Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1859

Allan Kardec

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Abril

Cuadro de la vida espírita

Todos nosotros, sin excepción, alcanzaremos tarde o temprano el término fatal de la vida; ninguna fuerza podría sustraernos a esta necesidad: he aquí lo que es positivo. Frecuentemente las preocupaciones del mundo nos desvían el pensamiento de lo que sucede en el Más Allá; pero cuando llega el momento supremo, son pocos aquellos que no se preguntan en qué han de transformarse, porque la idea de dejar la existencia sin retorno tiene algo de desconsolador. En efecto, ¿quién podría encarar con indiferencia una separación absoluta, eterna, de todo lo que se ha amado? ¿Quién podría ver sin espanto abrirse ante sí el inmenso abismo de la nada, en que vendrían a desaparecer para siempre todas nuestras facultades, todas nuestras esperanzas? «¡Cómo!, después de mí, nada, nada más que el vacío; todo está definitivamente terminado; solamente algunos días y mi recuerdo será borrado de la memoria de los que sobrevivan a mí; pronto no quedará ninguna huella de mi paso por la Tierra; incluso el bien que he hecho será olvidado por los ingratos a los que he servido; y nada podrá compensar todo esto: ¡ninguna otra perspectiva que la de mi cuerpo ser roído por los gusanos!» Este cuadro del fin de un materialista, trazado por un Espíritu que había vivido con esos pensamientos, ¿no tiene algo de horrible, de glacial? La religión nos enseña que esto no puede ser así, y la razón nos lo confirma; pero esta existencia futura, vaga e indefinida, nada tiene que satisfaga a nuestro amor a lo positivo; es lo que, en muchos, engendra la duda. Tenemos un alma, de acuerdo; pero ¿qué es nuestra alma? ¿Tiene una forma, alguna apariencia? ¿Es un ser limitado o indefinido? Unos dicen que es un soplo de Dios; otros, una centella; otros, una parte del gran todo, el principio de la vida y de la inteligencia; pero ¿qué es lo que todo esto nos enseña? Se dice también que ella es inmaterial; pero una cosa inmaterial no podría tener proporciones definidas; para nosotros eso no es nada. La religión también nos enseña que seremos felices o desdichados, según el bien o el mal que hayamos hecho; pero ¿cuál es esa felicidad que nos espera en el seno de Dios? ¿Es una beatitud, una contemplación eterna, sin otra función que la de cantar alabanzas al Creador? Las llamas del infierno, ¿son una realidad o una figura? La propia Iglesia lo entiende en esta última acepción; ¿pero entonces cuáles son esos sufrimientos? ¿Dónde está ese lugar de suplicio? En una palabra, ¿qué se hace y qué se ve en ese mundo que nos espera a todos? Se dice que nadie ha vuelto para informarnos al respecto. Esto es un error, y la misión del Espiritismo es precisamente esclarecernos sobre este futuro, de hacérnoslo –hasta un cierto punto– tocar y ver, no más por el razonamiento, sino a través de los hechos. Gracias a las comunicaciones espíritas, esto no es más una presunción o una probabilidad a la cual cada uno adorna a su gusto, como los poetas que embellecen sus ficciones o que siembran imágenes alegóricas que nos engañan: es la propia realidad que nos aparece, porque son los propios seres del Más Allá que vienen a describirnos su situación, a decirnos lo que hacen, permitiéndonos asistir –por así decirlo– a todas las peripecias de su nueva vida y, por ese medio, nos muestran el destino inevitable que nos espera según nuestros méritos y nuestras faltas. ¿Existe en esto algo de antirreligioso? Muy por el contrario, puesto que los incrédulos encuentran en eso la fe, y los indecisos una renovación de fervor y de confianza. Por lo tanto, el Espiritismo es el más poderoso auxiliar de la religión. Ya que él existe es porque Dios lo permite, y Él lo permite para reanimar nuestras vacilantes esperanzas y reconducirnos hacia el camino del bien a través de la perspectiva del futuro que nos espera.

Las Conversaciones familiares del Más Allá que publicamos, los relatos que las mismas contienen acerca de la situación de los Espíritus que nos hablan, nos revelan sus penas, sus alegrías y sus ocupaciones: he aquí el animado Cuadro de la vida espírita, y en la propia variedad de los temas podemos encontrar las analogías que nos conciernen. Vamos a tratar de resumir su conjunto.

En principio tomemos al alma cuando deja este mundo, y veamos qué sucede en esta transmigración. Al extinguirse las fuerzas vitales, el Espíritu se desprende del cuerpo en el momento en que cesa la vida orgánica; pero la separación no es brusca e instantánea. Algunas veces ésta comienza antes de la cesación completa de la vida; no siempre es completa en el instante de la muerte. Sabemos que entre el Espíritu y el cuerpo hay un lazo semimaterial que constituye una primera envoltura; este lazo no se rompe súbitamente y, mientras subsiste, el Espíritu está en un estado de turbación que se puede comparar al estado que acompaña el despertar; inclusive, a menudo duda de su muerte; siente que existe, se ve y no comprende que pueda vivir sin su cuerpo, del cual se ve separado; los lazos que aún lo unen a la materia lo vuelven incluso accesible a ciertas sensaciones que él toma como sensaciones físicas. No es sino cuando está completamente libre que el Espíritu se reconoce: hasta entonces no se da cuenta de su situación. La duración de este estado de turbación, como ya lo hemos dicho en otras ocasiones, es muy variable; puede ser de varias horas, como de varios meses, mas es raro que al cabo de algunos días el Espíritu no se reconozca más o menos bien. Pero como todo es extraño y desconocido para él, le es necesario un cierto tiempo para familiarizarse con su nueva manera de percibir las cosas.

Es solemne el instante en que uno de ellos ve cesar su esclavitud por la ruptura de los lazos que lo retienen al cuerpo; en su regreso al mundo de los Espíritus, él es acogido por sus amigos que vienen a recibirlo, como si volviese de un penoso viaje; si la travesía ha sido feliz, es decir, si el tiempo de destierro ha sido empleado de una manera provechosa para él y lo eleva en la jerarquía del mundo de los Espíritus, ellos lo felicitan; allí él reencuentra a los que ha conocido, se reúne con aquellos que lo aman y simpatizan con él, y entonces comienza verdaderamente para él su nueva existencia.

La envoltura semimaterial del Espíritu constituye una especie de cuerpo de forma definida, limitada y análoga a la nuestra; pero ese cuerpo no tiene nuestros órganos y no puede sentir todas nuestras impresiones. Sin embargo percibe todo lo que nosotros percibimos: la luz, los sonidos, los olores, etc.; y esas sensaciones, por no tener nada de material, no son menos reales; inclusive ellas tienen algo de más claro, de más preciso, de más sutil, porque llegan al Espíritu sin intermediario, sin pasar por la hilera de los órganos que las embotan. La facultad de percibir es inherente al Espíritu: es un atributo de todo su ser; las sensaciones le llegan de todas partes y no a través de canales circunscriptos. Uno de ellos nos decía al hablar de la visión: «Es una facultad del Espíritu y no del cuerpo; veis a través de los ojos, pero en vosotros no es el ojo que ve: es el Espíritu.»

Por la conformación de nuestros órganos, tenemos necesidad de ciertos vehículos para nuestras sensaciones; es así que nosotros precisamos de la luz para reflejar los objetos, y del aire para transmitir el sonido; estos vehículos se vuelven inútiles desde que no tengamos más los intermediarios que los hacían necesarios; por lo tanto, el Espíritu ve sin la ayuda de nuestra luz, y escucha sin necesitar las vibraciones del aire; es por eso que para él no hay oscuridad. Pero las sensaciones perpetuas e indefinidas, por más agradables que sean, a la larga se volverían fatigantes si no pudiese sustraerse a ellas; también el Espíritu tiene la facultad de suspenderlas; a voluntad puede cesar de ver, de oír, de sentir tales o cuales cosas y, por consecuencia, no ver, no oír y no sentir lo que no quiera; esta facultad está en razón de su superioridad, porque existen cosas que los Espíritus inferiores no pueden evitar, y he aquí lo que vuelve su situación penosa.

Al principio el Espíritu no entiende esta nueva manera de sentir, y de la cual solamente poco a poco se da cuenta. Aquellos cuya inteligencia está aún atrasada no la comprenden de forma alguna, y sería un gran esfuerzo poder describirla; exactamente como entre nosotros: los ignorantes ven y se mueven sin saber por qué ni cómo.

Esta imposibilidad de comprender lo que está por encima de su alcance, unido a la fanfarronería –compañera común de la ignorancia–, es el origen de las teorías absurdas que dan ciertos Espíritus, y que inducirían al error si fuesen aceptadas sin control y sin estar seguros del grado de confianza que merecen, a través de los medios que da la experiencia y el hábito da conversar con ellos.

Hay sensaciones que tienen su origen en el propio estado de nuestros órganos; ahora bien, las necesidades inherentes a nuestro cuerpo no pueden tener lugar desde el momento en que el cuerpo no existe más. Por lo tanto, el Espíritu no siente fatiga, ni necesidad de reposo o de nutrición, porque no tiene ningún desgaste que reparar; no está aquejado por ninguna de nuestras enfermedades. Las necesidades del cuerpo traen consigo necesidades sociales que no existen más para los Espíritus; de este modo, para ellos no existen más el cuidado de sus negocios, los fastidios, las mil y una tribulaciones del mundo y los tormentos a que se someten para garantizar las necesidades o las superfluidades de la vida; les causa pena el trabajo que se toman aquellos que buscan vanas futilidades; cuanto más felices son los Espíritus elevados, más sufren los Espíritus inferiores; pero estos sufrimientos son más bien angustias, que aunque no tengan nada de físico, no por eso son menos punzantes; ellos tienen todas las pasiones, todos los deseos que tenían cuando encarnados (hablamos de los Espíritus inferiores), y su castigo es el de no poder satisfacerlos. Es una verdadera tortura que creen perpetua, porque su propia inferioridad no les permite ver el término, y esto es también un castigo para ellos.

La palabra articulada también es una necesidad de nuestro organismo; al no precisar de vibraciones sonoras para impresionar sus oídos, los Espíritus se comunican a través de la transmisión del pensamiento, como a menudo nos sucede a nosotros mismos cuando nos comunicamos con sólo una mirada. Entretanto, los Espíritus hacen ruidos; sabemos que pueden obrar sobre la materia, y esta materia nos transmite el sonido; es así como se hacen escuchar, ya sea por medio de golpes o a través de gritos que vibran en el aire; pero entonces es para nosotros que ellos lo hacen, y no para ellos. Volveremos a este tema en un artículo especial donde trataremos de la facultad de los médiums auditivos.

Mientras arrastramos penosamente nuestro cuerpo pesado y material en la Tierra, como el prisionero sus cadenas, el de los Espíritus –vaporoso y etéreo– se transporta sin fatiga de un lugar a otro, cruzando el espacio con la velocidad del pensamiento; penetra en todas partes y ninguna materia le hace obstáculo.

El Espíritu ve todo lo que nosotros vemos, y más claramente de lo que podemos hacerlo; él ve más de lo que nuestros sentidos limitados nos permiten ver; al penetrar la materia, él mismo descubre lo que oculta la materia a nuestra vista.

Por lo tanto, los Espíritus no son seres vagos e indefinidos, según las definiciones abstractas del alma que hemos referido más arriba; son seres reales, determinados y circunscriptos, que poseen todas nuestras facultades y muchas otras que nos son desconocidas, porque son inherentes a su naturaleza; tienen las cualidades de la materia que le es propia y componen el mundo invisible que puebla el espacio, rodeándonos y codeándonos sin cesar. Supongamos por un instante que el velo material que los oculta a nuestra vista sea rasgado: nos veríamos rodeados por una multitud de seres que van y vienen, que se mueven a nuestro alrededor y que nos observan, como cuando nosotros nos encontramos en una reunión de ciegos. Para los Espíritus, nosotros somos los ciegos y ellos son los videntes.

Hemos dicho que al entrar en su nueva vida el Espíritu tarda algún tiempo en reconocerse, y que todo es extraño y desconocido para él. Sin duda preguntarán cómo esto puede ser así, ya que él ha tenido otras existencias corporales; esas existencias han sido separadas por intervalos, durante los cuales él habitaba el mundo de los Espíritus; por lo tanto, ese mundo no debería ser desconocido para él, puesto que no lo ve por primera vez.

Varias causas contribuyen para que esas percepciones le parezcan nuevas, aunque ya las haya sentido. La muerte –como hemos dicho anteriormente– es siempre seguida por un instante de turbación, pero que puede ser de corta duración. En este estado sus ideas son siempre vagas y confusas; de algún modo la vida corporal se confunde con la vida espiritual, y él todavía no puede separarlas en su pensamiento. Al disiparse esa primera turbación, las ideas se aclaran poco a poco y con éstas el recuerdo del pasado, que sólo le vuelve gradualmente a la memoria, porque nunca esta memoria hace en él una brusca irrupción. No es sino cuando está completamente desmaterializado que el pasado se desarrolla ante él, como una perspectiva al salir de una niebla. Solamente entonces él recuerda todos los actos de su última existencia, después de sus existencias anteriores y de sus diversos pasajes en el mundo de los Espíritus. Por lo tanto se concibe –según esto– que, durante un cierto tiempo, ese mundo deba parecerle nuevo, hasta que lo haya reconocido completamente y que el recuerdo de las sensaciones que él ha experimentado le vuelvan de una manera precisa. Pero a esta causa es preciso agregar otra no menos preponderante.

El estado del Espíritu, como Espíritu, varía extraordinariamente en razón del grado de su elevación y de su pureza. A medida que se eleva y se depura, sus percepciones y sus sensaciones son menos groseras; ellas adquieren más fineza, más sutileza y más delicadeza; él ve, siente y comprende cosas que no podía ver, ni sentir, ni comprender en una condición inferior. Ahora bien, siendo para él cada existencia corporal una oportunidad de progreso, lo conduce a un nuevo medio, porque se encuentra –si hubiere progresado– entre Espíritus de otro orden, en el cual todos los pensamientos y todos los hábitos son diferentes. A esto agreguemos que esa depuración le permite penetrar –siempre como Espíritu– en los mundos inaccesibles a los Espíritus inferiores, de la misma manera que en los salones de la alta sociedad se prohíbe la entrada a las personas mal educadas. Cuanto menos está esclarecido, más limitado es el horizonte para él; a medida que se eleva y se depura, este horizonte se agranda, y con él el círculo de sus ideas y de sus percepciones. La siguiente comparación puede hacernos comprender esto. Supongamos que un campesino, bruto e ignorante, venga a París por primera vez; ¿conocerá y comprenderá el París del mundo sabio y elegante? No, porque solamente frecuentará las personas de su clase y los barrios que ellas habitan. Pero si en el intervalo de un segundo viaje, este campesino tuvo una buena desenvoltura y adquirió instrucción y buenos modales, sus costumbres y sus relaciones serán muy diferentes; entonces verá un mundo nuevo que no se parecerá más al de su París de antaño. Sucede lo mismo con los Espíritus; pero no todos experimentan esta incertidumbre en el mismo grado. A medida que progresan, sus ideas se desarrollan y la memoria se perfecciona; están familiarizados de antemano con su nueva situación; su regreso entre los otros Espíritus nada tiene que los sorprenda: ellos vuelven a encontrarse en su medio normal y, pasado el primer momento de turbación, se reconocen casi inmediatamente.

Tal es la situación general de los Espíritus en el estado que se denomina erraticidad; pero en este estado, ¿qué hacen? ¿Cómo pasan su tiempo? Estas cuestiones son para nosotros de un interés capital. Son ellos mismos quienes van a responderlas, como también son ellos que nos han dado las explicaciones que acabamos de suministrar, porque nada de esto es producto de nuestra imaginación; no es un sistema surgido de nuestro cerebro: nosotros juzgamos según lo que observamos y escuchamos. Poniendo aparte toda opinión sobre Espiritismo, se ha de concordar que esta teoría de la vida del Más Allá no tiene nada de irracional; la misma presenta una continuación y un encadenamiento perfectamente lógicos, los cuales harían honor a más de un filósofo.

Se estaría en un error si se creyera que la vida espiritual es una vida ociosa; por el contrario, es esencialmente activa, y todos nos hablan de sus ocupaciones; esas ocupaciones difieren necesariamente, conforme el Espíritu esté errante o encarnado. En el estado de encarnación, dichas ocupaciones están relacionadas con la naturaleza de los globos en que ellos habitan, con las necesidades que dependen del estado físico y moral de estos globos, así como del organismo de los seres vivos. No es de esto que nos vamos a ocupar aquí; no hablaremos sino de los Espíritus errantes. Entre los que han alcanzado un cierto grado de elevación, unos velan por el cumplimiento de los designios de Dios en los grandes destinos del Universo; ellos dirigen la marcha de los acontecimientos y ayudan en el progreso de cada mundo; otros ponen bajo su protección a los individuos y se constituyen en sus genios tutelares, en sus ángeles guardianes, acompañándolos desde el nacimiento hasta la muerte, buscando dirigirlos hacia el camino del bien: para ellos es una felicidad cuando sus esfuerzos son coronados con éxito. Algunos se encarnan en mundos inferiores para cumplir allí misiones de progreso; a través de sus trabajos, ejemplos, consejos y enseñanzas buscan hacer que unos avancen en las Ciencias o en las Artes, y otros en la Moral. Entonces se someten voluntariamente a las vicisitudes de una vida corporal frecuentemente penosa, con miras a hacer el bien, y el bien que hacen les es tenido en cuenta. En fin, muchos no tienen atribuciones especiales; van por todas partes donde su presencia puede ser útil y dan consejos, inspiran buenas ideas, sostienen los ánimos desfallecientes, dan fuerza a los débiles y castigan a los presuntuosos.

Si se considera el número infinito de los mundos que pueblan el Universo y el número incalculable de seres que lo habitan, se concebirá que los Espíritus tienen con qué ocuparse; pero esas ocupaciones no tienen nada de penoso para ellos; las cumplen con alegría, voluntariamente y no por constreñimiento, y su felicidad es la de lograr aquello que emprendan; nadie piensa en una ociosidad eterna, que sería un verdadero suplicio. Cuando las circunstancias lo exigen, se reúnen en consejo, deliberan sobre el camino a seguir, según los acontecimientos, dando órdenes a los Espíritus que les son subordinados y yendo enseguida a donde el deber los llama. Esas asambleas son más o menos generales o particulares según la importancia del tema; ningún lugar especial o circunscripto está destinado a esas reuniones: el espacio es el dominio de los Espíritus; entretanto, ellos tienen preferencia por los globos donde están sus objetivos. Los Espíritus encarnados que allí se encuentran en misión, participan de las asambleas según su elevación; mientras su cuerpo reposa, van a obtener consejos de otros Espíritus y a menudo van a recibir órdenes acerca de la conducta que deben tener como hombres. Al despertar, es verdad que ellos no se acuerdan con precisión de lo que ha sucedido, pero tienen la intuición que los hace obrar como si fueran sus propias proposiciones.


Al descender en la jerarquía encontramos a Espíritus menos elevados, menos depurados y, por consecuencia, menos esclarecidos, pero que no por esto son menos buenos, y que en una esfera de actividad más restringida cumplen funciones análogas. Su acción, en lugar de extenderse a los diferentes mundos, se ejerce más especialmente en un globo determinado y está relacionada con el grado de su adelanto; su influencia es más individual y tiene por objeto cosas de menor importancia.

A continuación viene la multitud de Espíritus comunes, más o menos buenos o malos, que pululan a nuestro alrededor; ellos se elevan poco por encima de la Humanidad, de la cual representan todos los matices, y son como el reflejo de la misma, porque tienen todos los vicios y todas las virtudes. En un gran número de ellos se encuentran los gustos, las ideas y las inclinaciones que poseían cuando encarnados; sus facultades son limitadas, su juicio es falible como el de los hombres y a menudo erróneo e imbuido de prejuicios.

En otros el sentido moral está más desarrollado; sin tener gran superioridad ni gran profundidad, juzgan más sanamente y frecuentemente condenan lo que han hecho, lo que han dicho o pensado durante la vida. Además, en esto hay algo notable: incluso entre los Espíritus más comunes, la mayoría tiene sentimientos más depurados como Espíritus que como hombres; la vida espiritual los esclarece sobre sus defectos; y, salvo pocas excepciones, se arrepienten amargamente y lamentan el mal que han hecho, porque lo sufren más o menos cruelmente. Algunas veces los hemos visto que no eran mejores de lo que habían sido cuando encarnados, pero nunca los hemos visto peores. El endurecimiento absoluto es muy raro y no es más que temporal, porque tarde o temprano ellos acaban sufriendo en su posición, y se puede decir que todos aspiran a perfeccionarse, porque todos comprenden que este es el único medio de salir de su inferioridad. Instruirse, esclarecerse: he aquí su gran preocupación, y ellos se sienten felices cuando pueden sumar a esto algunas pequeñas misiones de confianza, que los elevan a sus propios ojos.

También tienen sus asambleas, pero más o menos serias según la naturaleza de sus pensamientos. Ellos nos hablan y nos ven, observando lo que sucede; se entrometen en nuestras reuniones, en nuestros juegos, en nuestras fiestas, en nuestros espectáculos, así como en nuestros asuntos serios. Escuchan nuestras conversaciones: los más ligeros, para divertirse y frecuentemente para reírse a nuestras expensas o, si pueden, para hacernos algunas malicias; los otros, para instruirse; observan a los hombres, su carácter y hacen lo que ellos llaman estudio de costumbres, con miras a elegir su futura existencia.

Hemos visto al Espíritu en el momento en que, al dejar su cuerpo, entra en su vida nueva; hemos analizado sus sensaciones y
seguido el desarrollo gradual de sus ideas. Los primeros momentos son empleados en reconocerse, en darse cuenta de lo que sucede en él; en una palabra, experimenta –por así decirlo– sus facultades, como el niño que poco a poco ve aumentar sus fuerzas y sus pensamientos. Hablamos de los Espíritus comunes, porque los otros –como ya lo hemos dicho– están en cierto modo identificados de antemano con el estado espiritual que no les causa sorpresa alguna, sino únicamente la alegría de estar liberados de los obstáculos y de los sufrimientos corporales. Entre los Espíritus inferiores, muchos lamentan la vida terrestre, porque su situación como Espíritu es cien veces peor; es por eso que buscan una distracción con la visión de lo que antiguamente eran sus delicias, siendo que esta propia visión es para ellos un suplicio, porque tienen los deseos y no los pueden satisfacer.

La necesidad de progresar es general entre los Espíritus, y esto es lo que los incita a trabajar en su mejoramiento, porque comprenden que este es el precio de su felicidad; pero no todos sienten esa necesidad en el mismo grado, sobre todo al comienzo; inclusive algunos se complacen en una especie de ociosidad, pero que dura sólo un tiempo; luego la actividad se vuelve para ellos una necesidad imperiosa, a la cual, además, son impulsados por otros Espíritus que les estimulan el sentimiento del bien.

Viene a continuación lo que se puede llamar la escoria del mundo espiritual, compuesta por todos los Espíritus impuros, cuya única preocupación es el mal. Sufren y desearían ver a todos los otros sufrir como ellos. Los celos les vuelve odiosa toda superioridad; el odio es su esencia; al no poder sobreponerse a los Espíritus, se sobreponen a los hombres y atacan a los que sienten más débiles. Incitar las malas pasiones, sembrar la discordia, separar a los amigos, provocar riñas, alimentar el orgullo de los ambiciosos para darse el placer de abatirlos enseguida, esparcir el error y la mentira, en una palabra, desviar del bien, tales son sus pensamientos dominantes.

¿Pero por qué Dios permite que sea así? Dios no tiene que prestarnos cuentas. Los Espíritus superiores nos dicen que los malos son para poner a prueba a los buenos, y que no hay virtud donde no hay victoria a ser conquistada. Además, si esos Espíritus maléficos están en la Tierra, es porque ellos encuentran aquí ecos y simpatías. Consolémonos en pensar que por encima de este lodo que nos cerca, hay seres puros y benevolentes que nos aman, que nos sostienen, que nos alientan y que tienden sus manos para llevarnos hasta ellos, hacia mundos mejores donde el mal no tiene acceso, si sabemos hacer lo que es preciso para merecerlos.


Fraudes espíritas

Los que no admiten la realidad de las manifestaciones físicas, atribuyen generalmente al fraude los efectos que se producen. Alegan que los hábiles prestidigitadores hacen cosas que parecen prodigios cuando no se conocen sus trucos; de ahí sacan en conclusión que los médiums no son sino escamoteadores. Nosotros ya hemos refutado este argumento, o más bien esta opinión, particularmente en nuestros artículos sobre el Sr. Home y en los números de la Revista de enero y de febrero de 1858; por lo tanto, sólo diremos algunas palabras antes de hablar de una cosa más seria.

Porque haya charlatanes que comercien medicamentos en plazas públicas, y porque haya también médicos que, sin ir a la plaza pública, abusen de la confianza de sus pacientes, ¿se deduce de esto que todos los médicos son charlatanes y que el cuerpo médico ha perdido la consideración que merece? Porque haya personas que venden tintura por vino, ¿se concluye que todos los vendedores de vino han adulterado este producto y que no exista más vino puro? Se abusa de todo, incluso de las cosas más respetables, y se puede decir que el fraude también tiene su genio. Pero el fraude tiene siempre un objetivo, algún interés material; en donde no hay nada que ganar, no hay ningún interés en engañar. También ya hemos dicho, en nuestro número anterior, a propósito de los médiums mercenarios, que la mejor de todas las garantías es el desinterés absoluto.

Se dirá que esta garantía no es única, porque en materia de prestidigitación existen aficionados muy hábiles que no tienen otra aspiración que la de divertir a la sociedad y no hacen de eso un oficio; ¿no puede ocurrir lo mismo con los médiums? Sin duda que pueden divertirse un instante en divertir a los otros; pero pasar en esto horas enteras, y durante semanas, meses y años, verdaderamente sería preciso estar poseído por el demonio de la mistificación, y el primer mistificado sería el mistificador. No repetiremos aquí todo lo que se ha dicho sobre la posible buena fe de los médiums y de los asistentes que pueden ser el juguete de una ilusión o de una fascinación. Al respecto hemos respondido unas veinte veces, así como a todas las otras objeciones; por consiguiente, volvemos a remitir al lector, particularmente a nuestras Instrucciones Prácticas sobre las Manifestaciones Espíritas y a nuestros artículos anteriores de la Revista. Nuestro objetivo no es aquí el de convencer a los incrédulos; si ellos no se convencen por los hechos, menos lo harán por el razonamiento: por lo tanto, sería perder nuestro tiempo. Por el contrario, nos dirigimos a los adeptos para prevenirlos contra los subterfugios de que podrían ser víctimas por parte de personas interesadas –por algún motivo– en simular ciertos fenómenos; decimos ciertos fenómenos, porque hay algunos que desafían evidentemente toda la habilidad de la prestidigitación, tales como, particularmente, el movimiento de objetos sin contacto, la suspensión de cuerpos pesados en el espacio, los golpes efectuados en diferentes lugares, las apariciones, etc., y aún, para algunos de esos fenómenos, hasta un cierto punto se podría simularlos: tanto que ha progresado el arte de la imitación. Lo que es necesario hacer en semejantes casos, es observar atentamente las circunstancias, y sobre todo tener en cuenta el carácter y la posición de las personas, así como la finalidad y el interés que podrían tener en engañar: he aquí el mejor de todos los controles, porque existen ciertas circunstancias que apartan todo motivo de sospecha. Por lo tanto, establecemos como principio que es preciso desconfiar de cualquiera que haga de esos fenómenos un espectáculo o un objeto de curiosidad y de diversión, o que de los mismos obtenga algún provecho –por mínimo que sea–, jactándose de producirlos a voluntad y a cualquier momento. No estaría de más repetirlo: las inteligencias ocultas que se nos manifiestan tienen sus susceptibilidades, y quieren probarnos que también tienen su libre albedrío y que no se someten a nuestros caprichos.

De todos los fenómenos físicos, uno de los más comunes es el de los golpes interiores efectuados en la propia sustancia de la madera, con o sin movimiento de la mesa u otro objeto que pueda ser usado. Ahora bien, este efecto es uno de los más fáciles de imitar, y como también es uno de los que más frecuentemente se producen, creemos útil revelar el pequeño ardid con el cual se puede ser engañado. Para ello es suficiente extender sus dos manos sobre la mesa, con las palmas hacia abajo, y lo bastante próximas como para que las uñas de los pulgares se apoyen fuertemente una en la otra; entonces, con un movimiento muscular casi imperceptible, se las frota de modo que provoquen un pequeño ruido seco, que tiene una gran analogía con el de la tiptología íntima. Este ruido repercute en la madera y produce una ilusión completa. Nada es más fácil como hacer escuchar los golpes que se pidan, una batería de tambor, etc., respondiendo a ciertas preguntas con un sí o un no, con números o incluso con la indicación de las letras del alfabeto.

Una vez que se está prevenido, el medio de reconocer el fraude es bien sencillo. Éste no es más posible si las manos están separadas una de la otra y si se ha asegurado que ningún otro contacto pueda producir el ruido. Los golpes reales se caracterizan además porque cambian de lugar y de timbre a voluntad, lo que no sucede cuando es debido a la causa que hemos señalado o a cualquier otra análoga; los golpes auténticos salen de la mesa para producirse en un mueble cualquiera que nadie toque, respondiendo a preguntas imprevistas.

Por lo tanto, llamamos la atención a las personas de buena fe acerca de esta pequeña estratagema y sobre todas aquellas que puedan ser descubiertas, a fin de señalarlas sin miramientos. La posibilidad de fraude y de imitación no impide la realidad de los hechos, y el Espiritismo no puede sino ganar al desenmascarar a los impostores. Si alguien nos dice: He visto tal fenómeno, pero había allí superchería, les responderemos que es posible; nosotros mismos hemos visto a supuestos sonámbulos simular el sonambulismo con mucha destreza, lo que no impide que el sonambulismo sea un hecho; todo el mundo ha visto a comerciantes que venden algodón por seda, lo que no impide que haya verdaderos tejidos de seda. Es preciso examinar todas las circunstancias y ver si la duda es fundada; pero, como en todas las cosas, es necesario ser conocedor al respecto; ahora bien, nosotros no podríamos reconocer por juez de una cuestión a alguien que de la misma no sabe nada.

Diremos otro tanto con referencia a los médiums psicógrafos. Generalmente se piensa que los médiums mecánicos ofrecen más garantía, no sólo por la independencia de las ideas, sino también contra la superchería. ¡Pues bien! Esto es un error. El fraude se infiltra en todas partes, y sabemos que con habilidad es posible también dirigir a voluntad una cestita o una tablita que escriba, y darles todas las apariencias de movimientos espontáneos. Lo que quita todas las dudas son los pensamientos expresados, ya sea que vengan de un médium mecánico, intuitivo, auditivo, psicofónico o de un vidente. Hay comunicaciones que están de tal modo fuera de las ideas, de los conocimientos e incluso del alcance intelectual del médium, que sería preciso engañarse rotundamente para darles crédito. Reconocemos en el charlatanismo una gran habilidad y fecundos recursos, pero aún no le reconocemos el don de dar el saber a un ignorante, o el genio al que no lo tiene.


Problema moral - Los caníbales

Uno de nuestros suscriptores nos dirige la siguiente pregunta, rogándonos que fuese respondida por los Espíritus que nos asisten, si ya no ha sido resuelta por nosotros.

“Después de un lapso de tiempo más o menos largo, los Espíritus errantes desean y piden a Dios la reencarnación como medio de adelanto espiritual. Ellos tienen la elección de las pruebas y, usando el libre albedrío, eligen naturalmente aquellas que les parecen más adecuadas a dicho adelanto, en el mundo donde la reencarnación les está permitida. Ahora bien, durante su existencia en la erraticidad, que emplean en instruirse (son ellos quienes nos lo dicen), deben aprender cuáles son las naciones que mejor pueden hacerles alcanzar el objetivo que se proponen. Ven a tribus feroces, antropófagas, y tienen la certeza de que al encarnarse entre ellas, se volverán feroces y comerán carne humana. Seguramente que no será allí donde han de encontrar su progreso espiritual; sus instintos brutales apenas habrán adquirido más consistencia por la fuerza del hábito. Por lo tanto, su objetivo habrá fallado si escogieren encarnaciones entre este o aquel pueblo primitivo.

“Sucede lo mismo con ciertas posiciones sociales. Es ciertamente entre éstas que se presentan obstáculos invencibles al adelanto espiritual. No citaré sino a los jiferos en los mataderos, a los verdugos, etc. Dicen que estas personas son necesarias: unas, porque no podemos prescindir de la alimentación animal; otras, porque es preciso ejecutar las sentencias judiciales, ya que así lo requiere nuestra organización social. No es menos cierto que el Espíritu que se encarna en el cuerpo de un niño destinado a seguir una u otra de esas profesiones, debe saber que elige un camino falso y que se priva voluntariamente de los medios que pueden llevarlo a la perfección. ¿No podría suceder, con el permiso de Dios, que ninguno de esos Espíritus quisiese esos géneros de existencia y, en ese caso, en qué esas profesiones se volverían necesarias en nuestro estado social?”

La respuesta a esta pregunta se desprende de todas las enseñanzas que nos han sido dadas; por lo tanto, nosotros podemos responderla sin tener necesidad de someterla nuevamente a los Espíritus.

Es evidente que un Espíritu ya adelantado, como por ejemplo el de un europeo esclarecido, no puede elegir como medio de progreso una existencia salvaje: en vez de avanzar, eso sería retrogradar. Pero sabemos que nuestros propios antropófagos no están en el último grado de la escala, y que hay mundos donde el embrutecimiento y la ferocidad no tienen analogía en la Tierra. Por lo tanto, esos Espíritus son aún inferiores a los más inferiores de nuestro mundo, y para ellos es un progreso encarnar entre nuestros salvajes. Si no aspiran a más alto, es porque su inferioridad moral no les permite comprender un progreso más completo. El Espíritu sólo puede avanzar gradualmente; debe pasar sucesivamente por todos los grados, de manera que cada paso adelante sea una base para asentar un nuevo progreso. Él no puede atravesar de un salto la distancia que separa la barbarie de la civilización, como el escolar no puede pasar, sin transición, del abecé a la Retórica, y es en eso que vemos una de las necesidades de la reencarnación, que se encuentra verdaderamente en consonancia con la justicia de Dios; de otro modo, ¿qué sería de esos millones de seres que mueren en el último estado de degradación, si ellos no tuviesen los medios de alcanzar la superioridad? ¿Por qué Dios los habría desheredado de los favores concedidos a otros hombres? Lo repetimos por ser un punto esencial: en razón de su inteligencia limitada, ellos sólo comprenden lo que es mejor desde sus estrechos límites y desde su punto de vista. Sin embargo, los hay quienes se extravían al querer subir demasiado alto, y que nos dan el triste espectáculo de la ferocidad en medio de la civilización; si éstos retornasen entre los caníbales, aún ganarían.

Estas consideraciones se aplican también a las profesiones de las que habla nuestro corresponsal; ellas ofrecen evidentemente una superioridad relativa para ciertos Espíritus, y es en este sentido que se debe concebir la opción que hacen. En igual posición, ellas pueden incluso ser elegidas como expiación o como misión, porque ninguna existe en la cual no se pueda encontrar la oportunidad de hacer el bien y de progresar por la propia manera de ejercerlas.

En cuanto a la cuestión de saber en qué se volverían esas profesiones en caso de que ningún Espíritu quisiese hacerse cargo de las mismas, está resuelta de hecho; desde el momento en que los Espíritus que las ocupan vienen de más abajo, no hay que temer en verlos desocupados. Cuando el progreso social permita suprimir el oficio de verdugo, es el puesto que faltará y no los candidatos; éstos irán a presentarse entre otros pueblos o entre otros mundos menos avanzados.

La industria

Comunicación espontánea del Sr. Croz, médium psicógrafo, leída el 21 de enero de 1859 en la Sociedad.

Las realizaciones que a cada día vemos surgir son actos providenciales y el desarrollo de los gérmenes sedimentados por los siglos. La Humanidad y el planeta por ella habitado tienen una misma existencia, cuyas fases se encadenan y se corresponden.

Tan pronto como se calmaron las grandes convulsiones de la Naturaleza, y se apaciguó la fiebre que incitaba a las guerras de exterminio, la Filosofía se abrió paso, la esclavitud fue desapareciendo y las Ciencias y las Artes florecieron.

La perfección divina puede resumirse en lo bello y en lo útil, y si Dios ha hecho al hombre a su imagen, es porque ha querido que viviese de su inteligencia, como Él mismo vive en el seno de los esplendores de la Creación.

Las realizaciones que Dios bendice –sean cual fueren sus proporciones– son por lo tanto aquellas que corresponden a sus designios, y llevan su cooperación a la obra colectiva, cuya ley está escrita en el Universo: lo bello y lo útil. El Arte, hijo de la contemplación y de la inspiración, es lo bello; la industria, hija de la Ciencia y del trabajo, es lo útil.

Nota – Esta comunicación es casi el inicio de la labor de un médium que acaba de desarrollarse con una admirable rapidez; como primer intento, se ha de concordar que es prometedor. Desde la primera sesión él ha escrito, de un solo trazo, cuatro páginas que no tienen menos mérito que lo que acabamos de leer, por la profundidad de los pensamientos, lo que denota en él una aptitud notable para servir como intermediario a todos los Espíritus para las comunicaciones particulares. Por otro lado, tenemos necesitad de estudiarlo más en este aspecto, porque esta flexibilidad no es dada a todos; conocemos algunos médiums que solamente pueden servir de intérpretes a ciertos Espíritus y para un determinado orden de ideas.

Después que esta nota fue escrita, pudimos constatar el progreso de este médium, cuya facultad ofrece caracteres especiales y dignos de toda la atención del observador.



Conversaciones familiares del Más Allá

Benvenuto Cellini

(Sesión de la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas del 11 de marzo de 1859.)

1. Evocación. –Resp. Interrogadme, estoy preparado; sed tan extensos como queráis: tengo tiempo para concederos.

2. ¿Recordáis la existencia que habéis tenido en la Tierra en el siglo XVI, de 1500 a 1570? –Resp. Sí, sí.

3. ¿Cuál es actualmente vuestra situación como Espíritu? –Resp. He vivido en varios otros mundos y estoy bastante contento con la posición que hoy ocupo: no es un trono, pero estoy a camino.

4. ¿Habéis tenido otras existencias corporales en la Tierra después de aquella que conocemos? –Resp. Corporales, sí; en la Tierra, no.

5. ¿Por cuánto tiempo habéis permanecido errante? –Resp. No puedo daros un tiempo exacto: por algunos años.

6. ¿Cuáles eran vuestras ocupaciones en el estado errante? –Resp. Trabajaba para estudiarme.


7. ¿Volvéis a veces a la Tierra? –Resp. Poco.

8. ¿Habéis asistido a la obra dramática en la cual sois representado? ¿Y qué pensáis de la misma? –Resp. He ido varias veces a verla; me ha halagado como Cellini, pero poco como Espíritu que progresó.

9. Antes de la existencia que os conocemos, ¿habéis tenido otras en la Tierra? –Resp. No, ninguna.

10. ¿Podríais decirnos lo que erais en vuestra precedente existencia? –Resp. Mis ocupaciones eran muy diferentes de las que he tenido en la Tierra.

11. ¿En qué mundo habitáis? –Resp. No es conocido por vosotros y no lo veis.

12. ¿Podríais darnos una descripción física y moral del mismo? –Resp. Sí, fácilmente.

Mis queridos amigos, con referencia al aspecto físico me ha causado satisfacción su belleza plástica: allí nada choca a los ojos; todos las líneas se armonizan perfectamente; la mímica se expresa en estado constante; los perfumes nos envuelven y no sabríamos qué más desear para nuestro bienestar físico, porque las necesidades poco numerosas a las que estamos sometidos son enseguida satisfechas.

En cuanto al aspecto moral, la perfección es menor, porque allí todavía se pueden ver a conciencias perturbadas y a Espíritus inclinados al mal; no es la perfección –lejos de esto–, pero, como ya os lo he dicho, estamos a camino y todos esperamos alcanzarla un día.

13. ¿Cuáles son vuestras ocupaciones en el mundo que habitáis? –Resp. Trabajamos las Artes. Soy artista.

14. En vuestras Memorias, relatáis una escena de hechicería y de sortilegio que habría sucedido en el Coliseo de Roma, y a la cual habríais participado; ¿la recordáis? –Resp. Poco claramente.

15. Si la leyésemos para vos, ¿esto ayudaría a traer a la memoria dicha escena? –Resp. Sí, me auxiliaría a recordarla.

(A continuación es hecha la lectura del fragmento de sus Memorias.)

“En medio de esta vida extraña, me relacioné con un sacerdote siciliano, de espíritu muy distinguido, y que era profundamente versado en las letras griegas y latinas. Un día en el que conversaba con él, surgió el tema de la necromancia, y le dije que toda mi vida había deseado ardientemente ver y aprender algo de ese arte. Para abordar semejante asunto, es preciso un alma firme e intrépida, me respondió el sacerdote...

“Una noche, pues, el sacerdote hizo sus preparativos y me dijo que buscase a un compañero o a dos. Designó como su ayudante a un hombre de Pistoya, que también se ocupaba con la necromancia. Entonces nos dirigimos al Coliseo. Allí, el sacerdote se vistió a la manera de los necromantes y después se puso a dibujar círculos en el suelo, con las más bellas ceremonias que se pueda imaginar. Él había llevado perfumes preciosos, drogas fétidas y fuego. Cuando todo estuvo en orden, hizo una abertura en el círculo y nos introdujo de la mano, uno después del otro. Enseguida distribuyó a cada uno sus funciones. Puso el talismán en las manos de su amigo el necromante, encargó a los otros para cuidar el fuego y los perfumes, y finalmente comenzó sus conjuraciones. Esta ceremonia duró más de una hora y media. El Coliseo se llenó de legiones de Espíritus infernales. Cuando el sacerdote vio que éstos eran bastante numerosos, se volvió hacia mí –que estaba cuidando de los perfumes– y dijo: Benvenuto, pídeles algo. Respondí que deseaba reunirme con Angélica, mi amada siciliana. Esa noche no obtuvimos ninguna respuesta; sin embargo, quedé encantado con lo que había visto. El necromante me dijo que era necesario volver una segunda vez y que yo conseguiría todo lo que quisiese, con tal que llevara a un muchacho que aún fuese virgen. Elegí a uno de mis aprendices y llevé conmigo también a dos de mis amigos...

“Puso el talismán en mis manos y me dijo que lo girase hacia los lados que me fueran indicados. Mi aprendiz estaba ubicado bajo el talismán. El necromante comenzó sus terribles evocaciones, llamó por el nombre a una multitud de jefes de legiones infernales y les dio órdenes en hebreo, en griego y en latín, en el nombre del Dios increado, vivo y eterno. Luego el Coliseo se llenó de un número de demonios cien veces más considerable que la primera vez. Por consejo del necromante, pedí de nuevo encontrarme con Angélica. Él se volvió hacia mí y dijo: ¿no los has escuchado anunciarte que en un mes estarías con ella? Y me rogó que me mantuviese firme, porque había allí mil legiones más que él no había llamado. Agregó que éstas eran las más peligrosas y que, puesto que ellos habían respondido a mis preguntas, era preciso tratarlos con dulzura y despedirlos tranquilamente. Por otro lado, el muchacho gritaba con espanto que percibía a un millón de hombres terribles que nos amenazaban, y a cuatro gigantes, armados de pies a cabeza, que parecían querer entrar en nuestro círculo. Durante ese tiempo, el necromante –temblando de miedo– intentaba conjurarlos, dando al tono de voz la más dulce entonación. El muchacho se había cubierto la cabeza entre sus rodillas y gritaba: ¡Quiero morir así! ¡Estamos muertos! Entonces le dije: "Todas esas criaturas están por debajo nuestro y lo que ves no es más que humo y sombra; por lo tanto, levanta los ojos". Apenas me hubo obedecido, continuó: el Coliseo entero está en llamas y el fuego viene sobre nosotros. El necromante ordenó que se quemara asa fétida. Agnolo, el encargado de los perfumes, estaba muerto de miedo.

“El ruido y el terrible mal olor hicieron conque el joven levantase la cabeza. Al escucharme reír, se calmó un poco y dijo que los demonios comenzaban a emprender su retirada. Permanecimos así hasta el momento en que llegó la madrugada. El muchacho nos dijo que solamente percibía algunos demonios, y a una gran distancia. En fin, desde que el necromante hubo cumplido con el resto de sus ceremonias y que se sacó sus ropas especiales, todos salimos del círculo. Mientras caminábamos por la calle Banchi para regresar a nuestras casas, él aseveraba que dos demonios daban saltos delante nuestro y que corrían sobre los tejados y también en el suelo.

“El necromante juraba que desde que había puesto los pies en el círculo mágico, nunca le había sucedido algo tan extraordinario. Después intentó convencerme a unirme a él para consagrarnos a un libro que debía proporcionarnos riquezas incalculables y que nos daría los medios de obligar a los demonios a indicarnos los lugares donde están escondidos los tesoros que la Tierra oculta en su seno...

“Después de diferentes narraciones que tienen más o menos relación con lo anterior, Benvenuto contó cómo al cabo de treinta días, es decir, en el plazo fijado por los demonios, reencontró a su Angélica.”

16. ¿Podríais decirnos lo que hay de verdadero en esta escena? –Resp. El necromante era un charlatán, yo era un novelista y Angélica era mi esposa.

17. ¿Habéis vuelto a ver a vuestro protector Francisco I? –Resp. Ciertamente; él volvió a ver a muchos otros que no fueron sus protegidos.

18. ¿Cómo lo juzgabais cuando encarnado, y cómo lo juzgáis ahora? –Resp. Os diré cómo lo juzgaba: como a un príncipe y, en calidad de tal, ciego por su educación y por su entorno.

19. Y ahora, ¿qué decís de él? –Resp. Ha progresado.

20. ¿Era por sincero amor al arte que él protegía a los artistas? –Resp. Sí, pero también por placer y por vanidad.

21. ¿Dónde él está actualmente? –Resp. Se encuentra viviendo.

22. ¿En la Tierra? –Resp. No.

23. Si lo evocásemos en este momento, ¿podría venir y conversar con nosotros? –Resp. Sí, pero no presionéis así a los Espíritus; que vuestras evocaciones sean preparadas con bastante anticipación, y entonces poco tendréis que preguntar a los Espíritus. De esta manera os arriesgáis mucho menos de ser engañado, porque a veces esto puede suceder. (San Luis).

24. (A san Luis) ¿Podríais hacer conque dos Espíritus viniesen a conversar? –Resp. Sí.


24 a. En este caso, ¿sería útil tener dos médiums? –Resp. Sí, sería necesario.

Nota. Este diálogo ha tenido lugar en otra sesión; al mismo volveremos en un próximo número.

25. (A Cellini): ¿De dónde os venía el sentimiento del arte que estaba en vos? ¿Era resultado de un desarrollo especial anterior? –Resp. Sí; por mucho tiempo estuve vinculado a la poesía y a la belleza del lenguaje. En la Tierra me uní a la belleza como reproducción; hoy me ocupo de la belleza como invención.

26. Teníais también habilidades militares, ya que el papa Clemente VII os confió la defensa del Castillo de San Ángel. Sin embargo, vuestros talentos de artista no debían daros mucha aptitud para la guerra. –Resp. Tenía habilidad y sabía aplicarla. En todo es necesario juicio, sobre todo en el arte militar de entonces.

27. ¿Podríais dictar algunos consejos a los artistas que buscan seguir vuestros pasos? –Resp. Sí; les diré sencillamente que se unan a la pureza y a la verdadera belleza, más de lo que lo hacen y de lo que yo mismo lo he hecho; ellos me comprenderán.

28. La belleza, ¿no es relativa y convencional? El europeo se cree más bello que el negro, y el negro más bello que el blanco. Si hay una belleza absoluta, ¿cuál es su característica? Tened a bien darnos vuestra opinión al respecto. –Resp. De buen grado. No he deseado hacer alusión a una belleza convencional: muy por el contrario; lo bello está en todas partes, es el reflejo del Espíritu en el cuerpo y no solamente la forma corporal. Como vos lo decís: un negro puede ser bello, de una belleza que será apreciada sólo por sus semejantes, es cierto. Del mismo modo, nuestra belleza terrestre es disformidad para el Cielo, como para vosotros –blancos– el bello negro os parece casi disforme. Para el artista, la belleza es la vida, el sentimiento que sabe dar a su obra; con esto dará belleza a las cosas más comunes.

29. ¿Podríais guiar a un médium en la ejecución de un molde de escultura, como Bernard de Palissylo ha hecho con sus dibujos? –Resp. Sí.

30. ¿Podríais hacerle ejecutar algo al médium que en este momento os sirve como intérprete? –Resp. Como también a otros; pero yo preferiría a un artista que conociera las habilidades de mi arte.

Observación – La experiencia prueba que la aptitud de un médium para tal o cual género de producción depende de la flexibilidad que él presenta al Espíritu, haciendo abstracción de su talento. El conocimiento del oficio y de los medios materiales de ejecución no son el talento, pero se concibe que el Espíritu que dirige al médium encuentre en éste una dificultad mecánica menos a vencer. Entretanto, se han visto a médiums que hacen cosas admirables, aunque les falten las primeras nociones, ya sea de poesía, de dibujo, de grabado, de música, etc.; pero entonces es que existe en ellos una aptitud innata, resultante indudablemente de un desarrollo anterior, del cual han conservado la intuición.

31. ¿Podríais dirigir a la Sra. G. S., aquí presente, que es artista, pero que nunca ha conseguido producir algo como médium? –Resp. Trataré de hacerlo si ella lo consiente.

32. (Preguntas de la Sra. G. S.) ¿Cuándo quieres comenzar? –Resp. Cuando quieras, a partir de mañana.

33. ¿Pero cómo he de saber que la inspiración viene de ti? –Resp. La convicción viene con las pruebas; dejadla venir lentamente.

34. ¿Por qué no he tenido éxito hasta el presente? –Resp. Poca persistencia y falta de buena voluntad del Espíritu llamado.

35. Agradezco la asistencia que me prometes. –Resp. Adiós; hasta luego, compañera de trabajo.

Nota – La Sra. G. S. debe haber puesto manos a la obra, pero nosotros aún no sabemos si ha conseguido algún resultado.


El Sr. Girard de Codemberg

Antiguo alumno de la Escuela Politécnica, miembro de varias sociedades culturales y autor de un libro titulado: Le Monde spirituel, ou science chrétienne de communiquer intimement avec les puissances célestes et les âmes heureuses.

Muerto en noviembre de 1858; evocado el 14 de enero siguiente en la Sociedad.
1. Evocación. –Resp. Estoy aquí; ¿qué queréis de mí?

2. ¿Venís con gusto a nuestro llamado? –Resp. Sí.

3. ¿Queréis decirnos qué pensáis actualmente del libro que habéis publicado? –Resp. He cometido algunos errores, pero hay en el mismo algo de bueno y, sin jactancia, soy muy llevado a creer que vosotros mismos aprobaríais lo que he dicho allí.

4. Habéis dicho principalmente que tuvisteis comunicaciones con la madre del Cristo; ¿veis ahora si realmente era Ella? –Resp. No, no era Ella, sino un Espíritu que tomaba su nombre.

5. ¿Con qué objetivo el Espíritu tomaba ese nombre? –Resp. Él me veía transitar por el camino del error y aprovechaba para que yo me complicase aún más; era un Espíritu perturbador, un ser ligero, más propenso al mal que al bien; se sentía feliz al ver mi falsa alegría. Yo era su juguete, como los hombres lo son a menudo de sus semejantes.

6. ¿Cómo vos, dotado de una inteligencia superior, no percibisteis el ridículo de ciertas comunicaciones? –Resp. Estaba fascinado, y creía que todo lo que me decían era bueno.


7. ¿No pensáis que esta obra puede hacer mal, en el sentido de que se presta al ridículo con respecto a las comunicaciones del Más Allá? –Resp. En este sentido, sí; pero también he dicho que tiene algo de bueno y de verdadero; desde otro punto de vista, la misma impresiona a los ojos de las masas, y frecuentemente encontráis un buen germen en aquello que nos parece malo.

8. ¿Sois más feliz ahora que cuando estabais encarnado? –Resp. Sí, pero tengo mucha necesidad de esclarecerme, porque todavía estoy en la niebla que se sigue a la muerte; soy como el escolar que comienza a deletrear.

9. Cuando encarnado, ¿conocisteis El Libro de los Espíritus? –Resp. Nunca le presté atención; yo tenía ideas preconcebidas; en esto pecaba, porque no profundizaba ni estudiaba demasiado todas las cosas; pero el orgullo es siempre lo que nos causa ilusión. Además, esto es propio de los ignorantes, en general: no quieren estudiar sino aquello que prefieren y sólo escuchan a los que los halagan.

10. Pero vos no erais un ignorante: vuestros títulos son la prueba de esto. –Resp. ¿Qué es el sabio de la Tierra delante de la ciencia del Cielo? Además, siempre existe la influencia de ciertos Espíritus interesados en apartarnos de la luz.

Nota – Esto corrobora lo que ya se ha dicho, de que ciertos Espíritus inspiran el alejamiento de las personas que pueden dar consejos útiles y desbaratar sus maquinaciones. Esta influencia nunca es la de un Espíritu bueno.

11. Y ahora, ¿qué pensáis de este libro? –Resp. No podría hablar del mismo sin elogiarlo; pero nosotros no elogiamos, como bien lo sabéis.

12. ¿Se ha modificado vuestra opinión sobre la naturaleza de las penas futuras? –Resp. Sí; yo creía en las penas materiales; ahora creo en las penas morales.

13. ¿Podemos hacer algo que os sea agradable? –Resp. Siempre; haced cada uno por mí una pequeña oración a la noche; os agradeceré por esto; no lo olvidéis.

Nota – El libro del Sr. de Codemberg ha provocado una cierta sensación y, debemos decirlo, una penosa sensación entre los adeptos esclarecidos del Espiritismo, a causa de la extrañeza de ciertas comunicaciones que se prestan bastante al ridículo. La intención era loable, porque era un hombre sincero; pero él es un ejemplo del dominio que ciertos Espíritus pueden ejercer, adulando y exagerando las ideas y los prejuicios de los que no examinan con suficiente severidad los pros y los contras de las comunicaciones espíritas. Sobre todo nos muestra el peligro de difundirlas muy ligeramente al público, porque ellas pueden ser un motivo de repulsión, al fortalecer a ciertas personas en su incredulidad, haciendo así más mal que bien, al darles armas a los enemigos de la causa. Por lo tanto, jamás seríamos demasiado circunspectos al respecto.


El Sr. Poitevin, aeronauta

Muerto hace alrededor de dos meses de una fiebre tifoidea, contraída en consecuencia de un descenso forzado que él hizo en pleno mar.
Sesión de la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas del 11 de febrero de 1859.

1. Evocación. –Resp. Estoy aquí; hablad.

2. ¿Lamentáis la vida terrestre? –Resp. No.

3. ¿Sois más feliz que cuando encarnado? –Resp. Mucho.

4. ¿Qué motivo ha podido llevaros hacia las experiencias aeronáuticas? –Resp. La necesidad.

5. ¿Teníais el pensamiento de servir a la Ciencia? –Resp. De ningún modo.

6. ¿Veis ahora la Ciencia aeronáutica desde otro punto de vista que cuando estabais encarnado? –Resp. No; yo la veía como la veo ahora, porque la apreciaba bien. Veía muchos perfeccionamientos que había que introducir, pero que yo no los podía desarrollar por falta de ciencia; pero esperad: hombres vendrán que le darán la importancia que ella merece y que merecerá un día.

7. ¿Creéis que la Ciencia aeronáutica se volverá un día objeto de utilidad pública? –Resp. Sí, ciertamente.

8. La gran preocupación de los que se ocupan con esta Ciencia es la investigación de los medios para dirigir los globos aerostáticos; ¿pensáis que se llegará a eso? –Resp. Sí, ciertamente.

9. Según vos, ¿cuál es la mayor dificultad que presentan dichos aeróstatos? –Resp. El viento, las tempestades.

10. ¿Entonces no es la dificultad de encontrar un punto de apoyo? –Resp. Si dirigiésemos los vientos, dirigiríamos los globos.

11. ¿Podríais señalar hacia qué punto convendría orientar las investigaciones al respecto? –Resp. Dejemos esto.

12. Cuando encarnado, ¿habíais estudiado los diferentes sistemas propuestos? –Resp. No.

13. ¿Podríais dar consejos a los que se ocupan con estas investigaciones? –Resp. ¿Pensáis que seguirían vuestros consejos?

14. No serían los nuestros, sino los vuestros. –Resp. ¿Queréis un tratado? Lo mandaré hacer.

15. ¿Por quién? –Resp. Por los amigos que me han guiado.

16. Aquí se encuentran dos inventores distinguidos en materia de aerostación: el Sr. Sansón y el Sr. Ducroz, que han obtenido datos científicos muy honorables. ¿Tenéis una idea de sus sistemas? –Resp. No; hay mucho que decir; no los conozco.

17. Admitiendo como resuelto el problema de dirección de los globos aerostáticos, ¿creéis en la posibilidad de una navegación aérea en gran escala, como sobre el mar? –Resp. No, nunca como por el telégrafo.

18. No hablo de la velocidad de las comunicaciones, que jamás puede ser comparada con la del telégrafo, sino del transporte de un gran número de personas y de objetos materiales. ¿Qué resultado se puede esperar con referencia a esto? –Resp. Poca celeridad.

19. Cuando estabais en peligro inminente, ¿pensabais en lo que seríais después de vuestra muerte? –Resp. No; estaba completamente concentrado en mis maniobras.

20. ¿Qué impresión os causaba el pensamiento del peligro que corríais? –Resp. El hábito había embotado el miedo.

21. ¿Qué sensación tuvisteis cuando estabais perdido en el espacio? –Resp. Preocupación, pero felicidad; mi Espíritu parecía escapar de vuestro mundo; sin embargo, las necesidades de hacer maniobras me llamaban con frecuencia a la realidad y me hacían caer en la fría y peligrosa posición en la que me encontraba.

22. ¿Veis con placer que vuestra esposasiga la misma carrera arriesgada que vos? –Resp. No.

23. ¿Cuál es vuestra situación como Espíritu? –Resp. Vivo como vosotros, es decir, que puedo atender a mi vida espiritual como vosotros podéis proveer a vuestra vida material.

Observación – Las curiosas experiencias del Sr. Poitevin, su intrepidez, su notable destreza en las maniobras de los globos aerostáticos, nos hacía esperar de él más elevación y grandeza en sus ideas. El resultado no correspondió a nuestras expectativas; como se ha podido ver, la aerostación no era para él más que una industria, una manera de vivir a través de un género particular de espectáculo; todas sus facultades estaban concentradas en los medios para atraer la curiosidad pública. Es así que, en estas Conversaciones del Más Allá, las previsiones son a menudo inciertas; algunas veces son superadas, en otras uno se depara con menos de lo que se esperaba, lo que es una prueba evidente de la independencia de las comunicaciones.

En una sesión particular, y por intermedio del mismo médium, Poitevin ha dictado los siguientes consejos, para cumplir la promesa que acababa de hacer: cada uno podrá apreciar su valor; nosotros los damos como tema de estudio sobre la naturaleza de los Espíritus y no por su mérito científico, más que discutible.

«Para dirigir a un globo lleno de gas encontraréis siempre las mayores dificultades: la inmensa superficie que él ofrece como presa para los vientos; la poca cantidad de peso que el gas puede llevar; la fragilidad de la envoltura que este aire sutil exige; todas estas causas nunca permitirán dar al sistema aerostático la gran extensión que desearíais verlo tomar. Para que el aeróstato tenga una utilidad real, es preciso que sea un modo de comunicación poderoso y dotado de una cierta rapidez, pero sobre todo poderoso. Hemos dicho que él estaría en un término medio entre la electricidad y el vapor; sí, y por dos razones:

1°) Debe transportar a los viajeros más rápidamente que el ferrocarril, y será menos rápido que el telégrafo, con referencia a los mensajes.

2°) No está en el medio de esos dos sistemas, porque participa a la vez del aire y de la tierra, sirviéndole ambos de camino: está entre el cielo y el mundo.

«No me habéis preguntado si, a través de ese medio, conseguiríais visitar otros planetas. No obstante, este pensamiento es el que ha inquietado a muchos cerebros angustiados, y cuya solución colmaría de asombro a todo vuestro mundo. No, no lo conseguiréis. Imaginad, pues, que para cruzar esos espacios inauditos para vosotros, de millones y millones de leguas, la luz tarda años; por consiguiente, ved cuánto tiempo sería necesario para alcanzarlos, incluso llevados por el vapor o por el viento.

«Volviendo al tema principal, os decía al comienzo que no era preciso esperar mucho de vuestro sistema actualmente empleado; pero obtendréis mucho más al comprimir el aire, actuando sobre el mismo de forma fuerte y extensa; el punto de apoyo que buscáis está delante vuestro, os rodea por todos lados; con él os chocáis a cada uno de vuestros movimientos, obstaculiza diariamente vuestro camino e influye sobre todo lo que tocáis. Pensad bien sobre esto y extraed de esta revelación todo lo que podáis: sus deducciones son enormes. Nosotros no podemos tomaros de la mano y haceros forjar las herramientas necesarias para ese trabajo; no podemos daros, palabra por palabra, una inducción; es preciso que vuestro Espíritu trabaje, que madure sus proyectos, sin lo que no comprenderíais aquello que hicieseis y no sabríais manejar vuestros instrumentos; nosotros mismos seríamos obligados a mover y abrir todos vuestros émbolos, y las circunstancias imprevistas que un día u otro vendrían a dificultar vuestros esfuerzos, os arrojarían en vuestra primera ignorancia.

«Por lo tanto, trabajad y encontraréis lo que estéis buscando; conducid a vuestro Espíritu en la dirección que os indicamos y aprended por la experiencia, que nosotros no os inducimos al error.»

Observación – Estos consejos, aunque contienen indiscutibles verdades, no por esto dejan de denotar a un Espíritu poco esclarecido en ciertos puntos de vista, ya que él parece ignorar la verdadera causa de la imposibilidad de alcanzar otros planetas. Es una prueba más de la diversidad de aptitudes y de luces encontradas en el mundo de los Espíritus, como en la Tierra. Es por la multiplicidad de observaciones que se llega a conocerlo, a comprenderlo y a juzgarlo. Es por eso que damos muestras de todos los géneros de comunicaciones, teniendo el cuidado de hacer resaltar al fuerte y al débil. La comunicación de Poitevin termina con una consideración muy justa, que nos parece haber sido suscitada por un Espíritu más filosófico que el suyo; además, él había dicho que esos consejos serían redactados por sus amigos, que nada enseñan de definitivo.

Aquí encontramos, aún, una nueva prueba de que los hombres que han tenido una especialidad en la Tierra, no siempre son los más apropiados para esclarecernos como Espíritus, sobre todo si no son lo suficientemente elevados para desprenderse de la vida terrestre.

Es de lamentar que, para el progreso de la Aeronáutica, la mayoría de esos hombres intrépidos no puedan poner su experiencia a servicio de la Ciencia, mientras que los teóricos, ajenos a la práctica, son como marineros que nunca han visto el mar. Indiscutiblemente, un día habrá ingenieros en aerostática, como hay ingenieros navales, pero eso sólo será posible cuando aquellos pudiesen ver y sondar por sí mismos las profundidades del océano aéreo. ¡Cuántas ideas no les serían dadas por el contacto real con los elementos, ideas que escapan a las personas del oficio! Porque sea cual fuere su conocimiento, ellos no pueden, desde el fondo de sus gabinetes, percibir todos los escollos; por lo tanto, si un día esta Ciencia debe volverse una realidad, sólo lo será por intermedio de ellos. A los ojos de mucha gente, eso es aún una quimera, y he aquí por qué los inventores, que en general no son capitalistas, no encuentran el apoyo ni el estímulo necesarios. Cuando la aerostación dé dividendos –incluso en esperanzas– y pueda ser comercializada, no le han de faltar capitales. Hasta que esto suceda, es necesario contar con la devoción de aquellos que ven el progreso antes que la especulación. Mientras haya parcimonia en los medios de ejecución, habrá fracasos por la imposibilidad de hacer ensayos en larga escala o en condiciones apropiadas. Serán forzados a proceder con mezquindad, lo que es un mal, en esto como en todas las cosas. El éxito solamente será alcanzado al precio de bastantes sacrificios para entrar plenamente en el camino de la práctica, y quien dice sacrificio dice exclusión de toda idea de beneficio. Esperemos que el pensamiento de dotar al mundo de la solución de un gran problema, aunque no sea más que desde el punto de vista de la Ciencia, inspire algún desinterés generoso. Pero lo primero que hay que hacerse sería dar a los teóricos los medios de adquirir la experiencia del aire, inclusive a través de los medios imperfectos que poseemos. Si Poitevin hubiese sido un hombre de saber y si hubiera inventado un sistema de locomoción aérea, indiscutiblemente hubiese inspirado más confianza a aquellos que nunca abandonaron el suelo, y probablemente hubiera encontrado los recursos que son negados a los otros.




Pensamientos poéticos

Dictados por el Espíritu Alfred de Musset a la Sra. X

Si sufres en la Tierra
Pobre corazón afligido,
Si para ti la miseria
Es obligado sino,
Piensa, en tu quebranto,
Que sigues el camino
Que lleva entre llanto
Hacia un mejor destino.

Los pesares de la vida
¿Son tan graves de soportar
Que tu corazón olvida
Que un día en primer lugar
Como premio por tu sufrir
Tu Espíritu depurado
Podrá los goces sentir
Del mundo etéreo y sagrado?

La vida es una travesía
Cuyo curso bien conoces;
Si procedes con sabiduría
Tus días serán felices.


Observación – La médium que ha servido como intérprete, no solamente desconoce las reglas más elementales de la poesía, sino que jamás pudo componer un solo verso por sí misma. Ella los escribe con una facilidad extraordinaria bajo el dictado de los Espíritus; y si bien es médium hace poco tiempo, ya posee una numerosa y muy interesante colección de poemas. Hemos leído algunos de ellos –encantadores y sumamente oportunos– que le fueron dictados por el Espíritu de una persona que vive a 200 leguas, a quien ella evocó. Esta persona, en estado de vigilia, no es más poeta que la médium.





Sonámbulos remunerados

Uno de nuestros corresponsales nos ha escrito, con referencia a nuestro último artículo sobre los médiums mercenarios, para preguntarnos si nuestras observaciones también se aplican a los sonámbulos remunerados.

Si consentimos remontarnos al origen del fenómeno, se verá que el sonámbulo, aunque pueda considerárselo como una variedad de médium, es un caso diferente del médium propiamente dicho. En efecto, este último recibe sus comunicaciones de otros Espíritus que pueden venir o no según las circunstancias o las simpatías que encuentren. Al contrario, el sonámbulo obra por sí mismo; es su propio Espíritu que se desprende de la materia, y ve relativamente bien según sea más o menos completo su desprendimiento. Es cierto que el sonámbulo está en relación con otros Espíritus que lo asisten más o menos con gusto, en razón de sus simpatías; pero en definitiva es el propio Espíritu que ve y que puede, hasta un cierto punto, disponer de sí mismo sin que otros tengan que decir algo, y sin que su concurso sea indispensable. De eso resulta que el sonámbulo que busca una compensación material por el esfuerzo, a menudo muy grande, proveniente del ejercicio de su facultad, no tiene que vencer las mismas susceptibilidades que el médium que no es sino un instrumento.

Además se sabe que la lucidez sonambúlica se desarrolla a través del ejercicio; ahora bien, aquel que hace de esto su ocupación exclusiva, adquiere tanto más facilidad como condiciones de ver muchas cosas con las cuales termina identificándose, así como con ciertos términos especiales que le vienen más fácilmente a la memoria; en una palabra, él se familiariza con este estado que se vuelve –por así decirlo– su estado normal: nada más lo sorprende. Por otro lado, los hechos están ahí para probar con qué prontitud y con qué nitidez ellos pueden ver; de donde sacamos en conclusión que la remuneración pagada a ciertos sonámbulos no es un obstáculo al desarrollo de la lucidez.

A esto hacen una objeción. Como la lucidez es frecuentemente variable y depende de causas fortuitas, preguntan si el afán de lucro no podría incitar al sonámbulo a fingir esta lucidez, incluso cuando ella le faltase, por fatiga o por otra causa, inconveniente que no puede tener lugar cuando no hay un interés en juego. Esto es muy cierto, pero respondemos que la cuestión tiene su lado malo. Se puede abusar de todo, y por todas partes donde se infiltre el fraude, es necesario reprobarlo. El sonámbulo que así actuase faltaría a la lealtad, lo que desgraciadamente se encuentra también entre los que no duermen. Con un poco de hábito se puede fácilmente percibir eso, y sería difícil engañar por mucho tiempo a un observador experimentado. En esto, como en todas las cosas, lo esencial es asegurarse el grado de confianza que merece la persona a la cual uno se dirige. Si el sonámbulo no remunerado no ofrece este inconveniente, no es preciso creer que su lucidez sea infalible; como cualquier otro, él puede equivocarse si está en malas condiciones; en este aspecto, la experiencia es la mejor guía. En resumen, nosotros no preconizamos a nadie; hemos estado en condiciones de constatar eminentes servicios prestados por unos y por otros; nuestro objetivo era solamente probar que se pueden encontrar buenos sonámbulos en una y en otra condición.


Aforismos espíritas y pensamientos destacados

Los Espíritus se encarnan hombres o mujeres, porque no tienen sexo. Como deben progresar en todo, cada sexo, como cada posición social, les ofrece pruebas y deberes especiales, así como la oportunidad de adquirir experiencia. Aquel que fuese siempre hombre, no sabría sino lo que saben los hombres.

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Por la Doctrina Espírita, la solidaridad no está más restricta a la sociedad terrestre: ella abraza a todos los mundos; por las relaciones que los Espíritus establecen entre las diferentes esferas, la solidaridad es universal, porque de un mundo al otro los seres vivos se prestan un apoyo mutuo.


Aviso

Sin cesar recibimos cartas de nuestros corresponsales que nos piden la Historia de Juana de Arco y la Historia de Luis XI –de las cuales hemos publicado extractos–, así como el álbum de los dibujos del Sr. Victorien Sardou.

Recordamos a nuestros lectores que la Historia de Juana de Arco está actualmente agotada, y que la Historia de Luis XI, como la Vida de Luis IX, aún no han sido publicadas; esperamos que lo sean un día y será un deber para nosotros anunciarlas en nuestra Compilación. Hasta que esto suceda, todo pedido con objeto de procurarse esas obras es innecesario. Lo mismo ocurre con el álbum del Sr. Sardou. El dibujo que hemos presentado de La Casa de Mozart es el único que está en venta en la librería del Sr. Ledoyen.

ALLAN KARDEC