Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1862

Allan Kardec

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Febrero

Deseos de Feliz Año Nuevo

Varias centenas de cartas nos fueron dirigidas por ocasión del Año Nuevo, de manera que para nosotros es materialmente imposible responder a cada una en particular; por lo tanto, rogamos a nuestros honorables corresponsales que acepten aquí la expresión de nuestra más sincera gratitud por los testimonios de simpatía que han tenido a bien darnos. Sin embargo, entre dichas correspondencias hay una que, por su naturaleza, requiere una respuesta especial: la de los espíritas de Lyon, suscripta por aproximadamente doscientas firmas. A pedido de ellos aprovechamos la oportunidad para ofrecerles algunos consejos generales. Al dar a conocer la carta a la Sociedad Espírita de París, ésta consideró que la respuesta podía ser útil a todo el mundo, y no solamente nos pidió que la publicásemos en la Revista, sino que también decidió que fuese impresa por separado para ser distribuida entre todos sus miembros. Todos aquellos que tuvieron la amabilidad de escribirnos son partícipes de los sentimientos de reciprocidad que expresamos en la misma, y que se dirigen –sin excepción– a todos los espíritas franceses y extranjeros que nos honran con el título de líder y de guía en el nuevo camino que se les abre. Por lo tanto, no sólo nos dirigimos a los que nos han escrito por ocasión del Año Nuevo, sino a todos aquellos que a cada instante nos dan pruebas tan conmovedoras de su reconocimiento por la felicidad y por los consuelos que encuentran en la Doctrina, y que tienen en cuenta nuestras dificultades y nuestros esfuerzos para ayudar a su propagación; en fin, a todos los que creen que nuestros trabajos tienen algún valor en la marcha progresiva del Espiritismo.

Respuesta dirigida a los espíritas lioneses por ocasión del Año Nuevo

Mis queridos hermanos y amigos de Lyon:

La carta colectiva que habéis tenido a bien enviarme por ocasión del Año Nuevo me ha causado una gran satisfacción, probando que habéis conservado de mí un buen recuerdo; pero lo que más me ha complacido en ese acto espontáneo de vuestra parte ha sido encontrar, entre las numerosas firmas que allí figuran, los representantes de casi todos los Grupos, lo que es una señal de la armonía que reina entre ellos. Me siento feliz en ver que habéis comprendido perfectamente el objetivo de esta organización, cuyos resultados ya podéis apreciar, pues ahora os debe parecer evidente que formar una Sociedad única hubiera sido casi imposible.

Mis buenos amigos: agradezco los deseos de felicidad que me habéis formulado; son muy agradables para mí porque sé que salen del corazón, y son éstos los que Dios escucha. Quedaos, pues, satisfechos, porque Él los escucha diariamente, dándome la alegría –inaudita en el establecimiento de una nueva Doctrina– de ver crecer y prosperar, con extraordinaria rapidez, a Aquella a la cual me he consagrado en vida. Considero como un gran favor del Cielo el ser testigo del bien que Ella ya ha hecho. Esta certeza, de la cual recibo diariamente los testimonios más conmovedores, me paga con creces todas las penas y todas mis fatigas; solamente pido a Dios una gracia: la de darme la fuerza física necesaria para llegar hasta el fin de mi tarea, que está lejos de terminar; pero, pase lo que pase, siempre tendré el consuelo de haber asegurado que la semilla de las ideas nuevas –ahora esparcida por todas partes– es imperecedera; más feliz que muchos otros, que no trabajan sino para el porvenir, ya me es dado ver los primeros frutos. Sólo lamento que la exigüidad de mis recursos personales no me permita poner en ejecución los planes que he concebido para su desarrollo aún más rápido; pero si Dios, en su sabiduría, ha decidido de otro modo, he de legar esos planes a mis sucesores que, sin duda, serán más felices. A pesar de la escasez de recursos materiales, el movimiento que se opera en la opinión pública superó todas las expectativas; hermanos míos, creed que vuestro ejemplo tuvo influencia en ello. Por lo tanto, recibid nuestras felicitaciones por la manera con la cual comprendéis y practicáis la Doctrina. Sé cuán grandes son las pruebas que muchos de vosotros tenéis que soportar; sólo Dios sabe el término de las mismas, aquí en la Tierra. Pero también, ¡cuánta fuerza contra la adversidad nos da la fe en el futuro! ¡Oh! Compadeceos de los que creen en la nada después de la muerte, porque para ellos el mal presente no tiene compensación. El incrédulo infeliz es como el enfermo que no espera ninguna cura; al contrario, el espírita es como aquel que está enfermo hoy, pero que sabe que mañana estará bien.

Me pedís que continúe con mis consejos: los doy de buen grado a los que creen que necesitan de los mismos y a los que los solicitan; pero sólo a ellos. A los que piensan que saben lo suficiente y que pueden prescindir de las lecciones de la experiencia, no tengo nada que decirles; apenas les deseo que un día no se lamenten por haberse vanagloriado de sus propias fuerzas. Además, esta pretensión denota un sentimiento de orgullo, contrario al verdadero espíritu del Espiritismo; ahora bien, al pecar por la base, sólo por esto prueban que se apartan de la verdad. Amigos míos: no sois de este número, y es por eso que aprovecho la circunstancia para dirigiros algunas palabras que os demostrarán que, de cerca o de lejos, estoy a vuestra disposición.

En el punto en que hoy se encuentran las cosas, y teniéndose en cuenta la marcha del Espiritismo a través de los obstáculos sembrados en su camino, se puede decir que las principales dificultades han sido vencidas; Él ha tomado su lugar y se ha asentado en bases que en lo sucesivo desafían los esfuerzos de sus adversarios. Las personas preguntan cómo puede tener enemigos una Doctrina que nos hace felices y mejores; eso es muy natural: al principio, el establecimiento de cosas mejores siempre contraría intereses; ¿no ha sido así con todos los inventos y descubrimientos que revolucionaron la industria? ¿No tuvieron enemigos encarnizados los que hoy son considerados como beneficios y de los cuales no podríamos prescindir? Toda ley que reprime abusos, ¿no tiene en su contra a los que viven del abuso? ¿Cómo querríais que una Doctrina, que conduce al reino de la caridad efectiva, no fuese combatida por todos los que viven del egoísmo? ¡Y vos sabéis cómo éstos son numerosos en la Tierra! En su inicio esperaban matarla a través del escarnio; hoy ven que esta arma es impotente y que, bajo el fuego graneado de sarcasmos, la Doctrina continuó su camino sin vacilar. No creáis que ellos van a confesarse vencidos. No; el interés material es más tenaz; al reconocer que la Doctrina Espírita es una potencia, que ahora debe ser tomada en cuenta, ellos van a preparar ataques más serios, pero que sólo servirán para probar aún más su debilidad. Unos lo atacarán abiertamente con palabras y acciones y lo perseguirán hasta en la persona de sus adeptos, al intentar desanimarlos a fuerza de discordias, mientras que otros, de forma oculta y por caminos sinuosos, buscarán minarlo sordamente. He sido prevenido de que ellos van a intentar un supremo esfuerzo; pero no temáis, la garantía de éxito se encuentra en esta divisa, que es la de todos los verdaderos espíritas: Fuera de la Caridad no hay salvación. Levantadla bien alto, porque ella es la cabeza de Medusa para los egoístas.

La táctica ya usada por los enemigos de los espíritas, pero que ha de ser empleada con nuevo ardor, es la de intentar dividirlos al crear sistemas disidentes y al suscitar entre ellos la desconfianza y la envidia. No os dejéis caer en la trampa, y tened la certeza de que todo aquel que busque romper la buena armonía, por cualquier medio que sea, no puede tener una buena intención. Es por eso que os invito a poner la mayor circunspección en la formación de vuestros Grupos, no solamente para vuestra tranquilidad, sino en el propio interés de vuestros trabajos.

La naturaleza de los trabajos espíritas exige calma y recogimiento; ahora bien, no hay recogimiento posible si uno está distraído con discusiones o con la expresión de sentimientos malévolos. Si hubiese fraternidad no habría sentimientos malévolos; pero no puede haber fraternidad con egoístas, ambiciosos y orgullosos. Con orgullosos que se ofenden y se hieren por todo; con ambiciosos que se decepcionan si no obtienen supremacía, y con egoístas que sólo piensan en sí mismos, la cizaña no puede tardar en infiltrarse, y de ahí la disolución. Es lo que desearían los enemigos, y es lo que intentarán hacer. Si un Grupo quiere estar en las condiciones de orden, de tranquilidad y de estabilidad, es necesario que reine en él un sentimiento fraternal. Todo Grupo o Sociedad que se forme sin tener como base la caridad efectiva, no tendrá vitalidad; en cambio, los que se formen según el verdadero espíritu de la Doctrina serán considerados como miembros de una misma familia que, no pudiendo habitar todos bajo el mismo techo, viven en lugares diferentes. Entre ellos la rivalidad sería un absurdo, pues la misma no podría existir donde reina la verdadera caridad, porque la caridad no puede ser entendida de dos maneras. Por lo tanto, reconoceréis al verdadero espírita por la práctica de la caridad en pensamientos, en palabras y en acciones; y os digo que aquel que nutre en su alma sentimientos de animosidad, de rencor, de odio, de envidia o de celos, miente a sí mismo si se arroga la pretensión de comprender y de practicar el Espiritismo.

El egoísmo y el orgullo matan a las Sociedades particulares, como matan a los pueblos y a la sociedad en general. Leed la Historia y veréis que los pueblos sucumben bajo la opresión de esos dos enemigos mortales de la felicidad del hombre. Cuando los pueblos se apoyen en las bases de la caridad serán indisolubles, porque estarán en paz entre ellos y consigo mismos, cada uno respetando los derechos y los bienes de su vecino. He aquí la nueva era anunciada, de la cual el Espiritismo es el precursor, y por la cual todo espírita debe trabajar, cada uno en su esfera de actividad. Es una tarea que les compete y de la que serán recompensados según el modo como la hayan cumplido, porque Dios sabrá distinguir entre los que, en el Espiritismo, hayan buscado su satisfacción personal, de los que hayan trabajado al mismo tiempo por la felicidad de sus hermanos.

Debo aún señalaros otra táctica de nuestros adversarios: la de buscar comprometer a los espíritas, instigándolos a que se aparten del verdadero objetivo de la Doctrina, que es el de la moral, para hacerlos abordar cuestiones que no son de su incumbencia y que podrían –a justo título– despertar sombrías susceptibilidades. Tampoco os dejéis caer en esta celada; alejad cuidadosamente de vuestras reuniones todo lo que se relacione con la política y con cuestiones irritantes; al respecto, las discusiones no llevarían a nada y os causarían dificultades, en tanto que nadie podrá criticar la moral, cuando ésta es buena. Buscad en el Espiritismo aquello que puede mejoraros: esto es lo esencial; cuando los hombres sean mejores, las reformas sociales verdaderamente útiles serán una consecuencia natural. Al trabajar por el progreso moral, estableceréis los verdaderos y más sólidos fundamentos de todas las mejoras; dejad a Dios el cuidado de hacer que las cosas lleguen a su debido tiempo. Por lo tanto, en el propio interés del Espiritismo –que aún es joven, pero que madura rápidamente–, oponed una inquebrantable firmeza contra los que intentan arrastrarlo por un camino peligroso.

Con el propósito de desacreditar al Espiritismo, algunos alegan que Él va a destruir la religión. Es exactamente lo contrario, ya que la mayoría de vosotros, que apenas creíais en Dios y en el alma, ahora saben; quien no conocía lo que era orar, lo hace ahora con fervor; quien no ponía más los pies en las Iglesias, ahora van a las mismas con recogimiento. Por lo demás, si la religión debiera ser destruida por el Espiritismo, ella sería destruible y el Espiritismo sería más poderoso: decirlo sería una falta de habilidad, porque sería confesar la debilidad de una y la fuerza del otro. El Espiritismo es una Doctrina moral que fortalece los sentimientos religiosos, en general, y se aplica a todas las religiones; Él es de todas y, en particular, no es de ninguna. Es por eso que no dice a nadie que cambie de religión; Él deja que cada uno sea libre para adorar a Dios a su manera, observando las prácticas que le dicta su conciencia, porque Dios tiene más en cuenta la intención que el hecho. Id, pues, cada uno de vosotros a los templos de vuestro culto, y probad con esto que os calumnian cuando os acusan de impiedad.

En la imposibilidad material en que me encuentro de mantener contacto con todos los Grupos, he solicitado a uno de vuestros compañeros que consienta en representarme más especialmente en Lyon, como lo hice en otros lugares; se trata del Sr. Villon, cuya dedicación y abnegación conocéis muy bien, así como la pureza de sus sentimientos. Además, su posición independiente le da más disponibilidad para la tarea a la que consintió encargarse, tarea seria, pero ante la cual no ha de retroceder. El Grupo que él ha formado en su casa lo ha sido bajo mis auspicios y conforme mis instrucciones, por ocasión de mi último viaje; encontraréis allí excelentes consejos y saludables ejemplos. Es con gran satisfacción, por lo tanto, que veré a todos los que me honran con su confianza, vincularse a él como a un Centro común. Si algunos desean aislarse, evitad verlos con malos ojos; y si os arrojan piedras, no las recojáis ni las devolváis: entre ellos y vosotros, Dios será el juez de los sentimientos de cada uno. Que aquellos que creen estar en la verdad –con exclusión de los otros–, lo prueben por una mayor caridad y por una mayor renuncia de su amor propio, porque la verdad no podría estar al lado de los que no cumplen con el primer precepto de la Doctrina. Si estáis en duda, haced siempre el bien: en la balanza de Dios, los errores de la razón pesan menos que los errores del corazón.

Repetiré aquí lo que ya os he dicho en otras ocasiones: en caso de divergencia de opiniones, un medio fácil para salir de esa incertidumbre es ver cuál es la opinión que reúne la mayor cantidad de seguidores, porque hay en las masas un sentido común innato que no se deja engañar. El error solamente puede seducir a algunos Espíritus, cegados por el amor propio y por un falso juicio, pero la verdad termina siempre por prevalecer. Por lo tanto, tened la certeza de que el error abandona a los que desean instruirse, y que hay una obstinación irracional en creer que uno solo tenga la razón contra todos. Si los principios que profeso no encontrasen más que algunos ecos aislados, y si fueran rechazados por la opinión general, yo sería el primero en reconocer que podría haberme equivocado; pero al ver crecer sin cesar el número de adeptos, en todos los estratos de la sociedad y en todos los países del mundo, debo creer en la solidez de las bases en que dichos principios reposan. He aquí por qué os digo con toda seguridad que marchéis con paso firme en el camino que os ha sido trazado; decid a vuestros antagonistas, si quieren que los sigáis, que os ofrezcan una doctrina más consoladora, más clara, más inteligible, que mejor satisfaga a la razón, y que al mismo tiempo sea una garantía mejor para el orden social. A través de vuestra unión, desbaratad las maquinaciones de aquellos que quieran dividiros; en fin, probad con el ejemplo que la Doctrina nos vuelve más moderados, más afables, más pacientes, más indulgentes, y ésta será la mejor respuesta a los detractores, al mismo tiempo que la apreciación de los resultados benéficos es el medio más poderoso de propaganda.

Amigos míos, he aquí los consejos que os doy y a los cuales sumo mis deseos de Feliz Año Nuevo. No sé qué pruebas Dios nos destina para este año; pero sé que –sean cuales fueren– las soportaréis con firmeza y resignación, pues sabed que para vosotros, como para el soldado, la recompensa es proporcional al coraje.

En cuanto al Espiritismo, por el cual os interesáis más que por vosotros mismos, y cuyo progreso –por mi posición– puedo evaluar mejor que nadie, tengo la felicidad de deciros que el año comienza bajo los más favorables auspicios, y que indudablemente verá crecer el número de adeptos en una proporción imposible de prever; algunos años más como los que acabaron de pasar y el Espiritismo tendrá a su favor tres cuartas partes de la población. Dejad que os cite un hecho entre millares.

En un Departamento vecino a París hay una pequeña ciudad donde el Espiritismo ha penetrado hace apenas seis meses. En algunas semanas Él se ha desarrollado considerablemente; de inmediato una fuerte oposición fue organizada contra sus adeptos, amenazando hasta sus propios intereses privados. Ellos enfrentaron todo con un coraje y un desinterés dignos de los mayores elogios; con confianza, ellos se entregaron a la Providencia, y la Providencia no les faltó. Esta ciudad cuenta con una numerosa población obrera, entre la cual las ideas espíritas se manifiestan con rapidez, gracias a la oposición que le han hecho. Ahora bien, un hecho digno de señalar es que las mujeres y las jóvenes esperaron recibir sus bonificaciones de fin de año para adquirir las obras necesarias a su instrucción y, sólo para esta ciudad, un librero tuvo que expedir centenas de dichas obras. ¿No es prodigioso ver a simples obreros reservar sus economías para comprar libros de moral y de filosofía, en lugar de novelas y de baratijas? ¿Ver a hombres que prefieren aquella lectura a las ruidosas y embrutecedoras alegrías del cabaret? ¡Ah! Es que esos hombres y esas mujeres, que sufren como vosotros, ahora comprenden que no es en este mundo que se cumple su destino; al levantarse el telón, ellos vislumbran los espléndidos horizontes del futuro. Esta pequeña ciudad es Chauny, en el Departamento del Aisne. Al ser nuevos hijos de la gran familia espírita, ellos os saludan –hermanos de Lyon– como a sus hermanos mayores, y de aquí en adelante forman uno de los eslabones de la cadena espiritual que ya une a París, a Lyon, a Metz, a Sens, a Burdeos y a otras poblaciones, y que en breve unirá a todas las ciudades del mundo en un sentimiento de mutua fraternidad, porque en todas partes el Espiritismo ha lanzado semillas fecundas, y sus hijos ya se dan las manos por encima de las barreras de los prejuicios de sectas, de castas y de nacionalidades.

Vuestro dedicado hermano y amigo,

ALLAN KARDEC.

¿El Espiritismo es probado por milagros?

Un eclesiástico nos dirige la siguiente pregunta:

«Todos los que han recibido de Dios la misión de enseñar la verdad a los hombres han probado dicha misión por medio de milagros. ¿Por cuáles milagros probáis la verdad de vuestra enseñanza?»

No es la primera vez que hacen esta pregunta, ya sea a nosotros como a otros espíritas; parece que le dan una gran importancia y que de su solución depende la sentencia que debe condenar o absolver al Espiritismo. Es preciso concordar que, en este caso, nuestra posición es crítica, porque nos asemejamos a un pobre diablo que no tiene ni un centavo en el bolsillo y a quien se le exige la bolsa o la vida. Por lo tanto, confesamos humildemente que no tenemos el más pequeño milagro para ofrecer; decimos más: el Espiritismo no se apoya en ningún hecho milagroso. Sus adeptos no hicieron ni tienen la pretensión de hacer ningún milagro; no se creen lo suficientemente dignos para que, a su voz, Dios cambie el orden eterno de las cosas. El Espiritismo constata un hecho material: el de la manifestación de las almas o Espíritus. ¿Es real o no este hecho? He aquí toda la cuestión. Ahora bien, admitiéndose este hecho como verdadero, no hay nada de milagroso. Como las manifestaciones de ese género –las visiones, apariciones y otras– tuvieron lugar en todos los tiempos, así como lo atestiguan los historiadores sacros y profanos y los libros de todas las religiones, las de antaño pasaron por sobrenaturales. Hoy, sin embargo, que conocemos su causa y que sabemos que las manifestaciones se producen en virtud de ciertas leyes, sabemos también que les falta el carácter esencial de los hechos milagrosos: el de la excepción a la ley común.

Esas manifestaciones, observadas en nuestros días con más cuidado que en la Antigüedad, sobre todo observadas sin prevención y con la ayuda de investigaciones tan minuciosas como las que son realizadas en el estudio de las Ciencias, tienen como consecuencia probar de una manera irrecusable la existencia de un principio inteligente fuera de la materia, su supervivencia al cuerpo, su individualidad después de la muerte, su inmortalidad, su futuro feliz o desdichado, por consiguiente, la base de todas las religiones.

Si la verdad sólo fuese probada por milagros, podríamos preguntar ¿por qué los sacerdotes de Egipto, que estaban en el error, reproducían ante el Faraón lo que hizo Moisés? ¿Por qué Apolonio de Tiana, que era pagano, curaba por el toque, devolvía la visión a los ciegos, la palabra a los mudos, predecía el futuro y veía lo que pasaba a la distancia? ¿El propio Cristo no ha dicho: «Habrá falsos profetas que harán prodigios»? Uno de nuestros amigos, después de una fervorosa oración a su Espíritu protector, fue curado casi instantáneamente de una enfermedad muy grave y muy antigua, que había resistido a todos los remedios. El hecho fue para él verdaderamente milagroso; pero como él cree en los Espíritus, un sacerdote –a quien narró el hecho– le dijo que el diablo también puede hacer milagros. «En este caso, objetó este amigo, si fue el diablo que me curó, es al diablo que debo agradecer.»

Por lo tanto, los prodigios y los milagros no son un privilegio exclusivo de la verdad, puesto que el propio diablo puede hacerlos. Entonces, ¿cómo distinguir los buenos de los malos? Todas las religiones idólatras, sin exceptuar la de Mahoma, se apoyan en hechos sobrenaturales. Esto prueba una cosa: que los fundadores de esas religiones conocían los secretos naturales, desconocidos por el vulgo. A los ojos de los salvajes de América, ¿no pasaba Cristóbal Colón por un ser extrahumano, por haber predicho un eclipse? ¿No podría haberse hecho pasar por un enviado de Dios? Para probar su poder, ¿necesitaría Dios, entonces, deshacer lo que ha hecho? ¿Hacer girar hacia la derecha lo que debe girar hacia la izquierda? Al probar el movimiento de la Tierra a través de las leyes de la Naturaleza, ¿Galileo no estaba más cierto que aquellos que pretendían, por una derogación de esas mismas leyes, que sería necesario detener el Sol? Además, ya sabemos cuánto le costó, a él y a tantos otros, por haber demostrado un error. Decimos que Dios es mayor por la inmutabilidad de sus leyes que por derogarlas, y si ha permitido hacerlo en algunas circunstancias, éste no es el único señal que Él da de la verdad. Solicitamos al lector que tenga a bien remitirse a lo que, al respecto, hemos dicho en nuestro artículo del mes de enero, a propósito de lo sobrenatural. Volvamos a las pruebas de la verdad del Espiritismo.

Hay en el Espiritismo dos cosas: el hecho de la existencia de los Espíritus y sus manifestaciones, y la Doctrina que de ahí se deriva. El primer punto no puede ser puesto en duda sino por los que no han visto o no han querido ver; en cuanto al segundo, el tema es saber si esta Doctrina es justa o falsa: es una cuestión de apreciación.

Si los Espíritus sólo manifestasen su presencia a través de ruidos, de movimientos, en una palabra, por medio de efectos físicos, esto no probaría mucho, porque no se sabría si son buenos o malos. Lo que sobre todo es característico en ese fenómeno, lo que es capaz de convencer a los incrédulos es poder reconocer entre los Espíritus a sus parientes y a sus amigos. Pero ¿cómo pueden los Espíritus atestiguar su presencia, su individualidad y permitir evaluar sus cualidades, si no fuere hablando? Se sabe que la escritura a través de los médiums es uno de los medios que ellos emplean. Desde el momento en que tienen un medio para expresar sus ideas, pueden decir todo lo que quieran; según el grado de su adelanto, dirán cosas más o menos buenas, justas o profundas. Al dejar la Tierra, ellos no han abdicado de su libre albedrío; como todos los seres pensantes, tienen su propia opinión, y entre los hombres, los más adelantados dan enseñanzas de elevada moralidad, así como consejos impregnados de la más profunda sabiduría. Son esas enseñanzas y esos consejos que, recopilados y puestos en orden, constituyen la Doctrina Espírita o de los Espíritus. Si preferís, considerad esta Doctrina, no como una revelación divina, sino como la expresión de una opinión personal de tal o cual Espíritu; la cuestión es saber si Ella es buena o mala, justa o falsa, racional o ilógica. ¿A quién recurrir para esto? ¿Al juicio de un individuo o, inclusive, de algunos individuos? No, porque dominados por los prejuicios, por las ideas preconcebidas o por intereses personales, ellos pueden equivocarse. El único y verdadero juez es el público, porque allí no hay interés de camarilla y porque en las masas hay un sentido común innato que no se engaña. La sana lógica dice que la adopción de una idea o de un principio, por la opinión general, es una prueba que reposa sobre un fondo de verdad.

Por lo tanto, los espíritas no dicen de modo alguno: «He aquí una Doctrina que ha salido de la boca del propio Dios, revelada a un solo hombre por medios prodigiosos y que debe ser impuesta al género humano». Al contrario, dicen: «He aquí una Doctrina que no es nuestra, y cuyo mérito no reivindicamos; nosotros la adoptamos porque la consideramos racional. Atribuidle el origen que queráis: Dios, los Espíritus o los hombres. Examinadla; si Ella os conviene, adoptadla; en caso contrario, dejadla a un lado». No se puede ser menos absoluto. El Espiritismo no viene a usurpar la religión; Él no se impone; de forma alguna viene a forzar a las conciencias, ya sea de los católicos, de los protestantes o de los judíos. Él se presenta y dice: «Aceptadme si me consideráis bueno». ¿Es culpa de los espíritas si lo consideran bueno, si en Él se encuentra la solución de lo que se buscaba en vano en otra lugar? ¿Si de Él recibimos consuelos que nos vuelven felices, que disipan los terrores del futuro, calman las angustias de la duda y dan coraje para el presente? Él no se dirige a aquellos a quienes son suficientes las creencias católicas u otras, sino a los que ellas no satisfacen completamente o a los que han desertado de las mismas; en vez de no creer más en nada, Él los lleva a creer en algo, y a creer con fervor. El Espiritismo no desea, de modo alguno, el aislamiento; a los que están distantes, Él los reconduce a través de los medios que le son propios; si los rechazáis, ellos serán forzados a quedarse afuera. En vuestra alma y conciencia, decid si, para ellos, sería preferible que fuesen ateos.

Nos preguntan en qué milagro nos hemos apoyado para creer que la Doctrina Espírita es buena. Creemos que es buena, no sólo porque es nuestra opinión, sino porque millones de personas piensan como nosotros; es porque Ella conduce a la creencia a aquellos que no creían; es porque vuelve buenas personas a las que eran malas personas; es porque da coraje en las miserias de la vida. ¿El milagro? Es por la rapidez de su propagación, inaudita en los fastos de las doctrinas filosóficas; es por haber dado, en algunos años, la vuelta al mundo, y por haberse implantado en todos los países y en todos los estratos de la sociedad; es por haber progresado, a pesar de todo lo que han hecho para detenerla; es por derribar las barreras que se le oponen, encontrando un aumento de fuerzas en esas mismas barreras. ¿Es éste el carácter de una utopía? Una idea falsa puede encontrar a algunos seguidores, pero no tendrá más que una existencia efímera y circunscripta; pierde terreno en vez de ganarlo, mientras que el Espiritismo gana, en lugar de perderlo. Cuando lo vemos germinar por todas partes y ser acogido en todos los lugares como un beneficio de la Providencia, es porque allí está el dedo de la Providencia; he aquí el verdadero milagro, y creemos que es suficiente para garantizar su futuro. Diréis que Él, a vuestros ojos, no tiene un carácter providencial, sino un carácter diabólico; sois libre para tener esta opinión: lo esencial es que Él camine. Solamente diremos que si algo se estableciera universalmente por el poder del demonio, a pesar de los esfuerzos de los que dicen actuar en el nombre de Dios, esto podría hacer creer a cierta gente que el demonio es más poderoso que la Providencia. ¡Pedís milagros! He aquí uno que nos envía uno de nuestros corresponsales en Argelia:

«El Sr. P..., antiguo oficial, era ciertamente uno de los incrédulos más presuntuosos; él tenía el fanatismo de la falta de religión y, antes de Proudhon, ya decía: Dios es el mal; dicho de otra manera, no admitía a ningún Dios y sólo reconocía la nada. Cuando lo vi venir a buscar vuestro El Libro de los Espíritus, pensé que él iba a culminar esta lectura con alguna elucubración satírica, como acostumbraba a hacer contra los sacerdotes, e incluso contra el Cristo. No me parecía posible que un ateísmo tan inveterado pudiera ser curado alguna vez. ¡Pues bien! El Libro de los Espíritus, sin embargo, hizo este milagro. Si conocieseis aquel hombre como yo lo conozco, estaríais orgulloso de vuestra obra y consideraríais la cuestión como vuestro mayor éxito. Aquí, todos se admiran; entretanto, cuando uno ha sido iniciado en la palabra de la verdad, no hay nada de sorprendente, por supuesto, después de la reflexión.»

Agreguemos –lo que constituye una ventaja– que nuestro corresponsal es un periodista que también profesaba opiniones muy poco espiritualistas, y menos aún espíritas. ¿Habrán forzado a este señor para imponerle la creencia en Dios y en el alma? No, y no es probable que él se hubiese prestado a eso. ¿Habrá sido fascinado con la visión de algunos fenómenos prodigiosos? Tampoco, porque no vio nada en materia de manifestaciones; solamente leyó, comprendió, encontró razonamientos lógicos y creyó. Diréis que esta conversión y tantas otras son la obra del diablo. Si fuese así, el diablo tiene una política singular de forjar armas contra sí mismo y es muy torpe al dejar escapar a los que tenía en sus garras. ¿Por qué no habéis hecho ese milagro? ¿Seríais, pues, menos fuerte que el diablo para hacer creer en Dios? Otra pregunta, por gentileza. Aquel señor, cuando era ateo y blasfemo, ¿estaba condenado para la eternidad? –Sin ninguna duda. –Ahora que, en vuestra opinión, él ha sido convertido a Dios por intermedio del diablo, ¿aún está condenado? Supongamos que, al creer en Dios, en el alma, en la vida futura feliz o desdichada, y que en virtud de esta creencia él se vuelva mejor de lo que era y no adopte completamente al pie de la letra la interpretación de todos los dogmas –y hasta incluso rechace algunos de ellos–, ¿aún así está condenado? Si respondéis: «Sí», la creencia en Dios no le sirve para nada. Si respondéis: «No», ¿en qué se vuelve la máxima: Fuera de la Iglesia no hay salvación? El Espiritismo dice: Fuera de la Caridad no hay salvación. ¿Creéis que aquel señor dudará entre las dos? Quemado a toda costa por una, y salvado por la otra, la opción no parece dudosa.

Esas ideas, como todas las ideas nuevas, contrarían a ciertas personas, a ciertos hábitos e incluso a ciertos intereses, como los ferrocarriles han contrariado a los dueños de las postas de caballos y a los que tenían miedo; como una revolución contraría a ciertas opiniones; como la imprenta contrarió a los amanuenses; como el Cristianismo ha contrariado a los sacerdotes paganos. Pero ¿qué hacer cuando una cosa se instala –quiérase o no– por su propia fuerza y es aceptada por la mayoría? Es necesario tomar partido y decir, como Mahoma, que es lo que debe ser. ¿Qué haréis si el Espiritismo se vuelve una creencia universal? ¿Rechazaréis a todos los que lo admitan? –Diréis que no sucederá, que no es posible. –Lo decimos una vez más: si eso sucede, ¿qué haréis?

¿Se puede detener el progreso? Para esto sería necesario detener, no a un hombre, sino a los Espíritus, e impedirlos de hablar; sería preciso quemar, no un libro, sino las ideas; impedir que los médiums escriban y se multipliquen. Uno de nuestros corresponsales nos escribe de una ciudad del Departamento de Tarn: «Nuestro cura nos hace propaganda; desde el púlpito habla con violencia contra el Espiritismo que, según él, no es otra cosa que la obra del demonio. Me ha designado casi como el sumo sacerdote de la Doctrina en nuestra ciudad, lo que le agradezco del fondo de mi corazón, porque así me da la ocasión de entablar conversaciones con aquellos que aún no habían escuchado hablar de Ella, y que me abordan para saber de qué trata la misma. Hoy los médiums son abundantes entre nosotros». El resultado es el mismo en todas las partes donde se quiso gritar contra el Espiritismo. Hoy la idea espírita está lanzada: es bien acogida porque agrada; va desde el palacio hasta la cabaña, y podemos evaluar el efecto de los futuros intentos por los que se han hecho para sofocarlo.

En resumen, el Espiritismo, para establecerse, no reivindica la acción de ningún milagro; no quiere cambiar el orden de las cosas; Él buscó y encontró la causa de ciertos fenómenos, considerados erróneamente como sobrenaturales; en vez de apoyarse en lo sobrenatural, lo repudia por cuenta propia. Él se dirige al corazón y a la razón. La lógica le abrió el camino; la lógica le hará cumplir su cometido.

Esto es un anticipo de la respuesta que debemos al opúsculo del Sr. cura Marouzeau.

Ahora dejemos hablar a los Espíritus. Al haberles sido efectuada la pregunta que transcribimos más arriba, he aquí algunas de las respuestas obtenidas a través de diferentes médiums:

«Vengo a hablaros de la realidad de la Doctrina Espírita, oponiéndola a los milagros cuya ausencia parece servir de arma a sus detractores. Los milagros, necesarios en las primeras edades de la Humanidad para impresionar a los Espíritus que era conveniente someter, son explicados hoy –casi todos los milagros– gracias a los descubrimientos de las Ciencias físicas u otras, volviéndose ahora inútiles y hasta incluso peligrosos –diré–, ya que sus manifestaciones sólo despertarían la incredulidad o la burla. En fin, el reino de la inteligencia ha llegado, no todavía en su triunfante expresión, sino en sus tendencias. ¿Qué pedís? ¿Queréis ver nuevamente que los cayados se transformen en serpientes, que los enfermos se levanten y que los panes se multipliquen? No, no veréis esto; pero veréis que los incrédulos se conmueven y doblan sus rodillas rígidas delante del altar. Este milagro equivale al del agua que brota de la roca. Veréis al hombre desolado, oprimido bajo el peso de la desgracia, apartarse de la pistola cargada y exclamar: «Dios mío, bendito seas, porque vuestra voluntad eleva mis pruebas al nivel del amor que os debo». En fin, por todas partes, vosotros que confundís los hechos con los textos, el espíritu con la letra, veréis la verdad luminosa que ha de establecerse sobre las ruinas de vuestros misterios carmomidos.»

LÁZARO (médium: Sra. de Costel).

«En una de mis últimas meditaciones, que ha sido leída aquí –creo yo–, he demostrado que la Humanidad está progresand
o actualmente. Hasta el Cristo, la Humanidad tenía un cuerpo; ella era ciertamente espléndida; inclusive, había hecho esfuerzos heroicos y había tenido virtudes sublimes. Pero ¿dónde estaba su ternura? ¿Dónde estaba su mansedumbre? Al respecto, habría varios ejemplos en la Antigüedad. Abrid un poema antiguo: ¿dónde está la mansedumbre? ¿Dónde está la ternura? Encontraréis su expansión en el poema –casi todo cristiano– de Dido, de Virgilio, una especie de heroína melancólica que El Tasso o Ariosto habrían vuelto interesante en sus cantos llenos de alegría cristiana.

«El Cristo, pues, vino a hablar al corazón de la Humanidad; pero, como sabéis, el propio Cristo dijo que ha venido en carne en medio del paganismo, y prometió venir en medio del Cristianismo. Existe en el individuo la educación del corazón, como existe la educación de la inteligencia; lo mismo sucede con la Humanidad. Por lo tanto, el Cristo es el gran educador. Su resurrección es el símbolo de su fusión espiritual en todos, y esta fusión, esta expansión de Él mismo, apenas comenzáis a sentir. El Cristo no viene más a hacer milagros; Él viene a hablar directamente al corazón, en vez de hablar a los sentidos. No se detenía con aquellos que le pedían un milagro en el Cielo y, algunos pasos más adelante, improvisaba su magnífico sermón de la montaña. Ahora bien, a los que aún piden milagros, el Cristo responde por todos los Espíritus sabios y esclarecidos: Entonces, ¿creéis más en vuestros ojos, en vuestros oídos, en vuestras manos que en vuestro corazón? Mis llagas están actualmente cerradas; el Cordero ha sido sacrificado; la carne fue destruida; el materialismo lo ha visto: ahora es el turno del Espíritu. Dejo a los falsos profetas; no me presento ante los poderosos de la Tierra como Simón, el mago, pero voy a los que realmente tienen sed, a los que realmente tienen hambre, a los que sufren en el corazón, y no a los que son espiritualistas apenas como verdaderos y puros materialistas.»

LAMENNAIS (médium: Sr. A. Didier).

«Nos preguntan cuáles son los milagros que hacemos; pero me parece que, desde hace algunos años, las pruebas son bastante evidentes. Los progresos del Espíritu humano han cambiado la faz del mundo civilizado; todo ha progresado, y aquellos que han querido permanecer a la zaga de ese movimiento son como los parias de las nuevas sociedades.

«A la sociedad, tal cual como se prepara hoy para los acontecimientos, ¿qué le falta sino todo lo que llame a la razón y la esclarezca? Es posible que en ciertos momentos Dios haya querido comunicarse a través de inteligencias superiores, como Moisés y otros; de estos grandes hombres datan las grandes épocas, pero el espíritu de los pueblos ha progresado desde entonces. Las grandes figuras de los predestinados enviados por Dios recordaban una leyenda milagrosa; y entonces un hecho, a menudo simple en sí mismo, se vuelve maravilloso ante la multitud impresionable y preparada para emociones que sólo la Naturaleza sabe dar a sus hijos ignorantes.

«Pero hoy, ¿necesitáis milagros? –Todo se ha transformado a vuestro alrededor: la Ciencia, la Filosofía, la industria han desarrollado todo lo que os rodea; ¿y pensáis que nosotros –los Espíritus– no hemos participado en nada de esas profundas modificaciones? –Al estudiar y comentar, aprendéis y meditáis mejor; los milagros no son más de vuestra época y debéis elevaros por encima de esos prejuicios que os quedaron en la memoria como tradiciones. Nosotros os daremos la verdad, y siempre nuestra ayuda. Nosotros os esclareceremos, a fin de haceros mejor y fuertes; creed y amad, y el milagro buscado ha de producirse en vosotros. Al conocer y comprender mejor el objetivo de esta vida, seréis transformados sin fenómenos físicos.

«Buscáis palpar la verdad, tocarla, y ella os rodea y os penetra. Por lo tanto, tened confianza en vuestras propias fuerzas, y el Dios de bondad que os dio el Espíritu hará que vuestra fuerza sea formidable. A través de él disiparéis las nubes que oscurecen vuestro entendimiento, y comprenderéis que el Espíritu es todo inmortalidad, todo poder. Al poneros en relación con esta ley de Dios llamada progreso, no buscaréis más, en el prestigio de los grandes nombres –que son como mitos de la Antigüedad–, una respuesta y un escollo contra el Espiritismo, que es la revelación verdadera, la fe, la ciencia nueva que consuela y que fortalece.»

BALUZE (médium: Sr. Leymarie).

«Piden milagros para probar la verdad de la Doctrina Espírita; ¿y quién pide esta prueba de la verdad? Aquel que debería ser el primero a creer y a enseñar...

«El mayor de los milagros va a operarse en breve. Sacerdotes del Catolicismo, escuchad: queréis milagros y he aquí que se operan... La cruz del Cristo se desmoronaba bajo los golpes del materialismo, de la indiferencia y del egoísmo; ¡pero he aquí que se levanta, bella y resplandeciente, sostenida por el Espiritismo! Decidme: ¿no es el mayor de los milagros que una cruz se levante, teniendo en cada uno de sus lados la Esperanza y la Caridad? –En verdad, sacerdotes de la Iglesia, creed y ved: ¡los milagros os rodean!... ¿Cómo llamaréis ese regreso común a la creencia casta y pura del Evangelio, en la que todas las filosofías han de vincularse al Espiritismo? El Espiritismo será la gloria y la llama que iluminará todo el Universo. ¡Oh! Entonces el milagro será manifiesto y deslumbrante, porque no habrá en la Tierra sino una única y misma familia. ¡Queréis milagros! Ved a esa pobre mujer sufrida y sin pan: ¡cómo tirita de frío en su cabaña! El hálito con el cual pretende dar calor a sus dos hijitos que se mueren de hambre es más frío y más glacial que el viento que entra violentamente en su albergue miserable; ¿por qué, pues, tanta calma y serenidad en su rostro, en medio de tanta miseria? ¡Ah! Es que ella ha visto brillar una estrella de fuego por encima de su cabeza; la luz celestial se esparce en su refugio. No llora más; ¡ella espera! No maldice más; ¡solamente pide a Dios que le dé coraje para soportar la prueba!... ¡Y he aquí que las puertas de la cabaña se abren y la Caridad viene a depositar allí lo que su mano bienhechora puede esparcir!...

«¿Qué doctrina dará más sentimiento y fuerzas al corazón? El Cristianismo plantó el estandarte de la igualdad en la Tierra; ¡el Espiritismo enarbola el de la fraternidad!... ¡He aquí el milagro más celestial y más divino que se pueda producir!... Sacerdotes, cuyas manos están a veces manchadas por el sacrilegio: ¡no pidáis milagros físicos, porque entonces vuestras frentes podrían quebrarse en la piedra que pisáis para subir al altar!...

«No, el Espiritismo no se vincula a los fenómenos físicos, ni se apoya en milagros que hablan a los ojos, sino que Él da fe al corazón y, decidme, ¿no está ahí, entonces, su mayor milagro?...»

SAN AGUSTÍN (médium: Sr. Vézy).

Nota – Evidentemente esto solamente se aplica a los sacerdotes que han manchado el santuario, como Verger y otros.


El viento
Fábula espírita

Cuanto más conocido es el nombre del contradictor, más repercusión tiene su crítica, y más bien puede ésta hacer al llamar la atención de los indiferentes.
(ALLAN KARDEC.)


El austro en la llanura reinar quería.
Cual amo en su vuelo impetuoso,
Con un soplo muy ardiente sacudía
Un secular olmo, tronco enorme y nudoso.


Con su fecunda semilla –decía aquél–
Podía cubrir la tierra, crecer, surgir;
Prevengamos una lucha en el porvenir
Librando obstáculos puestos a mi poder.


Y los delicados penachos verdes,
Deshojándose con el golpe recibido,
En torbellinos se pierden en los aires,
Sin embargo, las semillas han huido
Del soplo que insiste en barrer su vuelo,
Y pese a él echan raíces en el suelo.


Contra las leyes de amor y sabiduría
Que esparce el Espiritismo, árbol de verdad,
El viento de la incredulidad
Sopla, ruge e incesantemente porfía,
Hace que nazca y crezca, creyendo sofocarlo:
Quiere que el germen muera... pero ayuda a sembrarlo.

C. DOMBRE (de Marmande).


La reencarnación en América

A menudo las personas se admiran de que la doctrina de la reencarnación no haya sido enseñada en América, y los incrédulos no dejan de aprovecharse de eso para acusar a los Espíritus de contradicción. No repetiremos aquí las explicaciones que nos fueron dadas al respecto y que ya hemos publicado; nos limitaremos a recordar que los Espíritus han mostrado en esto su prudencia habitual. Ellos han querido que el Espiritismo naciera en un país de absoluta libertad en cuanto a la emisión de opiniones; el punto esencial era la adopción del principio y para esto no quisieron ser incomodados en nada. No sucedería lo mismo con todas sus consecuencias, y sobre todo con la reencarnación, que se habría chocado contra los prejuicios de la esclavitud y del color. La idea de que un negro pudiese volverse un blanco; de que un blanco pudiera haber sido un negro; de que un amo hubiese sido un esclavo, podría parecer de tal modo monstruosa que sería suficiente para hacer que el todo fuese rechazado. Por lo tanto, los Espíritus prefirieron momentáneamente sacrificar lo accesorio a lo principal, y siempre nos dijeron que más tarde la unidad se haría en este punto como en todos los otros. En efecto, es lo que comienza a suceder: varias personas de Norteamérica nos han dicho que ahora la doctrina de la reencarnación encuentra allí numerosos adeptos, y que ciertos Espíritus –después de haberla hecho presentir– vienen a confirmarla. Al respecto, he aquí lo que nos escribe, desde Montreal (Canadá), el Sr. Fleury Lacroix, natural de los Estados Unidos de América:

«...La cuestión de la reencarnación, de la cual habéis sido el primer promotor visible, nos ha tomado de sorpresa aquí; pero hoy estamos reconciliados con ella, con esa hija de vuestro pensamiento. Todo se ha vuelto comprensible a través de esta nueva claridad, y ahora vemos mucho mejor el eterno camino que está delante nuestro. Entretanto, eso nos parecía muy absurdo, como decíamos al comienzo; pero si hoy negamos, mañana creemos:he aquí la humanidad. Felices los que quieren saber, porque la luz se hará para ellos; desdichados son los otros, porque permanecerán en las tinieblas.»

De ese modo fue la lógica, la fuerza del razonamiento que los llevó a la doctrina de la reencarnación, y porque encontraron en la misma la única clave que podía resolver los problemas hasta entonces insolubles. Sin embargo, nuestro honorable corresponsal se equivoca sobre un hecho importante, al atribuirnos la iniciativa de esta doctrina, a la cual llama de hija de nuestro pensamiento. Es un honor que no nos corresponde: la reencarnación ya había sido enseñada por los Espíritus a otros, antes que a nosotros en la publicación de El Libro de los Espíritus; además, el principio de la reencarnación ha sido claramente expuesto en varias obras anteriores, no sólo en las nuestras, sino hasta en las que surgieron en la época de la aparición de las mesas giratorias, entre otras, en Tierra y Cielo (Terre et Ciel), de Jean Reynaud, y en un pequeño libro encantador del Sr. Louis Jourdan, intitulado Las oraciones de Ludovico (Les prières de Ludovic), publicado en 1849, sin contar que ese dogma era profesado por los druidas, a los cuales, ciertamente, nosotros no enseñamos.[1] Cuando ese principio nos fue revelado, quedamos sorprendidos y lo recibimos con dudas, con desconfianza; inclusive lo combatimos durante algún tiempo, hasta que la evidencia nos fue demostrada. Así, a este dogma, nosotros lo hemos ACEPTADO y no INVENTADO, lo que es bien diferente.

Esto responde a la objeción de uno de nuestros suscriptores, el Sr. Salgues (de Angers), que es uno de los antagonistas declarados de la reencarnación, el cual pretende que los Espíritus y los médiums que la enseñan reciben nuestra influencia, considerando que los que se comunican con él dicen lo contrario. Además, el Sr. Salgues alega contra la reencarnación objeciones especiales, las cuales serán objeto, uno de estos días, de un examen particular. A la espera de esto, constatamos un hecho: el número de adeptos de la doctrina de la reencarnación crece sin cesar, mientras que el de sus adversarios disminuye; si ese resultado se debe a nuestra influencia, esto es atribuirnos una importancia muy grande, ya que se extiende de Europa a América, a Asia, al África y hasta a Oceanía. Si la opinión contraria es verdadera, ¿cómo se explica que no haya preponderado? Por lo tanto, ¿sería el error más poderoso que la verdad?
1] Ver la Revista Espírita de abril de 1858, página 95 {137}: El Espiritismo entre los druidas, artículo que contiene las Tríadas. [Nota de Allan Kardec.]





Nuevos médiums americanos en París

En lo tocante a las manifestaciones físicas, los médiums americanos aventajan ciertamente, en número y en fuerza, a los del viejo continente. En este aspecto, la reputación de los mismos se encuentra tan bien establecida –sobre todo después del Sr. Home– que por sí solos parecen que prometen prodigios. El Sr. Squire era designado por mucha gente como un médium americano, un charlatán que hace algunos años recorría ciudades y ferias para hacer presentaciones, anunciándose como médium americano, aunque fuese absolutamente francés. He aquí que llegan dos nuevos, que de médiums sólo tienen el nombre, y de los cuales no habríamos hablado, porque su arte es ajeno a nuestro objeto de estudio, si su llegada –anunciada con estruendo– no hubiese causado una cierta sensación por la naturaleza de sus pretensiones. Para la instrucción de nuestros lectores y para que no seamos acusados de parcialidad, transcribimos textualmente su prospecto, del cual París acaba de ser inundado.

«Diversiones en los salones parisienses. –¡¡¡Novedades y nada más que novedades!!! –Sesiones para las familias y reuniones privadas dadas por los médiums americanos, Sr. C. Eddwards Girroodd, de Kingston (Lago Ontario), Alto Canadá, y Sra. Julia de Girroodd, apodada La Graciosa Sensitiva por la prensa inglesa y americana.

«Un álbum con más de 200 páginas –del cual cada hoja es una carta de felicitaciones, firmada por los más grandes nombres de Francia, ya sea de la nobleza, de la magistratura, del ejército, de la literatura, así como por 16 arzobispos y obispos de Francia, y por un gran número de eclesiásticos de alta distinción–, se encuentra a disposición de las personas que, queriendo hacer una sesión, desearían anticipadamente asegurarse del buen gusto, de la riqueza y de la novedad de sus experiencias.

«El Sr. Girroodd y la Sra. de Girroodd –los únicos en Francia que realizan esas experiencias– han pasado apenas tres meses en París y ya hicieron cuarenta y dos sesiones en los principales Salones de la Capital, en Las Tullerías, el 12 de mayo de 1861, así como en la residencia de varios miembros de la Familia Imperial.

«Han puesto inmediatamente sus experiencias muy por encima de todo lo que se vio hasta este día como Recreación de Sesiones.

«Su prestidigitación, contrariamente a la costumbre de los Sres. físicos, no exige los menores preparativos ni arreglos particulares, y los artistas operan fácilmente en medio de un círculo de espectadores atentos, sin temer un solo minuto para ver destruir la ilusión.

«Las mágicas no son sino una parte muy pequeña de sus variados talentos. El Mundo de los Espíritus obedece a sus voces: VisionesÉxtasisFascinaciónMagnetismoElectrobiologíaEspíritus golpeadoresEspiritualismo, etc., etc., todo lo que la Ciencia y el charlatanismo han inventado, que asombra a los crédulos de nuestros días, hasta que les da una fe robusta en todo lo que no es más que un hábil malabarismo, donde uno es cómplice sin saberlo. En una palabra, el Sr. y la Sra. de Girroodd, después de haberse mostrado como hechiceros –pero hechiceros de élite–, sabios como Merlín, el Encantador, demostrarán los secretos de su Ciencia si fuera necesario.

«La fe cristiana sólo tiende a ganar al ver claramente que todo lo que ella no ha enseñado no es sino un brillante charlatanismo.

«Para las pequeñas reuniones o sesiones para niños, el Sr. Girroodd contrató, para todo el invierno, a uno de los físicos más hábiles de la Capital y a un ventrílocuo apodado El hombre de las muñecas parlantes, los cuales darán sesiones a precios reducidos.»

Como se ve, este Sr. y esta Sra. tienen la pretensión –nada más ni nada menos– de matar al Espiritismo, y se hacen pasar por defensores de la fe cristiana, sin duda muy sorprendida por encontrar en la prestidigitación un ayudante; esto, sin embargo, puede aumentar una cierta clientela.

Ellos se dicen médiums y no tienen el cuidado de omitir el título de americanos, pasaporte indispensable, como los nombres en letra i para los músicos, y eso para demostrar que los médiums no existen, ya que pueden reproducir –según ellos– todo lo que hacen los médiums, con la ayuda de la destreza, de la mecánica y de los medios que le son peculiares. Esto prueba una cosa: que todo puede ser imitado. La ilusión es una cuestión de habilidad. Mas, porque una cosa pueda ser imitada, ¿se deduce que ella no existe? La prestidigitación imitó a la lucidez sonambúlica hasta el punto de engañar; ¿de esto se debe sacar en conclusión que no hay sonámbulos? Se han hecho copias de Rafael que fueron tomadas como originales; ¿esto significa que Rafael no existió? El Sr. Robert Houdin transforma el agua en vino y hace salir de un sombrero (no preparado) a miles de objetos, que pueden llenar una caja grande; ¿esto depone contra los milagros de las bodas de Caná y contra la multiplicación de los panes? Entretanto, él hace aún más que transformar el agua en vino, puesto que, de una sola botella, hace salir media docena de licores diferentes y deliciosos.

Todas las manifestaciones físicas se prestan maravillosamente a la imitación, y también son éstas que los charlatanes explotan; ellos exceden en mucho a los Espíritus, sobre todo en lo tocante a los aportes, pues que los producen a voluntad y en el momento correcto, lo que ni los Espíritus ni los mejores médiums son capaces de conseguir. Por lo demás, es preciso hacer justicia a ese Sr. y a su Sra., porque de modo alguno han intentado engañar al público: ellos no pretenden ser lo que no son y se presentan francamente como imitadores sagaces, y en esto son más respetables que los que falsamente se hacen pasar por médiums; inclusive, lo son mucho más que los verdaderos médiums que, para producir más efectos y superar a sus competidores, agregan subterfugios a la realidad. Es cierto que algunas veces la franqueza es una buena política; está muy desgastado presentarse como vulgares prestidigitadores; pero querer probar a través del escamoteo que los médiums son escamoteadores, es un atractivo de novedad que los curiosos pagarán con creces.

Como ya hemos dicho, su destreza no depone contra la realidad de los fenómenos; lejos de perjudicarlos, tendrá una gran utilidad. Ante todo es una trompeta más que llamará la atención sobre el Espiritismo y hará pensar a las personas que nunca habían oído hablar de Él; como en todas las críticas, querrán ver los pros y los contra. Ahora bien, el resultado de la comparación no deja dudas. Una utilidad todavía mayor es la de precaverse contra la posibilidad del fraude y de los subterfugios de los falsos médiums; al probar la posibilidad de la imitación, se exponen a una muy mala pasada y a arruinar su crédito. Si su destreza pudiese dañar algo, sería a la confianza que se les da –quizá un poco con liviandad– y a los prodigios que ciertos médiums obtienen tan fácilmente del otro lado del Atlántico, porque no está dicho que el Sr. y la Sra. de Girroodd tengan el privilegio de sus secretos. Si un día se presentara la ocasión de asistir a una de sus sesiones, tendremos el placer de relatarla para la instrucción de nuestros lectores.

Cuando decimos que todo puede ser imitado, debemos exceptuar, sin embargo, las condiciones verdaderamente normales en las que pueden producirse las manifestaciones espíritas, de donde se puede decir que todo fenómeno que se aparta de esas condiciones debe ser considerado sospechoso. Ahora bien, para juzgar sanamente una cosa es necesario haberla estudiado. Las propias manifestaciones inteligentes no están a salvo de la prestidigitación; hay algunas que, por su naturaleza y por las circunstancias en que son obtenidas, desafían a la más consumada habilidad de imitación, como, por ejemplo, la evocación de personas muertas, revelando con propiedad particularidades de su existencia, desconocidas del médium y de los asistentes y, mejor aún, esas disertaciones de varias páginas, escritas de un solo trazo, sin tachaduras, con rapidez, elocuencia, corrección, profundidad, ciencia y sublimidad de pensamientos, sobre temas dados, fuera del conocimiento y de la capacidad del médium, y que éste ni mismo comprende. Para ejecutar tales proezas sería necesario un genio universal; ahora bien, los genios universales son raros y, además, no dan espectáculos. Entretanto, es lo que se ve todos los días, no por un individuo privilegiado, sino por millares de individuos de todas las edades, sexos, condiciones sociales y grados de instrucción, cuya honorabilidad y desinterés absoluto son la mejor garantía de sinceridad, porque el charlatanismo no da nada gratuitamente. Si el Sr. y la Sra. de Girroodd quisiesen aceptar un debate, sería en este terreno que nosotros los llamaríamos, dejándoles de buen grado el de las manifestaciones físicas.

Nota – Una persona que dice estar bien informada nos asegura que Eddwards Girrodd debe traducirse como Édouard Girod, y Kingston, Lago Ontario, Alto Canadá, como Saint-Flour, Cantal.



Suscripción a favor de los obreros lioneses

La Sociedad Espírita de París no podía olvidarse de las aflicciones de sus hermanos de Lyon; desde el mes de noviembre Ella se ha empeñado en suscribir 260 francos en un sorteo de beneficencia organizado por varios Grupos de esta ciudad. Pero el Espiritismo no es exclusivista; para Él todos los hombres son hermanos y se deben un mutuo apoyo, sin acepción de creencia. Por lo tanto, queriendo ofrecer su óbolo a la obra en común, abrió en la sede de la Sociétérue et passage Sainte-Anne, 59 (calle y Pasaje Santa-Ana Nº 59)– una suscripción cuyo producto será depositado en la caja de la suscripción general del diario Le Siècle (El Siglo).

Una carta de Lyon, dirigida al Sr. Allan Kardec, informa que un espírita anónimo acaba de enviar directamente, con este fin, una suma de 500 francos. Que ese generoso benefactor, cuyo anonimato respetaremos, reciba aquí los agradecimientos de todos los miembros de la Sociedad.

Un Espíritu, que se da a conocer con el nombre característico y encantador de Cárita, y cuya misión parece ser la de socorrer al infortunio a través de la beneficencia, ha tenido a bien dictar al respecto la siguiente epístola, que nos ha sido enviada de Lyon, y que nuestros lectores indudablemente la colocarán –como nosotros– en el número de las más encantadoras producciones del Más Allá. ¡Que ella pueda despertar la simpatía de todos los espíritas para con sus hermanos en sufrimiento! Todas las comunicaciones de Cárita son marcadas con el mismo sello de bondad y de simplicidad. Evocada en la Sociedad de París, ella dice haber sido santa Irene, emperatriz.


A los espíritas parisienses que han enviado 500 francos para los pobres de Lyon: ¡Gracias!
«¡Gracias a vosotros, cuyos corazones generosos han sabido comprender nuestro llamado, y que han venido a ayudar a vuestros desdichados hermanos! ¡Gracias! Porque vuestra ofrenda va a cicatrizar muchas heridas y aliviar muchos dolores. ¡Gracias! Ya que habéis sabido intuir que con ese fruto de oro que enviasteis se podrá aplacar momentáneamente el hambre y se conseguirá poner leña en las chimeneas, apagadas desde hace mucho tiempo.

«¡Gracias! Sobre todo porque tuvisteis la delicada atención de ocultar vuestra buena acción bajo el manto del anonimato; pero si habéis ocultado ese generoso pensamiento de ser útiles a vuestros semejantes –como la violeta se esconde bajo el follaje–, hay un juez, un Señor para el cual vuestros corazones no tienen secretos, y que sabe de dónde ha salido ese rocío benéfico que ha venido a refrescar una nueva frente ardiente, expulsando la miseria tan temida por las pobres madres de familia. Dios, que lo ve todo, conoce el secreto del que permaneció anónimo y se encargará de recompensar a los que han tenido la inspiración de socorrer a las pobres víctimas de circunstancias independientes de su voluntad. Amigos míos, Dios ama estos inciensos de vuestros corazones que, sabiendo compartir los dolores de los demás, sabe también cómo se practica la caridad. Principalmente Él aprecia esa devoción y esa abnegación que se esquiva ante un agradecimiento pomposo y que prefiere resguardar su modestia bajo simples iniciales; pero Él vinculó el nombre del benefactor a todas las bendiciones que vuestra ayuda hará nacer, porque –como lo sabéis– esos transportes de alegrías que sienten los corazones socorridos ascienden a Dios, y como Él ve que esos efluvios, que han partido de la gratitud, son el resultado de vuestros beneficios, anota la recompensa que le corresponde en el gran libro del Espíritu generoso que los hizo nacer.

«Si os fuese dado escuchar esas tiernas emociones, esas tímidas muestras de simpatía que esos desdichados dejan escapar ante la visión de una pequeña moneda –maná celestial que cae del Cielo sobre sus pobres cabañas–; si os fuese dado escuchar los gritos infantiles de la pequeña y pobre criatura que comprende que el pan está asegurado por algunos días, seríais muy felices y diríais: “La caridad es tierna y merece ser practicada”. Es que –como podéis ver– son necesarias pocas cosas para transformar lágrimas en alegría, sobre todo en la casa del obrero que no está habituado a que la felicidad lo visite a menudo. Si esa pobre hormiga que recoge –migaja a migaja– el pan de cada día, encuentra en su camino un pan entero en el momento en que perdía la esperanza de poder dar a su familia el alimento diario, entonces esta fortuna inesperada le parece tan incomprensible que, al no encontrar expresiones para manifestar su felicidad, deja escapar algunas palabras sueltas, a las cuales siguen lágrimas de enternecimiento. Por lo tanto, amigos míos, socorred a los pobres, a esos obreros que sólo tienen como última esperanza la muerte en un hospital o la mendicidad en la esquina de una calle. Socorredlos tanto como os sea posible, para que cuando Dios os reúna, siguiendo la extensa avenida que conduce al inmenso portal, en cuyo frontispicio están grabadas las palabras Amor y Caridad, pueda Dios deciros a todos, al reunir a los benefactores y a los beneficiados: Supisteis dar; fuisteis felices en recibir; vamos, entrad. Que la caridad que os ha guiado os introduzca en este mundo radiante que reservo a los que tienen como lema: “Amaos los unos a los otros”.»

«CÁRITA»

Nota –¿A quién harán creer que ha sido el demonio el que dictó tales palabras? En todo caso, si es el demonio que impele a la caridad, nosotros nunca perderemos nada en hacerla.




Enseñanzas y disertaciones espíritas

La Fe

Yo soy la hermana mayor de la Esperanza y de la Caridad: me llamo Fe.

Soy grande y fuerte; aquel que me recibe no teme ni el hierro ni el fuego: es a prueba de todo tipo de sufrimientos físicos y morales. Irradio sobre vosotros con una antorcha cuyos rayos resplandecientes se reflejan en lo profundo de vuestros corazones, y os transmito la fuerza y la vida. Entre vosotros dicen que transporto montañas; y yo os digo: Vengo a levantar al mundo, porque el Espiritismo es la palanca que me debe ayudar. Por lo tanto, uníos a mí; vengo a invitaros: yo soy la Fe.

¡Soy la Fe! Vivo con la Esperanza, con la Caridad y con el Amor en el mundo de los Espíritus; a menudo dejé las regiones etéreas y vine a la Tierra para regeneraros, dándoos la vida del Espíritu. Mas, con excepción de los mártires de los primeros tiempos del Cristianismo y, de vez en cuando, de algunos fervorosos sacrificios que han promovido el progreso de la Ciencia, de las Letras, de la Industria y de la Libertad, solamente encontré entre los hombres la indiferencia y la frialdad, retomando tristemente mi vuelo hacia los Cielos. Creéis que me encuentro en vuestro medio, pero estáis en el error, porque la Fe sin obras es un simulacro de Fe; la verdadera Fe es vida y acción.

Antes de la revelación del Espiritismo la vida era estéril; era un árbol que secó por los destellos de los rayos y que no producía fruto alguno. Soy reconocida por mis acciones: ilumino a las inteligencias, vivifico y fortalezco a los corazones; rechazo las influencias engañosas y os conduzco a Dios a través de la perfección del Espíritu y del corazón. Venid a colocaros bajo mi bandera; soy poderosa y fuerte: yo soy la Fe.

Soy la Fe y mi reino comienza entre los hombres, reino pacífico que los hará felices en el presente y en la eternidad. La aurora de mi advenimiento entre vosotros es pura y serena; su sol será resplandeciente, y el poniente vendrá suavemente a mecer a la humanidad en los brazos de la eterna felicidad. ¡Espiritismo! Derrama sobre los hombres tu bautismo regenerador. Les hago un llamado supremo: yo soy la Fe.

GEORGES, obispo de Périgueux.

La Esperanza

Me llamo Esperanza; sonrío a vuestra entrada en la vida; os sigo paso a paso y solamente os dejo en los mundos donde se realizan, para vosotros, las promesas de felicidad que escucháis incesantemente susurrar a vuestros oídos. Soy vuestra amiga fiel; no rechacéis mis inspiraciones: yo soy la Esperanza.

Soy yo la que canta a través del ruiseñor y la que entona en las florestas esas notas lastimeras y cadenciosas que os hacen soñar con el Cielo; soy yo la que inspira a la golondrina el deseo de dar calor a sus amores, al abrigo de vuestras moradas; soy la que se regocija con la tenue brisa que acaricia a vuestros cabellos; la que derrama a vuestros pies los suaves perfumes de las flores de vuestros jardines; ¡pero cuán poco pensáis en esta amiga que tanto se dedica a vosotros! No la rechacéis: es la Esperanza.

Tomo todas las formas para acercarme a vosotros: soy la estrella que brilla en el firmamento; soy el cálido rayo de sol que os vivifica; amparo vuestras noches con dulces sueños; expulso lejos de vosotros las funestas preocupaciones y los pensamientos sombríos; guío vuestros pasos hacia el sendero de la virtud; os acompaño en vuestras visitas a los pobres, a los afligidos, a los moribundos y os inspiro con palabras afectuosas que consuelan. No me rechacéis: yo soy la Esperanza.

¡Soy la Esperanza! En el invierno soy yo la que hace crecer, en la corteza de los robles, el musgo espeso con el cual los pajaritos construyen sus nidos; en la primavera soy yo la que corona el manzano y el almendro con flores blancas y rosadas, y las esparce en la tierra como una alfombra celestial que hace aspirar a mundos felices; estoy con vosotros, sobre todo cuando sois pobres y sufridores; mi voz resuena sin cesar en vuestros oídos. No me rechacéis: yo soy la Esperanza.

No me rechacéis, porque el ángel de la desesperación me hace una guerra encarnizada y se agota en vanos esfuerzos por tomar mi lugar junto a vosotros; no siempre soy la más fuerte, y cuando la desesperación os envuelve con sus alas fúnebres, consiguiendo que me aparte, desvía vuestros pensamientos de Dios e os incita al suicidio; uníos a mí para alejar su funesta influencia y dejad que mis brazos os ampare dulcemente, porque yo soy la Esperanza.

FELICIA, hija de la médium.

La Caridad

Soy la Caridad; sí, la verdadera Caridad; no me parezco en nada a la caridad cuyas prácticas seguís. Aquella que entre vosotros usurpó mi nombre es extravagante, caprichosa, exclusivista, orgullosa, y vengo a preveniros contra los defectos que, a los ojos de Dios, empañan el mérito y el brillo de sus buenas acciones. Sed dóciles a las lecciones que el Espíritu de Verdad os da por intermedio de mi voz. Seguidme, fieles míos: yo soy la Caridad.

Seguidme; conozco todos los infortunios, todos los dolores, todos los sufrimientos, todas las aflicciones que asedian a la Humanidad. Soy la madre de los huérfanos; la hija de los ancianos, la protectora y el sostén de las viudas; trato las heridas infectadas; cuido de todas las enfermedades; doy ropa, pan y abrigo a los que nada tienen; visito las chozas más miserables y los albergues más humildes; llamo a la puerta de los ricos y de los poderosos porque, donde quiera que haya una criatura humana, existen los más amargos y punzantes dolores bajo la máscara de la felicidad. ¡Oh, cuán grande es mi tarea! No podré cumplirla si no viniereis en mi ayuda. Venid a mí: yo soy la Caridad.

No tengo preferencia por nadie; jamás digo a los que necesitan de mí: «Ya tengo a mis pobres; buscad en otra parte». ¡Oh, falsa caridad, cuántos males que hacéis! Amigos: nosotros nos debemos a todos; creedme, no neguéis vuestra asistencia a nadie; socorreos los unos a los otros con bastante desinterés como para no exigir ningún reconocimiento por parte de los que habéis socorrido. La paz del corazón y de la conciencia es la dulce recompensa de mis obras: yo soy la verdadera Caridad.

Nadie sabe en la Tierra el número y la naturaleza de mis beneficios; sólo la falsa caridad hiere y humilla a los que ésta ayuda. Guardaos de este funesto desvío; las acciones de ese género no tienen ningún mérito ante Dios y atraen sobre vosotros su cólera. Solamente Él debe saber y conocer las fuerzas generosas de vuestros corazones cuando os volvéis distribuidores de sus beneficios. Por lo tanto, amigos, guardaos de dar publicidad a la práctica de la asistencia mutua; no le déis más el nombre de limosna. Creed en mí: yo soy la Caridad.

Tengo tantos infortunios para aliviar que a menudo me quedo con los senos y las manos vacías; vengo a deciros que espero por vosotros. El Espiritismo tiene como lema: Amor y Caridad, y todos los verdaderos espíritas se ajustarán, en el futuro, a este sublime precepto enseñado por el Cristo hace dieciocho siglos. Hermanos, seguidme entonces, y os llevaré al Reino de Dios, nuestro Padre. Yo soy la Caridad.

ADOLFO, obispo de Argel.

Instrucciones dadas por nuestros Guías sobre las tres comunicaciones anteriores

Mis queridos amigos: debéis haber pensado que era uno de nosotros el que os había dado esas enseñanzas sobre la Fe, la Esperanza y la Caridad, y habéis tenido razón.

Estamos felices por ver a Espíritus muy superiores daros tan a menudo consejos que deben guiaros en vuestros trabajos espirituales; no es menor la alegría que sentimos –dulce y pura– cuando venimos a ayudaros en la tarea de vuestro apostolado espírita.

Entonces podéis atribuir al Espíritu Georges la comunicación acerca de la Fe; a Felicia la de la Esperanza: aquí encontraréis el estilo poético que ella tenía cuando estaba encarnada; y asignar la comunicación sobre la Caridad a Dupuch, obispo de Argel, que en la Tierra ha sido uno de sus fervorosos apóstoles.

Aún habremos de tratar la Caridad bajo otro punto de vista; lo haremos en algunos días.

VUESTROS GUÍAS

Olvido de las injurias
(Sociedad Espírita de París; médium: Sra. de Costel.)

Hija mía: el olvido de las injurias es la perfección del alma, así como el perdón de las ofensas hechas a la vanidad es la perfección del Espíritu. A Jesús le fue más fácil perdonar los ultrajes de su Pasión que al último de vosotros perdonar una leve burla. La gran alma del Salvador, habituado a la dulzura, no concebía ni la amargura ni la venganza; las nuestras, acometidas por pequeñas cosas, se olvidan de lo que es grande. A cada día los hombres imploran el perdón de Dios, que desciende sobre ellos como un benéfico rocío; pero sus corazones olvidan esa palabra, repetida incesantemente en la oración. En verdad os digo que la hiel interior corrompe el alma; es la piedra pesada que la fija al suelo y que retarda su elevación. Cuando fuereis criticado, entrad en vosotros mismos; examinad vuestro pecado interior, aquel que el mundo ignora; medid su profundidad y curad vuestra vanidad a través del conocimiento de vuestra miseria. Si la ofensa alcanza al corazón –lo que es más grave–, compadeceos del infeliz que la cometió, como os compadecéis del herido cuya llaga abierta vierte sangre; la piedad es debida a quien aniquila su futuro ser. Jesús, en el Huerto de los Olivos, conoció el dolor humano, pero siempre ignoró la aspereza del orgullo y la pequeñez de la vanidad; Él encarnó para mostrar a los hombres el prototipo de la belleza moral que les debía servir de modelo: no os apartéis nunca de Él. Modelad vuestras almas como cera blanda y haced que vuestra arcilla transformada se vuelva un mármol imperecedero, en el que Dios –el Gran Escultor– pueda inscribir su nombre.

LÁZARO

Sobre los instintos
(Sociedad Espírita de París; médium: Sra. de Costel.)
Te enseñaré el verdadero conocimiento del bien y del mal, que el Espíritu confunde con tanta frecuencia. El mal es la rebeldía de los instintos contra la conciencia, este tacto interior y delicado que es el tacto moral. ¿Cuáles son los límites que lo separan del bien que él acompaña en todas partes? El mal no es complejo: es uno y emana del ser primitivo, que quiere la satisfacción del instinto a expensas del deber. El instinto, destinado primitivamente a desarrollar en el hombre-animal el cuidado de su conservación y de su bienestar, es el único origen del mal, porque al persistir más violento y más severo en ciertas naturalezas, las impele a apoderarse de lo que desean o a concentrar lo que poseen. El instinto, al que los animales siguen ciegamente –y que es su propia virtud–, debe ser incesantemente combatido por el hombre que quiere elevarse, reemplazando la grosera herramienta de la necesidad por las armas finamente cinceladas de la inteligencia. Piensa, entretanto, que el instinto no siempre es malo y que, a menudo, la Humanidad le debe sublimes inspiraciones, como por ejemplo en la maternidad y en ciertos actos de abnegación, en los cuales sustituye, segura y prontamente, a la reflexión. Hija mía: tu objeción es precisamente la causa del error en el cual caen los hombres que están prontos para menospreciar la verdad, siempre absoluta en sus consecuencias. Sean cuales fueren los buenos resultados de una causa mala, los ejemplos nunca deben pronunciarse contra las premisas establecidas por la razón. El instinto es malo porque es meramente humano, y la propia Humanidad sólo debe pensar en despojarse, en dejar la carne para elevarse al Espíritu; y si el mal acompaña al bien, es porque su principio suele tener resultados opuestos a sí mismo, que hacen que sea menospreciado por el hombre liviano y arrastrado por la sensación. Nada verdaderamente bueno puede emanar del instinto: un impulso sublime no es devoción, así como una inspiración aislada no es genio. El verdadero progreso de la Humanidad es su lucha y su triunfo contra la propia esencia de su ser. Jesús ha sido enviado a la Tierra para demostrarlo humanamente. Él ha puesto al descubierto la verdad, bella fuente escondida en la arena de la ignorancia. No perturbéis más la limpidez de la linfa divina con los compuestos del error. Y, creedlo, los hombres que sólo instintivamente son buenos y abnegados, lo son mal intencionalmente, porque sufren una ciega dominación que de repente puede precipitarlos al abismo.

LÁZARO

Observación – A pesar de todo nuestro respeto por el Espíritu Lázaro, que muy a menudo nos ha dado bellas y buenas disertaciones, nos permitimos no concordar con su opinión en lo tocante a esas últimas proposiciones. Se puede decir que hay dos especies de instintos: el instinto animal y el instinto moral. El primero –como muy bien dice Lázaro– es orgánico; ha sido dado a los seres vivos para su conservación y la de su descendencia; es ciego y casi inconsciente, porque la Providencia ha querido dar un contrapeso a su indiferencia y a su negligencia. No sucede lo mismo con el instinto moral, que es privilegio del hombre y que puede ser definido así: Propensión innata para hacer el bien o el mal; ahora bien, esta propensión se debe al estado de mayor o menor adelanto del Espíritu. El hombre, cuyo Espíritu ya es depurado, hace el bien sin premeditación y como algo muy natural, por lo que se admira de ser elogiado. Por lo tanto, no es justo decir que «los hombres que sólo instintivamente son buenos y abnegados, lo son mal intencionalmente, porque sufren una ciega dominación que de repente puede precipitarlos al abismo». Los que instintivamente son buenos y abnegados denotan un progreso realizado; en aquellos que lo son intencionalmente, el progreso está por realizarse, razón por la cual hay trabajo y lucha entre los dos sentimientos. En el primero, la dificultad es vencida; en el segundo, es preciso vencerla. El primero es como el hombre que sabe leer y que lee sin dificultad, casi sin percibirlo; el segundo es como el que deletrea. ¿Uno, haber llegado antes, los tienen menos mérito por consiguiente que el otro?





Meditaciones filosóficas y religiosas Dictadas por el Espíritu Lamennais

La cruz

En medio de las revoluciones humanas, en medio de todas las perturbaciones, de todos los desenfrenos del pensamiento, se levanta una cruz alta y simple, y esa cruz está incrustada en un altar de piedra. Un jovencito, esculpido en la piedra, tiene en sus pequeñas manos una insignia, en la cual se lee esta palabra: Simplicitas. Filántropos, filósofos, deístas, poetas: venid a leer y a contemplar esa palabra; es todo el Evangelio y toda la explicación del Cristianismo. Filántropos: no inventéis la filantropía, pues únicamente existe la caridad. Filósofos: no inventéis la sabiduría, ya que sólo hay una. Deístas: no inventéis un Dios, porque solamente existe uno. Poetas: no perturbéis el corazón del hombre. Filántropos: queréis romper las cadenas materiales que mantienen cautiva a la Humanidad. Filósofos: erigís panteones. Poetas: idealizáis al fanatismo. ¡Atrás! Sois de este mundo, y el Cristo ha dicho: «Mi reino no es de este mundo». ¡Oh! Sois excesivamente de este mundo de barro como para comprender estas sublimes palabras; y si algún juez lo bastante poderoso pudiese preguntaros: «¿Sois hijos de Dios?», vuestra voluntad moriría en el fondo de la garganta, y responderíais como el Cristo ante la Humanidad: –«Tú lo dices». –«Vosotros sois dioses», ha dicho el Cristo, cuando la lengua de fuego desciende sobre vuestras cabezas y penetra vuestros corazones; vosotros sois dioses cuando recorréis la Tierra en nombre de la caridad; pero sois hijos del mundo cuando contempláis los sufrimientos presentes en la Humanidad y cuando no pensáis en su futuro divino. ¡Hombre! Que esa palabra sea leída por tu corazón y no por tus ojos de carne; el Cristo no erigió un panteón: Él levantó una cruz.



Bienaventurados los pobres de espíritu

Las diferentes acciones merecedoras del Espíritu después de la muerte son sobre todo las del corazón, más que las de la inteligencia. Bienaventurados los pobres de espíritu no quiere decir únicamente bienaventurados los que son desprovistos de inteligencia, sino también bienaventurados aquellos que, llenos de dones intelectuales, no los emplean para el mal, porque son un arma poderosa para atraer a las masas. Entretanto, como decía últimamente Gérard de Nerval,[1] la inteligencia desconocida en la Tierra tendrá un gran mérito ante Dios. En efecto, el hombre que es poderoso en inteligencia y que lucha contra todas las circunstancias desdichosas que lo acometen, debe regocijarse con estas palabras: «Los últimos serán los primeros, y los primeros serán los últimos»; esto no debe entenderse únicamente en el orden material, sino también en las manifestaciones del Espíritu y en las obras de la inteligencia humana. Las cualidades del corazón son meritorias, porque las circunstancias que pueden impedirlas son muy pequeñas, muy raras y muy fútiles. La caridad debe brillar por todas partes, a pesar de todos y para todos, como el Sol brilla para todo el mundo. El hombre puede impedir que la inteligencia de su prójimo se manifieste, pero no puede hacer nada con respecto al corazón. Las luchas contra la adversidad, las angustias del dolor pueden paralizar los impulsos del genio, pero no pueden detener los de la caridad.

[1] Alusión a una comunicación de Gérard de Nerval. [Nota de Allan Kardec.]


La esclavitud

¡Esclavitud! Cuando se pronuncia este nombre, el corazón tiene frío, porque ve a su frente el egoísmo y el orgullo. Un sacerdote, cuando os habla sobre esclavitud, se refiere a la esclavitud del alma, que rebaja al Espíritu del hombre y que lo hace olvidarse de su conciencia, es decir, de su libertad. ¡Oh! Sí, esta esclavitud del alma es horrible, y a cada día estimula la elocuencia de más de un predicador; pero la esclavitud del ilota, la esclavitud del negro, ¿qué se vuelve a sus ojos? Ante esta pregunta el sacerdote muestra la cruz y dice: «Esperad». En efecto, para estos desdichados, es el consuelo a ser ofrecido, y les dice: «Cuando vuestro cuerpo sea dilacerado a latigazos, sufriendo hasta la muerte, no penséis más en la Tierra; pensad en el Cielo».

Abordamos aquí una de las cuestiones más graves y terribles que aturden el alma humana y que la arrojan en la incertidumbre. ¿Está el negro a la altura de los pueblos de Europa? Y la prudencia humana o, mejor dicho, la justicia humana, ¿debe mostrarle la emancipación como el medio más seguro para llegar al progreso de la civilización? A esta cuestión los filántropos muestran el Evangelio y dicen: ¿Jesús habló sobre los esclavos? No, pero Jesús habló acerca de la resignación y dijo estas sublimes palabras: «Mi reino no es de este mundo». John Brown, cuando contemplo vuestro cadáver en la horca, me siento tomado de una piedad profunda y de una admiración entusiástica; pero la razón, esta brutal razón que incesantemente nos conduce al porqué de las cosas, nos leva a preguntarnos: «¿Qué habríais hecho después de la victoria?»

ALLAN KARDEC.