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INSTRUCCIONES PARTICULAR - Dadas a los grupos como respuestas a algunas de las cuestiones formuladas
Hay un punto sobre el cual considero un deber llamar vuestra atención. Quiero hablaros de las sórdidas maniobras de los adversarios del Espiritismo que, después de haberlo atacado en forma franca, pero infructuosa, tratan de hacerlo ahora por sus espaldas. Es esta una táctica sobre la cual es preciso que estéis prevenidos.
Como sabéis, al Espiritismo ya se lo combatió por todos los medios posibles: lo atacaron en nombre de la razón, de la ciencia y de la religión. Nada de eso fue certero. Se intentó cubrirlo del más premeditado ridículo, y el ridículo se deslizó sobre él como agua sobre el mármol. No se obtuvo más éxito con la amenaza ni con la persecución. Si ellas encontraron frágiles arbustos, también se enfrentaron con robustos robles que no pudieron doblar. Además, no consiguieron debilitar ninguna convicción. ¿Deberíamos suponer por ello que el enemigo ya se rindió? ¡No! Le restan aún dos últimos recursos que, confiamos, no han de resultarles mejor, gracias a la vigilancia y el buen sentido de todos los verdaderos espiritas, quienes sabrán preservarse de los enemigos internos como han podido rechazar a los externos.
No habiendo podido lograr el ridículo del Espiritismo, invulnerable bajo la égida de su sublime moral, esta vez intentan desacreditar a los espíritas, esto es, provocando actos extravagantes en ciertos espiritas o seudo espíritas, responsabilizando luego a todos de lo realizado por unos pocos. Lo que desean, por sobre todo, es ligar los vocablos espírita, Espiritismo y médium con los de embaucadores, mercenarios, nigromantes y decidores de la suerte, para lo cual no les será difícil encontrar a las personas que los ayuden a utilizar prácticas místicas o cabalísticas y justificar lo que se animaron a afirmar en ciertos periódicos: que los espíritas se entregan a las prácticas de la magia y de la hechicería y que sus reuniones no son otra cosa que renovadas escenas sabáticas. En conocimiento de que unos famosos saltimbanquis informaban de las representaciones de médiums norteamericanos y de otras nacionalidades, como se anuncia en el Hércules del Norte, ellos se restregan las manos excitados de alegría y corren a proclamar públicamente que el respetable Espiritismo se ha reducido a un espectáculo de feria.
Los verdaderos espíritas, obviamente, nunca habrán de brindarles esa satisfacción, y las personas de sano juicio sabrán siempre establecer diferencias entre lo serio y lo burlesco; no obstante, es preciso estar en guardia contra todo lo que pueda favorecer a tales críticas. Ante semejante situación, es importante cuidar hasta de las apariencias. Un detalle fundamental para dar un desmentido formal a esas alegaciones de la maledicencia, es el desinterés. ¿Qué podrá decirse de personas que todo lo hacen por devoción y sin esperar retribución alguna? ¿Cómo calificarlos de charlatanes mercenarios si ellos nada exigen? ¿Cómo alegar que viven del Espiritismo al igual que otras personas viven de sus negocios comunes? ¿Qué ventaja personal podrán ellos extraer del fraude si, por el contrario, su creencia los incentiva al sacrificio, a la abnegación y al más grande desprecio e indiferencia por los honores y las posesiones terrenas?
Yo lo repito: el desinterés moral y material será siempre la respuesta más concluyente que se pueda dar a los detractores de la Doctrina. Éstos lograrían la mayor satisfacción si pudiesen sustraerle esa solvencia moral, aun por medio de los pretextos o infundios y hasta llegando a pagar a algunas personas para desempeñar determinadas comedías. Actuar de otra forma será, pues, ofrecerles armas. ¿Queréis la prueba? Ella está en lo que leemos en el Courrier de l'Est, periódico publicado en Bar-leDuc, que fue cuidadosamente transcripto por el Courrier de Lot, editado en Cahors, además de otras publicaciones que, en serie, intentaban desafiarnos:
"... El Espiritismo tiene por partidarios tres clases bien distintas de individuos: los que de él viven, los que con él se divierten y los que en él creen. Magistrados, médicos, personas de responsabilidad se encuentran entre sus adeptos, y éstos, aunque inocentes, son extremadamente útiles a aquellos que de él viven. Los médiums constituyen hoy en día una categoría de industriales no registrados que, no por esto dejan de hacer su comercio, un verdadero comercio al respecto del cual deseo hablaros..."
Sigue luego un largo artículo condimentado con especias poco saludables, en el que se describe una sesión a la que el autor asistió y figura un pasaje, que trascribimos, relacionado con una señora que esperaba recibir una comunicación de su hija
"Y la mesa se dirigió hacia la infeliz madre, que se retorcía víctima de espasmos nerviosos. Cuando se rehizo de su emoción, le ofrecieron una copia del mensaje recibido: Costo, veinte francos; y el precio no es excesivo tratándose de una hija adorada".
Si debemos creer al autor del artículo, la sesión no se desarrolló de una forma que predominaran en ella el respeto y el recogimiento, puesto que él agrega:
"El señor que interrogaba a los Espíritus no me pareció con la dignidad que la situación de los interlocutores exigía: no brindaba a sus funciones mayor majestad que si estuviese trinchando una pierna de cordero en la mesa de huéspedes de Batignolles" .
Lo que más contrista es que Baya podido decir que vio establecer precios por las manifestaciones. Sin embargo, lo que es digno de lamentar en este caso es que se juzgue a una obra por su parodia. Además, es eso lo que hacen la mayoría de los críticos cuando afirman: ¡Yo vi!
Esos abusos, como dije, son excepciones, muy raras excepciones. Si los menciono con insistencia es porque tales hechos son en los que se fundamentan más los pretextos de la mala fe, si es que ellos ya, de por sí, no constituyen una obra de calculada maledicencia. De hecho, ellos no se podrían propagar en medio de una inmensa mayoría integrada por personas respetables que comprendiesen la verdadera misión del Espiritismo y las responsabilidades con que él nos inviste, así como la grave dignidad que le es propia. Es un deber, pues, negar toda solidaridad con los abusos que podrían comprometerlo, poniendo bien en claro, además, que no se pueden defender tan tristes hechos ni frente a la justicia ni ante la opinión pública.
Con todo, este no es el único escollo que se nos presenta a la vista. Ya dije que los adversarios tienen otra táctica para alcanzar sus fines: ella consiste en sembrar la desunión entre los adeptos, atizando el fuego de pequeñas pasiones y fomentando la envidia y el rencor, a la vez que generando cismas y suscitando las causas de antagonismos y de rivalidad entre los grupos con el fin de llevarlos a constituir diversos campos. ¡Y no creáis que son los enemigos declarados los que de esta forma actúan! Son los seudo amigos de la Doctrina y, con frecuencia, aquellos que más ardientes se muestran. En oportunidades, y con astucia, harán sacar las castañas del fuego a las mismas manos de amigos sinceros e inocentes que, hábilmente engañados, procederán de buena fe y sin desconfianza. Recordaos de que la lucha no ha terminado y se encuentra aún a vuestras puertas. Manteneos constantemente en guardia a fin de que ella no os encuentre desprevenidos. En caso de inseguridad, tenéis un faro que no os puede hacer equivocar: es la caridad, que jamás yerra. Considerad, pues, de origen sospechoso todo consejo, toda insinuación que tienda a sembrar entre vosotros gérmenes de discordia y haceros extraviar del camino recto que os enseña la caridad en todo y por todos.
¿No sería beneficioso que los espiritas tuviesen un distintivo o una seña cualquiera que los identificara donde se encontraren?
Los espíritas no constituyen ni una sociedad secreta, ni una organización sectaria. Ellos no deben tener, pues, ningún distintivo o señal para identificarse mutuamente. Como nada, enseñan y nada practican que no pueda ser conocido por todas las gentes, no tienen, por consecuencia, nada que ocultar. Un distintivo o una señal podría ser, además, usado por falsos hermanos, y el resultado de ello es fácil de imaginar.
Vosotros tenéis una seña que es comprendida de un extremo al otro del mundo: la de la caridad. Esta palabra es fácil de ser pronunciada y ella puede estar en la boca de todos, pero no por ello la auténtica caridad podrá ser falsificada. Siempre reconoceréis a un hermano en la práctica de esta sublime virtud, aun cuando él no se diga espírita, y a él debéis extenderle la mano aunque no comparta vuestra creencia, puesto que por ello no dejará de ser para con vosotros benevolente y tolerante.
Una señal de reconocimiento es hoy, por lo demás, completamente inútil, dado que el Espiritismo ya no se oculta. Para aquellos que no tienen el coraje de afirmar su opinión, igualmente sería inútil, puesto que de ella no se servirían. En cuanto a los demás, ellos se hacen reconocer hablando con voz clara, buen tono y sin ningún temor.
Algunas personas ven en el Espiritismo un peligro para las clases poco cultivadas que, sin poderlo comprender en su pura esencia, podrían desnaturalizar su espíritu y hacerlo degenerar en una superstición. ¿Qué se les podría responder?
Eso es posible que suceda con todo cuanto juzgamos de la mayor utilidad, y si fuésemos a suprimir las cosas de las que se puede hacer un mal uso, yo no sé qué es lo que quedaría, comenzando por la prensa, con cuyo auxilio se pueden difundir doctrinas perniciosas que envenenan el alma de los pueblos. También sería el caso de preguntarnos al respecto por qué Dios concedió la lengua a ciertas personas. Se abusa de todo, aun de las cosas más sagradas. Si el Espiritismo hubiese surgido de las clases menos esclarecidas, sin ninguna duda que él podría estar afectado de muchas supersticiones. Él, sin embargo, nació en medios cultos y sólo después de haberse elaborado y depurado en ellos fue que penetró, en los días que corren, en los sectores menos cultivados de la sociedad, a los cuales llegó liberado, por la experiencia y la observación, de todas las inconveniencias espúreas. Lo que podría tornarse realmente peligroso para el vulgo, sería el charlatanismo. Por ello es que nunca estará demás combatir, de manera cuidadosa y constante, y por todos los medios lícitos a nuestro alcance, la explotación, por ser una fuente inagotable de abusos.
Ya no estamos en el tiempo de los parias en que, con relación a los conocimientos, se decía: ¡Esto es bueno para éstos y esto otro para aquéllos! La luz penetra ahora constantemente en el taller del obrero, así como en la humilde choza, en la medida que el sol de la inteligencia se levanta en el horizonte y proyecta sus rayos con intensidad. Las ideas espíritas siguen el mismo proceso. Ellas están en el aire y no le es dado a nadie poder detenerlas. Lo único necesario es dirigir su curso. El punto capital del Espiritismo es su aspecto moral. Esto es lo importante que hay que hacer comprender -aun a costa de todo y cualquier esfuerzo-, y téngase presente que es de tal manera como él es visto hasta por los sectores menos esclarecidos. Por esa razón es grande y manifiesto, también, su efecto moralizador. Este es un ejemplo de ello, entre otros muchos:
En un grupo del cual participaba durante mi estancia en Lyón, en el fondo del salón se levantó un hombre vestido con ropas de trabajador, expresando lo siguiente: "Señor, hace seis meses yo no creía ni en Dios ni en el diablo, como tampoco en que tuviese un alma. Estaba persuadido que cuando morimos todo se acaba. No temía a Dios, pues le negaba; no me atemorizaban las penas futuras, dado que, según mi parecer, todo concluía con la vida. Será bueno decir que no oraba, pues desde mi primera comunión no había vuelto a poner los pies en una iglesia. Además de eso, era violento y arrebatado. Para resumir: yo no creía en nada, ni siquiera en la justicia humana. ¡Hace seis meses yo era así! Fue entonces que me acerqué al Espiritismo. Durante dos meses sostuve una lucha. Mientras tanto, yo leía y comprendía sin poder negar lo evidente. Una verdadera revolución se operó en mí. Hoy ya no soy el mismo hombre. Oro todos los días y frecuento la iglesia. En cuanto a mi carácter, preguntad a mis amigos si yo cambié. ¡Antes me irritaba con todo, una insignificancia me exasperaba! Hoy soy tranquilo y feliz y bendigo a Dios por haberme enviado sus luces".
¿Comprendéis de lo que es capaz un hombre que llega al punto de no creer ni en la justicia de los hombres? ¿Será posible negar el efecto saludable del Espiritismo sobre este hermano? Y hay millares como él. Aunque iletrado, no por eso dejó de comprender. Ello porque el Espiritismo no es una teoría abstracta que se dirige sólo a los sabios; él habla también al corazón, y para hablar el lenguaje del corazón no hay necesidad de poseer diplomas. ¡Hacedlo penetrar por este camino en las mansiones y en las chozas, y él hará milagros!
Si el Espiritismo hace mejores a los hombres y conduce a los incrédulos a la creencia en Dios, en el alma y en la vida futura, sólo puede realizar el bien. ¿Por qué, entonces, él tiene enemigos y por qué aquellos que todo eso niegan no se cansan de atacarlo?
El Espiritismo tiene enemigos como toda otra idea nueva los tiene. Una idea que se estableciese sin oposición, sería un hecho milagroso. Además, cuanto más falsa y absurda fuera, menos adversarios hallaría, mientras que los tendría en cantidad mayor si ella fuera verdadera, justa y útil. Esta es una consecuencia natural del estado actual de la humanidad. Toda idea nueva viene, necesariamente, a reemplazar a una idea vieja. Si ella es falsa, ridícula o impracticable, nadie le da importancia, puesto que se comprende que no tiene vitalidad. La dejan morir de muerte natural. Si es justa y fecunda, ella ; atemoriza a aquellos que, por cualquier motivo, por orgullo o interés material, estuvieren interesados en mantener la idea vieja. Éstos la combatirán con tanto mayor ardor cuanto mejor perciban el peligro que representa para sus intereses. Observad la historia, las industrias, las ciencias y las religiones, y por todas partes encontraréis la aplicación de este principio. Pero la historia también os dirá que contra la verdad nadie y nada puede prevalecer. Ella se establece, quiérase o no, cuando los hombres están lo suficientemente maduros para aceptarla. Es absolutamente necesario, entonces, que sus adversarios se sepan adecuar a esta circunstancia, pues esto es lo único que les cabe. Con todo, es curioso y digno de resaltar que, en muchas oportunidades, éstos han sido los primeros en vanagloriarse de ser los padres de la idea que hasta entonces combatieron.
En términos generales, se puede juzgar la importancia de una idea por la oposición que ella genera. Suponed que al llegar a un país tomáis conocimiento de que el pueblo allí se prepara para rechazar a un enemigo que intenta invadir su territorio. Pues bien, si percibiereis que son enviados a sus fronteras apenas cuatro soldados y un cabo, consideraréis que el enemigo no es tan temible. En cambio, otra será vuestra reacción si vierais movilizar contra él a numerosos batallones pertrechados con toda la artillería de guerra. De idéntica manera sucede con relación a las ideas nuevas. Divulgad una doctrina totalmente ridícula e irreal que afecte todos los intereses mayores de la sociedad. ¡Nadie intentará molestarse en combatirla! Si esa concepción, por el contrario, estuviese fundamentada sobre la lógica y el buen sentido, si reuniera entre sus adherentes a personas de inteligencia que fueran por ella impresionadas, todos cuantos viven bajo el amparo del orden vigente dirigirán contra ella sus más poderosas baterías. Tal es la historia del Espiritismo. Los que lo combaten con más encarnizamiento no lo hacen, en realidad, porque él constituya una idea falsa, pues -sería el caso de preguntar- ¿por qué dejan tantas otras ideas sin preocuparse de ellas? Es que el Espiritismo les inquieta y atemoriza. Además, no se teme a un mosquito, aunque muchas veces se haya visto a un mosquito tirar por tierra a un león.
Observad la sabiduría de la Providencia en todas las cosas: nunca una idea nueva, de cierta importancia, se presenta súbitamente con toda su fuerza. Ella crece gradualmente infiltrándose en los hábitos. Lo mismo ocurre con el Espiritismo, al cual podemos considerar, sin presunción alguna, como la idea capital del siglo diecinueve. Más adelante se podrá verificar si nos hemos engañado, a partir del inocente fenómeno de las mesas danzantes y parlantes. Fueron ellas una criatura con la cual jugaron hasta sus más implacables enemigos. Y, valiéndose de ese pasatiempo, ella penetró en todos los ambientes. Con todo, muy de prisa creció. Hoy es adulta y ocupó su lugar en el mundo de la filosofía. Ya no se juega con ella, la discuten y la combaten. Si fuese una mentira o una utopía, no habría salido de sus faldas.
Si la crítica no impidió el caminar al Espiritismo, ¿su progreso no habría sido aún más rápido si él hubiese pasado desapercibido?
Caminar más rápidamente de lo que el Espiritismo lo ha hecho, es muy difícil. Creo que, por el contrario, el silencio no lo habría auxiliado a progresar más y mejor, puesto que la crítica, con sus grandes tambores llamó la atención sobre él, beneficiándolo. Progresando, a pesar de los ataques, él probó sus propias fuerzas, dado que caminó apoyándose sobre sí mismo. El soldado que alcanza la posesión del reducto atravesando una lluvia de proyectiles, ¿no tiene más mérito que aquel otro que el enemigo le brinda protección, dejándolo pasar? Con su oposición, los adversarios del Espiritismo le concedieron a éste el mérito de la lucha y la victoria.
Existe algo que es más pernicioso para el Espiritismo que los ataques apasionados de sus adversarios. Son las publicaciones que los seudo adeptos hacen en su nombre. Algunas de ellas son realmente lamentables, puesto que ofrecen de la Doctrina Espírita una idea falsa y la exponen al ridículo. Es de preguntarse por qué Dios permite esas cosas y no esclarece a todos los hombres de la misma manera. ¿Podrá haber algún medio para remediar ese inconveniente que nos parece uno de los mayores escollos de la Doctrina?
Esta cuestión es muy grave y demanda algunas explicaciones. Yo diría, inicialmente, que no hay una sola idea nueva, en especial cuando ella se reviste de cierta importancia, que no halle obstáculos. El propio Cristianismo fue herido en la persona de su jefe-fundador, acusándoselo de impostor. Y sus primeros apóstoles, sus propagadores iniciales, ¿no se enfrentaron con detractores terribles? ¿Por qué, entonces, el Espiritismo sería un privilegiado en tal sentido?
En segundo término, observaría que esto que veis como un mal, en realidad es un bien. Para comprender este hecho es preciso mirar, no el presente, sino hacia el futuro. La humanidad padece muchos males que la corroen y que tienen su origen en el orgullo y el egoísmo. ¿Pensaréis curarla rápidamente? ¿Consideráis que esas pasiones que reinan soberanas sobre ella se dejarán destronar con facilidad? ¡No! Ellas ocultan la cabeza para morder a aquellos que vienen a perturbar su tranquilidad. Esta es, no lo dudéis, la causa de ciertas oposiciones. La moral del Espiritismo no conviene a todas las gentes. Es por ello que, no atreviéndose a atacar a ésta, atacan a su fuente.
El Espiritismo realizó, indudablemente, verdaderos milagros de reforma moral; pero suponer que esa transformación pueda ser repentina y universal, sería desconocer a la humanidad. Entre los mismos espiritas existen aquellos que, como ya dije, sólo ven del Espiritismo lo superficial y no alcanzan a comprender su verdadera finalidad esencial. Sea por incapacidad de juzgamiento, sea por orgullo, de él aceptan lo que los lisonjea y rechazan lo que los humilla. No es de extrañarnos, pues, que algunos espiritas lo acepten de una manera parcializada. Eso puede ser desalentador en el presente, pero no tendrá mayores consecuencias en el futuro.
Preguntáis por qué Dios no impide las equivocaciones. ¡Preguntadle por qué no creó a los hombres perfectos en lugar de concederles el trabajo y el mérito de perfeccionarse; por qué no hizo a la criatura nacer adulta, esclarecida y dotada de raciocinio en vez de hacerla adquirir experiencia por medio de la vivencia; por qué el árbol sólo alcanza su desarrollo después de largos años de crecimiento y el fruto su madurez cuando es llegada la estación propicia! ¡Preguntadle por qué el Cristianismo, que es su ley y su obra, sufrió tantas fluctuaciones desde su nacimiento; por qué ha permitido que los hombres se sirvan de su nombre sagrado para cometer tantos abusos, tantas injusticias y tantos crímenes! Nada se hace en forma súbita en la Naturaleza, todo marcha gradualmente, conforme a las leyes inmutables del Creador, y esas leyes conducen indefectiblemente hacia el objetivo que Él fijó.
Ahora bien, la humanidad en la Tierra es aún joven, a pesar de la pretensión de sus doctos. El Espiritismo, también él, apenas acaba de nacer. Él, como veis, crece rápidamente y disfruta de una excelente salud. No obstante, es preciso darle el tiempo necesario para alcanzar la edad viril. Ya os dije que los embates que sufre, y que vosotros lamentáis, tienen su lado bueno. Son los mismos Espíritus quienes nos vienen a explicar esa cuestión. Seguidamente trascribimos un pasaje de cierta comunicación que se refirió a este respecto:
"Los espíritas esclarecidos deben felicitarse por el hecho de que las ideas falsas y contradictorias se hayan manifestado en este período inicial, puesto que al ser combatidas se desgastan y se destruyen durante el curso de la infancia del Espiritismo. Una vez purgado de cuanto haya de indeseable, él fulgurará con un brillo más vivo y marchará con un paso más firme hasta que haya alcanzado su pleno desarrollo".
A esa juiciosa apreciación agrego: es así como un niño está sujeto a los aconteceres propios de la infancia hasta que todo se equilibra. Pero, para evaluar el efecto de esas disidencias y contradicciones, basta con observar cómo ellas se producen. ¿En qué se apoyan? En opiniones individuales que pueden reunir a algunas personas, puesto que no hay idea, por más absurda que sea, que no encuentre adherentes. Como se sabe, se juzga su valor por la preponderancia que ella adquiere. Pues bien, ¿dónde veis esas ideas, de las que hablarnos, que tengan la capacidad de atraer e interesar conquistando simpatías? ¿Dónde se constituyen en escuela, amenazando, por el número de adherentes, la bandera que adoptasteis? ¡En ninguna parte! Por el contrario, las ideas divergentes asisten a la evasión constante de sus propulsores, quienes parten para adherir a la unidad que se constituye en ley para la inmensa mayoría, si no lo es para la totalidad. De todas las teorías que aparecieron relacionadas con el origen de las manifestaciones, ¿cuántas permanecen en pie? Entre esas teorías hay una que en cierta ciudad adquirió, años atrás, grandes proporciones. Decidme, ¿cuántos son sus adherentes en la actualidad? ¿No creéis que si fuese verdadera se habría divulgado y crecido con fuerza? En semejante caso, la constatación del número es un índice que no nos puede engañar. En cuanto a mí, yo os declaro que, si la Doctrina de la cual me hice propagador fuese rechazada por unanimidad; si en lugar de crecer yo la hubiese visto declinar; si una teoría más racional hubiese conquistado un mayor número de simpatizantes, demostrando con ello, en forma concluyente, el error del Espiritismo, yo vería como una orgullosa puerilidad mantenerme a la cabeza de una idea falsa, puesto que, por sobre todo, la verdad no puede ser una cuestión de orden personal ni de amor propio. Ante esa realidad yo sería el primero en decir: "¡Hermano, esta es la luz, seguidla; os ofrezco mi propio ejemplo!"
Por otro lado, el error lleva consigo, y casi siempre, su propio remedio. Su reinado, además, tampoco es eterno. Tarde o temprano, enceguecido por unos pocos y efímeros acontecimientos es víctima de una especie de vértigo y cae ante el peso de sus aberraciones, que precipitan su caída. Deploráis las excentricidades de ciertos escritos publicados en nombre del Espiritismo. Por el contrario, debéis bendecirlos, pues por esos excesos es que el error se pierde. ¿Qué es lo que os choca en esos escritos? ¿Qué es lo que ocasiona vuestro rechazo de ellos y os impide, muchas veces, el seguir leyéndolos hasta el fin? Verdaderamente, ¡lo que hiere violentamente es vuestro buen sentido! Si la falsedad de las ideas no fuese lo suficientemente evidente, lo bastante chocante, tal vez os dejaríais conquistar por ellas, mientras que los errores tan manifiestos os hirieron constituyéndose en contravenenos.
Esos errores provienen casi siempre de Espíritus livianos, cismáticos o seudo sabios que se complacen de ver editadas sus fantasías y utopías, valiéndose para ello de la colaboración de hombres a quienes consiguieron confundir, hasta el punto de hacerlos aceptar a ojos cerrados todo cuanto les sugirieron, brindándoles algunos pocos granos de buena calidad en medio de mucha hierba mala. Mas, como esos Espíritus no tienen ni la verdadera cultura ni la verdadera sabiduría, no consiguen conservarse por mucho tiempo en su papel, traicionándolos su ignorancia. Dios permite que dejen traslucir en sus comunicaciones errores tan groseros, cosas tan absurdas y hasta ridículas, ideas en las cuales las nociones científicas más comunes son demostradas con tal falsedad que, simultáneamente, destruyen todo el compendio general del libro que las encierra.
¡Sin duda alguna, es de desear que sólo fuesen publicados buenos libros! Pero, aunque suceden cosas contrarias a esto, es preciso que no temáis respecto al futuro por la influencia de dichas obras. Ellas pueden, momentáneamente, encender un fuego de paja, pero cuando no se apoyan en una lógica rigurosa, observadlas después del transcurso de algunos años -muchas veces de algunos meses- a qué han sido reducidas. Para tales casos las librerías son un termómetro infalible.
Esto me lleva a decir algunas palabras sobre las comunicaciones mediúmnicas.
La publicación de ellas tanto puede ser útil, si es hecha con discernimiento, como perniciosa, si no se ajusta a ese requisito. Entre esas comunicaciones habrá algunas que, por buenas que sean, no interesarán más que a aquellos que las reciben, pues los extraños podrán considerarlas simples trivialidades. Otras tendrán solamente el interés de las circunstancias en que fuesen trasmitidas. Sin el conocimiento de los hechos con los que están relacionadas, a los ojos del observador parecerán insignificantes. Pero ese inconveniente estaría limitado al exclusivo interés de los editores. Con todo, junto a ellas existen algunas que son evidentemente nocivas, tanto por su forma como por su contenido, las cuales, firmadas por nombres respetables, naturalmente apócrifos, revelan un sentido absurdo o trivial que, lógicamente, se prestan al ridículo y ofrecen armas a la crítica. Todo eso se convierte en cosa peor aún cuando con esos mismos nombres se formulan teorías excéntricas o groseras formulaciones seudo científicas. No habría ningún inconveniente en publicar ese tipo de comunicaciones si ellas fuesen acompañadas de comentarios, ya sea para refutar los errores Q bien para recordar que constituyen la expresión de una opinión personal de la cual no se asume ninguna responsabilidad. Así, tal vez revelasen un algo de instructivas, poniendo al descubierto las aberrantes ideas que divulgan ciertos Espíritus. Pero publicarlas porque sí, presentándolas como expresión de la verdad y certificando la autenticidad de los firmantes, ¡es algo que el buen sentido no puede admitir, y en ello radica el principal inconveniente!
Dado que los Espíritus poseen el libre albedrío y una opinión sobre los hombres y las cosas, es preciso comprender que la prudencia y la conveniencia aconsejan alejar esos peligros. En beneficio de la misma Doctrina conviene, pues, hacer una selección muy severa en semejantes casos y poner de lado, con mucho cuidado, todo cuanto pueda ser motivo de una desfavorable impresión. Es así como el médium, conformándose a esta regla, podrá ofrecer una compilación instructiva capaz de atraer la atención y ser leída con interés; pero es también así que, publicando todo cuanto recibe, sin método ni discernimiento, será capaz de presentar muchos volúmenes detestables cuyo inconveniente menor será el de que no sean leídos.
Es preciso que se sepa que el Espiritismo serio se constituye en defensor, con alegría y firmeza, de toda obra elaborada con criterio, cualquiera sea el país de origen; pero que, igualmente, repudia todas las publicaciones excéntricas. Todos los espíritas que con sinceridad vigilan que la Doctrina no sea comprometida deben, pues, denunciarlas sin ninguna duda, tanto más porque, si algunas de ellas son producto de la buena fe, otras, en cambio, constituyen el trabajo de los mismos enemigos del Espiritismo que procuran desacreditarlo y motivar acusaciones contra él. Por eso, repito, es necesario que sepamos distinguir aquello que la Doctrina Espírita acepta de aquello que ella rechaza.
Considerando las sabias enseñanzas que brindan los Espíritus y el gran número de personas que son conducidas a Dios a través de sus consejos, ¿cómo es posible acreditar en que todo eso sea obra del demonio?
El demonio, en este caso, se manifiesta completamente desacertado, puesto que le sería mucho más fácil dominar a aquellos que no creen en Dios, ni en la existencia del alma, ni en la vida futura, y contra los cuales podría lograr, consecuentemente, todo cuanto se le ocurriese. Aunque bautizado, ¿quién puede estar más distante de la Iglesia que aquel que en nada cree? El demonio no necesita, pues, recurrir a ningún medio para atraerlo, y sería una locura de parte de él si con sus propios recursos lo aproximase a Dios, a la oración y a todas las convicciones que pueden apartar a alguien de la práctica del mal, y esto por el simple placer de recapturarlo luego. Esta doctrina ofrece una triste idea del diablo, representado siempre como tan hábil, convirtiéndolo, en realidad, en algo poco temible. El hombre de la fábula El pececillo y el pescador, nos recuerda el sentido común a aplicar en estos casos. ¿Qué se diría de alguien que, teniendo un pájaro aprisionado en una jaula lo soltase con la intención de prenderlo nuevamente?
Pero tenemos una argumentación todavía más seria. Si sólo el demonio se puede manifestar, él lo hace con o sin el permiso de Dios. Si lo hace sin ese permiso, él es más poderoso que Dios. Si cuenta con el permiso, esto significa que Dios no es bueno, puesto que otorga al Espíritu del mal, con exclusión de los demás, el poder de seducir a los hombres sin conceder a los Espíritus buenos, además, la oportunidad de combatir la mala influencia de aquél. Éste no sería ni un acto de bondad ni de justicia. Y la cosa sería aún peor si, de acuerdo con la opinión de ciertas personas, la suerte de los hombres estuviese fijada irrevocablemente después de la muerte, pues entonces Dios precipitaría intencionadamente y con conocimiento de causa a sus criaturas hacia los tormentos eternos, permitiendo que se les preparasen celadas. Ahora bien, Dios sólo puede ser concebido en la infinitud de sus atributos: limitar o disminuir uno solo de ellos sería su negación, dado que eso implicaría la posibilidad de un ser más perfecto. Esta doctrina, pues, se refuta ella misma. Por otro lado, cuenta con muy poco crédito para merecer cualquier consideración, incluso entre los indiferentes. Muy rápidamente ha de ser olvidada, y quienes la preconizan la han de abandonar espontáneamente cuando verifiquen que ella es la causante de más daños que beneficios.
¿Qué pensar de la prohibición impuesta por Moisés a los hebreos en el sentido de no evocar a las almas de los muertos? ¿Qué interpretación podríamos extraer del hecho relacionado con las evocaciones actuales?
La primera consecuencia a extraerse de esa prohibición es de que es posible evocar a las almas de los muertos y establecer relaciones con ellas. La prohibición de hacer una cosa implica la posibilidad de realizarla. Por ejemplo, ¿sería congruente el que se decretara una ley prohibiendo que subamos hasta las estrellas?
Es realmente curioso ver a los enemigos del Espiritismo recurrir al pasado para lograr sus objetivos y repudiar ese mismo pasado en todas las oportunidades en que él no les conviene. Si invocan la legislación de Moisés en esta circunstancia, ¿por qué no reclaman su aplicación de un modo integral? Dudo, sin embargo, que alguno de ellos esté tentado de revivir el código mosaico, sobre todo el penal, de neto corte draconiano y pródigo en penas de muerte. ¿Se podría haber dado entonces que -según ellos entendían- Moisés haya procedido correctamente en ciertas circunstancias y equivocadamente en otras? Pero, en tal caso, ¿por qué estaría acertado en lo concerniente a las evocaciones? Es que -alegan- Moisés hizo leyes apropiadas a su tiempo y al pueblo ignorante e indócil que conducía. Y esas leyes, saludables en aquel tiempo, ya no se encuadran dentro de nuestras costumbres y de nuestra cultura. Pues bien, esto mismo es precisamente lo que decimos con relación a la prohibición de evocar a los Espíritus. Por otra parte, ese hecho es explicable en su época, como podemos demostrar.
Los hebreos se lamentaban vivamente en el desierto por la pérdida de las delicias de Egipto, y esa fue la causa de las sublevaciones incesantes que Moisés, en ciertas ocasiones, no pudo reprimir sin recurrir al exterminio. De ahí la excesiva severidad de las leyes. En medio de ese estado de cosas, se obstinaba él por conseguir que su pueblo rompiese con los usos y las costumbres que le hiciesen recordar a Egipto. Pues bien, una de las prácticas que los hebreos conservaban de aquel país era la de las evocaciones, que en él se remontaba a tiempos inmemoriales. Y eso no es todo. Ese uso, que parecía ser bien comprendido y sabiamente practicado en la intimidad por un pequeño número de iniciados en los misterios, degeneró en abusos y cundió como superstición entre el pueblo, que en él veía sólo un arte de adivinación explotado por los charlatanes, como hoy en día lo hacen los decidores de la suerte. El pueblo hebreo, ignorante y grosero, lo adquirió bajo ese aspecto denigrante. Prohibiéndolo, Moisés realizó un acto de buena política y sabiduría. Hoy en día las cosas ya no son de igual manera, y lo que podía ser otrora un inconveniente ya no lo es en el estado actual de la sociedad. También nos levantamos nosotros contra el abuso que se pueda hacer de las relaciones con el Más Allá y afirmamos que ello es un sacrilegio, no por el hecho de establecer relaciones con las almas de los que han partido, sino por hacerlo con liviandad, de una manera irreverente o por simple especulación. Esta es la razón por la que el verdadero Espiritismo repudia todo cuanto pueda quitar a tales relaciones su carácter grave l y religioso, puesto que ello sería una verdadera profanación. Además, si las almas se pueden manifestar, ellas lo hacen con el permiso de Dios, y no puede existir mal alguno en lo que sucede con el permiso de Dios. El mal, en ésta como en otras cosas, está en el abuso y en el mal empleo.
¿Cómo podemos explicarnos este pasaje del Evangelio: "Porque se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos"? Los detractores utilizan este pasaje como arma contra los espíritas y los médiums.
Si fuésemos a tomar de los Evangelios todos los pasajes que se constituyen en la condena de los adversarios del Espiritismo, con ellos conformaríamos un volumen. Por consiguiente, es imprudente, por lo menos, quien levanta una cuestión que le puede caer sobre la cabeza, sobre todo cuando todas las ventajas están de lado del Espiritismo.
Para comenzar, diremos que ni los espíritas ni los médiums se hacen pasar por Cristo o por profetas. Por el contrario, manifiestan siempre que no pueden hacer milagros que impresionen los sentidos y que todos los fenómenos tangibles que se producen por su intermedio son efectos que están dentro de las leyes de la Naturaleza, y eso no tiene ningún carácter de milagro. Así pues, si quisiesen sacar partido de los privilegios de los profetas no pondrían empeño en despojarse del más poderoso prestigio: el don de hacer milagros. Ofreciendo la explicación de esos fenómenos que, sin ella, podrían ser considerados sobrenaturales por la multitud, cortan por la raíz la falsa ambición que en su provecho podrían explotar.
Suponiendo que un hombre se atribuya la condición de profeta, no dará prueba de ello haciendo lo que hacen los médiums. Y si así fuera, ningún espírita esclarecido se dejará engañar. El médium Home, por ejemplo, si fuese un charlatán y un ambicioso podría darse aires de enviado celeste. Pero, ¿cuál es, en realidad, la característica de un profeta? El verdadero profeta es un enviado de Dios para advertir y esclarecer a la humanidad. Pues bien, un enviado de Dios sólo puede ser un Espíritu superior y, como hombre, un hombre de bien. Será reconocido por sus actos, los que tendrán impreso el sello de su superioridad, y por las notables realizaciones que llevará a cabo por el bien y para el bien, las cuales revelarán su misión, sobre todo a las generaciones futuras, puesto que, conducido muchas veces inconscientemente por una fuerza superior, él pasa, generalmente, ignorando su condición de tal. No es él, pues, quien se atribuye esa cualidad, sino los hombres que lo reconocerán así, las más de las veces después de su muerte.
Por tanto, si un hombre quisiera hacerse pasar por la encarnación de tal o cual profeta, él deberá dar una prueba superlativa de sus cualidades morales, las que no han de ser, como mínimo, inferiores a las de aquel cuyo nombre se atribuye. Ahora bien, tal papel no es fácil de ser protagonizado, y, casi siempre, se revela poco agradable, dado que suele imponer penosas privaciones y duros sacrificios que a veces llegan hasta el de la propia vida. Hay en este momento diseminados por el mundo varios supuestos Elías, jeremías, Ezequiel y otros que, con todo, difícilmente se allanarían a la vida en el desierto, al tiempo que consideran muy cómodo vivir a expensas de sus ingenuas víctimas, merced a la autoridad del nombre que explotan. Hay también varios Cristo, como hay otros tantos Luís XVII, a los cuales sólo les falta caridad, abnegación, humildad, superioridad moral, en una palabra, todas las virtudes de Cristo. Si, como Él, no tuviesen donde reposar la cabeza y sí, como única perspectiva, el suplicio en una cruz, muy rápidamente abdicarían a una realeza que es tan poco lucrativa en este mundo. Por la obra se reconoce al obrero. Aquellos que se quieren colocar por encima de la humanidad deben mostrarse dignos de ello, si es que no quieren tener el destino del gallo que se adornó con las plumas del pavo real o del asno que se vistió con la piel del león. Una caída humillante les espera en este mundo y un disgusto mayor y más terrible en el otro, pues es allí en donde el que se elevó será humillado.
Sin embargo, suponiendo que un hombre dotado de una gran fuerza mediúmnica o magnética quisiera atribuirse el título de profeta o de Cristo e hiciera grandes señales y prodigios, de tal manera que engañara, si fuere posible, aun a los escogidos, esto es, a algunos hombres buenos y de buena fe, él podría tener a su favor las apariencias, ¿mas tendría también las virtudes?
Y las virtudes son la parte esencial.
El Espiritismo también advierte: ¡Precaveos de los falsos profetas y tomaos la tarea de arrancarles la máscara!
El Espiritismo, por tanto, repudia todo tipo de mixtificación y no brinda su aprobación a ningún abuso que se cometa en su nombre.
Sobre la formación de grupos y sociedades espiritas.
En varías localidades me solicitaron consejos para la formación de grupos espíritas. Tengo poco que decir a este respecto, además de lo que ya está contenido como instrucción en El Libro de los Médiums. Agregaré apenas unas pocas palabras.
La primera condición es, sin duda, constituir un núcleo de personas serias, por más limitado que sea su número. Cinco o seis personas, si son esclarecidas, sinceras e imbuidas por las verdades de la Doctrina y unidas por la misma intención, valen cien veces más que una multitud de curiosos o indiferentes. Seguidamente, sus miembros fundadores deben redactar un reglamento que se convertirá en ley para todos los adherentes.
Ese reglamento será muy simple, pues apenas deberá contener los puntos que tiendan a mantener la disciplina interior, dado que solamente las sociedades numerosas y regularmente constituidas son las que establecerán en forma específica las particularidades. Cada grupo, pues, puede confeccionar ese reglamento como lo desee. No obstante, a los efectos de brindar una facilidad y lograr coherencia al mismo, en las últimas páginas de esta obra ofrezco un modelo que podrá ser modificado conforme a las circunstancias y las necesidades propias de cada grupo. En todo, el objetivo fundamental que se persiga debe ser el recogimiento, la conservación del orden más perfecto y la exclusión de toda persona que no esté animada de intenciones serias o pueda constituirse en motivo de perturbación. Esa es la razón de la severidad que deberá ser prescripta a los nuevos miembros a ser admitidos en el futuro. No creáis que esa severidad pueda ser nociva a la propagación del Espiritismo. (Muy por el contrario) Las reuniones serias son las que hacen más prosélitos. Las reuniones frívolas, que son conducidas sin ningún orden ni dignidad, y en las cuales el primer curioso que se presenta puede manifestar sus humoradas, no inspiran ni atención ni respeto y de ellas los incré- dulos salen menos convencidos que al entrar. Estas reuniones son la alegría de los enemigos del Espiritismo; en cambio las otras son su preocupación, y yo conozco gente que todo lo daría por ver multiplicadas las primeras y desaparecidas la totalidad de las demás. Felizmente es lo contrario lo que ocurre. Es preciso tener en cuenta, además, que el deseo de ser admitido en las reuniones serias aumenta en razón de las dificultades mencionadas. En cuanto a la difusión doctrinaria, ella no se procesa en la medida de la admisión de los asistentes -quienes, por lo general, no se convencen en una o dos sesiones- sino por el estudio previo y por la conducta de los miembros fuera de las reuniones.
Excluir a las mujeres de las reuniones sería menoscabar su capacidad de juzgamiento que, la verdad sea dicha, sin intención de lisonja, muchas veces lleva ventaja sobre la de muchos hombres, entre los cuales incluiríamos hasta ciertos críticos intelectualizados. La presencia de señoras exige una observación más rigurosa de las costumbres de urbanidad y modifica una cierta displicencia común en las reuniones exclusivas de los hombres. Por lo demás, ¿por qué habríamos de privarlas de la influencia moralizadora del Espiritismo? La mujer sinceramente espírita podrá ser una buena esposa, una buena hija, una buena madre. Por exigencia de su propia condición ella tiene, muchas veces, más necesidad de las sublimes consolaciones del Espiritismo, las que la convertirán más fuerte y resignada frente a las pruebas de la vida. Por otra parte, ¿no se sabe que los Espíritus sólo tienen sexo al encarnar? Si la igualdad de los derechos de la mujer y del hombre debe ser reconocida, con mayor razón ella debe ser respetada entre los espíritas, pues es certero afirmar que la propagación del Espiritismo apresurará inevitablemente la abolición de los privilegios que el hombre se autoconcedió por el solo hecho de más fuerte. El advenimiento del Espiritismo ha de señalar la era de la emancipación legal de la mujer.
Tampoco debéis recelar de la admisión de los jóvenes. La gravedad de la asamblea espírita beneficiará sus caracteres. Ellos se tornarán más serios y, en el momento propicio, mediante la enseñanza de los buenos Espíritus, podrán adquirir la fe viva en Dios y en el futuro, el sentimiento de los deberes de familia que los llevará a ser más dulces y respetuosos, a la vez que atemperará la efervescencia de sus pasiones.
En cuanto a las formalidades legales, no existe en Francia establecida ninguna, siempre que las reuniones no se realicen con más de veinte personas. Las reuniones regulares y periódicas que cuenten con un número mayor al señalado deben ser autorizadas, y ello a pesar de la tolerancia -que no puede ser tenida por un derecho- que la mayoría de los grupos espiritas goza en razón de su carácter pacífico, exclusivamente moral y, por sobre todo, teniéndose en cuenta que no constituyen asociaciones mediante el nucleamiento de afiliados. No obstante, en cualquier circunstancia los espiritas deben ser los primeros en dar el ejemplo de sumisión a las leyes, cumplimentándolas cuando ello corresponda.
Hace algún tiempo se vienen constituyendo algunos grupos que tienen un especial carácter y cuya multiplicación entusiasta queremos destacar. Son los denominados grupos de enseñanza. Ellos se ocupan poco o nada de las manifestaciones. Todo su interés se vuelca a la lectura y la explicación de El Libro de los Espíritus, El Libro de los Médiums y de artículos de la Revista Espírita. Algunas personas animosas reúnen con ese objetivo a un cierto número de oyentes con el fin de evitarles las dificultades de la lectura o del estudio en aislamiento. Aplaudimos de todo corazón esa iniciativa que, confiamos, ha de contar con imitadores que ayuden a desarrollar y producir los mejores resultados. Para esa actividad no se tiene necesidad de ser orador o profesor, pues se trata de una lectura, como en familia, seguida de explicaciones sin pretensiones desde el punto de vista de la elocuencia, pero que están al alcance de todas las gentes.
Sin hacer de ello una norma obligatoria, muchos grupos tienen por hábito iniciar las sesiones con la lectura de algunos pasajes de El Libro de los Espíritus o de El Libro de los Médiums. Seríamos muy felices de ver esa práctica adoptada por la generalidad, dado que ella tiene por objetivo el despertar la atención por los principios que podrían ser mal comprendidos o pasar desapercibidos. En tales casos es beneficioso que los dirigentes o los presidentes de los grupos preparen con anticipación los pasajes que han de constituir el tema de la lectura, a fin de armonizar esa selección con las circunstancias.
No debe causar extrañeza o incomprensión que yo indique esas obras como básicas para el estudio, una vez que son las únicas en que la Ciencia Espírita se encuentra analizada en todas sus facetas y de una forma metódica. Con todo, habría de juzgar mal quien me supusiese exclusivo al punto de rechazar otras obras, entre las cuales muchas merecen la simpatía de los buenos Espíritus. Por lo demás, en un estudio integral es preciso examinar todo, aun aquello que es malo. Considero muy interesante también la lectura de las críticas, para de ellas resaltar el vacío y la ausencia de lógica: en ellas jamás se encuentra una afirmación capaz de conmover la fe de un espírita sincero; por el contrario, la fortalecen, dado que muchas veces ya la hicieron nacer en el corazón de los incrédulos que se dieron al trabajo de compararlas. Lo mismo se puede decir de ciertas obras que, si bien fueron escritas con una finalidad noble, no por eso dejan de contener errores manifiestos o excentricidades que es necesario poner al descubierto.
Existe otro hábito cuya adopción nos parece extremadamente útil: es el de que cada grupo recoja y pase en limpio las comunicaciones recibidas con el fin de recurrir a ellas en caso de necesidad. Los Espíritus que ven sus enseñanzas relegadas al olvido se decepcionan, por lo que en breve lapso abandonan al grupo. Es también muy útil que se haga una selección especial, bien redactada y clara, de las comunicaciones más bellas e instructivas, releyendo algunas de ellas en cada sesión con el fin de sacarles mayor provecho.
Sobre el uso de prácticas exteriores de culto en los grupos.
Con suma frecuencia me ha sido preguntado si es conveniente comenzar las sesiones con oraciones y ceremonias de tipo religioso. La respuesta no es sólo mía, sino también de los Espíritus que trataron este tema.
Sin ninguna duda, no es sólo conveniente, sino, además, necesario rogar por medio de una invocación especial, una especie de oración o plegaria, el concurso de los buenos Espíritus. Esa práctica predispone al recogimiento, lo cual es una condición especial de toda reunión seria. Lo mismo no sucede en cuanto a las prácticas exteriores de culto, por medio de las que ciertos grupos consideran un deber abrir sus sesiones, pero que tienen más de un inconveniente, a pesar de la buena intención con que son realizadas.
Todo en las reuniones espíritas debe suceder religiosamente, esto es, con gravedad, respeto y recogimiento. Pero es preciso no olvidar que el Espiritismo se dirige a todos los cultos. Por consiguiente, él no debe adoptar las formalidades de ninguno en particular. Sus enemigos ya fueron muy lejos en su intención de presentarlo como una secta nueva, buscando con ello un pretexto para combatirlo. Es preciso, pues, no fortalecer esa opinión con el empleo de rituales, de los que aquéllos no dejarían de sacar partido diciendo que las asambleas espíritas son reuniones de protestantes, cismáticos, etcétera. Por lo demás, sería una liviandad suponer que esas fórmulas tiendan a reconciliar a ciertos antagonistas. El Espiritismo, formulando un llamado a los hombres de todas las creencias para unirlos bajo la égida de la caridad y de la fraternidad, así como acostumbrándolos a mirarse como hermanos, cualquiera sea su manera de adorar a Dios, no debe herir la convicción de nadie con el empleo de prácticas o ceremonias rituales de ningún culto.
Son pocas las reuniones espíritas, por reducidos que sean los grupos, que no cuenten, sobre todo en Francia, con miembros o asistentes pertenecientes a distintas religiones. Si el Espiritismo se colocara abiertamente del lado de una de ellas, alejaría a las demás. Ahora bien, como hay espíritas en todas, asistiríamos a la formación de grupos católicos, judíos o protestantes que perpetuarían el antagonismo religioso, que es misión del Espiritismo abolir.
Esta es, además, una de las razones por la cual es conveniente abstenerse de discutir en las reuniones sobre dogmas particulares, pues ello, sin ninguna duda, afectaría a ciertas conciencias. En cambio, las cuestiones morales competen a todas las religiones y a todos los países. El Espiritismo es un terreno neutro en el cual todas las opiniones religiosas se pueden encontrar y estrechar las manos. En cambio, la controversia podría originar la desunión. No olvidéis que la desunión es uno de los medios a través del cual los enemigos del Espiritismo intentan atacarlo. Y es con ese fin que ellos inducen a ciertos grupos a ocuparse de cuestiones irritantes o comprometedoras con el pretexto astuto de que no se debe ocultar la luz. ¡No os dejéis atrapar por esa trampa! Los dirigentes de grupos deben ser firmes en rechazar todas las sugerencias de este género, si es que no quieren ser cómplices de esas turbias maquinaciones.
El empleo del aparato exterior del culto tendría idéntico resultado: el cisma entre los adeptos. Unos opinarían que no son lo suficientemente empleados, al paso que otros dirían que lo son con exceso. Para evitar ese inconveniente tan grave, aconsejamos la abstención de cualquier plegaria litúrgica, sin excepción, incluso la de la Oración Dominical, por más bella que sea. Como para formar parte de un grupo espírita no se exige a nadie abjurar de su religión, permítase que cada uno haga mentalmente la oración que más le plazca y juzgue acertada. Lo importante es que no haya nada de ostensivo y, en especial, nada de oficial. Lo mismo se puede decir con relación a la señal de la cruz, al hábito de ponerse de rodillas, etcétera ... Sin esta línea de conducta neutra no se podría impedir, por ejemplo, que un musulmán, integrante de un grupo espírita, se prosternara y colocara el rostro contra la tierra, recitando en voz alta la fórmula sacramental: "¡Sólo hay un Dios y Mahoma es su profeta!"
Ese inconveniente no existe cuando las oraciones son realizadas por cualquier persona, en forma independiente a todo culto particular. Después de lo manifestado, creo innecesario destacar lo ridículo que quedaría hacer repetir a coro a toda una asamblea una plegaria o fórmula cualquiera, como ya alguien me informó haber visto.
Por otra parte, debe quedar bien entendido que lo expresado no se aplica sino a los grupos y sociedades integrados por personas extrañas unas a las otras, y no a las reuniones íntimas de las familias, en las cuales, naturalmente, cada persona es libre de actuar como lo entiende más acertado, dado que en esos ambientes no se corre el riesgo de ofender las ideas de nadie.