Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1859

Allan Kardec

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Enero


A Su Alteza el príncipe G.

Príncipe:

Vuestra Alteza me ha hecho el honor de dirigirme varias preguntas referentes al Espiritismo; voy a tratar de responderlas, tanto como lo permita el estado de los conocimientos actuales sobre la materia, resumiendo en pocas palabras lo que el estudio y la observación nos han enseñado al respecto. Esas cuestiones se basan en los propios principios de la ciencia; para dar más claridad a la solución, es necesario tener esos principios presentes en el pensamiento; por lo tanto, permitidme considerar la cuestión desde un punto más alto, estableciendo preliminarmente ciertas proposiciones fundamentales que, además, han de servir de respuesta a algunas de vuestras preguntas.

Fuera del mundo corporal visible existen seres invisibles que constituyen el mundo de los Espíritus.

De ninguna manera los Espíritus son seres aparte, sino las propias almas de los que han vivido en la Tierra o en otras esferas, y que se han despojado de sus envolturas materiales.

Los Espíritus presentan todos los grados de desarrollo intelectual y moral. Por consecuencia los hay buenos y malos, esclarecidos e ignorantes, ligeros, mentirosos, bellacos, hipócritas, que buscan engañar e inducir al mal, así como los hay muy superiores en todo y que solamente buscan hacer el bien. Esta distinción es un punto capital.

Los Espíritus nos rodean sin cesar; sin que lo sepamos, dirigen nuestros pensamientos y nuestras acciones, y por esto influyen en los acontecimientos y en los destinos de la Humanidad.

A menudo los Espíritus atestiguan su presencia a través de efectos materiales. Estos efectos nada tienen de sobrenatural; sólo nos parecen así porque reposan sobre bases que se encuentran fuera de las leyes conocidas de la materia. Una vez conocidas estas bases, el efecto entra en la categoría de los fenómenos naturales.

Es así que los Espíritus pueden actuar sobre los cuerpos inertes y hacerlos mover sin el auxilio de nuestros agentes exteriores. Negar la existencia de agentes desconocidos por el solo hecho de no comprenderlos, sería poner límites al poder de Dios y creer que la Naturaleza nos ha dicho su última palabra.

Todo efecto tiene una causa: nadie lo discute. Por lo tanto, es ilógico negar la causa por el solo hecho de que es desconocida.

Si todo efecto tiene una causa, todo efecto inteligente debe tener una causa inteligente. Cuando vemos al manipulador del telégrafo formar señales que responden al pensamiento, no sacamos en conclusión que dicho manipulador sea inteligente, sino que una inteligencia lo hace mover. Sucede lo mismo con los fenómenos espíritas. Si la inteligencia que los produce no es la nuestra, es evidente que se encuentra fuera de nosotros.

En los fenómenos de las Ciencias naturales se actúa sobre la materia inerte que se manipula a voluntad; en los fenómenos espíritas se actúa sobre inteligencias que tienen su libre albedrío y que no están sometidas a nuestra voluntad. Por lo tanto, hay entre los fenómenos usuales y los fenómenos espíritas una diferencia radical en cuanto al principio: es por esto que la Ciencia común es incompetente para juzgarlos.

El Espíritu encarnado tiene dos envolturas: una material, que es el cuerpo, y otra semimaterial e indestructible, que es el periespíritu. Al dejar la primera, el Espíritu conserva la segunda que constituye para él una especie de cuerpo, pero cuyas propiedades son esencialmente diferentes. En su estado normal, el periespíritu es invisible para nosotros, pero puede volverse momentáneamente visible e incluso tangible: tal es la causa del fenómeno de las apariciones.

Por lo tanto, los Espíritus no son seres abstractos, indefinidos, sino seres reales y limitados, que tienen su existencia propia y que piensan y obran en virtud de su libre albedrío. Ellos están por todas partes, a nuestro alrededor; pueblan los espacios y se transportan con la velocidad del pensamiento.

Los hombres pueden entrar en relación con los Espíritus y recibir de los mismos comunicaciones directas a través de la escritura, de la palabra y por otros medios. Al estar los Espíritus a nuestro lado, o al poder atender a nuestro llamado, es posible establecer con ellos comunicaciones continuadas, a través de ciertos intermediarios, como un ciego puede hacerlo con las personas que él no ve.

Ciertas personas son más dotadas que otras de una aptitud especial para transmitir las comunicaciones de los Espíritus: son los médiums. El papel del médium es el de un intérprete; es un instrumento del cual se sirve el Espíritu; este instrumento puede ser más o menos perfecto, y es por esto que existen comunicaciones más o menos fáciles.

Los fenómenos espíritas son de dos órdenes: las manifestaciones físicas y materiales, y las comunicaciones inteligentes. Los efectos físicos son producidos por Espíritus inferiores; los Espíritus elevados no se ocupan de esas cosas, así como nuestros sabios no se ocupan en hacer proezas musculares: su papel es el de instruir por el razonamiento.

Las comunicaciones pueden emanar de Espíritus inferiores, como de Espíritus superiores. Se reconoce a los Espíritus –como a los hombres– por su lenguaje: el de los Espíritus superiores es siempre serio, digno, noble e impregnado de benevolencia; toda expresión trivial o inconveniente, todo pensamiento que choque a la razón o al buen sentido, que denote orgullo, acrimonia o malevolencia, emana necesariamente de un Espíritu inferior.

Los Espíritus elevados no enseñan más que cosas buenas; su moral es la del Evangelio; sólo predican la unión y la caridad, y nunca engañan. Los Espíritus inferiores dicen absurdos, mentiras y a menudo hasta groserías.

La buena aptitud de un médium no consiste solamente en la facilidad de las comunicaciones, sino sobre todo en la naturaleza de las comunicaciones que recibe. Un buen médium es el que simpatiza con los Espíritus buenos y no recibe sino buenas comunicaciones.

Todos tenemos un Espíritu familiar que se vincula a nosotros desde nuestro nacimiento, que nos guía, aconseja y nos protege; este Espíritu es siempre bueno.

Además del Espíritu familiar, hay Espíritus que son atraídos hacia nosotros por su simpatía para con nuestras cualidades y nuestros defectos, o por antiguos afectos terrestres. De esto resulta que, en toda reunión, hay una multitud de Espíritus más o menos buenos, según la naturaleza del medio.

¿Pueden los Espíritus revelar el futuro?

Los Espíritus sólo conocen el futuro en razón de su elevación. Aquellos que son inferiores no conocen ni siquiera su futuro, y con más fuerte razón desconocen el de los otros. Los Espíritus superiores lo conocen, pero no siempre les es permitido revelarlo. En principio, y por un designio muy sabio de la Providencia, el porvenir nos debe ser ocultado; si lo conociéramos, nuestro libre albedrío sería obstaculizado. La certeza del éxito nos sacaría la voluntad de hacer algo, porque no veríamos la necesidad de esforzarnos; la certeza de una desgracia nos desanimaría. No obstante, hay casos donde el conocimiento del futuro puede ser útil, pero de éstos jamás podemos ser jueces: los Espíritus nos lo revelan cuando lo creen útil y cuando tienen el permiso de Dios; entonces, ellos lo hacen espontáneamente y no a pedido nuestro. Es preciso esperar con confianza la oportunidad, y sobre todo no insistir en caso de negativa, porque de otro modo uno se arriesga a relacionarse con Espíritus ligeros que se divierten a costa nuestra.

¿Pueden los Espíritus guiarnos a través de consejos directos en las cosas de la vida?

Sí, pueden y lo hacen con gusto. Esos consejos nos llegan diariamente por los pensamientos que nos sugieren. Frecuentemente hacemos cosas de las cuales nos atribuimos el mérito, y que en realidad no son más que el resultado de una inspiración que nos ha sido transmitida. Ahora bien, como estamos rodeados por Espíritus que influyen en nosotros, unos en un sentido y otros en otro, tenemos siempre nuestro libre albedrío para guiarnos en la elección; feliz de nosotros cuando preferimos a nuestro Espíritu bueno.

Además de esos consejos ocultos, se puede obtenerlos directamente a través de un médium; pero es aquí el caso de recordar los principios fundamentales que acabamos de emitir. La primera cuestión a considerar es la cualidad del médium, si no lo es uno mismo. Un médium que no recibe sino buenas comunicaciones y que, por sus cualidades personales, sólo simpatiza con los Espíritus buenos, es un ser precioso del cual se puede esperar grandes cosas, si es que es secundado por la pureza de sus propias instrucciones y si las mismas se toman convenientemente; digo más: es un instrumento providencial.

El segundo punto, que no es menos importante, consiste en la naturaleza de los Espíritus a los cuales nos dirigimos, y no es preciso creer que el primero que llegue pueda guiarnos útilmente. Aquel que viese en las comunicaciones espíritas apenas un medio de adivinación, y en un médium una especie de echador de la buenaventura, se equivocaría por completo. Es preciso considerar que tenemos en el mundo de los Espíritus, amigos que se interesan por nosotros, más sinceros y más devotos que aquellos que adoptan ese título en la Tierra, y que no tienen ningún interés en adularnos o en engañarnos. Son, además de nuestro Espíritu protector, parientes o personas que nos han querido en vida, o Espíritus que nos desean el bien por simpatía. Éstos vienen de buen grado cuando se los llama e incluso vienen sin ser llamados; frecuentemente los tenemos a nuestro lado sin que lo sospechemos. Son aquellos a los que podemos pedirles consejos por vía directa de los médiums, y que incluso los dan espontáneamente sin que se los pidamos. Sobre todo lo hacen en la intimidad, en el silencio y cuando ninguna influencia extraña viene a perturbarlos; además, ellos son muy prudentes y nunca temamos de su parte una indiscreción: se callan cuando hay demasiados oídos. Lo hacen todavía más a gusto cuando están en frecuente comunicación con nosotros; como sólo dicen cosas convenientes y oportunas, es preciso esperar su buena voluntad y no creer que a primera vista ellos vengan a satisfacer a todos nuestros pedidos; con esto quieren probarnos que no están a nuestras órdenes.

La naturaleza de las respuestas depende mucho de la manera de hacer las preguntas; es necesario aprender a conversar con los Espíritus como se aprende a conversar con los hombres: en todas las cosas es preciso experiencia. Por otro lado, el hábito hace que los Espíritus se identifiquen con nosotros y con el médium; los fluidos se combinan y las comunicaciones son más fáciles; entonces, se establece entre ellos y nosotros verdaderas conversaciones familiares; lo que no dicen en un día, lo dicen en otro; se habitúan a nuestra manera de ser, como nosotros a la de ellos: estamos recíprocamente más a gusto. En cuanto a la intromisión de los Espíritus malos y de los Espíritus engañadores –lo que es un gran escollo–, la experiencia enseña a combatirlos y siempre pueden ser evitados. Si no se les da motivos, ellos no vienen porque saben que pierden su tiempo.

¿Cuál puede ser la utilidad de la propagación de las ideas espíritas? –Al ser el Espiritismo la prueba palpable y evidente de la existencia, de la individualidad y de la inmortalidad del alma, es la destrucción del materialismo, de esa negación de toda religión, de esa llaga de toda sociedad. El número de materialistas que Él ha conducido hacia ideas más sanas es considerable y aumenta todos los días: sólo esto ya sería un beneficio social. Él no sólo prueba la existencia del alma y su inmortalidad, sino que muestra su estado feliz o infeliz según los méritos de esta vida. Las penas y las recompensas futuras no son más una teoría: son un hecho patente que lo tenemos bajo nuestros ojos. Ahora bien, como no hay religión posible sin la creencia en Dios, en la inmortalidad del alma, en las penas y recompensas futuras, el Espiritismo hace revivir esas creencias en aquellos en los cuales ellas estaban apagadas, deduciéndose de esto que Él es el más poderoso auxiliar de las ideas religiosas: da religión a los que no la tienen;[i] la fortifica en aquellos en que ella es vacilante; consuela por la certeza del futuro, hace tomar con paciencia y resignación las tribulaciones de esta vida y desvía el pensamiento del suicidio, pensamiento que es rechazado naturalmente cuando se ve sus consecuencias: he aquí por qué son felices los que han penetrado esos misterios; es para ellos una luz que disipa las tinieblas y las angustias de la duda.

Si consideramos ahora la moral enseñada por los Espíritus superiores, ella es toda evangélica: con esto está todo dicho; predica la caridad cristiana en toda su sublimidad, y hace más, muestra su necesidad para la felicidad presente y futura, porque las consecuencias del bien y del mal que hacemos están allí delante de nuestros ojos. Al reconducir a los hombres a los sentimientos de sus deberes recíprocos, el Espiritismo neutraliza el efecto de las doctrinas subversivas del orden social.

¿No pueden esas creencias ser un peligro para la razón? –Todas las Ciencias ¿no han proporcionado su contingente a las casas de alienados? ¿Hay que condenarlas por esto? Las creencias religiosas ¿no están allí ampliamente representadas? ¿Sería justo, por eso, proscribir la religión? ¿Se conocen a todos los locos que el miedo al diablo ha producido? Todas las grandes preocupaciones intelectuales llevan a la exaltación y pueden influir de modo perjudicial sobre un cerebro débil; tendría fundamento en verse en el Espiritismo un peligro especial en este aspecto si Él fuese la única causa o, incluso, la causa preponderante de los casos de locura. Se da mucha repercusión a dos o tres casos a los cuales no se les habría prestado ninguna atención en otra circunstancia; y además no se tiene en cuenta las causas predisponentes anteriores. Yo podría citar otras en donde las ideas espíritas bien comprendidas han detenido el desarrollo de la locura. En resumen, el Espiritismo no ofrece, en este aspecto, más peligro que las mil y una causas que la producen diariamente; digo más: que Él ofrece mucho menos peligro, porque lleva en sí mismo el correctivo y, por la dirección que da a las ideas, por la calma que proporciona al espíritu de los que lo comprenden, puede neutralizar el efecto de causas extrañas. La desesperación es una de esas causas; ahora bien, al hacernos encarar las cosas más penosas con sangre fría y resignación, el Espiritismo nos da la fuerza de soportarlas con coraje y resignación, y atenúa los funestos efectos de la desesperación.

¿No son las creencias espíritas la consagración de las ideas supersticiosas de la Antigüedad y de la Edad Media, y no pueden ellas darles crédito? –Las personas sin religión ¿no tachan de superstición a la mayoría de las creencias religiosas? Una idea sólo es supersticiosa cuando es falsa; deja de serlo si se vuelve una verdad. Está probado que en el fondo de la mayoría de las supersticiones hay una verdad amplificada y desnaturalizada por la imaginación. Ahora bien, quitar a esas ideas todo su atavío fantástico y no dejar más que la realidad, es destruir la superstición: tal es el efecto de la ciencia espírita, que pone al desnudo lo que hay de verdadero y de falso en las creencias populares. Por mucho tiempo las apariciones han sido consideradas como una creencia supersticiosa; hoy, que son un hecho probado y –más que eso– perfectamente explicado, entran en el dominio de los fenómenos naturales. Por más que se las condene, no se las impedirá producirse; pero aquellos que se dieron cuenta y las comprenden, no solamente no se asustan, sino que están satisfechos, y esto sucede a tal punto que aquellos que no las tienen desean tenerlas. Al dejar el campo libre a la imaginación, los fenómenos incomprendidos son la fuente de una multitud de ideas accesorias, absurdas, que degeneran en supersticiones. Mostrad la realidad, explicad la causa, y la imaginación se detiene en el límite de lo posible; lo maravilloso, lo absurdo y lo imposible desaparecen, y con ellos la superstición; tales son, entre otras, las prácticas cabalísticas, la virtud de los signos y de las palabras mágicas, las fórmulas sacramentales, los amuletos, los días nefastos, las horas diabólicas y tantas otras cosas de las cuales el Espiritismo bien comprendido demuestra el ridículo.

Príncipe, tales son las respuestas que he creído un deber daros a las preguntas que me habéis hecho el honor de dirigir; me he de sentir feliz si ellas pueden corroborar las ideas que Vuestra Alteza ya posee sobre esas materias y si pueden llevaros a profundizar una cuestión de tan alto interés; más feliz aún si mi colaboración ulterior puede seros de alguna utilidad.

Con el más profundo respeto, soy de Vuestra Alteza, vuestro muy humilde y muy obediente servidor,


ALLAN KARDEC.




El Sr. Adrien, médium vidente
(Segundo artículo)

Desde la publicación de nuestro artículo sobre el Sr. Adrien, médium vidente,[i] nos han comunicado un gran número de hechos que confirman nuestra opinión de que esta facultad, al igual que todas las otras facultades mediúmnicas, es más común de lo que se piensa; nosotros ya la habíamos observado en una multitud de casos particulares y sobre todo en el estado sonambúlico. El fenómeno de las apariciones es hoy un hecho adquirido y podemos decir frecuente, sin hablar de los numerosos ejemplos que nos ofrecen la Historia profana y las Sagradas Escrituras. Muchos de los que nos han sido relatados sucedieron personalmente con aquellos que nos los han informado, pero esos hechos son casi siempre fortuitos y accidentales; aún no habíamos visto a nadie en quien esta facultad fuese de algún modo un estado normal. Ella es permanente en el Sr. Adrien; por todas partes donde está, la población oculta que pulula a nuestro alrededor es visible para él, sin que la llame: desempeña para nosotros el papel de un vidente en medio de un pueblo de ciegos; ve a esos seres –que podría decirse que son los dobles del género humano– ir y venir, tomar parte en nuestras acciones y, si podemos expresarlo así, dedicarse a sus asuntos. Los incrédulos dirán que es una alucinación, palabra sacramental con la cual pretenden explicar lo que no comprenden. Gustaríamos que ellos mismos pudiesen definirnos lo que es una alucinación, y sobre todo explicarnos su causa. En el Sr. Adrien, sin embargo, ella ofrecería un carácter bien insólito: el de la permanencia. Hasta el presente, lo que se ha convenido en llamar alucinación es un hecho anormal y casi siempre la consecuencia de un estado patológico, lo que de ninguna manera es aquí el caso. Y nosotros, que hemos estudiado esta facultad, que la observamos todos los días en sus mínimos detalles, hemos estado en condiciones de constatar su realidad. Por lo tanto, para nosotros ella no es objeto de duda alguna y, como se verá, nos ha sido de una gran ayuda en nuestros estudios espíritas; nos ha permitido introducir el escalpelo de la investigación en la vida extracorpórea: es la antorcha en la oscuridad. El Sr. Home, dotado de una facultad notable como médium de efectos físicos, ha producido efectos sorprendentes. El Sr. Adrien nos inicia en la causa de esos efectos, porque él los ve producirse y va mucho más allá de lo que impresiona a nuestros sentidos.

La realidad de la visión del Sr. Adrien está probada por el retrato que hace de las personas que nunca ha visto y cuya descripción es reconocida como exacta. Evidentemente cuando describe con una rigurosa minuciosidad hasta los mínimos detalles de un pariente o de un amigo que es evocado por su intermedio, no hay duda que él ve, porque no pueden ser cosas de su imaginación; pero existen personas cuyo prejuicio las lleva a rechazar hasta incluso la propia evidencia; y lo que hay de singular, es que para refutar lo que no quieren admitir, lo explican con causas aún más difíciles que aquellas que les damos.

Entretanto, los retratos del Sr. Adrien no son siempre infalibles, y en esto –como en toda Ciencia–, cuando una anomalía se presenta, es necesario investigar su causa, porque la causa de una excepción es frecuentemente la confirmación del principio general. Para comprender este hecho, es preciso no perder de vista lo que ya hemos dicho sobre la forma aparente de los Espíritus. Esta forma depende del periespíritu, cuya naturaleza esencialmente flexible se presta a todas las modificaciones que el Espíritu quiera darle. Al dejar la envoltura material, el Espíritu lleva consigo su envoltura etérea que constituye una otra especie de cuerpo. En su estado normal, ese cuerpo tiene la forma humana, pero que no está calcada rasgo por rasgo sobre aquel que ha dejado, principalmente cuando lo ha dejado hace un cierto tiempo. En los primeros momentos que siguen a la muerte, y durante todo el tiempo en que aún existe un lazo entre las dos existencias, la similitud es mayor; pero esta similitud se pierde a medida que el desprendimiento se opera y que el Espíritu se vuelve más ajeno a su última envoltura. Sin embargo, él puede siempre tomar esta primera apariencia, ya sea por la fisonomía como por la vestimenta, cuando lo juzgue útil para hacerse reconocer; pero esto sucede, en general, debido a un gran esfuerzo de su voluntad. Por lo tanto, no hay nada de sorprendente que, en ciertos casos, la semejanza falle en algunos detalles: bastan los rasgos principales. En el médium, esta investigación tampoco se hace sin un cierto esfuerzo, que se vuelve penoso cuando se repite demasiado. Sus visiones comunes no le ocasionan ninguna fatiga, porque él no considera sino las generalidades. Sucede lo mismo cuando nosotros vemos a una multitud: vemos todo; todos los individuos se destacan a nuestros ojos con sus rasgos distintivos, sin que ninguno de esos rasgos nos impresione demasiado como para poderlos describir; para especificarlos, es preciso concentrar nuestra atención en los detalles íntimos que queremos analizar, con la diferencia que, en las circunstancias ordinarias, la vista se dirige hacia una forma material, invariable, mientras que en la visión ella reposa sobre una forma esencialmente móvil, que un simple efecto de la voluntad puede modificar. Por lo tanto, sepamos tomar las cosas como son; considerémolas en sí mismas y en razón de sus propiedades. No olvidemos que, en Espiritismo, de modo alguno se opera sobre la materia inerte, sino sobre inteligencias que tienen su libre albedrío, y que por consiguiente no podemos someterlas a nuestra voluntad ni hacerlas obrar como uno quiere, como si moviéramos un péndulo. Todas las veces que quieran tomar a nuestras Ciencias exactas como punto de partida en las observaciones espíritas, estarán extraviados; es por esto que la Ciencia común es incompetente en esta cuestión: es exactamente como si un músico quisiese juzgar la arquitectura desde el punto de vista musical. El Espiritismo nos revela un nuevo orden de ideas, de nuevas fuerzas, de nuevos elementos, de fenómenos que no se basan en nada de lo que conocemos; por lo tanto, para juzgarlos sepamos despojarnos de nuestros prejuicios y de toda idea preconcebida; sobre todo compenetrémonos de esta verdad: fuera de lo que conocemos puede haber otra cosa, si es que no queremos caer en el error absurdo –fruto de nuestro orgullo– de que Dios no tiene más secretos para nosotros.

Después de esto, se comprende qué influencias delicadas pueden obrar sobre la producción de los fenómenos espíritas; pero existen otras que merecen una atención no menos seria. Decimos que el Espíritu, despojado del cuerpo, conserva toda su voluntad y una libertad de pensar mucho mayor de la que tenía cuando encarnado: hay susceptibilidades que tenemos dificultad de comprender; lo que a menudo nos parece tan simple y natural, lo ofende y lo desagrada; una pregunta fuera de lugar lo choca, lo hiere; y él nos muestra su independencia al no hacer lo que nosotros queremos, mientras que, a veces, hace más de lo que hubiéramos pensado pedirle. Es por esta razón que las preguntas de prueba y de curiosidad son esencialmente antipáticas a los Espíritus, y que raramente las responden de una manera satisfactoria; sobre todo los Espíritus serios jamás se prestan a esto, y en ningún caso quieren servir de entretenimiento. Entonces se concibe que la intención puede influir mucho sobre su buena voluntad en presentarse ante los ojos de un médium vidente, bajo tal o cual apariencia; y como en definitiva ellos no revisten una apariencia determinada sino cuando ésta les conviene, sólo lo hacen cuando en eso ven un motivo serio y útil.

Hay otra razón que, de algún modo, se vincula a lo que podríamos llamar la fisiología espírita. La visión del Espíritu por el médium se realiza por una especie de irradiación fluídica, partiendo del Espíritu y dirigiéndose sobre el médium; éste absorbe, por así decirlo, esos rayos y los asimila. Si está solo, o si está rodeado solamente por personas simpáticas, unidas en la intención y en los pensamientos, estos rayos se concentran sobre él; entonces, la visión es nítida, precisa, y es en estas circunstancias que los retratos son casi siempre de una exactitud notable. Al contrario, si existen alrededor del médium influencias antipáticas, pensamientos divergentes y hostiles, si no hay recogimiento, los rayos fluídicos se dispersan y son absorbidos por el medio ambiente: es por esto que hay una especie de niebla que se proyecta sobre el Espíritu y que no permite distinguir sus trazos. Tal sería una luz con o sin reflector. Otra comparación menos material puede aún explicarnos este fenómeno. Cada uno sabe que la elocuencia de un orador es estimulada por la simpatía y por la atención de su auditorio; al contrario, si él es distraído por el ruido, por la desatención o por la mala voluntad, sus pensamientos no son más tan libres, se dispersan y sus posibilidades disminuyen. El Espíritu que recibe la influencia de un medio absorbente se encuentra en el mismo caso: su irradiación, en lugar de dirigirse hacia un único punto, pierde su fuerza al diseminarse.

A las consideraciones anteriores debemos agregar una, cuya importancia será fácilmente comprendida por todos aquellos que conocen la marcha de los fenómenos espíritas. Se sabe que varias causas pueden impedir que un Espíritu atienda a nuestro llamado en el momento en que lo evocamos: puede estar reencarnado u ocupado en otra parte. Ahora bien, entre los Espíritus que se presentan casi siempre simultáneamente, el médium debe distinguir al que llamamos, y si no está allí, puede tomarlo por otro Espíritu igualmente simpático a la persona que evoca. Él describe al Espíritu, pero ni siempre puede afirmar que sea uno en lugar de otro; mas si el Espíritu que se presenta es serio, no se equivocará en cuanto a su identidad; si se lo interroga a este efecto, puede explicar la causa del equívoco, y decir quién es él.

Un medio poco propicio perjudica además por otra causa. Cada individuo tiene como acompañantes a Espíritus que simpatizan con sus defectos y con sus cualidades. Esos Espíritus son buenos o malos según los individuos; cuanto mayor fuere la cantidad de personas reunidas, mayor será la variedad de Espíritus y mayores las posibilidades de encontrar antipatías. Por lo tanto, si en la reunión hubiere personas hostiles, ya sea por sus pensamientos denigrantes, por la ligereza de carácter o por la incredulidad sistemática, ellos atraerán por esto mismo a Espíritus poco benévolos, que a menudo vienen a poner obstáculos a las manifestaciones de cualquier naturaleza, tanto escritas como visuales; de ahí la necesidad de colocarse en las condiciones más favorables si se quiere tener manifestaciones serias: quien quiere el fin quiere los medios. Las manifestaciones espíritas no son de esas cosas con las cuales sea permitido jugar impunemente. Sed serios, en toda la acepción de la palabra, si queréis cosas serias; de otro modo no esperéis otra cosa que ser el juguete de Espíritus ligeros, que se divertirán a costa vuestra.






El Duende de Bayonne

En nuestro último número hemos dicho algunas palabras de esta extraña manifestación. Esas informaciones nos habían sido dadas de viva voz y muy sucintamente por uno de nuestros suscriptores, amigo de la familia donde los hechos han sucedido. Él nos había prometido detalles más circunstanciales, y debemos a su cortesía la comunicación de las cartas que contienen un relato más detallado.

Esta familia vive cerca de Bayonne, y esas cartas han sido escritas por la propia madre de la pequeña –niña de diez años– a su hijo que reside en Burdeos, para explicarle lo que pasaba en casa. Este último ha tenido a bien tomarse el trabajo de transcribirlas para nosotros, a fin de que la autenticidad no pudiera ser discutida; ésta es una atención de la cual le estamos infinitamente agradecidos. Se comprende la reserva que hemos tenido con respecto a los nombres propios, reserva que para nosotros siempre fue una ley a ser observada, a menos que recibamos una autorización formal. No todos se preocupan en atraer a sí la multitud de curiosos. A aquellos para quienes esta reserva sería un motivo de sospecha, les diremos que es necesario hacer una diferencia entre un periódico eminentemente serio y los que sólo tienen en vista divertir al público. Nuestro objetivo no es el de contar casos para llenar páginas, sino el de esclarecer la ciencia; si estuviésemos equivocados, lo estaríamos de buena fe: cuando a nuestros ojos una cosa no es formalmente comprobada, la damos con la reserva de verificación ulterior; no podría ser así cuando emana de personas serias, cuya honorabilidad nos es conocida y que, lejos de tener algún interés en inducirnos al error, quieren ellas mismas instruirse.

La primera carta es la que le remite el hijo a nuestro suscriptor, enviándole las cartas de su madre.

Saint-Esprit, 20 de noviembre de 1858.

Querido amigo mío,

«Llamado a mi familia por la muerte de uno de mis pequeños hermanos, que Dios acaba de llevarnos, esta circunstancia –que me ha tenido alejado de mi casa desde hace algún tiempo– es la causa del atraso de mi respuesta. Yo estaría muy apenado de haceros pasar por un contador de historias delante del Sr. Allan Kardec; por eso voy a daros algunos detalles sumarios sobre los hechos ocurridos en mi familia. Creo ya haberos dicho que las apariciones han cesado hace mucho tiempo y no se manifiestan más a mi hermana. He aquí las cartas que mi madre me escribía al respecto. Debo observar que muchos de los hechos fueron omitidos, y no son los menos interesantes. Os escribiré de nuevo para completar la historia, si no pudiereis hacerlo, recordándoos lo que os he dicho de viva voz.»

23 de abril de 1855.

Hace aproximadamente tres meses que tu hermana X tuvo necesidad de salir para hacer una compra. Como tú sabes, el corredor de la casa –que es muy largo– nunca está iluminado, y la antigua costumbre que tenemos de recorrerlo sin luz hace conque evitemos tropezar en los escalones. X ya nos había dicho que cada vez que salía, escuchaba una voz que le hablaba algo que, al principio, ella no comprendía el sentido, pero que más tarde se volvió inteligible. Algún tiempo después vio a una sombra y, durante el trayecto, no cesaba de escuchar la misma voz. Lo que este ser invisible le decía tendía siempre a tranquilizarla y a darle consejos muy sensatos. Una buena moral era el fondo de sus palabras. X se quedaba muy alterada y nos decía que, a menudo, no tenía fuerzas para continuar su camino. Mi niña –le decía el ser invisible cada vez que ella se alteraba–, no temas, porque yo solamente quiero tu bien. Le enseñó un lugar donde durante varios días ella encontró algunas monedas; otras veces no encontraba nada. X se conformó con la recomendación que le había sido dada, y si bien durante mucho tiempo no encontró monedas, sí encontró juguetes que tú verás. Sin duda, esos regalos le fueron dados para darle coraje. Tú no has sido olvidado en las conversaciones de este ser; hablaba frecuentemente de ti y nos daba noticias tuyas por intermedio de tu hermana. Varias veces nos informaba de lo que hacías a la noche; te ha visto leyendo en tu cuarto; otras veces nos decía que tus amigos estaban reunidos en tu casa; en fin, siempre nos tranquilizaba cuando la pereza te impedía escribirnos.

Desde algún tiempo, X se relaciona casi continuamente con el ser invisible. Durante el día ella no ve nada; siempre escucha la misma voz que le dice palabras muy sensatas, que no cesa de estimularla al trabajo y al amor a Dios. A la noche ve, en la dirección de donde parte la voz, una luz rosa que no ilumina, pero que –según ella– podría ser comparada con el brillo de un diamante en la sombra. Ahora todo el miedo ha desaparecido en ella; si yo le manifiesto dudas, me dice: “Mamá, es un ángel que me habla, y si, para convencerte, quieres armarte de coraje, él me pide que te diga que esta noche hará conque te levantes. Si te habla, deberás responder. Ve para donde él te diga ir; observarás a alguien delante de ti; no tengas miedo”. No he querido poner mi coraje a prueba: tuve miedo, y la impresión que esto me ha causado me ha impedido dormir. Por la noche, muy a menudo me parecía escuchar un silbido en la cabecera de mi lecho. Mis sillas se movían sin que ninguna mano las tocara. Desde hace algún tiempo, mis temores han desaparecido completamente y lamento mucho por no haberme sometido a la prueba que me había sido propuesta para relacionarme directamente con el ser invisible, y también para no tener que luchar continuamente contra las dudas.

Aconsejé a X para interrogar al ser invisible sobre su naturaleza; he aquí la conversación que juntos han tenido:

X. ¿Quién eres tú?

El ser invisible. Soy tu hermano Eliseo.

X. Mi hermano murió hace doce años.

El ser invisible. Es verdad, tu hermano murió hace doce años; pero había en él como en todos los seres un alma que no muere y que está delante de ti en este mismo instante, que te ama y que protege a todos.

X. Quisiera verte.

El ser invisible. Estoy delante tuyo.

X. Pero no veo nada.

El ser invisible. Tomaré una forma visible para ti. Después del oficio religioso tú descenderás; entonces me verás y yo te abrazaré.

X. A mamá le gustaría también conocerte.

El ser invisible. Tu madre es la mía; ella me conoce. Hubiera preferido manifestarme a ella que a ti: era mi deber; pero no puedo mostrarme a varias personas, porque Dios me lo prohíbe; lamento que a mamá le haya faltado coraje. Prometo darte pruebas de mi existencia y entonces todas las dudas desaparecerán.

Por la noche, a la hora marcada, X se dirigió a la puerta del templo. Un jovencito se le presentó y le dijo: “Yo soy tu hermano. Pediste para verme y atiendo a tu pedido. Abrázame, porque no puedo conservar por mucho tiempo la forma que he tomado”.

Como bien lo comprendes, la presencia de este ser debió dejar atónita a X hasta el punto de impedirle hacer alguna observación. Tan pronto como la abrazó, él desapareció en el aire.

A la mañana siguiente el ser invisible, aprovechando el momento en que X debía salir, se le manifestó nuevamente y le dijo: “Has debido estar muy sorprendida con mi desaparición. ¡Pues bien! Te quiero enseñar a elevarte en el aire y te será posible seguirme”. Sin duda, cualquier otro menos X se hubiera espantado con tal proposición. Ella aceptó el ofrecimiento con prontitud y luego se sintió elevarse como una golondrina. En poco tiempo llegó a un lugar donde había una multitud considerable. Ella nos ha dicho que vio oro, diamantes y todo lo que, en la Tierra, satisface a nuestra imaginación. Nadie consideraba esas cosas más de lo que nosotros lo hacemos con los adoquines sobre los que caminamos. Ella reconoció a varios niños de su edad que vivían en la misma calle que nosotros y que habían muerto hacía tiempo. En un departamento ricamente decorado, y donde no había nadie, lo que llamó sobre todo su atención fue una mesa grande donde, entre un espacio y otro, había un papel. Delante de cada pliego se encontraba un tintero; veía a las plumas mojarse por sí mismas y trazar caracteres sin que ninguna mano los escribiese.

A su retorno le reproché por haberse ausentado sin mi autorización y le prohibí terminantemente recomenzar semejantes excursiones. El ser invisible le testimonió mucho pesar por haberme disgustado y le prometió formalmente que en lo sucesivo no la invitaría más a ausentarse sin que yo estuviese prevenida.

26 de abril.

El ser invisible se transformó a los ojos de X. Él tomó tu forma de una tal manera que tu hermana creyó que estabas en el salón; para asegurarse, ella le pidió que tomase su forma primitiva; luego que desapareciste, fuiste reemplazado por mí. Su estupefacción fue grande; me preguntó cómo yo me encontraba allí, ya que la puerta del salón estaba cerrada con llave. Entonces una nueva transformación tuvo lugar; él tomó la forma de tu hermano muerto y dijo a X: “Tu madre y todos los miembros de la familia nada ven sin quedarse estupefactos, e incluso ven con un sentimiento de miedo todos los hechos que se cumplen por mi intervención. De ninguna manera mi deseo es el de causar pavor; sin embargo, quiero probar mi existencia y ponerte al amparo de la incredulidad de todos, porque se podría tomar esto como una mentira tuya, lo que sería por parte de ellos una obstinación en no rendirse ante la evidencia. La Señora C tiene una mercería; sabes que necesitamos comprar botones; ambos iremos a comprarlos. Me transformaré en tu hermanito (él tenía por entonces 9 años) y cuando vuelvas a casa pedirás a mamá que mande a preguntar a la Señora C con quién te encontrabas en el momento en que ella te vendió los botones”. X concordó con las instrucciones. Mandé a preguntar eso a lo de la Señora C; ella me respondió que tu hermana estaba con tu hermano, al cual hizo un gran elogio, diciendo que no podía imaginarse que a su edad fuera posible dar respuestas tan fáciles, y sobre todo tener tan poca timidez. Es bueno decir que tu hermanito estaba en clase desde la mañana y solamente debería regresar a la tarde, hacia las siete horas, y que además es muy tímido y no tiene esa facilidad que le quieren conceder. ¿No es esto muy curioso? Creo que la mano de Dios no es de forma alguna ajena a estas cosas inexplicables.

7 de mayo de 1855.

No soy más crédula de lo que se debe ser y no me dejo dominar por ideas supersticiosas. Sin embargo, no puedo negarme a creer en hechos que suceden ante mis ojos. Me eran necesarias pruebas más evidentes para no infligir más a tu hermana los castigos que le daba algunas veces a disgusto, en el temor de que ella quisiese divertirse con nosotros, abusando de nuestra confianza.

Ayer eran alrededor de las cinco horas cuando el ser invisible dijo a X: “Es probable que mamá te mande a alguna parte para dar un recado. En tu camino serás agradablemente sorprendida por la llegada de la familia de tu tío”. X me transmitió enseguida lo que el ser invisible había dicho; yo estaba lejos de esperar esta llegada, y más sorprendida todavía por saberlo de esta manera. Tu hermana salió y las primeras personas que encontró fueron efectivamente mi hermano, su esposa y sus hijos que venían a vernos. X se apresuró a decirme que yo tenía una prueba más de la veracidad de todo lo que ella me decía.

10 de mayo de 1855.

Hoy no puedo dudar más de algo extraordinario que suceda en casa; veo realizarse todos esos hechos singulares sin miedo, pero no puedo extraer ninguna enseñanza, porque esos misterios son inexplicables para mí.

Ayer, después de haber ordenado todas las habitaciones –y tú sabes que es una cosa a la cual especialmente me dedico–, el ser invisible dijo a X que, a pesar de las pruebas que había dado de su intervención en todos los hechos curiosos que te he contado, yo siempre tenía dudas, que él quería hacer cesar completamente. Sin que se hubiese oído algún ruido, un minuto bastó como para poner un gran desorden en las habitaciones. Sobre el parquet, una sustancia roja había sido derramada; creo que era sangre. Si hubieran sido algunas gotas solamente, yo habría creído que X se hubiese cortado o hubiese sangrado por la nariz; pero imagínate que el piso estaba inundado. Esta prueba singular nos ha dado un considerable trabajo para devolverle al salón su brillo original.

Antes de abrir las cartas que nos envías, X conoce el contenido de las mismas. El ser invisible se lo transmite.

16 de mayo de 1855.

X no aceptó una observación que tu otra hermana le hizo, no sé a propósito de qué; dio una respuesta inapropiada y se la reproché con fundamento. Le di un castigo y se fue a acostar sin cenar. Antes de acostarse ella tiene el hábito de orar a Dios. Esa noche lo olvidó; pero pocos instantes después de que fuera a la cama el ser invisible se le apareció; le presentó un candelabro y un libro de oraciones similar al que ella tenía la costumbre de usar, y le dijo que a pesar del castigo que ella había bien merecido, no debía olvidarse de cumplir su deber. Entonces, ella se levantó, hizo lo que se le había ordenado, y todo desapareció tan pronto como terminó la oración.

A la mañana siguiente, después de haberme abrazado, X me preguntó si había sido retirado el candelero que se encontraba sobre la mesa en el piso superior de su cuarto. Ahora bien, ese candelabro, parecido al que le había sido presentado en la víspera, no se había movido de lugar, al igual que su libro de oraciones.

4 de junio de 1855.

Desde hace algún tiempo ningún hecho sobresaliente ha sucedido, con excepción del siguiente. Yo estaba resfriada en estos días; anteayer todas tus hermanas estaban ocupadas y no podía disponer de nadie para enviar a comprar la pomada pectoral. Le dije a X que cuando hubiese terminado su tarea que fuese a buscar algo a la farmacia más cercana. Ella se olvidó lo que le había encomendado hacer, y yo no pensé más en eso. Estoy segura que ella no salió, ni dejó su tarea sino para ir a buscar una sopera de la que teníamos necesidad. Su sorpresa fue grande, pues al sacar la tapa encontró un paquete de pastillas de cebada que el ser invisible había depositado allí para ahorrarle el mandado y también para satisfacer mi deseo, al que había perdido de vista.

_______

Hemos evocado a este Espíritu en una de las sesiones de la Sociedad y le hemos formulado las siguientes preguntas. El Sr. Adrien lo ha visto con los rasgos de un niño de 10 a 12 años; bella cabeza, cabellos negros y ondulados, ojos negros y vivaces, tez pálida, risa burlona, carácter ligero, pero benevolente. El Espíritu dijo que no sabía muy bien por qué lo habían evocado.

Nuestro corresponsal, que estaba presente en la sesión, dijo que esos eran los rasgos con los cuales la niña lo había descrito en varias circunstancias.

1. Hemos escuchado relatar la historia de tus manifestaciones en una familia de Bayonne y, al respecto, desearíamos dirigirte algunas preguntas. –Resp. Hacedlas y responderé; pero hacedlas rápido, porque estoy apurado y me tengo que ir.

2. ¿De dónde has tomado el dinero que dabas a la niña? –Resp. Lo he sacado de la bolsa de los otros; por supuesto que yo no iría a entretenerme en acuñar monedas. Las tomo de aquellos que las pueden dar.

3. ¿Por qué te has vinculado a esta niña? –Resp. Gran simpatía.

4. ¿Es verdad que has sido su hermano, muerto a la edad de 4 años? –Resp. Sí.

5. ¿Por qué eras visible para ella y no para su madre? –Resp. Mi madre debe estar privada de verme; pero mi hermana no tenía necesidad de castigo; además, fue con un permiso especial que le aparecí.

6. ¿Podrías explicarnos cómo te vuelves visible o invisible a voluntad? –Resp. No soy lo bastante elevado para explicar eso y estoy demasiado preocupado con lo que me atrae como para responder a esta pregunta.

7. ¿Podrías, si lo quisieras, aparecerte aquí en medio de nosotros, como te has mostrado en la mercería? –Resp. No.

8. En ese estado, ¿serías sensible al dolor si te hubieran golpeado? –Resp. No.

9. ¿Qué te habría sucedido si la señora de la mercería hubiese querido golpearte? –Resp.Hubiera golpeado en el vacío.

10. ¿Con qué nombre podemos designarte cuando hablemos de ti? –Resp. Llamadme de Duende, si queréis. Dejadme, es preciso que me vaya.

11. (A san Luis). ¿Sería útil tener a las órdenes a un Espíritu semejante? –Resp. A menudo los tenéis a vuestro alrededor y os asisten sin que lo sospechéis.



Consideraciones sobre el Duende de Bayonne

Si comparamos estos hechos con los de Bergzabern, de los cuales nuestros lectores ciertamente no han perdido el recuerdo, se verá una diferencia capital. El de Bergzabern era más que un Espíritu golpeador: era –y lo es todavía en este momento– un Espíritu perturbador, en toda la acepción de la palabra. Sin hacer el mal, es un comensal muy incómodo y muy desagradable, sobre el cual volveremos en nuestro próximo número con las noticias de sus recientes proezas. Al contrario, el de Bayonne es de preferencia benevolente y atento; es el tipo de esos buenos Espíritus serviciales, cuyas hazañas nos son narradas por las leyendas alemanas: nueva prueba de que en las historias legendarias puede haber un fondo de verdad. Además, se ha de concordar que la imaginación tendría poco por hacer para poner a esos hechos a la altura de una leyenda, los cuales podrían ser tomados como un cuento de la Edad Media, si no hubiesen sucedido –por así decirlo– bajo nuestros ojos.

Uno de los rasgos más salientes del Espíritu al que hemos dado el nombre de Duende de Bayonne, son sus transformaciones. ¿Qué se dirá ahora de la fábula de Proteo? Existe todavía esta diferencia entre el Espíritu de Bayonne y el de Bergzabern: que este último solamente se ha mostrado en sueño, mientras que nuestro pequeño travieso se volvía visible y tangible –como una persona real– no sólo a su hermana, sino a extraños; lo prueba la compra de botones en la mercería. ¿Por qué no se mostraba a todos y a toda hora? Es lo que no sabemos; parece que eso no estaba en su poder, y que incluso no podía permanecer por mucho tiempo en ese estado. Tal vez era preciso para esto un trabajo íntimo, un poder de voluntad por encima de sus fuerzas.

Nuevos detalles nos han sido prometidos sobre estos fenómenos extraños; tendremos ocasión de volver a los mismos.






Conversaciones familiares del Más Allá


Duclos


1. Evocación.Resp. Estoy aquí.

El Sr. Adrien, médium vidente, que nunca lo había visto en vida, hizo del mismo el siguiente retrato, considerado muy exacto por las personas presentes que lo habían conocido.

Rostro alargado; mejillas hundidas; frente saliente y con arrugas. Nariz un poco larga y ligeramente encorvada; ojos grises y un poco saltones; boca mediana y burlona; tez un poco pálida; cabellos encanecidos y barba larga. Estatura más bien grande que pequeña.

Gabán de paño azul, todo raído y agujereado; pantalón negro, gastado y en jirones; chaleco de color claro; pañuelo anudado como corbata, de un color indefinido.

2. ¿Recordáis vuestra última existencia terrestre?Resp. Perfectamente.

3. ¿Qué motivo ha podido llevaros al género de vida excéntrica que habíais
adoptado?
Resp. Yo estaba cansado de la vida y tenía lástima de los hombres y de los motivos de sus acciones.

4. Se dice que era una venganza y para humillar a un pariente de alta posición; ¿es verdad?Resp. No sólo por eso; al humillar a ese hombre, yo humillaba a muchos otros.

5. Si era una venganza, os costó caro, porque durante largos años os habéis privado de todos los goces sociales para satisfacerla. ¿No consideráis esto un poco duro?Resp. Yo gozaba de otra manera.

6. Al lado de eso, ¿había un pensamiento filosófico? ¿Y ha sido por esto que con razón os han comparado a Diógenes?Resp. Había alguna relación con la parte menos sana de la filosofía de ese hombre.

7. ¿Qué pensáis de Diógenes?Resp. Poca cosa: es un poco lo que pienso de mí. Diógenes tenía sobre nosotros la ventaja de haber hecho algunos siglos antes lo que yo hice, y en medio de hombres menos civilizados que aquellos en cuyo medio yo vivía.

8. Sin embargo hay una diferencia entre Diógenes y vos: en él su conducta era una consecuencia de su sistema filosófico; ¡mientras que en vos ésta tenía su principio en la venganza!Resp. En mí, la venganza ha llevado a la filosofía.

9. ¿Sufríais por veros así aislado y por ser objeto de desprecio y de repugnancia, ya que vuestra educación os alejaba de la sociedad de los mendigos y de los vagabundos, y erais rechazado por las personas instruidas?Resp. Sabía que no se tiene amigos en la Tierra; ¡ay de mí, cómo había experimentado esto!

10. ¿Cuáles son vuestras ocupaciones actuales y qué hacéis con vuestro tiempo?Resp.Recorro mundos mejores y me instruyo... ¡Allá hay tantas almas buenas que nos revelan la ciencia celestial de los Espíritus!

11. ¿Regresasteis algunas veces al Palais-Royal desde vuestra muerte?Resp. ¡Qué me importa el Palais-Royal!

12. Entre las personas que están aquí, ¿reconocéis a las que habíais conocido en vuestras peregrinaciones por el Palais-Royal?Resp. ¿Cómo no las reconocería?

13. ¿Las volvéis a ver con placer?Resp. Con placer; incluso con mayor placer: ellas han sido buenas para mí.

14. ¿Volvisteis a ver a vuestro amigo Charles Nodier?Resp. Sí, sobre todo después de su muerte.

15. ¿Está él errante o reencarnado?Resp. Errante como yo.

16. ¿Por qué habíais elegido para vuestros paseos el Palais-Royal, por entonces el lugar más frecuentado de París?[ ¿No estaría esto en desacuerdo con vuestros gustos de misántropo?Resp. Allí yo veía a todos, a toda la sociedad.

17. ¿No habría, quizá, un sentimiento de orgullo de vuestra parte?Resp. Sí, desgraciadamente; el orgullo ha tenido una buena parte en mi vida.

18. ¿Sois más feliz ahora?Resp. ¡Oh, sí!

19. Sin embargo, vuestro género de existencia no ha debido contribuir para vuestro perfeccionamiento.Resp. ¡Esta existencia terrestre! Más de lo que pensáis; a pesar de ello tenía sombríos momentos cuando volvía solo y abandonado a mi casa. Allí, tenía tiempo para madurar bien los pensamientos.

20. Si tuvieseis que elegir otra existencia, ¿cuál elegiríais?Resp. No en vuestra Tierra; hoy puedo esperar mejor.

21. ¿Recordáis vuestra penúltima existencia?Resp. Sí, y otras también.

22. ¿Dónde habéis tenido esas existencias?Resp. En la Tierra y en otros mundos.

23. ¿Y la penúltima?Resp. En la Tierra.

24. ¿Podéis hacérnosla conocer?Resp. No puedo; era una existencia desconocida y oculta.

25. Sin revelarnos esta existencia, ¿podríais decirnos qué relación tenía con la que conocemos, porque ésta debe ser la consecuencia de la otra?Resp. No exactamente una consecuencia, sino un complemento: yo tenía una vida desgraciada por los vicios y por los defectos que mucho se han modificado antes que viniese a habitar el cuerpo que habéis conocido.

26. ¿Podemos hacer algo que os sea útil o agradable?Resp. ¡Oh, poco! Hoy estoy muy por encima de la Tierra.




Diógenes

1. Evocación.Resp. ¡Ah! ¡De cuán lejos vengo!

2. ¿Podéis apareceros al Sr. Adrien, nuestro médium vidente, tal como erais en la existencia que os conocemos?Resp. Sí, e incluso puedo venir con mi linterna, si lo deseáis.

Retrato

Frente ancha, con protuberancias laterales bien huesudas; nariz fina y encorvada; boca grande y seria; ojos negros y hundidos en las órbitas; mirada penetrante y mordaz. Rostro un poco alargado, delgado y con arrugas; tez pálida; bigotes y barba enmarañados; cabellos grises y ralos.

Ropaje blanco y muy sucio; los brazos desnudos, así como las piernas; el cuerpo delgado, huesudo. Sandalias gastadas, atadas a las piernas con cordones.

3. Habéis dicho que venís de lejos: ¿de qué mundo venís?Resp. Vosotros no lo conocéis.

4. ¿Tendríais la bondad de responder a algunas preguntas?Resp. Con placer.

5. La existencia en que os conocemos con el nombre de Diógenes el Cínico, ¿os ha sido provechosa para vuestra felicidad futura?Resp. Mucho; vosotros os habéis equivocado burlándoos de ella, como lo han hecho mis contemporáneos; incluso me sorprende que la propia Historia haya esclarecido tan poco mi existencia y que la posteridad haya sido –podemos decirlo– injusta para conmigo.

6. ¿Qué bien pudisteis hacer, puesto que vuestra existencia era bastante personal?Resp.He trabajado para mí, pero se podía aprender mucho al observarme.

7. ¿Cuáles son las cualidades que queríais encontrar en el hombre que buscabais con vuestra linterna?Resp. Entereza.

8. Si hubierais encontrado en vuestro camino al hombre que acabamos de evocar, Chodruc-Duclos, ¿habríais encontrado en él al hombre que buscabais, ya que él también se abstenía voluntariamente de todo lo superfluo?Resp. No.

9. ¿Qué pensáis de él?Resp. Su alma se extravió en la Tierra; ¡cuántos son como él y no lo saben! Al menos, él lo sabía.

10. Las cualidades que buscabais en el hombre, según vos, ¿habéis creído poseerlas?Resp. Sin duda: ése era mi criterio.

11. ¿Cuál de los filósofos de vuestro tiempo preferíais?Resp. Sócrates.

12. ¿Cuál es aquel que preferís ahora?Resp. Sócrates.

13. Y de Platón, ¿qué decís?Resp. Demasiado duro; su filosofía es demasiado severa: yo admitía a los poetas, y él no.

14. Lo que se cuenta de vuestra conversación con Alejandro, ¿es real?Resp. Muy real; la Historia incluso la ha truncado.

15. ¿En qué la Historia la ha truncado?Resp. Hablo de las otras conversaciones que hemos tenido juntos: ¿creéis que él hubiese venido a verme para no decir más que una palabra?

16. ¿Es real el dicho que se le atribuye, de que si él no hubiera sido Alejandro hubiese deseado ser Diógenes?Resp. Tal vez lo haya dicho, pero no ante mí. Alejandro era un joven loco, vano y soberbio; yo era a sus ojos un mendigo: ¿cómo el tirano habría osado mostrarse instruido por el miserable?

17. Después de vuestra existencia en Atenas, ¿habéis reencarnado en la Tierra?Resp.No, sino en otros mundos. Actualmente pertenezco a un mundo donde no somos esclavos: esto quiere decir que si os evocasen despiertos, vosotros no haríais lo que yo he hecho esta noche.

18. ¿Podríais trazarnos un cuadro de las cualidades que buscabais en
el hombre, tales como las concebíais antes y como las concebís ahora?
Resp.

Antes
Coraje, audacia, seguridad de sí mismo y poder sobre los hombres por la razón.


Ahora
Abnegación, dulzura, poder sobre los hombres por el corazón.



Los ángeles guardianes

Comunicación espontánea obtenida por el Sr. L..., uno de los médiums de la Sociedad.

Existe una doctrina que, por su encanto y su dulzura, debería convertir a los más incrédulos: la de los ángeles guardianes. Pensar que tenéis siempre junto con vosotros a seres que os son superiores, que están siempre ahí para aconsejaros, ampararos y ayudaros a escalar la áspera montaña del bien; que son amigos más seguros y más abnegados que los vínculos más íntimos que se puedan contraer en esta Tierra, ¿no es una idea muy consoladora? Esos seres están allí por orden de Dios; ha sido Él que los ha puesto cerca vuestro; ahí están por amor a Él y cumplen a vuestro lado una bella pero penosa misión. Sí, donde quiera que estéis, estarán con vosotros: en las cárceles, en los lugares de vida disoluta, en la soledad, nada os separa de este amigo que no podéis ver, pero del cual vuestra alma siente los más suaves impulsos y escucha los más sabios consejos.

¡Ah, si conocierais mejor esta verdad! ¡Cuántas veces os ayudaría en los momentos de crisis y cuántas veces os libraría de las manos de los Espíritus malos! Pero, con toda claridad, este ángel de bien os habrá de decir con frecuencia: «¿No te lo he dicho? Y tú no lo has hecho. ¿No te he mostrado el abismo? Y te has despeñado en él. ¿No te hice escuchar en la conciencia la voz de la verdad? Y has seguido los consejos de la mentira». ¡Ah, interrogad a vuestros ángeles guardianes! Estableced entre ellos y vosotros esa tierna intimidad que reina entre los mejores amigos. No penséis en esconderles nada, porque ellos tienen la mirada de Dios, y no podéis engañarlos. Pensad en el porvenir, tratad de adelantaros en esta vida, y vuestras pruebas serán más cortas, vuestras existencias más felices. ¡Vamos, hombres de coraje! De una vez por todas, desechad los prejuicios y las segundas intenciones; entrad en la nueva senda que se abre ante vosotros; ¡marchad, marchad! Tenéis guías, seguidlos: el objetivo no os puede faltar, porque ese objetivo es el propio Dios.

A aquellos que piensan que es imposible que Espíritus verdaderamente elevados se consagren a una tarea tan laboriosa y de todos los instantes, les diremos que nosotros influimos en vuestras almas aun estando a millones de leguas de vosotros: para nosotros el espacio no es nada, y aunque vivamos en otro mundo nuestros Espíritus conservan su vínculo con el vuestro. Poseemos cualidades que no podéis comprender, pero tened la certeza de que Dios no nos ha impuesto una tarea por encima de nuestras fuerzas, y que no os ha abandonado solos en la Tierra sin amigos y sin apoyo. Cada ángel guardián tiene su protegido por el cual vela, como un padre vela por su hijo; es feliz cuando lo ve seguir el buen camino y se compadece cuando sus consejos son ignorados.

No temáis cansarnos con vuestras preguntas; por el contrario, permaneced siempre en relación con nosotros: seréis más fuertes y más felices. Son esas comunicaciones de cada hombre con su Espíritu familiar que hacen a todos los hombres médiums, hoy médiums ignorados, pero que se han de manifestar más tarde y que se han de derramar como un océano sin límites para hacer retroceder a la incredulidad y a la ignorancia. Hombres instruidos, instruid; hombres de talentos, elevad a vuestros hermanos. No sabéis qué obra así cumplís: la del Cristo, la que Dios os impone. ¿Por qué Dios os ha dado la inteligencia y la ciencia, si no es para compartirlas con vuestros hermanos, para hacerlos avanzar en la senda de la dicha y de la felicidad eterna?

San Luis, san Agustín.

Nota – La doctrina de los ángeles guardianes, que velan por sus protegidos a pesar de las distancias que separan a los mundos, nada tiene que deba sorprender; al contrario, es grande y sublime. ¿No vemos en la Tierra a un padre velar por su hijo, aunque esté distante de él, ayudándolo con sus consejos a través de la correspondencia? Por lo tanto, ¿qué habría de sorprendente en que los Espíritus puedan guiar a los que toman bajo su protección, de un mundo a otro, puesto que para ellos la distancia que separa los mundos es menor que la que, en la Tierra, separa los continentes?


Una noche olvidada o la hechicera Manuza
Las mil y dos noches de los cuentos árabes
Dictada por el Espíritu Frédéric Soulié (SEGUNDO ARTÍCULO)

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Observación – Los números romanos indican las interrupciones que han tenido lugar en el dictado. A menudo el mismo no era retomado sino después de dos o tres semanas y, a pesar de esto, así como nosotros ya lo hemos hecho observar, el relato sigue como si hubiese sido escrito de una sola vez; y este no es uno de los caracteres menos curiosos de esta producción del Más Allá. Su estilo es correcto y perfectamente apropiado al tema. Repetimos, para aquellos que podrían ver en este cuento solamente una cosa fútil, que no lo damos como una obra filosófica, sino como un estudio. Nada es inútil para el observador: éste sabe aprovechar todo para profundizar la ciencia que estudia.

III
Sin embargo, nada parecía perturbar nuestra felicidad; todo era calmo a nuestro alrededor: vivíamos en una perfecta seguridad, cuando una noche, en el momento en que nos creíamos más seguros, apareció de repente a nuestro lado (puedo decirlo así, porque estábamos en una plaza donde convergían varias alamedas) el sultán acompañado de su gran visir. Ambos presentaban una fisonomía asustadora: la cólera había alterado sus facciones; estaban –sobre todo el sultán– en una exasperación fácilmente comprensible. El primer pensamiento del sultán fue el de mandarme matar; pero sabiendo a qué familia pertenezco y la suerte que le esperaba si se atreviera a tocarme un solo pelo de la cabeza, fingió (como a su llegada yo me puse aparte), como decía, fingió no percibirme y se precipitó como un furioso sobre Nazara, a quien prometió no hacer esperar el castigo que ella merecía. La llevó consigo, siempre acompañado del visir. Para mí, el primer momento de susto pasó, y entonces me apresuré a volver a mi palacio para buscar un medio de sustraer la estrella de mi vida de las manos de ese bárbaro que, probablemente, iba a poner fin a esa querida existencia.

–Y después, ¿qué hiciste? –preguntó Manuza–, porque en fin, en todo esto no veo en qué estás tan atormentado para sacar a tu amante de la mala situación en que la has metido por tu culpa. Me das la impresión de un pobre hombre que no tiene coraje ni voluntad cuando se trata de cosas difíciles.

–Manuza, antes de condenar, es preciso escuchar. Antes de venir a ti he intentado todos los medios que tenía en mi poder. Le hice ofrecimientos al sultán: le prometí oro, alhajas, camellos e inclusive palacios si él me devolviese a mi dulce gacela; pero a todo ha desdeñado. Al ver mis sacrificios rechazados, le hice amenazas; las amenazas fueron despreciadas como el resto: a todo ha reído y se ha burlado de mí. También intenté introducirme en su palacio; he sobornado a esclavos, he llegado al interior de las habitaciones; pero a pesar de todos mis esfuerzos no he podido llegar hasta mi amada.

–Tú eres franco, Nureddin; tu sinceridad merece una recompensa y tendrás lo que vienes a buscar. Voy a hacerte ver una cosa terrible: si tienes la fuerza de soportar la prueba por la cual te haré pasar, puedes estar seguro que reencontrarás tu felicidad de antaño. Te doy cinco minutos para decidirte.

Transcurrido ese tiempo, Nureddin dijo a Manuza que estaba preparado para hacer todo lo que ella quisiera para salvar a Nazara. Entonces, la hechicera se levantó y dijo: ¡Pues bien! Ven. Después, al abrir una puerta ubicada al fondo de la habitación, lo hizo pasar hacia delante. Atravesaron un patio sombrío, repleto de formas horrendas: serpientes, sapos que se paseaban peligrosamente en compañía de gatos negros, los cuales tenían un aire de superioridad entre esos animales inmundos.

IV
En el extremo de ese patio se encontraba otra puerta que Manuza igualmente abrió; y, al haber hecho pasar a Nureddin, entraron en una sala baja, iluminada solamente arriba: la luz venía de una bóveda muy elevada, provista de vidrios coloridos que formaban toda especie de arabescos. En el centro de esta sala había un hornillo encendido, y sobre un trípode puesto sobre el hornillo, un recipiente grande de bronce en el cual hervían toda especie de hierbas aromáticas, cuyo olor era tan fuerte que casi no se podía soportar. Al lado de ese recipiente se encontraba una especie de sillón grande en terciopelo negro, de aspecto extraordinario. Cuando alguien se sentaba en él, al instante desaparecía enteramente; y porque Manuza se estaba ubicando en el mismo, Nureddin la buscó durante algunos instantes sin poder verla. De repente ella volvió a aparecer y le dijo: «¿Estás todavía dispuesto?» –Sí, respondió Nureddin. «–¡Pues bien! Ve a sentarse abajo en ese sillón y espera».

Tan pronto como Nureddin se sentó en el sillón, todo cambió de aspecto y la sala se pobló de una multitud de grandes figuras blancas, al principio apenas visibles, que parecían de un rojo sangre; se hubiera dicho que eran hombres cubiertos de llagas sangrientas, danzando en rondas infernales, y en el centro de ellos, Manuza, despeinada, con los ojos llameantes, la ropa en jirones y una corona de serpientes sobre su cabeza. En la mano, a modo de cetro, blandía una antorcha encendida que lanzaba llamas, cuyo olor sofocaba a la garganta. Después de haber bailado un cuarto de hora, se detuvieron de repente a una señal de su reina que, a este efecto, había arrojado su antorcha en una caldera en ebullición. Cuando todas esas figuras se hubieron colocado alrededor de la caldera, Manuza hizo aproximar al más viejo –que era reconocido por su larga barba blanca– y le dijo: «Ven aquí, tú que sigues al diablo; te encargaré una misión muy delicada. Nureddin quiere a Nazara, y yo le he prometido dársela; es una cosa difícil. Tanaple, cuento con tu ayuda en todo. Nureddin soportará todas las pruebas necesarias; por consiguiente, procede. Sabes lo que quiero, haz lo que tengas que hacer, pero lógralo; tiembla si fracasas. Recompenso a quien me obedece, pero desgraciado de aquel que no hace mi voluntad. –Serás satisfecha, dijo Tanaple, y puedes contar conmigo. –Pues bien, ve y procede».

V
“Apenas ella acabó de decir estas palabras que todo cambió a los ojos de Nureddin; los objetos se volvieron lo que eran antes y Manuza se encontró a solas con él. «Ahora –dijo ella– regresa a tu casa y espera; te enviaré a uno de mis gnomos: él te dirá lo que debes hacer; obedece y todo irá bien».

Nureddin se quedó muy feliz con estas palabras, y más feliz todavía por dejar el antro de la hechicera. Atravesó nuevamente el patio y la habitación por donde había entrado, y luego ella lo acompañó hasta la puerta exterior. Allí, habiéndole Nureddin preguntado si él debía volver, ella respondió: «No; por el momento es inútil; si esto se hace necesario, te lo haré saber».

Nureddin se apresuró a retornar a su palacio; estaba impaciente por saber si había sucedido algo nuevo desde su salida. Encontró todo en el mismo estado; solamente en la sala de mármol –en verano, sala de reposo en las casas de los habitantes de Bagdad– vio una especie de enano de repulsiva fealdad, cerca de un estanque ubicado en el centro de esta sala. Su vestimenta era de color amarillo, bordada de rojo y azul; tenía una joroba monstruosa, piernas pequeñas, rostro gordo, con ojos verdes y bizcos, una boca muy grande hasta las orejas y cabellos pelirrojos que se asemejaban al color del sol.

Nureddin le preguntó cómo había llegado allí, y qué venía a hacer. «He sido enviado por Manuza –dijo él– para entregarte a tu amante; me llamo
Tanaple. –Si eres realmente el enviado de Manuza, estoy listo para obedecer tus órdenes; pero apúrate: aquella a quien amo está en cautiverio y tengo prisa en liberarla. –Si estás listo, condúceme enseguida a tu cuarto y te diré lo que será preciso hacer. –Sígueme, entonces, dijo Nureddin».

VI
Después de haber atravesado varios patios y jardines, Tanaple se encontró en el cuarto del joven; cerró todas las puertas y le dijo: «Sabes que debes hacer todo lo que yo te diga, sin objeción. Vas a ponerte esta ropa de mercader. Llevarás sobre tu espalda este paquete que contiene los objetos que nos son necesarios; yo voy a vestirme de esclavo y llevaré el otro paquete».

Con gran estupefacción, Nureddin vio dos paquetes enormes al lado del enano, y sin embargo no había visto ni escuchado a nadie traerlos. «Enseguida –continuó Tanaple– iremos al palacio del sultán. Le enviarás a decir que tienes objetos raros y curiosos; que si él quiere ofrecerlos a la sultana favorita, que jamás ninguna hurí tuvo otros iguales. Conoces su curiosidad; tendrá el deseo de vernos. Una vez admitidos en su presencia, no tendrás dificultad en mostrar tu mercancía y le venderás todo lo que llevamos: son ropas maravillosas que transforman a las personas que se las ponen. Tan pronto como el sultán y la sultana las vistan, todo el palacio los tomará por nosotros y no por ellos: a ti por el sultán y a mí por Ozara, la nueva sultana. Operada esta metamorfosis, estaremos libres para actuar a nuestro gusto y tú liberarás a Nazara».

Todo transcurrió como Tanaple había anunciado: la venta al sultán y la transformación. Después de algunos minutos de horrible furor por parte del sultán, que quería hacer expulsar a esos inoportunos y hacía un ruido espantoso, Nureddin, habiendo llamado a varios esclavos –conforme la orden de Tanaple–, mandó a encerrar al sultán y a Ozara como esclavos rebeldes, y ordenó que lo condujesen inmediatamente hacia donde se encontraba la prisionera Nazara. Quería saber –decía él– si ella estaba dispuesta a confesar su crimen y si estaba preparada para morir. Quiso también que la favorita Ozara lo acompañase para que viera el suplicio que él infligía a las mujeres infieles. Dicho esto, caminó, precedido por el jefe de los eunucos, durante un cuarto de hora a través de un sombrío pasillo, en cuyo extremo había una puerta de hierro pesada y maciza. Al tomar una llave, el esclavo abrió tres cerraduras y ellos entraron en una habitación ancha, de tres o cuatro codos de altura; allí, sobre una estera de paja, estaba sentada Nazara, con un cántaro de agua y algunos dátiles a su lado. Ya no era más la brillante Nazara de otros tiempos; continuaba siempre bella, pero pálida y delgada. Al ver a aquel que ella tomó por su señor, estremeció de miedo, porque pensaba que su hora había llegado.

(Continúa en el próximo número.)






Aforismos espíritas

Con este título, daremos de vez en cuando pensamientos destacados que han de resumir, en pocas palabras, ciertos principios esenciales del Espiritismo.

I. Aquellos que creen preservarse de la acción de los Espíritus malos al abstenerse de las comunicaciones espíritas, son como esos niños que creen evitar un peligro vendándose los ojos. Es como decir que es preferible no saber leer ni escribir para no estar expuesto a leer malos libros o a escribir tonterías.

II. Aquel que tiene malas comunicaciones espíritas, verbales o escritas, está bajo una mala influencia; esta influencia se ejerce sobre él, ya sea que escriba o no. La escritura le da un medio de asegurarse de la naturaleza de los Espíritus que actúan sobre él. Si está lo bastante fascinado como para no comprenderlos, otros pueden abrirle los ojos.

III. ¿Es necesario ser médium para escribir absurdos? ¿Quién dice que entre todas las cosas ridículas o malas que se imprimen no existen aquellas en que el escritor, impulsado por algún Espíritu burlón o malévolo, desempeñe el papel de médium obsesado sin saberlo?

IV. Los Espíritus buenos, pero ignorantes, confiesan su insuficiencia acerca de las cosas que no saben; los malos dicen saberlo todo.

V. Los Espíritus elevados prueban su superioridad por sus palabras y por la constante sublimidad de sus pensamientos, pero no se jactan de esto. Desconfiad de aquellos que dicen con énfasis estar en el más alto grado de perfección y entre los elegidos; la fanfarronería, entre los Espíritus como entre los hombres, es siempre una señal de mediocridad.


Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas

Aviso – Las sesiones que se realizaban los martes, ahora tienen lugar los viernes, en el nuevo local de la Sociedad, calle Montpensier, Nº 12, en el Palais-Royal, a las 8 horas de la noche. Los visitantes sólo serán admitidos en el segundo y en el cuarto viernes de cada mes, mediante cartas personales de presentación. Para todo lo concerniente a la Sociedad,[i] dirigirse al Sr. Allan Kardec, rue des Martyrs, 8 (calle de los Mártires, Nº 8), o al Sr. Ledoyen, librero, Galería de Orleáns, Nº 31, en el Palacio Real.


ALLAN KARDEC




Febrero

Escollos de los médiums

La mediumnidad es una facultad bastante múltiple que presenta una infinita variedad de matices en sus medios y en sus efectos. Cualquiera que esté apto para recibir o transmitir las comunicaciones de los Espíritus es, por esto mismo, médium, sea cual fuere el modo empleado o el grado de desarrollo de la facultad, desde la simple influencia oculta hasta la producción de los fenómenos más insólitos. Sin embargo, en el uso común, esta palabra tiene una acepción más restringida y se dice generalmente de las personas dotadas de un poder medianero bastante grande, ya sea para producir efectos físicos o para transmitir el pensamiento de los Espíritus a través de la escritura o de la palabra.

Aunque esta facultad no sea un privilegio exclusivo, es cierto que encuentra refractarios, al menos en el sentido que se le atribuye; también es cierto que no es sin escollos que se presenta en aquellos que la poseen; que puede alterarse, incluso perderse, y a menudo ser una fuente de graves desengaños. Es sobre este punto que creemos útil llamar la atención de todos los que se ocupan de comunicaciones espíritas, ya sea directamente o por un intermediario. Decimos por un intermediario porque es importante también para aquellos que se sirven de médiums el poder apreciar su valor y la confianza que merecen sus comunicaciones.

El don de la mediumnidad depende de causas que todavía no son perfectamente conocidas y en las cuales lo físico parece tener una gran parte. A primera vista parecería que un don tan precioso solamente debiese ser compartido por almas de élite; ahora bien, la experiencia prueba lo contrario, porque se encuentran poderosos médiums entre personas cuya moral deja mucho que desear, mientras que otras –estimables en todo concepto– están privadas de ese don. Aquel que fracasa, a pesar de sus deseos, de sus esfuerzos y de su perseverancia, no debe por esto sacar conclusiones desfavorables para sí, ni creerse indigno de la benevolencia de los Espíritus buenos; si este favor no le es concedido, sin duda hay otros que pueden ofrecerle una amplia compensación. Por la misma razón, aquel que lo disfruta no podría de él prevalecerse, porque no es ninguna señal de mérito personal. Por lo tanto, el mérito no está en la posesión de la facultad mediúmnica que puede ser dada a todo el mundo, sino en el uso de la misma; existe una distinción capital que nunca es preciso perder de vista: un buen médium no es el que tiene facilidad en las comunicaciones, sino únicamente el que posee la aptitud para sólo recibir las buenas; ahora bien, es ahí que se observa si sus condiciones morales son potentes; también ahí es que se encuentran sus mayores escollos.

Para darse cuenta de este estado de cosas y comprender lo que vamos a decir, es preciso reportarse al principio fundamental de que entre los Espíritus los hay de todos los grados en bien y en mal, en ciencia y en ignorancia; que los Espíritus pululan alrededor nuestro y que, cuando creemos estar solos, estamos incesantemente rodeados de seres que se nos acercan, unos con indiferencia como extraños, otros que nos observan con intenciones más o menos benevolentes según su naturaleza.

El proverbio: Los semejantes atraen a los semejantes, tiene su aplicación entre los Espíritus como entre nosotros, y posiblemente más aún entre ellos, porque no están como nosotros bajo la influencia de las consideraciones sociales. No obstante si, entre nosotros, estas consideraciones a veces confunden a los hombres de costumbres y de gustos muy diferentes, de algún modo esta confusión es solamente material y transitoria; la semejanza o la divergencia de pensamientos será siempre la causa de las atracciones y de las repulsiones.

Nuestra alma que, en definitiva, no es más que un Espíritu encarnado, no deja por esto de ser un Espíritu; si momentáneamente se ha revestido de una envoltura material, sus relaciones con el mundo incorpóreo –aunque menos fáciles que en el estado de libertad– no por eso son interrumpidas de una manera absoluta; el pensamiento es el lazo que nos une a los Espíritus, y por el pensamiento es que atraemos a los que simpatizan con nuestras ideas y con nuestras inclinaciones. Representamos, pues, la masa de los Espíritus que nos rodean como la multitud que encontramos en el mundo; en todas partes donde vamos de preferencia, encontramos a hombres atraídos por los mismos gustos y por los mismos deseos; a las reuniones que tienen un objetivo serio, van los hombres serios; a las que tienen un objetivo frívolo, van los hombres frívolos; también en todas partes se encuentran Espíritus atraídos por el pensamiento dominante. Si damos una mirada sobre el estado moral de la Humanidad, en general, comprenderemos sin dificultad que, en esta multitud oculta, los Espíritus elevados no deben ser mayoría; esto es una de las consecuencias del estado de inferioridad de nuestro globo.

Los Espíritus que nos rodean no son pasivos; es una población esencialmente inquieta, que piensa y obra sin cesar, que ejerce su influencia sin nosotros saberlo, que nos induce o nos disuade, que nos impulsa al bien o al mal, lo que no nos quita nuestro libre albedrío más de lo que los consejos buenos o malos que recibimos de nuestros semejantes. Pero cuando los Espíritus imperfectos solicitan a alguien para hacer una cosa mala, saben muy bien a quién ellos se dirigen y no van a perder su tiempo donde ven que serán mal recibidos; ellos nos incitan según nuestras tendencias o según los gérmenes que en nosotros ven y conforme a nuestras disposiciones en escucharlos: he aquí por qué el hombre firme en los principios del bien no les da motivos.

Estas consideraciones nos llevan naturalmente a la cuestión de los médiums. Estos últimos están sometidos, como todo el mundo, a la influencia oculta de los Espíritus buenos o malos; los atraen o los rechazan según las simpatías de su propio Espíritu, y los Espíritus malos se aprovechan de todos sus defectos, como de un punto débil, para aproximarse a ellos e inmiscuirse –con su desconocimiento– en todos los actos de su vida privada. Además, esos Espíritus encuentran en el médium un medio de expresar su pensamiento de una manera inteligible y de atestiguar su presencia, entrometiéndose en las comunicaciones, provocándolas, porque a través de esto esperan tener más influencia, y terminan por dominarlas al adueñarse de las mismas. Se sienten como en su casa, alejan a los Espíritus que podrían contraponérseles y, si es necesario, toman sus nombres e incluso su lenguaje para poder engañar; pero no logran representar su papel por mucho tiempo, y con un poco que entren en contacto con un observador experimentado y sin ideas preconcebidas, son muy rápidamente desenmascarados. Si el médium se deja llevar por esta influencia, los Espíritus buenos se apartan de él o absolutamente no vienen cuando se los llama, o sólo vienen contrariados, porque ven que el Espíritu que se ha identificado con el médium –que en cierto modo ha elegido residir con él– puede alterar sus instrucciones. Si nosotros tenemos que escoger un intérprete, un secretario, un mandatario cualquiera, es evidente que escogeremos no sólo a un hombre capaz, sino además a alguien que sea digno de nuestra estima, y que no confiaremos una misión delicada y nuestros intereses a un hombre corrupto o frecuentador de una sociedad sospechosa. Sucede lo mismo con los Espíritus; para transmitir instrucciones serias, los Espíritus superiores no han de elegir a un médium que entre en relación con Espíritus ligeros, A MENOS QUE HAYA NECESIDAD Y QUE NO TENGAN OTROS A SU DISPOSICIÓN POR EL MOMENTO; también, a menos que quieran dar una lección al propio médium, lo que algunas veces ocurre; pero entonces sólo se sirven de él accidentalmente, y se retiran cuando encuentran a uno mejor, dejándolo con sus simpatías si él continúa vinculado a ellas. Por lo tanto, el médium perfecto sería aquel que no diese acceso a los Espíritus malos por un defecto cualquiera. Esta condición es muy difícil de cumplir; pero si la perfección absoluta no es dada al hombre, le es siempre dado aproximarse a ella por sus esfuerzos, y los Espíritus tienen sobre todo en cuenta los esfuerzos, la voluntad y la perseverancia.

De esta manera el médium perfecto no tendría sino comunicaciones perfectas de verdad y de moralidad; al no ser posible la perfección, el mejor sería aquel que obtuviese las mejores comunicaciones: es por las obras que se los puede juzgar. Comunicaciones constantemente buenas y elevadas, en las que no se perciba ningún indicio de inferioridad, serían indiscutiblemente una prueba de la superioridad moral del médium, porque atestiguarían simpatías felices. Por esto mismo –de que el médium no sabría ser perfecto–, Espíritus ligeros, embusteros y mentirosos pueden entrometerse en sus comunicaciones, alterando la pureza e induciendo al error, a él y a los que se le dirigen. He aquí el mayor escollo del Espiritismo y nosotros no disimulamos su gravedad. ¿Podemos evitar dicho escollo? Abiertamente decimos: sí, podemos; el medio no es difícil y exige apenas discernimiento.

Las buenas intenciones, inclusive la moralidad del médium, no siempre son suficientes para preservarlo de la intromisión de los Espíritus ligeros, mentirosos o pseudosabios en sus comunicaciones; además de los defectos de su propio Espíritu, puede darles motivos por otras causas, de las cuales la principal es la debilidad de carácter y una demasiada confianza en la invariable superioridad de los Espíritus que se comunican con él; esta confianza ciega proviene de una causa que luego explicaremos. Si no se quiere ser engañado por esos Espíritus ligeros, es preciso saber juzgarlos, y para esto tenemos un criterio infalible: el buen sentido y la razón. Sabemos que las cualidades del lenguaje, que entre nosotros caracterizan a los hombres verdaderamente buenos y superiores, son las mismas cualidades para los Espíritus; debemos juzgarlos por su lenguaje. No estaría de más repetir lo que caracteriza al lenguaje de los Espíritus elevados: es constantemente digno, noble, sin fanfarronería ni contradicción, desprovisto de toda trivialidad e impregnado de una inalterable benevolencia. Los Espíritus buenos aconsejan; ellos no ordenan: no se imponen; sobre lo que ignoran se callan. Los Espíritus ligeros hablan con la misma seguridad de lo que saben y de lo que no saben, al responder a todo sin preocuparse con la verdad. En un dictado supuestamente serio, nosotros hemos visto ubicar a César en el tiempo de Alejandro, con una imperturbable desfachatez; a otros afirmar que no es la Tierra que gira alrededor del Sol. En resumen, toda expresión grosera o simplemente inconveniente, toda marca de orgullo y de presunción, toda máxima contraria a la sana moral, toda herejía científica notoria es, entre los Espíritus como entre los hombres, una señal indiscutible de mala naturaleza, de ignorancia o por lo menos de ligereza. De esto resulta que es preciso examinar con atención todo lo que ellos dicen y hacerlo pasar por el crisol de la lógica y del buen sentido; he aquí una recomendación que sin cesar nos hacen los Espíritus buenos: «Dios –nos dicen– no os ha dado el discernimiento en vano; por lo tanto, usadlo para saber con quiénes entráis en relación». Los Espíritus malos temen el examen; ellos dicen: «Aceptad nuestras palabras y no las juzguéis». Si tuviesen la conciencia de estar con la verdad, no temerían la luz.

El hábito de examinar las menores palabras de los Espíritus, de evaluarlas (desde el punto de vista del pensamiento y no de la forma gramatical, con la cual tienen poco cuidado), aleja forzosamente a los Espíritus malintencionados que, entonces, no vienen a perder inútilmente su tiempo, ya que rechazamos todo lo que es malo o de un origen sospechoso. Pero cuando se acepta ciegamente todo lo que dicen, cuando –por así decirlo– uno se pone de rodillas ante su pretendida sabiduría, ellos hacen lo que harían los hombres: abusan de eso.

Si el médium es señor de sí, y si no se deja dominar por un entusiasmo irreflexivo, puede hacer lo que aconsejamos; pero a menudo ocurre que el Espíritu lo subyuga al punto de fascinarlo, haciéndole encontrar admirables las cosas más ridículas; entonces él se abandona cada vez más a esta perniciosa confianza y, convencido de sus buenas intenciones y de sus buenos sentimientos, cree que esto es suficiente para alejar a los Espíritus malos; no, esto no es suficiente, porque esos Espíritus están satisfechos en hacerlo caer en la trampa, aprovechándose de su debilidad y de su credulidad. Entonces, ¿qué hacer? Relatar todo a un tercero desinteresado que, al juzgar con sangre fría y sin prevención, podrá ver una paja donde el médium no veía una viga.

La ciencia espírita exige una gran experiencia que sólo se adquiere, como en todas las Ciencias filosóficas y en otras, a través de un largo estudio, asiduo y perseverante, y por numerosas observaciones. Ella no abarca solamente el estudio de los fenómenos propiamente dichos, sino también y sobre todo el de las costumbres –si podemos expresarnos así– del mundo oculto, desde el más bajo hasta el más alto grado de la escala. Sería demasiado presuntuoso creerse suficientemente esclarecido y querer ser maestro después de algunos ejercicios. Tal pretensión no sería la de un hombre serio, porque cualquiera que arroje una mirada indagadora sobre esos misterios extraños, ve extenderse ante sí un horizonte tan vasto que varios años
no bastan para alcanzarlo; ¡y hay quien pretenda hacerlo en algunos días!

De todas las disposiciones morales, la que da más motivos a los Espíritus imperfectos es el orgullo. El orgullo es para los médiums un escollo tanto más peligroso cuanto menos se lo reconoce. Es el orgullo que les da la creencia ciega en la superioridad de los Espíritus que se vinculan a aquéllos, porque se sienten halagados con ciertos nombres que éstos les imponen; desde que un Espíritu les dice: Yo soy Fulano de Tal, se inclinan y se abstienen de dudar, porque su amor propio sufriría al encontrar bajo esa máscara a un Espíritu de bajo nivel o a un malvado despreciable. El Espíritu, que ve el lado débil, lo aprovecha; adula a su supuesto protegido, le habla de orígenes ilustres que lo hacen engreírse todavía más, le promete un futuro brillante, los honores, la fortuna, de los cuales parece ser el dispensador; si es preciso, aparenta por él una ternura hipócrita; ¿cómo resistir a tanta generosidad? En una palabra, lo engaña y –como se dice vulgarmente– lo maneja como a un títere; su felicidad es la de tener a un ser bajo su dependencia. Hemos interrogado a más de uno sobre los motivos de su obsesión; uno de ellos nos respondió esto: Quiero tener a un hombre que haga mi voluntad; éste es mi placer. Cuando nosotros le dijimos que íbamos a poner manos a la obra para desbaratar sus artificios y abrir los ojos a su oprimido, dijo: Lucharé contra vos y no lo lograréis, porque haré tantas cosas que él no os creerá. En efecto, ésta es una de las tácticas de esos Espíritus malévolos; inspiran la desconfianza y el alejamiento de las personas que pueden desenmascararlos y darles buenos consejos. Jamás sucede algo parecido por parte de los Espíritus buenos. Todo Espíritu que siembra la discordia, que provoca animosidad y que alimenta disensiones, revela por esto mismo su naturaleza mala; sería preciso ser ciego para no comprender eso y para creer que un Espíritu bueno pueda incitar a la desavenencia.

Frecuentemente el orgullo se desarrolla en el médium a medida que crece su facultad; ésta lo hace sentir importante; él es buscado y termina por creerse indispensable; es por eso que algunas veces hay en él un tono de jactancia y de pretensión, o aires de suficiencia y de desdén, incompatibles con la influencia de un Espíritu bueno. Aquel que cae en ese defecto está perdido, porque Dios le ha dado su facultad para el bien y no para satisfacer su vanidad o transformarla en trampolín de su ambición. Olvida que ese poder, del cual se envanece, puede serle retirado y que a menudo sólo le ha sido dado como prueba, de la misma manera que le ha sido dada la fortuna a ciertas personas. Si de él abusa, los Espíritus buenos poco a poco lo abandonan, y se vuelve juguete de los Espíritus ligeros que lo entretienen con sus ilusiones, satisfechos por haber vencido a aquel que se creía fuerte. Es así que hemos visto anularse y perderse las facultades más preciosas que, sin eso, hubieran podido volverse los más poderosos y los más útiles auxiliares. Esto se aplica a todos los géneros de médiums, ya sean de manifestaciones físicas o de comunicaciones inteligentes. Infelizmente el orgullo es uno de los defectos del que se está menos dispuesto a reconocer en sí mismo y menos aún en los otros, porque ellos no lo aceptarían. Id, pues, a decirle a uno de esos médiums que él se deja llevar como un niño: os dará la espalda diciendo que él sabe conducirse y que vosotros no veis claro. Podéis decirle a un hombre que él es borracho, libertino, perezoso, torpe e imbécil; él reirá o estará de acuerdo; decidle que es orgulloso y se enojará: prueba evidente de que habréis dicho la verdad. En este caso, los consejos son tanto más difíciles cuanto más el médium evite a las personas que podrían dárselos, huyendo de una intimidad que teme. Los Espíritus, que sienten que los consejos perjudican a su poder, lo llevan –al contrario– hacia quienes cultivan sus ilusiones. Preparan muchas decepciones, con las cuales más de una vez su amor propio ha de sufrir; feliz de él si no le sucede aún nada más grave.

Si hemos insistido detenidamente sobre este punto ha sido porque la experiencia nos ha demostrado, en varias ocasiones, que es ahí que se encuentra uno de los grandes escollos para la pureza y la sinceridad de las comunicaciones de los médiums. Después de esto, es casi inútil hablar de otras imperfecciones morales, tales como el egoísmo, la envidia, los celos, la ambición, la codicia, la dureza de corazón, la ingratitud, la sensualidad, etc. Cada uno comprende que ellas son otras tantas puertas abiertas a los Espíritus imperfectos o, al menos, causas de debilidad. Para rechazar a estos últimos no es suficiente decirles que se vayan; incluso no es suficiente quererlo y menos aún conjurarlos: es preciso cerrarles la puerta y los oídos, probarles que se es más fuerte que ellos, siéndolo indiscutiblemente a través del amor al bien, de la caridad, de la dulzura, de la simplicidad, de la modestia y del desinterés, cualidades que atraen la benevolencia de los Espíritus buenos; es el apoyo de éstos que hace nuestra fuerza, y si ellos a veces nos dejan a merced de los malos, es para poner a prueba nuestra fe y nuestro carácter.

Que los médiums no se asusten mucho de la severidad de las condiciones que acabamos de hablar; se ha de concordar que éstas son lógicas, pero sería un error desalentar. Es cierto que las comunicaciones malas que se pueden tener son el indicio de alguna debilidad, pero no siempre un signo de indignidad; se puede ser débil y bueno. En todo caso es un medio de reconocer sus propias imperfecciones. Ya lo hemos dicho en otro artículo: no hay necesidad de ser médium para estar bajo la influencia de Espíritus malos, que actúan en las sombras; con la facultad mediúmnica el enemigo se muestra y se traiciona; se sabe con quién se está tratando y se puede combatirlo; es así que una comunicación mala puede volverse una lección útil si se sabe aprovecharla.

Además, sería injusto atribuir todas las comunicaciones malas a cuenta del médium; hablamos de aquellas que él obtiene por sí mismo, fuera de toda otra influencia, y no de las que se producen en cualquier ambiente; ahora bien, todos saben que los Espíritus atraídos por ese medio pueden perjudicar a las manifestaciones, ya sea por la diversidad de caracteres o por la falta de recogimiento. Es una regla general que las mejores comunicaciones tienen lugar en la intimidad y en un Círculo concentrado y homogéneo. En toda comunicación están en juego varias influencias: la del médium, la del ambiente y la de la persona que interroga. Estas influencias pueden ejercer una acción recíproca, neutralizarse o corroborarse: esto depende del objetivo que se pretenda y del pensamiento dominante. Hemos visto excelentes comunicaciones obtenidas en reuniones y con médiums que no tenían todas las condiciones deseables; en este caso, los Espíritus buenos venían por causa de una persona en particular, porque eso era útil; hemos visto comunicaciones malas obtenidas por médiums buenos, únicamente porque el interrogador no tenía intenciones serias y atraía a Espíritus ligeros que se burlaban de él. Todo esto exige tacto y observación, y fácilmente se comprende la preponderancia que deben tener todas las condiciones reunidas.


Los agéneres

En varias ocasiones hemos dado la teoría de las apariciones y la hemos recordado en nuestro último número, a propósito de los extraños fenómenos que hemos relatado. Para una mejor comprensión de lo que sigue, remitimos a nuestros lectores a los mismos.

Todos saben que en el número de las manifestaciones más extraordinarias producidas por el Sr. Home, estaba la aparición de manos, perfectamente tangibles, que cada uno podía ver y palpar, que apretaban y estrechaban, y que de repente ofrecían el vacío cuando se las quería agarrar de sorpresa. Éste es un hecho positivo que se ha producido en varias circunstancias, atestado por numerosos testigos oculares. Por más extraño y anormal que parezca, lo maravilloso cesa de serlo desde el instante en que puede dársele una explicación lógica; entonces, entra en la categoría de los fenómenos naturales, aunque de un orden bien diferente de aquellos que se producen ante nuestros ojos y con los cuales es preciso tener cuidado para no confundirlos. En los fenómenos usuales podemos encontrar puntos de comparación, como el ciego que se daba cuenta del resplandor de la luz y de los colores por el sonido de la trompeta, pero no de las similitudes; es precisamente la manía de querer asimilar todo a lo que conocemos que causa tantos desengaños en ciertas personas; imaginan que pueden operar sobre esos elementos nuevos como sobre el hidrógeno y el oxígeno. Ahora bien, ahí está el error; esos fenómenos están sometidos a condiciones que escapan al círculo habitual de nuestras observaciones; ante todo es preciso conocerlas y ajustarse a ellas si se quiere obtener resultados. Sobre todo es necesario no perder de vista ese principio esencial –verdadera clave de la bóveda de la ciencia espírita– de que el agente de los fenómenos vulgares es una fuerza física, material, que puede ser sometida a las leyes del cálculo, mientras que en los fenómenos espíritas ese agente es constantemente una inteligencia que tiene voluntad propia y que no podemos someter a nuestros caprichos.

¿Había en esas manos carne, piel, huesos y uñas reales? No, evidentemente; no era más que una apariencia, pero de tal índole que producía el efecto de la realidad. Si un Espíritu tiene el poder de volver visible y palpable cualquier parte de su cuerpo etéreo, no hay razón para que no pueda hacerlo igualmente con otros órganos. Por lo tanto, supongamos que un Espíritu extienda esta apariencia a todas las partes del cuerpo, creeremos ver a un ser semejante a nosotros, obrando como nosotros, mientras que no será sino un vapor momentáneamente solidificado. Tal es el caso del Duende de Bayonne. La duración de esta apariencia está sometida a condiciones que nos son desconocidas; sin duda, depende de la voluntad del Espíritu, que puede producirla o hacerla cesar a gusto, pero en ciertos límites que no siempre está libre de transponer. Al ser interrogados sobre este tema, así como sobre todas las intermitencias de cualquier manifestación, los Espíritus siempre han dicho que ellos obran en virtud de un permiso superior.

Si la duración de la apariencia corporal es limitada para ciertos Espíritus, podemos decir que en principio ella es variable y puede persistir mayor o menor tiempo; que puede producirse en todos los tiempos y a toda hora. Un Espíritu, cuyo cuerpo fuese enteramente visible y palpable, tendría para nosotros toda la apariencia de un ser humano; podría conversar con nosotros, sentarse en nuestro hogar como cualquier persona, porque para nosotros sería como uno de nuestros semejantes.

Hemos partido de un hecho patente –el de la aparición de manos tangibles– para llegar a una suposición que es su consecuencia lógica; y sin embargo no la habríamos expuesto si la historia del niño de Bayonne no nos hubiese puesto en el camino, al mostrarnos su posibilidad. Interrogado sobre ese punto, un Espíritu superior ha respondido que, en efecto, se pueden encontrar seres de esta naturaleza, sin que lo sospechemos; agregó que esto es raro, pero que es factible. Como para que nos entendamos es preciso que demos un nombre para cada cosa, la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas los llama agéneres, indicando así que su origen no es el resultado de una generación. El siguiente hecho, que ha ocurrido recientemente en París, parece pertenecer a esta categoría:

Una pobre mujer estaba en la iglesia de Saint-Roch (San Roque) y oraba a Dios para que la ayudase en su aflicción. A la salida de la iglesia, en la rue Saint-Honoré (calle San Honorato), ella encontró a un señor que la abordó diciéndole: «Mi buena señora, ¿estaríais contenta de encontrar trabajo?» «–¡Ah! Mi buen señor, dijo ella, ruego a Dios para que me lo haga encontrar, porque soy muy desgraciada». «–¡Pues bien! Id a tal calle, en tal número; preguntad por la Señora T...; ella os lo dará». Después de decir esto, continuó su camino. La pobre mujer se presentó rápidamente en la dirección indicada. «–En efecto, tengo un trabajo para mandar hacer, dijo la señora en cuestión, pero como todavía no se lo he dicho a nadie, ¿cómo ha sido que me habéis venido a procurar?» Entonces la pobre mujer, al ver un retrato colgado en la pared, dijo: «–Señora, ha sido ese señor quien me ha enviado.» «–¡Ese señor! Replicó espantada la señora; pero no es posible: ése es el retrato de mi hijo, muerto hace tres años». «–Yo no sé cómo esto ha sucedido, pero os aseguro que es ese señor que acabé de encontrar al salir de la iglesia, donde yo había ido a orar a Dios para que me asistiera; me abordó y fue él mismo quien me envió aquí».

Según lo que acabamos de ver, nada habría de sorprendente que, en Espíritu, el hijo de aquella señora haya aparecido con su forma corporal a la pobre mujer para prestarle un servicio, cuya plegaria sin duda él había escuchado, y para indicarle la dirección de su madre. ¿En qué se transformó después? Indudablemente en lo que era antes: un Espíritu, a menos que haya juzgado oportuno mostrarse a los otros bajo la misma apariencia, al continuar su paseo. Esta mujer habría así encontrado a un agénere con el cual había conversado. Pero entonces, se dirá, ¿por qué no se presentó a su madre? En esas circunstancias los motivos determinantes de los Espíritus nos son completamente desconocidos; ellos obran como mejor les parece o, mejor dicho, como ya lo dijeron: en virtud de un permiso sin el cual no pueden revelar su existencia de una manera material. Además, se comprende que su visión hubiera podido causar a la madre una peligrosa emoción; ¿y quién sabe si no se presentó a ella durante el sueño o de otro modo? Y, por otro lado, ¿no era ése un medio de revelarle su existencia? Es más que probable que él haya sido un testigo invisible de la conversación entre ambas damas.

El Duende de Bayonne no nos parece que deba ser considerado como un agénere, por lo menos en las circunstancias en que se ha manifestado, porque para la familia él siempre ha tenido el carácter de un Espíritu, carácter que nunca ha buscado disimular: ése era su estado permanente, y las apariencias corporales que ha tomado sólo eran accidentales, mientras que el agénere propiamente dicho no revela su naturaleza, y a nuestros ojos no es más que un hombre común; si fuera necesario, su aparición corporal puede ser de larga duración para poder establecer relaciones sociales con uno o con varios individuos.

Hemos pedido al Espíritu san Luis para que consienta esclarecernos sobre esos diferentes puntos, respondiendo a nuestras preguntas.

1. El Espíritu de Bayonne ¿podría mostrarse corporalmente en otros lugares y a otras personas como lo ha hecho con su familia? –Resp. Sí, sin duda.

2. ¿Depende esto de su voluntad? –Resp. No exactamente; el poder de los Espíritus es limitado: sólo hacen lo que les está permitido hacer.

3. ¿Qué habría sucedido si él se hubiera presentado ante una persona desconocida? –Resp. Habría sido tomado por un niño común. Pero os diré una cosa: a veces existe en la Tierra Espíritus que han revestido esta apariencia, y que se los toma por hombres.

4. ¿Pertenecen esos seres a los Espíritus inferiores o superiores? –Resp. Ellos pueden pertenecer a ambas categorías; estos son hechos raros, de los cuales tenéis ejemplos en la Biblia.

5. Raros o no, basta que sean posibles para merecer atención. ¿Qué ocurriría si, al tomar a un ser semejante por un hombre común, le hicieran una herida mortal? ¿Sería muerto? –Resp. Desaparecería súbitamente, como el joven de Londres. (Ver el número de diciembre de 1858: Fenómenos de bicorporeidad.)

6. ¿Tienen ellos pasiones? –Resp. Sí, como Espíritus, tienen las pasiones de los Espíritus según su inferioridad. Si algunas veces toman un cuerpo aparente es para gozar las pasiones humanas; si son elevados, lo hacen con un objetivo útil.

7. ¿Pueden procrear? –Resp. Dios no lo permitiría; sería contrario a las leyes que Él ha establecido en la Tierra; éstas no pueden ser derogadas.

8. Si un ser semejante se presentase ante nosotros, ¿habría un medio de reconocerlo? –Resp. No, a no ser por su desaparición, que se hace de una manera inesperada. Es el mismo hecho que el del transporte de muebles desde la planta baja hasta el desván, hecho que habéis leído al principio.

Nota – Alusión a un hecho de esta naturaleza relatado al comienzo de la sesión.

9. ¿Cuál es el objetivo que puede llevar a ciertos Espíritus a tomar este estado corporal? ¿Es preferentemente para el mal o para el bien? –Resp. A menudo para el mal; los Espíritus buenos se valen de la inspiración; ellos obran sobre el alma y por el corazón. Vosotros lo sabéis: las manifestaciones físicas son producidas por Espíritus inferiores, y éstas son de este número. Sin embargo, como lo he dicho, los Espíritus buenos también pueden tomar esa apariencia corporal con un objetivo útil; he hablado en general.

10. ¿Pueden en este estado volverse visibles o invisibles a voluntad? –Resp. Sí, ya que ellos pueden desaparecer cuando quieren.

11. ¿Tienen un poder oculto superior al de los demás hombres? –Resp. Ellos no tienen más que el poder que les da su categoría como Espíritus.

12. ¿Tienen necesidad real de alimentarse? –Resp. No; el cuerpo no es un cuerpo real.

13. Sin embargo el joven de Londres no tenía un cuerpo real, y entretanto almorzó con sus amigos y les dio un apretón de manos. ¿En qué se convirtió la alimentación ingerida? –Resp. Antes de darles un apretón de manos, ¿dónde estaban los dedos que estrechan? ¿Comprendéis que el cuerpo desaparezca? ¿Por qué no podéis concebir que la materia también desaparezca? El cuerpo del joven de Londres no era una realidad, puesto que él estaba en Boulogne; era, por lo tanto, una apariencia; sucedía lo mismo con el alimento que parecía ingerir.

14. Si se tuviese a un ser semejante entre nosotros, ¿sería un bien o un mal? –Resp. Sería preferentemente un mal; además, no se pueden adquirir grandes conocimientos con esos seres. Nosotros no podemos deciros demasiado; esos hechos son excesivamente raros y nunca tienen un carácter de permanencia, especialmente las apariciones corporales instantáneas, como la de Bayonne.

15. El Espíritu familiar protector, ¿toma algunas veces esta forma? –Resp. No; ¿no dispone él de las cuerdas interiores? Las toca más fácilmente de lo que lo haría bajo una forma visible y si lo tomásemos como uno de nuestros semejantes.

16. Preguntan si el conde de Saint-Germain no pertenecía a la categoría de los agéneres. –Resp. No; era un hábil mistificador.

La historia del joven de Londres –relatada en nuestro número de diciembre– es un hecho de bicorporeidad o, dicho de otro modo, de doble presencia, que difiere esencialmente de aquel que abordamos. El agénere no tiene cuerpo vivo en la Tierra; solamente su periespíritu toma una forma palpable. El joven de Londres era perfectamente vivo; mientras que su cuerpo dormía en Boulogne, su Espíritu –envuelto por el periespíritu– fue a Londres, donde tomó una apariencia tangible.

Un hecho casi análogo nos es personal. Mientras estábamos apaciblemente en nuestra cama, uno de nuestros amigos nos vio varias veces en su casa, aunque con una apariencia no tangible, sentado a su lado y conversando con él como de costumbre. Una vez nos vio con bata, otras veces con gabán. Transcribió nuestra conversación y nos la comunicó al día siguiente. Ésta era, como bien se lo supone, concerniente a nuestros trabajos predilectos. Con miras a hacer una experiencia nos ofreció refrescos, y he aquí nuestra respuesta: «No tengo necesidad de ellos, ya que no es mi cuerpo que está aquí; vos lo sabéis, por lo tanto no hay ninguna necesidad de produciros una ilusión». Una circunstancia bastante singular se presentó en esta ocasión. Ya sea por predisposición natural o como resultado de nuestros trabajos intelectuales –serios desde nuestra juventud, y podríamos decir desde la infancia–, el fondo de nuestro carácter siempre ha sido de una extrema seriedad, incluso en la edad en la que no se piensa sino en los placeres. Esta preocupación constante nos da un aspecto de frialdad, incluso de mucha frialdad; es al menos lo que a menudo se nos reprocha; pero bajo este aparente aspecto glacial, el Espíritu siente quizá más vivamente que cuando se encuentra expansivo exteriormente. Ahora bien, en nuestras visitas nocturnas a nuestro amigo, éste se quedó sorprendido por vernos bastante diferente: éramos más efusivo, más comunicativo, casi alegre. Todo respiraba en nosotros la satisfacción y la calma del bienestar. ¿No es esto un efecto del Espíritu desprendido de la materia?


Mi amigo Hermann

Con este título, el Sr. H. Lugner ha publicado en el folletín del Journal des Débats (Periódico de los Debates) del 26 de noviembre de 1858, una espirituosa historia fantástica en el género de Hoffmann, y que a primera vista parecía tener alguna analogía con nuestros agéneres y con los fenómenos de tangibilidad que acabamos de hablar. La extensión de esta historia no nos permite reproducirla por completo; nos limitaremos a hacer un análisis de la misma, haciendo observar que el autor la relata como un hecho del que hubiese sido personalmente testigo, teniendo –dice él– lazos de amistad con el héroe de la aventura. Este héroe, de nombre Hermann, vivía en una pequeña y alejada ciudad de Alemania. «Era –dice el narrador– un lindo muchacho de 25 años, de un aspecto agradable, lleno de nobleza en todos sus movimientos, gracioso y espirituoso en su lenguaje. Era muy instruido y sin la menor pedantería, muy fino y sin malicia, muy cuidadoso de su dignidad y sin la menor arrogancia. En resumen, era perfecto en todo, y más perfecto todavía en tres cosas que en todo el resto: en su amor por la filosofía, en su vocación particular por el vals y en la dulzura de su carácter. Esta dulzura no era debilidad, ni miedo a los otros, ni desconfianza exagerada de sí mismo: era una inclinación natural, una superabundancia de esa milk of human kindness que comúnmente sólo se encuentra en la ficción de los poetas, y de la cual la Naturaleza había concedido a Hermann una dosis no habitual. Contenía y, a la vez, toleraba a sus enemigos con una bondad todopoderosa y superior a los ultrajes; podían herirlo, pero no encolerizarlo. Un día, habiéndole su peluquero quemado la punta de la oreja al rizar sus cabellos, Hermann se apresuró a disculparse, atribuyéndose la culpa y asegurando incluso que él mismo se había movido inoportunamente. Sin embargo, no había sucedido nada de eso, y puedo decirlo a conciencia, porque yo estaba allí y vi claramente que todo ocurrió gracias a la torpeza del peluquero. Hermann ha dado otras señales de la imperturbable bondad de su alma. Escuchaba la lectura de malos versos con un aire angelical y respondía a los epigramas más tontos con cumplidos bien hechos, cuando los Espíritus malévolos usaban contra él sus maldades. Esta inaudita dulzura lo había vuelto célebre; no había mujer que no hubiese dado la vida para vigilar sin tregua el carácter de Hermann, buscando hacerle perder la paciencia al menos una vez en su vida».

«Agregad a todos esos méritos la ventaja de una completa independencia y de una fortuna suficiente como para ser contado entre los más ricos individuos de la ciudad, y difícilmente podréis imaginar que pudiese faltar algo a la felicidad de Hermann. Sin embargo no era feliz, y frecuentemente daba muestras de tristeza... Esto se debía a una singular enfermedad que lo había afligido toda su vida y que hacía mucho tiempo despertaba la curiosidad de su pequeña ciudad».

«Hermann no podía permanecer despierto ni un instante después de la puesta del Sol. Cuando el día se aproximaba a su fin, él era tomado por una languidez insuperable y gradualmente caía en un adormecimiento que nada podía evitar y del cual nadie podía sacarlo. Se acostaba al ponerse el Sol y se levantaba al amanecer; sus costumbres matinales habrían hecho de él un excelente cazador si hubiese podido superar el horror a la sangre y soportar la idea de dar una muerte cruel a criaturas inocentes». He aquí en qué términos, en un momento de desahogo, él explica su situación a su amigo del Journal des Débats:

“Mi querido amigo, vos sabéis a qué enfermedad estoy sujeto y qué sueño invencible me oprime regularmente desde la puesta hasta la salida del Sol. Sobre esto estáis tan instruido como todos y, como todos, habéis escuchado decir que ese sueño parece confundirse con la muerte. Nada es más cierto, y ese prodigio me importaría poco –os lo juro– si la Naturaleza se hubiera contentado en tomar mi cuerpo como objeto de una de sus fantasías. Pero mi alma también es su juguete, y no puedo deciros sin horror la suerte rara y cruel que le ha sido infligida. Cada una de mis noches está ocupada por un sueño, y este sueño se conecta al sueño de la noche anterior con la más fatal claridad. Estos sueños (¡quiera Dios que sean sueños!) se siguen y se encadenan como los acontecimientos de una existencia común que se desarrolla a la faz del Sol y en la compañía de otros hombres. Vivo, pues, dos veces y llevo dos existencias bien diferentes: una transcurre aquí con vosotros y con nuestros amigos; la otra, bien lejos de aquí, con hombres que conozco tan bien como a vosotros, a quienes les hablo como os hablo, y que me tratan de loco –como vosotros vais a hacerlo– cuando hago alusión a otra existencia como aquélla que paso con ellos. Y sin embargo estoy aquí vivo y hablando, sentado cerca vuestro y bien despierto, como realmente pienso; y aquel que pretendiese que nosotros soñamos o que somos sombras, ¿no pasaría a justo título por un insensato? ¡Pues bien!, querido amigo mío, cada uno de esos momentos, cada uno de los actos que ocupa las horas de mi inevitable sueño no es menos real, y cuando estoy por entero en esa otra existencia, es a ésta a la que yo sería tentado a llamar de sueño”.

“Entretanto, aquí no sueño más de lo que sueño allá; vivo alternativamente en los dos lados y yo no podría dudar, aunque mi razón esté extrañamente impresionada, que mi alma anima sucesivamente dos cuerpos y que, de esta manera, lleva al frente dos existencias. ¡Oh, estimado amigo! Si Dios hubiese permitido que ella tuviese en estos dos cuerpos los mismos instintos y la misma conducta, y que allá yo fuese el hombre que conocéis y amáis aquí. Pero no es nada de eso, y quizá no se atreverían a discutir la influencia de lo físico sobre lo moral si se conociera mi historia. En absoluto quiero alabarme, y además el orgullo que podría inspirarme una de mis dos existencias está bien rebajado por la vergüenza que es inseparable de la otra; sin embargo puedo decir, sin vanidad, que aquí soy justamente amado y respetado por todos; elogian mi personalidad y mis modales; me encuentran un aire noble, liberal y distinguido. Como sabéis, amo las letras, la filosofía, las artes, la libertad y todo lo que hace al encanto y a la dignidad de la vida humana; soy compasivo con los desgraciados y no tengo envidia de mi prójimo. Conocéis mi dulzura –que se ha vuelto proverbial–, mi espíritu de justicia, de misericordia y mi insuperable horror a la violencia. Todas esas cualidades que me elevan y me enriquecen aquí, las expío allá por vicios contrarios; la Naturaleza, que aquí me ha colmado de bendiciones, allá ha querido maldecirme. No sólo me ha arrojado a una situación inferior, donde he debido quedarme sin letras y sin cultura, sino que ha dado a este otro cuerpo, que también es el mío, órganos tan groseros y perversos, sentidos tan ciegos y fuertes, inclinaciones y necesidades tales, que mi alma obedece en lugar de comandar y que luego se deja arrastrar por ese cuerpo despótico hacia los más viles desórdenes. Allá soy duro y cobarde, perseguidor de los débiles y servil delante de los fuertes, despiadado y envidioso, naturalmente injusto y violento hasta el delirio. No obstante, soy yo mismo, y por más que me odie y me desprecie, no puedo ignorarme”.

«Hermann se detuvo un instante; su voz estaba trémula y sus ojos empañados de lágrimas. Le dije, intentando sonreír: –Quiero tratar vuestra locura, Hermann, para curarla mejor. Decidme todo; primeramente, ¿dónde transcurre esa otra existencia y con qué nombre sois allá conocido?»

“Me llamo William Parker, respondió él; soy ciudadano de Melbourne, Australia. Es hacia allá, en las antípodas, que vuela mi alma, tan pronto como os deja. Cuando el Sol se pone aquí, ella deja a Hermann inanimado detrás de sí y, cuando el Sol sale allá, viene a darle vida al cuerpo inanimado de Parker. Entonces comienza mi miserable existencia de vagancia, de fraude, de riñas y de mendicidad. Frecuento una mala sociedad y allí soy tenido como uno de los peores; constantemente estoy en lucha con mis compañeros y a menudo tengo el cuchillo en mano; estoy siempre en guerra con la policía y frecuentemente soy forzado a esconderme. Pero todo tiene un término en este mundo, y ese suplicio está llegando a su fin. Felizmente he cometido un crimen. He matado cobarde y brutalmente a una pobre criatura que estaba vinculada a mí. De este modo he llevado al colmo a la indignación pública, ya provocada por mis fechorías. El jurado me ha condenado a muerte y espero mi ejecución. Algunas personas religiosas y humanas han intercedido ante el gobernador para obtener un indulto o al menos una prórroga que me diera tiempo para convertirme. Pero conocen demasiado bien mi naturaleza grosera e intratable. Lo han rechazado, y mañana, o mejor dicho esta noche, seré infaliblemente conducido a la horca”.

«¡Pues bien! –le dije riendo, mucho mejor para vos y para nosotros; es un gran alivio la muerte de ese truhán. Una vez Parker lanzado a la eternidad, Hermann vivirá tranquilo; podrá velar como todo el mundo y quedarse día y noche con nosotros. Esa muerte os curará, querido amigo mío, y le estoy agradecido al gobernador de Melbourne por haber negado el indulto a ese miserable».

“Os equivocáis –me contestó Hermann con una gravedad que me dio pena; moriremos los dos juntos, porque no somos sino uno y, a pesar de nuestras diversidades y de nuestra antipatía natural, sólo tenemos un alma, que será alcanzada de un único golpe, respondiendo en todas las cosas el uno por el otro. ¿Creéis, pues, que Parker aún estaría vivo si Hermann no hubiese sentido que tanto en la muerte como en la vida ellos eran inseparables? ¿Habría yo dudado un instante si hubiese podido arrancar y arrojar al fuego a esa otra existencia, como al ojo maldito del cual hablan las Escrituras? Pero yo estaba tan feliz de vivir aquí que no podía resolverme a morir allá, y mi irresolución duró hasta que la suerte decidió por mí esta terrible cuestión. Ahora todo está terminado, y realmente creed que me despido de vosotros”.

«Al día siguiente se encontró a Hermann muerto en su cama, y algunos meses después los periódicos de Australia anunciaron la noticia de la ejecución de William Parker, con todas las circunstancias descritas por su doble.»

Toda esta historia es contada con una imperturbable sangre fría y en el tono más serio; nada le falta, en los detalles que omitimos, para darle un sello de verdad. En presencia de los extraños fenómenos, de los cuales somos testigos, un hecho de esta naturaleza podría parecer si no real, al menos posible, y relacionarse hasta un cierto punto con aquellos que ya hemos citado. En efecto, ¿no sería análogo al del joven que dormía en Boulogne, mientras que en el mismo instante él conversaba en Londres con sus amigos? ¿No sería similar al de san Antonio de Padua, que en el mismo día en que predicaba en España, aparecía en Padua para salvar la vida de su padre, acusado de asesinato? A primera vista se puede decir que si estos dos últimos hechos son exactos, no es imposible que ese Hermann haya vivido en Australia mientras dormía en Alemania y recíprocamente. Aunque nuestra opinión esté perfectamente establecida al respecto, creímos un deber referirla a nuestros instructores del Más Allá en una de las sesiones de la Sociedad. A esta pregunta: ¿Es real el hecho relatado por el Journal des Débats? Fue respondido: No; es una historia inventada para divertir a los lectores. –Si no es real, ¿es al menos posible?Resp. No; un alma no puede animar dos cuerpos diferentes.

En efecto, en la historia de Boulogne, aunque el joven se haya mostrado simultáneamente en dos lugares, él tenía realmente un solo cuerpo de carne y hueso que estaba en Boulogne; en Londres no tenía más que la apariencia o periespíritu, tangible, es verdad, pero que no era el propio cuerpo, el cuerpo mortal; él no podría morir en Londres y en Boulogne. Al contrario, Hermann –según la historia– tenía realmente dos cuerpos, puesto que uno fue ahorcado en Melbourne y el otro enterrado en Alemania. De esta manera, la misma alma habría llevado al frente dos existencias, lo que, según los Espíritus, no es posible. Los fenómenos del género del de Boulogne y de san Antonio de Padua, aunque bastante frecuentes, son además siempre accidentales y fortuitos en un individuo, y nunca tienen un carácter de permanencia, mientras que el presunto Hermann era así desde su infancia. Pero la razón más grave de todas es la de la diferencia de caracteres; seguramente, si esos dos individuos no hubiesen tenido una sola y misma alma, ésta no podría ser alternativamente la de un hombre de bien y la de un bandido. Es cierto que el autor se fundamenta en la influencia del organismo; nosotros lo lamentamos si tal es su filosofía, y más aún si busca darle crédito, porque esto sería negar la responsabilidad de los actos; semejante doctrina sería la negación de toda moral, ya que reduciría al hombre al estado de máquina.


Espíritus perturbadores: medios para desembarazarse de ellos

Nos escriben de Gramat (Lot):

«En una casa de la aldea de Coujet, comuna de Bastat (Lot), se escuchan ruidos extraordinarios desde hace aproximadamente dos meses. Al principio eran golpes secos y bastante parecidos con el golpe de una maza sobre el piso, que escuchábamos de todos los lados: bajo los pies, sobre la cabeza, en las puertas, en los muebles; entonces, poco después se oyeron los pasos de un hombre que caminaba con los pies descalzos y el golpeteo de dedos en los vidrios de las ventanas. Los habitantes de la casa se asustaron y mandaron rezar misas; inquieta, la población se dirigió hacia la aldea y escuchó a su vez dichos ruidos; la policía intervino, hizo varias investigaciones, pero el ruido aumentó. Luego fueron puertas abiertas, objetos derribados, sillas arrojadas por la escalera y muebles transportados de la planta baja hasta el desván. Todo lo que os narro –atestiguado por un gran número de personas– ha sucedido en pleno día. La casa no es una casucha antigua, sombría y negra, que sólo por el aspecto hace soñar con fantasmas; es una casa recientemente construida, que es agradable; los propietarios son buenas personas, incapaces de querer engañar a alguien, y muertas de miedo. Sin embargo, muchas personas piensan que allí no hay nada de sobrenatural ni de extraordinario, y tratan de explicarlo todo a través de la Física o de las malas intenciones que ellos atribuyen a los habitantes de la casa. Yo, que he visto y que creo, he resuelto dirigirme a vos para saber cuáles son los Espíritus que hacen ese alboroto y conocer el medio –si es que hay uno– de hacerlos callar. Es un servicio que prestaréis a esas buenas personas, etc...»

Los hechos de esta naturaleza no son raros; todos más o menos se parecen y, por lo general, solamente difieren en su intensidad y en su mayor o menor tenacidad. Inquietan poco cuando se limitan a algunos ruidos sin grandes consecuencias, pero se vuelven una verdadera calamidad cuando adquieren ciertas proporciones. Nuestro honorable corresponsal nos pregunta cuáles son los Espíritus que hacen ese alboroto. La respuesta no deja dudas: se sabe que los Espíritus de un orden muy inferior son los únicos culpables.

Los Espíritus superiores, así como los hombres graves y serios, no se dedican a causar desórdenes como los inferiores. A menudo hemos llamado a éstos para preguntarles el motivo que los lleva a perturbar de esa manera el reposo. La mayoría no tiene otro objetivo que el de divertirse; son más bien Espíritus ligeros que malos, los cuales se ríen del temor que ocasionan y de las búsquedas inútiles que se hacen para descubrir la causa del tumulto. Frecuentemente se obstinan con un individuo al que se complacen en molestar y al que persiguen de casa en casa; otras veces se vinculan a un local sin otro motivo que el de su capricho. Algunas veces también es una venganza que ellos ejercen, como tendremos oportunidad de ver. En ciertos casos su intención es más loable; quieren llamar la atención y ponerse en contacto, ya sea para dar una advertencia útil a la persona a la cual se dirigen o para pedir algo para sí mismos. A menudo hemos visto que piden oraciones; otras veces que solicitan el cumplimiento –en su nombre– de una promesa que no pudieron concretar; en fin, en otras ocasiones, en el interés de su propio reposo, quieren reparar una mala acción cometida por ellos cuando encarnados. En general, se comete una equivocación al asustarse; su presencia puede ser inoportuna, pero no peligrosa. Además, se comprende el deseo que se tiene en desembarazarse de ellos, y para esto se hace generalmente todo lo contrario de lo que sería preciso hacer. Si son Espíritus que se divierten, cuanto más se toma la cosa en serio, más ellos persisten, como los niños traviesos que fastidian cada vez más a aquellos que ven impacientarse, y que hacen temer a los miedosos. Si tomásemos el sabio partido de nosotros mismos reírnos de sus malas pasadas, ellos terminarían por cansarse y por quedarse tranquilos. Conocemos a alguien que, lejos de irritarse, los provocaba, los desafiaba a hacer tal o cual cosa, de manera que al cabo de algunos días no volvieron más. Pero, como ya dijimos, existen otros cuyo motivo es menos frívolo. Es por eso que siempre es útil saber lo que quieren. Si piden algo, podemos estar seguros que cesarán sus visitas desde que su deseo sea satisfecho. La mejor manera de estar informado al respecto es la de evocar al Espíritu por intermedio de un buen médium psicógrafo; en sus respuestas se verá enseguida con quién estamos entrando en relación y, en consecuencia, cómo podremos obrar; si fuere un Espíritu infeliz, la caridad ordena que se lo trate con las consideraciones que merece. Si fuere un bromista de mal gusto, se puede proceder con él sin ceremonia; si fuere malévolo, es necesario orar a Dios para que lo vuelva mejor. En todos los casos, la oración sólo podrá dar buenos resultados. Pero la gravedad de las fórmulas de exorcismo los hace reír y en absoluto las tienen en cuenta. Si podemos entrar en comunicación con ellos, es preciso desconfiar de las calificaciones burlescas o asustadoras que a veces se dan para divertirse con la credulidad ajena.

En muchos casos la dificultad está en no tener un médium a disposición. Entonces es preciso buscar reemplazarlo uno mismo o interrogar directamente al Espíritu, de conformidad con los preceptos que sobre el tema hemos dado en nuestras Instrucciones Prácticas sobre las Manifestaciones.

Esos fenómenos –aunque ejecutados por Espíritus inferiores– son a menudo provocados por Espíritus de un orden más elevado, con el objetivo de convencer acerca de la existencia de seres incorpóreos y de un poder superior al hombre. La repercusión que de esto resulta, el propio miedo que causan, llaman la atención y terminarán por abrir los ojos a los más incrédulos. Éstos encuentran más sencillo atribuir esos fenómenos a la imaginación, explicación muy cómoda y que exime de dar otras; sin embargo, cuando objetos son empujados o arrojados a la cabeza, sería necesaria una imaginación muy complaciente para suponer que semejantes cosas suceden, cuando no suceden. Si observamos un efecto cualquiera, este efecto ha de tener necesariamente una causa; si una fría y calma observación nos demuestra que este efecto es independiente de toda voluntad humana y de toda causa material; si además de eso nos da señales evidentes de inteligencia y de libre voluntad, lo que constituye la señal más característica, somos bien forzados a atribuirlo a una inteligencia oculta. ¿Cuáles son esos seres misteriosos? Es lo que los estudios espíritas nos enseñan de la manera más incontestable, por los medios que nos da para comunicarse con ellos. Además, estos estudios nos enseñan a separar lo que es real de lo que es falso o exagerado en los fenómenos de los cuales no nos damos cuenta. Si un efecto insólito se produce: ruido, movimiento, incluso una aparición, el primer pensamiento que se debe tener es que se deba a una causa natural, porque es lo más probable; entonces, es preciso buscar esta causa con el mayor cuidado, y no admitir la intervención de los Espíritus sino con pleno conocimiento de la misma; éste es el medio de no hacerse ilusiones.


Disertación del Más Allá - La infancia

Comunicación espontánea del Sr. Nélo, médium, leída en la Sociedad el 14 de enero de 1859.
No conocéis el secreto que en su inocencia esconden los niños; no sabéis lo que son, lo que han sido ni lo que serán; y, sin embargo, los amáis, los queréis como si fuesen una parte de vosotros mismos, de tal modo que el amor de una madre por sus hijos es considerado como el mayor amor que un ser puede sentir por otro ser. ¿De dónde viene ese dulce afecto, esa tierna benevolencia que hasta los extraños sienten por un niño? ¿Lo sabéis? No; pues esto es lo que voy a explicaros.

Los niños son seres que Dios envía a nuevas existencias; y para que no se les pueda imponer una severidad demasiado grande, Él les da todas las apariencias de la inocencia; incluso en un niño de mala índole, se cubren sus acciones malas con la no conciencia de sus actos. Esta inocencia no es una superioridad real sobre lo que eran antes; no, es la imagen de lo que deberían ser, y si no lo son, únicamente sobre ellos ha de recaer la pena.

Pero no sólo por ellos Dios les ha dado ese aspecto; es también –y sobre todo– por sus padres, cuyo amor es necesario a la fragilidad infantil, y este amor se vería singularmente debilitado frente a un carácter desabrido y brusco, mientras que al creer que sus hijos son buenos y dúctiles, les dan todo su afecto y los rodean de los más delicados cuidados. Pero cuando los niños no tienen más necesidad de esta protección, de esta asistencia que les ha sido dada durante quince a veinte años, su carácter real e individual reaparece en toda su desnudez: continúan siendo buenos si eran fundamentalmente buenos, pero siempre reflejando matices que estaban ocultos en la primera infancia.

Ya veis que los caminos de Dios son siempre los mejores, y que cuando se tiene el corazón puro, la explicación de ello es fácil de concebir.

En efecto, tened en cuenta que el Espíritu del niño que nace entre vosotros puede venir de un mundo en que haya adquirido hábitos completamente diferentes; ¿cómo querríais que permaneciese en vuestro medio ese nuevo ser, que viene con pasiones totalmente diferentes de las que poseéis, con inclinaciones y gustos enteramente opuestos a los vuestros? ¿Cómo querríais que se incorporase a vuestras filas de modo diferente del que Dios ha querido, es decir, por el tamiz de la infancia? En ésta vienen a confundirse todos los pensamientos, todos los caracteres, todas las variedades de seres engendrados por esa multitud de mundos en los cuales crecen las criaturas. Y vosotros mismos, al morir, os encontraréis en una especie de infancia en medio de nuevos hermanos; y en vuestra nueva existencia no terrenal, ignoraréis los hábitos, las costumbres y las relaciones de ese mundo nuevo para vosotros; manejaréis con dificultad un lenguaje que no estáis habituados a usar, lenguaje aún más vivo de lo que es hoy vuestro pensamiento.

La infancia tiene todavía otra utilidad; los Espíritus no entran en la vida corporal sino para perfeccionarse, para mejorarse; la fragilidad de la niñez los vuelve flexibles, accesibles a los consejos de la experiencia y a aquellos que deben hacerlos progresar; es entonces que se puede reformar su carácter y reprimir sus malas tendencias: tal es el deber que Dios ha confiado a sus padres, misión sagrada por la que habrán de responder.

De esta manera la infancia no sólo es útil, necesaria e indispensable, sino que también es la consecuencia natural de las leyes que Dios ha establecido y que rigen el Universo.

Nota – Llamamos la atención de nuestros lectores sobre esta notable disertación, cuyo alto alcance filosófico será fácilmente comprendido. ¡Cuán bella y grandiosa es esta solidaridad que existe entre todos los mundos! ¡Qué más apropiado que esto para darnos una idea de la bondad y de la majestad de Dios! La humanidad crece con tales pensamientos, mientras que se la empequeñece si se la reduce a las mezquinas proporciones de nuestra vida efímera y de nuestro imperceptible mundo entre los mundos.


Correspondencia

Loudéac, 20 de diciembre de 1858.

Sr. Allan Kardec,

Me congratulo por haberme puesto en contacto con vos para el género de estudio al cual nos entregamos mutuamente. Hace más de veinte años que me ocupo de una obra que debería intitularse: Estudio sobre los Gérmenes. Esta obra debía ser especialmente fisiológica; sin embargo, mi intención era demostrar la insuficiencia del sistema de Bichat, que no admite sino la vida orgánica y la vida de relación. Yo quería probar que existe un tercer modo de existencia que sobrevive a los otros dos, en estado no orgánico. Este tercer modo no es otro que el de la vida anímica o espírita, como la llamáis. En una palabra, es el germen primitivo que engendra a los dos otros modos de existencia: el orgánico y el de relación. También quería demostrar que los gérmenes son de naturaleza fluídica, biodinámicos, que se atraen, que son indestructibles, autógenos y en número definido, ya sea en nuestro planeta como en todos los medios circunscritos. Cuando apareció Terre et Ciel, de Jean Reynaud, fui obligado a modificar mis convicciones. Reconocí que mi sistema era demasiado limitado, y admití con él que los astros, por el intercambio de electricidad que pueden establecer recíprocamente, deben necesariamente –por esas diversas corrientes eléctricas– favorecer la transmigración de los gérmenes o Espíritus de la misma naturaleza fluídica.

Cuando se habló de las mesas giratorias, enseguida me entregué a esta práctica y conseguí resultados tales que no tuve más ninguna duda sobre esas manifestaciones. Luego comprendí que había llegado el momento en que el mundo invisible iba a volverse visible y tangible y que, desde entonces, marchábamos hacia una revolución sin precedentes en las Ciencias y en la Filosofía. Sin embargo, yo estaba lejos de esperar que un periódico espírita pudiera establecerse tan rápido y mantenerse en Francia. Hoy, Sr., gracias a vuestra perseverancia, es un hecho adquirido, y este hecho es de un gran alcance. Estoy lejos de creer que las dificultades estén vencidas; encontraréis bastantes obstáculos y sufriréis muchas injurias, pero al final de cuentas, la verdad se abrirá paso; se llegará a reconocer la exactitud de la observación de nuestro célebre profesor Gay-Lussac, que nos decía en su Curso, con respecto a los cuerpos imponderables e invisibles, que estas expresiones eran inexactas, y que solamente constataban nuestra impotencia en el estado actual de la Ciencia; agregó que sería más lógico llamarlos no ponderosos. Sucede lo mismo con la visibilidad y la tangibilidad; lo que no es visible para uno, lo es para otro, incluso a simple vista, como por ejemplo: los sensitivos; en fin, la audición, el olfato y el gusto –que no son más que modificaciones de la propiedad tangible– son nulos en el hombre en comparación con los del perro, con los del águila y con los de diversos animales. Por lo tanto, nada hay de absoluto en esas propiedades que se multiplican según los organismos. Nada hay de invisible, de intangible, de imponderable: todo puede ser visto, tocado o pesado cuando nuestros órganos –que son nuestros primeros y más preciosos instrumentos– se vuelvan más sutiles.

A tantas experiencias a las que ya habéis recurrido para constatar nuestro tercer modo de existencia (la vida espírita), os pido que agreguéis la siguiente: tened a bien magnetizar a un ciego de nacimiento, y en el estado sonambúlico dirigidle una serie de preguntas sobre las formas y los colores. Si el sensitivo es lúcido, os probará de una manera perentoria que sobre esas cosas tiene conocimientos que sólo podría haber adquirido en una o en varias existencias anteriores.

Termino, Sr., rogando que aceptéis mis más sinceras felicitaciones por el género de estudios al cual os consagráis. Como nunca he tenido miedo de manifestar mis opiniones, podéis incluir mi carta en vuestra Revista, si así lo juzgáis de utilidad.

Vuestro servidor muy devoto,

MORHÉRY, Doctor en Medicina.

Nota – Nos sentimos muy felices con la autorización que el Dr. Morhéry consintió en darnos para publicar su notable carta que acabamos de leer. La misma prueba que, al lado del hombre de Ciencia, en él existe el hombre juicioso que ve algo más allá de nuestras sensaciones y que sabe hacer el sacrificio de sus opiniones personales en presencia de la evidencia. En él la convicción no es una fe ciega, sino razonada; es la deducción lógica del sabio que no cree saberlo todo.


Las mil y dos noches de los cuentos árabes
Dictada por el Espíritu Frédéric Soulié
(TERCER Y ÚLTIMO ARTÍCULO)

VII

–Levantaos, le dijo Nureddin, y seguidme. Nazara se arrojó llorosa a sus pies, implorando gracia. –No hay piedad para semejante falta, dijo el supuesto sultán; preparaos para morir. Nureddin sufría mucho por tener que hablarle de esta manera, pero juzgó que no era conveniente darse a conocer en ese momento.

Al ver que era imposible doblegarlo, Nazara lo siguió temblando. Ellos regresaron a las habitaciones; allí Nureddin dijo a Nazara que fuese a ponerse ropas más convenientes; después que terminó de arreglarse, y sin otra explicación, le dijo que irían –él y Ozara, el enano– a conducirla a un suburbio de Bagdad donde ella encontraría su merecido. Los tres se cubrieron de grandes mantos para no ser reconocidos y salieron del palacio. Pero, ¡qué terror! Así que atravesaron las puertas, cambiaron de aspecto a los ojos de Nazara; no eran el sultán y Ozara, ni los mercaderes de ropas, sino el propio Nureddin y Tanaple; ellos estaban tan asustados –sobre todo Nazara– de verse tan cerca de la morada del sultán, que avivaron el paso por miedo a ser reconocidos.

Ni bien entraron en el palacio de Nureddin, su propiedad fue cercada por una multitud de hombres, de esclavos y de tropas, enviadas por el sultán para detenerlos.

Al primer ruido, Nureddin, Nazara y el enano se refugiaron en la habitación más retirada del palacio. Allí, el enano les dijo que no tuvieran miedo y que sólo tenían que hacer una cosa para no ser capturados: ponerse en la boca el dedo meñique de la mano izquierda y silbar tres veces; que Nazara debía hacer lo mismo y que al instante ellos se volverían invisibles para todos aquellos que quisiesen prenderlos.

El ruido continuaba aumentando de una manera alarmante; Nazara y Nureddin siguieron el consejo de Tanaple, y cuando los soldados entraron en la habitación la encontraron vacía, retirándose después de haber hecho minuciosas búsquedas. Entonces el enano dijo a Nureddin que hiciese lo contrario de lo que habían hecho: es decir, ponerse en la boca el dedo meñique de la mano derecha y silbar tres veces; ellos lo hicieron y enseguida volvieron a ser lo que eran antes.

Luego el enano les hizo notar que no se encontraban seguros en aquella casa y que debían dejarla por algún tiempo, a fin de aplacar la cólera del sultán. En consecuencia, Tanaple se ofreció para conducirlos a su propio palacio subterráneo –donde estarían más tranquilos–, en cuanto serían encontrados los medios de arreglar todo para que pudiesen regresar sin temor a Bagdad, y en las mejores condiciones posibles.

VIII

Nureddin dudaba, pero Nazara le rogó tanto que él terminó por consentir. El enano les indicó que fuesen al jardín para comer una naranja con el rostro dirigido hacia el Sol naciente, y que entonces ellos serían transportados sin percibirlo. Tuvieron un aire de duda, pero Tanaple les dijo que no entendía sus dudas después de lo que había hecho por ellos.

Al haber descendido al jardín y comido la naranja de la manera indicada, ellos se encontraron súbitamente elevados a una altura prodigiosa; después experimentaron una fuerte sacudida y un gran frío, sintiendo que descendían en gran velocidad. No vieron nada durante el trayecto, pero cuando tuvieron conciencia de su situación, se encontraban bajo tierra en un magnífico palacio iluminado por más de veinte mil velas.

Dejemos a nuestros enamorados en el palacio subterráneo y volvamos a nuestro enano que habíamos dejado en casa de Nureddin. Vimos que el sultán había enviado soldados para prender a los fugitivos; después de haber examinado los más recónditos rincones de la habitación, así como los jardines, y al no haber encontrado nada, fueron forzados a regresar y a rendir cuentas al sultán de su infructuosa gestión.

Tanaple los había acompañado a lo largo de todo el camino; él los miraba con un aire jocoso, y de vez en cuando les preguntaba cuál era el precio que el sultán daría a quien le entregase los dos fugitivos. –Si el sultán, agregaba, está dispuesto a concederme una hora de audiencia, le diré algo que lo ha de apaciguar, y quedará encantado de verse libre de una mujer como Nazara, que tiene un mal genio y que haría recaer sobre el sultán todas las desgracias posibles si ella permaneciera algunas lunas más. El jefe de los eunucos le prometió dar el recado y transmitirle la respuesta del sultán.

Ni bien hubieron entrado al palacio, cuando el jefe de los negros vino a decirle que su señor lo esperaba, previniéndolo no obstante de que sería empalado si se presentase con imposturas.

Nuestro pequeño monstruo se apresuró a dirigirse al palacio del sultán. Al llegar ante este hombre duro y severo, como es costumbre se inclinó tres veces delante de los príncipes de Bagdad.

–¿Qué tienes tú que decirme? –preguntó el sultán. Sabes lo que te espera si no dices la verdad. Habla: te escucho.

«Gran Espíritu, Luna celestial, tríada de Soles, yo solamente digo la verdad. Nazara es hija del Hada Negra y del genio Gran Serpiente de los Infiernos. Su presencia en tu palacio te traería todas las plagas imaginables: lluvia de serpientes, eclipse de sol, luna azul que impide los amores de la noche; en fin, todos tus deseos serían contrariados e incluso tus mujeres envejecerían antes de que una luna haya pasado. Yo podría darte una prueba de lo que hablo; sé dónde se encuentra Nazara; si quieres iré a buscarla y podrás convencerte por ti mismo. Sólo hay un medio de evitar esas desgracias: dársela a Nureddin. Él tampoco es lo que piensas: es hijo de la hechicera Manuza y del genio Peñón de Diamante. Si tú los unes, Manuza –en reconocimiento– te protegerá; si te niegas... ¡Pobre príncipe! Me compadezco de ti. Haz la prueba; después decidirás».

El sultán escuchó con bastante calma el discurso de Tanaple; pero luego enseguida llamó a una tropa de hombres armados y les ordenó aprisionar al pequeño monstruo hasta que un acontecimiento lo convenciera de lo que acababa de escuchar.

Pensaba –dice Tanaple– que estuviese relacionándome con un gran príncipe; pero veo que me he equivocado y dejo a los genios el cuidado de vengar a sus hijos. Dicho esto, siguió a los que habían venido a encarcelarlo.

IX

Tanaple estaba en prisión desde hacía apenas algunas horas, cuando una nube de color sombrío cubrió el Sol, como si un velo hubiese querido ocultarlo a la Tierra; después se escuchó un gran ruido, y de una montaña ubicada a la entrada de la ciudad salió un gigante armado, que se dirigió hacia el palacio del sultán.

No os diré que el sultán se quedó muy calmo: lejos de eso; temblaba como una hoja de naranjo que Eolo hubiese sacudido. Al aproximarse el gigante, mandó cerrar todas las puertas y ordenó a todos sus soldados que estuviesen preparados –armas en mano– para defender a su príncipe. Pero, ¡qué estupefacción! Al acercarse el gigante todas las puertas se abrieron, como empujadas por una mano secreta; luego, gravemente, el gigante avanzó hacia el sultán, sin haber hecho una señal y sin decir una palabra. Al verlo, el sultán se puso de rodillas, rogó al gigante que lo perdonase y que le dijera lo que exigía.

«¡Príncipe! –dijo el gigante, no soy de decir muchas cosas en la primera vez; apenas te advierto. Haz lo que Tanaple te aconsejó, y nuestra protección te será asegurada; de otro modo, sufrirás las consecuencias de tu obstinación». Dicho esto, se retiró.

Al principio, el sultán se quedó muy asustado; pero al cabo de un cuarto de hora se recuperó de su perturbación, y lejos de seguir los consejos de Tanaple, mandó inmediatamente publicar un edicto que prometía una magnífica recompensa a quien pudiese ponerlo en el rastro de los fugitivos; después, al haber puesto guardias en las puertas del palacio, esperó pacientemente. Pero su paciencia no duró mucho, o por lo menos no le dio tiempo para ponerla a prueba. A partir del segundo día apareció a las puertas de la ciudad un ejército que parecía haber salido de abajo de la tierra; los soldados estaban vestidos con pieles de topos y tenían armaduras de caparazón de tortuga, llevando mazas hechas de pedazos de rocas.

Al aproximarse, los guardias quisieron poner resistencia, pero el formidable aspecto del ejército los hizo enseguida bajar las armas; abrieron las puertas sin hablar, sin romper filas, y la tropa enemiga se dirigió peligrosamente hasta el palacio. El sultán quiso resistir a la entrada de sus aposentos; pero, para su gran sorpresa, sus guardias se habían dormido y las puertas se abrieron solas; después el jefe del ejército avanzó con paso firme hasta los pies del sultán y le dijo:

«He venido a decirte que Tanaple, al ver tu testarudez, nos ha enviado para buscarte; en lugar de ser sultán de un pueblo que no sabes gobernar, vamos a llevarte con los topos; tú mismo te volverás un topo y serás un sultán peludo. Ve si esto te conviene más o si prefieres hacer lo que Tanaple te ordenó; te doy diez minutos para reflexionar».

X

El sultán hubiera querido resistir; pero para su felicidad, después de algunos momentos de reflexión, consintió en hacer lo que se le exigía; solamente quiso poner una condición: que los fugitivos no habitasen en su reino. Esto le fue prometido, y al instante –sin saber de qué lado ni cómo– el ejército desapareció a sus ojos.

Ahora que el destino de nuestros enamorados estaba completamente asegurado, volvamos a ellos. Recordemos que los habíamos dejado en el palacio subterráneo.

Después de algunos minutos, embelesados y deslumbrados por el aspecto de las maravillas que los rodeaban, quisieron visitar el palacio y sus alrededores. Ellos vieron jardines encantadores. Y, ¡cosa singular!, allí se veía casi tan claro como a cielo descubierto. Se acercaron al palacio: todas las puertas estaban abiertas y había preparativos para una gran fiesta. A la puerta estaba una dama magníficamente vestida. Al principio, nuestros fugitivos no la reconocieron; pero al aproximarse más, observaron que era Manuza, la hechicera, totalmente transformada; no era más aquella mujer vieja, sucia y decrépita: ya era una mujer de cierta edad, pero aún bella y de gran clase.

«Nureddin –le dijo ella–, te he prometido ayuda y asistencia. Hoy voy a cumplir mi promesa; tus males llegan al fin y vas a recibir el precio de tu constancia: Nazara va a ser tu esposa; además de eso, te doy este palacio; vivirás aquí y serás el rey de un pueblo de valientes y reconocidos súbditos; ellos son dignos de ti, como tú eres digno de reinar sobre ellos».

A estas palabras se escuchó una música armoniosa; de todos los lados surgió una innumerable multitud de hombres y mujeres en trajes de fiesta; dicha multitud era encabezada por grandes señores y por grandes damas que vinieron a postrarse a los pies de Nureddin; le ofrecieron una corona de oro engastada de diamantes, diciéndole que lo reconocían como su rey; que ese trono le pertenecía como siendo el heredero de su padre; que estaban bajo un encanto desde hacía 400 años por la voluntad de magos malvados, y que ese encanto solamente debería terminar con la presencia de Nureddin. Enseguida hicieron un largo discurso sobre sus virtudes y las de Nazara.

Entonces Manuza le dijo: –Sois felices, nada más tengo que hacer aquí. Si necesitáis de mí, golpead la estatua que está en el centro de vuestro jardín y vendré al instante. Luego ella desapareció.

Nureddin y Nazara querían retenerla por más tiempo, para agradecerle toda la bondad para con ellos. Después de pasar algunos momentos conversando, volvieron con sus súbditos; las fiestas y los regocijos duraron ocho días. Su reino fue largo y feliz; ellos vivieron miles de años, e incluso puedo deciros que aún viven; sólo que su país no ha sido encontrado, o mejor dicho, nunca ha sido muy conocido.

FIN

Nota – Llamamos la atención de nuestros lectores para las observaciones con que hemos precedido este cuento, en nuestros números de noviembre de 1858 y de enero de 1859.

ALLAN KARDEC




Marzo

Estudio sobre los médiums

Al ser los médiums los intérpretes de las comunicaciones espíritas, su papel es extremamente importante y nunca sería demasiada la atención dada al estudio de todas las causas que pueden influirlos, no sólo a sí mismos, sino también a aquellos que –no siendo médiums– se sirven de su intermedio, a fin de que se pueda juzgar el grado de confianza que merezcan las comunicaciones por ellos recibidas.

Ya hemos dicho que todo el mundo es más o menos médium; pero se ha convenido en dar este nombre a aquellos en quienes las manifestaciones son patentes y, por así decirlo, facultativas. Ahora bien, entre estos últimos hay aptitudes muy diversas: se puede decir que cada uno tiene su especialidad. En un primer aspecto, aparecen con nitidez dos categorías: los médiums de efectos físicos y los médiums de efectos intelectuales. Estos últimos presentan numerosas variedades, de las cuales las principales son: los escribientes o psicógrafos, los dibujantes, los psicofónicos, los auditivos y los videntes. Los médiums poéticos, músicos y políglotas son variedades de los psicógrafos y de los psicofónicos. No volveremos a las definiciones que hemos dado sobre estos diferentes géneros; solamente queremos recordar sucintamente el conjunto para una mayor claridad.

De todos los géneros de médiums, el más común es el de los escribientes; es el modo más fácil de adquirir a través del ejercicio; también es para este lado –y con razón– que generalmente se dirigen los deseos y los esfuerzos de los aspirantes. Presenta dos variedades que igualmente son encontradas en varias otras categorías: los médiums escribientes mecánicos y los escribientes intuitivos. En los primeros, el impulso de la mano es independiente de la voluntad; se mueve por sí misma sin que el médium tenga conciencia alguna de lo que escribe, pudiendo estar su pensamiento en cualquier otra cosa. En el médium intuitivo, el Espíritu actúa sobre el cerebro; su pensamiento atraviesa, por decirlo así, el pensamiento del médium, sin que haya confusión. Por consiguiente, él tiene conciencia de lo que escribe, incluso a menudo una conciencia anticipada, porque la intuición precede algunas veces al movimiento de la mano, y sin embargo el pensamiento expresado no es el del médium. Una comparación bien simple nos hará comprender este fenómeno. Cuando queremos conversar con alguien cuyo idioma no sabemos, nos servimos de un intérprete; éste tiene conciencia del pensamiento de los interlocutores: debe entenderlo para poder expresarlo, y no obstante ese pensamiento no es el suyo. Pues bien, el papel del médium intuitivo es el de un intérprete entre el Espíritu y nosotros. La experiencia nos ha enseñado que los médiums mecánicos y los médiums intuitivos son igualmente buenos, igualmente aptos para recibir y transmitir buenas comunicaciones. Como medio de convicción, los primeros persuaden más, sin duda; pero cuando la convicción es adquirida, es inútil la preferencia; la atención debe ser totalmente dirigida hacia la naturaleza de las comunicaciones, es decir, hacia la aptitud del médium en recibirlas de los Espíritus buenos o de los malos, y en este aspecto decimos si él está bien o mal asistido: he aquí toda la cuestión, y esta cuestión es capital, porque sólo ella puede determinar el grado de confianza que él merece; esto es resultado del estudio y de la observación, por lo que remitimos a nuestros lectores a un artículo anterior intitulado Escollos de los médiums.

Con un médium intuitivo la dificultad consiste en distinguir los pensamientos que le son propios de aquellos que le son sugeridos. Esta dificultad existe para él; el pensamiento sugerido le parece tan natural que lo toma a menudo como si fuese suyo, y duda de su facultad. El medio de convencerlo –a él y a los otros– es ejercitarla frecuentemente. Entonces, en el número de evocaciones a las cuales participe, se presentarán miles de circunstancias, una multitud de comunicaciones íntimas y de particularidades de las que no podría tener ningún conocimiento previo, y que han de constatar de una manera irrecusable la completa independencia de su propio Espíritu.

Las diferentes variedades de médiums reposan sobre aptitudes especiales, y hasta el presente no se sabe totalmente cuál es su principio. A primera vista, y para las personas que no han hecho de esta ciencia un estudio sistematizado, no parece más difícil a un médium escribir versos que prosa; sobre todo si fuere médium mecánico, se dirá que el Espíritu tanto puede hacerlo escribir en una lengua extranjera como hacerlo dibujar o dictarle música. Entretanto, no es nada de eso. Aunque se vean a cada momento dibujos, versos, músicas realizadas por médiums que, en su estado normal, no son dibujantes, ni poetas, ni músicos, no todos son aptos para producir estas cosas. A pesar de su ignorancia, hay en ellos una facultad intuitiva, una flexibilidad que los hace instrumentos más dóciles. Es esto lo que muy bien ha expresado Bernard Palissy cuando se le preguntó por qué él había elegido al Sr. Victorien Sardou, que no sabe dibujar, para hacer sus admirables dibujos; es porque lo encuentro más flexible, dijo él. Sucede lo mismo con otras aptitudes y, observamos una cosa singular: hemos visto a Espíritus rehusarse a dictar versos a médiums que conocían poesía, y dárselos encantados a personas que no sabían ni las primeras reglas; esto prueba una vez más que los Espíritus tienen su libre albedrío, y que es en vano querer someterlos a nuestros caprichos.

De las observaciones precedentes se deduce que un médium debe seguir el impulso que le es dado según su aptitud; que debe tratar de perfeccionar esta aptitud a través del ejercicio, pero que buscaría inútilmente si quisiese adquirir la que le falta, o al menos que esto sería perjudicial a la que posee. De modo alguno forcemos nuestro talento: nada haríamos con gracia, dijo La Fontaine; nosotros podemos agregar: nada haríamos de bueno. Cuando un médium posee una facultad preciosa con la que puede volverse verdaderamente útil, que se contente con ella y que no busque una vana satisfacción de su amor propio en una variedad que sería el debilitamiento de la facultad primordial; si ésta debe ser transformada –lo que a menudo sucede– o si debe adquirir una nueva, esto tendrá lugar espontáneamente y no por un efecto de su voluntad.

La facultad de producir efectos físicos forma una categoría bien nítida que raramente se alía con los efectos intelectuales, sobre todo con aquellos de alto alcance. Se sabe que los efectos físicos son reservados a los Espíritus de orden inferior, como entre nosotros las proezas a los saltimbanquis; ahora bien, los Espíritus golpeadores pertenecen a esa clase inferior; ellos actúan frecuentemente por cuenta propia, para divertirse o molestar, pero también algunas veces por orden de Espíritus elevados que se sirven de ellos, como nosotros de los peones; sería absurdo creer que Espíritus superiores vengan a divertirse, golpeando en las mesas o haciéndolas girar. Digamos que ellos se sirven de esos medios a través de intermediarios, ya sea con el objetivo de convencer o para comunicarse con nosotros cuando no dispongamos de otros medios; pero los abandonan desde el momento en que puedan actuar de un modo más rápido, más cómodo y más directo, así como nosotros hemos abandonado el telégrafo aéreo desde que tuvimos el telégrafo eléctrico. De ninguna manera los efectos físicos deben ser desdeñados, porque para muchas personas son un medio de convicción; además ellos ofrecen un precioso elemento de estudio sobre las fuerzas ocultas; pero es de notar que los Espíritus los rehúsan en general con aquellos que no tienen necesidad de los mismos, o por lo menos los aconsejan a no ocuparse de ellos de una manera especial. He aquí lo que al respecto escribió el Espíritu san Luis en la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas:

«Se han burlado de las mesas giratorias, pero jamás se burlarán de la filosofía, de la sabiduría y de la caridad que brillan en las comunicaciones serias. Aquéllas han sido el vestíbulo de la ciencia espírita; al entrar en él deben dejarse los prejuicios, como quien deja la capa. Nunca estaría de más aconsejaros a hacer de vuestras reuniones un centro serio: que en otros lugares se hagan demostraciones físicas, que en otros lugares las vean y oigan, pero que entre vosotros se comprenda y se ame. ¿Qué esperáis ser a los ojos de los Espíritus superiores cuando hacéis girar una mesa? Ignorantes. ¿Gasta el sabio su tiempo en repasar el abecé de la ciencia? En cambio, al veros procurar las comunicaciones inteligentes e instructivas, se os considera como hombres serios en busca de la verdad».

Es imposible resumir de una manera más lógica y más precisa el carácter de los dos géneros de manifestaciones. Aquel que tiene comunicaciones elevadas las debe a la asistencia de los Espíritus buenos: esta es una muestra de la simpatía de ellos por él; renunciar a esto para buscar los efectos materiales es dejar a una sociedad selecta por una sociedad ínfima; querer aliar las dos cosas es llamar alrededor de sí a seres antipáticos, y en ese conflicto es probable que los buenos se vayan y que los malos se queden. Lejos de nosotros el querer menospreciar a los médiums de efectos físicos; ellos tienen su razón de ser, su objetivo providencial; prestan indiscutibles servicios a la ciencia espírita; pero cuando un médium posee una facultad que puede ponerlo en relación con seres superiores, no comprendemos que de ella abdique, o incluso que desee otras, a no ser que sea por ignorancia; porque frecuentemente la ambición de querer serlo todo, hace conque se acabe no siendo nada.


Médiums interesados

En nuestro artículo Escollos de los médiums hemos puesto a la codicia en el número de los defectos que pueden dar motivo a los Espíritus imperfectos. Algunas explicaciones sobre este tema no serán inútiles. Es preciso ubicar en la primera fila de los médiums interesados a los que podrían hacer de su facultad una profesión, dando lo que se acostumbra llamar consultas o sesiones remuneradas. Nosotros no los conocemos, por lo menos en Francia; pero como todo puede volverse un objeto de explotación, nada habría de sorprendente en que un día quisiesen explotar a los Espíritus; resta saber cómo enfocarían la cuestión si una especulación tal intentara introducirse. Sin ser ellos completamente iniciados en el Espiritismo, se comprende lo que esto tendría de degradante; pero cualquiera que conozca un poco las difíciles condiciones en que los Espíritus buenos se comunican con nosotros, su repulsa por todo lo que sea de interés egoísta, y que sepa cuán poco es preciso para alejarlos, nunca podrá admitir que los Espíritus superiores estén a disposición del primero que los evoque a tanto por hora; el simple buen sentido rechaza semejante suposición. ¿No sería también una profanación evocar por dinero a su padre, a su madre, a su hijo o a su amigo? Sin duda que de este modo se pueden obtener comunicaciones, pero ¡Dios sabe de qué fuente! Los Espíritus ligeros, mentirosos, traviesos, burlones y toda esa turba de Espíritus inferiores vienen siempre; ellos están siempre listos a responder a todo; san Luis nos decía el otro día en la Sociedad: Evocad a una roca y ésta os responderá. El que quiera comunicaciones serias debe, ante todo, compenetrarse de la naturaleza de las simpatías del médium con los seres del Más Allá; ahora bien, aquellas que dan afán de lucro no pueden sino inspirar una muy mediocre confianza.

Médiums interesados no son únicamente aquellos que podrían exigir una retribución fija; el interés no siempre se traduce en la expectativa de un lucro material, sino también en los fines ambiciosos de cualquier naturaleza, sobre los cuales se pueden fundar esperanzas personales; éste también es un defecto que saben muy bien usar los Espíritus burlones y del cual se aprovechan con una destreza y con una astucia realmente notables, forjando mentirosas ilusiones en los que así se colocan bajo su dependencia. En resumen, la mediumnidad es una facultad dada para el bien, y los Espíritus buenos se alejan de quien pretenda convertirla en un trampolín para conseguir cualquier cosa que no responda a los designios de la Providencia. El egoísmo es la llaga de la sociedad, y los Espíritus buenos lo combaten; por lo tanto, no es posible suponer que se pongan a su servicio. Esto es tan racional que sería inútil insistir más en este punto.

Los médiums de efectos físicos no están en la misma categoría: estos efectos son generalmente producidos por Espíritus inferiores, poco escrupulosos en lo que respecta a los sentimientos morales; un médium de esta categoría, que quisiese explotar su facultad, podría por lo tanto encontrar quien lo asistiera en esto sin gran repugnancia; pero ahí también se presenta otro inconveniente. El médium de efectos físicos, al igual que el de efectos intelectuales, no ha recibido la facultad para su satisfacción personal: le ha sido dada con la condición de hacer un buen uso de la misma, y si de ella abusa puede serle retirada o incluso volverla perjudicial a sí mismo, porque en definitiva los Espíritus inferiores están subordinados a los Espíritus superiores. Los Espíritus inferiores se complacen en mistificar, pero no les gusta ser mistificados; si de buena gana se prestan a las bromas y a las cosas curiosas, no quieren que se los explote más que a los otros, y prueban a cada instante que tienen su propia voluntad, que obran como y cuando mejor les parece, lo que hace que el médium de efectos físicos esté todavía menos seguro que el médium escribiente, en lo que se refiere a la regularidad de las manifestaciones. Pretender producirlas en días y en horas fijas, sería dar muestras de la más profunda ignorancia. Entonces, ¿qué hacer para ganar dinero? Simular los fenómenos; es lo que puede suceder no sólo con quienes hagan de ello un oficio deliberado, sino también con las personas aparentemente simples que se limitan a recibir cualquier retribución de los visitantes. Si el Espíritu no produce manifestaciones, se lo suple: la imaginación es tan fecunda cuando se trata de ganar dinero; es una tesis que desarrollaremos en un artículo especial, a fin de ponerse en guardia contra el fraude.

De todo lo expuesto, sacamos en conclusión que el más absoluto desinterés es la mejor garantía contra el charlatanismo, porque no existen charlatanes desinteresados; si dicho desinterés ni siempre asegura la buena cualidad de las comunicaciones inteligentes, quita a los Espíritus malos un poderoso medio de acción y cierra la boca a ciertos detractores.


Fenómeno de transfiguración

Hemos extraído el siguiente caso de una carta que nos ha escrito uno de nuestros corresponsales en St-Étienne, en el mes de septiembre de 1857. Después de haber hablado de diversas comunicaciones de las que ha sido testigo, él agrega:

«Un hecho más sorprendente ocurre en una familia que vive en nuestros alrededores. De las mesas giratorias han pasado al sillón que habla; después han atado un lápiz a la pata de ese sillón y éste ha indicado la psicografía; ha sido practicada por un largo tiempo, más bien como juguete que como cosa seria. En fin, la escritura ha designado a una de las jovencitas de la casa y ha ordenado pasar las manos sobre su cabeza después de haberla hecho acostar; ella se durmió casi inmediatamente y, después de un cierto número de experiencias, esta muchacha se transfiguró: ella tomaba los rasgos, la voz y los gestos de parientes muertos, de abuelos que nunca había conocido y de un hermano fallecido desde hacía algunos meses; esas transfiguraciones ocurrían sucesivamente en una misma sesión. Ella hablaba un dialecto que no es más el de nuestra época: esto me lo han dicho, porque yo no conozco ni el de antaño ni el actual; pero lo que puedo afirmar es que en una sesión donde había tomado la apariencia de su hermano, un hombre vigoroso, esta jovencita de 13 años me ha estrechado la mano con un rudo apretón.

«Desde hace 18 meses o dos años que ese fenómeno es constantemente repetido de la misma manera; sólo hoy en día se produce espontánea y naturalmente, sin imposición de las manos.»

Aunque bastante raro, este fenómeno extraño de ningún modo es excepcional; ya nos han hablado de varios hechos semejantes, y varias veces nosotros mismos hemos sido testigo de algo análogo entre los sonámbulos en estado de éxtasis e incluso entre los extáticos que no se encontraban en estado sonambúlico. Además, es cierto que las emociones violentas operan sobre la fisonomía un cambio que le da un carácter completamente diferente al del estado normal. ¿No vemos igualmente a personas cuyos rasgos móviles se prestan, según su voluntad, a modificaciones que les permiten tomar la apariencia de otras personas? Por lo tanto, vemos con esto que la rigidez del rostro no es tal que no pueda sujetarse a modificaciones pasajeras más o menos profundas, y nada hay de sorprendente en que un hecho semejante pueda producirse en el caso en cuestión, aunque quizás por una causa independiente de la voluntad.

He aquí las respuestas que al respecto hemos obtenido de san Luis, en la sesión de la Sociedad del 25 de febrero último.

1. El caso de transfiguración del cual acabamos de hablar, ¿es real? –Resp. Sí.

2. ¿Hay en ese fenómeno un efecto material? –Resp. El fenómeno de transfiguración puede tener lugar de una manera material, a tal punto que, en las diversas fases que presenta, se podría reproducirlo en el daguerrotipo.

3. ¿Cómo es producido este efecto? –Resp. La transfiguración, como vosotros la entendéis, no es sino una modificación de la apariencia, un cambio, una alteración en los rasgos que puede ser producida por la acción del propio Espíritu sobre su envoltura, o por una influencia exterior. El cuerpo nunca cambia, pero a consecuencia de una contracción nerviosa experimenta apariencias diversas.

4. ¿Puede suceder que los espectadores sean engañados por una falsa apariencia? –Resp. Puede ocurrir también que el periespíritu desempeñe el papel que conocéis. En el hecho citado hubo una contracción nerviosa, y la imaginación lo ha aumentado mucho; además, este fenómeno es bastante raro.

5. El papel del periespíritu ¿sería análogo a lo que pasa en el fenómeno de bicorporeidad? –Resp. Sí.

6. ¿Entonces es preciso que, en el caso de transfiguración, haya desaparición del cuerpo real para los espectadores que no ven más que el periespíritu bajo una forma diferente? –Resp. No una desaparición física, sino una oclusión. Entendeos sobre las palabras.

7. Parece resultar de lo que acabáis de decir que en el fenómeno de transfiguración pueden haber dos efectos: 1°) Alteración de los rasgos del cuerpo real como consecuencia de una contracción nerviosa. 2°) Apariencia variable del periespíritu que se hace visible. ¿Es así que debemos entenderlo? –Resp. Ciertamente.

8. ¿Cuál es la causa primera de ese fenómeno? –Resp. La voluntad del Espíritu.

9. ¿Todos los Espíritus pueden producirlo? –Resp. No; los Espíritus no siempre pueden hacer lo que quieren.

10. ¿Cómo explicar la fuerza anormal de esta jovencita, transfigurada en la persona de su hermano? –Resp. ¿No posee el Espíritu una gran fuerza? Además, es la del cuerpo en su estado normal.

Nota – Este hecho no tiene nada de sorprendente; a menudo vemos a las personas más débiles, dotadas momentáneamente de una fuerza muscular prodigiosa debido a una causa sobreexcitante.

11. Puesto que, en el fenómeno de transfiguración, el ojo del observador puede ver una imagen diferente de la realidad, ¿sucede lo mismo en ciertas manifestaciones físicas? Por ejemplo, cuando una mesa se eleva sin el contacto de las manos y la vemos por encima del piso, ¿es realmente la mesa que se desplaza? –Resp. ¿Otra vez lo preguntáis?

12. ¿Qué es lo que la levanta? –Resp. La fuerza del Espíritu.

Nota – Este fenómeno ya había sido explicado por san Luis, y nosotros hemos tratado esta cuestión de una manera completa en los números de mayo y de junio de 1858, con referencia a la Teoría de las manifestaciones físicas. Nos ha sido dicho que, en este caso, la mesa o cualquier otro objeto que se mueve se anima de una vida artificial momentánea, que le permite obedecer a la voluntad del Espíritu.

Ciertas personas han querido ver en este hecho una simple ilusión de óptica que las haría observar, por una especie de espejismo, una mesa en el espacio, mientras que la misma está realmente en el piso. Si fuera así, la cuestión no sería menos digna de atención; es de notar que aquellos que quieren negar o denigrar los fenómenos espíritas, los expliquen a través de causas que por sí mismas serían verdaderos prodigios y bien más difíciles de comprender; ahora bien, ¿por qué, pues, tratan esto con tanto desdén? Si la causa que ellos señalan es real, ¿por qué no profundizarla? El físico busca entender el menor movimiento anormal de la aguja imantada; el químico, el más ligero cambio en la atracción molecular; ¿por qué, entonces, se vería con indiferencia a fenómenos tan raros como los que acabamos de hablar, aunque fuesen el resultado de un simple desvío del rayo visual o de una nueva aplicación de las leyes conocidas? Esto no es lógico.

Ciertamente no sería imposible que, por un efecto de óptica, análogo al que nos hace ver un objeto en el agua más alto de lo que está –como consecuencia de la refracción del rayo luminoso–, una mesa nos pareciera estar en el espacio, cuando en realidad estaría en el piso; pero hay un hecho que resuelve perentoriamente la cuestión: es cuando la mesa cae ruidosamente en el piso y se quiebra; esto no nos parece ser una ilusión de óptica. Volvamos a la transfiguración.

Si una contracción muscular puede modificar los rasgos del rostro, esto sólo podrá suceder dentro de un cierto límite; pero seguramente si una jovencita toma la apariencia de un anciano, ningún efecto fisiológico le hará crecer la barba; por lo tanto, es preciso buscar la causa en otro lugar. Si nos remitimos a lo que hemos dicho precedentemente sobre el papel del periespíritu en todos los casos de apariciones, inclusive de personas vivas, se ha de comprender que ahí está la clave del fenómeno de transfiguración. En efecto, puesto que el periespíritu puede aislarse del cuerpo y volverse visible; ya que por su extrema sutileza puede tomar diversas apariencias a voluntad del Espíritu, se concebirá sin dificultad que así ocurra con una persona transfigurada: el cuerpo continúa el mismo; solamente el periespíritu ha cambiado de aspecto. Pero entonces –se dirá–, ¿en qué se vuelve el cuerpo? ¿Por qué el observador no ve una imagen doble, de un lado el cuerpo real y del otro el periespíritu transfigurado? Hechos extraños, de los cuales próximamente hablaremos, prueban que debido a una especie de fascinación que se opera en el observador en esta circunstancia, el cuerpo real puede, de algún modo, ser ocultado por el periespíritu.

Ese fenómeno, objeto de este artículo, nos ha sido comunicado desde hace un buen tiempo, y si aún no habíamos hablado del mismo es porque no nos proponemos hacer de nuestra Revista un simple catálogo de hechos para alimentar la curiosidad, o una árida compilación sin apreciaciones ni comentarios; nuestra tarea sería demasiado fácil, y nosotros la tomamos más en serio; ante todo nos dirigimos a los hombres de razonamiento, a quienes –como nosotros– quieren conocer las cosas, tanto como sea posible. Ahora bien, la experiencia nos ha enseñado que los hechos, por más extraños y multiplicados que sean, de ninguna manera son elementos de convicción; y lo son tanto menos como más extraños fueren. Cuanto más extraordinario es un hecho, más anormal parece y menos se está dispuesto a creer en él; quieren ver, y cuando han visto, todavía dudan; desconfían de la ilusión y de confabulaciones. Esto no es así cuando en los hechos se encuentra una razón de ser por una causa plausible. Vemos todos los días a personas que en otros tiempos rechazaban los fenómenos espíritas atribuyéndolos a la imaginación y a una credulidad ciega, y que hoy en día son fervorosos adeptos, precisamente porque ahora esos fenómenos no tienen nada que repugnen a la razón; ellas los explican, comprenden su posibilidad y creen incluso sin haber visto. Por lo tanto, antes de hablar de ciertos hechos, nosotros hemos esperado que los principios fundamentales estuviesen lo suficientemente desarrollados como para poder explicar su causa; el de la transfiguración está entre este número. El Espiritismo es para nosotros más que una creencia: es una ciencia, y nos sentimos felices en ver que nuestros lectores nos han comprendido.


Diatribas

Sin duda algunas personas esperan encontrar aquí una respuesta a ciertos ataques demasiado poco respetuosos, de los cuales la Sociedad, nosotros personalmente y los adeptos del Espiritismo en general han sido objeto en estos últimos tiempos. Les pedimos que consientan en remitirse a nuestro artículo intitulado Polémica espírita, que encabeza el número de noviembre último, donde hemos hecho al respecto nuestra profesión de fe. Sólo agregaremos pocas palabras, ya que no tenemos tiempo para ocuparnos de todas esas discusiones ociosas. Aquellos que tienen tiempo para perder, para reírse de todo –incluso de lo que no comprenden–, para la maledicencia, la calumnia o la pedantería, que se queden tranquilos: no tenemos la pretensión de impedirlos. La Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas, compuesta de hombres honorables por su saber y por su posición, tanto franceses como extranjeros –médicos, literatos, artistas, funcionarios, oficiales, comerciantes, etcétera–, al recibir cada día a las más altas notabilidades sociales y al mantener correspondencia con todas las partes del mundo, está por encima de esas pequeñas intrigas de la envidia y del amor propio; ella prosigue sus trabajos con calma y recogimiento, sin inquietarse con las injurias que ni siquiera evitan proferir contra las más respetables organizaciones.

En cuanto al Espiritismo en general, que es una de las fuerzas de la Naturaleza, el escarnio será destruido, como lo ha sido contra tantas otras cosas que el tiempo ha consagrado; esa utopía, esa fantasía –como ciertas personas lo llaman– ya ha dado la vuelta al mundo y todas las diatribas no impedirán su marcha, del mismo modo que en otros tiempos los anatemas no han impedido a la Tierra girar. Por lo tanto, dejemos a los escarnecedores reír a gusto, puesto que tal es su capricho; lo harán a expensas del Espíritu; ríen bastante de la religión, ¿por qué no reirían del Espiritismo, que no es sino una ciencia? Mientras tanto, ellos nos prestan más servicios que prejuicios al economizarnos gastos con publicidad, porque no hay uno sólo de sus artículos –por más espirituoso que sea– que no haya hecho vender algunos de nuestros libros y que no nos haya proporcionado algunas suscripciones. Gracias, pues, por el servicio que nos prestan sin querer.

Diremos, igualmente, poca cosa en lo que nos atañe personalmente; aquellos que nos atacan, ostensiblemente o de forma oculta, pierden su tiempo si creen que nos perturban; si piensan en bloquearnos el camino, también se equivocan, ya que nada pedimos y solamente aspiramos a ser útiles dentro de los límites de las fuerzas que Dios nos ha dado; por modesta que sea nuestra posición, nos contentamos con aquello que para muchos sería mediocridad: no ambicionamos rangos, ni fortuna, ni honores; no buscamos el mundo, ni sus placeres; lo que no podemos tener no nos causa pesar alguno y lo vemos con la más completa indiferencia; puesto que no está en nuestros gustos, no envidiamos a aquellos que poseen esas ventajas –si ventajas hay–, lo que a nuestros ojos es para cuestionar, porque los goces pueriles de este mundo no aseguran un lugar mejor en el otro; lejos de eso. Nuestra vida es toda de labor y de estudio, y consagramos al trabajo hasta los instantes de reposo: aquí no hay de qué tener celos. Como tantos otros, llevamos nuestra piedra al edificio que se eleva; pero nos ruborizaríamos de hacer de esto un escalón para llegar adonde sea que fuere; que otros aporten más que nosotros; que otros trabajen tanto como nosotros y mejor que nosotros, y los veremos con sincera alegría; lo que ante todo queremos es el triunfo de la verdad, de cualquier parte que venga, porque no tenemos la pretensión de sólo nosotros tener la luz; si de eso debe redundar alguna gloria, el campo está abierto para todo el mundo y tenderemos la mano a todos aquellos que, en este áspero curso de la vida, nos sigan con lealtad, con abnegación y sin segundas intenciones personales.

Sabíamos muy bien que, al enarbolar abiertamente la bandera de las ideas de las cuales nos hemos hecho uno de los propagadores y al arrostrar prejuicios, atraeríamos a enemigos, siempre listos a lanzar dardos envenenados contra quien levante la cabeza y se ponga en evidencia; pero existe la siguiente diferencia entre ellos y nosotros: que no queremos para ellos el mal que buscan hacernos, porque sabemos distinguir la parte que compete a la debilidad humana, y es en esto solamente que nos creemos superior; el ser humano se rebaja por la envidia, por el odio, por los celos y por todas las pasiones mezquinas: pero se eleva por el olvido de las ofensas. Ahí está la moral espírita; ¿no vale ella más que las personas que difaman a su prójimo? Esta moral nos ha sido dictada por los Espíritus que nos asisten, y por la misma es que se puede juzgar si ellos son buenos o malos. Ella nos muestra las cosas de lo alto tan grandes y las de abajo tan pequeñas que no podemos sino compadecernos de aquellos que voluntariamente se torturan para darse alguna efímera satisfacción a su amor propio.




Conversaciones familiares del Más Allá

Paul Gaimard
Médico de la Marina y viajero naturalista, fallecido el 11 de diciembre de 1858 a la edad de 64 años; evocado el 24 del mismo mes por uno de sus amigos, el Sr. Sardou.

1. Evocación. –Resp. Estoy aquí; ¿qué deseas?

2. ¿Cuál es tu estado actual? –Resp. Estoy errante como los Espíritus que dejan la Tierra y que tienen el deseo de avanzar en la senda del bien. Nosotros buscamos, estudiamos y después elegimos.

3. ¿Se han modificado tus ideas sobre la naturaleza del hombre? –Resp. Mucho; bien puedes evaluarlo.

4. ¿Qué juicio tienes ahora sobre el género de vida que has llevado durante la existencia que acabas de terminar en este mundo? –Resp. Estoy contento porque he trabajado.

5. Creías que para el hombre todo acababa en la tumba: de ahí tu epicureísmo y el deseo que algunas veces expresabas de vivir siglos para gozar bien la vida. ¿Qué piensas de los vivos que no tienen otra filosofía que ésa? –Resp. Me compadezco de ellos, no obstante esto les sirva: con tal sistema pueden apreciar fríamente todo lo que entusiasma a los otros hombres, y eso les permite juzgar sanamente muchas cosas que fascinan demasiado a los crédulos.

Observación – Es la opinión personal del Espíritu; nosotros la damos como tal y no como máxima.

6. El hombre que se esfuerza moralmente más que intelectualmente, ¿obra
mejor que aquel que se apega sobre todo al progreso intelectual y descuida el progreso moral? –Resp. Sí; el aspecto moral es más importante. Dios da espíritu como recompensa a los buenos, mientras que el progreso moral debe ser adquirido.

7. ¿Qué entiendes cuando dices que Dios da espíritu? –Resp. Una vasta inteligencia.

8. Sin embargo existen muchos seres malos que tienen una vasta inteligencia. –Resp. Ya lo he dicho. Habéis preguntado cuál de los dos progresos valía más adquirir; os he dicho que el progreso moral era preferible; pero aquel que trabaja en perfeccionar su Espíritu puede adquirir un alto grado de inteligencia. ¿Cuándo, pues, comprenderéis con medias palabras?

9. ¿Estás completamente desprendido de la influencia material del cuerpo? –Resp. Sí; lo que se os ha dicho no comprende sino una cierta clase de la Humanidad.

Nota – Varias veces ha sucedido que los Espíritus evocados, incluso algunos meses después de su muerte, han declarado estar todavía bajo la influencia de la materia; pero todos esos Espíritus habían sido hombres que no progresaron ni moral ni intelectualmente. Es a esta clase de la Humanidad que se refiere el Espíritu Paul Gaimard.

10. ¿Has tenido en la Tierra otras existencias además de la última? –Resp. Sí.

11. Esta última, ¿es la consecuencia de la precedente? –Resp. No; ha habido un gran espacio de tiempo entre ambas.

12. A pesar de ese largo intervalo, ¿no podría haber, entretanto, una cierta relación entre esas dos existencias? –Resp. Cada minuto de nuestra vida es la consecuencia del minuto anterior, si así lo prefieres.

Nota – El Dr. B..., que asistía a esta conversación, expresó la opinión de que ciertas tendencias, ciertos instintos que a veces se despiertan en nosotros, bien podrían ser como un reflejo de una existencia anterior. Él citó varios hechos perfectamente constatados de mujeres jóvenes que, en el embarazo, se han visto impelidas a cometer actos feroces, como, por ejemplo, la señora que se arrojó sobre el brazo de un empleado de la carnicería y lo mordió con fuerza; otra que cortó la cabeza de un niño y ella misma la llevó al comisario de la policía; una tercera mujer que mató a su marido, lo cortó en pequeños pedazos –a los que les puso sal– y con los cuales se alimentó durante varios días. El doctor preguntó si, en una existencia anterior, esas mujeres no habían sido antropófagas.

13. Has escuchado lo que acaba de decir el Dr. B...; ¿será que esos instintos, designados con el nombre de antojos de mujeres embarazadas, son consecuencia de hábitos contraídos en una existencia anterior? –Resp. No; son una locura transitoria; una pasión en su más alto grado; la voluntad del Espíritu está eclipsada.

Observación – El Dr. B... hace observar que efectivamente los médicos consideran esos actos como casos de locura transitoria. Nosotros compartimos esta opinión, pero no por los mismos motivos, puesto que aquellos que no están familiarizados con los fenómenos espíritas son generalmente llevados a atribuirlos únicamente a causas que ellos conocen. Estamos persuadidos de que debemos tener reminiscencias de ciertas disposiciones morales anteriores; incluso agregamos que es imposible que sea de otro modo, pues el progreso solamente se realiza gradualmente; pero éste no es el caso, y lo que lo prueba es que las personas de las cuales acabamos de hablar no daban ninguna señal de ferocidad, fuera de su estado patológico: evidentemente no había en ellas sino una perturbación momentánea de las facultades morales. Se reconoce el reflejo de las disposiciones anteriores a través de otras señales, de alguna manera inequívocas, y que desarrollaremos en un artículo especial, con hechos en su apoyo.

14. En ti, en esta última existencia, ¿ha habido a la vez progreso moral y progreso intelectual? –Resp. Sí, sobre todo intelectual.

15. ¿Podrías decirnos cuál era el género de tu penúltima existencia? –Resp. ¡Oh, yo fui sombrío! Tuve una familia a la que volví infeliz; penosamente lo he expiado más tarde. Pero ¿por qué me preguntas esto? Ha pasado hace mucho y ahora estoy en una nueva fase.

Nota – P. Gaimard murió soltero a la edad de 64 años. Más de una vez se hubo lamentado por no haber formado un hogar.

16. ¿Esperas reencarnar en poco tiempo? –Resp. No; antes quiero investigar. Preferimos este estado de erraticidad, porque el alma es más dueña de sí misma; el Espíritu tiene más conciencia de su fuerza; la carne pesa, obnubila, obstaculiza.

Nota – Todos los Espíritus dicen que en el estado errante ellos investigan, estudian y observan para hacer su elección. ¿No es ésta la contrapartida de la vida corporal? ¿No buscamos durante años, antes de elegir la carrera que creemos más apropiada para seguir nuestro camino? ¿A veces no la cambiamos, a medida que crecemos? ¿Cada día no es empleado en la búsqueda de lo que haremos al día siguiente?

Ahora bien, ¿qué son las diferentes existencias corporales para el Espíritu, sino fases, períodos, días de la vida espírita que es –como sabemos– la vida normal, no siendo la vida corporal más que transitoria y pasajera? ¿Habrá algo más sublime que esta teoría? ¿No está ella en relación con la grandiosa armonía del Universo? Una vez más: no hemos sido nosotros los que la inventamos, y nos lamentamos por no tener ese mérito; pero cuanto más la profundizamos, más fecunda la encontramos en la solución de problemas hasta ahora inexplicados.

17. ¿En qué planeta piensas o deseas reencarnar? –Resp. No sé; dame tiempo para buscar.

18. ¿Qué género de existencia pedirás a Dios? –Resp. La continuación de esta última; el mayor desarrollo posible de las facultades intelectuales.

19. Parece que siempre pones en primera línea el desarrollo de las facultades intelectuales, haciendo menos caso a las facultades morales, a pesar de lo que has dicho anteriormente. –Resp. Mi corazón no está aún lo bastante formado como para apreciar bien a las otras.

20. ¿Ves a otros Espíritus, y estás en relación con ellos? –Resp. Sí.

21. Entre esos Espíritus, ¿hay alguno que hayas conocido en la Tierra? –Resp. Sí; Dumont d’Urville.

22. ¿Ves también al Espíritu Jacques Arago, con el cual has viajado? –Resp. Sí.

23. ¿Están esos Espíritus en la misma condición que tú? –Resp. No; unos más elevados, otros en condición más baja.

24. Nos referimos a los Espíritus Dumont d’Urville y Jacques Arago. –Resp. No quiero particularizar.

25. ¿Estás satisfecho conque nosotros te hayamos evocado? –Resp. Sí, sobre todo por una persona.

26. ¿Podemos hacer algo por ti? –Resp. Sí.

27. Si te evocáramos dentro de algunos meses, ¿consentirías en responder aún a nuestras preguntas? –Resp. Con placer. Adiós.

28. Nos dices adiós; haznos el favor de decirnos hacia adónde vas. –Resp. En este paso (para hablar como lo habría hecho hace unos días) voy a cruzar un espacio mil veces más considerable que el camino que hice en la Tierra en mis viajes, que creía tan lejanos; y esto en menos de un segundo, de un pensamiento. Voy a una reunión de Espíritus donde tomaré lecciones y donde podré aprender mi nueva ciencia, mi nueva vida. Adiós.

Nota – Cualquiera que haya perfectamente conocido al Sr. Paul Gaimard, confesará que esta comunicación se encuentra bien marcada con el sello de su individualidad. Aprender, ver, conocer, era su pasión dominante: es lo que explica sus viajes alrededor del mundo y a las regiones del Polo Norte, así como sus expediciones a Rusia y a Polonia, en la primera aparición del cólera en Europa. Dominado por esta pasión y por la necesidad de satisfacerla, conservaba una rara sangre fría en los mayores peligros; ha sido de esta manera que por su calma y por su firmeza supo librarse de las manos de una tribu de antropófagos que lo habían sorprendido en el interior de una isla de Oceanía.

Una palabra suya caracteriza perfectamente esta avidez de ver hechos nuevos, de asistir al espectáculo de accidentes imprevistos. «¡Qué felicidad! –exclamó un día durante el período más dramático de 1848–, ¡qué felicidad vivir en una época tan fértil en eventos extraordinarios y repentinos!»

Su Espíritu, volcado casi exclusivamente hacia las Ciencias que tratan de la materia organizada, había descuidado bastante a las Ciencias filosóficas; por esto, se podría decir que le faltaba elevación en sus ideas. Sin embargo, ningún acto de su vida prueba que nunca hubiese desconocido las grandes leyes morales impuestas a la Humanidad. En suma, el Sr. Paul Gaimard tenía una bella inteligencia: esencialmente probo y honesto –naturalmente atento–, era incapaz de hacer el menor daño a nadie. Quizá se le puede reprochar solamente el haber sido demasiado amigo de los placeres; pero el mundo y los placeres no corrompieron su juicio ni su corazón: por eso, el Sr. Paul Gaimard ha merecido las añoranzas de sus amigos y de todos aquellos que lo han conocido.

SARDOU

La Sra. Reynaud

Sonámbula, fallecida en Annonay hace alrededor de un año; su lucidez era notable, sobre todo para las cuestiones médicas, a pesar de ser analfabeta en su estado natural.

Uno de nuestros corresponsales que la había conocido en vida, pensando que se pudiesen obtener datos útiles, nos dirigió algunas preguntas que pidió para hacerle si nosotros juzgásemos oportuno interrogarla, lo que hemos hecho en la sesión de la Sociedad del 28 de enero de 1859. A las preguntas de nuestro corresponsal hemos agregado todas aquellas que nos han parecido tener algún interés.

1. Evocación. –Resp. Estoy aquí; ¿qué deseáis de mí?

2. ¿Tenéis un recuerdo exacto de vuestra existencia corporal? –Resp. Sí, muy preciso.

3. ¿Podéis describirnos vuestra situación actual? –Resp. Es la misma que la de todos los Espíritus que habitan la Tierra: generalmente poseen la intuición del bien, y sin embargo no pueden conseguir la felicidad perfecta, reservada solamente a los que se han elevado más en perfección.

4. Cuando encarnada erais sonámbula lúcida; ¿podríais decirnos si vuestra lucidez de entonces era análoga a la que tenéis hoy como Espíritu? –Resp. No: difería porque no tenía la prontitud ni la precisión que mi Espíritu posee ahora.

5. ¿Es la lucidez sonambúlica una anticipación de la vida espiritual, es decir, un aislamiento del Espíritu con relación a la materia? –Resp. Es una de las fases de la vida terrestre; pero la vida terrestre es la misma que la vida celestial.

6. ¿Qué entendéis al decir que la vida terrestre es la misma que la vida celestial? –Resp. Que la cadena de existencias está formada por eslabones seguidos y continuos: ninguna interrupción viene a detener su curso. Por lo tanto, se puede decir que la vida terrestre es la continuación de la vida celestial precedente y el preludio de la vida celestial futura, y así en adelante para todas las encarnaciones que un Espíritu pueda tener que pasar: lo que hace que no exista entre esas dos existencias una separación tan absoluta como creéis.

Nota – Durante la vida terrestre el Espíritu o alma puede obrar independientemente de la materia, y en ciertos momentos el hombre goza de la vida espiritual, ya sea durante el sueño o incluso en el estado de vigilia. Como las facultades del Espíritu son ejercidas a pesar de la presencia del cuerpo, existe entre la vida terrestre y la del Más Allá una correlación constante, que hizo que la Sra. Reynaud dijese que era la misma: la siguiente respuesta define claramente su pensamiento.

7. Entonces, ¿por qué no todos son sonámbulos? –Resp. No ignoráis que todos vosotros lo sois en grados diferentes, durante el sueño e incluso en vigilia.

8. Comprendemos que todos nosotros lo seamos más o menos durante el sueño, puesto que el estado de sueño es una especie de sonambulismo imperfecto; pero ¿qué entendéis al decir que incluso lo somos en el estado de vigilia? –Resp. ¿No tenéis intuiciones de las cuales no os dais cuenta, y que no son otra cosa que una facultad del Espíritu? El poeta es un médium, un sonámbulo.

9. Vuestra facultad sonambúlica, ¿ha contribuido para vuestro desarrollo como Espíritu después de la muerte? –Resp. Poco.

10. En el momento de la muerte, ¿habéis estado mucho tiempo en turbación? –Resp. No; me reconocí enseguida: estaba rodeada de amigos.

11. ¿Atribuís a la lucidez sonambúlica vuestro pronto desprendimiento? –Resp. Sí, un poco. Yo conocía por anticipado el destino de los moribundos; pero esto no me hubiera servido de nada si no tuviese un alma capaz de encontrar una vida mejor, por más buenas facultades que tuviere.

12. ¿Se puede ser un buen sonámbulo sin ser un Espíritu de orden elevado? –Resp. Sí. Las facultades están siempre en relación: sólo que vosotros os equivocáis al creer que tales facultades requieran buenas disposiciones; no, lo que creéis bueno es a menudo malo. Si no lo comprendéis, lo desarrollaré de la siguiente manera:

Hay sonámbulos que conocen el futuro, que narran hechos pasados y de los cuales ningún conocimiento tienen en su estado normal; hay otros que saben describir los caracteres de aquellos que los interrogan, que indican exactamente el número de años, una suma de dinero, etc. Esto no exige ninguna superioridad real; es simplemente el ejercicio de la facultad que posee el Espíritu y que se manifiesta en el sonámbulo adormecido. Lo que exige una superioridad real es el uso que pueda hacerse para el bien; es la conciencia del bien y del mal; es conocer mejor a Dios de lo que lo conocen los hombres; es poder darles consejos apropiados, a fin de hacerlos progresar en la senda del bien y de la felicidad.

13. El uso que un sonámbulo hace de su facultad, ¿influye sobre el estado de su Espíritu después de la muerte? –Resp. Sí, y mucho, como el uso bueno o malo de todas las facultades que Dios nos ha dado.

14. ¿Podéis explicarnos cómo teníais conocimientos médicos sin haber hecho ningún estudio? –Resp. Es siempre una facultad espiritual; otros Espíritus me aconsejaban; yo era médium: es el estado de todos los sonámbulos.

15. Los medicamentos prescriptos por un sonámbulo, ¿son siempre indicados por otros Espíritus, o también le son suministrados por instinto, como sucede con los animales que van a buscar la hierba que les es saludable? –Resp. Les son indicados si piden consejos, en el caso donde su experiencia no sea suficiente. Él los conoce por sus cualidades.

16. ¿Es el fluido magnético el agente de la lucidez de los sonámbulos, como la luz para nosotros? –Resp. No, es el agente del sueño.

17. El fluido magnético, ¿es el agente de la visión, en el estado de Espíritu? –Resp. No.

18. ¿Nos veis aquí tan claramente como si estuvierais encarnada? –Resp. Mejor ahora: lo que veo más es el hombre interior.

19. ¿Nos veríais igualmente si estuviésemos en la oscuridad? –Resp. Del mismo modo.

20. ¿Nos veis de la misma manera, mejor o peor de lo que nos habríais visto en vida, pero en sonambulismo? –Resp. Mejor todavía.

21. ¿Cuál es el agente o el intermediario que os hace ver? –Resp. Mi Espíritu. No tengo ojos, ni pupilas, ni retina, ni pestañas, y sin embargo os veo mejor de lo que cualquiera de vosotros vería a su vecino: es a través de los ojos que veis, pero es vuestro Espíritu quien ve.

22. ¿Tenéis conciencia de la oscuridad? –Resp. Sé que ésta existe para vosotros: no para mí.

Nota – Esto confirma lo que siempre se nos ha dicho: que la facultad de ver es una propiedad inherente a la propia naturaleza del Espíritu y que reside en todo su ser; en el cuerpo está localizada.

23. ¿Puede la doble vista ser comparada al estado sonambúlico? –Resp. Sí: es una facultad que no viene del cuerpo.

24. ¿Emana el fluido magnético del sistema nervioso o está esparcido en la masa atmosférica? –Resp. Del sistema nervioso; pero el sistema nervioso lo extrae de la atmósfera, su fuente principal. La atmósfera no lo posee en sí misma; él viene de los seres que pueblan el Universo: no es la nada que lo produce; al contrario, es la acumulación de vida y de electricidad que esa multitud de existencias libera.

25. ¿Es el fluido nervioso un fluido propio o sería el resultado de una combinación de todos los otros fluidos imponderables que penetran en los cuerpos, como el calor, la luz, la electricidad? –Resp. Sí y no: vosotros no conocéis suficientemente esos fenómenos como para hablar así; vuestros términos no expresan lo que queréis decir.

26. ¿De dónde proviene el entorpecimiento producido por la acción magnética? –Resp. De la agitación producida por la sobrecarga del fluido que turba al magnetizado.

27. El poder magnético, en el magnetizador, ¿depende de su constitución física? –Resp. Sí, pero mucho más de su carácter: en una palabra, de sí mismo.

28. ¿Cuáles son las cualidades morales que en un sonámbulo pueden ayudar al desarrollo de su facultad? –Resp. Las buenas: me preguntáis las que pueden ayudar.

29. ¿Cuáles son los defectos que más lo perjudican? –Resp. La mala fe.

30. ¿Cuáles son las cualidades más esenciales en el magnetizador? –Resp. El corazón; las buenas intenciones siempre constantes; el desinterés.

31. ¿Y los defectos que lo perjudican más? –Resp. Las malas tendencias, o mejor dicho, el deseo de perjudicar.

32. Cuando encarnada, ¿veíais a los Espíritus en vuestro estado sonambúlico? –Resp. Sí.

33. ¿Por qué todos los sonámbulos no los ven? –Resp. Todos los ven por momentos y en diferentes grados de claridad.

34. ¿De dónde proviene, en ciertas personas que no son sonámbulas, la facultad de
ver a los Espíritus en el estado de vigilia? –Resp. Esto es dado por Dios, como a otros la inteligencia o la bondad.

35. ¿Procede esta facultad de una organización física especial? –Resp. No.

36. ¿Puede perderse esta facultad? –Resp. Sí, como puede ser adquirida.

37. ¿Cuáles son las causas que pueden hacerla perder? –Resp. Ya lo hemos dicho: las malas intenciones. Como primera condición es necesario proponerse realmente a hacer de ella un buen uso; una vez definido esto, juzgad si merecéis este favor, porque no es dado inútilmente. Lo que daña a los que la poseen, es que a ella se mezcla casi siempre esa infeliz pasión humana que vosotros conocéis tan bien (el orgullo), incluso con el deseo de llevar los mejores resultados; se jactan de lo que no es sino obra de Dios, y a menudo quieren hacerlo en provecho propio. Adiós.

38. ¿Dónde iréis al dejarnos? –Resp. A mis ocupaciones.

39. ¿Podríais decirnos cuáles son vuestras ocupaciones? –Resp. Las tengo como vosotros; en principio trato de instruirme y por esto me incorporo a las sociedades mejores que yo; me ejercito en hacer el bien, y mi vida transcurre en la esperanza de alcanzar una mayor felicidad. Nosotros no tenemos ninguna necesidad material a satisfacer, y por consecuencia toda nuestra actividad se concentra en nuestro progreso moral.


Hitoti, jefe tahitiano
Un oficial de la Marina, presente en la sesión de la Sociedad del 4 de febrero último, manifestó el deseo de evocar a un jefe tahitiano llamado Hitoti, que había conocido personalmente durante su estancia en Oceanía.

1. Evocación. –Resp. ¿Qué deseáis?

2. ¿Podríais decirnos por qué habéis abrazado, de preferencia, la causa francesa en Oceanía? –Resp. Amaba a esta nación; además, mi interés me lo ordenaba.

3. ¿Habéis quedado satisfecho con el viaje a Francia que le hemos proporcionado a vuestro nieto y con los cuidados que le hemos dado? –Resp. Sí y no. Tal vez este viaje haya perfeccionado mucho a su Espíritu, pero esto lo ha vuelto completamente ajeno a su patria al darle ideas que nunca deberían haber nacido en él.

4. De las distinciones que habéis recibido del gobierno francés, ¿cuáles son las que os han dado más satisfacción? –Resp. Las condecoraciones.

5. Y entre las condecoraciones, ¿cuál preferís? –Resp. La Legión de Honor.

Nota – Esta circunstancia era ignorada por el médium y por todos los asistentes; ha sido confirmada por la persona que hacía la evocación. Aunque el médium que servía de intermediario fuese intuitivo y no mecánico, ¿cómo este pensamiento habría podido ser el suyo? Podría concebírselo para una cuestión banal, pero esto es inadmisible cuando se trata de un hecho positivo, del cual nada podía haberle dado una idea.

6. ¿Sois más feliz ahora que cuando estabais encarnado? –Resp. Sí, mucho más.

7. ¿En qué estado se encuentra vuestro Espíritu? –Resp. Errante, pero debo reencarnarme en poco tiempo.

8. ¿Cuáles son vuestras ocupaciones en la erraticidad? –Resp. Instruirme.

Nota – Esta respuesta es casi general en todos los Espíritus errantes; los que son más adelantados moralmente agregan que se ocupan en hacer el bien y que asisten a los que necesitan de consejos.

9. ¿De qué manera os instruís, ya que no debéis hacerlo del mismo modo que cuando encarnado? –Resp. No; trabajo mi Espíritu y viajo. Entiendo que esto es poco inteligible para vosotros; por cierto, lo sabréis más tarde.

10. ¿Cuáles son las regiones que frecuentáis con más gusto? –Resp. ¿Regiones? No viajo más por vuestra Tierra, estad bien persuadidos de esto; voy más alto y más abajo, moral y físicamente. He visto y examinado con el mayor cuidado mundos a vuestro naciente y a vuestro poniente que están todavía en un estado de barbarie espantosa, y a otros que son elevados que están sumamente por encima de vosotros.

11. Habéis dicho que en poco tiempo estaríais reencarnado, ¿sabéis en qué mundo? –Resp. Sí, he estado en él varias veces.

12. ¿Podéis designarlo? –Resp. No.

13. ¿Por qué en vuestros viajes dejáis a un lado a la Tierra? –Resp. Ya la conozco.

14. Aunque no viajéis más por la Tierra, ¿pensáis todavía en algunas personas que aquí has amado? –Resp. Poco.

15. ¿No os ocupáis más, pues, con aquellos que os han manifestado afecto? –Resp. Poco.

16. ¿Los recordáis? –Resp. Muy bien; pero nos volveremos a ver y espero pagar todo eso. Me preguntáis si me ocupo con ellos. No, pero no por esto los olvido.

17. ¿No habéis vuelto a ver a ese amigo al cual yo hacía alusión hace poco y que, como vos, está muerto? –Resp. Sí, pero nos volveremos a ver más materialmente; estaremos encarnados en la misma esfera y nuestras existencias han de vincularse.

18. Os agradecemos por haber tenido a bien responder a nuestro llamado. –Resp. Adiós; trabajad y pensad.

Nota – La persona que ha hecho la evocación y que conoce las costumbres de esos pueblos, declaró que esta última frase concuerda con sus hábitos; es entre ellos una expresión usual, de algún modo banal, y que el médium no podría adivinar. Igualmente reconoce que toda la conversación se ajusta al carácter del Espíritu evocado y que su identidad es evidente para él.

La respuesta a la pregunta 17 ofrece una particularidad notable: Estaremos encarnados en la misma esfera y nuestras existencias han de vincularse. Está comprobado que los seres que se han amado se vuelven a encontrar en el mundo de los Espíritus, pero además parece –según muchas respuestas análogas– que pueden ligarse algunas veces en una otra existencia corporal, donde las circunstancias los aproximen sin que ellos lo sospechen, ya sea por los lazos de parentesco o por relaciones de amistad. Esto nos da la razón de ciertas simpatías.


Un Espíritu ligero

El Sr. J..., uno de nuestros compañeros de la Sociedad, había visto varias veces llamas azules rondando su cama. Al tener la certeza de que era una manifestación, tuvimos la idea –el 20 de enero último– de evocar a uno de esos Espíritus, a fin de compenetrarnos sobre su naturaleza.


1. Evocación. –Resp. ¿Qué quieres de mí?

2. ¿Con qué objetivo te has manifestado en la casa del Sr. J...? –Resp. ¿Qué te importa?

3. A mí poco me importa, es cierto; pero esto no es indiferente para el Sr. J... –Resp. ¡Ah, qué bella razón!

Nota – Estas primeras preguntas han sido realizadas por el Sr. Kardec. El Sr. J... prosiguió el interrogatorio.

4. Es que no recibo a cualquier uno de buen grado en mi casa. –Resp. Te equivocas: yo soy muy bueno.

5. Hazme, pues, el favor de decirme lo que hacías en mi casa. –Resp. ¿Crees por acaso que, porque soy bueno, debo obedecerte?

6. Me han dicho que eres un Espíritu ligero. –Resp. Se me ha hecho intempestivamente una muy mala reputación.

7. Si es una calumnia, pruébalo. –Resp. No quiero.

8. Bien que yo podría emplear un medio para hacerte decir quién eres. –Resp. Esto me divertiría un poco: palabra de honor.

9. Te intimo a decirme lo que hacías en mi casa. –Resp. Yo solamente tenía el objetivo de divertirme.

10. Esto no está de acuerdo con lo que me han dicho los Espíritus superiores. –Resp. He sido enviado a tu casa y tú sabes la razón. ¿Estás contento?

11. Entonces has mentido. –Resp. No.

12. ¿No tenías, pues, malas intenciones? –Resp. No; te han dicho lo mismo que yo.

13. ¿Podrías decirme cuál es tu clase entre los Espíritus? –Resp. Me gusta tu curiosidad.

14. Ya que pretendes ser bueno, ¿por qué me contestas de una manera tan poco conveniente? –Resp. ¿Por ventura te he insultado?

15. No; pero ¿por qué respondes de modo evasivo y te rehúsas a darme las informaciones que te pido? –Resp. Soy libre para hacer lo que quiero, bajo el comando de ciertos Espíritus.

16. Vamos, veo con placer que comienzas a volverte menos inconveniente, y presiento que me he de relacionar contigo más amablemente. –Resp. Pon tus frases a un lado: así será mucho mejor.

17. ¿Con qué forma estás aquí? –Resp. No tengo forma.

18. ¿Sabes lo que es el periespíritu? –Resp. No; a menos que sea el viento.

19. ¿Qué podría yo hacer que te sea agradable? –Resp. Ya te lo he dicho: cállate.

20. La misión que has venido a cumplir en mi casa, ¿te ha hecho avanzar como Espíritu? –Resp. Ése es otro asunto; no me hagas tales preguntas. Sabes que obedezco a ciertos Espíritus: dirígete a ellos; en cuanto a mí, pido para irme.

21. ¿Hemos tenido malas relaciones en otra existencia, y sería ésa la causa de tu mal humor? –Resp. Tú no te acuerdas de las cosas malas que has dicho de mí, y esto a quien quería escucharlas. Cállate, te digo.

22. No he hablado de ti sino lo que me han dicho los Espíritus superiores a tu respecto. –Resp. Has dicho también que yo te había obsesado.

23. ¿Estás satisfecho con el resultado que has obtenido? –Resp. Eso es asunto mío.

24. ¿Quieres entonces que siempre conserve de ti una mala opinión? –Resp. Es posible; me voy.

Nota – Por las conversaciones que hemos relatado se puede ver la extrema diversidad que existe en el lenguaje de los Espíritus, según el grado de su elevación. El de los Espíritus de esta naturaleza es casi siempre caracterizado por la brusquedad y por la impaciencia; cuando son llamados a las reuniones serias percibimos que no vienen de buen grado; tienen prisa en irse porque no están cómodos en medio de sus superiores y de personas que de algún modo los ponen en aprietos con preguntas. No sucede lo mismo en las reuniones frívolas, donde se divierten con sus chistes: están como en su casa y lo disfrutan mucho.





Plinio el Joven

Carta de Plinio el Joven a Sura
(Libro VII – Carta 27ª)

«El tiempo que disponemos os permite enseñar y me permite aprender. Gustaría mucho saber, pues, si los fantasmas tienen algo de real, si tienen una verdadera fisonomía, si son genios o si no son más que vanas imágenes trazadas por una imaginación alterada por el miedo. Lo que me lleva a creer que hay verdaderos espectros es lo que me han dicho que le ha sucedido a Curtius Rufus. En el tiempo en que él todavía no tenía fortuna ni nombre, había acompañado a África a aquel a quien el gobierno le había encomendado. En el ocaso del día, al pasear bajo un pórtico, una mujer –de una talla y de una belleza sobrehumanas– se presentó ante él y le dijo: "Yo soy el África. Vengo a predecirte lo que te debe suceder. Irás a Roma, ocuparás los más elevados cargos y después regresarás para gobernar esta provincia en la cual morirás".

Todo sucedió como ella lo había predicho. Incluso se cuenta que al atracar en Cartago y al desembarcar de su navío, la misma aparición se le presentó y fue a su encuentro en el muelle.

«Lo que hay de verdad es que él cayó enfermo y que, al juzgar el futuro por el pasado y la infelicidad que lo amenazaba por la buena fortuna que había experimentado, se desesperó al principio por su cura, a pesar de la buena opinión que los suyos habían concebido.

“Pero he aquí otra historia que no os parecerá menos sorprendente y que es mucho más aterradora. Os la contaré tal cual la he recibido:

–En Atenas había una casa muy grande y muy cómoda, pero desprestigiada y desierta. En el más profundo silencio de la noche se oían ruidos de hierros y, si se prestase más atención, un ruido de cadenas que en principio parecía venir de lejos, para luego aproximarse. Después se veía como si fuese el espectro de un anciano, muy delgado y bien abatido, que tenía una larga barba, cabellos erizados, con cadenas en los pies y en las manos, a las cuales sacudía horriblemente. De ahí las noches horrorosas y sin sueño para aquellos que habitaban esta casa. A la larga, el insomnio lleva a la enfermedad, y la enfermedad –al aumentar el pavor– era seguida por la muerte. Porque durante el día, aunque el espectro no apareciera, la impresión que había dejado era tal ante los ojos de todos, que el temor causado se renovaba. En fin, la casa fue abandonada y enteramente dejada al fantasma. Sin embargo se puso un letrero para avisar que ella estaba en venta o para alquilar, con la idea de que alguien poco instruido de tan terrible incomodidad pudiese ser engañado.

“El filósofo Atenodoro vino a Atenas. Al ver el letrero preguntó el precio. El costo módico lo hizo desconfiar, y se informó. Le contaron la historia, y lejos de interrumpir su compra, la concretó sin demora. Se alojó, y a la tarde pidió que le preparasen la cama en el cuarto de adelante, que le trajeran sus tablillas, su pluma y luz, y que sus criados se retirasen al fondo de la casa. Con miedo de que su imaginación estuviese a merced de un temor frívolo que inventase fantasmas, aplicó su entendimiento, sus ojos y su mano a escribir. Al comienzo de la noche un profundo silencio reinaba en esta casa, como en todas partes. Después escuchó hierros que se chocaban y cadenas que se golpeaban; no levantó los ojos, ni dejó la pluma; se tranquilizó y se esforzó en aguzar su audición. El ruido aumentó, se amplió; parecía provenir aproximadamente de la puerta del cuarto. Él observó y percibió al espectro, tal como se lo habían descrito. El espectro estaba de pie y lo llamaba con el dedo. Atenodoro le hizo una señal con la mano para que esperase un poco, y continuó escribiendo como si nada hubiera pasado. El espectro recomenzó el estruendo con sus cadenas, el cual resonó en los oídos del filósofo. Éste observó aún otra vez y percibió que continuaba siendo llamado con el dedo. Entonces, sin más tardanza, se levantó, tomó la luz y lo siguió. El fantasma caminaba a paso lento, como si el peso de las cadenas lo estuviese agobiando. Al llegar al patio de la casa, desapareció de repente, dejando allí a nuestro filósofo que recogió hierbas y hojas y las puso en el lugar donde él había sido dejado, a fin de poder identificar el local. Al día siguiente fue a buscar a los magistrados y les pidió que ordenasen excavar en aquel lugar. Así se hizo; se encontraron huesos todavía presos a cadenas: el tiempo había consumido las carnes. Después que se los hubo cuidadosamente reunido, los sepultaron públicamente y, luego que rindieron al muerto las honras fúnebres, él no perturbó más el reposo de aquella casa.

«Lo que acabo de contar lo creo bajo palabra de honor del otro. Pero he aquí lo que yo puedo asegurar bajo mi palabra de honor. –Tengo un liberto llamado Marcus, que de ninguna manera es un ignorante. Él estaba acostado con su hermano menor. Le pareció ver a alguien sentado sobre su cama y que aproximaba una tijera a su cabeza, llegándole incluso a cortar los cabellos por sobre la frente. Por la mañana se dio cuenta que tenía rapada la parte superior de la cabeza y que sus cabellos se encontraban esparcidos a su alrededor. Poco después, semejante acontecimiento sucedió con uno de mis criados, lo que no me permitió más dudar de la verdad del otro. Uno de mis jóvenes esclavos dormía con sus compañeros en el lugar que les era destinado. Dos hombres vestidos de blanco (es así cómo él lo contaba) vinieron por la ventana, le raparon la cabeza mientras dormía y se fueron como habían venido. Al día siguiente se lo encontró rapado –como habían encontrado al otro– y los cabellos que le habían sido cortados estaban esparcidos en el suelo.

«Estos acontecimientos no habrían tenido ninguna consecuencia si yo no hubiese sido acusado ante Domiciano, en cuyo imperio ellos sucedieron. Yo no habría escapado si él hubiese vivido, porque se encontró en su portafolio una demanda contra mí, hecha por Carus. De ahí se puede conjeturar que, como la costumbre de los acusados es la de descuidar sus cabellos y la de dejarlos crecer, aquellos que habían cortado los de mis criados señalaban con esto que yo estaba fuera de peligro. Por lo tanto, os suplico que pongáis aquí toda vuestra erudición en práctica. El asunto es digno de una profunda meditación, y tal vez yo no sea indigno de ser partícipe de vuestras luces. Al pesar las dos opiniones contrarias –conforme es vuestra costumbre–, haced no obstante conque la balanza se incline hacia algún lado, a fin de sacarme de la inquietud en que estoy, porque no es sino por esto que os consulto. –Adiós.»


Respuestas de Plinio el Joven a las preguntas que le han sido dirigidas en la sesión de la Sociedad del 28 de enero de 1859

1. Evocación. –Resp. Hablad; os contestaré.

2. Aunque hayáis muerto hace 1743 años, ¿recordáis vuestra existencia en Roma en el tiempo de Trajano? –Resp. ¿Por qué, pues, nosotros, los Espíritus, no podríamos acordarnos? Vosotros os recordáis bien de los actos de vuestra infancia. Por lo tanto, ¿qué es para el Espíritu una existencia pasada sino la infancia de las existencias por las cuales debemos pasar antes de llegar al fin de nuestras pruebas? Toda existencia terrestre o envuelta por un velo material está relacionada con el éter y, al mismo tiempo, con la infancia espiritual y material; espiritual, porque el Espíritu aún se encuentra en el comienzo de las pruebas; material, porque él no hace sino entrar en las fases groseras por las cuales debe pasar para purificarse e instruirse.

3. ¿Podríais decirnos lo que habéis hecho desde aquella época? –Resp. Lo que he hecho sería muy largo de contar: he buscado hacer el bien; sin duda que no queréis pasar horas enteras hasta que yo finalice mi relato; contentaos, pues, con una respuesta; la repito: he buscado hacer el bien, instruirme y conducir a las criaturas terrestres y errantes a aproximarse al Creador de todas las cosas; a Aquel que nos da el pan de la vida espiritual y material.

4. ¿Qué mundo habitáis? –Resp. Poco importa; estoy un poco en todas partes: el espacio es mi dominio y también el de muchos otros. Éstas son las preguntas a las cuales un Espíritu sabio y esclarecido por la luz santa y divina no debe responder, o solamente en muy raras ocasiones.

5. En una Carta que escribisteis a Sura relatáis tres hechos de aparición; ¿los recordáis? –Resp. Yo los sostengo porque son verdaderos; todos los días tenéis hechos semejantes a los cuales no prestáis atención; éstos son muy simples, pero en la época en que yo vivía los considerábamos sorprendentes; vosotros no debéis sorprenderos; por lo tanto, dejad a un lado esas cosas, ya que tenéis otras más extraordinarias.

6. Sin embargo tendríamos el deseo de haceros algunas preguntas al respecto. –Resp. Puesto que os responderé de una manera general, esto debe bastaros; no obstante, hacedlas, si así lo juzgáis: pero seré lacónico en mis respuestas.

7. En el primer caso, una mujer aparece a Curtius Rufus y le dice que ella es el África. ¿Quién era esta mujer? –Resp. Una gran figura; me parece que ella es muy simple para los hombres esclarecidos como los del siglo XIX.

8. ¿Qué motivo hacía obrar al Espíritu que apareció a Atenodoro, y por qué ese ruido de cadenas? –Resp. Símbolo de la esclavitud, manifestación; medio de convencer a los hombres, de llamar su atención al hacer hablar de la cuestión, y de probar la existencia del mundo espiritual.

9. Habéis defendido ante Trajano la causa de los cristianos perseguidos; ¿era por un simple motivo de humanidad o por convicción de la verdad de su doctrina? –Resp. Yo tenía ambos motivos; pero la cuestión humanitaria no ocupaba sino el segundo lugar.

10. ¿Qué pensáis de vuestro Panegírico a Trajano? –Resp. Habría necesidad de ser rehecho.

11. Habéis escrito una Historia de vuestro tiempo que se ha perdido; ¿os sería posible reparar esta pérdida al dictárnosla? –Resp. El mundo de los Espíritus no se manifiesta especialmente por estas cosas; tenéis esas especies de manifestaciones, pero ellas tienen su objetivo: son otros tantos jalones sembrados a diestro y siniestro en la gran senda de la verdad; pero dejad y no os ocupéis con las mismas ni consagréis vuestros estudios con eso; cabe a nosotros el cuidado de ver y de juzgar lo que importa que sepáis. Cada cosa a su tiempo; por lo tanto, no os apartéis de la línea que os trazamos.

12. Nos place hacer justicia a vuestras buenas cualidades y sobre todo a vuestro desinterés. Se dice que nada exigíais de vuestros clientes al defenderlos; ¿era ese desinterés también tan raro en Roma como lo es entre nosotros? –Resp. No halaguéis, pues, mis cualidades pasadas: no las recuerdo. El desinterés casi no es de vuestro siglo; en doscientos hombres, encontraréis apenas uno o dos verdaderamente desinteresados; vosotros bien sabéis que este es el siglo del egoísmo y del dinero. Los hombres del presente son forjados en el lodo y se revisten de metal. En otros tiempos había corazón: condición moral entre los Antiguos; ahora sólo existe posición social.

13. Entretanto nos parece que, sin querer absolver a nuestro siglo, éste vale aún más que aquél en que vivisteis, en el cual la corrupción estaba en su auge y en donde los delatores no conocían nada de sagrado. –Resp. Hago una generalización que es bien cierta; sé que en la época en la que yo vivía tampoco había mucho desinterés; pero sin embargo había aquello que vosotros no poseéis –lo repito–, o al menos en una dosis muy débil: el amor a lo bello, a lo noble, a lo grande. Hablo para todo el mundo; el hombre del presente, sobre todo los pueblos de Occidente y particularmente el francés, tiene el corazón preparado para hacer grandes cosas, pero no es más que un relámpago que pasa; después viene la reflexión, y la reflexión observa y dice: lo positivo, ante todo lo positivo; y el dinero y el egoísmo vuelven a sobreponerse. Justamente nosotros nos manifestamos porque vosotros os apartáis de los grandes principios dados por Jesús. Adiós; aún no lo comprendéis.

Nota – Comprendemos muy bien que nuestro siglo todavía deja mucho que desear; su llaga es el egoísmo, y el egoísmo engendra la codicia y la sed de riquezas. Bajo este punto de vista está lejos del desinterés del cual el pueblo romano ha dado tantos ejemplos sublimes en una cierta época, pero que no ha sido la de Plinio. Sin embargo sería injusto desconocer su superioridad en más de un aspecto, incluso en los más bellos tiempos de Roma, que también tuvieron sus ejemplos de barbarie. Por aquel entonces había ferocidad, hasta en la grandeza y en el desinterés; mientras que nuestro siglo ha de marcar el ablandamiento de las costumbres, por los sentimientos de justicia y de humanidad que presiden todas las instituciones que ve nacer, y hasta en las querellas de los pueblos.

ALLAN KARDEC





Abril

Cuadro de la vida espírita

Todos nosotros, sin excepción, alcanzaremos tarde o temprano el término fatal de la vida; ninguna fuerza podría sustraernos a esta necesidad: he aquí lo que es positivo. Frecuentemente las preocupaciones del mundo nos desvían el pensamiento de lo que sucede en el Más Allá; pero cuando llega el momento supremo, son pocos aquellos que no se preguntan en qué han de transformarse, porque la idea de dejar la existencia sin retorno tiene algo de desconsolador. En efecto, ¿quién podría encarar con indiferencia una separación absoluta, eterna, de todo lo que se ha amado? ¿Quién podría ver sin espanto abrirse ante sí el inmenso abismo de la nada, en que vendrían a desaparecer para siempre todas nuestras facultades, todas nuestras esperanzas? «¡Cómo!, después de mí, nada, nada más que el vacío; todo está definitivamente terminado; solamente algunos días y mi recuerdo será borrado de la memoria de los que sobrevivan a mí; pronto no quedará ninguna huella de mi paso por la Tierra; incluso el bien que he hecho será olvidado por los ingratos a los que he servido; y nada podrá compensar todo esto: ¡ninguna otra perspectiva que la de mi cuerpo ser roído por los gusanos!» Este cuadro del fin de un materialista, trazado por un Espíritu que había vivido con esos pensamientos, ¿no tiene algo de horrible, de glacial? La religión nos enseña que esto no puede ser así, y la razón nos lo confirma; pero esta existencia futura, vaga e indefinida, nada tiene que satisfaga a nuestro amor a lo positivo; es lo que, en muchos, engendra la duda. Tenemos un alma, de acuerdo; pero ¿qué es nuestra alma? ¿Tiene una forma, alguna apariencia? ¿Es un ser limitado o indefinido? Unos dicen que es un soplo de Dios; otros, una centella; otros, una parte del gran todo, el principio de la vida y de la inteligencia; pero ¿qué es lo que todo esto nos enseña? Se dice también que ella es inmaterial; pero una cosa inmaterial no podría tener proporciones definidas; para nosotros eso no es nada. La religión también nos enseña que seremos felices o desdichados, según el bien o el mal que hayamos hecho; pero ¿cuál es esa felicidad que nos espera en el seno de Dios? ¿Es una beatitud, una contemplación eterna, sin otra función que la de cantar alabanzas al Creador? Las llamas del infierno, ¿son una realidad o una figura? La propia Iglesia lo entiende en esta última acepción; ¿pero entonces cuáles son esos sufrimientos? ¿Dónde está ese lugar de suplicio? En una palabra, ¿qué se hace y qué se ve en ese mundo que nos espera a todos? Se dice que nadie ha vuelto para informarnos al respecto. Esto es un error, y la misión del Espiritismo es precisamente esclarecernos sobre este futuro, de hacérnoslo –hasta un cierto punto– tocar y ver, no más por el razonamiento, sino a través de los hechos. Gracias a las comunicaciones espíritas, esto no es más una presunción o una probabilidad a la cual cada uno adorna a su gusto, como los poetas que embellecen sus ficciones o que siembran imágenes alegóricas que nos engañan: es la propia realidad que nos aparece, porque son los propios seres del Más Allá que vienen a describirnos su situación, a decirnos lo que hacen, permitiéndonos asistir –por así decirlo– a todas las peripecias de su nueva vida y, por ese medio, nos muestran el destino inevitable que nos espera según nuestros méritos y nuestras faltas. ¿Existe en esto algo de antirreligioso? Muy por el contrario, puesto que los incrédulos encuentran en eso la fe, y los indecisos una renovación de fervor y de confianza. Por lo tanto, el Espiritismo es el más poderoso auxiliar de la religión. Ya que él existe es porque Dios lo permite, y Él lo permite para reanimar nuestras vacilantes esperanzas y reconducirnos hacia el camino del bien a través de la perspectiva del futuro que nos espera.

Las Conversaciones familiares del Más Allá que publicamos, los relatos que las mismas contienen acerca de la situación de los Espíritus que nos hablan, nos revelan sus penas, sus alegrías y sus ocupaciones: he aquí el animado Cuadro de la vida espírita, y en la propia variedad de los temas podemos encontrar las analogías que nos conciernen. Vamos a tratar de resumir su conjunto.

En principio tomemos al alma cuando deja este mundo, y veamos qué sucede en esta transmigración. Al extinguirse las fuerzas vitales, el Espíritu se desprende del cuerpo en el momento en que cesa la vida orgánica; pero la separación no es brusca e instantánea. Algunas veces ésta comienza antes de la cesación completa de la vida; no siempre es completa en el instante de la muerte. Sabemos que entre el Espíritu y el cuerpo hay un lazo semimaterial que constituye una primera envoltura; este lazo no se rompe súbitamente y, mientras subsiste, el Espíritu está en un estado de turbación que se puede comparar al estado que acompaña el despertar; inclusive, a menudo duda de su muerte; siente que existe, se ve y no comprende que pueda vivir sin su cuerpo, del cual se ve separado; los lazos que aún lo unen a la materia lo vuelven incluso accesible a ciertas sensaciones que él toma como sensaciones físicas. No es sino cuando está completamente libre que el Espíritu se reconoce: hasta entonces no se da cuenta de su situación. La duración de este estado de turbación, como ya lo hemos dicho en otras ocasiones, es muy variable; puede ser de varias horas, como de varios meses, mas es raro que al cabo de algunos días el Espíritu no se reconozca más o menos bien. Pero como todo es extraño y desconocido para él, le es necesario un cierto tiempo para familiarizarse con su nueva manera de percibir las cosas.

Es solemne el instante en que uno de ellos ve cesar su esclavitud por la ruptura de los lazos que lo retienen al cuerpo; en su regreso al mundo de los Espíritus, él es acogido por sus amigos que vienen a recibirlo, como si volviese de un penoso viaje; si la travesía ha sido feliz, es decir, si el tiempo de destierro ha sido empleado de una manera provechosa para él y lo eleva en la jerarquía del mundo de los Espíritus, ellos lo felicitan; allí él reencuentra a los que ha conocido, se reúne con aquellos que lo aman y simpatizan con él, y entonces comienza verdaderamente para él su nueva existencia.

La envoltura semimaterial del Espíritu constituye una especie de cuerpo de forma definida, limitada y análoga a la nuestra; pero ese cuerpo no tiene nuestros órganos y no puede sentir todas nuestras impresiones. Sin embargo percibe todo lo que nosotros percibimos: la luz, los sonidos, los olores, etc.; y esas sensaciones, por no tener nada de material, no son menos reales; inclusive ellas tienen algo de más claro, de más preciso, de más sutil, porque llegan al Espíritu sin intermediario, sin pasar por la hilera de los órganos que las embotan. La facultad de percibir es inherente al Espíritu: es un atributo de todo su ser; las sensaciones le llegan de todas partes y no a través de canales circunscriptos. Uno de ellos nos decía al hablar de la visión: «Es una facultad del Espíritu y no del cuerpo; veis a través de los ojos, pero en vosotros no es el ojo que ve: es el Espíritu.»

Por la conformación de nuestros órganos, tenemos necesidad de ciertos vehículos para nuestras sensaciones; es así que nosotros precisamos de la luz para reflejar los objetos, y del aire para transmitir el sonido; estos vehículos se vuelven inútiles desde que no tengamos más los intermediarios que los hacían necesarios; por lo tanto, el Espíritu ve sin la ayuda de nuestra luz, y escucha sin necesitar las vibraciones del aire; es por eso que para él no hay oscuridad. Pero las sensaciones perpetuas e indefinidas, por más agradables que sean, a la larga se volverían fatigantes si no pudiese sustraerse a ellas; también el Espíritu tiene la facultad de suspenderlas; a voluntad puede cesar de ver, de oír, de sentir tales o cuales cosas y, por consecuencia, no ver, no oír y no sentir lo que no quiera; esta facultad está en razón de su superioridad, porque existen cosas que los Espíritus inferiores no pueden evitar, y he aquí lo que vuelve su situación penosa.

Al principio el Espíritu no entiende esta nueva manera de sentir, y de la cual solamente poco a poco se da cuenta. Aquellos cuya inteligencia está aún atrasada no la comprenden de forma alguna, y sería un gran esfuerzo poder describirla; exactamente como entre nosotros: los ignorantes ven y se mueven sin saber por qué ni cómo.

Esta imposibilidad de comprender lo que está por encima de su alcance, unido a la fanfarronería –compañera común de la ignorancia–, es el origen de las teorías absurdas que dan ciertos Espíritus, y que inducirían al error si fuesen aceptadas sin control y sin estar seguros del grado de confianza que merecen, a través de los medios que da la experiencia y el hábito da conversar con ellos.

Hay sensaciones que tienen su origen en el propio estado de nuestros órganos; ahora bien, las necesidades inherentes a nuestro cuerpo no pueden tener lugar desde el momento en que el cuerpo no existe más. Por lo tanto, el Espíritu no siente fatiga, ni necesidad de reposo o de nutrición, porque no tiene ningún desgaste que reparar; no está aquejado por ninguna de nuestras enfermedades. Las necesidades del cuerpo traen consigo necesidades sociales que no existen más para los Espíritus; de este modo, para ellos no existen más el cuidado de sus negocios, los fastidios, las mil y una tribulaciones del mundo y los tormentos a que se someten para garantizar las necesidades o las superfluidades de la vida; les causa pena el trabajo que se toman aquellos que buscan vanas futilidades; cuanto más felices son los Espíritus elevados, más sufren los Espíritus inferiores; pero estos sufrimientos son más bien angustias, que aunque no tengan nada de físico, no por eso son menos punzantes; ellos tienen todas las pasiones, todos los deseos que tenían cuando encarnados (hablamos de los Espíritus inferiores), y su castigo es el de no poder satisfacerlos. Es una verdadera tortura que creen perpetua, porque su propia inferioridad no les permite ver el término, y esto es también un castigo para ellos.

La palabra articulada también es una necesidad de nuestro organismo; al no precisar de vibraciones sonoras para impresionar sus oídos, los Espíritus se comunican a través de la transmisión del pensamiento, como a menudo nos sucede a nosotros mismos cuando nos comunicamos con sólo una mirada. Entretanto, los Espíritus hacen ruidos; sabemos que pueden obrar sobre la materia, y esta materia nos transmite el sonido; es así como se hacen escuchar, ya sea por medio de golpes o a través de gritos que vibran en el aire; pero entonces es para nosotros que ellos lo hacen, y no para ellos. Volveremos a este tema en un artículo especial donde trataremos de la facultad de los médiums auditivos.

Mientras arrastramos penosamente nuestro cuerpo pesado y material en la Tierra, como el prisionero sus cadenas, el de los Espíritus –vaporoso y etéreo– se transporta sin fatiga de un lugar a otro, cruzando el espacio con la velocidad del pensamiento; penetra en todas partes y ninguna materia le hace obstáculo.

El Espíritu ve todo lo que nosotros vemos, y más claramente de lo que podemos hacerlo; él ve más de lo que nuestros sentidos limitados nos permiten ver; al penetrar la materia, él mismo descubre lo que oculta la materia a nuestra vista.

Por lo tanto, los Espíritus no son seres vagos e indefinidos, según las definiciones abstractas del alma que hemos referido más arriba; son seres reales, determinados y circunscriptos, que poseen todas nuestras facultades y muchas otras que nos son desconocidas, porque son inherentes a su naturaleza; tienen las cualidades de la materia que le es propia y componen el mundo invisible que puebla el espacio, rodeándonos y codeándonos sin cesar. Supongamos por un instante que el velo material que los oculta a nuestra vista sea rasgado: nos veríamos rodeados por una multitud de seres que van y vienen, que se mueven a nuestro alrededor y que nos observan, como cuando nosotros nos encontramos en una reunión de ciegos. Para los Espíritus, nosotros somos los ciegos y ellos son los videntes.

Hemos dicho que al entrar en su nueva vida el Espíritu tarda algún tiempo en reconocerse, y que todo es extraño y desconocido para él. Sin duda preguntarán cómo esto puede ser así, ya que él ha tenido otras existencias corporales; esas existencias han sido separadas por intervalos, durante los cuales él habitaba el mundo de los Espíritus; por lo tanto, ese mundo no debería ser desconocido para él, puesto que no lo ve por primera vez.

Varias causas contribuyen para que esas percepciones le parezcan nuevas, aunque ya las haya sentido. La muerte –como hemos dicho anteriormente– es siempre seguida por un instante de turbación, pero que puede ser de corta duración. En este estado sus ideas son siempre vagas y confusas; de algún modo la vida corporal se confunde con la vida espiritual, y él todavía no puede separarlas en su pensamiento. Al disiparse esa primera turbación, las ideas se aclaran poco a poco y con éstas el recuerdo del pasado, que sólo le vuelve gradualmente a la memoria, porque nunca esta memoria hace en él una brusca irrupción. No es sino cuando está completamente desmaterializado que el pasado se desarrolla ante él, como una perspectiva al salir de una niebla. Solamente entonces él recuerda todos los actos de su última existencia, después de sus existencias anteriores y de sus diversos pasajes en el mundo de los Espíritus. Por lo tanto se concibe –según esto– que, durante un cierto tiempo, ese mundo deba parecerle nuevo, hasta que lo haya reconocido completamente y que el recuerdo de las sensaciones que él ha experimentado le vuelvan de una manera precisa. Pero a esta causa es preciso agregar otra no menos preponderante.

El estado del Espíritu, como Espíritu, varía extraordinariamente en razón del grado de su elevación y de su pureza. A medida que se eleva y se depura, sus percepciones y sus sensaciones son menos groseras; ellas adquieren más fineza, más sutileza y más delicadeza; él ve, siente y comprende cosas que no podía ver, ni sentir, ni comprender en una condición inferior. Ahora bien, siendo para él cada existencia corporal una oportunidad de progreso, lo conduce a un nuevo medio, porque se encuentra –si hubiere progresado– entre Espíritus de otro orden, en el cual todos los pensamientos y todos los hábitos son diferentes. A esto agreguemos que esa depuración le permite penetrar –siempre como Espíritu– en los mundos inaccesibles a los Espíritus inferiores, de la misma manera que en los salones de la alta sociedad se prohíbe la entrada a las personas mal educadas. Cuanto menos está esclarecido, más limitado es el horizonte para él; a medida que se eleva y se depura, este horizonte se agranda, y con él el círculo de sus ideas y de sus percepciones. La siguiente comparación puede hacernos comprender esto. Supongamos que un campesino, bruto e ignorante, venga a París por primera vez; ¿conocerá y comprenderá el París del mundo sabio y elegante? No, porque solamente frecuentará las personas de su clase y los barrios que ellas habitan. Pero si en el intervalo de un segundo viaje, este campesino tuvo una buena desenvoltura y adquirió instrucción y buenos modales, sus costumbres y sus relaciones serán muy diferentes; entonces verá un mundo nuevo que no se parecerá más al de su París de antaño. Sucede lo mismo con los Espíritus; pero no todos experimentan esta incertidumbre en el mismo grado. A medida que progresan, sus ideas se desarrollan y la memoria se perfecciona; están familiarizados de antemano con su nueva situación; su regreso entre los otros Espíritus nada tiene que los sorprenda: ellos vuelven a encontrarse en su medio normal y, pasado el primer momento de turbación, se reconocen casi inmediatamente.

Tal es la situación general de los Espíritus en el estado que se denomina erraticidad; pero en este estado, ¿qué hacen? ¿Cómo pasan su tiempo? Estas cuestiones son para nosotros de un interés capital. Son ellos mismos quienes van a responderlas, como también son ellos que nos han dado las explicaciones que acabamos de suministrar, porque nada de esto es producto de nuestra imaginación; no es un sistema surgido de nuestro cerebro: nosotros juzgamos según lo que observamos y escuchamos. Poniendo aparte toda opinión sobre Espiritismo, se ha de concordar que esta teoría de la vida del Más Allá no tiene nada de irracional; la misma presenta una continuación y un encadenamiento perfectamente lógicos, los cuales harían honor a más de un filósofo.

Se estaría en un error si se creyera que la vida espiritual es una vida ociosa; por el contrario, es esencialmente activa, y todos nos hablan de sus ocupaciones; esas ocupaciones difieren necesariamente, conforme el Espíritu esté errante o encarnado. En el estado de encarnación, dichas ocupaciones están relacionadas con la naturaleza de los globos en que ellos habitan, con las necesidades que dependen del estado físico y moral de estos globos, así como del organismo de los seres vivos. No es de esto que nos vamos a ocupar aquí; no hablaremos sino de los Espíritus errantes. Entre los que han alcanzado un cierto grado de elevación, unos velan por el cumplimiento de los designios de Dios en los grandes destinos del Universo; ellos dirigen la marcha de los acontecimientos y ayudan en el progreso de cada mundo; otros ponen bajo su protección a los individuos y se constituyen en sus genios tutelares, en sus ángeles guardianes, acompañándolos desde el nacimiento hasta la muerte, buscando dirigirlos hacia el camino del bien: para ellos es una felicidad cuando sus esfuerzos son coronados con éxito. Algunos se encarnan en mundos inferiores para cumplir allí misiones de progreso; a través de sus trabajos, ejemplos, consejos y enseñanzas buscan hacer que unos avancen en las Ciencias o en las Artes, y otros en la Moral. Entonces se someten voluntariamente a las vicisitudes de una vida corporal frecuentemente penosa, con miras a hacer el bien, y el bien que hacen les es tenido en cuenta. En fin, muchos no tienen atribuciones especiales; van por todas partes donde su presencia puede ser útil y dan consejos, inspiran buenas ideas, sostienen los ánimos desfallecientes, dan fuerza a los débiles y castigan a los presuntuosos.

Si se considera el número infinito de los mundos que pueblan el Universo y el número incalculable de seres que lo habitan, se concebirá que los Espíritus tienen con qué ocuparse; pero esas ocupaciones no tienen nada de penoso para ellos; las cumplen con alegría, voluntariamente y no por constreñimiento, y su felicidad es la de lograr aquello que emprendan; nadie piensa en una ociosidad eterna, que sería un verdadero suplicio. Cuando las circunstancias lo exigen, se reúnen en consejo, deliberan sobre el camino a seguir, según los acontecimientos, dando órdenes a los Espíritus que les son subordinados y yendo enseguida a donde el deber los llama. Esas asambleas son más o menos generales o particulares según la importancia del tema; ningún lugar especial o circunscripto está destinado a esas reuniones: el espacio es el dominio de los Espíritus; entretanto, ellos tienen preferencia por los globos donde están sus objetivos. Los Espíritus encarnados que allí se encuentran en misión, participan de las asambleas según su elevación; mientras su cuerpo reposa, van a obtener consejos de otros Espíritus y a menudo van a recibir órdenes acerca de la conducta que deben tener como hombres. Al despertar, es verdad que ellos no se acuerdan con precisión de lo que ha sucedido, pero tienen la intuición que los hace obrar como si fueran sus propias proposiciones.


Al descender en la jerarquía encontramos a Espíritus menos elevados, menos depurados y, por consecuencia, menos esclarecidos, pero que no por esto son menos buenos, y que en una esfera de actividad más restringida cumplen funciones análogas. Su acción, en lugar de extenderse a los diferentes mundos, se ejerce más especialmente en un globo determinado y está relacionada con el grado de su adelanto; su influencia es más individual y tiene por objeto cosas de menor importancia.

A continuación viene la multitud de Espíritus comunes, más o menos buenos o malos, que pululan a nuestro alrededor; ellos se elevan poco por encima de la Humanidad, de la cual representan todos los matices, y son como el reflejo de la misma, porque tienen todos los vicios y todas las virtudes. En un gran número de ellos se encuentran los gustos, las ideas y las inclinaciones que poseían cuando encarnados; sus facultades son limitadas, su juicio es falible como el de los hombres y a menudo erróneo e imbuido de prejuicios.

En otros el sentido moral está más desarrollado; sin tener gran superioridad ni gran profundidad, juzgan más sanamente y frecuentemente condenan lo que han hecho, lo que han dicho o pensado durante la vida. Además, en esto hay algo notable: incluso entre los Espíritus más comunes, la mayoría tiene sentimientos más depurados como Espíritus que como hombres; la vida espiritual los esclarece sobre sus defectos; y, salvo pocas excepciones, se arrepienten amargamente y lamentan el mal que han hecho, porque lo sufren más o menos cruelmente. Algunas veces los hemos visto que no eran mejores de lo que habían sido cuando encarnados, pero nunca los hemos visto peores. El endurecimiento absoluto es muy raro y no es más que temporal, porque tarde o temprano ellos acaban sufriendo en su posición, y se puede decir que todos aspiran a perfeccionarse, porque todos comprenden que este es el único medio de salir de su inferioridad. Instruirse, esclarecerse: he aquí su gran preocupación, y ellos se sienten felices cuando pueden sumar a esto algunas pequeñas misiones de confianza, que los elevan a sus propios ojos.

También tienen sus asambleas, pero más o menos serias según la naturaleza de sus pensamientos. Ellos nos hablan y nos ven, observando lo que sucede; se entrometen en nuestras reuniones, en nuestros juegos, en nuestras fiestas, en nuestros espectáculos, así como en nuestros asuntos serios. Escuchan nuestras conversaciones: los más ligeros, para divertirse y frecuentemente para reírse a nuestras expensas o, si pueden, para hacernos algunas malicias; los otros, para instruirse; observan a los hombres, su carácter y hacen lo que ellos llaman estudio de costumbres, con miras a elegir su futura existencia.

Hemos visto al Espíritu en el momento en que, al dejar su cuerpo, entra en su vida nueva; hemos analizado sus sensaciones y
seguido el desarrollo gradual de sus ideas. Los primeros momentos son empleados en reconocerse, en darse cuenta de lo que sucede en él; en una palabra, experimenta –por así decirlo– sus facultades, como el niño que poco a poco ve aumentar sus fuerzas y sus pensamientos. Hablamos de los Espíritus comunes, porque los otros –como ya lo hemos dicho– están en cierto modo identificados de antemano con el estado espiritual que no les causa sorpresa alguna, sino únicamente la alegría de estar liberados de los obstáculos y de los sufrimientos corporales. Entre los Espíritus inferiores, muchos lamentan la vida terrestre, porque su situación como Espíritu es cien veces peor; es por eso que buscan una distracción con la visión de lo que antiguamente eran sus delicias, siendo que esta propia visión es para ellos un suplicio, porque tienen los deseos y no los pueden satisfacer.

La necesidad de progresar es general entre los Espíritus, y esto es lo que los incita a trabajar en su mejoramiento, porque comprenden que este es el precio de su felicidad; pero no todos sienten esa necesidad en el mismo grado, sobre todo al comienzo; inclusive algunos se complacen en una especie de ociosidad, pero que dura sólo un tiempo; luego la actividad se vuelve para ellos una necesidad imperiosa, a la cual, además, son impulsados por otros Espíritus que les estimulan el sentimiento del bien.

Viene a continuación lo que se puede llamar la escoria del mundo espiritual, compuesta por todos los Espíritus impuros, cuya única preocupación es el mal. Sufren y desearían ver a todos los otros sufrir como ellos. Los celos les vuelve odiosa toda superioridad; el odio es su esencia; al no poder sobreponerse a los Espíritus, se sobreponen a los hombres y atacan a los que sienten más débiles. Incitar las malas pasiones, sembrar la discordia, separar a los amigos, provocar riñas, alimentar el orgullo de los ambiciosos para darse el placer de abatirlos enseguida, esparcir el error y la mentira, en una palabra, desviar del bien, tales son sus pensamientos dominantes.

¿Pero por qué Dios permite que sea así? Dios no tiene que prestarnos cuentas. Los Espíritus superiores nos dicen que los malos son para poner a prueba a los buenos, y que no hay virtud donde no hay victoria a ser conquistada. Además, si esos Espíritus maléficos están en la Tierra, es porque ellos encuentran aquí ecos y simpatías. Consolémonos en pensar que por encima de este lodo que nos cerca, hay seres puros y benevolentes que nos aman, que nos sostienen, que nos alientan y que tienden sus manos para llevarnos hasta ellos, hacia mundos mejores donde el mal no tiene acceso, si sabemos hacer lo que es preciso para merecerlos.


Fraudes espíritas

Los que no admiten la realidad de las manifestaciones físicas, atribuyen generalmente al fraude los efectos que se producen. Alegan que los hábiles prestidigitadores hacen cosas que parecen prodigios cuando no se conocen sus trucos; de ahí sacan en conclusión que los médiums no son sino escamoteadores. Nosotros ya hemos refutado este argumento, o más bien esta opinión, particularmente en nuestros artículos sobre el Sr. Home y en los números de la Revista de enero y de febrero de 1858; por lo tanto, sólo diremos algunas palabras antes de hablar de una cosa más seria.

Porque haya charlatanes que comercien medicamentos en plazas públicas, y porque haya también médicos que, sin ir a la plaza pública, abusen de la confianza de sus pacientes, ¿se deduce de esto que todos los médicos son charlatanes y que el cuerpo médico ha perdido la consideración que merece? Porque haya personas que venden tintura por vino, ¿se concluye que todos los vendedores de vino han adulterado este producto y que no exista más vino puro? Se abusa de todo, incluso de las cosas más respetables, y se puede decir que el fraude también tiene su genio. Pero el fraude tiene siempre un objetivo, algún interés material; en donde no hay nada que ganar, no hay ningún interés en engañar. También ya hemos dicho, en nuestro número anterior, a propósito de los médiums mercenarios, que la mejor de todas las garantías es el desinterés absoluto.

Se dirá que esta garantía no es única, porque en materia de prestidigitación existen aficionados muy hábiles que no tienen otra aspiración que la de divertir a la sociedad y no hacen de eso un oficio; ¿no puede ocurrir lo mismo con los médiums? Sin duda que pueden divertirse un instante en divertir a los otros; pero pasar en esto horas enteras, y durante semanas, meses y años, verdaderamente sería preciso estar poseído por el demonio de la mistificación, y el primer mistificado sería el mistificador. No repetiremos aquí todo lo que se ha dicho sobre la posible buena fe de los médiums y de los asistentes que pueden ser el juguete de una ilusión o de una fascinación. Al respecto hemos respondido unas veinte veces, así como a todas las otras objeciones; por consiguiente, volvemos a remitir al lector, particularmente a nuestras Instrucciones Prácticas sobre las Manifestaciones Espíritas y a nuestros artículos anteriores de la Revista. Nuestro objetivo no es aquí el de convencer a los incrédulos; si ellos no se convencen por los hechos, menos lo harán por el razonamiento: por lo tanto, sería perder nuestro tiempo. Por el contrario, nos dirigimos a los adeptos para prevenirlos contra los subterfugios de que podrían ser víctimas por parte de personas interesadas –por algún motivo– en simular ciertos fenómenos; decimos ciertos fenómenos, porque hay algunos que desafían evidentemente toda la habilidad de la prestidigitación, tales como, particularmente, el movimiento de objetos sin contacto, la suspensión de cuerpos pesados en el espacio, los golpes efectuados en diferentes lugares, las apariciones, etc., y aún, para algunos de esos fenómenos, hasta un cierto punto se podría simularlos: tanto que ha progresado el arte de la imitación. Lo que es necesario hacer en semejantes casos, es observar atentamente las circunstancias, y sobre todo tener en cuenta el carácter y la posición de las personas, así como la finalidad y el interés que podrían tener en engañar: he aquí el mejor de todos los controles, porque existen ciertas circunstancias que apartan todo motivo de sospecha. Por lo tanto, establecemos como principio que es preciso desconfiar de cualquiera que haga de esos fenómenos un espectáculo o un objeto de curiosidad y de diversión, o que de los mismos obtenga algún provecho –por mínimo que sea–, jactándose de producirlos a voluntad y a cualquier momento. No estaría de más repetirlo: las inteligencias ocultas que se nos manifiestan tienen sus susceptibilidades, y quieren probarnos que también tienen su libre albedrío y que no se someten a nuestros caprichos.

De todos los fenómenos físicos, uno de los más comunes es el de los golpes interiores efectuados en la propia sustancia de la madera, con o sin movimiento de la mesa u otro objeto que pueda ser usado. Ahora bien, este efecto es uno de los más fáciles de imitar, y como también es uno de los que más frecuentemente se producen, creemos útil revelar el pequeño ardid con el cual se puede ser engañado. Para ello es suficiente extender sus dos manos sobre la mesa, con las palmas hacia abajo, y lo bastante próximas como para que las uñas de los pulgares se apoyen fuertemente una en la otra; entonces, con un movimiento muscular casi imperceptible, se las frota de modo que provoquen un pequeño ruido seco, que tiene una gran analogía con el de la tiptología íntima. Este ruido repercute en la madera y produce una ilusión completa. Nada es más fácil como hacer escuchar los golpes que se pidan, una batería de tambor, etc., respondiendo a ciertas preguntas con un sí o un no, con números o incluso con la indicación de las letras del alfabeto.

Una vez que se está prevenido, el medio de reconocer el fraude es bien sencillo. Éste no es más posible si las manos están separadas una de la otra y si se ha asegurado que ningún otro contacto pueda producir el ruido. Los golpes reales se caracterizan además porque cambian de lugar y de timbre a voluntad, lo que no sucede cuando es debido a la causa que hemos señalado o a cualquier otra análoga; los golpes auténticos salen de la mesa para producirse en un mueble cualquiera que nadie toque, respondiendo a preguntas imprevistas.

Por lo tanto, llamamos la atención a las personas de buena fe acerca de esta pequeña estratagema y sobre todas aquellas que puedan ser descubiertas, a fin de señalarlas sin miramientos. La posibilidad de fraude y de imitación no impide la realidad de los hechos, y el Espiritismo no puede sino ganar al desenmascarar a los impostores. Si alguien nos dice: He visto tal fenómeno, pero había allí superchería, les responderemos que es posible; nosotros mismos hemos visto a supuestos sonámbulos simular el sonambulismo con mucha destreza, lo que no impide que el sonambulismo sea un hecho; todo el mundo ha visto a comerciantes que venden algodón por seda, lo que no impide que haya verdaderos tejidos de seda. Es preciso examinar todas las circunstancias y ver si la duda es fundada; pero, como en todas las cosas, es necesario ser conocedor al respecto; ahora bien, nosotros no podríamos reconocer por juez de una cuestión a alguien que de la misma no sabe nada.

Diremos otro tanto con referencia a los médiums psicógrafos. Generalmente se piensa que los médiums mecánicos ofrecen más garantía, no sólo por la independencia de las ideas, sino también contra la superchería. ¡Pues bien! Esto es un error. El fraude se infiltra en todas partes, y sabemos que con habilidad es posible también dirigir a voluntad una cestita o una tablita que escriba, y darles todas las apariencias de movimientos espontáneos. Lo que quita todas las dudas son los pensamientos expresados, ya sea que vengan de un médium mecánico, intuitivo, auditivo, psicofónico o de un vidente. Hay comunicaciones que están de tal modo fuera de las ideas, de los conocimientos e incluso del alcance intelectual del médium, que sería preciso engañarse rotundamente para darles crédito. Reconocemos en el charlatanismo una gran habilidad y fecundos recursos, pero aún no le reconocemos el don de dar el saber a un ignorante, o el genio al que no lo tiene.


Problema moral - Los caníbales

Uno de nuestros suscriptores nos dirige la siguiente pregunta, rogándonos que fuese respondida por los Espíritus que nos asisten, si ya no ha sido resuelta por nosotros.

“Después de un lapso de tiempo más o menos largo, los Espíritus errantes desean y piden a Dios la reencarnación como medio de adelanto espiritual. Ellos tienen la elección de las pruebas y, usando el libre albedrío, eligen naturalmente aquellas que les parecen más adecuadas a dicho adelanto, en el mundo donde la reencarnación les está permitida. Ahora bien, durante su existencia en la erraticidad, que emplean en instruirse (son ellos quienes nos lo dicen), deben aprender cuáles son las naciones que mejor pueden hacerles alcanzar el objetivo que se proponen. Ven a tribus feroces, antropófagas, y tienen la certeza de que al encarnarse entre ellas, se volverán feroces y comerán carne humana. Seguramente que no será allí donde han de encontrar su progreso espiritual; sus instintos brutales apenas habrán adquirido más consistencia por la fuerza del hábito. Por lo tanto, su objetivo habrá fallado si escogieren encarnaciones entre este o aquel pueblo primitivo.

“Sucede lo mismo con ciertas posiciones sociales. Es ciertamente entre éstas que se presentan obstáculos invencibles al adelanto espiritual. No citaré sino a los jiferos en los mataderos, a los verdugos, etc. Dicen que estas personas son necesarias: unas, porque no podemos prescindir de la alimentación animal; otras, porque es preciso ejecutar las sentencias judiciales, ya que así lo requiere nuestra organización social. No es menos cierto que el Espíritu que se encarna en el cuerpo de un niño destinado a seguir una u otra de esas profesiones, debe saber que elige un camino falso y que se priva voluntariamente de los medios que pueden llevarlo a la perfección. ¿No podría suceder, con el permiso de Dios, que ninguno de esos Espíritus quisiese esos géneros de existencia y, en ese caso, en qué esas profesiones se volverían necesarias en nuestro estado social?”

La respuesta a esta pregunta se desprende de todas las enseñanzas que nos han sido dadas; por lo tanto, nosotros podemos responderla sin tener necesidad de someterla nuevamente a los Espíritus.

Es evidente que un Espíritu ya adelantado, como por ejemplo el de un europeo esclarecido, no puede elegir como medio de progreso una existencia salvaje: en vez de avanzar, eso sería retrogradar. Pero sabemos que nuestros propios antropófagos no están en el último grado de la escala, y que hay mundos donde el embrutecimiento y la ferocidad no tienen analogía en la Tierra. Por lo tanto, esos Espíritus son aún inferiores a los más inferiores de nuestro mundo, y para ellos es un progreso encarnar entre nuestros salvajes. Si no aspiran a más alto, es porque su inferioridad moral no les permite comprender un progreso más completo. El Espíritu sólo puede avanzar gradualmente; debe pasar sucesivamente por todos los grados, de manera que cada paso adelante sea una base para asentar un nuevo progreso. Él no puede atravesar de un salto la distancia que separa la barbarie de la civilización, como el escolar no puede pasar, sin transición, del abecé a la Retórica, y es en eso que vemos una de las necesidades de la reencarnación, que se encuentra verdaderamente en consonancia con la justicia de Dios; de otro modo, ¿qué sería de esos millones de seres que mueren en el último estado de degradación, si ellos no tuviesen los medios de alcanzar la superioridad? ¿Por qué Dios los habría desheredado de los favores concedidos a otros hombres? Lo repetimos por ser un punto esencial: en razón de su inteligencia limitada, ellos sólo comprenden lo que es mejor desde sus estrechos límites y desde su punto de vista. Sin embargo, los hay quienes se extravían al querer subir demasiado alto, y que nos dan el triste espectáculo de la ferocidad en medio de la civilización; si éstos retornasen entre los caníbales, aún ganarían.

Estas consideraciones se aplican también a las profesiones de las que habla nuestro corresponsal; ellas ofrecen evidentemente una superioridad relativa para ciertos Espíritus, y es en este sentido que se debe concebir la opción que hacen. En igual posición, ellas pueden incluso ser elegidas como expiación o como misión, porque ninguna existe en la cual no se pueda encontrar la oportunidad de hacer el bien y de progresar por la propia manera de ejercerlas.

En cuanto a la cuestión de saber en qué se volverían esas profesiones en caso de que ningún Espíritu quisiese hacerse cargo de las mismas, está resuelta de hecho; desde el momento en que los Espíritus que las ocupan vienen de más abajo, no hay que temer en verlos desocupados. Cuando el progreso social permita suprimir el oficio de verdugo, es el puesto que faltará y no los candidatos; éstos irán a presentarse entre otros pueblos o entre otros mundos menos avanzados.

La industria

Comunicación espontánea del Sr. Croz, médium psicógrafo, leída el 21 de enero de 1859 en la Sociedad.

Las realizaciones que a cada día vemos surgir son actos providenciales y el desarrollo de los gérmenes sedimentados por los siglos. La Humanidad y el planeta por ella habitado tienen una misma existencia, cuyas fases se encadenan y se corresponden.

Tan pronto como se calmaron las grandes convulsiones de la Naturaleza, y se apaciguó la fiebre que incitaba a las guerras de exterminio, la Filosofía se abrió paso, la esclavitud fue desapareciendo y las Ciencias y las Artes florecieron.

La perfección divina puede resumirse en lo bello y en lo útil, y si Dios ha hecho al hombre a su imagen, es porque ha querido que viviese de su inteligencia, como Él mismo vive en el seno de los esplendores de la Creación.

Las realizaciones que Dios bendice –sean cual fueren sus proporciones– son por lo tanto aquellas que corresponden a sus designios, y llevan su cooperación a la obra colectiva, cuya ley está escrita en el Universo: lo bello y lo útil. El Arte, hijo de la contemplación y de la inspiración, es lo bello; la industria, hija de la Ciencia y del trabajo, es lo útil.

Nota – Esta comunicación es casi el inicio de la labor de un médium que acaba de desarrollarse con una admirable rapidez; como primer intento, se ha de concordar que es prometedor. Desde la primera sesión él ha escrito, de un solo trazo, cuatro páginas que no tienen menos mérito que lo que acabamos de leer, por la profundidad de los pensamientos, lo que denota en él una aptitud notable para servir como intermediario a todos los Espíritus para las comunicaciones particulares. Por otro lado, tenemos necesitad de estudiarlo más en este aspecto, porque esta flexibilidad no es dada a todos; conocemos algunos médiums que solamente pueden servir de intérpretes a ciertos Espíritus y para un determinado orden de ideas.

Después que esta nota fue escrita, pudimos constatar el progreso de este médium, cuya facultad ofrece caracteres especiales y dignos de toda la atención del observador.



Conversaciones familiares del Más Allá

Benvenuto Cellini

(Sesión de la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas del 11 de marzo de 1859.)

1. Evocación. –Resp. Interrogadme, estoy preparado; sed tan extensos como queráis: tengo tiempo para concederos.

2. ¿Recordáis la existencia que habéis tenido en la Tierra en el siglo XVI, de 1500 a 1570? –Resp. Sí, sí.

3. ¿Cuál es actualmente vuestra situación como Espíritu? –Resp. He vivido en varios otros mundos y estoy bastante contento con la posición que hoy ocupo: no es un trono, pero estoy a camino.

4. ¿Habéis tenido otras existencias corporales en la Tierra después de aquella que conocemos? –Resp. Corporales, sí; en la Tierra, no.

5. ¿Por cuánto tiempo habéis permanecido errante? –Resp. No puedo daros un tiempo exacto: por algunos años.

6. ¿Cuáles eran vuestras ocupaciones en el estado errante? –Resp. Trabajaba para estudiarme.


7. ¿Volvéis a veces a la Tierra? –Resp. Poco.

8. ¿Habéis asistido a la obra dramática en la cual sois representado? ¿Y qué pensáis de la misma? –Resp. He ido varias veces a verla; me ha halagado como Cellini, pero poco como Espíritu que progresó.

9. Antes de la existencia que os conocemos, ¿habéis tenido otras en la Tierra? –Resp. No, ninguna.

10. ¿Podríais decirnos lo que erais en vuestra precedente existencia? –Resp. Mis ocupaciones eran muy diferentes de las que he tenido en la Tierra.

11. ¿En qué mundo habitáis? –Resp. No es conocido por vosotros y no lo veis.

12. ¿Podríais darnos una descripción física y moral del mismo? –Resp. Sí, fácilmente.

Mis queridos amigos, con referencia al aspecto físico me ha causado satisfacción su belleza plástica: allí nada choca a los ojos; todos las líneas se armonizan perfectamente; la mímica se expresa en estado constante; los perfumes nos envuelven y no sabríamos qué más desear para nuestro bienestar físico, porque las necesidades poco numerosas a las que estamos sometidos son enseguida satisfechas.

En cuanto al aspecto moral, la perfección es menor, porque allí todavía se pueden ver a conciencias perturbadas y a Espíritus inclinados al mal; no es la perfección –lejos de esto–, pero, como ya os lo he dicho, estamos a camino y todos esperamos alcanzarla un día.

13. ¿Cuáles son vuestras ocupaciones en el mundo que habitáis? –Resp. Trabajamos las Artes. Soy artista.

14. En vuestras Memorias, relatáis una escena de hechicería y de sortilegio que habría sucedido en el Coliseo de Roma, y a la cual habríais participado; ¿la recordáis? –Resp. Poco claramente.

15. Si la leyésemos para vos, ¿esto ayudaría a traer a la memoria dicha escena? –Resp. Sí, me auxiliaría a recordarla.

(A continuación es hecha la lectura del fragmento de sus Memorias.)

“En medio de esta vida extraña, me relacioné con un sacerdote siciliano, de espíritu muy distinguido, y que era profundamente versado en las letras griegas y latinas. Un día en el que conversaba con él, surgió el tema de la necromancia, y le dije que toda mi vida había deseado ardientemente ver y aprender algo de ese arte. Para abordar semejante asunto, es preciso un alma firme e intrépida, me respondió el sacerdote...

“Una noche, pues, el sacerdote hizo sus preparativos y me dijo que buscase a un compañero o a dos. Designó como su ayudante a un hombre de Pistoya, que también se ocupaba con la necromancia. Entonces nos dirigimos al Coliseo. Allí, el sacerdote se vistió a la manera de los necromantes y después se puso a dibujar círculos en el suelo, con las más bellas ceremonias que se pueda imaginar. Él había llevado perfumes preciosos, drogas fétidas y fuego. Cuando todo estuvo en orden, hizo una abertura en el círculo y nos introdujo de la mano, uno después del otro. Enseguida distribuyó a cada uno sus funciones. Puso el talismán en las manos de su amigo el necromante, encargó a los otros para cuidar el fuego y los perfumes, y finalmente comenzó sus conjuraciones. Esta ceremonia duró más de una hora y media. El Coliseo se llenó de legiones de Espíritus infernales. Cuando el sacerdote vio que éstos eran bastante numerosos, se volvió hacia mí –que estaba cuidando de los perfumes– y dijo: Benvenuto, pídeles algo. Respondí que deseaba reunirme con Angélica, mi amada siciliana. Esa noche no obtuvimos ninguna respuesta; sin embargo, quedé encantado con lo que había visto. El necromante me dijo que era necesario volver una segunda vez y que yo conseguiría todo lo que quisiese, con tal que llevara a un muchacho que aún fuese virgen. Elegí a uno de mis aprendices y llevé conmigo también a dos de mis amigos...

“Puso el talismán en mis manos y me dijo que lo girase hacia los lados que me fueran indicados. Mi aprendiz estaba ubicado bajo el talismán. El necromante comenzó sus terribles evocaciones, llamó por el nombre a una multitud de jefes de legiones infernales y les dio órdenes en hebreo, en griego y en latín, en el nombre del Dios increado, vivo y eterno. Luego el Coliseo se llenó de un número de demonios cien veces más considerable que la primera vez. Por consejo del necromante, pedí de nuevo encontrarme con Angélica. Él se volvió hacia mí y dijo: ¿no los has escuchado anunciarte que en un mes estarías con ella? Y me rogó que me mantuviese firme, porque había allí mil legiones más que él no había llamado. Agregó que éstas eran las más peligrosas y que, puesto que ellos habían respondido a mis preguntas, era preciso tratarlos con dulzura y despedirlos tranquilamente. Por otro lado, el muchacho gritaba con espanto que percibía a un millón de hombres terribles que nos amenazaban, y a cuatro gigantes, armados de pies a cabeza, que parecían querer entrar en nuestro círculo. Durante ese tiempo, el necromante –temblando de miedo– intentaba conjurarlos, dando al tono de voz la más dulce entonación. El muchacho se había cubierto la cabeza entre sus rodillas y gritaba: ¡Quiero morir así! ¡Estamos muertos! Entonces le dije: "Todas esas criaturas están por debajo nuestro y lo que ves no es más que humo y sombra; por lo tanto, levanta los ojos". Apenas me hubo obedecido, continuó: el Coliseo entero está en llamas y el fuego viene sobre nosotros. El necromante ordenó que se quemara asa fétida. Agnolo, el encargado de los perfumes, estaba muerto de miedo.

“El ruido y el terrible mal olor hicieron conque el joven levantase la cabeza. Al escucharme reír, se calmó un poco y dijo que los demonios comenzaban a emprender su retirada. Permanecimos así hasta el momento en que llegó la madrugada. El muchacho nos dijo que solamente percibía algunos demonios, y a una gran distancia. En fin, desde que el necromante hubo cumplido con el resto de sus ceremonias y que se sacó sus ropas especiales, todos salimos del círculo. Mientras caminábamos por la calle Banchi para regresar a nuestras casas, él aseveraba que dos demonios daban saltos delante nuestro y que corrían sobre los tejados y también en el suelo.

“El necromante juraba que desde que había puesto los pies en el círculo mágico, nunca le había sucedido algo tan extraordinario. Después intentó convencerme a unirme a él para consagrarnos a un libro que debía proporcionarnos riquezas incalculables y que nos daría los medios de obligar a los demonios a indicarnos los lugares donde están escondidos los tesoros que la Tierra oculta en su seno...

“Después de diferentes narraciones que tienen más o menos relación con lo anterior, Benvenuto contó cómo al cabo de treinta días, es decir, en el plazo fijado por los demonios, reencontró a su Angélica.”

16. ¿Podríais decirnos lo que hay de verdadero en esta escena? –Resp. El necromante era un charlatán, yo era un novelista y Angélica era mi esposa.

17. ¿Habéis vuelto a ver a vuestro protector Francisco I? –Resp. Ciertamente; él volvió a ver a muchos otros que no fueron sus protegidos.

18. ¿Cómo lo juzgabais cuando encarnado, y cómo lo juzgáis ahora? –Resp. Os diré cómo lo juzgaba: como a un príncipe y, en calidad de tal, ciego por su educación y por su entorno.

19. Y ahora, ¿qué decís de él? –Resp. Ha progresado.

20. ¿Era por sincero amor al arte que él protegía a los artistas? –Resp. Sí, pero también por placer y por vanidad.

21. ¿Dónde él está actualmente? –Resp. Se encuentra viviendo.

22. ¿En la Tierra? –Resp. No.

23. Si lo evocásemos en este momento, ¿podría venir y conversar con nosotros? –Resp. Sí, pero no presionéis así a los Espíritus; que vuestras evocaciones sean preparadas con bastante anticipación, y entonces poco tendréis que preguntar a los Espíritus. De esta manera os arriesgáis mucho menos de ser engañado, porque a veces esto puede suceder. (San Luis).

24. (A san Luis) ¿Podríais hacer conque dos Espíritus viniesen a conversar? –Resp. Sí.


24 a. En este caso, ¿sería útil tener dos médiums? –Resp. Sí, sería necesario.

Nota. Este diálogo ha tenido lugar en otra sesión; al mismo volveremos en un próximo número.

25. (A Cellini): ¿De dónde os venía el sentimiento del arte que estaba en vos? ¿Era resultado de un desarrollo especial anterior? –Resp. Sí; por mucho tiempo estuve vinculado a la poesía y a la belleza del lenguaje. En la Tierra me uní a la belleza como reproducción; hoy me ocupo de la belleza como invención.

26. Teníais también habilidades militares, ya que el papa Clemente VII os confió la defensa del Castillo de San Ángel. Sin embargo, vuestros talentos de artista no debían daros mucha aptitud para la guerra. –Resp. Tenía habilidad y sabía aplicarla. En todo es necesario juicio, sobre todo en el arte militar de entonces.

27. ¿Podríais dictar algunos consejos a los artistas que buscan seguir vuestros pasos? –Resp. Sí; les diré sencillamente que se unan a la pureza y a la verdadera belleza, más de lo que lo hacen y de lo que yo mismo lo he hecho; ellos me comprenderán.

28. La belleza, ¿no es relativa y convencional? El europeo se cree más bello que el negro, y el negro más bello que el blanco. Si hay una belleza absoluta, ¿cuál es su característica? Tened a bien darnos vuestra opinión al respecto. –Resp. De buen grado. No he deseado hacer alusión a una belleza convencional: muy por el contrario; lo bello está en todas partes, es el reflejo del Espíritu en el cuerpo y no solamente la forma corporal. Como vos lo decís: un negro puede ser bello, de una belleza que será apreciada sólo por sus semejantes, es cierto. Del mismo modo, nuestra belleza terrestre es disformidad para el Cielo, como para vosotros –blancos– el bello negro os parece casi disforme. Para el artista, la belleza es la vida, el sentimiento que sabe dar a su obra; con esto dará belleza a las cosas más comunes.

29. ¿Podríais guiar a un médium en la ejecución de un molde de escultura, como Bernard de Palissylo ha hecho con sus dibujos? –Resp. Sí.

30. ¿Podríais hacerle ejecutar algo al médium que en este momento os sirve como intérprete? –Resp. Como también a otros; pero yo preferiría a un artista que conociera las habilidades de mi arte.

Observación – La experiencia prueba que la aptitud de un médium para tal o cual género de producción depende de la flexibilidad que él presenta al Espíritu, haciendo abstracción de su talento. El conocimiento del oficio y de los medios materiales de ejecución no son el talento, pero se concibe que el Espíritu que dirige al médium encuentre en éste una dificultad mecánica menos a vencer. Entretanto, se han visto a médiums que hacen cosas admirables, aunque les falten las primeras nociones, ya sea de poesía, de dibujo, de grabado, de música, etc.; pero entonces es que existe en ellos una aptitud innata, resultante indudablemente de un desarrollo anterior, del cual han conservado la intuición.

31. ¿Podríais dirigir a la Sra. G. S., aquí presente, que es artista, pero que nunca ha conseguido producir algo como médium? –Resp. Trataré de hacerlo si ella lo consiente.

32. (Preguntas de la Sra. G. S.) ¿Cuándo quieres comenzar? –Resp. Cuando quieras, a partir de mañana.

33. ¿Pero cómo he de saber que la inspiración viene de ti? –Resp. La convicción viene con las pruebas; dejadla venir lentamente.

34. ¿Por qué no he tenido éxito hasta el presente? –Resp. Poca persistencia y falta de buena voluntad del Espíritu llamado.

35. Agradezco la asistencia que me prometes. –Resp. Adiós; hasta luego, compañera de trabajo.

Nota – La Sra. G. S. debe haber puesto manos a la obra, pero nosotros aún no sabemos si ha conseguido algún resultado.


El Sr. Girard de Codemberg

Antiguo alumno de la Escuela Politécnica, miembro de varias sociedades culturales y autor de un libro titulado: Le Monde spirituel, ou science chrétienne de communiquer intimement avec les puissances célestes et les âmes heureuses.

Muerto en noviembre de 1858; evocado el 14 de enero siguiente en la Sociedad.
1. Evocación. –Resp. Estoy aquí; ¿qué queréis de mí?

2. ¿Venís con gusto a nuestro llamado? –Resp. Sí.

3. ¿Queréis decirnos qué pensáis actualmente del libro que habéis publicado? –Resp. He cometido algunos errores, pero hay en el mismo algo de bueno y, sin jactancia, soy muy llevado a creer que vosotros mismos aprobaríais lo que he dicho allí.

4. Habéis dicho principalmente que tuvisteis comunicaciones con la madre del Cristo; ¿veis ahora si realmente era Ella? –Resp. No, no era Ella, sino un Espíritu que tomaba su nombre.

5. ¿Con qué objetivo el Espíritu tomaba ese nombre? –Resp. Él me veía transitar por el camino del error y aprovechaba para que yo me complicase aún más; era un Espíritu perturbador, un ser ligero, más propenso al mal que al bien; se sentía feliz al ver mi falsa alegría. Yo era su juguete, como los hombres lo son a menudo de sus semejantes.

6. ¿Cómo vos, dotado de una inteligencia superior, no percibisteis el ridículo de ciertas comunicaciones? –Resp. Estaba fascinado, y creía que todo lo que me decían era bueno.


7. ¿No pensáis que esta obra puede hacer mal, en el sentido de que se presta al ridículo con respecto a las comunicaciones del Más Allá? –Resp. En este sentido, sí; pero también he dicho que tiene algo de bueno y de verdadero; desde otro punto de vista, la misma impresiona a los ojos de las masas, y frecuentemente encontráis un buen germen en aquello que nos parece malo.

8. ¿Sois más feliz ahora que cuando estabais encarnado? –Resp. Sí, pero tengo mucha necesidad de esclarecerme, porque todavía estoy en la niebla que se sigue a la muerte; soy como el escolar que comienza a deletrear.

9. Cuando encarnado, ¿conocisteis El Libro de los Espíritus? –Resp. Nunca le presté atención; yo tenía ideas preconcebidas; en esto pecaba, porque no profundizaba ni estudiaba demasiado todas las cosas; pero el orgullo es siempre lo que nos causa ilusión. Además, esto es propio de los ignorantes, en general: no quieren estudiar sino aquello que prefieren y sólo escuchan a los que los halagan.

10. Pero vos no erais un ignorante: vuestros títulos son la prueba de esto. –Resp. ¿Qué es el sabio de la Tierra delante de la ciencia del Cielo? Además, siempre existe la influencia de ciertos Espíritus interesados en apartarnos de la luz.

Nota – Esto corrobora lo que ya se ha dicho, de que ciertos Espíritus inspiran el alejamiento de las personas que pueden dar consejos útiles y desbaratar sus maquinaciones. Esta influencia nunca es la de un Espíritu bueno.

11. Y ahora, ¿qué pensáis de este libro? –Resp. No podría hablar del mismo sin elogiarlo; pero nosotros no elogiamos, como bien lo sabéis.

12. ¿Se ha modificado vuestra opinión sobre la naturaleza de las penas futuras? –Resp. Sí; yo creía en las penas materiales; ahora creo en las penas morales.

13. ¿Podemos hacer algo que os sea agradable? –Resp. Siempre; haced cada uno por mí una pequeña oración a la noche; os agradeceré por esto; no lo olvidéis.

Nota – El libro del Sr. de Codemberg ha provocado una cierta sensación y, debemos decirlo, una penosa sensación entre los adeptos esclarecidos del Espiritismo, a causa de la extrañeza de ciertas comunicaciones que se prestan bastante al ridículo. La intención era loable, porque era un hombre sincero; pero él es un ejemplo del dominio que ciertos Espíritus pueden ejercer, adulando y exagerando las ideas y los prejuicios de los que no examinan con suficiente severidad los pros y los contras de las comunicaciones espíritas. Sobre todo nos muestra el peligro de difundirlas muy ligeramente al público, porque ellas pueden ser un motivo de repulsión, al fortalecer a ciertas personas en su incredulidad, haciendo así más mal que bien, al darles armas a los enemigos de la causa. Por lo tanto, jamás seríamos demasiado circunspectos al respecto.


El Sr. Poitevin, aeronauta

Muerto hace alrededor de dos meses de una fiebre tifoidea, contraída en consecuencia de un descenso forzado que él hizo en pleno mar.
Sesión de la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas del 11 de febrero de 1859.

1. Evocación. –Resp. Estoy aquí; hablad.

2. ¿Lamentáis la vida terrestre? –Resp. No.

3. ¿Sois más feliz que cuando encarnado? –Resp. Mucho.

4. ¿Qué motivo ha podido llevaros hacia las experiencias aeronáuticas? –Resp. La necesidad.

5. ¿Teníais el pensamiento de servir a la Ciencia? –Resp. De ningún modo.

6. ¿Veis ahora la Ciencia aeronáutica desde otro punto de vista que cuando estabais encarnado? –Resp. No; yo la veía como la veo ahora, porque la apreciaba bien. Veía muchos perfeccionamientos que había que introducir, pero que yo no los podía desarrollar por falta de ciencia; pero esperad: hombres vendrán que le darán la importancia que ella merece y que merecerá un día.

7. ¿Creéis que la Ciencia aeronáutica se volverá un día objeto de utilidad pública? –Resp. Sí, ciertamente.

8. La gran preocupación de los que se ocupan con esta Ciencia es la investigación de los medios para dirigir los globos aerostáticos; ¿pensáis que se llegará a eso? –Resp. Sí, ciertamente.

9. Según vos, ¿cuál es la mayor dificultad que presentan dichos aeróstatos? –Resp. El viento, las tempestades.

10. ¿Entonces no es la dificultad de encontrar un punto de apoyo? –Resp. Si dirigiésemos los vientos, dirigiríamos los globos.

11. ¿Podríais señalar hacia qué punto convendría orientar las investigaciones al respecto? –Resp. Dejemos esto.

12. Cuando encarnado, ¿habíais estudiado los diferentes sistemas propuestos? –Resp. No.

13. ¿Podríais dar consejos a los que se ocupan con estas investigaciones? –Resp. ¿Pensáis que seguirían vuestros consejos?

14. No serían los nuestros, sino los vuestros. –Resp. ¿Queréis un tratado? Lo mandaré hacer.

15. ¿Por quién? –Resp. Por los amigos que me han guiado.

16. Aquí se encuentran dos inventores distinguidos en materia de aerostación: el Sr. Sansón y el Sr. Ducroz, que han obtenido datos científicos muy honorables. ¿Tenéis una idea de sus sistemas? –Resp. No; hay mucho que decir; no los conozco.

17. Admitiendo como resuelto el problema de dirección de los globos aerostáticos, ¿creéis en la posibilidad de una navegación aérea en gran escala, como sobre el mar? –Resp. No, nunca como por el telégrafo.

18. No hablo de la velocidad de las comunicaciones, que jamás puede ser comparada con la del telégrafo, sino del transporte de un gran número de personas y de objetos materiales. ¿Qué resultado se puede esperar con referencia a esto? –Resp. Poca celeridad.

19. Cuando estabais en peligro inminente, ¿pensabais en lo que seríais después de vuestra muerte? –Resp. No; estaba completamente concentrado en mis maniobras.

20. ¿Qué impresión os causaba el pensamiento del peligro que corríais? –Resp. El hábito había embotado el miedo.

21. ¿Qué sensación tuvisteis cuando estabais perdido en el espacio? –Resp. Preocupación, pero felicidad; mi Espíritu parecía escapar de vuestro mundo; sin embargo, las necesidades de hacer maniobras me llamaban con frecuencia a la realidad y me hacían caer en la fría y peligrosa posición en la que me encontraba.

22. ¿Veis con placer que vuestra esposasiga la misma carrera arriesgada que vos? –Resp. No.

23. ¿Cuál es vuestra situación como Espíritu? –Resp. Vivo como vosotros, es decir, que puedo atender a mi vida espiritual como vosotros podéis proveer a vuestra vida material.

Observación – Las curiosas experiencias del Sr. Poitevin, su intrepidez, su notable destreza en las maniobras de los globos aerostáticos, nos hacía esperar de él más elevación y grandeza en sus ideas. El resultado no correspondió a nuestras expectativas; como se ha podido ver, la aerostación no era para él más que una industria, una manera de vivir a través de un género particular de espectáculo; todas sus facultades estaban concentradas en los medios para atraer la curiosidad pública. Es así que, en estas Conversaciones del Más Allá, las previsiones son a menudo inciertas; algunas veces son superadas, en otras uno se depara con menos de lo que se esperaba, lo que es una prueba evidente de la independencia de las comunicaciones.

En una sesión particular, y por intermedio del mismo médium, Poitevin ha dictado los siguientes consejos, para cumplir la promesa que acababa de hacer: cada uno podrá apreciar su valor; nosotros los damos como tema de estudio sobre la naturaleza de los Espíritus y no por su mérito científico, más que discutible.

«Para dirigir a un globo lleno de gas encontraréis siempre las mayores dificultades: la inmensa superficie que él ofrece como presa para los vientos; la poca cantidad de peso que el gas puede llevar; la fragilidad de la envoltura que este aire sutil exige; todas estas causas nunca permitirán dar al sistema aerostático la gran extensión que desearíais verlo tomar. Para que el aeróstato tenga una utilidad real, es preciso que sea un modo de comunicación poderoso y dotado de una cierta rapidez, pero sobre todo poderoso. Hemos dicho que él estaría en un término medio entre la electricidad y el vapor; sí, y por dos razones:

1°) Debe transportar a los viajeros más rápidamente que el ferrocarril, y será menos rápido que el telégrafo, con referencia a los mensajes.

2°) No está en el medio de esos dos sistemas, porque participa a la vez del aire y de la tierra, sirviéndole ambos de camino: está entre el cielo y el mundo.

«No me habéis preguntado si, a través de ese medio, conseguiríais visitar otros planetas. No obstante, este pensamiento es el que ha inquietado a muchos cerebros angustiados, y cuya solución colmaría de asombro a todo vuestro mundo. No, no lo conseguiréis. Imaginad, pues, que para cruzar esos espacios inauditos para vosotros, de millones y millones de leguas, la luz tarda años; por consiguiente, ved cuánto tiempo sería necesario para alcanzarlos, incluso llevados por el vapor o por el viento.

«Volviendo al tema principal, os decía al comienzo que no era preciso esperar mucho de vuestro sistema actualmente empleado; pero obtendréis mucho más al comprimir el aire, actuando sobre el mismo de forma fuerte y extensa; el punto de apoyo que buscáis está delante vuestro, os rodea por todos lados; con él os chocáis a cada uno de vuestros movimientos, obstaculiza diariamente vuestro camino e influye sobre todo lo que tocáis. Pensad bien sobre esto y extraed de esta revelación todo lo que podáis: sus deducciones son enormes. Nosotros no podemos tomaros de la mano y haceros forjar las herramientas necesarias para ese trabajo; no podemos daros, palabra por palabra, una inducción; es preciso que vuestro Espíritu trabaje, que madure sus proyectos, sin lo que no comprenderíais aquello que hicieseis y no sabríais manejar vuestros instrumentos; nosotros mismos seríamos obligados a mover y abrir todos vuestros émbolos, y las circunstancias imprevistas que un día u otro vendrían a dificultar vuestros esfuerzos, os arrojarían en vuestra primera ignorancia.

«Por lo tanto, trabajad y encontraréis lo que estéis buscando; conducid a vuestro Espíritu en la dirección que os indicamos y aprended por la experiencia, que nosotros no os inducimos al error.»

Observación – Estos consejos, aunque contienen indiscutibles verdades, no por esto dejan de denotar a un Espíritu poco esclarecido en ciertos puntos de vista, ya que él parece ignorar la verdadera causa de la imposibilidad de alcanzar otros planetas. Es una prueba más de la diversidad de aptitudes y de luces encontradas en el mundo de los Espíritus, como en la Tierra. Es por la multiplicidad de observaciones que se llega a conocerlo, a comprenderlo y a juzgarlo. Es por eso que damos muestras de todos los géneros de comunicaciones, teniendo el cuidado de hacer resaltar al fuerte y al débil. La comunicación de Poitevin termina con una consideración muy justa, que nos parece haber sido suscitada por un Espíritu más filosófico que el suyo; además, él había dicho que esos consejos serían redactados por sus amigos, que nada enseñan de definitivo.

Aquí encontramos, aún, una nueva prueba de que los hombres que han tenido una especialidad en la Tierra, no siempre son los más apropiados para esclarecernos como Espíritus, sobre todo si no son lo suficientemente elevados para desprenderse de la vida terrestre.

Es de lamentar que, para el progreso de la Aeronáutica, la mayoría de esos hombres intrépidos no puedan poner su experiencia a servicio de la Ciencia, mientras que los teóricos, ajenos a la práctica, son como marineros que nunca han visto el mar. Indiscutiblemente, un día habrá ingenieros en aerostática, como hay ingenieros navales, pero eso sólo será posible cuando aquellos pudiesen ver y sondar por sí mismos las profundidades del océano aéreo. ¡Cuántas ideas no les serían dadas por el contacto real con los elementos, ideas que escapan a las personas del oficio! Porque sea cual fuere su conocimiento, ellos no pueden, desde el fondo de sus gabinetes, percibir todos los escollos; por lo tanto, si un día esta Ciencia debe volverse una realidad, sólo lo será por intermedio de ellos. A los ojos de mucha gente, eso es aún una quimera, y he aquí por qué los inventores, que en general no son capitalistas, no encuentran el apoyo ni el estímulo necesarios. Cuando la aerostación dé dividendos –incluso en esperanzas– y pueda ser comercializada, no le han de faltar capitales. Hasta que esto suceda, es necesario contar con la devoción de aquellos que ven el progreso antes que la especulación. Mientras haya parcimonia en los medios de ejecución, habrá fracasos por la imposibilidad de hacer ensayos en larga escala o en condiciones apropiadas. Serán forzados a proceder con mezquindad, lo que es un mal, en esto como en todas las cosas. El éxito solamente será alcanzado al precio de bastantes sacrificios para entrar plenamente en el camino de la práctica, y quien dice sacrificio dice exclusión de toda idea de beneficio. Esperemos que el pensamiento de dotar al mundo de la solución de un gran problema, aunque no sea más que desde el punto de vista de la Ciencia, inspire algún desinterés generoso. Pero lo primero que hay que hacerse sería dar a los teóricos los medios de adquirir la experiencia del aire, inclusive a través de los medios imperfectos que poseemos. Si Poitevin hubiese sido un hombre de saber y si hubiera inventado un sistema de locomoción aérea, indiscutiblemente hubiese inspirado más confianza a aquellos que nunca abandonaron el suelo, y probablemente hubiera encontrado los recursos que son negados a los otros.




Pensamientos poéticos

Dictados por el Espíritu Alfred de Musset a la Sra. X

Si sufres en la Tierra
Pobre corazón afligido,
Si para ti la miseria
Es obligado sino,
Piensa, en tu quebranto,
Que sigues el camino
Que lleva entre llanto
Hacia un mejor destino.

Los pesares de la vida
¿Son tan graves de soportar
Que tu corazón olvida
Que un día en primer lugar
Como premio por tu sufrir
Tu Espíritu depurado
Podrá los goces sentir
Del mundo etéreo y sagrado?

La vida es una travesía
Cuyo curso bien conoces;
Si procedes con sabiduría
Tus días serán felices.


Observación – La médium que ha servido como intérprete, no solamente desconoce las reglas más elementales de la poesía, sino que jamás pudo componer un solo verso por sí misma. Ella los escribe con una facilidad extraordinaria bajo el dictado de los Espíritus; y si bien es médium hace poco tiempo, ya posee una numerosa y muy interesante colección de poemas. Hemos leído algunos de ellos –encantadores y sumamente oportunos– que le fueron dictados por el Espíritu de una persona que vive a 200 leguas, a quien ella evocó. Esta persona, en estado de vigilia, no es más poeta que la médium.





Sonámbulos remunerados

Uno de nuestros corresponsales nos ha escrito, con referencia a nuestro último artículo sobre los médiums mercenarios, para preguntarnos si nuestras observaciones también se aplican a los sonámbulos remunerados.

Si consentimos remontarnos al origen del fenómeno, se verá que el sonámbulo, aunque pueda considerárselo como una variedad de médium, es un caso diferente del médium propiamente dicho. En efecto, este último recibe sus comunicaciones de otros Espíritus que pueden venir o no según las circunstancias o las simpatías que encuentren. Al contrario, el sonámbulo obra por sí mismo; es su propio Espíritu que se desprende de la materia, y ve relativamente bien según sea más o menos completo su desprendimiento. Es cierto que el sonámbulo está en relación con otros Espíritus que lo asisten más o menos con gusto, en razón de sus simpatías; pero en definitiva es el propio Espíritu que ve y que puede, hasta un cierto punto, disponer de sí mismo sin que otros tengan que decir algo, y sin que su concurso sea indispensable. De eso resulta que el sonámbulo que busca una compensación material por el esfuerzo, a menudo muy grande, proveniente del ejercicio de su facultad, no tiene que vencer las mismas susceptibilidades que el médium que no es sino un instrumento.

Además se sabe que la lucidez sonambúlica se desarrolla a través del ejercicio; ahora bien, aquel que hace de esto su ocupación exclusiva, adquiere tanto más facilidad como condiciones de ver muchas cosas con las cuales termina identificándose, así como con ciertos términos especiales que le vienen más fácilmente a la memoria; en una palabra, él se familiariza con este estado que se vuelve –por así decirlo– su estado normal: nada más lo sorprende. Por otro lado, los hechos están ahí para probar con qué prontitud y con qué nitidez ellos pueden ver; de donde sacamos en conclusión que la remuneración pagada a ciertos sonámbulos no es un obstáculo al desarrollo de la lucidez.

A esto hacen una objeción. Como la lucidez es frecuentemente variable y depende de causas fortuitas, preguntan si el afán de lucro no podría incitar al sonámbulo a fingir esta lucidez, incluso cuando ella le faltase, por fatiga o por otra causa, inconveniente que no puede tener lugar cuando no hay un interés en juego. Esto es muy cierto, pero respondemos que la cuestión tiene su lado malo. Se puede abusar de todo, y por todas partes donde se infiltre el fraude, es necesario reprobarlo. El sonámbulo que así actuase faltaría a la lealtad, lo que desgraciadamente se encuentra también entre los que no duermen. Con un poco de hábito se puede fácilmente percibir eso, y sería difícil engañar por mucho tiempo a un observador experimentado. En esto, como en todas las cosas, lo esencial es asegurarse el grado de confianza que merece la persona a la cual uno se dirige. Si el sonámbulo no remunerado no ofrece este inconveniente, no es preciso creer que su lucidez sea infalible; como cualquier otro, él puede equivocarse si está en malas condiciones; en este aspecto, la experiencia es la mejor guía. En resumen, nosotros no preconizamos a nadie; hemos estado en condiciones de constatar eminentes servicios prestados por unos y por otros; nuestro objetivo era solamente probar que se pueden encontrar buenos sonámbulos en una y en otra condición.


Aforismos espíritas y pensamientos destacados

Los Espíritus se encarnan hombres o mujeres, porque no tienen sexo. Como deben progresar en todo, cada sexo, como cada posición social, les ofrece pruebas y deberes especiales, así como la oportunidad de adquirir experiencia. Aquel que fuese siempre hombre, no sabría sino lo que saben los hombres.

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Por la Doctrina Espírita, la solidaridad no está más restricta a la sociedad terrestre: ella abraza a todos los mundos; por las relaciones que los Espíritus establecen entre las diferentes esferas, la solidaridad es universal, porque de un mundo al otro los seres vivos se prestan un apoyo mutuo.


Aviso

Sin cesar recibimos cartas de nuestros corresponsales que nos piden la Historia de Juana de Arco y la Historia de Luis XI –de las cuales hemos publicado extractos–, así como el álbum de los dibujos del Sr. Victorien Sardou.

Recordamos a nuestros lectores que la Historia de Juana de Arco está actualmente agotada, y que la Historia de Luis XI, como la Vida de Luis IX, aún no han sido publicadas; esperamos que lo sean un día y será un deber para nosotros anunciarlas en nuestra Compilación. Hasta que esto suceda, todo pedido con objeto de procurarse esas obras es innecesario. Lo mismo ocurre con el álbum del Sr. Sardou. El dibujo que hemos presentado de La Casa de Mozart es el único que está en venta en la librería del Sr. Ledoyen.

ALLAN KARDEC





Mayo

Escenas de la vida particular espírita

En nuestro último número hemos presentado el Cuadro de la vida espírita como conjunto; hemos seguido a los Espíritus desde el instante en que dejan su cuerpo terrestre, y rápidamente hemos esbozado sus ocupaciones. Hoy nos proponemos a mostrarlos en acción, reuniendo en un mismo cuadro diversas escenas íntimas, de las que nuestras comunicaciones nos han dado testimonio. Las numerosas Conversaciones familiares del Más Allá, ya publicadas en esta Revista, han podido dar una idea de la situación de los Espíritus según el grado de su adelanto; pero aquí existe un carácter especial de actividad que nos hace conocer aún mejor el papel que –sin que lo sepamos– desempeñan entre nosotros. El tema de estudio, cuyas peripecias vamos a relatar, se nos deparó espontáneamente; presenta mayor interés porque tiene como héroe principal, no uno de esos Espíritus superiores que viven en mundos desconocidos, sino uno de los que, por su propia naturaleza, aún están apegados a la Tierra, un contemporáneo que nos ha dado pruebas manifiestas de su identidad. La acción transcurre entre nosotros, y cada uno desempeña en la misma su papel.

Además, este estudio de costumbres espíritas tiene de particular el hecho de mostrarnos el progreso de los Espíritus en el estado errante, y cómo nosotros podemos contribuir en su educación.

Uno de nuestros amigos que –después de varias experiencias infructuosas en que su paciencia triunfó– se volvió de repente un excelente médium psicógrafo y además un médium auditivo, estaba ocupado en psicografiar con otro médium de su amistad, cuando, a una pregunta dirigida a un Espíritu, obtuvo una respuesta bastante rara y poco seria en la cual no reconocía el carácter del Espíritu evocado. Al haber interpelado al autor de esta respuesta, y después de haberlo intimado en el nombre de Dios a darse a conocer, el Espíritu firmó: Pedro, el Flamenco, nombre completamente desconocido del médium. Fue entonces que se estableció entre ellos, y más tarde entre este Espíritu y nosotros, una serie de conversaciones que vamos a relatar:


Primera conversación
1. ¿Quién eres? No conozco a nadie con ese nombre. –Resp. Uno de tus antiguos compañeros del colegio.

2. No tengo ningún recuerdo de ti. –Resp. ¿Te acuerdas una vez de haber sido golpeado?

3. Es posible; entre escolares esto sucede algunas veces. En efecto, me acuerdo de algo como eso, pero también recuerdo haber pagado con la misma moneda. –Resp. Era yo; pero no estoy resentido.

4. Gracias; tanto como lo recuerdo, tú eras un bribón bastante malo. –Resp. Veo que te vuelve la memoria; no cambié mientras viví. Yo tenía poco juicio, pero en el fondo no era malo; me peleaba con el primero que llegaba: era como una necesidad en mí; después le daba la espalda y no pensaba más en eso.

5. ¿Cuándo y a qué edad has fallecido? –Resp. Hace quince años; yo tenía casi veinte años.

6. ¿De qué has muerto? –Resp. Imprudencias de muchacho..., como consecuencia de mi poco juicio...

7. ¿Aún tienes familia? –Resp. Desde hacía mucho tiempo que había perdido a mi padre y a mi madre; vivía en la casa de un tío, mi único pariente... Si vas a Cambrai te aconsejo ir a verlo...; es un muy buen hombre al que amo mucho, aunque él me haya tratado duramente; pero yo lo merecía.

8. ¿Él se llama como tú? –Resp. No; no hay nadie más en Cambrai con mi nombre; él se llama W...; vive en la calle..., Nº...; verás que soy yo realmente quien te habla.

Observación – El hecho ha sido verificado por el propio médium en un viaje que hizo algún tiempo después. Encontró al Sr. W... en la dirección indicada; en efecto, éste le dijo que había tenido un sobrino con ese nombre, un verdadero inconsecuente, bastante mal sujeto, que murió en 1844, poco tiempo después de haber sido exceptuado de la conscripción. Esta circunstancia no había sido indicada por el Espíritu; él lo ha hecho espontáneamente más tarde; se verá en qué ocasión.

9. ¿Has venido por acaso a mi casa? –Resp. No ha sido por acaso; más bien creo que un buen genio me ha conducido hasta ti, porque tengo la idea de que ambos ganaremos con este reencuentro... Yo estaba aquí al lado, en la casa de tu vecino, ocupado en mirar cuadros..., no son precisamente cuadros de iglesia...; de repente te he percibido y he venido. Te vi ocupado en conversar con otro Espíritu y quise entrometerme en la conversación.

10. ¿Pero por qué has respondido a las preguntas que yo hacía a otro Espíritu? Esto no es digno de un buen compañero. –Resp. Yo estaba en presencia de un Espíritu serio que no me parecía dispuesto a responder; respondiendo en su lugar, imaginaba que él iba a tomar la palabra, pero no tuve éxito; al no decir la verdad, esperaba forzarlo a hablar.

11. Esto está muy mal, porque podría haber dado resultados lamentables si yo no hubiera percibido la superchería. –Resp. Tarde o temprano lo habrías sabido.

12. Dime una cosa, ¿cómo has entrado aquí? –Resp. ¡Qué pregunta! ¿Será que tenemos necesidad de tirar el cordón de la campanilla?

13. ¿Puedes entonces ir a todas partes y entrar en cualquier lado? –Resp. ¡Claro! ¡E incluso sin avisar! No es en vano que somos Espíritus.

14. Sin embargo yo creía que ciertos Espíritus no tenían el poder de entrar en todas las reuniones. –Resp. ¿Es que, por ventura, crees que tu cuarto es un santuario, y que yo sea indigno de entrar en él?

15. Responde seriamente a mi pregunta y basta de bromas de mal gusto, te lo pido; ves que no estoy de humor para soportarlas y que los Espíritus mistificadores no son bien recibidos en mi casa. –Resp. Es verdad que existen reuniones de Espíritus donde nosotros, los truhanes, no podemos entrar; pero son los Espíritus superiores que nos lo impiden y no vosotros, hombres; además, cuando vamos a algún lugar, sabemos muy bien callarnos y mantenernos a distancia cuando es preciso; nosotros escuchamos, y si eso nos aburre nos vamos de allí... ¡Vamos! Tú no pareces estar encantado con mi visita.

16. Es que no recibo de buen grado al primero que llega, y francamente estoy disgustado, porque has perturbado una conversación seria. –Resp. No te enojes..., no quiero que te resientas...; me portaré bien... Otra vez me haré anunciar.

17. Entonces hace quince años que has muerto... –Resp. Entendámonos: es mi cuerpo que está muerto; pero yo, el que te habla, no he muerto.

Observación – A menudo se encuentran entre los Espíritus, inclusive entre los ligeros y jocosos, palabras de una gran profundidad. Ese YO, que no está muerto, es totalmente filosófico.

18. Es bien así como lo entiendo. Al respecto, dime una cosa: tal como estás ahora, ¿me ves con tanta nitidez como si tuvieses tu cuerpo? –Resp. Te veo aún mejor; yo era miope; es por eso que fui exceptuado de la conscripción.

19. Estaba diciendo que entonces hace quince años que has muerto, y me pareces tan atolondrado como antes; ¿no has, pues, avanzado? –Resp. Soy lo que era antes: ni mejor, ni peor.

20. ¿En qué pasas el tiempo? –Resp. No tengo otras ocupaciones que la de divertirme o informarme sobre los acontecimientos que pueden influir en mi destino. Veo mucho; paso una parte de mi tiempo en casa de amigos, en teatros... A veces sorprendo cosas divertidas... ¡Si las personas supiesen que tienen testigos cuando uno cree estar solo!... En fin, hago de modo que mi tiempo me sea lo menos pesado posible... No sabría decir cuánto esto durará; sin embargo, me encuentro así desde hace un cierto tiempo... ¿Tienes una explicación para mi caso?

21. En suma, ¿eres más feliz que cuando estabas encarnado? –Resp. No.

22. ¿Qué es lo que te falta? No tienes necesidad de nada; no sufres más; no temes ser arruinado; vas a todas partes y ves todo; no temes las preocupaciones, ni las enfermedades, ni los achaques de la vejez; ¿no es ésa una existencia feliz? –Resp. Me falta la realidad de los placeres; no soy lo suficientemente avanzado como para disfrutar de una felicidad moral; envidio todo lo que veo, y es eso lo que me tortura; ¡me aburro y trato de matar el tiempo como puedo!... ¡El tiempo es muy largo!... Siento una inquietud que no puedo definir...; preferiría sufrir las miserias de la vida que esta ansiedad que me agobia.

Observación – ¿No es éste un elocuente cuadro de los sufrimientos morales de los Espíritus inferiores? Envidiar todo lo que ven; tener los mismos deseos y, en realidad, no disfrutar de nada, debe ser una verdadera tortura.

23. Has dicho que ibas a ver a tus amigos; ¿no es ésta una distracción? –Resp. Mis amigos no saben que estoy con ellos, y además no piensan más en mí: esto me hace mal.

24. ¿No tienes amigos entre los Espíritus? –Resp. Inconsecuentes y bribones como yo, y que también se aburren; su compañía no es muy agradable; los que son felices y sensatos se alejan de mí.

25. ¡Pobre muchacho! Te compadezco, y si yo pudiese ser útil, lo haría con placer. –Resp. ¡Si supieras qué bien me hacen estas palabras! Es la primera vez que las escucho.

26. ¿No podrías buscar las ocasiones de observar y de escuchar las cosas buenas y útiles que servirían para tu adelanto? –Resp. Sí, pero para esto sería preciso que yo sepa aprovechar esas lecciones; confieso que de preferencia me gusta asistir a escenas de amor y libertinaje que no han influido a mi Espíritu hacia el bien. Antes de entrar en tu casa, yo estaba allá, mirando cuadros que despertaban en mí ciertas ideas...; pero olvidemos esto... Entretanto, he sabido resistir a la voluntad de pedir reencarnarme para gozar los placeres de los que tanto he abusado; ahora veo cuánto yo habría errado. Al venir a tu casa, siento que hice bien.

27. ¡Muy bien! Espero que en el futuro me des la satisfacción –si te interesa mi amistad– de no detener más tu atención en los cuadros que pueden inspirarte malas ideas, y que, por el contrario, pienses en lo que podrás escuchar aquí de bueno y de útil para ti. Te sentirás bien: créeme. –Resp. Si esta es tu idea, será también la mía.

28. Cuando vas al teatro, ¿experimentas las mismas emociones que tenías cuando encarnado? –Resp. Varias emociones diferentes; al principio, aquéllas; después me entrometo algunas veces en las conversaciones... y escucho cosas singulares.

29. ¿Cuál es tu teatro predilecto? –Resp. Les Variétés; pero frecuentemente sucede que voy a verlos a todos en la misma noche. Voy también a los bailes y a las reuniones donde uno se divierte.

30. De manera que, mientras te diviertes, puedes instruirte, porque es posible observar mucho en tu posición. –Resp. Sí; pero lo que prefiero más son ciertos coloquios; es verdaderamente curioso ver los tejemanejes de algunos individuos, sobre todo de los que quieren hacer creer que todavía son jóvenes. En todas estas habladurías, nadie dice la verdad: el corazón se maquilla como el rostro y así nadie se entiende. Sobre este asunto hice un estudio de costumbres.

31. ¡Pues bien! ¿No ves que podríamos tener juntos pequeñas y buenas charlas como ésta, de las que uno y otro podemos sacar buen provecho? –Resp. Siempre; como tú lo dices: primero para ti y luego para mí. Tienes ocupaciones que necesitas de tu cuerpo; yo puedo hacer todas las gestiones posibles para instruirme sin perjudicar a mi existencia.

32. Puesto que es así, continuarás tus observaciones o –como tú dices– tus estudios de costumbres; hasta ahora casi no has aprovechado esto; es necesario que ello sirva para tu esclarecimiento, y para eso es preciso que lo hagas con un objetivo serio y no para divertirte y matar el tiempo. Me dirás lo que has visto: reflexionaremos al respecto y sacaremos las conclusiones para nuestra instrucción mutua. –Resp. Será inclusive muy interesante; sí, ciertamente, estoy a tu servicio.

33. Esto no es todo; me gustaría proporcionarte la ocasión de practicar una buena acción; ¿lo quieres? –Resp. ¡De todo corazón! Se dirá, pues, que podré servir para algo. Dime inmediatamente lo que es necesario que yo haga.

34. ¡Despacio! No confío así misiones delicadas a aquellos a quien todavía no tengo plena confianza. Tú tienes buena voluntad, no lo dudo; ¿pero tendrás la perseverancia necesaria? He aquí la cuestión. Por consiguiente, es preciso que yo aprenda a conocerte mejor, para saber de lo que
eres capaz y hasta qué punto puedo contar contigo. Conversaremos de esto en otra oportunidad. –Resp. Lo verás.

35. Por lo tanto, adiós por hoy. –Resp. Hasta pronto.

Segunda conversación

36. Entonces, mi querido Pedro, ¿has reflexionado seriamente sobre lo que hemos conversado el otro día? –Resp. Más seriamente de lo que crees, porque estoy empeñado en probarte que valgo más de lo que parezco. Me siento más a gusto desde que tengo algo para hacer; ahora tengo un objetivo y no me aburro más.

37. He hablado de ti al Sr. Allan Kardec; le he comunicado nuestra conversación y él se puso muy contento con la misma; desea entrar en contacto contigo. –Resp. Lo sé: estuve en su casa.

38. ¿Quién te ha conducido allí? –Resp. Tu pensamiento. Volví aquí después de aquel día; vi que tú querías hablarle de mí y me he dicho: Vamos allá primero, que probablemente encontraré algún tema de observación y tal vez la ocasión de ser útil.

39. Me agrada verte con esos pensamientos serios. ¿Qué impresión has tenido de esa visita? –Resp. ¡Oh, una gran impresión! He aprendido cosas de las cuales ni sospechaba y que me han esclarecido sobre mi futuro. Es como una luz que se ha hecho para mí; ahora comprendo todo lo que he de ganar al perfeccionarme... Es necesario..., es necesario.

40. Sin ser indiscreto, ¿puedo preguntarte lo que has visto en su casa? –Resp. Seguramente; en su casa como en la de otros, he visto tanto que sólo diré lo que quiero... o lo que puedo decir.

41. ¿Qué quieres expresar con esto? ¿No puedes decir todo lo que quieres? –Resp. No; desde hace unos días veo a un Espíritu que parece seguirme por todas partes, que me impele o que me retiene; se diría que me dirige. Siento un impulso del que no me doy cuenta y al cual obedezco aunque yo no quiera; si quiero decir o hacer algo fuera de lugar, él se pone delante mío..., me observa... y yo me callo..., me detengo.

42. ¿Quién es este Espíritu? –Resp. No sé nada sobre él; pero me domina.

43. ¿Por qué no se lo preguntas? –Resp. No me atrevo; cuando quiero hablarle, me mira y se me traba la lengua.

Observación – Es evidente que la palabra lengua está aquí en sentido figurado, puesto que los Espíritus no tienen lenguaje articulado.

44. Debes ver si él es bueno o malo. –Resp. Debe ser bueno, ya que me impide decir tonterías; pero es severo... A veces tiene un aire de enojado, y otras veces parece mirarme con ternura... Me ha venido al pensamiento que bien podría ser mi padre, en Espíritu, que no quiere darse a conocer.

45. Esto me parece probable; él no debe estar muy contento contigo. Escúchame bien: voy a darte un consejo al respecto. Sabemos que los padres tienen por misión educar a sus hijos y encaminarlos a la buena senda; por consiguiente, ellos son responsables del bien y del mal que hacen estos últimos, según la educación que han recibido, y por eso sufren o son felices en el mundo de los Espíritus. Por lo tanto, la conducta de los hijos influye hasta un cierto punto sobre la felicidad o la desdicha de sus padres después de la muerte. Como tu conducta en la Tierra no ha sido muy edificante, y como desde que has desencarnado hiciste poca cosa de bueno, tu padre debe sufrir con esto si él se reprocha a sí mismo por no haberte dirigido hacia el bien... –Resp. Si yo no me volví un buen sujeto, no fue por falta de haber sido corregido más de una vez.

46. Tal vez no hubiese sido el mejor medio de conducirte; sea como fuere, su afecto por ti es siempre el mismo, y él te lo demuestra al acercarse a ti –si es él, como presumo. Debe estar feliz con tu cambio, lo que explica que alterne la ternura con el enojo; quiere ayudarte en el buen camino que acabas de entrar y, cuando te ve sólidamente comprometido en el mismo, estoy persuadido que se dará a conocer. Por eso, al trabajar por tu propia felicidad, trabajarás por la suya. Incluso yo no me sorprendería de que fuese él quien te haya impulsado a venir a mi casa. Si no lo ha hecho antes, fue porque ha querido dejarte tiempo para que comprendas el vacío de tu existencia ociosa y para que sientas los sinsabores de la misma. –Resp. ¡Gracias! ¡Gracias!... Él está aquí, atrás de ti... Ha puesto la mano sobre tu cabeza, como si te dictara las palabras que acabas de decir.

47. Volvamos al Sr. Allan Kardec. –Resp. He ido a su casa anteayer a la noche; él estaba ocupado, escribiendo en su gabinete...; trabajaba en una nueva obra que prepara... ¡Ah! Él cuida bien de nosotros, pobres Espíritus; si no se nos conoce no será por su culpa.

48. ¿Estaba solo? –Resp. Sí, solo, es decir, que no había ninguna persona con él; pero a su alrededor había una veintena de Espíritus que conversaban por encima de su cabeza.

49. ¿Él los escuchaba? –Resp. Los escuchaba tan bien que observaba hacia todos los lados para identificar de dónde venía ese ruido y para ver si no eran miles de moscas; luego abrió la ventana para observar si no era el viento o la lluvia.

Observación – El hecho era absolutamente exacto.

50. Entre todos esos Espíritus, ¿has reconocido a alguno? –Resp. No; ellos no son con los que me reunía; yo tenía un aire de intruso y me puse en un rincón para observar.

51. Esos Espíritus ¿parecían interesados en lo que él escribía? –Resp. ¡Ya lo creo! Sobre todo había dos o tres que le inspiraban lo que escribía y que daban la impresión de aconsejarse con los otros; él simplemente creía que las ideas eran suyas, y parecía contento con eso.

52. ¿Es todo lo que has visto? –Resp. Después llegaron ocho o diez personas que se reunieron en otro cuarto con Kardec. Se pusieron a conversar; le hacían preguntas: él respondía y explicaba.

53. ¿Conoces a las personas que estaban allí? –Resp. No; sólo sé que había personas importantes, porque a uno de ellos siempre llamaban: Príncipe, y a otro, Sr. Duque. Los Espíritus también llegaron en masa: había por lo menos una centena, de los cuales varios tenían sobre la cabeza como coronas de fuego; los otros se mantenían apartados y escuchaban.

54. Y tú, ¿qué hacías? –Resp. También escuchaba, pero principalmente observaba; entonces me vino la idea de hacer una cosa muy útil para Kardec; te diré más tarde lo que era, cuando lo haya logrado. Dejé, pues, la reunión y, al caminar por las calles, me divertí paseando ociosamente por los negocios y mezclándome entre la multitud.

55. De modo que en lugar de ir a tus quehaceres, perdiste el tiempo. –Resp. No lo he perdido, puesto que he impedido un robo.

56. ¡Ah! ¿También te entrometes en los asuntos de la policía? –Resp. ¿Por qué no? Al pasar por un negocio cerrado, noté que adentro sucedía algo raro; entré y vi a un joven muy agitado, que iba y venía como si quisiese robar la caja del comerciante. Había con él dos Espíritus, siendo que uno de ellos le susurraba al oído: ¡Vamos, cobarde! La caja está llena; podrás divertirte a gusto, etc. El otro Espíritu tenía el rostro de una mujer, bella y llena de nobleza, con algo celestial y bueno en la mirada; le decía: ¡Detente! ¡Vete! No te dejes tentar; y le susurraba las palabras: prisión, deshonra.

El joven dudaba. En el momento en que se aproximaba al mostrador, me puse delante de él para detenerlo. El Espíritu malo me preguntó por qué yo me metía. Quiero impedir –le dije– que este muchacho cometa una mala acción, y que tal vez sea condenado a galeras. Entonces el Espíritu bueno se acercó a mí y dijo: Es necesario que él experimente la tentación: es una prueba; si sucumbe, será por su culpa. El ladrón iba a triunfar, cuando el Espíritu malo usó un abominable ardid que tuvo éxito; le hizo notar una botella sobre una mesita: era aguardiente; le inspiró la idea de beber para darse coraje. El desdichado está perdido, pensé...; tratemos al menos de salvar algo. Yo no tenía más que un recurso: el de advertir al patrón... ¡rápido! He aquí que en un instante yo estaba con él en el primer piso del negocio. Se preparaba para jugar a las cartas con la esposa; era preciso encontrar un medio para hacerlo descender.

57. Si él fuese médium le habrías hecho escribir que estaba por ser robado. ¿Creería al menos en los Espíritus? –Resp. Él no tenía bastante espíritu como para saber lo que era eso.

58. No te conocía el talento de hacer juego de palabras. –Resp. Si me interrumpes, no diré nada más. Hice conque él tuviese un fuerte estornudo; entonces quiso aspirar su tabaco rapé, pero percibió que había olvidado la tabaquera en el negocio. Llamó a su pequeño hijo que dormía en un rincón y lo mandó para que fuese a buscarla...; no era esto lo que yo quería...; el hijo se despertó refunfuñando... Susurré a los oídos de la madre para que le dijera: No despiertes al niño; tú mismo puedes ir. –Finalmente el dueño se decidió a ir...; lo seguí, para hacerlo caminar más rápido. Al llegar a la puerta percibió luz en el negocio y oyó un ruido. He aquí que el miedo se apoderó de él y le temblaron las piernas: lo empujé para hacerlo avanzar; si hubiese entrado súbitamente, sorprendería al ladrón como en una trampa; en lugar de esto, el gordo imbécil se puso a gritar: ¡ladrón! El ladrón huyó, pero en su precipitación –perturbado que estaba por el aguardiente– se olvidó de recoger su gorra. El comerciante entró cuando ya no había nadie... ¿Lo que hará con la gorra? Eso no es asunto mío...: aquel sujeto ya no está metido en un lío. Gracias a mí, el ladrón no tuvo tiempo para consumar el hecho, y el comerciante se libró de él por el miedo; esto no le ha impedido de decir, al subir, que había derribado a un hombre de seis pies de altura. –¡Ved un poco, dijo él, lo que son las cosas! ¡Si yo no hubiera tenido la idea de tomar rapé!... –¡Si yo no te hubiese impedido de enviar a nuestro hijo! –dijo la mujer... –¡Es preciso concordar que ambos hemos tenido buen olfato! –¡Lo que es el azar!

He aquí, querido mío, cómo se nos agradece.

59. Tú eres un muchacho valiente, mi querido Pedro, y te felicito. Que la ingratitud de los hombres no te desanime; encontrarás así a muchos otros, ahora que te pones a prestarles servicio, hasta incluso entre los que creen en la intervención de los Espíritus. –Resp. Sí, y sé que los ingratos serán pagados con la misma moneda.

60. Ahora veo que puedo contar contigo, y que te estás volviendo verdaderamente serio. –Resp. Más tarde verás que seré yo quien te dará lecciones de moral.

61. Tengo necesidad de ellas como cualquier otro, y recibo con gusto los buenos consejos, de cualquier parte que vengan. Te he dicho que quería que hicieses
una buena acción; ¿estás dispuesto? –Resp. ¿Puedes dudarlo?

62. Creo que uno de mis amigos está amenazado de grandes decepciones, si continúa siguiendo la mala senda en la que se encuentra; las ilusiones que se hace pueden perderlo. Quisiera que intentases traerlo nuevamente hacia el buen camino, con algo que pudiera impresionarlo vivamente; ¿comprendes mi pensamiento? –Resp. Sí; quisieras que yo hiciese alguna buena manifestación: por ejemplo, una aparición. Pero esto no está en mi poder. Entretanto, a veces puedo –cuando tengo el permiso– dar pruebas sensibles de mi presencia; tú lo sabes.

Observación – El médium al cual este Espíritu parece estar vinculado es avisado de su presencia por una impresión muy sensible, inclusive cuando ni piensa en llamarlo. Él lo reconoce por una especie de roce que siente en el brazo, en la espalda y en los hombros; pero algunas veces los efectos son más enérgicos. En una reunión que tuvo lugar en nuestra casa el 24 de marzo último, este Espíritu respondió a las preguntas por intermedio de otro médium. Se hablaba de su poder físico; de repente, como para dar una prueba, él tomó a uno de los asistentes por la pierna, y por medio de una violenta sacudida, lo levantó de la silla y lo arrojó –completamente aturdido– hacia el otro extremo de la sala.

63. Haz lo que quieras o, mejor dicho, lo que puedas. Te aviso que él es médium. –Resp. Mucho mejor; tengo mi plan.

64. ¿Qué piensas hacer? –Resp. En principio, voy a estudiar la situación; ver de qué Espíritus está rodeado y si hay medios de hacer algo con ellos. Una vez en su casa, me anunciaré, como lo he hecho en la tuya; me interpelarán y responderé: «Soy yo, Pedro, el Flamenco, mensajero en Espíritu, que viene a ponerse a vuestro servicio y que, al mismo tiempo, desearía agradeceros. He escuchado decir que cultiváis ciertas ideas que están trastornándoos y que ya os hacen volver la espalda a vuestros amigos; creo un deber advertiros, en vuestro interés, cuán lejos están esas ideas de ser provechosas para vuestra felicidad futura. Puedo aseguraros que vengo a veros con buenas intenciones: palabra de honor de el Flamenco. Temed a la cólera de los Espíritus, y más aún a la de Dios; creed en las palabras de vuestro servidor, que puede afirmaros que su misión es totalmente dirigida hacia el bien. (Sic.)

Si me expulsan, volveré tres veces, y después veré lo que debo hacer. ¿Está bien así?

65. Muy bien, amigo mío, pero no digas ni más ni menos. –Resp. Palabra por palabra.

66. Pero si te preguntan quién te encargó esa misión, ¿qué responderás? –Resp. Los Espíritus superiores. Para el bien, puedo no decir totalmente la verdad.

67. Te equivocas; desde el momento en que se obra para el bien, es siempre por inspiración de los Espíritus buenos; por eso tu conciencia puede estar tranquila, porque los Espíritus malos nunca nos llevan a hacer cosas buenas. –Resp. Entendí.

68. Te agradezco y te felicito por tu buena disposición. ¿Cuándo quieres que te llame para que me hagas conocer el resultado de la misión? –Resp. Te avisaré.

(Continúa en el próximo número.)



Música del Más Allá

Mozart

1. Sin duda sabéis el motivo por el cual os hemos llamado. –Resp. Vuestro llamado me complace.

2. ¿Reconocéis el fragmento que se acaba de tocar como siendo dictado por vos? –Resp. Sí, muy bien; lo reconozco perfectamente. El médium que me ha servido de intérprete es un amigo que no me ha traicionado.

3. ¿Cuál de los dos fragmentos preferís? –Resp. El segundo, sin comparación.

4. ¿Por qué? –Resp. La dulzura y el encanto son en él más vivos y más tiernos a la vez.

Nota – En efecto, esas son las cualidades que se han reconocido en ese fragmento.

5. La música del mundo que habitáis, ¿puede compararse con
la nuestra? –Resp. Para vosotros sería difícil comprenderla; nosotros tenemos sentidos que vosotros no poseéis.

6. Se nos ha dicho que en vuestro mundo hay una armonía natural, universal, que no conocemos en este mundo. –Resp. Es verdad; en vuestra Tierra, vosotros hacéis la música; aquí, toda la Naturaleza hace escuchar sus sonidos melodiosos.

7. ¿Podríais vos mismo tocar el piano? –Resp. Podría, sin duda, pero no quiero; es inútil.

8. Sin embargo, ése sería un poderoso motivo de convicción. –Resp. ¿No estáis convencidos?

Nota – Sabemos que los Espíritus nunca se prestan a pruebas; a menudo hacen espontáneamente lo que no se les pide; además, ésta entra en la categoría de las manifestaciones físicas, con las cuales los Espíritus elevados no se ocupan.

9. ¿Qué pensáis de la reciente publicación de vuestras Cartas? –Resp. Esto ha evocado mucho mis recuerdos.

10. Vuestro recuerdo está en la memoria de todo el mundo; ¿podríais especificar el efecto que esas Cartas han producido en la opinión pública? –Resp. Sí, sus lectores me han amado más y se han apegado mucho más a mí como hombre, de lo que lo hacían antes.

Nota – La persona que ha formulado estas últimas preguntas, ajena a la Sociedad, confirma efectivamente que esa ha sido la impresión producida por esta publicación.

11. Deseamos interrogar a Chopin; ¿podemos? –Resp. Sí; él está más triste y más sombrío que yo.



Chopin

12. (Después de la evocación.) ¿Podríais decirnos en qué situación estáis como Espíritu? –Resp. Aún errante.

13. ¿Lamentáis la vida terrestre? –Resp. Yo no soy infeliz.

14. ¿Sois más feliz de lo que erais? –Resp. Sí, un poco.

15. Decís un poco, lo que quiere decir que no hay una gran diferencia; ¿qué os falta para serlo más? –Resp. Digo un poco con relación a lo que yo podría haber sido, porque, con mi inteligencia, podría haber avanzado más de lo que lo he hecho.

16. ¿Esperáis alcanzar un día la felicidad que no tenéis ahora? –Resp. Seguramente, ella vendrá, pero serán necesarias nuevas pruebas.

17. Mozart dice que estáis sombrío y triste; ¿por qué esto? –Resp. Mozart dice la verdad. Me entristezco, porque yo había emprendido una prueba que no he conducido bien, y no he tenido más el coraje de recomenzarla.

18. ¿Cómo apreciáis vuestras obras musicales? –Resp. Las estimo mucho; pero entre nosotros las hacemos mejores; sobre todo se las ejecuta mejor: se tienen más medios.

19. ¿Quiénes son, pues, vuestros ejecutantes? –Resp. Tenemos bajo nuestras órdenes a legiones de ejecutantes que tocan nuestras composiciones con mil veces más arte que cualquiera de vosotros; son músicos completos. El instrumento del cual se sirven es su garganta, por así decirlo, y son ayudados por instrumentos, especies de órganos de una precisión y de una melodía que vosotros aún no podéis comprender.

20. ¿Estáis realmente errante? –Resp. Sí; es decir, que no pertenezco exclusivamente a ningún planeta.

21. Y vuestros ejecutantes, ¿están también en la erraticidad? –Resp. Errantes como yo.

22. (A Mozart.) ¿Tendríais la bondad de explicarnos lo que acaba de decir Chopin? No comprendemos esa ejecución por Espíritus errantes. –Resp. Concibo vuestra sorpresa; sin embargo, ya os hemos dichoque hay mundos particularmente destinados a los seres errantes, mundos en los cuales ellos pueden habitar temporalmente, especies de campamentos, de parajes para reposar sus fatigas por una erraticidad demasiado prolongada, estado que siempre es un poco penoso.

23. (A Chopin.) ¿Reconocéis aquí a una de vuestras alumnas? –Resp. Sí, la reconozco.

24. ¿Estaríais bien a gusto al asistir la ejecución del trecho de una de vuestras composiciones? –Resp. Esto me complacería mucho, sobre todo ejecutado por una persona que ha guardado de mí un buen recuerdo; que ella acepte mis agradecimientos.

25. ¿Podríais darnos vuestra opinión sobre la música de Mozart? –Resp. Me gusta mucho; considero a Mozart como mi maestro.

26. ¿Compartís su opinión con relación a la música de hoy? –Resp. Mozart ha dicho que la música era mejor comprendida en su tiempo que hoy: es verdad; no obstante, objetaré que aún existen verdaderos artistas.

Nota – El Fragmento de una Sonata dictado por el Espíritu Mozart acaba de ser publicado. Puede ser adquirido en la oficina de redacción de la Revista Espírita o en la librería espírita del Sr. Ledoyen, Palais-Royal (Palacio Real), Galería de Orleáns Nº 31. Precio: 2 francos. Será remitido con gastos de correo pagos, contra giro postal en este valor.




Mundos intermediarios o transitorios

Hemos visto, por una de las respuestas dadas en el artículo precedente, que habría –al parecer– mundos destinados a los Espíritus errantes. La idea de estos mundos no estaba en el pensamiento de ninguno de los asistentes, y nadie la hubiera pensado si no fuese la revelación espontánea de Mozart, nueva prueba de que las comunicaciones espíritas son independientes de toda opinión preconcebida. Con el objetivo de profundizar esta cuestión, nosotros la hemos sometido a otro Espíritu, fuera de la Sociedad y por intermedio de otro médium, que de esto no tenía ningún conocimiento.

1. (A san Agustín.) ¿Existen –como se nos ha dicho– mundos que sirven a los Espíritus errantes como estaciones y puntos de reposo? –Resp. Sí, pero son graduales, es decir, que ocupan posiciones intermediarias entre los otros mundos, según la naturaleza de los Espíritus que pueden ir allí, y que en éstos gozan de un mayor o menor bienestar.

2. Los Espíritus que habitan en esos mundos, ¿pueden dejarlos a voluntad? –Resp. Sí; los Espíritus que se encuentran en esos mundos pueden dejarlos para dirigirse hacia donde deban ir. Imaginadlos como aves de paso que se detienen en una isla, esperando recobrar sus fuerzas para dirigirse hacia su destino.

3. ¿Progresan los Espíritus durante esas estaciones en los mundos intermediarios? –Resp. Ciertamente; los que se reúnen así lo hacen con el objetivo de instruirse y de poder obtener más fácilmente el permiso para ir a lugares mejores, y conseguir la posición que han obtenido los elegidos.

4. Por su naturaleza especial, ¿esos mundos son perpetuamente destinados a los Espíritus errantes? –Resp. No; su posición no es más que transitoria.

5. ¿Están habitados, al mismo tiempo, por seres corporales? –Resp. No.

6. ¿Tienen dichos mundos una constitución análoga a la de otros planetas? –Resp. Sí, pero la superficie es estéril.

7. ¿Por qué esta esterilidad? –Resp. Aquellos que los habitan no tienen necesidad de nada.

8. Esa esterilidad ¿es permanente o deriva de su naturaleza especial? –Resp. No, son transitoriamente estériles.

9. Esos mundos ¿deben entonces hallarse desprovistos de bellezas naturales? –Resp. La Naturaleza se traduce en las bellezas de la inmensidad, que no son menos admirables que lo que vosotros llamáis bellezas naturales.

10. ¿Existen esos mundos en nuestro sistema planetario? –Resp. No.

11. Puesto que su estado es transitorio, ¿estará un día nuestra Tierra en ese número? –Resp. Ya lo estuvo.

12. ¿En qué época? –Resp. Durante su formación.

Observación – Esta comunicación confirma una vez más esa gran verdad de que nada es inútil en la Naturaleza; cada cosa tiene su objetivo y su destino. Nada está vacío; todo está habitado, y la vida está en todas partes. Así, durante la larga serie de los siglos que han transcurrido antes de la aparición del hombre en la Tierra, durante esos lentos períodos de transición atestiguados por las capas geológicas, incluso antes de la formación de los primeros seres orgánicos, no había ausencia de vida sobre esa masa informe, en ese árido caos donde los elementos estaban confundidos, ya que allí encontraban refugio seres que no tenían nuestras necesidades ni nuestras sensaciones físicas. Dios ha querido que, inclusive en este estado imperfecto, la Tierra sirviera para algo. Por lo tanto, ¿quién se atrevería a decir que entre esos miles de millones de mundos que circulan en la inmensidad, uno solo –uno de los más pequeños, perdido en la multitud– tuviese el privilegio exclusivo de estar habitado? ¿Cuál sería, entonces, la utilidad de los otros? ¿Dios los habría creado apenas para recrear nuestra vista? Suposición absurda, incompatible con la sabiduría que emana de todas sus obras. Nadie discutirá que en esta idea de los mundos aún inadecuados para la vida material –y no obstante poblados por seres vivos apropiados a ese medio–, existe algo de grande y de sublime, donde quizá se encuentra la solución de más de un problema.



El lazo entre el Espíritu y el cuerpo

Una de nuestras amigas, la Sra. Schutz, que pertenece a este mundo y que no parece querer dejarlo tan pronto, habiendo sido evocada mientras ella dormía, más de una vez nos ha dado pruebas de la perspicacia de su Espíritu en ese estado. Un día o, mejor dicho, una noche, después de una conversación bastante extensa, ella dijo: Estoy fatigada; tengo necesidad de reposo; duermo, pero mi cuerpo precisa descansar.

Sobre este asunto, le hice la siguiente observación: Vuestro cuerpo puede reposar; al hablaros, yo no lo perjudico; es vuestro Espíritu que está aquí y no vuestro cuerpo; por lo tanto, podéis conversar conmigo, sin que éste sufra. Ella respondió:

«Os equivocáis al creer esto; mi Espíritu se desprende muy poco de mi cuerpo, pero es como un globo cautivo que está retenido por cuerdas. Cuando el globo recibe las sacudidas causadas por el viento, el poste que lo mantiene cautivo siente la conmoción de las mismas, transmitidas por esas cuerdas. Mi cuerpo es como si fuese el poste para mi Espíritu, con la diferencia de que experimenta sensaciones desconocidas para el poste, y que dichas sensaciones fatigan mucho al cerebro: he aquí por qué mi cuerpo –como mi Espíritu– precisa de reposo.»

Esta explicación, en la cual ella nos ha declarado que, durante la vigilia, nunca había pensado, muestra perfectamente las relaciones que existen entre el cuerpo y el Espíritu, cuando este último disfruta una parte de su libertad. Sabíamos muy bien que la separación absoluta sólo ocurre después de la muerte, e incluso algún tiempo después de la muerte; pero jamás este lazo nos había sido descripto con una imagen tan clara y tan admirable; por eso hemos felicitado sinceramente a esta dama, por tanta lucidez que ha tenido mientras dormía.

Entretanto, esto no nos parecía sino una ingeniosa comparación, cuando últimamente esta figura tomó proporciones reales. El Sr. R..., antiguo ministro residente en los Estados Unidos junto con el rey de Nápoles –hombre muy esclarecido sobre Espiritismo–, habiendo venido a vernos, nos preguntó si en los fenómenos de las apariciones ya habíamos observado una particularidad distintiva entre el Espíritu de una persona viva y el de una persona muerta; en una palabra, si tendríamos un medio de reconocer cuándo la persona está muerta o viva, en el momento en que un Espíritu aparece espontáneamente, ya sea durante la vigilia o durante el sueño. Al responderle que no teníamos otro medio sino el de preguntar al Espíritu, nos dijo que conocía en Inglaterra a un médium vidente, dotado de un gran poder que, cada vez que el Espíritu de una persona viva se le presentaba, notaba un rastro luminoso que salía del pecho, que cruzaba el espacio sin ser interrumpido por obstáculos materiales, y que terminaba en el cuerpo; era una especie de cordón umbilical que unía las dos partes momentáneamente separadas del ser vivo. Nunca lo notó cuando la vida corporal ya se había extinguido, y era por esta señal que reconocía si el Espíritu era el de una persona muerta o aún viva.

La comparación de la Sra. Schutz nos ha vuelto al pensamiento y la tomamos como una confirmación del hecho que acabamos de relatar. Sin embargo, haremos una observación al respecto.

Se sabe que en el momento de la muerte la separación no es brusca; el periespíritu se desprende poco a poco, y mientras dura la turbación, conserva una cierta afinidad con el cuerpo. ¿No sería posible que el lazo observado por el médium vidente, del que acabamos de hablar, subsistiera aún cuando el Espíritu aparece en el propio momento de la muerte, o pocos instantes después, como frecuentemente sucede? En este caso, la presencia de ese cordón no sería un indicio de que la persona está viva. El Sr. R... no ha podido decirnos si el médium ha notado esto. En todo caso, la observación no es menos importante y derrama una nueva luz sobre lo que podemos llamar la fisiología de los Espíritus.



Refutación de un artículo de L’Univers

El diario L’Univers, en su número del 13 de abril último, contiene un artículo del Sr. abate Chesnel, donde la cuestión del Espiritismo es largamente discutida. Nosotros lo habríamos dejado pasar –como a tantos otros a los cuales no le atribuimos ninguna importancia– si se tratase de una de esas diatribas groseras que prueban, al menos por parte de sus autores, la más absoluta ignorancia de aquello que atacan. Nos complacemos en reconocer que el artículo del Sr. abate Chesnel ha sido redactado con un espíritu completamente diferente. Por la moderación y la conveniencia de su lenguaje merece una respuesta, que se hace más necesaria porque este artículo contiene un grave error y puede dar una idea muy falsa, ya sea del Espiritismo en general, como del carácter y del objeto de los trabajos de la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas, en particular. Transcribiremos el artículo por completo.

“Todo el mundo conoce el Espiritualismo del Sr. Cousin, esa filosofía destinada a ocupar lentamente el lugar de la religión. Hoy, poseemos bajo el mismo título un cuerpo de doctrinas reveladas, que poco a poco se va completando, y un culto muy simple –es verdad–, pero de una eficacia maravillosa, ya que pondría a los devotos en comunicación real, sensible y casi permanente con el mundo sobrenatural.

“Ese culto tiene reuniones periódicas que comienzan con la invocación de un santo canonizado. Después de haber constatado, en medio de los fieles, la presencia de san Luis –rey de Francia–, le piden que prohíba la entrada en el templo a los Espíritus malos, y se lee el acta de la sesión precedente. Después, invitado por el presidente, un médium se dirige al escritorio, cerca del secretario encargado de escribir las preguntas hechas por uno de los fieles y las respuestas que serán dictadas al médium por el Espíritu invocado. La asamblea asiste seria y respetuosamente a esta escena de necromancia, a veces muy larga y, cuando el orden del día termina, se retira más persuadida que nunca de la verdad del Espiritualismo. En el intervalo que transcurre entre una reunión y la siguiente, cada fiel aprovecha la ocasión para mantener conversaciones asiduas, pero privadas, con los Espíritus que le son más accesibles o más queridos. Los médiums abundan, y casi no hay secretos en la otra vida que los médiums no acaben por conocer. Una vez revelados a los fieles, estos secretos no son ocultados al público. La Revista Espiritualista, que aparece periódicamente todos los meses, no rechaza ninguna suscripción profana, y quien lo desea puede comprar los libros que contienen el texto revelado con su comentario auténtico.

“Seríamos llevados a creer que una religión que únicamente consiste en la evocación de los muertos fuese muy hostil a la Iglesia Católica, que nunca dejó de prohibir la práctica de la necromancia. Pero esos sentimientos mezquinos, por más naturales que parezcan, son ajenos –se asegura– al corazón de los espiritualistas. De buen grado, ellos rinden justicia al Evangelio y a su Autor; reconocen que Jesús ha vivido, obrado, hablado y sufrido como lo narran nuestros cuatro evangelistas. La doctrina evangélica es verdadera; pero esta revelación, cuyo instrumento ha sido Jesús, lejos de excluir todo el progreso, tiene necesidad de ser completada. Es el Espiritualismo que dará al Evangelio la sana interpretación que le falta y el complemento que espera desde hace dieciocho siglos.

“Pero también, ¿quién asignará los límites al progreso del Cristianismo enseñado, interpretado y desarrollado tal cual es, por almas liberadas de la materia, ajenas a las pasiones terrestres, a nuestros prejuicios y a los intereses humanos? El propio infinito se descubre ante nosotros; ahora bien, el infinito no tiene límites, y todo nos lleva a esperar que la revelación del infinito será continuada sin interrupción; a medida que transcurran los siglos, se verán revelaciones agregadas a revelaciones, sin que nunca se terminen esos misterios, cuya extensión y profundidad parecen crecer a medida que se liberan de la oscuridad que hasta ahora los había envuelto.

“De ahí la consecuencia de que el Espiritualismo es una religión, puesto que nos pone íntimamente en relación con el infinito y que absorbe, ampliándolo, al Cristianismo que, de todas las formas religiosas del presente o del pasado, es –como se lo confiesa abiertamente– la más elevada, la más pura y la más perfecta. Pero ensanchar al Cristianismo es una tarea difícil, que no puede ser cumplida sin derribar las últimas barreras en las cuales se mantiene atrincherado. Los racionalistas no respetan ninguna barrera; los espiritualistas –menos ardientes o mejor avisados– sólo encuentran dos, cuyo derrumbe les parece indispensable, a saber: la autoridad de la Iglesia Católica y el dogma de la eternidad de las penas.

“¿Es esta vida la única prueba que le es dada al hombre atravesar? ¿Permanecerá el árbol eternamente del lado en que ha caído? El estado del alma, después de la muerte, ¿es definitivo, irrevocable y eterno? No, responde la necromancia espiritualista. Nada termina con la muerte: todo recomienza. La muerte es para cada uno de nosotros el punto de partida de una nueva encarnación, de una nueva vida y de una nueva prueba.

“Según el panteísmo alemán, Dios no es el ser, sino el devenir eterno. Sea lo que fuere Dios, el hombre –según los espiritualistas parisienses– no tiene otro destino que el devenir progresivo o regresivo, según sus méritos y según sus obras. La ley moral o religiosa tiene una verdadera sanción en las otras vidas, donde los buenos son recompensados y los malos punidos, pero durante un período más o menos largo de años o de siglos, y no durante la eternidad.

“¿Sería el Espiritualismo la forma mística del error, del cual el Sr. Jean Reynaud es el teólogo? Tal vez. ¿Es posible ir más lejos y decir que entre el Sr. Reynaud y los nuevos sectarios existe un lazo más estrecho que el de la comunión de doctrinas? Tal vez más aún. Pero esta cuestión, por falta de datos ciertos, no será resuelta aquí de una manera decisiva.

“Lo que importa mucho más que el parentesco o las alianzas heréticas del Sr. Jean Reynaud, es la confusión de ideas de la cual el progreso del Espiritualismo es la señal; es la ignorancia en materia de religión que hace posible tanta extravagancia; es la ligereza con que hombres, por otra parte estimables, aceptan esas revelaciones del otro mundo, que no tienen ningún mérito, ni inclusive el de la novedad.

“No es necesario remontarse hasta Pitágoras y a los sacerdotes de Egipto para descubrir los orígenes del Espiritualismo contemporáneo. Se los encontrará al hojear las actas del magnetismo animal.

“Desde el siglo XVIII la necromancia ya desempeñaba un gran papel en las prácticas del magnetismo; y varios años antes de que fuera tratada la cuestión de los Espíritus golpeadores en América, decían que ciertos magnetizadores franceses obtenían de la boca de los muertos o de los demonios, la confirmación de las doctrinas condenadas por la Iglesia; y particularmente la de los errores de Orígenes, en lo tocante a la conversión futura de los ángeles malos y de los réprobos.

“También es preciso decir que el médium espiritualista en el ejercicio de sus funciones, poco difiere del sujeto en las manos del magnetizador, y que el círculo abarcado por las revelaciones del primero no es mayor que aquel que es delimitado por la visión del segundo.

“Las informaciones que la curiosidad obtiene en los asuntos privados, por medio de la necromancia, en general nada enseñan más allá de aquello que antes era conocido. La respuesta del médium espiritualista es confusa en los puntos que nuestras investigaciones personales no han podido esclarecer; es nítida y precisa en las cosas que son bien conocidas por nosotros; sobre todo cambia en lo que está oculto a nuestros estudios y a nuestros esfuerzos. En una palabra, parece que el médium tiene una visión magnética de nuestra alma, pero que no descubre nada más allá de lo que encuentra escrito en ella. Mas esta explicación, que parece bien simple, está sin embargo sujeta a serias dificultades. En efecto, la misma supone que un alma pueda leer naturalmente en el fondo de otra alma sin la ayuda de señales e independientemente de la voluntad de aquel que se le volvería un libro abierto y muy legible para el primero que llega. Ahora bien, los ángeles buenos o malos no poseen naturalmente este privilegio, ni con respecto a nosotros, ni en las relaciones directas que tienen entre sí. Sólo Dios penetra inmediatamente a los Espíritus y escruta lo más profundo de los corazones que obstinadamente están cerrados a su luz.

“Si los más extraños hechos espiritualistas que se narran son auténticos, entonces sería necesario recurrir a otros principios para explicarlos. A menudo se olvida que esos hechos se refieren, en general, a un objeto que fuertemente preocupa al corazón o a la inteligencia, que ha provocado extensas investigaciones y del cual frecuentemente se ha hablado fuera de la consulta espiritualista. En esas condiciones, es preciso no perder de vista que un cierto conocimiento de las cosas que nos interesan no sobrepasa en nada los límites naturales del poder de los Espíritus.

“Sea como sea, en el espectáculo que nos es dado hoy, no existe otra cosa más que una evolución del Magnetismo, que se esfuerza por volverse una religión.

“Bajo la forma dogmática y polémica que la nueva religión debe al Sr. Jean Reynaud, ella ha incurrido en la condenación del Concilio de Périgueux, cuya competencia –como todos recuerdan– ha sido gravemente negada por el culpable.

“En la forma mística que hoy toma en París, ella merece ser estudiada, al menos como una señal de los tiempos en que vivimos. El Espiritualismo ya ha alistado a un cierto número de hombres, entre los cuales varios son honorablemente conocidos en el mundo. Este poder de seducción que él ejerce, el progreso lento pero ininterrumpido que le es atribuido por testigos dignos de fe, las pretensiones que muestra, los problemas que plantea, el mal que puede hacer a las almas, he aquí sin duda bastantes motivos reunidos como para atraer la atención de los católicos. Cuidémonos para no asignar a la nueva secta más importancia de la que realmente tiene. Pero para evitar la exageración que aumenta todo, tampoco caigamos en la manía de negar y de empequeñecer todas las cosas. Nolite omni spiritui credere, sed probate spiritus si ex Deo sint: Quoniam multi pseudoprophetœ exierunt in mundum. (I Juan, 4: 1.)”

ABATE FRANÇOIS CHESNEL
Señor abate,

El artículo que habéis publicado en L’Univers, concerniente al Espiritismo, contiene varios errores que importa rectificar, y que sin ninguna duda provienen de un estudio incompleto de la materia. Para refutarlos a todos, sería necesario retomar, desde los cimientos, todos los puntos de la teoría, así como los hechos que le sirven de base, y es lo que no tengo ninguna intención de hacer aquí. Me limitaré a los puntos principales.

Consentís en reconocer que las ideas espíritas han alistado a un cierto número de hombres honorablemente conocidos en el mundo; este hecho, cuya realidad indudablemente sobrepasa en mucho a lo que vos creéis, merece indiscutiblemente la atención de todo hombre serio, porque tantas personas eminentes por su inteligencia, por su saber y por su posición social, no se apasionarían por una idea desprovista de todo fundamento. La conclusión natural es que en el fondo de todo esto debe haber algo.

Sin duda objetaréis que ciertas doctrinas, medio religiosas, medio sociales, en estos últimos años han encontrado a sectarios en las propias clases de la aristocracia intelectual, lo que no les ha impedido caer en el ridículo. Los hombres de inteligencia pueden, pues, dejarse seducir por utopías. A esto he de responder que las utopías sólo duran un tiempo: tarde o temprano la razón les hace justicia; sucederá lo mismo con el Espiritismo, si fuere una de ellas; pero si fuere una verdad, el Espiritismo triunfará ante todas las oposiciones, ante todos los sarcasmos, incluso diré ante todas las persecuciones –si aún fueren de nuestro siglo–, y los detractores habrán perdido el tiempo; será preciso que, de buen o de mal grado, los opositores lo acepten, como han aceptado tantas cosas contra las cuales hubieron protestado supuestamente en nombre de la razón. El Espiritismo ¿es una verdad? El futuro juzgará; éste ya parece pronunciarse, tal es la rapidez con la que se propagan esas ideas, y observad bien que no es en la clase ignorante e iletrada que ellas encuentran adeptos, sino, por el contrario, entre las personas esclarecidas.

Es de notarse que todas las doctrinas filosóficas son obra de hombres con más o menos grandes pensamientos, más o menos justos; todos tienen un jefe, alrededor del cual se agrupan otros hombres que comparten la misma manera de ver. ¿Cuál es el autor del Espiritismo? ¿Cuál es aquel que ha imaginado esta teoría, verdadera o falsa? Es verdad que se ha buscado coordinarla, formularla y explicarla; ¿pero quién ha concebido la primera idea? Nadie, o mejor dicho, todo el mundo, porque cada uno ha podido ver, y los que no han visto ha sido porque no quisieron ver, o porque han querido ver a su manera, sin salir del círculo de sus ideas preconcebidas, lo que hizo que viesen mal y que juzgasen mal. El Espiritismo resulta de observaciones que cada uno puede hacer y que no son un privilegio de nadie, lo que explica su irresistible propagación; no es el producto de ningún sistema individual, y es esto lo que lo distingue de todas las otras doctrinas filosóficas.

Decís que esas revelaciones del otro mundo no tienen ni inclusive el mérito de la novedad. ¿Sería, pues, un mérito la novedad? Nunca se ha pretendido que fuese un descubrimiento moderno. Estas comunicaciones, siendo una consecuencia de la naturaleza humana, y teniendo lugar por la voluntad de Dios, hacen parte de las leyes inmutables a través de las cuales Él rige el mundo; por lo tanto, ellas han debido existir desde que existen los hombres en la Tierra; he aquí el por qué son encontradas desde la más alta Antigüedad, entre todos los pueblos, en la historia profana, como también en la historia sacra. La antigüedad y la universalidad de esta creencia son argumentos en su favor; lanzar contra ella una conclusión desfavorable, sería, antes que nada, una falta de lógica.

A continuación decís que la facultad de los médiums poco difiere de la del sujeto en las manos del magnetizador, o dicho de otro modo, de la del sonámbulo; pero aunque admitamos una perfecta identidad, ¿cuál sería la causa de esta admirable clarividencia sonambúlica, clarividencia que no encuentra obstáculo ni en la materia ni en el distancia, y que se ejerce sin la ayuda de los órganos de la visión? ¿No es esta la demostración más patente de la existencia y de la individualidad del alma, soporte de la religión? Si yo fuera un sacerdote y quisiese probar en un sermón que hay en nosotros algo más que el cuerpo, lo demostraría de una manera irrecusable a través de los fenómenos del sonambulismo natural o artificial. Si la mediumnidad no es sino una variedad del sonambulismo, sus efectos no son menos dignos de observación. En esto yo encontraría una prueba más a favor de mi tesis y haría de la misma una nueva arma contra el ateísmo y el materialismo. Todas nuestras facultades son obra de Dios; cuanto mayores y más maravillosas son, más atestiguan Su poder y Su bondad.

Para mí, que durante treinta y cinco años he hecho estudios especiales sobre sonambulismo, que he realizado estudios no menos profundos de todas las variedades de médiums, digo –como todos los que no juzgan examinando sólo un lado del problema– que el médium es dotado de una facultad particular, que no permite ser confundido con el sonámbulo, y que la completa independencia de su pensamiento es probado por los hechos de la última evidencia, para cualquiera que se coloque en las condiciones requeridas para observar sin parcialidad. Haciendo abstracción de las comunicaciones escritas, ¿cuál es el sonámbulo que nunca ha hecho brotar un pensamiento de un cuerpo inerte? ¿Qué ha producido apariciones visibles e incluso tangibles? ¿Qué ha podido mantener un cuerpo pesado en el espacio sin punto de apoyo? ¿Habrá sido por un efecto sonambúlico que hace quince días un médium ha dibujado en mi casa, en presencia de veinte testigos, el retrato de una joven fallecida hacía dieciocho meses y que él nunca conoció, retrato reconocido por el padre que estaba presente en la sesión? ¿Es por un efecto sonambúlico que una mesa responde con precisión a las preguntas propuestas, inclusive a las preguntas mentales? Ciertamente, si se admite que el médium esté en un estado magnético, me parece difícil creer que la mesa sea sonámbula.

Decís que el médium no habla claramente sino de cosas conocidas. ¿Cómo explicar el siguiente hecho y centenas de otros del mismo género que son muchas veces reproducidos y que son de mi conocimiento personal? Uno de mis amigos, muy buen médium psicógrafo, preguntó a un Espíritu si una persona que él había perdido de vista desde hacía quince años estaba aún en este mundo. «Sí, ella todavía está encarnada, respondió el Espíritu; ella vive en París, en tal calle y tal número.» Él fue y encontró a la persona en la dirección indicada. ¿Es esto una ilusión? ¿Podía su pensamiento sugerirle esta respuesta? Si en ciertos casos las respuestas pueden concordar con el pensamiento, ¿es racional deducir que esta sea una ley general? En esto, como en todas las cosas, los juicios precipitados son siempre peligrosos, porque pueden ser desmentidos por los hechos que no han sido observados.

Además, señor abate, de ninguna manera mi intención es hacer aquí un curso de Espiritismo, ni de discutir si Él está cierto o errado. Me sería preciso –como lo he dicho hace poco– recordar innumerables hechos que he citado en la Revista Espírita, así como las explicaciones que de los mismos he dado en mis diversos escritos. Llego, pues, a la parte de vuestro artículo que me parece más grave.

Intituláis a vuestro artículo: Una nueva religión en París. En efecto, admitiendo que este sea el carácter del Espiritismo, habría allí un primer error, considerando que Él está lejos de circunscribirse a París. Cuenta con varios millones de adeptos, que se esparcen en las cinco partes del mundo, y París no ha sido su foco primitivo. En segundo lugar, ¿es una religión? Es fácil demostrar lo contrario.

El Espiritismo se fundamenta en la existencia de un mundo invisible, formado por seres incorpóreos que pueblan el espacio, y que no son otros sino las almas de aquellos que han vivido en la Tierra o en otros globos donde han dejado su envoltura material. Son esos seres a los cuales hemos dado, o mejor dicho, ellos mismos se han dado el nombre de Espíritus. Estos seres que sin cesar nos rodean ejercen sobre los hombres, sin éstos saberlo, una gran influencia; desempeñan un papel muy activo en el mundo moral, y hasta un cierto punto en el mundo físico. Por lo tanto, el Espiritismo está en la Naturaleza, y se puede decir que, en un cierto orden de ideas, es una fuerza, como la electricidad lo es desde otro punto de vista y como la gravitación universal también lo es.

Él nos revela el mundo invisible, como el microscopio nos ha revelado el mundo de lo infinitamente pequeño, que ni sospechábamos que existiese. Por lo tanto, los fenómenos cuya fuente es ese mundo invisible han debido producirse y se han producido en todos los tiempos: he aquí por qué la Historia de todos los pueblos hace mención de los mismos. Ha sido únicamente por ignorancia que los hombres han atribuido estos fenómenos a causas más o menos hipotéticas, y en ese aspecto han dado libre curso a su imaginación, como lo han hecho con todos los fenómenos cuya naturaleza les era imperfectamente conocida. El Espiritismo, mejor observado desde que se popularizó, viene a derramar luz sobre una multitud de cuestiones hasta aquí insolubles o mal resueltas. Su verdadero carácter es, pues, el de una ciencia y no el de una religión, y la prueba de esto es que Él cuenta entre sus adeptos con hombres de todas las creencias y que por eso no han renunciado a sus convicciones: católicos fervorosos –que no por ello practican menos todos los deberes de su culto–, protestantes de todas las sectas, israelitas, musulmanes y hasta budistas y brahmanes; hay de todo, excepto materialistas y ateos, porque estas ideas son incompatibles con las observaciones espíritas. Por lo tanto, el Espiritismo reposa sobre principios generales, independientes de toda cuestión dogmática. Es verdad que Él tiene consecuencias morales, como todas las ciencias filosóficas; estas consecuencias hacen parte del sentido cristiano, porque el Cristianismo es, de todas las doctrinas, la más esclarecida, la más pura, y es por esta razón que de todas las sectas religiosas del mundo, los cristianos son los más aptos para comprender al Espiritismo en su verdadera esencia. El Espiritismo no es una religión, pues de lo contrario tendría su culto, sus templos y sus ministros. Sin duda que cada uno puede hacer una religión de sus opiniones e interpretar a su gusto las religiones conocidas; pero de ahí a la constitución de una nueva Iglesia hay una gran distancia, y creo que sería imprudente seguir esta idea. En resumen, el Espiritismo se ocupa de la observación de los hechos y no de particularidades de tal o cual creencia; se ocupa de la investigación de las causas, de la explicación que esos hechos pueden dar de fenómenos conocidos, ya sea en el orden moral como en el orden físico, y no impone culto alguno a sus adeptos, así como la Astronomía no impone el culto a los astros, ni la pirotecnia el culto al fuego. Aún más: del mismo modo que el sabeísmonació de la Astronomía mal comprendida, el Espiritismo, mal comprendido en la Antigüedad, ha sido la fuente del politeísmo. Gracias a las luces del Cristianismo, hoy podemos juzgar al Espiritismo más sanamente y Él nos pone en guardia contra los sistemas erróneos, frutos de la ignorancia; y la propia religión puede extraer de Él la prueba palpable de muchas verdades discutidas por ciertas opiniones; he aquí el por qué, contrariamente a la mayoría de las ciencias filosóficas, uno de sus efectos es el de volver a llevar hacia las ideas religiosas a aquellos que están extraviados en un escepticismo exagerado.

La Sociedad de la cual habláis definió su objeto en el propio nombre que adoptó: la denominación de Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas en nada se parece al de una secta; y por el hecho de ella no tener este carácter, es que su reglamento le impide de ocuparse con cuestiones religiosas; está incluida en la categoría de las sociedades científicas, porque, en efecto, su objetivo es estudiar y profundizar todos los fenómenos que resultan de las relaciones entre el mundo visible y el mundo invisible; tiene su presidente, su secretario y su tesorero, como todas las Sociedades; no invita al público a sus sesiones; allí no hace ningún discurso ni nada que tenga el carácter de un culto cualquiera. Ella procede en sus trabajos con calma y recogimiento, primero porque es una condición necesaria para las observaciones; segundo, porque sabe del respeto que se les debe a aquellos que no viven más en la Tierra. Ella los llama en nombre de Dios, porque cree en Dios, en su omnipotencia, y sabe que nada se hace en este mundo sin su permiso. Abre sus sesiones con un llamado general a los Espíritus buenos, porque, sabiendo que los hay buenos y malos, ella no permite que estos últimos vengan a inducir al error al mezclarse fraudulentamente en las comunicaciones que recibe. ¿Qué es lo que esto prueba? Que nosotros no somos ateos; pero eso no implica que de forma alguna seamos sectarios de una religión; de esto debería haber quedado convencida la persona que os ha relatado lo que se hace entre nosotros, si hubiera seguido nuestros trabajos, y si sobre todo los hubiese juzgado menos ligeramente, y quizás con un espíritu menos prevenido y menos apasionado. Por lo tanto, los hechos protestan por sí mismos contra la calificación de nueva secta que dais a la Sociedad, indudablemente por falta de conocerla mejor.

Termináis vuestro artículo llamando la atención de los católicos sobre el mal que el Espiritismo puede hacer a las almas. Si las consecuencias del Espiritismo fuesen la negación de Dios, del alma, de su individualidad después de la muerte, del libre albedrío del hombre, de las penas y recompensas futuras, sería una doctrina profundamente inmoral; lejos de esto, Él prueba, no por el razonamiento, sino por los hechos, esas bases fundamentales de la religión, cuyo enemigo más peligroso es el materialismo. Hace más aún: por sus consecuencias enseña a soportar con resignación las miserias de esta vida; el Espiritismo calma la desesperación; enseña a los hombres a amarse como hermanos, según los divinos preceptos de Jesús. ¡Si supieseis, como yo, a cuántos incrédulos endurecidos Él ha hecho revivir! ¡A cuántas víctimas ha arrancado del suicidio por la perspectiva del destino reservado a aquellos que abrevian su vida, contrariando a la voluntad de Dios! ¡A cuántos les ha calmado los odios y a cuántos enemigos ha aproximado! ¿Es a esto a lo que llamáis hacer mal a las almas? No, no podéis pensar así, y preferiría creer que si lo conocieseis mejor, lo juzgaríais completamente de otro modo. Diréis que la religión puede hacer todo esto. Lejos de mí está en discutirlo; ¿pero creéis que habría sido más feliz para aquellos que ella ha encontrado rebeldes, el haber permanecido en una absoluta incredulidad? Si el Espiritismo ha triunfado sobre todo eso, si les ha vuelto claro lo que antes era oscuro y si les ha hecho evidente lo que antes era dudoso, ¿dónde está el mal? Para mí, digo que en lugar de perder a las almas, Él las ha salvado.

Atentamente,

ALLAN KARDEC.



El Libro de los Espíritus entre los salvajes

Sabíamos que El Libro de los Espíritus tiene lectores simpáticos en todas las partes del mundo, pero por cierto no habríamos sospechado en encontrarlo entre los salvajes de América del Sur, si no fuese por una carta que nos ha sido enviada de Lima hace algunos meses, cuya traducción integral creemos un deber publicarla, en razón del hecho significativo que la misma contiene y cuyo alcance cada uno ha de comprender. Ella trae consigo su comentario, al cual no le agregaremos ninguna reflexión.

“Muy honorable señor Allan Kardec,

“Disculpadme por no escribiros en francés; entiendo este idioma por la lectura, pero no puedo escribirlo correcta e inteligiblemente.

“Hace más de diez años que frecuento los pueblos aborígenes que viven en la ladera oriental de los Andes, en estas regiones de América de los confines del Perú. Vuestro El Libro de los Espíritus, que adquirí en un viaje a Lima, me acompaña en estas soledades; deciros que lo he leído con mucho interés y que lo releo sin cesar, no debe sorprenderos; tampoco yo vendría a perturbaros por tan poca cosa, si no creyese que ciertas informaciones pueden interesaros, y si no tuviera el deseo de obtener de vos algunos consejos que espero de vuestra bondad, no dudando que vuestros sentimientos humanos estén de acuerdo con los sublimes principios de vuestro libro.

“Estos pueblos que llamamos salvajes lo son menos de lo que se cree generalmente; si se desea decir que viven en chozas en lugar de palacios, que no conocen nuestras Artes ni nuestras Ciencias, que ellos ignoran la etiqueta de las personas civilizadas, son ciertamente salvajes; pero con relación a la inteligencia, se encuentran en ellos ideas de una rectitud admirable, de una gran agudeza de observación y de sentimientos nobles y elevados. Comprenden con una maravillosa facilidad, y sin comparación tienen la mente menos tosca que los campesinos de Europa. Desprecian lo que les parece inútil en lo que atañe a la simplicidad que les basta a su género de vida. La tradición de su antigua independencia está siempre viva entre ellos: es por eso que tienen una insuperable aversión por sus conquistadores; pero si odian a la raza en general, se vinculan a los individuos que les inspiran una confianza absoluta. Es debido a esta confianza que puedo vivir en su intimidad, y cuando me encuentro en medio de ellos, estoy más seguro que en ciertas grandes ciudades. Cuando los dejo, se quedan tristes y me hacen prometerles que regresaré; cuando vuelvo, toda la tribu está de fiesta.

“Estas explicaciones eran necesarias para lo siguiente:

“Os he dicho que tenía conmigo El Libro de los Espíritus. Un día se me ocurrió traducirles algunos pasajes, y fui fuertemente sorprendido al ver que ellos lo comprendían mejor de lo que yo había pensado, en razón de ciertas observaciones muy juiciosas que hacían. He aquí un ejemplo.

“La idea de renacer en la Tierra les parecía totalmente natural, y uno de ellos me dijo un día: Después de muertos, ¿podremos renacer entre los blancos? –Ciertamente, respondí. –¿Entonces tal vez tú eres uno de nuestros parientes? –Es posible. –Sin duda es por eso que eres bueno con nosotros y que nosotros te amamos. –También es posible. –Entonces cuando nosotros encontremos a un blanco es preciso no hacerle mal, porque quizás sea uno de nuestros hermanos.

“Señor, indudablemente admiraréis, como yo, esta conclusión de un salvaje, y el sentimiento de fraternidad que ésta hizo brotar en él. Además, la idea de los Espíritus de ninguna manera es nueva para ellos: está en sus creencias, y están persuadidos de que se puede conversar con los parientes fallecidos y de que éstos vienen a visitar a los encarnados. El punto importante de eso es sacar partido para moralizarlos, y no creo que esto sea algo imposible, porque ellos aún no tienen los vicios de nuestra civilización. Es aquí que yo necesitaría los consejos de vuestra experiencia. En mi opinión, es un error creer que sólo podemos influir en las personas ignorantes hablándoles a los sentidos; por el contrario, pienso que esto es mantenerlas en ideas estrechas y desarrollar en ellas la tendencia a la superstición. Creo que el razonamiento, cuando uno sabe ponerse al alcance de esas inteligencias, tendrá siempre una influencia más duradera.

“A la espera de la respuesta que tengáis a bien obsequiarme, me despido atentamente.”

DON FERNANDO GUERRERO


Aforismos espíritas y pensamientos destacados

Cuando queráis estudiar la aptitud de un médium, no evoquéis de buenas a primeras –por su intermedio– a cualquier Espíritu, porque nunca se ha dicho que el médium esté apto para servir de intérprete a todos los Espíritus, y porque Espíritus ligeros pueden usurpar el nombre de aquel que llamáis. Evocad de preferencia a su Espíritu familiar, porque éste vendrá siempre; entonces lo juzgaréis por su lenguaje y estaréis en mejores condiciones de apreciar la naturaleza de las comunicaciones que el médium recibe.
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Los Espíritus encarnados obran por sí mismos, según sean buenos o malos; pueden actuar también bajo el impulso de Espíritus desencarnados, de los cuales son instrumentos para el bien o para el mal, o para el cumplimiento de ciertos acontecimientos. De este modo, sin nosotros saberlo, somos los agentes de la voluntad de los Espíritus para aquello que sucede en el mundo, ya sea en el interés general o en el interés individual. De esta forma, nos encontramos con alguien que es la causa para que hagamos o no alguna cosa; creemos que es el azar que nos lo envía, mientras que muy a menudo son los Espíritus que nos impelen uno en dirección al otro, porque este encuentro debe llevar a un resultado determinado.
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Al encarnarse en diferentes posiciones sociales, los Espíritus son como actores que, fuera de escena, están vestidos como todo el mundo, y que en escena visten todas las ropas y desempeñan todos los papeles, desde el rey hasta el trapero.
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Hay personas que no tienen miedo a la muerte, que la han enfrentado centenas de veces, pero que tienen miedo a la oscuridad; no tienen miedo de ladrones, y sin embargo a solas, en un cementerio, a la noche, tienen miedo de cualquier cosa. Es que son los Espíritus que están cerca de ellas, cuyo contacto produce sobre las mismas una impresión y, por consecuencia, un miedo del cual no se dan cuenta.
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Los orígenes que ciertos Espíritus nos dan a través de la revelación de supuestas existencias anteriores, son frecuentemente un medio de seducción y una tentación para nuestro orgullo, que se jacta por haber sido tal o cual personaje.


ALLAN KARDEC





Junio

El músculo que cruje

Los adversarios del Espiritismo acaban de hacer un descubrimiento que deberá contrariar mucho a los Espíritus golpeadores; será para éstos como haber recibido el golpe de una maza, del cual tendrán mucha dificultad para restablecerse. En efecto, ¿qué deberán pensar esos pobres Espíritus del terrible corte de escalpelo que acaban de llevar del Sr. Schiff y después del Sr. Jobert (de Lamballe), y finalmente del Sr. Velpeau? Me parece verlos muy avergonzados, expresándose más o menos así: «¡Pues bien, mi querido amigo, estamos en apuros! He aquí que estamos arruinados; no habíamos contado con la anatomía, que descubrió nuestro ardid. Decididamente, no hay condiciones de vivir en un país donde hay gente que ve tan claro». –Vamos, señores tontos, que habéis creído ingenuamente en todos esos cuentos de viejas; impostores, que quisisteis hacernos creer en la existencia de seres que no vemos; ignorantes, que imagináis que algo pueda escapar a nuestro escalpelo, inclusive vuestra alma; y todos vosotros, escritores espíritas o espiritualistas, más o menos espirituosos, inclinaos y reconoced que no sois más que embaucadores, charlatanes y hasta incluso bribones e imbéciles: esos señores os dejan elegir, porque he aquí la luz, la pura verdad.

Academia de Ciencias (Sesión del 18 de abril de 1859.) – DE LA CONTRACCIÓN RÍTMICA MUSCULAR INVOLUNTARIA. – El Sr. Jobert (de Lamballe) comunica un hecho curioso de contracciones involuntarias rítmicas del músculo peroneo lateral corto, que confirma la opinión del Sr. Schiff en lo referente al fenómeno oculto de los Espíritus golpeadores.

“La Srta. X..., de catorce años, fuerte y bien constituida, es acometida desde los seis años de edad por movimientos involuntarios regulares del músculo peroneo lateral corto derecho y por ruidos que se hacen oír por detrás del maléolo externo derecho, con la regularidad del pulso. Aparecieron por primera vez en la pierna derecha, durante la noche, acompañados por un dolor bastante fuerte. Poco tiempo después, el peroneo lateral corto izquierdo fue acometido por una afección de la misma naturaleza, pero de menor intensidad.

“El efecto de esos ruidos es el de causar dolor y problemas en el andar, e incluso hasta provocar caídas. La joven enferma nos declaró que la extensión del pie y la compresión ejercida sobre ciertos puntos del pie y de la pierna son suficientes para detenerlos, a pesar de que ella continúe sintiendo dolores y fatigas en el miembro.

“Cuando esta interesante persona se presentó ante nosotros, he aquí en qué estado la encontramos: En el nivel del maléolo externo derecho, era fácil de constatar –en el borde superior de esta protuberancia ósea– un ruido regular, acompañado por una protuberancia pasajera y por una inflamación en las partes blandas de esta región, los cuales eran seguidos por un ruido seco que se sucedía a cada contracción muscular. Este ruido se hacía oír en la cama, fuera de la cama y a una distancia bastante considerable del lugar donde la joven reposaba. Notable por su regularidad y por su crujido, este ruido la acompañaba por todas partes. Al auscultar la pierna, el pie o el maléolo, se distinguía un choque incómodo que repercutía en toda la extensión del trayecto recorrido por el músculo, exactamente como si fuese un golpe que se transmitiera de una a otra extremidad de una viga. Algunas veces el ruido parecía un frotamiento, una raspadura, y esto cuando las contracciones eran menos intensas. Esos mismos fenómenos siempre se han reproducido, ya sea que la enferma estuviese de pie, sentada o acostada, independientemente de la hora del día o de la noche en que la examinábamos.

“Si estudiamos el mecanismo de los ruidos producidos, y si, para mayor claridad, dividimos cada ruido en dos momentos, veremos lo siguiente:

“Que, en un primer momento, el tendón del peroneo lateral corto se disloca al salir del canal óseo, y necesariamente levanta el peroneo lateral largo y la piel;

“Que, en un segundo momento, cumplido el fenómeno de contracción, su tendón relaja, se coloca nuevamente en el canal óseo y, al chocar contra éste, produce el ruido seco y sonoro del que hemos hablado.

“Se repetía, por así decirlo, a cada segundo, y cada vez que el dedo meñique del pie sentía una sacudida, la piel que cubría el quinto metatarsiano era levantada por el tendón. Cesaba cuando el pie era fuertemente extendido. Paraba también cuando era ejercida una presión en el músculo o en la vaina de los peroneos.

“En estos últimos años, los periódicos franceses y extranjeros, han hablado mucho de ruidos semejantes a martillazos, ya sea regulares o siguiendo un ritmo particular, que se producían alrededor de ciertas personas acostadas en la cama.

“Los charlatanes se han apoderado de esos fenómenos singulares, cuya realidad es confirmada además por testigos dignos de fe. Han intentado relacionarlos con la intervención de una causa sobrenatural, y se sirvieron de dichos fenómenos para explotar la credulidad pública.

“La observación de la Srta. X... muestra cómo los tendones dislocados, bajo la influencia de la contracción muscular y en el momento en que se colocan nuevamente en sus canales óseos, pueden producir ruidos que, para ciertas personas, anuncian la presencia de Espíritus golpeadores.

“Con el ejercicio, cualquier persona puede adquirir la facultad de producir a voluntad semejante dislocación de tendones y ruidos secos que se escuchan a distancia.

“Al rechazar toda idea de intervención sobrenatural y al notar que esos ruidos y golpes extraños ocurrían siempre al pie de la cama de los individuos agitados por los Espíritus, el Sr. Schiff se preguntó si la sede de esos ruidos no estaría en dichos individuos, en vez de fuera de los mismos. Sus conocimientos anatómicos lo han llevado a pensar que bien podía ser en la pierna, en la región de los peroneos donde se encuentran una superficie ósea, tendones y una vaina común.

Al estar bien arraigada en su espíritu esta manera de ver, él hizo experiencias y ensayos en sí mismo, los cuales no le permitieron dudar que el ruido tenía su sede por detrás del maléolo externo y en la vaina de los tendones del peroneo.

“Después el Sr. Schiff llegó inclusive a ejecutar ruidos voluntarios, regulares, armoniosos y, ante un gran número de personas (cerca de cincuenta), pudo imitar los prodigios de los Espíritus golpeadores, con o sin zapatos, estando de pie o acostado.

“El Sr. Schiffestableció que todos esos ruidos tienen como origen el tendón del peroneo largo, cuando se disloca en el canal óseo, agregando que los mismos coexisten con un adelgazamiento o ausencia de la vaina común en el peroneo largo y en el corto. En cuanto a nosotros, admitiendo en principio que todos esos ruidos fuesen producidos por la caída de un tendón del peroneo contra la superficie ósea, pensamos entretanto que no hay necesidad de una anomalía de la vaina para que eso suceda. Bastan la contracción del músculo, la dislocación del tendón y su nueva colocación en el canal óseo para que el ruido tenga lugar. Además, solamente el peroneo corto es el agente del ruido en cuestión. En efecto, éste toma una dirección más recta que el peroneo largo, el cual tiene que pasar por varios desvíos en su trayecto; está ubicado en lo más profundo del canal óseo; recubre completamente este canal, de donde es natural que saquemos la conclusión de que el ruido es producido por el choque de ese tendón contra las partes sólidas del canal óseo; presenta fibras musculares hasta la entrada del tendón en el canal común, mientras que para el peroneo largo es todo lo contrario.

“El ruido es variable en su intensidad y, en efecto, se pueden distinguir en el mismo diversos matices. Es así que, desde el ruido estridente que se distingue a lo lejos, encontramos una variedad de ruidos, de fricciones, como de la sierra, etc.

“Usando el método subcutáneo hemos hecho sucesivamente incisiones a través del cuerpo del peroneo lateral corto derecho y del cuerpo del mismo músculo en el lado izquierdo de nuestra enferma, y hemos mantenido los miembros inmóviles
con la ayuda de un aparato. Unidas las partes, las funciones de los dos miembros fueron recobradas, sin ningún rastro de esta RARA y singular afección.

“SR. VELPEAU – Los ruidos de que acaba de tratar el Sr. Jobert en su interesante reseña parecen vinculados a una cuestión muy vasta. En efecto, esos ruidos se observan en varias regiones: la cadera, los hombros, la parte interna del pie, que a menudo les sirven de sede. Entre otros he visto a una señora que, con la ayuda de ciertos movimientos de rotación del muslo, producía una especie de música bastante nítida que podía ser escuchada de un lado al otro del salón. El tendón de la porción larga del bíceps braquial la produce fácilmente al salir de su vaina, cuando relaja o se rompe el haz de fibras que lo retiene naturalmente. Sucede lo mismo con el músculo posterior de la pierna o con el flexor del dedo gordo del pie, por detrás del maléolo interno. Tales ruidos se explican, como bien lo han comprendido los Sres. Schiff y Jobert, por la fricción o por los sobresaltos de los tendones en los canales o contra los bordes de las superficies sinoviales. Por consiguiente, son posibles en una infinidad de regiones o en los plexos de varios órganos. A veces dichos ruidos son claros y estridentes, otras veces son sordos y confusos, siendo además secos o huecos, variando extremamente de intensidad.

“Al respecto, esperamos que el ejemplo dado por los Sres. Schiff y Jobert lleve a los fisiólogos a ocuparse seriamente con esos diversos ruidos y que un día den la explicación racional de los fenómenos incomprendidos o hasta aquí atribuidos a causas ocultas o sobrenaturales.

“SR. JULES CLOQUET – En apoyo a las observaciones del Sr. Velpeau sobre los ruidos anormales que los tendones pueden producir en diversas regiones del cuerpo, cita el ejemplo de una muchacha de dieciséis a dieciocho años que le fue presentada en el hospital San Luis, en una época en que los Sres. Velpeau y Jobert eran vinculados a este mismo establecimiento. El padre de esta muchacha, que se intitulaba padre de un fenómeno –especie de saltimbanqui–, esperaba sacar provecho de su hija al exhibirla en público; él anunció que ella tenía en el vientre un péndulo en movimiento. Realmente la joven se había conformado con esa situación. A través de un ligero movimiento de rotación en la región lumbar de la columna vertebral, ella producía crujidos muy fuertes, más o menos regulares, siguiendo el ritmo de un movimiento ligero que la misma daba a la parte inferior de su torso. Esos ruidos anormales podían ser escuchados muy claramente a más de veinticinco pies de distancia, y se asemejaban al ruido de un antiguo asador; ellos eran interrumpidos a voluntad por la muchacha, y parecían tener su sede en los músculos de la región dorsolumbar de la columna vertebral.”

Este artículo, extraído de L’Abeille médicale (La Abeja médica), y que hemos transcripto en la íntegra para edificación de nuestros lectores, a fin de que no seamos acusados de haber querido esquivar algunos argumentos, ha sido reproducido con variantes por diferentes periódicos, acompañados por sus habituales epítetos. Nosotros no tenemos por hábito refutar groserías: las dejamos por cuenta de quien las ha proferido; nuestro buen sentido nos dice que nada se prueba con tonterías e injurias, por más erudita que sea la persona. Si el artículo en cuestión se hubiera limitado a esas banalidades –que ni siempre son marcadas con el sello de la urbanidad y de los buenos modales–, nosotros no lo citaríamos; pero éste trata la cuestión desde el punto de vista científico; nos sobrecarga con demostraciones, a través de las cuales nos pretende pulverizar; por lo tanto, veamos si, decididamente, estamos muertos por el decreto de la Academia de Ciencias, o si tenemos alguna posibilidad de vivir como el pobre loco Fulton, cuyo sistema el Institutodeclaró un sueño vacío e impracticable, lo que privó a Francia nada menos que de la iniciativa del buque a vapor; ¡y quién sabe las consecuencias que este poderío, en las manos de Napoleón I, podría haber tenido en los acontecimientos ulteriores!

No haremos más que una breve observación con respecto a la calificación de charlatán dada a los adeptos de las ideas nuevas; esto nos parece un tanto arriesgado, cuando se aplica a millones de individuos que con las mismas de ninguna forma negocian, y porque ellas alcanzan los más altos estratos de las clases sociales. Olvidan que en sólo algunos años el Espiritismo ha hecho increíbles progresos en todas las partes del mundo; que Él no se propaga entre los ignorantes, sino en las clases esclarecidas; que cuenta en sus filas con un número muy grande de médicos, magistrados, eclesiásticos, artistas, literatos, altos funcionarios: personas a las cuales generalmente se les reconoce algunas luces y un mínimo de buen sentido. Ahora bien, confundirlas en un mismo anatema y mandarlas sin ceremonia para los manicomios es actuar con mucha insolencia.

Mas diréis: «Se trata de personas de buena fe, que son víctimas de una ilusión; nosotros no negamos el efecto, pero no concordamos con la causa que le atribuís; la Ciencia acaba de descubrir la verdadera causa, volviéndola conocida y, por esto mismo, destruye toda la base mística de un mundo invisible que puede seducir a las imaginaciones exaltadas, a pesar de ser sinceras.»

Por nuestra parte, no nos jactamos de ser sabios, y aun menos osaríamos ponernos en el nivel de nuestros honorables adversarios; solamente diremos que nuestros estudios personales de Anatomía, y las Ciencias Físicas y Naturales que hemos tenido el honor de enseñar, nos permiten comprender su teoría y que de ninguna manera nos sentimos aturdidos con esa avalancha de palabras técnicas; los fenómenos de los cuales hablan son perfectamente conocidos por nosotros. En nuestras observaciones sobre los efectos atribuidos a los seres invisibles, hemos tenido el cuidado de no menospreciar una causa tan patente. Cuando un hecho se presenta, no nos contentamos con una única observación; queremos verlo de todos los lados, en todos sus aspectos, y antes de aceptar una teoría examinamos si la misma explica todas las circunstancias, si ningún hecho desconocido ha de contradecirla, en una palabra, si resuelve todas las cuestiones: la verdad tiene su precio. Señores, admitís realmente que esta manera de proceder es bastante lógica. ¡Pues bien! A pesar de todo el respeto debido a vuestra erudición, se presentan algunas dificultades en la aplicación de vuestro sistema en lo que respecta a los llamados Espíritus golpeadores. La primera –al menos singular– es que esa facultad, que hasta ahora era excepcional y vista como un caso patológico, calificada por el Sr. Jobert (de Lamballe) como una rara y singular afección, de repente se volvió tan común. Es cierto que el Sr. Jobert, de Lamballe, dice que todo hombre puede adquirirla a través del ejercicio; pero como él también ha dicho que la misma es acompañada de dolor y fatiga, lo que es bastante natural, se ha de concordar que es necesario tener una muy fuerte voluntad de mistificar para hacer crujir el músculo durante dos o tres horas seguidas, cuando esto no lleva a nada, y con el único placer de divertir a algunas personas.

Pero hablemos seriamente; esto es más grave, porque es Ciencia. Esos señores que han descubierto esta maravillosa propiedad del peroneo largo, no imaginan todo lo que puede hacer este músculo; ahora bien, he aquí un bello problema para resolver. Los tendones dislocados no golpean solamente en los canales óseos; por un efecto verdaderamente singular, van a golpear también en las puertas, en las paredes, en los techos, y esto a voluntad, exactamente en los lugares designados. Pero he aquí algo más fuerte, y ved cuán lejos estaba la Ciencia de sospechar todas las virtudes de ese músculo que cruje: él tiene el poder de levantar una mesa sin tocarla, de hacerla golpear con las patas, de dar un paseo por el cuarto, de mantenerse en el espacio sin un punto de apoyo; de abrirla, de cerrarla y de hacerla quebrar al caer, ¡y con qué fuerza! ¿Creéis que se trata de una mesa frágil y liviana como una pluma, que uno levanta con un soplo? Os equivocáis; se trata de mesas pesadas y macizas que pesan de cincuenta a sesenta kilos, que obedecen a muchachas, a niños. Pero el Sr. Schiff dirá: Nunca he visto esos prodigios. Esto es fácil de entender: en verdad, nunca ha visto porque jamás ha querido ver.

En sus observaciones, ¿habrá tenido el Sr. Schiff la necesaria independencia de ideas? ¿Él estaba libre de toda prevención? Nos es lícito dudarlo. No somos nosotros que lo decimos: es el Sr. Jobert. Según él, el Sr. Schiff hubo preguntado, al hablar de los médiums, si la sede de esos ruidos no estaría preferentemente en ellos y no fuera de ellos; sus conocimientos anatómicos lo han llevado a pensar que bien podía ser en la pierna. Al estar bien arraigada en su espíritu esta manera de ver, etc. Así, según la confesión del Sr. Jobert, el Sr. Schiff ha tomado como punto de partida, no los hechos, sino su propia idea, su idea preconcebida bien arraigada; de ahí las investigaciones en un sentido exclusivo y, por consecuencia, una teoría exclusiva que explica perfectamente el hecho que ha visto, pero no aquellos que no ha visto. –¿Y por qué no los ha visto? –Porque en su pensamiento sólo había un punto de partida verdadero y una explicación verdadera; partiendo de allí, todo lo restante debería ser falso y no merecía examen; de esto resulta que, en su ardor de atacar a los médiums, erró en la estocada.

Señores, ¿imagináis conocer todas las virtudes del peroneo largo porque lo habéis sorprendido tocando la guitarra en su vaina? ¡Ah, claro que sí! He aquí algo muy diferente para registrar en los anales de la Anatomía. Habéis creído que el cerebro era la sede del pensamiento: ¡errado! Se puede pensar por el tobillo. Los golpes dan pruebas de inteligencia; por lo tanto, si esos golpes vienen exclusivamente del peroneo, ya sea del peroneo largo, según el Sr. Schiff, o del corto, según el Sr. Jobert (sería preciso que ellos se pusiesen de acuerdo al respecto), es porque el peroneo es inteligente. –Esto no tiene nada de sorprendente; al hacer crujir su músculo a voluntad, el médium ejecutará lo que queráis: imitará la sierra, el martillo, tocará la llamada militar, el ritmo solicitado de un aria. –Como lo quieran; pero cuando el ruido responde a algo que el médium ignora completamente, que no puede saber; cuando os revela esos pequeños secretos que solamente vos conocéis, secretos que desearíais esconder de vosotros mismos, es necesario concordar que el pensamiento viene de otra parte y no del cerebro. ¿De dónde vendrá entonces? ¡Pues claro! Del peroneo largo. Y eso no es todo: el músculo que cruje también es poeta, porque puede hacer versos encantadores, aunque el médium nunca los haya hecho en su vida; es políglota, porque dicta cosas verdaderamente muy sensatas en idiomas en que el médium no sabe ni una sola palabra; es músico..., bien lo sabemos, ya que el Sr. Schiff hizo ejecutar al suyo sonidos armoniosos, con o sin zapatos, ante cincuenta personas. –Sí; pero también compone. Vos, Sr. Dorgeval, que últimamente nos habéis dado una encantadora sonata, ¿creéis simplemente que ha sido el Espíritu Mozart quien os la ha dictado? Os habéis confundido: es vuestro peroneo largo que ha tocado el piano. En verdad, señores médiums, no sospechabais tener tanto espíritu en vuestro talón. Por lo tanto, ¡honor a aquellos que han hecho este descubrimiento; sus nombres han de ser inscriptos con letras grandes para la edificación de la posteridad y en honor a su memoria!

Dirán que bromeamos con cosas serias; pero las bromas no son razones. No; tampoco las tonterías y las groserías son razones. Al confesar nuestra ignorancia junto con esos señores, aceptamos su erudita demostración y la tomamos muy seriamente. Habíamos creído que ciertos fenómenos eran producidos por seres invisibles que se han dado ellos mismos el nombre de Espíritus; es posible que nos hayamos confundido; como nosotros buscamos la verdad, no tenemos la ridícula pretensión de aferrarnos a una idea que, de una manera tan perentoria, nos ha sido demostrada que es falsa. Desde el momento en que el Sr. Jobert, a través de una incisión subcutánea con el escalpelo, ha cortado a los Espíritus, ya no hay más Espíritus. Puesto que él dice que todos los ruidos provienen del peroneo, es necesario creerlo y admitirlo en todas sus consecuencias; de este modo, cuando los golpes se hacen oír en la pared o en el techo, es que el peroneo los produce, o la pared tiene un peroneo; cuando esos ruidos dictan versos a través de una mesa que golpea con la pata, una de dos: o la mesa es poetisa o el peroneo es poeta; esto nos parece lógico. Vamos inclusive más lejos: cierto día en que hacía experiencias espíritas, un oficial conocido nuestro recibió a través de una mano invisible un par de bofetadas tan bien dadas que, dos horas después, aún las sentía. Ahora bien, ¿cómo obtener un reparación? Si semejante cosa hubiese sucedido con el Sr. Jobert, él no se inquietaría, porque diría que había sido golpeado por el peroneo largo.

He aquí lo que leemos al respecto en el periódico La Mode (La Moda) del 1º de mayo de 1859:

“La Academia de Medicina continúa la cruzada de los espíritus positivos contra lo maravilloso de cualquier género. Después de haber fulminado, con razón –aunque quizás un poco torpemente–, al famoso doctor negro, por intermedio del Sr. Velpeau, he aquí que acaba de escucharse al Sr. Jobert (de Lamballe) declarar en pleno Instituto, el secreto de lo que él llama la gran comedia de los Espíritus golpeadores, que ha sido representada con tanto éxito en los dos hemisferios.

“Según el célebre cirujano, todos los toc toc y todos los pan pan que de tan buena fe hacen estremecer a las personas que los escuchan; esos ruidos singulares, esos golpes secos aplicados sucesiva y rítmicamente, todos esos signos evidentes, precursores de la llegada y de la presencia de los habitantes del otro mundo, ¡son simplemente el resultado de un movimiento dado a un músculo, a un nervio, a un tendón! Se trata de una singularidad de la Naturaleza, hábilmente explotada para producir, sin que sea posible notarlo, esa misteriosa música que ha encantado y seducido a tanta gente.

“La sede de la orquesta está ubicada en la pierna. Es el tendón del peroneo que va tocando su música en la vaina, que hace todos esos ruidos que se escuchan bajo las mesas, a la distancia o a gusto del prestidigitador.

“Por mi parte, dudo mucho que el Sr. Jobert haya descubierto –como él cree– el secreto de lo que llama "una comedia", y los artículos que han sido publicados en este mismo periódico por nuestro colega, el Sr. Escande, sobre los misterios del mundo oculto, plantean la cuestión con una amplitud muy diferente, sincera y filosóficamente, en el buen sentido de la palabra.

“Pero si los charlatanes de todos los géneros son irritantes con los ruidos de sus bombos, es preciso concordar que a veces esos eruditos señores no lo son menos al pretender apagar las luces de todo lo que brille fuera de los candelabros oficiales.

“No comprenden que la sed de lo maravilloso que devora a nuestra época, tiene exactamente como causas los excesos del Positivismo, hacia donde ciertos espíritus nos han querido arrastrar. El alma humana tiene necesidad de creer, de admirar y de contemplar el infinito. Han trabajado para cerrar las ventanas que el Catolicismo le abría: por eso que ella mira a través de las claraboyas, sean éstas cuales fueren.”

HENRY DE PÈNE


“Nuestro excelente amigo, el Sr. Henry de Pène, ha de permitirnos una observación. Ignoramos cuándo el Sr. Jobert ha hecho ese inmortal descubrimiento y cuál ha sido el día en que lo ha comunicado al Instituto. Lo que sabemos es que esta original explicación ya había sido dada por otros. En 1854, el Dr. Rayer, un célebre cirujano que por ese entonces no dio pruebas de gran perspicacia, presentó al Instituto a un alemán cuya habilidad –según él– también era la clave de todos los knockings y rappingsde los dos mundos. Se trataba, como hoy, de la dislocación de uno de los tendones musculares de la pierna, llamado peroneo largo. Su demostración fue hecha en el acto, y la Academia expresó su reconocimiento por ese interesante informe. Algunos días después, un profesor agregado de la Facultad de Medicina registró el hecho en el Constitutionnel (Constitucional), y tuvo el coraje de añadir que "por fin los científicos se pronunciaron al respecto, y el misterio fue finalmente esclarecido". Esto no impidió que el misterio persistiese y aumentase, a pesar de la Ciencia que, al negarse a hacer experiencias, se contentaba con atacarlo por medio de explicaciones ridículas y burlescas, como las que acabamos de citar. Por respeto al Sr. Jobert (de Lamballe), nos complacemos en pensar que le han atribuido una experiencia que de ninguna manera le pertenece. Algún periódico, en busca de novedades, habrá encontrado en algún rincón olvidado de sus archivos ese antiguo informe del Sr. Rayer, y lo habrá resucitado, publicándolo con su patrocinio, a fin de variar un poco. Mutato nomine, de te fabula narratur. Es lamentable, indudablemente; pero aún es mejor de que si ese periódico hubiese dicho la verdad.”

A. ESCANDE



Intervención de la Ciencia en el Espiritismo

La oposición de las corporaciones científicas es uno de los argumentos que sin cesar invocan los adversarios del Espiritismo. ¿Por qué ellas no investigan el fenómeno de las mesas giratorias? Si hubiesen visto allí algo de serio –dicen– no se pondrían en guardia contra hechos tan extraordinarios, y mucho menos los tratarían con desdén, mientras que las mismas están todas contra vosotros. ¿No son los científicos la luz de las naciones, y su deber no es el de esparcirla? ¿Por qué creéis que ellos la ocultaron, cuando se les presentaba una ocasión tan bella para revelar al mundo una fuerza nueva? –Para comenzar digamos que es un grave error decir que todos los científicos están contra nosotros, ya que el Espiritismo se propaga precisamente en la clase esclarecida. ¿Sólo hay científicos en la Ciencia oficial y en las corporaciones constituidas? Porque el Espiritismo todavía no disfrute del derecho de ciudadanía en el terreno de la Ciencia oficial, ¿esto prejuzga la cuestión? Es conocida la circunspección de la Ciencia oficial con relación a las ideas nuevas. Si la Ciencia nunca se hubiese equivocado, su opinión podría pesar en la balanza; infelizmente la experiencia prueba lo contrario. ¿Ella no ha rechazado como quimeras a una multitud de descubrimientos que, más tarde, han ilustrado la memoria de sus autores? ¿Por ello debe decirse que los científicos sean ignorantes? ¿Esto justifica los epítetos triviales que ciertas personas de mal gusto se complacen en darles? Seguramente que no. No hay nadie de buen sentido que no haga justicia a sus conocimientos, aunque reconociendo que no son infalibles, y por eso su juicio no puede ser tomado en última instancia. Su error es resolver ciertas cuestiones un poco a la ligera, confiando demasiado en sus luces, antes que el tiempo haya dicho su última palabra, exponiéndose así a recibir los desmentidos de la experiencia.

Cada uno puede juzgar solamente lo que es de su competencia. Si queréis construir una casa, ¿llamaríais a un músico? Si estáis enfermo, ¿os haríais tratar por un arquitecto? Si tenéis un proceso, ¿consultaríais a un bailarín? En fin, si se tratase de una cuestión de teología, ¿la haríais resolver por un químico o por un astrónomo? No, cada cual en su oficio. Las Ciencias vulgares reposan en las propiedades de la materia, que se puede manipular a voluntad; los fenómenos que ella produce tienen como agentes a las fuerzas materiales. Los del Espiritismo tienen como agentes a inteligencias que tienen su independencia, su libre albedrío, y de modo alguno se someterían a nuestros caprichos; de esta manera, ellos escapan a nuestros procedimientos anatómicos o de laboratorio, así como a nuestros cálculos, y por lo tanto no son de la incumbencia de la Ciencia propiamente dicha. La Ciencia se equivocó, pues, cuando quiso experimentar a los Espíritus como si lo hiciera con una pila voltaica; partió de una idea fija, preconcebida, a la cual se aferra y quiere forzosamente vincularla a la idea nueva; la Ciencia fracasó, y debía ser así, porque actuó a partir de una analogía que no existe; después, sin ir más lejos, concluyó por la negativa: juicio temerario que el tiempo se encarga todos los días de reformar, como ha reformado a tantos otros; y aquellos que lo pronunciaron han de avergonzarse por haber tachado de falso muy ligeramente el poder infinito del Creador. Por lo tanto, las corporaciones científicas no deben ni deberán jamás pronunciarse sobre la cuestión; ésta no es de su incumbencia, así como también no es de su competencia decretar si Dios existe; es, pues, un error considerarlas un juez. Pero, entonces, ¿quién será el juez? ¿Se arrogan los espíritas el derecho de imponer sus ideas? No, el gran juez, el juez soberano, es la opinión pública; cuando esta opinión se haya formado por el consentimiento de las masas y de los hombres esclarecidos, los científicos oficiales la aceptarán como individuos y experimentarán la fuerza de las cosas. Dejad pasar una generación y con ella los prejuicios de su obstinado amor propio, y veréis que sucederá con el Espiritismo lo mismo que con tantas otras verdades que han sido combatidas y que ahora sería ridículo poner en duda. Hoy, los creyentes son tratados como locos; mañana será el turno de aquellos que no creen, exactamente como antaño eran considerados locos los que creían que la Tierra giraba, hecho que no le impidió girar.

Pero no todos los científicos han juzgado de la misma forma; algunos han hecho el siguiente razonamiento:

No hay efecto sin causa, y los efectos más comunes pueden ponernos en camino de mayores problemas. Si Newton no se hubiese dado cuenta de las consecuencias de la caída de la manzana; si Galvani hubiese repelido a su empleada, tratándola de loca y de visionaria, cuando ella le habló de las ranas que danzaban en el plato, quizás aún no hubiésemos descubierto la admirable ley de la gravitación y las fecundas propiedades de la pila. El fenómeno que ha sido designado con el nombre burlesco de danza de las mesas, no es más ridículo que el de la danza de las ranas, y que tal vez encierre también algunos de esos secretos de la Naturaleza que han de revolucionar la Humanidad, cuando se tenga la clave de los mismos. Además de esto, ellos han dicho: Ya que tantas personas se ocupan de esos hechos y puesto que hombres serios han realizado dichos estudios, es porque algo debe existir; una ilusión, una locura –si se quiere–, no puede tener ese carácter de generalidad; podrá seducir a un círculo, a una camarilla, pero no dará la vuelta al mundo.

He aquí, principalmente, lo que nos decía un ilustre doctor en Medicina, incrédulo hasta hace poco tiempo atrás, y hoy un fervoroso adepto:

«Dicen que los seres invisibles se comunican; ¿y por qué no? Antes de que fuese inventado el microscopio, ¿sospechábamos de la existencia de esos millones de animálculos que causan tanta devastación en nuestra salud? ¿Dónde está la imposibilidad material de la existencia, en el espacio, de seres que escapan a nuestros sentidos? ¿Tendríamos por ventura la ridícula pretensión de saberlo todo y de decir que Dios no puede enseñarnos nada más? Si esos seres invisibles que nos rodean son inteligentes, ¿por qué no se comunicarían con nosotros? Si están en relación con los hombres, deben desempeñar un papel en el destino y en los acontecimientos. ¿Quién sabe si no serán una de las potencias de la Naturaleza, una de esas fuerzas ocultas que no sospechamos? ¡Qué nuevo horizonte abriría esto a nuestro pensamiento! ¡Qué vasto campo de observación! El descubrimiento del mundo invisible sería otra cosa completamente diferente que el de lo infinitamente pequeño; sería más que un descubrimiento: sería toda una revolución en las ideas. ¡Qué luz puede surgir de ahí! ¡Cuántas cosas misteriosas serían explicadas! Los que así creen son llevados al ridículo; ¿pero qué prueba esto? ¿No sucedió lo mismo con todos los grandes descubrimientos? ¿Cristóbal Colón no ha sido repelido, colmado de disgustos y tratado como un insensato? Esas ideas –dicen– son tan extrañas, que la razón las rechaza; hace sólo medio siglo se le habrían reído en la cara al que hubiera dicho que en algunos minutos era posible corresponderse de un extremo al otro del mundo; que en algunas horas se podría cruzar Francia; que con el vapor de un poco de agua en ebullición, un buque navegaría contra el viento; que del agua serían sacados los medios de iluminar y de calentar. Si un hombre hubiese propuesto un medio de iluminar toda París en un minuto, con el único recurso de una sustancia invisible, lo habrían mandado al manicomio. ¿Es entonces más prodigioso que el espacio esté poblado por seres pensantes que, después de haber vivido en la Tierra, dejaron su envoltura material? ¿No encontramos en este hecho la explicación de una multitud de creencias que remontan a la más alta Antigüedad? ¿No es la confirmación de la existencia del alma y de su individualidad después de la muerte? ¿No es la prueba de la propia base de la religión? Esta religión sólo vagamente nos dice qué sucede con las almas; el Espiritismo lo define. ¿Qué pueden decir a esto los materialistas y los ateos? Semejantes cosas merecen realmente ser profundizadas.»

He aquí las reflexiones de un científico, pero de un científico sin pretensiones; son también las de una multitud de hombres esclarecidos. Ellos han reflexionado, estudiado seriamente y sin prejuicios; han tenido la modestia de no decir: No comprendo, por lo tanto eso no existe. Su convicción se ha formado a través de la observación y del recogimiento. Si esas ideas hubiesen sido quimeras, ¿sería posible que tantas personas de élite las hubieran adoptado? ¿Sería posible que durante tanto tiempo fueran víctimas de una ilusión? Por lo tanto no hay ninguna imposibilidad material en la existencia de seres para nosotros invisibles, que pueblan el espacio, y sólo esta consideración ya debería hacernos obrar con un poco más de circunspección. Hasta hace poco tiempo atrás, ¿quién hubiera pensado que una gota de agua límpida pudiese contener miles de seres vivos, de una pequeñez que confunde nuestra imaginación? Ahora bien, era más difícil a la razón concebir así a seres tan sutiles –provistos de todos nuestros órganos y funcionando como nosotros–, que admitir a los que llamamos Espíritus.

Los adversarios preguntan por qué los Espíritus, que deberían tener tanto empeño en hacer prosélitos, no se prestan mejor al trabajo de convencer a ciertas personas, cuya opinión sería de una gran influencia. Agregan que se les objeta su falta de fe; a esto, ellos responden con razón que no pueden tener fe por anticipado.

Es un error creer que la fe sea necesaria: pero la buena fe es otra cosa. Hay escépticos que niegan hasta la evidencia, y que ni milagros podrían convencerlos. Inclusive están los que se pondrían muy irritados por ser forzados a creer, porque su amor propio habría de sufrir al reconocer que estaban equivocados. ¿Qué responder a esas personas que por todas partes solamente ven ilusión y charlatanismo? Nada; es preciso dejarlas tranquilas para que digan –mientras lo quieran– que no han visto nada y que hasta incluso nada se ha podido hacerles ver. Al lado de esos escépticos endurecidos, los hay aquellos que quieren ver a su manera; los que, habiéndose hecho una opinión, a ésta quieren someter todo, por no comprender que existan fenómenos que no obedezcan a su voluntad. Ellos no saben o no quieren saber en aceptar las condiciones necesarias. Si los Espíritus no se empeñan en convencer por medio de prodigios, es que al parecer tienen poco interés –por el momento– en convencer a ciertas personas, cuya importancia no atribuyen como ellas lo hacen con sí mismas; es preciso concordar que esto es poco halagador, pero nosotros no comandamos su opinión; los Espíritus tienen una manera de juzgar las cosas que no siempre es la nuestra; ellos ven, piensan y obran según otros elementos; mientras que nuestra visión es circunscripta por la materia, y limitada por el estrecho círculo en medio del cual nos encontramos, ellos abarcan el conjunto; el tiempo que nos parece tan largo es para ellos un instante, y la distancia no es más que un paso; ciertos detalles que nos parecen de una extrema importancia, a sus ojos no pasan de niñerías, mientras que juzgan importantes ciertas cosas cuyo alcance nosotros no percibimos. Para comprenderlos es preciso elevarse por el pensamiento, encima de nuestro horizonte material y moral, a fin de alcanzar su punto de vista; no son ellos que tienen que descender hasta nosotros, y sí nosotros que debemos ascender hasta ellos, lo que conseguiremos con estudio y observación. Los Espíritus aprecian los observadores asiduos y concientes, para los cuales multiplican las fuentes de luz; lo que los aleja, no es la duda de la ignorancia, sino la fatuidad de esos supuestos observadores que no observan nada y que pretenden ponerlos en aprietos y manejarlos como títeres. Es principalmente el sentimiento que traen de hostilidad y de querer denigrar, sentimiento que está en su pensamiento, cuando no en sus palabras, a pesar de sus protestas en contrario. Para éstos nada hacen los Espíritus, y muy poco se inquietan con lo que puedan decir o pensar, porque su turno llegará. Es por eso que hemos dicho que no es la fe que es necesaria, sino la buena fe; ahora bien, preguntamos si nuestros eruditos adversarios estarán siempre en esas condiciones. Quieren tener los fenómenos a sus órdenes, y los Espíritus no obedecen órdenes: es preciso esperar por su buena voluntad. No es suficiente decir: mostradme tal hecho y he de creer; es necesario tener la voluntad de la perseverancia, dejar que los hechos se produzcan espontáneamente sin pretender forzarlos o dirigirlos; aquello que deseáis será precisamente lo que no obtendréis, pero se presentarán otros, y lo que deseáis vendrá quizás en el momento en que menos lo esperáis. A los ojos del observador atento y asiduo surge una multitud de fenómenos que se corroboran unos a los otros; pero el que cree que basta girar una manivela para hacer funcionar la máquina, se equivoca por completo. ¿Qué hace el naturalista que quiere estudiar los hábitos de un animal? ¿Le ordena que haga tal o cual cosa, a fin de tener todo el tiempo para observarlo a gusto y de acuerdo con su conveniencia? No; porque sabe muy bien que no será obedecido; él espía las manifestaciones espontáneas de su instinto; las espera y las observa al paso. El simple buen sentido nos muestra que con más fuerte razón debe suceder así con los Espíritus, que son inteligencias mucho más independientes que la de los animales.





Conversaciones familiares del Más Allá

Humboldt

Fallecido el 6 de mayo de 1859; evocado en la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas en los días 13 y 20 del mismo mes.(A san Luis). ¿Podemos llamar al Espíritu Alexander von Humboldt que acaba de desencarnar? –Resp. Como queráis, amigos.

1. Evocación. –Resp. Estoy aquí; ¡cómo esto es asombroso!

2. ¿Por qué esto os asombra? –Resp. Estoy lejos de lo que fui, hace apenas algunos días.

3. Si nosotros pudiésemos veros, ¿cómo es que os veríamos? –Resp. Como hombre.

4. ¿Nuestro llamado os contraría? –Resp. No, no.

5. ¿Tuvisteis conciencia de vuestro nuevo estado poco después de vuestra muerte? –Resp. Yo la esperaba hacía mucho tiempo.

Nota – Entre los hombres que, como el Sr. Humboldt, fallecen de muerte natural y por la extinción gradual de las fuerzas vitales, el Espíritu se reconoce con mucha mayor rapidez que en aquellos en que la vida se ha interrumpido bruscamente por accidente o muerte violenta, puesto que ya existe un comienzo de desprendimiento antes de la cesación de la vida orgánica. En el Sr. Humboldt la superioridad del Espíritu y la elevación de sus pensamientos han facilitado ese desprendimiento, siempre más lento y más penoso en aquellos cuya vida es totalmente material.

6. ¿Extrañáis la vida terrestre? –Resp. No, de ningún modo; me siento feliz; no estoy más en la prisión; mi Espíritu es libre... ¡Cuánta alegría! ¡Y qué dulce momento que me ha traído esta nueva gracia de Dios!

7. ¿Qué pensáis de la estatua que en vuestro homenaje será erigida en Francia, aunque seáis extranjero? –Resp. Mis agradecimientos personales por el honor que me hacen; lo que sobre todo estimo en eso, es el sentimiento de unión que este hecho revela: el deseo de ver extinguir todos los odios.

8. ¿Han cambiado vuestras creencias? –Resp. Sí, mucho; pero todavía no reví todo; esperad aún para hablarme más profundamente.

Nota – Esta respuesta y la palabra reví son características del estado en que se encuentra; a pesar del rápido desprendimiento de su Espíritu, hay todavía alguna confusión en sus ideas; al haber dejado el cuerpo hace apenas ocho días, aún no tuvo tiempo para comparar sus ideas terrestres con las que puede tener ahora.

9. ¿Estáis satisfecho con el empleo que hicisteis de vuestra existencia terrestre? –Resp. Sí; prácticamente he cumplido el objetivo que me había propuesto. He servido a la Humanidad: por eso es que soy feliz hoy.

10. ¿Cuándo os habéis propuesto ese objetivo? –Resp. Al venir a la Tierra.

Nota – Puesto que se había propuesto un objetivo al venir a la Tierra, es porque entonces había realizado un progreso anterior y su alma no había nacido al mismo tiempo que su cuerpo. Esta respuesta espontánea no puede haber sido provocada por la naturaleza de la pregunta o por el pensamiento del interrogador.

11. ¿Habíais elegido esta existencia terrestre? –Resp. Había numerosos candidatos para esta obra; he pedido al Ser por excelencia que me la concediera, y lo he conseguido.

12. ¿Recordáis la existencia que ha precedido a la que acabáis de dejar? –Resp. Sí; la misma ha tenido lugar lejos de la Tierra y en un mundo bien diferente del vuestro.

13. Ese mundo, ¿es igual, inferior o superior a la Tierra? –Resp. Superior; perdonadme.

14. Sabemos que nuestro mundo está lejos de la perfección, y por consecuencia no nos sentimos humillados porque hayan otros más adelantados que el nuestro; pero entonces, ¿cómo habéis venido a un mundo inferior al que habitabais? –Resp. No se da a los ricos. Yo he querido dar: por eso he descendido a la cabaña del pobre.

15. ¿Podéis darnos una descripción de los seres animados del mundo en que habitáis? –Resp. Tenía ese deseo al hablaros hace poco, pero comprendí a tiempo que yo tendría dificultad en explicaros perfectamente esto. Allí los seres son buenos, muy buenos; ya conocéis este punto, que es la base de todo el resto del sistema moral en esos mundos; nada allí obstaculiza el desarrollo de los buenos pensamientos; nada recuerda a los malos; todo es felicidad, porque cada uno es feliz en sí mismo y con todos los que lo rodean. Con relación a la materia y a los sentidos, toda descripción es inútil. ¡Qué simplificación en el mecanismo de una sociedad! Hoy, que me encuentro en condiciones de comparar los dos, me admiro con la distancia. No penséis que os digo esto para desanimaros; no, al contrario. Es necesario que vuestro Espíritu esté bien convencido de la existencia de esos mundos; entonces tendréis un ardiente deseo de alcanzarlos, y vuestro trabajo os abrirá el camino.

16. ¿Ese mundo hace parte de nuestro sistema planetario? –Resp. Sí, está muy cerca de vosotros. Sin embargo, no se puede verlo porque no es un foco luminoso, y no recibe ni refleja la luz de los soles que lo rodean.

17. Acabáis de decir que vuestra precedente existencia tuvo lugar lejos de nosotros, y ahora decís que ese mundo está muy cerca; ¿cómo conciliar estas dos cosas? –Resp. Está lejos de vosotros si consultáis vuestras distancias, vuestras medidas terrestres; pero está próximo si tomáis el compás de Dios, y si intentáis abarcar de un vistazo toda la Creación.

Nota – Es evidente que puede ser considerado como lejos si tomamos como término de comparación las dimensiones de nuestro globo; pero está cerca con relación a los mundos que se encuentran a distancias incalculables.

18. ¿Podríais especificar la región del Cielo donde el mismo se encuentra? –Resp. Es inútil: los astrónomos nunca la conocerán.

19. ¿La densidad de ese mundo es la misma que la de nuestro globo? –Resp. La proporción es de mil para diez.

20. ¿Sería ese mundo de la naturaleza de los cometas? –Resp. No, de modo alguno.

21. Si no es un foco de luz y si no recibe ni refleja la luz solar, ¿entonces reina allí una perpetua oscuridad? –Resp. Los seres que viven allá no tienen ninguna necesidad de luz: la oscuridad no existe para ellos; no la comprenden. Es como si el ciego pensase que nadie puede tener el sentido de la visión.

22. Según la opinión de ciertos Espíritus, el planeta Júpiter es muy superior a la Tierra; ¿esto es exacto? –Resp. Sí; todo lo que se os ha dicho al respecto es verdad.

23. ¿Habéis vuelto a ver a Arago desde que regresasteis al mundo de los Espíritus? –Resp. Ha sido él quien me ha tendido la mano cuando dejé vuestro mundo.

24. ¿Conocíais el Espiritismo cuando estabais encarnado? –Resp. El Espiritismo, no; el magnetismo, sí.

25. ¿Cuál es vuestra opinión sobre el futuro del Espiritismo entre las corporaciones científicas? –Resp. Un gran futuro; pero su camino será penoso.

26. ¿Pensáis que un día será aceptado por las corporaciones científicas? –Resp. Ciertamente; ¿pero creéis pues que esto sea indispensable? Ocupaos antes de poner los primeros preceptos en el corazón de los infelices que repletan vuestro mundo: es el bálsamo que calma las desesperaciones y que da esperanza.

Nota – François Arago, al haber sido llamado en la sesión del 27 de mayo, y por intermedio de otro médium, respondió así a preguntas análogas:

Cuando estabais encarnado, ¿cuál era vuestra opinión sobre el Espiritismo? –Resp. Lo conocía muy poco y, por consecuencia, le daba poca importancia; he cambiado de opinión y esto os da que pensar.

¿Pensáis que un día Él será aceptado y reconocido por las corporaciones científicas? Me refiero a la Ciencia oficial, porque ya hay muchos científicos que individualmente lo aceptan. –Resp. No solamente lo pienso, sino que tengo la certeza de eso; Él tendrá el destino de todos los descubrimientos útiles para la Humanidad: ridiculizado al principio por los científicos orgullosos y por los tontos ignorantes, terminará siendo reconocido por todos.

27. ¿Cuál es vuestra opinión acerca del Sol que nos ilumina? –Resp. Aquí todavía no he aprendido nada sobre Ciencia; entretanto, siempre he considerado al Sol como un vasto centro eléctrico.

28. ¿Esta opinión es el reflejo de la que teníais como hombre o es la vuestra como Espíritu? –Resp. Es la opinión que tenía cuando encarnado, corroborada por lo que sé ahora.

29. Puesto que venís de un mundo superior a la Tierra, ¿cómo se explica que no tuvisteis conocimientos precisos sobre esas cosas antes de vuestra última existencia, y de los cuales hoy os recordaríais? –Resp. Ciertamente los tenía, pero lo que preguntáis no tiene relación alguna con todo lo que pude aprender en existencias precedentes, tan diferentes de la que he dejado; por ejemplo, la Astronomía ha sido para mí una Ciencia totalmente nueva.

30. Muchos Espíritus nos han dicho que habitaban o que habían habitado otros planetas, pero ninguno nos ha dicho que habitaba el Sol; ¿por qué esto? –Resp. Porque el Sol es un centro eléctrico y no un mundo; es un instrumento y no una morada. –Preg. ¿Entonces no tiene habitantes? –Resp. Habitantes fijos, no; visitantes, sí.

31. ¿Creéis que dentro de algún tiempo, cuando hayáis podido hacer nuevas observaciones, podríais informarnos más sobre la naturaleza del Sol? –Resp. Sí, tal vez; será un placer; sin embargo, no esperéis mucho de mí: no estaré errante por mucho tiempo.

32. ¿Dónde pensáis ir cuando no estéis más errante? –Resp. Dios me permite reposar por algunos momentos; voy a disfrutar esta libertad para encontrarme con amigos muy queridos que esperan por mí. Después, no sé todavía.

33. Pedimos vuestro permiso para dirigiros aún algunas preguntas, que vuestros conocimientos de Historia Natural sin duda permiten que respondáis.

La sensitiva y la dionea tienen movimientos que denotan una gran sensibilidad, y en ciertos casos una especie de voluntad, como por ejemplo la última, cuyas hojas aprisionan a los insectos que se posan en las mismas para libar el zumo, y a los cuales la dionea parece tender una trampa para después matarlos. Preguntamos: ¿estas plantas están dotadas de la facultad de pensar? ¿Poseen voluntad? ¿Forman una clase intermediaria entre el reino vegetal y el reino animal? En una palabra, ¿son una transición entre dichos reinos? –Resp. Todo es transición en la Naturaleza, por el hecho de que nada es semejante y, sin embargo, todo se encadena. Las plantas no piensan y, por consiguiente, no poseen voluntad. La ostra que se abre, así como todos los zoófitos, no tienen pensamiento: solamente poseen un instinto natural.

34. Las plantas, ¿experimentan sensaciones dolorosas cuando se las mutila? –Resp. No.

Nota – Un miembro de la Sociedad expresa la opinión de que los movimientos de las plantas sensitivas son análogos a los que se producen en las funciones digestivas y circulatorias del organismo animal, y que suceden sin la participación de la voluntad. En efecto, ¿no vemos que el píloro se contrae al contacto de ciertos cuerpos para impedirles el paso? Lo mismo debe ocurrir con la sensitiva y con la dionea, cuyos movimientos no implican de modo alguno la necesidad de una percepción y menos todavía de una voluntad.

35. ¿Hay hombres fósiles? –Resp. El tiempo los ha desgastado.

36. ¿Admitís que hayan existido hombres en la Tierra antes del diluvio geológico? –Resp. Sería bueno que te expliques más claramente sobre este punto, antes de hacer la pregunta. El hombre estaba en la Tierra mucho antes de los diluvios.

37. ¿Adán no fue, entonces, el primer hombre? –Resp. Adán es un mito; ¿dónde ubicas a Adán?

38. Mito o no, hablo de la época que la Historia le asigna. –Resp. Es poco calculable para vosotros; incluso es imposible evaluar el número de años en que los primeros hombres permanecieron en estado salvaje y bestial, que no cesó sino mucho tiempo después de su primera aparición en el globo.

39. ¿La Geología hará conque un día se encuentren los rastros materiales de la existencia del hombre en la Tierra antes del período adámico? –Resp. La Geología, no; el buen sentido, sí.

40. El progreso del reino orgánico en la Tierra está marcado por la aparición sucesiva de los acotiledóneos, de los monocotiledóneos y de los dicotiledóneos; ¿existía el hombre antes de los dicotiledóneos? –Resp. No, su fase siguió a aquélla.

41. Os agradecemos por haber consentido atender a nuestro llamado, y por las enseñanzas que nos habéis dado. –Resp. Ha sido un placer. Adiós; hasta la vista.

Nota – Esta comunicación se distingue por un carácter general de bondad, de benevolencia y de una gran modestia, señal indiscutible de la superioridad del Espíritu; en efecto, no hay trazos de jactancia, de fanfarronería, de deseo de dominar o de imponerse, que se observa entre los que pertenecen a la clase de los pseudosabios, Espíritus que siempre están más o menos imbuidos de sistemas y de prejuicios que buscan hacer prevalecer; en el Espíritu Humboldt, todo –inclusive los más bellos pensamientos– respira simplicidad y denota ausencia de pretensión.

Goethe

Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas; 25 de marzo de 1859.1. Evocación. –Resp. Estoy con vosotros.

2. ¿En qué situación estáis como Espíritu: errante o reencarnado? –Resp. Errante.

3. ¿Sois más feliz que cuando estabais encarnado? –Resp. Sí, porque estoy liberado de mi cuerpo grosero, y veo lo que antes no podía ver.

4. Me parece que cuando encarnado no teníais una situación infeliz; ¿en qué consiste la superioridad de vuestra actual situación? –Resp. Acabo de decirlo; vosotros, adeptos del Espiritismo, debéis comprender esa situación.

5. ¿Cuál es vuestra opinión actual sobre Fausto? –Resp. Es una obra que tenía como objetivo mostrar la vanidad y el vacío de la Ciencia humana y, por otro lado, exaltar el sentimiento del amor, en aquello que había de bello y puro, castigándolo en lo que tenía de desenfrenado y de malo.

6. ¿Ha sido por una cierta intuición del Espiritismo que habéis descrito la influencia de los Espíritus malos sobre el hombre? ¿Cómo habéis sido llevado a hacer esta descripción? –Resp. Yo tenía el recuerdo casi exacto de un mundo donde veía ejercer la influencia de los Espíritus sobre los seres materiales.

7. ¿Teníais entonces el recuerdo una existencia precedente? –Resp. Sí, ciertamente.

8. ¿Podríais decirnos si esta existencia tuvo lugar en la Tierra? –Resp. No, porque aquí no se ven a los Espíritus en acción; ha sido realmente en otro mundo.

9. Pero entonces, ya que en ese mundo podíais ver a los Espíritus en acción, debía ser un mundo superior a la Tierra. ¿Cómo es que habéis venido de un mundo superior a un mundo inferior? ¿Habéis decaído? Tened a bien explicarnos esto. –Resp. Era un mundo superior hasta un cierto punto, pero no como lo entendéis. Todos los mundos no tienen la misma organización, sin que por esto sean de una gran superioridad. Además, sabéis bien que yo cumplía entre vosotros una misión que no podéis disimular, ya que aún representáis mis obras; no hubo decaimiento, puesto que he servido y aún sirvo para vuestra moralización. Yo aplicaba lo que podía tener de superior en aquel mundo precedente para castigar las pasiones de mis héroes.

10. Sí, vuestras obras aún son representadas. Inclusive, vuestro drama Fausto acaba de ser adaptado para ópera. ¿Habéis asistido a esta presentación? –Resp. Sí.

11. ¿Podéis darnos vuestra opinión sobre la manera por la cual el Sr. Gounod ha interpretado vuestro pensamiento a través de la música? –Resp. Gounod me ha evocado sin saberlo. Me ha comprendido muy bien; yo no lo habría hecho mejor como músico alemán; tal vez él piense como músico francés.

12. ¿Qué pensáis de Werther? –Resp. Hoy repruebo su desenlace.

13. ¿Esta obra no hizo mucho mal al exaltar las pasiones? –Resp. Hizo mucho mal y causó desgracias.

14. La misma ha causado muchos suicidios; ¿sois responsable por esto? –Resp. Es por eso que aún sufro, puesto que hubo una influencia infeliz esparcida por mí, de lo que me arrepiento.

15. Me parece que cuando encarnado teníais una gran antipatía por los franceses; ¿sucede lo mismo actualmente? –Resp. Soy muy patriota.

16. ¿Estáis aún vinculado a un país más que a otro? –Resp. Amo a Alemania por sus pensamientos y por sus costumbres casi patriarcales.

17. ¿Quisierais darnos vuestra opinión sobre Schiller? –Resp. Somos hermanos por el Espíritu y por las misiones. Schiller tenía una noble y gran alma: sus obras son el reflejo de la misma; él ha hecho menos mal que yo. Es bien superior a mí, porque era más simple y más verdadero.

18. ¿Podríais darnos vuestra opinión sobre los poetas franceses en general, comparados con los poetas alemanes? De ninguna manera se trata de un vano sentimiento de curiosidad, sino que es para nuestra instrucción. Confiamos que vuestros elevados sentimientos nos eximirán de la necesidad de pediros que lo hagáis sin parcialidad, dejando a un lado todo prejuicio nacional. –Resp. Sois muy curiosos, pero voy a satisfaceros:

Los franceses modernos hacen frecuentemente bellos poemas, pero usan más palabras bonitas que buenos pensamientos; ellos deberían vincularse más al corazón que a la mente. Hablo en general, pero hago ciertas excepciones a favor de algunos: un gran poeta pobre, entre otros.

19. Un nombre circula en voz baja en la asamblea; ¿es a él a quien os referís? –Resp. Pobre, o que parece.

20. Estaríamos contentos en obtener de vos una disertación sobre un tema de vuestra elección, para nuestra instrucción. ¿Tendríais la bondad de dictarnos algo? –Resp. Lo haré más tarde y a través de otros médiums; evocadme en otra ocasión.

El negro Papá César

Papá César, hombre libre de color, fallecido el 8 de febrero de 1859 a la edad de 138 años, cerca de Covington, en los Estados Unidos. Había nacido en África y fue llevado a Luisiana con alrededor de 15 años de edad. Los restos mortales de este patriarca de la raza negra han sido acompañados al cementerio por un cierto número de habitantes de Covington y por una multitud de personas de color.Sociedad, 25 de marzo de 1859.

1. (A san Luis). ¿Tendríais la bondad de decirnos si podemos llamar al negro Papá César, al cual nos acabamos de referir? –Resp. Sí; yo lo ayudaré a responderos.

Observación – Este comienzo hace presentir el estado del Espíritu que deseamos interrogar.

2. Evocación. –Resp. ¿Qué queréis de mí, y qué hace un pobre Espíritu como yo en una reunión como la vuestra?

3. ¿Sois más feliz ahora que cuando estabais encarnado? –Resp. Sí, porque mi situación no era buena en la Tierra.

4. Sin embargo erais libre; ¿en qué sois más feliz ahora? –Resp. Porque mi espíritu no es más negro.

Observación – Esta respuesta es más sensata de lo que parece a primera vista. Es evidente que el Espíritu no es negro; él quiere decir que, como Espíritu, no sufre más las humillaciones a las cuales está expuesta la raza negra.

5. Habéis vivido mucho tiempo; ¿esto os ha sido provechoso para vuestro adelanto? –Resp. Yo estaba disgustado en la Tierra, y a una cierta edad no sufrí lo bastante como para tener la felicidad de avanzar.

6. ¿En qué empleáis vuestro tiempo ahora? –Resp. Busco esclarecerme y saber en qué cuerpo podré hacerlo.

7. ¿Qué pensabais de los blancos cuando encarnado? –Resp. Ellos son buenos, pero orgullosos y vanos de una blancura de la que no han sido responsables.

8. ¿Consideráis la blancura como una superioridad? –Resp. Sí, ya que he sido despreciado como negro.

9. (A san Luis). ¿Es la raza negra realmente una raza inferior? –Resp. La raza negra desaparecerá de la Tierra. Ha sido hecha para una latitud diferente de la vuestra.

10. (A Papá César). Habéis dicho que buscáis un cuerpo a través del cual podáis avanzar; ¿elegiríais un cuerpo blanco o negro? –Resp. Un cuerpo blanco, porque el desprecio me haría mal.

11. ¿Habéis realmente vivido la edad que se os atribuye: 138 años? –Resp. No he contado bien, por la razón que ya he dicho.

Observación – Acabamos de observar que los negros no tenían registro de nacimiento porque no eran reconocidos como civiles, siendo que su edad era calculada de manera aproximada, sobre todo cuando nacían en África.

12. (A san Luis). ¿Algunas veces los blancos reencarnan en cuerpos negros? –Resp. Sí, cuando por ejemplo un amo maltrató a un esclavo, aquél puede pedir, como expiación, vivir en un cuerpo de negro para sufrir a su turno lo que hizo padecer a los otros, y a través de este medio avanzar y perdonarse ante Dios.




Variedades

La princesa de Rebinina
(Extraído del Courrier de París, del ... de mayo de 1859.)

¿Sabéis que todos los sonámbulos, todas las mesas giratorias, todas las aves magnetizadas, todos los lápices simpáticos y todos los que echan las cartas predicen desde hace mucho tiempo la guerra?... En este sentido se han hecho profecías a una multitud de personajes importantes que, fingiendo tratar con mucha ligereza esas supuestas revelaciones del mundo sobrenatural, no dejaron de quedarse bastante preocupados. Por nuestra parte, sin decidir la cuestión en un sentido o en otro, y considerando además que, en aquello en que el propio François Arago dudaba, por lo menos es permitido no pronunciarnos, nos limitaremos a relatar sin comentarios algunos hechos de los cuales hemos sido testigo.

Hace ocho días nos invitaron a una reunión espírita en la casa del barón de G... A la hora indicada, todos los invitados –que eran solamente doce– se encontraban alrededor de la mesa... milagrosa, realmente una simple mesa de caoba, sobre la cual, para comenzar, fue servido el té y los sándwiches de costumbre. Debemos apresurarnos en decir que, de esos doce invitados, ninguno podría razonablemente exponerse a la acusación de charlatanismo. El dueño de la casa, que entre sus parientes próximos cuenta con algunos ministros, pertenece a una gran familia extranjera.

En cuanto a los fieles, estaban compuestos por dos distinguidos oficiales ingleses, por un alférez de navío francés, por un príncipe ruso muy conocido, por un médico renombrado, por un millonario, por el secretario de una embajada y por dos o tres personas importantes del faubourg Saint-Germain. Nosotros éramos el único profano entre esos hombres ilustres del Espiritismo; pero en nuestra condición de cronista parisiense, y de escéptico por deber, no permitía que fuésemos acusado de una credulidad... exagerada. Por consiguiente, la reunión en cuestión no podía ser sospechosa de representar una comedia; ¡y qué comedia! ¿Una comedia inútil y ridícula, en la cual cada uno habría voluntariamente aceptado el
papel de mistificador y de mistificado al mismo tiempo? Esto es inadmisible. Y además, ¿con qué objetivo? ¿Con qué interés? ¿No sería el caso de preguntar: A quién se engaña aquí?

No, allí no había mala fe ni locura... Si lo prefieren, digamos que hubo azar... Es todo lo que nuestra conciencia permite que concedamos. Ahora bien, he aquí lo que ha sucedido:

Después de haber interrogado al Espíritu sobre miles de cosas, se le preguntó si tenían fundamento las esperanzas de paz, que por entonces parecían muy grandes.

–No, respondió muy claramente en dos ocasiones diferentes.

–¿Entonces tendremos guerra?

–¡Ciertamente!...

–¿Cuándo?

–En ocho días.

–Sin embargo, el Congreso sólo se reunirá el próximo mes... Esto aleja bastante la eventualidad de un comienzo de hostilidades.

–¡No habrá Congreso!

–¿Por qué?

–Austria se rehusará.

–¿Y cuál es la causa que ha de triunfar?

–La de la justicia y la del derecho... la de Francia.

–¿Y cómo será la guerra?

–Corta y gloriosa.

Esto nos trae a la memoria otro hecho del mismo género que también sucedió ante nuestros ojos hace pocos años atrás.

Todos se recuerdan que, cuando tuvo lugar la guerra de Crimea, el emperador Nicolás llamó a Rusia a todos los súbditos que vivían en Francia, bajo pena de confiscar sus bienes si no obedeciesen a esta orden.

En aquel entonces estábamos en Leipzig, Sajonia, donde había un vivo interés –como en todas partes– en la campaña que acababa de comenzar. Un día recibimos el siguiente aviso:

“Estoy aquí por sólo algunas horas; ¡venid a verme en el Hotel Polonia, Nº 13! Firmado: Princesa de Rebinina”.

Ya conocíamos mucho aquí a la princesa Sofía de Rebinina, una mujer encantadora y distinguida, cuya historia era toda una novela (que algún día escribiremos), y que tuvo la consideración de llamarnos su amigo. Nos quedamos tan agradablemente sorprendido y encantado por su paso por Leipzig, que nos apresuramos en atender a su amable invitación.


Era un domingo, día 13, y el tiempo estaba naturalmente gris y triste, como siempre ocurre en esta parte de Sajonia. Estábamos en la casa de la princesa, que se encontraba más graciosa y espirituosa que nunca, a pesar de estar pálida y un poco melancólica. Le hicimos incluso esta observación.

–En primer lugar –nos dijo ella– partí como una bomba. Tenía que ser así, porque estamos en guerra, y estoy un poco fatigada por causa del viaje. En segundo lugar, aunque ahora seamos enemigos, no os ocultaré que dejo París con pesar. Desde hace mucho tiempo me considero casi una francesa, y la orden del emperador me ha hecho romper con un viejo y dulce hábito.

–¿Por qué no permanecisteis tranquilamente en vuestra linda residencia de la calle Rumfort?

–Porque me habrían cortado los recursos.

–¡Pues bien! ¿Pero nosotros no somos vuestros buenos y numerosos amigos?

–Sí..., ya lo creo; pero a una mujer de mi edad no le gusta contraer deudas... ¡Los intereses que hay que pagar sobrepasan a menudo el valor del capital! ¡Ah! Si yo fuese anciana sería otra cosa... Pero entonces no me prestarían.

Después de decir esto la princesa cambió de tema.

¡Ah! –dice ella–, sabéis que soy de una naturaleza muy absorbente... Aquí no conozco a nadie... ¿Puedo contar con vos durante todo el día?

La respuesta que dimos es fácil de imaginar.

A la una de la tarde tocó en el patio la campanilla del hotel, y bajamos para almorzar en el salón. En ese momento, todos hablaban de la guerra... y de las mesas giratorias.

En lo que concierne a la guerra, la princesa estaba segura que la flota anglo-francesa sería destruida en el mar Negro, y ella misma la habría incendiado con mucha valentía si el emperador Nicolás le hubiese confiado esta misión delicada y peligrosa. En lo que atañe a las mesas giratorias, su fe era menos robusta, pero aún así ella nos propuso hacer algunas experiencias con otro amigo nuestro, que le habíamos presentado mientras tomábamos el postre. Subimos entonces a su cuarto; el café nos fue servido y, como llovía, pasamos toda la tarde interrogando a una mesita de velador, que teníamos ante nuestros ojos.

–Y a mí, preguntó de repente la princesa, ¿no tienes nada para decirme?

–No.

–¿Por qué?


La mesita efectuó trece golpes. Ahora bien, debemos recordar que era un día trece, y que el número del cuarto de la Sra. de Rebinina era también el trece.

–¿Esto quiere decir que el número trece es fatal para mí? –indagó la princesa, que era un poco supersticiosa con ese número.

–¡Sí! –golpeó la mesa.

–¡No importa!... Yo soy un Bayarddel sexo femenino y puedes hablar sin miedo, sea lo que tengas que anunciarme.

Interrogamos a la mesita de velador, que al comienzo persistió en su prudente reserva, pero a la cual finalmente conseguimos arrancarle las siguientes palabras:

–Enfermedad... ocho días... París... ¡Muerte violenta!

La princesa se encontraba muy bien; ella acababa de dejar París y no esperaba rever Francia por un largo tiempo... Por lo tanto, la profecía de la mesita era al menos absurda sobre los tres primeros puntos... En cuanto al último, es inútil agregar que ni quisimos detenernos en el mismo.

La princesa debía partir a las ocho horas de la noche en el tren de Dresde, a fin de llegar a Varsovia dos días después, por la mañana; pero ella perdió el tren.

–En verdad –nos dijo ella– voy a dejar aquí mi equipaje y tomaré el tren de las cuatro de la mañana.

–Entonces, ¿permaneceréis en el hotel?

–Sí, pero no me acostaré... Asistiré de lo alto del camarote de los extranjeros al baile de esta noche... ¿Queréis ser mi caballero de compañía?

El Hotel Polonia, cuyos vastos y magníficos salones albergan por lo menos a dos mil personas, daba casi todos los días un gran baile –ya sea en verano como en invierno–, organizado por alguna sociedad de la ciudad, reservando para los asistentes en lo alto una galería particular destinada a los viajeros que quisiesen disfrutar del espectáculo animado y de la excelente música.

Además, en Alemania, los extranjeros nunca son olvidados, y en todas partes tienen sus camarotes reservados, lo que explica por qué los alemanes que vienen a París por primera vez, siempre solicitan en los teatros y en los conciertos el camarote de los extranjeros.

El baile de aquel día era muy brillante, y la princesa, aunque mera espectadora, sentía un verdadero placer en participar del mismo. Inclusive se había olvidado de la mesita de velador y de su siniestra predicción, cuando uno de los mozos del hotel le trajo un telegrama que había acabado de llegar para ella. El despacho telegráfico decía lo siguiente:

«Sra. Rebinina, Hotel Polonia, Leipzig; presencia indispensable,
París; ¡graves intereses!
» Llevaba la firma del apoderado de la princesa. Algunas horas más tarde ella retomaba el camino de Colonia, en vez de tomar el tren hacia Dresde. ¡Ocho días después supimos que ella había muerto!

PAULIN NIBOYET


El mayor Georges Sydenham

Encontramos el siguiente relato en una notable colección de historias auténticas de apariciones y de otros fenómenos espíritas, narración publicada en Londres en 1682, por el reverendo J. Granville y por el Dr. H. More. La misma es intitulada: Aparición del Espíritu del mayor Georges Sydenham al capitán V. Dyke, extraída de una carta del Sr. Jacques Douche, de Mongton, al Sr. J. Granville.

«... Poco tiempo después de la muerte del mayor Georges, el Dr. Th. Dyke, pariente próximo del capitán, fue llamado para tratar a un niño enfermo. El doctor y el capitán se acostaron en la misma cama. Después de haber dormido un poco, el capitán llamó al criado y le ordenó que encendiera dos velas, las mayores y más gruesas que encontrase. El doctor le preguntó el porqué de lo que estaba haciendo. “Conocéis –dice al capitán– mis discusiones con el mayor en lo referente a la existencia de Dios y a la inmortalidad del alma: nosotros no pudimos esclarecer estos dos puntos, aunque siempre lo hubiésemos deseado.

“Entonces nos pusimos de acuerdo que aquel de nosotros que muriese primero vendría a la tercera noche después de los funerales, entre la medianoche y una hora, al jardín de esta pequeña casa, y allí esclarecería al sobreviviente al respecto. Es exactamente hoy –agregó el capitán– que el mayor debe cumplir su promesa”. Por consiguiente, puso el reloj cerca de él y se levantó a las once y media, tomó una vela en cada mano, salió por la puerta trasera –guardando la llave– y se paseó así por el jardín durante dos horas y media. A su regreso declaró al doctor que no había visto ni escuchado nada fuera de lo común; pero agregó: –Sé que mi mayor habría venido si hubiese podido.

«Seis semanas después el capitán fue a Eaton para ubicar a su hijo en una escuela, y el doctor los acompañó. Se alojaron en un albergue llamado Saint-Christophe (San Cristóbal) y permanecieron allí dos o tres días, pero no durmieron juntos como en Dulversan; ellos estaban en dos cuartos separados.

Una mañana, el capitán permaneció más tiempo que de costumbre en su cuarto, antes de llamar al doctor. Finalmente entró en la habitación de este último con el rostro totalmente alterado, los cabellos erizados, la mirada despavorida y todo el cuerpo temblando. –¿Qué pasó, primo capitán? –dijo el doctor. El capitán respondió: –He visto al mayor. –El doctor pareció sonreír. –Os afirmo que hoy lo he visto como nunca lo he visto en mi vida. Entonces hizo la siguiente narración: “Esta mañana, al amanecer, alguien se aproximó a mi cama, arrancó las cubiertas y gritó: Cap, cap (era el nombre familiar que el mayor usaba para llamar al capitán). Yo respondí: –¡Cómo!, ¿mi mayor? Él continuó: –No pude venir en el día marcado; pero ahora estoy aquí y os digo: hay un Dios, que es muy justo y terrible; si vos no cambiáis de piel, ¡veréis cuando lleguéis aquí! –Sobre la mesa había una espada que el mayor me había dado; después dio dos o tres vueltas en el cuarto, tomó la espada, la desenvainó y, al no encontrarla tan pulida como debería estar, dijo: –Cap, cap, esta espada estaba mejor conservada cuando era mía. –Con estas palabras desapareció súbitamente”.»

El capitán no sólo fue perfectamente persuadido de la realidad de lo que había visto y escuchado, sino que desde entonces se volvió mucho más serio. Su carácter, antes ligero y jovial, se modificó considerablemente. Cuando invitaba a sus amigos, los trataba con desprendimiento, pero era austero consigo mismo. Las personas que lo conocían aseguraban que a menudo él creía oír la repetición de las palabras del mayor, durante los dos años que vivió después de lo sucedido.

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ALLAN KARDEC





Julio

Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas

Discurso de clausura del año social 1858-1859

SEÑORES:

En el momento en que termina el año social, permitidme presentaros un resumen de la marcha y de los trabajos de la Sociedad.

Vosotros conocéis su origen: Ella se ha formado sin una intención premeditada, sin un proyecto preconcebido. Algunos amigos se reunían en mi casa en un pequeño grupo; poco a poco estos amigos me pidieron permiso para presentarme a sus amigos. Por entonces no había un presidente: eran reuniones íntimas de ocho a diez personas, similares a centenas que existen en París y alrededores; entretanto, era natural que en mi hogar yo tuviese la dirección de lo que allí se hacía, ya sea como dueño de la casa o también en razón de los estudios especiales que ya había hecho y que me daban una cierta experiencia en la materia.

El interés que despertaban esas reuniones iba creciendo, no obstante nos ocupásemos de cosas muy serias; poco a poco, el número de asistentes fue aumentando uno a uno, y mi modesto salón, muy poco adecuado para una asamblea, se volvió insuficiente. Fue entonces que algunos de vosotros propusieron buscar otro más cómodo, dividiendo así los gastos, pues creían que no era justo que todo corriese por mi cuenta, como sucedía hasta ese momento. Pero para reunirnos regularmente por encima de un cierto número, y en otro local, era necesario que estuviésemos de conformidad con las exigencias legales, tener un reglamento, y por consiguiente un presidente designado; en fin, era preciso constituir una Sociedad: es lo que ha tenido lugar con el consentimiento de la autoridad constituida, cuya benevolencia no nos ha faltado. También era necesario imprimir a los trabajos una dirección metódica y uniforme, y consentisteis encargarme de continuar aquello que hacía en casa, en nuestras reuniones particulares.

He ejercido mis funciones, que puedo llamar de laboriosas, con toda la exactitud y con toda la devoción de que he sido capaz; desde el punto de vista administrativo me he esforzado por mantener en las sesiones un orden riguroso, y por darles un carácter de gravedad sin el cual el prestigio de asamblea seria habría desaparecido rápidamente. Ahora que mi tarea ha terminado y que el impulso ha sido dado, debo comunicaros la resolución que he tomado de renunciar, en el futuro, a toda especie de función en la Sociedad, inclusive a la de director de estudios; yo no ambiciono sino un título: el de simple miembro titular, con el cual me sentiré siempre feliz y honrado. El motivo de mi determinación está en la multiplicidad de mis trabajos, que aumentan todos los días por la extensión de mis relaciones, porque además de aquello que conocéis, preparo otros trabajos más considerables que exigen largos y laboriosos estudios, y que no me absorberán menos de diez años; ahora bien, las tareas de la Sociedad me toman mucho tiempo, tanto en la preparación, en la coordinación, como en la redacción final. Además de ello, reclaman una asiduidad a menudo perjudicial para mis ocupaciones personales y vuelven indispensable la iniciativa casi exclusiva que me habéis dejado. Señores, es por esta razón que tan frecuentemente debo tomar la palabra, lamentando también que los miembros eminentemente esclarecidos que tenemos nos priven de sus luces. Desde hace tiempo que deseo renunciar a esas funciones; he expresado esto en diversas circunstancias y de una manera muy explícita a varios de mis compañeros, ya sea aquí o personalmente, y en particular al Sr. Ledoyen. Yo lo habría hecho antes, sin recelo de causar perturbación a la Sociedad, retirándome en la mitad del año social, pero podría parecer una deserción; y era preciso no dar esta satisfacción a nuestros adversarios. Por lo tanto, cumplí mi deber al desempeñar mi tarea hasta el fin; hoy, sin embargo, que esos motivos no existen más, me adelanto en anunciaros mi resolución, a fin de no dificultar la elección que haréis. Es justo que cada uno participe de los encargos y de los honores.

Desde hace un año que la Sociedad viene creciendo rápidamente en importancia; el número de los miembros titulares ha triplicado en algunos meses; tiene numerosos corresponsales en los dos continentes, y los oyentes habrían sobrepasado el límite de lo posible si no hubiésemos puesto un freno, determinado por la estricta ejecución del reglamento. Entre los ilustres oyentes se cuentan las más altas notabilidades sociales. La prontitud con la que solicitan ser admitidos a nuestras sesiones muestra el interés que se tiene por ellas, no obstante la ausencia de toda experimentación destinada a satisfacer la curiosidad, y quizás en razón de su propia simplicidad. Si ni todos salen convencidos –lo que sería pedir lo imposible–, las personas serias, aquellas que no vienen con el prejuicio de denigrar, llevan de la seriedad de nuestros trabajos una impresión que las predispone a profundizar esas cuestiones. Además, no tenemos sino que aplaudir las restricciones que hemos hecho a la admisión de oyentes extraños: nos evitamos así una multitud de curiosos inoportunos. La medida por la cual nosotros hemos limitado esta admisión a ciertas sesiones, reservando las otras únicamente para los miembros de la Sociedad, ha tenido como resultado darnos más libertad en los estudios, que podrían ser obstaculizados por la presencia de personas aún no esclarecidas y cuya simpatía no estuviese garantizada.

Estas restricciones han de parecer muy naturales a los que conocen el objetivo de nuestra Institución, y que ante todo saben que nosotros somos una Sociedad de estudios y de investigaciones, y no una arena de propaganda; es por esta razón que no admitimos en nuestras filas aquellos que, no teniendo las primeras nociones de la ciencia, nos harían incesantemente perder tiempo con demostraciones elementales repetidas. Sin duda, todos nosotros deseamos la propagación de las ideas que profesamos, porque sabemos que son útiles, y por eso cada uno contribuye con su parte; pero también sabemos que la convicción sólo se adquiere a través de continuas observaciones, y no por algunos hechos aislados, sin continuidad y sin razonamiento, contra los cuales la incredulidad siempre puede plantear objeciones. Se dirá que un hecho es siempre un hecho; indudablemente este es un argumento sin réplica, desde que no sea refutado ni refutable. Cuando un hecho sale del círculo de nuestras ideas y de nuestros conocimientos, a primera vista parece imposible; cuanto más extraordinario, más objeciones plantea: he aquí por qué lo niegan. Aquel que examina la causa y que la descubre, encuentra allí una base y una razón de ser; comprende la posibilidad del hecho y, desde entonces, no lo rechaza más. Frecuentemente un hecho es inteligible por su vinculación con otros hechos; tomado separadamente, puede parecer extraño, increíble e incluso absurdo; pero si fuese uno de los eslabones de la cadena, si tuviera una base racional y si se lo pudiera explicar, desaparecerá toda anomalía. Ahora bien, para concebir este encadenamiento, para captar este conjunto donde uno es conducido de consecuencia en consecuencia, es necesario en todas las cosas, y tal vez aún más en el Espiritismo, una serie de observaciones racionales. Por lo tanto, el razonamiento es un poderoso elemento de convicción, hoy más que nunca, porque las ideas positivas nos llevan a saber el porqué y el cómo de cada cosa.

Nos sorprendemos con la persistente incredulidad, en materia de Espiritismo, por parte de las personas que ya han visto, mientras que otros que nada vieron son firmes creyentes; ¿será que estos últimos son personas superficiales que aceptan sin examen todo lo que se les dice? No; todo lo contrario: los primeros han visto, pero no comprenden; los últimos no vieron, pero comprenden, y comprenden porque razonan. El conjunto de razonamientos sobre los cuales se apoyan los hechos constituye la ciencia, aún una ciencia muy imperfecta, es cierto, cuyo apogeo ninguno de nosotros pretende haber alcanzado; pero, en fin, es una ciencia en sus comienzos, y nuestros estudios se dirigen hacia la investigación de todo lo que puede ampliarla y constituirla. He aquí lo que importa que se sepa bien fuera de este recinto, para que no se equivoquen sobre el objetivo que nos proponemos; para que sobre todo no piensen que, al venir aquí, van a encontrar una exhibición de Espíritus que se ofrecen para un espectáculo. La curiosidad tiene un límite: cuando se la satisface, ella busca un nuevo objeto de distracción. Aquel que no se detiene en la superficie, que observa más allá del efecto material, encuentra siempre algo para aprender; para éste, el razonamiento es una mina inagotable: no tiene límites. Además, nuestra línea de conducta no podría ser mejor trazada que por estas admirables palabras que el Espíritu san Luis nos ha dirigido, y que nunca deberíamos perder de vista: «Se han burlado de las mesas giratorias, pero jamás se burlarán de la filosofía, de la sabiduría y de la caridad que brillan en las comunicaciones serias. (...) que en otros lugares se hagan demostraciones físicas, que en otros lugares las vean y oigan, pero que entre vosotros se comprenda y se ame

Estas palabras: que entre vosotros se comprenda, son toda una enseñanza. Debemos comprender, y buscamos comprender, porque no queremos creer como ciegos: el razonamiento es la antorcha que nos guía. Pero el razonamiento de una sola persona puede errar, motivo por el cual quisimos reunirnos en sociedad, a fin de esclarecernos mutuamente con la ayuda recíproca de nuestras ideas y de nuestras observaciones. Al ubicarnos en este terreno, nos asemejamos a todas las otras instituciones científicas, y nuestros trabajos formarán más adeptos serios que si pasásemos el tiempo haciendo conque las mesas giren o den golpes. Rápidamente estaríamos saturados de eso; nuestro pensamiento exige un alimento más sólido: he aquí por qué buscamos penetrar los misterios del mundo invisible, cuyos primeros indicios son esos fenómenos elementales. Aquel que sabe leer, ¿se divierte repitiendo sin cesar el alfabeto? Tendríamos quizás una mayor concurrencia de curiosos, que se sucederían en nuestras sesiones como personajes de un panorama cambiante; pero dichos curiosos, que no podrían improvisar una convicción al ver un fenómeno para ellos inexplicado, que lo juzgarían sin profundizarlo, serían más bien un obstáculo a nuestros trabajos; he aquí por qué, al no querer desviarnos de nuestro carácter científico, apartamos a cualquiera que no venga hacia nosotros con una finalidad seria. El Espiritismo tiene consecuencias de una tal gravedad, toca en cuestiones de un alcance tan elevado, es la clave que explica tantos problemas, en fin, en Él extraemos enseñanzas filosóficas tan profundas, que al lado de todo eso una mesa giratoria es una mera niñería.

Decíamos que la observación de los hechos sin el razonamiento es insuficiente para dar una convicción completa, siendo considerada ligera la persona que se declarase convencida por un hecho que no haya comprendido; pero esta manera de proceder tiene otro inconveniente que es bueno señalar y del cual cada uno de nosotros ha podido ser testigo: es la manía de experimentación, que es su consecuencia natural. Aquel que ve un hecho espírita, sin haber estudiado todas sus circunstancias, generalmente no ve más que el hecho material, y a partir de entonces lo juzga desde el punto de vista de sus propias ideas, sin pensar que, fuera de las leyes conocidas, pueden y deben haber leyes desconocidas. Cree que puede manejarlo a su gusto; impone sus condiciones y dice que solamente se convencerá si el hecho se presenta de una cierta manera y no de otra. Él imagina que se hacen experiencias con los Espíritus como con una pila eléctrica; al no conocer la naturaleza de los mismos, ni su manera de ser, pues no las han estudiado de modo alguno, cree que puede imponer sobre ellos su voluntad, e imagina que deban actuar a una simple señal que obedezca a su capricho de convencerlo; porque se dispone a oírlos durante un cuarto de hora, piensa que ellos deben estar a sus órdenes. Estos son los errores en que no caen los que se dan al trabajo de profundizar los estudios; conocen los obstáculos y no piden lo imposible; en lugar de querer imponer su punto de vista a los Espíritus –actitud a la que éstos no se prestan de buen grado–, se ponen en el punto de vista de los Espíritus, y ahora los fenómenos cambian de aspecto. Para esto necesitamos paciencia, perseverancia y una firme voluntad, sin los cuales no se ha de llegar a nada. Aquel que quiere realmente saber debe someterse a las condiciones del asunto en cuestión, y no querer que la situación se someta a sus propias condiciones. He aquí por qué la Sociedad no se presta de manera alguna a experimentaciones que no darían resultado, porque Ella sabe por experiencia que el Espiritismo, como cualquier otra Ciencia, no se aprende en algunas horas y a la ligera. Como Ella es seria, sólo quiere tratar con gente seria, que comprenda las obligaciones impuestas por semejante estudio, desde que se quiera hacerlo con conciencia. La Sociedad no reconoce como serios los que dicen: Hacedme ver un hecho y he de convencerme. ¿Esto quiere decir que dejamos a un lado los hechos? Muy por el contrario, puesto que toda nuestra ciencia está basada en hechos; investigamos con empeño todos aquellos que nos ofrecen un objeto de estudio o que confirman los principios admitidos; lo que quiero decir es que no perdemos nuestro tiempo en reproducir los hechos que ya conocemos, como tampoco un físico no se divierte repitiendo sin cesar las experiencias que no le enseñan nada de nuevo. Dirigimos nuestras investigaciones a todo aquello que pueda esclarecer nuestra marcha, vinculándonos de preferencia a las comunicaciones inteligentes, que son la fuente de la filosofía espírita, cuyo campo es ilimitado y bien mayor que el de las manifestaciones puramente materiales, que sólo despiertan un interés momentáneo.

Dos sistemas igualmente preconizados y practicados se presentan en el modo de recibir las comunicaciones del Más Allá: los que prefieren esperar las comunicaciones espontáneas y los que las provocan al hacer un llamado directo a tal o cual Espíritu. Los primeros pretenden que en la ausencia de control para constatar la identidad de los Espíritus, esperando su buena voluntad, uno esté menos expuesto a ser inducido al error, ya que si el Espíritu habla es porque está presente y quiere hablar, mientras que no se tiene la certeza si aquel que uno llama puede venir o responder. Los segundos objetan que dejar hablar al primero que llega es abrir la puerta, tanto a los Espíritus malos como a los buenos. La incertidumbre de la identidad no es una objeción seria, puesto que frecuentemente hay medios de constatarla, y que además esta constatación es el objeto de un estudio vinculado a los propios principios de la ciencia; el Espíritu que habla espontáneamente se limita más comúnmente a las generalidades, en cuanto las preguntas le trazan un cuadro más positivo y más instructivo. Con respecto a nosotros, no condenamos sino los sistemas exclusivistas; sabemos que se obtienen muy buenas comunicaciones de uno y de otro modo, y si damos la preferencia al segundo, es porque la experiencia nos enseña que en las comunicaciones espontáneas los Espíritus embusteros se adornan con nombres respetables, más que en las evocaciones; incluso ellos tienen el campo más libre, mientras que con el método de preguntas se los domina y se los dirige mucho más fácilmente, sin contar que las cuestiones son de una indiscutible utilidad en los estudios. Es a este modo de investigar que debemos la multitud de observaciones que a cada día recogemos y que nos hacen penetrar más profundamente esos extraños misterios. Cuanto más avanzamos, más se amplía el horizonte ante nosotros, mostrándonos cuán vasto es el campo que tenemos que segar.

Las numerosas evocaciones que hemos hecho nos han permitido dirigir una mirada investigadora hacia el mundo invisible, desde la base hasta la cúspide, es decir, en lo que tiene de más ínfimo como en lo que hay de más sublime. La innumerable variedad de hechos y de caracteres que han surgido de esos estudios, realizados con una profunda calma, con atención sostenida y con la prudente circunspección de los observadores serios, nos abrió los arcanos de ese mundo tan nuevo para nosotros; el orden y el método utilizados en las investigaciones eran elementos indispensables para el éxito. En efecto, sabéis por experiencia que no basta llamar fortuitamente a tal o cual Espíritu; los Espíritus no vienen así a gusto de nuestro capricho, y no responden a todo lo que la fantasía nos lleva a preguntarles. Con los seres del Más Allá son necesarios algunos cuidados, como saber usar un lenguaje apropiado a su naturaleza, a sus cualidades morales, al grado de su inteligencia y a la posición que ocupan; con ellos, y según las circunstancias, debemos ser dominadores o sumisos, compasivos con los que sufren, humildes y respetuosos con los superiores, firmes con los malos y con los obstinados, que sólo subyugan a aquellos que los escuchan con complacencia; en fin, es necesario saber formular y encadenar metódicamente las preguntas para obtener respuestas más explícitas, con el objeto de captar en las respuestas los matices que, frecuentemente, son rasgos característicos y revelaciones importantes, los cuales escapan al observador superficial, inexperto o de ocasión. Por lo tanto, la manera de conversar con los Espíritus es un verdadero arte, que requiere tacto, conocimiento del terreno en el cual se pisa y constituye, propiamente hablando, el Espiritismo práctico. Las evocaciones, sabiamente dirigidas, pueden enseñar grandes cosas; ofrecen un poderoso elemento de interés, de moralidad y de convicción: de interés, porque nos hacen conocer el estado del mundo que nos espera a todos y del cual algunas veces se hace una idea tan extravagante; de moralidad, porque podemos ver en las mismas, por analogía, nuestro destino futuro; de convicción, porque en esas conversaciones íntimas encontramos la prueba manifiesta de la existencia y de la individualidad de los Espíritus, que no son otros sino nuestras almas liberadas de la materia terrestre. En general, al estar formada vuestra opinión sobre el Espiritismo, no tenéis necesidad de fundamentar vuestras convicciones en la prueba material de las manifestaciones físicas; también habéis querido, según el consejo de los Espíritus, concentraros en el estudio de los principios y de las cuestiones morales, sin por esto dejar a un lado el examen de los fenómenos que pueden ayudar en la investigación de la verdad.

La crítica ha buscado pretextos para reprocharnos el haber aceptado muy fácilmente las doctrinas de ciertos Espíritus, sobre todo en lo que concierne a las cuestiones científicas. Esas personas demuestran, con esto mismo, que ignoran el verdadero objeto de la ciencia espírita y que desconocen el que nosotros nos proponemos, lo que con razón nos da el derecho de devolverles la crítica ligera con que nos han juzgado. Ciertamente no es a vosotros que es preciso enseñaros la reserva con la cual debemos recibir aquello que proviene de los Espíritus; estamos lejos de tomar todas sus palabras como artículos de fe. Sabemos que entre ellos los hay de todos los grados de conocimiento y de moralidad; para nosotros, es toda una población que presenta variedades cien veces más numerosas que las que vemos entre los hombres; lo que nosotros queremos es estudiar esa población, llegar a conocerla y a comprenderla; para esto estudiamos las individualidades, observamos los diferentes matices y buscamos percibir los rasgos distintivos de sus costumbres, de sus hábitos y de su carácter; en fin, queremos identificarnos tanto como sea posible con el estado de ese mundo. Antes de ocupar una residencia, queremos saber bastante cómo es ella, si allí estaremos cómodamente instalados, conocer los hábitos de los vecinos que tendremos y el género de sociedad que podremos frecuentar. ¡Pues bien! Los Espíritus nos dan a conocer nuestra futura residencia y las costumbres del pueblo en medio del cual iremos vivir. Pero de la misma manera que entre nosotros hay personas ignorantes y de visión limitada, que hacen una idea incompleta de nuestro mundo material y del medio que no les es propio, también los Espíritus que poseen un horizonte moral limitado no pueden captar el conjunto, y aún están bajo el dominio de los prejuicios y de los sistemas; por lo tanto, tampoco pueden instruirnos sobre todo lo que sucede en el mundo espiritual, de la misma forma que un campesino no podría hacerlo con referencia al estado de la alta sociedad parisiense o del mundo erudito. Por lo tanto, sería tener de nuestro juicio una muy pobre opinión, si se pensara que escuchamos a todos los Espíritus como si fuesen oráculos. Los Espíritus son lo que son, y no podemos cambiar el orden de las cosas; al no ser todos perfectos, nosotros solamente aceptamos sus palabras con la reserva de verificación ulterior y no con la credulidad de los niños; juzgamos, comparamos, extraemos las consecuencias de nuestras observaciones, y sus propios errores son para nosotros enseñanzas, porque no renunciamos a nuestro discernimiento.

Estas observaciones se aplican igualmente a todas las teorías científicas que pueden dar los Espíritus. Sería demasiado cómodo que únicamente bastase que los interroguemos para encontrar la Ciencia totalmente resuelta y para poseer todos los secretos de la industria: solamente conquistaremos la Ciencia a costa de trabajo y de investigaciones; la misión de los Espíritus no es eximirnos de esta obligación. Además sabemos que ni todos saben todo, como también sabemos que entre ellos –como entre nosotros– existen pseudosabios, que creen saber lo que no saben y que hablan de lo que ignoran con la más imperturbable desfachatez. Por el hecho de un Espíritu decir que es el Sol que gira alrededor de la Tierra, y no al contrario, no por esto su teoría sería más verdadera porque provenga de él. Sepan, por lo tanto, aquellos que suponen que tenemos una credulidad tan pueril, que tomamos toda opinión expresada por un Espíritu como una opinión personal; que no la aceptamos sino después de haberla sometido al control de la lógica y de los medios de investigación que la propia ciencia espírita nos ofrece, medios que todos vosotros conocéis.

Señores, tal es el objetivo que la Sociedad se propone; ciertamente no soy yo quien va a enseñaros esto, pero me agrada recordarlo aquí para que mis palabras tengan repercusión allá afuera y para que nadie se equivoque cuanto a su verdadero carácter. Por mi parte, soy feliz por haberos acompañado a través de este camino serio, que eleva al Espiritismo a la categoría de ciencia filosófica. Vuestros trabajos ya han producido frutos, pero los que más tarde han de ser producidos son incalculables, si permanecéis –y de esto no tengo dudas– en las condiciones propicias para atraer a los Espíritus buenos entre vosotros.

El concurso de los Espíritus buenos es, en efecto, la condición sin la cual nadie puede esperar la verdad; ahora bien, este concurso depende de nosotros obtenerlo. La primera de todas las condiciones para conquistar su simpatía es el recogimiento y la pureza de las intenciones. Los Espíritus serios van adonde son llamados seriamente, con fe, fervor y confianza; no les gusta que los usen para hacer experiencia, ni para dar espectáculo; al contrario, les place instruir a aquellos que los interrogan sin segundas intenciones; los Espíritus ligeros, que se divierten por todo, van a todas partes y de preferencia adonde encuentran ocasiones para mistificar; los Espíritus malos son atraídos por los malos pensamientos, y por malos pensamientos es preciso entender todos aquellos que no estén de conformidad con los preceptos de la caridad evangélica. En toda reunión, por lo tanto, cualquiera que cultive sentimientos contrarios a estos preceptos, trae consigo a Espíritus deseosos de sembrar la perturbación, la discordia y la malquerencia.

La comunión de pensamientos y de sentimientos hacia el bien es por eso una condición de primera necesidad, y esta comunión no puede encontrarse en un medio heterogéneo donde tendrían acceso las pasiones inferiores del orgullo, de la envidia y de los celos, pasiones que siempre se delatan por la malevolencia y por la acrimonia del lenguaje, por más espeso que sea el velo con que se busque encubrirlas; es el abecé de la ciencia espírita. Si queremos cerrar la puerta de este recinto a los Espíritus malos, primero cerremos a éstos la puerta en nuestros corazones, y evitemos en nosotros todo lo que pueda darles motivo. Si algún día la Sociedad se vuelve víctima de Espíritus embusteros, lo será si ellos fueren atraídos a la misma; ¿por quién? Por aquellos en los que encontrasen eco, porque sólo van adonde saben que serán escuchados. Conocemos el proverbio: Dime con quién andas y te diré quién eres; podemos parafrasearlo de la siguiente manera con relación a nuestros Espíritus simpáticos: Dime lo que piensas y te diré con quién andas. Ahora bien, los pensamientos se traducen en actos; por lo tanto, si se admite que la discordia, el orgullo, la envidia y los celos sólo pueden ser inspirados por Espíritus malos, cualquiera que traiga aquí elementos de desunión, habría de suscitar dificultades, revelando por esto mismo la naturaleza de sus satélites ocultos, y no podríamos sino lamentar su presencia en el seno de la Sociedad. Dios permita que esto nunca suceda –así lo espero–, y con la asistencia de los Espíritus buenos, si sabemos volvernos favorables a éstos, la Sociedad se consolidará, ya sea por la consideración que hubiere merecido como por la utilidad de sus trabajos. Si únicamente tuviéramos en vista hacer experiencias de curiosidad, la naturaleza de las comunicaciones sería casi indiferente, porque sólo las tomaríamos por lo que ellas representan; pero como en nuestros estudios no buscamos divertirnos, ni al público, lo que nosotros queremos son comunicaciones verdaderas; para esto necesitamos la simpatía de los Espíritus buenos, y esta simpatía solamente es adquirida por aquellos que alejan a los malos en la sinceridad de su alma. Decir que jamás se hayan inmiscuido Espíritus ligeros entre nosotros, gracias a algunos puntos débiles, parecería demasiado presuntuoso y sería como pretender la perfección; inclusive los Espíritus superiores lo permiten, a fin de experimentar nuestra perspicacia y nuestro cuidado en la búsqueda de la verdad; pero nuestro juicio debe ponernos en guardia contra las trampas que pueden tendernos, y nos da en todos los casos los medios para evitarlas.

El objeto de la Sociedad no sólo consiste en la investigación de los principios de la ciencia espírita; va más lejos: también estudia sus consecuencias morales, porque es sobre todo en éstas que encuentra su verdadera utilidad.

Nuestros estudios nos enseñan que el mundo invisible que nos rodea influye constantemente sobre el mundo visible; ellos nos lo muestran como una de las fuerzas de la Naturaleza; conocer los efectos de esta fuerza oculta que nos domina y nos subyuga sin darnos cuenta, ¿no es tener la clave de más de un problema, como también la explicación de una multitud de hechos que pasan desapercibidos? Si esos efectos pueden ser funestos, conocer la causa del mal ¿no es tener el medio de preservarse al respecto, así como el conocimiento de las propiedades de la electricidad nos ha dado el medio de atenuar los efectos desastrosos del rayo? Si entonces sucumbimos, no podremos quejarnos sino de nosotros mismos, porque no tendremos la ignorancia como excusa. El peligro está en el dominio que los Espíritus malos ejercen sobre los individuos, y este dominio no es solamente funesto desde el punto de vista de los errores de principios que pueden propagar, sino también desde el punto de vista de los intereses de la vida material. La experiencia nos enseña que un individuo jamás queda impune cuando se abandona a la dominación de ellos, porque sus intenciones nunca pueden ser buenas. Una de sus tácticas para alcanzar dichos fines es la desunión, porque saben muy bien que dominarán fácilmente al que esté privado de apoyo; así, cuando ellos quieren ejercer dominio sobre alguien, su primer cuidado es siempre inspirarle la desconfianza y el alejamiento de cualquiera que pueda desenmascararlos con el esclarecimiento de consejos sanos; una vez ganado el terreno, pueden fascinarlo a voluntad con promesas seductoras y subyugarlo adulándole sus inclinaciones, aprovechando con esto todos los puntos débiles que encuentren, para después hacerle sentir mejor la amargura de las decepciones, herirlo en sus afectos, humillarlo en su orgullo y a menudo elevarlo solamente por un instante para luego precipitarlo desde más alto.

Señores, he aquí lo que nos muestran los ejemplos que se desdoblan ante nuestros ojos a cada instante, tanto en el mundo de los Espíritus como en el mundo corporal, ejemplos que podemos aprovechar para nosotros mismos, mientras que también buscamos volverlos provechosos para los otros. Pero se dirá, ¿no atraeréis a Espíritus malos al evocar a hombres que han sido lo peor de la sociedad? No, porque nunca sufrimos su influencia. Hay peligro cuando es el Espíritu que se IMPONE; jamás cuando nos IMPONEMOS al Espíritu. Ya sabéis que esos Espíritus no vienen a vuestro llamado sino constreñidos y forzados, y que en general se sienten tan incómodos en nuestro medio que siempre tienen prisa por irse. Su presencia es para nosotros un estudio, porque para conocer es necesario ver todo; el médico sólo llega al apogeo del conocimiento cuando sonda las llagas más purulentas; ahora bien, esta comparación del médico es muy justa, ya que sabéis cuántas llagas nosotros hemos cicatrizado y cuántos sufrimientos hemos consolado; nuestro deber es el de mostrarnos caritativos y benevolentes para con los seres del Más Allá, como para nuestros pares.

Señores, personalmente gozaría de un privilegio inaudito si estuviese al abrigo de la crítica. Nadie queda en evidencia sin exponerse a los dardos de aquellos que no piensan como nosotros. Pero hay dos especies de crítica: una que es malévola, acerba, envenenada, donde la envidia se traiciona a cada palabra; la otra, que tiene como objetivo la búsqueda sincera de la verdad, posee procedimientos completamente diferentes. La primera no merece respuesta: nunca me preocupé al respecto. Únicamente la segunda es discutible.

Algunas personas han dicho que yo iba demasiado rápido en las teorías espíritas; que el tiempo para establecerlas no había aún llegado y que las observaciones no eran lo bastante completas. Permitidme algunas palabras al respecto.

Dos cosas deben ser consideradas en el Espiritismo: la parte experimental y la parte filosófica o teórica. Haciendo abstracción de la enseñanza dada por los Espíritus, pregunto si, en mi nombre, no tengo el derecho –como tantos otros– de elucubrar un sistema de filosofía. El campo de las opiniones, ¿no está abierto a todo el mundo? ¿Por qué, entonces, yo no podría dar a conocer el mío? Cabe al público juzgar si dicho sistema tiene o no sentido común. Pero esta teoría, en lugar de darme algún mérito –si mérito existe–, yo mismo declaro que emana completamente de los Espíritus. –De acuerdo –dicen–, pero estáis yendo demasiado lejos. –Aquellos que pretenden dar la clave de los misterios de la Creación, revelando el principio de las cosas y la naturaleza infinita de Dios, ¿no van más lejos que yo, que declaro, en nombre de los Espíritus, que no es dado al hombre ahondar estas cosas sobre las cuales sólo se pueden establecer conjeturas más o menos probables? –Estáis yendo demasiado rápido. –¿Sería un error haber precedido a ciertas personas? Además, ¿quién las impide de andar? –Dicen que los hechos no han sido aún suficientemente observados. –Pero si yo, con o sin razón, creo haberlos observado lo suficiente, ¿debo esperar por el capricho de los que quedaron atrás? Mis publicaciones no le bloquean el camino a nadie. –Puesto que los Espíritus están sujetos a equivocarse, ¿quién os garantiza que aquellos que os enseñaron no se engañaron? –En efecto, he aquí toda la cuestión, porque objetarnos precipitación es demasiado pueril. ¡Pues bien! Debo decir en qué se fundamenta mi confianza en la veracidad y en la superioridad de los Espíritus que me han instruido. Primero diré que, según sus consejos, yo no acepto nada sin examen y sin control; únicamente adopto una idea cuando ella me parece racional, lógica, que esté de acuerdo con los hechos y con las observaciones, y si nada de serio viene a contradecirla. Pero mi juicio no podrá ser un criterio infalible; el consentimiento que he encontrado por parte de una multitud de personas más esclarecidas que yo, constituye mi primera garantía; encuentro otra, no menos preponderante, en el carácter de las comunicaciones que me han sido dadas desde que me ocupo con el Espiritismo. Puedo decir que dichos Espíritus superiores nunca han dejado escapar una única palabra contraria al bien, un único signo, como siempre lo hacen los Espíritus inferiores –que con esto se delatan–, incluso los más astutos; jamás han intentado dominar; nunca han expresado consejos equivocados o contrarios a la caridad y a la benevolencia; jamás han dado prescripciones ridículas. Lejos de esto; en aquellos sólo he encontrado grandes, nobles y sublimes pensamientos, exentos de pequeñez y de mezquindad; en una palabra, las relaciones que han entablado conmigo, desde las menores hasta las mayores cosas, siempre han sido las mejores, y si hubiera sido un hombre que me hablase eso, lo hubiese considerado el mejor, el más sabio, el más prudente, el más moral y el más esclarecido. Señores, aquí están los motivos de mi confianza, corroborada por la identidad de la enseñanza dada a una multitud de otras personas, antes y después de la publicación de mis obras. El futuro dirá si estoy o no con la verdad; a la espera de esto, pienso que he ayudado al progreso del Espiritismo al aportar algunas piedras a su edificio. Mostrando que los hechos pueden fundamentarse en el razonamiento, habré contribuido para hacerlo salir de la senda frívola de la curiosidad, para hacerlo entrar en la senda seria de la demostración, la única que puede satisfacer a los hombres que piensan y que no se detienen en la superficie.

Termino, señores, con un breve examen de una cuestión de actualidad. Algunos hablan que otras Sociedades quieren hacer rivalidad con la nuestra. Dicen que una ya cuenta con 300 miembros y que posee importantes recursos financieros. Prefiero creer que no sea una fanfarronería, que sería tan poco halagadora para los Espíritus que la hayan suscitado como para aquellos que hayan hecho el eco. Si fuere una realidad, nosotros la felicitaremos sinceramente, desde que la misma obtenga la necesaria unidad de sentimientos para desbaratar la influencia de los Espíritus malos y para consolidar su existencia.

Ignoro completamente cuáles son los elementos de la Sociedad o de las Sociedades que dicen querer formar; por lo tanto, no haré más que una observación general.

Hay en París y alrededores una multitud de reuniones íntimas –como antaño lo era la nuestra– en que las personas se ocupan más o menos seriamente de las manifestaciones espíritas, sin hablar de los Estados Unidos, donde se cuentan por millares. Conozco algunas en que las evocaciones se hacen en las mejores condiciones y adonde se obtienen cosas muy notables; es la consecuencia natural del número creciente de médiums que se desarrollan en todas partes, a pesar de los sarcasmos; y cuanto más avancemos, más se multiplicarán esos Centros. Formados espontáneamente por elementos muy poco numerosos y variables, tales Centros nada tienen de fijo ni de regular, y no constituyen Sociedades propiamente dichas. Para una Sociedad regularmente organizada son necesarias condiciones de vitalidad muy diferentes, en razón del propio número de miembros que la componen, de la estabilidad y de la permanencia. La primera de todas es la homogeneidad en los principios y en la manera de ver. Toda Sociedad formada por elementos heterogéneos lleva en sí misma el germen de su disolución; podemos considerarla como nacida muerta, sea cual fuere su objeto: político, religioso, científico o económico. Una Sociedad Espírita requiere otra condición si es que desean obtener allí comunicaciones serias: la asistencia de los Espíritus buenos; si dejan a los Espíritus malos asumir la situación, no obtendrán más que mentiras, decepciones y mistificaciones; este es precio de su propia existencia, ya que los malos serán los primeros agentes de su destrucción; éstos habrán de minar a la Sociedad poco a poco, si es que no la destruyen de entrada. Sin homogeneidad no habrá de manera alguna comunión de pensamientos, y por lo tanto nada de calma ni de recogimiento posibles; ahora bien, los Espíritus buenos sólo vienen cuando se encuentran estas condiciones; ¿cómo encontrarlas en una reunión cuyas creencias son divergentes, donde inclusive ni algunos miembros creen y, por consecuencia, donde domina sin cesar el espíritu de oposición y de controversia? Ellos sólo asisten a los que quieren fervorosamente esclarecerse hacia el bien, sin segundas intenciones, y no para satisfacer una vana curiosidad. Querer formar una Sociedad Espírita fuera de estas condiciones, será dar prueba de la más absoluta ignorancia de los principios más elementales del Espiritismo.

¿Somos entonces los únicos capaces de reunir dichas condiciones? Sería lamentable y bien ridículo pensar así. Lo que nosotros hemos hecho, otros seguramente pueden hacerlo. Por lo tanto, que otras Sociedades se ocupen de trabajos iguales a los nuestros, que prosperen y se multipliquen mejor que nosotros, mil veces mejor, porque será una señal de progreso en las ideas morales; sobre todo mucho mejor si fueren bien asistidas y si tuvieren buenas comunicaciones, porque no tenemos la pretensión de ser los únicos privilegiados al respecto. Como sólo tenemos en vista nuestra instrucción personal y el interés de la ciencia, que nuestra Sociedad no tenga ningún pensamiento de especulación, ni directo ni indirecto, que no apunte ninguna visión ambiciosa y que su existencia no repose de forma alguna sobre una cuestión de dinero; que las otras Sociedades sean para nosotros como hermanas, y no competidoras; si fuésemos envidiosos, probaríamos con esto que somos asistidos por Espíritus malos. Si una de ellas se forma con el propósito de crear una rivalidad y con la intención oculta de suplantarnos, revelaría por su propio objetivo la naturaleza de los Espíritus que presidieron su formación, porque este pensamiento no sería bueno ni caritativo, y los Espíritus buenos no simpatizan con los sentimientos de odio, de envidia y de ambición.

Además, nosotros tenemos un medio infalible para no temer ninguna rivalidad; es san Luis quien nos lo ha dado: que entre vosotros se comprenda y se ame, nos ha dicho. Por lo tanto, trabajemos para comprendernos; luchemos al lado de los otros, pero luchemos con caridad y con abnegación. Que el amor al prójimo esté inscripto en nuestra bandera y que sea nuestra divisa; con esto arrostraremos los sarcasmos y la influencia de los Espíritus malos. En este terreno es mejor que nos igualen, porque serán hermanos que se nos acercan; entretanto, siempre depende de nosotros no ser sobrepasados.

Pero –dirán– tenéis una manera de ver que no es la nuestra; no podemos simpatizar con principios que no admitimos, porque nada prueba que estéis con la verdad. A esto responderé: Nada prueba que vosotros estéis más con la verdad que nosotros, porque todavía dudáis, y la duda no es una doctrina. Podemos diferir de opinión sobre puntos de la ciencia sin que nos ofendan y sin que nos tiren piedras, lo que incluso sería muy poco digno y muy poco científico. Investigad entonces por vuestro lado, como nosotros investigamos por el nuestro; el futuro dará la razón a quien tenga derecho. Si hubiere alguna equivocación de nuestra parte, no tendremos el tonto amor propio que se aferra a las ideas falsas; pero hay principios en los cuales tenemos la certeza de que no nos equivocamos: el amor al bien, la abnegación, la abjuración de todo sentimiento de envidia y de celos; estos son nuestros principios, y con esos principios podemos siempre simpatizar sin comprometernos; es el lazo que debe unir a todos los hombres de bien, sea cual fuere la divergencia de sus opiniones: sólo el egoísmo pone entre ellos una barrera infranqueable.

Señores, tales son las observaciones que he creído un deber presentaros al dejar las funciones que me hubisteis confiado; agradezco del fondo del corazón a todos aquellos que han tenido a bien darme testimonios de simpatía. Pase lo que pase, mi vida está consagrada a la Obra que emprendimos, y seré feliz si mis esfuerzos pueden ayudar a hacerla entrar en la senda seria que es su esencia, la única que puede asegurar su futuro. El objetivo del Espiritismo es el de mejorar a los que lo comprenden; tratemos de dar el ejemplo y de mostrar que, para nosotros, la Doctrina no es una letra muerta. En una palabra, seamos dignos de los Espíritus buenos, si queremos que los Espíritus buenos nos asistan. El bien es una coraza contra la cual siempre han de quebrarse las armas de la malevolencia.

ALLAN KARDEC


Boletín de la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas

De ahora en adelante publicaremos regularmente el acta de las sesiones de la Sociedad. Contábamos con hacerlo a partir de este número, pero la abundancia de materias nos obliga a que lo hagamos en el próximo. Los socios que no residen en París y los miembros corresponsales podrán así seguir los trabajos de la Sociedad. Por hoy nos limitamos a decir que a pesar de la intención que el Sr. Allan Kardec había expresado en su discurso de clausura, de renunciar a la presidencia al efectuarse la renovación administrativa, él ha sido reelecto por unanimidad, con una abstención y un voto en blanco. Él juzgó que no sería una delicadeza persistir en rehusarse ante un testimonio tan elogioso como ése. Entretanto, sólo aceptó condicionalmente y con la expresa reserva de resignar sus funciones en el momento en que la Sociedad estuviera en condiciones de ofrecer la presidencia a alguien, cuyo nombre y posición social pudiesen darle un mayor relieve; su deseo era poder consagrar todo su tiempo a los trabajos y a los estudios que viene desarrollando.




Conversaciones familiares del Más Allá

Noticias de la guerra

El gobierno ha permitido a los periódicos ajenos a la política dar noticias de la guerra; pero como los relatos abundan bajo todas las formas, sería inútil repetirlos aquí. Lo que quizás sea más novedoso para nuestros lectores es una narración que procede del Más Allá; aunque no sea extraída de la fuente oficial del Moniteur (Monitor), no por eso ofrece menos interés desde el punto de vista de nuestros estudios. Por lo tanto, hemos pensado en interrogar a algunas de las gloriosas víctimas de la victoria, considerando que en estas conversaciones podemos encontrar alguna instrucción útil; tales temas de observación y, sobre todo, de actualidad no se presentan todos los días. Al no conocer personalmente a ninguno de los que han tomado parte en la última batalla, hemos solicitado a los Espíritus que nos asisten que tengan a bien enviarnos a uno de ellos; inclusive pensamos en encontrar más libertad y tranquilidad en un desconocido que en presencia de amigos o de parientes dominados por la emoción. Al lograr una respuesta afirmativa, hemos obtenido las siguientes conversaciones:

El zuavo de Magenta

PRIMERA CONVERSACIÓN (Sociedad, 10 de junio de 1859.)

1. Rogamos a Dios todopoderoso que permita al Espíritu de uno de los militares muertos en la batalla de Magenta que se comunique con nosotros. –Resp. ¿Qué queréis saber?

2. ¿Dónde estabais cuando os llamamos? –Resp. No sabría decirlo.

3. ¿Quién os ha avisado que deseábamos conversar con vosotros? –Resp. Uno que es más sagaz que yo.

4. ¿Dudabais cuando encarnado que los muertos podían venir a conversar con los vivos? –Resp. ¡Oh, eso no!

5. ¿Qué sentís al encontraros aquí? –Resp. Esto me da placer; por lo que me dicen, vos debéis hacer grandes cosas.

6. ¿A qué cuerpo del ejército pertenecíais? (Alguien dice en voz baja: Por su lenguaje debe ser un zuavo.) –Resp. ¡Ah! Lo habéis dicho bien.

7. ¿Qué grado teníais? –Resp. El de todo el mundo.

8. ¿Cómo os llamáis? –Resp. Joseph Midard.

9. ¿Cómo habéis muerto? –Resp. ¿Queréis saber todo sin pagar nada?

10. ¡Qué bien! No perdisteis vuestro buen humor; primero hablad: después pagaremos. ¿Cómo habéis muerto? –Resp. Me dispararon un proyectil.

11. ¿Estáis contrariado con la muerte? –Resp. No, palabra de honor; aquí estoy bien.

12. En el momento de la muerte, ¿os reconocisteis inmediatamente? –Resp. No, yo estaba tan aturdido que no podía creerlo.

Nota – Todo esto concuerda con lo que hemos observado en los casos de muerte violenta; el Espíritu, al no darse cuenta enseguida de su situación, cree que no ha desencarnado. Este fenómeno se explica muy fácilmente: es análogo al de los sonámbulos que no creen que están durmiendo. En efecto, para el sonámbulo, la idea de sueño es sinónimo de suspensión de las facultades intelectuales; ahora bien, como él está pensando, no cree que está durmiendo; sólo más tarde se convence, cuando se ha familiarizado con el sentido dado a esa palabra. Sucede lo mismo con el Espíritu que ha sido sorprendido por una muerte súbita, considerando que no se había preparado para la separación del cuerpo; para él, la muerte es sinónimo de destrucción, de aniquilación. Ahora bien, como él ve, siente y tiene ideas, no cree que está desencarnado: es necesario algún tiempo para que reconozca su nuevo estado.

13. En el momento en que habéis muerto, la batalla todavía no había terminado; ¿habéis acompañado su desarrollo? –Resp. Sí, ya que os dije que no creía estar muerto; yo quería continuar golpeando aquellos perros.

14. ¿Qué sensación experimentabais en ese momento? –Resp. Estaba encantado, porque me sentía muy leve.

15. ¿Veíais a los Espíritus de vuestros camaradas que dejaban el cuerpo? –Resp. No me ocupaba con esto, puesto que yo no creía que estaba muerto.

16. En ese momento, ¿qué sucedía con esa multitud de Espíritus que desencarnaba en el fragor de la batalla? –Resp. Creo que hacían lo mismo que yo.

17. Al encontrarse juntos en el mundo espiritual, ¿qué pensaban los Espíritus que luchaban encarnizadamente unos contra los otros? ¿Aún tenían animosidad entre ellos? –Resp. Sí, durante algún tiempo y según su carácter.

18. ¿Os reconocéis mejor ahora? –Resp. Sin esto no me habrían enviado aquí.

19. ¿Podríais decirnos si, entre los Espíritus desencarnados desde largo tiempo, se encontraban allí algunos interesados en el resultado de la batalla? (Rogamos a san Luis tener a bien ayudarlo en sus respuestas, a fin de que sean tan explícitas como posible para nuestra instrucción). –Resp. En una gran cantidad, porque es bueno que sepáis que esos combates y sus consecuencias son preparados desde hace mucho tiempo, y que nuestros adversarios no se mancharían con crímenes, como lo han hecho, sin haber sido incitados a eso, considerando las consecuencias futuras que no tardaréis en conocer.

20. Debería haber ahí quien estuviese interesado en el éxito de los austríacos; ¿esto formaba dos campos entre ellos? –Resp. Por supuesto.

Nota. –¿No parece que estamos viendo aquí a los dioses de Homero tomando partido, unos por los griegos y los otros por los troyanos? En efecto, ¿quiénes eran esos dioses del paganismo, si no los Espíritus que los Antiguos habían transformado en divinidades? ¿No tenemos razón en decir que el Espiritismo es la luz que esclarecerá más de un misterio, la clave de más de un problema?

21. ¿Ejercían ellos alguna influencia sobre los combatientes? –Resp. Una influencia muy considerable.

22. ¿Podéis describirnos la manera por la cual ellos ejercían esta influencia? –Resp. De la misma manera como todas las influencias que los Espíritus producen en los hombres.

23. ¿Qué pensáis hacer ahora? –Resp. Estudiar más de lo que lo he hecho durante mi última etapa.

24. ¿Iréis a asistir como espectador a los combates que todavía se entablan? –Resp. No lo sé aún; tengo el afecto de un ser querido que me retiene en este momento; sin embargo, de vez en cuando pienso en escaparme un poco para divertirme con las refriegas subsiguientes.

25. ¿Qué género de afecto os retiene aún? –Resp. Una madre anciana, enferma y sufrida que llora por mí.

26. Os pido perdón por el mal pensamiento que se ha cruzado por mi mente acerca del afecto que os retiene. –Resp. No os preocupéis por ello; dije tonterías para haceros reír un poco; es natural que no me toméis muy en serio, teniendo en cuenta el honorable cuerpo al cual yo pertenecía. Pero tranquilizaros: voy a cumplir el compromiso con mi pobre madre. Ahora merezco un poco que me hayan traído hacia vos.

27. Cuando estabais entre aquellos Espíritus, ¿escuchabais el fragor de la batalla? ¿Veíais las cosas tan claramente como cuando encarnado? –Resp. Al principio la perdí de vista; pero después de algún tiempo ya veía mucho mejor, porque percibía todas las estratagemas.

28. Pregunto si escuchabais el ruido del cañón. –Resp. Sí.

29. En el momento de la acción, ¿pensabais en la muerte y en qué os volveríais si os matasen? –Resp. Yo pensaba en lo que sería de mi madre.

30. ¿Era la primera vez que entrabais en combate? –Resp. No, no; ¿y África?

31. ¿Habéis visto la entrada de los franceses en Milán? –Resp. No.

32. De los que están aquí, ¿sois el único que murió en Italia? –Resp. Sí.

33. ¿Pensáis que la guerra durará mucho tiempo? –Resp. No; esta predicción es fácil y, además, poco meritoria.

34. Cuando entre los Espíritus veis a uno de vuestros jefes, ¿lo reconocéis aún como superior? –Resp. Si lo es, sí; de lo contrario, no.

Nota – En su simplicidad y en su laconismo, esta respuesta es eminentemente profunda y filosófica. En el mundo espírita la superioridad moral es la única que se reconoce; aquel que no la tuvo en la Tierra, sea cual fuere su rango, no tendrá ninguna superioridad; en el mundo espiritual, el jefe puede estar abajo del soldado, el patrón abajo del obrero. ¡Qué lección para nuestro orgullo!

35. ¿Pensáis en la justicia de Dios y os inquietáis con la misma? –Resp. ¿Quién no pensaría? Pero felizmente no tengo que temer mucho; rescaté, a través de algunas acciones que Dios consideró buenas, algunos inconvenientes que tuve como zuavo, conforme me llamáis.

36. Mientras asistís a un combate, ¿podríais proteger a uno de vuestros camaradas y desviarlo del golpe fatal? –Resp. No; esto no está en nuestro poder; la hora de la muerte es marcada por Dios. Si uno debe pasar por ello, nada puede impedirlo; de la misma manera que nadie puede alcanzarla si su hora aún no ha llegado.

37. ¿Veis al general Espinasse? –Resp. No lo he visto todavía, pero espero verlo en breve.


SEGUNDA CONVERSACIÓN (17 de junio de 1859.)

38. Evocación. Resp. ¡Presente! ¡Firme! ¡De frente!

39. ¿Recordáis haber venido aquí hace ocho días? –Resp. ¡Claro!

40. Dijisteis que todavía no habíais visto al general Espinasse; ¿cómo podríais reconocerlo, ya que él no estará vistiendo su uniforme de general? –Resp. Pero yo lo conozco de vista; además, tenemos muchos amigos que están dispuestos a darnos la contraseña. Aquí no es más como ahí, pues no se tiene miedo en ayudar, y os digo que únicamente los truhanes se quedan solos.

41. ¿Con qué apariencia estáis aquí? –Resp. Como zuavo.

42. Si pudiésemos veros, ¿cómo os veríamos? –Resp. Con turbante y pantalón ancho.

43. ¡Pues bien! Supongamos que pudieseis aparecernos con turbante y pantalón ancho, ¿dónde habríais obtenido dicha vestimenta, ya que la habéis dejado en el campo de batalla? –Resp. ¡Ah! De eso no sé nada; tengo un sastre que la consigue para mí.

44. ¿De qué son hechos el turbante y el pantalón ancho que usáis? ¿Os dais cuenta de esto? –Resp. No; esto es asunto del vendedor de ropas.

Nota – Esta cuestión de la vestimenta de los Espíritus, y de varias otras no menos interesantes que tienen relación con este mismo principio, son completamente esclarecidas por nuevas observaciones hechas en el seno de la Sociedad; trataremos de las mismas en nuestro próximo número. Nuestro valiente zuavo no es lo bastante adelantado como para resolverlas por sí mismo; para esto nos ha sido necesario el concurso de circunstancias que se han presentado fortuitamente y que nos han puesto en el camino cierto.

45. ¿Os dais cuenta de la razón por la cual vos nos veis, mientras que nosotros no podemos veros? –Resp. Creo que vuestras lunetas necesitan de aumento.

46. ¿No sería por esa misma razón que no podéis ver al general con su uniforme? –Resp. Sí, pero él no lo lleva todos los días.

47. ¿Qué días lo lleva? –Resp. ¡Pero vamos! Cuando es llamado al palacio.

48. ¿Por qué estáis aquí vestido de zuavo, si no podemos veros? –Resp. Naturalmente porque aún soy zuavo, desde hace casi ocho años, y porque entre los Espíritus conservamos la forma durante mucho tiempo; pero esto es sólo entre nosotros; comprended que cuando nosotros vamos a un mundo totalmente extraño –la Luna o Júpiter–, no nos damos al trabajo de ponernos un traje de gala.

49. Habláis de la Luna, de Júpiter, ¿ya los habéis visitado después de vuestra muerte? –Resp. No, no me comprendéis. Hemos recorrido bastante el Universo después de la muerte; ¿no os han explicado una multitud de problemas de nuestra Tierra? ¿No conocemos Dios y los otros seres mucho mejor de lo que lo hacíamos hace quince días? Sucede que con la muerte el Espíritu pasa por una metamorfosis que no podéis comprender.

50. ¿Habéis vuelto a ver a vuestro cuerpo que dejasteis en el campo de batalla? –Resp. Sí; no está nada bello.

51. ¿Qué impresión os ha dado al verlo? –Resp. Tristeza.

52. ¿Tenéis conocimiento de vuestra precedente existencia? –Resp. Sí, pero no ha sido lo bastante gloriosa como para que yo pueda jactarme.

53. Decidnos solamente el género de existencia que habéis tenido. –Resp. Era un simple comerciante de pieles salvajes.

54. Os agradecemos por haber consentido venir una segunda vez. –Resp. Hasta pronto; esto me divierte y me instruye; desde que me toleren bien aquí, regresaré de buen grado.



Un oficial superior muerto en magenta

(Sociedad, 10 de junio de 1859.)

1. Evocación. –Resp. Estoy aquí.

2. ¿Podríais decirnos cómo habéis venido tan prontamente a nuestro llamado? –Resp. Yo estaba prevenido de vuestro deseo.

3. ¿Por quién habéis sido prevenido? –Resp. Por un emisario de Luis.

4. ¿Teníais conocimiento de la existencia de nuestra Sociedad? –Resp. Vos lo sabéis.

Nota – En efecto, el oficial en cuestión había realmente contribuido para conseguir la autorización, a fin de constituirnos en Sociedad.

5. ¿Bajo qué punto de vista encarabais nuestra Sociedad cuando la ayudasteis en su formación? –Resp. Mis ideas aún no estaban enteramente establecidas, pero me inclinaba mucho a creer y, sin los acontecimientos que han sobrevenido, ciertamente yo habría ido a instruirme en vuestro Círculo.

6. Hay muchas y grandes notabilidades que comparten las ideas espíritas, pero que no las confiesan en público; ¿sería deseable que esas personas influyentes en la opinión pública enarbolasen abiertamente esa bandera? –Resp. Paciencia; Dios lo quiere, y de esta vez la expresión es verdadera.

7. ¿De qué clase influyente de la sociedad pensáis que el ejemplo deberá partir en primer lugar? –Resp. Primeramente, de algunas; después, de todas.

8. Desde el punto de vista del estudio, ¿podríais decirnos si vuestras ideas son más lúcidas que las del zuavo que acaba de venir, a pesar de que ambos hayan fallecido casi en el mismo momento? –Resp. Mucho más; aquello que él ha podido deciros, atestiguando una cierta elevación de pensamientos, le ha sido soplado, porque él es bueno pero muy ignorante y un poco ligero.

9. ¿Todavía os interesáis por el éxito de nuestro ejército? –Resp. Mucho más que nunca, porque ahora conozco su objetivo.

10. Tened la bondad de definir vuestro pensamiento; el objetivo ha sido siempre abiertamente confesado, y en vuestra posición, sobre todo, ¿no debíais conocerlo? –Resp. ¿Conocéis el objetivo que se ha propuesto Dios?

Nota – Nadie ha de ignorar la gravedad y la profundidad de esta respuesta. Así, cuando encarnado, él conocía el objetivo de los hombres: como Espíritu, ve lo que hay de providencial en los acontecimientos.

11. ¿Qué pensáis de la guerra en general? –Resp. Mi opinión es que os deseo un progreso tan rápido, a fin de que la guerra se vuelva tan imposible como inútil.

12. ¿Creéis que llegará el día en que la misma será imposible e inútil? –Resp. Sí, no tengo duda, y puedo deciros que ese momento no está tan lejos como pensáis, no obstante no pueda daros la esperanza de que vos mismo lo veréis.

13. ¿Os habéis reconocido inmediatamente en el momento de vuestra muerte? –Resp. Me he reconocido casi enseguida, y esto gracias a las vagas nociones que yo tenía del Espiritismo.

14. ¿Podéis decirnos algo sobre M..., muerto también en la última batalla? –Resp. Él aún se encuentra enmarañado en la materia; siente mucha dificultad en desprenderse; sus pensamientos no se habían vuelto hacia este lado.

Nota – De esta manera, el conocimiento del Espiritismo ayuda al desprendimiento del alma después de la muerte; esto abrevia la duración de la turbación que acompaña a la separación; y es comprensible: el Espíritu conocía anticipadamente el mundo en el cual se encuentra.

15. ¿Habéis asistido a la entrada de nuestras tropas en Milán? –Resp. Sí, y con felicidad; me quedé encantado con la ovación que nuestro ejército recibió, primeramente por patriotismo, y después por causa del futuro que le aguarda.

16. Como Espíritu, ¿podéis ejercer alguna influencia en la estrategia militar? –Resp. ¿Creéis que esto no ha sido hecho desde el principio, y tenéis dificultad de adivinar por quién?

17. ¿Cómo se explica que los austríacos hayan abandonado tan prontamente una plaza de armas como Pavía? –Resp. Miedo.

18. ¿Están entonces desmoralizados? –Resp. Completamente; además, si actuamos sobre los nuestros en un sentido, debéis pensar que una influencia de otra naturaleza actúa sobre ellos.

Nota – Aquí la intervención de los Espíritus en los acontecimientos es indudable; ellos preparan los caminos para el cumplimiento de los designios de la Providencia. Los Antiguos habrían dicho que era la obra de los dioses; nosotros decimos que es la de los Espíritus por orden de Dios.

19. ¿Podríais darnos vuestra opinión sobre el general Giulay, como militar, dejando a un lado todo sentimiento de nacionalidad. –Resp. ¡Pobre, pobre general!

20. ¿Volveríais con placer si os llamásemos? –Resp. Estoy a vuestra disposición, e incluso prometo venir sin ser llamado; tened la certeza de que la simpatía que yo tenía por vos no hizo más que aumentar. Adiós.




Respuesta a la réplica del Sr. abate Chesnel, en L’Univers

El diario L’Univers (El Universo) ha incluido, en su número del 28 de mayo pasado, la respuesta que nosotros hemos dado al artículo del Sr. abate Chesnel sobre el Espiritismo, haciéndola seguir por una réplica a este último. A ese segundo artículo, que reproduce todos los argumentos del primero, menos la urbanidad de la forma a la que le habíamos hecho justicia, no podríamos responder sino repitiendo lo que ya hemos dicho, cosa que nos parece completamente inútil. El Sr. abate Chesnel siempre se esfuerza por probar que el Espiritismo es, debe ser y no puede dejar de ser una nueva religión, porque de Él se deriva una filosofía y porque se ocupa de la constitución física y moral de los mundos. En este aspecto, todas las filosofías serían religiones. Ahora bien, como los sistemas abundan y tienen partidarios más o menos numerosos, esto restringiría singularmente el círculo del Catolicismo. No sabemos hasta qué punto sería imprudente y peligroso enunciar tal doctrina, porque sería proclamar una escisión que no existe; al menos es dar la idea de la misma. Ved un poco a qué consecuencia llegáis. Cuando la Ciencia hizo objeciones al sentido del texto bíblico de los seis días de la Creación, se profirieron anatemas y dijeron que era un ataque a la religión; hoy, que los hechos han dado la razón a la Ciencia, que no hay más medios de cuestionarlos a no ser negando la luz, la Iglesia se ha puesto de acuerdo con la Ciencia. Supongamos entonces que se hubiera dicho que esta teoría científica era una nueva religión, una secta, porque parecía en contradicción con los libros sagrados y porque echaba por tierra una interpretación dada hace siglos; de esto resultaría que no era posible ser católico y adoptar al mismo tiempo esas nuevas ideas. ¡Pensemos, pues, a qué se reduciría el número de católicos, si fuesen excluidos todos aquellos que no creen que Dios haya hecho la Tierra en seis multiplicado por veinticuatro horas!

Sucede lo mismo con el Espiritismo; si lo consideráis como una nueva religión, es que a vuestros ojos Él no es católico. Ahora bien, seguid mi razonamiento. Una de dos: o es una realidad o es una utopía. Si es una utopía, no hay por qué preocuparse con Él, puesto que caerá por sí mismo. Si es una realidad, todos los rayos no impedirán que lo sea, de la misma manera que antiguamente la Tierra no fue impedida de girar. Si hay verdaderamente un mundo invisible que nos rodea, si podemos comunicarnos con este mundo y obtener del mismo enseñanzas sobre el estado de aquellos que lo habitan –y todo el Espiritismo está ahí contenido–, en poco tiempo esto parecerá tan natural como ver el Sol al mediodía o como encontrar miles de seres vivos e invisibles en una gota de agua límpida; esa creencia se volverá tan común que vos mismo seréis forzado a rendiros ante la evidencia. Si a vuestros ojos, esta creencia es una nueva religión, ella está fuera del Catolicismo, porque no puede ser al mismo tiempo la religión católica y una nueva religión. Si por la fuerza de las cosas y por evidencias, ella se vuelve general –y no puede dejar de ser así, ya que es una de las leyes de la Naturaleza–, desde vuestro punto de vista no habrá más católicos, y vos mismo no seréis más católico, porque estaréis forzado a obrar como todo el mundo. He aquí, señor abate, el terreno sobre el cual nos arrastra vuestra doctrina, y ella es tan absoluta que ya me gratificáis con el título de sumo sacerdote de esta religión, un honor del cual yo no sospechaba. Pero vais más lejos: en vuestra opinión todos los médiums son sacerdotes de esta religión. Aquí os detengo en nombre de la lógica. Hasta el presente me parecía que las funciones sacerdotales eran facultativas; que se era sacerdote por un acto de la propia voluntad y no a pesar de no quererlo, o en virtud de una facultad natural. Ahora bien, la facultad de los médiums es una facultad natural que depende de su organismo, como la facultad sonambúlica; no requiere sexo, ni edad, ni instrucción, ya que la encontramos en los niños, en las mujeres y en los ancianos, entre los sabios como entre los ignorantes. ¿Sería comprensible que muchachos y muchachas fuesen sacerdotes y sacerdotisas sin quererlo y sin saberlo? En verdad, Sr. abate, esto es abusar del derecho de interpretar las palabras. Como he dicho, el Espiritismo está fuera de todas las creencias dogmáticas, con las cuales no se preocupa; nosotros lo consideramos como una ciencia filosófica, que nos explica una multitud de cosas que no comprendemos y, por esto mismo, en vez de sofocar en nosotros las ideas religiosas, como ciertas filosofías, las hace nacer en aquellos en que ellas no existen; pero si a toda costa queréis elevarlo a la posición de una religión, vos mismo lo ponéis en un camino nuevo. Es lo que comprenden perfectamente muchos eclesiásticos que, lejos de introducir el cisma, se esfuerzan por conciliar las cosas, en virtud del siguiente razonamiento: si las manifestaciones del mundo invisible tienen lugar, esto no puede ocurrir sino por la voluntad de Dios, y no podemos ir contra su voluntad, a menos que en el mundo algo suceda sin su permiso, lo que sería una impiedad. Si yo tuviese el honor de ser sacerdote, me serviría de esto en favor de la religión; haría de la misma un arma contra la incredulidad, y diría a los materialistas y a los ateos: ¿Pedís pruebas? Aquí están las pruebas: y es Dios que las envía.



Variedades

Lord Castlereagh y Bernadotte

«Hace aproximadamente cuarenta años que tuvo lugar la siguiente aventura ocurrida con el marqués de Londonderry, más tarde llamado lord Castlereagh. Él había ido a visitar a un gentilhombre que conocía a uno de sus amigos, el cual vivía en el norte de Irlanda en uno de esos viejos castillos que los novelistas eligen de preferencia para palco de las apariciones del Más Allá. El aspecto del cuarto del marqués estaba en perfecta armonía con el edificio. En efecto, el revestimiento de madera ricamente esculpido y ennegrecido por el tiempo, el inmenso arco de la chimenea, semejante a la entrada de una tumba, las cortinas polvorientas y pesadas que tapaban las ventanas y rodeaban la cama, todo esto daba un tono melancólico a los pensamientos.

Lord Londonderry examinó su dormitorio y tomó contacto con los antiguos señores del castillo al observar en las paredes sus retratos, que parecían esperar su saludo. Después de permitir que el criado de la habitación se retirase, se acostó. Luego de haber apagado las velas, percibió un rayo de luz que iluminaba el dosel de su lecho. Convencido de que no había lumbre en la chimenea, de que las cortinas estaban cerradas y que el cuarto se encontraba algunos minutos antes en completa oscuridad, supuso que un intruso hubiese entrado en la pieza. Entonces, volviéndose rápidamente hacia el lado de donde venía la luz, con gran asombro vio la figura de un bello niño rodeado por una aureola.

Persuadido de la integridad de sus facultades, pero desconfiando de una mistificación de uno de los numerosos huéspedes del castillo, lord Londonderry se abalanzó hacia la aparición, que se retiraba delante de él. A medida que se acercaba de la misma, ésta retrocedía, hasta que finalmente desapareció bajo tierra al lado del sombrío arco de la inmensa chimenea.

Lord Londonderry no durmió en aquella noche.

Decidió no hacer ninguna alusión a lo que le había sucedido, hasta que hubiera examinado con cuidado el semblante de todas las personas de la casa. En el desayuno, buscó en vano sorprender algunas sonrisas ocultas, algunas miradas de connivencia o pestañeos que pudiesen delatar a los autores de esas conspiraciones domésticas.

La conversación siguió su curso normal; estaba animada y nada revelaba una mistificación. Al final, el marqués no pudo resistir al deseo de contar lo que había visto. El señor de la casa observó que el relato de lord Londonderry debía parecer muy extraordinario a los que hace mucho tiempo no visitaban el castillo y que desconocían las leyendas de la familia. Entonces, volviéndose al marqués de Londonderry, le dijo: "Visteis al niño brillante; alegraos, ya que es el presagio de una gran fortuna; pero yo habría preferido que no se tratase de esa aparición".

En otra circunstancia, lord Castlereagh vio al niño brillante en la Cámara de los Comunes. En el día de su suicidio tuvo una aparición semejante.[1] Se sabe que ese lord, uno de los principales miembros del ministerio Harrowby, y el más encarnizado perseguidor de Napoleón durante sus reveses, se cortó la arteria carótida el 22 de agosto de 1823, y murió en el mismo instante.»

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«Dicen que la sorprendente fortuna de Bernadottele había sido predicha por una necromante famosa, que también había anunciado la de Napoleón I, y que tenía la confianza de la emperatriz Josefina.

Bernadotte estaba convencido de que una especie de divinidad tutelar se encontraba vinculado a él para protegerlo. Quizás las tradiciones maravillosas que rodeaban su nacimiento no eran extrañas a este pensamiento que nunca lo abandonaba. En efecto, en su familia se narraba una antigua crónica según la cual un hada, esposa de uno de sus antepasados, había predicho que un rey ilustraría su posteridad.

He aquí un hecho que demuestra la influencia de lo maravilloso en el espíritu del rey de Suecia. Éste quería resolver por la espada las dificultades que Noruega le ponía; por eso deseaba enviar a su hijo Oscaral frente de un ejército para aniquilar a los rebeldes. El Consejo de Estado hizo una viva oposición a este proyecto. Un día en que Bernadotte tuvo una enardecida discusión sobre el tema, montó a caballo y se alejó de la capital a galope tendido. Después de haber realizado un extenso recorrido, llegó a los límites de una sombría floresta. De repente se presentó ante sus ojos una anciana, vestida de forma extravagante y con los cabellos en desaliño: "¿Qué queréis?" –preguntó bruscamente el rey. La hechicera respondió sin quedarse desconcertada:

–Si Oscar lucha en esta guerra que premeditas, él no dará los primeros golpes, sino que los recibirá.

Bernadotte, impresionado con esa aparición y con estas palabras, regresó a su palacio. Al día siguiente, llevando aún en el rostro los rasgos de una larga vigilia colmada de agitación, se presentó ante el Consejo y dijo: "He cambiado de opinión: negociaremos la paz, pero la quiero con honorables condiciones".»

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«En su Vie de Rancé (Vida de Rancé), fundador de la Orden de la Trapa, el Sr. de Chateaubriand relata que un día aquel hombre célebre, al pasear por la avenida del castillo de Veretz, le pareció ver un gran incendio que consumía el cobertizo donde estaba el gallinero. Mientras corría rápido hacia allá, el fuego disminuía a medida que se aproximaba al lugar. A una cierta distancia, el incendio se transformó en un lago de fuego, en el medio del cual se levantaba la mitad del cuerpo de una mujer devorada por las llamas.

Tomado de pavor, volvió corriendo para casa. Al llegar, le faltaron las fuerzas y se echó exhausto a la cama.

No fue sino después de un largo tiempo que contó esta visión, cuyo mero recuerdo lo hacía ponerse pálido.

¿Pertenecen esos misterios a la locura? El Sr. Brière de Boismontparece atribuirlos a un orden de cosas más elevado, y yo comparto su opinión. Eso no desagrada a mi amigo, el Dr. Lélut: prefiero creer en el genio familiar de Sócrates y en las voces de Juana de Arco, que en la demencia del filósofo y de la virgen de Domrémy.

Hay fenómenos que sobrepasan la inteligencia, que desconciertan las ideas recibidas, pero ante cuya evidencia es necesario que la lógica humana se incline humildemente. Nada es tan brutal y principalmente irrecusable como un hecho. Tal es nuestra opinión y, sobre todo, la del Sr. Guizot:

“¿Cuál es la gran cuestión, la cuestión suprema que hoy preocupa a las personas? Es la cuestión planteada entre los que reconocen y los que no reconocen un orden sobrenatural, verdadero y soberano, aunque impenetrable a la razón humana; para llamar las cosas por su nombre: es la cuestión establecida entre el supernaturalismo y el racionalismo. De un lado, los incrédulos, los panteístas, los escépticos de toda especie, los puros racionalistas; del otro, los cristianos.

“Para nuestra salud presente y futura es preciso que la fe, el respeto y la sumisión al orden sobrenatural penetren en el mundo y en el alma humana, en los grandes espíritus como en los espíritus simples, en las regiones más elevadas como en las más humildes. La influencia real, verdaderamente eficaz y regeneradora de las creencias religiosas, depende de esa condición; fuera de esto, ellas son superficiales y están muy cerca de volverse vanas”. (Guizot.)

No, la muerte nunca ha de separar para siempre –incluso en este mundo– a los elegidos que Dios ha recibido en su seno y a los desterrados que quedaron en este valle de lágrimas, in hac lacrymarum valle, para usar las melancólicas palabras del Salve Regina. Hay horas misteriosas y benditas en que los muertos muy amados se inclinan ante aquellos que los lloran y susurran a sus oídos palabras de consuelo y de esperanza. El Sr. Guizot, este espíritu severo y metódico, tiene razón en profesar: “fuera de esto, las creencias religiosas son superficiales y están muy cerca de volverse vanas”.»

SAM (Extraído del diario La Patrie, del 5 de junio de 1859.)

[1] Forbes Winslow. Anatomy of suicide (Anatomía del suicidio), 1 vol. in 8º, pág. 242. Londres, 1840. [Nota del periodista Sam, incluida por él mismo al pie de la página de este texto de su autoría, publicado el 5 de junio de 1859 por el diario La Patrie.]




Qué es el Espiritismo

INTRODUCCIÓN AL CONOCIMIENTO DEL MUNDO INVISIBLE O DE LOS ESPÍRITUS, CONTENIENDO LOS PRINCIPIOS FUNDAMENTALES DE LA DOCTRINA ESPÍRITA Y LA RESPUESTA A LAS PRINCIPALES OBJECIONES.
por ALLAN KARDEC

Autor de El Libro de los Espíritus y director de la Revista Espírita.

Grande in 18º. Precio: 60 centavos.[1]

Las personas que sólo tienen un conocimiento superficial del Espiritismo son naturalmente llevadas a hacer ciertas preguntas, cuyas respuestas encontrarían en un estudio completo de la cuestión; pero les falta tiempo, y frecuentemente la voluntad para entregarse a observaciones continuadas. Antes de emprender esta tarea querrían saber al menos de qué se trata, y si vale la pena ocuparse de la misma. Por lo tanto, nos ha parecido útil presentar, en un marco restringido, la respuesta a algunas de las cuestiones fundamentales que diariamente nos son dirigidas; para el lector, esto será un primer inicio y, para nosotros, un ahorro de tiempo, porque nos dispensará de estar repitiendo constantemente las mismas cosas. La forma de diálogo nos pareció la más conveniente, porque no tiene la aridez de la forma meramente dogmática.

Terminamos esa Introducción con un resumen que permitirá aprender, a través de una lectura rápida, el conjunto de los principios fundamentales de la ciencia. Aquellos que, después de esta sintética exposición, consideren la cuestión digna de su atención, podrán profundizarla con conocimiento de causa. Muy a menudo las objeciones nacen de las ideas falsas que a priori las personas tienen de lo que no conocen; rectificar estas ideas es refutar dichas objeciones: tal es el objeto que nos hemos propuesto al publicar este pequeño escrito.

En el mismo, las personas ajenas al Espiritismo encontrarán los medios de adquirir en poco tiempo –y a precio módico– una idea del asunto, y las que ya conocen podrán encontrar la manera de resolver las principales dificultades que les fueren propuestas. Contamos con la colaboración de todos los amigos de esta ciencia para ayudar a divulgar este resumen.

ALLAN KARDEC


[1] Todas las obras del Sr. Allan Kardec se encuentran en las librerías de los Sres. Ledoyen, Dentu y en la oficina de redacción de la Revista. [Nota de Allan Kardec.]











Agosto

Objetos en el Más Allá

Hemos extraído el siguiente pasaje de una carta que nos ha sido enviada del Departamento del Jura por una de las corresponsales de la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas:

«... Señor, como ya os he dicho, los Espíritus gustaban de nuestra vieja habitación. En el mes de octubre pasado (1858), la Sra. condesa de C., amiga íntima de mi hija, vino a pasar algunos días en nuestra casa, con su pequeño hijo de ocho años. El niño dormía en la misma habitación que su madre; la puerta que daba al cuarto de mi hija había sido dejada abierta para que ellas pudiesen prolongar las horas de conversación. El niño no dormía, y decía a su madre: “¿Qué hace ese hombre sentado cerca de vuestra cama? Él fuma una pipa grande; ved cómo llena de humo nuestra habitación; entonces, echadlo; él mueve las cortinas”. Esta visión duró toda la noche; la madre no pudo hacer callar al niño y nadie pudo dormir. Esta circunstancia no sorprendió ni a mí, ni a mi hija, pues sabemos que hay manifestaciones espíritas; en cuanto a la madre, ella creyó que su hijo estaba soñando despierto, o que se divertía.

«He aquí otro hecho personal y que me sucedió en esa misma habitación, en el mes de mayo de 1858; se trata de la aparición del Espíritu de un encarnado, que se quedó muy admirado después de haber venido a visitarme. He aquí en qué circunstancia: Yo estaba bastante enferma y no dormía desde hacía tiempo, cuando a las diez de la noche vi a un amigo de la familia que se sentaba junto a mi cama. Le manifesté mi sorpresa por su visita a aquella hora. Él me dijo: No habléis, vengo a velar por vos; no habléis, es preciso que durmáis; y extendió su mano sobre mi cabeza. Varios veces volví a abrir los ojos para ver si él aún estaba allí, y cada vez que los abría me hacía signos para cerrarlos y para que me quedase en silencio. Giraba su tabaquera entre los dedos y de vez en cuando aspiraba una pizca de rapé, como lo hacía habitualmente. Finalmente adormecí y, al despertar, la visión había desaparecido. Diferentes circunstancias me daban la prueba de que en el momento de esta visita inesperada yo estaba perfectamente despierta, y que de ninguna manera era un sueño. En su primera visita, me adelanté y le agradecí; él traía la misma tabaquera y, al escucharme, tenía la misma sonrisa de bondad que yo le había notado cuando velaba por mí. Como me afirmó que no había venido –lo que además no tuve dificultad en aceptar, porque no había ningún motivo que lo indujera a venir a semejante hora y a pasar la noche cuidándome–, comprendí que sólo su Espíritu vino a visitarme, mientras que su cuerpo reposaba tranquilamente en su casa.»

Los hechos de aparición son tan numerosos que nos sería imposible registrar todos aquellos que son de nuestro conocimiento y que han sido obtenidos de fuentes absolutamente auténticas. Por lo demás, hoy que estos hechos son explicados, que exactamente nos damos cuenta de la manera cómo se producen, sabemos que pertenecen a las leyes de la Naturaleza y, por lo tanto, no tienen nada de maravillosos. Como ya hemos dado la teoría completa de los mismos, no haremos más que recordarla en pocas palabras, para una mejor comprensión de lo que sigue.

Sabemos que además de la envoltura corporal exterior, el Espíritu tiene una segunda envoltura semimaterial a la que llamamos periespíritu. La muerte es sólo la destrucción de la primera. En su estado errante el Espíritu conserva el periespíritu, que constituye una especie de cuerpo etéreo, invisible para nosotros en su estado normal. Los Espíritus pueblan el espacio y si, en un dado momento, el velo que los oculta de nosotros fuese levantado, veríamos a una innumerable población agitarse a nuestro alrededor y recorrer los aires. Los tenemos constantemente a nuestro lado, observándonos, y frecuentemente influyen en nuestras ocupaciones o en nuestros placeres, según su carácter. La invisibilidad no es una propiedad absoluta de los Espíritus; a menudo ellos se muestran a nosotros con la apariencia que tenían cuando encarnados, y no son pocas las personas que, al evocar sus recuerdos, no tengan conocimiento de algún hecho de este género. La teoría de esas apariciones es muy simple y se explica por una comparación que nos es bastante familiar: la del vapor que, cuando se rarifica mucho, es completamente invisible; un primer grado de condensación lo vuelve gaseoso; cada vez más condensado pasa al estado líquido, y después al estado sólido. Por la voluntad de los Espíritus, algo análogo se opera en la sustancia del periespíritu; además, como ya lo hemos dicho, esto no es más que una comparación y no una asimilación que pretendemos establecer; nos hemos servido del ejemplo del vapor para mostrar los cambios de aspecto que puede pasar un cuerpo invisible, pero de ahí no se debe inferir que haya en el periespíritu una condensación, en el sentido propio de la palabra. En su contextura se opera una modificación molecular que lo vuelve visible e incluso tangible, y hasta un cierto punto puede darle las propiedades de los cuerpos sólidos. Sabemos que cuerpos perfectamente transparentes se vuelven opacos por un simple cambio en la posición de las moléculas o por la adición de un otro cuerpo igualmente transparente. No sabemos exactamente cómo hace el Espíritu para volver visible su cuerpo etéreo; incluso, la mayoría de ellos no se da cuenta de eso, pero por los ejemplos que hemos citado, comprendemos su posibilidad física, y esto es suficiente para quitar a ese fenómeno lo que a primera vista podría parecer sobrenatural. Por lo tanto, el Espíritu puede operar al respecto, ya sea por una simple modificación íntima o asimilando una porción de fluido ajeno que momentáneamente cambia el aspecto de su periespíritu; inclusive es esta última hipótesis que resalta de las explicaciones que nos han sido dadas, y que ya hemos relatado al tratar de ese asunto. (Mayo, junio y diciembre.)

Hasta aquí no hay ninguna dificultad en lo que concierne a la personalidad del Espíritu; pero sabemos que ellos se presentan con vestimentas, cuyo aspecto cambian a voluntad; incluso poseen a menudo ciertos artículos de tocador, tales como joyas, etc. En las dos apariciones que hemos citado al comienzo, una tenía una pipa que producía humo, y la otra tenía una tabaquera en la que aspiraba rapé; notad bien el hecho de que este Espíritu era el de una persona viva, y que su tabaquera era totalmente semejante a la que usaba habitualmente y que había quedado en casa. ¿Qué son entonces esa tabaquera, esa pipa, esas vestimentas y esas joyas? Los objetos materiales que existen en la Tierra, ¿tienen su representación etérea en el mundo invisible? La materia condensada que forma estos objetos, ¿tendría una parte quintaesenciada que escapa a nuestros sentidos? He aquí un inmenso problema, cuya solución puede dar la clave de una multitud de cosas hasta ahora inexplicadas, y es la tabaquera en cuestión que nos ha puesto en el camino, no sólo de ese hecho, sino también del fenómeno más extraordinario del Espiritismo: el de la pneumatografía o escritura directa, de la que hablaremos dentro de poco.

Si algunos críticos aún nos reprochan por avanzar mucho en la teoría, responderemos que no vemos razón alguna en mantenernos atrás cuando encontramos una oportunidad de avanzar. Si ellos todavía están con las mesas giratorias sin saber por qué ellas se mueven, esto no es razón para que nos detengamos en el camino. El Espiritismo es sin duda una ciencia de observación, pero quizás es más aún una ciencia de razonamiento; el razonamiento es el único medio de hacerlo avanzar y triunfar de ciertas resistencias. Tal hecho es discutido únicamente porque no es comprendido; la explicación le quita todo el carácter maravilloso y lo hace entrar en las leyes generales de la Naturaleza. He aquí por qué vemos diariamente a personas que nada han visto y que creen, únicamente porque comprenden; mientras que otras han visto y no creen, porque no comprenden. Al hacer entrar el Espiritismo en el camino del razonamiento, lo hemos vuelto aceptable para aquellos que quieren darse cuenta del porqué y del cómo de cada cosa, y el número de éstos es grande en este siglo, puesto que la creencia ciega ya no hace más parte de nuestras costumbres; ahora bien, si solamente hubiésemos indicado la senda, nosotros tendríamos la conciencia de haber contribuido para el progreso de esta ciencia nueva, objeto de nuestros estudios constantes. Volvamos a nuestra tabaquera.

Todas las teorías que hemos dado sobre el Espiritismo han sido suministradas por los Espíritus, y a menudo contrariando nuestras propias ideas, como ha sucedido en el caso presente, lo que prueba que las respuestas no eran el reflejo de nuestro pensamiento. Pero el medio de obtener una solución no es una cosa de menor importancia; sabemos por experiencia que no basta pedir bruscamente una cosa para obtenerla; las respuestas no son siempre lo suficientemente explícitas; es necesario desarrollar el tema con ciertas precauciones, llegando gradualmente al objetivo y a través del encadenamiento de deducciones que requieren un trabajo previo. En principio, la manera de formular las preguntas, el orden, el método y la claridad son cosas que no se deben descuidar, y que agradan a los Espíritus serios, porque ven en esto un objetivo serio.

He aquí la conversación que hemos tenido con el Espíritu san Luis, en lo que respecta a la tabaquera, y con miras a llegar a la solución del problema de la producción de ciertos objetos en el mundo invisible. (Sociedad, 24 de junio de 1859.)

1. En el relato de la Sra. R... se aborda la cuestión de un niño que ha visto, cerca de la cama de su madre, a un hombre fumando una pipa grande. Uno comprende que este Espíritu haya podido tomar la apariencia de un fumador, pero parece que él fumaba realmente, ya que el niño vio la habitación llena de humo. ¿Qué era este humo? –Resp. Una apariencia, producida para el niño.

2. La Sra. R... cita igualmente un caso de aparición que le es personal, del Espíritu de un encarnado. Este Espíritu tenía una tabaquera y aspiraba su rapé. ¿Experimentaba él la sensación de una persona que hace lo mismo? –Resp. No.

3. Esta tabaquera tenía la forma de aquella que él usaba habitualmente y que había dejado en su casa. ¿Qué era esta tabaquera en las manos de ese Espíritu? –Resp. Siempre una apariencia; era para que la circunstancia fuese notada como lo ha sido, y que la aparición no fuera tomada por una alucinación producida por el estado de salud del vidente. El Espíritu quería que esta señora creyese en la realidad de su presencia, y para eso tomó todas las apariencias de la realidad.

4. Decís que es una apariencia; pero una apariencia no tiene nada de real: es como una ilusión de óptica. Desearía saber si esta tabaquera era sólo la imagen de su realidad, como por ejemplo la imagen de un objeto que se refleja en un espejo.

(Uno de los miembros de la Sociedad, el Sr. Sansón, hace observar que en la imagen reproducida por el espejo hay algo de real; si ella no permanece en el mismo, es porque nada la fija; pero si fuere fijada en la chapa del daguerrotipo dejaría una impresión, lo que prueba evidentemente que es producida por alguna sustancia, y que no es solamente una ilusión de óptica.)

La observación del Sr. Sansón es perfectamente justa. ¿Querríais tener la bondad de decirnos si hay alguna analogía con la tabaquera, es decir, si en esta tabaquera hay algo de material? –Resp. Ciertamente; es con la ayuda de este principio material que el periespíritu toma la apariencia de vestimentas semejantes a las que el Espíritu usaba cuando encarnado.

Nota – Es evidente que la palabra apariencia debe ser tomada aquí en el sentido de imagen, de imitación. La tabaquera real no estaba allá; la que el Espíritu tenía era sólo la reproducción de aquélla: por lo tanto, era una apariencia comparada a la tabaquera original, aunque formada de un principio material.

La experiencia nos enseña que es necesario no tomar literalmente ciertas expresiones empleadas por los Espíritus; al interpretarlas según nuestras ideas, nos exponemos a grandes equívocos, porque es preciso profundizar el sentido de sus palabras, todas las veces que presenten la menor ambigüedad; es una recomendación que constantemente nos hacen los Espíritus. Sin la explicación que hemos dado sobre la palabra apariencia –constantemente reproducida en casos análogos–, la misma podría dar lugar a una falsa interpretación.

5. ¿Habría un desdoblamiento de la materia inerte? ¿Habría en el mundo invisible una materia esencial que revestiría la forma de los objetos que vemos? En una palabra, estos objetos ¿tendrían su doble etéreo en el mundo invisible, como los hombres son allí representados en Espíritu?

Nota – He aquí una teoría como cualquier otra, y ese era nuestro pensamiento; pero el Espíritu no la ha tomado en cuenta, lo que de ninguna manera nos ha humillado, porque su explicación nos ha parecido muy lógica y porque la misma se basa en un principio más general, cuyas aplicaciones encontramos muchas veces.

Resp. No es así que esto sucede. El Espíritu tiene sobre los elementos materiales diseminados en todo el espacio, en nuestra atmósfera, un poder que estáis lejos de sospechar. Puede, a voluntad, concentrar esos elementos y darles la forma aparente, apropiada a sus proyectos.

6. Formulo nuevamente la pregunta de una manera categórica, a fin de evitar todo equívoco: ¿son algo las vestimentas con que los Espíritus se cubren? –Resp. Parece que mi respuesta precedente resuelve la cuestión. ¿No sabéis que el propio periespíritu es algo?

7. De esta explicación resulta que los Espíritus hacen pasar a la materia etérea por las transformaciones que quieran, y que así, por ejemplo en el caso de la tabaquera, el Espíritu no la encontró totalmente hecha: él mismo la hizo en el momento en que tuvo necesidad de ella, y también pudo deshacerla; debe suceder lo mismo con todos los otros objetos, tales como vestimentas, joyas, etc. –Resp. Evidentemente.

8. Esta tabaquera ha sido visible para la Sra. R..., a punto de darle la impresión de la misma. ¿Podría el Espíritu haberla vuelto tangible para ella? –Resp. Sí, hubiera podido hacerlo.

9. Llegado el caso, la Sra. R... ¿podría haberla tomado en sus manos, creyendo tener una tabaquera verdadera? –Resp. Sí.

10. Si ella la hubiese abierto, probablemente encontraría allí tabaco; si hubiera aspirado ese tabaco, ¿podría haberla hecho estornudar? –Resp. Sí.

11. ¿Puede entonces el Espíritu dar no solamente la forma, sino también las propiedades especiales? –Resp. Si lo quisiere; es en virtud de este principio que he respondido afirmativamente a las preguntas precedentes. Tendréis pruebas de la poderosa acción que ejerce el Espíritu sobre la materia, y que estáis lejos de sospechar, como ya os lo he dicho.

12. Entonces supongamos que él hubiera querido hacer una sustancia venenosa; si una persona la hubiese tomado, ¿habría quedado envenenada? –Resp. Hubiera podido, pero no lo habría hecho porque no le sería permitido.

13. ¿Podría hacer una sustancia saludable y adecuada para curar en caso de enfermedad? ¿Y este caso ya se ha presentado? –Resp. Sí, muy a menudo.

Nota – Se encontrará un hecho de este género, seguido de una interesante explicación teórica, en el artículo que publicamos más adelante con el título: Un Espíritu servicial.

14. Entonces podría también hacer una sustancia alimenticia; supongamos que haya hecho una fruta o algún otro alimento, ¿alguien podría comerlos y sentirse saciado? –Resp. Sí, sí. Pero no busquéis tanto para encontrar lo que es tan fácil de comprender. Un rayo de sol es suficiente para hacer perceptibles a vuestros órganos groseros esas partículas materiales que llenan el espacio en el cual vivís; ¿no sabéis que el aire contiene vapores de agua? Condensadlos, llevadlos a su estado normal; privadlos de calor, y he aquí que esas moléculas impalpables e invisibles se volverán un cuerpo sólido y bien sólido; existen muchas otras materias que llevarán a los químicos a descubrir maravillas aún más asombrosas; sólo el Espíritu posee los instrumentos más perfectos que los vuestros: su voluntad y el permiso de Dios.

Nota – La cuestión de la saciedad es aquí muy importante. ¿Cómo una sustancia que sólo tiene existencia y propiedades temporales y, de una cierta manera, convencionales, puede producir saciedad? Esta sustancia, por su contacto con el estómago, produce la sensación de saciedad, pero no la saciedad resultante de la plenitud. Si tal sustancia puede actuar en el organismo y modificar un estado mórbido, también puede actuar en el estómago y producir la sensación de saciedad. Entretanto, rogamos a los señores farmacéuticos y a los dueños de restaurantes que no se pongan celosos, ni crean que los Espíritus vengan a hacerles competición: esos casos son raros, excepcionales y nunca dependen de la voluntad; de otro modo, uno se alimentaría y se curaría de forma muy barata.

15. ¿El Espíritu podría, de la misma manera, hacer monedas? –Resp. Por la misma razón.

16. Esos objetos, que por la voluntad del Espíritu se vuelven tangibles, ¿podrían tener un carácter de permanencia y de estabilidad? –Resp. Podrían, pero esto no sucede: está fuera de las leyes.

17. ¿Todos los Espíritus tienen ese poder en el mismo grado? –Resp. ¡No, no!

18. ¿Cuáles son aquellos que tienen más particularmente ese poder? –Resp. Aquellos a los que Dios se lo concede cuando esto es útil.

19. ¿La elevación del Espíritu influye en algo? –Resp. Es cierto que cuanto más elevado es el Espíritu, más fácilmente obtiene dicho poder; pero esto aún depende de circunstancias: Espíritus inferiores también pueden tener ese poder.

20. La producción de objetos materiales ¿resulta siempre de un acto de la voluntad del Espíritu, o algunas veces ejerce ese poder sin saberlo? –Resp. A MENUDO lo ejerce sin saberlo.

21. Entonces ese poder sería uno de los atributos, una de las facultades inherentes a la propia naturaleza del Espíritu; ¿sería en cierto modo una de sus propiedades, como la de ver y de escuchar? –Resp. Ciertamente; pero a menudo él mismo lo ignora. Entonces es otro que lo ejerce por él, sin éste saberlo, cuando las circunstancias lo requieren. El sastre del zuavo era justamente el Espíritu del que acabo de hablar, y al cual él hacía alusión en su lenguaje jocoso.

Nota – Encontramos una comparación de esta facultad con la de ciertos animales, como por ejemplo el pez torpedo, que emite electricidad sin saber lo que hace, ni cómo la produce, y que menos aún conoce el mecanismo que la pone en funcionamiento. ¿Nosotros mismos no producimos a menudo ciertos efectos como actos espontáneos, de los cuales no nos damos cuenta? Por lo tanto, parece totalmente natural que el Espíritu actúe en esta circunstancia por una especie de instinto; él produce a través de su voluntad, sin saber cómo, del mismo modo que caminamos sin calcular las fuerzas que ponemos en juego.

22. Comprendemos que, en ambos casos citados por la Sra. R..., uno de los dos Espíritus haya querido tener una pipa y el otro una tabaquera, para llamar la atención de una persona viva; pero pregunto si, al no tener nada que mostrarle, el Espíritu podría pensar que tenía esos objetos, creando de ese modo una ilusión a sí mismo. –Resp. No, si él tuviere una cierta superioridad, porque tiene la perfecta conciencia de su condición; ya lo mismo no ocurre con los Espíritus inferiores.

Nota – Tal era, por ejemplo, el caso de la reina de Oudh, cuya evocación ha sido relatada en el número de marzo de 1858, y que aún se creía cubierta de diamantes.

23. ¿Pueden dos Espíritus reconocerse por la apariencia material que tenían cuando encarnados? –Resp. No es por esto que ellos se reconocen, ya que no tomarán esa apariencia uno para el otro; pero si en ciertas circunstancias uno se encuentra en la presencia del otro, revestidos de dicha apariencia, ¿por qué no se reconocerían?

24. ¿Cómo pueden los Espíritus reconocerse en medio de una multitud de otros Espíritus y, sobre todo, cómo pueden hacerlo cuando uno de ellos va a buscar bien lejos, y frecuentemente en otros mundos, a aquellos a quien llama? –Resp. Es una cuestión cuya solución llevaría a un extenso desarrollo; es preciso esperar; vosotros no estáis lo bastante avanzados. Por el momento contentaos con la certeza de que es así, puesto que tenéis pruebas suficientes.

25. Si el Espíritu puede extraer del elemento universal los materiales para hacer todas esas cosas y dar a las mismas una realidad temporaria con sus propiedades, puede también extraer de allí lo que es necesario para escribir. Por consecuencia, esto parece darnos la clave del fenómeno de la escritura directa. –Resp. ¡Finalmente lo habéis comprendido!

26. Si la materia de la que se sirve el Espíritu no tiene persistencia, ¿cómo es que no desaparecen los trazos de la escritura directa? –Resp. No toméis las palabras literalmente; desde el inicio yo no he dicho: nunca. Aquella cuestión trataba de un objeto material voluminoso; aquí se trata de signos trazados que son útiles de conservar, y que son conservados.

La teoría anteriormente mencionada puede resumirse así: El Espíritu actúa sobre la materia; extrae de la materia primitiva universal los elementos necesarios para formar a su gusto los objetos que tengan la apariencia de los diversos cuerpos que existen en la Tierra. A través de su voluntad puede igualmente operar en la materia elemental una transformación íntima que le da determinadas propiedades. Esta facultad es inherente a la naturaleza del Espíritu, que a menudo la ejerce como un acto instintivo, cuando es necesario, y sin darse cuenta de esto. Los objetos formados por el Espíritu tienen una existencia temporaria, subordinada a su voluntad o a una necesidad; puede hacerlos y deshacerlos a su gusto. A los ojos de los encarnados, esos objetos pueden, en ciertos casos, tener todas las apariencias de la realidad, es decir, volverse momentáneamente visibles e incluso tangibles. Hay formación, pero no creación, ya que el Espíritu no puede tirar algo de la nada.



Pneumatografía o escritura directa

La Pneumatografía es la escritura producida directamente por el Espíritu, sin ningún intermediario; difiere de la Psicografía, porque ésta es la transmisión del pensamiento del Espíritu por medio de la escritura trazada por la mano de un médium. Ya hemos dado estas dos palabras en el Vocabulario Espírita ubicado en el comienzo de nuestras Instrucciones Prácticas, con la indicación de su diferencia etimológica. Psicografía, del griego psuké: mariposa, alma, y grapho: yo escribo. Pneumatografía, de pneuma: aire, soplo, viento, Espíritu. En el médium escribiente la mano es el instrumento, pero su alma –o Espíritu en él encarnado– es el intermediario, el agente o intérprete del Espíritu ajeno que se comunica; en la Pneumatografía, es el propio Espíritu ajeno que escribe directamente sin intermediario.

El fenómeno de la escritura directa es indiscutiblemente uno de los más extraordinarios del Espiritismo; a primera vista parece algo anormal, pero hoy es un hecho comprobado e incontestable; si de él aún no hemos hablado, es porque esperábamos dar su explicación después de que nosotros mismos hiciéramos todas las observaciones necesarias para tratar la cuestión con conocimiento de causa. Si la teoría es necesaria para comprender la posibilidad de los fenómenos espíritas en general, indudablemente ella lo es más en este caso, porque es uno de los más raros que se han presentado, pero que deja de parecer sobrenatural cuando se entiende su principio.

Cuando este fenómeno se produjo por primera vez, el sentimiento dominante fue el de la duda; la idea de una superchería vino enseguida al pensamiento; en efecto, todos conocen la acción de las tintas llamadas simpáticas, cuyos trazos, al principio completamente invisibles, aparecen al cabo de algún tiempo. Por lo tanto podía ocurrir que a través de este medio estuviesen abusando de la credulidad, y nosotros no afirmaremos que nunca lo hayan hecho; inclusive estamos convencidos que ciertas personas, no con un objetivo mercenario, sino únicamente por amor propio y para hacer creer que son poderosas, han empleado estos subterfugios.

J.-J. Rousseau relata el siguiente hecho en la tercera de sus Lettres écrites de la montagne: “En 1743 yo he visto en Venecia una nueva especie de sortilegio, más extraño que los de Preneste; quien lo quisiese consultar entraba en un cuarto, y permanecía solo allí, si lo desease. De un libro lleno de hojas blancas elegía una; después, sosteniendo esta hoja, pedía mentalmente –y no en voz alta– lo que quería saber; enseguida doblaba la hoja blanca, la ponía en un sobre que era cerrado con lacre, y así lo colocaba dentro de un libro; en fin, después de haber recitado ciertas fórmulas muy extravagantes, y sin perder de vista el libro, sacaba el sobre, examinaba cuidadosamente si el lacre no había sido roto, lo abría, y al sacar la hoja encontraba la respuesta escrita a su pregunta mental.

“El mago que hacía estos sortilegios era el primer secretario de la Embajada de Francia, y se llamaba J.-J. Rousseau”.

Dudamos que Rousseau haya conocido la escritura directa, pues de lo contrario habría sabido muchas otras cosas en lo tocante a las manifestaciones espíritas, y él no habría tratado la cuestión tan a la ligera; es probable, como él mismo lo reconoció cuando nosotros lo interrogamos sobre este hecho, que haya empleado un procedimiento que le enseñó un charlatán italiano.

Pero por el hecho de que se pueda imitar una cosa, sería absurdo deducir que esa cosa no exista. En estos últimos tiempos, ¿no se han encontrado medios de imitar la lucidez sonambúlica, hasta el punto de causar ilusión? Y porque este procedimiento de escamoteadores haya recorrido todas las ferias, ¿se deberá sacar en conclusión que no hay verdaderos sonámbulos? Porque ciertos comerciantes venden vino adulterado, ¿será una razón para que no haya vino puro? Sucede lo mismo con la escritura directa; además, las precauciones para asegurar la realidad del hecho eran muy sencillas y bien fáciles y, gracias a estas precauciones, hoy no se le puede objetar ninguna duda.

Puesto que la posibilidad de escribir sin intermediario es uno de los atributos del Espíritu; ya que los Espíritus han existido desde todos los tiempos y que desde todos los tiempos también se han producido los diversos fenómenos que conocemos, los fenómenos de la escritura directa han debido igualmente producirse en la Antigüedad, tanto como en nuestros días; y es así que se puede explicar la aparición de las tres palabras en la sala del festín de Baltasar. La Edad Media, tan fecunda en prodigios ocultos, pero que fueron reprimidos en las hogueras, también ha debido conocer la escritura directa; tal vez es posible que, en la teoría de las modificaciones que los Espíritus pueden operar en la materia –teoría que hemos relatado en nuestro artículo precedente–, se encuentre el principio de la creencia en la transmutación de los metales; es un punto que trataremos algún día.

Uno de nuestros suscriptores nos decía últimamente que uno de sus tíos –canónigo– que había sido misionero en Paraguay durante muchos años, consiguió, hacia el año 1800, la escritura directa junto con su amigo, el célebre abate Faria. Su procedimiento, que nuestro suscriptor nunca llegó a conocer bien y que de alguna manera hubo sorprendido furtivamente, consistía en una serie de anillos suspendidos a los cuales eran adaptados lápices, colocados en posición vertical, cuyas puntas se apoyaban en el papel. Este procedimiento dejaba traslucir la infancia del arte; después hemos progresado. Cualquiera que hayan sido los resultados obtenidos en diversas épocas, sólo después de la divulgación de las manifestaciones espíritas que la cuestión de la escritura directa ha sido tomada en serio. Al parecer, el primero que la hizo conocer en París en estos últimos años ha sido el barón de Guldenstubbe, que ha publicado sobre el tema una obra muy interesante conteniendo un gran número de facsímiles de escrituras por él obtenidas.[1] El fenómeno ya era conocido en América desde hace algún tiempo. La posición social del Sr. de Guldenstubbe, su independencia, la consideración de que disfruta en la más alta sociedad, descartan indiscutiblemente toda sospecha de fraude voluntario, pues no puede haberlo movido ninguna clase de interés personal. A lo sumo se podría suponer que él mismo haya sido víctima de un ilusión; pero hay un hecho que responde terminantemente a esta cuestión: la obtención del mismo fenómeno por otras personas, que tomaron todas las precauciones necesarias para evitar cualquier superchería o causa de error.

La escritura directa se obtiene, como en general sucede con la mayoría de las manifestaciones espíritas no espontáneas, a través del recogimiento, de la oración y de la evocación. La han obtenido a menudo en las iglesias, junto a las tumbas, al pie de las estatuas o de las imágenes de personajes a quienes se evoca; pero es evidente que el lugar no tiene otra influencia que la de suscitar un mayor recogimiento y una mayor concentración del pensamiento, porque está probado que dicho fenómeno también se consigue sin esos accesorios y en los lugares más comunes, hasta en un simple mueble doméstico, si las personas se encuentran en las condiciones morales requeridas y si tienen la facultad medianímica necesaria.

Al principio se creía que era preciso colocar un lápiz con el papel; entonces, el hecho podía explicarse hasta un cierto punto. Se sabe que los Espíritus operan el movimiento y el desplazamiento de objetos, tomándolos y arrojándolos a veces por el aire; por lo tanto, ellos podrían muy bien asir el lápiz y servirse del mismo para trazar caracteres; puesto que lo impulsan, valiéndose de la mano del médium, de una tablita, etc., igualmente podían hacerlo de una manera directa. Pero no se tardó en reconocer que la presencia del lápiz no era necesaria y que bastaba un simple pedazo de papel –doblado o no–, sobre el cual, después de algunos minutos, se encontrasen trazados los caracteres. Con esto el fenómeno cambia completamente de aspecto y nos sitúa en un orden de cosas enteramente nuevo; esos caracteres han sido trazados con determinada sustancia; desde el momento en que no se ha suministrado al Espíritu esta sustancia, se ha de pensar que la ha hecho o creado por sí mismo; ¿de dónde la ha extraído? He aquí el problema. El general ruso, el conde de B..., nos ha mostrado una estrofa de diez versos alemanes obtenida de esa manera por intermedio de la hermana del barón de Guldenstubbe, colocando simplemente una hoja de papel arrancada de su propia libreta de apuntes, debajo del pedestal del reloj de la chimenea. Habiéndola retirado al cabo de algunos minutos, encontró en dicha hoja esos versos en caracteres tipográficos alemanes bastante finos y de una perfecta pureza. A través de un médium psicógrafo el Espíritu le dijo que quemara este papel; como él dudó, lamentando sacrificar un espécimen tan precioso como ese, el Espíritu agregó: No temas, te daré otro. Con esta garantía, arrojó el papel al fuego; después puso una segunda hoja –igualmente sacada de su portafolio– sobre la cual los versos se encontraban reproducidos exactamente de la misma manera. Ha sido esta segunda edición que nosotros hemos visto y examinado con el máximo cuidado, y –cosa singular– los caracteres presentaban un relieve como si hubiesen salido de la prensa. Por lo tanto, no es solamente el lápiz que los Espíritus pueden hacer, sino también la tinta y los caracteres de imprenta.

Uno de nuestros honorables compañeros de la Sociedad, el Sr. Didier, ha obtenido en estos días los siguientes resultados, que nosotros mismos hemos constatado, y de los cuales podemos garantizar su perfecta autenticidad. Habiendo ido a la iglesia de Nuestra Señora de las Victorias con la Sra. Huet, que hace poco tuvo éxito con experiencias de este género, tomó una hoja de papel de carta con el membrete de su casa comercial, la dobló en cuatro y la colocó sobre las gradas del altar, pidiendo en nombre de Dios que un Espíritu bueno consintiese en escribir algo; al cabo de diez minutos de recogimiento encontró en el interior de la hoja, en una de las partes dobladas, la palabra fe, y en otra parte la palabra Dios. A continuación, habiendo pedido al Espíritu que tuviese a bien decir quién había escrito eso, puso nuevamente el papel en el mismo lugar, y después de otros diez minutos encontró estas palabras: por Fenelón.

Ocho días después, el 12 de julio, quiso repetir la experiencia y se dirigió al Louvre, a la sala Coysevox, situada en el pabellón del Reloj. Al pie del busto de Bossuet colocó una hoja de papel de carta doblada como la primera vez, pero no obtuvo nada. Un niño de cinco años lo acompañaba, el cual había dejado su gorra en el pedestal de la estatua de Luis XIV, que se encontraba a pocos pasos de allí. Pensando que la experiencia había sido infructuosa se preparó para retirarse, cuando al agarrar la gorra encontró abajo, como si fuese escrito con lápiz en el mármol, las palabras amad a Dios, acompañadas por la inicial B. El primer pensamiento de los asistentes fue que estas palabras podrían haber sido escritas anteriormente por manos extrañas, que no fueron notadas; entretanto, se quiso intentar otra vez la prueba, poniendo la hoja doblada encima de esas palabras, cubriendo todo con la gorra. Al cabo de algunos minutos se encontró en una de las partes dobladas de la hoja estas tres letras: a m a; el papel fue puesto nuevamente en el mismo lugar y se pidió con una oración que se completase dicho escrito, y se obtuvo: Amad a Dios, es decir, aquello que estaba escrito en el mármol, menos la inicial B. Con esto era evidente que las primeras palabras trazadas resultaban de la escritura directa. Aún resaltaba el siguiente hecho curioso: las letras fueron trazadas sucesivamente y no de una sola vez, y que en la primera inspección no hubo tiempo para terminar las palabras. Al salir del Louvre, el Sr. D... se dirigió a Saint-Germain del Auxerrois, donde a través del mismo procedimiento obtuvo las palabras: Sed humildes. Fenelón, escritas de una manera muy nítida y bien legible. Estas palabras aún pueden ser vistas en el mármol de la estatua a que nos referimos.

La sustancia de que son formados esos caracteres tiene todas las apariencias de la mina de lápiz y es fácilmente borrada con la goma; nosotros la hemos examinado al microscopio y hemos constatado que dicha sustancia no está incorporada al papel, sino que está simplemente depositada en su superficie, de una manera irregular sobre las asperezas, formando arborescencias bastante semejantes a las de ciertas cristalizaciones. La parte borrada por la goma deja percibir las capas de materia negra introducida en las pequeñas cavidades de la rugosidad del papel. Estas capas, desprendidas y retiradas con cuidado, son la propia materia que se ha producido durante la operación. Lamentamos que la pequeña cantidad recogida no nos haya permitido hacer un análisis químico; pero no perdemos la esperanza de conseguirlo un día.

Si se consiente en remitir ahora a nuestro artículo anterior, se encontrará la explicación completa de este fenómeno. En esta escritura, el Espíritu no usa nuestras sustancias ni nuestros instrumentos; él mismo crea las sustancias y los instrumentos que precisa, extrayendo sus materiales en el elemento primitivo universal que, por la acción de su voluntad, hace pasar por las modificaciones necesarias al efecto que quiere producir. Por lo tanto puede también hacer la tinta de impresión, la tinta común y el propio lápiz, o hasta incluso los caracteres tipográficos resistentes para dar un relieve a la impresión.


Tal es el resultado a que nos ha conducido el fenómeno de la tabaquera, relatado en nuestro precedente artículo, y sobre el cual nos hemos extendido ampliamente, porque en él hemos visto la ocasión de examinar una de las leyes más importantes del Espiritismo, ley cuyo conocimiento puede esclarecer más de un mismo misterio, inclusive del mundo visible. Así es que de un hecho, común en su apariencia, puede surgir la luz; todo está en observar con cuidado, y es lo que cada uno puede hacer como nosotros, cuando no se limite a ver efectos sin buscar sus causas. Si nuestra fe se fortalece a cada día, es porque nosotros comprendemos; por lo tanto, tratad de comprender si queréis hacer prosélitos serios. La inteligencia de las causas tiene otro resultado: la de trazar un línea de demarcación entre la verdad y la superstición.

Si encaramos la escritura directa desde el punto de vista de las ventajas que puede ofrecer, diremos que, hasta el presente, su principal utilidad ha sido la constatación material de un hecho importante: la intervención de una fuerza oculta que encuentra allí un nuevo medio de manifestarse. Pero las comunicaciones que se obtienen a través de este modo, raramente son extensas; generalmente son espontáneas y limitadas a palabras, sentencias o signos frecuentemente ininteligibles; han sido obtenidas en todas las lenguas, como el griego, el latín, el siríaco, en caracteres jeroglíficos, etc., pero aún no se han prestado a conversaciones seguidas y rápidas, como permite la psicografía o escritura a través de los médiums.



[1] La réalité des Esprits et de leurs manifestations, démontrée par le phénomène de l'écriture directe (La realidad de los Espíritus y de sus manifestaciones, demostrada por el fenómeno de la escritura directa), por el barón de Guldenstubbe. 1 volumen in 8º, con 15 planchas y 93 facsímiles. Precio: 8 francos; editado por Franck, calle Richelieu. También se encuentra en las Librerías de los Sres. Dentu y Ledoyen. [Nota de Allan Kardec.]






Un Espíritu servicial

Hemos extraído los siguientes pasajes de la carta de uno de nuestros corresponsales en Burdeos:

“Mi estimado señor Allan Kardec, he aquí un nuevo relato de hechos muy extraordinarios que someto a vuestra apreciación, rogando que tengáis a bien verificarlos al evocar al Espíritu que ha sido su autor.

“Una joven dama, que nosotros llamaremos de señora Mally, es la persona por intermedio de la cual han tenido lugar las manifestaciones que constituyen el asunto de esta carta. Esta dama vive en Burdeos y tiene tres hijos.

“Desde corta edad, con alrededor de nueve años, que ella tiene visiones. Una noche, al volver a su casa con la familia, vio en un ángulo de la escalera la forma muy clara de una tía que había fallecido hacía cuatro o cinco años. Lanzó una exclamación: ¡Ah, tía mía! Y la aparición desapareció. Dos años después escuchó una voz que la llamaba, reconociendo en la misma a su tía; el llamado era tan fuerte que no pudo dejar de decir: ¡Entrad, tía mía! Como no abrieron la puerta, ella misma fue a abrirla, y al no ver a nadie, bajó en busca de su madre para informarse si alguien había subido.

“Algunos años después encontramos a esta señora sintiendo la influencia de un Guía o Espíritu familiar, que parece encargado de velar por su persona y por sus hijos, y que presta una multitud de pequeños servicios en la casa, entre otros, el de despertar a la hora marcada a los que están enfermos para tomar sus hierbas medicinales, o aquellos que necesitan salir; ahora bien, por ciertas manifestaciones, él revela su condición moral. Este Espíritu tiene un carácter poco serio; sin embargo, al lado de muestras de liviandad, ha dado pruebas de sensibilidad y de consideración. La señora Mally lo ve comúnmente bajo la forma de una centella o de una gran claridad; pero él se manifiesta a sus hijos bajo la forma humana. Una sonámbula pretendía haber encaminado a la Sra. Mally ese Guía, sobre el cual parecía ejercer cierta influencia. Cuando la señora Mally permanecía algún tiempo sin ocuparse de su Guía, éste tenía el cuidado de que ella lo recordase a través de algunas visiones más o menos desagradables. Por ejemplo, una vez en que ella bajaba sin luz, percibió en el descansillo de la escalera un cadáver cubierto con una mortaja luminosa. Esta dama tiene una gran fuerza de carácter, como veremos más tarde; entretanto, al ver eso, ella no pudo impedir el impacto de recibir una penosa impresión y, cerrando rápidamente la puerta de su cuarto, fue a refugiarse junto con su madre. En otras ocasiones sentía que le tiraban de la ropa o que alguien o algún animal le hacía una especie de roce. Esas contrariedades cesaban cuando ella dirigía un pensamiento a su Guía y, a su turno, la sonámbula reprendía a este último y lo prohibía de atormentarla.

“En 1856, la tercera hija de la señora Mally, de cuatro años de edad, enfermó en el mes de agosto. La niña estaba constantemente inmersa en un estado de somnolencia, que se interrumpía con crisis y convulsiones. Durante ocho días yo mismo he visto a la niña –que parecía salir de su abatimiento– adoptar un semblante sonriente y feliz, con los ojos medio cerrados, sin mirar a aquellos que la rodeaban, tender la mano con un gesto gracioso como para recibir algo, llevarlo a la boca y comerlo, y después agradecer con una sonrisa encantadora. Durante esos ocho días, la niña se ha sustentado con esta alimentación invisible, y su cuerpo recobró la apariencia de su frescura habitual. Cuando ella pudo hablar, parecía haber salido de un largo sueño y contaba visiones maravillosas.

“Durante la convalecencia de la niña, hacia el 25 de agosto, tuvo lugar en esta misma casa la aparición de un agénere. Alrededor de las diez y media de la noche, la señora Mally, llevando a la pequeña de la mano, bajó la escalera de servicio cuando percibió a un individuo que subía. La escalera estaba perfectamente iluminada por la luz de la cocina, de manera que la señora Mally pudo distinguir muy bien al individuo, que tenía todas las apariencias de una persona de complexión vigorosa. Llegaron al mismo tiempo al descansillo, encontrándose cara a cara: era un joven de aspecto agradable, bien vestido, con una gorra en la cabeza y teniendo en la mano un objeto que ella no pudo distinguir bien. Sorprendida con este encuentro inesperado a aquella hora de la noche y en una escalera retirada, la señora Mally lo miró sin decirle una palabra e incluso sin preguntarle lo que quería. Por su parte, el desconocido la observó en silencio por un momento, después dio media vuelta y bajó la escalera golpeando el pasamano con el objeto que llevaba y que hacía un ruido similar al de un bastón. Ni bien él desapareció, la señora Mally corrió hacia la sala donde yo me encontraba en ese momento y gritó que había un ladrón en la casa. Nos pusimos a buscarlo con la ayuda de mi perro; todos los rincones fueron examinados; verificamos que la puerta de la calle estaba cerrada, de modo que nadie podría haber entrado, y que además –si lo hicieran– no lograrían cerrarla sin hacer ruido; realmente era poco probable que un malhechor subiese una escalera iluminada y a una hora en la que estuviera expuesto a encontrarse a cada instante con las personas de la casa; por otro lado, ¿cómo podría un extraño haber sido encontrado en esa escalera de servicio que el público no usa? En todo caso, si él se hubiera equivocado, habría dirigido la palabra a la señora Mally, mientras que dio media vuelta y se fue tranquilamente como quien no tiene prisa y como quien conoce el camino. Todas estas circunstancias no nos dejaban la menor duda sobre la naturaleza de ese individuo.

“Este Espíritu se manifiesta a menudo por intermedio de ruidos, tales como los del tambor, a través de golpes violentos en el horno, puntapiés en las puertas –que entonces se abren solas–, o ruidos semejantes a los de piedras que fuesen tiradas contra los vidrios de las ventanas. Cierto día la señora Mally estaba en la puerta de su cocina cuando a su frente vio un pequeño mueble que se abría y que se cerraba varias veces por una mano invisible; en otras ocasiones, al estar ocupada preparando el fuego, ella sintió que le tiraban de la ropa, siendo que también, al subir la escalera, le agarraban el talón. En varias oportunidades él escondió las tijeras y otros objetos de trabajo de ella, los cuales eran puestos en su regazo después de haberlos buscado bastante. Un domingo estaba ocupada en condimentar con un diente de ajo una pata de cordero; de repente sintió que le arrancaban el ajo de sus dedos; creyendo que lo había dejado caer, lo buscó inútilmente; entonces, en un agujero triangular hecho en la propia pierna del cordero, cuya piel había sido retirada, encontró el diente de ajo picado, como para mostrar que una mano extraña lo había puesto allí intencionalmente.

“La hija mayor de la señora Mally, de cuatro años de edad, paseaba con su mamá, y ésta percibió que su hija conversaba con un ser invisible que parecía pedirle bombones; la pequeña cerraba la mano y decía siempre:

–Estos son míos; si quieres otros, cómpralos.

Sorprendida, la madre le preguntó con quién ella hablaba.

–Con este chico que quiere que yo le dé mis bombones –dijo la niña.

–¿Qué chico? –preguntó la madre.

–Este chico que está aquí, a mi lado.

–Pero no veo a nadie.

–¡Ah! Él se fue. Su vestido era blanco y todo frisado.

“En otra oportunidad la pequeña enferma, de quien ya hablé anteriormente, se divertía haciendo pajaritos de papel. ¡Mamá, mamá! –dijo ella–, no permitas que este chico tome mi papel.

–¿Quién? –preguntó la madre.

–Sí, este chico tomó mi papel; y la niña se puso a llorar.

–¿Pero dónde está él?

–¡Ah! Está saliendo por la ventana. Es un chico demasiado travieso.

“Esta misma niña un día saltó en la punta de los pies hasta perder el aliento, a pesar de que su madre se lo había prohibido, pues temía que eso le hiciera mal. De repente, la pequeña paró y exclamó: "¡Ah! ¡El Guía de mamá!" Le preguntaron qué significaba esto; ella dijo que había visto un brazo que la detuvo cuando ella saltaba y que la forzaba a permanecer quieta. Agregó que ella no tenía miedo y que inmediatamente pensó en el Guía de su madre. Los hechos de ese género se renovaron frecuentemente, pero los mismos se tornaron familiares para los niños, que no tenían miedo alguno porque el pensamiento del Guía de su mamá les venía espontáneamente.

“La intervención de este Guía se hubo manifestado en circunstancias más serias. La señora Mally había alquilado una casa con jardín en la comuna de Cauderan. Esta casa se encontraba aislada y rodeada de vastas praderas; ella vivía solamente con sus tres hijos y una profesora. Por aquel entonces la comuna era infestada de bandidos que depredaban las propiedades circundantes y que naturalmente codiciaban una casa que sabían que era habitada por dos mujeres solas; así, todas las noches venían a robar, intentando forzar las puertas y las contraventanas. Durante tres años la señora Mally vivió en esa casa en constantes sobresaltos, pero a cada noche ella se recomendaba a Dios y, después de la oración, su Guía se manifestaba bajo la forma de una centella. Durante la noche, cuando varias veces los ladrones intentaron robar, una súbita claridad iluminaba el cuarto, y ella escuchaba una voz que le decía: "No temas: ellos no entrarán". En efecto, ellos nunca consiguieron entrar en la casa. No obstante, para mayor precaución, ella portaba armas de fuego. Una noche en que los percibió merodeando su casa, ella les disparó dos tiros de pistola que acertaron a uno de ellos, pues escuchó gemidos, pero al día siguiente habían desaparecido. Este hecho ha sido relatado en los siguientes términos por un diario de Burdeos:

"Nos han informado un hecho que denota un cierto coraje por parte de una señora que vive en la comuna de Cauderan:

"Una dama que ocupa una casa aislada en esta comuna tiene como compañía a una señorita que se encarga de la instrucción de sus hijos.

"En una de las noches anteriores, esta dama había sido víctima de una tentativa de robo. Al día siguiente ambas se pusieron de acuerdo en hacer guardia, y si fuese necesario vigilarían durante la noche.

"Hicieron lo que habían combinado. De esta manera, cuando los ladrones se presentaron para concluir el objetivo de la víspera, encontraron quien los recibiese. Apenas tuvieron la precaución de no entablar conversación con los moradores de la casa sitiada. La señora de la cual hemos hablado, al percibir que ellos rondaban la casa, abrió la puerta y dio un tiro de pistola que debe haber acertado a uno de los ladrones, porque al día siguiente se encontró sangre en el jardín.

"Hasta este momento no se ha podido descubrir a los autores de esta segunda tentativa."

“Haré referencia, de memoria, a otras manifestaciones que tuvieron lugar en esta misma casa de Cauderan, durante la permanencia de esas damas. Durante la noche se escuchaban frecuentemente ruidos extraños, semejantes a bolas rodando en el piso, o de leña arrojada al suelo; entretanto, por la mañana todo estaba en perfecto orden.

“Señor, si lo creéis conveniente tened a bien evocar al Guía de la señora Mally e interrogadlo sobre las manifestaciones que acabo de relataros. Principalmente consentid en preguntarle si la sonámbula, que ha pretendido haberle encaminado ese Guía, tiene el poder de retomarlo, y si él se retiraría en el caso en que la sonámbula llegara a fallecer. (...)”



El Guía de la señora Mally

(Sociedad, 8 de julio de 1859.)

1. Evocación del Guía de la Sra. Mally. –Resp. Estoy aquí; esto es fácil para mí.

2. ¿Con qué nombre queréis que os designemos? –Resp. Como queráis: por aquel con el cual ya me conocéis.

3. ¿Qué motivo os ha vinculado a la señora Mally y a sus hijos? –Resp. Al principio, antiguas relaciones y una amistad, una simpatía que Dios protege siempre.

4. Dicen que ha sido la sonámbula, señora Dupuy, quien os ha encaminado a la señora Mally; ¿esto es verdad? –Resp. Es aquélla quien ha dicho que yo estaba junto a ésta.

5. ¿Dependéis de esta sonámbula? –Resp. No.

6. ¿Podría esa sonámbula alejaros de aquella señora? –Resp. No.

7. Si esta sonámbula desencarnase, ¿esto tendría sobre vos alguna influencia? –Resp. Ninguna.

8. ¿Hace mucho tiempo que habéis desencarnado? –Resp. Sí, hace varios años.

9. ¿Qué erais cuando estabais encarnado? –Resp. Un niño, que había muerto a los ocho años.

10. Como Espíritu, ¿sois feliz o infeliz? –Resp. Feliz; no tengo ninguna congoja personal, y no sufro sino por los otros; es verdad que sufro mucho por ellos.

11. ¿Habéis sido vos quien apareció en la escalera a la señora Mally, bajo la forma de un joven que ella tomó por un ladrón? –Resp. No; era un compañero.

12. ¿Y en otra ocasión bajo la forma de un cadáver? Esto podía impresionarla de modo perjudicial; fue una mala pasada que denota falta de benevolencia. –Resp. Lejos de esto en mucho casos; pero aquí era para dar a la señora Mally pensamientos más valientes; ¿qué tiene un cadáver de espantoso?

13. ¿Tenéis entonces el poder de volveros visible a voluntad? –Resp. Sí, pero yo os he dicho que no había sido yo.

14. ¿Sois igualmente extraño a las otras manifestaciones materiales que se han producido en la casa de ella? –Resp. ¡Perdón! Esto sí; fue eso lo que me impuse junto a ella, como trabajo material; pero realizo un trabajo mucho más útil y bien más serio para ella.

15. ¿Podéis volveros visible a todos? –Resp. Sí.

16. ¿Podríais volveros visible aquí a uno de nosotros? –Resp. Sí; pedid a Dios que lo permita; puedo hacerlo, pero no me atrevo a realizarlo.

17. Si no quisiereis volveros visible, ¿podríais al menos darnos una manifestación, traernos, por ejemplo, algo sobre la mesa? –Resp. Ciertamente; ¿pero para qué? Ante ella es por ese medio que atestiguo mi presencia, pero para vos esto es inútil, porque nosotros estamos conversando.

18. ¿El obstáculo no sería aquí la falta de un médium necesario para producir esas manifestaciones? –Resp. No, esto es un obstáculo sencillo. ¿No veis a menudo apariciones súbitas a personas que no son de modo alguno médiums?

19. ¿Todo el mundo es, por lo tanto, apto para tener manifestaciones espontáneas? –Resp. Sí, ya que todos los hombres son médiums.

20. Entretanto, ¿no encuentra el Espíritu, en el organismo de ciertas personas, una mayor facilidad para comunicarse? –Resp. Sí, pero yo os dije –y deberíais saberlo– que los Espíritus son poderosos por sí mismos; el médium nada es. ¿No tenéis la escritura directa? Y para esto, ¿es necesario un médium? No, sino solamente fe y un ardiente deseo, y frecuentemente esto se produce también sin los hombres saberlo, es decir, sin fe y sin deseo.

21. ¿Pensáis que las manifestaciones, tales como la escritura directa, por ejemplo, se volverán más comunes de lo que hoy lo son? –Resp. Ciertamente; ¿cómo comprendéis entonces la divulgación del Espiritismo?

22. ¿Podéis explicarnos lo que la pequeña hija de la señora Mally recibía en su mano y lo que comía durante su enfermedad? –Resp. Maná: una sustancia formada por nosotros, que posee el principio contenido en el maná común y el sabor de las golosinas.

23. ¿Es formada esta sustancia de la misma manera que las vestimentas y otros objetos que los Espíritus producen por su voluntad y por la acción que ejercen sobre la materia? –Resp. Sí, pero los elementos son bien diferentes; las partes que forman el maná no son las mismas que yo tomaría para formar madera o una vestimenta.

24. (A san Luis.) El elemento tomado por el Espíritu para formar el maná, ¿es diferente de aquel que él toma para formar otra cosa? Siempre nos han dicho que no hay más que un solo elemento primitivo universal, del cual los diferentes cuerpos no son sino modificaciones. –Resp. Sí, o sea, es el mismo elemento primitivo que yace en el espacio, aquí bajo una forma y allí bajo otra; es lo que él quiere decir. Toma el maná de una parte de este elemento, que él cree diferente, pero que es siempre el mismo.

25. La acción magnética por la cual se da a una sustancia –como por ejemplo al agua– propiedades especiales, ¿tiene relación con la del Espíritu que crea una sustancia? –Resp. El magnetizador no desdobla absolutamente sino su voluntad; es un Espíritu que lo ayuda, que se encarga de recoger y de preparar el remedio.

26. (Al Guía.) Hace algunos meses hemos relatado hechos curiosos de manifestaciones por parte de un Espíritu, al que hemos designado con el nombre de Duende de Bayonne; ¿conocéis a este Espíritu? –Resp. No particularmente; pero he seguido lo que habéis investigado sobre él, y ha sido solamente de ese modo que primero he tomado conocimiento del mismo.

27. ¿Es él un Espíritu de orden inferior? –Resp. ¿Inferior quiere decir malo? No. ¿Quiere decir simplemente que no es enteramente bueno y que es poco avanzado? Sí.

28. Os agradecemos porque habéis tenido a bien venir y por las explicaciones que nos habéis dado. –Resp. A vuestra disposición.

Nota – Esta comunicación nos ofrece un complemento a lo que hemos dicho en nuestros dos artículos precedentes, sobre la formación de ciertos cuerpos por los Espíritus. La sustancia dada a la niña durante su enfermedad era evidentemente una sustancia preparada por ellos y que ha tenido por efecto restablecerle la salud. ¿De dónde han extraído sus principios? En el elemento universal transformado para el uso propuesto. El fenómeno tan extraño de las propiedades transmitidas por la acción magnética –problema hasta el presente inexplicado y sobre el cual se han divertido tanto los incrédulos– se encuentra ahora resuelto. En efecto, sabemos que no son sólo los Espíritus desencarnados que actúan, sino que también los encarnados tienen su parte de acción en el mundo invisible: el hombre de la tabaquera nos da la prueba de eso. ¿Qué hay, pues, de sorprendente en que la voluntad de una persona, actuando para el bien, pueda operar una transformación de la materia primitiva y darle determinadas propiedades? En nuestra opinión, ahí se encuentra la clave de muchos efectos supuestamente sobrenaturales y de los cuales tendremos ocasión de hablar. Es así que a través de la observación llegamos a darnos cuenta de las cosas que hacen parte de la realidad y de lo maravilloso. ¿Mas quién dice que esta teoría sea verdadera? Bueno; pero por lo menos tiene el mérito de ser racional y concuerda perfectamente con los hechos observados; si algún cerebro humano encuentra otra más lógica que la de los Espíritus, que ambas sean comparadas. Un día tal vez reconozcan que hemos abierto el camino al estudio razonado del Espiritismo.

Cierto día nos decía una persona: «Cómo me gustaría tener a un Espíritu servicial bajo mis órdenes, aunque tuviese que soportar algunas travesuras de su parte.» Es una satisfacción que a menudo se disfruta sin percibirlo, porque ni todos los Espíritus que nos asisten se manifiestan de manera ostensible; pero no por ello dejan de estar a nuestro lado y, por ser oculta, su influencia no es menos real.



Conversaciones familiares del Más Allá - Voltaire y Federico

Diálogo obtenido por dos médiums que sirvieron de intérpretes a cada uno de esos dos Espíritus, en la sesión de la Sociedad del 18 de marzo de 1859.

Preguntas previas dirigidas a Voltaire

1. ¿En qué situación estáis como Espíritu? –Resp. Errante, pero arrepentido.

2. ¿Cuáles son vuestras ocupaciones como Espíritu? –Resp. Yo rasgo el velo del error que, cuando encarnado, creía que era la luz de la verdad.

3. ¿Qué pensáis de vuestros escritos en general? –Resp. Mi Espíritu estaba dominado por el orgullo; por otra parte, yo tenía la misión de dar un impulso a un pueblo en la infancia; mis obras son la consecuencia de eso.

4. ¿Qué diréis, en particular, de vuestro Juana de Arco? –Resp. Es una diatriba; he hecho cosas peores que esto.

5. Cuando encarnado, ¿qué pensabais de vuestro futuro después de la muerte? –Resp. Yo no creía sino en la materia –bien lo sabéis–, y ésta muere.

6. ¿Erais ateo en el verdadero sentido de la palabra? –Resp. Yo era orgulloso; negaba a la Divinidad por orgullo, con lo que he sufrido y de lo que me arrepiento.

7. ¿Gustaríais conversar con Federico, que también ha consentido en responder a nuestro llamado? Esta conversación sería instructiva para nosotros. –Resp. Si Federico quisiere, estoy listo.

Voltaire. –Mi querido monarca, veis que reconozco mis errores y estoy lejos de hablar como en mis obras; en otros tiempos dábamos el espectáculo de nuestras torpezas; ahora somos obligados a dar el de nuestro arrepentimiento y nuestro deseo de conocer la pura y gran verdad.

Federico. –Yo os creía menos bueno de lo que realmente sois.

Voltaire. –Una fuerza, que somos impelidos a adorar y a reconocer totalmente soberana, obliga a nuestra alma a proclamar –para aquellos de quien tal vez abusamos– una doctrina enteramente opuesta a la que nosotros hemos profesado.

Federico. –Es verdad, mi querido Arouet, pero no finjamos más; es inútil, todos los velos han caído.

Voltaire. –¡Hemos dejado tantos desastres atrás nuestro, que necesitaremos muchas lágrimas para que obtengamos el perdón y para que seamos absueltos! No podemos dejar de unirnos para hacer olvidar y reparar los males que hemos causado.

Federico. –Confesemos también que el siglo que nos admiraba fue muy pobre de juicio, y que es preciso muy poco para deslumbrar a los hombres: nada más que un poco de audacia.

Voltaire. –¿Por qué no? ¡Hemos tenido tanta repercusión en nuestro siglo!

Federico. –Ha sido esa repercusión que, al caer de repente en completo silencio, nos ha arrojado en una amarga reflexión, casi en el arrepentimiento. Lloro por la vida que he llevado, pero también ¡cómo me molesta no ser más Federico! ¡Y tú, no ser más el Sr. Voltaire!

Voltaire. –Hablad pues por vos, Majestad.

Federico. –Sí, sufro; pero no lo repitáis más.

Voltaire. –¡Entonces abdicad! Más tarde haréis como yo.

Federico. –No puedo...

Voltaire. –Pedís que sea vuestro guía; he de serlo; solamente trataré de no extraviaros en el futuro. Si podéis comprender, buscad aquí lo que os pueda ser útil. No son altezas que os interrogan, sino Espíritus que buscan y que encuentran la verdad con la ayuda de Dios.

Federico. –Entonces tomadme de la mano; si podéis, trazad para mí una línea de conducta... esperemos... pero será para vos... En cuanto a mí, estoy con mucha perturbación, y esto ya dura un siglo.

Voltaire. –Aún deseáis que yo tenga el orgullo de valer más que vos; esto no es generoso. Volveos bueno y humilde, para que yo mismo sea humilde.

Federico. –Sí, pero la marca que mi condición de Majestad me ha dejado en el corazón me impide siempre de humillarme como tú. Mi corazón es duro como una piedra, árido como un desierto, seco como la arena.

Voltaire. –¿Seréis entonces un poeta? No os conocía ese talento, Majestad.

Federico. –Tú finges, tú... Sólo le pido a Dios una cosa: el olvido del pasado... una encarnación de prueba y de trabajo.

Voltaire. –Así es mejor; me uno también a vos, pero siento que tendré que esperar mucho tiempo por mi remisión y mi perdón.

Federico. –Bien, amigo mío; entonces oremos juntos una vez.

Voltaire. –Lo hago siempre desde que Dios se ha dignado levantar para mí el velo de la carne.

Federico. –¿Qué pensáis de estos hombres que nos llaman aquí?

Voltaire. –Ellos pueden juzgarnos, y nosotros no podemos sino humillarnos ante ellos.

Federico. –Ellos me ponen en apuro, yo... sus pensamientos son muy diversos.

Preg. (A Federico.) –¿Qué pensáis del Espiritismo? –Resp. Vos sois más sabio que nosotros; ¿no vivís un siglo después del nuestro? Y aunque en el Cielo desde aquel tiempo, apenas acabamos de entrar en el mismo.

Preg. Os agradecemos por haber consentido atender a nuestro llamado, así como a vuestro amigo Voltaire.

Voltaire. –Vendremos cuando quisiereis.

Federico. –No me evoquéis frecuentemente... No soy simpático.

Preg. ¿Por qué no sois simpático? –Resp. Yo desprecio y me siento despreciable.


25 de marzo de 1859

1. Evocación de Voltaire. - R. Hablad.

2. ¿Qué pensáis de Federico, ahora que él no está más aquí? –Resp. Él razona muy bien, pero no ha querido explicarse; como os ha dicho, él desprecia, y ese desprecio que tiene por todos le impide abrirse, porque teme no ser comprendido.

3. ¡Pues bien! ¿Tendríais la bondad de complementar esto, y decirnos qué entendía él por estas palabras: Yo desprecio y me siento despreciable? –Resp. Sí; él se siente débil y corrompido –como todos nosotros–, y quizás comprenda más que nosotros aún, al haber abusado más que los otros de los dones de Dios.

4. ¿Cómo lo juzgáis como monarca? –Resp. Hábil.

5. ¿Lo juzgáis un hombre probo? –Resp. Esto no se pregunta: ¿no conocéis sus acciones?

6. ¿No podríais darnos una idea más precisa de la que habéis dado sobre vuestras ocupaciones como Espíritu? –Resp. No; a todo instante de mi vida descubro como un nuevo punto de vista del bien; trato de practicarlo o, mejor dicho, de aprender a practicarlo. Cuando se ha tenido una existencia como la mía, hay muchos prejuicios que combatir, muchos pensamientos que repeler o que cambiar completamente antes de llegar a la verdad.

7. Desearíamos que nos dieseis una disertación sobre un tema de vuestra elección; ¿consentiríais en darnos una? –Resp. Sí, sobre el Cristo, si lo quisiereis.

8. ¿En esta sesión? –Resp. Más tarde; esperad; en otra.

8 de abril de 1859

1. Evocación de Voltaire. –Resp. Estoy aquí.

2. ¿Tendríais la bondad de darnos hoy la disertación que nos habéis prometido? –Resp. He aquí lo que os he prometido; solamente seré breve.

Estimados amigos, cuando yo estaba entre vuestros antepasados, tenía opiniones y, para sostenerlas y hacerlas prevalecer entre mis contemporáneos, frecuentemente simulaba una convicción que en realidad yo no tenía. Fue así que, al querer reprobar los defectos y los vicios en que caía la religión, sostuve una tesis que hoy estoy condenado a refutarla.

Ataqué muchas cosas puras y santas que mi mano profana debería haber respetado. De esta manera, ataqué al propio Cristo, ese modelo de virtudes sobrehumanas –si así me puedo expresar. Sí, pobres hombres, quizás podremos parecernos un poco a nuestro modelo, pero nunca tendremos la devoción y la santidad que Él ha mostrado; será siempre más elevado que nosotros, porque Él ha sido mejor antes que nosotros. Nosotros aún estábamos sumergidos en el vicio de la corrupción y Él ya estaba sentado a la derecha de Dios. Aquí, ante vosotros, me retracto de todo lo que mi pluma escribió contra el Cristo, porque yo lo amo; sí, lo amo. Yo sentía por no haber podido hacerlo aún.

Boletín de la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas

Nota – A partir de hoy publicamos, como lo habíamos anunciado, el Boletín de los trabajos de la Sociedad. Cada número contendrá el relato de las sesiones que tuvieron lugar en el mes anterior. Estos Boletines sólo contendrán un resumen de los trabajos y de las actas de cada sesión; en cuanto a las propias comunicaciones que se obtengan en nuestras sesiones, así como las que provengan de otra fuente cuya lectura sea realizada, siempre las publicaremos integralmente, todas las veces que pudieren ofrecer un lado útil e instructivo. Continuaremos indicando –como lo hemos hecho hasta el presente– la fecha de las sesiones en que las mismas ocurrieron. La abundancia de materias y las necesidades de clasificación nos obligan a menudo a modificar el orden de ciertos documentos; pero esto no representará ningún inconveniente, porque tarde o temprano encontrarán aquí su lugar.

Viernes 1° de julio de 1859 (Sesión particular)
Asuntos administrativos – Admisión del Sr. S..., miembro corresponsal en Burdeos. Postergación de la aceptación de dos miembros titulares presentados en los días 10 y 17 de junio, hasta más amplias informaciones.

Designación de tres nuevos dirigentes para iniciar las sesiones generales.

Lectura del acta y de los trabajos de la última sesión.

Comunicaciones – El Sr. Allan Kardec anuncia que ha estado con W... hijo, de Boulogne-sur-Mer, citado en la Revista de diciembre de 1858, a propósito de un artículo sobre Fenómenos de bicorporeidad, joven que le ha confirmado el hecho de su presencia simultánea en Boulogne y en Londres.

Carta del Sr. S..., corresponsal en Burdeos, que contiene detalles circunstanciales de los notables hechos de manifestaciones y de apariciones que son de su conocimiento personal, por parte de un Espíritu familiar. (Carta publicada anteriormente, así como la evocación hecha al respecto.)

El Dr. Morhéry hace un homenaje a la Sociedad con la donación de dos cantatas, de cuyas letras es el autor, una titulada Italia y la otra Veneciana. Aunque estas dos producciones sean completamente ajenas a los trabajos de la Sociedad, la misma los acepta con reconocimiento y agradece al autor.

El Sr. Th... hace observar, con respecto a la comunicación de Cristóbal Colón, obtenida en la última sesión, que sus respuestas relacionadas con su misión y con la de los Espíritus en general parecen consagrar la doctrina de la fatalidad.

Varios miembros no concuerdan que de las respuestas de Cristóbal Colón se deduzca esta consecuencia, teniendo en cuenta que una misión no retira la libertad de hacer o de no hacer. De ninguna manera el hombre es fatalmente arrastrado a realizar tal o cual cosa; puede ser que, como hombre, él obre más o menos ciegamente; pero como Espíritu, siempre tiene la conciencia de lo que hace y es siempre señor de sus acciones. Suponiendo que el principio de la fatalidad se derivase de las respuestas de Colón, esto no sería una consagración de un principio que, en todos los tiempos, ha sido combatido por los Espíritus. En todo caso, sería apenas una opinión individual; ahora bien, la Sociedad está lejos de aceptar como verdad irrefutable todo lo que dicen los Espíritus, porque sabe que ellos pueden equivocarse. Un Espíritu podría muy bien decir que es el Sol que gira alrededor de la Tierra, y no lo contrario, lo que no sería más verdadero porque provenga de un Espíritu. Nosotros tomamos las respuestas por lo que ellas valen; nuestro objeto es el de estudiar las individualidades, sea cual fuere su grado de superioridad o de inferioridad, y así adquirimos el conocimiento del estado moral del mundo invisible, no dando nuestra confianza a las doctrinas de los Espíritus sino cuando las mismas no afronten a la razón ni al buen sentido, y cuando en ellas encontremos verdaderamente la luz. Cuando una respuesta es evidentemente ilógica o errónea, sacamos la conclusión de que el Espíritu que la da está aún atrasado: he aquí todo. Con referencia a las respuestas de Colón, de manera alguna implican la fatalidad.

Estudios – Preguntas sobre las causas de la prolongación de la turbación del Dr. Glower, evocado el 10 de junio.

Cuestiones acerca de las causas de la sensación física dolorosa producida en W... hijo, de Boulogne, por Espíritus sufrientes.

Preguntas sobre la teoría de la formación de los objetos materiales en el mundo de los Espíritus, tales como vestimentas, joyas, etc.; cuestiones acerca de la transformación de la materia elemental por la voluntad del Espíritu. Explicación del fenómeno de escritura directa. (Ver nuestro artículo precedente, página 197.)

Evocación de Un oficial superior muerto en Magenta (2ª conversación); preguntas sobre ciertas sensaciones del Más Allá.

El Sr. S... propone evocar al Sr. M..., desaparecido hace un mes, a fin de saber si está vivo o muerto. Al ser interrogado al respecto, san Luis dice que esta evocación no puede ser hecha; que la incertidumbre reinante sobre el destino de este hombre tiene un objetivo de prueba, y que más tarde se sabrá –por medios comunes– lo que ha sucedido.

Viernes 8 de julio de 1859 (Sesión general)
Lectura del acta y de los trabajos de la última sesión.

Comunicaciones – Lectura de dos comunicaciones espontáneas obtenidas por el Sr. R..., miembro titular; una de san Luis, que contiene consejos a la Sociedad sobre el modo de apreciar las respuestas de los Espíritus, y otra de Lamennais. (Serán publicadas en el próximo número).

Lectura de una Noticia sobre el diácono Pâris y Los Convulsionarios de Saint-Médard, preparada por la Comisión de los trabajos para servir de tema de estudio.

El Sr. Didier, miembro titular, relata curiosas experiencias que él ha hecho sobre la escritura directa y los resultados notables que ha obtenido.

Estudios – Evocación del Guía o Espíritu familiar de la señora Mally, de Burdeos, a propósito de la noticia transmitida por el Sr. S..., sobre los hechos de manifestación producidos en la casa de esa dama y leídos en la última sesión.

Evocación del Sr. K..., fallecido el 15 de junio de 1859 en el Departamento del Sarthe. El Sr. K..., hombre de bien y muy esclarecido, era versado
en estudios espíritas, y su evocación –hecha a pedido de sus parientes y amigos– ha constatado la influencia de estos estudios en el desprendimiento de su alma después de la muerte. Además de esto, espontáneamente se ha revelado el importante hecho de las visitas espíritas nocturnas entre Espíritus de personas vivas. De ese hecho derivan serias consecuencias para la solución de ciertos problemas morales y psicológicos.

Viernes 15 de julio de 1859 (Sesión particular)
Lectura del acta y de los trabajos de la última sesión.

Asuntos administrativos – A pedido de varios miembros, y considerando que muchas personas están ausentes en esta época, el Sr. Presidente propone que, de acuerdo con el uso establecido en todas las sociedades, sea determinado un período de vacaciones.

La Sociedad decide que suspenderá sus sesiones durante el mes de agosto y que las mismas serán retomadas el viernes 2 de septiembre.

El Sr. Cr..., secretario adjunto, escribe para solicitar su reemplazo, motivado por nuevas ocupaciones que no le permiten asistir regularmente el comienzo de las sesiones. Ulteriormente se hará su sustitución.

Comunicaciones – Lectura de una carta del Sr. Jobard, de Bruselas, presidente honorario de la Sociedad, que relata varios hechos relacionados con el Espiritismo, y dirige a la Sociedad una canción intitulada El Canto del Zuavo, que le ha sido inspirada por la evocación del Zuavo de Magenta, citada en la Revista del mes de julio; ella ha sido cantada en un teatro de Bruselas. El objetivo de esta canción, en la cual sobresale la inspiración espiritual del autor, es el de mostrar que las ideas espíritas tienen por efecto destruir el miedo a la muerte.

El Sr. D... narra nuevos hechos de escritura directa que él ha obtenido en el Louvre y en Saint-Germain del Auxerrois. (Ver este artículo en la página 205.)

Lectura de una carta dirigida al Sr. Presidente acerca de la tempestad de Solferino. El autor señala varios otros hechos análogos, y pregunta si no existe algo de providencial en esta coincidencia. Esta cuestión ha sido respondida en la segunda conversación con el oficial superior muerto en Magenta. Además, será objeto de un examen más profundo.

Carta de la Sra. L..., en la cual esta dama relata una mistificación de la que fue víctima por parte de un Espíritu malévolo que se hacía pasar por san Vicente de Paúl y que la engañó a través de un lenguaje aparentemente edificante y por detalles circunstanciales sobre ella y su familia, para enseguida inducirla a comprometedoras actitudes. Por intermedio de esta propia carta la Sociedad reconoce que este Espíritu había revelado su naturaleza por ciertos hechos con los cuales no era posible equivocarse.

Estudios – Problemas morales y cuestiones diversas: Sobre el mérito de las buenas acciones con miras a la vida futura; acerca de las misiones espíritas; sobre la influencia del miedo o del deseo de la muerte; acerca de los médiums intuitivos.

Cuestiones sobre las visitas espíritas nocturnas entre personas vivas.

Evocación del diácono Pâris.

Evocación del falso san Vicente de Paúl, Espíritu mistificador de la Sra. L...

Viernes 22 de julio de 1859 (Sesión general)
Lectura del acta y de los trabajos de la última sesión.

Comunicaciones – Lectura de una comunicación particular del Sr. R..., miembro titular, sobre la teoría de la locura, de los sueños, de las alucinaciones y del sonambulismo, por los Espíritus François Arago y san Vicente de Paúl. Esta teoría es un desarrollo razonado y científico de los principios ya emitidos acerca de estas materias. (La misma será publicada en el próximo número.)

El Sr. R... narra un hecho reciente de aparición. El sábado 16 de julio, día del entierro del Sr. Furne, éste apareció durante la noche a la esposa del Sr. R... con la apariencia que tenía cuando encarnado, buscando aproximarse a ella, mientras que otro Espíritu –cuyo semblante no pudo distinguir– lo tomaba del brazo y procuraba alejarlo. Conmovida con esta aparición, se tapó los ojos, pero continuó viéndolo como antes. Al día siguiente, esta señora, que es médium de psicografía como su marido, se puso a trazar convulsivamente caracteres irregulares que parecían formar el nombre de Furne. Otro Espíritu interrogado sobre este hecho respondió que, en efecto, el Sr. Furne quería comunicarse con ellos, pero que en el estado de turbación en que aún éste se encontraba, él se reconocía con mucha dificultad; dicho Espíritu agregó que era necesario esperar ocho días antes de evocar al Sr. Furne, y que entonces él podría manifestarse libremente.

El Dr. V... relata un hecho de previsión espírita realizado en su presencia, el cual es tanto más notable como muy raro, por parte de los Espíritus, porque se trata de la precisión de fechas. Hace aproximadamente seis semanas, una señora que él conocía, muy buena médium psicógrafa, recibió una comunicación del Espíritu de su padre; de repente, y sin provocación, este último se puso a hablar espontáneamente de la Guerra de Italia. Al respecto, se le preguntó si la misma terminaría pronto. Él respondió: el 11 de julio se firmará la paz. Sin dar mucha importancia a esta previsión, el Sr. V... puso esta respuesta en un sobre cerrado con lacre y lo remitió a una tercera persona, con la recomendación de solamente abrirlo después del 11 de julio. Se sabe que dicho acontecimiento se cumplió conforme fue anunciado.

Cabe señalar que cuando los Espíritus hablan de cosas futuras, ellos lo hacen espontáneamente, porque sin duda juzgan útil hacerlo; pero nunca lo hacen cuando a eso son impelidos por un motivo de curiosidad.

Estudios – Problemas morales y cuestiones diversas. Preguntas complementarias acerca del mérito de las buenas acciones; sobre las visitas espíritas; acerca de la escritura directa.

Cuestiones sobre la intervención de los Espíritus en los fenómenos de la naturaleza, tales como las tempestades, y acerca de las atribuciones de ciertos Espíritus.

Preguntas complementarias sobre el diácono Pâris y Los Convulsionarios de Saint-Médard. Evocación al general Hoche.








Al Sr. L., de Limoges

Pedimos al señor que se ha tomado el trabajo de escribirnos desde Limoges –indicando documentos interesantes concernientes al Espiritismo–, tener a bien ponernos en contacto directo con él, para que podamos responder las proposiciones que ha tenido el honor de dirigirnos. La falta de espacio nos impide citar algunos pasajes de su carta.

ALLAN KARDEC




Septiembre

Procedimientos para alejar a los Espíritus malos

La intromisión de los Espíritus engañadores en las comunicaciones escritas es una de las mayores dificultades del Espiritismo; se sabe por experiencia que ellos no tienen ningún escrúpulo en tomar nombres supuestos e incluso hasta nombres respetables; ¿hay medios de alejarlos? He aquí la cuestión. Con este fin, ciertas personas emplean lo que se podría llamar procedimientos, es decir, fórmulas particulares de evocación o especies de exorcismos, como por ejemplo hacerlos jurar en el nombre de Dios que están diciendo la verdad, hacerlos escribir ciertas cosas, etc. Conocemos a alguien que, a cada frase, intima al Espíritu a firmar su nombre; si él es verdadero, escribe su nombre sin dificultad; si es falso, de repente se detiene justo en medio del escrito, sin poder terminarlo; hemos visto a esta persona recibir las comunicaciones más ridículas por parte de Espíritus que firmaban un nombre falso con gran desfachatez. Otras personas piensan que un medio eficaz es hacerlos confesar con las siguientes palabras: Jesús en carne, o con otras expresiones de la religión. ¡Pues bien! Declaramos que si algunos Espíritus –un poco más escrupulosos– se detienen ante la idea de un perjurio o de una profanación, existen otros que juran todo lo que uno quiera, que firman todos los nombres, que se ríen de todo y que causan afrenta ante la presencia de las figuras más veneradas, de donde sacamos en conclusión de que, entre lo que se puede llamar procedimientos, no hay ninguna fórmula ni recurso material que pueda servir como protección eficaz.

En este caso –dirán– sólo hay una cosa que hacer: dejar de escribir. Este medio no sería el mejor; lejos de eso, en muchos casos sería el peor. Nosotros ya hemos dicho, y no estaría de más repetirlo, que la acción de los Espíritus sobre nosotros es incesante y no es menos real por el hecho de ser oculta. Si esa acción es mala, será aún más perniciosa porque el enemigo está oculto; éste se revela y se desenmascara a través de las comunicaciones escritas, y así se sabe con quién se está tratando y se puede combatirlo. –Pero si no hay ningún medio para alejarlo, ¿qué hacer entonces? –No hemos dicho que no haya ningún medio, sino solamente que la mayoría de los que se emplea son ineficaces: esta es la tesis que nos proponemos a desarrollar.

Es preciso no perder de vista que los Espíritus constituyen todo un mundo, toda una población que llena el espacio, que circula a nuestro lado y que influye en todo lo que hacemos. Si se levantara el velo que los oculta, los veríamos a nuestro alrededor yendo y viniendo, siguiéndonos o evitándonos según el grado de su simpatía; unos serían indiferentes, como verdaderos ociosos del mundo oculto; otros, muy ocupados, ya sea consigo mismos o con los hombres a los cuales se vinculan con un objetivo más o menos loable y según las cualidades que los distinguen. En una palabra, veríamos una copia del género humano con sus buenas y malas cualidades, con sus virtudes y sus vicios. Ese entorno, al cual no podemos escapar porque no hay lugar tan oculto que sea inaccesible a los Espíritus, ejerce sobre nosotros –y sin nuestro conocimiento– una influencia permanente; unos nos conducen al bien, otros nos inducen al mal, y nuestras determinaciones son muy a menudo el resultado de sus sugerencias; felices de aquellos que tienen bastante juicio como para discernir la buena o la mala senda por donde intentan llevarnos. Ya que los Espíritus no son sino los propios hombres despojados de su envoltura grosera, o las almas de los que sobreviven al cuerpo, de esto se deduce que hay Espíritus desde que hay seres humanos en el Universo; son una de las fuerzas de la Naturaleza, y no esperaron que hubiesen médiums para obrar: la prueba de esto es que, en todos los tiempos, los hombres han cometido inconsecuencias; he aquí por qué nosotros decimos que su influencia es independiente de la facultad de escribir. Esta facultad es un medio de conocer esta influencia, de saber quiénes son los que están a nuestro alrededor y cuáles los que se vinculan a nosotros. Creer que se pueda sustraer a esto absteniéndose de escribir, es hacer como los niños que creen que por cerrar los ojos van a escapar de un peligro. Al revelarnos a aquellos que tenemos por compañeros, como amigos o enemigos, la escritura nos da por eso mismo un arma para combatir a estos últimos, por lo que debemos agradecer a Dios; a falta de visión para reconocer a los Espíritus, tenemos las comunicaciones escritas; a través de éstas, ellos se revelan lo que son; es para nosotros un sentido que nos permite juzgarlos; repeler este sentido es complacerse en permanecer ciego y en quedar expuesto al engaño sin control.

Por lo tanto, la intromisión de los Espíritus malos en las comunicaciones escritas no es un peligro del Espiritismo, puesto que, si hay peligro, es permanente y no depende de Él; he aquí de lo que deberíamos estar suficientemente persuadidos: es simplemente una dificultad, pero de la cual es fácil triunfar si a esto nos dedicamos de manera conveniente.

En primer lugar podemos establecer como principio que los Espíritus malos sólo van donde algo los atrae; por lo tanto, cuando ellos se entrometen en las comunicaciones, es porque encuentran simpatías en el medio donde se presentan, o por lo menos puntos débiles que esperan aprovechar; en todo caso, se observa que no hay una fuerza moral suficiente para repelerlos. Entre las causas que los atraen, es preciso poner en primera línea a las imperfecciones morales de toda naturaleza, porque el mal siempre simpatiza con el mal; en segundo lugar, la excesiva confianza con la cual son acogidas sus palabras. Cuando una comunicación revela un origen malo, sería ilógico inferir de esto una paridad necesaria entre el Espíritu y los evocadores; a menudo vemos a las personas más honorables expuestas a las bellaquerías de los Espíritus engañadores, como ocurre en el mundo con las personas honestas, engañadas por los bribones; pero cuando son tomadas precauciones, los bribones no pueden hacer nada: lo mismo sucede con los Espíritus. Cuando una persona honesta es engañada por ellos, esto puede tener dos causas: la primera, una confianza absoluta que la disuade de todo examen; la segunda, que las mejores cualidades no excluyen ciertos lados débiles que dan entrada a los Espíritus malos, ávidos por aprovechar las menores fallas en la coraza. No nos referimos al orgullo y a la ambición, que son más que fallas, sino a una cierta debilidad de carácter y, sobre todo, a los prejuicios que esos Espíritus saben hábilmente explotar al hacer adulaciones; en este aspecto, ellos usan todas las máscaras para inspirar más confianza.

Las comunicaciones francamente groseras son las menos peligrosas, porque no pueden engañar a nadie; las que más engañan son aquellas que tienen una falsa apariencia de sabiduría o de gravedad; en una palabra, las comunicaciones de los Espíritus hipócritas y de los pseudosabios. Unos pueden engañarse de buena fe, por ignorancia o por fatuidad; otros, sólo actúan por astucia. Por lo tanto, veamos los medios para desembarazarse de ellos.

La primera cosa es no atraerlos y evitar todo lo que pueda darles acceso.

Como hemos visto, las disposiciones morales son una causa preponderante; pero, haciendo abstracción de esta causa, el modo empleado no deja de tener influencia. Hay personas que tienen por principio jamás hacer evocaciones y esperar la primera comunicación espontánea que provenga del lápiz del médium; ahora bien, si se recuerda lo que hemos dicho sobre la variada multitud de los Espíritus que nos rodean, se comprenderá sin dificultad que eso sería estar enteramente a merced del primero que viniera, bueno o malo; y como en esta multitud hay más malos que buenos, existen más posibilidades que lleguen los malos, exactamente como si abrierais la puerta a todos los transeúntes de la calle, mientras que a través de la evocación hacéis vuestra elección; rodeándoos de Espíritus buenos, imponéis silencio a los malos que, a pesar de esto, podrán algunas veces intentar entrometerse –incluso los buenos lo permitirán para ejercer vuestra sagacidad en reconocerlos–, pero no tendrán influencia. Las comunicaciones espontáneas tienen una gran utilidad cuando se tiene la certeza de la calidad del entorno; entonces, a menudo, uno debe congratularse por la iniciativa dejada a los Espíritus. El inconveniente solamente está en el sistema absoluto, que consiste en abstenerse del llamado directo y de las preguntas.

Entre las causas que influyen poderosamente en la calidad de los Espíritus que frecuentan los Círculos Espíritas, es preciso no omitir la naturaleza de las cosas que son allí tratadas. Aquellas que se proponen un objetivo serio y útil atraen por esto mismo a los Espíritus serios; las que únicamente tienen la finalidad de satisfacer una vana curiosidad o sus intereses personales, se exponen como mínimo a mistificaciones, cuando no a cosas peores. En resumen, se pueden extraer de las comunicaciones espíritas las enseñanzas más sublimes y las más útiles, cuando se sabe dirigirlas; toda la cuestión está en no dejarse llevar por la astucia de los Espíritus burlones o malévolos; ahora bien, para eso es esencial saber con quién se está tratando. Al respecto, escuchemos en principio los consejos que el Espíritu san Luis daba a la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas por intermedio del Sr. R..., uno de sus buenos médiums. Es una comunicación espontánea que un día ha recibido en su casa, con la misión de transmitirla a la Sociedad:

«Por más legítima que sea la confianza que os inspiren los Espíritus que presiden vuestros trabajos, hay una recomendación que no estaría de más repetir y que debéis tenerla siempre presente en el pensamiento cuando os dediquéis a vuestros estudios: es la de examinar, madurar y pasar por el control de la más severa razón a todas las comunicaciones que recibís; desde que una respuesta os parezca dudosa o confusa, no dejéis de pedir las explicaciones necesarias para aclararla.

«Sabéis que la revelación ha existido desde los tiempos más remotos, pero siempre ha sido ajustada al grado de adelanto de los que la recibían. Hoy, ya no se trata de hablaros por imágenes y parábolas: debéis recibir nuestras enseñanzas de una manera clara, precisa y sin ambigüedades. Pero sería demasiado cómodo solamente tener que preguntar para esclarecerse; además, eso estaría fuera de las leyes progresivas que presiden la evolución universal. Por lo tanto, no os admiréis si, para dejaros el mérito de la elección y del trabajo, y también para puniros por las infracciones que podáis cometer contra nuestros consejos, algunas veces es permitido a ciertos Espíritus –más ignorantes que malintencionados– responder en algunos casos a vuestras preguntas. En vez de ser esto un motivo de desaliento para vosotros, debe ser un poderoso estímulo para que busquéis ardientemente la verdad. Por lo tanto, estad bien convencidos de que al seguir este camino no dejaréis de llegar a resultados felices. Sed unidos de corazón y de intención; trabajad todos; buscad, buscad siempre y encontraréis.»

Luis

El lenguaje de los Espíritus serios y buenos tiene un sello con el cual es imposible engañarse, por poco que se tenga de tacto, de discernimiento y de hábito de observación. Los Espíritus malos, por más que cubran sus torpezas con el velo de la hipocresía, nunca podrán desempeñar indefinidamente su papel; ellos muestran siempre sus verdaderas intenciones en algún momento. De otro modo, si su lenguaje fuese intachable, ellos serían Espíritus buenos. Por lo tanto, el lenguaje de los Espíritus es el verdadero criterio por el cual podemos juzgarlos; al ser el lenguaje la expresión del pensamiento, tiene siempre un reflejo de las buenas o malas cualidades del individuo. ¿No es también por el lenguaje que juzgamos a los hombres que no conocemos? Si recibís veinte cartas de veinte personas que jamás visteis, ¿no quedaríais diferentemente impresionados al leerlas? ¿No será por la calidad del estilo, por la elección de las expresiones, por la naturaleza de los pensamientos y hasta por ciertos detalles de la forma, que reconoceréis en aquel que os escribe al hombre bien educado o al hombre rústico, al sabio o al ignorante, al orgulloso o al modesto? Sucede exactamente lo mismo con los Espíritus. Suponed que sean hombres que os escriben, y los habréis de juzgar de la misma manera; los juzgaréis severamente, porque de ningún modo los Espíritus buenos se sentirán ofendidos con esta escrupulosa investigación, puesto que ellos mismos nos la recomiendan como medio de control. Por lo tanto, al saber que se puede ser engañado, el primer sentimiento debe ser el de la desconfianza; únicamente los Espíritus malos, que buscan inducir al error, pueden temer al examen porque –lejos de suscitarlo– quieren ser creídos bajo palabra.

De este principio deriva muy naturalmente y con bastante lógica el medio más eficaz para alejar a los Espíritus malos y para precaverse contra sus bellaquerías. El hombre que no es escuchado deja de hablar; el que ve que sus artimañas son constantemente descubiertas, las lleva a otra parte; el bribón que sabe que estamos en alerta continua, no hace tentativas inútiles. De la misma manera, los Espíritus engañadores abandonan la partida cuando ven que no pueden hacer nada y cuando encuentran a personas atentas que rechazan todo lo que les parece sospechoso.

Para terminar, resta pasar revista a los principales caracteres que denotan el origen de las comunicaciones espíritas.

1. Los Espíritus superiores tienen, como lo hemos dicho en varias circunstancias, un lenguaje siempre digno, noble, elevado y sin ninguna mezcla de trivialidad; ellos dicen todo con simplicidad y modestia, nunca se jactan y jamás hacen alarde de su saber o de su posición entre los otros. El lenguaje de los Espíritus inferiores o vulgares tiene siempre algún reflejo de las pasiones humanas; toda expresión que denote bajeza, presunción, arrogancia, fanfarronería o acrimonia, es un indicio característico de inferioridad o de superchería, si el Espíritu se presenta con un nombre respetable y venerado.

2. Los Espíritus buenos sólo dicen lo que saben; se callan o confiesan su ignorancia en aquello que no conocen. Los malos hablan de todo con atrevimiento, sin preocuparse con la verdad. Toda herejía científica notoria, todo principio que choca a la razón y al buen sentido revela fraude, si el Espíritu se hace pasar por un Espíritu esclarecido.

3. El lenguaje de los Espíritus elevados es siempre idéntico, si no en la forma, por lo menos en el fondo. Los pensamientos son los mismos, en cualquier tiempo y lugar; pueden tener más o menos desenvoltura según las circunstancias, las necesidades y las facilidades de comunicación, pero no son contradictorios. Si dos comunicaciones que llevan el mismo nombre están en oposición, una de ellas será evidentemente apócrifa, y la verdadera será aquella donde NADA desmienta el carácter conocido del personaje. Cuando una comunicación presenta en todos los puntos el carácter de sublimidad y de elevación, sin ningún defecto, es porque emana de un Espíritu elevado, sea cual fuere su nombre; si contiene una mezcla de bueno y de malo, procede de un Espíritu vulgar, si él se presenta como es; será de un Espíritu embustero, si se adorna con un nombre que no puede justificar.

4. Los Espíritus buenos nunca dan órdenes; ellos no imponen: aconsejan, y si no son escuchados, se retiran. Los malos son imperiosos: dan órdenes y quieren ser obedecidos. Todo Espíritu que se impone delata su origen.

5. De ninguna manera los Espíritus buenos adulan; aprueban cuando se hace el bien, pero siempre con reservas; los malos hacen elogios exagerados, estimulan el orgullo y la vanidad –aun predicando la humildad– y buscan exaltar la importancia personal de aquellos que quieren atrapar.

6. Los Espíritus superiores están por encima de las puerilidades de la forma en todas las cosas; para ellos el pensamiento lo es todo, la forma no es nada. Solamente los Espíritus vulgares pueden dar importancia a ciertos detalles incompatibles con las ideas verdaderamente elevadas. Toda prescripción meticulosa es una señal cierta de inferioridad y de superchería por parte de un Espíritu que toma un nombre que infunda respeto.

7. Es preciso desconfiar de los nombres extravagantes y ridículos que toman ciertos Espíritus que se quieren imponer a la credulidad; sería completamente absurdo tomar esos nombres en serio.

8. También es necesario desconfiar de los que muy fácilmente se presentan con nombres sumamente venerados, y no aceptar sus palabras sino con la mayor reserva; sobre todo en estos casos es indispensable tener un severo control, porque a menudo es una máscara que ellos usan para hacer creer en supuestos vínculos íntimos con los Espíritus superiores. Por ese medio adulan la vanidad y se aprovechan con frecuencia para inducir a actitudes lamentables o ridículas.

9. Los Espíritus buenos son muy escrupulosos en las actitudes que puedan aconsejar; en todos los casos éstas tienen un objetivo serio y eminentemente útil. Por lo tanto, se deben considerar como sospechosas todas las que no tuvieren ese carácter y reflexionar maduramente antes de adoptarlas.

10. Los Espíritus buenos sólo prescriben el bien. Toda máxima, todo consejo que no esté estrictamente de conformidad con la pura caridad evangélica no puede ser obra de Espíritus buenos; sucede lo mismo con toda insinuación malévola que tienda a incitar o a fomentar sentimientos de odio, de celos o de egoísmo.

11. Nunca los Espíritus buenos aconsejan cosas que no sean perfectamente racionales; toda recomendación que se aparte de la línea recta del buen sentido o de las leyes inmutables de la Naturaleza revela a un Espíritu limitado y que aún está bajo la influencia de los prejuicios terrestres y, por consecuencia, poco digno de confianza.

12. Los Espíritus malos, o simplemente imperfectos, se delatan también por signos materiales con los cuales uno no podría equivocarse. Su acción sobre el médium es algunas veces violenta, y provoca en su escritura movimientos bruscos y sacudidas, una agitación febril y convulsiva que contrasta con la calma y la suavidad de los Espíritus buenos.

13. Otra señal de su presencia es la obsesión. Los Espíritus buenos jamás obsesan; los malos se imponen en todos los instantes; es por eso que todo médium debe desconfiar de la necesidad irresistible de escribir que se apodera de él en los momentos más inoportunos. Nunca se trata de un Espíritu bueno, y a eso no debe ceder.

14. Entre los Espíritus imperfectos que se entrometen en las comunicaciones, están los que se inmiscuyen –por así decirlo– furtivamente, como para hacer una travesura, pero que se retiran tan fácilmente como vinieron, y esto a la primera advertencia; otros, por el contrario, son tenaces, se obstinan con un individuo, y sólo ceden con constreñimiento y persistencia; ejercen dominio sobre él, lo subyugan y lo fascinan al punto de hacerlo aceptar los más groseros absurdos como cosas admirables. Feliz de él cuando personas de sangre fría consiguen abrirle los ojos, lo que no siempre es fácil, porque esos Espíritus tienen el arte de inspirar la desconfianza y el alejamiento de cualquiera que pueda desenmascararlos; de esto se deduce que se debe tener como sospechoso de inferioridad o de mala intención a todo Espíritu que prescribe el aislamiento y el alejamiento de quienquiera que pueda dar buenos consejos. El amor propio viene en su auxilio, porque frecuentemente le cuesta confesar que ha sido víctima de una mistificación y reconocer a un embustero en aquel bajo cuya protección se vanagloriaba de estar. Esta acción del Espíritu es independiente de la facultad de escribir; a falta de la escritura, el Espíritu malévolo tiene mil y un medios de actuar y de embaucar; la escritura es para él un medio de persuasión, pero no es una causa; para el médium, es un medio de esclarecerse.

Al pasar todas las comunicaciones espíritas por el control de las consideraciones precedentes, fácilmente se reconocerá su origen y se podrá desbaratar la malicia de los Espíritus engañadores, que solamente se dirigen a aquellos que se dejan engañar voluntariamente; si perciben que uno se pone de rodillas ante sus palabras, ellos se aprovechan de la situación, como lo harían los simples mortales; por lo tanto, nos cabe probarles que pierden su tiempo. Agreguemos que, para esto, la oración es un poderoso recurso; a través de la misma atraemos la asistencia de Dios y de los Espíritus buenos, aumentando nuestra propia fuerza. Conocemos el precepto: Ayúdate, que el Cielo te ayudará; Dios quiere asistirnos, pero con la condición de que hagamos la parte que nos corresponda.

A ese precepto agreguemos un ejemplo. Un señor –que yo no conocía– vino un día a verme, me dijo que era médium y que recibía comunicaciones de un Espíritu muy elevado, que le había encargado que viniera a mí para hacerme una revelación a respecto de una trama que –según él– se urdía en mi contra por parte de los enemigos secretos que él designó. «¿Queréis –agregó– que yo escriba en vuestra presencia? De buen grado, respondí; pero de entrada debo deciros que esos enemigos son menos temibles de lo que creéis. Sé que los tengo; ¿y quién no los tiene? Frecuentemente los más encarnizados son aquellos a quienes más hicimos el bien. Tengo conciencia que nunca hice mal a nadie voluntariamente; aquellos que me hicieron mal no podrán decir lo mismo, y Dios será el juez entre nosotros. Veamos, sin embargo, el consejo que aquel Espíritu quiere darme». Entonces ese señor escribió lo siguiente:

“He ordenado al Sr. C... (el nombre de este señor), que es la antorcha de luz de los Espíritus buenos, y que ha recibido de ellos la misión de esparcirla entre sus hermanos, que fuese a la casa de Allan Kardec, el cual deberá creer ciegamente en lo que yo le diré, porque estoy entre los elegidos propuestos por Dios para velar por la salvación de los hombres, y porque vengo a anunciarle la verdad...”

Es suficiente –le dije–, no os toméis el trabajo de proseguir. Este preámbulo me basta para mostrarme a qué Espíritu os habéis vinculado; no agregaré más que una palabra: para un Espíritu que quiere ser astuto, es bien torpe.

Este señor pareció bastante escandalizado por el poco caso que yo hacía de aquel Espíritu, que él tuvo la ingenuidad de tomar por algún arcángel o al menos por algún santo del primer orden, venido especialmente para él. Le dije: “Ese Espíritu muestra sus verdaderas intenciones en cada una de las palabras que acaba de escribir, y convengamos que sabe muy poco esconder su juego. Primeramente os ordena: por lo tanto, quiere manteneros bajo su dependencia, lo que es característico de los Espíritus obsesores; os llama la antorcha de luz de los Espíritus buenos, lenguaje bastante enfático y confuso, bien distante de la simplicidad que caracteriza el de los Espíritus buenos; por dicho lenguaje adula vuestro orgullo, exalta vuestra importancia, lo que es suficiente para volverlo sospechoso. Sin guardar ninguna ceremonia se coloca en el número de los elegidos propuestos por Dios: jactancia indigna de un Espíritu verdaderamente superior. En fin, me dijo que debo creerle ciegamente; esto corona la obra. Es bien al estilo de esos Espíritus mentirosos que quieren que creamos en ellos bajo palabra, porque saben que con un examen serio llevan las de perder. Con un poco más de perspicacia sabría que yo no me contento con bellas palabras y que hace muy mal en prescribirme una confianza ciega. De esto saco la conclusión de que sois víctima de un Espíritu mistificador que abusa de vuestra buena fe. Os aconsejo a prestar seriamente la atención a ello, porque si no tomáis cuidado, podréis ser engañado otra vez.”

No sé si este señor ha de aprovechar la advertencia, porque no lo he visto más, ni aquel Espíritu. Yo no terminaría nunca si fuese a contar todas las comunicaciones de ese género que me han sido dadas, a veces muy seriamente, como emanando de los mayores santos, de la virgen María e incluso del propio Cristo, y sería verdaderamente curioso ver las torpezas que atribuyen a esos nombres venerables; es preciso ser ciego para dejarse engañar sobre su origen, considerando que frecuentemente una sola palabra equívoca, un único pensamiento contradictorio son suficientes para hacer descubrir la superchería a quien se toma el trabajo de reflexionar. Como ejemplos notables en apoyo a esto, sugerimos a nuestros lectores tener a bien remitirse a nuestros artículos publicados en la Revista Espírita de los meses de julioy de octubrede 1858.


Confesiones de Voltaire

Con referencia a la conversación entre los Espíritus Voltaire y Federico, que hemos publicado en el número anterior de la Revista, uno de nuestros corresponsales en Boulogne nos envía la siguiente comunicación; la hemos insertado de muy buen grado porque presenta un lado eminentemente instructivo desde el punto de vista espírita. Nuestro corresponsal la hizo preceder de algunas reflexiones, que nuestros lectores apreciarán por no omitirlas.

“Si existe un hombre, más que cualquier otro, que debe sufrir los castigos eternos, ese hombre es Voltaire. La ira y la venganza de Dios lo han de perseguir para siempre: he aquí lo que nos dicen los teólogos de la vieja escuela.

“¿Qué dicen ahora los maestros de la teología moderna? Es posible –dicen ellos– que desconozcáis al hombre, no menos que al Dios de que habláis; evitad las pasiones inferiores del odio y de la venganza y no manchéis a Dios con las mismas. Si Dios se preocupa con ese pobre pecador, si toca en el insecto, será para arrancarle el aguijón, para llevar hacia Él una cabeza exaltada, un corazón extraviado. Además, digamos que Dios sabe leer en los corazones diferentemente que vosotros, encontrando el bien donde sólo encontráis el mal. Si ha dotado a este hombre de un gran genio, ha sido para el bien de la raza y no para su infortunio. ¿Qué importa, pues, sus primeras extravagancias, sus modales de francotirador entre vosotros? Un alma de ese temple no podría proceder sino de ese modo: la mediocridad era imposible para él, sea en lo que fuese. Ahora que se ha orientado y que está libre de las patas y de los dientes del potro indomable en su pastoreo terrestre, viene a Dios como un dócil corcel, pero siempre grande, tan soberbio para el mal como para el bien. A continuación veremos por cuáles medios se ha operado esa transformación; veremos a nuestro alazán de los desiertos, con las crines aún largas y las narinas al viento, corriendo a través de los espacios del Universo. Ha sido allí que, con el pensamiento suelto, él ha encontrado esa libertad que era su esencia, ¡sorbiendo a plenos pulmones esa respiración de donde extrajo la vida! ¿Qué le ha sucedido? Se ha perdido y confundido; en fin, el gran predicador de la nada ha encontrado la nada, pero no como él la comprendía; humillado, decaído en sí mismo, golpeado en su pequeñez, él –que se creía tan grande– ha sido aniquilado ante su Dios; he aquí que está con el rostro en el suelo a la espera de su sentencia, que dice: ¡Levántate, hijo mío, o vete, miserable! Encontraremos el veredicto en la siguiente comunicación.

“Estas Confesiones de Voltaire tendrán tanto más valor en la Revista Espírita, porque nos lo muestra en su doble aspecto. Hemos visto a algunos Espíritus naturalistas y materialistas que, con tan poco juicio como su maestro –pero sin tener su corazón–, persistían en vanagloriarse en su cinismo. Que permanezcan en su infierno en cuanto se complazcan en desafiar al cielo y mientras se burlen de todo lo que hace a la felicidad del hombre; es lógico, es su propio lugar. Pero nosotros también creemos que es lógico que aquellos que reconocen sus errores recojan sus frutos. De este manera, creemos que no estamos haciendo apología del viejo Voltaire; solamente lo aceptamos en su nuevo papel y nos regocijamos con su conversión, que glorifica a Dios y que no puede dejar de impresionar profundamente a aquellos que aún hoy se dejan arrastrar por sus escritos. Allá está el veneno, aquí está el antídoto.

"Esta comunicación, traducida del inglés, ha sido extraída de la obra del juez Edmonds, publicada en los Estados Unidos. Tiene la forma de una conversación entre Voltaire y Wolsey, el célebre cardenal inglés del tiempo de Enrique VIII. Dos médiums sirvieron separadamente como intermediarios para transmitir este diálogo".

Voltaire. –¡Qué inmensa revolución en el pensamiento humano tuvo lugar desde que he dejado la Tierra!

Wolsey. –En efecto, ese descreimiento que por entonces se os reprochaba, ha crecido descomedidamente desde aquel tiempo. No es que el mismo tenga hoy tantas pretensiones, pero es más profundo y más universal, y a menos que consigan detenerlo, él amenaza tragar a la Humanidad en el materialismo, más de lo que lo hizo durante siglos.

Voltaire. –¿Descreimiento en qué y con relación a quién? ¿Eso está en la ley de Dios y del hombre? ¿Pretendes acusarme de descreimiento porque no me he sometido a los estrechos prejuicios de las sectas que me rodeaban? Es que mi alma requería una amplitud de pensamiento, un rayo de luz, más allá de las doctrinas humanas. Sí, mi alma, en la oscuridad, estaba sedienta de luz.

Wolsey. –Por eso es que yo sólo quería hablar del descreimiento que os era atribuido; pero infelizmente, no sabéis cuánto esta imputación aún os pesa. No me cabe reprocharos, sino manifestaros mi pesar, porque vuestro desprecio por dichas doctrinas –que eran apenas materiales e inventadas por los hombres– no podría perjudicar a Espíritus semejantes al vuestro. Pero esta misma causa que actuaba sobre vuestro Espíritu, operaba igualmente sobre los otros, los cuales eran demasiado débiles y lo bastante pequeños como para llegar a los mismos resultados que vos. Entonces, he aquí cómo aquello que en vos no era más que una negación de las dogmas de los hombres, se traducía en los otros como una negación de Dios. Ha sido de esta fuente que se ha esparcido con una rapidez tan espantosa la duda sobre el futuro del hombre. También he aquí por qué el hombre, al limitar todas sus aspiraciones a este mundo solamente, ha caído cada vez más en el egoísmo y en el odio al prójimo. Ésta es la causa, sí, la causa de este estado de cosas que importa buscar, porque una vez encontrada, el remedio será relativamente fácil. Decidme, ¿conocéis esta causa?

Voltaire. –Mis opiniones, tales como han sido dadas al mundo, estaban impregnadas –es verdad– de un sentimiento de amargura y de sátira; pero notad bien que por entonces yo tenía el Espíritu estremecido, por así decirlo, por una lucha interior. Consideraba a la Humanidad como siendo inferior a mí en inteligencia y en perspicacia; no veía más que títeres que podían ser manejados por cualquier hombre dotado de una voluntad fuerte, y yo me indignaba al ver que esa Humanidad –arrogándose una existencia inmortal– estaba siendo modelada por elementos innobles. ¿Sería posible, pues, creer que un ser de esta especie hiciera parte de la Divinidad, y que con sus débiles manos pudiese apoderarse de la inmortalidad? Esta laguna entre dos existencias tan desproporcionadas me contrariaba, y yo no podía llenarla. En el hombre yo veía apenas a un animal, y no a Dios.

Reconozco que en algunos casos mis opiniones han influido lamentablemente; pero tengo la convicción de que, en otros aspectos, las mismas han tenido su lado bueno. Consiguieron levantar a varias almas que se habían degradado en la esclavitud; rompieron las cadenas del pensamiento y dieron alas a las grandes aspiraciones. Pero infelizmente, yo también –que pensaba tan alto– me perdí como los otros.

Si en mí la parte espiritual se hubiese desarrollado tan bien como la parte material, habría podido razonar con más discernimiento; pero al confundirlas, perdí de vista esta inmortalidad del alma que yo tanto buscaba y deseaba encontrar. Así, tan exaltado estaba en mi lucha con el mundo, que llegué –casi sin quererlo– a negar la existencia de un futuro. La oposición que hacía a las opiniones tontas y a la credulidad ciega de los hombres me impelía al mismo tiempo a negar y a contraponer todo el bien que la religión cristiana pudiera hacer. Sin embargo, por más descreído que fuese, yo sentía que era superior a mis adversarios; sí, mucho más allá del alcance de su inteligencia; la bella faz de la Naturaleza me revelaba el Universo y me inspiraba el sentimiento de una vaga veneración, mezclado al deseo de una libertad ilimitada, sentimientos que ellos nunca tenían por estar envueltos en las tinieblas de la esclavitud.

Entonces mis obras han tenido su lado bueno, pues sin las mismas el mal que habría llegado a la Humanidad hubiera sido peor, porque ninguna oposición hubiese tenido. Varios hombres no aceptaban más la esclavitud; muchos de entre ellos se volvieron libres, y si aquello que yo predicaba les dio un único pensamiento elevado o si les hizo dar un solo paso en el camino de la Ciencia, ¿esto no sería abrirles los ojos hacia su verdadera condición? Lo que lamento es haber vivido tanto tiempo en la Tierra sin saber lo que yo habría podido ser y lo que habría podido hacer. ¡Qué no habría hecho si hubiese tenido la bendición de esas luces del Espiritismo que hoy se derraman sobre los Espíritus de los hombres!

Descreído y dubitativo entré en el mundo espiritual. Mi presencia, por sí sola, era suficiente para suprimir todo destello de luz que pudiese iluminar mi alma oscurecida; solamente la parte material de mi ser se había desarrollado en la Tierra; en cuanto a la parte espiritual, se había perdido en medio de mis desvaríos en busca de la luz, como si hubiera sido encerrada en una jaula de hierro. Altivo y burlón, allí me iniciaba, no conociendo ni preocupándome en conocer ese futuro que yo tanto había combatido en el cuerpo. Pero hagamos aquí esta confesión: hubo siempre en mi alma una voz muy suave que se hacía escuchar a través de las barreras materiales y que pedía luz. Era una lucha incesante entre el deseo de saber y una obstinación en no saber. De esta manera, mi entrada estaba lejos de ser agradable. ¿No acababa de descubrir la falsedad, la nada de las opiniones que yo había sostenido con toda la fuerza de mis facultades? En definitiva, el hombre era inmortal y yo no podía dejar de ver que debía igualmente existir un Dios, un Espíritu inmortal, que estaba al frente de todo y que gobernaba ese espacio ilimitado que me rodeaba.

Como yo viajaba constantemente, sin concederme reposo alguno, a fin de convencerme de que eso aún podría muy bien ser un mundo material en que me encontraba, ¡mi alma luchó contra la verdad que me aplastaba! ¡No pude realizarme como Espíritu, que acababa de dejar su morada mortal! No hubo nadie con quien pudiese entablar relaciones, porque a todos yo había rehusado la inmortalidad. No existía reposo para mí: estaba siempre errante y dubitativo; en mí, el Espíritu, tenebroso y amargo, se comportaba como un maníaco, impotente en seguir algo fijo o en detenerse.

Ya he dicho que abordé el mundo espiritual con un tono burlón y lanzando un desafío. Inicialmente fui conducido lejos de las habitaciones de los Espíritus, y recorrí el espacio inmenso. Después me fue permitido observar las construcciones maravillosas de las moradas espirituales y, en efecto, me parecieron sorprendentes; fui impelido, aquí y allí, por una fuerza irresistible; tuve el deber de observar hasta que mi alma se quedase deslumbrada por los esplendores y aplastada ante el poder que controlaba tales maravillas. En fin, quise esconderme y acurrucarme, pero no pude.

Fue en ese momento que mi corazón comenzó a sentir la necesidad de expandirse; relacionarme con alguien se volvía urgente, y sentía como si me quemase el deseo de decir cuánto yo había inducido al error, no por los otros, sino por mis propios sueños. No tenía más la ilusión de mi importancia personal, porque sentía cuán pequeño yo era en este gran mundo de los Espíritus. En fin, estaba de tal modo apesadumbrado y humillado que fue permitido que me reuniese con algunos habitantes. Solamente entonces pude contemplar la posición en que me había colocado en la Tierra y lo que de eso resultaba para mí en el mundo espiritual. Os dejo evaluar si esta apreciación me favorecía.

Una revolución completa, una transformación de arriba abajo tuvo lugar en mi organismo espiritual, y de maestro que me consideraba, me volví el más fervoroso alumno. ¡Cuánto progreso realicé con la expansión intelectual que estaba en mí! Mi alma se sentía iluminada y abrazada por el amor divino; sus aspiraciones hacia la inmortalidad, de reprimidas que estaban, tomaron un impulso gigantesco. Veía cuán grandes habían sido mis errores y cuán grande debía ser la reparación para expiar todo lo que yo había hecho o dicho, y todo lo que hubiese podido seducir o engañar a la Humanidad. ¡Cómo son magníficas esas lecciones de sabiduría y de belleza celestiales! Superan todo lo que yo podría haber imaginado en la Tierra.

En resumen, viví lo suficiente como para reconocer en mi existencia terrestre una guerra encarnizada entre el mundo y mi naturaleza espiritual. Lamenté profundamente las opiniones que emití y que desviaron a muchos en el mundo; pero, al mismo tiempo, soy muy grato al Creador –el infinitamente sabio–, porque siento que fui un instrumento para ayudar a los Espíritus de los hombres en dirección al examen y al progreso.

Nota – No agregaremos ninguna reflexión a esta comunicación, cuya profundidad y elevado alcance cada uno ha de apreciar, y en la cual se encuentra toda la superioridad del genio. Tal vez nunca se haya dado un cuadro más grandioso y más impresionante del mundo espiritual y de la influencia de las ideas terrestres en las ideas del Más Allá. En la conversación que hemos publicado en nuestro número anterior, se encuentra el mismo fondo en los pensamientos, aunque menos desarrollados y sobre todo expresados menos poéticamente. Los que sólo se vinculan a la forma, sin duda dirán que no reconocen al mismo Espíritu en esas dos comunicaciones, y que principalmente la última no les parece a la altura de Voltaire, de donde sacarán la conclusión de que una de las mismas no es de él.

Ciertamente cuando lo hubimos llamado, él no nos trajo su certificado de nacimiento; pero cualquiera que vea menos superficialmente, se quedará admirado con la identidad de miras y de principios existentes entre esas dos comunicaciones, obtenidas en épocas distintas, a una enorme distancia y en idiomas diferentes. Si el estilo no es el mismo, no hay contradicción en el pensamiento, y esto es lo esencial. Pero si es el mismo Espíritu que ha hablado en esas dos comunicaciones, ¿por qué es tan explícito y tan poético en una, mientras que es tan lacónico y tan llano en la otra? Es preciso no haber estudiado los fenómenos espíritas para no darse cuenta de ello. Esto proviene de la misma causa que hace que el mismo Espíritu dicte encantadoras poesías por un médium, y no pueda dictar un solo verso a través de otro. Conocemos a médiums que no son poetas –por lo menos en este mundo– y que obtienen versos admirables, así como hay otros que nunca aprendieron a dibujar, pero que hacen cosas maravillosas. Por lo tanto, es necesario reconocer –haciendo abstracción de las cualidades intelectuales– que entre los médiums hay aptitudes especiales que los vuelven, para ciertos Espíritus, instrumentos más o menos flexibles y más o menos cómodos. Decimos para ciertos Espíritus porque los Espíritus también tienen sus preferencias, fundadas en razones que no siempre conocemos; de esta manera, el mismo Espíritu será más o menos explícito, según el médium que le sirva de intérprete, y sobre todo según el hábito que tenga de servirse de él. Además, es cierto que un Espíritu que se comunica frecuentemente por la misma persona lo hace con más facilidad que otro que venga por primera vez. Por lo tanto, la emisión del pensamiento puede ser obstaculizada por una multitud de causas; pero cuando es el mismo Espíritu, el fondo del pensamiento es el mismo aunque la forma sea diferente, y el observador atento lo ha de reconocer fácilmente mediante ciertos trazos característicos. Al respecto, relataremos el siguiente hecho:

El Espíritu de un soberano, que en el mundo desempeñó un papel preponderante, al haber sido llamado en una de nuestras reuniones comenzó manifestándose con un acto de cólera al rasgar el papel y al quebrar el lápiz. Su lenguaje estaba lejos de ser benevolente, porque se sentía humillado de venir hacia nosotros, y preguntó si creíamos que él debiese rebajarse para respondernos. Sin embargo, dijo que convino en hacerlo porque estaba como obligado y forzado por un poder superior al suyo; pero que si dependiese de él, no lo haría. Uno de nuestros corresponsales en África, que de modo alguno tenía conocimiento del hecho, nos escribió que en una reunión de la cual él hacía parte, se quiso evocar al mismo Espíritu. Su lenguaje fue del todo idéntico: “¿Creéis –dijo él– que yo vendría aquí voluntariamente, a esta casa de mercaderes, que quizás ni uno de mis criados quisiese vivir? No os respondo; eso me recuerda a mi reino, donde yo era tan feliz; tenía autoridad total sobre mi pueblo, y ahora es preciso que me someta a vosotros”. El Espíritu de una reina, que cuando encarnada no se había distinguido por la bondad, respondió en el mismo Círculo: “No me interroguéis más: me fastidiáis; si yo tuviera todavía el poder que tenía en la Tierra, os haría arrepentir bastante; ahora, os burláis de mí, de mi miseria, porque no puedo hacer nada contra vosotros. ¡Soy muy infeliz!” –¿No está aquí un curioso estudio de las costumbres espíritas?




Conversaciones familiares del Más Allá

Un oficial superior del ejército de Italia

SEGUNDA CONVERSACIÓN (Sociedad, 1º de julio de 1859. Ver la RE jul. 1859, pág. 189.)

1. Evocación. –Resp. Estoy aquí; habladme.

2. Habíais prometido volver a vernos, y aprovechamos la ocasión para pediros algunas explicaciones complementarias. –Resp. De buen grado.

3. Después de vuestra muerte, ¿habéis asistido algunos combates que tuvieron lugar? –Resp. Sí, al último.

4. Como Espíritu, cuando sois testigo de un combate y veis a los hombres matarse mutuamente, ¿esto os hace experimentar el sentimiento de horror que nosotros mismos tenemos al ver semejantes escenas? –Resp. Sí, incluso como hombre ya lo sentía; pero por entonces el respeto humano reprimía ese sentimiento como indigno de un soldado.

5. ¿Hay Espíritus que sienten placer al ver esas escenas de matanza? –Resp. Pocos.

6. Al ver esto, ¿qué sentimiento experimentan los Espíritus de un orden superior? –Resp. Gran compasión; casi desprecio. Aquello que vosotros mismos sentís cuando veis a los animales que se dilaceran entre sí.

7. Al asistir a un combate y al ver morir a los hombres, ¿sois testigo de la separación entre el alma y el cuerpo? –Resp. Sí.

8. En ese momento, ¿veis a dos individuos: el Espíritu y el cuerpo? –Resp. No; ¿qué es, pues, el cuerpo? –Preg. Pero no por eso el cuerpo deja de estar allá,
y debe ser distinto del Espíritu. –Resp. Un cadáver, sí; pero no es más un ser.

9. ¿Cuál es la apariencia que el Espíritu tiene para vos en ese momento? –Resp. Levedad.

10. ¿Se aleja el Espíritu inmediatamente del cuerpo? Os ruego que tengáis a bien describirnos lo más explícitamente posible cómo tales cosas suceden y cómo nosotros las veríamos si fuésemos testigos de las mismas. Resp. Hay pocas muertes realmente instantáneas; la mayor parte del tiempo el Espíritu, cuyo cuerpo acaba de recibir el impacto de una bala o de un cañonazo, dice a sí mismo: «Voy a morir, pensemos en Dios y en el Cielo; adiós, Tierra que amo.» Después de este primer sentimiento, el dolor os arranca de vuestro cuerpo, y es entonces que se puede distinguir al Espíritu que se mueve al lado del cadáver. Esto parece tan natural que la visión del cuerpo muerto no produce ningún efecto desagradable. La vida, al haber sido toda transportada para el Espíritu, atrae la atención solamente hacia éste; es con él que conversamos o a él que damos órdenes.

Nota – Se podría comparar este efecto al que es producido por un grupo de bañistas; el espectador no presta atención a las ropas que ellos han dejado en la playa.

11. Generalmente, el hombre sorprendido por una muerte violenta, durante algún tiempo no cree que está muerto. ¿Cómo se explica su situación y cómo él se puede causar esa ilusión, ya que realmente debe sentir que su cuerpo no es más material ni resistente? –Resp. Lo sabe, y de ninguna manera él se puede causar esa ilusión.

Nota – Esto no es perfectamente exacto; sabemos que los Espíritus se pueden causar esa ilusión en ciertos casos, creyéndose que no están muertos.

12. Una violenta tempestad se desencadenó en el final de la batalla de Solferino; ¿esto se debió a una circunstancia fortuita o a un designio providencial? –Resp. Toda circunstancia fortuita resulta de la voluntad de Dios.

13. ¿Esta tempestad tenía un objetivo? ¿Y cuál era? Resp. Sí, ciertamente: parar el combate.

14. ¿Ha sido provocada en interés de una de las partes beligerantes? ¿Cuál de ellas? –Resp. Sí, sobre todo para nuestros enemigos.

Preg. ¿Por qué esto? ¿Podríais explicaros más claramente? –Resp. ¿Me preguntáis por qué? ¿Pero no sabéis que, sin esta tempestad, nuestra artillería no habría dejado escapar a ningún austríaco?

15. Si esa tempestad ha sido provocada, debe haber tenido sus agentes; ¿cuáles eran estos agentes? –Resp. La electricidad.

16. Este es el agente material; ¿pero hay Espíritus que tienen la atribución de dirigir esos elementos? –Resp. No, la voluntad de Dios es suficiente; Él no necesita de ayudantes tan comunes.
(Ver más adelante el artículo sobre las tempestades.)



El general Hoche
(Sociedad, 22 de julio de 1859.)

1. Evocación. –Resp. Estoy con vosotros.

2. La Sra. J... nos ha dicho que os habíais comunicado espontáneamente con ella; ¿con qué intención lo habéis hecho, puesto que la misma no os había llamado? –Resp. Es ella quien me ha traído aquí; yo deseaba ser llamado por vos y sabía que, al estar cerca de ella, vos lo sabríais y probablemente me evocaríais.

3. Le habéis dicho que acompañabais las operaciones militares de Italia: esto nos parece natural; ¿podríais decirnos lo que pensáis al respecto? Resp. Ellas han producido grandes resultados; en mi época se combatía por más tiempo.

4. Al asistir a esta guerra, ¿desempeñabais en la misma algún papel activo? –Resp. No, el de un simple espectador.

5. Como vos, ¿han estado allí otros generales de vuestro tiempo? Resp. Sí; bien lo podéis imaginar.

6. ¿Podríais designar a algunos? –Resp. Sería inútil.

7. Se nos ha dicho que Napoleón I estaba presente, lo que no es difícil de creer. A la época de las primeras Guerras de Italia, él no era sino general; ¿podríais decirnos si en ésta él veía las cosas desde el punto de vista del general o del emperador? –Resp. De ambos, e incluso de un tercero: el de diplomático.

8. Cuando encarnado, vuestro rango militar era más o menos igual al de él; como después de vuestra muerte él ascendió bastante, ¿podríais decirnos si, como Espíritu, vos lo consideráis como vuestro superior? Resp. Aquí reina la igualdad; ¿por qué preguntáis esto?

Nota – Indudablemente él entiende por igualdad que los Espíritus no tienen en cuenta las distinciones terrestres, con las cuales, en efecto, poco se preocupan y que no poseen ningún peso entre los mismos; pero la igualdad moral está lejos de reinar allí; entre ellos hay una jerarquía y una subordinación fundadas en las cualidades adquiridas, y nadie puede sustraerse al ascendiente de aquellos que son más elevados y más puros.

9. Al acompañar las peripecias de la guerra, ¿preveíais la paz tan próxima? –Resp. Sí.

10. ¿Esto era para vos una simple previsión o teníais un cierto conocimiento previo? –Resp. No; me lo habían dicho.

11. ¿Sois sensible al recuerdo que se ha guardado de vos? Resp. Sí; pero yo hice tan poco.

12. Vuestra viuda acaba de morir; ¿os encontrasteis con ella inmediatamente? –Resp. Yo la esperaba. Hoy voy a dejarla: la existencia me llama.

13. ¿Será en la Tierra que debéis tener una nueva existencia? Resp. No.

14. El mundo en que debéis ir, ¿es conocido de nosotros? Resp. Sí; Mercurio.

15. Este mundo ¿es moralmente superior o inferior a la Tierra? Resp. Inferior. Yo lo elevaré y contribuiré para hacerlo subir de posición.

16. ¿Conocéis actualmente ese mundo hacia donde debéis ir? Resp. Sí, muy bien; tal vez mejor de lo que lo conoceré cuando lo habite.

Nota – Esta respuesta es perfectamente lógica; como Espíritu, ve a ese mundo en su conjunto; cuando esté allí encarnado, solamente lo verá desde el punto de vista restricto de su personalidad y de la posición social que ha de ocupar.

17. En el aspecto físico, los habitantes de ese mundo ¿son también materiales como los de la Tierra? –Resp. Sí, completamente; aún más.

18. ¿Habéis sido vos quien ha elegido ese mundo para vuestra nueva existencia? –Resp. No, no; yo hubiera preferido una tierra calma y feliz; allá, encontraré torrentes de mal para combatir y furores del crimen para punir.

Nota – Cuándo nuestros misioneros cristianos van a los pueblos bárbaros para intentar hacer que en ellos penetren los gérmenes de la civilización, ¿no cumplen una misión análoga? Por lo tanto, ¿por qué admirarse de que un Espíritu elevado vaya a un mundo atrasado para hacerlo avanzar?

19. Esta existencia ¿os ha sido impuesta por constreñimiento? Resp. No; yo me he comprometido a llevarla a cabo; me han hecho comprender que el destino, la Providencia –si así lo deseáis– allí me llamaba. Es como la muerte antes de subir al Cielo: es preciso sufrir, ¡y lamentablemente yo no he sufrido lo suficiente!

20. ¿Sois feliz como Espíritu? –Resp. Sí, sin dificultades.

21. ¿Cuáles han sido vuestras ocupaciones como Espíritu, desde el momento en que hubisteis dejado la Tierra? –Resp. He visitado el mundo, la Tierra enteramente; esto me ha exigido un período de varios años; he aprendido las leyes que Dios emplea para dirigir todos los fenómenos que hacen parte de la vida; después, he procedido del mismo modo en varias otras esferas.

22. Nosotros os agradecemos por consentir atender a nuestro llamado. Resp. Adiós; no me veréis nuevamente.



Muerte de un espírita
(Sociedad, 8 de julio de 1859.)

El Sr. J..., comerciante del Departamento del Sarthe, muerto el 15 de junio de 1859, era un hombre de bien en todos los aspectos y de una caridad sin límites. Había hecho un estudio serio del Espiritismo, del cual era un fervoroso adepto. Como suscriptor de la Revista Espírita, se encontraba en contacto indirecto con nosotros, sin que nos hubiésemos visto. Al evocarlo, tuvimos como objetivo no sólo responder al deseo de sus parientes y amigos, sino el de darle personalmente un testimonio de nuestra simpatía y de agradecerle los conceptos amables que tuvo a bien decir y pensar sobre nosotros. Además, era un tema de estudio interesante para nosotros desde el punto de vista de la influencia que el conocimiento profundo del Espiritismo puede tener acerca del estado del alma después de la muerte.

1. Evocación. –Resp. Estoy aquí desde hace tiempo.

2. Nunca he tenido el placer de veros; no obstante, ¿me reconocéis? Resp. Os reconozco un tanto mejor porque frecuentemente os he visitado y porque durante mi vida he tenido más de una conversación con vos como Espíritu.

Nota – Esto confirma el hecho muy importante –del cual nosotros hemos tenido numerosos ejemplos– de las comunicaciones que durante la vida los hombres tienen entre sí, sin saberlo. Así, durante el sueño del cuerpo, los Espíritus viajan y se visitan recíprocamente. Al despertar, conservan una intuición de las ideas que ellos han adquirido en esas conversaciones ocultas, pero cuya fuente ignoran. De esta manera, durante la vida tenemos una doble existencia: la existencia corporal que nos da la vida de relación exterior, y la existencia espiritual que nos da la vida de relación oculta.

3. ¿Sois más feliz que en la Tierra? –Resp. ¿Y sois vos que me lo preguntáis?

4. Comprendo; entretanto, disfrutabais de una fortuna honorablemente adquirida que os proporcionaba los gozos de la vida; teníais la merecida estima y consideración, conquistadas por vuestra bondad y beneficencia. ¿Podríais decirnos en qué consiste la superioridad de vuestra felicidad actual? Resp. Naturalmente consiste en la satisfacción que me da el recuerdo del poco bien que hice y en la certeza del futuro que aquél me promete; ¿y no contáis para nada la ausencia de las inquietudes y de las molestias de la vida? ¿De los sufrimientos corporales y de todos esos tormentos que nosotros creamos para satisfacer las necesidades del cuerpo? Durante la vida tuvieron lugar la agitación, la ansiedad, las angustias incesantes, incluso en medio de la fortuna; aquí, la tranquilidad y el reposo: es la calma después de la tempestad.

5. Seis semanas antes de morir afirmabais que todavía tendríais cinco años más de vida; ¿de dónde os venía esta ilusión, considerando que tantas personas presienten su muerte próxima? –Resp. Un Espíritu benevolente quería alejar de mi pensamiento ese momento que –sin confesarlo– yo tenía la debilidad de temer, aunque supiese del futuro del Espíritu.

6. Habíais profundizado seriamente la ciencia espírita; ¿podríais decirnos si, al entrar en el mundo de los Espíritus, encontrasteis las cosas tal como las habíais figurado? –Resp. De manera aproximada, excepto algunas cuestiones de detalle que yo había comprendido mal.

7. La lectura atenta que hacíais de la Revista Espírita y de El Libro de los Espíritus, ¿os ayudó mucho en eso? Resp. Indiscutiblemente; esto ha sido lo que principalmente me ha preparado para mi entrada en la verdadera vida.

8. ¿Experimentasteis algún sobresalto al encontraros en el mundo de los Espíritus? –Resp. Es imposible que fuese de otro modo; pero sobresalto no es la palabra, y sí admiración. ¡Las personas están tan lejos de poder hacerse una idea de lo que es esto!

Nota – Aquel que, antes de ir a vivir a un país, lo ha estudiado en los libros, se ha identificado con las costumbres de sus habitantes, con su configuración, con su aspecto, por medio de dibujos, mapas y descripciones, indudablemente se queda menos sorprendido que aquel que no tiene ninguna idea del mismo. Entretanto, la realidad le muestra una multitud de detalles que no había previsto y que lo impresionan. Debe suceder lo mismo en el mundo de los Espíritus, del cual no podemos comprender todas las maravillas, porque hay cosas que sobrepasan nuestro entendimiento.

10. Cuando dejasteis vuestro cuerpo, ¿visteis y reconocisteis inmediatamente a los Espíritus a vuestro alrededor? –Resp. Sí, y a Espíritus queridos.

11. ¿Qué pensáis ahora del futuro del Espiritismo? Resp. Un futuro aún más bello de lo que pensáis, a pesar de vuestra fe y de vuestro deseo.

12. En lo tocante a las materias espíritas, vuestros conocimientos os permitirán indudablemente respondernos con precisión sobre ciertas cuestiones. ¿Podríais describirnos claramente lo que ocurrió con vos en el instante en que vuestro cuerpo dio el último suspiro y en que vuestro Espíritu se encontró libre? –Resp. Personalmente considero muy difícil hallar un medio de haceros comprender de un modo diferente, que no sea comparándolo con la sensación que uno siente al despertar de un sueño profundo; este despertar es más o menos lento y difícil en razón directa de la situación moral del Espíritu, y nunca deja de ser fuertemente influido por las circunstancias que acompañan a la muerte.

Nota – Esto concuerda con todas las observaciones que han sido hechas sobre el estado del Espíritu en el momento en que se separa del cuerpo; nosotros siempre hemos visto las circunstancias morales y materiales que acompañan a la muerte reaccionar poderosamente sobre el estado del Espíritu en los primeros momentos.

13. ¿Ha conservado vuestro Espíritu la conciencia de su existencia hasta el último momento, y la ha recobrado inmediatamente? ¿Hubo un momento de ausencia de lucidez? ¿Y cuál ha sido su duración? –Resp. Hubo un instante de turbación, pero casi inapreciable para mí.

14. ¿Ha tenido algo de penoso el instante del despertar? Resp. No, al contrario; yo me sentía –si puedo hablar así– alegre y dispuesto como si hubiese respirado aire puro al salir de una sala llena de humo.

Nota – Comparación ingeniosa y que sólo puede ser la expresión de la verdad.

15. ¿Os recordáis de la existencia que tuvisteis antes de la que acabáis de dejar? ¿Cuál era? Resp. Puedo recordarla muy bien. Yo era un buen criado junto a un buen señor, que me recibió al mismo tiempo con otros en mi entrada en este mundo bienaventurado.

16. Creo que vuestro hermano se ocupa menos de las cuestiones espíritas de lo que vos os ocupabais. –Resp. Sí, haré conque él tome más interés, si esto me es permitido. Si él supiese lo que se gana con eso, le daría más importancia.

17. Vuestro hermano ha encargado al Sr. B... comunicarme vuestro deceso; ambos esperan ansiosamente el resultado de nuestra conversación; pero serán aún más sensibles a un recuerdo directo de vuestra parte, si consintierais encargarme de decirles algunas palabras para ellos o para otras personas que os extrañan. –Resp. Por vuestro intermedio les diré lo que yo mismo les habría dicho, pero recelo mucho no tener más influencia para con algunos de ellos como la tenía antaño; sin embargo, les ruego encarecidamente, en mi nombre y en el de sus amigos que veo, que reflexionen y que estudien seriamente esta grave cuestión del Espiritismo, aunque no fuese sino por la ayuda que trae para pasar por ese momento tan temido por la mayoría, y tan poco asustador para aquel que se ha preparado de antemano a través del estudio del futuro y por la práctica del bien. Decidles que estoy siempre con ellos, en medio de ellos, que los veo y que seré feliz si sus disposiciones pueden asegurarles, en el mundo en que me encuentro, un lugar del cual no tendrán sino que congratularse. Sobre todo decidle eso a mi hermano, cuya felicidad es mi deseo más anhelado y de quien no me olvido, aunque yo sea más feliz.

18. La simpatía que habéis tenido a bien testimoniarme cuando encarnado, sin haberme visto, me hace esperar que nos encontremos fácilmente cuando yo esté en vuestro medio; y hasta ese momento seré feliz si consintieseis asistirme en los trabajos que me restan hacer para cumplir mi tarea. Resp. Me tenéis en muy favorable consideración; entretanto, estad convencido de que, si os pudiere ser de alguna utilidad, no dejaré de hacerlo, tal vez aun sin que lo sospechéis.

19. Os agradecemos por haber atendido a nuestro llamado y por las explicaciones instructivas que nos habéis dado. –Resp. Quedo a vuestra disposición; estaré a menudo con vosotros.

Observación – Esta comunicación es indiscutiblemente una de las que describen la vida espiritual con mayor claridad; ofrece una poderosa enseñanza en lo tocante a la influencia que las ideas espíritas ejercen sobre nuestro estado después de la muerte.

Esta conversación parece haber dejado algo que desear al amigo que nos ha comunicado la muerte del Sr. J...: «Este último –respondió él– no conservó en su lenguaje el sello de la originalidad que él tenía con nosotros. Mantuvo una reserva que no observaba con nadie; su estilo, que era incorrecto, cortado, contrasta con este estilo inspirado: él se atrevía a todo; refutaba severamente a quien formulase una objeción contra sus creencias; para convertirnos, nos derrotaba haciéndonos pedazos. En su aparición psicológica, no da a conocer ninguna particularidad de los numerosos vínculos que tenía con una multitud de personas con las cuales se relacionaba. Todos nosotros hubiésemos gustado de vernos citados por él, no para satisfacer nuestra curiosidad, sino para nuestra instrucción. Hubiéramos querido que hablase claramente de algunas ideas emitidas por nosotros en su presencia, en nuestras conversaciones. A mí personalmente, podría haberme dicho si yo estaba o no equivocado al detenerme en tal o cual consideración; si aquello que yo le había dicho era verdadero o falso. De manera alguna nos habló de su hermana, aún viva y tan digna de interés.»

Después de esta carta, nosotros hemos evocado nuevamente al Sr. J... y le hemos dirigido las siguientes preguntas:

20. ¿Tenéis conocimiento de la carta que he recibido en respuesta al envío de vuestra evocación? –Resp. Sí, he visto cuando la escribían.

21. ¿Tendríais la bondad de darnos algunas explicaciones sobre ciertos pasajes de esta carta, y esto –como bien lo comprendéis– con un fin instructivo, únicamente para proporcionarnos elementos para una respuesta? Resp. Si lo creéis útil, sí.

22. Han considerado extraño que vuestro lenguaje no haya conservado el sello de la originalidad; parece que, cuando encarnado, erais bastante severo en la discusión. –Resp. Sí, pero el Cielo y la Tierra son bien diferentes, y aquí
yo encontré a maestros. ¡Qué queréis! Me impacientaban con sus objeciones extravagantes; yo les mostraba el Sol, y ellos no lo querían ver; ¿cómo tener sangre fría? Aquí no tenemos que discutir; todos nos entendemos.

23. Esos señores se sorprenden de que no los tengáis interpelado nominalmente para refutarlos, como lo hacíais cuando encarnado. Resp. ¡Que se sorprendan! Yo los espero; cuando vengan a juntarse a mí, entonces verán quién de nosotros tenía razón. Será necesario que ellos vengan hacia acá –lo quieran o no–, y algunos más temprano de lo que imaginan. Su jactancia caerá como el polvo abatido por la lluvia; la fanfarronería... (Aquí el Espíritu se detiene y se rehúsa a terminar la frase.)

24. Ellos infieren que no les demostrasteis todo el interés que tenían derecho de esperar de vos. –Resp. Les deseo el bien, pero no puedo hacer nada contra la voluntad de ellos.

25. También se sorprenden que no les habéis dicho nada sobre vuestra hermana. –Resp. ¿Están ellos, pues, entre ella y yo?

26. El Sr. B... hubiera gustado que hubieseis dicho lo que él os contó en la intimidad; habría sido para él y para los otros un medio de esclarecimiento. –Resp. ¿Para qué repetir lo que él ya sabe? ¿Piensa que no tengo otras cosas que hacer? ¿Ellos no tienen todos los medios de esclarecimiento que yo tuve? ¡Que los aprovechen! Les garantizo que se sentirán bien. En cuanto a mí, bendigo al Cielo por haberme enviado la luz que me abrió el camino de la felicidad.

27. Pero es esta luz que ellos desean y serían felices si la recibiesen de vos. –Resp. La luz brilla para todos; ciego es aquel que no quiere ver; éste ha de caer en el precipicio y ha de maldecir su ceguera.

28. Vuestro lenguaje me parece impregnado de una gran severidad. Resp. ¿Ellos no me consideraban demasiado manso?

29. Os agradecemos por haber tenido a bien venir, y por los esclarecimientos que nos habéis dado. –Resp. Siempre a vuestra disposición, porque sé que es para el bien.



Las tempestades – Papel de los Espíritus en los fenómenos naturales

(Sociedad, 22 de julio de 1859.)

1. (A François Arago.) Nos han dicho que la tempestad de Solferino ha tenido un objetivo providencial, y nos han señalado varios hechos de ese género, particularmente en febrero y en junio de 1848. Durante los combates, ¿tenían esas tempestades un objetivo análogo? –Resp. Casi todas.

2. El Espíritu interrogado sobre este tema nos ha dicho que en esas circunstancias sólo Dios actuaba, sin intermediarios. Permitidnos algunas preguntas al respecto, las cuales os pedimos que tengáis a bien responder con vuestra claridad habitual.

Concebimos perfectamente que la voluntad de Dios sea la causa primera, en esto como en todas las cosas; pero también sabemos que los Espíritus son sus agentes. Ahora bien, puesto que nosotros sabemos que los Espíritus ejercen una acción sobre la materia, no vemos por qué algunos de ellos no podrían ejercer una acción sobre los elementos, para agitarlos, calmarlos o dirigirlos. Resp. Pero es evidente; no podría ser de otro modo. Dios no ejerce una acción directa sobre la materia; Él tiene agentes dedicados en todos los grados de la escala de los mundos. El Espíritu evocado se expresó así por tener un conocimiento menos perfecto de esas leyes, como de las leyes de la guerra.

Observación – La comunicación del oficial, relatada anteriormente, ha sido obtenida el 1° de julio; ésta ha tenido lugar el día 22 y por otro médium; nada, en la pregunta, indica la condición del primer Espíritu evocado, condición que espontáneamente recuerda el Espíritu que acaba de responder. Esta circunstancia es característica, y prueba que el pensamiento del médium no influyó para nada en la respuesta. Es así que, en una multitud de circunstancias fortuitas, el Espíritu revela su identidad como su independencia. Por eso es que nosotros decimos que es necesario ver y observar mucho; entonces, descubrimos una multitud de matices que escapan al observador superficial y apresurado. Se sabe que es preciso observar a fondo los hechos cuando ellos se presentan, y que no es provocándolos que los mismos se obtienen. El observador atento y paciente siempre encuentra algo que pueda aprovechar.

3. La mitología se basa enteramente en las ideas espíritas; en ella encontramos todas las propiedades de los Espíritus, con la diferencia de que los Antiguos consideraban a los Espíritus como dioses. Ahora bien, la mitología representa esos dioses o Espíritus con atribuciones especiales; así, unos eran encargados de los vientos, otros de los rayos, otros presidían la vegetación, etc. Esta creencia ¿está desprovista de fundamento? Resp. Se halla tan poco desprovista de fundamento que aún está muy por debajo de la verdad.

4. En el inicio de nuestras comunicaciones los Espíritus nos han dicho cosas que parecen confirmar este principio. Por ejemplo, ellos nos han dicho que ciertos Espíritus habitan más especialmente el interior de la Tierra y presiden los fenómenos geológicos. –Resp. Sí, y no tardaréis mucho en tener la explicación de todo esto.

5. Esos Espíritus que habitan en el interior de la Tierra y que presiden los fenómenos geológicos, ¿son de un orden inferior? –Resp. Estos Espíritus no habitan realmente en la Tierra, pero presiden y dirigen los fenómenos; son de un orden totalmente diferente.

6. ¿Son Espíritus que se han encarnado en hombres como nosotros? –Resp. Que lo serán o que lo han sido. Dentro de poco tiempo os diré más al respecto, si lo quisiereis.



Una familia espírita en la intimidad

Hace tres años la Sra. G... enviudó, quedándose con cuatro hijos; el hijo mayor es un joven de diecisiete años, y la hija menor es una encantadora niña de seis años. Desde hace mucho tiempo que esta familia se dedica al Espiritismo, e incluso antes de que esta creencia se hubiese popularizado como lo es hoy, el padre y la madre tenían una especie de intuición que diversas circunstancias habían desarrollado. El padre del Sr. G... le había aparecido varias veces en su juventud, y en cada ocasión lo prevenía de cosas importantes o le daba consejos útiles. Hechos del mismo género también habían sucedido entre sus amigos, de modo que, para ellos, la existencia del Más Allá no era objeto de la menor duda, así como no lo era la posibilidad de comunicarse con los seres que nos son queridos. Cuando llegó el Espiritismo, no fue sino la confirmación de una idea bien arraigada y santificada por el sentimiento de una religión esclarecida, porque esta familia es un modelo de piedad y de caridad evangélicas. Ellos han extraído de la nueva ciencia los medios más directos de comunicación; la madre y uno de los hijos se han vuelto excelentes médiums; pero lejos de emplear esta facultad en cuestiones fútiles, todos la consideran como un don precioso de la Providencia, del cual era permitido servirse solamente para cosas serias. Así, nunca la practican sin recogimiento y respeto, y lo hacen lejos de la mirada de los inoportunos y de los curiosos.

En este ínterin, el padre se enfermó y, al presentir su fin próximo, reunió a sus hijos y les dijo: «Mis queridos hijos, mi amada esposa: Dios me llama para sí; siento que voy a dejaros dentro de poco; pero sé que encontraréis en vuestra fe en la inmortalidad la fuerza necesaria para soportar con coraje esta separación, así como yo llevo el consuelo de que siempre podré estar en medio de vosotros y ayudaros con mis consejos. Por lo tanto, llamadme cuando no estuviere más en la Tierra; vendré a sentarme a vuestro lado, a conversar con vosotros, como lo hacen nuestros antepasados; porque, en verdad, estaremos menos separados de que si yo partiera hacia un país lejano. Mi querida esposa: te dejo una gran tarea, que cuanto más pesada fuere, más gloriosa será; tengo la certeza de que nuestros hijos te ayudarán a soportarla. ¿No es verdad, hijos míos? Secundad a vuestra madre; evitad todo lo que pueda hacerla sufrir; sed siempre buenos y benevolentes para con todos; tended las manos a vuestros hermanos desdichados, porque no gustaríais tenderlas un día pidiendo en vano para vosotros mismos. Que la paz, la concordia y la unión reinen entre vosotros; que nunca el interés os divida, porque el interés material es la mayor barrera entre la Tierra y el Cielo. Pensad que estaré siempre con vosotros, que os veré como os veo en este momento, y mejor aún, ya que veré vuestro pensamiento; por consiguiente, no permitáis que me entristezca después de mi muerte, porque esto no lo habéis hecho en vida.»

Es un espectáculo verdaderamente edificante observar esta piadosa familia espírita en la intimidad. Estos niños, alimentados en las ideas espíritas, no se consideran de modo alguno separados de su padre; para ellos, él está presente y temen practicar la más mínima acción que pueda desagradarlo. Una noche por semana –y a veces más– es consagrada para conversar con él; pero hay necesidades de la vida que deben ser provistas –la familia no es rica–, y es por eso que un día fijo es marcado para esas piadosas conversaciones, día siempre esperado con impaciencia. La pequeña niña pregunta a menudo: ¿es hoy que viene papá? Ese día es dedicado a las conversaciones familiares, con instrucciones proporcionales a cada inteligencia, a veces para la infancia y otras veces graves y sublimes; son consejos dados sobre pequeñas fallas que él señala: si por un lado hace elogios, por otro no evita la crítica, y el culpable baja los ojos como si el padre estuviese ante él; le piden perdón, el cual algunas veces es concedido después de varias semanas de prueba: su decisión es aguardada con fervorosa ansiedad. Entonces, qué alegría cuando el padre dice: ¡Estoy contento contigo! Pero la amenaza más terrible es cuando él dice: No vendré en la próxima semana.

La fiesta anual no es olvidada. Siempre es un día solemne para el cual invitan a todos los antepasados ya fallecidos, sin olvidar al hermanito muerto hace algunos años. Los retratos son adornados con flores; cada niño ha preparado un pequeño trabajo y hasta incluso un saludo tradicional; el hijo mayor ha hecho una disertación sobre un tema serio; una de las chicas ha ejecutado un fragmento de música; en fin, la menor ha recitado una fábula. Es el día de las grandes comunicaciones, y cada invitado ha recibido un recuerdo de los amigos que ha dejado en la Tierra.

¡Qué bellas son esas reuniones en su tocante simplicidad! ¡Cómo todo allí habla al corazón! ¿Cómo es posible salir de las mismas sin estar impregnado de amor al bien? Pero allá ninguna mirada mordaz y ninguna risa escéptica viene a perturbar el piadoso recogimiento; algunos amigos que comparten las mismas convicciones y los que se consagran a la religión de la familia son los únicos que participan de este banquete del sentimiento. Reíd cuanto quisiereis, vosotros que os burláis de las cosas más santas; por más soberbios y endurecidos que seáis, no os hago la injuria de creer que vuestro orgullo pueda permanecer impasible y frío ante un espectáculo como ése.

Sin embargo, un día fue de luto para la familia, día de verdadera tristeza: el padre había anunciado que durante algún tiempo, por bastante tiempo, no podría venir; una importante y gran misión lo llamaba lejos de la Tierra. No por eso la fiesta anual fue menos celebrada; pero fue triste, porque el padre no estaba allí. Él había dicho al partir: «Hijos míos, que a mi regreso os encuentre a todos dignos de mí», razón por la cual cada uno se esfuerza por volverse digno de él. Ellos aún esperan.


Aforismos espíritas y pensamientos destacados

Cuando se evoca a un pariente o un amigo, por más afecto que os haya conservado, no es necesario esperar por esos impulsos de ternura que parecerían naturales después de una dolorosa separación; el afecto, por ser calmo, no es menos sentido y puede ser más real que el que se traduce a través de grandes demostraciones. Los Espíritus piensan, pero no obran como los hombres: dos Espíritus amigos se ven, se aman, son felices al aproximarse, pero no tienen necesidad de arrojarse a los brazos uno del otro. Cuando ellos se comunican con nosotros por la escritura, una buena palabra les basta y dice mucho más que frases enfáticas.

ALLAN KARDEC





Octubre

Los milagros

Con el título: Un milagro, el Sr. Mathieu, antiguo farmacéutico del ejército, acaba de publicar un relato con varios hechos de escritura directa, de los cuales él ha sido testigo. Al producirse estos hechos en circunstancias casi idénticas a los que hemos narrado en nuestro número del mes de agosto, y no presentando nada más característico, nosotros no los relataremos; los mencionamos únicamente para mostrar que los fenómenos espíritas no son un privilegio exclusivo, y para aprovechar la ocasión de felicitar al Sr. Mathieu por el gran interés con que los propaga. Varios otros pequeños opúsculos y artículos del mismo autor, en varios periódicos, son la prueba de esto. El Sr. Mathieu es un hombre de Ciencia que, como tantos otros –y como nosotros mismos–, ha pasado por la hilera de la incredulidad; pero él debió ceder ante la evidencia, porque contra los hechos es preciso rendirse. Solamente nos permitimos criticar el título que él ha dado a su última publicación, y no por una cuestión de una sutileza de palabras, sino porque creemos que el asunto tiene una cierta importancia y merece un examen serio.

En su acepción primitiva, y por su etimología, la palabra milagro significa cosa extraordinaria, cosa admirable de ver; pero esta palabra, como tantas otras, se ha alejado de su sentido original, y hoy se dice (según la Academia) de un acto del poder divino, contrario a las leyes comunes de la Naturaleza. En efecto, tal es su acepción usual, y sólo por comparación y por metáfora es que se aplica a las cosas vulgares que nos sorprenden y cuya razón es desconocida.

El fenómeno relatado por el Sr. Mathieu, ¿tiene el carácter de un milagro, en el verdadero sentido de la palabra? Es evidente que no. Ya hemos dicho que el milagro es una derogación de las leyes de la Naturaleza. De manera alguna tenemos el propósito de examinar si Dios ha juzgado útil, en ciertas circunstancias, derogar las leyes establecidas por Él mismo: nuestro objetivo es únicamente demostrar que el hecho de la escritura directa, por más extraordinario que sea, de ningún modo deroga esas leyes, ni tampoco tiene carácter milagroso. El milagro no se explica; la escritura directa, al contrario, se explica de la manera más racional, como se ha podido ver en nuestro artículo sobre el tema. Por lo tanto, no se trata de un milagro, sino de un simple fenómeno que tiene su razón de ser en las leyes generales. El milagro tiene aún otro carácter: el de ser insólito y aislado. Ahora bien, desde el momento en que un hecho se reproduce –por así decirlo– a voluntad y por diversas personas, no puede ser un milagro.

A los ojos de los ignorantes, la Ciencia hace milagros todos los días: he aquí por qué aquellos que en otros tiempos sabían más que el vulgo eran considerados hechiceros; y como se creía que toda Ciencia venía del diablo, ellos eran quemados. Hoy, que se está mucho más civilizado, se contenta con mandarlos a los manicomios; después que se ha dejado a los inventores morirse de hambre, se les erigen estatuas y se los proclama bienhechores de la Humanidad. Pero dejemos estas tristes páginas de nuestra Historia y volvamos a nuestro asunto. Si un hombre realmente muerto fuere llamado a la vida por una intervención divina, eso sería un verdadero milagro, porque es un hecho contrario a las leyes de la Naturaleza. Pero si este hombre solamente tuviere las apariencias de la muerte, si todavía hay en él un resto de vitalidad latente, y la Ciencia o una acción magnética consigue reanimarlo, para las personas esclarecidas habrá sucedido un simple fenómeno natural, pero a los ojos del vulgo ignorante, el hecho será considerado milagroso, y el autor será perseguido a pedradas o venerado, según el carácter de los individuos. Si en medio de un campo un físico arroja al aire un barrilete con punta metálica, haciendo conque un rayo caiga sobre un árbol, ese nuevo Prometeo será ciertamente considerado como dotado de un poder diabólico; y, dicho sea de paso, Prometeo nos parece haber precedido singularmente a Franklin. Volviendo a la escritura directa, este es uno de los fenómenos que demuestran de la manera más patente la acción de las inteligencias ocultas; pero por el hecho del fenómeno ser producido por seres ocultos, no es más milagroso que todos los otros fenómenos que son debidos a agentes invisibles, porque esos seres ocultos que pueblan los espacios son una de las fuerzas de la Naturaleza, fuerza cuya acción es incesante sobre el mundo material, así como sobre el mundo moral. El Espiritismo, al esclarecernos sobre esta fuerza, nos da la clave de una multitud de cosas inexplicadas e inexplicables por cualquier otro medio, y que en tiempos remotos han sido considerados prodigios; del mismo modo que el Magnetismo, el Espiritismo revela una ley, que si no es desconocida, por lo menos es mal comprendida; o, dicho de otra manera, se conocían los efectos –porque se producían en todos los tiempos–, pero no se conocía la ley, y ha sido la ignorancia de esta ley que ha engendrado la superstición. Al ser conocida esta ley, lo maravilloso cesa y los fenómenos entran en el orden de las cosas naturales. He aquí por qué los espíritas no producen milagros cuando hacen girar una mesa o cuando los muertos escriben, de la misma forma que el médico no lo hace cuando revive a un moribundo, o el físico cuando hace caer un rayo.

He aquí por qué rechazamos con todas nuestras fuerzas la calificación empleada por el Sr. Mathieu, aunque estemos bien persuadido que él no ha querido dar ningún sentido místico a esa palabra; también porque las personas que no van al fondo de las cosas –y éstas son en mayor número– podrían equivocarse y creer que los adeptos del Espiritismo se atribuyen un poder sobrenatural. Aquel que pretendiese, con la ayuda de esta ciencia, hacer milagros, sería un ignorante de la cuestión o un embaucador. Es inútil dar armas a los que ríen de todo, incluso de aquello que desconocen, porque sería entregarse voluntariamente al ridículo.

Los fenómenos espíritas, así como los fenómenos magnéticos, antes que se conociera su causa, han sido considerados prodigios; ahora bien, al igual que los escépticos, los engreídos, es decir, aquellos que –según ellos– tienen el privilegio exclusivo de la razón y del buen sentido, no creen que una cosa sea posible si no la comprenden, y es por eso que todos los hechos considerados como prodigiosos son objeto de sus escarnios; como la religión contiene un gran número de hechos de ese género, no creen en la religión. De ahí a la incredulidad absoluta hay sólo un paso. Al explicar la mayoría de esos hechos, el Espiritismo les da una razón de ser; por lo tanto, Él viene en ayuda de la religión, al demostrar la posibilidad de ciertos hechos que, por no tener más carácter milagroso, no por esto son menos extraordinarios, y Dios no es menor ni menos poderoso por no haber derogado sus leyes. ¿De cuántas burlas no fueron objeto las levitaciones de san Cupertino? Ahora bien, la suspensión etérea de los cuerpos pesados es un hecho demostrado y explicado por el Espiritismo; nosotros mismo hemos sido personalmente testigo ocular de esto, y el Sr. Home, así como otras personas de nuestro conocimiento, han repetido en varias ocasiones el fenómeno producido por san Cupertino. Por lo tanto, ese fenómeno entra en el orden de las cosas naturales. Al número de los hechos de este género, es preciso colocar en primera línea las apariciones, por ser las más frecuentes. La aparición de La Salette, que incluso divide al propio clero, nada tiene de insólita para nosotros. Ciertamente no podemos afirmar que el hecho ha tenido lugar, porque no tenemos la prueba material del mismo; pero, para nosotros, él es posible, teniendo en cuenta que millares de hechos análogos recientes son de nuestro conocimiento; creemos en ellos no sólo porque su realidad ha sido constatada por nosotros, sino sobre todo porque comprendemos perfectamente la manera por la cual se producen. Téngase a bien remitirse a la teoría que hemos dado sobre las apariciones, y se verá que este fenómeno se vuelve tan simple y tan plausible como una multitud de fenómenos físicos que solamente son considerados prodigiosos hasta que se les encuentre la clave. En cuanto al personaje que se ha presentado en La Salette, esta es otra cuestión: de modo alguno su identidad está demostrada; constatamos solamente que una aparición puede haber tenido lugar; lo restante no es de nuestra competencia. De ninguna manera nuestro objetivo es examinar si Dios puede derogar sus leyes al hacer milagros, en el verdadero sentido de la palabra; esta es una cuestión de teología que no es de nuestra incumbencia; por lo tanto, que cada uno guarde sus convicciones al respecto, pues el Espiritismo no tiene que ocuparse con eso; nosotros sólo decimos que los hechos producidos por el Espiritismo nos revelan leyes nuevas y nos dan la clave de una multitud de cosas que parecían sobrenaturales. Si algunos de los que eran considerados milagrosos encuentran en la Doctrina Espírita una explicación lógica y una razón de ser, es un motivo para no apresurarse más en negar lo que no se comprende.

Ciertas personas nos critican por dar teorías espíritas que ellos consideran como prematuras. Se olvidan de que los hechos del Espiritismo son discutidos por muchas personas, precisamente porque los mismos parecen salir de la ley común y porque no se los entiende. Dadles una base racional, y la duda cesará. Decid a alguien, pura y simplemente, que haréis un envío telegráfico de París a América y que recibiréis la respuesta en algunos minutos, y él se reirá de vosotros; explicad el mecanismo del proceso, y él creerá en esto, aun sin haber visto operar el telégrafo. Por lo tanto, la explicación, en este siglo en que no se contentan sólo con las palabras, es un poderoso motivo de convicción; también vemos todos los días a personas que no han sido testigos de ningún hecho, que no han visto una mesa girar ni un médium escribir, y que se hallan tan convencidas como nosotros, únicamente porque ellas han leído y comprendido. Si uno debiese creer solamente en lo que ha visto con sus ojos, nuestras convicciones se reducirían a muy poca cosa.


El Magnetismo reconocido por el Poder Judicial

En la Revista Espírita del mes de octubre de 1858, hemos publicado dos artículos con los siguientes títulos: Empleo oficial del Magnetismo animal, y El Magnetismo y el sonambulismo enseñados por la Iglesia. En el primero, nos referimos al tratamiento magnético del rey Oscar, de Suecia, aconsejado por sus propios médicos; en el segundo, hemos citado varias preguntas y respuestas extraídas de una obra intitulada: Curso elemental de instrucción cristiana: para uso de catecismos y de escuelas cristianas, publicada en 1853 por el abad Marotte, vicario general de la diócesis de Verdún, y en la cual el Magnetismo y el sonambulismo son claramente definidos y reconocidos. Ahora he aquí que la Justicia viene a darles una notoria sanción por el juicio del Tribunal en lo Correccional de Douai, del 27 de agosto último. Como todos los diarios han informado este juicio, sería inútil repetirlo; por lo tanto, haremos del mismo un relato sumario de las circunstancias.

Un joven, que no conocía el Magnetismo sino de nombre, que nunca lo había practicado y que por consecuencia ignoraba las medidas de prudencia que enseña la experiencia, se propuso un día a magnetizar al sobrino del jefe de comedor del restaurante en el cual cenaba; después de algunos pases, el niño cayó en sonambulismo, pero el improvisado magnetizador no supo cómo hacer para sacarlo de ese estado, que fue seguido por persistentes crisis nerviosas. De esta situación surgió una queja ante la Justicia, presentada por el tío contra el magnetizador. Dos médicos fueron llamados como peritos. He aquí un extracto de sus declaraciones que son casi idénticas, al menos en cuanto a la conclusión. Después de haber descripto y constatado el estado sonambúlico del niño, el primer médico agregó:

“No creo de forma alguna en la existencia de un fluido nuevo, de un agente físico más o menos análogo al magnetismo terrestre, desarrollándose en el hombre bajo la influencia de pases, toques, etc., y que produciría en los sujetos influidos efectos a veces milagrosos.

“La existencia de tal fluido nunca ha sido científicamente demostrado. Lejos de esto, todas las veces que hombres difíciles de engañar, como los miembros de la Academia de Ciencias o los eminentes médicos, han querido verificar los hechos alegados, los príncipes del magnetismo siempre se han rehusado: ellos se excusan en pretextos demasiado manifiestos, y ni la cuestión del hecho, ni la cuestión de la doctrina –con más fuerte razón– han podido ser esclarecidas. Por consiguiente, para el mundo científico no existe magnetismo animal. Sin embargo, de esto no resulta que las prácticas de los magnetizadores no produzcan efecto alguno, y si con razón negamos el magnetismo, ¿no podríamos admitir la magnetización?

“Estoy convencido de que si las imaginaciones nerviosas e impresionables son todos los días provocadas fuertemente por aquellas maniobras, es en ellas mismas que precisamos ver los fenómenos que presentan, y no en una especie de irradiación por parte del experimentador. Esta explicación se aplicaría al caso Jourdain si los ataques que han seguido al primero, suponiendo que hayan sido determinados por la magnetización, se hubiesen ido distanciando y debilitando: un único impulso debería lógicamente producir efectos decrecientes. Ahora bien, sucede exactamente lo contrario: a medida que el tiempo pasa, los ataques se aceleran y aumentan de intensidad. Esta circunstancia me confunde. Una influencia indeterminada está evidentemente en juego: ¿qué influencia será? Los antecedentes y la manera física de ser de Jourdain no me son lo suficientemente conocidos como para que yo pueda atribuirlos a su temperamento, y debo declarar que no sé dónde está la causa.”

Aquí el niño tiene uno de sus ataques. El testigo, así como su colega, constatan contracciones musculares generales crónicas, sensibilidad de la piel y de los ojos, los cuales reaccionan a la acción de luz cuando se abren los párpados; ausencia de espuma en la boca; pulgares flexionados en la palma de las manos. Además, el grito inicial no ocurrió y el acceso termina gradualmente, pasando por el período sonambúlico. Los doctores declaran que el niño no es de forma alguna epiléptico y menos aún cataléptico.

Al ser interpelado el testigo con relación a la palabra sonambulismo, con la finalidad de saber si todo no se explicaría admitiéndose que el sujeto –previamente sonámbulo– habría tenido el 15 de agosto un acceso de esta especie de enfermedad, aquél respondió: “Para comenzar, no quedó establecido de modo alguno que el niño fuese sonámbulo y, después, ese fenómeno se habría producido en condiciones completamente insólitas: en vez de suceder a la noche, en medio del sueño natural, habría venido en pleno día y en plena vigilia. Los pases magnéticos me parecen ser la causa del estado actual del niño: no veo otra causa.”

El segundo médico declaró lo siguiente: “He visto al pequeño enfermo el 13 de octubre de 1858; él estaba en un estado sonambúlico, gozando de locomoción voluntaria y recitaba el catecismo. Mi hijo lo vio en la noche del 15: él estaba en el mismo estado y conjugaba el verbo poder. Solamente algún tiempo después es que supe que había sido magnetizado y que un viajero habría dicho: Si él no fuere desmagnetizado, tal vez quede así para toda la vida. Conocí en mi juventud a un estudiante en el mismo estado, y que al ser curado sin recursos médicos, se volvió un hombre distinguido en la profesión que abrazó. Los accidentes por los cuales el enfermo pasó no son más que perturbaciones nerviosas: no hay ningún síntoma de epilepsia ni de catalepsia.”

El Tribunal pronunció la siguiente sentencia:

“Considerando que resulta de los debates que el acusado, el 15 de agosto de 1858, al ejercer imprudentemente sobre la persona del niño Jourdain, de trece años, toques y gestos calificados como pases magnéticos, al menos impresionando con estas acciones y maniobras no habituales la débil imaginación de ese chico, produjo en el paciente una sobreexcitación, un desorden nervioso y, en fin, una lesión o una enfermedad cuyos accesos se repitieron desde esa fecha en diversos intervalos;

“Considerando que esas acciones y maniobras imprudentes que ocasionaron dicha lesión o enfermedad, constituyen delito previsto por el artículo 320 del Código Penal;

“Considerando que ese hecho ocasionó a la parte civil un prejuicio que debe ser reparado;

“Considerando que existen circunstancias atenuantes;

“El Tribunal condena al acusado a 25 francos de multa, a 1200 francos de daños y perjuicios y al pago de los gastos del proceso.”

Nada tenemos que decir sobre el juicio en sí; el Tribunal, ¿estuvo cierto o errado en condenar? La pena, ¿ha sido muy fuerte o muy blanda? Esto no nos compete; la Justicia se ha pronunciado y nosotros respetamos su decisión; entretanto, examinaremos las consecuencias del juicio que tienen un alcance capital. Hubo una condenación, por lo tanto hubo un delito. ¿Cómo el delito fue cometido? La sentencia dice: por toques y gestos calificados como pases magnéticos; por lo tanto, los toques y los pases magnéticos tienen una acción y no son un mero fingimiento. Esos toques y esos pases difieren, por lo tanto, de los toques y de los gestos comunes; pero ¿cómo distinguirlos? En fin, he aquí una cosa importante, porque si no hubiese una diferencia, no se podría tocar al primero que llegue ni hacerle señales sin arriesgarse a hacerlo caer en crisis y sin incurrir en una multa. No compete al Tribunal enseñarnos y mucho menos decirnos cómo los pases y los toques, cuando tienen carácter magnético, pueden producir algún efecto; Él constata el hecho de un accidente y la causa del mismo; su misión es la de apreciar el daño y la reparación que es debida. Pero los peritos llamados a esclarecer al Tribunal van sin duda a enseñarnos al respecto; sin hacer un curso sobre la materia, ellos deben fundamentar su opinión, como se hace en todos los casos de medicina legal, y probar que hablan con conocimiento de causa, porque es la primera condición que un perito debe cumplir. ¡Pero vamos! Lamentamos la lógica de esos señores: sus declaraciones atestiguan una completa ignorancia en aquello que deberían dar su parecer; no sólo desconocen el Magnetismo, como no están familiarizados con los hechos del sonambulismo natural, puesto que creen (al menos uno de ellos) que solamente pueden producirse a la noche y durante el sueño natural, lo que es contrario a la experiencia.

Pero no es ahí que está la parte más notable de la declaración, sobre todo del primer testigo; él ha dicho: y si CON RAZÓN negamos el magnetismo, ¿no podríamos admitir la magnetización? En verdad, no sé si es una sutileza de lógica, pero confieso con toda humildad que esto sobrepasa a mi inteligencia, y que muchas personas están como yo, porque sería lo mismo que decir que se puede magnetizar sin magnetismo, como si se dijera que un hombre puede recibir bastonazos, pero que el bastón que ha sido usado para golpearlo no existe. Ahora bien, nosotros creemos firmemente que, de acuerdo con el conocido refrán que dice: hasta que se pruebe lo contrario, para dar bastonazos es necesario un bastón y, por analogía, para magnetizar es necesario el magnetismo, del mismo modo que para purgar es necesario de un purgante; nuestra inteligencia no llega hasta el punto de comprender los efectos sin las causas.

Diréis lo siguiente: “–Nosotros no negamos el efecto; al contrario, lo constatamos; lo que negamos es la causa que vos dais a ese efecto. Decís que entre vuestros dedos y el paciente existe algo invisible que llamáis fluido magnético; nosotros decimos que no hay nada, que ese fluido no existe. Ahora bien, si ese fluido es el magnetismo, vuestros gestos son la magnetización”. –De acuerdo; admitís así que simples gestos, sin intermediario, pueden producir crisis nerviosas, efectos sonambúlicos, catalépticos y otros, únicamente porque la imaginación ha sido impactada; vamos a suponer que sea así. Entonces quisiera ver que una persona sea impresionada por medio de esos gestos y que esta impresión llegue a punto de hacerla dormir en pleno día y contra su voluntad, lo que ya sería un hecho muy notable, convengamos. ¿Pero ese sueño es un sueño natural, causado por la monotonía de los movimientos, como dicen algunos? En este caso, ¿cómo explicaréis la instantaneidad del sueño producido en algunos segundos? ¿Por qué no despertáis tan fácilmente a dicho adormecido, sacudiéndole el brazo? Dejemos para después, por diversas razones, muchos otros fenómenos igualmente poco explicados por vuestro sistema; pero hay uno cuya solución podréis dar, sin duda, porque imagino que no habréis hecho una teoría sobre un tema tan serio, sin haberos asegurado que la misma resuelve todos los casos, teoría que debería ser lo menos arriesgada, ya que la habéis enunciado en pleno Tribunal; por lo tanto, debéis estar seguro de vosotros mismos. ¡Pues bien! Os pido, para instrucción del público y de todas las personas bastante simples como para creer en la existencia del fluido magnético, que tengáis a bien resolver a través de vuestro sistema las dos siguientes cuestiones:

1°) Si los efectos atribuidos al fluido magnético no son más que el resultado de una imaginación impactada y fuertemente impresionada, ¿cómo se producen sin el conocimiento de la persona, cuando ésta es magnetizadadurante el sueño natural o cuando está en una habitación vecina sin ver al magnetizador y sin saber que está siendo magnetizada?

2°) Si los toques o los pases magnéticos pueden producir crisis nerviosas y estados sonambúlicos, ¿cómo estos mismos pases y toques pueden producir el efecto contrario, destruir lo que han hecho, calmar las crisis nerviosas más violentas que han ocasionado y hacer cesar súbitamente el estado sonambúlico como por encanto? ¿Entonces es por un efecto de la imaginación que la persona no ve ni oye lo que sucede a su alrededor? ¿O es necesario admitir que se puede obrar sobre la imaginación sin el concurso de la imaginación, lo que sería bien posible, puesto que se puede magnetizar sin el magnetismo? Esto me recuerda una pequeña anécdota. Un imprudente estaba manejando un fusil; un tiro es disparado y mata a otro individuo. Un perito es llamado para examinar el arma; él declara que el individuo ha muerto por causa de un tiro de fusil, pero que el fusil no estaba cargado. ¿No es el mismo caso de nuestro magnetizador, que impacta al magnetizado pero sin magnetismo? Seguramente el Tribunal de Douai, en su alta sabiduría, no se detuvo en estas contradicciones sobre las cuales no debía pronunciarse. Como ya lo dijimos, sólo consideró el efecto producido; declaró que este efecto fue producido por toques y pases magnéticos; no tenía que decidir si existe en nosotros un fluido magnético; pero el juicio no deja de constatar de una manera auténtica que el magnetismo es una realidad; de otro modo no habría condenado a alguien por haber hecho gestos insignificantes. Que esto sea una lección para los imprudentes, que juegan con lo que no conocen.

En la opinión que han dado, esos señores no percibieron que llegaron a un resultado diametralmente opuesto a su objetivo, al atribuir a los magnetizadores un poder que éstos están lejos de reivindicar. En efecto, los magnetizadores afirman que ellos sólo obran con la ayuda de un intermediario; que cuando este intermediario les falta, su acción es nula; ellos no se reconocen con el poder de dar bastonazos sin bastón, ni de matar con un fusil que no está cargado. ¡Vamos! En nombre de esa teoría estos señores hacen aún otro prodigio, puesto que obran sin tener nada en las manos ni en los bolsillos. Hay cosas, realmente, que no pueden ser tomadas en serio; les pedimos perdón por ello, pero eso no disminuye en nada su mérito. Pueden ser médicos muy hábiles y eruditos; sin duda fue por esto que el Tribunal los ha consultado; solamente nos permitimos criticar su opinión en lo que se refiere al magnetismo. Finalizamos con una observación importante. Si el Magnetismo es una realidad, ¿por qué no es reconocido oficialmente por la Facultad? Habría muchas cosas que decir al respecto; nosotros nos limitaremos a una sola consideración y a preguntar ¿por qué los descubrimientos que hoy son más respetados no fueron aceptados de entrada por las corporaciones científicas? Dejo a otros el cuidado de responder. La clase médica está dividida sobre la cuestión del Magnetismo, así como con relación a la Homeopatía, a la Alopatía, a la Frenología, al tratamiento del cólera, a los purgantes, a las sangrías y a tantas otras cosas, de modo que una opinión a favor o en contra es siempre una opinión individual que no tiene fuerza de ley; lo que hace la ley es la opinión general, que se forma por los hechos, a pesar de toda oposición, y que ejerce sobre los más recalcitrantes una presión irresistible. Es lo que ocurre con el Magnetismo, así como con el Espiritismo; y no vamos muy lejos al decir que la mitad de los médicos reconoce y admite hoy el magnetismo, y que tres cuartos de los magnetizadores son médicos; sucede lo mismo con el Espiritismo, que cuenta en sus filas con una multitud de médicos y de hombres de Ciencia. Por lo tanto, ¡qué importa la oposición sistemática o más o menos interesada de algunos! Dejad que el tiempo disipe el amor propio herido y las mezquinas preocupaciones; la verdad puede ser escarnecida, pero no destruida, y la posteridad registra el nombre de los que la han combatido o sostenido. Si el Magnetismo fuese una utopía, hace tiempo que no se volvería a hablar del mismo, mientras que, como su hermano el Espiritismo, echa raíces por todos los lados; por lo tanto, ¡luchad contra las ideas que invaden el mundo entero, de arriba bajo de la escala social!



Los médiums inertes

Entre el número de cuestiones importantes que se relacionan con la ciencia espírita, el papel de los médiums ha sido más de una vez controvertido. El Sr. Brasseur, director del Centro Industrial, ha desarrollado al respecto ideas particulares en una serie de artículos muy bien redactados en el Moniteur de la toilette,[1] y particularmente en el número del mes de agosto pasado, del cual hemos extraído los pasajes que citamos a continuación. Él nos hace el honor de pedirnos nuestra opinión y se la daremos con toda honestidad, sin pretender que nuestra opinión deba convertirse en ley. Dejamos a nuestros lectores y a los observadores que juzguen la cuestión. Además, no tendremos sino que resumir lo que hemos dicho en varias ocasiones sobre ese tema, cuando ya lo hemos tratado con mucho más detalle de lo que podríamos hacerlo aquí, no pudiendo repetir lo que se encuentra en nuestros diversos escritos.

He aquí los principales pasajes de uno de los artículos del Sr. Brasseur, seguidos de nuestras respuestas:

“¿Qué es un médium? ¿El médium es activo o pasivo? Tales son las preguntas efectuadas para esclarecer un tema que preocupa vivamente a las personas deseosas de instruirse en las cosas del Más Allá y, por consiguiente, en sus relaciones con este mundo.

“El pasado 18 de mayo dirigí al Sr. Presidente de la Sociedad Espírita una nota intitulada: Del médium y de los Espíritus. Posteriormente, alrededor del 15 de julio, el Sr. Allan Kardec publicó un nuevo libro con el título: Qué es el Espiritismo. Al abrirlo, creí que iba a encontrar allí una respuesta categórica, pero fue en vano. El autor persiste en sus errores: “Los médiums –dice él en la página 75– son LAS PERSONAS aptas para recibir, de una manera patente, la impresión de los Espíritus y para servir de INTERMEDIARIOS entre el mundo visible y el mundo invisible.

La obra citada no es un curso de Espiritismo; es una exposición sumaria de los principios de la ciencia para uso de las personas que desean adquirir de la misma las primeras nociones, el examen de las cuestiones en detalle y las diversas opiniones, no pudiendo entrar en un cuadro tan restricto y teniendo un objeto especial. En cuanto a la definición que damos de los médiums, nos parece perfectamente clara, y es con esta definición que respondemos a la pregunta del Sr. Brasseur: ¿Qué es un médium? Es posible que ella no responda a su opinión personal; pero, en cuanto a nosotros, hasta ahora no tenemos ninguna razón para modificarla.

“El Sr. Allan Kardec no reconoce al médium inerte. Habla mucho de cajas, cartones o tablitas, pero en esto sólo ve (página 62) apéndices de la mano, cuya inutilidad habría sido reconocida...”

“Entendámonos.”

“Según vos, el médium es un intermediario entre el mundo visible y el mundo invisible; pero, ¿es absolutamente necesario que este intermediario sea una persona? ¿No basta que lo invisible tenga a su disposición cualquier instrumento para manifestarse ante nosotros?”

A esto responderemos decididamente: No, no basta que lo invisible tenga a su disposición cualquier instrumento para manifestarse, porque necesita de la participación fluídica de una persona, y para nosotros esta persona es el verdadero médium. Si bastase al Espíritu tener a su disposición cualquier instrumento, se verían las cestitas o las tablitas escribir solas, lo que nunca se ha visto. La escritura directa, que en apariencia es el hecho más independiente de toda cooperación, sólo se produce bajo la influencia de médiums dotados de una aptitud especial. Hay una consideración poderosa que viene a corroborar nuestra opinión. Según el Sr. Brasseur, el instrumento es lo principal y la persona es lo accesorio; según nosotros, es todo lo contrario. Si fuese de otro modo, ¿por qué las tablitas no se mueven con el primero que llega? Por lo tanto, si para hacerlas mover es necesario estar dotado de una aptitud especial, es porque el papel del médium no es meramente pasivo. Es por eso que esta persona es para nosotros el verdadero médium; como ya lo hemos dicho, el instrumento no es más que un apéndice de la mano, del cual podemos prescindir; y esto es tan verdadero, que toda persona que escribe por medio de una tablita puede hacerlo directamente con la mano, sin la tablita e incluso sin el lápiz, puesto que puede trazar los caracteres con el dedo, mientras que la tablita no escribe sin la persona. Además, todas las variedades de médiums, así como su papel activo o pasivo, son ampliamente desarrolladas en nuestras Instrucciones Prácticas sobre las Manifestaciones.

“Separada de la materia por la disolución del cuerpo, el alma no tiene más ningún elemento físico de la Humanidad.”

¿Y qué hacéis con el periespíritu? El periespíritu es el lazo que une el alma al cuerpo, la envoltura semimaterial que el alma posee durante la vida y que conserva después de la muerte: es con esta envoltura que ella se muestra en las apariciones, y esta envoltura es también una materia que, aunque etérea, puede adquirir las propiedades de la tangibilidad.

“Al tomar directamente el lápiz, se ha notado que la persona mezcla sus sentimientos y sus ideas con las ideas y con los sentimientos de lo invisible, de manera que así son dadas sólo comunicaciones con interferencia, mientras que empleando cajas, cartones y tablitas bajo las manos de dos personas reunidas, estas personas permanecen absolutamente extrañas a la manifestación, que es, entonces, únicamente de lo invisible: es por eso que yo declaro que este último medio es superior y preferible al de la Sociedad Espírita.”

Esta opinión podría ser verdadera si no fuese contraria a millares de hechos observados, ya sea en la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas o en otros lugares, y que prueban hasta la evidencia más patente que los médiums animados, incluso los intuitivos, y con más fuerte razón los médiums mecánicos, pueden ser instrumentos absolutamente pasivos y gozar de la más completa independencia de pensamientos. En el médium mecánico, el Espíritu actúa sobre la mano, la cual recibe un impulso totalmente involuntario y desempeña el papel que el Sr. Brasseur llama de médium inerte, ya sea que esté sola o con un lápiz, o apoyada sobre un objeto móvil provisto de un lápiz.

En el médium intuitivo, el Espíritu actúa sobre el cerebro, que transmite el movimiento al brazo a través de la corriente del sistema nervioso, y así en adelante. El médium mecánico escribe sin tener la menor conciencia de lo que produce: el acto precede al pensamiento; en el médium intuitivo, el pensamiento acompaña al acto e inclusive lo precede algunas veces: es entonces el pensamiento del Espíritu que atraviesa el pensamiento del médium. Y si a veces ellos parecen confundirse, su independencia no por eso es menos manifiesta, cuando, por ejemplo, el médium escribe, incluso por intuición, cosas que él NO PUEDE saber, o completamente contrarias a sus ideas, a su manera de ver y a sus propias convicciones: en una palabra, cuando él piensa blanco y escribe negro. Además de esto hay tantos hechos espontáneos e imprevistos que, para aquel que ha estado en condiciones de observarlos, no cabe ninguna duda. El papel del médium es aquí el de un intérprete que recibe un pensamiento extraño, que lo transmite, que debe comprenderlo para transmitirlo y que, sin embargo, no lo asimila. Es lo que sucede con los médiums parlantes, que reciben el impulso sobre los órganos de la palabra, como otros lo reciben en el brazo o en la mano, y también lo que ocurre con los médiums auditivos, que escuchan claramente una voz que les habla y les dicta lo que deben escribir. ¿Y qué diréis de los médiums videntes, a los cuales los Espíritus se muestran con la forma que tenían cuando encarnados, médiums que los ven circular a nuestro alrededor, ir y venir como una multitud que tenemos bajo los ojos? ¿Y los médiums impresionables, que sienten los toques ocultos, la impresión de los dedos y hasta las uñas, que arañan la piel y que dejan marcas? ¿Esto puede suceder con un ser que nada tiene de materia? ¿Y los médiums de doble vista que, perfectamente despiertos y en pleno día, ven claramente lo que ocurre a la distancia? ¿No es una facultad propia, un género de mediumnidad? La mediumnidad es la facultad de los médiums; los médiums son las personas accesibles a la influencia de los Espíritus y que pueden servirles de intermediarios. Tal es la definición que se encuentra en el Petit Dictionnaire des Dictionnaires Français, recopilado por Napoléon Landais, y hasta el presente nos parece que da una idea exacta de la misma.

No discutimos la utilidad de los instrumentos que el Sr. Brasseur designa con el nombre de médiums inertes, nombre que él tiene la completa libertad de asignarles, si considera útil hacer esta distinción. Indiscutiblemente ellos tienen una ventaja, como resultado de la experiencia, para las personas que todavía no han visto nada; pero como la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas sólo está compuesta por personas que no son más principiantes, cuyas convicciones ya se han formado, y como no hace ninguna experiencia para satisfacer la curiosidad del público –que Ella no convoca a sus sesiones, a fin de no ser perturbada en sus investigaciones y observaciones–, esos medios primitivos no le enseñan nada de nuevo; es por eso que la Sociedad emplea medios más rápidos, puesto que posee un gran experiencia sobre el tema para saber distinguir perfectamente la naturaleza de las comunicaciones que recibe.

No seguiremos al Sr. Brasseur en todos sus razonamientos sobre los cuales apoya su teoría. Temeríamos debilitarlos al truncarlos y, en la imposibilidad de reproducirlos integralmente, preferimos remitir a nuestros lectores que quisieren tomar conocimiento de ellos al periódico que él redacta con un talento indiscutible, y en el cual se encuentran sobre el mismo asunto artículos del Sr. Jules de Neuville, muy bien escritos, pero que no tienen sino un error a nuestros ojos: el de no haberlos precedido de un estudio suficientemente profundo de la materia, lo que habría evitado muchas cuestiones que él juzgaría superfluas.

En resumen, y de acuerdo con la Sociedad Espírita, persistimos en considerar a las personas como los verdaderos médiums, que pueden ser activos o pasivos, según su naturaleza y su aptitud; si así lo desean, que llamen a los instrumentos de médiums inertes; es una distinción que puede ser útil, pero estarían en un error si les asignasen el papel y las propiedades de los seres animados en las comunicaciones inteligentes. Decimos inteligentes porque aún es necesario hacer la distinción entre ciertas manifestaciones espontáneas puramente físicas. Es un tema que ya hemos tratado ampliamente en la Revista.

[1] Periódico de exposiciones. Modas. Literatura. Teatro. Calle de l’Échiquier Nº 15. [Nota de Allan Kardec.]






Boletín de la sociedad parisiense de estudios espíritas

Viernes 29 de julio de 1859 (Sesión general) Lectura del acta y de los trabajos de la última sesión.

Comunicaciones – Han sucedido hechos curiosos de previsiones de muerte y de avisos del Más Allá, uno con los Sres. de Chamissot y de Brunoy –emigrados que residían en Coblenza en 1794–, y otro con la Sra. condesa Ch... (Serán publicados.)

Observaciones microscópicas y analíticas de la materia de la escritura directa. (Ver el número del mes de agosto de 1859.)

Lectura de una carta en respuesta al envío de la evocación del Sr. J... (del Departamento del Sarthe), hecha en la sesión del 22 de julio.

Estudios – Preguntas complementarias relativas al reposo de los Espíritus. Las respuestas no parecieron de manera alguna a la altura del Espíritu evocado, cuya claridad y precisión habituales no han sido reconocidas. Como dichas respuestas no dan una solución satisfactoria, la Sociedad no las tiene en cuenta.

Preguntas dirigidas a François Arago con respecto a las respuestas equívocas anteriormente referidas. Él dice que el Espíritu que ha respondido no era aquel que se había llamado. Este Espíritu –agrega él– no es malo, pero es poco adelantado e incapaz de resolver ciertas cuestiones. Lo han dejado contestar para que vosotros os ejercitéis en la apreciación de las respuestas y para darle a él mismo una lección.

Preguntas realizadas al mismo Espíritu François Arago sobre el análisis químico de la materia de la escritura directa.

Más preguntas hechas al mismo Espíritu acerca de las tempestades y sobre el papel de los Espíritus en los fenómenos de la Naturaleza. (Publicadas en el número de septiembre.)

Segunda evocación del Sr. J... (del Sarthe), conforme la carta relatada anteriormente. (Publicada en el número de septiembre, con el título: Muerte de un espírita.)

Evocación de Jacques Arago. (Será publicada.)

Viernes 2 de septiembre de 1859 (Sesión particular)
Lectura del acta y de los trabajos de la última sesión.

Asuntos administrativos – Presentación y admisión de dos nuevos miembros titulares y de un miembro corresponsal en Madrid.

Comunicaciones – Carta del Sr. Det..., miembro de la Sociedad, en la cual cita un pasaje notable, extraído del Tableau de Paris, de Mercier, edición de 1788, tomo 12° intitulado: Espiritualistas. Este pasaje constata la existencia, en aquella época, de una Sociedad formada en París, que tenía por objeto las comunicaciones con los Espíritus. Proporciona así una nueva prueba de que el Espiritismo no es una creación moderna y que era aceptado por los más eminentes hombres. (Publicada en el próximo artículo.)

Al respecto, el Sr. S... hace observar que alrededor de esta época un señor llamado Martinez Pascalis había fundado la secta de los Martinistas, los cuales también afirmaban entrar en relación con los Espíritus, por medios que los iniciados se comprometían a mantener en secreto.

Carta del Dr. B..., de Nueva York, que agradece a la Sociedad el título de corresponsal que Ella le ha otorgado, el cual da interesantes detalles en lo tocante a la explotación mercantil del Espiritismo en América.

Comunicación de varias cartas del Sr. Dumas, de Sétif (Argelia), miembro titular de la Sociedad, que contienen un gran número de evocaciones, de las cuales varias ofrecen un serio interés desde el punto de vista del estudio. Ellas constatan que varios médiums se han desarrollado en aquel país y que el Espiritismo es allí objeto de una gran preocupación. Entre los hechos que cita se destaca particularmente el siguiente: Un carbonero semianalfabeto, al intentar escribir como médium, obtuvo al principio solamente trazos irregulares con los cuales llenó sucesivamente seis páginas; habiendo tenido la idea de colocar esas páginas una después de la otra, se verificó que todos esos trazos concordaban entre sí y formaban un conjunto. Después, esta misma persona escribió páginas enteras con una gran facilidad, pero la redundancia, la excesiva extensión y la naturaleza de ciertas comunicaciones hacen temer una obsesión.

El Sr. Allan Kardec relata un hecho de manifestación espontánea que se produjo en su casa en una reunión y en circunstancias notables. La princesa S..., presente a la reunión, manifestó el deseo de evocar al Dr. Beaufils, médico suyo, muerto desde hacía siete u ocho meses; tres médiums, entre los cuales se encontraba la hija de la princesa –que es muy buena médium–, fueron tomados por movimientos convulsivos violentos, quebrando los lápices y rasgando el papel. Intimado a identificarse, y después de mucha vacilación, el Espíritu expresó que no se atrevía a decir su nombre. Acuciado con las preguntas, él respondió que sabían su nombre por los diarios: que era un miserable y que había matado; que era el empleado de la carnicería, el asesino de la calle de la Roquette, ejecutado recientemente. Al ser interrogado sobre los motivos de su presencia sin haber sido llamado, dijo que había sido enviado por otros Espíritus, a fin de convencer a los médiums de que no escribían su propio pensamiento; termina rogando que se orase por él, porque se arrepiente de su conducta y porque sufre mucho. Con la promesa que le fue realizada de acceder a su deseo, y después de haberle sido dado algunos consejos, se retiró. Entonces vino el Dr. Beaufils, el cual respondió con mucha calma y lucidez a las diversas preguntas que le fueron dirigidas.

En efecto, esta comunicación es una prueba manifiesta de la independencia de los médiums, porque todos los miembros de la reunión estaban preocupados con la evocación del doctor, y nadie pensaba en aquel hombre que vino a sorprender a todos al manifestarse con signos idénticos a tres médiums diferentes, que no tenían en manos ni cartones, ni tablitas.

Lectura de una comunicación espontánea obtenida por el Sr. R..., miembro de la Sociedad, sobre la antigüedad de las creencias espíritas, y los vestigios que las mismas han dejado en todas las religiones. (Publicada más adelante.)

Estudios – Evocación de Privat d’Anglemont. (Será publicada.)

Evocación del avaro millonario de Lyon, conocido con el nombre de padre Crépin. (Será publicada.)

Viernes 9 de septiembre de 1859 (Sesión general)
Lectura del acta y de los trabajos de la última sesión.

Comunicaciones – Lectura de una comunicación espontánea obtenida por el Sr. vizconde de H..., médium recientemente desarrollado, y transmitida en Lille por el Sr. D..., miembro de la Sociedad. (Será publicada.)

Lectura de una comunicación espontánea de Lamennais, obtenida por el Sr. R..., miembro de la Sociedad. (Será publicada.)

Otra comunicación espontánea ha sido obtenida por este mismo médium, dictada por el Dr. Olivier, Espíritu que se ha presentado sin ser llamado. Esta comunicación ha sido muy notable por lo siguiente: muestra a este Espíritu en una situación idéntica a la de Voltaire, tal como este último la describió en sus Confesiones publicadas en la Revista del mes de septiembre. Él duda de todo, incluso de Dios; errante, no encuentra a nadie para esclarecerlo, lo que lo deja en una ansiedad cada vez más penosa porque no ve su término. Las palabras de consuelo que le dirige el médium parecen ser para él un rayo de luz y un alivio. Él se propone a regresar. (Se publicará.)

El Sr. Allan Kardec relata un hecho notable de obsesión, por parte de un Espíritu brutal, antiguo carretero, sobre la persona del Sr. V..., muy buen médium. Además, este hecho confirma la posibilidad de lugares frecuentados por ciertos Espíritus. (Será publicado.)

Los Espíritus perturbadores de Madrid: relato –sin comentario– de un hecho informado por un periódico de Madrid, con respecto a una casa de esta ciudad, cuyos ruidos y alborotos nocturnos la volvían inhabitable, y contra los cuales las investigaciones y medidas de la policía hubieron fracasado.

Estudios – Preguntas sobre la avaricia, a propósito de la evocación del padre Crépin, de Lyon. (Serán publicadas a continuación de dicha evocación).

Evocación de Privat d’Anglemont, 2ª conversación. (Será publicada.)

Evocación del Sr. Julien S..., hecha a pedido del Sr. B., de Bouxhors.

Evocación del Sr. Adrien de S..., hecha por un asistente, ajeno a la sesión. Esta evocación, aunque tenga un interés totalmente personal, ofrece un rasgo característico en lo tocante a la influencia ejercida por los Espíritus errantes sobre los Espíritus encarnados.

La cripta de Saint-Leu. Al buscar la sepultura del gran canciller Pasquier en la Iglesia de Saint-Leu, en París, el 27 de julio de 1859, los obreros que perforaron la pared encontraron debajo del coro una cripta de 5 metros de largo, por 4 de altura y 2 de ancho, herméticamente cerrada por una losa. En esa cripta se encontraron quince a veinte esqueletos sin ataúdes y en diferentes posiciones, lo que indicaba que no habían sido enterrados. En la pared se encontraba grabado lo siguiente, con un instrumento puntiagudo: Marvé, 1733; Chenest, 1733; Marx, monaguillo, 1727; Charles Remy, 1721; Gabriel, 1727; Thiévan, 1723; Maupain, 1728 y varios nombres ilegibles.

Preguntaron al Espíritu san Luis si era posible evocar a uno de los Espíritus cuyos nombres se encontraban en esa cripta, a fin de obtener esclarecimientos sobre este descubrimiento. Él respondió: «Os aconsejo a dejar esto a un lado; hay crímenes en este asunto, el cual es demasiado reciente como para exhumar algo relacionado al mismo.»

Verteuil, antiguo dramaturgo y actor del Théâtre de la Cité (Teatro de la Ciudad). Era un joven de ingenio, de una belleza notable y que tenía una gran fortuna. En poco tiempo perdió todos sus haberes y se fue a la bancarrota; después perdió la voz, la audición y la visión. Murió en Bicêtre, donde permaneció veinte años sordo, mudo y ciego, no recibiendo comunicaciones sino cuando le trazaban los caracteres en la palma de la mano; entonces, respondía por escrito. Esta posición excepcional parecía ofrecer un interesante tema de estudio psicológico. El Espíritu san Luis, consultado al respecto, respondió: «No lo evoquéis, él está reencarnado.» Enseguida proporcionó diversas informaciones sobre los antecedentes de este joven, y acerca de las causas y de las circunstancias de su enfermedad. (Para los detalles de esta conmovedora historia, ver La Patrie [La Patria] del 26 de julio de 1859).

Evocación del antiguo carretero, de cuyas comunicaciones ya hemos dado noticia. Él se manifiesta por señales de violencia, quebrando los lápices que clava en el papel con fuerza, y escribe con una letra gruesa, irregular y poco legible. Esta evocación presenta un carácter notable, sobre todo desde el punto de vista de la influencia que el hombre puede ejercer en ciertos Espíritus inferiores a través de la oración y de los buenos consejos. (Será publicada.)

Viernes 16 de septiembre de 1859 (Sesión particular)
Lectura del acta y de los trabajos de la sesión del 9 de septiembre.

Comunicaciones – Lectura de un artículo de L’Illustration (La Ilustración) de 1853, comunicado por el Sr. R..., e intitulado Las mesas voladoras. Este artículo constata, según el diario ruso Sjévernava Plschelà (La Abeja del Norte) del 27 de abril de 1853, y conforme los documentos suministrados por el Sr. Tscherepanoff, que el fenómeno de las mesas giratorias es conocido y practicado desde tiempos inmemoriales, en China, en Siberia y entre los calmucos de Rusia meridional. Principalmente entre estos últimos, ese medio es usado para encontrar objetos perdidos. (Publicado más adelante.)

El Sr. Dorgevaldirige a la Sociedad un poema intitulado Uranie (Urania), del Sr. de Porry, de Marsella, en el cual los puntos fundamentales de la Doctrina Espírita son claramente enunciados, aunque en la época en que el autor lo ha hecho no tenía ninguna noción de esta ciencia. Lo que no es menos digno de nota es que el Sr. de Porry parece haber escrito su poema por una especie de facultad medianímica; ha sido a la noche, en somnolencia, que los versos se formaban en su pensamiento, y él los ha escrito al día siguiente, al despertarse. Ha sido realizada la lectura de varios fragmentos de este poema, el cual será publicado en la Revista.

Carta del Sr. P..., de Marsella, que contiene una comunicación de un Espíritu que se hace conocer con el nombre de Pablo, y otra de san Luis, notable por diversas respuestas de una gran profundidad.

Lectura de una comunicación espontánea dada al Sr. R..., miembro de la Sociedad, por el carnicero asesino de la calle de la Roquette, cuestión que hemos tratado en la sesión del 2 de septiembre, el cual se interpuso en una reunión que tuvo lugar en la casa del Sr. Allan Kardec. Este Espíritu vino a agradecerle por haber orado por él, conforme había pedido. Esta comunicación es notable por los buenos pensamientos que encierra, y derrama una nueva luz sobre la asistencia que puede ser dada a los Espíritus que sufren. (Será publicada.)

Estudios – Se ha preguntado al Espíritu san Luis si, independientemente de los temas elaborados con anticipación, los Espíritus consentirían en dar comunicaciones espontáneas sobre un asunto de su libre elección. Él ha respondido afirmativamente, diciendo que César escribirá la próxima vez por intermedio del Sr. R..., y con el consentimiento de este último.

El Sr. Col..., presente en la sesión como oyente, pregunta si se le permite hacer la evocación de su hijo, cuya muerte es para la madre una causa de dolor que nada puede aliviar. Como al día siguiente tiene que encontrarla, desearía relatarle la conversación como elemento de consuelo. Al ser esta evocación de un interés meramente personal, no será publicada.

Examen de la teoría del Sr. Brasseur sobre los médiums. Él considera los cartones, tablitas y otros instrumentos como los únicos médiums verdaderos, que clasifica de médiums inertes, teniendo en cuenta que –dice él– en los médiums animados hay siempre más o menos participación del pensamiento personal. Varios miembros toman parte de la discusión y concuerdan en oponerse a la opinión del Sr. Brasseur, fundada –dicen ellos– en una observación incompleta, ya que la independencia absoluta del médium animado ha sido probada por hechos irrecusables. Uno de los argumentos que se opone al Sr. Brasseur es de que los cartones y las tablitas nunca han hablado por sí solas, de donde se deduce que no son más que instrumentos o, como ya se ha dicho, apéndices de los cuales se puede prescindir: es lo accesorio y no lo principal. La tablita provista de lápiz e influida por la persona, no es más médium que el lápiz colocado directamente en la mano de la persona.

El Sr. Sansón procede a la lectura de algunos versos que ha hecho en honor a san Luis y en agradecimiento a la cura de la cual él ha sido objeto. Como no se reconoce poeta, pregunta cuál ha sido el Espíritu que ha inspirado esos versos. Se le respondió que ha sido el suyo, compenetrado de un justo reconocimiento por aquel que alivió sus dolores.

Evocación de Swedenborg. A la evocación hecha por el Sr. Allan Kardec, aquél responde: –Hablad, viejo amigo mío. –Me honráis con el título de vuestro viejo amigo, y sin embargo estamos lejos de ser contemporáneos; solamente os conozco por vuestros escritos. –Es verdad, pero yo os conozco desde hace mucho tiempo. –Desearíamos dirigiros algunas preguntas sobre diversos puntos de vuestra doctrina, pero considerando la hora avanzada, nuestro objetivo es sólo preguntaros si tendríais a bien hacerlo en la próxima sesión. –Resp. Con placer. Permitidme, desde hoy, hacer una corrección en mis escritos, corrección importante para mí. Cuando escribí mi doctrina, yo creía, según los consejeros del mundo celestial que la dictaban, que cada pueblo se encontraba en el cielo en una esfera separada, y que el carácter distintivo de cada nación reaparecería aún, no por individuos, sino por grandes familias. La experiencia me convenció de que esto no es así.

–¿No hay también otros puntos discutibles? –Resp. Sí, muchos otros, pero éste es uno de los más importantes.

–Tenemos aquí a varios médiums; ¿preferís alguno para comunicaros con nosotros? –Resp. No..., mejor dicho, sí: yo elegiría a un médium mecánico, como vos lo llamáis, y a la vez rápido.

Viernes 23 de septiembre de 1859 (Sesión general)
Lectura del acta de la sesión del día 16 de septiembre.

Presentación de cuatro candidatos como miembros titulares. La admisión de los mismos será discutida en la próxima sesión particular del 7 de octubre, y decidida si fuere procedente.

Comunicaciones – Lectura de una carta de Ruán, que narra un hecho auténtico ocurrido en la familia de la persona que escribe, sobre la aparición de su abuela en el momento de la muerte.

Otro hecho reciente de aparición y de aviso del Más Allá. El Sr. D..., doctor en Medicina, de París, había tratado durante algún tiempo a una joven que tenía una enfermedad incurable y que, en ese momento, no vivía más en París. Hace más o menos quince días, el Dr. D... fue despertado por golpes efectuados en la puerta de su dormitorio. Creyendo que venían a llamarlo para atender a un paciente, preguntó: ¿Quién es? En ese mismo instante, él vio aquella joven de pie delante de él, la cual le dijo en un tono de voz muy claro: «Soy yo, Sr. D...; vengo a decirle que he muerto.» Al examinar las informaciones, verificó que esta joven había muerto en la misma noche de su aparición.

Ha sucedido un hecho curioso de separación momentánea entre el alma y el cuerpo, hace algunos días, con el Sr. C., médium de la Sociedad. (Será publicado con la explicación dada por los Espíritus.)

Lectura de una comunicación notable dictada por el Espíritu Privat d’Anglemont al Sr. Ch..., médium de la Sociedad. (Será publicada con las otras comunicaciones del mismo Espíritu.)

Estudios – Tres comunicaciones espontáneas habían sido prometidas para esta sesión: una de César, una de Swedenborgy otra de Privat d’Anglemont. Han sido escritas simultáneamente por tres médiums diferentes, todos mecánicos.

Diversas preguntas son luego dirigidas a Swedenborg sobre algunos puntos de su doctrina, que él reconoce erróneos. Previamente se hizo la lectura de una nota biográfica sobre el mismo, preparada por la Sra. P., miembro de la Sociedad. (Serán publicadas).

El Sr. Det..., miembro de la Sociedad, había preparado sobre César una serie de preguntas muy interesantes; pero las explicaciones espontáneas dadas por este Espíritu han vuelto superfluas la mayoría de esas cuestiones; no obstante, las mismas serán examinadas y serán elegidas aquellas que se crea útil proponer ulteriormente.

El Sr. Dumas, de Sétif, miembro titular de la Sociedad, está presente en la sesión. Solicita para hacerse la evocación de algunos Espíritus que se han manifestado a él, a fin de tener un control de las comunicaciones que ha obtenido en Argelia. El resultado de estas evocaciones es idéntico y confirma las respuestas que le habían sido dadas. En cuanto a la cuestión de saber si él puede colaborar eficazmente en la propagación del Espiritismo en África, le han respondido que no solamente puede, sino que también debe.




Sociedad Espírita en el siglo XVIII

Al Sr. Presidente de la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas: «Señor Presidente,

«No es de 1853 –época en que los Espíritus comenzaron a manifestarse a través del movimiento de las mesas y de los golpes– que data la reanudación de las evocaciones. En el histórico del Espiritismo que leemos en vuestras obras, no hacéis mención a una Sociedad como la nuestra, cuya existencia –con gran sorpresa para mí– fue revelada por Mercier, en su Tableau de Paris (Cuadro de París), edición de 1788, en el capítulo intitulado: Spiritualistes (Espiritualistas), tomo 12°. He aquí lo que él dice:

“¿Por qué la Teología, la Filosofía y la Historia mencionan varias apariciones de Espíritus, genios o demonios? Una parte de la Antigüedad sostenía la creencia de que cada hombre tenía dos Espíritus: uno bueno, que invitaba a la virtud, y el otro malo, que incitaba al mal.

“Una secta nueva cree en el regreso de los Espíritus a este mundo. Escuché a varias personas que realmente fueron persuadidas de que existen médiums para evocarlos. Estamos rodeados por un mundo que no percibimos. Alrededor nuestro hay seres de los cuales no tenemos la más mínima idea; dotados de una naturaleza intelectual superior, ellos nos ven. No hay vacío en el Universo: he aquí lo que aseguran los adeptos de la ciencia nueva.

“Así, el regreso de las almas de los muertos, aceptado en toda la Antigüedad, y del cual se burlaba nuestra Filosofía, es adoptado hoy por hombres que no son ni ignorantes ni supersticiosos. Además, todos esos Espíritus, llamados en las Escrituras los Príncipes del Aire, están siempre bajo las órdenes del Señor de la Naturaleza. Aristóteles dice que los Espíritus aparecen frecuentemente a los hombres porque necesitan unos de los otros. No me refiero aquí sino a lo que nos dicen los adeptos de la existencia de los genios.

“Si se cree en la inmortalidad del alma, es preciso admitir que esta multitud de Espíritus puede manifestarse después de la muerte. Entre esa gran cantidad de prodigios de que están llenos todos los países de la Tierra, si uno solo ocurre, la incredulidad estará errada. Por lo tanto, creo que no habría menos temeridad en negar que en sostener la verdad de las apariciones. Estamos en un mundo desconocido.”

No se podrá acusar a Mercier de incredulidad y de ignorancia, y vemos en el extracto anterior que él de manera alguna rechazó a priori las manifestaciones de los Espíritus, aunque no haya tenido la ocasión de presenciarlas. Pero como hombre sabio, postergaba su juicio hasta tener más amplias informaciones. A propósito del Magnetismo, ya había dicho: "Esto es tan misterioso, tan profundo y tan increíble que, o debemos reírnos o caer de rodillas; yo no hago ni una cosa ni otra: observo y espero".

Sería interesante saber por qué esas evocaciones, reanudadas en 1788, se han interrumpido hasta 1853. Los miembros de la Sociedad, que se ocupaban de dichas evocaciones, ¿habrían perecido durante la Revolución? Es una pena que Mercier no haya dado a conocer el nombre del presidente de aquella Sociedad.

Atentamente,

«Det... Miembro titular de la Sociedad.»

Nota – El hecho relatado por Mercier tiene una importancia capital y un alcance que nadie podrá desconocer. Él prueba, ya en aquella época, que hombres recomendables por su inteligencia se ocupaban seriamente de la ciencia espírita. En cuanto a la causa que llevó a la cesación de esta Sociedad, lo más probable es que las perturbaciones de los acontecimientos que se sucedieron hayan tenido un gran papel en todo eso; pero no es exacto decir que las evocaciones fueron interrumpidas hasta 1853. Es cierto que en esa última época las manifestaciones tomaron un mayor desarrollo, pero está comprobado que ellas nunca cesaron. En 1818 tuvimos en nuestras manos una noticia manuscrita sobre la Sociedad de los Teósofos que existía al comienzo de este siglo, la cual afirmaba que a través del recogimiento y de la oración se podía entrar en comunicación con los Espíritus; era probablemente la continuación de la Sociedad que nos habla Mercier. Desde el año 1800, el célebre abate Faria, de común acuerdo con un canónigo amigo suyo, antiguo misionero en Paraguay, se ocupaba de la evocación y obtenía comunicaciones escritas. Todos los días nos enterábamos que algunas personas las obtenían en París, bien antes de que en América fuera tratada la cuestión de los Espíritus. Pero es necesario decir también que antes de esta época, todos aquellos que poseían este conocimiento hacían misterio del mismo; hoy, que es de dominio público, él se populariza: he aquí toda la diferencia, y si fuese una quimera no se habría implantado en algunos años en los cinco continentes; el buen sentido ya le habría hecho justicia, precisamente porque cada uno está en condiciones de ver y de comprender. Indudablemente nadie negará el progreso que estas ideas hacen a cada día, y esto en los más esclarecidos estratos de la sociedad. Ahora bien, una idea sobre la cual se llama a la razón, que crece en pleno día por la discusión y el examen, no tiene los caracteres de una utopía.



Conversaciones familiares del Más Allá

El padre Crépin
(Sociedad, 2 de septiembre de 1859.)

Los periódicos han anunciado recientemente la muerte de un hombre que vivía en Lyon, donde era conocido con el nombre de padre Crépin. Era varias veces millonario y de una avaricia poco común. En los últimos tiempos de su existencia había ido a vivir con el matrimonio Favre, que se comprometió a alimentarlo mediante 30 centavos por día, ya hecho el descuento de 10 centavos para su tabaco. Poseía nueve casas y residía antes en una de ellas, en una especie de nicho que había mandado hacer bajo la escalera. En la fecha de cobrar los alquileres arrancaba los afiches de las calles para usar estos papeles como recibos. El decreto municipal que dejó sin efecto la exención de inmuebles le causó una violenta desesperación; hizo trámites para obtener una excepción, pero todo fue inútil. Él gritaba que estaba arruinado. Si tuviese solamente una casa, estaría resignado; pero tengo nueve –agregaba.

1. Evocación. Resp. Estoy aquí, ¿qué queréis de mí? ¡Ay! ¡Mi oro! ¡Mi oro! ¿Qué han hecho con él?

2. ¿Extrañáis la vida terrestre? –Resp. ¡Oh, sí!

3. ¿Por qué la extrañáis? –Resp. Porque no puedo tocar más mi oro, ni contarlo, ni esconderlo.

4. ¿En qué empleáis vuestro tiempo? –Resp. Estoy aún muy vinculado a la Tierra y es bien difícil que me arrepienta.

5. ¿Regresáis algunas veces para ver vuestros apreciados tesoros y vuestras casas? –Resp. Tantas veces como puedo.

6. Cuando encarnado, ¿nunca pensasteis que no llevaríais nada de eso hacia el otro mundo? –Resp. No. Mi única idea era vincularme a las riquezas para acumularlas; nunca pensé en separarme de ellas.

7. ¿Cuál era vuestro objetivo al amontonar esas riquezas que no servían para nada, ni incluso para vos, puesto que vivíais de privaciones? –Resp. Yo sentía la voluptuosidad de tocarlas.

8. ¿De dónde provenía esa sórdida avaricia? –Resp. Del goce que sentía mi Espíritu y mi corazón al tener mucho dinero. En la Tierra no he tenido sino esta pasión.

9. ¿Comprendéis que eso era avaricia? –Resp. Sí, ahora comprendo que yo era un miserable; sin embargo, mi corazón es aún muy terreno, y experimento un cierto goce al ver mi oro; pero no puedo tocarlo, y esto ya es un comienzo de punición en la vida en que estoy.

10. ¿No experimentabais, pues, ningún sentimiento de piedad para con los desdichados que soportaban la miseria, y nunca os vino el pensamiento de ayudarlos? –Resp. ¿Por qué no tenían dinero? ¡Problema de ellos!

11. ¿Os recordáis la existencia que teníais antes de la que acabáis de dejar? –Resp. Sí, yo era pastor, muy infeliz de cuerpo, pero feliz de corazón.

12. ¿Cuáles fueron vuestros primeros pensamientos cuando os reconocisteis en el mundo de los Espíritus? –Resp. Mi primer pensamiento fue el de buscar mis riquezas, y sobre todo mi oro. Cuando no vi nada más que el espacio, me sentí muy infeliz; mi corazón se despedazó y el remordimiento comenzó a apoderarse de mí. Parece que cuanto más las busco, más sufro por mi avaricia terrena.

13. ¿Cuál es ahora, para vos, la consecuencia de vuestra vida terrena? –Resp. Inútil para mis semejantes, inútil ante la eternidad e infeliz para mí ante Dios.

14. ¿Prevéis una nueva existencia corporal? –Resp. No lo sé.

15. Si tuvieseis próximamente una nueva existencia corporal, ¿cuál elegiríais? –Resp. Elegiría una existencia en que pudiera ser útil a mis semejantes.

16. Cuando encarnado no teníais amigos en la Tierra, porque un avaro como vos no puede tenerlos; ¿los tenéis entre los Espíritus? –Resp. Nunca he orado por nadie; mi ángel guardián, a quien he ofendido mucho, es el único que tiene piedad de mí.

17. En vuestra entrada al mundo de los Espíritus ¿alguien vino a recibiros? –Resp. Sí, mi madre.

18. ¿Ya habéis sido evocado por otras personas? –Resp. Una vez por personas que yo he maltratado.

19. ¿No habéis estado en África, en un Centro donde se ocupan con los Espíritus? –Resp. Sí, pero toda esta gente no tenía ninguna piedad de mí, y fue muy penoso; aquí sois compasivo.

20. ¿Os será provechosa nuestra evocación? –Resp. Muy provechosa.

21. ¿Cómo adquiristeis vuestra fortuna? –Resp. Un poco gané honestamente; pero hice mucha extorsión, y otro poco robé a mis semejantes.

22. ¿Podemos hacer algo por vos? –Resp. Sí, un poco de vuestra piedad para un alma en sufrimiento.

(Sociedad, 9 de septiembre de 1859.)
Preguntas dirigidas a san Luis, a propósito del padre Crépin

1. El padre Crépin, que hemos evocado la semana pasada, tenía un tipo raro de avaricia; él no ha podido darnos explicaciones sobre el origen de esta pasión; ¿consentiríais en suplirlo al respecto? Él nos ha dicho que había sido pastor, muy infeliz de cuerpo, pero feliz de corazón; no vemos nada en esto que pudiese desarrollar en él esta sórdida avaricia; ¿tendríais la bondad de decirnos qué la pudo engendrar? –Resp. Él era ignorante, inexperto; pidió la riqueza: le fue concedida, pero como punición por su pedido. No la pedirá más, creedlo realmente.

2. El padre Crépin nos ofrece un tipo de avaricia innoble, pero esta pasión tiene sus matices. Así, hay personas que sólo son avaras para los otros; preguntamos cuál es el más culpable: el que amontona por el placer de amontonar y se rehúsa inclusive a lo necesario, o el que, no privándose de nada, es tacaño cuando se trata de hacer el menor sacrificio para el prójimo. –Resp. Es evidente que el último es más culpable, porque es profundamente egoísta; el otro es loco.

3. En las pruebas que debe pasar para llegar a la perfección, ¿debe el Espíritu pasar por todos los géneros de tentación, y se podría decir que, para el padre Crépin, el turno de la avaricia había llegado por medio de las riquezas que estaban a su disposición, y que él sucumbió? –Resp. Esto no es general, pero es exacto para él. Sabéis que hay muchos que desde el comienzo toman un camino que los libra de muchas pruebas.

Madame de É. de Girardin, médium

Hemos extraído el siguiente artículo de la crónica del Paris-Journal (Periódico de París) Nº 44. No necesita comentarios; muestra por sí mismo que, si todos los adeptos del Espiritismo son locos, como lo dicen muy poco civilizadamente aquellos que sin ceremonia se arrogan el privilegio del buen sentido, uno se puede consolar e incluso honrar de ir a los manicomios en compañía de inteligencias del temple de Madame de Girardin y de tantos otros.

“El otro día os prometí la historia de Madame de Girardin y de un célebre doctor; os la contaré hoy, porque he obtenido permiso para hacerlo; es una historia muy curiosa. Permaneceremos aún en lo sobrenatural, con lo cual nos ocupamos más que nunca, nosotros que, por razones de oficio, tomamos el pulso de París y lo encontramos en un rápido acceso de fiebre ardiente al respeto. Decididamente, para la imaginación humana hay una necesidad de saber el futuro y de penetrar los misterios de la Naturaleza. Cuando vemos a inteligencias como la de Delphine Gay entregarse a esas prácticas, que consideramos pueriles, no podemos negarle una cierta importancia, sobre todo cuando apoyadas en testimonios irrecusables, tales como éste que os hablo y que iréis conocer –me refiero al testimonio y no al doctor, entiéndase bien.

“Madame de Girardin tenía una tablita y un lápiz; los consultaba sin cesar. Así obtenía conversaciones con muchas celebridades de la Historia, sin contar con el diablo que también se metía en aquéllas. Una noche, él mismo se reveló ante un personaje serio que no le tuvo miedo, ya que su atribución es la de expulsarlo. La gran Delphine no hacía nada sin consultar su tablita; ella le pedía consejos literarios que ésta no negaba de forma alguna; los mismos eran, incluso para la ilustre poetisa, de una severidad magistral. Así, la tablita le repetía sin cesar que no hiciese más tragedias sin tomar en consideración los maravillosos versos que componen Judith y Cleopatra. ¿Quiénes son los que van a ver la representación de una tragedia? Los fanáticos de la poesía dramática. ¿Qué buscan ellos en una tragedia? Buscan los bellos versos que emocionen y conmuevan, y Judith y Cleopatra están llenos de esos pensamientos de mujer, expresados por una mujer de espíritu y de un corazón eminentes, cuyo talento no es discutido por nadie. En fin, la tablita no quería más aquello y se obstinaba en la prosa y en la comedia; la misma colaboraba en los desenlaces y corregía sus extensiones.

No sólo Delphine le confiaba sus trabajos literarios, sino que ella también le contaba sus sufrimientos y pedía consejos para su salud. ¡Ay! Esos consejos, dictados por la imaginación de la enferma o por el demonio, han contribuido para llevarla de nosotros. Ella tomaba remedios increíbles, como rebanadas de pan con manteca y pimienta, morrones, todos instrumentos de destrucción para un organismo enfermizo como el suyo. De esto han sido encontradas pruebas después de su muerte, de la cual sus amigos y admiradores nunca se consolarán.

“Todo el mundo conocía a Chassériau, el cual también fue llevado en la flor de la edad. Hizo de memoria un soberbio retrato de la bella difunta; del retrato hicieron un grabado, que hoy está por todas partes. Él llevó el retrato al doctor en cuestión y le preguntó si estaba contento; éste hizo algunas leves observaciones. El pintor ya iba a concordar con las mismas, cuando ambos tuvieron la idea de dirigirse al propio modelo. Ellos pusieron las manos sobre la tablita y Madame de Girardin se manifestó casi inmediatamente. Se comprende cuál fue su emoción. Interrogada sobre el retrato, ella dijo que no estaba perfecto, pero que no debían retocarlo porque corrían el riesgo de desvirtuarlo, siendo el parecido muy difícil de captar cuando sólo se tiene como guía la memoria. Le hicieron otras preguntas; a unas se rehusó en responder y a otras contestó.

“Le preguntaron en qué lugar ella estaba.

“–No quiero decirlo –replicó.

“Y a pesar de todos los ruegos no pudieron obtener nada al respecto.

“–¿Sois feliz?

“–No.

“–¡¿Por qué?!

“–Porque no puedo más ser útil a aquellos a quien amo.”

Permaneció obstinadamente muda mientras le hablaban de la otra vida y no dio información alguna; ni siquiera dijo si esto le era prohibido o si obraba así por propia voluntad. Después de una larga conversación ella se retiró. Fue hecha el acta de esta sesión. Ambos testigos se quedaron tan impresionados que después no intentaron conversar nuevamente. El doctor podía ahora evocar al que lo había ayudado en aquel día y tener esos dos grandes Espíritus en su tablita. ¡Cómo todo pasa en este mundo! ¡Y cuántas enseñanzas hay en estos hechos extraños, si los tomamos desde el punto de vista filosófico y religioso!”

Las mesas voladoras

Con este título encontramos el siguiente artículo en L’Illustration (La Ilustración) de 1853, precedido por constreñidas bromas, por las cuales pedimos disculpas a nuestros lectores. “¡Claro que se trata de las mesas giratorias! ¡He aquí las mesas voladoras! Y no es de hoy que el fenómeno se produce: existe desde hace muchos años. ¿Dónde? –os preguntáis. Palabra de honor que es un poco lejos: ¡de Siberia! Un diario ruso, Sjévernava Plschelà o La Abeja del Norte, en su número del 27 de abril último, habla sobre el tema en un artículo del Sr. Tscherepanoff, que ha viajado a la región de los calmucos. He aquí un extracto: "Es preciso saber que los lamas –sacerdotes de la religión budista, a la cual adhieren todos los mongoles y los rusos de Bureya–, semejantes a los sacerdotes del antiguo Egipto, no comunican los secretos que han descubierto, sino que, al contrario, se sirven de los mismos para aumentar la influencia que ejercen sobre un pueblo naturalmente supersticioso. Es así que ellos afirman poder encontrar objetos robados y, a este efecto, se valen de la mesa voladora. Las cosas suceden de la siguiente manera:

"La víctima del robo se dirige al lama, solicitándole que le revele el lugar donde los objetos han sido escondidos. El sacerdote del Buda pide dos o tres días, a fin de prepararse para esa grave ceremonia. Al terminar el plazo, se sienta en el suelo, coloca delante suyo una pequeña mesa cuadrada, pone la mano encima y comienza a leer algo ininteligible, lo que dura alrededor de media hora. Después de balbucir alguna cosa, él se yergue –manteniendo siempre la mano en la misma posición que antes– y la mesa se levanta en el aire. El lama se pone de pie en toda su grandeza; lleva la mano arriba de su cabeza y la mesa sube a la misma altura; da un paso hacia delante y el mueble sigue en el aire su ejemplo; el lama va hacia atrás y el mueble hace lo mismo; en resumen, la mesa toma varias direcciones y termina por caer en el suelo. En esta dirección principal que la mesa toma es que está el lugar procurado. Creyéndose en los relatos de los habitantes, hubo casos en que la mesa fue a caer exactamente en el lugar en que se encontraba el objeto robado.

"En la experiencia que el Sr. Tscherepanoff asistió, la mesa voló hasta una distancia de 15 toesas. El objeto robado no fue encontrado enseguida; pero en la dirección indicada por el mueble residía un campesino ruso que notó la señal y en el mismo día se quitó la vida. Su muerte súbita despertó sospechas; investigaciones fueron hechas en su domicilio y allí encontraron lo que buscaban. El viajero vio otras tres experiencias, pero ninguna de éstas dio resultado. La mesa no quiso moverse; además, los lamas no tuvieron dificultades en explicar esta inmovilidad; si el mueble no se movía es porque los objetos no podían ser encontrados.

"El Sr. Tscherepanoff fue testigo de ese fenómeno en 1831, en la ciudad de Jelancy: ‘Yo no creía en lo que veían mis ojos –dijo él; estaba persuadido de que había allí algún escamoteo y que el lama se valía de una cuerda hábilmente disimulada o de un alambre para levantar la mesa en el aire; pero, al observar de cerca, no percibí ningún rastro de cuerda fina ni de alambre; la mesa era una tabla bastante fina de pino, la cual no pesaba más que una libra y media. Hoy estoy persuadido que el fenómeno es producido por las mismas causas que el de la danza de las mesas’.

"Así, los jefes de la secta de los Espíritus, que creían haber inventado la table-moving, no han hecho más que retomar una invención desde hace mucho tiempo conocida entre otros pueblos. Nihil sub sole novi, decía Salomón. ¡Quién sabe si, en el tiempo del propio Salomón, no era conocida la manera de hacer girar a las mesas!... ¿Qué digo? Este procedimiento era conocido mucho antes del digno hijo de David. Leed el North-China-Herald (Heraldo del Norte de China), citado por la Gazette d’Augsbourg (Gaceta de Augsburgo) del 11 de mayo, y veréis que los habitantes del Imperio Celestial se divertían con este juego desde tiempos inmemoriales."

Ya hemos dicho centenas de veces que, al estar en la Naturaleza, el Espiritismo es una de sus fuerzas, y los fenómenos que derivan de Él han debido producirse en todos los tiempos y entre todos los pueblos, interpretados, comentados y adaptados según las costumbres y el grado de instrucción. Nunca hemos pretendido que fuese una invención moderna; cuanto más avanzamos, más iremos descubriendo los trazos que Él ha dejado por todas partes y en todas las edades. Los modernos no tienen otro mérito que el de haber despojado dichas costumbres del misticismo, de la exageración y de las ideas supersticiosas de los tiempos de ignorancia. Es impresionante constatar que la mayoría de los que hablan del Espiritismo con tanta ligereza, nunca se han tomado el trabajo de estudiarlo. Lo juzgan por una primera impresión, por haber oído rumores la mayoría de las veces, sin conocimiento de las causas, y se quedan sorprendidos cuando les mostramos –en el fondo de todo esto– uno de los principios que conciernen a los más graves intereses de la Humanidad. Y no se piense que aquí tratamos solamente del interés del otro mundo; aquel que no se detiene en la superficie ve sin dificultad que Él toca en todas las cuestiones vitales del mundo actual. ¿Quién habría pensado antaño que una rana, danzando en un plato al contacto con una cuchara de plata, daría origen a un medio de comunicarnos en algunos segundos de un extremo al otro de la Tierra, dirigiría el rayo y produciría una luz parecida con la del Sol? Paciencia, señores sarcásticos: de una mesa que danza podrá muy bien salir un gigante que ponga vuestros sarcasmos a un lado. Al paso que van las cosas, esto no comienza mal.

ALLAN KARDEC





Noviembre

¿Se debe publicar todo lo que dicen los Espíritus?

Esta pregunta nos ha sido dirigida por uno de nuestros corresponsales y la responderemos con la siguiente pregunta: ¿Sería bueno publicar todo lo que dicen y piensan los hombres? Cualquiera que tenga una noción del Espiritismo, aunque sea poco profunda, sabe que el mundo invisible es compuesto por todos aquellos que han dejado en la Tierra su envoltura visible; pero al despojarse del hombre carnal, no por esto todos se han revestido de la túnica de los ángeles. Por lo tanto, hay Espíritus de todos los grados de saber y de ignorancia, de moralidad y de inmoralidad: he aquí lo que es preciso no perder de vista. No olvidemos que entre los Espíritus hay, como en la Tierra, seres ligeros, inconsecuentes y burlones; pseudosabios, vanos y orgullosos, de un saber incompleto; hipócritas, malévolos y, lo que nos parecería inexplicable si de algún modo no conociésemos la fisiología de ese mundo, los hay sensuales, viles y crápulas que se arrastran en el lodo. Al lado de eso tenéis, siempre como en la Tierra, a los seres buenos, humanos, benévolos, esclarecidos, sublimes de virtudes; pero como nuestro mundo no está ni en la primera ni en la última posición, aunque sea más vecino de la última que de la primera, resulta de esto que el mundo de los Espíritus reúne a seres más avanzados intelectual y moralmente que nuestros hombres más esclarecidos, y a otros que aún están por debajo de los hombres más inferiores. Desde que esos seres tienen un medio patente de comunicarse con los hombres, de expresar sus pensamientos por signos inteligibles, sus comunicaciones deben ser el reflejo de sus sentimientos, de sus cualidades o de sus vicios; aquellas serán ligeras, triviales, groseras, incluso indecentes, o eruditas, sabias y sublimes, según su carácter y su elevación. Los Espíritus se revelan por su lenguaje; de ahí la necesidad de no aceptar ciegamente –de forma alguna– todo lo que viene del mundo oculto, y de someterlo a un control severo. Con las comunicaciones de ciertos Espíritus, del mismo modo que con los discursos de ciertos hombres, se podría hacer una compilación muy poco edificante. Tenemos ante nuestros ojos una pequeña obra inglesa, publicada en América, que es la prueba de esto, y de cuya lectura podemos decir que una madre no recomendaría a su hija; es por eso que nosotros no la recomendamos a nuestros lectores. Hay personas que piensan que esto es gracioso y divertido; que se diviertan en la intimidad, pero que lo guarden para sí mismas. Lo que todavía es menos concebible es que ellas se jactan de obtener comunicaciones inconvenientes; es siempre un indicio de simpatías que no tienen motivo para envanecerse, sobre todo cuando esas comunicaciones son espontáneas y persistentes, como ocurre con ciertas personas. Sin duda que esto no prejuzga en nada su moralidad actual, porque encontramos a los afligidos con este género de obsesión, al cual su carácter no se presta de modo alguno a eso; sin embargo, este efecto debe tener una causa, como todos los efectos; si no se la encuentra en la presente existencia, es preciso buscarla en una existencia anterior. Si no está en nosotros, está fuera de nosotros, pero siempre se hallan en esa situación por algún motivo, aunque sea por debilidad de carácter. Conocida la causa, depende de nosotros hacerla cesar.

Al lado de esas comunicaciones francamente malas y que chocan a cualquier oído delicado, hay otras que son simplemente triviales o ridículas; ¿hay inconvenientes en publicarlas? Si son dadas por lo que valen, acarrean algún daño; si son dadas como estudio del género, con las debidas precauciones y con los comentarios y correcciones necesarias, pueden incluso ser instructivas en lo que dan a conocer todos los aspectos del mundo espiritual; con prudencia y cuidados, todo puede ser dicho; pero el mal es dar como serias a las cosas que están en contra del buen sentido, de la razón o de las conveniencias; en este caso, el peligro es mayor de lo que se piensa. En primer lugar, estas publicaciones tienen como inconveniente inducir al error a las personas que no están en condiciones de profundizar y de discernir lo verdadero de lo falso, sobre todo en una cuestión tan nueva como el Espiritismo; en segundo lugar, son armas suministradas a los adversarios que no pierden la ocasión de presentar argumentos contra la alta moralidad de la enseñanza espírita; porque –lo decimos una vez más– el mal es dar como serias a las cosas notoriamente absurdas. Inclusive algunos pueden ver una profanación en el papel ridículo que se da a ciertos personajes justamente venerables, y a los cuales se les atribuye un lenguaje indigno de ellos. Los que han estudiado a fondo la ciencia espírita saben a qué atenerse al respecto; saben que los Espíritus burlones no dejan de adornarse con nombres respetables; pero también saben que esos Espíritus no abusan sino de los que permiten dicho abuso, y no saben o no quieren desbaratar sus artificios por los medios de control que conocemos. El público, que no sabe esto, sólo ve una cosa: un absurdo ofrecido gravemente a su admiración; esto hace que él diga: Si todos los espíritas son así, ellos merecen el epíteto con el cual se los califica. Sin duda alguna, este juicio no tiene consideración; con razón, vosotros los acusáis de ligereza; decidles: Estudiad la cuestión y no veáis solamente un lado de la medalla. Pero hay tantas personas que juzgan a priori, sin darse al trabajo de doblar la hoja, sobre todo cuando falta buena voluntad, que es necesario evitar todo lo que pueda darles motivos, porque si a la mala voluntad se junta la malevolencia –lo que es muy común–, dichas personas se quedarán encantadas por encontrar donde criticar.

Más tarde, cuando el Espiritismo estuviere más popularizado, más conocido y comprendido por las masas, esas publicaciones no tendrán mayor influencia de lo que hoy tendría un libro con herejías científicas. Hasta entonces, nunca sería demasiada la circunspección, porque hay publicaciones que pueden dañar esencialmente a la causa que quieren defender, incluso bien más que los ataques groseros y que las injurias de ciertos adversarios: si algunas fuesen hechas con tal objetivo, no tendrían mejor éxito. El error de ciertos autores es el de escribir sobre un tema antes de haberlo profundizado suficientemente, dando así lugar a una crítica fundamentada. Se quejan del juicio temerario de sus antagonistas, sin prestar atención de que a menudo son ellos mismos que muestran su punto débil. Además, a pesar de todas las precauciones, sería presuntuoso creerse al abrigo de toda crítica: primero, porque es imposible contentar a todo el mundo; segundo, porque hay personas que se ríen de todo, inclusive de las cosas más serias, unas por su estado, otras por su carácter. Se ríen mucho de la religión, por lo que no es sorprendente que se rían de los Espíritus, que no conocen. Si al menos sus bromas fuesen espirituosas, habría una compensación; pero infelizmente, en general, no brillan por su delicadeza, ni por su buen gusto, ni por la urbanidad y aún menos por la lógica. Hagamos entonces lo mejor, porque al poner de nuestro lado la razón y la compostura, pondremos a un lado a los sarcásticos.

Esas consideraciones han de ser comprendidas fácilmente por todos; pero hay una no menos esencial que se relaciona con la propia naturaleza de las comunicaciones espíritas y que no debemos omitir: los Espíritus van adonde encuentran simpatía y adonde saben que serán escuchados. Las comunicaciones groseras e inconvenientes, o sencillamente falsas, absurdas y ridículas, sólo pueden emanar de Espíritus inferiores: el simple buen sentido así lo indica. Esos Espíritus hacen lo que hacen los hombres que son escuchados con complacencia: se vinculan a aquellos que admiran sus tonterías, y frecuentemente se apoderan de ellos y los dominan a punto de fascinarlos y subyugarlos. La importancia que se da a sus comunicaciones, por la
publicidad de las mismas, los atrae, los estimula y los anima. El único y verdadero medio para alejarlos es probarles que uno no se deja engañar, rechazando implacablemente como apócrifo y sospechoso todo lo que no sea racional, todo lo que desmienta la superioridad que se atribuye al Espíritu que se manifiesta y de cuyo nombre él se revista: entonces, cuando ve que pierde su tiempo, se retira.

Creemos haber respondido suficientemente a la pregunta de nuestro corresponsal sobre la conveniencia y la oportunidad de ciertas publicaciones espíritas. Publicar sin examen o sin correcciones todo lo que venga de esa fuente, sería dar prueba –según nosotros– de poco discernimiento. Tal es, al menos, nuestra opinión personal, que entregamos a la apreciación de los que, estando desinteresados en la cuestión, pueden juzgar con imparcialidad al poner a un lado toda consideración individual. Como todo el mundo, tenemos el derecho de expresar nuestra manera de pensar sobre la ciencia que es el objeto de nuestros estudios, y de tratarla a nuestra manera, sin pretender imponer nuestras ideas a quien quiera que sea, ni darlas como leyes. Los que comparten nuestra manera de ver es porque creen, como nosotros, estar con la verdad; el futuro mostrará quién está errado y quién está con la razón.



Médiums sin saberlo

En la sesión de la Sociedad del 16 de septiembre de 1859 se han leído diversos fragmentos de un poema del Sr. de Porry, de Marsella, intitulado Urania. Como se ha hecho observar, en ese poema abundan ideas espíritas que parecen haber sido extraídas en la propia fuente de El Libro de los Espíritus. Entretanto, ha sido constatado que a la época en que el autor escribió dicho poema, él no tenía ningún conocimiento de la Doctrina Espírita. Nuestros lectores han de apreciar que les demos algunos fragmentos del mismo. Ciertamente ellos se recuerdan lo que se ha dicho sobre la manera por la cual el Sr. de Porry ha escrito su poema, manera que parece revelar en él una especie de mediumnidad involuntaria. (Ver el número del mes de octubre de 1859, página 270). Además, los Espíritus que nos rodean ejercen sobre nosotros, con nuestro desconocimiento, una influencia incesante, aprovechando las disposiciones que encuentran en ciertos individuos, para hacer de éstos los instrumentos de las ideas que quieren expresar y llevar al conocimiento de los hombres; por lo tanto, esos individuos son verdaderos médiums sin saberlo, y para esto no necesitan estar dotados de mediumnidad mecánica. Todos los hombres de genio, poetas, pintores, músicos están en este caso; ciertamente su propio Espíritu puede producir por sí mismo, si está lo bastante avanzado para esto. Pero muchas ideas también pueden venirle de otra fuente; y al pedir inspiración, ¿no parece que están haciendo un llamado? Ahora bien, ¿qué es esa inspiración si no una idea sugerida? Aquello que se extrae de lo íntimo no es inspirado: uno lo tiene y no hay necesidad de recibirlo. Si el hombre de genio sacase todo de sí mismo, ¿por qué entonces le faltarían ideas en el momento en que las busca? ¿No sería capaz de extraerlas en su cerebro, como aquel que tiene dinero y lo saca del bolsillo? Si en un momento dado no encuentra nada, es porque nada tiene. ¿Por qué, pues, cuando menos lo espera, las ideas surgen como por sí mismas? ¿Podrían los fisiólogos explicarnos este fenómeno? ¿Han buscado alguna vez resolverlo? Ellos dicen: El cerebro produce hoy, pero mañana no producirá; ¿pero por qué mañana no producirá? Se limitan a decir que es porque ha producido en la víspera. Según la Doctrina Espírita, el cerebro puede siempre producir lo que está en él: he aquí por qué el hombre más inepto encuentra siempre algo para decir, aunque sea una tontería; pero las ideas de las cuales no somos los dueños, no son nuestras; ellas nos han sido sugeridas. Cuando la inspiración no viene, es porque el inspirador no está allí o porque no juzga conveniente comunicarse. Nos parece que esta explicación es mejor que la otra. Se podría objetar que el cerebro, al no producir, no debería fatigarse. Esto sería un error; el cerebro no deja de ser el canal por donde pasan las ideas ajenas, el instrumento que ejecuta. ¿El cantante no cansa los órganos de su voz, aunque la música no sea de él? ¿Por qué entonces el cerebro no habría de fatigarse al expresar las ideas de las que está encargado de transmitir, aunque no las haya producido? Sin duda es para darle el reposo necesario a la adquisición de nuevas fuerzas, que el inspirador le impone un intervalo.

También se puede objetar que ese sistema le saca al productor su mérito personal, puesto que atribuye sus ideas a una fuente ajena. A esto respondemos que, si las cosas suceden así, no hay nada que hacer y que no vemos en eso una gran necesidad de vestirse con plumas ajenas. Pero esta objeción no es seria: primero, porque no hemos dicho que el hombre de genio no pueda extraer de lo íntimo alguna cosa; segundo, porque las ideas que le han sido sugeridas se confunden con las suyas, y nada las distingue. Así, no es reprobable por atribuirse tales ideas, a menos que, habiéndolas recibido a título de comunicación espírita comprobada, quisiese tener la gloria de las mismas, lo que podría llevar a los Espíritus a hacerlo pasar por algunas decepciones. En fin, diremos que si los Espíritus sugieren grandes ideas a un hombre, de esas ideas que caracterizan al genio, es porque lo juzgan capaz de comprenderlas, de elaborarlas y de transmitirlas; no tomarían a un imbécil como intérprete. Por lo tanto, uno puede sentirse siempre honrado en recibir una bella y gran misión, sobre todo si el orgullo no la desvía de su objetivo loable y no la hace perder su mérito.

Si los siguientes pensamientos son del Espíritu personal del Sr. de Porry o si le han sido sugeridos por vía mediúmnica indirecta, esto no disminuye el mérito del poeta, porque si la idea primera le ha sido dada, no se le podrá discutir el honor de haberla elaborado.



Urania

Fragmentos de un poema del Sr. de Porry, de Marsella ¡Abríos a mis clamores, velos del santuario!

¡Que el bueno se ilumine y se estremezca el malvado!
Una luz divina me inunda, y mi pecho al agitar,
¡A raudales refulgentes hace brotar la verdad!
Vosotros, graves pensadores cuyos trabajos célebres
Prometen la luz y ofrecen noches lúgubres,
Que con sueños mentirosos y prestigios vanos
Arrulláis sin cesar los dolores humanos,
¡Concilios de eruditos, de tanto orgullo infundidos,
Por la voz de una mujer seréis confundidos!
Ese Dios, que queréis del Universo suprimir,
O que locamente pretendéis definir,
Con vanos sistemas queréis sondear su esencia,
Y pese a todo se revela a vuestra conciencia;
Hasta que, entregados a sutiles debates,
¡Lo proclaman en secreto, en voz alta lo combaten!
Todo por su voluntad nace y se renueva:
Es la Vida Eterna y la Base Suprema;
Todo en Él reposa: el espíritu y la materia;
¡Si retirara su soplo… el Universo perecería!
El ateo ha dicho un día: «Dios es sólo una quimera,
E hija del azar, la vida es pasajera,
El mundo, donde al nacer fue echado el hombre en su debilidad,
Es regido por las leyes de la necesidad.
Cuando la muerte apaga los sentidos y el alma,
El abismo de la nada de nuevo nos reclama;
La Naturaleza, inmutable en su curso eterno,
Acoge nuestros restos en su seno materno.
Usemos los breves instantes que sus favores nos donen;
Que nuestras frentes radiantes de rosas se coronen;
Dios sólo es placer: en nuestros banquetes constantes,
¡Desafiemos la ira de los destinos cambiantes!»

Mas cuando tu conciencia, íntima vengadora,
¡Insensato! Te reproche una culpa embriagadora,
El indigente rechazado por un gesto inhumano,
O el crimen impune con que manchaste tu mano,
¿Será que del seno oscuro de la materia sin vida
Brota en tu corazón la inoportuna luz cristalina
Que devolviendo siempre tus fechorías ante tus ojos,
Te espanta y te vuelve a ti mismo tan odioso?
Entonces, del Soberano que tu audacia rechaza
Sientes el poder infinito que por ti pasa;
Él te acosa, te asedia y, pese a tu esfuerzo violento,
¡Se revela a tu corazón con el grito del remordimiento!...
Evitando a los humanos, quebrado por la maldad,
Buscas de la espesura la negra soledad;
Y al andar sus salvajes recodos, crees que consigues,
¡Escapar a ese Dios que siempre te persigue!
El tigre feliz duerme sobre su presa en jirones:
El hombre, cubierto de sangre, vela entre nubarrones;
Su vista deslumbrada por horroroso fulgor;
Su cuerpo tiembla inundado en frío sudor;
Un ruido sordo y siniestro en sus oídos truena;
Espectros peligrosos lo escoltan, lo rodean;
Y su voz, que una temible confesión formula en el vacío,
Exclama con terror: ¡Piedad, piedad, Dios mío!
Sí, el remordimiento, verdugo de todo ser que piensa,
Nos revela con Dios nuestra inmortal esencia;
Y a menudo la virtud de un arrepentimiento notable
En un glorioso mártir transforma al vil culpable;
De los brutos separando la humana criatura,
El remordimiento es la llama donde nuestra alma se depura;
Y el ser regenerado por su aguijón,
En la escalera del bien avanza un escalón.
Sí, la verdad brilla, y del soberbio ateo
Por sus rayos vengadores es rechazado el planteo.
A su vez a exponer viene el panteísmo
De su loco argumento el capcioso espejismo:
«Oh, mortales fascinados por un sueño risible,
¿Dónde encontraréis a ese Gran Ser invisible?
Está ante vuestros ojos, el Eterno Gran Todo;
Todo forma su esencia, en Él se resume todo;
Dios brilla en el sol, reverdece en la floresta,
Ruge en el volcán y truena en la tormenta,
Florece en los jardines, murmura en el agua bajo las naves,

Suspira suavemente en la voz de las aves,
Y pinta en los aires los tejidos diáfanos;
Es Él que nos anima y mueve nuestros órganos;
Es Él que piensa en nosotros; los seres diversos
Son Él mismo; en una palabra: Dios es el Universo.»
¡Cómo! ¡Dios se manifiesta de sí mismo oponente!
¡Es cordero y lobo, es tórtola y serpiente!
Se vuelve a veces piedra, a veces planta o animal;
Su naturaleza contraria conjuga el bien y el mal,
¡Recorre los grados desde el bruto hasta el arcángel!
¡Eterna antítesis, es luz y es barro frágil!
Es pequeño y grande, cobarde y valiente,
¡Inmortal y moribundo, dice la verdad y miente!...
Es al mismo tiempo víctima y opresor,
Cultiva la virtud, se revuelca en el crimen y el error;
Es al mismo tiempo Lamettriey Platón,
Sócrates y Melito, Marco Aurelio y Nerón;
¡Servidor de la gloria y la ignominia ciega...!
¡A sí mismo a su vez se afirma y se niega!
Contra su propia esencia afila el hierro,
Se consagra al paraíso, se condena al infierno,
Invoca la nada; y para colmo de ultraje,
¡Su voz burla y maldice de su magnífica obra el paisaje!...
¡Oh! No, mil veces no, ese dogma monstruoso
Jamás pudo nacer de un corazón virtuoso.
Hundido en sus remordimientos donde el crimen se expía,
El temerario autor de la doctrina impía,
En el seno de los placeres, se sintió espantar
Por la imagen de un Dios que no pudo negar;
Y para liberarse de Él, ¡blasfemo entre blasfemos!...
Lo ha unido a sí mismo y al mundo que vemos.
El ateo al menos, presa de igual traba,
Osando negar a Dios, no lo degrada.
...................................

Dios, al que la raza humana ha buscado sin cesar,
Dios quiere que se lo adore, no que se lo conozca al pasar,
Es de los diversos seres, el principio y el destino:
Pero, para llegar hasta Él ¿cuál es pues el camino?
No es la Ciencia, efímero espejismo, farsante,
Que fascina nuestros ojos con su imagen brillante,
Que burlando siempre un deseo sin fuerza,
Desaparece bajo la mano que atraparla piensa.

Eruditos, que escombros sobre escombros amontonan,
¡Vuestros sistemas vanos como sombras pasan!
Ese Dios, que sin perecer nadie puede ver,
Cuya esencia guarda un terrible poder,
Mas que por sus hijos nutre un amor tierno,
¡A menos de igualarlo, no puedes comprenderlo!
¡Ah! Para unirse a Él, para reencontrarlo un día en su fulgor,
El alma debe tomar prestadas las alas del Amor.
Echemos al viento el orgullo y las cenizas de la duda;
Dios mismo a los creyentes allanará la ruta:
Su amor infinito nunca se ha alejado
Del alma que con sinceridad lo ha buscado,
Y que, pisoteando las riquezas y los placeres de la vida
A confundirse con su pura esencia aspira.
Pero ese Dios, que al corazón quiere humilde y piadoso,
Que destierra de su seno al déspota orgulloso,
Que se oculta del sabio, que se entrega al prudente,
No tolera compartir, como un celoso amante;
Y para agradarle es necesario a los mundanos prestigios
Oponerles constantemente inflexibles desprecios.
¡Felices pues sus hijos que, en soledad,
De lo bueno, verdadero y bello hacen su única heredad!
¡Feliz pues el hombre justo, absorto por entero
En el triple fulgor de ese divino foco primero!
En medio de las penas cuyo cortejo abunda, profundo,
En el círculo estrecho de nuestro pobre mundo,
Parecido al oasis que florece en el desierto,
El tesoro de la Fe para su alma está abierto;
Y Dios, sin mostrarse, en su corazón se insinúa,
Y le brinda una alegría para el vulgo ignorada, pura.
Entonces, de su destino el prudente está satisfecho;
De una calma inalterable guarda el provecho;
De un velo estrellado cuando la noche lo rodea,
En su lecho apacible se duerme, y saborea,
En los sueños brillantes que embriagan su corazón,
El celestial gusto anticipado de la suprema unción.
Tu alma, alterada por la ardiente sed de la verdad,
¿De la Creación el misterio pretende sondear?...
Como un pintor ha conocido primero en su alma fiel
La obra maestra encantadora que da a luz su pincel,
El Eterno extrae todo de su propia natura,
Pero no se confunde con su criatura

Quien, de la inteligencia habiendo recibido el fuego,
Es libre de elevarse a Dios o de caer ciego.
Obra de su Pensamiento, de su palabra obra,
Cada creación de su seno parte… y vuela sin demora,
En un círculo por inflexibles leyes trazado,
A cumplir el destino cuya elección ha marcado.
Como el artista, Dios piensa antes de producir.
Como él, lo que ha creado podrá destruir;
Ahora bien, fuente inagotable de seres diversos
Y de mundos sembrados en el inmenso Universo,
Dios, la Fuerza sin freno, de su Vida de eterno esplendor,
A sus creaciones transmite una chispa, su fulgor,
El libro o el cuadro por el artista inventado,
Producto inerte, inmóvil, yace atrapado;
Pero el Verbo que brota de su Omnipotencia,
Se libera y alumbra su propia existencia;
Sin cesar se transforma y jamás perece;
Del inerte metal hacia el espíritu reluce,
El Verbo creador duerme en la planta,
Sueña en el animal y en el hombre despierta;
De grado en grado sube y crece,
De la Creación la unidad resplandece,
En los mares de éter forma una cadena inmensa
Que en el arcángel termina, que en la piedra comienza.
Obedeciendo a las leyes que rigen sus medios,
Cada elemento se acerca o aleja de Dios;
Ya sea que al mal sucumba o al bien se consagre,
Cada ser inteligente según su voluntad se eleva o cae.
Ahora bien, si el hombre al vivir en la atmósfera del mal,
Se rebaja por el crimen al lugar del animal,
En ángel puede transformarse, y este ángel
Paso a paso puede devenir arcángel.
En su trono brillante este arcángel sentado,
Es libre de guardar su personalidad, a su agrado,
O de identificarse en el seno de la Omnipotencia
Que puede asimilar una perfecta esencia.
Así más de un arcángel, en celeste mansión,
Con Dios se reunió por un exceso de amor;
Pero otros, celosos de su gloria suprema,
Fascinados por el orgullo, ese padre del odio que envenena,
Han querido de lo Más Alto discutir los decretos,
Y sumergirse en la noche que oculta sus secretos;

Ese Dios cuya mirada los reduciría a polvo,
Los tiznó apenas con su ardiente rayo.
Desde entonces, en el Universo errantes, desfigurados,
Por el asalto de los remordimientos devorados,
Esos ángeles perdidos por su audacia funesta,
Ya no osan mostrarse ante el pórtico celeste;
Y la vergüenza, afilando su aguijón interno,
Entrega su corazón rebelde a los tormentos del infierno,
Mientras el hombre puro cuyas pruebas supera,
De triunfo en triunfo al paraíso se eleva.
Esos mundos diversos en el infinito sembrados,
Que hieren tu mirada con sus rayos inflamados,
Que giran en el éter del vacío universal,
Así como los Espíritus, en escalas agrupados están.
De globos diversos esos luminosos haces
Son vastas estancias, celestes naves
Donde singlan en el espacio, a enormes distancias,
De Espíritus graduados las cohortes inmensas.
Hay mundos puros y mundos horribles:
Sin trabas reinan en los mundos felices,
Tres principios divinos: honra, amor, justicia,
Del orden social cimentando el edificio con pericia;
Sin cesar queridos por todos sus habitantes,
De su felicidad son testimonio constante.
Otros globos, entregados a insolente extravío,
De los ángeles rebeldes han seguido el vestigio:
Esos mundos, de su propia desdicha artesanos,
La ley de Dios han sustituido por la de sus propias manos;
Y en su suelo, donde brama una horrible tormenta,
La multitud de sus huestes impuras se lamenta.
Nuestro globo novicio, en sus pasos cansinos,
Flota hasta hoy entre esos dos destinos.
Si ha ultrajado la moral, si a la Naturaleza ultrajó,
Cuando un globo del crimen la medida colmó;
Y sus huéspedes hundidos en placeres ardientes,
Han cerrado sus oídos a la voz de los videntes;
Cuando del Verbo Divino la más ligera pista
En ese mundo cegado se disipa y se eclipsa,
Entonces del Omnipotente la ira se desencadena
Desciende sobre el rebelde y a expiar le ordena:
Los arcángeles justicieros con sus alas poderosas
Golpean la tierra impía… y sus mareas caudalosas,

Desde una inmensa altura sus niveles superando,
Precipitan sus aguas en el suelo arrasado;
En los volcanes subterráneos estalla y arde la llama,
Los pedazos de ese mundo en el éter desparrama;
Y el Ser Soberano cuya ira despertó,
¡Quiebra ese globo impuro que en Él no creyó!
Nuestra Tierra endeble es una estancia de pruebas
Donde el justo que sufre, de sus lágrimas abreva,
Lágrimas que, al purificar poco a poco su corazón,
Preparan su camino hacia un mundo mejor.
Y no es en vano, cuando el descanso nos sumerge, risueños,
En los dulces arrebatos de la embriaguez de un sueño,
Con un rápido impulso somos llevados adelante
Hacia un astro nuevo de claridad radiante;
Y sobre vastas florestas creemos vagar
Por un pueblo de honestos recorridas sin cesar;
Vemos ese globo iluminado de soles
Con rayos blancos, colorados, azules,
Cruzan por los aires sus tintes dorados,
¡Colorean esos bellos campos con tonos variados!...
Si tu corazón en este mundo se mantiene virtuoso,
Habrás de dirigirte hacia esos globos preciosos
Donde la paz regocija, donde habita la sabiduría,
Donde reina de la felicidad la eterna soberanía.
Sí, tu alma las ve, esas radiantes mansiones
Que el Cielo siempre embellece con sus favores,
Donde el Espíritu se depura y se eleva de grado en grado,
Mientras el perverso sigue un camino alocado,
Y del reino del mal recorriendo los enclaves,
Desciende uno por uno a los abismos infernales.
Espejo donde el Universo refleja su imagen,
Nuestra alma presagia esos destinos que difieren.
El alma, esa fuerza viva que domina los sentidos,
Que sus mínimos deseos de inmediato han obedecido,
Que, como llama cautiva en un vaso de barro,
Consume en sus transportes su traje delicado;
El alma, que del pasado guarda el souvenir
Y sabe leer a veces en el oscuro porvenir,
No es una efímera centella del fuego vital:
Tú mismo lo sientes, tu alma es inmortal.
En los campos del espacio y de la eternidad,
Conserva su permanencia y su identidad,

No, el alma nunca muere, sólo cambia su dominio,
Y por siempre se pasea de sitio en sitio.
Nuestra alma, aislándose del mundo exterior,
A veces puede conquistar un sentido superior;
Y en la embriaguez del sueño magnético,
Hacerse de una nueva vista y del don profético;
Liberada un instante de los terrestres lazos,
Sin obstáculos recorre los aéreos campos;
Y con un ágil salto, al infinito arrojada de repente,
Vuela a través de los cuerpos y lee la mente.


Swedenborg

Swedenborg es uno de esos personajes más conocidos de nombre que de hecho, al menos para el vulgo; sus obras, muy voluminosas y en general muy abstractas, son leídas casi solamente por los eruditos. De esta manera, la mayoría de los que hablan de las mismas tendría muchas dificultades en decir lo que él era. Para unos ha sido un gran hombre, objeto de una profunda veneración, sin saber por qué; para otros ha sido un charlatán, un visionario, un taumaturgo. Como todos los hombres que profesan ideas que no son compartidas por todos, sobre todo cuando estas ideas afrontan ciertos prejuicios, él ha tenido y aún tiene sus contradictores. Si estos últimos se hubiesen limitado a refutarlo, estarían en su derecho; pero el espíritu de partido no respeta nada, ni reconoce las cualidades más nobles: Swedenborg no podría ser una excepción. Sin duda, su doctrina deja mucho que desear: hoy, él mismo está lejos de aprobarla en todos los puntos. Pero por más refutable que ésta sea, no por eso él dejará de ser uno de los hombres más eminentes de su siglo. Los siguientes documentos han sido extraídos de la interesante noticia comunicada a la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas por la Sra. P.

Emmanuel Swedenborg nació en 1688, en Estocolmo, y murió en 1772, en Londres, a la edad de 84 años. Su padre, Joeper Swedenborg, obispo de Skava, era notable por su mérito y por su saber; pero su hijo lo superó en mucho: éste se destacó en todas las Ciencias, y sobre todo en Teología, en Mecánica, Física y Metalurgia. Su prudencia, sabiduría, modestia y simplicidad le valieron la alta reputación que aún hoy disfruta. Los reyes lo llamaron para sus consejos. Carlos XII, en 1716, lo nombró asesor en el Colegio de Metalurgia de Estocolmo; la reina Ulrica lo hizo noble, y él ocupó los más honorables puestos con distinción hasta 1743, época en la que tuvo su primera revelación espiritual. Tenía por entonces 55 años; pidió dimisión y a partir de ahí sólo quiso ocuparse de su apostolado y del establecimiento de la doctrina de la Nueva Jerusalén. He aquí cómo él mismo cuenta su primera revelación:

“Yo estaba en Londres y cenaba bien tarde en mi albergue habitual, donde había reservado un cuarto en el que tenía la libertad de meditar a gusto. Estaba con bastante hambre y comía con buen apetito. Al terminar la cena percibí una especie de niebla que se expandía ante mis ojos y vi el suelo de mi cuarto cubierto con reptiles horrorosos, como serpientes, sapos, lagartos y otros; fui tomado de miedo a medida que las tinieblas aumentaban, pero las mismas luego se disiparon; entonces vi claramente a un hombre en medio de una luz viva y radiante, sentado en un rincón del cuarto; los reptiles habían desaparecido con las tinieblas. Me encontraba solo: imaginad el pavor que se apoderó de mí cuando lo escuché distintamente pronunciar lo siguiente, con un tono de voz capaz de imprimir terror: "¡No comas tanto!" A estas palabras, mi visión se oscureció, pero poco a poco se restableció, y me vi solo en el cuarto. Aún espantado por todo lo que había visto, entré de prisa en la habitación, sin decir nada a nadie sobre lo que había sucedido. Allí, me dejé llevar por mis reflexiones, pero no concebía que aquello fuese el efecto del acaso o de alguna causa física.

“A la noche siguiente, el mismo hombre, radiante de luz, se presentó ante mí nuevamente y me dijo: "Soy Dios, el Señor, Creador y Redentor: te he elegido para explicar a los hombres el sentido interior y espiritual de las Sagradas Escrituras; te dictaré lo que debes escribir."

“De esta vez no tuve tanto miedo, y la luz que lo rodeaba –aunque muy viva y resplandeciente– no produjo ninguna impresión dolorosa en mis ojos; él estaba vestido de púrpura, y la visión duró un cuarto de hora. En aquella misma noche, los ojos de mi hombre interior fueron abiertos y predispuestos a ver el cielo, el mundo de los Espíritus y los infiernos; encontré por todas partes a varias personas de mi conocimiento, unas muertas hace mucho tiempo y otras recientemente. Desde ese día, renuncié a todas las ocupaciones mundanas para trabajar únicamente en las cosas espirituales, de conformidad con la orden que yo había recibido. A continuación, ocurrió frecuentemente el tener abiertos los ojos de mi Espíritu y ver en pleno día lo que sucedía en el otro mundo, hablando con los Ángeles y con los Espíritus como hablo con los hombres.”

Uno de los puntos fundamentales de la doctrina de Swedenborg reposa en lo que él llama las correspondencias. Según él, al estar el mundo espiritual y el mundo natural ligados entre sí como lo interior a lo exterior, resulta de esto que las cosas espirituales y las cosas naturales constituyen una unidad, por influjo, y que hay entre ellas una correspondencia. He aquí el principio; pero es difícil entender lo que debe ser comprendido por esa correspondencia y ese influjo.

La tierra –dice Swedenborg– corresponde al hombre. Los diversos productos que sirven a la nutrición de los hombres corresponden a los diversos géneros de bienes y de verdades, esto es: los alimentos sólidos a los géneros de bienes, y los alimentos líquidos a los géneros de verdades. La casa corresponde a la voluntad y al entendimiento, que constituyen el hombre mental. Los alimentos corresponden a las verdades o a las falsedades, según la sustancia, el color y la forma que ellos presentan. Los animales corresponden a los afectos: los que son útiles y mansos, a los buenos afectos; los que son dañinos y maléficos, a los malos afectos; las aves mansas y bellas, a las verdades intelectuales; las que son dañinas y feas, a las falsedades; los peces, a las ciencias que tienen su origen en las cosas sensuales; y los insectos nocivos, a las falsedades que provienen de los sentidos. Los árboles y los arbustos corresponden a diversos géneros de conocimientos: las hierbas y el césped, a las diversas verdades científicas. El oro corresponde al bien celestial; la plata, a la verdad espiritual; el bronce, al bien natural, etc., etc. De esta manera, desde los últimos grados de la creación hasta el sol celestial y espiritual, todo se mantiene, todo se encadena por el influjo que produce la correspondencia.

El segundo punto de su doctrina es éste: no hay más que un Dios y que una persona, que es Jesucristo.

El hombre, creado libre –según Swedenborg–, abusó de su libertad y de su razón; él cayó, pero su caída había sido prevista por Dios; ella debía ser seguida por su rehabilitación, porque Dios, que es el propio amor, no podía dejarlo en el estado en que su caída lo había sumergido. Ahora bien, ¿cómo operar esta rehabilitación? Colocarlo nuevamente en el estado primitivo sería sacarle el libre albedrío, y así aniquilarlo. Fue subordinándolo a las leyes de su orden eterno que Él procedió a la rehabilitación del género humano. A continuación viene una teoría muy difusa de tres soles transpuestos por Jehová, para acercarse a nosotros y probar que él es el propio hombre.

Swedenborg divide el mundo de los Espíritus en tres lugares diferentes: los cielos, los lugares intermedios y los infiernos, no obstante sin asignarles una ubicación. “Después de la muerte –dice él– entramos en el mundo de los Espíritus; los santos se dirigen voluntariamente hacia uno de los tres cielos, y los pecadores hacia uno de los tres infiernos, de donde nunca saldrán”. Esta doctrina, que produce desesperación, anula la misericordia de Dios, porque le niega el poder de perdonar a los pecadores, sorprendidos por una muerte violenta o accidental.

Aún haciendo justicia al mérito personal de Swedenborg, como científico y como hombre de bien, nosotros no podemos constituirnos en defensores de doctrinas que el más elemental buen sentido condena. Lo que resalta más claramente, según lo que conocemos ahora de los fenómenos espíritas, es la existencia de un mundo invisible y la posibilidad de comunicarnos con él. Swedenborg ha gozado de una facultad que en su tiempo ha parecido sobrenatural; es por esto que admiradores fanáticos lo han considerado como un ser excepcional; en tiempos más remotos, le habrían erigido altares en su honor; de los que no creían en él, unos lo consideraban como un cerebro exaltado, otros como un charlatán. Para nosotros era un médium vidente y un escritor intuitivo, como los hay a millares, cuya facultad pertenece al número de los fenómenos naturales.

Él cometió un error, que a pesar de todo es perdonable, visto su inexperiencia en las cosas del mundo oculto: el de aceptar ciegamente todo lo que le era dictado, sin someterlo al control severo de la razón. Si hubiese pesado maduramente los pros y los contras, habría reconocido principios irreconciliables con la lógica, por menos rigurosa que fuese. Hoy, probablemente no caería en la misma falta, porque tendría medios para juzgar y apreciar el valor de las comunicaciones del Más Allá; habría sabido que es un campo donde no todas las hierbas pueden ser recogidas, y que entre unas y otras el buen sentido –que nos ha sido dado para algo– debe saber elegir. La cualidad que se atribuyó el Espíritu que a él se manifestó bastaría para ponerlo en guardia, sobre todo considerando la trivialidad de su presentación. Lo que él mismo no hizo, cabe a nosotros hacerlo ahora, solamente tomando de sus escritos aquello que es racional; sus propios errores deben ser una enseñanza para los médiums demasiado crédulos, que ciertos Espíritus intentan fascinar al adular su vanidad o sus prejuicios a través de un lenguaje pomposo o de apariencias engañosas.

La siguiente anécdota prueba la mala fe de los adversarios de Swedenborg, que en todas las ocasiones buscaban denigrarlo. Conociendo las facultades de que era dotado, la reina Luisa Ulrica lo había encargado un día de preguntarle al Espíritu de su hermano, el príncipe de Prusia, por qué, algún tiempo antes de su muerte, éste no había respondido a una carta que ella le había enviado para pedirle consejos. Al cabo de veinticuatro horas y en una audiencia secreta, Swedenborg le relató a la reina la respuesta del príncipe, concebida de tal manera que la reina –plenamente persuadida de que nadie, excepto ella y su fallecido hermano conocían el contenido de esa carta– fue tomada de la más profunda estupefacción, reconociendo el poder milagroso de ese gran hombre. He aquí la explicación que de este hecho ha dado uno de sus antagonistas, el caballero Beylon, asistente-lector de la reina:

"Consideraban a la reina como uno de los principales autores de la tentativa de la revolución que tuvo lugar en Suecia en 1756, y que le costó la vida al conde Brahé y al mariscal Horn. Faltó poco para que el Partido de los Sombreros, que por entonces triunfaba, no la volviese responsable por la sangre derramada. En esta situación crítica, ella escribió a su hermano, el príncipe de Prusia, para pedirle consejos y asistencia. La reina no recibió respuesta, y como el príncipe murió poco tiempo después, ella nunca supo la causa de su silencio; es por esto que encargó a Swedenborg para interrogar sobre ese tema al príncipe, en Espíritu. Justamente a la llegada del mensaje de la reina, estaban presentes el conde T... y el conde H..., ambos senadores. Este último, que había interceptado la carta, sabía tan bien como su cómplice, el conde T..., por qué aquella misiva había quedado sin respuesta, y ambos resolvieron aprovecharse de esta circunstancia para hacer conque sus propios consejos llegasen a la reina, acerca de muchas cosas. Entonces, ellos fueron a la noche a buscar al visionario y le dictaron la respuesta. Por falta de inspiración, Swedenborg la aceptó con prontitud; al día siguiente, se dirigió al palacio de la reina, y allí, en el silencio de su gabinete, le dijo que el Espíritu del príncipe le había aparecido y lo había encargado de anunciarle su desagrado y asegurarle que, si no le respondió su carta, fue por haber desaprobado su conducta, y que su política imprudente y su ambición eran la causa del derramamiento de sangre; que ella era culpable ante Dios y que tendría que expiar sus faltas. El príncipe, en Espíritu, le hacía prometer a ella que no interfiriese más en los asuntos del Estado, etc., etc. La reina, convencida por esta revelación, creyó en Swedenborg y abrazó su defensa con ardor.

Esta anécdota ha dado lugar a una polémica sostenida entre los discípulos de Swedenborg y sus detractores. Un eclesiástico sueco llamado Malthesius, que se volvió loco, había publicado que Swedenborg, del cual era abiertamente enemigo, se había retractado antes de morir. En el otoño de 1785 el rumor se difundió en Holanda, lo que llevó a Robert Hindmarck a instaurar una investigación al respecto, en la cual demostró toda la falsedad de la calumnia inventada por Malthesius.

La historia de la vida de Swedenborg prueba que la visión espiritual de la cual era dotado no perjudicó en nada el ejercicio de sus facultades naturales. Su panegírico, pronunciado después de su muerte por el académico Landel ante la Academia de Ciencias de Estocolmo, muestra cuán vasta era su erudición; y vemos por los discursos de Swedenborg en la Dieta de 1761, la posición que tenía en la dirección de los asuntos públicos de su país.

La doctrina de Swedenborg hizo numerosos prosélitos en Londres, en Holanda e incluso en París, donde dio origen a la Sociedad de la cual hemos hablado en nuestro número del mes de octubre, la de los Martinistas, de los Teósofos, etc. Si la misma no fue aceptada por todos en todas sus consecuencias, tuvo sin embargo como resultado propagar la creencia en la posibilidad de la comunicación con los seres del Más Allá, creencia muy antigua –como se sabe–, pero hasta ese día oculta al vulgo por las prácticas misteriosas de que se encontraba rodeada. El mérito indiscutible de Swedenborg, su profunda erudición, su alta reputación de sabiduría han tenido un gran peso en la propagación de esas ideas que hoy se popularizan cada vez más, pues crecen a la luz del día y, lejos de buscar la sombra del misterio, hacen un llamado a la razón. A pesar de los errores de su sistema, Swedenborg no deja de ser una de esas grandes figuras cuya memoria permanecerá vinculada a la historia del Espiritismo, del cual fue uno de los primeros y más fervorosos precursores.



(Sociedad, 23 de septiembre de 1859.)
Comunicación de Swedenborg prometida en la sesión del 16 de septiembre

Mis buenos amigos y fieles creyentes: he deseado venir entre vosotros para daros aliento en el camino que seguís con tanto coraje, en lo que respecta a la cuestión espírita. Vuestra dedicación es apreciada en el mundo de los Espíritus: proseguid, pero tened cuidado, porque los obstáculos aún os aparecerán por algún tiempo; así como sucedió conmigo, los detractores no os faltarán. Hace un siglo prediqué el Espiritismo y tuve enemigos de todos los géneros; tuve también fervorosos adeptos: esto me infundió ánimo. Mi moral espírita y mi doctrina no están exentas de grandes errores, que hoy reconozco. De esta manera, las penas no son eternas; bien lo veo: Dios es demasiado justo y bueno como para punir eternamente a la criatura que no tiene fuerza suficiente para resistir a sus pasiones. Lo que yo también decía del mundo de los Ángeles, que es lo que predican en los templos, no era más que una ilusión de mis sentidos: creí verlo, obraba de fe buena, pero me equivoqué. Vosotros estáis en un camino mejor, porque estáis más esclarecidos de lo que estábamos en mi época. Continuad, pero sed prudentes, a fin de que vuestros enemigos no tengan armas muy fuertes contra vosotros. Observad el terreno que ganáis todos los días. ¡Continuad, por lo tanto, porque el futuro os está asegurado! Lo que os da fuerzas es el hecho de que habláis en nombre de la razón. ¿Tenéis preguntas a dirigirme? Os responderé.


SWEDENBORG

1. Ha sido en Londres, en 1745, que habéis tenido vuestra primera revelación; ¿vos la deseabais? ¿Ya os ocupabais en aquel tiempo de cuestiones teológicas? –Resp. Ya me ocupaba de las mismas, pero de modo alguno deseaba esa revelación: ella ha venido espontáneamente.

2. ¿Cuál ha sido ese Espíritu que os apareció y que os dijo que era el propio Dios? ¿Era realmente Dios? –Resp. No; creí en lo que me decía, porque vi en él a un ser extrahumano y me quedé envanecido.

3. ¿Por qué él tomó el nombre de Dios? –Resp. Para ser mejor obedecido.

4. ¿Puede Dios manifestarse directamente a los hombres? –Resp. Ciertamente que podría hacerlo, pero no lo hace más.

5. ¿Entonces hubo un tiempo en que lo hizo? –Resp. Sí, en las primeras edades de la Tierra.

6. Este Espíritu os hizo escribir cosas que hoy reconocéis como erróneas; ¿ha hecho esto con buena o con mala intención? –Resp. No lo hizo con mala intención; él mismo se equivocó, porque no era lo bastante esclarecido; también veo que las ilusiones de mi propio Espíritu o de mi inteligencia lo influían, a pesar suyo. Sin embargo, en medio de algunos errores de sistema, es fácil reconocer grandes verdades.

7. El principio de vuestra doctrina reposa en las correspondencias. ¿Aún creéis en esas relaciones que encontrabais entre cada cosa del mundo material y cada cosa del mundo moral? –Resp. No; es una ficción.

8. ¿Qué entendéis por estas palabras: Dios es el propio hombre? –Resp. Dios no es el hombre, pero el hombre es una imagen de Dios.

9. Os solicito que tengáis a bien desarrollar vuestro pensamiento. –Resp. Digo que el hombre es la imagen de Dios porque la inteligencia, el genio que él a veces recibe del Cielo es una emanación de la Omnipotencia Divina: él representa a Dios en la Tierra por el poder que ejerce en toda la Naturaleza y por las grandes virtudes que tiene la posibilidad de adquirir.

10. ¿Debemos considerar al hombre como una parte de Dios? –Resp. No, el hombre no es una parte de la Divinidad: es sólo su imagen.

11. ¿Podrías decirnos de qué manera recibíais las comunicaciones de los Espíritus, y si escribíais lo que os era revelado a la manera de nuestros médiums, o por inspiración? –Resp. Cuando me encontraba en silencio y en recogimiento, mi Espíritu estaba como deslumbrado, en éxtasis, y yo veía claramente una imagen delante de mí que me hablaba y me dictaba lo que debía escribir; algunas veces mi imaginación se mezclaba con eso.

12. ¿Qué debemos pensar del hecho relatado por el caballero Beylon, con referencia a la revelación que hicisteis a la reina Luisa Ulrica? –Resp. Esta revelación es verdadera. Beylon la desvirtuó.

13. ¿Cuál es vuestra opinión sobre la Doctrina Espírita, tal cual es hoy? –Resp. Os he dicho que estáis en un camino más seguro que el mío, considerando que vuestras luces, en general, son más amplias; yo tenía que luchar contra una mayor ignorancia y, sobre todo, contra la superstición.

El alma errante

En un volumen intitulado: Les Six Nouvelles,[1] de Maxime Ducamp, se encuentra una historia conmovedora que recomendamos a nuestros lectores. Es un alma errante que relata sus propias aventuras.

No tenemos el honor de conocer al Sr. Maxime Ducamp, a quien nunca hemos visto; por consecuencia, no sabemos si ha extraído sus enseñanzas de su propia imaginación o en los estudios espíritas; pero, sea como fuere, él no podría haber estado más felizmente inspirado. Podemos apreciar esto por el siguiente fragmento. No hablaremos del género fantástico en el cual la novela está encuadrada; es un accesorio sin importancia y puramente formal.

“Yo soy un alma errante, un alma en pena; vago a través de los espacios en espera de un cuerpo. Viajo en las alas del viento, en el azul del cielo, en la canto de los pájaros, en las pálidas claridades de la luna; soy un alma errante...

“Desde el instante en que Dios nos ha separado de Él, hemos vivido en la Tierra muchas veces, subiendo de generación en generación, abandonando sin lamento los cuerpos que nos han sido confiados y continuando la obra de nuestro propio perfeccionamiento a través de las existencias por las que hemos pasado.

“Cuando dejamos este incómodo anfitrión que nos sirve tan mal; cuando él va a fecundar y a renovar la tierra de donde ha salido; cuando, en libertad, abrimos finalmente nuestras alas, entonces Dios nos da a conocer nuestro objetivo. Vemos nuestras existencias anteriores; evaluamos el progreso realizado durante siglos; comprendemos las puniciones y las recompensas que nos han llegado, por las alegrías y por los dolores de nuestra vida; vemos que nuestra inteligencia crece de nacimiento en nacimiento y aspiramos al estado supremo por el cual dejaremos esta patria inferior para alcanzar los planetas radiantes donde las pasiones son más elevadas, el amor menos ambicioso, la felicidad más tenaz, los órganos más desarrollados, los sentidos más numerosos, cuya morada es reservada a los mundos que, por sus virtudes, están más próximos a la beatitud que nosotros.

“Cuando Dios nos envía nuevamente a cuerpos que deben vivir una vida miserable –para nosotros–, perdemos toda la conciencia de aquello que ha precedido a esos nuevos nacimientos; el yo, que había despertado, adormece una vez más, no persiste más y, de nuestras existencias pasadas, no restan sino vagas reminiscencias que causan en nosotros las simpatías, las antipatías y a veces también las ideas innatas.

“No hablaré de todas las criaturas que han vivido en mi soplo; pero en mi última vida he sufrido un infortunio tan grande, que es sólo de ésta que quiero contarles la historia.”

Sería difícil definir mejor el principio y el objetivo de la reencarnación, el progreso de los seres, la pluralidad de los mundos y el futuro que nos espera. He aquí ahora, en dos palabras, la historia de esta alma: Un joven amaba a una muchacha y era correspondido por ella; pero había obstáculos que se oponían a su unión. Entonces él le pidió a Dios que permitiese que su alma se desprendiera del cuerpo durante el sueño, a fin de que pudiese ir a ver a su bienamada. Este favor le fue concedido. Por consiguiente, todas las noches su alma echaba vuelo y dejaba el cuerpo en un estado completo de inercia, de donde no salía sino cuando el alma regresaba al cuerpo. Durante ese tiempo, iba a visitar a su amada: él la veía sin que ella lo sospechara; quería hablarle, pero ella no lo escuchaba; la observaba en sus menores movimientos y sorprendía su pensamiento. Era feliz con las alegrías de ella y se entristecía con sus dolores. Nada más gracioso y más delicado que el cuadro de estas escenas entre la muchacha y el alma invisible. “¡Pero qué fragilidad la del ser encarnado! Un día, o mejor dicho, una noche, él se olvidó de regresar; pasaron tres días sin que pensara en su cuerpo, que no puede vivir sin el alma. De repente pensó en su madre que lo esperaba y que debía estar preocupada con un sueño tan prolongado. Entonces, corrió hacia el cuerpo, pero era demasiado tarde: su cuerpo había dejado de vivir. Asistió a sus funerales y consoló a su madre. Desesperada, su novia no quiso oír hablar de ninguna otra unión; sin embargo, vencida por las solicitaciones de su propia madre, acabó cediendo después de una larga resistencia. El alma errante le perdonó una infidelidad que no estaba en su pensamiento; pero para recibir sus caricias y no dejarla más, pidió encarnarse en el hijo que iba a nacer.”

Si el autor no está convencido de las ideas espíritas, se ha de concordar que él representa muy bien su papel.



[1] Librairie Nouvelle, Boulevard des Italiens. [Nota de Allan Kardec.]






El Espíritu y el jurado

Uno de nuestros corresponsales, hombre de un gran saber y provisto de títulos científicos oficiales, lo que no le impide la inclinación de creer que tenemos un alma, que esta alma sobrevive al cuerpo, que después de la muerte permanece errante en el espacio y aún puede comunicarse con los vivos –ya que él mismo es muy buen médium y tiene numerosas conversaciones con los seres del Más Allá–, nos dirige la siguiente carta:

«Señor,

«Tal vez juzguéis oportuno dar lugar en vuestra interesante Revista al siguiente hecho.

«He sido jurado hace algún tiempo; el Supremo Tribunal de Justicia en lo Criminal debía juzgar a un joven, apenas salido de la adolescencia, acusado de haber asesinado a una mujer de edad en horribles circunstancias. El acusado confesaba y contaba los detalles del crimen con una impasibilidad y un cinismo que hacían estremecer a la asamblea.

«Sin embargo, era fácil prever que, considerando su edad, su absoluta falta de educación y las incitaciones que había recibido en su familia, serían solicitadas para él circunstancias atenuantes, ya que echaba la culpa a la cólera que lo habría hecho obrar así ante una provocación por injurias.

«He querido consultar a la víctima sobre el grado de culpabilidad del joven. La llamé durante una sesión a través de una evocación mental; ella me dio a conocer que estaba presente y yo puse mi mano a su disposición. He aquí la conversación que hemos tenido, yo mentalmente y ella a través de la escritura:

“–Preg. ¿Qué pensáis de vuestro asesino? –Resp. No seré yo quien lo acuse.

“–Preg. ¿Por qué? –Resp. Porque él ha sido instigado al crimen por un hombre que me hizo la corte hace cincuenta años y que, al no haber obtenido nada de mí, juró vengarse. Conservó en la muerte su deseo de venganza y se aprovechó de las disposiciones del acusado para inspirarle el deseo de matarme.

“–Preg. ¿Cómo lo sabéis? –Resp. Porque él mismo me lo ha dicho cuando llegué al mundo en que hoy habito.

“–Preg. Comprendo vuestra reserva ante esa incitación que vuestro asesino no rechazó como debía y podía; pero ¿no pensáis que la inspiración criminal a la cual él ha obedecido tan voluntariamente, no tendría el mismo poder sobre él si no hubiese alimentado y fomentado durante mucho tiempo sentimientos de envidia, de odio y de venganza contra vos y vuestra familia? –Resp. Seguramente; sin esto él habría sido más capaz de resistir. Por eso es que dije que aquel que se quiso vengar se aprovechó de las disposiciones de ese joven; como bien lo comprendéis, aquél no se habría dirigido a alguien que se dispusiera a resistir.

“–Preg. ¿Él goza con su venganza? –Resp. No, porque ve que le costará caro y, además, en lugar de hacerme mal, me ha prestado un servicio al hacerme entrar antes en el mundo de los Espíritus, donde soy más feliz; por lo tanto, ha sido una mala acción, sin provecho para él.

«Circunstancias atenuantes fueron admitidas por el jurado sobre los motivos indicados anteriormente, y la pena de muerte fue descartada.

«Acerca de lo que acabo de relatar, hay una observación moral de alta importancia que debe ser hecha. En efecto, es necesario sacar en conclusión que el hombre debe vigilar hasta sus menores pensamientos malos, hasta sus malos sentimientos, aparentemente los más esquivos, porque éstos tienen la propiedad de atraer hacia él a Espíritus malos y corruptos, y de ofrecerlo –débil y desarmado– a sus inspiraciones culpables: es una puerta que él abre al mal, sin comprender su peligro. Por consiguiente, ha sido con un profundo conocimiento del hombre y del mundo espiritual que Jesucristo ha dicho: “Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya cometió adulterio en su corazón.” (Mateo, 5:28.)

«Atentamente,

SIMON M...»


Advertencias del Más Allá

EL OFICIAL DE CRIMEA

La Indépendance Belge (Independencia Belga), que no puede ser acusado de excesiva benevolencia para con las creencias espíritas, ha relatado el siguiente hecho que varios otros diarios han repetido, y que nosotros reproducimos a nuestro turno con todas las reservas, pues no hemos tenido la ocasión de constatar su realidad.

“Ya sea porque nuestra imaginación inventa y puebla un mundo de almas al lado y encima de nosotros, o porque el mundo en el cual estamos, vivimos y nos movemos existe realmente, es indudable –por lo menos para mí– que se producen inexplicables accidentes que provocan a la Ciencia y desafían a la razón.

“En la guerra de Crimea, durante una de esas noches tristes y lentas que se prestan maravillosamente a la melancolía, a la pesadilla y a todas las nostalgias del Cielo y de la Tierra, un joven oficial se levanta de repente, sale de su tienda, va a buscar a uno de sus camaradas y le dice:

–Acabo de recibir la visita de mi prima, la Srta. de T...

–Lo has soñado.

–No. Ella entró, pálida y sonriendo, deslizándose apenas por la superficie del suelo, el cual era demasiado duro y grosero para sus pies delicados. Después que su dulce voz me despertó súbitamente, me miró y me dijo: "¡Estás tardando mucho! ¡Tomad cuidado! ¡A veces se muere en la guerra sin ir a la guerra!" Quise hablarle, levantarme, correr hacia ella; ¡pero retrocedió! Y poniendo el dedo sobre los labios, dijo: "¡Silencio! Tened coraje y paciencia; nos volveremos a ver". ¡Ah, amigo mío! Ella estaba muy pálida, tengo la certeza de que está enferma y que me llama.

–Duermes despierto; estás loco, replicó mi amigo.

–Es posible; pero entonces ¿qué es ese movimiento de mi corazón que la evoca y que me hace verla?

“Ambos jóvenes conversaron y, al amanecer, el amigo acompañó a su tienda al oficial visionario, cuando éste estremeció de repente y dijo:

–Aquí está ella, amigo mío; aquí está, delante de mi tienda... Ella me hace señales de que me falta fe y confianza.

“Por supuesto que su amigo no veía nada. Hizo lo mejor que podía para tranquilizar a su camarada. El día nació y con el mismo las ocupaciones muy serias que dejaban a un lado los fantasmas de la noche. Pero por una precaución bien razonable, al día siguiente una carta partió hacia Francia pidiendo noticias urgentes de la Srta. de T... Algunos días después respondieron que la Srta. de T... estaba seriamente enferma, y que si el joven oficial pudiera conseguir una licencia, tal vez su visita le causase un mejor efecto.

“Pedir una licencia en el momento de las luchas más rudas, quizás en la víspera de un ataque decisivo, alegando temores sentimentales, era algo que no se podía pensar. Sin embargo, creo recordarme que la licencia fue pedida y conseguida, y que el joven oficial ya iba a partir hacia Francia, cuando tuvo una nueva visión: ésta era espantosa. Pálida y muda, la Srta. de T... llegó una noche a su tienda deslizándose por el suelo y le mostró el largo vestido blanco que arrastraba. El joven oficial no dudó un solo instante que su novia hubiese muerto; extendió su mano, tomó una de sus pistolas y se dio un tiro en la cabeza.

“En efecto, en aquella misma noche y a la misma hora, la Srta. de T... había dado su último suspiro.

“¿Sería esta visión el resultado del magnetismo? No lo sé. ¿Sería locura? Cómo yo quisiera que fuese esto. Pero era algo que escapaba a las burlas de los ignorantes y al escarnio aún más inconveniente de los científicos.

“En cuanto a la autenticidad de este hecho, yo lo garantizo. Interrogad a los oficiales que han pasado ese largo invierno en Crimea, y no serán pocos los que os relatarán fenómenos de presentimiento, de aparición, de visión de imágenes de la patria y de parientes, análogos al que acabo de narraros.

“¿Qué se debe sacar en conclusión de todo esto? Nada. A menos que termine mi correspondencia de un modo bien lúgubre, y que tal vez supiese el medio de hacer dormir sin saber magnetizar.”

“THÉCEL”

Como hemos dicho en el comienzo, no hemos podido constatar la autenticidad del hecho; pero lo que podemos garantizar es su posibilidad. Los ejemplos comprobados, antiguos y recientes, de advertencias del Más Allá son tan numerosos que éste no tiene nada de más extraordinario que otros, atestiguados por personas dignas de fe. Podían parecer sobrenaturales en otros tiempos; pero hoy, que su causa es conocida y que son psicológicamente explicados, gracias a la teoría espírita, no tienen nada que los aparte de las leyes de la Naturaleza. No agregaremos sino una observación: si este oficial hubiera conocido el Espiritismo, sabría que el medio de reencontrar a su novia no sería suicidándose, porque esta acción puede alejarlos por un tiempo mucho más largo que aquel que él hubiese pasado en la Tierra. Además, el Espiritismo le habría dicho que una muerte gloriosa, en el campo de batalla, le habría sido más provechosa que la que se permitió voluntariamente por un acto de debilidad.

-*-*-*-

He aquí otro hecho de advertencia del Más Allá, relatado por la Gazette d’Arad (Hungría) [Gaceta de Arad], del mes de noviembre de 1858:

“Dos hermanos israelitas de Gyek (Hungría) habían ido a Grosswardeina llevar a sus dos hijas de 14 años a un internado. Durante la noche siguiente a su partida, otra hija de uno de ellos, de 10 años de edad y que se había quedado en casa, despertó sobresaltada y dijo llorando a su madre que había visto en sueño a su padre y a su tío, los cuales estaban cercados por varios campesinos que querían hacerles daño.

“En un principio la madre no le hizo caso a sus palabras; pero al ver que no conseguía calmar a su hija, la llevó a la casa del alcalde del lugar; ella contó allí nuevamente su sueño y agregó que había reconocido entre los campesinos a dos vecinos suyos, y que el hecho había sucedido en los lindes de un bosque.

“Inmediatamente el alcalde ordenó buscar a los dos campesinos en su domicilio, los cuales estaban efectivamente ausentes; luego, a fin de asegurarse de la verdad, envió a la dirección indicada a otros emisarios, quienes encontraron cinco cadáveres en los límites de un bosque. Eran los cadáveres de ambos padres, con sus hijas y el cochero que los había llevado; los cadáveres habían sido arrojados a una hoguera para que quedasen irreconocibles. Enseguida la gendarmería inició sus investigaciones; detuvo a los dos campesinos designados, en el momento en que éstos intentaban cambiar varios billetes de banco manchados de sangre. Una vez en prisión, confesaron su crimen, diciendo que reconocían el dedo de Dios en el rápido descubrimiento del crimen.”



Los Convulsionarios de Saint-Médard

(Sociedad, 15 de julio de 1859.)

Noticia – François Pâris, famoso diácono de París, fallecido en 1727 a la edad de 37 años, era hijo mayor de un consejero del Parlamento; naturalmente debería suceder a su padre en el cargo, pero prefirió abrazar el estado eclesiástico. Después de la muerte de su progenitor dejó sus bienes a su hermano. Durante algún tiempo enseñó catecismo en la parroquia de Saint-Côme (San Cosme), encargándose de la reunión y de la dirección de los clérigos. El cardenal de Noailles, a cuya causa estaba vinculado, quiso nombrarlo cura de esa parroquia, pero un obstáculo imprevisto se opuso a esto. Entonces, el abate Pâris se consagró completamente al retiro. Después de haber profesado varias veces la vida solitaria, se recluyó en una casa del faubourg Saint-Marcel; allí se entregó sin reservas a la oración, a las más rigurosas prácticas de la penitencia y al trabajo manual: hacía medias para los pobres, que consideraba sus hermanos. Murió en ese asilo. El abate Pâris había adherido a los contestatarios de la bula Unigenitus, cuya apelación fue interpuesta por los cuatro obispos; él mantuvo su posición en 1720. Así, debe haber sido diversamente descripto por los partidos opuestos. Antes de hacer medias, había producido libros bastante mediocres. Tenemos del mismo las Explicaciones de la Epístola de san Pablo a los Romanos, a los Gálatas, y un análisis de la Epístola a los Hebreos que pocas personas leen. Su hermano le erigió una tumba en el pequeño cementerio de Saint-Médard (san Medardo), donde iban hacer oraciones los pobres que el piadoso diácono había socorrido, algunos ricos que él había esclarecido y varias mujeres que él había instruido; hubo curas que parecieron maravillosas y convulsiones que fueron consideradas peligrosas y ridículas. En fin, las autoridades se vieron obligadas a hacer cesar ese espectáculo, ordenando clausurar el cementerio el 27 de enero de 1732. Entonces, los mismos entusiastas fueron a hacer sus convulsiones en casas particulares. La tumba del diácono Pâris fue, en la opinión de mucha gente, la tumba del Jansenismo; pero algunas otras personas creyeron ver allí el dedo de Dios, y se vincularon cada vez más a ese grupo que producía tales maravillas. Hay diferentes relatos sobre este diácono, del cual quizás nunca habrían hablado si no hubiesen querido hacer de él un taumaturgo.

Entre los fenómenos extraños que los Convulsionarios de Saint-Médard presentaban, son citados los siguientes:

La facultad de resistir a golpes tan terribles, que los cuerpos deberían quedar quebrados;

La de hablar lenguas ignoradas u olvidadas;

Un desdoblamiento extraordinario de la inteligencia; los más ignorantes entre ellos improvisaban discursos sobre la gracia, los males de la Iglesia, el fin del mundo, etc.;

La facultad de leer el pensamiento;

Puestos en contacto con los enfermos, sentían dolores en los mismos lugares de aquellos que los consultaban; nada era más frecuente que escucharlos predecir los diferentes fenómenos anormales que deberían sobrevenir en el curso de sus enfermedades.

La insensibilidad física producida por el éxtasis daba lugar a escenas atroces. La locura llegó a tal punto que crucificaron verdaderamente a infelices víctimas, para hacerles sufrir todos los detalles de la Pasión del Cristo; y las propias víctimas –el hecho es confirmado por los testigos más auténticos– solicitaban las terribles torturas, designadas entre los Convulsionarios con el nombre de gran socorro.

La cura de los enfermos se operaba por el simple toque de la piedra sepulcral o por el polvo que encontraban alrededor de la misma y que tomaban con alguna bebida o que aplicaban en las llagas. Estas curas, que han sido muy numerosas, son confirmadas por miles de testigos, y algunos de éstos dan testimonio, muchos de los cuales son hombres de Ciencia, incrédulos en el fondo, que han registrado los hechos sin saber a qué atribuirlos.

PAULINE ROLAND

1. Evocación del diácono Pâris. – Resp. Estoy aquí.

2. ¿Cuál es vuestro estado actual como Espíritu? –Resp. Errante y feliz.

3. ¿Habéis tenido otras existencias corporales después de aquella que conocemos? –Resp. No; estoy constantemente ocupado en hacer el bien a los hombres.

4. ¿Cuál ha sido la causa de los extraños fenómenos que sucedieron entre los visitantes de vuestra tumba? –Resp. Intriga y magnetismo.

Observación – Entre las facultades de las que eran dotados los Convulsionarios, se reconocen sin dificultad aquellas de las cuales el sonambulismo y el magnetismo ofrecen numerosos ejemplos; tales son, entre otras: la insensibilidad física, la facultad de leer el pensamiento, la transmisión de los dolores por sintonía, etc. Por lo tanto, no se puede dudar que esos crisíacosestuviesen en una especie de estado de sonambulismo lúcido, provocado por la influencia que ejercían unos sobre los otros, sin ellos saberlo. Eran, a la vez, magnetizadores y magnetizados.

5. ¿Por qué razón toda una población ha sido súbitamente dotada de esas facultades extrañas? –Resp. Las mismas se comunican muy fácilmente en ciertos casos, y no sois tan extraños a las facultades de los Espíritus como para no comprender que en esto ellos han participado ampliamente, en sintonía con los que las han provocado.

7. ¿Habéis participado directamente como Espíritu? –Resp. En absoluto.

8. ¿Otros Espíritus han sido partícipes? –Resp. Muchos.

9. En general, ¿de qué naturaleza eran? –Resp. Poco elevados.

10. ¿Por qué esas curas y todos esos fenómenos cesaron cuando las autoridades se opusieron, clausurando el cementerio? ¿Tendrían, pues, las autoridades más poder que los Espíritus? –Resp. Dios quiso hacer cesar la situación porque había degenerado en abuso y en escándalo; fue necesario un medio y Él empleó la autoridad de los hombres.

11. Ya que no participasteis de esas curas, ¿por qué elegían vuestra tumba en vez de otra? –Resp. ¿Creéis que me han consultado? Han elegido mi tumba de propósito: en primer lugar, por mis opiniones religiosas, y en segundo, por el poco bien que he buscado hacer y que han explotado.



Observaciones a propósito de la palabra milagro

El Sr. Mathieu, que hemos citado en nuestro artículo del mes de octubre sobre Los milagros, nos dirige la siguiente solicitación que nos apresuramos en atender.

“Señor,

“Si no tengo la ventaja de estar de acuerdo con vos en todos los puntos, lo estoy al menos en aquello que tuvisteis ocasión de hablar de mí en el último número de vuestro periódico. Así, concuerdo perfectamente con vuestra observación a propósito de la palabra milagro. Si de la misma me he servido en mi opúsculo, tuve el cuidado de decir al mismo tiempo (página 4): "Se ha convenido en que la palabra milagro expresa un hecho que se produce fuera de las leyes conocidas de la Naturaleza; un hecho que escapa a toda explicación humana, a toda interpretación científica". Con esto suponía indicar suficientemente que yo no daba a la palabra milagro más que un valor relativo y convencional; parece que me equivoqué, puesto que os habéis tomado el trabajo de objetarla.

“Señor, en todo caso cuento con vuestra imparcialidad, para que estas pocas líneas que tengo el honor de dirigiros, encuentren lugar en vuestro próximo número. No me siento molesto; que vuestros lectores sepan que no he querido dar al vocablo en cuestión el sentido que le objetáis, y que hubo falta de habilidad de mi parte o malentendido de la vuestra, o quizás un poco de lo uno y de lo otro.

“Atentamente,

MATHIEU.”

Como habíamos dicho en nuestro artículo, estábamos perfectamente convencidos del sentido en que el Sr. Mathieu empleó la palabra milagro; por lo tanto, nuestra crítica no recaía de manera alguna sobre su opinión, sino en el empleo de esa palabra, incluso en su acepción más racional. Hay tantas personas que sólo ven la superficie de las cosas, sin tomarse el trabajo de profundizarlas –lo que no las impide de juzgar como si las conocieran–, que un título como ese dado a un hecho espírita podría ser tomado al pie de la letra, de fe buena por unos o con malevolencia por la mayoría. Al respecto, nuestra observación tiene fundamento, puesto que nos recordamos haber leído en alguna parte, en un diario cuyo nombre se nos escapa, un artículo donde aquellos que tienen la facultad de provocar fenómenos espíritas estaban calificados, por escarnio, como hacedores de milagros, y esto con referencia a un adepto muy fervoroso que estaba convencido de producirlos. Este es el caso de recordar el proverbio: Nada es más peligroso que un amigo imprudente. Nuestros adversarios están muy ávidos en llevarnos al ridículo, sin que se les de un pretexto.


AVISO

La abundancia de materias no nos ha permitido incluir en este número el Boletín de la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas; lo daremos con el mes de diciembre, en un Suplemento, así como varias otras comunicaciones que la falta de espacio nos ha hecho posponer.

ALLAN KARDEC




Diciembre

Respuesta al Sr. Oscar Comettant

Sr.,

Habéis dedicado a los Espíritus y a sus adeptos el folletín de Le Siècle (El Siglo) del 27 de octubre último. A pesar de poner en ridículo una cuestión mucho más seria de lo que pensáis, me place reconocer que, al atacar el principio, salvaguardáis las conveniencias por la urbanidad de las formas, y que es imposible decir a las personas, con más delicadeza, que no tienen sentido común; es por eso que tengo el cuidado de no confundir vuestro espirituoso artículo con esas groseras diatribas que dan una muy triste idea del buen gusto de sus autores, a los cuales hacen justicia todas las personas con buenos modales, sean nuestros adeptos o no.

De ninguna manera tengo como hábito responder a las críticas; por lo tanto, habría dejado pasar vuestro artículo, como tantos otros, si yo no hubiese sido encargado por los Espíritus, primeramente de agradeceros por haber querido ocuparos de ellos, y después para daros un pequeño consejo. Sr., comprended que de mí mismo no me permitiría darlo; cumplo con mi deber de dar el recado: he aquí todo. –¡Cómo! –diréis–, ¿entonces los Espíritus se ocupan de un folletín que escribí sobre ellos? Es mucha bondad de su parte. –Ciertamente, ya que estaban a vuestro lado cuando escribíais. Uno de ellos, que os quiere bien, llegó incluso a intentar impedir que usaseis ciertas reflexiones, que no encontraba a la altura de vuestra sagacidad, temiendo la crítica para vos, no de los espíritas, con los cuales poco os preocupáis, sino de los que conocen el alcance de vuestro juicio. Sabed que los Espíritus están por todas partes: saben todo lo que se dice y lo que se hace, y en el momento en que leéis estas líneas, estarán a vuestro lado, observándoos. Pero habréis de decir: –No puedo creer en la existencia de esos seres que pueblan el espacio y que no vemos. –¿Creéis en el aire que no veis y que, sin embargo, os rodea? –Esto es muy diferente; creo en el aire, porque si no lo veo, lo siento, lo escucho bramar en la tormenta y resonar en el conducto de la chimenea; veo los objetos que derriba. –¡Pues bien! Los Espíritus también se hacen escuchar; ellos también mueven cuerpos pesados, los levantan, los transportan, los quiebran. –¡Pero vamos, Sr. Allan Kardec! Haced un llamado a vuestra razón: ¿cómo queréis que seres impalpables, suponiendo que existan –lo que sólo admitiría si yo los viese–, tengan ese poder? ¿Cómo pueden seres inmateriales actuar sobre la materia? Esto no es racional. –¿Creéis en la existencia de esas miríadas de animálculos que están en vuestra mano y que la punta de una aguja puede cubrirse de miles de ellos? –Sí, porque si no los veo con los ojos, el microscopio me los hace ver. –Pero antes del invento del microscopio, si alguien os hubiera dicho que tenéis sobre vuestra piel millares de animálculos que allí pululan; que una gota de agua límpida contiene toda una población; que los absorbéis en masa con el aire más puro que respiráis, ¿qué habríais dicho? Habríais gritado que era un absurdo y, si escribieseis folletines, no hubierais dejado de hacer un bello artículo contra los animálculos, lo que no los impediría de existir. Hoy lo admitís porque el hecho es patente; pero antes habríais declarado que era imposible. Por lo tanto, ¿qué hay de irracional en creer que el espacio esté poblado de seres inteligentes que, aunque invisibles, no son microscópicos de modo alguno? En cuanto a mí, confieso que la idea de seres pequeños como una dosis homeopática y, no obstante, provistos de órganos visuales, reproductores, circulatorios, respiratorios, etc., me parece aún más extraordinario. –Estoy de acuerdo; pero digo una vez más que esos seres materiales son algo, mientras que vuestros Espíritus, ¿qué son? Nada, seres abstractos, inmateriales. –Para comenzar, ¿quién os ha dicho que son inmateriales? La observación, examinad con atención esta palabra –os lo ruego– observación, que no quiere decir sistema, decía que la observación demuestra que esas inteligencias ocultas tienen un cuerpo, una envoltura –invisible, es verdad, pero no menos real. Ahora bien, es por este intermediario semimaterial que ellos actúan sobre la materia. ¿Serán solamente los cuerpos sólidos que tienen una fuerza motriz? ¿No son, al contrario, los cuerpos rarificados que poseen esta fuerza en el más alto grado, como el aire, el vapor, todos los gases, la electricidad? ¿Por qué entonces negaríais esa fuerza a la sustancia que compone la envoltura de los Espíritus? –De acuerdo; pero si esas sustancias son invisibles e impalpables en ciertos casos, la condensación puede volverlas visibles e incluso sólidas; las podemos agarrar, guardar, analizar, y con esto su existencia es demostrada de una manera irrecusable. –¡Ah, es por eso! Negáis a los Espíritus porque no podéis ponerlos en un tubo de ensayo para saber si ellos están compuestos por oxígeno, hidrógeno o nitrógeno. Decidme, os lo ruego, si antes de los descubrimientos de la Química moderna se conocía la composición del aire, del agua y las propiedades de esa multitud de cuerpos invisibles, cuya existencia no sospechábamos. Entonces, ¿qué habrían dicho a aquel que anunciase todas las maravillas que hoy admiramos? Lo habrían tratado como a un impostor, como a un visionario. Supongamos que llegase a vuestras manos un libro de un científico de aquel tiempo, que hubiera negado todas esas cosas y que, además, hubiese buscado demostrar su imposibilidad. Diríais: he aquí a un científico muy presuntuoso, que se ha pronunciado muy ligeramente al tratar sobre lo que no sabía; para su reputación, hubiera sido mejor que se hubiese abstenido; en una palabra, no tendríais una alta opinión sobre su juicio. ¡Pues bien! En algunos años veremos qué se habrá de pensar de aquellos que hoy intentan demostrar que el Espiritismo es una quimera.

Indudablemente es lamentable para ciertas personas, y para los coleccionadores caprichosos, que los Espíritus no puedan ser puestos en una retorta, a fin de ser observados a gusto; pero no creáis, entretanto, que ellos escapen a nuestros sentidos de una manera absoluta. Si la sustancia que compone su envoltura es invisible en su estado normal, también puede, en ciertos casos –como el vapor, pero por otra causa–, pasar por una especie de condensación o, para ser más exacto, por una modificación molecular que la vuelva momentáneamente visible e incluso tangible; entonces podemos verlos –como nos vemos–, tocarlos, palparlos; pueden agarrarnos y dejar marcas en nuestros miembros; mas ese estado es temporal; pueden dejarlo tan rápidamente como lo tomaron, no en virtud de una rarefacción mecánica, sino por efecto de su voluntad, considerando que son seres inteligentes y no cuerpos inertes. Si la existencia de los seres inteligentes que pueblan el espacio está probada; si ejercen, como acabamos de ver, una acción sobre la materia, ¿qué hay de sorprendente en que puedan comunicarse con nosotros y transmitirnos sus pensamientos por medios materiales? –Si la existencia de esos seres fuere probada, sí: pero he aquí la cuestión. –Lo importante es primeramente probar esa posibilidad: la experiencia hará el resto. Si para vos esta existencia no está probada, lo está para mí. Escucho de aquí que decís íntimamente: Este es un argumento muy pobre. Convengamos que mi opinión personal tenga poco peso, pero no estoy solo; muchos otros, antes de mí, han pensado de la misma manera, porque yo no inventé ni descubrí a los Espíritus. Esta creencia cuenta con millones de adeptos, que tienen igual o más inteligencia que yo; entre los que creen y los que no creen, ¿quién decidirá? –El buen sentido, diréis. –Bueno; pero yo agrego: y el tiempo, que a cada día viene en nuestra ayuda. Mas ¿con qué derecho los que no creen se arrogan el privilegio del buen sentido, sobre todo cuando precisamente los que creen se encuentran, no entre los ignorantes, sino entre las personas esclarecidas, cuyo número crece todos los días? Yo lo juzgo por mi correspondencia, por el número de extranjeros que vienen a verme, por la propagación de mi periódico, que completa su segundo año y que cuenta con suscriptores en los cinco continentes, en los más altos estratos de la sociedad y hasta en los tronos. Decidme, en conciencia, si esto es la marcha de una idea vacía o de una utopía.

Al constatar ese hecho capital en vuestro artículo, decís que él amenaza tomar las proporciones de un flagelo, y agregáis: “¡Oh, Dios mío! ¿Ya no tenía la especie humana bastantes quimeras como para perturbarle la razón, sin que una nueva doctrina viniese apoderarse de nuestro pobre cerebro?” –Parece que no apreciáis las doctrinas; cada uno tiene su gusto; no todos gustan de las mismas cosas; apenas diré que no sé a qué papel intelectual sería reducido el hombre si, desde que está en la Tierra, no hubiese tenido doctrinas que, al hacerlo reflexionar, lo sacasen del estado pasivo del bruto. Sin duda, las hay buenas y malas, verdaderas y falsas, pero ha sido para discernir entre las mismas que Dios nos ha dado el juicio. Os habéis olvidado una cosa: la definición clara y categórica de lo que incluís entre las quimeras. Hay personas que califican así a todas las ideas que no comparten; pero tenéis la suficiente inteligencia como para no creer que ésta se haya concentrado únicamente en vos. Hay otros que dan ese nombre a todas las opiniones religiosas, y que consideran la creencia en Dios, en el alma y en su inmortalidad, en las penas y recompensas futuras, como útiles para ocupar a lo sumo a la gente simple o para asustar a los niños. No conozco vuestra opinión al respecto; pero del sentido de vuestro artículo algunas personas podrían inferir que aceptáis un poco esas ideas. Que las compartáis o no, me permitiré en deciros –como muchos otros– que en ellas estaría el verdadero flagelo, si las mismas se propagasen. Con el materialismo, con la creencia de que morimos como animales y que después de nosotros será la nada, el bien no tendría ninguna razón de ser y los lazos sociales no tendrían consistencia alguna: es la sanción del egoísmo; la ley penal será el único freno que impida al hombre de vivir a costa de otros. Si fuese así, ¿con qué derecho habría de punirse al que mata a su semejante para apoderarse de sus bienes? Porque es un mal –diréis; pero ¿por qué es un mal? Él os responderá: Después de mí no hay nada; todo se termina; nada tengo que temer; quiero vivir aquí lo mejor posible y, para eso, tomaré de los que tienen. ¿Quién me lo prohíbe? ¿Vuestra ley? Vuestra ley tendrá razón si fuere más fuerte, es decir, si consigue atraparme; pero si yo fuere más astuto, y si me escapo, la razón estará conmigo. –Pregunto: ¿qué sociedad podrá subsistir con semejantes principios? Esto me recuerda el siguiente hecho: Un señor que –como se dice vulgarmente– no creía ni en Dios ni en el diablo, y no escondía eso, percibió que desde algún tiempo estaba siendo robado por su criado; un día lo sorprendió en flagrante. –¿Cómo te atreves, infeliz, en tomar lo que no te pertenece? ¿No crees en Dios? El criado se puso a reír y respondió: –¿Por qué yo debería creer si vos mismo no creéis? ¿Por qué tenéis más que yo? Si yo fuese rico y vos pobre, ¿quién os impediría de hacer lo que hago? De esta vez fui torpe: he aquí todo; en la próxima trataré de hacerlo mejor. –Aquel señor habría estado más contento si su criado no hubiese tomado la creencia en Dios como una quimera. Es a esa creencia y a las que de la misma derivan que el hombre debe su verdadera seguridad social, mucho más que a la severidad de la ley, porque la ley no puede alcanzarlo todo. Si la creencia estuviese arraigada en el corazón de todos, no tendrían que temer nada unos de los otros; atacarla es dar rienda suelta a todas las pasiones y aniquilar todos los escrúpulos. Ha sido eso que llevó recientemente a un sacerdote a decir las siguientes palabras llenas de sensatez, al ser consultado sobre lo que opinaba del Espiritismo: El Espiritismo conduce a la creencia en algo; ahora bien, yo prefiero a los que creen en algo que a los que no creen en nada, porque las personas que no creen en nada, ni incluso creen en la necesidad del bien.

En efecto, el Espiritismo es la destrucción del materialismo; es la prueba patente e irrecusable de lo que ciertas personas llaman de quimera, a saber: Dios, el alma, la vida futura feliz o infeliz. Ese flagelo –como vos lo llamáis– tiene otras consecuencias prácticas. Si supieseis, como yo, cuántas veces Él ha hecho volver la calma a los corazones ulcerados por los disgustos; qué dulce consuelo Él ha derramado sobre las miserias de la vida; cuántos odios ha calmado, cuántos suicidios ha impedido, no os burlaríais tanto. Suponed que uno de vuestros amigos venga a deciros: Yo estaba desesperado; iba a darme un tiro en la cabeza; pero hoy, gracias al Espiritismo, sé lo que eso cuesta y desisto de hacerlo. Si otro individuo os dice: Yo tenía celos de vuestro mérito, de vuestra superioridad; vuestro éxito no me dejaba dormir; quería vengarme, derrotaros, arruinaros, incluso mataros. Os confieso que corristeis grandes peligros; pero hoy, que soy espírita, comprendo todo lo que esos sentimientos tienen de innoble y abjuro de los mismos; y, en lugar de haceros mal, vengo a prestaros mis servicios. Probablemente diréis: ¡Sí! Hay algo de bueno en esa locura.

Lo que os digo, señor, no es para convenceros ni para inculcaros mis ideas; tenéis convicciones que os satisfacen y que, para vos, resuelven todas las cuestiones sobre el futuro: es muy natural que las conservéis; pero me presentáis ante vuestros lectores como el propagador de un flagelo; yo tenía que mostrarles que sería de desear que todos los flagelos no hicieran más mal, comenzando con el materialismo, y cuento con vuestra imparcialidad para transmitirles mi respuesta.

Pero diréis: –Yo no soy materialista; se puede muy bien no ser de esta opinión sin creer en las manifestaciones de los Espíritus. –De acuerdo; entonces sois espiritualista y no espírita. Si me equivoqué sobre vuestra manera de ver, es porque tomé al pie de la letra la profesión de fe ubicada al final de vuestro artículo. Vos decís: –Creo en dos cosas: en el amor de los hombres por todo lo que es maravilloso, aunque ese maravilloso sea absurdo, y en el editor que me vendió el Fragmento de una Sonata, dictado por el Espíritu Mozart, al precio de 2 francos. –Si toda vuestra creencia se limita a esto, es vuestra opinión: a mí me parece que es la prima hermana del escepticismo. Pero estoy seguro de que creéis en algo más que en el Sr. Ledoyen, que os vendió por 2 francos el Fragmento de una Sonata: creéis en el producto de vuestros artículos, porque presumo que –tal vez me equivoque– no los regaláis por amor a Dios, como el Sr. Ledoyen no regala sus libros. Cada uno tiene su oficio: el Sr. Ledoyen vende sus libros, el literato vende su prosa y sus versos. Nuestro pobre mundo no está lo bastante adelantado como para que podamos morar, comer y vestirnos gratis. Quizás un día los propietarios, los sastres, los carniceros y los panaderos estén lo suficientemente esclarecidos como para comprender que es innoble para ellos pedir dinero: entonces los libreros y los literatos seguirán el ejemplo.

–Con todo esto no me has dado el consejo que me ofrecieron los Espíritus. –Aquí está: «(...) Es prudente no pronunciarse con demasiada ligereza sobre las cosas que no se conoce, e imitar la prudente reserva del sabio Arago, que decía, con referencia al magnetismo animal: “Yo no sabría aprobar el misterio con el cual se rodean los científicos serios que hoy van a asistir a las experiencias de sonambulismo. La duda es una prueba de modestia y raramente ha perjudicado el progreso de las Ciencias. Lo mismo no podríamos decir de la incredulidad. Aquel que, fuera de las Matemáticas puras, pronuncia la palabra IMPOSIBLE, no obra con prudencia. La reserva es, sobre todo, un deber cuando se trata del organismo animal.” (Noticia sobre Bailly.)»

Atentamente,

ALLAN KARDEC.


Efectos de la oración

Uno de nuestros suscriptores nos escribe de Lausana:

«Hace más de quince años profeso en gran parte aquello que vuestra ciencia espírita enseña hoy. La lectura de vuestras obras no hace más que consolidar esta creencia; además me trae grandes consuelos y lanza una viva claridad sobre una parte que para mí era sólo oscuridad. Aunque estaba muy convencido de que mi existencia debía ser múltiple, no podía explicarme en qué se volvería mi Espíritu durante esos intervalos. Mil veces gracias, señor, por haberme iniciado en esos grandes misterios al indicarme el único camino a seguir para ganar un mejor lugar en el otro mundo. Abristeis mi corazón a la esperanza y redoblasteis mi coraje para soportar las pruebas de este mundo. Señor, venid entonces en mi ayuda para esclarecer una verdad que me interesa en el más alto grado. Yo soy protestante y en nuestra Iglesia nunca se ora por los muertos, pues el Evangelio no lo enseña. Como decís, los Espíritus que evocáis os piden frecuentemente el auxilio de vuestras oraciones. ¿Es porque ellos están bajo la influencia de las ideas adquiridas en la Tierra, o es cierto que Dios toma en cuenta las oraciones de los vivos para abreviar el sufrimiento de los muertos? Esta cuestión, señor, es muy importante para mí y para otros correligionarios míos que se han casado con católicos. A fin de tener una respuesta satisfactoria, creo que sería necesario que el Espíritu de un protestante esclarecido, tal como uno de nuestros ministros, tuviese a bien manifestarse a vos en compañía de uno de vuestros eclesiásticos.»

La pregunta es doble: 1°) ¿Es agradable la oración hecha por aquellos a quien se ora? 2°) ¿La misma es útil para ellos?

Sobre la primera pregunta, escuchemos para comenzar al Reverendo Padre Félix, en una notable introducción de un pequeño libro intitulado: Les Morts souffrants et délaissés (Los Muertos sufrientes y abandonados):

“La devoción hacia los muertos no sólo es la expresión de un dogma y la manifestación de una creencia, sino que es un encanto de la vida, un consuelo del corazón. En efecto, ¿qué hay de más suave al corazón que ese culto piadoso que nos liga a la memoria y a los sufrimientos de los muertos? Creer en la eficacia de la oración y de las buenas obras para el alivio de los que hemos perdido; creer, cuando los lloramos, que esas lágrimas que por ellos todavía derramamos pueden servirles de auxilio; creer, en fin, que incluso en ese mundo invisible que ellos habitan, nuestro amor puede aún visitarlos en su beneficio: ¡qué dulce, qué suave creencia! Y en esa creencia, ¡qué consuelo para aquellos que han visto entrar la muerte en sus hogares, hiriéndoles el corazón! Si esta creencia y este culto no existiesen, el corazón humano, por la voz de sus más nobles instintos, diría a todos aquellos que lo comprenden que sería preciso inventarlos, aunque más no fuera para poner dulzura a la muerte y hasta encanto en nuestros funerales. En efecto, nada transforma y transfigura el amor que ora junto a una tumba o que llora en los funerales, como esta devoción al recuerdo y a los sufrimientos de los muertos. Esa mezcla de la religión y del dolor, de la oración y del amor, tiene al mismo tiempo algo de delicadeza y de ternura. La tristeza que llora se vuelve una ayudante de la piedad que ora; la piedad, a su vez, se vuelve para la tristeza el más delicioso aroma; y la fe, la esperanza y la caridad se aúnan siempre de la mejor manera para honrar a Dios al consolar a los hombres, ¡y haciendo del alivio a los muertos el consuelo de los vivos!

“Ese encanto tan suave que encontramos en nuestro intercambio fraternal con los muertos, se vuelve todavía más suave cuando nos persuadirnos de que, sin duda, Dios no deja a esos seres queridos completamente ignorantes del bien que les hacemos. ¿Quién no ha deseado, al orar por un padre o por un hermano fallecido, que él estuviese ahí para escuchar y, al hacer sus votos por él, que estuviera allí para ver? ¿Quién no ha dicho a sí mismo, al enjugar sus lágrimas junto al ataúd de un pariente o de un amigo que ha perdido: Si al menos pudiese escucharme, cuando mi amor le ofrece con lágrimas la oración y el sacrificio? ¡Si yo tuviera la certeza de que él lo sabe y que su amor comprende siempre al mío! Sí, si yo pudiese creer que no sólo el alivio que le mando llega hasta él, sino que pudiera persuadirme también de que Dios se digna enviar a uno de sus ángeles para contarle que ese alivio viene de mí, al llevarle mi beneficio: ¡Oh, Dios!, que sois bueno para los que lloran, ¡qué bálsamo en mi herida, qué consuelo en mi dolor!”

“Es verdad que la Iglesia no nos obliga a creer que nuestros hermanos fallecidos sepan, en efecto, en el Purgatorio, lo que hacemos por ellos en la Tierra, pero tampoco lo prohíbe; ella lo insinúa y parece persuadirnos de eso por el conjunto de su culto y de sus ceremonias; y hombres serios y honorables de la Iglesia no temen en afirmarlo. Además, sea como fuere, si los muertos no tienen el conocimiento presente y claro de las oraciones y de las buenas obras que hacemos por ellos, es cierto que sienten sus efectos saludables; y esta creencia firme, ¿no basta a un amor que quiera consolarse del dolor a través del beneficio y que desea fecundar sus lágrimas por los sacrificios?”

Lo que el Padre Félix admite como una hipótesis, la ciencia espírita lo admite como una verdad indiscutible, porque da su prueba patente. En efecto, sabemos que el mundo invisible está compuesto por los que han dejado su envoltura corporal o, dicho de otro modo, por las almas de los que han vivido en la Tierra; estas almas o Espíritus –que vienen a ser lo mismo– pueblan el espacio; están por todas partes, a nuestro lado como en las regiones más alejadas; al desembarazarse del pesado e incómodo fardo que los retenía en la superficie del suelo, no teniendo más que una envoltura etérea, semimaterial, se transportan con la rapidez del pensamiento. La experiencia prueba que ellos pueden acudir a nuestro llamado, pero vienen de buena o mala voluntad, con mayor o menor placer, según la intención, como bien se comprende; la oración es un pensamiento, un lazo que nos une a ellos: es un llamado, un verdadera evocación; ahora bien, como la oración –ya sea eficaz o no– es siempre un pensamiento benévolo, no puede dejar de ser agradable a aquellos a quien se dirige. ¿La misma es útil para ellos? Esta es otra pregunta. Los que objetan la eficacia de la oración dicen: Los designios de Dios son inmutables y Él no los deroga a pedido del hombre. –Esto depende del objeto de la oración, porque es muy cierto que Dios no puede infringir sus leyes para satisfacer a todos los pedidos desconsiderados que le son dirigidos; solamente encaremos la plegaria desde el punto de vista del alivio a las almas que sufren. Para comenzar diremos que, admitiendo que la duración efectiva de los sufrimientos no pueda ser abreviada, la conmiseración y la simpatía son un ablandamiento para aquel que sufre. Si un prisionero fuere condenado a veinte años de prisión, ¿no sufrirá mil veces más si estuviere solo, aislado y abandonado? Pero si un alma caritativa y compasiva viene a visitarlo, a consolarlo, a darle coraje, ¿no tendrá el poder de romper sus cadenas antes del tiempo previsto, haciéndolas parecer menos pesadas? ¿Y los años no parecerán más cortos? ¿Quién, en la Tierra, no ha encontrado en la compasión un alivio a sus miserias y un consuelo en las expresiones de la amistad?

¿Pueden las oraciones abreviar los sufrimientos? El Espiritismo dice: ; y lo prueba por el razonamiento y por la experiencia: por la experiencia, porque son las propias almas en sufrimiento que vienen a confirmarlo al describirnos el cambio de su situación; por el razonamiento, considerando su modo de acción.

Las comunicaciones incesantes que tenemos con los seres del Más Allá hacen pasar por nuestros ojos todos los grados del sufrimiento y de la felicidad. Vemos, pues, seres infelices, horriblemente infelices, y si de acuerdo con un gran número de teólogos, el Espiritismo no admite el fuego sino como una figura, como un emblema de los mayores dolores, en una palabra, como un fuego moral, es preciso convenir que la situación de algunos no es mucho mejor de lo que si estuviesen en el fuego material. Por lo tanto, el estado feliz o desdichado después de la muerte no es una quimera o un verdadero fantasma. Pero el Espiritismo nos enseña también que la duración del sufrimiento depende, hasta un cierto punto, de la voluntad del Espíritu, pudiendo éste abreviarlo a través de los esfuerzos que haga para mejorarse. La oración –me refiero a la oración real, la del corazón, aquella que es dictada por una verdadera caridad– estimula en el Espíritu el arrepentimiento y despierta en él los buenos sentimientos; ella lo esclarece, le hace comprender la felicidad de los que son superiores a él; lo estimula a hacer el bien, a volverse útil, porque los Espíritus pueden hacer el bien y el mal. En cierto modo la plegaria lo saca del desaliento en el que se entorpece; le hace vislumbrar la luz. Por lo tanto, a través de sus esfuerzos, él puede salir del lodazal en que se atasca; es así que la mano protectora que se le tiende puede abreviar sus sufrimientos.

Nuestro suscriptor nos pregunta si los Espíritus que solicitan oraciones no estarían aún bajo la influencia de las ideas terrestres. A esto respondemos que entre los Espíritus que se comunican con nosotros, están los que, cuando encarnados, profesaron todos los cultos. Todos ellos, católicos, protestantes, judíos, musulmanes y budistas, a esta pregunta: ¿Qué podemos hacer que os sea útil?, responden: “Orad por mí”. –¿Os sería más útil o más agradable una oración según el rito que habéis profesado? “–El rito es la forma; la oración de corazón no tiene rito”. Sin duda nuestros lectores se recuerdan de la evocación de Una viuda de Malabar, incluida en el número de la Revista de diciembre de 1858. Cuando le dijimos: Pedís que oremos por vos, pero somos cristianos; ¿podrían agradaros nuestras oraciones? Ella respondió: Sólo hay un Dios para todos los hombres.

Los Espíritus que sufren se vinculan a los que oran por ellos, como el ser que reconoce a los que le hacen el bien. Esta misma viuda de Malabar ha venido varias veces a nuestras reuniones sin ser llamada; según decía, venía para instruirse; inclusive llegaba a acompañarnos en la calle, como lo hemos constatado con la ayuda de un médium vidente. El asesino Lemaire, cuya evocación hemos relatado en el número del mes de marzo de 1858, evocación que, entre paréntesis, había suscitado la locuacidad escarnecedora de algunos escépticos, este mismo asesino, infeliz, abandonado, encontró en uno de nuestros lectores un corazón compasivo que tuvo piedad de él; vino a visitarlo con frecuencia y trató de manifestarse por todos los medios y modos, hasta que esa misma persona, al haber tenido la oportunidad de esclarecerse sobre dichas manifestaciones, supo que era Lemaire que le quería testimoniar su reconocimiento. Cuando éste tuvo la posibilidad de expresar su pensamiento, le dijo: ¡Os agradezco, alma caritativa! Yo estaba solo con los remordimientos de mi vida pasada, y tuvisteis piedad de mí; estaba abandonado, y pensasteis en mí; estaba en el abismo, ¡y me tendisteis la mano! Vuestras oraciones han sido para mí como un bálsamo consolador; comprendí la enormidad de mis crímenes y ruego a Dios que me conceda la gracia de repararlos en una nueva existencia, donde podré hacer tanto bien como hice tanto mal. Gracias una vez más, ¡oh, gracias!

Sobre los efectos de la oración, he aquí, además, la opinión actual de un ilustre ministro protestante, el Sr. Adolphe Monod, fallecido en el mes de abril de 1856.

“El Cristo ha dicho a los hombres: Amaos los unos a los otros. Esta recomendación implica la de emplear todos los medios posibles para testimoniar afecto a sus semejantes, sin que por esto se entre en detalle alguno sobre la manera de alcanzar ese objetivo. Si es cierto que nada puede desviar al Creador de aplicar la justicia –de la que Él mismo es modelo– a todas las acciones del Espíritu, no es menos cierto que la oración que le dirigís a favor de aquel por quien os interesáis, es para este último un testimonio de recordación que no puede sino contribuir para aliviar sus sufrimientos y consolarlo; desde el momento en que dé pruebas del menor arrepentimiento, y solamente entonces, será socorrido; pero nunca se le permite ignorar que un alma simpática se ha ocupado de él. Este pensamiento lo estimula al arrepentimiento y lo deja en la tierna persuasión que su intercesión le ha sido útil. De esto resulta necesariamente, de su parte, un sentimiento de reconocimiento y de afecto hacia aquel que le ha dado esa prueba de consideración y de piedad; en consecuencia, el amor que el Cristo recomendaba a los hombres no ha hecho sino aumentar entre ellos. Por lo tanto, ambos han obedecido a la ley de amor y de unión entre todos los seres, ley de Dios que debe llevar a la unidad, que es el objetivo del Espíritu”.

–¿Tenéis algo que agregar a estas explicaciones? –Resp. No, ellas lo encierran todo.

–Os agradezco por haber tenido a bien darlas. –Resp. Para mí es una felicidad el poder contribuir para la unión de las almas, unión que los Espíritus buenos tratan de hacer prevalecer sobre todas las cuestiones de dogma que las dividen.



Un Espíritu que no cree que está desencarnado

Uno de nuestros suscriptores del Departamento de Loiret, muy buen médium psicógrafo, nos escribe lo siguiente sobre varios hechos de apariciones que sucedieron con él.

«No queriendo dejar en el olvido ninguno de los hechos que vienen en apoyo a la Doctrina Espírita, vengo a comunicaros nuevos fenómenos de los que soy testigo y médium, y que –como lo habréis de reconocer– concuerdan perfectamente con todo lo que habéis publicado en vuestra Revista, acerca de los diversos estados del Espíritu después de su separación del cuerpo.

«Hace aproximadamente seis meses, yo me ocupaba con las comunicaciones espíritas junto con varias personas, cuando me vino al pensamiento preguntar si, entre los asistentes, se encontraba un médium vidente. El Espíritu respondió afirmativamente, se dirigió a mí y agregó: “Tú ya lo eres, pero en pequeño grado y sólo durante el sueño; más tarde tu temperamento se modificará de tal manera que te volverás un excelente médium vidente, pero poco a poco, y primero durante el sueño solamente”.

«En el curso de este año pasamos por el dolor de perder a tres de nuestros parientes. Uno de ellos, que era mi tío, me apareció en sueño algún tiempo después de su muerte; tuvimos una larga conversación y él me llevó al lugar que habita, diciéndome que era el último grado que conducía a la morada de la felicidad eterna. Yo tenía la intención de daros la descripción de lo que he admirado en esa morada incomparable, pero habiendo consultado al respecto a mi Espíritu familiar, éste me respondió: “La alegría y la felicidad que tú has sentido podrían influir en el relato que harías de las maravillosas bellezas que has admirado, y tu imaginación podría crear cosas que no existen. Espera que tu Espíritu esté más calmo”. Entonces me detengo en obediencia a mi Guía y no me ocuparé sino de dos otras visiones que son más positivas. Os relataré solamente las últimas palabras de mi tío. Después de haber admirado lo que me era permitido ver, él me dijo: “Ahora vas a volver a la Tierra”. Le supliqué que me concediera algunos instantes más. “No –me dijo–, son las cinco y debes retomar el curso de tu existencia”. En ese momento me desperté con el sonido del péndulo del reloj que indicaba las cinco horas.

«Mi segunda visión ha sido la de uno de los otros dos parientes muertos durante el año. Era un hombre virtuoso, amable, buen padre de familia, buen cristiano y, aunque estuvo enfermo durante mucho tiempo, murió casi súbitamente y quizás cuando menos lo esperaba. Su semblante tenía una expresión indefinible, seria, triste y al mismo tiempo feliz. Él me ha dicho: “Expío mis faltas; pero tengo un consuelo: el de ser el protector de mi familia; continúo viviendo junto con mi esposa y con mis hijos y les inspiro buenos pensamientos; orad por mí.

«La tercera visión es más característica y me ha sido confirmada por un hecho material: es la del tercer pariente. Era un excelente hombre, pero impetuoso, encolerizado, imperioso con los empleados y, sobre todo, apegado desmedidamente a los bienes de este mundo; además de escéptico, se ocupaba de esta vida más que de la vida futura. Algún tiempo después de su muerte vino a la noche y se puso a sacudir las cortinas con impaciencia, como para despertarme. Cuando le pregunté si era realmente él, me respondió: –Sí; vine a buscarte porque eres la única persona que puedes contestarme. Mi mujer y mis hijos partieron hacia Orleáns; quise seguirlos, pero nadie quiere obedecerme. Le dije a Pierre que hiciera mis maletas, pero él no me escucha; nadie me presta atención. Si tú pudieses venir a atar los caballos a otro carruaje y hacer mis maletas, me harías un gran favor, porque yo podría ir a encontrarme con mi mujer en Orleáns. –¿Pero no puedes hacerlo tú mismo? –No, porque no consigo levantar nada; desde el sueño que experimenté durante mi enfermedad, me encuentro muy cambiado; ya no sé más dónde estoy: es una pesadilla. –¿De dónde vienes? –De B... –¿Del castillo? –¡No!, me respondió con un grito de horror, llevando la mano a la frente, ¡vengo del cementerio! –Después de un gesto de desesperación, agregó: –Querido amigo mío, ¡dile a todos mis parientes que oren por mí, porque soy muy desdichado! –Después de estas palabras huyó y lo perdí de vista. Cuando vino a buscarme y a sacudir las cortinas con impaciencia, su semblante expresaba un desvarío asustador. Cuando le pregunté cómo había hecho para mover las cortinas –justo él que decía que no conseguía levantar nada–, me contestó bruscamente: ¡Con mi soplo!

«Al día siguiente me enteré que su mujer y sus hijos habían efectivamente partido hacia Orleáns.»

Esta última aparición es sobre todo notable por la ilusión que lleva a ciertos Espíritus a creerse que aún están encarnados, y porque en este caso esa ilusión se ha prolongado por mucho más tiempo que en casos análogos. Muy comúnmente ella no dura sino algunos días, mientras que aquí, después de más de tres meses, él aún no creía que estaba desencarnado. Además, la situación es perfectamente idéntica a la que hemos observado muchas veces. Él ve todo como si estuviese encarnado; quiere hablar y se sorprende al no ser escuchado; ejerce o cree ejercer sus ocupaciones habituales. La existencia del periespíritu es demostrada aquí de una manera notable, haciendo abstracción de la visión. Puesto que cree que está encarnado, él se ve, pues, en un cuerpo semejante al que hubo dejado; ese cuerpo actúa como lo habría hecho el otro. Para él nada parece haber cambiado; sólo que aún no ha estudiado las propiedades de su nuevo cuerpo: cree que es denso y material como el primero, y se espanta al no poder levantar nada. Entretanto, percibe en su situación algo extraño que no llega a comprender: cree que está teniendo una pesadilla; toma la muerte por un sueño; es un estado mixto entre la vida corporal y la vida espiritual, estado siempre penoso y lleno de ansiedad, ligándose a una y a la otra. Como ya hemos dicho en otra ocasión, es lo que sucede de un modo más o menos constante en las muertes instantáneas, tales como las que tienen lugar por el suicidio, la apoplejía, el suplicio, los combates, etc.

Sabemos que la separación entre el cuerpo y el periespíritu se opera gradualmente y no de una manera brusca; comienza antes de la muerte, cuando ésta llega por la extinción natural de las fuerzas vitales, ya sea por la edad o por la enfermedad, y sobre todo en aquellos que, cuando encarnados, presienten su fin y que se identifican por el pensamiento con la existencia futura, de tal modo que en el instante del último suspiro la separación es más o menos completa. Cuando repentinamente la muerte sorprende a un cuerpo lleno de vida, la separación sólo comienza en este momento, y no acaba sino poco a poco. Mientras exista un lazo entre el cuerpo y el Espíritu, éste se encontrará en turbación y, si entra bruscamente en el mundo de los Espíritus, ha de sentir un sobresalto que no le permitirá reconocer de inmediato su situación, así como tampoco las propiedades de su nuevo cuerpo; es preciso que él lo intente de alguna manera y es lo que le hace creer que aún se encuentra en este mundo.

Además de las circunstancias de muerte violenta, hay otras que vuelven más tenaces los lazos entre el cuerpo y el Espíritu, porque la ilusión de la que hablamos se observa igualmente en ciertos casos de muerte natural: es cuando el individuo vivió más la vida material que la vida moral. Se concibe que su apego a la materia lo retenga aún después de la muerte, prolongando así la idea de que nada ha cambiado para él. Tal es el caso de la persona que acabamos de hablar.

Notemos la diferencia que hay entre la situación de esta persona y la del segundo pariente: uno quiere todavía dar órdenes; cree que necesita sus maletas, los caballos, su carruaje, para ir al encuentro de su mujer; aún no sabe que, como Espíritu, puede hacerlo instantáneamente o, mejor dicho, su periespíritu es aún tan material que cree que está sometido a todas las necesidades del cuerpo. El otro, que ha vivido la vida moral, que tenía sentimientos religiosos, que se ha identificado con la vida futura –aunque sorprendido de un modo más repentino que el primero–, ya está desprendido; dice que vive junto con su familia, pero ya sabe que es un Espíritu; habla a su esposa y a sus hijos, pero sabe que lo hace a través del pensamiento; en una palabra, ya no tiene ilusiones, mientras que el otro se encuentra en turbación y angustiado. De tal modo posee el sentimiento de la vida real que vio partir hacia una ciudad a su mujer y a su hijo, los cuales partieron efectivamente en el día indicado, hecho ignorado por el pariente a quien apareció.

Además, notemos una palabra muy característica de su parte, que bien describe su posición. A esta pregunta: “¿De dónde vienes?”, respondió primeramente indicando el lugar que habitaba; después, a esta otra pregunta: “¿Del castillo?”, contestó con espanto: “¡No!, vengo del cementerio”. Ahora bien, esto prueba una cosa: que al no ser completo su desprendimiento, existía todavía una especie de atracción entre el Espíritu y el cuerpo, que lo llevó a decir que venía del cementerio; pero en este momento parece empezar a comprender la verdad. La propia pregunta parece ponerlo en camino, llamándole la atención para sus restos mortales; por eso es que pronunció esa palabra con espanto.

Los ejemplos de esta naturaleza son muy numerosos, y uno de los más impactantes es: El suicida de la Samaritana, que hemos relatado en nuestro número de junio de 1858. Este hombre, evocado algunos días después de su muerte, también afirmaba que aún estaba encarnado, y decía: “Sin embargo, siento que me roen los gusanos”. Como lo hemos hecho observar en nuestro relato, no se trataba de un recuerdo, ya que cuando encarnado no había sido roído por los gusanos; por lo tanto, era un sentimiento actual, una especie de repercusión transmitida del cuerpo al Espíritu, a través de la comunicación fluídica que aún existía entre ellos. Esta comunicación no siempre se traduce de la misma manera, pero es siempre más o menos penosa, como si fuese un primer castigo para aquel que cuando encarnado se identificó demasiadamente con la materia.

¡Qué diferencia con la calma, con la serenidad y con la suave quietud de los que mueren sin remordimientos –con la conciencia de haber empleado bien el tiempo de su permanencia en este mundo–, y de los que no se dejan dominar por sus pasiones! El tránsito es corto y sin amargura, porque la muerte es para ellos el regreso del destierro para la verdadera patria. ¿Hay en esto una teoría, un sistema? No, es el cuadro que todos los días nos ofrecen nuestras comunicaciones del Más Allá, cuadro cuyos aspectos varían al infinito y de las cuales cada uno puede extraer una enseñanza útil, porque encuentra ejemplos que podrá aprovechar si se da al trabajo de consultarlos: es un espejo donde se puede mirar todo aquel que no se deje cegar por el orgullo.



Doctrina de la reencarnación entre los hindúes

(Nota comunicada a la Sociedad por el Sr. Tug...)

«Generalmente se piensa que los hindúes sólo admiten la reencarnación como una expiación y que, según ellos, la reencarnación no puede efectuarse sino en cuerpos de animales. Sin embargo, las siguientes líneas, extraídas del Viaje de la Señora Ida Pfeiffer, parecen probar que al respecto los hindúes tienen ideas más sensatas.»

“Habitualmente las niñas –dice la Sra. Pfeiffer– son prometidas como novias con un año de edad. Si el novio muere, la niña es considerada viuda y por este motivo no puede casarse más: la viudez es considerada una gran desdicha. Ellos piensan que eso se debe a la situación de las mujeres cuya conducta ha sido reprochable en una vida anterior.”

«A pesar de la importancia que no se puede negar a estas últimas palabras, es preciso reconocer que entre la metempsicosis de los hindúes y la Doctrina admitida por la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas hay una diferencia capital. Citemos aquí lo que dice Zimmermann sobre la religión hindú, en el Diario de Viaje (Taschenbuch der Reisen).»

“El fondo de esta religión es la creencia en un Ser primero y supremo, en la inmortalidad del alma y en la recompensa de la virtud. El verdadero y único Dios se llama Brahm, que no debe confundirse con Brahma, creado por Él. Es la verdadera luz, que es la misma, eterna, bienaventurada en todos los tiempos y en todos los lugares. De la esencia inmortal de Brahma ha emanado la diosa Bhavani, que significa la Naturaleza, y una legión de 1.180 millones de Espíritus. Entre esos Espíritus hay tres semidioses o genios superiores: Brahma, Vishnú y Shiva, la trinidad de los hindúes. Durante mucho tiempo la concordia y la felicidad reinaron entre los Espíritus; pero después una revuelta estalló entre ellos, y varios se negaron a obedecer. Los rebeldes fueron precipitados de lo alto de los cielos en el abismo de las tinieblas. Entonces tuvo lugar la metempsicosis: cada planta, cada ser fue animado por un ángel caído. Esta creencia explica la bondad de los hindúes para con los animales: ellos los consideran como sus semejantes y no quieren matar a ninguno.

“Somos llevados a creer que, solamente con el tiempo, todo lo que hay de extravagante en esta religión –mal comprendida y falseada en la boca del pueblo– bajó a la categoría de alocada charlatanería. Basta indicar los atributos de algunas de sus principales divinidades para explicar el estado actual de su religión; ellos admiten 333 millones de divinidades inferiores: son las diosas de los elementos, de los fenómenos de la Naturaleza, de las artes, de las enfermedades, etc. Además, hay buenos y malos genios: el número de los buenos sobrepasa al de los malos en 3 millones.

“Lo que es extremamente notable –agrega Zimmermann– es que entre los hindúes no se encuentra un sola imagen del Ser Supremo: les parece demasiado grande. Ellos dicen que toda la Tierra es su templo y lo adoran bajo todas las formas.”

«Así, según los hindúes, las almas habían sido creadas felices y perfectas, y su caída ha sido el resultado de una rebelión; su encarnación en el cuerpo de los animales es una punición. Según la Doctrina Espírita, las almas han sido y aún son creadas simples e ignorantes, y es a través de las encarnaciones sucesivas que ellas llegan, gracias a sus esfuerzos y a la misericordia divina, a una perfección que puede darles la felicidad eterna. Debiendo progresar, el alma puede permanecer estacionaria durante un tiempo más o menos largo, pero no retrocede: lo que ella adquirió en conocimiento y en moralidad no lo pierde. Si no avanza, tampoco retrocede: he aquí por qué no puede volver a animar los seres inferiores a los humanos. Así, la metempsicosis de los hindúes se basa en el principio de la retrogradación de las almas; la reencarnación, según los Espíritus, está basada en el principio de la progresión sucesiva. Según los hindúes, el alma comenzó por la perfección para llegar a la abyección; la perfección es el comienzo, la abyección es el resultado. Según los Espíritus, la ignorancia es el comienzo; la perfección es el objetivo y el resultado. Sería superfluo buscar demostrar cuál de estas dos doctrinas es la más racional y cuál da una idea más elevada de la bondad y de la justicia de Dios. Por consiguiente, es por una completa ignorancia de sus principios que algunas personas las confunden.»

TUG...






Conversaciones familiares del Más Allá

Señora Ida Pfeiffer, célebre viajera

(Sociedad, 7 de septiembre de 1859.)

El siguiente relato ha sido extraído de Mi segundo viaje alrededor del mundo, de la Señora Ida Pfeiffer, página 345.

“Puesto que voy a hablar de cosas tan extrañas, es preciso que yo haga mención de un acontecimiento enigmático que sucedió hace varios años en Java y que tuvo tanta repercusión, que llegó a llamar la atención del gobierno.

“En la residencia de Cheribonhabía una casita en la cual, según decía el pueblo, aparecían Espíritus. Al caer la tarde, comenzaban a llover piedras de todos los lados en el cuarto, y por todas partes caían escupidas de siri.[1] Las piedras, así como también los escupitajos, caían muy cerca de las personas que se encontraban en la pieza, pero sin herirlas ni alcanzarlas. Parece que todo esto era principalmente dirigido contra un niño. Se habló tanto de este asunto inexplicable que finalmente el gobierno holandés encargó a un oficial superior, que merecía su confianza, para examinarlo. Éste puso alrededor de la casa a hombres serios y fieles, con la orden de prohibir la entrada o la salida de cualquier persona; examinó todo escrupulosamente y, poniendo en su regazo al niño mencionado, se sentó en el cuarto fatal. Al atardecer, la lluvia de piedras y de siri comenzó como de costumbre: todo caía cerca del oficial y del niño, sin alcanzarlos. Nuevamente se examinó cada rincón, cada recoveco, pero no se descubrió nada: el oficial no podía entender lo sucedido. Mandó recoger las piedras, haciéndolas marcar y esconder en un lugar bien alejado. Fue todo en vano: las propias piedras volvieron a caer en la pieza a la misma hora. Finalmente, para poner un término a esa historia inconcebible, el gobernador ordenó derrumbar la casa.”

La persona que ha compilado este hecho, en 1853, ha sido una mujer verdaderamente superior, menos por su instrucción y por su genio que por la increíble energía de su carácter. Además de esa ardiente curiosidad y de ese coraje indomable, que han hecho de ella la más notable viajera que jamás haya existido, la Señora Pfeiffer no tenía en su carácter nada de excéntrico. Era una mujer de una piedad suave y esclarecida, habiendo dado prueba muchas veces de que estaba lejos de ser supersticiosa: ella tenía como ley contar solamente lo que hubiese visto por sí misma, o lo que obtuviera de fuente segura. (Ver la Revue de Paris del 1° de septiembre de 1856 y el Dictionnaire des Contemporains, de Vapereau.)

1. Evocación de la Señora Pfeiffer. –Resp. Estoy aquí.

2. ¿Estáis sorprendida con nuestro llamado y por encontraros entre nosotros? –Resp. Estoy sorprendida con la rapidez de mi viaje.

3. ¿Cómo fuisteis avisada que deseábamos hablaros? –Resp. Fui traída aquí sin sospechar de nada.

4. Entretanto, debéis haber recibido algún aviso. –Resp. Una atracción irresistible.

5. ¿Dónde estabais cuando os llamamos? –Resp. Estaba junto con un Espíritu que tengo la misión de guiar.

6. ¿Tuvisteis conciencia de los lugares que habéis cruzado para llegar hasta aquí, o aquí os encontrasteis súbitamente, sin transición? –Resp. Súbitamente.

7. ¿Sois feliz como Espíritu? –Resp. Sí, no se puede ser más feliz.

8. ¿De dónde os venía ese acentuado gusto por los viajes? –Resp. Yo había sido marino en una vida anterior, y el gusto que tenía por los viajes en esa existencia se reflejó en ésta, a pesar del sexo que yo había elegido para sustraerme a eso.

9. ¿Vuestros viajes han contribuido para vuestro adelanto
como Espíritu? –Resp. Sí, porque los hice con un espíritu de observación, que me faltó en la existencia precedente en que sólo me ocupaba del comercio y de los intereses materiales: es por esto que yo creía que iba avanzar más en una vida sedentaria; pero Dios, tan bueno y tan sabio en sus designios –que no podemos penetrar–, permitió que usase mis inclinaciones para ponerlas a servicio del adelanto que yo solicitaba.

10. De las naciones que habéis visitado, ¿cuál es la que os pareció más avanzada y que mereció vuestra preferencia? ¿No habíais dicho, cuando encarnada, que pondríais ciertas tribus de Oceanía por encima de las naciones civilizadas? –Resp. Era una idea errada. Hoy prefiero a Francia, porque comprendo su misión y preveo su destino.

11. ¿Cuál es el destino que prevéis para Francia? –Resp. No puedo deciros su destino; pero su misión es la de esparcir el progreso, las luces y, por consiguiente, el verdadero Espiritismo.

12. Los salvajes de Oceanía, ¿en qué os parecían más adelantados que los americanos? –Resp. Encontré en aquéllos, dejando a un lado los vicios vinculados al estado salvaje, cualidades serias y sólidas que no encontré en éstos.

13. ¿Confirmáis el hecho que habría sucedido en Java y que está relatado en vuestras obras? –Resp. Lo confirmo en parte; el hecho ocurrido con las piedras marcadas y arrojadas nuevamente merece una explicación: eran piedras similares, pero no las mismas.

14. ¿A qué atribuís ese fenómeno? –Resp. No sabía a qué atribuirlo: me preguntaba si, en efecto, el diablo existiría; respondí a mí misma: No, y me quedaba en eso.

15. Ahora que comprendéis la causa, ¿podríais decirnos de dónde venían esas piedras? ¿Eran transportadas o fabricadas especialmente por los Espíritus? –Resp. Eran transportadas. Para ellos era más fácil traerlas que aglomerarlas.

16. Y ese siri, ¿de dónde provenía? ¿Era fabricado por ellos? –Resp. Sí: era más fácil y, además, inevitable, puesto que hubiera sido imposible encontrarlo totalmente preparado.

17. ¿Cuál era el objetivo de esas manifestaciones? –Resp. Como siempre, llamar la atención y hacer constatar un hecho del que tanto se habló y del cual se buscaba una explicación.

Nota – Alguien observa que esta constatación no podría llevar a ningún resultado serio entre tales pueblos; pero responden que hay un resultado real, ya que, por el relato y el testimonio de la Señora Pfeiffer, el hecho llegó al conocimiento de los pueblos civilizados, que lo comentan y que extraen sus consecuencias. Además, los holandeses han sido llamados para constatarlos.

18. ¿Debería haber un motivo especial en lo que respecta principalmente al niño, atormentado por esos Espíritus? –Resp. El niño poseía una influencia favorable: he aquí todo, puesto que personalmente no sufrió toque alguno.

19. Ya que esos fenómenos eran producidos por los Espíritus, ¿por qué cesaron cuando la casa fue demolida? –Resp. Cesaron porque juzgaron inútil continuar con los mismos, lo que no significa que no hubiesen podido continuar.

20. Os agradecemos por haber venido y por haber tenido a bien responder a nuestras preguntas. –Resp. Estoy enteramente a vuestra disposición.



[1] Preparación que los javaneses mascan continuamente y que da a la boca y a la saliva un color de sangre. [Nota de la autora del texto transcripto.]



Privat d’Anglemont

(Primera conversación, 2 de septiembre de 1859.)

Hemos leído en el periódico Le Pays (El País) del 15 ó 16 de agosto de 1859, la siguiente Noticia Necrológica sobre el literato Privat d’Anglemont, fallecido en el Hospital Dubois.

“Sus excentricidades nunca hicieron mal a nadie; sólo la última fue mala y se volvió contra él. Al entrar en la casa de salud donde acaba de fallecer –pero en la que falleció feliz debido a un nuevo bienestar–, Privat d’Anglemont inventó decir que era anabaptista y adepto de la doctrina de Swedenborg. ¡Había dicho tantas otras cosas en su vida! Pero esta vez la muerte le tomó la palabra y no lo dio tiempo para desdecirse. Por consiguiente, le fue negado el supremo consuelo de la cruz a la cabecera de su lecho; su cortejo fúnebre se deparó con una iglesia, pero tuvo que pasar de largo. La cruz tampoco vino a recibirlo a la puerta del cementerio. Cuando el ataúd fue sepultado en la tumba, Edouard Fournier, que pronunció sentidas palabras junto a ese pobre cuerpo, sólo se atrevió a desearle el descanso eterno; todos sus amigos se alejaron, atónitos, por no haberlo saludado uno a uno con aquella agua que se parece con las lágrimas y que purifica. Por lo tanto, haced una suscripción después de esto, ¡e intentad edificar algo sobre una sepultura sin esperanza! ¡Pobre Privat! Lo pongo en las manos de Aquel que conoce todas las miserias de nuestra alma y que ha puesto el perdón como ley en la efusión de un corazón afectuoso.”

Haremos previamente una observación sobre esta Noticia. ¿No hay algo de atroz en ese pensamiento de una sepultura sin esperanza, y que ni siquiera merece el honor de un monumento? Sin duda, la vida de Privat podría haber sido más meritoria; es indiscutible que tuvo sus defectos; pero nadie dijo que era un hombre malo que –como tantos otros– hacía el mal por el placer de hacerlo, bajo el manto de la hipocresía. ¿Se debe creer que, porque en sus últimos momentos en la Tierra fue privado de las oraciones concedidas a los creyentes, oraciones que sus amigos poco caritativos tampoco le ofrecieron, Dios lo condene para siempre y que no le deje sino el descanso eterno como suprema esperanza? Dicho de otro modo, ¿que él no sería más que un animal a los ojos de Dios, justamente Privat que era un hombre de inteligencia, indiferente –es cierto– a los bienes y favores del mundo, que vivía a cada día sin preocuparse con el mañana, pero siendo en definitiva un hombre de pensamiento o un genio trascendente? De este modo, ¡cuán asustador debe ser el número de los que se sumergen en la nada! Convengamos que los Espíritus nos dan una idea mucho más sublime de Dios, presentándolo siempre dispuesto a tender una mano al que reconoce sus errores, al cual Él deja siempre un áncora de salvación.

1. Evocación. –Estoy aquí; ¿qué deseáis, amigos míos?

2. ¿Tenéis una conciencia nítida de vuestra situación actual? –Resp. No, no totalmente, pero espero no tardar en tenerla, porque felizmente para mí, Dios no parece que quiere alejarme de Él, a pesar de la vida casi inútil que yo he llevado en la Tierra; pero más tarde tendré una posición bastante feliz en el mundo de los Espíritus.

3. ¿Os habéis reconocido inmediatamente en el momento de vuestra muerte? –Resp. He pasado por una turbación, lo que es comprensible, pero no tanto como se podría suponer, porque siempre he apreciado lo que era etéreo, poético, soñador.

4. ¿Podríais describirnos lo que ha sucedido con vos en aquel momento? –Resp. No ha sucedido nada de extraordinario y diferente de lo que ya sabéis; por consiguiente, es inútil hablar aún de eso.

5. ¿Veis las cosas tan claramente como cuando encarnado? –Resp. No, todavía no; pero las veré.

6. ¿Qué impresión os causa la visión actual de los hombres y de las cosas? –Resp. Dios mío, aquello que siempre he pensado.

7. ¿En qué os ocupáis? –Resp. No hago nada; estoy errante; no busco una posición social, sino una posición espírita; otro mundo, otra ocupación: es la ley natural de las cosas.

8. ¿Podéis transportaros para todas las partes que queréis? –Resp. No; yo sería muy feliz; mi mundo es limitado.

9. ¿Necesitáis de un tiempo apreciable para transportaros de un lugar a otro? –Resp. Bastante apreciable.

10. Cuando encarnado, constatabais vuestra individualidad por medio del cuerpo; pero ahora que no tenéis más este cuerpo, ¿cómo
la constatáis? –Resp. ¡Oh, qué extraño! He aquí una cosa en la cual aún no había pensado; tienen razón los que dicen que aprendemos algo nuevo todos los días. Gracias, querido compañero.

11. ¡Pues bien! Ya que llamamos vuestra atención sobre este punto, ¿tendríais la bondad de reflexionar al respecto y de respondernos? –Resp. Os he dicho que estoy limitado en cuanto al espacio; pero infelizmente también lo soy en cuanto al pensamiento, ¡justamente yo, que siempre he tenido una viva imaginación! Os responderé más tarde.

12. ¿Cuál era, cuando encarnado, vuestra opinión sobre el estado del alma después de la muerte? –Resp. Creía que ella era inmortal, como es evidente; pero os confieso, avergonzado, que yo no creía o –al menos– no tenía una opinión bien segura sobre la reencarnación.

13. ¿Cuál era el origen del carácter original que os distinguía? –Resp. No tenía una causa directa; mientras que otros son profundos, serios, filósofos, yo era alegre, vivaz, original. Es una variedad de carácter: he aquí todo.

14. Por vuestro talento, ¿no podríais haberos liberado de esa vida bohemia que os dejaba preso a las necesidades materiales, pues creo que os faltaba frecuentemente lo necesario? –Resp. Muy frecuentemente; pero, ¿qué queréis? Yo vivía como me ordenaba mi carácter. Luego, nunca supe doblarme a los tontos convencionalismos del mundo; no sabía lo que era mendigar una protección; el arte por el arte: he aquí mi principio.

15. ¿Cuál es vuestra esperanza para el futuro? –Resp. Todavía no lo sé.

16. ¿Recordáis la existencia que precedió a la que acabáis de dejar? –Resp. Fue buena.

Nota – Alguien hace observar que estas últimas palabras podrían ser tomadas como una exclamación irónica, lo que sería propio del carácter de Privat. Éste respondió espontáneamente:

Os pido mil disculpas; yo no estaba bromeando; soy, en verdad, un Espíritu poco instructivo para vosotros; pero, en fin, no quiero bromear con cosas serias. Terminemos aquí; no quiero hablar más. Hasta luego.

(Segunda conversación, 9 de septiembre de 1859.)

1. Evocación. –Resp. Veamos, amigos míos, ¿entonces no habéis terminado de hacerme vuestras preguntas muy sensatas, pero a las cuales no puedo responder?

2. Indudablemente es por modestia que decís esto; porque la inteligencia que habéis mostrado cuando encarnado, y la manera como habéis respondido prueban que vuestro Espíritu está por encima del vulgo. –Resp. ¡Adulador!

3. No, no adulamos; decimos lo que pensamos; además
sabemos que la adulación no tiene sentido con los Espíritus. Por ocasión de vuestra conversación anterior, nos habéis dejado bruscamente; ¿podríais decirnos la razón? –Resp. He aquí la razón en toda su simplicidad: Vos me habéis hecho preguntas tan ajenas a mis ideas que yo estaba en un gran aprieto para responderlas; comprended, entonces, el estrecho impulso de orgullo que he sentido al quedarme callado.

4. ¿Veis a otros Espíritus a vuestro alrededor? –Resp. Los veo en cantidad: aquí, allí y por todas partes.

5. ¿Reflexionasteis acerca de la pregunta que os hicimos y sobre la cual dijisteis que responderíais en otra ocasión? Os la repito: Cuando encarnado, constatabais vuestra individualidad por medio del cuerpo; pero ahora que no tenéis más este cuerpo, ¿cómo la constatáis? En una palabra, ¿cómo os distinguís de los otros seres espirituales que veis a vuestro alrededor? –Resp. Si consigo expresar lo que siento, os diré que aún conservo una especie de esencia que me da mi individualidad y que no me deja ninguna duda de que soy realmente yo, aunque esté muerto para la Tierra. Aún estoy en un mundo nuevo, muy nuevo para mí... (Después de vacilar un poco) En fin, constato mi individualidad por mi periespíritu, que es la forma que yo tenía en ese mundo.

Observación – Pensamos que esta última respuesta le ha sido soplada por otro Espíritu, porque la precisión de la misma contrasta con las dificultades que parece mostrar al principio.

6. ¿Asististeis a vuestros funerales? –Resp. Sí, pero no sé bien por qué.

7. ¿Qué sentimientos habéis tenido? –Resp. Vi con placer y con gran satisfacción que, al dejar la Tierra, dejé allí muchos pesares.

8. ¿De dónde os vino la idea de deciros anabaptista y swedenborguiano? ¿Habíais estudiado la doctrina de Swedenborg? –Resp. Era otra de mis ideas excéntricas.

9. ¿Qué pensáis de la pequeña Noticia Necrológica publicada sobre vos en Le Pays? –Resp. Estoy en un aprieto, creedlo; si publicáis esas comunicaciones en la Revista, lo cual da placer a quien las ha escrito, ¿qué diré yo, para quien las mismas han sido hechas? ¿Que son bellas frases, nada más que bellas frases?

10. ¿Regresáis algunas veces a los lugares que habéis frecuentado cuando encarnado, y visitáis a los amigos que habéis dejado? –Resp. Sí, y me atrevo a decir que todavía encuentro en eso una cierta satisfacción. Con respecto a los amigos, los tenía muy poco sinceros; muchos me apretaban la mano sin atreverse a decirme que yo era excéntrico y, por la espalda, me criticaban y me llamaban de loco.

11. ¿Adónde iréis al dejarnos? No pregunto por indiscreción, sino para nuestra instrucción. –Resp. ¿Adónde iré?... Veamos... ¡Ah! Tengo una excelente idea... Voy a concederme una pequeña alegría..., sólo una vez no se vuelve un hábito... Daré un pequeño paseo: voy a visitar un cuartito que durante mi vida me ha dejado muy agradables recuerdos... Sí, es una buena idea; allí pasaré la noche a la cabecera de un pobre diablo: un escultor que esta noche no ha cenado y que le ha pedido al sueño el alivio de su hambre... Quien duerme, cena... ¡Pobre joven! Quedate tranquilo: voy a prepararte sueños magníficos.

12. ¿Podría saber la dirección de este escultor para poder ayudarlo? –Resp. He aquí una pregunta que podría ser indiscreta, si yo no conociese el loable sentimiento que la dicta... No puedo responder a esta pregunta.

13. ¿Tendríais la bondad de dictarnos algo, a continuación, sobre un tema de vuestra elección? Vuestro talento de literato debe volver fácil la tarea. –Resp. Todavía no; entretanto, sois tan afable y tan compasivo que os prometo escribir alguna cosa. Ahora, quizás, yo sería un poco elocuente; pero temo que mis comunicaciones sean todavía muy terrestres; dejad que mi alma se depure un poco; permitid que ella deje esta envoltura grosera que aún la retiene, para entonces prometeros una comunicación. Solamente os pido una cosa: rogad a Dios, nuestro soberano Señor, que me conceda el perdón y el olvido de mi inutilidad en la Tierra, porque cada hombre tiene una misión en este mundo. ¡Infeliz de aquel que no la cumple con fe y con religiosidad! ¡Orad, orad! Hasta pronto.


(Tercera conversación)

Estoy aquí desde hace tiempo. Prometí decir algo y lo diré.

Amigos míos, sabed que nada es más difícil que hablar así, sin preámbulos, y que abordar directamente un tema serio. Un sabio no prepara sus obras sino después de prolongadas reflexiones, después de haber madurado mucho tiempo lo que debe decir, lo que debe emprender. Con respecto a mí, lamento por aún no haber encontrado un tema digno de vosotros; yo no podría deciros más que puerilidades; por consiguiente, prefiero pediros una postergación para la sesión de la semana que viene, como se dice en el tribunal; quizás, entonces, yo haya encontrado algo que pueda interesaros e instruiros.


Habiendo el médium insistido mentalmente para que él dijera algo, agregó: Pero, querido amigo, ¡veo que estás sorprendido! No, prefiero permanecer como oyente; ¿tú no sabes, pues, que hay tanta instrucción para mí como para vos en escuchar lo que aquí se estudia? No; os repito, permaneceré como un simple oyente; es un papel que será para mí mucho más instructivo. A pesar de tu insistencia, no deseo responder. ¿Crees entonces que sería más agradable para mí que se diga: –¡Ah!, esta noche han evocado a Privat d’Anglemont. –¿Es verdad? ¿Y qué ha dicho? –Nada, absolutamente nada. –¡Gracias! Prefiero que se conserve de mí una buena opinión. Cada uno con sus ideas.

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Comunicación espontánea de Privat d’Anglemont
(Cuarta conversación, 30 de septiembre de 1859.)


«Finalmente el Espiritismo tiene una gran repercusión en todas partes, y he aquí que los diarios se ocupan de Él, aunque de una manera indirecta, al citar hechos extraordinarios de apariciones, golpes, etc. Mis ex colegas citan los hechos sin comentarios, dando así prueba de inteligencia, porque la Doctrina Espírita nunca debe ser mal discutida o tomada como cosa mala. Entretanto, no admiten todavía la veracidad del papel del médium; ellos dudan. Pero yo refuto sus objeciones diciéndoles esto: ellos mismos son médiums. Todos los grandes y pequeños escritores son médiums, en mayor o en menor grado; y lo son en el sentido de que los Espíritus que se encuentran a su alrededor actúan sobre su sistema mental, inspirándoles frecuentemente pensamientos que ellos se jactan de haberlos creado. Ciertamente jamás sospecharían que yo, Privat d’Anglemont, un Espíritu ligero por excelencia, pudiese haber resuelto esta cuestión; sin embargo, no digo más que la verdad y, como prueba, presento una situación muy sencilla: ¿Cómo explicáis que después de haber escrito durante algún tiempo, ellos están como en una especie de sobreexcitación y en un estado febril poco común? Diréis que es por el esfuerzo de la atención. Pero cuando estáis muy atentos a una cosa, por ejemplo, al observar un cuadro, ¿tenéis fiebre? ¡No, claro que no! Por consiguiente, es necesario que haya otra causa. ¡Pues bien! Lo repito: la causa está en el modo de comunicación que existe entre el cerebro del escritor y los Espíritus que lo rodean. Ahora, estimados colegas, si os parece bien, fustigad al Espiritismo, burlaros y reíros de Él, porque ciertamente os burlaréis de vosotros al dar más tarde azotes para vosotros mismos... ¿Me comprendéis?»

PRIVAT D’ANGLEMONT

El médium que sirvió de intérprete a Privat d’Anglemont en la Sociedad, al haber tenido la idea de evocarlo en particular, obtuvo de él la siguiente conversación. Parece que este Espíritu tuvo por él un cierto afecto, ya sea porque encontró un instrumento fácil o porque se estableció entre ambos una simpatía. Este médium es un joven principiante en la carrera literaria y sus prometedores ensayos anuncian aptitudes que sin duda Privat tendrá el placer de alentar.

1. Evocación.

Resp. Estoy aquí; ya estoy contigo desde hace algún tiempo; esperaba esta evocación de tu parte. He sido yo quien hace poco te ha inspirado algunos buenos pensamientos que has tenido; querido amigo, esto era para confortarte un poco y para hacerte soportar con más coraje las penas de este mundo. ¿Creéis, pues, que yo no he sufrido también –más de lo que se imagina–, todos vosotros que sonreís de mis excentricidades? Y bajo esa coraza de indiferencia que yo siempre llevaba, ¡cuántas tristezas y dolores no he escondido! Sólo tenía una cualidad muy preciosa para un literato o para un artista: no importa en qué ocasión, yo siempre he amenizado mis sufrimientos con alegría. Cuando sufría demasiado, yo hacía chistes, juegos de palabras, bromas. ¡Cuántas veces el hambre, la sed y el frío han golpeado a mi puerta! ¡Y cuántas veces les respondí con una prolongada y alegre carcajada! Carcajada simulada, dirás. ¡Pues bien! No, no amigo mío, te confieso que yo era sincero. ¿Qué quieres? Siempre he tenido el más despreocupado carácter que se pueda tener. Nunca me preocupé con el futuro, con el pasado ni con el presente. Siempre viví como un verdadero bohemio, subsistiendo a cada día, gastando cinco francos cuando los tenía e incluso cuando no los tenía; y no era más rico, cuatro días después de haber recibido dinero, de lo que lo había sido en la víspera.

Ciertamente no deseo a nadie esta vida inútil, incoherente e irracional que he llevado. Las excentricidades no son más de nuestro tiempo; por esto mismo, las nuevas ideas han hecho muy rápidos progresos. Es una vida de la que de ninguna manera me jacto, y de la cual a veces me avergüenzo. La juventud debe ser estudiosa: a través del trabajo debe buscar fortificar su inteligencia, a fin de conocer y apreciar mejor a los hombres y a las cosas.

Jóvenes, desengañaos si creéis que al salir del colegio ya sois hombres completos o sabios. Tenéis la llave para saber todo; ahora os corresponde trabajar y estudiar, entrando más decididamente en el vasto campo que se os ofrece, cuyos caminos han sido allanados por vuestros estudios en el colegio. Sé que la juventud precisa de distracciones: lo contrario sería ir contra la naturaleza; sin embargo, no debéis buscarlas en exceso, porque aquel que en la primavera de la vida sólo pensó en el placer, prepara para más tarde penosos remordimientos. Es entonces que la experiencia y las necesidades de este mundo le enseñan que los momentos perdidos nunca más se recuperan. Los jóvenes necesitan lecturas serias: los autores antiguos son frecuentemente los mejores, porque sus buenos pensamientos sugieren otros. Sobre todo, ellos deben evitar las novelas, que solamente instigan la imaginación y dejan el vacío en el corazón. Las novelas sólo deben ser toleradas como distracción, una vez que otra, o para algunas de esas damas que no tienen nada mejor que hacer. ¡Instruíos, instruíos! Perfeccionad la inteligencia que Dios os ha dado; únicamente a este precio seremos dignos de vivir.

Preg. Tu lenguaje me sorprende, estimado Privat. Sin duda te has presentado ante mí con un aspecto muy espirituoso, pero no como un Espíritu profundo, y ahora... –Resp. ¡Alto ahí!, joven; detente. Coincido en que yo he aparecido o, mejor dicho, me he comunicado con todos vosotros como un Espíritu poco profundo; pero ocurre que no estaba aún totalmente desprendido de mi envoltura terrestre, y el estado de Espíritu todavía no se había presentado en toda su realidad. Amigo, ahora soy un Espíritu, nada más que un Espíritu. Siento que voy a experimentar todo como los otros, y mi vida en la Tierra no me parece más que un sueño; ¡y qué sueño! Estoy parcialmente habituado a este nuevo mundo, que debe ser mi morada por algún tiempo.

Preg. ¿Cuánto tiempo crees que vas a permanecer como Espíritu, y qué haces en tu nueva existencia? ¿Cuáles son tus ocupaciones? –Resp. El tiempo que debo permanecer como Espíritu está en las manos de Dios, y durará –tanto como puedo concebir, supongo– hasta que Dios considere mi alma lo bastante depurada como para encarnar en una región superior. En cuanto a mis ocupaciones, son casi nulas. Aún estoy errante, y esto es una consecuencia de la vida que he llevado en la Tierra. Es así que lo que me parecía un placer en vuestro mundo es ahora una pena para mí. Sí, es verdad, me gustaría tener una ocupación seria, interesarme por alguien que mereciese mi simpatía, inspirarle buenos pensamientos; pero, querido amigo, ya conversamos bastante y, si me lo permites, voy a retirarme. Adiós; si necesitas de mí, no tengas recelo de llamarme: acudiré con placer. ¡Coraje! ¡Sé feliz!


Dirkse Lammers

(Sociedad, 11 de noviembre de 1859.)

El Sr. Van Br..., de La Haya, presente en la sesión, relata el siguiente hecho que le es personal.

En una reunión espírita a la cual él asistía en La Haya, un Espíritu que decía llamarse Dirkse Lammers se manifestó espontáneamente. Interrogado sobre las particularidades que le conciernen y sobre el motivo de su visita en medio de personas que no lo conocían y que no lo llamaron, él cuenta su historia de esta manera:

«Yo vivía en 1592 y me ahorqué en el local en que estáis en este momento, en un establo que por entonces existía en el mismo lugar donde actualmente se encuentra esta casa. He aquí en qué circunstancias: Yo tenía un perro, y mi vecina tenía gallinas. Mi perro mató a sus gallinas y, para vengarse, la vecina lo envenenó. En mi cólera, golpeé y herí a esta mujer; ella entabló una acción judicial contra mí y fui condenado a tres meses de cárcel y a 25 florines de multa. Aunque la condena fue bastante leve, no por esto tuve menos odio del abogado X..., que fue quien la pidió, y resolví vengarme de él. Por consiguiente, lo esperé en un camino poco frecuentado que él recorría todas las tardes en dirección a Loosduinen, cerca de La Haya; yo lo estrangulé y lo colgué en un árbol. Para hacer creer que era un suicidio, puse en su bolsillo un papel previamente preparado, como siendo escrito por él, en el cual decía que nadie debería ser acusado de su muerte, ya que él mismo se había quitado la vida. Desde ese momento el remordimiento me persiguió y, tres meses después, me ahorqué –como ya dije– en el local donde estáis. Arrastrado por una fuerza a la cual no puedo resistir, vengo a confesar mi crimen, en la esperanza de que quizás esto pueda traer algún alivio al sufrimiento que estoy padeciendo desde entonces.»

Este relato, hecho con detalles tan circunstanciales, sorprendió a la asamblea. Al haberse tomado informaciones, a través de investigaciones realizadas en el registro civil, se verificó efectivamente que en 1592 un abogado llamado X... se había ahorcado en el camino de Loosduinen.

Al haber sido evocado en la sesión de la Sociedad del 11 de noviembre de 1859, el Espíritu Dirkse Lammers se manifestó por actos de violencia, quebrando los lápices. Su letra era irregular, gruesa, casi ilegible, y el médium experimentó una extrema dificultad para trazar los caracteres.

1. Evocación. Estoy aquí. ¿Qué queréis?

2. ¿Reconocéis aquí a una persona con la cual os
comunicasteis últimamente? –Resp. Ya he dado bastantes pruebas de mi lucidez y de mi buena voluntad: esto debería ser suficiente.

3. ¿Con qué objetivo os habéis comunicado espontáneamente en lo del Sr. Van Br...? –Resp. No sé; he sido enviado hacia allá; por mí mismo no tenía muchos deseos de contar lo que he sido forzado a decir.

4. ¿Quién os ha obligado a hacerlo? –Resp. La fuerza que nos conduce: nada más sé al respecto; a pesar de no quererlo, he sido arrastrado y forzado a obedecer a los Espíritus que tenían el derecho de ser obedecidos.

5. ¿Estáis contrariado por venir a nuestro llamado? –Resp. Bastante: aquí no es mi lugar.

6. ¿Sois feliz como Espíritu? –Resp. ¡Bella pregunta!

7. ¿Qué podemos hacer para os ser agradables? –Resp. ¡Podríais hacer algo que sea agradable para mí!

8. Ciertamente: la caridad nos ordena que seamos útiles siempre que podamos, ya sea con los Espíritus como con los hombres. Puesto que sois infeliz, rogaremos para vos la misericordia de Dios: nos comprometemos a orar por vos. –Resp. Después de siglos, estas son las primeras palabras de esa naturaleza que me han sido dirigidas. ¡Oh! ¡Gracias, gracias! ¡Por Dios! Que esta no sea una promesa vana, os lo ruego.


Michel François

(Sociedad, 11 de noviembre de 1859.)

Michel François, herrador que vivía hacia fines del siglo XVII, se dirigió al intendente de la Provenza y le anunció que un espectro le apareció, ordenándole que fuera a revelar al rey Luis XIV ciertas cosas secretas de gran importancia. Lo dejaron partir hacia la corte en el mes de abril de 1697. Unos garantizan que él habló con el rey; otros dicen que el rey se rehusó a verlo. Lo que es cierto, agregan algunos, es que en lugar de ser enviado al manicomio, él obtuvo dinero para su viaje y la exención de tallas y otros impuestos reales.

1. Evocación. Resp. Estoy aquí.

2. ¿Cómo habéis sabido que deseábamos hablaros? –Resp. ¿Por qué me hacéis esta pregunta? ¿No sabéis que estáis rodeado de Espíritus que avisan a aquellos con los cuales queréis comunicaros?

3. ¿Dónde estabais cuando os llamamos? –Resp. En el espacio, porque aún estoy errante.


4. ¿Estáis sorprendido por encontraros en medio de encarnados? –Resp. De manera alguna; entre los mismos me encuentro frecuentemente.

5. ¿Os recordáis de vuestra existencia, en 1697, bajo el reinado de Luis XIV, cuando por entonces erais herrero? –Resp. Muy confusamente.

6. ¿Recordáis la revelación que queríais hacer al rey? –Resp. Me acuerdo que yo tenía que hacerle una revelación.

7. ¿Le hicisteis esa revelación? –Resp. Sí.

8. Habéis dicho que un espectro os apareció y os ordenó que fueseis a revelar ciertas cosas al rey; ¿quién era ese espectro? –Resp. Era el espectro de su hermano.

9. ¿Podéis decir su nombre? –Resp. No; vos me comprendéis.

10. ¿Era el hombre designado con el nombre de Máscara de Hierro? –Resp. Sí.

11. Ahora que estamos lejos de aquel tiempo, ¿podríais decirnos cuál era el objeto de esa revelación? –Resp. Era justamente el de informarlo sobre su muerte.

12. ¿La muerte de quién? ¿De su hermano? –Resp. Sí, claro.

13. ¿Qué impresión causó al rey vuestra revelación? –Resp. Una impresión donde se mezclaban la tristeza y la satisfacción; además, esto quedó suficientemente probado por la manera con que me trató.

14. ¿Cómo él os trató? –Resp. Con bondad y afabilidad.

15. Dicen que un hecho similar sucedió con Luis XVIII. ¿Sabéis si esto es verdad? –Resp. Creo que ocurrió algo semejante, pero no estoy totalmente informado al respecto.

16. ¿Por qué aquel Espíritu os eligió para esa misión, justamente a vos, un hombre desconocido, en lugar de elegir a un personaje de la corte que se hubiera aproximado al rey más fácilmente? –Resp. Fui puesto en su camino, dotado de la facultad que él deseaba encontrar y que era necesaria, y también porque a un personaje de la corte no le habrían aceptado la revelación: pensarían que se informó por otros medios.

17. ¿Cuál era el objetivo de esta revelación, ya que el rey sería necesariamente informado de la muerte de su hermano, antes de saberlo por vos? –Resp. Era para hacerlo reflexionar sobre la vida futura y acerca del destino a que podía exponerse, como realmente se expuso: su fin ha sido manchado por acciones con las cuales él creía asegurarse un futuro, que podría haber sido mejor con la práctica de aquella revelación.





Comunicaciones espontáneas obtenidas en las sesiones de la Sociedad

30 de septiembre de 1859 (médium: Sr. R...)

Amaos los unos a los otros: esta es toda la ley, ley divina por la cual Dios crea incesantemente y gobierna los mundos. El amor es la ley de atracción para los seres vivos y organizados; la atracción es la ley de amor para la materia inorgánica.

Nunca olvidéis que el Espíritu, sean cuales fueren su grado de adelanto y su situación como reencarnado o en la erraticidad, está siempre colocado entre un superior que lo guía y perfecciona, y un inferior hacia el cual tiene los mismos deberes que cumplir.

Por lo tanto, sed caritativos, no sólo con esa caridad que os lleva a sacar de vuestro bolsillo el óbolo que fríamente dais al que se atreve a pedíroslo, mas salid al encuentro de las miserias ocultas.

Sed indulgentes para con las imperfecciones de vuestros semejantes; en vez de despreciar la ignorancia y el vicio, instruidlos y moralizadlos; sed afables y benévolos con todo lo que os sea inferior; proceded de la misma manera con los seres más ínfimos de la Creación, y habréis obedecido a la ley de Dios.

VICENTE DE PAÚL

Nota – Los Espíritus considerados por los hombres como santos, generalmente no se valen de esta cualidad; así, san Vicente de Paúl firma simplemente Vicente de Paúl; san Luis firma Luis. Al contrario, aquellos que usurpan nombres y cualidades que no les pertenecen, comúnmente hacen alarde de sus falsos títulos, creyendo sin duda imponerse más fácilmente; pero esta máscara no puede engañar a quien se da al trabajo de estudiar su lenguaje; el de los Espíritus realmente superiores tiene una marca inconfundible.

18 de noviembre de 1859 (médium: Sr. R...)

La unión hace la fuerza; sed unidos para ser fuertes. El Espiritismo ha germinado, ha echado raíces profundas; va a extender por la Tierra sus ramas bienhechoras. Es necesario que os tornéis invulnerables contra los dardos envenenados de la calumnia y de la negra falange de los ignorantes, egoístas e hipócritas. Para lograrlo, que una indulgencia y una benevolencia recíprocas presidan las relaciones entre vosotros; que vuestros defectos pasen inadvertidos y que sólo vuestras cualidades sean notadas; que la antorcha de la santa amistad reúna, ilumine y dé calor a vuestros corazones, y así resistiréis a los ataques impotentes del mal, como la roca inquebrantable resiste al furioso oleaje.

VICENTE DE PAÚL


23 de septiembre de 1859 (médium: Sr. R...)

Hasta el presente no encarasteis la guerra sino desde el punto de vista material: guerras intestinas, guerras de pueblos contra pueblos; no habéis visto allí más que conquistas, esclavitud, sangre, muerte y ruinas. Es tiempo de considerarla desde el punto de vista moralizador y progresivo. La guerra siembra a su paso la muerte y las ideas; las ideas germinan y crecen; el Espíritu, después de fortalecerse en la vida espírita, viene a hacerlas fructificar. Por lo tanto, no agobiéis con vuestras maldiciones al diplomático que ha preparado la lucha, ni al capitán que ha llevado sus soldados a la victoria. Grandes luchas se preparan: luchas del bien contra el mal, de las tinieblas contra la luz; luchas del espíritu de progreso contra la ignorancia estacionaria. Esperad con paciencia, porque ni vuestras maldiciones ni vuestros elogios podrán cambiar en nada la voluntad de Dios; Él siempre sabrá mantener o alejar sus instrumentos del teatro de los acontecimientos, según hayan cumplido su misión o abusado de la misma para servir a sus puntos de vista personales, del poder que hubieren adquirido por sus éxitos. Tenéis el ejemplo del César moderno y el mío. A través de varias existencias miserables y oscuras he debido expiar mis faltas, y he vivido en pasada existencia en la Tierra con el nombre de Luis IX.

JULIO CÉSAR

El niño y el arroyo: parábola

11 de noviembre de 1859 (médium: Sr. Did...)

Cierto día un niño llegó a un arroyo que corría muy rápido, cuyo caudal tenía casi la impetuosidad de un torrente; el agua descendía de una colina vecina y aumentaba a medida que avanzaba por la planicie. El niño se puso a examinar el torrente y después recogió todas las piedras que sus pequeños brazos podían llevar; resolvió construir un dique: ¡qué ciega presunción! Pese a todos sus esfuerzos y a su cólera infantil, no lo consiguió. Entonces, al reflexionar más seriamente –si es que podemos emplear esta palabra para un niño– subió cada vez más, abandonó su primero intento y quiso hacer el dique cerca de la propia fuente del arroyo. ¡Ay!, sus esfuerzos fueron nuevamente impotentes; cayó en desánimo y se fue llorando. Estábamos aún en la bella estación y el arroyo no era tan rápido, en comparación con la corriente que tenía en el invierno; el caudal aumentó, y el niño vio el creciente volumen de agua que descendía con más agitación y furor, derribando todo a su paso; el infeliz niño habría sido arrastrado por la corriente si se hubiese atrevido a acercarse como en la primera vez.

¡Oh, hombre débil! ¡Niño! Tú, que quieres levantar una muralla, un obstáculo infranqueable a la marcha de la verdad: no eres más fuerte que ese niño, y tu pequeña voluntad no es más fuerte que sus pequeños brazos. Y aunque te gustaría detenerla en su propia fuente, la verdad –te aseguro– ha de arrastrarte infaliblemente.

BASILIO

Los tres ciegos: parábola
7 de octubre de 1859 (médium: Sr. Did...)

Un hombre rico y generoso –lo que es raro– encontró en su camino a tres infelices ciegos, enteramente fatigados y con hambre; a cada uno le ofreció una moneda de oro. El primero, ciego de nacimiento, amargado por la miseria, ni siquiera abrió la mano; éste decía que nunca había visto que alguien ofreciera oro a un mendigo: eso era imposible. El segundo extendió maquinalmente la mano, pero luego rechazó la ofrenda que le hacían; al igual que su amigo, consideraba aquello una ilusión o la obra de un bromista de mal gusto: en una palabra, la moneda era falsa –según él. Al contrario, el tercero –inteligente y lleno de fe en Dios–, en el cual la agudeza del tacto había parcialmente reemplazado el sentido que le faltaba, tomó la moneda, la palpó, se levantó y, bendiciendo a su bienhechor, partió hacia la ciudad vecina, a fin de adquirir lo que necesitaba para su existencia.

Los hombres son los ciegos; el Espiritismo es el oro; se conoce al árbol por sus frutos.

LUCAS

30 de septiembre de 1859 (médium: Srta. H...)

He pedido a Dios que me dejase venir un momento entre vosotros para daros el consejo de nunca participar de querellas religiosas; no digo de guerras religiosas, porque hoy el siglo está muy adelantado para esto; pero en la época en que viví era una desgracia general y no pude evitarla; la fatalidad me arrastró y yo empujé a los otros, justamente yo que debería haberlos amparado. Así, tuve mi punición, primero en la Tierra y después durante tres siglos, en los que expío cruelmente mi crimen. Sed afables y pacientes con aquellos a quien enseñáis; si al principio no quieren venir hacia vosotros, vendrán más tarde, cuando observen vuestra abnegación y vuestra devoción.

Amigos míos, hermanos míos: nunca estaría de más aconsejaros que, en efecto, no existe nada más horrible que matarse mutuamente en nombre de un Dios clemente, ¡en nombre de una religión tan santa que no predica sino la misericordia, la bondad y la caridad! En lugar de esto, se mata, se masacra para forzar a las personas a convertirse –dicen– y a creer en un Dios bueno; pero en vez de creer en vuestras palabras, los que sobreviven se apresuran a dejaros y se alejan de vosotros como bestias feroces. Sed, pues, buenos –os lo repito– y sobre todo muy tolerantes para con aquellos que no creen como vosotros.

CARLOS IX


1. ¿Tendríais la complacencia de responder algunas preguntas que desearíamos dirigiros? –Resp. De buen grado.

2. ¿Cómo expiasteis vuestras faltas? –Resp. A través del remordimiento.

3. ¿Tuvisteis otras existencias corporales después de aquella que conocemos? –Resp. Tuve una; he reencarnado como un esclavo de las dos Américas. He sufrido mucho; esto me adelantó en mi purificación.

4. ¿Qué sucedió con vuestra madre, Catalina de Médicis? –Resp. Ella también ha sufrido; se encuentra en otro planeta, donde lleva una vida de devoción.

5. ¿Podríais escribir la historia de vuestro reino, como lo han hecho Luis IX, Luis XI y otros? –Resp. Yo también podría hacerlo...

6. ¿Queréis hacerlo por intermedio del médium que en este momento os sirve de intérprete? –Resp. Sí, este médium puede servirme, pero no comenzaré esta noche; no he venido para esto.

7. Tampoco os hemos pedido que comencéis hoy: os rogamos hacerlo en vuestro tiempo disponible y en el del médium; será un trabajo de gran extensión que exigirá un cierto espacio de tiempo. ¿Podemos contar con vuestra promesa? –Resp. Lo haré. Adiós.



Comunicaciones recibidas fuera de la Sociedad y leídas en la misma

(Comunicación obtenida por la Srta. de P...)


La bondad del Señor es eterna. Él no quiere la muerte de sus hijos queridos; pero, ¡oh, hombres!, reflexionad que depende de vosotros adelantar el reino de Dios en la Tierra o de atrasarlo; que sois responsables unos por los otros; que mejorándoos a vos mismos, trabajáis por la regeneración de la Humanidad. La tarea es grande; la responsabilidad pesa sobre cada uno, y nadie puede eximirse. Abrazad con fervor la gloriosa tarea que el Señor os impone y haced como el Cristo os ha dicho: La mies es mucha, mas los obreros pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que envíe obreros a su mies.

Pero he aquí que somos enviados como obreros de vuestros corazones; sembramos allí el buen grano; tened cuidado en no sofocarlo. Regadlo con las lágrimas del arrepentimiento y de la alegría; del arrepentimiento, por haber vivido desde hace tanto tiempo en una tierra maldecida por los pecados del género humano, distante del único Dios verdadero, adorando los falsos goces del mundo, que sólo dejan disgustos y tristezas en el fondo de la copa. Llorad de alegría, porque el Señor os ha concedido gracia; porque quiere adelantar la llegada de sus hijos bienamados al seno paternal; porque quiere que todos os revistáis de la inocencia de los ángeles, como si nunca os hubieseis alejado de Él.

El único que os ha mostrado el camino para regresar a esta gloria primitiva; el único al que no podéis reprochar, porque nunca se equivocó en sus enseñanzas; el único justo ante Dios; en fin, el único que deberíais seguir para que seáis agradables a Dios, es el Cristo: sí, el Cristo, vuestro Divino Maestro que habéis olvidado y menospreciado durante siglos. Amadlo, porque Él ruega incesantemente por vosotros; quiere venir en vuestro socorro. ¡Cómo! ¡La incredulidad aún resiste! ¡Las maravillas del Cristo no pueden abatirla! ¡Las maravillas de toda la Creación permanecen impotentes ante esos Espíritus burlones, sobre este polvo que no puede prolongar por un sólo minuto su miserable existencia! Esos eruditos que imaginan que son los únicos que poseen todos los secretos de la Creación, no saben de dónde vienen, ni hacia adónde van y, aún así, niegan todo y desafían a todos; porque conocen algunas de las leyes más comunes del mundo material, creen que pueden juzgar el mundo inmaterial o, mejor dicho, dicen que no existe nada de inmaterial, que todo debe obedecer a esas mismas leyes materiales que llegaron a descubrir.

Pero vosotros, ¡cristianos! Sabed que no podéis negar nuestra intervención sin que, al mismo tiempo, neguéis al Cristo y a toda la Biblia, porque no hay una única página donde no encontréis trazos del mundo visible en relación con el mundo invisible. Decid entonces: ¿sois o no sois cristianos?

REMBRAND
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(Otra comunicación, recibida por el Sr. Pêc...)

Cada hombre tiene en sí mismo lo que vosotros llamáis: una voz interior. Es aquello que el Espíritu llama: la conciencia, juez severo que preside todas las acciones de vuestra vida. Cuando el hombre está solo, escucha a esta conciencia y evalúa las cosas en su justo valor; frecuentemente tiene vergüenza de sí mismo: en este momento reconoce a Dios. Pero la ignorancia –fatal consejera– lo arrastra y le pone la máscara del orgullo; ante vosotros, él se presenta engreído en su vacuidad, buscando engañaros con el aplomo que aparenta. Pero el hombre de corazón recto no tiene soberbia en la cabeza; escucha con provecho las palabras del sabio; siente que no es nada, y que Dios es todo; busca instruirse en el libro de la Naturaleza, escrito por la mano del Creador. Eleva su Espíritu y expele de su envoltura las pasiones materiales que a menudo os extravían. Una pasión que os domina es un guía peligroso: recordad esto, amigo. Dejad reír al escéptico: su risa se extinguirá; a la hora extrema, el hombre se vuelve creyente. De esta manera, piensa siempre en Dios, porque únicamente Él no se equivoca. Recuerda que apenas existe un camino que conduce hacia Él: la fe y el amor a los semejantes.

UN MIEMBRO DE LA FAMILIA

Un antiguo carretero

El Sr. V..., excelente médium, es un joven que generalmente se distingue por la buena cualidad de sus relaciones con el mundo espiritual. Sin embargo, desde que ocupa el cuarto en que actualmente reside, un Espíritu inferior interfiere en sus comunicaciones e incluso se interpone en sus trabajos personales. Al encontrarse una noche (el 6 de septiembre de 1859) en la casa del Sr. Allan Kardec, con quien debía trabajar, fue importunado por aquel Espíritu que le hacía trazar cosas incoherentes y que le impedía de escribir. Entonces, al dirigirse a este Espíritu, el Sr. Allan Kardec tuvo con él la siguiente conversación:

1. ¿Por qué vienes aquí cuando nadie te llamó? –Resp. Yo quiero atormentarlo.

2. ¿Quién eres tú? Dinos tu nombre. –Resp. No lo diré.

3. ¿Cuál es tu objetivo al interferir en lo que no te corresponde? Esto no trae provecho para nadie. –Resp. No, pero le impido tener buenas comunicaciones, y sé que esto lo entristece bastante.

4. Eres un Espíritu malo, ya que te complaces en hacer el mal. En nombre de Dios, te intimo a retirarte y a dejarnos trabajar con tranquilidad. –Resp. ¿Crees que me das miedo con tu voz grave?

5. Si no tienes miedo de mí, por cierto lo tendrás de
Dios, en nombre del cual te hablo, y que bien podrá hacer que te arrepientas de tu maldad. –Resp. No nos irritemos, burgués.

6. Te repito que eres un Espíritu malo y una vez más te pido que no nos impidas trabajar. –Resp. Soy lo que soy: es mi naturaleza.

Al haber sido llamado un Espíritu superior, y al habérsele solicitado que alejase a este intruso para no interrumpir el trabajo, el Espíritu malo probablemente se fue, porque durante el resto de la noche no hubo ninguna interrupción más. Al ser interrogado sobre la naturaleza de este Espíritu, aquél respondió:

Este Espíritu, que es de la más baja clase, es un antiguo carretero, fallecido no lejos de la casa donde reside V... (el médium). Eligió como domicilio el propio cuarto del médium y desde hace tiempo es él que incesantemente lo obsesa, atormentándolo continuamente. Ahora que sabe que V..., por orden de los Espíritus superiores, debe dejar su residencia, él lo atormenta más que nunca. Esta es entonces una prueba de que el médium no escribe su propio pensamiento. Ves así que hay buenas cosas, inclusive en las más desagradables aventuras de la vida. Dios revela su poder por todos los medios posibles.

–¿Cuál era el carácter de este hombre, cuando encarnado? –Resp. Todo lo que más se aproxima al de un animal. Creo que sus caballos tenían más inteligencia y sentimientos que él.

–¿Por cuál medio puede el Sr. V... desembarazarse de él? –Resp. Hay dos: el medio espiritual, que es pidiéndole a Dios, y el medio material, que es dejando la casa en la cual está.

–¿Entonces hay realmente lugares frecuentados por ciertos Espíritus? –Resp. Sí, Espíritus que todavía están bajo la influencia de la materia se vinculan a ciertos lugares.

–Los Espíritus que frecuentan ciertos lugares, ¿pueden volverlos fatalmente funestos o propicios para las personas que los habitan? –Resp. ¿Quién podría impedirlos? Como desencarnados, ellos ejercen su influencia como Espíritus; como encarnados, la ejercen como hombres.

–Alguien que no fuera médium, que incluso nunca hubiese oído hablar de Espíritus o que no creyera en ellos, ¿podría sufrir esta influencia y ser el blanco de las molestias ocasionadas por esos Espíritus? –Resp. Indudablemente; esto sucede más a menudo de lo que pensáis, y explica muchas cosas.

–¿Hay algún fundamento en la creencia de que los Espíritus frecuentan preferentemente las ruinaso las casas abandonadas? –Resp. Es una superstición.

–¿Entonces los Espíritus frecuentarán tanto una casa nueva de la calle Rívoli como una vieja casucha? –Resp. Ciertamente, porque pueden ser atraídos hacia un lugar en vez de otro, de acuerdo con la disposición de espíritu de sus habitantes.

Al haber sido evocado en la Sociedad –por intermedio del Sr. R...– el citado carretero en Espíritu, éste se manifestó a través de señales de violencia, quebrando los lápices que clavaba en el papel con fuerza, y escribiendo con una letra gruesa, trémula, irregular y poco legible.

1. Evocación. –Resp. Estoy aquí.

2. ¿Reconocéis el poder de Dios sobre vos? –Resp. Sí, ¿y qué?

3. ¿Por qué habéis elegido el cuarto del Sr. V... en vez de otro? –Resp. Eso me agrada.

4. ¿Permaneceréis allí por mucho tiempo? –Resp. Mientras me sienta bien.

5. ¿Entonces no tenéis intención de mejoraros? –Resp. Veremos; tengo tiempo.

6. ¿Estáis contrariado porque os hemos llamado? –Resp. Sí.

7. ¿Qué hacíais cuando os llamamos? –Resp. Yo estaba en la taberna.

8. ¿Estabais bebiendo? –Resp. ¡Qué tontería! ¡Cómo podría beber!

9. ¿Qué quisisteis decir al hablar de la taberna? –Resp. Quise decir lo que he dicho.

10. Cuando estabais encarnado, ¿maltratabais a vuestros caballos? –Resp. ¿Sois, pues, guardia municipal?

11. ¿Queréis que oremos por vos? –Resp. ¿Lo haríais?

12. Ciertamente; nosotros oramos por todos los que sufren, porque tenemos piedad de los infelices y porque sabemos que la misericordia de Dios es grande. –Resp. ¡Oh, bueno! A pesar de todo sois buenos individuos; me gustaría poder daros un apretón de manos. Voy a intentar merecerlo. ¡Gracias!

Nota – Esta conversación confirma lo que la experiencia ya ha probado muchas veces, en lo tocante a la influencia que los hombres pueden ejercer sobre los Espíritus, y por medio de la cual pueden contribuir para su mejoría. Muestra la influencia de la oración. Así, esa naturaleza bruta, arisca y casi salvaje se hace como más dócil con la idea de que alguien pueda demostrarle interés. Nosotros tenemos numerosos ejemplos de criminales que vinieron a comunicarse espontáneamente a través de los médiums que habían orado por ellos, a fin de testimoniarles su arrepentimiento.

A las observaciones anteriores agregaremos las siguientes consideraciones sobre la evocación de Espíritus inferiores.

Hemos visto a médiums, deseosos de conservar sus buenas relaciones con el Más Allá, rehusarse a servir de intérpretes a los Espíritus inferiores que pueden ser llamados; es de su parte una susceptibilidad mal entendida. Por el hecho de evocar a un Espíritu vulgar, inclusive malo, no significa que uno esté bajo su dependencia; lejos de esto. Al contrario, sois vosotros que lo domináis: no es él que viene a imponerse, contra vuestra voluntad, como en la obsesión; sois vosotros que os imponéis a él. Él no ordena, obedece; sois su juez y no su presa. Además, podéis ser útiles a ellos por vuestros consejos y por vuestras oraciones, y os agradecerán por el interés que les demostráis. Tenderles la mano compasivamente es practicar una buena acción; rehusarse a esto es faltar con la caridad; aún más: es egoísmo y orgullo. Esos seres inferiores son también para nosotros una gran enseñanza; ha sido a través de ellos que hemos aprendido a conocer las camadas inferiores del mundo espiritual, así como el destino que aguarda a los que hacen en la Tierra un mal uso de su vida. Notemos, además, que es casi siempre temblando que ellos vienen a las reuniones serias, donde los Espíritus buenos dominan; aquellos sienten vergüenza y se mantienen a la distancia, escuchando para instruirse. A menudo vienen con ese objetivo, sin haber sido llamados; por lo tanto, ¿por qué rehusarse a escucharlos cuando frecuentemente su arrepentimiento y sus sufrimientos son un motivo de edificación o, por lo menos, de instrucción? No hay nada que temer con esas comunicaciones, desde que tengan el propósito del bien. ¿Qué sería de los pobres heridos si los médicos se rehusaran a tocar en sus llagas?



Boletín de la sociedad parisiense de estudios espíritas

Viernes 30 de septiembre de 1859 (Sesión general) Lectura del acta de la sesión del 23 de septiembre.


Presentación del Sr. S..., comerciante, caballero de la Legión de Honor, como miembro titular. Aplazamiento de la admisión para la próxima sesión particular.

Comunicaciones diversas – 1°) Lectura de una comunicación espontánea dada al Sr. R... por el Espíritu Dr. Olivier.

Esta comunicación es notable desde un doble punto de vista: en primer lugar, el mejoramiento moral del Espíritu, que reconoce cada vez más el error de sus opiniones terrestres y que ahora comprende su posición; en segundo lugar, el hecho de su próxima reencarnación, cuyos efectos comienza a sentir por una primera turbación, y que confirma la teoría que ha sido dada sobre la manera con la cual se opera este fenómeno, y la fase que precede a la reencarnación propiamente dicha. Esta turbación, resultado del lazo fluídico que comienza a establecerse entre el Espíritu y el cuerpo que el primero debe animar, vuelve más difícil la comunicación que en su estado de completa libertad; el médium escribe con más lentitud, su mano está pesada y las ideas del Espíritu son menos nítidas. Esta turbación, que va siempre aumentando desde la concepción al nacimiento, es completa al aproximarse este último momento, y sólo se disipa gradualmente algún tiempo después. (Será publicada con las otras comunicaciones del mismo Espíritu.)

2°) Hecho de manifestación física espontánea ocurrido últimamente en París en una casa del faubourg Saint-Germain, y relatado por el Sr. A... Se escuchó un piano durante varios días seguidos sin que nadie lo tocase. Todas las precauciones fueron tomadas para asegurarse que este hecho no era debido a ninguna causa accidental. Un sacerdote, interrogado al respecto, pensó que podría ser un alma en sufrimiento que reclama asistencia y que desea comunicarse.

3°) Asesinato cometido por un niño de siete años y medio, con premeditación y todas las circunstancias agravantes. Este hecho, narrado por varios diarios, prueba en este niño un instinto asesino innato que no pudo ser desarrollado en él ni por la educación, ni por el medio en el cual se encuentra, sólo pudiendo ser explicado por un estado anterior a la existencia actual. Interrogado sobre este asunto, san Luis respondió: «El Espíritu de este niño está casi en el inicio del período humano; solamente ha tenido dos encarnaciones en la Tierra, y antes de su actual existencia pertenecía a las tribus más atrasadas del mundo marítimo. Quiso nacer en un mundo más adelantado, en la esperanza de él mismo avanzar». A la pregunta de saber si la educación podría modificar aquella naturaleza, él respondió: «Esto es difícil, pero posible; sería necesario tomar grandes precauciones, rodearlo de buenas influencias, desarrollarle la razón, pero es de temer que se haga todo lo contrario.»

4°) Lectura de una obra en verso, escrita por una joven a través de su mediumnidad mecánica. Se hubo reconocido que esos versos no eran inéditos, por haber sido hechos por un poeta fallecido hace algunos años. El estado de instrucción de la médium, que ha escrito un gran número de poesías de ese género, no permite suponer de su parte que esto sea un efecto de su memoria; de eso se deduce que el Espíritu que se manifestó ha extraído él mismo los versos de las producciones ya realizadas, y que son totalmente extrañas a la médium. Varios hechos análogos prueban que esta cuestión es posible y, de entre otros, el de uno de los médiums de la Sociedad, a quien un Espíritu dictó un pasaje escrito por el Sr. Allan Kardec, y que éste no había aún comunicado a nadie.

Estudios – 1°) Evocación del negro que sirvió de alimento a sus compañeros en el naufragio del navío Le Constant.

2°) Cuestiones diversas y problemas morales dirigidos a san Luis sobre el hecho anterior. Un debate se establece acerca de este tema, en el cual tomaron parte varios miembros de la Sociedad.

3°) Tres comunicaciones espontáneas fueron obtenidas simultáneamente, por intermedio de tres médiums diferentes: la primera, a través del Sr. R..., firmada por san Vicente de Paúl; la segunda, por el Sr. Ch..., firmada por Privat d’Anglemont, y la tercera, a través de la Srta. H..., firmada por Carlos IX.

4°) Cuestiones diversas dirigidas a Carlos IX. Él promete escribir la historia de su reino, a ejemplo de Luis XI. (Estas diversas comunicaciones están publicadas.)

Viernes 7 de octubre de 1859 (Sesión particular)
Lectura del acta y de los trabajos de la sesión del 30 de septiembre.

Presentaciones y admisiones – La Srta. S... y el conde de R..., oficial de la Marina, son presentados como candidatos a miembros titulares.

Admisión de los cinco candidatos presentados en la sesión del 23 de septiembre y de la Srta. S...

El Sr. Presidente hace observar, con respecto a los nuevos miembros presentados, que es muy importante para la Sociedad asegurar sus disposiciones estatutarias. Dice él que no es suficiente que, en general, sean partidarios del Espiritismo; es preciso que simpaticen con su manera de ver. La homogeneidad de principios es la condición sin la cual ninguna sociedad podrá tener vitalidad. Por lo tanto, es necesario conocer la opinión de los candidatos para que de ninguna forma se dejen introducir elementos de discusiones ociosas, que harían perder el tiempo y que podrían degenerar en disensiones. La Sociedad no busca, de manera alguna, el aumento indefinido de sus miembros; ante todo quiere proseguir sus trabajos con calma y recogimiento, razón por la cual debe evitar todo lo que podría perturbarla. Al ser su objeto el estudio de la ciencia, es evidente que cada uno es perfectamente libre para debatir los puntos controvertidos y para emitir su opinión personal; pero otra cosa es dar consejos o llegar con ideas sistemáticas preconcebidas, en oposición a las bases fundamentales. Estamos reunidos para el estudio y la observación, y no para hacer de nuestras sesiones una arena de controversias. Además, sobre este punto, debemos referirnos a los consejos que nos han sido dados en varias circunstancias por los Espíritus que nos asisten, y que incesantemente nos recomiendan la unión como condición esencial para llegar al objetivo que nos proponemos y para obtener su concurso. «La unión hace la fuerza; por lo tanto, sed unidos si queréis ser fuertes; de otro modo, vosotros correréis el riesgo de atraer a los Espíritus ligeros que os engañarán». He aquí por qué no podemos dejar de prestar bastante atención a los elementos que introducimos en nuestro medio.

Designación de tres nuevos dirigentes para las próximas tres sesiones generales.

Comunicaciones diversas – 1°) El Sr. Tug... transmite una nota sobre un hecho curioso de manifestación física, narrado por la Señora Ida Pfeiffer en el relato de su viaje a Java.

2°) El Sr. Pêch... cita un hecho de comunicación espontánea que le es personal, por parte del Espíritu de una mujer que, cuando encarnada, era lavandera y tenía mal carácter. Los sentimientos, como Espíritu, no han cambiado, y ella continuó mostrando un verdadero cinismo de maldad. Sin embargo, los sabios consejos del médium parecen ejercer sobre ella una feliz influencia; sus ideas se modifican sensiblemente.

3°) El Sr. R... presenta una hoja en la cual ha obtenido la escritura directa, producida espontáneamente a la noche, en su casa, después de haberla solicitado en vano durante el día. La hoja, además, no tiene sino dos palabras: Dios, Fenelón.

Estudios – 1°) Evocación de la Sra. Ida Pfeiffer, célebre viajera.

2°) Los tres ciegos, parábola de san Lucas, dada en comunicación espontánea.

3°) El Sr. L. G. escribe de San Petersburgo diciendo que es médium intuitivo, y solicita a la Sociedad que tenga a bien pedir a un Espíritu superior algunos consejos con respecto a él, a fin de esclarecerlo sobre la naturaleza y la extensión de su facultad, para que pueda dirigirse de acuerdo con los mismos. Un Espíritu da espontáneamente –y sin preguntas previas– dichos consejos, los cuales deberán ser transmitidos al Sr. G.

El Presidente de la Sociedad avisa que, a pedido de varios miembros que viven muy lejos, las sesiones comenzarán, de aquí en adelante, a las ocho horas de la noche para poder terminar más temprano.

Viernes 14 de octubre de 1859 (Sesión general)
Lectura del acta y de los trabajos de la sesión del 7 de octubre.

Presentaciones – El Sr. A..., librero, y el Sr. de la R..., propietario, son presentados como miembros titulares. Aplazamiento para la próxima sesión particular.

El Sr. J..., fiscal de contribuciones en el Departamento del Alto Rin, es presentado y admitido como miembro corresponsal.

Comunicaciones diversas – 1°) El Sr. Col... comunica un extracto de la obra intitulada Terre et Ciel, del Sr. Jean Reynaud, donde el autor emite ideas que están completamente de acuerdo con la Doctrina Espírita y con lo que un Espíritu ha dicho últimamente sobre el futuro papel de Francia.

2°) El conde de R... informa una comunicación espontánea de Savonarola, monje dominico, obtenida en una sesión particular. Esta comunicación es notable porque este personaje, aunque desconocido de los asistentes, indicó con precisión la fecha de su muerte, ocurrida en 1498, su edad y su suplicio. Se piensa que podrá ser instructivo evocar a este Espíritu.

3°) Explicación dada por un Espíritu sobre el papel de los médiums, al Sr. P..., antiguo rector de la Academia, siendo él mismo médium. Para comunicarse entre sí, los Espíritus no necesitan de la palabra: les basta el pensamiento. Cuando ellos quieren comunicarse con los hombres, deben traducir su pensamiento en señales humanas, es decir, en palabras; extraen estas palabras del vocabulario del médium de que se sirven, como si fuese en cierto modo de un diccionario. He aquí por qué es más fácil al Espíritu expresarse en el idioma familiar del médium, aunque igualmente pueda hacerlo en un idioma que éste no conozca; pero entonces es un trabajo más difícil, razón por la cual lo evita cuando no hay necesidad. El Sr. P... encuentra en esta teoría la explicación de varios hechos que le son personales, relacionados a comunicaciones que le han sido dadas por diversos Espíritus en latín y en griego.

4°) Hecho relatado por él mismo, respecto de un Espíritu que asistió al entierro de su cuerpo y que, al no creer que estaba desencarnado, pensó que el entierro no le concernía. Él decía: No fui yo el que murió. Después, cuando vio a sus parientes, agregó: Comienzo a creer que bien podríais tener razón, y que es posible que yo no sea más de este mundo; pero me da lo mismo.

5°) El Sr. S... comunica un hecho notable de aviso del Más Allá, relatado por el diario La Patrie del 16 de diciembre de 1858.

6°) Carta del Sr. Bl... de La..., que, después de haber leído en la Revista sobre el fenómeno del desprendimiento del alma durante el sueño, pregunta a la Sociedad si tendría la complacencia de evocarlo un día, junto con su hija que falleció hace dos años, a fin de –como Espíritu– tener con ella una conversación que aún no consiguió como médium.

Estudios – 1°) Evocación de Savonarola, propuesta por el conde de R...

2°) Evocación simultánea, a través de dos médiums diferentes, del Sr. Bl... de La... (encarnado) y de su hija desencarnada hace dos años. Conversación del padre con su hija.

3°) Dos comunicaciones espontáneas son obtenidas simultáneamente: la primera, de san Luis, a través del Sr. L...; la segunda, de la Srta. Clary, a través de su hermano.

Viernes 21 de octubre de 1859 (Sesión particular)
Lectura del acta y de los trabajos de la sesión del 14 de octubre.

Presentaciones y admisiones – El Sr. Lem..., comerciante, y el Sr. Pâq..., doctor en Derecho, son presentados como miembros titulares. La Srta. H... es presentada como miembro honoraria, en razón de su colaboración dada a la Sociedad como médium, concurso que promete continuar en el futuro.

Admisión de los dos candidatos presentados en la sesión del 14 de octubre, y de la Srta. H...

El Sr. S... propone que en el futuro las personas que deseen participar de la Sociedad deberán solicitarlo por escrito, y que les sea enviado un ejemplar del Reglamento.

Lectura de una carta del Sr. Th..., que hace una proposición análoga, motivado por la necesidad de no admitir en la Sociedad sino a las personas que ya conozcan el objeto de sus trabajos y que profesen los mismos principios. Piensa que un pedido por escrito, avalado por la firma de dos miembros que presenten a dichas personas, es una fuerte garantía de las serias intenciones del candidato, que una sencilla solicitación verbal.

Esta proposición fue adoptada por unanimidad en los siguientes términos:

Toda persona que desee participar de la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas, deberá solicitarlo por escrito al Presidente. Este pedido deberá ser firmado por dos miembros que presenten a dicha persona, y relatar: 1°) que el postulante ha tomado conocimiento del Reglamento y que se compromete a observarlo; 2°) las obras que ha leído sobre Espiritismo y su adhesión a los principios de la Sociedad, que son los de El Libro de los Espíritus.

El Sr. Presidente señala la conducta poco conveniente de dos oyentes admitidos en la última sesión general, los cuales perturbaron la tranquilidad de las personas que estaban a su lado, por sus conversaciones y palabras fuera de lugar. Al respecto, recuerda los artículos del Reglamento concernientes a los oyentes e invita nuevamente a los Sres. miembros de la Sociedad a tener una mayor reserva al elegir las personas a quienes ellos dan sus cartas personales de presentación y, sobre todo, que se abstengan absolutamente de darlas a los que sean atraídos por un simple motivo de curiosidad, así como a los que, no teniendo ninguna noción previa de Espiritismo, estén por esto mismo imposibilitados de comprender lo que se hace en la Sociedad. Las sesiones de la Sociedad no son un espectáculo: deben ser asistidas con recogimiento, y aquellos que sólo quieren distracciones, no deben venir a buscarlas en una reunión seria.

El Sr. Th. propone el nombramiento de una Comisión de dos miembros, encargada de examinar la cuestión de las admisiones concedidas a personas extrañas y de proponer las medidas necesarias para prevenir la repetición de abusos.

Los Sres. Th. y Col... son designados para hacer parte de esta Comisión.

Estudios – 1°) Problemas morales y cuestiones diversas dirigidas a san Luis;

2°) El Sr. de R... propone la evocación de su padre por considerarla de utilidad general y no personal, presumiendo que de esto puedan resultar enseñanzas.

Al ser interrogado sobre la posibilidad de esta evocación, san Luis respondió: Podéis hacerlo perfectamente; sin embargo, amigos míos, os haré notar que esta evocación requiere una gran tranquilidad de espíritu; esta noche habéis debatido extensamente asuntos administrativos y creo que sería bueno dejarla para la próxima sesión, puesto que puede ser muy instructiva.

3°) El Sr. Leid... propone la evocación de uno de sus amigos, que era sacerdote cuando encarnado. Interrogado al respecto, san Luis respondió: No; primero, porque el tiempo no lo permite; segundo, como Presidente espiritual de la Sociedad, no veo en esto ningún motivo de instrucción. Será preferible hacer esta evocación en la intimidad.

El Sr. S... pide que sea mencionado en el acta el título de Presidente espiritual, que san Luis consintió en aceptar.

Viernes 28 de octubre de 1859 (Sesión general)
Lectura del acta y de los trabajos de la sesión del 21 de octubre.

Presentación de cinco nuevos candidatos como miembros titulares: el Sr. N..., comerciante, de París; la Sra. Émilie de N..., esposa del anterior; la Sra. viuda de G..., de París; la Srta. de P..., de Estocolmo; la Sra. de L..., de Estocolmo.

Lectura de los artículos del reglamento relacionados con los oyentes y de una noticia para instrucción de las personas extrañas a la Sociedad, a fin de que ellos no se equivoquen con respecto al objeto de los trabajos de la misma.

Comunicaciones – 1°) Lectura de un artículo del Sr. Oscar Comettant sobre el mundo de los Espíritus, publicado en Le Siècle (El Siglo) del 27 de octubre. Refutación de ciertos pasajes de este artículo.

2°) Lectura de un artículo de un nuevo periódico, titulado La Girouette (La Veleta), y publicado en Saint-Étienne. Este artículo ha sido escrito con un espíritu benevolente para con el Espiritismo.

3°) Obsequio a la Sociedad de cuatro poemas traducidos por el Sr. de Porry, de Marsella, autor de Urania, del cual han sido leídos algunos fragmentos. Los referidos poemas son: La cristiana cautiva, Los gitanos, Poltava, El prisionero del Cáucaso.

Serán dirigidos agradecimientos al Sr. de Porry, y las obras mencionadas se pondrán en la biblioteca de la Sociedad.

4°) Lectura de una carta del Sr. Det..., miembro titular, conteniendo diversas observaciones sobre el papel de los médiums, con referencia a la teoría expuesta en la sesión del 14 de octubre, según la cual el Espíritu extraería sus palabras del vocabulario del médium. El Sr. Det... combate esta teoría, al menos desde el punto de vista absoluto, por hechos que vienen a contradecirla. Pide que la cuestión sea seriamente examinada. Será puesta nuevamente en el orden del día.

5°) Lectura de un artículo de la Revue française (Revista Francesa) del mes de abril de 1858, página 416, donde es relatada una conversación de Béranger, de la cual resulta que, cuando encarnado, sus opiniones eran favorables a las ideas espíritas.

6°) El Sr. Presidente transmite a la Sociedad las despedidas de la Sra. Br..., miembro titular, que partió hacia La Habana.

Estudios – 1°) Se propone la evocación de la Sra. Br..., que partió hacia La Habana, y que en este momento se encuentra en el mar, a fin de obtener noticias de ella misma.

Interrogado al respecto, san Luis respondió: su Espíritu está demasiado preocupado esta noche, porque el viento sopla con violencia (era el momento de las grandes tempestades informadas por los diarios), y el cuidado con su conservación ocupa todo su pensamiento. Por el momento el peligro no es grande; pero ¿qué sucederá? Sólo Dios lo sabe.

2°) Evocación del padre del Sr. de R..., propuesta en la sesión del 21 de octubre. De esta evocación resultaría que el caballero de R..., su tío, del cual no se tenía noticias desde hacía cincuenta años, no estaría muerto, y viviría en una isla de Oceanía meridional, donde se habría identificado con las costumbres de los habitantes, no habiendo tenido ocasión de transmitir noticias suyas. (Será publicada.)

3°) Evocación del rey de Kanala (Nueva Caledonia), muerto el 24 de mayo de 1858. Esta evocación revela en este Espíritu una cierta superioridad relativa, y presentó la siguiente característica: una gran dificultad para escribir, a pesar de la aptitud del médium. Anuncia que con el hábito escribirá más fácilmente, lo que es confirmado por san Luis.

4°) Evocación de Mercure Jean, aventurero que apareció en Lyon en 1478 y que fue presentado a Luis XI. Aquél prestó esclarecimientos sobre las facultades sobrenaturales de las que se creía dotado y dio informaciones curiosas acerca del mundo en que habita en este momento. (Será publicada.)

Viernes 4 de noviembre de 1859 (Sesión particular)
Lectura del acta y de los trabajos de la sesión del 28 de octubre.

Admisión de siete candidatos presentados en las dos sesiones precedentes.

Proyecto presentado por la Comisión encargada de estudiar las medidas a ser tomadas para la admisión de oyentes.

Después de un debate en el que participaron varios miembros, la Sociedad decide que la propuesta sea postergada y que provisionalmente se obedezcan las disposiciones del Reglamento; que los Sres. miembros serán invitados a observar rigurosamente las disposiciones que regulan la admisión de oyentes y a abstenerse de manera absoluta de dar cartas personales de presentación a cualquiera que sólo tenga en vista la curiosidad como objeto, y que no posea ninguna noción previa de la ciencia espírita.

A continuación, la Sociedad adopta las dos propuestas siguientes:

1ª) Los oyentes no serán admitidos a las sesiones después de las ocho y quince de la noche, de modo alguno. Las cartas personales de admisión harán mención a esto.

2ª) Todos los años, en la apertura del año social, los miembros honorarios serán sometidos a un nuevo voto de admisión, a fin de que sean cancelados aquellos que ya no cumplan con las condiciones requeridas, y que la Sociedad decida no aceptar más.

El tesorero de la Sociedad presenta el balance semestral del 1° de abril al 1° de octubre, así como los comprobantes de los gastos. El resultado de este balance muestra que la Sociedad tiene un saldo suficiente para hacer frente a sus necesidades. La Sociedad aprueba el balance del tesorero y los recibos que ha presentado.

Comunicaciones diversas – 1º) Carta del Sr. Bl... de La..., en respuesta a la que le fue enviada sobre su evocación y la de su hija. Él constata un hecho que confirma una de las circunstancias de la evocación.

2º) Carta del Sr. Dumas, de Sétif (Argelia), miembro titular, que transmite a la Sociedad un cierto número de comunicaciones que él ha obtenido.

Estudios – 1°) El Sr. P... y el Sr. de R... llaman la atención para una nueva versión en el relato del naufragio del navío Le Constant, publicada por Le Siècle, según la cual resultaría que el negro muerto para ser comido no se habría ofrecido voluntariamente, de manera alguna, como se había dicho en el primer relato. Así, habría una contradicción con las palabras del Espíritu del negro. El Sr. Col... no ve una contradicción, puesto que el mérito atribuido al negro ha sido cuestionado por san Luis, y el propio negro no se ha prevalecido de eso.

2°) Examen de una cuestión propuesta por el Sr. Les... sobre el asombro de los Espíritus después de la muerte. Él piensa que los Espíritus, al haber ya vivido en el estado de Espíritu, no deberían asombrarse con esto. Le ha sido respondido lo siguiente: Este asombro no es más que temporario; depende del estado de turbación que sigue a la muerte; este estado cesa a medida que el Espíritu se desprende de la materia y recobra sus facultades de Espíritu.

3°) Pregunta realizada sobre los sonámbulos lúcidos, que confunden a los Espíritus con los seres corporales. Este hecho es confirmado y explicado por san Luis.

4°) Evocación de Urbain Grandier. Al ser las respuestas muy lacónicas, debido a la falta de hábito del médium, el Espíritu ha dicho que sería más explícito con otro intérprete; una nueva evocación será realizada en otra sesión.

Viernes 11 de noviembre de 1859 (Sesión general)
Lectura del acta.

Presentación – El Sr. Pierre D..., escultor en París, es presentado como miembro titular.

Comunicaciones diversas – 1°) Carta del Sr. de T..., conteniendo hechos muy interesantes de manifestaciones visuales y verbales que confirman el estado en que se encuentran ciertos Espíritus que dudan de su propia desencarnación. Uno de los hechos relatados ofrece la particularidad de que el Espíritu en cuestión, aún persistía en esa ilusión después de más de tres meses de su desencarnación. (Este relato será publicado.)

2°) Hechos curiosos y precisos son narrados por el Sr. Van Br..., de La Haya, que le son personales. Él nunca había escuchado hablar de Espíritus y de sus comunicaciones cuando, por una circunstancia inesperada, fue conducido a una reunión espírita en Dordrecht. Las comunicaciones obtenidas en su presencia lo sorprendieron aún más porque él era extraño a esta ciudad, y desconocido de los miembros de esta reunión; una multitud de particularidades, de las cuales sólo él tenía conocimiento, le fueron dichas sobre él y acerca de su posición y la de su familia. Al haber sido evocada su madre, él le preguntó, como prueba de identidad, si ella había tenido varios hijos, a lo que respondió: ¿No sabes, hijo mío, que he tenido once hijos? Y el Espíritu designó a todos por sus nombres y por las fechas de sus respectivos nacimientos. Desde entonces, este señor es un fervoroso adepto, y su hija –una joven de catorce años– se ha vuelto una muy buena médium, pero su mediumnidad presenta singulares particularidades. La mayoría del tiempo ella escribe de un modo invertido, de tal manera que para leer lo que ella obtiene es necesario poner las hojas ante un espejo. También muy a menudo, la mesa sobre la cual se pone a escribir se inclina ante ella en forma de pupitre, permaneciendo en esta posición de equilibrio y sin apoyo, hasta que ella acabe de escribir.

El Sr. Van Br... relata otro hecho curioso y preciso sucedido con un Espíritu que se comunicó con él espontáneamente, bajo el nombre de Dirkse Lammers que, cuando encarnado, se ahorcó en el mismo local donde se realizaba esta comunicación, y en circunstancias cuya exactitud ha sido verificada. (Este relato será publicado, así como la evocación a la que ha dado lugar.)

Estudios – 1°) Examen de la cuestión propuesta por el Sr. Det..., sobre la fuente de donde los Espíritus extraen su vocabulario.

2°) Preguntas acerca de la obsesión de ciertos médiums.

3°) Evocación de Michel François, herrero, quien hizo una revelación a Luis XIV.

4°) Evocación de Dirkse Lammers, cuya historia ha sido contada anteriormente.

5°) Tres comunicaciones espontáneas son obtenidas simultáneamente: la primera por el Sr. R..., firmada por Lamennais; la segunda por el Sr. D... Hijo, intitulada: El niño y el arroyo: parábola, firmada por san Basilio, y la tercera por la Srta. L. J..., firmada por Orígenes.

6°) La Srta. J..., médium dibujante, trazó espontáneamente un conjunto de figuras notable, firmado por el Espíritu Lebrun. (Todas las preguntas y las comunicaciones anteriores serán publicadas.)

Viernes 18 de noviembre de 1859 (Sesión particular)
Lectura del acta.

Admisión del Sr. Pierre D..., presentado en la última sesión.

Comunicaciones diversas – 1°) Lectura de una comunicación espontánea, obtenida por el Sr. P..., miembro de la Sociedad, y dictada por el Espíritu de su hija.

2°) Detalles sobre la Srta. Désirée Godu, residente en Hennebont (Morbihan), la cual es dotada de una facultad mediúmnica extraordinaria. Ella ha pasado por todas las fases de la mediumnidad; al principio tuvo las más extrañas manifestaciones físicas; después se volvió sucesivamente médium auditiva, psicofónica, vidente y psicógrafa. Hoy, todas sus facultades están concentradas en la cura de los enfermos, que cuida con los consejos de los Espíritus; ella opera curas que en otros tiempos serían consideradas milagrosas. Los Espíritus anuncian que su facultad se desarrollará todavía más; ella comienza a ver las enfermedades internas, por efecto de la segunda vista, sin estar en sonambulismo. (Una noticia será publicada sobre este tema notable.)

Estudios – 1°) Cuestiones acerca de la facultad de la Srta. Désirée Godu.

2°) Evocación de Lamettrie.

3°) Cuatro comunicaciones espontáneas son obtenidas simultáneamente: la primera por el Sr. R..., firmada por san Vicente de Paúl; la segunda por el Sr. Col..., firmada por Platón; la tercera por el Sr. D... Hijo, firmada por Lamennais, y la cuarta por la Srta. H..., firmada por Margarita, llamada la reina Margot.

Viernes 25 de noviembre de 1859 (Sesión general)
Lectura del acta.

Comunicaciones diversas – El Dr. Morhéry obsequia a la Sociedad un opúsculo intitulado: Système pratique d’organisation agricole (Sistema práctico de organización agrícola). Aunque esta obra sea ajena al objeto de los trabajos de la Sociedad, será guardada en la biblioteca y serán dirigidos agradecimientos al autor.

Carta del Sr. de T..., completando los hechos de visiones y de apariciones relatados por él en la sesión del 11 de noviembre.

Carta del Sr. conde de R..., miembro titular, que se encuentra en su casa debido a una indisposición, y que se pone a disposición de la Sociedad para que se hagan con él todas las experiencias que se juzguen convenientes, relacionadas con la evocación de personas vivas.

Estudios – 1°) Evocación de Jardin, muerto en Nevers, y que había conservado los restos de su esposa en un reclinatorio. (Será publicada.)

3°) Evocación del Sr. conde de R... Esta evocación, de gran importancia por la extensión de los desarrollos dados con una perfecta precisión y con gran nitidez de ideas, derrama una claridad inmensa sobre el estado del Espíritu separado del cuerpo, y resuelve numerosos problemas psicológicos. Será publicada en el número de la Revista de enero de 1860.

4°) Cuatro comunicaciones espontáneas son obtenidas simultáneamente: la primera dictada por un alma en sufrimiento, por intermedio de la Sra. de B...; la segunda por el Espíritu de Verdad, a través del Sr. R...; la tercera por el Apóstol Pablo, por medio del Sr. Col..., siendo que esta comunicación ha sido firmada en griego; y la cuarta recibida por el Sr. Did... Hijo, firmada por Charlet (el pintor), que anuncia una serie de comunicaciones que deben formar un conjunto.


Los Convulsionarios de Saint-Médard

(Continuación – Ver la RE nov. 1859, pág. 306.)

1. (A san Vicente de Paúl). En la última sesión evocamos al diácono Pâris, que consintió en venir; nos gustaría tener vuestra opinión personal sobre él, como Espíritu. –Resp. Es un Espíritu lleno de buenas intenciones, pero más elevado moralmente que en otros sentidos.

2. ¿Era verdaderamente ajeno –como él dice– a lo que se hacía junto a su tumba? –Resp. Completamente.

3. ¿Podríais decirnos cómo encaráis lo que sucedía con los Convulsionarios? ¿Era un bien o un mal? –Resp. Era un mal en vez de un bien; es fácil percibir esto por la impresión general que esos hechos han producido en los contemporáneos esclarecidos y en sus sucesores.

4. A esta pregunta dirigida a Pâris: «¿Por qué esas curas y todos esos fenómenos cesaron cuando las autoridades se opusieron, clausurando el cementerio? ¿Tendrían, pues, las autoridades más poder que los Espíritus?», su respuesta no nos pareció satisfactoria; ¿qué pensáis vos? –Resp. Él ha dado una respuesta que está más o menos de conformidad con la verdad. Estos hechos eran producidos por Espíritus poco elevados; las autoridades pusieron un término a eso, prohibiendo a los promotores de los mismos que continuaran esas especies de saturnales.

5. Entre los Convulsionarios, algunos se sometían a torturas atroces; ¿cuál era el resultado de esto, sobre sus Espíritus, después de la muerte? –Resp. Prácticamente nulo; no había ningún mérito en esos actos sin resultado útil.

6. Los que sufrían esas torturas parecían insensibles al dolor; ¿había en ellos una simple resignación o insensibilidad real? –Resp. Insensibilidad completa.

7. ¿Cuál era la causa de esta insensibilidad? –Resp. Un efecto magnético.

8. La sobreexcitación moral, al haber llegado a un cierto grado, ¿no podría aniquilar su sensibilidad física? –Resp. Esto sucedía con algunos de ellos y los predisponía a sufrir la comunicación de un estado que en otros había sido provocado artificialmente, porque el charlatanismo ha desempeñado un gran papel en esos hechos extraños.

9. Puesto que esos Espíritus operaban curas y prestaban algunos servicios, ¿cómo, entonces, ellos podían ser de un orden inferior? –Resp. ¿No veis esto todos los días? ¿No recibís a veces consejos excelentes y enseñanzas útiles de ciertos Espíritus poco elevados e incluso ligeros? ¿No pueden ellos intentar hacer algo de bueno como resultado definitivo, con miras a un mejoramiento moral?

10. Os agradecemos las explicaciones que habéis tenido a bien darnos. –Resp. Estoy a vuestra disposición.


Aforismos espíritas y pensamientos destacados

Los Espíritus buenos aprueban lo que consideran bueno, pero no hacen elogios exagerados. Los elogios excesivos, como todo lo que denota adulación, son señales de inferioridad por parte de los Espíritus.

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Los Espíritus buenos no adulan los prejuicios de ninguna naturaleza, ni políticos, ni religiosos; ellos pueden no oponerse bruscamente, porque saben que esto aumentaría la resistencia; pero hay una gran diferencia entre esos cuidados –que podríamos llamar de precauciones oratorias– y la aprobación absoluta que suele darse a las más falsas ideas, de las cuales se sirven los Espíritus obsesores para captar la confianza de aquellos a quienes quieren subyugar al aprovecharse de su punto débil.

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Hay personas que tienen una manía singular: encuentran una idea totalmente elaborada por otro, la cual les parece buena y sobre todo provechosa; después se adueñan de la misma, la dan como si fuese de ellos y terminan haciéndose la ilusión de creerse realmente sus autores, declarando que les ha sido robada.

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Cierto día un hombre vio una experiencia de electricidad e intentó reproducirla; pero como no tenía los conocimientos requeridos ni los instrumentos necesarios, fracasó. Entonces, sin ir más lejos y sin buscar saber si la causa del fracaso no estaría en sí mismo, declaró que la electricidad no existía y que iba a escribir para demostrarlo.

¿Qué pensaríais de la lógica de quien razonase así? ¿No se parecería a un ciego que, al no poder ver, se pusiera a escribir contra la luz y contra la facultad de la visión? Sin embargo, este es el razonamiento que hemos escuchado acerca de los Espíritus por parte de un hombre que se permite ser espirituoso al respecto; si quiere serlo, que lo sea; pero tener discernimiento es otra cosa. Intenta escribir como médium, pero como no lo consigue, saca la conclusión de que la mediumnidad no existe; ahora bien, según él, si la mediumnidad es una facultad ilusoria, los Espíritus no pueden existir sino en los cerebros de las personas que no tienen juicio. ¡Qué sagacidad!

ALLAN KARDEC

Nota
– Con el número del mes de enero de 1860, la Revista Espírita comenzará su tercer año.