Usted esta en:
Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1862
Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1862
Enero
Ensayo sobre la interpretación de la doctrina de los ángeles caídosLa cuestión de los orígenes tiene siempre la capacidad de despertar la curiosidad y, en lo que atañe al hombre, la despierta a tal punto que es imposible que toda persona sensata acepte literalmente el relato bíblico, y que no vea ahí sino una de esas alegorías de las cuales el estilo oriental es tan pródigo. Además, la Ciencia vino a ofrecerle la prueba al demostrar, por medios irrefutables, la imposibilidad material de la formación del globo en seis días multiplicado por veinticuatro horas. Ante la evidencia de los hechos, escritos en caracteres irrecusables en las capas geológicas, la Iglesia tuvo que adoptar la opinión de los científicos, y concordar con ellos que los seis días de la Creación son seis períodos de una extensión indeterminada, tal como la Iglesia lo hizo antaño con el movimiento de la Tierra. Por lo tanto, si el texto bíblico es pasible de interpretación en este punto capital, también puede serlo en otros puntos, particularmente sobre la época de la aparición del hombre en la Tierra, sobre su origen y sobre el sentido que se le debe dar a la calificación de ángeles caídos.
Como el principio de las cosas está en los secretos de Dios,que nos lo revela a medida que lo juzga conveniente, uno queda limitado a conjeturas. Muchos sistemas han sido imaginados para resolver esta cuestión y, hasta el presente, ninguno satisface completamente a la razón. Nosotros también vamos a intentar levantar una punta del velo; ¿seremos más dichosos que nuestros predecesores? Lo ignoramos; sólo el futuro lo dirá. Por lo tanto, la teoría que presentamos es una opinión personal; la misma nos parece estar de acuerdo con la razón y con la lógica, lo que a nuestros ojos le da un cierto grado de probabilidad.
Ante todo, constatamos que, si es posible descubrir alguna parte de la verdad, esto sucede gracias a la ayuda de la teoría espírita; ella ya resolvió una multitud de problemas hasta entonces insolubles, y es con el auxilio de los jalones que la misma nos ofrece que vamos a ensayar remontarnos a la sucesión de los tiempos. El sentido literal de ciertos pasajes de los libros sagrados, sentido refutado por la Ciencia y rechazado por la razón, ha causado más incredulidad de lo que pudiera pensarse por la obstinación que se ha mostrado en convertirlo en artículo de fe; si una interpretación racional los hiciera aceptar, es evidente que aproximaría nuevamente de la Iglesia a los que se alejaron de ella.
Antes de proseguir, es esencial que nos entendamos acerca de las palabras. ¡Cuántas disputas eternas no se debieron a la ambigüedad de ciertas expresiones, que cada uno tomaba en el sentido de sus ideas personales! Ya lo hemos demostrado en El Libro de los Espíritus, a propósito de la palabra alma. Al decir claramente en qué acepción la tomamos, hemos puesto término a toda controversia. La palabra ángel está en el mismo caso; la emplean indiferentemente en el buen y en el mal sentido, diciendo: los ángeles buenos y malos, el ángel de la luz y el ángel de las tinieblas; de esto resulta que, en su acepción general, significa simplemente Espíritu. Es evidente que es en este último sentido que debe ser entendido, al hablarse de los ángeles caídos y de los ángeles rebeldes. Según la Doctrina Espírita, y concordando en esto con varios teólogos, los ángeles no son –de manera alguna– seres creados privilegiadamente, exentos, por un favor especial, del trabajo impuesto a los otros, sino Espíritus que llegaron a la perfección por sus esfuerzos y por sus propios méritos. Si los ángeles fueran seres creados perfectos, siendo la rebelión contra Dios una señal de inferioridad, los que se rebelaron no podrían ser ángeles. La Doctrina nos dice también que los Espíritus progresan, pero que no retrogradan, porque jamás pierden las cualidades que han adquirido; ahora bien, la rebelión por parte de seres perfectos sería una retrogradación, rebelión que se concibe por parte de seres aún atrasados.
Para evitar toda ambigüedad, convendría reservar la calificación de ángeles para los Espíritus puros, y llamar a los otros sencillamente Espíritus buenos o malos; pero al haber prevalecido el uso de esa palabra para los ángeles caídos, nosotros decimos que la tomamos en su acepción general, y se verá que –en ese sentido– la idea de caída y de rebelión es perfectamente admisible.
No conocemos y probablemente nunca conoceremos el punto de partida del alma humana; todo lo que sabemos es que los Espíritus son creados simples e ignorantes; que ellos progresan intelectual y moralmente; que, a consecuencia, de su libre albedrío, unos han tomado la buena senda y otros la mala senda; que una vez puesto los pies en el lodazal, se hunden cada vez más en él; que después de una sucesión ilimitada de existencias corporales, llevadas a cabo en la Tierra o en otros mundos, ellos se depuran y llegan a la perfección que los aproxima a Dios.
Un punto que también es difícil comprender es la formación de los primeros seres vivos en la Tierra, cada uno en su especie, desde las plantas hasta el hombre; al respecto, la teoría contenida en El Libro de los Espíritus nos parece la más racional, aunque ella resuelva incompleta e hipotéticamente ese problema que creemos insoluble, tanto para nosotros como para la mayoría de los Espíritus a los cuales no es dado penetrar el misterio de los orígenes. Si se los interroga sobre este punto, los más sabios responden que no lo conocen; pero otros –menos modestos– toman la iniciativa y se presentan como reveladores, dictando sistemas que son el producto de sus ideas personales y que dan como verdad absoluta. Es contra la manía de los sistemas de ciertos Espíritus, en lo que atañe al principio de las cosas, que es necesario precaverse, y lo que a nuestros ojos prueba la sabiduría de los que dictaron El Libro de los Espíritus, es la reserva que ellos han observado sobre las cuestiones de esta naturaleza. En nuestra opinión, no es una prueba de sabiduría decidir estas cuestiones de una manera absoluta, como lo hicieron algunos, sin preocuparse con las imposibilidades materiales resultantes de los datos suministrados por la Ciencia y por la observación. Lo que decimos sobre la aparición de los primeros hombres en la Tierra se extiende a la formación de los cuerpos, porque una vez formado el cuerpo, es más fácil comprender la realidad del Espíritu encarnado. Con la formación de los cuerpos, lo que nos proponemos a examinar aquí es el estado de los Espíritus que han animado dichos cuerpos, a fin de llegar a definir –si posible– de un modo más racional de lo que se hizo hasta ahora, la doctrina de la caída de los ángeles y del paraíso perdido.
Si no se admite la pluralidad de las existencias corporales, es preciso admitir que el alma es creada al mismo tiempo que el cuerpo; porque, una de dos: o ya vivió el alma que anima al cuerpo al nacer, o ella aún no vivió; entre estas dos hipótesis no hay término medio. Ahora bien, de la segunda hipótesis –aquella en que el alma no vivió– surge una multitud de problemas insolubles, tales como la diversidad de aptitudes y de instintos, incompatibles con la justicia de Dios; el destino de los niños que mueren en tierna edad, el de los cretinos, el de los idiotas, etc., mientras que todo se explica naturalmente si se admite que el alma ya vivió y que trae, al encarnar en un nuevo cuerpo, lo que ella ya había adquirido anteriormente. Es así que las sociedades progresan gradualmente; sin esto, ¿cómo explicar la diferencia que existe entre el estado social actual y el de los tiempos de barbarie? Si las almas fuesen creadas al mismo tiempo que los cuerpos, las que nacen hoy serían tan nuevas y tan primitivas como las que vivían hace miles de años; agreguemos que entre ellas no habría ninguna conexión, ninguna relación necesaria; que serían completamente independientes unas de las otras. Entonces, ¿por qué las almas de hoy serían mejor dotadas por Dios que sus predecesoras? ¿Por qué comprenden mejor? ¿Por qué tienen instintos más depurados y costumbres más suaves? ¿Por qué tienen la intuición de ciertas cosas sin haberlas aprendido? Desafiamos a encontrar la solución para este problema, a menos que se admita que Dios haya creado almas de diversas cualidades, según los tiempos y los lugares, proposición inconciliable con la idea de una soberana justicia. Por el contrario, decid que las almas de hoy ya han vivido en épocas remotas; que ellas pudieron ser bárbaras como su siglo, pero que progresaron; que a cada nueva existencia traen lo que han adquirido en existencias anteriores; por consecuencia, que las almas de los tiempos civilizados no fueron creadas más perfectas, sino que se perfeccionaron con el tiempo, y tendréis así la única explicación plausible de la causa del progreso social.
Estas consideraciones, extraídas de la teoría de la reencarnación, son esenciales para facilitar la comprensión de un hecho del que hablaremos más adelante.
Aunque los Espíritus puedan reencarnarse en mundos diferentes, parece que, en general, realizan un cierto número de migraciones corporales en el mismo globo y en el mismo medio, a fin de poder aprovechar mejor la experiencia adquirida; ellos no salen de ese medio sino para entrar en uno peor, por punición, o en uno mejor, como recompensa. Resulta de eso que, durante un cierto período, la población del globo es compuesta aproximadamente por los mismos Espíritus, que allí reaparecen en diversas épocas hasta que hayan alcanzado un grado de depuración suficiente como para merecer habitar en mundos más avanzados.
Según las enseñanzas dadas por los Espíritus superiores, esas emigraciones e inmigraciones de los Espíritus encarnados en la Tierra suceden de tiempo en tiempo, individualmente; pero, en ciertas épocas, se operan en masa, como consecuencia de las grandes revoluciones que hacen desaparecer del globo a innumerables cantidades de los mismos, siendo reemplazados por otros Espíritus que, en cierto modo, en la Tierra o en una parte de la Tierra, constituyen una nueva generación.
El Cristo ha dicho una frase notable que, como muchas otras tomadas al pie de la letra, no se ha comprendido, porque no se ha tenido en cuenta que Él casi siempre hablaba por medio de figuras y parábolas. Al anunciar los grandes cambios en el mundo físico y en el mundo moral, dijo: En verdad os digo que no pasará esta generación sin que esas cosas se hayan cumplido. Ahora bien, la generación del tiempo del Cristo pasó hace más de dieciocho siglos sin que esas cosas hayan llegado; de esto se deduce que el Cristo se equivocó –lo que es inadmisible– o que Sus palabras tenían un sentido oculto que fue mal interpretado.
Si nos remitimos ahora a lo que dicen los Espíritus –no solamente a nosotros, sino a través de los médiums de todos los países–, llegamos al cumplimiento de los tiempos predichos, a una época de renovación social, es decir, a la época de una de esas grandes emigraciones de Espíritus que habitan la Tierra. Dios, que los había enviado a este globo para mejorarse, los dejó aquí el tiempo necesario para progresar; les hizo conocer Sus leyes, primero por Moisés y después por el Cristo; los advirtió por medio de los profetas. En sus reencarnaciones sucesivas pudieron aprovechar estas enseñanzas; ahora los tiempos han llegado, y aquellos que no aprovecharon la luz, que violaron las leyes de Dios y que menospreciaron su poder dejarán la Tierra donde, de ahí en adelante, estarían fuera de lugar en medio del progreso moral que se realiza y al cual sólo podrían obstaculizar, ya sea como hombres o como Espíritus. La generación a la que el Cristo se refería, no pudiendo ser la de los hombres que vivían en Su tiempo –corporalmente hablando–, debe ser entendida como la generación de Espíritus que en la Tierra recorrieron los diversos períodos de sus encarnaciones y que van a dejarla. Ellos serán reemplazados por una nueva generación de Espíritus que, moralmente más adelantados, harán reinar entre sí la ley de amor y de caridad enseñada por el Cristo y cuya felicidad no será perturbada por el contacto de los malos, de los orgullosos, de los egoístas, de los ambiciosos y de los impíos. Según la opinión de los Espíritus, incluso parece que ya entre los niñosque nacen ahora, muchos son la encarnación de Espíritus de esa nueva generación. En cuanto a los de la antigua generación que tuvieren méritos, pero que sin embargo no hayan alcanzado un grado de depuración suficiente para llegar a mundos más avanzados, podrán continuar habitando la Tierra y aún pasar acá algunas encarnaciones; pero entonces, en lugar de ser una punición, esto será una recompensa, ya que serán aquí más felices por progresar. El tiempo en que desaparece una generación de Espíritus para dar lugar a otra puede ser considerado como el fin del mundo, es decir, el fin del mundo moral.
¿Qué sucederá con los Espíritus expulsados de la Tierra? Los propios Espíritus nos dicen que aquellos irán a habitar mundos nuevos, donde encontrarán a seres aún más atrasados que los de este mundo, a los cuales estarán encargados de hacerlos progresar, transmitiéndoles el producto de sus conocimientos adquiridos. El contacto con el medio bárbaro en que estarán será para ellos una expiación cruel y una fuente de incesantes sufrimientos físicos y morales, de los cuales tendrán tanto más conciencia cuanto más desarrollada fuere su inteligencia; pero esa expiación será al mismo tiempo una misión que les ofrecerá los medios para rescatar su pasado, según la manera en que la cumplan. Allí, aún sufrirán una serie de reencarnaciones durante un período de tiempo más o menos largo,al final del cual, los que tuvieren merecimiento, serán retirados hacia mundos mejores, quizás hacia la propia Tierra que, por entonces, será una morada de felicidad y de paz, mientras que los de la Tierra, a su turno, ascenderán gradualmente al estado de ángeles o de Espíritus puros.
Se dirá que esto es muy demorado y que sería más agradable ir directamente de la Tierra al Cielo. Sin duda, pero con este sistema tenéis también la posibilidad de ir directamente de la Tierra al infierno, por la eternidad de las eternidades; ahora bien, se ha de concordar que, siendo en este mundo muy rara la suma de virtudes necesarias para ir directo de la Tierra al Cielo, hay realmente pocos hombres que estarían seguros de tenerlas; de esto se deduce que existen más posibilidades de ir al infierno que al paraíso. ¿No es preferible hacer un camino más largo, pero con la seguridad de llegar al fin? En el estado actual de la Tierra, nadie se preocupa por volver a la misma, y nada obliga a esto, porque –mientras se encuentra aquí– depende de cada uno progresar de tal modo que merezca ascender a mundos más adelantados. Ningún prisionero, al salir de la cárcel, se preocupa por volver a ella; el medio es muy simple: basta no caer en nueva falta. También para el soldado sería muy cómodo volverse de repente mariscal; pero, aunque tenga municiones en la cartuchera, es necesario que conquiste su rango.
Remontémonos ahora a la escala de los tiempos, y desde el presente –como punto conocido– intentemos deducir lo desconocido, al menos por analogía, aunque no se tenga la certeza de una demostración matemática.
Como se sabe, la cuestión de Adán, como tronco único de la especie humana en la Tierra,es muy controvertida, porque las leyes antropológicas demuestran su imposibilidad, sin hablar de los documentos auténticos de la historia china que prueban que la población del globo remonta a una época bien anterior a la que la cronología bíblica atribuye a Adán. Entonces, la historia de Adán ¿ha sido inventada? No es probable; es un símbolo que, como todas las alegorías, debe contener una gran verdad, cuya clave sólo el Espiritismo puede darnos. En nuestra opinión, la cuestión principal no es saber si el personaje Adán realmente existió, ni en qué época vivió, más si la raza humana que se designa como su posteridad es una raza decaída. La solución de esta cuestión no está exenta de moralidad, porque, al esclarecernos sobre nuestro pasado, puede guiar nuestra conducta hacia el futuro.
Ante todo, notemos que, sin la reencarnación, la idea de caída aplicada al hombre es una insensatez, sucediendo lo mismo con la idea de la responsabilidad que recaería sobre nosotros por la falta de nuestro primer padre. Si el alma de cada hombre es creada al nacer, entonces ella no existía antes; luego, no tiene ninguna relación directa ni indirecta con la que cometió la primera falta; por lo tanto, preguntamos cómo ella puede ser responsable por eso. La duda sobre este punto conduce naturalmente a la duda o, incluso, a la incredulidad sobre muchos otros, porque si el punto de partida es falso, las consecuencias también deben ser falsas. Tal es el razonamiento de muchas personas. ¡Pues bien! Este razonamiento se desmorona si tomamos en cuenta el espíritu y no la letra del relato bíblico, y si nos reportamos a los propios principios de la Doctrina Espírita, destinados –como ya se ha dicho– a reavivar la fe que se extingue.
Notemos también que la idea de los ángeles rebeldes, de los ángeles caídos y del paraíso perdido se encuentra en casi todas las religiones y, como tradición, en casi todos los pueblos; por lo tanto, dicha idea debe asentarse sobre una verdad. Para comprender el verdadero sentido que se le debe dar a la calificación de ángeles rebeldes, de modo alguno es necesario suponer una lucha real entre Dios y los ángeles o Espíritus, puesto que la palabra ángel es aquí tomada en una acepción general. Admitiéndose que los hombres son Espíritus encarnados, ¿qué son los materialistas y los ateos sino ángeles o Espíritus en rebeldía contra la Divinidad, ya que niegan Su existencia y no reconocen Su poder ni Sus leyes? ¿No es por orgullo que afirman que toda su capacidad viene de ellos mismos y no de Dios? ¿No es el colmo de la rebelión pregonar la nada después de la muerte? ¿No son muy culpables los que se sirven de la inteligencia –de la que tanto se jactan– para arrastrar a sus semejantes al precipicio de la incredulidad? Hasta un cierto punto, ¿no practican un acto de rebeldía los que, sin negar a la Divinidad, menosprecian los verdaderos atributos de su esencia? ¿Los que se cubren con la máscara de la piedad para cometer malas acciones? ¿Aquellos cuya fe en el futuro no los ha desapegado de los bienes de este mundo? ¿Los que, en nombre de un Dios de paz, violan la primera de sus leyes: la ley de caridad? ¿Aquellos que siembran la perturbación y el odio a través de la calumnia y de la maledicencia? En fin, ¿aquellos cuya vida, voluntariamente inútil, se consume en la ociosidad, sin provecho para sí mismos ni para sus semejantes? A todos se les pedirán cuentas, no solamente del mal que hayan hecho, sino del bien que hayan dejado de hacer. ¡Ah! Todos esos Espíritus que han empleado tan mal sus encarnaciones, una vez expulsados de la Tierra y mandados a mundos inferiores, entre pueblos primitivos que aún están en la barbarie, ¿qué serán sino ángeles caídos enviados en expiación? La Tierra que dejan, ¿no será para ellos un paraíso perdido, en comparación con el medio ingrato en el que permanecerán relegados durante miles de siglos, hasta el día en que hayan merecido su liberación?
Si ahora nos remontamos al origen de la raza actual, simbolizada en la persona de Adán, encontraremos todos los caracteres de una generación de Espíritus expulsados de un otro mundo y exiliados –por causas semejantes– en la Tierra ya poblada, pero por hombres primitivos, inmersos en la ignorancia y en la barbarie, Espíritus que tenían la misión de hacer progresar a dichos hombres, trayendo para ellos las luces de una inteligencia ya desarrollada. En efecto, ¿no es ese el papel que ha desempeñado hasta este día la raza adámica? Al relegarla a esta Tierra de trabajo y de sufrimiento, ¿Dios no ha tenido razón en decirle: «Comerás el pan con el sudor de tu frente»? Si ella mereció ese castigo por causas semejantes a las que vemos hoy, ¿no es justo decir que se perdió por orgullo? En su mansedumbre, ¿no podría prometerle que le enviaría un Salvador, es decir, el que debería iluminar el camino a seguir para llegar a la felicidad de los elegidos? Este Salvador fue enviado en la persona del Cristo, que enseñó la ley de amor y de caridad como la verdadera ancla de salvación.
Aquí se presenta una importante consideración. La misión del Cristo es fácilmente comprendida al admitirse que son los mismos Espíritus que vivieron antes y después de su llegada, y que así pudieron beneficiarse de sus enseñanzas y del mérito de su sacrificio; sin la reencarnación, no obstante, es más difícil comprenderse la utilidad de ese mismo sacrificio en pro de Espíritus creados posteriormente a su venida, ya que Dios los habría creado manchados con faltas cometidas por aquellos con los cuales no tuvieron ninguna relación.
Entretanto, esa raza de Espíritus parece haber completado su tiempo en la Tierra; en ese número, unos aprovecharon el tiempo para su adelanto y merecieron ser recompensados; otros, por su obstinación en cerrar los ojos a la luz, agotaron la mansedumbre del Creador y merecieron un castigo. Así han de cumplirse las palabras del Cristo: «Los buenos irán a mi derecha y los malos a mi izquierda.»
Un hecho parece venir en apoyo de la teoría que atribuye una preexistencia a los primeros habitantes de esta raza en la Tierra: el de que Adán –indicado como origen– es representado con un desarrollo intelectual inmediato, muy superior al de las razas salvajes actuales; que en poco tiempo sus primeros descendientes mostraron aptitud para trabajos de arte bastante avanzados. Ahora bien, lo que sabemos del estado de los Espíritus en su origen nos indica lo que habría sido Adán –desde el punto de vista intelectual– si su alma hubiera sido creada al mismo tiempo que su cuerpo. Admitiendo, excepcionalmente, que Dios le haya dado un alma más perfecta, quedaría por explicar por qué los salvajes de Australia, por ejemplo, que salen del mismo tronco, son infinitamente más atrasados que el padre común. Al contrario, todo prueba, ya sea por lo físico como por lo moral, que ellos pertenecen a otra raza de Espíritus más próximos a su origen, y que aún necesitan pasar por un gran número de migraciones corporales antes de alcanzar, inclusive, los grados menos avanzados de la raza adámica. La nueva raza que va a surgir, al hacer reinar por todas partes la ley del Cristo –que es la ley de justicia, de amor y de caridad–, acelerará su progreso. Los que han escrito la historia de la Antropología terrestre se apegaron sobre todo a los caracteres físicos; el elemento espiritual fue casi siempre omitido, siendo invariablemente dejado a un lado por los escritores que no admiten nada fuera de la materia. Cuando dicho elemento sea tenido en cuenta en el estudio de las Ciencias, una luz totalmente nueva será proyectada sobre una multitud de cuestiones aún oscuras, porque el elemento espiritual es una de las fuerzas vivas de la Naturaleza, el cual desempeña un papel preponderante en los fenómenos físicos, así como en los fenómenos morales.
En resumen, he aquí un notable ejemplo –por su analogía– de lo que sucede en gran escala en el mundo de los Espíritus, y que nos ayudará a comprenderlo.
El 24 de mayo de 1861, la fragata Ifigenia transportó a Nueva Caledonia una compañía disciplinaria compuesta por 291 hombres. Al llegar, el comandante de la colonia les dirigió un orden del día en los siguientes términos:
«Al poner los pies en esta tierra lejana, vosotros ya habréis comprendido el papel que os está reservado.
«A ejemplo de los bravos soldados de nuestra marina que trabajan a vuestro lado, nos ayudaréis a llevar con honor la antorcha de la civilización al seno de las tribus salvajes de Nueva Caledonia. Os pregunto: ¿no es esa una bella y noble misión? Cumplidla, entonces, dignamente.
«Escuchad la voz y los consejos de vuestros superiores. Yo estoy por encima de ellos; que mis palabras sean bien entendidas.
«La elección de vuestro comandante, de vuestros oficiales, suboficiales y cabos constituye una segura garantía de todos los esfuerzos que serán intentados para hacer de vosotros excelentes soldados; digo más: para elevaros a la altura de buenos ciudadanos y transformaros en honorables colonos, si así lo deseáis.
«Vuestra disciplina será severa: y así debe serlo. Puesta en nuestras manos, será firme e inflexible –sabedlo bien; pero también justa y paternal, sabiendo distinguir el error del vicio y de la degradación...»
He aquí, por lo tanto, a hombres expulsados por su mala conducta de un país civilizado, y enviados como punición a un país bárbaro. ¿Qué les dice su jefe? «Habéis infringido las leyes de vuestro país; en él os habéis convertido en causa de perturbación y de escándalo, y por esto fuisteis expulsados. Os envían aquí, donde podréis rescatar vuestro pasado; por medio del trabajo podréis crearos una posición honorable y convertiros en ciudadanos honestos. Tenéis una bella misión que cumplir: la de llevar la civilización a estas tribus salvajes. La disciplina será severa, pero justa, y sabremos distinguir a quienes procedan correctamente.»
Para aquellos hombres relegados en medio de la barbarie, ¿no es la madre patria un paraíso perdido por sus propias faltas y por su rebelión contra la ley? En esa tierra lejana, ¿no son ellos ángeles caídos? El lenguaje del jefe, ¿no es el que Dios empleó al dirigirse a los Espíritus exiliados en la Tierra?: «Habéis desobedecido mis leyes, y es por eso que os he expulsado del mundo donde podríais haber vivido felices y en paz; aquí estaréis condenados al trabajo, pero podréis, por vuestra conducta, merecer el perdón y reconquistar la patria que habéis perdido por vuestras faltas, es decir, el Cielo.»
A primera vista, la idea de caída parece estar en contradicción con el principio según el cual los Espíritus no pueden retrogradar; sin embargo, es necesario considerar que de ninguna manera se trata de un retroceso al estado primitivo; el Espíritu, aunque en una posición inferior, no pierde nada de lo que ya ha adquirido; su desarrollo moral e intelectual es el mismo, sea cual fuere el medio en el que sea colocado. Está en la misma situación del hombre que ha sido condenado a prisión por sus delitos; ciertamente se halla decaído desde el punto de vista social, pero no por esto se vuelve más inepto ni más ignorante.
¿Se podrá creer ahora que esos hombres, enviados a Nueva Caledonia, van a transformarse súbitamente en modelos de virtud, y que de repente van a abjurar de sus errores del pasado? Sería preciso no conocer a la humanidad para suponer esto. Por la misma razón, los Espíritus que serán expulsados de la Tierra, una vez trasladados al mundo de exilio, no se despojarán instantáneamente de su orgullo y de sus malos instintos; conservarán aún por mucho tiempo las tendencias de origen, un resto del antiguo germen. Lo mismo ha sucedido con los Espíritus de la raza adámica exiliada en la Tierra; ahora bien, ¿no es éste el verdadero pecado original? La mancha que ellos traen al nacer es la de la raza de Espíritus culpables y punidos a la cual pertenecen, mancha que pueden borrar por medio del arrepentimiento, de la expiación y de la renovación de su ser moral. El pecado original, considerado como la responsabilidad de una falta cometida por otro, es un absurdo y la negación de la justicia de Dios; por el contrario, considerado como consecuencia y saldo de una imperfección anterior del propio individuo, no sólo la razón lo admite, sino que es totalmente justa la responsabilidad que se deriva del mismo.
Esta interpretación da una razón de ser muy natural al dogma de la Inmaculada Concepción, del cual tanto se ha burlado el escepticismo. Este dogma establece que la madre del Cristo no era maculada por el pecado original;¿cómo se explica esto? Es bien simple: Dios envió a un Espíritu puro, que no pertenecía a la raza culpable y exiliada, para encarnar en la Tierra y cumplir su augusta misión, del mismo modo que –de tiempo en tiempo– envía a Espíritus superiores que se encarnan en la misma para dar un impulso al progreso y acelerar su evolución. Esos Espíritus son, en la Tierra, como el venerable pastor que va a moralizar a los condenados en sus prisiones, a fin de mostrarles el camino de la salvación.
Sin duda, ciertas personas considerarán esta interpretación poco ortodoxa; inclusive, a algunos les podrá parecer una herejía. Pero ¿no se ha comprobado que muchos no ven en el relato del Génesis, en la historia de la manzana y de la costilla de Adán, sino un símbolo? ¿Que por no poder dar un sentido preciso a la doctrina de los ángeles caídos, de los ángeles rebeldes y del paraíso perdido, consideran todas esas cosas como fábulas? Si una interpretación lógica los lleva a ver allí una verdad oculta bajo la alegoría, ¿no es mejor esto que la negación absoluta? Admitiéndose que esta solución no esté –en todos los puntos– de conformidad con la ortodoxia rigurosa, en el sentido vulgar de la palabra, preguntamos si es preferible no creer absolutamente en nada o creer en alguna cosa. Si la creencia en el texto literal aleja al hombre de Dios, y si la creencia por medio de dicha interpretación lógica lo aproxima a Él, ¿no vale ésta más que la otra? Por lo tanto, no venimos de modo alguno a destruir el principio o a minarlo en sus fundamentos, como lo han hecho algunos filósofos; buscamos descubrir su sentido oculto y, al contrario, venimos a consolidarlo al darle una base racional. Sea como fuere, en todo caso, no se le podrá negar a esta interpretación un carácter de grandeza que ciertamente el texto literal no tiene. Esta teoría abarca, a la vez, la universalidad de los mundos, lo infinito en el pasado y en el futuro; ella da, a todo, su razón de ser por medio del encadenamiento que une a todas las cosas, a través de la solidaridad establecida entre todas las partes del Universo. ¿No es dicha teoría la más acorde con la idea que hacemos de la majestad y de la bondad de Dios, que aquella que circunscribe a la Humanidad a un punto en el espacio y a un instante en la eternidad?
Como el principio de las cosas está en los secretos de Dios,que nos lo revela a medida que lo juzga conveniente, uno queda limitado a conjeturas. Muchos sistemas han sido imaginados para resolver esta cuestión y, hasta el presente, ninguno satisface completamente a la razón. Nosotros también vamos a intentar levantar una punta del velo; ¿seremos más dichosos que nuestros predecesores? Lo ignoramos; sólo el futuro lo dirá. Por lo tanto, la teoría que presentamos es una opinión personal; la misma nos parece estar de acuerdo con la razón y con la lógica, lo que a nuestros ojos le da un cierto grado de probabilidad.
Ante todo, constatamos que, si es posible descubrir alguna parte de la verdad, esto sucede gracias a la ayuda de la teoría espírita; ella ya resolvió una multitud de problemas hasta entonces insolubles, y es con el auxilio de los jalones que la misma nos ofrece que vamos a ensayar remontarnos a la sucesión de los tiempos. El sentido literal de ciertos pasajes de los libros sagrados, sentido refutado por la Ciencia y rechazado por la razón, ha causado más incredulidad de lo que pudiera pensarse por la obstinación que se ha mostrado en convertirlo en artículo de fe; si una interpretación racional los hiciera aceptar, es evidente que aproximaría nuevamente de la Iglesia a los que se alejaron de ella.
Antes de proseguir, es esencial que nos entendamos acerca de las palabras. ¡Cuántas disputas eternas no se debieron a la ambigüedad de ciertas expresiones, que cada uno tomaba en el sentido de sus ideas personales! Ya lo hemos demostrado en El Libro de los Espíritus, a propósito de la palabra alma. Al decir claramente en qué acepción la tomamos, hemos puesto término a toda controversia. La palabra ángel está en el mismo caso; la emplean indiferentemente en el buen y en el mal sentido, diciendo: los ángeles buenos y malos, el ángel de la luz y el ángel de las tinieblas; de esto resulta que, en su acepción general, significa simplemente Espíritu. Es evidente que es en este último sentido que debe ser entendido, al hablarse de los ángeles caídos y de los ángeles rebeldes. Según la Doctrina Espírita, y concordando en esto con varios teólogos, los ángeles no son –de manera alguna– seres creados privilegiadamente, exentos, por un favor especial, del trabajo impuesto a los otros, sino Espíritus que llegaron a la perfección por sus esfuerzos y por sus propios méritos. Si los ángeles fueran seres creados perfectos, siendo la rebelión contra Dios una señal de inferioridad, los que se rebelaron no podrían ser ángeles. La Doctrina nos dice también que los Espíritus progresan, pero que no retrogradan, porque jamás pierden las cualidades que han adquirido; ahora bien, la rebelión por parte de seres perfectos sería una retrogradación, rebelión que se concibe por parte de seres aún atrasados.
Para evitar toda ambigüedad, convendría reservar la calificación de ángeles para los Espíritus puros, y llamar a los otros sencillamente Espíritus buenos o malos; pero al haber prevalecido el uso de esa palabra para los ángeles caídos, nosotros decimos que la tomamos en su acepción general, y se verá que –en ese sentido– la idea de caída y de rebelión es perfectamente admisible.
No conocemos y probablemente nunca conoceremos el punto de partida del alma humana; todo lo que sabemos es que los Espíritus son creados simples e ignorantes; que ellos progresan intelectual y moralmente; que, a consecuencia, de su libre albedrío, unos han tomado la buena senda y otros la mala senda; que una vez puesto los pies en el lodazal, se hunden cada vez más en él; que después de una sucesión ilimitada de existencias corporales, llevadas a cabo en la Tierra o en otros mundos, ellos se depuran y llegan a la perfección que los aproxima a Dios.
Un punto que también es difícil comprender es la formación de los primeros seres vivos en la Tierra, cada uno en su especie, desde las plantas hasta el hombre; al respecto, la teoría contenida en El Libro de los Espíritus nos parece la más racional, aunque ella resuelva incompleta e hipotéticamente ese problema que creemos insoluble, tanto para nosotros como para la mayoría de los Espíritus a los cuales no es dado penetrar el misterio de los orígenes. Si se los interroga sobre este punto, los más sabios responden que no lo conocen; pero otros –menos modestos– toman la iniciativa y se presentan como reveladores, dictando sistemas que son el producto de sus ideas personales y que dan como verdad absoluta. Es contra la manía de los sistemas de ciertos Espíritus, en lo que atañe al principio de las cosas, que es necesario precaverse, y lo que a nuestros ojos prueba la sabiduría de los que dictaron El Libro de los Espíritus, es la reserva que ellos han observado sobre las cuestiones de esta naturaleza. En nuestra opinión, no es una prueba de sabiduría decidir estas cuestiones de una manera absoluta, como lo hicieron algunos, sin preocuparse con las imposibilidades materiales resultantes de los datos suministrados por la Ciencia y por la observación. Lo que decimos sobre la aparición de los primeros hombres en la Tierra se extiende a la formación de los cuerpos, porque una vez formado el cuerpo, es más fácil comprender la realidad del Espíritu encarnado. Con la formación de los cuerpos, lo que nos proponemos a examinar aquí es el estado de los Espíritus que han animado dichos cuerpos, a fin de llegar a definir –si posible– de un modo más racional de lo que se hizo hasta ahora, la doctrina de la caída de los ángeles y del paraíso perdido.
Si no se admite la pluralidad de las existencias corporales, es preciso admitir que el alma es creada al mismo tiempo que el cuerpo; porque, una de dos: o ya vivió el alma que anima al cuerpo al nacer, o ella aún no vivió; entre estas dos hipótesis no hay término medio. Ahora bien, de la segunda hipótesis –aquella en que el alma no vivió– surge una multitud de problemas insolubles, tales como la diversidad de aptitudes y de instintos, incompatibles con la justicia de Dios; el destino de los niños que mueren en tierna edad, el de los cretinos, el de los idiotas, etc., mientras que todo se explica naturalmente si se admite que el alma ya vivió y que trae, al encarnar en un nuevo cuerpo, lo que ella ya había adquirido anteriormente. Es así que las sociedades progresan gradualmente; sin esto, ¿cómo explicar la diferencia que existe entre el estado social actual y el de los tiempos de barbarie? Si las almas fuesen creadas al mismo tiempo que los cuerpos, las que nacen hoy serían tan nuevas y tan primitivas como las que vivían hace miles de años; agreguemos que entre ellas no habría ninguna conexión, ninguna relación necesaria; que serían completamente independientes unas de las otras. Entonces, ¿por qué las almas de hoy serían mejor dotadas por Dios que sus predecesoras? ¿Por qué comprenden mejor? ¿Por qué tienen instintos más depurados y costumbres más suaves? ¿Por qué tienen la intuición de ciertas cosas sin haberlas aprendido? Desafiamos a encontrar la solución para este problema, a menos que se admita que Dios haya creado almas de diversas cualidades, según los tiempos y los lugares, proposición inconciliable con la idea de una soberana justicia. Por el contrario, decid que las almas de hoy ya han vivido en épocas remotas; que ellas pudieron ser bárbaras como su siglo, pero que progresaron; que a cada nueva existencia traen lo que han adquirido en existencias anteriores; por consecuencia, que las almas de los tiempos civilizados no fueron creadas más perfectas, sino que se perfeccionaron con el tiempo, y tendréis así la única explicación plausible de la causa del progreso social.
Estas consideraciones, extraídas de la teoría de la reencarnación, son esenciales para facilitar la comprensión de un hecho del que hablaremos más adelante.
Aunque los Espíritus puedan reencarnarse en mundos diferentes, parece que, en general, realizan un cierto número de migraciones corporales en el mismo globo y en el mismo medio, a fin de poder aprovechar mejor la experiencia adquirida; ellos no salen de ese medio sino para entrar en uno peor, por punición, o en uno mejor, como recompensa. Resulta de eso que, durante un cierto período, la población del globo es compuesta aproximadamente por los mismos Espíritus, que allí reaparecen en diversas épocas hasta que hayan alcanzado un grado de depuración suficiente como para merecer habitar en mundos más avanzados.
Según las enseñanzas dadas por los Espíritus superiores, esas emigraciones e inmigraciones de los Espíritus encarnados en la Tierra suceden de tiempo en tiempo, individualmente; pero, en ciertas épocas, se operan en masa, como consecuencia de las grandes revoluciones que hacen desaparecer del globo a innumerables cantidades de los mismos, siendo reemplazados por otros Espíritus que, en cierto modo, en la Tierra o en una parte de la Tierra, constituyen una nueva generación.
El Cristo ha dicho una frase notable que, como muchas otras tomadas al pie de la letra, no se ha comprendido, porque no se ha tenido en cuenta que Él casi siempre hablaba por medio de figuras y parábolas. Al anunciar los grandes cambios en el mundo físico y en el mundo moral, dijo: En verdad os digo que no pasará esta generación sin que esas cosas se hayan cumplido. Ahora bien, la generación del tiempo del Cristo pasó hace más de dieciocho siglos sin que esas cosas hayan llegado; de esto se deduce que el Cristo se equivocó –lo que es inadmisible– o que Sus palabras tenían un sentido oculto que fue mal interpretado.
Si nos remitimos ahora a lo que dicen los Espíritus –no solamente a nosotros, sino a través de los médiums de todos los países–, llegamos al cumplimiento de los tiempos predichos, a una época de renovación social, es decir, a la época de una de esas grandes emigraciones de Espíritus que habitan la Tierra. Dios, que los había enviado a este globo para mejorarse, los dejó aquí el tiempo necesario para progresar; les hizo conocer Sus leyes, primero por Moisés y después por el Cristo; los advirtió por medio de los profetas. En sus reencarnaciones sucesivas pudieron aprovechar estas enseñanzas; ahora los tiempos han llegado, y aquellos que no aprovecharon la luz, que violaron las leyes de Dios y que menospreciaron su poder dejarán la Tierra donde, de ahí en adelante, estarían fuera de lugar en medio del progreso moral que se realiza y al cual sólo podrían obstaculizar, ya sea como hombres o como Espíritus. La generación a la que el Cristo se refería, no pudiendo ser la de los hombres que vivían en Su tiempo –corporalmente hablando–, debe ser entendida como la generación de Espíritus que en la Tierra recorrieron los diversos períodos de sus encarnaciones y que van a dejarla. Ellos serán reemplazados por una nueva generación de Espíritus que, moralmente más adelantados, harán reinar entre sí la ley de amor y de caridad enseñada por el Cristo y cuya felicidad no será perturbada por el contacto de los malos, de los orgullosos, de los egoístas, de los ambiciosos y de los impíos. Según la opinión de los Espíritus, incluso parece que ya entre los niñosque nacen ahora, muchos son la encarnación de Espíritus de esa nueva generación. En cuanto a los de la antigua generación que tuvieren méritos, pero que sin embargo no hayan alcanzado un grado de depuración suficiente para llegar a mundos más avanzados, podrán continuar habitando la Tierra y aún pasar acá algunas encarnaciones; pero entonces, en lugar de ser una punición, esto será una recompensa, ya que serán aquí más felices por progresar. El tiempo en que desaparece una generación de Espíritus para dar lugar a otra puede ser considerado como el fin del mundo, es decir, el fin del mundo moral.
¿Qué sucederá con los Espíritus expulsados de la Tierra? Los propios Espíritus nos dicen que aquellos irán a habitar mundos nuevos, donde encontrarán a seres aún más atrasados que los de este mundo, a los cuales estarán encargados de hacerlos progresar, transmitiéndoles el producto de sus conocimientos adquiridos. El contacto con el medio bárbaro en que estarán será para ellos una expiación cruel y una fuente de incesantes sufrimientos físicos y morales, de los cuales tendrán tanto más conciencia cuanto más desarrollada fuere su inteligencia; pero esa expiación será al mismo tiempo una misión que les ofrecerá los medios para rescatar su pasado, según la manera en que la cumplan. Allí, aún sufrirán una serie de reencarnaciones durante un período de tiempo más o menos largo,al final del cual, los que tuvieren merecimiento, serán retirados hacia mundos mejores, quizás hacia la propia Tierra que, por entonces, será una morada de felicidad y de paz, mientras que los de la Tierra, a su turno, ascenderán gradualmente al estado de ángeles o de Espíritus puros.
Se dirá que esto es muy demorado y que sería más agradable ir directamente de la Tierra al Cielo. Sin duda, pero con este sistema tenéis también la posibilidad de ir directamente de la Tierra al infierno, por la eternidad de las eternidades; ahora bien, se ha de concordar que, siendo en este mundo muy rara la suma de virtudes necesarias para ir directo de la Tierra al Cielo, hay realmente pocos hombres que estarían seguros de tenerlas; de esto se deduce que existen más posibilidades de ir al infierno que al paraíso. ¿No es preferible hacer un camino más largo, pero con la seguridad de llegar al fin? En el estado actual de la Tierra, nadie se preocupa por volver a la misma, y nada obliga a esto, porque –mientras se encuentra aquí– depende de cada uno progresar de tal modo que merezca ascender a mundos más adelantados. Ningún prisionero, al salir de la cárcel, se preocupa por volver a ella; el medio es muy simple: basta no caer en nueva falta. También para el soldado sería muy cómodo volverse de repente mariscal; pero, aunque tenga municiones en la cartuchera, es necesario que conquiste su rango.
Remontémonos ahora a la escala de los tiempos, y desde el presente –como punto conocido– intentemos deducir lo desconocido, al menos por analogía, aunque no se tenga la certeza de una demostración matemática.
Como se sabe, la cuestión de Adán, como tronco único de la especie humana en la Tierra,es muy controvertida, porque las leyes antropológicas demuestran su imposibilidad, sin hablar de los documentos auténticos de la historia china que prueban que la población del globo remonta a una época bien anterior a la que la cronología bíblica atribuye a Adán. Entonces, la historia de Adán ¿ha sido inventada? No es probable; es un símbolo que, como todas las alegorías, debe contener una gran verdad, cuya clave sólo el Espiritismo puede darnos. En nuestra opinión, la cuestión principal no es saber si el personaje Adán realmente existió, ni en qué época vivió, más si la raza humana que se designa como su posteridad es una raza decaída. La solución de esta cuestión no está exenta de moralidad, porque, al esclarecernos sobre nuestro pasado, puede guiar nuestra conducta hacia el futuro.
Ante todo, notemos que, sin la reencarnación, la idea de caída aplicada al hombre es una insensatez, sucediendo lo mismo con la idea de la responsabilidad que recaería sobre nosotros por la falta de nuestro primer padre. Si el alma de cada hombre es creada al nacer, entonces ella no existía antes; luego, no tiene ninguna relación directa ni indirecta con la que cometió la primera falta; por lo tanto, preguntamos cómo ella puede ser responsable por eso. La duda sobre este punto conduce naturalmente a la duda o, incluso, a la incredulidad sobre muchos otros, porque si el punto de partida es falso, las consecuencias también deben ser falsas. Tal es el razonamiento de muchas personas. ¡Pues bien! Este razonamiento se desmorona si tomamos en cuenta el espíritu y no la letra del relato bíblico, y si nos reportamos a los propios principios de la Doctrina Espírita, destinados –como ya se ha dicho– a reavivar la fe que se extingue.
Notemos también que la idea de los ángeles rebeldes, de los ángeles caídos y del paraíso perdido se encuentra en casi todas las religiones y, como tradición, en casi todos los pueblos; por lo tanto, dicha idea debe asentarse sobre una verdad. Para comprender el verdadero sentido que se le debe dar a la calificación de ángeles rebeldes, de modo alguno es necesario suponer una lucha real entre Dios y los ángeles o Espíritus, puesto que la palabra ángel es aquí tomada en una acepción general. Admitiéndose que los hombres son Espíritus encarnados, ¿qué son los materialistas y los ateos sino ángeles o Espíritus en rebeldía contra la Divinidad, ya que niegan Su existencia y no reconocen Su poder ni Sus leyes? ¿No es por orgullo que afirman que toda su capacidad viene de ellos mismos y no de Dios? ¿No es el colmo de la rebelión pregonar la nada después de la muerte? ¿No son muy culpables los que se sirven de la inteligencia –de la que tanto se jactan– para arrastrar a sus semejantes al precipicio de la incredulidad? Hasta un cierto punto, ¿no practican un acto de rebeldía los que, sin negar a la Divinidad, menosprecian los verdaderos atributos de su esencia? ¿Los que se cubren con la máscara de la piedad para cometer malas acciones? ¿Aquellos cuya fe en el futuro no los ha desapegado de los bienes de este mundo? ¿Los que, en nombre de un Dios de paz, violan la primera de sus leyes: la ley de caridad? ¿Aquellos que siembran la perturbación y el odio a través de la calumnia y de la maledicencia? En fin, ¿aquellos cuya vida, voluntariamente inútil, se consume en la ociosidad, sin provecho para sí mismos ni para sus semejantes? A todos se les pedirán cuentas, no solamente del mal que hayan hecho, sino del bien que hayan dejado de hacer. ¡Ah! Todos esos Espíritus que han empleado tan mal sus encarnaciones, una vez expulsados de la Tierra y mandados a mundos inferiores, entre pueblos primitivos que aún están en la barbarie, ¿qué serán sino ángeles caídos enviados en expiación? La Tierra que dejan, ¿no será para ellos un paraíso perdido, en comparación con el medio ingrato en el que permanecerán relegados durante miles de siglos, hasta el día en que hayan merecido su liberación?
Si ahora nos remontamos al origen de la raza actual, simbolizada en la persona de Adán, encontraremos todos los caracteres de una generación de Espíritus expulsados de un otro mundo y exiliados –por causas semejantes– en la Tierra ya poblada, pero por hombres primitivos, inmersos en la ignorancia y en la barbarie, Espíritus que tenían la misión de hacer progresar a dichos hombres, trayendo para ellos las luces de una inteligencia ya desarrollada. En efecto, ¿no es ese el papel que ha desempeñado hasta este día la raza adámica? Al relegarla a esta Tierra de trabajo y de sufrimiento, ¿Dios no ha tenido razón en decirle: «Comerás el pan con el sudor de tu frente»? Si ella mereció ese castigo por causas semejantes a las que vemos hoy, ¿no es justo decir que se perdió por orgullo? En su mansedumbre, ¿no podría prometerle que le enviaría un Salvador, es decir, el que debería iluminar el camino a seguir para llegar a la felicidad de los elegidos? Este Salvador fue enviado en la persona del Cristo, que enseñó la ley de amor y de caridad como la verdadera ancla de salvación.
Aquí se presenta una importante consideración. La misión del Cristo es fácilmente comprendida al admitirse que son los mismos Espíritus que vivieron antes y después de su llegada, y que así pudieron beneficiarse de sus enseñanzas y del mérito de su sacrificio; sin la reencarnación, no obstante, es más difícil comprenderse la utilidad de ese mismo sacrificio en pro de Espíritus creados posteriormente a su venida, ya que Dios los habría creado manchados con faltas cometidas por aquellos con los cuales no tuvieron ninguna relación.
Entretanto, esa raza de Espíritus parece haber completado su tiempo en la Tierra; en ese número, unos aprovecharon el tiempo para su adelanto y merecieron ser recompensados; otros, por su obstinación en cerrar los ojos a la luz, agotaron la mansedumbre del Creador y merecieron un castigo. Así han de cumplirse las palabras del Cristo: «Los buenos irán a mi derecha y los malos a mi izquierda.»
Un hecho parece venir en apoyo de la teoría que atribuye una preexistencia a los primeros habitantes de esta raza en la Tierra: el de que Adán –indicado como origen– es representado con un desarrollo intelectual inmediato, muy superior al de las razas salvajes actuales; que en poco tiempo sus primeros descendientes mostraron aptitud para trabajos de arte bastante avanzados. Ahora bien, lo que sabemos del estado de los Espíritus en su origen nos indica lo que habría sido Adán –desde el punto de vista intelectual– si su alma hubiera sido creada al mismo tiempo que su cuerpo. Admitiendo, excepcionalmente, que Dios le haya dado un alma más perfecta, quedaría por explicar por qué los salvajes de Australia, por ejemplo, que salen del mismo tronco, son infinitamente más atrasados que el padre común. Al contrario, todo prueba, ya sea por lo físico como por lo moral, que ellos pertenecen a otra raza de Espíritus más próximos a su origen, y que aún necesitan pasar por un gran número de migraciones corporales antes de alcanzar, inclusive, los grados menos avanzados de la raza adámica. La nueva raza que va a surgir, al hacer reinar por todas partes la ley del Cristo –que es la ley de justicia, de amor y de caridad–, acelerará su progreso. Los que han escrito la historia de la Antropología terrestre se apegaron sobre todo a los caracteres físicos; el elemento espiritual fue casi siempre omitido, siendo invariablemente dejado a un lado por los escritores que no admiten nada fuera de la materia. Cuando dicho elemento sea tenido en cuenta en el estudio de las Ciencias, una luz totalmente nueva será proyectada sobre una multitud de cuestiones aún oscuras, porque el elemento espiritual es una de las fuerzas vivas de la Naturaleza, el cual desempeña un papel preponderante en los fenómenos físicos, así como en los fenómenos morales.
En resumen, he aquí un notable ejemplo –por su analogía– de lo que sucede en gran escala en el mundo de los Espíritus, y que nos ayudará a comprenderlo.
El 24 de mayo de 1861, la fragata Ifigenia transportó a Nueva Caledonia una compañía disciplinaria compuesta por 291 hombres. Al llegar, el comandante de la colonia les dirigió un orden del día en los siguientes términos:
«Al poner los pies en esta tierra lejana, vosotros ya habréis comprendido el papel que os está reservado.
«A ejemplo de los bravos soldados de nuestra marina que trabajan a vuestro lado, nos ayudaréis a llevar con honor la antorcha de la civilización al seno de las tribus salvajes de Nueva Caledonia. Os pregunto: ¿no es esa una bella y noble misión? Cumplidla, entonces, dignamente.
«Escuchad la voz y los consejos de vuestros superiores. Yo estoy por encima de ellos; que mis palabras sean bien entendidas.
«La elección de vuestro comandante, de vuestros oficiales, suboficiales y cabos constituye una segura garantía de todos los esfuerzos que serán intentados para hacer de vosotros excelentes soldados; digo más: para elevaros a la altura de buenos ciudadanos y transformaros en honorables colonos, si así lo deseáis.
«Vuestra disciplina será severa: y así debe serlo. Puesta en nuestras manos, será firme e inflexible –sabedlo bien; pero también justa y paternal, sabiendo distinguir el error del vicio y de la degradación...»
He aquí, por lo tanto, a hombres expulsados por su mala conducta de un país civilizado, y enviados como punición a un país bárbaro. ¿Qué les dice su jefe? «Habéis infringido las leyes de vuestro país; en él os habéis convertido en causa de perturbación y de escándalo, y por esto fuisteis expulsados. Os envían aquí, donde podréis rescatar vuestro pasado; por medio del trabajo podréis crearos una posición honorable y convertiros en ciudadanos honestos. Tenéis una bella misión que cumplir: la de llevar la civilización a estas tribus salvajes. La disciplina será severa, pero justa, y sabremos distinguir a quienes procedan correctamente.»
Para aquellos hombres relegados en medio de la barbarie, ¿no es la madre patria un paraíso perdido por sus propias faltas y por su rebelión contra la ley? En esa tierra lejana, ¿no son ellos ángeles caídos? El lenguaje del jefe, ¿no es el que Dios empleó al dirigirse a los Espíritus exiliados en la Tierra?: «Habéis desobedecido mis leyes, y es por eso que os he expulsado del mundo donde podríais haber vivido felices y en paz; aquí estaréis condenados al trabajo, pero podréis, por vuestra conducta, merecer el perdón y reconquistar la patria que habéis perdido por vuestras faltas, es decir, el Cielo.»
A primera vista, la idea de caída parece estar en contradicción con el principio según el cual los Espíritus no pueden retrogradar; sin embargo, es necesario considerar que de ninguna manera se trata de un retroceso al estado primitivo; el Espíritu, aunque en una posición inferior, no pierde nada de lo que ya ha adquirido; su desarrollo moral e intelectual es el mismo, sea cual fuere el medio en el que sea colocado. Está en la misma situación del hombre que ha sido condenado a prisión por sus delitos; ciertamente se halla decaído desde el punto de vista social, pero no por esto se vuelve más inepto ni más ignorante.
¿Se podrá creer ahora que esos hombres, enviados a Nueva Caledonia, van a transformarse súbitamente en modelos de virtud, y que de repente van a abjurar de sus errores del pasado? Sería preciso no conocer a la humanidad para suponer esto. Por la misma razón, los Espíritus que serán expulsados de la Tierra, una vez trasladados al mundo de exilio, no se despojarán instantáneamente de su orgullo y de sus malos instintos; conservarán aún por mucho tiempo las tendencias de origen, un resto del antiguo germen. Lo mismo ha sucedido con los Espíritus de la raza adámica exiliada en la Tierra; ahora bien, ¿no es éste el verdadero pecado original? La mancha que ellos traen al nacer es la de la raza de Espíritus culpables y punidos a la cual pertenecen, mancha que pueden borrar por medio del arrepentimiento, de la expiación y de la renovación de su ser moral. El pecado original, considerado como la responsabilidad de una falta cometida por otro, es un absurdo y la negación de la justicia de Dios; por el contrario, considerado como consecuencia y saldo de una imperfección anterior del propio individuo, no sólo la razón lo admite, sino que es totalmente justa la responsabilidad que se deriva del mismo.
Esta interpretación da una razón de ser muy natural al dogma de la Inmaculada Concepción, del cual tanto se ha burlado el escepticismo. Este dogma establece que la madre del Cristo no era maculada por el pecado original;¿cómo se explica esto? Es bien simple: Dios envió a un Espíritu puro, que no pertenecía a la raza culpable y exiliada, para encarnar en la Tierra y cumplir su augusta misión, del mismo modo que –de tiempo en tiempo– envía a Espíritus superiores que se encarnan en la misma para dar un impulso al progreso y acelerar su evolución. Esos Espíritus son, en la Tierra, como el venerable pastor que va a moralizar a los condenados en sus prisiones, a fin de mostrarles el camino de la salvación.
Sin duda, ciertas personas considerarán esta interpretación poco ortodoxa; inclusive, a algunos les podrá parecer una herejía. Pero ¿no se ha comprobado que muchos no ven en el relato del Génesis, en la historia de la manzana y de la costilla de Adán, sino un símbolo? ¿Que por no poder dar un sentido preciso a la doctrina de los ángeles caídos, de los ángeles rebeldes y del paraíso perdido, consideran todas esas cosas como fábulas? Si una interpretación lógica los lleva a ver allí una verdad oculta bajo la alegoría, ¿no es mejor esto que la negación absoluta? Admitiéndose que esta solución no esté –en todos los puntos– de conformidad con la ortodoxia rigurosa, en el sentido vulgar de la palabra, preguntamos si es preferible no creer absolutamente en nada o creer en alguna cosa. Si la creencia en el texto literal aleja al hombre de Dios, y si la creencia por medio de dicha interpretación lógica lo aproxima a Él, ¿no vale ésta más que la otra? Por lo tanto, no venimos de modo alguno a destruir el principio o a minarlo en sus fundamentos, como lo han hecho algunos filósofos; buscamos descubrir su sentido oculto y, al contrario, venimos a consolidarlo al darle una base racional. Sea como fuere, en todo caso, no se le podrá negar a esta interpretación un carácter de grandeza que ciertamente el texto literal no tiene. Esta teoría abarca, a la vez, la universalidad de los mundos, lo infinito en el pasado y en el futuro; ella da, a todo, su razón de ser por medio del encadenamiento que une a todas las cosas, a través de la solidaridad establecida entre todas las partes del Universo. ¿No es dicha teoría la más acorde con la idea que hacemos de la majestad y de la bondad de Dios, que aquella que circunscribe a la Humanidad a un punto en el espacio y a un instante en la eternidad?
Publicación de las comunicaciones espíritas
La cuestión de la publicación de las comunicaciones espíritas es el complemento de la organización general que hemos tratado en nuestro número precedente. A medida que el círculo de espíritas se amplía, los médiums se multiplican, y con ellos el número de comunicaciones. Desde hace algún tiempo que esas comunicaciones han adquirido un notable desarrollo con relación al estilo, a los pensamientos y a la amplitud de los temas tratados; las mismas han crecido con la propia ciencia, y los Espíritus ofrendan la grandeza de sus enseñanzas a través del desarrollo de las ideas, ya sea en las provincias, en el extranjero, como también en París, conforme lo atestiguan las numerosas muestras de comunicaciones que nos envían, algunas de las cuales han sido publicadas en la Revista.
Al dar estas comunicaciones, los Espíritus tienen como propósito la instrucción general, la propagación de los principios de la Doctrina, y este objetivo no sería alcanzado si las mismas –como ya lo hemos dicho– quedasen olvidadas en los archivos de aquellos que las obtienen. Por lo tanto, es útil difundirlas por medio de su publicación; de esto resultará otra ventaja muy importante: la de probar la concordancia de las enseñanzas espontáneas dadas por los Espíritus sobre todos los puntos fundamentales, neutralizando la influencia de los sistemas erróneos al probar su aislamiento.
Se trata, pues, de examinar el modo de publicación que mejor puede alcanzar dicho objetivo, y para esto es necesario considerar los dos puntos siguientes: el medio que ofrece más posibilidades de extensión de las publicaciones, y las condiciones más apropiadas para dar al lector una impresión favorable, ya sea por la elección juiciosa de los temas como por la disposición material. Por no tomar en cuenta ciertas consideraciones a veces formales, las mejores obras son frecuentemente nacidas muertas. Este examen es resultado de la experiencia; al respecto, ciertos editores tienen un tacto que les señala el hábito de los gustos del público y que les permite evaluar, casi con seguridad, las posibilidades de éxito de una publicación, haciendo abstracción del mérito intrínseco de la obra.
El desarrollo que toman las comunicaciones espíritas nos pone en la imposibilidad material de incluir a todas en nuestra Revista. Para abarcar el cuadro entero, sería preciso darle una extensión tal que obligaría a dejarla a un precio fuera del alcance de mucha gente. Por lo tanto, se hace necesario encontrar un medio de ofrecerla en las mejores condiciones para todos. En principio, examinemos los pros y los contras de los diferentes sistemas que podrían ser empleados.
1º) Publicaciones periódicas locales – Ellas presentan dos inconvenientes: el primero, que son casi siempre restrictas a la localidad; el segundo, que una publicación periódica, antes de ser suministrada y distribuida en fechas fijas, necesita de un material burocrático y de gastos regulares, a los cuales es necesario cubrir a toda costa, bajo pena de interrupción. Si los diarios locales que se dirigen al público, en su conjunto, tienen frecuentemente dificultades para sobrevivir, con más fuerte razón sería así con una publicación que sólo se dirigiese a un público restricto, porque se ilusionaría en vano con la esperanza de contar con muchos suscriptores de afuera, sobre todo si esas publicaciones se fuesen multiplicando.
2º) Publicaciones locales no periódicas – Una Sociedad, un Grupo, los Grupos de una misma ciudad, podrían reunir sus comunicaciones, como lo han hecho en Metz, en opúsculos independientes unos de los otros, y publicarlas en fechas indeterminadas. Este modo es incomparablemente preferible al anterior, desde el punto de vista financiero, porque no contrae ningún compromiso, y las personas son libres para parar cuando quieran. Pero existe siempre el inconveniente de la restricción de la publicidad. Para divulgar esos opúsculos fuera del círculo local, sería preciso tener expensas con anuncios, lo que frecuentemente se evita, o sería necesario tener una librería central con numerosos corresponsales que se encargasen de solventar los gastos. Mas aquí se presenta otra dificultad: los libreros, en general, no se ocupan de buen grado con obras que ellos no editan; por lo demás, no quieren saturar sus corresponsales con publicaciones sin importancia para ellos y de consumo incierto, hechas a menudo en malas condiciones de venta por el formato o por el precio y que, además del inconveniente de desagradar a los corresponsales, tendrían que acarrear con los costos de devolución. Son consideraciones que la mayoría de los autores, ajenos al oficio de la librería, no comprenden, sin hablar de los que, creyendo que sus obras son excelentes, se admiran de que ningún editor se disponga a publicarlas; aquellos que las imprimen a sus expensas deben tener en cuenta que, sean cuales fueren las ventajas que ofrezcan a los libreros, la obra tendrá que esperar por los interesados si, en términos profesionales, no estuviere en condiciones de venta.
Pedimos disculpas a nuestros lectores por entrar en detalles tan terrenales a propósito de las cosas celestiales, pero es precisamente en interés de la propagación de las buenas cosas que queremos precavernos contra las ilusiones de la inexperiencia.
3º) Publicaciones individuales de los médiums – Todas las reflexiones anteriores se aplican naturalmente a la divulgación de las publicaciones individuales que ciertos médiums podrían hacer con las comunicaciones que reciben; pero, además de la dificultad que la mayoría de ellos enfrenta, las mismas tienen otro inconveniente: es que, en general, poseen un sello de uniformidad que las vuelve monótonas, y perjudicaría tanto más su venta cuanto más se multiplicasen. Ellas podrían ser atractivas si, al abordar un tema determinado, formasen un todo y presentaran un conjunto, ya sea de la obra de un único Espíritu o de varios.
Estas reflexiones no son absolutas, y sin duda habrán excepciones; pero no se puede negar que reposan sobre un fondo de verdad. Además, lo que nosotros decimos no es para imponer nuestras ideas, de las cuales cada uno es libre para tener en cuenta o no; sólo que, como se publica con la esperanza de un resultado, creemos que es un deber exponer las causas de las decepciones.
Los inconvenientes que acabamos de señalar nos parecen completamente superados por la publicación central y colectiva que los Sres. Didier y Cía. van a emprender con el título de BIBLIOTECA DEL MUNDO INVISIBLE; la misma estará compuesta por una serie de volúmenes, en formato grande in 18º, con siete hojas de impresión o aproximadamente 250 páginas, al precio uniforme de 2 francos. Cada volumen tendrá su número de orden, pero será vendido separadamente, de manera que los interesados tengan la libertad de adquirir aquellos que les agraden, sin estar obligados a comprarlos en su totalidad. Esta colección –que no tiene límites fijos– ofrecerá los medios de publicar, en las mejores condiciones posibles, los trabajos medianímicos obtenidos en los diferentes Centros, con la ventaja de una divulgación muy amplia a través de los corresponsales. Lo que estos editores no harían por medio de opúsculos aislados, lo harán por intermedio de una colección que puede adquirir gran importancia.
El nombre de Biblioteca del Mundo Invisible es el título general de la colección;pero cada volumen llevará un título especial para designar su procedencia y su objeto, beneficiando al autor, sin que éste tenga que inmiscuirse en el producto de las obras que son ajenas a él. Es una publicación colectiva, pero sin dependencia mutua entre los productores, donde cada uno corre por su cuenta, ateniéndose al mérito de su obra, aunque aproveche la publicidad en común.
Los editores no se comprometen, de modo alguno, a publicar en esta colección todo lo que les sea presentado; al contrario, se reservan expresamente el derecho de hacer una selección rigurosa. Los volúmenes, que serían impresos a expensas de los autores, podrán entrar en la colección si fueren aceptados y si estuvieren en las condiciones requeridas de formato y de precio.
Personalmente, somos completamente ajenos al conjunto de esta publicación y a su administración, las cuales no tienen nada en común con la Revista Espírita, ni con nuestras obras especiales sobre la materia; damos aquí nuestra aprobación y nuestro apoyo moral porque lo juzgamos útil y por ser la mejor vía abierta para las publicaciones de los médiums, de los Grupos y de las Sociedades. En ella colaboraremos como los otros, por nuestra propia cuenta, solamente asumiendo la responsabilidad de lo que lleve nuestro nombre.
Además de las obras especiales que podremos aportar a esta colección, ofreceremos, con el título particular de Carpeta Espírita, algunos volúmenes que se componen de comunicaciones seleccionadas, ya sea entre las que son obtenidas en nuestras reuniones de París o entre las que nos son enviadas por los médiums y por los Grupos franceses y extranjeros que se corresponden con nosotros, y que no desearían hacer publicaciones personales. Al emanar de fuentes diferentes, estas comunicaciones tendrán el atractivo de la variedad; agregaremos a las mismas, según las circunstancias, los comentarios necesarios para una mayor comprensión y desarrollo. El orden, la clasificación y todas las disposiciones materiales serán objeto de una atención particular.
No teniendo como objetivo ningún beneficio personal con estas publicaciones, nuestra intención es ceder los derechos adquiridos para la distribución gratuita de nuestras obras sobre el Espiritismo en favor de las personas que no puedan comprarlas o en beneficio de cualquier otro empleo que sea juzgado útil a la propagación de la Doctrina, según las condiciones que fueren fijadas ulteriormente.
Creemos que este plan responde a todas las necesidades, y no dudamos que sea recibido con fervor por todos los amigos sinceros de la Doctrina.
Al dar estas comunicaciones, los Espíritus tienen como propósito la instrucción general, la propagación de los principios de la Doctrina, y este objetivo no sería alcanzado si las mismas –como ya lo hemos dicho– quedasen olvidadas en los archivos de aquellos que las obtienen. Por lo tanto, es útil difundirlas por medio de su publicación; de esto resultará otra ventaja muy importante: la de probar la concordancia de las enseñanzas espontáneas dadas por los Espíritus sobre todos los puntos fundamentales, neutralizando la influencia de los sistemas erróneos al probar su aislamiento.
Se trata, pues, de examinar el modo de publicación que mejor puede alcanzar dicho objetivo, y para esto es necesario considerar los dos puntos siguientes: el medio que ofrece más posibilidades de extensión de las publicaciones, y las condiciones más apropiadas para dar al lector una impresión favorable, ya sea por la elección juiciosa de los temas como por la disposición material. Por no tomar en cuenta ciertas consideraciones a veces formales, las mejores obras son frecuentemente nacidas muertas. Este examen es resultado de la experiencia; al respecto, ciertos editores tienen un tacto que les señala el hábito de los gustos del público y que les permite evaluar, casi con seguridad, las posibilidades de éxito de una publicación, haciendo abstracción del mérito intrínseco de la obra.
El desarrollo que toman las comunicaciones espíritas nos pone en la imposibilidad material de incluir a todas en nuestra Revista. Para abarcar el cuadro entero, sería preciso darle una extensión tal que obligaría a dejarla a un precio fuera del alcance de mucha gente. Por lo tanto, se hace necesario encontrar un medio de ofrecerla en las mejores condiciones para todos. En principio, examinemos los pros y los contras de los diferentes sistemas que podrían ser empleados.
1º) Publicaciones periódicas locales – Ellas presentan dos inconvenientes: el primero, que son casi siempre restrictas a la localidad; el segundo, que una publicación periódica, antes de ser suministrada y distribuida en fechas fijas, necesita de un material burocrático y de gastos regulares, a los cuales es necesario cubrir a toda costa, bajo pena de interrupción. Si los diarios locales que se dirigen al público, en su conjunto, tienen frecuentemente dificultades para sobrevivir, con más fuerte razón sería así con una publicación que sólo se dirigiese a un público restricto, porque se ilusionaría en vano con la esperanza de contar con muchos suscriptores de afuera, sobre todo si esas publicaciones se fuesen multiplicando.
2º) Publicaciones locales no periódicas – Una Sociedad, un Grupo, los Grupos de una misma ciudad, podrían reunir sus comunicaciones, como lo han hecho en Metz, en opúsculos independientes unos de los otros, y publicarlas en fechas indeterminadas. Este modo es incomparablemente preferible al anterior, desde el punto de vista financiero, porque no contrae ningún compromiso, y las personas son libres para parar cuando quieran. Pero existe siempre el inconveniente de la restricción de la publicidad. Para divulgar esos opúsculos fuera del círculo local, sería preciso tener expensas con anuncios, lo que frecuentemente se evita, o sería necesario tener una librería central con numerosos corresponsales que se encargasen de solventar los gastos. Mas aquí se presenta otra dificultad: los libreros, en general, no se ocupan de buen grado con obras que ellos no editan; por lo demás, no quieren saturar sus corresponsales con publicaciones sin importancia para ellos y de consumo incierto, hechas a menudo en malas condiciones de venta por el formato o por el precio y que, además del inconveniente de desagradar a los corresponsales, tendrían que acarrear con los costos de devolución. Son consideraciones que la mayoría de los autores, ajenos al oficio de la librería, no comprenden, sin hablar de los que, creyendo que sus obras son excelentes, se admiran de que ningún editor se disponga a publicarlas; aquellos que las imprimen a sus expensas deben tener en cuenta que, sean cuales fueren las ventajas que ofrezcan a los libreros, la obra tendrá que esperar por los interesados si, en términos profesionales, no estuviere en condiciones de venta.
Pedimos disculpas a nuestros lectores por entrar en detalles tan terrenales a propósito de las cosas celestiales, pero es precisamente en interés de la propagación de las buenas cosas que queremos precavernos contra las ilusiones de la inexperiencia.
3º) Publicaciones individuales de los médiums – Todas las reflexiones anteriores se aplican naturalmente a la divulgación de las publicaciones individuales que ciertos médiums podrían hacer con las comunicaciones que reciben; pero, además de la dificultad que la mayoría de ellos enfrenta, las mismas tienen otro inconveniente: es que, en general, poseen un sello de uniformidad que las vuelve monótonas, y perjudicaría tanto más su venta cuanto más se multiplicasen. Ellas podrían ser atractivas si, al abordar un tema determinado, formasen un todo y presentaran un conjunto, ya sea de la obra de un único Espíritu o de varios.
Estas reflexiones no son absolutas, y sin duda habrán excepciones; pero no se puede negar que reposan sobre un fondo de verdad. Además, lo que nosotros decimos no es para imponer nuestras ideas, de las cuales cada uno es libre para tener en cuenta o no; sólo que, como se publica con la esperanza de un resultado, creemos que es un deber exponer las causas de las decepciones.
Los inconvenientes que acabamos de señalar nos parecen completamente superados por la publicación central y colectiva que los Sres. Didier y Cía. van a emprender con el título de BIBLIOTECA DEL MUNDO INVISIBLE; la misma estará compuesta por una serie de volúmenes, en formato grande in 18º, con siete hojas de impresión o aproximadamente 250 páginas, al precio uniforme de 2 francos. Cada volumen tendrá su número de orden, pero será vendido separadamente, de manera que los interesados tengan la libertad de adquirir aquellos que les agraden, sin estar obligados a comprarlos en su totalidad. Esta colección –que no tiene límites fijos– ofrecerá los medios de publicar, en las mejores condiciones posibles, los trabajos medianímicos obtenidos en los diferentes Centros, con la ventaja de una divulgación muy amplia a través de los corresponsales. Lo que estos editores no harían por medio de opúsculos aislados, lo harán por intermedio de una colección que puede adquirir gran importancia.
El nombre de Biblioteca del Mundo Invisible es el título general de la colección;pero cada volumen llevará un título especial para designar su procedencia y su objeto, beneficiando al autor, sin que éste tenga que inmiscuirse en el producto de las obras que son ajenas a él. Es una publicación colectiva, pero sin dependencia mutua entre los productores, donde cada uno corre por su cuenta, ateniéndose al mérito de su obra, aunque aproveche la publicidad en común.
Los editores no se comprometen, de modo alguno, a publicar en esta colección todo lo que les sea presentado; al contrario, se reservan expresamente el derecho de hacer una selección rigurosa. Los volúmenes, que serían impresos a expensas de los autores, podrán entrar en la colección si fueren aceptados y si estuvieren en las condiciones requeridas de formato y de precio.
Personalmente, somos completamente ajenos al conjunto de esta publicación y a su administración, las cuales no tienen nada en común con la Revista Espírita, ni con nuestras obras especiales sobre la materia; damos aquí nuestra aprobación y nuestro apoyo moral porque lo juzgamos útil y por ser la mejor vía abierta para las publicaciones de los médiums, de los Grupos y de las Sociedades. En ella colaboraremos como los otros, por nuestra propia cuenta, solamente asumiendo la responsabilidad de lo que lleve nuestro nombre.
Además de las obras especiales que podremos aportar a esta colección, ofreceremos, con el título particular de Carpeta Espírita, algunos volúmenes que se componen de comunicaciones seleccionadas, ya sea entre las que son obtenidas en nuestras reuniones de París o entre las que nos son enviadas por los médiums y por los Grupos franceses y extranjeros que se corresponden con nosotros, y que no desearían hacer publicaciones personales. Al emanar de fuentes diferentes, estas comunicaciones tendrán el atractivo de la variedad; agregaremos a las mismas, según las circunstancias, los comentarios necesarios para una mayor comprensión y desarrollo. El orden, la clasificación y todas las disposiciones materiales serán objeto de una atención particular.
No teniendo como objetivo ningún beneficio personal con estas publicaciones, nuestra intención es ceder los derechos adquiridos para la distribución gratuita de nuestras obras sobre el Espiritismo en favor de las personas que no puedan comprarlas o en beneficio de cualquier otro empleo que sea juzgado útil a la propagación de la Doctrina, según las condiciones que fueren fijadas ulteriormente.
Creemos que este plan responde a todas las necesidades, y no dudamos que sea recibido con fervor por todos los amigos sinceros de la Doctrina.
Control de la enseñanza espírita
La organización que hemos propuesto para la formación de Grupos Espíritas tiene como objetivo preparar los caminos que deben facilitar las relaciones mutuas entre sí. Entre las ventajas que deben resultar de esas relaciones, es necesario poner en primera línea la unidad de doctrina, que será su consecuencia natural. Esta unidad ya está realizada en gran parte, siendo que las bases fundamentales del Espiritismo se encuentran hoy admitidas por la inmensa mayoría de los adeptos. Pero aún hay cuestiones dudosas, ya sea porque no hayan sido resueltas o porque lo fueron en sentidos diferentes por los hombres, e incluso por los Espíritus.
Si los sistemas son algunas veces el producto de cerebros humanos, se sabe que ciertos Espíritus no se quedan atrás, al respecto; en efecto, se ve que trazan ideas frecuentemente absurdas con una maravillosa destreza, encadenándolas con mucho arte y haciendo de las mismas un conjunto más ingenioso que sólido, pero que podría falsear la opinión de personas que no se dan el trabajo de profundizarlas o que son incapaces de hacerlo por insuficiencia de sus conocimientos. Sin duda, las ideas falsas terminan cayendo delante de la experiencia y de la lógica inflexible; pero antes de eso pueden lanzar la incertidumbre. También se sabe que, según su elevación, los Espíritus pueden tener una manera de ver más o menos justa sobre ciertos puntos; que las firmas de sus comunicaciones ni siempre son una garantía de autenticidad, y que a veces los Espíritus orgullosos buscan introducir utopías al abrigo de los nombres respetables que ostentan. Indiscutiblemente, esta es una de las principales dificultades de la ciencia práctica, y contra la cual muchos se chocaron.
En caso de divergencia, el mejor criterio es la concordancia de la enseñanza dada por diferentes Espíritus y transmitida por médiums completamente extraños entre sí. Cuando el mismo principio sea proclamado o condenado por la mayoría, es necesario rendirse ante la evidencia. Si hay un medio para llegar a la verdad, éste es seguramente el de la concordancia, tanto como el de la racionalidad de las comunicaciones, ayudadas por medios que disponemos para constatar la superioridad o la inferioridad de los Espíritus; al dejar de ser individual para volverse colectiva, la opinión adquiere un grado mayor de autenticidad, ya que no puede ser considerada como resultado de una influencia personal o local. Los que aún están inseguros, tendrán una base para establecer sus ideas, porque sería irracional pensar que aquel que en su punto de vista está solo, o casi solo, tenga razón contra todos.
Lo que sobre todo ha contribuido al crédito de la doctrina de El Libro de los Espíritus es precisamente que, siendo el producto de un trabajo semejante, encuentra eco en todas partes; como ya lo hemos dicho, no es el resultado de la enseñanza de un único Espíritu, que podría ser sistemático, ni de un único médium, que podría ser engañado; al contrario, es una enseñanza colectiva, dada por una gran diversidad de Espíritus y de médiums, siendo que los principios que contiene son confirmados en casi todas partes. Decimos en casi todas partes, teniendo en cuenta que –por las razones que hemos explicado antes– hay Espíritus que intentan prevalecer sus ideas personales. Por lo tanto, es útil someter las ideas divergentes al control que proponemos; si la doctrina o si algunos puntos doctrinarios que profesamos fueren reconocidos unánimemente como erróneos, nos someteríamos sin murmurar, sintiéndonos felices de que otros hayan encontrado la verdad; pero si, al contrario, son confirmados, nos permitimos creer que estamos con la verdad.
La Sociedad Espírita de París, al comprender toda la importancia de semejante trabajo, y habiéndolo aplicado primeramente a sí misma para su instrucción, probando después que de manera alguna pretende ser el árbitro absoluto de las doctrinas que profesa, someterá a los diferentes Grupos que se corresponden con Ella las cuestiones que crea más útiles para la propagación de la verdad. Estas cuestiones serán remitidas, según las circunstancias, ya sea por correspondencia particular o por intermedio de la Revista Espírita.
Se concibe que para Ella, y en razón del modo serio con el cual encara el Espiritismo, la autoridad de las comunicaciones depende de las condiciones en que se realizan las reuniones, del carácter de los miembros y del objetivo que se proponen con las mismas; las comunicaciones, al emanar de Grupos formados sobre las bases indicadas en nuestro artículo acerca de la organización del Espiritismo, tendrán tanto más peso a sus ojos cuanto mejores fueren las condiciones de esos Grupos.
Sometemos a nuestros corresponsales las siguientes cuestiones, a la espera de aquellas que les enviaremos ulteriormente.
Si los sistemas son algunas veces el producto de cerebros humanos, se sabe que ciertos Espíritus no se quedan atrás, al respecto; en efecto, se ve que trazan ideas frecuentemente absurdas con una maravillosa destreza, encadenándolas con mucho arte y haciendo de las mismas un conjunto más ingenioso que sólido, pero que podría falsear la opinión de personas que no se dan el trabajo de profundizarlas o que son incapaces de hacerlo por insuficiencia de sus conocimientos. Sin duda, las ideas falsas terminan cayendo delante de la experiencia y de la lógica inflexible; pero antes de eso pueden lanzar la incertidumbre. También se sabe que, según su elevación, los Espíritus pueden tener una manera de ver más o menos justa sobre ciertos puntos; que las firmas de sus comunicaciones ni siempre son una garantía de autenticidad, y que a veces los Espíritus orgullosos buscan introducir utopías al abrigo de los nombres respetables que ostentan. Indiscutiblemente, esta es una de las principales dificultades de la ciencia práctica, y contra la cual muchos se chocaron.
En caso de divergencia, el mejor criterio es la concordancia de la enseñanza dada por diferentes Espíritus y transmitida por médiums completamente extraños entre sí. Cuando el mismo principio sea proclamado o condenado por la mayoría, es necesario rendirse ante la evidencia. Si hay un medio para llegar a la verdad, éste es seguramente el de la concordancia, tanto como el de la racionalidad de las comunicaciones, ayudadas por medios que disponemos para constatar la superioridad o la inferioridad de los Espíritus; al dejar de ser individual para volverse colectiva, la opinión adquiere un grado mayor de autenticidad, ya que no puede ser considerada como resultado de una influencia personal o local. Los que aún están inseguros, tendrán una base para establecer sus ideas, porque sería irracional pensar que aquel que en su punto de vista está solo, o casi solo, tenga razón contra todos.
Lo que sobre todo ha contribuido al crédito de la doctrina de El Libro de los Espíritus es precisamente que, siendo el producto de un trabajo semejante, encuentra eco en todas partes; como ya lo hemos dicho, no es el resultado de la enseñanza de un único Espíritu, que podría ser sistemático, ni de un único médium, que podría ser engañado; al contrario, es una enseñanza colectiva, dada por una gran diversidad de Espíritus y de médiums, siendo que los principios que contiene son confirmados en casi todas partes. Decimos en casi todas partes, teniendo en cuenta que –por las razones que hemos explicado antes– hay Espíritus que intentan prevalecer sus ideas personales. Por lo tanto, es útil someter las ideas divergentes al control que proponemos; si la doctrina o si algunos puntos doctrinarios que profesamos fueren reconocidos unánimemente como erróneos, nos someteríamos sin murmurar, sintiéndonos felices de que otros hayan encontrado la verdad; pero si, al contrario, son confirmados, nos permitimos creer que estamos con la verdad.
La Sociedad Espírita de París, al comprender toda la importancia de semejante trabajo, y habiéndolo aplicado primeramente a sí misma para su instrucción, probando después que de manera alguna pretende ser el árbitro absoluto de las doctrinas que profesa, someterá a los diferentes Grupos que se corresponden con Ella las cuestiones que crea más útiles para la propagación de la verdad. Estas cuestiones serán remitidas, según las circunstancias, ya sea por correspondencia particular o por intermedio de la Revista Espírita.
Se concibe que para Ella, y en razón del modo serio con el cual encara el Espiritismo, la autoridad de las comunicaciones depende de las condiciones en que se realizan las reuniones, del carácter de los miembros y del objetivo que se proponen con las mismas; las comunicaciones, al emanar de Grupos formados sobre las bases indicadas en nuestro artículo acerca de la organización del Espiritismo, tendrán tanto más peso a sus ojos cuanto mejores fueren las condiciones de esos Grupos.
Sometemos a nuestros corresponsales las siguientes cuestiones, a la espera de aquellas que les enviaremos ulteriormente.
Cuestiones y problemas propuestos a los diferentes Grupos Espíritas
1º) Formación de la TierraExisten dos sistemas acerca del origen y de la formación de la Tierra. Según la opinión más común, y que generalmente parece adoptada por la Ciencia, la Tierra sería el producto de la condensación gradual de la materia cósmica sobre un determinado punto del espacio; lo mismo habría sucedido con todos los planetas.
Según otro sistema, preconizado en estos últimos tiempos, conforme la revelación de un Espíritu, la Tierra habría sido formada por la incrustación de cuatro satélites de un antiguo planeta desaparecido; esta agregación habría sido la resultante de la propia voluntad del alma de esos planetas; un quinto satélite, nuestra Luna, se habría negado a esa asociación, en virtud de su libre albedrío. Los vacíos dejados entre ellos por la ausencia de la Luna habrían formado las cavidades que serían llenadas por los mares. Cada uno de esos planetas habría traído consigo a seres en estado de catalepsia –hombres, animales y plantas– que le eran peculiares. Después de operada la agregación y restablecido el equilibrio, estos seres, al salir de su letargo, habrían poblado el globo actual. Tal sería el origen de las razas madres del hombre en la Tierra: la raza negra en África, la amarilla en Asia, la raza roja en América y la blanca en Europa.
¿Cuál de estos dos sistemas puede ser considerado como la expresión de la verdad?
Solicitamos sobre este asunto, así como sobre las otras cuestiones, una solución explícita y racional.
Nota – Es verdad que esta y algunas otras cuestiones se alejan del punto de vista moral, que es el objetivo esencial del Espiritismo; es por eso que sería un error hacer de las mismas el objeto de preocupaciones constantes. Sabemos, además, en lo que concierne al principio de las cosas, que los Espíritus, al no saber todo, sólo dicen lo que saben o lo que creen que saben. Pero como hay personas que podrían sacar provecho de la divergencia de esos sistemas haciendo una inducción contra la unidad del Espiritismo, precisamente porque los mismos son formulados por Espíritus, es útil poder comparar las razones a favor o en contra, en interés de la propia Doctrina, y apoyar en el asentimiento de la mayoría el juicio que se puede hacer del valor de ciertas comunicaciones.
Según otro sistema, preconizado en estos últimos tiempos, conforme la revelación de un Espíritu, la Tierra habría sido formada por la incrustación de cuatro satélites de un antiguo planeta desaparecido; esta agregación habría sido la resultante de la propia voluntad del alma de esos planetas; un quinto satélite, nuestra Luna, se habría negado a esa asociación, en virtud de su libre albedrío. Los vacíos dejados entre ellos por la ausencia de la Luna habrían formado las cavidades que serían llenadas por los mares. Cada uno de esos planetas habría traído consigo a seres en estado de catalepsia –hombres, animales y plantas– que le eran peculiares. Después de operada la agregación y restablecido el equilibrio, estos seres, al salir de su letargo, habrían poblado el globo actual. Tal sería el origen de las razas madres del hombre en la Tierra: la raza negra en África, la amarilla en Asia, la raza roja en América y la blanca en Europa.
¿Cuál de estos dos sistemas puede ser considerado como la expresión de la verdad?
Solicitamos sobre este asunto, así como sobre las otras cuestiones, una solución explícita y racional.
Nota – Es verdad que esta y algunas otras cuestiones se alejan del punto de vista moral, que es el objetivo esencial del Espiritismo; es por eso que sería un error hacer de las mismas el objeto de preocupaciones constantes. Sabemos, además, en lo que concierne al principio de las cosas, que los Espíritus, al no saber todo, sólo dicen lo que saben o lo que creen que saben. Pero como hay personas que podrían sacar provecho de la divergencia de esos sistemas haciendo una inducción contra la unidad del Espiritismo, precisamente porque los mismos son formulados por Espíritus, es útil poder comparar las razones a favor o en contra, en interés de la propia Doctrina, y apoyar en el asentimiento de la mayoría el juicio que se puede hacer del valor de ciertas comunicaciones.
2º) El alma de la Tierra
Encontramos la siguiente proposición en un opúsculo intitulado: Resumen de la religión armónica.
«Dios creó al hombre, a la mujer y a todos los más bellos y mejores seres. Pero concedió a las almas de los astros el poder de crear a seres de un orden inferior, a fin de completar esta clase de seres, ya sea por la combinación de su propio fluido prolífico –conocido en nuestro globo con el nombre de aurora boreal– o por la combinación de ese fluido con el de otros astros. Ahora bien, el alma del globo terrestre que –como las almas humanas– tiene su libre albedrío, es decir, la facultad de elegir el camino del bien o del mal, se dejó arrastrar por este último. De ahí las creaciones imperfectas y malas, tales como los animales feroces y venenosos, y los vegetales que producen venenos. Pero la humanidad hará desaparecer a esos seres dañinos cuando, al ponerse de acuerdo con el alma de la Tierra para marchar en el camino del bien, se ocupe de una manera más inteligente de la gestión del globo terrestre, en el cual será creada una clase más perfecta.»
¿Qué hay de verdadero en esta proposición, y qué se debe entender por el alma de la Tierra?
«Dios creó al hombre, a la mujer y a todos los más bellos y mejores seres. Pero concedió a las almas de los astros el poder de crear a seres de un orden inferior, a fin de completar esta clase de seres, ya sea por la combinación de su propio fluido prolífico –conocido en nuestro globo con el nombre de aurora boreal– o por la combinación de ese fluido con el de otros astros. Ahora bien, el alma del globo terrestre que –como las almas humanas– tiene su libre albedrío, es decir, la facultad de elegir el camino del bien o del mal, se dejó arrastrar por este último. De ahí las creaciones imperfectas y malas, tales como los animales feroces y venenosos, y los vegetales que producen venenos. Pero la humanidad hará desaparecer a esos seres dañinos cuando, al ponerse de acuerdo con el alma de la Tierra para marchar en el camino del bien, se ocupe de una manera más inteligente de la gestión del globo terrestre, en el cual será creada una clase más perfecta.»
¿Qué hay de verdadero en esta proposición, y qué se debe entender por el alma de la Tierra?
3º) Sede del alma humana
Leemos en la misma obra el siguiente pasaje, citado como extracto de Clef de la vie, página 754:
«El alma es de naturaleza luminosa divina: tiene la forma del ser humano que ella anima. Reside en un espacio situado en la sustancia cerebral mediana, que reúne los dos lóbulos del cerebro por su base. En el hombre armonioso y en la unidad, el alma –diamante resplandeciente– es cubierta por una luminosa corona blanca: es la corona de la armonía.»
¿Qué hay de verdadero en esta proposición?
«El alma es de naturaleza luminosa divina: tiene la forma del ser humano que ella anima. Reside en un espacio situado en la sustancia cerebral mediana, que reúne los dos lóbulos del cerebro por su base. En el hombre armonioso y en la unidad, el alma –diamante resplandeciente– es cubierta por una luminosa corona blanca: es la corona de la armonía.»
¿Qué hay de verdadero en esta proposición?
4º) Morada de las almas
En la misma obra leemos:
«Mientras habitan las regiones planetarias, los Espíritus son obligados a reencarnarse para progresar. Desde el momento en que llegan a las regiones solares, no tienen más necesidad de reencarnación y progresan yendo a habitar otros soles de un orden superior, y desde estos soles pasan a las regiones celestiales. La Vía Láctea, cuya luz es tan suave, es la morada de los ángeles o Espíritus superiores.
¿Esto es verdad?
«Mientras habitan las regiones planetarias, los Espíritus son obligados a reencarnarse para progresar. Desde el momento en que llegan a las regiones solares, no tienen más necesidad de reencarnación y progresan yendo a habitar otros soles de un orden superior, y desde estos soles pasan a las regiones celestiales. La Vía Láctea, cuya luz es tan suave, es la morada de los ángeles o Espíritus superiores.
¿Esto es verdad?
5º) Manifestaciones de los Espíritus
Según la doctrina enseñada por un Espíritu, ningún Espíritu humano puede manifestarse ni comunicarse con los hombres, ni servir de intermediario entre Dios y la humanidad, teniendo en cuenta que Dios, al ser omnipotente y omnipresente, no necesita de auxiliares para la ejecución de su voluntad, y que hace todo por sí mismo. En todas las comunicaciones llamadas espíritas, sólo Dios se manifiesta, tomando la forma en las apariciones, y el lenguaje en las comunicaciones escritas, de los Espíritus evocados y con los cuales se cree hablar. Por consiguiente, desde que un hombre está muerto, no puede más establecer relaciones con los que ha dejado en la Tierra, antes de que ellos hayan alcanzado el mismo grado de adelanto en el mundo de los Espíritus, a través de una serie de reencarnaciones sucesivas durante las cuales progresan. Como sólo Dios puede manifestarse, de esto se deduce que las comunicaciones groseras, triviales, blasfemas y mentirosas son igualmente dadas por Él, pero como prueba, del mismo modo que da las buenas comunicaciones para instruir. El Espíritu que ha dictado esta teoría dice, necesariamente, que es el propio Dios; con este nombre ha formulado una muy extensa doctrina filosófica, social y religiosa.
¿Qué pensar de este sistema, de sus consecuencias y de la naturaleza del Espíritu que lo enseña?
¿Qué pensar de este sistema, de sus consecuencias y de la naturaleza del Espíritu que lo enseña?
6º) Los ángeles rebeldes, los ángeles caídos y el paraíso perdido
¿Qué se debe pensar de la teoría emitida sobre el tema, en un artículo anterior publicado por el Sr. Allan Kardec?
De lo Sobrenatural
Por el Sr. Guizot
(2º artículo – Véase el número de diciembre de 1861)
Hemos publicado, en nuestro último número, el elocuente y notable capítulo del Sr. Guizot: De lo Sobrenatural, del cual nos proponemos hacer algunas observaciones críticas, que en nada disminuyen nuestra admiración para el ilustre y erudito escritor.
El Sr. Guizot cree en lo sobrenatural; acerca de este punto, como de muchos otros, es muy importante que nos entendamos sobre las palabras. En su acepción propia, sobrenatural significa lo que está por encima de la Naturaleza, fuera de las leyes de la Naturaleza. Lo sobrenatural, propiamente dicho, no estaría entonces sujeto a leyes; es una excepción, una derogación de las leyes que rigen la Creación; en una palabra, es sinónimo de milagro. En el sentido propio, esas dos palabras han pasado al lenguaje figurado, sirviendo para designar todo lo que sea extraordinario, sorprendente, insólito; de una cosa que causa admiración se dice que es milagrosa, así como de una gran extensión se dice que es inconmensurable, y de un número grande se dice que es incalculable, o que una larga duración es eterna, aunque, en rigor, una se pueda medir, otra se logre calcular, y de la última se consiga prever un término. Por la misma razón se califica de sobrenatural aquello que, a primera vista, parece salir de los límites de lo posible. Sobre todo en aquello que no comprende, el vulgo ignorante es muy llevado a tomar esta palabra al pie de la letra. Si por esto se entiende lo que se aparta de las causas conocidas, es admisible; pero, entonces, esa palabra no tiene más un sentido preciso, porque lo que ayer era sobrenatural, ya no lo es más hoy. ¡Cuántas cosas, antiguamente consideradas como tales, la Ciencia no hizo entrar en el dominio de las leyes naturales! Sean cuales fueren los progresos que se hayan realizado, ¿es posible jactarse de tener el conocimiento de todos los secretos de Dios? La Naturaleza, ¿nos ha dicho la última palabra sobre todas las cosas? A cada día, ¿no se reciben desmentidos a esa orgullosa pretensión? Por lo tanto, si lo que ayer era sobrenatural ya no lo es más hoy, podemos lógicamente inferir que aquello que hoy es sobrenatural, puede no serlo más mañana. Nosotros tomamos la palabra sobrenatural en su sentido propio más absoluto, es decir, para designar todo fenómeno contrario a las leyes de la Naturaleza. El carácter del hecho sobrenatural o milagroso es el de ser excepcional; desde el momento en que se repite, es porque está sujeto a una ley conocida o desconocida, y entra en el orden general.
Si se restringe la naturaleza al mundo material, visible, es evidente que las cosas del mundo invisible serán sobrenaturales; pero estando el propio mundo invisible sujeto a leyes, nosotros creemos más lógico definir así a la Naturaleza: El conjunto de las obras de la Creación, regidas por las leyes inmutables de la Divinidad. Si –como lo demuestra el Espiritismo– el mundo invisible es una de las fuerzas, uno de los poderes que actúan sobre la materia, él desempeña un papel importante en la Naturaleza, razón por la cual los fenómenos espíritas no son para nosotros sobrenaturales, ni maravillosos, ni milagrosos; de esto se observa que el Espiritismo, lejos de ampliar el círculo de lo maravilloso, tiende a restringirlo e inclusive a hacerlo desaparecer.
Hemos dicho que el Sr. Guizot cree en lo sobrenatural, pero en el sentido milagroso, lo que de modo alguno implica en la creencia en los Espíritus y en sus manifestaciones; ahora bien, por el hecho de que, para nosotros, los fenómenos espíritas no tienen nada de anormal, no resulta de ello que Dios no haya podido –en ciertos casos– derogar sus leyes, ya que es Todopoderoso. ¿Él lo ha hecho? No es aquí el lugar para examinar esta cuestión; sería necesario para eso discutir, no el principio, sino cada hecho aisladamente. Ahora bien, al observar desde el punto de vista del Sr. Guizot, es decir, desde la realidad de los hechos milagrosos, vamos a intentar combatir la consecuencia que él saca de esto, a saber: que la religión no es posible sin lo sobrenatural y, al contrario, probar que de su sistema deriva la aniquilación de la religión.
El Sr. Guizot parte del principio de que todas las religiones se fundan en lo sobrenatural. Esto es cierto si se entiende por sobrenatural aquello que no se comprende; pero si nos remontamos al estado de los conocimientos humanos a la época de la fundación de todas las religiones conocidas, veremos cuán limitado era entonces el saber de los hombres en Astronomía, en Física, en Química, en Geología, en Fisiología, etc. Si en los tiempos modernos un buen número de fenómenos –hoy perfectamente conocidos y explicados– han pasado por maravillosos, con más fuerte razón debía ser así en los tiempos remotos. Agreguemos que el lenguaje figurado, simbólico y alegórico, usado en todos los pueblos del Oriente, se prestaba naturalmente a las ficciones, cuyo verdadero sentido la ignorancia no permitía descubrir; también agreguemos que los fundadores de las religiones, hombres superiores al vulgo y que sabían más que él, tuvieron que rodearse de un prestigio sobrehumano para impresionar a las masas, lo que algunos ambiciosos aprovecharon para explotar la credulidad: ved a Numa, a Mahoma y a tantos otros. Diréis tal vez que son impostores. Tomemos las religiones que han salido de la ley mosaica: todas adoptan la creación según el Génesis; ahora bien, ¿habrá realmente algo más sobrenatural que esa formación de la Tierra, sacada de la nada, surgida del caos, poblada por todos los seres vivos –hombres, animales y plantas–, todos ellos formados y adultos, y esto en seis días multiplicado por veinticuatro horas, como por arte de magia? ¿No es esto la derogación más formal de las leyes que rigen la materia y la progresión de los seres? Ciertamente que Dios podría hacerlo; pero ¿lo ha hecho? Hasta hace pocos años eso era afirmado como artículo de fe, y he aquí que la Ciencia repone el inmenso hecho del origen del mundo en el orden de los hechos naturales, probando que todo se ha efectuado según las leyes eternas. ¿Sufrió la religión por no tener más como base un hecho maravilloso por excelencia? Indiscutiblemente habría sufrido mucho en su crédito si ella se hubiese obstinado en negar la evidencia, mientras que ganó al entrar en el orden común.
Un hecho mucho menos importante, a pesar de las persecuciones a que dio origen, es el de Josué deteniendo el Sol para prolongar el día en dos horas. Sea el Sol o la Tierra que haya parado, el hecho no deja de ser sobrenatural; es la derogación de una de las leyes más capitales: la de la fuerza que arrastra los mundos. Creyeron que escapaban de la dificultad reconociendo que es la Tierra que gira, pero no tuvieron en cuenta la manzana de Newton, la mecánica celeste de Laplace y la ley de gravitación. Si el movimiento de la Tierra fuese suspendido, no por dos horas, sino por algunos minutos, la fuerza centrífuga cesa y la Tierra se precipitará sobre el Sol. El equilibrio de las aguas en su superficie es mantenido por la continuidad del movimiento; al cesar el movimiento, todo se altera; ahora bien, la historia del mundo no hace mención al menor cataclismo en esa época. No contestamos que Dios haya podido favorecer a Josué, prolongando la claridad del día; ¿qué medio habría empleado? Lo ignoramos. Podría haber sido una aurora boreal, un meteoro o cualquier otro fenómeno que no alterase el orden de las cosas; pero, con toda seguridad, no fue el que durante siglos se tomó como artículo de fe. Que en otros tiempos lo hayan creído, es muy natural; pero hoy esto no es posible, a menos que se reniegue a la Ciencia.
Pero dirán que la religión se apoya en muchos otros hechos que no son explicados ni explicables. Inexplicados, sí; inexplicables, es otra cuestión; ¿sabemos los descubrimientos y los conocimientos que nos reserva el futuro? Bajo el influjo del magnetismo, del sonambulismo y del Espiritismo, ¿ya no vemos reproducirse los éxtasis, las visiones, las apariciones, la visión a distancia, las curas instantáneas, el levantamiento de objetos y de personas, las comunicaciones orales y de otro género con los seres del mundo invisible, fenómenos conocidos desde tiempos inmemoriales, considerados antiguamente como maravillosos, y hoy demostrados como pertenecientes al orden de las cosas naturales según la ley constitutiva de los seres? Los libros sagrados están llenos de hechos calificados de sobrenaturales; pero como éstos son encontrados análogos y aún más maravillosos en todas las religiones paganas de la Antigüedad, si la verdad de una religión dependiera del número y de la naturaleza de esos hechos, no sabríamos cuál de ellas prevalecería.
Como prueba de lo sobrenatural, el Sr. Guizot cita la formación del primer hombre que, según él, fue creado adulto, porque solo –dice– y en el estado de infancia no habría podido alimentarse. Pero si Dios hizo una excepción creándolo adulto, ¿no podría haber hecho otra al darle a la criatura los medios de vivir, y esto sin apartarse del orden establecido? Siendo los animales anteriores al hombre, ¿no podría realizar, en lo que atañe a la primera criatura, la fábula de Rómulo y Remo?
Decimos la primera criatura, cuando deberíamos decir las primeras criaturas, porque la cuestión de un tronco único de la especie humana es muy controvertida. En efecto, las leyes antropológicas demuestran la imposibilidad material que la posteridad de un solo hombre haya podido, en algunos siglos, poblar toda la Tierra y transformarse en las razas negra, amarilla y roja, porque está demostrado que esas diferencias son debidas a la constitución orgánica y no al clima.
El Sr. Guizot sostiene una tesis peligrosa al afirmar que ninguna religión es posible sin lo sobrenatural; si hace asentar las verdades del Cristianismo sobre la base única de lo maravilloso, él pone los cimientos frágiles y las piedras se desprenden a cada día. Nosotros le damos una base más sólida: las leyes inmutables de Dios. Esta base desafía el tiempo y la Ciencia, porque el tiempo y la Ciencia vendrán a sancionarla. Por lo tanto, la tesis del Sr. Guizot lleva directamente a la conclusión de que, en un dado momento, no habrá más religión posible, ni siquiera la religión cristiana, si lo que se considera sobrenatural es demostrado como natural. ¿Ha sido esto lo que él quiso probar? No, pero es la consecuencia de su argumento y hacia allá camina a paso largo, porque por más que se hagan y se multipliquen razonamientos sobre razonamientos, no se llegará a mantener la creencia de que un hecho es sobrenatural, cuando se ha probado que no lo es.
Con relación a ello somos mucho menos escéptico que el Sr. Guizot, y decimos que Dios no es menos digno de nuestra admiración, de nuestro reconocimiento y de nuestro respeto por no haber derogado sus leyes, grandes principalmente por su inmutabilidad, y que no hay necesidad de lo sobrenatural para rendirle el culto que le es debido y, por consecuencia, por tener una religión que encontrará tanto menos incrédulos cuanto más sea sancionada por la razón en todos los puntos. Ahora bien, en nuestra opinión, el Cristianismo no tiene nada que perder con esta sanción; sólo puede ganar con eso: si algo lo perjudicó, en la opinión de muchas personas, fue precisamente el abuso de lo maravilloso y de lo sobrenatural. Haced que los hombres vean la grandeza y el poder de Dios en todas sus obras; mostradles su sabiduría y su admirable providencia, desde la germinación de la más pequeña hierba hasta el mecanismo del Universo, y las maravillas no faltarán. Reemplazad en su Espíritu la idea de un Dios envidioso, colérico, vengativo e implacable, por la de un Dios soberanamente justo, bueno y misericordioso, que no condena a suplicios eternos y sin esperanza por faltas temporarias. Que el hombre, desde la niñez, sea alimentado con esas ideas que crecerán con la razón, y con esto haréis creyentes más firmes y sinceros, en vez de entretenerlos con alegorías, impuestas al pie de la letra y que, más tarde, serán rechazadas, llevándolos a dudar de todo e inclusive a negar todo. Si queréis mantener la religión en la senda ilusoria de lo maravilloso, sólo habrá un medio: mantener a los hombres en la ignorancia; ved si eso es posible. De tanto mostrar la acción de Dios en los prodigios y en las excepciones, dejan de mostrarla en las maravillas que están bajo nuestros pies.
Se objetará, sin duda, el nacimiento milagroso del Cristo, que no se sabría explicar por las leyes naturales y que es una de las pruebas más notables de su carácter divino. No es aquí el lugar de examinar esta cuestión; pero decimos una vez más que no cuestionamos el poder de Dios para derogar sus leyes; lo que cuestionamos es la necesidad absoluta de esta derogación para el establecimiento de cualquier religión. Dirán que el Magnetismo y el Espiritismo, al reproducir fenómenos considerados milagrosos, son contrarios a la religión actual, porque tienden a quitar el carácter sobrenatural de esos hechos. ¿Qué hacer, entonces, si los hechos son reales? No se los impedirá, ya que dichos hechos no son el privilegio de un hombre, sino que se producen en el mundo entero. Lo mismo se podría decir de la Física, de la Química, de la Astronomía, de la Geología, de la Meteorología, en una palabra, de todas las Ciencias. Al respecto, diremos que el escepticismo de mucha gente no tiene otro origen sino la imposibilidad, para ellos, de esos hechos excepcionales; al negar la base sobre la cual se apoyan, niegan todo el resto. Probadles la posibilidad y la realidad de tales hechos, reproduciéndolos ante sus ojos, y serán forzados a creer en los mismos. –¡Pero esto es retirar del Cristo su carácter divino! –¿Preferís, pues, que ellos no crean absolutamente en nada a que crean en algo? ¿Habrá sólo ese medio para probar la misión divina del Cristo? Su carácter, ¿no resalta cien veces mejor de la sublimidad de su doctrina y del ejemplo que Él ha dado de todas sus virtudes? Si ese carácter solamente se ve en los hechos materiales que practicó, ¿otros no los realizaron de forma similar, como Apolonio de Tiana, su contemporáneo? ¿Por qué, entonces, el Cristo lo superó? Porque hizo un milagro mucho mayor que transformar el agua en vino, que alimentar a cuatro mil hombres con cinco panes, que curar a epilépticos, que dar la vista a los ciegos y que hacer andar a los paralíticos: ese milagro es el de haber cambiado la faz del mundo; es la revolución hecha por la simple palabra de un hombre que salió del pesebre de un establo, que predicó durante tres años –sin haber escrito nada– y que solamente fue ayudado por algunos pescadores modestos e ignorantes. He aquí el verdadero prodigio, en el cual es necesario ser ciego para no ver la mano de Dios. Compenetrad a los hombres de esta verdad, pues es el mejor medio de que los creyentes tengan una base sólida.
El Sr. Guizot cree en lo sobrenatural; acerca de este punto, como de muchos otros, es muy importante que nos entendamos sobre las palabras. En su acepción propia, sobrenatural significa lo que está por encima de la Naturaleza, fuera de las leyes de la Naturaleza. Lo sobrenatural, propiamente dicho, no estaría entonces sujeto a leyes; es una excepción, una derogación de las leyes que rigen la Creación; en una palabra, es sinónimo de milagro. En el sentido propio, esas dos palabras han pasado al lenguaje figurado, sirviendo para designar todo lo que sea extraordinario, sorprendente, insólito; de una cosa que causa admiración se dice que es milagrosa, así como de una gran extensión se dice que es inconmensurable, y de un número grande se dice que es incalculable, o que una larga duración es eterna, aunque, en rigor, una se pueda medir, otra se logre calcular, y de la última se consiga prever un término. Por la misma razón se califica de sobrenatural aquello que, a primera vista, parece salir de los límites de lo posible. Sobre todo en aquello que no comprende, el vulgo ignorante es muy llevado a tomar esta palabra al pie de la letra. Si por esto se entiende lo que se aparta de las causas conocidas, es admisible; pero, entonces, esa palabra no tiene más un sentido preciso, porque lo que ayer era sobrenatural, ya no lo es más hoy. ¡Cuántas cosas, antiguamente consideradas como tales, la Ciencia no hizo entrar en el dominio de las leyes naturales! Sean cuales fueren los progresos que se hayan realizado, ¿es posible jactarse de tener el conocimiento de todos los secretos de Dios? La Naturaleza, ¿nos ha dicho la última palabra sobre todas las cosas? A cada día, ¿no se reciben desmentidos a esa orgullosa pretensión? Por lo tanto, si lo que ayer era sobrenatural ya no lo es más hoy, podemos lógicamente inferir que aquello que hoy es sobrenatural, puede no serlo más mañana. Nosotros tomamos la palabra sobrenatural en su sentido propio más absoluto, es decir, para designar todo fenómeno contrario a las leyes de la Naturaleza. El carácter del hecho sobrenatural o milagroso es el de ser excepcional; desde el momento en que se repite, es porque está sujeto a una ley conocida o desconocida, y entra en el orden general.
Si se restringe la naturaleza al mundo material, visible, es evidente que las cosas del mundo invisible serán sobrenaturales; pero estando el propio mundo invisible sujeto a leyes, nosotros creemos más lógico definir así a la Naturaleza: El conjunto de las obras de la Creación, regidas por las leyes inmutables de la Divinidad. Si –como lo demuestra el Espiritismo– el mundo invisible es una de las fuerzas, uno de los poderes que actúan sobre la materia, él desempeña un papel importante en la Naturaleza, razón por la cual los fenómenos espíritas no son para nosotros sobrenaturales, ni maravillosos, ni milagrosos; de esto se observa que el Espiritismo, lejos de ampliar el círculo de lo maravilloso, tiende a restringirlo e inclusive a hacerlo desaparecer.
Hemos dicho que el Sr. Guizot cree en lo sobrenatural, pero en el sentido milagroso, lo que de modo alguno implica en la creencia en los Espíritus y en sus manifestaciones; ahora bien, por el hecho de que, para nosotros, los fenómenos espíritas no tienen nada de anormal, no resulta de ello que Dios no haya podido –en ciertos casos– derogar sus leyes, ya que es Todopoderoso. ¿Él lo ha hecho? No es aquí el lugar para examinar esta cuestión; sería necesario para eso discutir, no el principio, sino cada hecho aisladamente. Ahora bien, al observar desde el punto de vista del Sr. Guizot, es decir, desde la realidad de los hechos milagrosos, vamos a intentar combatir la consecuencia que él saca de esto, a saber: que la religión no es posible sin lo sobrenatural y, al contrario, probar que de su sistema deriva la aniquilación de la religión.
El Sr. Guizot parte del principio de que todas las religiones se fundan en lo sobrenatural. Esto es cierto si se entiende por sobrenatural aquello que no se comprende; pero si nos remontamos al estado de los conocimientos humanos a la época de la fundación de todas las religiones conocidas, veremos cuán limitado era entonces el saber de los hombres en Astronomía, en Física, en Química, en Geología, en Fisiología, etc. Si en los tiempos modernos un buen número de fenómenos –hoy perfectamente conocidos y explicados– han pasado por maravillosos, con más fuerte razón debía ser así en los tiempos remotos. Agreguemos que el lenguaje figurado, simbólico y alegórico, usado en todos los pueblos del Oriente, se prestaba naturalmente a las ficciones, cuyo verdadero sentido la ignorancia no permitía descubrir; también agreguemos que los fundadores de las religiones, hombres superiores al vulgo y que sabían más que él, tuvieron que rodearse de un prestigio sobrehumano para impresionar a las masas, lo que algunos ambiciosos aprovecharon para explotar la credulidad: ved a Numa, a Mahoma y a tantos otros. Diréis tal vez que son impostores. Tomemos las religiones que han salido de la ley mosaica: todas adoptan la creación según el Génesis; ahora bien, ¿habrá realmente algo más sobrenatural que esa formación de la Tierra, sacada de la nada, surgida del caos, poblada por todos los seres vivos –hombres, animales y plantas–, todos ellos formados y adultos, y esto en seis días multiplicado por veinticuatro horas, como por arte de magia? ¿No es esto la derogación más formal de las leyes que rigen la materia y la progresión de los seres? Ciertamente que Dios podría hacerlo; pero ¿lo ha hecho? Hasta hace pocos años eso era afirmado como artículo de fe, y he aquí que la Ciencia repone el inmenso hecho del origen del mundo en el orden de los hechos naturales, probando que todo se ha efectuado según las leyes eternas. ¿Sufrió la religión por no tener más como base un hecho maravilloso por excelencia? Indiscutiblemente habría sufrido mucho en su crédito si ella se hubiese obstinado en negar la evidencia, mientras que ganó al entrar en el orden común.
Un hecho mucho menos importante, a pesar de las persecuciones a que dio origen, es el de Josué deteniendo el Sol para prolongar el día en dos horas. Sea el Sol o la Tierra que haya parado, el hecho no deja de ser sobrenatural; es la derogación de una de las leyes más capitales: la de la fuerza que arrastra los mundos. Creyeron que escapaban de la dificultad reconociendo que es la Tierra que gira, pero no tuvieron en cuenta la manzana de Newton, la mecánica celeste de Laplace y la ley de gravitación. Si el movimiento de la Tierra fuese suspendido, no por dos horas, sino por algunos minutos, la fuerza centrífuga cesa y la Tierra se precipitará sobre el Sol. El equilibrio de las aguas en su superficie es mantenido por la continuidad del movimiento; al cesar el movimiento, todo se altera; ahora bien, la historia del mundo no hace mención al menor cataclismo en esa época. No contestamos que Dios haya podido favorecer a Josué, prolongando la claridad del día; ¿qué medio habría empleado? Lo ignoramos. Podría haber sido una aurora boreal, un meteoro o cualquier otro fenómeno que no alterase el orden de las cosas; pero, con toda seguridad, no fue el que durante siglos se tomó como artículo de fe. Que en otros tiempos lo hayan creído, es muy natural; pero hoy esto no es posible, a menos que se reniegue a la Ciencia.
Pero dirán que la religión se apoya en muchos otros hechos que no son explicados ni explicables. Inexplicados, sí; inexplicables, es otra cuestión; ¿sabemos los descubrimientos y los conocimientos que nos reserva el futuro? Bajo el influjo del magnetismo, del sonambulismo y del Espiritismo, ¿ya no vemos reproducirse los éxtasis, las visiones, las apariciones, la visión a distancia, las curas instantáneas, el levantamiento de objetos y de personas, las comunicaciones orales y de otro género con los seres del mundo invisible, fenómenos conocidos desde tiempos inmemoriales, considerados antiguamente como maravillosos, y hoy demostrados como pertenecientes al orden de las cosas naturales según la ley constitutiva de los seres? Los libros sagrados están llenos de hechos calificados de sobrenaturales; pero como éstos son encontrados análogos y aún más maravillosos en todas las religiones paganas de la Antigüedad, si la verdad de una religión dependiera del número y de la naturaleza de esos hechos, no sabríamos cuál de ellas prevalecería.
Como prueba de lo sobrenatural, el Sr. Guizot cita la formación del primer hombre que, según él, fue creado adulto, porque solo –dice– y en el estado de infancia no habría podido alimentarse. Pero si Dios hizo una excepción creándolo adulto, ¿no podría haber hecho otra al darle a la criatura los medios de vivir, y esto sin apartarse del orden establecido? Siendo los animales anteriores al hombre, ¿no podría realizar, en lo que atañe a la primera criatura, la fábula de Rómulo y Remo?
Decimos la primera criatura, cuando deberíamos decir las primeras criaturas, porque la cuestión de un tronco único de la especie humana es muy controvertida. En efecto, las leyes antropológicas demuestran la imposibilidad material que la posteridad de un solo hombre haya podido, en algunos siglos, poblar toda la Tierra y transformarse en las razas negra, amarilla y roja, porque está demostrado que esas diferencias son debidas a la constitución orgánica y no al clima.
El Sr. Guizot sostiene una tesis peligrosa al afirmar que ninguna religión es posible sin lo sobrenatural; si hace asentar las verdades del Cristianismo sobre la base única de lo maravilloso, él pone los cimientos frágiles y las piedras se desprenden a cada día. Nosotros le damos una base más sólida: las leyes inmutables de Dios. Esta base desafía el tiempo y la Ciencia, porque el tiempo y la Ciencia vendrán a sancionarla. Por lo tanto, la tesis del Sr. Guizot lleva directamente a la conclusión de que, en un dado momento, no habrá más religión posible, ni siquiera la religión cristiana, si lo que se considera sobrenatural es demostrado como natural. ¿Ha sido esto lo que él quiso probar? No, pero es la consecuencia de su argumento y hacia allá camina a paso largo, porque por más que se hagan y se multipliquen razonamientos sobre razonamientos, no se llegará a mantener la creencia de que un hecho es sobrenatural, cuando se ha probado que no lo es.
Con relación a ello somos mucho menos escéptico que el Sr. Guizot, y decimos que Dios no es menos digno de nuestra admiración, de nuestro reconocimiento y de nuestro respeto por no haber derogado sus leyes, grandes principalmente por su inmutabilidad, y que no hay necesidad de lo sobrenatural para rendirle el culto que le es debido y, por consecuencia, por tener una religión que encontrará tanto menos incrédulos cuanto más sea sancionada por la razón en todos los puntos. Ahora bien, en nuestra opinión, el Cristianismo no tiene nada que perder con esta sanción; sólo puede ganar con eso: si algo lo perjudicó, en la opinión de muchas personas, fue precisamente el abuso de lo maravilloso y de lo sobrenatural. Haced que los hombres vean la grandeza y el poder de Dios en todas sus obras; mostradles su sabiduría y su admirable providencia, desde la germinación de la más pequeña hierba hasta el mecanismo del Universo, y las maravillas no faltarán. Reemplazad en su Espíritu la idea de un Dios envidioso, colérico, vengativo e implacable, por la de un Dios soberanamente justo, bueno y misericordioso, que no condena a suplicios eternos y sin esperanza por faltas temporarias. Que el hombre, desde la niñez, sea alimentado con esas ideas que crecerán con la razón, y con esto haréis creyentes más firmes y sinceros, en vez de entretenerlos con alegorías, impuestas al pie de la letra y que, más tarde, serán rechazadas, llevándolos a dudar de todo e inclusive a negar todo. Si queréis mantener la religión en la senda ilusoria de lo maravilloso, sólo habrá un medio: mantener a los hombres en la ignorancia; ved si eso es posible. De tanto mostrar la acción de Dios en los prodigios y en las excepciones, dejan de mostrarla en las maravillas que están bajo nuestros pies.
Se objetará, sin duda, el nacimiento milagroso del Cristo, que no se sabría explicar por las leyes naturales y que es una de las pruebas más notables de su carácter divino. No es aquí el lugar de examinar esta cuestión; pero decimos una vez más que no cuestionamos el poder de Dios para derogar sus leyes; lo que cuestionamos es la necesidad absoluta de esta derogación para el establecimiento de cualquier religión. Dirán que el Magnetismo y el Espiritismo, al reproducir fenómenos considerados milagrosos, son contrarios a la religión actual, porque tienden a quitar el carácter sobrenatural de esos hechos. ¿Qué hacer, entonces, si los hechos son reales? No se los impedirá, ya que dichos hechos no son el privilegio de un hombre, sino que se producen en el mundo entero. Lo mismo se podría decir de la Física, de la Química, de la Astronomía, de la Geología, de la Meteorología, en una palabra, de todas las Ciencias. Al respecto, diremos que el escepticismo de mucha gente no tiene otro origen sino la imposibilidad, para ellos, de esos hechos excepcionales; al negar la base sobre la cual se apoyan, niegan todo el resto. Probadles la posibilidad y la realidad de tales hechos, reproduciéndolos ante sus ojos, y serán forzados a creer en los mismos. –¡Pero esto es retirar del Cristo su carácter divino! –¿Preferís, pues, que ellos no crean absolutamente en nada a que crean en algo? ¿Habrá sólo ese medio para probar la misión divina del Cristo? Su carácter, ¿no resalta cien veces mejor de la sublimidad de su doctrina y del ejemplo que Él ha dado de todas sus virtudes? Si ese carácter solamente se ve en los hechos materiales que practicó, ¿otros no los realizaron de forma similar, como Apolonio de Tiana, su contemporáneo? ¿Por qué, entonces, el Cristo lo superó? Porque hizo un milagro mucho mayor que transformar el agua en vino, que alimentar a cuatro mil hombres con cinco panes, que curar a epilépticos, que dar la vista a los ciegos y que hacer andar a los paralíticos: ese milagro es el de haber cambiado la faz del mundo; es la revolución hecha por la simple palabra de un hombre que salió del pesebre de un establo, que predicó durante tres años –sin haber escrito nada– y que solamente fue ayudado por algunos pescadores modestos e ignorantes. He aquí el verdadero prodigio, en el cual es necesario ser ciego para no ver la mano de Dios. Compenetrad a los hombres de esta verdad, pues es el mejor medio de que los creyentes tengan una base sólida.
Poesías del Más Allá
Queremos obtener versos de Béranger
(Sociedad Espírita de México, 20 de abril de 1859.)
Desde que nuestra bella patria yo dejé,
Muchas tierras he visto; escucho llamarme,
Cada uno me dice: Te lo ruego, ven, ven,
Queremos obtener versos de Béranger.
Dejad descansar a esta musa burlona,
Que hoy habita en vastos campos de los aires;
Para a su Dios loar, su voz siempre canora,
Se suma a diario a conciertos celestiales.
Otrora ella ha cantado arias muy frívolas;
Por su buen corazón, Dios hacia Él la llamó
Y no tomó a mal sus palabras livianas.
Él amaba, él oraba y a nadie odió.
Si he flagelado la raza capuchina
Los franceses rieron de muy buen corazón.
Si a volver a este mundo Dios me destina,
Reservaré para ellos un refrán burlón.
Observación – En este punto el Espíritu Béranger se despidió. Volvió a nuestro pedido, dándonos los siguientes versos:
¡Qué! ¡Me asesináis, raza humana y ligera!
¡Versos! ¡Siempre versos! El pobre Béranger
Los hizo en cantidad al pasar por la Tierra,
Y contra ellos su muerte lo iba a proteger.
Mas no, nada de eso; ¡que se cumpla el destino!
Que Dios lo impidiera, yo esperaba al morir,
Del pobre Béranger, vos veis el suplicio,
Por pecar, ¡ay de mí! si me queréis punir.
BÉRANGE
(Sociedad Espírita de México, 20 de abril de 1859.)
Desde que nuestra bella patria yo dejé,
Muchas tierras he visto; escucho llamarme,
Cada uno me dice: Te lo ruego, ven, ven,
Queremos obtener versos de Béranger.
Dejad descansar a esta musa burlona,
Que hoy habita en vastos campos de los aires;
Para a su Dios loar, su voz siempre canora,
Se suma a diario a conciertos celestiales.
Otrora ella ha cantado arias muy frívolas;
Por su buen corazón, Dios hacia Él la llamó
Y no tomó a mal sus palabras livianas.
Él amaba, él oraba y a nadie odió.
Si he flagelado la raza capuchina
Los franceses rieron de muy buen corazón.
Si a volver a este mundo Dios me destina,
Reservaré para ellos un refrán burlón.
Observación – En este punto el Espíritu Béranger se despidió. Volvió a nuestro pedido, dándonos los siguientes versos:
¡Qué! ¡Me asesináis, raza humana y ligera!
¡Versos! ¡Siempre versos! El pobre Béranger
Los hizo en cantidad al pasar por la Tierra,
Y contra ellos su muerte lo iba a proteger.
Mas no, nada de eso; ¡que se cumpla el destino!
Que Dios lo impidiera, yo esperaba al morir,
Del pobre Béranger, vos veis el suplicio,
Por pecar, ¡ay de mí! si me queréis punir.
También ensayo una de mis canciones
(Sociedad Espírita de México)
I
Querido hijo de una tierra amada,
Acuérdome siempre de ti aquí.
De otros cielos, alma regenerada,
Belleza, amor, juventud descubrí.
Por fin en la cima estoy de la vida,
Eterno mundo de reencarnaciones;
Y pobre Espíritu de esta otra patria,
También ensayo una de mis canciones.
II
Vi llegar a esa diosa pálida
Cuyo nombre a todos hace temblar;
Pero al ver en sus ojos ternura,
Pude sin miedo las manos juntar.
Caí dormido, y mi nueva amiga
Mi partida arrulló con dulces sones;
Y pobre Espíritu de esta otra patria,
También ensayo una de mis canciones.
III
Id en paz; en la tumba recostaos,
Dejad de despertar, muertos dichosos;
Son el telón vuestros ojos cerrados
Para reabrir bajo un sol más hermoso.
Sonreíd, pues, que la muerte os invita
Al banquete de sus oraciones;
Y pobre Espíritu de esta otra patria,
También ensayo una de mis canciones.
IV
Cayeron los gigantes de la gloria;
Esclavos, reyes, serán confundidos,
Para todos la más bella victoria
Pertenece a los que son más amados.
Vemos allá lo que nuestro amor ruega,
Lo que dejamos aquí en aflicciones.
Y pobre Espíritu de esta otra patria,
También ensayo una de mis canciones.
V
Adiós, amigos; regreso al espacio
Que a vuestra voz siempre puedo cruzar;
Inmensidad que nunca nos deja
Y que pronto vendréis a transitar.
Sí, con voz dichosa y remozada
Juntos entonces diréis mis lecciones;
Y pobre Espíritu de esta otra patria,
También ensayo una de mis canciones.
BÉRANGER
(Sociedad Espírita de México)
I
Querido hijo de una tierra amada,
Acuérdome siempre de ti aquí.
De otros cielos, alma regenerada,
Belleza, amor, juventud descubrí.
Por fin en la cima estoy de la vida,
Eterno mundo de reencarnaciones;
Y pobre Espíritu de esta otra patria,
También ensayo una de mis canciones.
II
Vi llegar a esa diosa pálida
Cuyo nombre a todos hace temblar;
Pero al ver en sus ojos ternura,
Pude sin miedo las manos juntar.
Caí dormido, y mi nueva amiga
Mi partida arrulló con dulces sones;
Y pobre Espíritu de esta otra patria,
También ensayo una de mis canciones.
III
Id en paz; en la tumba recostaos,
Dejad de despertar, muertos dichosos;
Son el telón vuestros ojos cerrados
Para reabrir bajo un sol más hermoso.
Sonreíd, pues, que la muerte os invita
Al banquete de sus oraciones;
Y pobre Espíritu de esta otra patria,
También ensayo una de mis canciones.
IV
Cayeron los gigantes de la gloria;
Esclavos, reyes, serán confundidos,
Para todos la más bella victoria
Pertenece a los que son más amados.
Vemos allá lo que nuestro amor ruega,
Lo que dejamos aquí en aflicciones.
Y pobre Espíritu de esta otra patria,
También ensayo una de mis canciones.
V
Adiós, amigos; regreso al espacio
Que a vuestra voz siempre puedo cruzar;
Inmensidad que nunca nos deja
Y que pronto vendréis a transitar.
Sí, con voz dichosa y remozada
Juntos entonces diréis mis lecciones;
Y pobre Espíritu de esta otra patria,
También ensayo una de mis canciones.
Nota – El Presidente de la Sociedad Espírita de México, de paso por París, ha tenido a bien confiarnos una selección de comunicaciones de esa Sociedad, autorizándonos a elegir las que evaluásemos de mayor utilidad. Pensamos que nuestros lectores no se lamentarán de la primera elección que hemos hecho; verán, por esta muestra, que bellas comunicaciones son dadas en todos los países. Debemos agregar que la médium que ha obtenido los dos poemas anteriores es una señora totalmente ajena a la poesía.
Bibliografía
El Espiritismo en su más simple expresión o la Doctrina de los Espíritus popularizada
El opúsculo que hemos anunciado con este título, en nuestro último número, aparecerá el 15 de enero, pero en lugar del precio indicado de 25 centavos, será ofrecido a 15 centavos el ejemplar, y a 10 centavos los veinte ejemplares, es decir, a 2 francos, más los gastos de correo.
La finalidad de esta publicación es dar, en un cuadro muy restricto, un histórico del Espiritismo y una idea suficiente de la Doctrina de los Espíritus, para que se pueda comprender su objetivo moral y filosófico. Hemos buscado, por la claridad y la simplicidad del estilo, ponerla al alcance de todas las inteligencias. Contamos con el esmero de todos los verdaderos espíritas para que ayuden a divulgar este opúsculo.
El opúsculo que hemos anunciado con este título, en nuestro último número, aparecerá el 15 de enero, pero en lugar del precio indicado de 25 centavos, será ofrecido a 15 centavos el ejemplar, y a 10 centavos los veinte ejemplares, es decir, a 2 francos, más los gastos de correo.
La finalidad de esta publicación es dar, en un cuadro muy restricto, un histórico del Espiritismo y una idea suficiente de la Doctrina de los Espíritus, para que se pueda comprender su objetivo moral y filosófico. Hemos buscado, por la claridad y la simplicidad del estilo, ponerla al alcance de todas las inteligencias. Contamos con el esmero de todos los verdaderos espíritas para que ayuden a divulgar este opúsculo.
Revelaciones del Más Allá
Por la Sra. de Dozon, médium; evocador: Sr. H. Dozon, antiguo teniente de los Lanceros de la Guardia y caballero de la Legión de Honor. Un volumen grande in 18º; precio: 2 fr. y 25 c. Librería Ledoyen, galería de Orleáns Nº 31, Palacio Real.
Esta obra es una recopilación de las comunicaciones obtenidas por la Sra. de Dozon, médium y miembro de la Sociedad Espírita de París, durante y después de una muy grave y dolorosa enfermedad que –como ella misma dice– habría abatido su coraje si no tuviese fe en el Espiritismo y en la evidente asistencia de sus amigos y guías espirituales, que la sostuvieron en los momentos más penosos. Es por eso que la mayoría de esas comunicaciones llevan el sello de las circunstancias en las cuales fueron dadas; su objetivo evidente era levantar el ánimo decaído, objetivo que ha sido completamente alcanzado. Su carácter es esencialmente religioso; dichas comunicaciones reflejan la más pura, suave y consoladora moral; algunas son de una notable elevación de pensamientos. Sólo es de lamentarse la rapidez con la cual ese volumen fue impreso, lo que no permitió hacerle todas las correcciones materiales deseables.
Si la Biblioteca del Mundo Invisible, que ya hemos anunciado,estuviese en vías de publicación, la citada obra podría encontrar allí un lugar de honor.
Por la Sra. de Dozon, médium; evocador: Sr. H. Dozon, antiguo teniente de los Lanceros de la Guardia y caballero de la Legión de Honor. Un volumen grande in 18º; precio: 2 fr. y 25 c. Librería Ledoyen, galería de Orleáns Nº 31, Palacio Real.
Esta obra es una recopilación de las comunicaciones obtenidas por la Sra. de Dozon, médium y miembro de la Sociedad Espírita de París, durante y después de una muy grave y dolorosa enfermedad que –como ella misma dice– habría abatido su coraje si no tuviese fe en el Espiritismo y en la evidente asistencia de sus amigos y guías espirituales, que la sostuvieron en los momentos más penosos. Es por eso que la mayoría de esas comunicaciones llevan el sello de las circunstancias en las cuales fueron dadas; su objetivo evidente era levantar el ánimo decaído, objetivo que ha sido completamente alcanzado. Su carácter es esencialmente religioso; dichas comunicaciones reflejan la más pura, suave y consoladora moral; algunas son de una notable elevación de pensamientos. Sólo es de lamentarse la rapidez con la cual ese volumen fue impreso, lo que no permitió hacerle todas las correcciones materiales deseables.
Si la Biblioteca del Mundo Invisible, que ya hemos anunciado,estuviese en vías de publicación, la citada obra podría encontrar allí un lugar de honor.
Testamento a favor del Espiritismo
Al Sr. Allan Kardec, Presidente de la Sociedad Espírita de París
Mi estimado señor y muy honorable jefe espírita:
Os envío adjunto mi testamento hológrafo, en un sobre cerrado con lacre verde, haciendo mención a lo que deberá realizarse después de mi muerte con este sobre sellado. Desde el momento en que conocí y comprendí el Espiritismo –su objeto, su finalidad–, tuve la idea y tomé la resolución de hacer mi testamento. Me había propuesto a ejecutar mis últimas disposiciones en este invierno, a mi regreso del campo. En la contemplación y en la soledad del campo he podido recogerme, y a la luz de esa divina antorcha del Espiritismo he aprovechado todas las enseñanzas que recibí de los Espíritus del Señor, bajo todos los puntos de vista, para guiarme en el cumplimiento de esta obra de la manera más útil a mis hermanos de la Tierra, ya sea amparados en mi hogar, a mi alrededor o lejos de mí, conocidos o desconocidos, amigos o enemigos, y del modo más agradable a Dios. Me he acordado lo que os escribía el respetable Sr. Jobard, de Bruselas –cuya muerte súbita nos habéis anunciado–, al expresaros lo siguiente con su lenguaje profundo y, al mismo tiempo, jocoso y espirituoso, en relación a una herencia de 20 millones de la cual decía haber sido escamoteado: ¡Cuán poderosa palanca habría sido esta suma colosal para activar en un siglo la Era Nueva que comienza! El dinero, que desde el punto de vista terreno ha sido frecuentemente llamado el nervio de la guerra, es en efecto el instrumento más poderoso aquí en la Tierra, ya sea para el bien como para el mal. Entonces me he dicho: «A fin de ayudar a esta Nueva Era, puedo y debo consagrarle una notable porción del modesto patrimonio que he adquirido con el sudor de mi frente, para el cumplimiento de mis pruebas, a costa de mi salud y en medio de la pobreza, de la fatiga, del estudio, del trabajo y durante treinta años de vida militante de abogado, uno de los más ocupados en las audiencias y en el despacho.»
He vuelto a leer la carta que Lamennais escribió a la condesa de Senfft el 1º de noviembre de 1832, después de su viaje a Roma, y en la cual, al expresar sus decepciones después de tantos esfuerzos y luchas consagradas a la busca de la verdad, encontré estas palabras, que si no son proféticas, al menos son inspiradas, anunciando esta Nueva Era.
……………………………………………………………………..
(Siguen diversas citas, que la falta de espacio no nos permite reproducir.)
El sobre contiene el siguiente sobrescrito:
«En este sobre, cerrado con lacre verde, está mi testamento hológrafo. El sobre será abierto y el sello quebrado solamente después de mi muerte, en sesión general de la Sociedad Espírita de París. En esa sesión será hecha la lectura integral de mi testamento por el presidente de esta Sociedad que esté en funciones a la época de mi muerte; el sobre será abierto y el lacre será roto por dicho presidente. El presente sobre cerrado, que contiene mi testamento y que va a ser enviado y entregado al Sr. Allan Kardec –presidente actual de dicha Sociedad–, será guardado por él en los archivos de esa Société. Un original de ese mismo testamento será encontrado, a la época de mi muerte, en el despacho de la Sra. X...; en la misma época, otro original se encontrará en mi casa. El documento testamentario a ser guardado por el Sr. Allan Kardec en la Sociedad es mencionado en los otros originales.»
Al haber sido comunicada esta carta a la Sociedad Espírita de París en la sesión del 20 de diciembre de 1861, su presidente, el Sr. Allan Kardec, en nombre de la Sociedad, fue el encargado de agradecer al testador por sus generosas intenciones a favor del Espiritismo, y de felicitarlo por la manera en que comprende su objetivo y alcance.
Aunque el autor de la carta no haya recomendado silenciar su nombre en el caso en que se considerase conveniente publicarlo, se comprende que en semejantes circunstancias, y en un acto de esta naturaleza, la más absoluta reserva es una obligación rigurosa.
Al Sr. Allan Kardec, Presidente de la Sociedad Espírita de París
Mi estimado señor y muy honorable jefe espírita:
Os envío adjunto mi testamento hológrafo, en un sobre cerrado con lacre verde, haciendo mención a lo que deberá realizarse después de mi muerte con este sobre sellado. Desde el momento en que conocí y comprendí el Espiritismo –su objeto, su finalidad–, tuve la idea y tomé la resolución de hacer mi testamento. Me había propuesto a ejecutar mis últimas disposiciones en este invierno, a mi regreso del campo. En la contemplación y en la soledad del campo he podido recogerme, y a la luz de esa divina antorcha del Espiritismo he aprovechado todas las enseñanzas que recibí de los Espíritus del Señor, bajo todos los puntos de vista, para guiarme en el cumplimiento de esta obra de la manera más útil a mis hermanos de la Tierra, ya sea amparados en mi hogar, a mi alrededor o lejos de mí, conocidos o desconocidos, amigos o enemigos, y del modo más agradable a Dios. Me he acordado lo que os escribía el respetable Sr. Jobard, de Bruselas –cuya muerte súbita nos habéis anunciado–, al expresaros lo siguiente con su lenguaje profundo y, al mismo tiempo, jocoso y espirituoso, en relación a una herencia de 20 millones de la cual decía haber sido escamoteado: ¡Cuán poderosa palanca habría sido esta suma colosal para activar en un siglo la Era Nueva que comienza! El dinero, que desde el punto de vista terreno ha sido frecuentemente llamado el nervio de la guerra, es en efecto el instrumento más poderoso aquí en la Tierra, ya sea para el bien como para el mal. Entonces me he dicho: «A fin de ayudar a esta Nueva Era, puedo y debo consagrarle una notable porción del modesto patrimonio que he adquirido con el sudor de mi frente, para el cumplimiento de mis pruebas, a costa de mi salud y en medio de la pobreza, de la fatiga, del estudio, del trabajo y durante treinta años de vida militante de abogado, uno de los más ocupados en las audiencias y en el despacho.»
He vuelto a leer la carta que Lamennais escribió a la condesa de Senfft el 1º de noviembre de 1832, después de su viaje a Roma, y en la cual, al expresar sus decepciones después de tantos esfuerzos y luchas consagradas a la busca de la verdad, encontré estas palabras, que si no son proféticas, al menos son inspiradas, anunciando esta Nueva Era.
……………………………………………………………………..
(Siguen diversas citas, que la falta de espacio no nos permite reproducir.)
El sobre contiene el siguiente sobrescrito:
«En este sobre, cerrado con lacre verde, está mi testamento hológrafo. El sobre será abierto y el sello quebrado solamente después de mi muerte, en sesión general de la Sociedad Espírita de París. En esa sesión será hecha la lectura integral de mi testamento por el presidente de esta Sociedad que esté en funciones a la época de mi muerte; el sobre será abierto y el lacre será roto por dicho presidente. El presente sobre cerrado, que contiene mi testamento y que va a ser enviado y entregado al Sr. Allan Kardec –presidente actual de dicha Sociedad–, será guardado por él en los archivos de esa Société. Un original de ese mismo testamento será encontrado, a la época de mi muerte, en el despacho de la Sra. X...; en la misma época, otro original se encontrará en mi casa. El documento testamentario a ser guardado por el Sr. Allan Kardec en la Sociedad es mencionado en los otros originales.»
Al haber sido comunicada esta carta a la Sociedad Espírita de París en la sesión del 20 de diciembre de 1861, su presidente, el Sr. Allan Kardec, en nombre de la Sociedad, fue el encargado de agradecer al testador por sus generosas intenciones a favor del Espiritismo, y de felicitarlo por la manera en que comprende su objetivo y alcance.
Aunque el autor de la carta no haya recomendado silenciar su nombre en el caso en que se considerase conveniente publicarlo, se comprende que en semejantes circunstancias, y en un acto de esta naturaleza, la más absoluta reserva es una obligación rigurosa.
Carta al Dr. Morhéry concerniente a la Srta. Godu
En los últimos tiempos se han comentado ciertos fenómenos extraños operados por la Srta. Godu, que consistirían particularmente en la producción de diamantes y de granos preciosos por medios no menos extraños. Al respecto, el Sr. Morhéry nos ha escrito una muy extensa carta descriptiva, y algunas personas se sorprendieron de que no hemos hablado sobre el tema. La razón de eso es que nosotros no apreciamos ningún hecho con entusiasmo, y examinamos fríamente las cosas antes de aceptarlas, pues la experiencia nos ha enseñado cuánto debemos desconfiar de ciertas ilusiones. Si hubiéramos publicado sin examen todas las maravillas que nos han sido relatadas con más o menos buena fe, nuestra Revista hubiese sido tal vez más divertida; pero debemos conservarle el carácter serio que ésta siempre ha tenido. En cuanto a la nueva y prodigiosa facultad que se habría revelado en la Srta. Godu, francamente creemos que la de médium curativa era más valiosa y más útil a la humanidad, e incluso a la propagación del Espiritismo. Entretanto, nada negamos, y aquellos que piensan que con tal noticia deberíamos inmediatamente tomar el primer ferrocarril para cerciorarnos de la misma, responderemos que si es real, no dejará de ser oficialmente constatada; que, entonces, siempre habrá tiempo para comentarla, y que nuestro amor propio no ha de sufrir por ser el primero a proclamarla. Por lo demás, he aquí un extracto de la respuesta que le hemos dado al Sr. Morhéry:
«... Es cierto que no he publicado todos los informes que me habéis enviado sobre las curas operadas por la Srta. Godu, pero he dicho lo suficiente como para llamar la atención sobre ella. Si hablase constantemente de este caso podría dar la impresión de estar al servicio de un interés particular. Además, la prudencia aconsejaba que el futuro confirmara el pasado. En cuanto a los fenómenos que relatáis en vuestra última carta, son tan extraños que no me aventuraría a publicarlos sino cuando yo tenga la confirmación de los mismos de una manera irrecusable. Cuanto más anormal es un hecho, más circunspección él exige. Por lo tanto, no os sorprendáis que yo tenga mucha circunspección en esta circunstancia. También ésta es la opinión de la Comisión de la Sociedad, a la cual he sometido vuestra carta; la Comisión ha decidido por unanimidad que, antes mismo de hablar del caso, era conveniente esperar su desarrollo. Hasta el presente, ese hecho es tan contrario a todas las leyes naturales, e incluso a todas las leyes conocidas del Espiritismo, que el primer sentimiento que provoca, inclusive entre los espíritas, es el de la incredulidad. Hablar por anticipado del mismo y antes de poder apoyarlo con pruebas auténticas, sería excitar sin provecho la locuacidad de los bromistas de mal gusto.»
Nota – Posponemos para nuestro próximo número la publicación de varias evocaciones y disertaciones espíritas de gran interés.
ALLAN KARDEC
En los últimos tiempos se han comentado ciertos fenómenos extraños operados por la Srta. Godu, que consistirían particularmente en la producción de diamantes y de granos preciosos por medios no menos extraños. Al respecto, el Sr. Morhéry nos ha escrito una muy extensa carta descriptiva, y algunas personas se sorprendieron de que no hemos hablado sobre el tema. La razón de eso es que nosotros no apreciamos ningún hecho con entusiasmo, y examinamos fríamente las cosas antes de aceptarlas, pues la experiencia nos ha enseñado cuánto debemos desconfiar de ciertas ilusiones. Si hubiéramos publicado sin examen todas las maravillas que nos han sido relatadas con más o menos buena fe, nuestra Revista hubiese sido tal vez más divertida; pero debemos conservarle el carácter serio que ésta siempre ha tenido. En cuanto a la nueva y prodigiosa facultad que se habría revelado en la Srta. Godu, francamente creemos que la de médium curativa era más valiosa y más útil a la humanidad, e incluso a la propagación del Espiritismo. Entretanto, nada negamos, y aquellos que piensan que con tal noticia deberíamos inmediatamente tomar el primer ferrocarril para cerciorarnos de la misma, responderemos que si es real, no dejará de ser oficialmente constatada; que, entonces, siempre habrá tiempo para comentarla, y que nuestro amor propio no ha de sufrir por ser el primero a proclamarla. Por lo demás, he aquí un extracto de la respuesta que le hemos dado al Sr. Morhéry:
«... Es cierto que no he publicado todos los informes que me habéis enviado sobre las curas operadas por la Srta. Godu, pero he dicho lo suficiente como para llamar la atención sobre ella. Si hablase constantemente de este caso podría dar la impresión de estar al servicio de un interés particular. Además, la prudencia aconsejaba que el futuro confirmara el pasado. En cuanto a los fenómenos que relatáis en vuestra última carta, son tan extraños que no me aventuraría a publicarlos sino cuando yo tenga la confirmación de los mismos de una manera irrecusable. Cuanto más anormal es un hecho, más circunspección él exige. Por lo tanto, no os sorprendáis que yo tenga mucha circunspección en esta circunstancia. También ésta es la opinión de la Comisión de la Sociedad, a la cual he sometido vuestra carta; la Comisión ha decidido por unanimidad que, antes mismo de hablar del caso, era conveniente esperar su desarrollo. Hasta el presente, ese hecho es tan contrario a todas las leyes naturales, e incluso a todas las leyes conocidas del Espiritismo, que el primer sentimiento que provoca, inclusive entre los espíritas, es el de la incredulidad. Hablar por anticipado del mismo y antes de poder apoyarlo con pruebas auténticas, sería excitar sin provecho la locuacidad de los bromistas de mal gusto.»
Nota – Posponemos para nuestro próximo número la publicación de varias evocaciones y disertaciones espíritas de gran interés.
Febrero
Deseos de Feliz Año Nuevo
Varias centenas de cartas nos fueron dirigidas por ocasión del Año Nuevo, de manera que para nosotros es materialmente imposible responder a cada una en particular; por lo tanto, rogamos a nuestros honorables corresponsales que acepten aquí la expresión de nuestra más sincera gratitud por los testimonios de simpatía que han tenido a bien darnos. Sin embargo, entre dichas correspondencias hay una que, por su naturaleza, requiere una respuesta especial: la de los espíritas de Lyon, suscripta por aproximadamente doscientas firmas. A pedido de ellos aprovechamos la oportunidad para ofrecerles algunos consejos generales. Al dar a conocer la carta a la Sociedad Espírita de París, ésta consideró que la respuesta podía ser útil a todo el mundo, y no solamente nos pidió que la publicásemos en la Revista, sino que también decidió que fuese impresa por separado para ser distribuida entre todos sus miembros. Todos aquellos que tuvieron la amabilidad de escribirnos son partícipes de los sentimientos de reciprocidad que expresamos en la misma, y que se dirigen –sin excepción– a todos los espíritas franceses y extranjeros que nos honran con el título de líder y de guía en el nuevo camino que se les abre. Por lo tanto, no sólo nos dirigimos a los que nos han escrito por ocasión del Año Nuevo, sino a todos aquellos que a cada instante nos dan pruebas tan conmovedoras de su reconocimiento por la felicidad y por los consuelos que encuentran en la Doctrina, y que tienen en cuenta nuestras dificultades y nuestros esfuerzos para ayudar a su propagación; en fin, a todos los que creen que nuestros trabajos tienen algún valor en la marcha progresiva del Espiritismo.
Varias centenas de cartas nos fueron dirigidas por ocasión del Año Nuevo, de manera que para nosotros es materialmente imposible responder a cada una en particular; por lo tanto, rogamos a nuestros honorables corresponsales que acepten aquí la expresión de nuestra más sincera gratitud por los testimonios de simpatía que han tenido a bien darnos. Sin embargo, entre dichas correspondencias hay una que, por su naturaleza, requiere una respuesta especial: la de los espíritas de Lyon, suscripta por aproximadamente doscientas firmas. A pedido de ellos aprovechamos la oportunidad para ofrecerles algunos consejos generales. Al dar a conocer la carta a la Sociedad Espírita de París, ésta consideró que la respuesta podía ser útil a todo el mundo, y no solamente nos pidió que la publicásemos en la Revista, sino que también decidió que fuese impresa por separado para ser distribuida entre todos sus miembros. Todos aquellos que tuvieron la amabilidad de escribirnos son partícipes de los sentimientos de reciprocidad que expresamos en la misma, y que se dirigen –sin excepción– a todos los espíritas franceses y extranjeros que nos honran con el título de líder y de guía en el nuevo camino que se les abre. Por lo tanto, no sólo nos dirigimos a los que nos han escrito por ocasión del Año Nuevo, sino a todos aquellos que a cada instante nos dan pruebas tan conmovedoras de su reconocimiento por la felicidad y por los consuelos que encuentran en la Doctrina, y que tienen en cuenta nuestras dificultades y nuestros esfuerzos para ayudar a su propagación; en fin, a todos los que creen que nuestros trabajos tienen algún valor en la marcha progresiva del Espiritismo.
Respuesta dirigida a los espíritas lioneses por ocasión del Año Nuevo
Mis queridos hermanos y amigos de Lyon:
La carta colectiva que habéis tenido a bien enviarme por ocasión del Año Nuevo me ha causado una gran satisfacción, probando que habéis conservado de mí un buen recuerdo; pero lo que más me ha complacido en ese acto espontáneo de vuestra parte ha sido encontrar, entre las numerosas firmas que allí figuran, los representantes de casi todos los Grupos, lo que es una señal de la armonía que reina entre ellos. Me siento feliz en ver que habéis comprendido perfectamente el objetivo de esta organización, cuyos resultados ya podéis apreciar, pues ahora os debe parecer evidente que formar una Sociedad única hubiera sido casi imposible.
Mis buenos amigos: agradezco los deseos de felicidad que me habéis formulado; son muy agradables para mí porque sé que salen del corazón, y son éstos los que Dios escucha. Quedaos, pues, satisfechos, porque Él los escucha diariamente, dándome la alegría –inaudita en el establecimiento de una nueva Doctrina– de ver crecer y prosperar, con extraordinaria rapidez, a Aquella a la cual me he consagrado en vida. Considero como un gran favor del Cielo el ser testigo del bien que Ella ya ha hecho. Esta certeza, de la cual recibo diariamente los testimonios más conmovedores, me paga con creces todas las penas y todas mis fatigas; solamente pido a Dios una gracia: la de darme la fuerza física necesaria para llegar hasta el fin de mi tarea, que está lejos de terminar; pero, pase lo que pase, siempre tendré el consuelo de haber asegurado que la semilla de las ideas nuevas –ahora esparcida por todas partes– es imperecedera; más feliz que muchos otros, que no trabajan sino para el porvenir, ya me es dado ver los primeros frutos. Sólo lamento que la exigüidad de mis recursos personales no me permita poner en ejecución los planes que he concebido para su desarrollo aún más rápido; pero si Dios, en su sabiduría, ha decidido de otro modo, he de legar esos planes a mis sucesores que, sin duda, serán más felices. A pesar de la escasez de recursos materiales, el movimiento que se opera en la opinión pública superó todas las expectativas; hermanos míos, creed que vuestro ejemplo tuvo influencia en ello. Por lo tanto, recibid nuestras felicitaciones por la manera con la cual comprendéis y practicáis la Doctrina. Sé cuán grandes son las pruebas que muchos de vosotros tenéis que soportar; sólo Dios sabe el término de las mismas, aquí en la Tierra. Pero también, ¡cuánta fuerza contra la adversidad nos da la fe en el futuro! ¡Oh! Compadeceos de los que creen en la nada después de la muerte, porque para ellos el mal presente no tiene compensación. El incrédulo infeliz es como el enfermo que no espera ninguna cura; al contrario, el espírita es como aquel que está enfermo hoy, pero que sabe que mañana estará bien.
Me pedís que continúe con mis consejos: los doy de buen grado a los que creen que necesitan de los mismos y a los que los solicitan; pero sólo a ellos. A los que piensan que saben lo suficiente y que pueden prescindir de las lecciones de la experiencia, no tengo nada que decirles; apenas les deseo que un día no se lamenten por haberse vanagloriado de sus propias fuerzas. Además, esta pretensión denota un sentimiento de orgullo, contrario al verdadero espíritu del Espiritismo; ahora bien, al pecar por la base, sólo por esto prueban que se apartan de la verdad. Amigos míos: no sois de este número, y es por eso que aprovecho la circunstancia para dirigiros algunas palabras que os demostrarán que, de cerca o de lejos, estoy a vuestra disposición.
En el punto en que hoy se encuentran las cosas, y teniéndose en cuenta la marcha del Espiritismo a través de los obstáculos sembrados en su camino, se puede decir que las principales dificultades han sido vencidas; Él ha tomado su lugar y se ha asentado en bases que en lo sucesivo desafían los esfuerzos de sus adversarios. Las personas preguntan cómo puede tener enemigos una Doctrina que nos hace felices y mejores; eso es muy natural: al principio, el establecimiento de cosas mejores siempre contraría intereses; ¿no ha sido así con todos los inventos y descubrimientos que revolucionaron la industria? ¿No tuvieron enemigos encarnizados los que hoy son considerados como beneficios y de los cuales no podríamos prescindir? Toda ley que reprime abusos, ¿no tiene en su contra a los que viven del abuso? ¿Cómo querríais que una Doctrina, que conduce al reino de la caridad efectiva, no fuese combatida por todos los que viven del egoísmo? ¡Y vos sabéis cómo éstos son numerosos en la Tierra! En su inicio esperaban matarla a través del escarnio; hoy ven que esta arma es impotente y que, bajo el fuego graneado de sarcasmos, la Doctrina continuó su camino sin vacilar. No creáis que ellos van a confesarse vencidos. No; el interés material es más tenaz; al reconocer que la Doctrina Espírita es una potencia, que ahora debe ser tomada en cuenta, ellos van a preparar ataques más serios, pero que sólo servirán para probar aún más su debilidad. Unos lo atacarán abiertamente con palabras y acciones y lo perseguirán hasta en la persona de sus adeptos, al intentar desanimarlos a fuerza de discordias, mientras que otros, de forma oculta y por caminos sinuosos, buscarán minarlo sordamente. He sido prevenido de que ellos van a intentar un supremo esfuerzo; pero no temáis, la garantía de éxito se encuentra en esta divisa, que es la de todos los verdaderos espíritas: Fuera de la Caridad no hay salvación. Levantadla bien alto, porque ella es la cabeza de Medusa para los egoístas.
La táctica ya usada por los enemigos de los espíritas, pero que ha de ser empleada con nuevo ardor, es la de intentar dividirlos al crear sistemas disidentes y al suscitar entre ellos la desconfianza y la envidia. No os dejéis caer en la trampa, y tened la certeza de que todo aquel que busque romper la buena armonía, por cualquier medio que sea, no puede tener una buena intención. Es por eso que os invito a poner la mayor circunspección en la formación de vuestros Grupos, no solamente para vuestra tranquilidad, sino en el propio interés de vuestros trabajos.
La naturaleza de los trabajos espíritas exige calma y recogimiento; ahora bien, no hay recogimiento posible si uno está distraído con discusiones o con la expresión de sentimientos malévolos. Si hubiese fraternidad no habría sentimientos malévolos; pero no puede haber fraternidad con egoístas, ambiciosos y orgullosos. Con orgullosos que se ofenden y se hieren por todo; con ambiciosos que se decepcionan si no obtienen supremacía, y con egoístas que sólo piensan en sí mismos, la cizaña no puede tardar en infiltrarse, y de ahí la disolución. Es lo que desearían los enemigos, y es lo que intentarán hacer. Si un Grupo quiere estar en las condiciones de orden, de tranquilidad y de estabilidad, es necesario que reine en él un sentimiento fraternal. Todo Grupo o Sociedad que se forme sin tener como base la caridad efectiva, no tendrá vitalidad; en cambio, los que se formen según el verdadero espíritu de la Doctrina serán considerados como miembros de una misma familia que, no pudiendo habitar todos bajo el mismo techo, viven en lugares diferentes. Entre ellos la rivalidad sería un absurdo, pues la misma no podría existir donde reina la verdadera caridad, porque la caridad no puede ser entendida de dos maneras. Por lo tanto, reconoceréis al verdadero espírita por la práctica de la caridad en pensamientos, en palabras y en acciones; y os digo que aquel que nutre en su alma sentimientos de animosidad, de rencor, de odio, de envidia o de celos, miente a sí mismo si se arroga la pretensión de comprender y de practicar el Espiritismo.
El egoísmo y el orgullo matan a las Sociedades particulares, como matan a los pueblos y a la sociedad en general. Leed la Historia y veréis que los pueblos sucumben bajo la opresión de esos dos enemigos mortales de la felicidad del hombre. Cuando los pueblos se apoyen en las bases de la caridad serán indisolubles, porque estarán en paz entre ellos y consigo mismos, cada uno respetando los derechos y los bienes de su vecino. He aquí la nueva era anunciada, de la cual el Espiritismo es el precursor, y por la cual todo espírita debe trabajar, cada uno en su esfera de actividad. Es una tarea que les compete y de la que serán recompensados según el modo como la hayan cumplido, porque Dios sabrá distinguir entre los que, en el Espiritismo, hayan buscado su satisfacción personal, de los que hayan trabajado al mismo tiempo por la felicidad de sus hermanos.
Debo aún señalaros otra táctica de nuestros adversarios: la de buscar comprometer a los espíritas, instigándolos a que se aparten del verdadero objetivo de la Doctrina, que es el de la moral, para hacerlos abordar cuestiones que no son de su incumbencia y que podrían –a justo título– despertar sombrías susceptibilidades. Tampoco os dejéis caer en esta celada; alejad cuidadosamente de vuestras reuniones todo lo que se relacione con la política y con cuestiones irritantes; al respecto, las discusiones no llevarían a nada y os causarían dificultades, en tanto que nadie podrá criticar la moral, cuando ésta es buena. Buscad en el Espiritismo aquello que puede mejoraros: esto es lo esencial; cuando los hombres sean mejores, las reformas sociales verdaderamente útiles serán una consecuencia natural. Al trabajar por el progreso moral, estableceréis los verdaderos y más sólidos fundamentos de todas las mejoras; dejad a Dios el cuidado de hacer que las cosas lleguen a su debido tiempo. Por lo tanto, en el propio interés del Espiritismo –que aún es joven, pero que madura rápidamente–, oponed una inquebrantable firmeza contra los que intentan arrastrarlo por un camino peligroso.
Con el propósito de desacreditar al Espiritismo, algunos alegan que Él va a destruir la religión. Es exactamente lo contrario, ya que la mayoría de vosotros, que apenas creíais en Dios y en el alma, ahora saben; quien no conocía lo que era orar, lo hace ahora con fervor; quien no ponía más los pies en las Iglesias, ahora van a las mismas con recogimiento. Por lo demás, si la religión debiera ser destruida por el Espiritismo, ella sería destruible y el Espiritismo sería más poderoso: decirlo sería una falta de habilidad, porque sería confesar la debilidad de una y la fuerza del otro. El Espiritismo es una Doctrina moral que fortalece los sentimientos religiosos, en general, y se aplica a todas las religiones; Él es de todas y, en particular, no es de ninguna. Es por eso que no dice a nadie que cambie de religión; Él deja que cada uno sea libre para adorar a Dios a su manera, observando las prácticas que le dicta su conciencia, porque Dios tiene más en cuenta la intención que el hecho. Id, pues, cada uno de vosotros a los templos de vuestro culto, y probad con esto que os calumnian cuando os acusan de impiedad.
En la imposibilidad material en que me encuentro de mantener contacto con todos los Grupos, he solicitado a uno de vuestros compañeros que consienta en representarme más especialmente en Lyon, como lo hice en otros lugares; se trata del Sr. Villon, cuya dedicación y abnegación conocéis muy bien, así como la pureza de sus sentimientos. Además, su posición independiente le da más disponibilidad para la tarea a la que consintió encargarse, tarea seria, pero ante la cual no ha de retroceder. El Grupo que él ha formado en su casa lo ha sido bajo mis auspicios y conforme mis instrucciones, por ocasión de mi último viaje; encontraréis allí excelentes consejos y saludables ejemplos. Es con gran satisfacción, por lo tanto, que veré a todos los que me honran con su confianza, vincularse a él como a un Centro común. Si algunos desean aislarse, evitad verlos con malos ojos; y si os arrojan piedras, no las recojáis ni las devolváis: entre ellos y vosotros, Dios será el juez de los sentimientos de cada uno. Que aquellos que creen estar en la verdad –con exclusión de los otros–, lo prueben por una mayor caridad y por una mayor renuncia de su amor propio, porque la verdad no podría estar al lado de los que no cumplen con el primer precepto de la Doctrina. Si estáis en duda, haced siempre el bien: en la balanza de Dios, los errores de la razón pesan menos que los errores del corazón.
Repetiré aquí lo que ya os he dicho en otras ocasiones: en caso de divergencia de opiniones, un medio fácil para salir de esa incertidumbre es ver cuál es la opinión que reúne la mayor cantidad de seguidores, porque hay en las masas un sentido común innato que no se deja engañar. El error solamente puede seducir a algunos Espíritus, cegados por el amor propio y por un falso juicio, pero la verdad termina siempre por prevalecer. Por lo tanto, tened la certeza de que el error abandona a los que desean instruirse, y que hay una obstinación irracional en creer que uno solo tenga la razón contra todos. Si los principios que profeso no encontrasen más que algunos ecos aislados, y si fueran rechazados por la opinión general, yo sería el primero en reconocer que podría haberme equivocado; pero al ver crecer sin cesar el número de adeptos, en todos los estratos de la sociedad y en todos los países del mundo, debo creer en la solidez de las bases en que dichos principios reposan. He aquí por qué os digo con toda seguridad que marchéis con paso firme en el camino que os ha sido trazado; decid a vuestros antagonistas, si quieren que los sigáis, que os ofrezcan una doctrina más consoladora, más clara, más inteligible, que mejor satisfaga a la razón, y que al mismo tiempo sea una garantía mejor para el orden social. A través de vuestra unión, desbaratad las maquinaciones de aquellos que quieran dividiros; en fin, probad con el ejemplo que la Doctrina nos vuelve más moderados, más afables, más pacientes, más indulgentes, y ésta será la mejor respuesta a los detractores, al mismo tiempo que la apreciación de los resultados benéficos es el medio más poderoso de propaganda.
Amigos míos, he aquí los consejos que os doy y a los cuales sumo mis deseos de Feliz Año Nuevo. No sé qué pruebas Dios nos destina para este año; pero sé que –sean cuales fueren– las soportaréis con firmeza y resignación, pues sabed que para vosotros, como para el soldado, la recompensa es proporcional al coraje.
En cuanto al Espiritismo, por el cual os interesáis más que por vosotros mismos, y cuyo progreso –por mi posición– puedo evaluar mejor que nadie, tengo la felicidad de deciros que el año comienza bajo los más favorables auspicios, y que indudablemente verá crecer el número de adeptos en una proporción imposible de prever; algunos años más como los que acabaron de pasar y el Espiritismo tendrá a su favor tres cuartas partes de la población. Dejad que os cite un hecho entre millares.
En un Departamento vecino a París hay una pequeña ciudad donde el Espiritismo ha penetrado hace apenas seis meses. En algunas semanas Él se ha desarrollado considerablemente; de inmediato una fuerte oposición fue organizada contra sus adeptos, amenazando hasta sus propios intereses privados. Ellos enfrentaron todo con un coraje y un desinterés dignos de los mayores elogios; con confianza, ellos se entregaron a la Providencia, y la Providencia no les faltó. Esta ciudad cuenta con una numerosa población obrera, entre la cual las ideas espíritas se manifiestan con rapidez, gracias a la oposición que le han hecho. Ahora bien, un hecho digno de señalar es que las mujeres y las jóvenes esperaron recibir sus bonificaciones de fin de año para adquirir las obras necesarias a su instrucción y, sólo para esta ciudad, un librero tuvo que expedir centenas de dichas obras. ¿No es prodigioso ver a simples obreros reservar sus economías para comprar libros de moral y de filosofía, en lugar de novelas y de baratijas? ¿Ver a hombres que prefieren aquella lectura a las ruidosas y embrutecedoras alegrías del cabaret? ¡Ah! Es que esos hombres y esas mujeres, que sufren como vosotros, ahora comprenden que no es en este mundo que se cumple su destino; al levantarse el telón, ellos vislumbran los espléndidos horizontes del futuro. Esta pequeña ciudad es Chauny, en el Departamento del Aisne. Al ser nuevos hijos de la gran familia espírita, ellos os saludan –hermanos de Lyon– como a sus hermanos mayores, y de aquí en adelante forman uno de los eslabones de la cadena espiritual que ya une a París, a Lyon, a Metz, a Sens, a Burdeos y a otras poblaciones, y que en breve unirá a todas las ciudades del mundo en un sentimiento de mutua fraternidad, porque en todas partes el Espiritismo ha lanzado semillas fecundas, y sus hijos ya se dan las manos por encima de las barreras de los prejuicios de sectas, de castas y de nacionalidades.
Vuestro dedicado hermano y amigo,
ALLAN KARDEC.
Mis queridos hermanos y amigos de Lyon:
La carta colectiva que habéis tenido a bien enviarme por ocasión del Año Nuevo me ha causado una gran satisfacción, probando que habéis conservado de mí un buen recuerdo; pero lo que más me ha complacido en ese acto espontáneo de vuestra parte ha sido encontrar, entre las numerosas firmas que allí figuran, los representantes de casi todos los Grupos, lo que es una señal de la armonía que reina entre ellos. Me siento feliz en ver que habéis comprendido perfectamente el objetivo de esta organización, cuyos resultados ya podéis apreciar, pues ahora os debe parecer evidente que formar una Sociedad única hubiera sido casi imposible.
Mis buenos amigos: agradezco los deseos de felicidad que me habéis formulado; son muy agradables para mí porque sé que salen del corazón, y son éstos los que Dios escucha. Quedaos, pues, satisfechos, porque Él los escucha diariamente, dándome la alegría –inaudita en el establecimiento de una nueva Doctrina– de ver crecer y prosperar, con extraordinaria rapidez, a Aquella a la cual me he consagrado en vida. Considero como un gran favor del Cielo el ser testigo del bien que Ella ya ha hecho. Esta certeza, de la cual recibo diariamente los testimonios más conmovedores, me paga con creces todas las penas y todas mis fatigas; solamente pido a Dios una gracia: la de darme la fuerza física necesaria para llegar hasta el fin de mi tarea, que está lejos de terminar; pero, pase lo que pase, siempre tendré el consuelo de haber asegurado que la semilla de las ideas nuevas –ahora esparcida por todas partes– es imperecedera; más feliz que muchos otros, que no trabajan sino para el porvenir, ya me es dado ver los primeros frutos. Sólo lamento que la exigüidad de mis recursos personales no me permita poner en ejecución los planes que he concebido para su desarrollo aún más rápido; pero si Dios, en su sabiduría, ha decidido de otro modo, he de legar esos planes a mis sucesores que, sin duda, serán más felices. A pesar de la escasez de recursos materiales, el movimiento que se opera en la opinión pública superó todas las expectativas; hermanos míos, creed que vuestro ejemplo tuvo influencia en ello. Por lo tanto, recibid nuestras felicitaciones por la manera con la cual comprendéis y practicáis la Doctrina. Sé cuán grandes son las pruebas que muchos de vosotros tenéis que soportar; sólo Dios sabe el término de las mismas, aquí en la Tierra. Pero también, ¡cuánta fuerza contra la adversidad nos da la fe en el futuro! ¡Oh! Compadeceos de los que creen en la nada después de la muerte, porque para ellos el mal presente no tiene compensación. El incrédulo infeliz es como el enfermo que no espera ninguna cura; al contrario, el espírita es como aquel que está enfermo hoy, pero que sabe que mañana estará bien.
Me pedís que continúe con mis consejos: los doy de buen grado a los que creen que necesitan de los mismos y a los que los solicitan; pero sólo a ellos. A los que piensan que saben lo suficiente y que pueden prescindir de las lecciones de la experiencia, no tengo nada que decirles; apenas les deseo que un día no se lamenten por haberse vanagloriado de sus propias fuerzas. Además, esta pretensión denota un sentimiento de orgullo, contrario al verdadero espíritu del Espiritismo; ahora bien, al pecar por la base, sólo por esto prueban que se apartan de la verdad. Amigos míos: no sois de este número, y es por eso que aprovecho la circunstancia para dirigiros algunas palabras que os demostrarán que, de cerca o de lejos, estoy a vuestra disposición.
En el punto en que hoy se encuentran las cosas, y teniéndose en cuenta la marcha del Espiritismo a través de los obstáculos sembrados en su camino, se puede decir que las principales dificultades han sido vencidas; Él ha tomado su lugar y se ha asentado en bases que en lo sucesivo desafían los esfuerzos de sus adversarios. Las personas preguntan cómo puede tener enemigos una Doctrina que nos hace felices y mejores; eso es muy natural: al principio, el establecimiento de cosas mejores siempre contraría intereses; ¿no ha sido así con todos los inventos y descubrimientos que revolucionaron la industria? ¿No tuvieron enemigos encarnizados los que hoy son considerados como beneficios y de los cuales no podríamos prescindir? Toda ley que reprime abusos, ¿no tiene en su contra a los que viven del abuso? ¿Cómo querríais que una Doctrina, que conduce al reino de la caridad efectiva, no fuese combatida por todos los que viven del egoísmo? ¡Y vos sabéis cómo éstos son numerosos en la Tierra! En su inicio esperaban matarla a través del escarnio; hoy ven que esta arma es impotente y que, bajo el fuego graneado de sarcasmos, la Doctrina continuó su camino sin vacilar. No creáis que ellos van a confesarse vencidos. No; el interés material es más tenaz; al reconocer que la Doctrina Espírita es una potencia, que ahora debe ser tomada en cuenta, ellos van a preparar ataques más serios, pero que sólo servirán para probar aún más su debilidad. Unos lo atacarán abiertamente con palabras y acciones y lo perseguirán hasta en la persona de sus adeptos, al intentar desanimarlos a fuerza de discordias, mientras que otros, de forma oculta y por caminos sinuosos, buscarán minarlo sordamente. He sido prevenido de que ellos van a intentar un supremo esfuerzo; pero no temáis, la garantía de éxito se encuentra en esta divisa, que es la de todos los verdaderos espíritas: Fuera de la Caridad no hay salvación. Levantadla bien alto, porque ella es la cabeza de Medusa para los egoístas.
La táctica ya usada por los enemigos de los espíritas, pero que ha de ser empleada con nuevo ardor, es la de intentar dividirlos al crear sistemas disidentes y al suscitar entre ellos la desconfianza y la envidia. No os dejéis caer en la trampa, y tened la certeza de que todo aquel que busque romper la buena armonía, por cualquier medio que sea, no puede tener una buena intención. Es por eso que os invito a poner la mayor circunspección en la formación de vuestros Grupos, no solamente para vuestra tranquilidad, sino en el propio interés de vuestros trabajos.
La naturaleza de los trabajos espíritas exige calma y recogimiento; ahora bien, no hay recogimiento posible si uno está distraído con discusiones o con la expresión de sentimientos malévolos. Si hubiese fraternidad no habría sentimientos malévolos; pero no puede haber fraternidad con egoístas, ambiciosos y orgullosos. Con orgullosos que se ofenden y se hieren por todo; con ambiciosos que se decepcionan si no obtienen supremacía, y con egoístas que sólo piensan en sí mismos, la cizaña no puede tardar en infiltrarse, y de ahí la disolución. Es lo que desearían los enemigos, y es lo que intentarán hacer. Si un Grupo quiere estar en las condiciones de orden, de tranquilidad y de estabilidad, es necesario que reine en él un sentimiento fraternal. Todo Grupo o Sociedad que se forme sin tener como base la caridad efectiva, no tendrá vitalidad; en cambio, los que se formen según el verdadero espíritu de la Doctrina serán considerados como miembros de una misma familia que, no pudiendo habitar todos bajo el mismo techo, viven en lugares diferentes. Entre ellos la rivalidad sería un absurdo, pues la misma no podría existir donde reina la verdadera caridad, porque la caridad no puede ser entendida de dos maneras. Por lo tanto, reconoceréis al verdadero espírita por la práctica de la caridad en pensamientos, en palabras y en acciones; y os digo que aquel que nutre en su alma sentimientos de animosidad, de rencor, de odio, de envidia o de celos, miente a sí mismo si se arroga la pretensión de comprender y de practicar el Espiritismo.
El egoísmo y el orgullo matan a las Sociedades particulares, como matan a los pueblos y a la sociedad en general. Leed la Historia y veréis que los pueblos sucumben bajo la opresión de esos dos enemigos mortales de la felicidad del hombre. Cuando los pueblos se apoyen en las bases de la caridad serán indisolubles, porque estarán en paz entre ellos y consigo mismos, cada uno respetando los derechos y los bienes de su vecino. He aquí la nueva era anunciada, de la cual el Espiritismo es el precursor, y por la cual todo espírita debe trabajar, cada uno en su esfera de actividad. Es una tarea que les compete y de la que serán recompensados según el modo como la hayan cumplido, porque Dios sabrá distinguir entre los que, en el Espiritismo, hayan buscado su satisfacción personal, de los que hayan trabajado al mismo tiempo por la felicidad de sus hermanos.
Debo aún señalaros otra táctica de nuestros adversarios: la de buscar comprometer a los espíritas, instigándolos a que se aparten del verdadero objetivo de la Doctrina, que es el de la moral, para hacerlos abordar cuestiones que no son de su incumbencia y que podrían –a justo título– despertar sombrías susceptibilidades. Tampoco os dejéis caer en esta celada; alejad cuidadosamente de vuestras reuniones todo lo que se relacione con la política y con cuestiones irritantes; al respecto, las discusiones no llevarían a nada y os causarían dificultades, en tanto que nadie podrá criticar la moral, cuando ésta es buena. Buscad en el Espiritismo aquello que puede mejoraros: esto es lo esencial; cuando los hombres sean mejores, las reformas sociales verdaderamente útiles serán una consecuencia natural. Al trabajar por el progreso moral, estableceréis los verdaderos y más sólidos fundamentos de todas las mejoras; dejad a Dios el cuidado de hacer que las cosas lleguen a su debido tiempo. Por lo tanto, en el propio interés del Espiritismo –que aún es joven, pero que madura rápidamente–, oponed una inquebrantable firmeza contra los que intentan arrastrarlo por un camino peligroso.
Con el propósito de desacreditar al Espiritismo, algunos alegan que Él va a destruir la religión. Es exactamente lo contrario, ya que la mayoría de vosotros, que apenas creíais en Dios y en el alma, ahora saben; quien no conocía lo que era orar, lo hace ahora con fervor; quien no ponía más los pies en las Iglesias, ahora van a las mismas con recogimiento. Por lo demás, si la religión debiera ser destruida por el Espiritismo, ella sería destruible y el Espiritismo sería más poderoso: decirlo sería una falta de habilidad, porque sería confesar la debilidad de una y la fuerza del otro. El Espiritismo es una Doctrina moral que fortalece los sentimientos religiosos, en general, y se aplica a todas las religiones; Él es de todas y, en particular, no es de ninguna. Es por eso que no dice a nadie que cambie de religión; Él deja que cada uno sea libre para adorar a Dios a su manera, observando las prácticas que le dicta su conciencia, porque Dios tiene más en cuenta la intención que el hecho. Id, pues, cada uno de vosotros a los templos de vuestro culto, y probad con esto que os calumnian cuando os acusan de impiedad.
En la imposibilidad material en que me encuentro de mantener contacto con todos los Grupos, he solicitado a uno de vuestros compañeros que consienta en representarme más especialmente en Lyon, como lo hice en otros lugares; se trata del Sr. Villon, cuya dedicación y abnegación conocéis muy bien, así como la pureza de sus sentimientos. Además, su posición independiente le da más disponibilidad para la tarea a la que consintió encargarse, tarea seria, pero ante la cual no ha de retroceder. El Grupo que él ha formado en su casa lo ha sido bajo mis auspicios y conforme mis instrucciones, por ocasión de mi último viaje; encontraréis allí excelentes consejos y saludables ejemplos. Es con gran satisfacción, por lo tanto, que veré a todos los que me honran con su confianza, vincularse a él como a un Centro común. Si algunos desean aislarse, evitad verlos con malos ojos; y si os arrojan piedras, no las recojáis ni las devolváis: entre ellos y vosotros, Dios será el juez de los sentimientos de cada uno. Que aquellos que creen estar en la verdad –con exclusión de los otros–, lo prueben por una mayor caridad y por una mayor renuncia de su amor propio, porque la verdad no podría estar al lado de los que no cumplen con el primer precepto de la Doctrina. Si estáis en duda, haced siempre el bien: en la balanza de Dios, los errores de la razón pesan menos que los errores del corazón.
Repetiré aquí lo que ya os he dicho en otras ocasiones: en caso de divergencia de opiniones, un medio fácil para salir de esa incertidumbre es ver cuál es la opinión que reúne la mayor cantidad de seguidores, porque hay en las masas un sentido común innato que no se deja engañar. El error solamente puede seducir a algunos Espíritus, cegados por el amor propio y por un falso juicio, pero la verdad termina siempre por prevalecer. Por lo tanto, tened la certeza de que el error abandona a los que desean instruirse, y que hay una obstinación irracional en creer que uno solo tenga la razón contra todos. Si los principios que profeso no encontrasen más que algunos ecos aislados, y si fueran rechazados por la opinión general, yo sería el primero en reconocer que podría haberme equivocado; pero al ver crecer sin cesar el número de adeptos, en todos los estratos de la sociedad y en todos los países del mundo, debo creer en la solidez de las bases en que dichos principios reposan. He aquí por qué os digo con toda seguridad que marchéis con paso firme en el camino que os ha sido trazado; decid a vuestros antagonistas, si quieren que los sigáis, que os ofrezcan una doctrina más consoladora, más clara, más inteligible, que mejor satisfaga a la razón, y que al mismo tiempo sea una garantía mejor para el orden social. A través de vuestra unión, desbaratad las maquinaciones de aquellos que quieran dividiros; en fin, probad con el ejemplo que la Doctrina nos vuelve más moderados, más afables, más pacientes, más indulgentes, y ésta será la mejor respuesta a los detractores, al mismo tiempo que la apreciación de los resultados benéficos es el medio más poderoso de propaganda.
Amigos míos, he aquí los consejos que os doy y a los cuales sumo mis deseos de Feliz Año Nuevo. No sé qué pruebas Dios nos destina para este año; pero sé que –sean cuales fueren– las soportaréis con firmeza y resignación, pues sabed que para vosotros, como para el soldado, la recompensa es proporcional al coraje.
En cuanto al Espiritismo, por el cual os interesáis más que por vosotros mismos, y cuyo progreso –por mi posición– puedo evaluar mejor que nadie, tengo la felicidad de deciros que el año comienza bajo los más favorables auspicios, y que indudablemente verá crecer el número de adeptos en una proporción imposible de prever; algunos años más como los que acabaron de pasar y el Espiritismo tendrá a su favor tres cuartas partes de la población. Dejad que os cite un hecho entre millares.
En un Departamento vecino a París hay una pequeña ciudad donde el Espiritismo ha penetrado hace apenas seis meses. En algunas semanas Él se ha desarrollado considerablemente; de inmediato una fuerte oposición fue organizada contra sus adeptos, amenazando hasta sus propios intereses privados. Ellos enfrentaron todo con un coraje y un desinterés dignos de los mayores elogios; con confianza, ellos se entregaron a la Providencia, y la Providencia no les faltó. Esta ciudad cuenta con una numerosa población obrera, entre la cual las ideas espíritas se manifiestan con rapidez, gracias a la oposición que le han hecho. Ahora bien, un hecho digno de señalar es que las mujeres y las jóvenes esperaron recibir sus bonificaciones de fin de año para adquirir las obras necesarias a su instrucción y, sólo para esta ciudad, un librero tuvo que expedir centenas de dichas obras. ¿No es prodigioso ver a simples obreros reservar sus economías para comprar libros de moral y de filosofía, en lugar de novelas y de baratijas? ¿Ver a hombres que prefieren aquella lectura a las ruidosas y embrutecedoras alegrías del cabaret? ¡Ah! Es que esos hombres y esas mujeres, que sufren como vosotros, ahora comprenden que no es en este mundo que se cumple su destino; al levantarse el telón, ellos vislumbran los espléndidos horizontes del futuro. Esta pequeña ciudad es Chauny, en el Departamento del Aisne. Al ser nuevos hijos de la gran familia espírita, ellos os saludan –hermanos de Lyon– como a sus hermanos mayores, y de aquí en adelante forman uno de los eslabones de la cadena espiritual que ya une a París, a Lyon, a Metz, a Sens, a Burdeos y a otras poblaciones, y que en breve unirá a todas las ciudades del mundo en un sentimiento de mutua fraternidad, porque en todas partes el Espiritismo ha lanzado semillas fecundas, y sus hijos ya se dan las manos por encima de las barreras de los prejuicios de sectas, de castas y de nacionalidades.
Vuestro dedicado hermano y amigo,
¿El Espiritismo es probado por milagros?
Un eclesiástico nos dirige la siguiente pregunta:
«Todos los que han recibido de Dios la misión de enseñar la verdad a los hombres han probado dicha misión por medio de milagros. ¿Por cuáles milagros probáis la verdad de vuestra enseñanza?»
No es la primera vez que hacen esta pregunta, ya sea a nosotros como a otros espíritas; parece que le dan una gran importancia y que de su solución depende la sentencia que debe condenar o absolver al Espiritismo. Es preciso concordar que, en este caso, nuestra posición es crítica, porque nos asemejamos a un pobre diablo que no tiene ni un centavo en el bolsillo y a quien se le exige la bolsa o la vida. Por lo tanto, confesamos humildemente que no tenemos el más pequeño milagro para ofrecer; decimos más: el Espiritismo no se apoya en ningún hecho milagroso. Sus adeptos no hicieron ni tienen la pretensión de hacer ningún milagro; no se creen lo suficientemente dignos para que, a su voz, Dios cambie el orden eterno de las cosas. El Espiritismo constata un hecho material: el de la manifestación de las almas o Espíritus. ¿Es real o no este hecho? He aquí toda la cuestión. Ahora bien, admitiéndose este hecho como verdadero, no hay nada de milagroso. Como las manifestaciones de ese género –las visiones, apariciones y otras– tuvieron lugar en todos los tiempos, así como lo atestiguan los historiadores sacros y profanos y los libros de todas las religiones, las de antaño pasaron por sobrenaturales. Hoy, sin embargo, que conocemos su causa y que sabemos que las manifestaciones se producen en virtud de ciertas leyes, sabemos también que les falta el carácter esencial de los hechos milagrosos: el de la excepción a la ley común.
Esas manifestaciones, observadas en nuestros días con más cuidado que en la Antigüedad, sobre todo observadas sin prevención y con la ayuda de investigaciones tan minuciosas como las que son realizadas en el estudio de las Ciencias, tienen como consecuencia probar de una manera irrecusable la existencia de un principio inteligente fuera de la materia, su supervivencia al cuerpo, su individualidad después de la muerte, su inmortalidad, su futuro feliz o desdichado, por consiguiente, la base de todas las religiones.
Si la verdad sólo fuese probada por milagros, podríamos preguntar ¿por qué los sacerdotes de Egipto, que estaban en el error, reproducían ante el Faraón lo que hizo Moisés? ¿Por qué Apolonio de Tiana, que era pagano, curaba por el toque, devolvía la visión a los ciegos, la palabra a los mudos, predecía el futuro y veía lo que pasaba a la distancia? ¿El propio Cristo no ha dicho: «Habrá falsos profetas que harán prodigios»? Uno de nuestros amigos, después de una fervorosa oración a su Espíritu protector, fue curado casi instantáneamente de una enfermedad muy grave y muy antigua, que había resistido a todos los remedios. El hecho fue para él verdaderamente milagroso; pero como él cree en los Espíritus, un sacerdote –a quien narró el hecho– le dijo que el diablo también puede hacer milagros. «En este caso, objetó este amigo, si fue el diablo que me curó, es al diablo que debo agradecer.»
Por lo tanto, los prodigios y los milagros no son un privilegio exclusivo de la verdad, puesto que el propio diablo puede hacerlos. Entonces, ¿cómo distinguir los buenos de los malos? Todas las religiones idólatras, sin exceptuar la de Mahoma, se apoyan en hechos sobrenaturales. Esto prueba una cosa: que los fundadores de esas religiones conocían los secretos naturales, desconocidos por el vulgo. A los ojos de los salvajes de América, ¿no pasaba Cristóbal Colón por un ser extrahumano, por haber predicho un eclipse? ¿No podría haberse hecho pasar por un enviado de Dios? Para probar su poder, ¿necesitaría Dios, entonces, deshacer lo que ha hecho? ¿Hacer girar hacia la derecha lo que debe girar hacia la izquierda? Al probar el movimiento de la Tierra a través de las leyes de la Naturaleza, ¿Galileo no estaba más cierto que aquellos que pretendían, por una derogación de esas mismas leyes, que sería necesario detener el Sol? Además, ya sabemos cuánto le costó, a él y a tantos otros, por haber demostrado un error. Decimos que Dios es mayor por la inmutabilidad de sus leyes que por derogarlas, y si ha permitido hacerlo en algunas circunstancias, éste no es el único señal que Él da de la verdad. Solicitamos al lector que tenga a bien remitirse a lo que, al respecto, hemos dicho en nuestro artículo del mes de enero, a propósito de lo sobrenatural. Volvamos a las pruebas de la verdad del Espiritismo.
Hay en el Espiritismo dos cosas: el hecho de la existencia de los Espíritus y sus manifestaciones, y la Doctrina que de ahí se deriva. El primer punto no puede ser puesto en duda sino por los que no han visto o no han querido ver; en cuanto al segundo, el tema es saber si esta Doctrina es justa o falsa: es una cuestión de apreciación.
Si los Espíritus sólo manifestasen su presencia a través de ruidos, de movimientos, en una palabra, por medio de efectos físicos, esto no probaría mucho, porque no se sabría si son buenos o malos. Lo que sobre todo es característico en ese fenómeno, lo que es capaz de convencer a los incrédulos es poder reconocer entre los Espíritus a sus parientes y a sus amigos. Pero ¿cómo pueden los Espíritus atestiguar su presencia, su individualidad y permitir evaluar sus cualidades, si no fuere hablando? Se sabe que la escritura a través de los médiums es uno de los medios que ellos emplean. Desde el momento en que tienen un medio para expresar sus ideas, pueden decir todo lo que quieran; según el grado de su adelanto, dirán cosas más o menos buenas, justas o profundas. Al dejar la Tierra, ellos no han abdicado de su libre albedrío; como todos los seres pensantes, tienen su propia opinión, y entre los hombres, los más adelantados dan enseñanzas de elevada moralidad, así como consejos impregnados de la más profunda sabiduría. Son esas enseñanzas y esos consejos que, recopilados y puestos en orden, constituyen la Doctrina Espírita o de los Espíritus. Si preferís, considerad esta Doctrina, no como una revelación divina, sino como la expresión de una opinión personal de tal o cual Espíritu; la cuestión es saber si Ella es buena o mala, justa o falsa, racional o ilógica. ¿A quién recurrir para esto? ¿Al juicio de un individuo o, inclusive, de algunos individuos? No, porque dominados por los prejuicios, por las ideas preconcebidas o por intereses personales, ellos pueden equivocarse. El único y verdadero juez es el público, porque allí no hay interés de camarilla y porque en las masas hay un sentido común innato que no se engaña. La sana lógica dice que la adopción de una idea o de un principio, por la opinión general, es una prueba que reposa sobre un fondo de verdad.
Por lo tanto, los espíritas no dicen de modo alguno: «He aquí una Doctrina que ha salido de la boca del propio Dios, revelada a un solo hombre por medios prodigiosos y que debe ser impuesta al género humano». Al contrario, dicen: «He aquí una Doctrina que no es nuestra, y cuyo mérito no reivindicamos; nosotros la adoptamos porque la consideramos racional. Atribuidle el origen que queráis: Dios, los Espíritus o los hombres. Examinadla; si Ella os conviene, adoptadla; en caso contrario, dejadla a un lado». No se puede ser menos absoluto. El Espiritismo no viene a usurpar la religión; Él no se impone; de forma alguna viene a forzar a las conciencias, ya sea de los católicos, de los protestantes o de los judíos. Él se presenta y dice: «Aceptadme si me consideráis bueno». ¿Es culpa de los espíritas si lo consideran bueno, si en Él se encuentra la solución de lo que se buscaba en vano en otra lugar? ¿Si de Él recibimos consuelos que nos vuelven felices, que disipan los terrores del futuro, calman las angustias de la duda y dan coraje para el presente? Él no se dirige a aquellos a quienes son suficientes las creencias católicas u otras, sino a los que ellas no satisfacen completamente o a los que han desertado de las mismas; en vez de no creer más en nada, Él los lleva a creer en algo, y a creer con fervor. El Espiritismo no desea, de modo alguno, el aislamiento; a los que están distantes, Él los reconduce a través de los medios que le son propios; si los rechazáis, ellos serán forzados a quedarse afuera. En vuestra alma y conciencia, decid si, para ellos, sería preferible que fuesen ateos.
Nos preguntan en qué milagro nos hemos apoyado para creer que la Doctrina Espírita es buena. Creemos que es buena, no sólo porque es nuestra opinión, sino porque millones de personas piensan como nosotros; es porque Ella conduce a la creencia a aquellos que no creían; es porque vuelve buenas personas a las que eran malas personas; es porque da coraje en las miserias de la vida. ¿El milagro? Es por la rapidez de su propagación, inaudita en los fastos de las doctrinas filosóficas; es por haber dado, en algunos años, la vuelta al mundo, y por haberse implantado en todos los países y en todos los estratos de la sociedad; es por haber progresado, a pesar de todo lo que han hecho para detenerla; es por derribar las barreras que se le oponen, encontrando un aumento de fuerzas en esas mismas barreras. ¿Es éste el carácter de una utopía? Una idea falsa puede encontrar a algunos seguidores, pero no tendrá más que una existencia efímera y circunscripta; pierde terreno en vez de ganarlo, mientras que el Espiritismo gana, en lugar de perderlo. Cuando lo vemos germinar por todas partes y ser acogido en todos los lugares como un beneficio de la Providencia, es porque allí está el dedo de la Providencia; he aquí el verdadero milagro, y creemos que es suficiente para garantizar su futuro. Diréis que Él, a vuestros ojos, no tiene un carácter providencial, sino un carácter diabólico; sois libre para tener esta opinión: lo esencial es que Él camine. Solamente diremos que si algo se estableciera universalmente por el poder del demonio, a pesar de los esfuerzos de los que dicen actuar en el nombre de Dios, esto podría hacer creer a cierta gente que el demonio es más poderoso que la Providencia. ¡Pedís milagros! He aquí uno que nos envía uno de nuestros corresponsales en Argelia:
«El Sr. P..., antiguo oficial, era ciertamente uno de los incrédulos más presuntuosos; él tenía el fanatismo de la falta de religión y, antes de Proudhon, ya decía: Dios es el mal; dicho de otra manera, no admitía a ningún Dios y sólo reconocía la nada. Cuando lo vi venir a buscar vuestro El Libro de los Espíritus, pensé que él iba a culminar esta lectura con alguna elucubración satírica, como acostumbraba a hacer contra los sacerdotes, e incluso contra el Cristo. No me parecía posible que un ateísmo tan inveterado pudiera ser curado alguna vez. ¡Pues bien! El Libro de los Espíritus, sin embargo, hizo este milagro. Si conocieseis aquel hombre como yo lo conozco, estaríais orgulloso de vuestra obra y consideraríais la cuestión como vuestro mayor éxito. Aquí, todos se admiran; entretanto, cuando uno ha sido iniciado en la palabra de la verdad, no hay nada de sorprendente, por supuesto, después de la reflexión.»
Agreguemos –lo que constituye una ventaja– que nuestro corresponsal es un periodista que también profesaba opiniones muy poco espiritualistas, y menos aún espíritas. ¿Habrán forzado a este señor para imponerle la creencia en Dios y en el alma? No, y no es probable que él se hubiese prestado a eso. ¿Habrá sido fascinado con la visión de algunos fenómenos prodigiosos? Tampoco, porque no vio nada en materia de manifestaciones; solamente leyó, comprendió, encontró razonamientos lógicos y creyó. Diréis que esta conversión y tantas otras son la obra del diablo. Si fuese así, el diablo tiene una política singular de forjar armas contra sí mismo y es muy torpe al dejar escapar a los que tenía en sus garras. ¿Por qué no habéis hecho ese milagro? ¿Seríais, pues, menos fuerte que el diablo para hacer creer en Dios? Otra pregunta, por gentileza. Aquel señor, cuando era ateo y blasfemo, ¿estaba condenado para la eternidad? –Sin ninguna duda. –Ahora que, en vuestra opinión, él ha sido convertido a Dios por intermedio del diablo, ¿aún está condenado? Supongamos que, al creer en Dios, en el alma, en la vida futura feliz o desdichada, y que en virtud de esta creencia él se vuelva mejor de lo que era y no adopte completamente al pie de la letra la interpretación de todos los dogmas –y hasta incluso rechace algunos de ellos–, ¿aún así está condenado? Si respondéis: «Sí», la creencia en Dios no le sirve para nada. Si respondéis: «No», ¿en qué se vuelve la máxima: Fuera de la Iglesia no hay salvación? El Espiritismo dice: Fuera de la Caridad no hay salvación. ¿Creéis que aquel señor dudará entre las dos? Quemado a toda costa por una, y salvado por la otra, la opción no parece dudosa.
Esas ideas, como todas las ideas nuevas, contrarían a ciertas personas, a ciertos hábitos e incluso a ciertos intereses, como los ferrocarriles han contrariado a los dueños de las postas de caballos y a los que tenían miedo; como una revolución contraría a ciertas opiniones; como la imprenta contrarió a los amanuenses; como el Cristianismo ha contrariado a los sacerdotes paganos. Pero ¿qué hacer cuando una cosa se instala –quiérase o no– por su propia fuerza y es aceptada por la mayoría? Es necesario tomar partido y decir, como Mahoma, que es lo que debe ser. ¿Qué haréis si el Espiritismo se vuelve una creencia universal? ¿Rechazaréis a todos los que lo admitan? –Diréis que no sucederá, que no es posible. –Lo decimos una vez más: si eso sucede, ¿qué haréis?
¿Se puede detener el progreso? Para esto sería necesario detener, no a un hombre, sino a los Espíritus, e impedirlos de hablar; sería preciso quemar, no un libro, sino las ideas; impedir que los médiums escriban y se multipliquen. Uno de nuestros corresponsales nos escribe de una ciudad del Departamento de Tarn: «Nuestro cura nos hace propaganda; desde el púlpito habla con violencia contra el Espiritismo que, según él, no es otra cosa que la obra del demonio. Me ha designado casi como el sumo sacerdote de la Doctrina en nuestra ciudad, lo que le agradezco del fondo de mi corazón, porque así me da la ocasión de entablar conversaciones con aquellos que aún no habían escuchado hablar de Ella, y que me abordan para saber de qué trata la misma. Hoy los médiums son abundantes entre nosotros». El resultado es el mismo en todas las partes donde se quiso gritar contra el Espiritismo. Hoy la idea espírita está lanzada: es bien acogida porque agrada; va desde el palacio hasta la cabaña, y podemos evaluar el efecto de los futuros intentos por los que se han hecho para sofocarlo.
En resumen, el Espiritismo, para establecerse, no reivindica la acción de ningún milagro; no quiere cambiar el orden de las cosas; Él buscó y encontró la causa de ciertos fenómenos, considerados erróneamente como sobrenaturales; en vez de apoyarse en lo sobrenatural, lo repudia por cuenta propia. Él se dirige al corazón y a la razón. La lógica le abrió el camino; la lógica le hará cumplir su cometido.
Esto es un anticipo de la respuesta que debemos al opúsculo del Sr. cura Marouzeau.
Ahora dejemos hablar a los Espíritus. Al haberles sido efectuada la pregunta que transcribimos más arriba, he aquí algunas de las respuestas obtenidas a través de diferentes médiums:
«Vengo a hablaros de la realidad de la Doctrina Espírita, oponiéndola a los milagros cuya ausencia parece servir de arma a sus detractores. Los milagros, necesarios en las primeras edades de la Humanidad para impresionar a los Espíritus que era conveniente someter, son explicados hoy –casi todos los milagros– gracias a los descubrimientos de las Ciencias físicas u otras, volviéndose ahora inútiles y hasta incluso peligrosos –diré–, ya que sus manifestaciones sólo despertarían la incredulidad o la burla. En fin, el reino de la inteligencia ha llegado, no todavía en su triunfante expresión, sino en sus tendencias. ¿Qué pedís? ¿Queréis ver nuevamente que los cayados se transformen en serpientes, que los enfermos se levanten y que los panes se multipliquen? No, no veréis esto; pero veréis que los incrédulos se conmueven y doblan sus rodillas rígidas delante del altar. Este milagro equivale al del agua que brota de la roca. Veréis al hombre desolado, oprimido bajo el peso de la desgracia, apartarse de la pistola cargada y exclamar: «Dios mío, bendito seas, porque vuestra voluntad eleva mis pruebas al nivel del amor que os debo». En fin, por todas partes, vosotros que confundís los hechos con los textos, el espíritu con la letra, veréis la verdad luminosa que ha de establecerse sobre las ruinas de vuestros misterios carmomidos.»
LÁZARO (médium: Sra. de Costel).
«En una de mis últimas meditaciones, que ha sido leída aquí –creo yo–, he demostrado que la Humanidad está progresand
Un eclesiástico nos dirige la siguiente pregunta:
«Todos los que han recibido de Dios la misión de enseñar la verdad a los hombres han probado dicha misión por medio de milagros. ¿Por cuáles milagros probáis la verdad de vuestra enseñanza?»
No es la primera vez que hacen esta pregunta, ya sea a nosotros como a otros espíritas; parece que le dan una gran importancia y que de su solución depende la sentencia que debe condenar o absolver al Espiritismo. Es preciso concordar que, en este caso, nuestra posición es crítica, porque nos asemejamos a un pobre diablo que no tiene ni un centavo en el bolsillo y a quien se le exige la bolsa o la vida. Por lo tanto, confesamos humildemente que no tenemos el más pequeño milagro para ofrecer; decimos más: el Espiritismo no se apoya en ningún hecho milagroso. Sus adeptos no hicieron ni tienen la pretensión de hacer ningún milagro; no se creen lo suficientemente dignos para que, a su voz, Dios cambie el orden eterno de las cosas. El Espiritismo constata un hecho material: el de la manifestación de las almas o Espíritus. ¿Es real o no este hecho? He aquí toda la cuestión. Ahora bien, admitiéndose este hecho como verdadero, no hay nada de milagroso. Como las manifestaciones de ese género –las visiones, apariciones y otras– tuvieron lugar en todos los tiempos, así como lo atestiguan los historiadores sacros y profanos y los libros de todas las religiones, las de antaño pasaron por sobrenaturales. Hoy, sin embargo, que conocemos su causa y que sabemos que las manifestaciones se producen en virtud de ciertas leyes, sabemos también que les falta el carácter esencial de los hechos milagrosos: el de la excepción a la ley común.
Esas manifestaciones, observadas en nuestros días con más cuidado que en la Antigüedad, sobre todo observadas sin prevención y con la ayuda de investigaciones tan minuciosas como las que son realizadas en el estudio de las Ciencias, tienen como consecuencia probar de una manera irrecusable la existencia de un principio inteligente fuera de la materia, su supervivencia al cuerpo, su individualidad después de la muerte, su inmortalidad, su futuro feliz o desdichado, por consiguiente, la base de todas las religiones.
Si la verdad sólo fuese probada por milagros, podríamos preguntar ¿por qué los sacerdotes de Egipto, que estaban en el error, reproducían ante el Faraón lo que hizo Moisés? ¿Por qué Apolonio de Tiana, que era pagano, curaba por el toque, devolvía la visión a los ciegos, la palabra a los mudos, predecía el futuro y veía lo que pasaba a la distancia? ¿El propio Cristo no ha dicho: «Habrá falsos profetas que harán prodigios»? Uno de nuestros amigos, después de una fervorosa oración a su Espíritu protector, fue curado casi instantáneamente de una enfermedad muy grave y muy antigua, que había resistido a todos los remedios. El hecho fue para él verdaderamente milagroso; pero como él cree en los Espíritus, un sacerdote –a quien narró el hecho– le dijo que el diablo también puede hacer milagros. «En este caso, objetó este amigo, si fue el diablo que me curó, es al diablo que debo agradecer.»
Por lo tanto, los prodigios y los milagros no son un privilegio exclusivo de la verdad, puesto que el propio diablo puede hacerlos. Entonces, ¿cómo distinguir los buenos de los malos? Todas las religiones idólatras, sin exceptuar la de Mahoma, se apoyan en hechos sobrenaturales. Esto prueba una cosa: que los fundadores de esas religiones conocían los secretos naturales, desconocidos por el vulgo. A los ojos de los salvajes de América, ¿no pasaba Cristóbal Colón por un ser extrahumano, por haber predicho un eclipse? ¿No podría haberse hecho pasar por un enviado de Dios? Para probar su poder, ¿necesitaría Dios, entonces, deshacer lo que ha hecho? ¿Hacer girar hacia la derecha lo que debe girar hacia la izquierda? Al probar el movimiento de la Tierra a través de las leyes de la Naturaleza, ¿Galileo no estaba más cierto que aquellos que pretendían, por una derogación de esas mismas leyes, que sería necesario detener el Sol? Además, ya sabemos cuánto le costó, a él y a tantos otros, por haber demostrado un error. Decimos que Dios es mayor por la inmutabilidad de sus leyes que por derogarlas, y si ha permitido hacerlo en algunas circunstancias, éste no es el único señal que Él da de la verdad. Solicitamos al lector que tenga a bien remitirse a lo que, al respecto, hemos dicho en nuestro artículo del mes de enero, a propósito de lo sobrenatural. Volvamos a las pruebas de la verdad del Espiritismo.
Hay en el Espiritismo dos cosas: el hecho de la existencia de los Espíritus y sus manifestaciones, y la Doctrina que de ahí se deriva. El primer punto no puede ser puesto en duda sino por los que no han visto o no han querido ver; en cuanto al segundo, el tema es saber si esta Doctrina es justa o falsa: es una cuestión de apreciación.
Si los Espíritus sólo manifestasen su presencia a través de ruidos, de movimientos, en una palabra, por medio de efectos físicos, esto no probaría mucho, porque no se sabría si son buenos o malos. Lo que sobre todo es característico en ese fenómeno, lo que es capaz de convencer a los incrédulos es poder reconocer entre los Espíritus a sus parientes y a sus amigos. Pero ¿cómo pueden los Espíritus atestiguar su presencia, su individualidad y permitir evaluar sus cualidades, si no fuere hablando? Se sabe que la escritura a través de los médiums es uno de los medios que ellos emplean. Desde el momento en que tienen un medio para expresar sus ideas, pueden decir todo lo que quieran; según el grado de su adelanto, dirán cosas más o menos buenas, justas o profundas. Al dejar la Tierra, ellos no han abdicado de su libre albedrío; como todos los seres pensantes, tienen su propia opinión, y entre los hombres, los más adelantados dan enseñanzas de elevada moralidad, así como consejos impregnados de la más profunda sabiduría. Son esas enseñanzas y esos consejos que, recopilados y puestos en orden, constituyen la Doctrina Espírita o de los Espíritus. Si preferís, considerad esta Doctrina, no como una revelación divina, sino como la expresión de una opinión personal de tal o cual Espíritu; la cuestión es saber si Ella es buena o mala, justa o falsa, racional o ilógica. ¿A quién recurrir para esto? ¿Al juicio de un individuo o, inclusive, de algunos individuos? No, porque dominados por los prejuicios, por las ideas preconcebidas o por intereses personales, ellos pueden equivocarse. El único y verdadero juez es el público, porque allí no hay interés de camarilla y porque en las masas hay un sentido común innato que no se engaña. La sana lógica dice que la adopción de una idea o de un principio, por la opinión general, es una prueba que reposa sobre un fondo de verdad.
Por lo tanto, los espíritas no dicen de modo alguno: «He aquí una Doctrina que ha salido de la boca del propio Dios, revelada a un solo hombre por medios prodigiosos y que debe ser impuesta al género humano». Al contrario, dicen: «He aquí una Doctrina que no es nuestra, y cuyo mérito no reivindicamos; nosotros la adoptamos porque la consideramos racional. Atribuidle el origen que queráis: Dios, los Espíritus o los hombres. Examinadla; si Ella os conviene, adoptadla; en caso contrario, dejadla a un lado». No se puede ser menos absoluto. El Espiritismo no viene a usurpar la religión; Él no se impone; de forma alguna viene a forzar a las conciencias, ya sea de los católicos, de los protestantes o de los judíos. Él se presenta y dice: «Aceptadme si me consideráis bueno». ¿Es culpa de los espíritas si lo consideran bueno, si en Él se encuentra la solución de lo que se buscaba en vano en otra lugar? ¿Si de Él recibimos consuelos que nos vuelven felices, que disipan los terrores del futuro, calman las angustias de la duda y dan coraje para el presente? Él no se dirige a aquellos a quienes son suficientes las creencias católicas u otras, sino a los que ellas no satisfacen completamente o a los que han desertado de las mismas; en vez de no creer más en nada, Él los lleva a creer en algo, y a creer con fervor. El Espiritismo no desea, de modo alguno, el aislamiento; a los que están distantes, Él los reconduce a través de los medios que le son propios; si los rechazáis, ellos serán forzados a quedarse afuera. En vuestra alma y conciencia, decid si, para ellos, sería preferible que fuesen ateos.
Nos preguntan en qué milagro nos hemos apoyado para creer que la Doctrina Espírita es buena. Creemos que es buena, no sólo porque es nuestra opinión, sino porque millones de personas piensan como nosotros; es porque Ella conduce a la creencia a aquellos que no creían; es porque vuelve buenas personas a las que eran malas personas; es porque da coraje en las miserias de la vida. ¿El milagro? Es por la rapidez de su propagación, inaudita en los fastos de las doctrinas filosóficas; es por haber dado, en algunos años, la vuelta al mundo, y por haberse implantado en todos los países y en todos los estratos de la sociedad; es por haber progresado, a pesar de todo lo que han hecho para detenerla; es por derribar las barreras que se le oponen, encontrando un aumento de fuerzas en esas mismas barreras. ¿Es éste el carácter de una utopía? Una idea falsa puede encontrar a algunos seguidores, pero no tendrá más que una existencia efímera y circunscripta; pierde terreno en vez de ganarlo, mientras que el Espiritismo gana, en lugar de perderlo. Cuando lo vemos germinar por todas partes y ser acogido en todos los lugares como un beneficio de la Providencia, es porque allí está el dedo de la Providencia; he aquí el verdadero milagro, y creemos que es suficiente para garantizar su futuro. Diréis que Él, a vuestros ojos, no tiene un carácter providencial, sino un carácter diabólico; sois libre para tener esta opinión: lo esencial es que Él camine. Solamente diremos que si algo se estableciera universalmente por el poder del demonio, a pesar de los esfuerzos de los que dicen actuar en el nombre de Dios, esto podría hacer creer a cierta gente que el demonio es más poderoso que la Providencia. ¡Pedís milagros! He aquí uno que nos envía uno de nuestros corresponsales en Argelia:
«El Sr. P..., antiguo oficial, era ciertamente uno de los incrédulos más presuntuosos; él tenía el fanatismo de la falta de religión y, antes de Proudhon, ya decía: Dios es el mal; dicho de otra manera, no admitía a ningún Dios y sólo reconocía la nada. Cuando lo vi venir a buscar vuestro El Libro de los Espíritus, pensé que él iba a culminar esta lectura con alguna elucubración satírica, como acostumbraba a hacer contra los sacerdotes, e incluso contra el Cristo. No me parecía posible que un ateísmo tan inveterado pudiera ser curado alguna vez. ¡Pues bien! El Libro de los Espíritus, sin embargo, hizo este milagro. Si conocieseis aquel hombre como yo lo conozco, estaríais orgulloso de vuestra obra y consideraríais la cuestión como vuestro mayor éxito. Aquí, todos se admiran; entretanto, cuando uno ha sido iniciado en la palabra de la verdad, no hay nada de sorprendente, por supuesto, después de la reflexión.»
Agreguemos –lo que constituye una ventaja– que nuestro corresponsal es un periodista que también profesaba opiniones muy poco espiritualistas, y menos aún espíritas. ¿Habrán forzado a este señor para imponerle la creencia en Dios y en el alma? No, y no es probable que él se hubiese prestado a eso. ¿Habrá sido fascinado con la visión de algunos fenómenos prodigiosos? Tampoco, porque no vio nada en materia de manifestaciones; solamente leyó, comprendió, encontró razonamientos lógicos y creyó. Diréis que esta conversión y tantas otras son la obra del diablo. Si fuese así, el diablo tiene una política singular de forjar armas contra sí mismo y es muy torpe al dejar escapar a los que tenía en sus garras. ¿Por qué no habéis hecho ese milagro? ¿Seríais, pues, menos fuerte que el diablo para hacer creer en Dios? Otra pregunta, por gentileza. Aquel señor, cuando era ateo y blasfemo, ¿estaba condenado para la eternidad? –Sin ninguna duda. –Ahora que, en vuestra opinión, él ha sido convertido a Dios por intermedio del diablo, ¿aún está condenado? Supongamos que, al creer en Dios, en el alma, en la vida futura feliz o desdichada, y que en virtud de esta creencia él se vuelva mejor de lo que era y no adopte completamente al pie de la letra la interpretación de todos los dogmas –y hasta incluso rechace algunos de ellos–, ¿aún así está condenado? Si respondéis: «Sí», la creencia en Dios no le sirve para nada. Si respondéis: «No», ¿en qué se vuelve la máxima: Fuera de la Iglesia no hay salvación? El Espiritismo dice: Fuera de la Caridad no hay salvación. ¿Creéis que aquel señor dudará entre las dos? Quemado a toda costa por una, y salvado por la otra, la opción no parece dudosa.
Esas ideas, como todas las ideas nuevas, contrarían a ciertas personas, a ciertos hábitos e incluso a ciertos intereses, como los ferrocarriles han contrariado a los dueños de las postas de caballos y a los que tenían miedo; como una revolución contraría a ciertas opiniones; como la imprenta contrarió a los amanuenses; como el Cristianismo ha contrariado a los sacerdotes paganos. Pero ¿qué hacer cuando una cosa se instala –quiérase o no– por su propia fuerza y es aceptada por la mayoría? Es necesario tomar partido y decir, como Mahoma, que es lo que debe ser. ¿Qué haréis si el Espiritismo se vuelve una creencia universal? ¿Rechazaréis a todos los que lo admitan? –Diréis que no sucederá, que no es posible. –Lo decimos una vez más: si eso sucede, ¿qué haréis?
¿Se puede detener el progreso? Para esto sería necesario detener, no a un hombre, sino a los Espíritus, e impedirlos de hablar; sería preciso quemar, no un libro, sino las ideas; impedir que los médiums escriban y se multipliquen. Uno de nuestros corresponsales nos escribe de una ciudad del Departamento de Tarn: «Nuestro cura nos hace propaganda; desde el púlpito habla con violencia contra el Espiritismo que, según él, no es otra cosa que la obra del demonio. Me ha designado casi como el sumo sacerdote de la Doctrina en nuestra ciudad, lo que le agradezco del fondo de mi corazón, porque así me da la ocasión de entablar conversaciones con aquellos que aún no habían escuchado hablar de Ella, y que me abordan para saber de qué trata la misma. Hoy los médiums son abundantes entre nosotros». El resultado es el mismo en todas las partes donde se quiso gritar contra el Espiritismo. Hoy la idea espírita está lanzada: es bien acogida porque agrada; va desde el palacio hasta la cabaña, y podemos evaluar el efecto de los futuros intentos por los que se han hecho para sofocarlo.
En resumen, el Espiritismo, para establecerse, no reivindica la acción de ningún milagro; no quiere cambiar el orden de las cosas; Él buscó y encontró la causa de ciertos fenómenos, considerados erróneamente como sobrenaturales; en vez de apoyarse en lo sobrenatural, lo repudia por cuenta propia. Él se dirige al corazón y a la razón. La lógica le abrió el camino; la lógica le hará cumplir su cometido.
Esto es un anticipo de la respuesta que debemos al opúsculo del Sr. cura Marouzeau.
Ahora dejemos hablar a los Espíritus. Al haberles sido efectuada la pregunta que transcribimos más arriba, he aquí algunas de las respuestas obtenidas a través de diferentes médiums:
«Vengo a hablaros de la realidad de la Doctrina Espírita, oponiéndola a los milagros cuya ausencia parece servir de arma a sus detractores. Los milagros, necesarios en las primeras edades de la Humanidad para impresionar a los Espíritus que era conveniente someter, son explicados hoy –casi todos los milagros– gracias a los descubrimientos de las Ciencias físicas u otras, volviéndose ahora inútiles y hasta incluso peligrosos –diré–, ya que sus manifestaciones sólo despertarían la incredulidad o la burla. En fin, el reino de la inteligencia ha llegado, no todavía en su triunfante expresión, sino en sus tendencias. ¿Qué pedís? ¿Queréis ver nuevamente que los cayados se transformen en serpientes, que los enfermos se levanten y que los panes se multipliquen? No, no veréis esto; pero veréis que los incrédulos se conmueven y doblan sus rodillas rígidas delante del altar. Este milagro equivale al del agua que brota de la roca. Veréis al hombre desolado, oprimido bajo el peso de la desgracia, apartarse de la pistola cargada y exclamar: «Dios mío, bendito seas, porque vuestra voluntad eleva mis pruebas al nivel del amor que os debo». En fin, por todas partes, vosotros que confundís los hechos con los textos, el espíritu con la letra, veréis la verdad luminosa que ha de establecerse sobre las ruinas de vuestros misterios carmomidos.»
«En una de mis últimas meditaciones, que ha sido leída aquí –creo yo–, he demostrado que la Humanidad está progresand
o actualmente. Hasta el Cristo, la Humanidad tenía un cuerpo; ella era ciertamente espléndida; inclusive, había hecho esfuerzos heroicos y había tenido virtudes sublimes. Pero ¿dónde estaba su ternura? ¿Dónde estaba su mansedumbre? Al respecto, habría varios ejemplos en la Antigüedad. Abrid un poema antiguo: ¿dónde está la mansedumbre? ¿Dónde está la ternura? Encontraréis su expansión en el poema –casi todo cristiano– de Dido, de Virgilio, una especie de heroína melancólica que El Tasso o Ariosto habrían vuelto interesante en sus cantos llenos de alegría cristiana.
«El Cristo, pues, vino a hablar al corazón de la Humanidad; pero, como sabéis, el propio Cristo dijo que ha venido en carne en medio del paganismo, y prometió venir en medio del Cristianismo. Existe en el individuo la educación del corazón, como existe la educación de la inteligencia; lo mismo sucede con la Humanidad. Por lo tanto, el Cristo es el gran educador. Su resurrección es el símbolo de su fusión espiritual en todos, y esta fusión, esta expansión de Él mismo, apenas comenzáis a sentir. El Cristo no viene más a hacer milagros; Él viene a hablar directamente al corazón, en vez de hablar a los sentidos. No se detenía con aquellos que le pedían un milagro en el Cielo y, algunos pasos más adelante, improvisaba su magnífico sermón de la montaña. Ahora bien, a los que aún piden milagros, el Cristo responde por todos los Espíritus sabios y esclarecidos: Entonces, ¿creéis más en vuestros ojos, en vuestros oídos, en vuestras manos que en vuestro corazón? Mis llagas están actualmente cerradas; el Cordero ha sido sacrificado; la carne fue destruida; el materialismo lo ha visto: ahora es el turno del Espíritu. Dejo a los falsos profetas; no me presento ante los poderosos de la Tierra como Simón, el mago, pero voy a los que realmente tienen sed, a los que realmente tienen hambre, a los que sufren en el corazón, y no a los que son espiritualistas apenas como verdaderos y puros materialistas.»
LAMENNAIS (médium: Sr. A. Didier).
«El Cristo, pues, vino a hablar al corazón de la Humanidad; pero, como sabéis, el propio Cristo dijo que ha venido en carne en medio del paganismo, y prometió venir en medio del Cristianismo. Existe en el individuo la educación del corazón, como existe la educación de la inteligencia; lo mismo sucede con la Humanidad. Por lo tanto, el Cristo es el gran educador. Su resurrección es el símbolo de su fusión espiritual en todos, y esta fusión, esta expansión de Él mismo, apenas comenzáis a sentir. El Cristo no viene más a hacer milagros; Él viene a hablar directamente al corazón, en vez de hablar a los sentidos. No se detenía con aquellos que le pedían un milagro en el Cielo y, algunos pasos más adelante, improvisaba su magnífico sermón de la montaña. Ahora bien, a los que aún piden milagros, el Cristo responde por todos los Espíritus sabios y esclarecidos: Entonces, ¿creéis más en vuestros ojos, en vuestros oídos, en vuestras manos que en vuestro corazón? Mis llagas están actualmente cerradas; el Cordero ha sido sacrificado; la carne fue destruida; el materialismo lo ha visto: ahora es el turno del Espíritu. Dejo a los falsos profetas; no me presento ante los poderosos de la Tierra como Simón, el mago, pero voy a los que realmente tienen sed, a los que realmente tienen hambre, a los que sufren en el corazón, y no a los que son espiritualistas apenas como verdaderos y puros materialistas.»
«Nos preguntan cuáles son los milagros que hacemos; pero me parece que, desde hace algunos años, las pruebas son bastante evidentes. Los progresos del Espíritu humano han cambiado la faz del mundo civilizado; todo ha progresado, y aquellos que han querido permanecer a la zaga de ese movimiento son como los parias de las nuevas sociedades.
«A la sociedad, tal cual como se prepara hoy para los acontecimientos, ¿qué le falta sino todo lo que llame a la razón y la esclarezca? Es posible que en ciertos momentos Dios haya querido comunicarse a través de inteligencias superiores, como Moisés y otros; de estos grandes hombres datan las grandes épocas, pero el espíritu de los pueblos ha progresado desde entonces. Las grandes figuras de los predestinados enviados por Dios recordaban una leyenda milagrosa; y entonces un hecho, a menudo simple en sí mismo, se vuelve maravilloso ante la multitud impresionable y preparada para emociones que sólo la Naturaleza sabe dar a sus hijos ignorantes.
«Pero hoy, ¿necesitáis milagros? –Todo se ha transformado a vuestro alrededor: la Ciencia, la Filosofía, la industria han desarrollado todo lo que os rodea; ¿y pensáis que nosotros –los Espíritus– no hemos participado en nada de esas profundas modificaciones? –Al estudiar y comentar, aprendéis y meditáis mejor; los milagros no son más de vuestra época y debéis elevaros por encima de esos prejuicios que os quedaron en la memoria como tradiciones. Nosotros os daremos la verdad, y siempre nuestra ayuda. Nosotros os esclareceremos, a fin de haceros mejor y fuertes; creed y amad, y el milagro buscado ha de producirse en vosotros. Al conocer y comprender mejor el objetivo de esta vida, seréis transformados sin fenómenos físicos.
«Buscáis palpar la verdad, tocarla, y ella os rodea y os penetra. Por lo tanto, tened confianza en vuestras propias fuerzas, y el Dios de bondad que os dio el Espíritu hará que vuestra fuerza sea formidable. A través de él disiparéis las nubes que oscurecen vuestro entendimiento, y comprenderéis que el Espíritu es todo inmortalidad, todo poder. Al poneros en relación con esta ley de Dios llamada progreso, no buscaréis más, en el prestigio de los grandes nombres –que son como mitos de la Antigüedad–, una respuesta y un escollo contra el Espiritismo, que es la revelación verdadera, la fe, la ciencia nueva que consuela y que fortalece.»
BALUZE (médium: Sr. Leymarie).
«A la sociedad, tal cual como se prepara hoy para los acontecimientos, ¿qué le falta sino todo lo que llame a la razón y la esclarezca? Es posible que en ciertos momentos Dios haya querido comunicarse a través de inteligencias superiores, como Moisés y otros; de estos grandes hombres datan las grandes épocas, pero el espíritu de los pueblos ha progresado desde entonces. Las grandes figuras de los predestinados enviados por Dios recordaban una leyenda milagrosa; y entonces un hecho, a menudo simple en sí mismo, se vuelve maravilloso ante la multitud impresionable y preparada para emociones que sólo la Naturaleza sabe dar a sus hijos ignorantes.
«Pero hoy, ¿necesitáis milagros? –Todo se ha transformado a vuestro alrededor: la Ciencia, la Filosofía, la industria han desarrollado todo lo que os rodea; ¿y pensáis que nosotros –los Espíritus– no hemos participado en nada de esas profundas modificaciones? –Al estudiar y comentar, aprendéis y meditáis mejor; los milagros no son más de vuestra época y debéis elevaros por encima de esos prejuicios que os quedaron en la memoria como tradiciones. Nosotros os daremos la verdad, y siempre nuestra ayuda. Nosotros os esclareceremos, a fin de haceros mejor y fuertes; creed y amad, y el milagro buscado ha de producirse en vosotros. Al conocer y comprender mejor el objetivo de esta vida, seréis transformados sin fenómenos físicos.
«Buscáis palpar la verdad, tocarla, y ella os rodea y os penetra. Por lo tanto, tened confianza en vuestras propias fuerzas, y el Dios de bondad que os dio el Espíritu hará que vuestra fuerza sea formidable. A través de él disiparéis las nubes que oscurecen vuestro entendimiento, y comprenderéis que el Espíritu es todo inmortalidad, todo poder. Al poneros en relación con esta ley de Dios llamada progreso, no buscaréis más, en el prestigio de los grandes nombres –que son como mitos de la Antigüedad–, una respuesta y un escollo contra el Espiritismo, que es la revelación verdadera, la fe, la ciencia nueva que consuela y que fortalece.»
«Piden milagros para probar la verdad de la Doctrina Espírita; ¿y quién pide esta prueba de la verdad? Aquel que debería ser el primero a creer y a enseñar...
«El mayor de los milagros va a operarse en breve. Sacerdotes del Catolicismo, escuchad: queréis milagros y he aquí que se operan... La cruz del Cristo se desmoronaba bajo los golpes del materialismo, de la indiferencia y del egoísmo; ¡pero he aquí que se levanta, bella y resplandeciente, sostenida por el Espiritismo! Decidme: ¿no es el mayor de los milagros que una cruz se levante, teniendo en cada uno de sus lados la Esperanza y la Caridad? –En verdad, sacerdotes de la Iglesia, creed y ved: ¡los milagros os rodean!... ¿Cómo llamaréis ese regreso común a la creencia casta y pura del Evangelio, en la que todas las filosofías han de vincularse al Espiritismo? El Espiritismo será la gloria y la llama que iluminará todo el Universo. ¡Oh! Entonces el milagro será manifiesto y deslumbrante, porque no habrá en la Tierra sino una única y misma familia. ¡Queréis milagros! Ved a esa pobre mujer sufrida y sin pan: ¡cómo tirita de frío en su cabaña! El hálito con el cual pretende dar calor a sus dos hijitos que se mueren de hambre es más frío y más glacial que el viento que entra violentamente en su albergue miserable; ¿por qué, pues, tanta calma y serenidad en su rostro, en medio de tanta miseria? ¡Ah! Es que ella ha visto brillar una estrella de fuego por encima de su cabeza; la luz celestial se esparce en su refugio. No llora más; ¡ella espera! No maldice más; ¡solamente pide a Dios que le dé coraje para soportar la prueba!... ¡Y he aquí que las puertas de la cabaña se abren y la Caridad viene a depositar allí lo que su mano bienhechora puede esparcir!...
«¿Qué doctrina dará más sentimiento y fuerzas al corazón? El Cristianismo plantó el estandarte de la igualdad en la Tierra; ¡el Espiritismo enarbola el de la fraternidad!... ¡He aquí el milagro más celestial y más divino que se pueda producir!... Sacerdotes, cuyas manos están a veces manchadas por el sacrilegio: ¡no pidáis milagros físicos, porque entonces vuestras frentes podrían quebrarse en la piedra que pisáis para subir al altar!...
«No, el Espiritismo no se vincula a los fenómenos físicos, ni se apoya en milagros que hablan a los ojos, sino que Él da fe al corazón y, decidme, ¿no está ahí, entonces, su mayor milagro?...»
SAN AGUSTÍN (médium: Sr. Vézy).
«El mayor de los milagros va a operarse en breve. Sacerdotes del Catolicismo, escuchad: queréis milagros y he aquí que se operan... La cruz del Cristo se desmoronaba bajo los golpes del materialismo, de la indiferencia y del egoísmo; ¡pero he aquí que se levanta, bella y resplandeciente, sostenida por el Espiritismo! Decidme: ¿no es el mayor de los milagros que una cruz se levante, teniendo en cada uno de sus lados la Esperanza y la Caridad? –En verdad, sacerdotes de la Iglesia, creed y ved: ¡los milagros os rodean!... ¿Cómo llamaréis ese regreso común a la creencia casta y pura del Evangelio, en la que todas las filosofías han de vincularse al Espiritismo? El Espiritismo será la gloria y la llama que iluminará todo el Universo. ¡Oh! Entonces el milagro será manifiesto y deslumbrante, porque no habrá en la Tierra sino una única y misma familia. ¡Queréis milagros! Ved a esa pobre mujer sufrida y sin pan: ¡cómo tirita de frío en su cabaña! El hálito con el cual pretende dar calor a sus dos hijitos que se mueren de hambre es más frío y más glacial que el viento que entra violentamente en su albergue miserable; ¿por qué, pues, tanta calma y serenidad en su rostro, en medio de tanta miseria? ¡Ah! Es que ella ha visto brillar una estrella de fuego por encima de su cabeza; la luz celestial se esparce en su refugio. No llora más; ¡ella espera! No maldice más; ¡solamente pide a Dios que le dé coraje para soportar la prueba!... ¡Y he aquí que las puertas de la cabaña se abren y la Caridad viene a depositar allí lo que su mano bienhechora puede esparcir!...
«¿Qué doctrina dará más sentimiento y fuerzas al corazón? El Cristianismo plantó el estandarte de la igualdad en la Tierra; ¡el Espiritismo enarbola el de la fraternidad!... ¡He aquí el milagro más celestial y más divino que se pueda producir!... Sacerdotes, cuyas manos están a veces manchadas por el sacrilegio: ¡no pidáis milagros físicos, porque entonces vuestras frentes podrían quebrarse en la piedra que pisáis para subir al altar!...
«No, el Espiritismo no se vincula a los fenómenos físicos, ni se apoya en milagros que hablan a los ojos, sino que Él da fe al corazón y, decidme, ¿no está ahí, entonces, su mayor milagro?...»
Nota – Evidentemente esto solamente se aplica a los sacerdotes que han manchado el santuario, como Verger y otros.
El viento
Fábula espírita
Fábula espírita
Cuanto más conocido es el nombre del contradictor, más repercusión tiene su crítica, y más bien puede ésta hacer al llamar la atención de los indiferentes.
(ALLAN KARDEC.)
El austro en la llanura reinar quería.
Cual amo en su vuelo impetuoso,
Con un soplo muy ardiente sacudía
Un secular olmo, tronco enorme y nudoso.
Con su fecunda semilla –decía aquél–
Podía cubrir la tierra, crecer, surgir;
Prevengamos una lucha en el porvenir
Librando obstáculos puestos a mi poder.
Y los delicados penachos verdes,
Deshojándose con el golpe recibido,
En torbellinos se pierden en los aires,
Sin embargo, las semillas han huido
Del soplo que insiste en barrer su vuelo,
Y pese a él echan raíces en el suelo.
Contra las leyes de amor y sabiduría
Que esparce el Espiritismo, árbol de verdad,
El viento de la incredulidad
Sopla, ruge e incesantemente porfía,
Hace que nazca y crezca, creyendo sofocarlo:
Quiere que el germen muera... pero ayuda a sembrarlo.
Cual amo en su vuelo impetuoso,
Con un soplo muy ardiente sacudía
Un secular olmo, tronco enorme y nudoso.
Con su fecunda semilla –decía aquél–
Podía cubrir la tierra, crecer, surgir;
Prevengamos una lucha en el porvenir
Librando obstáculos puestos a mi poder.
Y los delicados penachos verdes,
Deshojándose con el golpe recibido,
En torbellinos se pierden en los aires,
Sin embargo, las semillas han huido
Del soplo que insiste en barrer su vuelo,
Y pese a él echan raíces en el suelo.
Contra las leyes de amor y sabiduría
Que esparce el Espiritismo, árbol de verdad,
El viento de la incredulidad
Sopla, ruge e incesantemente porfía,
Hace que nazca y crezca, creyendo sofocarlo:
Quiere que el germen muera... pero ayuda a sembrarlo.
C. DOMBRE (de Marmande).
La reencarnación en América
A menudo las personas se admiran de que la doctrina de la reencarnación no haya sido enseñada en América, y los incrédulos no dejan de aprovecharse de eso para acusar a los Espíritus de contradicción. No repetiremos aquí las explicaciones que nos fueron dadas al respecto y que ya hemos publicado; nos limitaremos a recordar que los Espíritus han mostrado en esto su prudencia habitual. Ellos han querido que el Espiritismo naciera en un país de absoluta libertad en cuanto a la emisión de opiniones; el punto esencial era la adopción del principio y para esto no quisieron ser incomodados en nada. No sucedería lo mismo con todas sus consecuencias, y sobre todo con la reencarnación, que se habría chocado contra los prejuicios de la esclavitud y del color. La idea de que un negro pudiese volverse un blanco; de que un blanco pudiera haber sido un negro; de que un amo hubiese sido un esclavo, podría parecer de tal modo monstruosa que sería suficiente para hacer que el todo fuese rechazado. Por lo tanto, los Espíritus prefirieron momentáneamente sacrificar lo accesorio a lo principal, y siempre nos dijeron que más tarde la unidad se haría en este punto como en todos los otros. En efecto, es lo que comienza a suceder: varias personas de Norteamérica nos han dicho que ahora la doctrina de la reencarnación encuentra allí numerosos adeptos, y que ciertos Espíritus –después de haberla hecho presentir– vienen a confirmarla. Al respecto, he aquí lo que nos escribe, desde Montreal (Canadá), el Sr. Fleury Lacroix, natural de los Estados Unidos de América:
«...La cuestión de la reencarnación, de la cual habéis sido el primer promotor visible, nos ha tomado de sorpresa aquí; pero hoy estamos reconciliados con ella, con esa hija de vuestro pensamiento. Todo se ha vuelto comprensible a través de esta nueva claridad, y ahora vemos mucho mejor el eterno camino que está delante nuestro. Entretanto, eso nos parecía muy absurdo, como decíamos al comienzo; pero si hoy negamos, mañana creemos:he aquí la humanidad. Felices los que quieren saber, porque la luz se hará para ellos; desdichados son los otros, porque permanecerán en las tinieblas.»
De ese modo fue la lógica, la fuerza del razonamiento que los llevó a la doctrina de la reencarnación, y porque encontraron en la misma la única clave que podía resolver los problemas hasta entonces insolubles. Sin embargo, nuestro honorable corresponsal se equivoca sobre un hecho importante, al atribuirnos la iniciativa de esta doctrina, a la cual llama de hija de nuestro pensamiento. Es un honor que no nos corresponde: la reencarnación ya había sido enseñada por los Espíritus a otros, antes que a nosotros en la publicación de El Libro de los Espíritus; además, el principio de la reencarnación ha sido claramente expuesto en varias obras anteriores, no sólo en las nuestras, sino hasta en las que surgieron en la época de la aparición de las mesas giratorias, entre otras, en Tierra y Cielo (Terre et Ciel), de Jean Reynaud, y en un pequeño libro encantador del Sr. Louis Jourdan, intitulado Las oraciones de Ludovico (Les prières de Ludovic), publicado en 1849, sin contar que ese dogma era profesado por los druidas, a los cuales, ciertamente, nosotros no enseñamos.[1] Cuando ese principio nos fue revelado, quedamos sorprendidos y lo recibimos con dudas, con desconfianza; inclusive lo combatimos durante algún tiempo, hasta que la evidencia nos fue demostrada. Así, a este dogma, nosotros lo hemos ACEPTADO y no INVENTADO, lo que es bien diferente.
Esto responde a la objeción de uno de nuestros suscriptores, el Sr. Salgues (de Angers), que es uno de los antagonistas declarados de la reencarnación, el cual pretende que los Espíritus y los médiums que la enseñan reciben nuestra influencia, considerando que los que se comunican con él dicen lo contrario. Además, el Sr. Salgues alega contra la reencarnación objeciones especiales, las cuales serán objeto, uno de estos días, de un examen particular. A la espera de esto, constatamos un hecho: el número de adeptos de la doctrina de la reencarnación crece sin cesar, mientras que el de sus adversarios disminuye; si ese resultado se debe a nuestra influencia, esto es atribuirnos una importancia muy grande, ya que se extiende de Europa a América, a Asia, al África y hasta a Oceanía. Si la opinión contraria es verdadera, ¿cómo se explica que no haya preponderado? Por lo tanto, ¿sería el error más poderoso que la verdad?
1] Ver la Revista Espírita de abril de 1858, página 95 {137}: El Espiritismo entre los druidas, artículo que contiene las Tríadas. [Nota de Allan Kardec.]
A menudo las personas se admiran de que la doctrina de la reencarnación no haya sido enseñada en América, y los incrédulos no dejan de aprovecharse de eso para acusar a los Espíritus de contradicción. No repetiremos aquí las explicaciones que nos fueron dadas al respecto y que ya hemos publicado; nos limitaremos a recordar que los Espíritus han mostrado en esto su prudencia habitual. Ellos han querido que el Espiritismo naciera en un país de absoluta libertad en cuanto a la emisión de opiniones; el punto esencial era la adopción del principio y para esto no quisieron ser incomodados en nada. No sucedería lo mismo con todas sus consecuencias, y sobre todo con la reencarnación, que se habría chocado contra los prejuicios de la esclavitud y del color. La idea de que un negro pudiese volverse un blanco; de que un blanco pudiera haber sido un negro; de que un amo hubiese sido un esclavo, podría parecer de tal modo monstruosa que sería suficiente para hacer que el todo fuese rechazado. Por lo tanto, los Espíritus prefirieron momentáneamente sacrificar lo accesorio a lo principal, y siempre nos dijeron que más tarde la unidad se haría en este punto como en todos los otros. En efecto, es lo que comienza a suceder: varias personas de Norteamérica nos han dicho que ahora la doctrina de la reencarnación encuentra allí numerosos adeptos, y que ciertos Espíritus –después de haberla hecho presentir– vienen a confirmarla. Al respecto, he aquí lo que nos escribe, desde Montreal (Canadá), el Sr. Fleury Lacroix, natural de los Estados Unidos de América:
«...La cuestión de la reencarnación, de la cual habéis sido el primer promotor visible, nos ha tomado de sorpresa aquí; pero hoy estamos reconciliados con ella, con esa hija de vuestro pensamiento. Todo se ha vuelto comprensible a través de esta nueva claridad, y ahora vemos mucho mejor el eterno camino que está delante nuestro. Entretanto, eso nos parecía muy absurdo, como decíamos al comienzo; pero si hoy negamos, mañana creemos:he aquí la humanidad. Felices los que quieren saber, porque la luz se hará para ellos; desdichados son los otros, porque permanecerán en las tinieblas.»
De ese modo fue la lógica, la fuerza del razonamiento que los llevó a la doctrina de la reencarnación, y porque encontraron en la misma la única clave que podía resolver los problemas hasta entonces insolubles. Sin embargo, nuestro honorable corresponsal se equivoca sobre un hecho importante, al atribuirnos la iniciativa de esta doctrina, a la cual llama de hija de nuestro pensamiento. Es un honor que no nos corresponde: la reencarnación ya había sido enseñada por los Espíritus a otros, antes que a nosotros en la publicación de El Libro de los Espíritus; además, el principio de la reencarnación ha sido claramente expuesto en varias obras anteriores, no sólo en las nuestras, sino hasta en las que surgieron en la época de la aparición de las mesas giratorias, entre otras, en Tierra y Cielo (Terre et Ciel), de Jean Reynaud, y en un pequeño libro encantador del Sr. Louis Jourdan, intitulado Las oraciones de Ludovico (Les prières de Ludovic), publicado en 1849, sin contar que ese dogma era profesado por los druidas, a los cuales, ciertamente, nosotros no enseñamos.[1] Cuando ese principio nos fue revelado, quedamos sorprendidos y lo recibimos con dudas, con desconfianza; inclusive lo combatimos durante algún tiempo, hasta que la evidencia nos fue demostrada. Así, a este dogma, nosotros lo hemos ACEPTADO y no INVENTADO, lo que es bien diferente.
Esto responde a la objeción de uno de nuestros suscriptores, el Sr. Salgues (de Angers), que es uno de los antagonistas declarados de la reencarnación, el cual pretende que los Espíritus y los médiums que la enseñan reciben nuestra influencia, considerando que los que se comunican con él dicen lo contrario. Además, el Sr. Salgues alega contra la reencarnación objeciones especiales, las cuales serán objeto, uno de estos días, de un examen particular. A la espera de esto, constatamos un hecho: el número de adeptos de la doctrina de la reencarnación crece sin cesar, mientras que el de sus adversarios disminuye; si ese resultado se debe a nuestra influencia, esto es atribuirnos una importancia muy grande, ya que se extiende de Europa a América, a Asia, al África y hasta a Oceanía. Si la opinión contraria es verdadera, ¿cómo se explica que no haya preponderado? Por lo tanto, ¿sería el error más poderoso que la verdad?
1] Ver la Revista Espírita de abril de 1858, página 95 {137}: El Espiritismo entre los druidas, artículo que contiene las Tríadas. [Nota de Allan Kardec.]
Nuevos médiums americanos en París
En lo tocante a las manifestaciones físicas, los médiums americanos aventajan ciertamente, en número y en fuerza, a los del viejo continente. En este aspecto, la reputación de los mismos se encuentra tan bien establecida –sobre todo después del Sr. Home– que por sí solos parecen que prometen prodigios. El Sr. Squire era designado por mucha gente como un médium americano, un charlatán que hace algunos años recorría ciudades y ferias para hacer presentaciones, anunciándose como médium americano, aunque fuese absolutamente francés. He aquí que llegan dos nuevos, que de médiums sólo tienen el nombre, y de los cuales no habríamos hablado, porque su arte es ajeno a nuestro objeto de estudio, si su llegada –anunciada con estruendo– no hubiese causado una cierta sensación por la naturaleza de sus pretensiones. Para la instrucción de nuestros lectores y para que no seamos acusados de parcialidad, transcribimos textualmente su prospecto, del cual París acaba de ser inundado.
«Diversiones en los salones parisienses. –¡¡¡Novedades y nada más que novedades!!! –Sesiones para las familias y reuniones privadas dadas por los médiums americanos, Sr. C. Eddwards Girroodd, de Kingston (Lago Ontario), Alto Canadá, y Sra. Julia de Girroodd, apodada La Graciosa Sensitiva por la prensa inglesa y americana.
«Un álbum con más de 200 páginas –del cual cada hoja es una carta de felicitaciones, firmada por los más grandes nombres de Francia, ya sea de la nobleza, de la magistratura, del ejército, de la literatura, así como por 16 arzobispos y obispos de Francia, y por un gran número de eclesiásticos de alta distinción–, se encuentra a disposición de las personas que, queriendo hacer una sesión, desearían anticipadamente asegurarse del buen gusto, de la riqueza y de la novedad de sus experiencias.
«El Sr. Girroodd y la Sra. de Girroodd –los únicos en Francia que realizan esas experiencias– han pasado apenas tres meses en París y ya hicieron cuarenta y dos sesiones en los principales Salones de la Capital, en Las Tullerías, el 12 de mayo de 1861, así como en la residencia de varios miembros de la Familia Imperial.
«Han puesto inmediatamente sus experiencias muy por encima de todo lo que se vio hasta este día como Recreación de Sesiones.
«Su prestidigitación, contrariamente a la costumbre de los Sres. físicos, no exige los menores preparativos ni arreglos particulares, y los artistas operan fácilmente en medio de un círculo de espectadores atentos, sin temer un solo minuto para ver destruir la ilusión.
«Las mágicas no son sino una parte muy pequeña de sus variados talentos. El Mundo de los Espíritus obedece a sus voces: Visiones – Éxtasis – Fascinación – Magnetismo – Electrobiología – Espíritus golpeadores – Espiritualismo, etc., etc., todo lo que la Ciencia y el charlatanismo han inventado, que asombra a los crédulos de nuestros días, hasta que les da una fe robusta en todo lo que no es más que un hábil malabarismo, donde uno es cómplice sin saberlo. En una palabra, el Sr. y la Sra. de Girroodd, después de haberse mostrado como hechiceros –pero hechiceros de élite–, sabios como Merlín, el Encantador, demostrarán los secretos de su Ciencia si fuera necesario.
«La fe cristiana sólo tiende a ganar al ver claramente que todo lo que ella no ha enseñado no es sino un brillante charlatanismo.
«Para las pequeñas reuniones o sesiones para niños, el Sr. Girroodd contrató, para todo el invierno, a uno de los físicos más hábiles de la Capital y a un ventrílocuo apodado El hombre de las muñecas parlantes, los cuales darán sesiones a precios reducidos.»
Como se ve, este Sr. y esta Sra. tienen la pretensión –nada más ni nada menos– de matar al Espiritismo, y se hacen pasar por defensores de la fe cristiana, sin duda muy sorprendida por encontrar en la prestidigitación un ayudante; esto, sin embargo, puede aumentar una cierta clientela.
Ellos se dicen médiums y no tienen el cuidado de omitir el título de americanos, pasaporte indispensable, como los nombres en letra i para los músicos, y eso para demostrar que los médiums no existen, ya que pueden reproducir –según ellos– todo lo que hacen los médiums, con la ayuda de la destreza, de la mecánica y de los medios que le son peculiares. Esto prueba una cosa: que todo puede ser imitado. La ilusión es una cuestión de habilidad. Mas, porque una cosa pueda ser imitada, ¿se deduce que ella no existe? La prestidigitación imitó a la lucidez sonambúlica hasta el punto de engañar; ¿de esto se debe sacar en conclusión que no hay sonámbulos? Se han hecho copias de Rafael que fueron tomadas como originales; ¿esto significa que Rafael no existió? El Sr. Robert Houdin transforma el agua en vino y hace salir de un sombrero (no preparado) a miles de objetos, que pueden llenar una caja grande; ¿esto depone contra los milagros de las bodas de Caná y contra la multiplicación de los panes? Entretanto, él hace aún más que transformar el agua en vino, puesto que, de una sola botella, hace salir media docena de licores diferentes y deliciosos.
Todas las manifestaciones físicas se prestan maravillosamente a la imitación, y también son éstas que los charlatanes explotan; ellos exceden en mucho a los Espíritus, sobre todo en lo tocante a los aportes, pues que los producen a voluntad y en el momento correcto, lo que ni los Espíritus ni los mejores médiums son capaces de conseguir. Por lo demás, es preciso hacer justicia a ese Sr. y a su Sra., porque de modo alguno han intentado engañar al público: ellos no pretenden ser lo que no son y se presentan francamente como imitadores sagaces, y en esto son más respetables que los que falsamente se hacen pasar por médiums; inclusive, lo son mucho más que los verdaderos médiums que, para producir más efectos y superar a sus competidores, agregan subterfugios a la realidad. Es cierto que algunas veces la franqueza es una buena política; está muy desgastado presentarse como vulgares prestidigitadores; pero querer probar a través del escamoteo que los médiums son escamoteadores, es un atractivo de novedad que los curiosos pagarán con creces.
Como ya hemos dicho, su destreza no depone contra la realidad de los fenómenos; lejos de perjudicarlos, tendrá una gran utilidad. Ante todo es una trompeta más que llamará la atención sobre el Espiritismo y hará pensar a las personas que nunca habían oído hablar de Él; como en todas las críticas, querrán ver los pros y los contra. Ahora bien, el resultado de la comparación no deja dudas. Una utilidad todavía mayor es la de precaverse contra la posibilidad del fraude y de los subterfugios de los falsos médiums; al probar la posibilidad de la imitación, se exponen a una muy mala pasada y a arruinar su crédito. Si su destreza pudiese dañar algo, sería a la confianza que se les da –quizá un poco con liviandad– y a los prodigios que ciertos médiums obtienen tan fácilmente del otro lado del Atlántico, porque no está dicho que el Sr. y la Sra. de Girroodd tengan el privilegio de sus secretos. Si un día se presentara la ocasión de asistir a una de sus sesiones, tendremos el placer de relatarla para la instrucción de nuestros lectores.
Cuando decimos que todo puede ser imitado, debemos exceptuar, sin embargo, las condiciones verdaderamente normales en las que pueden producirse las manifestaciones espíritas, de donde se puede decir que todo fenómeno que se aparta de esas condiciones debe ser considerado sospechoso. Ahora bien, para juzgar sanamente una cosa es necesario haberla estudiado. Las propias manifestaciones inteligentes no están a salvo de la prestidigitación; hay algunas que, por su naturaleza y por las circunstancias en que son obtenidas, desafían a la más consumada habilidad de imitación, como, por ejemplo, la evocación de personas muertas, revelando con propiedad particularidades de su existencia, desconocidas del médium y de los asistentes y, mejor aún, esas disertaciones de varias páginas, escritas de un solo trazo, sin tachaduras, con rapidez, elocuencia, corrección, profundidad, ciencia y sublimidad de pensamientos, sobre temas dados, fuera del conocimiento y de la capacidad del médium, y que éste ni mismo comprende. Para ejecutar tales proezas sería necesario un genio universal; ahora bien, los genios universales son raros y, además, no dan espectáculos. Entretanto, es lo que se ve todos los días, no por un individuo privilegiado, sino por millares de individuos de todas las edades, sexos, condiciones sociales y grados de instrucción, cuya honorabilidad y desinterés absoluto son la mejor garantía de sinceridad, porque el charlatanismo no da nada gratuitamente. Si el Sr. y la Sra. de Girroodd quisiesen aceptar un debate, sería en este terreno que nosotros los llamaríamos, dejándoles de buen grado el de las manifestaciones físicas.
Nota – Una persona que dice estar bien informada nos asegura que Eddwards Girrodd debe traducirse como Édouard Girod, y Kingston, Lago Ontario, Alto Canadá, como Saint-Flour, Cantal.
En lo tocante a las manifestaciones físicas, los médiums americanos aventajan ciertamente, en número y en fuerza, a los del viejo continente. En este aspecto, la reputación de los mismos se encuentra tan bien establecida –sobre todo después del Sr. Home– que por sí solos parecen que prometen prodigios. El Sr. Squire era designado por mucha gente como un médium americano, un charlatán que hace algunos años recorría ciudades y ferias para hacer presentaciones, anunciándose como médium americano, aunque fuese absolutamente francés. He aquí que llegan dos nuevos, que de médiums sólo tienen el nombre, y de los cuales no habríamos hablado, porque su arte es ajeno a nuestro objeto de estudio, si su llegada –anunciada con estruendo– no hubiese causado una cierta sensación por la naturaleza de sus pretensiones. Para la instrucción de nuestros lectores y para que no seamos acusados de parcialidad, transcribimos textualmente su prospecto, del cual París acaba de ser inundado.
«Diversiones en los salones parisienses. –¡¡¡Novedades y nada más que novedades!!! –Sesiones para las familias y reuniones privadas dadas por los médiums americanos, Sr. C. Eddwards Girroodd, de Kingston (Lago Ontario), Alto Canadá, y Sra. Julia de Girroodd, apodada La Graciosa Sensitiva por la prensa inglesa y americana.
«Un álbum con más de 200 páginas –del cual cada hoja es una carta de felicitaciones, firmada por los más grandes nombres de Francia, ya sea de la nobleza, de la magistratura, del ejército, de la literatura, así como por 16 arzobispos y obispos de Francia, y por un gran número de eclesiásticos de alta distinción–, se encuentra a disposición de las personas que, queriendo hacer una sesión, desearían anticipadamente asegurarse del buen gusto, de la riqueza y de la novedad de sus experiencias.
«El Sr. Girroodd y la Sra. de Girroodd –los únicos en Francia que realizan esas experiencias– han pasado apenas tres meses en París y ya hicieron cuarenta y dos sesiones en los principales Salones de la Capital, en Las Tullerías, el 12 de mayo de 1861, así como en la residencia de varios miembros de la Familia Imperial.
«Han puesto inmediatamente sus experiencias muy por encima de todo lo que se vio hasta este día como Recreación de Sesiones.
«Su prestidigitación, contrariamente a la costumbre de los Sres. físicos, no exige los menores preparativos ni arreglos particulares, y los artistas operan fácilmente en medio de un círculo de espectadores atentos, sin temer un solo minuto para ver destruir la ilusión.
«Las mágicas no son sino una parte muy pequeña de sus variados talentos. El Mundo de los Espíritus obedece a sus voces: Visiones – Éxtasis – Fascinación – Magnetismo – Electrobiología – Espíritus golpeadores – Espiritualismo, etc., etc., todo lo que la Ciencia y el charlatanismo han inventado, que asombra a los crédulos de nuestros días, hasta que les da una fe robusta en todo lo que no es más que un hábil malabarismo, donde uno es cómplice sin saberlo. En una palabra, el Sr. y la Sra. de Girroodd, después de haberse mostrado como hechiceros –pero hechiceros de élite–, sabios como Merlín, el Encantador, demostrarán los secretos de su Ciencia si fuera necesario.
«La fe cristiana sólo tiende a ganar al ver claramente que todo lo que ella no ha enseñado no es sino un brillante charlatanismo.
«Para las pequeñas reuniones o sesiones para niños, el Sr. Girroodd contrató, para todo el invierno, a uno de los físicos más hábiles de la Capital y a un ventrílocuo apodado El hombre de las muñecas parlantes, los cuales darán sesiones a precios reducidos.»
Como se ve, este Sr. y esta Sra. tienen la pretensión –nada más ni nada menos– de matar al Espiritismo, y se hacen pasar por defensores de la fe cristiana, sin duda muy sorprendida por encontrar en la prestidigitación un ayudante; esto, sin embargo, puede aumentar una cierta clientela.
Ellos se dicen médiums y no tienen el cuidado de omitir el título de americanos, pasaporte indispensable, como los nombres en letra i para los músicos, y eso para demostrar que los médiums no existen, ya que pueden reproducir –según ellos– todo lo que hacen los médiums, con la ayuda de la destreza, de la mecánica y de los medios que le son peculiares. Esto prueba una cosa: que todo puede ser imitado. La ilusión es una cuestión de habilidad. Mas, porque una cosa pueda ser imitada, ¿se deduce que ella no existe? La prestidigitación imitó a la lucidez sonambúlica hasta el punto de engañar; ¿de esto se debe sacar en conclusión que no hay sonámbulos? Se han hecho copias de Rafael que fueron tomadas como originales; ¿esto significa que Rafael no existió? El Sr. Robert Houdin transforma el agua en vino y hace salir de un sombrero (no preparado) a miles de objetos, que pueden llenar una caja grande; ¿esto depone contra los milagros de las bodas de Caná y contra la multiplicación de los panes? Entretanto, él hace aún más que transformar el agua en vino, puesto que, de una sola botella, hace salir media docena de licores diferentes y deliciosos.
Todas las manifestaciones físicas se prestan maravillosamente a la imitación, y también son éstas que los charlatanes explotan; ellos exceden en mucho a los Espíritus, sobre todo en lo tocante a los aportes, pues que los producen a voluntad y en el momento correcto, lo que ni los Espíritus ni los mejores médiums son capaces de conseguir. Por lo demás, es preciso hacer justicia a ese Sr. y a su Sra., porque de modo alguno han intentado engañar al público: ellos no pretenden ser lo que no son y se presentan francamente como imitadores sagaces, y en esto son más respetables que los que falsamente se hacen pasar por médiums; inclusive, lo son mucho más que los verdaderos médiums que, para producir más efectos y superar a sus competidores, agregan subterfugios a la realidad. Es cierto que algunas veces la franqueza es una buena política; está muy desgastado presentarse como vulgares prestidigitadores; pero querer probar a través del escamoteo que los médiums son escamoteadores, es un atractivo de novedad que los curiosos pagarán con creces.
Como ya hemos dicho, su destreza no depone contra la realidad de los fenómenos; lejos de perjudicarlos, tendrá una gran utilidad. Ante todo es una trompeta más que llamará la atención sobre el Espiritismo y hará pensar a las personas que nunca habían oído hablar de Él; como en todas las críticas, querrán ver los pros y los contra. Ahora bien, el resultado de la comparación no deja dudas. Una utilidad todavía mayor es la de precaverse contra la posibilidad del fraude y de los subterfugios de los falsos médiums; al probar la posibilidad de la imitación, se exponen a una muy mala pasada y a arruinar su crédito. Si su destreza pudiese dañar algo, sería a la confianza que se les da –quizá un poco con liviandad– y a los prodigios que ciertos médiums obtienen tan fácilmente del otro lado del Atlántico, porque no está dicho que el Sr. y la Sra. de Girroodd tengan el privilegio de sus secretos. Si un día se presentara la ocasión de asistir a una de sus sesiones, tendremos el placer de relatarla para la instrucción de nuestros lectores.
Cuando decimos que todo puede ser imitado, debemos exceptuar, sin embargo, las condiciones verdaderamente normales en las que pueden producirse las manifestaciones espíritas, de donde se puede decir que todo fenómeno que se aparta de esas condiciones debe ser considerado sospechoso. Ahora bien, para juzgar sanamente una cosa es necesario haberla estudiado. Las propias manifestaciones inteligentes no están a salvo de la prestidigitación; hay algunas que, por su naturaleza y por las circunstancias en que son obtenidas, desafían a la más consumada habilidad de imitación, como, por ejemplo, la evocación de personas muertas, revelando con propiedad particularidades de su existencia, desconocidas del médium y de los asistentes y, mejor aún, esas disertaciones de varias páginas, escritas de un solo trazo, sin tachaduras, con rapidez, elocuencia, corrección, profundidad, ciencia y sublimidad de pensamientos, sobre temas dados, fuera del conocimiento y de la capacidad del médium, y que éste ni mismo comprende. Para ejecutar tales proezas sería necesario un genio universal; ahora bien, los genios universales son raros y, además, no dan espectáculos. Entretanto, es lo que se ve todos los días, no por un individuo privilegiado, sino por millares de individuos de todas las edades, sexos, condiciones sociales y grados de instrucción, cuya honorabilidad y desinterés absoluto son la mejor garantía de sinceridad, porque el charlatanismo no da nada gratuitamente. Si el Sr. y la Sra. de Girroodd quisiesen aceptar un debate, sería en este terreno que nosotros los llamaríamos, dejándoles de buen grado el de las manifestaciones físicas.
Nota – Una persona que dice estar bien informada nos asegura que Eddwards Girrodd debe traducirse como Édouard Girod, y Kingston, Lago Ontario, Alto Canadá, como Saint-Flour, Cantal.
Suscripción a favor de los obreros lioneses
La Sociedad Espírita de París no podía olvidarse de las aflicciones de sus hermanos de Lyon; desde el mes de noviembre Ella se ha empeñado en suscribir 260 francos en un sorteo de beneficencia organizado por varios Grupos de esta ciudad. Pero el Espiritismo no es exclusivista; para Él todos los hombres son hermanos y se deben un mutuo apoyo, sin acepción de creencia. Por lo tanto, queriendo ofrecer su óbolo a la obra en común, abrió en la sede de la Société –rue et passage Sainte-Anne, 59 (calle y Pasaje Santa-Ana Nº 59)– una suscripción cuyo producto será depositado en la caja de la suscripción general del diario Le Siècle (El Siglo).
Una carta de Lyon, dirigida al Sr. Allan Kardec, informa que un espírita anónimo acaba de enviar directamente, con este fin, una suma de 500 francos. Que ese generoso benefactor, cuyo anonimato respetaremos, reciba aquí los agradecimientos de todos los miembros de la Sociedad.
Un Espíritu, que se da a conocer con el nombre característico y encantador de Cárita, y cuya misión parece ser la de socorrer al infortunio a través de la beneficencia, ha tenido a bien dictar al respecto la siguiente epístola, que nos ha sido enviada de Lyon, y que nuestros lectores indudablemente la colocarán –como nosotros– en el número de las más encantadoras producciones del Más Allá. ¡Que ella pueda despertar la simpatía de todos los espíritas para con sus hermanos en sufrimiento! Todas las comunicaciones de Cárita son marcadas con el mismo sello de bondad y de simplicidad. Evocada en la Sociedad de París, ella dice haber sido santa Irene, emperatriz.
A los espíritas parisienses que han enviado 500 francos para los pobres de Lyon: ¡Gracias!
La Sociedad Espírita de París no podía olvidarse de las aflicciones de sus hermanos de Lyon; desde el mes de noviembre Ella se ha empeñado en suscribir 260 francos en un sorteo de beneficencia organizado por varios Grupos de esta ciudad. Pero el Espiritismo no es exclusivista; para Él todos los hombres son hermanos y se deben un mutuo apoyo, sin acepción de creencia. Por lo tanto, queriendo ofrecer su óbolo a la obra en común, abrió en la sede de la Société –rue et passage Sainte-Anne, 59 (calle y Pasaje Santa-Ana Nº 59)– una suscripción cuyo producto será depositado en la caja de la suscripción general del diario Le Siècle (El Siglo).
Una carta de Lyon, dirigida al Sr. Allan Kardec, informa que un espírita anónimo acaba de enviar directamente, con este fin, una suma de 500 francos. Que ese generoso benefactor, cuyo anonimato respetaremos, reciba aquí los agradecimientos de todos los miembros de la Sociedad.
Un Espíritu, que se da a conocer con el nombre característico y encantador de Cárita, y cuya misión parece ser la de socorrer al infortunio a través de la beneficencia, ha tenido a bien dictar al respecto la siguiente epístola, que nos ha sido enviada de Lyon, y que nuestros lectores indudablemente la colocarán –como nosotros– en el número de las más encantadoras producciones del Más Allá. ¡Que ella pueda despertar la simpatía de todos los espíritas para con sus hermanos en sufrimiento! Todas las comunicaciones de Cárita son marcadas con el mismo sello de bondad y de simplicidad. Evocada en la Sociedad de París, ella dice haber sido santa Irene, emperatriz.
A los espíritas parisienses que han enviado 500 francos para los pobres de Lyon: ¡Gracias!
«¡Gracias a vosotros, cuyos corazones generosos han sabido comprender nuestro llamado, y que han venido a ayudar a vuestros desdichados hermanos! ¡Gracias! Porque vuestra ofrenda va a cicatrizar muchas heridas y aliviar muchos dolores. ¡Gracias! Ya que habéis sabido intuir que con ese fruto de oro que enviasteis se podrá aplacar momentáneamente el hambre y se conseguirá poner leña en las chimeneas, apagadas desde hace mucho tiempo.
«¡Gracias! Sobre todo porque tuvisteis la delicada atención de ocultar vuestra buena acción bajo el manto del anonimato; pero si habéis ocultado ese generoso pensamiento de ser útiles a vuestros semejantes –como la violeta se esconde bajo el follaje–, hay un juez, un Señor para el cual vuestros corazones no tienen secretos, y que sabe de dónde ha salido ese rocío benéfico que ha venido a refrescar una nueva frente ardiente, expulsando la miseria tan temida por las pobres madres de familia. Dios, que lo ve todo, conoce el secreto del que permaneció anónimo y se encargará de recompensar a los que han tenido la inspiración de socorrer a las pobres víctimas de circunstancias independientes de su voluntad. Amigos míos, Dios ama estos inciensos de vuestros corazones que, sabiendo compartir los dolores de los demás, sabe también cómo se practica la caridad. Principalmente Él aprecia esa devoción y esa abnegación que se esquiva ante un agradecimiento pomposo y que prefiere resguardar su modestia bajo simples iniciales; pero Él vinculó el nombre del benefactor a todas las bendiciones que vuestra ayuda hará nacer, porque –como lo sabéis– esos transportes de alegrías que sienten los corazones socorridos ascienden a Dios, y como Él ve que esos efluvios, que han partido de la gratitud, son el resultado de vuestros beneficios, anota la recompensa que le corresponde en el gran libro del Espíritu generoso que los hizo nacer.
«Si os fuese dado escuchar esas tiernas emociones, esas tímidas muestras de simpatía que esos desdichados dejan escapar ante la visión de una pequeña moneda –maná celestial que cae del Cielo sobre sus pobres cabañas–; si os fuese dado escuchar los gritos infantiles de la pequeña y pobre criatura que comprende que el pan está asegurado por algunos días, seríais muy felices y diríais: “La caridad es tierna y merece ser practicada”. Es que –como podéis ver– son necesarias pocas cosas para transformar lágrimas en alegría, sobre todo en la casa del obrero que no está habituado a que la felicidad lo visite a menudo. Si esa pobre hormiga que recoge –migaja a migaja– el pan de cada día, encuentra en su camino un pan entero en el momento en que perdía la esperanza de poder dar a su familia el alimento diario, entonces esta fortuna inesperada le parece tan incomprensible que, al no encontrar expresiones para manifestar su felicidad, deja escapar algunas palabras sueltas, a las cuales siguen lágrimas de enternecimiento. Por lo tanto, amigos míos, socorred a los pobres, a esos obreros que sólo tienen como última esperanza la muerte en un hospital o la mendicidad en la esquina de una calle. Socorredlos tanto como os sea posible, para que cuando Dios os reúna, siguiendo la extensa avenida que conduce al inmenso portal, en cuyo frontispicio están grabadas las palabras Amor y Caridad, pueda Dios deciros a todos, al reunir a los benefactores y a los beneficiados: Supisteis dar; fuisteis felices en recibir; vamos, entrad. Que la caridad que os ha guiado os introduzca en este mundo radiante que reservo a los que tienen como lema: “Amaos los unos a los otros”.»
«CÁRITA»
«¡Gracias! Sobre todo porque tuvisteis la delicada atención de ocultar vuestra buena acción bajo el manto del anonimato; pero si habéis ocultado ese generoso pensamiento de ser útiles a vuestros semejantes –como la violeta se esconde bajo el follaje–, hay un juez, un Señor para el cual vuestros corazones no tienen secretos, y que sabe de dónde ha salido ese rocío benéfico que ha venido a refrescar una nueva frente ardiente, expulsando la miseria tan temida por las pobres madres de familia. Dios, que lo ve todo, conoce el secreto del que permaneció anónimo y se encargará de recompensar a los que han tenido la inspiración de socorrer a las pobres víctimas de circunstancias independientes de su voluntad. Amigos míos, Dios ama estos inciensos de vuestros corazones que, sabiendo compartir los dolores de los demás, sabe también cómo se practica la caridad. Principalmente Él aprecia esa devoción y esa abnegación que se esquiva ante un agradecimiento pomposo y que prefiere resguardar su modestia bajo simples iniciales; pero Él vinculó el nombre del benefactor a todas las bendiciones que vuestra ayuda hará nacer, porque –como lo sabéis– esos transportes de alegrías que sienten los corazones socorridos ascienden a Dios, y como Él ve que esos efluvios, que han partido de la gratitud, son el resultado de vuestros beneficios, anota la recompensa que le corresponde en el gran libro del Espíritu generoso que los hizo nacer.
«Si os fuese dado escuchar esas tiernas emociones, esas tímidas muestras de simpatía que esos desdichados dejan escapar ante la visión de una pequeña moneda –maná celestial que cae del Cielo sobre sus pobres cabañas–; si os fuese dado escuchar los gritos infantiles de la pequeña y pobre criatura que comprende que el pan está asegurado por algunos días, seríais muy felices y diríais: “La caridad es tierna y merece ser practicada”. Es que –como podéis ver– son necesarias pocas cosas para transformar lágrimas en alegría, sobre todo en la casa del obrero que no está habituado a que la felicidad lo visite a menudo. Si esa pobre hormiga que recoge –migaja a migaja– el pan de cada día, encuentra en su camino un pan entero en el momento en que perdía la esperanza de poder dar a su familia el alimento diario, entonces esta fortuna inesperada le parece tan incomprensible que, al no encontrar expresiones para manifestar su felicidad, deja escapar algunas palabras sueltas, a las cuales siguen lágrimas de enternecimiento. Por lo tanto, amigos míos, socorred a los pobres, a esos obreros que sólo tienen como última esperanza la muerte en un hospital o la mendicidad en la esquina de una calle. Socorredlos tanto como os sea posible, para que cuando Dios os reúna, siguiendo la extensa avenida que conduce al inmenso portal, en cuyo frontispicio están grabadas las palabras Amor y Caridad, pueda Dios deciros a todos, al reunir a los benefactores y a los beneficiados: Supisteis dar; fuisteis felices en recibir; vamos, entrad. Que la caridad que os ha guiado os introduzca en este mundo radiante que reservo a los que tienen como lema: “Amaos los unos a los otros”.»
Nota –¿A quién harán creer que ha sido el demonio el que dictó tales palabras? En todo caso, si es el demonio que impele a la caridad, nosotros nunca perderemos nada en hacerla.
Enseñanzas y disertaciones espíritas
La Fe
Yo soy la hermana mayor de la Esperanza y de la Caridad: me llamo Fe.
Soy grande y fuerte; aquel que me recibe no teme ni el hierro ni el fuego: es a prueba de todo tipo de sufrimientos físicos y morales. Irradio sobre vosotros con una antorcha cuyos rayos resplandecientes se reflejan en lo profundo de vuestros corazones, y os transmito la fuerza y la vida. Entre vosotros dicen que transporto montañas; y yo os digo: Vengo a levantar al mundo, porque el Espiritismo es la palanca que me debe ayudar. Por lo tanto, uníos a mí; vengo a invitaros: yo soy la Fe.
¡Soy la Fe! Vivo con la Esperanza, con la Caridad y con el Amor en el mundo de los Espíritus; a menudo dejé las regiones etéreas y vine a la Tierra para regeneraros, dándoos la vida del Espíritu. Mas, con excepción de los mártires de los primeros tiempos del Cristianismo y, de vez en cuando, de algunos fervorosos sacrificios que han promovido el progreso de la Ciencia, de las Letras, de la Industria y de la Libertad, solamente encontré entre los hombres la indiferencia y la frialdad, retomando tristemente mi vuelo hacia los Cielos. Creéis que me encuentro en vuestro medio, pero estáis en el error, porque la Fe sin obras es un simulacro de Fe; la verdadera Fe es vida y acción.
Antes de la revelación del Espiritismo la vida era estéril; era un árbol que secó por los destellos de los rayos y que no producía fruto alguno. Soy reconocida por mis acciones: ilumino a las inteligencias, vivifico y fortalezco a los corazones; rechazo las influencias engañosas y os conduzco a Dios a través de la perfección del Espíritu y del corazón. Venid a colocaros bajo mi bandera; soy poderosa y fuerte: yo soy la Fe.
Soy la Fe y mi reino comienza entre los hombres, reino pacífico que los hará felices en el presente y en la eternidad. La aurora de mi advenimiento entre vosotros es pura y serena; su sol será resplandeciente, y el poniente vendrá suavemente a mecer a la humanidad en los brazos de la eterna felicidad. ¡Espiritismo! Derrama sobre los hombres tu bautismo regenerador. Les hago un llamado supremo: yo soy la Fe.
GEORGES,
obispo de Périgueux.
Yo soy la hermana mayor de la Esperanza y de la Caridad: me llamo Fe.
Soy grande y fuerte; aquel que me recibe no teme ni el hierro ni el fuego: es a prueba de todo tipo de sufrimientos físicos y morales. Irradio sobre vosotros con una antorcha cuyos rayos resplandecientes se reflejan en lo profundo de vuestros corazones, y os transmito la fuerza y la vida. Entre vosotros dicen que transporto montañas; y yo os digo: Vengo a levantar al mundo, porque el Espiritismo es la palanca que me debe ayudar. Por lo tanto, uníos a mí; vengo a invitaros: yo soy la Fe.
¡Soy la Fe! Vivo con la Esperanza, con la Caridad y con el Amor en el mundo de los Espíritus; a menudo dejé las regiones etéreas y vine a la Tierra para regeneraros, dándoos la vida del Espíritu. Mas, con excepción de los mártires de los primeros tiempos del Cristianismo y, de vez en cuando, de algunos fervorosos sacrificios que han promovido el progreso de la Ciencia, de las Letras, de la Industria y de la Libertad, solamente encontré entre los hombres la indiferencia y la frialdad, retomando tristemente mi vuelo hacia los Cielos. Creéis que me encuentro en vuestro medio, pero estáis en el error, porque la Fe sin obras es un simulacro de Fe; la verdadera Fe es vida y acción.
Antes de la revelación del Espiritismo la vida era estéril; era un árbol que secó por los destellos de los rayos y que no producía fruto alguno. Soy reconocida por mis acciones: ilumino a las inteligencias, vivifico y fortalezco a los corazones; rechazo las influencias engañosas y os conduzco a Dios a través de la perfección del Espíritu y del corazón. Venid a colocaros bajo mi bandera; soy poderosa y fuerte: yo soy la Fe.
Soy la Fe y mi reino comienza entre los hombres, reino pacífico que los hará felices en el presente y en la eternidad. La aurora de mi advenimiento entre vosotros es pura y serena; su sol será resplandeciente, y el poniente vendrá suavemente a mecer a la humanidad en los brazos de la eterna felicidad. ¡Espiritismo! Derrama sobre los hombres tu bautismo regenerador. Les hago un llamado supremo: yo soy la Fe.
La Esperanza
Me llamo Esperanza; sonrío a vuestra entrada en la vida; os sigo paso a paso y solamente os dejo en los mundos donde se realizan, para vosotros, las promesas de felicidad que escucháis incesantemente susurrar a vuestros oídos. Soy vuestra amiga fiel; no rechacéis mis inspiraciones: yo soy la Esperanza.
Soy yo la que canta a través del ruiseñor y la que entona en las florestas esas notas lastimeras y cadenciosas que os hacen soñar con el Cielo; soy yo la que inspira a la golondrina el deseo de dar calor a sus amores, al abrigo de vuestras moradas; soy la que se regocija con la tenue brisa que acaricia a vuestros cabellos; la que derrama a vuestros pies los suaves perfumes de las flores de vuestros jardines; ¡pero cuán poco pensáis en esta amiga que tanto se dedica a vosotros! No la rechacéis: es la Esperanza.
Tomo todas las formas para acercarme a vosotros: soy la estrella que brilla en el firmamento; soy el cálido rayo de sol que os vivifica; amparo vuestras noches con dulces sueños; expulso lejos de vosotros las funestas preocupaciones y los pensamientos sombríos; guío vuestros pasos hacia el sendero de la virtud; os acompaño en vuestras visitas a los pobres, a los afligidos, a los moribundos y os inspiro con palabras afectuosas que consuelan. No me rechacéis: yo soy la Esperanza.
¡Soy la Esperanza! En el invierno soy yo la que hace crecer, en la corteza de los robles, el musgo espeso con el cual los pajaritos construyen sus nidos; en la primavera soy yo la que corona el manzano y el almendro con flores blancas y rosadas, y las esparce en la tierra como una alfombra celestial que hace aspirar a mundos felices; estoy con vosotros, sobre todo cuando sois pobres y sufridores; mi voz resuena sin cesar en vuestros oídos. No me rechacéis: yo soy la Esperanza.
No me rechacéis, porque el ángel de la desesperación me hace una guerra encarnizada y se agota en vanos esfuerzos por tomar mi lugar junto a vosotros; no siempre soy la más fuerte, y cuando la desesperación os envuelve con sus alas fúnebres, consiguiendo que me aparte, desvía vuestros pensamientos de Dios e os incita al suicidio; uníos a mí para alejar su funesta influencia y dejad que mis brazos os ampare dulcemente, porque yo soy la Esperanza.
FELICIA,
hija de la médium.
Me llamo Esperanza; sonrío a vuestra entrada en la vida; os sigo paso a paso y solamente os dejo en los mundos donde se realizan, para vosotros, las promesas de felicidad que escucháis incesantemente susurrar a vuestros oídos. Soy vuestra amiga fiel; no rechacéis mis inspiraciones: yo soy la Esperanza.
Soy yo la que canta a través del ruiseñor y la que entona en las florestas esas notas lastimeras y cadenciosas que os hacen soñar con el Cielo; soy yo la que inspira a la golondrina el deseo de dar calor a sus amores, al abrigo de vuestras moradas; soy la que se regocija con la tenue brisa que acaricia a vuestros cabellos; la que derrama a vuestros pies los suaves perfumes de las flores de vuestros jardines; ¡pero cuán poco pensáis en esta amiga que tanto se dedica a vosotros! No la rechacéis: es la Esperanza.
Tomo todas las formas para acercarme a vosotros: soy la estrella que brilla en el firmamento; soy el cálido rayo de sol que os vivifica; amparo vuestras noches con dulces sueños; expulso lejos de vosotros las funestas preocupaciones y los pensamientos sombríos; guío vuestros pasos hacia el sendero de la virtud; os acompaño en vuestras visitas a los pobres, a los afligidos, a los moribundos y os inspiro con palabras afectuosas que consuelan. No me rechacéis: yo soy la Esperanza.
¡Soy la Esperanza! En el invierno soy yo la que hace crecer, en la corteza de los robles, el musgo espeso con el cual los pajaritos construyen sus nidos; en la primavera soy yo la que corona el manzano y el almendro con flores blancas y rosadas, y las esparce en la tierra como una alfombra celestial que hace aspirar a mundos felices; estoy con vosotros, sobre todo cuando sois pobres y sufridores; mi voz resuena sin cesar en vuestros oídos. No me rechacéis: yo soy la Esperanza.
No me rechacéis, porque el ángel de la desesperación me hace una guerra encarnizada y se agota en vanos esfuerzos por tomar mi lugar junto a vosotros; no siempre soy la más fuerte, y cuando la desesperación os envuelve con sus alas fúnebres, consiguiendo que me aparte, desvía vuestros pensamientos de Dios e os incita al suicidio; uníos a mí para alejar su funesta influencia y dejad que mis brazos os ampare dulcemente, porque yo soy la Esperanza.
La Caridad
Soy la Caridad; sí, la verdadera Caridad; no me parezco en nada a la caridad cuyas prácticas seguís. Aquella que entre vosotros usurpó mi nombre es extravagante, caprichosa, exclusivista, orgullosa, y vengo a preveniros contra los defectos que, a los ojos de Dios, empañan el mérito y el brillo de sus buenas acciones. Sed dóciles a las lecciones que el Espíritu de Verdad os da por intermedio de mi voz. Seguidme, fieles míos: yo soy la Caridad.
Seguidme; conozco todos los infortunios, todos los dolores, todos los sufrimientos, todas las aflicciones que asedian a la Humanidad. Soy la madre de los huérfanos; la hija de los ancianos, la protectora y el sostén de las viudas; trato las heridas infectadas; cuido de todas las enfermedades; doy ropa, pan y abrigo a los que nada tienen; visito las chozas más miserables y los albergues más humildes; llamo a la puerta de los ricos y de los poderosos porque, donde quiera que haya una criatura humana, existen los más amargos y punzantes dolores bajo la máscara de la felicidad. ¡Oh, cuán grande es mi tarea! No podré cumplirla si no viniereis en mi ayuda. Venid a mí: yo soy la Caridad.
No tengo preferencia por nadie; jamás digo a los que necesitan de mí: «Ya tengo a mis pobres; buscad en otra parte». ¡Oh, falsa caridad, cuántos males que hacéis! Amigos: nosotros nos debemos a todos; creedme, no neguéis vuestra asistencia a nadie; socorreos los unos a los otros con bastante desinterés como para no exigir ningún reconocimiento por parte de los que habéis socorrido. La paz del corazón y de la conciencia es la dulce recompensa de mis obras: yo soy la verdadera Caridad.
Nadie sabe en la Tierra el número y la naturaleza de mis beneficios; sólo la falsa caridad hiere y humilla a los que ésta ayuda. Guardaos de este funesto desvío; las acciones de ese género no tienen ningún mérito ante Dios y atraen sobre vosotros su cólera. Solamente Él debe saber y conocer las fuerzas generosas de vuestros corazones cuando os volvéis distribuidores de sus beneficios. Por lo tanto, amigos, guardaos de dar publicidad a la práctica de la asistencia mutua; no le déis más el nombre de limosna. Creed en mí: yo soy la Caridad.
Tengo tantos infortunios para aliviar que a menudo me quedo con los senos y las manos vacías; vengo a deciros que espero por vosotros. El Espiritismo tiene como lema: Amor y Caridad, y todos los verdaderos espíritas se ajustarán, en el futuro, a este sublime precepto enseñado por el Cristo hace dieciocho siglos. Hermanos, seguidme entonces, y os llevaré al Reino de Dios, nuestro Padre. Yo soy la Caridad.
ADOLFO,
obispo de Argel.
Soy la Caridad; sí, la verdadera Caridad; no me parezco en nada a la caridad cuyas prácticas seguís. Aquella que entre vosotros usurpó mi nombre es extravagante, caprichosa, exclusivista, orgullosa, y vengo a preveniros contra los defectos que, a los ojos de Dios, empañan el mérito y el brillo de sus buenas acciones. Sed dóciles a las lecciones que el Espíritu de Verdad os da por intermedio de mi voz. Seguidme, fieles míos: yo soy la Caridad.
Seguidme; conozco todos los infortunios, todos los dolores, todos los sufrimientos, todas las aflicciones que asedian a la Humanidad. Soy la madre de los huérfanos; la hija de los ancianos, la protectora y el sostén de las viudas; trato las heridas infectadas; cuido de todas las enfermedades; doy ropa, pan y abrigo a los que nada tienen; visito las chozas más miserables y los albergues más humildes; llamo a la puerta de los ricos y de los poderosos porque, donde quiera que haya una criatura humana, existen los más amargos y punzantes dolores bajo la máscara de la felicidad. ¡Oh, cuán grande es mi tarea! No podré cumplirla si no viniereis en mi ayuda. Venid a mí: yo soy la Caridad.
No tengo preferencia por nadie; jamás digo a los que necesitan de mí: «Ya tengo a mis pobres; buscad en otra parte». ¡Oh, falsa caridad, cuántos males que hacéis! Amigos: nosotros nos debemos a todos; creedme, no neguéis vuestra asistencia a nadie; socorreos los unos a los otros con bastante desinterés como para no exigir ningún reconocimiento por parte de los que habéis socorrido. La paz del corazón y de la conciencia es la dulce recompensa de mis obras: yo soy la verdadera Caridad.
Nadie sabe en la Tierra el número y la naturaleza de mis beneficios; sólo la falsa caridad hiere y humilla a los que ésta ayuda. Guardaos de este funesto desvío; las acciones de ese género no tienen ningún mérito ante Dios y atraen sobre vosotros su cólera. Solamente Él debe saber y conocer las fuerzas generosas de vuestros corazones cuando os volvéis distribuidores de sus beneficios. Por lo tanto, amigos, guardaos de dar publicidad a la práctica de la asistencia mutua; no le déis más el nombre de limosna. Creed en mí: yo soy la Caridad.
Tengo tantos infortunios para aliviar que a menudo me quedo con los senos y las manos vacías; vengo a deciros que espero por vosotros. El Espiritismo tiene como lema: Amor y Caridad, y todos los verdaderos espíritas se ajustarán, en el futuro, a este sublime precepto enseñado por el Cristo hace dieciocho siglos. Hermanos, seguidme entonces, y os llevaré al Reino de Dios, nuestro Padre. Yo soy la Caridad.
Instrucciones dadas por nuestros Guías sobre las tres comunicaciones anteriores
Mis queridos amigos: debéis haber pensado que era uno de nosotros el que os había dado esas enseñanzas sobre la Fe, la Esperanza y la Caridad, y habéis tenido razón.
Estamos felices por ver a Espíritus muy superiores daros tan a menudo consejos que deben guiaros en vuestros trabajos espirituales; no es menor la alegría que sentimos –dulce y pura– cuando venimos a ayudaros en la tarea de vuestro apostolado espírita.
Entonces podéis atribuir al Espíritu Georges la comunicación acerca de la Fe; a Felicia la de la Esperanza: aquí encontraréis el estilo poético que ella tenía cuando estaba encarnada; y asignar la comunicación sobre la Caridad a Dupuch, obispo de Argel, que en la Tierra ha sido uno de sus fervorosos apóstoles.
Aún habremos de tratar la Caridad bajo otro punto de vista; lo haremos en algunos días.
VUESTROS GUÍAS
Mis queridos amigos: debéis haber pensado que era uno de nosotros el que os había dado esas enseñanzas sobre la Fe, la Esperanza y la Caridad, y habéis tenido razón.
Estamos felices por ver a Espíritus muy superiores daros tan a menudo consejos que deben guiaros en vuestros trabajos espirituales; no es menor la alegría que sentimos –dulce y pura– cuando venimos a ayudaros en la tarea de vuestro apostolado espírita.
Entonces podéis atribuir al Espíritu Georges la comunicación acerca de la Fe; a Felicia la de la Esperanza: aquí encontraréis el estilo poético que ella tenía cuando estaba encarnada; y asignar la comunicación sobre la Caridad a Dupuch, obispo de Argel, que en la Tierra ha sido uno de sus fervorosos apóstoles.
Aún habremos de tratar la Caridad bajo otro punto de vista; lo haremos en algunos días.
Olvido de las injurias
(Sociedad Espírita de París; médium: Sra. de Costel.)
Hija mía: el olvido de las injurias es la perfección del alma, así como el perdón de las ofensas hechas a la vanidad es la perfección del Espíritu. A Jesús le fue más fácil perdonar los ultrajes de su Pasión que al último de vosotros perdonar una leve burla. La gran alma del Salvador, habituado a la dulzura, no concebía ni la amargura ni la venganza; las nuestras, acometidas por pequeñas cosas, se olvidan de lo que es grande. A cada día los hombres imploran el perdón de Dios, que desciende sobre ellos como un benéfico rocío; pero sus corazones olvidan esa palabra, repetida incesantemente en la oración. En verdad os digo que la hiel interior corrompe el alma; es la piedra pesada que la fija al suelo y que retarda su elevación. Cuando fuereis criticado, entrad en vosotros mismos; examinad vuestro pecado interior, aquel que el mundo ignora; medid su profundidad y curad vuestra vanidad a través del conocimiento de vuestra miseria. Si la ofensa alcanza al corazón –lo que es más grave–, compadeceos del infeliz que la cometió, como os compadecéis del herido cuya llaga abierta vierte sangre; la piedad es debida a quien aniquila su futuro ser. Jesús, en el Huerto de los Olivos, conoció el dolor humano, pero siempre ignoró la aspereza del orgullo y la pequeñez de la vanidad; Él encarnó para mostrar a los hombres el prototipo de la belleza moral que les debía servir de modelo: no os apartéis nunca de Él. Modelad vuestras almas como cera blanda y haced que vuestra arcilla transformada se vuelva un mármol imperecedero, en el que Dios –el Gran Escultor– pueda inscribir su nombre.
LÁZARO
(Sociedad Espírita de París; médium: Sra. de Costel.)
Hija mía: el olvido de las injurias es la perfección del alma, así como el perdón de las ofensas hechas a la vanidad es la perfección del Espíritu. A Jesús le fue más fácil perdonar los ultrajes de su Pasión que al último de vosotros perdonar una leve burla. La gran alma del Salvador, habituado a la dulzura, no concebía ni la amargura ni la venganza; las nuestras, acometidas por pequeñas cosas, se olvidan de lo que es grande. A cada día los hombres imploran el perdón de Dios, que desciende sobre ellos como un benéfico rocío; pero sus corazones olvidan esa palabra, repetida incesantemente en la oración. En verdad os digo que la hiel interior corrompe el alma; es la piedra pesada que la fija al suelo y que retarda su elevación. Cuando fuereis criticado, entrad en vosotros mismos; examinad vuestro pecado interior, aquel que el mundo ignora; medid su profundidad y curad vuestra vanidad a través del conocimiento de vuestra miseria. Si la ofensa alcanza al corazón –lo que es más grave–, compadeceos del infeliz que la cometió, como os compadecéis del herido cuya llaga abierta vierte sangre; la piedad es debida a quien aniquila su futuro ser. Jesús, en el Huerto de los Olivos, conoció el dolor humano, pero siempre ignoró la aspereza del orgullo y la pequeñez de la vanidad; Él encarnó para mostrar a los hombres el prototipo de la belleza moral que les debía servir de modelo: no os apartéis nunca de Él. Modelad vuestras almas como cera blanda y haced que vuestra arcilla transformada se vuelva un mármol imperecedero, en el que Dios –el Gran Escultor– pueda inscribir su nombre.
Sobre los instintos
(Sociedad Espírita de París; médium: Sra. de Costel.)
(Sociedad Espírita de París; médium: Sra. de Costel.)
Te enseñaré el verdadero conocimiento del bien y del mal, que el Espíritu confunde con tanta frecuencia. El mal es la rebeldía de los instintos contra la conciencia, este tacto interior y delicado que es el tacto moral. ¿Cuáles son los límites que lo separan del bien que él acompaña en todas partes? El mal no es complejo: es uno y emana del ser primitivo, que quiere la satisfacción del instinto a expensas del deber. El instinto, destinado primitivamente a desarrollar en el hombre-animal el cuidado de su conservación y de su bienestar, es el único origen del mal, porque al persistir más violento y más severo en ciertas naturalezas, las impele a apoderarse de lo que desean o a concentrar lo que poseen. El instinto, al que los animales siguen ciegamente –y que es su propia virtud–, debe ser incesantemente combatido por el hombre que quiere elevarse, reemplazando la grosera herramienta de la necesidad por las armas finamente cinceladas de la inteligencia. Piensa, entretanto, que el instinto no siempre es malo y que, a menudo, la Humanidad le debe sublimes inspiraciones, como por ejemplo en la maternidad y en ciertos actos de abnegación, en los cuales sustituye, segura y prontamente, a la reflexión. Hija mía: tu objeción es precisamente la causa del error en el cual caen los hombres que están prontos para menospreciar la verdad, siempre absoluta en sus consecuencias. Sean cuales fueren los buenos resultados de una causa mala, los ejemplos nunca deben pronunciarse contra las premisas establecidas por la razón. El instinto es malo porque es meramente humano, y la propia Humanidad sólo debe pensar en despojarse, en dejar la carne para elevarse al Espíritu; y si el mal acompaña al bien, es porque su principio suele tener resultados opuestos a sí mismo, que hacen que sea menospreciado por el hombre liviano y arrastrado por la sensación. Nada verdaderamente bueno puede emanar del instinto: un impulso sublime no es devoción, así como una inspiración aislada no es genio. El verdadero progreso de la Humanidad es su lucha y su triunfo contra la propia esencia de su ser. Jesús ha sido enviado a la Tierra para demostrarlo humanamente. Él ha puesto al descubierto la verdad, bella fuente escondida en la arena de la ignorancia. No perturbéis más la limpidez de la linfa divina con los compuestos del error. Y, creedlo, los hombres que sólo instintivamente son buenos y abnegados, lo son mal intencionalmente, porque sufren una ciega dominación que de repente puede precipitarlos al abismo.
LÁZARO
Observación – A pesar de todo nuestro respeto por el Espíritu Lázaro, que muy a menudo nos ha dado bellas y buenas disertaciones, nos permitimos no concordar con su opinión en lo tocante a esas últimas proposiciones. Se puede decir que hay dos especies de instintos: el instinto animal y el instinto moral. El primero –como muy bien dice Lázaro– es orgánico; ha sido dado a los seres vivos para su conservación y la de su descendencia; es ciego y casi inconsciente, porque la Providencia ha querido dar un contrapeso a su indiferencia y a su negligencia. No sucede lo mismo con el instinto moral, que es privilegio del hombre y que puede ser definido así: Propensión innata para hacer el bien o el mal; ahora bien, esta propensión se debe al estado de mayor o menor adelanto del Espíritu. El hombre, cuyo Espíritu ya es depurado, hace el bien sin premeditación y como algo muy natural, por lo que se admira de ser elogiado. Por lo tanto, no es justo decir que «los hombres que sólo instintivamente son buenos y abnegados, lo son mal intencionalmente, porque sufren una ciega dominación que de repente puede precipitarlos al abismo». Los que instintivamente son buenos y abnegados denotan un progreso realizado; en aquellos que lo son intencionalmente, el progreso está por realizarse, razón por la cual hay trabajo y lucha entre los dos sentimientos. En el primero, la dificultad es vencida; en el segundo, es preciso vencerla. El primero es como el hombre que sabe leer y que lee sin dificultad, casi sin percibirlo; el segundo es como el que deletrea. ¿Uno, haber llegado antes, los tienen menos mérito por consiguiente que el otro?
Observación – A pesar de todo nuestro respeto por el Espíritu Lázaro, que muy a menudo nos ha dado bellas y buenas disertaciones, nos permitimos no concordar con su opinión en lo tocante a esas últimas proposiciones. Se puede decir que hay dos especies de instintos: el instinto animal y el instinto moral. El primero –como muy bien dice Lázaro– es orgánico; ha sido dado a los seres vivos para su conservación y la de su descendencia; es ciego y casi inconsciente, porque la Providencia ha querido dar un contrapeso a su indiferencia y a su negligencia. No sucede lo mismo con el instinto moral, que es privilegio del hombre y que puede ser definido así: Propensión innata para hacer el bien o el mal; ahora bien, esta propensión se debe al estado de mayor o menor adelanto del Espíritu. El hombre, cuyo Espíritu ya es depurado, hace el bien sin premeditación y como algo muy natural, por lo que se admira de ser elogiado. Por lo tanto, no es justo decir que «los hombres que sólo instintivamente son buenos y abnegados, lo son mal intencionalmente, porque sufren una ciega dominación que de repente puede precipitarlos al abismo». Los que instintivamente son buenos y abnegados denotan un progreso realizado; en aquellos que lo son intencionalmente, el progreso está por realizarse, razón por la cual hay trabajo y lucha entre los dos sentimientos. En el primero, la dificultad es vencida; en el segundo, es preciso vencerla. El primero es como el hombre que sabe leer y que lee sin dificultad, casi sin percibirlo; el segundo es como el que deletrea. ¿Uno, haber llegado antes, los tienen menos mérito por consiguiente que el otro?
Meditaciones filosóficas y religiosas Dictadas por el Espíritu Lamennais
La cruz
En medio de las revoluciones humanas, en medio de todas las perturbaciones, de todos los desenfrenos del pensamiento, se levanta una cruz alta y simple, y esa cruz está incrustada en un altar de piedra. Un jovencito, esculpido en la piedra, tiene en sus pequeñas manos una insignia, en la cual se lee esta palabra: Simplicitas. Filántropos, filósofos, deístas, poetas: venid a leer y a contemplar esa palabra; es todo el Evangelio y toda la explicación del Cristianismo. Filántropos: no inventéis la filantropía, pues únicamente existe la caridad. Filósofos: no inventéis la sabiduría, ya que sólo hay una. Deístas: no inventéis un Dios, porque solamente existe uno. Poetas: no perturbéis el corazón del hombre. Filántropos: queréis romper las cadenas materiales que mantienen cautiva a la Humanidad. Filósofos: erigís panteones. Poetas: idealizáis al fanatismo. ¡Atrás! Sois de este mundo, y el Cristo ha dicho: «Mi reino no es de este mundo». ¡Oh! Sois excesivamente de este mundo de barro como para comprender estas sublimes palabras; y si algún juez lo bastante poderoso pudiese preguntaros: «¿Sois hijos de Dios?», vuestra voluntad moriría en el fondo de la garganta, y responderíais como el Cristo ante la Humanidad: –«Tú lo dices». –«Vosotros sois dioses», ha dicho el Cristo, cuando la lengua de fuego desciende sobre vuestras cabezas y penetra vuestros corazones; vosotros sois dioses cuando recorréis la Tierra en nombre de la caridad; pero sois hijos del mundo cuando contempláis los sufrimientos presentes en la Humanidad y cuando no pensáis en su futuro divino. ¡Hombre! Que esa palabra sea leída por tu corazón y no por tus ojos de carne; el Cristo no erigió un panteón: Él levantó una cruz.
En medio de las revoluciones humanas, en medio de todas las perturbaciones, de todos los desenfrenos del pensamiento, se levanta una cruz alta y simple, y esa cruz está incrustada en un altar de piedra. Un jovencito, esculpido en la piedra, tiene en sus pequeñas manos una insignia, en la cual se lee esta palabra: Simplicitas. Filántropos, filósofos, deístas, poetas: venid a leer y a contemplar esa palabra; es todo el Evangelio y toda la explicación del Cristianismo. Filántropos: no inventéis la filantropía, pues únicamente existe la caridad. Filósofos: no inventéis la sabiduría, ya que sólo hay una. Deístas: no inventéis un Dios, porque solamente existe uno. Poetas: no perturbéis el corazón del hombre. Filántropos: queréis romper las cadenas materiales que mantienen cautiva a la Humanidad. Filósofos: erigís panteones. Poetas: idealizáis al fanatismo. ¡Atrás! Sois de este mundo, y el Cristo ha dicho: «Mi reino no es de este mundo». ¡Oh! Sois excesivamente de este mundo de barro como para comprender estas sublimes palabras; y si algún juez lo bastante poderoso pudiese preguntaros: «¿Sois hijos de Dios?», vuestra voluntad moriría en el fondo de la garganta, y responderíais como el Cristo ante la Humanidad: –«Tú lo dices». –«Vosotros sois dioses», ha dicho el Cristo, cuando la lengua de fuego desciende sobre vuestras cabezas y penetra vuestros corazones; vosotros sois dioses cuando recorréis la Tierra en nombre de la caridad; pero sois hijos del mundo cuando contempláis los sufrimientos presentes en la Humanidad y cuando no pensáis en su futuro divino. ¡Hombre! Que esa palabra sea leída por tu corazón y no por tus ojos de carne; el Cristo no erigió un panteón: Él levantó una cruz.
Bienaventurados los pobres de espíritu
Las diferentes acciones merecedoras del Espíritu después de la muerte son sobre todo las del corazón, más que las de la inteligencia. Bienaventurados los pobres de espíritu no quiere decir únicamente bienaventurados los que son desprovistos de inteligencia, sino también bienaventurados aquellos que, llenos de dones intelectuales, no los emplean para el mal, porque son un arma poderosa para atraer a las masas. Entretanto, como decía últimamente Gérard de Nerval,[1] la inteligencia desconocida en la Tierra tendrá un gran mérito ante Dios. En efecto, el hombre que es poderoso en inteligencia y que lucha contra todas las circunstancias desdichosas que lo acometen, debe regocijarse con estas palabras: «Los últimos serán los primeros, y los primeros serán los últimos»; esto no debe entenderse únicamente en el orden material, sino también en las manifestaciones del Espíritu y en las obras de la inteligencia humana. Las cualidades del corazón son meritorias, porque las circunstancias que pueden impedirlas son muy pequeñas, muy raras y muy fútiles. La caridad debe brillar por todas partes, a pesar de todos y para todos, como el Sol brilla para todo el mundo. El hombre puede impedir que la inteligencia de su prójimo se manifieste, pero no puede hacer nada con respecto al corazón. Las luchas contra la adversidad, las angustias del dolor pueden paralizar los impulsos del genio, pero no pueden detener los de la caridad.
[1] Alusión a una comunicación de Gérard de Nerval. [Nota de Allan Kardec.]
Las diferentes acciones merecedoras del Espíritu después de la muerte son sobre todo las del corazón, más que las de la inteligencia. Bienaventurados los pobres de espíritu no quiere decir únicamente bienaventurados los que son desprovistos de inteligencia, sino también bienaventurados aquellos que, llenos de dones intelectuales, no los emplean para el mal, porque son un arma poderosa para atraer a las masas. Entretanto, como decía últimamente Gérard de Nerval,[1] la inteligencia desconocida en la Tierra tendrá un gran mérito ante Dios. En efecto, el hombre que es poderoso en inteligencia y que lucha contra todas las circunstancias desdichosas que lo acometen, debe regocijarse con estas palabras: «Los últimos serán los primeros, y los primeros serán los últimos»; esto no debe entenderse únicamente en el orden material, sino también en las manifestaciones del Espíritu y en las obras de la inteligencia humana. Las cualidades del corazón son meritorias, porque las circunstancias que pueden impedirlas son muy pequeñas, muy raras y muy fútiles. La caridad debe brillar por todas partes, a pesar de todos y para todos, como el Sol brilla para todo el mundo. El hombre puede impedir que la inteligencia de su prójimo se manifieste, pero no puede hacer nada con respecto al corazón. Las luchas contra la adversidad, las angustias del dolor pueden paralizar los impulsos del genio, pero no pueden detener los de la caridad.
[1] Alusión a una comunicación de Gérard de Nerval. [Nota de Allan Kardec.]
La esclavitud
¡Esclavitud! Cuando se pronuncia este nombre, el corazón tiene frío, porque ve a su frente el egoísmo y el orgullo. Un sacerdote, cuando os habla sobre esclavitud, se refiere a la esclavitud del alma, que rebaja al Espíritu del hombre y que lo hace olvidarse de su conciencia, es decir, de su libertad. ¡Oh! Sí, esta esclavitud del alma es horrible, y a cada día estimula la elocuencia de más de un predicador; pero la esclavitud del ilota, la esclavitud del negro, ¿qué se vuelve a sus ojos? Ante esta pregunta el sacerdote muestra la cruz y dice: «Esperad». En efecto, para estos desdichados, es el consuelo a ser ofrecido, y les dice: «Cuando vuestro cuerpo sea dilacerado a latigazos, sufriendo hasta la muerte, no penséis más en la Tierra; pensad en el Cielo».
Abordamos aquí una de las cuestiones más graves y terribles que aturden el alma humana y que la arrojan en la incertidumbre. ¿Está el negro a la altura de los pueblos de Europa? Y la prudencia humana o, mejor dicho, la justicia humana, ¿debe mostrarle la emancipación como el medio más seguro para llegar al progreso de la civilización? A esta cuestión los filántropos muestran el Evangelio y dicen: ¿Jesús habló sobre los esclavos? No, pero Jesús habló acerca de la resignación y dijo estas sublimes palabras: «Mi reino no es de este mundo». John Brown, cuando contemplo vuestro cadáver en la horca, me siento tomado de una piedad profunda y de una admiración entusiástica; pero la razón, esta brutal razón que incesantemente nos conduce al porqué de las cosas, nos leva a preguntarnos: «¿Qué habríais hecho después de la victoria?»
ALLAN KARDEC.
¡Esclavitud! Cuando se pronuncia este nombre, el corazón tiene frío, porque ve a su frente el egoísmo y el orgullo. Un sacerdote, cuando os habla sobre esclavitud, se refiere a la esclavitud del alma, que rebaja al Espíritu del hombre y que lo hace olvidarse de su conciencia, es decir, de su libertad. ¡Oh! Sí, esta esclavitud del alma es horrible, y a cada día estimula la elocuencia de más de un predicador; pero la esclavitud del ilota, la esclavitud del negro, ¿qué se vuelve a sus ojos? Ante esta pregunta el sacerdote muestra la cruz y dice: «Esperad». En efecto, para estos desdichados, es el consuelo a ser ofrecido, y les dice: «Cuando vuestro cuerpo sea dilacerado a latigazos, sufriendo hasta la muerte, no penséis más en la Tierra; pensad en el Cielo».
Abordamos aquí una de las cuestiones más graves y terribles que aturden el alma humana y que la arrojan en la incertidumbre. ¿Está el negro a la altura de los pueblos de Europa? Y la prudencia humana o, mejor dicho, la justicia humana, ¿debe mostrarle la emancipación como el medio más seguro para llegar al progreso de la civilización? A esta cuestión los filántropos muestran el Evangelio y dicen: ¿Jesús habló sobre los esclavos? No, pero Jesús habló acerca de la resignación y dijo estas sublimes palabras: «Mi reino no es de este mundo». John Brown, cuando contemplo vuestro cadáver en la horca, me siento tomado de una piedad profunda y de una admiración entusiástica; pero la razón, esta brutal razón que incesantemente nos conduce al porqué de las cosas, nos leva a preguntarnos: «¿Qué habríais hecho después de la victoria?»
Marzo
A nuestros corresponsales
París, 1º de marzo de 1862.
Señores,
Conocéis el proverbio: Nadie puede hacer lo imposible. Es a causa de este principio que vengo a solicitar vuestra comprensión. Desde hace seis meses –con la mejor voluntad del mundo– que me ha sido materialmente imposible poner al día mi correspondencia, que se acumula más allá de todas las previsiones. Estoy, pues, en la posición de un deudor que busca un acuerdo con sus acreedores, bajo pena de declararse en quiebra. A medida que algunas deudas son pagadas, llegan nuevas y más numerosas obligaciones, de manera que el débito, en vez de disminuir, aumenta sin cesar. En este momento me encuentro en presencia de un pasivo de más de doscientas cartas; ahora bien, siendo el promedio diario de aproximadamente diez cartas, no veo ningún medio de liberarme, a no ser que obtenga de vuestra parte una prórroga ilimitada.
Lejos de mí lamentar el número de cartas que recibo, porque esto es una prueba irrecusable de la extensión de la Doctrina, y la mayoría de los que escriben expresan sentimientos que me conmueven profundamente y que constituyen para mí archivos de un precio inestimable. Por lo demás, muchas correspondencias contienen enseñanzas útiles que jamás serán perdidas, y que tarde o temprano serán utilizadas conforme las circunstancias, pues son inmediatamente clasificadas según su especialidad.
Por lo tanto, solamente la correspondencia bastaría para absorber todo mi tiempo, y sin embargo ésta es apenas una cuarta parte de las ocupaciones necesarias para la tarea que he emprendido, tarea cuyo desarrollo –en el inicio del Espiritismo– yo estaba lejos de prever. Así, varias publicaciones muy importantes se encuentran paradas por falta de tiempo necesario para trabajar en las mismas, y acabo de recibir de mis Guías espirituales la acuciante invitación de ocuparme de ellas sin tardanza, dejando a un lado todo lo demás en favor de las causas urgentes. Por lo tanto, me veo obligado –para no fallar en el cumplimiento de la obra tan felizmente comenzada– a operar una especie de liquidación epistolar hacia el pasado, y limitarme en el futuro a las respuestas estrictamente necesarias, rogando colectivamente a mis honorables corresponsales que acepten la expresión de mi más viva y sincera gratitud por los testimonios de simpatía que han tenido a bien darme.
Entre las cartas que me son enviadas, muchas contienen pedidos de evocaciones o de controles de evocaciones hechas en otros lugares; a menudo piden también informaciones acerca de la aptitud para la mediumnidad o sobre cosas de interés material. Recordaré aquí lo que ya he dicho en otra parte sobre la dificultad, e incluso sobre los inconvenientes, que causan esas especies de evocaciones realizadas en ausencia de las personas interesadas –únicas que son aptas para verificar su exactitud y para hacer las preguntas necesarias–, a lo cual debemos agregar que los Espíritus se comunican más fácilmente y más a gusto con aquellos a quienes aman, que con extraños que les son indiferentes. He aquí por qué, exceptuando todas las consideraciones relativas a mis ocupaciones, no puedo acceder a los pedidos de esta naturaleza sino en circunstancias muy excepcionales y, en todo caso, nunca en lo que concierne a intereses materiales. Muchas veces serían evitadas una gran cantidad de preguntas si, al respecto, se hubiesen leído atentamente las instrucciones contenidas en El Libro de los Médiums, capítulo XXVI.
Por otro lado, las evocaciones personales no pueden hacerse en las sesiones de la Sociedad sino cuando ofrezcan un tema de estudio instructivo y de interés general; fuera de esto, solamente pueden tener lugar en sesiones especiales. Ahora bien, para satisfacer a todos los pedidos, una sesión de dos horas diarias no sería suficiente. Además es preciso considerar que todos los médiums que colaboran con nosotros, sin excepción, lo hacen por pura gentileza, no admitiendo otras condiciones, y como tienen sus propias obligaciones, no siempre están disponibles, a pesar de su buena voluntad. Comprendo todo el interés que cada uno da a las cuestiones que le atañen, y me sentiría feliz en poder responder a todas; pero si se toma en consideración que mi posición me pone en contacto con miles de personas, se comprenderá mi imposibilidad en hacerlo. Es necesario considerar que ciertas evocaciones no exigen menos de cinco o seis horas de trabajo, tanto para hacerlas como para transcribirlas y pasarlas a limpio, y que todas las que me han sido solicitadas llenarían dos volúmenes como El Libro de los Espíritus. Además, los médiums se multiplican diariamente y es muy raro no encontrar uno en la familia o entre sus conocidos –si no es uno mismo–, lo que siempre es preferible para las cosas íntimas. Solamente se trata de experimentar en buenas condiciones, de las cuales la primera es la de compenetrarse bien –antes de cualquier intento– de las instrucciones sobre la práctica del Espiritismo, si se quieren evitar decepciones.
A medida que la Doctrina crece, mis relaciones se multiplican y aumentan los deberes de mi posición, lo que me obliga un poco a dejar a un lado los detalles en beneficio de los intereses generales, porque el tiempo y las fuerzas del hombre tienen límites, y confieso que desde algún tiempo las mías me han faltado a menudo, y no puedo tener el reposo que me sería tan necesario algunas veces, porque estoy solo para hacer todo.
Os ruego, señores, que aceptéis la renovada garantía de mi afectuosa devoción.
ALLAN KARDEC
París, 1º de marzo de 1862.
Señores,
Conocéis el proverbio: Nadie puede hacer lo imposible. Es a causa de este principio que vengo a solicitar vuestra comprensión. Desde hace seis meses –con la mejor voluntad del mundo– que me ha sido materialmente imposible poner al día mi correspondencia, que se acumula más allá de todas las previsiones. Estoy, pues, en la posición de un deudor que busca un acuerdo con sus acreedores, bajo pena de declararse en quiebra. A medida que algunas deudas son pagadas, llegan nuevas y más numerosas obligaciones, de manera que el débito, en vez de disminuir, aumenta sin cesar. En este momento me encuentro en presencia de un pasivo de más de doscientas cartas; ahora bien, siendo el promedio diario de aproximadamente diez cartas, no veo ningún medio de liberarme, a no ser que obtenga de vuestra parte una prórroga ilimitada.
Lejos de mí lamentar el número de cartas que recibo, porque esto es una prueba irrecusable de la extensión de la Doctrina, y la mayoría de los que escriben expresan sentimientos que me conmueven profundamente y que constituyen para mí archivos de un precio inestimable. Por lo demás, muchas correspondencias contienen enseñanzas útiles que jamás serán perdidas, y que tarde o temprano serán utilizadas conforme las circunstancias, pues son inmediatamente clasificadas según su especialidad.
Por lo tanto, solamente la correspondencia bastaría para absorber todo mi tiempo, y sin embargo ésta es apenas una cuarta parte de las ocupaciones necesarias para la tarea que he emprendido, tarea cuyo desarrollo –en el inicio del Espiritismo– yo estaba lejos de prever. Así, varias publicaciones muy importantes se encuentran paradas por falta de tiempo necesario para trabajar en las mismas, y acabo de recibir de mis Guías espirituales la acuciante invitación de ocuparme de ellas sin tardanza, dejando a un lado todo lo demás en favor de las causas urgentes. Por lo tanto, me veo obligado –para no fallar en el cumplimiento de la obra tan felizmente comenzada– a operar una especie de liquidación epistolar hacia el pasado, y limitarme en el futuro a las respuestas estrictamente necesarias, rogando colectivamente a mis honorables corresponsales que acepten la expresión de mi más viva y sincera gratitud por los testimonios de simpatía que han tenido a bien darme.
Entre las cartas que me son enviadas, muchas contienen pedidos de evocaciones o de controles de evocaciones hechas en otros lugares; a menudo piden también informaciones acerca de la aptitud para la mediumnidad o sobre cosas de interés material. Recordaré aquí lo que ya he dicho en otra parte sobre la dificultad, e incluso sobre los inconvenientes, que causan esas especies de evocaciones realizadas en ausencia de las personas interesadas –únicas que son aptas para verificar su exactitud y para hacer las preguntas necesarias–, a lo cual debemos agregar que los Espíritus se comunican más fácilmente y más a gusto con aquellos a quienes aman, que con extraños que les son indiferentes. He aquí por qué, exceptuando todas las consideraciones relativas a mis ocupaciones, no puedo acceder a los pedidos de esta naturaleza sino en circunstancias muy excepcionales y, en todo caso, nunca en lo que concierne a intereses materiales. Muchas veces serían evitadas una gran cantidad de preguntas si, al respecto, se hubiesen leído atentamente las instrucciones contenidas en El Libro de los Médiums, capítulo XXVI.
Por otro lado, las evocaciones personales no pueden hacerse en las sesiones de la Sociedad sino cuando ofrezcan un tema de estudio instructivo y de interés general; fuera de esto, solamente pueden tener lugar en sesiones especiales. Ahora bien, para satisfacer a todos los pedidos, una sesión de dos horas diarias no sería suficiente. Además es preciso considerar que todos los médiums que colaboran con nosotros, sin excepción, lo hacen por pura gentileza, no admitiendo otras condiciones, y como tienen sus propias obligaciones, no siempre están disponibles, a pesar de su buena voluntad. Comprendo todo el interés que cada uno da a las cuestiones que le atañen, y me sentiría feliz en poder responder a todas; pero si se toma en consideración que mi posición me pone en contacto con miles de personas, se comprenderá mi imposibilidad en hacerlo. Es necesario considerar que ciertas evocaciones no exigen menos de cinco o seis horas de trabajo, tanto para hacerlas como para transcribirlas y pasarlas a limpio, y que todas las que me han sido solicitadas llenarían dos volúmenes como El Libro de los Espíritus. Además, los médiums se multiplican diariamente y es muy raro no encontrar uno en la familia o entre sus conocidos –si no es uno mismo–, lo que siempre es preferible para las cosas íntimas. Solamente se trata de experimentar en buenas condiciones, de las cuales la primera es la de compenetrarse bien –antes de cualquier intento– de las instrucciones sobre la práctica del Espiritismo, si se quieren evitar decepciones.
A medida que la Doctrina crece, mis relaciones se multiplican y aumentan los deberes de mi posición, lo que me obliga un poco a dejar a un lado los detalles en beneficio de los intereses generales, porque el tiempo y las fuerzas del hombre tienen límites, y confieso que desde algún tiempo las mías me han faltado a menudo, y no puedo tener el reposo que me sería tan necesario algunas veces, porque estoy solo para hacer todo.
Os ruego, señores, que aceptéis la renovada garantía de mi afectuosa devoción.
Los Espíritus y el linaje
Entre los argumentos que ciertas personas oponen a la doctrina de la reencarnación, hay uno que debemos examinar porque, en un primer aspecto, es bastante falaz. Dicen que ella tendería a romper los lazos de familia al multiplicarlos, pues aquel que concentrase su afecto por su padre debería compartirlo con tantos otros padres que hubiese tenido en las encarnaciones; entonces, una vez en el mundo de los Espíritus, ¿cómo reconocerse en medio de esa progenitura? Por otro lado, ¿en qué se vuelve la filiación de los antepasados, si el que cree descender en línea directa de Hugo Capeto o de Godofredo de Bouillon ha vivido varias veces? Si después de haber sido un gran señor, ¿puede volverse un plebeyo? ¡He aquí, pues, todo un linaje alterado!
Para comenzar, responderemos a esto de la siguiente manera: Una de dos: o la reencarnación existe o no existe; si existe, todas las recriminaciones personales no impedirán sus consecuencias, porque Dios, para regir el orden de las cosas, no pide consejos a nadie, pues de otro modo cada uno gustaría que el mundo fuese gobernado a su antojo. En cuanto a la multiplicidad de los lazos de familia, diremos que algunos padres sólo tienen un hijo, mientras que otros tienen doce o más; ¿habrán pensado en acusar a Dios por obligarlos a dividir su afecto en varias partes? Y esos hijos, que a su turno tienen hijos, ¿no forma todo esto una numerosa familia, cuyos abuelos y bisabuelos se vanaglorian en vez de lamentarse? Vosotros, que hacéis remontar vuestra genealogía a cinco o seis siglos, ¿no deberíais compartir vuestro afecto, una vez en el mundo de los Espíritus, entre todos vuestros ascendientes? Si os atribuís una docena de antepasados, ¡pues bien!, tendréis el doble o el triple, eso es todo. Por lo tanto, tenéis una idea muy pobre de vuestros sentimientos afectuosos, ¡ya que teméis que no sean suficientes para amar a varias personas! Pero tranquilizaos; voy a probaros que, con la reencarnación, vuestro afecto será menos dividido de lo que si no existiera. En efecto, supongamos que en vuestra genealogía contáis con cincuenta abuelos, tanto ascendientes directos como colaterales, lo que es poco si remontáis a las cruzadas; a través de la reencarnación, es posible que algunos de ellos hayan venido varias veces y que, en lugar de cincuenta Espíritus que contabais en la Tierra, solamente encontréis la mitad de ellos en el otro mundo.
Pasemos a la cuestión de la filiación. Con vuestro sistema llegáis a un resultado totalmente diferente al que esperáis. Si no hay preexistencia –anterioridad del alma–, el alma aún no ha vivido; por lo tanto, vuestra alma ha sido CREADA al mismo tiempo que vuestro cuerpo; en ese estado de cosas, no hay ninguna relación con ninguno de vuestros antepasados. Suponed que descendéis en la línea directa de Carlomagno, ¿que hay en común entre él y vosotros? ¿Qué os ha transmitido intelectual y moralmente? Nada, absolutamente nada. ¿Por qué os aferráis a él? ¿Por una serie de cuerpos que están todos putrefactos, destruidos y dispersos? Ciertamente no hay razón para enorgulleceros de eso. Al contrario, con la preexistencia del alma podéis haber tenido, con vuestros antepasados, relaciones reales, serias y más afectuosas para el amor propio. Por lo tanto, sin la reencarnación no hay más que un parentesco corporal mediante la transmisión de moléculas orgánicas de la misma naturaleza que la de los caballos purasangre; con la reencarnación hay un parentesco espiritual; ¿cuál de los dos es el mejor?
Sin duda objetaréis que con la reencarnación un Espíritu extraño puede infiltrarse en vuestro linaje y que, en vez de contar en éste con apenas gentileshombres, es posible encontrarse allí con un zapatero remendón. Esto es absolutamente verdadero, pero no quiere decir nada. San Pedro era solamente un pescador pobre; ¿él no sería de un hogar lo suficientemente digno como para hacernos ruborizar por tenerlo en nuestra familia?
Y además, entre esos antepasados de nombres célebres, ¿habrán tenido todos una conducta bien edificante, la única cosa –en nuestra opinión– de la cual podríamos honrarnos hasta un cierto punto, aunque su mérito no tenga nada que ver con el nuestro? Que se examine la vida privada de esos paladines, de esos grandes barones que robaban sin escrúpulos a los transeúntes y que, en nuestros días, serían citados nada menos que por el Supremo Tribunal de Justicia en lo Criminal, debido a sus actos; que se examine a ciertos grandes señores, para quien la vida de un villano no valía un pedazo de caza, puesto que llevaban a la horca a un hombre por causa de un conejo. Para ellos, todo esto eran pequeños errores, que no manchaban el linaje; ¡pero casarse con una persona de condición inferior, introduciendo en la familia sangre plebeya, era un crimen imperdonable! ¡Ay! Por más que se haga eso, cuando suene la hora de la partida –y suena para los grandes como para los pequeños– tendrán que dejar en la Tierra sus ropas bordadas, y los pergaminos no servirán para nada ante el juez supremo, que ha de pronunciar esta sentencia terrible: ¡Porque todo aquel que se enaltezca será rebajado! Si bastara descender de algún gran hombre para tener su lugar marcado de antemano en el Cielo, dicho lugar sería comprado barato, puesto que sería a expensas del mérito ajeno. La reencarnación da una nobleza más meritoria –la única que es aceptada por Dios–, que es la de haber animado uno mismo la serie de existencias como hombre de bien. Feliz de aquel que pueda depositar a los pies del Eterno el tributo de los servicios prestados a la humanidad en cada una de sus existencias, porque la suma de sus méritos será proporcional al número de las mismas. Pero aquellos que sólo se prevalezcan de la ilustración de sus antepasados, Dios dirá: ¿Por qué vosotros mismos no os ilustrasteis?
Otro sistema podría, aparentemente, conciliar las exigencias del amor propio con el principio de la no reencarnación: es aquel por el cual el padre no transmitiría al hijo apenas el cuerpo, sino también una porción de su alma, de tal modo que si descendierais de Carlomagno, vuestra alma podría tener su tronco en el suyo. Ahora bien, veamos a qué consecuencia llegamos. En virtud de este sistema, el alma de Carlomagno tendría su tronco en el de su padre y, poco a poco, así llegaríamos hasta Adán. Si el alma de Adán es el tronco de todas las almas del género humano, las cuales transmiten a sus sucesores algunas porciones de sí misma, las almas actuales serían el producto de un fraccionamiento que sobrepasaría todas las subdivisiones homeopáticas. De esto resultaría que el alma del padre común debería ser más completa y más entera que la de sus descendientes; resultaría, aún, que Dios solamente habría creado una única alma, que se subdividiría al infinito y, así, cada uno de nosotros no sería una criatura directa de Dios. Además, este sistema dejaría un inmenso problema por resolver: el de las aptitudes especiales. Si el padre transmitiese a su hijo los principios de su alma, necesariamente le transmitiría sus virtudes y sus vicios, sus talentos y sus ineptitudes, como le transmite ciertas enfermedades congénitas. Entonces, ¿cómo explicar por qué hombres virtuosos o de genio tienen hijos malos o cretinos, y viceversa? ¿Por qué un linaje estaría mezclado de buenos y de malos? Al contrario, decid que cada alma es individual, que tiene existencia propia e independiente, que progresa en virtud de su libre albedrío por medio de una serie de existencias corporales –en cada una de las cuales adquiere algo de bueno y que deja algo de malo–, hasta que haya alcanzado la perfección, y todo se explica, todo está de acuerdo con la razón, con la justicia de Dios, e incluso en provecho del amor propio.
El Sr. Salgues (de Angers), de quien hemos hablado en nuestro último número, no es partidario de la reencarnación. Desde la aparición de El Libro de Espíritus nos escribió una extensa carta en la cual él combatía la doctrina de la reencarnación con argumentos basados en su incompatibilidad con los lazos de familia. En esa carta, fechada el 18 de septiembre de 1857, él nos da su genealogía, que remonta ininterrumpidamente a los Carolingios, y nos pregunta en que se vuelve esa gloriosa filiación con la mezcla de Espíritus a través de la reencarnación. Hemos extraído de su correspondencia el siguiente pasaje:
«Pero, entonces, ¿para qué serviría el árbol genealógico? Yo tengo el mío, completo, regular: de un lado, desde los antepasados de Carlomagno y, del otro, desde la hija del emir Musa –uno de los descendientes abasíes de Mahoma–, décima generación, por su casamiento con García, príncipe de Navarra, padre con ella de García Ximenes, rey de Navarra. En fin, esta genealogía continuó, por medio de alianzas, a través de soberanos de casi todas las cortes de Europa, hasta la época de Alfonso VI, rey de Castilla; después a través de las Casas de Comminges, de Lascaris Ventimiglia, de Montmorency, de Turena y, finalmente, de los condes y señores de Palhasse de Salgues, en Languedoc. Todo esto se puede comprobar en El arte de verificar fechas; los Benedictinos de San Mauro pueden ser cotejados en el Diccionario de la nobleza de Francia; en L’Armorial, en Padre Anselmo, en Noreri, etc. Pero si solamente nos ligamos a nuestros padres a través de la materia carnal que ha recibido nuestro Espíritu, ¿no hay en todas partes lagunas e interrupciones muy considerables? Es un camino trazado en la arena, que se pierde en centenas de direcciones. Entonces, que nos sea permitido creer que si el Espíritu no se transmite, el alma es para el hombre lo que el aroma es para la flor. Ahora bien, ¿no dice Swedenborg, en los Arcanos, que nada se pierde en la Naturaleza? ¿Y que el aroma de las flores reproduce nuevas flores en otras regiones, más allá de aquella de donde salió? Por consiguiente, es por el alma –que de ninguna manera es el Espíritu– que quizá existiese una cadena semiespiritual de generaciones. Si le fuera permitido a mi Espíritu saltar ocho o diez generaciones de vez en cuando, ¿dónde reconocería a mis antepasados?»
Como vemos, el Sr. Salgues sólo se apega a la procedencia del cuerpo; pero ¿cómo conciliar las relaciones de Espíritu a Espíritu con la no preexistencia del alma? Si en esa filiación hubiera entre ellos relaciones necesarias, ¿cómo el descendiente de tantos soberanos sería hoy un simple propietario angevino? ¿No es una retrogradación a los ojos del mundo? No ponemos en duda la autenticidad de su genealogía, y lo felicitamos por eso, ya que le da placer; pero diremos que lo estimamos más por sus virtudes personales que por las de sus antepasados.
La autoridad de Swedenborg es aquí muy cuestionable cuando atribuye la reproducción de las flores al aroma; ese aceite esencial, volátil, que le da el aroma, jamás tuvo la facultad reproductora, que únicamente reside en el polen. Por lo tanto, la comparación es inexacta, porque si el alma no hace más que influir –con su perfume– sobre el alma que la sucede, no la crea; sin embargo, debería transmitirle sus propias cualidades y, en esta hipótesis, no vemos por qué el descendiente de Carlomagno no habría llenado el mundo con el destello de sus acciones, mientras que Napoleón se apoyaría sobre un alma común. Que se diga que Napoleón desciende de Carlomagno o, mejor aún, que fue Carlomagno, que vino en el siglo XIX para continuar la obra comenzada en el siglo VIII, uno lo comprende; pero, con el principio de la unicidad de la existencia, nada vincula a Carlomagno con sus descendientes, a no ser ese aroma, transmitido poco a poco sobre almas no creadas. Y entonces, ¿cómo explicar por qué, entre sus descendientes, hubo tantos hombres nulos e indignos, y por qué Napoleón es un genio mayor que sus oscuros antepasados? A pesar de lo que se diga, sin la reencarnación se choca a cada paso contra dificultades insolubles, que únicamente la preexistencia del alma resuelve de una manera simple y, a la vez, lógica y completa, puesto que ella lo explica todo.
Otra cuestión. Un hecho conocido es que las familias se debilitan y se degeneran cuando los casamientos no salen de la línea directa; sucede con las razas humanas lo mismo que con las razas animales. ¿Por qué, entonces, la necesidad del cruce de razas? ¿En qué se vuelve, pues, la unidad del tronco? ¿No hay ahí una mezcla de Espíritus, una intrusión de Espíritus ajenos a la familia? Un día abordaremos esta seria cuestión con todos los desarrollos que la misma implica.
Entre los argumentos que ciertas personas oponen a la doctrina de la reencarnación, hay uno que debemos examinar porque, en un primer aspecto, es bastante falaz. Dicen que ella tendería a romper los lazos de familia al multiplicarlos, pues aquel que concentrase su afecto por su padre debería compartirlo con tantos otros padres que hubiese tenido en las encarnaciones; entonces, una vez en el mundo de los Espíritus, ¿cómo reconocerse en medio de esa progenitura? Por otro lado, ¿en qué se vuelve la filiación de los antepasados, si el que cree descender en línea directa de Hugo Capeto o de Godofredo de Bouillon ha vivido varias veces? Si después de haber sido un gran señor, ¿puede volverse un plebeyo? ¡He aquí, pues, todo un linaje alterado!
Para comenzar, responderemos a esto de la siguiente manera: Una de dos: o la reencarnación existe o no existe; si existe, todas las recriminaciones personales no impedirán sus consecuencias, porque Dios, para regir el orden de las cosas, no pide consejos a nadie, pues de otro modo cada uno gustaría que el mundo fuese gobernado a su antojo. En cuanto a la multiplicidad de los lazos de familia, diremos que algunos padres sólo tienen un hijo, mientras que otros tienen doce o más; ¿habrán pensado en acusar a Dios por obligarlos a dividir su afecto en varias partes? Y esos hijos, que a su turno tienen hijos, ¿no forma todo esto una numerosa familia, cuyos abuelos y bisabuelos se vanaglorian en vez de lamentarse? Vosotros, que hacéis remontar vuestra genealogía a cinco o seis siglos, ¿no deberíais compartir vuestro afecto, una vez en el mundo de los Espíritus, entre todos vuestros ascendientes? Si os atribuís una docena de antepasados, ¡pues bien!, tendréis el doble o el triple, eso es todo. Por lo tanto, tenéis una idea muy pobre de vuestros sentimientos afectuosos, ¡ya que teméis que no sean suficientes para amar a varias personas! Pero tranquilizaos; voy a probaros que, con la reencarnación, vuestro afecto será menos dividido de lo que si no existiera. En efecto, supongamos que en vuestra genealogía contáis con cincuenta abuelos, tanto ascendientes directos como colaterales, lo que es poco si remontáis a las cruzadas; a través de la reencarnación, es posible que algunos de ellos hayan venido varias veces y que, en lugar de cincuenta Espíritus que contabais en la Tierra, solamente encontréis la mitad de ellos en el otro mundo.
Pasemos a la cuestión de la filiación. Con vuestro sistema llegáis a un resultado totalmente diferente al que esperáis. Si no hay preexistencia –anterioridad del alma–, el alma aún no ha vivido; por lo tanto, vuestra alma ha sido CREADA al mismo tiempo que vuestro cuerpo; en ese estado de cosas, no hay ninguna relación con ninguno de vuestros antepasados. Suponed que descendéis en la línea directa de Carlomagno, ¿que hay en común entre él y vosotros? ¿Qué os ha transmitido intelectual y moralmente? Nada, absolutamente nada. ¿Por qué os aferráis a él? ¿Por una serie de cuerpos que están todos putrefactos, destruidos y dispersos? Ciertamente no hay razón para enorgulleceros de eso. Al contrario, con la preexistencia del alma podéis haber tenido, con vuestros antepasados, relaciones reales, serias y más afectuosas para el amor propio. Por lo tanto, sin la reencarnación no hay más que un parentesco corporal mediante la transmisión de moléculas orgánicas de la misma naturaleza que la de los caballos purasangre; con la reencarnación hay un parentesco espiritual; ¿cuál de los dos es el mejor?
Sin duda objetaréis que con la reencarnación un Espíritu extraño puede infiltrarse en vuestro linaje y que, en vez de contar en éste con apenas gentileshombres, es posible encontrarse allí con un zapatero remendón. Esto es absolutamente verdadero, pero no quiere decir nada. San Pedro era solamente un pescador pobre; ¿él no sería de un hogar lo suficientemente digno como para hacernos ruborizar por tenerlo en nuestra familia?
Y además, entre esos antepasados de nombres célebres, ¿habrán tenido todos una conducta bien edificante, la única cosa –en nuestra opinión– de la cual podríamos honrarnos hasta un cierto punto, aunque su mérito no tenga nada que ver con el nuestro? Que se examine la vida privada de esos paladines, de esos grandes barones que robaban sin escrúpulos a los transeúntes y que, en nuestros días, serían citados nada menos que por el Supremo Tribunal de Justicia en lo Criminal, debido a sus actos; que se examine a ciertos grandes señores, para quien la vida de un villano no valía un pedazo de caza, puesto que llevaban a la horca a un hombre por causa de un conejo. Para ellos, todo esto eran pequeños errores, que no manchaban el linaje; ¡pero casarse con una persona de condición inferior, introduciendo en la familia sangre plebeya, era un crimen imperdonable! ¡Ay! Por más que se haga eso, cuando suene la hora de la partida –y suena para los grandes como para los pequeños– tendrán que dejar en la Tierra sus ropas bordadas, y los pergaminos no servirán para nada ante el juez supremo, que ha de pronunciar esta sentencia terrible: ¡Porque todo aquel que se enaltezca será rebajado! Si bastara descender de algún gran hombre para tener su lugar marcado de antemano en el Cielo, dicho lugar sería comprado barato, puesto que sería a expensas del mérito ajeno. La reencarnación da una nobleza más meritoria –la única que es aceptada por Dios–, que es la de haber animado uno mismo la serie de existencias como hombre de bien. Feliz de aquel que pueda depositar a los pies del Eterno el tributo de los servicios prestados a la humanidad en cada una de sus existencias, porque la suma de sus méritos será proporcional al número de las mismas. Pero aquellos que sólo se prevalezcan de la ilustración de sus antepasados, Dios dirá: ¿Por qué vosotros mismos no os ilustrasteis?
Otro sistema podría, aparentemente, conciliar las exigencias del amor propio con el principio de la no reencarnación: es aquel por el cual el padre no transmitiría al hijo apenas el cuerpo, sino también una porción de su alma, de tal modo que si descendierais de Carlomagno, vuestra alma podría tener su tronco en el suyo. Ahora bien, veamos a qué consecuencia llegamos. En virtud de este sistema, el alma de Carlomagno tendría su tronco en el de su padre y, poco a poco, así llegaríamos hasta Adán. Si el alma de Adán es el tronco de todas las almas del género humano, las cuales transmiten a sus sucesores algunas porciones de sí misma, las almas actuales serían el producto de un fraccionamiento que sobrepasaría todas las subdivisiones homeopáticas. De esto resultaría que el alma del padre común debería ser más completa y más entera que la de sus descendientes; resultaría, aún, que Dios solamente habría creado una única alma, que se subdividiría al infinito y, así, cada uno de nosotros no sería una criatura directa de Dios. Además, este sistema dejaría un inmenso problema por resolver: el de las aptitudes especiales. Si el padre transmitiese a su hijo los principios de su alma, necesariamente le transmitiría sus virtudes y sus vicios, sus talentos y sus ineptitudes, como le transmite ciertas enfermedades congénitas. Entonces, ¿cómo explicar por qué hombres virtuosos o de genio tienen hijos malos o cretinos, y viceversa? ¿Por qué un linaje estaría mezclado de buenos y de malos? Al contrario, decid que cada alma es individual, que tiene existencia propia e independiente, que progresa en virtud de su libre albedrío por medio de una serie de existencias corporales –en cada una de las cuales adquiere algo de bueno y que deja algo de malo–, hasta que haya alcanzado la perfección, y todo se explica, todo está de acuerdo con la razón, con la justicia de Dios, e incluso en provecho del amor propio.
El Sr. Salgues (de Angers), de quien hemos hablado en nuestro último número, no es partidario de la reencarnación. Desde la aparición de El Libro de Espíritus nos escribió una extensa carta en la cual él combatía la doctrina de la reencarnación con argumentos basados en su incompatibilidad con los lazos de familia. En esa carta, fechada el 18 de septiembre de 1857, él nos da su genealogía, que remonta ininterrumpidamente a los Carolingios, y nos pregunta en que se vuelve esa gloriosa filiación con la mezcla de Espíritus a través de la reencarnación. Hemos extraído de su correspondencia el siguiente pasaje:
«Pero, entonces, ¿para qué serviría el árbol genealógico? Yo tengo el mío, completo, regular: de un lado, desde los antepasados de Carlomagno y, del otro, desde la hija del emir Musa –uno de los descendientes abasíes de Mahoma–, décima generación, por su casamiento con García, príncipe de Navarra, padre con ella de García Ximenes, rey de Navarra. En fin, esta genealogía continuó, por medio de alianzas, a través de soberanos de casi todas las cortes de Europa, hasta la época de Alfonso VI, rey de Castilla; después a través de las Casas de Comminges, de Lascaris Ventimiglia, de Montmorency, de Turena y, finalmente, de los condes y señores de Palhasse de Salgues, en Languedoc. Todo esto se puede comprobar en El arte de verificar fechas; los Benedictinos de San Mauro pueden ser cotejados en el Diccionario de la nobleza de Francia; en L’Armorial, en Padre Anselmo, en Noreri, etc. Pero si solamente nos ligamos a nuestros padres a través de la materia carnal que ha recibido nuestro Espíritu, ¿no hay en todas partes lagunas e interrupciones muy considerables? Es un camino trazado en la arena, que se pierde en centenas de direcciones. Entonces, que nos sea permitido creer que si el Espíritu no se transmite, el alma es para el hombre lo que el aroma es para la flor. Ahora bien, ¿no dice Swedenborg, en los Arcanos, que nada se pierde en la Naturaleza? ¿Y que el aroma de las flores reproduce nuevas flores en otras regiones, más allá de aquella de donde salió? Por consiguiente, es por el alma –que de ninguna manera es el Espíritu– que quizá existiese una cadena semiespiritual de generaciones. Si le fuera permitido a mi Espíritu saltar ocho o diez generaciones de vez en cuando, ¿dónde reconocería a mis antepasados?»
Como vemos, el Sr. Salgues sólo se apega a la procedencia del cuerpo; pero ¿cómo conciliar las relaciones de Espíritu a Espíritu con la no preexistencia del alma? Si en esa filiación hubiera entre ellos relaciones necesarias, ¿cómo el descendiente de tantos soberanos sería hoy un simple propietario angevino? ¿No es una retrogradación a los ojos del mundo? No ponemos en duda la autenticidad de su genealogía, y lo felicitamos por eso, ya que le da placer; pero diremos que lo estimamos más por sus virtudes personales que por las de sus antepasados.
La autoridad de Swedenborg es aquí muy cuestionable cuando atribuye la reproducción de las flores al aroma; ese aceite esencial, volátil, que le da el aroma, jamás tuvo la facultad reproductora, que únicamente reside en el polen. Por lo tanto, la comparación es inexacta, porque si el alma no hace más que influir –con su perfume– sobre el alma que la sucede, no la crea; sin embargo, debería transmitirle sus propias cualidades y, en esta hipótesis, no vemos por qué el descendiente de Carlomagno no habría llenado el mundo con el destello de sus acciones, mientras que Napoleón se apoyaría sobre un alma común. Que se diga que Napoleón desciende de Carlomagno o, mejor aún, que fue Carlomagno, que vino en el siglo XIX para continuar la obra comenzada en el siglo VIII, uno lo comprende; pero, con el principio de la unicidad de la existencia, nada vincula a Carlomagno con sus descendientes, a no ser ese aroma, transmitido poco a poco sobre almas no creadas. Y entonces, ¿cómo explicar por qué, entre sus descendientes, hubo tantos hombres nulos e indignos, y por qué Napoleón es un genio mayor que sus oscuros antepasados? A pesar de lo que se diga, sin la reencarnación se choca a cada paso contra dificultades insolubles, que únicamente la preexistencia del alma resuelve de una manera simple y, a la vez, lógica y completa, puesto que ella lo explica todo.
Otra cuestión. Un hecho conocido es que las familias se debilitan y se degeneran cuando los casamientos no salen de la línea directa; sucede con las razas humanas lo mismo que con las razas animales. ¿Por qué, entonces, la necesidad del cruce de razas? ¿En qué se vuelve, pues, la unidad del tronco? ¿No hay ahí una mezcla de Espíritus, una intrusión de Espíritus ajenos a la familia? Un día abordaremos esta seria cuestión con todos los desarrollos que la misma implica.
Conversaciones del Más Allá
El Sr. Jobard
Después de su muerte, el Sr. Jobard se ha comunicado varias veces en la Sociedad, en las sesiones a las cuales él dice que asiste casi siempre. Antes de proceder a su publicación, preferimos esperar obtener una serie de manifestaciones que formasen un conjunto que permitiera apreciarlas mejor. Teníamos la intención de evocarlo en la sesión del 8 de noviembre, cuando él se anticipó a nuestro deseo, comunicándose espontáneamente. (Véase la noticia necrológica, publicada en la Revista Espírita del mes de diciembre de 1861.)
Después de su muerte, el Sr. Jobard se ha comunicado varias veces en la Sociedad, en las sesiones a las cuales él dice que asiste casi siempre. Antes de proceder a su publicación, preferimos esperar obtener una serie de manifestaciones que formasen un conjunto que permitiera apreciarlas mejor. Teníamos la intención de evocarlo en la sesión del 8 de noviembre, cuando él se anticipó a nuestro deseo, comunicándose espontáneamente. (Véase la noticia necrológica, publicada en la Revista Espírita del mes de diciembre de 1861.)
Dictado espontáneo
(Sociedad Espírita de París, 8 de noviembre de 1861; médium: Sra. de Costel)
Estoy aquí, ya que me ibais a evocar, y quiero manifestarme primeramente a esta médium, que hasta ahora hube solicitado en vano.
Deseo, ante todo, contaros mis impresiones en el momento de la separación de mi alma: sentí un estremecimiento inaudito; de repente recordé mi nacimiento, mi juventud, mi edad madura; toda mi vida se presentó nítidamente en mi memoria. Solamente experimentaba un deseo piadoso de encontrarme en las regiones reveladas por nuestra amada creencia; después, toda esa agitación se apaciguó. Yo estaba libre y el cuerpo yacía inerte. ¡Ah, mis queridos amigos, qué alegría es despojarse del peso del cuerpo! ¡Qué placer es poder abarcar el espacio! Sin embargo, no creáis que de repente me haya convertido en un elegido del Señor; no. Estoy entre los Espíritus que, habiendo aprendido un poco, deben aún aprender mucho más. No demoré en acordarme de vosotros, mis hermanos en el exilio, y os aseguro –con toda mi simpatía– que os envuelvo en mis mejores votos. Luego tuve el poder de comunicarme, y lo habría hecho con esta médium, que teme ser engañada; pero que ella se tranquilice, pues nosotros la amamos.
¿Queréis saber qué Espíritus me han recibido? ¿Cuáles han sido mis impresiones? Amigos míos: han sido todos aquellos que
evocamos, todos los hermanos que han compartido nuestros trabajos. He visto el esplendor, pero no puedo describirlo. Me he dedicado a discernir lo que era verdadero en las comunicaciones, dispuesto a rectificar todas las afirmaciones erróneas; en fin, dispuesto a ser el paladín de la verdad en el Otro Mundo, así como lo he sido en el vuestro. Por consiguiente, hablaremos mucho y esto no es más que un preámbulo para mostrar a la estimada médium mi deseo de ser evocado por ella, y a vos mi buena voluntad para responder a las preguntas que me habréis de dirigir.
(Sociedad Espírita de París, 8 de noviembre de 1861; médium: Sra. de Costel)
Estoy aquí, ya que me ibais a evocar, y quiero manifestarme primeramente a esta médium, que hasta ahora hube solicitado en vano.
Deseo, ante todo, contaros mis impresiones en el momento de la separación de mi alma: sentí un estremecimiento inaudito; de repente recordé mi nacimiento, mi juventud, mi edad madura; toda mi vida se presentó nítidamente en mi memoria. Solamente experimentaba un deseo piadoso de encontrarme en las regiones reveladas por nuestra amada creencia; después, toda esa agitación se apaciguó. Yo estaba libre y el cuerpo yacía inerte. ¡Ah, mis queridos amigos, qué alegría es despojarse del peso del cuerpo! ¡Qué placer es poder abarcar el espacio! Sin embargo, no creáis que de repente me haya convertido en un elegido del Señor; no. Estoy entre los Espíritus que, habiendo aprendido un poco, deben aún aprender mucho más. No demoré en acordarme de vosotros, mis hermanos en el exilio, y os aseguro –con toda mi simpatía– que os envuelvo en mis mejores votos. Luego tuve el poder de comunicarme, y lo habría hecho con esta médium, que teme ser engañada; pero que ella se tranquilice, pues nosotros la amamos.
¿Queréis saber qué Espíritus me han recibido? ¿Cuáles han sido mis impresiones? Amigos míos: han sido todos aquellos que
evocamos, todos los hermanos que han compartido nuestros trabajos. He visto el esplendor, pero no puedo describirlo. Me he dedicado a discernir lo que era verdadero en las comunicaciones, dispuesto a rectificar todas las afirmaciones erróneas; en fin, dispuesto a ser el paladín de la verdad en el Otro Mundo, así como lo he sido en el vuestro. Por consiguiente, hablaremos mucho y esto no es más que un preámbulo para mostrar a la estimada médium mi deseo de ser evocado por ella, y a vos mi buena voluntad para responder a las preguntas que me habréis de dirigir.
JOBARD
Conversación
1. Cuando estabais encarnado nos habíais recomendado que os evocáramos cuando dejaseis la Tierra; lo hacemos ahora, no sólo para acceder a vuestro deseo, sino principalmente para renovar el testimonio de nuestra muy sincera y viva simpatía, y también en interés de nuestra instrucción, porque nadie mejor que vos está en condiciones de darnos informaciones precisas sobre el mundo en el que os encontráis. Por lo tanto, estaríamos felices si consintieseis en responder a nuestras preguntas. –Resp. En este momento lo más importante es vuestra instrucción. En cuanto a vuestra simpatía, puedo sentirla, y no la percibo solamente con los oídos, lo que constituye para mí un gran progreso.
2. Para fijar nuestras ideas, a fin de no hablar vagamente, tanto para la instrucción de las personas ajenas a la Sociedad, como para las que están presentes a la sesión, os preguntaremos primero en qué lugar os encontráis aquí y cómo os veríamos si pudiésemos observaros. –Resp. Estoy junto a la médium; me veríais con la apariencia del mismo Jobard que se sentaba a vuestra mesa, porque vuestros ojos mortales –aún vendados– sólo pueden ver a los Espíritus con su apariencia mortal.
3. ¿Tendríais la posibilidad de haceros visible para nosotros? Y si no podéis hacerlo, ¿qué se opone a ello? –Resp. La disposición que os es propia. Un médium vidente me vería: los otros no.
4. Este lugar es el que ocupabais cuando encarnado, mientras asistíais a nuestras sesiones, sitio que os hemos reservado. Por lo tanto, aquellos que os han visto en él deben suponer que estáis ahí como sucedía por entonces. Si no os encontráis allí con vuestro cuerpo material, estáis con vuestro cuerpo fluídico, que tiene la misma forma; si no os vemos con los ojos del cuerpo, os vemos con los del pensamiento. Si no podéis comunicaros a través de la palabra, podéis hacerlo por medio de la escritura con la ayuda de un intérprete; así, nuestras relaciones con vos no están de modo alguno interrumpidas con vuestra muerte, y podemos conversar tan fácil y completamente como antes. ¿Es exactamente así como suceden las cosas? –Resp. Sí, y vos lo sabéis desde hace mucho tiempo. Ocuparé este lugar a menudo, inclusive sin que lo sepáis, porque mi Espíritu vivirá entre vosotros.
5. No hace mucho tiempo estabais sentado en ese mismo lugar; ¿os parecen extrañas las condiciones en las cuales estáis allí ahora? ¿Qué efecto ha producido en vos este cambio? –Resp. Estas condiciones no me parecen extrañas, porque no sufrí turbación alguna, y mi Espíritu desencarnado goza de una lucidez que no deja en la sombra ninguna de las cuestiones que vislumbre.
6. ¿Recordáis haber estado en estas mismas condiciones antes de vuestra última existencia? ¿Percibisteis algún cambio? –Resp. Recuerdo mis existencias anteriores y constato que he mejorado. Veo y asimilo lo que observo. Por ocasión de mis precedentes encarnaciones, mi Espíritu perturbado no se apercibía de las lagunas terrestres.
7. ¿Recordáis vuestra penúltima existencia, la que precedió a la del Sr. Jobard? –Resp. En mi penúltima existencia he sido un obrero mecánico, atormentado por la miseria y por el deseo de perfeccionar mi trabajo. Como Jobard he realizado los sueños de ese pobre obrero, y agradezco a Dios por su bondad infinita, por haber hecho germinar la planta cuya semilla Él había depositado en mi cerebro.
(11 de noviembre. Sesión particular; médium: Sra. de Costel)
1. Cuando estabais encarnado nos habíais recomendado que os evocáramos cuando dejaseis la Tierra; lo hacemos ahora, no sólo para acceder a vuestro deseo, sino principalmente para renovar el testimonio de nuestra muy sincera y viva simpatía, y también en interés de nuestra instrucción, porque nadie mejor que vos está en condiciones de darnos informaciones precisas sobre el mundo en el que os encontráis. Por lo tanto, estaríamos felices si consintieseis en responder a nuestras preguntas. –Resp. En este momento lo más importante es vuestra instrucción. En cuanto a vuestra simpatía, puedo sentirla, y no la percibo solamente con los oídos, lo que constituye para mí un gran progreso.
2. Para fijar nuestras ideas, a fin de no hablar vagamente, tanto para la instrucción de las personas ajenas a la Sociedad, como para las que están presentes a la sesión, os preguntaremos primero en qué lugar os encontráis aquí y cómo os veríamos si pudiésemos observaros. –Resp. Estoy junto a la médium; me veríais con la apariencia del mismo Jobard que se sentaba a vuestra mesa, porque vuestros ojos mortales –aún vendados– sólo pueden ver a los Espíritus con su apariencia mortal.
3. ¿Tendríais la posibilidad de haceros visible para nosotros? Y si no podéis hacerlo, ¿qué se opone a ello? –Resp. La disposición que os es propia. Un médium vidente me vería: los otros no.
4. Este lugar es el que ocupabais cuando encarnado, mientras asistíais a nuestras sesiones, sitio que os hemos reservado. Por lo tanto, aquellos que os han visto en él deben suponer que estáis ahí como sucedía por entonces. Si no os encontráis allí con vuestro cuerpo material, estáis con vuestro cuerpo fluídico, que tiene la misma forma; si no os vemos con los ojos del cuerpo, os vemos con los del pensamiento. Si no podéis comunicaros a través de la palabra, podéis hacerlo por medio de la escritura con la ayuda de un intérprete; así, nuestras relaciones con vos no están de modo alguno interrumpidas con vuestra muerte, y podemos conversar tan fácil y completamente como antes. ¿Es exactamente así como suceden las cosas? –Resp. Sí, y vos lo sabéis desde hace mucho tiempo. Ocuparé este lugar a menudo, inclusive sin que lo sepáis, porque mi Espíritu vivirá entre vosotros.
5. No hace mucho tiempo estabais sentado en ese mismo lugar; ¿os parecen extrañas las condiciones en las cuales estáis allí ahora? ¿Qué efecto ha producido en vos este cambio? –Resp. Estas condiciones no me parecen extrañas, porque no sufrí turbación alguna, y mi Espíritu desencarnado goza de una lucidez que no deja en la sombra ninguna de las cuestiones que vislumbre.
6. ¿Recordáis haber estado en estas mismas condiciones antes de vuestra última existencia? ¿Percibisteis algún cambio? –Resp. Recuerdo mis existencias anteriores y constato que he mejorado. Veo y asimilo lo que observo. Por ocasión de mis precedentes encarnaciones, mi Espíritu perturbado no se apercibía de las lagunas terrestres.
7. ¿Recordáis vuestra penúltima existencia, la que precedió a la del Sr. Jobard? –Resp. En mi penúltima existencia he sido un obrero mecánico, atormentado por la miseria y por el deseo de perfeccionar mi trabajo. Como Jobard he realizado los sueños de ese pobre obrero, y agradezco a Dios por su bondad infinita, por haber hecho germinar la planta cuya semilla Él había depositado en mi cerebro.
(11 de noviembre. Sesión particular; médium: Sra. de Costel)
8. Evocación. –Resp. Estoy aquí, encantado por encontrar la ocasión de hablarte (a la médium) y a vosotros también.
9. Nos parece que tenéis una preferencia por esta médium. –Resp. No me lo reprochéis, porque fue necesario que yo desencarnase para testimoniarlo.
10. ¿Ya os habéis comunicado en otros lugares? –Resp. Muy poco me he comunicado; en muchos lugares otro Espíritu ha tomado mi nombre; algunas veces yo estaba cerca de él, sin que pudiese comunicarme directamente; mi muerte es tan reciente que aún estoy sujeto a ciertas influencias terrenas. Es preciso que exista una simpatía perfecta para que yo pueda expresar mi pensamiento. Dentro de poco procederé indistintamente; aún no puedo hacerlo, os lo repito. Cuando un hombre un tanto conocido muere, es llamado de muchos lugares, y miles de Espíritus se apresuran a imitar su individualidad; ha sido esto que sucedió conmigo en varias circunstancias. Os aseguro que pocos Espíritus pueden comunicarse inmediatamente después de su desprendimiento, ni siquiera a través de un médium por el cual tenga preferencia.
11. ¿Vuestras ideas se modificaron un poco desde el viernes? –Resp. Son absolutamente las mismas del viernes. Me he ocupado poco de las cuestiones puramente intelectuales, en el sentido en que las tomáis; ¿cómo yo podría hacerlo, deslumbrado como estoy y atraído por el maravilloso espectáculo que me rodea? Solamente los lazos que tengo con el Espiritismo, que son más poderosos de lo que los hombres pueden concebir, atraen mi ser hacia esta Tierra que abandono, no con alegría –lo que sería una impiedad–, sino con el profundo reconocimiento por la liberación.
12. ¿Veis a los Espíritus que están aquí con nosotros? –Resp. Veo, sobre todo, a Lázaro y a Erasto; después, más alejado, al Espíritu de Verdad que se cierne en el espacio; luego a una multitud de Espíritus amigos que os rodean, solícitos y benévolos. Sed felices, amigos, porque buenas influencias os defienden de las calamidades del error.
13. Una pregunta más, os lo ruego. ¿Conocéis las causas de vuestra muerte? –Resp. No me habléis de esto todavía.
Nota – La Sra. de Costel dice haber recibido una comunicación en su casa, en la cual le anunciaban que el Sr. Jobard había muerto porque él quería superar los límites actualmente asignados al Espiritismo. Así, su partida habría sido precipitada por este motivo. Personalmente, el Sr. Jobard no se ha explicado al respecto. Varias otras comunicaciones parecerían corroborar la opinión anterior; pero lo que resalta de ciertos hechos es una especie de misterio sobre las verdaderas causas de su muerte precipitada que, uno dice, será explicada más tarde.
(Sociedad, 22 de noviembre de 1861)
9. Nos parece que tenéis una preferencia por esta médium. –Resp. No me lo reprochéis, porque fue necesario que yo desencarnase para testimoniarlo.
10. ¿Ya os habéis comunicado en otros lugares? –Resp. Muy poco me he comunicado; en muchos lugares otro Espíritu ha tomado mi nombre; algunas veces yo estaba cerca de él, sin que pudiese comunicarme directamente; mi muerte es tan reciente que aún estoy sujeto a ciertas influencias terrenas. Es preciso que exista una simpatía perfecta para que yo pueda expresar mi pensamiento. Dentro de poco procederé indistintamente; aún no puedo hacerlo, os lo repito. Cuando un hombre un tanto conocido muere, es llamado de muchos lugares, y miles de Espíritus se apresuran a imitar su individualidad; ha sido esto que sucedió conmigo en varias circunstancias. Os aseguro que pocos Espíritus pueden comunicarse inmediatamente después de su desprendimiento, ni siquiera a través de un médium por el cual tenga preferencia.
11. ¿Vuestras ideas se modificaron un poco desde el viernes? –Resp. Son absolutamente las mismas del viernes. Me he ocupado poco de las cuestiones puramente intelectuales, en el sentido en que las tomáis; ¿cómo yo podría hacerlo, deslumbrado como estoy y atraído por el maravilloso espectáculo que me rodea? Solamente los lazos que tengo con el Espiritismo, que son más poderosos de lo que los hombres pueden concebir, atraen mi ser hacia esta Tierra que abandono, no con alegría –lo que sería una impiedad–, sino con el profundo reconocimiento por la liberación.
12. ¿Veis a los Espíritus que están aquí con nosotros? –Resp. Veo, sobre todo, a Lázaro y a Erasto; después, más alejado, al Espíritu de Verdad que se cierne en el espacio; luego a una multitud de Espíritus amigos que os rodean, solícitos y benévolos. Sed felices, amigos, porque buenas influencias os defienden de las calamidades del error.
13. Una pregunta más, os lo ruego. ¿Conocéis las causas de vuestra muerte? –Resp. No me habléis de esto todavía.
Nota – La Sra. de Costel dice haber recibido una comunicación en su casa, en la cual le anunciaban que el Sr. Jobard había muerto porque él quería superar los límites actualmente asignados al Espiritismo. Así, su partida habría sido precipitada por este motivo. Personalmente, el Sr. Jobard no se ha explicado al respecto. Varias otras comunicaciones parecerían corroborar la opinión anterior; pero lo que resalta de ciertos hechos es una especie de misterio sobre las verdaderas causas de su muerte precipitada que, uno dice, será explicada más tarde.
(Sociedad, 22 de noviembre de 1861)
14. Cuando estabais encarnado compartíais la opinión que ha sido emitida sobre la formación de la Tierra a través de la incrustación de cuatro planetas, los cuales se habrían fundido por medio de una soldadura. ¿Conserváis aún esa misma creencia? –Resp. Es un error. Los nuevos descubrimientos geológicos prueban las convulsiones de la Tierra y su formación sucesiva. Como los otros planetas, la Tierra tuvo su vida propia, y Dios no ha tenido necesidad de ese gran desorden o de esa agregación de planetas. El agua y el fuego son los únicos elementos orgánicos de la Tierra.
15. También pensabais que los hombres podían entrar en estado cataléptico por un tiempo ilimitado, y que el género humano había sido traído a la Tierra de esa manera. –Resp. Ilusión de mi imaginación, que siempre superaba sus límites. La catalepsia puede ser larga, pero no indeterminada. Son tradiciones y leyendas, aumentadas por la imaginación oriental. Amigos míos, ya he sufrido mucho al rememorar las ilusiones que mi Espíritu ha nutrido: no os engañéis con las mismas. Yo había aprendido mucho y mi inteligencia –puedo decirlo–, apta para apropiarse de esos vastos y diversos estudios, había conservado de mi última encarnación el amor por lo maravilloso y por lo que integraba el conjunto extraído de las imaginaciones populares.
(Burdeos, 24 de noviembre de 1861; médium: Sra. de Cazemajoux)
16. Evocación. –Resp. Entonces, ¿vamos a recomenzar? ¡Pues bien! ¿Qué deseáis? Estoy aquí.
17. Acabamos de enterarnos de vuestra muerte. Como uno de los paladines de nuestra Doctrina, ¿tendríais a bien responder a algunas preguntas nuestras? –Resp. Hacedlas, aunque yo no sé bien con quién estoy; pero los Espíritus me dicen que esta médium ha obtenido algunas disertaciones insertadas en la Revista y que me han agradado; es preciso que, a mi turno, yo también ofrezca mis comunicaciones. –No hace mucho tiempo que me ausenté de la Tierra; dentro de algunos años reencarnaré allí para retomar el curso de la misión que debía cumplir, porque la misma ha sido detenida por el ángel de la liberación.
18. Habláis de una misión que debíais cumplir en la Tierra; ¿podríais darla a conocer? –Resp. Misión de progreso intelectual y de progreso moral en estado de germen. La Doctrina o la ciencia espírita contiene los elementos fecundos que deben desarrollar, hacer crecer y madurar las ideas modernas de libertad, de unidad y de fraternidad; es por eso que no se debe temer en darle un impulso vigoroso que la hará transponer los obstáculos con una fuerza que nada podrá dominar.
19. Al marchar más rápido que el tiempo, ¿no debemos temer que la Doctrina sea perjudicada? –Resp. Derribaríais a sus adversarios; vuestra lentitud les permite ganar terreno. No me gusta el paso lento y pesado de la tortuga; prefiero el vuelo audaz del rey de los aires.
Nota – Esto es un error; los adeptos del Espiritismo ganan terreno a cada día, mientras que sus adversarios lo pierden. El Sr. Jobard es siempre entusiasta; él no comprende que con prudencia se llega con más seguridad al objetivo, mientras que al arrojarse de cabeza contra los obstáculos, se arriesga a comprometer su causa. A. K.
20. Entonces, ¿cómo explicar los designios de Dios os sacando de la Tierra de manera tan súbita, si Él tenía en vos el instrumento
necesario para la marcha rápida de la Humanidad hacia el progreso moral e intelectual? –Resp. ¡Oh! ¡Qué palanca tendría una parte de los espíritas con mis ideas! Pero no; ¡el miedo los paraliza!
21. ¿Podéis explicarnos los designios de Dios al llamaros antes del término de vuestra misión? –Resp. No me siento molesto; veo y aprendo para ser más fuerte cuando suene la hora de la lucha. Redoblad el fervor y la dedicación por la noble y santa causa de la Humanidad; una única existencia no es suficiente para que tenga lugar la crisis que debe transformar a la sociedad, y muchos de entre vosotros –que preparáis los caminos– renaceréis después de algún tiempo para ayudar de nuevo a la obra santa y bendita. Ya os he dicho lo suficiente por esta noche, ¿no es así? Pero estoy a vuestra disposición; volveré, porque sois un adepto bueno y fervoroso. Adiós; en esta noche quiero asistir a la sesión de nuestro querido maestro Allan Kardec.
22. No habéis respondido a mi pregunta sobre los designios de Dios al llamaros antes del término de vuestra misión. –Resp. Somos instrumentos adecuados para ayudar en sus designios; Él nos dobla a su voluntad y nos pone nuevamente en escena cuando lo cree útil. Por consiguiente, sometámonos a sus decretos sin intentar ahondarlos, porque nadie tiene el derecho de rasgar el velo que oculta a los Espíritus sus decretos inmutables.
¡Adiós!
JOBARD.
(Passy, 20 de diciembre de 1861; médium: Sra. de Dozon)
17. Acabamos de enterarnos de vuestra muerte. Como uno de los paladines de nuestra Doctrina, ¿tendríais a bien responder a algunas preguntas nuestras? –Resp. Hacedlas, aunque yo no sé bien con quién estoy; pero los Espíritus me dicen que esta médium ha obtenido algunas disertaciones insertadas en la Revista y que me han agradado; es preciso que, a mi turno, yo también ofrezca mis comunicaciones. –No hace mucho tiempo que me ausenté de la Tierra; dentro de algunos años reencarnaré allí para retomar el curso de la misión que debía cumplir, porque la misma ha sido detenida por el ángel de la liberación.
18. Habláis de una misión que debíais cumplir en la Tierra; ¿podríais darla a conocer? –Resp. Misión de progreso intelectual y de progreso moral en estado de germen. La Doctrina o la ciencia espírita contiene los elementos fecundos que deben desarrollar, hacer crecer y madurar las ideas modernas de libertad, de unidad y de fraternidad; es por eso que no se debe temer en darle un impulso vigoroso que la hará transponer los obstáculos con una fuerza que nada podrá dominar.
19. Al marchar más rápido que el tiempo, ¿no debemos temer que la Doctrina sea perjudicada? –Resp. Derribaríais a sus adversarios; vuestra lentitud les permite ganar terreno. No me gusta el paso lento y pesado de la tortuga; prefiero el vuelo audaz del rey de los aires.
Nota – Esto es un error; los adeptos del Espiritismo ganan terreno a cada día, mientras que sus adversarios lo pierden. El Sr. Jobard es siempre entusiasta; él no comprende que con prudencia se llega con más seguridad al objetivo, mientras que al arrojarse de cabeza contra los obstáculos, se arriesga a comprometer su causa. A. K.
20. Entonces, ¿cómo explicar los designios de Dios os sacando de la Tierra de manera tan súbita, si Él tenía en vos el instrumento
necesario para la marcha rápida de la Humanidad hacia el progreso moral e intelectual? –Resp. ¡Oh! ¡Qué palanca tendría una parte de los espíritas con mis ideas! Pero no; ¡el miedo los paraliza!
21. ¿Podéis explicarnos los designios de Dios al llamaros antes del término de vuestra misión? –Resp. No me siento molesto; veo y aprendo para ser más fuerte cuando suene la hora de la lucha. Redoblad el fervor y la dedicación por la noble y santa causa de la Humanidad; una única existencia no es suficiente para que tenga lugar la crisis que debe transformar a la sociedad, y muchos de entre vosotros –que preparáis los caminos– renaceréis después de algún tiempo para ayudar de nuevo a la obra santa y bendita. Ya os he dicho lo suficiente por esta noche, ¿no es así? Pero estoy a vuestra disposición; volveré, porque sois un adepto bueno y fervoroso. Adiós; en esta noche quiero asistir a la sesión de nuestro querido maestro Allan Kardec.
22. No habéis respondido a mi pregunta sobre los designios de Dios al llamaros antes del término de vuestra misión. –Resp. Somos instrumentos adecuados para ayudar en sus designios; Él nos dobla a su voluntad y nos pone nuevamente en escena cuando lo cree útil. Por consiguiente, sometámonos a sus decretos sin intentar ahondarlos, porque nadie tiene el derecho de rasgar el velo que oculta a los Espíritus sus decretos inmutables.
¡Adiós!
23. Evocación. –Resp. No sé por qué me evocáis; no soy nada para vosotros y, por lo tanto, no os debo nada. Además, no os responderé sin el Espíritu de Verdad, que me dice que ha sido Kardec quien os ha pedido que me llamaseis. ¡Pues bien! Estoy aquí; ¿qué debo deciros?
24. En efecto, el Sr. Allan Kardec nos solicitó que os evocáramos con el objetivo de realizar el control de diversas comunicaciones vuestras, comparándolas entre sí; es un estudio, y esperamos que consintáis en atendernos en interés de la ciencia espírita, describiendo vuestra situación y vuestras impresiones desde que dejasteis la Tierra. –Resp. Yo no estaba cierto en todo durante mi vida terrena: ahora comienzo a saberlo; al depurarse de la turbación, mis ideas llegan a una nueva claridad y, desde entonces, reveo los errores de mis creencias. Esto es una gracia de la bondad de Dios, pero un poco tardía. El Sr. Allan Kardec no tenía una simpatía total por mi Espíritu, y así debía ser: él es positivo en su fe; a menudo yo soñaba y buscaba a la par de la realidad. No sé exactamente lo que yo quería, a no ser una vida mejor de la que tenía; el Espiritismo me la ha mostrado, y el más esclarecido de los espíritas me ha levantado el velo de la vida de los Espíritus. Ha sido LA VERDAD quien lo inspiró; El Libro de los Espíritus ha hecho una verdadera revolución en mi alma y un bien imposible de describir. Pero mi Espíritu ha tenido dudas sobre varias cosas, que hoy se me presentan con una nueva claridad. Ya os lo he dicho al inicio de esta comunicación: al liberarse de la turbación, el Espíritu me ha mostrado lo que yo no veía. El Espíritu se aparta; su desprendimiento aún no es total; entretanto, ya se ha comunicado varias veces; pero –cosa singular, quizá para vosotros– es el cambio que se hace a los ojos de los evocadores en las comunicaciones del Espíritu Jobard.
Enseguida, esta misma médium obtuvo la siguiente comunicación espontánea:
Jobard era un Espíritu investigador, queriendo subir, siempre subir. Las ideas espíritas le parecían un cuadro muy estrecho. Jobard representaba el espíritu de curiosidad; él quería saber, siempre saber. Esa necesidad, esa sed lo han impulsado a investigaciones que sobrepasaban los límites de aquello que Dios quiere que sepáis; ¡pero que no se intente arrancar el velo que cubre los misterios de Su poder! Jobard puso sus manos sobre el arca y fue fulminado. Esto es una enseñanza: buscad el Sol, pero no tengáis la audacia de fijarlo, porque quedaréis ciegos. ¿Dios no os da bastante al enviaros los Espíritus? Por lo tanto, dejad a la muerte el poder que Dios le ha otorgado: el de levantar el velo a quien es digno de ello; entonces podréis ver a Dios, el Sol de los Cielos, sin ser cegados ni fulminados por el poder que os dice: «No vayáis más lejos». He aquí lo que debo deciros.
LA VERDAD.
(Sociedad, 3 de enero de 1862; médium: Sra. de Costel)
¡Incrédulo! ¡Tú tenías necesidad de esta confirmación de la sonámbula para creer en mi identidad! ¡Ingrato! Me has olvidado durante mucho tiempo bajo el pretexto de que otros se acuerdan más. Pero dejemos los reproches y conversemos: abordemos el tema para el cual me has evocado. Puedo explicar fácilmente por qué mi atención se había fijado en esa pareja que me era extraña, pero que una especie de instinto, de doble vista, de presciencia me hacía reconocer. Después de mi liberación, he visto que nosotros nos habíamos conocido antes, y yo volví a ellos: esta es la palabra.
Comienzo a vivir espiritualmente, más apacible y menos turbado por las evocaciones que de todos lados llegan hasta mí. La moda reina también entre los Espíritus; cuando la moda Jobard sea sustituida por otra y cuando yo haya caído en el olvido humano, entonces solicitaré a mis amigos serios –me refiero a aquellos que no se han olvidado de mí– que me evoquen. Entonces ahondaremos las cuestiones tratadas muy superficialmente, y vuestro Jobard, completamente transfigurado, podrá seros útil, lo que desea de todo corazón.
JOBARD
(A la médium, Sra. de Costel.) – He regresado; tú deseas saber por qué manifiesto una preferencia por ti. Cuando yo era un mecánico, tú eras poetisa, ¡y te conocí en el hospital donde moriste, señora!
(Montreal [Canadá], 19 de diciembre de 1861)
Mi querido maestro: he desencarnado, conforme decís; pero no estoy muerto, ya que os hablo. Aquellos que se encargaron de deciros que yo no había fallecido, quizá han querido jugaros una mala pasada. No los conozco aún, pero los conoceré y sabré el motivo que los ha hecho actuar así. Escribid a Kardec y yo os responderé. Creo que no podré responderos a través de la mesa, pero en todo caso intentaré y haré lo mejor. Las dos cartas que he recibido de vos han contribuido fuertemente para causar mi muerte; más tarde sabréis cómo.
JOBARD
Al respecto, el Sr. Jobard fue evocado el 10 de enero en la Sociedad de París y respondió que reconocía ser el autor de esa comunicación, pero que la supuesta descripción trazada después no era él ni de él, lo que nosotros creemos sin dificultad, porque no se parece de modo alguno a él.
–Preg. ¿Cómo las dos cartas que habéis recibido pudieron contribuir con vuestra muerte? –Resp. No puedo y no quiero decir aquí sino una cosa: ha sido la lectura de esas dos cartas, después de haber comido, que ha determinado la congestión que me llevó o –si preferís– que me liberó.
Nota – Mientras la médium escribía esta respuesta, y antes de que fuese leída, otro médium recibió la siguiente respuesta de su Guía particular:
«Es una explicación difícil, que él no os dará en detalle; hay cosas que Jobard no puede decir aquí».
–Preg. El Sr. Lacroix desea saber por qué razón varios Espíritus vinieron espontáneamente a desmentir la noticia de vuestra muerte. –Resp. Si él hubiese prestado más atención, habría fácilmente reconocido la superchería. ¡Cuántas veces será necesario repetir que debemos desconfiar –casi absolutamente– de las comunicaciones espontáneas dadas sobre un hecho, afirmando o negando deliberadamente! Los Espíritus sólo engañan a los que se dejan engañar.
Nota – Durante esta respuesta, otro médium escribió lo siguiente: «Son Espíritus charlatanes que no se preocupan con la verdad. Hay ciertos Espíritus que son como los hombres: reciben una noticia y la afirman o la niegan con la misma facilidad».
Es evidente que los nombres que han firmado el desmentido de la muerte del Sr. Jobard son apócrifos. Para reconocer esto bastaría considerar que Espíritus como Franklin, Volney y Voltaire se ocupan de cosas más serias, y que semejantes detalles son incompatibles con su carácter; solamente esto ya debería
inspirar dudas sobre la identidad de los mismos y, por consecuencia, sobre la veracidad de las comunicaciones. No estaría de más repetirlo: un estudio previo, completo y atento de la ciencia espírita puede por sí solo proporcionar los medios para desbaratar las mistificaciones de los Espíritus embusteros, a los cuales están expuestos todos los principiantes que no tienen la experiencia necesaria.
–Preg. Habéis respondido solamente a la primera carta del Sr. Lacroix; él desea obtener una respuesta a las dos últimas, y sobre todo a la tercera correspondencia que –como él dijo– tenía un sello particular que sólo por vos podría ser comprendido. –Resp. Él la obtendrá más tarde; por el momento no puedo responder. Sería inútil provocar dicha respuesta, pues de lo contrario él podría estar cierto de que no sería yo el que respondería.
(Sociedad Espírita de París, 21 de febrero de 1862; médium: Srta. Stéphanie)
Una vez más voy a responder, mi estimado Kardec: me siento halagado y agradecido por no haber sido olvidado por mis hermanos espíritas. Agradezco al generoso corazón que os ha entregado la ofrenda que yo habría donado si aún habitase en vuestro mundo. En el mundo que habito ahora no hay necesidad de dinero; me fue necesario, pues, recurrir a la bolsa de la amistad para dar pruebas materiales de que yo estaba conmovido por el infortunio de mis hermanos de Lyon. Bravos trabajadores que cultiváis fervorosamente la viña del Señor: es preciso que creáis que la caridad no es una palabra vana, puesto que pequeños y grandes os han dado muestras de simpatía y de fraternidad. Estáis en la gran vía humanitaria del progreso; ¡que Dios os permita manteneros en ella para que podáis ser más felices; los Espíritus amigos os sostendrán y triunfaréis!
JOBARD
24. En efecto, el Sr. Allan Kardec nos solicitó que os evocáramos con el objetivo de realizar el control de diversas comunicaciones vuestras, comparándolas entre sí; es un estudio, y esperamos que consintáis en atendernos en interés de la ciencia espírita, describiendo vuestra situación y vuestras impresiones desde que dejasteis la Tierra. –Resp. Yo no estaba cierto en todo durante mi vida terrena: ahora comienzo a saberlo; al depurarse de la turbación, mis ideas llegan a una nueva claridad y, desde entonces, reveo los errores de mis creencias. Esto es una gracia de la bondad de Dios, pero un poco tardía. El Sr. Allan Kardec no tenía una simpatía total por mi Espíritu, y así debía ser: él es positivo en su fe; a menudo yo soñaba y buscaba a la par de la realidad. No sé exactamente lo que yo quería, a no ser una vida mejor de la que tenía; el Espiritismo me la ha mostrado, y el más esclarecido de los espíritas me ha levantado el velo de la vida de los Espíritus. Ha sido LA VERDAD quien lo inspiró; El Libro de los Espíritus ha hecho una verdadera revolución en mi alma y un bien imposible de describir. Pero mi Espíritu ha tenido dudas sobre varias cosas, que hoy se me presentan con una nueva claridad. Ya os lo he dicho al inicio de esta comunicación: al liberarse de la turbación, el Espíritu me ha mostrado lo que yo no veía. El Espíritu se aparta; su desprendimiento aún no es total; entretanto, ya se ha comunicado varias veces; pero –cosa singular, quizá para vosotros– es el cambio que se hace a los ojos de los evocadores en las comunicaciones del Espíritu Jobard.
Enseguida, esta misma médium obtuvo la siguiente comunicación espontánea:
Jobard era un Espíritu investigador, queriendo subir, siempre subir. Las ideas espíritas le parecían un cuadro muy estrecho. Jobard representaba el espíritu de curiosidad; él quería saber, siempre saber. Esa necesidad, esa sed lo han impulsado a investigaciones que sobrepasaban los límites de aquello que Dios quiere que sepáis; ¡pero que no se intente arrancar el velo que cubre los misterios de Su poder! Jobard puso sus manos sobre el arca y fue fulminado. Esto es una enseñanza: buscad el Sol, pero no tengáis la audacia de fijarlo, porque quedaréis ciegos. ¿Dios no os da bastante al enviaros los Espíritus? Por lo tanto, dejad a la muerte el poder que Dios le ha otorgado: el de levantar el velo a quien es digno de ello; entonces podréis ver a Dios, el Sol de los Cielos, sin ser cegados ni fulminados por el poder que os dice: «No vayáis más lejos». He aquí lo que debo deciros.
Nota – El Sr. Jobard se ha manifestado varias veces en la casa del Sr. P... y de la Sra. P..., miembros de la Sociedad. Entre otras, una vez se ha mostrado espontáneamente a una sonámbula –y sin que hubieran pensado en él– que lo describió de una manera muy exacta y dijo su nombre, aunque nunca lo hubiese conocido. Al haberse establecido una conversación entre él y el Sr. P..., por intermedio de la sonámbula, el Espíritu Jobard recordó diversas particularidades que no dejaron ninguna duda sobre su identidad. Una cosa, sobre todo, los había impresionado: es que, en la única ocasión en que lo vieron en la Sociedad, durante casi toda la sesión, él mantuvo fijamente los ojos en ellos, como si hubiese identificado a personas de su conocimiento; ellos habían olvidado esta circunstancia, y el Espíritu Jobard se las recordó por intermedio de la sonámbula. El Sr. y la Señora P..., que nunca habían tenido ningún contacto con él cuando estaba encarnado, deseaban saber el motivo de la simpatía que él parecía tener por ellos. Al respecto, él dictó la siguiente comunicación:
¡Incrédulo! ¡Tú tenías necesidad de esta confirmación de la sonámbula para creer en mi identidad! ¡Ingrato! Me has olvidado durante mucho tiempo bajo el pretexto de que otros se acuerdan más. Pero dejemos los reproches y conversemos: abordemos el tema para el cual me has evocado. Puedo explicar fácilmente por qué mi atención se había fijado en esa pareja que me era extraña, pero que una especie de instinto, de doble vista, de presciencia me hacía reconocer. Después de mi liberación, he visto que nosotros nos habíamos conocido antes, y yo volví a ellos: esta es la palabra.
Comienzo a vivir espiritualmente, más apacible y menos turbado por las evocaciones que de todos lados llegan hasta mí. La moda reina también entre los Espíritus; cuando la moda Jobard sea sustituida por otra y cuando yo haya caído en el olvido humano, entonces solicitaré a mis amigos serios –me refiero a aquellos que no se han olvidado de mí– que me evoquen. Entonces ahondaremos las cuestiones tratadas muy superficialmente, y vuestro Jobard, completamente transfigurado, podrá seros útil, lo que desea de todo corazón.
(Montreal [Canadá], 19 de diciembre de 1861)
El Sr. Henri Lacroix nos escribe desde Montreal relatándonos que él había enviado tres cartas al Sr. Jobard, pero que éste sólo había recibido dos; la tercera correspondencia llegó demasiado tarde, y solamente la primera fue respondida. Al enterarse de su muerte a través de los periódicos, el Sr. Lacroix recibió comunicaciones de varios Espíritus, firmadas por Voltaire, Volney, Franklin, atestiguando que la noticia era falsa y que el Sr. Jobard se encontraba muy bien. La Revista Espírita acaba de disipar sus dudas al confirmar lo ocurrido. Fue entonces que el Espíritu Jobard, al haber sido evocado, le dio la siguiente comunicación, de la cual el Sr. Lacroix nos solicita que efectuemos el control de la exactitud de la misma.
Mi querido maestro: he desencarnado, conforme decís; pero no estoy muerto, ya que os hablo. Aquellos que se encargaron de deciros que yo no había fallecido, quizá han querido jugaros una mala pasada. No los conozco aún, pero los conoceré y sabré el motivo que los ha hecho actuar así. Escribid a Kardec y yo os responderé. Creo que no podré responderos a través de la mesa, pero en todo caso intentaré y haré lo mejor. Las dos cartas que he recibido de vos han contribuido fuertemente para causar mi muerte; más tarde sabréis cómo.
–Preg. ¿Cómo las dos cartas que habéis recibido pudieron contribuir con vuestra muerte? –Resp. No puedo y no quiero decir aquí sino una cosa: ha sido la lectura de esas dos cartas, después de haber comido, que ha determinado la congestión que me llevó o –si preferís– que me liberó.
Nota – Mientras la médium escribía esta respuesta, y antes de que fuese leída, otro médium recibió la siguiente respuesta de su Guía particular:
«Es una explicación difícil, que él no os dará en detalle; hay cosas que Jobard no puede decir aquí».
–Preg. El Sr. Lacroix desea saber por qué razón varios Espíritus vinieron espontáneamente a desmentir la noticia de vuestra muerte. –Resp. Si él hubiese prestado más atención, habría fácilmente reconocido la superchería. ¡Cuántas veces será necesario repetir que debemos desconfiar –casi absolutamente– de las comunicaciones espontáneas dadas sobre un hecho, afirmando o negando deliberadamente! Los Espíritus sólo engañan a los que se dejan engañar.
Nota – Durante esta respuesta, otro médium escribió lo siguiente: «Son Espíritus charlatanes que no se preocupan con la verdad. Hay ciertos Espíritus que son como los hombres: reciben una noticia y la afirman o la niegan con la misma facilidad».
Es evidente que los nombres que han firmado el desmentido de la muerte del Sr. Jobard son apócrifos. Para reconocer esto bastaría considerar que Espíritus como Franklin, Volney y Voltaire se ocupan de cosas más serias, y que semejantes detalles son incompatibles con su carácter; solamente esto ya debería
inspirar dudas sobre la identidad de los mismos y, por consecuencia, sobre la veracidad de las comunicaciones. No estaría de más repetirlo: un estudio previo, completo y atento de la ciencia espírita puede por sí solo proporcionar los medios para desbaratar las mistificaciones de los Espíritus embusteros, a los cuales están expuestos todos los principiantes que no tienen la experiencia necesaria.
–Preg. Habéis respondido solamente a la primera carta del Sr. Lacroix; él desea obtener una respuesta a las dos últimas, y sobre todo a la tercera correspondencia que –como él dijo– tenía un sello particular que sólo por vos podría ser comprendido. –Resp. Él la obtendrá más tarde; por el momento no puedo responder. Sería inútil provocar dicha respuesta, pues de lo contrario él podría estar cierto de que no sería yo el que respondería.
(Sociedad Espírita de París, 21 de febrero de 1862; médium: Srta. Stéphanie)
Cuando la Sociedad abrió una suscripción a favor de los obreros de Lyon, un miembro contribuyó con 50 francos, de los cuales 25 eran por cuenta propia, y los otros 25 en nombre del Sr. Jobard. Al respecto, este último dio la siguiente comunicación:
Una vez más voy a responder, mi estimado Kardec: me siento halagado y agradecido por no haber sido olvidado por mis hermanos espíritas. Agradezco al generoso corazón que os ha entregado la ofrenda que yo habría donado si aún habitase en vuestro mundo. En el mundo que habito ahora no hay necesidad de dinero; me fue necesario, pues, recurrir a la bolsa de la amistad para dar pruebas materiales de que yo estaba conmovido por el infortunio de mis hermanos de Lyon. Bravos trabajadores que cultiváis fervorosamente la viña del Señor: es preciso que creáis que la caridad no es una palabra vana, puesto que pequeños y grandes os han dado muestras de simpatía y de fraternidad. Estáis en la gran vía humanitaria del progreso; ¡que Dios os permita manteneros en ella para que podáis ser más felices; los Espíritus amigos os sostendrán y triunfaréis!
Suscripción con la finalidad de erigir un monumento en memoria del Sr. Jobard
Al haber sido anunciado en los periódicos una suscripción para erigir un monumento al Sr. Jobard, el Sr. Allan Kardec comunicó el hecho a la Sociedad en la sesión del 31 de enero pasado, agregando que se proponía a hablar de eso en la Revista, pero que él había considerado un deber posponer el anuncio de esta suscripción, teniendo en cuenta que tendría pocas posibilidades favorables, porque se contraponía con la situación de los obreros; que se reflexionase si sería mejor dar pan a los vivos que piedras a los muertos.
Al ser interrogado sobre lo que pensaba al respecto, el Sr. Jobard respondió: «Ciertamente. Pero he reflexionado lo siguiente: queréis saber si me gustan las estatuas; primero, dad vuestro dinero a los pobres y si, por ventura, sobrasen algunas monedas de 5 francos en los bolsillos de vuestro chaleco, mandad erigir una estatua; esto siempre permitirá que un artista pueda vivir.»
En consecuencia, la Sociedad recibirá las donaciones que se hagan con esa finalidad y efectuará el depósito en la oficina de redacción del periódico La Propriété industrielle, situado en la rue Bergère, 21, donde ha sido abierta la suscripción.
Al haber sido anunciado en los periódicos una suscripción para erigir un monumento al Sr. Jobard, el Sr. Allan Kardec comunicó el hecho a la Sociedad en la sesión del 31 de enero pasado, agregando que se proponía a hablar de eso en la Revista, pero que él había considerado un deber posponer el anuncio de esta suscripción, teniendo en cuenta que tendría pocas posibilidades favorables, porque se contraponía con la situación de los obreros; que se reflexionase si sería mejor dar pan a los vivos que piedras a los muertos.
Al ser interrogado sobre lo que pensaba al respecto, el Sr. Jobard respondió: «Ciertamente. Pero he reflexionado lo siguiente: queréis saber si me gustan las estatuas; primero, dad vuestro dinero a los pobres y si, por ventura, sobrasen algunas monedas de 5 francos en los bolsillos de vuestro chaleco, mandad erigir una estatua; esto siempre permitirá que un artista pueda vivir.»
En consecuencia, la Sociedad recibirá las donaciones que se hagan con esa finalidad y efectuará el depósito en la oficina de redacción del periódico La Propriété industrielle, situado en la rue Bergère, 21, donde ha sido abierta la suscripción.
Carrère – Constatación de un hecho de identidad
La identidad de los Espíritus que se manifiestan es –como se sabe– una de las dificultades del Espiritismo, y los medios empleados para verificarla conducen a menudo a resultados negativos; al respecto, las mejores pruebas son aquellas que nacen de la espontaneidad de las comunicaciones. Aunque estas pruebas no sean raras –cuando están bien caracterizadas–, es bueno constatarlas, primeramente para su propia satisfacción y como objeto de estudio y, después, para responder a los que niegan su posibilidad, probablemente porque fueron mal conducidas o no alcanzaron éxito, o porque poseen un sistema preconcebido. Repetiremos aquí lo que hemos dicho en otra parte: la identidad de los Espíritus que han vivido en épocas remotas y que vienen a dar enseñanzas es casi imposible de establecer, y que a los nombres no se debe atribuir más que una importancia relativa; lo que ellos dicen, ¿es bueno o malo, racional o ilógico, digno o indigno del nombre firmado? He aquí toda la cuestión. No sucede lo mismo con los Espíritus contemporáneos, cuyo carácter y hábitos nos son conocidos y que pueden probar su identidad a través de particularidades y detalles, particularidades que raramente se obtienen cuando son solicitadas y que es necesario saber esperar. Tal es el hecho relatado en la siguiente carta:
Burdeos, 25 de enero de 1862.
«Mi querido Sr. Kardec:
«Sabéis que tenemos el hábito de someteros todos nuestros trabajos, confiando plenamente en vuestras luces y en vuestra experiencia para apreciarlos; así, cuando para nosotros se trata de impactantes hechos de identidad, nos limitamos a dároslos a conocer en todos sus detalles.
«El Sr. Guipon, inspector de contabilidad de la Compañía de los Ferrocarriles del Sur de Francia, miembro del grupo director de la Sociedad Espírita de Burdeos, me escribió la siguiente carta, fechada el 14 de este mes:
«Mi estimado Sr. Sabò: permitidme dirigiros el pedido de evocar, en la sesión, al Espíritu Carrère, subjefe del equipo de la estación ferroviaria de Burdeos, muerto al efectuar una maniobra el 18 de diciembre último. Adjunto, en un sobre separado, los detalles de los hechos que deseo que sean constatados, y pienso que los mismos serían para nosotros un tema serio de estudio y de instrucción. Os agradecería mucho, igualmente, si sólo abrierais el sobre después de la evocación.
L. GUIPON.»
El día 18 del mismo mes, en una reunión con una decena de personas honorables de nuestra ciudad, nosotros hicimos la evocación solicitada:
1. Evocación del Espíritu Carrère. –Resp. Estoy aquí.
2. ¿Cuál es vuestra posición en el mundo de los Espíritus? –Resp. No soy feliz ni infeliz. Además, estoy frecuentemente en la Tierra; me muestro a alguien que no está muy contento de verme.
3. ¿Con qué objetivo os manifestáis a esa persona? –Resp. ¡Ah! Como veis, yo iba a morir; yo tenía miedo y tenían miedo de mí. En todas partes buscaban un crucifijo con la imagen del Cristo para ayudarme a transponer la difícil travesía de la vida hacia la muerte, y la persona a quien me muestro tenía un crucifijo, pero se rehusó a prestarlo, a fin de ponerlo sobre mis labios moribundos y después para colocarlo entre mis manos como un testimonio de paz y de amor. ¡Pues bien! Ahora tendrá que verme por mucho tiempo alrededor del Cristo; ahí me verá siempre. Ya me voy; me siento mal aquí; dejadme partir. Adiós.
Inmediatamente después de esta evocación abrí el sobre sellado, que contenía los siguientes detalles:
«Por ocasión de la muerte de Carrère, subjefe del equipo de Burdeos, muerto el 18 de diciembre último, el Sr. Beautey, jefe de la estación ferroviaria P. V., hizo transportar el cuerpo a la estación de pasajeros y ordenó a un hombre de su equipo que fuese a su domicilio para pedir a la Sra. de Beautey un crucifijo, a fin de colocarlo en el cadáver. Esta señora respondió que el crucifijo estaba quebrado, alegando, entonces, que no podía prestarlo.
«El 10 de enero del corriente mes, la Sra. de Beautey confesó a su marido que el crucifijo que ella se había rehusado a prestar no estaba quebrado, y que no quiso prestarlo –dijo ella– para no tener que sentir después las emociones ocasionadas por semejante accidente, ocurrido anteriormente y casi en las mismas condiciones. Luego ella agregó que jamás rehusaría nada a un muerto, y explicó estas palabras así: –Durante toda la noche de la muerte de aquel hombre, él permaneció visible para mí; lo vi por mucho tiempo, colocado alrededor del Cristo y después a su lado.
«La Sra. de Beautey –que nunca había visto ni escuchado hablar de ese hombre– lo describió con tanta exactitud a su marido, que éste lo reconoció como si hubiera estado presente. Además, no es la primera vez que la Sra. de Beautey ve a los Espíritus en estado de vigilia; entretanto, un hecho notable es que el Espíritu Carrère la impresionó fuertemente, lo que no le sucedía al ver a otros Espíritus. –Firmado: Guipon.»
«A continuación se encuentra la siguiente mención:
«Esta narración es absolutamente exacta.
«–Firmado: Beautey, jefe de la estación ferroviaria.»
He considerado mi deber relataros este hecho de identidad que os acabo de señalar, hecho muy raro –es preciso concordar– y que seguramente ha sucedido con el permiso de Dios, que se sirve de todos los medios para impactar a la incredulidad y a la indiferencia.
Si juzgáis útil publicar este interesante episodio, encontraréis más abajo las firmas de las personas que han asistido a esa sesión. Ellas me encargaron de deciros que sus nombres pueden ser publicados y que, en esta circunstancia, conservar el anonimato sería un error. Los nombres propios que aparecen en los detalles circunstanciados de la evocación de Carrère también pueden ser reproducidos.
Vuestro servidor muy devoto,
A. SABÒ.
Atestiguamos que los detalles relatados en la presente carta son verídicos en todos los puntos, y no dudamos en confirmarlos con nuestra firma.
–A. SABÒ, jefe de contabilidad de la Compañía de los Ferrocarriles del Sur, calle Barennes, Nº 13. –CH. COLLIGNON, rentista, calle Sauce Nº 12. –ÉMILIE DE COLLIGNON, rentista. –L’ANGLE, empleado de contribuciones indirectas, calle Pèlegrin Nº 28. –Viuda de CAZEMAJOUX. –GUIPON, inspector de contabilidad y de recaudación de la Compañía de los Ferrocarriles del Sur, Camino de Bègles Nº 119. –ULRICHS, comerciante, calle de los Chartrons Nº 17. –CHAIN, comerciante. –JOUANNI, empleado del Sr. Arman, constructor de navíos, calle Capenteyre Nº 26. –GOURGUES, negociante, Camino de Saint-Genès Nº 64. –BELLY Hijo mayor, mecánico, calle Lafurterie Nº 39. –HUBERT, capitán del Regimiento de Infantería Nº 88. –PUGINIER, teniente del mismo regimiento.
Como de costumbre, no faltarán los incrédulos que atribuyan este hecho a la imaginación. Por ejemplo, ellos dirán que la Sra. de Beautey tenía la mente impresionada por haberse rehusado a prestar su crucifijo y que el remordimiento de su conciencia le hizo creer que veía a Carrère. Convengamos que esto es posible, pero los negadores –que no se preocupan en profundizar antes de juzgar– no investigan si alguna circunstancia escapa a su teoría. ¿Cómo explicarán la descripción que ella hizo de un hombre que nunca había visto? Ellos dirán que «fue el acaso». –En cuanto a la evocación, ¿diréis también que la médium apenas tradujo su pensamiento o el de los asistentes, ya que esas circunstancias eran ignoradas? ¿Fue nuevamente el acaso? –No. Pero entre los asistentes estaba el Sr. Guipon, autor de la carta sellada y que conocía el hecho; ahora bien, su pensamiento pudo transmitirse a la médium a través de la corriente de fluidos, considerando que los médiums están siempre en un estado de sobreexcitación febril, mantenido y provocado por la concentración de los asistentes y por su propia voluntad. Ahora bien, en ese estado anómalo, que no es otra cosa que un estado biológico –según el erudito Sr. Figuier–, hay emanaciones que escapan del cerebro y dan percepciones excepcionales provenientes de la expansión de los fluidos, que establecen relaciones entre las personas presentes e incluso ausentes. Por lo tanto, con esta explicación tan clara como lógica, ya veis que no hay necesidad de recurrir a la intervención de vuestros supuestos Espíritus, que sólo existen en vuestra imaginación. –Confesamos con toda humildad que este razonamiento supera nuestra inteligencia, y os preguntaremos: ¿vosotros mismos lo comprendéis bien?
La identidad de los Espíritus que se manifiestan es –como se sabe– una de las dificultades del Espiritismo, y los medios empleados para verificarla conducen a menudo a resultados negativos; al respecto, las mejores pruebas son aquellas que nacen de la espontaneidad de las comunicaciones. Aunque estas pruebas no sean raras –cuando están bien caracterizadas–, es bueno constatarlas, primeramente para su propia satisfacción y como objeto de estudio y, después, para responder a los que niegan su posibilidad, probablemente porque fueron mal conducidas o no alcanzaron éxito, o porque poseen un sistema preconcebido. Repetiremos aquí lo que hemos dicho en otra parte: la identidad de los Espíritus que han vivido en épocas remotas y que vienen a dar enseñanzas es casi imposible de establecer, y que a los nombres no se debe atribuir más que una importancia relativa; lo que ellos dicen, ¿es bueno o malo, racional o ilógico, digno o indigno del nombre firmado? He aquí toda la cuestión. No sucede lo mismo con los Espíritus contemporáneos, cuyo carácter y hábitos nos son conocidos y que pueden probar su identidad a través de particularidades y detalles, particularidades que raramente se obtienen cuando son solicitadas y que es necesario saber esperar. Tal es el hecho relatado en la siguiente carta:
«Mi querido Sr. Kardec:
«Sabéis que tenemos el hábito de someteros todos nuestros trabajos, confiando plenamente en vuestras luces y en vuestra experiencia para apreciarlos; así, cuando para nosotros se trata de impactantes hechos de identidad, nos limitamos a dároslos a conocer en todos sus detalles.
«El Sr. Guipon, inspector de contabilidad de la Compañía de los Ferrocarriles del Sur de Francia, miembro del grupo director de la Sociedad Espírita de Burdeos, me escribió la siguiente carta, fechada el 14 de este mes:
«Mi estimado Sr. Sabò: permitidme dirigiros el pedido de evocar, en la sesión, al Espíritu Carrère, subjefe del equipo de la estación ferroviaria de Burdeos, muerto al efectuar una maniobra el 18 de diciembre último. Adjunto, en un sobre separado, los detalles de los hechos que deseo que sean constatados, y pienso que los mismos serían para nosotros un tema serio de estudio y de instrucción. Os agradecería mucho, igualmente, si sólo abrierais el sobre después de la evocación.
1. Evocación del Espíritu Carrère. –Resp. Estoy aquí.
2. ¿Cuál es vuestra posición en el mundo de los Espíritus? –Resp. No soy feliz ni infeliz. Además, estoy frecuentemente en la Tierra; me muestro a alguien que no está muy contento de verme.
3. ¿Con qué objetivo os manifestáis a esa persona? –Resp. ¡Ah! Como veis, yo iba a morir; yo tenía miedo y tenían miedo de mí. En todas partes buscaban un crucifijo con la imagen del Cristo para ayudarme a transponer la difícil travesía de la vida hacia la muerte, y la persona a quien me muestro tenía un crucifijo, pero se rehusó a prestarlo, a fin de ponerlo sobre mis labios moribundos y después para colocarlo entre mis manos como un testimonio de paz y de amor. ¡Pues bien! Ahora tendrá que verme por mucho tiempo alrededor del Cristo; ahí me verá siempre. Ya me voy; me siento mal aquí; dejadme partir. Adiós.
Inmediatamente después de esta evocación abrí el sobre sellado, que contenía los siguientes detalles:
«Por ocasión de la muerte de Carrère, subjefe del equipo de Burdeos, muerto el 18 de diciembre último, el Sr. Beautey, jefe de la estación ferroviaria P. V., hizo transportar el cuerpo a la estación de pasajeros y ordenó a un hombre de su equipo que fuese a su domicilio para pedir a la Sra. de Beautey un crucifijo, a fin de colocarlo en el cadáver. Esta señora respondió que el crucifijo estaba quebrado, alegando, entonces, que no podía prestarlo.
«El 10 de enero del corriente mes, la Sra. de Beautey confesó a su marido que el crucifijo que ella se había rehusado a prestar no estaba quebrado, y que no quiso prestarlo –dijo ella– para no tener que sentir después las emociones ocasionadas por semejante accidente, ocurrido anteriormente y casi en las mismas condiciones. Luego ella agregó que jamás rehusaría nada a un muerto, y explicó estas palabras así: –Durante toda la noche de la muerte de aquel hombre, él permaneció visible para mí; lo vi por mucho tiempo, colocado alrededor del Cristo y después a su lado.
«La Sra. de Beautey –que nunca había visto ni escuchado hablar de ese hombre– lo describió con tanta exactitud a su marido, que éste lo reconoció como si hubiera estado presente. Además, no es la primera vez que la Sra. de Beautey ve a los Espíritus en estado de vigilia; entretanto, un hecho notable es que el Espíritu Carrère la impresionó fuertemente, lo que no le sucedía al ver a otros Espíritus. –Firmado: Guipon.»
«A continuación se encuentra la siguiente mención:
«Esta narración es absolutamente exacta.
«–Firmado: Beautey, jefe de la estación ferroviaria.»
He considerado mi deber relataros este hecho de identidad que os acabo de señalar, hecho muy raro –es preciso concordar– y que seguramente ha sucedido con el permiso de Dios, que se sirve de todos los medios para impactar a la incredulidad y a la indiferencia.
Si juzgáis útil publicar este interesante episodio, encontraréis más abajo las firmas de las personas que han asistido a esa sesión. Ellas me encargaron de deciros que sus nombres pueden ser publicados y que, en esta circunstancia, conservar el anonimato sería un error. Los nombres propios que aparecen en los detalles circunstanciados de la evocación de Carrère también pueden ser reproducidos.
Vuestro servidor muy devoto,
–A. SABÒ, jefe de contabilidad de la Compañía de los Ferrocarriles del Sur, calle Barennes, Nº 13. –CH. COLLIGNON, rentista, calle Sauce Nº 12. –ÉMILIE DE COLLIGNON, rentista. –L’ANGLE, empleado de contribuciones indirectas, calle Pèlegrin Nº 28. –Viuda de CAZEMAJOUX. –GUIPON, inspector de contabilidad y de recaudación de la Compañía de los Ferrocarriles del Sur, Camino de Bègles Nº 119. –ULRICHS, comerciante, calle de los Chartrons Nº 17. –CHAIN, comerciante. –JOUANNI, empleado del Sr. Arman, constructor de navíos, calle Capenteyre Nº 26. –GOURGUES, negociante, Camino de Saint-Genès Nº 64. –BELLY Hijo mayor, mecánico, calle Lafurterie Nº 39. –HUBERT, capitán del Regimiento de Infantería Nº 88. –PUGINIER, teniente del mismo regimiento.
Como de costumbre, no faltarán los incrédulos que atribuyan este hecho a la imaginación. Por ejemplo, ellos dirán que la Sra. de Beautey tenía la mente impresionada por haberse rehusado a prestar su crucifijo y que el remordimiento de su conciencia le hizo creer que veía a Carrère. Convengamos que esto es posible, pero los negadores –que no se preocupan en profundizar antes de juzgar– no investigan si alguna circunstancia escapa a su teoría. ¿Cómo explicarán la descripción que ella hizo de un hombre que nunca había visto? Ellos dirán que «fue el acaso». –En cuanto a la evocación, ¿diréis también que la médium apenas tradujo su pensamiento o el de los asistentes, ya que esas circunstancias eran ignoradas? ¿Fue nuevamente el acaso? –No. Pero entre los asistentes estaba el Sr. Guipon, autor de la carta sellada y que conocía el hecho; ahora bien, su pensamiento pudo transmitirse a la médium a través de la corriente de fluidos, considerando que los médiums están siempre en un estado de sobreexcitación febril, mantenido y provocado por la concentración de los asistentes y por su propia voluntad. Ahora bien, en ese estado anómalo, que no es otra cosa que un estado biológico –según el erudito Sr. Figuier–, hay emanaciones que escapan del cerebro y dan percepciones excepcionales provenientes de la expansión de los fluidos, que establecen relaciones entre las personas presentes e incluso ausentes. Por lo tanto, con esta explicación tan clara como lógica, ya veis que no hay necesidad de recurrir a la intervención de vuestros supuestos Espíritus, que sólo existen en vuestra imaginación. –Confesamos con toda humildad que este razonamiento supera nuestra inteligencia, y os preguntaremos: ¿vosotros mismos lo comprendéis bien?
Enseñanzas y disertaciones espíritas
La reencarnación
(Enviada desde La Haya; médium: barón de Kock)
La doctrina de la reencarnación es una verdad incontestable; desde el momento en que el hombre quiera solamente pensar en el amor, en la sabiduría y en la justicia de Dios, no puede admitir ninguna otra doctrina.
Es cierto que en los libros sagrados se encuentran estas palabras: «Después de la muerte, el hombre será recompensado según sus obras». Pero no se presta la suficiente atención a una infinidad de citas, que os dicen que es completamente inadmisible que el hombre actual sea punido por las faltas y por los crímenes de aquellos que han vivido antes del Cristo. No puedo detenerme en tantos ejemplos y demostraciones dados por los que tienen fe en la reencarnación; vosotros mismos podéis hacer esto; los Espíritus buenos os ayudarán y será un trabajo agradable para vosotros. Podréis agregar esto a los dictados que yo os he dado y que aún os daré si Dios lo permite. Estáis convencidos del amor de Dios por los hombres; Él sólo desea la felicidad de sus hijos; ahora bien, el único medio para que ellos alcancen un día esa suprema felicidad está por completo en las reencarnaciones sucesivas.
Ya os he dicho que lo que Kardec ha escrito sobre los ángeles caídos es la pura verdad. Los Espíritus que pueblan vuestro globo, en la mayoría, siempre lo han habitado. Si son los mismos que ahí regresan hace tantos siglos, es que muy pocos han merecido la recompensa prometida por Dios.
El Cristo dijo: «Esta raza se destruirá y, en breve, esta profecía será cumplida». Si se cree en un Dios de amor y de justicia, ¿cómo se puede admitir que los hombres que viven actualmente, e incluso los que han vivido hace dieciocho siglos, pueden ser culpables de la muerte del Cristo sin admitirse la reencarnación? Sí, el sentimiento de amor a Dios, el de las penas y el de las recompensas de la vida futura, la idea de la reencarnación son innatas en el hombre desde hace siglos. Ved toda la Historia, ved los escritos de los sabios de la Antigüedad y seréis convencidos de que esta doctrina fue admitida en todos los tiempos por todos los hombres que comprendieron la justicia de Dios. Ahora comprendéis qué es nuestra Tierra y cómo ha llegado el momento en que las profecías del Cristo serán cumplidas.
Lamento que encontréis tan pocas personas que piensen como vosotros. Vuestros compatriotas sólo piensan en la grandeza, en el dinero y en hacerse un nombre; rechazan todo lo que pueda obstaculizar sus malas pasiones. Pero que esto no os desanime; trabajad por vuestra felicidad y por el bien de aquellos que quizá puedan enmendarse de sus errores. Perseverad en vuestra obra; pensad siempre en Dios, en el Cristo, y la beatitud celestial será vuestra recompensa.
Si uno quiere examinar la cuestión sin prejuicios, reflexionar sobre la existencia del hombre en las diferentes condiciones de la sociedad y coordinar esta existencia con el amor, con la sabiduría y con la justicia de Dios, todas las dudas concernientes al dogma de la reencarnación deben desaparecer. En efecto, ¿cómo conciliar esta justicia y este amor con una única existencia, donde todos nacen en posiciones tan diferentes, en donde uno es rico y grande, mientras que el otro es pobre y miserable; en donde uno goza de salud, mientras que el otro es aquejado con males de toda especie? Aquí se encuentran la alegría y la jovialidad; más lejos, la tristeza y el dolor; en unos la inteligencia es muy desarrollada; en otros se eleva apenas por encima de los brutos. ¿Es posible creer que un Dios, que es todo amor, haya hecho nacer criaturas condenadas por toda la vida a la idiotez y a la demencia? ¿Que Él haya permitido que niños –los cuales están en la primavera de la vida– fuesen arrancados de las manos tiernas de sus padres? Inclusive me atrevo a preguntar si se podría atribuir a Dios el amor, la sabiduría y la justicia a la vista de esos pueblos inmersos en la ignorancia y en la barbarie, en comparación con las otras naciones civilizadas donde reinan las leyes, el orden y en donde se cultivan las artes y las ciencias. No basta decir: «Dios, en su sabiduría, ha regido así todas las cosas»; no, la sabiduría de Dios que, ante todo, es amor, debe volverse clara para el entendimiento humano: el dogma de la reencarnación esclarece todo. Este dogma, dado por el propio Dios, no puede oponerse a los preceptos de las Santas Escrituras; lejos de esto, explica los principios de donde emanan para el hombre el mejoramiento moral y la perfección. Este futuro, revelado por el Cristo, está de acuerdo con los atributos infinitos que Dios debe poseer. El Cristo ha dicho: «Todos los hombres no son solamente hijos de Dios, sino también hermanos y hermanas de la misma familia»; ahora bien, estas expresiones deben ser bien comprendidas.
Un buen padre terreno ¿dará a uno de sus hijos aquello que niega dar a los otros? ¿Arrojará a un hijo al abismo de la miseria, mientras colma al otro de riquezas, honores y dignidades? Agregad, aún, que el amor de Dios, siendo infinito, no podría ser comparado al amor del hombre para con sus hijos. Al tener una causa las diferentes posiciones del hombre, y teniendo esta causa como principio el amor, la sabiduría, la bondad y la justicia de Dios, éstas sólo pueden encontrar su razón de ser en la doctrina de la reencarnación.
Dios creó a todos los Espíritus iguales, simples, inocentes, sin vicios y sin virtudes, pero con el libre albedrío para reglar sus acciones conforme un instinto que se llama conciencia, que les da el poder de distinguir el bien y el mal. Cada Espíritu está destinado a alcanzar la más alta perfección, atrás de Dios y del Cristo; para alcanzarla, debe adquirir todos los conocimientos a través del estudio de todas las Ciencias, iniciarse en todas las verdades y depurarse por medio de la práctica de todas las virtudes. Ahora bien, como estas cualidades superiores no pueden obtenerse en una sola existencia, todos deben recorrer varias existencias para adquirir los diferentes grados del saber.
La vida humana es la escuela de la perfección espiritual, en donde existe una serie de pruebas; es por eso que el Espíritu debe conocer todas las condiciones de la sociedad y, en cada una de esas condiciones, debe aplicarse a cumplir la voluntad divina. El poder y la riqueza, así como la pobreza y la indigencia, son pruebas; dolores, idiotez, demencia, etc., son puniciones por el mal cometido en una existencia anterior.
De la misma manera que, a través del libre albedrío, cada individuo puede realizar las pruebas a que está sometido, de la misma manera él puede fallar. En el primer caso, la recompensa no se hace esperar, y esta recompensa consiste en una progresión en la perfección espiritual; en el segundo caso, él recibe su punición, es decir, que debe reparar en una nueva existencia el tiempo perdido en una existencia precedente, de la cual no supo sacar ventaja para sí mismo.
Antes de su reencarnación, los Espíritus permanecen en las esferas celestiales: los buenos gozan de la felicidad y los malos se entregan al arrepentimiento, tomados por el dolor de sentirse desamparados por Dios. Pero el Espíritu, al conservar el recuerdo del pasado, se acuerda de sus infracciones a los mandamientos de Dios, y Él le permite elegir en una nueva existencia sus pruebas y su condición, lo que explica por qué se encuentran frecuentemente en los bajos estratos de la sociedad sentimientos elevados y un entendimiento desarrollado, mientras que en los altos estratos se encuentran a menudo tendencias innobles y Espíritus muy embrutecidos. ¿Se puede hablar de injusticia cuando el hombre, que empleó mal su vida, puede reparar sus faltas en otra existencia y alcanzar su objetivo? La injusticia ¿no estaría en una condenación inmediata y sin remisión posible? La Biblia habla de castigos eternos; pero esto, realmente, no se debería entender para una única existencia, tan triste y tan corta, para este instante, en un abrir y cerrar de ojos con relación a la eternidad. Dios quiere dar la felicidad eterna como recompensa del bien, pero es necesario merecerla, y una única vida –de corta duración– no es suficiente para alcanzarla.
Muchos preguntan por qué Dios habría ocultado a los hombres, durante tanto tiempo, una dogma cuyo conocimiento es útil a su felicidad. ¿Habría amado menos a los hombres de lo que los ama ahora?
El amor de Dios es de toda la eternidad; para esclarecer a los hombres, Él ha enviado a sabios, a profetas, a Jesucristo, el Salvador; ¿esto no es una prueba de su amor infinito? Sin embargo, ¿cómo los hombres han recibido este amor? ¿Han mejorado?
El Cristo ha dicho: «Yo podría deciros aún muchas cosas, pero vosotros no conseguiríais comprenderlas por causa de vuestra imperfección»; y si tomamos las Santas Escrituras en el verdadero sentido intelectual, ahí encontraremos muchas citas que parecen indicar que el Espíritu debe recorrer varias existencias antes de llegar a su objetivo. ¿No se encuentran también en las obras de los antiguos filósofos las mismas ideas sobre la reencarnación de los Espíritus?
El mundo ha progresado mucho en el aspecto material, en las Ciencias, en las instituciones sociales; pero en el aspecto moral aún está muy atrasado; los hombres menosprecian la ley de Dios y no escuchan más la voz del Cristo; he aquí por qué Dios, en su bondad y como último recurso para llegar a conocer los principios de la felicidad eterna, les da la comunicación directa con los Espíritus y la enseñanza del dogma de la reencarnación, palabras llenas de consuelo y que brillan en medio de las tinieblas de los dogmas de tantas religiones diferentes.
¡Manos a la obra! Y que la búsqueda se realice con amor y confianza; leed sin prejuicios; reflexionad acerca de todo lo que Dios se dignó a hacer por el género humano –desde la creación del mundo– y seréis confirmados en la fe que la reencarnación es una verdad santa y divina.
Observación – No tenemos el honor de conocer al barón de Kock; esta comunicación, que concuerda con todos los principios del Espiritismo, no es, por lo tanto, producto de ninguna influencia personal.
(Enviada desde La Haya; médium: barón de Kock)
La doctrina de la reencarnación es una verdad incontestable; desde el momento en que el hombre quiera solamente pensar en el amor, en la sabiduría y en la justicia de Dios, no puede admitir ninguna otra doctrina.
Es cierto que en los libros sagrados se encuentran estas palabras: «Después de la muerte, el hombre será recompensado según sus obras». Pero no se presta la suficiente atención a una infinidad de citas, que os dicen que es completamente inadmisible que el hombre actual sea punido por las faltas y por los crímenes de aquellos que han vivido antes del Cristo. No puedo detenerme en tantos ejemplos y demostraciones dados por los que tienen fe en la reencarnación; vosotros mismos podéis hacer esto; los Espíritus buenos os ayudarán y será un trabajo agradable para vosotros. Podréis agregar esto a los dictados que yo os he dado y que aún os daré si Dios lo permite. Estáis convencidos del amor de Dios por los hombres; Él sólo desea la felicidad de sus hijos; ahora bien, el único medio para que ellos alcancen un día esa suprema felicidad está por completo en las reencarnaciones sucesivas.
Ya os he dicho que lo que Kardec ha escrito sobre los ángeles caídos es la pura verdad. Los Espíritus que pueblan vuestro globo, en la mayoría, siempre lo han habitado. Si son los mismos que ahí regresan hace tantos siglos, es que muy pocos han merecido la recompensa prometida por Dios.
El Cristo dijo: «Esta raza se destruirá y, en breve, esta profecía será cumplida». Si se cree en un Dios de amor y de justicia, ¿cómo se puede admitir que los hombres que viven actualmente, e incluso los que han vivido hace dieciocho siglos, pueden ser culpables de la muerte del Cristo sin admitirse la reencarnación? Sí, el sentimiento de amor a Dios, el de las penas y el de las recompensas de la vida futura, la idea de la reencarnación son innatas en el hombre desde hace siglos. Ved toda la Historia, ved los escritos de los sabios de la Antigüedad y seréis convencidos de que esta doctrina fue admitida en todos los tiempos por todos los hombres que comprendieron la justicia de Dios. Ahora comprendéis qué es nuestra Tierra y cómo ha llegado el momento en que las profecías del Cristo serán cumplidas.
Lamento que encontréis tan pocas personas que piensen como vosotros. Vuestros compatriotas sólo piensan en la grandeza, en el dinero y en hacerse un nombre; rechazan todo lo que pueda obstaculizar sus malas pasiones. Pero que esto no os desanime; trabajad por vuestra felicidad y por el bien de aquellos que quizá puedan enmendarse de sus errores. Perseverad en vuestra obra; pensad siempre en Dios, en el Cristo, y la beatitud celestial será vuestra recompensa.
Si uno quiere examinar la cuestión sin prejuicios, reflexionar sobre la existencia del hombre en las diferentes condiciones de la sociedad y coordinar esta existencia con el amor, con la sabiduría y con la justicia de Dios, todas las dudas concernientes al dogma de la reencarnación deben desaparecer. En efecto, ¿cómo conciliar esta justicia y este amor con una única existencia, donde todos nacen en posiciones tan diferentes, en donde uno es rico y grande, mientras que el otro es pobre y miserable; en donde uno goza de salud, mientras que el otro es aquejado con males de toda especie? Aquí se encuentran la alegría y la jovialidad; más lejos, la tristeza y el dolor; en unos la inteligencia es muy desarrollada; en otros se eleva apenas por encima de los brutos. ¿Es posible creer que un Dios, que es todo amor, haya hecho nacer criaturas condenadas por toda la vida a la idiotez y a la demencia? ¿Que Él haya permitido que niños –los cuales están en la primavera de la vida– fuesen arrancados de las manos tiernas de sus padres? Inclusive me atrevo a preguntar si se podría atribuir a Dios el amor, la sabiduría y la justicia a la vista de esos pueblos inmersos en la ignorancia y en la barbarie, en comparación con las otras naciones civilizadas donde reinan las leyes, el orden y en donde se cultivan las artes y las ciencias. No basta decir: «Dios, en su sabiduría, ha regido así todas las cosas»; no, la sabiduría de Dios que, ante todo, es amor, debe volverse clara para el entendimiento humano: el dogma de la reencarnación esclarece todo. Este dogma, dado por el propio Dios, no puede oponerse a los preceptos de las Santas Escrituras; lejos de esto, explica los principios de donde emanan para el hombre el mejoramiento moral y la perfección. Este futuro, revelado por el Cristo, está de acuerdo con los atributos infinitos que Dios debe poseer. El Cristo ha dicho: «Todos los hombres no son solamente hijos de Dios, sino también hermanos y hermanas de la misma familia»; ahora bien, estas expresiones deben ser bien comprendidas.
Un buen padre terreno ¿dará a uno de sus hijos aquello que niega dar a los otros? ¿Arrojará a un hijo al abismo de la miseria, mientras colma al otro de riquezas, honores y dignidades? Agregad, aún, que el amor de Dios, siendo infinito, no podría ser comparado al amor del hombre para con sus hijos. Al tener una causa las diferentes posiciones del hombre, y teniendo esta causa como principio el amor, la sabiduría, la bondad y la justicia de Dios, éstas sólo pueden encontrar su razón de ser en la doctrina de la reencarnación.
Dios creó a todos los Espíritus iguales, simples, inocentes, sin vicios y sin virtudes, pero con el libre albedrío para reglar sus acciones conforme un instinto que se llama conciencia, que les da el poder de distinguir el bien y el mal. Cada Espíritu está destinado a alcanzar la más alta perfección, atrás de Dios y del Cristo; para alcanzarla, debe adquirir todos los conocimientos a través del estudio de todas las Ciencias, iniciarse en todas las verdades y depurarse por medio de la práctica de todas las virtudes. Ahora bien, como estas cualidades superiores no pueden obtenerse en una sola existencia, todos deben recorrer varias existencias para adquirir los diferentes grados del saber.
La vida humana es la escuela de la perfección espiritual, en donde existe una serie de pruebas; es por eso que el Espíritu debe conocer todas las condiciones de la sociedad y, en cada una de esas condiciones, debe aplicarse a cumplir la voluntad divina. El poder y la riqueza, así como la pobreza y la indigencia, son pruebas; dolores, idiotez, demencia, etc., son puniciones por el mal cometido en una existencia anterior.
De la misma manera que, a través del libre albedrío, cada individuo puede realizar las pruebas a que está sometido, de la misma manera él puede fallar. En el primer caso, la recompensa no se hace esperar, y esta recompensa consiste en una progresión en la perfección espiritual; en el segundo caso, él recibe su punición, es decir, que debe reparar en una nueva existencia el tiempo perdido en una existencia precedente, de la cual no supo sacar ventaja para sí mismo.
Antes de su reencarnación, los Espíritus permanecen en las esferas celestiales: los buenos gozan de la felicidad y los malos se entregan al arrepentimiento, tomados por el dolor de sentirse desamparados por Dios. Pero el Espíritu, al conservar el recuerdo del pasado, se acuerda de sus infracciones a los mandamientos de Dios, y Él le permite elegir en una nueva existencia sus pruebas y su condición, lo que explica por qué se encuentran frecuentemente en los bajos estratos de la sociedad sentimientos elevados y un entendimiento desarrollado, mientras que en los altos estratos se encuentran a menudo tendencias innobles y Espíritus muy embrutecidos. ¿Se puede hablar de injusticia cuando el hombre, que empleó mal su vida, puede reparar sus faltas en otra existencia y alcanzar su objetivo? La injusticia ¿no estaría en una condenación inmediata y sin remisión posible? La Biblia habla de castigos eternos; pero esto, realmente, no se debería entender para una única existencia, tan triste y tan corta, para este instante, en un abrir y cerrar de ojos con relación a la eternidad. Dios quiere dar la felicidad eterna como recompensa del bien, pero es necesario merecerla, y una única vida –de corta duración– no es suficiente para alcanzarla.
Muchos preguntan por qué Dios habría ocultado a los hombres, durante tanto tiempo, una dogma cuyo conocimiento es útil a su felicidad. ¿Habría amado menos a los hombres de lo que los ama ahora?
El amor de Dios es de toda la eternidad; para esclarecer a los hombres, Él ha enviado a sabios, a profetas, a Jesucristo, el Salvador; ¿esto no es una prueba de su amor infinito? Sin embargo, ¿cómo los hombres han recibido este amor? ¿Han mejorado?
El Cristo ha dicho: «Yo podría deciros aún muchas cosas, pero vosotros no conseguiríais comprenderlas por causa de vuestra imperfección»; y si tomamos las Santas Escrituras en el verdadero sentido intelectual, ahí encontraremos muchas citas que parecen indicar que el Espíritu debe recorrer varias existencias antes de llegar a su objetivo. ¿No se encuentran también en las obras de los antiguos filósofos las mismas ideas sobre la reencarnación de los Espíritus?
El mundo ha progresado mucho en el aspecto material, en las Ciencias, en las instituciones sociales; pero en el aspecto moral aún está muy atrasado; los hombres menosprecian la ley de Dios y no escuchan más la voz del Cristo; he aquí por qué Dios, en su bondad y como último recurso para llegar a conocer los principios de la felicidad eterna, les da la comunicación directa con los Espíritus y la enseñanza del dogma de la reencarnación, palabras llenas de consuelo y que brillan en medio de las tinieblas de los dogmas de tantas religiones diferentes.
¡Manos a la obra! Y que la búsqueda se realice con amor y confianza; leed sin prejuicios; reflexionad acerca de todo lo que Dios se dignó a hacer por el género humano –desde la creación del mundo– y seréis confirmados en la fe que la reencarnación es una verdad santa y divina.
Observación – No tenemos el honor de conocer al barón de Kock; esta comunicación, que concuerda con todos los principios del Espiritismo, no es, por lo tanto, producto de ninguna influencia personal.
El realismo y el idealismo en la Pintura
(Sociedad Espírita de París; médium: Sr. A. Didier)
I
La pintura es un arte que tiene como objetivo retratar las más bellas y más elevadas escenas terrenas y, a veces, imitar simplemente a la Naturaleza a través de la magia de la verdad. Por así decirlo, es un arte que no tiene límites, sobre todo en vuestra época. El arte de vuestros días no debe solamente reflejar la personalidad; él debe ser –si puedo expresarme así– el entendimiento de todo lo que ha sido en la Historia, y las exigencias del color local, lejos de poner obstáculos a la personalidad y a la originalidad del artista, amplían su visión, formando y depurando su gusto, haciéndole crear obras interesantes para el arte y para los que quieren ver allí una civilización caída o algunas ideas olvidadas. La llamada pintura histórica de vuestras escuelas no se ajusta a las exigencias del siglo; y me atrevo a decir que hay más futuro para un artista en sus investigaciones individuales sobre el arte y sobre la Historia que en ese camino donde dicen que uno ha comenzado a poner los pies. Sólo hay una cosa que puede salvar el arte de vuestra época: un nuevo impulso y una nueva escuela que, aliando los dos principios que consideran tan contrarios –el realismo y el idealismo–, lleve a los jóvenes a comprender que si los maestros son llamados así, es porque vivían con la Naturaleza y porque su poderosa imaginación inventaba donde era preciso inventar, pero obedecía donde era necesario obedecer.
Para muchas personas ignorantes de la Ciencia del arte, las disposiciones reemplazan a menudo el saber y la observación; así, en vuestra época se ven por todas partes a hombres de una imaginación muy interesante –es cierto–, incluso artistas, pero de ningún modo a pintores; aquéllos sólo serán contados en la Historia como dibujantes muy ingeniosos. La rapidez en el trabajo, la pronta representación del pensamiento, se adquiere poco a poco por medio del estudio y de la práctica, y aunque se tenga esa inmensa facultad de pintar rápido, aún es necesario luchar, siempre luchar. En vuestro siglo materialista, el arte –no lo digo en todos los puntos, felizmente– se materializa al lado de los esfuerzos verdaderamente sorprendentes de los hombres célebres de la pintura moderna. ¿Por qué esta tendencia? Es lo que indicaré en una próxima comunicación.
II
Como he dicho en mi última comunicación, para comprender bien la pintura sería necesario ir sucesivamente de la práctica a la idea y de la idea a la práctica. Casi toda mi vida la he pasado en Roma; cuando yo contemplaba las obras de los maestros, me esforzaba por captar en mi Espíritu la conexión íntima, las relaciones y la armonía entre el idealismo más elevado y el realismo más verdadero. Raramente he visto una obra maestra que no reunise estos dos grandes principios; yo veía en ella el ideal y el sentimiento de la expresión al lado de una verdad tan brutal, que decía para mí mismo: esta es realmente la obra del Espíritu humano; primero la obra es pensada y después retratada; es verdaderamente el alma y el cuerpo: es la vida integral. Veía que los maestros flojos en sus ideas y en su comprensión, lo eran también en sus formas, en sus colores y en sus efectos; la expresión de sus cabezas era incierta, y la de sus movimientos era banal y sin grandeza. Es necesaria una larga iniciación en la Naturaleza para comprender bien sus secretos, sus caprichos y su sublimidad. No es pintor quien quiere; además del trabajo de observación, que es inmenso, es preciso luchar en el cerebro y en la práctica continua del arte. En un dado momento es necesario llevar a la obra que uno quiere producir los instintos y el sentimiento de las cosas adquiridas y de las cosas pensadas; en una palabra, siempre esos dos grandes principios: alma y cuerpo.
NICOLAS POUSSIN
(Sociedad Espírita de París; médium: Sr. A. Didier)
Para muchas personas ignorantes de la Ciencia del arte, las disposiciones reemplazan a menudo el saber y la observación; así, en vuestra época se ven por todas partes a hombres de una imaginación muy interesante –es cierto–, incluso artistas, pero de ningún modo a pintores; aquéllos sólo serán contados en la Historia como dibujantes muy ingeniosos. La rapidez en el trabajo, la pronta representación del pensamiento, se adquiere poco a poco por medio del estudio y de la práctica, y aunque se tenga esa inmensa facultad de pintar rápido, aún es necesario luchar, siempre luchar. En vuestro siglo materialista, el arte –no lo digo en todos los puntos, felizmente– se materializa al lado de los esfuerzos verdaderamente sorprendentes de los hombres célebres de la pintura moderna. ¿Por qué esta tendencia? Es lo que indicaré en una próxima comunicación.
Los obreros del Señor
(Cherburgo, febrero de 1861; médium: Sr. Robin)
Han llegado los tiempos en que se cumplirán las cosas anunciadas para la transformación de la Humanidad; ¡felices los que hayan trabajado en el campo del Señor con desinterés y sin otro móvil que la caridad! Sus jornadas de trabajo serán pagadas al céntuplo de lo que hubieran esperado. Felices aquellos que hayan dicho a sus hermanos: «Trabajemos juntos y unamos nuestros esfuerzos, a fin de que el Señor –cuando llegue– encuentre la obra terminada». A éstos el Señor dirá: ¡«Venid a mí, vosotros que sois buenos servidores, que habéis hecho callar vuestros celos y vuestras discordias para no dejar la obra paralizada!» Pero ¡ay de aquellos que, por sus disensiones, hayan retrasado la hora de la siega, porque la tempestad vendrá y serán arrastrados por el torbellino! Entonces exclamarán: «¡Gracia, gracia!» Pero el Señor les dirá: «¿Por qué suplicáis gracia, vosotros que no tuvisteis piedad de vuestros hermanos, que os negasteis a tenderles la mano y que oprimisteis al débil en vez de ampararlo? ¿Por qué suplicáis gracia, vosotros que buscasteis vuestra recompensa en los goces terrenos y en la satisfacción de vuestro orgullo? Ya habéis recibido vuestra recompensa, tal como la queríais; entonces, no pidáis más: las recompensas celestiales son para aquellos que no han pedido las recompensas de la Tierra.»
En este momento, Dios hace el censo de sus servidores fieles y ha señalado con el dedo a aquellos cuya abnegación es sólo aparente, a fin de que no usurpen el salario de los servidores valerosos, porque a los que no retrocedan ante su tarea, Él ha de confiar los puestos más difíciles en la gran obra de la regeneración por el Espiritismo, y estas palabras se cumplirán: ¡«Los últimos serán los primeros, y los primeros serán los últimos en el Reino de los Cielos!»
EL ESPÍRITU DE VERDAD
(Cherburgo, febrero de 1861; médium: Sr. Robin)
Han llegado los tiempos en que se cumplirán las cosas anunciadas para la transformación de la Humanidad; ¡felices los que hayan trabajado en el campo del Señor con desinterés y sin otro móvil que la caridad! Sus jornadas de trabajo serán pagadas al céntuplo de lo que hubieran esperado. Felices aquellos que hayan dicho a sus hermanos: «Trabajemos juntos y unamos nuestros esfuerzos, a fin de que el Señor –cuando llegue– encuentre la obra terminada». A éstos el Señor dirá: ¡«Venid a mí, vosotros que sois buenos servidores, que habéis hecho callar vuestros celos y vuestras discordias para no dejar la obra paralizada!» Pero ¡ay de aquellos que, por sus disensiones, hayan retrasado la hora de la siega, porque la tempestad vendrá y serán arrastrados por el torbellino! Entonces exclamarán: «¡Gracia, gracia!» Pero el Señor les dirá: «¿Por qué suplicáis gracia, vosotros que no tuvisteis piedad de vuestros hermanos, que os negasteis a tenderles la mano y que oprimisteis al débil en vez de ampararlo? ¿Por qué suplicáis gracia, vosotros que buscasteis vuestra recompensa en los goces terrenos y en la satisfacción de vuestro orgullo? Ya habéis recibido vuestra recompensa, tal como la queríais; entonces, no pidáis más: las recompensas celestiales son para aquellos que no han pedido las recompensas de la Tierra.»
En este momento, Dios hace el censo de sus servidores fieles y ha señalado con el dedo a aquellos cuya abnegación es sólo aparente, a fin de que no usurpen el salario de los servidores valerosos, porque a los que no retrocedan ante su tarea, Él ha de confiar los puestos más difíciles en la gran obra de la regeneración por el Espiritismo, y estas palabras se cumplirán: ¡«Los últimos serán los primeros, y los primeros serán los últimos en el Reino de los Cielos!»
Instrucción moral
(París; Grupo Faucheraud; médium: Sr. Planche)
Vengo a vosotros, pobres extraviados que estáis en un terreno resbaladizo y que os encontráis a pocos pasos del borde de un abismo. Como buen padre de familia vengo a tenderos una mano caritativa para os salvar del peligro. Mi mayor deseo es el de encaminaros bajo el techo paternal y divino, a fin de haceros sentir el amor de Dios y del trabajo por medio de la fe, de la caridad cristiana, de la paz, de los goces y de la dulzura del hogar. Queridos hijos míos: como vosotros he conocido alegrías y sufrimientos, y comprendo todas las dudas de vuestros Espíritus y las luchas de vuestros corazones. Es para preveniros contra vuestros defectos y para mostraros los escollos contra los cuales podríais chocaros, que seré justo, pero severo.
Desde lo alto de las esferas celestiales que recorro, mi mirada se dirige con felicidad hacia vuestras reuniones, y es con gran interés que sigo vuestras santas instrucciones. Pero al mismo tiempo que mi alma se regocija por un lado, siente por otro lado una pena muy amarga, cuando penetra en vuestros corazones y allí aún ve tanto apego a las cosas terrenales. Para la mayoría, el santuario de nuestras lecciones es considerado como una sala de espectáculo, y siempre esperáis de nuestra parte que surjan algunos hechos maravillosos. De ninguna manera estamos encargados de presentaros milagros, sino que nuestra misión es cultivar vuestros corazones, abriendo en los mismos grandes surcos para arrojar a manos llenas la semilla divina. Sin cesar nos esforzamos en volverla fecunda, porque sabemos que sus raíces deben atravesar la tierra de un polo al otro y cubrir toda su superficie. Los frutos que salgan de allí serán tan bellos, tan dulces y tan grandes que ascenderán a los cielos.
Feliz de aquel que haya sabido recoger los frutos para saciarse con ellos, porque los Espíritus bienaventurados vendrán a su encuentro, coronarán su cabeza con la aureola de los elegidos, le harán subir las gradas del trono majestuoso del Eterno y le dirán que participe de la incomparable felicidad, de las alegrías y de los innumerables deleites de las falanges celestiales.
Desventurado aquel a quien fue dado ver la luz y oír la palabra de Dios, pero que cerró los ojos y se tapó los oídos; el Espíritu de las tinieblas lo envolverá con sus alas lúgubres y lo transportará a su imperio sombrío para que expíe durante siglos su desobediencia al Señor, a través de numerosos tormentos. Es el momento de aplicar la sentencia de muerte del profeta Oseas: Cœdam eos secundùm auditionem cœtus eorum (Yo los heriré de muerte conforme a lo que hayan escuchado). Que estas pocas palabras no se desvanezcan como el humo en el aire, sino que cautiven vuestra atención para que las meditéis y para que reflexionéis seriamente en las mismas. Daos prisa en aprovechar los pocos instantes que os quedan, a fin de consagrarlos a Dios; un día vendremos a pediros cuentas de lo que habéis hecho de nuestras enseñanzas y de cómo pusisteis en práctica la Doctrina sagrada del Espiritismo.
Espíritas de París: a vosotros, por lo tanto, que podéis realizar mucho con vuestras posiciones personales y con vuestras influencias morales, os digo que hay gloria y honor en dar el ejemplo sublime de las virtudes cristianas. No esperéis que el infortunio venga a golpear a vuestra puerta. Id al encuentro de vuestros hermanos en sufrimiento: dad al pobre el óbolo de la jornada; secad las lágrimas de la viuda y del huérfano con palabras suaves y consoladoras. Levantad el ánimo abatido del anciano, encorvado con el peso de los años y bajo el yugo de iniquidades, haciendo brillar en su alma las alas doradas de la esperanza en una vida futura mejor. Por todas partes, y a vuestro paso, dad en abundancia el amor y el consuelo; así, al elevar vuestras buenas obras a la altura de vuestros pensamientos, mereceréis con dignidad el título glorioso y brillante que los espíritas de la provincia y del exterior os conceden mentalmente, cuyas miradas son dirigidas hacia vosotros y que, llenos de admiración ante la visión de la luz que brota a raudales de vuestras asambleas, os llamarán el sol de Francia.
LACORDAIRE.
(París; Grupo Faucheraud; médium: Sr. Planche)
Vengo a vosotros, pobres extraviados que estáis en un terreno resbaladizo y que os encontráis a pocos pasos del borde de un abismo. Como buen padre de familia vengo a tenderos una mano caritativa para os salvar del peligro. Mi mayor deseo es el de encaminaros bajo el techo paternal y divino, a fin de haceros sentir el amor de Dios y del trabajo por medio de la fe, de la caridad cristiana, de la paz, de los goces y de la dulzura del hogar. Queridos hijos míos: como vosotros he conocido alegrías y sufrimientos, y comprendo todas las dudas de vuestros Espíritus y las luchas de vuestros corazones. Es para preveniros contra vuestros defectos y para mostraros los escollos contra los cuales podríais chocaros, que seré justo, pero severo.
Desde lo alto de las esferas celestiales que recorro, mi mirada se dirige con felicidad hacia vuestras reuniones, y es con gran interés que sigo vuestras santas instrucciones. Pero al mismo tiempo que mi alma se regocija por un lado, siente por otro lado una pena muy amarga, cuando penetra en vuestros corazones y allí aún ve tanto apego a las cosas terrenales. Para la mayoría, el santuario de nuestras lecciones es considerado como una sala de espectáculo, y siempre esperáis de nuestra parte que surjan algunos hechos maravillosos. De ninguna manera estamos encargados de presentaros milagros, sino que nuestra misión es cultivar vuestros corazones, abriendo en los mismos grandes surcos para arrojar a manos llenas la semilla divina. Sin cesar nos esforzamos en volverla fecunda, porque sabemos que sus raíces deben atravesar la tierra de un polo al otro y cubrir toda su superficie. Los frutos que salgan de allí serán tan bellos, tan dulces y tan grandes que ascenderán a los cielos.
Feliz de aquel que haya sabido recoger los frutos para saciarse con ellos, porque los Espíritus bienaventurados vendrán a su encuentro, coronarán su cabeza con la aureola de los elegidos, le harán subir las gradas del trono majestuoso del Eterno y le dirán que participe de la incomparable felicidad, de las alegrías y de los innumerables deleites de las falanges celestiales.
Desventurado aquel a quien fue dado ver la luz y oír la palabra de Dios, pero que cerró los ojos y se tapó los oídos; el Espíritu de las tinieblas lo envolverá con sus alas lúgubres y lo transportará a su imperio sombrío para que expíe durante siglos su desobediencia al Señor, a través de numerosos tormentos. Es el momento de aplicar la sentencia de muerte del profeta Oseas: Cœdam eos secundùm auditionem cœtus eorum (Yo los heriré de muerte conforme a lo que hayan escuchado). Que estas pocas palabras no se desvanezcan como el humo en el aire, sino que cautiven vuestra atención para que las meditéis y para que reflexionéis seriamente en las mismas. Daos prisa en aprovechar los pocos instantes que os quedan, a fin de consagrarlos a Dios; un día vendremos a pediros cuentas de lo que habéis hecho de nuestras enseñanzas y de cómo pusisteis en práctica la Doctrina sagrada del Espiritismo.
Espíritas de París: a vosotros, por lo tanto, que podéis realizar mucho con vuestras posiciones personales y con vuestras influencias morales, os digo que hay gloria y honor en dar el ejemplo sublime de las virtudes cristianas. No esperéis que el infortunio venga a golpear a vuestra puerta. Id al encuentro de vuestros hermanos en sufrimiento: dad al pobre el óbolo de la jornada; secad las lágrimas de la viuda y del huérfano con palabras suaves y consoladoras. Levantad el ánimo abatido del anciano, encorvado con el peso de los años y bajo el yugo de iniquidades, haciendo brillar en su alma las alas doradas de la esperanza en una vida futura mejor. Por todas partes, y a vuestro paso, dad en abundancia el amor y el consuelo; así, al elevar vuestras buenas obras a la altura de vuestros pensamientos, mereceréis con dignidad el título glorioso y brillante que los espíritas de la provincia y del exterior os conceden mentalmente, cuyas miradas son dirigidas hacia vosotros y que, llenos de admiración ante la visión de la luz que brota a raudales de vuestras asambleas, os llamarán el sol de Francia.
La viña del Señor
(Sociedad Espírita de París; médium: Sr. E. Vézy)
Todos, en fin, vendrán a trabajar en la viña. Ya los veo; llegan en gran número: he aquí que comparecen. ¡Vamos, hijos! Manos a la obra; Dios quiere que todos trabajéis en su viña.
Sembrad, sembrad, y un día cosecharéis con abundancia. Ved al bello Sol en el oriente: ¡cómo despunta radiante y resplandeciente! Viene a daros calor y a hacer crecer los racimos de la vid. ¡Vamos, hijos! Las vendimias serán espléndidas y cada uno de vosotros vendrá a beber la copa del vino sagrado de la regeneración. ¡Es el vino del Señor que será servido en el banquete de la fraternidad universal! Allí todas las naciones serán reunidas en una sola y misma familia, y cantarán alabanzas a un mismo Dios. Por lo tanto, utilizad la reja del arado y la azada, vosotros que queréis vivir eternamente; unid las cepas, a fin de que no se caigan y para que se mantengan rectas, y las copas de los árboles subirán al cielo. Algunos alcanzarán la medida de cien codos, y los Espíritus de los mundos etéreos vendrán a exprimir el zumo de las cepas y a refrescarse; el jugo será tan poderoso que dará fuerza y coraje a los frágiles. Será la leche que ha de nutrir a los pequeños.
He aquí la vendimia que se va a realizar; ella ya se realiza. Se preparan los recipientes que deben contener el licor sagrado; acercad vuestros labios, vosotros que queréis probar, porque ese licor os arrebatará a un éxtasis celestial, y veréis a Dios en vuestros sueños, mientras esperáis que la realidad suceda al sueño.
¡Hijos! Esta espléndida viña que debe elevarse a Dios es el Espiritismo. Adeptos fervorosos: es necesario que ella avance pujante y fuerte, ¡y es preciso que vosotros –pequeños–, ayudéis a los fuertes a defenderla y a propagarla! Cortad los brotes y plantadlos en otro campo; ellos producirán nuevas viñas y otros brotes en todos los países del mundo.
Sí, os lo digo: finalmente todo el mundo beberá el jugo de la vid, ¡y lo beberéis en el reino del Cristo, con el Padre celestial! Por lo tanto, sed vigorosos y dispuestos, y no tengáis una vida austera. Dios no os pide que viváis con austeridades y privaciones; de ninguna manera pide que cubráis vuestro cuerpo con cilicios: Él solamente quiere que viváis según la caridad y conforme el corazón. No quiere mortificaciones que destruyan el cuerpo; Él quiere que cada uno se abrigue bajo su sol y, si ha hecho unos rayos más fríos que otros, es para dar a entender a todos lo fuerte y poderoso que Él es. No, no os cubráis con cilicio; no dañéis vuestras carnes con los golpes del azote; para trabajar en la viña es necesario ser robusto y fuerte. El hombre debe tener el vigor que Dios le ha dado. Él no ha creado a la humanidad para hacer de ella una raza bastarda y débil; Él la creó como manifestación de su gloria y de su poder.
Vosotros, que queréis vivir la verdadera vida: estaréis en el camino del Señor cuando hayáis dado el pan a los infortunados, el óbolo a los que sufren y vuestra oración a Dios. Entonces, cuando la muerte os cierre los párpados, el ángel del Señor hablará en voz alta sobre vuestros beneficios, y vuestra alma –llevada en las alas blancas de la caridad– ascenderá a Dios tan bella y tan pura como un lirio hermoso que florece por la mañana bajo el sol de primavera.
Hermanos míos: orad, amad y haced la caridad; la viña es grande y el campo del Señor es vasto. Venid, venid: Dios y el Cristo os llaman, y yo os bendigo.
SAN AGUSTÍN
(Sociedad Espírita de París; médium: Sr. E. Vézy)
Todos, en fin, vendrán a trabajar en la viña. Ya los veo; llegan en gran número: he aquí que comparecen. ¡Vamos, hijos! Manos a la obra; Dios quiere que todos trabajéis en su viña.
Sembrad, sembrad, y un día cosecharéis con abundancia. Ved al bello Sol en el oriente: ¡cómo despunta radiante y resplandeciente! Viene a daros calor y a hacer crecer los racimos de la vid. ¡Vamos, hijos! Las vendimias serán espléndidas y cada uno de vosotros vendrá a beber la copa del vino sagrado de la regeneración. ¡Es el vino del Señor que será servido en el banquete de la fraternidad universal! Allí todas las naciones serán reunidas en una sola y misma familia, y cantarán alabanzas a un mismo Dios. Por lo tanto, utilizad la reja del arado y la azada, vosotros que queréis vivir eternamente; unid las cepas, a fin de que no se caigan y para que se mantengan rectas, y las copas de los árboles subirán al cielo. Algunos alcanzarán la medida de cien codos, y los Espíritus de los mundos etéreos vendrán a exprimir el zumo de las cepas y a refrescarse; el jugo será tan poderoso que dará fuerza y coraje a los frágiles. Será la leche que ha de nutrir a los pequeños.
He aquí la vendimia que se va a realizar; ella ya se realiza. Se preparan los recipientes que deben contener el licor sagrado; acercad vuestros labios, vosotros que queréis probar, porque ese licor os arrebatará a un éxtasis celestial, y veréis a Dios en vuestros sueños, mientras esperáis que la realidad suceda al sueño.
¡Hijos! Esta espléndida viña que debe elevarse a Dios es el Espiritismo. Adeptos fervorosos: es necesario que ella avance pujante y fuerte, ¡y es preciso que vosotros –pequeños–, ayudéis a los fuertes a defenderla y a propagarla! Cortad los brotes y plantadlos en otro campo; ellos producirán nuevas viñas y otros brotes en todos los países del mundo.
Sí, os lo digo: finalmente todo el mundo beberá el jugo de la vid, ¡y lo beberéis en el reino del Cristo, con el Padre celestial! Por lo tanto, sed vigorosos y dispuestos, y no tengáis una vida austera. Dios no os pide que viváis con austeridades y privaciones; de ninguna manera pide que cubráis vuestro cuerpo con cilicios: Él solamente quiere que viváis según la caridad y conforme el corazón. No quiere mortificaciones que destruyan el cuerpo; Él quiere que cada uno se abrigue bajo su sol y, si ha hecho unos rayos más fríos que otros, es para dar a entender a todos lo fuerte y poderoso que Él es. No, no os cubráis con cilicio; no dañéis vuestras carnes con los golpes del azote; para trabajar en la viña es necesario ser robusto y fuerte. El hombre debe tener el vigor que Dios le ha dado. Él no ha creado a la humanidad para hacer de ella una raza bastarda y débil; Él la creó como manifestación de su gloria y de su poder.
Vosotros, que queréis vivir la verdadera vida: estaréis en el camino del Señor cuando hayáis dado el pan a los infortunados, el óbolo a los que sufren y vuestra oración a Dios. Entonces, cuando la muerte os cierre los párpados, el ángel del Señor hablará en voz alta sobre vuestros beneficios, y vuestra alma –llevada en las alas blancas de la caridad– ascenderá a Dios tan bella y tan pura como un lirio hermoso que florece por la mañana bajo el sol de primavera.
Hermanos míos: orad, amad y haced la caridad; la viña es grande y el campo del Señor es vasto. Venid, venid: Dios y el Cristo os llaman, y yo os bendigo.
Caridad para con los criminales
Problema moral
«Un hombre está en peligro de muerte; para salvarlo es necesario arriesgar nuestra propia vida; pero se sabe que ese hombre es un malhechor y que, si escapa, podrá cometer nuevos crímenes. A pesar de esto, ¿debemos arriesgar nuestra vida para salvarlo?»
La siguiente respuesta ha sido obtenida en la Sociedad Espírita de París, el 7 de febrero de 1862, por el médium Sr. A. Didier:
«Esta es una cuestión muy grave y que naturalmente puede presentarse al Espíritu. Responderé según mi adelanto moral, ya que se trata de saber si debemos arriesgar nuestra propia vida por un malhechor. La abnegación es ciega: si socorremos a un enemigo nuestro, debemos entonces socorrer a un enemigo de la sociedad, en una palabra, a un malhechor. Por tanto, ¿creéis que sólo de la muerte libráis a ese desventurado? Tal vez lo libréis de toda su vida pasada. Imaginad, pues, que en esos rápidos instantes que le arrebatan los últimos minutos de su existencia, ese hombre perdido recapacite sobre su existencia pasada o, más bien, que toda su vida se presente ante él. Quizá la muerte le llegue demasiado pronto, y su reencarnación tal vez sea terrible. Hombres: por lo tanto, ¡salvadlo! Vosotros, a quienes la ciencia espírita ha esclarecido, salvadlo. Sacadlo del peligro, y puede ser entonces que ese hombre, que hubiera muerto blasfemando contra vosotros, se arroje a vuestros brazos. Sin embargo, no debéis preguntaros si él lo hará o no; id en su socorro, porque al salvarlo obedecéis a esa voz del corazón que os dice: “Si podéis salvarlo, ¡entonces sálvalo!”»
LAMENNAIS
Nota – Por una singular coincidencia hemos recibido, hace algunos días, la siguiente comunicación, obtenida en el Grupo Espírita de El Havre, tratando prácticamente del mismo tema.
Nos escriben que, a consecuencia de una conversación sobre el asesino Dumollard, el Espíritu Madame Isabel de Francia, que ya había dado diversas comunicaciones, se presentó espontáneamente y dictó lo siguiente:
«La verdadera caridad es una de las más sublimes enseñanzas que Dios ha dado al mundo. Entre los verdaderos discípulos de su Doctrina debe existir una completa fraternidad. Debéis amar a los desdichados y a los criminales como a criaturas de Dios, a las cuales se les concederá el perdón y la misericordia si se arrepienten, como sucede con vosotros mismos por las faltas que cometéis contra su ley. Tened en cuenta que sois más reprensibles y más culpables que aquellos a quienes rehusáis el perdón y la conmiseración, porque frecuentemente ellos no conocen a Dios como vosotros lo conocéis y, por esta razón, se les pedirá menos que a vosotros. No juzguéis, mis queridos amigos; ¡oh!, no juzguéis de manera alguna, porque el juicio que hiciereis os será aplicado más severamente todavía, y tenéis necesidad de indulgencia por los pecados que sin cesar cometéis. ¿No sabéis que hay muchas acciones que son crímenes a los ojos puros de Dios, y que el mundo ni siquiera las considera como faltas leves? La verdadera caridad no consiste solamente en la limosna que dais, ni tampoco en las palabras de consuelo con que podéis acompañarla; no, no es sólo eso lo que Dios exige de vosotros. La caridad sublime enseñada por Jesús consiste también en la benevolencia que concedéis siempre –y en todas las cosas– a vuestro prójimo. Inclusive podéis practicar esta sublime virtud con muchos seres que no necesitan de limosnas, pero que precisan de palabras de amor, de consuelo y de estímulo que las conducirán al Señor. Además os digo que se aproximan los tiempos en que la gran fraternidad reinará en este globo; la ley del Cristo regirá entre los hombres: únicamente ella será el freno y la esperanza, y llevará a las almas a las moradas de los bienaventurados. Amaos, pues, como los hijos de un mismo Padre: no hagáis diferencia alguna entre los otros desdichados, porque Dios quiere que todos sean iguales. Por lo tanto, no despreciéis a nadie; Dios permite que haya entre vosotros grandes criminales para os sirvan de enseñanza. En breve, cuando los hombres practiquen las verdaderas leyes de Dios, ya no habrá necesidad de esas enseñanzas, y todos los Espíritus impuros y rebeldes serán llevados a mundos inferiores, en sintonía con sus tendencias.
«Debéis a aquellos de quienes os hablo el socorro de vuestras oraciones: ésta es la verdadera caridad. De ninguna manera digáis de un criminal: “Es un miserable; es necesario extirparlo de la Tierra; la muerte que se le inflija será demasiado suave para un ser de esa calaña”. No, no es así como debéis hablar. Observad a Jesús, vuestro modelo; ¿qué diría Él si viese a ese infortunado cerca suyo? Se compadecería del mismo; lo consideraría como a un enfermo muy desdichado y le tendería la mano. Realmente, aún no podéis hacer esto, pero al menos podéis orar para ese desventurado y asistir a su Espíritu durante el tiempo que todavía debe pasar en la Tierra. Si rogáis con fe, el arrepentimiento puede tocar su corazón. Él es vuestro prójimo, al igual que el mejor de los hombres; su alma, perdida y rebelde, ha sido creada –como la vuestra– a imagen y semejanza de Dios. Por lo tanto, orad por él; no lo juzguéis de modo alguno, pues no debéis hacerlo. Sólo Dios lo juzgará.»
ISABEL DE FRANCIA
Allan Kardec.
Problema moral
«Un hombre está en peligro de muerte; para salvarlo es necesario arriesgar nuestra propia vida; pero se sabe que ese hombre es un malhechor y que, si escapa, podrá cometer nuevos crímenes. A pesar de esto, ¿debemos arriesgar nuestra vida para salvarlo?»
La siguiente respuesta ha sido obtenida en la Sociedad Espírita de París, el 7 de febrero de 1862, por el médium Sr. A. Didier:
«Esta es una cuestión muy grave y que naturalmente puede presentarse al Espíritu. Responderé según mi adelanto moral, ya que se trata de saber si debemos arriesgar nuestra propia vida por un malhechor. La abnegación es ciega: si socorremos a un enemigo nuestro, debemos entonces socorrer a un enemigo de la sociedad, en una palabra, a un malhechor. Por tanto, ¿creéis que sólo de la muerte libráis a ese desventurado? Tal vez lo libréis de toda su vida pasada. Imaginad, pues, que en esos rápidos instantes que le arrebatan los últimos minutos de su existencia, ese hombre perdido recapacite sobre su existencia pasada o, más bien, que toda su vida se presente ante él. Quizá la muerte le llegue demasiado pronto, y su reencarnación tal vez sea terrible. Hombres: por lo tanto, ¡salvadlo! Vosotros, a quienes la ciencia espírita ha esclarecido, salvadlo. Sacadlo del peligro, y puede ser entonces que ese hombre, que hubiera muerto blasfemando contra vosotros, se arroje a vuestros brazos. Sin embargo, no debéis preguntaros si él lo hará o no; id en su socorro, porque al salvarlo obedecéis a esa voz del corazón que os dice: “Si podéis salvarlo, ¡entonces sálvalo!”»
Nos escriben que, a consecuencia de una conversación sobre el asesino Dumollard, el Espíritu Madame Isabel de Francia, que ya había dado diversas comunicaciones, se presentó espontáneamente y dictó lo siguiente:
«La verdadera caridad es una de las más sublimes enseñanzas que Dios ha dado al mundo. Entre los verdaderos discípulos de su Doctrina debe existir una completa fraternidad. Debéis amar a los desdichados y a los criminales como a criaturas de Dios, a las cuales se les concederá el perdón y la misericordia si se arrepienten, como sucede con vosotros mismos por las faltas que cometéis contra su ley. Tened en cuenta que sois más reprensibles y más culpables que aquellos a quienes rehusáis el perdón y la conmiseración, porque frecuentemente ellos no conocen a Dios como vosotros lo conocéis y, por esta razón, se les pedirá menos que a vosotros. No juzguéis, mis queridos amigos; ¡oh!, no juzguéis de manera alguna, porque el juicio que hiciereis os será aplicado más severamente todavía, y tenéis necesidad de indulgencia por los pecados que sin cesar cometéis. ¿No sabéis que hay muchas acciones que son crímenes a los ojos puros de Dios, y que el mundo ni siquiera las considera como faltas leves? La verdadera caridad no consiste solamente en la limosna que dais, ni tampoco en las palabras de consuelo con que podéis acompañarla; no, no es sólo eso lo que Dios exige de vosotros. La caridad sublime enseñada por Jesús consiste también en la benevolencia que concedéis siempre –y en todas las cosas– a vuestro prójimo. Inclusive podéis practicar esta sublime virtud con muchos seres que no necesitan de limosnas, pero que precisan de palabras de amor, de consuelo y de estímulo que las conducirán al Señor. Además os digo que se aproximan los tiempos en que la gran fraternidad reinará en este globo; la ley del Cristo regirá entre los hombres: únicamente ella será el freno y la esperanza, y llevará a las almas a las moradas de los bienaventurados. Amaos, pues, como los hijos de un mismo Padre: no hagáis diferencia alguna entre los otros desdichados, porque Dios quiere que todos sean iguales. Por lo tanto, no despreciéis a nadie; Dios permite que haya entre vosotros grandes criminales para os sirvan de enseñanza. En breve, cuando los hombres practiquen las verdaderas leyes de Dios, ya no habrá necesidad de esas enseñanzas, y todos los Espíritus impuros y rebeldes serán llevados a mundos inferiores, en sintonía con sus tendencias.
«Debéis a aquellos de quienes os hablo el socorro de vuestras oraciones: ésta es la verdadera caridad. De ninguna manera digáis de un criminal: “Es un miserable; es necesario extirparlo de la Tierra; la muerte que se le inflija será demasiado suave para un ser de esa calaña”. No, no es así como debéis hablar. Observad a Jesús, vuestro modelo; ¿qué diría Él si viese a ese infortunado cerca suyo? Se compadecería del mismo; lo consideraría como a un enfermo muy desdichado y le tendería la mano. Realmente, aún no podéis hacer esto, pero al menos podéis orar para ese desventurado y asistir a su Espíritu durante el tiempo que todavía debe pasar en la Tierra. Si rogáis con fe, el arrepentimiento puede tocar su corazón. Él es vuestro prójimo, al igual que el mejor de los hombres; su alma, perdida y rebelde, ha sido creada –como la vuestra– a imagen y semejanza de Dios. Por lo tanto, orad por él; no lo juzguéis de modo alguno, pues no debéis hacerlo. Sólo Dios lo juzgará.»
Abril
Frenología espiritualista y espirita
Perfectibilidad de la raza negra [1]
¿Es perfectible la raza negra? Según algunas personas, esta cuestión juzgada se resuelve negativamente. Si esto es así, y si esta raza está condenada por Dios a una eterna inferioridad, la consecuencia es que es inútil preocuparse por ella, y que debemos limitarnos a hacer del negro una especie de animal criado en el cultivo de azúcar y algodón. Sin embargo la humanidad, tanto como el interés social, requiere un examen más atento: es lo que intentaremos hacer; pero como una conclusión de esta gravedad, en uno u otro sentido, no puede tomarse a la ligera y debe sustentarse en razonamientos serios, rogamos se nos permita desarrollar algunas consideraciones preliminares, que servirán para mostrarnos una vez más, que el Espiritismo es la única clave posible para multitud de problemas insolubles con la ayuda de los datos científicos actuales. La frenología nos servirá como punto de partida; expondremos brevemente las bases fundamentales para la comprensión del tema.
La frenología, como sabemos, descansa sobre el principio de que el cerebro es el órgano del pensamiento, como el corazón es el de la circulación, el estómago el de la digestión, el hígado el de la secreción de bilis. Este punto es admitido por todos, pues nadie puede atribuir el pensamiento a otra parte del cuerpo; todo el mundo siente que piensa con la cabeza y no con el brazo o la pierna. Hay más: instintivamente sentimos que el asiento del pensamiento está en la frente; es allí, y no en el occipucio, donde se levanta la mano para indicar que acaba de surgir un pensamiento. Para todos, el desarrollo de la parte frontal supone más inteligencia que cuando está baja y deprimida. Por otro lado, los experimentos anatómicos y fisiológicos han demostrado claramente el papel especial de ciertas partes del cerebro en las funciones vitales, y la diferencia de los fenómenos producidos por la lesión de tal o cual parte. Las investigaciones de la ciencia no pueden dejar ninguna duda al respecto; los de M. Flourens han demostrado sobre todo claramente la especialidad de las funciones del cerebelo.
Por lo tanto, se acepta en principio que todas las partes del cerebro no tienen la misma función. Se reconoce además que los cordones nerviosos que, partiendo del cerebro como tallo, se ramifican en todas las partes del cuerpo, como los filamentos de una raíz, se ven afectados de manera diferente según su destino; es así que el nervio óptico que va al ojo y se dilata en la retina es afectado por la luz y los colores, y transmite la sensación de ellos al cerebro en una porción especial; que el nervio auditivo se ve afectado por los sonidos, los nervios olfativos por los olores. Si uno de estos nervios pierde su sensibilidad por cualquier causa, la sensación ya no se produce: uno está ciego, sordo o privado del olfato. Estos nervios, por tanto, tienen funciones distintas y no pueden complementarse entre sí, y sin embargo, el examen más atento no muestra la menor diferencia en su textura.
La frenología, partiendo de estos principios, va más allá: localiza todas las facultades morales e intelectuales, a cada una de las cuales asigna un lugar especial en el cerebro; es así que confiere a un órgano el instinto de destrucción que, llevado al exceso, se convierte en crueldad y ferocidad; otro a la firmeza, cuyo exceso, sin el contrapeso del juicio, produce la testarudez; otro al amor de la descendencia; otros a la memoria de las localidades, a la de los números, a la de las formas, al sentimiento poético, a la armonía de los sonidos, de los colores, etc., etc. Este no es el lugar para hacer la descripción anatómica del cerebro; sólo diremos que, si hacemos un corte longitudinal en la masa, reconoceremos que desde la base salen manojos fibrosos que van a abrirse en la superficie, y presentando aproximadamente el aspecto de un hongo cortado en su altura. Cada haz corresponde a una de las circunvoluciones de la superficie externa, de donde se sigue que el desarrollo de la circunvolución corresponde al desarrollo del haz fibroso. Siendo cada haz, según la frenología, el asiento de una sensación o de una facultad, se concluye que la energía de la sensación o de la facultad se debe al desarrollo del órgano.
En el feto, la caja ósea del cráneo aún no está formada; es al principio sólo una película, una membrana muy flexible, que se moldea, en consecuencia, sobre las partes salientes del cerebro y conserva la huella de ellas, ya que se endurece por el depósito del fosfato de cal que es la base de los huesos. De las proyecciones del cráneo, la frenología concluye el volumen del órgano, y del volumen del órgano concluye el desarrollo de la facultad.
Tal es, en pocas palabras, el principio de la ciencia frenológica. Aunque nuestro objetivo no es desarrollarlo aquí, todavía es necesaria una palabra sobre el modo de apreciación. Estaríamos seriamente equivocados si pensáramos que podemos deducir el carácter absoluto de una persona por la sola inspección de las proyecciones del cráneo. Las facultades se contrapesan recíprocamente, se equilibran, se corroboran o se atenúan, de modo que, al juzgar a un individuo, se debe tener en cuenta el grado de influencia de cada una, debido a su desarrollo. temperamento, ambiente, hábitos y educación. Supongamos que un hombre que tiene el órgano de la destrucción muy pronunciado, con atrofia de los órganos de las facultades morales y afectivas, será vilmente feroz; pero si a la destrucción une la benevolencia, el afecto, las facultades intelectuales, la destrucción será neutralizada, tendrá el efecto de darle más energía, y podrá ser un hombre muy honesto, mientras que el observador superficial, que lo juzgaría sólo por la inspección del primer órgano, lo tomaría por un asesino. Se conciben, según esto, todas las modificaciones de carácter que pueden resultar de la concurrencia de las demás facultades, tales como la astucia, la circunspección, la autoestima, el coraje, etc. El sentimiento del color por sí solo hará un colorista, pero no un pintor; el de la forma, solo, solo hará un dibujante; los dos unidos sólo harán un buen pintor copista, si no hay al mismo tiempo el sentimiento de idealidad o poesía, y las facultades reflexivas y comparativas. Esto basta para mostrar que las observaciones frenológicas prácticas presentan una dificultad muy grande y descansan en consideraciones filosóficas que no están al alcance de todos. Establecidos estos preliminares, consideremos el asunto desde otro punto de vista.
Dos sistemas radicalmente opuestos han dividido desde el principio a los frenólogos en materialistas y espiritualistas. Los primeros, sin admitir nada fuera de la materia, dicen que el pensamiento es un producto de la sustancia cerebral; que el cerebro segrega pensamiento, como las glándulas salivales segregan saliva, como el hígado segrega bilis; ahora bien, como la cantidad de la secreción es generalmente proporcional al volumen y calidad del órgano secretor, dicen que la cantidad de pensamientos es proporcional al volumen y calidad del cerebro; que cada parte del cerebro, secretando un orden particular de pensamientos, los diversos sentimientos y las diversas aptitudes se deben al órgano que los produce. No refutaremos esta monstruosa doctrina que hace del hombre una máquina, sin responsabilidad por sus malos actos, sin mérito por sus buenas cualidades, y que debe su genio y sus virtudes sólo al azar de su organización [2]. Con tal sistema, todo castigo es injusto y todos los delitos están justificados.
Los espiritualistas dicen, por el contrario, que los órganos no son la causa de las facultades, sino los instrumentos de la manifestación de las facultades; que el pensamiento es un atributo del alma y no del cerebro; que poseyendo el alma por sí misma diversas aptitudes, el predominio de tal o cual facultad impulsa al desarrollo del órgano correspondiente, como el ejercicio de un brazo impulsa al desarrollo de los músculos de este brazo; de donde se sigue que el desarrollo del órgano es un efecto y no la causa. Así, un hombre no es poeta porque tenga el órgano de la poesía; tiene el órgano de la poesía, porque es poeta, que es muy diferente. Pero aquí se presenta otra dificultad ante la cual el frenólogo se detiene necesariamente: si es espiritualista, nos dirá que el poeta tiene el órgano de la poesía porque es poeta, pero no nos dice por qué es poeta; por qué lo es más que su hermano, aunque criado en las mismas condiciones; y así con todas las demás habilidades. Sólo el espiritismo puede explicarlo.
En efecto, si el alma se crea al mismo tiempo que el cuerpo, la del científico del Instituto es tan nueva como la del salvaje; por tanto, ¿por qué en la tierra de los salvajes y de los miembros del Instituto? El entorno en el que viven, dirás. Es decir; dinos entonces porque los hombres nacidos en el ambiente más ingrato y refractario se vuelven genios, mientras que los niños que maman ciencia con leche son imbéciles. ¿No prueban claramente los hechos que hay hombres instintivamente buenos o malos, inteligentes o estúpidos? Por lo tanto, debe haber un germen en el alma; ¿de dónde viene? ¿Podemos decir razonablemente que Dios los ha hecho de todo tipo, algunos que se desarrollan fácilmente y otros que ni siquiera con trabajo duro? ¿Sería eso justicia y bondad? Obviamente no. Sólo una solución es posible: la preexistencia del alma, su anterioridad al nacimiento del cuerpo, el desarrollo adquirido según el tiempo que ha vivido y las distintas migraciones que ha recorrido. El alma trae, pues, uniendo con el cuerpo lo que ha adquirido, sus buenas o malas cualidades; de ahí las predisposiciones instintivas; de donde se puede decir con certeza que el que nace poeta ya ha cultivado la poesía; que el que nació músico ha cultivado la música; que el que nació villano fue aún más villano. Tal es la fuente de las facultades innatas que se producen, en los órganos destinados a su manifestación, un trabajo interior, molecular, que produce su desarrollo.
Esto nos lleva al examen de la importante cuestión de la inferioridad de ciertas razas y su perfectibilidad.
Primero establecemos el principio de que todas las facultades, todas las pasiones, todos los sentimientos, todas las aptitudes están en la naturaleza; que son necesarios a la armonía general, porque Dios no hace nada inútil; que el mal resulta del abuso, así como de la falta de contrapeso y equilibrio entre las diversas facultades. Como no todas las facultades se desarrollan simultáneamente, se sigue que el equilibrio sólo puede establecerse a largo plazo; que esta falta de equilibrio produce hombres imperfectos en los que el mal domina momentáneamente. Tomemos por ejemplo el instinto de destrucción; este instinto es necesario porque, en la naturaleza, todo debe destruirse a sí mismo para renovarse; por eso todas las especies vivas son a la vez agentes destructivos y reproductores. Pero el instinto aislado de destrucción es un instinto ciego y brutal; domina entre los pueblos primitivos, entre los salvajes cuyas almas aún no han adquirido las cualidades reflexivas propias para regular la destrucción en una justa medida. ¿Puede el salvaje feroz, en una sola existencia, adquirir estas cualidades que le faltan? Cualquiera que sea la educación que le des desde la cuna, ¿harás de él un San Vicente de Paúl, un erudito, un orador, un artista? No; es físicamente imposible. Y, sin embargo, este salvaje tiene alma; ¿Cuál es el destino de esta alma después de la muerte? ¿Está siendo castigada por actos de barbarie que nada ha reprimido? ¿Está en pie de igualdad con la del hombre bueno? Uno no es más racional que el otro. ¿Está entonces condenado a permanecer eternamente en un estado mixto, que no es ni felicidad ni infelicidad? Eso no estaría bien; porque, si no es más perfecta, no dependía de ella. Sólo se puede salir de este dilema admitiendo la posibilidad de progreso; ahora bien, ¿cómo puede progresar sino asumiendo nuevas existencias? Podrá, diréis, progresar como Espíritu, sin volver a la tierra. Pero entonces, ¿por qué nosotros, gente civilizada e ilustrada, nacimos en Europa y no en Oceanía? ¿en cuerpos blancos en lugar de en cuerpos negros? ¿Por qué un punto de partida tan diferente, si uno solo progresa como Espíritu? ¿Por qué Dios nos ha librado del largo camino que debe recorrer el salvaje? ¿Serían nuestras almas de otra naturaleza que la suya? ¿Por qué entonces tratar de hacerlo cristiano? Si le hacéis cristiano, es porque le tenéis por igual ante Dios; si es tu igual ante Dios, ¿por qué Dios te concede privilegios? Por mucho que lo intentéis, no llegaréis a ninguna solución excepto admitiendo para nosotros un progreso anterior, para el salvaje un progreso ulterior; si el alma del salvaje debe progresar más, es porque nos alcanzará; si hemos progresado anteriormente es porque hemos sido salvajes, porque si el punto de partida es otro, ya no hay justicia, y si Dios no es justo, no es Dios. He aquí, pues, necesariamente dos existencias extremas: la del salvaje y la del hombre más civilizado; pero, entre estos dos extremos, ¿no encuentras ningún intermediario? Seguid la escala de los pueblos, y veréis que es una cadena ininterrumpida, sin solución de continuidad. Una vez más, todos estos problemas son insolubles sin la pluralidad de existencias. Decir que los zelandeses renacerán entre un pueblo un poco menos bárbaro, y así hasta la civilización, y todo se explica; que, si en vez de seguir los peldaños de la escalera los salta de repente y llega sin transición entre nosotros, nos dará el espantoso espectáculo de un Dumollard, que para nosotros es un monstruo, y que de no ser así no hubiera presentado nada anormal entre los pueblos de África Central, de donde puede haber venido. Es así que, confinándose a una sola existencia, todo es oscuridad, todo es problema sin salida; mientras que con la reencarnación todo es claridad, todo es solución.
Volvamos a la frenología. Admite órganos especiales para cada facultad, y lo creemos justo; pero vamos más allá. Hemos visto que cada órgano cerebral está formado por un haz de fibras; creemos que cada fibra corresponde a un matiz de la facultad. Esto es solo una hipótesis, es cierto, pero que podría abrir el camino a nuevas observaciones. El nervio auditivo recibe los sonidos y los transmite al cerebro; pero si el nervio es homogéneo, ¿cómo percibe sonidos tan variados? Por lo tanto, es lícito admitir que cada fibra nerviosa se ve afectada por un sonido diferente con el que vibra de alguna manera al unísono, como las cuerdas de un arpa. Todos los tonos están en la naturaleza; supongamos cien de ellas, de la más alta a la más baja: el hombre que poseyera las cien fibras correspondientes las percibiría todas; aquellos que poseen solo la mitad de ellos solo percibirán la mitad de los sonidos, los demás se les escaparán, no serán conscientes de ellos. Será lo mismo de las cuerdas vocales para expresar los sonidos; fibras ópticas para percibir los diferentes colores; fibras olfativas para percibir todos los olores. El mismo razonamiento se puede aplicar a los órganos de todo tipo de percepciones y manifestaciones.
Todos los cuerpos animados contienen indiscutiblemente el principio de todos los órganos, pero hay algunos que, en ciertos individuos, están en un estado tan rudimentario que no son susceptibles de desarrollo, y es absolutamente como si no existieran; por lo tanto, en estas personas, no puede haber ni las percepciones ni las manifestaciones correspondientes a estos órganos; en una palabra, son, para estas facultades, como los ciegos para la luz, los sordos para la música.
El examen frenológico de los pueblos no inteligentes constata el predominio de las facultades instintivas y la atrofia de los órganos de la inteligencia. Lo que es excepcional entre los pueblos avanzados es la regla entre ciertas razas. ¿Por qué eso? ¿Es esta una preferencia injusta? No, es sabiduría. La naturaleza siempre es providente; no hace nada inútil; sin embargo, sería inútil dar un instrumento completo a quienes no tienen los medios para usarlo. Los Espíritus salvajes son Espíritus aún niños, si uno puede expresarse así; en ellos todavía están latentes muchas facultades. ¿Qué haría el Espíritu de un hotentote en el cuerpo de un Arago? Sería como alguien que no conoce la música frente a un excelente piano. Por una razón inversa, ¿qué haría el Espíritu de Arago en el cuerpo de un hotentote? Sería como Litz frente a un piano que tiene sólo unas pocas cuerdas malas, y que todo su talento nunca logrará que suene armónico. Arago entre los salvajes, con todo su genio, será todo lo inteligente que puede ser un salvaje, pero nada más; nunca será, bajo una piel negra, miembro del Instituto. ¿Su Espíritu impulsaría el desarrollo de los órganos? Órganos débiles, sí; órganos rudimentarios, no [3].
La naturaleza, pues, se ha apropiado de los cuerpos al grado de avance de los Espíritus que han de encarnar en ellos; por eso los cuerpos de las razas primitivas poseen menos cuerdas vibratorias que los de las razas avanzadas. Hay, pues, dos seres bien distintos en el hombre: el Espíritu, un ser pensante; el cuerpo, instrumento de las manifestaciones del pensamiento, más o menos completo, más o menos rico en cuerdas, según las necesidades.
Llegamos ahora a la perfectibilidad de las razas; esta cuestión está, por así decirlo, resuelta por lo que precede: sólo tenemos que deducir de ello algunas consecuencias. Son perfectibles por el Espíritu que se desarrolla a través de sus diversas migraciones, en cada una de las cuales adquiere gradualmente las facultades que le faltan; pero a medida que sus facultades se expanden, necesita un instrumento apropiado, como un niño que crece necesita ropa más holgada; ahora bien, siendo insuficientes los cuerpos constituidos para su estado primitivo, debe encarnar en mejores condiciones, y así sucesivamente a medida que progresa.
Las razas son también perfectibles por el cuerpo, pero sólo por cruce con razas más perfeccionadas, que le aportan nuevos elementos, que le injertan, por así decirlo, los gérmenes de nuevos órganos. Este cruce se produce a través de la emigración, las guerras y las conquistas. En este sentido, hay razas como familias que se bastardean si no mezclan sangres diferentes. Así que no podemos decir que es la raza primitiva pura, porque sin cruzarse esta raza será siempre la misma, siendo su estado de inferioridad debido a su naturaleza; degenerará en lugar de progresar, y eso es lo que provoca su desaparición en un tiempo dado.
De los esclavos negros se dice: “Son seres tan toscos, tan poco inteligentes, que sería inútil tratar de instruirlos; son una raza inferior, incorregible y profundamente incapaz”. La teoría que acabamos de dar nos permite considerarlos bajo otra luz; en la cuestión del perfeccionamiento de las razas, siempre es necesario tener en cuenta los dos elementos constitutivos del hombre: el elemento espiritual y el elemento corporal. Ambos deben ser conocidos, y sólo el Espiritismo puede iluminarnos sobre la naturaleza del elemento espiritual, el más importante, ya que es el que piensa y sobrevive, mientras que el elemento corpóreo se destruye.
Los negros, por tanto, como organización física, serán siempre los mismos; como Espíritus, es sin duda una raza inferior, es decir, primitiva; son niños reales de los que podemos aprender muy poco; pero con cuidado inteligente siempre se pueden modificar ciertos hábitos, ciertas tendencias, y ya es un progreso que traerán en otra existencia, y que les permitirá llevar después una organización en mejores condiciones. Trabajando por su mejora, se trabaja menos por su presente que por su futuro, y lo poco que se gana, es siempre para ellos como mucho adquirido; cada progreso es un paso adelante que facilita un mayor progreso.
Bajo la misma envoltura, es decir con los mismos instrumentos de manifestación del pensamiento, las razas son perfectibles sólo dentro de estrechos límites, por las razones que hemos desarrollado. Es por esto que la raza negra, como raza negra, corporalmente hablando, nunca alcanzará el nivel de las razas caucásicas; pero, como Espíritus, es otra cosa; puede llegar a ser, y llegará a ser lo que somos; sólo él necesitará tiempo y mejores instrumentos. Por eso las razas salvajes, aun en contacto con la civilización, siguen siendo siempre salvajes; pero a medida que las razas civilizadas se extienden, las razas salvajes disminuyen, hasta desaparecer por completo, como han desaparecido las razas de los caribes, guanches y otras. Los cuerpos han desaparecido, pero ¿qué ha sido de los Espíritus? Más de uno puede estar entre nosotros.
Lo hemos dicho y lo repetimos, el Espiritismo abre nuevos horizontes a todas las ciencias; cuando los científicos se pongan de acuerdo en tener en cuenta el elemento espiritual en los fenómenos de la naturaleza, se sorprenderán mucho al ver suavizadas como por arte de magia las dificultades con las que tropiezan a cada paso; pero es probable que, para muchos, sea necesario renovar el hábito. Cuando regresen, habrán tenido tiempo de reflexionar y aportar nuevas ideas. Encontrarán cosas muy cambiadas aquí abajo; las ideas espíritas, que hoy rechazan, habrán germinado por doquier y serán la base de todas las instituciones sociales; ellos mismos serán educados y alimentados en esta creencia que abrirá a su genio un nuevo campo para el progreso de la ciencia. Mientras tanto, y mientras todavía están aquí, que busquen la solución de este problema: ¿Por qué la autoridad de su saber y sus negaciones no detienen ni un solo momento la marcha, cada día más rápida, de las nuevas ideas?
[1] Véase la Revista Espírita de julio de 1860: Frenología y fisonomía.
[2] Véase la Revista Espírita de marzo de 1861: La cabeza de Garibaldi, página 76.
[3] Véase la Revista Espírita de octubre de 1861: Los Imbéciles.
Perfectibilidad de la raza negra [1]
¿Es perfectible la raza negra? Según algunas personas, esta cuestión juzgada se resuelve negativamente. Si esto es así, y si esta raza está condenada por Dios a una eterna inferioridad, la consecuencia es que es inútil preocuparse por ella, y que debemos limitarnos a hacer del negro una especie de animal criado en el cultivo de azúcar y algodón. Sin embargo la humanidad, tanto como el interés social, requiere un examen más atento: es lo que intentaremos hacer; pero como una conclusión de esta gravedad, en uno u otro sentido, no puede tomarse a la ligera y debe sustentarse en razonamientos serios, rogamos se nos permita desarrollar algunas consideraciones preliminares, que servirán para mostrarnos una vez más, que el Espiritismo es la única clave posible para multitud de problemas insolubles con la ayuda de los datos científicos actuales. La frenología nos servirá como punto de partida; expondremos brevemente las bases fundamentales para la comprensión del tema.
La frenología, como sabemos, descansa sobre el principio de que el cerebro es el órgano del pensamiento, como el corazón es el de la circulación, el estómago el de la digestión, el hígado el de la secreción de bilis. Este punto es admitido por todos, pues nadie puede atribuir el pensamiento a otra parte del cuerpo; todo el mundo siente que piensa con la cabeza y no con el brazo o la pierna. Hay más: instintivamente sentimos que el asiento del pensamiento está en la frente; es allí, y no en el occipucio, donde se levanta la mano para indicar que acaba de surgir un pensamiento. Para todos, el desarrollo de la parte frontal supone más inteligencia que cuando está baja y deprimida. Por otro lado, los experimentos anatómicos y fisiológicos han demostrado claramente el papel especial de ciertas partes del cerebro en las funciones vitales, y la diferencia de los fenómenos producidos por la lesión de tal o cual parte. Las investigaciones de la ciencia no pueden dejar ninguna duda al respecto; los de M. Flourens han demostrado sobre todo claramente la especialidad de las funciones del cerebelo.
Por lo tanto, se acepta en principio que todas las partes del cerebro no tienen la misma función. Se reconoce además que los cordones nerviosos que, partiendo del cerebro como tallo, se ramifican en todas las partes del cuerpo, como los filamentos de una raíz, se ven afectados de manera diferente según su destino; es así que el nervio óptico que va al ojo y se dilata en la retina es afectado por la luz y los colores, y transmite la sensación de ellos al cerebro en una porción especial; que el nervio auditivo se ve afectado por los sonidos, los nervios olfativos por los olores. Si uno de estos nervios pierde su sensibilidad por cualquier causa, la sensación ya no se produce: uno está ciego, sordo o privado del olfato. Estos nervios, por tanto, tienen funciones distintas y no pueden complementarse entre sí, y sin embargo, el examen más atento no muestra la menor diferencia en su textura.
La frenología, partiendo de estos principios, va más allá: localiza todas las facultades morales e intelectuales, a cada una de las cuales asigna un lugar especial en el cerebro; es así que confiere a un órgano el instinto de destrucción que, llevado al exceso, se convierte en crueldad y ferocidad; otro a la firmeza, cuyo exceso, sin el contrapeso del juicio, produce la testarudez; otro al amor de la descendencia; otros a la memoria de las localidades, a la de los números, a la de las formas, al sentimiento poético, a la armonía de los sonidos, de los colores, etc., etc. Este no es el lugar para hacer la descripción anatómica del cerebro; sólo diremos que, si hacemos un corte longitudinal en la masa, reconoceremos que desde la base salen manojos fibrosos que van a abrirse en la superficie, y presentando aproximadamente el aspecto de un hongo cortado en su altura. Cada haz corresponde a una de las circunvoluciones de la superficie externa, de donde se sigue que el desarrollo de la circunvolución corresponde al desarrollo del haz fibroso. Siendo cada haz, según la frenología, el asiento de una sensación o de una facultad, se concluye que la energía de la sensación o de la facultad se debe al desarrollo del órgano.
En el feto, la caja ósea del cráneo aún no está formada; es al principio sólo una película, una membrana muy flexible, que se moldea, en consecuencia, sobre las partes salientes del cerebro y conserva la huella de ellas, ya que se endurece por el depósito del fosfato de cal que es la base de los huesos. De las proyecciones del cráneo, la frenología concluye el volumen del órgano, y del volumen del órgano concluye el desarrollo de la facultad.
Tal es, en pocas palabras, el principio de la ciencia frenológica. Aunque nuestro objetivo no es desarrollarlo aquí, todavía es necesaria una palabra sobre el modo de apreciación. Estaríamos seriamente equivocados si pensáramos que podemos deducir el carácter absoluto de una persona por la sola inspección de las proyecciones del cráneo. Las facultades se contrapesan recíprocamente, se equilibran, se corroboran o se atenúan, de modo que, al juzgar a un individuo, se debe tener en cuenta el grado de influencia de cada una, debido a su desarrollo. temperamento, ambiente, hábitos y educación. Supongamos que un hombre que tiene el órgano de la destrucción muy pronunciado, con atrofia de los órganos de las facultades morales y afectivas, será vilmente feroz; pero si a la destrucción une la benevolencia, el afecto, las facultades intelectuales, la destrucción será neutralizada, tendrá el efecto de darle más energía, y podrá ser un hombre muy honesto, mientras que el observador superficial, que lo juzgaría sólo por la inspección del primer órgano, lo tomaría por un asesino. Se conciben, según esto, todas las modificaciones de carácter que pueden resultar de la concurrencia de las demás facultades, tales como la astucia, la circunspección, la autoestima, el coraje, etc. El sentimiento del color por sí solo hará un colorista, pero no un pintor; el de la forma, solo, solo hará un dibujante; los dos unidos sólo harán un buen pintor copista, si no hay al mismo tiempo el sentimiento de idealidad o poesía, y las facultades reflexivas y comparativas. Esto basta para mostrar que las observaciones frenológicas prácticas presentan una dificultad muy grande y descansan en consideraciones filosóficas que no están al alcance de todos. Establecidos estos preliminares, consideremos el asunto desde otro punto de vista.
Dos sistemas radicalmente opuestos han dividido desde el principio a los frenólogos en materialistas y espiritualistas. Los primeros, sin admitir nada fuera de la materia, dicen que el pensamiento es un producto de la sustancia cerebral; que el cerebro segrega pensamiento, como las glándulas salivales segregan saliva, como el hígado segrega bilis; ahora bien, como la cantidad de la secreción es generalmente proporcional al volumen y calidad del órgano secretor, dicen que la cantidad de pensamientos es proporcional al volumen y calidad del cerebro; que cada parte del cerebro, secretando un orden particular de pensamientos, los diversos sentimientos y las diversas aptitudes se deben al órgano que los produce. No refutaremos esta monstruosa doctrina que hace del hombre una máquina, sin responsabilidad por sus malos actos, sin mérito por sus buenas cualidades, y que debe su genio y sus virtudes sólo al azar de su organización [2]. Con tal sistema, todo castigo es injusto y todos los delitos están justificados.
Los espiritualistas dicen, por el contrario, que los órganos no son la causa de las facultades, sino los instrumentos de la manifestación de las facultades; que el pensamiento es un atributo del alma y no del cerebro; que poseyendo el alma por sí misma diversas aptitudes, el predominio de tal o cual facultad impulsa al desarrollo del órgano correspondiente, como el ejercicio de un brazo impulsa al desarrollo de los músculos de este brazo; de donde se sigue que el desarrollo del órgano es un efecto y no la causa. Así, un hombre no es poeta porque tenga el órgano de la poesía; tiene el órgano de la poesía, porque es poeta, que es muy diferente. Pero aquí se presenta otra dificultad ante la cual el frenólogo se detiene necesariamente: si es espiritualista, nos dirá que el poeta tiene el órgano de la poesía porque es poeta, pero no nos dice por qué es poeta; por qué lo es más que su hermano, aunque criado en las mismas condiciones; y así con todas las demás habilidades. Sólo el espiritismo puede explicarlo.
En efecto, si el alma se crea al mismo tiempo que el cuerpo, la del científico del Instituto es tan nueva como la del salvaje; por tanto, ¿por qué en la tierra de los salvajes y de los miembros del Instituto? El entorno en el que viven, dirás. Es decir; dinos entonces porque los hombres nacidos en el ambiente más ingrato y refractario se vuelven genios, mientras que los niños que maman ciencia con leche son imbéciles. ¿No prueban claramente los hechos que hay hombres instintivamente buenos o malos, inteligentes o estúpidos? Por lo tanto, debe haber un germen en el alma; ¿de dónde viene? ¿Podemos decir razonablemente que Dios los ha hecho de todo tipo, algunos que se desarrollan fácilmente y otros que ni siquiera con trabajo duro? ¿Sería eso justicia y bondad? Obviamente no. Sólo una solución es posible: la preexistencia del alma, su anterioridad al nacimiento del cuerpo, el desarrollo adquirido según el tiempo que ha vivido y las distintas migraciones que ha recorrido. El alma trae, pues, uniendo con el cuerpo lo que ha adquirido, sus buenas o malas cualidades; de ahí las predisposiciones instintivas; de donde se puede decir con certeza que el que nace poeta ya ha cultivado la poesía; que el que nació músico ha cultivado la música; que el que nació villano fue aún más villano. Tal es la fuente de las facultades innatas que se producen, en los órganos destinados a su manifestación, un trabajo interior, molecular, que produce su desarrollo.
Esto nos lleva al examen de la importante cuestión de la inferioridad de ciertas razas y su perfectibilidad.
Primero establecemos el principio de que todas las facultades, todas las pasiones, todos los sentimientos, todas las aptitudes están en la naturaleza; que son necesarios a la armonía general, porque Dios no hace nada inútil; que el mal resulta del abuso, así como de la falta de contrapeso y equilibrio entre las diversas facultades. Como no todas las facultades se desarrollan simultáneamente, se sigue que el equilibrio sólo puede establecerse a largo plazo; que esta falta de equilibrio produce hombres imperfectos en los que el mal domina momentáneamente. Tomemos por ejemplo el instinto de destrucción; este instinto es necesario porque, en la naturaleza, todo debe destruirse a sí mismo para renovarse; por eso todas las especies vivas son a la vez agentes destructivos y reproductores. Pero el instinto aislado de destrucción es un instinto ciego y brutal; domina entre los pueblos primitivos, entre los salvajes cuyas almas aún no han adquirido las cualidades reflexivas propias para regular la destrucción en una justa medida. ¿Puede el salvaje feroz, en una sola existencia, adquirir estas cualidades que le faltan? Cualquiera que sea la educación que le des desde la cuna, ¿harás de él un San Vicente de Paúl, un erudito, un orador, un artista? No; es físicamente imposible. Y, sin embargo, este salvaje tiene alma; ¿Cuál es el destino de esta alma después de la muerte? ¿Está siendo castigada por actos de barbarie que nada ha reprimido? ¿Está en pie de igualdad con la del hombre bueno? Uno no es más racional que el otro. ¿Está entonces condenado a permanecer eternamente en un estado mixto, que no es ni felicidad ni infelicidad? Eso no estaría bien; porque, si no es más perfecta, no dependía de ella. Sólo se puede salir de este dilema admitiendo la posibilidad de progreso; ahora bien, ¿cómo puede progresar sino asumiendo nuevas existencias? Podrá, diréis, progresar como Espíritu, sin volver a la tierra. Pero entonces, ¿por qué nosotros, gente civilizada e ilustrada, nacimos en Europa y no en Oceanía? ¿en cuerpos blancos en lugar de en cuerpos negros? ¿Por qué un punto de partida tan diferente, si uno solo progresa como Espíritu? ¿Por qué Dios nos ha librado del largo camino que debe recorrer el salvaje? ¿Serían nuestras almas de otra naturaleza que la suya? ¿Por qué entonces tratar de hacerlo cristiano? Si le hacéis cristiano, es porque le tenéis por igual ante Dios; si es tu igual ante Dios, ¿por qué Dios te concede privilegios? Por mucho que lo intentéis, no llegaréis a ninguna solución excepto admitiendo para nosotros un progreso anterior, para el salvaje un progreso ulterior; si el alma del salvaje debe progresar más, es porque nos alcanzará; si hemos progresado anteriormente es porque hemos sido salvajes, porque si el punto de partida es otro, ya no hay justicia, y si Dios no es justo, no es Dios. He aquí, pues, necesariamente dos existencias extremas: la del salvaje y la del hombre más civilizado; pero, entre estos dos extremos, ¿no encuentras ningún intermediario? Seguid la escala de los pueblos, y veréis que es una cadena ininterrumpida, sin solución de continuidad. Una vez más, todos estos problemas son insolubles sin la pluralidad de existencias. Decir que los zelandeses renacerán entre un pueblo un poco menos bárbaro, y así hasta la civilización, y todo se explica; que, si en vez de seguir los peldaños de la escalera los salta de repente y llega sin transición entre nosotros, nos dará el espantoso espectáculo de un Dumollard, que para nosotros es un monstruo, y que de no ser así no hubiera presentado nada anormal entre los pueblos de África Central, de donde puede haber venido. Es así que, confinándose a una sola existencia, todo es oscuridad, todo es problema sin salida; mientras que con la reencarnación todo es claridad, todo es solución.
Volvamos a la frenología. Admite órganos especiales para cada facultad, y lo creemos justo; pero vamos más allá. Hemos visto que cada órgano cerebral está formado por un haz de fibras; creemos que cada fibra corresponde a un matiz de la facultad. Esto es solo una hipótesis, es cierto, pero que podría abrir el camino a nuevas observaciones. El nervio auditivo recibe los sonidos y los transmite al cerebro; pero si el nervio es homogéneo, ¿cómo percibe sonidos tan variados? Por lo tanto, es lícito admitir que cada fibra nerviosa se ve afectada por un sonido diferente con el que vibra de alguna manera al unísono, como las cuerdas de un arpa. Todos los tonos están en la naturaleza; supongamos cien de ellas, de la más alta a la más baja: el hombre que poseyera las cien fibras correspondientes las percibiría todas; aquellos que poseen solo la mitad de ellos solo percibirán la mitad de los sonidos, los demás se les escaparán, no serán conscientes de ellos. Será lo mismo de las cuerdas vocales para expresar los sonidos; fibras ópticas para percibir los diferentes colores; fibras olfativas para percibir todos los olores. El mismo razonamiento se puede aplicar a los órganos de todo tipo de percepciones y manifestaciones.
Todos los cuerpos animados contienen indiscutiblemente el principio de todos los órganos, pero hay algunos que, en ciertos individuos, están en un estado tan rudimentario que no son susceptibles de desarrollo, y es absolutamente como si no existieran; por lo tanto, en estas personas, no puede haber ni las percepciones ni las manifestaciones correspondientes a estos órganos; en una palabra, son, para estas facultades, como los ciegos para la luz, los sordos para la música.
El examen frenológico de los pueblos no inteligentes constata el predominio de las facultades instintivas y la atrofia de los órganos de la inteligencia. Lo que es excepcional entre los pueblos avanzados es la regla entre ciertas razas. ¿Por qué eso? ¿Es esta una preferencia injusta? No, es sabiduría. La naturaleza siempre es providente; no hace nada inútil; sin embargo, sería inútil dar un instrumento completo a quienes no tienen los medios para usarlo. Los Espíritus salvajes son Espíritus aún niños, si uno puede expresarse así; en ellos todavía están latentes muchas facultades. ¿Qué haría el Espíritu de un hotentote en el cuerpo de un Arago? Sería como alguien que no conoce la música frente a un excelente piano. Por una razón inversa, ¿qué haría el Espíritu de Arago en el cuerpo de un hotentote? Sería como Litz frente a un piano que tiene sólo unas pocas cuerdas malas, y que todo su talento nunca logrará que suene armónico. Arago entre los salvajes, con todo su genio, será todo lo inteligente que puede ser un salvaje, pero nada más; nunca será, bajo una piel negra, miembro del Instituto. ¿Su Espíritu impulsaría el desarrollo de los órganos? Órganos débiles, sí; órganos rudimentarios, no [3].
La naturaleza, pues, se ha apropiado de los cuerpos al grado de avance de los Espíritus que han de encarnar en ellos; por eso los cuerpos de las razas primitivas poseen menos cuerdas vibratorias que los de las razas avanzadas. Hay, pues, dos seres bien distintos en el hombre: el Espíritu, un ser pensante; el cuerpo, instrumento de las manifestaciones del pensamiento, más o menos completo, más o menos rico en cuerdas, según las necesidades.
Llegamos ahora a la perfectibilidad de las razas; esta cuestión está, por así decirlo, resuelta por lo que precede: sólo tenemos que deducir de ello algunas consecuencias. Son perfectibles por el Espíritu que se desarrolla a través de sus diversas migraciones, en cada una de las cuales adquiere gradualmente las facultades que le faltan; pero a medida que sus facultades se expanden, necesita un instrumento apropiado, como un niño que crece necesita ropa más holgada; ahora bien, siendo insuficientes los cuerpos constituidos para su estado primitivo, debe encarnar en mejores condiciones, y así sucesivamente a medida que progresa.
Las razas son también perfectibles por el cuerpo, pero sólo por cruce con razas más perfeccionadas, que le aportan nuevos elementos, que le injertan, por así decirlo, los gérmenes de nuevos órganos. Este cruce se produce a través de la emigración, las guerras y las conquistas. En este sentido, hay razas como familias que se bastardean si no mezclan sangres diferentes. Así que no podemos decir que es la raza primitiva pura, porque sin cruzarse esta raza será siempre la misma, siendo su estado de inferioridad debido a su naturaleza; degenerará en lugar de progresar, y eso es lo que provoca su desaparición en un tiempo dado.
De los esclavos negros se dice: “Son seres tan toscos, tan poco inteligentes, que sería inútil tratar de instruirlos; son una raza inferior, incorregible y profundamente incapaz”. La teoría que acabamos de dar nos permite considerarlos bajo otra luz; en la cuestión del perfeccionamiento de las razas, siempre es necesario tener en cuenta los dos elementos constitutivos del hombre: el elemento espiritual y el elemento corporal. Ambos deben ser conocidos, y sólo el Espiritismo puede iluminarnos sobre la naturaleza del elemento espiritual, el más importante, ya que es el que piensa y sobrevive, mientras que el elemento corpóreo se destruye.
Los negros, por tanto, como organización física, serán siempre los mismos; como Espíritus, es sin duda una raza inferior, es decir, primitiva; son niños reales de los que podemos aprender muy poco; pero con cuidado inteligente siempre se pueden modificar ciertos hábitos, ciertas tendencias, y ya es un progreso que traerán en otra existencia, y que les permitirá llevar después una organización en mejores condiciones. Trabajando por su mejora, se trabaja menos por su presente que por su futuro, y lo poco que se gana, es siempre para ellos como mucho adquirido; cada progreso es un paso adelante que facilita un mayor progreso.
Bajo la misma envoltura, es decir con los mismos instrumentos de manifestación del pensamiento, las razas son perfectibles sólo dentro de estrechos límites, por las razones que hemos desarrollado. Es por esto que la raza negra, como raza negra, corporalmente hablando, nunca alcanzará el nivel de las razas caucásicas; pero, como Espíritus, es otra cosa; puede llegar a ser, y llegará a ser lo que somos; sólo él necesitará tiempo y mejores instrumentos. Por eso las razas salvajes, aun en contacto con la civilización, siguen siendo siempre salvajes; pero a medida que las razas civilizadas se extienden, las razas salvajes disminuyen, hasta desaparecer por completo, como han desaparecido las razas de los caribes, guanches y otras. Los cuerpos han desaparecido, pero ¿qué ha sido de los Espíritus? Más de uno puede estar entre nosotros.
Lo hemos dicho y lo repetimos, el Espiritismo abre nuevos horizontes a todas las ciencias; cuando los científicos se pongan de acuerdo en tener en cuenta el elemento espiritual en los fenómenos de la naturaleza, se sorprenderán mucho al ver suavizadas como por arte de magia las dificultades con las que tropiezan a cada paso; pero es probable que, para muchos, sea necesario renovar el hábito. Cuando regresen, habrán tenido tiempo de reflexionar y aportar nuevas ideas. Encontrarán cosas muy cambiadas aquí abajo; las ideas espíritas, que hoy rechazan, habrán germinado por doquier y serán la base de todas las instituciones sociales; ellos mismos serán educados y alimentados en esta creencia que abrirá a su genio un nuevo campo para el progreso de la ciencia. Mientras tanto, y mientras todavía están aquí, que busquen la solución de este problema: ¿Por qué la autoridad de su saber y sus negaciones no detienen ni un solo momento la marcha, cada día más rápida, de las nuevas ideas?
[1] Véase la Revista Espírita de julio de 1860: Frenología y fisonomía.
[2] Véase la Revista Espírita de marzo de 1861: La cabeza de Garibaldi, página 76.
[3] Véase la Revista Espírita de octubre de 1861: Los Imbéciles.
Consecuencias de la doctrina de la reencarnación en la propagación del Espiritismo
El Espiritismo avanza aceleradamente, este es un hecho que nadie puede negar; pero, cuando una cosa se propaga, es que ella es adecuada, por tanto, si se propaga el Espiritismo, conviene. Hay varias causas para esto; la primera es incuestionablemente, como hemos explicado en diversas circunstancias, la satisfacción moral que da a quienes la comprenden y practican; pero esta misma causa recibe en parte su poder del principio de la reencarnación; esto es lo que intentaremos demostrar.
Cualquier hombre pensante no puede evitar preocuparse por su futuro después de la muerte, y bien vale la pena. ¿Quién hay que no dé más importancia a su situación en la tierra durante unos años que a la de unos días? Hacemos más: durante la primera parte de la vida, trabajamos, nos desgastamos con el cansancio, nos imponemos todo tipo de privaciones para asegurar un poco de descanso y bienestar a la otra mitad. Si uno se preocupa tanto por unos cuantos años posibles, ¿no es racional cuidar aún más la vida de ultratumba, cuya duración es ilimitada? ¿Por qué la mayoría trabaja más para el presente fugaz que para el futuro sin fin? Es que creemos en la realidad del presente y que dudamos del futuro; ahora, solo dudamos de lo que no entendemos. Que se entienda el futuro, y cesará la duda. Incluso a los ojos de quien, en el estado de creencias vulgares, está mejor convencido de la vida futura, se presenta de una manera tan vaga que la fe no siempre es suficiente para fijar las ideas, y que tiene más de las características de la hipótesis que las de la realidad. El Espiritismo quita esta incertidumbre por el testimonio de los que han vivido, y por pruebas que son de alguna manera materiales.
Toda religión se basa necesariamente en la vida futura, y todos los dogmas convergen necesariamente hacia este único fin; es con miras a alcanzar este fin que se practican, y la fe en estos dogmas se debe a la eficacia que se supone que tienen para llegar allí. La teoría de la vida futura es, pues, la piedra angular de toda doctrina religiosa; si esta teoría peca por la base; si abre el campo de serias objeciones; si se contradice; si se puede demostrar la imposibilidad de ciertas partes, todo se derrumba: la duda viene primero, a la duda le sigue la negación absoluta, y los dogmas son barridos en el naufragio de la fe. Se pensaba escapar del peligro proscribiendo el examen y haciendo de la fe ciega una virtud; pero pretender imponer la fe ciega en este siglo es malinterpretar el tiempo en que vivimos; se reflexiona a pesar de uno mismo; uno examina por la fuerza de las cosas; queremos saber el por qué y el cómo; el desarrollo de la industria y de las ciencias exactas nos enseña a mirar el suelo que pisamos, por eso sondeamos el suelo que decimos que caminaremos después de la muerte; si no lo encontramos sólido, es decir lógico, racional, no nos preocupamos. Por mucho que lo intentemos, no podremos neutralizar esta tendencia, porque es inherente al desarrollo intelectual y moral de la humanidad. Según unos es algo bueno, según otros es algo malo; como quiera que uno lo mire, uno debe soportarlo de cualquier manera, porque no hay manera de hacer otra cosa.
La necesidad de realizar y comprender cambia de las cosas materiales a las cosas morales. La vida futura probablemente no sea una cosa tangible como un ferrocarril y una máquina de vapor, pero puede entenderse mediante el razonamiento; si el razonamiento en virtud del cual se pretende demostrarlo no satisface a la razón, se rechazan tanto las premisas como las conclusiones. Pregunta a los que niegan la vida futura, y todos te dirán que han sido inducidos a la incredulidad por la misma imagen que se les hace con su procesión de demonios, llamas y dolores sin fin.
Todas las cuestiones morales, psicológicas y metafísicas están vinculadas de manera más o menos directa a la cuestión del futuro; se sigue que de esta última cuestión depende en cierto modo la racionalidad de todas las doctrinas filosóficas y religiosas. El Espiritismo viene a su vez, no como religión, sino como doctrina filosófica, a traer su teoría basada en el hecho de las manifestaciones; no se impone; no reclama confianza ciega; se coloca en las filas y dice: Examinad, comparad y juzgad; si encuentras algo mejor que lo que te doy, tómalo. No dice: vengo a socavar los cimientos de la religión y a sustituirla por un nuevo culto; dice: No me dirijo a los que creen y están satisfechos con sus creencias, sino a los que desertan de vuestras filas por incredulidad y a quienes no habéis conocido ni podido retener; vengo a darles, sobre las verdades que rechazan, una interpretación de tal naturaleza que satisfaga su razón y que les haga aceptarlas; y la prueba de que lo logro es el número de los que saco del atolladero de la incredulidad. Escúchenlos, y todos les dirán: Si estas cosas me hubieran sido enseñadas de esta manera desde mi niñez, nunca hubiera dudado; ahora creo, porque entiendo. ¿Deberías rechazarlos porque aceptan el Espíritu en lugar de la letra, el principio en lugar de la forma? Tú decides; si tu conciencia te lo hace un deber, nadie sueña con violarlo, pero yo diría que es una falta; digo más, una imprudencia.
La vida futura es, como hemos dicho, el fin esencial de toda doctrina moral; sin la vida futura, la moral ya no tiene base. El triunfo del Espiritismo está precisamente en la forma en que presenta el futuro; aparte de las pruebas que da de ella, el cuadro que pinta de ella es tan claro, tan simple, tan lógico, tan conforme a la justicia y bondad de Dios, que involuntariamente uno se dice a sí mismo: Sí, así debía ser, así lo había soñado, y si no lo creía era porque me habían dicho que no era así. Pero ¿qué le da tal poder a la teoría del futuro? ¿Qué le gana tanta simpatía? Es, decimos, su lógica inflexible, es porque resuelve dificultades hasta ahora insolubles, y esto se debe al principio de la pluralidad de las existencias; de hecho, quitado este principio, y mil problemas, cada uno más insoluble que el otro, se presentan a la vez; a cada paso nos encontramos con innumerables objeciones. Estas objeciones no se hicieron en el pasado, es decir, no se pensaron en ellas; pero, hoy que el niño se ha hecho hombre, quiere llegar al fondo de las cosas; quiere ver claramente en la forma en que está siendo conducido; sondea y sopesa el valor de los argumentos que se le dan, y si no satisfacen su razón, si le dejan vago e incierto, los rechaza en espera de algo mejor.
La pluralidad de existencias es una clave que abre nuevos horizontes, que da razón de ser a un sinfín de cosas incomprendidas, que explica lo que era inexplicable; reconcilia todos los acontecimientos de la vida con la justicia y la bondad de Dios; por eso, quienes habían llegado a dudar de esta justicia y de esta bondad, ahora reconocen el dedo de la Providencia donde no lo habían sabido reconocer. Sin la reencarnación, en efecto, ¿qué causa podemos atribuir a las ideas innatas?; ¿cómo justificar la idiotez, el cretinismo, el salvajismo junto al genio y la civilización?; ¿la profunda miseria de unos junto a la felicidad de otros, las muertes prematuras y tantas otras cosas? Desde el punto de vista religioso, ciertos dogmas, como el pecado original, la caída de los ángeles, la eternidad de las penas, la resurrección de la carne, etc., encuentran en este principio una interpretación racional que hace que el Espíritu lo acepte incluso los que rechazaron la letra.
En resumen, el hombre moderno quiere comprender; el principio de la reencarnación alumbra lo que estaba oscuro; por eso decimos que este principio es una de las causas que hacen acogidos al Espiritismo.
La reencarnación, se dirá, no es necesaria para creer en los Espíritus y su manifestación, y la prueba es que hay creyentes que no la admiten. Eso es verdad; tampoco decimos que no se puede ser muy buen espírita sin eso; no somos de los que tiran piedras a los que no piensan como nosotros. Sólo decimos que no abordaron todos los problemas planteados por el sistema unitario, de lo contrario habrían reconocido la imposibilidad de dar una solución satisfactoria. La idea de la pluralidad de existencias fue recibida primero con asombro, con desconfianza; luego, poco a poco, nos fuimos familiarizando con esta idea, al reconocer la imposibilidad de escapar sin ella a las innumerables dificultades que plantea la psicología y la vida futura. Es un hecho cierto, es que este sistema gana terreno todos los días, y que el otro lo pierde todos los días; en Francia, hoy, los adversarios de la reencarnación —hablamos de los que han estudiado la ciencia espírita — son imperceptibles en número comparados con sus partidarios; en América misma, donde son más numerosos, por las causas que hemos explicado en nuestro número anterior, comienza a popularizarse este principio, de lo cual se puede concluir que no está lejano el tiempo en que no habrá disidencia al respecto.
El Espiritismo avanza aceleradamente, este es un hecho que nadie puede negar; pero, cuando una cosa se propaga, es que ella es adecuada, por tanto, si se propaga el Espiritismo, conviene. Hay varias causas para esto; la primera es incuestionablemente, como hemos explicado en diversas circunstancias, la satisfacción moral que da a quienes la comprenden y practican; pero esta misma causa recibe en parte su poder del principio de la reencarnación; esto es lo que intentaremos demostrar.
Cualquier hombre pensante no puede evitar preocuparse por su futuro después de la muerte, y bien vale la pena. ¿Quién hay que no dé más importancia a su situación en la tierra durante unos años que a la de unos días? Hacemos más: durante la primera parte de la vida, trabajamos, nos desgastamos con el cansancio, nos imponemos todo tipo de privaciones para asegurar un poco de descanso y bienestar a la otra mitad. Si uno se preocupa tanto por unos cuantos años posibles, ¿no es racional cuidar aún más la vida de ultratumba, cuya duración es ilimitada? ¿Por qué la mayoría trabaja más para el presente fugaz que para el futuro sin fin? Es que creemos en la realidad del presente y que dudamos del futuro; ahora, solo dudamos de lo que no entendemos. Que se entienda el futuro, y cesará la duda. Incluso a los ojos de quien, en el estado de creencias vulgares, está mejor convencido de la vida futura, se presenta de una manera tan vaga que la fe no siempre es suficiente para fijar las ideas, y que tiene más de las características de la hipótesis que las de la realidad. El Espiritismo quita esta incertidumbre por el testimonio de los que han vivido, y por pruebas que son de alguna manera materiales.
Toda religión se basa necesariamente en la vida futura, y todos los dogmas convergen necesariamente hacia este único fin; es con miras a alcanzar este fin que se practican, y la fe en estos dogmas se debe a la eficacia que se supone que tienen para llegar allí. La teoría de la vida futura es, pues, la piedra angular de toda doctrina religiosa; si esta teoría peca por la base; si abre el campo de serias objeciones; si se contradice; si se puede demostrar la imposibilidad de ciertas partes, todo se derrumba: la duda viene primero, a la duda le sigue la negación absoluta, y los dogmas son barridos en el naufragio de la fe. Se pensaba escapar del peligro proscribiendo el examen y haciendo de la fe ciega una virtud; pero pretender imponer la fe ciega en este siglo es malinterpretar el tiempo en que vivimos; se reflexiona a pesar de uno mismo; uno examina por la fuerza de las cosas; queremos saber el por qué y el cómo; el desarrollo de la industria y de las ciencias exactas nos enseña a mirar el suelo que pisamos, por eso sondeamos el suelo que decimos que caminaremos después de la muerte; si no lo encontramos sólido, es decir lógico, racional, no nos preocupamos. Por mucho que lo intentemos, no podremos neutralizar esta tendencia, porque es inherente al desarrollo intelectual y moral de la humanidad. Según unos es algo bueno, según otros es algo malo; como quiera que uno lo mire, uno debe soportarlo de cualquier manera, porque no hay manera de hacer otra cosa.
La necesidad de realizar y comprender cambia de las cosas materiales a las cosas morales. La vida futura probablemente no sea una cosa tangible como un ferrocarril y una máquina de vapor, pero puede entenderse mediante el razonamiento; si el razonamiento en virtud del cual se pretende demostrarlo no satisface a la razón, se rechazan tanto las premisas como las conclusiones. Pregunta a los que niegan la vida futura, y todos te dirán que han sido inducidos a la incredulidad por la misma imagen que se les hace con su procesión de demonios, llamas y dolores sin fin.
Todas las cuestiones morales, psicológicas y metafísicas están vinculadas de manera más o menos directa a la cuestión del futuro; se sigue que de esta última cuestión depende en cierto modo la racionalidad de todas las doctrinas filosóficas y religiosas. El Espiritismo viene a su vez, no como religión, sino como doctrina filosófica, a traer su teoría basada en el hecho de las manifestaciones; no se impone; no reclama confianza ciega; se coloca en las filas y dice: Examinad, comparad y juzgad; si encuentras algo mejor que lo que te doy, tómalo. No dice: vengo a socavar los cimientos de la religión y a sustituirla por un nuevo culto; dice: No me dirijo a los que creen y están satisfechos con sus creencias, sino a los que desertan de vuestras filas por incredulidad y a quienes no habéis conocido ni podido retener; vengo a darles, sobre las verdades que rechazan, una interpretación de tal naturaleza que satisfaga su razón y que les haga aceptarlas; y la prueba de que lo logro es el número de los que saco del atolladero de la incredulidad. Escúchenlos, y todos les dirán: Si estas cosas me hubieran sido enseñadas de esta manera desde mi niñez, nunca hubiera dudado; ahora creo, porque entiendo. ¿Deberías rechazarlos porque aceptan el Espíritu en lugar de la letra, el principio en lugar de la forma? Tú decides; si tu conciencia te lo hace un deber, nadie sueña con violarlo, pero yo diría que es una falta; digo más, una imprudencia.
La vida futura es, como hemos dicho, el fin esencial de toda doctrina moral; sin la vida futura, la moral ya no tiene base. El triunfo del Espiritismo está precisamente en la forma en que presenta el futuro; aparte de las pruebas que da de ella, el cuadro que pinta de ella es tan claro, tan simple, tan lógico, tan conforme a la justicia y bondad de Dios, que involuntariamente uno se dice a sí mismo: Sí, así debía ser, así lo había soñado, y si no lo creía era porque me habían dicho que no era así. Pero ¿qué le da tal poder a la teoría del futuro? ¿Qué le gana tanta simpatía? Es, decimos, su lógica inflexible, es porque resuelve dificultades hasta ahora insolubles, y esto se debe al principio de la pluralidad de las existencias; de hecho, quitado este principio, y mil problemas, cada uno más insoluble que el otro, se presentan a la vez; a cada paso nos encontramos con innumerables objeciones. Estas objeciones no se hicieron en el pasado, es decir, no se pensaron en ellas; pero, hoy que el niño se ha hecho hombre, quiere llegar al fondo de las cosas; quiere ver claramente en la forma en que está siendo conducido; sondea y sopesa el valor de los argumentos que se le dan, y si no satisfacen su razón, si le dejan vago e incierto, los rechaza en espera de algo mejor.
La pluralidad de existencias es una clave que abre nuevos horizontes, que da razón de ser a un sinfín de cosas incomprendidas, que explica lo que era inexplicable; reconcilia todos los acontecimientos de la vida con la justicia y la bondad de Dios; por eso, quienes habían llegado a dudar de esta justicia y de esta bondad, ahora reconocen el dedo de la Providencia donde no lo habían sabido reconocer. Sin la reencarnación, en efecto, ¿qué causa podemos atribuir a las ideas innatas?; ¿cómo justificar la idiotez, el cretinismo, el salvajismo junto al genio y la civilización?; ¿la profunda miseria de unos junto a la felicidad de otros, las muertes prematuras y tantas otras cosas? Desde el punto de vista religioso, ciertos dogmas, como el pecado original, la caída de los ángeles, la eternidad de las penas, la resurrección de la carne, etc., encuentran en este principio una interpretación racional que hace que el Espíritu lo acepte incluso los que rechazaron la letra.
En resumen, el hombre moderno quiere comprender; el principio de la reencarnación alumbra lo que estaba oscuro; por eso decimos que este principio es una de las causas que hacen acogidos al Espiritismo.
La reencarnación, se dirá, no es necesaria para creer en los Espíritus y su manifestación, y la prueba es que hay creyentes que no la admiten. Eso es verdad; tampoco decimos que no se puede ser muy buen espírita sin eso; no somos de los que tiran piedras a los que no piensan como nosotros. Sólo decimos que no abordaron todos los problemas planteados por el sistema unitario, de lo contrario habrían reconocido la imposibilidad de dar una solución satisfactoria. La idea de la pluralidad de existencias fue recibida primero con asombro, con desconfianza; luego, poco a poco, nos fuimos familiarizando con esta idea, al reconocer la imposibilidad de escapar sin ella a las innumerables dificultades que plantea la psicología y la vida futura. Es un hecho cierto, es que este sistema gana terreno todos los días, y que el otro lo pierde todos los días; en Francia, hoy, los adversarios de la reencarnación —hablamos de los que han estudiado la ciencia espírita — son imperceptibles en número comparados con sus partidarios; en América misma, donde son más numerosos, por las causas que hemos explicado en nuestro número anterior, comienza a popularizarse este principio, de lo cual se puede concluir que no está lejano el tiempo en que no habrá disidencia al respecto.
Epidemia demoníaca en Saboya
Hace algún tiempo los periódicos hablaban de una monomanía epidémica que estalló en una parte de la Alta Saboya, y contra la cual fracasó toda la ayuda de la medicina y la religión. El único medio que ha producido resultados algo satisfactorios ha sido la dispersión de los individuos en diferentes pueblos. Sobre este tema, recibimos la siguiente carta del Capitán B…, miembro de la Sociedad Espírita de París, actualmente en Annecy.
Annecy, 7 de marzo de 1862.
“Señor Presidente:
Pensando en hacerme útil a la Sociedad, tengo el honor de enviarle un folleto que me entregó uno de mis amigos, el Dr. Caille, encargado por el ministro para seguir la investigación realizada por el Sr. Constant, inspector de las residencias de alienados, sobre los muy numerosos casos de demonomanía observados en el municipio de Morzine, distrito de Thonon (Alta Saboya). Esta desdichada población se encuentra todavía hoy bajo el influjo de la obsesión, a pesar de los exorcismos, los tratamientos médicos, las medidas tomadas por las autoridades, el internamiento en los hospitales del departamento; los casos han disminuido un poco, pero no han cesado, y el mal existe, por así decirlo, en estado latente. El sacerdote, queriendo exorcizar a estos desdichados, en su mayoría niños, los hizo traer a la iglesia, conducidos por hombres vigorosos. Apenas hubo pronunciado las primeras palabras en latín, se produjo una escena espantosa: gritos, saltos furiosos, convulsiones, etc., a tal punto que hubo que llamar a la gendarmería y una compañía de infantería para poner el debido orden.
“No he podido obtener toda la información que me gustaría poder darle hoy, pero estos hechos me parecen lo suficientemente graves como para merecer su examen. El médico alienista Arthaud, de Lyon, ha leído un informe a la Sociedad Médica de esta ciudad, informe que está impreso en la Gaceta Médica de Lyon, y que podéis obtener de vuestro corresponsal. Tenemos, en el hospital de esta ciudad, a dos mujeres de Morzine que están en tratamiento. El doctor Caille concluye que existe una epidémica afección nerviosa que escapa a todo tipo de tratamiento y exorcismo; el aislamiento por sí solo ha producido buenos resultados. Todos estos desafortunados obsesivos pronuncian palabras obscenas en sus ataques; dan saltos prodigiosos sobre mesas, trepan a los árboles y a los techos, y a veces profetizan.
“Si estos hechos surgieron en los siglos XVI y XVII, en conventos y en tierras agrícolas, no es menos cierto que en nuestro siglo XIX nos ofrecen, a nosotros espíritas, un tema de estudio desde el punto de vista de la obsesión epidémica, generalizándose y persistiendo durante años, ya que hace casi cinco años que se observó el primer caso.
“Tendré el honor de enviarle todos los documentos e información que pueda obtener.
“Aceptar, etc. B…”
Las dos comunicaciones siguientes nos fueron dadas sobre este tema, en la Sociedad de París, por nuestros Espíritus habituales.
“No son médicos, sino magnetizadores, espiritualistas o espíritas quienes deben ser enviados para disipar la legión de Espíritus malignos perdidos en vuestro planeta. Digo perdidas, porque solo pasarán. Pero durante mucho tiempo la desdichada población, mancillada por su contacto impuro, sufrirá en su moral y en su cuerpo. ¿Dónde está la cura? usted pregunta. El mal surgirá, pues los hombres, atemorizados por estas manifestaciones, acogerán con arrebato el contacto benéfico de los buenos Espíritus, que los seguirán como el alba sigue a la noche. Esta pobre población, ignorante de todo trabajo intelectual, habría malinterpretado las comunicaciones inteligentes de los Espíritus, o mejor dicho, ni siquiera las habría percibido. La iniciación y los males que acarrea esta turba impura abren los ojos cerrados, y los desórdenes, las locuras, son sólo el preludio de la iniciación, porque todos deben participar de la gran luz espírita. No os quejéis de la manera cruel de proceder: todo tiene un fin, y los sufrimientos deben fertilizar como lo hacen las tormentas que destruyen la cosecha de un país, mientras fertilizan otros países.
Georges (Medium, Madame Costel).
“Los casos de demonomanía que se dan hoy en Saboya también se dan en muchos otros países, sobre todo en Alemania, pero más principalmente en Oriente. Este hecho anómalo es más característico de lo que se podría pensar. En efecto, revela al observador atento una situación análoga a la que se manifestó en los últimos años del paganismo. Todo el mundo sabe que cuando Cristo, nuestro amado maestro, se encarnó en Judea bajo la apariencia del carpintero Jesús, esta región había sido invadida por legiones de Espíritus malignos que se apoderaron, como hoy, de las clases sociales más ignorantes, de los Espíritus encarnados más débiles y menos avanzados, en una palabra, individuos que guardaban los rebaños o que se dedicaban a las ocupaciones de la vida en los campos. ¿No ves una analogía muy grande entre la reproducción de estos fenómenos idénticos de posesión? ¡Ay! ¡Aquí hay una lección muy profunda! y debéis concluir que los tiempos predichos se acercan cada vez más, y que el Hijo del hombre pronto regresará para expulsar esa turba de Espíritus inmundos que han descendido sobre la tierra, y para reavivar la fe cristiana dando su alta y sanción divina a las consoladoras revelaciones y a las enseñanzas regeneradoras del Espiritismo. Para volver a los casos actuales de demonomanía, hay que recordar que los eruditos y médicos del siglo de Augusto trataban, según métodos hipocráticos, a los desdichados poseídos de Palestina, y que toda su ciencia se rompió ante este poder desconocido. ¡Y bien! Incluso hoy, todos vuestros inspectores de epidemias, todos vuestros alienistas más distinguidos, doctores eruditos en el puro materialismo, fracasarán del mismo modo ante esta enfermedad enteramente moral, ante esta epidemia enteramente espiritual. ¡Pero lo que sea! Amigos míos, vosotros a quienes ha tocado la nueva gracia, sabéis cuánto pueden curar estos males temporales los que tienen fe. Esperad, pues, aguardad con confianza la venida de Aquel que ya ha redimido a la humanidad; la hora está cerca; el Espíritu precursor ya está encarnado; ya está pronto para que florezca el pleno desarrollo de esta doctrina que ha tomado como lema: “¡Fuera de la caridad no hay salvación!”
Erasto (Medium, M. d'Ambel).
De lo que antecede debe concluirse que no se trata aquí de una afección orgánica, sino de una influencia oculta. Tanto menos nos cuesta creer esto, cuanto que hemos tenido numerosos casos idénticos aislados por esta misma causa; y lo que lo prueba es que los medios enseñados por el Espiritismo bastaron para acabar con la obsesión. Está demostrado por la experiencia que los Espíritus malévolos actúan no sólo sobre la mente, sino también sobre el cuerpo, con el cual se identifican, y al cual usan como si fuera propio; que provoquen ridículos, gritos, movimientos desordenados con todas las apariencias de locura o monomanía. La explicación de ello se encontrará en nuestro Libro de los Médiums, en el capítulo de la Obsesión, y en un próximo artículo citaremos varios hechos que lo demuestran de manera incontestable. Es, en efecto, una especie de locura, ya que se puede dar este nombre a cualquier estado anómalo donde la mente no actúa libremente; desde este punto de vista, la embriaguez es una verdadera locura accidental.
Por lo tanto, debemos distinguir la locura patológica de la locura obsesiva. El primero es producido por un desorden en los órganos de manifestación del pensamiento. Nótese que, en este estado de cosas, no es el Espíritu el que está loco; conserva la plenitud de sus facultades, como lo demuestra la observación; sólo que el instrumento que utiliza para manifestarse está desorganizado, el pensamiento, o mejor dicho, la expresión del pensamiento es incoherente.
En la locura obsesiva no hay lesión orgánica; es el Espíritu mismo el que se ve afectado por el sometimiento de un Espíritu extraño que lo domina y controla. En el primer caso, debemos tratar de curar el órgano enfermo; en el segundo, basta librar al Espíritu enfermo de un huésped inoportuno, para ponerlo en libertad. Casos similares son muy frecuentes, y muchas veces hemos tomado por locura lo que en realidad era sólo una obsesión, para lo cual era necesario emplear medios morales y no duchas. Por tratamientos físicos, y especialmente por el contacto con los verdaderamente locos, a menudo hemos determinado una verdadera locura donde no existía.
El Espiritismo, que abre nuevos horizontes a todas las ciencias, esclarece también, pues, la oscura cuestión de las enfermedades mentales, al señalar una causa que hasta ahora no se había tenido en cuenta; causa real, evidente, probada por la experiencia, y cuya verdad se reconocerá más adelante. Pero ¿cómo pueden aceptar esta causa los que están muy dispuestos a enviar a la casa de locos a cualquiera que tenga la debilidad de creer que tenemos un alma, que esta alma desempeña un papel en las funciones vitales, que sobrevive al cuerpo y puede actuar sobre los vivos? ¡Gracias a Dios! y para bien de la humanidad, las ideas espíritas avanzan entre los médicos más de lo que cabría esperar, y todo apunta a que, en un futuro no muy lejano, la medicina saldrá por fin del atolladero materialista.
Comprobados casos aislados de obsesión o sometimiento físico, entendemos que, como una nube de saltamontes, una tropa de Espíritus malignos puede descender sobre cierto número de individuos, apoderarse de ellos y producir una especie de epidemia moral. La ignorancia, la debilidad de las facultades, la falta de cultura intelectual, naturalmente les dan más facilidad; por eso hacen estragos con preferencia sobre ciertas clases, aunque no siempre las personas inteligentes y educadas están exentas de ellos. Se trata probablemente, como dice Erasto, de una epidemia de este tipo que reinó en tiempos de Cristo, y de la que tantas veces se habla en el Evangelio. Pero ¿por qué solamente su palabra fue suficiente para expulsar a los que entonces se llamaban demonios? Esto prueba que el mal sólo puede ser curado por la influencia moral; ahora bien, ¿quién puede negar la influencia moral de Cristo? Sin embargo, se dirá, se ha empleado el exorcismo, que es un remedio moral, ¿y no ha producido nada? Si no ha producido nada, es porque el remedio no vale nada, y hay que buscar otro; esto es obvio estudiad el Espiritismo y comprenderéis la razón. Sólo el Espiritismo, al señalar la verdadera causa del mal, puede proporcionar los medios para combatir flagelos de esta naturaleza. Pero cuando decimos estudiarlo, queremos decir que debe hacerse con seriedad, y no con la esperanza de encontrar en él una receta banal para el uso del primero que llegue.
Lo que está pasando en Saboya, al llamar la atención, acelerará probablemente el momento en que reconoceremos la parte de acción del mundo invisible en los fenómenos de la naturaleza; una vez emprendida esta vía, la ciencia poseerá la clave de muchos misterios, y verá derribada la más formidable barrera que detiene el progreso: el materialismo, que estrecha el círculo de la observación, en lugar de ensancharlo.
Hace algún tiempo los periódicos hablaban de una monomanía epidémica que estalló en una parte de la Alta Saboya, y contra la cual fracasó toda la ayuda de la medicina y la religión. El único medio que ha producido resultados algo satisfactorios ha sido la dispersión de los individuos en diferentes pueblos. Sobre este tema, recibimos la siguiente carta del Capitán B…, miembro de la Sociedad Espírita de París, actualmente en Annecy.
Annecy, 7 de marzo de 1862.
“Señor Presidente:
Pensando en hacerme útil a la Sociedad, tengo el honor de enviarle un folleto que me entregó uno de mis amigos, el Dr. Caille, encargado por el ministro para seguir la investigación realizada por el Sr. Constant, inspector de las residencias de alienados, sobre los muy numerosos casos de demonomanía observados en el municipio de Morzine, distrito de Thonon (Alta Saboya). Esta desdichada población se encuentra todavía hoy bajo el influjo de la obsesión, a pesar de los exorcismos, los tratamientos médicos, las medidas tomadas por las autoridades, el internamiento en los hospitales del departamento; los casos han disminuido un poco, pero no han cesado, y el mal existe, por así decirlo, en estado latente. El sacerdote, queriendo exorcizar a estos desdichados, en su mayoría niños, los hizo traer a la iglesia, conducidos por hombres vigorosos. Apenas hubo pronunciado las primeras palabras en latín, se produjo una escena espantosa: gritos, saltos furiosos, convulsiones, etc., a tal punto que hubo que llamar a la gendarmería y una compañía de infantería para poner el debido orden.
“No he podido obtener toda la información que me gustaría poder darle hoy, pero estos hechos me parecen lo suficientemente graves como para merecer su examen. El médico alienista Arthaud, de Lyon, ha leído un informe a la Sociedad Médica de esta ciudad, informe que está impreso en la Gaceta Médica de Lyon, y que podéis obtener de vuestro corresponsal. Tenemos, en el hospital de esta ciudad, a dos mujeres de Morzine que están en tratamiento. El doctor Caille concluye que existe una epidémica afección nerviosa que escapa a todo tipo de tratamiento y exorcismo; el aislamiento por sí solo ha producido buenos resultados. Todos estos desafortunados obsesivos pronuncian palabras obscenas en sus ataques; dan saltos prodigiosos sobre mesas, trepan a los árboles y a los techos, y a veces profetizan.
“Si estos hechos surgieron en los siglos XVI y XVII, en conventos y en tierras agrícolas, no es menos cierto que en nuestro siglo XIX nos ofrecen, a nosotros espíritas, un tema de estudio desde el punto de vista de la obsesión epidémica, generalizándose y persistiendo durante años, ya que hace casi cinco años que se observó el primer caso.
“Tendré el honor de enviarle todos los documentos e información que pueda obtener.
Las dos comunicaciones siguientes nos fueron dadas sobre este tema, en la Sociedad de París, por nuestros Espíritus habituales.
“No son médicos, sino magnetizadores, espiritualistas o espíritas quienes deben ser enviados para disipar la legión de Espíritus malignos perdidos en vuestro planeta. Digo perdidas, porque solo pasarán. Pero durante mucho tiempo la desdichada población, mancillada por su contacto impuro, sufrirá en su moral y en su cuerpo. ¿Dónde está la cura? usted pregunta. El mal surgirá, pues los hombres, atemorizados por estas manifestaciones, acogerán con arrebato el contacto benéfico de los buenos Espíritus, que los seguirán como el alba sigue a la noche. Esta pobre población, ignorante de todo trabajo intelectual, habría malinterpretado las comunicaciones inteligentes de los Espíritus, o mejor dicho, ni siquiera las habría percibido. La iniciación y los males que acarrea esta turba impura abren los ojos cerrados, y los desórdenes, las locuras, son sólo el preludio de la iniciación, porque todos deben participar de la gran luz espírita. No os quejéis de la manera cruel de proceder: todo tiene un fin, y los sufrimientos deben fertilizar como lo hacen las tormentas que destruyen la cosecha de un país, mientras fertilizan otros países.
De lo que antecede debe concluirse que no se trata aquí de una afección orgánica, sino de una influencia oculta. Tanto menos nos cuesta creer esto, cuanto que hemos tenido numerosos casos idénticos aislados por esta misma causa; y lo que lo prueba es que los medios enseñados por el Espiritismo bastaron para acabar con la obsesión. Está demostrado por la experiencia que los Espíritus malévolos actúan no sólo sobre la mente, sino también sobre el cuerpo, con el cual se identifican, y al cual usan como si fuera propio; que provoquen ridículos, gritos, movimientos desordenados con todas las apariencias de locura o monomanía. La explicación de ello se encontrará en nuestro Libro de los Médiums, en el capítulo de la Obsesión, y en un próximo artículo citaremos varios hechos que lo demuestran de manera incontestable. Es, en efecto, una especie de locura, ya que se puede dar este nombre a cualquier estado anómalo donde la mente no actúa libremente; desde este punto de vista, la embriaguez es una verdadera locura accidental.
Por lo tanto, debemos distinguir la locura patológica de la locura obsesiva. El primero es producido por un desorden en los órganos de manifestación del pensamiento. Nótese que, en este estado de cosas, no es el Espíritu el que está loco; conserva la plenitud de sus facultades, como lo demuestra la observación; sólo que el instrumento que utiliza para manifestarse está desorganizado, el pensamiento, o mejor dicho, la expresión del pensamiento es incoherente.
En la locura obsesiva no hay lesión orgánica; es el Espíritu mismo el que se ve afectado por el sometimiento de un Espíritu extraño que lo domina y controla. En el primer caso, debemos tratar de curar el órgano enfermo; en el segundo, basta librar al Espíritu enfermo de un huésped inoportuno, para ponerlo en libertad. Casos similares son muy frecuentes, y muchas veces hemos tomado por locura lo que en realidad era sólo una obsesión, para lo cual era necesario emplear medios morales y no duchas. Por tratamientos físicos, y especialmente por el contacto con los verdaderamente locos, a menudo hemos determinado una verdadera locura donde no existía.
El Espiritismo, que abre nuevos horizontes a todas las ciencias, esclarece también, pues, la oscura cuestión de las enfermedades mentales, al señalar una causa que hasta ahora no se había tenido en cuenta; causa real, evidente, probada por la experiencia, y cuya verdad se reconocerá más adelante. Pero ¿cómo pueden aceptar esta causa los que están muy dispuestos a enviar a la casa de locos a cualquiera que tenga la debilidad de creer que tenemos un alma, que esta alma desempeña un papel en las funciones vitales, que sobrevive al cuerpo y puede actuar sobre los vivos? ¡Gracias a Dios! y para bien de la humanidad, las ideas espíritas avanzan entre los médicos más de lo que cabría esperar, y todo apunta a que, en un futuro no muy lejano, la medicina saldrá por fin del atolladero materialista.
Comprobados casos aislados de obsesión o sometimiento físico, entendemos que, como una nube de saltamontes, una tropa de Espíritus malignos puede descender sobre cierto número de individuos, apoderarse de ellos y producir una especie de epidemia moral. La ignorancia, la debilidad de las facultades, la falta de cultura intelectual, naturalmente les dan más facilidad; por eso hacen estragos con preferencia sobre ciertas clases, aunque no siempre las personas inteligentes y educadas están exentas de ellos. Se trata probablemente, como dice Erasto, de una epidemia de este tipo que reinó en tiempos de Cristo, y de la que tantas veces se habla en el Evangelio. Pero ¿por qué solamente su palabra fue suficiente para expulsar a los que entonces se llamaban demonios? Esto prueba que el mal sólo puede ser curado por la influencia moral; ahora bien, ¿quién puede negar la influencia moral de Cristo? Sin embargo, se dirá, se ha empleado el exorcismo, que es un remedio moral, ¿y no ha producido nada? Si no ha producido nada, es porque el remedio no vale nada, y hay que buscar otro; esto es obvio estudiad el Espiritismo y comprenderéis la razón. Sólo el Espiritismo, al señalar la verdadera causa del mal, puede proporcionar los medios para combatir flagelos de esta naturaleza. Pero cuando decimos estudiarlo, queremos decir que debe hacerse con seriedad, y no con la esperanza de encontrar en él una receta banal para el uso del primero que llegue.
Lo que está pasando en Saboya, al llamar la atención, acelerará probablemente el momento en que reconoceremos la parte de acción del mundo invisible en los fenómenos de la naturaleza; una vez emprendida esta vía, la ciencia poseerá la clave de muchos misterios, y verá derribada la más formidable barrera que detiene el progreso: el materialismo, que estrecha el círculo de la observación, en lugar de ensancharlo.
Respuestas a la nota de preguntas de los
ángeles caídos
— Hemos recibido respuestas de varios sectores a todas las preguntas propuestas en el número de enero pasado. Su alcance no nos permite publicarlos todos simultáneamente; nos limitamos hoy a la cuestión de los ángeles rebeldes.
(Burdeos. — Médium, Madame Cazemajoux.)
Amigos míos, la teoría contenida en el resumen que acaban de leer es la más lógica y la más racional. La sana razón no puede admitir la creación de Espíritus puros y perfectos que se rebelen contra Dios y busquen igualarlo en poder, en majestad, en grandeza.
Antes de llegar a la perfección, el Espíritu ignorante y débil, abandonado a su libre albedrío, con demasiada frecuencia se entrega a la corrupción, y se sumerge a su antojo en el océano de la iniquidad; pero lo que principalmente causa su caída es el orgullo. Niega a Dios, atribuye su existencia, las maravillas de la creación y la armonía universal al azar. ¡Ay de él! es un ángel caído. En lugar de avanzar en los mundos felices, incluso es desterrado del planeta que habita para ir a expiar en los mundos inferiores su incesante rebelión contra Dios.
Cuídense, hermanos, de imitarlos: son los ángeles perversos; hacer todo lo posible para no aumentar su número; que la antorcha de la fe espírita os ilumine sobre vuestros deberes presentes y sobre vuestros intereses futuros, para que un día podáis evitar la suerte de los Espíritus rebeldes, y ascender en la escala espiritual que conduce a la perfección.
Tus guías espirituales.
(La Haya (Holanda). — Médium, M. le Baron de Kock.)
Sobre este artículo tengo muy pocas palabras para decir, excepto que es sublime en verdad; no hay nada que sumar, nada que restar; bienaventurados los que creerán en estas bellas palabras, los que aceptarán esta doctrina escrita por Kardec. Kardec es el hombre escogido de Dios para la instrucción del hombre de hoy; son palabras inspiradas por Espíritus buenos, Espíritus muy superiores. Confía en ello; lee, estudia toda esta doctrina: es un buen consejo que te doy.
Tu guía protectora.
(Sens. — Médium, M. Pichon.)
P. ¿Qué debemos pensar de la interpretación de la doctrina de los ángeles caídos que el señor Kardec publicó en el último número de la Revista Espírita?
— R. Que es perfectamente racional y que nosotros mismos no podríamos haberlo explicado mejor.
Arago.
(París. Comunicación privada. — Médium, Mademoiselle Stephanie.)
Está bien definido, pero, para ser franco, solo encuentro una cosa que me molesta: ¿por qué hablar de este dogma de la Inmaculada Concepción? ¿Ha tenido alguna revelación acerca de la Madre de Cristo? Deje estas discusiones a la Iglesia Católica. Lamento esta comparación tanto más cuanto que los sacerdotes creerán y dirán que ustedes quieren hacerles un cortejo.
Espíritu amigo sincero del médium y del director de la Revista Espírita.
(Lyon. Médium, Madame Bouillant.)
Antes creíamos que los ángeles, después de haber habitado el mundo más radiante, se habían rebelado contra Dios y merecían ser expulsados del Edén que Dios les había dado como hogar. Cantamos su caída y su debilidad, y, creyendo en esta fábula del Paraíso perdido, la bordamos con todas las flores de retórica que sabíamos. Era para nosotros un tema que nos ofrecía un encanto particular. Este primer hombre y esta primera mujer expulsados de su oasis, condenados a vivir en la tierra, presa de todos los males que vienen a asediar a la humanidad, fue para el autor un gran recurso para ampliar sus ideas, y el tema en especial se prestaba perfectamente a nuestras ideas melancólicas; como los demás, acreditamos en el error, y añadimos nuestra palabra a todas las que ya se habían pronunciado. Pero ahora que nuestra existencia en el espacio nos ha permitido juzgar las cosas desde su verdadero punto de vista; ahora que podemos comprender cuán absurdo fue admitir que el Espíritu, llegado a su mayor grado de pureza, pudiera retroceder repentinamente, rebelarse contra su Creador y entrar en lucha con él; ahora que podemos juzgar por cuantos crisoles se necesita filtrar el licor para purificarse hasta el punto de convertirse en esencia y quintaesencia, estamos en condiciones de decirte qué son los ángeles caídos, y en qué debes creer paraíso perdido.
Dios, en su ley inmutable del progreso, quiere que los hombres avancen, y que avancen sin cesar, de siglo en siglo, en momentos determinados por él. Cuando la mayoría de los seres que habitan la tierra se han vuelto demasiado superiores para la parte terrestre que ocupan, entonces Dios ordena una emigración de Espíritus, y los que han cumplido su misión con conciencia van a habitar las regiones que les han sido asignadas; pero el Espíritu recalcitrante o perezoso que viene a ensombrecer el cuadro, ése está obligado a quedarse atrás, y en esta purificación del Espíritu es rechazado, como hacen los químicos con los materiale s que no han pasado por filtración; entonces el Espíritu se encuentra en contacto con otros Espíritus inferiores a él, y sufre realmente por la coacción que se le impone.
Intuitivamente recuerda la felicidad que disfrutó y se encuentra en medio de sus iguales como una flor exótica trasplantada repentinamente a un campo baldío. Este Espíritu se rebela al comprender su superioridad; busca dominar a los que le rodean, y esta rebelión, esta lucha contra sí mismo, se vuelve también hacia el Creador que le dio la existencia, y que ignora. Si sus pensamientos pueden crecer, derramará el desbordamiento de su corazón en amargas recriminaciones como el condenado en su prisión, y sufrirá cruelmente hasta expiar la pereza y el egoísmo que le impidieron seguir a sus hermanos. Esto, mis amigos, es lo que son los ángeles caídos y por qué todos extrañan su paraíso. Procure, pues, a su vez, apresurarse para no ser abandonado cuando suene la señal de regreso; acordaos de todo lo que os debéis a vosotros mismos; dite a ti mismo que eres tú, y que tienes tu libre albedrío. Esta personalidad del Espíritu les explica por qué el hijo de un sabio es a menudo un idiota y por qué la inteligencia no se puede transformar en morgadio. Un gran hombre bien puede dar a su descendencia la curva de su rostro, pero nunca les transmitirá su genio, y podéis estar seguros de que todos los genios que vinieron a desplegar sus talentos entre vosotros fueron en verdad hijos de sus obras, porque, como dijo un hombre muy sabio: "Es porque las madres de los Patays, los Letrones y el grande Arago crearon muy inocentemente a estos grandes hombres". No, amiga mía, la madre que da a luz un talento ilustre nada tiene que ver con el Espíritu que anima a su hijo: este Espíritu ya estaba muy avanzado cuando vino a reencarnarse en el crisol de la purificación. Así que sube estos peldaños de la escalera; grados luminosos y brillantes como soles, pues Dios los ilumina con su luz espléndida; y acordaos que ahora que conocéis el camino, seríais muy culpables si os convirtierais en ángeles caídos; además, no creo que nadie se atreva a compadecerte y cantarte de nuevo Paraíso perdido.
Milton.
(Fráncfort. — Médium, Madame Delton.)
Nada más diré sobre esta interpretación de los ángeles rebeldes y de los ángeles caídos, excepto que es parte de las enseñanzas que os deben ser dadas para dar a las cosas mal entendidas su verdadero sentido. No crea que el autor de este artículo lo escribió sin ayuda, como él mismo se imaginó; pensaba que emitía sus propias ideas y por eso desconfiaba de ellas, cuando en realidad sólo daba forma a las que él mismo inspiraba.
Sí, tiene razón cuando dice que los ángeles rebeldes aún están en la tierra, y que son los materialistas y los impíos, los que se atreven a negar el poder de Dios; ¿No es esto el colmo del orgullo? Todos los que creéis en Dios y cantáis sus alabanzas, estáis indignados ante tal osadía de la criatura, y tenéis razón; pero sondead vuestra conciencia, y ved si vosotros mismos no os rebeláis en todo momento contra él olvidando sus santísimas leyes. ¿Practicas la humildad, tú que crees en la superioridad de tu mérito?; ¿qué vos glorificas con los dones que has recibido?; ¿que ve con envidia y celos el rango de tu prójimo, los favores que le caen, la autoridad que le es concedida? ¿Practicas la caridad, tú que denigras a tu hermano?; ¿qué esparcen calumnias y calumnias sobre él; ¿que en lugar de echar un velo sobre sus faltas se complace en exponerlas a plena luz del día para menospreciarlo? Vosotros que creéis en Dios, especialmente vosotros los espíritas, y que así hacéis, en verdad os digo que sois más culpables que el ateo y el materialista, porque tenéis la luz y no veis. Sí, vosotros también sois ángeles rebeldes, porque no obedecéis la ley de Dios, y a plena luz del día Dios os dirá: “¿Qué habéis hecho con mis enseñanzas?”
Pablo, Espíritu Protector
— Hemos recibido respuestas de varios sectores a todas las preguntas propuestas en el número de enero pasado. Su alcance no nos permite publicarlos todos simultáneamente; nos limitamos hoy a la cuestión de los ángeles rebeldes.
(Burdeos. — Médium, Madame Cazemajoux.)
Amigos míos, la teoría contenida en el resumen que acaban de leer es la más lógica y la más racional. La sana razón no puede admitir la creación de Espíritus puros y perfectos que se rebelen contra Dios y busquen igualarlo en poder, en majestad, en grandeza.
Antes de llegar a la perfección, el Espíritu ignorante y débil, abandonado a su libre albedrío, con demasiada frecuencia se entrega a la corrupción, y se sumerge a su antojo en el océano de la iniquidad; pero lo que principalmente causa su caída es el orgullo. Niega a Dios, atribuye su existencia, las maravillas de la creación y la armonía universal al azar. ¡Ay de él! es un ángel caído. En lugar de avanzar en los mundos felices, incluso es desterrado del planeta que habita para ir a expiar en los mundos inferiores su incesante rebelión contra Dios.
Cuídense, hermanos, de imitarlos: son los ángeles perversos; hacer todo lo posible para no aumentar su número; que la antorcha de la fe espírita os ilumine sobre vuestros deberes presentes y sobre vuestros intereses futuros, para que un día podáis evitar la suerte de los Espíritus rebeldes, y ascender en la escala espiritual que conduce a la perfección.
(La Haya (Holanda). — Médium, M. le Baron de Kock.)
Sobre este artículo tengo muy pocas palabras para decir, excepto que es sublime en verdad; no hay nada que sumar, nada que restar; bienaventurados los que creerán en estas bellas palabras, los que aceptarán esta doctrina escrita por Kardec. Kardec es el hombre escogido de Dios para la instrucción del hombre de hoy; son palabras inspiradas por Espíritus buenos, Espíritus muy superiores. Confía en ello; lee, estudia toda esta doctrina: es un buen consejo que te doy.
(Sens. — Médium, M. Pichon.)
P. ¿Qué debemos pensar de la interpretación de la doctrina de los ángeles caídos que el señor Kardec publicó en el último número de la Revista Espírita?
— R. Que es perfectamente racional y que nosotros mismos no podríamos haberlo explicado mejor.
(París. Comunicación privada. — Médium, Mademoiselle Stephanie.)
Está bien definido, pero, para ser franco, solo encuentro una cosa que me molesta: ¿por qué hablar de este dogma de la Inmaculada Concepción? ¿Ha tenido alguna revelación acerca de la Madre de Cristo? Deje estas discusiones a la Iglesia Católica. Lamento esta comparación tanto más cuanto que los sacerdotes creerán y dirán que ustedes quieren hacerles un cortejo.
(Lyon. Médium, Madame Bouillant.)
Antes creíamos que los ángeles, después de haber habitado el mundo más radiante, se habían rebelado contra Dios y merecían ser expulsados del Edén que Dios les había dado como hogar. Cantamos su caída y su debilidad, y, creyendo en esta fábula del Paraíso perdido, la bordamos con todas las flores de retórica que sabíamos. Era para nosotros un tema que nos ofrecía un encanto particular. Este primer hombre y esta primera mujer expulsados de su oasis, condenados a vivir en la tierra, presa de todos los males que vienen a asediar a la humanidad, fue para el autor un gran recurso para ampliar sus ideas, y el tema en especial se prestaba perfectamente a nuestras ideas melancólicas; como los demás, acreditamos en el error, y añadimos nuestra palabra a todas las que ya se habían pronunciado. Pero ahora que nuestra existencia en el espacio nos ha permitido juzgar las cosas desde su verdadero punto de vista; ahora que podemos comprender cuán absurdo fue admitir que el Espíritu, llegado a su mayor grado de pureza, pudiera retroceder repentinamente, rebelarse contra su Creador y entrar en lucha con él; ahora que podemos juzgar por cuantos crisoles se necesita filtrar el licor para purificarse hasta el punto de convertirse en esencia y quintaesencia, estamos en condiciones de decirte qué son los ángeles caídos, y en qué debes creer paraíso perdido.
Dios, en su ley inmutable del progreso, quiere que los hombres avancen, y que avancen sin cesar, de siglo en siglo, en momentos determinados por él. Cuando la mayoría de los seres que habitan la tierra se han vuelto demasiado superiores para la parte terrestre que ocupan, entonces Dios ordena una emigración de Espíritus, y los que han cumplido su misión con conciencia van a habitar las regiones que les han sido asignadas; pero el Espíritu recalcitrante o perezoso que viene a ensombrecer el cuadro, ése está obligado a quedarse atrás, y en esta purificación del Espíritu es rechazado, como hacen los químicos con los materiale s que no han pasado por filtración; entonces el Espíritu se encuentra en contacto con otros Espíritus inferiores a él, y sufre realmente por la coacción que se le impone.
Intuitivamente recuerda la felicidad que disfrutó y se encuentra en medio de sus iguales como una flor exótica trasplantada repentinamente a un campo baldío. Este Espíritu se rebela al comprender su superioridad; busca dominar a los que le rodean, y esta rebelión, esta lucha contra sí mismo, se vuelve también hacia el Creador que le dio la existencia, y que ignora. Si sus pensamientos pueden crecer, derramará el desbordamiento de su corazón en amargas recriminaciones como el condenado en su prisión, y sufrirá cruelmente hasta expiar la pereza y el egoísmo que le impidieron seguir a sus hermanos. Esto, mis amigos, es lo que son los ángeles caídos y por qué todos extrañan su paraíso. Procure, pues, a su vez, apresurarse para no ser abandonado cuando suene la señal de regreso; acordaos de todo lo que os debéis a vosotros mismos; dite a ti mismo que eres tú, y que tienes tu libre albedrío. Esta personalidad del Espíritu les explica por qué el hijo de un sabio es a menudo un idiota y por qué la inteligencia no se puede transformar en morgadio. Un gran hombre bien puede dar a su descendencia la curva de su rostro, pero nunca les transmitirá su genio, y podéis estar seguros de que todos los genios que vinieron a desplegar sus talentos entre vosotros fueron en verdad hijos de sus obras, porque, como dijo un hombre muy sabio: "Es porque las madres de los Patays, los Letrones y el grande Arago crearon muy inocentemente a estos grandes hombres". No, amiga mía, la madre que da a luz un talento ilustre nada tiene que ver con el Espíritu que anima a su hijo: este Espíritu ya estaba muy avanzado cuando vino a reencarnarse en el crisol de la purificación. Así que sube estos peldaños de la escalera; grados luminosos y brillantes como soles, pues Dios los ilumina con su luz espléndida; y acordaos que ahora que conocéis el camino, seríais muy culpables si os convirtierais en ángeles caídos; además, no creo que nadie se atreva a compadecerte y cantarte de nuevo Paraíso perdido.
(Fráncfort. — Médium, Madame Delton.)
Nada más diré sobre esta interpretación de los ángeles rebeldes y de los ángeles caídos, excepto que es parte de las enseñanzas que os deben ser dadas para dar a las cosas mal entendidas su verdadero sentido. No crea que el autor de este artículo lo escribió sin ayuda, como él mismo se imaginó; pensaba que emitía sus propias ideas y por eso desconfiaba de ellas, cuando en realidad sólo daba forma a las que él mismo inspiraba.
Sí, tiene razón cuando dice que los ángeles rebeldes aún están en la tierra, y que son los materialistas y los impíos, los que se atreven a negar el poder de Dios; ¿No es esto el colmo del orgullo? Todos los que creéis en Dios y cantáis sus alabanzas, estáis indignados ante tal osadía de la criatura, y tenéis razón; pero sondead vuestra conciencia, y ved si vosotros mismos no os rebeláis en todo momento contra él olvidando sus santísimas leyes. ¿Practicas la humildad, tú que crees en la superioridad de tu mérito?; ¿qué vos glorificas con los dones que has recibido?; ¿que ve con envidia y celos el rango de tu prójimo, los favores que le caen, la autoridad que le es concedida? ¿Practicas la caridad, tú que denigras a tu hermano?; ¿qué esparcen calumnias y calumnias sobre él; ¿que en lugar de echar un velo sobre sus faltas se complace en exponerlas a plena luz del día para menospreciarlo? Vosotros que creéis en Dios, especialmente vosotros los espíritas, y que así hacéis, en verdad os digo que sois más culpables que el ateo y el materialista, porque tenéis la luz y no veis. Sí, vosotros también sois ángeles rebeldes, porque no obedecéis la ley de Dios, y a plena luz del día Dios os dirá: “¿Qué habéis hecho con mis enseñanzas?”
Conversaciones familiares de ultratumba
Girard de Codemberg
(Bordeaux, noviembre de 1861.)
El Sr. Girard de Codemberg, antiguo alumno de la Ecole polytechnique, es autor de un libro titulado: El Mundo Espiritual, o Ciencia Cristiana de comunicarse íntimamente con los poderes celestiales y las almas felices. Esta obra contiene comunicaciones excéntricas que denotan una obsesión manifiesta, y cuya publicación difícilmente podrían ver los espíritas serios. El autor falleció en noviembre de 1858, y fue evocado en la Sociedad de París el 14 de enero de 1859. El resultado de esta evocación se puede ver en el número de la Revista Espírita del mes de abril de 1859. La siguiente evocación se hizo en Bordeaux en noviembre de 1861; la coincidencia de estas dos evocaciones es digna de mención.
P. ¿Te gustaría responder a algunas de las preguntas que te propongo? — R. Es un deber.
P. ¿Cuál es su posición en el mundo de los Espíritus? — R. Feliz en relación con la de la tierra; porque allí vi el mundo espiritual sólo a través de la niebla de mis pensamientos, y ahora veo desplegarse ante mí la grandeza y magnificencia de las obras de Dios.
P. Dices, en un pasaje de tu libro que tengo a mano: “Preguntaron en la mesa el nombre de mi ángel de la guarda que, según la creencia americana, no es otro que un alma feliz, habiendo vivido nuestra vida terrenal, ya quien, por lo tanto, debe haber tenido un nombre en la sociedad humana. Esta creencia, dices, es herejía. ¿Qué piensas de esta herejía hoy? — R. Le dije, entendí mal, porque, inexperto en la práctica del Espiritismo, acepté como verdaderos datos que me fueron dictados por Espíritus frívolos e impostores; pero confieso, en presencia de los verdaderos y sinceros espíritas aquí reunidos esta tarde, que el ángel de la guarda, o Espíritu protector, no es otro que el Espíritu llegado al progreso moral e intelectual, por las diversas etapas por las que ha pasado en sus encarnaciones en los diversos mundos, y esa reencarnación, que he negado, es la prueba más sublime y más grande de la justicia de nuestro Padre que está en los cielos, y que no quiere nuestra pérdida, sino nuestra felicidad.
P. También hablas en tu libro del purgatorio. ¿Cuál es el significado que quisiste darle a esta palabra? — R. Pensaba, con razón, que los hombres no podían llegar a la felicidad sin purificarse de las manchas que la vida material deja siempre al Espíritu; pero el purgatorio, en lugar de ser un abismo de fuego, como yo lo imaginaba, o mejor dicho, como el miedo que le tenía me hacía añadirle una fe ciega, era sólo los mundos inferiores, de los cuales la tierra es una, donde todas las miserias a que está sujeta la humanidad se manifiestan de mil maneras. ¿No es esta la explicación de esta palabra: purgare?
P. También dices que tu ángel de la guarda te respondió, sobre el ayuno: “El ayuno es el complemento de la vida cristiana, y debes someterte a él." ¿Qué piensas ahora? — R. ¡El complemento de la vida cristiana! ¡Y los judíos, los musulmanes también ayunan bien! El ayuno no es apropiado exclusivamente para la vida cristiana; sin embargo, es útil a veces, porque puede debilitar el cuerpo y apaciguar las rebeliones de la carne; créanme, una vida sencilla y frugal es mejor que todos los ayunos que se hacen para lucirse ante los hombres, pero que de ninguna manera corrigen sus inclinaciones y su tendencia al mal. Veo lo que me exiges; es una retractación completa de mis escritos; te lo debo, porque algunos fanáticos, que no reconocen la época en que escribí, pusieron fe ciega en lo que entonces hice imprimir como la verdad exacta. No soy castigado por ello, porque fui de buena fe, y escribí bajo la temible influencia de las lecciones de la vida temprana de las que no podía sustraerme a mi voluntad de obrar y pensar; pero créanlo: el número de los que abandonarán el camino trazado por el señor Kardec para seguir el mío será muy limitado; son personas con las que no se debe contar mucho, y que están marcadas por el ángel de la liberación para dejarse llevar en el torbellino renovador que ha de transformar la sociedad. Sí, amigos míos, sean espíritas; es Girard de Codemberg quien os invita a sentaros en este gran banquete fraterno, porque sois y todos somos hermanos, y la reencarnación nos hace a todos solidarios, fortaleciendo entre nosotros los lazos de fraternidad en Dios.
Observación. — Este pensamiento de que, en el gran movimiento que debe conducir a la renovación de la humanidad, los hombres que pudieran interponerse en su camino y no hubieran aprovechado las advertencias de Dios serán expulsados de él y enviados a mundos inferiores, se encuentra hoy reproducida por todas partes en las comunicaciones de los Espíritus. Lo mismo ocurre con éste: que tocamos en el momento de esta transformación cuyos síntomas ya se están haciendo sentir. En cuanto a lo que asigna al Espiritismo como base de esta transformación, es universal. Hay algo característico en esta coincidencia. — AK
P. Usted dice que mencionó a la Santísima Virgen María, y dice que recibió consejos de ella. ¿Fue real este evento? — R. ¡Cuántos de vosotros que os creéis inspirados en ella y os equivocáis! Sed vosotros mismos vuestros jueces y los míos.
P. Al dirigir a la Virgen esta pregunta: "¿Hay al menos en la suerte de las almas castigadas la esperanza que varios teólogos han guardado de la gradación de las penas?" La respuesta de la Virgen, decís, fue ésta: “Las penas eternas no tienen gradación; todos son iguales, y las llamas son sus ejecutores. ¿Qué opinas de esto? — R. Las penas infligidas a los Espíritus malignos son reales, pero no son eternas; testimoniad a vuestros padres y a vuestros amigos que acuden cada día a vuestra llamada, y que os dan, en todas las formas, enseñanzas que sólo pueden confirmar la verdad.
P. ¿Alguien de la congregación le pregunta si el fuego quema física o moralmente? — R. Fuego moral.
El Espíritu retoma entonces espontáneamente: “Queridos hermanos en el Espiritismo, sois elegidos por Dios para su santa propagación; más feliz que yo, un Espíritu en misión en vuestra tierra os ha trazado el camino por el que debéis entrar con paso firme y decidido; sed dóciles, no temáis a nada, es el camino del progreso y de la moralidad del género humano. Para mí, que sólo había esbozado la obra que tu maestro trazó para ti, porque me faltó valor para apartarme del camino trillado, mi misión es guiarte en el estado de Espíritu por el camino recto y seguro por el que entraste; podré pues, con ello, reparar el daño que he hecho con mi ignorancia y ayudar con mis débiles facultades a la gran reforma de la sociedad. No os preocupéis por los hermanos que se desvían de vuestras creencias; haced, por el contrario, para que ya no se mezclen con el rebaño de los verdaderos creyentes, porque son ovejas negras, y debéis cuidaros del contagio. Adiós; volveré con este medio; hasta pronto.
Girard de Codemberg.
Nota. — Nuestros guías, consultados sobre la identidad del Espíritu, nos respondieron: “Sí, amigos míos, sufre al ver el daño causado por la doctrina errónea que ha publicado; pero ya había expiado este error en la tierra, porque estaba obsesionado, y la enfermedad de la que murió fue fruto de la obsesión.
(Bordeaux, noviembre de 1861.)
El Sr. Girard de Codemberg, antiguo alumno de la Ecole polytechnique, es autor de un libro titulado: El Mundo Espiritual, o Ciencia Cristiana de comunicarse íntimamente con los poderes celestiales y las almas felices. Esta obra contiene comunicaciones excéntricas que denotan una obsesión manifiesta, y cuya publicación difícilmente podrían ver los espíritas serios. El autor falleció en noviembre de 1858, y fue evocado en la Sociedad de París el 14 de enero de 1859. El resultado de esta evocación se puede ver en el número de la Revista Espírita del mes de abril de 1859. La siguiente evocación se hizo en Bordeaux en noviembre de 1861; la coincidencia de estas dos evocaciones es digna de mención.
P. ¿Te gustaría responder a algunas de las preguntas que te propongo? — R. Es un deber.
P. ¿Cuál es su posición en el mundo de los Espíritus? — R. Feliz en relación con la de la tierra; porque allí vi el mundo espiritual sólo a través de la niebla de mis pensamientos, y ahora veo desplegarse ante mí la grandeza y magnificencia de las obras de Dios.
P. Dices, en un pasaje de tu libro que tengo a mano: “Preguntaron en la mesa el nombre de mi ángel de la guarda que, según la creencia americana, no es otro que un alma feliz, habiendo vivido nuestra vida terrenal, ya quien, por lo tanto, debe haber tenido un nombre en la sociedad humana. Esta creencia, dices, es herejía. ¿Qué piensas de esta herejía hoy? — R. Le dije, entendí mal, porque, inexperto en la práctica del Espiritismo, acepté como verdaderos datos que me fueron dictados por Espíritus frívolos e impostores; pero confieso, en presencia de los verdaderos y sinceros espíritas aquí reunidos esta tarde, que el ángel de la guarda, o Espíritu protector, no es otro que el Espíritu llegado al progreso moral e intelectual, por las diversas etapas por las que ha pasado en sus encarnaciones en los diversos mundos, y esa reencarnación, que he negado, es la prueba más sublime y más grande de la justicia de nuestro Padre que está en los cielos, y que no quiere nuestra pérdida, sino nuestra felicidad.
P. También hablas en tu libro del purgatorio. ¿Cuál es el significado que quisiste darle a esta palabra? — R. Pensaba, con razón, que los hombres no podían llegar a la felicidad sin purificarse de las manchas que la vida material deja siempre al Espíritu; pero el purgatorio, en lugar de ser un abismo de fuego, como yo lo imaginaba, o mejor dicho, como el miedo que le tenía me hacía añadirle una fe ciega, era sólo los mundos inferiores, de los cuales la tierra es una, donde todas las miserias a que está sujeta la humanidad se manifiestan de mil maneras. ¿No es esta la explicación de esta palabra: purgare?
P. También dices que tu ángel de la guarda te respondió, sobre el ayuno: “El ayuno es el complemento de la vida cristiana, y debes someterte a él." ¿Qué piensas ahora? — R. ¡El complemento de la vida cristiana! ¡Y los judíos, los musulmanes también ayunan bien! El ayuno no es apropiado exclusivamente para la vida cristiana; sin embargo, es útil a veces, porque puede debilitar el cuerpo y apaciguar las rebeliones de la carne; créanme, una vida sencilla y frugal es mejor que todos los ayunos que se hacen para lucirse ante los hombres, pero que de ninguna manera corrigen sus inclinaciones y su tendencia al mal. Veo lo que me exiges; es una retractación completa de mis escritos; te lo debo, porque algunos fanáticos, que no reconocen la época en que escribí, pusieron fe ciega en lo que entonces hice imprimir como la verdad exacta. No soy castigado por ello, porque fui de buena fe, y escribí bajo la temible influencia de las lecciones de la vida temprana de las que no podía sustraerme a mi voluntad de obrar y pensar; pero créanlo: el número de los que abandonarán el camino trazado por el señor Kardec para seguir el mío será muy limitado; son personas con las que no se debe contar mucho, y que están marcadas por el ángel de la liberación para dejarse llevar en el torbellino renovador que ha de transformar la sociedad. Sí, amigos míos, sean espíritas; es Girard de Codemberg quien os invita a sentaros en este gran banquete fraterno, porque sois y todos somos hermanos, y la reencarnación nos hace a todos solidarios, fortaleciendo entre nosotros los lazos de fraternidad en Dios.
Observación. — Este pensamiento de que, en el gran movimiento que debe conducir a la renovación de la humanidad, los hombres que pudieran interponerse en su camino y no hubieran aprovechado las advertencias de Dios serán expulsados de él y enviados a mundos inferiores, se encuentra hoy reproducida por todas partes en las comunicaciones de los Espíritus. Lo mismo ocurre con éste: que tocamos en el momento de esta transformación cuyos síntomas ya se están haciendo sentir. En cuanto a lo que asigna al Espiritismo como base de esta transformación, es universal. Hay algo característico en esta coincidencia. — AK
P. Usted dice que mencionó a la Santísima Virgen María, y dice que recibió consejos de ella. ¿Fue real este evento? — R. ¡Cuántos de vosotros que os creéis inspirados en ella y os equivocáis! Sed vosotros mismos vuestros jueces y los míos.
P. Al dirigir a la Virgen esta pregunta: "¿Hay al menos en la suerte de las almas castigadas la esperanza que varios teólogos han guardado de la gradación de las penas?" La respuesta de la Virgen, decís, fue ésta: “Las penas eternas no tienen gradación; todos son iguales, y las llamas son sus ejecutores. ¿Qué opinas de esto? — R. Las penas infligidas a los Espíritus malignos son reales, pero no son eternas; testimoniad a vuestros padres y a vuestros amigos que acuden cada día a vuestra llamada, y que os dan, en todas las formas, enseñanzas que sólo pueden confirmar la verdad.
P. ¿Alguien de la congregación le pregunta si el fuego quema física o moralmente? — R. Fuego moral.
El Espíritu retoma entonces espontáneamente: “Queridos hermanos en el Espiritismo, sois elegidos por Dios para su santa propagación; más feliz que yo, un Espíritu en misión en vuestra tierra os ha trazado el camino por el que debéis entrar con paso firme y decidido; sed dóciles, no temáis a nada, es el camino del progreso y de la moralidad del género humano. Para mí, que sólo había esbozado la obra que tu maestro trazó para ti, porque me faltó valor para apartarme del camino trillado, mi misión es guiarte en el estado de Espíritu por el camino recto y seguro por el que entraste; podré pues, con ello, reparar el daño que he hecho con mi ignorancia y ayudar con mis débiles facultades a la gran reforma de la sociedad. No os preocupéis por los hermanos que se desvían de vuestras creencias; haced, por el contrario, para que ya no se mezclen con el rebaño de los verdaderos creyentes, porque son ovejas negras, y debéis cuidaros del contagio. Adiós; volveré con este medio; hasta pronto.
Nota. — Nuestros guías, consultados sobre la identidad del Espíritu, nos respondieron: “Sí, amigos míos, sufre al ver el daño causado por la doctrina errónea que ha publicado; pero ya había expiado este error en la tierra, porque estaba obsesionado, y la enfermedad de la que murió fue fruto de la obsesión.
De La Bruyère. Sociedad de Bordeaux —
Médium, Madame Cazemajoux.)
1. Evocación. — R. ¡Aquí estoy!
2. ¿Te agrada nuestra evocación? — R. Sí, porque muy pocos de vosotros pensáis en ese pobre Espíritu rebelde.
3. ¿Cuál es tu posición en el mundo espírita? - R. Feliz.
4. ¿Qué piensas de la generación de hombres que ahora viven en la tierra? — R. Creo que no han progresado mucho en moralidad, porque si viviera entre ellos podría aplicar mis “Personajes” con la misma verdad asombrosa que los hizo notar en mi vida. Encuentro a mi codicioso, a mi egoísta, a mi orgulloso en el mismo punto donde los dejé cuando morí.
5. Tus “Personajes” gozan de una merecida reputación; ¿Cuál es su opinión actual sobre sus obras? — R. No creo que tuvieran el mérito que les atribuyes, porque hubieran dado un resultado diferente. Pero entiendo que no todos los que leen se comparan con alguno de estos retratos, aunque la mayoría son sorprendentemente veraces. Todos tenéis una pequeña dosis de autoestima suficiente para aplicar vuestros agravios personales al prójimo, y nunca os reconocéis cuando os retratan con rasgos verídicos.
6. Acabas de decir que tus “Personajes” podrían aplicarse hoy con la misma verdad; ¿No encuentras hombres más avanzados? — R. En general la inteligencia ha avanzado, pero la mejora no ha dado un paso. Si Molière y yo pudiéramos todavía escribir, no haríamos otra cosa que lo que hemos hecho: obras inútiles que os advertirán sin corregiros. El Espiritismo será más feliz; os ajustaréis poco a poco a su doctrina, y reformaréis los vicios que os señalamos durante nuestra vida.
7. ¿Piensas que la humanidad aún se rebelará contra las advertencias que le dan los Espíritus encarnados en misión en la tierra y los Espíritus que vienen a ayudarla? — R. No; ha llegado el tiempo del progreso y renovación de la tierra y sus habitantes; por eso los buenos Espíritus vienen a daros su apoyo. Ya les he dicho bastante por esta noche, pero prepararé uno de mis “Personajes” para unos días.
8. ¿Tus “Personajes” no pueden aplicarse también a algunos de los Espíritus errantes movidos por idénticos sentimientos? — R. A todos los que todavía tienen, en estado de Espíritu, las mismas pasiones que los dominaron en vida. Perdóname por mi franqueza, pero te diré, cuando me llames, las cosas sin finura y sin rodeos. Adiós.
De Jean de la Bruyere
1. Evocación. — R. ¡Aquí estoy!
2. ¿Te agrada nuestra evocación? — R. Sí, porque muy pocos de vosotros pensáis en ese pobre Espíritu rebelde.
3. ¿Cuál es tu posición en el mundo espírita? - R. Feliz.
4. ¿Qué piensas de la generación de hombres que ahora viven en la tierra? — R. Creo que no han progresado mucho en moralidad, porque si viviera entre ellos podría aplicar mis “Personajes” con la misma verdad asombrosa que los hizo notar en mi vida. Encuentro a mi codicioso, a mi egoísta, a mi orgulloso en el mismo punto donde los dejé cuando morí.
5. Tus “Personajes” gozan de una merecida reputación; ¿Cuál es su opinión actual sobre sus obras? — R. No creo que tuvieran el mérito que les atribuyes, porque hubieran dado un resultado diferente. Pero entiendo que no todos los que leen se comparan con alguno de estos retratos, aunque la mayoría son sorprendentemente veraces. Todos tenéis una pequeña dosis de autoestima suficiente para aplicar vuestros agravios personales al prójimo, y nunca os reconocéis cuando os retratan con rasgos verídicos.
6. Acabas de decir que tus “Personajes” podrían aplicarse hoy con la misma verdad; ¿No encuentras hombres más avanzados? — R. En general la inteligencia ha avanzado, pero la mejora no ha dado un paso. Si Molière y yo pudiéramos todavía escribir, no haríamos otra cosa que lo que hemos hecho: obras inútiles que os advertirán sin corregiros. El Espiritismo será más feliz; os ajustaréis poco a poco a su doctrina, y reformaréis los vicios que os señalamos durante nuestra vida.
7. ¿Piensas que la humanidad aún se rebelará contra las advertencias que le dan los Espíritus encarnados en misión en la tierra y los Espíritus que vienen a ayudarla? — R. No; ha llegado el tiempo del progreso y renovación de la tierra y sus habitantes; por eso los buenos Espíritus vienen a daros su apoyo. Ya les he dicho bastante por esta noche, pero prepararé uno de mis “Personajes” para unos días.
8. ¿Tus “Personajes” no pueden aplicarse también a algunos de los Espíritus errantes movidos por idénticos sentimientos? — R. A todos los que todavía tienen, en estado de Espíritu, las mismas pasiones que los dominaron en vida. Perdóname por mi franqueza, pero te diré, cuando me llames, las cosas sin finura y sin rodeos. Adiós.
Poemas espíritas
Cree en los Espíritus del Señor(Sociedad Espírita de Burdeos. — Médium, Madame Cazemajoux.)
Créenos; somos la chispa,
Rayo brillante salido del seno de Dios,
Que inclinamos sobre cada alma nueva,
En su cuna, llorando por su hermoso cielo azul.
Créenos; nuestra llama de luz,
Espíritu errante, cerca de tumbas amigas,
Ha derribado el obstáculo, la barrera
Que el Eterno había puesto entre nosotros.
Créenos; oscuridad y la mentira se
esparcen, cuando venimos del cielo
riendo y dulce, vertiendo en tus sueños
dulce néctar, ambrosía y miel.
Créenos; vagamos en el espacio
Para guiarte al bien. Creed en nosotros
que os amamos... Pero cada hora que pasa,
queridos exiliados, nos acerca a vosotros.
Voces del cielo
Voces del cielo suspiro en la brisa,
Retumba en el aire, ruge en las olas;
En los bosques, en la montaña gris,
De sus suspiros, escucha los ecos.
Las voces del cielo susurran bajo la hoja,
En los verdes prados, en los bosques, en los campos,
Cerca de la fuente donde
llora y medita el humilde poeta de tímido acento.
Las voces del cielo cantan en la arboleda,
En el trigo maduro, en los jardines de flores,
En el azul celeste que ríe en la nube,
En el arco iris de espléndidos colores.
Las voces del cielo lloran en el silencio;
Cómprate, hablan al corazón;
Y los Espíritus cuyo reinado comienza
Os conducirán a vuestro Creador.
Disertaciones Espíritas
Los Mártires del Espiritismo
En cuanto a la cuestión de los milagros del Espiritismo que se nos había propuesto, y que tratamos en nuestro último número, también se propuso lo siguiente: “Los mártires han sellado con su sangre la verdad del cristianismo; ¿Dónde están los mártires del Espiritismo?
¡Así que tienes prisa por ver a los espíritas en la hoguera y arrojados a las bestias! Lo que debe hacer suponer que no os faltaría buena voluntad si aún fuera posible. ¡Así que queréis elevar el Espiritismo al rango de religión con toda su fuerza! Nótese bien que nunca tuvo esta pretensión; nunca se hizo pasar por un rival del cristianismo, del que dice ser hijo; que luche contra sus enemigos más crueles: el ateísmo y el materialismo. Nuevamente, es una filosofía basada en las bases fundamentales de toda religión y en la moral de Cristo; si renunciara al cristianismo, se contradeciría, se suicidaría. Son sus enemigos quienes lo muestran como una nueva secta, quienes le han dado sacerdotes y sumos sacerdotes. Gritarán tantas y tantas veces que es una religión, que uno podría terminar creyéndolo. ¿Es necesario ser una religión para tener sus mártires? La ciencia, las artes, el genio, el trabajo, ¿no han tenido siempre sus mártires, así como todas las ideas nuevas?
¿No ayudan a hacer mártires aquellos que señalan a los espíritas como réprobos, marginados cuyo contacto debe ser evitado?; ¿Quiénes incitan al populacho ignorante contra ellos, y llegan hasta privarlos de los recursos de su trabajo, con la esperanza de vencerlos por hambre, por falta de buenas razones? ¡Buena victoria si lo consiguieran! Pero la semilla está sembrada, germina por todas partes; si se corta en una esquina, crece en otras cien. ¡Así que intenta segar toda la tierra! Pero que hablen los Espíritus que se encargan de contestar la pregunta.
I
¡Tú pediste milagros, hoy pides mártires! Los mártires del Espiritismo ya existen: entrad en el interior de las casas y los veréis. Estás pidiendo por los perseguidos: ¡abre el corazón de estos fervientes seguidores de la nueva idea que tienen que luchar con los prejuicios, con el mundo, a menudo incluso con la familia! Cómo le sangra y se le hincha el corazón cuando sus brazos se extienden para abrazar a un padre, a una madre, a un hermano o a una mujer, y sólo reciben como premio a sus caricias y sus arrebatos, sarcasmos, sonrisas de desdén o de desprecio. Los mártires del Espiritismo son aquellos que oyen a cada uno de sus pasos estas palabras insultantes: ¡loco, demente, visionario!... y tendrán mucho tiempo para sufrir estas afrentas de incredulidad y otros sufrimientos aún más amargos; pero la recompensa será hermosa para ellos, porque si Cristo tuvo preparado un lugar soberbio para los mártires del cristianismo, es aún más brillante el que está preparando para los mártires del Espiritismo. Mártires del cristianismo en su infancia, marcharon al tormento, orgullosos y resignados, porque contaban con sufrir sólo los días, las horas o el segundo del martirio, añorando la muerte como única barrera a traspasar para vivir la vida celestial. Mártires del Espiritismo, no deben buscar ni desear la muerte; deben sufrir todo el tiempo que a Dios le plazca dejarlos en la tierra, y no se atreven a creerse dignos de los puros goces celestiales tan pronto como dejan la vida. Oran y esperan, susurrando palabras de paz, amor y perdón para quienes los torturan, esperando nuevas encarnaciones donde puedan redimir sus faltas pasadas.
El Espiritismo se levantará como un soberbio templo; los escalones serán difíciles de subir al principio; pero, cruzados los primeros pasos, los buenos Espíritus ayudarán a cruzar los demás hasta el nivel y lugar justo que lleva a Dios. ¡Vayan, vayan, hijos, prediquen el Espiritismo! Piden mártires: ¡ustedes son los primeros que el Señor marcó, porque son señalados, y son tratados como locos y necios por la verdad! Pero, os digo, pronto llegará la hora de la luz, y entonces no habrá ni perseguidores ni perseguidos, ¡seréis todos hermanos y el memo banquete reunirá al opresor y al oprimido!
San Agustín. (Médium, M.E. Vézy.)
II
El progreso del tiempo ha sustituido la tortura física por el martirio de la concepción y del nacimiento cerebral de ideas que, hijas del pasado, serán madres del futuro. Cuando Cristo vino a destruir la bárbara costumbre de los sacrificios, cuando vino a proclamar la igualdad y la fraternidad del saco proletario con la toga patricia, los altares, todavía rojos, humeaban con la sangre de las víctimas inmoladas; los esclavos temblaron ante el capricho del amo, y los pueblos, ignorantes de su grandeza, se olvidaron de la justicia de Dios. En este estado de humillación moral, las palabras de Cristo habrían quedado impotentes y despreciadas por la multitud, si no hubieran sido clamadas por sus llagas y hechas sensibles por la carne jadeante de los mártires; para cumplirse, la misteriosa ley de los semejantes exigía que la sangre derramada por la idea redimiera la sangre derramada por la brutalidad.
Hoy los hombres pacíficos ignoran la tortura física; su ser intelectual sufre solo, porque lucha, comprimido por las tradiciones del pasado, mientras aspira a nuevos horizontes. ¿Quién podrá pintar las angustias de la generación actual, sus dudas punzantes, sus incertidumbres, su ardor impotente y su cansancio extremo? Inquietantes presentimientos de los mundos superiores, penas ignoradas por la antigüedad material, que sólo padecía cuando no gozaba; dolores que son la tortura moderna, y que harán mártires a los que, inspirados por la revelación espírita, crean y no sean creídos, hablen y sean burlados, caminen y sean ahuyentados. No se desanime; vuestros mismos enemigos os están preparando una recompensa, tanto mejor cuanto que han sembrado más espinas en vuestro camino.
Lázaro. (Médium, M. Costel.)
III
Desde tiempo inmemorial, como dices, las creencias han tenido mártires; pero también, hay que decirlo, el fanatismo estuvo a menudo en ambos lados, y luego, casi siempre, el derramamiento de sangre. Hoy, gracias a los moderadores de las pasiones, a los filósofos, o más bien gracias a esa filosofía que comenzó con los escritores del siglo XVIII, el fanatismo ha apagado su antorcha y ha vuelto a envainar su espada. Apenas imaginamos en nuestro tiempo la cimitarra de Mahoma, la horca y la rueda de la Edad Media, sus estacas y sus torturas de todo tipo, como tampoco imaginamos brujas y magos. Otro tiempo, otros modales, dice un proverbio muy sabio. La palabra modales es aquí muy amplia, como veis, y significa, según su etimología latina: hábitos, modos de vivir. Ahora, en nuestro siglo, nuestra forma de ser no es ponerse un cilicio, ni ir a las catacumbas, ni esconder la oración a los procónsules y magistrados de la ciudad de París. El Espiritismo, por tanto, no verá levantarse el hacha y la llama devorar a sus seguidores. Luchamos con golpes de ideas, golpes de libros, golpes de comentarios, golpes de eclecticismo y golpes de teologías, pero San Bartolomé no se renovará. Ciertamente puede haber algunas bajas entre las naciones toscas, pero en los centros civilizados la sola idea será opuesta y ridiculizada. Así que nada de hachas, vigas, aceite hirviendo, pero cuidado con el incomprendido espíritu volteriano: aquí está el verdugo. Hay que prevenirle, ése, pero no temerle; se ríe en lugar de amenazar; lanza el ridículo en lugar de la blasfemia, y sus tormentos son las torturas de la mente que sucumbe a los abrazos del sarcasmo moderno. Pero, sin ofender a los pequeños Voltaires de nuestro tiempo, los jóvenes entenderán fácilmente estas tres palabras mágicas: Libertad, Igualdad, Fraternidad. En cuanto a los sectarios, estos son más de temer, porque son siempre los mismos, a pesar del tiempo y a pesar de todo; estos pueden doler a veces, pero son tontos, falsificados, viejos y hoscos; ahora, vosotros que pasáis por la Fuente de la Juventud, y cuya alma se vuelve verde y rejuvenecida, no les temáis, porque su fanatismo los arruinará a ellos mismos.
Lamennais (Médium, M.A. Didier)
En cuanto a la cuestión de los milagros del Espiritismo que se nos había propuesto, y que tratamos en nuestro último número, también se propuso lo siguiente: “Los mártires han sellado con su sangre la verdad del cristianismo; ¿Dónde están los mártires del Espiritismo?
¡Así que tienes prisa por ver a los espíritas en la hoguera y arrojados a las bestias! Lo que debe hacer suponer que no os faltaría buena voluntad si aún fuera posible. ¡Así que queréis elevar el Espiritismo al rango de religión con toda su fuerza! Nótese bien que nunca tuvo esta pretensión; nunca se hizo pasar por un rival del cristianismo, del que dice ser hijo; que luche contra sus enemigos más crueles: el ateísmo y el materialismo. Nuevamente, es una filosofía basada en las bases fundamentales de toda religión y en la moral de Cristo; si renunciara al cristianismo, se contradeciría, se suicidaría. Son sus enemigos quienes lo muestran como una nueva secta, quienes le han dado sacerdotes y sumos sacerdotes. Gritarán tantas y tantas veces que es una religión, que uno podría terminar creyéndolo. ¿Es necesario ser una religión para tener sus mártires? La ciencia, las artes, el genio, el trabajo, ¿no han tenido siempre sus mártires, así como todas las ideas nuevas?
¿No ayudan a hacer mártires aquellos que señalan a los espíritas como réprobos, marginados cuyo contacto debe ser evitado?; ¿Quiénes incitan al populacho ignorante contra ellos, y llegan hasta privarlos de los recursos de su trabajo, con la esperanza de vencerlos por hambre, por falta de buenas razones? ¡Buena victoria si lo consiguieran! Pero la semilla está sembrada, germina por todas partes; si se corta en una esquina, crece en otras cien. ¡Así que intenta segar toda la tierra! Pero que hablen los Espíritus que se encargan de contestar la pregunta.
El Espiritismo se levantará como un soberbio templo; los escalones serán difíciles de subir al principio; pero, cruzados los primeros pasos, los buenos Espíritus ayudarán a cruzar los demás hasta el nivel y lugar justo que lleva a Dios. ¡Vayan, vayan, hijos, prediquen el Espiritismo! Piden mártires: ¡ustedes son los primeros que el Señor marcó, porque son señalados, y son tratados como locos y necios por la verdad! Pero, os digo, pronto llegará la hora de la luz, y entonces no habrá ni perseguidores ni perseguidos, ¡seréis todos hermanos y el memo banquete reunirá al opresor y al oprimido!
Hoy los hombres pacíficos ignoran la tortura física; su ser intelectual sufre solo, porque lucha, comprimido por las tradiciones del pasado, mientras aspira a nuevos horizontes. ¿Quién podrá pintar las angustias de la generación actual, sus dudas punzantes, sus incertidumbres, su ardor impotente y su cansancio extremo? Inquietantes presentimientos de los mundos superiores, penas ignoradas por la antigüedad material, que sólo padecía cuando no gozaba; dolores que son la tortura moderna, y que harán mártires a los que, inspirados por la revelación espírita, crean y no sean creídos, hablen y sean burlados, caminen y sean ahuyentados. No se desanime; vuestros mismos enemigos os están preparando una recompensa, tanto mejor cuanto que han sembrado más espinas en vuestro camino.
Ataques a la nueva idea
Como se puede ver, la gente empieza a comentar las ideas espíritas incluso en los cursos de teología, y la Revista Católica tiene la pretensión de desmantelar exprofeso, como se dice, que el actual Espiritismo es obra del demonio, como resulta del artículo titulado “El satanismo en el espiritismo moderno”, de la citada Revista. ¡Bah! Déjalo hablar, déjalo hacer: el Espiritismo es como el acero, y todas las serpientes posibles se desgastarán los dientes mordiéndolo. Sea como fuere, hay aquí un hecho digno de mención: es que en el pasado la gente desdeñaba preocuparse por los que hacían girar sillas y mesas, mientras que hoy en día la gente ocupa a muchos de esos innovadores cuyas ideas y teorías se han elevado a la altura de una doctrina ¡Ay! es que esta doctrina, esta revelación, derrota todas las viejas doctrinas, todas las viejas filosofías insuficientes para satisfacer las necesidades de la razón humana. También abades, eruditos, periodistas bajan al ruedo, pluma en mano, para rechazar la nueva idea: el progreso. ¡Oye! ¡Qué importa! ¿No es esto prueba irrefutable de la propagación de nuestras enseñanzas? ¡Continuar! solo discutimos, solo luchamos contra ideas realmente serias y lo suficientemente compartidas como para que ya no podamos tratarlas como utopías, tonterías que emanan de unos pocos cerebros enfermos. Además, mejor que nadie, está usted en condiciones de ver aquí con qué rapidez se recluta cada día el Espiritismo, y eso aun en las filas ilustradas del ejército, entre los oficiales de todas las armas. ¡Así que no te preocupes por todas esas personas desafortunadas que están clamando por los perdidos! porque ya no saben dónde están: están desconcertadas. Sus certezas, sus probabilidades se desvanecen en la antorcha espírita, pues en el fondo de su conciencia sienten que solo nosotros estamos en la verdad; digo nosotros, porque hoy, Espíritus o encarnados, tenemos un solo fin: la destrucción de las ideas materialistas y la regeneración de la fe en Dios, a quien le debemos todo.
Erasto (Medium, M. d'Ambel).
Como se puede ver, la gente empieza a comentar las ideas espíritas incluso en los cursos de teología, y la Revista Católica tiene la pretensión de desmantelar exprofeso, como se dice, que el actual Espiritismo es obra del demonio, como resulta del artículo titulado “El satanismo en el espiritismo moderno”, de la citada Revista. ¡Bah! Déjalo hablar, déjalo hacer: el Espiritismo es como el acero, y todas las serpientes posibles se desgastarán los dientes mordiéndolo. Sea como fuere, hay aquí un hecho digno de mención: es que en el pasado la gente desdeñaba preocuparse por los que hacían girar sillas y mesas, mientras que hoy en día la gente ocupa a muchos de esos innovadores cuyas ideas y teorías se han elevado a la altura de una doctrina ¡Ay! es que esta doctrina, esta revelación, derrota todas las viejas doctrinas, todas las viejas filosofías insuficientes para satisfacer las necesidades de la razón humana. También abades, eruditos, periodistas bajan al ruedo, pluma en mano, para rechazar la nueva idea: el progreso. ¡Oye! ¡Qué importa! ¿No es esto prueba irrefutable de la propagación de nuestras enseñanzas? ¡Continuar! solo discutimos, solo luchamos contra ideas realmente serias y lo suficientemente compartidas como para que ya no podamos tratarlas como utopías, tonterías que emanan de unos pocos cerebros enfermos. Además, mejor que nadie, está usted en condiciones de ver aquí con qué rapidez se recluta cada día el Espiritismo, y eso aun en las filas ilustradas del ejército, entre los oficiales de todas las armas. ¡Así que no te preocupes por todas esas personas desafortunadas que están clamando por los perdidos! porque ya no saben dónde están: están desconcertadas. Sus certezas, sus probabilidades se desvanecen en la antorcha espírita, pues en el fondo de su conciencia sienten que solo nosotros estamos en la verdad; digo nosotros, porque hoy, Espíritus o encarnados, tenemos un solo fin: la destrucción de las ideas materialistas y la regeneración de la fe en Dios, a quien le debemos todo.
Persecución
¡Vamos! ¡bien hecho, niños! Estoy feliz de verlos reunidos, luchando con celo y persistencia. ¡Coraje! trabaja duro en el campo del Señor; porque, os digo, llegará un tiempo en que ya no será sólo a puertas cerradas que habrá que predicar la santa doctrina del Espiritismo.
Hemos azotado la carne, debemos azotar el Espíritu; ahora, en verdad os lo digo, cuando esto suceda, estaréis cerca de cantar juntos el himno de acción de gracias, ¡y nosotros estaremos cerca de oír un mismo grito de alegría en la tierra! Pero, les digo, antes de la edad de oro y del reinado del Espíritu, debe haber angustias, crujir de dientes y lágrimas.
Las persecuciones ya han comenzado. ¡Espíritas! Manténganse firmes y erguidos: serán marcados con el ungido del Señor. Seréis llamados necios, locos y visionarios; el aceite ya no hervirá; no habrá más andamios ni más estacas levantadas, pero el fuego que se usará para hacerlos renunciar a sus creencias será aún más ardiente y feroz. ¡Espíritas! Por tanto, despojaos del anciano, ya que es al anciano a quien se le hará sufrir; sean blancas vuestras túnicas nuevas; ciñan sus frentes con coronas y prepárense para entrar en las listas. Serás maldito: deja que tus hermanos te llamen raca; ¡orad por ellos, contrariamente, y quitad de sus cabezas el castigo que Cristo dijo que reservaba para los que dijeren raca a sus hermanos!
Preparaos para la persecución con el estudio, la oración y la caridad; ¡los sirvientes serán expulsados de sus amos y tratados como locos! Pero a la puerta de la casa se encontrarán con el samaritano, y, aunque pobres y desamparados, aún compartirán con él el último trozo de pan y sus ropas. Ante este espectáculo, los maestros se dirán: Pero ¿quiénes son estos hombres que hemos expulsado de nuestras casas? Solo tienen un pedazo de pan para vivir esta noche, y lo regalan; sólo tienen una túnica para cubrirse y la parten por la mitad con un extraño. Es entonces cuando sus puertas se abrirán de nuevo, pues sois vosotros los siervos del amo; pero esta vez os acogerán y os abrazarán; ellos te conjurarán para que los bendigas y les enseñes a amar; ya no os llamarán siervos ni esclavos, sino que os dirán: hermano mío, ven y siéntate a mi mesa; solo hay una y la misma familia en la tierra, como solo hay un solo y el mismo padre en el cielo.
¡Vamos, vamos, hermanos míos! predicad y sobre todo estad unidos: el cielo está preparado para vosotros.
San Agustín. (Médium, M.E. Vézy.)
¡Vamos! ¡bien hecho, niños! Estoy feliz de verlos reunidos, luchando con celo y persistencia. ¡Coraje! trabaja duro en el campo del Señor; porque, os digo, llegará un tiempo en que ya no será sólo a puertas cerradas que habrá que predicar la santa doctrina del Espiritismo.
Hemos azotado la carne, debemos azotar el Espíritu; ahora, en verdad os lo digo, cuando esto suceda, estaréis cerca de cantar juntos el himno de acción de gracias, ¡y nosotros estaremos cerca de oír un mismo grito de alegría en la tierra! Pero, les digo, antes de la edad de oro y del reinado del Espíritu, debe haber angustias, crujir de dientes y lágrimas.
Las persecuciones ya han comenzado. ¡Espíritas! Manténganse firmes y erguidos: serán marcados con el ungido del Señor. Seréis llamados necios, locos y visionarios; el aceite ya no hervirá; no habrá más andamios ni más estacas levantadas, pero el fuego que se usará para hacerlos renunciar a sus creencias será aún más ardiente y feroz. ¡Espíritas! Por tanto, despojaos del anciano, ya que es al anciano a quien se le hará sufrir; sean blancas vuestras túnicas nuevas; ciñan sus frentes con coronas y prepárense para entrar en las listas. Serás maldito: deja que tus hermanos te llamen raca; ¡orad por ellos, contrariamente, y quitad de sus cabezas el castigo que Cristo dijo que reservaba para los que dijeren raca a sus hermanos!
Preparaos para la persecución con el estudio, la oración y la caridad; ¡los sirvientes serán expulsados de sus amos y tratados como locos! Pero a la puerta de la casa se encontrarán con el samaritano, y, aunque pobres y desamparados, aún compartirán con él el último trozo de pan y sus ropas. Ante este espectáculo, los maestros se dirán: Pero ¿quiénes son estos hombres que hemos expulsado de nuestras casas? Solo tienen un pedazo de pan para vivir esta noche, y lo regalan; sólo tienen una túnica para cubrirse y la parten por la mitad con un extraño. Es entonces cuando sus puertas se abrirán de nuevo, pues sois vosotros los siervos del amo; pero esta vez os acogerán y os abrazarán; ellos te conjurarán para que los bendigas y les enseñes a amar; ya no os llamarán siervos ni esclavos, sino que os dirán: hermano mío, ven y siéntate a mi mesa; solo hay una y la misma familia en la tierra, como solo hay un solo y el mismo padre en el cielo.
¡Vamos, vamos, hermanos míos! predicad y sobre todo estad unidos: el cielo está preparado para vosotros.
Bibliografía
“El Espiritismo en su expresión más simple”, de la que se han vendido cerca de diez mil ejemplares, se está reimprimiendo actualmente con varias correcciones importantes. Sabemos que ya está traducido al alemán, ruso y polaco. Instamos a los traductores a que se ajusten al texto de la nueva edición. Recibimos de Viena (Austria) la traducción alemana publicada en esta ciudad donde se está formando una sociedad espírita bajo los auspicios de la de París.
El segundo volumen de Révélations d'outre-tombe (Revelaciones de ultratumba), de Madame H. Dozon, está en prensa.
Volvemos a llamar la atención de nuestros lectores sobre el interesante folleto de la señorita Clémence Guérin, titulado: Ensayo biográfico sobre Andrew Jackson Davis, uno de los principales escritores espiritualistas de los Estados Unidos. — Librería Ledoyen. Precio, 1fr.
“El Espiritismo en su expresión más simple”, de la que se han vendido cerca de diez mil ejemplares, se está reimprimiendo actualmente con varias correcciones importantes. Sabemos que ya está traducido al alemán, ruso y polaco. Instamos a los traductores a que se ajusten al texto de la nueva edición. Recibimos de Viena (Austria) la traducción alemana publicada en esta ciudad donde se está formando una sociedad espírita bajo los auspicios de la de París.
El segundo volumen de Révélations d'outre-tombe (Revelaciones de ultratumba), de Madame H. Dozon, está en prensa.
Volvemos a llamar la atención de nuestros lectores sobre el interesante folleto de la señorita Clémence Guérin, titulado: Ensayo biográfico sobre Andrew Jackson Davis, uno de los principales escritores espiritualistas de los Estados Unidos. — Librería Ledoyen. Precio, 1fr.
Mayo
Exequias del Sr. Sanson - Miembro de la Sociedad Espírita de París
Uno de nuestros colegas, el Sr. Sanson, murió el 21 de abril de 1862, después de más de un año de cruel sufrimiento. Anticipándose a su muerte, el 27 de agosto de 1860, había enviado una carta a la Sociedad, de la que extraemos el siguiente pasaje.
“Estimado y honorable Presidente;
“En caso de sorpresa por la desagregación de mi alma y de mi cuerpo, tengo el honor de recordaros un pedido que ya os hice hace como un año; es evocar mi Espíritu tan pronto como sea posible y con la frecuencia que juzgues conveniente, para que, siendo un miembro bastante inútil de nuestra Sociedad durante mi presencia en la tierra, pueda servirle para algo más allá de la tumba, dándole los medios para estudiar fase por fase, en estas evocaciones, las diversas circunstancias que siguen a lo que el vulgo llama la muerte, pero que, para nosotros espíritas, no es más que una transformación, según las impenetrables vistas de Dios, pero siempre siendo útil para el propósito que propone.
"Además de esta autorización y petición de hacerme el honor de esta especie de autopsia espiritual, que mi escaso adelanto como Espíritu tal vez hará estéril, en cuyo caso vuestra sabiduría os llevará naturalmente a no ir más allá de un cierto número de pruebas, me atrevo a pedirle a usted personalmente, así como a todos mis colegas, que suplique amablemente al Todopoderoso que permita que los buenos Espíritus me ayuden con sus benévolos consejos, San Luis, nuestro presidente espiritual en particular, para que me guíe en la elección y sobre el tiempo de una reencarnación; porque, de ahora en adelante, esto me ocupa mucho; tiemblo de equivocarme acerca de mi fuerza espiritual y de pedir a Dios, demasiado pronto y con demasiada presunción, un estado corporal en el que no podría justificar la bondad divina, que, en lugar de servirme para hacerme progresar, prolongaría mi estadía en la tierra o en otra parte, en caso de que falle.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
“Sin embargo, teniendo plena confianza en la clemencia e indulgente equidad de nuestro Creador y de su divino Hijo, y esperando finalmente que con humilde resignación sufra las expiaciones de mis faltas, salvo lo que se dignare remitirme del Eterno, repito, mi gran preocupación es el temor punzante de equivocarme en la elección de una reencarnación, si no soy ayudado y guiado por Espíritus santos y benévolos que podrían encontrarme indigno de su intervención, si son solicitados por mí solo; pero cuya conmiseración puede despertarse, tan pronto como, por la caridad cristiana, sean invocados por todos vosotros en mi favor. Por lo tanto, me tomo la libertad de recomendarme a usted, querido Presidente, y a todos mis honorables colegas de la Sociedad Espírita de París. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . “
Para cumplir con el deseo de nuestro colega de ser recordado lo antes posible después de su muerte, nos dirigimos a la funeraria con algunos miembros de la Sociedad y, en presencia del cuerpo, se realizó la siguiente entrevista una hora antes del entierro. Teníamos en esto un doble objeto, el de cumplir una última voluntad, y el de observar una vez más la situación del alma en un momento tan próximo a la muerte, y que en un hombre eminentemente inteligente e ilustrado, y profundamente imbuido de verdades espíritas; queríamos constatar la influencia de estas creencias sobre el estado del Espíritu, para captar sus primeras impresiones. Nuestra expectativa, como veremos, no ha sido defraudada, y sin duda todos encontrarán, como nosotros, una gran lección en el retrato que pinta del momento mismo de la transición. Añadamos, sin embargo, que no todos los Espíritus serían capaces de describir este fenómeno con tanta lucidez como él lo hizo; el Sr. Sanson se vio morir y se vio renacer, circunstancia insólita, y que se debió a la elevación de su Espíritu.
1. Evocación. — Acudo a tu llamada para cumplir mi promesa.
2. Mi querido señor Sanson, es nuestro deber y placer evocarle lo antes posible después de su muerte, como usted deseaba. – R. Es una gracia especial de Dios que permite que mi Espíritu pueda comunicarse; te agradezco tu buena voluntad; pero, estoy débil y estoy temblando.
3. Estaba tan mal que creo que podemos preguntarle cómo está ahora. ¿Todavía sientes tu dolor? ¿Cómo te sientes comparando tu situación actual con la de hace dos días? – R. Mi posición es muy feliz, porque ya no siento ninguno de mis viejos dolores; soy regenerado y reparado de nuevo, como decís en casa. El paso de la vida terrenal a la vida de los Espíritus al principio me hizo todo incomprensible, porque a veces nos quedamos varios días sin recobrar la lucidez; pero, antes de morir, hice una oración a Dios para pedirle poder hablar a los que amo, y Dios me escuchó.
4. ¿Después de cuánto tiempo recuperaste la lucidez de tus ideas? – R. Después de ocho horas; Dios, os lo repito, me había dado una señal de su bondad; me había juzgado lo suficientemente digno, y no puedo agradecerle lo suficiente.
5. ¿Estás completamente seguro de que ya no eres de nuestro mundo, y cómo ves esto? – R. ¡Ay! ciertamente, no, ya no soy de vuestro mundo; pero estaré siempre cerca de vosotros para protegeros y sosteneros, a fin de predicaros la caridad y la abnegación que fueron las guías de mi vida; y luego, enseñaré la fe verdadera, la fe espírita, que debe suscitar la creencia del justo y del bien; soy fuerte, y muy fuerte, transformado, en una palabra; ya no reconocerías al anciano enfermizo que tuvo que olvidarlo todo, dejando todo placer, toda alegría lejos de él. Soy Espíritu: mi patria es el espacio, y mi futuro Dios, que brilla en la inmensidad. Me gustaría poder hablarles a mis hijos, porque les enseñaría lo que siempre han tenido la mala voluntad de no creer.
6. ¿Cómo te sientes al ver tu cuerpo aquí? – R. Mi cuerpo, pobre y minúsculo despojo, debe ir al polvo, y guardo el buen recuerdo de todos los que me estimaron. ¡Miro esta pobre carne deforme, morada de mi Espíritu, prueba de tantos años! Gracias, mi pobre cuerpo; has purificado mi Espíritu, y el sufrimiento diez veces santo me ha dado un merecido lugar, ya que inmediatamente encuentro la capacidad de hablar contigo.
7. ¿Guardaste tus ideas hasta el último momento? – R. Sí, mi Espíritu ha conservado sus facultades; ya no vi, pero tuve un presentimiento; mi vida entera se ha desplegado ante mi memoria, y mi último pensamiento, mi última oración fue poder hablarte, lo cual estoy haciendo; y entonces le pedí a Dios que te protegiera, para que el sueño de mi vida se cumpliera.
8. ¿Estuviste consciente de cuándo tu cuerpo respiró por última vez? ¿Qué te paso en ese momento? ¿Qué sensación experimentaste? – R. La vida se hace añicos, y la vista, o más bien la vista del Espíritu, se apaga; uno encuentra el vacío, lo desconocido, y, llevado por no sé qué prestigio, se encuentra en un mundo donde todo es alegría y grandeza. Ya no sentía, no me daba cuenta, y sin embargo me llenaba una felicidad inefable; ya no sentía el agarre del dolor.
9. ¿Sabes... de lo que pretendo leer sobre tu tumba?
Observación. Apenas pronunciadas las primeras palabras de la pregunta, el Espíritu respondió antes de dejarla terminar. Responde, además, y sin cuestionar, a una discusión surgida entre los asistentes sobre la conveniencia de leer esta comunicación en el cementerio, por las personas que podrían no compartir estas opiniones.
R. ¡Ay! amigo mío, lo sé, porque te vi ayer, y te veo hoy, y mi satisfacción es muy grande. ¡Gracias! ¡Gracias! Habla, para que la gente me entienda y te estime; nada temáis, porque respetamos la muerte; hablad, pues, para que los incrédulos tengan fe. Adiós; hablad; ¡ánimo, confianza y que mis hijos se conviertan a una venerada creencia!
Adiós.
J. Sanson.
Durante la ceremonia del cementerio, dictó las siguientes palabras:
No dejéis que la muerte os asuste, amigos míos; es una etapa para vosotros, si has sabido vivir bien; es una dicha, si habéis merecido dignamente y cumplido bien vuestras pruebas. Os repito: ¡Ánimo y buena voluntad! Fijad sólo un precio mediocre a los bienes de la tierra, y seréis recompensados; uno no puede disfrutar demasiado sin menoscabar el bienestar de los demás y sin hacerse un daño moralmente inmenso. ¡Que la tierra me sea liviana!
Nota. - Después de la ceremonia, habiéndose reunido algunos miembros de la Sociedad, espontáneamente tuvieron la siguiente comunicación, que estaban lejos de esperar.
“Me llamo Bernard y viví en el 96 en Passy; entonces era un pueblo. Yo era un pobre diablo; estaba enseñando, y solo Dios sabe los contratiempos que tuve que soportar. ¡Qué prolongado aburrimiento! ¡Años enteros de preocupaciones y sufrimientos! y maldije a Dios, al diablo, a los hombres en general ya las mujeres en particular; entre ellos, ninguno vino a decirme: ¡Ánimo, paciencia! Tuve que vivir solo, siempre solo, y la maldad me hizo mal. Desde entonces, deambulo por los lugares donde viví, donde morí.
“Te escuché hoy; sus oraciones me tocaron profundamente; has acompañado a un Espíritu bueno y digno, y todo lo que has dicho y hecho me ha conmovido. Estuve en gran compañía y rezamos juntos por todos ustedes, por el futuro de sus santas creencias. Ruega por nosotros que necesitamos ayuda. El Espíritu de Sanson que nos acompañó prometió que pensarías en nosotros; quiero ser reencarcelado, para que mi prueba sea útil y adecuada a mi futuro en el mundo de los Espíritus. Adiós, mis amigos; lo digo porque amas a los que sufren. Para ti: buenos pensamientos, feliz futuro.”
Estando este episodio ligado a la evocación del Sr. Sanson, creímos necesario mencionarlo, porque contiene un eminente tema de instrucción. Creemos cumplir un deber al encomendar este Espíritu a las oraciones de todos los verdaderos espíritas; sólo pueden fortalecerlo en sus buenas resoluciones.
La entrevista con el Sr. Sanson se reanudó en la reunión de la Sociedad, el viernes siguiente, 25 de abril, y debe continuar. Hemos aprovechado su buena voluntad y su esclarecimiento para obtener nuevas aclaraciones, lo más precisas posibles, sobre el mundo invisible, frente al mundo visible, y principalmente sobre el tránsito de uno a otro, que interesa a todos, ya que todos tienen que pasar por eso, sin excepción. Sr. Sanson se prestó a ello con su habitual benevolencia; era, además, como hemos visto, su deseo antes de morir. Sus respuestas forman un conjunto muy instructivo y son tanto más interesantes cuanto que provienen de un testigo presencial que sale a analizar él mismo sus propios sentimientos, y que se expresa al mismo tiempo con elegancia, profundidad y claridad. Publicaremos esta continuidad en el próximo número.
Un dato importante que debemos señalar es que el médium que hizo de intermediario el día del entierro y los días siguientes, Sr. Leymarie, nunca había visto al Sr. Sanson y no conocía su carácter, ni su cargo, ni sus hábitos; no sabía si tenía hijos, y menos si estos niños compartían o no sus ideas sobre el Espiritismo. Es por lo tanto muy espontáneamente que habla de ello, y que el carácter del Sr. Sanson se revela bajo su lápiz, sin que su imaginación haya podido influir en algo de ninguna manera.
Un hecho no menos curioso y que prueba que las comunicaciones no son el reflejo del pensamiento, es el de Bernardo, en el que ninguno de los asistentes pudo pensar, pues apenas el médium hubo tomado el lápiz, se pensó que probablemente éste sería uno de sus Espíritus habituales, Baluze o Sonnet; cabría preguntarse, en este caso, de qué pensamiento podría haber sido reflejo esta comunicación.
Discurso del Sr. Allan Kardec en la tumba del Sr. Sanson.
Señores y queridos colegas de la Sociedad Espírita de París,
Esta es la primera vez que llevamos a uno de nuestros compañeros a su última morada. Aquel de quien venimos a despedirnos, vosotros lo conocisteis, y supisteis apreciar sus eminentes cualidades. Al recordarlos aquí, sólo les diré lo que todos saben: un corazón eminentemente recto, indefectiblemente leal, su vida fue la de un hombre honesto en toda la extensión de la palabra; nadie, creo, protestará contra esta afirmación. Estas cualidades fueron realzadas aún más en él por una gran bondad y extrema benevolencia. ¿Qué necesidad, con eso, de haber realizado acciones brillantes y dejar un nombre para la posteridad? Ciertamente no tendría un mejor lugar en el mundo donde está ahora. Si, pues, no tenemos que poner coronas de laurel sobre su tumba, todos los que le conocieron yacían allí, en la sinceridad de sus almas, los más preciosos aún de estima y afecto.
El Sr. Sanson, como saben, señores, estaba dotado de una inteligencia fuera de lo común y de una gran precisión de juicio, que había desarrollado una educación tan variada como profunda. Con una sencillez patriarcal en su forma de vida, extrajo de los recursos de su propia mente los elementos de una incesante actividad intelectual que aplicó a investigaciones e invenciones, muy ingeniosas sin duda, pero que, lamentablemente, no dieron resultado alguno para él. Era uno de esos hombres que nunca se aburre, porque siempre está pensando en algo serio. Aunque privado, por su posición, de lo que constituye la dulzura de la vida, su buen humor nunca se vio afectado por ello; no creo estar exagerando nada al decir que él era el tipo del verdadero filósofo; no del filósofo cínico, sino del que siempre está contento con lo que tiene, sin preocuparse nunca por lo que no tiene.
Estos sentimientos fueron sin duda la base de su carácter, pero han sido, en los últimos años, singularmente fortalecidos por sus creencias espíritas; le ayudaron a soportar largos y crueles sufrimientos con una paciencia, una resignación verdaderamente cristiana; no hay uno de entre nosotros que, habiendo ido a verlo en su lecho de dolor, no haya sido edificado por su calma e inalterable serenidad. Durante mucho tiempo había previsto su fin, pero, lejos de asustarse por él, lo esperaba como la hora de la liberación. ¡Ay! es que la fe espírita da, en estos momentos supremos, una fuerza de la que sólo puede darse cuenta quien la posee, y esta fe, el Sr. Sanson la poseía hasta lo supremo.
¿Qué es entonces la fe espírita? algunos de los que me escuchan pueden preguntar. - La fe espírita consiste en la íntima convicción de que tenemos alma; que esta alma, o Espíritu, que es la misma cosa, sobrevive al cuerpo; que es feliz o infeliz, según lo bueno o lo malo que haya hecho durante su vida. Esto es sabido por todos, se dirá. Sí, excepto aquellos que creen que todo se acaba para nosotros cuando morimos, y son más de los que crees en este siglo. Así, según ellos, estos restos mortales que tenemos ante nuestros ojos, que, en unos días serán reducidos a polvo, sería todo lo que quedara de aquel que lamentamos; entonces, ¿vendríamos a rendir homenaje a qué? a un cadáver; porque de su inteligencia, de su pensamiento, de las cualidades que lo hicieron amado, nada quedaría, todo sería aniquilado, ¡y así sería con nosotros cuando muramos! ¿Esta idea de la nada que nos espera a todos no tiene algo de punzante, de gélido?
¿Quién hay que, ante esta tumba entreabierta, no sienta el escalofrío que le corre por las venas, al pensar que mañana, tal vez, le será igual, y que después de unas cuantas paladas de tierra en su cuerpo, todo se terminará para siempre, que ya no pensará, ya no sentirá, ya no amará? Pero además de los que niegan, existe el número aún mayor de los que dudan, porque no tienen certeza positiva, y para quienes la duda es una tortura.
Todos los que creéis firmemente que el Sr. Sanson tenía alma, ¿qué creéis que ha sido de esa alma? ¿Dónde está ella? ¿Qué hace ella? ¡Ay! dirás, ¡si pudiéramos saberlo! la duda nunca hubiera entrado en nuestros corazones; pues, mirad bien el fondo de vuestro pensamiento, y estaréis de acuerdo en que a más de uno de vosotros se le ocurrió decir en el fondo de vuestro corazón al hablar de la vida futura: ¡Ojalá no fuera! Y decías eso, porque no la entendías; porque te formaste una idea de ella que no se pudo combinar con tu razón.
¡Y bien! El Espiritismo viene para hacerlo comprender, para hacerlo tocar, por así decirlo, al dedo y al ojo, para hacerlo tan palpable, tan evidente, que no sea más posible negarlo que negar la luz.
¿Qué ha sido del alma de nuestro amigo? Ella está aquí, a nuestro lado, escuchándonos, penetrando en nuestros pensamientos, juzgando el sentimiento que cada uno de nosotros aporta a esta triste ceremonia. Esta alma no es lo que comúnmente se cree: una llama, una chispa, algo vago e indefinido. No lo veréis, según las ideas de la superstición, corriendo de noche sobre la tierra como un fuego fatuo; no, ella tiene una forma, un cuerpo como cuando estaba viva; sino un cuerpo fluídico, vaporoso, invisible a nuestros sentidos groseros, y que sin embargo puede, en ciertos casos, hacerse visible. En vida tuvo una segunda envoltura, pesada, material, destructible; cuando esta envoltura se gasta, cuando ya no puede funcionar, se cae, como la cáscara de una fruta madura, y el alma la deja como se deja un vestido viejo y gastado. Es esta envoltura del alma de Sr. Sanson, es esta vieja vestimenta que lo hizo sufrir, lo que está en el fondo de este pozo: es todo lo que hay de él; pero guardó la envoltura etérea, indestructible, radiante, la que no está sujeta ni a la enfermedad ni a la invalidez. Así es él entre nosotros; pero no creáis que está solo; hay miles de ellos aquí en el mismo caso que asisten a las despedidas que hacemos a los que se van, y que vienen a felicitar al recién llegado entre ellos por ser librado de las miserias terrenales. De modo que, si en ese momento pudiera levantarse el velo que los oculta de nuestra vista, veríamos toda una multitud circulando entre nosotros, dándonos codazos, y entre el número veríamos al Sr. Sanson, ya no impotente y tendido sobre su lecho de sufrimientos, pero alerta, ligero, moviéndose sin esfuerzo de un lugar a otro, con la rapidez del pensamiento, sin que ningún obstáculo lo detenga.
Estas almas o Espíritus constituyen el mundo invisible en medio del cual vivimos sin sospecharlo; para que los parientes y amigos que hemos perdido estén más cerca de nosotros después de su muerte que si estuvieran viviendo en un país extranjero.
Es la existencia de este mundo invisible de la que el Espiritismo demuestra la evidencia por las relaciones que es posible establecer con él, y porque allí encontramos las que hemos conocido; entonces ya no es una vaga esperanza: es una prueba patente; ahora bien, la prueba del mundo invisible es la prueba de la vida futura. Adquirida esta certeza, las ideas cambian por completo, pues la importancia de la vida terrena disminuye a medida que aumenta la de la vida venidera. Era fe en el mundo invisible lo que poseía SR. Sanson; lo vio, lo entendió tan bien que la muerte era para él sólo un umbral a cruzar para pasar de una vida de dolor y miseria a una vida bendecida.
La serenidad de sus últimos momentos era, pues, tanto el resultado de su absoluta confianza en la vida futura, que ya vislumbraba, como de una conciencia intachable que le decía que no tenía nada que temer. Esta fe la había extraído del Espiritismo; porque, hay que decirlo, antes de conocer esta consoladora ciencia, sin ser materialista, había sido escéptico; pero sus dudas cedieron ante la evidencia de los hechos que presenció, ya partir de entonces todo había cambiado para él. Situándose, en el pensamiento, fuera de la vida material, la vio sólo como un día infeliz entre un número infinito de días felices; y, lejos de quejarse de la amargura de la vida, bendijo sus sufrimientos como pruebas que acelerarían su avance.
Estimado Sr. Sanson, usted es testigo de la sinceridad de los pesares de todos aquellos que lo conocieron y cuyo afecto le sobrevive. En nombre de todos mis compañeros presentes y ausentes, en nombre de todos vuestros familiares y amigos, os despido, pero no un adiós eterno, que sería una blasfemia contra la Providencia y una negación de la vida futura. Nosotros, espíritas, menos que otros tenemos que pronunciar esta palabra.
Adiós entonces, querido Sr. Sanson; que disfrutes en el mundo en que te encuentras ahora de la felicidad que te mereces, y ven a tendernos tu mano cuando nos toque entrar en él.
Permítanme, caballeros, rezar una breve oración sobre esta tumba antes de que se cierre.
“Dios todopoderoso, que tu misericordia se extienda al alma del Sr. Sanson, a quien acabas de llamar a casa. ¡Que las pruebas que pasó en la tierra le sean contadas, y nuestras oraciones suavicen y acorten los dolores que todavía puede soportar como Espíritu!
“Espíritus buenos que habéis venido a recibirla, y vosotros en especial su ángel de la guardia, asistidla para ayudarla a despojarse de la materia; dale luz y conciencia de sí misma para sacarla de la dificultad que acompaña el paso de la vida corporal a la vida espiritual. Inspira en ella el arrepentimiento por las faltas que ha cometido y el deseo de que se le permita enmendarlas para acelerar su avance hacia la bendita vida eterna.
“Alma del Sr. Sanson, que acabas de entrar en el mundo de los Espíritus, estás presente aquí entre nosotros; tú nos ves y nos escuchas, porque entre tú y nosotros no hay nada menos que el cuerpo perecedero que acabas de dejar y que pronto será reducido a polvo.
“Este cuerpo, instrumento de tanto dolor, sigue ahí, junto a ti; lo ves como el prisionero ve las cadenas de las que acaba de ser librado. Has dejado la envoltura grosera sujeta a las vicisitudes ya la muerte, y te has quedado sólo con la envoltura etérea, imperecedera e inaccesible al sufrimiento. Si ya no vivís del cuerpo, vivís de la vida de los Espíritus, y esta vida está exenta de las miserias que afligen a la humanidad.
“Ya no tienes el velo que oculta a nuestros ojos los esplendores de la vida futura; ahora puedes contemplar nuevas maravillas, mientras todavía estamos envueltos en la oscuridad.
“Vas a viajar por el espacio y visitar los mundos en completa libertad, mientras nosotros nos arrastramos penosamente sobre la tierra, donde nuestro cuerpo material nos retiene, como una pesada carga para nosotros.
“El horizonte del infinito se desplegará ante ti, y ante tanta grandeza comprenderás la vanidad de nuestros deseos terrenales, de nuestras ambiciones mundanas y de los goces vanos en que se deleitan los hombres.
“La muerte es sólo una separación material entre los hombres por unos instantes. Desde el lugar del destierro donde aún nos detiene la voluntad de Dios, así como los deberes que tenemos que cumplir aquí abajo, te seguiremos en el pensamiento hasta el momento en que se nos permita unirnos a ti como tú te uniste a los que te precedió.
“Si no podemos venir a ti, puedes venir a nosotros. Venid, pues, entre los que os aman y a los que habéis amado; apóyalos en las pruebas de la vida; vela por los que te son queridos; protégelos según tu poder, y suaviza sus pesares con el pensamiento de que ahora eres más feliz, y la consoladora certeza de reencontrarte contigo un día en un mundo mejor.
“¡Que tú, por tu felicidad futura, seas desde ahora inaccesible a los resentimientos terrenales! Así que perdona a los que te hayan hecho mal, como ellos te perdonan a los que tú les hayas hecho mal.” Amén.
Uno de nuestros colegas, el Sr. Sanson, murió el 21 de abril de 1862, después de más de un año de cruel sufrimiento. Anticipándose a su muerte, el 27 de agosto de 1860, había enviado una carta a la Sociedad, de la que extraemos el siguiente pasaje.
“Estimado y honorable Presidente;
“En caso de sorpresa por la desagregación de mi alma y de mi cuerpo, tengo el honor de recordaros un pedido que ya os hice hace como un año; es evocar mi Espíritu tan pronto como sea posible y con la frecuencia que juzgues conveniente, para que, siendo un miembro bastante inútil de nuestra Sociedad durante mi presencia en la tierra, pueda servirle para algo más allá de la tumba, dándole los medios para estudiar fase por fase, en estas evocaciones, las diversas circunstancias que siguen a lo que el vulgo llama la muerte, pero que, para nosotros espíritas, no es más que una transformación, según las impenetrables vistas de Dios, pero siempre siendo útil para el propósito que propone.
"Además de esta autorización y petición de hacerme el honor de esta especie de autopsia espiritual, que mi escaso adelanto como Espíritu tal vez hará estéril, en cuyo caso vuestra sabiduría os llevará naturalmente a no ir más allá de un cierto número de pruebas, me atrevo a pedirle a usted personalmente, así como a todos mis colegas, que suplique amablemente al Todopoderoso que permita que los buenos Espíritus me ayuden con sus benévolos consejos, San Luis, nuestro presidente espiritual en particular, para que me guíe en la elección y sobre el tiempo de una reencarnación; porque, de ahora en adelante, esto me ocupa mucho; tiemblo de equivocarme acerca de mi fuerza espiritual y de pedir a Dios, demasiado pronto y con demasiada presunción, un estado corporal en el que no podría justificar la bondad divina, que, en lugar de servirme para hacerme progresar, prolongaría mi estadía en la tierra o en otra parte, en caso de que falle.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
“Sin embargo, teniendo plena confianza en la clemencia e indulgente equidad de nuestro Creador y de su divino Hijo, y esperando finalmente que con humilde resignación sufra las expiaciones de mis faltas, salvo lo que se dignare remitirme del Eterno, repito, mi gran preocupación es el temor punzante de equivocarme en la elección de una reencarnación, si no soy ayudado y guiado por Espíritus santos y benévolos que podrían encontrarme indigno de su intervención, si son solicitados por mí solo; pero cuya conmiseración puede despertarse, tan pronto como, por la caridad cristiana, sean invocados por todos vosotros en mi favor. Por lo tanto, me tomo la libertad de recomendarme a usted, querido Presidente, y a todos mis honorables colegas de la Sociedad Espírita de París. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . “
Para cumplir con el deseo de nuestro colega de ser recordado lo antes posible después de su muerte, nos dirigimos a la funeraria con algunos miembros de la Sociedad y, en presencia del cuerpo, se realizó la siguiente entrevista una hora antes del entierro. Teníamos en esto un doble objeto, el de cumplir una última voluntad, y el de observar una vez más la situación del alma en un momento tan próximo a la muerte, y que en un hombre eminentemente inteligente e ilustrado, y profundamente imbuido de verdades espíritas; queríamos constatar la influencia de estas creencias sobre el estado del Espíritu, para captar sus primeras impresiones. Nuestra expectativa, como veremos, no ha sido defraudada, y sin duda todos encontrarán, como nosotros, una gran lección en el retrato que pinta del momento mismo de la transición. Añadamos, sin embargo, que no todos los Espíritus serían capaces de describir este fenómeno con tanta lucidez como él lo hizo; el Sr. Sanson se vio morir y se vio renacer, circunstancia insólita, y que se debió a la elevación de su Espíritu.
1. Evocación. — Acudo a tu llamada para cumplir mi promesa.
2. Mi querido señor Sanson, es nuestro deber y placer evocarle lo antes posible después de su muerte, como usted deseaba. – R. Es una gracia especial de Dios que permite que mi Espíritu pueda comunicarse; te agradezco tu buena voluntad; pero, estoy débil y estoy temblando.
3. Estaba tan mal que creo que podemos preguntarle cómo está ahora. ¿Todavía sientes tu dolor? ¿Cómo te sientes comparando tu situación actual con la de hace dos días? – R. Mi posición es muy feliz, porque ya no siento ninguno de mis viejos dolores; soy regenerado y reparado de nuevo, como decís en casa. El paso de la vida terrenal a la vida de los Espíritus al principio me hizo todo incomprensible, porque a veces nos quedamos varios días sin recobrar la lucidez; pero, antes de morir, hice una oración a Dios para pedirle poder hablar a los que amo, y Dios me escuchó.
4. ¿Después de cuánto tiempo recuperaste la lucidez de tus ideas? – R. Después de ocho horas; Dios, os lo repito, me había dado una señal de su bondad; me había juzgado lo suficientemente digno, y no puedo agradecerle lo suficiente.
5. ¿Estás completamente seguro de que ya no eres de nuestro mundo, y cómo ves esto? – R. ¡Ay! ciertamente, no, ya no soy de vuestro mundo; pero estaré siempre cerca de vosotros para protegeros y sosteneros, a fin de predicaros la caridad y la abnegación que fueron las guías de mi vida; y luego, enseñaré la fe verdadera, la fe espírita, que debe suscitar la creencia del justo y del bien; soy fuerte, y muy fuerte, transformado, en una palabra; ya no reconocerías al anciano enfermizo que tuvo que olvidarlo todo, dejando todo placer, toda alegría lejos de él. Soy Espíritu: mi patria es el espacio, y mi futuro Dios, que brilla en la inmensidad. Me gustaría poder hablarles a mis hijos, porque les enseñaría lo que siempre han tenido la mala voluntad de no creer.
6. ¿Cómo te sientes al ver tu cuerpo aquí? – R. Mi cuerpo, pobre y minúsculo despojo, debe ir al polvo, y guardo el buen recuerdo de todos los que me estimaron. ¡Miro esta pobre carne deforme, morada de mi Espíritu, prueba de tantos años! Gracias, mi pobre cuerpo; has purificado mi Espíritu, y el sufrimiento diez veces santo me ha dado un merecido lugar, ya que inmediatamente encuentro la capacidad de hablar contigo.
7. ¿Guardaste tus ideas hasta el último momento? – R. Sí, mi Espíritu ha conservado sus facultades; ya no vi, pero tuve un presentimiento; mi vida entera se ha desplegado ante mi memoria, y mi último pensamiento, mi última oración fue poder hablarte, lo cual estoy haciendo; y entonces le pedí a Dios que te protegiera, para que el sueño de mi vida se cumpliera.
8. ¿Estuviste consciente de cuándo tu cuerpo respiró por última vez? ¿Qué te paso en ese momento? ¿Qué sensación experimentaste? – R. La vida se hace añicos, y la vista, o más bien la vista del Espíritu, se apaga; uno encuentra el vacío, lo desconocido, y, llevado por no sé qué prestigio, se encuentra en un mundo donde todo es alegría y grandeza. Ya no sentía, no me daba cuenta, y sin embargo me llenaba una felicidad inefable; ya no sentía el agarre del dolor.
9. ¿Sabes... de lo que pretendo leer sobre tu tumba?
Observación. Apenas pronunciadas las primeras palabras de la pregunta, el Espíritu respondió antes de dejarla terminar. Responde, además, y sin cuestionar, a una discusión surgida entre los asistentes sobre la conveniencia de leer esta comunicación en el cementerio, por las personas que podrían no compartir estas opiniones.
R. ¡Ay! amigo mío, lo sé, porque te vi ayer, y te veo hoy, y mi satisfacción es muy grande. ¡Gracias! ¡Gracias! Habla, para que la gente me entienda y te estime; nada temáis, porque respetamos la muerte; hablad, pues, para que los incrédulos tengan fe. Adiós; hablad; ¡ánimo, confianza y que mis hijos se conviertan a una venerada creencia!
Adiós.
Durante la ceremonia del cementerio, dictó las siguientes palabras:
No dejéis que la muerte os asuste, amigos míos; es una etapa para vosotros, si has sabido vivir bien; es una dicha, si habéis merecido dignamente y cumplido bien vuestras pruebas. Os repito: ¡Ánimo y buena voluntad! Fijad sólo un precio mediocre a los bienes de la tierra, y seréis recompensados; uno no puede disfrutar demasiado sin menoscabar el bienestar de los demás y sin hacerse un daño moralmente inmenso. ¡Que la tierra me sea liviana!
Nota. - Después de la ceremonia, habiéndose reunido algunos miembros de la Sociedad, espontáneamente tuvieron la siguiente comunicación, que estaban lejos de esperar.
“Me llamo Bernard y viví en el 96 en Passy; entonces era un pueblo. Yo era un pobre diablo; estaba enseñando, y solo Dios sabe los contratiempos que tuve que soportar. ¡Qué prolongado aburrimiento! ¡Años enteros de preocupaciones y sufrimientos! y maldije a Dios, al diablo, a los hombres en general ya las mujeres en particular; entre ellos, ninguno vino a decirme: ¡Ánimo, paciencia! Tuve que vivir solo, siempre solo, y la maldad me hizo mal. Desde entonces, deambulo por los lugares donde viví, donde morí.
“Te escuché hoy; sus oraciones me tocaron profundamente; has acompañado a un Espíritu bueno y digno, y todo lo que has dicho y hecho me ha conmovido. Estuve en gran compañía y rezamos juntos por todos ustedes, por el futuro de sus santas creencias. Ruega por nosotros que necesitamos ayuda. El Espíritu de Sanson que nos acompañó prometió que pensarías en nosotros; quiero ser reencarcelado, para que mi prueba sea útil y adecuada a mi futuro en el mundo de los Espíritus. Adiós, mis amigos; lo digo porque amas a los que sufren. Para ti: buenos pensamientos, feliz futuro.”
Estando este episodio ligado a la evocación del Sr. Sanson, creímos necesario mencionarlo, porque contiene un eminente tema de instrucción. Creemos cumplir un deber al encomendar este Espíritu a las oraciones de todos los verdaderos espíritas; sólo pueden fortalecerlo en sus buenas resoluciones.
La entrevista con el Sr. Sanson se reanudó en la reunión de la Sociedad, el viernes siguiente, 25 de abril, y debe continuar. Hemos aprovechado su buena voluntad y su esclarecimiento para obtener nuevas aclaraciones, lo más precisas posibles, sobre el mundo invisible, frente al mundo visible, y principalmente sobre el tránsito de uno a otro, que interesa a todos, ya que todos tienen que pasar por eso, sin excepción. Sr. Sanson se prestó a ello con su habitual benevolencia; era, además, como hemos visto, su deseo antes de morir. Sus respuestas forman un conjunto muy instructivo y son tanto más interesantes cuanto que provienen de un testigo presencial que sale a analizar él mismo sus propios sentimientos, y que se expresa al mismo tiempo con elegancia, profundidad y claridad. Publicaremos esta continuidad en el próximo número.
Un dato importante que debemos señalar es que el médium que hizo de intermediario el día del entierro y los días siguientes, Sr. Leymarie, nunca había visto al Sr. Sanson y no conocía su carácter, ni su cargo, ni sus hábitos; no sabía si tenía hijos, y menos si estos niños compartían o no sus ideas sobre el Espiritismo. Es por lo tanto muy espontáneamente que habla de ello, y que el carácter del Sr. Sanson se revela bajo su lápiz, sin que su imaginación haya podido influir en algo de ninguna manera.
Un hecho no menos curioso y que prueba que las comunicaciones no son el reflejo del pensamiento, es el de Bernardo, en el que ninguno de los asistentes pudo pensar, pues apenas el médium hubo tomado el lápiz, se pensó que probablemente éste sería uno de sus Espíritus habituales, Baluze o Sonnet; cabría preguntarse, en este caso, de qué pensamiento podría haber sido reflejo esta comunicación.
Discurso del Sr. Allan Kardec en la tumba del Sr. Sanson.
Señores y queridos colegas de la Sociedad Espírita de París,
Esta es la primera vez que llevamos a uno de nuestros compañeros a su última morada. Aquel de quien venimos a despedirnos, vosotros lo conocisteis, y supisteis apreciar sus eminentes cualidades. Al recordarlos aquí, sólo les diré lo que todos saben: un corazón eminentemente recto, indefectiblemente leal, su vida fue la de un hombre honesto en toda la extensión de la palabra; nadie, creo, protestará contra esta afirmación. Estas cualidades fueron realzadas aún más en él por una gran bondad y extrema benevolencia. ¿Qué necesidad, con eso, de haber realizado acciones brillantes y dejar un nombre para la posteridad? Ciertamente no tendría un mejor lugar en el mundo donde está ahora. Si, pues, no tenemos que poner coronas de laurel sobre su tumba, todos los que le conocieron yacían allí, en la sinceridad de sus almas, los más preciosos aún de estima y afecto.
El Sr. Sanson, como saben, señores, estaba dotado de una inteligencia fuera de lo común y de una gran precisión de juicio, que había desarrollado una educación tan variada como profunda. Con una sencillez patriarcal en su forma de vida, extrajo de los recursos de su propia mente los elementos de una incesante actividad intelectual que aplicó a investigaciones e invenciones, muy ingeniosas sin duda, pero que, lamentablemente, no dieron resultado alguno para él. Era uno de esos hombres que nunca se aburre, porque siempre está pensando en algo serio. Aunque privado, por su posición, de lo que constituye la dulzura de la vida, su buen humor nunca se vio afectado por ello; no creo estar exagerando nada al decir que él era el tipo del verdadero filósofo; no del filósofo cínico, sino del que siempre está contento con lo que tiene, sin preocuparse nunca por lo que no tiene.
Estos sentimientos fueron sin duda la base de su carácter, pero han sido, en los últimos años, singularmente fortalecidos por sus creencias espíritas; le ayudaron a soportar largos y crueles sufrimientos con una paciencia, una resignación verdaderamente cristiana; no hay uno de entre nosotros que, habiendo ido a verlo en su lecho de dolor, no haya sido edificado por su calma e inalterable serenidad. Durante mucho tiempo había previsto su fin, pero, lejos de asustarse por él, lo esperaba como la hora de la liberación. ¡Ay! es que la fe espírita da, en estos momentos supremos, una fuerza de la que sólo puede darse cuenta quien la posee, y esta fe, el Sr. Sanson la poseía hasta lo supremo.
¿Qué es entonces la fe espírita? algunos de los que me escuchan pueden preguntar. - La fe espírita consiste en la íntima convicción de que tenemos alma; que esta alma, o Espíritu, que es la misma cosa, sobrevive al cuerpo; que es feliz o infeliz, según lo bueno o lo malo que haya hecho durante su vida. Esto es sabido por todos, se dirá. Sí, excepto aquellos que creen que todo se acaba para nosotros cuando morimos, y son más de los que crees en este siglo. Así, según ellos, estos restos mortales que tenemos ante nuestros ojos, que, en unos días serán reducidos a polvo, sería todo lo que quedara de aquel que lamentamos; entonces, ¿vendríamos a rendir homenaje a qué? a un cadáver; porque de su inteligencia, de su pensamiento, de las cualidades que lo hicieron amado, nada quedaría, todo sería aniquilado, ¡y así sería con nosotros cuando muramos! ¿Esta idea de la nada que nos espera a todos no tiene algo de punzante, de gélido?
¿Quién hay que, ante esta tumba entreabierta, no sienta el escalofrío que le corre por las venas, al pensar que mañana, tal vez, le será igual, y que después de unas cuantas paladas de tierra en su cuerpo, todo se terminará para siempre, que ya no pensará, ya no sentirá, ya no amará? Pero además de los que niegan, existe el número aún mayor de los que dudan, porque no tienen certeza positiva, y para quienes la duda es una tortura.
Todos los que creéis firmemente que el Sr. Sanson tenía alma, ¿qué creéis que ha sido de esa alma? ¿Dónde está ella? ¿Qué hace ella? ¡Ay! dirás, ¡si pudiéramos saberlo! la duda nunca hubiera entrado en nuestros corazones; pues, mirad bien el fondo de vuestro pensamiento, y estaréis de acuerdo en que a más de uno de vosotros se le ocurrió decir en el fondo de vuestro corazón al hablar de la vida futura: ¡Ojalá no fuera! Y decías eso, porque no la entendías; porque te formaste una idea de ella que no se pudo combinar con tu razón.
¡Y bien! El Espiritismo viene para hacerlo comprender, para hacerlo tocar, por así decirlo, al dedo y al ojo, para hacerlo tan palpable, tan evidente, que no sea más posible negarlo que negar la luz.
¿Qué ha sido del alma de nuestro amigo? Ella está aquí, a nuestro lado, escuchándonos, penetrando en nuestros pensamientos, juzgando el sentimiento que cada uno de nosotros aporta a esta triste ceremonia. Esta alma no es lo que comúnmente se cree: una llama, una chispa, algo vago e indefinido. No lo veréis, según las ideas de la superstición, corriendo de noche sobre la tierra como un fuego fatuo; no, ella tiene una forma, un cuerpo como cuando estaba viva; sino un cuerpo fluídico, vaporoso, invisible a nuestros sentidos groseros, y que sin embargo puede, en ciertos casos, hacerse visible. En vida tuvo una segunda envoltura, pesada, material, destructible; cuando esta envoltura se gasta, cuando ya no puede funcionar, se cae, como la cáscara de una fruta madura, y el alma la deja como se deja un vestido viejo y gastado. Es esta envoltura del alma de Sr. Sanson, es esta vieja vestimenta que lo hizo sufrir, lo que está en el fondo de este pozo: es todo lo que hay de él; pero guardó la envoltura etérea, indestructible, radiante, la que no está sujeta ni a la enfermedad ni a la invalidez. Así es él entre nosotros; pero no creáis que está solo; hay miles de ellos aquí en el mismo caso que asisten a las despedidas que hacemos a los que se van, y que vienen a felicitar al recién llegado entre ellos por ser librado de las miserias terrenales. De modo que, si en ese momento pudiera levantarse el velo que los oculta de nuestra vista, veríamos toda una multitud circulando entre nosotros, dándonos codazos, y entre el número veríamos al Sr. Sanson, ya no impotente y tendido sobre su lecho de sufrimientos, pero alerta, ligero, moviéndose sin esfuerzo de un lugar a otro, con la rapidez del pensamiento, sin que ningún obstáculo lo detenga.
Estas almas o Espíritus constituyen el mundo invisible en medio del cual vivimos sin sospecharlo; para que los parientes y amigos que hemos perdido estén más cerca de nosotros después de su muerte que si estuvieran viviendo en un país extranjero.
Es la existencia de este mundo invisible de la que el Espiritismo demuestra la evidencia por las relaciones que es posible establecer con él, y porque allí encontramos las que hemos conocido; entonces ya no es una vaga esperanza: es una prueba patente; ahora bien, la prueba del mundo invisible es la prueba de la vida futura. Adquirida esta certeza, las ideas cambian por completo, pues la importancia de la vida terrena disminuye a medida que aumenta la de la vida venidera. Era fe en el mundo invisible lo que poseía SR. Sanson; lo vio, lo entendió tan bien que la muerte era para él sólo un umbral a cruzar para pasar de una vida de dolor y miseria a una vida bendecida.
La serenidad de sus últimos momentos era, pues, tanto el resultado de su absoluta confianza en la vida futura, que ya vislumbraba, como de una conciencia intachable que le decía que no tenía nada que temer. Esta fe la había extraído del Espiritismo; porque, hay que decirlo, antes de conocer esta consoladora ciencia, sin ser materialista, había sido escéptico; pero sus dudas cedieron ante la evidencia de los hechos que presenció, ya partir de entonces todo había cambiado para él. Situándose, en el pensamiento, fuera de la vida material, la vio sólo como un día infeliz entre un número infinito de días felices; y, lejos de quejarse de la amargura de la vida, bendijo sus sufrimientos como pruebas que acelerarían su avance.
Estimado Sr. Sanson, usted es testigo de la sinceridad de los pesares de todos aquellos que lo conocieron y cuyo afecto le sobrevive. En nombre de todos mis compañeros presentes y ausentes, en nombre de todos vuestros familiares y amigos, os despido, pero no un adiós eterno, que sería una blasfemia contra la Providencia y una negación de la vida futura. Nosotros, espíritas, menos que otros tenemos que pronunciar esta palabra.
Adiós entonces, querido Sr. Sanson; que disfrutes en el mundo en que te encuentras ahora de la felicidad que te mereces, y ven a tendernos tu mano cuando nos toque entrar en él.
Permítanme, caballeros, rezar una breve oración sobre esta tumba antes de que se cierre.
“Dios todopoderoso, que tu misericordia se extienda al alma del Sr. Sanson, a quien acabas de llamar a casa. ¡Que las pruebas que pasó en la tierra le sean contadas, y nuestras oraciones suavicen y acorten los dolores que todavía puede soportar como Espíritu!
“Espíritus buenos que habéis venido a recibirla, y vosotros en especial su ángel de la guardia, asistidla para ayudarla a despojarse de la materia; dale luz y conciencia de sí misma para sacarla de la dificultad que acompaña el paso de la vida corporal a la vida espiritual. Inspira en ella el arrepentimiento por las faltas que ha cometido y el deseo de que se le permita enmendarlas para acelerar su avance hacia la bendita vida eterna.
“Alma del Sr. Sanson, que acabas de entrar en el mundo de los Espíritus, estás presente aquí entre nosotros; tú nos ves y nos escuchas, porque entre tú y nosotros no hay nada menos que el cuerpo perecedero que acabas de dejar y que pronto será reducido a polvo.
“Este cuerpo, instrumento de tanto dolor, sigue ahí, junto a ti; lo ves como el prisionero ve las cadenas de las que acaba de ser librado. Has dejado la envoltura grosera sujeta a las vicisitudes ya la muerte, y te has quedado sólo con la envoltura etérea, imperecedera e inaccesible al sufrimiento. Si ya no vivís del cuerpo, vivís de la vida de los Espíritus, y esta vida está exenta de las miserias que afligen a la humanidad.
“Ya no tienes el velo que oculta a nuestros ojos los esplendores de la vida futura; ahora puedes contemplar nuevas maravillas, mientras todavía estamos envueltos en la oscuridad.
“Vas a viajar por el espacio y visitar los mundos en completa libertad, mientras nosotros nos arrastramos penosamente sobre la tierra, donde nuestro cuerpo material nos retiene, como una pesada carga para nosotros.
“El horizonte del infinito se desplegará ante ti, y ante tanta grandeza comprenderás la vanidad de nuestros deseos terrenales, de nuestras ambiciones mundanas y de los goces vanos en que se deleitan los hombres.
“La muerte es sólo una separación material entre los hombres por unos instantes. Desde el lugar del destierro donde aún nos detiene la voluntad de Dios, así como los deberes que tenemos que cumplir aquí abajo, te seguiremos en el pensamiento hasta el momento en que se nos permita unirnos a ti como tú te uniste a los que te precedió.
“Si no podemos venir a ti, puedes venir a nosotros. Venid, pues, entre los que os aman y a los que habéis amado; apóyalos en las pruebas de la vida; vela por los que te son queridos; protégelos según tu poder, y suaviza sus pesares con el pensamiento de que ahora eres más feliz, y la consoladora certeza de reencontrarte contigo un día en un mundo mejor.
“¡Que tú, por tu felicidad futura, seas desde ahora inaccesible a los resentimientos terrenales! Así que perdona a los que te hayan hecho mal, como ellos te perdonan a los que tú les hayas hecho mal.” Amén.
Charlas familiares de ultratumba
Capitán Nivrac
(Fallecido el 11 de febrero de 1862 - mencionado a petición de su amigo, el Capitán Blou, miembro de la Sociedad. - Médium, Sr. Leymarie.)
Sr. Nivrac era un hombre de sólidos estudios y de notable inteligencia. El Sr. Blou le había hablado en vano del Espiritismo y le había ofrecido todas las obras que trataban del tema; consideraba todas estas cosas como utopías, y a los que creían en ellas como soñadores. El 1 de febrero paseaba con uno de sus compañeros, bromeando sobre este tema, como de costumbre, cuando, al pasar frente a la tienda de un librero, vieron en exhibición el folleto: El Espiritismo en su más simple expresión. Una buena inspiración, dijo Sr. Blou, le hizo comprarlo, lo que probablemente no habría hecho si yo hubiera estado allí. Desde ese día, el Capitán Nivrac ha leído el Libro de los Espíritus, el Libro de los Médiums y algunos números de la Revista; su mente y su corazón estaban afligidos; lejos de burlarse, vino a interrogarme, y se hizo, entre los oficiales, un celoso propagador del Espiritismo, a tal punto que, durante ocho días, la nueva doctrina fue tema de toda conversación. Tenía muchas ganas de asistir a una sesión, cuando la muerte lo sorprendió sin causa aparente de enfermedad. El martes 11 de febrero, estando en el baño, expiró a las cuatro en brazos del médico. ¿No está allí, añade Sr. Blou, el dedo de Dios, que permitió a mi amigo abrir los ojos a la luz antes de morir?
1. Evocación. – R. Entiendo por qué quieres hablar conmigo. Estoy feliz por esta evocación y vengo a ti con alegría, porque un amigo pregunta por mí y nada podría agradarme más.
Observación. El Espíritu se anticipa a la pregunta que se le iba a hacer, que era esta: Aunque no tenemos la ventaja de conocerte, te hemos pedido que vengas en nombre de tu amigo, el Capitán Blou, nuestro colega, y estaremos encantados de hablar con usted si no le importa.
2. Eres feliz… (El Espíritu no permite que se complete la pregunta, que termina así: ¿por haber conocido el Espiritismo antes de morir?) - R. Soy feliz, porque creí antes de morir. Recuerdo las discusiones que tuve contigo, amigo mío, porque rechazaba todas las doctrinas nuevas. A decir verdad, me estremecí: le dije a mi esposa, a mi familia, que era una locura escuchar esas tonterías, y pensé que estabas loco, eso pensé; pero afortunadamente he podido creer y esperar, y mi posición es más feliz, porque Dios me promete un ansiado avance.
3. ¿Cómo un pequeño folleto de unas pocas páginas tuvo más influencia sobre ti que las palabras de tu amigo, en quien deberías haber confiado? – R. Me estremecí, porque la idea de una vida mejor está en el fondo de todas las encarnaciones. Yo creía instintivamente, pero las ideas del soldado habían alterado mis pensamientos; eso es todo. Cuando leí el folleto, me sentí conmovido; encontré esta afirmación de una doctrina tan clara, tan precisa, que Dios se me apareció en su bondad; el futuro me parecía menos sombrío. Creí, porque tenía que creer y que el panfleto era conforme a mi corazón.
4. ¿De qué moriste? – R. Morí de un shock cerebral. Se han dado varias razones; fue un derrame en el cerebro. El tiempo estaba marcado y tenía que irme.
5. ¿Podría describir sus sentimientos en el momento de su muerte y después de su despertar? – R. El paso de la vida a la muerte es una sensación dolorosa pero rápida; se tiene un presentimiento de todo lo que puede suceder; toda la vida se presenta espontáneamente como un espejismo, y uno quisiera recuperar todo su pasado para purificar los días malos, y este pensamiento te sigue en el tránsito espontáneo de la vida a la muerte, que es sólo otra vida. Estamos como aturdidos por la nueva luz, y me quedé en una confusión de ideas bastante singular. Yo no era un Espíritu perfecto; sin embargo, pude darme cuenta, y doy gracias a Dios por haberme iluminado antes de morir.
Observación. Esta imagen del paso de la vida a la muerte tiene una sorprendente analogía con la dada por Sr. Sanson. Observemos que no era el mismo médium.
6. ¿Sería diferente su situación actual si no hubiera conocido y aceptado las ideas espíritas? – R. Sin duda; pero yo era de naturaleza buena y franca, y, aunque no muy adelantado, no es menos cierto que Dios premia toda buena decisión, aun cuando sea la última.
7. Es inútil preguntarte si... (El Espíritu no permite que se complete la pregunta, que está así formulada: vas a ver a tu mujer y a tu hija, pero no puedes hacerte oír; ¿quieres que te transmitamos algo para ellos? ¿Algo de ti?) – R. Sin duda, siempre cerca de ella; la animo a tener paciencia y le digo: Ánimo, amiga, seca tus lágrimas y sonríe a Dios que te fortaleceré. Pensad que mi existencia es un avance, una purificación, y que necesito vuestras oraciones para ayudarme. Deseo con todas mis fuerzas una nueva encarnación, y, aunque la separación terrenal es cruel, acordaos, vosotros que amo, que estáis solos y que necesitáis de toda vuestra salud, de toda vuestra resignación para sustentaros; pero yo estaré cerca de vosotros para animaros, bendeciros y amaros.
8. Estamos seguros de que sus compañeros de regimiento estarían muy contentos de recibir unas palabras suyas. A esta cuestión agrego otra que, quizás, encuentre un lugar en su discurso. Hasta ahora el Espiritismo se ha difundido en el ejército sólo entre los oficiales. ¿Crees que sería útil que fuera también entre los soldados y cuál sería el resultado? – R. La cabeza debe ponerse seria para que el cuerpo la siga, y entiendo que los oficiales fueron los primeros en aceptar estas soluciones filosóficas y sensatas dadas por el Libro de los Espíritus. A través de estas lecturas, el oficial comprende mejor su deber; se vuelve más serio, menos propenso a burlarse de la tranquilidad de las familias; se acostumbra al orden en su interior, y comer y beber ya no son los motivos primarios de la vida. A través de ellos, los suboficiales aprenderán y se le propagarán; sabrán poder si lo quieren. Yo les digo: ¡adelante! y ¡siempre adelante! Es un nuevo campo de batalla de la humanidad; sólo sin heridas, sin metralla, sino por todas partes armonía, amor y deber. Y el soldado será un hombre que se ha vuelto liberal, para usar la expresión correcta; tendrá el coraje y la buena voluntad que hacen del trabajador un buen ciudadano, un hombre según Dios.
Así que sigue la nueva dirección; sed apóstoles según Dios, y dirigíos al infatigable propagador de la doctrina, al autor del librito que me ha iluminado.
Observación. En cuanto a la influencia del Espiritismo en el soldado, en otra ocasión se dictó el siguiente comunicado:
El soldado que se haya hecho espírita será más fácil de gobernar, más sumiso, más disciplinado, porque la sumisión será para él un deber sancionado por la razón, cuando la mayoría de las veces es sólo el resultado de la coacción; ya no se embrutecerán en los excesos que con demasiada frecuencia engendran sediciones y los llevan a despreciar la autoridad. Lo mismo ocurre con todos los subordinados, cualquiera que sea la clase a la que pertenezcan: obreros, empleados y otros; realizarán su tarea más concienzudamente cuando se den cuenta de la causa que los colocó en esta posición en la tierra, y la recompensa que espera a los humildes en la próxima vida. Desgraciadamente muy pocos creen en la otra vida, y esto es lo que les hace darlo todo por la vida presente. Si la incredulidad es una plaga social, lo es especialmente en los estratos más bajos de la sociedad, donde no existe el contrapeso de la educación y el miedo a la opinión. Cuando los que están llamados a ejercer la autoridad, en cualquiera de sus funciones, comprendan lo que ganarían con tener subordinados imbuidos de ideas espíritas, se esforzarán por empujarlos en esa dirección. ¡Pero ten paciencia! vendrá.
Lespinasse.
(Fallecido el 11 de febrero de 1862 - mencionado a petición de su amigo, el Capitán Blou, miembro de la Sociedad. - Médium, Sr. Leymarie.)
Sr. Nivrac era un hombre de sólidos estudios y de notable inteligencia. El Sr. Blou le había hablado en vano del Espiritismo y le había ofrecido todas las obras que trataban del tema; consideraba todas estas cosas como utopías, y a los que creían en ellas como soñadores. El 1 de febrero paseaba con uno de sus compañeros, bromeando sobre este tema, como de costumbre, cuando, al pasar frente a la tienda de un librero, vieron en exhibición el folleto: El Espiritismo en su más simple expresión. Una buena inspiración, dijo Sr. Blou, le hizo comprarlo, lo que probablemente no habría hecho si yo hubiera estado allí. Desde ese día, el Capitán Nivrac ha leído el Libro de los Espíritus, el Libro de los Médiums y algunos números de la Revista; su mente y su corazón estaban afligidos; lejos de burlarse, vino a interrogarme, y se hizo, entre los oficiales, un celoso propagador del Espiritismo, a tal punto que, durante ocho días, la nueva doctrina fue tema de toda conversación. Tenía muchas ganas de asistir a una sesión, cuando la muerte lo sorprendió sin causa aparente de enfermedad. El martes 11 de febrero, estando en el baño, expiró a las cuatro en brazos del médico. ¿No está allí, añade Sr. Blou, el dedo de Dios, que permitió a mi amigo abrir los ojos a la luz antes de morir?
1. Evocación. – R. Entiendo por qué quieres hablar conmigo. Estoy feliz por esta evocación y vengo a ti con alegría, porque un amigo pregunta por mí y nada podría agradarme más.
Observación. El Espíritu se anticipa a la pregunta que se le iba a hacer, que era esta: Aunque no tenemos la ventaja de conocerte, te hemos pedido que vengas en nombre de tu amigo, el Capitán Blou, nuestro colega, y estaremos encantados de hablar con usted si no le importa.
2. Eres feliz… (El Espíritu no permite que se complete la pregunta, que termina así: ¿por haber conocido el Espiritismo antes de morir?) - R. Soy feliz, porque creí antes de morir. Recuerdo las discusiones que tuve contigo, amigo mío, porque rechazaba todas las doctrinas nuevas. A decir verdad, me estremecí: le dije a mi esposa, a mi familia, que era una locura escuchar esas tonterías, y pensé que estabas loco, eso pensé; pero afortunadamente he podido creer y esperar, y mi posición es más feliz, porque Dios me promete un ansiado avance.
3. ¿Cómo un pequeño folleto de unas pocas páginas tuvo más influencia sobre ti que las palabras de tu amigo, en quien deberías haber confiado? – R. Me estremecí, porque la idea de una vida mejor está en el fondo de todas las encarnaciones. Yo creía instintivamente, pero las ideas del soldado habían alterado mis pensamientos; eso es todo. Cuando leí el folleto, me sentí conmovido; encontré esta afirmación de una doctrina tan clara, tan precisa, que Dios se me apareció en su bondad; el futuro me parecía menos sombrío. Creí, porque tenía que creer y que el panfleto era conforme a mi corazón.
4. ¿De qué moriste? – R. Morí de un shock cerebral. Se han dado varias razones; fue un derrame en el cerebro. El tiempo estaba marcado y tenía que irme.
5. ¿Podría describir sus sentimientos en el momento de su muerte y después de su despertar? – R. El paso de la vida a la muerte es una sensación dolorosa pero rápida; se tiene un presentimiento de todo lo que puede suceder; toda la vida se presenta espontáneamente como un espejismo, y uno quisiera recuperar todo su pasado para purificar los días malos, y este pensamiento te sigue en el tránsito espontáneo de la vida a la muerte, que es sólo otra vida. Estamos como aturdidos por la nueva luz, y me quedé en una confusión de ideas bastante singular. Yo no era un Espíritu perfecto; sin embargo, pude darme cuenta, y doy gracias a Dios por haberme iluminado antes de morir.
Observación. Esta imagen del paso de la vida a la muerte tiene una sorprendente analogía con la dada por Sr. Sanson. Observemos que no era el mismo médium.
6. ¿Sería diferente su situación actual si no hubiera conocido y aceptado las ideas espíritas? – R. Sin duda; pero yo era de naturaleza buena y franca, y, aunque no muy adelantado, no es menos cierto que Dios premia toda buena decisión, aun cuando sea la última.
7. Es inútil preguntarte si... (El Espíritu no permite que se complete la pregunta, que está así formulada: vas a ver a tu mujer y a tu hija, pero no puedes hacerte oír; ¿quieres que te transmitamos algo para ellos? ¿Algo de ti?) – R. Sin duda, siempre cerca de ella; la animo a tener paciencia y le digo: Ánimo, amiga, seca tus lágrimas y sonríe a Dios que te fortaleceré. Pensad que mi existencia es un avance, una purificación, y que necesito vuestras oraciones para ayudarme. Deseo con todas mis fuerzas una nueva encarnación, y, aunque la separación terrenal es cruel, acordaos, vosotros que amo, que estáis solos y que necesitáis de toda vuestra salud, de toda vuestra resignación para sustentaros; pero yo estaré cerca de vosotros para animaros, bendeciros y amaros.
8. Estamos seguros de que sus compañeros de regimiento estarían muy contentos de recibir unas palabras suyas. A esta cuestión agrego otra que, quizás, encuentre un lugar en su discurso. Hasta ahora el Espiritismo se ha difundido en el ejército sólo entre los oficiales. ¿Crees que sería útil que fuera también entre los soldados y cuál sería el resultado? – R. La cabeza debe ponerse seria para que el cuerpo la siga, y entiendo que los oficiales fueron los primeros en aceptar estas soluciones filosóficas y sensatas dadas por el Libro de los Espíritus. A través de estas lecturas, el oficial comprende mejor su deber; se vuelve más serio, menos propenso a burlarse de la tranquilidad de las familias; se acostumbra al orden en su interior, y comer y beber ya no son los motivos primarios de la vida. A través de ellos, los suboficiales aprenderán y se le propagarán; sabrán poder si lo quieren. Yo les digo: ¡adelante! y ¡siempre adelante! Es un nuevo campo de batalla de la humanidad; sólo sin heridas, sin metralla, sino por todas partes armonía, amor y deber. Y el soldado será un hombre que se ha vuelto liberal, para usar la expresión correcta; tendrá el coraje y la buena voluntad que hacen del trabajador un buen ciudadano, un hombre según Dios.
Así que sigue la nueva dirección; sed apóstoles según Dios, y dirigíos al infatigable propagador de la doctrina, al autor del librito que me ha iluminado.
Observación. En cuanto a la influencia del Espiritismo en el soldado, en otra ocasión se dictó el siguiente comunicado:
El soldado que se haya hecho espírita será más fácil de gobernar, más sumiso, más disciplinado, porque la sumisión será para él un deber sancionado por la razón, cuando la mayoría de las veces es sólo el resultado de la coacción; ya no se embrutecerán en los excesos que con demasiada frecuencia engendran sediciones y los llevan a despreciar la autoridad. Lo mismo ocurre con todos los subordinados, cualquiera que sea la clase a la que pertenezcan: obreros, empleados y otros; realizarán su tarea más concienzudamente cuando se den cuenta de la causa que los colocó en esta posición en la tierra, y la recompensa que espera a los humildes en la próxima vida. Desgraciadamente muy pocos creen en la otra vida, y esto es lo que les hace darlo todo por la vida presente. Si la incredulidad es una plaga social, lo es especialmente en los estratos más bajos de la sociedad, donde no existe el contrapeso de la educación y el miedo a la opinión. Cuando los que están llamados a ejercer la autoridad, en cualquiera de sus funciones, comprendan lo que ganarían con tener subordinados imbuidos de ideas espíritas, se esforzarán por empujarlos en esa dirección. ¡Pero ten paciencia! vendrá.
Una pasión de ultratumba
Maximilien V…, un niño de doce años que se suicidó por amor.
Leemos en el Siècle del 13 de enero de 1862:
“Maximilian V…, un joven de doce años vivía con sus padres, rue des Cordiers, y trabajaba como aprendiz de tapicero. Este niño solía leer novelas en serie. Todos los momentos que pudo robarle al trabajo los dedicó a esta lectura, que excitó su imaginación y lo inspiró con ideas más allá de su edad. Fue así como llegó a imaginar que sentía pasión por una persona a la que a veces tenía ocasión de ver, y que estaba lejos de sospechar que ella había dado lugar a tal sentimiento. Desesperado por ver los sueños que sus lecturas le hacían realizar, resolvió suicidarse. Ayer, el cuidador de la casa donde trabajaba lo encontró sin vida en un estudio del tercer piso, donde trabajaba solo. Se había colgado de una cuerda que había atado con un fuerte clavo a una viga.”
Las circunstancias de esta muerte, a una edad tan temprana, hacían pensar que la evocación de este niño podía proporcionar un útil tema de instrucción. Fue realizado durante la reunión de la Sociedad el 24 de enero (médium M. E. Vézy).
Hay en este hecho un problema moral difícil, si no imposible, de resolver con los argumentos de la filosofía ordinaria, y menos aún de la filosofía materialista. Creemos haberlo explicado todo diciendo que era un niño precoz. Pero esto no explica nada; es absolutamente como si uno dijera que es de día, porque el sol está alto. ¿De dónde viene la precocidad? ¿Por qué algunos niños adelantan la edad normal para el desarrollo de las pasiones y la inteligencia? Esta es una de esas dificultades con las que tropiezan todas las filosofías, porque sus soluciones siempre dejan una pregunta sin resolver y siempre se puede preguntar el “por qué del porque”. Admítete la preexistencia del alma y el desarrollo previo, y todo se explica de la manera más natural. Con este principio regresas a la causa y la fuente de todo.
1. (Al Espíritu guía del médium.) ¿Nos diría si podemos evocar el Espíritu del niño que acabamos de mencionar? – R. Sí; lo llevaré, porque está en sufrimiento. Que su aparición entre vosotros sirva de ejemplo y sea de lección.
2. (A Maximilien.) ¿Te das cuenta de tu situación? – R. Todavía no sé definir dónde estoy; tengo como un velo oscuro delante de mí; hablo y no sé cómo me oye la gente y cómo hablo. Sin embargo, lo que todavía estaba oscuro en este momento, lo veo; sufrí, y por un segundo me siento aliviado.
3. ¿Recuerda bien las circunstancias de su muerte? – R. Me parecen muy vagos. Sé que me suicidé sin causa. Sin embargo, poeta en otra encarnación, tuve una intuición de mi vida pasada; creé sueños, quimeras; finalmente me encantó.
4. ¿Cómo pudiste haber sido llevado a este extremo? – R. Acabo de contestar.
5. Es extraño que un niño de doce años sea empujado al suicidio, especialmente por una razón como la que te incitó. – R. ¡Eres raro! ¿No te dije que, como poeta en otra encarnación, mis facultades quedaron más amplias y desarrolladas que en otra? ¡Oh! Todavía en la noche donde estoy a esta hora, veo pasar en la tierra a esta sílfide de mis sueños, y este es el dolor que Dios me inflige al verla aún hermosa y ligera, pasar frente a mí, ebria de locura y de amor, quiero empezar… pero ¡ay! Estoy como remachado a un anillo de hierro... Llamo... pero es en vano; ni siquiera gira la cabeza... ¡Ay! mientras yo sufro!
6. ¿Puedes darte cuenta de la sensación al reconocerte en el mundo de los Espíritus? – R. ¡Ay! Sí; ahora que estoy en contacto contigo. Mi cuerpo quedó allí, inerte y frío, y yo revoloteé a su alrededor; estaba llorando lágrimas calientes. Te asombras de las lágrimas de un alma. ¡Ay! ¡Qué calientes y ardientes son! ¡Sí, lloraba, acababa de reconocer la enormidad de mi culpa y la grandeza de Dios!... Y, sin embargo, estaba inseguro de mi muerte; creí que se me iban a abrir los ojos… ¡Elvire! ¡Pregunté!... Me pareció volver a verla... ¡Ah! es porque la he amado por mucho tiempo; siempre la amaré... ¡Qué me importa si tengo que sufrir la eternidad, si puedo poseerla un día en otra encarnación!
7. ¿Cómo te sientes estar aquí? – R. Me hace bien y mal a la vez. Bien, porque sé que todos os compadecéis de mi sufrimiento; duro, porque, a pesar de todas las ganas que tengo de agradaros aceptando vuestras oraciones, no puedo hacerlo, porque entonces tendría que andar por un camino distinto al de mis sueños.
8. ¿Qué podemos hacer para ayudarte? - R. Orar; porque la oración es el rocío divino que nos refresca el corazón a las pobres almas en el dolor y el sufrimiento. Rezar; y sin embargo me parece como si arrancaras mi amor de mi corazón para reemplazarlo con el amor divino; ¡pues!... No sé... ¡Creo!... Aquí; en este momento estoy llorando... ¡bien!... ¡bien!... ¡ruega por mí!
9. (Al guía del médium.) ¿Cuál es el grado de castigo de este Espíritu por haberse suicidado? ¿Es su acción, por su edad, tan culpable como la de otros suicidas? – R. El castigo será terrible, porque él fue más culpable que otro; ya poseía grandes facultades: el poder de amar a Dios poderosamente y de hacer el bien. Si los suicidas sufren largos castigos, Dios castiga aún más a los que se suicidan con grandes pensamientos en la frente y en el corazón.
10. Dijiste que el castigo de Maximiliano V... será terrible; ¿Podrías decirnos en qué consistirá? Parece que ya está empezando. ¿Es más reservado para él que lo que experimenta? – R. Indudablemente, ya que sufre de un fuego que lo consume y lo devora, el cual debe cesar sólo con el esfuerzo de la oración y el arrepentimiento.
Observación. Sufre de un fuego que lo consume y lo devora; ¿No es ésta la figura del fuego del infierno que se nos presenta como fuego material?
11. ¿Existe alguna posibilidad de que se mitigue su castigo? – R. Sí, orando por él; y en especial Maximiliano uniéndose a vuestras oraciones.
12. ¿El objeto de su pasión comparte sus sentimientos? ¿Están estos dos seres destinados a reunirse algún día? ¿Cuáles son las condiciones para su reunión y qué obstáculos se le oponen ahora? – R. ¿Los poetas aman a las mujeres de la tierra? Lo creen por un día, una hora; lo que aman es el ideal, quimera creada por su ardiente imaginación; amor que sólo puede ser realizado por Dios. Todos los poetas tienen una ficción en el corazón, una belleza ideal que creen ver pasar sobre la tierra; cuando conocen a un hermoso niño que nunca deben poseer, entonces dicen que la realidad ha dado paso a los sueños; pero cuando tocan la realidad, caen de las regiones etéreas a la materia y no reconociendo ya al ser soñado, se crean otras quimeras.
13. (A Maximilien.) Nos gustaría hacerle unas cuantas preguntas más, que quizás ayuden a aliviarlo. ¿Cuándo vivías como poeta? ¿Tenías un nombre conocido? – R. Durante el reinado de Luis XV yo era pobre y desconocido; amé a una mujer, un ángel a quien vi pasar en un parque un día de primavera; desde entonces, solo la volví a ver en sueños, y mis sueños prometían hacerme poseerla algún día.
14. El nombre de Elvire nos parece muy romántico, lo que podría hacernos pensar que solo se trataba de un ser imaginario. – R. Sí, pero era una mujer; ¡Sé su nombre porque un jinete que pasó cerca de ella la llamó Elvire! ¡Ay! ¡Era en verdad la mujer con la que había soñado mi imaginación! Todavía puedo verla, todavía hermosa y embriagadora; ella es capaz de hacerme olvidar a Dios para verla y seguirla de nuevo.
15. Estáis sufriendo y podréis sufrir mucho tiempo; de ti depende acortar tus tormentos. – R. ¡Qué me importa sufrir! ¡Así que no sabes lo que es un deseo insatisfecho! ¿Son mis deseos carnales para mí? Y sin embargo me queman, y el latir de mi corazón, pensando en ella, es más fuerte de lo que sería pensando en Dios.
16. Te compadecemos sinceramente. Para trabajar por vuestro adelanto, debéis haceros útiles y pensar en Dios más de lo que pensáis; debéis pedir una reencarnación con el único fin de reparar los males y las inutilidades de vuestras últimas existencias. No se te dice que olvides a Elvire, sino que pienses un poco menos exclusivamente en ella y un poco más en Dios, que puede acortar tus tormentos si haces lo necesario. Apoyaremos sus esfuerzos con nuestras oraciones. R. - ¡Gracias! rezar y tratar de arrebatar a Elvire de mi corazón; ¡tal vez te lo agradezca algún día!
Maximilien V…, un niño de doce años que se suicidó por amor.
Leemos en el Siècle del 13 de enero de 1862:
“Maximilian V…, un joven de doce años vivía con sus padres, rue des Cordiers, y trabajaba como aprendiz de tapicero. Este niño solía leer novelas en serie. Todos los momentos que pudo robarle al trabajo los dedicó a esta lectura, que excitó su imaginación y lo inspiró con ideas más allá de su edad. Fue así como llegó a imaginar que sentía pasión por una persona a la que a veces tenía ocasión de ver, y que estaba lejos de sospechar que ella había dado lugar a tal sentimiento. Desesperado por ver los sueños que sus lecturas le hacían realizar, resolvió suicidarse. Ayer, el cuidador de la casa donde trabajaba lo encontró sin vida en un estudio del tercer piso, donde trabajaba solo. Se había colgado de una cuerda que había atado con un fuerte clavo a una viga.”
Las circunstancias de esta muerte, a una edad tan temprana, hacían pensar que la evocación de este niño podía proporcionar un útil tema de instrucción. Fue realizado durante la reunión de la Sociedad el 24 de enero (médium M. E. Vézy).
Hay en este hecho un problema moral difícil, si no imposible, de resolver con los argumentos de la filosofía ordinaria, y menos aún de la filosofía materialista. Creemos haberlo explicado todo diciendo que era un niño precoz. Pero esto no explica nada; es absolutamente como si uno dijera que es de día, porque el sol está alto. ¿De dónde viene la precocidad? ¿Por qué algunos niños adelantan la edad normal para el desarrollo de las pasiones y la inteligencia? Esta es una de esas dificultades con las que tropiezan todas las filosofías, porque sus soluciones siempre dejan una pregunta sin resolver y siempre se puede preguntar el “por qué del porque”. Admítete la preexistencia del alma y el desarrollo previo, y todo se explica de la manera más natural. Con este principio regresas a la causa y la fuente de todo.
1. (Al Espíritu guía del médium.) ¿Nos diría si podemos evocar el Espíritu del niño que acabamos de mencionar? – R. Sí; lo llevaré, porque está en sufrimiento. Que su aparición entre vosotros sirva de ejemplo y sea de lección.
2. (A Maximilien.) ¿Te das cuenta de tu situación? – R. Todavía no sé definir dónde estoy; tengo como un velo oscuro delante de mí; hablo y no sé cómo me oye la gente y cómo hablo. Sin embargo, lo que todavía estaba oscuro en este momento, lo veo; sufrí, y por un segundo me siento aliviado.
3. ¿Recuerda bien las circunstancias de su muerte? – R. Me parecen muy vagos. Sé que me suicidé sin causa. Sin embargo, poeta en otra encarnación, tuve una intuición de mi vida pasada; creé sueños, quimeras; finalmente me encantó.
4. ¿Cómo pudiste haber sido llevado a este extremo? – R. Acabo de contestar.
5. Es extraño que un niño de doce años sea empujado al suicidio, especialmente por una razón como la que te incitó. – R. ¡Eres raro! ¿No te dije que, como poeta en otra encarnación, mis facultades quedaron más amplias y desarrolladas que en otra? ¡Oh! Todavía en la noche donde estoy a esta hora, veo pasar en la tierra a esta sílfide de mis sueños, y este es el dolor que Dios me inflige al verla aún hermosa y ligera, pasar frente a mí, ebria de locura y de amor, quiero empezar… pero ¡ay! Estoy como remachado a un anillo de hierro... Llamo... pero es en vano; ni siquiera gira la cabeza... ¡Ay! mientras yo sufro!
6. ¿Puedes darte cuenta de la sensación al reconocerte en el mundo de los Espíritus? – R. ¡Ay! Sí; ahora que estoy en contacto contigo. Mi cuerpo quedó allí, inerte y frío, y yo revoloteé a su alrededor; estaba llorando lágrimas calientes. Te asombras de las lágrimas de un alma. ¡Ay! ¡Qué calientes y ardientes son! ¡Sí, lloraba, acababa de reconocer la enormidad de mi culpa y la grandeza de Dios!... Y, sin embargo, estaba inseguro de mi muerte; creí que se me iban a abrir los ojos… ¡Elvire! ¡Pregunté!... Me pareció volver a verla... ¡Ah! es porque la he amado por mucho tiempo; siempre la amaré... ¡Qué me importa si tengo que sufrir la eternidad, si puedo poseerla un día en otra encarnación!
7. ¿Cómo te sientes estar aquí? – R. Me hace bien y mal a la vez. Bien, porque sé que todos os compadecéis de mi sufrimiento; duro, porque, a pesar de todas las ganas que tengo de agradaros aceptando vuestras oraciones, no puedo hacerlo, porque entonces tendría que andar por un camino distinto al de mis sueños.
8. ¿Qué podemos hacer para ayudarte? - R. Orar; porque la oración es el rocío divino que nos refresca el corazón a las pobres almas en el dolor y el sufrimiento. Rezar; y sin embargo me parece como si arrancaras mi amor de mi corazón para reemplazarlo con el amor divino; ¡pues!... No sé... ¡Creo!... Aquí; en este momento estoy llorando... ¡bien!... ¡bien!... ¡ruega por mí!
9. (Al guía del médium.) ¿Cuál es el grado de castigo de este Espíritu por haberse suicidado? ¿Es su acción, por su edad, tan culpable como la de otros suicidas? – R. El castigo será terrible, porque él fue más culpable que otro; ya poseía grandes facultades: el poder de amar a Dios poderosamente y de hacer el bien. Si los suicidas sufren largos castigos, Dios castiga aún más a los que se suicidan con grandes pensamientos en la frente y en el corazón.
10. Dijiste que el castigo de Maximiliano V... será terrible; ¿Podrías decirnos en qué consistirá? Parece que ya está empezando. ¿Es más reservado para él que lo que experimenta? – R. Indudablemente, ya que sufre de un fuego que lo consume y lo devora, el cual debe cesar sólo con el esfuerzo de la oración y el arrepentimiento.
Observación. Sufre de un fuego que lo consume y lo devora; ¿No es ésta la figura del fuego del infierno que se nos presenta como fuego material?
11. ¿Existe alguna posibilidad de que se mitigue su castigo? – R. Sí, orando por él; y en especial Maximiliano uniéndose a vuestras oraciones.
12. ¿El objeto de su pasión comparte sus sentimientos? ¿Están estos dos seres destinados a reunirse algún día? ¿Cuáles son las condiciones para su reunión y qué obstáculos se le oponen ahora? – R. ¿Los poetas aman a las mujeres de la tierra? Lo creen por un día, una hora; lo que aman es el ideal, quimera creada por su ardiente imaginación; amor que sólo puede ser realizado por Dios. Todos los poetas tienen una ficción en el corazón, una belleza ideal que creen ver pasar sobre la tierra; cuando conocen a un hermoso niño que nunca deben poseer, entonces dicen que la realidad ha dado paso a los sueños; pero cuando tocan la realidad, caen de las regiones etéreas a la materia y no reconociendo ya al ser soñado, se crean otras quimeras.
13. (A Maximilien.) Nos gustaría hacerle unas cuantas preguntas más, que quizás ayuden a aliviarlo. ¿Cuándo vivías como poeta? ¿Tenías un nombre conocido? – R. Durante el reinado de Luis XV yo era pobre y desconocido; amé a una mujer, un ángel a quien vi pasar en un parque un día de primavera; desde entonces, solo la volví a ver en sueños, y mis sueños prometían hacerme poseerla algún día.
14. El nombre de Elvire nos parece muy romántico, lo que podría hacernos pensar que solo se trataba de un ser imaginario. – R. Sí, pero era una mujer; ¡Sé su nombre porque un jinete que pasó cerca de ella la llamó Elvire! ¡Ay! ¡Era en verdad la mujer con la que había soñado mi imaginación! Todavía puedo verla, todavía hermosa y embriagadora; ella es capaz de hacerme olvidar a Dios para verla y seguirla de nuevo.
15. Estáis sufriendo y podréis sufrir mucho tiempo; de ti depende acortar tus tormentos. – R. ¡Qué me importa sufrir! ¡Así que no sabes lo que es un deseo insatisfecho! ¿Son mis deseos carnales para mí? Y sin embargo me queman, y el latir de mi corazón, pensando en ella, es más fuerte de lo que sería pensando en Dios.
16. Te compadecemos sinceramente. Para trabajar por vuestro adelanto, debéis haceros útiles y pensar en Dios más de lo que pensáis; debéis pedir una reencarnación con el único fin de reparar los males y las inutilidades de vuestras últimas existencias. No se te dice que olvides a Elvire, sino que pienses un poco menos exclusivamente en ella y un poco más en Dios, que puede acortar tus tormentos si haces lo necesario. Apoyaremos sus esfuerzos con nuestras oraciones. R. - ¡Gracias! rezar y tratar de arrebatar a Elvire de mi corazón; ¡tal vez te lo agradezca algún día!
Causas de la incredulidad
Señor Allan Kardec,
Leí con gran desconfianza, diría incluso con un sentimiento de incredulidad, sus primeras publicaciones sobre el Espiritismo; luego los releo con infinita atención, así como las demás publicaciones tuyas, tal como fueron apareciendo. Pertenecí, debo decirlo sin preámbulos, a la escuela materialista; la razón, he aquí: es que, de todas las sectas filosóficas o religiosas, fue la más tolerante, la única que no se hubiera entregado a levantamientos de escudos para la defensa de un Dios que decía por boca del Maestro: "Los hombres probarán que son mis discípulos amándose unos a otros". Entonces, es que la mayoría de las guías que la sociedad se da a sí misma para inculcar en las mentes jóvenes las ideas de la moral y la religión parecen más destinadas a sembrar el terror en las almas que a enseñarlas a portarse bien, a esperar una recompensa por sus penas, una indemnización por su aflicción. También los materialistas de todas las épocas, y principalmente los filósofos del siglo pasado, la mayoría de los cuales han ilustrado las artes y las ciencias, han aumentado el número de sus prosélitos, como la educación ha emancipado a los individuos: hemos preferido la nada al tormento eterno.
Es para que el desdichado compare; siendo la comparación desventajosa para él, duda de todo. Y en efecto, cuando se ve el vicio en la opulencia y la virtud en la miseria, si no se tiene una doctrina razonada y probada por los hechos, la desesperación se apodera del alma, uno se pregunta qué gana siendo virtuoso, y atribuye los escrúpulos de conciencia a la prejuicios y errores de una primera educación.
No sabiendo qué uso haréis de mi carta, y dejándoos enteramente libres sobre este punto, creo que no será inútil dar a conocer aquí las causas que motivaron mi conversión.
Había oído hablar vagamente del magnetismo; algunos considerándolo como una cosa seria y real, otros tratándolo como una tontería: por lo tanto, no me detuve en ello. Más tarde, escuché por todas partes sobre mesas girantes, mesas parlantes, etc.; pero todos tenían la misma idea sobre este tema que sobre el magnetismo, lo que significaba que ya no me interesaba. Sin embargo, por una circunstancia totalmente imprevista, tuve a mi disposición el Tratado sobre magnetismo y sonambulismo de M. Aubin Gauthier. Leí esta obra con un estado de ánimo constantemente en rebeldía contra su contenido, tanto lo que allí se explica me parecía extraordinario, imposible; pero llegué a esta página donde este hombre honesto dice: “No queremos que nos tomen la palabra; que tratamos de acuerdo con los principios que indicamos, y si reconocemos que lo que adelantamos es verdadero, todo lo que pedimos es que seamos de buena fe, y que lo aceptemos.”
Este lenguaje de certeza razonada, que sólo el hombre práctico puede sostener, detuvo toda mi efervescencia, sometió mi mente a la reflexión y la determinó a experimentar. Primero operé a un niño de mi familia, de unos dieciséis años, y lo logré más allá de todas mis esperanzas; decirte la confusión que en mí surgió sería difícil; desconfié de mí mismo y me pregunté si no me había engañado este niño que, habiendo adivinado mis intenciones, se entregó a las payasadas de una simulación para luego burlarse de mí. Para asegurarme de esto, tomé ciertas precauciones indicadas e inmediatamente mandé traer un magnetizador; entonces adquirí la certeza de que el niño estaba realmente bajo la influencia magnética. Este primer intento me envalentonó tanto que me entregué a esta ciencia, de la cual tuve ocasión de observar todos los fenómenos, al mismo tiempo que pude comprobar la existencia del agente invisible que los producía.
¿Quién es este agente? ¿Quién lo dirige? ¿Cuál es su esencia? ¿Por qué no se ve? Son preguntas que me son imposibles de responder, pero que me llevaron a leer lo que se ha escrito a favor y en contra de las mesas parlantes, porque pensé que si un agente invisible podía producir los efectos de los que fui testigo, otro agente, o tal vez el mismo, bien podría producir otros; de lo cual concluí que la cosa era posible, y hoy creo en ello, aunque todavía no he visto nada.
Todas estas cosas son, por sus efectos, tan sorprendentes como el Espiritismo, que la crítica, por lo demás, ha combatido muy débilmente, y de manera que no desplaza ninguna convicción. Pero lo que lo caracteriza bastante diferente de los efectos materiales son los efectos morales. Para mí sigue siendo obvio que cualquier hombre que lo tome en serio, si es bueno, será mejor; si es malo, inevitablemente modificará su carácter. Antes la esperanza era sólo una cuerda de la que colgaban los desdichados; con el Espiritismo, la esperanza es un consuelo, los sufrimientos una expiación, y el Espíritu, en lugar de rebelarse contra los decretos de la Providencia, soporta pacientemente sus miserias, no maldice ni a Dios ni a los hombres, y camina siempre hacia su perfección. Si me hubiera nutrido en estas ideas, ciertamente no habría pasado por la escuela del materialismo, de la cual estoy muy feliz de haber salido ahora.
Ya ve, señor, que por muy duras que hayan sido las batallas en que luché, mi conversión se ha realizado, y usted es uno de los que más ha contribuido a ella. Guárdenlo en sus tabletas, porque no será de los menos, y por favor cuéntenme entre sus seguidores a partir de ahora.
Gauzy,
Ex oficial, 23, rue Saint-Louis, en Batignolles (París).
Observación. - Esta conversión es un ejemplo más de la causa más común de incredulidad. Mientras demos como verdades absolutas cosas que la razón rechaza, haremos incrédulos y materialistas. Para hacer creer a la gente, hay que hacerles entender; nuestro siglo así lo quiere, y debemos caminar con el siglo si no queremos sucumbir; pero para que la gente entienda, todo debe ser lógico: principios y consecuencias. M. Gauzy expresa una gran verdad al decir que el hombre prefiere la idea de la nada que pone fin a sus penas, a la perspectiva de torturas interminables, de las que es tan difícil escapar; también busca disfrutar tanto como sea posible mientras esté en la tierra. Pregúntale a un hombre que sufre mucho qué prefiere: morir inmediatamente o vivir cincuenta años con dolor: su elección no estará en duda. Quien quiere probar demasiado, no prueba nada; a la fuerza de exagerar las penas, se acaba por no hacerlas creer; y seguro que tenemos mucha gente de nuestra opinión en decir que la doctrina del diablo y de las penas eternas ha hecho el mayor número de materialistas; la de un Dios que crea seres para entregar a la inmensa mayoría de ellos a torturas desesperadas, por culpas temporales, ha hecho ateos a la mayor parte de ellos.
Señor Allan Kardec,
Leí con gran desconfianza, diría incluso con un sentimiento de incredulidad, sus primeras publicaciones sobre el Espiritismo; luego los releo con infinita atención, así como las demás publicaciones tuyas, tal como fueron apareciendo. Pertenecí, debo decirlo sin preámbulos, a la escuela materialista; la razón, he aquí: es que, de todas las sectas filosóficas o religiosas, fue la más tolerante, la única que no se hubiera entregado a levantamientos de escudos para la defensa de un Dios que decía por boca del Maestro: "Los hombres probarán que son mis discípulos amándose unos a otros". Entonces, es que la mayoría de las guías que la sociedad se da a sí misma para inculcar en las mentes jóvenes las ideas de la moral y la religión parecen más destinadas a sembrar el terror en las almas que a enseñarlas a portarse bien, a esperar una recompensa por sus penas, una indemnización por su aflicción. También los materialistas de todas las épocas, y principalmente los filósofos del siglo pasado, la mayoría de los cuales han ilustrado las artes y las ciencias, han aumentado el número de sus prosélitos, como la educación ha emancipado a los individuos: hemos preferido la nada al tormento eterno.
Es para que el desdichado compare; siendo la comparación desventajosa para él, duda de todo. Y en efecto, cuando se ve el vicio en la opulencia y la virtud en la miseria, si no se tiene una doctrina razonada y probada por los hechos, la desesperación se apodera del alma, uno se pregunta qué gana siendo virtuoso, y atribuye los escrúpulos de conciencia a la prejuicios y errores de una primera educación.
No sabiendo qué uso haréis de mi carta, y dejándoos enteramente libres sobre este punto, creo que no será inútil dar a conocer aquí las causas que motivaron mi conversión.
Había oído hablar vagamente del magnetismo; algunos considerándolo como una cosa seria y real, otros tratándolo como una tontería: por lo tanto, no me detuve en ello. Más tarde, escuché por todas partes sobre mesas girantes, mesas parlantes, etc.; pero todos tenían la misma idea sobre este tema que sobre el magnetismo, lo que significaba que ya no me interesaba. Sin embargo, por una circunstancia totalmente imprevista, tuve a mi disposición el Tratado sobre magnetismo y sonambulismo de M. Aubin Gauthier. Leí esta obra con un estado de ánimo constantemente en rebeldía contra su contenido, tanto lo que allí se explica me parecía extraordinario, imposible; pero llegué a esta página donde este hombre honesto dice: “No queremos que nos tomen la palabra; que tratamos de acuerdo con los principios que indicamos, y si reconocemos que lo que adelantamos es verdadero, todo lo que pedimos es que seamos de buena fe, y que lo aceptemos.”
Este lenguaje de certeza razonada, que sólo el hombre práctico puede sostener, detuvo toda mi efervescencia, sometió mi mente a la reflexión y la determinó a experimentar. Primero operé a un niño de mi familia, de unos dieciséis años, y lo logré más allá de todas mis esperanzas; decirte la confusión que en mí surgió sería difícil; desconfié de mí mismo y me pregunté si no me había engañado este niño que, habiendo adivinado mis intenciones, se entregó a las payasadas de una simulación para luego burlarse de mí. Para asegurarme de esto, tomé ciertas precauciones indicadas e inmediatamente mandé traer un magnetizador; entonces adquirí la certeza de que el niño estaba realmente bajo la influencia magnética. Este primer intento me envalentonó tanto que me entregué a esta ciencia, de la cual tuve ocasión de observar todos los fenómenos, al mismo tiempo que pude comprobar la existencia del agente invisible que los producía.
¿Quién es este agente? ¿Quién lo dirige? ¿Cuál es su esencia? ¿Por qué no se ve? Son preguntas que me son imposibles de responder, pero que me llevaron a leer lo que se ha escrito a favor y en contra de las mesas parlantes, porque pensé que si un agente invisible podía producir los efectos de los que fui testigo, otro agente, o tal vez el mismo, bien podría producir otros; de lo cual concluí que la cosa era posible, y hoy creo en ello, aunque todavía no he visto nada.
Todas estas cosas son, por sus efectos, tan sorprendentes como el Espiritismo, que la crítica, por lo demás, ha combatido muy débilmente, y de manera que no desplaza ninguna convicción. Pero lo que lo caracteriza bastante diferente de los efectos materiales son los efectos morales. Para mí sigue siendo obvio que cualquier hombre que lo tome en serio, si es bueno, será mejor; si es malo, inevitablemente modificará su carácter. Antes la esperanza era sólo una cuerda de la que colgaban los desdichados; con el Espiritismo, la esperanza es un consuelo, los sufrimientos una expiación, y el Espíritu, en lugar de rebelarse contra los decretos de la Providencia, soporta pacientemente sus miserias, no maldice ni a Dios ni a los hombres, y camina siempre hacia su perfección. Si me hubiera nutrido en estas ideas, ciertamente no habría pasado por la escuela del materialismo, de la cual estoy muy feliz de haber salido ahora.
Ya ve, señor, que por muy duras que hayan sido las batallas en que luché, mi conversión se ha realizado, y usted es uno de los que más ha contribuido a ella. Guárdenlo en sus tabletas, porque no será de los menos, y por favor cuéntenme entre sus seguidores a partir de ahora.
Gauzy,
Ex oficial, 23, rue Saint-Louis, en Batignolles (París).
Observación. - Esta conversión es un ejemplo más de la causa más común de incredulidad. Mientras demos como verdades absolutas cosas que la razón rechaza, haremos incrédulos y materialistas. Para hacer creer a la gente, hay que hacerles entender; nuestro siglo así lo quiere, y debemos caminar con el siglo si no queremos sucumbir; pero para que la gente entienda, todo debe ser lógico: principios y consecuencias. M. Gauzy expresa una gran verdad al decir que el hombre prefiere la idea de la nada que pone fin a sus penas, a la perspectiva de torturas interminables, de las que es tan difícil escapar; también busca disfrutar tanto como sea posible mientras esté en la tierra. Pregúntale a un hombre que sufre mucho qué prefiere: morir inmediatamente o vivir cincuenta años con dolor: su elección no estará en duda. Quien quiere probar demasiado, no prueba nada; a la fuerza de exagerar las penas, se acaba por no hacerlas creer; y seguro que tenemos mucha gente de nuestra opinión en decir que la doctrina del diablo y de las penas eternas ha hecho el mayor número de materialistas; la de un Dios que crea seres para entregar a la inmensa mayoría de ellos a torturas desesperadas, por culpas temporales, ha hecho ateos a la mayor parte de ellos.
Respuesta de una señora a un eclesiástico sobre el Espiritismo
Nos dicen desde Bordeaux que un eclesiástico de esa ciudad escribió, el 8 de enero último, la siguiente carta a una señora muy anciana y muy enferma. Estamos formalmente autorizados a publicar esta carta, así como la respuesta a la misma:
" Señora,
“Lamento no haber podido hablaros ayer en particular sobre ciertas prácticas religiosas contrarias a la enseñanza de la Santa Iglesia. Hablamos mucho sobre esto de tu familia, incluso en un círculo. Me alegraría, señora, saber que no tenéis más que desprecio por estas supersticiones diabólicas, y que estáis siempre sinceramente apegada a los dogmas invariables de la religión católica.
“Tengo el honor, etc.
"X…"
Respuesta,
"Mi querido Padre,
“Estando mi madre demasiado enferma para responder ella misma a su benévola carta del 8 del presente, me apresuro a hacerlo por ella y en su nombre, para tranquilizar su preocupación por los peligros que ella y su familia pueden correr.
“No tiene lugar en mi casa, querido señor, ninguna práctica religiosa que pueda perturbar a los más fervientes católicos, a menos que el respeto y la oración por los difuntos, la fe en la inmortalidad del alma, la confianza ilimitada en el amor y la bondad de Dios, una observancia tan rígida como permite la naturaleza humana de las santas doctrinas de Cristo, sean prácticas reprobadas por la santa Iglesia Católica.
"En cuanto a lo que se puede decir de mi familia, incluso en un círculo, estoy tranquila: no se dirá aquí ni en ningún otro lugar que ninguno de nosotros haya hecho algo de lo que avergonzarse o esconderse, y no me sonrojo o mi escondo de admitir los desarrollos y la claridad que las manifestaciones espíritas derramaron para mí y para muchos otros sobre lo oscuro, desde el punto de vista de mi inteligencia, en todo lo que parecía desviarse de las leyes de la naturaleza. A estas supersticiones diabólicas les debo creer con sinceridad, con gratitud, en todos los milagros que la Iglesia nos da como artículos de fe, y que hasta ahora había tenido por símbolos, o más bien, lo admitiré, como ensoñaciones. A ellas les debo una tranquilidad que hasta entonces no había podido obtener, por más que lo intenté; a ellas les debo la fe, la fe sin límites, sin reflexiones, sin comentarios, la fe en fin tal como la santa Iglesia la manda a sus hijos, tal como el Señor debe exigirla de sus criaturas, tal como nuestro divino Salvador predicó con la palabra y el ejemplo.
“Tranquilícese, querido señor, el buen Pastor ha reunido a su alrededor ovejas indiferentes que lo seguían mecánicamente por costumbre y que ahora lo siguen y lo seguirán siempre con amor y gratitud. El divino Maestro perdonó a Santo Tomás por haber creído sólo después de haber visto; ¡y bien! vuelve hoy, para hacer que los incrédulos toquen su costado y sus manos, y es con un amor indescriptible que los que dudaban se acercan a besar sus pies sangrantes, y a agradecer a este padre bueno y misericordioso por haber permitido que estas verdades inmutables se hicieran tangibles para fortalecer a los débiles e iluminar a los ciegos que todavía se niegan a ver la luz que brilla desde hace tantos siglos.
“Permítame ahora rehabilitar a mi madre a los ojos de la Santa Iglesia. De toda mi familia, mi esposo y yo somos los únicos que tenemos la dicha de seguir este camino que cada uno es libre de juzgar desde su punto de vista. Por lo tanto, me apresuro a tranquilizarlo a este respecto. En cuanto a mí personalmente, encontré demasiada fuerza y consuelo en la certeza palpable de que aquellos a quienes habíamos amado y llorado están siempre cerca de nosotros, predicándonos el amor de Dios por encima de todo, el amor al prójimo, la caridad en todas sus facetas, abnegación, olvido de las injurias, bien por mal (lo cual, creo, no se aparta de los dogmas de la Iglesia), que, pase lo que pase aquí abajo, me atengo a lo que sé, a lo que he visto , rogando a Dios para querer enviar sus consuelos a quienes, como yo, no se atrevían a reflexionar sobre los misterios de la religión, por temor a que esta pobre razón humana, que sólo quiere admitir lo que comprende, destruyera las creencias que el hábito me dio la apariencia de tener.
“Doy gracias, pues, al Señor, cuya innegable bondad y poder permiten a los ángeles y santos hacer ahora visiblemente, para salvar a los hombres de la duda y la negación, lo que Él había permitido que el diablo hiciera para destruirlos desde la creación del mundo. Todo es posible con Dios, incluso los milagros; hoy lo reconozco con alegría y confianza.
"Por favor, querido señor abad, reciba mi sincero agradecimiento por el interés que está dispuesto a mostrarnos, y crea que hago ardientes deseos de ver entrar en todos los corazones la fe y el amor que tengo la felicidad de poseer hoy.
“Acepte, etcétera,
“Emilie Collignon.”
Nota. - Prescindimos de cualquier comentario sobre esta carta, que dejamos a criterio de cada uno. Sólo diremos que conocemos un gran número de escritos en el mismo sentido. El siguiente pasaje de uno de ellos puede resumirlos, si no por los términos, al menos por el significado:
“Aunque nacido y bautizado en la religión católica, apostólica y romana, desde hace treinta años, es decir desde mi primera comunión, había olvidado mis oraciones y el camino a la Iglesia; en una palabra, ya no creía en nada más que en la realidad de la vida presente. El Espiritismo, por una gracia del cielo, ha venido por fin a abrirme los ojos; hoy los hechos hablan por mí; creo no sólo en Dios y en el alma, sino en la vida futura feliz o infeliz; creo en un Dios justo y bueno, que castiga las malas acciones y no las creencias erróneas. Como un mudo que esconde el habla, me he acordado de mis oraciones, y ya no oro con los labios y sin entender, sino con el corazón, con inteligencia, fe y amor. Hasta hace poco, habría pensado que estaba haciendo un acto de debilidad al acercarme a los sacramentos de la Iglesia; hoy creo estar haciendo un acto de humildad agradable a Dios al recibirlos. Incluso me alejas del tribunal de penitencia; me impones ante todo una retractación formal de mis creencias espíritas; quieres que deje de conversar con el hijo amado que he perdido, y que ha venido a hablarme palabras tan dulces y consoladoras; quieres que declare que este niño que reconocí como si estuviera vivo frente a mí, es el demonio. ¡No, una madre no se equivoca tan groseramente! Pero, Padre, son las mismas palabras de este niño las que, habiéndome convencido de la vida futura, me hacen volver a la iglesia. ¿Cómo esperas que crea que es el diablo? Si esta debe ser la última palabra de la Iglesia, uno se pregunta ¿qué pasará cuando todos sean espíritas?
“Me hiciste señas desde el púlpito; me hiciste señalarlo; has levantado contra mí a un populacho fanático; hiciste que una pobre mujer que comparte mis creencias retirara el trabajo que la hacía vivir, diciéndole que tendría ayuda si dejaba de verme, esperando matarla de hambre; francamente, Padre, ¿Jesucristo habría hecho eso?
“Dices que actúas de acuerdo con tu conciencia; no temáis que yo le haga violencia, sino halladlo bueno en que obre conforme a lo mío. Me apartáis de la Iglesia: no intentaré entrar en ella por la fuerza, porque en todas partes la oración es agradable a Dios. Solo déjame contarte la historia de las causas que me mantuvieron alejado de ella durante tanto tiempo; lo que en un principio me hizo dudar, y de la duda me llevó a negarlo todo. Si estoy maldito a esta hora, como dices, verás quién tiene la culpa.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . “
Observación. - Las reflexiones que tales cosas suscitan se pueden resumir en dos palabras: ¡Imprudencia fatal! ¡ceguera mortal! Teníamos ante nuestros ojos un manuscrito titulado: Memorias de un incrédulo; es un relato curioso de las causas que llevan al hombre a las ideas materialistas, y de los medios por los cuales puede ser devuelto a la fe. Todavía no sabemos si el autor decidirá publicarlo.
Nos dicen desde Bordeaux que un eclesiástico de esa ciudad escribió, el 8 de enero último, la siguiente carta a una señora muy anciana y muy enferma. Estamos formalmente autorizados a publicar esta carta, así como la respuesta a la misma:
" Señora,
“Lamento no haber podido hablaros ayer en particular sobre ciertas prácticas religiosas contrarias a la enseñanza de la Santa Iglesia. Hablamos mucho sobre esto de tu familia, incluso en un círculo. Me alegraría, señora, saber que no tenéis más que desprecio por estas supersticiones diabólicas, y que estáis siempre sinceramente apegada a los dogmas invariables de la religión católica.
“Tengo el honor, etc.
"Mi querido Padre,
“Estando mi madre demasiado enferma para responder ella misma a su benévola carta del 8 del presente, me apresuro a hacerlo por ella y en su nombre, para tranquilizar su preocupación por los peligros que ella y su familia pueden correr.
“No tiene lugar en mi casa, querido señor, ninguna práctica religiosa que pueda perturbar a los más fervientes católicos, a menos que el respeto y la oración por los difuntos, la fe en la inmortalidad del alma, la confianza ilimitada en el amor y la bondad de Dios, una observancia tan rígida como permite la naturaleza humana de las santas doctrinas de Cristo, sean prácticas reprobadas por la santa Iglesia Católica.
"En cuanto a lo que se puede decir de mi familia, incluso en un círculo, estoy tranquila: no se dirá aquí ni en ningún otro lugar que ninguno de nosotros haya hecho algo de lo que avergonzarse o esconderse, y no me sonrojo o mi escondo de admitir los desarrollos y la claridad que las manifestaciones espíritas derramaron para mí y para muchos otros sobre lo oscuro, desde el punto de vista de mi inteligencia, en todo lo que parecía desviarse de las leyes de la naturaleza. A estas supersticiones diabólicas les debo creer con sinceridad, con gratitud, en todos los milagros que la Iglesia nos da como artículos de fe, y que hasta ahora había tenido por símbolos, o más bien, lo admitiré, como ensoñaciones. A ellas les debo una tranquilidad que hasta entonces no había podido obtener, por más que lo intenté; a ellas les debo la fe, la fe sin límites, sin reflexiones, sin comentarios, la fe en fin tal como la santa Iglesia la manda a sus hijos, tal como el Señor debe exigirla de sus criaturas, tal como nuestro divino Salvador predicó con la palabra y el ejemplo.
“Tranquilícese, querido señor, el buen Pastor ha reunido a su alrededor ovejas indiferentes que lo seguían mecánicamente por costumbre y que ahora lo siguen y lo seguirán siempre con amor y gratitud. El divino Maestro perdonó a Santo Tomás por haber creído sólo después de haber visto; ¡y bien! vuelve hoy, para hacer que los incrédulos toquen su costado y sus manos, y es con un amor indescriptible que los que dudaban se acercan a besar sus pies sangrantes, y a agradecer a este padre bueno y misericordioso por haber permitido que estas verdades inmutables se hicieran tangibles para fortalecer a los débiles e iluminar a los ciegos que todavía se niegan a ver la luz que brilla desde hace tantos siglos.
“Permítame ahora rehabilitar a mi madre a los ojos de la Santa Iglesia. De toda mi familia, mi esposo y yo somos los únicos que tenemos la dicha de seguir este camino que cada uno es libre de juzgar desde su punto de vista. Por lo tanto, me apresuro a tranquilizarlo a este respecto. En cuanto a mí personalmente, encontré demasiada fuerza y consuelo en la certeza palpable de que aquellos a quienes habíamos amado y llorado están siempre cerca de nosotros, predicándonos el amor de Dios por encima de todo, el amor al prójimo, la caridad en todas sus facetas, abnegación, olvido de las injurias, bien por mal (lo cual, creo, no se aparta de los dogmas de la Iglesia), que, pase lo que pase aquí abajo, me atengo a lo que sé, a lo que he visto , rogando a Dios para querer enviar sus consuelos a quienes, como yo, no se atrevían a reflexionar sobre los misterios de la religión, por temor a que esta pobre razón humana, que sólo quiere admitir lo que comprende, destruyera las creencias que el hábito me dio la apariencia de tener.
“Doy gracias, pues, al Señor, cuya innegable bondad y poder permiten a los ángeles y santos hacer ahora visiblemente, para salvar a los hombres de la duda y la negación, lo que Él había permitido que el diablo hiciera para destruirlos desde la creación del mundo. Todo es posible con Dios, incluso los milagros; hoy lo reconozco con alegría y confianza.
"Por favor, querido señor abad, reciba mi sincero agradecimiento por el interés que está dispuesto a mostrarnos, y crea que hago ardientes deseos de ver entrar en todos los corazones la fe y el amor que tengo la felicidad de poseer hoy.
“Acepte, etcétera,
Nota. - Prescindimos de cualquier comentario sobre esta carta, que dejamos a criterio de cada uno. Sólo diremos que conocemos un gran número de escritos en el mismo sentido. El siguiente pasaje de uno de ellos puede resumirlos, si no por los términos, al menos por el significado:
“Aunque nacido y bautizado en la religión católica, apostólica y romana, desde hace treinta años, es decir desde mi primera comunión, había olvidado mis oraciones y el camino a la Iglesia; en una palabra, ya no creía en nada más que en la realidad de la vida presente. El Espiritismo, por una gracia del cielo, ha venido por fin a abrirme los ojos; hoy los hechos hablan por mí; creo no sólo en Dios y en el alma, sino en la vida futura feliz o infeliz; creo en un Dios justo y bueno, que castiga las malas acciones y no las creencias erróneas. Como un mudo que esconde el habla, me he acordado de mis oraciones, y ya no oro con los labios y sin entender, sino con el corazón, con inteligencia, fe y amor. Hasta hace poco, habría pensado que estaba haciendo un acto de debilidad al acercarme a los sacramentos de la Iglesia; hoy creo estar haciendo un acto de humildad agradable a Dios al recibirlos. Incluso me alejas del tribunal de penitencia; me impones ante todo una retractación formal de mis creencias espíritas; quieres que deje de conversar con el hijo amado que he perdido, y que ha venido a hablarme palabras tan dulces y consoladoras; quieres que declare que este niño que reconocí como si estuviera vivo frente a mí, es el demonio. ¡No, una madre no se equivoca tan groseramente! Pero, Padre, son las mismas palabras de este niño las que, habiéndome convencido de la vida futura, me hacen volver a la iglesia. ¿Cómo esperas que crea que es el diablo? Si esta debe ser la última palabra de la Iglesia, uno se pregunta ¿qué pasará cuando todos sean espíritas?
“Me hiciste señas desde el púlpito; me hiciste señalarlo; has levantado contra mí a un populacho fanático; hiciste que una pobre mujer que comparte mis creencias retirara el trabajo que la hacía vivir, diciéndole que tendría ayuda si dejaba de verme, esperando matarla de hambre; francamente, Padre, ¿Jesucristo habría hecho eso?
“Dices que actúas de acuerdo con tu conciencia; no temáis que yo le haga violencia, sino halladlo bueno en que obre conforme a lo mío. Me apartáis de la Iglesia: no intentaré entrar en ella por la fuerza, porque en todas partes la oración es agradable a Dios. Solo déjame contarte la historia de las causas que me mantuvieron alejado de ella durante tanto tiempo; lo que en un principio me hizo dudar, y de la duda me llevó a negarlo todo. Si estoy maldito a esta hora, como dices, verás quién tiene la culpa.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . “
Observación. - Las reflexiones que tales cosas suscitan se pueden resumir en dos palabras: ¡Imprudencia fatal! ¡ceguera mortal! Teníamos ante nuestros ojos un manuscrito titulado: Memorias de un incrédulo; es un relato curioso de las causas que llevan al hombre a las ideas materialistas, y de los medios por los cuales puede ser devuelto a la fe. Todavía no sabemos si el autor decidirá publicarlo.
El panadero inhumano – Suicidio
Una correspondencia de Crefled, (Prusia Renana), del 25 de enero de 1862, e insertada en el Constitutionnel del 4 de febrero, contiene el siguiente hecho:
“Una viuda pobre, madre de tres hijos, entra en una panadería y le ruega encarecidamente que le dé crédito por una barra de pan. El panadero se niega. La viuda reduce su pedido a media barra, y finalmente a una libra de pan solo para sus hijos hambrientos. El panadero vuelve a negarse, abandona el lugar y se va a la trastienda; la mujer, creyendo no ser vista, toma un pan y se va. Pero el robo, descubierto de inmediato, es denunciado a la policía.
“Un agente va donde la viuda vive y la sorprende cortando pedazos de pan para sus hijos. Ella no niega el robo, pero se disculpa por necesidad. El oficial de policía, mientras culpa a la dureza del panadero, insiste en que lo siga hasta la oficina del comisario.
“La viuda solo pide unos instantes para cambiarse de vestido. Entra en el dormitorio, pero se queda allí el tiempo suficiente para que el agente, perdiendo la paciencia, decida abrir la puerta: la desgraciada mujer estaba en el suelo cubierta de sangre. Con el mismo cuchillo que acababa de cortar el pan para sus hijos había puesto fin a su vida.”
Habiendo sido leído este aviso durante la reunión de la Sociedad del 14 de febrero de 1862, se había propuesto hacer la evocación de esta desdichada mujer, cuando ella misma vino a manifestarse espontáneamente por la siguiente comunicación. A menudo sucede que los Espíritus en cuestión se revelan de esta manera; es indiscutible que les atrae el pensamiento, que es una especie de evocación tácita. Saben que los estamos cuidando, y vienen; luego se comunican entre sí si la ocasión les parece oportuna o si encuentran un medio a su conveniencia. Entendemos, por eso, que no es necesario tener médium, ni siquiera ser espírita para atraer los Espíritus de que se trata.
“Dios ha sido bueno con la pobre mujer descarriada, y vengo agradeceros la simpatía que tuvisteis la amabilidad de mostrarme. ¡Pobre de mí! ante la miseria y el hambre de mis pobres hijitos, me olvidé de mí y fracasé. Así que me dije a mí mismo: Ya que eres incapaz de alimentar a tus hijos y el panadero niega el pan a aquellos que no pueden permitírselo; ya que no tienes dinero ni trabajo, ¡muérete! porque cuando te hayas ido acudiremos en su ayuda. En efecto, hoy la caridad pública ha adoptado a estos pobres huérfanos. Dios me ha perdonado, porque ha visto vacilar mi razón y mi desesperación espantosa. Fui la víctima inocente de una sociedad mal, demasiado mal regulada. ¡Ay! gracias a Dios por haberme hecho nacer en esta hermosa región de Francia donde la caridad va a buscar y aliviar todas las miserias.
“Orad por mí para que pronto pueda reparar la falta que cometí; no por cobardía sino por amor maternal. ¡Qué buenos son vuestros Espíritus Guardianes! me consuelan, me fortalecen, me alientan, diciéndome que mi sacrificio no fue desagradable al gran Espíritu que, bajo la mirada y la mano de Dios, preside los destinos humanos.”
Pobre María. (Med., M. d'Ambel.)
A raíz de esta comunicación, el Espíritu de Lamennais da la siguiente valoración del hecho en cuestión:
“Esta desafortunada mujer es una de las víctimas de vuestro mundo, vuestras leyes y vuestra sociedad. Dios juzga las almas, pero también juzga los tiempos y las circunstancias; juzga las cosas forzadas y la desesperación; juzga el contenido y no la forma; y me atrevo a afirmarlo, esta desgraciada no murió por el crimen sino por el pudor, por el miedo a la vergüenza; es que donde la justicia humana es inexorable, juzga y condena los hechos materiales, la justicia divina establece lo profundo del corazón y el estado de conciencia. Sería deseable que desarrolláramos en ciertas naturalezas privilegiadas un don que sería muy útil, no para las cortes, sino para la promoción de algunas personas: este don es una especie de sonambulismo del pensamiento que muchas veces descubre cosas ocultas, pero que el hombre acostumbrado a la corriente de la vida descuida y atenúa con su falta de fe. Es cierto que un médium de este tipo, examinando a esta pobre mujer, habría dicho: Esta mujer es bendita de Dios porque es infeliz, y este hombre es maldito porque le negó el pan. ¡Oh, Dios! ¿cuándo serán reconocidos y puestos en práctica todos vuestros dones? A los ojos de vuestra justicia, el que ha rehusado el pan será castigado, porque Cristo dijo: El que da el pan al prójimo, me lo da a mí mismo.”
Lamennais. (Med., MA Didier.)
Una correspondencia de Crefled, (Prusia Renana), del 25 de enero de 1862, e insertada en el Constitutionnel del 4 de febrero, contiene el siguiente hecho:
“Una viuda pobre, madre de tres hijos, entra en una panadería y le ruega encarecidamente que le dé crédito por una barra de pan. El panadero se niega. La viuda reduce su pedido a media barra, y finalmente a una libra de pan solo para sus hijos hambrientos. El panadero vuelve a negarse, abandona el lugar y se va a la trastienda; la mujer, creyendo no ser vista, toma un pan y se va. Pero el robo, descubierto de inmediato, es denunciado a la policía.
“Un agente va donde la viuda vive y la sorprende cortando pedazos de pan para sus hijos. Ella no niega el robo, pero se disculpa por necesidad. El oficial de policía, mientras culpa a la dureza del panadero, insiste en que lo siga hasta la oficina del comisario.
“La viuda solo pide unos instantes para cambiarse de vestido. Entra en el dormitorio, pero se queda allí el tiempo suficiente para que el agente, perdiendo la paciencia, decida abrir la puerta: la desgraciada mujer estaba en el suelo cubierta de sangre. Con el mismo cuchillo que acababa de cortar el pan para sus hijos había puesto fin a su vida.”
Habiendo sido leído este aviso durante la reunión de la Sociedad del 14 de febrero de 1862, se había propuesto hacer la evocación de esta desdichada mujer, cuando ella misma vino a manifestarse espontáneamente por la siguiente comunicación. A menudo sucede que los Espíritus en cuestión se revelan de esta manera; es indiscutible que les atrae el pensamiento, que es una especie de evocación tácita. Saben que los estamos cuidando, y vienen; luego se comunican entre sí si la ocasión les parece oportuna o si encuentran un medio a su conveniencia. Entendemos, por eso, que no es necesario tener médium, ni siquiera ser espírita para atraer los Espíritus de que se trata.
“Dios ha sido bueno con la pobre mujer descarriada, y vengo agradeceros la simpatía que tuvisteis la amabilidad de mostrarme. ¡Pobre de mí! ante la miseria y el hambre de mis pobres hijitos, me olvidé de mí y fracasé. Así que me dije a mí mismo: Ya que eres incapaz de alimentar a tus hijos y el panadero niega el pan a aquellos que no pueden permitírselo; ya que no tienes dinero ni trabajo, ¡muérete! porque cuando te hayas ido acudiremos en su ayuda. En efecto, hoy la caridad pública ha adoptado a estos pobres huérfanos. Dios me ha perdonado, porque ha visto vacilar mi razón y mi desesperación espantosa. Fui la víctima inocente de una sociedad mal, demasiado mal regulada. ¡Ay! gracias a Dios por haberme hecho nacer en esta hermosa región de Francia donde la caridad va a buscar y aliviar todas las miserias.
“Orad por mí para que pronto pueda reparar la falta que cometí; no por cobardía sino por amor maternal. ¡Qué buenos son vuestros Espíritus Guardianes! me consuelan, me fortalecen, me alientan, diciéndome que mi sacrificio no fue desagradable al gran Espíritu que, bajo la mirada y la mano de Dios, preside los destinos humanos.”
A raíz de esta comunicación, el Espíritu de Lamennais da la siguiente valoración del hecho en cuestión:
“Esta desafortunada mujer es una de las víctimas de vuestro mundo, vuestras leyes y vuestra sociedad. Dios juzga las almas, pero también juzga los tiempos y las circunstancias; juzga las cosas forzadas y la desesperación; juzga el contenido y no la forma; y me atrevo a afirmarlo, esta desgraciada no murió por el crimen sino por el pudor, por el miedo a la vergüenza; es que donde la justicia humana es inexorable, juzga y condena los hechos materiales, la justicia divina establece lo profundo del corazón y el estado de conciencia. Sería deseable que desarrolláramos en ciertas naturalezas privilegiadas un don que sería muy útil, no para las cortes, sino para la promoción de algunas personas: este don es una especie de sonambulismo del pensamiento que muchas veces descubre cosas ocultas, pero que el hombre acostumbrado a la corriente de la vida descuida y atenúa con su falta de fe. Es cierto que un médium de este tipo, examinando a esta pobre mujer, habría dicho: Esta mujer es bendita de Dios porque es infeliz, y este hombre es maldito porque le negó el pan. ¡Oh, Dios! ¿cuándo serán reconocidos y puestos en práctica todos vuestros dones? A los ojos de vuestra justicia, el que ha rehusado el pan será castigado, porque Cristo dijo: El que da el pan al prójimo, me lo da a mí mismo.”
Disertaciones Espíritas
A los miembros de la Sociedad de París que parten para Rusia
(Sociedad Espírita de París, abril de 1862. — Médium, Sr. E. Vézy.)
Nota. Varios personajes rusos de distinción habían venido a pasar el invierno en París, principalmente con miras a completar su instrucción espírita, y con este propósito habían sido admitidos miembros de la Sociedad, para poder asistir a las reuniones regularmente. Algunos ya se habían ido, incluido el Príncipe Dimitry G…, otros estaban en vísperas de su partida. Fue esta circunstancia la que dio lugar a la siguiente comunicación espontánea:
"Ve y enseña, dijo el Señor. A vosotros, hijos de la gran familia que se está formando, me dirijo esta tarde. Vosotros volvéis a vuestra patria y a vuestras familias; no olvidéis en el hogar lo que otro padre, el Padre celestial, ha querido comunicaros y daros a conocer. Id, y sobre todo que el grano esté siempre listo para echarlo en los surcos, que vais a cavar en esta tierra, que no tiene bastantes piedras en sus entrañas para no abrirse bajo la reja del arado. Vuestro país está llamado a hacerse grande y fuerte, no sólo por la literatura, la ciencia, el genio y los números, sino también por su amor y devoción al creador de todas las cosas. Que vuestra caridad se haga, pues, amplia y poderosa; no tengais miedo de extenderos con ambas manos a vuestro alrededor; ¡Aprended que la caridad no se hace sólo con la limosna, sino también con el corazón!... ¡El corazón, aquí está la gran fuente del bien, la fuente de las fragancias que debéis esparcir y calentar la vida de los que sufren a vuestro alrededor!... Id y predicad el Evangelio, nuevos apóstoles de Cristo; Dios os ha colocado en lo alto del mundo para que todos puedan veros y vuetras palabras sean escuchadas. Pero siempre mirando al cielo y a la tierra, es decir a Dios y a la humanidad, llegaréis a la gran meta que os propongáis y para la que os ayudamos. El campo es vasto; id, pues, y sembrad, para que pronto podamos ir y recoger la cosecha.
“Podéis anunciar por todas partes que el gran reinado vendrá pronto, un reinado de bienaventuranza y felicidad para todos aquellos que han querido creer y amar, porque participarán en él.
“Entonces, antes de partir, recibáis el último consejo que os damos bajo el hermoso cielo que todos aman, ¡bajo el cielo de Francia! Recibáis el último adiós de aquellos amigos que aún os ayudarán en el áspero camino que estáis por recorrer; sin embargo, nuestras manos invisibles os lo pondrán más fácil, y si sabéis poneros constancia, voluntad y coraje, veréis caer los obstáculos bajo vuestros pies.
“Cuando de vuestra boca salen las palabras: 'Todos los hombres son hermanos y deben apoyarse unos en otros para caminar', ¡qué asombro y exclamaciones! La gente sonreirá al veros profesar tal doctrina; diremos en voz baja: “Dicen cosas bonitas, las grandes, pero ¿no son postes que indican los caminos sin recorrerlos?”
“Mostrad, mostradles entonces que el Espírita, este nuevo apóstol de Cristo no está en medio del camino para indicar el camino, sino que se arma con el hacha y la cuchilla y se precipita en medio de los bosques más oscuros y tenebrosos para despejar el camino y arrancar las zarzas bajo los pies de los que siguen. Sí, los nuevos seguidores de Cristo deben ser vigorosos, deben caminar siempre con piernas fuertes y manos pesadas. No hay barreras frente a ellos; todos deben caer bajo sus esfuerzos y golpes; ¡los bosques altos, las enredaderas y las zarzas se romperán para dejar ver finalmente un poco del cielo!
“Es entonces cuando habrá consuelo y felicidad. ¡Qué recompensa para vosotros! Los Espíritus bienaventurados os gritarán: “¡Bravo! bien hecho! “Hijos, pronto seréis uno de nosotros, y pronto os llamaremos hermanos nuestros, porque la tarea que voluntariamente os impusisteis, ¡la supisteis cumplir! Dios tiene grandes recompensas para el que viene a trabajar en su campo; ¡Él da la cosecha a todos los que contribuyen a la gran obra!
“Id pues en paz, ¡id!, os bendecimos. Que esta bendición os dé felicidad y os llene de valor; no olvidéis a ninguno de vuestros hermanos en la gran sociedad de Francia; todos hacen votos por vosotros y por vuestra patria, que el Espiritismo hará poderosa y fuerte; ¡id! ¡los buenos Espíritus os asisten!”
San Agustín.
(Sociedad Espírita de París, abril de 1862. — Médium, Sr. E. Vézy.)
Nota. Varios personajes rusos de distinción habían venido a pasar el invierno en París, principalmente con miras a completar su instrucción espírita, y con este propósito habían sido admitidos miembros de la Sociedad, para poder asistir a las reuniones regularmente. Algunos ya se habían ido, incluido el Príncipe Dimitry G…, otros estaban en vísperas de su partida. Fue esta circunstancia la que dio lugar a la siguiente comunicación espontánea:
"Ve y enseña, dijo el Señor. A vosotros, hijos de la gran familia que se está formando, me dirijo esta tarde. Vosotros volvéis a vuestra patria y a vuestras familias; no olvidéis en el hogar lo que otro padre, el Padre celestial, ha querido comunicaros y daros a conocer. Id, y sobre todo que el grano esté siempre listo para echarlo en los surcos, que vais a cavar en esta tierra, que no tiene bastantes piedras en sus entrañas para no abrirse bajo la reja del arado. Vuestro país está llamado a hacerse grande y fuerte, no sólo por la literatura, la ciencia, el genio y los números, sino también por su amor y devoción al creador de todas las cosas. Que vuestra caridad se haga, pues, amplia y poderosa; no tengais miedo de extenderos con ambas manos a vuestro alrededor; ¡Aprended que la caridad no se hace sólo con la limosna, sino también con el corazón!... ¡El corazón, aquí está la gran fuente del bien, la fuente de las fragancias que debéis esparcir y calentar la vida de los que sufren a vuestro alrededor!... Id y predicad el Evangelio, nuevos apóstoles de Cristo; Dios os ha colocado en lo alto del mundo para que todos puedan veros y vuetras palabras sean escuchadas. Pero siempre mirando al cielo y a la tierra, es decir a Dios y a la humanidad, llegaréis a la gran meta que os propongáis y para la que os ayudamos. El campo es vasto; id, pues, y sembrad, para que pronto podamos ir y recoger la cosecha.
“Podéis anunciar por todas partes que el gran reinado vendrá pronto, un reinado de bienaventuranza y felicidad para todos aquellos que han querido creer y amar, porque participarán en él.
“Entonces, antes de partir, recibáis el último consejo que os damos bajo el hermoso cielo que todos aman, ¡bajo el cielo de Francia! Recibáis el último adiós de aquellos amigos que aún os ayudarán en el áspero camino que estáis por recorrer; sin embargo, nuestras manos invisibles os lo pondrán más fácil, y si sabéis poneros constancia, voluntad y coraje, veréis caer los obstáculos bajo vuestros pies.
“Cuando de vuestra boca salen las palabras: 'Todos los hombres son hermanos y deben apoyarse unos en otros para caminar', ¡qué asombro y exclamaciones! La gente sonreirá al veros profesar tal doctrina; diremos en voz baja: “Dicen cosas bonitas, las grandes, pero ¿no son postes que indican los caminos sin recorrerlos?”
“Mostrad, mostradles entonces que el Espírita, este nuevo apóstol de Cristo no está en medio del camino para indicar el camino, sino que se arma con el hacha y la cuchilla y se precipita en medio de los bosques más oscuros y tenebrosos para despejar el camino y arrancar las zarzas bajo los pies de los que siguen. Sí, los nuevos seguidores de Cristo deben ser vigorosos, deben caminar siempre con piernas fuertes y manos pesadas. No hay barreras frente a ellos; todos deben caer bajo sus esfuerzos y golpes; ¡los bosques altos, las enredaderas y las zarzas se romperán para dejar ver finalmente un poco del cielo!
“Es entonces cuando habrá consuelo y felicidad. ¡Qué recompensa para vosotros! Los Espíritus bienaventurados os gritarán: “¡Bravo! bien hecho! “Hijos, pronto seréis uno de nosotros, y pronto os llamaremos hermanos nuestros, porque la tarea que voluntariamente os impusisteis, ¡la supisteis cumplir! Dios tiene grandes recompensas para el que viene a trabajar en su campo; ¡Él da la cosecha a todos los que contribuyen a la gran obra!
“Id pues en paz, ¡id!, os bendecimos. Que esta bendición os dé felicidad y os llene de valor; no olvidéis a ninguno de vuestros hermanos en la gran sociedad de Francia; todos hacen votos por vosotros y por vuestra patria, que el Espiritismo hará poderosa y fuerte; ¡id! ¡los buenos Espíritus os asisten!”
Relaciones amistosas entre vivos y muertos
(Sociedad Espírita de Argel. — Medium, Sr. B...).
¿Por qué, en nuestras conversaciones con los Espíritus de las personas que más hemos querido, experimentamos una vergüenza, una frialdad incluso que nunca hubiéramos sentido en sus vidas?
Respuesta. - Porque sois materiales y nosotros ya no. Os voy a dar una comparación que, como todas las comparaciones, no será absolutamente exacta; sin embargo, será suficiente para lo que quiero decir.
Supongo que sientes por una mujer una de esas pasiones que sólo los novelistas imaginan en vosotros, y que tratáis exageradamente, mientras que, para nosotros, nos parecen diferir menos de los que conocemos por toda la extensión del infinito.
Sigo adivinando. Después de haber tenido, por algún tiempo, la dicha inefable de hablar todos los días con esta mujer y de contemplarla a voluntad, alguna circunstancia os hace no poder verla más y debéis contentaros con sólo oírla; ¿Crees que tu amor resistiría sin ruptura alguna una situación de este tipo prolongada indefinidamente? Confiese que ciertamente sufriría alguna modificación, o lo que los demás llamaríamos una disminución.
Ve más lejos. No solo ya no puedes verla, esta hermosa amiga, sino que ya ni siquiera puedes escucharla; ella está completamente secuestrada; no te dejarán acercarte a ella; prolongue este estado durante unos años y vea lo que sucederá.
Ahora un paso más. Ha muerto la mujer que amabas; ha estado enterrada durante mucho tiempo en la oscuridad de la tumba. Nuevo cambio en ti. No quiero decir que la pasión esté muerta con su objeto, pero sostengo que al menos se transforma. Ella es tal que, si por un favor celestial se presentara ante ti la mujer que tanto extrañas y siempre lloras, no en la odiosa realidad del esqueleto que yace en el cementerio, sino con la forma que amaste y adoraste hasta el éxtasis, ¿estás seguro de que el primer efecto de esta aparición inesperada no sería un sentimiento de profundo terror?
Es porque, ya ves, amigo mío, las pasiones, los afectos fuertes son posibles en toda su extensión sólo entre personas de la misma naturaleza, entre mundanos y mundanos, entre Espíritus y Espíritus. No quiero decir con esto que todo afecto deba desvanecerse con la muerte; quiero decir que cambia de naturaleza y adquiere otro carácter. En una palabra, quiero decir que en vuestra tierra guardáis un buen recuerdo de los que amabais, pero que la materia en medio de la cual vivís, no permitiéndoos comprender ni practicar otra cosa que los amores materiales, y que esta especie de amor, siendo necesariamente imposible entre vosotros y nosotros, de ahí que seáis tan torpes y tan fríos en vuestras relaciones con nosotros. Si quiere convencerse de esto, relea algunas conversaciones espíritas entre parientes, amigos o conocidos; los encontrarás lo suficientemente helados como para dar frío a los habitantes de los polos.
No estamos enojados con vosotros, ni siquiera nos entristece, cuando, sin embargo, estamos lo suficientemente altos en la jerarquía de los Espíritus para darnos cuenta y comprenderlo; pero claro no deja de tener también alguna influencia en nuestra forma de estar con vosotros.
Recordáis la historia de Hanifa que, al poder ponerse en contacto con su amada hija, a la que tanto lloraba, le hace esta primera pregunta: ¿Hay un tesoro escondido en esta casa? ¡Entonces qué buena mistificación tenía! Ella no lo había robado.
Creo, amigo mío, que he dicho lo suficiente para que sientas la causa de la vergüenza que necesariamente existe entre vosotros y nosotros. Podría haber dicho más; por ejemplo, que vemos todas vuestras imperfecciones e impurezas de cuerpo y alma, y eso, de vuestro lado; eres consciente de que los vemos. Admite que es vergonzoso para ambas partes. Coloca a los dos amantes más enamorados en esta casa de cristal donde todo aparece, moral y físicamente, y pregúntate qué será de ellos.
En cuanto a nosotros, animados por un sentimiento de caridad que no podéis comprender, somos, con relación a vosotros, como la buena madre a quien las enfermedades y las manchas del niño que grita y le quita el sueño no pueden hacerle olvidar ni un solo momento los sublimes instintos de la maternidad. Os vemos débil, feo, malvado, y sin embargo os amamos, porque estamos tratando de mejoraros; pero vosotros, los demás, no hacéis justicia temiéndonos más de lo que nos amáis.
Désiré Léglise,
Poeta argelino, muerto en 1851.
(Sociedad Espírita de Argel. — Medium, Sr. B...).
¿Por qué, en nuestras conversaciones con los Espíritus de las personas que más hemos querido, experimentamos una vergüenza, una frialdad incluso que nunca hubiéramos sentido en sus vidas?
Respuesta. - Porque sois materiales y nosotros ya no. Os voy a dar una comparación que, como todas las comparaciones, no será absolutamente exacta; sin embargo, será suficiente para lo que quiero decir.
Supongo que sientes por una mujer una de esas pasiones que sólo los novelistas imaginan en vosotros, y que tratáis exageradamente, mientras que, para nosotros, nos parecen diferir menos de los que conocemos por toda la extensión del infinito.
Sigo adivinando. Después de haber tenido, por algún tiempo, la dicha inefable de hablar todos los días con esta mujer y de contemplarla a voluntad, alguna circunstancia os hace no poder verla más y debéis contentaros con sólo oírla; ¿Crees que tu amor resistiría sin ruptura alguna una situación de este tipo prolongada indefinidamente? Confiese que ciertamente sufriría alguna modificación, o lo que los demás llamaríamos una disminución.
Ve más lejos. No solo ya no puedes verla, esta hermosa amiga, sino que ya ni siquiera puedes escucharla; ella está completamente secuestrada; no te dejarán acercarte a ella; prolongue este estado durante unos años y vea lo que sucederá.
Ahora un paso más. Ha muerto la mujer que amabas; ha estado enterrada durante mucho tiempo en la oscuridad de la tumba. Nuevo cambio en ti. No quiero decir que la pasión esté muerta con su objeto, pero sostengo que al menos se transforma. Ella es tal que, si por un favor celestial se presentara ante ti la mujer que tanto extrañas y siempre lloras, no en la odiosa realidad del esqueleto que yace en el cementerio, sino con la forma que amaste y adoraste hasta el éxtasis, ¿estás seguro de que el primer efecto de esta aparición inesperada no sería un sentimiento de profundo terror?
Es porque, ya ves, amigo mío, las pasiones, los afectos fuertes son posibles en toda su extensión sólo entre personas de la misma naturaleza, entre mundanos y mundanos, entre Espíritus y Espíritus. No quiero decir con esto que todo afecto deba desvanecerse con la muerte; quiero decir que cambia de naturaleza y adquiere otro carácter. En una palabra, quiero decir que en vuestra tierra guardáis un buen recuerdo de los que amabais, pero que la materia en medio de la cual vivís, no permitiéndoos comprender ni practicar otra cosa que los amores materiales, y que esta especie de amor, siendo necesariamente imposible entre vosotros y nosotros, de ahí que seáis tan torpes y tan fríos en vuestras relaciones con nosotros. Si quiere convencerse de esto, relea algunas conversaciones espíritas entre parientes, amigos o conocidos; los encontrarás lo suficientemente helados como para dar frío a los habitantes de los polos.
No estamos enojados con vosotros, ni siquiera nos entristece, cuando, sin embargo, estamos lo suficientemente altos en la jerarquía de los Espíritus para darnos cuenta y comprenderlo; pero claro no deja de tener también alguna influencia en nuestra forma de estar con vosotros.
Recordáis la historia de Hanifa que, al poder ponerse en contacto con su amada hija, a la que tanto lloraba, le hace esta primera pregunta: ¿Hay un tesoro escondido en esta casa? ¡Entonces qué buena mistificación tenía! Ella no lo había robado.
Creo, amigo mío, que he dicho lo suficiente para que sientas la causa de la vergüenza que necesariamente existe entre vosotros y nosotros. Podría haber dicho más; por ejemplo, que vemos todas vuestras imperfecciones e impurezas de cuerpo y alma, y eso, de vuestro lado; eres consciente de que los vemos. Admite que es vergonzoso para ambas partes. Coloca a los dos amantes más enamorados en esta casa de cristal donde todo aparece, moral y físicamente, y pregúntate qué será de ellos.
En cuanto a nosotros, animados por un sentimiento de caridad que no podéis comprender, somos, con relación a vosotros, como la buena madre a quien las enfermedades y las manchas del niño que grita y le quita el sueño no pueden hacerle olvidar ni un solo momento los sublimes instintos de la maternidad. Os vemos débil, feo, malvado, y sin embargo os amamos, porque estamos tratando de mejoraros; pero vosotros, los demás, no hacéis justicia temiéndonos más de lo que nos amáis.
Poeta argelino, muerto en 1851.
Las dos lágrimas
(Sociedad Espírita de Lyon; grupo Villon. - Médium, Sra. Bouilland.)
Un Espíritu estaba obligado a dejar la tierra, que no debería haber visitado, porque venía de una región mucho más baja; pero había pedido someterse a una prueba, y Dios no se lo había negado. ¡Desafortunadamente! la esperanza que había concebido cuando entró en el mundo terrenal no se había realizado, y su naturaleza abrupta había recuperado el control, cada uno de sus días había estado marcado por el crimen más oscuro. Durante mucho tiempo, todos los Espíritus Guardianes de los hombres habían tratado de desviarlo del camino que estaba siguiendo, pero, cansados de la lucha, habían abandonado a este desdichado hombre a sí mismo, casi temiendo su toque. Sin embargo, todo tiene un final; tarde o temprano se descubre el crimen, y la justicia represiva de los hombres impone al culpable la pena de talión. Esta vez no fue cabeza por cabeza: fue cabeza por cien; y ayer este Espíritu, después de permanecer medio siglo en la tierra, iba a volver al espacio, para ser juzgado por el Juez Supremo que pesa las faltas mucho más inexorablemente de lo que vosotros mismos podríais.
En vano los Espíritus Guardianes revisaron la condenación y trataron de inducir el arrepentimiento en esta alma rebelde; en vano habían incitado a los Espíritus de toda su familia a su lado: cada uno hubiera querido poder arrancarle un suspiro de pesar, o incluso una señal; se acercaba el momento fatal, y nada despuntaba esta naturaleza curtida y, por así decirlo, bestial; sin embargo, un solo pesar, antes de dejar la vida, podría haber suavizado los sufrimientos de este desdichado, condenado por los hombres a perder la vida, y por Dios a un remordimiento incesante, una tortura terrible, como el buitre que roe el corazón que renace constantemente.
Mientras los Espíritus trabajaban incansablemente para engendrar en él al menos un pensamiento de arrepentimiento, otro Espíritu, un Espíritu amable, dotado de una sensibilidad y una ternura sublimes, se cernía alrededor de un ser muy querido, un ser aún vivo, y le decía: “Piensa de este desdichado que está a punto de morir; háblame de él”. Cuando la caridad es compasiva, cuando dos Espíritus se llevan bien y se vuelven uno, el pensamiento es como electricidad. Pronto el Espíritu encarnado le dijo a este mensajero de amor: “Hija Mía, trata de inspirar un poco de remordimiento en este desdichado que está a punto de morir; ¡Ve, consuélale!” Y al pensar en ello, comprendiendo todo el sufrimiento que iba a tener que soportar el desdichado criminal para su expiación, una furtiva lágrima escapa de los ojos de aquel que solo, a esta hora temprana, amaneció pensando en este ser impuro, que en un instante tuvo que rendir cuentas. El gentil mensajero recogió esta benéfica lágrima en el hueco de su delicada mano, y con un rápido vuelo la llevó hacia el sagrario que contiene semejantes reliquias, y así hizo su oración: “Señor, un impío está a punto de morir; lo condenaste, pero dijiste: "Perdono el remordimiento, concedo indulgencia al arrepentimiento". He aquí una lágrima de verdadera caridad, que cruzó del corazón a los ojos de la persona que más amo en el mundo. Os traigo esta lágrima: es el rescate del sufrimiento; dame el poder de ablandar el corazón de roca del Espíritu que expiará sus crímenes.” – “Ve, respondió el Maestro; ve, hijo mío; esta lágrima bendita puede pagar muchos rescates.”
La dulce niña partió; se acercó al criminal en el momento de la ejecución; lo que ella le dice, sólo Dios lo sabe; lo que le sucedió a este ser perdido, nadie lo entendió, pero, al abrir los ojos a la luz, vio todo un pasado aterrador desplegarse ante él. Aquel a quien el fatal instrumento no había sacudido; él, a quien la sentencia de muerte había hecho sonreír, miró hacia arriba y una gran lágrima, ardiente como plomo fundido, cayó de sus ojos. Ante esta muda prueba que le testificaba que su oración había sido escuchada, el ángel de la caridad extendió sus blancas alas sobre el desdichado, recogió esta lágrima y pareció decir: “¡Desgraciado! sufrirás menos: yo llevo tu redención.”
¡Qué contraste puede inspirar la caridad del Creador! ¡El ser más impuro en los peldaños más bajos de la escala, y el ángel castísimo que, a punto de entrar en el mundo de los elegidos, viene a una señal para extender su protección visible sobre este paria de la sociedad! Dios bendijo desde lo alto de su poderoso tribunal esta conmovedora escena, y todos dijimos mientras rodeábamos a esta niña: “Ve y recibe tu recompensa.” La dulce mensajera ascendió al cielo, con su lágrima abrasadora en la mano, y pudo decir: "¡Maestro, exclamó, aquí está la prueba!" "Muy bien", respondió el Señor; “conserva esa primera gota de rocío del corazón endurecido; lleva esta lágrima fecunda y riegue este Espíritu desecado por el mal; pero sobre todo guarda la primera lágrima que me trajo esta niña; que esta gota de agua se convierta en un diamante puro, porque es en verdad la perla inmaculada de la verdadera caridad. Transmitid este ejemplo a los pueblos, y decidles: "Solidarios unos con otros, mirad, he aquí una lágrima de amor a la humanidad, y una lágrima de remordimiento obtenida por la oración, y estas dos lágrimas serán los mayores tesoros del vasto escenario de la caridad. “”
Cárita
(Sociedad Espírita de Lyon; grupo Villon. - Médium, Sra. Bouilland.)
Un Espíritu estaba obligado a dejar la tierra, que no debería haber visitado, porque venía de una región mucho más baja; pero había pedido someterse a una prueba, y Dios no se lo había negado. ¡Desafortunadamente! la esperanza que había concebido cuando entró en el mundo terrenal no se había realizado, y su naturaleza abrupta había recuperado el control, cada uno de sus días había estado marcado por el crimen más oscuro. Durante mucho tiempo, todos los Espíritus Guardianes de los hombres habían tratado de desviarlo del camino que estaba siguiendo, pero, cansados de la lucha, habían abandonado a este desdichado hombre a sí mismo, casi temiendo su toque. Sin embargo, todo tiene un final; tarde o temprano se descubre el crimen, y la justicia represiva de los hombres impone al culpable la pena de talión. Esta vez no fue cabeza por cabeza: fue cabeza por cien; y ayer este Espíritu, después de permanecer medio siglo en la tierra, iba a volver al espacio, para ser juzgado por el Juez Supremo que pesa las faltas mucho más inexorablemente de lo que vosotros mismos podríais.
En vano los Espíritus Guardianes revisaron la condenación y trataron de inducir el arrepentimiento en esta alma rebelde; en vano habían incitado a los Espíritus de toda su familia a su lado: cada uno hubiera querido poder arrancarle un suspiro de pesar, o incluso una señal; se acercaba el momento fatal, y nada despuntaba esta naturaleza curtida y, por así decirlo, bestial; sin embargo, un solo pesar, antes de dejar la vida, podría haber suavizado los sufrimientos de este desdichado, condenado por los hombres a perder la vida, y por Dios a un remordimiento incesante, una tortura terrible, como el buitre que roe el corazón que renace constantemente.
Mientras los Espíritus trabajaban incansablemente para engendrar en él al menos un pensamiento de arrepentimiento, otro Espíritu, un Espíritu amable, dotado de una sensibilidad y una ternura sublimes, se cernía alrededor de un ser muy querido, un ser aún vivo, y le decía: “Piensa de este desdichado que está a punto de morir; háblame de él”. Cuando la caridad es compasiva, cuando dos Espíritus se llevan bien y se vuelven uno, el pensamiento es como electricidad. Pronto el Espíritu encarnado le dijo a este mensajero de amor: “Hija Mía, trata de inspirar un poco de remordimiento en este desdichado que está a punto de morir; ¡Ve, consuélale!” Y al pensar en ello, comprendiendo todo el sufrimiento que iba a tener que soportar el desdichado criminal para su expiación, una furtiva lágrima escapa de los ojos de aquel que solo, a esta hora temprana, amaneció pensando en este ser impuro, que en un instante tuvo que rendir cuentas. El gentil mensajero recogió esta benéfica lágrima en el hueco de su delicada mano, y con un rápido vuelo la llevó hacia el sagrario que contiene semejantes reliquias, y así hizo su oración: “Señor, un impío está a punto de morir; lo condenaste, pero dijiste: "Perdono el remordimiento, concedo indulgencia al arrepentimiento". He aquí una lágrima de verdadera caridad, que cruzó del corazón a los ojos de la persona que más amo en el mundo. Os traigo esta lágrima: es el rescate del sufrimiento; dame el poder de ablandar el corazón de roca del Espíritu que expiará sus crímenes.” – “Ve, respondió el Maestro; ve, hijo mío; esta lágrima bendita puede pagar muchos rescates.”
La dulce niña partió; se acercó al criminal en el momento de la ejecución; lo que ella le dice, sólo Dios lo sabe; lo que le sucedió a este ser perdido, nadie lo entendió, pero, al abrir los ojos a la luz, vio todo un pasado aterrador desplegarse ante él. Aquel a quien el fatal instrumento no había sacudido; él, a quien la sentencia de muerte había hecho sonreír, miró hacia arriba y una gran lágrima, ardiente como plomo fundido, cayó de sus ojos. Ante esta muda prueba que le testificaba que su oración había sido escuchada, el ángel de la caridad extendió sus blancas alas sobre el desdichado, recogió esta lágrima y pareció decir: “¡Desgraciado! sufrirás menos: yo llevo tu redención.”
¡Qué contraste puede inspirar la caridad del Creador! ¡El ser más impuro en los peldaños más bajos de la escala, y el ángel castísimo que, a punto de entrar en el mundo de los elegidos, viene a una señal para extender su protección visible sobre este paria de la sociedad! Dios bendijo desde lo alto de su poderoso tribunal esta conmovedora escena, y todos dijimos mientras rodeábamos a esta niña: “Ve y recibe tu recompensa.” La dulce mensajera ascendió al cielo, con su lágrima abrasadora en la mano, y pudo decir: "¡Maestro, exclamó, aquí está la prueba!" "Muy bien", respondió el Señor; “conserva esa primera gota de rocío del corazón endurecido; lleva esta lágrima fecunda y riegue este Espíritu desecado por el mal; pero sobre todo guarda la primera lágrima que me trajo esta niña; que esta gota de agua se convierta en un diamante puro, porque es en verdad la perla inmaculada de la verdadera caridad. Transmitid este ejemplo a los pueblos, y decidles: "Solidarios unos con otros, mirad, he aquí una lágrima de amor a la humanidad, y una lágrima de remordimiento obtenida por la oración, y estas dos lágrimas serán los mayores tesoros del vasto escenario de la caridad. “”
Los dos Voltaire
(Sociedad Espírita de París; grupo Faucherand. — Medium, Sr. E. Vézy).
Soy yo, pero no ese Espíritu burlón y cáustico de antaño; ¡el pequeño reyezuelo del siglo XVIII, que comandó con pensamiento y genio a tantos grandes soberanos, ya no tiene en los labios esa sonrisa mordaz que hacía temblar a los enemigos y aun a los amigos! ¡Mi cinismo desapareció ante la revelación de las grandes cosas que quería tocar y que solo conocí más allá de la tumba!
¡Pobres cerebros demasiado estrechos para contener tantas maravillas! Humanos, callaos, humillaos ante el poder supremo; admirar y contemplar, eso es lo que podéis hacer. ¿Cómo queréis profundizar en Dios y su gran obra? A pesar de todos vuestros recursos, ¿no se quiebra vuestra razón ante el átomo y el grano de arena que no sabéis definir?
Dediqué mi vida, yo, a buscar y conocer a Dios y su principio, allí mi razón se debilitó, y había llegado a ello, no para negar a Dios, sino su gloria, su poder y su grandeza. Me expliqué a mí mismo que se desarrolló con el tiempo. Una intuición celestial me dijo que rechazara este error, pero no le hice caso, y me hice apóstol de una falsa doctrina... ¿Sabes por qué? Porque, en el tumulto y estruendo de mis pensamientos que chocaban constantemente, sólo veía una cosa: ¡mi nombre grabado en el frontón del templo de la memoria de las naciones! Sólo veía la gloria que me prometía esta juventud universal que me rodeaba y parecía saborear con dulzura y deleite el jugo de la doctrina que le enseñaba. Sin embargo, empujado por no sé qué remordimiento de mi conciencia, quise detenerme, pero era demasiado tarde; como toda utopía, todo sistema que abrazamos os arrastra; el torrente sigue primero, luego os arrastra y os rompe, así de violenta y rápida es su caída a veces.
Creedme, vosotros que estáis aquí en busca de la verdad, la encontrareis cuando hayas quitado de vuestro corazón el amor del oropel que brilla en vuestros ojos con necia autoestima y necio orgullo. No tengáis miedo, en el nuevo camino por el que andáis, de combatir el error y de derribarlo cuando se levante ante vosotros. ¿No es una monstruosidad predicar una mentira de la que uno no se atreve a defenderse, porque ha hecho discípulos que le han precedido en sus creencias?
Ved, amigos míos, el Voltaire de hoy ya no es el del siglo XVIII; soy más cristiano, porque vengo aquí a haceros olvidar mi gloria y recordaros lo que fui en mi juventud, y lo que amé en mi niñez. ¡Oh! ¡Cómo me gustaba perderme en el mundo del pensamiento! Mi imaginación ardiente y vívida corría por los valles de Asia siguiendo a aquel que llamáis el Redentor... Me gustaba correr por los caminos que él había recorrido; ¡Y qué grande y sublime me parecía este Cristo en medio de la multitud! ¡Creí oír su poderosa voz, instruyendo a los pueblos de Galilea, a las orillas del lago Tiberíades y a Judea!... Más tarde, en mis noches de desvelo, ¿cuántas veces me levanté para abrir una vieja Biblia y releer sus santas páginas! ¡Entonces mi frente se inclinó ante la cruz, ese signo eterno de redención que une la tierra al cielo, la criatura al Creador!... ¡Cuántas veces he admirado este poder de Dios, subdividiéndose, por así decirlo, y cuya chispa encarna para volverse tan pequeña, viniendo a entregar el fantasma en el Calvario por expiación!... Augusta víctima cuya divinidad yo negaba, y que sin embargo me hizo decir de ella:
Tu Dios a quien traicionas, tu Dios a quien blasfemas,
¡Para ti, para el universo, está muerto en estos mismos lugares!
Sufro, pero expío la resistencia que opuse a Dios. Mi misión era instruir e iluminar; ¡Yo lo hice primero, pero mi antorcha se apagó en mis manos a la hora señalada para la luz!...
Felices hijos de los siglos XIX y XX, a vosotros os es dado ver encender la antorcha de la verdad; ¡Que vuestros ojos vean bien su luz, porque para vosotros tendrá rayos celestiales y su brillo será divino!
Voltaire.
Hijitos, dejo hablar en mi lugar a uno de vuestros grandes filósofos, principal líder del error; quería que viniera y os dijera dónde está la luz; ¿Qué piensas? Todos vendrán y os lo repetirán: No hay sabiduría sin amor ni caridad; y, dime, ¿qué doctrina más suave para enseñarla que el Espiritismo? No puedo repetirlo demasiado: el amor y la caridad son las dos virtudes supremas que unen, como dice Voltaire, la criatura al Creador. ¡Oh! ¡Qué misterio y qué vínculo sublime! ¡Gusano, gusano de tierra que puede llegar a ser tan poderoso, que su gloria tocará el trono del Eterno!...
San Agustín.
Alan Kardec.
(Sociedad Espírita de París; grupo Faucherand. — Medium, Sr. E. Vézy).
Soy yo, pero no ese Espíritu burlón y cáustico de antaño; ¡el pequeño reyezuelo del siglo XVIII, que comandó con pensamiento y genio a tantos grandes soberanos, ya no tiene en los labios esa sonrisa mordaz que hacía temblar a los enemigos y aun a los amigos! ¡Mi cinismo desapareció ante la revelación de las grandes cosas que quería tocar y que solo conocí más allá de la tumba!
¡Pobres cerebros demasiado estrechos para contener tantas maravillas! Humanos, callaos, humillaos ante el poder supremo; admirar y contemplar, eso es lo que podéis hacer. ¿Cómo queréis profundizar en Dios y su gran obra? A pesar de todos vuestros recursos, ¿no se quiebra vuestra razón ante el átomo y el grano de arena que no sabéis definir?
Dediqué mi vida, yo, a buscar y conocer a Dios y su principio, allí mi razón se debilitó, y había llegado a ello, no para negar a Dios, sino su gloria, su poder y su grandeza. Me expliqué a mí mismo que se desarrolló con el tiempo. Una intuición celestial me dijo que rechazara este error, pero no le hice caso, y me hice apóstol de una falsa doctrina... ¿Sabes por qué? Porque, en el tumulto y estruendo de mis pensamientos que chocaban constantemente, sólo veía una cosa: ¡mi nombre grabado en el frontón del templo de la memoria de las naciones! Sólo veía la gloria que me prometía esta juventud universal que me rodeaba y parecía saborear con dulzura y deleite el jugo de la doctrina que le enseñaba. Sin embargo, empujado por no sé qué remordimiento de mi conciencia, quise detenerme, pero era demasiado tarde; como toda utopía, todo sistema que abrazamos os arrastra; el torrente sigue primero, luego os arrastra y os rompe, así de violenta y rápida es su caída a veces.
Creedme, vosotros que estáis aquí en busca de la verdad, la encontrareis cuando hayas quitado de vuestro corazón el amor del oropel que brilla en vuestros ojos con necia autoestima y necio orgullo. No tengáis miedo, en el nuevo camino por el que andáis, de combatir el error y de derribarlo cuando se levante ante vosotros. ¿No es una monstruosidad predicar una mentira de la que uno no se atreve a defenderse, porque ha hecho discípulos que le han precedido en sus creencias?
Ved, amigos míos, el Voltaire de hoy ya no es el del siglo XVIII; soy más cristiano, porque vengo aquí a haceros olvidar mi gloria y recordaros lo que fui en mi juventud, y lo que amé en mi niñez. ¡Oh! ¡Cómo me gustaba perderme en el mundo del pensamiento! Mi imaginación ardiente y vívida corría por los valles de Asia siguiendo a aquel que llamáis el Redentor... Me gustaba correr por los caminos que él había recorrido; ¡Y qué grande y sublime me parecía este Cristo en medio de la multitud! ¡Creí oír su poderosa voz, instruyendo a los pueblos de Galilea, a las orillas del lago Tiberíades y a Judea!... Más tarde, en mis noches de desvelo, ¿cuántas veces me levanté para abrir una vieja Biblia y releer sus santas páginas! ¡Entonces mi frente se inclinó ante la cruz, ese signo eterno de redención que une la tierra al cielo, la criatura al Creador!... ¡Cuántas veces he admirado este poder de Dios, subdividiéndose, por así decirlo, y cuya chispa encarna para volverse tan pequeña, viniendo a entregar el fantasma en el Calvario por expiación!... Augusta víctima cuya divinidad yo negaba, y que sin embargo me hizo decir de ella:
Tu Dios a quien traicionas, tu Dios a quien blasfemas,
¡Para ti, para el universo, está muerto en estos mismos lugares!
Sufro, pero expío la resistencia que opuse a Dios. Mi misión era instruir e iluminar; ¡Yo lo hice primero, pero mi antorcha se apagó en mis manos a la hora señalada para la luz!...
Felices hijos de los siglos XIX y XX, a vosotros os es dado ver encender la antorcha de la verdad; ¡Que vuestros ojos vean bien su luz, porque para vosotros tendrá rayos celestiales y su brillo será divino!
Hijitos, dejo hablar en mi lugar a uno de vuestros grandes filósofos, principal líder del error; quería que viniera y os dijera dónde está la luz; ¿Qué piensas? Todos vendrán y os lo repetirán: No hay sabiduría sin amor ni caridad; y, dime, ¿qué doctrina más suave para enseñarla que el Espiritismo? No puedo repetirlo demasiado: el amor y la caridad son las dos virtudes supremas que unen, como dice Voltaire, la criatura al Creador. ¡Oh! ¡Qué misterio y qué vínculo sublime! ¡Gusano, gusano de tierra que puede llegar a ser tan poderoso, que su gloria tocará el trono del Eterno!...
Alan Kardec.
Junio
Sociedad Parisina de Estudios Espíritas - Discurso del Sr. Allan Kardec - En la renovación del año social, 1 de abril de 1862
Damas y caballeros,
Damas y caballeros,
La Sociedad Parisina de Estudios Espíritas inició su quinto año el 1 de abril de 1862, y nunca, hay que reconocerlo, lo ha hecho con mejores auspicios. Este hecho no sólo es importante desde nuestro punto de vista personal, sino que es sobre todo característico desde el punto de vista de la doctrina en general, porque prueba claramente la intervención de nuestros guías espirituales. Sería superfluo recordaros el modesto origen de la Sociedad, así como las circunstancias, de modo providencial, de su constitución; circunstancias a las que un Espíritu eminente, entonces en poder, y desde su reingreso en el mundo de los Espíritus, él mismo nos dijo que había hecho una poderosa contribución.
La sociedad, recordad, señores, ha tenido sus vicisitudes; tenía en sí elementos de disolución, provenientes del tiempo en que se reclutó a sí mismo con demasiada facilidad, e incluso su existencia se vio comprometida por un momento. En este momento, cuestioné su utilidad real, no como una simple reunión, sino como un cuerpo corporativo. Cansado de estos tirones, resolví retirarme; esperaba que una vez libre de los obstáculos esparcidos en mi camino, trabajaría mucho mejor para el gran trabajo emprendido. Fui disuadido de ello por numerosas comunicaciones espontáneas que me fueron dadas desde varios lados; hay una, entre otras, de la que creo útil hoy darles la sustancia, porque los acontecimientos han justificado las previsiones. Fue diseñado de la siguiente manera:
“La Sociedad formada por nosotros con vuestra ayuda es necesaria; queremos que permanezca y permanecerá, a pesar de la mala voluntad de algunos, como reconoceréis más adelante. Cuando existe un mal, no se puede curar sin una crisis; es así de pequeño a grande: en el individuo como en las sociedades; en las sociedades como entre los pueblos; en los pueblos como lo será en la humanidad. Nuestra Sociedad, decimos, es necesaria; cuando deje de estar en forma presente, se transformará como todas las cosas. En cuanto a ti, no puedes, no debes retirarte; sin embargo, no pretendemos obstaculizar su libre albedrío; solo decimos que tu retiro sería una falta de la que algún día te arrepentirías, porque entorpecería nuestros planes…”
Desde entonces han transcurrido dos años y, como veis, la Sociedad ha salido feliz de esta crisis temporal, de la que todos los hechos me han sido comunicados, y uno de cuyos resultados ha sido darnos una lección de experiencia que hemos aprovechado, y que ha provocado medidas de las que no tenemos más que aplaudirnos. La Sociedad, libre de las preocupaciones inherentes a su estado anterior, pudo proseguir sus estudios sin obstáculos; así que su progreso ha sido rápido, y ha crecido visiblemente, no diré numéricamente, aunque es más numeroso que nunca, pero sí en importancia. Ochenta y siete socios, participantes en las contribuciones anuales, figuraron en la lista del año que acaba de terminar, sin contar los socios de honor y los corresponsales. Hubiera sido fácil para ella duplicar e incluso triplicar este número, si hubiera tenido por objeto recibos; solo tenía que rodear las admisiones con menos dificultad; sin embargo, lejos de disminuir estas dificultades, las ha acrecentado, porque siendo una Sociedad de Estudios, no quiso apartarse de los principios de su institución, y nunca se cuestionó de interés material; no buscando atesorar, le era indiferente ser un poco más o un poco menos numerosa. Su preponderancia, por tanto, no depende del número de sus miembros; está en las ideas que estudia, que elabora y que difunde; no hace propaganda activa; no tiene agentes ni emisarios; no pide a nadie que venga a ella, y, lo que puede parecer extraordinario, es a esta misma reserva a la que debe su influencia. Aquí, sobre este tema, está su razonamiento. Si las ideas Espíritas fueran falsas, nada podría hacerlas arraigar, pues toda idea falsa tiene sólo una existencia temporal; si son verdaderas, se establecerán igualmente, por convicción, y el peor medio de propagarlas sería imponerlas, pues toda idea impuesta es sospechosa y delata la propia debilidad. Las ideas verdaderas deben ser aceptadas por la razón y el sentido común; donde no germinan, es porque no ha llegado la época; debemos esperar y limitarnos a tirar la semilla al viento, porque, tarde o temprano, se encontrarán algunas semillas que caerán en tierra menos árida.
El número de miembros de la Sociedad es pues una cuestión muy secundaria; porque hoy, menos que nunca, podría pretender absorber a todos los adeptos; su objeto es, por sus estudios concienzudos, realizados sin prejuicios y sin parcialidad, para dilucidar las diversas partes de la Ciencia Espírita, para buscar las causas de los fenómenos, y para recoger todas las observaciones susceptibles de aclarar la cuestión, tan importante y tan apasionante de interés, el estado del mundo invisible, de su acción sobre el mundo visible y de las innumerables consecuencias que resultan de ella para la humanidad. Por su posición y por la multiplicidad de sus informes, está en las condiciones más favorables para observar bien y mucho. Su finalidad es, por tanto, esencialmente moral y filosófica; pero lo que sobre todo ha dado crédito a su obra es la calma, la seriedad que le aporta; es que allí todo se discute con frialdad, sin pasión, como debe hacerlo la gente que busca de buena fe iluminarse; es porque sabemos que ella solo trata cosas serias; finalmente, es la impresión de que los muchos extranjeros que a menudo han venido de países lejanos para asistir han quitado el orden y la dignidad de sus sesiones.
También la línea que ha seguido está dando sus frutos; los principios que profesa, basados en la observación concienzuda, sirven hoy de regla para la inmensa mayoría de los Espíritas. Habéis visto caer sucesivamente ante la experiencia la mayor parte de los sistemas eclosionados al principio, y apenas unos pocos todavía conservan seguidores raros; esto es indiscutible. Entonces, ¿qué ideas crecen y cuáles decaen? Es una cuestión de fe. La doctrina de la reencarnación es el principio que más ha sido discutido, y sus adversarios no han escatimado nada para derrotarlo, ni siquiera los insultos y vulgaridades, ese argumento supremo de los que están al final de la buena razón; sin embargo, se ha abierto camino, porque se basa en una lógica inflexible; que sin esta palanca se tropieza con dificultades insuperables, y porque al final no se ha encontrado nada más racional para poner en su lugar.
Hay, sin embargo, un sistema del que estamos haciendo alarde más que nunca hoy, es el sistema diabólico. Incapaz de negar los hechos de las manifestaciones, un partido pretende demostrar que son obra exclusiva del diablo. La implacabilidad que pone en ello prueba que no está muy seguro de tener razón, mientras que los Espíritas no se conmueven en lo más mínimo por este despliegue de fuerzas que dejan desgastar. En este momento está disparando hasta el final: discursos, pequeños folletos, grandes volúmenes, artículos periodísticos, es un ataque general para demostrar ¿qué? Que los hechos que, según nosotros, testifican del poder y la bondad de Dios, testifiquen al contrario del poder del diablo; de donde se sigue que el diablo, siendo el único que puede manifestarse, es más poderoso que Dios. Atribuir al demonio todo lo bueno en las comunicaciones es quitarle el bien a Dios para rendir homenaje al demonio. Creemos ser más respetuosos que eso con la Divinidad. Además, como dije, los Espíritas apenas se preocupan por este clamor que tendrá el efecto de destruir un poco antes el crédito de Satanás.
La Sociedad de París, sin el uso de medios materiales, y aunque limitada numéricamente por su voluntad, ha hecho sin embargo considerable propaganda a fuerza de ejemplo, y prueba de ello es el número incalculable de Grupos Espíritas que se forman en las mismas bases, que es decir según los principios que profesa; es el número de sociedades regulares que se organizan y piden ponerse bajo su patrocinio; las hay en varias localidades de Francia y del extranjero, en Argelia, Italia, Austria, México, etc. ; y ¿qué hemos hecho para ello? ¿Estábamos buscándolos; solicitándolos? ¿Hemos enviado emisarios, agentes? Para nada; nuestros agentes son las obras, ideas Espíritas difundidas en una localidad; al principio encuentran sólo algunos ecos, luego, paso a paso; van ganando terreno; los seguidores sienten la necesidad de reunirse, menos para experimentar que para discutir un tema que les interesa; de ahí los miles de grupos particulares que pueden llamarse grupos familiares; en el número algunos adquieren mayor importancia numérica; se nos pide consejo, y es así como poco a poco se va formando esta red, que ya tiene hitos en todas partes del globo.
Aquí, señores, naturalmente se coloca una observación importante sobre la naturaleza de las relaciones que existen entre la Sociedad de París y las juntas o sociedades que se fundan bajo sus auspicios, y que sería un error considerar como ramas. La Sociedad de París no tiene sobre ellos otra autoridad que la de la experiencia, pero, como he dicho en otra ocasión, no interfiere en sus asuntos; su papel se limita a dar consejos extraoficiales cuando se le pregunta. El vínculo que los une es, por tanto, un vínculo puramente moral, basado en la simpatía y la semejanza de las ideas; no hay entre ellos ninguna afiliación, ninguna solidaridad material; la única consigna es la que debe unir a todos los hombres: la caridad y el amor al prójimo, consigna pacífica que no puede causar resentimiento.
La mayoría de los miembros de la Sociedad residen en París; sí incluye, sin embargo, a varios que viven en provincias o en el extranjero, y que, si bien asisten muy excepcionalmente, incluso hay algunos que nunca han venido a París desde su fundación, se han hecho un honor formar parte de ella. Además de los miembros propiamente dichos, tiene corresponsales, pero cuyos informes, puramente científicos, sólo tienen por objeto mantenerla informada del movimiento Espírita en las diferentes localidades, y proporcionarme documentos para la historia del establecimiento del Espiritismo cuyos materiales yo recolecto. Entre los seguidores hay algunos que se distinguen por su celo, su abnegación, su devoción a la causa del Espiritismo; que pagan con su persona, no con palabras, sino con acciones; la Sociedad se complace en darles un especial testimonio de simpatía al conferirles el título de miembro de honor.
Por dos años, por lo tanto, la Sociedad ha crecido en crédito e importancia; pero un mayor progreso está indicado por la naturaleza de las comunicaciones que recibe de los Espíritus. Desde hace algún tiempo, en efecto, estas comunicaciones han adquirido proporciones y desarrollos que han superado con creces nuestras expectativas; ya no son, como antes, breves fragmentos de moralidad banal; sino disertaciones donde las más altas cuestiones de la filosofía son tratadas con una amplitud y profundidad de pensamiento que las convierten en verdaderos discursos. Esto es lo que notaron la mayoría de los lectores de la Revista.
Estoy feliz de reportar otro avance con respecto a los médiums; nunca, en ningún otro momento, hemos visto a tantos participar en nuestro trabajo, ya que hemos tenido hasta catorce comunicaciones en una misma sesión. Pero lo que es más valioso que la cantidad es la calidad, que se puede juzgar por la importancia de las instrucciones que se nos dan. No todos aprecian la calidad medianímica desde el mismo punto de vista; hay quienes la miden por el efecto; para ellos, los médiums rápidos son los más notables y los mejores; para nosotros que buscamos sobre todo la instrucción, damos más valor a la que satisface el pensamiento que a la que satisface sólo a los ojos; por tanto, preferimos un médium útil con el que aprendemos algo, a un médium sorprendente con el que no aprendemos nada. En este sentido no tenemos nada de qué quejarnos, y debemos agradecer a los Espíritus por haber cumplido la promesa que nos hicieron de no dejarnos desprevenidos. Queriendo ampliar el círculo de su enseñanza, también tuvieron que multiplicar los instrumentos.
Pero hay un punto aún más importante, sin el cual esta enseñanza habría producido poco o ningún fruto. Sabemos que todos los Espíritus están lejos de tener ciencia soberana y que pueden equivocarse; que a menudo se les ocurren sus propias ideas que pueden ser correctas o incorrectas; que los Espíritus superiores quieren que nuestro juicio se ejerza en discernir lo verdadero de lo falso, lo racional de lo ilógico; por eso nunca aceptamos nada con los ojos cerrados. Por lo tanto, no puede haber enseñanza provechosa sin discusión; pero ¿cómo discutir comunicaciones con médiums que no sufren la menor controversia, que se hieren con un comentario crítico, con una simple observación, y les parece mal que no aplaudamos todo lo que obtienen, aunque esté viciado de la más grosera herejías científicas? Esta afirmación estaría fuera de lugar si lo que escriben fuera producto de su inteligencia; es ridículo cuando son sólo instrumentos pasivos, porque se asemejan a un actor que se ofendería si los versos que le piden recitar fueran malos. Su propio Espíritu no puede ser ofendido por una crítica que no le alcance, pues es el Espíritu que se comunica el que se hiere, y el que transmite su impresión al médium; por esto mismo este Espíritu traiciona su influencia, ya que quiere imponer sus ideas por la fe ciega y no por el razonamiento, o lo que es lo mismo, porque quiere razonar por sí mismo. Se sigue que el médium que está en esta disposición está bajo el dominio de un Espíritu que merece poca confianza, ya que muestra más orgullo que conocimiento; también sabemos que los Espíritus de esta categoría generalmente alejan a sus médiums de los centros donde no son aceptados sin reservas.
Este defecto, en los médiums afectados por él, es un obstáculo muy grande para el estudio. Si solo estuviéramos buscando los efectos, no tendría importancia para nosotros; pero a medida que buscamos instrucción, no podemos dispensar discutir, a riesgo de desagradar a los médiums; también algunos se retiraron antes, como sabéis, por esta causa, aunque no confesados, y porque no habían podido ponerse ante la Sociedad como médiums exclusivos, y como intérpretes infalibles de los poderes celestiales; a sus ojos, son los que no se doblegan ante sus comunicaciones los que están obsesionados; incluso hay quienes empujan la susceptibilidad hasta el punto de ofenderse por la prioridad dada a la lectura de comunicaciones obtenidas por otros médiuns; ¿Qué es, cuando se prefiere otra comunicación a la de ellos? Entendemos la vergüenza que impone tal situación. Afortunadamente para el interés de la ciencia Espírita, no todos son iguales, y aprovecho con entusiasmo esta oportunidad para dirigirme, en nombre de la Sociedad, gracias a quienes nos prestan hoy su ayuda con tanto celo como de devoción, sin calcular sus molestias o su tiempo, y que, sin tomar en modo alguno la causa de sus comunicaciones, son los primeros en anticipar la controversia de que pueden ser objeto.
En resumen, señores, sólo podemos felicitarnos por el estado de la Sociedad desde el punto de vista moral; no hay quien no haya notado en el espíritu dominante una diferencia notable, con respecto a lo que era al principio, de la que cada uno instintivamente siente la impresión, y que se ha traducido en muchas circunstancias por hechos positivos. Es innegable que reina menos vergüenza y menos coacción, mientras se siente allí un sentimiento de benevolencia mutua. Parece que los Espíritus perturbadores, viendo su impotencia para sembrar desconfianza, han dado el sabio paso de retirarse. También podemos aplaudir la feliz idea de varios miembros de organizar reuniones privadas en sus casas; tienen la ventaja de establecer relaciones más íntimas; son, además, centros para una multitud de personas que no pueden venir a la Sociedad; donde se puede sacar una primera iniciación; donde uno puede hacer una multitud de observaciones que luego llegan a converger en el centro común; finalmente, son viveros para la formación de médiums. Agradezco sinceramente a las personas que me han hecho el honor de ofrecerse para asumir la dirección, pero eso es materialmente imposible para mí; incluso lamento mucho no poder ir tan a menudo como me gustaría. Ya conoces mi opinión respecto a los grupos especiales; por eso deseo que se multipliquen, en la Sociedad o fuera de la Sociedad, en París o en otros lugares, porque son los agentes más activos de la propaganda.
Desde el punto de vista material, nuestro tesorero os ha dado cuenta de la situación de la Sociedad. Nuestro presupuesto, como saben señores, es muy sencillo, y siempre que haya un equilibrio entre el activo y el pasivo, eso es lo principal, ya que no estamos tratando de capitalizar.
Roguemos, pues, a los buenos espíritus que nos asisten, y en particular a nuestro presidente espiritual San Luis, para que tengan la bondad de continuar con la protección benévola que tan visiblemente nos han concedido hasta el día de hoy, y que nos esforzaremos cada vez más. para hacernos dignos.
Me resta hablarles, señores, de un asunto importante, quiero hablarles del uso de los diez mil francos que me fueron enviados, hace como dos años, por una persona suscrita a la Revista Espírita, y que quiso permanecer en el anonimato, para ser empleado en interés del Espiritismo. Este regalo, como recordaréis, se me hizo a mí personalmente, sin encargo especial, sin recibo, y sin que yo tuviera que dar cuenta de ello a nadie.
Al anunciar esta feliz circunstancia a la Sociedad, declaré, en la reunión del 17 de febrero de 1860, que no tenía intención de valerme de esta señal de confianza, y que no la tenía menos, para mi propia satisfacción, que el uso de los fondos estaba sujeto a control; y añadí: "Esta suma formará el primer fondo de un fondo especial, bajo el nombre de “Caja del Espiritismo”, que no tendrá nada en común con mis asuntos personales". Este fondo se incrementará posteriormente con las sumas que le lleguen de otras fuentes, y se destinará exclusivamente a las necesidades de la doctrina y al desarrollo de las ideas Espíritas. Uno de mis primeros cuidados será proveer a la Sociedad de lo que materialmente falta para la regularidad de su trabajo, y crear una biblioteca especial. He pedido a varios de nuestros colegas que tengan la amabilidad de aceptar el control de este fondo y de observar, en momentos que se determinarán más adelante, el uso útil de los fondos.
Esta comisión, ahora parcialmente dispersa por las circunstancias, se completará cuando sea necesario, y entonces se le proporcionarán todos los documentos. Mientras tanto, y como, en virtud de la absoluta libertad que me quedaba, juzgué conveniente aplicar esta suma al desarrollo de la Sociedad, es a vosotros, señores, a quienes creo debo dar cuenta de su situación, tanto para mi descarga personal como para vuestra edificación. Sobre todo, quiero que se comprenda claramente la imposibilidad material de utilizar estos fondos para gastos, cuya urgencia, sin embargo, se hace sentir cada día más, por la extensión de la obra que exige el Espiritismo.
La Sociedad, ustedes saben, caballeros, sintió profundamente el inconveniente de no tener un lugar especial para sus reuniones, y donde pudiera tener a mano sus archivos. Para un trabajo como el nuestro, se necesita un lugar consagrado donde nada pueda perturbar la contemplación; todos deploraban la necesidad de reunirnos en un establecimiento público, poco acorde con la seriedad de nuestros estudios. Así que pensé que estaba haciendo algo útil al darle los medios para tener un lugar más adecuado con la ayuda de los fondos que había recibido.
Por otra parte, el progreso del Espiritismo me traía un número cada vez mayor de visitantes nacionales y extranjeros, número que puede estimarse entre doce y mil quinientos al año, era preferible recibirlos en la misma sede de la Sociedad, y para ello concentrar allí todos los asuntos y todos los documentos concernientes al Espiritismo.
Por lo que a mí respecta, agregaré que, entregándome enteramente a la doctrina, se hizo de alguna manera necesario, para no perder el tiempo, que yo tuviera allí mi hogar, o por lo menos en la vecindad. Para mí personalmente, no tenía necesidad de ello, ya que tengo un sitio en mi casa que no me cuesta nada, más agradable en todos los aspectos, y donde vivo tan a menudo como mis ocupaciones lo permiten. Un segundo sitio hubiera sido un gasto inútil y oneroso para mí. Entonces, sin el Espiritismo, estaría tranquilamente en casa, avenida de Ségur, y no aquí, obligado a trabajar de la mañana a la tarde, y muchas veces de la tarde a la mañana, sin siquiera poder tomar un descanso que a veces realmente necesitaría; porque sabéis que estoy solo para hacer una obra cuya extensión es difícil de imaginar, y que necesariamente aumenta con la extensión de la doctrina.
Este apartamento combina las ventajas deseables a través de su distribución interior y su ubicación central; sin tener nada suntuoso, es muy adecuado; pero siendo insuficientes los recursos de la Sociedad para pagar la renta completa, tuve que suplir la diferencia con los fondos de la donación; de lo contrario la Sociedad habría tenido que permanecer en la situación precaria, mezquina e inconveniente en que se encontraba antes. Gracias a este suplemento, pudo dar desarrollos a su obra que la consolidaron rápidamente en la opinión pública de una manera ventajosa y provechosa para la doctrina. Por lo tanto, es el uso pasado y el destino futuro de los fondos de la donación lo que creo que debo comunicarles.
El alquiler del apartamento es de 2.500 fr. al año, y con complementos de 2.530 fr. Las contribuciones son 198 fr.; total, 2.728 francos. La Sociedad paga por su parte 1.200 fr.; queda pues por perfeccionar 1.528 fr.
El arrendamiento se hizo por tres, seis o nueve años, que comenzó el 1 de abril de 1860. Calculándolo por seis años solo en 1.528 fr., eso hace 9.168 fr. ; a lo que hay que añadir, para la compra de muebles y gastos de instalación, 900 fr. ; para donaciones y socorro a varios, 80 fr. ; gastos totales 10.148 fr., sin contar los imprevistos, a pagar con el capital de 10.000 fr.
Al final del arrendamiento, es decir, en cuatro años, habrá por tanto un exceso de gasto. Ya ven, señores, que no debemos soñar con desviar de él la menor suma, si queremos llegar al fin. ¿Qué haremos entonces? Lo que sea que le plazca a Dios ya los buenos Espíritus, que me dijeron que no me preocupara por nada.
Señalaré que, si la suma destinada a la compra de los muebles y a los gastos de instalación es de sólo 900 francos, es porque sólo incluyo lo que se ha gastado rigurosamente en el capital. Si hubiera sido necesario procurar todo el mobiliario que está aquí, hablo sólo de las piezas al recibirlo, hubiera requerido tres o cuatro veces más, y entonces la Sociedad, en lugar de seis años de arrendamiento, habría tenido solo tres. Por lo tanto, son mis muebles personales los que se utilizan en su mayor parte, y que, dado el uso, habrán sufrido un desgaste severo.
En resumen, esta suma de 10.000 francos, que algunos creían inagotable, es absorbida casi en su totalidad por el arrendamiento, que era sobre todo importante asegurar por un tiempo determinado, sin que hubiera sido posible desviar parte de ella para otros usos, en particular para la compra de obras antiguas y modernas, francesas y extranjeras, necesarias para la formación de una gran Biblioteca Espírita, como tenía el proyecto; este objeto por sí solo no habría costado menos de 3 a 4.000 francos.
Se sigue que todos los gastos, fuera del alquiler, como los viajes y una multitud de gastos necesarios para el Espiritismo, y que no ascienden a menos de 2.000 francos por año, están a mi cargo personal, y esta suma no carece de importancia en un presupuesto restringido que se paga sólo a fuerza de orden, economía e incluso privaciones.
No crean, señores, que quiero hacer de ello un mérito; al actuar así, sé que estoy sirviendo a una causa para la cual la vida material no es nada, y por la cual estoy dispuesto a sacrificar la mía; tal vez algún día tendré imitadores; estoy, además, bien recompensado por la vista de los resultados que he obtenido. Si de algo me arrepiento es que la exigüidad de mis recursos no me permite hacer más; porque con suficientes medios de ejecución, empleados en tiempo oportuno, con orden y para cosas realmente útiles, adelantaríamos en medio siglo el establecimiento definitivo de la doctrina.
Charlas familiares de ultratumba
Sr.
Sanson - Segunda entrevista
Sr. Sansón.
(Société de Paris, 25 de abril de 1862. - Médium, Sr. Leymarie.)
(Primera entrevista. Véase la Revista de mayo de 1862).
1. Evocación. – R. Mis amigos, estoy cerca de ustedes.
2. Estamos muy contentos con la entrevista que tuvimos contigo el día de tu funeral, y ya que nos lo permites, estaremos encantados de completarla para nuestra instrucción. – R. Estoy completamente preparado, feliz de que estés pensando en mí.
3. Todo lo que pueda iluminarnos sobre el estado del mundo invisible y hacernos comprenderlo es muy instructivo, porque es la falsa idea que tenemos de él la que más a menudo conduce a la incredulidad. Así que no se sorprenda con las preguntas que le podamos hacer. – R. No me sorprenderá, y espero sus preguntas.
4. Has descrito con luminosa claridad el paso de la vida a la muerte; dijiste que en el momento en que el cuerpo respira por última vez, la vida se rompe y la vista del Espíritu se apaga. ¿Este momento va acompañado de una penosa, dolorosa sensación? – R. Indudablemente, porque la vida es una serie continua de dolores, y la muerte es el complemento de todos los dolores; de ahí un violento desgarramiento como si el Espíritu tuviera que hacer un esfuerzo sobrehumano para salir de su envoltura, y es este esfuerzo el que absorbe todo nuestro ser y le hace perder el conocimiento de lo que se está convirtiendo.
Observación. - Este caso no es general. La separación se puede hacer con algún esfuerzo, pero la experiencia prueba que no todos los Espíritus son conscientes de ello, pues muchos pierden toda conciencia antes de expirar; las convulsiones de la agonía suelen ser puramente físicas. El Sr. Sanson presentó un fenómeno bastante raro, el de ser, por así decirlo, testigo de su último aliento.
5. ¿Sabes si hay Espíritus para los que este momento es más doloroso? ¿Es más doloroso, por ejemplo, para el materialista, para el que cree que todo acaba en este momento para él? – R. Eso es cierto, porque el Espíritu preparado ya ha olvidado el sufrimiento, o más bien está acostumbrado a él, y la tranquilidad con que ve la muerte le impide sufrir dos veces, porque sabe lo que le espera. El dolor moral es el más fuerte, y su ausencia en el momento de la muerte es un gran alivio. El que no cree se parece al condenado a la pena capital y cuyo pensamiento ve el cuchillo y lo desconocido. Hay una similitud entre esta muerte y la del ateo.
6. ¿Hay materialistas lo suficientemente endurecidos para creer seriamente, en este momento supremo, que van a ser sumergidos en la nada? – R. Indudablemente, hasta la última hora hubo quienes creyeron en la nada; pero en el momento de la separación, el Espíritu tiene un profundo retorno; la duda se apodera de él y lo tortura, porque se pregunta qué será de él; quiere agarrar algo y no puede. La separación no puede tener lugar sin esta impresión.
Observación. - Un Espíritu nos dio, en otra circunstancia, el siguiente cuadro del fin del incrédulo: "El incrédulo endurecido experimenta en los últimos momentos la angustia de esas terribles pesadillas donde se ve al borde de un precipicio, a punto de caer en el abismo; hace inútiles esfuerzos por huir, y no puede caminar; quiere agarrarse a algo, agarrarse a un punto de apoyo, y se siente resbalar; quiere llamar y no puede articular ningún sonido; es entonces cuando vemos al moribundo retorciéndose, apretando las manos y lanzando gritos ahogados, signos ciertos de la pesadilla de la que es presa. En la pesadilla ordinaria, el despertar te alivia la ansiedad y te sientes feliz al reconocer que solo has tenido un sueño; pero la pesadilla de la muerte suele durar mucho tiempo, incluso años, más allá de la muerte, y lo que hace que la sensación sea aún más dolorosa para el Espíritu es la oscuridad en la que a veces se sumerge.
Hemos podido observar varios casos similares que prueban que esta pintura no es exagerada.
7. Dijiste que cuando moriste ya no viste, sino que sentiste. Ya no viste corporalmente, eso es comprensible; pero antes de que la vida se extinguiera, ¿visteis ya el resplandor del mundo de los Espíritus? – R. Esto es lo que dije anteriormente: el instante de la muerte devuelve la clarividencia al Espíritu; los ojos ya no ven, pero el Espíritu, que tiene una visión mucho más profunda, descubre instantáneamente un mundo desconocido, y la verdad que se le aparece de repente, le da, momentáneamente es verdad, o un gozo profundo, o un dolor indecible, según al estado de su conciencia y al recuerdo de su vida pasada.
Observación. - Se trata del instante que precede a aquel en que el Espíritu pierde la conciencia, lo que explica el uso de la palabra momentáneamente, porque las mismas impresiones placenteras o dolorosas continúan al despertar.
8. Por favor díganos qué, en el instante en que sus ojos se abrieron a la luz, lo sorprendió, lo que has visto. Por favor, descríbanos, si es posible, el aspecto de las cosas que se le han ofrecido. – R. Cuando pude volver en mí y ver lo que tenía frente a mis ojos, estaba como deslumbrado, y realmente no me di cuenta, porque la lucidez no vuelve instantáneamente. Pero Dios, que me dio una marca profunda de su bondad, me permitió recuperar mis facultades. Me vi rodeado de muchos amigos fieles. Todos los Espíritus protectores que vienen a ayudarnos me rodearon y me sonrieron; una felicidad sin igual los animaba, y yo mismo, fuerte y sano, podía, sin esfuerzo, transportarme por el espacio. Lo que vi no tiene nombre en los lenguajes humanos.
Vendré, además, a hablaros más plenamente de toda mi felicidad, sin, sin embargo, sobrepasar el límite que Dios exige. Sepa que la felicidad, tal como la entiende, es una ficción. Vive con sabiduría, santidad, con espíritu de caridad y de amor, y te habrás preparado impresiones que tus más grandes poetas no pueden describir.
Observación. - Los cuentos de hadas sin duda están llenos de cosas absurdas; pero ¿no serían, en algunos puntos, la imagen de lo que sucede en el mundo de los Espíritus? ¿No se parece la historia del Sr. Sanson a la de un hombre que, dormido en una cabaña pobre y oscura, despertaría en un palacio espléndido, en medio de un patio resplandeciente?
Sr. Sansón.
(Société de Paris, 25 de abril de 1862. - Médium, Sr. Leymarie.)
(Primera entrevista. Véase la Revista de mayo de 1862).
1. Evocación. – R. Mis amigos, estoy cerca de ustedes.
2. Estamos muy contentos con la entrevista que tuvimos contigo el día de tu funeral, y ya que nos lo permites, estaremos encantados de completarla para nuestra instrucción. – R. Estoy completamente preparado, feliz de que estés pensando en mí.
3. Todo lo que pueda iluminarnos sobre el estado del mundo invisible y hacernos comprenderlo es muy instructivo, porque es la falsa idea que tenemos de él la que más a menudo conduce a la incredulidad. Así que no se sorprenda con las preguntas que le podamos hacer. – R. No me sorprenderá, y espero sus preguntas.
4. Has descrito con luminosa claridad el paso de la vida a la muerte; dijiste que en el momento en que el cuerpo respira por última vez, la vida se rompe y la vista del Espíritu se apaga. ¿Este momento va acompañado de una penosa, dolorosa sensación? – R. Indudablemente, porque la vida es una serie continua de dolores, y la muerte es el complemento de todos los dolores; de ahí un violento desgarramiento como si el Espíritu tuviera que hacer un esfuerzo sobrehumano para salir de su envoltura, y es este esfuerzo el que absorbe todo nuestro ser y le hace perder el conocimiento de lo que se está convirtiendo.
Observación. - Este caso no es general. La separación se puede hacer con algún esfuerzo, pero la experiencia prueba que no todos los Espíritus son conscientes de ello, pues muchos pierden toda conciencia antes de expirar; las convulsiones de la agonía suelen ser puramente físicas. El Sr. Sanson presentó un fenómeno bastante raro, el de ser, por así decirlo, testigo de su último aliento.
5. ¿Sabes si hay Espíritus para los que este momento es más doloroso? ¿Es más doloroso, por ejemplo, para el materialista, para el que cree que todo acaba en este momento para él? – R. Eso es cierto, porque el Espíritu preparado ya ha olvidado el sufrimiento, o más bien está acostumbrado a él, y la tranquilidad con que ve la muerte le impide sufrir dos veces, porque sabe lo que le espera. El dolor moral es el más fuerte, y su ausencia en el momento de la muerte es un gran alivio. El que no cree se parece al condenado a la pena capital y cuyo pensamiento ve el cuchillo y lo desconocido. Hay una similitud entre esta muerte y la del ateo.
6. ¿Hay materialistas lo suficientemente endurecidos para creer seriamente, en este momento supremo, que van a ser sumergidos en la nada? – R. Indudablemente, hasta la última hora hubo quienes creyeron en la nada; pero en el momento de la separación, el Espíritu tiene un profundo retorno; la duda se apodera de él y lo tortura, porque se pregunta qué será de él; quiere agarrar algo y no puede. La separación no puede tener lugar sin esta impresión.
Observación. - Un Espíritu nos dio, en otra circunstancia, el siguiente cuadro del fin del incrédulo: "El incrédulo endurecido experimenta en los últimos momentos la angustia de esas terribles pesadillas donde se ve al borde de un precipicio, a punto de caer en el abismo; hace inútiles esfuerzos por huir, y no puede caminar; quiere agarrarse a algo, agarrarse a un punto de apoyo, y se siente resbalar; quiere llamar y no puede articular ningún sonido; es entonces cuando vemos al moribundo retorciéndose, apretando las manos y lanzando gritos ahogados, signos ciertos de la pesadilla de la que es presa. En la pesadilla ordinaria, el despertar te alivia la ansiedad y te sientes feliz al reconocer que solo has tenido un sueño; pero la pesadilla de la muerte suele durar mucho tiempo, incluso años, más allá de la muerte, y lo que hace que la sensación sea aún más dolorosa para el Espíritu es la oscuridad en la que a veces se sumerge.
Hemos podido observar varios casos similares que prueban que esta pintura no es exagerada.
7. Dijiste que cuando moriste ya no viste, sino que sentiste. Ya no viste corporalmente, eso es comprensible; pero antes de que la vida se extinguiera, ¿visteis ya el resplandor del mundo de los Espíritus? – R. Esto es lo que dije anteriormente: el instante de la muerte devuelve la clarividencia al Espíritu; los ojos ya no ven, pero el Espíritu, que tiene una visión mucho más profunda, descubre instantáneamente un mundo desconocido, y la verdad que se le aparece de repente, le da, momentáneamente es verdad, o un gozo profundo, o un dolor indecible, según al estado de su conciencia y al recuerdo de su vida pasada.
Observación. - Se trata del instante que precede a aquel en que el Espíritu pierde la conciencia, lo que explica el uso de la palabra momentáneamente, porque las mismas impresiones placenteras o dolorosas continúan al despertar.
8. Por favor díganos qué, en el instante en que sus ojos se abrieron a la luz, lo sorprendió, lo que has visto. Por favor, descríbanos, si es posible, el aspecto de las cosas que se le han ofrecido. – R. Cuando pude volver en mí y ver lo que tenía frente a mis ojos, estaba como deslumbrado, y realmente no me di cuenta, porque la lucidez no vuelve instantáneamente. Pero Dios, que me dio una marca profunda de su bondad, me permitió recuperar mis facultades. Me vi rodeado de muchos amigos fieles. Todos los Espíritus protectores que vienen a ayudarnos me rodearon y me sonrieron; una felicidad sin igual los animaba, y yo mismo, fuerte y sano, podía, sin esfuerzo, transportarme por el espacio. Lo que vi no tiene nombre en los lenguajes humanos.
Vendré, además, a hablaros más plenamente de toda mi felicidad, sin, sin embargo, sobrepasar el límite que Dios exige. Sepa que la felicidad, tal como la entiende, es una ficción. Vive con sabiduría, santidad, con espíritu de caridad y de amor, y te habrás preparado impresiones que tus más grandes poetas no pueden describir.
Observación. - Los cuentos de hadas sin duda están llenos de cosas absurdas; pero ¿no serían, en algunos puntos, la imagen de lo que sucede en el mundo de los Espíritus? ¿No se parece la historia del Sr. Sanson a la de un hombre que, dormido en una cabaña pobre y oscura, despertaría en un palacio espléndido, en medio de un patio resplandeciente?
Sr. Sanson
- Tercera entrevista
(Tercera entrevista; 2 de mayo de 1862.)
9. ¿En qué aspecto se te presentaron los Espíritus? ¿En la forma humana? – R. Sí, mi querido amigo, los Espíritus nos habían enseñado en la tierra que conservaban en el otro mundo la forma transitoria que habían tenido en el tuyo; y es la verdad. ¡Pero qué diferencia entre la máquina informe que se arrastra dolorosamente con su procesión de pruebas, y la maravillosa fluidez del cuerpo de los Espíritus! La fealdad ya no existe, porque los rasgos han perdido la dureza de expresión que forma el carácter distintivo de la raza humana. Dios beatificó todos esos cuerpos gráciles, que se mueven con toda la elegancia de la forma; el lenguaje tiene entonaciones intraducibles para ti, y la mirada tiene la profundidad de una estrella. Tratad, en el pensamiento, de ver lo que Dios puede hacer en su omnipotencia, Él, el arquitecto de los arquitectos, y os habréis formado una vaga idea de la forma de los Espíritus.
10. Para ti, ¿cómo te ves a ti mismo? ¿Te reconoces como una forma limitada, circunscrita, pero fluídica? ¿Sientes una cabeza, un tronco, brazos, piernas? – R. El Espíritu, habiendo conservado su forma humana, pero deificada, idealizada, tiene sin duda todos los miembros de los que hablas. Siento perfectamente piernas y dedos, porque podemos, por nuestra voluntad, aparecerte o apretarte las manos. Estoy cerca de ti y estreché la mano de todos mis amigos, sin que ellos se dieran cuenta; porque nuestra fluidez puede estar en todas partes sin obstruir el espacio, sin dar ninguna sensación, si ese es nuestro deseo. Ahora mismo tienes las manos cruzadas y yo tengo las mías entre las tuyas. Os digo: os amo, pero mi cuerpo no ocupa espacio, la luz lo atraviesa, y lo que llamaríais un milagro, si fuera visible, es para los Espíritus la acción continua de cada momento.
La vista de los Espíritus no tiene relación con la vista humana, así como sus cuerpos no tienen ninguna semejanza real, porque todo cambia en conjunto y en sustancia. El Espíritu, os repito, tiene una divina perspicacia que se extiende a todo, pues puede adivinar hasta vuestro pensamiento; también puede tomar apropiadamente la forma que mejor pueda traerlo a sus recuerdos. Pero de hecho el Espíritu superior que ha terminado sus pruebas ama la forma que podría acercarlo a Dios.
11. Los Espíritus no tienen sexo; sin embargo, dado que eras un hombre hace solo unos días, en tu nuevo estado, ¿te adhieres más a la naturaleza masculina que a la naturaleza femenina? ¿Es lo mismo para un Espíritu que ha dejado su cuerpo hace mucho tiempo? – R. No nos vinculamos a la naturaleza masculina o femenina: los Espíritus no se reproducen. Dios los crea a su voluntad, y si por sus maravillosas vistas quería que los Espíritus se reencarnaran en la tierra, tenía que añadir la reproducción de la especie por macho y hembra. Pero lo sientes, sin necesidad de explicación alguna, que los Espíritus no pueden tener sexo.
Observación. Siempre se ha dicho que los Espíritus no tienen sexo; los sexos son necesarios sólo para la reproducción de los cuerpos; porque como los Espíritus no se reproducen, los sexos les serían inútiles; nuestra pregunta no pretendía exponer el hecho, pero debido a la muerte muy reciente del Sr. Sanson, queríamos saber si todavía tenía una impresión de su estado terrenal. Los Espíritus purificados conocen perfectamente su naturaleza, pero entre los Espíritus inferiores no desmaterializados, hay muchos que todavía se creen lo que fueron en la tierra, y conservan las mismas pasiones y los mismos deseos; aquellos se creen todavía hombres o mujeres, y por eso algunos han dicho que los Espíritus tienen sexos. Es así como surgen ciertas contradicciones del estado más o menos avanzado de los Espíritus que se comunican entre sí; la culpa no es de los Espíritus, sino de aquellos que los interrogan y no se toman la molestia de profundizar en las preguntas.
12 ¿Ves entre los Espíritus que aquí están, a nuestro presidente espiritual San Luis? – R. Siempre está cerca de ti, y cuando está ausente siempre sabe dejar un Espíritu Superior que lo reemplaza.
13. ¿No veis otros Espíritus? - R. Disculpe; el Espíritu de la Verdad, San Agustín, Lamennais, Sonnet, San Pablo, Luis y otros amigos que mencionas, están siempre en tus reuniones.
14. ¿Qué le parece la sesión? ¿Es por tu nueva vista lo que te parecía cuando estabas vivo? ¿La gente te parece igual? ¿Está todo tan claro, tan ordenado? – R. Mucho más claro, porque puedo leer la mente de todos, y estoy muy feliz, ¡vamos! de la buena impresión que me dejó la buena voluntad de todos los Espíritus reunidos. Quiero que se logre el mismo entendimiento no sólo en París, por la reunión de todos los grupos, sino también en toda Francia, donde los grupos se separan y se envidian unos a otros, empujados por Espíritus confusos que disfrutan del desorden, mientras que el Espiritismo debe ser el pleno olvido absoluto de uno mismo.
15. Dices que nos lees la mente; ¿podría hacernos comprender cómo se produce esta transmisión del pensamiento? – R. No es fácil para decíroslo, para explicaros este singular prodigio de la vista de los Espíritus, sería necesario abriros todo un arsenal de nuevos agentes, y seríais tan sabios como nosotros, lo que no puede ser, puesto que en vosotros las facultades están limitadas por la materia. ¡Paciencia! vuélvete bueno, y tendrás éxito; actualmente solo tenéis lo que Dios os concede, pero con la esperanza de progresar continuamente; más tarde serás como nosotros. Así que trata de morir bien para saber mucho. La curiosidad, que es el estímulo del hombre pensante, os conduce tranquilamente a la muerte, reservándoos la satisfacción de todas vuestras curiosidades pasadas, presentes y futuras. Mientras tanto, te diré, para responder de alguna manera a tu pregunta: El aire que te rodea, impalpable como nosotros, se lleva el carácter de tus pensamientos; el aliento que exhaláis es, por así decirlo, la página escrita de vuestros pensamientos; son leídas, comentadas por los Espíritus que constantemente os golpean; son los mensajeros de una telegrafía divina de la que nada escapa.
16. Ya ve, mi querido Sr. Sanson, que hacemos un amplio uso del permiso que nos dio para realizar su autopsia espiritual. No abusaremos de él; en otro momento, si no le importa, le haremos preguntas de otro orden. – R. Siempre estaré muy feliz de ser útil a mis antiguos colegas y a su digno presidente.
(Tercera entrevista; 2 de mayo de 1862.)
9. ¿En qué aspecto se te presentaron los Espíritus? ¿En la forma humana? – R. Sí, mi querido amigo, los Espíritus nos habían enseñado en la tierra que conservaban en el otro mundo la forma transitoria que habían tenido en el tuyo; y es la verdad. ¡Pero qué diferencia entre la máquina informe que se arrastra dolorosamente con su procesión de pruebas, y la maravillosa fluidez del cuerpo de los Espíritus! La fealdad ya no existe, porque los rasgos han perdido la dureza de expresión que forma el carácter distintivo de la raza humana. Dios beatificó todos esos cuerpos gráciles, que se mueven con toda la elegancia de la forma; el lenguaje tiene entonaciones intraducibles para ti, y la mirada tiene la profundidad de una estrella. Tratad, en el pensamiento, de ver lo que Dios puede hacer en su omnipotencia, Él, el arquitecto de los arquitectos, y os habréis formado una vaga idea de la forma de los Espíritus.
10. Para ti, ¿cómo te ves a ti mismo? ¿Te reconoces como una forma limitada, circunscrita, pero fluídica? ¿Sientes una cabeza, un tronco, brazos, piernas? – R. El Espíritu, habiendo conservado su forma humana, pero deificada, idealizada, tiene sin duda todos los miembros de los que hablas. Siento perfectamente piernas y dedos, porque podemos, por nuestra voluntad, aparecerte o apretarte las manos. Estoy cerca de ti y estreché la mano de todos mis amigos, sin que ellos se dieran cuenta; porque nuestra fluidez puede estar en todas partes sin obstruir el espacio, sin dar ninguna sensación, si ese es nuestro deseo. Ahora mismo tienes las manos cruzadas y yo tengo las mías entre las tuyas. Os digo: os amo, pero mi cuerpo no ocupa espacio, la luz lo atraviesa, y lo que llamaríais un milagro, si fuera visible, es para los Espíritus la acción continua de cada momento.
La vista de los Espíritus no tiene relación con la vista humana, así como sus cuerpos no tienen ninguna semejanza real, porque todo cambia en conjunto y en sustancia. El Espíritu, os repito, tiene una divina perspicacia que se extiende a todo, pues puede adivinar hasta vuestro pensamiento; también puede tomar apropiadamente la forma que mejor pueda traerlo a sus recuerdos. Pero de hecho el Espíritu superior que ha terminado sus pruebas ama la forma que podría acercarlo a Dios.
11. Los Espíritus no tienen sexo; sin embargo, dado que eras un hombre hace solo unos días, en tu nuevo estado, ¿te adhieres más a la naturaleza masculina que a la naturaleza femenina? ¿Es lo mismo para un Espíritu que ha dejado su cuerpo hace mucho tiempo? – R. No nos vinculamos a la naturaleza masculina o femenina: los Espíritus no se reproducen. Dios los crea a su voluntad, y si por sus maravillosas vistas quería que los Espíritus se reencarnaran en la tierra, tenía que añadir la reproducción de la especie por macho y hembra. Pero lo sientes, sin necesidad de explicación alguna, que los Espíritus no pueden tener sexo.
Observación. Siempre se ha dicho que los Espíritus no tienen sexo; los sexos son necesarios sólo para la reproducción de los cuerpos; porque como los Espíritus no se reproducen, los sexos les serían inútiles; nuestra pregunta no pretendía exponer el hecho, pero debido a la muerte muy reciente del Sr. Sanson, queríamos saber si todavía tenía una impresión de su estado terrenal. Los Espíritus purificados conocen perfectamente su naturaleza, pero entre los Espíritus inferiores no desmaterializados, hay muchos que todavía se creen lo que fueron en la tierra, y conservan las mismas pasiones y los mismos deseos; aquellos se creen todavía hombres o mujeres, y por eso algunos han dicho que los Espíritus tienen sexos. Es así como surgen ciertas contradicciones del estado más o menos avanzado de los Espíritus que se comunican entre sí; la culpa no es de los Espíritus, sino de aquellos que los interrogan y no se toman la molestia de profundizar en las preguntas.
12 ¿Ves entre los Espíritus que aquí están, a nuestro presidente espiritual San Luis? – R. Siempre está cerca de ti, y cuando está ausente siempre sabe dejar un Espíritu Superior que lo reemplaza.
13. ¿No veis otros Espíritus? - R. Disculpe; el Espíritu de la Verdad, San Agustín, Lamennais, Sonnet, San Pablo, Luis y otros amigos que mencionas, están siempre en tus reuniones.
14. ¿Qué le parece la sesión? ¿Es por tu nueva vista lo que te parecía cuando estabas vivo? ¿La gente te parece igual? ¿Está todo tan claro, tan ordenado? – R. Mucho más claro, porque puedo leer la mente de todos, y estoy muy feliz, ¡vamos! de la buena impresión que me dejó la buena voluntad de todos los Espíritus reunidos. Quiero que se logre el mismo entendimiento no sólo en París, por la reunión de todos los grupos, sino también en toda Francia, donde los grupos se separan y se envidian unos a otros, empujados por Espíritus confusos que disfrutan del desorden, mientras que el Espiritismo debe ser el pleno olvido absoluto de uno mismo.
15. Dices que nos lees la mente; ¿podría hacernos comprender cómo se produce esta transmisión del pensamiento? – R. No es fácil para decíroslo, para explicaros este singular prodigio de la vista de los Espíritus, sería necesario abriros todo un arsenal de nuevos agentes, y seríais tan sabios como nosotros, lo que no puede ser, puesto que en vosotros las facultades están limitadas por la materia. ¡Paciencia! vuélvete bueno, y tendrás éxito; actualmente solo tenéis lo que Dios os concede, pero con la esperanza de progresar continuamente; más tarde serás como nosotros. Así que trata de morir bien para saber mucho. La curiosidad, que es el estímulo del hombre pensante, os conduce tranquilamente a la muerte, reservándoos la satisfacción de todas vuestras curiosidades pasadas, presentes y futuras. Mientras tanto, te diré, para responder de alguna manera a tu pregunta: El aire que te rodea, impalpable como nosotros, se lleva el carácter de tus pensamientos; el aliento que exhaláis es, por así decirlo, la página escrita de vuestros pensamientos; son leídas, comentadas por los Espíritus que constantemente os golpean; son los mensajeros de una telegrafía divina de la que nada escapa.
16. Ya ve, mi querido Sr. Sanson, que hacemos un amplio uso del permiso que nos dio para realizar su autopsia espiritual. No abusaremos de él; en otro momento, si no le importa, le haremos preguntas de otro orden. – R. Siempre estaré muy feliz de ser útil a mis antiguos colegas y a su digno presidente.
El
Niño Jesús en medio de los doctores
Último cuadro del Sr. Ingres.
Sra. Dozon, nuestra colega de la Sociedad recibió en su casa, el 9 de abril de 1862, la siguiente comunicación espontánea:
“El Niño Jesús encontrado por sus padres predicando en el Templo, en medio de los doctores. (San Lucas, Natividad.)
Este es el tema de una pintura inspirada en uno de nuestros más grandes artistas. En esta obra el hombre muestra algo más que genialidad; vemos allí resplandecer aquella luz que Dios da a las almas para iluminarlas y conducirlas a las regiones celestiales. Sí, la religión ha iluminado al artista. ¿Era este resplandor visible? ¿Ha visto el trabajador el rayo que partía del cielo y descendía dentro de él? ¿Vio la cabeza del Niño Dios divinizarse bajo sus pinceles? ¿Se arrodilló ante esta creación de inspiración divina, y clamó, como el santo anciano Simeón? Señor, dejáis morir en paz a tu siervo, según tu palabra, ya que mis ojos han visto al Salvador que ahora nos das, y que queréis exponer a la vista de todos los pueblos.”
“Sí, el artista puede llamarse servidor del Maestro, porque acaba de cumplir una orden de su suprema voluntad. ¡Dios ha querido que en el tiempo en que reina el escepticismo, la multitud se detuviera ante esta figura del Salvador! y más de un corazón se alejará llevando un recuerdo que lo conducirá al pie de la cruz donde este divino Niño dio su vida por la humanidad, por vosotros, multitud despreocupada.
“Contemplando el cuadro de Ingres, la vista se aleja con pesar para volver a esta figura de Jesús, donde hay una mezcla de divinidad, infancia y también algo de flor; estos drapeados, este vestido de colores frescos, juveniles, delicados, recuerdan esos colores dulces que se balancean en los tallos perfumados. Todo merece ser admirado en la obra maestra de Ingres. Pero el alma ama sobre todo contemplar allí los dos tipos adorables de Jesús y su Madre divina. Una vez más sentimos la necesidad de saludarla con las palabras angélicas: “Ave María, llena eres de gracias”. Difícilmente se atreve a mirar artísticamente a esta figura noble y deificada, tabernáculo de un Dios, esposa de un hombre, virgen por la pureza, mujer predestinada a los goces del paraíso y a las agonías de la tierra. Ingres comprendió todo esto, y no pasaremos frente a la Madre de Jesús sin decirle: “¡María, dulcísima virgen, en el nombre de tu hijo, ruega por nosotros!” Lo estudiarás un día; vi las primeras pinceladas dadas en esta bendita tela. He visto las figuras, las poses de los médicos nacer uno a uno; vi al ángel protector de Ingres inspirándolo a dejar caer los pergaminos de las manos de uno de estos médicos; porque allí, Dios mío, ¡hay toda una revelación! La voz de este niño también destruirá una a una las leyes que no le son propias.
“No quiero hacer arte aquí como exartista; yo soy Espíritu, y a mí sólo me toca el arte religioso. Entonces vi en estos elegantes adornos de las vides la alegoría de la viña de Dios, donde todos los humanos deben lograr saciar su sed, y me dije con profunda alegría que Ingres acababa de madurar una de sus hermosas uvas. Sí; ¡Maestro! Vuestro Jesús hablará también ante los doctores que niegan su ley, ante los que se oponen a ella. Pero cuando se encuentren solos con el recuerdo del divino Niño, ¡id! más de uno rasgará sus rollos de pergamino en los que la mano de Jesús habrá escrito: Error.
“¡Mira cómo se reúnen todos los trabajadores! Algunos viniendo voluntariamente y por caminos ya conocidos; otros llevados de la mano de Dios, que los recoge en las plazas y les indica por dónde deben ir. Todavía otros llegan, sin saber dónde están, atraídos por un encanto que les hace también sembrar flores de vida para levantar el altar en el que el niño Jesús viene todavía hoy para muchos, pero que, bajo los ropajes de color zafiro, o bajo la túnica del crucificado, es siempre el mismo, el único Dios.
“David, pintor”.
Sra. Dozon ni su esposo habían oído hablar de esta pintura; nosotros mismos siendo informados por varios artistas, ninguno de ellos lo sabía, y empezamos a creer en una mistificación. La mejor manera de despejar esta duda era contactar directamente con el artista, para saber si había tratado este tema; esto es lo que hizo Sra. Dozon. Al entrar en el estudio, vio la pintura, terminada solo unos días antes y, por lo tanto, desconocida para el público. Esta revelación espontánea es tanto más notable cuanto que la descripción dada por el Espíritu es de perfecta precisión. Todo está ahí: vides, pergaminos caídos al suelo, etc. Este cuadro se encuentra ahora expuesto en la sala del Boulevard des Italiens, donde fuimos a verlo, y nosotros, como todos, quedamos maravillados ante esta sublime página, una de las más bellas, sin duda, de la pintura moderna. Desde el punto de vista de la ejecución, es digno del gran artista que, creemos, no ha hecho nada superior, a pesar de sus ochenta y tres años; pero lo que la convierte en una obra maestra excepcional, es el sentimiento que domina allí, la expresión, el pensamiento que brota de todas estas figuras en las que leemos sorpresa, asombro, conmoción, duda, la necesidad de negar, la irritación de verse abatido por un niño; todo esto es tan cierto, tan natural, que uno se encuentra poniendo palabras en boca de todos. En cuanto al niño, es de un ideal que deja muy atrás todo lo que se ha hecho sobre el mismo tema; no es un orador el que habla a sus oyentes: ni siquiera los mira; se adivina en él el órgano de una voz celestial.
En todo este diseño, sin duda hay genialidad, pero sin duda hay inspiración. El propio Sr. Ingres ha dicho que no compuso este cuadro en condiciones ordinarias; empezó, dice, con la arquitectura, lo cual es insólito; luego los personajes venían, por así decirlo, a posarse bajo su pincel, sin premeditación por su parte. Tenemos razones para pensar que este trabajo está relacionado con cosas de las que más adelante tendremos la clave, pero sobre las que aún debemos guardar silencio, como sobre muchas otras.
Habiendo sido informado a la Sociedad del hecho anterior, el Espíritu de Lamennais dictó espontáneamente, en esta ocasión, la siguiente comunicación:
Sobre la pintura del Sr. Ingres
(Sociedad Espírita de París, 2 de mayo de 1862. - Médium, Sr. A. Didier.)
Hace poco les hablé de Jesús niño en medio de los doctores, y destaqué su iluminación divina en medio de las tinieblas doctas de los sacerdotes judíos. Tenemos un ejemplo más de que la espiritualidad y los movimientos del alma son la fase más brillante del arte. Sin conocer la Sociedad Espírita, se puede ser un gran artista espiritualista, e Ingres nos muestra en su nueva obra el estudio divino del artista, pero también su inspiración más pura e ideal; no esa falsa idealidad que engaña a tanta gente y que es una hipocresía del arte sin originalidad, sino la idealidad extraída de la naturaleza, simple, verdadera y, por consiguiente, bella en todos los sentidos de la palabra. Nosotros, los Espíritus, aplaudimos las obras Espíritas tanto como reprochamos la glorificación de los sentimientos materiales y el mal gusto. Es una virtud sentir la belleza moral y la belleza física en esta medida; es la marca segura de sentimientos armoniosos en el corazón y en el alma, y cuando el sentimiento de lo bello se desarrolla hasta este punto, es raro que el sentimiento moral no lo sea también. Es un gran ejemplo, este anciano de ochenta años, que representa en medio de la sociedad corrupta el triunfo del Espiritualismo, con el genio siempre joven y siempre puro de la fe.
Lamennais
Último cuadro del Sr. Ingres.
Sra. Dozon, nuestra colega de la Sociedad recibió en su casa, el 9 de abril de 1862, la siguiente comunicación espontánea:
“El Niño Jesús encontrado por sus padres predicando en el Templo, en medio de los doctores. (San Lucas, Natividad.)
Este es el tema de una pintura inspirada en uno de nuestros más grandes artistas. En esta obra el hombre muestra algo más que genialidad; vemos allí resplandecer aquella luz que Dios da a las almas para iluminarlas y conducirlas a las regiones celestiales. Sí, la religión ha iluminado al artista. ¿Era este resplandor visible? ¿Ha visto el trabajador el rayo que partía del cielo y descendía dentro de él? ¿Vio la cabeza del Niño Dios divinizarse bajo sus pinceles? ¿Se arrodilló ante esta creación de inspiración divina, y clamó, como el santo anciano Simeón? Señor, dejáis morir en paz a tu siervo, según tu palabra, ya que mis ojos han visto al Salvador que ahora nos das, y que queréis exponer a la vista de todos los pueblos.”
“Sí, el artista puede llamarse servidor del Maestro, porque acaba de cumplir una orden de su suprema voluntad. ¡Dios ha querido que en el tiempo en que reina el escepticismo, la multitud se detuviera ante esta figura del Salvador! y más de un corazón se alejará llevando un recuerdo que lo conducirá al pie de la cruz donde este divino Niño dio su vida por la humanidad, por vosotros, multitud despreocupada.
“Contemplando el cuadro de Ingres, la vista se aleja con pesar para volver a esta figura de Jesús, donde hay una mezcla de divinidad, infancia y también algo de flor; estos drapeados, este vestido de colores frescos, juveniles, delicados, recuerdan esos colores dulces que se balancean en los tallos perfumados. Todo merece ser admirado en la obra maestra de Ingres. Pero el alma ama sobre todo contemplar allí los dos tipos adorables de Jesús y su Madre divina. Una vez más sentimos la necesidad de saludarla con las palabras angélicas: “Ave María, llena eres de gracias”. Difícilmente se atreve a mirar artísticamente a esta figura noble y deificada, tabernáculo de un Dios, esposa de un hombre, virgen por la pureza, mujer predestinada a los goces del paraíso y a las agonías de la tierra. Ingres comprendió todo esto, y no pasaremos frente a la Madre de Jesús sin decirle: “¡María, dulcísima virgen, en el nombre de tu hijo, ruega por nosotros!” Lo estudiarás un día; vi las primeras pinceladas dadas en esta bendita tela. He visto las figuras, las poses de los médicos nacer uno a uno; vi al ángel protector de Ingres inspirándolo a dejar caer los pergaminos de las manos de uno de estos médicos; porque allí, Dios mío, ¡hay toda una revelación! La voz de este niño también destruirá una a una las leyes que no le son propias.
“No quiero hacer arte aquí como exartista; yo soy Espíritu, y a mí sólo me toca el arte religioso. Entonces vi en estos elegantes adornos de las vides la alegoría de la viña de Dios, donde todos los humanos deben lograr saciar su sed, y me dije con profunda alegría que Ingres acababa de madurar una de sus hermosas uvas. Sí; ¡Maestro! Vuestro Jesús hablará también ante los doctores que niegan su ley, ante los que se oponen a ella. Pero cuando se encuentren solos con el recuerdo del divino Niño, ¡id! más de uno rasgará sus rollos de pergamino en los que la mano de Jesús habrá escrito: Error.
“¡Mira cómo se reúnen todos los trabajadores! Algunos viniendo voluntariamente y por caminos ya conocidos; otros llevados de la mano de Dios, que los recoge en las plazas y les indica por dónde deben ir. Todavía otros llegan, sin saber dónde están, atraídos por un encanto que les hace también sembrar flores de vida para levantar el altar en el que el niño Jesús viene todavía hoy para muchos, pero que, bajo los ropajes de color zafiro, o bajo la túnica del crucificado, es siempre el mismo, el único Dios.
Sra. Dozon ni su esposo habían oído hablar de esta pintura; nosotros mismos siendo informados por varios artistas, ninguno de ellos lo sabía, y empezamos a creer en una mistificación. La mejor manera de despejar esta duda era contactar directamente con el artista, para saber si había tratado este tema; esto es lo que hizo Sra. Dozon. Al entrar en el estudio, vio la pintura, terminada solo unos días antes y, por lo tanto, desconocida para el público. Esta revelación espontánea es tanto más notable cuanto que la descripción dada por el Espíritu es de perfecta precisión. Todo está ahí: vides, pergaminos caídos al suelo, etc. Este cuadro se encuentra ahora expuesto en la sala del Boulevard des Italiens, donde fuimos a verlo, y nosotros, como todos, quedamos maravillados ante esta sublime página, una de las más bellas, sin duda, de la pintura moderna. Desde el punto de vista de la ejecución, es digno del gran artista que, creemos, no ha hecho nada superior, a pesar de sus ochenta y tres años; pero lo que la convierte en una obra maestra excepcional, es el sentimiento que domina allí, la expresión, el pensamiento que brota de todas estas figuras en las que leemos sorpresa, asombro, conmoción, duda, la necesidad de negar, la irritación de verse abatido por un niño; todo esto es tan cierto, tan natural, que uno se encuentra poniendo palabras en boca de todos. En cuanto al niño, es de un ideal que deja muy atrás todo lo que se ha hecho sobre el mismo tema; no es un orador el que habla a sus oyentes: ni siquiera los mira; se adivina en él el órgano de una voz celestial.
En todo este diseño, sin duda hay genialidad, pero sin duda hay inspiración. El propio Sr. Ingres ha dicho que no compuso este cuadro en condiciones ordinarias; empezó, dice, con la arquitectura, lo cual es insólito; luego los personajes venían, por así decirlo, a posarse bajo su pincel, sin premeditación por su parte. Tenemos razones para pensar que este trabajo está relacionado con cosas de las que más adelante tendremos la clave, pero sobre las que aún debemos guardar silencio, como sobre muchas otras.
Habiendo sido informado a la Sociedad del hecho anterior, el Espíritu de Lamennais dictó espontáneamente, en esta ocasión, la siguiente comunicación:
Sobre la pintura del Sr. Ingres
(Sociedad Espírita de París, 2 de mayo de 1862. - Médium, Sr. A. Didier.)
Hace poco les hablé de Jesús niño en medio de los doctores, y destaqué su iluminación divina en medio de las tinieblas doctas de los sacerdotes judíos. Tenemos un ejemplo más de que la espiritualidad y los movimientos del alma son la fase más brillante del arte. Sin conocer la Sociedad Espírita, se puede ser un gran artista espiritualista, e Ingres nos muestra en su nueva obra el estudio divino del artista, pero también su inspiración más pura e ideal; no esa falsa idealidad que engaña a tanta gente y que es una hipocresía del arte sin originalidad, sino la idealidad extraída de la naturaleza, simple, verdadera y, por consiguiente, bella en todos los sentidos de la palabra. Nosotros, los Espíritus, aplaudimos las obras Espíritas tanto como reprochamos la glorificación de los sentimientos materiales y el mal gusto. Es una virtud sentir la belleza moral y la belleza física en esta medida; es la marca segura de sentimientos armoniosos en el corazón y en el alma, y cuando el sentimiento de lo bello se desarrolla hasta este punto, es raro que el sentimiento moral no lo sea también. Es un gran ejemplo, este anciano de ochenta años, que representa en medio de la sociedad corrupta el triunfo del Espiritualismo, con el genio siempre joven y siempre puro de la fe.
¡Así escribimos la historia!
Los millones del Sr. Allan Kardec.
Nos informan que, en una gran ciudad comercial, donde el Espiritismo tiene muchos adeptos, y donde más bien hace entre la clase obrera, un clérigo se ha hecho propagador de ciertos rumores que las almas caritativas se han apresurado a difundir y sin duda a amplificar. Según estos dichos, somos ricos a millones; en casa todo brilla y solo caminamos sobre las más bellas alfombras Aubusson. Se sabía que éramos pobres en Lyon; hoy tenemos una tripulación de cuatro caballos y estamos conduciendo un tren principesco a París. Toda esta fortuna nos ha venido de Inglaterra desde que comenzamos a tratar con el Espiritismo, y remuneramos generosamente a nuestros agentes en la provincia. Vendimos caros los manuscritos de nuestras obras, en los que todavía tenemos descuento, lo que no impide que los vendamos a precios exorbitantes, etc.
Esta es la respuesta que le dimos a la persona que nos envió estos datos:
“Mi querido señor, me reí mucho de los millones con que el Padre V… me gratifica tan generosamente, tanto más cuanto que estaba lejos de sospechar esta buena fortuna. El informe realizado a la Sociedad de París antes de la recepción de su carta, y que se publica más arriba, lamentablemente reduce esta ilusión a una realidad mucho menos dorada. Esta no es la única inexactitud de este cuento fantástico; en primer lugar, nunca he vivido en Lyon, así que no veo cómo alguien podría haberme conocido como pobre allí; en cuanto a mi tripulación de cuatro caballos, lamento decir que se reduce a las molestias de un coche de alquiler que tomo apenas cinco o seis veces al año, para ahorrar dinero. Es cierto que antes de los ferrocarriles hice varios viajes en diligencia: sin duda os confundimos. Pero se no me olvido, en ese tiempo no se trataba todavía del Espiritismo, y que es al Espiritismo a quien debo, según él, mi inmensa fortuna; ¿dónde, pues, se ha sacado todo esto, sino en el arsenal de la calumnia? Esto parecerá tanto más probable, si uno piensa en la naturaleza de la población en medio de la cual se difunden estos rumores. Se estará de acuerdo en que hay que estar muy escaso de buenas razones para ser reducido a tan ridículos expedientes para desacreditar al Espiritismo. Sr. Padre no ve que va derecho contra su fin, pues decir que el Espiritismo me ha enriquecido hasta este punto es admitir que está inmensamente difundido; por tanto, si está tan difundido es porque le place. Así, lo que quisiera volver contra el hombre, lo volvería en beneficio del crédito de la doctrina. ¡Haced creer entonces, después de eso, que una doctrina capaz de dar millones en pocos años a su propagador es una utopía, una idea hueca! Tal resultado sería un verdadero milagro, porque no hay ejemplo de que una teoría filosófica haya sido alguna vez una fuente de fortuna. Generalmente, en cuanto a los inventos, uno consume allí lo poco que tiene, y se vería que es un poco el caso donde me encuentro, si se supiera cuánto me cuesta el trabajo al que me he dedicado y al que también sacrifico mi tiempo, mis vigilias, mi descanso y mi salud; pero es mi principio guardarme lo que hago, y no gritarlo a los cuatro vientos. Para ser imparcial, el Sr. Padre debería comparar las sumas que las comunidades y los conventos extraen de los fieles; en cuanto al Espiritismo, se mide su influencia por el bien que hace, el número de afligidos que consuela, y no por el dinero que aporta.
Con un tren principesco, no hace falta decir que necesitas una mesa de acuerdo; ¿Qué diría el Sr. Padre si viera mis comidas más suntuosas, aquellas en que recibo a mis amigos? Las encontraría muy sencillas en comparación con la fastidia de ciertos dignatarios de la Iglesia, que probablemente las despreciarían para su Cuaresma más austera. Le enseñaré pues, por no saberlo, y para evitarle el trabajo de llevarme al campo de la comparación, que el Espiritismo no es ni puede ser medio de enriquecerse; que repudia cualquier especulación de la que pueda ser objeto; que enseña a despreciar lo temporal, a contentarse con lo necesario y a no buscar los goces de lo superfluo, que no son el camino al cielo; que si todos los hombres fueran Espíritas, no se envidiarían, no tendrían celos ni se robarían unos a otros; no calumniarían a su prójimo, ni lo calumniarían a él, porque él enseña esta máxima de Cristo: No hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti. Es para poner en práctica que no nombro con todas las letras al Padre V...
El Espiritismo enseña también que la fortuna es un depósito del que hay que rendir cuentas, y que el rico será juzgado según el uso que haya hecho de ella. Si tuviera lo que se me atribuye, y si sobre todo se lo debiese al Espiritismo, estaría perjurando mis principios para emplearlo en la satisfacción del orgullo y la posesión de los placeres mundanos, en vez de ponerla al servicio de la causa de la que abracé la defensa.
Pero, dicen, ¿y tus obras? ¿No has vendido caros los manuscritos? Un instante; es entrar aquí en el dominio privado, donde no reconozco a nadie el derecho de inmiscuirse: siempre he honrado mi negocio, al precio de cuantos sacrificios y cuantas privaciones; no le debo nada a nadie, mientras que muchos me deben a mí, de lo contrario tendría más del doble de lo que me queda, lo que significa que, en lugar de subir la escalera de la fortuna, la he bajado. Por lo tanto, no debo cuenta de mis asuntos a nadie, lo cual es bueno notar; sin embargo, para contentar un poco a los curiosos que no tienen nada mejor que hacer que entrometerse en lo que no les concierne, diré que si hubiera vendido mis manuscritos, sólo habría hecho uso del derecho que tiene todo trabajador de vender el producto de su trabajo; pero no he vendido ninguna de ellas: aun hay algunas que he dado, pura y simplemente, por el interés de la cosa, y que se vende como se quiere sin que me devuelva un centavo. Los manuscritos se venden caros cuando se trata de obras conocidas cuya venta está asegurada de antemano, pero en ninguna parte encontraremos editores tan complacientes como para pagar el precio del oro por obras cuyo producto es hipotético, mientras que ni siquiera quieren correr el riesgo de los costos de impresión; ahora bien, a este respecto, una obra filosófica vale cien veces menos que ciertas novelas asociadas a ciertos nombres. Para dar una idea de mis enormes ganancias, diría que la primera edición del Libro de los Espíritus, que he realizado por mi cuenta y bajo mi propio riesgo, al no haber encontrado editor que quisiera emprenderla, me trajo limpio, todos los gastos hechos, todas las copias vendidas, tanto vendidas como regaladas, unos quinientos francos, como puedo probar por documentos auténticos; no sé muy bien qué tipo de tripulación se podría conseguir con eso. En la imposibilidad en que me encontré, no teniendo aún los millones de que se trata, de sufragar yo mismo los gastos de todas mis publicaciones, y sobre todo de ocuparme de las relaciones necesarias para la venta, cedí por un tiempo el derecho de publicar, a cambio de un derecho calculado en tantos céntimos por copia vendida; de tal manera que desconozco por completo los detalles de la venta y las transacciones que los intermediarios pueden hacer sobre los descuentos que hacen las editoriales a sus corresponsales, transacciones de las que declino toda responsabilidad, quedando obligado, por lo que a mí respecta, para dar cuenta a los editores, a un precio de..., de todos los ejemplares que les tome, ya sea que los venda, ya sea que los regale o que sean sin utilidad.
En cuanto a los ingresos que puedan derivarme de la venta de mis obras, no tengo que explicarme ni sobre la cifra ni sobre el empleo; ciertamente tengo el derecho de disponer de él como mejor me parezca; sin embargo, desconocemos si este producto no tiene un destino específico del cual no pueda ser desviado; pero eso es lo que sabremos más adelante; porque, si algún día a alguien se le ocurriera escribir mi relato sobre datos similares a los arriba relatados, sería importante que los hechos fueran restituidos en su integridad. Por eso dejaré detalladas memorias de todas mis relaciones y de todos mis asuntos, especialmente en lo que se refiere al Espiritismo, para evitar a los futuros cronistas las pifias en que muchas veces caen en la fe de los rumores de atónitos, de chismosos y de gente interesada en alterar la verdad, a quienes dejo el gusto de vituperar a su gusto, para que luego se haga más evidente su mala fe.
Me preocuparía muy poco por mí personalmente, si mi nombre no estuviera en lo sucesivo íntimamente ligado a la historia del Espiritismo. Por mis relaciones, naturalmente poseo sobre esta materia los documentos más numerosos y más auténticos que existen; he podido seguir la doctrina en todos sus desarrollos, observar todos sus giros y vueltas, tal como preveo sus consecuencias. Para cualquier hombre que estudie este movimiento, es de las últimas evidencias que el Espiritismo marcará una de las fases de la humanidad; es necesario, pues, que sepamos después qué vicisitudes tuvo que atravesar, qué obstáculos encontró, qué enemigos buscaron detenerlo, qué armas se usaron para combatirlo; no lo es menos que sepamos por qué medios pudo triunfar, y cuáles son los pueblos que, con su celo, su devoción, su abnegación, habrán contribuido eficazmente a su propagación; aquellos cuyos nombres y hechos merecen ser anunciados para el reconocimiento de la posteridad, y a quienes me propongo inscribir en mis registros. Esta historia, entendemos, no puede aparecer pronto; apenas ha nacido el Espiritismo y aún no se han cumplido las fases más interesantes de su establecimiento. Pudiera ser que, entre los Saulos del Espiritismo actual, estuvieran los Santos Pablos posteriores; esperemos que no tengamos que registrar a los Judas.
Tales, mi querido señor, son los reflejos que me sugieren los extraños ruidos que me han llegado; si los recogí, no fue por los Espíritas de tu pueblo, que saben qué pensar de mí y que supieron juzgar, cuando fui a verlos, si había en mí gustos y miradas de gran señor. Así que lo hago por aquellos que no me conocen y que pueden ser engañados por esta manera más que alegre de hacer historia. Si el Sr. Padre V... desea decir sólo la verdad, estoy dispuesto a proporcionarle verbalmente todas las explicaciones necesarias para iluminarlo.
Todo tuyo.
ALLAN KARDEC
Los millones del Sr. Allan Kardec.
Nos informan que, en una gran ciudad comercial, donde el Espiritismo tiene muchos adeptos, y donde más bien hace entre la clase obrera, un clérigo se ha hecho propagador de ciertos rumores que las almas caritativas se han apresurado a difundir y sin duda a amplificar. Según estos dichos, somos ricos a millones; en casa todo brilla y solo caminamos sobre las más bellas alfombras Aubusson. Se sabía que éramos pobres en Lyon; hoy tenemos una tripulación de cuatro caballos y estamos conduciendo un tren principesco a París. Toda esta fortuna nos ha venido de Inglaterra desde que comenzamos a tratar con el Espiritismo, y remuneramos generosamente a nuestros agentes en la provincia. Vendimos caros los manuscritos de nuestras obras, en los que todavía tenemos descuento, lo que no impide que los vendamos a precios exorbitantes, etc.
Esta es la respuesta que le dimos a la persona que nos envió estos datos:
“Mi querido señor, me reí mucho de los millones con que el Padre V… me gratifica tan generosamente, tanto más cuanto que estaba lejos de sospechar esta buena fortuna. El informe realizado a la Sociedad de París antes de la recepción de su carta, y que se publica más arriba, lamentablemente reduce esta ilusión a una realidad mucho menos dorada. Esta no es la única inexactitud de este cuento fantástico; en primer lugar, nunca he vivido en Lyon, así que no veo cómo alguien podría haberme conocido como pobre allí; en cuanto a mi tripulación de cuatro caballos, lamento decir que se reduce a las molestias de un coche de alquiler que tomo apenas cinco o seis veces al año, para ahorrar dinero. Es cierto que antes de los ferrocarriles hice varios viajes en diligencia: sin duda os confundimos. Pero se no me olvido, en ese tiempo no se trataba todavía del Espiritismo, y que es al Espiritismo a quien debo, según él, mi inmensa fortuna; ¿dónde, pues, se ha sacado todo esto, sino en el arsenal de la calumnia? Esto parecerá tanto más probable, si uno piensa en la naturaleza de la población en medio de la cual se difunden estos rumores. Se estará de acuerdo en que hay que estar muy escaso de buenas razones para ser reducido a tan ridículos expedientes para desacreditar al Espiritismo. Sr. Padre no ve que va derecho contra su fin, pues decir que el Espiritismo me ha enriquecido hasta este punto es admitir que está inmensamente difundido; por tanto, si está tan difundido es porque le place. Así, lo que quisiera volver contra el hombre, lo volvería en beneficio del crédito de la doctrina. ¡Haced creer entonces, después de eso, que una doctrina capaz de dar millones en pocos años a su propagador es una utopía, una idea hueca! Tal resultado sería un verdadero milagro, porque no hay ejemplo de que una teoría filosófica haya sido alguna vez una fuente de fortuna. Generalmente, en cuanto a los inventos, uno consume allí lo poco que tiene, y se vería que es un poco el caso donde me encuentro, si se supiera cuánto me cuesta el trabajo al que me he dedicado y al que también sacrifico mi tiempo, mis vigilias, mi descanso y mi salud; pero es mi principio guardarme lo que hago, y no gritarlo a los cuatro vientos. Para ser imparcial, el Sr. Padre debería comparar las sumas que las comunidades y los conventos extraen de los fieles; en cuanto al Espiritismo, se mide su influencia por el bien que hace, el número de afligidos que consuela, y no por el dinero que aporta.
Con un tren principesco, no hace falta decir que necesitas una mesa de acuerdo; ¿Qué diría el Sr. Padre si viera mis comidas más suntuosas, aquellas en que recibo a mis amigos? Las encontraría muy sencillas en comparación con la fastidia de ciertos dignatarios de la Iglesia, que probablemente las despreciarían para su Cuaresma más austera. Le enseñaré pues, por no saberlo, y para evitarle el trabajo de llevarme al campo de la comparación, que el Espiritismo no es ni puede ser medio de enriquecerse; que repudia cualquier especulación de la que pueda ser objeto; que enseña a despreciar lo temporal, a contentarse con lo necesario y a no buscar los goces de lo superfluo, que no son el camino al cielo; que si todos los hombres fueran Espíritas, no se envidiarían, no tendrían celos ni se robarían unos a otros; no calumniarían a su prójimo, ni lo calumniarían a él, porque él enseña esta máxima de Cristo: No hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti. Es para poner en práctica que no nombro con todas las letras al Padre V...
El Espiritismo enseña también que la fortuna es un depósito del que hay que rendir cuentas, y que el rico será juzgado según el uso que haya hecho de ella. Si tuviera lo que se me atribuye, y si sobre todo se lo debiese al Espiritismo, estaría perjurando mis principios para emplearlo en la satisfacción del orgullo y la posesión de los placeres mundanos, en vez de ponerla al servicio de la causa de la que abracé la defensa.
Pero, dicen, ¿y tus obras? ¿No has vendido caros los manuscritos? Un instante; es entrar aquí en el dominio privado, donde no reconozco a nadie el derecho de inmiscuirse: siempre he honrado mi negocio, al precio de cuantos sacrificios y cuantas privaciones; no le debo nada a nadie, mientras que muchos me deben a mí, de lo contrario tendría más del doble de lo que me queda, lo que significa que, en lugar de subir la escalera de la fortuna, la he bajado. Por lo tanto, no debo cuenta de mis asuntos a nadie, lo cual es bueno notar; sin embargo, para contentar un poco a los curiosos que no tienen nada mejor que hacer que entrometerse en lo que no les concierne, diré que si hubiera vendido mis manuscritos, sólo habría hecho uso del derecho que tiene todo trabajador de vender el producto de su trabajo; pero no he vendido ninguna de ellas: aun hay algunas que he dado, pura y simplemente, por el interés de la cosa, y que se vende como se quiere sin que me devuelva un centavo. Los manuscritos se venden caros cuando se trata de obras conocidas cuya venta está asegurada de antemano, pero en ninguna parte encontraremos editores tan complacientes como para pagar el precio del oro por obras cuyo producto es hipotético, mientras que ni siquiera quieren correr el riesgo de los costos de impresión; ahora bien, a este respecto, una obra filosófica vale cien veces menos que ciertas novelas asociadas a ciertos nombres. Para dar una idea de mis enormes ganancias, diría que la primera edición del Libro de los Espíritus, que he realizado por mi cuenta y bajo mi propio riesgo, al no haber encontrado editor que quisiera emprenderla, me trajo limpio, todos los gastos hechos, todas las copias vendidas, tanto vendidas como regaladas, unos quinientos francos, como puedo probar por documentos auténticos; no sé muy bien qué tipo de tripulación se podría conseguir con eso. En la imposibilidad en que me encontré, no teniendo aún los millones de que se trata, de sufragar yo mismo los gastos de todas mis publicaciones, y sobre todo de ocuparme de las relaciones necesarias para la venta, cedí por un tiempo el derecho de publicar, a cambio de un derecho calculado en tantos céntimos por copia vendida; de tal manera que desconozco por completo los detalles de la venta y las transacciones que los intermediarios pueden hacer sobre los descuentos que hacen las editoriales a sus corresponsales, transacciones de las que declino toda responsabilidad, quedando obligado, por lo que a mí respecta, para dar cuenta a los editores, a un precio de..., de todos los ejemplares que les tome, ya sea que los venda, ya sea que los regale o que sean sin utilidad.
En cuanto a los ingresos que puedan derivarme de la venta de mis obras, no tengo que explicarme ni sobre la cifra ni sobre el empleo; ciertamente tengo el derecho de disponer de él como mejor me parezca; sin embargo, desconocemos si este producto no tiene un destino específico del cual no pueda ser desviado; pero eso es lo que sabremos más adelante; porque, si algún día a alguien se le ocurriera escribir mi relato sobre datos similares a los arriba relatados, sería importante que los hechos fueran restituidos en su integridad. Por eso dejaré detalladas memorias de todas mis relaciones y de todos mis asuntos, especialmente en lo que se refiere al Espiritismo, para evitar a los futuros cronistas las pifias en que muchas veces caen en la fe de los rumores de atónitos, de chismosos y de gente interesada en alterar la verdad, a quienes dejo el gusto de vituperar a su gusto, para que luego se haga más evidente su mala fe.
Me preocuparía muy poco por mí personalmente, si mi nombre no estuviera en lo sucesivo íntimamente ligado a la historia del Espiritismo. Por mis relaciones, naturalmente poseo sobre esta materia los documentos más numerosos y más auténticos que existen; he podido seguir la doctrina en todos sus desarrollos, observar todos sus giros y vueltas, tal como preveo sus consecuencias. Para cualquier hombre que estudie este movimiento, es de las últimas evidencias que el Espiritismo marcará una de las fases de la humanidad; es necesario, pues, que sepamos después qué vicisitudes tuvo que atravesar, qué obstáculos encontró, qué enemigos buscaron detenerlo, qué armas se usaron para combatirlo; no lo es menos que sepamos por qué medios pudo triunfar, y cuáles son los pueblos que, con su celo, su devoción, su abnegación, habrán contribuido eficazmente a su propagación; aquellos cuyos nombres y hechos merecen ser anunciados para el reconocimiento de la posteridad, y a quienes me propongo inscribir en mis registros. Esta historia, entendemos, no puede aparecer pronto; apenas ha nacido el Espiritismo y aún no se han cumplido las fases más interesantes de su establecimiento. Pudiera ser que, entre los Saulos del Espiritismo actual, estuvieran los Santos Pablos posteriores; esperemos que no tengamos que registrar a los Judas.
Tales, mi querido señor, son los reflejos que me sugieren los extraños ruidos que me han llegado; si los recogí, no fue por los Espíritas de tu pueblo, que saben qué pensar de mí y que supieron juzgar, cuando fui a verlos, si había en mí gustos y miradas de gran señor. Así que lo hago por aquellos que no me conocen y que pueden ser engañados por esta manera más que alegre de hacer historia. Si el Sr. Padre V... desea decir sólo la verdad, estoy dispuesto a proporcionarle verbalmente todas las explicaciones necesarias para iluminarlo.
ALLAN KARDEC
Sociedad
Espírita de Viena en Austria
Al anunciar que se editaba en Viena una edición en alemán de nuestro folleto: El Espiritismo en su más simple expresión, hablábamos de la Sociedad Espírita de esta ciudad. Recibimos del presidente de esta Sociedad la siguiente carta:
“Señor Allan Kardec,
“La Sociedad Espírita de Viena me pide que le comunique que acaba de nombrarle presidente de honor, y le ruega que acepte amablemente este título como muestra de la alta y respetuosa estima que le tiene. No necesito añadir, señor, que al servirle aquí como un órgano, sólo obedezco al impulso de mi corazón, que está completamente dedicado a usted.
“Permítame, señor, agregar, sin abusar de su precioso tiempo, algunas palabras relacionadas con nuestra Sociedad. Acaba de entrar en su tercer año, y aunque el número de sus miembros es todavía pequeño, puedo decir con satisfacción que, en el círculo privado en el que todavía se mueve, ha hecho proporcionalmente mucho bien, y tengo la esperanza de que cuando llegue el momento de ampliar su campo de actividad, producirá frutos más abundantes: es mi más fuerte deseo. El año pasado, con motivo del primer aniversario, nuestro Espíritu Protector me dijo en su profundo y majestuoso laconismo: Tú has sembrado la buena semilla, yo te bendigo. Este año me dijo: He aquí, para el año que va a comenzar, tu máxima: Con Dios y para Dios. El año pasado fue una recompensa por el pasado; este año, es un estímulo para el futuro; por lo tanto, me estoy preparando este año para emplear medios más directos para influir en la opinión pública. En primer lugar, la traducción de su excelente folleto no habrá dejado de preparar el terreno aquí y allá; luego pensé en la publicación de un periódico en lengua alemana, como el medio más seguro de acelerar el resultado. Los materiales no me faltarán, si, sobre todo, quisieras permitirme sacar alguna vez de los tesoros contenidos en tu Revista, donde siempre, por supuesto, haré un deber sagrado indicar la fuente de los pasajes y fragmentos cuya traducción he dado. Finalmente, para coronar el trabajo, quisiera poner a disposición de los alemanes su precioso e imprescindible Libro de los Espíritus. Vengo, pues, señor, sin temor a importunarle, porque estoy seguro de que todo pensamiento de bien responde a su mismo pensamiento, a pedirle, si nadie ha obtenido todavía este favor, que me permita dar la traducción al alemán.
“Acabo de explicarle, señor, los proyectos que estoy considerando para dar mayor impulso a la propagación del Espiritismo en nuestro país. ¿Puedo atreverme a acudir a su benévola experiencia para recibir algún saludable consejo que, esté seguro, señor, será de gran peso en la decisión que tomaré?
“Por favor, reciba, etc.
“C.Delhez.“
Esta
carta va acompañada del siguiente diploma:
SOCIEDAD DEL ESPÍRITU, LLAMADA CARIDAD, DE VIENA (AUSTRIA).
Sesión de aniversario del 18 de mayo de 1862.
“En el nombre de Dios Todopoderoso y bajo la protección del Espíritu Divino.
"La Sociedad Espírita de Viena, deseando, con motivo de su segundo aniversario, testimoniar a su mayor en París, en la persona de su digno y valeroso presidente, le deferencia y reconoce que sus constantes esfuerzos y sus preciosas obras inspiran la santa causa del Espiritismo y el triunfo de la fraternidad universal, así a propuesta de su presidente, y con la aprobación de sus consejeros espirituales, ha nombrado por aclamación al señor Allan Kardec, presidente de la Sociedad de estudios espíritas de Paris, como PRESIDENTE DE HONOR de la Sociedad Espírita, conocida como Caridad, de Viena en Austria.
“Viena, 19 de mayo de 1862.
" El presidente,
“C.Delhez.
Ante la urgente invitación que se nos hizo,
creímos necesario publicar textualmente los dos documentos anteriores, como
testimonio de nuestro profundo agradecimiento por el honor que nuestros
hermanos espíritas de Viena quieren hacernos, honor que estábamos lejos de esperar,
y porque vemos en él un homenaje que se rinde, no a nuestra persona, sino a los
principios regeneradores del Espiritismo. Es una nueva prueba del crédito que
adquieren tanto en el extranjero como en Francia. Dejando de lado lo que estas
cartas son personalmente halagadoras para nosotros, lo que nos produce sobre
todo una viva satisfacción es ver el fin eminentemente serio, religioso y
humanitario que tiene en vista la Sociedad Espírita de Viena, a la que no
faltará nuestra asistencia y nuestra devoción. Lo mismo podemos decir de todas
las sociedades que se forman en varios sitios, y que aceptan sin restricción los
principios del Libro de los Espíritus y del Libro de los Médiums.
Entre las que se organizaron en último lugar, debemos mencionar la Sociedad Africana de Estudios Espíritas, de Constantino, que tuvo la amabilidad de ponerse bajo nuestro patrocinio y el de la Sociedad de París, y que cuenta ya con unos cuarenta miembros. Tendremos ocasión de volver a hablar de ello con más detalle.
En presencia de este movimiento de opinión general y en constante crecimiento, ¿comprenderán finalmente los opositores al Espiritismo que cualquier intento de detenerlo sería inútil, y que lo mejor que pueden hacer es aceptar lo que ahora puede considerarse un hecho consumado? El arma del ridículo se ha agotado en vanos esfuerzos, por lo tanto es impotente; ¿Será más feliz la doctrina del demonio, que estamos tratando de revivir en este momento con una especie de implacabilidad? La respuesta está enteramente en el efecto que produce: te hace reír. Para eso sería necesario que quienes la propagan estuvieran bien convencidos de ella; sin embargo, podemos afirmar pertinentemente que, entre ellos, hay muchos que no creen en ella más que nosotros. Es un último empujón, que redundará en acelerar la difusión de la noticia, primero porque ayuda a darla a conocer despertando la curiosidad, luego porque demuestra la escasez de argumentos realmente serios.
Al anunciar que se editaba en Viena una edición en alemán de nuestro folleto: El Espiritismo en su más simple expresión, hablábamos de la Sociedad Espírita de esta ciudad. Recibimos del presidente de esta Sociedad la siguiente carta:
“Señor Allan Kardec,
“La Sociedad Espírita de Viena me pide que le comunique que acaba de nombrarle presidente de honor, y le ruega que acepte amablemente este título como muestra de la alta y respetuosa estima que le tiene. No necesito añadir, señor, que al servirle aquí como un órgano, sólo obedezco al impulso de mi corazón, que está completamente dedicado a usted.
“Permítame, señor, agregar, sin abusar de su precioso tiempo, algunas palabras relacionadas con nuestra Sociedad. Acaba de entrar en su tercer año, y aunque el número de sus miembros es todavía pequeño, puedo decir con satisfacción que, en el círculo privado en el que todavía se mueve, ha hecho proporcionalmente mucho bien, y tengo la esperanza de que cuando llegue el momento de ampliar su campo de actividad, producirá frutos más abundantes: es mi más fuerte deseo. El año pasado, con motivo del primer aniversario, nuestro Espíritu Protector me dijo en su profundo y majestuoso laconismo: Tú has sembrado la buena semilla, yo te bendigo. Este año me dijo: He aquí, para el año que va a comenzar, tu máxima: Con Dios y para Dios. El año pasado fue una recompensa por el pasado; este año, es un estímulo para el futuro; por lo tanto, me estoy preparando este año para emplear medios más directos para influir en la opinión pública. En primer lugar, la traducción de su excelente folleto no habrá dejado de preparar el terreno aquí y allá; luego pensé en la publicación de un periódico en lengua alemana, como el medio más seguro de acelerar el resultado. Los materiales no me faltarán, si, sobre todo, quisieras permitirme sacar alguna vez de los tesoros contenidos en tu Revista, donde siempre, por supuesto, haré un deber sagrado indicar la fuente de los pasajes y fragmentos cuya traducción he dado. Finalmente, para coronar el trabajo, quisiera poner a disposición de los alemanes su precioso e imprescindible Libro de los Espíritus. Vengo, pues, señor, sin temor a importunarle, porque estoy seguro de que todo pensamiento de bien responde a su mismo pensamiento, a pedirle, si nadie ha obtenido todavía este favor, que me permita dar la traducción al alemán.
“Acabo de explicarle, señor, los proyectos que estoy considerando para dar mayor impulso a la propagación del Espiritismo en nuestro país. ¿Puedo atreverme a acudir a su benévola experiencia para recibir algún saludable consejo que, esté seguro, señor, será de gran peso en la decisión que tomaré?
“C.Delhez.“
SOCIEDAD DEL ESPÍRITU, LLAMADA CARIDAD, DE VIENA (AUSTRIA).
Sesión de aniversario del 18 de mayo de 1862.
“En el nombre de Dios Todopoderoso y bajo la protección del Espíritu Divino.
"La Sociedad Espírita de Viena, deseando, con motivo de su segundo aniversario, testimoniar a su mayor en París, en la persona de su digno y valeroso presidente, le deferencia y reconoce que sus constantes esfuerzos y sus preciosas obras inspiran la santa causa del Espiritismo y el triunfo de la fraternidad universal, así a propuesta de su presidente, y con la aprobación de sus consejeros espirituales, ha nombrado por aclamación al señor Allan Kardec, presidente de la Sociedad de estudios espíritas de Paris, como PRESIDENTE DE HONOR de la Sociedad Espírita, conocida como Caridad, de Viena en Austria.
" El presidente,
“C.Delhez.
Entre las que se organizaron en último lugar, debemos mencionar la Sociedad Africana de Estudios Espíritas, de Constantino, que tuvo la amabilidad de ponerse bajo nuestro patrocinio y el de la Sociedad de París, y que cuenta ya con unos cuarenta miembros. Tendremos ocasión de volver a hablar de ello con más detalle.
En presencia de este movimiento de opinión general y en constante crecimiento, ¿comprenderán finalmente los opositores al Espiritismo que cualquier intento de detenerlo sería inútil, y que lo mejor que pueden hacer es aceptar lo que ahora puede considerarse un hecho consumado? El arma del ridículo se ha agotado en vanos esfuerzos, por lo tanto es impotente; ¿Será más feliz la doctrina del demonio, que estamos tratando de revivir en este momento con una especie de implacabilidad? La respuesta está enteramente en el efecto que produce: te hace reír. Para eso sería necesario que quienes la propagan estuvieran bien convencidos de ella; sin embargo, podemos afirmar pertinentemente que, entre ellos, hay muchos que no creen en ella más que nosotros. Es un último empujón, que redundará en acelerar la difusión de la noticia, primero porque ayuda a darla a conocer despertando la curiosidad, luego porque demuestra la escasez de argumentos realmente serios.
Principio
Vital de las Sociedades Espíritas
Señor,
Veo, en la Revista Espírita del mes de abril de 1862, una comunicación firmada por Gérard de Codemberg, donde advierto el siguiente pasaje: “No os preocupéis por los hermanos que se apartan de vuestras creencias; haced, por el contrario, para que ya no se mezclen con el rebaño de los verdaderos creyentes, porque son ovejas negras, y debéis cuidaros del contagio.”
Encontré que esa manera de mirar a la oveja negra era poco cristiana, menos espírita, y bastante ajena a esa caridad hacia todo lo que predican los Espíritus. Despreocuparse de los hermanos que se van, y cuidarse de su contagio, no es la manera de traerlos de vuelta. Me parece que, hasta ahora, nuestros buenos guías espirituales se han mostrado más indulgentes. ¿Es este Gérard de Codemberg un buen Espíritu? Si es él, lo dudo. Por favor, perdóname por este tipo de verificación que acabo de hacer, pero tiene un propósito serio. Una amiga mía, espírita novata, acaba de hojear este envío y se ha detenido en estas pocas líneas, no encontrando en ellas la caridad que ha notado en las comunicaciones hasta ahora. Consulté a mi guía al respecto, y esto fue lo que me respondió: “No, hija mía, un Espíritu elevado no usa tales expresiones; dejad a los Espíritus encarnados la aspereza del lenguaje, y reconoced siempre el valor de las comunicaciones en el valor de las palabras, y sobre todo en el valor de los pensamientos.“
(Sigue una comunicación de un Espíritu que se supone que tomó el lugar de Gérard de Codemberg.)
¿Dónde está la verdad? Solo tú podrías saber eso.
Recibir, etc
E. Collignon.
Respuesta - Nada, en Gérard de Codemberg,
prueba que sea un Espíritu muy avanzado; la obra que publicó bajo el imperio de
una obsesión manifiesta y a la que él mismo accede lo demuestra
suficientemente; un Espíritu aun levemente superior no podría haber
malinterpretado tanto el valor de las revelaciones que obtuvo durante su vida,
como médium, ni aceptar como sublimes cosas obviamente absurdas. ¿Se sigue que
es un Espíritu maligno? Ciertamente no; su conducta durante su vida y su
lenguaje después de su muerte son prueba de ello; está en la numerosa categoría
de los Espíritus buenos e inteligentes, pero no lo suficientemente superior
para dominar a los Espíritus obsesivos que lo han engañado, ya que no ha sido
capaz de reconocerlos.
Esto es lo que concierne para el Espíritu. La cuestión no es si está más o menos avanzado, sino si los consejos que da son buenos o malos; sin embargo, sostengo que no hay Reunión Espírita seria posible sin homogeneidad. Donde hay diferencia de opinión, hay una tendencia a hacer prevalecer la propia, un deseo de imponer las propias ideas o la propia voluntad; de ahí discusiones, disensiones, luego disolución: eso es inevitable, y es lo que se da en todas las sociedades, cualquiera que sea el objeto, donde cada una quiere caminar por caminos diferentes. Lo que es necesario en otras reuniones, lo es más en las reuniones espíritas serias, donde la primera condición es la calma y el recogimiento, imposibles con las discusiones que pierden el tiempo en cosas inútiles; es entonces cuando los buenos Espíritus parten y dejan el campo abierto a los Espíritus confundidos. Por eso son preferibles los comités pequeños; la homogeneidad de principios, gustos, caracteres y hábitos, condición esencial de una buena armonía, es mucho más fácil de conseguir allí que en las grandes asambleas.
Lo que Gérard de Codemberg llama ovejas negras no son las personas que buscan de buena fe arrojar luz sobre las dificultades de la ciencia o sobre lo que no entienden, a través de una discusión pacífica, moderada y adecuada, sino aquellas que vienen con un sesgo de oposición sistemática, que plantean erróneamente y a través de discusiones inoportunas susceptibles de perturbar el trabajo. Cuando el Espíritu dice que hay que quitarlos, tiene razón, porque la existencia de la reunión depende de esto; también tiene razón al decir que nadie debe preocuparse por ello, porque su opinión personal, si es falsa, no impedirá que prevalezca la verdad; el significado de esta palabra es que uno no debe preocuparse por su oposición. En segundo lugar, si alguien que tiene una manera diferente de ver la encuentra mejor que la de los demás, si le satisface, si persiste en ella, ¿por qué molestarlo? El Espiritismo no debe imponerse; debe ser aceptado libremente y con buena voluntad; no quiere conversión por coerción. La experiencia, además, está ahí para demostrar que no es por insistir en que le haremos cambiar de opinión. Con quien busca la luz de buena fe, hay que entregarse totalmente, no hay que escatimar nada: es celo bien empleado y fecundo; con el que no la quiere o cree que la tiene, es perder el tiempo y sembrar en piedras. Por lo tanto, la expresión no se preocupe puede entenderse en el sentido de que no debe atormentarlo ni violentar sus convicciones; actuar así no es carecer de caridad. ¿Esperamos traerlo de vuelta a ideas más saludables? Que se haga en privado, por persuasión, sea; pero si fuere causa de molestia para la asamblea, retenerlo no sería mostrar caridad hacia él, ya que a él no le sería de utilidad, mientras que sería malo para todos los demás.
El Espíritu de Girard de Codemberg expresa su opinión con contundencia y tal vez un poco cruda, sin precauciones oratorias, contando sin duda con el sentido común de aquellos a quienes va dirigida para mitigarla en la aplicación, observando lo que prescribe tanto la urbanidad como el decoro; pero, fuera de la forma del lenguaje, la sustancia del pensamiento es idéntica a la que se encuentra en la comunicación que a continuación se relata, bajo el título de: Espiritismo Filosófico, obtenida por la misma persona que planteó la cuestión; dice lo siguiente: “Examinad bien a vuestro alrededor si no hay falsos hermanos, curiosos, incrédulos. Si los hay, pídeles, suavemente, con caridad, que se retiren. Si se resisten, contentaos con orar fervientemente al Señor para que les ilumine, y en otro momento no los admitáis en vuestro trabajo. Reciban entre ustedes sólo hombres sencillos que quieran buscar la verdad y el progreso.” Es decir, en otras palabras, deshazte cortésmente de aquellos que se interpongan en tu camino.
En las reuniones libres, donde eres libre de recibir a quien quieras, esto es más fácil que en las sociedades anónimas, donde los miembros están vinculados y tienen voz en el asunto. Por lo tanto, uno no puede tomar demasiadas precauciones si no desea verse frustrado. El sistema de socios libres, adoptado por la Sociedad de París, es el más adecuado para evitar inconvenientes, en el sentido de que admite candidatos sólo con carácter provisional y sin derecho a voto en los asuntos de la Sociedad, durante un tiempo que les permite observar su celo, su devoción y su espíritu conciliador. Lo principal es formar un núcleo de fundadores titulares, unidos por una perfecta comunidad de puntos de vista, opiniones y sentimientos, y establecer reglas precisas a las que necesariamente habrán de someterse quienes luego quieran reunirse allí. Nos remitimos a este respecto a los reglamentos de la Sociedad de Paris y a las instrucciones que hemos dado al respecto. Nuestro anhelo más querido es ver reinar la unión y la armonía entre los grupos y sociedades que se forman por todos lados; es por ello que siempre tendremos como deber ayudar con los consejos de nuestra experiencia a quienes crean que deben beneficiarse de ella. Nos limitaremos a decirles por el momento: Sin homogeneidad, no hay unión simpática entre los miembros, no hay relaciones afectivas; sin unión, no hay estabilidad; sin estabilidad no hay calma; sin calma, no hay trabajo serio; de lo cual concluimos que la homogeneidad es el principio vital de toda Sociedad o Reunión Espírita. Esto es lo que correctamente dijeron Girard de Codemberg y Bernardin; en cuanto al Espíritu que se dio a sí mismo como sustituto del primero, su comunicación tiene todas las características de una comunicación apócrifa.
Señor,
Veo, en la Revista Espírita del mes de abril de 1862, una comunicación firmada por Gérard de Codemberg, donde advierto el siguiente pasaje: “No os preocupéis por los hermanos que se apartan de vuestras creencias; haced, por el contrario, para que ya no se mezclen con el rebaño de los verdaderos creyentes, porque son ovejas negras, y debéis cuidaros del contagio.”
Encontré que esa manera de mirar a la oveja negra era poco cristiana, menos espírita, y bastante ajena a esa caridad hacia todo lo que predican los Espíritus. Despreocuparse de los hermanos que se van, y cuidarse de su contagio, no es la manera de traerlos de vuelta. Me parece que, hasta ahora, nuestros buenos guías espirituales se han mostrado más indulgentes. ¿Es este Gérard de Codemberg un buen Espíritu? Si es él, lo dudo. Por favor, perdóname por este tipo de verificación que acabo de hacer, pero tiene un propósito serio. Una amiga mía, espírita novata, acaba de hojear este envío y se ha detenido en estas pocas líneas, no encontrando en ellas la caridad que ha notado en las comunicaciones hasta ahora. Consulté a mi guía al respecto, y esto fue lo que me respondió: “No, hija mía, un Espíritu elevado no usa tales expresiones; dejad a los Espíritus encarnados la aspereza del lenguaje, y reconoced siempre el valor de las comunicaciones en el valor de las palabras, y sobre todo en el valor de los pensamientos.“
(Sigue una comunicación de un Espíritu que se supone que tomó el lugar de Gérard de Codemberg.)
¿Dónde está la verdad? Solo tú podrías saber eso.
E. Collignon.
Esto es lo que concierne para el Espíritu. La cuestión no es si está más o menos avanzado, sino si los consejos que da son buenos o malos; sin embargo, sostengo que no hay Reunión Espírita seria posible sin homogeneidad. Donde hay diferencia de opinión, hay una tendencia a hacer prevalecer la propia, un deseo de imponer las propias ideas o la propia voluntad; de ahí discusiones, disensiones, luego disolución: eso es inevitable, y es lo que se da en todas las sociedades, cualquiera que sea el objeto, donde cada una quiere caminar por caminos diferentes. Lo que es necesario en otras reuniones, lo es más en las reuniones espíritas serias, donde la primera condición es la calma y el recogimiento, imposibles con las discusiones que pierden el tiempo en cosas inútiles; es entonces cuando los buenos Espíritus parten y dejan el campo abierto a los Espíritus confundidos. Por eso son preferibles los comités pequeños; la homogeneidad de principios, gustos, caracteres y hábitos, condición esencial de una buena armonía, es mucho más fácil de conseguir allí que en las grandes asambleas.
Lo que Gérard de Codemberg llama ovejas negras no son las personas que buscan de buena fe arrojar luz sobre las dificultades de la ciencia o sobre lo que no entienden, a través de una discusión pacífica, moderada y adecuada, sino aquellas que vienen con un sesgo de oposición sistemática, que plantean erróneamente y a través de discusiones inoportunas susceptibles de perturbar el trabajo. Cuando el Espíritu dice que hay que quitarlos, tiene razón, porque la existencia de la reunión depende de esto; también tiene razón al decir que nadie debe preocuparse por ello, porque su opinión personal, si es falsa, no impedirá que prevalezca la verdad; el significado de esta palabra es que uno no debe preocuparse por su oposición. En segundo lugar, si alguien que tiene una manera diferente de ver la encuentra mejor que la de los demás, si le satisface, si persiste en ella, ¿por qué molestarlo? El Espiritismo no debe imponerse; debe ser aceptado libremente y con buena voluntad; no quiere conversión por coerción. La experiencia, además, está ahí para demostrar que no es por insistir en que le haremos cambiar de opinión. Con quien busca la luz de buena fe, hay que entregarse totalmente, no hay que escatimar nada: es celo bien empleado y fecundo; con el que no la quiere o cree que la tiene, es perder el tiempo y sembrar en piedras. Por lo tanto, la expresión no se preocupe puede entenderse en el sentido de que no debe atormentarlo ni violentar sus convicciones; actuar así no es carecer de caridad. ¿Esperamos traerlo de vuelta a ideas más saludables? Que se haga en privado, por persuasión, sea; pero si fuere causa de molestia para la asamblea, retenerlo no sería mostrar caridad hacia él, ya que a él no le sería de utilidad, mientras que sería malo para todos los demás.
El Espíritu de Girard de Codemberg expresa su opinión con contundencia y tal vez un poco cruda, sin precauciones oratorias, contando sin duda con el sentido común de aquellos a quienes va dirigida para mitigarla en la aplicación, observando lo que prescribe tanto la urbanidad como el decoro; pero, fuera de la forma del lenguaje, la sustancia del pensamiento es idéntica a la que se encuentra en la comunicación que a continuación se relata, bajo el título de: Espiritismo Filosófico, obtenida por la misma persona que planteó la cuestión; dice lo siguiente: “Examinad bien a vuestro alrededor si no hay falsos hermanos, curiosos, incrédulos. Si los hay, pídeles, suavemente, con caridad, que se retiren. Si se resisten, contentaos con orar fervientemente al Señor para que les ilumine, y en otro momento no los admitáis en vuestro trabajo. Reciban entre ustedes sólo hombres sencillos que quieran buscar la verdad y el progreso.” Es decir, en otras palabras, deshazte cortésmente de aquellos que se interpongan en tu camino.
En las reuniones libres, donde eres libre de recibir a quien quieras, esto es más fácil que en las sociedades anónimas, donde los miembros están vinculados y tienen voz en el asunto. Por lo tanto, uno no puede tomar demasiadas precauciones si no desea verse frustrado. El sistema de socios libres, adoptado por la Sociedad de París, es el más adecuado para evitar inconvenientes, en el sentido de que admite candidatos sólo con carácter provisional y sin derecho a voto en los asuntos de la Sociedad, durante un tiempo que les permite observar su celo, su devoción y su espíritu conciliador. Lo principal es formar un núcleo de fundadores titulares, unidos por una perfecta comunidad de puntos de vista, opiniones y sentimientos, y establecer reglas precisas a las que necesariamente habrán de someterse quienes luego quieran reunirse allí. Nos remitimos a este respecto a los reglamentos de la Sociedad de Paris y a las instrucciones que hemos dado al respecto. Nuestro anhelo más querido es ver reinar la unión y la armonía entre los grupos y sociedades que se forman por todos lados; es por ello que siempre tendremos como deber ayudar con los consejos de nuestra experiencia a quienes crean que deben beneficiarse de ella. Nos limitaremos a decirles por el momento: Sin homogeneidad, no hay unión simpática entre los miembros, no hay relaciones afectivas; sin unión, no hay estabilidad; sin estabilidad no hay calma; sin calma, no hay trabajo serio; de lo cual concluimos que la homogeneidad es el principio vital de toda Sociedad o Reunión Espírita. Esto es lo que correctamente dijeron Girard de Codemberg y Bernardin; en cuanto al Espíritu que se dio a sí mismo como sustituto del primero, su comunicación tiene todas las características de una comunicación apócrifa.
Enseñanzas
y disertaciones Espíritas
Espiritismo filosófico
(Burdeos; 4 de abril de 1862. - Médium, Sra. Collignon.)
Hemos hablado, amigos míos, del Espiritismo desde el punto de vista religioso; ahora que está bien establecido que no se trata de una religión nueva, sino de la consagración de esta religión universal de la que Cristo puso los cimientos, y que hoy viene a llevar a la cúspide, vamos a considerar el Espiritismo bajo el punto de vista moral y filosófico.
Expliquemos primero el significado exacto de la palabra filosofía. La filosofía no es una negación de las leyes establecidas de la Divinidad, de la religión. Lejos de esto; la filosofía es la búsqueda de lo sabio; de lo que es más exactamente razonable; y ¿qué puede haber más sabio, más razonable que el amor y la gratitud que se debe a su Creador, y por lo tanto cualquier culto que sirva para probarle este reconocimiento y este amor? La religión, y todo lo que a ella os puede conducir, es pues una filosofía, porque es una sabiduría del hombre que se somete a ella con alegría y docilidad. Dicho esto, veamos qué se puede sacar del Espiritismo seriamente puesto en práctica.
¿Cuál es la meta hacia la cual tienden todos los hombres, en cualquier posición en que se encuentren? Mejorar su posición actual; ahora, para alcanzar esta meta, corren en todas direcciones, la mayoría de ellos descarriados, porque cegados por su orgullo, llevados por su ambición, no ven el único camino que les puede llevar a esta mejora; la buscan en la satisfacción de su orgullo, de sus instintos brutales, de su ambición, mientras que sólo la pueden encontrar en el amor y la sumisión debida al Creador.
El Espiritismo viene, pues, a decir a los hombres: Salid de estos caminos oscuros, llenos de precipicios, rodeados de espinos y zarzas, y entrad en la senda que conduce a la felicidad que soñáis. Sé sabio para ser feliz; comprendan, amigos míos, que los bienes de la tierra son, para los hombres, sólo emboscadas de las cuales deben protegerse; estos son los escollos que deben evitar; por eso el Señor ha permitido que finalmente se os permita ver la luz de este faro que os ha de conducir al puerto. Las penas y dolores que soportáis con impaciencia y rebeldía son el hierro candente que el cirujano aplica sobre la herida abierta, para evitar que la gangrena destruya todo el cuerpo. Vuestro cuerpo, amigos míos, ¿qué es eso para un Espírita? ¿Qué debe guardar? ¿Qué debe preservar del contagio? ¿Qué debe sanar por todos los medios posibles, sino la herida que carcome su Espíritu, la enfermedad que le estorba y le impide elevarse radiante hacia su Creador?
Vuelvan siempre los ojos a este pensamiento filosófico, es decir, lleno de sabiduría: Somos una esencia creada pura pero caída; pertenecemos a una patria donde todo es pureza; culpables, fuimos desterrados por un tiempo, pero solo por un tiempo; empleemos, pues, todas nuestras fuerzas, todas nuestras energías para disminuir este tiempo de exilio; esforcémonos, por todos los medios que el Señor ha puesto a nuestro alcance, en reconquistar esta patria perdida y acortar el tiempo de ausencia. (Véase el número de enero de 1862: Doctrina de los ángeles caídos.)
Entiende que tu destino futuro está en tus manos; que de vosotros depende enteramente la duración de vuestras pruebas; que el mártir siempre tiene derecho a una palma, y que no se trata de ser mártir de ir, como los primeros cristianos, a servir de alimento a los animales feroces. Sed mártires de vosotros mismos; rompe, aplasta en ti todos los instintos carnales que se rebelan contra el Espíritu; estudie cuidadosamente sus inclinaciones, sus gustos, sus ideas; guardaos de todos aquellos a quienes vuestra conciencia condena. Tan bajo que te habla, porque muchas veces ha sido repelido, tan bajo que te habla, esta voz de tu protector te dirá que evites lo que te puede hacer daño. Desde tiempo inmemorial os ha hablado la voz de vuestro ángel de la guarda, pero ¡cuántos han sido sordos! Hoy, amigos míos, el Espiritismo viene a explicaros la causa de esta voz íntima; viene a deciros positivamente, a mostraros, a haceros tocar con el dedo lo que podéis esperar si le escucháis obedientemente; lo que tienes que temer si lo rechazas.
Esto, amigos míos, para el hombre en general, es el lado filosófico: es enseñaros a salvaros, no busquéis allí, hijos míos, como hacen los ignorantes, distracciones materiales, satisfacciones de la curiosidad. No vayáis, bajo el menor pretexto, a invocaros Espíritus de los que no tenéis necesidad; contentaos con confiar siempre en el cuidado y amor de vuestros guías espirituales; nunca los extrañarás. Cuando, unidos por un fin común: la mejora de vuestra humanidad, eleváis vuestros corazones al Señor, ya sea para pedir sus bendiciones y la asistencia de los buenos Espíritus a los que ha confiado. Examinad bien a vuestro alrededor si no hay falsos hermanos, curiosos, incrédulos. Si los hay, pídeles, suavemente, con caridad, que se retiren. Si se resisten, contentaos con orar fervientemente al Señor para que les ilumine, y en otro momento no los admitáis en vuestro trabajo. Reciban entre ustedes sólo hombres sencillos que quieran buscar la verdad y el progreso. Cuando estés seguro de los hermanos que están reunidos en la presencia del Señor, llama a tus guías y pídeles instrucciones; siempre os darán algo proporcionado a vuestras necesidades, a vuestra inteligencia; pero no trates de satisfacer la curiosidad de la mayoría de los que piden evocaciones. Casi siempre se van menos convencidos y más dispuestos a burlarse.
Quien quiera evocar a sus padres, a sus amigos, no lo haga nunca sino con fines de utilidad y de caridad; es una acción seria, muy seria llamar a uno mismo a los Espíritus que vagan a vuestro alrededor. Si no traes la fe y el recogimiento necesarios, ¡los Espíritus malignos aparecerán en el lugar de los que esperas, te engañarán, te harán caer en profundos errores y, a veces, te conducirán a terribles caídas!
No olvidéis entonces, amigos míos, que el Espiritismo desde el punto de vista religioso es sólo la confirmación del cristianismo, porque el cristianismo cabe enteramente en estas palabras: Amar al Señor sobre todas las cosas, y al prójimo como a vosotros mismos.
Desde un punto de vista filosófico, es la recta y sabia línea de conducta la que debe conduciros a la felicidad a la que todos aspiráis, y esta línea os está trazada a partir de un punto seguro y demostrado: la inmortalidad del alma, para llegar a otro punto que nadie puede negar: ¡Dios!
Eso, mis amigos, es lo que tengo que decirles hoy. Nos vemos pronto siguiendo nuestras charlas íntimas.
Bernardino.
Observación. Esta comunicación forma parte de
una serie de dictados, bajo el título: O Espiritismo para todos, todos
estampados con el mismo sello de profundidad y sencillez paternal. Como no
todos pueden publicarse en la Revista, formarán parte de las colecciones
especiales que estamos preparando. Lo mismo ocurre con los que nos envían otros
médiums de Burdeos y otras ciudades. Pero por mucho que estas publicaciones
sean útiles si se hacen con orden y método, podrían producir el efecto
contrario si se hicieran sin discernimiento y sin elección. Es una excelente
comunicación para la intimidad, que estaría fuera de lugar si se hiciera
pública. Hay algunos que, para ser entendidos y no dar lugar a falsas
interpretaciones, necesitan comentarios y desarrollos. En las comunicaciones,
muchas veces es necesario tener en cuenta la opinión personal del Espíritu que
habla y que, si no es muy avanzado, puede formarse ideas sobre los hombres y
las cosas, sistemas que no siempre son correctos. Estas falsas ideas publicadas
sin correcciones, sólo pueden desacreditar al Espiritismo, proporcionar armas a
sus enemigos y sembrar la duda y la incertidumbre entre los novicios. Con
comentarios y explicaciones dadas apropiadamente, el mal mismo a veces puede
volverse instructivo; sin eso se podría responsabilizar a la doctrina de todas
las utopías vociferadas por ciertos Espíritus más orgullosos que lógicos. Si el
Espiritismo pudiera retardar su marcha, no sería por los ataques abiertos de
sus enemigos declarados, sino por el celo temerario de amigos imprudentes. No
se trata, pues, de hacer colecciones indigeribles donde todo se amontona
desordenadamente y cuyo menor inconveniente sería aburrir al lector; es
necesario evitar con cuidado todo lo que pueda falsear la opinión sobre el
Espiritismo; sin embargo, todo esto requiere un trabajo que justifica el
retraso que se trae a estas publicaciones.
Espiritismo filosófico
(Burdeos; 4 de abril de 1862. - Médium, Sra. Collignon.)
Hemos hablado, amigos míos, del Espiritismo desde el punto de vista religioso; ahora que está bien establecido que no se trata de una religión nueva, sino de la consagración de esta religión universal de la que Cristo puso los cimientos, y que hoy viene a llevar a la cúspide, vamos a considerar el Espiritismo bajo el punto de vista moral y filosófico.
Expliquemos primero el significado exacto de la palabra filosofía. La filosofía no es una negación de las leyes establecidas de la Divinidad, de la religión. Lejos de esto; la filosofía es la búsqueda de lo sabio; de lo que es más exactamente razonable; y ¿qué puede haber más sabio, más razonable que el amor y la gratitud que se debe a su Creador, y por lo tanto cualquier culto que sirva para probarle este reconocimiento y este amor? La religión, y todo lo que a ella os puede conducir, es pues una filosofía, porque es una sabiduría del hombre que se somete a ella con alegría y docilidad. Dicho esto, veamos qué se puede sacar del Espiritismo seriamente puesto en práctica.
¿Cuál es la meta hacia la cual tienden todos los hombres, en cualquier posición en que se encuentren? Mejorar su posición actual; ahora, para alcanzar esta meta, corren en todas direcciones, la mayoría de ellos descarriados, porque cegados por su orgullo, llevados por su ambición, no ven el único camino que les puede llevar a esta mejora; la buscan en la satisfacción de su orgullo, de sus instintos brutales, de su ambición, mientras que sólo la pueden encontrar en el amor y la sumisión debida al Creador.
El Espiritismo viene, pues, a decir a los hombres: Salid de estos caminos oscuros, llenos de precipicios, rodeados de espinos y zarzas, y entrad en la senda que conduce a la felicidad que soñáis. Sé sabio para ser feliz; comprendan, amigos míos, que los bienes de la tierra son, para los hombres, sólo emboscadas de las cuales deben protegerse; estos son los escollos que deben evitar; por eso el Señor ha permitido que finalmente se os permita ver la luz de este faro que os ha de conducir al puerto. Las penas y dolores que soportáis con impaciencia y rebeldía son el hierro candente que el cirujano aplica sobre la herida abierta, para evitar que la gangrena destruya todo el cuerpo. Vuestro cuerpo, amigos míos, ¿qué es eso para un Espírita? ¿Qué debe guardar? ¿Qué debe preservar del contagio? ¿Qué debe sanar por todos los medios posibles, sino la herida que carcome su Espíritu, la enfermedad que le estorba y le impide elevarse radiante hacia su Creador?
Vuelvan siempre los ojos a este pensamiento filosófico, es decir, lleno de sabiduría: Somos una esencia creada pura pero caída; pertenecemos a una patria donde todo es pureza; culpables, fuimos desterrados por un tiempo, pero solo por un tiempo; empleemos, pues, todas nuestras fuerzas, todas nuestras energías para disminuir este tiempo de exilio; esforcémonos, por todos los medios que el Señor ha puesto a nuestro alcance, en reconquistar esta patria perdida y acortar el tiempo de ausencia. (Véase el número de enero de 1862: Doctrina de los ángeles caídos.)
Entiende que tu destino futuro está en tus manos; que de vosotros depende enteramente la duración de vuestras pruebas; que el mártir siempre tiene derecho a una palma, y que no se trata de ser mártir de ir, como los primeros cristianos, a servir de alimento a los animales feroces. Sed mártires de vosotros mismos; rompe, aplasta en ti todos los instintos carnales que se rebelan contra el Espíritu; estudie cuidadosamente sus inclinaciones, sus gustos, sus ideas; guardaos de todos aquellos a quienes vuestra conciencia condena. Tan bajo que te habla, porque muchas veces ha sido repelido, tan bajo que te habla, esta voz de tu protector te dirá que evites lo que te puede hacer daño. Desde tiempo inmemorial os ha hablado la voz de vuestro ángel de la guarda, pero ¡cuántos han sido sordos! Hoy, amigos míos, el Espiritismo viene a explicaros la causa de esta voz íntima; viene a deciros positivamente, a mostraros, a haceros tocar con el dedo lo que podéis esperar si le escucháis obedientemente; lo que tienes que temer si lo rechazas.
Esto, amigos míos, para el hombre en general, es el lado filosófico: es enseñaros a salvaros, no busquéis allí, hijos míos, como hacen los ignorantes, distracciones materiales, satisfacciones de la curiosidad. No vayáis, bajo el menor pretexto, a invocaros Espíritus de los que no tenéis necesidad; contentaos con confiar siempre en el cuidado y amor de vuestros guías espirituales; nunca los extrañarás. Cuando, unidos por un fin común: la mejora de vuestra humanidad, eleváis vuestros corazones al Señor, ya sea para pedir sus bendiciones y la asistencia de los buenos Espíritus a los que ha confiado. Examinad bien a vuestro alrededor si no hay falsos hermanos, curiosos, incrédulos. Si los hay, pídeles, suavemente, con caridad, que se retiren. Si se resisten, contentaos con orar fervientemente al Señor para que les ilumine, y en otro momento no los admitáis en vuestro trabajo. Reciban entre ustedes sólo hombres sencillos que quieran buscar la verdad y el progreso. Cuando estés seguro de los hermanos que están reunidos en la presencia del Señor, llama a tus guías y pídeles instrucciones; siempre os darán algo proporcionado a vuestras necesidades, a vuestra inteligencia; pero no trates de satisfacer la curiosidad de la mayoría de los que piden evocaciones. Casi siempre se van menos convencidos y más dispuestos a burlarse.
Quien quiera evocar a sus padres, a sus amigos, no lo haga nunca sino con fines de utilidad y de caridad; es una acción seria, muy seria llamar a uno mismo a los Espíritus que vagan a vuestro alrededor. Si no traes la fe y el recogimiento necesarios, ¡los Espíritus malignos aparecerán en el lugar de los que esperas, te engañarán, te harán caer en profundos errores y, a veces, te conducirán a terribles caídas!
No olvidéis entonces, amigos míos, que el Espiritismo desde el punto de vista religioso es sólo la confirmación del cristianismo, porque el cristianismo cabe enteramente en estas palabras: Amar al Señor sobre todas las cosas, y al prójimo como a vosotros mismos.
Desde un punto de vista filosófico, es la recta y sabia línea de conducta la que debe conduciros a la felicidad a la que todos aspiráis, y esta línea os está trazada a partir de un punto seguro y demostrado: la inmortalidad del alma, para llegar a otro punto que nadie puede negar: ¡Dios!
Eso, mis amigos, es lo que tengo que decirles hoy. Nos vemos pronto siguiendo nuestras charlas íntimas.
Un Espírita
apócrifo en Rusia
El Príncipe D... K... nos envía desde Rusia un prospecto en lengua rusa, comenzando con esta frase: "Obouan Bruné, célebre mago, magnetizador, miembro de la Sociedad Espírita de París, tendrá el honor de dar, como ya ha anunciado, una velada fantástica en el teatro de esta ciudad, el 17 de abril de 1862.” Sigue una larga lista de los trucos de prestidigitación que el citado Bruné se propone realizar. Pensamos que el buen sentido de los muchos seguidores que tiene el Espiritismo en Rusia habrá hecho justicia a esta grosera impostura. La Sociedad Espírita de París no conoce a este individuo, que en Francia habría sido procesado ante los tribunales por haberse dado a sí mismo una falsa cualidad.
Allan Kardec
Poesía Espírita (Sociedad Espírita de Burdeos. Médium, Sr. Ricard)
La Crianza y la Visión.
Madrecita, es tarde en la noche,
Y siento venir el sueño;
Rápido, ponme en mi cama rosa,
O en tus brazos dormiré.
Hija, a Dios haz tu oración.
Vamos, niña, de rodillas
Oremos juntos por tu padre
¡Quién está en el cielo! ...lejos de nosotros.
Está ahí arriba, ¿verdad, madre?
Cerca de Él, Dios lo quiso;
Sólo los malvados tienen su ira,
¡Pero el papi es su elegido!
¡Dios te escuche!... ¡Oh, querida hija!
¡Que tu deseo sea escuchado!
Preguntémosle por tu buen padre
¡Descanso!... ¡felicidad!... ¡bienaventuranza!
También rezo por ti, madre mía;
Digo a Dios: "Tú, Todopoderoso,
"Ya me quitaste a mi padre,
“Deja a la madre con su hija. “
¡Gracias!... ¡Gracias!... mi Gabrielle.
¡Tan joven, aún tu corazón es bueno!
Sobre ti, desde lo alto, tu padre vela:
Veo su alma en tu frente.
Quisiera, querida madre,
Ya que mi padre nos escucha,
Que vino aquí de la otra vida
Para abrazar a su querida hija.
Pídele a Dios que tal milagro
¡Tenga lugar por nosotros que tanto sufrimos!…
El alma de un muerto a veces revolotea
Alrededor de la cama de su hija.
Madrecita, es tarde en la noche,
Y siento que llega el sueño...
¡Rápido, ponme en mi cama rosa!...
¡Buenas noches, mamá!... Me voy a dormir.
¡Pero no!... ¡Ya veo!... ¡Es mi padre!
Él está aquí... junto a mi cama.
¡Acércate, madrecita!
Nos mira y nos sonríe...
Aquí, en mi frente siento su boca;
¡Su mano acaricia mi cabello!…
como tú me cierra la boca,
¡Y lo veo subir al cielo!
Madrecita, es tarde en la noche,
Y tu hija no puede dormir...
Es porque mi padre, en esta cama rosa,
¡Promete volver!
Tu ángel guardián.
Una mente maravillosa haciéndose pasar por ateo
Estaba caminando un día, con un niño pequeño,
A orillas de un arroyo cuya orilla umbría
Los defendió contra un sol abrasador.
Mira esta agua límpida que huye,
Dijo al niño, su erudito compañero.
¿Dónde crees que está corriendo rápido?
¿Debe guiarlo, dejando este valle?
Pero, dijo el niño, yo creo que a un lago tranquilo
Recibirá el tributo de sus aguas,
y que al final de su dolorosa marcha,
Todas las corrientes deben terminar así.
¡Pobre pequeño! dijo el maestro riendo,
En qué error está vuestro espírito;
Finalmente aprende, así que aprende a saber
Como en este mundo todo termina.
Cuando se aleja de su fuente,
Donde nacen sus olas cada día,
Irás, al final de su curso,
Dentro de los mares, perderse para siempre.
De nosotros mismos, es una imagen;
Cuando dejemos este mundo seductor
No queda nada de nuestro breve paso,
Y volvemos a la nada.
¡Vaya! ¡Dios mío! dijo el niño con voz entristecida,
¿Es entonces cierto, tal sería nuestro destino?
¡Qué! de mi amada madre,
¿Perdí todo, todo, el día de su muerte?
Yo que creí que su alma amada
Todavía podría proteger a su hijo,
Compartir con él las penas de la vida,
¿Podremos volver a encontrarnos algún día, cerca del Dios Todopoderoso?
Mantén siempre esta dulce creencia,
Su ángel protector le susurró.
Sí, querido niño, mantén bien la esperanza,
Sin ella, en la tierra, no hay felicidad.
El tiempo ha huido; durante muchos años
Nuestro erudito ha muerto,
Y, siempre fiel a sus locos pensamientos,
Murió diciendo que Dios no existía.
El niño también vio venir la vejez,
Y sin temerlo recibió la muerte,
Porque, conservando la fe de su juventud,
En manos del Eterno entregó su destino.
Mira, mira esta multitud ansiosa
Deja el cielo, ven a recibirlo;
Espíritus puros es la tropa sagrada:
Es a su hermano exiliado a quien finalmente volverán a ver.
¿Pero qué es esta alma abandonada?,
¿Qué parece querer esconderse?
Del desafortunado erudito, es el alma desolada
Que ve toda esta felicidad y no puede involucrarse en ella.
Que amargo fue su dolor,
Cuando este Dios, a quien tanto había desafiado,
Finalmente, se le apareció, como un juez severo,
En su sublime majestad.
¡Vaya! que lágrimas de dolor
¡Vino a romper este espíritu lleno de orgullo!
El que una vez se río de la esperanza
Que un pobre niño miraba más allá del ataúd.
Pero la bondad paternal del Señor,
No quería para siempre castigarlo;
Y pronto esta alma inmortal
En la tierra debe volver.
Entonces, a su vez purificado,
Volando hacia el cielo
Ella se irá con alegría exaltada,
Descansar a los pies del Señor.
Firmado: Ducis.
La calabaza y la mimosa púdica (sensitiva). Fábula.
¿Cuál es tu dieta, oh pobre Sensitiva?
Dijo una calabaza a esta frágil flor,
¿Para permanecer tan lánguida y débil?
Te digo con dolor,
La sensibilidad te pierde; te debilitas;
Estarás muerta antes del final de la temporada;
Si el sol se esconde en el horizonte
Vemos tus delgados folletos plegarse:
Un temblor fatal
Corre por tu tallo al mero roce de la brisa;
Cualquier contacto te da una crisis;
Finalmente, tu vida es sólo un tormento.
¿Y por qué tanto dolor y preocupación?
Sigue mi ejemplo de dulce quietud.
Lo que está pasando a mi alrededor
No puede causarme la más mínima emoción;
Sustentarme bien es mi único trabajo,
¿Qué hace, además, a mi temperamento,
¿Los misterios del cielo? - El brillo del día claro,
La noche oscura, caliente, fría, seca, húmeda
También es adecuado para mí.
Es cierto que, sobre mi forma regordeta,
A veces el observador satírico e inteligente
Susurró a mi lado: "¡La Calabaza vegeta!"
Pero el rasgo no llega a mi pecho;
En mi cama de acogida, riendo, doy vueltas,
Celoso de esparcirme, en la tierra que piso,
Mi gran barriga y mi inmensidad.
Nuestros gustos son diferentes, dijo la florecita;
No quieres dedicar tu cuidado, toda tu vida
Que al bienestar de la materia;
Yo, creo que puedo hacerlo mejor, y aunque yo, ya ves,
Mismo acortando mi existencia,
Me dedico al disfrute
De sentimiento e inteligencia, y
Siempre he vivido lo suficiente.
Dombre (de Marmande).
A.K.
66. ¿Conocías a G. Remone? – R. Sí, de verdad, pobre diablo…
67. ¿Sospechó que él había matado a su esposa? – R. Era un poco egoísta, preocupándome más por mí que por los demás. cuando supe de su muerte, la lamenté sinceramente y no busqué la causa.
68. ¿Cuál era su posición entonces? – R. Yo era un pobre secretario del alguacil; un mensajero como dices hoy.
69. Después de la muerte de esta mujer, ¿alguna vez pensó en ella? – R. No me recuerdes todo eso.
70. Queremos recordarte esto, porque te ves mejor de lo que te haces a ti mismo. – R. A veces sí que lo pensaba, pero como no me preocupaba con mi naturaleza, el recuerdo pasó como un relámpago, sin dejar rastro.
71. ¿Cuál era tu nombre? – R. Eres muy curioso, y si no me hubiera obligado, ya te hubiera dejado en la estacada con tu moral y tus sermones.
72. Vosotros vivisteis en una época religiosa; ¿Nunca has orado por esta mujer a la que amabas? – R. Es así.
73. ¿Has vuelto a ver a G. Remone y su esposa en el mundo de los Espíritus? – R. Fui a buscar buenos niños como yo, y cuando esos llorones quisieron mostrarse, les di la espalda. No me gusta hacerme daño, y...
74. Continúa. – R. No soy tan hablador como tú; me detendré ahí, si no te importa.
75. ¿Estás feliz hoy? – R. ¿Por qué no? Me divierto en hacer bromas para los que no lo sospechan, y que creen tratar con buenos Espíritus; desde que nos han cuidado, hemos estado haciendo buenos trucos.
76. Esto no es felicidad; la prueba de que no eres feliz es que dijiste que te obligaron a venir; ahora bien, no es ser feliz verse obligado a hacer lo que desagrada. – R. ¿No tenemos siempre superiores? eso no te impide ser feliz. Cada uno lleva su felicidad donde la encuentra.
77. Podéis, con algún esfuerzo, especialmente a través de la oración, alcanzar la felicidad de quienes os mandan. – R. No pensé en eso. me harás ambicioso. ¿No me estás engañando, siempre? No molestéis a mi pobre Espíritu por nada.
78. No os engañamos; así que trabaja en tu avance. – R. Tienes que meterte en demasiadas molestias, y yo soy perezoso.
79. Cuando somos perezosos, le pedimos a un amigo que nos ayude; así te ayudaremos; rezaremos por ti. – R. Reza pues, para que yo mismo me decida a rezar.
80. Rezaremos, pero ores de tu parte. – R. ¿Crees que si rezara eso me daría ideas en la línea de las tuyas?
81. Sin duda; pero orad de vuestro lado; te evocaremos el jueves 21, para ver los progresos que habrás hecho y para darte un consejo, si te puede ser de agrado. – R. Adiós entonces.
82. ¿Nos dirás tu nombre ahora? - R. Jacques Noulin.
Al día siguiente se invocó nuevamente al Espíritu y se le hicieron varias preguntas sobre la Sra. Remone; sus respuestas fueron poco edificantes y del tipo de las primeras. San Juan, consultado, respondió: “Hicisteis mal en perturbar este Espíritu y despertar en él la idea de sus antiguas pasiones. Hubiera sido mucho mejor esperar el día señalado; estaba en un nuevo problema para él; vuestra evocación lo había arrojado a ideas de un orden muy diferente de sus ideas habituales; aún no había podido tomar una decisión muy positiva, pero se estaba preparando para probar la oración. Déjalo hasta el día que le hayas indicado; hasta entonces, si escucha a los buenos Espíritus que quieren ayudaros en vuestra buena obra, podéis obtener algo de él.”
(Jueves 21.)
83. (A San Juan.) Desde nuestra última evocación, ¿ha reparado Jacques Noulin? – R. Oró, y la luz vino a su alma: ahora cree que está destinado a ser mejor y está listo para trabajar en ello.
84. ¿Qué camino debemos seguir por su causa? – R. Pregúntale el estado actual de su alma, y haz que mire dentro de sí mismo, para que se dé cuenta de su cambio.
85. (A Jacques Noulin.) ¿Lo has pensado, como nos prometiste, y nos puedes decir cuál es tu forma de ver las cosas hoy? – R. En primer lugar, quiero darle las gracias. me has ahorrado muchos años de ceguera. Desde hace unos días he comprendido que Dios es mi meta; que debo hacer todo lo posible para hacerme digno de llegar a él. Se abre una nueva era para mí; la oscuridad se ha disipado y ahora veo el camino que debo seguir. Mi corazón está lleno de esperanza y sostenido por los buenos Espíritus que vienen en ayuda de los débiles. Voy a caminar por este nuevo camino donde ya he encontrado la tranquilidad y que me debe llevar a la felicidad.
86. ¿Eras verdaderamente feliz, como nos dijiste? – R. Era muy infeliz. Lo veo ahora, pero me encontré feliz como todos aquellos que no miran por encima de sí mismos. No pensé en el futuro; iba, como en la tierra, a ser descuidado, sin darme la molestia de pensar seriamente. ¡Vaya! ¡Cómo deploro la ceguera que me ha hecho perder un tiempo tan precioso! Hiciste un amigo, no lo olvides. Llámame cuando quieras, y si puedo, vendré.
87. ¿Qué piensan de vuestra disposición los Espíritus con los que os juntáis? – R. Se ríen de mí que escuchaba a los buenos Espíritus cuya presencia y consejo todos odiábamos.
88. ¿Le permitirían ir a verlos de nuevo? – R. Solo me preocupa mi avance; además, los ángeles buenos que me vigilan y que me rodean con su cuidado ya no me permiten mirar atrás sino para mostrarme cuál fue mi humillación.
Observación. - Ciertamente no hay medios materiales para determinar la identidad de los Espíritus que se manifestaron en las evocaciones anteriores, por lo que no lo afirmaremos de manera absoluta. Hacemos esta reserva para aquellos que creerían que aceptamos ciegamente todo lo que viene de los Espíritus; más bien pecamos por un exceso de desconfianza; es que debemos tener cuidado de no dar como verdad absoluta lo que no se puede controlar; ahora bien, a falta de pruebas positivas, debemos limitarnos a advertir la posibilidad y buscar pruebas morales a falta de pruebas físicas. En el hecho de que se trata, las respuestas tienen un evidente carácter de probabilidad y sobre todo de alta moralidad; no vemos ninguna de esas contradicciones, ninguna de esas fallas en la lógica que ofenden el sentido común y revelan el engaño; todo está ligado y enlazado perfectamente, todo concuerda con lo que ya ha demostrado la experiencia; por lo tanto, podemos decir que la historia es al menos probable, que ya es mucho. Lo cierto es que no se trata de una novela inventada por los hombres, sino de una obra medianímica; si fuera un capricho de la mente, sólo podría venir de un Espíritu ligero, porque los Espíritus serios no se divierten con contar cuentos, y los Espíritus ligeros siempre se dejan visible la punta de las orejas. Añadamos que la Sociedad Espírita de Saint-Jean d'Angély es uno de los centros más serios y mejor dirigidos que hemos visto, y que está compuesta sólo por personas tan loables por su carácter como por sus conocimientos, aplicando incluso, si se puede decir así, escrúpulos en exceso; puede juzgarse por la sabiduría y el método con que se plantean y formulan las preguntas; también todas las comunicaciones allí obtenidas atestiguan la superioridad de los Espíritus que se manifiestan. Por lo tanto, las evocaciones anteriores se realizaron en excelentes condiciones, tanto por el entorno como por la naturaleza de los médiums; es al menos para nosotros una garantía de absoluta sinceridad. Agregaremos que la veracidad de este relato nos ha sido atestiguada de la manera más explícita por varios de los mejores médiums de la Sociedad de París.
Considerando la cosa sólo desde el punto de vista moral, surge una seria cuestión. Aquí hay dos Espíritus, Remone y Noulin, extraídos de su situación y llevados a mejores sentimientos por la evocación y los consejos que se les dan. Uno puede preguntarse si habrían permanecido infelices en el caso de que uno no los hubiera evocado, y ¿qué pasa con todos los Espíritus sufrientes que uno no evoca? La respuesta ya está dada en la Historia de un Maldito (Espíritu de Castelnaudary) publicada en la Revista de 1860. Añadiremos que estos dos Espíritus habiendo llegado al momento en que podían ser tocados por el arrepentimiento y recibir la luz, circunstancias providenciales, aunque aparentemente fortuitas, han causado su evocación, ya sea para su bien, o para nuestra instrucción; la evocación era un medio, pero a falta de ella, a Dios no le faltan recursos para acudir en auxilio de los desdichados, y se puede estar seguro de que todo Espíritu que quiere avanzar encuentra siempre auxilio de una forma u otra.
AK.
Poemas Espíritas (Bordeaux. Medium, Sra. E. Collignon.)
Mi testamento.
Aunque rimado, creo que no es menos bueno,
Pongámonos de acuerdo, en él de lo que me jacto
No es la rima: ella es mala;
Es la mente que... ¡Diablos sea la jerga!
Tampoco es la mente lo que me importa;
Comprende bien si es posible: Sólo el Espíritu da vida,
Así es como tomo la palabra.
Yo que no lo soy, pero que pronto lo seré,
Eso espero, al menos, me gustaría aparecer,
No como un tonto,
Pero como un Espíritu pobre, humilde en mi arrepentimiento,
Poniendo toda mi esperanza en mi Señor,
Y contando, para llegar a la morada de los elegidos,
¡Mucho de su bondad, muy poco de mis virtudes!
Expliquémonos de nuevo, porque siempre me equivoco;
Es la bondad de Dios lo único que invoco aquí;
Entonces, para retomar mi tema,
Antes de ir a escuchar el decreto
Que me abruma o me justifica,
Quiero arreglar, lo mejor que pueda,
Todo cuenta hacia atrás en mi vida.
Hay algunos que en voz baja te confesaré
Abrázame fuerte en mi corazón. Bueno, veamos cómo
Para arreglar todo lo mejor posible.
¡Esto no es un asunto menor entre nosotros!
Primero, cuando mi Espíritu se va de su cuerpo,
Te pido una buena oración
Se puede utilizar como pasaporte.
A los pobres muertos
Que devuelve su polvo a la tierra.
Esto hecho, es en mi funeral
Que nos tenemos que cuidar, y apuesto
Que, sin emocionarte demasiado,
Este será el funeral de los sabios.
Primero, en mi vida, siempre estuve herido
Ver en las tumbas tanto lujo amontonado,
A medida que rendimos a la masa de arcilla
Lo poco de lo que fuimos formados.
¿Por qué molestarse con la gloria fútil?
¡Muchos se han perdido por jactarse demasiado!
La oración de Dios produce clemencia;
Lo creemos; tal es también mi esperanza.
Pero ¿por qué orar más por estos que por aquellos?
¿De qué sirve la parafernalia desplegada para esto?
¿Por qué el desgraciado que muere en la miseria?
¿No tiene él, como yo, este concurso de oración?
¿Por qué entonces extender esta costosa pompa?
¿Quién da a luz a la envidia cuando piensas en ella?
¿Es para engañar al hombre o para ganar el cielo?
¡Si es para engañarlo, anatema a la mentira!
Si es para atraer las gracias del Señor,
Orad primero por aquellos que, privados de la felicidad
Que nos da la riqueza,
Habiendo sufrido mucho, tienen derecho a la generosidad.
¡Que no te cuestan ni un centavo!
Ahora, escúchame bien; ¿Deberíamos llamarlo loco?
Mi pobre Espíritu dejando la tierra,
Quiere subir a Dios, arrullado por la oración
Que viene del corazón,
El único, créanme, que el Señor escucha.
Llévame entonces sin gastos, sin ruido, sin ostentación;
Y, contrariamente a la costumbre,
¡Que tus ojos sean radiantes!
Que en lugar de lágrimas en tus canciones
¡Haz sonar un aire de alegría!
Dudar deja la tristeza.
¡Gracias a Dios! ¡somos creyentes!
No piensen, niños, es la economía
¡Quién me insta a hablar así!
Dinero que tenía poca preocupación
Durante mi vida,
¡Juez después de mi muerte!
quiero devolver
El balance un poco más igualado,
Y este lujo que esparcimos
para dorar la inmundicia del cuerpo,
Hacia los hombres desafortunados para reparar algunos errores.
Quiero esta sábana con que se cubre la muerte,
Se quitarán los adornos.
Por una mano todos nuestros días son acortados.
Es la puerta del Cielo y no la del Louvre
Que a San Pedro mi arrepentimiento
Humildemente pide abrir.
Que de una cruz de madera la elocuencia muda
Del Señor ofendido aparta la venganza.
Que mi alma ascienda en su sencillez,
Y que este oro perdido cubra la desnudez
Del niño, del anciano, mis hermanos en la vida,
Mis iguales en la muerte, tal vez en el cielo,
Aquellos a quienes todos piden de rodillas,
¡Aquellos a quienes llamamos bienaventurados!
Antes de concluir, un saludable consejo
Podría encontrar su lugar aquí:
Que la antorcha de la caridad os encienda;
Ten poco cuidado con el juicio de los necios.
De este engañoso lujo que ostenta el orgulloso
Siempre ten cuidado. Para el corazón nada es igual
La felicidad del deber cumplido.
De los oprimidos lleva la debilidad;
Deja que tu alma responda a cada grito de angustia;
Que encuentre allí un eco dispuesto a repetirlo.
Que vuestra mano, hijos, se apresure a aliviar.
Con la ayuda del poco oro que entre ustedes comparto,
Recoge tesoros para hacer este viaje.
¡Cuyo Espíritu virtuoso, finalmente, nunca regresa!
Siembra muchas bendiciones, cosecha virtudes.
Pídele al Señor su luz más brillante;
Entre los desdichados, busca a tus hermanos,
Y que Dios os conceda, en su gran bondad,
¡No tener otra ley que el Amor y la Caridad!...
El monólogo de un burro.
Fábula.
Un burro, - no confundas,
Nunca chismeo sobre la gente buena, -
Un burro, un verdadero burro, de los que se pueden cortar,
En una palabra, un burro
En la estación, una locomotora deseaba.
Su ojo era brillante, su discurso era rápido.
“¡Eres tú, gritó, tú de quien se dice que estás en reposo!
"Oveja, mi vecina, si creo en las palabras,
“Andas sin caballo, sin burro, sin maniobra;
“Ruges arrastrando tu inmensa serpiente,
“Estos paquetes apilados, este pueblo de madera;
"¡Disparates! En el pasado se podía creer en los milagros.
"¡Los tiempos han cambiado! ¡Bien astuto quien me engaña!
“Yo no confundo un trigo con un campo de alfalfa;
“Dejo el cardo para el pajar.
"Con tus pies de hierro no llegamos muy lejos.
“Tengo mi regla; al feliz buen sentido que confía.
" ¡Tú! ¿caminar sin caballos? ¿sin nosotros? Yo te desafío.”
Burro, ya ves, razón invocada,
Esta antorcha tan a menudo apagada por la arrogancia.
¡Pobre de mí! ¡Cuántos eruditos se parecen a los burros!
Negad, doctores; negar el Espíritu y su poder;
Negar el movimiento, descuidar el motor.
¿Hace el hombre luz eléctrica de la nada?
Toda locomotora necesita vapor;
Evocamos a los muertos... pero necesitamos oración,
Oración desde el corazón.
Respuestas
A Sr. B. G. en La Calle (Argelia). - El Libro de los Espíritus y el Libro de los Médiums aún no están traducidos al italiano.
A Sr. Dumas, de Sétif (Argelia). - Recibí el Écho de Sétif, y leí con atención los dos notables y eruditos artículos sobre el Espiritismo publicados por este periódico. Hablaré de ello en detalle en el próximo número. Me alegra ver que esta estimable revista se ocupa de la causa de la doctrina y la trata con seriedad.
Allan Kardec.
El Príncipe D... K... nos envía desde Rusia un prospecto en lengua rusa, comenzando con esta frase: "Obouan Bruné, célebre mago, magnetizador, miembro de la Sociedad Espírita de París, tendrá el honor de dar, como ya ha anunciado, una velada fantástica en el teatro de esta ciudad, el 17 de abril de 1862.” Sigue una larga lista de los trucos de prestidigitación que el citado Bruné se propone realizar. Pensamos que el buen sentido de los muchos seguidores que tiene el Espiritismo en Rusia habrá hecho justicia a esta grosera impostura. La Sociedad Espírita de París no conoce a este individuo, que en Francia habría sido procesado ante los tribunales por haberse dado a sí mismo una falsa cualidad.
Julio
El
punto de vista
No hay quien no haya notado cómo las cosas cambian de apariencia según el punto de vista desde el cual se las considera; no es sólo la apariencia lo que cambia, sino también la importancia misma de la cosa. Si nos situamos en el centro de cualquier entorno, por pequeño que sea, parecerá inmenso; si nos paramos afuera, parece bastante diferente. Alguien que ve una cosa desde la cima de una montaña la encuentra insignificante, mientras que al pie de la montaña le parece gigantesca.
Este es un efecto óptico, pero también se aplica a las cosas morales. Pase un día entero en el sufrimiento, te parecerá eterno; al alejarse este día de ti, te sorprendes de haber podido desesperarte por tan poco. Las penas de la niñez también tienen su relativa importancia, y para el niño son tan amargas como las de la mediana edad. ¿Por qué entonces nos parecen tan fútiles? Porque ya no estamos allí, mientras que el niño está enteramente allí, y no ve más allá de su pequeño círculo de actividad; él los ve desde adentro, nosotros los vemos desde afuera. Supongamos que un ser colocado, en relación con nosotros, en la posición en que estamos en relación con el niño, juzgará nuestras preocupaciones desde el mismo punto de vista, y las encontrará pueriles.
Un carretero es insultado por un carretero; pelean y pelean; que un gran señor sea insultado por un carretero, no se tendrá por ofendido, y no peleará con él. ¿Por qué eso? Porque se coloca fuera de su esfera: se cree tan superior que la ofensa no puede tocarlo; pero que descienda al nivel de su adversario, que se coloque, en el pensamiento, en el mismo ambiente, y luchará.
El Espiritismo nos muestra una aplicación de este principio mucho más importante en sus consecuencias. Nos hace ver la vida terrena tal como es, situándonos desde el punto de vista de la vida futura; por las pruebas materiales que nos proporciona, por la intuición clara, precisa, lógica que nos da, por los ejemplos que pone ante nuestros ojos, nos lleva allí por medio del pensamiento: lo vemos, lo comprendemos; ya no es esa noción vaga, incierta, problemática, que nos enseñaron del futuro, y que, involuntariamente, dejaba dudas; para el Espírita, es una certeza adquirida, es una realidad.
Hace aún más: nos muestra la vida del alma, el ser esencial, ya que es el ser pensante, volviendo al pasado en un tiempo desconocido, y extendiéndose indefinidamente hacia el futuro, de tal manera que la vida en la tierra, aunque haya durado un siglo, no es más que un punto en este largo camino. Si la vida entera es tan pequeña comparada con la vida del alma, ¿qué serán entonces los incidentes de la vida? Y, sin embargo, el hombre, puesto en el centro de esta vida, se preocupa por ella como si fuera a durar eternamente; todo adquiere para él proporciones colosales: la piedra más pequeña que le golpea le parece una roca; una decepción lo lleva a la desesperación; un revés lo derriba; una palabra lo enfurece. Su mirada limitada al presente, a lo que le toca inmediatamente, exagera la importancia de los más pequeños incidentes; un negocio fallido le quita el apetito; una cuestión de precedencia jerárquica es una cuestión de Estado; una injusticia lo pone fuera de sí. Lograr es la meta de todos sus esfuerzos, el objeto de todas sus combinaciones; pero, en su mayor parte, ¿qué es lograr? ¿Es, si uno no tiene lo suficiente para vivir, crear para sí mismo, por medios honestos, una existencia pacífica? ¿Es la noble emulación de adquirir talento y desarrollar la inteligencia? ¿Es el deseo de dejar atrás un nombre justamente honrado y realizar obras útiles para la humanidad? No; triunfar es suplantar al prójimo, eclipsarlo, apartarlo, incluso derrocarlo, ponerse en su lugar; y por este hermoso triunfo, que acaso la muerte no le permitirá gozar veinticuatro horas, qué inquieta; ¡Qué tribulaciones! ¡Cuánto genio incluso se gastó a veces, que podría haber sido empleado más útilmente! Entonces, ¡qué rabia, qué insomnio si no se consigue! ¡Qué fiebre de celos provoca el éxito de un rival! Entonces, ataca su mala estrella, su destino, su fatal suerte, mientras que la mala estrella suele ser la torpeza y la incapacidad. Realmente parece que el hombre se da a la tarea de hacer lo más doloroso posible los pocos momentos que debe pasar en la tierra y de los que no es dueño, ya que nunca tiene asegurado el mañana.
¡Cómo cambian de rostro todas estas cosas cuando, por medio del pensamiento, el hombre abandona el estrecho valle de la vida terrenal y se eleva en la vida radiante, espléndida e inconmensurable más allá de la tumba! ¡Cómo entonces se apiada de los tormentos que se creaba a sí mismo a placer! ¡Qué mezquinas y pueriles le parecen entonces las ambiciones, los celos, las susceptibilidades, las vanas satisfacciones del orgullo! Es como en la edad madura considera los juegos de la infancia; desde la cima de una montaña, considera a los hombres en el valle. Partiendo de este punto de vista, ¿se convierte voluntariamente en el juguete de una ilusión? No; por el contrario, está en la realidad, en la verdad, y la ilusión, para él, es cuando ve las cosas desde el punto de vista terrenal. De hecho, no hay nadie en la tierra que no le dé más importancia a lo que, para él, debe durar mucho tiempo, que a lo que debe durar solo un día; que no prefiere la felicidad duradera a la felicidad pasajera. A uno le importan poco las molestias pasajeras; lo que interesa sobre todo es la situación normal. Si, por tanto, elevamos nuestro pensamiento de tal manera que abrace la vida del alma, necesariamente llegamos a esta consecuencia, que percibimos la vida terrenal allí como una estación momentánea; que la vida espiritual es vida real, porque es indefinida; que la ilusión es tomar la parte por el todo, es decir la vida del cuerpo, que es sólo transitoria, por la vida definitiva. El hombre que considera las cosas sólo desde el punto de vista terrenal es como quien, estando dentro de una casa, no puede juzgar ni la forma ni la importancia del edificio; juzga por las falsas apariencias, porque no lo ve todo; mientras que el que ve desde fuera, pudiendo juzgar solo del todo, juzga con más cordura.
Para ver las cosas de esta manera, se dirá, se requiere una inteligencia poco común, un espíritu filosófico que no se encuentra entre las masas; de lo cual habría que concluir que, salvo contadas excepciones, la humanidad siempre se arrastrará hacia la tierra. Es un error; para identificarse con la vida futura no se necesita una inteligencia excepcional, ni grandes esfuerzos de imaginación, porque cada uno lleva consigo la intuición y el deseo de ello; pero la forma en que generalmente se presenta es bastante poco atractiva, ya que la alternativa son las llamas eternas o la contemplación perpetua, lo que hace que la nada sea preferible a muchos; de ahí la incredulidad absoluta de algunos y la duda de la mayoría. Lo que ha faltado hasta ahora es la prueba irrefutable de la vida futura, y esta prueba viene a darla el Espiritismo, no ya por una vaga teoría, sino por hechos patentes. Mucho más, la muestra tal como la razón más severa puede aceptarla, porque todo lo explica, todo lo justifica y resuelve todas las dificultades. Por el solo hecho de ser claro y lógico, está al alcance de todos; por eso el Espiritismo vuelve a traer de vuelta a la creencia a tantas personas que se habían desviado de ella. La experiencia demuestra todos los días que los simples artesanos, los campesinos sin educación, entienden este razonamiento sin esfuerzo; se colocan en este nuevo punto de vista tanto más fácilmente cuanto que encuentran allí, como todos los infelices, un inmenso consuelo y la única compensación posible a su dolorosa y laboriosa existencia.
Si esta manera de ver las cosas terrenas se generalizase, ¿no tendría como consecuencia destruir la ambición, estimular las grandes empresas, las obras más útiles, incluso las obras geniales? Si toda la humanidad pensara solo en la vida futura, ¿no se derrumbaría todo en este mundo? ¿Qué hacen los monjes en los conventos, si no se ocupan exclusivamente del cielo? Ahora bien, ¿qué sería de la tierra si todos se hicieran monjes?
Tal estado de cosas sería desastroso, y los inconvenientes mayores de lo que se piensa, porque los hombres perderían en la tierra y nada ganarían en el cielo; pero el resultado del principio que exponemos es muy diferente para cualquiera que no lo entienda a medias, como vamos a explicar.
La vida corpórea es necesaria al Espíritu, o alma, que es toda una, para que pueda cumplir en el mundo material las funciones que le ha confiado la Providencia: es una de las ruedas dentadas de la armonía universal. La actividad que se ve obligado a desplegar en estas funciones que ejerce sin su conocimiento, creyendo que actúa sólo para sí mismo, ayuda en el desarrollo de su inteligencia y facilita su avance. Siendo la felicidad del Espíritu en la vida espiritual proporcionada a su progreso y al bien que ha podido hacer como hombre, se sigue que cuanto más la vida espiritual adquiere importancia a los ojos del hombre, tanto más siente la necesidad de hacer lo necesario para asegurar el mejor lugar posible. La experiencia de los que han vivido viene a probar que una vida terrena inútil o mal empleada es sin provecho para el futuro, y que los que aquí abajo buscan sólo satisfacciones materiales las pagan muy caras, ya sea por sus sufrimientos en el mundo de los Espíritus, o por la obligación donde están de retomar su tarea en condiciones más dolorosas que en el pasado, y tal es el caso de muchos de los que sufren en la tierra. Así, considerando las cosas de este mundo desde el punto de vista extracorpóreo, el hombre, lejos de excitarse al descuido y la ociosidad, comprende mejor la necesidad del trabajo. Partiendo del punto de vista terrenal, esta necesidad es una injusticia a sus ojos cuando se compara con aquellos que pueden vivir sin hacer nada: los tiene celos, los envidia. Desde el punto de vista espiritual, esta necesidad tiene su razón de ser, su utilidad, y él la acepta sin murmurar, porque comprende que, sin trabajo, quedaría indefinidamente en inferioridad y privado de la felicidad suprema a la que aspira, y que no puede alcanzar si no se desarrolla intelectual y moralmente. A este respecto, muchos monjes nos parecen malinterpretar el propósito de la vida terrena, y menos aún las condiciones de la vida futura. Por el secuestro se privan de los medios de hacerse útiles a sus semejantes, y muchos de los que hoy están en el mundo de los Espíritus nos han confesado que se equivocaron extrañamente y sufrieron las consecuencias de su error.
Este punto de vista tiene otra consecuencia inmensa e inmediata para el hombre: es hacerle más soportables las tribulaciones de la vida. Que busque obtener bienestar, pasar el tiempo de su existencia en la tierra lo más placenteramente posible, es muy natural y nada se lo impide. Pero, sabiendo que está aquí abajo sólo momentáneamente, que le espera un futuro mejor, se preocupa poco por los desengaños que experimenta, y, viendo las cosas desde arriba, toma sus contratiempos con menos amargura; permanece indiferente a las molestias a que está sujeto por parte de los envidiosos y celosos; reduce los objetos de su ambición a su justo valor y se sitúa por encima de las mezquinas susceptibilidades del amor propio. Liberado de las preocupaciones creadas por el hombre que no sale de su estrecha esfera, por la perspectiva grandiosa que se despliega ante él, es tanto más libre para dedicarse al trabajo que es provechoso para él y para los demás. Los insultos, las diatribas, las maldades de sus enemigos son para él sólo nubes imperceptibles en un horizonte inmenso; no le importa más eso que las moscas que le zumban en los oídos, porque sabe que pronto se librará de él; también todas las pequeñas miserias que se le causan, resbalan sobre él como el agua sobre el mármol. Colocándose en el punto de vista terrestre, se irritaría por ello, tal vez se vengaría de ello; desde un punto de vista extraterrestre, los desprecia como las salpicaduras de un transeúnte mal educado. Son espinas arrojadas en su camino, y por las que pasa, sin siquiera tomarse la molestia de apartarlas, para no frenar su avance hacia la meta más seria que se propone alcanzar. Lejos de resentirse con sus enemigos, les agradece que le hayan dado la oportunidad de ejercitar su paciencia y moderación en beneficio de su futuro adelanto, mientras que perdería el fruto si se rebajara a las represalias. Se compadece de ellos por tomarse tantas molestias inútiles, y se dice a sí mismo que son ellos mismos los que caminan sobre espinas por el cuidado que tienen de hacer el mal. Este es el resultado de la diferencia en el punto de vista desde el cual uno mira la vida: uno te da las preocupaciones y la ansiedad; el otro, calma y serenidad. Los Espíritas que experimentan decepciones, dejen la tierra por un momento, en el pensamiento; ascienda a las regiones del infinito y míralas desde arriba: verás lo que serán.
A veces decimos: Tú que eres infeliz, mira hacia abajo y no hacia arriba, y verás aún más personas infelices. Esto es muy cierto, pero mucha gente se dice a sí misma que el mal de los demás no cura el suyo propio. El remedio siempre está sólo en la comparación, y hay algunos para los que es difícil no levantar la vista y decirse: "¿Por qué tienen éstos lo que yo no tengo?" Situándonos en el punto de vista del que estamos hablando, en el que inevitablemente estaremos dentro de poco, estamos muy naturalmente por encima de los que podríamos envidiar, porque desde allí los más grandes parecen muy pequeños.
Recordamos haber visto una obra en un acto, titulada Les Éphémères (Las Efímeras), representada en el Odéon hace unos cuarenta años, de cuyo autor ya no sabemos; pero, aunque joven entonces, nos causó una fuerte impresión. La escena transcurría en el país de las Mayflies (Efímeras), cuyos habitantes sólo viven veinticuatro horas. En el espacio de un acto, los vemos pasar de la cuna a la adolescencia, a la juventud, a la mediana edad, a la vejez, a la decadencia y a la muerte. En este intervalo realizan todos los actos de la vida: bautismo, matrimonio, asuntos civiles y gubernamentales, etc.; pero, como el tiempo es corto y las horas contadas, debemos darnos prisa; así que todo se hace con prodigiosa rapidez, lo que no impide que se ocupen de intrigas y se esfuercen mucho por satisfacer su ambición y suplantarse unos a otros. Esta pieza, como vemos, contenía un pensamiento profundamente filosófico, e involuntariamente el espectador, que veía desenvolverse en un instante todas las fases de una existencia plena, se encontraba diciendo: ¡Qué tonta es esta gente que se toma tanto trabajo en poco tiempo! ¡Hay que vivir! ¿Qué les queda de las preocupaciones de una ambición de unas pocas horas? ¿No sería mejor que vivieran en paz?
Esta es de hecho la imagen de la vida humana vista desde arriba. La obra, sin embargo, apenas vivió más que sus héroes, no fue comprendida. Si el autor todavía estuviera vivo, lo cual no sabemos, probablemente sería un Espírita hoy.
No hay quien no haya notado cómo las cosas cambian de apariencia según el punto de vista desde el cual se las considera; no es sólo la apariencia lo que cambia, sino también la importancia misma de la cosa. Si nos situamos en el centro de cualquier entorno, por pequeño que sea, parecerá inmenso; si nos paramos afuera, parece bastante diferente. Alguien que ve una cosa desde la cima de una montaña la encuentra insignificante, mientras que al pie de la montaña le parece gigantesca.
Este es un efecto óptico, pero también se aplica a las cosas morales. Pase un día entero en el sufrimiento, te parecerá eterno; al alejarse este día de ti, te sorprendes de haber podido desesperarte por tan poco. Las penas de la niñez también tienen su relativa importancia, y para el niño son tan amargas como las de la mediana edad. ¿Por qué entonces nos parecen tan fútiles? Porque ya no estamos allí, mientras que el niño está enteramente allí, y no ve más allá de su pequeño círculo de actividad; él los ve desde adentro, nosotros los vemos desde afuera. Supongamos que un ser colocado, en relación con nosotros, en la posición en que estamos en relación con el niño, juzgará nuestras preocupaciones desde el mismo punto de vista, y las encontrará pueriles.
Un carretero es insultado por un carretero; pelean y pelean; que un gran señor sea insultado por un carretero, no se tendrá por ofendido, y no peleará con él. ¿Por qué eso? Porque se coloca fuera de su esfera: se cree tan superior que la ofensa no puede tocarlo; pero que descienda al nivel de su adversario, que se coloque, en el pensamiento, en el mismo ambiente, y luchará.
El Espiritismo nos muestra una aplicación de este principio mucho más importante en sus consecuencias. Nos hace ver la vida terrena tal como es, situándonos desde el punto de vista de la vida futura; por las pruebas materiales que nos proporciona, por la intuición clara, precisa, lógica que nos da, por los ejemplos que pone ante nuestros ojos, nos lleva allí por medio del pensamiento: lo vemos, lo comprendemos; ya no es esa noción vaga, incierta, problemática, que nos enseñaron del futuro, y que, involuntariamente, dejaba dudas; para el Espírita, es una certeza adquirida, es una realidad.
Hace aún más: nos muestra la vida del alma, el ser esencial, ya que es el ser pensante, volviendo al pasado en un tiempo desconocido, y extendiéndose indefinidamente hacia el futuro, de tal manera que la vida en la tierra, aunque haya durado un siglo, no es más que un punto en este largo camino. Si la vida entera es tan pequeña comparada con la vida del alma, ¿qué serán entonces los incidentes de la vida? Y, sin embargo, el hombre, puesto en el centro de esta vida, se preocupa por ella como si fuera a durar eternamente; todo adquiere para él proporciones colosales: la piedra más pequeña que le golpea le parece una roca; una decepción lo lleva a la desesperación; un revés lo derriba; una palabra lo enfurece. Su mirada limitada al presente, a lo que le toca inmediatamente, exagera la importancia de los más pequeños incidentes; un negocio fallido le quita el apetito; una cuestión de precedencia jerárquica es una cuestión de Estado; una injusticia lo pone fuera de sí. Lograr es la meta de todos sus esfuerzos, el objeto de todas sus combinaciones; pero, en su mayor parte, ¿qué es lograr? ¿Es, si uno no tiene lo suficiente para vivir, crear para sí mismo, por medios honestos, una existencia pacífica? ¿Es la noble emulación de adquirir talento y desarrollar la inteligencia? ¿Es el deseo de dejar atrás un nombre justamente honrado y realizar obras útiles para la humanidad? No; triunfar es suplantar al prójimo, eclipsarlo, apartarlo, incluso derrocarlo, ponerse en su lugar; y por este hermoso triunfo, que acaso la muerte no le permitirá gozar veinticuatro horas, qué inquieta; ¡Qué tribulaciones! ¡Cuánto genio incluso se gastó a veces, que podría haber sido empleado más útilmente! Entonces, ¡qué rabia, qué insomnio si no se consigue! ¡Qué fiebre de celos provoca el éxito de un rival! Entonces, ataca su mala estrella, su destino, su fatal suerte, mientras que la mala estrella suele ser la torpeza y la incapacidad. Realmente parece que el hombre se da a la tarea de hacer lo más doloroso posible los pocos momentos que debe pasar en la tierra y de los que no es dueño, ya que nunca tiene asegurado el mañana.
¡Cómo cambian de rostro todas estas cosas cuando, por medio del pensamiento, el hombre abandona el estrecho valle de la vida terrenal y se eleva en la vida radiante, espléndida e inconmensurable más allá de la tumba! ¡Cómo entonces se apiada de los tormentos que se creaba a sí mismo a placer! ¡Qué mezquinas y pueriles le parecen entonces las ambiciones, los celos, las susceptibilidades, las vanas satisfacciones del orgullo! Es como en la edad madura considera los juegos de la infancia; desde la cima de una montaña, considera a los hombres en el valle. Partiendo de este punto de vista, ¿se convierte voluntariamente en el juguete de una ilusión? No; por el contrario, está en la realidad, en la verdad, y la ilusión, para él, es cuando ve las cosas desde el punto de vista terrenal. De hecho, no hay nadie en la tierra que no le dé más importancia a lo que, para él, debe durar mucho tiempo, que a lo que debe durar solo un día; que no prefiere la felicidad duradera a la felicidad pasajera. A uno le importan poco las molestias pasajeras; lo que interesa sobre todo es la situación normal. Si, por tanto, elevamos nuestro pensamiento de tal manera que abrace la vida del alma, necesariamente llegamos a esta consecuencia, que percibimos la vida terrenal allí como una estación momentánea; que la vida espiritual es vida real, porque es indefinida; que la ilusión es tomar la parte por el todo, es decir la vida del cuerpo, que es sólo transitoria, por la vida definitiva. El hombre que considera las cosas sólo desde el punto de vista terrenal es como quien, estando dentro de una casa, no puede juzgar ni la forma ni la importancia del edificio; juzga por las falsas apariencias, porque no lo ve todo; mientras que el que ve desde fuera, pudiendo juzgar solo del todo, juzga con más cordura.
Para ver las cosas de esta manera, se dirá, se requiere una inteligencia poco común, un espíritu filosófico que no se encuentra entre las masas; de lo cual habría que concluir que, salvo contadas excepciones, la humanidad siempre se arrastrará hacia la tierra. Es un error; para identificarse con la vida futura no se necesita una inteligencia excepcional, ni grandes esfuerzos de imaginación, porque cada uno lleva consigo la intuición y el deseo de ello; pero la forma en que generalmente se presenta es bastante poco atractiva, ya que la alternativa son las llamas eternas o la contemplación perpetua, lo que hace que la nada sea preferible a muchos; de ahí la incredulidad absoluta de algunos y la duda de la mayoría. Lo que ha faltado hasta ahora es la prueba irrefutable de la vida futura, y esta prueba viene a darla el Espiritismo, no ya por una vaga teoría, sino por hechos patentes. Mucho más, la muestra tal como la razón más severa puede aceptarla, porque todo lo explica, todo lo justifica y resuelve todas las dificultades. Por el solo hecho de ser claro y lógico, está al alcance de todos; por eso el Espiritismo vuelve a traer de vuelta a la creencia a tantas personas que se habían desviado de ella. La experiencia demuestra todos los días que los simples artesanos, los campesinos sin educación, entienden este razonamiento sin esfuerzo; se colocan en este nuevo punto de vista tanto más fácilmente cuanto que encuentran allí, como todos los infelices, un inmenso consuelo y la única compensación posible a su dolorosa y laboriosa existencia.
Si esta manera de ver las cosas terrenas se generalizase, ¿no tendría como consecuencia destruir la ambición, estimular las grandes empresas, las obras más útiles, incluso las obras geniales? Si toda la humanidad pensara solo en la vida futura, ¿no se derrumbaría todo en este mundo? ¿Qué hacen los monjes en los conventos, si no se ocupan exclusivamente del cielo? Ahora bien, ¿qué sería de la tierra si todos se hicieran monjes?
Tal estado de cosas sería desastroso, y los inconvenientes mayores de lo que se piensa, porque los hombres perderían en la tierra y nada ganarían en el cielo; pero el resultado del principio que exponemos es muy diferente para cualquiera que no lo entienda a medias, como vamos a explicar.
La vida corpórea es necesaria al Espíritu, o alma, que es toda una, para que pueda cumplir en el mundo material las funciones que le ha confiado la Providencia: es una de las ruedas dentadas de la armonía universal. La actividad que se ve obligado a desplegar en estas funciones que ejerce sin su conocimiento, creyendo que actúa sólo para sí mismo, ayuda en el desarrollo de su inteligencia y facilita su avance. Siendo la felicidad del Espíritu en la vida espiritual proporcionada a su progreso y al bien que ha podido hacer como hombre, se sigue que cuanto más la vida espiritual adquiere importancia a los ojos del hombre, tanto más siente la necesidad de hacer lo necesario para asegurar el mejor lugar posible. La experiencia de los que han vivido viene a probar que una vida terrena inútil o mal empleada es sin provecho para el futuro, y que los que aquí abajo buscan sólo satisfacciones materiales las pagan muy caras, ya sea por sus sufrimientos en el mundo de los Espíritus, o por la obligación donde están de retomar su tarea en condiciones más dolorosas que en el pasado, y tal es el caso de muchos de los que sufren en la tierra. Así, considerando las cosas de este mundo desde el punto de vista extracorpóreo, el hombre, lejos de excitarse al descuido y la ociosidad, comprende mejor la necesidad del trabajo. Partiendo del punto de vista terrenal, esta necesidad es una injusticia a sus ojos cuando se compara con aquellos que pueden vivir sin hacer nada: los tiene celos, los envidia. Desde el punto de vista espiritual, esta necesidad tiene su razón de ser, su utilidad, y él la acepta sin murmurar, porque comprende que, sin trabajo, quedaría indefinidamente en inferioridad y privado de la felicidad suprema a la que aspira, y que no puede alcanzar si no se desarrolla intelectual y moralmente. A este respecto, muchos monjes nos parecen malinterpretar el propósito de la vida terrena, y menos aún las condiciones de la vida futura. Por el secuestro se privan de los medios de hacerse útiles a sus semejantes, y muchos de los que hoy están en el mundo de los Espíritus nos han confesado que se equivocaron extrañamente y sufrieron las consecuencias de su error.
Este punto de vista tiene otra consecuencia inmensa e inmediata para el hombre: es hacerle más soportables las tribulaciones de la vida. Que busque obtener bienestar, pasar el tiempo de su existencia en la tierra lo más placenteramente posible, es muy natural y nada se lo impide. Pero, sabiendo que está aquí abajo sólo momentáneamente, que le espera un futuro mejor, se preocupa poco por los desengaños que experimenta, y, viendo las cosas desde arriba, toma sus contratiempos con menos amargura; permanece indiferente a las molestias a que está sujeto por parte de los envidiosos y celosos; reduce los objetos de su ambición a su justo valor y se sitúa por encima de las mezquinas susceptibilidades del amor propio. Liberado de las preocupaciones creadas por el hombre que no sale de su estrecha esfera, por la perspectiva grandiosa que se despliega ante él, es tanto más libre para dedicarse al trabajo que es provechoso para él y para los demás. Los insultos, las diatribas, las maldades de sus enemigos son para él sólo nubes imperceptibles en un horizonte inmenso; no le importa más eso que las moscas que le zumban en los oídos, porque sabe que pronto se librará de él; también todas las pequeñas miserias que se le causan, resbalan sobre él como el agua sobre el mármol. Colocándose en el punto de vista terrestre, se irritaría por ello, tal vez se vengaría de ello; desde un punto de vista extraterrestre, los desprecia como las salpicaduras de un transeúnte mal educado. Son espinas arrojadas en su camino, y por las que pasa, sin siquiera tomarse la molestia de apartarlas, para no frenar su avance hacia la meta más seria que se propone alcanzar. Lejos de resentirse con sus enemigos, les agradece que le hayan dado la oportunidad de ejercitar su paciencia y moderación en beneficio de su futuro adelanto, mientras que perdería el fruto si se rebajara a las represalias. Se compadece de ellos por tomarse tantas molestias inútiles, y se dice a sí mismo que son ellos mismos los que caminan sobre espinas por el cuidado que tienen de hacer el mal. Este es el resultado de la diferencia en el punto de vista desde el cual uno mira la vida: uno te da las preocupaciones y la ansiedad; el otro, calma y serenidad. Los Espíritas que experimentan decepciones, dejen la tierra por un momento, en el pensamiento; ascienda a las regiones del infinito y míralas desde arriba: verás lo que serán.
A veces decimos: Tú que eres infeliz, mira hacia abajo y no hacia arriba, y verás aún más personas infelices. Esto es muy cierto, pero mucha gente se dice a sí misma que el mal de los demás no cura el suyo propio. El remedio siempre está sólo en la comparación, y hay algunos para los que es difícil no levantar la vista y decirse: "¿Por qué tienen éstos lo que yo no tengo?" Situándonos en el punto de vista del que estamos hablando, en el que inevitablemente estaremos dentro de poco, estamos muy naturalmente por encima de los que podríamos envidiar, porque desde allí los más grandes parecen muy pequeños.
Recordamos haber visto una obra en un acto, titulada Les Éphémères (Las Efímeras), representada en el Odéon hace unos cuarenta años, de cuyo autor ya no sabemos; pero, aunque joven entonces, nos causó una fuerte impresión. La escena transcurría en el país de las Mayflies (Efímeras), cuyos habitantes sólo viven veinticuatro horas. En el espacio de un acto, los vemos pasar de la cuna a la adolescencia, a la juventud, a la mediana edad, a la vejez, a la decadencia y a la muerte. En este intervalo realizan todos los actos de la vida: bautismo, matrimonio, asuntos civiles y gubernamentales, etc.; pero, como el tiempo es corto y las horas contadas, debemos darnos prisa; así que todo se hace con prodigiosa rapidez, lo que no impide que se ocupen de intrigas y se esfuercen mucho por satisfacer su ambición y suplantarse unos a otros. Esta pieza, como vemos, contenía un pensamiento profundamente filosófico, e involuntariamente el espectador, que veía desenvolverse en un instante todas las fases de una existencia plena, se encontraba diciendo: ¡Qué tonta es esta gente que se toma tanto trabajo en poco tiempo! ¡Hay que vivir! ¿Qué les queda de las preocupaciones de una ambición de unas pocas horas? ¿No sería mejor que vivieran en paz?
Esta es de hecho la imagen de la vida humana vista desde arriba. La obra, sin embargo, apenas vivió más que sus héroes, no fue comprendida. Si el autor todavía estuviera vivo, lo cual no sabemos, probablemente sería un Espírita hoy.
Estadísticas
de suicidio
Leemos en el Siglo de... mayo de 1862:
“En La comedia social en el siglo XIX, el nuevo libro que acaba de publicar Sr. B. Gastineau en Dentu, encontramos esta curiosa estadística de suicidios:
“Se ha calculado que desde principios de siglo, el número de suicidios en Francia no ha bajado de 300.000; y esta estimación puede estar por debajo de la verdad, pues las estadísticas sólo dan resultados completos a partir del año 1836. De 1836 a 1852, es decir, en un período de diecisiete años, ha habido 52.126 suicidios, un promedio de 3.066 por año. En 1858 hubo 3.903 suicidios, incluidos 853 mujeres y 3.050 hombres; finalmente, según las últimas estadísticas que hemos visto, en el transcurso del año 1859 se suicidaron 3.899 personas, a saber, 3.057 hombres y 842 mujeres.”
“Advirtiendo que el número de suicidios aumenta cada año, el Sr. Gastineau deplora en términos elocuentes la triste monomanía que parece haberse apoderado de la especie humana.”
He aquí una oración fúnebre pronunciada muy rápidamente sobre los desafortunados suicidas; la cuestión nos parece, sin embargo, lo suficientemente seria como para merecer un examen serio. En el punto en que están las cosas, el suicidio ya no es un hecho aislado y accidental; puede considerarse con razón como un mal social, una verdadera calamidad; ahora bien, un mal que regularmente mata de 3 a 4.000 personas al año en un solo país, y que sigue una progresión creciente, no se debe a una causa fortuita; hay necesariamente una causa radical, absolutamente como cuando se ve morir a un gran número de personas de la misma enfermedad, y que debe llamar la atención de la ciencia y la solicitud de la autoridad. En tal caso, generalmente nos limitamos a anotar el tipo de muerte y el modo empleado para dársela, mientras descuidamos el elemento más esencial, el único que puede ponernos en el camino de un remedio: el motivo determinante de cada suicidio; llegaríamos así a determinar la causa predominante; pero, excepto en circunstancias bien caracterizadas, se encuentra más simple y más rápido sobrecargar con él a la clase de monomaníacos y maníacos.
Hay sin duda suicidios por monomanía, realizados fuera del imperio de la razón, como los que, por ejemplo, tienen lugar en la locura, en la fiebre caliente, en la borrachera; aquí la causa es puramente fisiológica; pero junto a ella está la categoría, mucho más numerosa, de los suicidios voluntarios, realizados con premeditación y con pleno conocimiento de causa. Algunas personas piensan que el suicida nunca está completamente en su sano juicio; es un error que alguna vez compartimos, pero que ha caído en una observación más cercana. Es bastante racional, en efecto, pensar que estando en la naturaleza el instinto de autoconservación, la destrucción voluntaria debe ser contra la naturaleza, y que esta es la razón por la que a menudo vemos que este instinto prevalece en el último momento sobre la voluntad de morir; de lo cual se concluye que, para realizar este acto, uno ya no debe tener la cabeza hacia sí mismo. Sin duda hay muchos suicidas que son presa en este momento de una especie de vértigo y sucumben a un primer momento de exaltación; si el instinto de autoconservación prevalece en último lugar, son como si estuvieran sobrios y se aferran a la vida; pero también es muy evidente que muchos se matan a sangre fría y de reflexión, y la prueba de ello está en las calculadas precauciones que toman, en el orden razonado que ponen en sus asuntos, que no tiene carácter de locura.
Señalaremos de paso un rasgo característico del suicidio, y es que los actos de esta naturaleza realizados en lugares completamente aislados y deshabitados son sumamente raros; el hombre perdido en los desiertos o en el océano, morirá de privaciones, pero no se suicidará, aunque no espere ayuda. Quien quiere dejar la vida voluntariamente aprovecha el tiempo en que está solo para no ser detenido en su plan, pero lo hace preferentemente en los núcleos de población, donde su cuerpo tiene al menos alguna posibilidad de ser encontrado. Tal se arrojará desde lo alto de un monumento en el centro de una ciudad, pero no lo haría desde lo alto de un acantilado donde se perdería todo rastro de él; otro se ahorcará en el Bois de Boulogne, pero no iría y lo haría en un bosque por donde no pasa nadie. El suicida no quiere ser prevenido, pero quiere que la gente sepa tarde o temprano que se ha suicidado; le parece que este recuerdo de los hombres lo conecta con el mundo que quería dejar, tan cierto es que la idea de la nada absoluta tiene algo más aterrador que la muerte misma. Aquí hay un ejemplo curioso en apoyo de esta teoría.
Alrededor de 1815, un rico inglés, que había ido a visitar la famosa caída del Rin, se entusiasmó tanto con ella que regresó a Inglaterra para poner en orden sus asuntos, y unos meses después regresó para precipitarse en el abismo. Es sin duda un acto de originalidad, pero dudamos mucho que hubiera sido lo mismo arrojarse al Niágara si nadie lo hubiera sabido; una singularidad de carácter causó el acto; pero la idea de que íbamos a hablar de él determinó la elección del lugar y del tiempo; si no se encontraba su cuerpo, al menos su memoria no pereció.
A falta de estadísticas oficiales que den la proporción exacta de los diferentes motivos del suicidio, no cabe duda de que los casos más numerosos están determinados por reveses de fortuna, decepciones, pesares de todo tipo. El suicidio, en este caso, no es un acto de locura, sino de desesperación. Junto a estos motivos que se podrían llamar serios, hay otros evidentemente fútiles, por no hablar del indefinible disgusto por la vida, en medio de los placeres, como el que acabamos de citar. Lo cierto es que todos los que se suicidan recurren a este extremo sólo porque, con razón o sin ella, no son felices. Sin duda, cualquiera puede remediar esta causa primaria, pero lo que debe deplorarse es la facilidad con que los hombres han cedido durante algún tiempo a esta atracción fatal; es allí especialmente lo que debe llamar la atención, y lo que, a nuestro juicio, es perfectamente remediable.
A menudo se ha preguntado si hay cobardía o coraje en el suicidio; innegablemente hay cobardía en desfallecer ante las pruebas de la vida, pero hay valentía en afrontar las penas y angustias de la muerte; estos dos puntos nos parecen contener todo el problema del suicidio.
Por conmovedores que sean los abrazos de la muerte, el hombre los afronta y los soporta si lo estimula el ejemplo; es la historia del conscripto que, solo, retrocedería ante el fuego, mientras se encona al ver a los demás caminar por allí sin miedo. Lo mismo es cierto para el suicidio; la vista de los que se liberan por este medio de las molestias y disgustos de la vida, hace decir que este momento pasa pronto; los que están retenidos por el miedo al sufrimiento se dicen a sí mismos que como tanta gente lo hace, podemos hacer como ellos; que es incluso mejor sufrir unos minutos que sufrir durante años. Sólo en este sentido el suicidio es contagioso; el contagio no está en los fluidos ni en las seducciones; está en el ejemplo que familiariza con la idea de la muerte y con el uso de los medios para dársela; esto es tan cierto que cuando un suicidio se lleva a cabo de una determinada manera, no es raro que se sucedan varios del mismo tipo. La historia de la famosa garita en la que catorce soldados se ahorcaron sucesivamente en poco tiempo no tenía otra causa. El medio estaba allí ante los ojos; parecía conveniente, y por muy poco que estos hombres tuvieran alguna inclinación a poner fin a la vida, lo aprovecharon; la misma vista podría dar lugar a la idea. Habiendo sido informado del hecho a Napoleón, ordenó que se quemara la garita fatal; el medio ya no estaba ante los ojos y el mal cesó.
La publicidad que se da a los suicidios produce en las masas el efecto de garita; excita, anima, familiariza la idea, incluso la provoca. A este respecto, consideramos las historias de este tipo, que abundan en los periódicos, como una de las causas excitantes del suicidio: dan valor para la muerte. Lo mismo ocurre con aquellos delitos por los que se despierta la curiosidad del público; producen, con el ejemplo, un verdadero contagio moral; nunca atraparon a un criminal, mientras que desarrollaron más de uno.
Examinemos ahora el suicidio desde otro punto de vista. Decimos que, cualesquiera que sean los motivos particulares, siempre es causado por el descontento; ahora bien, el que está seguro de ser infeliz sólo un día y de estar mejor los días siguientes fácilmente toma paciencia; sólo se desespera si no ve fin a su sufrimiento. ¿Qué es la vida humana comparada con la eternidad, sino menos de un día? Pero para el que no cree en la eternidad, que cree que todo acaba en él con la vida, si está abrumado por el dolor y la desgracia, no le ve fin sino en la muerte; sin esperar nada, encuentra muy natural, incluso muy lógico, acabar con sus sufrimientos suicidándose.
La incredulidad, la mera duda sobre el futuro, las ideas materialistas en una palabra, son los mayores estímulos para el suicidio: dan lugar a la cobardía moral. Y cuando vemos a los hombres de ciencia apoyándose en la autoridad de su conocimiento para esforzarse por demostrar a sus oyentes o a sus lectores que no tienen nada que esperar después de la muerte, ¿no los lleva a esta consecuencia de que si son infelices, no tienen nada mejor que hacer que suicidarse? ¿Qué podrían decirles para distraerlos? ¿Qué podrían decirles para distraerlos? ¿Qué compensación les pueden ofrecer? ¿Qué esperanza les pueden dar? Nada más que la nada; de lo cual debemos concluir que, si la nada es el remedio heroico, la única perspectiva, es mejor caer en ella inmediatamente que después y así sufrir menos tiempo. La propagación de estas ideas materialistas es, pues, el veneno que inocula el pensamiento suicida en muchas personas, y quienes se hacen sus apóstoles asumen una terrible responsabilidad sobre ellas.
A esto se objetará sin duda que no todos los suicidas son materialistas, ya que hay personas que se matan para ir más rápido al cielo, y otras para juntarse antes con los que han amado. Esto es cierto, pero es indiscutiblemente el ínfimo número del que estaríamos convencidos si tuviéramos una estadística compilada concienzudamente de las causas íntimas de todos los suicidios. Sea como fuere, si las personas que ceden a este pensamiento creen en la vida futura, es obvio que tienen una idea bastante equivocada de ella, y la forma en que generalmente se presenta no es probable que dé una idea más precisa. El Espiritismo viene no sólo a confirmar la teoría de la vida futura, sino que la prueba por los hechos más patentes que es posible tener: el testimonio de los mismos que allí están; hace más, nos lo muestra bajo colores tan racionales, tan lógicos, que el razonamiento acude en apoyo de la fe. Ya no se permite la duda, el aspecto de la vida cambia; su importancia disminuye por la certeza que se adquiere de un futuro más próspero; para el creyente, la vida se prolonga indefinidamente más allá de la tumba, de ahí la paciencia y la resignación que con toda naturalidad apartan del pensamiento del suicidio; de ahí, en una palabra, coraje moral.
El Espiritismo tiene otro resultado igualmente positivo y tal vez más decisivo a este respecto. La religión dice que el suicidio es un pecado mortal por el que se castiga; pero ¿cómo? por llamas eternas en las que ya no creemos. El Espiritismo nos muestra a los mismos suicidas viniendo a dar cuenta de su infeliz situación, pero con esta diferencia que las penas varían según las circunstancias agravantes o atenuantes, lo cual es más conforme a la justicia de Dios; que, en lugar de ser uniformes, son la consecuencia tan natural de la causa que provocó la falta, que no se puede dejar de ver en ellas una justicia soberana que es equitativamente distributiva. Entre los suicidas, hay algunos cuyo sufrimiento, aunque temporal en lugar de eterno, no es menos terrible y de una naturaleza que da que pensar a cualquiera que esté tentado a irse de aquí antes de la muerte. El Espírita tiene, pues, como contrapeso al pensamiento del suicidio, varios motivos: la certeza de una vida futura en la que sabe que será tanto más feliz cuanto más infeliz y resignado esté en la tierra; la certeza de que al acortar su vida acaba llegando a un resultado muy diferente del que esperaba alcanzar; que se libera de un mal para tener otro peor, más largo y más terrible; que no volverá a ver en el otro mundo a los objetos de sus afectos a los que quería unirse; de donde la consecuencia de que el suicidio es contra sus propios intereses. También el número de suicidios prevenidos por el Espiritismo es considerable, y podemos concluir que cuando todos sean Espíritas, no habrá más suicidios voluntarios, y esto ocurrirá antes de lo que pensamos. Al comparar, pues, los resultados de las doctrinas materialista y espírita desde el único punto de vista del suicidio, encontramos que la lógica de la una conduce a él, mientras que la lógica de la otra se desvía de él, lo cual está confirmado por la experiencia.
Por este medio, se dirá, ¿destruirás la hipocondría, esa causa de tantos suicidios inmotivados, de ese insuperable asco de la vida que nada parece justificar? Esta causa es eminentemente fisiológica, mientras que las demás son morales. Ahora bien, si el Espiritismo curara sólo a estos, eso ya sería mucho; la primera es propiamente la provincia de la ciencia, a la que podríamos abandonarla diciéndole: nosotros curamos lo que nos concierne, ¿por qué no curas tú lo que es de tu competencia? Sin embargo, no dudamos en responder afirmativamente a la pregunta.
Ciertos afectos orgánicos son obviamente mantenidos e incluso provocados por disposiciones morales. El disgusto con la vida es más a menudo el resultado de la saciedad. El hombre que lo ha usado todo, sin ver nada más allá, está en la posición del borracho que, habiendo vaciado su botella y sin encontrar nada en ella, la rompe. Los abusos y excesos de todo tipo conducen inevitablemente a un debilitamiento y una perturbación de las funciones vitales; de ahí una multitud de enfermedades cuyo origen se desconoce, que se cree que son causales, mientras que son sólo consecutivas; de ahí también un sentimiento de languidez y desánimo. ¿Qué le falta al hipocondríaco para combatir sus ideas melancólicas? Una meta para la vida, un motivo para su actividad. ¿Qué propósito puede tener si no cree en nada? El espírita hace más que creer en el futuro: sabe, no por los ojos de la fe, sino por los ejemplos que tiene ante sí, que la vida futura, de la que no puede escapar, es feliz o infeliz, según el uso que él ha hecho de la vida corporal; que la felicidad allí es proporcionada al bien que uno ha hecho. Ahora bien, seguro de vivir después de la muerte y de vivir mucho más que en la tierra, es muy natural pensar en ser allí lo más feliz posible; seguro, además, de ser infeliz allí si no hace nada bueno, o incluso si, sin hacer daño, no hace nada, comprende la necesidad de la ocupación, el mejor preventivo para la hipocondría. Con la certeza del futuro, tiene una meta; con duda, no tiene ninguna. El aburrimiento se apodera de él y acaba con su vida porque ya no espera nada. Permítasenos una comparación un tanto trivial, pero a la que no le falta analogía. Un hombre pasó una hora en el espectáculo; si cree que todo ha terminado, se levanta y se va; pero si sabe que aún debe tocar algo mejor y más largo de lo que ha visto, se quedará, aunque esté en el peor lugar: la expectativa de lo mejor triunfará para él sobre el cansancio.
Las mismas causas que llevan al suicidio también producen la locura. El remedio para uno es también el remedio para el otro, como hemos demostrado en otra parte. Desgraciadamente, mientras la medicina tenga en cuenta sólo el elemento material, se privará de toda la luz que le aporta el elemento espiritual, que desempeña un papel tan activo en un gran número de afecciones.
El Espiritismo también nos revela la causa fundamental del suicidio, y sólo él podría hacerlo. Las tribulaciones de la vida son a la vez expiaciones por las faltas pasadas de las existencias y pruebas para el futuro. El Espíritu mismo los elige con miras a su promoción; pero puede suceder que una vez en el trabajo, encuentre la tarea demasiado pesada y se retraiga ante su realización; es entonces cuando recurre al suicidio, que lo retrasa en lugar de adelantarlo. Sucede también que un Espíritu que se ha suicidado en una encarnación anterior, y que, como expiación, se le impone tener, en su nueva existencia, que luchar contra la tendencia al suicidio; si sale victorioso, avanza; si sucumbe, tendrá que recomenzar una vida tal vez más dolorosa que la anterior, y tendrá que luchar así hasta vencer, porque toda recompensa en la otra vida es fruto de una victoria, y quien dice victoria, dice lucha. El Espírita saca, pues, de la certeza que tiene de este estado de cosas, una fuerza de perseverancia que ninguna otra filosofía puede darle.
A.K.
Leemos en el Siglo de... mayo de 1862:
“En La comedia social en el siglo XIX, el nuevo libro que acaba de publicar Sr. B. Gastineau en Dentu, encontramos esta curiosa estadística de suicidios:
“Se ha calculado que desde principios de siglo, el número de suicidios en Francia no ha bajado de 300.000; y esta estimación puede estar por debajo de la verdad, pues las estadísticas sólo dan resultados completos a partir del año 1836. De 1836 a 1852, es decir, en un período de diecisiete años, ha habido 52.126 suicidios, un promedio de 3.066 por año. En 1858 hubo 3.903 suicidios, incluidos 853 mujeres y 3.050 hombres; finalmente, según las últimas estadísticas que hemos visto, en el transcurso del año 1859 se suicidaron 3.899 personas, a saber, 3.057 hombres y 842 mujeres.”
“Advirtiendo que el número de suicidios aumenta cada año, el Sr. Gastineau deplora en términos elocuentes la triste monomanía que parece haberse apoderado de la especie humana.”
He aquí una oración fúnebre pronunciada muy rápidamente sobre los desafortunados suicidas; la cuestión nos parece, sin embargo, lo suficientemente seria como para merecer un examen serio. En el punto en que están las cosas, el suicidio ya no es un hecho aislado y accidental; puede considerarse con razón como un mal social, una verdadera calamidad; ahora bien, un mal que regularmente mata de 3 a 4.000 personas al año en un solo país, y que sigue una progresión creciente, no se debe a una causa fortuita; hay necesariamente una causa radical, absolutamente como cuando se ve morir a un gran número de personas de la misma enfermedad, y que debe llamar la atención de la ciencia y la solicitud de la autoridad. En tal caso, generalmente nos limitamos a anotar el tipo de muerte y el modo empleado para dársela, mientras descuidamos el elemento más esencial, el único que puede ponernos en el camino de un remedio: el motivo determinante de cada suicidio; llegaríamos así a determinar la causa predominante; pero, excepto en circunstancias bien caracterizadas, se encuentra más simple y más rápido sobrecargar con él a la clase de monomaníacos y maníacos.
Hay sin duda suicidios por monomanía, realizados fuera del imperio de la razón, como los que, por ejemplo, tienen lugar en la locura, en la fiebre caliente, en la borrachera; aquí la causa es puramente fisiológica; pero junto a ella está la categoría, mucho más numerosa, de los suicidios voluntarios, realizados con premeditación y con pleno conocimiento de causa. Algunas personas piensan que el suicida nunca está completamente en su sano juicio; es un error que alguna vez compartimos, pero que ha caído en una observación más cercana. Es bastante racional, en efecto, pensar que estando en la naturaleza el instinto de autoconservación, la destrucción voluntaria debe ser contra la naturaleza, y que esta es la razón por la que a menudo vemos que este instinto prevalece en el último momento sobre la voluntad de morir; de lo cual se concluye que, para realizar este acto, uno ya no debe tener la cabeza hacia sí mismo. Sin duda hay muchos suicidas que son presa en este momento de una especie de vértigo y sucumben a un primer momento de exaltación; si el instinto de autoconservación prevalece en último lugar, son como si estuvieran sobrios y se aferran a la vida; pero también es muy evidente que muchos se matan a sangre fría y de reflexión, y la prueba de ello está en las calculadas precauciones que toman, en el orden razonado que ponen en sus asuntos, que no tiene carácter de locura.
Señalaremos de paso un rasgo característico del suicidio, y es que los actos de esta naturaleza realizados en lugares completamente aislados y deshabitados son sumamente raros; el hombre perdido en los desiertos o en el océano, morirá de privaciones, pero no se suicidará, aunque no espere ayuda. Quien quiere dejar la vida voluntariamente aprovecha el tiempo en que está solo para no ser detenido en su plan, pero lo hace preferentemente en los núcleos de población, donde su cuerpo tiene al menos alguna posibilidad de ser encontrado. Tal se arrojará desde lo alto de un monumento en el centro de una ciudad, pero no lo haría desde lo alto de un acantilado donde se perdería todo rastro de él; otro se ahorcará en el Bois de Boulogne, pero no iría y lo haría en un bosque por donde no pasa nadie. El suicida no quiere ser prevenido, pero quiere que la gente sepa tarde o temprano que se ha suicidado; le parece que este recuerdo de los hombres lo conecta con el mundo que quería dejar, tan cierto es que la idea de la nada absoluta tiene algo más aterrador que la muerte misma. Aquí hay un ejemplo curioso en apoyo de esta teoría.
Alrededor de 1815, un rico inglés, que había ido a visitar la famosa caída del Rin, se entusiasmó tanto con ella que regresó a Inglaterra para poner en orden sus asuntos, y unos meses después regresó para precipitarse en el abismo. Es sin duda un acto de originalidad, pero dudamos mucho que hubiera sido lo mismo arrojarse al Niágara si nadie lo hubiera sabido; una singularidad de carácter causó el acto; pero la idea de que íbamos a hablar de él determinó la elección del lugar y del tiempo; si no se encontraba su cuerpo, al menos su memoria no pereció.
A falta de estadísticas oficiales que den la proporción exacta de los diferentes motivos del suicidio, no cabe duda de que los casos más numerosos están determinados por reveses de fortuna, decepciones, pesares de todo tipo. El suicidio, en este caso, no es un acto de locura, sino de desesperación. Junto a estos motivos que se podrían llamar serios, hay otros evidentemente fútiles, por no hablar del indefinible disgusto por la vida, en medio de los placeres, como el que acabamos de citar. Lo cierto es que todos los que se suicidan recurren a este extremo sólo porque, con razón o sin ella, no son felices. Sin duda, cualquiera puede remediar esta causa primaria, pero lo que debe deplorarse es la facilidad con que los hombres han cedido durante algún tiempo a esta atracción fatal; es allí especialmente lo que debe llamar la atención, y lo que, a nuestro juicio, es perfectamente remediable.
A menudo se ha preguntado si hay cobardía o coraje en el suicidio; innegablemente hay cobardía en desfallecer ante las pruebas de la vida, pero hay valentía en afrontar las penas y angustias de la muerte; estos dos puntos nos parecen contener todo el problema del suicidio.
Por conmovedores que sean los abrazos de la muerte, el hombre los afronta y los soporta si lo estimula el ejemplo; es la historia del conscripto que, solo, retrocedería ante el fuego, mientras se encona al ver a los demás caminar por allí sin miedo. Lo mismo es cierto para el suicidio; la vista de los que se liberan por este medio de las molestias y disgustos de la vida, hace decir que este momento pasa pronto; los que están retenidos por el miedo al sufrimiento se dicen a sí mismos que como tanta gente lo hace, podemos hacer como ellos; que es incluso mejor sufrir unos minutos que sufrir durante años. Sólo en este sentido el suicidio es contagioso; el contagio no está en los fluidos ni en las seducciones; está en el ejemplo que familiariza con la idea de la muerte y con el uso de los medios para dársela; esto es tan cierto que cuando un suicidio se lleva a cabo de una determinada manera, no es raro que se sucedan varios del mismo tipo. La historia de la famosa garita en la que catorce soldados se ahorcaron sucesivamente en poco tiempo no tenía otra causa. El medio estaba allí ante los ojos; parecía conveniente, y por muy poco que estos hombres tuvieran alguna inclinación a poner fin a la vida, lo aprovecharon; la misma vista podría dar lugar a la idea. Habiendo sido informado del hecho a Napoleón, ordenó que se quemara la garita fatal; el medio ya no estaba ante los ojos y el mal cesó.
La publicidad que se da a los suicidios produce en las masas el efecto de garita; excita, anima, familiariza la idea, incluso la provoca. A este respecto, consideramos las historias de este tipo, que abundan en los periódicos, como una de las causas excitantes del suicidio: dan valor para la muerte. Lo mismo ocurre con aquellos delitos por los que se despierta la curiosidad del público; producen, con el ejemplo, un verdadero contagio moral; nunca atraparon a un criminal, mientras que desarrollaron más de uno.
Examinemos ahora el suicidio desde otro punto de vista. Decimos que, cualesquiera que sean los motivos particulares, siempre es causado por el descontento; ahora bien, el que está seguro de ser infeliz sólo un día y de estar mejor los días siguientes fácilmente toma paciencia; sólo se desespera si no ve fin a su sufrimiento. ¿Qué es la vida humana comparada con la eternidad, sino menos de un día? Pero para el que no cree en la eternidad, que cree que todo acaba en él con la vida, si está abrumado por el dolor y la desgracia, no le ve fin sino en la muerte; sin esperar nada, encuentra muy natural, incluso muy lógico, acabar con sus sufrimientos suicidándose.
La incredulidad, la mera duda sobre el futuro, las ideas materialistas en una palabra, son los mayores estímulos para el suicidio: dan lugar a la cobardía moral. Y cuando vemos a los hombres de ciencia apoyándose en la autoridad de su conocimiento para esforzarse por demostrar a sus oyentes o a sus lectores que no tienen nada que esperar después de la muerte, ¿no los lleva a esta consecuencia de que si son infelices, no tienen nada mejor que hacer que suicidarse? ¿Qué podrían decirles para distraerlos? ¿Qué podrían decirles para distraerlos? ¿Qué compensación les pueden ofrecer? ¿Qué esperanza les pueden dar? Nada más que la nada; de lo cual debemos concluir que, si la nada es el remedio heroico, la única perspectiva, es mejor caer en ella inmediatamente que después y así sufrir menos tiempo. La propagación de estas ideas materialistas es, pues, el veneno que inocula el pensamiento suicida en muchas personas, y quienes se hacen sus apóstoles asumen una terrible responsabilidad sobre ellas.
A esto se objetará sin duda que no todos los suicidas son materialistas, ya que hay personas que se matan para ir más rápido al cielo, y otras para juntarse antes con los que han amado. Esto es cierto, pero es indiscutiblemente el ínfimo número del que estaríamos convencidos si tuviéramos una estadística compilada concienzudamente de las causas íntimas de todos los suicidios. Sea como fuere, si las personas que ceden a este pensamiento creen en la vida futura, es obvio que tienen una idea bastante equivocada de ella, y la forma en que generalmente se presenta no es probable que dé una idea más precisa. El Espiritismo viene no sólo a confirmar la teoría de la vida futura, sino que la prueba por los hechos más patentes que es posible tener: el testimonio de los mismos que allí están; hace más, nos lo muestra bajo colores tan racionales, tan lógicos, que el razonamiento acude en apoyo de la fe. Ya no se permite la duda, el aspecto de la vida cambia; su importancia disminuye por la certeza que se adquiere de un futuro más próspero; para el creyente, la vida se prolonga indefinidamente más allá de la tumba, de ahí la paciencia y la resignación que con toda naturalidad apartan del pensamiento del suicidio; de ahí, en una palabra, coraje moral.
El Espiritismo tiene otro resultado igualmente positivo y tal vez más decisivo a este respecto. La religión dice que el suicidio es un pecado mortal por el que se castiga; pero ¿cómo? por llamas eternas en las que ya no creemos. El Espiritismo nos muestra a los mismos suicidas viniendo a dar cuenta de su infeliz situación, pero con esta diferencia que las penas varían según las circunstancias agravantes o atenuantes, lo cual es más conforme a la justicia de Dios; que, en lugar de ser uniformes, son la consecuencia tan natural de la causa que provocó la falta, que no se puede dejar de ver en ellas una justicia soberana que es equitativamente distributiva. Entre los suicidas, hay algunos cuyo sufrimiento, aunque temporal en lugar de eterno, no es menos terrible y de una naturaleza que da que pensar a cualquiera que esté tentado a irse de aquí antes de la muerte. El Espírita tiene, pues, como contrapeso al pensamiento del suicidio, varios motivos: la certeza de una vida futura en la que sabe que será tanto más feliz cuanto más infeliz y resignado esté en la tierra; la certeza de que al acortar su vida acaba llegando a un resultado muy diferente del que esperaba alcanzar; que se libera de un mal para tener otro peor, más largo y más terrible; que no volverá a ver en el otro mundo a los objetos de sus afectos a los que quería unirse; de donde la consecuencia de que el suicidio es contra sus propios intereses. También el número de suicidios prevenidos por el Espiritismo es considerable, y podemos concluir que cuando todos sean Espíritas, no habrá más suicidios voluntarios, y esto ocurrirá antes de lo que pensamos. Al comparar, pues, los resultados de las doctrinas materialista y espírita desde el único punto de vista del suicidio, encontramos que la lógica de la una conduce a él, mientras que la lógica de la otra se desvía de él, lo cual está confirmado por la experiencia.
Por este medio, se dirá, ¿destruirás la hipocondría, esa causa de tantos suicidios inmotivados, de ese insuperable asco de la vida que nada parece justificar? Esta causa es eminentemente fisiológica, mientras que las demás son morales. Ahora bien, si el Espiritismo curara sólo a estos, eso ya sería mucho; la primera es propiamente la provincia de la ciencia, a la que podríamos abandonarla diciéndole: nosotros curamos lo que nos concierne, ¿por qué no curas tú lo que es de tu competencia? Sin embargo, no dudamos en responder afirmativamente a la pregunta.
Ciertos afectos orgánicos son obviamente mantenidos e incluso provocados por disposiciones morales. El disgusto con la vida es más a menudo el resultado de la saciedad. El hombre que lo ha usado todo, sin ver nada más allá, está en la posición del borracho que, habiendo vaciado su botella y sin encontrar nada en ella, la rompe. Los abusos y excesos de todo tipo conducen inevitablemente a un debilitamiento y una perturbación de las funciones vitales; de ahí una multitud de enfermedades cuyo origen se desconoce, que se cree que son causales, mientras que son sólo consecutivas; de ahí también un sentimiento de languidez y desánimo. ¿Qué le falta al hipocondríaco para combatir sus ideas melancólicas? Una meta para la vida, un motivo para su actividad. ¿Qué propósito puede tener si no cree en nada? El espírita hace más que creer en el futuro: sabe, no por los ojos de la fe, sino por los ejemplos que tiene ante sí, que la vida futura, de la que no puede escapar, es feliz o infeliz, según el uso que él ha hecho de la vida corporal; que la felicidad allí es proporcionada al bien que uno ha hecho. Ahora bien, seguro de vivir después de la muerte y de vivir mucho más que en la tierra, es muy natural pensar en ser allí lo más feliz posible; seguro, además, de ser infeliz allí si no hace nada bueno, o incluso si, sin hacer daño, no hace nada, comprende la necesidad de la ocupación, el mejor preventivo para la hipocondría. Con la certeza del futuro, tiene una meta; con duda, no tiene ninguna. El aburrimiento se apodera de él y acaba con su vida porque ya no espera nada. Permítasenos una comparación un tanto trivial, pero a la que no le falta analogía. Un hombre pasó una hora en el espectáculo; si cree que todo ha terminado, se levanta y se va; pero si sabe que aún debe tocar algo mejor y más largo de lo que ha visto, se quedará, aunque esté en el peor lugar: la expectativa de lo mejor triunfará para él sobre el cansancio.
Las mismas causas que llevan al suicidio también producen la locura. El remedio para uno es también el remedio para el otro, como hemos demostrado en otra parte. Desgraciadamente, mientras la medicina tenga en cuenta sólo el elemento material, se privará de toda la luz que le aporta el elemento espiritual, que desempeña un papel tan activo en un gran número de afecciones.
El Espiritismo también nos revela la causa fundamental del suicidio, y sólo él podría hacerlo. Las tribulaciones de la vida son a la vez expiaciones por las faltas pasadas de las existencias y pruebas para el futuro. El Espíritu mismo los elige con miras a su promoción; pero puede suceder que una vez en el trabajo, encuentre la tarea demasiado pesada y se retraiga ante su realización; es entonces cuando recurre al suicidio, que lo retrasa en lugar de adelantarlo. Sucede también que un Espíritu que se ha suicidado en una encarnación anterior, y que, como expiación, se le impone tener, en su nueva existencia, que luchar contra la tendencia al suicidio; si sale victorioso, avanza; si sucumbe, tendrá que recomenzar una vida tal vez más dolorosa que la anterior, y tendrá que luchar así hasta vencer, porque toda recompensa en la otra vida es fruto de una victoria, y quien dice victoria, dice lucha. El Espírita saca, pues, de la certeza que tiene de este estado de cosas, una fuerza de perseverancia que ninguna otra filosofía puede darle.
Herencia
moral
Uno de nuestros suscriptores nos escribe desde Wiesbaden:
“Señor, estudio cuidadosamente el Espiritismo en todos sus libros, y a pesar de la claridad resultante, dos puntos importantes no parecen suficientemente explicados a los ojos de ciertas personas, estos son: 1° las facultades hereditarias; 2° sueños.
"¿Cómo conciliar, en efecto, el sistema de la anterioridad del alma con la existencia de facultades hereditarias? Estas existen, sin embargo, aunque de forma no absoluta; todos los días nos sorprende en la vida privada, y también vemos, en un orden superior, los talentos suceden a los talentos, la inteligencia a la inteligencia. El hijo de Racine era poeta; Alexandre Dumas tiene un autor distinguido por hijo; en el arte dramático vemos la tradición de talentos en la misma familia, y en el arte de la guerra una raza, como la de los duques de Brunswick, por ejemplo, proporciona una serie de héroes. La ineptitud, el vicio, incluso el crimen, todos, también conservan su tradición. Eugene Sue cita familias en las que varias generaciones han pasado sucesivamente por el asesinato y la guillotina. La creación del alma por el individuo explicaría aún menos estas dificultades, entiendo, pero hay que admitir que una y otra doctrina se prestan a los golpes de los materialistas, que ven en toda facultad sólo una concentración de fuerzas nerviosas.
“En cuanto a los sueños, la Doctrina Espírita no concilia suficientemente el sistema de peregrinaciones del alma durante el sueño con la opinión vulgar que los convierte simplemente en el reflejo de las impresiones percibidas durante la vigilia. Esta última opinión podría parecer la verdadera explicación de los sueños, mientras que la peregrinación sería sólo un caso excepcional. (Varios ejemplos de apoyo siguen.)
"Se entiende, señor presidente, que no pretendo hacer ninguna objeción aquí en mi nombre personal, pero me parecería útil que la Revista Espírita se ocupe de estas preguntas, aunque solo sea para proporcionar los medios para responder a los incrédulos; en cuanto a mí, soy creyente y busco sólo mi instrucción.”
La cuestión de los sueños se examinará más adelante en un artículo especial; sólo nos ocuparemos hoy de la herencia moral, que dejaremos para el tratamiento de los Espíritus, limitándonos a algunas observaciones preliminares.
Cualquier cosa que se diga sobre este tema, los materialistas no estarán más convencidos de ello, porque, no admitiendo el principio, no pueden admitir sus consecuencias; sería necesario sobre todo hacerlos Espíritas; sin embargo, no es con esta pregunta que uno debe comenzar; por lo tanto, no podemos preocuparnos por sus objeciones.
Tomando como punto de partida la existencia de un principio inteligente fuera de la materia, es decir, la existencia del alma, la cuestión es saber si las almas proceden de las almas o si son independientes. Creemos haber demostrado ya, en nuestro artículo sobre los Espíritus y el escudo, publicado en el número del mes de marzo pasado, las imposibilidades que existen en la creación del alma por el alma; en efecto, si el alma del hijo fuera parte de la del padre, debería tener siempre las cualidades y las imperfecciones, en virtud del axioma de que la parte es de la misma naturaleza que el todo; sin embargo, la experiencia demuestra lo contrario todos los días. Citamos, es cierto, ejemplos de semejanzas morales e intelectuales que parecen debidas a la herencia, de las que habría que concluir que hubo transmisión; pero entonces, ¿por qué no siempre se produce esta transmisión? ¿Por qué vemos a diario padres esencialmente buenos que tienen hijos instintivamente viciosos, y viceversa? Como es imposible hacer de la herencia moral una regla general, es necesario explicar, con el sistema de la independencia recíproca de las almas, la causa de las semejanzas. Esto podría ser a lo sumo una dificultad, pero que en modo alguno prejuzgaría la doctrina de la anterioridad del alma y de la pluralidad de las existencias, ya que esta doctrina está probada por otros cien hechos concluyentes y contra los que es imposible levantar ninguna abyección seria. Dejamos hablar a los Espíritus que estaban dispuestos a tratar la cuestión. Estas son las dos comunicaciones que recibimos sobre este tema:
(Sociedad Espírita de París, 23 de mayo de 1862. - Médium, Sr. d'Ambel.)
Se ha dicho muchas veces, que un sistema no debe construirse sobre meras apariencias, y es un sistema de esta naturaleza el que deduce de las semejanzas de familia una teoría contraria a la que os habéis dado sobre la existencia de las almas antes de su encarnación terrena. Es cierto que muy a menudo éstos nunca hayan tenido relaciones directas con los ambientes, con las familias en las que se encarnan aquí abajo. Ya os hemos repetido muchas veces que las similitudes corporales se deben a una cuestión material y fisiológica completamente aparte de la acción espiritual, y que en cuanto a aptitudes y gustos semejantes, resultan, no de la procreación del alma por un alma ya nacida, sino de lo que Espíritus semejantes se atraen entre sí. Admítanse pues en principio que los buenos Espíritus escogen con preferencia para su nueva etapa terrenal el ambiente donde ya está preparado el terreno, la familia de los Espíritus avanzados donde están seguros de encontrar los materiales necesarios para su futuro adelanto; admítanse también que los Espíritus atrasados, aún inclinados a los vicios y apetitos de las bestias, huyen de los grupos elevados, de las familias morales, y se encarnan, por el contrario, allí donde esperan encontrar los medios de satisfacer las pasiones que todavía los dominan. Así, como tesis general, las semejanzas espirituales provienen del hecho de que los semejantes atraen a sus semejantes, mientras que las semejanzas corporales se deben a la procreación. Ahora, debemos agregar esto: es que muy a menudo nacen en familias, dignas en todo respecto del respeto de sus conciudadanos, individuos viciosos y malvados que son enviados allí para ser la piedra de toque de éstos; como a veces todavía acuden allí por su propia voluntad, con la esperanza de salir de la rutina en que se han arrastrado hasta ahora y de perfeccionarse bajo la influencia de estos círculos virtuosos y morales. Lo mismo ocurre con los Espíritus ya moralmente avanzados que, siguiendo el ejemplo de la joven de Saint-Étienne mencionada el año pasado, se encarnan en familias oscuras, entre Espíritus atrasados, para mostrarles el camino que conduce al progreso. No has olvidado, estoy seguro, a ese ángel de alas blancas en el que apareció transfigurada a los ojos de los que la habían amado en la tierra, cuando éstos a su vez volvían al mundo de los Espíritus. (Revista Espírita de junio de 1861, página 179: Sra. Gourdon).
Erasto.
(Otra; misma sesión. - Médium, Sra. Costel.)
Vengo a explicaros la importante cuestión de la herencia de las virtudes y los vicios en el género humano. Esta transmisión hace vacilar a quien no comprende la inmensidad del dogma revelado por el Espiritismo. Los mundos intermedios están poblados por Espíritus que esperan la prueba de la encarnación o se preparan para ella nuevamente, según su grado de avance. Los Espíritus, en estos viveros de vida eterna, se agrupan y dividen en grandes tribus, unos delante, otros detrás del progreso, y cada uno elige, entre los grupos humanos, los que corresponden simpáticamente a sus facultades adquiridas, que progresan y no pueden retroceder.
El Espíritu que encarna elige al padre cuyo ejemplo lo hará avanzar de la manera preferida, y hace eco, elevándolos o debilitándolos, de los talentos de aquel que le dio la vida corporal; en ambos casos la conjunción simpática existe antes del nacimiento, y se desarrolla después en las relaciones de la familia, por imitación y hábito.
Después de la herencia familiar, quiero, amigos míos, revelaros el origen de la discordancia que separa a los individuos de una misma raza, súbitamente ilustrada o deshonrada por quedar uno de sus miembros como extraño entre ella. El bruto vicioso que está encarnado en un centro elevado, y el Espíritu luminoso que está encarnado entre los seres burdos, obedecen ambos a la armonía misteriosa que reúne las partes divididas de un todo, y pone lo infinitamente pequeño en armonía con la grandeza suprema. El Espíritu culpable, apoyándose en las virtudes adquiridas de su procreador terrenal, espera ser fortalecido por ellas, y si aún sucumbe en la prueba, adquiere con el ejemplo el conocimiento del bien, y vuelve a la erraticidad, menos cargado de ignorancia y mejor preparado para sostener una nueva lucha.
Los Espíritus adelantados vislumbran la gloria de Jesús y queman hasta agotar tras él el cáliz de la caridad ardiente; después de él también, quieren guiar a la humanidad hacia la meta sagrada del progreso, y nacen en las profundidades sociales donde, encadenados entre sí, la ignorancia y el vicio, de los cuales son a su vez vencedores y mártires.
Si esta respuesta no satisface todas sus dudas, pregúntenme, mis amigos.
San Luis.
Uno de nuestros suscriptores nos escribe desde Wiesbaden:
“Señor, estudio cuidadosamente el Espiritismo en todos sus libros, y a pesar de la claridad resultante, dos puntos importantes no parecen suficientemente explicados a los ojos de ciertas personas, estos son: 1° las facultades hereditarias; 2° sueños.
"¿Cómo conciliar, en efecto, el sistema de la anterioridad del alma con la existencia de facultades hereditarias? Estas existen, sin embargo, aunque de forma no absoluta; todos los días nos sorprende en la vida privada, y también vemos, en un orden superior, los talentos suceden a los talentos, la inteligencia a la inteligencia. El hijo de Racine era poeta; Alexandre Dumas tiene un autor distinguido por hijo; en el arte dramático vemos la tradición de talentos en la misma familia, y en el arte de la guerra una raza, como la de los duques de Brunswick, por ejemplo, proporciona una serie de héroes. La ineptitud, el vicio, incluso el crimen, todos, también conservan su tradición. Eugene Sue cita familias en las que varias generaciones han pasado sucesivamente por el asesinato y la guillotina. La creación del alma por el individuo explicaría aún menos estas dificultades, entiendo, pero hay que admitir que una y otra doctrina se prestan a los golpes de los materialistas, que ven en toda facultad sólo una concentración de fuerzas nerviosas.
“En cuanto a los sueños, la Doctrina Espírita no concilia suficientemente el sistema de peregrinaciones del alma durante el sueño con la opinión vulgar que los convierte simplemente en el reflejo de las impresiones percibidas durante la vigilia. Esta última opinión podría parecer la verdadera explicación de los sueños, mientras que la peregrinación sería sólo un caso excepcional. (Varios ejemplos de apoyo siguen.)
"Se entiende, señor presidente, que no pretendo hacer ninguna objeción aquí en mi nombre personal, pero me parecería útil que la Revista Espírita se ocupe de estas preguntas, aunque solo sea para proporcionar los medios para responder a los incrédulos; en cuanto a mí, soy creyente y busco sólo mi instrucción.”
La cuestión de los sueños se examinará más adelante en un artículo especial; sólo nos ocuparemos hoy de la herencia moral, que dejaremos para el tratamiento de los Espíritus, limitándonos a algunas observaciones preliminares.
Cualquier cosa que se diga sobre este tema, los materialistas no estarán más convencidos de ello, porque, no admitiendo el principio, no pueden admitir sus consecuencias; sería necesario sobre todo hacerlos Espíritas; sin embargo, no es con esta pregunta que uno debe comenzar; por lo tanto, no podemos preocuparnos por sus objeciones.
Tomando como punto de partida la existencia de un principio inteligente fuera de la materia, es decir, la existencia del alma, la cuestión es saber si las almas proceden de las almas o si son independientes. Creemos haber demostrado ya, en nuestro artículo sobre los Espíritus y el escudo, publicado en el número del mes de marzo pasado, las imposibilidades que existen en la creación del alma por el alma; en efecto, si el alma del hijo fuera parte de la del padre, debería tener siempre las cualidades y las imperfecciones, en virtud del axioma de que la parte es de la misma naturaleza que el todo; sin embargo, la experiencia demuestra lo contrario todos los días. Citamos, es cierto, ejemplos de semejanzas morales e intelectuales que parecen debidas a la herencia, de las que habría que concluir que hubo transmisión; pero entonces, ¿por qué no siempre se produce esta transmisión? ¿Por qué vemos a diario padres esencialmente buenos que tienen hijos instintivamente viciosos, y viceversa? Como es imposible hacer de la herencia moral una regla general, es necesario explicar, con el sistema de la independencia recíproca de las almas, la causa de las semejanzas. Esto podría ser a lo sumo una dificultad, pero que en modo alguno prejuzgaría la doctrina de la anterioridad del alma y de la pluralidad de las existencias, ya que esta doctrina está probada por otros cien hechos concluyentes y contra los que es imposible levantar ninguna abyección seria. Dejamos hablar a los Espíritus que estaban dispuestos a tratar la cuestión. Estas son las dos comunicaciones que recibimos sobre este tema:
(Sociedad Espírita de París, 23 de mayo de 1862. - Médium, Sr. d'Ambel.)
Se ha dicho muchas veces, que un sistema no debe construirse sobre meras apariencias, y es un sistema de esta naturaleza el que deduce de las semejanzas de familia una teoría contraria a la que os habéis dado sobre la existencia de las almas antes de su encarnación terrena. Es cierto que muy a menudo éstos nunca hayan tenido relaciones directas con los ambientes, con las familias en las que se encarnan aquí abajo. Ya os hemos repetido muchas veces que las similitudes corporales se deben a una cuestión material y fisiológica completamente aparte de la acción espiritual, y que en cuanto a aptitudes y gustos semejantes, resultan, no de la procreación del alma por un alma ya nacida, sino de lo que Espíritus semejantes se atraen entre sí. Admítanse pues en principio que los buenos Espíritus escogen con preferencia para su nueva etapa terrenal el ambiente donde ya está preparado el terreno, la familia de los Espíritus avanzados donde están seguros de encontrar los materiales necesarios para su futuro adelanto; admítanse también que los Espíritus atrasados, aún inclinados a los vicios y apetitos de las bestias, huyen de los grupos elevados, de las familias morales, y se encarnan, por el contrario, allí donde esperan encontrar los medios de satisfacer las pasiones que todavía los dominan. Así, como tesis general, las semejanzas espirituales provienen del hecho de que los semejantes atraen a sus semejantes, mientras que las semejanzas corporales se deben a la procreación. Ahora, debemos agregar esto: es que muy a menudo nacen en familias, dignas en todo respecto del respeto de sus conciudadanos, individuos viciosos y malvados que son enviados allí para ser la piedra de toque de éstos; como a veces todavía acuden allí por su propia voluntad, con la esperanza de salir de la rutina en que se han arrastrado hasta ahora y de perfeccionarse bajo la influencia de estos círculos virtuosos y morales. Lo mismo ocurre con los Espíritus ya moralmente avanzados que, siguiendo el ejemplo de la joven de Saint-Étienne mencionada el año pasado, se encarnan en familias oscuras, entre Espíritus atrasados, para mostrarles el camino que conduce al progreso. No has olvidado, estoy seguro, a ese ángel de alas blancas en el que apareció transfigurada a los ojos de los que la habían amado en la tierra, cuando éstos a su vez volvían al mundo de los Espíritus. (Revista Espírita de junio de 1861, página 179: Sra. Gourdon).
(Otra; misma sesión. - Médium, Sra. Costel.)
Vengo a explicaros la importante cuestión de la herencia de las virtudes y los vicios en el género humano. Esta transmisión hace vacilar a quien no comprende la inmensidad del dogma revelado por el Espiritismo. Los mundos intermedios están poblados por Espíritus que esperan la prueba de la encarnación o se preparan para ella nuevamente, según su grado de avance. Los Espíritus, en estos viveros de vida eterna, se agrupan y dividen en grandes tribus, unos delante, otros detrás del progreso, y cada uno elige, entre los grupos humanos, los que corresponden simpáticamente a sus facultades adquiridas, que progresan y no pueden retroceder.
El Espíritu que encarna elige al padre cuyo ejemplo lo hará avanzar de la manera preferida, y hace eco, elevándolos o debilitándolos, de los talentos de aquel que le dio la vida corporal; en ambos casos la conjunción simpática existe antes del nacimiento, y se desarrolla después en las relaciones de la familia, por imitación y hábito.
Después de la herencia familiar, quiero, amigos míos, revelaros el origen de la discordancia que separa a los individuos de una misma raza, súbitamente ilustrada o deshonrada por quedar uno de sus miembros como extraño entre ella. El bruto vicioso que está encarnado en un centro elevado, y el Espíritu luminoso que está encarnado entre los seres burdos, obedecen ambos a la armonía misteriosa que reúne las partes divididas de un todo, y pone lo infinitamente pequeño en armonía con la grandeza suprema. El Espíritu culpable, apoyándose en las virtudes adquiridas de su procreador terrenal, espera ser fortalecido por ellas, y si aún sucumbe en la prueba, adquiere con el ejemplo el conocimiento del bien, y vuelve a la erraticidad, menos cargado de ignorancia y mejor preparado para sostener una nueva lucha.
Los Espíritus adelantados vislumbran la gloria de Jesús y queman hasta agotar tras él el cáliz de la caridad ardiente; después de él también, quieren guiar a la humanidad hacia la meta sagrada del progreso, y nacen en las profundidades sociales donde, encadenados entre sí, la ignorancia y el vicio, de los cuales son a su vez vencedores y mártires.
Si esta respuesta no satisface todas sus dudas, pregúntenme, mis amigos.
Poesía Espírita (Sociedad Espírita de Burdeos. Médium, Sr. Ricard)
La Crianza y la Visión.
Madrecita, es tarde en la noche,
Y siento venir el sueño;
Rápido, ponme en mi cama rosa,
O en tus brazos dormiré.
Hija, a Dios haz tu oración.
Vamos, niña, de rodillas
Oremos juntos por tu padre
¡Quién está en el cielo! ...lejos de nosotros.
Está ahí arriba, ¿verdad, madre?
Cerca de Él, Dios lo quiso;
Sólo los malvados tienen su ira,
¡Pero el papi es su elegido!
¡Dios te escuche!... ¡Oh, querida hija!
¡Que tu deseo sea escuchado!
Preguntémosle por tu buen padre
¡Descanso!... ¡felicidad!... ¡bienaventuranza!
También rezo por ti, madre mía;
Digo a Dios: "Tú, Todopoderoso,
"Ya me quitaste a mi padre,
“Deja a la madre con su hija. “
¡Gracias!... ¡Gracias!... mi Gabrielle.
¡Tan joven, aún tu corazón es bueno!
Sobre ti, desde lo alto, tu padre vela:
Veo su alma en tu frente.
Quisiera, querida madre,
Ya que mi padre nos escucha,
Que vino aquí de la otra vida
Para abrazar a su querida hija.
Pídele a Dios que tal milagro
¡Tenga lugar por nosotros que tanto sufrimos!…
El alma de un muerto a veces revolotea
Alrededor de la cama de su hija.
Madrecita, es tarde en la noche,
Y siento que llega el sueño...
¡Rápido, ponme en mi cama rosa!...
¡Buenas noches, mamá!... Me voy a dormir.
¡Pero no!... ¡Ya veo!... ¡Es mi padre!
Él está aquí... junto a mi cama.
¡Acércate, madrecita!
Nos mira y nos sonríe...
Aquí, en mi frente siento su boca;
¡Su mano acaricia mi cabello!…
como tú me cierra la boca,
¡Y lo veo subir al cielo!
Madrecita, es tarde en la noche,
Y tu hija no puede dormir...
Es porque mi padre, en esta cama rosa,
¡Promete volver!
Doble
suicidio por amor y deber - Estudio moral
Leemos en la Opinión Nacional del 13 de junio:
“El martes pasado, dos ataúdes entraron juntos en la iglesia Bonne-Nouvelle. Los seguía un hombre que parecía sufrir mucho y una gran multitud, en la que se notaba la contemplación y la tristeza. He aquí un breve relato de los hechos a consecuencia de los cuales tuvo lugar la doble ceremonia fúnebre.
“La señorita Palmyre, una modista que vivía con sus padres estaba dotada de una apariencia encantadora al que se añadía el carácter más amable. Así que ella fue muy cortejada para el matrimonio. Entre los aspirantes a su mano, había destacado a Sr. B…, quien sentía una fuerte pasión por ella. Aunque ella misma lo amaba mucho, sin embargo consideraba su deber, por respeto filial, cumplir con los deseos de sus padres casándose con el Sr. D..., cuya posición social les parecía más ventajosa que la de su rival. El matrimonio se celebró hace cuatro años.
“Los señores B… y D… eran amigos cercanos. Aunque no tenían ninguna relación de interés juntos, nunca dejaron de verse. El amor recíproco de B... y Palmyre, que se había convertido en la dama D..., no se había debilitado en nada, y, al tratar de comprimirlo, creció por la razón misma de la violencia que se le hacía. Para tratar de apagarlo, B… decidió casarse. Se casó con una joven de eminentes cualidades, e hizo todo lo posible por amarla; pero no tardó en darse cuenta de que este medio heroico era impotente para curarlo. Sin embargo, durante cuatro años, ni B… ni la señora D… faltaron a sus funciones. No se puede expresar lo que tuvieron que sufrir, pues D…, que amaba verdaderamente a su amigo, lo atraía siempre a su casa y, cuando quería huir, lo obligaba a quedarse.
“Finalmente, hace unos días, reunidos por una circunstancia fortuita, los dos amantes no pudieron resistir la pasión que los atraía el uno hacia el otro. Apenas cometida la falta, sintieron el más amargo remordimiento. La joven se arrojó a los pies de su esposo apenas llegó a su casa y le dijo entre sollozos:
"¡Patéame lejos! ¡Matadme! ¡Ahora soy indigna de ti!
“Y estando él mudo de asombro y de dolor, ella le contó sus luchas, sus penas, todo lo que le había faltado para que el valor no desfalleciera antes; le hizo comprender que, dominada por un amor ilegítimo, nunca había dejado de tenerle el respeto, la estima, el apego de que él era digno.
“En lugar de maldecir, el esposo estaba llorando. B... llegó en medio de esta escena e hizo una confesión similar. D... los recogió a ambos y dijo:
“Sois leales y de buen corazón; sólo la fatalidad te ha hecho culpable, he leído en el fondo de tu mente y he leído en ella la sinceridad. ¿Por qué debo castigarte por un impulso que todas tus fuerzas morales no pudieron resistir? El castigo está en el arrepentimiento que sientes. Prométeme dejar de verte, y no habrás perdido nada de mi estima ni de mi cariño.
“Estos dos desdichados amantes se apresuraron a prestar el juramento que se les pedía. La forma en que sus confesiones habían sido recibidas por el Sr. D… aumentó su dolor y su remordimiento. Habiéndoles arreglado la casualidad una entrevista que no habían buscado, compartieron entre sí el estado de sus almas y coincidieron en pensar que la muerte era el único remedio para los males que padecían. Resolvieron suicidarse juntos y llevar a cabo este proyecto al día siguiente, teniendo que ausentarse el Sr. D. de su domicilio gran parte del día.
“Después de hacer sus preparativos finales, escribieron una larga carta en la que decían en sustancia:
“Nuestro amor es más fuerte que todas nuestras promesas. Todavía podríamos, a pesar de nosotros mismos, debilitarnos, sucumbir; no mantendremos una existencia pecaminosa. Por nuestra expiación mostraremos que la falta que hemos cometido no debe atribuirse a nuestra voluntad, sino al error de una pasión cuya violencia estaba más allá de nuestras fuerzas.”
“Esta conmovedora carta terminó con un pedido de perdón, y los dos amantes imploraron como una gracia que se reúnan en la misma tumba.
“Cuando el Sr. D... llegó a casa, se le presentó una visión extraña y dolorosa. En medio del denso vapor que exhalaba una estufa portátil llena de carbón, los dos amantes, acostados completamente vestidos sobre la cama, estaban íntimamente entrelazados. habían dejado de vivir.
“Sr. D… respetó el último deseo de los dos amantes; quería que participaran juntos en las oraciones de la Iglesia y que no fueran separados en el cementerio. “
El párroco de Bonne-Nouvelle pensó que debía negar, por un artículo insertado en varios periódicos, la admisión de los dos cuerpos en su Iglesia, las reglas canónicas se oponían.
Habiendo sido leída esta relación, como tema de estudio moral, en la Sociedad Espírita de París, dos Espíritus dieron la siguiente evaluación:
“¡Esto, sin embargo, es obra de vuestra sociedad y de vuestra moral! pero se logrará el progreso; por un tiempo más, eventos similares no volverán a suceder. Es con ciertos individuos, como con ciertas plantas que se colocan en un invernadero; les falta aire, se ahogan y no pueden esparcir su perfume. Vuestras leyes y vuestras costumbres han puesto límites a la expansión de ciertos sentimientos, lo que a menudo hace que dos almas dotadas de las mismas facultades, de los mismos instintos simpáticos, se encuentren en dos posiciones diferentes, y, no pudiendo unirse, se rompan en su tenacidad de unirse. quieren encontrarse a sí mismos. ¿Qué has hecho con el amor? lo habéis reducido al peso de un rollo de metal; lo tiraste en una balanza; en lugar de ser rey, es esclavo; de un lazo sagrado vuestra moral ha hecho una cadena de hierro cuyos eslabones aplastan y matan a los que no nacieron para atarlos.
"¡Vaya! si vuestras sociedades marcharan en el camino de Dios, vuestros corazones no serían consumidos por llamas fugaces, y vuestros legisladores no se habrían visto obligados a mantener vuestras pasiones por leyes; pero el tiempo corre, y llegará la gran hora en que todos ustedes podrán vivir la verdadera vida, la vida del corazón. Cuando los latidos del corazón ya no estén comprimidos por los fríos cálculos de los intereses materiales, ya no veréis esos espantosos suicidios que vienen de vez en cuando a contradecir vuestros prejuicios sociales. “
San Agustín (med., Sr. Vézy).
“Los dos amantes que se suicidaron aún no
pueden responderte; les veo; están turbados y asustados por el aliento de la
eternidad. Las consecuencias morales de su falta los castigarán en sucesivas
migraciones donde sus almas desparejadas se buscarán constantemente y sufrirán
el doble suplicio del presentimiento y el deseo. Cumplida la expiación, se
reunirán para siempre en el seno del amor eterno. “
Georges (med., Sr. Costel).
Ocho días después, habiendo consultado al guía espiritual del médium sobre la posibilidad de la evocación de estos dos Espíritus, se le contestó: “Te dije la última vez que en tu próxima sesión podrías evocarlos; vendrán a la llamada de mi médium, pero no se verán: una noche profunda los esconde por mucho tiempo.
San Agustín (Medium, Sr. Vézy.)
1. Evocación de la mujer. – R. Sí, me comunicaré, pero con la ayuda del Espíritu que está ahí, que me ayuda y me impone.
2. ¿Ves a tu amante, con quien te suicidaste? – R. No veo nada. Ni siquiera veo a los Espíritus que deambulan conmigo en la sala donde estoy. ¡Qué noche! ¡qué noche! ¡Y qué espeso velo en mi rostro!
3. ¿Cómo te sentiste cuando despertaste después de tu muerte? – R. Extraña; estaba frío y ardiendo; ¡El hielo corría por mis venas, y el fuego estaba en mi frente! ¡Cosa extraña, mezcla inaudita! ¡el hielo y el fuego parecen abrazarme! Pensé que iba a sucumbir por segunda vez.
4. ¿Experimenta dolor físico? – R. Todo mi sufrimiento está allí, y allí.
5. ¿Qué quieres decir con allí y allí? – R. Allí, en mi cerebro; allí en mi corazón.
Observación. Es probable que, si hubiéramos podido ver al Espíritu, lo hubiéramos visto llevarse la mano a la frente y al corazón.
6. ¿Crees que siempre estarás en esta situación? R. ¡Ay! ¡siempre! ¡siempre! A veces escucho risas infernales, voces terribles que me gritan estas palabras: ¡Siempre así!
7. ¡Bien! podemos decirte con total certeza que no siempre será así; arrepintiéndote obtendrás tu perdón. – R. ¿Qué dijiste? No puedo oír.
8. Os repito, que vuestros sufrimientos tendrán un fin que podéis acelerar con vuestro arrepentimiento, y te ayudaremos con la oración. – R. Solo escuché una palabra y sonidos vagos. ¡Esta palabra es gracia! ¿Es gracia que quisieras hablar? ¡Vaya! ¡El adulterio y el suicidio son dos crímenes demasiado atroces! Hablaste de gracia: es sin duda al alma que pasa a mi lado, pobre niña que llora y que espera.
Observación. Una dama de sociedad dice que acaba de dirigir una oración a Dios por esta desdichada mujer, y que esto es sin duda lo que la llamó la atención; que en verdad había implorado mentalmente la gracia de Dios para ella.
9. Dices que estás en tinieblas; ¿no puedes vernos? – R. Se me permite oír algunas de las palabras que pronuncias, pero no veo más que un crespón negro sobre el que, a ciertas horas, se forma una cabeza llorosa.
10. Si no ves a tu amado, ¿no sientes su presencia cerca de ti? porque está aquí. – R. ¡Ay! no me hables de él, debo olvidarlo por el momento, si quiero que la imagen que veo allí trazada se borre del crespón.
11. ¿Qué es esta imagen? – R. La de un hombre que sufre, y cuya existencia moral en la tierra he matado durante mucho tiempo.
Observación. La oscuridad, como muestra la observación de los hechos, acompaña muy a menudo al castigo de los Espíritus criminales; sigue inmediatamente a la muerte, y su duración, muy variable según las circunstancias, puede ser de algunos meses a algunos siglos. Fácilmente se puede concebir el horror de tal situación en la que el culpable no ve más que lo que puede recordarle su falta y aumentar, por el silencio, la soledad y la incertidumbre en que está sumido, las angustias del remordimiento.
Al leer este relato, uno está, ante todo, dispuesto a encontrar circunstancias atenuantes en este suicidio, a considerarlo incluso como un acto heroico, ya que fue provocado por un sentimiento de deber. Vemos que se juzgó de otra manera y que será larga y terrible la condena de los culpables por haberse refugiado voluntariamente en la muerte para huir de la lucha; la intención de no faltar a su deber era sin duda honrosa, y de ello se tendrá en cuenta más adelante, pero el verdadero mérito habría consistido en superar el impulso, mientras hacían como el desertor que se escabulle en el momento del peligro.
El dolor de los dos culpables consistirá, como vemos, en buscarse durante mucho tiempo sin encontrarse, ni en el mundo de los Espíritus, ni en otras encarnaciones terrenales; se agrava momentáneamente por la idea de que su estado actual cree que durará para siempre; siendo este pensamiento parte del castigo, no se les permitió escuchar las palabras de esperanza que les dirigíamos. A los que encontraren muy terrible y muy largo este dolor, sobre todo si sólo debe terminar después de varias encarnaciones, diremos que su duración no es absoluta, y que dependerá del modo en que sobrellevarán sus futuras pruebas, en qué podemos ayudarlos a través de la oración; serán, como todos los Espíritus culpables, los árbitros de su propio destino. ¿No es eso aún mejor que la condenación eterna, sin esperanza, a la que están irrevocablemente condenados según la doctrina de la Iglesia, que los considera tanto como condenados para siempre al infierno, que les ha negado las últimas oraciones, probablemente inútiles?
Algunos católicos reprochan al Espiritismo no admitir el infierno; ciertamente no, no admite la existencia de un infierno localizado, con sus llamas, sus horcas y sus torturas corporales renovadas del Tártaro de los paganos; pero no es mejor la posición en que nos muestra Espíritus infelices, con la radical diferencia sin embargo de que la naturaleza de las penas no tiene nada de irracional, y que su duración, en vez de ser irremisible, está subordinada al arrepentimiento, expiación y reparación, que es a la vez más lógica y más coherente con la doctrina de la justicia y la bondad de Dios.
¿Habría sido el Espiritismo un remedio suficientemente eficaz en el caso en cuestión para prevenir este suicidio? No hay duda de ello. Habría dado a estos dos seres una confianza en el futuro que habría cambiado por completo su forma de ver la vida en la tierra y, en consecuencia, les habría dado la fuerza moral que les faltaba. Suponiendo que tuvieran fe en el futuro, que no sabemos, y que su objetivo al matarse fuera reunirse más rápidamente, habrían sabido, por todos los ejemplos análogos, que llegarían a un resultado diametralmente opuesto y se encontrarían separados por mucho más tiempo del que habrían estado aquí en la tierra, no permitiendo Dios que ninguno fuera recompensado por quebrantar Sus leyes; por tanto, seguros de no ver realizados sus deseos y de encontrarse, por el contrario, en una situación cien veces peor, su propio interés los apremiaba a tener paciencia.
Los encomendamos a las oraciones de todos los Espíritas, a fin de darles la fuerza y la resignación que podrán sostenerlos en sus nuevas pruebas, y así acelerar el término de su castigo.
Leemos en la Opinión Nacional del 13 de junio:
“El martes pasado, dos ataúdes entraron juntos en la iglesia Bonne-Nouvelle. Los seguía un hombre que parecía sufrir mucho y una gran multitud, en la que se notaba la contemplación y la tristeza. He aquí un breve relato de los hechos a consecuencia de los cuales tuvo lugar la doble ceremonia fúnebre.
“La señorita Palmyre, una modista que vivía con sus padres estaba dotada de una apariencia encantadora al que se añadía el carácter más amable. Así que ella fue muy cortejada para el matrimonio. Entre los aspirantes a su mano, había destacado a Sr. B…, quien sentía una fuerte pasión por ella. Aunque ella misma lo amaba mucho, sin embargo consideraba su deber, por respeto filial, cumplir con los deseos de sus padres casándose con el Sr. D..., cuya posición social les parecía más ventajosa que la de su rival. El matrimonio se celebró hace cuatro años.
“Los señores B… y D… eran amigos cercanos. Aunque no tenían ninguna relación de interés juntos, nunca dejaron de verse. El amor recíproco de B... y Palmyre, que se había convertido en la dama D..., no se había debilitado en nada, y, al tratar de comprimirlo, creció por la razón misma de la violencia que se le hacía. Para tratar de apagarlo, B… decidió casarse. Se casó con una joven de eminentes cualidades, e hizo todo lo posible por amarla; pero no tardó en darse cuenta de que este medio heroico era impotente para curarlo. Sin embargo, durante cuatro años, ni B… ni la señora D… faltaron a sus funciones. No se puede expresar lo que tuvieron que sufrir, pues D…, que amaba verdaderamente a su amigo, lo atraía siempre a su casa y, cuando quería huir, lo obligaba a quedarse.
“Finalmente, hace unos días, reunidos por una circunstancia fortuita, los dos amantes no pudieron resistir la pasión que los atraía el uno hacia el otro. Apenas cometida la falta, sintieron el más amargo remordimiento. La joven se arrojó a los pies de su esposo apenas llegó a su casa y le dijo entre sollozos:
"¡Patéame lejos! ¡Matadme! ¡Ahora soy indigna de ti!
“Y estando él mudo de asombro y de dolor, ella le contó sus luchas, sus penas, todo lo que le había faltado para que el valor no desfalleciera antes; le hizo comprender que, dominada por un amor ilegítimo, nunca había dejado de tenerle el respeto, la estima, el apego de que él era digno.
“En lugar de maldecir, el esposo estaba llorando. B... llegó en medio de esta escena e hizo una confesión similar. D... los recogió a ambos y dijo:
“Sois leales y de buen corazón; sólo la fatalidad te ha hecho culpable, he leído en el fondo de tu mente y he leído en ella la sinceridad. ¿Por qué debo castigarte por un impulso que todas tus fuerzas morales no pudieron resistir? El castigo está en el arrepentimiento que sientes. Prométeme dejar de verte, y no habrás perdido nada de mi estima ni de mi cariño.
“Estos dos desdichados amantes se apresuraron a prestar el juramento que se les pedía. La forma en que sus confesiones habían sido recibidas por el Sr. D… aumentó su dolor y su remordimiento. Habiéndoles arreglado la casualidad una entrevista que no habían buscado, compartieron entre sí el estado de sus almas y coincidieron en pensar que la muerte era el único remedio para los males que padecían. Resolvieron suicidarse juntos y llevar a cabo este proyecto al día siguiente, teniendo que ausentarse el Sr. D. de su domicilio gran parte del día.
“Después de hacer sus preparativos finales, escribieron una larga carta en la que decían en sustancia:
“Nuestro amor es más fuerte que todas nuestras promesas. Todavía podríamos, a pesar de nosotros mismos, debilitarnos, sucumbir; no mantendremos una existencia pecaminosa. Por nuestra expiación mostraremos que la falta que hemos cometido no debe atribuirse a nuestra voluntad, sino al error de una pasión cuya violencia estaba más allá de nuestras fuerzas.”
“Esta conmovedora carta terminó con un pedido de perdón, y los dos amantes imploraron como una gracia que se reúnan en la misma tumba.
“Cuando el Sr. D... llegó a casa, se le presentó una visión extraña y dolorosa. En medio del denso vapor que exhalaba una estufa portátil llena de carbón, los dos amantes, acostados completamente vestidos sobre la cama, estaban íntimamente entrelazados. habían dejado de vivir.
“Sr. D… respetó el último deseo de los dos amantes; quería que participaran juntos en las oraciones de la Iglesia y que no fueran separados en el cementerio. “
El párroco de Bonne-Nouvelle pensó que debía negar, por un artículo insertado en varios periódicos, la admisión de los dos cuerpos en su Iglesia, las reglas canónicas se oponían.
Habiendo sido leída esta relación, como tema de estudio moral, en la Sociedad Espírita de París, dos Espíritus dieron la siguiente evaluación:
“¡Esto, sin embargo, es obra de vuestra sociedad y de vuestra moral! pero se logrará el progreso; por un tiempo más, eventos similares no volverán a suceder. Es con ciertos individuos, como con ciertas plantas que se colocan en un invernadero; les falta aire, se ahogan y no pueden esparcir su perfume. Vuestras leyes y vuestras costumbres han puesto límites a la expansión de ciertos sentimientos, lo que a menudo hace que dos almas dotadas de las mismas facultades, de los mismos instintos simpáticos, se encuentren en dos posiciones diferentes, y, no pudiendo unirse, se rompan en su tenacidad de unirse. quieren encontrarse a sí mismos. ¿Qué has hecho con el amor? lo habéis reducido al peso de un rollo de metal; lo tiraste en una balanza; en lugar de ser rey, es esclavo; de un lazo sagrado vuestra moral ha hecho una cadena de hierro cuyos eslabones aplastan y matan a los que no nacieron para atarlos.
"¡Vaya! si vuestras sociedades marcharan en el camino de Dios, vuestros corazones no serían consumidos por llamas fugaces, y vuestros legisladores no se habrían visto obligados a mantener vuestras pasiones por leyes; pero el tiempo corre, y llegará la gran hora en que todos ustedes podrán vivir la verdadera vida, la vida del corazón. Cuando los latidos del corazón ya no estén comprimidos por los fríos cálculos de los intereses materiales, ya no veréis esos espantosos suicidios que vienen de vez en cuando a contradecir vuestros prejuicios sociales. “
Ocho días después, habiendo consultado al guía espiritual del médium sobre la posibilidad de la evocación de estos dos Espíritus, se le contestó: “Te dije la última vez que en tu próxima sesión podrías evocarlos; vendrán a la llamada de mi médium, pero no se verán: una noche profunda los esconde por mucho tiempo.
1. Evocación de la mujer. – R. Sí, me comunicaré, pero con la ayuda del Espíritu que está ahí, que me ayuda y me impone.
2. ¿Ves a tu amante, con quien te suicidaste? – R. No veo nada. Ni siquiera veo a los Espíritus que deambulan conmigo en la sala donde estoy. ¡Qué noche! ¡qué noche! ¡Y qué espeso velo en mi rostro!
3. ¿Cómo te sentiste cuando despertaste después de tu muerte? – R. Extraña; estaba frío y ardiendo; ¡El hielo corría por mis venas, y el fuego estaba en mi frente! ¡Cosa extraña, mezcla inaudita! ¡el hielo y el fuego parecen abrazarme! Pensé que iba a sucumbir por segunda vez.
4. ¿Experimenta dolor físico? – R. Todo mi sufrimiento está allí, y allí.
5. ¿Qué quieres decir con allí y allí? – R. Allí, en mi cerebro; allí en mi corazón.
Observación. Es probable que, si hubiéramos podido ver al Espíritu, lo hubiéramos visto llevarse la mano a la frente y al corazón.
6. ¿Crees que siempre estarás en esta situación? R. ¡Ay! ¡siempre! ¡siempre! A veces escucho risas infernales, voces terribles que me gritan estas palabras: ¡Siempre así!
7. ¡Bien! podemos decirte con total certeza que no siempre será así; arrepintiéndote obtendrás tu perdón. – R. ¿Qué dijiste? No puedo oír.
8. Os repito, que vuestros sufrimientos tendrán un fin que podéis acelerar con vuestro arrepentimiento, y te ayudaremos con la oración. – R. Solo escuché una palabra y sonidos vagos. ¡Esta palabra es gracia! ¿Es gracia que quisieras hablar? ¡Vaya! ¡El adulterio y el suicidio son dos crímenes demasiado atroces! Hablaste de gracia: es sin duda al alma que pasa a mi lado, pobre niña que llora y que espera.
Observación. Una dama de sociedad dice que acaba de dirigir una oración a Dios por esta desdichada mujer, y que esto es sin duda lo que la llamó la atención; que en verdad había implorado mentalmente la gracia de Dios para ella.
9. Dices que estás en tinieblas; ¿no puedes vernos? – R. Se me permite oír algunas de las palabras que pronuncias, pero no veo más que un crespón negro sobre el que, a ciertas horas, se forma una cabeza llorosa.
10. Si no ves a tu amado, ¿no sientes su presencia cerca de ti? porque está aquí. – R. ¡Ay! no me hables de él, debo olvidarlo por el momento, si quiero que la imagen que veo allí trazada se borre del crespón.
11. ¿Qué es esta imagen? – R. La de un hombre que sufre, y cuya existencia moral en la tierra he matado durante mucho tiempo.
Observación. La oscuridad, como muestra la observación de los hechos, acompaña muy a menudo al castigo de los Espíritus criminales; sigue inmediatamente a la muerte, y su duración, muy variable según las circunstancias, puede ser de algunos meses a algunos siglos. Fácilmente se puede concebir el horror de tal situación en la que el culpable no ve más que lo que puede recordarle su falta y aumentar, por el silencio, la soledad y la incertidumbre en que está sumido, las angustias del remordimiento.
Al leer este relato, uno está, ante todo, dispuesto a encontrar circunstancias atenuantes en este suicidio, a considerarlo incluso como un acto heroico, ya que fue provocado por un sentimiento de deber. Vemos que se juzgó de otra manera y que será larga y terrible la condena de los culpables por haberse refugiado voluntariamente en la muerte para huir de la lucha; la intención de no faltar a su deber era sin duda honrosa, y de ello se tendrá en cuenta más adelante, pero el verdadero mérito habría consistido en superar el impulso, mientras hacían como el desertor que se escabulle en el momento del peligro.
El dolor de los dos culpables consistirá, como vemos, en buscarse durante mucho tiempo sin encontrarse, ni en el mundo de los Espíritus, ni en otras encarnaciones terrenales; se agrava momentáneamente por la idea de que su estado actual cree que durará para siempre; siendo este pensamiento parte del castigo, no se les permitió escuchar las palabras de esperanza que les dirigíamos. A los que encontraren muy terrible y muy largo este dolor, sobre todo si sólo debe terminar después de varias encarnaciones, diremos que su duración no es absoluta, y que dependerá del modo en que sobrellevarán sus futuras pruebas, en qué podemos ayudarlos a través de la oración; serán, como todos los Espíritus culpables, los árbitros de su propio destino. ¿No es eso aún mejor que la condenación eterna, sin esperanza, a la que están irrevocablemente condenados según la doctrina de la Iglesia, que los considera tanto como condenados para siempre al infierno, que les ha negado las últimas oraciones, probablemente inútiles?
Algunos católicos reprochan al Espiritismo no admitir el infierno; ciertamente no, no admite la existencia de un infierno localizado, con sus llamas, sus horcas y sus torturas corporales renovadas del Tártaro de los paganos; pero no es mejor la posición en que nos muestra Espíritus infelices, con la radical diferencia sin embargo de que la naturaleza de las penas no tiene nada de irracional, y que su duración, en vez de ser irremisible, está subordinada al arrepentimiento, expiación y reparación, que es a la vez más lógica y más coherente con la doctrina de la justicia y la bondad de Dios.
¿Habría sido el Espiritismo un remedio suficientemente eficaz en el caso en cuestión para prevenir este suicidio? No hay duda de ello. Habría dado a estos dos seres una confianza en el futuro que habría cambiado por completo su forma de ver la vida en la tierra y, en consecuencia, les habría dado la fuerza moral que les faltaba. Suponiendo que tuvieran fe en el futuro, que no sabemos, y que su objetivo al matarse fuera reunirse más rápidamente, habrían sabido, por todos los ejemplos análogos, que llegarían a un resultado diametralmente opuesto y se encontrarían separados por mucho más tiempo del que habrían estado aquí en la tierra, no permitiendo Dios que ninguno fuera recompensado por quebrantar Sus leyes; por tanto, seguros de no ver realizados sus deseos y de encontrarse, por el contrario, en una situación cien veces peor, su propio interés los apremiaba a tener paciencia.
Los encomendamos a las oraciones de todos los Espíritas, a fin de darles la fuerza y la resignación que podrán sostenerlos en sus nuevas pruebas, y así acelerar el término de su castigo.
Enseñanzas y disertaciones espíritas
Unión
simpática de las almas
(Burdeos, 15 de febrero de 1862. - Médium, Sra. H…)
P.- Ya me ha dicho varias veces que nos encontraríamos para no volver a separarnos. ¿Cómo se puede hacer esto? Las reencarnaciones, incluso las que siguen a las de la tierra, ¿no se separan siempre por un tiempo más o menos largo?
R.- Os lo he dicho: Dios permite a los que se aman sinceramente, y han podido sufrir con resignación para expiar sus culpas, que se reúnan primero en el mundo de los Espíritus, donde progresan juntos, para conseguir reencarnarse en los mundos superiores. Pueden, por tanto, si lo solicitan fervientemente, salir de los mundos espíritas (¿mundo de los Espíritus?) al mismo tiempo, reencarnar en los mismos lugares y, por una secuencia de circunstancias previstas de antemano, reunirse por los lazos que mejor convengan a su corazón.
Algunos habrán pedido ser el padre o la madre de un Espíritu que se compadece de ellos, y al que estarán felices de encaminar en la dirección correcta rodeándolo con el tierno cuidado de la familia y la amistad. Otros habrán pedido la gracia de unirse en matrimonio y ver pasar muchos años de dicha y amor. Hablo del matrimonio entendido en el sentido del reencuentro íntimo de dos seres que ya no quieren separarse; pero el matrimonio, tal como se entiende en vuestra tierra, no se conoce en los mundos superiores. En estos lugares de felicidad, libertad y alegría, los lazos son de flores y amor; y no voy a creer que son menos duraderos por eso. Sólo los corazones hablan y guían en estas dulces uniones. Uniones libres y felices, matrimonios de alma a alma ante Dios, ¡tal es la ley del amor de los mundos superiores! Y los privilegiados de estas tierras benditas, creyéndose ligados por sentimientos semejantes más fuertemente que los hombres de la tierra, que tantas veces pisotean los compromisos más sagrados, no ofrecen el espectáculo desgarrador de las uniones conflictivas, constantemente perturbados por la influencia de los vicios, las malas pasiones, la inconstancia, los celos, la injusticia, la aversión, todas aquellas horribles inclinaciones que conducen al mal, el perjurio y la violación de los juramentos más solemnes. ¡Y bien! estos matrimonios bendecidos por Dios, estas uniones tan dulces, son la recompensa de quienes, habiéndose amado profundamente en el sufrimiento, piden al justo y bueno Señor continuar en los mundos superiores para volver a amarse, pero sin temer un futuro y terrible separación.
¿Y qué hay que no sea fácil de entender y admitir? Dios que ama a todos sus hijos, ¿no tenía que crear, para aquellos que se habían hecho dignos de ella, una felicidad tan perfecta como crueles habían sido las pruebas? ¿Qué podía conceder que fuera más conforme al deseo sincero de todo corazón amante? ¿Hay, de todas las recompensas prometidas a los hombres, algo como este pensamiento, esta esperanza, podría decir como esta certeza: reunirse para la eternidad con los seres adorados?
Créeme, querida hija, nuestros secretos anhelos, esta misteriosa pero irresistible necesidad de amar, de amar mucho, de amar siempre, han sido puestos por Dios en nuestros corazones sólo porque la promesa del futuro permitió estas dulces esperanzas. Dios no hará que experimentemos los dolores de la desilusión. Nuestros corazones quieren felicidad, sólo laten por puros afectos; la recompensa sólo podía ser el cumplimiento perfecto de nuestros sueños de amor. Así como, pobres Espíritus sufrientes destinados a la prueba, tuvimos que pedir y a veces elegir hasta la más cruel expiación, así felices, Espíritus regenerados, aún elegimos, con la vida nueva destinada a purificarnos aún más, la suma de la felicidad devuelta al Espíritu avanzado. Aquí, amada hija, hay una percepción muy sucinta de la dicha futura. A menudo tendremos la oportunidad de volver sobre este agradable tema. ¡Debes comprender si la perspectiva de este futuro me hace feliz y si es dulce para mí confiarte mis esperanzas!
P.- ¿Nos reconocemos en estas existencias nuevas y felices?
R.- Si no nos reconociéramos en él, ¿sería completa la felicidad? Podría ser la felicidad, sin duda, ya que en estos mundos privilegiados todos los seres están destinados a ser felices; pero ¿sería ésta realmente la perfección de la felicidad para aquellos que, repentinamente separados en el mejor momento de la vida, piden a Dios que los reúna en su seno? ¿Será esta la realización de nuestros sueños y nuestras esperanzas? No, piensas como yo. Si se echara un velo sobre el pasado, no existiría la alegría suprema, la alegría inefable de volver a verse después de la tristeza de la ausencia y la separación; no existiría, o al menos la desconoceríamos, esa antigüedad del afecto que estrecha aún más los lazos. Así como en vuestra tierra a dos amigos de la infancia les gusta encontrarse en el mundo, en la sociedad, y se buscan mucho más que si su relación datase de unos pocos días, así los Espíritus que han merecido el inestimable favor de reencontrarse en los mundos superiores son doblemente felices y agradecidos a Dios por este nuevo encuentro que responde a sus anhelos más queridos.
Los mundos puestos por encima de la tierra, en los grados de perfección, están colmados de todos los favores que pueden contribuir a la perfecta felicidad de los seres que los habitan; el pasado no les es oculto, porque el recuerdo de sus sufrimientos anteriores, de sus errores redimidos a costa de muchos males, y el recuerdo aún más vivo de sus afectos sinceros, les hace encontrar esta nueva vida mil veces más dulce, y garantizan faltas a las que, quizás, por un resto de debilidad, podrían entregarse a veces. Estos mundos son para el hombre el paraíso terrenal destinado a conducirlo al paraíso divino.
Observación. - Extrañamente malinterpretaríamos el sentido de esta comunicación si viéramos en ella la crítica a las leyes que rigen el matrimonio y la sanción de las uniones efímeras extraoficiales. En cuanto a las leyes, las únicas que son inmutables son las leyes divinas; pero las leyes humanas, que deben ser apropiadas a las costumbres, a los usos, a los ambientes, al grado de civilización, son esencialmente móviles, y sería muy lamentable que fuera de otro modo, y que los pueblos del siglo XIX estuvieran encadenados a la misma regla que gobernó a nuestros padres; por tanto, si las leyes se han cambiado de nuestros padres a nosotros, como no hemos llegado a la perfección, tendrán que cambiarse de nosotros a nuestra descendencia. Toda ley, cuando se hace, tiene su razón de ser y su utilidad, pero puede ser que, buena hoy, mañana ya no lo sea. En el estado de nuestras costumbres, de nuestras exigencias sociales, el matrimonio necesita ser regulado por la ley, y la prueba de que esta ley no es absoluta es que no es igual en todos los países civilizados. Es, pues, lícito pensar que, en los mundos superiores, donde no hay los mismos intereses materiales que salvaguardar, donde no existe el mal, es decir, donde están excluidos los Espíritus malignos encarnados, donde, por lo tanto, las uniones son fruto de la simpatía y no del cálculo, las condiciones deben ser otras; pero lo que es bueno para ellos puede ser muy malo para nosotros.
También es necesario considerar que los Espíritus se desmaterializan a medida que ascienden y se purifican; sólo en los rangos inferiores es material la encarnación; para los Espíritus superiores ya no hay encarnación material, y por consiguiente ya no hay más procreación, porque la procreación es para el cuerpo y no para el Espíritu. El afecto puro es, por lo tanto, el único objeto de su unión, y para eso, no más que para la amistad en la tierra, se necesita la sanción de los oficiales ministeriales.
(Burdeos, 15 de febrero de 1862. - Médium, Sra. H…)
P.- Ya me ha dicho varias veces que nos encontraríamos para no volver a separarnos. ¿Cómo se puede hacer esto? Las reencarnaciones, incluso las que siguen a las de la tierra, ¿no se separan siempre por un tiempo más o menos largo?
R.- Os lo he dicho: Dios permite a los que se aman sinceramente, y han podido sufrir con resignación para expiar sus culpas, que se reúnan primero en el mundo de los Espíritus, donde progresan juntos, para conseguir reencarnarse en los mundos superiores. Pueden, por tanto, si lo solicitan fervientemente, salir de los mundos espíritas (¿mundo de los Espíritus?) al mismo tiempo, reencarnar en los mismos lugares y, por una secuencia de circunstancias previstas de antemano, reunirse por los lazos que mejor convengan a su corazón.
Algunos habrán pedido ser el padre o la madre de un Espíritu que se compadece de ellos, y al que estarán felices de encaminar en la dirección correcta rodeándolo con el tierno cuidado de la familia y la amistad. Otros habrán pedido la gracia de unirse en matrimonio y ver pasar muchos años de dicha y amor. Hablo del matrimonio entendido en el sentido del reencuentro íntimo de dos seres que ya no quieren separarse; pero el matrimonio, tal como se entiende en vuestra tierra, no se conoce en los mundos superiores. En estos lugares de felicidad, libertad y alegría, los lazos son de flores y amor; y no voy a creer que son menos duraderos por eso. Sólo los corazones hablan y guían en estas dulces uniones. Uniones libres y felices, matrimonios de alma a alma ante Dios, ¡tal es la ley del amor de los mundos superiores! Y los privilegiados de estas tierras benditas, creyéndose ligados por sentimientos semejantes más fuertemente que los hombres de la tierra, que tantas veces pisotean los compromisos más sagrados, no ofrecen el espectáculo desgarrador de las uniones conflictivas, constantemente perturbados por la influencia de los vicios, las malas pasiones, la inconstancia, los celos, la injusticia, la aversión, todas aquellas horribles inclinaciones que conducen al mal, el perjurio y la violación de los juramentos más solemnes. ¡Y bien! estos matrimonios bendecidos por Dios, estas uniones tan dulces, son la recompensa de quienes, habiéndose amado profundamente en el sufrimiento, piden al justo y bueno Señor continuar en los mundos superiores para volver a amarse, pero sin temer un futuro y terrible separación.
¿Y qué hay que no sea fácil de entender y admitir? Dios que ama a todos sus hijos, ¿no tenía que crear, para aquellos que se habían hecho dignos de ella, una felicidad tan perfecta como crueles habían sido las pruebas? ¿Qué podía conceder que fuera más conforme al deseo sincero de todo corazón amante? ¿Hay, de todas las recompensas prometidas a los hombres, algo como este pensamiento, esta esperanza, podría decir como esta certeza: reunirse para la eternidad con los seres adorados?
Créeme, querida hija, nuestros secretos anhelos, esta misteriosa pero irresistible necesidad de amar, de amar mucho, de amar siempre, han sido puestos por Dios en nuestros corazones sólo porque la promesa del futuro permitió estas dulces esperanzas. Dios no hará que experimentemos los dolores de la desilusión. Nuestros corazones quieren felicidad, sólo laten por puros afectos; la recompensa sólo podía ser el cumplimiento perfecto de nuestros sueños de amor. Así como, pobres Espíritus sufrientes destinados a la prueba, tuvimos que pedir y a veces elegir hasta la más cruel expiación, así felices, Espíritus regenerados, aún elegimos, con la vida nueva destinada a purificarnos aún más, la suma de la felicidad devuelta al Espíritu avanzado. Aquí, amada hija, hay una percepción muy sucinta de la dicha futura. A menudo tendremos la oportunidad de volver sobre este agradable tema. ¡Debes comprender si la perspectiva de este futuro me hace feliz y si es dulce para mí confiarte mis esperanzas!
P.- ¿Nos reconocemos en estas existencias nuevas y felices?
R.- Si no nos reconociéramos en él, ¿sería completa la felicidad? Podría ser la felicidad, sin duda, ya que en estos mundos privilegiados todos los seres están destinados a ser felices; pero ¿sería ésta realmente la perfección de la felicidad para aquellos que, repentinamente separados en el mejor momento de la vida, piden a Dios que los reúna en su seno? ¿Será esta la realización de nuestros sueños y nuestras esperanzas? No, piensas como yo. Si se echara un velo sobre el pasado, no existiría la alegría suprema, la alegría inefable de volver a verse después de la tristeza de la ausencia y la separación; no existiría, o al menos la desconoceríamos, esa antigüedad del afecto que estrecha aún más los lazos. Así como en vuestra tierra a dos amigos de la infancia les gusta encontrarse en el mundo, en la sociedad, y se buscan mucho más que si su relación datase de unos pocos días, así los Espíritus que han merecido el inestimable favor de reencontrarse en los mundos superiores son doblemente felices y agradecidos a Dios por este nuevo encuentro que responde a sus anhelos más queridos.
Los mundos puestos por encima de la tierra, en los grados de perfección, están colmados de todos los favores que pueden contribuir a la perfecta felicidad de los seres que los habitan; el pasado no les es oculto, porque el recuerdo de sus sufrimientos anteriores, de sus errores redimidos a costa de muchos males, y el recuerdo aún más vivo de sus afectos sinceros, les hace encontrar esta nueva vida mil veces más dulce, y garantizan faltas a las que, quizás, por un resto de debilidad, podrían entregarse a veces. Estos mundos son para el hombre el paraíso terrenal destinado a conducirlo al paraíso divino.
Observación. - Extrañamente malinterpretaríamos el sentido de esta comunicación si viéramos en ella la crítica a las leyes que rigen el matrimonio y la sanción de las uniones efímeras extraoficiales. En cuanto a las leyes, las únicas que son inmutables son las leyes divinas; pero las leyes humanas, que deben ser apropiadas a las costumbres, a los usos, a los ambientes, al grado de civilización, son esencialmente móviles, y sería muy lamentable que fuera de otro modo, y que los pueblos del siglo XIX estuvieran encadenados a la misma regla que gobernó a nuestros padres; por tanto, si las leyes se han cambiado de nuestros padres a nosotros, como no hemos llegado a la perfección, tendrán que cambiarse de nosotros a nuestra descendencia. Toda ley, cuando se hace, tiene su razón de ser y su utilidad, pero puede ser que, buena hoy, mañana ya no lo sea. En el estado de nuestras costumbres, de nuestras exigencias sociales, el matrimonio necesita ser regulado por la ley, y la prueba de que esta ley no es absoluta es que no es igual en todos los países civilizados. Es, pues, lícito pensar que, en los mundos superiores, donde no hay los mismos intereses materiales que salvaguardar, donde no existe el mal, es decir, donde están excluidos los Espíritus malignos encarnados, donde, por lo tanto, las uniones son fruto de la simpatía y no del cálculo, las condiciones deben ser otras; pero lo que es bueno para ellos puede ser muy malo para nosotros.
También es necesario considerar que los Espíritus se desmaterializan a medida que ascienden y se purifican; sólo en los rangos inferiores es material la encarnación; para los Espíritus superiores ya no hay encarnación material, y por consiguiente ya no hay más procreación, porque la procreación es para el cuerpo y no para el Espíritu. El afecto puro es, por lo tanto, el único objeto de su unión, y para eso, no más que para la amistad en la tierra, se necesita la sanción de los oficiales ministeriales.
Una teja
(Sociedad Espírita de París. - Médium, Sra. C.)
Un hombre pasa por la calle, lo cae una teja a los pies y dice: “¡Qué suerte! un paso más y me mataron. Este suele ser el único agradecimiento que da a Dios. Sin embargo, este mismo hombre, poco tiempo después, enferma y muere en su cama. ¿Por qué entonces se salvó de la teja para morir a los pocos días como todos los demás? Es casualidad, dirán los incrédulos, como él mismo dijo: ¡Qué suerte! ¿De qué servía escapar del primer accidente si sucumbía al segundo? en todo caso, si la suerte te favoreció, tu favor no duró mucho.
A esta pregunta, el Espírita responde: En todo momento escapas de accidentes que te ponen, como dicen, al borde de la muerte; ¿no ves en ello una advertencia del cielo para probarte que tu vida pende de un hilo, que nunca estás seguro hoy de vivir mañana; y por lo que siempre debe estar listo para ir? Pero ¿qué haces cuando tienes que emprender un largo viaje? Hace tus arreglos, arreglas tus asuntos, te provees de provisiones y cosas necesarias para el viaje; te deshaces de todo lo que pudiera entorpecerte y retrasar tu caminar; si conoces el país a dónde vas, y si tienes amigos y conocidos allí, te vas sin miedo, seguro de ser bien recibido; si no, estudias el mapa del país y obtienes cartas de recomendación. Supongamos que te ves obligado a emprender este viaje de la noche a la mañana, no tendrá tiempo de hacer tus preparativos, mientras que, si te le advierte con suficiente antelación, tendrá todo dispuesto para tu utilidad y tu placer.
¡Y bien! cada día estáis expuestos a emprender el más grande, el más importante de los viajes, el que inevitablemente debéis hacer, ¡y sin embargo no pensáis en él más que si fuerais a permanecer a perpetuidad en la tierra! Dios, en su bondad, se preocupa sin embargo de advertirte de esto por los numerosos accidentes de los que escapas, y sólo tienes esta palabra para Él: ¡Qué suerte!
¡Espíritas! ya sabéis los preparativos que debéis hacer para este gran viaje que tiene para vosotros consecuencias mucho más importantes que todos los que emprendéis aquí abajo, porque del modo en que lo haréis, depende vuestra felicidad futura. La carta que debe dejarte saber el país al que vas a entrar es la iniciación a los misterios de la vida futura; por tanto, este país no será nuevo para vosotros; tus provisiones son las buenas obras que has realizado y que te servirán de pasaporte y cartas de recomendación. En cuanto a los amigos que encontrarás allí, los conoces. De lo que debes deshacerte son los malos sentimientos, porque ¡ay de aquel a quien la muerte le sorprenda con el odio en el corazón! Sería como una persona que caería al agua con una piedra al cuello, la cual lo arrastraría al abismo; lo que debéis poner en orden es el perdón que se otorgue a los que os han ofendido; estos son los males; que habéis tenido con vuestro prójimo y que debéis apresuraros a reparar, para obtener vosotros mismos el perdón, porque los agravios son deudas cuyo perdón es el pago. Así que date prisa, porque la hora de la partida puede sonar en cualquier momento y no dejarte tiempo para la reflexión.
Os digo la verdad, la teja que cae a vuestros pies es la señal que os advierte de estar siempre preparados para ir a la primera llamada, para que no os pille desprevenidos.
El Espíritu de la Verdad.
(Sociedad Espírita de París. - Médium, Sra. C.)
Un hombre pasa por la calle, lo cae una teja a los pies y dice: “¡Qué suerte! un paso más y me mataron. Este suele ser el único agradecimiento que da a Dios. Sin embargo, este mismo hombre, poco tiempo después, enferma y muere en su cama. ¿Por qué entonces se salvó de la teja para morir a los pocos días como todos los demás? Es casualidad, dirán los incrédulos, como él mismo dijo: ¡Qué suerte! ¿De qué servía escapar del primer accidente si sucumbía al segundo? en todo caso, si la suerte te favoreció, tu favor no duró mucho.
A esta pregunta, el Espírita responde: En todo momento escapas de accidentes que te ponen, como dicen, al borde de la muerte; ¿no ves en ello una advertencia del cielo para probarte que tu vida pende de un hilo, que nunca estás seguro hoy de vivir mañana; y por lo que siempre debe estar listo para ir? Pero ¿qué haces cuando tienes que emprender un largo viaje? Hace tus arreglos, arreglas tus asuntos, te provees de provisiones y cosas necesarias para el viaje; te deshaces de todo lo que pudiera entorpecerte y retrasar tu caminar; si conoces el país a dónde vas, y si tienes amigos y conocidos allí, te vas sin miedo, seguro de ser bien recibido; si no, estudias el mapa del país y obtienes cartas de recomendación. Supongamos que te ves obligado a emprender este viaje de la noche a la mañana, no tendrá tiempo de hacer tus preparativos, mientras que, si te le advierte con suficiente antelación, tendrá todo dispuesto para tu utilidad y tu placer.
¡Y bien! cada día estáis expuestos a emprender el más grande, el más importante de los viajes, el que inevitablemente debéis hacer, ¡y sin embargo no pensáis en él más que si fuerais a permanecer a perpetuidad en la tierra! Dios, en su bondad, se preocupa sin embargo de advertirte de esto por los numerosos accidentes de los que escapas, y sólo tienes esta palabra para Él: ¡Qué suerte!
¡Espíritas! ya sabéis los preparativos que debéis hacer para este gran viaje que tiene para vosotros consecuencias mucho más importantes que todos los que emprendéis aquí abajo, porque del modo en que lo haréis, depende vuestra felicidad futura. La carta que debe dejarte saber el país al que vas a entrar es la iniciación a los misterios de la vida futura; por tanto, este país no será nuevo para vosotros; tus provisiones son las buenas obras que has realizado y que te servirán de pasaporte y cartas de recomendación. En cuanto a los amigos que encontrarás allí, los conoces. De lo que debes deshacerte son los malos sentimientos, porque ¡ay de aquel a quien la muerte le sorprenda con el odio en el corazón! Sería como una persona que caería al agua con una piedra al cuello, la cual lo arrastraría al abismo; lo que debéis poner en orden es el perdón que se otorgue a los que os han ofendido; estos son los males; que habéis tenido con vuestro prójimo y que debéis apresuraros a reparar, para obtener vosotros mismos el perdón, porque los agravios son deudas cuyo perdón es el pago. Así que date prisa, porque la hora de la partida puede sonar en cualquier momento y no dejarte tiempo para la reflexión.
Os digo la verdad, la teja que cae a vuestros pies es la señal que os advierte de estar siempre preparados para ir a la primera llamada, para que no os pille desprevenidos.
César,
Clovis y Carlomagno
(Sociedad Espírita de París, 24 de enero de 1862; tema propuesto. – Médium Sr. A. Didier)
Esta pregunta no es solo una pregunta material, sino también muy espiritual. Antes de llegar al punto principal, hay uno del que hablaremos primero: ¿Qué es la guerra? La guerra, responderemos primero, es permitida por Dios, puesto que existe, ha existido siempre y existirá siempre. Es erróneo, en la educación de la inteligencia, ver en César sólo un conquistador, en Clovis sólo el bárbaro, en Carlomagno sólo un déspota cuyo demente sueño quería fundar un inmenso imperio. ¡Oye! ¡Dios mío! como suele decirse, los conquistadores son ellos mismos juguetes de Dios. Como su audacia, su genio los llevó a la primera fila, vieron a su alrededor no sólo hombres armados, sino ideas, progresos, civilizaciones que había que lanzar entre otras naciones; partieron, como César, para llevar a Roma a Lutecia; como Clovis, para llevar las semillas de una solidaridad monárquica; como Carlomagno, para hacer brillar la antorcha del cristianismo entre los pueblos ciegos, entre las naciones ya corrompidas por las herejías de las primeras edades de la Iglesia. Ahora bien, esto es lo que sucedió: César, el más egoísta de estos tres grandes genios, utiliza la táctica militar, la disciplina, la ley, en una palabra, para importarlos a la Galia; en la estela de sus ejércitos siguió la idea inmortal, y las tribus vencidas e indomables sufrieron el yugo de Roma, es cierto, pero se convirtieron en provincias romanas. ¿Habría existido la orgullosa Marsella sin Roma? Lugdunum y tantas otras ciudades célebres de los anales se convirtieron en inmensos centros, centros de luz para las ciencias, las letras y las artes. César es, pues, un gran propagador, uno de esos hombres universales que se sirven del hombre para civilizar al hombre, uno de esos hombres que sacrifican hombres en beneficio de la idea.
El sueño de Clovis era establecer una monarquía, lo esencial, un gobierno para su pueblo; pero como la gracia del cristianismo aún no lo iluminaba, era un propagador bárbaro. Debemos considerarlo en su conversión: Imaginación activa, febril, guerrera, vio en su victoria sobre los visigodos una prenda de la protección de Dios; y, seguro en adelante de estar siempre con él, se hizo bautizar. Ahí está, pues, el bautismo que se difunde en la Galia, y el cristianismo que se difunde cada vez más. Es hora de decir, con Corneille, Roma ya no era Roma. Los bárbaros invadieron el mundo romano.
Después del saqueo de todas las civilizaciones formateadas por los romanos, he aquí un hombre que sueña con extender por el mundo, ya no los misterios y el prestigio del Capitolio, sino las formidables creencias de Aix-la-Chapelle; he aquí un hombre que es o se cree a sí mismo con Dios. Un culto odioso, rival del cristianismo, ocupa todavía a los bárbaros; Carlomagno cae sobre estos pueblos y Witikind, después de luchas y victorias equilibradas, finalmente se somete humildemente y recibe el bautismo.
Ciertamente, este es un cuadro inmenso, aquel en el que se despliegan tantos hechos, tantos golpes de Providencia, tantas caídas y tantas victorias; pero ¿cuál es la conclusión? La idea, haciéndose universal, difundiéndose cada vez más, sin detenerse ni en la desmembración de las familias, ni en el desánimo de los pueblos, y teniendo por fin en todas partes la implantación de la cruz de Cristo en todos los puntos de la tierra, ¿no es eso un inmenso hecho espiritualista? Por lo tanto, debemos considerar a estos tres hombres como grandes propagadores que, por ambición o por fe, hicieron avanzar la luz en el Occidente, cuando Oriente sucumbía a su embriagadora pereza e inactividad. Ahora bien, la tierra no es un mundo donde el progreso se hace rápidamente y por medio de la persuasión y la indulgencia; no te sorprendas, pues, de que a menudo sea necesario tomar la espada en lugar de la cruz.
Lamennais.
P. - Dijiste que la guerra siempre existirá; sin embargo, parece que el progreso moral, al destruir las causas, acabará con ellas.
R. - Siempre existirá, en el sentido de que siempre habrá luchas; pero las luchas cambiarán de forma. El Espiritismo, es verdad, debe difundir la paz y la fraternidad en todo el mundo; pero, ya sabes, si el bien triunfa, no obstante, siempre habrá una lucha. Evidentemente, el Espiritismo comprenderá cada vez mejor la necesidad de la paz; pero el mal siempre acecha; será necesario por mucho tiempo todavía, en la tierra, luchar por el bien; sólo que estas luchas serán cada vez más raras.
(Sociedad Espírita de París, 24 de enero de 1862; tema propuesto. – Médium Sr. A. Didier)
Esta pregunta no es solo una pregunta material, sino también muy espiritual. Antes de llegar al punto principal, hay uno del que hablaremos primero: ¿Qué es la guerra? La guerra, responderemos primero, es permitida por Dios, puesto que existe, ha existido siempre y existirá siempre. Es erróneo, en la educación de la inteligencia, ver en César sólo un conquistador, en Clovis sólo el bárbaro, en Carlomagno sólo un déspota cuyo demente sueño quería fundar un inmenso imperio. ¡Oye! ¡Dios mío! como suele decirse, los conquistadores son ellos mismos juguetes de Dios. Como su audacia, su genio los llevó a la primera fila, vieron a su alrededor no sólo hombres armados, sino ideas, progresos, civilizaciones que había que lanzar entre otras naciones; partieron, como César, para llevar a Roma a Lutecia; como Clovis, para llevar las semillas de una solidaridad monárquica; como Carlomagno, para hacer brillar la antorcha del cristianismo entre los pueblos ciegos, entre las naciones ya corrompidas por las herejías de las primeras edades de la Iglesia. Ahora bien, esto es lo que sucedió: César, el más egoísta de estos tres grandes genios, utiliza la táctica militar, la disciplina, la ley, en una palabra, para importarlos a la Galia; en la estela de sus ejércitos siguió la idea inmortal, y las tribus vencidas e indomables sufrieron el yugo de Roma, es cierto, pero se convirtieron en provincias romanas. ¿Habría existido la orgullosa Marsella sin Roma? Lugdunum y tantas otras ciudades célebres de los anales se convirtieron en inmensos centros, centros de luz para las ciencias, las letras y las artes. César es, pues, un gran propagador, uno de esos hombres universales que se sirven del hombre para civilizar al hombre, uno de esos hombres que sacrifican hombres en beneficio de la idea.
El sueño de Clovis era establecer una monarquía, lo esencial, un gobierno para su pueblo; pero como la gracia del cristianismo aún no lo iluminaba, era un propagador bárbaro. Debemos considerarlo en su conversión: Imaginación activa, febril, guerrera, vio en su victoria sobre los visigodos una prenda de la protección de Dios; y, seguro en adelante de estar siempre con él, se hizo bautizar. Ahí está, pues, el bautismo que se difunde en la Galia, y el cristianismo que se difunde cada vez más. Es hora de decir, con Corneille, Roma ya no era Roma. Los bárbaros invadieron el mundo romano.
Después del saqueo de todas las civilizaciones formateadas por los romanos, he aquí un hombre que sueña con extender por el mundo, ya no los misterios y el prestigio del Capitolio, sino las formidables creencias de Aix-la-Chapelle; he aquí un hombre que es o se cree a sí mismo con Dios. Un culto odioso, rival del cristianismo, ocupa todavía a los bárbaros; Carlomagno cae sobre estos pueblos y Witikind, después de luchas y victorias equilibradas, finalmente se somete humildemente y recibe el bautismo.
Ciertamente, este es un cuadro inmenso, aquel en el que se despliegan tantos hechos, tantos golpes de Providencia, tantas caídas y tantas victorias; pero ¿cuál es la conclusión? La idea, haciéndose universal, difundiéndose cada vez más, sin detenerse ni en la desmembración de las familias, ni en el desánimo de los pueblos, y teniendo por fin en todas partes la implantación de la cruz de Cristo en todos los puntos de la tierra, ¿no es eso un inmenso hecho espiritualista? Por lo tanto, debemos considerar a estos tres hombres como grandes propagadores que, por ambición o por fe, hicieron avanzar la luz en el Occidente, cuando Oriente sucumbía a su embriagadora pereza e inactividad. Ahora bien, la tierra no es un mundo donde el progreso se hace rápidamente y por medio de la persuasión y la indulgencia; no te sorprendas, pues, de que a menudo sea necesario tomar la espada en lugar de la cruz.
P. - Dijiste que la guerra siempre existirá; sin embargo, parece que el progreso moral, al destruir las causas, acabará con ellas.
R. - Siempre existirá, en el sentido de que siempre habrá luchas; pero las luchas cambiarán de forma. El Espiritismo, es verdad, debe difundir la paz y la fraternidad en todo el mundo; pero, ya sabes, si el bien triunfa, no obstante, siempre habrá una lucha. Evidentemente, el Espiritismo comprenderá cada vez mejor la necesidad de la paz; pero el mal siempre acecha; será necesario por mucho tiempo todavía, en la tierra, luchar por el bien; sólo que estas luchas serán cada vez más raras.
(Mismo
tema. - Médium, Sr. Leymar.)
La influencia de los hombres de genio sobre el futuro de los pueblos es indiscutible; son instrumentos en manos de la Providencia para acelerar las grandes reformas que, sin ellos, sólo vendrían con el paso del tiempo; ellos son los que siembran las semillas de nuevas ideas; y la mayoría de las veces regresan unos siglos más tarde bajo otros nombres para continuar o completar el trabajo iniciado por ellos.
César, esa gran figura de la antigüedad, representa para nosotros el genio de la guerra, el derecho organizado. Las pasiones llevadas por él al extremo, la sociedad romana se estremece profundamente; cambia de rostro, y en su evolución todo se transforma a su alrededor. Los pueblos sienten cambiar su antigua constitución; una ley implacable, la de la fuerza, une lo que no debe separarse según el tiempo en que vivió César. Bajo su mano triunfante los galos se transforman y después de diez años de lucha constituyen una poderosa unidad. Pero de este período data la decadencia romana. Empujado al exceso, este poder que hizo temblar al mundo cometió las faltas del poder extremo. Cualquier cosa que crezca fuera de las proporciones asignadas por Dios debe caer igualmente. Este gran imperio fue invadido por un enjambre de pueblos de países entonces desconocidos; la fama había traído con las armas de César las nuevas ideas a los países del Norte, que cayeron sobre él como un torrente. Véanlos, estas tribus bárbaras, arrojándose con rapacidad sobre estas provincias donde el sol era mejor, el vino tan dulce, las mujeres tan hermosas; cruzan las Galias, los Alpes, los Pirineos para ir por todas partes a fundar poderosas colonias y desintegrar este gran cuerpo llamado Imperio Romano. El genio de César solo había sido suficiente para llevar a su nación a la cima del poder; de él data la era de la renovación en que todos los pueblos se mezclan, apresurándose unos a otros para buscar otras cohesiones, otros elementos; y durante varios siglos ¡qué odio entre estas tribus! que peleas! ¡qué crímenes! ¡qué sangre!
Barbaret.
Clovis iba a ser, bajo su mano bárbara, el punto de partida de una nueva era para los pueblos. Obedeció la costumbre, y para formar una nación no se retrajo de ningún medio. Lo formó con puñal y astucia; creó un nuevo componente al adoptar el bautismo, al iniciar a sus rudos soldados en nuevas creencias; y sin embargo, después de él, todo se fue a la deriva, a pesar de la idea, a pesar del cristianismo. Necesitábamos a Charles Martel, Pépin, luego a Carlomagno.
Saludamos a esta figura poderosa, a esta naturaleza enérgica que sabe, nuevo César, reunir a todos estos pueblos dispersos, para cambiar las ideas y dar forma a este caos. Carlomagno es grandeza en la guerra, en el derecho, en la política, en la naciente moralidad que debía unir a los pueblos y darles la intuición de la conservación, de la unidad, de la solidaridad. De él datan los grandes principios que formaron Francia; de él datan nuestras leyes y nuestras ciencias aplicadas. Transformador, la Providencia lo marcó para ser el vínculo entre César y el futuro. También se le llama el Grande, porque, si empleó terribles medios ejecutivos, fue para dar forma, un solo pensamiento a esta reunión de pueblos bárbaros que sólo podían obedecer a lo poderoso y fuerte.
Barbaret.
Nota. - Siendo desconocido este nombre, roguemos al Espíritu que tenga la amabilidad de dar alguna información sobre su persona.
Viví bajo Enrique IV; Yo era un humilde entre todos. Perdido en este París donde se olvida tan bien al que se esconde y busca sólo el estudio, me gustaba estar solo, leer, comentar a mi manera. Pobre, trabajé, y el trabajo de cada día me dio ese gozo inefable que pide la libertad. Copié libros, e hice estas maravillosas viñetas, prodigios de paciencia y saber, que sólo dieron pan y agua a toda mi paciencia. Pero estudié, amé a mi país y busqué la verdad en la ciencia; me ocupé de la historia, y para mi amada Francia hubiera querido la libertad; hubiera querido todas las aspiraciones que soñó mi humildad. Desde entonces estoy en un mundo mejor, y Dios me ha premiado mi abnegación dándome esta tranquilidad donde todas las obsesiones del cuerpo están ausentes, y sueño por mi país, por el mundo entero, por nuestra Terra, por amor y libertad.
A menudo vengo a verte y a escucharte; me gusta tu trabajo, participo en él con todo mi ser; te deseo pleno y satisfecho en el futuro. Que seas feliz, como yo deseo; pero sólo llegaréis a serlo del todo despojándoos de la vieja vestidura que todo el mundo ha estado usando durante demasiado tiempo: hablo del egoísmo. Estudiad el pasado, la historia de vuestro país, y aprenderéis más de los sufrimientos de vuestros hermanos que de cualquier otra ciencia.
Vivir es conocerse, amarse, ayudarse unos a otros. Ve, pues, y haz según tu Espíritu; Dios está allí que te ve y te juzga.
Barbaret.
La influencia de los hombres de genio sobre el futuro de los pueblos es indiscutible; son instrumentos en manos de la Providencia para acelerar las grandes reformas que, sin ellos, sólo vendrían con el paso del tiempo; ellos son los que siembran las semillas de nuevas ideas; y la mayoría de las veces regresan unos siglos más tarde bajo otros nombres para continuar o completar el trabajo iniciado por ellos.
César, esa gran figura de la antigüedad, representa para nosotros el genio de la guerra, el derecho organizado. Las pasiones llevadas por él al extremo, la sociedad romana se estremece profundamente; cambia de rostro, y en su evolución todo se transforma a su alrededor. Los pueblos sienten cambiar su antigua constitución; una ley implacable, la de la fuerza, une lo que no debe separarse según el tiempo en que vivió César. Bajo su mano triunfante los galos se transforman y después de diez años de lucha constituyen una poderosa unidad. Pero de este período data la decadencia romana. Empujado al exceso, este poder que hizo temblar al mundo cometió las faltas del poder extremo. Cualquier cosa que crezca fuera de las proporciones asignadas por Dios debe caer igualmente. Este gran imperio fue invadido por un enjambre de pueblos de países entonces desconocidos; la fama había traído con las armas de César las nuevas ideas a los países del Norte, que cayeron sobre él como un torrente. Véanlos, estas tribus bárbaras, arrojándose con rapacidad sobre estas provincias donde el sol era mejor, el vino tan dulce, las mujeres tan hermosas; cruzan las Galias, los Alpes, los Pirineos para ir por todas partes a fundar poderosas colonias y desintegrar este gran cuerpo llamado Imperio Romano. El genio de César solo había sido suficiente para llevar a su nación a la cima del poder; de él data la era de la renovación en que todos los pueblos se mezclan, apresurándose unos a otros para buscar otras cohesiones, otros elementos; y durante varios siglos ¡qué odio entre estas tribus! que peleas! ¡qué crímenes! ¡qué sangre!
Clovis iba a ser, bajo su mano bárbara, el punto de partida de una nueva era para los pueblos. Obedeció la costumbre, y para formar una nación no se retrajo de ningún medio. Lo formó con puñal y astucia; creó un nuevo componente al adoptar el bautismo, al iniciar a sus rudos soldados en nuevas creencias; y sin embargo, después de él, todo se fue a la deriva, a pesar de la idea, a pesar del cristianismo. Necesitábamos a Charles Martel, Pépin, luego a Carlomagno.
Saludamos a esta figura poderosa, a esta naturaleza enérgica que sabe, nuevo César, reunir a todos estos pueblos dispersos, para cambiar las ideas y dar forma a este caos. Carlomagno es grandeza en la guerra, en el derecho, en la política, en la naciente moralidad que debía unir a los pueblos y darles la intuición de la conservación, de la unidad, de la solidaridad. De él datan los grandes principios que formaron Francia; de él datan nuestras leyes y nuestras ciencias aplicadas. Transformador, la Providencia lo marcó para ser el vínculo entre César y el futuro. También se le llama el Grande, porque, si empleó terribles medios ejecutivos, fue para dar forma, un solo pensamiento a esta reunión de pueblos bárbaros que sólo podían obedecer a lo poderoso y fuerte.
Nota. - Siendo desconocido este nombre, roguemos al Espíritu que tenga la amabilidad de dar alguna información sobre su persona.
Viví bajo Enrique IV; Yo era un humilde entre todos. Perdido en este París donde se olvida tan bien al que se esconde y busca sólo el estudio, me gustaba estar solo, leer, comentar a mi manera. Pobre, trabajé, y el trabajo de cada día me dio ese gozo inefable que pide la libertad. Copié libros, e hice estas maravillosas viñetas, prodigios de paciencia y saber, que sólo dieron pan y agua a toda mi paciencia. Pero estudié, amé a mi país y busqué la verdad en la ciencia; me ocupé de la historia, y para mi amada Francia hubiera querido la libertad; hubiera querido todas las aspiraciones que soñó mi humildad. Desde entonces estoy en un mundo mejor, y Dios me ha premiado mi abnegación dándome esta tranquilidad donde todas las obsesiones del cuerpo están ausentes, y sueño por mi país, por el mundo entero, por nuestra Terra, por amor y libertad.
A menudo vengo a verte y a escucharte; me gusta tu trabajo, participo en él con todo mi ser; te deseo pleno y satisfecho en el futuro. Que seas feliz, como yo deseo; pero sólo llegaréis a serlo del todo despojándoos de la vieja vestidura que todo el mundo ha estado usando durante demasiado tiempo: hablo del egoísmo. Estudiad el pasado, la historia de vuestro país, y aprenderéis más de los sufrimientos de vuestros hermanos que de cualquier otra ciencia.
Vivir es conocerse, amarse, ayudarse unos a otros. Ve, pues, y haz según tu Espíritu; Dios está allí que te ve y te juzga.
Aviso
Se nos ha enviado un manuscrito bastante voluminoso, titulado: El Amor, revelaciones del Espíritu del 3er orden de la serie angélica al hermano P. Montani. No estando este envío acompañado de ninguna carta, no sabemos quién es la persona con quien estamos en deuda. Si este número cae bajo sus ojos, le pediremos que tenga la amabilidad de darse a conocer para que podamos agradecerle por ello. Diremos, entre tanto, que esta obra contiene cosas excelentes, y que está fundada en la más sana moral y en los principios fundamentales del Espiritismo; pero además de eso hay teorías arriesgadas sobre varios puntos que podrían dar lugar a una crítica bien fundada; no podemos, por nuestra parte, aceptar todo lo que contiene, y nos parecería inconveniente publicarlo sin modificaciones.
Alan Kardec.
Se nos ha enviado un manuscrito bastante voluminoso, titulado: El Amor, revelaciones del Espíritu del 3er orden de la serie angélica al hermano P. Montani. No estando este envío acompañado de ninguna carta, no sabemos quién es la persona con quien estamos en deuda. Si este número cae bajo sus ojos, le pediremos que tenga la amabilidad de darse a conocer para que podamos agradecerle por ello. Diremos, entre tanto, que esta obra contiene cosas excelentes, y que está fundada en la más sana moral y en los principios fundamentales del Espiritismo; pero además de eso hay teorías arriesgadas sobre varios puntos que podrían dar lugar a una crítica bien fundada; no podemos, por nuestra parte, aceptar todo lo que contiene, y nos parecería inconveniente publicarlo sin modificaciones.
Agosto
Conferencias
del Sr. Trousseau
Profesor de la facultad de medicina. Conferencias hechas en la asociación politécnica para la libre educación de los trabajadores, 18 y 25 de mayo de 1862 (broch. in-8°).
Si los cuernos del demonio se han usado inútilmente para derribar el Espiritismo, he aquí un refuerzo que llega a los adversarios: es el Doctor Trousseau quien viene a dar el golpe de gracia a los Espíritus. Desgraciadamente, si Sr. Trousseau no cree en los Espíritus, difícilmente cree en el diablo; pero poco importa la ayuda, con tal de que venza al enemigo. Este nuevo campeón sin duda dirá la última palabra de la ciencia sobre este tema; es lo menos que podemos esperar de un hombre altamente posicionado por su conocimiento. Al atacar nuevas ideas, no querrá dejar un argumento sin respuesta; no querrá que lo acusen de hablar de algo que no sabe; sin duda tomará todos los fenómenos uno por uno, los escudriñará, los analizará, los comentará, los explicará, los demolerá, demostrando por “a” más “b” que son ilusiones. ¡Ay! ¡Espíritas, manténganse firmes! Si Sr. Trousseau no era un científico o era solo un erudito a medias, muy bien podría olvidar algo; pero un científico completo no querrá dejar el trabajo a medias; generalmente hábil, querrá la victoria completa. ¡Escuchemos y temblemos!
Después de una diatriba sobre las personas que quedan atrapadas en el anzuelo, se expresa así:
“Es realmente que las personas capaces de juzgar cualquier cosa no son las más numerosas. Sr. de Sartines quería enviar a Fort-l'Évêque a un charlatán que vendió su droga en el Pont-Neuf e hizo un buen negocio. Lo llamó y le dijo: “Maraud, ¿cómo haces para atraer a tanta gente y ganar tanto dinero? El hombre respondió: "Monseñor, ¿cuántas personas cree que pasan por el Pont-Neuf todos los días?" - No sé. - Te diré: diez mil más o menos. ¿Cuántas personas inteligentes crees que hay en este número? - ¡Vaya! ¡Vaya! tal vez cien, dijo el Sr. de Sartines. - Eso es mucho, pero te los dejo a ti, y me quedo con los otros nueve mil novecientos para mí.”
“El charlatán era demasiado modesto y Sr. de Sartines demasiado severo para la población parisina. Sin duda más de cien personas inteligentes cruzaron el Pont-Neuf, y los más inteligentes quizás se detuvieron frente a los caballetes del mercader de drogas con tanta confianza como la multitud; pues, señores, diría que las clases altas están sujetas a la influencia de la charlatanería.
“Entre nuestras sociedades científicas, citaré el Instituto; citaré la sección de la Academia de Ciencias que ciertamente contiene la élite de los eruditos de nuestro país; de estos eruditos, hay por lo menos veinte que se dirigen a los charlatanes.”
Prueba evidente de la gran confianza que tienen en los conocimientos de sus compañeros, ya que prefieren a los charlatanes.
“Son gente de mucho mérito, es verdad; solamente, por el hecho de ser eminentes matemáticos, químicos o naturalistas, concluyen que son muy buenos médicos, y luego se creen perfectamente capaces de juzgar cosas que ignoran por completo.”
Si esto prueba a favor de su ciencia, difícilmente prueba a favor de su modestia y juicio. Se han lanzado muchos ataques satíricos contra los estudiosos del Instituto: no conocemos ninguno más mordaz. Es probable, pues, que el profesor, uniendo el ejemplo al precepto, hable sólo de lo que sabe.
“Entre nosotros, a veces tenemos este pudor de que, cuando sólo somos médicos, si se nos ofrecen grandes teoremas de matemáticas o de mecánica, admitimos que no sabemos, declinamos nuestra competencia; pero los verdaderos eruditos nunca declinan su competencia en nada, especialmente en lo que concierne a la medicina.”
Dado que los médicos declinan su competencia en lo que no saben, esto es una garantía para nosotros de que el Sr. Trousseau no se ocuparía, especialmente en una lección pública, de cuestiones relacionadas con la psicología, sin estar profundamente versado en estos asuntos. Este conocimiento sin duda le proporcionará argumentos irresistibles para apoyar su juicio.
“Los empíricos, por desgracia, siempre tienen mucho acceso a las personas ingeniosas. Tuve el gran honor de ser íntimo amigo del ilustre Béranger.
“En 1848, tuvo una oftalmía leve por lo que el Sr. Bretonneau le había aconsejado que tomara gotas para los ojos. Esta oftalmía cura; pero, como Béranger leía y trabajaba mucho, como era un poco dartoso, volvió la oftalmía; así que recurrió a un sacerdote polaco que curaba enfermedades de los ojos con un remedio secreto. En ese momento, yo era presidente, en la Facultad, del jurado encargado de los exámenes de los funcionarios de salud. Como el cura polaco había tenido problemas con la policía, porque él tenía pinchado unos ojos, quería ponerse en orden. Con este fin, fue a buscar a Béranger y le preguntó si, por su influencia, podría hacerse recibir como oficial de salud, para poder tratar a sus anchas a los ojos y a los ciegos.”
Si Béranger había sido curado por el Sr. Bretonneau, ¿por qué recurrió a otra persona? Es bastante natural tener más confianza en quien nos ha curado, que ha conocido nuestra naturaleza, que en un extraño.
El diploma es en efecto un salvoconducto que no sólo permite a los sanitarios cegar a las personas, sino a los médicos matarlas sin remordimientos y sin responsabilidad. Esta es sin duda la razón por la cual sus sabios colegas, como admite Sr. Trousseau, son tan propensos a dirigirse a empíricos y charlatanes.
“Béranger vino a buscarme y me dijo: “Amigo mío, hazme un gran servicio; intenta que este pobre diablo sea recibido; trata sólo de enfermedades de los ojos, y aunque los exámenes de los oficiales de salud incluyen todas las ramas del arte de curar, tenga indulgencia, clemencia; es un refugiado, y luego me curó: esa es la mejor de las razones.” Le respondí: "Envíame a tu hombre". El sacerdote polaco vino a mi casa. — Me lo recomienda —dije— un hombre a quien estoy singularmente ansioso por complacer; es el más querido de mis amigos; además, es Béranger, que es aún mejor. Dos de mis colegas, con quienes he hablado, y yo estamos muy decididos a hacer lo que sea posible; sólo que nuestros exámenes son públicos, y quizás sea bueno tapar un poco los oídos, eso es lo de menos. Añadí: “Mira, seré un buen soberano; voy a hacer el examen de anatomía, y no te será difícil saber la anatomía tan bien como yo: te preguntaré sobre el ojo.”
Nuestro hombre parecía desconcertado. Continué: “¿Sabes lo que es el ojo? - Muy bien. - ¿Sabes que hay un párpado? - Sí. “¿Tienes alguna idea de lo que es una córnea? …” Él vacila. "¿La pupila? - ¡Vaya! Señor, la pupila, eso lo sé bien. ¿Sabes qué es el cristalino, el humor vítreo, la retina? - No señor; ¿de qué me serviría eso? Solo me ocupo de las enfermedades de los ojos. Le dije: "Para algo sirve, y te aseguro que sería casi necesario sospechar que hay un lente, sobre todo si quieres, como parece que lo haces a veces, operar cataratas". - No opero. - Pero si se te antojara sacarte una... “No hubo salida. Este desgraciado quería practicar el arte de la oculista, sin tener la menor noción de la anatomía del ojo.”
De hecho, es difícil ser menos exigente para darle a este desafortunado el derecho de pinchar legalmente a las personas. Parece, sin embargo, que no hizo ninguna operación - es cierto que su fantasía pudo haberlo llevado a esto - y que simplemente estaba en posesión de un remedio para curar la oftalmía, cuya aplicación, enteramente empírica, no requiere conocimiento especial, porque esto no es lo que uno llama practicar el arte de la oculista. En nuestra opinión, era más importante asegurarse de que el remedio no tuviera nada ofensivo; había curado a Béranger, era una presunción favorable, y en interés de la humanidad podía ser útil permitir su uso. Este hombre podría haber tenido los conocimientos anatómicos requeridos y obtenido su diploma, lo que no hubiera hecho bueno el remedio si hubiera sido malo; y, sin embargo, gracias a este diploma, este hombre podría haberlo entregado con total seguridad, por muy peligroso que fuera. Jesucristo, que sanó a ciegos, sordos, mudos y paralíticos, probablemente no sabía más de anatomía que él; y Sr. Trousseau indiscutiblemente le habría negado el derecho de hacer milagros. ¡Cuántas multas habría pagado estos días si no hubiera podido recuperarse sin un diploma!
Todo esto poco tiene que ver con los Espíritus, pero son las premisas del argumento bajo el cual aplastará a sus partidarios.
“Fui a buscar a Béranger y le conté la historia. Béranger exclamó: "¡Pero ese pobre hombre! ..."
Es probable que se dijera a sí mismo: ¡Y sin embargo me sanó! - Lejos de nosotros hacer aquí la apología de los charlatanes y los mercaderes de drogas; solo queremos decir que puede haber remedios efectivos fuera de las fórmulas del Codex; que los salvajes, que tienen secretos infalibles contra el mordisco de las serpientes, no conocen la teoría de la circulación de la sangre, ni la diferencia entre sangre venosa y sangre arterial. Nos gustaría saber si el Sr. Trousseau, mordido por una serpiente de cascabel o un trigonocéfalo, rechazaría su ayuda porque no tienen un diploma.
En un próximo artículo hablaremos específicamente sobre las diferentes categorías de medios curativos, que parecen estar multiplicándose desde hace algún tiempo.
“Le dije: “Mi querido Béranger, soy su médico desde hace ocho años; voy a pedirte una cuota hoy. – ¿Y qué honorarios? – Me vas a escribir una canción que me vas a dedicar, pero doy el coro... – ¡Sí-no!… ¿es este el estribillo? - ¡Vaya! ¡Qué estúpidos son los inteligentes! – Esta era una historia que habíamos escuchado de ahora en adelante, y no me volvió a hablar de su sacerdote polaco. ¿No es triste ver a un hombre como Béranger, a quien le dije tales cosas, no entender que su protegido podía hacer mucho daño, y era absolutamente incapaz de hacer nada útil para las enfermedades, las más simples de los ojos?”
Parece que Béranger no estaba muy convencido de la infalibilidad de los médicos titulados, y podría tomar parte en el estribillo:
¡Ay! ¡Qué estúpidos son los inteligentes!
“Ya ven, señores, la gente inteligente se deja llevar primero. Recuerda lo que sucedió a finales del siglo pasado. - Un empírico alemán utiliza la electricidad, todavía poco conocida en ese momento. Somete a unas cuantas mujeres frágiles a la acción del fluido; hay pequeños accidentes nerviosos, que atribuye a un fluido que emana de él mismo; estableció una extraña teoría que en ese momento se llamó mesmerismo. Viene a París; se instaló en la plaza Vendôme, en el centro del gran París, y allí la gente más rica, la gente de la más alta aristocracia de la capital, venía a hacer fila alrededor de la tina de Mesmer. No puedo decirles cuántas curas se han atribuido a Mesmer, que además es el inventor o el importador, entre nosotros, de esa maravilla llamada sonambulismo, es decir, de una de las heridas más vergonzosas del empirismo.
“¿Qué puedo decirte realmente sobre el sonambulismo? Muchachas histéricas, las más de las veces perdidas, se aparean con algún charlatán hambriento, y ahí están simulando éxtasis, catalepsia, sueño, y escupiendo, con la más bufonesca seguridad, más tonterías de las que os podáis imaginar, no me imagino, tonterías bien pagadas, disparate bien aceptado, creído con una fe mucho más robusta que el consejo del practicante más ilustrado.”
¿De qué sirve ser inteligente si los que lo son, son los primeros en ser atrapados? ¿Qué se necesita para que no te atrapen? para ser aprendido? - No. – ¿Ser miembro del Instituto? – No, ya que muchos tienen la debilidad de preferir a los charlatanes a sus colegas; es Sr. Trousseau quien nos enseña. - ¿Ser un doctor? - No más, porque muchos también ceden al absurdo del magnetismo. - Entonces, ¿qué se necesita para tener sentido común? - Sea el Sr. Trousseau.
El Sr. Trousseau es sin duda libre de expresar su opinión, de creer o no creer en el sonambulismo; pero ¿no es ir más allá de los límites del decoro tratar a todos los sonámbulos como niñas perdidas unidas a charlatanes? Que haya abusos en esto como en todo es inevitable, y la misma medicina oficial no está exenta de ello; sin duda hay simulacros de sonambulismo, pero porque hay falsos devotos, ¿significa esto que no hay verdadera devoción? Sr. Trousseau no sabe que entre los sonámbulos profesionales hay mujeres casadas muy respetables; que el número de los que no sobresalen es mucho mayor; que hay algunos en las familias más honorables y de más alta posición; que muchos médicos, bien y debidamente calificados, de conocimientos indiscutibles, se hacen hoy paladines declarados del magnetismo, que emplean con éxito en multitud de casos rebeldes a la medicina ordinaria. No buscaremos que el Sr. Trousseau reconsidere su opinión probándole la existencia del magnetismo y del sonambulismo, porque es probable que esto sea un esfuerzo inútil; eso iría más allá de nuestro marco; pero diremos que si la burla y el sarcasmo son armas indignas de la ciencia, más indigna aún es que la ciencia arrastre por el lodo una ciencia ya difundida por todo el mundo, reconocida y practicada por los hombres más inteligentes, honorables, y arroje contra los que la profesan la injuria más grosera que pueda encontrarse en el vocabulario de la injuria. Uno solo puede lamentar escuchar expresiones tan triviales y hechas para inspirar disgusto, para descender del púlpito de enseñanza.
Te sorprende que las tonterías, como te gusta llamarlas, se crean con una fe mucho más robusta que los consejos del practicante más ilustrado; la razón radica en la innumerable cantidad de errores cometidos por los practicantes más ilustrados, de los cuales citaremos sólo dos ejemplos.
Una señora que conocíamos tenía un niño de cuatro o cinco años, con un tumor en la rodilla, como resultado de una caída. El mal se hizo tan grave que pensó que debía consultar a un médico célebre, quien declaró indispensable y urgente la amputación para la vida del niño. La madre estaba sonámbula; Incapaz de decidirse por esta operación, cuyo éxito era dudoso, se comprometió a tratarlo ella misma. Después de un mes, la curación fue completa. Un año después fue ella, con su niño gordo y sano, a ver al médico y le dijo: "Aquí está el niño que, según tú, se moriría si no le cortaran la pierna. - ¡Qué quieres, dijo él, la naturaleza tiene recursos tan imprevistos!”
El otro hecho es personal para nosotros. Hace unos diez años me quedé casi ciego, al punto de no poder leer ni escribir, y de no reconocer a una persona a la que le estrechaba la mano. Consulté a las personalidades de la ciencia, entre otros al Doctor L..., profesor clínico para enfermedades de los ojos; después de un examen muy atento y muy concienzudo, declaró que yo sufría de amaurosis y que sólo tenía que resignarme. Fui a ver a un sonámbulo que me dijo que no era amaurosis, sino una apoplejía en los ojos, que podía degenerar en amaurosis si no se trataba adecuadamente; ella declaró responsable de la cura. En quince días, dice, experimentarás una ligera mejoría; en un mes empezarás a ver, y en dos o tres meses ya no aparecerá. Todo sucedió como ella lo había planeado, y mi vista está completamente restaurada.
El Sr. Trousseau continúa:
“¡Hasta hoy has visto a un americano que evoca a los Espíritus, hace hablar a Sócrates, Voltaire, Rousseau, Jesucristo, a quien tú quieras! Les hace hablar, ¿en qué lugares? ¿En los antros de unos cuantos borrachos? “
La elección de expresiones del profesor es verdaderamente notable.
“No, los hace hablar en los palacios, en el Senado, en los salones más aristocráticos de París. Y hay gente honesta que dice: “Pero yo lo vi; recibí una bofetada de una mano invisible; ¡la mesa está montada en el techo! Te lo dicen y lo repiten. Y los Espíritus raperos permanecieron durante siete u ocho meses en posesión de hombres pasmosos, de mujeres aterradoras, de darles ataques de nervios. Esta estupidez que no tiene nombre, esta estupidez que el hombre más rudo se avergonzaría de aceptar ha sido aceptada por los ilustrados, pero quizás más aún por las clases altas de la sociedad parisina.”
El señor Trousseau podría haber añadido: y de todo el mundo. Parece ignorar que esta estupidez sin nombre no duró siete u ocho meses, pero todavía dura y se extiende por todas partes cada vez más; que la evocación de los Espíritus no es privilegio de un americano, sino de miles de personas de todos los sexos, y de todas las edades y de todos los países. Hasta ahora, lógicamente, la adhesión de las masas y de los ilustrados se había considerado ante todo como de cierto valor; parece que no es así, y que la única opinión sensata es la del Sr. Trousseau y la de los que piensan como él. En cuanto a los demás, cualquiera que sea su rango, su posición social, su educación, si viven en un palacio o se sientan en los primeros cuerpos del Estado, están por debajo del hombre más grosero, ya que el hombre más grosero se avergonzaría de aceptar sus ideas. Cuando una opinión es tan difundida como la del Espiritismo, cuando en lugar de disminuirla progresa con una rapidez maravillosa, cuando es aceptada por la élite de la sociedad, si es falsa y peligrosa, hay que oponerle un dique, debe oponerse pruebas en contrario; ahora bien, parece que el Sr. Trousseau no tiene otro argumento que oponerle que este argumento:
¡Ay! ¡Qué estúpidos son los inteligentes!
Profesor de la facultad de medicina. Conferencias hechas en la asociación politécnica para la libre educación de los trabajadores, 18 y 25 de mayo de 1862 (broch. in-8°).
Si los cuernos del demonio se han usado inútilmente para derribar el Espiritismo, he aquí un refuerzo que llega a los adversarios: es el Doctor Trousseau quien viene a dar el golpe de gracia a los Espíritus. Desgraciadamente, si Sr. Trousseau no cree en los Espíritus, difícilmente cree en el diablo; pero poco importa la ayuda, con tal de que venza al enemigo. Este nuevo campeón sin duda dirá la última palabra de la ciencia sobre este tema; es lo menos que podemos esperar de un hombre altamente posicionado por su conocimiento. Al atacar nuevas ideas, no querrá dejar un argumento sin respuesta; no querrá que lo acusen de hablar de algo que no sabe; sin duda tomará todos los fenómenos uno por uno, los escudriñará, los analizará, los comentará, los explicará, los demolerá, demostrando por “a” más “b” que son ilusiones. ¡Ay! ¡Espíritas, manténganse firmes! Si Sr. Trousseau no era un científico o era solo un erudito a medias, muy bien podría olvidar algo; pero un científico completo no querrá dejar el trabajo a medias; generalmente hábil, querrá la victoria completa. ¡Escuchemos y temblemos!
Después de una diatriba sobre las personas que quedan atrapadas en el anzuelo, se expresa así:
“Es realmente que las personas capaces de juzgar cualquier cosa no son las más numerosas. Sr. de Sartines quería enviar a Fort-l'Évêque a un charlatán que vendió su droga en el Pont-Neuf e hizo un buen negocio. Lo llamó y le dijo: “Maraud, ¿cómo haces para atraer a tanta gente y ganar tanto dinero? El hombre respondió: "Monseñor, ¿cuántas personas cree que pasan por el Pont-Neuf todos los días?" - No sé. - Te diré: diez mil más o menos. ¿Cuántas personas inteligentes crees que hay en este número? - ¡Vaya! ¡Vaya! tal vez cien, dijo el Sr. de Sartines. - Eso es mucho, pero te los dejo a ti, y me quedo con los otros nueve mil novecientos para mí.”
“El charlatán era demasiado modesto y Sr. de Sartines demasiado severo para la población parisina. Sin duda más de cien personas inteligentes cruzaron el Pont-Neuf, y los más inteligentes quizás se detuvieron frente a los caballetes del mercader de drogas con tanta confianza como la multitud; pues, señores, diría que las clases altas están sujetas a la influencia de la charlatanería.
“Entre nuestras sociedades científicas, citaré el Instituto; citaré la sección de la Academia de Ciencias que ciertamente contiene la élite de los eruditos de nuestro país; de estos eruditos, hay por lo menos veinte que se dirigen a los charlatanes.”
Prueba evidente de la gran confianza que tienen en los conocimientos de sus compañeros, ya que prefieren a los charlatanes.
“Son gente de mucho mérito, es verdad; solamente, por el hecho de ser eminentes matemáticos, químicos o naturalistas, concluyen que son muy buenos médicos, y luego se creen perfectamente capaces de juzgar cosas que ignoran por completo.”
Si esto prueba a favor de su ciencia, difícilmente prueba a favor de su modestia y juicio. Se han lanzado muchos ataques satíricos contra los estudiosos del Instituto: no conocemos ninguno más mordaz. Es probable, pues, que el profesor, uniendo el ejemplo al precepto, hable sólo de lo que sabe.
“Entre nosotros, a veces tenemos este pudor de que, cuando sólo somos médicos, si se nos ofrecen grandes teoremas de matemáticas o de mecánica, admitimos que no sabemos, declinamos nuestra competencia; pero los verdaderos eruditos nunca declinan su competencia en nada, especialmente en lo que concierne a la medicina.”
Dado que los médicos declinan su competencia en lo que no saben, esto es una garantía para nosotros de que el Sr. Trousseau no se ocuparía, especialmente en una lección pública, de cuestiones relacionadas con la psicología, sin estar profundamente versado en estos asuntos. Este conocimiento sin duda le proporcionará argumentos irresistibles para apoyar su juicio.
“Los empíricos, por desgracia, siempre tienen mucho acceso a las personas ingeniosas. Tuve el gran honor de ser íntimo amigo del ilustre Béranger.
“En 1848, tuvo una oftalmía leve por lo que el Sr. Bretonneau le había aconsejado que tomara gotas para los ojos. Esta oftalmía cura; pero, como Béranger leía y trabajaba mucho, como era un poco dartoso, volvió la oftalmía; así que recurrió a un sacerdote polaco que curaba enfermedades de los ojos con un remedio secreto. En ese momento, yo era presidente, en la Facultad, del jurado encargado de los exámenes de los funcionarios de salud. Como el cura polaco había tenido problemas con la policía, porque él tenía pinchado unos ojos, quería ponerse en orden. Con este fin, fue a buscar a Béranger y le preguntó si, por su influencia, podría hacerse recibir como oficial de salud, para poder tratar a sus anchas a los ojos y a los ciegos.”
Si Béranger había sido curado por el Sr. Bretonneau, ¿por qué recurrió a otra persona? Es bastante natural tener más confianza en quien nos ha curado, que ha conocido nuestra naturaleza, que en un extraño.
El diploma es en efecto un salvoconducto que no sólo permite a los sanitarios cegar a las personas, sino a los médicos matarlas sin remordimientos y sin responsabilidad. Esta es sin duda la razón por la cual sus sabios colegas, como admite Sr. Trousseau, son tan propensos a dirigirse a empíricos y charlatanes.
“Béranger vino a buscarme y me dijo: “Amigo mío, hazme un gran servicio; intenta que este pobre diablo sea recibido; trata sólo de enfermedades de los ojos, y aunque los exámenes de los oficiales de salud incluyen todas las ramas del arte de curar, tenga indulgencia, clemencia; es un refugiado, y luego me curó: esa es la mejor de las razones.” Le respondí: "Envíame a tu hombre". El sacerdote polaco vino a mi casa. — Me lo recomienda —dije— un hombre a quien estoy singularmente ansioso por complacer; es el más querido de mis amigos; además, es Béranger, que es aún mejor. Dos de mis colegas, con quienes he hablado, y yo estamos muy decididos a hacer lo que sea posible; sólo que nuestros exámenes son públicos, y quizás sea bueno tapar un poco los oídos, eso es lo de menos. Añadí: “Mira, seré un buen soberano; voy a hacer el examen de anatomía, y no te será difícil saber la anatomía tan bien como yo: te preguntaré sobre el ojo.”
Nuestro hombre parecía desconcertado. Continué: “¿Sabes lo que es el ojo? - Muy bien. - ¿Sabes que hay un párpado? - Sí. “¿Tienes alguna idea de lo que es una córnea? …” Él vacila. "¿La pupila? - ¡Vaya! Señor, la pupila, eso lo sé bien. ¿Sabes qué es el cristalino, el humor vítreo, la retina? - No señor; ¿de qué me serviría eso? Solo me ocupo de las enfermedades de los ojos. Le dije: "Para algo sirve, y te aseguro que sería casi necesario sospechar que hay un lente, sobre todo si quieres, como parece que lo haces a veces, operar cataratas". - No opero. - Pero si se te antojara sacarte una... “No hubo salida. Este desgraciado quería practicar el arte de la oculista, sin tener la menor noción de la anatomía del ojo.”
De hecho, es difícil ser menos exigente para darle a este desafortunado el derecho de pinchar legalmente a las personas. Parece, sin embargo, que no hizo ninguna operación - es cierto que su fantasía pudo haberlo llevado a esto - y que simplemente estaba en posesión de un remedio para curar la oftalmía, cuya aplicación, enteramente empírica, no requiere conocimiento especial, porque esto no es lo que uno llama practicar el arte de la oculista. En nuestra opinión, era más importante asegurarse de que el remedio no tuviera nada ofensivo; había curado a Béranger, era una presunción favorable, y en interés de la humanidad podía ser útil permitir su uso. Este hombre podría haber tenido los conocimientos anatómicos requeridos y obtenido su diploma, lo que no hubiera hecho bueno el remedio si hubiera sido malo; y, sin embargo, gracias a este diploma, este hombre podría haberlo entregado con total seguridad, por muy peligroso que fuera. Jesucristo, que sanó a ciegos, sordos, mudos y paralíticos, probablemente no sabía más de anatomía que él; y Sr. Trousseau indiscutiblemente le habría negado el derecho de hacer milagros. ¡Cuántas multas habría pagado estos días si no hubiera podido recuperarse sin un diploma!
Todo esto poco tiene que ver con los Espíritus, pero son las premisas del argumento bajo el cual aplastará a sus partidarios.
“Fui a buscar a Béranger y le conté la historia. Béranger exclamó: "¡Pero ese pobre hombre! ..."
Es probable que se dijera a sí mismo: ¡Y sin embargo me sanó! - Lejos de nosotros hacer aquí la apología de los charlatanes y los mercaderes de drogas; solo queremos decir que puede haber remedios efectivos fuera de las fórmulas del Codex; que los salvajes, que tienen secretos infalibles contra el mordisco de las serpientes, no conocen la teoría de la circulación de la sangre, ni la diferencia entre sangre venosa y sangre arterial. Nos gustaría saber si el Sr. Trousseau, mordido por una serpiente de cascabel o un trigonocéfalo, rechazaría su ayuda porque no tienen un diploma.
En un próximo artículo hablaremos específicamente sobre las diferentes categorías de medios curativos, que parecen estar multiplicándose desde hace algún tiempo.
“Le dije: “Mi querido Béranger, soy su médico desde hace ocho años; voy a pedirte una cuota hoy. – ¿Y qué honorarios? – Me vas a escribir una canción que me vas a dedicar, pero doy el coro... – ¡Sí-no!… ¿es este el estribillo? - ¡Vaya! ¡Qué estúpidos son los inteligentes! – Esta era una historia que habíamos escuchado de ahora en adelante, y no me volvió a hablar de su sacerdote polaco. ¿No es triste ver a un hombre como Béranger, a quien le dije tales cosas, no entender que su protegido podía hacer mucho daño, y era absolutamente incapaz de hacer nada útil para las enfermedades, las más simples de los ojos?”
Parece que Béranger no estaba muy convencido de la infalibilidad de los médicos titulados, y podría tomar parte en el estribillo:
¡Ay! ¡Qué estúpidos son los inteligentes!
“Ya ven, señores, la gente inteligente se deja llevar primero. Recuerda lo que sucedió a finales del siglo pasado. - Un empírico alemán utiliza la electricidad, todavía poco conocida en ese momento. Somete a unas cuantas mujeres frágiles a la acción del fluido; hay pequeños accidentes nerviosos, que atribuye a un fluido que emana de él mismo; estableció una extraña teoría que en ese momento se llamó mesmerismo. Viene a París; se instaló en la plaza Vendôme, en el centro del gran París, y allí la gente más rica, la gente de la más alta aristocracia de la capital, venía a hacer fila alrededor de la tina de Mesmer. No puedo decirles cuántas curas se han atribuido a Mesmer, que además es el inventor o el importador, entre nosotros, de esa maravilla llamada sonambulismo, es decir, de una de las heridas más vergonzosas del empirismo.
“¿Qué puedo decirte realmente sobre el sonambulismo? Muchachas histéricas, las más de las veces perdidas, se aparean con algún charlatán hambriento, y ahí están simulando éxtasis, catalepsia, sueño, y escupiendo, con la más bufonesca seguridad, más tonterías de las que os podáis imaginar, no me imagino, tonterías bien pagadas, disparate bien aceptado, creído con una fe mucho más robusta que el consejo del practicante más ilustrado.”
¿De qué sirve ser inteligente si los que lo son, son los primeros en ser atrapados? ¿Qué se necesita para que no te atrapen? para ser aprendido? - No. – ¿Ser miembro del Instituto? – No, ya que muchos tienen la debilidad de preferir a los charlatanes a sus colegas; es Sr. Trousseau quien nos enseña. - ¿Ser un doctor? - No más, porque muchos también ceden al absurdo del magnetismo. - Entonces, ¿qué se necesita para tener sentido común? - Sea el Sr. Trousseau.
El Sr. Trousseau es sin duda libre de expresar su opinión, de creer o no creer en el sonambulismo; pero ¿no es ir más allá de los límites del decoro tratar a todos los sonámbulos como niñas perdidas unidas a charlatanes? Que haya abusos en esto como en todo es inevitable, y la misma medicina oficial no está exenta de ello; sin duda hay simulacros de sonambulismo, pero porque hay falsos devotos, ¿significa esto que no hay verdadera devoción? Sr. Trousseau no sabe que entre los sonámbulos profesionales hay mujeres casadas muy respetables; que el número de los que no sobresalen es mucho mayor; que hay algunos en las familias más honorables y de más alta posición; que muchos médicos, bien y debidamente calificados, de conocimientos indiscutibles, se hacen hoy paladines declarados del magnetismo, que emplean con éxito en multitud de casos rebeldes a la medicina ordinaria. No buscaremos que el Sr. Trousseau reconsidere su opinión probándole la existencia del magnetismo y del sonambulismo, porque es probable que esto sea un esfuerzo inútil; eso iría más allá de nuestro marco; pero diremos que si la burla y el sarcasmo son armas indignas de la ciencia, más indigna aún es que la ciencia arrastre por el lodo una ciencia ya difundida por todo el mundo, reconocida y practicada por los hombres más inteligentes, honorables, y arroje contra los que la profesan la injuria más grosera que pueda encontrarse en el vocabulario de la injuria. Uno solo puede lamentar escuchar expresiones tan triviales y hechas para inspirar disgusto, para descender del púlpito de enseñanza.
Te sorprende que las tonterías, como te gusta llamarlas, se crean con una fe mucho más robusta que los consejos del practicante más ilustrado; la razón radica en la innumerable cantidad de errores cometidos por los practicantes más ilustrados, de los cuales citaremos sólo dos ejemplos.
Una señora que conocíamos tenía un niño de cuatro o cinco años, con un tumor en la rodilla, como resultado de una caída. El mal se hizo tan grave que pensó que debía consultar a un médico célebre, quien declaró indispensable y urgente la amputación para la vida del niño. La madre estaba sonámbula; Incapaz de decidirse por esta operación, cuyo éxito era dudoso, se comprometió a tratarlo ella misma. Después de un mes, la curación fue completa. Un año después fue ella, con su niño gordo y sano, a ver al médico y le dijo: "Aquí está el niño que, según tú, se moriría si no le cortaran la pierna. - ¡Qué quieres, dijo él, la naturaleza tiene recursos tan imprevistos!”
El otro hecho es personal para nosotros. Hace unos diez años me quedé casi ciego, al punto de no poder leer ni escribir, y de no reconocer a una persona a la que le estrechaba la mano. Consulté a las personalidades de la ciencia, entre otros al Doctor L..., profesor clínico para enfermedades de los ojos; después de un examen muy atento y muy concienzudo, declaró que yo sufría de amaurosis y que sólo tenía que resignarme. Fui a ver a un sonámbulo que me dijo que no era amaurosis, sino una apoplejía en los ojos, que podía degenerar en amaurosis si no se trataba adecuadamente; ella declaró responsable de la cura. En quince días, dice, experimentarás una ligera mejoría; en un mes empezarás a ver, y en dos o tres meses ya no aparecerá. Todo sucedió como ella lo había planeado, y mi vista está completamente restaurada.
El Sr. Trousseau continúa:
“¡Hasta hoy has visto a un americano que evoca a los Espíritus, hace hablar a Sócrates, Voltaire, Rousseau, Jesucristo, a quien tú quieras! Les hace hablar, ¿en qué lugares? ¿En los antros de unos cuantos borrachos? “
La elección de expresiones del profesor es verdaderamente notable.
“No, los hace hablar en los palacios, en el Senado, en los salones más aristocráticos de París. Y hay gente honesta que dice: “Pero yo lo vi; recibí una bofetada de una mano invisible; ¡la mesa está montada en el techo! Te lo dicen y lo repiten. Y los Espíritus raperos permanecieron durante siete u ocho meses en posesión de hombres pasmosos, de mujeres aterradoras, de darles ataques de nervios. Esta estupidez que no tiene nombre, esta estupidez que el hombre más rudo se avergonzaría de aceptar ha sido aceptada por los ilustrados, pero quizás más aún por las clases altas de la sociedad parisina.”
El señor Trousseau podría haber añadido: y de todo el mundo. Parece ignorar que esta estupidez sin nombre no duró siete u ocho meses, pero todavía dura y se extiende por todas partes cada vez más; que la evocación de los Espíritus no es privilegio de un americano, sino de miles de personas de todos los sexos, y de todas las edades y de todos los países. Hasta ahora, lógicamente, la adhesión de las masas y de los ilustrados se había considerado ante todo como de cierto valor; parece que no es así, y que la única opinión sensata es la del Sr. Trousseau y la de los que piensan como él. En cuanto a los demás, cualquiera que sea su rango, su posición social, su educación, si viven en un palacio o se sientan en los primeros cuerpos del Estado, están por debajo del hombre más grosero, ya que el hombre más grosero se avergonzaría de aceptar sus ideas. Cuando una opinión es tan difundida como la del Espiritismo, cuando en lugar de disminuirla progresa con una rapidez maravillosa, cuando es aceptada por la élite de la sociedad, si es falsa y peligrosa, hay que oponerle un dique, debe oponerse pruebas en contrario; ahora bien, parece que el Sr. Trousseau no tiene otro argumento que oponerle que este argumento:
¡Ay! ¡Qué estúpidos son los inteligentes!
Obituario
Muerte
del obispo de Barcelona
Nos dicen desde España que el obispo de Barcelona, el que hizo quemar trescientos tomos espíritas a manos del verdugo el 9 de octubre de 1861[1], murió el 9 de ese mismo mes, y fue sepultado con la pompa acostumbrada a los jefes de la Iglesia. Han transcurrido sólo nueve meses desde entonces, y este auto de fe ya produjo los resultados previstos por todos, es decir, aceleró la propagación del Espiritismo en este país. En efecto, el impacto que ha tenido en este siglo este indecible acto ha llamado sobre esta doctrina la atención de una multitud de personas que nunca habían oído hablar de ella, y la prensa de cualquier opinión podría quedarse callada. El artificio desplegado en esta circunstancia era sobre todo de naturaleza de picar la curiosidad por la atracción del fruto prohibido, y sobre todo por la misma importancia que éste daba a la cosa, porque cada uno se decía a sí mismo que no se procede así por una tontería o un sueño hueco; naturalmente, el pensamiento se remonta a algunos siglos atrás, y la gente se decía a sí misma que no hace mucho, en este mismo país, no habrían quemado solo libros, sino personas. ¿Qué podrían contener los libros dignos de la solemnidad de la hoguera? Esto es lo que quisimos saber, y el resultado fue en España lo que es donde se ha atacado al Espiritismo; sin las burlas o los graves ataques de que ha sido objeto, tendría diez veces menos partidarios de los que tiene; cuanto más violenta y reiterada ha sido la crítica, más se ha resaltado y hecho crecer; ataques inocuos habrían pasado desapercibidos, mientras relámpagos despiertan a los más entumecidos; queremos ver qué pasa, y eso es todo lo que pedimos, seguros de antemano del resultado del examen. Este es un hecho positivo, porque cada vez que, en cualquier localidad, el anatema desciende sobre él desde el púlpito, estamos seguros de ver aumentar el número de nuestros suscriptores, y ver venir algunos si antes no los había. España no pudo sustraerse a esta consecuencia, por lo que no hay Espírita que no se regocije al enterarse del auto de fe de Barcelona, seguido poco después por el de Alicante, y más de un adversario incluso deploró un acto donde la religión no tenía nada que ganar. Tenemos todos los días la prueba irrefutable de la marcha progresiva del Espiritismo en las clases más ilustradas de este país; donde tiene celosos y fervientes seguidores.
Uno de nuestros corresponsales españoles, al anunciar la muerte del obispo de Barcelona, nos instó a mencionarlo. Nos disponíamos a hacer esto, y en consecuencia habíamos preparado algunas preguntas, cuando espontáneamente se manifestó a uno de nuestros médiums, respondiendo con anticipación a todas las solicitudes que queríamos dirigirle, y antes de que se hubieran pronunciado. Su comunicación, de carácter completamente inesperado, contenía, entre otras cosas, el siguiente pasaje:
“… Ayudado por vuestro guía espiritual, pude venir y enseñaros con mi ejemplo y deciros: No rechacéis ninguna de las ideas anunciadas, porque un día, un día que durará y pesará como un siglo, estas ideas amontonadas gritarán como la voz del ángel: Caín, ¿qué has hecho con tu hermano? ¿Qué has hecho con nuestro poder, que era consolar y elevar a la humanidad? El hombre que voluntariamente vive ciego y sordo en espíritu, como los demás lo son en cuerpo, sufrirá, expiará y renacerá para recomenzar la labor intelectual que su pereza, su soberbia, le hizo evitar; y esta voz terrible me dijo: Has quemado las ideas, y las ideas te quemarán…
" Reza por mí; orad, porque agrada a Dios la oración que el perseguido le dirige por el perseguidor.
“El que fue obispo y que ahora es sólo un penitente.”
Este contraste entre las palabras del Espíritu y las del hombre no es sorprendente; todos los días vemos personas que piensan diferente después de la muerte que, durante la vida, una vez caída la venda de las ilusiones, y esto es una prueba incontestable de superioridad; los Espíritus inferiores y vulgares persisten solos en los errores y prejuicios de la vida terrenal. En vida, el obispo de Barcelona vio el Espiritismo a través de un prisma particular que distorsionaba sus colores, o, mejor dicho, no lo conocía. Ahora lo ve en su verdadera luz, sondea sus profundidades; caído el velo, ya no es para él una simple opinión, una teoría efímera que puede ser sofocada en cenizas; es un hecho; es la revelación de una ley de la naturaleza, una ley irresistible como el poder de la gravitación, una ley que debe, por la fuerza de las cosas, ser aceptada por todos, como todo lo que es natural. Esto es lo que entiende ahora, y lo que le hace decir que: “las ideas que quería quemar lo quemarán”, es decir, se llevará los prejuicios que le habían hecho condenarlas.
No podemos reprochárselo, pues, por la triple razón de que el verdadero Espírita no guarda rencor a nadie, no guarda resentimientos, olvida las ofensas y, siguiendo el ejemplo de Cristo, perdona a sus enemigos; en segundo lugar, que lejos de perjudicarnos, nos ha servido; finalmente, que nos pida la oración de los perseguidos por el perseguidor, como la más agradable a Dios, pensada enteramente en la caridad, digna de la humildad cristiana que revelan estas últimas palabras: " El que fue obispo y que ahora es sólo un penitente. Hermosa imagen de las dignidades terrenales dejadas al borde de la tumba, para presentarse a Dios tal como uno es, sin el dispositivo que impone a los hombres.
Espíritas, perdonémosle el mal que quiso hacernos, como quisiéramos que nuestras ofensas nos sean perdonadas, y oremos por él en el aniversario del auto de fe del 9 de octubre de 1861.
______________________________________
(1) Véase, para más detalles, la Revista Espírita de los meses de noviembre y diciembre de 1861.
Nos dicen desde España que el obispo de Barcelona, el que hizo quemar trescientos tomos espíritas a manos del verdugo el 9 de octubre de 1861[1], murió el 9 de ese mismo mes, y fue sepultado con la pompa acostumbrada a los jefes de la Iglesia. Han transcurrido sólo nueve meses desde entonces, y este auto de fe ya produjo los resultados previstos por todos, es decir, aceleró la propagación del Espiritismo en este país. En efecto, el impacto que ha tenido en este siglo este indecible acto ha llamado sobre esta doctrina la atención de una multitud de personas que nunca habían oído hablar de ella, y la prensa de cualquier opinión podría quedarse callada. El artificio desplegado en esta circunstancia era sobre todo de naturaleza de picar la curiosidad por la atracción del fruto prohibido, y sobre todo por la misma importancia que éste daba a la cosa, porque cada uno se decía a sí mismo que no se procede así por una tontería o un sueño hueco; naturalmente, el pensamiento se remonta a algunos siglos atrás, y la gente se decía a sí misma que no hace mucho, en este mismo país, no habrían quemado solo libros, sino personas. ¿Qué podrían contener los libros dignos de la solemnidad de la hoguera? Esto es lo que quisimos saber, y el resultado fue en España lo que es donde se ha atacado al Espiritismo; sin las burlas o los graves ataques de que ha sido objeto, tendría diez veces menos partidarios de los que tiene; cuanto más violenta y reiterada ha sido la crítica, más se ha resaltado y hecho crecer; ataques inocuos habrían pasado desapercibidos, mientras relámpagos despiertan a los más entumecidos; queremos ver qué pasa, y eso es todo lo que pedimos, seguros de antemano del resultado del examen. Este es un hecho positivo, porque cada vez que, en cualquier localidad, el anatema desciende sobre él desde el púlpito, estamos seguros de ver aumentar el número de nuestros suscriptores, y ver venir algunos si antes no los había. España no pudo sustraerse a esta consecuencia, por lo que no hay Espírita que no se regocije al enterarse del auto de fe de Barcelona, seguido poco después por el de Alicante, y más de un adversario incluso deploró un acto donde la religión no tenía nada que ganar. Tenemos todos los días la prueba irrefutable de la marcha progresiva del Espiritismo en las clases más ilustradas de este país; donde tiene celosos y fervientes seguidores.
Uno de nuestros corresponsales españoles, al anunciar la muerte del obispo de Barcelona, nos instó a mencionarlo. Nos disponíamos a hacer esto, y en consecuencia habíamos preparado algunas preguntas, cuando espontáneamente se manifestó a uno de nuestros médiums, respondiendo con anticipación a todas las solicitudes que queríamos dirigirle, y antes de que se hubieran pronunciado. Su comunicación, de carácter completamente inesperado, contenía, entre otras cosas, el siguiente pasaje:
“… Ayudado por vuestro guía espiritual, pude venir y enseñaros con mi ejemplo y deciros: No rechacéis ninguna de las ideas anunciadas, porque un día, un día que durará y pesará como un siglo, estas ideas amontonadas gritarán como la voz del ángel: Caín, ¿qué has hecho con tu hermano? ¿Qué has hecho con nuestro poder, que era consolar y elevar a la humanidad? El hombre que voluntariamente vive ciego y sordo en espíritu, como los demás lo son en cuerpo, sufrirá, expiará y renacerá para recomenzar la labor intelectual que su pereza, su soberbia, le hizo evitar; y esta voz terrible me dijo: Has quemado las ideas, y las ideas te quemarán…
" Reza por mí; orad, porque agrada a Dios la oración que el perseguido le dirige por el perseguidor.
“El que fue obispo y que ahora es sólo un penitente.”
Este contraste entre las palabras del Espíritu y las del hombre no es sorprendente; todos los días vemos personas que piensan diferente después de la muerte que, durante la vida, una vez caída la venda de las ilusiones, y esto es una prueba incontestable de superioridad; los Espíritus inferiores y vulgares persisten solos en los errores y prejuicios de la vida terrenal. En vida, el obispo de Barcelona vio el Espiritismo a través de un prisma particular que distorsionaba sus colores, o, mejor dicho, no lo conocía. Ahora lo ve en su verdadera luz, sondea sus profundidades; caído el velo, ya no es para él una simple opinión, una teoría efímera que puede ser sofocada en cenizas; es un hecho; es la revelación de una ley de la naturaleza, una ley irresistible como el poder de la gravitación, una ley que debe, por la fuerza de las cosas, ser aceptada por todos, como todo lo que es natural. Esto es lo que entiende ahora, y lo que le hace decir que: “las ideas que quería quemar lo quemarán”, es decir, se llevará los prejuicios que le habían hecho condenarlas.
No podemos reprochárselo, pues, por la triple razón de que el verdadero Espírita no guarda rencor a nadie, no guarda resentimientos, olvida las ofensas y, siguiendo el ejemplo de Cristo, perdona a sus enemigos; en segundo lugar, que lejos de perjudicarnos, nos ha servido; finalmente, que nos pida la oración de los perseguidos por el perseguidor, como la más agradable a Dios, pensada enteramente en la caridad, digna de la humildad cristiana que revelan estas últimas palabras: " El que fue obispo y que ahora es sólo un penitente. Hermosa imagen de las dignidades terrenales dejadas al borde de la tumba, para presentarse a Dios tal como uno es, sin el dispositivo que impone a los hombres.
Espíritas, perdonémosle el mal que quiso hacernos, como quisiéramos que nuestras ofensas nos sean perdonadas, y oremos por él en el aniversario del auto de fe del 9 de octubre de 1861.
______________________________________
(1) Véase, para más detalles, la Revista Espírita de los meses de noviembre y diciembre de 1861.
Muerte
de la Sra. Home
Leemos en el Nord, 15 de julio de 1862:
“El famoso Sr. Dunglas Home ha pasado estos días por París. Muy poca gente lo ha visto. Acaba de perder a su esposa, hermana de la condesa Kouchelew-Bezborodko. Por cruel que sea, esta pérdida es menos sensible, dice, para él que, para cualquier otro, no porque haya amado menos, sino porque la muerte no lo separa de la que aquí abajo lleva su nombre. Se ven, hablan tan fácilmente como cuando vivían juntos en el mismo planeta.
“Sr. Home es católico romano, y su esposa, antes de exhalar su último suspiro, deseando unirse a su esposo en una comunión espiritual, abjuró de la religión griega a manos del obispo de Périgueux. Esto tuvo lugar en el Chateau de Laroche, en la casa del Conde Kouchelew.”
El folletín - porque es un folletín, al lado del Pré-Catelan, que se encuentra esta nota - está firmado Nemo, uno de los críticos que no escatimó las burlas a los Espíritas y sus pretensiones de conversar con los muertos. ¿No es, señor, divertido creer que los que hemos amado no se pierden para siempre, que los volveremos a ver? ¿No es muy ridículo, muy estúpido, muy supersticioso creer que están junto a nosotros, que nos ven y nos escuchan cuando nosotros no los vemos, y que pueden comunicarse con nosotros? Sr. Home y su mujer viéndose, conversando tan fácilmente como si estuvieran juntos, ¡qué tontería! ¡Y pensar que, a mediados del siglo XIX, en un siglo de luces, hay gente tan crédula como para creer en semejantes tonterías, dignas de los cuentos de Perrault! Pregúntele al Sr. Trousseau por qué. ¡La nada, háblame de eso! ¡Eso es lógico! Somos mucho más libres para hacer lo que queramos durante la vida; al menos no le tememos al futuro. Sí; pero el desgraciado, ¿dónde está su compensación? - Nemo ¡seudónimo singular de circunstancia!
Leemos en el Nord, 15 de julio de 1862:
“El famoso Sr. Dunglas Home ha pasado estos días por París. Muy poca gente lo ha visto. Acaba de perder a su esposa, hermana de la condesa Kouchelew-Bezborodko. Por cruel que sea, esta pérdida es menos sensible, dice, para él que, para cualquier otro, no porque haya amado menos, sino porque la muerte no lo separa de la que aquí abajo lleva su nombre. Se ven, hablan tan fácilmente como cuando vivían juntos en el mismo planeta.
“Sr. Home es católico romano, y su esposa, antes de exhalar su último suspiro, deseando unirse a su esposo en una comunión espiritual, abjuró de la religión griega a manos del obispo de Périgueux. Esto tuvo lugar en el Chateau de Laroche, en la casa del Conde Kouchelew.”
El folletín - porque es un folletín, al lado del Pré-Catelan, que se encuentra esta nota - está firmado Nemo, uno de los críticos que no escatimó las burlas a los Espíritas y sus pretensiones de conversar con los muertos. ¿No es, señor, divertido creer que los que hemos amado no se pierden para siempre, que los volveremos a ver? ¿No es muy ridículo, muy estúpido, muy supersticioso creer que están junto a nosotros, que nos ven y nos escuchan cuando nosotros no los vemos, y que pueden comunicarse con nosotros? Sr. Home y su mujer viéndose, conversando tan fácilmente como si estuvieran juntos, ¡qué tontería! ¡Y pensar que, a mediados del siglo XIX, en un siglo de luces, hay gente tan crédula como para creer en semejantes tonterías, dignas de los cuentos de Perrault! Pregúntele al Sr. Trousseau por qué. ¡La nada, háblame de eso! ¡Eso es lógico! Somos mucho más libres para hacer lo que queramos durante la vida; al menos no le tememos al futuro. Sí; pero el desgraciado, ¿dónde está su compensación? - Nemo ¡seudónimo singular de circunstancia!
Sociedad
Espírita de Constantino
Nota. Hemos hablado de la sociedad que se formó en Constantino bajo el título de Sociedad Africana de Estudios Espíritas, y bajo los auspicios de la Sociedad de París. Transcribimos a continuación la comunicación que obtuvo por su instalación:
“Aunque el trabajo que vuestra Sociedad ha realizado hasta el día de hoy no está del todo exento de reproches, no queremos detenernos en estas consideraciones, sin embargo, por la buena voluntad que os anima; más bien tenemos en cuenta la intención que los hechos.
“Sean ante todo conscientes de la grandeza de la tarea que han emprendido, y hagan todo lo posible para llevarla a buen término; sólo con esta condición podéis esperar ser asistidos por Espíritus superiores.
“Entremos en materia ahora, y veamos si no ha cometido algunos errores. En primer lugar, está muy equivocado al utilizar todos sus medios para comunicaciones privadas. ¿Qué es la evocación general, sino la llamada a los buenos Espíritus para que se comuniquen a vosotros? ¡Y bien! ¿qué hace usted?, en lugar de esperar, después de la evocación general, y dar tiempo a los buenos Espíritus para que se comuniquen por tal o cual medio, según las simpatías que puedan existir, se procede inmediatamente a las evocaciones particulares. Tenga en cuenta que esta no es la forma correcta de tener comunicaciones espontáneas como las que recibimos en otras sociedades. Así que espera un momento y recoge las comunicaciones generales, que siempre te enseñarán algunas buenas verdades. Luego puede pasar a evocaciones específicas; pero luego, para cada uno, use solo un médium; ¿No sabéis entonces que sólo los Espíritus realmente superiores están en condiciones de comunicarse a varios médiums al mismo tiempo? Así que tenga un solo médium que sirva para cada evocación particular, y si tiene dudas sobre la veracidad de las respuestas obtenidas, entonces haga una nueva evocación otro día, usando otro médium.
“Vosotros estáis todavía al principio de la ciencia espiritual y no podéis sacar de ella todos los frutos que ella concede a sus adeptos experimentados; pero no os desaniméis, porque se os acreditarán vuestros esfuerzos por mejorar y por propagar la inmutable verdad de Dios. Adelante pues, amigos míos, y que las burlas que encontraréis más de una vez en vuestro camino no os hagan desviaros una línea de vuestras creencias espíritas.”
Jacques.
Habiéndonos pedido los Espíritas de Constantino que preguntáramos a San Agustín si le gustaría aceptar el patrocinio espiritual de su Sociedad, éste dio la siguiente comunicación sobre este tema.
(Sociedad de París, 27 de junio de 1862. - Medium, Sr. E. Vézy.)
Dirigiéndose primero a los miembros de la Sociedad de París, dijo:
“Hicieron bien, nuestros hijos de la nueva Francia, en unirse a vosotros; hicieron bien en no despegar el tallo del tronco. Manténganse siempre unidos, y los buenos Espíritus estarán con vosotros. Continúa, dirigiéndose a los de Constantino:
“Amigos, estoy muy feliz de ser elegido por vosotros para ser tu guía espiritual. Unido a la tierra para la gran misión que debe regenerarla, me complace poder animar más especialmente a un grupo de pensadores preocupados por la gran idea, y presidir su obra. Poned, pues, mi nombre a la cabeza de vuestros nombres, y los Espíritus de mi orden vendrán a ahuyentar a los malos Espíritus que merodean siempre a las puertas de las asambleas donde se discuten las leyes de la moral y del progreso. Que la fraternidad y la armonía residan siempre entre vosotros. Acordaos que todos los hombres son hermanos, y que la gran meta del Espiritismo es reunirlos un día en el mismo hogar, y sentarlos a todos alrededor de la mesa del Padre común: Dios.
¡Qué hermosa es esta misión! ¡También con qué alegría hemos venido a ti para hacerte oír los divinos decretos; para revelarte las maravillas de más allá de la tumba! Pero ustedes que ya están iniciados en estas sublimes verdades, que esparzan la semilla a su alrededor, su recompensa será hermosa; probarás sus primeros frutos en la tierra. ¡Qué alegría! ¡Caminad siempre por el camino de la enseñanza, del amor y de la caridad!
Di mi nombre con confianza en tus horas de miedo y duda; vuestros corazones serán inmediatamente aliviados de la amargura y la hiel que puedan llevar dentro de ellos. No olvidéis que estoy en todos los puntos de la tierra donde oigáis de apostolado evangélico; los contendré a todos en mi alma para depositarlos un día en un alma más grande y más fuerte. Siempre estaré con vosotros como estoy aquí; mi voz tendrá para ti la dulzura que tú conoces de ella, porque no me gustan los acentos estridentes ni los sonidos agudos. Me oiréis repetiros sin cesar: ¡Amaos los unos a los otros, amaos los unos a los otros! Permíteme armarme con la vara para herir a los impíos; ¡es necesario sin embargo a veces, pero nunca seas de este número! Llegará un tiempo en que la humanidad caminará dócil bajo la voz del buen pastor; son vosotros, hijos, quienes deben ayudarnos en esta regeneración, quienes deben oír sonar su primera hora; porque he aquí el rebaño se está juntando y el pastor viene.
Observación. El Espíritu alude a una revelación de altísima importancia, hecha, por primera vez, en un grupo Espírita en un pequeño pueblo de África, al borde del desierto, por una médium completamente analfabeta. Esta revelación, que nos fue transmitida inmediatamente, nos llegó casi simultáneamente desde varios puntos de Francia y del extranjero. Desde entonces han venido muchos documentos muy característicos y más detallados para darle una especie de consagración. Informaremos cuando sea el momento adecuado.
Así que trabaja y ten coraje. En vuestras asambleas, discutid siempre con frialdad, sin ira; pide nuestras opiniones, nuestros consejos, para no caer en el error, en la herejía. Sobre todo, no formules artículos de fe o dogmas; acordaos que la religión de Dios es la religión del corazón; que se basa en un solo principio: la caridad; para el desarrollo: el amor a la humanidad.
Nunca cortes la rama del tronco; el árbol tiene mucho más verdor con todas sus ramas, y la rama muere cuando se separa del tallo que la dio a luz. Acordaos que Cristo entendió que su Iglesia tenía que estar asentada sobre la misma roca para ser sólida, como manda al Espiritismo que tenga una sola raíz, para que tenga más fuerza para penetrar bajo todas las superficies de la tierra; por áridos y resecos que sean.
Un Espíritu encarnado ha sido elegido para dirigiros y guiaros; sométanse con respeto, no a sus leyes, porque él no manda, sino a sus deseos. Demostraréis a vuestros enemigos, con esta sumisión, que tenéis con vosotros el espíritu de disciplina necesario para ser parte de la nueva cruzada entre el error y la superstición, el espíritu de amor y obediencia necesarios para marchar contra la barbarie. Así que envuélvanse en esta bandera de la civilización moderna: el Espiritismo bajo un solo líder, y derribarán estas ideas formidables con frentes cornudas y grandes colas que deben ser aniquiladas.
Este jefe, no digo su nombre; lo conoces. Véalo adelante; camina sin temer las mordeduras venenosas de las serpientes y reptiles de envidia y celos que lo rodean; él permanecerá de pie, porque hemos ungido su cuerpo para que sea siempre fuerte y robusto. Síganlo, síganlo entonces; pero, en su marcha, las tormentas se desatarán sobre sus cabezas, y algunos de vosotros no encontrarán refugio para protegerse de la tormenta. Que estos se resignen valientemente como los mártires cristianos, y que piensen que la gran obra por la que habrán sufrido es la vida, es el despertar de las naciones dormidas, y que un día serán ampliamente recompensados en el reino del Padre.
San Agustín.
Extraemos el siguiente pasaje de una carta
que nos escribió recientemente el presidente de la Sociedad de Constantino:
“Nos preocupan todos los habitantes europeos e incluso nativos; se han formado varios grupos fuera de nosotros, y en todas partes hay preocupación por el Espiritismo. La creación de nuestra Sociedad habrá tenido por lo menos el resultado de llamar la atención sobre la nueva ciencia. Sin embargo, no dejamos de experimentar algún bochorno, pero somos sostenidos por Espíritus que nos exhortan a la paciencia y nos dicen que son pruebas de las que la Sociedad saldrá victoriosa y de alguna manera fortalecida. También tenemos oposición de afuera; el clero, por un lado, y la gente de las mezquitas por el otro, afirman en voz alta que estamos colocados bajo las inspiraciones de Satanás, y que nuestras comunicaciones vienen del infierno. También tenemos contra nosotros a los “viveurs” (vivaces), los que viven del sensualismo, sin preocuparse por su alma; materialistas o escépticos que rechazan todo lo relacionado con esta otra vida de la cual no quieren admitir la existencia; cierran los ojos y los oídos, nos llaman charlatanes y buscan asfixiarnos con la burla y el ridículo. Pero todavía caminamos a través de todas las espinas; médiums no nos faltan, y cada día surgen nuevos y muy interesantes. Tenemos comunicaciones de diversa naturaleza y con contenidos imprevistos, realizados para convencer a las personas más rebeldes, por ejemplo, una respuesta en italiano por parte de una persona que no conoce este idioma; respuestas a preguntas sobre la formación del globo por una dama médium que nunca estudió geología; otro grupo recibió comunicaciones poéticas llenas de encanto, etc.”
Observación. - El diablo, como podemos ver, también está implicado por los sacerdotes musulmanes. Nótese que los sacerdotes de todas las religiones le dan tanto poder que no se sabe bien qué parte le dejan a Dios, ni cómo debe entenderse su omnipotencia; si es absoluta, el demonio no puede obrar sin su voluntad; si es sólo parcial, Dios no es Dios. Menos mal que tenemos más fe en su infinita bondad que en su infinita venganza, y el diablo se ha desacreditado a sí mismo, puesto que se le ha hecho representar tantas obras en todos los teatros, desde la farsa hasta la ópera, por lo tanto, su nombre apenas tiene más efecto en la gente de hoy que las horribles imágenes que los chinos colocaron en sus murallas para que sirvieran como espantapájaros para los bárbaros europeos. El incesante progreso del Espiritismo prueba que este medio es ineficaz; lo hará bien en buscar otro.
Nota. Hemos hablado de la sociedad que se formó en Constantino bajo el título de Sociedad Africana de Estudios Espíritas, y bajo los auspicios de la Sociedad de París. Transcribimos a continuación la comunicación que obtuvo por su instalación:
“Aunque el trabajo que vuestra Sociedad ha realizado hasta el día de hoy no está del todo exento de reproches, no queremos detenernos en estas consideraciones, sin embargo, por la buena voluntad que os anima; más bien tenemos en cuenta la intención que los hechos.
“Sean ante todo conscientes de la grandeza de la tarea que han emprendido, y hagan todo lo posible para llevarla a buen término; sólo con esta condición podéis esperar ser asistidos por Espíritus superiores.
“Entremos en materia ahora, y veamos si no ha cometido algunos errores. En primer lugar, está muy equivocado al utilizar todos sus medios para comunicaciones privadas. ¿Qué es la evocación general, sino la llamada a los buenos Espíritus para que se comuniquen a vosotros? ¡Y bien! ¿qué hace usted?, en lugar de esperar, después de la evocación general, y dar tiempo a los buenos Espíritus para que se comuniquen por tal o cual medio, según las simpatías que puedan existir, se procede inmediatamente a las evocaciones particulares. Tenga en cuenta que esta no es la forma correcta de tener comunicaciones espontáneas como las que recibimos en otras sociedades. Así que espera un momento y recoge las comunicaciones generales, que siempre te enseñarán algunas buenas verdades. Luego puede pasar a evocaciones específicas; pero luego, para cada uno, use solo un médium; ¿No sabéis entonces que sólo los Espíritus realmente superiores están en condiciones de comunicarse a varios médiums al mismo tiempo? Así que tenga un solo médium que sirva para cada evocación particular, y si tiene dudas sobre la veracidad de las respuestas obtenidas, entonces haga una nueva evocación otro día, usando otro médium.
“Vosotros estáis todavía al principio de la ciencia espiritual y no podéis sacar de ella todos los frutos que ella concede a sus adeptos experimentados; pero no os desaniméis, porque se os acreditarán vuestros esfuerzos por mejorar y por propagar la inmutable verdad de Dios. Adelante pues, amigos míos, y que las burlas que encontraréis más de una vez en vuestro camino no os hagan desviaros una línea de vuestras creencias espíritas.”
Habiéndonos pedido los Espíritas de Constantino que preguntáramos a San Agustín si le gustaría aceptar el patrocinio espiritual de su Sociedad, éste dio la siguiente comunicación sobre este tema.
(Sociedad de París, 27 de junio de 1862. - Medium, Sr. E. Vézy.)
Dirigiéndose primero a los miembros de la Sociedad de París, dijo:
“Hicieron bien, nuestros hijos de la nueva Francia, en unirse a vosotros; hicieron bien en no despegar el tallo del tronco. Manténganse siempre unidos, y los buenos Espíritus estarán con vosotros. Continúa, dirigiéndose a los de Constantino:
“Amigos, estoy muy feliz de ser elegido por vosotros para ser tu guía espiritual. Unido a la tierra para la gran misión que debe regenerarla, me complace poder animar más especialmente a un grupo de pensadores preocupados por la gran idea, y presidir su obra. Poned, pues, mi nombre a la cabeza de vuestros nombres, y los Espíritus de mi orden vendrán a ahuyentar a los malos Espíritus que merodean siempre a las puertas de las asambleas donde se discuten las leyes de la moral y del progreso. Que la fraternidad y la armonía residan siempre entre vosotros. Acordaos que todos los hombres son hermanos, y que la gran meta del Espiritismo es reunirlos un día en el mismo hogar, y sentarlos a todos alrededor de la mesa del Padre común: Dios.
¡Qué hermosa es esta misión! ¡También con qué alegría hemos venido a ti para hacerte oír los divinos decretos; para revelarte las maravillas de más allá de la tumba! Pero ustedes que ya están iniciados en estas sublimes verdades, que esparzan la semilla a su alrededor, su recompensa será hermosa; probarás sus primeros frutos en la tierra. ¡Qué alegría! ¡Caminad siempre por el camino de la enseñanza, del amor y de la caridad!
Di mi nombre con confianza en tus horas de miedo y duda; vuestros corazones serán inmediatamente aliviados de la amargura y la hiel que puedan llevar dentro de ellos. No olvidéis que estoy en todos los puntos de la tierra donde oigáis de apostolado evangélico; los contendré a todos en mi alma para depositarlos un día en un alma más grande y más fuerte. Siempre estaré con vosotros como estoy aquí; mi voz tendrá para ti la dulzura que tú conoces de ella, porque no me gustan los acentos estridentes ni los sonidos agudos. Me oiréis repetiros sin cesar: ¡Amaos los unos a los otros, amaos los unos a los otros! Permíteme armarme con la vara para herir a los impíos; ¡es necesario sin embargo a veces, pero nunca seas de este número! Llegará un tiempo en que la humanidad caminará dócil bajo la voz del buen pastor; son vosotros, hijos, quienes deben ayudarnos en esta regeneración, quienes deben oír sonar su primera hora; porque he aquí el rebaño se está juntando y el pastor viene.
Observación. El Espíritu alude a una revelación de altísima importancia, hecha, por primera vez, en un grupo Espírita en un pequeño pueblo de África, al borde del desierto, por una médium completamente analfabeta. Esta revelación, que nos fue transmitida inmediatamente, nos llegó casi simultáneamente desde varios puntos de Francia y del extranjero. Desde entonces han venido muchos documentos muy característicos y más detallados para darle una especie de consagración. Informaremos cuando sea el momento adecuado.
Así que trabaja y ten coraje. En vuestras asambleas, discutid siempre con frialdad, sin ira; pide nuestras opiniones, nuestros consejos, para no caer en el error, en la herejía. Sobre todo, no formules artículos de fe o dogmas; acordaos que la religión de Dios es la religión del corazón; que se basa en un solo principio: la caridad; para el desarrollo: el amor a la humanidad.
Nunca cortes la rama del tronco; el árbol tiene mucho más verdor con todas sus ramas, y la rama muere cuando se separa del tallo que la dio a luz. Acordaos que Cristo entendió que su Iglesia tenía que estar asentada sobre la misma roca para ser sólida, como manda al Espiritismo que tenga una sola raíz, para que tenga más fuerza para penetrar bajo todas las superficies de la tierra; por áridos y resecos que sean.
Un Espíritu encarnado ha sido elegido para dirigiros y guiaros; sométanse con respeto, no a sus leyes, porque él no manda, sino a sus deseos. Demostraréis a vuestros enemigos, con esta sumisión, que tenéis con vosotros el espíritu de disciplina necesario para ser parte de la nueva cruzada entre el error y la superstición, el espíritu de amor y obediencia necesarios para marchar contra la barbarie. Así que envuélvanse en esta bandera de la civilización moderna: el Espiritismo bajo un solo líder, y derribarán estas ideas formidables con frentes cornudas y grandes colas que deben ser aniquiladas.
Este jefe, no digo su nombre; lo conoces. Véalo adelante; camina sin temer las mordeduras venenosas de las serpientes y reptiles de envidia y celos que lo rodean; él permanecerá de pie, porque hemos ungido su cuerpo para que sea siempre fuerte y robusto. Síganlo, síganlo entonces; pero, en su marcha, las tormentas se desatarán sobre sus cabezas, y algunos de vosotros no encontrarán refugio para protegerse de la tormenta. Que estos se resignen valientemente como los mártires cristianos, y que piensen que la gran obra por la que habrán sufrido es la vida, es el despertar de las naciones dormidas, y que un día serán ampliamente recompensados en el reino del Padre.
“Nos preocupan todos los habitantes europeos e incluso nativos; se han formado varios grupos fuera de nosotros, y en todas partes hay preocupación por el Espiritismo. La creación de nuestra Sociedad habrá tenido por lo menos el resultado de llamar la atención sobre la nueva ciencia. Sin embargo, no dejamos de experimentar algún bochorno, pero somos sostenidos por Espíritus que nos exhortan a la paciencia y nos dicen que son pruebas de las que la Sociedad saldrá victoriosa y de alguna manera fortalecida. También tenemos oposición de afuera; el clero, por un lado, y la gente de las mezquitas por el otro, afirman en voz alta que estamos colocados bajo las inspiraciones de Satanás, y que nuestras comunicaciones vienen del infierno. También tenemos contra nosotros a los “viveurs” (vivaces), los que viven del sensualismo, sin preocuparse por su alma; materialistas o escépticos que rechazan todo lo relacionado con esta otra vida de la cual no quieren admitir la existencia; cierran los ojos y los oídos, nos llaman charlatanes y buscan asfixiarnos con la burla y el ridículo. Pero todavía caminamos a través de todas las espinas; médiums no nos faltan, y cada día surgen nuevos y muy interesantes. Tenemos comunicaciones de diversa naturaleza y con contenidos imprevistos, realizados para convencer a las personas más rebeldes, por ejemplo, una respuesta en italiano por parte de una persona que no conoce este idioma; respuestas a preguntas sobre la formación del globo por una dama médium que nunca estudió geología; otro grupo recibió comunicaciones poéticas llenas de encanto, etc.”
Observación. - El diablo, como podemos ver, también está implicado por los sacerdotes musulmanes. Nótese que los sacerdotes de todas las religiones le dan tanto poder que no se sabe bien qué parte le dejan a Dios, ni cómo debe entenderse su omnipotencia; si es absoluta, el demonio no puede obrar sin su voluntad; si es sólo parcial, Dios no es Dios. Menos mal que tenemos más fe en su infinita bondad que en su infinita venganza, y el diablo se ha desacreditado a sí mismo, puesto que se le ha hecho representar tantas obras en todos los teatros, desde la farsa hasta la ópera, por lo tanto, su nombre apenas tiene más efecto en la gente de hoy que las horribles imágenes que los chinos colocaron en sus murallas para que sirvieran como espantapájaros para los bárbaros europeos. El incesante progreso del Espiritismo prueba que este medio es ineficaz; lo hará bien en buscar otro.
Carta
del Sr. Jean Reynaud al Journal des Débats
La siguiente carta fue publicada en los Débats del 6 de julio de 1862.
“Al Sr. Director General.
“Neuilly, 2 de julio de 1862.
" Señor,
“Permítanme responder a dos acusaciones considerables formuladas contra mí en su periódico de hoy por el Sr. Franck, quien me acusa de ser el promotor del panteísmo y la metempsicosis. No sólo rechazo estos errores desde el fondo de mi alma, sino que las personas que han leído mi libro La Tierra y el Cielo han podido ver que son abiertamente contrarios a todos los sentimientos expresados en él.
“En cuanto al panteísmo, me limito a decir que el principio de la personalidad de Dios es el punto de partida de todas mis ideas, y que, sin preocuparme por lo que piensan los judíos, pienso con los cristianos que el dogma de la trinidad resume toda la teología sobre este tema. Así, en la página 226 del libro en cuestión, afirmo que la creación procede de la trinidad por entero; mejor aún, cito textualmente a san Agustín sobre esta tesis, bajo cuya autoridad me declaro de acuerdo, y añado: “Si al alejarme de la Edad Media en cuanto a la antigüedad del mundo, corriera el menor riesgo de caer en el abismo de los que confunden a Dios y al universo en un carácter común de eternidad, me detendría; pero ¿puedo tener la más mínima preocupación al respecto?”
“En cuanto a la segunda acusación, sin preocuparme tampoco de si pienso o no como el Sr. Salvador, diré simplemente que, si se entiende por metempsicosis, según el sentido vulgar, la doctrina que sostiene que el hombre está expuesto a pasar después de su muerte al cuerpo de los animales, rechazo esta doctrina, hija del panteísmo, tanto como el panteísmo mismo. Creo que nuestro destino futuro se basa esencialmente en la permanencia de nuestra personalidad. El sentimiento de esta permanencia puede eclipsarse momentáneamente, pero nunca se pierde, y su plena posesión es la primera característica de la vida feliz a la que todos los hombres, en el curso más o menos prolongado de sus pruebas, están continuamente llamados. De la personalidad de Dios se sigue, en efecto, con bastante naturalidad, la del hombre.
“¿Cómo podría Dios, se dice en la página 258 del libro en cuestión, no haber creado a su imagen lo que le complació crear en la plenitud de su amor? Y en este punto me refiero de nuevo a san Agustín, cuyas bellas palabras cito textualmente: del Evangelio, volvamos a él después de habernos distanciado de él por nuestros pecados.”
"Si el libro La Tierra y el Cielo se desvía de las opiniones acreditadas por la Iglesia, no es, por tanto, sobre estas tesis sustanciales, como quiere hacernos creer el Sr. Franck, sino sólo, si se me permite hablar así, sobre una cuestión de tiempo. Allí se enseña que la duración de la creación va de la mano con su extensión, de modo que la inmensidad reina por igual en ambas direcciones; y también se enseña allí que nuestra vida presente, en lugar de representar la totalidad de las pruebas por las que nos hacemos capaces de participar en la plenitud de la vida bienaventurada, es sólo uno de los términos de una serie más o menos larga de semejantes existencias Eso, señor, es lo que podría haber engañado al Sr. Franck, cuya crítica me pareció tanto más formidable cuanto que todos conocen la perfecta lealtad de su carácter.
“Por favor acepte, etc.
“Jean Reynaud”
Vemos que no fuimos los únicos ni los primeros en proclamar la doctrina de la pluralidad de existencias, es decir, de la reencarnación. La obra La Tierra y el Cielo del Sr. Jean Reynaud apareció antes del Libro de los Espíritus. Podemos ver el mismo principio expuesto en términos explícitos en un encantador librito del Sr. Louis Jourdan, titulado: Las oraciones de Ludovic, cuya primera edición se publicó en 1849, en la Librairie-Nouvelle, Boulevard des Italiens. Esto se debe a que la idea de la reencarnación no es nueva; es tan antigua como el mundo, la encontramos en muchos autores antiguos y modernos. A los que objeten que esta doctrina es contraria a los dogmas de la Iglesia, les responderemos que: una de dos cosas, o existe la reencarnación o no existe: no hay alternativa; si existe, es porque es ley de la naturaleza; ahora bien, si un dogma es contrario a una ley de la naturaleza, se trata de saber quién tiene razón en el dogma o en la ley. Cuando la Iglesia anatematizó, excomulgó como culpables de herejía a los que creían en el movimiento de la tierra, eso no impidió que la tierra girara, y que todos creyeran en ella hoy. Será lo mismo con la reencarnación. Por lo tanto, no es una cuestión de opinión, sino una cuestión de hecho; si el hecho existe, nada de lo que se pueda decir o hacer impedirá que exista, y tarde o temprano los más recalcitrantes tendrán que aceptarlo; Dios no consulta sus conveniencias para establecer el orden de las cosas, y el futuro pronto demostrará quién tiene razón o quién está equivocado.
La siguiente carta fue publicada en los Débats del 6 de julio de 1862.
“Al Sr. Director General.
“Neuilly, 2 de julio de 1862.
" Señor,
“Permítanme responder a dos acusaciones considerables formuladas contra mí en su periódico de hoy por el Sr. Franck, quien me acusa de ser el promotor del panteísmo y la metempsicosis. No sólo rechazo estos errores desde el fondo de mi alma, sino que las personas que han leído mi libro La Tierra y el Cielo han podido ver que son abiertamente contrarios a todos los sentimientos expresados en él.
“En cuanto al panteísmo, me limito a decir que el principio de la personalidad de Dios es el punto de partida de todas mis ideas, y que, sin preocuparme por lo que piensan los judíos, pienso con los cristianos que el dogma de la trinidad resume toda la teología sobre este tema. Así, en la página 226 del libro en cuestión, afirmo que la creación procede de la trinidad por entero; mejor aún, cito textualmente a san Agustín sobre esta tesis, bajo cuya autoridad me declaro de acuerdo, y añado: “Si al alejarme de la Edad Media en cuanto a la antigüedad del mundo, corriera el menor riesgo de caer en el abismo de los que confunden a Dios y al universo en un carácter común de eternidad, me detendría; pero ¿puedo tener la más mínima preocupación al respecto?”
“En cuanto a la segunda acusación, sin preocuparme tampoco de si pienso o no como el Sr. Salvador, diré simplemente que, si se entiende por metempsicosis, según el sentido vulgar, la doctrina que sostiene que el hombre está expuesto a pasar después de su muerte al cuerpo de los animales, rechazo esta doctrina, hija del panteísmo, tanto como el panteísmo mismo. Creo que nuestro destino futuro se basa esencialmente en la permanencia de nuestra personalidad. El sentimiento de esta permanencia puede eclipsarse momentáneamente, pero nunca se pierde, y su plena posesión es la primera característica de la vida feliz a la que todos los hombres, en el curso más o menos prolongado de sus pruebas, están continuamente llamados. De la personalidad de Dios se sigue, en efecto, con bastante naturalidad, la del hombre.
“¿Cómo podría Dios, se dice en la página 258 del libro en cuestión, no haber creado a su imagen lo que le complació crear en la plenitud de su amor? Y en este punto me refiero de nuevo a san Agustín, cuyas bellas palabras cito textualmente: del Evangelio, volvamos a él después de habernos distanciado de él por nuestros pecados.”
"Si el libro La Tierra y el Cielo se desvía de las opiniones acreditadas por la Iglesia, no es, por tanto, sobre estas tesis sustanciales, como quiere hacernos creer el Sr. Franck, sino sólo, si se me permite hablar así, sobre una cuestión de tiempo. Allí se enseña que la duración de la creación va de la mano con su extensión, de modo que la inmensidad reina por igual en ambas direcciones; y también se enseña allí que nuestra vida presente, en lugar de representar la totalidad de las pruebas por las que nos hacemos capaces de participar en la plenitud de la vida bienaventurada, es sólo uno de los términos de una serie más o menos larga de semejantes existencias Eso, señor, es lo que podría haber engañado al Sr. Franck, cuya crítica me pareció tanto más formidable cuanto que todos conocen la perfecta lealtad de su carácter.
“Por favor acepte, etc.
Vemos que no fuimos los únicos ni los primeros en proclamar la doctrina de la pluralidad de existencias, es decir, de la reencarnación. La obra La Tierra y el Cielo del Sr. Jean Reynaud apareció antes del Libro de los Espíritus. Podemos ver el mismo principio expuesto en términos explícitos en un encantador librito del Sr. Louis Jourdan, titulado: Las oraciones de Ludovic, cuya primera edición se publicó en 1849, en la Librairie-Nouvelle, Boulevard des Italiens. Esto se debe a que la idea de la reencarnación no es nueva; es tan antigua como el mundo, la encontramos en muchos autores antiguos y modernos. A los que objeten que esta doctrina es contraria a los dogmas de la Iglesia, les responderemos que: una de dos cosas, o existe la reencarnación o no existe: no hay alternativa; si existe, es porque es ley de la naturaleza; ahora bien, si un dogma es contrario a una ley de la naturaleza, se trata de saber quién tiene razón en el dogma o en la ley. Cuando la Iglesia anatematizó, excomulgó como culpables de herejía a los que creían en el movimiento de la tierra, eso no impidió que la tierra girara, y que todos creyeran en ella hoy. Será lo mismo con la reencarnación. Por lo tanto, no es una cuestión de opinión, sino una cuestión de hecho; si el hecho existe, nada de lo que se pueda decir o hacer impedirá que exista, y tarde o temprano los más recalcitrantes tendrán que aceptarlo; Dios no consulta sus conveniencias para establecer el orden de las cosas, y el futuro pronto demostrará quién tiene razón o quién está equivocado.
Los Pandus
y los Kourous
La reencarnación en la antigüedad.
Uno de nuestros suscriptores nos escribe desde Nantes:
"Al leer un libro que trata de algunas obras en sánscrito, encontré, en un pasaje de un poema llamado Maha-Barata, una exposición de la creencia de aquellos tiempos remotos, y grande fue mi asombro al encontrar allí la reencarnación, una doctrina que, para la época, parece haber sido bastante bien entendida. He aquí el hecho que hace surgir al dios Krischna para explicarle al jefe de los Pandus la teoría de los brahmanes.
“Estallada la guerra civil entre los descendientes de Pandu, herederos legítimos del trono, y los descendientes de Kouru, que lo usurparon, los Pandus vienen, al frente de un ejército que manda el héroe Arjuna, para atacar a los usurpadores. La batalla ha durado mucho tiempo y la victoria aún es incierta; un armisticio da tiempo a los dos ejércitos opuestos para moderar sus fuerzas; de repente las trompetas rugen y los dos ejércitos se ponen en movimiento mientras avanzan a la batalla; caballos blancos se llevan el carro de Arjuna, cerca del cual se encuentra el dios Krischna. De repente, el héroe se detiene en medio del espacio que separa los dos ejércitos; los escanea con la mirada: "Hermanos contra hermanos", se dijo; ¡padres contra padres, dispuestos a degollarse unos a otros por los cadáveres de sus hermanos! Una profunda melancolía, un dolor repentino se apoderó de él.
“¡Krishna! exclama, aquí están nuestros padres, armados, de pie, listos para degollarlos; ¡vea! mis miembros tiemblan, mi rostro palidece, mi sangre se hiela; un escalofrío de muerte corre por mis venas y mis cabellos se erizan de horror. Mi fiel arco cae de mi mano, incapaz de sostenerlo; me tambaleo; no puedo ni avanzar ni retroceder, y mi alma, embriagada de dolor, parece querer abandonarme. Dios con el pelo rubio, ¡ah! dime, cuando haya asesinado a todo mi pueblo, ¿será felicidad? La victoria, el imperio, la vida, ¿qué serán para mí cuando aquellos para quienes quiero obtenerlas y conservarlas hayan perecido en la lucha? ¡Oh! celestial conquistador, cuando el triple mundo sería el precio de su muerte, no quisiera degollarlos por este miserable globo; no, no quiero, aunque se preparan para matarme sin piedad.”
“- Aquellos cuya muerte lloras, responde el dios, no merecen que los llores; vive o muere, el sabio no tiene lágrimas por la vida y por la muerte. El tiempo en que yo no existí, en que tú no exististe, en que estos guerreros no existieron, nunca ha sido, y la hora que sonará nuestra muerte nunca llegará. El alma puesta en nuestros cuerpos pasa por la juventud, la madurez, la decrepitud, y pasando a un nuevo cuerpo, allí vuelve a emprender su camino. Indestructible y eterno, un dios desenrolla con sus manos el universo donde estamos; ¿Y quién aniquilará el alma que ha creado? ¿Quién entonces destruirá la obra del Indestructible? El cuerpo, envoltura frágil, se altera, corrompe y perece; pero el alma, el alma eterna que no se puede concebir, que no perece. ¡Lucha, Arjuna! conduce tus corceles a la refriega; el alma no mata; el alma no se mata; nunca eclosiona; ella nunca muere; no conoce presente, pasado, futuro; es antiguo, eterno, siempre virgen, siempre joven, inmutable, inalterable. Caer en la refriega, degollar a los enemigos, ¿qué es sino dejar un vestido o quitárselo a quien lo lleva puesto? ¡Entonces ve! y nada temáis; tira descaradamente una cortina raída; mirad sin terror a vuestros enemigos y vuestros hermanos dejando sus cuerpos perecederos, y sus almas tomando una nueva forma. El alma es aquello que la espada no penetra, que el fuego no puede consumir, que las aguas no se deterioran, que el viento del sur no se seca. Así que deja de quejarte.”
Observación. - La idea de la reencarnación, en efecto, está bastante bien definida en este pasaje, como, además, todas las creencias Espíritas lo estaban en la antigüedad; sólo faltaba un principio: el de la caridad. Estaba reservado a Cristo proclamar esta ley suprema, fuente de toda felicidad terrena y celestial.
La reencarnación en la antigüedad.
Uno de nuestros suscriptores nos escribe desde Nantes:
"Al leer un libro que trata de algunas obras en sánscrito, encontré, en un pasaje de un poema llamado Maha-Barata, una exposición de la creencia de aquellos tiempos remotos, y grande fue mi asombro al encontrar allí la reencarnación, una doctrina que, para la época, parece haber sido bastante bien entendida. He aquí el hecho que hace surgir al dios Krischna para explicarle al jefe de los Pandus la teoría de los brahmanes.
“Estallada la guerra civil entre los descendientes de Pandu, herederos legítimos del trono, y los descendientes de Kouru, que lo usurparon, los Pandus vienen, al frente de un ejército que manda el héroe Arjuna, para atacar a los usurpadores. La batalla ha durado mucho tiempo y la victoria aún es incierta; un armisticio da tiempo a los dos ejércitos opuestos para moderar sus fuerzas; de repente las trompetas rugen y los dos ejércitos se ponen en movimiento mientras avanzan a la batalla; caballos blancos se llevan el carro de Arjuna, cerca del cual se encuentra el dios Krischna. De repente, el héroe se detiene en medio del espacio que separa los dos ejércitos; los escanea con la mirada: "Hermanos contra hermanos", se dijo; ¡padres contra padres, dispuestos a degollarse unos a otros por los cadáveres de sus hermanos! Una profunda melancolía, un dolor repentino se apoderó de él.
“¡Krishna! exclama, aquí están nuestros padres, armados, de pie, listos para degollarlos; ¡vea! mis miembros tiemblan, mi rostro palidece, mi sangre se hiela; un escalofrío de muerte corre por mis venas y mis cabellos se erizan de horror. Mi fiel arco cae de mi mano, incapaz de sostenerlo; me tambaleo; no puedo ni avanzar ni retroceder, y mi alma, embriagada de dolor, parece querer abandonarme. Dios con el pelo rubio, ¡ah! dime, cuando haya asesinado a todo mi pueblo, ¿será felicidad? La victoria, el imperio, la vida, ¿qué serán para mí cuando aquellos para quienes quiero obtenerlas y conservarlas hayan perecido en la lucha? ¡Oh! celestial conquistador, cuando el triple mundo sería el precio de su muerte, no quisiera degollarlos por este miserable globo; no, no quiero, aunque se preparan para matarme sin piedad.”
“- Aquellos cuya muerte lloras, responde el dios, no merecen que los llores; vive o muere, el sabio no tiene lágrimas por la vida y por la muerte. El tiempo en que yo no existí, en que tú no exististe, en que estos guerreros no existieron, nunca ha sido, y la hora que sonará nuestra muerte nunca llegará. El alma puesta en nuestros cuerpos pasa por la juventud, la madurez, la decrepitud, y pasando a un nuevo cuerpo, allí vuelve a emprender su camino. Indestructible y eterno, un dios desenrolla con sus manos el universo donde estamos; ¿Y quién aniquilará el alma que ha creado? ¿Quién entonces destruirá la obra del Indestructible? El cuerpo, envoltura frágil, se altera, corrompe y perece; pero el alma, el alma eterna que no se puede concebir, que no perece. ¡Lucha, Arjuna! conduce tus corceles a la refriega; el alma no mata; el alma no se mata; nunca eclosiona; ella nunca muere; no conoce presente, pasado, futuro; es antiguo, eterno, siempre virgen, siempre joven, inmutable, inalterable. Caer en la refriega, degollar a los enemigos, ¿qué es sino dejar un vestido o quitárselo a quien lo lleva puesto? ¡Entonces ve! y nada temáis; tira descaradamente una cortina raída; mirad sin terror a vuestros enemigos y vuestros hermanos dejando sus cuerpos perecederos, y sus almas tomando una nueva forma. El alma es aquello que la espada no penetra, que el fuego no puede consumir, que las aguas no se deterioran, que el viento del sur no se seca. Así que deja de quejarte.”
Observación. - La idea de la reencarnación, en efecto, está bastante bien definida en este pasaje, como, además, todas las creencias Espíritas lo estaban en la antigüedad; sólo faltaba un principio: el de la caridad. Estaba reservado a Cristo proclamar esta ley suprema, fuente de toda felicidad terrena y celestial.
El
planeta de Venus
(Dictado espontáneo. - Médium, Sr. Costel.)
El planeta Venus es el punto intermedio entre Mercurio y Júpiter; sus habitantes tienen la misma conformación física que la vuestra; la mayor o menor belleza e idealidad en las formas es la única diferencia trazada entre los seres creados. La sutileza del aire de Venus, comparable al de las altas montañas, lo hace inadecuado para vuestros pulmones; se ignoran las enfermedades. Sus habitantes se alimentan únicamente de frutas y productos lácteos; ignoran la bárbara costumbre de darse un festín con los cadáveres de los animales, ferocidad que sólo existe en los planetas inferiores; como resultado, las groseras necesidades del cuerpo son aniquiladas, y el amor se adorna con todas las pasiones y todas las perfecciones soñadas sólo en la tierra.
Como en la aurora, cuando las formas se ponen indecisas y se ahogan en la niebla de la mañana, la perfección del alma, próxima a completarse, tiene las ignorancias y los deseos de la infancia feliz. La naturaleza misma viste la gracia de la felicidad velada; sus formas suaves y redondeadas no tienen la violencia y aspereza de los sitios terrestres; el mar, hondo y tranquilo, ignora la tempestad; los árboles nunca se doblan bajo la fuerza de la tormenta, y el invierno no los despoja de su verdor; nada es sobresaliente; todo ríe, todo es dulce. La moral, impresa con tranquilidad y ternura, no necesita represión para permanecer pura y fuerte.
La forma política asume la expresión de la familia; cada tribu o aglomeración de individuos tiene su jefe elegido por rango de edad. La vejez es allí el apogeo de la dignidad humana, porque acerca a la meta anhelada; libre de enfermedades y fealdades, está tranquila y radiante como una hermosa tarde de otoño.
La industria terrestre, aplicada a la búsqueda ansiosa del bienestar material, se simplifica y casi desaparece en las regiones superiores, donde no tiene razón de existir; las artes sublimes lo reemplazan y adquieren un desarrollo y una perfección que vuestros groseros sentidos no pueden imaginar.
La ropa es uniforme; grandes vestidos blancos envuelven el cuerpo con sus pliegues armoniosos, que no deforman. Todo es fácil para estos seres que sólo desean a Dios y que, despojados de groseros intereses, viven sencillos y casi luminosos.
Georges.
(Cuestiones
sobre el dictado anterior; Sociedad de París; 27 de junio de 1862. - Médium, Sr.
Costel.)
1. Le has dado a tu médium favorito una descripción del planeta Venus, y estamos encantados de ver que concuerda con lo que ya nos han contado, aunque con menos precisión. Le pedimos amablemente que lo complete respondiendo algunas preguntas.
Por favor, díganos primero cómo sabe acerca de este mundo. - R. Estoy errante, pero inspirado por Espíritus superiores. Me enviaron en una misión a Venus.
2. ¿Pueden los habitantes de la tierra encarnarse allí directamente saliendo de aquí? – R. Al salir de la tierra, los seres más avanzados sufren por un tiempo más o menos prolongado la erraticidad, que despoja por completo los lazos carnales rotos imperfectamente por la muerte.
Observación. - La cuestión no era si los habitantes de la tierra pueden encarnar allí inmediatamente después de la muerte, sino directamente, es decir, sin pasar por mundos intermedios. Se responde que es posible para los más avanzados.
3. ¿El estado de progreso de los habitantes de Venus les permite recordar su estancia en los mundos inferiores y establecer una comparación entre las dos situaciones? – R. Los hombres miran hacia atrás a través de los ojos del pensamiento, que reconstruye en un solo trazo el pasado desvanecido. Así el Espíritu adelantado ve con la misma rapidez con que se mueve, más rapidez de relámpago que la de la electricidad, hermoso descubrimiento que está íntimamente ligado a la revelación del Espiritismo; ambos llevan consigo el progreso material e intelectual.
Observación. - Para establecer una comparación, no es absolutamente necesario saber qué puesto se ha ocupado personalmente; basta conocer el estado material y moral de los mundos inferiores por los que hubo que pasar para apreciar la diferencia. Por lo que se nos dice del planeta Marte, ciertamente debemos congratularnos de que ya no estemos allí; y sin salir de la tierra, nos basta considerar a los pueblos bárbaros y feroces, y saber que tuvimos que pasar por este estado, para considerarnos más felices. Solo tenemos información hipotética sobre los otros mundos; pero puede ser que en los que están más adelantados que nosotros este conocimiento tenga un grado de certeza que no nos es dado.
4. ¿La duración de la vida es proporcionalmente más larga o más corta allí que en la tierra? – R. La encarnación en Venus es infinitamente más larga que la prueba terrenal; despojada de la violencia humana, el alma relajada e impregnada de la influencia vivificante que la penetra prueba las alas que la llevarán en los gloriosos planetas de Júpiter u otros semejantes.
Observación. - Como ya hemos observado, la duración de la vida corporal parece ser proporcional al avance de los mundos. Dios, en su bondad, quiso acortar la prueba en los mundos inferiores. A esta razón se añade una causa física, a saber, que cuanto más avanzan los mundos, menos se desgastan los cuerpos por los estragos de las pasiones y las enfermedades que son su consecuencia.
5. ¿El carácter bajo el cual pintas a los habitantes de Venus debe hacernos suponer que no hay guerras, ni peleas, ni odios, ni celos entre ellos? – R. Los hombres solo adivinan lo que las palabras pueden expresar, y su pensamiento limitado está privado de infinito; así atribuís siempre, incluso a los planetas superiores, vuestras pasiones y motivos inferiores, virus depositados en vuestros seres por la tosquedad del punto de partida, y de los que os recuperáis sólo lentamente. Las divisiones, las querellas, las guerras son desconocidas en Venus, tan desconocidas como lo es entre vosotros el canibalismo.
Observación. - La tierra, en efecto, nos presenta, a través de la innumerable variedad de niveles sociales, una infinidad de tipos que pueden darnos una idea de los mundos donde cada uno de estos tipos es el estado normal.
6. ¿Cuál es el estado de la religión en este planeta? – R. La religión es la adoración constante y activa del Ser Supremo; culto despojado de todo error, es decir, de todo culto idólatra.
7. ¿Están todos los habitantes en el mismo grado, o hay, como en la tierra, más o menos avanzados? En este caso, ¿qué habitantes de la tierra corresponden a los menos avanzados? – R. La misma desigualdad proporcional existe entre los habitantes de Venus como entre los seres terrestres. Los menos avanzados son los astros del mundo terrestre, es decir vuestros genios y vuestros hombres virtuosos.
8. ¿Hay amos y sirvientes? – R. La servidumbre es el primer grado de iniciación. Los esclavos de la antigüedad, como los de la América moderna, son seres destinados a progresar en un medio superior al que habitaron en su última encarnación. En todas partes, los seres inferiores están subordinados a los seres superiores; pero en Venus esta subordinación moral no puede compararse con la subordinación corporal tal como existe en la tierra. Los superiores no son los amos, sino los padres de los inferiores; en lugar de explotarlos, ayudan a su avance.
9. ¿Venus llegó gradualmente al estado en el que se encuentra? ¿Ha pasado previamente por el estado donde está la tierra e incluso Marte? – R. Reina una unidad admirable en el conjunto de la obra divina. Los planetas como los individuos, como todo lo creado, animales y plantas, inevitablemente progresan. La vida, en sus diversas expresiones, es un ascenso perpetuo hacia el Creador; despliega, en una inmensa espiral, los grados de su eternidad.
10. Hemos tenido comunicaciones concordantes en Júpiter, Marte y Venus; ¿Por qué solo tuvimos cosas contradictorias en la luna que no pudieron asentar la opinión pública? – R. Este vacío se llenará, y pronto tendrás revelaciones en la luna tan claras, tan precisas como las que has obtenido en otros planetas. Si aún no te las han dado, más adelante entenderás el motivo.
Observación. Esta descripción de Venus, sin duda, no tiene ninguna de las características de autenticidad absoluta, por lo que sólo la damos condicionalmente. Sin embargo, lo que ya se ha dicho de este mundo le da al menos un cierto grado de probabilidad, y cualquiera que sea, no deja de ser un cuadro de un mundo que necesariamente debe existir para cualquier hombre que no tenga la orgullosa pretensión de creer que la tierra es el apogeo de la perfección humana; es un eslabón en la escala de los mundos, y un grado accesible a aquellos que no sienten la fuerza para ir inmediatamente a Júpiter.
(Dictado espontáneo. - Médium, Sr. Costel.)
El planeta Venus es el punto intermedio entre Mercurio y Júpiter; sus habitantes tienen la misma conformación física que la vuestra; la mayor o menor belleza e idealidad en las formas es la única diferencia trazada entre los seres creados. La sutileza del aire de Venus, comparable al de las altas montañas, lo hace inadecuado para vuestros pulmones; se ignoran las enfermedades. Sus habitantes se alimentan únicamente de frutas y productos lácteos; ignoran la bárbara costumbre de darse un festín con los cadáveres de los animales, ferocidad que sólo existe en los planetas inferiores; como resultado, las groseras necesidades del cuerpo son aniquiladas, y el amor se adorna con todas las pasiones y todas las perfecciones soñadas sólo en la tierra.
Como en la aurora, cuando las formas se ponen indecisas y se ahogan en la niebla de la mañana, la perfección del alma, próxima a completarse, tiene las ignorancias y los deseos de la infancia feliz. La naturaleza misma viste la gracia de la felicidad velada; sus formas suaves y redondeadas no tienen la violencia y aspereza de los sitios terrestres; el mar, hondo y tranquilo, ignora la tempestad; los árboles nunca se doblan bajo la fuerza de la tormenta, y el invierno no los despoja de su verdor; nada es sobresaliente; todo ríe, todo es dulce. La moral, impresa con tranquilidad y ternura, no necesita represión para permanecer pura y fuerte.
La forma política asume la expresión de la familia; cada tribu o aglomeración de individuos tiene su jefe elegido por rango de edad. La vejez es allí el apogeo de la dignidad humana, porque acerca a la meta anhelada; libre de enfermedades y fealdades, está tranquila y radiante como una hermosa tarde de otoño.
La industria terrestre, aplicada a la búsqueda ansiosa del bienestar material, se simplifica y casi desaparece en las regiones superiores, donde no tiene razón de existir; las artes sublimes lo reemplazan y adquieren un desarrollo y una perfección que vuestros groseros sentidos no pueden imaginar.
La ropa es uniforme; grandes vestidos blancos envuelven el cuerpo con sus pliegues armoniosos, que no deforman. Todo es fácil para estos seres que sólo desean a Dios y que, despojados de groseros intereses, viven sencillos y casi luminosos.
1. Le has dado a tu médium favorito una descripción del planeta Venus, y estamos encantados de ver que concuerda con lo que ya nos han contado, aunque con menos precisión. Le pedimos amablemente que lo complete respondiendo algunas preguntas.
Por favor, díganos primero cómo sabe acerca de este mundo. - R. Estoy errante, pero inspirado por Espíritus superiores. Me enviaron en una misión a Venus.
2. ¿Pueden los habitantes de la tierra encarnarse allí directamente saliendo de aquí? – R. Al salir de la tierra, los seres más avanzados sufren por un tiempo más o menos prolongado la erraticidad, que despoja por completo los lazos carnales rotos imperfectamente por la muerte.
Observación. - La cuestión no era si los habitantes de la tierra pueden encarnar allí inmediatamente después de la muerte, sino directamente, es decir, sin pasar por mundos intermedios. Se responde que es posible para los más avanzados.
3. ¿El estado de progreso de los habitantes de Venus les permite recordar su estancia en los mundos inferiores y establecer una comparación entre las dos situaciones? – R. Los hombres miran hacia atrás a través de los ojos del pensamiento, que reconstruye en un solo trazo el pasado desvanecido. Así el Espíritu adelantado ve con la misma rapidez con que se mueve, más rapidez de relámpago que la de la electricidad, hermoso descubrimiento que está íntimamente ligado a la revelación del Espiritismo; ambos llevan consigo el progreso material e intelectual.
Observación. - Para establecer una comparación, no es absolutamente necesario saber qué puesto se ha ocupado personalmente; basta conocer el estado material y moral de los mundos inferiores por los que hubo que pasar para apreciar la diferencia. Por lo que se nos dice del planeta Marte, ciertamente debemos congratularnos de que ya no estemos allí; y sin salir de la tierra, nos basta considerar a los pueblos bárbaros y feroces, y saber que tuvimos que pasar por este estado, para considerarnos más felices. Solo tenemos información hipotética sobre los otros mundos; pero puede ser que en los que están más adelantados que nosotros este conocimiento tenga un grado de certeza que no nos es dado.
4. ¿La duración de la vida es proporcionalmente más larga o más corta allí que en la tierra? – R. La encarnación en Venus es infinitamente más larga que la prueba terrenal; despojada de la violencia humana, el alma relajada e impregnada de la influencia vivificante que la penetra prueba las alas que la llevarán en los gloriosos planetas de Júpiter u otros semejantes.
Observación. - Como ya hemos observado, la duración de la vida corporal parece ser proporcional al avance de los mundos. Dios, en su bondad, quiso acortar la prueba en los mundos inferiores. A esta razón se añade una causa física, a saber, que cuanto más avanzan los mundos, menos se desgastan los cuerpos por los estragos de las pasiones y las enfermedades que son su consecuencia.
5. ¿El carácter bajo el cual pintas a los habitantes de Venus debe hacernos suponer que no hay guerras, ni peleas, ni odios, ni celos entre ellos? – R. Los hombres solo adivinan lo que las palabras pueden expresar, y su pensamiento limitado está privado de infinito; así atribuís siempre, incluso a los planetas superiores, vuestras pasiones y motivos inferiores, virus depositados en vuestros seres por la tosquedad del punto de partida, y de los que os recuperáis sólo lentamente. Las divisiones, las querellas, las guerras son desconocidas en Venus, tan desconocidas como lo es entre vosotros el canibalismo.
Observación. - La tierra, en efecto, nos presenta, a través de la innumerable variedad de niveles sociales, una infinidad de tipos que pueden darnos una idea de los mundos donde cada uno de estos tipos es el estado normal.
6. ¿Cuál es el estado de la religión en este planeta? – R. La religión es la adoración constante y activa del Ser Supremo; culto despojado de todo error, es decir, de todo culto idólatra.
7. ¿Están todos los habitantes en el mismo grado, o hay, como en la tierra, más o menos avanzados? En este caso, ¿qué habitantes de la tierra corresponden a los menos avanzados? – R. La misma desigualdad proporcional existe entre los habitantes de Venus como entre los seres terrestres. Los menos avanzados son los astros del mundo terrestre, es decir vuestros genios y vuestros hombres virtuosos.
8. ¿Hay amos y sirvientes? – R. La servidumbre es el primer grado de iniciación. Los esclavos de la antigüedad, como los de la América moderna, son seres destinados a progresar en un medio superior al que habitaron en su última encarnación. En todas partes, los seres inferiores están subordinados a los seres superiores; pero en Venus esta subordinación moral no puede compararse con la subordinación corporal tal como existe en la tierra. Los superiores no son los amos, sino los padres de los inferiores; en lugar de explotarlos, ayudan a su avance.
9. ¿Venus llegó gradualmente al estado en el que se encuentra? ¿Ha pasado previamente por el estado donde está la tierra e incluso Marte? – R. Reina una unidad admirable en el conjunto de la obra divina. Los planetas como los individuos, como todo lo creado, animales y plantas, inevitablemente progresan. La vida, en sus diversas expresiones, es un ascenso perpetuo hacia el Creador; despliega, en una inmensa espiral, los grados de su eternidad.
10. Hemos tenido comunicaciones concordantes en Júpiter, Marte y Venus; ¿Por qué solo tuvimos cosas contradictorias en la luna que no pudieron asentar la opinión pública? – R. Este vacío se llenará, y pronto tendrás revelaciones en la luna tan claras, tan precisas como las que has obtenido en otros planetas. Si aún no te las han dado, más adelante entenderás el motivo.
Observación. Esta descripción de Venus, sin duda, no tiene ninguna de las características de autenticidad absoluta, por lo que sólo la damos condicionalmente. Sin embargo, lo que ya se ha dicho de este mundo le da al menos un cierto grado de probabilidad, y cualquiera que sea, no deja de ser un cuadro de un mundo que necesariamente debe existir para cualquier hombre que no tenga la orgullosa pretensión de creer que la tierra es el apogeo de la perfección humana; es un eslabón en la escala de los mundos, y un grado accesible a aquellos que no sienten la fuerza para ir inmediatamente a Júpiter.
Carta
al periódico de Saint-Jean-d'Angely
Encontramos la siguiente carta en el diario de Saint-Jean-d'Angély del 15 de junio de 1862:
“Al Sr. Pierre de L…, editor accidental del periódico Le Mellois.
“En una carta dirigida a Mellois el 8 de junio, cuestionas lo que llamas la pequeña Iglesia de Saint-Jean-d'Angely. Molesto por ser rechazado por el Sr. Borreau con una excepción de inadmisibilidad, recurre a su colega en el Espiritismo para interrogarlo. Sin ser el médium notable que usted designa bajo una iniciativa transparente, me tomaré la libertad de hacerle algunas observaciones.
“¿Cuál podría haber sido su objetivo al plantear, primero al Sr. Borreau, luego a los Espíritas de Saint-Jean-d'Angely, el desafío de evocar el alma de Jacques Bujault? ¿Fue una broma para poner fin a la guerra civil e intestina que parece haber ensangrentado la fértil campiña de Poitou? Si es así, comprenderéis, pienso que la dignidad de las personas serias y concienzudas, que creen firmemente en teorías establecidas sobre fenómenos de los que han reconocido la certeza, les exige no asociarse a vuestros juegos. Eres libre, ciertamente, los escépticos son libres de reírse de estas teorías; en Francia nos reímos de todo, usted lo sabe, señor. Sin embargo, por muy bueno que fuera tu chiste, no era nuevo, y, entre otros, cierto columnista del periódico al que me dirijo esto no había dejado de hacer uso de él desde el principio.
“Si te has hecho esta pregunta en serio, déjame decirte que no has tomado el camino correcto para llegar a tu meta. No fueron las burlas contenidas en su primer artículo las que pudieron persuadir al Sr. Borreau de su sinceridad. Le era perfectamente lícito dudar y no daros la oportunidad de una contrapartida al esbozo espiritual de la evocación del prior que conocéis. Del mismo modo, no son sus comentarios satíricos sobre la completa inutilidad del Espiritismo y sobre las disidencias que dividen a sus seguidores lo que puede convencer al Sr. C... de la completa buena fe con que pretende su esclarecimiento. Si por tanto es realmente vuestra intención solucionar este problema, he aquí el camino más corto y al mismo tiempo, en mi opinión, el más adecuado. Venid al cenáculo, y allí, despojándoos de toda idea preconcebida, haciendo borrón y cuenta nueva de todos los prejuicios anteriores, examinad fríamente los fenómenos que os serán operados, y sometedlos al criterio de la certeza. Que, si una, dos veces, temes ser blanco de alucinaciones, repites tus experiencias. El Espiritismo os dirá, como Cristo a Tomás:
Vide pedes, vide manus, (Mira los pies, mira las manos,)
Noli esse incredulus. (No seas incrédulo.)
“Y si estos experimentos conducen siempre al mismo resultado, según todas las reglas de la lógica, debes tener confianza en la evidencia de tus sentidos, a menos que, cosa que estoy lejos de suponer, te veas reducido a eso, al pirronismo.
"Si, por el contrario, como supuse más arriba, sus artículos fueron solo un juego para alegrar la lucha poitevina (de Poitiers) suscitada por el desafortunado voto de la Sociedad Agrícola de Niort, continúen sus bromas agradables, ataques brillantes que admiramos, nosotros, espectadores desinteresados. Sólo tú permitirás que los Espíritas mantengan su fe. La burla, de hecho, no siempre tiene razón; el aforismo: el ridículo mata, no es de precisión exacta, y se podría decir a esta arma tan cruel, especialmente entre nosotros, lo que se le dice a un personaje de comedia:
A todos los que matas les va bastante bien.
“Nos reíamos de todas las grandes cosas, las llamábamos locuras, lo que no impedía que sucedieran. La gente se reía de la existencia de otro mundo, y se descubrió América; nos reímos del vapor, y estamos en la era de los ferrocarriles; nos reímos de los piróscafos y de Fulton su inventor, y ahora cubren nuestros mares y nuestros ríos; nos reímos, inclínate, señor, nos reímos de Cristo, y su locura sublime, la locura de la cruz conquistó y subyugó al universo. Así, si en este momento el Espiritismo presta su flanco a los epigramas de los hijos de Voltaire, se decide y sigue su camino; el futuro lo juzgará. Si este sistema se basa en la verdad, ni las burlas ni las pasiones prevalecerán contra él; si es sólo un error, un error muy generoso, reconozcámoslo, en nuestro siglo de materialismo, se juntará en la nada las mil y una aberraciones de la mente que, bajo varios y barrocos nombres, han descarriado a la humanidad.
“Reciba, señor, la expresión de mis ansiosas cortesías.
Un
seguidor”
Observación. - No es la primera vez que los
seguidores recogen el guante lanzado al Espiritismo por los escarnecedores, y
más de uno, entre estos últimos, logró convencerse de que se trataba de un
partido más fuerte y numeroso que el que no créanlo, tantos ahora entienden que
es más prudente que se callen. Y entonces, hay que decirlo, las ideas espíritas
han penetrado hasta en el mismo campo de los adversarios, donde uno empieza a
sentirse abrumado, y entonces espera. Hoy el Espiritismo ya no se profesa en secreto;
uno se llama abiertamente Espírita, como se llamaría francés o inglés,
católico, judío o protestante, partidario de tal o cual filosofía; todo miedo
infantil es desterrado. Que todos los Espíritas tengan, pues, el coraje de su
opinión, este es el medio para cerrar la boca de los detractores y darles que
pensar.
El Espiritismo crece incesantemente como la riada que sube y circunscribe la isleta, muy extensa al principio, y pocos días después reducida a un punto. ¿Qué harán los negacionistas cuando se vean en este islote rodeados cada día más por el océano de las nuevas ideas? Vemos levantarse la ola que nos lleva; por eso no nos preocupamos; pero un día, los que estarán en la isleta, asustados por su aislamiento, nos tenderán los brazos y nos llamarán en su ayuda.
Encontramos la siguiente carta en el diario de Saint-Jean-d'Angély del 15 de junio de 1862:
“Al Sr. Pierre de L…, editor accidental del periódico Le Mellois.
“En una carta dirigida a Mellois el 8 de junio, cuestionas lo que llamas la pequeña Iglesia de Saint-Jean-d'Angely. Molesto por ser rechazado por el Sr. Borreau con una excepción de inadmisibilidad, recurre a su colega en el Espiritismo para interrogarlo. Sin ser el médium notable que usted designa bajo una iniciativa transparente, me tomaré la libertad de hacerle algunas observaciones.
“¿Cuál podría haber sido su objetivo al plantear, primero al Sr. Borreau, luego a los Espíritas de Saint-Jean-d'Angely, el desafío de evocar el alma de Jacques Bujault? ¿Fue una broma para poner fin a la guerra civil e intestina que parece haber ensangrentado la fértil campiña de Poitou? Si es así, comprenderéis, pienso que la dignidad de las personas serias y concienzudas, que creen firmemente en teorías establecidas sobre fenómenos de los que han reconocido la certeza, les exige no asociarse a vuestros juegos. Eres libre, ciertamente, los escépticos son libres de reírse de estas teorías; en Francia nos reímos de todo, usted lo sabe, señor. Sin embargo, por muy bueno que fuera tu chiste, no era nuevo, y, entre otros, cierto columnista del periódico al que me dirijo esto no había dejado de hacer uso de él desde el principio.
“Si te has hecho esta pregunta en serio, déjame decirte que no has tomado el camino correcto para llegar a tu meta. No fueron las burlas contenidas en su primer artículo las que pudieron persuadir al Sr. Borreau de su sinceridad. Le era perfectamente lícito dudar y no daros la oportunidad de una contrapartida al esbozo espiritual de la evocación del prior que conocéis. Del mismo modo, no son sus comentarios satíricos sobre la completa inutilidad del Espiritismo y sobre las disidencias que dividen a sus seguidores lo que puede convencer al Sr. C... de la completa buena fe con que pretende su esclarecimiento. Si por tanto es realmente vuestra intención solucionar este problema, he aquí el camino más corto y al mismo tiempo, en mi opinión, el más adecuado. Venid al cenáculo, y allí, despojándoos de toda idea preconcebida, haciendo borrón y cuenta nueva de todos los prejuicios anteriores, examinad fríamente los fenómenos que os serán operados, y sometedlos al criterio de la certeza. Que, si una, dos veces, temes ser blanco de alucinaciones, repites tus experiencias. El Espiritismo os dirá, como Cristo a Tomás:
Vide pedes, vide manus, (Mira los pies, mira las manos,)
Noli esse incredulus. (No seas incrédulo.)
“Y si estos experimentos conducen siempre al mismo resultado, según todas las reglas de la lógica, debes tener confianza en la evidencia de tus sentidos, a menos que, cosa que estoy lejos de suponer, te veas reducido a eso, al pirronismo.
"Si, por el contrario, como supuse más arriba, sus artículos fueron solo un juego para alegrar la lucha poitevina (de Poitiers) suscitada por el desafortunado voto de la Sociedad Agrícola de Niort, continúen sus bromas agradables, ataques brillantes que admiramos, nosotros, espectadores desinteresados. Sólo tú permitirás que los Espíritas mantengan su fe. La burla, de hecho, no siempre tiene razón; el aforismo: el ridículo mata, no es de precisión exacta, y se podría decir a esta arma tan cruel, especialmente entre nosotros, lo que se le dice a un personaje de comedia:
A todos los que matas les va bastante bien.
“Nos reíamos de todas las grandes cosas, las llamábamos locuras, lo que no impedía que sucedieran. La gente se reía de la existencia de otro mundo, y se descubrió América; nos reímos del vapor, y estamos en la era de los ferrocarriles; nos reímos de los piróscafos y de Fulton su inventor, y ahora cubren nuestros mares y nuestros ríos; nos reímos, inclínate, señor, nos reímos de Cristo, y su locura sublime, la locura de la cruz conquistó y subyugó al universo. Así, si en este momento el Espiritismo presta su flanco a los epigramas de los hijos de Voltaire, se decide y sigue su camino; el futuro lo juzgará. Si este sistema se basa en la verdad, ni las burlas ni las pasiones prevalecerán contra él; si es sólo un error, un error muy generoso, reconozcámoslo, en nuestro siglo de materialismo, se juntará en la nada las mil y una aberraciones de la mente que, bajo varios y barrocos nombres, han descarriado a la humanidad.
“Reciba, señor, la expresión de mis ansiosas cortesías.
El Espiritismo crece incesantemente como la riada que sube y circunscribe la isleta, muy extensa al principio, y pocos días después reducida a un punto. ¿Qué harán los negacionistas cuando se vean en este islote rodeados cada día más por el océano de las nuevas ideas? Vemos levantarse la ola que nos lleva; por eso no nos preocupamos; pero un día, los que estarán en la isleta, asustados por su aislamiento, nos tenderán los brazos y nos llamarán en su ayuda.
Castigo
de un avaro
François Riquier, un hombre muy común, era un viejo avaro y un viejo soltero, que murió en C…, hace cuatro o cinco años, dejando una fortuna bastante considerable en garantías. Había sido dueño de una de nuestras amigas, Madame F…. Esta señora lo había olvidado por completo, cuando recientemente su hija, que sufre ataques de catalepsia seguidos de un sueño magnético espontáneo, vio, en este sueño, al Sr. Riquier quien, dice, quería hablar con su madre. A los pocos días, la hija de la señora F…, que también es muy buena médium para escribir, habiendo tomado el lápiz, obtuvo la siguiente comunicación, tras la cual Riquier puso su nombre y dirección con el número. Madame F… que no conocía este número se apresuró a comprobarlo y se sorprendió mucho al ver que la indicación era perfectamente precisa. He aquí esta comunicación que es un nuevo ejemplo de las penas reservadas a los Espíritus culpables. Como se había presentado espontáneamente y manifestado el deseo de hablar con la Sra. F…, se le dirigió la pregunta: "¿Qué quiere de nosotros?" – R. Mi dinero que me quitaron todos, los miserables, para repartirlo entre ellos. Vendieron mis fincas, mis casas, todo, para compartirlo. Despilfarraron mi propiedad, como si no fuera mía. Denme justicia, porque no me escuchan, y no quiero ver tanta infamia, dicen que yo era un usurero, ¡y se quedan con mi dinero! ¿Por qué no me lo quieren devolver, si lo creen mal adquirido?
“P. Pero estás muerto, buen hombre; ya no necesitas el dinero. Pídele a Dios tener una nueva existencia pobre para expiar la codicia de ésta. – R. No, no podría vivir pobre. Hace falta mi dinero para mantenerme. Además, no necesito hacer otra vida, ya que vivo ahora.
“P. (La siguiente pregunta está destinada a devolverle a la realidad.) – ¿Tienes dolor? – R. ¡Ay! sí, padezco torturas peores que la enfermedad más cruel, porque es mi alma la que sufre estas torturas. Tengo siempre presente en mis pensamientos la iniquidad de mi vida, que ha sido motivo de escándalo para muchos. Bien sé que soy un desgraciado indigno de piedad; pero sufro tanto que se me debe ayudar a salir de este estado miserable.
"P. Rezaremos por ti. - ¡Gracias! Ruega que me olvide de mis riquezas terrenales; sin eso nunca podré arrepentirme.
Adiós y gracias.
François Riquier,
Rue de la Charité, n°14.“
Observación. - Este ejemplo y muchos otros análogos prueban que el Espíritu puede retener por muchos años la idea de que todavía pertenece al mundo corpóreo. Esta ilusión, por lo tanto, no es característica exclusiva de los casos de muerte violenta; parece ser la consecuencia de la materialidad de la vida terrena, y la persistencia del sentimiento de esta materialidad, que no puede ser saciada, es un tormento para el Espíritu. Encontramos allí también la prueba de que el Espíritu es un ser semejante al corpóreo, aunque fluídico, porque, para que crea ser todavía de este mundo, que continúa o cree continuar, se podría decir, a andar en su negocio, debe verse a sí mismo como una forma, un cuerpo, en una palabra, como cuando estaba vivo. Si todo lo que quedó de él fue un soplo, un vapor, una chispa, no podía malinterpretar su situación. Es así como el estudio de los Espíritus, incluso los vulgares, nos ilumina sobre el estado real del mundo invisible y confirma las verdades más importantes.
François Riquier, un hombre muy común, era un viejo avaro y un viejo soltero, que murió en C…, hace cuatro o cinco años, dejando una fortuna bastante considerable en garantías. Había sido dueño de una de nuestras amigas, Madame F…. Esta señora lo había olvidado por completo, cuando recientemente su hija, que sufre ataques de catalepsia seguidos de un sueño magnético espontáneo, vio, en este sueño, al Sr. Riquier quien, dice, quería hablar con su madre. A los pocos días, la hija de la señora F…, que también es muy buena médium para escribir, habiendo tomado el lápiz, obtuvo la siguiente comunicación, tras la cual Riquier puso su nombre y dirección con el número. Madame F… que no conocía este número se apresuró a comprobarlo y se sorprendió mucho al ver que la indicación era perfectamente precisa. He aquí esta comunicación que es un nuevo ejemplo de las penas reservadas a los Espíritus culpables. Como se había presentado espontáneamente y manifestado el deseo de hablar con la Sra. F…, se le dirigió la pregunta: "¿Qué quiere de nosotros?" – R. Mi dinero que me quitaron todos, los miserables, para repartirlo entre ellos. Vendieron mis fincas, mis casas, todo, para compartirlo. Despilfarraron mi propiedad, como si no fuera mía. Denme justicia, porque no me escuchan, y no quiero ver tanta infamia, dicen que yo era un usurero, ¡y se quedan con mi dinero! ¿Por qué no me lo quieren devolver, si lo creen mal adquirido?
“P. Pero estás muerto, buen hombre; ya no necesitas el dinero. Pídele a Dios tener una nueva existencia pobre para expiar la codicia de ésta. – R. No, no podría vivir pobre. Hace falta mi dinero para mantenerme. Además, no necesito hacer otra vida, ya que vivo ahora.
“P. (La siguiente pregunta está destinada a devolverle a la realidad.) – ¿Tienes dolor? – R. ¡Ay! sí, padezco torturas peores que la enfermedad más cruel, porque es mi alma la que sufre estas torturas. Tengo siempre presente en mis pensamientos la iniquidad de mi vida, que ha sido motivo de escándalo para muchos. Bien sé que soy un desgraciado indigno de piedad; pero sufro tanto que se me debe ayudar a salir de este estado miserable.
"P. Rezaremos por ti. - ¡Gracias! Ruega que me olvide de mis riquezas terrenales; sin eso nunca podré arrepentirme.
Adiós y gracias.
François Riquier,
Rue de la Charité, n°14.“
Observación. - Este ejemplo y muchos otros análogos prueban que el Espíritu puede retener por muchos años la idea de que todavía pertenece al mundo corpóreo. Esta ilusión, por lo tanto, no es característica exclusiva de los casos de muerte violenta; parece ser la consecuencia de la materialidad de la vida terrena, y la persistencia del sentimiento de esta materialidad, que no puede ser saciada, es un tormento para el Espíritu. Encontramos allí también la prueba de que el Espíritu es un ser semejante al corpóreo, aunque fluídico, porque, para que crea ser todavía de este mundo, que continúa o cree continuar, se podría decir, a andar en su negocio, debe verse a sí mismo como una forma, un cuerpo, en una palabra, como cuando estaba vivo. Si todo lo que quedó de él fue un soplo, un vapor, una chispa, no podía malinterpretar su situación. Es así como el estudio de los Espíritus, incluso los vulgares, nos ilumina sobre el estado real del mundo invisible y confirma las verdades más importantes.
Mérito
de la oración
La misma persona mencionada en el incidente anterior tuvo una vez la siguiente comunicación espontánea, cuyo origen no entendió al principio:
“No me has olvidado, y tu Espíritu nunca tuvo un sentido de perdón por mí. Es verdad que os he hecho mucho mal; pero he sido castigado por ello durante mucho tiempo. No he dejado de sufrir. Te veo siguiendo los deberes que cumples con tanto valor, para proveer a tu familia, la envidia no ha dejado de devorar mi corazón. Vuestra... (Hicimos una pausa aquí para preguntar quién podría ser. El Espíritu agrega: "No me interrumpas; me nombraré a mí mismo cuando termine")... resignación, que seguí, fue uno de mis mayores males. Ten un poco de piedad de mí, si eres verdaderamente un discípulo de Cristo. Estaba bastante solo en la tierra, aunque en medio de mi familia, y la envidia era mi mayor vicio. Fue por envidia que dominé a tu marido. Parecías recuperar el control sobre él cuando te conocí, y me puse entre vosotros. Perdóname y ten valor: Dios tendrá misericordia de ti a su vez. Mi hermana, a quien oprimí durante mi vida, es la única que oró por mí; pero son sus oraciones las que necesito. Los demás no tienen para mí el sello del perdón. Adiós, perdona.
Ángel Rouget.”
Esta señora agrega: “Entonces recordé perfectamente a la persona que murió hace unos veinticinco años, y en quien no había pensado durante muchos años. Me pregunto cómo es que las oraciones de su hermana, criatura virtuosa y mansa, devota, piadosa y resignada, no son más fecundas que las mías. Sin embargo, te puedes imaginar, según eso, oré y perdoné.”
Respuesta. - El Espíritu mismo da la explicación cuando dice:
“Las oraciones de los demás no tienen el sello del perdón para mí. En efecto, siendo esta señora la principal ofendida, y habiendo sufrido más por la conducta de esta mujer, en su oración hubo perdón, que debió tocar más al Espíritu culpable. Su hermana, al orar, estaba, por así decirlo, sólo cumpliendo un deber; por otro lado, había un acto de caridad. El ofendido tenía más derecho y mérito para pedir perdón; su perdón era, pues, tanto más para tranquilizar el Espíritu. Ahora bien, sabemos que el efecto principal de la oración es obrar sobre la moral del Espíritu, sea para calmarlo, sea para reconducirlo al bien; al devolverlo al bien, acelera la clemencia del Juez Supremo, que siempre perdona al pecador arrepentido.
La justicia humana, por imperfecta que sea frente a la justicia divina, nos ofrece frecuentes ejemplos similares. Si un hombre es llevado ante los tribunales por una ofensa contra alguien, nadie alegará mejor en su favor y obtendrá su perdón más fácilmente que el mismo ofendido que generosamente viene a retirar su demanda.
Habiendo sido leída esta comunicación a la sociedad de París, dio lugar a la siguiente pregunta, propuesta por uno de sus miembros:
“Los Espíritus piden incesantemente las oraciones de los mortales; ¿No oran también los Espíritus buenos por los Espíritus que sufren, y en este caso por qué son más eficaces las de los hombres?”
La siguiente respuesta fue dada en la misma sesión por San Agustín; médium, Sr. E. Vézy:
Orad siempre, hijos; ya os lo he dicho: la oración es un rocío benéfico que debe hacer menos árida la tierra reseca. Vengo a repetírtelo de nuevo, y le añado algunas palabras en respuesta a la pregunta que me haces. ¿Por qué entonces, decís, los Espíritus que sufren os piden oraciones antes que a nosotros? ¿Son más eficaces las oraciones de los mortales que las de los buenos Espíritus? - ¿Quién te ha dicho que nuestras oraciones no tienen la virtud de infundir consuelo y dar fuerza a los Espíritus débiles que sólo pueden ir a Dios con dificultad y muchas veces con desánimo? Si imploran vuestras oraciones, es porque tienen el mérito de emanaciones terrenas que se elevan voluntariamente a Dios, y que Él siempre las saborea, viniendo de vuestra caridad y de vuestro amor.
Para vosotros rezar es abnegación; para nosotros es el deber. El encarnado que ora por su prójimo cumple la noble tarea de los Espíritus puros; sin tener el coraje y la fuerza, realiza sus maravillas. Es propio de nuestra vida, de nosotros, consolar al Espíritu en el dolor y en el sufrimiento; pero una de tus oraciones es el collar que desatas de tu cuello para darlo a los necesitados; es el pan que tomáis de vuestra mesa para dárselo a los hambrientos, y por eso vuestras oraciones son agradables a los que las escuchan. ¿No accede siempre un padre a la oración del hijo pródigo? ¿No llama a todos sus siervos a matar el becerro cebado cuando regrese el niño culpable? ¿Cómo no podría hacer aún más por éste, aunque se ponga de rodillas para decirle: “Oh padre mío, soy muy culpable; ¡No te pido misericordia, pero perdona a mi hermano arrepentido, más débil y menos culpable que yo!" ¡Vaya! es entonces que el padre es tocado; es entonces cuando arranca de su pecho todo lo que puede contener de dones y de amor. Él dijo: “Vosotros estabais llenos de iniquidades; te llamaste a ti mismo un criminal; más comprendiendo la enormidad de vuestras faltas, no me clamasteis por vosotros; aceptas los sufrimientos de mi castigo, ya pesar de tus torturas, ¡tu voz tiene suficiente fuerza para orar por tu hermano!" ¡Y bien! el padre no quiere tener menos caridad que el hijo: perdona a ambos; a ambos extenderá sus manos para que caminen derechos por el camino que lleva a su gloria.
Es por esto, hijos míos, que los Espíritus sufrientes que rondan a vuestro alrededor imploran vuestras oraciones; debemos orar; usted, usted puede orar. Oración del corazón, tú eres el alma de las almas si puedo expresarme así; ¡Sublime quintaesencia que siempre asciende casta, hermosa y radiante al alma más grande de Dios!
San Agustín.
La misma persona mencionada en el incidente anterior tuvo una vez la siguiente comunicación espontánea, cuyo origen no entendió al principio:
“No me has olvidado, y tu Espíritu nunca tuvo un sentido de perdón por mí. Es verdad que os he hecho mucho mal; pero he sido castigado por ello durante mucho tiempo. No he dejado de sufrir. Te veo siguiendo los deberes que cumples con tanto valor, para proveer a tu familia, la envidia no ha dejado de devorar mi corazón. Vuestra... (Hicimos una pausa aquí para preguntar quién podría ser. El Espíritu agrega: "No me interrumpas; me nombraré a mí mismo cuando termine")... resignación, que seguí, fue uno de mis mayores males. Ten un poco de piedad de mí, si eres verdaderamente un discípulo de Cristo. Estaba bastante solo en la tierra, aunque en medio de mi familia, y la envidia era mi mayor vicio. Fue por envidia que dominé a tu marido. Parecías recuperar el control sobre él cuando te conocí, y me puse entre vosotros. Perdóname y ten valor: Dios tendrá misericordia de ti a su vez. Mi hermana, a quien oprimí durante mi vida, es la única que oró por mí; pero son sus oraciones las que necesito. Los demás no tienen para mí el sello del perdón. Adiós, perdona.
Esta señora agrega: “Entonces recordé perfectamente a la persona que murió hace unos veinticinco años, y en quien no había pensado durante muchos años. Me pregunto cómo es que las oraciones de su hermana, criatura virtuosa y mansa, devota, piadosa y resignada, no son más fecundas que las mías. Sin embargo, te puedes imaginar, según eso, oré y perdoné.”
Respuesta. - El Espíritu mismo da la explicación cuando dice:
“Las oraciones de los demás no tienen el sello del perdón para mí. En efecto, siendo esta señora la principal ofendida, y habiendo sufrido más por la conducta de esta mujer, en su oración hubo perdón, que debió tocar más al Espíritu culpable. Su hermana, al orar, estaba, por así decirlo, sólo cumpliendo un deber; por otro lado, había un acto de caridad. El ofendido tenía más derecho y mérito para pedir perdón; su perdón era, pues, tanto más para tranquilizar el Espíritu. Ahora bien, sabemos que el efecto principal de la oración es obrar sobre la moral del Espíritu, sea para calmarlo, sea para reconducirlo al bien; al devolverlo al bien, acelera la clemencia del Juez Supremo, que siempre perdona al pecador arrepentido.
La justicia humana, por imperfecta que sea frente a la justicia divina, nos ofrece frecuentes ejemplos similares. Si un hombre es llevado ante los tribunales por una ofensa contra alguien, nadie alegará mejor en su favor y obtendrá su perdón más fácilmente que el mismo ofendido que generosamente viene a retirar su demanda.
Habiendo sido leída esta comunicación a la sociedad de París, dio lugar a la siguiente pregunta, propuesta por uno de sus miembros:
“Los Espíritus piden incesantemente las oraciones de los mortales; ¿No oran también los Espíritus buenos por los Espíritus que sufren, y en este caso por qué son más eficaces las de los hombres?”
La siguiente respuesta fue dada en la misma sesión por San Agustín; médium, Sr. E. Vézy:
Orad siempre, hijos; ya os lo he dicho: la oración es un rocío benéfico que debe hacer menos árida la tierra reseca. Vengo a repetírtelo de nuevo, y le añado algunas palabras en respuesta a la pregunta que me haces. ¿Por qué entonces, decís, los Espíritus que sufren os piden oraciones antes que a nosotros? ¿Son más eficaces las oraciones de los mortales que las de los buenos Espíritus? - ¿Quién te ha dicho que nuestras oraciones no tienen la virtud de infundir consuelo y dar fuerza a los Espíritus débiles que sólo pueden ir a Dios con dificultad y muchas veces con desánimo? Si imploran vuestras oraciones, es porque tienen el mérito de emanaciones terrenas que se elevan voluntariamente a Dios, y que Él siempre las saborea, viniendo de vuestra caridad y de vuestro amor.
Para vosotros rezar es abnegación; para nosotros es el deber. El encarnado que ora por su prójimo cumple la noble tarea de los Espíritus puros; sin tener el coraje y la fuerza, realiza sus maravillas. Es propio de nuestra vida, de nosotros, consolar al Espíritu en el dolor y en el sufrimiento; pero una de tus oraciones es el collar que desatas de tu cuello para darlo a los necesitados; es el pan que tomáis de vuestra mesa para dárselo a los hambrientos, y por eso vuestras oraciones son agradables a los que las escuchan. ¿No accede siempre un padre a la oración del hijo pródigo? ¿No llama a todos sus siervos a matar el becerro cebado cuando regrese el niño culpable? ¿Cómo no podría hacer aún más por éste, aunque se ponga de rodillas para decirle: “Oh padre mío, soy muy culpable; ¡No te pido misericordia, pero perdona a mi hermano arrepentido, más débil y menos culpable que yo!" ¡Vaya! es entonces que el padre es tocado; es entonces cuando arranca de su pecho todo lo que puede contener de dones y de amor. Él dijo: “Vosotros estabais llenos de iniquidades; te llamaste a ti mismo un criminal; más comprendiendo la enormidad de vuestras faltas, no me clamasteis por vosotros; aceptas los sufrimientos de mi castigo, ya pesar de tus torturas, ¡tu voz tiene suficiente fuerza para orar por tu hermano!" ¡Y bien! el padre no quiere tener menos caridad que el hijo: perdona a ambos; a ambos extenderá sus manos para que caminen derechos por el camino que lleva a su gloria.
Es por esto, hijos míos, que los Espíritus sufrientes que rondan a vuestro alrededor imploran vuestras oraciones; debemos orar; usted, usted puede orar. Oración del corazón, tú eres el alma de las almas si puedo expresarme así; ¡Sublime quintaesencia que siempre asciende casta, hermosa y radiante al alma más grande de Dios!
Disertaciones espíritas
La conquista del futuro
(Grupo de Sainte-Gemme (Tarn). ‑ Médium, Sr. C…)
Crece la idea espírita; pronto cubrirá suelo francés de norte a sur, de este a oeste. Las estacas se plantan de distancia en distancia; eres tú quién eres estos hitos; a vosotros os corresponderá el honor de haber trazado a vuestros hermanos, siguiendo nuestro consejo, el camino a seguir. Uníos, pues, no sólo en un pensamiento común, sino también en una acción común. El tiempo de observación y experimentación ha pasado: estamos en la aplicación. Actúa y actúa sin miedo; nunca mires detrás de ti; siempre, por el contrario, mantén tus ojos fijos hacia adelante; contemplad la meta y los obstáculos que os separan de ella; si te diviertes contando los pasos, en lugar de avanzar rápidamente, perderás la misión que se te encomendó. Así que toma tu bastón de viaje; ¡ceñid vuestros lomos, y tomad el camino! pero no vayas solo; parta al mismo tiempo que todo el ejército espírita, esta vanguardia de la doctrina evangélica. Únase, consulte y conquiste el futuro.
Hipólito Fortoul.
(Grupo de Sainte-Gemme (Tarn). ‑ Médium, Sr. C…)
Crece la idea espírita; pronto cubrirá suelo francés de norte a sur, de este a oeste. Las estacas se plantan de distancia en distancia; eres tú quién eres estos hitos; a vosotros os corresponderá el honor de haber trazado a vuestros hermanos, siguiendo nuestro consejo, el camino a seguir. Uníos, pues, no sólo en un pensamiento común, sino también en una acción común. El tiempo de observación y experimentación ha pasado: estamos en la aplicación. Actúa y actúa sin miedo; nunca mires detrás de ti; siempre, por el contrario, mantén tus ojos fijos hacia adelante; contemplad la meta y los obstáculos que os separan de ella; si te diviertes contando los pasos, en lugar de avanzar rápidamente, perderás la misión que se te encomendó. Así que toma tu bastón de viaje; ¡ceñid vuestros lomos, y tomad el camino! pero no vayas solo; parta al mismo tiempo que todo el ejército espírita, esta vanguardia de la doctrina evangélica. Únase, consulte y conquiste el futuro.
Pentecostés.
(Grupo de Sainte-Gemme -Tarn).
El Espíritu de Dios sopla sobre el mundo para regenerar allí a sus hijos; si, como en los días de los apóstoles, no se manifiesta en forma de lenguas de fuego, no por eso deja de estar realmente presente entre vosotros. Orad pues con fervor al Todopoderoso, para que se digne haceros gozar de todas las ventajas morales, de todos los dones imperecederos que entonces quiso derramar sobre la cabeza de los apóstoles de Cristo. Pedid y recibiréis, y nada bueno y útil para vuestro progreso espiritual os será negado. Orad, pues, una vez más, con fervor; pero deja que tu corazón, y no tus labios, hable; o si tus labios se mueven, que no digan nada que tu corazón no haya pensado previamente. La felicidad que sentirás cuando estés animado por el Espíritu de Dios es tan grande que no puedes imaginarla. De ti depende conseguirlo, y a partir de ese momento considerarás los días que te quedan de vida como un trozo de camino que aún tendrás que recorrer para llegar a tu destino, y donde deberás encontrar al final del día tu cena y un refugio para la noche.
Pero que la relativamente poca importancia que debéis dar a las cosas terrenales no os impida considerar muy serios vuestros deberes materiales; estaríais cometiendo una falta muy grave a los ojos de Dios si no os dedicarais concienzudamente a vuestro trabajo cotidiano. No debemos despreciar nada que haya salido de la mano del Creador; debes disfrutar, en cierta medida, de los bienes materiales que él te ha dado; vuestro deber no es guardarlos para vosotros, sino compartirlos con aquellos de vuestros hermanos a quienes estos dones han sido negados. Conciencia pura, caridad y humildad sin límites, estas son las mejores oraciones para llamar al Espíritu Santo hacia uno mismo. Este es el verdadero Veni Creator (Ven Creador); no es que la oración que se canta en las iglesias no sea una oración que será contestada cada vez que se haga con buen corazón, sino que, como os han dicho varias veces, es la sustancia lo que es todo, la forma poco.
Pedid, pues, con vuestros actos, que el Espíritu Santo venga a visitaros y derrame en vuestra alma la fuerza que da la fe para vencer las miserias de la existencia terrena, y para tender la mano a aquellos de vuestros hermanos a quienes la debilidad de su espíritu les impide ver la luz, sin la cual sólo puedes caminar a tientas a riesgo de magullarte contra todos los obstáculos que se te presenten. La verdadera felicidad, aquella por la que suspira cada uno de vosotros, está ahí; cada uno de ustedes lo tiene a la mano; sólo tiene que querer para apoderarse de él. Toma buenas y firmes resoluciones hoy, y el Espíritu de Dios, con seguridad, no te fallará. Amad a vuestro prójimo como a vosotros mismos por amor de Dios, y habréis solemnizado dignamente el día en que el Espíritu Santo vino a visitar a los apóstoles del cristianismo.
Hipólito Fortoul.
El Espíritu de Dios sopla sobre el mundo para regenerar allí a sus hijos; si, como en los días de los apóstoles, no se manifiesta en forma de lenguas de fuego, no por eso deja de estar realmente presente entre vosotros. Orad pues con fervor al Todopoderoso, para que se digne haceros gozar de todas las ventajas morales, de todos los dones imperecederos que entonces quiso derramar sobre la cabeza de los apóstoles de Cristo. Pedid y recibiréis, y nada bueno y útil para vuestro progreso espiritual os será negado. Orad, pues, una vez más, con fervor; pero deja que tu corazón, y no tus labios, hable; o si tus labios se mueven, que no digan nada que tu corazón no haya pensado previamente. La felicidad que sentirás cuando estés animado por el Espíritu de Dios es tan grande que no puedes imaginarla. De ti depende conseguirlo, y a partir de ese momento considerarás los días que te quedan de vida como un trozo de camino que aún tendrás que recorrer para llegar a tu destino, y donde deberás encontrar al final del día tu cena y un refugio para la noche.
Pero que la relativamente poca importancia que debéis dar a las cosas terrenales no os impida considerar muy serios vuestros deberes materiales; estaríais cometiendo una falta muy grave a los ojos de Dios si no os dedicarais concienzudamente a vuestro trabajo cotidiano. No debemos despreciar nada que haya salido de la mano del Creador; debes disfrutar, en cierta medida, de los bienes materiales que él te ha dado; vuestro deber no es guardarlos para vosotros, sino compartirlos con aquellos de vuestros hermanos a quienes estos dones han sido negados. Conciencia pura, caridad y humildad sin límites, estas son las mejores oraciones para llamar al Espíritu Santo hacia uno mismo. Este es el verdadero Veni Creator (Ven Creador); no es que la oración que se canta en las iglesias no sea una oración que será contestada cada vez que se haga con buen corazón, sino que, como os han dicho varias veces, es la sustancia lo que es todo, la forma poco.
Pedid, pues, con vuestros actos, que el Espíritu Santo venga a visitaros y derrame en vuestra alma la fuerza que da la fe para vencer las miserias de la existencia terrena, y para tender la mano a aquellos de vuestros hermanos a quienes la debilidad de su espíritu les impide ver la luz, sin la cual sólo puedes caminar a tientas a riesgo de magullarte contra todos los obstáculos que se te presenten. La verdadera felicidad, aquella por la que suspira cada uno de vosotros, está ahí; cada uno de ustedes lo tiene a la mano; sólo tiene que querer para apoderarse de él. Toma buenas y firmes resoluciones hoy, y el Espíritu de Dios, con seguridad, no te fallará. Amad a vuestro prójimo como a vosotros mismos por amor de Dios, y habréis solemnizado dignamente el día en que el Espíritu Santo vino a visitar a los apóstoles del cristianismo.
El
perdón. (Sociedad Espírita de París. - Médium, Sr. A. Didier.)
Entonces, ¿cómo podemos encontrar la fuerza para perdonar dentro de nosotros mismos? ¡Lo sublime del perdón es la muerte de Cristo en el Gólgota! Ahora bien, ya os he dicho que Cristo resumió en su vida todas las angustias y todas las luchas humanas. Todos los que merecieron el nombre de cristianos antes de que Jesucristo muriera con el perdón en los labios: los defensores de las libertades oprimidas, los mártires de las verdades y de las grandes causas comprendieron tanto la altura y la sublimidad de sus vidas que no fallaron en el último momento, y que perdonaron. Si el perdón de Augusto no es del todo históricamente sublime, el Augusto de Corneille, el gran trágico, es dueño de sí mismo como del universo, porque perdona. ¡Ay! ¡Cuán mezquinos y miserables son los que poseyeron el mundo y no perdonaron! ¡Cuán grande es aquel que retuvo a toda la humanidad espiritual en el futuro de los siglos, y que perdonó! El perdón es una inspiración, muchas veces un consejo de los Espíritus. ¡Ay de los que cierran su corazón a esta voz! Serán castigados, como dice la Escritura, porque tuvieron oídos y no escucharon; ¡Y bien! si queréis perdonar, si os sentís débiles ante vosotros mismos, contemplad la muerte de Cristo. Por eso el gran principio de la sabiduría antigua era sobre todo conocerse a uno mismo. Antes de lanzarse a la lucha libre, a los atletas se les enseñaba, para los juegos, para la lucha grandiosa, los medios seguros de la victoria. Paralelamente, en los colegios, Sócrates aprendió que existía un Ser Supremo, y tiempo después, siglos antes de Cristo, enseñó a toda la nación griega a morir y a perdonar. El hombre vicioso, bajo y débil, no perdona; el hombre acostumbrado a las luchas personales, a las reflexiones justas y sanas, perdona fácilmente.
Lamennais.
Entonces, ¿cómo podemos encontrar la fuerza para perdonar dentro de nosotros mismos? ¡Lo sublime del perdón es la muerte de Cristo en el Gólgota! Ahora bien, ya os he dicho que Cristo resumió en su vida todas las angustias y todas las luchas humanas. Todos los que merecieron el nombre de cristianos antes de que Jesucristo muriera con el perdón en los labios: los defensores de las libertades oprimidas, los mártires de las verdades y de las grandes causas comprendieron tanto la altura y la sublimidad de sus vidas que no fallaron en el último momento, y que perdonaron. Si el perdón de Augusto no es del todo históricamente sublime, el Augusto de Corneille, el gran trágico, es dueño de sí mismo como del universo, porque perdona. ¡Ay! ¡Cuán mezquinos y miserables son los que poseyeron el mundo y no perdonaron! ¡Cuán grande es aquel que retuvo a toda la humanidad espiritual en el futuro de los siglos, y que perdonó! El perdón es una inspiración, muchas veces un consejo de los Espíritus. ¡Ay de los que cierran su corazón a esta voz! Serán castigados, como dice la Escritura, porque tuvieron oídos y no escucharon; ¡Y bien! si queréis perdonar, si os sentís débiles ante vosotros mismos, contemplad la muerte de Cristo. Por eso el gran principio de la sabiduría antigua era sobre todo conocerse a uno mismo. Antes de lanzarse a la lucha libre, a los atletas se les enseñaba, para los juegos, para la lucha grandiosa, los medios seguros de la victoria. Paralelamente, en los colegios, Sócrates aprendió que existía un Ser Supremo, y tiempo después, siglos antes de Cristo, enseñó a toda la nación griega a morir y a perdonar. El hombre vicioso, bajo y débil, no perdona; el hombre acostumbrado a las luchas personales, a las reflexiones justas y sanas, perdona fácilmente.
La
venganza. (Sociedad Espírita de París. - Med., Sr. de B… M…)
La venganza es dulce al corazón, dijo el poeta. ¡Vaya! pobres ciegos que dan rienda suelta a la más espantosa de las pasiones, ustedes piensan que están lastimando a su prójimo cuando le dan sus golpes, y no sienten que se están volviendo contra ustedes. No es sólo un crimen, sino una torpeza absurda; ella es, con sus hermanas, el rencor, el odio, los celos, hijas de la soberbia, el medio que usan los Espíritus de las tinieblas para atraer hacia sí a los que temen ver escapar de ellos; es el instrumento de perdición más infalible que pueden poner en manos de los hombres los enemigos que persisten en su decadencia moral. Resistid, hijos de la tierra, a esta pulsión culpable, y estad seguros de que, si alguien ha merecido vuestro enfado, no será en el estallido de vuestro rencor donde encontraréis la calma de vuestra conciencia. Poned en manos del Todopoderoso el cuidado de pronunciarse sobre vuestros derechos y sobre la justicia de vuestra causa. Hay algo impío y degradante para el Espíritu en la venganza.
No, la venganza no es compatible con la perfección; mientras un alma conserva el sentimiento de ello, permanece en las profundidades inferiores del mundo de los Espíritus. Pero el tuyo no será más que los otros el juguete eterno de esta desdichada pasión; y os puedo asegurar que la abolición de la falsa noción del infierno eterno, o más bien de la condenación eterna, que ha sido como pretexto, o al menos como excusa íntima de los actos de venganza, será el alba de una nueva era de tolerancia y clemencia que no tardará en extenderse a regiones desprovistas de vida moral. ¿Podía el hombre condenar la venganza, cuando Dios se le presentaba como un Dios celoso, vengándose a sí mismo con torturas interminables? ¡Cesad, pues, oh hombres! de insultar a la Divinidad atribuyéndole vuestras más innobles pasiones. Entonces seréis, habitantes de la tierra, pueblo bendito de Dios. Asegúrense, ustedes que me escuchan, de que, habiendo liberado su alma de este motivo culpable y vergonzoso de los actos más contrarios a la caridad, merecen ser admitidos en el sagrado recinto cuyas puertas sólo la caridad puede abrir.
Pierre Ange, Espíritu Protector.
La venganza es dulce al corazón, dijo el poeta. ¡Vaya! pobres ciegos que dan rienda suelta a la más espantosa de las pasiones, ustedes piensan que están lastimando a su prójimo cuando le dan sus golpes, y no sienten que se están volviendo contra ustedes. No es sólo un crimen, sino una torpeza absurda; ella es, con sus hermanas, el rencor, el odio, los celos, hijas de la soberbia, el medio que usan los Espíritus de las tinieblas para atraer hacia sí a los que temen ver escapar de ellos; es el instrumento de perdición más infalible que pueden poner en manos de los hombres los enemigos que persisten en su decadencia moral. Resistid, hijos de la tierra, a esta pulsión culpable, y estad seguros de que, si alguien ha merecido vuestro enfado, no será en el estallido de vuestro rencor donde encontraréis la calma de vuestra conciencia. Poned en manos del Todopoderoso el cuidado de pronunciarse sobre vuestros derechos y sobre la justicia de vuestra causa. Hay algo impío y degradante para el Espíritu en la venganza.
No, la venganza no es compatible con la perfección; mientras un alma conserva el sentimiento de ello, permanece en las profundidades inferiores del mundo de los Espíritus. Pero el tuyo no será más que los otros el juguete eterno de esta desdichada pasión; y os puedo asegurar que la abolición de la falsa noción del infierno eterno, o más bien de la condenación eterna, que ha sido como pretexto, o al menos como excusa íntima de los actos de venganza, será el alba de una nueva era de tolerancia y clemencia que no tardará en extenderse a regiones desprovistas de vida moral. ¿Podía el hombre condenar la venganza, cuando Dios se le presentaba como un Dios celoso, vengándose a sí mismo con torturas interminables? ¡Cesad, pues, oh hombres! de insultar a la Divinidad atribuyéndole vuestras más innobles pasiones. Entonces seréis, habitantes de la tierra, pueblo bendito de Dios. Asegúrense, ustedes que me escuchan, de que, habiendo liberado su alma de este motivo culpable y vergonzoso de los actos más contrarios a la caridad, merecen ser admitidos en el sagrado recinto cuyas puertas sólo la caridad puede abrir.
Bibliografía
Espiritismo en Lyon
Comunicaciones de ultratumba; elección de manifestaciones de la Sociedad Espírita de Brotteaux, con este epígrafe: El Espiritismo no debe imponerse; venimos a él, porque lo necesitamos. (Allan Kardec. Review, 1861, página 371.) - Broch. en‑8° de 32 páginas, acompañado de cuatro dibujos grabados, obtenidos por la mediunidad. Precio: 75 centavos. En las principales librerías de Lyon, y en París, en la librería Ledoyen.
Este folleto es el primero de una serie que se publicará en fechas indeterminadas. Contiene una selección de papeles obtenidos en el grupo de Brotteaux, dirigido por el Sr. Déjoud, jefe de taller. Todas estas comunicaciones, en toda conformidad con la doctrina del Libro de los Espíritus, respiran la más sana moralidad y llevan el innegable sello de los Espíritus buenos y benévolos. El estilo es sencillo, familiar y perfectamente adaptado al entorno en el que se dieron y donde las ideas abstractas no habrían estado en su lugar. Los buenos Espíritus quieren sobre todo instruir; por eso se ponen al alcance de sus oyentes, y se preocupan poco por satisfacer a quienes aprecian en sus comunicaciones sólo la pompa del estilo, sin aprovechar las lecciones. Que la instrucción sea buena, que penetre en el corazón, eso es esencial para ellos. Creemos que, en este sentido, esta colección cumple a la perfección el objetivo. Nos complace aprovechar esta oportunidad para felicitar al Sr. Déjoud, líder de este grupo, uno de los más numerosos de Lyon, por su celo y perseverancia en la propagación del Espiritismo entre sus hermanos trabajadores.
Próximamente se publicará el tercer volumen de Révélations d'outre-tombe (Revelaciones de ultratumba), de la Sra. Dozon.
ALLAN KARDEC
Espiritismo en Lyon
Comunicaciones de ultratumba; elección de manifestaciones de la Sociedad Espírita de Brotteaux, con este epígrafe: El Espiritismo no debe imponerse; venimos a él, porque lo necesitamos. (Allan Kardec. Review, 1861, página 371.) - Broch. en‑8° de 32 páginas, acompañado de cuatro dibujos grabados, obtenidos por la mediunidad. Precio: 75 centavos. En las principales librerías de Lyon, y en París, en la librería Ledoyen.
Este folleto es el primero de una serie que se publicará en fechas indeterminadas. Contiene una selección de papeles obtenidos en el grupo de Brotteaux, dirigido por el Sr. Déjoud, jefe de taller. Todas estas comunicaciones, en toda conformidad con la doctrina del Libro de los Espíritus, respiran la más sana moralidad y llevan el innegable sello de los Espíritus buenos y benévolos. El estilo es sencillo, familiar y perfectamente adaptado al entorno en el que se dieron y donde las ideas abstractas no habrían estado en su lugar. Los buenos Espíritus quieren sobre todo instruir; por eso se ponen al alcance de sus oyentes, y se preocupan poco por satisfacer a quienes aprecian en sus comunicaciones sólo la pompa del estilo, sin aprovechar las lecciones. Que la instrucción sea buena, que penetre en el corazón, eso es esencial para ellos. Creemos que, en este sentido, esta colección cumple a la perfección el objetivo. Nos complace aprovechar esta oportunidad para felicitar al Sr. Déjoud, líder de este grupo, uno de los más numerosos de Lyon, por su celo y perseverancia en la propagación del Espiritismo entre sus hermanos trabajadores.
Próximamente se publicará el tercer volumen de Révélations d'outre-tombe (Revelaciones de ultratumba), de la Sra. Dozon.
Septiembre
Inauguración
de un Grupo Espírita en Burdeos
Discurso de apertura.
A pesar de ciertas malas voluntades, los Grupos Espíritas se multiplican cada día; hacemos un placer y un deber poner ante los ojos de nuestros numerosos lectores el discurso pronunciado en Burdeos en la inauguración de uno de ellos, por su fundador, Sr. Condat, el 20 de marzo de 1862. La cuestión del Espiritismo allí considerada prueba cuánto, ahora, comprendemos su finalidad esencial y su verdadero alcance. Nos complace decir que este sentimiento es general hoy, pues en todas partes el sentimiento de curiosidad da paso al serio deseo de aprender y mejorar; esto es lo que pudimos observar en las visitas que realizamos a diferentes localidades de provincia; hemos visto a los médiums que las obtienen apegarse a las comunicaciones instructivas, y valorarse por su valor. Este es un hecho característico en la historia del establecimiento del Espiritismo. No conocemos el grupo del que estamos hablando, pero juzgamos sus tendencias por el discurso de apertura; el orador no habría usado este lenguaje en presencia de una audiencia frívola y superficial, reunida con vistas a la diversión. Son las reuniones serias las que dan una idea grave del Espiritismo. Por eso no sería demás fomentar su multiplicación.
Damas y caballeros,
Al pedirle que acepte el agradecimiento que tengo el honor de ofrecerle por la benévola acogida que ha dado a mi invitación, permítame dirigirle algunas palabras sobre el tema de nuestro encuentro. A falta de talento, se verá allí, al menos eso espero, la convicción de un hombre profundamente entregado al progreso de la humanidad.
Muy a menudo el intrépido viajero, aspirando a llegar a la cima de una montaña, se encuentra con el angosto camino obstruido por una roca; muy a menudo también, en la marcha de los siglos, la humanidad que tiende a acercarse a Dios encuentra su obstáculo: su roca es el materialismo. Permanece estacionario durante algún tiempo, quizás algunos siglos; pero la fuerza invencible a la que obedece, obrando debido a la resistencia, triunfa sobre el obstáculo, y la humanidad, siempre urgida a marchar adelante, vuelve a ponerse en marcha con un impulso más vivo.
No nos sorprendamos pues, señores, cuando se manifieste una de esas grandes ideas que mejor revelan el origen celestial del hombre, cuando ocurra uno de esos hechos prodigiosos que vienen a perturbar los cálculos restringidos y las observaciones limitadas de la ciencia materialista; no nos asombremos y sobre todo no nos dejemos desanimar por la resistencia que se levanta contra todo lo que pueda servir para demostrar que el hombre no es sólo un poco de barro cuyos elementos serán devueltos a la tierra después de muertos.
Notemos más bien, y notémoslo con alegría, nosotros, los seguidores del Espiritismo, nosotros los hijos del siglo XIX, hijos mismo de un siglo que fue la manifestación más completa, la encarnación, por así decirlo, el escepticismo y sus descorazonadoras consecuencias; apuntémoslo, ¡la humanidad camina a esta hora!
Ved los progresos que hace el Espiritismo aquí, en esta ciudad hermosa, grande e inteligente; ved cómo la duda se borra en todas partes por la claridad de la nueva ciencia.
Contémonos, señores, y admitámoslo con sinceridad, cuántos de los que apenas el día anterior teníamos en los labios la sonrisa de la incredulidad, hoy tenemos los pies en el camino, y en el corazón la resolución de no volver. Esto es comprensible, nos hemos puesto en la corriente, nos lleva. ¿Qué es esta doctrina, señores, adónde lleva?
Levantar el coraje del hombre, sostenerlo en sus fracasos, fortalecerlo contra las vicisitudes de la vida, reavivar su fe, demostrarle la inmortalidad de su alma, no sólo por demostraciones, sino por hechos: ahí está, esta doctrina, ¡ahí termina!
¿Qué otra doctrina producirá mejores resultados en la moral y en el intelecto? ¿Será la negación de una vida futura que se le pueda oponer como preferible, en interés de toda la humanidad y para la perfección moral e intelectual de cada hombre individuamente?
Tomando como principio estas palabras que resumen todo el materialismo: "Todo acaba cuando se abre la tumba", con esta angustiosa máxima, ¿qué podemos producir sino la nada? Siento una especie de sentimiento doloroso, una especie de pudor por haber trazado un paralelismo entre estos dos extremos: la esperanza de encontrar en un mundo mejor seres queridos cuyas almas han abierto las alas, y el horror invencible que experimentamos, que el mismo ateo experiencia al pensar que todo lo aniquilaría con el último aliento de la parte mortal de nuestro ser, sería suficiente para repeler cualquier idea de comparación. Pero, sin embargo, señores, si todos los consuelos que encierra el Espiritismo estuviesen sólo en el estado de las creencias, si fuera sólo un sistema de pura especulación, una ingeniosa ficción, como objetaron los apóstoles al materialismo, para someter a las débiles inteligencias a ciertas reglas arbitrariamente llamadas virtud, y así mantenerlos fuera de los apetitos seductores de la materia, compensación que en un día de piedad el autor de esta orden fatal que da todo a algunos y reserva el sufrimiento para el mayor número, les hubiera concedido aturdirse. ¿No será, señores, que, para las fuertes inteligencias, para el hombre que sabe hacer uso legítimo de su razón, estas ingeniosas combinaciones, establecidas como consecuencias de un principio sin fundamento y fruto sólo de la imaginación, un tormento más añadido a los tormentos de una fatalidad de la que no se podía escapar?
La demostración es sin duda una cosa admirable, prueba sobre todo la razón humana, el alma, esta abstracción de la materia. Pero hasta el día de hoy su único punto de partida ha sido esta palabra de Descartes: "Pienso, luego existo". Hoy, el Espiritismo ha venido a dar inmensa fuerza al principio de la inmortalidad del alma, apoyándolo en hechos tangibles e irrefutables.
Lo anterior explica cómo y por qué estamos reunidos aquí. Pero permítanme nuevamente, señores, compartir con ustedes una impresión que siempre he sentido, un deseo que se renueva constantemente cada vez que me he encontrado en presencia de una sociedad que persigue como fin la mejora del hombre moral. Me hubiera gustado estar en la primera reunión, participar en las primeras comunicaciones de alma a alma de los fundadores, me hubiera gustado presidir el desarrollo del germen de la idea, germen que, como la semilla que se ha vuelto gigante, más tarde dio lugar a abundantes frutos.
¡Y bien! Señores, hoy que tengo la dicha de reunirme con ustedes para proponerles formar un nuevo Grupo Espírita, mi idea recibe entera satisfacción, y les pido que conserven como yo en su corazón, en su memoria, la fecha del 20 de marzo.
Ahora, señores, es hora de pasar a la práctica: tal vez me demoré demasiado. Sin transición, para compensar la pérdida de tiempo demasiado dedicada a las efusiones, abordaré el tema de nuestra reunión pidiéndole que se proteja contra una objeción que surgirá naturalmente en su mente como ha surgido en la mía, la necesidad esencial de médiums cuando se quiere formar un Grupo Espírita. Esto, señores, es la apariencia de una dificultad, y no una dificultad. Al principio, a falta de médiums, nuestras tardes no habrán pasado estériles, créelo. He aquí una idea que les presento al solicitar su consejo; ¡lo haríamos así!
La primera de cada sesión estaría dedicada a lecturas del Libro de los Espíritus y del Libro de los Médiums. La segunda parte estaría dedicada a la formación de médiums entre nosotros, y créanlo bien señores, si seguimos los consejos y las enseñanzas que nos dan en las obras de nuestro venerable líder el Sr. Allan Kardec, la facultad mediúmnica pronto se desarrollará entre la mayoría de nosotros, y es entonces cuando nuestros trabajos recibirán su recompensa más dulce y amplia; porque Dios, el gran Creador de todas las cosas, el juez infalible, no puede equivocarse sobre el buen uso que queremos hacer de la preciosa facultad mediúmnica. No faltará, pues, para darnos la mejor recompensa a que podamos aspirar, permitir que uno de nosotros, al menos, obtener esta facultad en el mismo grado que muchos de los médiums serios que tenemos la dicha de tener entre nosotros esta noche.
Nuestros queridos hermanos Gourgues y Sabô, a quienes tengo el honor de presentarles, también tuvieron la amabilidad de asistir a nuestra sesión de instalación para darle un mayor grado de solemnidad. Que nos den la esperanza, y les enviamos nuestras oraciones, que muy a menudo, cuantas veces puedan, vengan a visitarnos; su presencia fortalecerá nuestra fe, reavivará el ardor de aquellos de nosotros que, como resultado del fracaso de nuestros primeros intentos mediúmnicos, podríamos caer en el desánimo.
Sobre todo, señores, no tomemos el camino equivocado; entendemos completamente nuestra empresa, su objetivo; se equivocaría gravemente si tuviera la tentación de incorporarse al nuevo grupo que vamos a formar, sólo con la esperanza de encontrar distracciones fútiles y fuera de la verdadera moral predicada por los buenos Espíritus.
“El fin esencial del Espiritismo, dijo nuestro venerado líder, es el perfeccionamiento del hombre. Uno debe buscar allí solo lo que puede ayudar al progreso moral e intelectual. Finalmente, no debemos perder de vista que la creencia en el Espiritismo es beneficiosa sólo para aquellos de quienes se puede decir: Hoy es mejor que ayer.”
No olvidemos que nuestro pobre planeta es un lugar de purgatorio donde expiamos, con nuestra existencia actual, las faltas que hemos cometido en las anteriores. Esto prueba una cosa, señores, y es que ninguno de nosotros puede llamarse perfecto; porque, mientras tengamos que expiar las faltas, seremos reencarnados. Nuestra presencia en la tierra, por lo tanto, atestigua nuestra imperfección.
El Espiritismo ha plantado las estacas del camino que lleva a los pies de Dios; caminemos sin perderlos nunca de vista. La línea trazada por los buenos Espíritus, geómetras de la Divinidad, está bordeada de precipicios; zarzas y espinos son sus márgenes, no tengamos miedo de sus aguijones. ¿Qué son tales heridas comparadas con la felicidad eterna que acogerá al viajero al final de su viaje?
Este término, esta meta, señores, ha sido durante mucho tiempo objeto de mis meditaciones. Mirando hacia atrás a mi pasado, dándome la vuelta para reconocer de nuevo la zarza que me había desgarrado, el obstáculo que me había hecho tropezar en el camino, no pude evitar hacer lo que todo hombre hace al menos una vez en la vida, la reflexión, por así decirlo, de sus alegrías y de sus penas, de sus buenos momentos de valor, de sus horas de debilidad. Y con la cabeza reposada, el alma libre, es decir puesta sobre sí misma, liberada de la materia, me decía: La existencia humana no es más que un sueño, pero un sueño espantoso que comienza como el alma o Espíritu encarnado del niño que se enciende con los primeros destellos de inteligencia, para cesar en los desmayos de la muerte. ¡La muerte! esta palabra de terror para tantas personas es pues en realidad sólo el despertar de este sueño espantoso, el benefactor servicial que nos libra de la insoportable pesadilla que nos ha acompañado paso a paso, desde nuestro nacimiento.
Hablo en general, pero no absolutamente; la vida del hombre bueno ya no tiene estas mismas características; lo que ha hecho que es bueno, grande, útil, ilumina con pura claridad el sueño de su existencia. Para él, el paso de la vida a la muerte se hace sin tránsito doloroso; no deja tras de sí nada que pueda comprometer el futuro de su nueva existencia espiritual, la recompensa de sus beneficios.
Pero para aquellos, por el contrario, ciegos deliberados que habrán cerrado constantemente los ojos para negar mejor la existencia de Dios, que se habrán negado a contemplar el espectáculo sublime de sus obras divinas, pruebas y manifestaciones de su bondad, de su justicia , de su poder; tales, digo, tendrán un espantoso despertar, lleno de amargos pesares, pesares sobre todo por haber desoído los benéficos consejos de sus hermanos Espíritas, y el sufrimiento moral que sufrirán durará hasta el día en que un sincero arrepentimiento sea compadecido por Dios, que les concederá el favor de una nueva encarnación.
Mucha gente todavía ve las comunicaciones espirituales como obra del diablo; pero sin embargo el número disminuye cada día. Este feliz declive se debe obviamente al hecho de que siempre hay entre el número de curiosos, los que la curiosidad conduce ya sea a visitar Grupos Espíritas o a leer el Libro de los Espíritus, aquellos que se convencen, especialmente entre aquellos que leen el Libro de los Espíritus; porque no penséis, señores, en traer muchos adeptos a nuestra sublime doctrina haciéndoles asistir a primera vista a nuestras sesiones; no, tengo la íntima convicción de ello, una persona completamente ajena a la doctrina no se dejará convencer por lo que verá en nuestras reuniones; estará más bien dispuesto a reírse de los fenómenos obtenidos allí que a tomarlos en serio.
En cuanto a mí, señores, creo que he hecho mucho más por la nueva doctrina cuando, en lugar de hacer que una persona asista a una de nuestras sesiones, he podido persuadirla para que lea el Libro de los Espíritus. Cuando tenga la certeza de que esta lectura se ha hecho y que ha producido los frutos que no puede dejar de producir, ¡oh! entonces conduzco felizmente a la persona a un Grupo Espírita; ¿porque no estoy seguro en este momento de que ella se dará cuenta de todo lo que verá y oirá, y que lo que probablemente la hubiera hecho reír antes de leer este libro, producirá efectos en este momento diametralmente opuestos? No quiero decir que llorará.
No puedo terminar mejor, señores, que con una cita del Libro de los Espíritus; convencerá, mucho mejor de lo que me permiten mis débiles medios, a aquellos que aún dudan de la base de verdad sobre la que se asientan las creencias espíritas:
“Aquellos que dicen que las creencias espíritas amenazan con invadir el mundo proclaman así su poder; porque una idea sin fundamento y desprovista de lógica no puede volverse universal. Si, pues, el Espiritismo se arraiga en todas partes, si se recluta sobre todo entre las clases ilustradas, como todo el mundo reconoce, es porque tiene una base de verdad. Contra esta tendencia, todos los esfuerzos de sus detractores serán en vano, y lo que prueba de ello es que el mismo ridículo con el que han pretendido cubrirla, lejos de frenar su ascenso, parece haberle dado nueva vida. Este resultado justifica plenamente lo que los Espíritus nos han dicho muchas veces: “No os preocupéis por la oposición; todo lo que se haga contra vosotros os resultará, y vuestros mayores adversarios servirán a vuestra causa sin desearlo. Contra la voluntad de Dios, no puede prevalecer la mala voluntad de los hombres.””
Condat.
Discurso de apertura.
A pesar de ciertas malas voluntades, los Grupos Espíritas se multiplican cada día; hacemos un placer y un deber poner ante los ojos de nuestros numerosos lectores el discurso pronunciado en Burdeos en la inauguración de uno de ellos, por su fundador, Sr. Condat, el 20 de marzo de 1862. La cuestión del Espiritismo allí considerada prueba cuánto, ahora, comprendemos su finalidad esencial y su verdadero alcance. Nos complace decir que este sentimiento es general hoy, pues en todas partes el sentimiento de curiosidad da paso al serio deseo de aprender y mejorar; esto es lo que pudimos observar en las visitas que realizamos a diferentes localidades de provincia; hemos visto a los médiums que las obtienen apegarse a las comunicaciones instructivas, y valorarse por su valor. Este es un hecho característico en la historia del establecimiento del Espiritismo. No conocemos el grupo del que estamos hablando, pero juzgamos sus tendencias por el discurso de apertura; el orador no habría usado este lenguaje en presencia de una audiencia frívola y superficial, reunida con vistas a la diversión. Son las reuniones serias las que dan una idea grave del Espiritismo. Por eso no sería demás fomentar su multiplicación.
Damas y caballeros,
Al pedirle que acepte el agradecimiento que tengo el honor de ofrecerle por la benévola acogida que ha dado a mi invitación, permítame dirigirle algunas palabras sobre el tema de nuestro encuentro. A falta de talento, se verá allí, al menos eso espero, la convicción de un hombre profundamente entregado al progreso de la humanidad.
Muy a menudo el intrépido viajero, aspirando a llegar a la cima de una montaña, se encuentra con el angosto camino obstruido por una roca; muy a menudo también, en la marcha de los siglos, la humanidad que tiende a acercarse a Dios encuentra su obstáculo: su roca es el materialismo. Permanece estacionario durante algún tiempo, quizás algunos siglos; pero la fuerza invencible a la que obedece, obrando debido a la resistencia, triunfa sobre el obstáculo, y la humanidad, siempre urgida a marchar adelante, vuelve a ponerse en marcha con un impulso más vivo.
No nos sorprendamos pues, señores, cuando se manifieste una de esas grandes ideas que mejor revelan el origen celestial del hombre, cuando ocurra uno de esos hechos prodigiosos que vienen a perturbar los cálculos restringidos y las observaciones limitadas de la ciencia materialista; no nos asombremos y sobre todo no nos dejemos desanimar por la resistencia que se levanta contra todo lo que pueda servir para demostrar que el hombre no es sólo un poco de barro cuyos elementos serán devueltos a la tierra después de muertos.
Notemos más bien, y notémoslo con alegría, nosotros, los seguidores del Espiritismo, nosotros los hijos del siglo XIX, hijos mismo de un siglo que fue la manifestación más completa, la encarnación, por así decirlo, el escepticismo y sus descorazonadoras consecuencias; apuntémoslo, ¡la humanidad camina a esta hora!
Ved los progresos que hace el Espiritismo aquí, en esta ciudad hermosa, grande e inteligente; ved cómo la duda se borra en todas partes por la claridad de la nueva ciencia.
Contémonos, señores, y admitámoslo con sinceridad, cuántos de los que apenas el día anterior teníamos en los labios la sonrisa de la incredulidad, hoy tenemos los pies en el camino, y en el corazón la resolución de no volver. Esto es comprensible, nos hemos puesto en la corriente, nos lleva. ¿Qué es esta doctrina, señores, adónde lleva?
Levantar el coraje del hombre, sostenerlo en sus fracasos, fortalecerlo contra las vicisitudes de la vida, reavivar su fe, demostrarle la inmortalidad de su alma, no sólo por demostraciones, sino por hechos: ahí está, esta doctrina, ¡ahí termina!
¿Qué otra doctrina producirá mejores resultados en la moral y en el intelecto? ¿Será la negación de una vida futura que se le pueda oponer como preferible, en interés de toda la humanidad y para la perfección moral e intelectual de cada hombre individuamente?
Tomando como principio estas palabras que resumen todo el materialismo: "Todo acaba cuando se abre la tumba", con esta angustiosa máxima, ¿qué podemos producir sino la nada? Siento una especie de sentimiento doloroso, una especie de pudor por haber trazado un paralelismo entre estos dos extremos: la esperanza de encontrar en un mundo mejor seres queridos cuyas almas han abierto las alas, y el horror invencible que experimentamos, que el mismo ateo experiencia al pensar que todo lo aniquilaría con el último aliento de la parte mortal de nuestro ser, sería suficiente para repeler cualquier idea de comparación. Pero, sin embargo, señores, si todos los consuelos que encierra el Espiritismo estuviesen sólo en el estado de las creencias, si fuera sólo un sistema de pura especulación, una ingeniosa ficción, como objetaron los apóstoles al materialismo, para someter a las débiles inteligencias a ciertas reglas arbitrariamente llamadas virtud, y así mantenerlos fuera de los apetitos seductores de la materia, compensación que en un día de piedad el autor de esta orden fatal que da todo a algunos y reserva el sufrimiento para el mayor número, les hubiera concedido aturdirse. ¿No será, señores, que, para las fuertes inteligencias, para el hombre que sabe hacer uso legítimo de su razón, estas ingeniosas combinaciones, establecidas como consecuencias de un principio sin fundamento y fruto sólo de la imaginación, un tormento más añadido a los tormentos de una fatalidad de la que no se podía escapar?
La demostración es sin duda una cosa admirable, prueba sobre todo la razón humana, el alma, esta abstracción de la materia. Pero hasta el día de hoy su único punto de partida ha sido esta palabra de Descartes: "Pienso, luego existo". Hoy, el Espiritismo ha venido a dar inmensa fuerza al principio de la inmortalidad del alma, apoyándolo en hechos tangibles e irrefutables.
Lo anterior explica cómo y por qué estamos reunidos aquí. Pero permítanme nuevamente, señores, compartir con ustedes una impresión que siempre he sentido, un deseo que se renueva constantemente cada vez que me he encontrado en presencia de una sociedad que persigue como fin la mejora del hombre moral. Me hubiera gustado estar en la primera reunión, participar en las primeras comunicaciones de alma a alma de los fundadores, me hubiera gustado presidir el desarrollo del germen de la idea, germen que, como la semilla que se ha vuelto gigante, más tarde dio lugar a abundantes frutos.
¡Y bien! Señores, hoy que tengo la dicha de reunirme con ustedes para proponerles formar un nuevo Grupo Espírita, mi idea recibe entera satisfacción, y les pido que conserven como yo en su corazón, en su memoria, la fecha del 20 de marzo.
Ahora, señores, es hora de pasar a la práctica: tal vez me demoré demasiado. Sin transición, para compensar la pérdida de tiempo demasiado dedicada a las efusiones, abordaré el tema de nuestra reunión pidiéndole que se proteja contra una objeción que surgirá naturalmente en su mente como ha surgido en la mía, la necesidad esencial de médiums cuando se quiere formar un Grupo Espírita. Esto, señores, es la apariencia de una dificultad, y no una dificultad. Al principio, a falta de médiums, nuestras tardes no habrán pasado estériles, créelo. He aquí una idea que les presento al solicitar su consejo; ¡lo haríamos así!
La primera de cada sesión estaría dedicada a lecturas del Libro de los Espíritus y del Libro de los Médiums. La segunda parte estaría dedicada a la formación de médiums entre nosotros, y créanlo bien señores, si seguimos los consejos y las enseñanzas que nos dan en las obras de nuestro venerable líder el Sr. Allan Kardec, la facultad mediúmnica pronto se desarrollará entre la mayoría de nosotros, y es entonces cuando nuestros trabajos recibirán su recompensa más dulce y amplia; porque Dios, el gran Creador de todas las cosas, el juez infalible, no puede equivocarse sobre el buen uso que queremos hacer de la preciosa facultad mediúmnica. No faltará, pues, para darnos la mejor recompensa a que podamos aspirar, permitir que uno de nosotros, al menos, obtener esta facultad en el mismo grado que muchos de los médiums serios que tenemos la dicha de tener entre nosotros esta noche.
Nuestros queridos hermanos Gourgues y Sabô, a quienes tengo el honor de presentarles, también tuvieron la amabilidad de asistir a nuestra sesión de instalación para darle un mayor grado de solemnidad. Que nos den la esperanza, y les enviamos nuestras oraciones, que muy a menudo, cuantas veces puedan, vengan a visitarnos; su presencia fortalecerá nuestra fe, reavivará el ardor de aquellos de nosotros que, como resultado del fracaso de nuestros primeros intentos mediúmnicos, podríamos caer en el desánimo.
Sobre todo, señores, no tomemos el camino equivocado; entendemos completamente nuestra empresa, su objetivo; se equivocaría gravemente si tuviera la tentación de incorporarse al nuevo grupo que vamos a formar, sólo con la esperanza de encontrar distracciones fútiles y fuera de la verdadera moral predicada por los buenos Espíritus.
“El fin esencial del Espiritismo, dijo nuestro venerado líder, es el perfeccionamiento del hombre. Uno debe buscar allí solo lo que puede ayudar al progreso moral e intelectual. Finalmente, no debemos perder de vista que la creencia en el Espiritismo es beneficiosa sólo para aquellos de quienes se puede decir: Hoy es mejor que ayer.”
No olvidemos que nuestro pobre planeta es un lugar de purgatorio donde expiamos, con nuestra existencia actual, las faltas que hemos cometido en las anteriores. Esto prueba una cosa, señores, y es que ninguno de nosotros puede llamarse perfecto; porque, mientras tengamos que expiar las faltas, seremos reencarnados. Nuestra presencia en la tierra, por lo tanto, atestigua nuestra imperfección.
El Espiritismo ha plantado las estacas del camino que lleva a los pies de Dios; caminemos sin perderlos nunca de vista. La línea trazada por los buenos Espíritus, geómetras de la Divinidad, está bordeada de precipicios; zarzas y espinos son sus márgenes, no tengamos miedo de sus aguijones. ¿Qué son tales heridas comparadas con la felicidad eterna que acogerá al viajero al final de su viaje?
Este término, esta meta, señores, ha sido durante mucho tiempo objeto de mis meditaciones. Mirando hacia atrás a mi pasado, dándome la vuelta para reconocer de nuevo la zarza que me había desgarrado, el obstáculo que me había hecho tropezar en el camino, no pude evitar hacer lo que todo hombre hace al menos una vez en la vida, la reflexión, por así decirlo, de sus alegrías y de sus penas, de sus buenos momentos de valor, de sus horas de debilidad. Y con la cabeza reposada, el alma libre, es decir puesta sobre sí misma, liberada de la materia, me decía: La existencia humana no es más que un sueño, pero un sueño espantoso que comienza como el alma o Espíritu encarnado del niño que se enciende con los primeros destellos de inteligencia, para cesar en los desmayos de la muerte. ¡La muerte! esta palabra de terror para tantas personas es pues en realidad sólo el despertar de este sueño espantoso, el benefactor servicial que nos libra de la insoportable pesadilla que nos ha acompañado paso a paso, desde nuestro nacimiento.
Hablo en general, pero no absolutamente; la vida del hombre bueno ya no tiene estas mismas características; lo que ha hecho que es bueno, grande, útil, ilumina con pura claridad el sueño de su existencia. Para él, el paso de la vida a la muerte se hace sin tránsito doloroso; no deja tras de sí nada que pueda comprometer el futuro de su nueva existencia espiritual, la recompensa de sus beneficios.
Pero para aquellos, por el contrario, ciegos deliberados que habrán cerrado constantemente los ojos para negar mejor la existencia de Dios, que se habrán negado a contemplar el espectáculo sublime de sus obras divinas, pruebas y manifestaciones de su bondad, de su justicia , de su poder; tales, digo, tendrán un espantoso despertar, lleno de amargos pesares, pesares sobre todo por haber desoído los benéficos consejos de sus hermanos Espíritas, y el sufrimiento moral que sufrirán durará hasta el día en que un sincero arrepentimiento sea compadecido por Dios, que les concederá el favor de una nueva encarnación.
Mucha gente todavía ve las comunicaciones espirituales como obra del diablo; pero sin embargo el número disminuye cada día. Este feliz declive se debe obviamente al hecho de que siempre hay entre el número de curiosos, los que la curiosidad conduce ya sea a visitar Grupos Espíritas o a leer el Libro de los Espíritus, aquellos que se convencen, especialmente entre aquellos que leen el Libro de los Espíritus; porque no penséis, señores, en traer muchos adeptos a nuestra sublime doctrina haciéndoles asistir a primera vista a nuestras sesiones; no, tengo la íntima convicción de ello, una persona completamente ajena a la doctrina no se dejará convencer por lo que verá en nuestras reuniones; estará más bien dispuesto a reírse de los fenómenos obtenidos allí que a tomarlos en serio.
En cuanto a mí, señores, creo que he hecho mucho más por la nueva doctrina cuando, en lugar de hacer que una persona asista a una de nuestras sesiones, he podido persuadirla para que lea el Libro de los Espíritus. Cuando tenga la certeza de que esta lectura se ha hecho y que ha producido los frutos que no puede dejar de producir, ¡oh! entonces conduzco felizmente a la persona a un Grupo Espírita; ¿porque no estoy seguro en este momento de que ella se dará cuenta de todo lo que verá y oirá, y que lo que probablemente la hubiera hecho reír antes de leer este libro, producirá efectos en este momento diametralmente opuestos? No quiero decir que llorará.
No puedo terminar mejor, señores, que con una cita del Libro de los Espíritus; convencerá, mucho mejor de lo que me permiten mis débiles medios, a aquellos que aún dudan de la base de verdad sobre la que se asientan las creencias espíritas:
“Aquellos que dicen que las creencias espíritas amenazan con invadir el mundo proclaman así su poder; porque una idea sin fundamento y desprovista de lógica no puede volverse universal. Si, pues, el Espiritismo se arraiga en todas partes, si se recluta sobre todo entre las clases ilustradas, como todo el mundo reconoce, es porque tiene una base de verdad. Contra esta tendencia, todos los esfuerzos de sus detractores serán en vano, y lo que prueba de ello es que el mismo ridículo con el que han pretendido cubrirla, lejos de frenar su ascenso, parece haberle dado nueva vida. Este resultado justifica plenamente lo que los Espíritus nos han dicho muchas veces: “No os preocupéis por la oposición; todo lo que se haga contra vosotros os resultará, y vuestros mayores adversarios servirán a vuestra causa sin desearlo. Contra la voluntad de Dios, no puede prevalecer la mala voluntad de los hombres.””
Carta
a un predicador, del Sr. Dombre
El P. F…, dominico, habiendo predicado en Marmande durante el mes de mayo, creyó deber, en uno de sus últimos sermones, arrojar algunas piedras contra el Espiritismo. Al Sr. Dombre le hubiera gustado una discusión más profunda sobre este tema, y que el Sr. sacerdote F…, en lugar de limitarse a ataques banales, hubiera abordado resueltamente ciertas cuestiones de detalle; pero, temiendo que su nombre no tuviera suficiente peso para decidirlo, le escribió la siguiente carta bajo el seudónimo de Un católico:
“Señor predicador,
Sigo diligentemente todas las noches tus instrucciones dogmáticas. Por una fatalidad que deploro, llegué un poco más tarde de lo habitual el viernes, y supe al salir de la iglesia que habíais iniciado, en forma de escaramuza, un ataque contra el Espiritismo: me regocijo en nombre de los católicos devotos. Si estuviera bien informado, estas son las cuestiones que habría abordado:
1° El Espiritismo es una nueva religión del siglo XIX.
2° Hay comunicación indiscutible con los Espíritus.
3° Comunicaciones con espíritus, bien notadas, bien reconocidas, os empeñáis en probar, después de largos y serios estudios que habéis hecho sobre el Espiritismo, que los Espíritus que se comunican no son otros que el diablo.
4° Finalmente, sería peligroso, desde el punto de vista de la salvación del alma, tratar del Espiritismo antes de que la Iglesia se haya pronunciado al respecto. Me gusta mucho este cuarto artículo, pero si reconocemos de antemano que es el diablo, la Iglesia no tiene nada más que hacer [1].
"Aquí hay cuatro cuestiones importantes que ardo en ver resueltas, para confundir al mismo tiempo a los Espíritas y a los católicos de nombre que no creen ni en el demonio ni en las penas eternas, admitiendo un Dios y la inmortalidad del alma, y los materialistas que no creen en nada.
A esta primera cuestión: el Espiritismo es una religión, los Espíritas responden: No, el Espiritismo no es una religión, no pretende ser una religión. El espiritismo se basa en la existencia de un mundo invisible formado por seres incorpóreos que pueblan el espacio y que no son sino las almas de los que han vivido en la tierra o en otros globos. Estos seres, que constantemente nos rodean, ejercen una gran influencia sobre los hombres sin que ellos lo sepan; juegan un papel muy activo en el mundo moral y hasta cierto punto en el mundo físico. El Espiritismo está en la naturaleza, y se puede decir que, en cierto orden de cosas, es un poder como lo es la electricidad, como lo es la gravitación, desde otro punto de vista. El Espiritismo nos revela el mundo invisible; no es nuevo; la historia de todos los pueblos la menciona. El Espiritismo descansa sobre principios generales independientes de toda cuestión dogmática. Tiene consecuencias morales, es cierto, en el sentido del cristianismo, pero no tiene culto, ni templos, ni ministros; cada cual puede hacer una religión de sus opiniones, pero de ahí a la constitución de una nueva Iglesia, hay un largo camino; por lo tanto, el Espiritismo no es una religión nueva. Esto, señor, es lo que dicen los Espíritas a esta primera cuestión.
Ante esta misma cuestión se ríen los falsos católicos y los materialistas. Los primeros, si son de los afortunados de este mundo, se ríen de boca para afuera; esta doctrina, que incluye la pluralidad de existencias, o reencarnaciones, los escandaliza en sus placeres y en su orgullo. Regresar tal vez en una condición inferior, ¡es terrible pensar! Los Espíritas les dicen: “Aquí está la justicia, la verdadera igualdad.” Pero esta igualdad no les conviene. Los materialistas, obstinados y formados por supuestos eruditos, se ríen con ganas, porque no creen en el futuro: el destino del perrito que los sigue y el de ellos es absolutamente el mismo, y lo encuentran preferible.
“A la segunda cuestión: Hay comunicación con los Espíritus, los Espíritas y nosotros, católicos devotos, estamos de acuerdo; los falsos católicos y los materialistas se ríen incrédulos.
“A la tercera cuestión: Es el diablo solo quien se comunica, los Espíritas se ríen a su vez; los materialistas también se ríen, burlándose de los que creen en las comunicaciones y de los que, creyendo en ellas, las atribuyen a los demonios; los falsos católicos guardan silencio y parecen decir: Arréglense.
"A la cuarta cuestión: Hay que esperar a que la Iglesia hable, los Espíritas dicen: "Ciertamente llegará un día en que la creencia en el Espiritismo se volverá tan vulgar, estará tan difundida, que la Iglesia, a menos que quiera permanecer solo, se verá obligada a seguir el torrente. El espiritismo se fusionará entonces con el catolicismo y el "catolicismo con el Espiritismo". Ante esta pregunta el materialista vuelve a reírse y dice: “¡Qué me importa! El falso católico entra en una especie de vejación; no puede, como dije arriba, soportar esta doctrina: ofende su egoísmo y su orgullo; rechaza esta eventualidad de fusión. “Es imposible, dijo, el Espiritismo es sólo una utopía que no dará cuatro pasos en el mundo [2].”
“Aceptar, etc.
“Un católico devoto.”
En una carta dirigida a Burdeos, sobre este particular, Sr. Dombre decía:
“El Padre F… trató de averiguar quién era el Espírita y no el ferviente católico que le había escrito esta carta. Sus enviados se me acercaron y me dijeron: “El Sr. F… necesitaría de siete a ocho sermones para responder, y se le está acabando el tiempo; y luego quisiera saber el nombre de aquel con quien tiene que ver. - Te garantizo, respondí, que el autor de la carta se dará a conocer, si quiere contestarla desde el púlpito.” Parece que sabemos aquí por experiencia que cuanto más se habla contra el Espiritismo, más prosélitos se hacen, y que se juzgó oportuno callar, porque el Padre F... se fue otra vez sin hablar.
Me vas a decir que tal vez hay un poco de temeridad en querer entrar en la carrera de esta manera; conozco la necesidad de nuestra localidad; necesita ruido. Los enemigos sistemáticos o interesados del Espiritismo sólo pedirían silencio, y quiero ensordecerlos con discusiones. Siempre hay, alrededor de los incrédulos que discuten, los indiferentes o los dispuestos a creer que sacan provecho de la lucha, relativa a la instrucción espírita. - ¿Pero usted piensa, me puede decir, salir honorablemente de estas controversias? - ¡Oye! ¡Dios mío! cuando uno se suscribe a la Revista Espírita, uno ha leído todos los libros de la doctrina, uno se ha sumergido de lleno en los argumentos en que se basa y en los de los Espíritus que se comunican entre sí, uno sale de allí como Minerva, armado de pies a cabeza, y uno no teme a nada.”
Observación. - Se dice: Vosotros creéis en la reencarnación, y la pluralidad de existencias es contraria a los dogmas que admiten una sola; por lo tanto, por ese mismo hecho, estáis fuera de la Iglesia.
A esto, repetiremos cien veces lo que hemos dicho: En otro tiempo habéis echado fuera de la Iglesia, anatematizado, excomulgado, condenado como herejes a los que creían en el movimiento de la tierra. - Fue, dices, en una época de ignorancia. - Eso es; pero si la Iglesia es infalible, debe haberlo sido entonces como ahora, y su infalibilidad no puede estar sujeta a las fluctuaciones de la ciencia mundana. Pero muy recientemente, hace apenas un cuarto de siglo, en este siglo de luz, ¿no ha condenado también los descubrimientos de la ciencia sobre la formación del globo? ¿Qué paso hoy? y ¿qué hubiera pasado si ella hubiera persistido en rechazar de su seno a todos los que creen en tales cosas? No habría más católicos, ni siquiera el Papa. ¿Por qué entonces la Iglesia tuvo que ceder? Es porque el movimiento de los astros y su formación se basan en las leyes de la naturaleza, y porque, contra estas leyes, no hay opinión que pueda sostenerse.
En cuanto a la reencarnación, una de dos cosas: o existe o no existe: no hay término medio. Si existe es porque está dentro de las leyes de la naturaleza. Si un dogma dice otra cosa, es cuestión de saber quién tiene razón el dogma o la naturaleza que es obra de Dios. Por lo tanto, la reencarnación no es una opinión, un sistema, como una opinión política o social que uno puede adoptar o rechazar; es un hecho o no lo es; si es un hecho, puede que no sea del gusto de todos, todo lo que se diga no impedirá que sea un hecho.
Creemos firmemente, por nuestra parte, que la reencarnación, lejos de ser contraria a los dogmas, da a muchos una explicación lógica que los hace aceptados por la mayoría de los que los rechazaron, por no entenderlos; la prueba de ello está en el gran número de personas reconducidas a las creencias religiosas por el Espiritismo. Pero admitamos esta incompatibilidad, si se quiere; hacemos esta pregunta de lleno: “Cuando se reconozca la pluralidad de las existencias, que no tardará, como ley natural; cuando todos reconozcan esta ley como la única compatible con la justicia de Dios, y como la única capaz de explicar lo que de otro modo es inexplicable, ¿qué haréis? - Harás lo que has hecho por el movimiento de la tierra y los seis días de la creación, y no será difícil conciliar el dogma con esta ley.
A.K.
[1] Si la Iglesia aún no ha decidido, la cuestión del demonio es, por lo tanto, solo una opinión individual que no tiene sanción legal; y esto es tan cierto que no todos los eclesiásticos la comparten, y conocemos a muchos de ellos en este caso. Hasta nueva información, se permite la duda, y ya podemos ver que esta doctrina del diablo tiene poco imperio sobre las masas. Si alguna vez la Iglesia la proclamara oficialmente, sería de temer que a este juicio le sucediera lo mismo que a la declaración de herejía ya la condenación anteriormente pronunciada contra el movimiento de la tierra; qué ha sucedido en nuestros días con los anatemas lanzados contra la ciencia sobre los seis períodos de la creación. Creemos que el clero haría bien y con prudencia en no precipitarse demasiado en decidir la cuestión, afirmando algo que hasta ahora causa más incredulidad y más risa que pavor, y a lo que podemos certificar que muchos sacerdotes no creen más que hagamos, porque es ilógico. Exponerse a recibir una negación del futuro y verse obligado a reconocer que se equivocó, es lesionar la autoridad moral de la Iglesia, que proclama la infalibilidad de sus juicios. Por lo tanto, sería mejor abstenerse.
Además, cualquier cosa que se haya dicho y hecho contra el Espiritismo, la experiencia está ahí para probar que su progreso es irresistible; es una idea que se arraiga en todas partes con prodigiosa rapidez, porque satisface a la vez la razón y el corazón. Para detenerlo, sería necesario oponerle una doctrina que lo satisfaga más, y no será ciertamente la del demonio y las penas eternas.
A.K.
[2] Falsos católicos, verdaderos católicos o materialistas, hay quienes usan este lenguaje. Que lo dijeran hace unos años era concebible; pero durante cuatro o cinco años ha dado tantos pasos, y da tantos todos los días, que dentro de poco habrá llegado a su meta. Busque en la historia una doctrina que haya llegado tan lejos en tan poco tiempo. Ante este resultado sin precedentes de una propagación contra la que se aplastan todos los rayos y todas las burlas; que crece por la violencia de los ataques, es realmente demasiado ingenuo decir que el Espiritismo es sólo un relámpago. Si es así, ¿por qué tanta ira? así que déjalo salir solo. Nosotros, que estamos en primera fila para verlo caminar, que seguimos todas las aventuras, vemos el final, y nos reímos, a nuestra vez.
A.K.
El P. F…, dominico, habiendo predicado en Marmande durante el mes de mayo, creyó deber, en uno de sus últimos sermones, arrojar algunas piedras contra el Espiritismo. Al Sr. Dombre le hubiera gustado una discusión más profunda sobre este tema, y que el Sr. sacerdote F…, en lugar de limitarse a ataques banales, hubiera abordado resueltamente ciertas cuestiones de detalle; pero, temiendo que su nombre no tuviera suficiente peso para decidirlo, le escribió la siguiente carta bajo el seudónimo de Un católico:
“Señor predicador,
Sigo diligentemente todas las noches tus instrucciones dogmáticas. Por una fatalidad que deploro, llegué un poco más tarde de lo habitual el viernes, y supe al salir de la iglesia que habíais iniciado, en forma de escaramuza, un ataque contra el Espiritismo: me regocijo en nombre de los católicos devotos. Si estuviera bien informado, estas son las cuestiones que habría abordado:
1° El Espiritismo es una nueva religión del siglo XIX.
2° Hay comunicación indiscutible con los Espíritus.
3° Comunicaciones con espíritus, bien notadas, bien reconocidas, os empeñáis en probar, después de largos y serios estudios que habéis hecho sobre el Espiritismo, que los Espíritus que se comunican no son otros que el diablo.
4° Finalmente, sería peligroso, desde el punto de vista de la salvación del alma, tratar del Espiritismo antes de que la Iglesia se haya pronunciado al respecto. Me gusta mucho este cuarto artículo, pero si reconocemos de antemano que es el diablo, la Iglesia no tiene nada más que hacer [1].
"Aquí hay cuatro cuestiones importantes que ardo en ver resueltas, para confundir al mismo tiempo a los Espíritas y a los católicos de nombre que no creen ni en el demonio ni en las penas eternas, admitiendo un Dios y la inmortalidad del alma, y los materialistas que no creen en nada.
A esta primera cuestión: el Espiritismo es una religión, los Espíritas responden: No, el Espiritismo no es una religión, no pretende ser una religión. El espiritismo se basa en la existencia de un mundo invisible formado por seres incorpóreos que pueblan el espacio y que no son sino las almas de los que han vivido en la tierra o en otros globos. Estos seres, que constantemente nos rodean, ejercen una gran influencia sobre los hombres sin que ellos lo sepan; juegan un papel muy activo en el mundo moral y hasta cierto punto en el mundo físico. El Espiritismo está en la naturaleza, y se puede decir que, en cierto orden de cosas, es un poder como lo es la electricidad, como lo es la gravitación, desde otro punto de vista. El Espiritismo nos revela el mundo invisible; no es nuevo; la historia de todos los pueblos la menciona. El Espiritismo descansa sobre principios generales independientes de toda cuestión dogmática. Tiene consecuencias morales, es cierto, en el sentido del cristianismo, pero no tiene culto, ni templos, ni ministros; cada cual puede hacer una religión de sus opiniones, pero de ahí a la constitución de una nueva Iglesia, hay un largo camino; por lo tanto, el Espiritismo no es una religión nueva. Esto, señor, es lo que dicen los Espíritas a esta primera cuestión.
Ante esta misma cuestión se ríen los falsos católicos y los materialistas. Los primeros, si son de los afortunados de este mundo, se ríen de boca para afuera; esta doctrina, que incluye la pluralidad de existencias, o reencarnaciones, los escandaliza en sus placeres y en su orgullo. Regresar tal vez en una condición inferior, ¡es terrible pensar! Los Espíritas les dicen: “Aquí está la justicia, la verdadera igualdad.” Pero esta igualdad no les conviene. Los materialistas, obstinados y formados por supuestos eruditos, se ríen con ganas, porque no creen en el futuro: el destino del perrito que los sigue y el de ellos es absolutamente el mismo, y lo encuentran preferible.
“A la segunda cuestión: Hay comunicación con los Espíritus, los Espíritas y nosotros, católicos devotos, estamos de acuerdo; los falsos católicos y los materialistas se ríen incrédulos.
“A la tercera cuestión: Es el diablo solo quien se comunica, los Espíritas se ríen a su vez; los materialistas también se ríen, burlándose de los que creen en las comunicaciones y de los que, creyendo en ellas, las atribuyen a los demonios; los falsos católicos guardan silencio y parecen decir: Arréglense.
"A la cuarta cuestión: Hay que esperar a que la Iglesia hable, los Espíritas dicen: "Ciertamente llegará un día en que la creencia en el Espiritismo se volverá tan vulgar, estará tan difundida, que la Iglesia, a menos que quiera permanecer solo, se verá obligada a seguir el torrente. El espiritismo se fusionará entonces con el catolicismo y el "catolicismo con el Espiritismo". Ante esta pregunta el materialista vuelve a reírse y dice: “¡Qué me importa! El falso católico entra en una especie de vejación; no puede, como dije arriba, soportar esta doctrina: ofende su egoísmo y su orgullo; rechaza esta eventualidad de fusión. “Es imposible, dijo, el Espiritismo es sólo una utopía que no dará cuatro pasos en el mundo [2].”
“Aceptar, etc.
En una carta dirigida a Burdeos, sobre este particular, Sr. Dombre decía:
“El Padre F… trató de averiguar quién era el Espírita y no el ferviente católico que le había escrito esta carta. Sus enviados se me acercaron y me dijeron: “El Sr. F… necesitaría de siete a ocho sermones para responder, y se le está acabando el tiempo; y luego quisiera saber el nombre de aquel con quien tiene que ver. - Te garantizo, respondí, que el autor de la carta se dará a conocer, si quiere contestarla desde el púlpito.” Parece que sabemos aquí por experiencia que cuanto más se habla contra el Espiritismo, más prosélitos se hacen, y que se juzgó oportuno callar, porque el Padre F... se fue otra vez sin hablar.
Me vas a decir que tal vez hay un poco de temeridad en querer entrar en la carrera de esta manera; conozco la necesidad de nuestra localidad; necesita ruido. Los enemigos sistemáticos o interesados del Espiritismo sólo pedirían silencio, y quiero ensordecerlos con discusiones. Siempre hay, alrededor de los incrédulos que discuten, los indiferentes o los dispuestos a creer que sacan provecho de la lucha, relativa a la instrucción espírita. - ¿Pero usted piensa, me puede decir, salir honorablemente de estas controversias? - ¡Oye! ¡Dios mío! cuando uno se suscribe a la Revista Espírita, uno ha leído todos los libros de la doctrina, uno se ha sumergido de lleno en los argumentos en que se basa y en los de los Espíritus que se comunican entre sí, uno sale de allí como Minerva, armado de pies a cabeza, y uno no teme a nada.”
Observación. - Se dice: Vosotros creéis en la reencarnación, y la pluralidad de existencias es contraria a los dogmas que admiten una sola; por lo tanto, por ese mismo hecho, estáis fuera de la Iglesia.
A esto, repetiremos cien veces lo que hemos dicho: En otro tiempo habéis echado fuera de la Iglesia, anatematizado, excomulgado, condenado como herejes a los que creían en el movimiento de la tierra. - Fue, dices, en una época de ignorancia. - Eso es; pero si la Iglesia es infalible, debe haberlo sido entonces como ahora, y su infalibilidad no puede estar sujeta a las fluctuaciones de la ciencia mundana. Pero muy recientemente, hace apenas un cuarto de siglo, en este siglo de luz, ¿no ha condenado también los descubrimientos de la ciencia sobre la formación del globo? ¿Qué paso hoy? y ¿qué hubiera pasado si ella hubiera persistido en rechazar de su seno a todos los que creen en tales cosas? No habría más católicos, ni siquiera el Papa. ¿Por qué entonces la Iglesia tuvo que ceder? Es porque el movimiento de los astros y su formación se basan en las leyes de la naturaleza, y porque, contra estas leyes, no hay opinión que pueda sostenerse.
En cuanto a la reencarnación, una de dos cosas: o existe o no existe: no hay término medio. Si existe es porque está dentro de las leyes de la naturaleza. Si un dogma dice otra cosa, es cuestión de saber quién tiene razón el dogma o la naturaleza que es obra de Dios. Por lo tanto, la reencarnación no es una opinión, un sistema, como una opinión política o social que uno puede adoptar o rechazar; es un hecho o no lo es; si es un hecho, puede que no sea del gusto de todos, todo lo que se diga no impedirá que sea un hecho.
Creemos firmemente, por nuestra parte, que la reencarnación, lejos de ser contraria a los dogmas, da a muchos una explicación lógica que los hace aceptados por la mayoría de los que los rechazaron, por no entenderlos; la prueba de ello está en el gran número de personas reconducidas a las creencias religiosas por el Espiritismo. Pero admitamos esta incompatibilidad, si se quiere; hacemos esta pregunta de lleno: “Cuando se reconozca la pluralidad de las existencias, que no tardará, como ley natural; cuando todos reconozcan esta ley como la única compatible con la justicia de Dios, y como la única capaz de explicar lo que de otro modo es inexplicable, ¿qué haréis? - Harás lo que has hecho por el movimiento de la tierra y los seis días de la creación, y no será difícil conciliar el dogma con esta ley.
[1] Si la Iglesia aún no ha decidido, la cuestión del demonio es, por lo tanto, solo una opinión individual que no tiene sanción legal; y esto es tan cierto que no todos los eclesiásticos la comparten, y conocemos a muchos de ellos en este caso. Hasta nueva información, se permite la duda, y ya podemos ver que esta doctrina del diablo tiene poco imperio sobre las masas. Si alguna vez la Iglesia la proclamara oficialmente, sería de temer que a este juicio le sucediera lo mismo que a la declaración de herejía ya la condenación anteriormente pronunciada contra el movimiento de la tierra; qué ha sucedido en nuestros días con los anatemas lanzados contra la ciencia sobre los seis períodos de la creación. Creemos que el clero haría bien y con prudencia en no precipitarse demasiado en decidir la cuestión, afirmando algo que hasta ahora causa más incredulidad y más risa que pavor, y a lo que podemos certificar que muchos sacerdotes no creen más que hagamos, porque es ilógico. Exponerse a recibir una negación del futuro y verse obligado a reconocer que se equivocó, es lesionar la autoridad moral de la Iglesia, que proclama la infalibilidad de sus juicios. Por lo tanto, sería mejor abstenerse.
Además, cualquier cosa que se haya dicho y hecho contra el Espiritismo, la experiencia está ahí para probar que su progreso es irresistible; es una idea que se arraiga en todas partes con prodigiosa rapidez, porque satisface a la vez la razón y el corazón. Para detenerlo, sería necesario oponerle una doctrina que lo satisfaga más, y no será ciertamente la del demonio y las penas eternas.
[2] Falsos católicos, verdaderos católicos o materialistas, hay quienes usan este lenguaje. Que lo dijeran hace unos años era concebible; pero durante cuatro o cinco años ha dado tantos pasos, y da tantos todos los días, que dentro de poco habrá llegado a su meta. Busque en la historia una doctrina que haya llegado tan lejos en tan poco tiempo. Ante este resultado sin precedentes de una propagación contra la que se aplastan todos los rayos y todas las burlas; que crece por la violencia de los ataques, es realmente demasiado ingenuo decir que el Espiritismo es sólo un relámpago. Si es así, ¿por qué tanta ira? así que déjalo salir solo. Nosotros, que estamos en primera fila para verlo caminar, que seguimos todas las aventuras, vemos el final, y nos reímos, a nuestra vez.
Espiritismo
en una distribución de premios
Uno de nuestros compañeros de la Sociedad Espírita de París nos envía la siguiente carta, que dirigió a los directores del internado donde se encuentra una de sus hijas, en París:
"Señoras,
“Permítanme algunas reflexiones sobre un discurso pronunciado en la distribución de premios en su internado; mi calidad de padre de familia y especialmente la de padre de una de sus alumnas, me da algunos derechos a este reconocimiento.
“El autor de este discurso, un extraño a su establecimiento, y un profesor, me han dicho, en la universidad C…, enfrascado en una larga charla, realmente no sé a propósito de qué, sobre la ciencia espírita y los médiums. Que hubiera expresado su opinión sobre este tema en cualquier otra circunstancia, lo entendería; pero ante un auditorio como aquel al que se dirigía, ante los jóvenes confiados a vuestro cuidado, permítanme decirles que esta cuestión estaba fuera de lugar, y que fue una mala elección de tema para tratar de tener un efecto.
Este señor dijo entre otras cosas que “todas las personas que se ocupan de experimentos sobre tablas y otros fenómenos llamados espíritas o del orden psicológico son malabaristas, tontos o estúpidos.”
“Soy, señoras, de los que cuidan de este tema y no lo ocultan, y estoy seguro de que no fui el único en su reunión. No pretendo ser sabio, como vuestro orador, y como tal soy tal vez estúpido, desde su punto de vista; sin embargo, la expresión es bastante indecente cuando se dirige a personas que no se conocen y cuando se generaliza el pensamiento; pero ciertamente mi posición y mi carácter me resguardan del epíteto de malabarista. Este señor parece ignorar que esta estupidez hoy cuenta con millones de seguidores en todo el mundo, y que estos llamados malabaristas se encuentran incluso en los rangos más altos de la sociedad, de lo contrario habría pensado que sus palabras podrían salir mal en la dirección de más de uno de sus oyentes. Si demostró, con esta salida intempestiva, falta de tacto y de buenos modales, también demostró que estaba hablando de algo que nunca había estudiado.
“En cuanto a mí, señoras, desde hace cuatro años estudio, observo y el resultado de mis observaciones ha sido convencerme, como a tantos otros, de que nuestro mundo material puede, en determinadas circunstancias, entrar en relación con el mundo espiritual. Las pruebas de este hecho, las he tenido por miles, por todas partes, en todos los países que he visitado, y sabéis que he visto muchas, en mi familia, con mi mujer que es médium sin ser malabarista, con padres, con amigos que, como yo, buscaban lo real.
“No crean, señoras, que creí a primera vista, sin examen; no; como dije, estudié y observé concienzudamente, con frialdad, con calma y sin prejuicios, y fue solo después de una cuidadosa consideración que tuve la suerte de convencerme de la realidad de estas cosas. Digo felicidad, porque, lo admito, la educación religiosa que había recibido no siendo suficiente para iluminar mi razón, me había vuelto escéptico. Ahora, gracias al Espiritismo, a las pruebas patentes que proporciona, ya no lo soy, porque pude asegurarme de la inmortalidad del alma y de sus consecuencias. Si esto es lo que este señor llama estupidez, al menos debería abstenerse de decirlo delante de vuestros alumnos, quienes podrán, y mucho antes de lo que vosotros pensáis, darse cuenta de los fenómenos cuyo velo les ha sido levantado. Les bastará, para eso, entrar en el mundo; la nueva ciencia está haciendo grandes y rápidos progresos allí, se lo aseguro. Así que no es de temer que hagan esta reflexión: Si hemos sido engañados en estos asuntos; si quisieron ocultarnos la verdad, ¿no será que nos engañaron en otros puntos? En caso de duda, la prudencia más vulgar dictaba la abstención; en todo caso, no era éste el lugar ni el momento de tratar semejante tema.
“Pensé que era mi deber, señoras, compartir mis impresiones con ustedes; por favor, recíbalos con su amabilidad habitual.
“Aceptar, etc.
A. Gassier,
38, rue de la Chaussée-d'Antin.”
Observación. - El Espiritismo difundiéndose por todas partes, se vuelve muy raro que alguna asamblea no contenga más o menos seguidores. Dejarte llevar por arrebatos virulentos contra una opinión en constante crecimiento; usar expresiones ofensivas a este respecto ante una audiencia que uno no conoce es exponerse a molestar a las personas más respetables y, a veces, a ser llamado al orden; hacerlo en una reunión que, por su naturaleza, exige más que ninguna otra la estricta observancia del decoro, donde cada palabra debe ser una enseñanza, es una falta. Que uno de estos jóvenes cuyos padres tratan con el Espiritismo vaya y les diga: "Ustedes son malabaristas, tontos o estúpidos", ¿No podría ella disculparse? diciendo:
"¿Es eso lo que me enseñaron en la distribución de premios?" ¿Hubiera este señor hecho un estallido similar contra los protestantes o los judíos, diciendo que todos ellos son herejes y condenados; contra tal o cual opinión política? No, porque hay pocos internados donde no haya alumnos cuyos padres profesan opiniones políticas o religiosas diferentes, y uno tendría miedo de ofender a estos últimos. ¡Y bien! que sepa que hay hoy, sólo en Francia, tantos Espíritas como judíos y protestantes, y que dentro de poco habrá tantos como católicos.
Además, allí, como en todas partes, el efecto irá directamente contra la intención. Aquí hay una multitud de chicas naturalmente curiosas, muchas de las cuales nunca han oído hablar de tales cosas, y que querrán saber de qué se trata en la primera oportunidad; probarán la mediumnidad, e infaliblemente más de una lo logrará; se lo contarán a sus compañeras, y así sucesivamente. Les prohibirás que se preocupen por ello; las atemorizarás con la idea del demonio; pero esa será una razón más para que lo hagan en secreto, porque querrán saber lo que el diablo les dirá. ¿No oyen todos los días hablar de diablos buenos, diablos color de rosas? Ahora bien, ahí está el verdadero peligro, pues, falto de experiencia y sin guía prudente e ilustrada; podrían encontrarse bajo una influencia perniciosa de la que no pueden librarse, y de la que pueden resultar inconvenientes tanto más graves cuanto que, a consecuencia de la prohibición que se les habrá hecho, y por temor a un castigo, no se atreverán a decir nada. ¿Les prohibirás escribir? No siempre es fácil; los maestros de internado saben algo al respecto; pero ¿qué haréis con las que se harán clarividentes o médiums auditivos? ¿Cubrirás sus ojos y oídos? Esto, señor, es lo que puede producir su discurso imprudente, del que probablemente quedó muy satisfecho.
El resultado es bastante diferente en los niños educados por sus padres en estas ideas; primero, no tienen nada que esconder, y así se preservan de los peligros de la inexperiencia; luego les da desde temprano una piedad razonada que la edad fortalece y no puede debilitar; se vuelven más dóciles, más sumisos, más respetuosos; la certeza que tienen de la presencia de sus familiares difuntos, que los ven constantemente, con quienes pueden conversar y de quienes reciben sabios consejos, es para ellos un poderoso freno por el saludable temor que les inspira. Cuando la generación se eduque en las creencias espíritas, veremos a la juventud bien diferente, más estudiosa y menos turbulenta. Ya podemos juzgar de ello por el efecto que estas ideas producen en los jóvenes que están imbuidos de ellas.
Uno de nuestros compañeros de la Sociedad Espírita de París nos envía la siguiente carta, que dirigió a los directores del internado donde se encuentra una de sus hijas, en París:
"Señoras,
“Permítanme algunas reflexiones sobre un discurso pronunciado en la distribución de premios en su internado; mi calidad de padre de familia y especialmente la de padre de una de sus alumnas, me da algunos derechos a este reconocimiento.
“El autor de este discurso, un extraño a su establecimiento, y un profesor, me han dicho, en la universidad C…, enfrascado en una larga charla, realmente no sé a propósito de qué, sobre la ciencia espírita y los médiums. Que hubiera expresado su opinión sobre este tema en cualquier otra circunstancia, lo entendería; pero ante un auditorio como aquel al que se dirigía, ante los jóvenes confiados a vuestro cuidado, permítanme decirles que esta cuestión estaba fuera de lugar, y que fue una mala elección de tema para tratar de tener un efecto.
Este señor dijo entre otras cosas que “todas las personas que se ocupan de experimentos sobre tablas y otros fenómenos llamados espíritas o del orden psicológico son malabaristas, tontos o estúpidos.”
“Soy, señoras, de los que cuidan de este tema y no lo ocultan, y estoy seguro de que no fui el único en su reunión. No pretendo ser sabio, como vuestro orador, y como tal soy tal vez estúpido, desde su punto de vista; sin embargo, la expresión es bastante indecente cuando se dirige a personas que no se conocen y cuando se generaliza el pensamiento; pero ciertamente mi posición y mi carácter me resguardan del epíteto de malabarista. Este señor parece ignorar que esta estupidez hoy cuenta con millones de seguidores en todo el mundo, y que estos llamados malabaristas se encuentran incluso en los rangos más altos de la sociedad, de lo contrario habría pensado que sus palabras podrían salir mal en la dirección de más de uno de sus oyentes. Si demostró, con esta salida intempestiva, falta de tacto y de buenos modales, también demostró que estaba hablando de algo que nunca había estudiado.
“En cuanto a mí, señoras, desde hace cuatro años estudio, observo y el resultado de mis observaciones ha sido convencerme, como a tantos otros, de que nuestro mundo material puede, en determinadas circunstancias, entrar en relación con el mundo espiritual. Las pruebas de este hecho, las he tenido por miles, por todas partes, en todos los países que he visitado, y sabéis que he visto muchas, en mi familia, con mi mujer que es médium sin ser malabarista, con padres, con amigos que, como yo, buscaban lo real.
“No crean, señoras, que creí a primera vista, sin examen; no; como dije, estudié y observé concienzudamente, con frialdad, con calma y sin prejuicios, y fue solo después de una cuidadosa consideración que tuve la suerte de convencerme de la realidad de estas cosas. Digo felicidad, porque, lo admito, la educación religiosa que había recibido no siendo suficiente para iluminar mi razón, me había vuelto escéptico. Ahora, gracias al Espiritismo, a las pruebas patentes que proporciona, ya no lo soy, porque pude asegurarme de la inmortalidad del alma y de sus consecuencias. Si esto es lo que este señor llama estupidez, al menos debería abstenerse de decirlo delante de vuestros alumnos, quienes podrán, y mucho antes de lo que vosotros pensáis, darse cuenta de los fenómenos cuyo velo les ha sido levantado. Les bastará, para eso, entrar en el mundo; la nueva ciencia está haciendo grandes y rápidos progresos allí, se lo aseguro. Así que no es de temer que hagan esta reflexión: Si hemos sido engañados en estos asuntos; si quisieron ocultarnos la verdad, ¿no será que nos engañaron en otros puntos? En caso de duda, la prudencia más vulgar dictaba la abstención; en todo caso, no era éste el lugar ni el momento de tratar semejante tema.
“Pensé que era mi deber, señoras, compartir mis impresiones con ustedes; por favor, recíbalos con su amabilidad habitual.
“Aceptar, etc.
38, rue de la Chaussée-d'Antin.”
Observación. - El Espiritismo difundiéndose por todas partes, se vuelve muy raro que alguna asamblea no contenga más o menos seguidores. Dejarte llevar por arrebatos virulentos contra una opinión en constante crecimiento; usar expresiones ofensivas a este respecto ante una audiencia que uno no conoce es exponerse a molestar a las personas más respetables y, a veces, a ser llamado al orden; hacerlo en una reunión que, por su naturaleza, exige más que ninguna otra la estricta observancia del decoro, donde cada palabra debe ser una enseñanza, es una falta. Que uno de estos jóvenes cuyos padres tratan con el Espiritismo vaya y les diga: "Ustedes son malabaristas, tontos o estúpidos", ¿No podría ella disculparse? diciendo:
"¿Es eso lo que me enseñaron en la distribución de premios?" ¿Hubiera este señor hecho un estallido similar contra los protestantes o los judíos, diciendo que todos ellos son herejes y condenados; contra tal o cual opinión política? No, porque hay pocos internados donde no haya alumnos cuyos padres profesan opiniones políticas o religiosas diferentes, y uno tendría miedo de ofender a estos últimos. ¡Y bien! que sepa que hay hoy, sólo en Francia, tantos Espíritas como judíos y protestantes, y que dentro de poco habrá tantos como católicos.
Además, allí, como en todas partes, el efecto irá directamente contra la intención. Aquí hay una multitud de chicas naturalmente curiosas, muchas de las cuales nunca han oído hablar de tales cosas, y que querrán saber de qué se trata en la primera oportunidad; probarán la mediumnidad, e infaliblemente más de una lo logrará; se lo contarán a sus compañeras, y así sucesivamente. Les prohibirás que se preocupen por ello; las atemorizarás con la idea del demonio; pero esa será una razón más para que lo hagan en secreto, porque querrán saber lo que el diablo les dirá. ¿No oyen todos los días hablar de diablos buenos, diablos color de rosas? Ahora bien, ahí está el verdadero peligro, pues, falto de experiencia y sin guía prudente e ilustrada; podrían encontrarse bajo una influencia perniciosa de la que no pueden librarse, y de la que pueden resultar inconvenientes tanto más graves cuanto que, a consecuencia de la prohibición que se les habrá hecho, y por temor a un castigo, no se atreverán a decir nada. ¿Les prohibirás escribir? No siempre es fácil; los maestros de internado saben algo al respecto; pero ¿qué haréis con las que se harán clarividentes o médiums auditivos? ¿Cubrirás sus ojos y oídos? Esto, señor, es lo que puede producir su discurso imprudente, del que probablemente quedó muy satisfecho.
El resultado es bastante diferente en los niños educados por sus padres en estas ideas; primero, no tienen nada que esconder, y así se preservan de los peligros de la inexperiencia; luego les da desde temprano una piedad razonada que la edad fortalece y no puede debilitar; se vuelven más dóciles, más sumisos, más respetuosos; la certeza que tienen de la presencia de sus familiares difuntos, que los ven constantemente, con quienes pueden conversar y de quienes reciben sabios consejos, es para ellos un poderoso freno por el saludable temor que les inspira. Cuando la generación se eduque en las creencias espíritas, veremos a la juventud bien diferente, más estudiosa y menos turbulenta. Ya podemos juzgar de ello por el efecto que estas ideas producen en los jóvenes que están imbuidos de ellas.
Persecuciones
Despuntando las burlas contra el peto del Espiritismo, y sirviendo más para propagarlo que para desacreditarlo, sus enemigos están ensayando otro medio que, decimos de antemano, no tendrá mejor éxito y probablemente hará más prosélitos todavía; ese medio es la persecución. Decimos que hará más, por una razón muy sencilla, y es que, al tomar en serio el Espiritismo, aumenta enormemente su importancia; y entonces, uno se vuelve tanto más apegado a una causa cuanto más sufrimiento ha causado. Sin duda recordaremos las bellas comunicaciones que se dieron sobre los mártires del Espiritismo, y que publicamos en la Revista del mes de abril pasado. Esta fase fue anunciada durante mucho tiempo por los Espíritus:
“Cuando veamos”, dijeron, “el arma del ridículo impotente, probaremos la de la persecución; no habrá más mártires de sangre, pero muchos tendrán que sufrir en sus intereses y en sus afectos; se buscará desunir a las familias, reducir a los seguidores por el hambre; acosarlos con el alfiler, a veces más doloroso que la muerte; pero allí volverán a encontrarse con almas sólidas y fervientes que sabrán afrontar las miserias de este mundo, en vista del futuro mejor que les espera. Acordaos de las palabras del divino Salvador: “Bienaventurados los afligidos, porque ellos serán consolados.” Pero no te preocupes; la era de persecución en la que pronto entraréis será de corta duración, y vuestros enemigos sólo se avergonzarán de ella, porque las armas que os apuntan se volverán contra ellos.”
La era predicha ha comenzado; se nos relata desde diferentes sectores actos que lamentamos ver realizados por los ministros de un Dios de paz y de caridad. No hablaremos de la violencia que se hace a la conciencia al expulsar de la Iglesia a los que son conducidos allí por el Espiritismo; esto significa que habiendo tenido resultados casi negativos, se han buscado otros más efectivos; podríamos citar localidades donde las personas que viven de su trabajo han sido amenazadas con quitarles sus recursos; otros en los que los seguidores han sido señalados para la animadversión pública haciendo que los pilluelos de la calle corran tras ellos; otros donde los niños son expulsados de la escuela cuyos padres se ocupan del Espiritismo; otro donde un pobre maestro fue despedido y reducido a la miseria por tener el Libro de los Espíritus en su casa. De este último tenemos una conmovedora oración en verso, en la que se respiran los más nobles sentimientos, la más sincera piedad; añadamos que un Espírita bienhechor le tendió una mano auxiliadora; añadamos que en esta circunstancia fue víctima de una infame traición por parte de un hombre en quien había confiado, y que se había mostrado entusiasmado con este libro.
En un pequeño pueblo donde el Espiritismo tiene bastante adeptos, un misionero dijo desde el púlpito esta última Cuaresma: “Espero que en la audiencia estén sólo los fieles, y que no haya ni judíos, ni protestantes, ni Espíritas. Parece que contaba poco con sus palabras para convertir a los que habrían venido a escucharlo con el fin de esclarecerse. En una comuna, cerca de Burdeos, querían impedir que los Espíritas se reunieran más de cinco, con el pretexto de que la ley estaba en contra; pero una autoridad superior devolvió la legalidad a la autoridad local. Resultó de esta pequeña vejación que hoy las tres cuartas partes de esta comuna son Espíritas. En el Departamento de Tarn-et-Garonne, habiendo querido unirse los Espíritas de varias localidades, se les ha denunciado como conspiradores contra el gobierno. Esta ridícula acusación cayó rápidamente, como debería haber sido, y nos reímos de ella.
Por otro lado, nos citó un magistrado que dijo: “¡Ojalá todos fueran Espíritas! nuestros tribunales tendrían menos que hacer y el orden público no tendría nada que temer.” Allí habló una gran y profunda verdad; pues empezamos a ver la influencia moralizadora que ejerce el Espiritismo sobre las masas. No es un resultado maravilloso ver a los hombres, bajo el dominio de esta creencia, ¿renunciar a la embriaguez, a sus hábitos de libertinaje, a sus excesos degradantes y al suicidio?; a los hombres violentos ¿volverse pulcros, mansos, pacíficos y buenos padres de familia?; a los hombres que blasfemaron el nombre de Dios, ¿orar con fervor y se acercar piadosamente a los altares? ¡Y estos son los hombres que rechazas de la Iglesia! ¡Ay! oren a Dios para que, si aún reserva para la humanidad días de prueba, haya muchos Espíritas; porque estos han aprendido a perdonar a sus enemigos, considerando que es el primer deber del cristiano extender la mano en tiempo de peligro, en lugar de poner el pie en la garganta.
Un librero de Charente nos escribe lo siguiente:
“No he tenido miedo de manifestar abiertamente mis opiniones espíritas; dejé de lado las mezquindades mundanas, sin preocuparme de si lo que estaba haciendo perjudicaría mi negocio. Sin embargo, estaba lejos de esperar lo que me pasó. Si el mal se hubiera detenido en las pequeñas molestias, no hubiera sido grande; pero desafortunadamente, gracias a los que entienden poco de religión, me he convertido en la oveja negra del rebaño, la peste del distrito; soy señalado como el precursor del Anticristo. Todas las influencias, incluso las calumnias, se han utilizado para derribarme, para desviar a mis clientes, para arruinarme, en una palabra. ¡Ay! los Espíritus nos hablan de persecuciones, de mártires del Espiritismo; no estoy orgulloso de ello, pero ciertamente soy una de las víctimas; mi familia lo sufre, es verdad; pero tengo para mí el consuelo de tener una esposa que comparte mis ideas espíritas. Anhelo que mis hijos tengan la edad suficiente para comprender esta hermosa doctrina; quiero iluminarlos en nuestras queridas creencias. Que Dios me conserve la posibilidad - haga lo que haga para quitármela - de instruirlos y prepararlos para luchar a su vez si es necesario. Los hechos que informa en su Revista de mayo tienen una sorprendente analogía con lo que me sucedió a mí. Al igual que el autor de la carta, fui expulsado sin piedad del tribunal de penitencia; mi sacerdote quería sobre todo hacerme renunciar a mis ideas espíritas; se sigue de su imprudencia que no me verá más en las oficinas; si lo hago mal, dejo la responsabilidad a su autor.”
Extraemos los siguientes pasajes de una carta que nos fue dirigida desde un pueblo de los Vosgos. Si bien estamos autorizados a no ocultar ni el nombre del autor ni el de la localidad, lo hacemos por razones de conveniencia que se apreciarán; pero tenemos la carta en nuestras manos para hacer de ella el uso que creamos útil. Lo mismo ocurre con todos los hechos que adelantamos, y que, según su mayor o menor importancia, aparecerán más adelante en la historia del establecimiento del Espiritismo.
“No estoy lo suficientemente versado en literatura para tratar con dignidad el tema que estoy abordando; sin embargo, trataré de hacerme entender, con tal de que me subsane el defecto de mi estilo y de mi escritura, porque desde hace varios meses ardo en deseos de unirme a usted por correspondencia, siéndolo ya de sentimientos desde que mi hijo me envió los preciosos libros que contienen la instrucción de la doctrina espírita y la de los médiums. Regresaba de los campos al anochecer; vi estos libros que me había traído el cartero; me apresuré a cenar y a acostarme, sosteniendo la vela encendida cerca de mi cama, pensando en leer hasta que el sueño me cerró los ojos; pero leí toda la noche con tanta avidez que no tuve el menor deseo de dormir.”
Sigue la enumeración de las causas que le habían llevado a la incredulidad religiosa absoluta, y que pasamos por alto por respeto humano.
“Todas estas consideraciones pasaban por mi mente a diario; el disgusto se había apoderado de mí; había caído en un estado del más endurecido escepticismo; entonces en mi triste soledad de aburrimiento y desesperación, creyéndome inútil a la sociedad, había decidido poner fin a tan infelices días con el suicidio.
"¡Vaya! señor, no sé si alguna vez alguien podrá formarse una idea del efecto que me produce la lectura del Libro de los Espíritus; renace la confianza, el amor se apodera de mi corazón y me siento como un bálsamo divino extendiéndose por todo mi ser. ¡Ay! Me dije, toda mi vida he buscado la verdad y la justicia de Dios y solo he encontrado abusos y mentiras; y ahora, en mi vejez, tengo pues la dicha de encontrarme con esta verdad tan deseada. ¡Qué cambio en mi situación que, de tan triste, se ha vuelto tan dulce! Ahora me encuentro continuamente en la presencia de Dios y de sus benditos Espíritus, mis creadores, protectores, fieles amigos; creo que las más bellas expresiones de los poetas serían insuficientes para describir tan grata situación; cuando mi débil pecho lo permite, encuentro mi distracción en el canto de los himnos y cánticos que creo que más le agradan; por fin soy feliz gracias al Espiritismo. Recientemente le escribí a mi hijo que al enviarme estos libros me había hecho más feliz que si me hubiera puesto al frente de la más brillante fortuna.”
Sigue el relato detallado de las pruebas de mediumnidad realizadas en el pueblo entre varios adeptos y de los resultados obtenidos; entre ellos había varios médiums, uno de los cuales parece bastante notable. Llamaron a familiares y amigos que acudieron a darles pruebas incontrovertibles de identidad, y a Espíritus Superiores que les dieron excelentes consejos.
“Todas estas evocaciones han sido reportadas a oídos del sacerdote, por compinches y chismosos, quienes las han tergiversado en gran medida. El pasado 18 de mayo, el sacerdote, dando catecismo a sus alumnos de primera comunión, vomitó mil insultos contra la casa C… (una de las principales seguidoras) y contra mí; luego le dijo al hijo C…: “No te culpo, pero en dos años estarás lo suficientemente fuerte para ganarte la vida; te aconsejo que dejes a tus padres, no son capaces de darte buenos ejemplos.” ¡Este es un buen catecismo! A las vísperas, subió al púlpito con el propósito de repetir el discurso que había hecho a sus alumnos un momento antes, diciendo con gran locuacidad que no reconocemos el infierno, que no arriesgamos nada al permitirnos el robo y el robo para enriquecernos a expensas de los demás; que nos estaba poniendo a la disposición de los hechizos y supersticiones de la Edad Media, y otras mil invectivas.
“Con estas palabras escribí una carta al fiscal imperial de M…; pero antes de enviarla quería consultar al Espíritu de San Vicente de Paúl en nuestro próximo encuentro. Este buen Espíritu hizo que la médium escribiera lo siguiente: “Acordaos de estas palabras de Cristo: “Perdónalos, porque no saben lo que hacen.”” Después de lo cual, quemé mi carta.
“El rumor de esta doctrina se esparce por todos los pueblos de alrededor; muchos han pedido mis libros y se los han encomendado, pero ya no se quedan conmigo; todo el que entiende un poco de lectura quiere leerlos y los pasa a frente.”
“Después de leer el Libro de los Espíritus y el de los Médiums, mi primera preocupación fue probar si podía ser médium. Durante ocho días sin haber obtenido nada, le escribí a mi hijo sobre mi falta de éxito. Como alojaba en su casa un magnetizador, éste se ofreció a escribirme una carta que magnetizaría, y con eso ciertamente podría hacer la evocación de mi difunta. No se imaginaba el pobre magnetizador que me iba a dar las varas para que lo azotaran. Con eso me convertí en un médium auditivo; volví a ponerme en condiciones de escribir e inmediatamente alguien me susurró al oído: "Están tratando de engañar a tu hijo". Durante tres días consecutivos, cada vez con más fuerza, esta advertencia resonó en mi oído y me quitó la atención que tenía que prestar a lo que estaba haciendo. Le escribí a mi hijo para advertirle que tuviera cuidado con este hombre. A vuelta de correo me contestó para reprocharme las dudas que tenía contra este hombre, en quien daba toda su confianza. A los pocos días recibí una nueva carta suya, que cambiaba de lenguaje, diciendo que había echado fuera a ese desgraciado granuja que, disfrazado de hombre honrado, utilizaba esa supuesta cualidad para llevarse mejor a sus víctimas. Al enviarlo a la puerta, le mostró mi carta, que desde cien leguas de distancia lo había descrito tan bien.”
Esta carta no necesita comentarios; vemos que el discurso del sacerdote produjo su efecto en medio de estos aldeanos, como en otros lugares. Si es el diablo quien ha tomado el nombre de San Vicente de Paúl en esta circunstancia, ¡el sacerdote debe estarle agradecido! ¿Tenemos razón al decir que los adversarios mismos están haciendo propaganda y sirviendo a nuestra causa sin darse cuenta? Digamos, sin embargo, que hechos similares son más bien la excepción que la regla. Al menos nos gusta pensar que sí; conocemos a muchos clérigos honorables que deploran estas cosas como impolítico e imprudente. Si se nos señalan unos pocos hechos lamentables, también se nos señalan muchos de carácter verdaderamente evangélico. Un sacerdote le dijo a uno de sus penitentes que lo consultó sobre el Espiritismo: “Nada sucede sin el permiso de Dios; por tanto, ya que estas cosas suceden, sólo puede ser por su voluntad.” – Un moribundo llamó a un sacerdote y le dijo: “Padre mío, hace cincuenta años que iba a la iglesia y me había olvidado de Dios; fue el Espiritismo el que me devolvió a él y me hizo llamarte antes de morir; ¿Me darás la absolución?” “Hijo mío”, responde el sacerdote, “las vistas de Dios son impenetrables; dadle gracias por haberos enviado esta tabla de salvación; mueras en paz.” – Podríamos citar cien ejemplos de este tipo.
Despuntando las burlas contra el peto del Espiritismo, y sirviendo más para propagarlo que para desacreditarlo, sus enemigos están ensayando otro medio que, decimos de antemano, no tendrá mejor éxito y probablemente hará más prosélitos todavía; ese medio es la persecución. Decimos que hará más, por una razón muy sencilla, y es que, al tomar en serio el Espiritismo, aumenta enormemente su importancia; y entonces, uno se vuelve tanto más apegado a una causa cuanto más sufrimiento ha causado. Sin duda recordaremos las bellas comunicaciones que se dieron sobre los mártires del Espiritismo, y que publicamos en la Revista del mes de abril pasado. Esta fase fue anunciada durante mucho tiempo por los Espíritus:
“Cuando veamos”, dijeron, “el arma del ridículo impotente, probaremos la de la persecución; no habrá más mártires de sangre, pero muchos tendrán que sufrir en sus intereses y en sus afectos; se buscará desunir a las familias, reducir a los seguidores por el hambre; acosarlos con el alfiler, a veces más doloroso que la muerte; pero allí volverán a encontrarse con almas sólidas y fervientes que sabrán afrontar las miserias de este mundo, en vista del futuro mejor que les espera. Acordaos de las palabras del divino Salvador: “Bienaventurados los afligidos, porque ellos serán consolados.” Pero no te preocupes; la era de persecución en la que pronto entraréis será de corta duración, y vuestros enemigos sólo se avergonzarán de ella, porque las armas que os apuntan se volverán contra ellos.”
La era predicha ha comenzado; se nos relata desde diferentes sectores actos que lamentamos ver realizados por los ministros de un Dios de paz y de caridad. No hablaremos de la violencia que se hace a la conciencia al expulsar de la Iglesia a los que son conducidos allí por el Espiritismo; esto significa que habiendo tenido resultados casi negativos, se han buscado otros más efectivos; podríamos citar localidades donde las personas que viven de su trabajo han sido amenazadas con quitarles sus recursos; otros en los que los seguidores han sido señalados para la animadversión pública haciendo que los pilluelos de la calle corran tras ellos; otros donde los niños son expulsados de la escuela cuyos padres se ocupan del Espiritismo; otro donde un pobre maestro fue despedido y reducido a la miseria por tener el Libro de los Espíritus en su casa. De este último tenemos una conmovedora oración en verso, en la que se respiran los más nobles sentimientos, la más sincera piedad; añadamos que un Espírita bienhechor le tendió una mano auxiliadora; añadamos que en esta circunstancia fue víctima de una infame traición por parte de un hombre en quien había confiado, y que se había mostrado entusiasmado con este libro.
En un pequeño pueblo donde el Espiritismo tiene bastante adeptos, un misionero dijo desde el púlpito esta última Cuaresma: “Espero que en la audiencia estén sólo los fieles, y que no haya ni judíos, ni protestantes, ni Espíritas. Parece que contaba poco con sus palabras para convertir a los que habrían venido a escucharlo con el fin de esclarecerse. En una comuna, cerca de Burdeos, querían impedir que los Espíritas se reunieran más de cinco, con el pretexto de que la ley estaba en contra; pero una autoridad superior devolvió la legalidad a la autoridad local. Resultó de esta pequeña vejación que hoy las tres cuartas partes de esta comuna son Espíritas. En el Departamento de Tarn-et-Garonne, habiendo querido unirse los Espíritas de varias localidades, se les ha denunciado como conspiradores contra el gobierno. Esta ridícula acusación cayó rápidamente, como debería haber sido, y nos reímos de ella.
Por otro lado, nos citó un magistrado que dijo: “¡Ojalá todos fueran Espíritas! nuestros tribunales tendrían menos que hacer y el orden público no tendría nada que temer.” Allí habló una gran y profunda verdad; pues empezamos a ver la influencia moralizadora que ejerce el Espiritismo sobre las masas. No es un resultado maravilloso ver a los hombres, bajo el dominio de esta creencia, ¿renunciar a la embriaguez, a sus hábitos de libertinaje, a sus excesos degradantes y al suicidio?; a los hombres violentos ¿volverse pulcros, mansos, pacíficos y buenos padres de familia?; a los hombres que blasfemaron el nombre de Dios, ¿orar con fervor y se acercar piadosamente a los altares? ¡Y estos son los hombres que rechazas de la Iglesia! ¡Ay! oren a Dios para que, si aún reserva para la humanidad días de prueba, haya muchos Espíritas; porque estos han aprendido a perdonar a sus enemigos, considerando que es el primer deber del cristiano extender la mano en tiempo de peligro, en lugar de poner el pie en la garganta.
Un librero de Charente nos escribe lo siguiente:
“No he tenido miedo de manifestar abiertamente mis opiniones espíritas; dejé de lado las mezquindades mundanas, sin preocuparme de si lo que estaba haciendo perjudicaría mi negocio. Sin embargo, estaba lejos de esperar lo que me pasó. Si el mal se hubiera detenido en las pequeñas molestias, no hubiera sido grande; pero desafortunadamente, gracias a los que entienden poco de religión, me he convertido en la oveja negra del rebaño, la peste del distrito; soy señalado como el precursor del Anticristo. Todas las influencias, incluso las calumnias, se han utilizado para derribarme, para desviar a mis clientes, para arruinarme, en una palabra. ¡Ay! los Espíritus nos hablan de persecuciones, de mártires del Espiritismo; no estoy orgulloso de ello, pero ciertamente soy una de las víctimas; mi familia lo sufre, es verdad; pero tengo para mí el consuelo de tener una esposa que comparte mis ideas espíritas. Anhelo que mis hijos tengan la edad suficiente para comprender esta hermosa doctrina; quiero iluminarlos en nuestras queridas creencias. Que Dios me conserve la posibilidad - haga lo que haga para quitármela - de instruirlos y prepararlos para luchar a su vez si es necesario. Los hechos que informa en su Revista de mayo tienen una sorprendente analogía con lo que me sucedió a mí. Al igual que el autor de la carta, fui expulsado sin piedad del tribunal de penitencia; mi sacerdote quería sobre todo hacerme renunciar a mis ideas espíritas; se sigue de su imprudencia que no me verá más en las oficinas; si lo hago mal, dejo la responsabilidad a su autor.”
Extraemos los siguientes pasajes de una carta que nos fue dirigida desde un pueblo de los Vosgos. Si bien estamos autorizados a no ocultar ni el nombre del autor ni el de la localidad, lo hacemos por razones de conveniencia que se apreciarán; pero tenemos la carta en nuestras manos para hacer de ella el uso que creamos útil. Lo mismo ocurre con todos los hechos que adelantamos, y que, según su mayor o menor importancia, aparecerán más adelante en la historia del establecimiento del Espiritismo.
“No estoy lo suficientemente versado en literatura para tratar con dignidad el tema que estoy abordando; sin embargo, trataré de hacerme entender, con tal de que me subsane el defecto de mi estilo y de mi escritura, porque desde hace varios meses ardo en deseos de unirme a usted por correspondencia, siéndolo ya de sentimientos desde que mi hijo me envió los preciosos libros que contienen la instrucción de la doctrina espírita y la de los médiums. Regresaba de los campos al anochecer; vi estos libros que me había traído el cartero; me apresuré a cenar y a acostarme, sosteniendo la vela encendida cerca de mi cama, pensando en leer hasta que el sueño me cerró los ojos; pero leí toda la noche con tanta avidez que no tuve el menor deseo de dormir.”
Sigue la enumeración de las causas que le habían llevado a la incredulidad religiosa absoluta, y que pasamos por alto por respeto humano.
“Todas estas consideraciones pasaban por mi mente a diario; el disgusto se había apoderado de mí; había caído en un estado del más endurecido escepticismo; entonces en mi triste soledad de aburrimiento y desesperación, creyéndome inútil a la sociedad, había decidido poner fin a tan infelices días con el suicidio.
"¡Vaya! señor, no sé si alguna vez alguien podrá formarse una idea del efecto que me produce la lectura del Libro de los Espíritus; renace la confianza, el amor se apodera de mi corazón y me siento como un bálsamo divino extendiéndose por todo mi ser. ¡Ay! Me dije, toda mi vida he buscado la verdad y la justicia de Dios y solo he encontrado abusos y mentiras; y ahora, en mi vejez, tengo pues la dicha de encontrarme con esta verdad tan deseada. ¡Qué cambio en mi situación que, de tan triste, se ha vuelto tan dulce! Ahora me encuentro continuamente en la presencia de Dios y de sus benditos Espíritus, mis creadores, protectores, fieles amigos; creo que las más bellas expresiones de los poetas serían insuficientes para describir tan grata situación; cuando mi débil pecho lo permite, encuentro mi distracción en el canto de los himnos y cánticos que creo que más le agradan; por fin soy feliz gracias al Espiritismo. Recientemente le escribí a mi hijo que al enviarme estos libros me había hecho más feliz que si me hubiera puesto al frente de la más brillante fortuna.”
Sigue el relato detallado de las pruebas de mediumnidad realizadas en el pueblo entre varios adeptos y de los resultados obtenidos; entre ellos había varios médiums, uno de los cuales parece bastante notable. Llamaron a familiares y amigos que acudieron a darles pruebas incontrovertibles de identidad, y a Espíritus Superiores que les dieron excelentes consejos.
“Todas estas evocaciones han sido reportadas a oídos del sacerdote, por compinches y chismosos, quienes las han tergiversado en gran medida. El pasado 18 de mayo, el sacerdote, dando catecismo a sus alumnos de primera comunión, vomitó mil insultos contra la casa C… (una de las principales seguidoras) y contra mí; luego le dijo al hijo C…: “No te culpo, pero en dos años estarás lo suficientemente fuerte para ganarte la vida; te aconsejo que dejes a tus padres, no son capaces de darte buenos ejemplos.” ¡Este es un buen catecismo! A las vísperas, subió al púlpito con el propósito de repetir el discurso que había hecho a sus alumnos un momento antes, diciendo con gran locuacidad que no reconocemos el infierno, que no arriesgamos nada al permitirnos el robo y el robo para enriquecernos a expensas de los demás; que nos estaba poniendo a la disposición de los hechizos y supersticiones de la Edad Media, y otras mil invectivas.
“Con estas palabras escribí una carta al fiscal imperial de M…; pero antes de enviarla quería consultar al Espíritu de San Vicente de Paúl en nuestro próximo encuentro. Este buen Espíritu hizo que la médium escribiera lo siguiente: “Acordaos de estas palabras de Cristo: “Perdónalos, porque no saben lo que hacen.”” Después de lo cual, quemé mi carta.
“El rumor de esta doctrina se esparce por todos los pueblos de alrededor; muchos han pedido mis libros y se los han encomendado, pero ya no se quedan conmigo; todo el que entiende un poco de lectura quiere leerlos y los pasa a frente.”
“Después de leer el Libro de los Espíritus y el de los Médiums, mi primera preocupación fue probar si podía ser médium. Durante ocho días sin haber obtenido nada, le escribí a mi hijo sobre mi falta de éxito. Como alojaba en su casa un magnetizador, éste se ofreció a escribirme una carta que magnetizaría, y con eso ciertamente podría hacer la evocación de mi difunta. No se imaginaba el pobre magnetizador que me iba a dar las varas para que lo azotaran. Con eso me convertí en un médium auditivo; volví a ponerme en condiciones de escribir e inmediatamente alguien me susurró al oído: "Están tratando de engañar a tu hijo". Durante tres días consecutivos, cada vez con más fuerza, esta advertencia resonó en mi oído y me quitó la atención que tenía que prestar a lo que estaba haciendo. Le escribí a mi hijo para advertirle que tuviera cuidado con este hombre. A vuelta de correo me contestó para reprocharme las dudas que tenía contra este hombre, en quien daba toda su confianza. A los pocos días recibí una nueva carta suya, que cambiaba de lenguaje, diciendo que había echado fuera a ese desgraciado granuja que, disfrazado de hombre honrado, utilizaba esa supuesta cualidad para llevarse mejor a sus víctimas. Al enviarlo a la puerta, le mostró mi carta, que desde cien leguas de distancia lo había descrito tan bien.”
Esta carta no necesita comentarios; vemos que el discurso del sacerdote produjo su efecto en medio de estos aldeanos, como en otros lugares. Si es el diablo quien ha tomado el nombre de San Vicente de Paúl en esta circunstancia, ¡el sacerdote debe estarle agradecido! ¿Tenemos razón al decir que los adversarios mismos están haciendo propaganda y sirviendo a nuestra causa sin darse cuenta? Digamos, sin embargo, que hechos similares son más bien la excepción que la regla. Al menos nos gusta pensar que sí; conocemos a muchos clérigos honorables que deploran estas cosas como impolítico e imprudente. Si se nos señalan unos pocos hechos lamentables, también se nos señalan muchos de carácter verdaderamente evangélico. Un sacerdote le dijo a uno de sus penitentes que lo consultó sobre el Espiritismo: “Nada sucede sin el permiso de Dios; por tanto, ya que estas cosas suceden, sólo puede ser por su voluntad.” – Un moribundo llamó a un sacerdote y le dijo: “Padre mío, hace cincuenta años que iba a la iglesia y me había olvidado de Dios; fue el Espiritismo el que me devolvió a él y me hizo llamarte antes de morir; ¿Me darás la absolución?” “Hijo mío”, responde el sacerdote, “las vistas de Dios son impenetrables; dadle gracias por haberos enviado esta tabla de salvación; mueras en paz.” – Podríamos citar cien ejemplos de este tipo.
Reconciliación
por medio del Espiritismo
El Espiritismo ha probado repetidamente su influencia benéfica para restaurar la buena armonía en las familias o entre los individuos. Tenemos muchos ejemplos, pero la mayoría son hechos íntimos que se nos confían, se podría decir, bajo secreto de confesión y que no nos corresponde revelar. No tenemos el mismo escrúpulo por el siguiente hecho, que es de conmovedor interés.
Un capitán de barco mercante de El Havre, a quien conocemos personalmente, es un excelente Espírita y un buen médium. Varios hombres de su tripulación habían sido iniciados por él en la doctrina, y sólo había tenido que elogiarlos por el orden, la disciplina y la buena conducta. Llevaba a bordo a su hermano menor de dieciocho años y a un piloto de diecinueve, ambos buenos médiums, animados de una fe viva y recibiendo con fervor y gratitud los sabios consejos de sus Espíritus Protectores. Una noche, sin embargo, tuvieron una pelea; de las palabras pasaron a los actos de violencia; así que concertaron una cita para la mañana siguiente para pelear en algún rincón del edificio. Tomada esta resolución, se separaron. Por la noche, ambos se vieron asaltados por la necesidad de escribir y recibieron, cada uno por su cuenta, de sus guías invisibles, una dura advertencia sobre la futilidad de su disputa, y consejos sobre la felicidad de la amistad, con la invitación a reconciliarse sin un segundo. pensamiento. Los dos jóvenes, movidos por un mismo sentimiento, abandonaron a la vez sus lugares y vinieron llorando y se echaron uno en brazos del otro, y desde entonces ninguna nube ha turbado el buen entendimiento entre ellos.
Es del propio capitán que tenemos este relato; tuvimos ante nuestros ojos el cuaderno de sus comunicaciones espíritas, así como de los dos jóvenes, donde vimos aquella de que acabamos de hablar.
El siguiente incidente le sucedió al mismo capitán en una de sus travesías. Agradeceremos si podemos transcribirlo, aunque es ajeno a nuestro tema. - Estaba en el mar, en el clima más hermoso del mundo, cuando recibió la siguiente comunicación: “Tomen todas sus precauciones; mañana a las dos se desatará una borrasca y vuestro barco correrá el mayor peligro.” Como nada podía predecir el mal tiempo, el capitán al principio pensó que se trataba de una mistificación; sin embargo, para no tener nada que reprocharse, por casualidad, se ha tomado algunas medidas. Bien lo tomó; porque a la hora señalada se desató una violenta tempestad, y durante tres días su barco estuvo en uno de los mayores peligros que jamás había corrido; pero, gracias a las precauciones tomadas, salió sin accidente.
El hecho de la reconciliación nos ha sugerido las siguientes reflexiones.
Uno de los resultados del Espiritismo bien entendido, - enfatizamos estas palabras: bien entendido, - es desarrollar el sentimiento de caridad; pero la caridad misma tiene, como sabemos, un sentido muy amplio, desde la simple limosna hasta el amor a los enemigos, que es lo sublime de la caridad; podemos decir que resume todos los nobles arrebatos del alma hacia el prójimo. El verdadero Espírita, como el verdadero cristiano, puede tener enemigos; - ¿Cristo no tenía ninguno? - pero no es enemigo de nadie, pues siempre está dispuesto a perdonar y a devolver bien por mal. Si dos verdaderos Espíritas alguna vez tuvieron palabras de animosidad recíproca, su reconciliación será fácil, porque el ofendido olvida la ofensa y el ofensor reconoce sus faltas; de ahora en adelante no más peleas entre ellos, porque serán indulgentes el uno con el otro y se harán concesiones mutuas; ninguno de los dos buscará imponer al otro un perdón humillante que irrita y hiere más que calma.
Si en tales condiciones dos individuos pueden vivir en buena armonía, también puede hacerlo un número mayor, y desde entonces serán tan felices como podemos serlo nosotros en la tierra, porque la mayor parte de nuestras tribulaciones provienen del contacto con los malvados. Supongamos entonces toda una nación imbuida de estos principios, ¿no sería la más feliz del mundo? Lo que es difícilmente posible para los individuos, se dirá, es una utopía para las masas, salvo un milagro. ¡Y bien! este milagro el Espiritismo lo ha hecho muchas veces ya en pequeña escala para familias desunidas donde ha devuelto la paz y la armonía; y el futuro demostrará que puede hacerlo a gran escala.
El Espiritismo ha probado repetidamente su influencia benéfica para restaurar la buena armonía en las familias o entre los individuos. Tenemos muchos ejemplos, pero la mayoría son hechos íntimos que se nos confían, se podría decir, bajo secreto de confesión y que no nos corresponde revelar. No tenemos el mismo escrúpulo por el siguiente hecho, que es de conmovedor interés.
Un capitán de barco mercante de El Havre, a quien conocemos personalmente, es un excelente Espírita y un buen médium. Varios hombres de su tripulación habían sido iniciados por él en la doctrina, y sólo había tenido que elogiarlos por el orden, la disciplina y la buena conducta. Llevaba a bordo a su hermano menor de dieciocho años y a un piloto de diecinueve, ambos buenos médiums, animados de una fe viva y recibiendo con fervor y gratitud los sabios consejos de sus Espíritus Protectores. Una noche, sin embargo, tuvieron una pelea; de las palabras pasaron a los actos de violencia; así que concertaron una cita para la mañana siguiente para pelear en algún rincón del edificio. Tomada esta resolución, se separaron. Por la noche, ambos se vieron asaltados por la necesidad de escribir y recibieron, cada uno por su cuenta, de sus guías invisibles, una dura advertencia sobre la futilidad de su disputa, y consejos sobre la felicidad de la amistad, con la invitación a reconciliarse sin un segundo. pensamiento. Los dos jóvenes, movidos por un mismo sentimiento, abandonaron a la vez sus lugares y vinieron llorando y se echaron uno en brazos del otro, y desde entonces ninguna nube ha turbado el buen entendimiento entre ellos.
Es del propio capitán que tenemos este relato; tuvimos ante nuestros ojos el cuaderno de sus comunicaciones espíritas, así como de los dos jóvenes, donde vimos aquella de que acabamos de hablar.
El siguiente incidente le sucedió al mismo capitán en una de sus travesías. Agradeceremos si podemos transcribirlo, aunque es ajeno a nuestro tema. - Estaba en el mar, en el clima más hermoso del mundo, cuando recibió la siguiente comunicación: “Tomen todas sus precauciones; mañana a las dos se desatará una borrasca y vuestro barco correrá el mayor peligro.” Como nada podía predecir el mal tiempo, el capitán al principio pensó que se trataba de una mistificación; sin embargo, para no tener nada que reprocharse, por casualidad, se ha tomado algunas medidas. Bien lo tomó; porque a la hora señalada se desató una violenta tempestad, y durante tres días su barco estuvo en uno de los mayores peligros que jamás había corrido; pero, gracias a las precauciones tomadas, salió sin accidente.
El hecho de la reconciliación nos ha sugerido las siguientes reflexiones.
Uno de los resultados del Espiritismo bien entendido, - enfatizamos estas palabras: bien entendido, - es desarrollar el sentimiento de caridad; pero la caridad misma tiene, como sabemos, un sentido muy amplio, desde la simple limosna hasta el amor a los enemigos, que es lo sublime de la caridad; podemos decir que resume todos los nobles arrebatos del alma hacia el prójimo. El verdadero Espírita, como el verdadero cristiano, puede tener enemigos; - ¿Cristo no tenía ninguno? - pero no es enemigo de nadie, pues siempre está dispuesto a perdonar y a devolver bien por mal. Si dos verdaderos Espíritas alguna vez tuvieron palabras de animosidad recíproca, su reconciliación será fácil, porque el ofendido olvida la ofensa y el ofensor reconoce sus faltas; de ahora en adelante no más peleas entre ellos, porque serán indulgentes el uno con el otro y se harán concesiones mutuas; ninguno de los dos buscará imponer al otro un perdón humillante que irrita y hiere más que calma.
Si en tales condiciones dos individuos pueden vivir en buena armonía, también puede hacerlo un número mayor, y desde entonces serán tan felices como podemos serlo nosotros en la tierra, porque la mayor parte de nuestras tribulaciones provienen del contacto con los malvados. Supongamos entonces toda una nación imbuida de estos principios, ¿no sería la más feliz del mundo? Lo que es difícilmente posible para los individuos, se dirá, es una utopía para las masas, salvo un milagro. ¡Y bien! este milagro el Espiritismo lo ha hecho muchas veces ya en pequeña escala para familias desunidas donde ha devuelto la paz y la armonía; y el futuro demostrará que puede hacerlo a gran escala.
Respuesta
a la invitación de los Espíritas de Lyon y Burdeos
Mis queridos hermanos y amigos, los Espíritas de Lyon.
Me apresuro a decirles cuán sensible soy al nuevo testimonio de simpatía que acaban de darme con su amable y graciosa invitación para visitarlos nuevamente este año. Lo acepto con gusto, porque siempre es un placer para mí encontrarme entre vosotros.
Mi alegría es grande, amigos míos, al ver crecer visiblemente a la familia; es la respuesta más elocuente a los insensatos e innobles ataques contra el Espiritismo. Parece que este aumento aumenta su furor, porque hoy recibí una carta de Lyon anunciándome el envío de un periódico de esa ciudad, La France littéraire, donde la doctrina en general, y mis obras en particular, son burladas de una manera tan repugnante que me preguntan si deben ser contestadas por la prensa o por los tribunales. Yo digo que debe ser respondida con desprecio. Si la doctrina no avanzara, si mis obras nacieran muertas, no nos preocuparíamos y no diríamos nada. Son nuestros éxitos los que enfurecen a nuestros enemigos. Que desahoguen, pues, su rabia impotente, porque esta rabia muestra que sienten que su derrota está cerca; no son lo suficientemente tontos como para saltar sobre un enano. Cuanto más innobles son sus ataques, menos son de temer, porque son despreciados por todas las personas honestas, y prueban que no tienen buenas razones para oponerse, ya que solo pueden proferir insultos.
Continuad pues, amigos míos, la gran obra de regeneración comenzada bajo tan felices auspicios, y pronto recogeréis los frutos de vuestra perseverancia. Prueba, sobre todo por vuestra unión y por la práctica del bien, que el Espiritismo es garantía de paz y armonía entre los hombres, y haz que a los veros se pueda decir que sería deseable que todos fueran Espíritas.
Me alegra, amigos míos, ver tantos grupos unidos en un mismo espíritu y marchando de común acuerdo hacia esta noble meta que tenemos en mente. Siendo esta meta exactamente la misma para todos, no puede haber división; la misma bandera os debe guiar y en esta bandera está inscrito: Fuera de la caridad no hay salvación. Estad seguros de que es aquel en torno al cual toda la humanidad sentirá la necesidad de unirse, cuando se canse de las luchas engendradas por el orgullo, los celos y la codicia. Esta máxima, verdadera ancla de salvación, porque será descanso después del cansancio, el Espiritismo tendrá la gloria de haberla proclamado primero; inscríbanlo en todos vuestros lugares de reunión y en vuestras casas particulares; que desde ahora sea la palabra de unión entre todos los hombres que sinceramente quieren el bien, sin segundas intenciones personales; pero mejor aún, grabadlo en vuestros corazones, y disfrutaréis desde ahora de la calma y la serenidad que sacarán de él las generaciones futuras cuando sea la base de las relaciones sociales. Vosotros sois la vanguardia; debéis predicar con el ejemplo para alentar a otros a seguirlos.
No olvidéis que la táctica de vuestros enemigos encarnados o desencarnados es dividiros; demostrarles que estarían perdiendo el tiempo si trataran de suscitar sentimientos de celos y rivalidad entre los grupos, lo que sería una apostasía de la verdadera doctrina espírita cristiana.
Las quinientas firmas que acompañan la invitación que amablemente me dirigió son una protesta contra este intento, y hay varias que me alegra ver allí. A mis ojos es más que una simple fórmula; es un compromiso de caminar por el camino que nos han trazado los buenos Espíritus. Las guardaré preciosamente, porque un día serán los archivos gloriosos del Espiritismo.
Una palabra más, mis amigos. Cuando voy a veros, quiero una cosa, y es que no haya banquete, y eso por varias razones. No quiero que mi visita sea una ocasión de gasto que impida a algunos estar allí y me prive del placer de veros a todos juntos. Los tiempos son difíciles; por lo tanto, no debería haber gastos innecesarios. El dinero que costaría se gastaría mucho mejor ayudando a aquellos que lo necesitarán más adelante. Te digo con toda sinceridad, el pensamiento de que lo que harías por mí en esta circunstancia podría ser causa de privación para muchos, me quitaría todo el placer del encuentro. No voy a Lyon ni a lucirme ni a recibir homenajes, sino a conversar con vosotros, consolar a los afligidos, dar valor a los débiles, ayudaros con mis consejos en cuanto esté en mi poder para hacerlo; y lo más agradable que me podéis ofrecer es el espectáculo de una unión buena, franca y sólida. Créeme que los términos afectuosos de vuestra invitación valen más para mí que todos los banquetes del mundo, aunque me los ofrecieran en un palacio. ¿Qué me quedaría de un banquete? nada; mientras vuestra invitación permanece conmigo como un precioso recuerdo y una muestra de vuestro cariño.
Hasta pronto, amigos míos, tendré el placer, Dios quiera, de estrecharles cordialmente la mano.
A. K.
A Monsieur Sabo, de Burdeos.
Estoy muy sensible al deseo que me ha manifestado un gran número de Espíritas de Burdeos de verme nuevamente entre ellos este año. Si ningún obstáculo imprevisto se interpone en el camino, siempre tengo la intención de hacerles una pequeña visita, aunque solo sea para agradecerles la cálida acogida del año pasado; pero le estaré muy agradecido si les hace saber que no deseo que haya un banquete. No voy entre ellos para recibir ovaciones, sino para dar instrucciones a quienes creen necesitarlas y con quienes estaré feliz de conversar. Algunos han dado amablemente a mi visita el nombre de visita pastoral; no quiero que tenga otro personaje. Créame, me considero más honrado por una acogida franca y cordial en la forma más sencilla, que por una recepción ceremoniosa que no conviene ni a mi carácter, ni a mis costumbres, ni a mis principios. Si la unión no reinara entre ellos, no sería un banquete el que la provocaría, al contrario; si existe, puede manifestarse de otro modo que por una fiesta donde el amor propio puede encontrar su cuenta, pero que no podría tocar a un verdadero Espírita, y por un gasto inútil que sería mejor empleado para aliviar la desgracia. Contribuye, pues, en mi beneficio, si quieres, y me permitirás agregarle mi contribución; pero, en lugar de comerse el dinero, que se use para dar comida a los que carecen de las necesidades. Entonces será la fiesta del corazón y no la del estómago. Mejor ser bendecido por los desafortunados que por los cocineros.
La sinceridad de la unión se expresa en actos, y más en actos íntimos que en demostraciones de pompa. Que en todas partes vea reinar la paz y la armonía en la gran familia; que cada uno deje de lado vanas susceptibilidades, pueriles rivalidades, hijas de la soberbia; que todos tengan un solo fin: el triunfo y la propagación de la doctrina, y que todos contribuyan a ella con celo, perseverancia y abnegación de todo interés y de toda vanidad personal; será para mí una verdadera celebración, que me llenará de alegría y me traerá los recuerdos más dulces y agradables de mi segunda estancia en Burdeos.
Por favor, díganles a nuestros hermanos Espíritas mis intenciones y créanme, etc.
A.K.
Hemos creído necesario publicar estas dos respuestas, para que nadie malinterprete los sentimientos que nos guían en las visitas que hacemos a los Centros Espíritas. Aprovechamos para agradecer a los demás pueblos que nos han hecho tales invitaciones; lamentamos que el clima no nos permita ir a todas partes; lo haremos sucesivamente.
Al momento de ir a la imprenta, también nos ha sido extendida una graciosísima y apremiante invitación de parte de los miembros de la Sociedad Espírita de Viena en Austria, a la cual, con gran pesar nuestro, nos es absolutamente imposible acudir este año.
Mis queridos hermanos y amigos, los Espíritas de Lyon.
Me apresuro a decirles cuán sensible soy al nuevo testimonio de simpatía que acaban de darme con su amable y graciosa invitación para visitarlos nuevamente este año. Lo acepto con gusto, porque siempre es un placer para mí encontrarme entre vosotros.
Mi alegría es grande, amigos míos, al ver crecer visiblemente a la familia; es la respuesta más elocuente a los insensatos e innobles ataques contra el Espiritismo. Parece que este aumento aumenta su furor, porque hoy recibí una carta de Lyon anunciándome el envío de un periódico de esa ciudad, La France littéraire, donde la doctrina en general, y mis obras en particular, son burladas de una manera tan repugnante que me preguntan si deben ser contestadas por la prensa o por los tribunales. Yo digo que debe ser respondida con desprecio. Si la doctrina no avanzara, si mis obras nacieran muertas, no nos preocuparíamos y no diríamos nada. Son nuestros éxitos los que enfurecen a nuestros enemigos. Que desahoguen, pues, su rabia impotente, porque esta rabia muestra que sienten que su derrota está cerca; no son lo suficientemente tontos como para saltar sobre un enano. Cuanto más innobles son sus ataques, menos son de temer, porque son despreciados por todas las personas honestas, y prueban que no tienen buenas razones para oponerse, ya que solo pueden proferir insultos.
Continuad pues, amigos míos, la gran obra de regeneración comenzada bajo tan felices auspicios, y pronto recogeréis los frutos de vuestra perseverancia. Prueba, sobre todo por vuestra unión y por la práctica del bien, que el Espiritismo es garantía de paz y armonía entre los hombres, y haz que a los veros se pueda decir que sería deseable que todos fueran Espíritas.
Me alegra, amigos míos, ver tantos grupos unidos en un mismo espíritu y marchando de común acuerdo hacia esta noble meta que tenemos en mente. Siendo esta meta exactamente la misma para todos, no puede haber división; la misma bandera os debe guiar y en esta bandera está inscrito: Fuera de la caridad no hay salvación. Estad seguros de que es aquel en torno al cual toda la humanidad sentirá la necesidad de unirse, cuando se canse de las luchas engendradas por el orgullo, los celos y la codicia. Esta máxima, verdadera ancla de salvación, porque será descanso después del cansancio, el Espiritismo tendrá la gloria de haberla proclamado primero; inscríbanlo en todos vuestros lugares de reunión y en vuestras casas particulares; que desde ahora sea la palabra de unión entre todos los hombres que sinceramente quieren el bien, sin segundas intenciones personales; pero mejor aún, grabadlo en vuestros corazones, y disfrutaréis desde ahora de la calma y la serenidad que sacarán de él las generaciones futuras cuando sea la base de las relaciones sociales. Vosotros sois la vanguardia; debéis predicar con el ejemplo para alentar a otros a seguirlos.
No olvidéis que la táctica de vuestros enemigos encarnados o desencarnados es dividiros; demostrarles que estarían perdiendo el tiempo si trataran de suscitar sentimientos de celos y rivalidad entre los grupos, lo que sería una apostasía de la verdadera doctrina espírita cristiana.
Las quinientas firmas que acompañan la invitación que amablemente me dirigió son una protesta contra este intento, y hay varias que me alegra ver allí. A mis ojos es más que una simple fórmula; es un compromiso de caminar por el camino que nos han trazado los buenos Espíritus. Las guardaré preciosamente, porque un día serán los archivos gloriosos del Espiritismo.
Una palabra más, mis amigos. Cuando voy a veros, quiero una cosa, y es que no haya banquete, y eso por varias razones. No quiero que mi visita sea una ocasión de gasto que impida a algunos estar allí y me prive del placer de veros a todos juntos. Los tiempos son difíciles; por lo tanto, no debería haber gastos innecesarios. El dinero que costaría se gastaría mucho mejor ayudando a aquellos que lo necesitarán más adelante. Te digo con toda sinceridad, el pensamiento de que lo que harías por mí en esta circunstancia podría ser causa de privación para muchos, me quitaría todo el placer del encuentro. No voy a Lyon ni a lucirme ni a recibir homenajes, sino a conversar con vosotros, consolar a los afligidos, dar valor a los débiles, ayudaros con mis consejos en cuanto esté en mi poder para hacerlo; y lo más agradable que me podéis ofrecer es el espectáculo de una unión buena, franca y sólida. Créeme que los términos afectuosos de vuestra invitación valen más para mí que todos los banquetes del mundo, aunque me los ofrecieran en un palacio. ¿Qué me quedaría de un banquete? nada; mientras vuestra invitación permanece conmigo como un precioso recuerdo y una muestra de vuestro cariño.
Hasta pronto, amigos míos, tendré el placer, Dios quiera, de estrecharles cordialmente la mano.
A Monsieur Sabo, de Burdeos.
Estoy muy sensible al deseo que me ha manifestado un gran número de Espíritas de Burdeos de verme nuevamente entre ellos este año. Si ningún obstáculo imprevisto se interpone en el camino, siempre tengo la intención de hacerles una pequeña visita, aunque solo sea para agradecerles la cálida acogida del año pasado; pero le estaré muy agradecido si les hace saber que no deseo que haya un banquete. No voy entre ellos para recibir ovaciones, sino para dar instrucciones a quienes creen necesitarlas y con quienes estaré feliz de conversar. Algunos han dado amablemente a mi visita el nombre de visita pastoral; no quiero que tenga otro personaje. Créame, me considero más honrado por una acogida franca y cordial en la forma más sencilla, que por una recepción ceremoniosa que no conviene ni a mi carácter, ni a mis costumbres, ni a mis principios. Si la unión no reinara entre ellos, no sería un banquete el que la provocaría, al contrario; si existe, puede manifestarse de otro modo que por una fiesta donde el amor propio puede encontrar su cuenta, pero que no podría tocar a un verdadero Espírita, y por un gasto inútil que sería mejor empleado para aliviar la desgracia. Contribuye, pues, en mi beneficio, si quieres, y me permitirás agregarle mi contribución; pero, en lugar de comerse el dinero, que se use para dar comida a los que carecen de las necesidades. Entonces será la fiesta del corazón y no la del estómago. Mejor ser bendecido por los desafortunados que por los cocineros.
La sinceridad de la unión se expresa en actos, y más en actos íntimos que en demostraciones de pompa. Que en todas partes vea reinar la paz y la armonía en la gran familia; que cada uno deje de lado vanas susceptibilidades, pueriles rivalidades, hijas de la soberbia; que todos tengan un solo fin: el triunfo y la propagación de la doctrina, y que todos contribuyan a ella con celo, perseverancia y abnegación de todo interés y de toda vanidad personal; será para mí una verdadera celebración, que me llenará de alegría y me traerá los recuerdos más dulces y agradables de mi segunda estancia en Burdeos.
Por favor, díganles a nuestros hermanos Espíritas mis intenciones y créanme, etc.
Hemos creído necesario publicar estas dos respuestas, para que nadie malinterprete los sentimientos que nos guían en las visitas que hacemos a los Centros Espíritas. Aprovechamos para agradecer a los demás pueblos que nos han hecho tales invitaciones; lamentamos que el clima no nos permita ir a todas partes; lo haremos sucesivamente.
Al momento de ir a la imprenta, también nos ha sido extendida una graciosísima y apremiante invitación de parte de los miembros de la Sociedad Espírita de Viena en Austria, a la cual, con gran pesar nuestro, nos es absolutamente imposible acudir este año.
Poemas Espíritas
Peregrinaciones
del alma
Como la sangre, la partícula más pequeña,
Brotando del corazón, en nuestras venas circula,
Nuestra vida, emanada de la Divinidad,
Gravita al infinito durante la eternidad.
Nuestro globo es un lugar de prueba, de sufrimiento;
Ahí es donde están las lágrimas, el crujir de dientes;
Sí, allí está el infierno de nuestra liberación
Depende del grado de maldad de nuestros antecedentes.
Es así como cada uno, saliendo de este bajo mundo,
Se eleva más o menos a un mundo etéreo.
Según sea más puro o más o menos sucio,
Su ser emerge o se encuentra desbordado.
Ninguno de los elegidos puede llegar a la carrera
Sin haber expiado del todo sus fechorías,
Si punzante remordimiento, arrepentimiento, oración,
No arrojó un velo de beneficios sobre sus errores.
Así el Espíritu errante, o más bien el alma en pena
Ven a tomar un nuevo cuerpo aquí abajo para sufrir,
Renacer a la virtud en la familia humana,
Purificar con el bien y volver a morir.
En el tiempo de Dios, algunas almas de élite
Ven por devoción a encarnar entre nosotros;
Ministros de un Dios bueno, Espíritus llenos de mérito,
Predicar la ley del amor para la felicidad de todos.
Su santa misión una vez completada,
De pronto Dios los retira a la morada celestial,
Y poco a poco su alma se eleva
En casa con el océano del amor.
Nuestro turno también, nuestro calvario terminado,
Por amor, elevado a regiones santas,
Iremos, triunfantes en armonía,
De estos afortunados crecen las legiones.
Allí, para mayor felicidad y para colmo de embriaguez,
A los que nos son queridos, Dios nos reunirá;
Confundido en el ímpetu de una santa caricia,
Bajo un cielo siempre puro su mano nos bendecirá.
En el bien, en el bello y cambiante modo de ser,
Nos levantaremos en la ciudad santa,
Donde veremos crecer nuestro bienestar sin cesar
Por el tesoro infinito de la dicha.
Mundos graduados ascendiendo la inmensa escalera,
Siempre más purificados por el cambio de los límites,
Iremos, radiantes, a terminar donde todo empieza,
Renacido lleno de amor, y brillante serafín.
Seremos los ancianos de una nueva raza,
Los ángeles de la guarda de los hombres por venir;
Mensajeros celestiales del bien que Dios revela,
Mundos a los que iremos para enriquecer el futuro.
De Dios tal es, creo, la verdadera voluntad,
En el inmenso curso de nuestra humanidad,
Humanos, inclinémonos, su orden es inmutable;
Cantemos todos: “¡Gloria a Él, por la eternidad!”
B. Joly, herbolario en Lyon.
Observación. - Los críticos meticulosos pueden, buscando cuidadosamente, encontrar algunas fallas en estos versículos; esto se lo dejamos a ellos y consideramos sólo el pensamiento, cuya corrección no puede ser malinterpretada desde el punto de vista espírita; es en efecto el alma y sus peregrinaciones para llegar, por obra de la purificación, a la felicidad infinita. Hay una sin embargo que parece dominar en esta pieza, muy ortodoxa por lo demás, y que no podemos admitir; es la que expresa este verso del epígrafe: "Gravita al infinito durante la eternidad". Si el autor quiere decir con esto que el alma se eleva constantemente, se seguiría que nunca alcanzaría la felicidad perfecta. La razón dice que siendo el alma un ser finito, su ascenso hacia el bien absoluto debe tener un fin; que, habiendo llegado a cierto punto, no debe permanecer en una contemplación perpetua, que de otro modo sería poco atractiva, y que sería una inutilidad perpetua, si no tener una actividad incesante y bienaventurada, como auxiliar de la Divinidad.
Como la sangre, la partícula más pequeña,
Brotando del corazón, en nuestras venas circula,
Nuestra vida, emanada de la Divinidad,
Gravita al infinito durante la eternidad.
Nuestro globo es un lugar de prueba, de sufrimiento;
Ahí es donde están las lágrimas, el crujir de dientes;
Sí, allí está el infierno de nuestra liberación
Depende del grado de maldad de nuestros antecedentes.
Es así como cada uno, saliendo de este bajo mundo,
Se eleva más o menos a un mundo etéreo.
Según sea más puro o más o menos sucio,
Su ser emerge o se encuentra desbordado.
Ninguno de los elegidos puede llegar a la carrera
Sin haber expiado del todo sus fechorías,
Si punzante remordimiento, arrepentimiento, oración,
No arrojó un velo de beneficios sobre sus errores.
Así el Espíritu errante, o más bien el alma en pena
Ven a tomar un nuevo cuerpo aquí abajo para sufrir,
Renacer a la virtud en la familia humana,
Purificar con el bien y volver a morir.
En el tiempo de Dios, algunas almas de élite
Ven por devoción a encarnar entre nosotros;
Ministros de un Dios bueno, Espíritus llenos de mérito,
Predicar la ley del amor para la felicidad de todos.
Su santa misión una vez completada,
De pronto Dios los retira a la morada celestial,
Y poco a poco su alma se eleva
En casa con el océano del amor.
Nuestro turno también, nuestro calvario terminado,
Por amor, elevado a regiones santas,
Iremos, triunfantes en armonía,
De estos afortunados crecen las legiones.
Allí, para mayor felicidad y para colmo de embriaguez,
A los que nos son queridos, Dios nos reunirá;
Confundido en el ímpetu de una santa caricia,
Bajo un cielo siempre puro su mano nos bendecirá.
En el bien, en el bello y cambiante modo de ser,
Nos levantaremos en la ciudad santa,
Donde veremos crecer nuestro bienestar sin cesar
Por el tesoro infinito de la dicha.
Mundos graduados ascendiendo la inmensa escalera,
Siempre más purificados por el cambio de los límites,
Iremos, radiantes, a terminar donde todo empieza,
Renacido lleno de amor, y brillante serafín.
Seremos los ancianos de una nueva raza,
Los ángeles de la guarda de los hombres por venir;
Mensajeros celestiales del bien que Dios revela,
Mundos a los que iremos para enriquecer el futuro.
De Dios tal es, creo, la verdadera voluntad,
En el inmenso curso de nuestra humanidad,
Humanos, inclinémonos, su orden es inmutable;
Cantemos todos: “¡Gloria a Él, por la eternidad!”
Observación. - Los críticos meticulosos pueden, buscando cuidadosamente, encontrar algunas fallas en estos versículos; esto se lo dejamos a ellos y consideramos sólo el pensamiento, cuya corrección no puede ser malinterpretada desde el punto de vista espírita; es en efecto el alma y sus peregrinaciones para llegar, por obra de la purificación, a la felicidad infinita. Hay una sin embargo que parece dominar en esta pieza, muy ortodoxa por lo demás, y que no podemos admitir; es la que expresa este verso del epígrafe: "Gravita al infinito durante la eternidad". Si el autor quiere decir con esto que el alma se eleva constantemente, se seguiría que nunca alcanzaría la felicidad perfecta. La razón dice que siendo el alma un ser finito, su ascenso hacia el bien absoluto debe tener un fin; que, habiendo llegado a cierto punto, no debe permanecer en una contemplación perpetua, que de otro modo sería poco atractiva, y que sería una inutilidad perpetua, si no tener una actividad incesante y bienaventurada, como auxiliar de la Divinidad.
Ángel
guardián. (Sociedad Espírita Africana. - Médium, Sra. O…)
Pobres humanos que sufren en este mundo,
Consuélate, seca tus lágrimas.
En vano sobre ti retumba el relámpago,
Cerca de ti están tus defensores.
Dios tan bueno, este Dios tu padre,
A todos quería darte
Un angelito, un hermanito,
Quien siempre debe protegerte.
Escucha nuestra voz amiga.
¡Vaya! queremos verte feliz;
Después de los dolores de la vida,
¡Que te llevemos al cielo!
Si pudieras vernos sonreír
En los primeros pasos que das como niños;
Si tu mirada, mortales, en nuestros ojos pudiera leer
¡Nuestro dolor, cuando eres malvado!
Pero escucha: queremos instruirte,
De un dulce secreto, que te compromete al bien,
Para ti también, el día debe brillar
Donde serás ángel de la guarda.
Sí, cuando después de tu última prueba
El Señor recibirá tu Espíritu purificado,
Él te dirá que vayas a proteger en la tierra,
Un niño hermoso que nacerá para ti.
Ámalo bien, y que tu ayuda,
Pobre niño, demuéstrale todos los días
de su ángel de la guarda, amor maternal;
En tu turno, lidera con constancia
El espíritu de tu hermano a la morada celestial.
Firmado,
Ducis.
Observación. - Esta obra, y otra de cierta amplitud y no menos destacable, titulada: El niño y el ateo, que insertaremos en nuestro próximo número, fueron publicadas en el Echo de Sétif (Argelia), el 31 de julio de 1862, que escribió en los prefacios la siguiente nota:
“Uno de nuestros suscriptores nos comunicó los dos versos siguientes, obtenidos por un médium de Constantino en los primeros días de este mes. Sin darlos como exentos de reproche, con respecto a las reglas de la versificación, reproducimos estos versos, porque explican, en parte por lo menos, la Doctrina Espírita que tiende a extenderse cada vez más por toda la superficie del mundo.”
Este médium parece tener la especialidad de la poesía; ya ha obtenido un gran número de piezas que escribe con una facilidad increíble, sin borrones, aunque no tiene noción de las reglas del verso. Hemos recibido de uno de los miembros de la Sociedad de Constantino en cuya presencia fueron escritos.
Pobres humanos que sufren en este mundo,
Consuélate, seca tus lágrimas.
En vano sobre ti retumba el relámpago,
Cerca de ti están tus defensores.
Dios tan bueno, este Dios tu padre,
A todos quería darte
Un angelito, un hermanito,
Quien siempre debe protegerte.
Escucha nuestra voz amiga.
¡Vaya! queremos verte feliz;
Después de los dolores de la vida,
¡Que te llevemos al cielo!
Si pudieras vernos sonreír
En los primeros pasos que das como niños;
Si tu mirada, mortales, en nuestros ojos pudiera leer
¡Nuestro dolor, cuando eres malvado!
Pero escucha: queremos instruirte,
De un dulce secreto, que te compromete al bien,
Para ti también, el día debe brillar
Donde serás ángel de la guarda.
Sí, cuando después de tu última prueba
El Señor recibirá tu Espíritu purificado,
Él te dirá que vayas a proteger en la tierra,
Un niño hermoso que nacerá para ti.
Ámalo bien, y que tu ayuda,
Pobre niño, demuéstrale todos los días
de su ángel de la guarda, amor maternal;
En tu turno, lidera con constancia
El espíritu de tu hermano a la morada celestial.
Observación. - Esta obra, y otra de cierta amplitud y no menos destacable, titulada: El niño y el ateo, que insertaremos en nuestro próximo número, fueron publicadas en el Echo de Sétif (Argelia), el 31 de julio de 1862, que escribió en los prefacios la siguiente nota:
“Uno de nuestros suscriptores nos comunicó los dos versos siguientes, obtenidos por un médium de Constantino en los primeros días de este mes. Sin darlos como exentos de reproche, con respecto a las reglas de la versificación, reproducimos estos versos, porque explican, en parte por lo menos, la Doctrina Espírita que tiende a extenderse cada vez más por toda la superficie del mundo.”
Este médium parece tener la especialidad de la poesía; ya ha obtenido un gran número de piezas que escribe con una facilidad increíble, sin borrones, aunque no tiene noción de las reglas del verso. Hemos recibido de uno de los miembros de la Sociedad de Constantino en cuya presencia fueron escritos.
Disertaciones Espíritas
Estudios
Uranográficos. (Sociedad Espírita de París. - Médium, Sr. Flammarion.)
Las tres comunicaciones a continuación son, en cierto modo, el comienzo de un médium joven; veremos que promete para el futuro. Sirven como introducción a una serie de dictados que el Espíritu propone hacer bajo el título de Estudios Uranográficos. Dejamos a los lectores apreciar la forma y el contenido.
I
Se os ha anunciado desde hace algún tiempo, aquí y en otros lugares, por varios Espíritus y por varios médiums, que se harían revelaciones concernientes al sistema de los mundos. Estoy llamado a colaborar en el orden de mi destino para cumplir la predicción.
Antes de abrir lo que podría llamar nuestros Estudios Uranográficos, es importante establecer el primer principio, para que el edificio, asentado sobre una base sólida, lleve en sí mismo las condiciones de duración.
Este primer principio, esta primera causa, es el gran y soberano poder que dio vida a los mundos y a los seres; ¡este preámbulo a toda meditación seria es Dios! A este nombre venerado todo se inclina, y el arpa etérea de los cielos hace vibrar sus cuerdas de oro. Hijos de la tierra, ¡oh! vosotros que durante tanto tiempo tartamudeasteis este gran nombre sin comprenderlo, ¡cuántas teorías fortuitas se han inscrito desde el principio de los siglos en los anales de la filosofía humana! ¡Cuántas interpretaciones erróneas de la conciencia universal han salido a la luz a través de las creencias anticuadas de los pueblos antiguos! y aún hoy, cuando la era cristiana en su esplendor ha resplandecido sobre el mundo, ¿qué idea tenemos del primero de los seres, del ser por excelencia, del que es? ¿No hemos visto en las últimas épocas el orgulloso panteísmo elevarse soberbiamente a lo que creía justamente calificado como el ser absorbente, el gran todo, del seno del que todo provino y en el que todo debe volver y fundirse un día sin distinción de individualidades? ¿No hemos visto al burdo ateísmo exhibir vergonzosamente el escepticismo que niega y corrompe todo progreso intelectual, digan lo que digan sus sofistas defensores? Sería interminable mencionar escrupulosamente todos los errores que se han establecido sobre el tema del principio primordial y eterno, y basta la reflexión para mostraros que el hombre terreno errará cuando pretenda explicar este problema, insoluble para muchos Espíritus desencarnados. Es para deciros implícitamente que debéis, que debemos, para decirlo mejor, todos inclinarnos humildemente ante el gran Ser; ¡Eso es para deciros, hijos! que, si está en nosotros elevarnos a la idea del Ser Infinito, eso debería bastarnos y prohibirnos toda la orgullosa pretensión de mantener los ojos abiertos al sol, ¡pues que de pronto seríamos cegados por el sol deslumbrante y esplendor de Dios en su gloria eterna! Acordaos bien de esto, es la antesala de nuestros estudios: creer en Dios, creador y organizador de las esferas; amar a Dios, creador y protector de las almas, y podremos entrar juntos, humilde y estudiosamente al mismo tiempo, en el santuario donde ha sembrado los dones de su poder infinito.
Galileo.
II
Después de haber establecido el primer punto de nuestra tesis, la segunda cuestión que se presenta es el problema del poder que conserva los seres y que hemos convenido en llamar naturaleza. Después de la palabra que resume todo, la palabra que representa todo. Ahora bien, ¿qué es la naturaleza? Escuche primero la definición del naturalista moderno: la naturaleza, dice, es la exteriorización de la soberanía del poder divino. A esta definición añadiré ésta, que resume todas las ideas de los observadores: la naturaleza es el poder efectivo del Creador. Nótese esta doble explicación de la misma palabra que, por una maravillosa combinación de lenguaje, representa dos cosas a primera vista tan diferentes. En efecto, la naturaleza entendida en el primer sentido representa el efecto cuya causa se expresa en el segundo sentido. Un paisaje de horizontes perdidos, de frondosos árboles bajo los cuales se siente la vida surgir con la savia; un prado salpicado de fragantes flores y coronado por el sol; se llama naturaleza. Ahora bien, ¿queremos designar la fuerza que guía las estrellas en expansión o que hace germinar el grano de trigo en la tierra? Sigue siendo la naturaleza. Que la observación de estos diversos apelativos sea para vosotros fuente de profundas reflexiones; sirva para enseñaros que, si se usa la misma palabra para expresar el efecto y la causa, es porque en realidad la causa y el efecto son uno. La estrella atrae a la estrella en el espacio según las leyes inherentes a la constitución del universo, y es atraída con el mismo poder que la que reside en ella. Esto es causa y efecto. El rayo solar pone el perfume en la flor y la abeja va allí a buscar la miel; aquí, el perfume sigue siendo el efecto y la causa. Dondequiera que mires hacia abajo en la tierra, podrás ver esta doble naturaleza en todas partes. Concluyamos de esto que la naturaleza es, como la he llamado, el poder efectivo de Dios, y es al mismo tiempo la soberanía de este mismo poder; es a la vez activa y pasiva, efecto y causa, materia y fuerza inmaterial; es la ley que crea, la ley que gobierna, la ley que embellece; es el ser y la imagen; es la manifestación del poder creador, infinitamente bella, infinitamente admirable, infinitamente digna de la voluntad de la que es mensajera.
Galileo.
III
Nuestro tercer estudio será sobre el espacio.
Se han dado varias definiciones de esta palabra; la principal es ésta: la extensión que separa dos cuerpos. De ahí que algunos sofistas hayan deducido que donde no había cuerpo, no había espacio; en esto se han basado los doctores en teología para establecer que el espacio era necesariamente finito, alegando que los cuerpos limitados en número no pueden formar una serie infinita; y que donde se detenían los cuerpos, también se detenía el espacio. También hemos definido el espacio: el lugar donde se mueven los mundos, el vacío donde actúa la materia, etc. Dejemos en los tratados donde descansan todas estas definiciones que no definen nada.
El espacio es una de esas palabras que representan una idea primitiva y axiomática, evidente por sí misma, y que las diversas definiciones que se pueden dar de él sólo pueden oscurecer. Todos sabemos lo que es el espacio, y sólo quiero establecer su infinidad, para que nuestros estudios posteriores no tengan barrera a la investigación de nuestra vista.
Ahora bien, digo que el espacio es infinito, por lo que es imposible suponerle límite alguno, y que, a pesar de la dificultad que tenemos de concebir el infinito, nos es sin embargo más fácil ir eternamente en el espacio, en el pensamiento, que detenernos en algún lugar después del cual no encontraríamos más espacio que recorrer.
Imaginar, en la medida de nuestras limitadas facultades, la infinidad del espacio, supongamos que partiendo de la tierra perdida en medio del infinito, hacia cualquier punto del universo, y que con la velocidad prodigiosa de la chispa eléctrica que recorre miles de leguas cada segundo, apenas hemos dejado este globo que, habiendo viajado millones de leguas, nos encontramos en un lugar desde el cual la tierra ya no se nos aparece sino bajo el aspecto de una pálida estrella. Un momento después, siguiendo siempre la misma dirección, llegamos hacia las lejanas estrellas que apenas podéis distinguir desde vuestra estación terrestre; y desde allí no sólo la tierra se pierde enteramente a nuestra mirada en las profundidades del cielo, sino que vuestro mismo sol en su esplendor es eclipsado por la extensión que nos separa de él. Animados siempre por la misma velocidad del relámpago, atravesamos sistemas de mundos a cada paso que avanzamos en la inmensidad, islas de luz etérea, caminos estelíferos, paisajes suntuosos donde Dios ha sembrado los mundos con la misma profusión que sembró las plantas en los prados terrestres.
Ahora, solo llevamos unos minutos caminando, y ya cientos de millones y millones de leguas nos separan de la tierra, miles de millones de mundos han pasado ante nuestros ojos, y sin embargo, escucha:
En realidad, no hemos dado un solo paso adelante en el universo.
Si continuamos durante años, siglos, miles de siglos, millones de períodos cien veces durante un siglo e incesantemente con la misma velocidad del rayo, ¡no habremos avanzado más! y que por donde quiera que vayamos y hacia donde quiera que vayamos, de este grano invisible que nos queda y que se llama tierra.
¡Esto es el espacio!
Galileo.
Las tres comunicaciones a continuación son, en cierto modo, el comienzo de un médium joven; veremos que promete para el futuro. Sirven como introducción a una serie de dictados que el Espíritu propone hacer bajo el título de Estudios Uranográficos. Dejamos a los lectores apreciar la forma y el contenido.
I
Se os ha anunciado desde hace algún tiempo, aquí y en otros lugares, por varios Espíritus y por varios médiums, que se harían revelaciones concernientes al sistema de los mundos. Estoy llamado a colaborar en el orden de mi destino para cumplir la predicción.
Antes de abrir lo que podría llamar nuestros Estudios Uranográficos, es importante establecer el primer principio, para que el edificio, asentado sobre una base sólida, lleve en sí mismo las condiciones de duración.
Este primer principio, esta primera causa, es el gran y soberano poder que dio vida a los mundos y a los seres; ¡este preámbulo a toda meditación seria es Dios! A este nombre venerado todo se inclina, y el arpa etérea de los cielos hace vibrar sus cuerdas de oro. Hijos de la tierra, ¡oh! vosotros que durante tanto tiempo tartamudeasteis este gran nombre sin comprenderlo, ¡cuántas teorías fortuitas se han inscrito desde el principio de los siglos en los anales de la filosofía humana! ¡Cuántas interpretaciones erróneas de la conciencia universal han salido a la luz a través de las creencias anticuadas de los pueblos antiguos! y aún hoy, cuando la era cristiana en su esplendor ha resplandecido sobre el mundo, ¿qué idea tenemos del primero de los seres, del ser por excelencia, del que es? ¿No hemos visto en las últimas épocas el orgulloso panteísmo elevarse soberbiamente a lo que creía justamente calificado como el ser absorbente, el gran todo, del seno del que todo provino y en el que todo debe volver y fundirse un día sin distinción de individualidades? ¿No hemos visto al burdo ateísmo exhibir vergonzosamente el escepticismo que niega y corrompe todo progreso intelectual, digan lo que digan sus sofistas defensores? Sería interminable mencionar escrupulosamente todos los errores que se han establecido sobre el tema del principio primordial y eterno, y basta la reflexión para mostraros que el hombre terreno errará cuando pretenda explicar este problema, insoluble para muchos Espíritus desencarnados. Es para deciros implícitamente que debéis, que debemos, para decirlo mejor, todos inclinarnos humildemente ante el gran Ser; ¡Eso es para deciros, hijos! que, si está en nosotros elevarnos a la idea del Ser Infinito, eso debería bastarnos y prohibirnos toda la orgullosa pretensión de mantener los ojos abiertos al sol, ¡pues que de pronto seríamos cegados por el sol deslumbrante y esplendor de Dios en su gloria eterna! Acordaos bien de esto, es la antesala de nuestros estudios: creer en Dios, creador y organizador de las esferas; amar a Dios, creador y protector de las almas, y podremos entrar juntos, humilde y estudiosamente al mismo tiempo, en el santuario donde ha sembrado los dones de su poder infinito.
II
Después de haber establecido el primer punto de nuestra tesis, la segunda cuestión que se presenta es el problema del poder que conserva los seres y que hemos convenido en llamar naturaleza. Después de la palabra que resume todo, la palabra que representa todo. Ahora bien, ¿qué es la naturaleza? Escuche primero la definición del naturalista moderno: la naturaleza, dice, es la exteriorización de la soberanía del poder divino. A esta definición añadiré ésta, que resume todas las ideas de los observadores: la naturaleza es el poder efectivo del Creador. Nótese esta doble explicación de la misma palabra que, por una maravillosa combinación de lenguaje, representa dos cosas a primera vista tan diferentes. En efecto, la naturaleza entendida en el primer sentido representa el efecto cuya causa se expresa en el segundo sentido. Un paisaje de horizontes perdidos, de frondosos árboles bajo los cuales se siente la vida surgir con la savia; un prado salpicado de fragantes flores y coronado por el sol; se llama naturaleza. Ahora bien, ¿queremos designar la fuerza que guía las estrellas en expansión o que hace germinar el grano de trigo en la tierra? Sigue siendo la naturaleza. Que la observación de estos diversos apelativos sea para vosotros fuente de profundas reflexiones; sirva para enseñaros que, si se usa la misma palabra para expresar el efecto y la causa, es porque en realidad la causa y el efecto son uno. La estrella atrae a la estrella en el espacio según las leyes inherentes a la constitución del universo, y es atraída con el mismo poder que la que reside en ella. Esto es causa y efecto. El rayo solar pone el perfume en la flor y la abeja va allí a buscar la miel; aquí, el perfume sigue siendo el efecto y la causa. Dondequiera que mires hacia abajo en la tierra, podrás ver esta doble naturaleza en todas partes. Concluyamos de esto que la naturaleza es, como la he llamado, el poder efectivo de Dios, y es al mismo tiempo la soberanía de este mismo poder; es a la vez activa y pasiva, efecto y causa, materia y fuerza inmaterial; es la ley que crea, la ley que gobierna, la ley que embellece; es el ser y la imagen; es la manifestación del poder creador, infinitamente bella, infinitamente admirable, infinitamente digna de la voluntad de la que es mensajera.
III
Nuestro tercer estudio será sobre el espacio.
Se han dado varias definiciones de esta palabra; la principal es ésta: la extensión que separa dos cuerpos. De ahí que algunos sofistas hayan deducido que donde no había cuerpo, no había espacio; en esto se han basado los doctores en teología para establecer que el espacio era necesariamente finito, alegando que los cuerpos limitados en número no pueden formar una serie infinita; y que donde se detenían los cuerpos, también se detenía el espacio. También hemos definido el espacio: el lugar donde se mueven los mundos, el vacío donde actúa la materia, etc. Dejemos en los tratados donde descansan todas estas definiciones que no definen nada.
El espacio es una de esas palabras que representan una idea primitiva y axiomática, evidente por sí misma, y que las diversas definiciones que se pueden dar de él sólo pueden oscurecer. Todos sabemos lo que es el espacio, y sólo quiero establecer su infinidad, para que nuestros estudios posteriores no tengan barrera a la investigación de nuestra vista.
Ahora bien, digo que el espacio es infinito, por lo que es imposible suponerle límite alguno, y que, a pesar de la dificultad que tenemos de concebir el infinito, nos es sin embargo más fácil ir eternamente en el espacio, en el pensamiento, que detenernos en algún lugar después del cual no encontraríamos más espacio que recorrer.
Imaginar, en la medida de nuestras limitadas facultades, la infinidad del espacio, supongamos que partiendo de la tierra perdida en medio del infinito, hacia cualquier punto del universo, y que con la velocidad prodigiosa de la chispa eléctrica que recorre miles de leguas cada segundo, apenas hemos dejado este globo que, habiendo viajado millones de leguas, nos encontramos en un lugar desde el cual la tierra ya no se nos aparece sino bajo el aspecto de una pálida estrella. Un momento después, siguiendo siempre la misma dirección, llegamos hacia las lejanas estrellas que apenas podéis distinguir desde vuestra estación terrestre; y desde allí no sólo la tierra se pierde enteramente a nuestra mirada en las profundidades del cielo, sino que vuestro mismo sol en su esplendor es eclipsado por la extensión que nos separa de él. Animados siempre por la misma velocidad del relámpago, atravesamos sistemas de mundos a cada paso que avanzamos en la inmensidad, islas de luz etérea, caminos estelíferos, paisajes suntuosos donde Dios ha sembrado los mundos con la misma profusión que sembró las plantas en los prados terrestres.
Ahora, solo llevamos unos minutos caminando, y ya cientos de millones y millones de leguas nos separan de la tierra, miles de millones de mundos han pasado ante nuestros ojos, y sin embargo, escucha:
En realidad, no hemos dado un solo paso adelante en el universo.
Si continuamos durante años, siglos, miles de siglos, millones de períodos cien veces durante un siglo e incesantemente con la misma velocidad del rayo, ¡no habremos avanzado más! y que por donde quiera que vayamos y hacia donde quiera que vayamos, de este grano invisible que nos queda y que se llama tierra.
¡Esto es el espacio!
Vacaciones
de la Sociedad Espírita de París
(Sociedad Espírita de París, 1 de agosto de 1862, - Medium, Sr. E. Vézy.)
Estaréis, pues, separados por algún tiempo, pero los buenos Espíritus estarán siempre con aquellos que pidan su ayuda y apoyo.
Si cada uno de vosotros deja la mesa del maestro, no es sólo para hacer ejercicio o descansar, sino para servir, donde quiera que os quedáis, a la gran causa humanitaria, bajo cuya bandera habéis venido a protegeros.
Bien comprendéis que para el ferviente Espírita no hay horas fijas de estudio; toda su vida es sólo una hora, una hora todavía demasiado corta para la gran obra a la que se dedica: ¡el desarrollo intelectual de los géneros humanos!...
Las ramas no se desprenden del tronco porque se alejan de él, al contrario, dan paso a nuevos brotes que las solidarizan y las unen.
Aprovechad estas vacaciones que os dispersarán, para volveros aún más fervorosos, siguiendo el ejemplo de los apóstoles de Cristo; salid de este cenáculo fuertes y valientes; que vuestra fe y vuestras buenas obras reúnan a vuestro entorno mil creyentes que bendecirán la luz que esparcirás a vuestro alrededor.
¡Coraje! ¡Coraje! ¡El día del encuentro, cuando la bandera del Espiritismo os llamar al combate y se desplegar sobre vuestras cabezas, dejad que todos a vuestro alrededor tengan seguidores que habréis formado bajo vuestro estandarte, y los buenos Espíritus contarán su número y lo llevarán a Dios!
Así que no durmáis, Espíritas, a la hora de la siesta; ¡velad y orad! Ya os lo he dicho y otras voces os lo han hecho oír, el reloj de los siglos da la hora, resuena una vibración, llama a los que están en la noche, ¡ay de los que no quieren prestar oído para escucharlo!
¡Oh Espíritas! id, despertad a los durmientes, y decidles que van a ser sorprendidos por las olas del mar que se levantan con sordos y terribles estruendos; ¡Ved y diles que elijan el lugar del suelo que sea más brillante y sólido, porque aquí están las estrellas que declinan y toda la naturaleza que se mueve, tiembla y se agita!...
Pero después de las tinieblas, aquí está la luz, ¡y aquellos que no habrán querido ver ni oír, emigrarán en esta hora a los mundos inferiores para expiar y esperar allí mucho, mucho tiempo las nuevas estrellas que deben salir e iluminaros! y el tiempo les parecerá una eternidad, porque no verán el fin de sus dolores hasta el día en que comiencen a creer y comprender.
¡Ya no os llamaré hijos, Espíritas, sino hombres, ¡hombres valientes y valerosos! Soldados de la nueva fe, combatid valientemente, armad vuestros brazos con la lanza de la caridad y cubrid vuestros cuerpos con el escudo del amor. ¡Entra en la contienda! ¡alerta! ¡alerta! pisotea el error y la falsedad, y extiende vuestra mano a los que te pregunten: ¿Dónde está la luz? Diles que los que caminan guiados por la estrella del Espiritismo no son pusilánimes, que no se asustan de los espejismos, y sólo aceptan como leyes lo que les manda la fría y sana razón; ¡que la caridad es su lema y que sólo se despojan por sus hermanos en nombre de la solidaridad universal, y no para ganar un paraíso que saben bien que sólo pueden poseer cuando han expiado mucho!... que conozcan a Dios, y que sepan, sobre todo, que Él es inmutable en su justicia, que no puede, por consiguiente, perdonar una vida de culpas acumuladas, por un segundo de arrepentimiento, como no puede castigar una hora de sacrilegio por una eternidad de tortura!...
¡Sí, Espíritas, cuenta los años de arrepentimiento por el número de estrellas, ¡pero la edad de oro vendrá para aquellos que saben contarlas!…
Id pues, obreros y soldados, y volved cada uno con la piedra o el guijarro que ayudará en la construcción del nuevo edificio, y os digo, en verdad, esta vez ya no tendréis que temer la confusión, aunque quieren levantar al cielo la torre que la coronará; Dios, por el contrario, extenderá su mano en vuestro camino para cobijaros de los huracanes.
Aquí está la hora segunda del día, aquí están los siervos que vienen de nuevo del señor a buscar obreros; ¡Vosotros que estáis ociosos, venid, y no esperéis a la última hora!…
San Agustín.
(Sociedad Espírita de París, 1 de agosto de 1862, - Medium, Sr. E. Vézy.)
Estaréis, pues, separados por algún tiempo, pero los buenos Espíritus estarán siempre con aquellos que pidan su ayuda y apoyo.
Si cada uno de vosotros deja la mesa del maestro, no es sólo para hacer ejercicio o descansar, sino para servir, donde quiera que os quedáis, a la gran causa humanitaria, bajo cuya bandera habéis venido a protegeros.
Bien comprendéis que para el ferviente Espírita no hay horas fijas de estudio; toda su vida es sólo una hora, una hora todavía demasiado corta para la gran obra a la que se dedica: ¡el desarrollo intelectual de los géneros humanos!...
Las ramas no se desprenden del tronco porque se alejan de él, al contrario, dan paso a nuevos brotes que las solidarizan y las unen.
Aprovechad estas vacaciones que os dispersarán, para volveros aún más fervorosos, siguiendo el ejemplo de los apóstoles de Cristo; salid de este cenáculo fuertes y valientes; que vuestra fe y vuestras buenas obras reúnan a vuestro entorno mil creyentes que bendecirán la luz que esparcirás a vuestro alrededor.
¡Coraje! ¡Coraje! ¡El día del encuentro, cuando la bandera del Espiritismo os llamar al combate y se desplegar sobre vuestras cabezas, dejad que todos a vuestro alrededor tengan seguidores que habréis formado bajo vuestro estandarte, y los buenos Espíritus contarán su número y lo llevarán a Dios!
Así que no durmáis, Espíritas, a la hora de la siesta; ¡velad y orad! Ya os lo he dicho y otras voces os lo han hecho oír, el reloj de los siglos da la hora, resuena una vibración, llama a los que están en la noche, ¡ay de los que no quieren prestar oído para escucharlo!
¡Oh Espíritas! id, despertad a los durmientes, y decidles que van a ser sorprendidos por las olas del mar que se levantan con sordos y terribles estruendos; ¡Ved y diles que elijan el lugar del suelo que sea más brillante y sólido, porque aquí están las estrellas que declinan y toda la naturaleza que se mueve, tiembla y se agita!...
Pero después de las tinieblas, aquí está la luz, ¡y aquellos que no habrán querido ver ni oír, emigrarán en esta hora a los mundos inferiores para expiar y esperar allí mucho, mucho tiempo las nuevas estrellas que deben salir e iluminaros! y el tiempo les parecerá una eternidad, porque no verán el fin de sus dolores hasta el día en que comiencen a creer y comprender.
¡Ya no os llamaré hijos, Espíritas, sino hombres, ¡hombres valientes y valerosos! Soldados de la nueva fe, combatid valientemente, armad vuestros brazos con la lanza de la caridad y cubrid vuestros cuerpos con el escudo del amor. ¡Entra en la contienda! ¡alerta! ¡alerta! pisotea el error y la falsedad, y extiende vuestra mano a los que te pregunten: ¿Dónde está la luz? Diles que los que caminan guiados por la estrella del Espiritismo no son pusilánimes, que no se asustan de los espejismos, y sólo aceptan como leyes lo que les manda la fría y sana razón; ¡que la caridad es su lema y que sólo se despojan por sus hermanos en nombre de la solidaridad universal, y no para ganar un paraíso que saben bien que sólo pueden poseer cuando han expiado mucho!... que conozcan a Dios, y que sepan, sobre todo, que Él es inmutable en su justicia, que no puede, por consiguiente, perdonar una vida de culpas acumuladas, por un segundo de arrepentimiento, como no puede castigar una hora de sacrilegio por una eternidad de tortura!...
¡Sí, Espíritas, cuenta los años de arrepentimiento por el número de estrellas, ¡pero la edad de oro vendrá para aquellos que saben contarlas!…
Id pues, obreros y soldados, y volved cada uno con la piedra o el guijarro que ayudará en la construcción del nuevo edificio, y os digo, en verdad, esta vez ya no tendréis que temer la confusión, aunque quieren levantar al cielo la torre que la coronará; Dios, por el contrario, extenderá su mano en vuestro camino para cobijaros de los huracanes.
Aquí está la hora segunda del día, aquí están los siervos que vienen de nuevo del señor a buscar obreros; ¡Vosotros que estáis ociosos, venid, y no esperéis a la última hora!…
A
los Centros Espíritas que debemos visitar
El número de centros que nos proponemos visitar, unido a la duración del trayecto, no nos permiten dedicar a cada uno de ellos el tiempo que hubiésemos deseado, creemos útil aprovechar al máximo este tiempo, para la instrucción. Para ello, nuestra intención es responder, en cuanto esté a nuestro alcance, a las cuestiones sobre las que necesitan tener aclaraciones. Hemos notado que cuando hacemos esta propuesta en el acto, generalmente no saben qué pedir, y que muchas personas se retraen por timidez o vergüenza para formular sus pensamientos. Para evitar este doble inconveniente, le pedimos que prepare estas preguntas con anticipación por escrito y que nos entregue la lista antes de la reunión. Entonces podremos clasificarlas metódicamente, eliminar duplicidades y responderlas de una manera más satisfactoria para todos, refutando al mismo tiempo las objeciones de la doctrina.
El número de centros que nos proponemos visitar, unido a la duración del trayecto, no nos permiten dedicar a cada uno de ellos el tiempo que hubiésemos deseado, creemos útil aprovechar al máximo este tiempo, para la instrucción. Para ello, nuestra intención es responder, en cuanto esté a nuestro alcance, a las cuestiones sobre las que necesitan tener aclaraciones. Hemos notado que cuando hacemos esta propuesta en el acto, generalmente no saben qué pedir, y que muchas personas se retraen por timidez o vergüenza para formular sus pensamientos. Para evitar este doble inconveniente, le pedimos que prepare estas preguntas con anticipación por escrito y que nos entregue la lista antes de la reunión. Entonces podremos clasificarlas metódicamente, eliminar duplicidades y responderlas de una manera más satisfactoria para todos, refutando al mismo tiempo las objeciones de la doctrina.
Al
señor E.K.
Desconozco en absoluto la inscripción de que me habla en su carta del 2 de agosto, fechada en Guingamp, por una razón muy sencilla; es que no he estado en Bretaña; y añado que no tenía conocimiento de este Manè, Thécel, Pharès de otro tipo, como lo llamáis. Si ha sido capaz de producir una impresión saludable en usted, debemos agradecer al autor desconocido. En cualquier caso, estaré encantado de recibirte cuando vengas a París, donde, sin embargo, no regresaré hasta los primeros días de octubre. Estaré encantado de darle verbalmente cualquier instrucción que necesite.
Alan Kardec.
Desconozco en absoluto la inscripción de que me habla en su carta del 2 de agosto, fechada en Guingamp, por una razón muy sencilla; es que no he estado en Bretaña; y añado que no tenía conocimiento de este Manè, Thécel, Pharès de otro tipo, como lo llamáis. Si ha sido capaz de producir una impresión saludable en usted, debemos agradecer al autor desconocido. En cualquier caso, estaré encantado de recibirte cuando vengas a París, donde, sin embargo, no regresaré hasta los primeros días de octubre. Estaré encantado de darle verbalmente cualquier instrucción que necesite.
Octubre
Apolonio de Tyana
Con la excepción de los eruditos, Apolonio de Tyana apenas es conocido excepto por su nombre, e incluso su nombre no es popular, por falta de una historia al alcance de todos. Solo hubo unas pocas traducciones hechas sobre una traducción latina y de un formato inconveniente. Por lo tanto, debemos estar agradecidos al erudito helenista que acaba de sacarlo a la luz mediante una concienzuda traducción hecha del texto original griego, y a los editores por haber llenado, con esta publicación, un lamentable vacío [1].
No hay fechas precisas sobre la vida de Apolonio. Según ciertos cálculos, habría nacido dos o tres años antes que Jesucristo, y muerto a la edad de noventa y seis años hacia fines del siglo primero. Nació en Tyana, una ciudad griega en Capadocia en Asia Menor. Desde temprana edad mostró una gran memoria, una notable inteligencia y mostró un gran ardor por el estudio. De todas las filosofías que estudió, adoptó la de Pitágoras, cuyos preceptos siguió rigurosamente hasta su muerte. Su padre, uno de los ciudadanos más ricos de Tyana, le dejó una considerable fortuna que él dividió entre sus parientes, reservándose sólo una parte muy pequeña de ella, porque, decía, el sabio debe saber contentarse con poco. Viajó mucho para aprender; viajó por Asiria, Escitia, India donde visitó a los brahmanes, Egipto, Grecia, Italia y España, enseñando sabiduría por todas partes; en todas partes amado por la dulzura de su carácter, honrado por sus virtudes y reclutando numerosos discípulos que se agolpaban en sus pasos para escucharlo, y muchos de los cuales lo seguían en sus viajes. Uno de ellos, sin embargo, Éufrates, celoso de su superioridad y de su crédito, se convirtió en su detractor y en su mortal enemigo, y nunca cesó de calumniarle para arruinarle, pero sólo consiguió envilecerse a sí mismo; Apolonio nunca se conmovió por ello, y lejos de concebir ningún resentimiento contra él, lo compadeció por su debilidad y siempre buscó devolver bien por mal. Damis, por el contrario, un joven asirio que conoció en Nínive, se apegó a él con una lealtad inquebrantable, fue el compañero asiduo de sus viajes, el depositario de su filosofía, y le dejó la mayor parte de la información que tenemos.
El nombre de Apolonio de Tyana se mezcla con el de todos los personajes legendarios a quienes la imaginación de los hombres se ha complacido en adornar con los atractivos de lo maravilloso. Cualquiera que sea la exageración de los hechos que se les atribuyen, es evidente que junto a las fábulas hay un trasfondo de verdades más o menos distorsionadas. Ciertamente nadie puede dudar de la existencia de Apolonio de Tyana; lo que es igualmente cierto es que debe haber hecho cosas notables, de lo contrario no habríamos hablado de ellas. Para que la emperatriz Julia Domna, esposa de Septimio Severo, le haya pedido a Filóstrato que escribiera su vida, era necesario que hubiera hecho hablar de él, porque no es probable que ella le hubiera encargado una novela sobre un hombre imaginario u oscuro. Que Philostratus amplió los hechos o que los encontró ampliados es probable e incluso cierto, al menos para algunos, que están más allá de toda probabilidad; pero lo que no es menos cierto es que extrajo la sustancia de su relación de relatos casi contemporáneos y que debieron tener bastante notoriedad para merecer la atención de la Emperatriz. La dificultad es a veces desenredar la fábula de la verdad; en este caso hay personas a las que les resulta más fácil negarlo todo.
Personajes de esta naturaleza son apreciados de forma muy diversa; cada uno los juzga desde el punto de vista de sus opiniones, sus creencias y hasta sus intereses. Apolonio de Tiana fue, más que ningún otro, objeto de controversia, por la época en que vivió y por la naturaleza de sus facultades. Se le atribuía, entre otras cosas, el don de curar, la presciencia, la visión remota, el poder de leer la mente, expulsar demonios, transportarse instantáneamente de un lugar a otro, etc. Pocos filósofos han gozado de mayor popularidad durante su vida. Su prestigio se vio incrementado aún más por la austeridad de su moral, su mansedumbre, su sencillez, su desinterés, su carácter benévolo y su fama de sabio. El paganismo lanzó entonces sus últimos rayos y luchó contra la invasión del cristianismo naciente: quería hacer de él un dios. Las ideas cristianas mezcladas con las ideas paganas, algunos lo hicieron santo; los menos fanáticos vieron en él sólo a un filósofo; esta es la opinión más razonable, y es el único título que jamás tomó, porque negó ser hijo de Júpiter, como algunos pretendían. Aunque contemporáneo de Cristo, no parece haber oído hablar de él, pues en su vida no hay ninguna alusión a lo que estaba pasando entonces en Judea.
Entre los cristianos que lo han juzgado desde entonces, algunos lo han declarado un estafador e impostor; otros, no pudiendo negar los hechos, pretendían que hacía maravillas sólo con la ayuda del demonio, sin pensar que esto era para confesar estas mismas maravillas, y hacer de Satanás el rival de Dios, por la dificultad de distinguir las maravillas divinas de las maravillas diabólicas. Estas son las dos opiniones que han prevalecido en la Iglesia.
El autor de esta traducción ha mantenido una sabia neutralidad; no apoyó ninguna versión y, para poner a todos en condiciones de apreciarlas todas, indica con escrupuloso cuidado todas las fuentes de las que se puede consultar, dejando a cada uno libre para sacar, de la comparación de los argumentos a favor o en contra, la conclusión como le parezca, limitándose a hacer una traducción fiel y concienzuda.
Los fenómenos espíritas, magnéticos y sonámbulos vienen hoy a arrojar una nueva luz sobre los hechos atribuidos a este personaje, al demostrar la posibilidad de ciertos efectos relegados hasta ahora al dominio fantástico de lo maravilloso, y haciendo posible distinguir entre lo posible y lo imposible.
Y, ante todo, ¿qué es lo maravilloso? El escepticismo responde: Es todo lo que, estando fuera de las leyes de la naturaleza, es imposible; luego agrega: Si las historias antiguas abundan en hechos de este tipo, es debido al amor del hombre por lo maravilloso. Pero ¿de dónde viene este amor? lo que no dice, y esto es lo que vamos a intentar explicar; no será inútil para nosotros.
Lo que el hombre llama maravilloso lo transporta en el pensamiento más allá de los límites de lo conocido, y es la íntima aspiración hacia un orden mejor de las cosas, lo que lo hace buscar con avidez lo que pueda conectarlo a él y darle una idea. Esta aspiración le viene de su intuición de que ese orden de cosas debe existir; al no encontrarlo en la tierra, lo busca en la esfera de lo desconocido. Pero ¿no es esta aspiración en sí misma una pista providencial de que hay algo más allá de la vida corporal? Se da sólo al hombre, porque los animales, que no esperan nada, no buscan lo maravilloso. El hombre comprende intuitivamente que hay un poder fuera del mundo visible del que tiene una idea más o menos exacta según el desarrollo de su inteligencia, y con toda naturalidad ve la acción directa de este poder en todos los fenómenos que no comprende; y también una multitud de hechos antes pasados por maravillosos, que, hoy perfectamente explicados, han vuelto al dominio de las leyes naturales. Resultó de esto que se decía que todos los hombres que poseían facultades o conocimientos superiores a los vulgares tenían una parte de este poder invisible, o derivaban su poder de él; se les llamaba magos o hechiceros. La opinión de la Iglesia habiendo hecho prevalecer la idea de que este poder sólo podía provenir del Espíritu del mal, cuando se ejercía fuera de su seno, en tiempos de barbarie e ignorancia, se quemaba a los llamados magos o hechiceros; el progreso de la ciencia los ha reemplazado en la humanidad.
¿Dónde encuentras, dicen los incrédulos, las historias más maravillosas? ¿No es en la antigüedad, entre los pueblos salvajes, entre las clases menos ilustradas? ¿No es esto una prueba de que son producto de la superstición, hija de la ignorancia? Ignorancia, eso es indiscutible, y eso por una razón muy simple. Los antiguos, que sabían menos que nosotros, sin embargo, fueron golpeados por los mismos fenómenos; conociendo menos causas verdaderas, buscaban causas sobrenaturales para las cosas más naturales, y, ayudando a la imaginación, secundada por un lado por el miedo, por otro por el genio poético, bordaban cuentos fantásticos sobre esto, amplificados por el gusto por la alegoría particular de los pueblos de Oriente. Prometeo, sacando del cielo el fuego que lo consumía, pasaría por un ser sobrehumano castigado por su temeridad, por haber usurpado los derechos de Júpiter; Franklin, el moderno Prometeo, es para nosotros simplemente un científico. Montgolfier elevándose en el aire habría sido en tiempos mitológicos un Ícaro; ¿Cómo hubiera sido el señor Poitevin elevándose sobre un caballo?
La ciencia, habiendo devuelto una multitud de hechos al orden natural, ha reducido en gran medida los hechos maravillosos. ¿Pero ella explicó todo? ¿Conoce todas las leyes que gobiernan los mundos? ¿No tiene nada más que aprender? Cada día se desmiente esta orgullosa pretensión. Por lo tanto, no habiendo ahondado aún en todos los secretos de Dios, se sigue que muchos hechos antiguos aún no se han explicado; ahora, admitiendo como posible sólo lo que comprende, le resulta más sencillo llamarlos maravillosos, fantásticos, es decir, inadmisibles por la razón; a sus ojos, todos los hombres que se supone que los produjeron son mitos o impostores, y ante este juicio Apolonio de Tyana no pudo encontrar ningún favor. Aquí está, por lo tanto, condenado por la Iglesia, que admite los hechos, como un secuaz de Satanás, y por los eruditos, que no los admiten, como un hábil juglar.
La ley de la gravitación universal abrió un nuevo camino a la ciencia y dio cuenta de una multitud de fenómenos sobre los que se habían construido teorías absurdas; la ley de las afinidades moleculares ha venido a hacerla dar un nuevo paso; el descubrimiento del mundo microscópico le abrió nuevos horizontes; la electricidad, a su vez, vino a revelarle un nuevo poder que no había sospechado; con cada uno de estos descubrimientos ha visto resueltas muchas dificultades, muchos problemas, muchos misterios mal entendidos o malinterpretados; pero ¡cuántas cosas quedan por aclarar! ¿No podemos admitir el descubrimiento de una nueva ley, de una nueva fuerza que viene a iluminar puntos aún oscuros? ¡Y bien! es un poder nuevo que el Espiritismo viene a revelar, y este poder es la acción del mundo invisible sobre el mundo visible. Al mostrar en esta acción una ley natural, hace retroceder aún más los límites de lo maravilloso y lo sobrenatural, porque explica una multitud de cosas que parecían inexplicables, como otras parecían inexplicables antes del descubrimiento de la electricidad.
¿Se limita el Espiritismo a admitir el mundo invisible como hipótesis y como medio de explicación? No; porque eso sería explicar lo desconocido por lo desconocido; prueba su existencia por hechos patentes, irrefutables, así como el microscopio ha probado la existencia del mundo de lo infinitamente pequeño. Estando así demostrado que el mundo invisible nos rodea, que este mundo es esencialmente inteligente, ya que está compuesto por las almas de los hombres que han vivido, es fácil concebir que pueda desempeñar un papel activo en el mundo visible y producir fenómenos de un orden particular. Estos son los fenómenos que la ciencia, incapaz de explicar por leyes conocidas, llama maravillosos. Estos fenómenos, al ser una ley de la naturaleza, deben haber ocurrido en todo momento; ahora bien, como reposaban sobre la acción de un poder exterior a la humanidad, y como todas las religiones tienen por principio el homenaje rendido a este poder, han servido de base a todas las religiones; por eso los relatos antiguos, así como todas las teogonías, abundan en alusiones y alegorías acerca de las relaciones del mundo invisible con el mundo visible, y que son ininteligibles si no se conocen estas relaciones; querer explicarlos sin eso es querer explicar los fenómenos eléctricos sin electricidad. Esta ley es una llave que abrirá la mayor parte de los misteriosos santuarios de la antigüedad; una vez reconocidos, los historiadores, arqueólogos y filósofos verán desplegarse ante ellos un horizonte completamente nuevo, y la luz brillará en los puntos más oscuros.
Si esta ley todavía encuentra oposición, tiene esto en común con todo lo nuevo; esto también se debe al espíritu materialista que domina nuestro tiempo, y en segundo lugar porque generalmente tenemos una idea tan falsa del mundo invisible que la incredulidad es la consecuencia. El Espiritismo no sólo demuestra su existencia, sino que la presenta en un aspecto tan lógico que ya no hay razón para dudar de quien se toma la molestia de estudiarla concienzudamente.
Sin embargo, no pedimos a los eruditos que crean; pero como el Espiritismo es una filosofía que ocupa un lugar grande en el mundo, como tal, aunque fuera un sueño hueco, merece examen, aunque sólo sea para saber lo que dice. Sólo les pedimos una cosa, y es que la estudien, pero que la estudien a fondo, para no hacerle decir lo que no dice; luego, lo crean o no, con la ayuda de esta palanca, tomada como una simple hipótesis, intenten resolver los miles de cuestiones históricas, arqueológicas, antropológicas, teológicas, psicológicas, morales, sociales, etc., ante las que han fracasado, y verán el resultado. Pedirles fe no es exigir mucho.
Volvamos a Apolonio. Los Antiguos sin duda conocían el magnetismo: encontramos prueba de ello en ciertas pinturas egipcias; también conocían el sonambulismo y la clarividencia, ya que estos son fenómenos psicológicos naturales; conocían las diferentes categorías de Espíritus, a los que llamaban dioses, y sus relaciones con los hombres; los médiums sanadores, clarividentes, parlantes, auditivos, inspirados, etc., debieron darse entre ellos como en nuestro tiempo, como vemos numerosos ejemplos entre los árabes; con la ayuda de estos datos y del conocimiento de las propiedades del periespíritu, la envoltura corporal fluídica de los Espíritus, se pueden realizar perfectamente varios de los hechos atribuidos a Apolonio de Tiana, sin recurrir a la magia, la hechicería o los malabares. Decimos de varios, porque hay algunos de los cuales el mismo Espiritismo demuestra la imposibilidad; es en esto que sirve para distinguir entre la verdad y el error. Dejamos a los que han hecho un estudio serio y completo de esta ciencia la tarea de establecer la distinción entre lo posible y lo imposible, lo que les será fácil.
Consideremos ahora a Apolonio desde otro punto de vista. Junto al médium, que para entonces hacía de él un ser casi sobrenatural, estaba en él el filósofo, el sabio. Su filosofía se dejaba sentir por la dulzura de sus modales y su carácter, por su sencillez en todas las cosas. Podemos juzgar de esto por algunas de sus máximas.
Habiendo reprochado a los lacedemonios (habitantes de la antigua Esparta) degenerados y afeminados, que se habían aprovechado de su consejo, escribió a los éforos: “Apolonio a los éforos, saludos. Los verdaderos hombres no deben cometer errores; pero pertenece sólo a los hombres de corazón, si cometen faltas, reconocerlas.”
Los lacedemonios, habiendo recibido una carta de reproche del emperador, estaban indecisos entre conjurar su ira o responderle con orgullo; consultaron a Apolonio sobre la forma de su respuesta; vino a la asamblea y dijo sólo estas palabras: "Si Palamedes inventó la escritura, no fue sólo para que se pudiera escribir, sino para que se supiera cuándo no se debía escribir.”
Telesino, cónsul romano, interrogando a Apolonio, le preguntó: “Cuando te acercas a los altares, ¿cuál es tu oración? - Pido a los dioses que reine la justicia, que se respeten las leyes, que los sabios sean pobres, que los demás se enriquezcan; pero de manera honesta. - ¡Qué! cuando pides tantas cosas; ¿crees que te lo conceden? - Sin duda, porque todo eso lo pido en una sola palabra; y, acercándome a los altares, digo: “¡Oh dioses! dame lo que me corresponde. Si soy del número de los justos, obtendré más de lo que he dicho; si, por el contrario, los dioses me colocan entre los malvados, me castigarán, y no podré reprochar a los dioses si, no siendo bueno, soy castigado.”
Vespasiano hablando con Apolonio sobre la manera de gobernar cuando fuera emperador, le dijo: "Viendo el imperio degradado por los tiranos que acabo de nombrarte, quise tomar de ti consejo sobre la manera de elevarlo en la estima de hombres. - Un día, dice Apolonio, un flautista muy hábil envió a sus alumnos a los peores flautistas para enseñarles cómo no tocar. Ya sabes, Vespasiano, cómo no reinar: tus predecesores te enseñaron esto. Consideremos ahora cómo reinar bien.”
Estando en prisión en Roma, bajo Domiciano, pronunció un discurso a los prisioneros para recordarles valor y resignación, y les dijo:
“Todos nosotros estamos en prisión por la duración de lo que se llama vida. Nuestra alma, ligada a este cuerpo perecedero, sufre de numerosos males, y es esclava de todas las necesidades de la condición del hombre.”
En su prisión, respondiendo a un emisario de Domiciano que le instó a acusar a Nerva para obtener su libertad, dijo: "Amigo mío, si he sido encadenado por haberle dicho la verdad a Domiciano, ¿qué será de mí, por mentirle? El Emperador piensa que es la franqueza lo que merece hierros, y yo creo que son las mentiras.”
En una carta al Éufrates: “Pregunté a los ricos si no tenían preocupaciones. "¿Cómo podríamos no tener ninguna?" ellos me dijeron. - "¿Y de dónde vienen tus preocupaciones?" - De nuestras riquezas.”
Éufrates, te compadezco, porque acabas de hacerte rico. “
A lo mismo: “Los hombres más sabios son los más breves en sus discursos. Si los habladores sufrieran lo que hacen sufrir a los demás, no hablarían tanto. “
Otra a Critón: “Pitágoras decía que la medicina es la más divina de las artes. Si la medicina es el arte más divino, el médico debe tratar tanto con el alma como con el cuerpo. ¿Cómo podría un ser estar sano, cuando la parte más importante de sí mismo está enferma? “
Otra a los platónicos: “Si ofreces dinero a Apolonio, y le pareces estimable, no tendrá dificultad en aceptarlo, si lo necesita. Pero un salario por lo que enseña, nunca, ni siquiera en la necesidad, lo aceptará.”
Otra a Valerio: “Nadie muere sino en apariencia, así como nadie nace sino en apariencia. En efecto, el paso de la esencia a la sustancia es lo que se llama nacer; y lo que se ha llamado morir es, por el contrario, el paso de la sustancia a la esencia.
A los sacerdotes de Olimpia: “Los dioses no necesitan sacrificios. ¿Qué hay que hacer para complacerlos? Es necesario, si no me equivoco, buscar adquirir la sabiduría divina y prestar, en lo posible, servicio a quienes lo merecen. Esto es lo que los dioses aman. Los impíos mismos pueden hacer sacrificios.”
A los Efesios del templo de Diana: "Habéis conservado todos los ritos del sacrificio, todo el esplendor de la realeza. Como banqueteros y alegres invitados, sois irreprensibles; pero ¡qué reproches no tenemos que haceros, como vecinos de la diosa noche y día! ¿No es de vuestro origen de donde salen todos los ladrones, bandoleros, traficantes de esclavos, todos los hombres injustos e impíos? El templo es una cueva de ladrones.”
A los que se creen sabios: “¿Dices que eres uno de mis discípulos? ¡Y bien! añade que os quedáis siempre en casa, que nunca vayáis a los baños termales, que no matáis animales, que no comes carne, que estáis libre de toda pasión, envidia, malignidad, odio, calumnia, rencor, que finalmente estáis entre el número de hombres libres. No hagáis como los que, con discursos mentirosos, hacen creer que viven de una manera, mientras que viven de una manera totalmente opuesta.”
A su hermano Hestiée: “En todas partes soy visto como un hombre divino; en algunos lugares hasta me toman por un dios. En mi patria, por el contrario, he sido hasta ahora incomprendido. ¿Deberíamos sorprendernos? Vosotros mismos, hermanos míos, lo veo, aún no estáis convencidos de que soy superior a muchos hombres en el habla y la moral. ¿Y cómo me engañaron mis conciudadanos y mis padres? ¡Pobre de mí! ¡Este error es muy doloroso para mí! Sé que es hermoso considerar a toda la tierra como patria y a todos los hombres como hermanos y amigos, ya que todos descienden de Dios y son de la misma naturaleza, ya que todos tienen igualmente las mismas pasiones, ya que todos son hombres también, ya sea nacieron griegos o bárbaros.”
Estando en Catania, en Sicilia, en una instrucción dada a sus discípulos, dijo, hablando del Etna: "Al oírlos, bajo esta montaña gime algún gigante encadenado, Tifeo o Encelado, que en su larga agonía vomita todo este fuego. Estoy de acuerdo en que ha habido gigantes; porque, en varios lugares, las tumbas entreabiertas nos han mostrado huesos que indican hombres de tamaño extraordinario; pero no puedo admitir que entraron en conflicto con los dioses; a lo sumo tal vez ultrajaron sus templos y sus estatuas. Pero que escalaron el cielo y expulsaron a los dioses de él, es una tontería decirlo, es una tontería creerlo. Otra fábula, que parece menos irreverente hacia los dioses, y que sin embargo no debemos hacer más caso, es que Vulcano trabaja en la fragua en las profundidades del Etna, y que constantemente hace resonar el yunque. Hay, en diferentes puntos de la tierra, otros volcanes, y uno no se atreve a decir que hay tantos gigantes y vulcanos.”
A algunos lectores les hubiera resultado más interesante citar las maravillas de Apolonio para comentarlas y explicarlas; pero queríamos sobre todo mostrar en él al filósofo y al sabio más que al taumaturgo. Podemos tomar o rechazar lo que queramos de los hechos maravillosos que se le atribuyen, pero creemos que es difícil que un hombre que dice tales palabras, que profesa y practica tales principios, sea un prestidigitador, un engañador o un endemoniado.
En efecto, de los prodigios, citaremos sólo uno que atestigua suficientemente una de las facultades de que estaba dotado.
Después de un relato detallado del asesinato de Domiciano, Philostratus agrega:
“Mientras sucedían estos hechos en Roma, Apolonio los vio en Éfeso. Domiciano fue atacado por Clemente alrededor del mediodía; el mismo día, a la misma hora, Apolonio estaba dando una conferencia en los jardines contiguos a las xistas. De repente, bajó un poco la voz, como presa de un susto repentino. Continuó su discurso, pero su lenguaje no tuvo la fuerza habitual, como les sucede a los que hablan pensando en otra cosa. Luego se quedó en silencio como lo hacen los que han perdido el hilo de su discurso; lanzó miradas aterradoras hacia el suelo, dio tres o cuatro pasos hacia adelante y exclamó: "¡Golpead al tirano!" ¡Golpead! Era como si viera, no la imagen del hecho en un espejo, sino el hecho mismo en toda su realidad. Los Efesios (pues todo Éfeso estaba presente en el discurso de Apolonio) quedaron atónitos. Apolonio hizo una pausa, como un hombre que intenta ver el resultado de un evento dudoso. Finalmente exclamó: “Ánimo, Efesios. El tirano fue asesinado hoy. ¿Qué estoy diciendo hoy? ¡Por Minerva! acaba de ser asesinado en el mismo momento, mientras yo me interrumpía. Los Efesios creían que Apolonio había perdido la cabeza; deseaban mucho que hubiera dicho la verdad, pero temían que de este discurso resultara algún peligro para ellos. "No me sorprende", dijo Apolonio, "si la gente no me cree todavía: Roma misma no lo sabe del todo". Pero ahora se entera, la noticia corre, ya miles de ciudadanos le creen; hace saltar de alegría doblemente a aquellos hombres, y cuadruplicado, ya todo el pueblo. El ruido llegará hasta aquí; podéis aplazar, hasta el momento en que se os informe del hecho, el sacrificio que debéis ofrecer a los dioses en esta ocasión; en cuanto a mí, les voy a dar gracias por lo que he visto. Los Efesios permanecieron en su incredulidad; pero pronto llegaron mensajeros para anunciarles las buenas nuevas, y dar testimonio a favor de la ciencia de Apolonio; porque la muerte del tirano, el día en que fue consumado, la hora del mediodía, el autor del asesinato que Apolonio había alentado, todos estos detalles se encontraron de acuerdo exactamente con los que los dioses le habían mostrado el día de su discurso a los Efesios.”
Era suficiente, en ese momento, para hacerlo pasar por un hombre divino. Hoy en día nuestros eruditos lo habrían llamado un visionario; para nosotros, estaba dotado de la clarividencia explicada por el Espiritismo. (Ver la teoría del sonambulismo y la segunda vista en el Libro de los Espíritus, no. 455.)
Su muerte presentó otra maravilla. Habiendo entrado una tarde en el templo de Dictynne en Linde, en Creta, a pesar de los feroces perros que custodiaban la entrada y que, en lugar de ladrar a su llegada, vinieron a acariciarlo, fue arrestado por los guardianes del templo por esto, como un mago, y cargado con cadenas. Durante la noche desapareció de la vista de los guardias, sin dejar rastro y sin que se hubiera encontrado su cuerpo. Entonces escuchamos, se dice, las voces de muchachas jóvenes cantando: “Dejad la tierra; ¡Ve al cielo, ve! como para instarlo a elevarse de la tierra a las regiones más altas.
Philostratus termina el relato de su vida así:
“Incluso desde su desaparición, Apolonio ha defendido la inmortalidad del alma y enseñado que lo que se dice sobre ella es verdad. Había entonces en Tyana cierto número de jóvenes aficionados a la filosofía; la mayoría de sus discusiones eran sobre el alma. Uno de ellos no podía admitir que era inmortal. “Hace diez meses”, dijo, “que le pido a Apolonio que me revele la verdad sobre la inmortalidad del alma; pero está tan muerto que mis oraciones son en vano, y no se me ha aparecido, ni siquiera para probarme que era inmortal.” Cinco días después discutió el mismo tema con sus compañeros, luego se durmió en el mismo lugar donde había tenido lugar la discusión. De repente dio un salto como en un ataque de locura: estaba medio dormido y cubierto de sudor. "Te creo", exclamó. Sus compañeros le preguntaron qué le pasaba. “¿No ven, les respondió, al sabio Apolonio? Él está en medio de nosotros, escuchando nuestra discusión y recitando canciones melodiosas en el alma. - Dónde está? decían los otros, que no la vemos, y es una felicidad que preferiríamos a todos los bienes de la tierra. - Parece que vino solo por mí: quiere informarme de lo que me negué a creer. Escucha pues, escucha los cánticos divinos que me hace oír:”
“El alma es inmortal; no es tuyo, es de la Providencia. Cuando el cuerpo está exhausto, como veloz correo cruzando la cantera, el alma brota y se precipita por espacios etéreos, llena de desprecio por la triste y dura esclavitud que ha sufrido. ¡Pero qué te importan estas cosas! Los conocerás cuando ya no estés. Mientras estés entre los vivos, ¿por qué buscas penetrar estos misterios?”
“Tal es el claro oráculo de Apolonio sobre los destinos del alma; quiso que, conociendo nuestra naturaleza, camináramos con el corazón alegre hacia la meta que las Parcas nos fijaron.””
La aparición de Apolonio después de su muerte es tratada como una alucinación por la mayoría de sus comentaristas, cristianos o no, quienes han afirmado que la imaginación del joven fue golpeada por el mismo deseo que tenía de verlo, lo que le hace pensar que lo vio. Sin embargo, la Iglesia siempre ha admitido este tipo de apariciones; cita muchos ejemplos que reconoce como auténticos. El Espiritismo viene a explicar el fenómeno, a partir de las propiedades del periespíritu, envoltura o cuerpo fluídico del Espíritu, el cual, por una especie de condensación, toma una apariencia visible, pudiendo, como sabemos, tomar una tangible. Sin el conocimiento de la ley constitutiva de los Espíritus, este fenómeno es maravilloso; esta ley conocida, lo maravilloso desaparece para dar paso a un fenómeno natural. (Véase en el Libro de los Médiums la teoría de las manifestaciones visuales, capítulo VI.) Admitiendo que este joven había sido el juguete de una ilusión, quedaría a los negadores explicar las palabras que atribuye a Apolonio, palabras sublimes y completamente opuestas a las ideas que acababa de apoyar un momento antes.
¿Qué le faltaba a Apolonio para ser cristiano? Muy poco, como podemos ver. ¡Dios no permita que establezcamos un paralelo entre él y Cristo! Lo que prueba la indiscutible superioridad de éste, y la divinidad de su misión, es la revolución producida en el mundo entero por la doctrina que él, oscuro, y sus apóstoles tan oscuros como él, predicaron, mientras la de Apolonio moría con él. ¡Sería, pues, una impiedad presentarlo como un rival de Cristo! Pero, si estamos dispuestos a prestar atención a lo que dice sobre el tema del culto pagano, veremos que condena sus formas supersticiosas y les asesta un golpe terrible para sustituirlas por ideas más sanas. Si hubiera hablado así en tiempo de Sócrates, habría pagado, como éste, con su vida lo que se habría llamado su impiedad; pero en la época en que vivió, las creencias paganas habían tenido su momento y él fue escuchado. Por su moralidad, preparó a los paganos entre los que vivía para recibir con menos dificultad las ideas cristianas, a las que sirvió de transición. Por tanto, creemos tener razón al decir que sirvió de vinculo entre el paganismo y el cristianismo. En este sentido, quizás él también tuvo su misión. Podría ser escuchado por los gentiles, y no lo habría sido por los judíos.
[1] Apolonio de Tyana, su vida, sus viajes, sus maravillas; por Filóstrato. Nueva traducción realizada sobre el texto griego, por el Sr. Chassang, profesor de la Escuela Normal. - 1 vol. en‑12 de 500 páginas. Precio, 3fr 50; en MM. Didier et Ce, editores, quai des Augustin, 35, en París.
Con la excepción de los eruditos, Apolonio de Tyana apenas es conocido excepto por su nombre, e incluso su nombre no es popular, por falta de una historia al alcance de todos. Solo hubo unas pocas traducciones hechas sobre una traducción latina y de un formato inconveniente. Por lo tanto, debemos estar agradecidos al erudito helenista que acaba de sacarlo a la luz mediante una concienzuda traducción hecha del texto original griego, y a los editores por haber llenado, con esta publicación, un lamentable vacío [1].
No hay fechas precisas sobre la vida de Apolonio. Según ciertos cálculos, habría nacido dos o tres años antes que Jesucristo, y muerto a la edad de noventa y seis años hacia fines del siglo primero. Nació en Tyana, una ciudad griega en Capadocia en Asia Menor. Desde temprana edad mostró una gran memoria, una notable inteligencia y mostró un gran ardor por el estudio. De todas las filosofías que estudió, adoptó la de Pitágoras, cuyos preceptos siguió rigurosamente hasta su muerte. Su padre, uno de los ciudadanos más ricos de Tyana, le dejó una considerable fortuna que él dividió entre sus parientes, reservándose sólo una parte muy pequeña de ella, porque, decía, el sabio debe saber contentarse con poco. Viajó mucho para aprender; viajó por Asiria, Escitia, India donde visitó a los brahmanes, Egipto, Grecia, Italia y España, enseñando sabiduría por todas partes; en todas partes amado por la dulzura de su carácter, honrado por sus virtudes y reclutando numerosos discípulos que se agolpaban en sus pasos para escucharlo, y muchos de los cuales lo seguían en sus viajes. Uno de ellos, sin embargo, Éufrates, celoso de su superioridad y de su crédito, se convirtió en su detractor y en su mortal enemigo, y nunca cesó de calumniarle para arruinarle, pero sólo consiguió envilecerse a sí mismo; Apolonio nunca se conmovió por ello, y lejos de concebir ningún resentimiento contra él, lo compadeció por su debilidad y siempre buscó devolver bien por mal. Damis, por el contrario, un joven asirio que conoció en Nínive, se apegó a él con una lealtad inquebrantable, fue el compañero asiduo de sus viajes, el depositario de su filosofía, y le dejó la mayor parte de la información que tenemos.
El nombre de Apolonio de Tyana se mezcla con el de todos los personajes legendarios a quienes la imaginación de los hombres se ha complacido en adornar con los atractivos de lo maravilloso. Cualquiera que sea la exageración de los hechos que se les atribuyen, es evidente que junto a las fábulas hay un trasfondo de verdades más o menos distorsionadas. Ciertamente nadie puede dudar de la existencia de Apolonio de Tyana; lo que es igualmente cierto es que debe haber hecho cosas notables, de lo contrario no habríamos hablado de ellas. Para que la emperatriz Julia Domna, esposa de Septimio Severo, le haya pedido a Filóstrato que escribiera su vida, era necesario que hubiera hecho hablar de él, porque no es probable que ella le hubiera encargado una novela sobre un hombre imaginario u oscuro. Que Philostratus amplió los hechos o que los encontró ampliados es probable e incluso cierto, al menos para algunos, que están más allá de toda probabilidad; pero lo que no es menos cierto es que extrajo la sustancia de su relación de relatos casi contemporáneos y que debieron tener bastante notoriedad para merecer la atención de la Emperatriz. La dificultad es a veces desenredar la fábula de la verdad; en este caso hay personas a las que les resulta más fácil negarlo todo.
Personajes de esta naturaleza son apreciados de forma muy diversa; cada uno los juzga desde el punto de vista de sus opiniones, sus creencias y hasta sus intereses. Apolonio de Tiana fue, más que ningún otro, objeto de controversia, por la época en que vivió y por la naturaleza de sus facultades. Se le atribuía, entre otras cosas, el don de curar, la presciencia, la visión remota, el poder de leer la mente, expulsar demonios, transportarse instantáneamente de un lugar a otro, etc. Pocos filósofos han gozado de mayor popularidad durante su vida. Su prestigio se vio incrementado aún más por la austeridad de su moral, su mansedumbre, su sencillez, su desinterés, su carácter benévolo y su fama de sabio. El paganismo lanzó entonces sus últimos rayos y luchó contra la invasión del cristianismo naciente: quería hacer de él un dios. Las ideas cristianas mezcladas con las ideas paganas, algunos lo hicieron santo; los menos fanáticos vieron en él sólo a un filósofo; esta es la opinión más razonable, y es el único título que jamás tomó, porque negó ser hijo de Júpiter, como algunos pretendían. Aunque contemporáneo de Cristo, no parece haber oído hablar de él, pues en su vida no hay ninguna alusión a lo que estaba pasando entonces en Judea.
Entre los cristianos que lo han juzgado desde entonces, algunos lo han declarado un estafador e impostor; otros, no pudiendo negar los hechos, pretendían que hacía maravillas sólo con la ayuda del demonio, sin pensar que esto era para confesar estas mismas maravillas, y hacer de Satanás el rival de Dios, por la dificultad de distinguir las maravillas divinas de las maravillas diabólicas. Estas son las dos opiniones que han prevalecido en la Iglesia.
El autor de esta traducción ha mantenido una sabia neutralidad; no apoyó ninguna versión y, para poner a todos en condiciones de apreciarlas todas, indica con escrupuloso cuidado todas las fuentes de las que se puede consultar, dejando a cada uno libre para sacar, de la comparación de los argumentos a favor o en contra, la conclusión como le parezca, limitándose a hacer una traducción fiel y concienzuda.
Los fenómenos espíritas, magnéticos y sonámbulos vienen hoy a arrojar una nueva luz sobre los hechos atribuidos a este personaje, al demostrar la posibilidad de ciertos efectos relegados hasta ahora al dominio fantástico de lo maravilloso, y haciendo posible distinguir entre lo posible y lo imposible.
Y, ante todo, ¿qué es lo maravilloso? El escepticismo responde: Es todo lo que, estando fuera de las leyes de la naturaleza, es imposible; luego agrega: Si las historias antiguas abundan en hechos de este tipo, es debido al amor del hombre por lo maravilloso. Pero ¿de dónde viene este amor? lo que no dice, y esto es lo que vamos a intentar explicar; no será inútil para nosotros.
Lo que el hombre llama maravilloso lo transporta en el pensamiento más allá de los límites de lo conocido, y es la íntima aspiración hacia un orden mejor de las cosas, lo que lo hace buscar con avidez lo que pueda conectarlo a él y darle una idea. Esta aspiración le viene de su intuición de que ese orden de cosas debe existir; al no encontrarlo en la tierra, lo busca en la esfera de lo desconocido. Pero ¿no es esta aspiración en sí misma una pista providencial de que hay algo más allá de la vida corporal? Se da sólo al hombre, porque los animales, que no esperan nada, no buscan lo maravilloso. El hombre comprende intuitivamente que hay un poder fuera del mundo visible del que tiene una idea más o menos exacta según el desarrollo de su inteligencia, y con toda naturalidad ve la acción directa de este poder en todos los fenómenos que no comprende; y también una multitud de hechos antes pasados por maravillosos, que, hoy perfectamente explicados, han vuelto al dominio de las leyes naturales. Resultó de esto que se decía que todos los hombres que poseían facultades o conocimientos superiores a los vulgares tenían una parte de este poder invisible, o derivaban su poder de él; se les llamaba magos o hechiceros. La opinión de la Iglesia habiendo hecho prevalecer la idea de que este poder sólo podía provenir del Espíritu del mal, cuando se ejercía fuera de su seno, en tiempos de barbarie e ignorancia, se quemaba a los llamados magos o hechiceros; el progreso de la ciencia los ha reemplazado en la humanidad.
¿Dónde encuentras, dicen los incrédulos, las historias más maravillosas? ¿No es en la antigüedad, entre los pueblos salvajes, entre las clases menos ilustradas? ¿No es esto una prueba de que son producto de la superstición, hija de la ignorancia? Ignorancia, eso es indiscutible, y eso por una razón muy simple. Los antiguos, que sabían menos que nosotros, sin embargo, fueron golpeados por los mismos fenómenos; conociendo menos causas verdaderas, buscaban causas sobrenaturales para las cosas más naturales, y, ayudando a la imaginación, secundada por un lado por el miedo, por otro por el genio poético, bordaban cuentos fantásticos sobre esto, amplificados por el gusto por la alegoría particular de los pueblos de Oriente. Prometeo, sacando del cielo el fuego que lo consumía, pasaría por un ser sobrehumano castigado por su temeridad, por haber usurpado los derechos de Júpiter; Franklin, el moderno Prometeo, es para nosotros simplemente un científico. Montgolfier elevándose en el aire habría sido en tiempos mitológicos un Ícaro; ¿Cómo hubiera sido el señor Poitevin elevándose sobre un caballo?
La ciencia, habiendo devuelto una multitud de hechos al orden natural, ha reducido en gran medida los hechos maravillosos. ¿Pero ella explicó todo? ¿Conoce todas las leyes que gobiernan los mundos? ¿No tiene nada más que aprender? Cada día se desmiente esta orgullosa pretensión. Por lo tanto, no habiendo ahondado aún en todos los secretos de Dios, se sigue que muchos hechos antiguos aún no se han explicado; ahora, admitiendo como posible sólo lo que comprende, le resulta más sencillo llamarlos maravillosos, fantásticos, es decir, inadmisibles por la razón; a sus ojos, todos los hombres que se supone que los produjeron son mitos o impostores, y ante este juicio Apolonio de Tyana no pudo encontrar ningún favor. Aquí está, por lo tanto, condenado por la Iglesia, que admite los hechos, como un secuaz de Satanás, y por los eruditos, que no los admiten, como un hábil juglar.
La ley de la gravitación universal abrió un nuevo camino a la ciencia y dio cuenta de una multitud de fenómenos sobre los que se habían construido teorías absurdas; la ley de las afinidades moleculares ha venido a hacerla dar un nuevo paso; el descubrimiento del mundo microscópico le abrió nuevos horizontes; la electricidad, a su vez, vino a revelarle un nuevo poder que no había sospechado; con cada uno de estos descubrimientos ha visto resueltas muchas dificultades, muchos problemas, muchos misterios mal entendidos o malinterpretados; pero ¡cuántas cosas quedan por aclarar! ¿No podemos admitir el descubrimiento de una nueva ley, de una nueva fuerza que viene a iluminar puntos aún oscuros? ¡Y bien! es un poder nuevo que el Espiritismo viene a revelar, y este poder es la acción del mundo invisible sobre el mundo visible. Al mostrar en esta acción una ley natural, hace retroceder aún más los límites de lo maravilloso y lo sobrenatural, porque explica una multitud de cosas que parecían inexplicables, como otras parecían inexplicables antes del descubrimiento de la electricidad.
¿Se limita el Espiritismo a admitir el mundo invisible como hipótesis y como medio de explicación? No; porque eso sería explicar lo desconocido por lo desconocido; prueba su existencia por hechos patentes, irrefutables, así como el microscopio ha probado la existencia del mundo de lo infinitamente pequeño. Estando así demostrado que el mundo invisible nos rodea, que este mundo es esencialmente inteligente, ya que está compuesto por las almas de los hombres que han vivido, es fácil concebir que pueda desempeñar un papel activo en el mundo visible y producir fenómenos de un orden particular. Estos son los fenómenos que la ciencia, incapaz de explicar por leyes conocidas, llama maravillosos. Estos fenómenos, al ser una ley de la naturaleza, deben haber ocurrido en todo momento; ahora bien, como reposaban sobre la acción de un poder exterior a la humanidad, y como todas las religiones tienen por principio el homenaje rendido a este poder, han servido de base a todas las religiones; por eso los relatos antiguos, así como todas las teogonías, abundan en alusiones y alegorías acerca de las relaciones del mundo invisible con el mundo visible, y que son ininteligibles si no se conocen estas relaciones; querer explicarlos sin eso es querer explicar los fenómenos eléctricos sin electricidad. Esta ley es una llave que abrirá la mayor parte de los misteriosos santuarios de la antigüedad; una vez reconocidos, los historiadores, arqueólogos y filósofos verán desplegarse ante ellos un horizonte completamente nuevo, y la luz brillará en los puntos más oscuros.
Si esta ley todavía encuentra oposición, tiene esto en común con todo lo nuevo; esto también se debe al espíritu materialista que domina nuestro tiempo, y en segundo lugar porque generalmente tenemos una idea tan falsa del mundo invisible que la incredulidad es la consecuencia. El Espiritismo no sólo demuestra su existencia, sino que la presenta en un aspecto tan lógico que ya no hay razón para dudar de quien se toma la molestia de estudiarla concienzudamente.
Sin embargo, no pedimos a los eruditos que crean; pero como el Espiritismo es una filosofía que ocupa un lugar grande en el mundo, como tal, aunque fuera un sueño hueco, merece examen, aunque sólo sea para saber lo que dice. Sólo les pedimos una cosa, y es que la estudien, pero que la estudien a fondo, para no hacerle decir lo que no dice; luego, lo crean o no, con la ayuda de esta palanca, tomada como una simple hipótesis, intenten resolver los miles de cuestiones históricas, arqueológicas, antropológicas, teológicas, psicológicas, morales, sociales, etc., ante las que han fracasado, y verán el resultado. Pedirles fe no es exigir mucho.
Volvamos a Apolonio. Los Antiguos sin duda conocían el magnetismo: encontramos prueba de ello en ciertas pinturas egipcias; también conocían el sonambulismo y la clarividencia, ya que estos son fenómenos psicológicos naturales; conocían las diferentes categorías de Espíritus, a los que llamaban dioses, y sus relaciones con los hombres; los médiums sanadores, clarividentes, parlantes, auditivos, inspirados, etc., debieron darse entre ellos como en nuestro tiempo, como vemos numerosos ejemplos entre los árabes; con la ayuda de estos datos y del conocimiento de las propiedades del periespíritu, la envoltura corporal fluídica de los Espíritus, se pueden realizar perfectamente varios de los hechos atribuidos a Apolonio de Tiana, sin recurrir a la magia, la hechicería o los malabares. Decimos de varios, porque hay algunos de los cuales el mismo Espiritismo demuestra la imposibilidad; es en esto que sirve para distinguir entre la verdad y el error. Dejamos a los que han hecho un estudio serio y completo de esta ciencia la tarea de establecer la distinción entre lo posible y lo imposible, lo que les será fácil.
Consideremos ahora a Apolonio desde otro punto de vista. Junto al médium, que para entonces hacía de él un ser casi sobrenatural, estaba en él el filósofo, el sabio. Su filosofía se dejaba sentir por la dulzura de sus modales y su carácter, por su sencillez en todas las cosas. Podemos juzgar de esto por algunas de sus máximas.
Habiendo reprochado a los lacedemonios (habitantes de la antigua Esparta) degenerados y afeminados, que se habían aprovechado de su consejo, escribió a los éforos: “Apolonio a los éforos, saludos. Los verdaderos hombres no deben cometer errores; pero pertenece sólo a los hombres de corazón, si cometen faltas, reconocerlas.”
Los lacedemonios, habiendo recibido una carta de reproche del emperador, estaban indecisos entre conjurar su ira o responderle con orgullo; consultaron a Apolonio sobre la forma de su respuesta; vino a la asamblea y dijo sólo estas palabras: "Si Palamedes inventó la escritura, no fue sólo para que se pudiera escribir, sino para que se supiera cuándo no se debía escribir.”
Telesino, cónsul romano, interrogando a Apolonio, le preguntó: “Cuando te acercas a los altares, ¿cuál es tu oración? - Pido a los dioses que reine la justicia, que se respeten las leyes, que los sabios sean pobres, que los demás se enriquezcan; pero de manera honesta. - ¡Qué! cuando pides tantas cosas; ¿crees que te lo conceden? - Sin duda, porque todo eso lo pido en una sola palabra; y, acercándome a los altares, digo: “¡Oh dioses! dame lo que me corresponde. Si soy del número de los justos, obtendré más de lo que he dicho; si, por el contrario, los dioses me colocan entre los malvados, me castigarán, y no podré reprochar a los dioses si, no siendo bueno, soy castigado.”
Vespasiano hablando con Apolonio sobre la manera de gobernar cuando fuera emperador, le dijo: "Viendo el imperio degradado por los tiranos que acabo de nombrarte, quise tomar de ti consejo sobre la manera de elevarlo en la estima de hombres. - Un día, dice Apolonio, un flautista muy hábil envió a sus alumnos a los peores flautistas para enseñarles cómo no tocar. Ya sabes, Vespasiano, cómo no reinar: tus predecesores te enseñaron esto. Consideremos ahora cómo reinar bien.”
Estando en prisión en Roma, bajo Domiciano, pronunció un discurso a los prisioneros para recordarles valor y resignación, y les dijo:
“Todos nosotros estamos en prisión por la duración de lo que se llama vida. Nuestra alma, ligada a este cuerpo perecedero, sufre de numerosos males, y es esclava de todas las necesidades de la condición del hombre.”
En su prisión, respondiendo a un emisario de Domiciano que le instó a acusar a Nerva para obtener su libertad, dijo: "Amigo mío, si he sido encadenado por haberle dicho la verdad a Domiciano, ¿qué será de mí, por mentirle? El Emperador piensa que es la franqueza lo que merece hierros, y yo creo que son las mentiras.”
En una carta al Éufrates: “Pregunté a los ricos si no tenían preocupaciones. "¿Cómo podríamos no tener ninguna?" ellos me dijeron. - "¿Y de dónde vienen tus preocupaciones?" - De nuestras riquezas.”
Éufrates, te compadezco, porque acabas de hacerte rico. “
A lo mismo: “Los hombres más sabios son los más breves en sus discursos. Si los habladores sufrieran lo que hacen sufrir a los demás, no hablarían tanto. “
Otra a Critón: “Pitágoras decía que la medicina es la más divina de las artes. Si la medicina es el arte más divino, el médico debe tratar tanto con el alma como con el cuerpo. ¿Cómo podría un ser estar sano, cuando la parte más importante de sí mismo está enferma? “
Otra a los platónicos: “Si ofreces dinero a Apolonio, y le pareces estimable, no tendrá dificultad en aceptarlo, si lo necesita. Pero un salario por lo que enseña, nunca, ni siquiera en la necesidad, lo aceptará.”
Otra a Valerio: “Nadie muere sino en apariencia, así como nadie nace sino en apariencia. En efecto, el paso de la esencia a la sustancia es lo que se llama nacer; y lo que se ha llamado morir es, por el contrario, el paso de la sustancia a la esencia.
A los sacerdotes de Olimpia: “Los dioses no necesitan sacrificios. ¿Qué hay que hacer para complacerlos? Es necesario, si no me equivoco, buscar adquirir la sabiduría divina y prestar, en lo posible, servicio a quienes lo merecen. Esto es lo que los dioses aman. Los impíos mismos pueden hacer sacrificios.”
A los Efesios del templo de Diana: "Habéis conservado todos los ritos del sacrificio, todo el esplendor de la realeza. Como banqueteros y alegres invitados, sois irreprensibles; pero ¡qué reproches no tenemos que haceros, como vecinos de la diosa noche y día! ¿No es de vuestro origen de donde salen todos los ladrones, bandoleros, traficantes de esclavos, todos los hombres injustos e impíos? El templo es una cueva de ladrones.”
A los que se creen sabios: “¿Dices que eres uno de mis discípulos? ¡Y bien! añade que os quedáis siempre en casa, que nunca vayáis a los baños termales, que no matáis animales, que no comes carne, que estáis libre de toda pasión, envidia, malignidad, odio, calumnia, rencor, que finalmente estáis entre el número de hombres libres. No hagáis como los que, con discursos mentirosos, hacen creer que viven de una manera, mientras que viven de una manera totalmente opuesta.”
A su hermano Hestiée: “En todas partes soy visto como un hombre divino; en algunos lugares hasta me toman por un dios. En mi patria, por el contrario, he sido hasta ahora incomprendido. ¿Deberíamos sorprendernos? Vosotros mismos, hermanos míos, lo veo, aún no estáis convencidos de que soy superior a muchos hombres en el habla y la moral. ¿Y cómo me engañaron mis conciudadanos y mis padres? ¡Pobre de mí! ¡Este error es muy doloroso para mí! Sé que es hermoso considerar a toda la tierra como patria y a todos los hombres como hermanos y amigos, ya que todos descienden de Dios y son de la misma naturaleza, ya que todos tienen igualmente las mismas pasiones, ya que todos son hombres también, ya sea nacieron griegos o bárbaros.”
Estando en Catania, en Sicilia, en una instrucción dada a sus discípulos, dijo, hablando del Etna: "Al oírlos, bajo esta montaña gime algún gigante encadenado, Tifeo o Encelado, que en su larga agonía vomita todo este fuego. Estoy de acuerdo en que ha habido gigantes; porque, en varios lugares, las tumbas entreabiertas nos han mostrado huesos que indican hombres de tamaño extraordinario; pero no puedo admitir que entraron en conflicto con los dioses; a lo sumo tal vez ultrajaron sus templos y sus estatuas. Pero que escalaron el cielo y expulsaron a los dioses de él, es una tontería decirlo, es una tontería creerlo. Otra fábula, que parece menos irreverente hacia los dioses, y que sin embargo no debemos hacer más caso, es que Vulcano trabaja en la fragua en las profundidades del Etna, y que constantemente hace resonar el yunque. Hay, en diferentes puntos de la tierra, otros volcanes, y uno no se atreve a decir que hay tantos gigantes y vulcanos.”
A algunos lectores les hubiera resultado más interesante citar las maravillas de Apolonio para comentarlas y explicarlas; pero queríamos sobre todo mostrar en él al filósofo y al sabio más que al taumaturgo. Podemos tomar o rechazar lo que queramos de los hechos maravillosos que se le atribuyen, pero creemos que es difícil que un hombre que dice tales palabras, que profesa y practica tales principios, sea un prestidigitador, un engañador o un endemoniado.
En efecto, de los prodigios, citaremos sólo uno que atestigua suficientemente una de las facultades de que estaba dotado.
Después de un relato detallado del asesinato de Domiciano, Philostratus agrega:
“Mientras sucedían estos hechos en Roma, Apolonio los vio en Éfeso. Domiciano fue atacado por Clemente alrededor del mediodía; el mismo día, a la misma hora, Apolonio estaba dando una conferencia en los jardines contiguos a las xistas. De repente, bajó un poco la voz, como presa de un susto repentino. Continuó su discurso, pero su lenguaje no tuvo la fuerza habitual, como les sucede a los que hablan pensando en otra cosa. Luego se quedó en silencio como lo hacen los que han perdido el hilo de su discurso; lanzó miradas aterradoras hacia el suelo, dio tres o cuatro pasos hacia adelante y exclamó: "¡Golpead al tirano!" ¡Golpead! Era como si viera, no la imagen del hecho en un espejo, sino el hecho mismo en toda su realidad. Los Efesios (pues todo Éfeso estaba presente en el discurso de Apolonio) quedaron atónitos. Apolonio hizo una pausa, como un hombre que intenta ver el resultado de un evento dudoso. Finalmente exclamó: “Ánimo, Efesios. El tirano fue asesinado hoy. ¿Qué estoy diciendo hoy? ¡Por Minerva! acaba de ser asesinado en el mismo momento, mientras yo me interrumpía. Los Efesios creían que Apolonio había perdido la cabeza; deseaban mucho que hubiera dicho la verdad, pero temían que de este discurso resultara algún peligro para ellos. "No me sorprende", dijo Apolonio, "si la gente no me cree todavía: Roma misma no lo sabe del todo". Pero ahora se entera, la noticia corre, ya miles de ciudadanos le creen; hace saltar de alegría doblemente a aquellos hombres, y cuadruplicado, ya todo el pueblo. El ruido llegará hasta aquí; podéis aplazar, hasta el momento en que se os informe del hecho, el sacrificio que debéis ofrecer a los dioses en esta ocasión; en cuanto a mí, les voy a dar gracias por lo que he visto. Los Efesios permanecieron en su incredulidad; pero pronto llegaron mensajeros para anunciarles las buenas nuevas, y dar testimonio a favor de la ciencia de Apolonio; porque la muerte del tirano, el día en que fue consumado, la hora del mediodía, el autor del asesinato que Apolonio había alentado, todos estos detalles se encontraron de acuerdo exactamente con los que los dioses le habían mostrado el día de su discurso a los Efesios.”
Era suficiente, en ese momento, para hacerlo pasar por un hombre divino. Hoy en día nuestros eruditos lo habrían llamado un visionario; para nosotros, estaba dotado de la clarividencia explicada por el Espiritismo. (Ver la teoría del sonambulismo y la segunda vista en el Libro de los Espíritus, no. 455.)
Su muerte presentó otra maravilla. Habiendo entrado una tarde en el templo de Dictynne en Linde, en Creta, a pesar de los feroces perros que custodiaban la entrada y que, en lugar de ladrar a su llegada, vinieron a acariciarlo, fue arrestado por los guardianes del templo por esto, como un mago, y cargado con cadenas. Durante la noche desapareció de la vista de los guardias, sin dejar rastro y sin que se hubiera encontrado su cuerpo. Entonces escuchamos, se dice, las voces de muchachas jóvenes cantando: “Dejad la tierra; ¡Ve al cielo, ve! como para instarlo a elevarse de la tierra a las regiones más altas.
Philostratus termina el relato de su vida así:
“Incluso desde su desaparición, Apolonio ha defendido la inmortalidad del alma y enseñado que lo que se dice sobre ella es verdad. Había entonces en Tyana cierto número de jóvenes aficionados a la filosofía; la mayoría de sus discusiones eran sobre el alma. Uno de ellos no podía admitir que era inmortal. “Hace diez meses”, dijo, “que le pido a Apolonio que me revele la verdad sobre la inmortalidad del alma; pero está tan muerto que mis oraciones son en vano, y no se me ha aparecido, ni siquiera para probarme que era inmortal.” Cinco días después discutió el mismo tema con sus compañeros, luego se durmió en el mismo lugar donde había tenido lugar la discusión. De repente dio un salto como en un ataque de locura: estaba medio dormido y cubierto de sudor. "Te creo", exclamó. Sus compañeros le preguntaron qué le pasaba. “¿No ven, les respondió, al sabio Apolonio? Él está en medio de nosotros, escuchando nuestra discusión y recitando canciones melodiosas en el alma. - Dónde está? decían los otros, que no la vemos, y es una felicidad que preferiríamos a todos los bienes de la tierra. - Parece que vino solo por mí: quiere informarme de lo que me negué a creer. Escucha pues, escucha los cánticos divinos que me hace oír:”
“El alma es inmortal; no es tuyo, es de la Providencia. Cuando el cuerpo está exhausto, como veloz correo cruzando la cantera, el alma brota y se precipita por espacios etéreos, llena de desprecio por la triste y dura esclavitud que ha sufrido. ¡Pero qué te importan estas cosas! Los conocerás cuando ya no estés. Mientras estés entre los vivos, ¿por qué buscas penetrar estos misterios?”
“Tal es el claro oráculo de Apolonio sobre los destinos del alma; quiso que, conociendo nuestra naturaleza, camináramos con el corazón alegre hacia la meta que las Parcas nos fijaron.””
La aparición de Apolonio después de su muerte es tratada como una alucinación por la mayoría de sus comentaristas, cristianos o no, quienes han afirmado que la imaginación del joven fue golpeada por el mismo deseo que tenía de verlo, lo que le hace pensar que lo vio. Sin embargo, la Iglesia siempre ha admitido este tipo de apariciones; cita muchos ejemplos que reconoce como auténticos. El Espiritismo viene a explicar el fenómeno, a partir de las propiedades del periespíritu, envoltura o cuerpo fluídico del Espíritu, el cual, por una especie de condensación, toma una apariencia visible, pudiendo, como sabemos, tomar una tangible. Sin el conocimiento de la ley constitutiva de los Espíritus, este fenómeno es maravilloso; esta ley conocida, lo maravilloso desaparece para dar paso a un fenómeno natural. (Véase en el Libro de los Médiums la teoría de las manifestaciones visuales, capítulo VI.) Admitiendo que este joven había sido el juguete de una ilusión, quedaría a los negadores explicar las palabras que atribuye a Apolonio, palabras sublimes y completamente opuestas a las ideas que acababa de apoyar un momento antes.
¿Qué le faltaba a Apolonio para ser cristiano? Muy poco, como podemos ver. ¡Dios no permita que establezcamos un paralelo entre él y Cristo! Lo que prueba la indiscutible superioridad de éste, y la divinidad de su misión, es la revolución producida en el mundo entero por la doctrina que él, oscuro, y sus apóstoles tan oscuros como él, predicaron, mientras la de Apolonio moría con él. ¡Sería, pues, una impiedad presentarlo como un rival de Cristo! Pero, si estamos dispuestos a prestar atención a lo que dice sobre el tema del culto pagano, veremos que condena sus formas supersticiosas y les asesta un golpe terrible para sustituirlas por ideas más sanas. Si hubiera hablado así en tiempo de Sócrates, habría pagado, como éste, con su vida lo que se habría llamado su impiedad; pero en la época en que vivió, las creencias paganas habían tenido su momento y él fue escuchado. Por su moralidad, preparó a los paganos entre los que vivía para recibir con menos dificultad las ideas cristianas, a las que sirvió de transición. Por tanto, creemos tener razón al decir que sirvió de vinculo entre el paganismo y el cristianismo. En este sentido, quizás él también tuvo su misión. Podría ser escuchado por los gentiles, y no lo habría sido por los judíos.
[1] Apolonio de Tyana, su vida, sus viajes, sus maravillas; por Filóstrato. Nueva traducción realizada sobre el texto griego, por el Sr. Chassang, profesor de la Escuela Normal. - 1 vol. en‑12 de 500 páginas. Precio, 3fr 50; en MM. Didier et Ce, editores, quai des Augustin, 35, en París.
Respuesta
a “Abeille Agénaise”, por el Sr. Dombre
Leemos en la Abeille Agenaise del 25 de mayo de 1862 el siguiente artículo:
“Tenemos ante nosotros un escrito de encantadora gracia titulado: Charlas Espíritas. El autor de Cazenove de Pradines, ex presidente de la Sociedad de Agricultura, Ciencias y Artes de Agen, dejó muy recientemente al Sr. Magen el gusto y el cuidado de leerlo a nuestra Academia. No hace falta decir con qué interés se recibió esta comunicación.
“El señor de Cazenove resume así las doctrinas de la nueva secta, tomándolas del Libro de los Espíritus:
“1. Los Espíritus de un orden superior generalmente solo permanecen en la tierra por un corto tiempo.
“2. Los Espíritus vulgares son de algún modo sedentarios allí y constituyen la masa de la población ambiental del mundo invisible. Han conservado, más o menos, los mismos gustos y las mismas inclinaciones que tenían bajo su envoltura corporal. Incapaces de satisfacer sus pasiones, disfrutan de quienes se abandonan a ellos y los excitan.
“3. Sólo los espíritus inferiores pueden lamentar las alegrías que están en afinidad con la impureza de su naturaleza.
“4. Los Espíritus no pueden degenerar; pueden permanecer estacionarios, pero no retrogradan.
“5 Todos los Espíritus llegarán a ser perfectos.
“6. Los Espíritus imperfectos buscan apoderarse del hombre, dominarlo; están felices de hacerlo sucumbir.
“7. Los Espíritus se sienten atraídos por su simpatía por la naturaleza moral del médium que los evoca. Los Espíritus inferiores a menudo toman prestados nombres venerados para engañar mejor.
“Según estos datos, el Sr. de Cazenove, con la sutileza y la sagacidad de talento que le caracterizan, compuso dos entrevistas en las que toca los dos extremos del cuerpo social. Por medio del órgano de un (supuesto) médium, evoca por un lado a los Espíritus inferiores, personificados en la figura de un célebre bandolero, de Cartouche, por ejemplo, y los admite a un singular coloquio que demuestra la perversidad de una doctrina semejante. Por otra parte, son los Espíritus de orden superior los que entran en relación con los hombres de la época contemporánea. El contraste es sin duda llamativo, y nadie ha podido plasmar con más fidelidad, tacto y alegría, todo lo que la doctrina epicúrea, resumida en el Espíritu de Horacio y Lucrecio, contiene en ideas deplorables y decepcionantes.
“Lamentamos profundamente no poder poner la obra del Sr. de Cazenove íntegramente ante los ojos de nuestros lectores. Habrían aplaudido, estamos seguros, no sólo por la forma irreprochable y perfectamente académica de este escrito, sino también por el alto pensamiento moral que lo domina, pues condena sin debilidad un sistema lleno de seducciones y peligros reales.”
J. Serret.
Leemos en la Abeille Agenaise del 25 de mayo de 1862 el siguiente artículo:
“Tenemos ante nosotros un escrito de encantadora gracia titulado: Charlas Espíritas. El autor de Cazenove de Pradines, ex presidente de la Sociedad de Agricultura, Ciencias y Artes de Agen, dejó muy recientemente al Sr. Magen el gusto y el cuidado de leerlo a nuestra Academia. No hace falta decir con qué interés se recibió esta comunicación.
“El señor de Cazenove resume así las doctrinas de la nueva secta, tomándolas del Libro de los Espíritus:
“1. Los Espíritus de un orden superior generalmente solo permanecen en la tierra por un corto tiempo.
“2. Los Espíritus vulgares son de algún modo sedentarios allí y constituyen la masa de la población ambiental del mundo invisible. Han conservado, más o menos, los mismos gustos y las mismas inclinaciones que tenían bajo su envoltura corporal. Incapaces de satisfacer sus pasiones, disfrutan de quienes se abandonan a ellos y los excitan.
“3. Sólo los espíritus inferiores pueden lamentar las alegrías que están en afinidad con la impureza de su naturaleza.
“4. Los Espíritus no pueden degenerar; pueden permanecer estacionarios, pero no retrogradan.
“5 Todos los Espíritus llegarán a ser perfectos.
“6. Los Espíritus imperfectos buscan apoderarse del hombre, dominarlo; están felices de hacerlo sucumbir.
“7. Los Espíritus se sienten atraídos por su simpatía por la naturaleza moral del médium que los evoca. Los Espíritus inferiores a menudo toman prestados nombres venerados para engañar mejor.
“Según estos datos, el Sr. de Cazenove, con la sutileza y la sagacidad de talento que le caracterizan, compuso dos entrevistas en las que toca los dos extremos del cuerpo social. Por medio del órgano de un (supuesto) médium, evoca por un lado a los Espíritus inferiores, personificados en la figura de un célebre bandolero, de Cartouche, por ejemplo, y los admite a un singular coloquio que demuestra la perversidad de una doctrina semejante. Por otra parte, son los Espíritus de orden superior los que entran en relación con los hombres de la época contemporánea. El contraste es sin duda llamativo, y nadie ha podido plasmar con más fidelidad, tacto y alegría, todo lo que la doctrina epicúrea, resumida en el Espíritu de Horacio y Lucrecio, contiene en ideas deplorables y decepcionantes.
“Lamentamos profundamente no poder poner la obra del Sr. de Cazenove íntegramente ante los ojos de nuestros lectores. Habrían aplaudido, estamos seguros, no sólo por la forma irreprochable y perfectamente académica de este escrito, sino también por el alto pensamiento moral que lo domina, pues condena sin debilidad un sistema lleno de seducciones y peligros reales.”
Respuesta
del Sr. Dombre
Estimado editor,
Fui el primero en saborear las intuiciones finas y delicadas dadas por el Sr. de Cazenove de Pradines en el dominio de la Doctrina Espírita. El escrito titulado: Charlas Espíritas, que tuve en mi poder, y que se menciona en su estimable periódico del domingo 25 de mayo, es en verdad encantadoramente gracioso, y no desmiente el carácter de sagacidad y de talento que distingue a su autor. Esta escritura es una flor de la que admiro los colores y el brillo, y de la que me abstendré, por el momento, de alterar la tersura por el contacto de la menor palabra de crítica indiscreta; pero vuestro entusiasmo por estos diálogos picantes, más ingeniosos que ofensivos para la doctrina, os han hecho proferir errores que es deber de todo buen Espírita, y mío principalmente, señalaros.
Debo decir ante todo que las citas escogidas aquí y allá en el Libro de los Espíritus están hábilmente agrupadas para presentar la doctrina bajo una luz desfavorable; pero cualquier hombre prudente y de buena fe querrá leer el Libro de los Espíritus en su totalidad y meditar en ello.
1. Hablas de las doctrinas de la nueva secta. El Espiritismo, permítanme decirles, no es ni una religión ni una secta. El Espiritismo es una enseñanza dada a los hombres por los Espíritus que pueblan el espacio y que no son sino las almas de los que han vivido. Sin saberlo, estamos sujetos a su constante influencia; son una potencia de la naturaleza, como la electricidad es otra desde otro punto de vista; su existencia y presencia se evidencian por hechos evidentes y palpables.
2. Tú dices: La perversidad de tal doctrina. ¡Tenga cuidado! El Espiritismo no es otro que el cristianismo en su pureza no tiene otro lema inscrito en su bandera que: Amor y caridad. ¿Es esto entonces perversidad?
3. Finalmente, hablas de un sistema lleno de seducciones y peligros reales. Sí, está lleno de seducciones, lleno de atractivos, porque es hermoso, grande, justo, consolador y digno en todo de la perfección de Dios. Sus peligros, ¿dónde están? Vanamente se buscan en la práctica del Espiritismo; uno encuentra allí sólo consuelo y mejora moral. Pregúntense a París, Lyon, Burdeos, Metz, etc., cuál es el efecto que produce en las masas esta nueva creencia. Lyon, sobre todo, le dirá de qué fuente han sacado sus trabajadores desempleados tanta resignación y fuerza para soportar las privaciones de todo tipo.
No sé si los libreros de Agen ya se han provisto de los siguientes libros: ¿Qué es el Espiritismo? - el Libro de los Espíritus, el Libro de los Médiums; pero deseo de todo corazón que su pequeño informe despierte la atención de los indiferentes, los haga buscar estas obras y forme un núcleo Espírita en la capital de nuestro departamento. Esta doctrina, destinada a regenerar el mundo, avanza a pasos agigantados, ¿y será Agen una de las últimas ciudades donde el Espiritismo vendría a tomar ciudadanía? Tu articulito es, lo considero así, como una piedra que traes al edificio, y admiro una vez más los medios que Dios utiliza para alcanzar sus fines.
Su imparcialidad y su deseo de llegar, mediante la discusión, a la verdad son para mí una garantía segura de que admitirá en las columnas de su periódico mi carta en respuesta a su artículo del 25 de mayo.
Aceptar, etc.
Dombre (de Marmande).
A esta carta, el editor se limita, en su diario del 1 de junio, a decir esto:
“El Sr. Dombre nos escribe desde Marmande sobre nuestras reflexiones sobre el Libro de los Espíritus y los diálogos que sugirió al honorable Sr. de Cazenove de Pradines. Esta nueva enseñanza, como quiere llamarla el Sr. Dombre, no podría tener, a nuestros ojos, el mismo valor y el mismo prestigio que parece ejercer en el sitio de nuestro ingenioso corresponsal.
(Sr. Dombre ha enviado varias veces versos y similares a esta revista.)
“Respetamos las convicciones de nuestros opositores, aunque estén basadas en principios erróneos; pero creemos que debemos mantener, a pesar de la leal y sincera defensa que Sr. Dombre hace de esta doctrina, la expresión de un sentir sobre un sistema completamente fuera de los caminos de la verdad.
La Abeille Agenaise no puede, por tanto, entregarse a la propaganda de ideas esencialmente peligrosas, y el Sr. Dombre comprenderá todo el pesar que sentimos por no poder asociarnos a la manifestación de sus deseos.”
J. Serret.
Observación. - Reservarse el derecho de atacar, y no admitir la respuesta, es una forma conveniente de tener razón; queda por ver si es el de llegar a la verdad. Si una doctrina que tiene como base fundamental la caridad y el amor al prójimo, que hace mejores a los hombres, que les hace renunciar a los hábitos del desorden, que da fe a los que en nada creían, que hace orar a los que no oraban más, que restaura unión en familias divididas, que previene el suicidio; si, decimos, que tal doctrina es perversa, ¿qué serán entonces los que son impotentes para producir estos resultados? El Sr. Serret teme ayudar a la propagación con una polémica, por lo que prefiere hablar solo. ¡Y bien! que hable solo todo el tiempo que quiera, el resultado será, no obstante, el que ha sido en todas partes: llamar la atención y reclutar partidarios de la doctrina.
A.K.
Estimado editor,
Fui el primero en saborear las intuiciones finas y delicadas dadas por el Sr. de Cazenove de Pradines en el dominio de la Doctrina Espírita. El escrito titulado: Charlas Espíritas, que tuve en mi poder, y que se menciona en su estimable periódico del domingo 25 de mayo, es en verdad encantadoramente gracioso, y no desmiente el carácter de sagacidad y de talento que distingue a su autor. Esta escritura es una flor de la que admiro los colores y el brillo, y de la que me abstendré, por el momento, de alterar la tersura por el contacto de la menor palabra de crítica indiscreta; pero vuestro entusiasmo por estos diálogos picantes, más ingeniosos que ofensivos para la doctrina, os han hecho proferir errores que es deber de todo buen Espírita, y mío principalmente, señalaros.
Debo decir ante todo que las citas escogidas aquí y allá en el Libro de los Espíritus están hábilmente agrupadas para presentar la doctrina bajo una luz desfavorable; pero cualquier hombre prudente y de buena fe querrá leer el Libro de los Espíritus en su totalidad y meditar en ello.
1. Hablas de las doctrinas de la nueva secta. El Espiritismo, permítanme decirles, no es ni una religión ni una secta. El Espiritismo es una enseñanza dada a los hombres por los Espíritus que pueblan el espacio y que no son sino las almas de los que han vivido. Sin saberlo, estamos sujetos a su constante influencia; son una potencia de la naturaleza, como la electricidad es otra desde otro punto de vista; su existencia y presencia se evidencian por hechos evidentes y palpables.
2. Tú dices: La perversidad de tal doctrina. ¡Tenga cuidado! El Espiritismo no es otro que el cristianismo en su pureza no tiene otro lema inscrito en su bandera que: Amor y caridad. ¿Es esto entonces perversidad?
3. Finalmente, hablas de un sistema lleno de seducciones y peligros reales. Sí, está lleno de seducciones, lleno de atractivos, porque es hermoso, grande, justo, consolador y digno en todo de la perfección de Dios. Sus peligros, ¿dónde están? Vanamente se buscan en la práctica del Espiritismo; uno encuentra allí sólo consuelo y mejora moral. Pregúntense a París, Lyon, Burdeos, Metz, etc., cuál es el efecto que produce en las masas esta nueva creencia. Lyon, sobre todo, le dirá de qué fuente han sacado sus trabajadores desempleados tanta resignación y fuerza para soportar las privaciones de todo tipo.
No sé si los libreros de Agen ya se han provisto de los siguientes libros: ¿Qué es el Espiritismo? - el Libro de los Espíritus, el Libro de los Médiums; pero deseo de todo corazón que su pequeño informe despierte la atención de los indiferentes, los haga buscar estas obras y forme un núcleo Espírita en la capital de nuestro departamento. Esta doctrina, destinada a regenerar el mundo, avanza a pasos agigantados, ¿y será Agen una de las últimas ciudades donde el Espiritismo vendría a tomar ciudadanía? Tu articulito es, lo considero así, como una piedra que traes al edificio, y admiro una vez más los medios que Dios utiliza para alcanzar sus fines.
Su imparcialidad y su deseo de llegar, mediante la discusión, a la verdad son para mí una garantía segura de que admitirá en las columnas de su periódico mi carta en respuesta a su artículo del 25 de mayo.
Aceptar, etc.
A esta carta, el editor se limita, en su diario del 1 de junio, a decir esto:
“El Sr. Dombre nos escribe desde Marmande sobre nuestras reflexiones sobre el Libro de los Espíritus y los diálogos que sugirió al honorable Sr. de Cazenove de Pradines. Esta nueva enseñanza, como quiere llamarla el Sr. Dombre, no podría tener, a nuestros ojos, el mismo valor y el mismo prestigio que parece ejercer en el sitio de nuestro ingenioso corresponsal.
(Sr. Dombre ha enviado varias veces versos y similares a esta revista.)
“Respetamos las convicciones de nuestros opositores, aunque estén basadas en principios erróneos; pero creemos que debemos mantener, a pesar de la leal y sincera defensa que Sr. Dombre hace de esta doctrina, la expresión de un sentir sobre un sistema completamente fuera de los caminos de la verdad.
La Abeille Agenaise no puede, por tanto, entregarse a la propaganda de ideas esencialmente peligrosas, y el Sr. Dombre comprenderá todo el pesar que sentimos por no poder asociarnos a la manifestación de sus deseos.”
Observación. - Reservarse el derecho de atacar, y no admitir la respuesta, es una forma conveniente de tener razón; queda por ver si es el de llegar a la verdad. Si una doctrina que tiene como base fundamental la caridad y el amor al prójimo, que hace mejores a los hombres, que les hace renunciar a los hábitos del desorden, que da fe a los que en nada creían, que hace orar a los que no oraban más, que restaura unión en familias divididas, que previene el suicidio; si, decimos, que tal doctrina es perversa, ¿qué serán entonces los que son impotentes para producir estos resultados? El Sr. Serret teme ayudar a la propagación con una polémica, por lo que prefiere hablar solo. ¡Y bien! que hable solo todo el tiempo que quiera, el resultado será, no obstante, el que ha sido en todas partes: llamar la atención y reclutar partidarios de la doctrina.
Miembros
de honor de la Sociedad de París
La Sociedad Espírita de París, para dar testimonio de su simpatía y de su gratitud hacia las personas que prestan notables y eficaces servicios a la causa del Espiritismo, con su celo, su devoción, su desinterés, y que, si es necesario, saben cómo testimoniar con su persona, les confiere el título de miembro de honor. Se complace en reconocer de esta manera la contribución que hacen al trabajo común los dirigentes y fundadores de sociedades o grupos que se colocan bajo la misma bandera y que se orientan según los principios del Espiritismo serio, con vistas a la obtención de resultados morales. Los motivos que les guían son menos palabras que acciones. Los tiene no sólo en varias localidades de Francia y Argelia, sino en países extranjeros: en Italia, España, Austria, Polonia, Constantinopla, América, etc.
El señor Dombre, de Marmande, quien, desde que se inició en el Espiritismo, nunca dejó de promoverlo y defenderlo abiertamente, mereció esta distinción. Al anunciar su nombramiento, le preguntamos si nos autorizaba a publicar su carta al Padre F… (ver el artículo del mes anterior). Su respuesta merece ser citada; muestra cómo algunos seguidores entienden su función.
“Marmande, 10 de agosto de 1862.
“Señor Allan Kardec,
“Acepto con gratitud el título de miembro de honor de la Sociedad Espírita de París. Para responder a tal distinción, que obliga, y al testimonio de simpatía de parte de los miembros de esta sociedad que tuvieron la amabilidad de conferirme este título, siempre y en todas partes me esforzaré por ayudar, dentro de los límites de mis medios, a la propagación de una doctrina que me hace feliz aquí abajo y lo hará también, en un tiempo más o menos lejano, la de aquellos que aún quieren mantener la venda de la incredulidad sobre sus ojos. No veo ningún obstáculo, ningún inconveniente para la publicación de mi respuesta al director de la Abeille Agénaise y de mi carta a P. F…. Mi carta a este último está firmada: Un católico; no creo que ninguno de los lectores del periódico piense que el autor quería esconderse tras el velo de lo anónimo: el respeto humano no tiene control sobre mí; me río de las risas, porque estoy en la verdad. Todo buen Espírita debe, con su ejemplo, dinamizar a los seguidores tímidos y enseñarles a llevar en alto y firme la bandera de su creencia.
“Por favor, señor, presente mi más sincero agradecimiento a la honorable Sociedad a la que hoy me complace pertenecer y aceptar, etc.
Dombre, dueño.
¿El miedo al qué se dirá? ha disminuido singularmente hoy, en lo que se refiere al Espiritismo, y es muy pequeño el número de los que ocultan su opinión; ya no se compone de aquellos que temen perder una posición que les hace vivir, y entre este número hay muchos más sacerdotes de los que uno podría pensar; conocemos personalmente a más de un centenar de ellos. Pero, aparte de eso, notamos en todas las posiciones sociales, entre funcionarios públicos, oficiales de todos los grados, médicos, etc., una multitud de personas que, hace sólo un año, no se habrían declarado Espíritas, y que, hoy, se enorgullecen de ello. Este coraje de la opinión pública que desafía la burla tiene como consecuencia, en primer lugar, dar cortes a los tímidos; en segundo lugar, demostrar que el número de seguidores es mayor de lo que se creía; finalmente imponer silencio a los escarnecedores, sorprendidos de oír por doquier resonar en sus oídos la palabra Espiritismo, de gente a la que uno mira dos veces antes de burlarse. También notamos que los burladores han bajado singularmente su tono por algún tiempo; unos años más como los que acaban de pasar, y su papel habrá terminado, porque se encontrarán abrumados por todos lados por la opinión pública.
Sr. Dombre no sólo tiene el valor de su opinión, tiene el de la acción; resueltamente sobre la marcha se enfrenta a sus adversarios provocándolos a discusión, y ahora un periodista rechaza con un fin de inadmisibilidad que traiciona su debilidad, y un predicador al que se le ofrece la mejor oportunidad para exponer sus argumentos y dar un golpe a la doctrina, y que se va diciendo que no tiene tiempo para contestar. ¿No es eso abandonar el campo de batalla? Si estaba seguro de sí mismo, si la religión estaba de por medio, ¿qué quedaba para derrocar a su antagonista? En tal caso, abandonar el juego es perderlo. Un predicador tiene una inmensa ventaja sobre un abogado, es que habla sin contradictor; él puede decir lo que quiera, nadie puede refutarlo. Es, al parecer, así como los adversarios del Espiritismo entienden la controversia.
Sr. Dombre no es el único que, en alguna ocasión, ha sabido resistir al temporal: Burdeos, Lyon y muchas otras poblaciones menos importantes, incluso simples pueblos, nos han ofrecido numerosos ejemplos, que se multiplicarán día a día; y dondequiera que los seguidores mostraron firmeza y energía, los antagonistas moderaron su jactancia.
Hasta ahora este coraje de opinión y acción se ha encontrado mucho más en las clases medias y de menos importancia que en las clases altas; pero que un hombre de nombre popular, justamente estimado y honrado, influyente por sus talentos, su posición o su rango, un día se haga cargo de la causa del Espiritismo y levante abiertamente su bandera, ¿osaremos acusar de locura a aquel cuyo talento y genio ha sido exaltado? ¿No acallará su voz los gritos de incredulidad? ¡Y bien! este hombre se levantará, os lo aseguro; a su voz se unirán los disidentes, cediendo a la influencia de su autoridad moral; él también tendrá su misión, una misión providencial como la de todos los hombres que hacen avanzar a la humanidad, una misión general como tantas otras que son particulares y locales; los segundos, aunque más modestos, tienen sin embargo su relativa utilidad, pues preparan el camino; es entonces cuando el Espiritismo entrará a toda vela en las costumbres y las modificará profundamente, porque las ideas serán diferentes sobre todas las cosas. Sembramos y él cosechará, o mejor, ellos cosecharán, porque muchos otros seguirán sus pasos. ¡Espíritas, siembren, siembren mucho! para que la cosecha sea más abundante y más fácil. El pasado es tu garantía del futuro.
La Sociedad Espírita de París, para dar testimonio de su simpatía y de su gratitud hacia las personas que prestan notables y eficaces servicios a la causa del Espiritismo, con su celo, su devoción, su desinterés, y que, si es necesario, saben cómo testimoniar con su persona, les confiere el título de miembro de honor. Se complace en reconocer de esta manera la contribución que hacen al trabajo común los dirigentes y fundadores de sociedades o grupos que se colocan bajo la misma bandera y que se orientan según los principios del Espiritismo serio, con vistas a la obtención de resultados morales. Los motivos que les guían son menos palabras que acciones. Los tiene no sólo en varias localidades de Francia y Argelia, sino en países extranjeros: en Italia, España, Austria, Polonia, Constantinopla, América, etc.
El señor Dombre, de Marmande, quien, desde que se inició en el Espiritismo, nunca dejó de promoverlo y defenderlo abiertamente, mereció esta distinción. Al anunciar su nombramiento, le preguntamos si nos autorizaba a publicar su carta al Padre F… (ver el artículo del mes anterior). Su respuesta merece ser citada; muestra cómo algunos seguidores entienden su función.
“Marmande, 10 de agosto de 1862.
“Señor Allan Kardec,
“Acepto con gratitud el título de miembro de honor de la Sociedad Espírita de París. Para responder a tal distinción, que obliga, y al testimonio de simpatía de parte de los miembros de esta sociedad que tuvieron la amabilidad de conferirme este título, siempre y en todas partes me esforzaré por ayudar, dentro de los límites de mis medios, a la propagación de una doctrina que me hace feliz aquí abajo y lo hará también, en un tiempo más o menos lejano, la de aquellos que aún quieren mantener la venda de la incredulidad sobre sus ojos. No veo ningún obstáculo, ningún inconveniente para la publicación de mi respuesta al director de la Abeille Agénaise y de mi carta a P. F…. Mi carta a este último está firmada: Un católico; no creo que ninguno de los lectores del periódico piense que el autor quería esconderse tras el velo de lo anónimo: el respeto humano no tiene control sobre mí; me río de las risas, porque estoy en la verdad. Todo buen Espírita debe, con su ejemplo, dinamizar a los seguidores tímidos y enseñarles a llevar en alto y firme la bandera de su creencia.
“Por favor, señor, presente mi más sincero agradecimiento a la honorable Sociedad a la que hoy me complace pertenecer y aceptar, etc.
¿El miedo al qué se dirá? ha disminuido singularmente hoy, en lo que se refiere al Espiritismo, y es muy pequeño el número de los que ocultan su opinión; ya no se compone de aquellos que temen perder una posición que les hace vivir, y entre este número hay muchos más sacerdotes de los que uno podría pensar; conocemos personalmente a más de un centenar de ellos. Pero, aparte de eso, notamos en todas las posiciones sociales, entre funcionarios públicos, oficiales de todos los grados, médicos, etc., una multitud de personas que, hace sólo un año, no se habrían declarado Espíritas, y que, hoy, se enorgullecen de ello. Este coraje de la opinión pública que desafía la burla tiene como consecuencia, en primer lugar, dar cortes a los tímidos; en segundo lugar, demostrar que el número de seguidores es mayor de lo que se creía; finalmente imponer silencio a los escarnecedores, sorprendidos de oír por doquier resonar en sus oídos la palabra Espiritismo, de gente a la que uno mira dos veces antes de burlarse. También notamos que los burladores han bajado singularmente su tono por algún tiempo; unos años más como los que acaban de pasar, y su papel habrá terminado, porque se encontrarán abrumados por todos lados por la opinión pública.
Sr. Dombre no sólo tiene el valor de su opinión, tiene el de la acción; resueltamente sobre la marcha se enfrenta a sus adversarios provocándolos a discusión, y ahora un periodista rechaza con un fin de inadmisibilidad que traiciona su debilidad, y un predicador al que se le ofrece la mejor oportunidad para exponer sus argumentos y dar un golpe a la doctrina, y que se va diciendo que no tiene tiempo para contestar. ¿No es eso abandonar el campo de batalla? Si estaba seguro de sí mismo, si la religión estaba de por medio, ¿qué quedaba para derrocar a su antagonista? En tal caso, abandonar el juego es perderlo. Un predicador tiene una inmensa ventaja sobre un abogado, es que habla sin contradictor; él puede decir lo que quiera, nadie puede refutarlo. Es, al parecer, así como los adversarios del Espiritismo entienden la controversia.
Sr. Dombre no es el único que, en alguna ocasión, ha sabido resistir al temporal: Burdeos, Lyon y muchas otras poblaciones menos importantes, incluso simples pueblos, nos han ofrecido numerosos ejemplos, que se multiplicarán día a día; y dondequiera que los seguidores mostraron firmeza y energía, los antagonistas moderaron su jactancia.
Hasta ahora este coraje de opinión y acción se ha encontrado mucho más en las clases medias y de menos importancia que en las clases altas; pero que un hombre de nombre popular, justamente estimado y honrado, influyente por sus talentos, su posición o su rango, un día se haga cargo de la causa del Espiritismo y levante abiertamente su bandera, ¿osaremos acusar de locura a aquel cuyo talento y genio ha sido exaltado? ¿No acallará su voz los gritos de incredulidad? ¡Y bien! este hombre se levantará, os lo aseguro; a su voz se unirán los disidentes, cediendo a la influencia de su autoridad moral; él también tendrá su misión, una misión providencial como la de todos los hombres que hacen avanzar a la humanidad, una misión general como tantas otras que son particulares y locales; los segundos, aunque más modestos, tienen sin embargo su relativa utilidad, pues preparan el camino; es entonces cuando el Espiritismo entrará a toda vela en las costumbres y las modificará profundamente, porque las ideas serán diferentes sobre todas las cosas. Sembramos y él cosechará, o mejor, ellos cosecharán, porque muchos otros seguirán sus pasos. ¡Espíritas, siembren, siembren mucho! para que la cosecha sea más abundante y más fácil. El pasado es tu garantía del futuro.
¿Cuál
debe ser la historia del Espiritismo?
Sobre esta historia, de la que hemos dicho algunas palabras, varias personas nos preguntaron qué incluiría, y nos enviaron al efecto varios relatos de manifestaciones. A los que creyeron que esto era poner una piedra en el edificio, les agradecemos la intención, pero les diremos que se trata de algo más serio que un catálogo de fenómenos espíritas que se encontrará en muchas obras. Teniendo el Espiritismo que marcar en los esplendores de la humanidad, será interesante, para las generaciones futuras, saber por qué medios se implantará. Será pues el relato de las aventuras que marcaron sus primeros pasos; de las luchas que habrá tenido que soportar; los impedimentos que se le hayan causado; de su marcha progresista por todo el mundo. El verdadero mérito es modesto y no busca lucirse; la posteridad debe conocer los nombres de los primeros pioneros de la obra, de aquellos cuya devoción y abnegación merecen ser inscritas en sus anales; ciudades que habrán marchado en primera fila; de los que han sufrido por la causa, para que sean bendecidos, y de los que han causado sufrimiento, para que se les ore pidiendo perdón; en una palabra, de sus verdaderos amigos y de sus enemigos declarados u ocultos. La intriga y la ambición no deben usurpar el lugar que no les corresponde, ni los reconocimientos y honores que no les corresponden. Si hay Judas, hay que desenmascararlos. Una parte, que no será la menos interesante, será la de las revelaciones que fueron anunciando sucesivamente todas las fases de esta nueva era y los acontecimientos de todo tipo que la acompañaron.
A los que encontraren presuntuosa esta tarea, diremos que no tendremos en ella otro mérito que el de poseer, por nuestra posición excepcional, documentos que no están en posesión de nadie, y que están protegidos de todas las contingencias; que siendo, el Espiritismo indiscutiblemente llamado a jugar un gran papel en la historia, es importante que ese papel no sea desvirtuado, y oponer una historia auténtica a los relatos apócrifos que el interés personal pueda hacer de ella.
¿Cuándo aparecerá? no será en el corto plazo, y tal vez no en nuestra vida, porque no está destinado a satisfacer la curiosidad del momento. Si hablamos de ello anticipadamente, es para no malinterpretar el objetivo, y para tomar fecha de nuestra intención. Además, el Espiritismo está en sus comienzos, y muchas otras cosas sucederán entre ahora y entonces; y luego, hay que esperar a que todos hayan ocupado su lugar, buenos o malos.
Sobre esta historia, de la que hemos dicho algunas palabras, varias personas nos preguntaron qué incluiría, y nos enviaron al efecto varios relatos de manifestaciones. A los que creyeron que esto era poner una piedra en el edificio, les agradecemos la intención, pero les diremos que se trata de algo más serio que un catálogo de fenómenos espíritas que se encontrará en muchas obras. Teniendo el Espiritismo que marcar en los esplendores de la humanidad, será interesante, para las generaciones futuras, saber por qué medios se implantará. Será pues el relato de las aventuras que marcaron sus primeros pasos; de las luchas que habrá tenido que soportar; los impedimentos que se le hayan causado; de su marcha progresista por todo el mundo. El verdadero mérito es modesto y no busca lucirse; la posteridad debe conocer los nombres de los primeros pioneros de la obra, de aquellos cuya devoción y abnegación merecen ser inscritas en sus anales; ciudades que habrán marchado en primera fila; de los que han sufrido por la causa, para que sean bendecidos, y de los que han causado sufrimiento, para que se les ore pidiendo perdón; en una palabra, de sus verdaderos amigos y de sus enemigos declarados u ocultos. La intriga y la ambición no deben usurpar el lugar que no les corresponde, ni los reconocimientos y honores que no les corresponden. Si hay Judas, hay que desenmascararlos. Una parte, que no será la menos interesante, será la de las revelaciones que fueron anunciando sucesivamente todas las fases de esta nueva era y los acontecimientos de todo tipo que la acompañaron.
A los que encontraren presuntuosa esta tarea, diremos que no tendremos en ella otro mérito que el de poseer, por nuestra posición excepcional, documentos que no están en posesión de nadie, y que están protegidos de todas las contingencias; que siendo, el Espiritismo indiscutiblemente llamado a jugar un gran papel en la historia, es importante que ese papel no sea desvirtuado, y oponer una historia auténtica a los relatos apócrifos que el interés personal pueda hacer de ella.
¿Cuándo aparecerá? no será en el corto plazo, y tal vez no en nuestra vida, porque no está destinado a satisfacer la curiosidad del momento. Si hablamos de ello anticipadamente, es para no malinterpretar el objetivo, y para tomar fecha de nuestra intención. Además, el Espiritismo está en sus comienzos, y muchas otras cosas sucederán entre ahora y entonces; y luego, hay que esperar a que todos hayan ocupado su lugar, buenos o malos.
Arsène
Gautier - Una memoria del Espíritu.
Señora S…, desde Cherburgo, nos envía la siguiente historia:
Un marinero de la marina estatal, llamado Arsène Gautier, regresó a Cherburgo hace quince o dieciséis años, muy enfermo a consecuencia de las fiebres que había adquirido en las costas de África. Llegó a uno de mis yernos, que sabía que era amigo de su hermano, capitán de la marina mercante, esperado pronto en este puerto. Lo recibimos bien y, como estaba enfermo, mi hija J…, que entonces tenía catorce o quince años, me pidió que le ofreciera venir a calentarse junto a nuestro fuego para tomar un té de hierbas, que no le hicieron en su posada, y hasta que llegó su hermano. Esta niña tuvo un cuidado compasivo para él. Murió cuando llegó a casa, y ninguno de nosotros ha vuelto a pensar en ello desde entonces; ni su mismo nombre, firmado en el encabezamiento de la comunicación espontánea que recibimos el pasado 8 de marzo de mi hija J…, ahora médium, nos lo recordaba; lo reconocimos sólo por los detalles en los que entró. Era un hombre de inteligencia muy limitada, y su vida había sido muy dolorosa; privado del cariño de su familia, se había resignado a todo. Aquí está su comunicación:
“Arsenio Gautier. Hace tiempo que me has olvidado, amiga mía, y no te he perdido de vista desde que dejé la tierra, porque eres la única persona, el único Espíritu compasivo que he encontrado en esta tierra de dolor. Te amé con todas mis fuerzas cuando aún eras una niña y cuando sólo tenías un sentimiento de lástima por mí a causa de la terrible enfermedad que me iba a llevar. Soy feliz... Esta existencia era la primera que Dios me había dado. Fue porque mi Espíritu todavía era tan nuevo, sin conocer a ningún otro Espíritu, que me apegué más a ti. Estoy feliz y listo para volver a la tierra para avanzar hacia el Señor. Tengo esperanza en mi corazón; el camino, tan difícil para algunos, me parece ancho y fácil. ¡Un buen comienzo como mi existencia pasada es un gran estímulo! Dios me ayudará; tú también orarás por mí, para que mi prueba inminente me sea tan provechosa como la otra. No estoy avanzado, ¡ay! pero llegaré.”
Todavía no teníamos idea de qué Espíritu era esta comunicación, y ambos nos preguntábamos quién podría ser.
El Espíritu responde:
“Soy hermano de un excapitán de Nantes que era amigo de uno de tus padres. (Esto nos puso en el camino y el Espíritu continuó:) “Gracias por acordarte de mí. Solo me arrepiento de una cosa al vislumbrar la próxima prueba, y es separarme de ti por algún tiempo. Adiós, te amo.
Arsenio Gautier.”
Observación. - Habiendo sido leída esta comunicación a la Sociedad de París, preguntamos a uno de nuestros guías espirituales si era posible que este Espíritu estuviese, como decía, en su primera encarnación. fue respondido:
“En su primera encarnación en esta tierra, es posible; pero, como Espíritu, eso no puede ser. En sus primeras encarnaciones, los Espíritus se encuentran en un estado casi inconsciente, y éste, aunque no muy avanzado, ya está lejos de su origen; pero es uno de esos buenos Espíritus que han tomado el camino del bien; su avance será rápido, pues apenas tendrá que despojarse sino de su ignorancia, y no luchar contra las malas inclinaciones de los que han tomado el camino del mal.”
Señora S…, desde Cherburgo, nos envía la siguiente historia:
Un marinero de la marina estatal, llamado Arsène Gautier, regresó a Cherburgo hace quince o dieciséis años, muy enfermo a consecuencia de las fiebres que había adquirido en las costas de África. Llegó a uno de mis yernos, que sabía que era amigo de su hermano, capitán de la marina mercante, esperado pronto en este puerto. Lo recibimos bien y, como estaba enfermo, mi hija J…, que entonces tenía catorce o quince años, me pidió que le ofreciera venir a calentarse junto a nuestro fuego para tomar un té de hierbas, que no le hicieron en su posada, y hasta que llegó su hermano. Esta niña tuvo un cuidado compasivo para él. Murió cuando llegó a casa, y ninguno de nosotros ha vuelto a pensar en ello desde entonces; ni su mismo nombre, firmado en el encabezamiento de la comunicación espontánea que recibimos el pasado 8 de marzo de mi hija J…, ahora médium, nos lo recordaba; lo reconocimos sólo por los detalles en los que entró. Era un hombre de inteligencia muy limitada, y su vida había sido muy dolorosa; privado del cariño de su familia, se había resignado a todo. Aquí está su comunicación:
“Arsenio Gautier. Hace tiempo que me has olvidado, amiga mía, y no te he perdido de vista desde que dejé la tierra, porque eres la única persona, el único Espíritu compasivo que he encontrado en esta tierra de dolor. Te amé con todas mis fuerzas cuando aún eras una niña y cuando sólo tenías un sentimiento de lástima por mí a causa de la terrible enfermedad que me iba a llevar. Soy feliz... Esta existencia era la primera que Dios me había dado. Fue porque mi Espíritu todavía era tan nuevo, sin conocer a ningún otro Espíritu, que me apegué más a ti. Estoy feliz y listo para volver a la tierra para avanzar hacia el Señor. Tengo esperanza en mi corazón; el camino, tan difícil para algunos, me parece ancho y fácil. ¡Un buen comienzo como mi existencia pasada es un gran estímulo! Dios me ayudará; tú también orarás por mí, para que mi prueba inminente me sea tan provechosa como la otra. No estoy avanzado, ¡ay! pero llegaré.”
Todavía no teníamos idea de qué Espíritu era esta comunicación, y ambos nos preguntábamos quién podría ser.
El Espíritu responde:
“Soy hermano de un excapitán de Nantes que era amigo de uno de tus padres. (Esto nos puso en el camino y el Espíritu continuó:) “Gracias por acordarte de mí. Solo me arrepiento de una cosa al vislumbrar la próxima prueba, y es separarme de ti por algún tiempo. Adiós, te amo.
Observación. - Habiendo sido leída esta comunicación a la Sociedad de París, preguntamos a uno de nuestros guías espirituales si era posible que este Espíritu estuviese, como decía, en su primera encarnación. fue respondido:
“En su primera encarnación en esta tierra, es posible; pero, como Espíritu, eso no puede ser. En sus primeras encarnaciones, los Espíritus se encuentran en un estado casi inconsciente, y éste, aunque no muy avanzado, ya está lejos de su origen; pero es uno de esos buenos Espíritus que han tomado el camino del bien; su avance será rápido, pues apenas tendrá que despojarse sino de su ignorancia, y no luchar contra las malas inclinaciones de los que han tomado el camino del mal.”
¿Puede
un espíritu retroceder ante la prueba?
Una amiga nuestra escribe lo siguiente:
“Mi hija un día tuvo la siguiente comunicación espontánea de un Espíritu que comenzó firmando Euphrosine Bretel. Este nombre no nos recuerda a nadie, preguntamos: ¿Quién eres? – R. Soy un Espíritu pobre en el sufrimiento; necesito oraciones. Te hablo porque me conociste cuando yo era solo una niña.
“Miramos, y me pareció recordar que este apellido era el de una niña pequeña de nueve o diez años que estaba en la misma pensión que mi hija y que se enfermó poco después de su llegada. Su padre vino a buscarla en su carruaje, y los niños guardaron el recuerdo de esta enferma toda envuelta y gimiendo; ella murió en casa. La madre, desesperada, la siguió de cerca. El padre se quedó ciego de tanto llorar y murió ese mismo año. Tan pronto como creímos reconocer el nombre, el Espíritu inmediatamente escribió:
" Soy yo; mi última existencia debió ser una prueba terrible, pero retrocedí cobardemente y siempre he sufrido desde entonces. Pídele a Dios que me conceda la gracia de una nueva prueba; por duro que sea, me someteré a ello; ¡Soy tan infeliz! Amo a mi padre ya mi madre, y ellos me odian; huyen de mí, y este es mi castigo, buscarlos constantemente para verme repelida. Vine a ti porque mi recuerdo no se borra del todo de tu memoria; y de los que pueden orar por mí es la única que conoce el Espiritismo. Adiós, no me olvides, pronto nos volveremos a ver.”
"Mi hija entonces le dijo en broma: “¿Me tengo que morir pronto?” A lo que el Espíritu responde: “El tiempo que para vosotros es largo, no se puede medir para nosotros.” - Desde entonces hemos verificado el nombre y apellido, que son perfectamente correctos.
“Ahora me pregunto si es posible que un Espíritu encarnado pueda retroceder antes de que comience la prueba.”
A esta pregunta respondemos: Sí, muchas veces los Espíritus retroceden ante las pruebas que han elegido y que no tienen el valor no sólo de soportar, sino incluso de afrontar cuando ven llegado el momento; es la causa de la mayoría de los suicidios. Retroceden de nuevo cuando murmuran y se desesperan, y entonces pierden el beneficio de la prueba. Por eso el Espiritismo, al dar a conocer la causa, el fin y las consecuencias de las tribulaciones de la vida, da al mismo tiempo tanto consuelo y coraje, y aleja la idea de acortar la vida. ¿Cuál es la filosofía que ha producido tal resultado en los hombres?
Una amiga nuestra escribe lo siguiente:
“Mi hija un día tuvo la siguiente comunicación espontánea de un Espíritu que comenzó firmando Euphrosine Bretel. Este nombre no nos recuerda a nadie, preguntamos: ¿Quién eres? – R. Soy un Espíritu pobre en el sufrimiento; necesito oraciones. Te hablo porque me conociste cuando yo era solo una niña.
“Miramos, y me pareció recordar que este apellido era el de una niña pequeña de nueve o diez años que estaba en la misma pensión que mi hija y que se enfermó poco después de su llegada. Su padre vino a buscarla en su carruaje, y los niños guardaron el recuerdo de esta enferma toda envuelta y gimiendo; ella murió en casa. La madre, desesperada, la siguió de cerca. El padre se quedó ciego de tanto llorar y murió ese mismo año. Tan pronto como creímos reconocer el nombre, el Espíritu inmediatamente escribió:
" Soy yo; mi última existencia debió ser una prueba terrible, pero retrocedí cobardemente y siempre he sufrido desde entonces. Pídele a Dios que me conceda la gracia de una nueva prueba; por duro que sea, me someteré a ello; ¡Soy tan infeliz! Amo a mi padre ya mi madre, y ellos me odian; huyen de mí, y este es mi castigo, buscarlos constantemente para verme repelida. Vine a ti porque mi recuerdo no se borra del todo de tu memoria; y de los que pueden orar por mí es la única que conoce el Espiritismo. Adiós, no me olvides, pronto nos volveremos a ver.”
"Mi hija entonces le dijo en broma: “¿Me tengo que morir pronto?” A lo que el Espíritu responde: “El tiempo que para vosotros es largo, no se puede medir para nosotros.” - Desde entonces hemos verificado el nombre y apellido, que son perfectamente correctos.
“Ahora me pregunto si es posible que un Espíritu encarnado pueda retroceder antes de que comience la prueba.”
A esta pregunta respondemos: Sí, muchas veces los Espíritus retroceden ante las pruebas que han elegido y que no tienen el valor no sólo de soportar, sino incluso de afrontar cuando ven llegado el momento; es la causa de la mayoría de los suicidios. Retroceden de nuevo cuando murmuran y se desesperan, y entonces pierden el beneficio de la prueba. Por eso el Espiritismo, al dar a conocer la causa, el fin y las consecuencias de las tribulaciones de la vida, da al mismo tiempo tanto consuelo y coraje, y aleja la idea de acortar la vida. ¿Cuál es la filosofía que ha producido tal resultado en los hombres?
Respuesta
a una pregunta mental.
Un muy buen médium de Maine-et-Loire, a quien conocemos personalmente, nos escribe lo siguiente:
“Un amigo nuestro, hombre de poca fe, pero que tenía un gran deseo de iluminarse, nos preguntó un día si podía evocar un Espíritu sin nombrarlo, y si ese Espíritu podía responder a las preguntas que le dirigía por el pensamiento, sin que el médium tenga el menor conocimiento de ello. Le respondimos que es posible cuando el Espíritu está dispuesto a prestarse, lo que no siempre ocurre. Acto seguido obtuve la siguiente respuesta:
“Lo que me pides, no os puedo decir, porque Dios no lo permite; más os puedo decir que sufro: es un dolor general en todos los miembros, que os debe sorprender, ya que al morir el cuerpo se pudre en la tierra; pero tenemos otro cuerpo espiritual que no muere, lo que significa que sufrimos tanto como si tuviéramos nuestro cuerpo corporal. Sufro, pero espero no sufrir para siempre. Como debemos satisfacer la justicia de Dios, debemos resignarnos a ella en esta vida o en la próxima. No me he privado lo suficiente en la tierra, lo que significa que tengo que recuperar el tiempo perdido. No me imitéis, que os estaríais preparando siglos de tormento. La eternidad es algo serio, y lamentablemente no pensamos en ella tanto como deberíamos. ¡Qué pena cuando se olvida el asunto tan importante de la salvación! ¡Piénsalo!
“Tu antiguo sacerdote, A…T…”
“Era de este sacerdote del que nuestro amigo quería hablar, y aquí están las tres preguntas que quería hacerle:
“¿Qué pasa con la divinidad de Jesucristo?
“¿Es el alma inmortal?
“¿Qué medios deben emplearse para expiar las faltas y evitar el castigo?
“Reconocimos perfectamente a nuestro expárroco por su estilo; las palabras cuerpo corporal sobre todo muestran que es el Espíritu de un buen cura rural cuya educación puede haber dejado algo que desear.”
Observación. - Las respuestas a las preguntas mentales son hechos muy comunes, tanto más interesantes de observar cómo son para el incrédulo de buena fe una de las pruebas más concluyentes de la intervención de una inteligencia oculta; pero como la mayoría de los fenómenos espíritas, rara vez se obtienen a voluntad, mientras que ocurren espontáneamente en cada momento. En el caso dicho, el Espíritu tuvo la bondad de consentirlo, lo cual es muy raro, porque a los Espíritus, como sabemos, no les gustan las cuestiones de curiosidad y prueba; se condescienden con ella sólo cuando la ven útil, y muchas veces no la juzgan como nosotros. Como no están al antojo de los hombres, debemos esperar los fenómenos de su buena voluntad o de la posibilidad de que los produzcan; es necesario, por así decirlo, agarrarlos de paso y no provocarlos; para eso se necesita paciencia y perseverancia, y es por esto que los Espíritus reconocen a los observadores serios y verdaderamente deseosos de aprender; les importa muy poco la gente superficial que cree que solo tiene que pedir para ser atendida al minuto.
Un muy buen médium de Maine-et-Loire, a quien conocemos personalmente, nos escribe lo siguiente:
“Un amigo nuestro, hombre de poca fe, pero que tenía un gran deseo de iluminarse, nos preguntó un día si podía evocar un Espíritu sin nombrarlo, y si ese Espíritu podía responder a las preguntas que le dirigía por el pensamiento, sin que el médium tenga el menor conocimiento de ello. Le respondimos que es posible cuando el Espíritu está dispuesto a prestarse, lo que no siempre ocurre. Acto seguido obtuve la siguiente respuesta:
“Lo que me pides, no os puedo decir, porque Dios no lo permite; más os puedo decir que sufro: es un dolor general en todos los miembros, que os debe sorprender, ya que al morir el cuerpo se pudre en la tierra; pero tenemos otro cuerpo espiritual que no muere, lo que significa que sufrimos tanto como si tuviéramos nuestro cuerpo corporal. Sufro, pero espero no sufrir para siempre. Como debemos satisfacer la justicia de Dios, debemos resignarnos a ella en esta vida o en la próxima. No me he privado lo suficiente en la tierra, lo que significa que tengo que recuperar el tiempo perdido. No me imitéis, que os estaríais preparando siglos de tormento. La eternidad es algo serio, y lamentablemente no pensamos en ella tanto como deberíamos. ¡Qué pena cuando se olvida el asunto tan importante de la salvación! ¡Piénsalo!
“Era de este sacerdote del que nuestro amigo quería hablar, y aquí están las tres preguntas que quería hacerle:
“¿Qué pasa con la divinidad de Jesucristo?
“¿Es el alma inmortal?
“¿Qué medios deben emplearse para expiar las faltas y evitar el castigo?
“Reconocimos perfectamente a nuestro expárroco por su estilo; las palabras cuerpo corporal sobre todo muestran que es el Espíritu de un buen cura rural cuya educación puede haber dejado algo que desear.”
Observación. - Las respuestas a las preguntas mentales son hechos muy comunes, tanto más interesantes de observar cómo son para el incrédulo de buena fe una de las pruebas más concluyentes de la intervención de una inteligencia oculta; pero como la mayoría de los fenómenos espíritas, rara vez se obtienen a voluntad, mientras que ocurren espontáneamente en cada momento. En el caso dicho, el Espíritu tuvo la bondad de consentirlo, lo cual es muy raro, porque a los Espíritus, como sabemos, no les gustan las cuestiones de curiosidad y prueba; se condescienden con ella sólo cuando la ven útil, y muchas veces no la juzgan como nosotros. Como no están al antojo de los hombres, debemos esperar los fenómenos de su buena voluntad o de la posibilidad de que los produzcan; es necesario, por así decirlo, agarrarlos de paso y no provocarlos; para eso se necesita paciencia y perseverancia, y es por esto que los Espíritus reconocen a los observadores serios y verdaderamente deseosos de aprender; les importa muy poco la gente superficial que cree que solo tiene que pedir para ser atendida al minuto.
Poemas Espíritas
El niño y el ateo. (Sociedad Espírita Africana. - Médium, Srta. O…)Una mente maravillosa haciéndose pasar por ateo
Estaba caminando un día, con un niño pequeño,
A orillas de un arroyo cuya orilla umbría
Los defendió contra un sol abrasador.
Mira esta agua límpida que huye,
Dijo al niño, su erudito compañero.
¿Dónde crees que está corriendo rápido?
¿Debe guiarlo, dejando este valle?
Pero, dijo el niño, yo creo que a un lago tranquilo
Recibirá el tributo de sus aguas,
y que al final de su dolorosa marcha,
Todas las corrientes deben terminar así.
¡Pobre pequeño! dijo el maestro riendo,
En qué error está vuestro espírito;
Finalmente aprende, así que aprende a saber
Como en este mundo todo termina.
Cuando se aleja de su fuente,
Donde nacen sus olas cada día,
Irás, al final de su curso,
Dentro de los mares, perderse para siempre.
De nosotros mismos, es una imagen;
Cuando dejemos este mundo seductor
No queda nada de nuestro breve paso,
Y volvemos a la nada.
¡Vaya! ¡Dios mío! dijo el niño con voz entristecida,
¿Es entonces cierto, tal sería nuestro destino?
¡Qué! de mi amada madre,
¿Perdí todo, todo, el día de su muerte?
Yo que creí que su alma amada
Todavía podría proteger a su hijo,
Compartir con él las penas de la vida,
¿Podremos volver a encontrarnos algún día, cerca del Dios Todopoderoso?
Mantén siempre esta dulce creencia,
Su ángel protector le susurró.
Sí, querido niño, mantén bien la esperanza,
Sin ella, en la tierra, no hay felicidad.
El tiempo ha huido; durante muchos años
Nuestro erudito ha muerto,
Y, siempre fiel a sus locos pensamientos,
Murió diciendo que Dios no existía.
El niño también vio venir la vejez,
Y sin temerlo recibió la muerte,
Porque, conservando la fe de su juventud,
En manos del Eterno entregó su destino.
Mira, mira esta multitud ansiosa
Deja el cielo, ven a recibirlo;
Espíritus puros es la tropa sagrada:
Es a su hermano exiliado a quien finalmente volverán a ver.
¿Pero qué es esta alma abandonada?,
¿Qué parece querer esconderse?
Del desafortunado erudito, es el alma desolada
Que ve toda esta felicidad y no puede involucrarse en ella.
Que amargo fue su dolor,
Cuando este Dios, a quien tanto había desafiado,
Finalmente, se le apareció, como un juez severo,
En su sublime majestad.
¡Vaya! que lágrimas de dolor
¡Vino a romper este espíritu lleno de orgullo!
El que una vez se río de la esperanza
Que un pobre niño miraba más allá del ataúd.
Pero la bondad paternal del Señor,
No quería para siempre castigarlo;
Y pronto esta alma inmortal
En la tierra debe volver.
Entonces, a su vez purificado,
Volando hacia el cielo
Ella se irá con alegría exaltada,
Descansar a los pies del Señor.
La calabaza y la mimosa púdica (sensitiva). Fábula.
¿Cuál es tu dieta, oh pobre Sensitiva?
Dijo una calabaza a esta frágil flor,
¿Para permanecer tan lánguida y débil?
Te digo con dolor,
La sensibilidad te pierde; te debilitas;
Estarás muerta antes del final de la temporada;
Si el sol se esconde en el horizonte
Vemos tus delgados folletos plegarse:
Un temblor fatal
Corre por tu tallo al mero roce de la brisa;
Cualquier contacto te da una crisis;
Finalmente, tu vida es sólo un tormento.
¿Y por qué tanto dolor y preocupación?
Sigue mi ejemplo de dulce quietud.
Lo que está pasando a mi alrededor
No puede causarme la más mínima emoción;
Sustentarme bien es mi único trabajo,
¿Qué hace, además, a mi temperamento,
¿Los misterios del cielo? - El brillo del día claro,
La noche oscura, caliente, fría, seca, húmeda
También es adecuado para mí.
Es cierto que, sobre mi forma regordeta,
A veces el observador satírico e inteligente
Susurró a mi lado: "¡La Calabaza vegeta!"
Pero el rasgo no llega a mi pecho;
En mi cama de acogida, riendo, doy vueltas,
Celoso de esparcirme, en la tierra que piso,
Mi gran barriga y mi inmensidad.
Nuestros gustos son diferentes, dijo la florecita;
No quieres dedicar tu cuidado, toda tu vida
Que al bienestar de la materia;
Yo, creo que puedo hacerlo mejor, y aunque yo, ya ves,
Mismo acortando mi existencia,
Me dedico al disfrute
De sentimiento e inteligencia, y
Siempre he vivido lo suficiente.
Disertaciones espíritas
El
Espiritismo y el Espíritu Maligno. (Grupo de Sainte-Gemme. - Médium, Sr. C…)
De todos los trabajos a que se dedica la humanidad, son preferibles aquellos que acercan a la criatura a su creador, que la ponen cada día, en cada momento, en condiciones de admirar la obra divina que ha salido y que sale sin cesar de sus manos todopoderosas. El deber del hombre es postrarse, adorar sin cesar a Aquel que le ha dado los medios para perfeccionarse como Espíritu, y llegar así a la felicidad suprema, que es la meta final hacia la que debe tender.
Si hay profesiones que, casi exclusivamente intelectuales, dan al hombre los medios para elevar el nivel de su inteligencia, junto a este beneficio se encuentra un peligro, y un gran peligro. La historia de todos los tiempos demuestra cuál es este peligro y cuántos males puede causar. Estáis dotado de una inteligencia superior: en este aspecto estáis más cerca que vuestros hermanos de la Divinidad, y termináis negando esta Divinidad misma, o haciendo otra muy contraria a lo que es realidad. No podemos repetirlo demasiado, y nunca debemos cansarnos de decirlo: el orgullo es el enemigo más acérrimo de la raza humana. Si tuvieras mil bocas, todas tendrían que decir lo mismo una y otra vez.
Dios os creó a todos simples e ignorantes [1]; trateis de caminar con la mayor confianza posible; de vosotros depende: Dios nunca niega la gracia a quien se la pide de buena fe. Todos los estados pueden igualmente llevaros a la meta deseada, si os conduces por el camino de la justicia y si no doblegas vuestra conciencia a vuestros caprichos. Sin embargo, hay estados donde es más difícil avanzar que en otros; también Dios tendrá en cuenta a los que, habiendo aceptado como prueba una posición ambigua, habrán recorrido este resbaladizo camino sin inmutarse, o al menos habrán hecho todos los esfuerzos humanamente posibles para levantarse de nuevo.
Es ahí donde es necesario tener una fe sincera, una fuerza fuera de lo común para resistir el dejarse llevar fuera del camino de la justicia; pero es también allí donde se puede hacer un bien inmenso a los hermanos desdichados. ¡Ay! ¡Mucho mérito tiene el que toca el lodazal sin que se le ensucie la ropa, ni él mismo! ¡una llama muy pura debe arder dentro de él! pero también, ¡qué recompensa no le está reservada al dejar esta vida terrena! [2]
Mediten bien estas palabras los que se encuentran en tal situación; que penetren completamente en el espíritu que contienen, y se hará en ellos una revolución benéfica que hará que las dulces efusiones del corazón sucedan a los abrazos del egoísmo.
¿Quién hará, como dice el Evangelio, de estos hombres, hombres nuevos?
Y para lograr este gran milagro, ¿qué se necesita? deben estar dispuestos a referir su pensamiento a aquello en lo que están destinados a convertirse después de su muerte. Todos están convencidos de que el mañana puede no existir para ellos; más, atemorizados por el cuadro lúgubre y desolador de las penas eternas, en que por intuición se niegan a creer, se abandonan a la corriente de la vida presente; se dejan llevar por esa codicia febril que los lleva a acumular siempre, por todos los medios permitidos o no; arruinan sin piedad a un pobre padre de familia, y se derrochan en vicios que bastarían para sostener a un pueblo entero durante varios días. Desvían la mirada del momento fatal. ¡Ay! si pudieran mirarlo a la cara y a sangre fría, ¡qué rápido cambiarían de comportamiento! ¡Cómo los veríamos deseosos de devolver a su legítimo dueño este pedazo de pan negro que tuvieron la crueldad de quitarle para aumentar, al precio de una injusticia, una fortuna construida con injusticias acumuladas! ¿Qué necesitas para eso? la luz espírita debe brillar; hay que poder decir, como dijo un gran general de una gran nación: ¡El Espiritismo es como el sol, ciego que no lo ve! ¡Los hombres que se llaman y se creen cristianos y que rechazan el Espiritismo están completamente ciegos!
¿Cuál es la misión de la doctrina que la mano todopoderosa del Creador está sembrando en el mundo en este tiempo? Es llevar a los incrédulos a la fe, a los desesperados a la esperanza, a los egoístas a la caridad. ¡Se llaman cristianos y lanzan anatema a la doctrina de Jesucristo! Es verdad que pretenden que es el Espíritu maligno el que, para disfrazarse mejor, viene a predicar esta doctrina en el mundo. ¡Ciegos infelices! pobres pacientes! ¡Que Dios, en su inagotable bondad, acabe con vuestra ceguera y acabe con los males que os obsesionan!
¿Quién te dijo que era el Espíritu Maligno? ¿Quién? Vosotros no sabéis ¿Le has pedido a Dios que os iluminéis sobre este tema? No, o si lo hicisteis, tuvisteis una idea preconcebida. ¡El Espíritu del mal! ¿Sabéis quién os dijo que es el Espíritu Maligno? es la soberbia, es el mismo Espíritu del mal el que os lleva a condenar, ¡cosa repugnante! ¡Condenar, digo, al Espíritu de Dios representado por los buenos Espíritus que envía al mundo para regeneraros!
Al menos examinad la cosa y, según las reglas establecidas, condenad o absolved. ¡Ay! si echarais una ojeada a los resultados inevitables que debe traer el triunfo del Espiritismo; si quisierais ver a los hombres considerándoos finalmente hermanos, todos convencidos de que de un momento a otro Dios os pedirá cuentas del modo en que cumplieron la misión que os había sido encomendada; si quisierais ver en todas partes la caridad en lugar del egoísmo, el trabajo en todas partes en lugar de la pereza; - porque, como sabéis, el hombre ha nacido para el trabajo: Dios os ha impuesto una obligación de la que no podéis escapar sin contravenir las órdenes divinas; - si quisierais ver de un lado a esos miserables que dicen: Malditos en este mundo, malditos en el otro, seamos criminales y disfrutemos; y del otro, esos hombres de metal, esos acaparadores de la fortuna de todos, que dicen: El alma es una palabra; Dios no existe; si nada existe de nosotros después de la muerte, disfrutemos de la vida; el mundo está formado por explotadores y explotados; prefiero estar entre los primeros que entre los segundos; ¡después de mí, el diluvio! Si os miras hacia atrás a estos dos hombres que, entre ellos, personifican el robo, el robo de la buena compañía y el que lleva a la cárcel; si os vierais transformados por la creencia en la inmortalidad que os da el Espiritismo, ¿os atreveríais a decir que es por el Espíritu del mal?
Veo vuestros labios fruncir el desdén, y os escucho decir: Nosotros somos los que predicamos la inmortalidad, y tenemos crédito por ello. La gente siempre tendrá más confianza en nosotros que en esos soñadores vacíos que, si no son bribones, han soñado que los muertos salían de sus tumbas para comunicarse con ellos. A esto siempre la misma respuesta: Examinad, y si, convencido de una vez por todas, lo cual no puede fallar si eréis sincero, en vez de maldecir, bendecirás, lo que debe ser mucho más en vuestras atribuciones según la ley de Dios.
¡La ley de Dios! ¿Sois, por debajo, los únicos depositarios y os sorprende que otros tomen una iniciativa que, según vosotros, os pertenece sólo a vosotros? ¡Y bien! escucháis lo que los Espíritus enviados de Dios se encargan de deciros:
“Vos que tomáis en serio vuestro ministerio, seréis bienaventurado, porque habréis cumplido todas las obras, no sólo ordenadas, sino aconsejadas por el divino Maestro. Y vosotros que habéis considerado el sacerdocio como un medio para llegar humanamente, no seréis malditos, aunque habéis maldecido a otros, pero Dios os tiene reservado un castigo más justo.
“Llegará el día en que os veréis obligados a dar explicaciones públicamente sobre los fenómenos espíritas, y ese día no está lejano. Entonces os encontrareis en la necesidad de juzgar, puesto que os has constituido en tribunal; ¿para juzgar a quién? Dios mismo, porque nada sucede sin su permiso.
“¡Mirad adónde os ha llevado el Espíritu del mal, es decir, la soberbia! en vez de inclinaros y adorar, os endurecéis contra la voluntad de Aquel que es el único que tiene derecho a decir: ¡Quiero!, y decís que es el diablo quien dice: ¡Quiero!
"Y ahora, si persistís en creer solo en las manifestaciones de los Espíritus malignos, recuerdes las palabras del Maestro que fue acusado de expulsar demonios en el nombre de Beelzebub: Todo reino dividido contra sí mismo perecerá.”
Hipólito Fortoul.
(1) Esta proposición sobre el estado primitivo de las almas, formulada por primera vez en el Libro de los Espíritus, se repite hoy por todas partes en las comunicaciones; encuentra así su consagración tanto en esta concordancia como en la lógica, pues ningún otro principio podría responder mejor a la justicia de Dios. Al dar a todos los hombres el mismo punto de partida, les dio a todos la misma tarea que cumplir para llegar a la meta; nadie es privilegiado por naturaleza; pero como tienen su libre albedrío, unos avanzan más deprisa y otros más despacio. Este principio de justicia es irreconciliable con la doctrina que admite la creación del alma al mismo tiempo que la del cuerpo; contiene en sí la pluralidad de las existencias, pues si el alma es anterior al cuerpo es porque ya ha vivido.
(2) Sorprende que los Espíritus puedan elegir una encarnación en uno de estos ambientes donde están en constante contacto con la corrupción; entre los que se encuentran en estas posiciones más bajas de la sociedad, algunos los han elegido por gusto, y para encontrar algo que satisfaga sus innobles inclinaciones; otros, por misión y por deber, para tratar de sacar del lodazal a sus hermanos, y tener más mérito en luchar ellos mismos contra la perniciosa impulsión, y su recompensa será proporcional a la dificultad superada. Tal es entre nosotros el obrero que cobra en proporción al peligro que corre en el ejercicio de su profesión.
De todos los trabajos a que se dedica la humanidad, son preferibles aquellos que acercan a la criatura a su creador, que la ponen cada día, en cada momento, en condiciones de admirar la obra divina que ha salido y que sale sin cesar de sus manos todopoderosas. El deber del hombre es postrarse, adorar sin cesar a Aquel que le ha dado los medios para perfeccionarse como Espíritu, y llegar así a la felicidad suprema, que es la meta final hacia la que debe tender.
Si hay profesiones que, casi exclusivamente intelectuales, dan al hombre los medios para elevar el nivel de su inteligencia, junto a este beneficio se encuentra un peligro, y un gran peligro. La historia de todos los tiempos demuestra cuál es este peligro y cuántos males puede causar. Estáis dotado de una inteligencia superior: en este aspecto estáis más cerca que vuestros hermanos de la Divinidad, y termináis negando esta Divinidad misma, o haciendo otra muy contraria a lo que es realidad. No podemos repetirlo demasiado, y nunca debemos cansarnos de decirlo: el orgullo es el enemigo más acérrimo de la raza humana. Si tuvieras mil bocas, todas tendrían que decir lo mismo una y otra vez.
Dios os creó a todos simples e ignorantes [1]; trateis de caminar con la mayor confianza posible; de vosotros depende: Dios nunca niega la gracia a quien se la pide de buena fe. Todos los estados pueden igualmente llevaros a la meta deseada, si os conduces por el camino de la justicia y si no doblegas vuestra conciencia a vuestros caprichos. Sin embargo, hay estados donde es más difícil avanzar que en otros; también Dios tendrá en cuenta a los que, habiendo aceptado como prueba una posición ambigua, habrán recorrido este resbaladizo camino sin inmutarse, o al menos habrán hecho todos los esfuerzos humanamente posibles para levantarse de nuevo.
Es ahí donde es necesario tener una fe sincera, una fuerza fuera de lo común para resistir el dejarse llevar fuera del camino de la justicia; pero es también allí donde se puede hacer un bien inmenso a los hermanos desdichados. ¡Ay! ¡Mucho mérito tiene el que toca el lodazal sin que se le ensucie la ropa, ni él mismo! ¡una llama muy pura debe arder dentro de él! pero también, ¡qué recompensa no le está reservada al dejar esta vida terrena! [2]
Mediten bien estas palabras los que se encuentran en tal situación; que penetren completamente en el espíritu que contienen, y se hará en ellos una revolución benéfica que hará que las dulces efusiones del corazón sucedan a los abrazos del egoísmo.
¿Quién hará, como dice el Evangelio, de estos hombres, hombres nuevos?
Y para lograr este gran milagro, ¿qué se necesita? deben estar dispuestos a referir su pensamiento a aquello en lo que están destinados a convertirse después de su muerte. Todos están convencidos de que el mañana puede no existir para ellos; más, atemorizados por el cuadro lúgubre y desolador de las penas eternas, en que por intuición se niegan a creer, se abandonan a la corriente de la vida presente; se dejan llevar por esa codicia febril que los lleva a acumular siempre, por todos los medios permitidos o no; arruinan sin piedad a un pobre padre de familia, y se derrochan en vicios que bastarían para sostener a un pueblo entero durante varios días. Desvían la mirada del momento fatal. ¡Ay! si pudieran mirarlo a la cara y a sangre fría, ¡qué rápido cambiarían de comportamiento! ¡Cómo los veríamos deseosos de devolver a su legítimo dueño este pedazo de pan negro que tuvieron la crueldad de quitarle para aumentar, al precio de una injusticia, una fortuna construida con injusticias acumuladas! ¿Qué necesitas para eso? la luz espírita debe brillar; hay que poder decir, como dijo un gran general de una gran nación: ¡El Espiritismo es como el sol, ciego que no lo ve! ¡Los hombres que se llaman y se creen cristianos y que rechazan el Espiritismo están completamente ciegos!
¿Cuál es la misión de la doctrina que la mano todopoderosa del Creador está sembrando en el mundo en este tiempo? Es llevar a los incrédulos a la fe, a los desesperados a la esperanza, a los egoístas a la caridad. ¡Se llaman cristianos y lanzan anatema a la doctrina de Jesucristo! Es verdad que pretenden que es el Espíritu maligno el que, para disfrazarse mejor, viene a predicar esta doctrina en el mundo. ¡Ciegos infelices! pobres pacientes! ¡Que Dios, en su inagotable bondad, acabe con vuestra ceguera y acabe con los males que os obsesionan!
¿Quién te dijo que era el Espíritu Maligno? ¿Quién? Vosotros no sabéis ¿Le has pedido a Dios que os iluminéis sobre este tema? No, o si lo hicisteis, tuvisteis una idea preconcebida. ¡El Espíritu del mal! ¿Sabéis quién os dijo que es el Espíritu Maligno? es la soberbia, es el mismo Espíritu del mal el que os lleva a condenar, ¡cosa repugnante! ¡Condenar, digo, al Espíritu de Dios representado por los buenos Espíritus que envía al mundo para regeneraros!
Al menos examinad la cosa y, según las reglas establecidas, condenad o absolved. ¡Ay! si echarais una ojeada a los resultados inevitables que debe traer el triunfo del Espiritismo; si quisierais ver a los hombres considerándoos finalmente hermanos, todos convencidos de que de un momento a otro Dios os pedirá cuentas del modo en que cumplieron la misión que os había sido encomendada; si quisierais ver en todas partes la caridad en lugar del egoísmo, el trabajo en todas partes en lugar de la pereza; - porque, como sabéis, el hombre ha nacido para el trabajo: Dios os ha impuesto una obligación de la que no podéis escapar sin contravenir las órdenes divinas; - si quisierais ver de un lado a esos miserables que dicen: Malditos en este mundo, malditos en el otro, seamos criminales y disfrutemos; y del otro, esos hombres de metal, esos acaparadores de la fortuna de todos, que dicen: El alma es una palabra; Dios no existe; si nada existe de nosotros después de la muerte, disfrutemos de la vida; el mundo está formado por explotadores y explotados; prefiero estar entre los primeros que entre los segundos; ¡después de mí, el diluvio! Si os miras hacia atrás a estos dos hombres que, entre ellos, personifican el robo, el robo de la buena compañía y el que lleva a la cárcel; si os vierais transformados por la creencia en la inmortalidad que os da el Espiritismo, ¿os atreveríais a decir que es por el Espíritu del mal?
Veo vuestros labios fruncir el desdén, y os escucho decir: Nosotros somos los que predicamos la inmortalidad, y tenemos crédito por ello. La gente siempre tendrá más confianza en nosotros que en esos soñadores vacíos que, si no son bribones, han soñado que los muertos salían de sus tumbas para comunicarse con ellos. A esto siempre la misma respuesta: Examinad, y si, convencido de una vez por todas, lo cual no puede fallar si eréis sincero, en vez de maldecir, bendecirás, lo que debe ser mucho más en vuestras atribuciones según la ley de Dios.
¡La ley de Dios! ¿Sois, por debajo, los únicos depositarios y os sorprende que otros tomen una iniciativa que, según vosotros, os pertenece sólo a vosotros? ¡Y bien! escucháis lo que los Espíritus enviados de Dios se encargan de deciros:
“Vos que tomáis en serio vuestro ministerio, seréis bienaventurado, porque habréis cumplido todas las obras, no sólo ordenadas, sino aconsejadas por el divino Maestro. Y vosotros que habéis considerado el sacerdocio como un medio para llegar humanamente, no seréis malditos, aunque habéis maldecido a otros, pero Dios os tiene reservado un castigo más justo.
“Llegará el día en que os veréis obligados a dar explicaciones públicamente sobre los fenómenos espíritas, y ese día no está lejano. Entonces os encontrareis en la necesidad de juzgar, puesto que os has constituido en tribunal; ¿para juzgar a quién? Dios mismo, porque nada sucede sin su permiso.
“¡Mirad adónde os ha llevado el Espíritu del mal, es decir, la soberbia! en vez de inclinaros y adorar, os endurecéis contra la voluntad de Aquel que es el único que tiene derecho a decir: ¡Quiero!, y decís que es el diablo quien dice: ¡Quiero!
"Y ahora, si persistís en creer solo en las manifestaciones de los Espíritus malignos, recuerdes las palabras del Maestro que fue acusado de expulsar demonios en el nombre de Beelzebub: Todo reino dividido contra sí mismo perecerá.”
(1) Esta proposición sobre el estado primitivo de las almas, formulada por primera vez en el Libro de los Espíritus, se repite hoy por todas partes en las comunicaciones; encuentra así su consagración tanto en esta concordancia como en la lógica, pues ningún otro principio podría responder mejor a la justicia de Dios. Al dar a todos los hombres el mismo punto de partida, les dio a todos la misma tarea que cumplir para llegar a la meta; nadie es privilegiado por naturaleza; pero como tienen su libre albedrío, unos avanzan más deprisa y otros más despacio. Este principio de justicia es irreconciliable con la doctrina que admite la creación del alma al mismo tiempo que la del cuerpo; contiene en sí la pluralidad de las existencias, pues si el alma es anterior al cuerpo es porque ya ha vivido.
(2) Sorprende que los Espíritus puedan elegir una encarnación en uno de estos ambientes donde están en constante contacto con la corrupción; entre los que se encuentran en estas posiciones más bajas de la sociedad, algunos los han elegido por gusto, y para encontrar algo que satisfaga sus innobles inclinaciones; otros, por misión y por deber, para tratar de sacar del lodazal a sus hermanos, y tener más mérito en luchar ellos mismos contra la perniciosa impulsión, y su recompensa será proporcional a la dificultad superada. Tal es entre nosotros el obrero que cobra en proporción al peligro que corre en el ejercicio de su profesión.
El cuervo
y el zorro. (Sociedad Espírita de París, 8 de agosto de 1862. - Médium, Sr.
Leymarie.)
Cuidado con los aduladores: esta es la raza mentirosa; son las personificaciones de doble cara las que se ríen para engañaros; ¡Ay de aquel que cree en ellas y las escucha, porque las nociones de la verdad pronto se pervierten en él! Y, sin embargo, ¡cuántas personas se dejan engañar por este cebo mentiroso de la adulación! Escuchan con complacencia al embaucador que acaricia sus debilidades, mientras rechazan al amigo sincero que les dice la verdad y les da sabios consejos; atraen al falso amigo, mientras ahuyentan al verdadero y desinteresado amigo; para complacerlos hay que halagarlos, aprobar todo, aplaudir todo, encontrar todo bueno, hasta lo absurdo; y, ¡cosa extraña! rechazarán las opiniones sensatas y creerán en la mentira del primero que llegue, si esta mentira halaga a sus asistentes. ¿Qué queréis? Quieren ser engañados y lo son; y a menudo ven las consecuencias demasiado tarde, pero luego el daño ya está hecho ya veces no hay remedio.
¿De dónde viene esto? La causa de esta cruz es casi siempre múltiple. La primera, sin duda, es el orgullo, que les ciega a la infalibilidad de su propio mérito, que creen superior a cualquier otro; por lo que fácilmente lo toman como una especie de sentido común; la segunda se debe a una falta de juicio que no les permite ver lo fuerte y lo débil de las cosas; pero aquí nuevamente es el orgullo el que borra el juicio; pues, sin orgullo, desconfiarían de sí mismos y confiarían en los que tienen más experiencia. Cree también que los malos Espíritus no siempre le son ajenos; les gusta mistificar, tender trampas, y ¿quién mejor para caer en ello que el orgulloso a quien se halaga? El orgullo es para ellos el defecto de la coraza en unos, como la codicia en otros, y saben aprovecharlo hábilmente, pero tienen cuidado de no dirigirse a más fuertes que ellos, moralmente hablando. ¿Queréis escapar de la influencia de los malos Espíritus? Elevaos, elevaos tan alto en las virtudes que no puedan alcanzaros, y entonces serás vos quien será formidable para ellos; pero si dejáis un trozo de cuerda colgando, se aferrarán a él para obligaros a bajar; os llamarán con su voz melosa, alabarán vuestro plumaje, y haréis como el cuervo, se os caerá el queso.
Soneto.
Cuidado con los aduladores: esta es la raza mentirosa; son las personificaciones de doble cara las que se ríen para engañaros; ¡Ay de aquel que cree en ellas y las escucha, porque las nociones de la verdad pronto se pervierten en él! Y, sin embargo, ¡cuántas personas se dejan engañar por este cebo mentiroso de la adulación! Escuchan con complacencia al embaucador que acaricia sus debilidades, mientras rechazan al amigo sincero que les dice la verdad y les da sabios consejos; atraen al falso amigo, mientras ahuyentan al verdadero y desinteresado amigo; para complacerlos hay que halagarlos, aprobar todo, aplaudir todo, encontrar todo bueno, hasta lo absurdo; y, ¡cosa extraña! rechazarán las opiniones sensatas y creerán en la mentira del primero que llegue, si esta mentira halaga a sus asistentes. ¿Qué queréis? Quieren ser engañados y lo son; y a menudo ven las consecuencias demasiado tarde, pero luego el daño ya está hecho ya veces no hay remedio.
¿De dónde viene esto? La causa de esta cruz es casi siempre múltiple. La primera, sin duda, es el orgullo, que les ciega a la infalibilidad de su propio mérito, que creen superior a cualquier otro; por lo que fácilmente lo toman como una especie de sentido común; la segunda se debe a una falta de juicio que no les permite ver lo fuerte y lo débil de las cosas; pero aquí nuevamente es el orgullo el que borra el juicio; pues, sin orgullo, desconfiarían de sí mismos y confiarían en los que tienen más experiencia. Cree también que los malos Espíritus no siempre le son ajenos; les gusta mistificar, tender trampas, y ¿quién mejor para caer en ello que el orgulloso a quien se halaga? El orgullo es para ellos el defecto de la coraza en unos, como la codicia en otros, y saben aprovecharlo hábilmente, pero tienen cuidado de no dirigirse a más fuertes que ellos, moralmente hablando. ¿Queréis escapar de la influencia de los malos Espíritus? Elevaos, elevaos tan alto en las virtudes que no puedan alcanzaros, y entonces serás vos quien será formidable para ellos; pero si dejáis un trozo de cuerda colgando, se aferrarán a él para obligaros a bajar; os llamarán con su voz melosa, alabarán vuestro plumaje, y haréis como el cuervo, se os caerá el queso.
Buen
estilo de comunicación. (Sociedad Espírita de París, 8 de agosto de 1862. -
Médium, Sr. Leymarie.)
Buscad la sobriedad y la concisión en el discurso; pocas palabras, muchas cosas. El lenguaje es como la armonía: cuanto más quieres hacerlo hábil, menos melodioso es. La verdadera ciencia es siempre la que sorprende, no a unos sibaritas aburridos de todo, sino a la masa inteligente que durante tanto tiempo se ha desviado del camino de la verdadera belleza, que es el de la sencillez. Siguiendo el ejemplo de su Maestro, los discípulos de Cristo habían adquirido este profundo conocimiento de hablar bien, con sobriedad, con brevedad, y sus discursos, como el suyo, estaban imbuidos de esa gracia exquisita, de esa profundidad que hoy, en un tiempo en que todo miente a nuestro alrededor, haciendo aún de las grandes voces de Cristo y de los apóstoles modelos inimitables de concisión y precisión.
Pero la verdad descendió de lo alto; los Espíritus superiores vienen, como los apóstoles de los primeros días de la era cristiana, a enseñar y dirigir. El Libro de los Espíritus es toda una revolución, porque está escrito con brevedad, con sobriedad: pocas palabras, muchas cosas; ni flores de retórica, ni imágenes, sino sólo grandes y fuertes pensamientos que consuelan y fortalecen; por eso agrada, y agrada porque se comprende fácilmente: hay una marca de la superioridad de los Espíritus que lo dictaron.
¿Por qué hay tantos comunicados de los llamados Espíritus superiores, llenos de disparates, frases hinchadas y floridas: una página para no decir nada? Tened por seguro que no son Espíritus superiores, sino falsos eruditos que creen surtir efecto reemplazando por palabras el vacío de las ideas, la profundidad de los pensamientos por la oscuridad. Sólo pueden seducir a cerebros huecos como el de ellos, que toman el oropel por oro fino y juzgan la belleza de una mujer por el brillo de sus adornos.
Así que cuidado con los Espíritus verborrágicos, con lenguaje rimbombante y anfigúrico, que hay que devanarse los sesos para comprender; reconoced la verdadera superioridad en un estilo conciso, claro e inteligible sin esfuerzo de imaginación; no midáis la importancia de las comunicaciones por su extensión, sino por la suma de las ideas que contienen en el menor volumen. Para tener el tipo de superioridad real, cuentes las palabras y cuentes las ideas - me refiero a las ideas correctas, sanas y lógicas; - la comparación os dará la medida exacta.
Barbaret (Espíritu familiar).
Buscad la sobriedad y la concisión en el discurso; pocas palabras, muchas cosas. El lenguaje es como la armonía: cuanto más quieres hacerlo hábil, menos melodioso es. La verdadera ciencia es siempre la que sorprende, no a unos sibaritas aburridos de todo, sino a la masa inteligente que durante tanto tiempo se ha desviado del camino de la verdadera belleza, que es el de la sencillez. Siguiendo el ejemplo de su Maestro, los discípulos de Cristo habían adquirido este profundo conocimiento de hablar bien, con sobriedad, con brevedad, y sus discursos, como el suyo, estaban imbuidos de esa gracia exquisita, de esa profundidad que hoy, en un tiempo en que todo miente a nuestro alrededor, haciendo aún de las grandes voces de Cristo y de los apóstoles modelos inimitables de concisión y precisión.
Pero la verdad descendió de lo alto; los Espíritus superiores vienen, como los apóstoles de los primeros días de la era cristiana, a enseñar y dirigir. El Libro de los Espíritus es toda una revolución, porque está escrito con brevedad, con sobriedad: pocas palabras, muchas cosas; ni flores de retórica, ni imágenes, sino sólo grandes y fuertes pensamientos que consuelan y fortalecen; por eso agrada, y agrada porque se comprende fácilmente: hay una marca de la superioridad de los Espíritus que lo dictaron.
¿Por qué hay tantos comunicados de los llamados Espíritus superiores, llenos de disparates, frases hinchadas y floridas: una página para no decir nada? Tened por seguro que no son Espíritus superiores, sino falsos eruditos que creen surtir efecto reemplazando por palabras el vacío de las ideas, la profundidad de los pensamientos por la oscuridad. Sólo pueden seducir a cerebros huecos como el de ellos, que toman el oropel por oro fino y juzgan la belleza de una mujer por el brillo de sus adornos.
Así que cuidado con los Espíritus verborrágicos, con lenguaje rimbombante y anfigúrico, que hay que devanarse los sesos para comprender; reconoced la verdadera superioridad en un estilo conciso, claro e inteligible sin esfuerzo de imaginación; no midáis la importancia de las comunicaciones por su extensión, sino por la suma de las ideas que contienen en el menor volumen. Para tener el tipo de superioridad real, cuentes las palabras y cuentes las ideas - me refiero a las ideas correctas, sanas y lógicas; - la comparación os dará la medida exacta.
La
razón y lo sobrenatural. (Sociedad Espírita de París. - Médium Sr. A. Didier.)
El hombre está limitado en su inteligencia y en sus sensaciones. No puede comprender más allá de ciertos límites, y entonces pronuncia esta palabra sacramental y final: Sobrenatural.
La palabra sobrenatural, en la nueva ciencia que estáis estudiando, es una palabra de convención; existe para expresar nada. De hecho, ¿qué significa esta palabra? Fuera de la naturaleza; más allá de lo que nos es conocido. ¡Qué podría ser más loco, más absurdo que aplicar esta palabra a todo lo que está fuera de nosotros! Para el hombre pensante, la palabra sobrenatural no es definitiva; es vago, sugiere. Conocemos la frase banal del incrédulo por ignorancia: “Es sobrenatural. Ahora bien, razón, etc., etc.” ¡Pobre de mí! cuando la naturaleza, expandiéndose y actuando como una reina, nos muestra tesoros no reconocidos, la razón se vuelve en este sentido irrazonable y absurda, ya que persiste a pesar de los hechos. Ahora bien, si lo hay es porque la naturaleza lo permite. La naturaleza tiene para nosotros unas manifestaciones sublimes, sin duda, pero muy limitadas, si entramos en el dominio de lo desconocido. ¡Ay! queréis buscar en la naturaleza; ¿Queréis saber la causa de las cosas, causa rerum (la causa de las cosas), y creéis que no debéis dejar de lado vuestra razón banal? Pero están bromeando, caballeros. ¿Qué es la razón humana sino la forma de pensar de vuestro mundo? ¿Corres de planeta en planeta y creéis que la razón debe acompañaros allí? No, señores; la única razón que debéis tener en medio de todos estos fenómenos es la frialdad y la observación desde este punto de vista, y no desde el punto de vista de la incredulidad.
Últimamente hemos tocado cuestiones muy serias, recordaréis; más, en medio de lo que decíamos, no concluíamos que todo mal viene de los hombres; después de muchas luchas, después de muchas discusiones, vienen también buenos pensamientos, nueva fe y nuevas esperanzas. El Espiritismo, como os decía hace poco, es la luz que debe iluminar en lo sucesivo a toda inteligencia que tienda al progreso. La oración será el único dogma y la única práctica del Espiritismo, es decir, armonía y sencillez; el arte será nuevo, porque será fertilizado por nuevas ideas. Recuerdad que toda obra inspirada en una idea filosófica religiosa es siempre una manifestación poderosa y saludable; Cristo será siempre humanidad, pero ya no será humanidad doliente: será humanidad triunfante.
Lamennais.
Allan Kardec.
El hombre está limitado en su inteligencia y en sus sensaciones. No puede comprender más allá de ciertos límites, y entonces pronuncia esta palabra sacramental y final: Sobrenatural.
La palabra sobrenatural, en la nueva ciencia que estáis estudiando, es una palabra de convención; existe para expresar nada. De hecho, ¿qué significa esta palabra? Fuera de la naturaleza; más allá de lo que nos es conocido. ¡Qué podría ser más loco, más absurdo que aplicar esta palabra a todo lo que está fuera de nosotros! Para el hombre pensante, la palabra sobrenatural no es definitiva; es vago, sugiere. Conocemos la frase banal del incrédulo por ignorancia: “Es sobrenatural. Ahora bien, razón, etc., etc.” ¡Pobre de mí! cuando la naturaleza, expandiéndose y actuando como una reina, nos muestra tesoros no reconocidos, la razón se vuelve en este sentido irrazonable y absurda, ya que persiste a pesar de los hechos. Ahora bien, si lo hay es porque la naturaleza lo permite. La naturaleza tiene para nosotros unas manifestaciones sublimes, sin duda, pero muy limitadas, si entramos en el dominio de lo desconocido. ¡Ay! queréis buscar en la naturaleza; ¿Queréis saber la causa de las cosas, causa rerum (la causa de las cosas), y creéis que no debéis dejar de lado vuestra razón banal? Pero están bromeando, caballeros. ¿Qué es la razón humana sino la forma de pensar de vuestro mundo? ¿Corres de planeta en planeta y creéis que la razón debe acompañaros allí? No, señores; la única razón que debéis tener en medio de todos estos fenómenos es la frialdad y la observación desde este punto de vista, y no desde el punto de vista de la incredulidad.
Últimamente hemos tocado cuestiones muy serias, recordaréis; más, en medio de lo que decíamos, no concluíamos que todo mal viene de los hombres; después de muchas luchas, después de muchas discusiones, vienen también buenos pensamientos, nueva fe y nuevas esperanzas. El Espiritismo, como os decía hace poco, es la luz que debe iluminar en lo sucesivo a toda inteligencia que tienda al progreso. La oración será el único dogma y la única práctica del Espiritismo, es decir, armonía y sencillez; el arte será nuevo, porque será fertilizado por nuevas ideas. Recuerdad que toda obra inspirada en una idea filosófica religiosa es siempre una manifestación poderosa y saludable; Cristo será siempre humanidad, pero ya no será humanidad doliente: será humanidad triunfante.
Allan Kardec.
Noviembre
Viaje Espírita en 1862
Acabamos de hacer una visita a algunos de los centros espíritas de Francia, lamentando que el tiempo no nos permitiera ir a donde se nos había manifestado el deseo, ni prolongar nuestra permanencia, en cada localidad, tanto como hubiésemos querido por la acogida amistosa y fraterna que recibimos en todas partes. Durante un viaje de más de seis semanas y un viaje total de seiscientas noventa y tres leguas, paramos en veinte ciudades y asistimos a más de cincuenta reuniones. El resultado fue para nosotros una gran satisfacción moral bajo el doble aspecto, de las observaciones que recogimos y de la constatación del inmenso progreso del Espiritismo.
El relato de este viaje, que recoge principalmente las instrucciones que dimos en los distintos grupos, es demasiado extenso para poder insertarse en la Revista, de la que absorbería casi dos entregas; lo estamos haciendo una publicación separada, en el mismo formato que el periódico, para que pueda adjuntarse a ella si es necesario [1].
De camino visitamos a los poseídos de Morzine, en Saboya; allí también hemos recogido importantes y muy instructivas observaciones sobre las causas y el modo de la obsesión en todos los grados, corroboradas por casos idénticos y aislados y que hemos visto en otras localidades, y sobre los medios de combate. Este será el tema de un artículo especial desarrollado, que teníamos la intención de insertar en este número de la Revista, pero no habiéndonos permitido el tiempo terminarlo lo suficientemente pronto, nos vemos obligados a posponerlo para el próximo número; además, sólo puede ganar si se hace con menos prisa. Desde entonces, varios hechos recientes han arrojado luz sobre esta cuestión, que abre un nuevo horizonte para la patología.
Este artículo dará respuesta a todas las solicitudes de información que con frecuencia nos son dirigidas sobre casos análogos.
Creemos que debemos aprovechar esta circunstancia para rectificar una opinión que nos parece bastante generalizada.
Varias personas, sobre todo en provincias, habían pensado que los gastos de estos viajes corrían a cargo de la Sociedad de París; tuvimos que señalar este error cuando se presentó la ocasión; a los que aún pudieran compartirlo, recordaremos lo que dijimos en otra circunstancia (N° de junio de 1862, pág. 167), que la Sociedad se limita a proveer para sus gastos corrientes, y no tiene reserva; para que ella pudiera reunir capital, tendría que visar lucro; esto es lo que no hace y no quiere hacer, porque la especulación no es su fin, y el número no añade nada a la importancia de su obra; su influencia es enteramente moral y en el carácter de sus reuniones, que dan a los extraños (aquellos que la buscan) la idea de una asamblea grave y seria; este es su medio más poderoso de propaganda. Por lo tanto, no podía prever tal gasto. Los gastos de viaje, como todos los que exigen nuestras relaciones por el Espiritismo, se toman de nuestros recursos personales y de nuestros ahorros, aumentados por el producto de nuestras obras, sin las cuales nos sería imposible hacer frente a todos los gastos que nos son consecuencia del trabajo que hemos emprendido. Esto se dice sin vanidad, pero sólo para rendir homenaje a la verdad y para aclaración de los que imaginan que estamos atesorando.
[1] Folleto grande en 8°, formato y tipografía de la Revista. - Precio: 1 franco, gratuito para toda Francia. (En prensa.)
Acabamos de hacer una visita a algunos de los centros espíritas de Francia, lamentando que el tiempo no nos permitiera ir a donde se nos había manifestado el deseo, ni prolongar nuestra permanencia, en cada localidad, tanto como hubiésemos querido por la acogida amistosa y fraterna que recibimos en todas partes. Durante un viaje de más de seis semanas y un viaje total de seiscientas noventa y tres leguas, paramos en veinte ciudades y asistimos a más de cincuenta reuniones. El resultado fue para nosotros una gran satisfacción moral bajo el doble aspecto, de las observaciones que recogimos y de la constatación del inmenso progreso del Espiritismo.
El relato de este viaje, que recoge principalmente las instrucciones que dimos en los distintos grupos, es demasiado extenso para poder insertarse en la Revista, de la que absorbería casi dos entregas; lo estamos haciendo una publicación separada, en el mismo formato que el periódico, para que pueda adjuntarse a ella si es necesario [1].
De camino visitamos a los poseídos de Morzine, en Saboya; allí también hemos recogido importantes y muy instructivas observaciones sobre las causas y el modo de la obsesión en todos los grados, corroboradas por casos idénticos y aislados y que hemos visto en otras localidades, y sobre los medios de combate. Este será el tema de un artículo especial desarrollado, que teníamos la intención de insertar en este número de la Revista, pero no habiéndonos permitido el tiempo terminarlo lo suficientemente pronto, nos vemos obligados a posponerlo para el próximo número; además, sólo puede ganar si se hace con menos prisa. Desde entonces, varios hechos recientes han arrojado luz sobre esta cuestión, que abre un nuevo horizonte para la patología.
Este artículo dará respuesta a todas las solicitudes de información que con frecuencia nos son dirigidas sobre casos análogos.
Creemos que debemos aprovechar esta circunstancia para rectificar una opinión que nos parece bastante generalizada.
Varias personas, sobre todo en provincias, habían pensado que los gastos de estos viajes corrían a cargo de la Sociedad de París; tuvimos que señalar este error cuando se presentó la ocasión; a los que aún pudieran compartirlo, recordaremos lo que dijimos en otra circunstancia (N° de junio de 1862, pág. 167), que la Sociedad se limita a proveer para sus gastos corrientes, y no tiene reserva; para que ella pudiera reunir capital, tendría que visar lucro; esto es lo que no hace y no quiere hacer, porque la especulación no es su fin, y el número no añade nada a la importancia de su obra; su influencia es enteramente moral y en el carácter de sus reuniones, que dan a los extraños (aquellos que la buscan) la idea de una asamblea grave y seria; este es su medio más poderoso de propaganda. Por lo tanto, no podía prever tal gasto. Los gastos de viaje, como todos los que exigen nuestras relaciones por el Espiritismo, se toman de nuestros recursos personales y de nuestros ahorros, aumentados por el producto de nuestras obras, sin las cuales nos sería imposible hacer frente a todos los gastos que nos son consecuencia del trabajo que hemos emprendido. Esto se dice sin vanidad, pero sólo para rendir homenaje a la verdad y para aclaración de los que imaginan que estamos atesorando.
[1] Folleto grande en 8°, formato y tipografía de la Revista. - Precio: 1 franco, gratuito para toda Francia. (En prensa.)
A
nuestros corresponsales
A nuestro regreso encontramos tal correspondencia que tardaríamos no menos de un mes completo en responderla, sin hacer otra cosa; si consideramos que cada día se le suma un nuevo contingente, sin perjuicio de las actuales ocupaciones estrictamente obligatorias, comprenderemos la imposibilidad material en que nos encontramos de bastarnos para tal trabajo. Lo hemos dicho, y lo volvemos a repetir, estamos lejos de quejarnos de la cantidad de cartas que se nos escriben, porque prueban la inmensa extensión que toma la doctrina, y el punto de vista moral y filosófico, bajo el cual, ahora se considera dondequiera que penetra; son archivos preciosos para el Espiritismo; pero de nuevo nos vemos obligados a pedir indulgencia por nuestra inexactitud en la respuesta. Este trabajo solo tomaría el tiempo de dos personas, y estamos solos. En consecuencia, quedan muchas cosas pendientes, y es por ello por lo que se debe el retraso en la publicación de varios trabajos que habíamos anunciado.
Esperemos que llegue un momento en que podamos tener una colaboración asidua y permanente para que todo funcione en conjunto; los Espíritus nos lo prometen; mientras tanto, no hay alternativa, debemos descuidar o la correspondencia, o las otras obras, que aumentan en proporción al crecimiento de la doctrina.
A nuestro regreso encontramos tal correspondencia que tardaríamos no menos de un mes completo en responderla, sin hacer otra cosa; si consideramos que cada día se le suma un nuevo contingente, sin perjuicio de las actuales ocupaciones estrictamente obligatorias, comprenderemos la imposibilidad material en que nos encontramos de bastarnos para tal trabajo. Lo hemos dicho, y lo volvemos a repetir, estamos lejos de quejarnos de la cantidad de cartas que se nos escriben, porque prueban la inmensa extensión que toma la doctrina, y el punto de vista moral y filosófico, bajo el cual, ahora se considera dondequiera que penetra; son archivos preciosos para el Espiritismo; pero de nuevo nos vemos obligados a pedir indulgencia por nuestra inexactitud en la respuesta. Este trabajo solo tomaría el tiempo de dos personas, y estamos solos. En consecuencia, quedan muchas cosas pendientes, y es por ello por lo que se debe el retraso en la publicación de varios trabajos que habíamos anunciado.
Esperemos que llegue un momento en que podamos tener una colaboración asidua y permanente para que todo funcione en conjunto; los Espíritus nos lo prometen; mientras tanto, no hay alternativa, debemos descuidar o la correspondencia, o las otras obras, que aumentan en proporción al crecimiento de la doctrina.
Los misterios del Tour Saint-Michel en Burdeos
Historia de una momia.
En una de las bóvedas de la torre de Saint-Michel, en Burdeos, vemos un cierto número de cadáveres momificados que no parecen datar de más de dos o tres siglos, y que sin duda fueron llevados a este estado por la naturaleza del suelo. Es una de las curiosidades de la ciudad, y que los extranjeros no dejan de visitar. Todos estos cuerpos tienen la piel completamente apergaminada; la mayoría se encuentran en un estado de conservación que permite distinguir los rasgos faciales y la expresión del rostro; varios tienen uñas de notable frescura; algunos todavía tienen retazos de ropa, e incluso cordones muy finos.
Entre estas momias, hay una que llama especialmente la atención; es la de un hombre cuyas contracciones del cuerpo, de la cara y de los brazos levantados a la boca, no dejan duda sobre su tipo de muerte; es evidente que fue enterrado vivo, y que murió en convulsiones de terrible agonía.
Un nuevo periódico de Burdeos publica una novela en serie bajo el título de Misterios de la torre de Saint-Michel. Conocemos esta obra sólo por su nombre, y por las grandes imágenes enlucidas en todos los muros de la ciudad y que representan la bóveda de la torre. No sabemos, pues, con qué espíritu está concebida, ni la fuente de donde el autor extrajo los hechos que relata. El que vamos a relatar tiene al menos el mérito de no ser fruto de la imaginación humana, ya que viene directamente de ultratumba, lo que quizás haga reír mucho al autor en cuestión. Sea como fuere, creemos que este relato no es uno de los episodios menos llamativos de los dramas que debieron tener lugar en estos lugares; será leído con tanto mayor interés por todos los Espíritas, cuanto que contiene en sí mismo una profunda enseñanza; es la historia del hombre enterrado vivo y de otras dos personas que están unidas a él, obtenida en una serie de evocaciones hechas en la Sociedad Espírita de Saint-Jean d'Angély, en el mes de agosto, y que nos contaron durante nuestra visita. En cuanto a la autenticidad de los hechos, nos remitimos a la observación colocada al final de este artículo.
(Saint-Jean d'Angély, 9 de agosto de 1862. - Médium, Sr. Del…, por tipología.)
1. Pregunta al guía protector: ¿Podemos evocar el Espíritu que animó el cuerpo que vemos en la bóveda de la torre de Saint-Michel en Burdeos, y que parece haber sido enterrado vivo? – R. Sí, y que le sea útil para su enseñanza.
2. Evocación. - (El Espíritu manifiesta su presencia.)
3. ¿Podría decirnos cómo se llamaba cuando animaba el cuerpo del que estamos hablando? - R. Guillaume Remone.
4. ¿Fue su muerte una expiación o una prueba que eligió con el propósito de su avance? – R. Dios mío, ¿por qué, en tu bondad, perseguir tu sagrada justicia? Sabéis que la expiación es siempre obligatoria, y que quien ha cometido un delito no puede evitarlo. Estuve en este caso, eso te dice todo. Después de muchos sufrimientos, logré reconocer mis errores y experimenté todo el arrepentimiento necesario para mi regreso a la gracia ante el Eterno.
5. ¿Puede decirnos cuál fue su delito? – R. Yo había asesinado a mi esposa en su cama.
(10 de agosto. - Médium; Sra. Guérin, por escrito.)
6. Cuando, antes de vuestra reencarnación, elegisteis vuestro tipo de pruebas, ¿sabíais que seríais sepultado vivo? - No; sólo sabía que tenía que cometer un crimen atroz que llenaría mi vida de ardiente remordimiento, y que esta vida terminaría en un dolor insoportable. Pronto reencarnaré; Dios se apiadó de mi dolor y de mi arrepentimiento.
Observación. Esta oración: Yo sabía que tenía que cometer un delito, se explica a continuación, preguntas 30 y 31.
7. ¿La justicia procesó a alguien con motivo de la muerte de su esposa? – R. No; creyeran en una muerte súbita; la había asfixiado.
8. ¿Qué motivo lo llevó a este hecho delictivo? – R. Celos.
9. ¿Fuiste enterrado vivo por accidente? – R. Sí.
10. ¿Recuerdas los momentos de tu muerte? – R. Es algo terrible, imposible de describir. Imagínese estar en un hoyo con diez pies de tierra encima de usted, queriendo respirar y jadeando por aire, queriendo gritar, "¡Estoy vivo!" y sentir su voz apagada; verse morir y no poder pedir ayuda; sentirse lleno de vida y tachado de la lista de los vivos; tener sed y no poder beber; sentir las punzadas del hambre y no poder detenerlo; morir en una palabra en una rabia de los condenados.
11 ¿En este momento supremo pensaste que era el comienzo de tu castigo? – R. No pensé en nada. Morí como un loco, chocando con las paredes de mi féretro, queriendo salir y vivir a todo coste.
Observación. Esta respuesta es lógica y se justifica por las contorsiones en las que se ve, al examinar el cadáver, que el individuo debe haber muerto.
12. ¿Tu Espíritu despejado volvió a ver el cuerpo de William Remone? – R. Inmediatamente después de mi muerte, todavía me veía en la tierra.
13 ¿Cuánto tiempo habéis permanecido en este estado, es decir, con vuestro Espíritu pegado a vuestro cuerpo aunque ya no animándolo? – R. Unos quince a dieciocho días.
14. Cuando pudiste dejar tu cuerpo, ¿dónde te encontraste? – R. Me vi rodeado de una multitud de Espíritus como yo, llenos de dolor, sin atreverse a elevar su corazón a Dios, aún apegados a la tierra, y desesperados de recibir su perdón.
Observación. - El Espíritu atado a su cuerpo y sufriendo todavía las torturas de los últimos momentos, encontrándose luego en medio de los Espíritus dolientes, desesperando de su perdón, ¿no es este el infierno con sus lágrimas y su crujir de dientes? ¿Es necesario convertirlo en un horno con llamas y horcas? Esta creencia en la perpetuidad del sufrimiento es, como sabemos, uno de los castigos infligidos a los Espíritus culpables. Este estado dura mientras el Espíritu no se arrepiente, y duraría para siempre si nunca se arrepintiera, porque Dios perdona sólo al pecador arrepentido. Tan pronto como el arrepentimiento entra en su corazón, un rayo de esperanza le hace vislumbrar la posibilidad de poner fin a sus males; pero el arrepentimiento solo no es suficiente; Dios quiere expiación y reparación, y es a través de sucesivas reencarnaciones que Dios da a los Espíritus imperfectos la oportunidad de mejorar. En la erraticidad toman resoluciones que buscan ejecutar en la vida corporal; es así que, con cada existencia, dejando atrás algunas impurezas, logran gradualmente perfeccionarse y dar un paso adelante hacia la bienaventuranza eterna. La puerta de la felicidad, por tanto, nunca se les cierra, sino que la alcanzan en un tiempo más o menos largo, según su voluntad y el trabajo que hacen sobre sí mismos para merecerla.
No se puede admitir la omnipotencia de Dios sin previo conocimiento; por eso uno se pregunta ¿por qué Dios, sabiendo al crear un alma que tenía que caer sin poder recuperarse, la sacó de la nada para dedicarla al tormento eterno? ¿Así que quería crear almas infelices? Esta proposición es insostenible con la idea de bondad infinita que es uno de sus atributos esenciales. Una de dos cosas, o lo sabía o no lo sabía; si no lo supiera, no es todopoderoso; si lo supiera, no es ni justo ni bueno; ahora bien, quitar una partícula de la infinitud de los atributos de Dios, es negar la Divinidad. Todo se reconcilia, por el contrario, con la posibilidad dejada al Espíritu de reparar sus faltas. Dios sabía que en virtud de su albedrío el Espíritu fallaría, pero también sabía que resucitaría; sabía que por tomar el camino equivocado retrasaba su llegada a la meta, pero que tarde o temprano llegaría, y era para hacerlo llegar más rápido que multiplicaba los avisos en su camino; si no los escucha, es más culpable y merece la prolongación de sus pruebas. ¿De estas dos doctrinas cuál es la más racional?
AK.
(11 de agosto.)
15. ¿Le resultarían desagradables nuestras preguntas? – R. Eso me trae recuerdos conmovedores; pero ahora que he vuelto a la gracia por mi arrepentimiento, estoy feliz de poder dar mi vida como ejemplo, para proteger a mis hermanos contra las pasiones que podrían conducirlos como a mí.
16. Vuestra clase de muerte, comparada con la de vuestra mujer, nos hace suponer que se os ha aplicado la pena de la represalia, y que en vuestra persona se han cumplido estas palabras de Cristo: "El que hiere con la espada perecerá con la espada”. Así que, por favor, ¿díganos cómo asfixió a su víctima? – R. En su cama, como decía, entre dos colchones, después de ponerle una mordaza para que no llorara.
17. ¿Gozabas de buena reputación en tu barrio? – R. Sí; Yo era pobre, pero honrado y estimado; mi esposa también era de una familia honorable; y fue una noche, durante la cual los celos me habían tenido despierto, que vi a un hombre salir de su habitación; borracho de ira, y sin saber lo que hacía, fui culpable del crimen que te he revelado.
18. ¿Has vuelto a ver a tu esposa en el mundo de los Espíritus? – R. Fue el primer Espíritu que vino a mi vista, como para reprocharme mi crimen. La vi durante mucho tiempo y también infeliz; es sólo desde que me decida que voy a reencarnar que me deshago de su presencia.
Observación. - La visión constante de las víctimas es uno de los castigos más habituales a los Espíritus criminales. Aquellos que se sumergen en la oscuridad, lo cual es muy común, a menudo no pueden escapar de ella. No ven nada excepto lo que les puede recordar su crimen.
19. ¿Le has pedido que te perdone? – R. No; huíamos unos de otros constantemente, y siempre nos encontrábamos uno frente al otro para torturarnos.
20. Sin embargo, ya que te arrepentiste, ¿era necesario pedir perdón? – R. Tan pronto como me arrepentí, nunca más la volví a ver.
21. ¿Sabes dónde está ella ahora? – R. No sé qué le pasó, pero te será fácil averiguarlo gracias a tu guía espiritual, San Juan Bautista.
22. ¿Cuáles han sido tus sufrimientos como Espíritu? – R. Estaba rodeado de Espíritus desesperados; yo mismo nunca pensé que alguna vez saldría de este estado infeliz; ninguna luz de esperanza brillaba en mi alma endurecida; la vista de mi víctima coronó mi martirio.
23. ¿Cómo fuiste llevado a un mejor estado? – R. De entre mis hermanos desesperados, un día apunté a un propósito que, pronto comprendí, sólo podía alcanzar a través del arrepentimiento.
24. ¿Cuál fue este propósito? – R. Dios, del cual todo ser tiene la idea a pesar de sí mismo.
25. Ya habéis dicho dos veces que pronto reencarnaréis; ¿Es una indiscreción preguntarte qué tipo de pruebas has elegido? – R. La muerte segará a todos los seres que me serán queridos, y yo mismo pasaré por las enfermedades más abyectas.
26. ¿Eres feliz ahora? – R. Relativamente sí, ya que veo el fin de mi sufrimiento; en realidad no.
27. Desde el momento en que caíste en letargo, hasta el momento en que despertaste en tu ataúd, ¿viste y escuchaste lo que sucedía a tu alrededor? – R. Sí, pero tan vagamente que pensé que estaba soñando.
28. ¿En qué año murió? – R. En 1612.
29. (A San Juan Bautista.) ¿No fue G. Remone obligado por el castigo, sin duda, a acudir a nuestra evocación para confesar su crimen? Esto parece seguirse de su primera respuesta, en la que habla de la justicia de Dios. – R. Sí, se vio obligado a hacerlo, pero se resignó voluntariamente a ello cuando vio en él una forma más de agradar a Dios sirviéndole en sus estudios espíritas.
30. Este Espíritu se equivocó indudablemente cuando dijo (pregunta 6): “Sabía que tenía que cometer un crimen”. Probablemente sabía que estaría expuesto a cometer un crimen, pero teniendo su libre albedrío bien podría no sucumbir a la tentación. – R. Se explicó mal; debería haber dicho: “Sabía que mi vida estaría llena de remordimientos”. Era libre de elegir otro tipo de prueba; ahora bien, para tener remordimiento, es necesario suponer que cometería una mala acción.
31. ¿No podríamos admitir que sólo tenía su libre albedrío en un estado errante eligiendo tal o cual prueba, pero que, una vez elegida esta prueba, ya no tenía, como encarnado, la libertad de no cometer la acción, y que el crimen necesariamente debería haber sido cometido por él? – R. Podría evitarlo; su libre albedrío lo tuvo como Espíritu y en estado de encarnado; por lo tanto, pudo resistir, pero sus pasiones lo arrastraron.
Observación. - Es evidente que el Espíritu no se había dado cuenta plenamente de su situación; confundió la prueba, es decir la tentación de hacer, con la acción; y al sucumbir, pudo creer en una acción fatal elegida por él, que no sería racional. El libre albedrío es el privilegio más hermoso del espíritu humano, y una prueba contundente de la justicia de Dios que hace del Espíritu el árbitro de su destino, ya que de él depende acortar sus sufrimientos o prolongarlos por su insensibilidad y su mala voluntad. Suponer que pudiera perder su libertad moral cuando encarnada sería quitarle la responsabilidad de sus actos. Podemos ver de esto que debemos admitir sólo después de un examen maduro ciertas respuestas de los Espíritus, especialmente cuando no están en todos los aspectos en conformidad con la lógica.
AK.
32. ¿Debemos suponer que un Espíritu puede, como prueba, elegir una vida de crímenes, ya que elige el remordimiento, que no es más que la consecuencia de la infracción de la ley divina? – R. Puede elegir la prueba para exponerse a ella, pero, teniendo su libre albedrío, tampoco puede sucumbir. Así G. Remone había elegido una vida llena de penas domésticas que despertarían en él la idea de un crimen, que iba a inundar su vida de remordimiento si lo cumplía. Por lo tanto, quería probar esta prueba para intentar salir victorioso.
Vuestro lenguaje está tan fuera de armonía con la manera de comunicarse de los Espíritus, que sucede muy a menudo que hay que hacer rectificaciones en las frases que os dan los médiums, especialmente los médiums intuitivos; por la combinación de fluidos, les transmitimos la idea de que traducen más o menos bien, según sea más o menos fácil esta combinación entre el fluido de nuestro periespíritu y el fluido animal del médium.
Sra. Remone.
(12 de agosto.)
33. (A San Juan.) ¿Podríamos evocar el Espíritu de la mujer de G. Remone? – R. No; ella está reencarnada.
34. ¿En la tierra? – R. Sí.
35. Si no podemos evocarla como Espíritu errante, ¿no podríamos evocarla encarnada, y vosotros no podríais decirnos cuándo dormirá? -R. Puedes en este momento, porque las noches para este Espíritu son los días para ti.
36. Evocación del Espíritu de la Sra. Remone. - (El Espíritu se manifiesta.)
37. ¿Recuerdas la existencia en la que te llamaban señora Remone? – R. Sí; ¡Vaya! ¿Por qué me haces recordar mi vergüenza y mi desgracia?
38. Si estas preguntas te causan algún dolor, las detendremos. – R. Te lo ruego.
39. Nuestro objetivo no es molestarte; no te conocemos, y probablemente nunca lo haremos; sólo queremos hacer estudios espirituales. – R. Mi mente está tranquila, ¿por qué quieres agitarla con recuerdos dolorosos? ¿No puedes hacer estudios sobre Espíritus errantes?
40. (A San Juan.) ¿Debemos cesar nuestras preguntas que parecen despertar un recuerdo doloroso en este Espíritu? – R. Le insto a que lo haga; es todavía una niña, y el cansancio de su Espíritu reaccionaría sobre su cuerpo; además, es más o menos la repetición de lo que le dijo su marido.
41. ¿Se han perdonado G. Rémone y su esposa por sus errores? – R. No; para ello deben llegar a un mayor grado de perfección.
42. Si estos dos Espíritus se encontraran en la tierra en estado encarnado, ¿qué sentimientos tendrían el uno por el otro? – R. Solo experimentarían antipatía.
43. G. Rémone al ver de nuevo, como visitante, su cuerpo en la bóveda de Saint-Michel, ¿experimentaría una sensación desconocida para otros curiosos? – R. Sí; pero este sentimiento le parecería muy natural.
44. ¿Ha visto su cuerpo desde que fue levantado del suelo? – R. Sí.
45. ¿Cuáles fueron sus impresiones? - R. Cero; sabéis muy bien que los Espíritus liberados de su envoltura ven las cosas de aquí abajo con ojos diferentes a los de vosotros encarnados.
46. ¿Podríamos obtener alguna información sobre la posición actual de la Sra. Remone? – R. Preguntéis.
47. ¿Cuál es su sexo hoy? – R. Una mujer.
48. ¿Su país natal? – R. Ella es la hija de un rico comerciante de las Indias Occidentales.
49. Las Indias Occidentales pertenecen a varias potencias; ¿Cuál es su nación? – R. Vive en La Habana.
50. ¿Podríamos saber su nombre? – R. No preguntes.
51. ¿Qué edad tiene? – R. Once años.
52. ¿Cuáles serán sus pruebas? – R. La pérdida de su fortuna; un amor ilegítimo y desesperanzado, unido a la miseria y al trabajo más doloroso.
53. Dices amor ilegítimo; ¿Amará, pues, a su padre, a su hermano o a alguno de los suyos? – R. Amará a un hombre consagrado a Dios, solo y sin esperanza de retorno.
54. Ahora que conocemos las pruebas de este Espíritu, si lo invocáramos de vez en cuando durante su sueño, en los días de sus desdichas, ¿no podríamos darle algún consejo para animarse y poner su esperanza en Dios?; ¿influiría eso en las resoluciones que podría tomar en el estado de vigilia? – R. Muy poco; esta joven ya tiene una imaginación ardiente y una cabeza de hierro.
55. Habéis dicho que, en el país donde ella vive, las noches son para nosotros los días; ahora, entre La Habana y Saint-Jean d'Angély, sólo hay una diferencia de cinco horas y media; como aquí eran las dos a la hora de la evocación, ¿debía estar en La Habana a las ocho y media de la mañana? – R. Bueno, ella todavía estaba durmiendo cuando la mencionaste, mientras que tú habías estado despierto durante mucho tiempo. Uno duerme hasta tarde en estas regiones cuando uno es rico y no tiene nada que hacer.
Observación. - Varias lecciones surgen de esta evocación. Si en la vida exterior de relación el Espíritu encarnado no recuerda su pasado, liberado durante el descanso del cuerpo, recuerda. No hay, pues, solución de continuidad en la vida del Espíritu, quien, en sus momentos de emancipación, puede echar una mirada retrospectiva a sus existencias anteriores, y traer de vuelta una intuición que puede guiarlo en el estado de vigilia.
Ya hemos señalado, en muchas ocasiones, las desventajas que, en el estado de vigilia, presentaría la memoria precisa del pasado. Estas evocaciones nos proporcionan un ejemplo. Se ha dicho que si G. Remone y su esposa se conocieran, sentirían aversión el uno por el otro; ¡Qué sería si recordaran a sus antiguas relaciones! El odio entre ellos inevitablemente despertaría; en lugar de dos seres simplemente antipáticos o indiferentes entre sí, ¡tal vez serían enemigos mortales! Con su ignorancia, son más ellos mismos, y caminan más libremente en el nuevo camino que les toca transitar; el recuerdo del pasado los inquietaría humillándolos ante sus propios ojos y ante los ojos de los demás. El olvido no les hace perder el beneficio de la experiencia, porque nacen con lo que han adquirido en inteligencia y moralidad; son lo que ellos mismos hicieron; es para ellos un nuevo punto de partida. Si a las nuevas pruebas que tendrá que soportar G. Remone se añadiera el recuerdo de los suplicios de su última muerte, sería un suplicio atroz que Dios quiso librarle echando un velo sobre el pasado para él.
AK.
Jacques Noulin.
(15 de agosto.)
56. (A San Juan.) ¿Podemos mencionar al cómplice de la Sra. Remone? – R. Sí.
57. Evocación. - (El Espíritu se manifiesta.)
58. Jura en nombre de Dios que eres el Espíritu del que fue rival de Remone. – R. Lo juraré en nombre de quien tú quieras. – Júralo en el nombre de Dios. - Lo juro en el nombre de Dios.
59. ¿No pareces un Espíritu muy avanzado? – R. Métete en tus propios asuntos y déjame ir.
Observación. ‑ Como no hay puertas cerradas para los Espíritus, si pide que lo dejen ir es porque un poder superior lo obliga a quedarse, sin duda para su educación.
60. Nos ocupamos de nuestros propios asuntos, porque queremos saber cómo en la próxima vida se recompensa la virtud y se castiga el vicio. – R. Sí, querida mía, cada uno recibe premio o castigo, según sus obras; por lo tanto, trate de caminar derecho.
61. Vuestra bravuconería no nos asusta; ponemos nuestra confianza en Dios; pero todavía pareces muy retrasado. – R. Sigo siendo Gros-Jean como antes.
62. ¿No puedes responder preguntas serias con seriedad? – R. ¿Por qué se dirigen a mí, gente seria? Estoy más inclinado a reír que a hacer filosofía; siempre me ha gustado la mesa bien servida, las mujeres amables y el buen vino.
63. (Al ángel de la guarda de la médium.) ¿Puede darnos alguna información sobre este Espíritu? – R. No está lo suficientemente avanzado como para darle buenas razones.
64. ¿Sería peligroso entrar en comunicación con él? ¿Podríamos llevarlo a mejores sentimientos? – R. Le podría beneficiar más a él que a ti. Pruébelo, es posible que pueda convencerlo de que mire las cosas desde otro punto de vista.
65. (Al Espíritu.) ¿Sabes que el Espíritu debe progresar?; ¿que debe, a través de sucesivas encarnaciones, llegar a Dios de quien pareces estar muy lejos? – R. Nunca lo pensé. y luego estoy tan lejos de eso! No quiero emprender un viaje tan largo.
Observación. - He aquí, pues, un Espíritu que, por su ligereza y su falta de avance, no sospecha la reencarnación. Cuando le llegue el momento de reanudar una nueva existencia, ¿qué elección podrá hacer? Evidentemente una elección en relación con su carácter y sus hábitos, con miras a gozar, y no con miras a expiar, hasta que su Espíritu esté lo suficientemente desarrollado para comprender las consecuencias. Es la historia del niño inexperto que se lanza temerariamente a todas las aventuras y que adquiere experiencia a su cargo. Recordemos aquí que, para los Espíritus retrasados, incapaces de hacer una elección con conocimiento de causa, existen encarnaciones obligatorias.
Historia de una momia.
En una de las bóvedas de la torre de Saint-Michel, en Burdeos, vemos un cierto número de cadáveres momificados que no parecen datar de más de dos o tres siglos, y que sin duda fueron llevados a este estado por la naturaleza del suelo. Es una de las curiosidades de la ciudad, y que los extranjeros no dejan de visitar. Todos estos cuerpos tienen la piel completamente apergaminada; la mayoría se encuentran en un estado de conservación que permite distinguir los rasgos faciales y la expresión del rostro; varios tienen uñas de notable frescura; algunos todavía tienen retazos de ropa, e incluso cordones muy finos.
Entre estas momias, hay una que llama especialmente la atención; es la de un hombre cuyas contracciones del cuerpo, de la cara y de los brazos levantados a la boca, no dejan duda sobre su tipo de muerte; es evidente que fue enterrado vivo, y que murió en convulsiones de terrible agonía.
Un nuevo periódico de Burdeos publica una novela en serie bajo el título de Misterios de la torre de Saint-Michel. Conocemos esta obra sólo por su nombre, y por las grandes imágenes enlucidas en todos los muros de la ciudad y que representan la bóveda de la torre. No sabemos, pues, con qué espíritu está concebida, ni la fuente de donde el autor extrajo los hechos que relata. El que vamos a relatar tiene al menos el mérito de no ser fruto de la imaginación humana, ya que viene directamente de ultratumba, lo que quizás haga reír mucho al autor en cuestión. Sea como fuere, creemos que este relato no es uno de los episodios menos llamativos de los dramas que debieron tener lugar en estos lugares; será leído con tanto mayor interés por todos los Espíritas, cuanto que contiene en sí mismo una profunda enseñanza; es la historia del hombre enterrado vivo y de otras dos personas que están unidas a él, obtenida en una serie de evocaciones hechas en la Sociedad Espírita de Saint-Jean d'Angély, en el mes de agosto, y que nos contaron durante nuestra visita. En cuanto a la autenticidad de los hechos, nos remitimos a la observación colocada al final de este artículo.
(Saint-Jean d'Angély, 9 de agosto de 1862. - Médium, Sr. Del…, por tipología.)
1. Pregunta al guía protector: ¿Podemos evocar el Espíritu que animó el cuerpo que vemos en la bóveda de la torre de Saint-Michel en Burdeos, y que parece haber sido enterrado vivo? – R. Sí, y que le sea útil para su enseñanza.
2. Evocación. - (El Espíritu manifiesta su presencia.)
3. ¿Podría decirnos cómo se llamaba cuando animaba el cuerpo del que estamos hablando? - R. Guillaume Remone.
4. ¿Fue su muerte una expiación o una prueba que eligió con el propósito de su avance? – R. Dios mío, ¿por qué, en tu bondad, perseguir tu sagrada justicia? Sabéis que la expiación es siempre obligatoria, y que quien ha cometido un delito no puede evitarlo. Estuve en este caso, eso te dice todo. Después de muchos sufrimientos, logré reconocer mis errores y experimenté todo el arrepentimiento necesario para mi regreso a la gracia ante el Eterno.
5. ¿Puede decirnos cuál fue su delito? – R. Yo había asesinado a mi esposa en su cama.
(10 de agosto. - Médium; Sra. Guérin, por escrito.)
6. Cuando, antes de vuestra reencarnación, elegisteis vuestro tipo de pruebas, ¿sabíais que seríais sepultado vivo? - No; sólo sabía que tenía que cometer un crimen atroz que llenaría mi vida de ardiente remordimiento, y que esta vida terminaría en un dolor insoportable. Pronto reencarnaré; Dios se apiadó de mi dolor y de mi arrepentimiento.
Observación. Esta oración: Yo sabía que tenía que cometer un delito, se explica a continuación, preguntas 30 y 31.
7. ¿La justicia procesó a alguien con motivo de la muerte de su esposa? – R. No; creyeran en una muerte súbita; la había asfixiado.
8. ¿Qué motivo lo llevó a este hecho delictivo? – R. Celos.
9. ¿Fuiste enterrado vivo por accidente? – R. Sí.
10. ¿Recuerdas los momentos de tu muerte? – R. Es algo terrible, imposible de describir. Imagínese estar en un hoyo con diez pies de tierra encima de usted, queriendo respirar y jadeando por aire, queriendo gritar, "¡Estoy vivo!" y sentir su voz apagada; verse morir y no poder pedir ayuda; sentirse lleno de vida y tachado de la lista de los vivos; tener sed y no poder beber; sentir las punzadas del hambre y no poder detenerlo; morir en una palabra en una rabia de los condenados.
11 ¿En este momento supremo pensaste que era el comienzo de tu castigo? – R. No pensé en nada. Morí como un loco, chocando con las paredes de mi féretro, queriendo salir y vivir a todo coste.
Observación. Esta respuesta es lógica y se justifica por las contorsiones en las que se ve, al examinar el cadáver, que el individuo debe haber muerto.
12. ¿Tu Espíritu despejado volvió a ver el cuerpo de William Remone? – R. Inmediatamente después de mi muerte, todavía me veía en la tierra.
13 ¿Cuánto tiempo habéis permanecido en este estado, es decir, con vuestro Espíritu pegado a vuestro cuerpo aunque ya no animándolo? – R. Unos quince a dieciocho días.
14. Cuando pudiste dejar tu cuerpo, ¿dónde te encontraste? – R. Me vi rodeado de una multitud de Espíritus como yo, llenos de dolor, sin atreverse a elevar su corazón a Dios, aún apegados a la tierra, y desesperados de recibir su perdón.
Observación. - El Espíritu atado a su cuerpo y sufriendo todavía las torturas de los últimos momentos, encontrándose luego en medio de los Espíritus dolientes, desesperando de su perdón, ¿no es este el infierno con sus lágrimas y su crujir de dientes? ¿Es necesario convertirlo en un horno con llamas y horcas? Esta creencia en la perpetuidad del sufrimiento es, como sabemos, uno de los castigos infligidos a los Espíritus culpables. Este estado dura mientras el Espíritu no se arrepiente, y duraría para siempre si nunca se arrepintiera, porque Dios perdona sólo al pecador arrepentido. Tan pronto como el arrepentimiento entra en su corazón, un rayo de esperanza le hace vislumbrar la posibilidad de poner fin a sus males; pero el arrepentimiento solo no es suficiente; Dios quiere expiación y reparación, y es a través de sucesivas reencarnaciones que Dios da a los Espíritus imperfectos la oportunidad de mejorar. En la erraticidad toman resoluciones que buscan ejecutar en la vida corporal; es así que, con cada existencia, dejando atrás algunas impurezas, logran gradualmente perfeccionarse y dar un paso adelante hacia la bienaventuranza eterna. La puerta de la felicidad, por tanto, nunca se les cierra, sino que la alcanzan en un tiempo más o menos largo, según su voluntad y el trabajo que hacen sobre sí mismos para merecerla.
No se puede admitir la omnipotencia de Dios sin previo conocimiento; por eso uno se pregunta ¿por qué Dios, sabiendo al crear un alma que tenía que caer sin poder recuperarse, la sacó de la nada para dedicarla al tormento eterno? ¿Así que quería crear almas infelices? Esta proposición es insostenible con la idea de bondad infinita que es uno de sus atributos esenciales. Una de dos cosas, o lo sabía o no lo sabía; si no lo supiera, no es todopoderoso; si lo supiera, no es ni justo ni bueno; ahora bien, quitar una partícula de la infinitud de los atributos de Dios, es negar la Divinidad. Todo se reconcilia, por el contrario, con la posibilidad dejada al Espíritu de reparar sus faltas. Dios sabía que en virtud de su albedrío el Espíritu fallaría, pero también sabía que resucitaría; sabía que por tomar el camino equivocado retrasaba su llegada a la meta, pero que tarde o temprano llegaría, y era para hacerlo llegar más rápido que multiplicaba los avisos en su camino; si no los escucha, es más culpable y merece la prolongación de sus pruebas. ¿De estas dos doctrinas cuál es la más racional?
(11 de agosto.)
15. ¿Le resultarían desagradables nuestras preguntas? – R. Eso me trae recuerdos conmovedores; pero ahora que he vuelto a la gracia por mi arrepentimiento, estoy feliz de poder dar mi vida como ejemplo, para proteger a mis hermanos contra las pasiones que podrían conducirlos como a mí.
16. Vuestra clase de muerte, comparada con la de vuestra mujer, nos hace suponer que se os ha aplicado la pena de la represalia, y que en vuestra persona se han cumplido estas palabras de Cristo: "El que hiere con la espada perecerá con la espada”. Así que, por favor, ¿díganos cómo asfixió a su víctima? – R. En su cama, como decía, entre dos colchones, después de ponerle una mordaza para que no llorara.
17. ¿Gozabas de buena reputación en tu barrio? – R. Sí; Yo era pobre, pero honrado y estimado; mi esposa también era de una familia honorable; y fue una noche, durante la cual los celos me habían tenido despierto, que vi a un hombre salir de su habitación; borracho de ira, y sin saber lo que hacía, fui culpable del crimen que te he revelado.
18. ¿Has vuelto a ver a tu esposa en el mundo de los Espíritus? – R. Fue el primer Espíritu que vino a mi vista, como para reprocharme mi crimen. La vi durante mucho tiempo y también infeliz; es sólo desde que me decida que voy a reencarnar que me deshago de su presencia.
Observación. - La visión constante de las víctimas es uno de los castigos más habituales a los Espíritus criminales. Aquellos que se sumergen en la oscuridad, lo cual es muy común, a menudo no pueden escapar de ella. No ven nada excepto lo que les puede recordar su crimen.
19. ¿Le has pedido que te perdone? – R. No; huíamos unos de otros constantemente, y siempre nos encontrábamos uno frente al otro para torturarnos.
20. Sin embargo, ya que te arrepentiste, ¿era necesario pedir perdón? – R. Tan pronto como me arrepentí, nunca más la volví a ver.
21. ¿Sabes dónde está ella ahora? – R. No sé qué le pasó, pero te será fácil averiguarlo gracias a tu guía espiritual, San Juan Bautista.
22. ¿Cuáles han sido tus sufrimientos como Espíritu? – R. Estaba rodeado de Espíritus desesperados; yo mismo nunca pensé que alguna vez saldría de este estado infeliz; ninguna luz de esperanza brillaba en mi alma endurecida; la vista de mi víctima coronó mi martirio.
23. ¿Cómo fuiste llevado a un mejor estado? – R. De entre mis hermanos desesperados, un día apunté a un propósito que, pronto comprendí, sólo podía alcanzar a través del arrepentimiento.
24. ¿Cuál fue este propósito? – R. Dios, del cual todo ser tiene la idea a pesar de sí mismo.
25. Ya habéis dicho dos veces que pronto reencarnaréis; ¿Es una indiscreción preguntarte qué tipo de pruebas has elegido? – R. La muerte segará a todos los seres que me serán queridos, y yo mismo pasaré por las enfermedades más abyectas.
26. ¿Eres feliz ahora? – R. Relativamente sí, ya que veo el fin de mi sufrimiento; en realidad no.
27. Desde el momento en que caíste en letargo, hasta el momento en que despertaste en tu ataúd, ¿viste y escuchaste lo que sucedía a tu alrededor? – R. Sí, pero tan vagamente que pensé que estaba soñando.
28. ¿En qué año murió? – R. En 1612.
29. (A San Juan Bautista.) ¿No fue G. Remone obligado por el castigo, sin duda, a acudir a nuestra evocación para confesar su crimen? Esto parece seguirse de su primera respuesta, en la que habla de la justicia de Dios. – R. Sí, se vio obligado a hacerlo, pero se resignó voluntariamente a ello cuando vio en él una forma más de agradar a Dios sirviéndole en sus estudios espíritas.
30. Este Espíritu se equivocó indudablemente cuando dijo (pregunta 6): “Sabía que tenía que cometer un crimen”. Probablemente sabía que estaría expuesto a cometer un crimen, pero teniendo su libre albedrío bien podría no sucumbir a la tentación. – R. Se explicó mal; debería haber dicho: “Sabía que mi vida estaría llena de remordimientos”. Era libre de elegir otro tipo de prueba; ahora bien, para tener remordimiento, es necesario suponer que cometería una mala acción.
31. ¿No podríamos admitir que sólo tenía su libre albedrío en un estado errante eligiendo tal o cual prueba, pero que, una vez elegida esta prueba, ya no tenía, como encarnado, la libertad de no cometer la acción, y que el crimen necesariamente debería haber sido cometido por él? – R. Podría evitarlo; su libre albedrío lo tuvo como Espíritu y en estado de encarnado; por lo tanto, pudo resistir, pero sus pasiones lo arrastraron.
Observación. - Es evidente que el Espíritu no se había dado cuenta plenamente de su situación; confundió la prueba, es decir la tentación de hacer, con la acción; y al sucumbir, pudo creer en una acción fatal elegida por él, que no sería racional. El libre albedrío es el privilegio más hermoso del espíritu humano, y una prueba contundente de la justicia de Dios que hace del Espíritu el árbitro de su destino, ya que de él depende acortar sus sufrimientos o prolongarlos por su insensibilidad y su mala voluntad. Suponer que pudiera perder su libertad moral cuando encarnada sería quitarle la responsabilidad de sus actos. Podemos ver de esto que debemos admitir sólo después de un examen maduro ciertas respuestas de los Espíritus, especialmente cuando no están en todos los aspectos en conformidad con la lógica.
32. ¿Debemos suponer que un Espíritu puede, como prueba, elegir una vida de crímenes, ya que elige el remordimiento, que no es más que la consecuencia de la infracción de la ley divina? – R. Puede elegir la prueba para exponerse a ella, pero, teniendo su libre albedrío, tampoco puede sucumbir. Así G. Remone había elegido una vida llena de penas domésticas que despertarían en él la idea de un crimen, que iba a inundar su vida de remordimiento si lo cumplía. Por lo tanto, quería probar esta prueba para intentar salir victorioso.
Vuestro lenguaje está tan fuera de armonía con la manera de comunicarse de los Espíritus, que sucede muy a menudo que hay que hacer rectificaciones en las frases que os dan los médiums, especialmente los médiums intuitivos; por la combinación de fluidos, les transmitimos la idea de que traducen más o menos bien, según sea más o menos fácil esta combinación entre el fluido de nuestro periespíritu y el fluido animal del médium.
Sra. Remone.
(12 de agosto.)
33. (A San Juan.) ¿Podríamos evocar el Espíritu de la mujer de G. Remone? – R. No; ella está reencarnada.
34. ¿En la tierra? – R. Sí.
35. Si no podemos evocarla como Espíritu errante, ¿no podríamos evocarla encarnada, y vosotros no podríais decirnos cuándo dormirá? -R. Puedes en este momento, porque las noches para este Espíritu son los días para ti.
36. Evocación del Espíritu de la Sra. Remone. - (El Espíritu se manifiesta.)
37. ¿Recuerdas la existencia en la que te llamaban señora Remone? – R. Sí; ¡Vaya! ¿Por qué me haces recordar mi vergüenza y mi desgracia?
38. Si estas preguntas te causan algún dolor, las detendremos. – R. Te lo ruego.
39. Nuestro objetivo no es molestarte; no te conocemos, y probablemente nunca lo haremos; sólo queremos hacer estudios espirituales. – R. Mi mente está tranquila, ¿por qué quieres agitarla con recuerdos dolorosos? ¿No puedes hacer estudios sobre Espíritus errantes?
40. (A San Juan.) ¿Debemos cesar nuestras preguntas que parecen despertar un recuerdo doloroso en este Espíritu? – R. Le insto a que lo haga; es todavía una niña, y el cansancio de su Espíritu reaccionaría sobre su cuerpo; además, es más o menos la repetición de lo que le dijo su marido.
41. ¿Se han perdonado G. Rémone y su esposa por sus errores? – R. No; para ello deben llegar a un mayor grado de perfección.
42. Si estos dos Espíritus se encontraran en la tierra en estado encarnado, ¿qué sentimientos tendrían el uno por el otro? – R. Solo experimentarían antipatía.
43. G. Rémone al ver de nuevo, como visitante, su cuerpo en la bóveda de Saint-Michel, ¿experimentaría una sensación desconocida para otros curiosos? – R. Sí; pero este sentimiento le parecería muy natural.
44. ¿Ha visto su cuerpo desde que fue levantado del suelo? – R. Sí.
45. ¿Cuáles fueron sus impresiones? - R. Cero; sabéis muy bien que los Espíritus liberados de su envoltura ven las cosas de aquí abajo con ojos diferentes a los de vosotros encarnados.
46. ¿Podríamos obtener alguna información sobre la posición actual de la Sra. Remone? – R. Preguntéis.
47. ¿Cuál es su sexo hoy? – R. Una mujer.
48. ¿Su país natal? – R. Ella es la hija de un rico comerciante de las Indias Occidentales.
49. Las Indias Occidentales pertenecen a varias potencias; ¿Cuál es su nación? – R. Vive en La Habana.
50. ¿Podríamos saber su nombre? – R. No preguntes.
51. ¿Qué edad tiene? – R. Once años.
52. ¿Cuáles serán sus pruebas? – R. La pérdida de su fortuna; un amor ilegítimo y desesperanzado, unido a la miseria y al trabajo más doloroso.
53. Dices amor ilegítimo; ¿Amará, pues, a su padre, a su hermano o a alguno de los suyos? – R. Amará a un hombre consagrado a Dios, solo y sin esperanza de retorno.
54. Ahora que conocemos las pruebas de este Espíritu, si lo invocáramos de vez en cuando durante su sueño, en los días de sus desdichas, ¿no podríamos darle algún consejo para animarse y poner su esperanza en Dios?; ¿influiría eso en las resoluciones que podría tomar en el estado de vigilia? – R. Muy poco; esta joven ya tiene una imaginación ardiente y una cabeza de hierro.
55. Habéis dicho que, en el país donde ella vive, las noches son para nosotros los días; ahora, entre La Habana y Saint-Jean d'Angély, sólo hay una diferencia de cinco horas y media; como aquí eran las dos a la hora de la evocación, ¿debía estar en La Habana a las ocho y media de la mañana? – R. Bueno, ella todavía estaba durmiendo cuando la mencionaste, mientras que tú habías estado despierto durante mucho tiempo. Uno duerme hasta tarde en estas regiones cuando uno es rico y no tiene nada que hacer.
Observación. - Varias lecciones surgen de esta evocación. Si en la vida exterior de relación el Espíritu encarnado no recuerda su pasado, liberado durante el descanso del cuerpo, recuerda. No hay, pues, solución de continuidad en la vida del Espíritu, quien, en sus momentos de emancipación, puede echar una mirada retrospectiva a sus existencias anteriores, y traer de vuelta una intuición que puede guiarlo en el estado de vigilia.
Ya hemos señalado, en muchas ocasiones, las desventajas que, en el estado de vigilia, presentaría la memoria precisa del pasado. Estas evocaciones nos proporcionan un ejemplo. Se ha dicho que si G. Remone y su esposa se conocieran, sentirían aversión el uno por el otro; ¡Qué sería si recordaran a sus antiguas relaciones! El odio entre ellos inevitablemente despertaría; en lugar de dos seres simplemente antipáticos o indiferentes entre sí, ¡tal vez serían enemigos mortales! Con su ignorancia, son más ellos mismos, y caminan más libremente en el nuevo camino que les toca transitar; el recuerdo del pasado los inquietaría humillándolos ante sus propios ojos y ante los ojos de los demás. El olvido no les hace perder el beneficio de la experiencia, porque nacen con lo que han adquirido en inteligencia y moralidad; son lo que ellos mismos hicieron; es para ellos un nuevo punto de partida. Si a las nuevas pruebas que tendrá que soportar G. Remone se añadiera el recuerdo de los suplicios de su última muerte, sería un suplicio atroz que Dios quiso librarle echando un velo sobre el pasado para él.
(15 de agosto.)
56. (A San Juan.) ¿Podemos mencionar al cómplice de la Sra. Remone? – R. Sí.
57. Evocación. - (El Espíritu se manifiesta.)
58. Jura en nombre de Dios que eres el Espíritu del que fue rival de Remone. – R. Lo juraré en nombre de quien tú quieras. – Júralo en el nombre de Dios. - Lo juro en el nombre de Dios.
59. ¿No pareces un Espíritu muy avanzado? – R. Métete en tus propios asuntos y déjame ir.
Observación. ‑ Como no hay puertas cerradas para los Espíritus, si pide que lo dejen ir es porque un poder superior lo obliga a quedarse, sin duda para su educación.
60. Nos ocupamos de nuestros propios asuntos, porque queremos saber cómo en la próxima vida se recompensa la virtud y se castiga el vicio. – R. Sí, querida mía, cada uno recibe premio o castigo, según sus obras; por lo tanto, trate de caminar derecho.
61. Vuestra bravuconería no nos asusta; ponemos nuestra confianza en Dios; pero todavía pareces muy retrasado. – R. Sigo siendo Gros-Jean como antes.
62. ¿No puedes responder preguntas serias con seriedad? – R. ¿Por qué se dirigen a mí, gente seria? Estoy más inclinado a reír que a hacer filosofía; siempre me ha gustado la mesa bien servida, las mujeres amables y el buen vino.
63. (Al ángel de la guarda de la médium.) ¿Puede darnos alguna información sobre este Espíritu? – R. No está lo suficientemente avanzado como para darle buenas razones.
64. ¿Sería peligroso entrar en comunicación con él? ¿Podríamos llevarlo a mejores sentimientos? – R. Le podría beneficiar más a él que a ti. Pruébelo, es posible que pueda convencerlo de que mire las cosas desde otro punto de vista.
65. (Al Espíritu.) ¿Sabes que el Espíritu debe progresar?; ¿que debe, a través de sucesivas encarnaciones, llegar a Dios de quien pareces estar muy lejos? – R. Nunca lo pensé. y luego estoy tan lejos de eso! No quiero emprender un viaje tan largo.
Observación. - He aquí, pues, un Espíritu que, por su ligereza y su falta de avance, no sospecha la reencarnación. Cuando le llegue el momento de reanudar una nueva existencia, ¿qué elección podrá hacer? Evidentemente una elección en relación con su carácter y sus hábitos, con miras a gozar, y no con miras a expiar, hasta que su Espíritu esté lo suficientemente desarrollado para comprender las consecuencias. Es la historia del niño inexperto que se lanza temerariamente a todas las aventuras y que adquiere experiencia a su cargo. Recordemos aquí que, para los Espíritus retrasados, incapaces de hacer una elección con conocimiento de causa, existen encarnaciones obligatorias.
66. ¿Conocías a G. Remone? – R. Sí, de verdad, pobre diablo…
67. ¿Sospechó que él había matado a su esposa? – R. Era un poco egoísta, preocupándome más por mí que por los demás. cuando supe de su muerte, la lamenté sinceramente y no busqué la causa.
68. ¿Cuál era su posición entonces? – R. Yo era un pobre secretario del alguacil; un mensajero como dices hoy.
69. Después de la muerte de esta mujer, ¿alguna vez pensó en ella? – R. No me recuerdes todo eso.
70. Queremos recordarte esto, porque te ves mejor de lo que te haces a ti mismo. – R. A veces sí que lo pensaba, pero como no me preocupaba con mi naturaleza, el recuerdo pasó como un relámpago, sin dejar rastro.
71. ¿Cuál era tu nombre? – R. Eres muy curioso, y si no me hubiera obligado, ya te hubiera dejado en la estacada con tu moral y tus sermones.
72. Vosotros vivisteis en una época religiosa; ¿Nunca has orado por esta mujer a la que amabas? – R. Es así.
73. ¿Has vuelto a ver a G. Remone y su esposa en el mundo de los Espíritus? – R. Fui a buscar buenos niños como yo, y cuando esos llorones quisieron mostrarse, les di la espalda. No me gusta hacerme daño, y...
74. Continúa. – R. No soy tan hablador como tú; me detendré ahí, si no te importa.
75. ¿Estás feliz hoy? – R. ¿Por qué no? Me divierto en hacer bromas para los que no lo sospechan, y que creen tratar con buenos Espíritus; desde que nos han cuidado, hemos estado haciendo buenos trucos.
76. Esto no es felicidad; la prueba de que no eres feliz es que dijiste que te obligaron a venir; ahora bien, no es ser feliz verse obligado a hacer lo que desagrada. – R. ¿No tenemos siempre superiores? eso no te impide ser feliz. Cada uno lleva su felicidad donde la encuentra.
77. Podéis, con algún esfuerzo, especialmente a través de la oración, alcanzar la felicidad de quienes os mandan. – R. No pensé en eso. me harás ambicioso. ¿No me estás engañando, siempre? No molestéis a mi pobre Espíritu por nada.
78. No os engañamos; así que trabaja en tu avance. – R. Tienes que meterte en demasiadas molestias, y yo soy perezoso.
79. Cuando somos perezosos, le pedimos a un amigo que nos ayude; así te ayudaremos; rezaremos por ti. – R. Reza pues, para que yo mismo me decida a rezar.
80. Rezaremos, pero ores de tu parte. – R. ¿Crees que si rezara eso me daría ideas en la línea de las tuyas?
81. Sin duda; pero orad de vuestro lado; te evocaremos el jueves 21, para ver los progresos que habrás hecho y para darte un consejo, si te puede ser de agrado. – R. Adiós entonces.
82. ¿Nos dirás tu nombre ahora? - R. Jacques Noulin.
Al día siguiente se invocó nuevamente al Espíritu y se le hicieron varias preguntas sobre la Sra. Remone; sus respuestas fueron poco edificantes y del tipo de las primeras. San Juan, consultado, respondió: “Hicisteis mal en perturbar este Espíritu y despertar en él la idea de sus antiguas pasiones. Hubiera sido mucho mejor esperar el día señalado; estaba en un nuevo problema para él; vuestra evocación lo había arrojado a ideas de un orden muy diferente de sus ideas habituales; aún no había podido tomar una decisión muy positiva, pero se estaba preparando para probar la oración. Déjalo hasta el día que le hayas indicado; hasta entonces, si escucha a los buenos Espíritus que quieren ayudaros en vuestra buena obra, podéis obtener algo de él.”
(Jueves 21.)
83. (A San Juan.) Desde nuestra última evocación, ¿ha reparado Jacques Noulin? – R. Oró, y la luz vino a su alma: ahora cree que está destinado a ser mejor y está listo para trabajar en ello.
84. ¿Qué camino debemos seguir por su causa? – R. Pregúntale el estado actual de su alma, y haz que mire dentro de sí mismo, para que se dé cuenta de su cambio.
85. (A Jacques Noulin.) ¿Lo has pensado, como nos prometiste, y nos puedes decir cuál es tu forma de ver las cosas hoy? – R. En primer lugar, quiero darle las gracias. me has ahorrado muchos años de ceguera. Desde hace unos días he comprendido que Dios es mi meta; que debo hacer todo lo posible para hacerme digno de llegar a él. Se abre una nueva era para mí; la oscuridad se ha disipado y ahora veo el camino que debo seguir. Mi corazón está lleno de esperanza y sostenido por los buenos Espíritus que vienen en ayuda de los débiles. Voy a caminar por este nuevo camino donde ya he encontrado la tranquilidad y que me debe llevar a la felicidad.
86. ¿Eras verdaderamente feliz, como nos dijiste? – R. Era muy infeliz. Lo veo ahora, pero me encontré feliz como todos aquellos que no miran por encima de sí mismos. No pensé en el futuro; iba, como en la tierra, a ser descuidado, sin darme la molestia de pensar seriamente. ¡Vaya! ¡Cómo deploro la ceguera que me ha hecho perder un tiempo tan precioso! Hiciste un amigo, no lo olvides. Llámame cuando quieras, y si puedo, vendré.
87. ¿Qué piensan de vuestra disposición los Espíritus con los que os juntáis? – R. Se ríen de mí que escuchaba a los buenos Espíritus cuya presencia y consejo todos odiábamos.
88. ¿Le permitirían ir a verlos de nuevo? – R. Solo me preocupa mi avance; además, los ángeles buenos que me vigilan y que me rodean con su cuidado ya no me permiten mirar atrás sino para mostrarme cuál fue mi humillación.
Observación. - Ciertamente no hay medios materiales para determinar la identidad de los Espíritus que se manifestaron en las evocaciones anteriores, por lo que no lo afirmaremos de manera absoluta. Hacemos esta reserva para aquellos que creerían que aceptamos ciegamente todo lo que viene de los Espíritus; más bien pecamos por un exceso de desconfianza; es que debemos tener cuidado de no dar como verdad absoluta lo que no se puede controlar; ahora bien, a falta de pruebas positivas, debemos limitarnos a advertir la posibilidad y buscar pruebas morales a falta de pruebas físicas. En el hecho de que se trata, las respuestas tienen un evidente carácter de probabilidad y sobre todo de alta moralidad; no vemos ninguna de esas contradicciones, ninguna de esas fallas en la lógica que ofenden el sentido común y revelan el engaño; todo está ligado y enlazado perfectamente, todo concuerda con lo que ya ha demostrado la experiencia; por lo tanto, podemos decir que la historia es al menos probable, que ya es mucho. Lo cierto es que no se trata de una novela inventada por los hombres, sino de una obra medianímica; si fuera un capricho de la mente, sólo podría venir de un Espíritu ligero, porque los Espíritus serios no se divierten con contar cuentos, y los Espíritus ligeros siempre se dejan visible la punta de las orejas. Añadamos que la Sociedad Espírita de Saint-Jean d'Angély es uno de los centros más serios y mejor dirigidos que hemos visto, y que está compuesta sólo por personas tan loables por su carácter como por sus conocimientos, aplicando incluso, si se puede decir así, escrúpulos en exceso; puede juzgarse por la sabiduría y el método con que se plantean y formulan las preguntas; también todas las comunicaciones allí obtenidas atestiguan la superioridad de los Espíritus que se manifiestan. Por lo tanto, las evocaciones anteriores se realizaron en excelentes condiciones, tanto por el entorno como por la naturaleza de los médiums; es al menos para nosotros una garantía de absoluta sinceridad. Agregaremos que la veracidad de este relato nos ha sido atestiguada de la manera más explícita por varios de los mejores médiums de la Sociedad de París.
Considerando la cosa sólo desde el punto de vista moral, surge una seria cuestión. Aquí hay dos Espíritus, Remone y Noulin, extraídos de su situación y llevados a mejores sentimientos por la evocación y los consejos que se les dan. Uno puede preguntarse si habrían permanecido infelices en el caso de que uno no los hubiera evocado, y ¿qué pasa con todos los Espíritus sufrientes que uno no evoca? La respuesta ya está dada en la Historia de un Maldito (Espíritu de Castelnaudary) publicada en la Revista de 1860. Añadiremos que estos dos Espíritus habiendo llegado al momento en que podían ser tocados por el arrepentimiento y recibir la luz, circunstancias providenciales, aunque aparentemente fortuitas, han causado su evocación, ya sea para su bien, o para nuestra instrucción; la evocación era un medio, pero a falta de ella, a Dios no le faltan recursos para acudir en auxilio de los desdichados, y se puede estar seguro de que todo Espíritu que quiere avanzar encuentra siempre auxilio de una forma u otra.
Un
remedio dado por los Espíritus
Este título hará sonreír al incrédulo; ¡Que importa! se reían de muchas otras cosas, lo que no impidió que estas cosas fueran reconocidas como verdades. Los buenos Espíritus se interesan por los sufrimientos de la humanidad; con razón buscan aliviarlos, y en muchas ocasiones han probado que pueden, cuando son lo suficientemente elevados para tener el conocimiento necesario, porque ven lo que los ojos del cuerpo no pueden ver; ellos prevén lo que el hombre no puede prever.
El remedio en cuestión aquí, fue dado en las siguientes circunstancias a la señorita Hermance Dufaux [1], quien nos dio la fórmula con autorización para publicarla en beneficio de quienes la necesiten. Un pariente suyo, muerto hacía mucho tiempo, había traído de América la receta de un ungüento, o mejor aún, un ungüento de maravillosa eficacia para toda clase de llagas o heridas. A su muerte se perdió esta receta; no lo había comunicado. Señorita Dufaux estaba afectada por un dolor de pierna muy grave y muy antiguo, que había resistido todo tratamiento; cansada de haber usado en vano tantos remedios, preguntó un día a su Espíritu protector si no había cura posible para ella. "Sí, respondió; usa el ungüento de tu tío. - Pero sabes muy bien que la receta está perdida. Te la daré, dijo el Espíritu”; luego dictó lo siguiente:
Azafrán 20 centigramos.
Comino 4 gramos.
Cera amarilla 31 a 32 gramos.
Aceite de almendras dulces una cucharada llena.
Derretir la cera y luego agregar el aceite de almendras dulces; añadir el comino y el azafrán encerrados en una bolsita de tela, y dejar hervir a fuego lento durante diez minutos. Para su uso, esta pomada se extiende sobre un trozo de tela y se aplica sobre la parte enferma, renovándola cada día.
Señorita Dufaux habiendo seguido esta prescripción, su pierna se curó en poco tiempo, la piel se reformó, y desde entonces está muy bien y no ha ocurrido ningún accidente.
Su lavandera también se curó felizmente de una enfermedad similar.
Un obrero se había herido con un fragmento de una guadaña que había entrado profundamente en la herida y había producido hinchazón y supuración. Estábamos hablando de hacer la amputación. Por el uso de este ungüento desapareció la hinchazón, cesó la supuración y salió la pieza de hierro de la herida. En ocho días este hombre se puso de pie y pudo reanudar su trabajo.
Aplicado en uñas, abscesos, paroniquias, resulta en poco tiempo y cicatriza inmediatamente. Actúa atrayendo los principios morbosos de la herida que purifica, y provocando, si es necesario, la salida de cuerpos extraños, como astillas de hueso, madera, etc.
Parecería que también es muy efectivo para las costras y en general para todas las afecciones de la piel.
Su composición, como vemos, es muy sencilla, fácil, y en todo caso muy inofensiva; por lo tanto, siempre puede intentarlo sin miedo.
[1] Médium que escribió la historia de Juana de Arco.
Este título hará sonreír al incrédulo; ¡Que importa! se reían de muchas otras cosas, lo que no impidió que estas cosas fueran reconocidas como verdades. Los buenos Espíritus se interesan por los sufrimientos de la humanidad; con razón buscan aliviarlos, y en muchas ocasiones han probado que pueden, cuando son lo suficientemente elevados para tener el conocimiento necesario, porque ven lo que los ojos del cuerpo no pueden ver; ellos prevén lo que el hombre no puede prever.
El remedio en cuestión aquí, fue dado en las siguientes circunstancias a la señorita Hermance Dufaux [1], quien nos dio la fórmula con autorización para publicarla en beneficio de quienes la necesiten. Un pariente suyo, muerto hacía mucho tiempo, había traído de América la receta de un ungüento, o mejor aún, un ungüento de maravillosa eficacia para toda clase de llagas o heridas. A su muerte se perdió esta receta; no lo había comunicado. Señorita Dufaux estaba afectada por un dolor de pierna muy grave y muy antiguo, que había resistido todo tratamiento; cansada de haber usado en vano tantos remedios, preguntó un día a su Espíritu protector si no había cura posible para ella. "Sí, respondió; usa el ungüento de tu tío. - Pero sabes muy bien que la receta está perdida. Te la daré, dijo el Espíritu”; luego dictó lo siguiente:
Azafrán 20 centigramos.
Comino 4 gramos.
Cera amarilla 31 a 32 gramos.
Aceite de almendras dulces una cucharada llena.
Derretir la cera y luego agregar el aceite de almendras dulces; añadir el comino y el azafrán encerrados en una bolsita de tela, y dejar hervir a fuego lento durante diez minutos. Para su uso, esta pomada se extiende sobre un trozo de tela y se aplica sobre la parte enferma, renovándola cada día.
Señorita Dufaux habiendo seguido esta prescripción, su pierna se curó en poco tiempo, la piel se reformó, y desde entonces está muy bien y no ha ocurrido ningún accidente.
Su lavandera también se curó felizmente de una enfermedad similar.
Un obrero se había herido con un fragmento de una guadaña que había entrado profundamente en la herida y había producido hinchazón y supuración. Estábamos hablando de hacer la amputación. Por el uso de este ungüento desapareció la hinchazón, cesó la supuración y salió la pieza de hierro de la herida. En ocho días este hombre se puso de pie y pudo reanudar su trabajo.
Aplicado en uñas, abscesos, paroniquias, resulta en poco tiempo y cicatriza inmediatamente. Actúa atrayendo los principios morbosos de la herida que purifica, y provocando, si es necesario, la salida de cuerpos extraños, como astillas de hueso, madera, etc.
Parecería que también es muy efectivo para las costras y en general para todas las afecciones de la piel.
Su composición, como vemos, es muy sencilla, fácil, y en todo caso muy inofensiva; por lo tanto, siempre puede intentarlo sin miedo.
[1] Médium que escribió la historia de Juana de Arco.
Poemas Espíritas (Bordeaux. Medium, Sra. E. Collignon.)
Mi testamento.
Aunque rimado, creo que no es menos bueno,
Pongámonos de acuerdo, en él de lo que me jacto
No es la rima: ella es mala;
Es la mente que... ¡Diablos sea la jerga!
Tampoco es la mente lo que me importa;
Comprende bien si es posible: Sólo el Espíritu da vida,
Así es como tomo la palabra.
Yo que no lo soy, pero que pronto lo seré,
Eso espero, al menos, me gustaría aparecer,
No como un tonto,
Pero como un Espíritu pobre, humilde en mi arrepentimiento,
Poniendo toda mi esperanza en mi Señor,
Y contando, para llegar a la morada de los elegidos,
¡Mucho de su bondad, muy poco de mis virtudes!
Expliquémonos de nuevo, porque siempre me equivoco;
Es la bondad de Dios lo único que invoco aquí;
Entonces, para retomar mi tema,
Antes de ir a escuchar el decreto
Que me abruma o me justifica,
Quiero arreglar, lo mejor que pueda,
Todo cuenta hacia atrás en mi vida.
Hay algunos que en voz baja te confesaré
Abrázame fuerte en mi corazón. Bueno, veamos cómo
Para arreglar todo lo mejor posible.
¡Esto no es un asunto menor entre nosotros!
Primero, cuando mi Espíritu se va de su cuerpo,
Te pido una buena oración
Se puede utilizar como pasaporte.
A los pobres muertos
Que devuelve su polvo a la tierra.
Esto hecho, es en mi funeral
Que nos tenemos que cuidar, y apuesto
Que, sin emocionarte demasiado,
Este será el funeral de los sabios.
Primero, en mi vida, siempre estuve herido
Ver en las tumbas tanto lujo amontonado,
A medida que rendimos a la masa de arcilla
Lo poco de lo que fuimos formados.
¿Por qué molestarse con la gloria fútil?
¡Muchos se han perdido por jactarse demasiado!
La oración de Dios produce clemencia;
Lo creemos; tal es también mi esperanza.
Pero ¿por qué orar más por estos que por aquellos?
¿De qué sirve la parafernalia desplegada para esto?
¿Por qué el desgraciado que muere en la miseria?
¿No tiene él, como yo, este concurso de oración?
¿Por qué entonces extender esta costosa pompa?
¿Quién da a luz a la envidia cuando piensas en ella?
¿Es para engañar al hombre o para ganar el cielo?
¡Si es para engañarlo, anatema a la mentira!
Si es para atraer las gracias del Señor,
Orad primero por aquellos que, privados de la felicidad
Que nos da la riqueza,
Habiendo sufrido mucho, tienen derecho a la generosidad.
¡Que no te cuestan ni un centavo!
Ahora, escúchame bien; ¿Deberíamos llamarlo loco?
Mi pobre Espíritu dejando la tierra,
Quiere subir a Dios, arrullado por la oración
Que viene del corazón,
El único, créanme, que el Señor escucha.
Llévame entonces sin gastos, sin ruido, sin ostentación;
Y, contrariamente a la costumbre,
¡Que tus ojos sean radiantes!
Que en lugar de lágrimas en tus canciones
¡Haz sonar un aire de alegría!
Dudar deja la tristeza.
¡Gracias a Dios! ¡somos creyentes!
No piensen, niños, es la economía
¡Quién me insta a hablar así!
Dinero que tenía poca preocupación
Durante mi vida,
¡Juez después de mi muerte!
quiero devolver
El balance un poco más igualado,
Y este lujo que esparcimos
para dorar la inmundicia del cuerpo,
Hacia los hombres desafortunados para reparar algunos errores.
Quiero esta sábana con que se cubre la muerte,
Se quitarán los adornos.
Por una mano todos nuestros días son acortados.
Es la puerta del Cielo y no la del Louvre
Que a San Pedro mi arrepentimiento
Humildemente pide abrir.
Que de una cruz de madera la elocuencia muda
Del Señor ofendido aparta la venganza.
Que mi alma ascienda en su sencillez,
Y que este oro perdido cubra la desnudez
Del niño, del anciano, mis hermanos en la vida,
Mis iguales en la muerte, tal vez en el cielo,
Aquellos a quienes todos piden de rodillas,
¡Aquellos a quienes llamamos bienaventurados!
Antes de concluir, un saludable consejo
Podría encontrar su lugar aquí:
Que la antorcha de la caridad os encienda;
Ten poco cuidado con el juicio de los necios.
De este engañoso lujo que ostenta el orgulloso
Siempre ten cuidado. Para el corazón nada es igual
La felicidad del deber cumplido.
De los oprimidos lleva la debilidad;
Deja que tu alma responda a cada grito de angustia;
Que encuentre allí un eco dispuesto a repetirlo.
Que vuestra mano, hijos, se apresure a aliviar.
Con la ayuda del poco oro que entre ustedes comparto,
Recoge tesoros para hacer este viaje.
¡Cuyo Espíritu virtuoso, finalmente, nunca regresa!
Siembra muchas bendiciones, cosecha virtudes.
Pídele al Señor su luz más brillante;
Entre los desdichados, busca a tus hermanos,
Y que Dios os conceda, en su gran bondad,
¡No tener otra ley que el Amor y la Caridad!...
Fábulas y poemas diversos.
Por
un Espíritu bateador
Aunque la tipología es un medio de comunicación muy lento, con paciencia se pueden obtener obras de larga duración. Sr. Jaubert, de Carcassonne, nos envió amablemente una colección de fábulas y poemas obtenidos por él mediante este proceso. Si no todas son obras maestras, cosa que no puede ofenderse Sr. Jaubert, que no tiene nada que ver con ello, hay algunas muy destacables, aparte del interés que ofrece la fuente de donde proceden. Aquí hay uno que, aunque no forma parte de la colección, puede dar una idea del espíritu de aquel Espíritu bateador. Está dedicado a la Sociedad Espírita de Burdeos por este mismo Espíritu.
Aunque la tipología es un medio de comunicación muy lento, con paciencia se pueden obtener obras de larga duración. Sr. Jaubert, de Carcassonne, nos envió amablemente una colección de fábulas y poemas obtenidos por él mediante este proceso. Si no todas son obras maestras, cosa que no puede ofenderse Sr. Jaubert, que no tiene nada que ver con ello, hay algunas muy destacables, aparte del interés que ofrece la fuente de donde proceden. Aquí hay uno que, aunque no forma parte de la colección, puede dar una idea del espíritu de aquel Espíritu bateador. Está dedicado a la Sociedad Espírita de Burdeos por este mismo Espíritu.
El monólogo de un burro.
Fábula.
Un burro, - no confundas,
Nunca chismeo sobre la gente buena, -
Un burro, un verdadero burro, de los que se pueden cortar,
En una palabra, un burro
En la estación, una locomotora deseaba.
Su ojo era brillante, su discurso era rápido.
“¡Eres tú, gritó, tú de quien se dice que estás en reposo!
"Oveja, mi vecina, si creo en las palabras,
“Andas sin caballo, sin burro, sin maniobra;
“Ruges arrastrando tu inmensa serpiente,
“Estos paquetes apilados, este pueblo de madera;
"¡Disparates! En el pasado se podía creer en los milagros.
"¡Los tiempos han cambiado! ¡Bien astuto quien me engaña!
“Yo no confundo un trigo con un campo de alfalfa;
“Dejo el cardo para el pajar.
"Con tus pies de hierro no llegamos muy lejos.
“Tengo mi regla; al feliz buen sentido que confía.
" ¡Tú! ¿caminar sin caballos? ¿sin nosotros? Yo te desafío.”
Burro, ya ves, razón invocada,
Esta antorcha tan a menudo apagada por la arrogancia.
¡Pobre de mí! ¡Cuántos eruditos se parecen a los burros!
Negad, doctores; negar el Espíritu y su poder;
Negar el movimiento, descuidar el motor.
¿Hace el hombre luz eléctrica de la nada?
Toda locomotora necesita vapor;
Evocamos a los muertos... pero necesitamos oración,
Oración desde el corazón.
El
Médium y el Doctor Imbroglio
Corre, acércate, Doctor Imbroglio;
La mesa de pedestal va sola; es obvio, es tangible.
- ¡Yo, mira!... quiero probar en un folio
Que la cosa no es posible.
Haremos una observación sobre la calificación dada al Espíritu que dictó los poemas de los que hemos hablado más arriba. Los Espíritus serios repudian con razón la cualidad de Espíritus bateadores: este título sólo conviene a los que podrían llamarse bateadores profesionales, Espíritus frívolos o malévolos, que utilizan los golpes para divertirse o atormentar; los asuntos serios no son de su competencia; pero la tipología es un modo como cualquier otro para las comunicaciones inteligentes, y que los Espíritus más elevados pueden usar a falta de cualquier otro medio, aunque prefieren la escritura, porque responde mejor a la rapidez del pensamiento. Es cierto que, en este caso, no son ellos mismos los que golpean; se limitan a transmitir la idea, y dejan la ejecución material a los Espíritus subordinados, como el escultor deja al practicante el cuidado de tallar el mármol.
La siguiente carta fue dirigida por Sr. Jaubert a Sr. Sabô, de Burdeos; nos complace reproducirla como prueba de los vínculos que se establecen entre los Espíritas de varias localidades, y para edificación de los timoratos.
" Señor,
Agradezco tu carta. Acepto con alegría el título que me ha dado la Sociedad Espírita de Burdeos; lo acepto como premio a mi débil trabajo, a mis profundas convicciones y, ¿por qué no contarlo todo? de mi amargura pasada. Incluso hoy en día, la nueva fe se lleva bastante mal; los eruditos se levantan, los ignorantes los siguen, el clero clama al diablo y unos cuantos creyentes permanecen en silencio. En este siglo de materialismo, de apetitos groseros, de guerras fratricidas, de apego ciego, desmesurado a los reinos de este mundo, Dios interviene; los muertos hablan, nos animan, nos guían; por eso cada uno de nosotros debe, sin temor, inscribir su nombre en la bandera de la santa causa. Seguimos siendo soldados de Cristo; proclamamos la grandeza, la inmortalidad del alma, los lazos palpables que unen a los vivos con los muertos; predicamos el amor y la caridad; ¿Qué debemos temer de los hombres? Ser débil es ser culpable. Por eso, señor, en la medida de mis fuerzas, he aceptado la tarea que Dios y mi conciencia me imponen. Una vez más, gracias por haberme admitido entre vosotros; sé mi intérprete con todos nuestros hermanos de Burdeos, y recibe para ti la seguridad de mis más afectuosos sentimientos.
J.Jaubert,
Vicepresidente del Tribunal Civil.
Observación. - El Espiritismo tiene hoy un buen número de adeptos en las filas del poder judicial y del colegio de abogados, así como entre los funcionarios públicos; pero no todos se atreven todavía a desafiar el miedo de la opinión pública; este miedo, además, se va debilitando cada día, y dentro de poco los risueños estarán bastante sorprendidos de haber colocado, sin ceremonias, en el rango de locos a tantos hombres dignos de elogio por su saber y su posición social.
Corre, acércate, Doctor Imbroglio;
La mesa de pedestal va sola; es obvio, es tangible.
- ¡Yo, mira!... quiero probar en un folio
Que la cosa no es posible.
Haremos una observación sobre la calificación dada al Espíritu que dictó los poemas de los que hemos hablado más arriba. Los Espíritus serios repudian con razón la cualidad de Espíritus bateadores: este título sólo conviene a los que podrían llamarse bateadores profesionales, Espíritus frívolos o malévolos, que utilizan los golpes para divertirse o atormentar; los asuntos serios no son de su competencia; pero la tipología es un modo como cualquier otro para las comunicaciones inteligentes, y que los Espíritus más elevados pueden usar a falta de cualquier otro medio, aunque prefieren la escritura, porque responde mejor a la rapidez del pensamiento. Es cierto que, en este caso, no son ellos mismos los que golpean; se limitan a transmitir la idea, y dejan la ejecución material a los Espíritus subordinados, como el escultor deja al practicante el cuidado de tallar el mármol.
La siguiente carta fue dirigida por Sr. Jaubert a Sr. Sabô, de Burdeos; nos complace reproducirla como prueba de los vínculos que se establecen entre los Espíritas de varias localidades, y para edificación de los timoratos.
" Señor,
Agradezco tu carta. Acepto con alegría el título que me ha dado la Sociedad Espírita de Burdeos; lo acepto como premio a mi débil trabajo, a mis profundas convicciones y, ¿por qué no contarlo todo? de mi amargura pasada. Incluso hoy en día, la nueva fe se lleva bastante mal; los eruditos se levantan, los ignorantes los siguen, el clero clama al diablo y unos cuantos creyentes permanecen en silencio. En este siglo de materialismo, de apetitos groseros, de guerras fratricidas, de apego ciego, desmesurado a los reinos de este mundo, Dios interviene; los muertos hablan, nos animan, nos guían; por eso cada uno de nosotros debe, sin temor, inscribir su nombre en la bandera de la santa causa. Seguimos siendo soldados de Cristo; proclamamos la grandeza, la inmortalidad del alma, los lazos palpables que unen a los vivos con los muertos; predicamos el amor y la caridad; ¿Qué debemos temer de los hombres? Ser débil es ser culpable. Por eso, señor, en la medida de mis fuerzas, he aceptado la tarea que Dios y mi conciencia me imponen. Una vez más, gracias por haberme admitido entre vosotros; sé mi intérprete con todos nuestros hermanos de Burdeos, y recibe para ti la seguridad de mis más afectuosos sentimientos.
Vicepresidente del Tribunal Civil.
Observación. - El Espiritismo tiene hoy un buen número de adeptos en las filas del poder judicial y del colegio de abogados, así como entre los funcionarios públicos; pero no todos se atreven todavía a desafiar el miedo de la opinión pública; este miedo, además, se va debilitando cada día, y dentro de poco los risueños estarán bastante sorprendidos de haber colocado, sin ceremonias, en el rango de locos a tantos hombres dignos de elogio por su saber y su posición social.
Disertaciones Espíritas
El
duelo. (Burdeos, 21 de noviembre de 1861. - Médium, Sr. Guipon.)
1° Consideraciones generales.
El hombre, o Espíritu encarnado, puede estar en vuestra tierra: en misión, en progresión, en castigo.
Establecido esto, debéis saber, de una vez por todas, que el estado de misión, progresión o castigo debe, a riesgo de repetir su calvario, llegar al fin fijado por los decretos de la suprema justicia.
Adelantarse por sí mismo o por provocación al momento fijado por Dios para el reingreso en el mundo de los Espíritus, es pues un enorme crimen; el duelo es un crimen aún mayor; porque no sólo es un suicidio, sino además un asesinato razonado.
En efecto, ¿crees que el provocado y el provocador no se suicidan moralmente exponiéndose voluntariamente a los golpes mortales del adversario? ¿Creéis que ambos no son asesinos mientras buscan mutuamente quitarse la existencia elegida por ellos o impuesta por Dios en expiación o como prueba?
Sí, te digo, amigo mío, dos veces criminales a los ojos de Dios son los duelistas; dos veces terrible será su castigo; porque ninguna excusa será admitida, siendo todo, por ellos, fríamente calculado y premeditado.
Yo leo en tu corazón, hijo mío, porque tú también eras un pobre hombre perdido, y he aquí mi respuesta.
Para no sucumbir a esta terrible tentación, sólo os hace falta humildad, sinceridad y caridad para con vuestro hermano en Dios; ¡sucumbes, por el contrario, sólo por el orgullo y la ostentación!
2° Consecuencias espirituales.
El que, por la humildad, haya soportado, como Cristo, el último ultraje y haya sido perdonado de corazón y por amor de Dios, tendrá, además de las recompensas celestiales de la otra vida, paz de corazón en ésta y un gozo incomprensible de habiendo respetado dos veces la obra de Dios.
Quien, por caridad hacia su prójimo, le ha mostrado su amor fraterno, tendrá en la otra vida la santa protección y la omnipotente asistencia de la gloriosa madre de Cristo, que ama y bendice a los que cumplen los mandamientos de Dios., los que siguen y practican las enseñanzas de su Hijo.
Aquel que, a pesar de todos los insultos, habrá respetado la existencia de su hermano y de los suyos, encontrará, a su entrada en el mundo etéreo, millones de legiones de Espíritus buenos y puros que vendrán, no para honrarlo por su acción, sino para demostrarle, por su afán viniendo facilitarle los primeros pasos en su nueva existencia, qué simpatía supo atraer y qué verdaderos amigos hizo entre ellos, sus hermanos. Todos juntos elevarán una sincera acción de gracias a Dios por su misericordia que permitió a su hermano resistir la tentación.
Aquel, digo, que haya resistido estas tristes tentaciones, no puede esperar el cambio de los decretos de Dios, que son inmutables, sino contar con la benevolencia sincera y afectuosa del Espíritu de la verdad, el Hijo de Dios, que podrá de manera incomparable inundar su alma con la dicha de comprender el Espíritu de justicia perfecta y de bondad infinita, y, en consecuencia, salvarlo de cualquier nueva emboscada semejante.
Aquellos, por el contrario, que, provocados o provocadores, habrán sucumbido, pueden estar seguros de que experimentarán las mayores torturas morales por la presencia continua del cadáver de su víctima y el suyo propio; serán devorados durante siglos por el remordimiento por haber desobedecido tan gravemente la voluntad del cielo, y serán perseguidos, hasta el día de la expiación, por el horrible espectro de las dos espantosas vistas de sus dos cadáveres ensangrentados.
Felices aún si ellos mismos alivian estos sufrimientos con un arrepentimiento sincero y profundo abriéndoles los ojos del alma, porque entonces, al menos, vislumbrarán el fin de sus dolores, comprenderán a Dios y le pedirán la fuerza para no traer su terrible justicia.
3° Consecuencias humanas.
Las palabras deber, honor, corazón, son a menudo utilizadas por los hombres para justificar sus acciones, sus crímenes.
¿Todavía entienden estas palabras? ¿No son ellas el resumen de las intenciones de Cristo? Entonces, ¿por qué truncar su significado? Entonces, ¿por qué volver a la barbarie?
Desgraciadamente, la generalidad de los hombres se encuentra todavía bajo la influencia del orgullo y la ostentación; para excusarse ante sus propios ojos, suenan muy fuerte estas palabras de deber, honor y corazón, y no sospechan que significan: ejecución de los mandamientos de Dios, sabiduría, caridad y amor. Con estas palabras, sin embargo, matan a sus hermanos; con estas palabras se suicidan; con estas palabras se pierden.
¡Ciegos que son! se creen fuertes porque habrán arrastrado a un desgraciado más débil que ellos. ¡Ciegos son, cuando creen que la aprobación de su conducta por ciegos y malvados como ellos les dará consideración humana! La misma sociedad en medio de la cual viven, los condena y pronto los maldecirá, porque se acerca el reino de la fraternidad. Mientras tanto, son rechazados por los sabios, como bestias salvajes.
Examinemos algunos casos y veremos si el razonamiento justifica su interpretación de las palabras deber, honor y corazón.
El corazón de un hombre está traspasado de dolor y su alma llena de amargura, porque ha visto las pruebas irrefutables de la mala conducta de su esposa; provoca a uno de los seductores de esta pobre y desdichada criatura. ¿Será esta provocación fruto de sus deberes, de su honor y de su corazón? No; porque su honor no le será restituido, porque su honor personal no ha sido ni puede ser alcanzado; pero será la venganza.
Mejor aún; para probar que su pretendido honor no está en juego, es que muchas veces su desgracia es incluso ignorada y permanecería desconocida si no fuera publicada por las mil voces provocadas por el escándalo ocasionado por su venganza.
Finalmente, si su desgracia fuera conocida, sería sinceramente compadecido por todos los hombres sensatos, derivaría de ella numerosas pruebas de verdadera simpatía, y no sería contra él más que el hazmerreír de corazones malvados y endurecidos, pero despreciables.
En cualquier caso, su honor no sería ni restaurado ni quitado.
Por lo tanto, solo el orgullo es la guía de casi todos los duelos, no el honor.
¿Creéis que el duelista, por una palabra, la falsa interpretación de una frase, el roce insensible e involuntario de un brazo al pasar, por un sí o un no, y hasta a veces por una mirada que no era la suya, o movido por un sentido del honor a exigir una supuesta reparación por asesinato y suicidio? ¡Vaya! no lo dudes, el orgullo y la certeza de su fuerza son sus únicos motivos, muchas veces ayudados por la ostentación; porque quiere lucirse, mostrar valentía, conocimiento ya veces generosidad: ¡Ostentación!!!
Ostentación, repito, porque su saber del duelo es el único verdadero; su coraje y su generosidad, mentiras.
¿Quieres poner a prueba a este valiente espadachín? ponlo frente a un rival que tiene una reputación infernal superior a la suya, y sin embargo tal vez de un conocimiento inferior al suyo, palidecerá y hará todo lo posible para evitar la pelea; ponlo frente a frente con un ser más débil que él, ignorante de esta ciencia doblemente mortal, lo verás despiadado, altivo y arrogante, aun cuando se vea obligado a tener piedad. – ¿Es coraje?
¡La generosidad! ¡Vaya! hablemos de eso. – ¿Es generoso, el hombre confiado en su fuerza, que, después de haber provocado la debilidad, le concede la continuación de una existencia burlada y ridiculizada? ¿Es generoso el que, para obtener una cosa deseada y codiciada, provoca a su débil poseedor para que la obtenga después como premio a su generosidad? ¿Es generoso el que, usando sus talentos criminales, perdona la vida a los seres débiles a quienes ha insultado? ¿Sigue siendo generoso cuando da una prueba similar de generosidad al marido o al hermano al que ha ultrajado indignamente, y al que luego expone por desesperación a un segundo suicidio?
¡Vaya! créanme todos, amigos míos, el duelo es una espantosa y horrible invención de Espíritus malos y perversos, invención digna del estado de barbarie y que más aflige a nuestro padre, el tan buen Dios.
Os toca a vosotros, Espíritas, combatir y destruir esta triste costumbre, este crimen digno de los ángeles de las tinieblas; les toca a ustedes, Espíritas, dar el noble ejemplo de renunciar de todos modos y a pesar de todo a este mal fatal; les toca a ustedes, sinceros Espíritas, hacer comprender lo sublime de estas palabras: deber, honor y corazón, y Dios hablará por vuestras voces; a ti finalmente la alegría de sembrar entre tus hermanos las semillas tan preciosas e ignoradas por nosotros, durante nuestra existencia en la tierra, del Espiritismo.
Tu padre, Antonio.
Observación. - Los duelos son cada vez más raros, - al menos en Francia, - y si todavía vemos ejemplos dolorosos de vez en cuando, el número no es comparable a lo que solía ser. En los viejos tiempos, un hombre no salía de su casa sin planear una reunión, por lo que siempre tomaba sus precauciones en consecuencia. Un signo característico de las costumbres de las épocas y de los pueblos está en el uso habitual de portar, ostensible o disimuladamente, armas ofensivas y defensivas; la abolición de esta costumbre atestigua el ablandamiento de las costumbres, y es curioso seguir la gradación desde la época en que los caballeros nunca cabalgaban sino revestidos de hierro y armados con la lanza, hasta el puerto de la espada simple, que se ha convertido en más un adorno y un accesorio para el escudo de armas, que un arma agresiva. Otro rasgo de costumbres es que antiguamente los combates singulares se hacían en medio de la calle, frente a la multitud que se apartaba para dejar el campo libre, y que hoy se esconde; hoy la muerte de un hombre es un acontecimiento, nos conmueve; en el pasado no le prestamos atención. El Espiritismo se llevará estos últimos vestigios de barbarie, inculcando en los hombres el espíritu de caridad y fraternidad.
1° Consideraciones generales.
El hombre, o Espíritu encarnado, puede estar en vuestra tierra: en misión, en progresión, en castigo.
Establecido esto, debéis saber, de una vez por todas, que el estado de misión, progresión o castigo debe, a riesgo de repetir su calvario, llegar al fin fijado por los decretos de la suprema justicia.
Adelantarse por sí mismo o por provocación al momento fijado por Dios para el reingreso en el mundo de los Espíritus, es pues un enorme crimen; el duelo es un crimen aún mayor; porque no sólo es un suicidio, sino además un asesinato razonado.
En efecto, ¿crees que el provocado y el provocador no se suicidan moralmente exponiéndose voluntariamente a los golpes mortales del adversario? ¿Creéis que ambos no son asesinos mientras buscan mutuamente quitarse la existencia elegida por ellos o impuesta por Dios en expiación o como prueba?
Sí, te digo, amigo mío, dos veces criminales a los ojos de Dios son los duelistas; dos veces terrible será su castigo; porque ninguna excusa será admitida, siendo todo, por ellos, fríamente calculado y premeditado.
Yo leo en tu corazón, hijo mío, porque tú también eras un pobre hombre perdido, y he aquí mi respuesta.
Para no sucumbir a esta terrible tentación, sólo os hace falta humildad, sinceridad y caridad para con vuestro hermano en Dios; ¡sucumbes, por el contrario, sólo por el orgullo y la ostentación!
2° Consecuencias espirituales.
El que, por la humildad, haya soportado, como Cristo, el último ultraje y haya sido perdonado de corazón y por amor de Dios, tendrá, además de las recompensas celestiales de la otra vida, paz de corazón en ésta y un gozo incomprensible de habiendo respetado dos veces la obra de Dios.
Quien, por caridad hacia su prójimo, le ha mostrado su amor fraterno, tendrá en la otra vida la santa protección y la omnipotente asistencia de la gloriosa madre de Cristo, que ama y bendice a los que cumplen los mandamientos de Dios., los que siguen y practican las enseñanzas de su Hijo.
Aquel que, a pesar de todos los insultos, habrá respetado la existencia de su hermano y de los suyos, encontrará, a su entrada en el mundo etéreo, millones de legiones de Espíritus buenos y puros que vendrán, no para honrarlo por su acción, sino para demostrarle, por su afán viniendo facilitarle los primeros pasos en su nueva existencia, qué simpatía supo atraer y qué verdaderos amigos hizo entre ellos, sus hermanos. Todos juntos elevarán una sincera acción de gracias a Dios por su misericordia que permitió a su hermano resistir la tentación.
Aquel, digo, que haya resistido estas tristes tentaciones, no puede esperar el cambio de los decretos de Dios, que son inmutables, sino contar con la benevolencia sincera y afectuosa del Espíritu de la verdad, el Hijo de Dios, que podrá de manera incomparable inundar su alma con la dicha de comprender el Espíritu de justicia perfecta y de bondad infinita, y, en consecuencia, salvarlo de cualquier nueva emboscada semejante.
Aquellos, por el contrario, que, provocados o provocadores, habrán sucumbido, pueden estar seguros de que experimentarán las mayores torturas morales por la presencia continua del cadáver de su víctima y el suyo propio; serán devorados durante siglos por el remordimiento por haber desobedecido tan gravemente la voluntad del cielo, y serán perseguidos, hasta el día de la expiación, por el horrible espectro de las dos espantosas vistas de sus dos cadáveres ensangrentados.
Felices aún si ellos mismos alivian estos sufrimientos con un arrepentimiento sincero y profundo abriéndoles los ojos del alma, porque entonces, al menos, vislumbrarán el fin de sus dolores, comprenderán a Dios y le pedirán la fuerza para no traer su terrible justicia.
3° Consecuencias humanas.
Las palabras deber, honor, corazón, son a menudo utilizadas por los hombres para justificar sus acciones, sus crímenes.
¿Todavía entienden estas palabras? ¿No son ellas el resumen de las intenciones de Cristo? Entonces, ¿por qué truncar su significado? Entonces, ¿por qué volver a la barbarie?
Desgraciadamente, la generalidad de los hombres se encuentra todavía bajo la influencia del orgullo y la ostentación; para excusarse ante sus propios ojos, suenan muy fuerte estas palabras de deber, honor y corazón, y no sospechan que significan: ejecución de los mandamientos de Dios, sabiduría, caridad y amor. Con estas palabras, sin embargo, matan a sus hermanos; con estas palabras se suicidan; con estas palabras se pierden.
¡Ciegos que son! se creen fuertes porque habrán arrastrado a un desgraciado más débil que ellos. ¡Ciegos son, cuando creen que la aprobación de su conducta por ciegos y malvados como ellos les dará consideración humana! La misma sociedad en medio de la cual viven, los condena y pronto los maldecirá, porque se acerca el reino de la fraternidad. Mientras tanto, son rechazados por los sabios, como bestias salvajes.
Examinemos algunos casos y veremos si el razonamiento justifica su interpretación de las palabras deber, honor y corazón.
El corazón de un hombre está traspasado de dolor y su alma llena de amargura, porque ha visto las pruebas irrefutables de la mala conducta de su esposa; provoca a uno de los seductores de esta pobre y desdichada criatura. ¿Será esta provocación fruto de sus deberes, de su honor y de su corazón? No; porque su honor no le será restituido, porque su honor personal no ha sido ni puede ser alcanzado; pero será la venganza.
Mejor aún; para probar que su pretendido honor no está en juego, es que muchas veces su desgracia es incluso ignorada y permanecería desconocida si no fuera publicada por las mil voces provocadas por el escándalo ocasionado por su venganza.
Finalmente, si su desgracia fuera conocida, sería sinceramente compadecido por todos los hombres sensatos, derivaría de ella numerosas pruebas de verdadera simpatía, y no sería contra él más que el hazmerreír de corazones malvados y endurecidos, pero despreciables.
En cualquier caso, su honor no sería ni restaurado ni quitado.
Por lo tanto, solo el orgullo es la guía de casi todos los duelos, no el honor.
¿Creéis que el duelista, por una palabra, la falsa interpretación de una frase, el roce insensible e involuntario de un brazo al pasar, por un sí o un no, y hasta a veces por una mirada que no era la suya, o movido por un sentido del honor a exigir una supuesta reparación por asesinato y suicidio? ¡Vaya! no lo dudes, el orgullo y la certeza de su fuerza son sus únicos motivos, muchas veces ayudados por la ostentación; porque quiere lucirse, mostrar valentía, conocimiento ya veces generosidad: ¡Ostentación!!!
Ostentación, repito, porque su saber del duelo es el único verdadero; su coraje y su generosidad, mentiras.
¿Quieres poner a prueba a este valiente espadachín? ponlo frente a un rival que tiene una reputación infernal superior a la suya, y sin embargo tal vez de un conocimiento inferior al suyo, palidecerá y hará todo lo posible para evitar la pelea; ponlo frente a frente con un ser más débil que él, ignorante de esta ciencia doblemente mortal, lo verás despiadado, altivo y arrogante, aun cuando se vea obligado a tener piedad. – ¿Es coraje?
¡La generosidad! ¡Vaya! hablemos de eso. – ¿Es generoso, el hombre confiado en su fuerza, que, después de haber provocado la debilidad, le concede la continuación de una existencia burlada y ridiculizada? ¿Es generoso el que, para obtener una cosa deseada y codiciada, provoca a su débil poseedor para que la obtenga después como premio a su generosidad? ¿Es generoso el que, usando sus talentos criminales, perdona la vida a los seres débiles a quienes ha insultado? ¿Sigue siendo generoso cuando da una prueba similar de generosidad al marido o al hermano al que ha ultrajado indignamente, y al que luego expone por desesperación a un segundo suicidio?
¡Vaya! créanme todos, amigos míos, el duelo es una espantosa y horrible invención de Espíritus malos y perversos, invención digna del estado de barbarie y que más aflige a nuestro padre, el tan buen Dios.
Os toca a vosotros, Espíritas, combatir y destruir esta triste costumbre, este crimen digno de los ángeles de las tinieblas; les toca a ustedes, Espíritas, dar el noble ejemplo de renunciar de todos modos y a pesar de todo a este mal fatal; les toca a ustedes, sinceros Espíritas, hacer comprender lo sublime de estas palabras: deber, honor y corazón, y Dios hablará por vuestras voces; a ti finalmente la alegría de sembrar entre tus hermanos las semillas tan preciosas e ignoradas por nosotros, durante nuestra existencia en la tierra, del Espiritismo.
Observación. - Los duelos son cada vez más raros, - al menos en Francia, - y si todavía vemos ejemplos dolorosos de vez en cuando, el número no es comparable a lo que solía ser. En los viejos tiempos, un hombre no salía de su casa sin planear una reunión, por lo que siempre tomaba sus precauciones en consecuencia. Un signo característico de las costumbres de las épocas y de los pueblos está en el uso habitual de portar, ostensible o disimuladamente, armas ofensivas y defensivas; la abolición de esta costumbre atestigua el ablandamiento de las costumbres, y es curioso seguir la gradación desde la época en que los caballeros nunca cabalgaban sino revestidos de hierro y armados con la lanza, hasta el puerto de la espada simple, que se ha convertido en más un adorno y un accesorio para el escudo de armas, que un arma agresiva. Otro rasgo de costumbres es que antiguamente los combates singulares se hacían en medio de la calle, frente a la multitud que se apartaba para dejar el campo libre, y que hoy se esconde; hoy la muerte de un hombre es un acontecimiento, nos conmueve; en el pasado no le prestamos atención. El Espiritismo se llevará estos últimos vestigios de barbarie, inculcando en los hombres el espíritu de caridad y fraternidad.
Fundamentos
del orden social. (Lyon, 16 de septiembre de 1862. - Médium, Sr. Émile V…)
Nota. - Esta comunicación fue obtenida en un grupo particular, presidido por el Sr. Allan Kardec.
Aquí estáis reunidos para ver el Espiritismo en su fuente, para mirar de frente esta idea y saborear las largas olas de amor que prodiga sobre quienes lo conocen.
El Espiritismo es progreso moral; es la elevación del Espíritu en el camino que conduce a Dios. El progreso es fraternidad en el nacimiento, porque la fraternidad completa, como la puede imaginar el Espíritu, es perfección. La fraternidad pura es un perfume de lo alto, es una emanación del infinito, un átomo de inteligencia celestial; es la base de todas las instituciones morales y el único medio de levantar un estado social que pueda subsistir y producir efectos dignos de la gran causa por la que estáis luchando.
Así que sed hermanos, si queréis que la semilla depositada entre vosotros crezca y se convierta en el árbol que buscáis. Unión es el poder soberano que desciende a la tierra; la fraternidad es simpatía en la unión; es poesía, encanto, el ideal en positivo.
Debemos estar unidos para ser fuertes, y debemos ser fuertes para fundar una institución que se apoye sólo en la verdad hecha tan conmovedora y tan admirable, tan simple y tan sublime. Las fuerzas divididas son aniquiladas; juntos, son muchas veces más fuertes.
Y si consideramos la progresión moral de cada hombre, si reflexionamos sobre el amor, sobre la caridad que brota de cada corazón, la diferencia es mucho mayor. Bajo el sublime influjo de este soplo inefable, los lazos familiares se estrechan, pero los lazos sociales, tan vagamente definidos, toman forma, se juntan y acaban formando un solo haz de todos estos pensamientos, de todos estos deseos, de todas estas metas de una diferente naturaleza.
Sin hermandad, ¿qué ves? Egoísmo, ambición. Cada uno tiene su propósito; cada uno lo persigue por su lado, cada uno camina como quiere, y todos son arrastrados fatalmente al abismo en el que, durante tantos siglos, ha sido tragado todo esfuerzo humano. Con la unión, solo hay una meta, porque solo hay un pensamiento, un deseo, un corazón. Uníos entonces, mis amigos; esto es lo que os repite la voz incesante de nuestro mundo; únete, y alcanzarás tu meta mucho más rápido.
Es sobre todo en esta reunión tan solidaria que debéis tomar la resolución irrevocable de uniros por un pensamiento común a todos los Espíritas de la tierra para ofrecer el homenaje de vuestra gratitud a quien os abrió el camino al bien supremo, al que trajo felicidad sobre vuestras cabezas, bienaventuranza en vuestros corazones y fe en vuestras mentes. Su gratitud es su recompensa presente; no la rechacéis, pues, y ofreciéndola a una sola voz, daréis el primer ejemplo de verdadera fraternidad.
Léon de Muriane, Espíritu protector.
Observación. - Este nombre es completamente desconocido, incluso para el médium. Esto prueba que para ser un Espíritu elevado no es necesario tener el nombre inscrito en el calendario ni en los esplendores de la historia, y que entre los que se comunican entre sí, hay muchos que no tienen nombre conocido.
Nota. - Esta comunicación fue obtenida en un grupo particular, presidido por el Sr. Allan Kardec.
Aquí estáis reunidos para ver el Espiritismo en su fuente, para mirar de frente esta idea y saborear las largas olas de amor que prodiga sobre quienes lo conocen.
El Espiritismo es progreso moral; es la elevación del Espíritu en el camino que conduce a Dios. El progreso es fraternidad en el nacimiento, porque la fraternidad completa, como la puede imaginar el Espíritu, es perfección. La fraternidad pura es un perfume de lo alto, es una emanación del infinito, un átomo de inteligencia celestial; es la base de todas las instituciones morales y el único medio de levantar un estado social que pueda subsistir y producir efectos dignos de la gran causa por la que estáis luchando.
Así que sed hermanos, si queréis que la semilla depositada entre vosotros crezca y se convierta en el árbol que buscáis. Unión es el poder soberano que desciende a la tierra; la fraternidad es simpatía en la unión; es poesía, encanto, el ideal en positivo.
Debemos estar unidos para ser fuertes, y debemos ser fuertes para fundar una institución que se apoye sólo en la verdad hecha tan conmovedora y tan admirable, tan simple y tan sublime. Las fuerzas divididas son aniquiladas; juntos, son muchas veces más fuertes.
Y si consideramos la progresión moral de cada hombre, si reflexionamos sobre el amor, sobre la caridad que brota de cada corazón, la diferencia es mucho mayor. Bajo el sublime influjo de este soplo inefable, los lazos familiares se estrechan, pero los lazos sociales, tan vagamente definidos, toman forma, se juntan y acaban formando un solo haz de todos estos pensamientos, de todos estos deseos, de todas estas metas de una diferente naturaleza.
Sin hermandad, ¿qué ves? Egoísmo, ambición. Cada uno tiene su propósito; cada uno lo persigue por su lado, cada uno camina como quiere, y todos son arrastrados fatalmente al abismo en el que, durante tantos siglos, ha sido tragado todo esfuerzo humano. Con la unión, solo hay una meta, porque solo hay un pensamiento, un deseo, un corazón. Uníos entonces, mis amigos; esto es lo que os repite la voz incesante de nuestro mundo; únete, y alcanzarás tu meta mucho más rápido.
Es sobre todo en esta reunión tan solidaria que debéis tomar la resolución irrevocable de uniros por un pensamiento común a todos los Espíritas de la tierra para ofrecer el homenaje de vuestra gratitud a quien os abrió el camino al bien supremo, al que trajo felicidad sobre vuestras cabezas, bienaventuranza en vuestros corazones y fe en vuestras mentes. Su gratitud es su recompensa presente; no la rechacéis, pues, y ofreciéndola a una sola voz, daréis el primer ejemplo de verdadera fraternidad.
Observación. - Este nombre es completamente desconocido, incluso para el médium. Esto prueba que para ser un Espíritu elevado no es necesario tener el nombre inscrito en el calendario ni en los esplendores de la historia, y que entre los que se comunican entre sí, hay muchos que no tienen nombre conocido.
Aquí
yace dieciocho siglos de luz. (Lyon, 16 de septiembre de 1862. - Médium, Sr.
Émile V…)
Sr. Émile, que obtuvo la comunicación anterior y muchas otras no menos notables, es un hombre muy joven. No sólo es un excelente médium de la escritura, también es un médium de la pintura, aunque no ha aprendido ni a dibujar ni a pintar; pinta al óleo paisajes y diversos temas para los que se ve obligado a elegir, mezclar y combinar los colores que le son necesarios. Desde el punto de vista del arte, sus cuadros ciertamente no son irreprochables, aunque en ciertas exposiciones se ven algunos que no son mucho mejores; les falta especialmente acabado y suavidad, los tonos son ásperos y demasiado acentuados; pero cuando piensas en las condiciones en que se fabrican, no dejan de ser muy notables. ¿Quién sabe si, con la práctica, no adquirirá la destreza que le falta y no llegará a ser un verdadero pintor, como aquel obrero bordelés que, sin saber apenas firmar, escribió como médium, y acabó teniendo una bonita letra para su uso personal, sin otro maestro que los Espíritus?
Cuando vimos al Sr. Émile V…, estaba terminando un cuadro alegórico, donde vemos un ataúd en el que está escrito: Aquí yacen dieciocho siglos de luz. Nos permitimos criticar esta inscripción desde el punto de vista gramatical, y no comprendimos en un principio el significado de esta alegoría que coloca dieciocho siglos de luz en un ataúd, esperando, decíamos, que la humanidad, gracias especialmente al cristianismo, sea más iluminado hoy de lo que era antes. Fue en la sesión del día 16, en la que obtuvo la comunicación antes relatada. El Espíritu respondió a nuestras observaciones, agregando lo siguiente a esta comunicación.
“Aquí yacen” se pone con intención. El sujeto no está expresado por el número dieciocho que representa los siglos; es un total de siglos, una idea colectiva, como si hubiera un lapso de tiempo de dieciocho siglos. Puedes decirles a tus gramáticos que no confundan una idea colectiva con una idea de separación. ¿No dicen ellos mismos de la multitud, que puede consistir en un número incalculable de personas, que puede moverse? Suficiente sobre este tema; debe ser así, porque es la idea misma.
"Ahora vayamos a la alegoría. ¡Dieciocho siglos de luz en un ataúd! Esta idea representa todos los esfuerzos que verdad ha hecho desde entonces; esfuerzos que siempre han sido aplastados por el espíritu de partido, por el egoísmo. Dieciocho siglos de luz a plena luz del día serían dieciocho siglos de felicidad para la humanidad, dieciocho siglos que todavía están germinando en la tierra y que habrían tenido su desarrollo. Cristo ha traído la verdad a la tierra y la puso a disposición de todos; ¿qué fue de ella? Las pasiones terrenales se apoderaron de ella; fue enterrada en un ataúd, de donde sale el Espiritismo para sacarla. Esta es la alegoría”.
León de Muriane.”
Sr. Émile, que obtuvo la comunicación anterior y muchas otras no menos notables, es un hombre muy joven. No sólo es un excelente médium de la escritura, también es un médium de la pintura, aunque no ha aprendido ni a dibujar ni a pintar; pinta al óleo paisajes y diversos temas para los que se ve obligado a elegir, mezclar y combinar los colores que le son necesarios. Desde el punto de vista del arte, sus cuadros ciertamente no son irreprochables, aunque en ciertas exposiciones se ven algunos que no son mucho mejores; les falta especialmente acabado y suavidad, los tonos son ásperos y demasiado acentuados; pero cuando piensas en las condiciones en que se fabrican, no dejan de ser muy notables. ¿Quién sabe si, con la práctica, no adquirirá la destreza que le falta y no llegará a ser un verdadero pintor, como aquel obrero bordelés que, sin saber apenas firmar, escribió como médium, y acabó teniendo una bonita letra para su uso personal, sin otro maestro que los Espíritus?
Cuando vimos al Sr. Émile V…, estaba terminando un cuadro alegórico, donde vemos un ataúd en el que está escrito: Aquí yacen dieciocho siglos de luz. Nos permitimos criticar esta inscripción desde el punto de vista gramatical, y no comprendimos en un principio el significado de esta alegoría que coloca dieciocho siglos de luz en un ataúd, esperando, decíamos, que la humanidad, gracias especialmente al cristianismo, sea más iluminado hoy de lo que era antes. Fue en la sesión del día 16, en la que obtuvo la comunicación antes relatada. El Espíritu respondió a nuestras observaciones, agregando lo siguiente a esta comunicación.
“Aquí yacen” se pone con intención. El sujeto no está expresado por el número dieciocho que representa los siglos; es un total de siglos, una idea colectiva, como si hubiera un lapso de tiempo de dieciocho siglos. Puedes decirles a tus gramáticos que no confundan una idea colectiva con una idea de separación. ¿No dicen ellos mismos de la multitud, que puede consistir en un número incalculable de personas, que puede moverse? Suficiente sobre este tema; debe ser así, porque es la idea misma.
"Ahora vayamos a la alegoría. ¡Dieciocho siglos de luz en un ataúd! Esta idea representa todos los esfuerzos que verdad ha hecho desde entonces; esfuerzos que siempre han sido aplastados por el espíritu de partido, por el egoísmo. Dieciocho siglos de luz a plena luz del día serían dieciocho siglos de felicidad para la humanidad, dieciocho siglos que todavía están germinando en la tierra y que habrían tenido su desarrollo. Cristo ha traído la verdad a la tierra y la puso a disposición de todos; ¿qué fue de ella? Las pasiones terrenales se apoderaron de ella; fue enterrada en un ataúd, de donde sale el Espiritismo para sacarla. Esta es la alegoría”.
Papel de la Sociedad de París. (Sociedad de París, 24 de octubre de 1862. - Médium, Sr. Leymarie.)
París es el pie del mundo; todos vienen a buscar una impresión, una idea.
A menudo me preguntaba, cuando estaba entre vosotros, por qué esta gran ciudad, lugar de reunión del mundo entero, no tenía una gran reunión Espírita, sino tan grande que los anfiteatros más grandes no podían contenerla.
A veces pensaba que los Espíritas parisienses se entregaban demasiado a sus placeres; Incluso creí que la fe espírita era para muchos un placer de aficionado, un recreo entre todos los que continuamente se presentan en París.
Pero lejos de ti y tan cerca de ti, veo y comprendo mejor. París se encuentra a orillas del Sena, pero París está en todas partes, y todos los días esta cabeza poderosa mueve el mundo entero. Como ella, la Sociedad Espírita Central trae su pensamiento al universo. Su poder no reside en el círculo donde hace sus reuniones, sino en todos los países donde se siguen sus disertaciones, en todas partes donde hace ley en materia de enseñanzas inteligentes; es un sol cuyos rayos benéficos reverberan hasta el infinito.
Por eso mismo, la Sociedad no puede ser un grupo ordinario; sus puntos de vista están predestinados y su apostolado es mayor. No puede limitarse a un pequeño espacio; necesita del mundo, pues es invasor por su naturaleza; y, de hecho, hoy conquista pacíficamente grandes ciudades, mañana reinos, pronto el mundo entero.
Cuando un extranjero venga a hacerles una visita cortés, recíbanlo con dignidad, con generosidad, para que se lleve una gran idea del Espiritismo, esta poderosa arma de civilización que debe allanar todos los caminos, vencer todas las disidencias, incluso todas las dudas. Dad libremente, para que todos tomen este alimento del espíritu que transforma todo en su paso misterioso, porque la nueva creencia es fuerte como Dios, grande como él, caritativa como todo lo que emana del poder superior, que golpea para consolar, dando a la humanidad en el parto: la oración y el dolor como progreso.
Sed bendita, Sociedad que amo, tú que das siempre con benevolencia; tú que cumples una ardua tarea sin mirar las piedras que bloquean el camino. Has merecido bien de Dios; no seréis, ni podréis ser un centro ordinario, sino, repito, la fuente benéfica donde siempre vendrá el sufrimiento a encontrar el bálsamo reparador.
Sansón,
Ex miembro de la Sociedad de París.
París es el pie del mundo; todos vienen a buscar una impresión, una idea.
A menudo me preguntaba, cuando estaba entre vosotros, por qué esta gran ciudad, lugar de reunión del mundo entero, no tenía una gran reunión Espírita, sino tan grande que los anfiteatros más grandes no podían contenerla.
A veces pensaba que los Espíritas parisienses se entregaban demasiado a sus placeres; Incluso creí que la fe espírita era para muchos un placer de aficionado, un recreo entre todos los que continuamente se presentan en París.
Pero lejos de ti y tan cerca de ti, veo y comprendo mejor. París se encuentra a orillas del Sena, pero París está en todas partes, y todos los días esta cabeza poderosa mueve el mundo entero. Como ella, la Sociedad Espírita Central trae su pensamiento al universo. Su poder no reside en el círculo donde hace sus reuniones, sino en todos los países donde se siguen sus disertaciones, en todas partes donde hace ley en materia de enseñanzas inteligentes; es un sol cuyos rayos benéficos reverberan hasta el infinito.
Por eso mismo, la Sociedad no puede ser un grupo ordinario; sus puntos de vista están predestinados y su apostolado es mayor. No puede limitarse a un pequeño espacio; necesita del mundo, pues es invasor por su naturaleza; y, de hecho, hoy conquista pacíficamente grandes ciudades, mañana reinos, pronto el mundo entero.
Cuando un extranjero venga a hacerles una visita cortés, recíbanlo con dignidad, con generosidad, para que se lleve una gran idea del Espiritismo, esta poderosa arma de civilización que debe allanar todos los caminos, vencer todas las disidencias, incluso todas las dudas. Dad libremente, para que todos tomen este alimento del espíritu que transforma todo en su paso misterioso, porque la nueva creencia es fuerte como Dios, grande como él, caritativa como todo lo que emana del poder superior, que golpea para consolar, dando a la humanidad en el parto: la oración y el dolor como progreso.
Sed bendita, Sociedad que amo, tú que das siempre con benevolencia; tú que cumples una ardua tarea sin mirar las piedras que bloquean el camino. Has merecido bien de Dios; no seréis, ni podréis ser un centro ordinario, sino, repito, la fuente benéfica donde siempre vendrá el sufrimiento a encontrar el bálsamo reparador.
Ex miembro de la Sociedad de París.
Sobre
el origen del lenguaje. (Sociedad Espírita de París. - Médium, Sr. d'Ambel.)
Me piden hoy, mis queridos y amados oyentes, que dicte a mi médium la historia del origen del lenguaje; trataré de satisfacerte; pero debéis comprender que me será imposible en unas pocas líneas ocuparme enteramente de esta grave cuestión, a la que está necesariamente ligada a la cuestión, aún más importante, del origen de las razas humanas.
¡Que Dios Todopoderoso, tan benévolo con los Espíritas, me conceda la lucidez necesaria para podar de mi disertación toda confusión, cualquier oscuridad y sobre todo cualquier error!
Entro en materia diciéndoles: Admitamos primero en principio esta verdad eterna: es que el Creador ha dado a todos los seres de una misma raza una manera especial, pero segura, de llevarse bien y comprenderse. Sin embargo, este modo de comunicación, este lenguaje, era tanto más restringido cuanto más inferiores eran las especies. Es en virtud de esta verdad, de esta ley, que las tribus salvajes e incivilizadas tienen lenguas tan pobres, que una multitud de términos usados en los países favorecidos de la civilización, no encuentran allí la palabra correspondiente; y es para obedecer a esta misma ley que estas naciones que avanzan crean nuevas expresiones para nuevos descubrimientos, nuevas necesidades.
Como he dicho en otra parte: la humanidad ha pasado ya por tres grandes períodos: la fase bárbara, la fase hebrea y pagana y la fase cristiana. A este último le seguirá el gran período espírita cuyos primeros cimientos estamos ahora poniendo entre vosotros.
Examinemos, pues, la primera fase y los comienzos de la segunda, y no puedo sino repetir aquí lo que ya he dicho. La primera fase humana, que puede llamarse prehebrea o bárbara, se arrastró lenta y prolongadamente por todos los horrores y convulsiones de una espantosa barbarie. El hombre allí es peludo como la bestia salvaje y, como la bestia salvaje, acecha en las cuevas y en los bosques. Vive de carne cruda y se alimenta de su prójimo como de excelente caza. Es el reinado del canibalismo más absoluto. ¡Sin sociedad! ¡Sin familia! Algunos grupos dispersos aquí y allá, viviendo desordenadamente en completa promiscuidad y siempre dispuestos a devorarse unos a otros: tal es el cuadro de este período cruel. ¡Sin culto, sin tradición, sin idea religiosa! Nada más del que el animal necesita para estar satisfecho, ¡y eso es todo! El alma, prisionera en materia asombrosa, permanece lúgubre y latente en su prisión carnal; nada puede hacer contra los toscos muros que la encierran, y su inteligencia apenas puede moverse en los compartimentos de un cerebro estrecho. El ojo es opaco, el párpado pesado, el labio grueso, el cráneo achatado y unos pocos sonidos guturales bastan para el lenguaje; nada sugiere que de esta bestia bruta provendrá el padre de las razas hebrea y pagana. Sin embargo, a la larga, sienten la necesidad de apoyarse contra los otros carnívoros, contra el león y el tigre, cuyos formidables colmillos y afiladas garras vencieron fácilmente a los hombres aislados: así es como se produce el primer progreso social. Sin embargo, el reinado de la materia y la fuerza bruta se mantuvo a lo largo de esta cruel etapa. No miréis, pues, en el hombre de esta época ni el sentimiento, ni la razón, ni el lenguaje propiamente dicho; solo obedece a su sensación grosera y tiene un solo fin: beber, comer y dormir; más allá de eso, ¡nada! Podemos decir que el hombre inteligente está ahí en germen, pero que aún no existe. Sin embargo, es necesario señalar que ya, entre estas razas brutales, aparecen algunos seres superiores, Espíritus encarnados, encargados de conducir a la humanidad hacia su meta y acelerar el advenimiento de la era hebraica y pagana. Debo añadir que además de estos Espíritus encarnados, el globo terrestre fue visitado con frecuencia por aquellos ministros de Dios cuya memoria la tradición ha consagrado bajo los nombres de ángeles y arcángeles, y que éstos se pusieron casi a diario en relación con los seres superiores, Espíritus encarnados, de los que acabo de hablar. La misión de algunos de estos ángeles continuó durante gran parte de la segunda fase humanitaria. Debo agregar que el cuadro rápido que acabo de hacer de los primeros tiempos de la humanidad les enseña, más o menos, a qué leyes rigurosas están sometidos los Espíritus que prueban la vida en los planetas de formación reciente.
El lenguaje propiamente dicho, como la vida social, sólo comienza a tener cierto carácter a partir de la época hebraica y pagana, durante la cual el Espíritu encarnado, siempre esclavizado a la materia, comienza sin embargo a rebelarse y a romper algunos eslabones de su pesada cadena. El alma fermenta y se agita en su prisión carnal; por sus repetidos esfuerzos reacciona enérgicamente contra las paredes del cerebro, cuya materia sensibiliza; mejora y perfecciona con un trabajo constante el juego de sus facultades, cuyos órganos físicos se desarrollan en consecuencia; finalmente, el pensamiento se puede leer en una mirada límpida y clara. ¡Ya estamos lejos de las frentes aplanadas! Es porque el alma se siente, se reconoce, se da cuenta de sí misma y empieza a comprender que es independiente del cuerpo. Además, desde este momento lucha con ardor para librarse de los abrazos de su robusto rival. El hombre cambia cada vez más y la inteligencia se mueve más libremente en un cerebro más desarrollado. Tenga en cuenta, sin embargo, que esta era, todavía, ve al hombre arreado y registrado como ganado, el hombre esclavo del hombre; la esclavitud es consagrada tanto por el Dios de los hebreos como por los dioses paganos, y Jehová, como Júpiter olímpico, exige sangre y víctimas vivas.
Esta segunda fase ofrece aspectos curiosos desde un punto de vista filosófico; ya he hecho un dibujo rápido que mi médium os comunicará en breve. Sea como fuere, y para volver al tema de este estudio, tened la certeza de que sólo durante los grandes períodos pastoriles y patriarcales el lenguaje humano tomó una apariencia regular, y adoptó formas y sonidos especiales. En esta época primitiva en que la humanidad se deshizo de los pañales de la cuna al mismo tiempo que la tartamudez de la primera edad, pocas palabras bastaban a los hombres para los que no había nacido la ciencia, cuyas necesidades eran muy limitadas y cuyas relaciones sociales se detuvo en las puertas de la tienda, en el umbral de la familia, y más tarde en los confines de la tribu. Es el tiempo en que el padre, el pastor, el anciano, el patriarca, en una palabra, dominaba como dueño absoluto con derecho de vida y muerte.
El lenguaje primitivo era uniforme; pero a medida que aumentaba el número de pastores, éstos, dejando a su vez la tienda paterna, iban a fundar nuevas familias, nuevas tribus, en países deshabitados. Entonces la lengua que se usaba entre ellos se fue alejando paso a paso, según las generaciones, de la lengua que se usaba bajo la tienda paterna que habían dejado antes; y así se crearon los diversos idiomas. Además, aunque mi intención no es dar un curso de lingüística, habrás notado que, en las lenguas más dispares, encuentras palabras cuya raíz ha variado poco y cuyo significado es casi el mismo. Por otra parte, aunque hoy pretendáis ser un mundo antiguo, la misma razón que corrompió la lengua primitiva aún reina suprema en vuestra Francia, tan orgullosa de su civilización, donde veis variar las consonancias, los términos y el sentido, yo no diré de provincia en provincia, sino de comuna en comuna. Hago un llamamiento a los que han viajado a Bretaña, como a los que han viajado por Provenza y Languedoc. Es una variedad de modismos y dialectos para asustar a cualquiera que quiera recopilarlos en un solo diccionario.
Una vez que los hombres primitivos, ayudados en esto por los misioneros del Eterno, hubieron asignado a ciertos sonidos especiales ciertas ideas especiales, el lenguaje hablado se encontró creado, y las modificaciones que sufre posteriormente se debieron siempre al progreso humano; en consecuencia, según la riqueza de una lengua, se puede establecer fácilmente el grado de civilización a que han llegado los pueblos que la hablan. Lo que puedo agregar es que la humanidad camina en un solo idioma, consecuencia obligada de una comunidad de ideas en la moral, en la política y sobre todo en la religión. Tal será la obra de la nueva filosofía, el Espiritismo, que hoy os enseñamos.
ERASTO.
Me piden hoy, mis queridos y amados oyentes, que dicte a mi médium la historia del origen del lenguaje; trataré de satisfacerte; pero debéis comprender que me será imposible en unas pocas líneas ocuparme enteramente de esta grave cuestión, a la que está necesariamente ligada a la cuestión, aún más importante, del origen de las razas humanas.
¡Que Dios Todopoderoso, tan benévolo con los Espíritas, me conceda la lucidez necesaria para podar de mi disertación toda confusión, cualquier oscuridad y sobre todo cualquier error!
Entro en materia diciéndoles: Admitamos primero en principio esta verdad eterna: es que el Creador ha dado a todos los seres de una misma raza una manera especial, pero segura, de llevarse bien y comprenderse. Sin embargo, este modo de comunicación, este lenguaje, era tanto más restringido cuanto más inferiores eran las especies. Es en virtud de esta verdad, de esta ley, que las tribus salvajes e incivilizadas tienen lenguas tan pobres, que una multitud de términos usados en los países favorecidos de la civilización, no encuentran allí la palabra correspondiente; y es para obedecer a esta misma ley que estas naciones que avanzan crean nuevas expresiones para nuevos descubrimientos, nuevas necesidades.
Como he dicho en otra parte: la humanidad ha pasado ya por tres grandes períodos: la fase bárbara, la fase hebrea y pagana y la fase cristiana. A este último le seguirá el gran período espírita cuyos primeros cimientos estamos ahora poniendo entre vosotros.
Examinemos, pues, la primera fase y los comienzos de la segunda, y no puedo sino repetir aquí lo que ya he dicho. La primera fase humana, que puede llamarse prehebrea o bárbara, se arrastró lenta y prolongadamente por todos los horrores y convulsiones de una espantosa barbarie. El hombre allí es peludo como la bestia salvaje y, como la bestia salvaje, acecha en las cuevas y en los bosques. Vive de carne cruda y se alimenta de su prójimo como de excelente caza. Es el reinado del canibalismo más absoluto. ¡Sin sociedad! ¡Sin familia! Algunos grupos dispersos aquí y allá, viviendo desordenadamente en completa promiscuidad y siempre dispuestos a devorarse unos a otros: tal es el cuadro de este período cruel. ¡Sin culto, sin tradición, sin idea religiosa! Nada más del que el animal necesita para estar satisfecho, ¡y eso es todo! El alma, prisionera en materia asombrosa, permanece lúgubre y latente en su prisión carnal; nada puede hacer contra los toscos muros que la encierran, y su inteligencia apenas puede moverse en los compartimentos de un cerebro estrecho. El ojo es opaco, el párpado pesado, el labio grueso, el cráneo achatado y unos pocos sonidos guturales bastan para el lenguaje; nada sugiere que de esta bestia bruta provendrá el padre de las razas hebrea y pagana. Sin embargo, a la larga, sienten la necesidad de apoyarse contra los otros carnívoros, contra el león y el tigre, cuyos formidables colmillos y afiladas garras vencieron fácilmente a los hombres aislados: así es como se produce el primer progreso social. Sin embargo, el reinado de la materia y la fuerza bruta se mantuvo a lo largo de esta cruel etapa. No miréis, pues, en el hombre de esta época ni el sentimiento, ni la razón, ni el lenguaje propiamente dicho; solo obedece a su sensación grosera y tiene un solo fin: beber, comer y dormir; más allá de eso, ¡nada! Podemos decir que el hombre inteligente está ahí en germen, pero que aún no existe. Sin embargo, es necesario señalar que ya, entre estas razas brutales, aparecen algunos seres superiores, Espíritus encarnados, encargados de conducir a la humanidad hacia su meta y acelerar el advenimiento de la era hebraica y pagana. Debo añadir que además de estos Espíritus encarnados, el globo terrestre fue visitado con frecuencia por aquellos ministros de Dios cuya memoria la tradición ha consagrado bajo los nombres de ángeles y arcángeles, y que éstos se pusieron casi a diario en relación con los seres superiores, Espíritus encarnados, de los que acabo de hablar. La misión de algunos de estos ángeles continuó durante gran parte de la segunda fase humanitaria. Debo agregar que el cuadro rápido que acabo de hacer de los primeros tiempos de la humanidad les enseña, más o menos, a qué leyes rigurosas están sometidos los Espíritus que prueban la vida en los planetas de formación reciente.
El lenguaje propiamente dicho, como la vida social, sólo comienza a tener cierto carácter a partir de la época hebraica y pagana, durante la cual el Espíritu encarnado, siempre esclavizado a la materia, comienza sin embargo a rebelarse y a romper algunos eslabones de su pesada cadena. El alma fermenta y se agita en su prisión carnal; por sus repetidos esfuerzos reacciona enérgicamente contra las paredes del cerebro, cuya materia sensibiliza; mejora y perfecciona con un trabajo constante el juego de sus facultades, cuyos órganos físicos se desarrollan en consecuencia; finalmente, el pensamiento se puede leer en una mirada límpida y clara. ¡Ya estamos lejos de las frentes aplanadas! Es porque el alma se siente, se reconoce, se da cuenta de sí misma y empieza a comprender que es independiente del cuerpo. Además, desde este momento lucha con ardor para librarse de los abrazos de su robusto rival. El hombre cambia cada vez más y la inteligencia se mueve más libremente en un cerebro más desarrollado. Tenga en cuenta, sin embargo, que esta era, todavía, ve al hombre arreado y registrado como ganado, el hombre esclavo del hombre; la esclavitud es consagrada tanto por el Dios de los hebreos como por los dioses paganos, y Jehová, como Júpiter olímpico, exige sangre y víctimas vivas.
Esta segunda fase ofrece aspectos curiosos desde un punto de vista filosófico; ya he hecho un dibujo rápido que mi médium os comunicará en breve. Sea como fuere, y para volver al tema de este estudio, tened la certeza de que sólo durante los grandes períodos pastoriles y patriarcales el lenguaje humano tomó una apariencia regular, y adoptó formas y sonidos especiales. En esta época primitiva en que la humanidad se deshizo de los pañales de la cuna al mismo tiempo que la tartamudez de la primera edad, pocas palabras bastaban a los hombres para los que no había nacido la ciencia, cuyas necesidades eran muy limitadas y cuyas relaciones sociales se detuvo en las puertas de la tienda, en el umbral de la familia, y más tarde en los confines de la tribu. Es el tiempo en que el padre, el pastor, el anciano, el patriarca, en una palabra, dominaba como dueño absoluto con derecho de vida y muerte.
El lenguaje primitivo era uniforme; pero a medida que aumentaba el número de pastores, éstos, dejando a su vez la tienda paterna, iban a fundar nuevas familias, nuevas tribus, en países deshabitados. Entonces la lengua que se usaba entre ellos se fue alejando paso a paso, según las generaciones, de la lengua que se usaba bajo la tienda paterna que habían dejado antes; y así se crearon los diversos idiomas. Además, aunque mi intención no es dar un curso de lingüística, habrás notado que, en las lenguas más dispares, encuentras palabras cuya raíz ha variado poco y cuyo significado es casi el mismo. Por otra parte, aunque hoy pretendáis ser un mundo antiguo, la misma razón que corrompió la lengua primitiva aún reina suprema en vuestra Francia, tan orgullosa de su civilización, donde veis variar las consonancias, los términos y el sentido, yo no diré de provincia en provincia, sino de comuna en comuna. Hago un llamamiento a los que han viajado a Bretaña, como a los que han viajado por Provenza y Languedoc. Es una variedad de modismos y dialectos para asustar a cualquiera que quiera recopilarlos en un solo diccionario.
Una vez que los hombres primitivos, ayudados en esto por los misioneros del Eterno, hubieron asignado a ciertos sonidos especiales ciertas ideas especiales, el lenguaje hablado se encontró creado, y las modificaciones que sufre posteriormente se debieron siempre al progreso humano; en consecuencia, según la riqueza de una lengua, se puede establecer fácilmente el grado de civilización a que han llegado los pueblos que la hablan. Lo que puedo agregar es que la humanidad camina en un solo idioma, consecuencia obligada de una comunidad de ideas en la moral, en la política y sobre todo en la religión. Tal será la obra de la nueva filosofía, el Espiritismo, que hoy os enseñamos.
A Sr. B. G. en La Calle (Argelia). - El Libro de los Espíritus y el Libro de los Médiums aún no están traducidos al italiano.
A Sr. Dumas, de Sétif (Argelia). - Recibí el Écho de Sétif, y leí con atención los dos notables y eruditos artículos sobre el Espiritismo publicados por este periódico. Hablaré de ello en detalle en el próximo número. Me alegra ver que esta estimable revista se ocupa de la causa de la doctrina y la trata con seriedad.
Diciembre
Estudio
sobre los poseídos de Morzine
Las causas de la obsesión y los medios para combatirla.
Las observaciones que hemos hecho sobre la epidemia que azotó y aún azota el municipio de Morzine, en la Alta Saboya, no nos dejan dudas sobre su causa; pero, para sustentar nuestra opinión, debemos entrar en algunas explicaciones preliminares, que pondrán mejor de relieve la analogía de este mal con casos análogos, cuyo origen no puede ser dudoso para cualquiera que esté familiarizado con los fenómenos espíritas y reconozca la acción del mundo invisible sobre la humanidad. Es necesario para esto volver a la fuente misma del fenómeno y seguir su gradación desde los casos más simples, y explicar al mismo tiempo la forma en que opera; deduciremos de él mucho mejor los medios para combatir el mal. Aunque ya hemos tratado este tema en el Libro de los Médiums, en el capítulo de la obsesión, y en varios artículos de esta Revista, añadiremos algunas consideraciones nuevas que harán más fácil concebir la cosa.
El primer punto que es importante captar es la naturaleza de los Espíritus desde el punto de vista moral. Siendo los Espíritus sólo las almas de los hombres, y los hombres no siendo todos buenos, no es racional admitir que el Espíritu de un hombre perverso se transforme repentinamente, de lo contrario no habría necesidad de castigo en la vida futura. La experiencia viene a confirmar esta teoría o, mejor dicho, esta teoría es fruto de la experiencia. Las relaciones con el mundo invisible nos muestran, en efecto, junto a los Espíritus sublimes de la sabiduría y del conocimiento, otros Espíritus innobles que aún tienen todos los vicios y todas las pasiones de la humanidad. El alma de un buen hombre será, después de su muerte, un buen Espíritu; así también un buen Espíritu encarnado hará un buen hombre; por la misma razón el hombre perverso, al morir, da al mundo invisible un Espíritu perverso, y un Espíritu maligno, al encarnarse, no puede hacer un hombre virtuoso, y esto mientras el Espíritu no se haya purificado o no haya sentido el deseo de mejorarse; porque, una vez en el camino del progreso, se despoja poco a poco de sus malos instintos; asciende gradualmente en la jerarquía de los Espíritus, hasta haber alcanzado la perfección accesible a todos, no pudiendo Dios haber creado seres condenados al mal y al infortunio para la eternidad. Así, el mundo visible y el mundo invisible fluyen incesante y alternativamente el uno en el otro, si uno puede expresarlo así, y se nutren mutuamente, o, para decirlo mejor, estos dos mundos son en realidad uno, en dos estados diferentes. Esta consideración es muy importante para entender la solidaridad que existe entre ellos.
Siendo la tierra un mundo inferior, es decir no muy avanzado, se sigue que la inmensa mayoría de los Espíritus que la pueblan ya sea en estado errante o como encarnados, debe consistir en Espíritus imperfectos que producen más mal que bien; de ahí el predominio del mal en la tierra; ahora bien, siendo la Tierra al mismo tiempo un mundo de expiación, es el contacto con el mal lo que hace infelices a los hombres; porque si todos los hombres fueran buenos, todos serían felices. Es un estado donde nuestro globo aún no ha llegado, y hacia ese estado Dios quiere conducirlo. Todas las tribulaciones que los hombres buenos experimentan aquí abajo, ya sea de los hombres o de los Espíritus, son consecuencia de este estado de inferioridad. Se podría decir que la Tierra es el estuario botánico de los mundos: allí se encuentran el salvajismo y la civilización primitiva, la criminalidad y la expiación.
Por lo tanto, debemos imaginar el mundo invisible como formando una población innumerable, compacta, por así decirlo, que envuelve la Tierra y se mueve en el espacio. Es una especie de atmósfera moral en la que los Espíritus encarnados ocupan las profundidades y se mueven allí como en el fango. Ahora bien, así como el aire de los lugares bajos es pesado e insalubre, este aire moral también es insalubre, porque está corrompido por las miasmas de los Espíritus impuros; resistirlo requiere temperamentos morales dotados de gran vigor.
Digamos, como paréntesis, que este estado de cosas es inherente a los mundos inferiores; pero estos mundos siguen la ley del progreso, y cuando han llegado a la edad deseada, Dios los purifica expulsando de ellos los Espíritus imperfectos, que ya no reencarnan en ellos y son sustituidos por Espíritus más avanzados, que hacen reinar entre ellos la felicidad, justicia y paz. Es una revolución de este tipo la que se está preparando en este momento.
Examinemos ahora el modo de acción recíproco de los Espíritus encarnados y desencarnados.
Sabemos que los Espíritus están revestidos de una envoltura vaporosa formando para ellos un verdadero cuerpo fluídico, al que damos el nombre de periespíritu, y cuyos elementos se extraen del fluido universal o cósmico, principio de todas las cosas. Cuando el Espíritu se une a un cuerpo, existe allí con su periespíritu, que sirve de enlace entre el Espíritu propiamente dicho y la materia corporal; es el intermediario de las sensaciones percibidas por el Espíritu. Pero este periespíritu no está confinado en el cuerpo como en una caja; por su naturaleza fluídica, irradia hacia el exterior y forma una especie de atmósfera alrededor del cuerpo, como el vapor que se desprende de él. Pero el vapor que emana de un cuerpo enfermo también es malsano, acre y asqueroso, que infecta el aire en los lugares donde se reúnen muchas personas enfermas. Así como este vapor está impregnado de las cualidades del cuerpo, el periespíritu está impregnado de las cualidades, es decir, del pensamiento del Espíritu, y hace que estas cualidades irradien alrededor del cuerpo.
Aquí otro paréntesis para responder inmediatamente a una objeción que algunos oponen a la teoría que da el Espiritismo sobre el estado del alma; lo acusan de materializar el alma, mientras que, según la religión, el alma es puramente inmaterial. Esta objeción, como la mayoría de las que se hacen, surge de un estudio incompleto y superficial. El Espiritismo nunca ha definido la naturaleza del alma, que escapa a nuestras investigaciones; no dice que el periespíritu constituye el alma: la palabra periespíritu dice positivamente lo contrario, puesto que especifica una envoltura alrededor del Espíritu. ¿Qué dice el Libro de los Espíritus al respecto? “Hay tres cosas en el hombre: el alma, o Espíritu, un principio inteligente; el cuerpo, envoltura material; el periespíritu, envoltura fluídica semimaterial, que sirve de nexo entre el Espíritu y el cuerpo. Del hecho de que, a la muerte del cuerpo, el alma retiene la envoltura fluídica, esto no quiere decir que esta envoltura y el alma sean una y la misma cosa, como tampoco el cuerpo es uno con el vestido, como tampoco el alma es uno con el cuerpo. La doctrina Espírita, por tanto, nada quita a la inmaterialidad del alma, sólo le da dos envolturas en lugar de una durante la vida corporal, y otra después de la muerte del cuerpo, lo cual no es una hipótesis, sino un resultado de la observación, y con la ayuda de esta envoltura hace que se conciba mejor su individualidad y explica mejor su acción sobre la materia.
Volvamos a nuestro tema.
El periespíritu, por su naturaleza fluídica, es esencialmente móvil, elástico, si se puede decir así; como agente directo del Espíritu, se pone en acción y proyecta rayos por la voluntad del Espíritu; estos rayos sirven para la transmisión del pensamiento, porque de alguna manera está animada por el pensamiento del Espíritu. Siendo el periespíritu el lazo que une el Espíritu al cuerpo, es por este intermediario que el Espíritu transmite a los órganos, no la vida vegetativa, sino los movimientos que son la expresión de su voluntad; es también por este intermediario que las sensaciones del cuerpo se transmiten al Espíritu. El cuerpo sólido destruido por la muerte, el Espíritu ya no actúa ni percibe sino a través de su cuerpo fluídico, o periespíritu, por eso actúa más fácilmente y percibe mejor, siendo el cuerpo un obstáculo. Todo esto sigue siendo el resultado de la observación.
Supongamos ahora dos personas cercanas, cada una envuelta en su atmósfera periespiritual, - déjanos pasar este neologismo. Estos dos fluidos entrarán en contacto, se penetrarán; si son de naturaleza antipática, se repelerán, y los dos individuos sentirán una especie de malestar al acercarse, sin darse cuenta; si, por el contrario, los mueve un sentimiento bueno y benévolo, llevarán consigo un pensamiento benévolo que atrae. Tal es la causa por la que dos personas se entienden y se adivinan sin hablarse. Un cierto “no sé qué” suele decir que la persona que tienes delante debe estar animada por tal o cual sentimiento; ahora bien, este “no sé qué” es la expansión del fluido periespiritual de la persona en contacto con la nuestra, una especie de hilo eléctrico, conductor del pensamiento. Entendemos, pues, que los Espíritus, cuya envoltura fluídica es mucho más libre que en el estado de encarnación, ya no necesitan sonidos articulados para oírse unos a otros.
El fluido periespiritual del encarnado es, pues, puesto en acción por el Espíritu; si, por su voluntad, el Espíritu brilla, por así decir, rayos sobre otro individuo, estos rayos lo penetran; de ahí la acción magnética más o menos poderosa según la voluntad, más o menos benéfica según que estos rayos sean de naturaleza más o menos buena, más o menos vivificantes; porque por su acción pueden penetrar los órganos, y en ciertos casos restaurar el estado normal. Conocemos la influencia de las cualidades morales en el magnetizador.
Lo que el Espíritu encarnado puede hacer lanzando su propio fluido sobre un individuo, también lo puede hacer un Espíritu desencarnado, ya que tiene el mismo fluido, es decir, puede magnetizar, y, según sea bueno o malo, su acción será beneficiosa o perjudicial.
Uno se da cuenta así fácilmente de la naturaleza de las impresiones que recibe según los medios en los que se encuentra. Si una asamblea se compone de personas animadas por malos sentimientos, llenan el aire circundante con el fluido impregnado de sus pensamientos; de ahí, para las almas buenas, un malestar moral análogo al malestar físico causado por las exhalaciones mefíticas: el alma se asfixia. Las personas, por el contrario, si tuvieren intenciones puras, nos encontramos en su atmósfera como en un aire vigorizante y saludable. El efecto será naturalmente el mismo en un ambiente lleno de Espíritus según sean buenos o malos.
Bien entendido esto, llegamos sin dificultad a la acción material de los Espíritus errantes sobre los Espíritus encarnados, y de allí a la explicación de la mediumnidad.
Si un espíritu quiere actuar sobre un individuo, se acerca a él y lo envuelve, por así decirlo, con su periespíritu como un manto; los fluidos penetrándole, los dos pensamientos y las dos voluntades se fusionan, y el Espíritu puede entonces usar este cuerpo como propio, hacerlo actuar según su voluntad, hablar, escribir, dibujar, etc.; tales son los médiums. Si el Espíritu es bueno, su acción es dulce, benéfica, hace que se hagan sólo cosas buenas; si es malo, que se hagan cosas malas; si es perversa y malvada, lo abraza como en una red, paraliza hasta su voluntad, su mismo juicio, que sofoca bajo su fluido, como se sofoca el fuego bajo una capa de agua; lo hace pensar, hablar, actuar a través de él, lo empuja a su pesar a actos extravagantes o ridículos, en una palabra, lo magnetiza, lo cataleptiza moralmente, y el individuo se convierte en un instrumento ciego de su voluntad. Tal es la causa de la obsesión, la fascinación y el sometimiento que se manifiestan en grados muy diferentes de intensidad. Es el paroxismo de la subyugación, que comúnmente se llama posesión. Cabe señalar que, en este estado, el individuo muy a menudo es consciente de que lo que está haciendo es ridículo, pero se ve obligado a hacerlo, como si un hombre más fuerte que él estuviera moviendo sus brazos contra su voluntad, sus piernas. y su lengua. He aquí un ejemplo curioso.
En una pequeña reunión en Burdeos, en medio de una evocación, el médium, un joven de carácter apacible y perfecta urbanidad, de repente comienza a golpear la mesa, se levanta con ojos amenazantes, apuntando con los puños a los presentes, diciéndoles los insultos más groseros, y queriendo tirarles el tintero a la cabeza. Esta escena, tanto más aterradora cuanto que distaba mucho de lo esperado, duró unos diez minutos, tras los cuales el joven recuperó su calma habitual, disculpándose por lo que acababa de ocurrir, diciendo que sabía muy bien que había hecho y dicho cosas inapropiadas, pero que no pudo evitarlo. Habiéndonos comunicado el hecho, pedimos explicación del mismo en una sesión de la Sociedad de París, y se nos dijo que el Espíritu que lo había provocado era más bromista que malvado, y que simplemente había querido gozar del susto de los asistentes. Lo que prueba la veracidad de esta explicación es que el hecho no se repitió, y que el médium, sin embargo, siguió recibiendo excelentes comunicaciones como en el pasado. Es bueno decir lo que probablemente había excitado el entusiasmo de este Espíritu bromista. Un antiguo director de teatro de Burdeos, Sr. Beck, había experimentado, durante varios años antes de su muerte, un fenómeno singular. Todas las tardes, al salir del teatro, le parecía que un hombre le saltaba sobre la espalda, se le montaba a horcajadas sobre los hombros y se aferraba a ellos hasta llegar a la puerta de su casa; allí, el pretendido individuo saltó al suelo y el señor Beck se sintió aliviado. En esta reunión se quiso evocar al Sr. Beck para pedirle una explicación; fue entonces cuando el Espíritu embaucador le agradó tomar su lugar y hacer representar al médium una escena diabólica, en quien sin duda encontró las disposiciones fluídicas necesarias para asistirlo.
Lo que en esta circunstancia era sólo accidental, adquiere a veces carácter de permanencia cuando el Espíritu es malo, porque el individuo se convierte para él en una víctima real a la que puede dar la apariencia de una verdadera locura. Decimos apariencia, porque la locura propiamente dicha resulta siempre de una alteración de los órganos cerebrales, mientras que, en este caso, los órganos están tan intactos como los del joven de quien acabamos de hablar; no hay, pues, locura real, sino locura aparente, contra la cual los remedios terapéuticos son impotentes, como lo demuestra la experiencia; mucho más, pueden producir lo que no existe. Los manicomios albergan a muchos enfermos de esta especie a quienes el contacto con otros dementes no puede sino ser muy perjudicial, porque este estado denota siempre una cierta debilidad moral. Junto a todas las variedades de locura patológica, conviene, por tanto, añadir la locura obsesiva, que requiere medios especiales; pero ¿cómo puede un médico materialista hacer alguna vez esta diferencia, o siquiera admitirla?
¡Bien echo! Nuestros adversarios clamarán; los peligros del Espiritismo no pueden ser mejor demostrados, y tenemos razón en afírmalo.
Un instante; lo que hemos dicho prueba precisamente su utilidad.
¿Creéis que los malos Espíritus, que pululan en medio de la humanidad, han esperado a ser llamados para ejercer su perniciosa influencia? Como los Espíritus han existido siempre, siempre han jugado el mismo papel, porque ese papel está en la naturaleza, y la prueba está en la gran cantidad de gente obsesionada, o poseída, si se quiere, antes de que se tratara de Espíritus, o que, hoy en día, de haber oído hablar de Espiritismo o médiums. La acción de los Espíritus, buenos o malos es pues espontánea; la de los malos produce multitud de perturbaciones en la economía moral y aun física que, por ignorancia de la verdadera causa, se atribuían a causas erróneas. Los Espíritus malignos son enemigos invisibles, tanto más peligrosos cuanto que no se sospechaba de su acción. El Espiritismo, al desnudarlos, viene a revelar una nueva causa para ciertos males de la humanidad; conocida la causa, ya no intentaremos combatir el mal con medios que ahora sabemos que son inútiles, buscaremos otros más efectivos. Ahora bien, ¿quién descubrió esta causa? La mediumnidad; es a través de la mediumnidad que estos enemigos ocultos han traicionado su presencia; ha hecho por ellos lo que el microscopio ha hecho por lo infinitamente pequeño: ha revelado todo un mundo. El Espiritismo no ha atraído a los malos Espíritus; los desveló y proporcionó los medios para paralizar su acción y, en consecuencia, para ahuyentarlos. Por tanto, no trajo el mal, ya que el mal existió en todos los tiempos; por el contrario, proporciona el remedio al mal mostrando su causa. Una vez reconocida la acción del mundo invisible, tendremos la clave de multitud de fenómenos incomprendidos, y la ciencia, enriquecida por esta nueva ley, verá abrirse ante ella nuevos horizontes. ¿Cuándo llegará allí? Cuando ya no profese el materialismo, porque el materialismo la detiene en su vuelo y le pone una barrera infranqueable
Antes de hablar del remedio, aclaremos un hecho que avergüenza a muchos Espíritas, especialmente en los casos de simple obsesión, es decir, en aquellos, muy frecuentes, donde un médium no puede librarse de un Espíritu malo que obstinadamente le comunica por escrito o audiencia; aquella, no menos frecuente, donde, en medio de una buena comunicación, un Espíritu viene a entrometerse para decir cosas malas. Entonces uno se pregunta si los malos Espíritus son más poderosos que los buenos.
Remitámonos a lo que hemos dicho al principio sobre el modo en que actúa el Espíritu, e imaginemos un médium envuelto, penetrado por el fluido perispiritual de un Espíritu maligno; para que el fluido de un buen Espíritu pueda actuar sobre el médium, éste debe penetrar esta envoltura dominada, y sabemos que la luz tiene dificultad para penetrar una niebla espesa. Según el grado de obsesión, esta niebla será permanente, persistente o intermitente, y por tanto más o menos fácil de disipar.
Nuestro corresponsal en Parma, Sr. Superchi, nos ha enviado dos dibujos realizados por una médium vidente, que representan perfectamente esta situación. En uno vemos la mano del médium de escritura rodeada de una nube oscura, la imagen del fluido periespiritual de los malos Espíritus, atravesada por un rayo luminoso que va a iluminar la mano; es el fluido bueno el que lo dirige y se opone a la acción del malo. En el otro, la mano está en la sombra; la luz está alrededor de la niebla, que no puede penetrar. Lo que este dibujo delimita a la mano debe ser entendido por toda la persona.
Siempre queda la cuestión de si el buen Espíritu es menos poderoso que el malo. No es el buen Espíritu el que es más débil, es el médium que no es lo bastante fuerte para sacudirse el manto que le ha sido echado encima, para librarse del abrazo de los brazos que le abrazan y en los cuales, debe decirlo, a veces se deleita. En este caso, entendemos que el buen Espíritu no puede prevalecer, ya que se prefiere al otro. Admitamos ahora el deseo de desembarazarse de esa envoltura fluídica con que se penetra, como a un vestido se penetra la humedad, no bastará el deseo, no siempre bastará la voluntad misma.
Se trata de luchar contra un adversario; ahora bien, cuando dos hombres luchan cuerpo a cuerpo, es el que tiene los músculos más fuertes el que vence al otro. Con un Espíritu hay que luchar, no cuerpo a cuerpo, sino de Espíritu a Espíritu, y sigue siendo el más fuerte el que gana; aquí, la fuerza está en la autoridad que uno puede tomar sobre el Espíritu, y esta autoridad está subordinada a la superioridad moral. La superioridad moral es como el sol, que disipa la niebla con el poder de sus rayos. Esforzarse por ser bueno, hacerse mejor si ya se es bueno, purificarse de las propias imperfecciones, en una palabra, elevarse moralmente tanto como sea posible, tal es el medio de adquirir el poder de mandar a los Espíritus inferiores para alejarlos, de lo contrario se reirán de tus mandatos. (Libro de los Médiums, núm. 252 y 279.)
Sin embargo, se dirá, ¿por qué los Espíritus protectores no les ordenan que se retiren? Sin duda pueden, y a veces lo hacen; pero, al permitir la lucha, dejan también el mérito de la victoria; si dejan luchar en ciertos aspectos a los que lo merecen, es para probar su perseverancia y hacerles adquirir más fuerza en el bien; para ellos es una especie de gimnasia moral.
He aquí la respuesta que le dimos a un coronel de Estado Mayor austríaco, en Hungría, el Sr. P…, que nos consultó sobre una afección que atribuía a malos Espíritus, disculpándose por darnos el título de amigo, aunque sólo nos conocía por el nombre:
“El Espiritismo es el vínculo fraterno por excelencia, y tenéis razón al pensar que quienes comparten esta creencia pueden, sin conocerse, tratarse como amigos; les agradezco que hayan tenido una opinión lo suficientemente buena de mí como para otorgarme este título.
“Estoy feliz de encontrar en ti un adepto sincero y devoto de esta consoladora doctrina; pero por el mismo hecho de consolar, debe dar la fuerza moral y la resignación para soportar las pruebas de la vida, que, las más de las veces, son expiaciones; la Revista Espírita les proporciona numerosos ejemplos.
"En cuanto a la enfermedad que te aqueja, no veo evidencia clara de la influencia de Espíritus malignos que te obsesionan. Admitámoslo, sin embargo, por hipótesis; sólo habría una fuerza moral que oponer a una fuerza moral, y sólo puede venir de ti. Contra un Espíritu hay que luchar de Espíritu a Espíritu, y es el Espíritu más fuerte el que vence. En tal caso, por lo tanto, es necesario esforzarse por adquirir la mayor suma posible de superioridad de voluntad, energía y cualidades morales para tener derecho a decirle: Vade de retro. Así que si tienes que tratar con uno de ellos, no es con el sable de coronel que lo vencerás, sino con la espada del ángel, es decir, la virtud y la oración. El tipo de miedo y angustia que experimentas en estos momentos es una señal de debilidad de la que se aprovecha el Espíritu. Supera este miedo, y con la voluntad lo lograrás. Así que toma la delantera resueltamente, como lo haces ante el enemigo, y créeme tu todo devoto y cariñoso, A.K."
Algunas personas sin duda preferirían otra receta más fácil para ahuyentar a los malos Espíritus: algunas palabras que decir o algunas señales que hacer, por ejemplo, que serían más convenientes, que corregirse por las propias faltas. Lo sentimos, pero no conocemos un método más eficaz para derrotar a un enemigo que ser más fuerte que él. Cuando uno está enfermo, debe resignarse a tomar la medicina, por amarga que sea; pero también, cuando uno ha tenido el coraje de beber, ¡qué bien se está y qué fuerte se está! Por lo tanto, debemos convencernos de que, para lograr este objetivo, no hay palabras sacramentales, ni fórmulas, ni talismanes, ni signos materiales de ningún tipo. Los malos Espíritus se ríen de ella y se complacen en indicar alguna, que siempre tienen cuidado de decir infalibles, para captar mejor la confianza de aquellos a quienes quieren abusar, porque entonces éstos, confiados en la virtud del proceso, se rinden sin miedo.
Antes de pretender domar al Espíritu maligno, uno debe domarse a sí mismo. De todos los medios para adquirir la fuerza para lograr esto, el más eficaz es la voluntad secundada por la oración, la oración del corazón se escucha, y no las palabras en las que la boca tiene más parte que el pensamiento. Debemos orar a nuestro ángel de la guarda y a los buenos Espíritus para que nos asistan en la lucha; pero no basta con pedirles que ahuyenten al mal Espíritu, debemos recordar esta máxima: Ayúdate, y el cielo te ayudará, y sobre todo pídeles la fuerza que nos falta para vencer nuestras malas inclinaciones, que son para nosotros peores que Espíritus malignos, porque son estas inclinaciones las que los atraen, como la putrefacción atrae a las aves de rapiña. Orar también por el Espíritu que obsesiona, es devolver bien por mal, y mostrarse mejor que él, y esto ya es una superioridad. Con perseverancia, solemos terminar devolviéndole mejores sentimientos, y de perseguidor pasa a obligado.
En suma, la oración ferviente y el esfuerzo fervoroso por mejorarse a uno mismo son los únicos medios para alejar a los malos Espíritus, que reconocen a sus maestros en los que practican el bien, mientras que las fórmulas les hacen reír; la ira y la impaciencia los excitan. Tienes que cansarlos siendo más paciente que ellos.
Pero sucede a veces que el sometimiento llega al punto de paralizar la voluntad del obsesionado, y que no se puede esperar de él ninguna ayuda seria. Es entonces, sobre todo, que se hace necesaria la intervención de un tercero, ya sea por oración o por acción magnética; pero el poder de esta intervención depende también del ascendiente moral que los intervinientes puedan ganar sobre los Espíritus; porque si no son mejores, su acción es estéril. La acción magnética, en este caso, tiene el efecto de penetrar el fluido del obsesionado con un fluido mejor, y de expurgar el fluido del Espíritu maligno; al operar, el magnetizador debe tener el doble propósito de oponer una fuerza moral a una fuerza moral, y de producir en el sujeto una especie de reacción química, para usar una comparación material, persiguiendo un fluido por otro fluido. Con esto, no sólo efectúa una liberación saludable, sino que da fuerza a los órganos debilitados, mediante un abrazo largo y a menudo vigoroso. Entendemos, además, que la potencia de la acción fluídica se debe, no sólo a la energía de la voluntad, sino sobre todo a la cualidad del fluido introducido, y, según hemos dicho, que esta cualidad depende de la educación y cualidades morales del magnetizador; de donde se sigue que un magnetizador ordinario que actuara mecánicamente para magnetizar pura y simplemente, produciría poco o ningún efecto; debe haber un magnetizador Espírita que actúe a sabiendas, con la intención de producir, no sonambulismo o curación orgánica, sino los efectos que acabamos de describir. También es evidente que una acción magnética dirigida en esta dirección sólo puede ser muy útil en casos de obsesión ordinaria, porque entonces, si el magnetizador es secundado por la voluntad del obsesionado, el Espíritu es combatido por dos adversarios en lugar de uno.
También hay que decir que a menudo, se acusa a los Espíritus extraños de fechorías de las que son muy inocentes; ciertos estados morbosos y ciertas aberraciones que se atribuyen a una causa oculta, a veces se deben simplemente al Espíritu del individuo mismo. Las molestias, que por lo general uno concentra en sí mismo, angustias especialmente, han hecho que se cometan muchos actos excéntricos que sería un error atribuir a la obsesión. Uno es a menudo el propio obsesor.
Agreguemos, finalmente, que ciertas obsesiones tenaces, especialmente en las personas que lo merecen, a veces forman parte de las pruebas a las que son sometidas. "Incluso sucede a veces que la obsesión, cuando es simple, es una tarea impuesta al obsesionado que debe trabajar por el bien del obsesor, como un padre por un hijo vicioso”.
Nos referimos para más detalles al Libro de los Médiums.
Nos queda hablar de la obsesión colectiva o epidémica, y en particular la de Morzine; pero esto requiere consideraciones de cierta amplitud para mostrar, por los hechos, su similitud con las obsesiones individuales, y la prueba la encontraremos en nuestras propias observaciones, o en las que constan en los informes de los médicos. Nos quedará también examinar el efecto de los medios empleados, luego la acción del exorcismo y las condiciones bajo las cuales puede ser efectivo o nulo. La amplitud de esta segunda parte nos obliga a convertirla en objeto de un artículo especial que se encontrará en el próximo número.
Las causas de la obsesión y los medios para combatirla.
Las observaciones que hemos hecho sobre la epidemia que azotó y aún azota el municipio de Morzine, en la Alta Saboya, no nos dejan dudas sobre su causa; pero, para sustentar nuestra opinión, debemos entrar en algunas explicaciones preliminares, que pondrán mejor de relieve la analogía de este mal con casos análogos, cuyo origen no puede ser dudoso para cualquiera que esté familiarizado con los fenómenos espíritas y reconozca la acción del mundo invisible sobre la humanidad. Es necesario para esto volver a la fuente misma del fenómeno y seguir su gradación desde los casos más simples, y explicar al mismo tiempo la forma en que opera; deduciremos de él mucho mejor los medios para combatir el mal. Aunque ya hemos tratado este tema en el Libro de los Médiums, en el capítulo de la obsesión, y en varios artículos de esta Revista, añadiremos algunas consideraciones nuevas que harán más fácil concebir la cosa.
El primer punto que es importante captar es la naturaleza de los Espíritus desde el punto de vista moral. Siendo los Espíritus sólo las almas de los hombres, y los hombres no siendo todos buenos, no es racional admitir que el Espíritu de un hombre perverso se transforme repentinamente, de lo contrario no habría necesidad de castigo en la vida futura. La experiencia viene a confirmar esta teoría o, mejor dicho, esta teoría es fruto de la experiencia. Las relaciones con el mundo invisible nos muestran, en efecto, junto a los Espíritus sublimes de la sabiduría y del conocimiento, otros Espíritus innobles que aún tienen todos los vicios y todas las pasiones de la humanidad. El alma de un buen hombre será, después de su muerte, un buen Espíritu; así también un buen Espíritu encarnado hará un buen hombre; por la misma razón el hombre perverso, al morir, da al mundo invisible un Espíritu perverso, y un Espíritu maligno, al encarnarse, no puede hacer un hombre virtuoso, y esto mientras el Espíritu no se haya purificado o no haya sentido el deseo de mejorarse; porque, una vez en el camino del progreso, se despoja poco a poco de sus malos instintos; asciende gradualmente en la jerarquía de los Espíritus, hasta haber alcanzado la perfección accesible a todos, no pudiendo Dios haber creado seres condenados al mal y al infortunio para la eternidad. Así, el mundo visible y el mundo invisible fluyen incesante y alternativamente el uno en el otro, si uno puede expresarlo así, y se nutren mutuamente, o, para decirlo mejor, estos dos mundos son en realidad uno, en dos estados diferentes. Esta consideración es muy importante para entender la solidaridad que existe entre ellos.
Siendo la tierra un mundo inferior, es decir no muy avanzado, se sigue que la inmensa mayoría de los Espíritus que la pueblan ya sea en estado errante o como encarnados, debe consistir en Espíritus imperfectos que producen más mal que bien; de ahí el predominio del mal en la tierra; ahora bien, siendo la Tierra al mismo tiempo un mundo de expiación, es el contacto con el mal lo que hace infelices a los hombres; porque si todos los hombres fueran buenos, todos serían felices. Es un estado donde nuestro globo aún no ha llegado, y hacia ese estado Dios quiere conducirlo. Todas las tribulaciones que los hombres buenos experimentan aquí abajo, ya sea de los hombres o de los Espíritus, son consecuencia de este estado de inferioridad. Se podría decir que la Tierra es el estuario botánico de los mundos: allí se encuentran el salvajismo y la civilización primitiva, la criminalidad y la expiación.
Por lo tanto, debemos imaginar el mundo invisible como formando una población innumerable, compacta, por así decirlo, que envuelve la Tierra y se mueve en el espacio. Es una especie de atmósfera moral en la que los Espíritus encarnados ocupan las profundidades y se mueven allí como en el fango. Ahora bien, así como el aire de los lugares bajos es pesado e insalubre, este aire moral también es insalubre, porque está corrompido por las miasmas de los Espíritus impuros; resistirlo requiere temperamentos morales dotados de gran vigor.
Digamos, como paréntesis, que este estado de cosas es inherente a los mundos inferiores; pero estos mundos siguen la ley del progreso, y cuando han llegado a la edad deseada, Dios los purifica expulsando de ellos los Espíritus imperfectos, que ya no reencarnan en ellos y son sustituidos por Espíritus más avanzados, que hacen reinar entre ellos la felicidad, justicia y paz. Es una revolución de este tipo la que se está preparando en este momento.
Examinemos ahora el modo de acción recíproco de los Espíritus encarnados y desencarnados.
Sabemos que los Espíritus están revestidos de una envoltura vaporosa formando para ellos un verdadero cuerpo fluídico, al que damos el nombre de periespíritu, y cuyos elementos se extraen del fluido universal o cósmico, principio de todas las cosas. Cuando el Espíritu se une a un cuerpo, existe allí con su periespíritu, que sirve de enlace entre el Espíritu propiamente dicho y la materia corporal; es el intermediario de las sensaciones percibidas por el Espíritu. Pero este periespíritu no está confinado en el cuerpo como en una caja; por su naturaleza fluídica, irradia hacia el exterior y forma una especie de atmósfera alrededor del cuerpo, como el vapor que se desprende de él. Pero el vapor que emana de un cuerpo enfermo también es malsano, acre y asqueroso, que infecta el aire en los lugares donde se reúnen muchas personas enfermas. Así como este vapor está impregnado de las cualidades del cuerpo, el periespíritu está impregnado de las cualidades, es decir, del pensamiento del Espíritu, y hace que estas cualidades irradien alrededor del cuerpo.
Aquí otro paréntesis para responder inmediatamente a una objeción que algunos oponen a la teoría que da el Espiritismo sobre el estado del alma; lo acusan de materializar el alma, mientras que, según la religión, el alma es puramente inmaterial. Esta objeción, como la mayoría de las que se hacen, surge de un estudio incompleto y superficial. El Espiritismo nunca ha definido la naturaleza del alma, que escapa a nuestras investigaciones; no dice que el periespíritu constituye el alma: la palabra periespíritu dice positivamente lo contrario, puesto que especifica una envoltura alrededor del Espíritu. ¿Qué dice el Libro de los Espíritus al respecto? “Hay tres cosas en el hombre: el alma, o Espíritu, un principio inteligente; el cuerpo, envoltura material; el periespíritu, envoltura fluídica semimaterial, que sirve de nexo entre el Espíritu y el cuerpo. Del hecho de que, a la muerte del cuerpo, el alma retiene la envoltura fluídica, esto no quiere decir que esta envoltura y el alma sean una y la misma cosa, como tampoco el cuerpo es uno con el vestido, como tampoco el alma es uno con el cuerpo. La doctrina Espírita, por tanto, nada quita a la inmaterialidad del alma, sólo le da dos envolturas en lugar de una durante la vida corporal, y otra después de la muerte del cuerpo, lo cual no es una hipótesis, sino un resultado de la observación, y con la ayuda de esta envoltura hace que se conciba mejor su individualidad y explica mejor su acción sobre la materia.
Volvamos a nuestro tema.
El periespíritu, por su naturaleza fluídica, es esencialmente móvil, elástico, si se puede decir así; como agente directo del Espíritu, se pone en acción y proyecta rayos por la voluntad del Espíritu; estos rayos sirven para la transmisión del pensamiento, porque de alguna manera está animada por el pensamiento del Espíritu. Siendo el periespíritu el lazo que une el Espíritu al cuerpo, es por este intermediario que el Espíritu transmite a los órganos, no la vida vegetativa, sino los movimientos que son la expresión de su voluntad; es también por este intermediario que las sensaciones del cuerpo se transmiten al Espíritu. El cuerpo sólido destruido por la muerte, el Espíritu ya no actúa ni percibe sino a través de su cuerpo fluídico, o periespíritu, por eso actúa más fácilmente y percibe mejor, siendo el cuerpo un obstáculo. Todo esto sigue siendo el resultado de la observación.
Supongamos ahora dos personas cercanas, cada una envuelta en su atmósfera periespiritual, - déjanos pasar este neologismo. Estos dos fluidos entrarán en contacto, se penetrarán; si son de naturaleza antipática, se repelerán, y los dos individuos sentirán una especie de malestar al acercarse, sin darse cuenta; si, por el contrario, los mueve un sentimiento bueno y benévolo, llevarán consigo un pensamiento benévolo que atrae. Tal es la causa por la que dos personas se entienden y se adivinan sin hablarse. Un cierto “no sé qué” suele decir que la persona que tienes delante debe estar animada por tal o cual sentimiento; ahora bien, este “no sé qué” es la expansión del fluido periespiritual de la persona en contacto con la nuestra, una especie de hilo eléctrico, conductor del pensamiento. Entendemos, pues, que los Espíritus, cuya envoltura fluídica es mucho más libre que en el estado de encarnación, ya no necesitan sonidos articulados para oírse unos a otros.
El fluido periespiritual del encarnado es, pues, puesto en acción por el Espíritu; si, por su voluntad, el Espíritu brilla, por así decir, rayos sobre otro individuo, estos rayos lo penetran; de ahí la acción magnética más o menos poderosa según la voluntad, más o menos benéfica según que estos rayos sean de naturaleza más o menos buena, más o menos vivificantes; porque por su acción pueden penetrar los órganos, y en ciertos casos restaurar el estado normal. Conocemos la influencia de las cualidades morales en el magnetizador.
Lo que el Espíritu encarnado puede hacer lanzando su propio fluido sobre un individuo, también lo puede hacer un Espíritu desencarnado, ya que tiene el mismo fluido, es decir, puede magnetizar, y, según sea bueno o malo, su acción será beneficiosa o perjudicial.
Uno se da cuenta así fácilmente de la naturaleza de las impresiones que recibe según los medios en los que se encuentra. Si una asamblea se compone de personas animadas por malos sentimientos, llenan el aire circundante con el fluido impregnado de sus pensamientos; de ahí, para las almas buenas, un malestar moral análogo al malestar físico causado por las exhalaciones mefíticas: el alma se asfixia. Las personas, por el contrario, si tuvieren intenciones puras, nos encontramos en su atmósfera como en un aire vigorizante y saludable. El efecto será naturalmente el mismo en un ambiente lleno de Espíritus según sean buenos o malos.
Bien entendido esto, llegamos sin dificultad a la acción material de los Espíritus errantes sobre los Espíritus encarnados, y de allí a la explicación de la mediumnidad.
Si un espíritu quiere actuar sobre un individuo, se acerca a él y lo envuelve, por así decirlo, con su periespíritu como un manto; los fluidos penetrándole, los dos pensamientos y las dos voluntades se fusionan, y el Espíritu puede entonces usar este cuerpo como propio, hacerlo actuar según su voluntad, hablar, escribir, dibujar, etc.; tales son los médiums. Si el Espíritu es bueno, su acción es dulce, benéfica, hace que se hagan sólo cosas buenas; si es malo, que se hagan cosas malas; si es perversa y malvada, lo abraza como en una red, paraliza hasta su voluntad, su mismo juicio, que sofoca bajo su fluido, como se sofoca el fuego bajo una capa de agua; lo hace pensar, hablar, actuar a través de él, lo empuja a su pesar a actos extravagantes o ridículos, en una palabra, lo magnetiza, lo cataleptiza moralmente, y el individuo se convierte en un instrumento ciego de su voluntad. Tal es la causa de la obsesión, la fascinación y el sometimiento que se manifiestan en grados muy diferentes de intensidad. Es el paroxismo de la subyugación, que comúnmente se llama posesión. Cabe señalar que, en este estado, el individuo muy a menudo es consciente de que lo que está haciendo es ridículo, pero se ve obligado a hacerlo, como si un hombre más fuerte que él estuviera moviendo sus brazos contra su voluntad, sus piernas. y su lengua. He aquí un ejemplo curioso.
En una pequeña reunión en Burdeos, en medio de una evocación, el médium, un joven de carácter apacible y perfecta urbanidad, de repente comienza a golpear la mesa, se levanta con ojos amenazantes, apuntando con los puños a los presentes, diciéndoles los insultos más groseros, y queriendo tirarles el tintero a la cabeza. Esta escena, tanto más aterradora cuanto que distaba mucho de lo esperado, duró unos diez minutos, tras los cuales el joven recuperó su calma habitual, disculpándose por lo que acababa de ocurrir, diciendo que sabía muy bien que había hecho y dicho cosas inapropiadas, pero que no pudo evitarlo. Habiéndonos comunicado el hecho, pedimos explicación del mismo en una sesión de la Sociedad de París, y se nos dijo que el Espíritu que lo había provocado era más bromista que malvado, y que simplemente había querido gozar del susto de los asistentes. Lo que prueba la veracidad de esta explicación es que el hecho no se repitió, y que el médium, sin embargo, siguió recibiendo excelentes comunicaciones como en el pasado. Es bueno decir lo que probablemente había excitado el entusiasmo de este Espíritu bromista. Un antiguo director de teatro de Burdeos, Sr. Beck, había experimentado, durante varios años antes de su muerte, un fenómeno singular. Todas las tardes, al salir del teatro, le parecía que un hombre le saltaba sobre la espalda, se le montaba a horcajadas sobre los hombros y se aferraba a ellos hasta llegar a la puerta de su casa; allí, el pretendido individuo saltó al suelo y el señor Beck se sintió aliviado. En esta reunión se quiso evocar al Sr. Beck para pedirle una explicación; fue entonces cuando el Espíritu embaucador le agradó tomar su lugar y hacer representar al médium una escena diabólica, en quien sin duda encontró las disposiciones fluídicas necesarias para asistirlo.
Lo que en esta circunstancia era sólo accidental, adquiere a veces carácter de permanencia cuando el Espíritu es malo, porque el individuo se convierte para él en una víctima real a la que puede dar la apariencia de una verdadera locura. Decimos apariencia, porque la locura propiamente dicha resulta siempre de una alteración de los órganos cerebrales, mientras que, en este caso, los órganos están tan intactos como los del joven de quien acabamos de hablar; no hay, pues, locura real, sino locura aparente, contra la cual los remedios terapéuticos son impotentes, como lo demuestra la experiencia; mucho más, pueden producir lo que no existe. Los manicomios albergan a muchos enfermos de esta especie a quienes el contacto con otros dementes no puede sino ser muy perjudicial, porque este estado denota siempre una cierta debilidad moral. Junto a todas las variedades de locura patológica, conviene, por tanto, añadir la locura obsesiva, que requiere medios especiales; pero ¿cómo puede un médico materialista hacer alguna vez esta diferencia, o siquiera admitirla?
¡Bien echo! Nuestros adversarios clamarán; los peligros del Espiritismo no pueden ser mejor demostrados, y tenemos razón en afírmalo.
Un instante; lo que hemos dicho prueba precisamente su utilidad.
¿Creéis que los malos Espíritus, que pululan en medio de la humanidad, han esperado a ser llamados para ejercer su perniciosa influencia? Como los Espíritus han existido siempre, siempre han jugado el mismo papel, porque ese papel está en la naturaleza, y la prueba está en la gran cantidad de gente obsesionada, o poseída, si se quiere, antes de que se tratara de Espíritus, o que, hoy en día, de haber oído hablar de Espiritismo o médiums. La acción de los Espíritus, buenos o malos es pues espontánea; la de los malos produce multitud de perturbaciones en la economía moral y aun física que, por ignorancia de la verdadera causa, se atribuían a causas erróneas. Los Espíritus malignos son enemigos invisibles, tanto más peligrosos cuanto que no se sospechaba de su acción. El Espiritismo, al desnudarlos, viene a revelar una nueva causa para ciertos males de la humanidad; conocida la causa, ya no intentaremos combatir el mal con medios que ahora sabemos que son inútiles, buscaremos otros más efectivos. Ahora bien, ¿quién descubrió esta causa? La mediumnidad; es a través de la mediumnidad que estos enemigos ocultos han traicionado su presencia; ha hecho por ellos lo que el microscopio ha hecho por lo infinitamente pequeño: ha revelado todo un mundo. El Espiritismo no ha atraído a los malos Espíritus; los desveló y proporcionó los medios para paralizar su acción y, en consecuencia, para ahuyentarlos. Por tanto, no trajo el mal, ya que el mal existió en todos los tiempos; por el contrario, proporciona el remedio al mal mostrando su causa. Una vez reconocida la acción del mundo invisible, tendremos la clave de multitud de fenómenos incomprendidos, y la ciencia, enriquecida por esta nueva ley, verá abrirse ante ella nuevos horizontes. ¿Cuándo llegará allí? Cuando ya no profese el materialismo, porque el materialismo la detiene en su vuelo y le pone una barrera infranqueable
Antes de hablar del remedio, aclaremos un hecho que avergüenza a muchos Espíritas, especialmente en los casos de simple obsesión, es decir, en aquellos, muy frecuentes, donde un médium no puede librarse de un Espíritu malo que obstinadamente le comunica por escrito o audiencia; aquella, no menos frecuente, donde, en medio de una buena comunicación, un Espíritu viene a entrometerse para decir cosas malas. Entonces uno se pregunta si los malos Espíritus son más poderosos que los buenos.
Remitámonos a lo que hemos dicho al principio sobre el modo en que actúa el Espíritu, e imaginemos un médium envuelto, penetrado por el fluido perispiritual de un Espíritu maligno; para que el fluido de un buen Espíritu pueda actuar sobre el médium, éste debe penetrar esta envoltura dominada, y sabemos que la luz tiene dificultad para penetrar una niebla espesa. Según el grado de obsesión, esta niebla será permanente, persistente o intermitente, y por tanto más o menos fácil de disipar.
Nuestro corresponsal en Parma, Sr. Superchi, nos ha enviado dos dibujos realizados por una médium vidente, que representan perfectamente esta situación. En uno vemos la mano del médium de escritura rodeada de una nube oscura, la imagen del fluido periespiritual de los malos Espíritus, atravesada por un rayo luminoso que va a iluminar la mano; es el fluido bueno el que lo dirige y se opone a la acción del malo. En el otro, la mano está en la sombra; la luz está alrededor de la niebla, que no puede penetrar. Lo que este dibujo delimita a la mano debe ser entendido por toda la persona.
Siempre queda la cuestión de si el buen Espíritu es menos poderoso que el malo. No es el buen Espíritu el que es más débil, es el médium que no es lo bastante fuerte para sacudirse el manto que le ha sido echado encima, para librarse del abrazo de los brazos que le abrazan y en los cuales, debe decirlo, a veces se deleita. En este caso, entendemos que el buen Espíritu no puede prevalecer, ya que se prefiere al otro. Admitamos ahora el deseo de desembarazarse de esa envoltura fluídica con que se penetra, como a un vestido se penetra la humedad, no bastará el deseo, no siempre bastará la voluntad misma.
Se trata de luchar contra un adversario; ahora bien, cuando dos hombres luchan cuerpo a cuerpo, es el que tiene los músculos más fuertes el que vence al otro. Con un Espíritu hay que luchar, no cuerpo a cuerpo, sino de Espíritu a Espíritu, y sigue siendo el más fuerte el que gana; aquí, la fuerza está en la autoridad que uno puede tomar sobre el Espíritu, y esta autoridad está subordinada a la superioridad moral. La superioridad moral es como el sol, que disipa la niebla con el poder de sus rayos. Esforzarse por ser bueno, hacerse mejor si ya se es bueno, purificarse de las propias imperfecciones, en una palabra, elevarse moralmente tanto como sea posible, tal es el medio de adquirir el poder de mandar a los Espíritus inferiores para alejarlos, de lo contrario se reirán de tus mandatos. (Libro de los Médiums, núm. 252 y 279.)
Sin embargo, se dirá, ¿por qué los Espíritus protectores no les ordenan que se retiren? Sin duda pueden, y a veces lo hacen; pero, al permitir la lucha, dejan también el mérito de la victoria; si dejan luchar en ciertos aspectos a los que lo merecen, es para probar su perseverancia y hacerles adquirir más fuerza en el bien; para ellos es una especie de gimnasia moral.
He aquí la respuesta que le dimos a un coronel de Estado Mayor austríaco, en Hungría, el Sr. P…, que nos consultó sobre una afección que atribuía a malos Espíritus, disculpándose por darnos el título de amigo, aunque sólo nos conocía por el nombre:
“El Espiritismo es el vínculo fraterno por excelencia, y tenéis razón al pensar que quienes comparten esta creencia pueden, sin conocerse, tratarse como amigos; les agradezco que hayan tenido una opinión lo suficientemente buena de mí como para otorgarme este título.
“Estoy feliz de encontrar en ti un adepto sincero y devoto de esta consoladora doctrina; pero por el mismo hecho de consolar, debe dar la fuerza moral y la resignación para soportar las pruebas de la vida, que, las más de las veces, son expiaciones; la Revista Espírita les proporciona numerosos ejemplos.
"En cuanto a la enfermedad que te aqueja, no veo evidencia clara de la influencia de Espíritus malignos que te obsesionan. Admitámoslo, sin embargo, por hipótesis; sólo habría una fuerza moral que oponer a una fuerza moral, y sólo puede venir de ti. Contra un Espíritu hay que luchar de Espíritu a Espíritu, y es el Espíritu más fuerte el que vence. En tal caso, por lo tanto, es necesario esforzarse por adquirir la mayor suma posible de superioridad de voluntad, energía y cualidades morales para tener derecho a decirle: Vade de retro. Así que si tienes que tratar con uno de ellos, no es con el sable de coronel que lo vencerás, sino con la espada del ángel, es decir, la virtud y la oración. El tipo de miedo y angustia que experimentas en estos momentos es una señal de debilidad de la que se aprovecha el Espíritu. Supera este miedo, y con la voluntad lo lograrás. Así que toma la delantera resueltamente, como lo haces ante el enemigo, y créeme tu todo devoto y cariñoso, A.K."
Algunas personas sin duda preferirían otra receta más fácil para ahuyentar a los malos Espíritus: algunas palabras que decir o algunas señales que hacer, por ejemplo, que serían más convenientes, que corregirse por las propias faltas. Lo sentimos, pero no conocemos un método más eficaz para derrotar a un enemigo que ser más fuerte que él. Cuando uno está enfermo, debe resignarse a tomar la medicina, por amarga que sea; pero también, cuando uno ha tenido el coraje de beber, ¡qué bien se está y qué fuerte se está! Por lo tanto, debemos convencernos de que, para lograr este objetivo, no hay palabras sacramentales, ni fórmulas, ni talismanes, ni signos materiales de ningún tipo. Los malos Espíritus se ríen de ella y se complacen en indicar alguna, que siempre tienen cuidado de decir infalibles, para captar mejor la confianza de aquellos a quienes quieren abusar, porque entonces éstos, confiados en la virtud del proceso, se rinden sin miedo.
Antes de pretender domar al Espíritu maligno, uno debe domarse a sí mismo. De todos los medios para adquirir la fuerza para lograr esto, el más eficaz es la voluntad secundada por la oración, la oración del corazón se escucha, y no las palabras en las que la boca tiene más parte que el pensamiento. Debemos orar a nuestro ángel de la guarda y a los buenos Espíritus para que nos asistan en la lucha; pero no basta con pedirles que ahuyenten al mal Espíritu, debemos recordar esta máxima: Ayúdate, y el cielo te ayudará, y sobre todo pídeles la fuerza que nos falta para vencer nuestras malas inclinaciones, que son para nosotros peores que Espíritus malignos, porque son estas inclinaciones las que los atraen, como la putrefacción atrae a las aves de rapiña. Orar también por el Espíritu que obsesiona, es devolver bien por mal, y mostrarse mejor que él, y esto ya es una superioridad. Con perseverancia, solemos terminar devolviéndole mejores sentimientos, y de perseguidor pasa a obligado.
En suma, la oración ferviente y el esfuerzo fervoroso por mejorarse a uno mismo son los únicos medios para alejar a los malos Espíritus, que reconocen a sus maestros en los que practican el bien, mientras que las fórmulas les hacen reír; la ira y la impaciencia los excitan. Tienes que cansarlos siendo más paciente que ellos.
Pero sucede a veces que el sometimiento llega al punto de paralizar la voluntad del obsesionado, y que no se puede esperar de él ninguna ayuda seria. Es entonces, sobre todo, que se hace necesaria la intervención de un tercero, ya sea por oración o por acción magnética; pero el poder de esta intervención depende también del ascendiente moral que los intervinientes puedan ganar sobre los Espíritus; porque si no son mejores, su acción es estéril. La acción magnética, en este caso, tiene el efecto de penetrar el fluido del obsesionado con un fluido mejor, y de expurgar el fluido del Espíritu maligno; al operar, el magnetizador debe tener el doble propósito de oponer una fuerza moral a una fuerza moral, y de producir en el sujeto una especie de reacción química, para usar una comparación material, persiguiendo un fluido por otro fluido. Con esto, no sólo efectúa una liberación saludable, sino que da fuerza a los órganos debilitados, mediante un abrazo largo y a menudo vigoroso. Entendemos, además, que la potencia de la acción fluídica se debe, no sólo a la energía de la voluntad, sino sobre todo a la cualidad del fluido introducido, y, según hemos dicho, que esta cualidad depende de la educación y cualidades morales del magnetizador; de donde se sigue que un magnetizador ordinario que actuara mecánicamente para magnetizar pura y simplemente, produciría poco o ningún efecto; debe haber un magnetizador Espírita que actúe a sabiendas, con la intención de producir, no sonambulismo o curación orgánica, sino los efectos que acabamos de describir. También es evidente que una acción magnética dirigida en esta dirección sólo puede ser muy útil en casos de obsesión ordinaria, porque entonces, si el magnetizador es secundado por la voluntad del obsesionado, el Espíritu es combatido por dos adversarios en lugar de uno.
También hay que decir que a menudo, se acusa a los Espíritus extraños de fechorías de las que son muy inocentes; ciertos estados morbosos y ciertas aberraciones que se atribuyen a una causa oculta, a veces se deben simplemente al Espíritu del individuo mismo. Las molestias, que por lo general uno concentra en sí mismo, angustias especialmente, han hecho que se cometan muchos actos excéntricos que sería un error atribuir a la obsesión. Uno es a menudo el propio obsesor.
Agreguemos, finalmente, que ciertas obsesiones tenaces, especialmente en las personas que lo merecen, a veces forman parte de las pruebas a las que son sometidas. "Incluso sucede a veces que la obsesión, cuando es simple, es una tarea impuesta al obsesionado que debe trabajar por el bien del obsesor, como un padre por un hijo vicioso”.
Nos referimos para más detalles al Libro de los Médiums.
Nos queda hablar de la obsesión colectiva o epidémica, y en particular la de Morzine; pero esto requiere consideraciones de cierta amplitud para mostrar, por los hechos, su similitud con las obsesiones individuales, y la prueba la encontraremos en nuestras propias observaciones, o en las que constan en los informes de los médicos. Nos quedará también examinar el efecto de los medios empleados, luego la acción del exorcismo y las condiciones bajo las cuales puede ser efectivo o nulo. La amplitud de esta segunda parte nos obliga a convertirla en objeto de un artículo especial que se encontrará en el próximo número.
Espiritismo
en Rochefort
Episodio del viaje del Sr. Allan Kardec.
Rochefort no es todavía un hogar del Espiritismo, aunque hay algunos fervorosos adeptos y bastantes simpatías por las nuevas ideas; pero allí, menos que en otros lugares, está el coraje de la opinión pública, y muchos creyentes se mantienen a distancia. El día que se atrevan a mostrarse, nos sorprenderá ver tantos de ellos. Como solo teníamos que ver a unas pocas personas aisladas, solo contábamos con detenernos allí por unas horas; pero un viajero que iba en el mismo coche que nosotros, habiéndonos reconocido por nuestro retrato, que había visto en Marennes, informó a sus amigos de nuestra llegada; luego recibimos una invitación urgente y muy graciosa de varios Espíritas que querían conocernos y recibir instrucciones. Por lo tanto, nuestra partida fue pospuesta para el día siguiente, y tuvimos la dicha de pasar la tarde en una reunión de Espíritas sinceros y devotos.
Durante la noche recibimos otra invitación, en términos no menos complacientes, de un alto funcionario y varios notables de la ciudad, quienes nos hicieron manifestar el deseo de tener una reunión la noche siguiente, lo que provocó un nuevo aplazamiento de nuestra partida. No hubiésemos mencionado estos detalles, si no fueran necesarios para las explicaciones, que creemos deben darse a continuación, en relación con un periódico de la localidad.
En esta última reunión, hicimos, al inicio de la sesión, el siguiente discurso:
"Caballeros,
"Aunque solo tenía la intención de pasar unas horas en Rochefort, el deseo que me manifestó para este encuentro. fue demasiado halagador, especialmente por la forma en que se hizo la invitación, para que no me apresurase por acceder a él. No sé si todas las personas que me hacen el honor de asistir a esta reunión están iniciadas en la ciencia Espírita; supongo que muchos todavía son novatos en esta materia; incluso podría haber algunos que fueran hostiles a él; sin embargo, como resultado de la falsa idea que tienen del Espiritismo quienes no lo conocen, o lo conocen imperfectamente, el resultado de esta sesión podría causar alguna desilusión a quienes no encontrarían allí lo que allí esperaban encontrar; por lo tanto, debo explicar claramente su propósito para que no haya malentendidos.
“Debo ante todo edificaros sobre la meta que me propongo en mis giras. Sólo visitaré los Centros Espíritas, y les daré las instrucciones que necesiten; pero sería un error creer que voy a predicar la doctrina a los incrédulos. El Espiritismo es toda una ciencia que exige serios estudios, como todas las ciencias, y numerosas observaciones; para desarrollarlo, sería necesario tomar un curso regular, y un curso de Espiritismo no podía hacerse en una o dos sesiones, así como un curso de física o astronomía. Para los que no sepan la primera palabra, me veo en la obligación de referirles a la fuente, es decir al estudio de las obras donde encontrarán toda la información necesaria y la respuesta a la mayoría de las preguntas que pudieran plantearse, cuestiones que, la mayoría de las veces, se refieren a los principios más elementales. Por eso, en mis visitas, me dirijo sólo a aquellos que, sabiendo ya, no necesitan el A B C, sino una enseñanza complementaria. Por tanto, nunca daré lo que se llama sesiones de espiritismo, ni convocaré al público a asistir a experimentos o demostraciones, y menos haré exhibiciones de Espíritus; aquellos que esperarían ver tal cosa aquí estarían en un completo error y debo apresurarme a desengañarlos.
“La reunión de esta noche es, por lo tanto, de alguna manera excepcional y fuera de mis hábitos. Por las razones que acabo de dar, no puedo pretender convencer a los que rechazan las bases mismas de mis principios; solo quiero una cosa, es que, a falta de convicción, lleven la idea de que el Espiritismo es algo serio y digno de atención, ya que fija la atención de los hombres más ilustrados en todos los países. Que no lo aceptemos ciegamente y sin examen es comprensible; pero sería presuntuoso estar en desacuerdo con una opinión que tiene sus más numerosos partidarios en la élite de la sociedad. La gente sensata dice: Hay tantas cosas nuevas que nos sorprenden y que hace un siglo hubieran parecido absurdas; vemos cada día descubrir nuevas leyes, revelar nuevas fuerzas de la naturaleza, que sería ilógico admitir que la naturaleza ha dicho su última palabra; antes de negarlo, por lo tanto, es prudente estudiar y observar. Para juzgar una cosa, hay que conocerla; la crítica sólo está permitida a quien habla de lo que sabe. ¿Qué diría uno de un hombre que, sin saber música, criticara una ópera? ¿De alguien que, sin tener las primeras nociones de literatura, criticara una obra literaria? ¡Y bien! así ocurre con la mayoría de los detractores del Espiritismo: juzgan sobre datos incompletos, muchas veces incluso de oídas; por tanto, todas sus objeciones denotan la más absoluta ignorancia del asunto. Solo podemos responderles: Estudia antes de juzgar.
“Como tuve el honor de decirles, señores, me sería materialmente imposible explicarles todos los principios de la ciencia; en cuanto a satisfacer la curiosidad de cualquiera, hay algunos de ustedes que me conocen lo suficiente como para saber que es un papel que nunca he interpretado. Pero a falta de poder explicarte la cosa en sus detalles, puede ser útil hacerte saber su propósito y sus tendencias; esto es lo que me propongo hacer; entonces juzgarás si este objetivo es serio y si está permitido burlarse de él. Por lo tanto, pido su permiso para leerles algunos pasajes del discurso que pronuncié en las grandes reuniones de Lyon y Burdeos. Para quien tiene sólo una idea incompleta del Espiritismo, deja sin duda la cuestión principal en estado de hipótesis, dado que me dirijo a adeptos ya instruidos; pero, hasta que las circunstancias lo hayan hecho una verdad para ti, podrás ver las consecuencias de ello, así como la naturaleza de las instrucciones que doy, y juzgar por esto el carácter de las reuniones a las que estoy por asistir.
“Puedo decir, sin embargo, que en el Espiritismo nada es hipotético: de todos los principios formulados en el Libro de los Espíritus y en el Libro de los Médiums, no hay uno solo que sea producto de un sistema o de una opinión personal; todos, sin excepción, son fruto de la experiencia y la observación; no puedo reclamar ninguno de ellos como producto de mi iniciativa; estos libros contienen lo que aprendí, no lo que creé; sin embargo, lo que aprendí, otros lo pueden aprender como yo; pero, como yo, tienen que trabajar; sólo que les ahorré el trabajo de los primeros trabajos y las primeras investigaciones”.
A continuación de este preámbulo, leemos algunos fragmentos del discurso pronunciado en Lyon y Burdeos, luego dimos algunas explicaciones, necesariamente muy breves, sobre los principios fundamentales del Espiritismo, entre otros sobre la naturaleza de los Espíritus y los medios por los cuales se comunican, obligándonos especialmente a poner de manifiesto la influencia moral que resulta de las manifestaciones por la certeza de la vida futura, y los efectos de esta certeza sobre la conducta durante la vida presente.
Por el preámbulo, era imposible establecer la situación de una manera más clara, y especificar mejor el objetivo que nos propusimos, para evitar cualquier malentendido. Tuvimos que tomar esta precaución, sabiendo que la asamblea estaba lejos de ser homogénea y comprensiva. Esto, por supuesto, no satisfizo a quienes esperaban ver una sesión como la del Sr. Home. Uno de los asistentes incluso declaró cortésmente que no era lo que esperaba; lo creemos sin dificultad, ya que, en vez de exhibir cosas curiosas, venimos a hablar de moralidad; incluso exigió con tanta insistencia que diésemos pruebas de la existencia de Espíritus, que me vi obligado a decirle que no teníamos ninguno en el bolsillo para mostrárselo; un poco más, creo, hubiera dicho: "Busca bien".
Un reportero, bajo el seudónimo de Tony, que estuvo presente en la reunión, pensó que debería informar sobre ella en el Spectator, una revista semanal de teatro, edición del 12 de octubre. Comienza así:
“Atraído por el anuncio de una velada Espírita, me apresuré a escuchar a uno de los hierofantes más acreditados de esta ciencia… los seguidores califican así al Espiritismo. El nutrido público esperaba con cierta ansiedad el desarrollo de las bases de esta ciencia… pues ciencia hay. ¡El Sr. Allan Kardec, autor de los libros de los Espíritus y de los Médiums, estaba a punto de iniciarnos en formidables secretos! Movidos por un sentimiento de curiosidad muy comprensible y en modo alguno hostil, esperábamos salir de esta sesión con una convicción a medias, si el profesor, un hombre de indiscutible habilidad, se tomaba la molestia de explicar su doctrina. El Sr. Allan pensó lo contrario, y eso es desafortunado. No se le pidió que evocara Espíritus, pero al menos que diera explicaciones claras o incluso elementales para facilitar la experimentación de lo profano.”
Este comienzo caracteriza claramente el pensamiento de algunos de los oyentes que se creían espectadores; la palabra seducido dice más que cualquier otra cosa. Lo que querían eran explicaciones claras para facilitar la experimentación por parte de los profanos; es decir, una receta para que todos, al volver a casa, se diviertan evocando a los Espíritus.
Sigue una diatriba sobre la base de la doctrina: la caridad y otras máximas que, dice, provienen directamente del cristianismo y no enseñan nada nuevo. Si un día este señor se toma la molestia de leer, sabrá que el Espiritismo nunca ha pretendido llevar a los hombres una moral distinta a la de Cristo, y que no se dirige a quien lo practica en su pureza; pero como hay muchos que no creen ni en Dios, ni en su alma, ni en las enseñanzas de Cristo, o que por lo menos dudan, y toda su moralidad se resume en estas palabras: “cada uno por sí mismo”; el Espiritismo viene, por probando el alma y la vida futura, para dar una sanción práctica, una necesidad a esta moralidad. Realmente queremos creer que el Sr. Tony no lo necesita, que tiene una fe viva, una religión sincera, ya que asume la defensa del cristianismo contra el Espiritismo, aunque algunas malas lenguas lo acusan de ser un poco materialista; realmente queremos creer, decimos, que practica la caridad como un verdadero cristiano; que, siguiendo el ejemplo de Cristo, es manso y humilde; que no tiene ni orgullo, ni vanidad, ni ambición; que es bondadoso e indulgente con todos, incluso con sus enemigos; que, en una palabra, tiene todas las virtudes del modelo divino; pero al menos que no disguste a los demás. El continúa:
“El espiritismo pretende evocar Espíritus. Los espíritus, es verdad, no se someten a caprichos y exigencias. Pueden, si es necesario, asumir un cuerpo reconocible, incluso ropa, y sólo entran en relación con los médiums a condición de estar envueltos en una capa fluídica de la misma naturaleza... ¿por qué no de naturaleza contraria, como en electricidad? La ciencia del Espiritismo no se puede explicar.
“Lee y lo verás.
“No sé si los adeptos se retiraron satisfechos; pero, con certeza, los ignorantes sinceramente deseosos de instruirse nada tienen que ganar con esta sesión, sino que no se demuestra el Espiritismo. ¿Es culpa del maestro, o el Espiritismo revela sus misterios sólo a los fieles? No te lo diremos... y por una buena razón”.
Tony.
Conclusión. - No se puede demostrar el Espiritismo. El Sr. Tony debería haber explicado claramente, ya que le gustan tanto las explicaciones claras, por qué se demuestra para millones de hombres que no son ni estúpidos ni ignorantes. Que se tome la molestia de estudiar y lo sabrá, si, como dice, tiene tantas ganas de aprender; pero como pensó que debía informar públicamente sobre un encuentro que nada tenía que ver con el público, como si se tratara del reportaje de un espectáculo al que uno va, seducido por la atracción del cartel, debería haber, para ser imparcial, informado de las palabras que dijimos al principio.
Sea como fuere, no tenemos más que elogios por la urbanidad que presidió la reunión, y aprovechamos esta circunstancia para dirigir al eminente funcionario, dueño de la casa, nuestro agradecimiento por su calurosa acogida y cordialidad, y la iniciativa que tomó de poner a nuestra disposición su salón. Nos ha parecido útil probarle a él, así como a la élite de la sociedad reunida en su casa, las tendencias morales del Espiritismo y la naturaleza de la enseñanza que impartimos en los centros que vamos a visitar.
Sr. Tony no sabe si los seguidores quedaron satisfechos; desde su punto de vista, la sesión obviamente no tuvo resultado; en cuanto a nosotros, preferimos haber dejado en algunos oyentes la impresión de un moralista aburrido que la idea de un realizador de representaciones. Un hecho cierto es que no todos compartían su opinión; sin hablar de los adeptos que se encontraban allí, y de quienes recibimos calurosas muestras de simpatía, citaremos a dos señores que, al final de la sesión, nos preguntaron si se publicarían las instrucciones que habíamos leído, agregando que habían formado una idea completamente falsa del Espiritismo, pero ahora lo vieron bajo una luz completamente diferente, entendieron su lado serio y útil, y se propusieron estudiarlo a fondo. Si solo hubiéramos obtenido este resultado, estaríamos satisfechos. Es bien poco, dirá el Sr. Tony; bien, pero no sabe que dos semillas que dan fruto se multiplican; y, además, estamos seguros de que todos los que hemos sembrado en esta circunstancia no se perderán, y que el mismo viento levantado por el Sr. Tony habrá llevado a algunos a tierra fértil.
Sr. Florentin Blanchard, librero de Marennes, consideró su deber responder al artículo del Sr. Tony con una carta que se insertó en el Tablettes des deux Charentes del 25 de octubre.
Respuesta del Sr. Tony en la que encontramos esta conclusión:
“El Espiritismo sobreexcita molestamente la mente de los crédulos, agrava el estado de las mujeres dotadas de gran irritabilidad nerviosa, las enloquece o las mata, si persisten en sus aberraciones.
“El espiritismo es una enfermedad; como tal, debe ser combatido. También se inscribe en el marco de las cosas insalubres estudiadas por la higiene pública y moral”.
Aquí atrapamos al Sr. Tony en el acto de contradicción. En el primer artículo citado arriba, dice que cuando llegó a la sesión estaba “movido por un sentimiento de curiosidad muy comprensible y que no tenía nada de hostil. ¿Cómo podemos entender que no fuera hostil a algo que él dice que era una enfermedad, una cosa insalubre, etc.?
Más tarde dice que esperaba explicaciones claras o incluso elementales para facilitar la experimentación por parte de los profanos. ¿Cómo podría querer ser iniciado, él y los extraños, en experimentar algo que dice que puede volver loco y matar? ¿Por qué vino? ¿Por qué no desvió a sus amigos de venir a presenciar la enseñanza de algo tan peligroso? ¿Por qué lamenta que esta enseñanza no cumpliera con sus expectativas, al no haber sido todo lo completa que hubiera querido? Como, a su juicio, esto es tan pernicioso, en lugar de reprocharnos haber sido tan poco explícitos, debería habernos felicitado por ello.
Otra discrepancia. Ya que vino al encuentro para conocer lo que es, quiere y puede el Espiritismo; que nos reprocha no habérselo enseñado, es por que no lo sabía; ahora bien, como no lo ha estudiado, ¿cómo sabe que es tan peligroso? Así que lo juzga sin conocerlo. Así, por su propia autoridad, decide que es algo malo, insalubre y que puede matar, cuando acaba de declarar que no sabe qué es. ¿Es este el lenguaje de un hombre serio? Hay críticas que se refutan tanto, que basta señalarlas, y sería superfluo darles alguna importancia. En otras circunstancias, tal acusación de asesinato podría haber sido procesada como una calumnia, porque es una acusación de la mayor gravedad contra nosotros y contra una clase inmensamente numerosa de los hombres más honorables de la actualidad.
No es todo. A este segundo artículo le siguieron varios otros en los que desarrolla su tesis.
Ahora, esto es lo que leemos en el Spectateur del 26 de octubre con motivo de la primera carta del Sr. Blanchard:
“La redacción de Le Spectateur recibió de Marennes, bajo la firma de Florentin Blanchard, una carta en respuesta a nuestro primer artículo del día 12, cuando este artículo ya estaba redactado. La redacción lamenta que la exigüidad de su formato no le permita abrir sus columnas a una polémica sobre el Espiritismo. Les Tablettes, a pedido expreso del Spectateur, entregaron esta carta en su totalidad.
“Nos reservamos el derecho de responderle en su debido momento y procuraremos no ceder, como su autor, a las inspiraciones de un Espíritu inapropiado”.
Tony.
Luego, siguiendo una segunda carta del Sr. Blanchard, insertada esta vez en el Spectateur, leemos:
“Le brindamos hospitalidad con mucho gusto, Sr. Florentin Blanchard, pero no debe abusarse de ella. Su carta de hoy me acusa de no haber estudiado Espiritismo. ¿Cómo lo sabes? Probablemente solo quiera discutir con personas ilustradas, y como tal, no estoy a su pareo; ¡Correcto!…
“¿Por qué no responde, señor, a las pocas proposiciones que finalizan mi última carta... en vez de acusarme vagamente? Esta prolongada correspondencia no tiene interés, permítame que no la continúe.
“Reanudaré pronto la continuación de mis artículos sobre el Espiritismo, pero sólo de vez en cuando, porque el alcance limitado del Spectateur no le permite largos estudios sobre este divertido tema.
“Entonces, haga lo que haga, señor, no tomaremos en serio a los Espíritas y no podemos considerar el Espiritismo como una ciencia”.
Tony.
Entonces, he aquí lo que está claro: el Sr. Tony quiere atacar al Espiritismo, arrastrarlo por el lodo, llamarlo cosa insalubre, decir que mata, sin decir, sin embargo, cuántas personas ha matado, pero no quiere polémica; su diario es lo suficientemente grande para sus ataques, pero es demasiado pequeño para la réplica. Hablar solo es más conveniente. Olvidó que, por la naturaleza y personalidad de sus ataques, la ley podría obligarlo a insertar una respuesta de doble medida, a pesar de la pequeñez de su diario.
Al relatar las particularidades de nuestra estadía, queríamos mostrar que no buscábamos, ni solicitamos este encuentro y, en consecuencia, que no atraíamos a nadie para que viniera a escucharnos; así que tuvimos cuidado de declarar claramente desde el principio cuál era nuestra intención; los que estaban decepcionados eran libres de retirarse. Ahora nos felicitamos por la circunstancia fortuita, o mejor providencial, que nos hizo quedarnos, ya que suscitó una polémica que sólo puede servir a la causa del Espiritismo, haciéndolo conocer por lo que es: una cosa moral, y no por lo que no quiere ser: un espectáculo para la satisfacción de los curiosos; y dando al crítico una vez más la oportunidad de mostrar la lógica de sus argumentos.
Ahora, Sr. Tony, dos palabras más, por favor. Para adelantar públicamente cosas como las que ha escrito, debe estar seguro de sus hechos y debe comprometerse a demostrarlos. Es demasiado conveniente discutir a solas y, sin embargo, no pretendo establecer ninguna controversia con usted; no tengo tiempo, y además su hoja es demasiado pequeña para admitir críticas y refutación; entonces, dicho sin ofender, su influencia no llega muy lejos. Os ofrezco algo mejor que eso, es venir a París ante la Sociedad que presido, es decir, ante ciento cincuenta personas, para apoyar y probar lo que estáis adelantando; si estáis seguros de tener razón, no debéis temer nada, y os prometo por mi honor que, por medio de la Revista Espírita, vuestros argumentos y el efecto que hubiereis producido irá de China a la Ciudad de México, pasando por todas las capitales de Europa.
Fíjese, señor, que le doy la mejor parte, porque no es con la esperanza de convertirlo, que no me importa nada, que le hago esta propuesta; por lo tanto, permaneceréis perfectamente libres para mantener vuestras convicciones; es ofrecer a sus ideas contra el Espiritismo la ocasión de una gran repercusión. Para que sepas con quién tendrás que tratar, te diré de qué se compone la Sociedad: abogados, comerciantes, artistas, literatos, eruditos, médicos, rentistas, buenos burgueses, oficiales, artesanos, príncipes, etc.; todo ello entremezclado con cierto número de damas, lo que te garantiza una conduta intachable en cuanto a urbanidad; pero todos afectados hasta la médula de los huesos, como los cinco o seis millones de seguidores, de esta cosa malsana que estudia la higiene pública y la moral, y que debéis desear ardientemente curar.
Episodio del viaje del Sr. Allan Kardec.
Rochefort no es todavía un hogar del Espiritismo, aunque hay algunos fervorosos adeptos y bastantes simpatías por las nuevas ideas; pero allí, menos que en otros lugares, está el coraje de la opinión pública, y muchos creyentes se mantienen a distancia. El día que se atrevan a mostrarse, nos sorprenderá ver tantos de ellos. Como solo teníamos que ver a unas pocas personas aisladas, solo contábamos con detenernos allí por unas horas; pero un viajero que iba en el mismo coche que nosotros, habiéndonos reconocido por nuestro retrato, que había visto en Marennes, informó a sus amigos de nuestra llegada; luego recibimos una invitación urgente y muy graciosa de varios Espíritas que querían conocernos y recibir instrucciones. Por lo tanto, nuestra partida fue pospuesta para el día siguiente, y tuvimos la dicha de pasar la tarde en una reunión de Espíritas sinceros y devotos.
Durante la noche recibimos otra invitación, en términos no menos complacientes, de un alto funcionario y varios notables de la ciudad, quienes nos hicieron manifestar el deseo de tener una reunión la noche siguiente, lo que provocó un nuevo aplazamiento de nuestra partida. No hubiésemos mencionado estos detalles, si no fueran necesarios para las explicaciones, que creemos deben darse a continuación, en relación con un periódico de la localidad.
En esta última reunión, hicimos, al inicio de la sesión, el siguiente discurso:
"Caballeros,
"Aunque solo tenía la intención de pasar unas horas en Rochefort, el deseo que me manifestó para este encuentro. fue demasiado halagador, especialmente por la forma en que se hizo la invitación, para que no me apresurase por acceder a él. No sé si todas las personas que me hacen el honor de asistir a esta reunión están iniciadas en la ciencia Espírita; supongo que muchos todavía son novatos en esta materia; incluso podría haber algunos que fueran hostiles a él; sin embargo, como resultado de la falsa idea que tienen del Espiritismo quienes no lo conocen, o lo conocen imperfectamente, el resultado de esta sesión podría causar alguna desilusión a quienes no encontrarían allí lo que allí esperaban encontrar; por lo tanto, debo explicar claramente su propósito para que no haya malentendidos.
“Debo ante todo edificaros sobre la meta que me propongo en mis giras. Sólo visitaré los Centros Espíritas, y les daré las instrucciones que necesiten; pero sería un error creer que voy a predicar la doctrina a los incrédulos. El Espiritismo es toda una ciencia que exige serios estudios, como todas las ciencias, y numerosas observaciones; para desarrollarlo, sería necesario tomar un curso regular, y un curso de Espiritismo no podía hacerse en una o dos sesiones, así como un curso de física o astronomía. Para los que no sepan la primera palabra, me veo en la obligación de referirles a la fuente, es decir al estudio de las obras donde encontrarán toda la información necesaria y la respuesta a la mayoría de las preguntas que pudieran plantearse, cuestiones que, la mayoría de las veces, se refieren a los principios más elementales. Por eso, en mis visitas, me dirijo sólo a aquellos que, sabiendo ya, no necesitan el A B C, sino una enseñanza complementaria. Por tanto, nunca daré lo que se llama sesiones de espiritismo, ni convocaré al público a asistir a experimentos o demostraciones, y menos haré exhibiciones de Espíritus; aquellos que esperarían ver tal cosa aquí estarían en un completo error y debo apresurarme a desengañarlos.
“La reunión de esta noche es, por lo tanto, de alguna manera excepcional y fuera de mis hábitos. Por las razones que acabo de dar, no puedo pretender convencer a los que rechazan las bases mismas de mis principios; solo quiero una cosa, es que, a falta de convicción, lleven la idea de que el Espiritismo es algo serio y digno de atención, ya que fija la atención de los hombres más ilustrados en todos los países. Que no lo aceptemos ciegamente y sin examen es comprensible; pero sería presuntuoso estar en desacuerdo con una opinión que tiene sus más numerosos partidarios en la élite de la sociedad. La gente sensata dice: Hay tantas cosas nuevas que nos sorprenden y que hace un siglo hubieran parecido absurdas; vemos cada día descubrir nuevas leyes, revelar nuevas fuerzas de la naturaleza, que sería ilógico admitir que la naturaleza ha dicho su última palabra; antes de negarlo, por lo tanto, es prudente estudiar y observar. Para juzgar una cosa, hay que conocerla; la crítica sólo está permitida a quien habla de lo que sabe. ¿Qué diría uno de un hombre que, sin saber música, criticara una ópera? ¿De alguien que, sin tener las primeras nociones de literatura, criticara una obra literaria? ¡Y bien! así ocurre con la mayoría de los detractores del Espiritismo: juzgan sobre datos incompletos, muchas veces incluso de oídas; por tanto, todas sus objeciones denotan la más absoluta ignorancia del asunto. Solo podemos responderles: Estudia antes de juzgar.
“Como tuve el honor de decirles, señores, me sería materialmente imposible explicarles todos los principios de la ciencia; en cuanto a satisfacer la curiosidad de cualquiera, hay algunos de ustedes que me conocen lo suficiente como para saber que es un papel que nunca he interpretado. Pero a falta de poder explicarte la cosa en sus detalles, puede ser útil hacerte saber su propósito y sus tendencias; esto es lo que me propongo hacer; entonces juzgarás si este objetivo es serio y si está permitido burlarse de él. Por lo tanto, pido su permiso para leerles algunos pasajes del discurso que pronuncié en las grandes reuniones de Lyon y Burdeos. Para quien tiene sólo una idea incompleta del Espiritismo, deja sin duda la cuestión principal en estado de hipótesis, dado que me dirijo a adeptos ya instruidos; pero, hasta que las circunstancias lo hayan hecho una verdad para ti, podrás ver las consecuencias de ello, así como la naturaleza de las instrucciones que doy, y juzgar por esto el carácter de las reuniones a las que estoy por asistir.
“Puedo decir, sin embargo, que en el Espiritismo nada es hipotético: de todos los principios formulados en el Libro de los Espíritus y en el Libro de los Médiums, no hay uno solo que sea producto de un sistema o de una opinión personal; todos, sin excepción, son fruto de la experiencia y la observación; no puedo reclamar ninguno de ellos como producto de mi iniciativa; estos libros contienen lo que aprendí, no lo que creé; sin embargo, lo que aprendí, otros lo pueden aprender como yo; pero, como yo, tienen que trabajar; sólo que les ahorré el trabajo de los primeros trabajos y las primeras investigaciones”.
A continuación de este preámbulo, leemos algunos fragmentos del discurso pronunciado en Lyon y Burdeos, luego dimos algunas explicaciones, necesariamente muy breves, sobre los principios fundamentales del Espiritismo, entre otros sobre la naturaleza de los Espíritus y los medios por los cuales se comunican, obligándonos especialmente a poner de manifiesto la influencia moral que resulta de las manifestaciones por la certeza de la vida futura, y los efectos de esta certeza sobre la conducta durante la vida presente.
Por el preámbulo, era imposible establecer la situación de una manera más clara, y especificar mejor el objetivo que nos propusimos, para evitar cualquier malentendido. Tuvimos que tomar esta precaución, sabiendo que la asamblea estaba lejos de ser homogénea y comprensiva. Esto, por supuesto, no satisfizo a quienes esperaban ver una sesión como la del Sr. Home. Uno de los asistentes incluso declaró cortésmente que no era lo que esperaba; lo creemos sin dificultad, ya que, en vez de exhibir cosas curiosas, venimos a hablar de moralidad; incluso exigió con tanta insistencia que diésemos pruebas de la existencia de Espíritus, que me vi obligado a decirle que no teníamos ninguno en el bolsillo para mostrárselo; un poco más, creo, hubiera dicho: "Busca bien".
Un reportero, bajo el seudónimo de Tony, que estuvo presente en la reunión, pensó que debería informar sobre ella en el Spectator, una revista semanal de teatro, edición del 12 de octubre. Comienza así:
“Atraído por el anuncio de una velada Espírita, me apresuré a escuchar a uno de los hierofantes más acreditados de esta ciencia… los seguidores califican así al Espiritismo. El nutrido público esperaba con cierta ansiedad el desarrollo de las bases de esta ciencia… pues ciencia hay. ¡El Sr. Allan Kardec, autor de los libros de los Espíritus y de los Médiums, estaba a punto de iniciarnos en formidables secretos! Movidos por un sentimiento de curiosidad muy comprensible y en modo alguno hostil, esperábamos salir de esta sesión con una convicción a medias, si el profesor, un hombre de indiscutible habilidad, se tomaba la molestia de explicar su doctrina. El Sr. Allan pensó lo contrario, y eso es desafortunado. No se le pidió que evocara Espíritus, pero al menos que diera explicaciones claras o incluso elementales para facilitar la experimentación de lo profano.”
Este comienzo caracteriza claramente el pensamiento de algunos de los oyentes que se creían espectadores; la palabra seducido dice más que cualquier otra cosa. Lo que querían eran explicaciones claras para facilitar la experimentación por parte de los profanos; es decir, una receta para que todos, al volver a casa, se diviertan evocando a los Espíritus.
Sigue una diatriba sobre la base de la doctrina: la caridad y otras máximas que, dice, provienen directamente del cristianismo y no enseñan nada nuevo. Si un día este señor se toma la molestia de leer, sabrá que el Espiritismo nunca ha pretendido llevar a los hombres una moral distinta a la de Cristo, y que no se dirige a quien lo practica en su pureza; pero como hay muchos que no creen ni en Dios, ni en su alma, ni en las enseñanzas de Cristo, o que por lo menos dudan, y toda su moralidad se resume en estas palabras: “cada uno por sí mismo”; el Espiritismo viene, por probando el alma y la vida futura, para dar una sanción práctica, una necesidad a esta moralidad. Realmente queremos creer que el Sr. Tony no lo necesita, que tiene una fe viva, una religión sincera, ya que asume la defensa del cristianismo contra el Espiritismo, aunque algunas malas lenguas lo acusan de ser un poco materialista; realmente queremos creer, decimos, que practica la caridad como un verdadero cristiano; que, siguiendo el ejemplo de Cristo, es manso y humilde; que no tiene ni orgullo, ni vanidad, ni ambición; que es bondadoso e indulgente con todos, incluso con sus enemigos; que, en una palabra, tiene todas las virtudes del modelo divino; pero al menos que no disguste a los demás. El continúa:
“El espiritismo pretende evocar Espíritus. Los espíritus, es verdad, no se someten a caprichos y exigencias. Pueden, si es necesario, asumir un cuerpo reconocible, incluso ropa, y sólo entran en relación con los médiums a condición de estar envueltos en una capa fluídica de la misma naturaleza... ¿por qué no de naturaleza contraria, como en electricidad? La ciencia del Espiritismo no se puede explicar.
“Lee y lo verás.
“No sé si los adeptos se retiraron satisfechos; pero, con certeza, los ignorantes sinceramente deseosos de instruirse nada tienen que ganar con esta sesión, sino que no se demuestra el Espiritismo. ¿Es culpa del maestro, o el Espiritismo revela sus misterios sólo a los fieles? No te lo diremos... y por una buena razón”.
Conclusión. - No se puede demostrar el Espiritismo. El Sr. Tony debería haber explicado claramente, ya que le gustan tanto las explicaciones claras, por qué se demuestra para millones de hombres que no son ni estúpidos ni ignorantes. Que se tome la molestia de estudiar y lo sabrá, si, como dice, tiene tantas ganas de aprender; pero como pensó que debía informar públicamente sobre un encuentro que nada tenía que ver con el público, como si se tratara del reportaje de un espectáculo al que uno va, seducido por la atracción del cartel, debería haber, para ser imparcial, informado de las palabras que dijimos al principio.
Sea como fuere, no tenemos más que elogios por la urbanidad que presidió la reunión, y aprovechamos esta circunstancia para dirigir al eminente funcionario, dueño de la casa, nuestro agradecimiento por su calurosa acogida y cordialidad, y la iniciativa que tomó de poner a nuestra disposición su salón. Nos ha parecido útil probarle a él, así como a la élite de la sociedad reunida en su casa, las tendencias morales del Espiritismo y la naturaleza de la enseñanza que impartimos en los centros que vamos a visitar.
Sr. Tony no sabe si los seguidores quedaron satisfechos; desde su punto de vista, la sesión obviamente no tuvo resultado; en cuanto a nosotros, preferimos haber dejado en algunos oyentes la impresión de un moralista aburrido que la idea de un realizador de representaciones. Un hecho cierto es que no todos compartían su opinión; sin hablar de los adeptos que se encontraban allí, y de quienes recibimos calurosas muestras de simpatía, citaremos a dos señores que, al final de la sesión, nos preguntaron si se publicarían las instrucciones que habíamos leído, agregando que habían formado una idea completamente falsa del Espiritismo, pero ahora lo vieron bajo una luz completamente diferente, entendieron su lado serio y útil, y se propusieron estudiarlo a fondo. Si solo hubiéramos obtenido este resultado, estaríamos satisfechos. Es bien poco, dirá el Sr. Tony; bien, pero no sabe que dos semillas que dan fruto se multiplican; y, además, estamos seguros de que todos los que hemos sembrado en esta circunstancia no se perderán, y que el mismo viento levantado por el Sr. Tony habrá llevado a algunos a tierra fértil.
Sr. Florentin Blanchard, librero de Marennes, consideró su deber responder al artículo del Sr. Tony con una carta que se insertó en el Tablettes des deux Charentes del 25 de octubre.
Respuesta del Sr. Tony en la que encontramos esta conclusión:
“El Espiritismo sobreexcita molestamente la mente de los crédulos, agrava el estado de las mujeres dotadas de gran irritabilidad nerviosa, las enloquece o las mata, si persisten en sus aberraciones.
“El espiritismo es una enfermedad; como tal, debe ser combatido. También se inscribe en el marco de las cosas insalubres estudiadas por la higiene pública y moral”.
Aquí atrapamos al Sr. Tony en el acto de contradicción. En el primer artículo citado arriba, dice que cuando llegó a la sesión estaba “movido por un sentimiento de curiosidad muy comprensible y que no tenía nada de hostil. ¿Cómo podemos entender que no fuera hostil a algo que él dice que era una enfermedad, una cosa insalubre, etc.?
Más tarde dice que esperaba explicaciones claras o incluso elementales para facilitar la experimentación por parte de los profanos. ¿Cómo podría querer ser iniciado, él y los extraños, en experimentar algo que dice que puede volver loco y matar? ¿Por qué vino? ¿Por qué no desvió a sus amigos de venir a presenciar la enseñanza de algo tan peligroso? ¿Por qué lamenta que esta enseñanza no cumpliera con sus expectativas, al no haber sido todo lo completa que hubiera querido? Como, a su juicio, esto es tan pernicioso, en lugar de reprocharnos haber sido tan poco explícitos, debería habernos felicitado por ello.
Otra discrepancia. Ya que vino al encuentro para conocer lo que es, quiere y puede el Espiritismo; que nos reprocha no habérselo enseñado, es por que no lo sabía; ahora bien, como no lo ha estudiado, ¿cómo sabe que es tan peligroso? Así que lo juzga sin conocerlo. Así, por su propia autoridad, decide que es algo malo, insalubre y que puede matar, cuando acaba de declarar que no sabe qué es. ¿Es este el lenguaje de un hombre serio? Hay críticas que se refutan tanto, que basta señalarlas, y sería superfluo darles alguna importancia. En otras circunstancias, tal acusación de asesinato podría haber sido procesada como una calumnia, porque es una acusación de la mayor gravedad contra nosotros y contra una clase inmensamente numerosa de los hombres más honorables de la actualidad.
No es todo. A este segundo artículo le siguieron varios otros en los que desarrolla su tesis.
Ahora, esto es lo que leemos en el Spectateur del 26 de octubre con motivo de la primera carta del Sr. Blanchard:
“La redacción de Le Spectateur recibió de Marennes, bajo la firma de Florentin Blanchard, una carta en respuesta a nuestro primer artículo del día 12, cuando este artículo ya estaba redactado. La redacción lamenta que la exigüidad de su formato no le permita abrir sus columnas a una polémica sobre el Espiritismo. Les Tablettes, a pedido expreso del Spectateur, entregaron esta carta en su totalidad.
“Nos reservamos el derecho de responderle en su debido momento y procuraremos no ceder, como su autor, a las inspiraciones de un Espíritu inapropiado”.
Luego, siguiendo una segunda carta del Sr. Blanchard, insertada esta vez en el Spectateur, leemos:
“Le brindamos hospitalidad con mucho gusto, Sr. Florentin Blanchard, pero no debe abusarse de ella. Su carta de hoy me acusa de no haber estudiado Espiritismo. ¿Cómo lo sabes? Probablemente solo quiera discutir con personas ilustradas, y como tal, no estoy a su pareo; ¡Correcto!…
“¿Por qué no responde, señor, a las pocas proposiciones que finalizan mi última carta... en vez de acusarme vagamente? Esta prolongada correspondencia no tiene interés, permítame que no la continúe.
“Reanudaré pronto la continuación de mis artículos sobre el Espiritismo, pero sólo de vez en cuando, porque el alcance limitado del Spectateur no le permite largos estudios sobre este divertido tema.
“Entonces, haga lo que haga, señor, no tomaremos en serio a los Espíritas y no podemos considerar el Espiritismo como una ciencia”.
Entonces, he aquí lo que está claro: el Sr. Tony quiere atacar al Espiritismo, arrastrarlo por el lodo, llamarlo cosa insalubre, decir que mata, sin decir, sin embargo, cuántas personas ha matado, pero no quiere polémica; su diario es lo suficientemente grande para sus ataques, pero es demasiado pequeño para la réplica. Hablar solo es más conveniente. Olvidó que, por la naturaleza y personalidad de sus ataques, la ley podría obligarlo a insertar una respuesta de doble medida, a pesar de la pequeñez de su diario.
Al relatar las particularidades de nuestra estadía, queríamos mostrar que no buscábamos, ni solicitamos este encuentro y, en consecuencia, que no atraíamos a nadie para que viniera a escucharnos; así que tuvimos cuidado de declarar claramente desde el principio cuál era nuestra intención; los que estaban decepcionados eran libres de retirarse. Ahora nos felicitamos por la circunstancia fortuita, o mejor providencial, que nos hizo quedarnos, ya que suscitó una polémica que sólo puede servir a la causa del Espiritismo, haciéndolo conocer por lo que es: una cosa moral, y no por lo que no quiere ser: un espectáculo para la satisfacción de los curiosos; y dando al crítico una vez más la oportunidad de mostrar la lógica de sus argumentos.
Ahora, Sr. Tony, dos palabras más, por favor. Para adelantar públicamente cosas como las que ha escrito, debe estar seguro de sus hechos y debe comprometerse a demostrarlos. Es demasiado conveniente discutir a solas y, sin embargo, no pretendo establecer ninguna controversia con usted; no tengo tiempo, y además su hoja es demasiado pequeña para admitir críticas y refutación; entonces, dicho sin ofender, su influencia no llega muy lejos. Os ofrezco algo mejor que eso, es venir a París ante la Sociedad que presido, es decir, ante ciento cincuenta personas, para apoyar y probar lo que estáis adelantando; si estáis seguros de tener razón, no debéis temer nada, y os prometo por mi honor que, por medio de la Revista Espírita, vuestros argumentos y el efecto que hubiereis producido irá de China a la Ciudad de México, pasando por todas las capitales de Europa.
Fíjese, señor, que le doy la mejor parte, porque no es con la esperanza de convertirlo, que no me importa nada, que le hago esta propuesta; por lo tanto, permaneceréis perfectamente libres para mantener vuestras convicciones; es ofrecer a sus ideas contra el Espiritismo la ocasión de una gran repercusión. Para que sepas con quién tendrás que tratar, te diré de qué se compone la Sociedad: abogados, comerciantes, artistas, literatos, eruditos, médicos, rentistas, buenos burgueses, oficiales, artesanos, príncipes, etc.; todo ello entremezclado con cierto número de damas, lo que te garantiza una conduta intachable en cuanto a urbanidad; pero todos afectados hasta la médula de los huesos, como los cinco o seis millones de seguidores, de esta cosa malsana que estudia la higiene pública y la moral, y que debéis desear ardientemente curar.
¿Es posible el Espiritismo?
(Extracto del Écho de Sétif del 18 de septiembre de 1862.)
Tal es el título de un artículo muy erudito y muy profundo, firmado por Jalabert, publicado con este epígrafe: Mens agitat molem (El Espíritu impulsa la materia), por l'Echo de Sétif, uno de los periódicos más acreditados de Argelia. Lamentamos que su alcance no nos permita relatarlo en su totalidad, porque sólo se puede perder interrumpiendo la cadena de argumentos por la que llega su autor, por una gran lógica, de la creación del cuerpo y del Espíritu por Dios, a la acción del Espíritu sobre la materia, luego a la posibilidad de comunicaciones entre el Espíritu libre y el Espíritu encarnado. Sus deducciones son tan lógicas que a menos que uno niegue a Dios y al alma, no puede dejar de decir: No puede ser de otra manera. Citaremos sólo algunos fragmentos y especialmente la conclusión.
Cuando Fulton explicó a Napoleón I su sistema de aplicación del vapor a la navegación, afirmó y se ofreció a probar que, si su sistema era cierto en teoría, no lo era menos en la práctica.
¿Qué le respondió Napoleón? - Que, en teoría, su idea no era factible, y, sobre esta inadmisibilidad a priori, sin tomar en cuenta los experimentos ya realizados por el inmortal mecánico, ni los que mandó realizar y los hizo, el gran Emperador no pensó más en Fulton ni en su sistema, hasta el día en que se le apareció el primer vapor en el horizonte de Sainte-Hélène.
¡Algo singular sobre todo en un siglo de observaciones físicas, ciencias materiales y positivismo! Más de una vez, el hecho, por el solo hecho de ser extraordinario, inaudito, nuevo, el hecho, si es lícito decirlo, es derogado por una simple excepción legal.
Es así como, para hablar sólo de estas manifestaciones de los Espíritus, que la expresión Espiritismo recuerda, hemos oído a hombres, además serios y cultos, exclamar con desdén, después de una concienzuda relación con algunas de estas manifestaciones, vistas o atestiguadas por hombres inteligentes, convencidos y de buena fe: ¡Dejad ahí vuestro Espiritismo y vuestras manifestaciones, y vuestros médiums! ¡Lo que dices es imposible!
- ¡No es posible! ¡Pues que así sea! Pero, por favor, ¡oh genios trascendentes! dígnate recordar el famoso dicho de un anciano, y, antes de herirnos con tu altivo desdén, consiente, te lo ruego, en oírnos.
Por favor, lea íntegramente estas líneas, - con seriedad, con cuidado, - y luego, con la mano en la conciencia y la sinceridad en los labios, ¡atrévase, atrévase a negar la posibilidad, la racionalidad del Espiritismo!
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Dices: ¡No entiendo este misterio! - ¡Pero para nosotros como para vosotros, el movimiento material producido por un movimiento espiritual, la materia agitada por el pensamiento, el cuerpo movido por el Espíritu es lo incomprensible! Pero lo incomprensible no es lo imposible. ¡Niega esta acción, niega esta influencia, niega esta comunicación! Más de creación, más de encarnación, más de Redención, más de distinción entre alma y cuerpo, más de variedad en la unidad, - más de Dios, - más de cuerpo, - más de Espíritu, - más de religión, - más de razón. – El caos, el caos una y otra vez el caos, o, lo que es peor, el panteísmo o el nihilismo.
Resumamos. Filosóficamente, fisiológicamente, religiosamente, el Espiritismo no es ni irracional ni absurdo.
Entonces es posible.
El hombre actúa, sobre sí mismo, por su verbo interior o su voluntad, y por sus sentidos, y sobre sus semejantes, por su verbo exterior o su palabra, y también por sus sentidos. ¿Por qué, pues, por su solo verbo interior no ha de comunicarse con Dios, con el ángel y con los Espíritus, en una palabra, con cualquier otro ser incorpóreo por naturaleza, o incorporado accidentalmente, liberado de los sentidos?
El Espíritu es una fuerza, una fuerza que actúa sobre la materia, es decir, sobre un ser que no tiene nada en común con ella, inerte, sin inteligencia. Y, sin embargo, existen relaciones entre el creador y la creación, entre el ángel y el hombre, así como entre el alma del hombre y el cuerpo del hombre y, a través de él, con el mundo exterior.
Pero, de Espíritu a Espíritu, ¿qué impediría una acción, una comunicación recíproca? Si el Espíritu se comunica con seres de naturaleza opuesta a la suya, no se concebiría realmente que no pueda comunicarse con seres de naturaleza idéntica.
¿De dónde vendría el obstáculo? - ¿Distancia? - Pero, entre Espíritus, la distancia no existe. "El aire está lleno de ellos", dijo San Pablo, - para hacernos comprender que gozan, en algunos aspectos, de la ubicuidad divina. ¿De una diferencia jerárquica? Pero la jerarquía no hace nada al respecto; en cuanto son Espíritus, su naturaleza lo requiere, actúan y se comunican entre sí. ‑ ¿De su permanencia temporal en las ataduras corporales? - Pero, salvo, en este caso, la diferencia del medio de comunicación, la comunicación misma no se hará menos. Mi Espíritu se comunica con el vuestro, y vuestro Espíritu, como el mío, habita un cuerpo. A fortiori, se comunicará con un Espíritu libre o librado de toda materia, ya sea el Espíritu de un ángel o el alma de un hombre.
¡Hay más! Lejos de que algo impida, todo, por el contrario, favorece tal comunicación, “Dios es amor” y todo lo que tiene algo de divino participa del amor. Pero el amor vive de las comunicaciones, de las comuniones; Dios ama al hombre: por eso se comunica con él, - en el Edén, por la palabra, - en el Sinaí por la escritura, - en el establo de Belén y en la cumbre del Calvario por su Verbo encarnado, - en el altar, por su Verbo transubstanciado en el pan y el vino eucarísticos.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Tengamos, pues, por seguro que las comunicaciones de alma a alma, de Espíritu a Espíritu, son aún más posibles que las de Espíritu a la materia.
¡Ahora, cuál será el instrumento, el medio de comunicación entre los seres!
Entre los seres corpóreos, esta comunicación se hará por el movimiento, que es como el verbo de los cuerpos; entre seres puramente espirituales, por el pensamiento o por la palabra interior, que es como el movimiento de los Espíritus; entre seres a la vez espirituales y corpóreos, por este mismo pensamiento revestidos de un signo a la vez corpóreo y espiritual, por la palabra exterior; entre un ser espiritual y corpóreo, por una parte, y un ser simplemente espiritual, por otra, generalmente por la palabra interior, manifestándose exteriormente por un signo material.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Y, ¿cuál será esta señal? - Todo objeto material, moviéndose, en un momento dado, en un movimiento con un sentido convenido de antemano, bajo la sola influencia, directa o indirecta, de la voluntad o de la palabra interior del Espíritu con el que se quiere comunicar.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Recomendamos este artículo al Sr. Tony, de Rochefort; aquí está uno de sus colegas que dice todo lo contrario de él; uno dice blanco, el otro dice negro; ¿quién tiene razón? Existe esta diferencia entre ellos, que uno sabe y el otro no sabe. Dejamos al lector sopesar las dos lógicas.
La misma revista ha publicado varios artículos sobre el mismo tema, de otros escritores, que, como éste, llevan el sello de la profunda observación y el estudio serio. Volveremos a hablar de ello.
(Extracto del Écho de Sétif del 18 de septiembre de 1862.)
Tal es el título de un artículo muy erudito y muy profundo, firmado por Jalabert, publicado con este epígrafe: Mens agitat molem (El Espíritu impulsa la materia), por l'Echo de Sétif, uno de los periódicos más acreditados de Argelia. Lamentamos que su alcance no nos permita relatarlo en su totalidad, porque sólo se puede perder interrumpiendo la cadena de argumentos por la que llega su autor, por una gran lógica, de la creación del cuerpo y del Espíritu por Dios, a la acción del Espíritu sobre la materia, luego a la posibilidad de comunicaciones entre el Espíritu libre y el Espíritu encarnado. Sus deducciones son tan lógicas que a menos que uno niegue a Dios y al alma, no puede dejar de decir: No puede ser de otra manera. Citaremos sólo algunos fragmentos y especialmente la conclusión.
Cuando Fulton explicó a Napoleón I su sistema de aplicación del vapor a la navegación, afirmó y se ofreció a probar que, si su sistema era cierto en teoría, no lo era menos en la práctica.
¿Qué le respondió Napoleón? - Que, en teoría, su idea no era factible, y, sobre esta inadmisibilidad a priori, sin tomar en cuenta los experimentos ya realizados por el inmortal mecánico, ni los que mandó realizar y los hizo, el gran Emperador no pensó más en Fulton ni en su sistema, hasta el día en que se le apareció el primer vapor en el horizonte de Sainte-Hélène.
¡Algo singular sobre todo en un siglo de observaciones físicas, ciencias materiales y positivismo! Más de una vez, el hecho, por el solo hecho de ser extraordinario, inaudito, nuevo, el hecho, si es lícito decirlo, es derogado por una simple excepción legal.
Es así como, para hablar sólo de estas manifestaciones de los Espíritus, que la expresión Espiritismo recuerda, hemos oído a hombres, además serios y cultos, exclamar con desdén, después de una concienzuda relación con algunas de estas manifestaciones, vistas o atestiguadas por hombres inteligentes, convencidos y de buena fe: ¡Dejad ahí vuestro Espiritismo y vuestras manifestaciones, y vuestros médiums! ¡Lo que dices es imposible!
- ¡No es posible! ¡Pues que así sea! Pero, por favor, ¡oh genios trascendentes! dígnate recordar el famoso dicho de un anciano, y, antes de herirnos con tu altivo desdén, consiente, te lo ruego, en oírnos.
Por favor, lea íntegramente estas líneas, - con seriedad, con cuidado, - y luego, con la mano en la conciencia y la sinceridad en los labios, ¡atrévase, atrévase a negar la posibilidad, la racionalidad del Espiritismo!
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Dices: ¡No entiendo este misterio! - ¡Pero para nosotros como para vosotros, el movimiento material producido por un movimiento espiritual, la materia agitada por el pensamiento, el cuerpo movido por el Espíritu es lo incomprensible! Pero lo incomprensible no es lo imposible. ¡Niega esta acción, niega esta influencia, niega esta comunicación! Más de creación, más de encarnación, más de Redención, más de distinción entre alma y cuerpo, más de variedad en la unidad, - más de Dios, - más de cuerpo, - más de Espíritu, - más de religión, - más de razón. – El caos, el caos una y otra vez el caos, o, lo que es peor, el panteísmo o el nihilismo.
Resumamos. Filosóficamente, fisiológicamente, religiosamente, el Espiritismo no es ni irracional ni absurdo.
Entonces es posible.
El hombre actúa, sobre sí mismo, por su verbo interior o su voluntad, y por sus sentidos, y sobre sus semejantes, por su verbo exterior o su palabra, y también por sus sentidos. ¿Por qué, pues, por su solo verbo interior no ha de comunicarse con Dios, con el ángel y con los Espíritus, en una palabra, con cualquier otro ser incorpóreo por naturaleza, o incorporado accidentalmente, liberado de los sentidos?
El Espíritu es una fuerza, una fuerza que actúa sobre la materia, es decir, sobre un ser que no tiene nada en común con ella, inerte, sin inteligencia. Y, sin embargo, existen relaciones entre el creador y la creación, entre el ángel y el hombre, así como entre el alma del hombre y el cuerpo del hombre y, a través de él, con el mundo exterior.
Pero, de Espíritu a Espíritu, ¿qué impediría una acción, una comunicación recíproca? Si el Espíritu se comunica con seres de naturaleza opuesta a la suya, no se concebiría realmente que no pueda comunicarse con seres de naturaleza idéntica.
¿De dónde vendría el obstáculo? - ¿Distancia? - Pero, entre Espíritus, la distancia no existe. "El aire está lleno de ellos", dijo San Pablo, - para hacernos comprender que gozan, en algunos aspectos, de la ubicuidad divina. ¿De una diferencia jerárquica? Pero la jerarquía no hace nada al respecto; en cuanto son Espíritus, su naturaleza lo requiere, actúan y se comunican entre sí. ‑ ¿De su permanencia temporal en las ataduras corporales? - Pero, salvo, en este caso, la diferencia del medio de comunicación, la comunicación misma no se hará menos. Mi Espíritu se comunica con el vuestro, y vuestro Espíritu, como el mío, habita un cuerpo. A fortiori, se comunicará con un Espíritu libre o librado de toda materia, ya sea el Espíritu de un ángel o el alma de un hombre.
¡Hay más! Lejos de que algo impida, todo, por el contrario, favorece tal comunicación, “Dios es amor” y todo lo que tiene algo de divino participa del amor. Pero el amor vive de las comunicaciones, de las comuniones; Dios ama al hombre: por eso se comunica con él, - en el Edén, por la palabra, - en el Sinaí por la escritura, - en el establo de Belén y en la cumbre del Calvario por su Verbo encarnado, - en el altar, por su Verbo transubstanciado en el pan y el vino eucarísticos.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Tengamos, pues, por seguro que las comunicaciones de alma a alma, de Espíritu a Espíritu, son aún más posibles que las de Espíritu a la materia.
¡Ahora, cuál será el instrumento, el medio de comunicación entre los seres!
Entre los seres corpóreos, esta comunicación se hará por el movimiento, que es como el verbo de los cuerpos; entre seres puramente espirituales, por el pensamiento o por la palabra interior, que es como el movimiento de los Espíritus; entre seres a la vez espirituales y corpóreos, por este mismo pensamiento revestidos de un signo a la vez corpóreo y espiritual, por la palabra exterior; entre un ser espiritual y corpóreo, por una parte, y un ser simplemente espiritual, por otra, generalmente por la palabra interior, manifestándose exteriormente por un signo material.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Y, ¿cuál será esta señal? - Todo objeto material, moviéndose, en un momento dado, en un movimiento con un sentido convenido de antemano, bajo la sola influencia, directa o indirecta, de la voluntad o de la palabra interior del Espíritu con el que se quiere comunicar.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Recomendamos este artículo al Sr. Tony, de Rochefort; aquí está uno de sus colegas que dice todo lo contrario de él; uno dice blanco, el otro dice negro; ¿quién tiene razón? Existe esta diferencia entre ellos, que uno sabe y el otro no sabe. Dejamos al lector sopesar las dos lógicas.
La misma revista ha publicado varios artículos sobre el mismo tema, de otros escritores, que, como éste, llevan el sello de la profunda observación y el estudio serio. Volveremos a hablar de ello.
Charles
Fourier, Louis Jourdan y la reencarnación
Extraemos el siguiente pasaje de una carta que un amigo del autor tuvo la amabilidad de comunicarnos.
“Imaginen cuál fue mi sorpresa cuando, en la Doctrina Espírita, de la que no tenía idea, reconocí toda la teoría de Fourier sobre el alma, la vida futura, la misión del hombre en la vida presente y la reencarnación de las almas. Juzga por ti mismo; aquí está la teoría de Fourier en pocas palabras:
“El hombre está apegado al planeta; vive su vida y ni siquiera la deja cuando muere.
“Tiene dos existencias: la vida real, que Fourier compara con el sueño, y la vida que él llama aromática, la otra vida, en una palabra, que es el despertar. Su alma pasa alternativamente de una vida a otra, y periódicamente vuelve a reencarnarse en la vida actual.
“En la vida presente, el alma no tiene sentido de sus vidas anteriores, pero en la vida aromática es consciente de ellas y ve todas sus existencias anteriores.
“Las penas en la vida aromática son los temores que experimentan las almas de ser condenadas, al reencarnar en la vida presente, a venir a animar el cuerpo de un desdichado; porque, dice Fourier, uno ve gente, que viene todos los días a pedir caridad a la puerta de los castillos de los que fueron dueños en sus vidas anteriores, y añade: Si los hombres estuvieran bien convencidos de la verdad que traigo al mundo, todos se apresurarían a trabajar por la felicidad de todos”.
“Vea, querido amigo, por este pequeño extracto, cuánto se asemejan la doctrina de Fourier y la doctrina del Espiritismo, y que, siendo falansteriano (adepto del sistema de Fourier), no fue difícil hacerme seguidor de la Doctrina Espírita”.
Es imposible ser más explícito en el capítulo de la reencarnación; no es sólo una vaga idea de existencias sucesivas a través de los diferentes mundos, es en esto que el hombre renace para purificarse y expiarse. Todo está ahí: alternativas de vida espiritual, que él llama “aromática”, y vida corporal; olvido momentáneo, durante ésta, de existencias anteriores, y recuerdo del pasado durante la primera; expiación por las vicisitudes de la vida. Su imagen de los desafortunados que vienen a pedir limosna a las puertas de los castillos que poseyeron en sus existencias anteriores, parece modelada en las revelaciones de los Espíritus. ¿Por qué, entonces, aquellos que hoy insisten tanto en la doctrina de la reencarnación, no dijeron nada cuando Fourier llegó a convertirla en uno de los pilares de su teoría? Es que entonces les parecía confinado en los falansterios, mientras que hoy vaga por el mundo; y otras razones que serán fácilmente comprensibles sin necesidad de que las desarrollemos.
Además, no es el único que tuvo la intuición de esta ley de la naturaleza. Encontramos el germen de esta idea en una multitud de escritores modernos. Sr. Louis Jourdan, editor de Le Siècle, lo formuló de manera inequívoca en su encantador librito de las Oraciones de Ludovic, publicado por primera vez en 1849, por lo tanto, antes de que existiera la cuestión del Espiritismo, y sabemos que este libro no es una obra de fantasía, sino de convicción. Dice, entre otras cosas, lo siguiente:
“Por mí, te lo confieso, creo, pero creo firmemente, creo con pasión, como creíamos en los tiempos primitivos, que todos y cada uno de nosotros, hoy se prepara para su futura transformación, así como nuestra existencia actual es el producto de existencias anteriores. El libro trata íntegramente de este dato.
Ahora consideremos la pregunta desde otro punto de vista, para responder a una pregunta que nos han hecho varias veces sobre este tema.
Algunas personas objetan la doctrina de la reencarnación porque es contraria a los dogmas de la Iglesia y concluyen que no debe existir; ¿Qué les podemos responder?
La respuesta es bastante simple. La reencarnación no es un sistema para que los hombres lo adopten o lo rechacen., como se hace con un sistema político, económico o social. Si existe, es porque está en la naturaleza; es una ley inherente a la humanidad, como beber, comer y dormir; una alternativa de la vida del alma, como la vigilia y el sueño son alternativas de la vida del cuerpo. Si es una ley de la naturaleza, no es una opinión la que puede hacerla prevalecer, ni una opinión contraria la que puede impedir que exista. La tierra no gira alrededor del sol porque creamos que gira, sino porque obedece a una ley, y los anatemas que se han lanzado contra esta ley no han impedido que la tierra gire. Así es con la reencarnación; no es la opinión de unos pocos hombres la que les impedirá renacer si es necesario. Siendo así, admitido que la reencarnación sólo puede ser ley de la naturaleza, suponiendo que no pueda concordar con un dogma, se trata de saber quién tiene razón del dogma o de la ley. Ahora bien, ¿quién es el autor de una ley de la naturaleza, sino Dios? Diré, en este caso, que no es la ley lo que es contrario al dogma, sino el dogma lo que es contrario a la ley, dado que una ley de cualquier especie es anterior al dogma, y que los hombres renacieron antes de que se estableciera el dogma. Si hubiera una incompatibilidad absoluta entre un dogma y una ley de la naturaleza, sería la prueba de que el dogma es obra de hombres que no conocieron la ley, porque Dios no puede contradecirse deshaciendo por un lado lo que ha hecho por el otro; mantener esta incompatibilidad es, por tanto, poner a prueba el dogma. ¿Se sigue que el dogma es falso? No, sino simplemente que puede estar sujeto a interpretación, como se interpretó la Génesis, cuando se reconoció que los seis días de la creación no podían concordar con la ley de la formación del globo. La religión ganará con ello, ya que encontrará menos incrédulos.
La pregunta es si la ley de la reencarnación existe o no existe. Para los Espíritas hay mil pruebas, así es inútil repetir aquí; sólo diré que el Espiritismo demuestra que la pluralidad de las existencias no sólo es posible, sino necesaria, indispensable, y encuentra la prueba de ello, sin hablar de la revelación de los Espíritus, en una multitud innumerable de fenómenos de orden moral, psicológico y antropológico; estos fenómenos son efectos que tienen una causa; al buscar esta causa, sólo se encuentra en la reencarnación, hecha evidente por la observación de estos fenómenos, como la presencia del sol, aunque oculta por las nubes, se hace evidente por la luz del día. Para probar que está equivocado y que esa ley no existe, habría que explicar mejor de lo que hace, y por otros medios, todo lo que explica, y eso es lo que nadie ha hecho todavía.
Antes del descubrimiento de las propiedades de la electricidad, al que hubiera anunciado que se podía corresponder a quinientas leguas en cinco minutos, no le habrían faltado científicos que le hubieran probado científicamente, por las leyes de la mecánica, que la cosa era materialmente imposible, porque no conocían otra; esto requería la revelación de un nuevo poder. Así es con la reencarnación; es una nueva ley que arroja luz sobre multitud de cuestiones oscuras, y que modificará profundamente todas las ideas cuando sea reconocida.
Así, no es la opinión de unos pocos hombres, lo que prueba que esta ley existe, son los hechos. Si invocamos su testimonio, es para demostrar que había sido vislumbrado y sospechado por otros antes del Espiritismo, que no fue su inventor, pero que la desarrolló y dedujo sus consecuencias.
Extraemos el siguiente pasaje de una carta que un amigo del autor tuvo la amabilidad de comunicarnos.
“Imaginen cuál fue mi sorpresa cuando, en la Doctrina Espírita, de la que no tenía idea, reconocí toda la teoría de Fourier sobre el alma, la vida futura, la misión del hombre en la vida presente y la reencarnación de las almas. Juzga por ti mismo; aquí está la teoría de Fourier en pocas palabras:
“El hombre está apegado al planeta; vive su vida y ni siquiera la deja cuando muere.
“Tiene dos existencias: la vida real, que Fourier compara con el sueño, y la vida que él llama aromática, la otra vida, en una palabra, que es el despertar. Su alma pasa alternativamente de una vida a otra, y periódicamente vuelve a reencarnarse en la vida actual.
“En la vida presente, el alma no tiene sentido de sus vidas anteriores, pero en la vida aromática es consciente de ellas y ve todas sus existencias anteriores.
“Las penas en la vida aromática son los temores que experimentan las almas de ser condenadas, al reencarnar en la vida presente, a venir a animar el cuerpo de un desdichado; porque, dice Fourier, uno ve gente, que viene todos los días a pedir caridad a la puerta de los castillos de los que fueron dueños en sus vidas anteriores, y añade: Si los hombres estuvieran bien convencidos de la verdad que traigo al mundo, todos se apresurarían a trabajar por la felicidad de todos”.
“Vea, querido amigo, por este pequeño extracto, cuánto se asemejan la doctrina de Fourier y la doctrina del Espiritismo, y que, siendo falansteriano (adepto del sistema de Fourier), no fue difícil hacerme seguidor de la Doctrina Espírita”.
Es imposible ser más explícito en el capítulo de la reencarnación; no es sólo una vaga idea de existencias sucesivas a través de los diferentes mundos, es en esto que el hombre renace para purificarse y expiarse. Todo está ahí: alternativas de vida espiritual, que él llama “aromática”, y vida corporal; olvido momentáneo, durante ésta, de existencias anteriores, y recuerdo del pasado durante la primera; expiación por las vicisitudes de la vida. Su imagen de los desafortunados que vienen a pedir limosna a las puertas de los castillos que poseyeron en sus existencias anteriores, parece modelada en las revelaciones de los Espíritus. ¿Por qué, entonces, aquellos que hoy insisten tanto en la doctrina de la reencarnación, no dijeron nada cuando Fourier llegó a convertirla en uno de los pilares de su teoría? Es que entonces les parecía confinado en los falansterios, mientras que hoy vaga por el mundo; y otras razones que serán fácilmente comprensibles sin necesidad de que las desarrollemos.
Además, no es el único que tuvo la intuición de esta ley de la naturaleza. Encontramos el germen de esta idea en una multitud de escritores modernos. Sr. Louis Jourdan, editor de Le Siècle, lo formuló de manera inequívoca en su encantador librito de las Oraciones de Ludovic, publicado por primera vez en 1849, por lo tanto, antes de que existiera la cuestión del Espiritismo, y sabemos que este libro no es una obra de fantasía, sino de convicción. Dice, entre otras cosas, lo siguiente:
“Por mí, te lo confieso, creo, pero creo firmemente, creo con pasión, como creíamos en los tiempos primitivos, que todos y cada uno de nosotros, hoy se prepara para su futura transformación, así como nuestra existencia actual es el producto de existencias anteriores. El libro trata íntegramente de este dato.
Ahora consideremos la pregunta desde otro punto de vista, para responder a una pregunta que nos han hecho varias veces sobre este tema.
Algunas personas objetan la doctrina de la reencarnación porque es contraria a los dogmas de la Iglesia y concluyen que no debe existir; ¿Qué les podemos responder?
La respuesta es bastante simple. La reencarnación no es un sistema para que los hombres lo adopten o lo rechacen., como se hace con un sistema político, económico o social. Si existe, es porque está en la naturaleza; es una ley inherente a la humanidad, como beber, comer y dormir; una alternativa de la vida del alma, como la vigilia y el sueño son alternativas de la vida del cuerpo. Si es una ley de la naturaleza, no es una opinión la que puede hacerla prevalecer, ni una opinión contraria la que puede impedir que exista. La tierra no gira alrededor del sol porque creamos que gira, sino porque obedece a una ley, y los anatemas que se han lanzado contra esta ley no han impedido que la tierra gire. Así es con la reencarnación; no es la opinión de unos pocos hombres la que les impedirá renacer si es necesario. Siendo así, admitido que la reencarnación sólo puede ser ley de la naturaleza, suponiendo que no pueda concordar con un dogma, se trata de saber quién tiene razón del dogma o de la ley. Ahora bien, ¿quién es el autor de una ley de la naturaleza, sino Dios? Diré, en este caso, que no es la ley lo que es contrario al dogma, sino el dogma lo que es contrario a la ley, dado que una ley de cualquier especie es anterior al dogma, y que los hombres renacieron antes de que se estableciera el dogma. Si hubiera una incompatibilidad absoluta entre un dogma y una ley de la naturaleza, sería la prueba de que el dogma es obra de hombres que no conocieron la ley, porque Dios no puede contradecirse deshaciendo por un lado lo que ha hecho por el otro; mantener esta incompatibilidad es, por tanto, poner a prueba el dogma. ¿Se sigue que el dogma es falso? No, sino simplemente que puede estar sujeto a interpretación, como se interpretó la Génesis, cuando se reconoció que los seis días de la creación no podían concordar con la ley de la formación del globo. La religión ganará con ello, ya que encontrará menos incrédulos.
La pregunta es si la ley de la reencarnación existe o no existe. Para los Espíritas hay mil pruebas, así es inútil repetir aquí; sólo diré que el Espiritismo demuestra que la pluralidad de las existencias no sólo es posible, sino necesaria, indispensable, y encuentra la prueba de ello, sin hablar de la revelación de los Espíritus, en una multitud innumerable de fenómenos de orden moral, psicológico y antropológico; estos fenómenos son efectos que tienen una causa; al buscar esta causa, sólo se encuentra en la reencarnación, hecha evidente por la observación de estos fenómenos, como la presencia del sol, aunque oculta por las nubes, se hace evidente por la luz del día. Para probar que está equivocado y que esa ley no existe, habría que explicar mejor de lo que hace, y por otros medios, todo lo que explica, y eso es lo que nadie ha hecho todavía.
Antes del descubrimiento de las propiedades de la electricidad, al que hubiera anunciado que se podía corresponder a quinientas leguas en cinco minutos, no le habrían faltado científicos que le hubieran probado científicamente, por las leyes de la mecánica, que la cosa era materialmente imposible, porque no conocían otra; esto requería la revelación de un nuevo poder. Así es con la reencarnación; es una nueva ley que arroja luz sobre multitud de cuestiones oscuras, y que modificará profundamente todas las ideas cuando sea reconocida.
Así, no es la opinión de unos pocos hombres, lo que prueba que esta ley existe, son los hechos. Si invocamos su testimonio, es para demostrar que había sido vislumbrado y sospechado por otros antes del Espiritismo, que no fue su inventor, pero que la desarrolló y dedujo sus consecuencias.
El alojamiento
y el salón de la reencarnación
Estudio de las costumbres Espíritas.
Encontramos, en nuestra antigua correspondencia, la siguiente carta, que viene apropiadamente después del artículo anterior.
París, 29 de julio de 1860.
Señor,
Me tomo la libertad de comunicarles las reflexiones que me sugieren dos hechos observados por mí mismo, y que bien podría, creo, calificar de estudios de moral espírita. Verás por esto, que los fenómenos morales no carecen de valor para mí; como me he dedicado al estudio del Espiritismo, me parece que veo cien veces más cosas que antes; tal hecho, al que no hubiera prestado atención, me lleva a reflexionar hoy; estoy, podría decir, frente a un espectáculo perpetuo, donde cada individuo tiene su papel, y me ofrece un jeroglífico para adivinar; es verdad decir que los hay tan fáciles cuando se posee la clave admirable del Espiritismo, que no se tiene gran mérito; pero sólo ofrecen más interés, porque con el Espiritismo, uno se encuentra como en un país cuya lengua entiende. Me hizo meditativo y observador, porque ahora todo tiene su causa para mí; los mil y un hechos que antes me parecían producto del azar y pasaban desapercibidos para mí, hoy tienen su razón de ser y su utilidad; una nada, en el orden moral, me llama la atención y es una lección para mí. Pero se me olvida que se trata de una lección de la que quiero hablarte.
Soy profesor de piano; hace algún tiempo, yendo a ver a uno de mis alumnos, que pertenece a una familia de clase alta, entré en la conserjería, ya no recuerdo por qué motivo. Estaba una mujer con el puño en la cadera y que no ha sido degradada, ni física ni moralmente, por ocupar un alojamiento. La vi regañando a su hija, una niña de unos quince años cuyos modales contrastan notablemente con los de su madre. "¿Qué hizo la señorita Justine", le dije, "para despertar su ira hasta este punto?" – “¡No me hable de eso, señor, esa pícara no se mete en sí misma para darse aires de duquesa! ¡A la señorita no le gusta lavar los platos; encuentra que le estropea las manos, que huele mal, ella que se crio con las vacas en casa de su abuela; tiene miedo de ensuciarse las uñas; necesita esencias en su pañuelo! ¡Le daré algunas esencias!” Acto seguido, un bramido vigoroso la hizo retroceder cuatro pasos. "¡Vaya! es porque, ya ve, mi pequeño señor, los niños deben ser corregidos cuando son jóvenes; yo nunca he echado a perder los míos, todos mis muchachos son buenos trabajadores, y esta pícara tendrá que perder su aire de gran dama”.
Después de dar algunos consejos de dulzura a la madre y docilidad a la hija, subí a casa de mi alumna sin darle importancia a esta escena familiar. Allí, por una singular coincidencia, vi la contraparte. La madre, mujer de sociedad y de buenos modales, también regañó a su hija, pero por un motivo totalmente opuesto. —“Pero pórtate bien, Sophie —le dijo ella; pareces un verdadero cocinero; no es de extrañar, tienes una predilección particular por la cocina, donde pareces gustarte más que en el salón. Te aseguro que Justine, la hija del conserje, te avergonzaría; realmente parece que te han convertido en una niñera”.
Nunca había prestado atención a estas peculiaridades; fue necesario juntar estas dos escenas para que me diera cuenta de ellas. Señorita Sophie, mi alumna, es una joven de dieciocho años, bastante bonita, pero sus maneras tienen algo de vulgar; todos sus modales son comunes y sin distinción; su figura, sus movimientos tienen algo de pesado y torpe; desconocía su afición por la cocina. Entonces me encontré comparándola con la pequeña Justine, de instintos tan aristocráticos, y me pregunté si no se trataba de un ejemplo notable de inclinaciones innatas, ya que en estas dos jóvenes la educación era incapaz de modificarlas. ¿Por qué una, educada en la opulencia y el buen gusto, tiene gustos y modales vulgares, mientras que la otra, que desde niña ha vivido en el ambiente más rústico, tiene sentido de la distinción y de las cosas delicadas, a pesar de las correcciones de la madre para hacerle perder el hábito? ¡Oh filósofos! quien quiere sondear los recovecos del corazón humano, explicar estos fenómenos sin existencias previas; para mí no hay duda de que estas dos jóvenes tienen los instintos de lo que eran. ¿Qué opinas, querido maestro?
Acepta,
D…
Pensamos que señorita Justine, la portera, bien podría ser una variante de lo que dice Charles Fourier: “Todos los días vemos gente que viene a pedir caridad, a la puerta de los castillos que poseyeron en sus vidas anteriores”. ¿Quién sabe si señorita Justine no era la dueña de este hotel y señorita Sophie, la gran dama, su portera? Esta idea es repugnante para ciertas personas, que no pueden acostumbrarse a la idea de haber podido ser menos de lo que son, o de convertirse en siervos de sus siervos; porque entonces, ¿qué pasa con las razas de pura sangre que hemos tenido tanto cuidado de no mezclar? Consuélate; la sangre de vuestros antepasados puede fluir por vuestras venas, porque el cuerpo procede del cuerpo. En cuanto al Espíritu, es otra cosa; pero ¿y si es así? El hecho de que un hombre esté molesto por la lluvia no significa que detendrá la lluvia. Es humillante, sin duda, pensar que de amo uno puede convertirse en sirviente, y de rico en mendigo; pero nada es más fácil que evitar que esto suceda; sólo hay que no ser vanidoso y orgulloso, y uno no será menospreciado; ser buenos y generosos, y no quedarnos reducidos a pedir lo que hemos negado a los demás. Ser castigado por donde uno ha pecado, ¿no es esa la más justa de las justicias? Sí, de grande puedes volver pequeño, pero cuando has sido bueno no puedes volver malo; ahora bien, ¿no es mejor ser un proletario honesto que un rico vicioso?
Estudio de las costumbres Espíritas.
Encontramos, en nuestra antigua correspondencia, la siguiente carta, que viene apropiadamente después del artículo anterior.
París, 29 de julio de 1860.
Señor,
Me tomo la libertad de comunicarles las reflexiones que me sugieren dos hechos observados por mí mismo, y que bien podría, creo, calificar de estudios de moral espírita. Verás por esto, que los fenómenos morales no carecen de valor para mí; como me he dedicado al estudio del Espiritismo, me parece que veo cien veces más cosas que antes; tal hecho, al que no hubiera prestado atención, me lleva a reflexionar hoy; estoy, podría decir, frente a un espectáculo perpetuo, donde cada individuo tiene su papel, y me ofrece un jeroglífico para adivinar; es verdad decir que los hay tan fáciles cuando se posee la clave admirable del Espiritismo, que no se tiene gran mérito; pero sólo ofrecen más interés, porque con el Espiritismo, uno se encuentra como en un país cuya lengua entiende. Me hizo meditativo y observador, porque ahora todo tiene su causa para mí; los mil y un hechos que antes me parecían producto del azar y pasaban desapercibidos para mí, hoy tienen su razón de ser y su utilidad; una nada, en el orden moral, me llama la atención y es una lección para mí. Pero se me olvida que se trata de una lección de la que quiero hablarte.
Soy profesor de piano; hace algún tiempo, yendo a ver a uno de mis alumnos, que pertenece a una familia de clase alta, entré en la conserjería, ya no recuerdo por qué motivo. Estaba una mujer con el puño en la cadera y que no ha sido degradada, ni física ni moralmente, por ocupar un alojamiento. La vi regañando a su hija, una niña de unos quince años cuyos modales contrastan notablemente con los de su madre. "¿Qué hizo la señorita Justine", le dije, "para despertar su ira hasta este punto?" – “¡No me hable de eso, señor, esa pícara no se mete en sí misma para darse aires de duquesa! ¡A la señorita no le gusta lavar los platos; encuentra que le estropea las manos, que huele mal, ella que se crio con las vacas en casa de su abuela; tiene miedo de ensuciarse las uñas; necesita esencias en su pañuelo! ¡Le daré algunas esencias!” Acto seguido, un bramido vigoroso la hizo retroceder cuatro pasos. "¡Vaya! es porque, ya ve, mi pequeño señor, los niños deben ser corregidos cuando son jóvenes; yo nunca he echado a perder los míos, todos mis muchachos son buenos trabajadores, y esta pícara tendrá que perder su aire de gran dama”.
Después de dar algunos consejos de dulzura a la madre y docilidad a la hija, subí a casa de mi alumna sin darle importancia a esta escena familiar. Allí, por una singular coincidencia, vi la contraparte. La madre, mujer de sociedad y de buenos modales, también regañó a su hija, pero por un motivo totalmente opuesto. —“Pero pórtate bien, Sophie —le dijo ella; pareces un verdadero cocinero; no es de extrañar, tienes una predilección particular por la cocina, donde pareces gustarte más que en el salón. Te aseguro que Justine, la hija del conserje, te avergonzaría; realmente parece que te han convertido en una niñera”.
Nunca había prestado atención a estas peculiaridades; fue necesario juntar estas dos escenas para que me diera cuenta de ellas. Señorita Sophie, mi alumna, es una joven de dieciocho años, bastante bonita, pero sus maneras tienen algo de vulgar; todos sus modales son comunes y sin distinción; su figura, sus movimientos tienen algo de pesado y torpe; desconocía su afición por la cocina. Entonces me encontré comparándola con la pequeña Justine, de instintos tan aristocráticos, y me pregunté si no se trataba de un ejemplo notable de inclinaciones innatas, ya que en estas dos jóvenes la educación era incapaz de modificarlas. ¿Por qué una, educada en la opulencia y el buen gusto, tiene gustos y modales vulgares, mientras que la otra, que desde niña ha vivido en el ambiente más rústico, tiene sentido de la distinción y de las cosas delicadas, a pesar de las correcciones de la madre para hacerle perder el hábito? ¡Oh filósofos! quien quiere sondear los recovecos del corazón humano, explicar estos fenómenos sin existencias previas; para mí no hay duda de que estas dos jóvenes tienen los instintos de lo que eran. ¿Qué opinas, querido maestro?
D…
Pensamos que señorita Justine, la portera, bien podría ser una variante de lo que dice Charles Fourier: “Todos los días vemos gente que viene a pedir caridad, a la puerta de los castillos que poseyeron en sus vidas anteriores”. ¿Quién sabe si señorita Justine no era la dueña de este hotel y señorita Sophie, la gran dama, su portera? Esta idea es repugnante para ciertas personas, que no pueden acostumbrarse a la idea de haber podido ser menos de lo que son, o de convertirse en siervos de sus siervos; porque entonces, ¿qué pasa con las razas de pura sangre que hemos tenido tanto cuidado de no mezclar? Consuélate; la sangre de vuestros antepasados puede fluir por vuestras venas, porque el cuerpo procede del cuerpo. En cuanto al Espíritu, es otra cosa; pero ¿y si es así? El hecho de que un hombre esté molesto por la lluvia no significa que detendrá la lluvia. Es humillante, sin duda, pensar que de amo uno puede convertirse en sirviente, y de rico en mendigo; pero nada es más fácil que evitar que esto suceda; sólo hay que no ser vanidoso y orgulloso, y uno no será menospreciado; ser buenos y generosos, y no quedarnos reducidos a pedir lo que hemos negado a los demás. Ser castigado por donde uno ha pecado, ¿no es esa la más justa de las justicias? Sí, de grande puedes volver pequeño, pero cuando has sido bueno no puedes volver malo; ahora bien, ¿no es mejor ser un proletario honesto que un rico vicioso?
Disertaciones
Espíritas
Todos los Santos
I.
(París, 1 de noviembre de 1862. – Medium, Sr. Perchet, sargento de la línea 40, cuartel Prince-Eugene; miembro de la Sociedad de París).
Mi querido hermano, en este día de conmemoración de los muertos, estoy muy feliz de poder hablar contigo. No puedes creer lo grande que es el placer que experimento; llámame más a menudo, ambos ganaremos.
Aquí, no siempre puedo acercarme a ti, porque muchas veces estoy cerca de mis hermanas, particularmente cerca de mi ahijada, a quien rara vez dejo, porque he pedido la misión de estar cerca de ella. Sin embargo, con frecuencia puedo responder a su llamada y siempre será con alegría que le ayudaré con mis consejos.
Hablemos de la fiesta de hoy. En esta solemnidad llena de recogimiento, que acerca el mundo invisible al mundo visible, hay alegría y tristeza.
Felicidad, porque une en un sentimiento piadoso a los miembros dispersos de la familia. Ese día, el niño vuelve a su tumba para encontrarse con su tierna madre, que riega con sus lágrimas la piedra sepulcral. Bendice a ella, el angelito, y mezcla sus deseos con los pensamientos, que gotean con las lágrimas de su querida madre. ¡Cuán dulces son al Señor estas castas oraciones, llenas de fe y recuerdo! también ascienden a los pies del Eterno, como el dulce perfume de las flores, y desde lo alto del cielo, Dios lanza una mirada de misericordia sobre este rinconcito de la tierra, y envía uno de sus buenos Espíritus para consolar a esta alma doliente y decir a ella: “Consuélate, buena madre; tu hijo amado está en la morada del bienaventurado, te ama y te espera”.
Dije: día de felicidad, y lo repito, porque aquellos a quienes la religión del recuerdo lleva aquí abajo a rezar por los que ya no están, sepan que no es en vano, y que un día verán de nuevo al amado, seres de los que están momentáneamente separados. Día de felicidad, porque los Espíritus ven con alegría y ternura que los que les son queridos merecen, por su confianza en Dios, venir pronto a participar de la felicidad de que gozan.
En este día de Todos los Santos, los difuntos que han pasado valientemente por todas las pruebas impuestas durante la vida, que se han despojado de las cosas mundanas y criado a sus hijos en la fe y la caridad, estos Espíritus, digo, vienen voluntariamente a asociarse con las oraciones de los que han dejado, e infundirles la firme voluntad de caminar constantemente por el camino del bien; niños, padres o amigos arrodillados junto a sus tumbas experimentan una íntima satisfacción, porque son conscientes de que los restos que están allí, debajo de la piedra, son sólo un recuerdo del ser que contenían, y que ahora está librado de las miserias terrenales.
Aquí, mi querido hermano, están los felices. ¡Hasta mañana!
II.
Mi querido hermano, fiel a mi promesa, vuelvo a ti. Como te dije, cuando te dejé ayer por la tarde, fui a hacer una visita al cementerio; examiné cuidadosamente los diversos Espíritus sufrientes; es lamentable; esta vista desgarradora sacaría lágrimas al corazón más duro.
Un gran número de estas almas son sin embargo mucho más aliviadas por los vivos, y por la asistencia de los buenos Espíritus, especialmente cuando tienen arrepentimiento de las faltas terrenales y cuando se esfuerzan por despojarse de sus imperfecciones, única causa de sus sufrimientos. Comprenden entonces la sabiduría, la bondad, la grandeza de Dios, y piden el favor de nuevas pruebas para satisfacer la justicia divina, expiar y reparar sus faltas y obtener un futuro mejor.
Oren, pues, mis queridos amigos, con todo su corazón, por estos Espíritus arrepentidos que acaban de ser iluminados por una chispa de fuego. Hasta entonces no habían creído en las delicias eternas, porque en su castigo, que era el colmo de sus tormentos, no se les permitió tener esperanza. Juzgue su alegría, cuando el velo de la oscuridad se rasgó por fin, y el ángel enviado por el Señor abrió sus ojos ciegos a la luz de la fe. Son felices y, sin embargo, generalmente no se hacen ilusiones sobre el futuro; muchos de ellos saben que tienen hasta terribles pruebas que pasar; también reclaman urgentemente las oraciones de los vivos y la asistencia de los buenos Espíritus, para poder soportar con resignación la difícil tarea que les corresponderá.
Os lo vuelvo a decir, y no puedo repetirlo demasiado, para convenceros de esta gran verdad: orad desde el fondo de vuestro corazón por todos los Espíritus que sufren, sin distinción de castas o sectas, porque todos los hombres son hermanos, y deben apoyarse.
Fervientes Espíritas, especialmente vosotros que conocéis la situación de los Espíritus que sufren y sabéis apreciar las fases de la vida; vosotros que sabéis las dificultades que tienen que superar, ven en su ayuda. Es una hermosa caridad orar por estos pobres hermanos desconocidos, a menudo olvidados por todos, y cuya gratitud no podéis imaginar cuando se ven asistidos. La oración es para ellos lo que el dulce rocío es para la tierra arrasada. Imagina a un extraño caído en algún cruce de un camino oscuro, una noche oscura; sus pies están desgarrados por una larga carrera; siente el aguijón del hambre y la sed ardiente; a sus sufrimientos físicos se suman todas las torturas morales; la desesperación está a la vuelta de la esquina; en vano lanza gritos desgarradores a los cuatro vientos del cielo: ni un eco amigo responde a este llamado desesperado. ¡Y bien! supongamos que en el momento en que esta desdichada criatura ha llegado a los límites últimos del sufrimiento, una mano compasiva se acerca dulcemente a posarse sobre su hombro y traerle la ayuda que su posición exige; imagínese entonces, si es posible, el rapto de este hombre, y tendrá una vaga idea de la felicidad que da la oración a los Espíritus desdichados, que llevan la angustia del castigo y el aislamiento. Eternamente os estarán agradecidos, porque estad convencidos que en el mundo de los Espíritus no hay ingratos como en vuestra tierra.
Dije que el Día de Todos los Santos es una solemnidad impregnada de tristeza; una gran tristeza, en verdad, porque llama también la atención sobre la clase de aquellos Espíritus que, durante su existencia terrena, se entregaron al materialismo, al egoísmo; que no han querido conocer otros dioses que las miserables vanidades de su mundo insignificante; que no han tenido miedo de emplear todos los medios ilícitos para aumentar su riqueza y, a menudo, tirar a la gente honesta a la paja. Entre ellos están también los que han quebrantado su existencia por una muerte violenta; aquellos todavía que, durante su vida, se han arrastrado por el fango inmundo de la impureza.
Por todo esto, mi querido hermano, ¡qué terribles tormentos! Es tal como dice la escritura: Allí será el lloro y el crujir de dientes. Serán sumergidos en el profundo abismo de la oscuridad. Estos desdichados son llamados comúnmente los condenados, y aunque es más cierto llamarlos castigados, sin embargo, sufren torturas tan terribles como las que se atribuyen a los condenados en medio de las llamas. Envueltos en las tinieblas más espesas de un abismo que les parece insondable, aunque no circunscrito como os enseñan, experimentan sufrimientos morales indescriptibles hasta que abren su corazón al arrepentimiento.
Hay algunos, que a veces permanecen durante siglos en este estado, sin que les sea posible prever el fin de sus tormentos; por eso dicen que son réprobos para la eternidad. Esta opinión errónea ha encontrado crédito entre vosotros desde hace mucho tiempo; es un grave error; porque, tarde o temprano, estos Espíritus se abren al arrepentimiento, y entonces Dios, compadeciéndose de sus desgracias, les envía un ángel que se dirige a ellos con palabras de consuelo, y les abre un camino tanto más amplio cuanta más oración ha habido para ellos a los pies del Eterno.
Ves, hermano, las oraciones son siempre útiles a los culpables, y si no cambian los inmutables decretos de Dios, sin embargo, dan mucho alivio a los Espíritus dolientes, llevándoles el dulce pensamiento de estar aún en la memoria de algunas almas compasivas. Así el preso siente que su corazón salta de alegría cuando, a través de sus tristes rejas, ve el rostro de algún pariente o amigo que no lo ha olvidado en la desgracia.
Si el Espíritu sufriente está demasiado endurecido, demasiado material, para que la oración tenga acceso a su alma, un Espíritu puro lo recoge como un aroma precioso, y lo deposita en las ánforas celestiales hasta el día en que puedan ser usadas por los culpables.
Para que la oración dé fruto, no basta balbucear las palabras como lo hacen la mayoría de los hombres; la oración que sale del corazón es la única que agrada al Señor, la única que se toma en cuenta y que trae alivio a los Espíritus que sufren.
Tu hermana, que te quiere,
Margarita.
Pregunta (realizada en la Sociedad). - ¿Qué pensar del pasaje de esta comunicación, donde se dice: “Te aseguro que en nuestro mundo no hay ingratos como en tu tierra? Las almas de los hombres, siendo Espíritus encarnados, traen consigo sus vicios y sus virtudes: las imperfecciones de los hombres provienen de las imperfecciones del Espíritu, como sus cualidades provienen de las cualidades adquiridas. Según esto, y dado que los vicios más innobles los encontramos en los Espíritus, no entenderíamos por qué no podemos encontrar la ingratitud que tantas veces encontramos en la tierra.
Respuesta (por el Sr. Perché). “Indudablemente hay personas ingratas en el mundo de los Espíritus, y puedes poner en primer lugar a los Espíritus obsesivos y a los Espíritus malignos, que hacen todo lo posible por inculcarte sus pensamientos perversos a pesar del bien que les haces orando por ellos. Su ingratitud, sin embargo, es sólo momentánea; porque la hora del arrepentimiento les toca tarde o temprano; entonces sus ojos se abren a la luz y sus corazones también se abren para siempre al reconocimiento. En la tierra no es así, y a cada paso te encuentras con hombres que, a pesar de todo el bien que les haces, sólo te devuelven, hasta el final, con la más negra ingratitud.
El pasaje que requirió esta observación es oscuro solo porque carece de extensión. Consideré la cuestión sólo desde el punto de vista de los Espíritus abiertos al arrepentimiento, y aptos, por ese mismo hecho, para recoger inmediatamente los frutos de la oración. Estando estos Espíritus comprometidos en el camino correcto, y el Espíritu no retrocediendo, es claro que la gratitud no puede extinguirse en ellos.
Para que no haya confusión, escribiré la frase que dio lugar a esta observación de la siguiente manera: "Eternamente te lo agradecerán, porque ten la certeza de que, entre los Espíritus, aquellos a quienes habrás reconducido al buen camino no puede ser desagradecido”.
Margarita.
Observación. - Estas dos comunicaciones, como muchas otras de no menos elevado carácter moral, fueron obtenidas por Sr. Perché, en su cuartel, donde tiene varios compañeros que comparten sus creencias espíritas y conforma a ellas su conducta. Preguntaremos a los detractores del Espiritismo si estos soldados recibirían mejor consejo moral en el cabaret. Si este es el lenguaje de Satanás, ¡realmente se ha convertido en un ermitaño! ¡Es cierto que es tan viejo!
Al mismo tiempo, le preguntaremos al Sr. Tony, el ingenioso y sobre todo muy lógico periodista de Rochefort, que cree que el Espiritismo es uno de los males sacados de la caja de Pandora y una de esas cosas malsanas que estudia la higiene pública y la moral; le preguntaremos, decimos, qué hay de insalubre y antihigiénico en esta comunicación, y qué habrán perdido estos soldados en su moralidad y en su salud al renunciar a malos lugares para la oración.
Todos los Santos
I.
(París, 1 de noviembre de 1862. – Medium, Sr. Perchet, sargento de la línea 40, cuartel Prince-Eugene; miembro de la Sociedad de París).
Mi querido hermano, en este día de conmemoración de los muertos, estoy muy feliz de poder hablar contigo. No puedes creer lo grande que es el placer que experimento; llámame más a menudo, ambos ganaremos.
Aquí, no siempre puedo acercarme a ti, porque muchas veces estoy cerca de mis hermanas, particularmente cerca de mi ahijada, a quien rara vez dejo, porque he pedido la misión de estar cerca de ella. Sin embargo, con frecuencia puedo responder a su llamada y siempre será con alegría que le ayudaré con mis consejos.
Hablemos de la fiesta de hoy. En esta solemnidad llena de recogimiento, que acerca el mundo invisible al mundo visible, hay alegría y tristeza.
Felicidad, porque une en un sentimiento piadoso a los miembros dispersos de la familia. Ese día, el niño vuelve a su tumba para encontrarse con su tierna madre, que riega con sus lágrimas la piedra sepulcral. Bendice a ella, el angelito, y mezcla sus deseos con los pensamientos, que gotean con las lágrimas de su querida madre. ¡Cuán dulces son al Señor estas castas oraciones, llenas de fe y recuerdo! también ascienden a los pies del Eterno, como el dulce perfume de las flores, y desde lo alto del cielo, Dios lanza una mirada de misericordia sobre este rinconcito de la tierra, y envía uno de sus buenos Espíritus para consolar a esta alma doliente y decir a ella: “Consuélate, buena madre; tu hijo amado está en la morada del bienaventurado, te ama y te espera”.
Dije: día de felicidad, y lo repito, porque aquellos a quienes la religión del recuerdo lleva aquí abajo a rezar por los que ya no están, sepan que no es en vano, y que un día verán de nuevo al amado, seres de los que están momentáneamente separados. Día de felicidad, porque los Espíritus ven con alegría y ternura que los que les son queridos merecen, por su confianza en Dios, venir pronto a participar de la felicidad de que gozan.
En este día de Todos los Santos, los difuntos que han pasado valientemente por todas las pruebas impuestas durante la vida, que se han despojado de las cosas mundanas y criado a sus hijos en la fe y la caridad, estos Espíritus, digo, vienen voluntariamente a asociarse con las oraciones de los que han dejado, e infundirles la firme voluntad de caminar constantemente por el camino del bien; niños, padres o amigos arrodillados junto a sus tumbas experimentan una íntima satisfacción, porque son conscientes de que los restos que están allí, debajo de la piedra, son sólo un recuerdo del ser que contenían, y que ahora está librado de las miserias terrenales.
Aquí, mi querido hermano, están los felices. ¡Hasta mañana!
II.
Mi querido hermano, fiel a mi promesa, vuelvo a ti. Como te dije, cuando te dejé ayer por la tarde, fui a hacer una visita al cementerio; examiné cuidadosamente los diversos Espíritus sufrientes; es lamentable; esta vista desgarradora sacaría lágrimas al corazón más duro.
Un gran número de estas almas son sin embargo mucho más aliviadas por los vivos, y por la asistencia de los buenos Espíritus, especialmente cuando tienen arrepentimiento de las faltas terrenales y cuando se esfuerzan por despojarse de sus imperfecciones, única causa de sus sufrimientos. Comprenden entonces la sabiduría, la bondad, la grandeza de Dios, y piden el favor de nuevas pruebas para satisfacer la justicia divina, expiar y reparar sus faltas y obtener un futuro mejor.
Oren, pues, mis queridos amigos, con todo su corazón, por estos Espíritus arrepentidos que acaban de ser iluminados por una chispa de fuego. Hasta entonces no habían creído en las delicias eternas, porque en su castigo, que era el colmo de sus tormentos, no se les permitió tener esperanza. Juzgue su alegría, cuando el velo de la oscuridad se rasgó por fin, y el ángel enviado por el Señor abrió sus ojos ciegos a la luz de la fe. Son felices y, sin embargo, generalmente no se hacen ilusiones sobre el futuro; muchos de ellos saben que tienen hasta terribles pruebas que pasar; también reclaman urgentemente las oraciones de los vivos y la asistencia de los buenos Espíritus, para poder soportar con resignación la difícil tarea que les corresponderá.
Os lo vuelvo a decir, y no puedo repetirlo demasiado, para convenceros de esta gran verdad: orad desde el fondo de vuestro corazón por todos los Espíritus que sufren, sin distinción de castas o sectas, porque todos los hombres son hermanos, y deben apoyarse.
Fervientes Espíritas, especialmente vosotros que conocéis la situación de los Espíritus que sufren y sabéis apreciar las fases de la vida; vosotros que sabéis las dificultades que tienen que superar, ven en su ayuda. Es una hermosa caridad orar por estos pobres hermanos desconocidos, a menudo olvidados por todos, y cuya gratitud no podéis imaginar cuando se ven asistidos. La oración es para ellos lo que el dulce rocío es para la tierra arrasada. Imagina a un extraño caído en algún cruce de un camino oscuro, una noche oscura; sus pies están desgarrados por una larga carrera; siente el aguijón del hambre y la sed ardiente; a sus sufrimientos físicos se suman todas las torturas morales; la desesperación está a la vuelta de la esquina; en vano lanza gritos desgarradores a los cuatro vientos del cielo: ni un eco amigo responde a este llamado desesperado. ¡Y bien! supongamos que en el momento en que esta desdichada criatura ha llegado a los límites últimos del sufrimiento, una mano compasiva se acerca dulcemente a posarse sobre su hombro y traerle la ayuda que su posición exige; imagínese entonces, si es posible, el rapto de este hombre, y tendrá una vaga idea de la felicidad que da la oración a los Espíritus desdichados, que llevan la angustia del castigo y el aislamiento. Eternamente os estarán agradecidos, porque estad convencidos que en el mundo de los Espíritus no hay ingratos como en vuestra tierra.
Dije que el Día de Todos los Santos es una solemnidad impregnada de tristeza; una gran tristeza, en verdad, porque llama también la atención sobre la clase de aquellos Espíritus que, durante su existencia terrena, se entregaron al materialismo, al egoísmo; que no han querido conocer otros dioses que las miserables vanidades de su mundo insignificante; que no han tenido miedo de emplear todos los medios ilícitos para aumentar su riqueza y, a menudo, tirar a la gente honesta a la paja. Entre ellos están también los que han quebrantado su existencia por una muerte violenta; aquellos todavía que, durante su vida, se han arrastrado por el fango inmundo de la impureza.
Por todo esto, mi querido hermano, ¡qué terribles tormentos! Es tal como dice la escritura: Allí será el lloro y el crujir de dientes. Serán sumergidos en el profundo abismo de la oscuridad. Estos desdichados son llamados comúnmente los condenados, y aunque es más cierto llamarlos castigados, sin embargo, sufren torturas tan terribles como las que se atribuyen a los condenados en medio de las llamas. Envueltos en las tinieblas más espesas de un abismo que les parece insondable, aunque no circunscrito como os enseñan, experimentan sufrimientos morales indescriptibles hasta que abren su corazón al arrepentimiento.
Hay algunos, que a veces permanecen durante siglos en este estado, sin que les sea posible prever el fin de sus tormentos; por eso dicen que son réprobos para la eternidad. Esta opinión errónea ha encontrado crédito entre vosotros desde hace mucho tiempo; es un grave error; porque, tarde o temprano, estos Espíritus se abren al arrepentimiento, y entonces Dios, compadeciéndose de sus desgracias, les envía un ángel que se dirige a ellos con palabras de consuelo, y les abre un camino tanto más amplio cuanta más oración ha habido para ellos a los pies del Eterno.
Ves, hermano, las oraciones son siempre útiles a los culpables, y si no cambian los inmutables decretos de Dios, sin embargo, dan mucho alivio a los Espíritus dolientes, llevándoles el dulce pensamiento de estar aún en la memoria de algunas almas compasivas. Así el preso siente que su corazón salta de alegría cuando, a través de sus tristes rejas, ve el rostro de algún pariente o amigo que no lo ha olvidado en la desgracia.
Si el Espíritu sufriente está demasiado endurecido, demasiado material, para que la oración tenga acceso a su alma, un Espíritu puro lo recoge como un aroma precioso, y lo deposita en las ánforas celestiales hasta el día en que puedan ser usadas por los culpables.
Para que la oración dé fruto, no basta balbucear las palabras como lo hacen la mayoría de los hombres; la oración que sale del corazón es la única que agrada al Señor, la única que se toma en cuenta y que trae alivio a los Espíritus que sufren.
Tu hermana, que te quiere,
Pregunta (realizada en la Sociedad). - ¿Qué pensar del pasaje de esta comunicación, donde se dice: “Te aseguro que en nuestro mundo no hay ingratos como en tu tierra? Las almas de los hombres, siendo Espíritus encarnados, traen consigo sus vicios y sus virtudes: las imperfecciones de los hombres provienen de las imperfecciones del Espíritu, como sus cualidades provienen de las cualidades adquiridas. Según esto, y dado que los vicios más innobles los encontramos en los Espíritus, no entenderíamos por qué no podemos encontrar la ingratitud que tantas veces encontramos en la tierra.
Respuesta (por el Sr. Perché). “Indudablemente hay personas ingratas en el mundo de los Espíritus, y puedes poner en primer lugar a los Espíritus obsesivos y a los Espíritus malignos, que hacen todo lo posible por inculcarte sus pensamientos perversos a pesar del bien que les haces orando por ellos. Su ingratitud, sin embargo, es sólo momentánea; porque la hora del arrepentimiento les toca tarde o temprano; entonces sus ojos se abren a la luz y sus corazones también se abren para siempre al reconocimiento. En la tierra no es así, y a cada paso te encuentras con hombres que, a pesar de todo el bien que les haces, sólo te devuelven, hasta el final, con la más negra ingratitud.
El pasaje que requirió esta observación es oscuro solo porque carece de extensión. Consideré la cuestión sólo desde el punto de vista de los Espíritus abiertos al arrepentimiento, y aptos, por ese mismo hecho, para recoger inmediatamente los frutos de la oración. Estando estos Espíritus comprometidos en el camino correcto, y el Espíritu no retrocediendo, es claro que la gratitud no puede extinguirse en ellos.
Para que no haya confusión, escribiré la frase que dio lugar a esta observación de la siguiente manera: "Eternamente te lo agradecerán, porque ten la certeza de que, entre los Espíritus, aquellos a quienes habrás reconducido al buen camino no puede ser desagradecido”.
Observación. - Estas dos comunicaciones, como muchas otras de no menos elevado carácter moral, fueron obtenidas por Sr. Perché, en su cuartel, donde tiene varios compañeros que comparten sus creencias espíritas y conforma a ellas su conducta. Preguntaremos a los detractores del Espiritismo si estos soldados recibirían mejor consejo moral en el cabaret. Si este es el lenguaje de Satanás, ¡realmente se ha convertido en un ermitaño! ¡Es cierto que es tan viejo!
Al mismo tiempo, le preguntaremos al Sr. Tony, el ingenioso y sobre todo muy lógico periodista de Rochefort, que cree que el Espiritismo es uno de los males sacados de la caja de Pandora y una de esas cosas malsanas que estudia la higiene pública y la moral; le preguntaremos, decimos, qué hay de insalubre y antihigiénico en esta comunicación, y qué habrán perdido estos soldados en su moralidad y en su salud al renunciar a malos lugares para la oración.
Dispensario magnético
Fundado por Sr. Canelle, 11, rue Neuve‑des‑Martyrs, en París.
El primer artículo de esta edición destaca la relación entre Magnetismo y Espiritismo, y muestra la ayuda que, en muchos casos, el Magnetizador puede sacar del conocimiento Espírita, casos en que la idea materialista sólo podía paralizar la influencia saludable; estos informes saldrán aún mejor en el segundo artículo que publicaremos en el próximo número. Al traer a la atención de nuestros lectores la formación del establecimiento dirigido por el Sr. Canelle, a quien conocemos personalmente desde hace mucho tiempo como un experimentado magnetizador, no solo espiritualista, sino sinceramente Espírita, nos complace darle este testimonio de nuestra simpatía. Los tratamientos son dirigidos por él y por varios médicos magnetizadores. Se dedican proyecciones especiales a las magnetizaciones libres. Nos remitimos al prospecto para más información.
Fundado por Sr. Canelle, 11, rue Neuve‑des‑Martyrs, en París.
El primer artículo de esta edición destaca la relación entre Magnetismo y Espiritismo, y muestra la ayuda que, en muchos casos, el Magnetizador puede sacar del conocimiento Espírita, casos en que la idea materialista sólo podía paralizar la influencia saludable; estos informes saldrán aún mejor en el segundo artículo que publicaremos en el próximo número. Al traer a la atención de nuestros lectores la formación del establecimiento dirigido por el Sr. Canelle, a quien conocemos personalmente desde hace mucho tiempo como un experimentado magnetizador, no solo espiritualista, sino sinceramente Espírita, nos complace darle este testimonio de nuestra simpatía. Los tratamientos son dirigidos por él y por varios médicos magnetizadores. Se dedican proyecciones especiales a las magnetizaciones libres. Nos remitimos al prospecto para más información.
Respuesta
a un caballero de Burdeos
Un señor de Burdeos nos escribió una carta muy cortés, pero que contenía una crítica desde un punto de vista religioso al artículo publicado en el número de noviembre sobre El origen de la lengua, artículo que, dicho sea de paso, ha encontrado muchos admiradores. Esta carta que no tenía ni firma ni dirección, la hicimos caso como se debe hacer con cualquier carta sin nombre: la tiramos al fuego.
Un señor de Burdeos nos escribió una carta muy cortés, pero que contenía una crítica desde un punto de vista religioso al artículo publicado en el número de noviembre sobre El origen de la lengua, artículo que, dicho sea de paso, ha encontrado muchos admiradores. Esta carta que no tenía ni firma ni dirección, la hicimos caso como se debe hacer con cualquier carta sin nombre: la tiramos al fuego.
Errata
En el artículo publicado en el último número sobre: Un remedio dado por los Espíritus, se omitió decir que antes de la aplicación de la pomada, se debe lavar cuidadosamente la herida con agua de muérdago morado u otra loción suavizante.
ALLAN KARDEC.
En el artículo publicado en el último número sobre: Un remedio dado por los Espíritus, se omitió decir que antes de la aplicación de la pomada, se debe lavar cuidadosamente la herida con agua de muérdago morado u otra loción suavizante.