial? –Resp. No.

36. ¿Puede perderse esta facultad? –Resp. Sí, como puede ser adquirida.

37. ¿Cuáles son las causas que pueden hacerla perder? –Resp. Ya lo hemos dicho: las malas intenciones. Como primera condición es necesario proponerse realmente a hacer de ella un buen uso; una vez definido esto, juzgad si merecéis este favor, porque no es dado inútilmente. Lo que daña a los que la poseen, es que a ella se mezcla casi siempre esa infeliz pasión humana que vosotros conocéis tan bien (el orgullo), incluso con el deseo de llevar los mejores resultados; se jactan de lo que no es sino obra de Dios, y a menudo quieren hacerlo en provecho propio. Adiós.

38. ¿Dónde iréis al dejarnos? –Resp. A mis ocupaciones.

39. ¿Podríais decirnos cuáles son vuestras ocupaciones? –Resp. Las tengo como vosotros; en principio trato de instruirme y por esto me incorporo a las sociedades mejores que yo; me ejercito en hacer el bien, y mi vida transcurre en la esperanza de alcanzar una mayor felicidad. Nosotros no tenemos ninguna necesidad material a satisfacer, y por consecuencia toda nuestra actividad se concentra en nuestro progreso moral.


Hitoti, jefe tahitiano
Un oficial de la Marina, presente en la sesión de la Sociedad del 4 de febrero último, manifestó el deseo de evocar a un jefe tahitiano llamado Hitoti, que había conocido personalmente durante su estancia en Oceanía.

1. Evocación. –Resp. ¿Qué deseáis?

2. ¿Podríais decirnos por qué habéis abrazado, de preferencia, la causa francesa en Oceanía? –Resp. Amaba a esta nación; además, mi interés me lo ordenaba.

3. ¿Habéis quedado satisfecho con el viaje a Francia que le hemos proporcionado a vuestro nieto y con los cuidados que le hemos dado? –Resp. Sí y no. Tal vez este viaje haya perfeccionado mucho a su Espíritu, pero esto lo ha vuelto completamente ajeno a su patria al darle ideas que nunca deberían haber nacido en él.

4. De las distinciones que habéis recibido del gobierno francés, ¿cuáles son las que os han dado más satisfacción? –Resp. Las condecoraciones.

5. Y entre las condecoraciones, ¿cuál preferís? –Resp. La Legión de Honor.

Nota – Esta circunstancia era ignorada por el médium y por todos los asistentes; ha sido confirmada por la persona que hacía la evocación. Aunque el médium que servía de intermediario fuese intuitivo y no mecánico, ¿cómo este pensamiento habría podido ser el suyo? Podría concebírselo para una cuestión banal, pero esto es inadmisible cuando se trata de un hecho positivo, del cual nada podía haberle dado una idea.

6. ¿Sois más feliz ahora que cuando estabais encarnado? –Resp. Sí, mucho más.

7. ¿En qué estado se encuentra vuestro Espíritu? –Resp. Errante, pero debo reencarnarme en poco tiempo.

8. ¿Cuáles son vuestras ocupaciones en la erraticidad? –Resp. Instruirme.

Nota – Esta respuesta es casi general en todos los Espíritus errantes; los que son más adelantados moralmente agregan que se ocupan en hacer el bien y que asisten a los que necesitan de consejos.

9. ¿De qué manera os instruís, ya que no debéis hacerlo del mismo modo que cuando encarnado? –Resp. No; trabajo mi Espíritu y viajo. Entiendo que esto es poco inteligible para vosotros; por cierto, lo sabréis más tarde.

10. ¿Cuáles son las regiones que frecuentáis con más gusto? –Resp. ¿Regiones? No viajo más por vuestra Tierra, estad bien persuadidos de esto; voy más alto y más abajo, moral y físicamente. He visto y examinado con el mayor cuidado mundos a vuestro naciente y a vuestro poniente que están todavía en un estado de barbarie espantosa, y a otros que son elevados que están sumamente por encima de vosotros.

11. Habéis dicho que en poco tiempo estaríais reencarnado, ¿sabéis en qué mundo? –Resp. Sí, he estado en él varias veces.

12. ¿Podéis designarlo? –Resp. No.

13. ¿Por qué en vuestros viajes dejáis a un lado a la Tierra? –Resp. Ya la conozco.

14. Aunque no viajéis más por la Tierra, ¿pensáis todavía en algunas personas que aquí has amado? –Resp. Poco.

15. ¿No os ocupáis más, pues, con aquellos que os han manifestado afecto? –Resp. Poco.

16. ¿Los recordáis? –Resp. Muy bien; pero nos volveremos a ver y espero pagar todo eso. Me preguntáis si me ocupo con ellos. No, pero no por esto los olvido.

17. ¿No habéis vuelto a ver a ese amigo al cual yo hacía alusión hace poco y que, como vos, está muerto? –Resp. Sí, pero nos volveremos a ver más materialmente; estaremos encarnados en la misma esfera y nuestras existencias han de vincularse.

18. Os agradecemos por haber tenido a bien responder a nuestro llamado. –Resp. Adiós; trabajad y pensad.

Nota – La persona que ha hecho la evocación y que conoce las costumbres de esos pueblos, declaró que esta última frase concuerda con sus hábitos; es entre ellos una expresión usual, de algún modo banal, y que el médium no podría adivinar. Igualmente reconoce que toda la conversación se ajusta al carácter del Espíritu evocado y que su identidad es evidente para él.

La respuesta a la pregunta 17 ofrece una particularidad notable: Estaremos encarnados en la misma esfera y nuestras existencias han de vincularse. Está comprobado que los seres que se han amado se vuelven a encontrar en el mundo de los Espíritus, pero además parece –según muchas respuestas análogas– que pueden ligarse algunas veces en una otra existencia corporal, donde las circunstancias los aproximen sin que ellos lo sospechen, ya sea por los lazos de parentesco o por relaciones de amistad. Esto nos da la razón de ciertas simpatías.


Un Espíritu ligero

El Sr. J..., uno de nuestros compañeros de la Sociedad, había visto varias veces llamas azules rondando su cama. Al tener la certeza de que era una manifestación, tuvimos la idea –el 20 de enero último– de evocar a uno de esos Espíritus, a fin de compenetrarnos sobre su naturaleza.


1. Evocación. –Resp. ¿Qué quieres de mí?

2. ¿Con qué objetivo te has manifestado en la casa del Sr. J...? –Resp. ¿Qué te importa?

3. A mí poco me importa, es cierto; pero esto no es indiferente para el Sr. J... –Resp. ¡Ah, qué bella razón!

Nota – Estas primeras preguntas han sido realizadas por el Sr. Kardec. El Sr. J... prosiguió el interrogatorio.

4. Es que no recibo a cualquier uno de buen grado en mi casa. –Resp. Te equivocas: yo soy muy bueno.

5. Hazme, pues, el favor de decirme lo que hacías en mi casa. –Resp. ¿Crees por acaso que, porque soy bueno, debo obedecerte?

6. Me han dicho que eres un Espíritu ligero. –Resp. Se me ha hecho intempestivamente una muy mala reputación.

7. Si es una calumnia, pruébalo. –Resp. No quiero.

8. Bien que yo podría emplear un medio para hacerte decir quién eres. –Resp. Esto me divertiría un poco: palabra de honor.

9. Te intimo a decirme lo que hacías en mi casa. –Resp. Yo solamente tenía el objetivo de divertirme.

10. Esto no está de acuerdo con lo que me han dicho los Espíritus superiores. –Resp. He sido enviado a tu casa y tú sabes la razón. ¿Estás contento?

11. Entonces has mentido. –Resp. No.

12. ¿No tenías, pues, malas intenciones? –Resp. No; te han dicho lo mismo que yo.

13. ¿Podrías decirme cuál es tu clase entre los Espíritus? –Resp. Me gusta tu curiosidad.

14. Ya que pretendes ser bueno, ¿por qué me contestas de una manera tan poco conveniente? –Resp. ¿Por ventura te he insultado?

15. No; pero ¿por qué respondes de modo evasivo y te rehúsas a darme las informaciones que te pido? –Resp. Soy libre para hacer lo que quiero, bajo el comando de ciertos Espíritus.

16. Vamos, veo con placer que comienzas a volverte menos inconveniente, y presiento que me he de relacionar contigo más amablemente. –Resp. Pon tus frases a un lado: así será mucho mejor.

17. ¿Con qué forma estás aquí? –Resp. No tengo forma.

18. ¿Sabes lo que es el periespíritu? –Resp. No; a menos que sea el viento.

19. ¿Qué podría yo hacer que te sea agradable? –Resp. Ya te lo he dicho: cállate.

20. La misión que has venido a cumplir en mi casa, ¿te ha hecho avanzar como Espíritu? –Resp. Ése es otro asunto; no me hagas tales preguntas. Sabes que obedezco a ciertos Espíritus: dirígete a ellos; en cuanto a mí, pido para irme.

21. ¿Hemos tenido malas relaciones en otra existencia, y sería ésa la causa de tu mal humor? –Resp. Tú no te acuerdas de las cosas malas que has dicho de mí, y esto a quien quería escucharlas. Cállate, te digo.

22. No he hablado de ti sino lo que me han dicho los Espíritus superiores a tu respecto. –Resp. Has dicho también que yo te había obsesado.

23. ¿Estás satisfecho con el resultado que has obtenido? –Resp. Eso es asunto mío.

24. ¿Quieres entonces que siempre conserve de ti una mala opinión? –Resp. Es posible; me voy.

Nota – Por las conversaciones que hemos relatado se puede ver la extrema diversidad que existe en el lenguaje de los Espíritus, según el grado de su elevación. El de los Espíritus de esta naturaleza es casi siempre caracterizado por la brusquedad y por la impaciencia; cuando son llamados a las reuniones serias percibimos que no vienen de buen grado; tienen prisa en irse porque no están cómodos en medio de sus superiores y de personas que de algún modo los ponen en aprietos con preguntas. No sucede lo mismo en las reuniones frívolas, donde se divierten con sus chistes: están como en su casa y lo disfrutan mucho.





Plinio el Joven

Carta de Plinio el Joven a Sura
(Libro VII – Carta 27ª)

«El tiempo que disponemos os permite enseñar y me permite aprender. Gustaría mucho saber, pues, si los fantasmas tienen algo de real, si tienen una verdadera fisonomía, si son genios o si no son más que vanas imágenes trazadas por una imaginación alterada por el miedo. Lo que me lleva a creer que hay verdaderos espectros es lo que me han dicho que le ha sucedido a Curtius Rufus. En el tiempo en que él todavía no tenía fortuna ni nombre, había acompañado a África a aquel a quien el gobierno le había encomendado. En el ocaso del día, al pasear bajo un pórtico, una mujer –de una talla y de una belleza sobrehumanas– se presentó ante él y le dijo: "Yo soy el África. Vengo a predecirte lo que te debe suceder. Irás a Roma, ocuparás los más elevados cargos y después regresarás para gobernar esta provincia en la cual morirás".

Todo sucedió como ella lo había predicho. Incluso se cuenta que al atracar en Cartago y al desembarcar de su navío, la misma aparición se le presentó y fue a su encuentro en el muelle.

«Lo que hay de verdad es que él cayó enfermo y que, al juzgar el futuro por el pasado y la infelicidad que lo amenazaba por la buena fortuna que había experimentado, se desesperó al principio por su cura, a pesar de la buena opinión que los suyos habían concebido.

“Pero he aquí otra historia que no os parecerá menos sorprendente y que es mucho más aterradora. Os la contaré tal cual la he recibido:

–En Atenas había una casa muy grande y muy cómoda, pero desprestigiada y desierta. En el más profundo silencio de la noche se oían ruidos de hierros y, si se prestase más atención, un ruido de cadenas que en principio parecía venir de lejos, para luego aproximarse. Después se veía como si fuese el espectro de un anciano, muy delgado y bien abatido, que tenía una larga barba, cabellos erizados, con cadenas en los pies y en las manos, a las cuales sacudía horriblemente. De ahí las noches horrorosas y sin sueño para aquellos que habitaban esta casa. A la larga, el insomnio lleva a la enfermedad, y la enfermedad –al aumentar el pavor– era seguida por la muerte. Porque durante el día, aunque el espectro no apareciera, la impresión que había dejado era tal ante los ojos de todos, que el temor causado se renovaba. En fin, la casa fue abandonada y enteramente dejada al fantasma. Sin embargo se puso un letrero para avisar que ella estaba en venta o para alquilar, con la idea de que alguien poco instruido de tan terrible incomodidad pudiese ser engañado.

“El filósofo Atenodoro vino a Atenas. Al ver el letrero preguntó el precio. El costo módico lo hizo desconfiar, y se informó. Le contaron la historia, y lejos de interrumpir su compra, la concretó sin demora. Se alojó, y a la tarde pidió que le preparasen la cama en el cuarto de adelante, que le trajeran sus tablillas, su pluma y luz, y que sus criados se retirasen al fondo de la casa. Con miedo de que su imaginación estuviese a merced de un temor frívolo que inventase fantasmas, aplicó su entendimiento, sus ojos y su mano a escribir. Al comienzo de la noche un profundo silencio reinaba en esta casa, como en todas partes. Después escuchó hierros que se chocaban y cadenas que se golpeaban; no levantó los ojos, ni dejó la pluma; se tranquilizó y se esforzó en aguzar su audición. El ruido aumentó, se amplió; parecía provenir aproximadamente de la puerta del cuarto. Él observó y percibió al espectro, tal como se lo habían descrito. El espectro estaba de pie y lo llamaba con el dedo. Atenodoro le hizo una señal con la mano para que esperase un poco, y continuó escribiendo como si nada hubiera pasado. El espectro recomenzó el estruendo con sus cadenas, el cual resonó en los oídos del filósofo. Éste observó aún otra vez y percibió que continuaba siendo llamado con el dedo. Entonces, sin más tardanza, se levantó, tomó la luz y lo siguió. El fantasma caminaba a paso lento, como si el peso de las cadenas lo estuviese agobiando. Al llegar al patio de la casa, desapareció de repente, dejando allí a nuestro filósofo que recogió hierbas y hojas y las puso en el lugar donde él había sido dejado, a fin de poder identificar el local. Al día siguiente fue a buscar a los magistrados y les pidió que ordenasen excavar en aquel lugar. Así se hizo; se encontraron huesos todavía presos a cadenas: el tiempo había consumido las carnes. Después que se los hubo cuidadosamente reunido, los sepultaron públicamente y, luego que rindieron al muerto las honras fúnebres, él no perturbó más el reposo de aquella casa.

«Lo que acabo de contar lo creo bajo palabra de honor del otro. Pero he aquí lo que yo puedo asegurar bajo mi palabra de honor. –Tengo un liberto llamado Marcus, que de ninguna manera es un ignorante. Él estaba acostado con su hermano menor. Le pareció ver a alguien sentado sobre su cama y que aproximaba una tijera a su cabeza, llegándole incluso a cortar los cabellos por sobre la frente. Por la mañana se dio cuenta que tenía rapada la parte superior de la cabeza y que sus cabellos se encontraban esparcidos a su alrededor. Poco después, semejante acontecimiento sucedió con uno de mis criados, lo que no me permitió más dudar de la verdad del otro. Uno de mis jóvenes esclavos dormía con sus compañeros en el lugar que les era destinado. Dos hombres vestidos de blanco (es así cómo él lo contaba) vinieron por la ventana, le raparon la cabeza mientras dormía y se fueron como habían venido. Al día siguiente se lo encontró rapado –como habían encontrado al otro– y los cabellos que le habían sido cortados estaban esparcidos en el suelo.

«Estos acontecimientos no habrían tenido ninguna consecuencia si yo no hubiese sido acusado ante Domiciano, en cuyo imperio ellos sucedieron. Yo no habría escapado si él hubiese vivido, porque se encontró en su portafolio una demanda contra mí, hecha por Carus. De ahí se puede conjeturar que, como la costumbre de los acusados es la de descuidar sus cabellos y la de dejarlos crecer, aquellos que habían cortado los de mis criados señalaban con esto que yo estaba fuera de peligro. Por lo tanto, os suplico que pongáis aquí toda vuestra erudición en práctica. El asunto es digno de una profunda meditación, y tal vez yo no sea indigno de ser partícipe de vuestras luces. Al pesar las dos opiniones contrarias –conforme es vuestra costumbre–, haced no obstante conque la balanza se incline hacia algún lado, a fin de sacarme de la inquietud en que estoy, porque no es sino por esto que os consulto. –Adiós.»


Respuestas de Plinio el Joven a las preguntas que le han sido dirigidas en la sesión de la Sociedad del 28 de enero de 1859

1. Evocación. –Resp. Hablad; os contestaré.

2. Aunque hayáis muerto hace 1743 años, ¿recordáis vuestra existencia en Roma en el tiempo de Trajano? –Resp. ¿Por qué, pues, nosotros, los Espíritus, no podríamos acordarnos? Vosotros os recordáis bien de los actos de vuestra infancia. Por lo tanto, ¿qué es para el Espíritu una existencia pasada sino la infancia de las existencias por las cuales debemos pasar antes de llegar al fin de nuestras pruebas? Toda existencia terrestre o envuelta por un velo material está relacionada con el éter y, al mismo tiempo, con la infancia espiritual y material; espiritual, porque el Espíritu aún se encuentra en el comienzo de las pruebas; material, porque él no hace sino entrar en las fases groseras por las cuales debe pasar para purificarse e instruirse.

3. ¿Podríais decirnos lo que habéis hecho desde aquella época? –Resp. Lo que he hecho sería muy largo de contar: he buscado hacer el bien; sin duda que no queréis pasar horas enteras hasta que yo finalice mi relato; contentaos, pues, con una respuesta; la repito: he buscado hacer el bien, instruirme y conducir a las criaturas terrestres y errantes a aproximarse al Creador de todas las cosas; a Aquel que nos da el pan de la vida espiritual y material.

4. ¿Qué mundo habitáis? –Resp. Poco importa; estoy un poco en todas partes: el espacio es mi dominio y también el de muchos otros. Éstas son las preguntas a las cuales un Espíritu sabio y esclarecido por la luz santa y divina no debe responder, o solamente en muy raras ocasiones.

5. En una Carta que escribisteis a Sura relatáis tres hechos de aparición; ¿los recordáis? –Resp. Yo los sostengo porque son verdaderos; todos los días tenéis hechos semejantes a los cuales no prestáis atención; éstos son muy simples, pero en la época en que yo vivía los considerábamos sorprendentes; vosotros no debéis sorprenderos; por lo tanto, dejad a un lado esas cosas, ya que tenéis otras más extraordinarias.

6. Sin embargo tendríamos el deseo de haceros algunas preguntas al respecto. –Resp. Puesto que os responderé de una manera general, esto debe bastaros; no obstante, hacedlas, si así lo juzgáis: pero seré lacónico en mis respuestas.

7. En el primer caso, una mujer aparece a Curtius Rufus y le dice que ella es el África. ¿Quién era esta mujer? –Resp. Una gran figura; me parece que ella es muy simple para los hombres esclarecidos como los del siglo XIX.

8. ¿Qué motivo hacía obrar al Espíritu que apareció a Atenodoro, y por qué ese ruido de cadenas? –Resp. Símbolo de la esclavitud, manifestación; medio de convencer a los hombres, de llamar su atención al hacer hablar de la cuestión, y de probar la existencia del mundo espiritual.

9. Habéis defendido ante Trajano la causa de los cristianos perseguidos; ¿era por un simple motivo de humanidad o por convicción de la verdad de su doctrina? –Resp. Yo tenía ambos motivos; pero la cuestión humanitaria no ocupaba sino el segundo lugar.

10. ¿Qué pensáis de vuestro Panegírico a Trajano? –Resp. Habría necesidad de ser rehecho.

11. Habéis escrito una Historia de vuestro tiempo que se ha perdido; ¿os sería posible reparar esta pérdida al dictárnosla? –Resp. El mundo de los Espíritus no se manifiesta especialmente por estas cosas; tenéis esas especies de manifestaciones, pero ellas tienen su objetivo: son otros tantos jalones sembrados a diestro y siniestro en la gran senda de la verdad; pero dejad y no os ocupéis con las mismas ni consagréis vuestros estudios con eso; cabe a nosotros el cuidado de ver y de juzgar lo que importa que sepáis. Cada cosa a su tiempo; por lo tanto, no os apartéis de la línea que os trazamos.

12. Nos place hacer justicia a vuestras buenas cualidades y sobre todo a vuestro desinterés. Se dice que nada exigíais de vuestros clientes al defenderlos; ¿era ese desinterés también tan raro en Roma como lo es entre nosotros? –Resp. No halaguéis, pues, mis cualidades pasadas: no las recuerdo. El desinterés casi no es de vuestro siglo; en doscientos hombres, encontraréis apenas uno o dos verdaderamente desinteresados; vosotros bien sabéis que este es el siglo del egoísmo y del dinero. Los hombres del presente son forjados en el lodo y se revisten de metal. En otros tiempos había corazón: condición moral entre los Antiguos; ahora sólo existe posición social.

13. Entretanto nos parece que, sin querer absolver a nuestro siglo, éste vale aún más que aquél en que vivisteis, en el cual la corrupción estaba en su auge y en donde los delatores no conocían nada de sagrado. –Resp. Hago una generalización que es bien cierta; sé que en la época en la que yo vivía tampoco había mucho desinterés; pero sin embargo había aquello que vosotros no poseéis –lo repito–, o al menos en una dosis muy débil: el amor a lo bello, a lo noble, a lo grande. Hablo para todo el mundo; el hombre del presente, sobre todo los pueblos de Occidente y particularmente el francés, tiene el corazón preparado para hacer grandes cosas, pero no es más que un relámpago que pasa; después viene la reflexión, y la reflexión observa y dice: lo positivo, ante todo lo positivo; y el dinero y el egoísmo vuelven a sobreponerse. Justamente nosotros nos manifestamos porque vosotros os apartáis de los grandes principios dados por Jesús. Adiós; aún no lo comprendéis.

Nota – Comprendemos muy bien que nuestro siglo todavía deja mucho que desear; su llaga es el egoísmo, y el egoísmo engendra la codicia y la sed de riquezas. Bajo este punto de vista está lejos del desinterés del cual el pueblo romano ha dado tantos ejemplos sublimes en una cierta época, pero que no ha sido la de Plinio. Sin embargo sería injusto desconocer su superioridad en más de un aspecto, incluso en los más bellos tiempos de Roma, que también tuvieron sus ejemplos de barbarie. Por aquel entonces había ferocidad, hasta en la grandeza y en el desinterés; mientras que nuestro siglo ha de marcar el ablandamiento de las costumbres, por los sentimientos de justicia y de humanidad que presiden todas las instituciones que ve nacer, y hasta en las querellas de los pueblos.

ALLAN KARDEC