Usted esta en:
¿Que és el Espiritismo?
¿Que és el Espiritismo?
INTRODUCCIÓN
AL CONOCIMIENTO DEL MUNDO INVISIBLE
POR MEDIO DE LAS MANIFESTACIONES DE LOS ESPÍRITUS.
CONTIENE
EL RESUMEN DE LOS PRINCIPIOS DE LA DOCTRINA ESPÍRITA
Y LA RESPUESTA A LAS PRINCIPALES OBJECIONES.
por
Allan Kardec
“Fuera de la caridad no hay salvación”
PRÓLOGO
Las personas que sólo tienen del Espiritismo un conocimiento superficial, se ven naturalmente impulsadas a hacer ciertas preguntas, cuya resolución hallaría con un estudio profundo. Pero les falta tiempo, y a menudo voluntad para entregarse a continuadas observaciones. Se quisiera, antes de empezar semejante tarea, saber por lo menos de qué se trata, y si vale la pena que nos ocupemos de ello. Nos ha parecido, pues, útil ofrecer en resumen la respuesta que debe darse a las preguntas fundamentales que nos dirigen diariamente. Esto será, para el lector, una primera iniciación, y ahorro de tiempo para nosotros, dispensándonos de repetir constantemente lo mismo.
En la introducción damos una rápida ojeada sobre la historia del Espiritismo en la antigüedad, exponiendo a la vez su aparición más marcada, en estos últimos tiempos, en América y Europa, y especialmente en ésta, donde ha podido reunirse mayor número de elementos para constituir un cuerpo de doctrina.
El primer capítulo contiene, en forma de diálogo, las respuestas a las objeciones más comunes que hacen los que ignoran los primeros fundamentos de la doctrina, así como también la refutación de los principales argumentos de sus adversarios. Esta forma nos ha parecido la más conveniente, porque no tiene la aridez de la dogmática.
Segundo capítulo está dedicado a la expansión somera de las partes de la ciencia práctica y experimental, en las cuales, a falta de una perfecta instrucción, debe fijarse el observador novicio para juzgar con conocimiento de causa. Es en cierto modo el resumen del El Libro de los Médiums. Las objeciones nacen frecuentemente de las ideas falsas que a priori nos formamos de lo que no conocemos; rectificar éstas es salir al encuentro de aquéllas. Tal es el objeto de este escrito. El tercer capítulo puede considerarse como el resumen de El Libro de los Espíritus. Es la resolución, por medio de la doctrina espiritista, de un cierto número de problemas de sumo interés, pertenecientes al orden psicológico, moral y filosófico, que diariamente nos proponemos, y a los cuales ninguna filosofía ha dado hasta hoy solución satisfactoria. Pruébese de resolverlos por cualquier otra teoría, sin la clave que proporciona el Espiritismo, y se verá qué repuestas son más lógicas y cuáles satisfacen más la razón.
Éste punto de vista es útil no solamente a los novicios, quienes podrán desde él conocer en poco tiempo y con poco trabajo las nociones más esenciales, sino también, y mucho, a los adeptos a quienes proporcionará medios de contestar a las primeras objeciones, que nunca dejan de hacérselas, y además, porque encontrarán reunidos, en un estrecho espacio y a la primera ojeada, los principios que nunca deben olvidar.
Respondiendo desde ahora y sumariamente a la pregunta formulada en el título de este libro, diremos lo siguiente:
El Espiritismo es a la vez una ciencia de observación y una doctrina filosófica. Como ciencia práctica, consiste en las relaciones que pueden establecer con los Espíritus; como doctrina filosófica, comprende todas las consecuencias morales que se desprenden de semejantes relaciones.
Podemos definirlo así:
El Espiritismo es la ciencia que trata de la naturaleza, origen y destino de los espíritus, y de sus relaciones con el mundo corporal.
El Espiritismo es la ciencia que trata de la naturaleza, origen y destino de los espíritus, y de sus relaciones con el mundo corporal.
CAPÍTULO PRIMERO — BREVE CONFERENCIA ESPIRITISTA
Diálogo primero
El crítico
Visitante. –Le diré a usted, caballero, que mi razón se resiste a admitir la
realidad de los extraños fenómenos atribuidos a los espíritus que, estoy persuadido de
ellos, sólo existen en la imaginación. No obstante, habríamos de inclinarnos ante la
evidencia, y así lo haría yo, si pudiese tener pruebas irrecusables. Vengo, pues, a solicitar
de su amabilidad el permiso de asistir únicamente, para no ser indiscreto, a una o dos
sesiones a fin de convencerme, si es posible.
Allan Kardec. –Caballero, desde el momento en que su razón se resiste a
admitir lo que nosotros tenemos por hechos positivos, es porque la cree superior a la de
todas las personas que no participan de sus opiniones. No pongo en duda su mérito, y no
tengo ninguna pretensión en hacer superior mi inteligencia a la suya. Admita usted, pues,
que yo vivo engañado, puesto que es la razón quien le habla, y asunto concluido.
V. –Sin embargo, sería un milagro, eminentemente favorable a su causa, que llegase a convencerme a mí, que soy conocido como antagonista de sus ideas.
A. K. –Lo siento, pero no tengo el don de hacer milagros. ¿Usted cree que una o dos sesiones bastarían para convencerle? Sería, en efecto, un verdadero milagro. Yo he necesitado más de un año de trabajo para convencerme a mí mismo, lo que le prueba que, si soy espiritista, no ha sido de ligeras. Por otra parte, caballero, yo no doy sesiones, y según parece, usted está equivocado sobre el objeto de nuestras reuniones, dado que no hacemos experimentos para satisfacer la curiosidad de nadie.
V. -¿Usted no desea, pues, hacer prosélitos?
A. K. -¿Por qué habría de desear hacer de usted uno de ellos, si usted no lo desea? Yo no violento ninguna convicción. Cuando encuentro personas que sinceramente desean instruirse y que me honran, pidiéndome aclaraciones, es para mí un placer y un deber contestarle con arreglo a mis conocimientos. Pero con los antagonistas que, como usted, tienen convicciones fijas, no doy un paso para atraérmelos, dado que encuentro bastantes personas dispuestas, y no pierdo el tiempo con las que no lo están. Sé que tarde o temprano llegará la convicción por la fuerza de las cosas, y que los más incrédulos serán arrastrados por la corriente; algunos partidarios más o menos no hacen falta, por ahora, en la balanza. Por eso no me verá usted nunca exasperarme para que participen de nuestras ideas aquellos que tienen tan buenas razones como usted para alejarse de las mismas.
V. –Sería, sin embargo, más útil el convencerme de lo que usted cree. ¿Quiere usted permitirme que me explique con franqueza, prometiéndome no ofenderse por mis palabras? Expondré mis ideas sobre el asunto y no sobre la persona a quien me dirijo. Puedo respetar a ésta, sin participar de su opinión.
A. K. –El Espiritismo me ha enseñado a prescindir de las mezquinas susceptibilidades del amor propio, y a no ofenderme por palabra alguna. Si las suyas salvan los límites de la urbanidad y de la conveniencia, deduciré de aquéllas que es usted un hombre mal educado, y nada más. Por lo que a mí respecta, prefiero abandonar a los otros los errores, que participar de ellos. Por esto únicamente comprenderá usted que el Espiritismo sirve de algo. Lo repito, caballero, no tengo ningún empeño en que usted sea de mi opinión; respecto la de usted, si es sincera, como deseo que se respete la mía. Mas ya que trata usted al Espiritismo de ilusión fantástica, se habrá dicho al dirigirse a mi casa: Vamos a ver a ese loco. Confiéselo usted francamente, no me enfadaré por eso. Todos los espiritistas somos locos, esto es lo que piensa normalmente. Pues bien, caballero, puesto que usted juzga al Espiritismo como una enfermedad menta, sería para mí un cargo de conciencia el comunicársela, y me maravilla que, teniendo tal idea, desee adquirir una convicción que le incluirá en el número de los locos. Si anticipadamente está persuadido de que no le podrán convencer, el paso que ha dado es inútil, porque no tiene otro objeto que la curiosidad. Concluyamos, pues, se lo ruego, porque no estoy para perder el tiempo en conversaciones sin objeto.
V. –Podemos engañarnos, hacernos ilusiones, sin ser por ello locos.
A. K. –Hable sin rodeos. Diga, como tantos otros, que el Espiritismo pasará como un soplo, pero habrá de convenir en que la doctrina que en algunos años ha hecho millones de prosélitos en todos los países, que tiene sabios a sus órdenes y que se propaga preferentemente en las clases ilustradas, es una manía especial, digna de examen.
V. –Yo tengo mis ideas sobre el particular, es cierto, pero no son de tal modo absolutas, que no consienta en sacrificarla a la evidencia. Decía, caballero, que debe usted tener cierto interés en convencerme. Le confesaré que voy a publicar un libro en que me propongo demostrar ex profeso lo que considero un error. Y como semejante libro tendrá gran aceptación y derrotará a los espíritus, no lo publicaría si usted llegase a convencerme.
A. K. –Me dolería en el alma, caballero, privar a usted de los beneficios de un libro que ha de tener tamaña trascendencia. Además, no tengo ningún interés en impedirle que lo publique; le deseo, por el contrario, una gran popularidad, pues nos servirá de prospecto y de anuncio. El ataque dirigido a una cosa despierta la atención; muchas personas quieren ver su pro y su contra, y la crítica la hace conocer de aquellos que ni siquiera pensaban en ella, así es como, sin saberlo, se hace la mayoría de las veces de reclamo en provecho de aquellos a quienes se quiere perjudicar. Por otra parte, la cuestión de los espíritus es tan interesante, pica la curiosidad hasta tal punto, que basta llamar sobre ella la atención para despertar deseos de profundizar en ella. 1
V. –Luego, según usted, ¿La crítica no sirve para nada, la opinión pública no tiene ningún valor?
A. K. –Yo no veo en la crítica la expresión pública, sino una opinión individual que puede engañarse. Lea usted la historia y verá cuántas obras maestras han sido criticadas a su aparición, lo que no ha impedido que continuaran siéndolo. Cuando una cosa es mala, todos los elogios posibles no conseguirán hacerla buena. Si el Espiritismo es un error, caerá por sí mismo; si es una verdad, todas las diatribas no harán de él una mentira. Su libro serán una apreciación personal; la verdadera opinión pública decidirá si es exacta. Para ello se querrá ver; y, si más adelante se reconoce que usted se ha engañado, su libro será ridículo, como los publicados en otro tiempo contra la teoría de la circulación de la sangre, de la vacuna, etcétera. Pero me olvidaba de que usted ha de tratar la cuestión ex profeso, lo que quiere decir que la ha estudiado en todas las fases; que ha visto todo lo que se puede ver, leído lo que se ha escrito sobre el particular, analizado y comparado las diversas opiniones; que se ha encontrado en las mejores condiciones para observar por usted mismo; que ha consagrado a dicho estudio noches enteras durante muchos años; en una palabra, que no ha descuidado usted nada para llegar al hallazgo de la verdad. Debo creerlo así, siendo un hombre formal, porque sólo el que practica todo lo indicado tiene derecho a decir que habla con conocimiento de causa. 1. Después de este diálogo, escrito en 1859, la experiencia ha venido a demostrar claramente la exactitud de esta proposición. ¿Qué pensaría usted de un hombre que se erigiese en censor de una obra literaria sin conocer la literatura, de un cuadro sin haber estudiado la pintura? Es principio de lógica elemental que el crítico deba conocer, no superficialmente, sino a fondo, el asunto de que habla, sin lo cual carece de valor. Para combatir un cálculo, se ha de aducir otro; mas para ello es preciso saber calcular. La crítica no debe limitarse a decir que una cosa es buena o mala, es necesario que justifique su opinión con una demostración clara y categórica, basada en los principios del arte o de la ciencia. ¿Y cómo podrá hacerlo si los ignora? ¿Podría usted apreciar las excelencias o defectos de una máquina sin conocer la mecánica? No; pues bien, su juicio sobre Espiritismo, que no conoce, no tendrá más valor que el que emitiera sobre la indicada máquina. Será usted sorprendido a cada instante en flagrante delito de ignorancia; porque los que habrán estudiado el Espiritismo verán enseguida que está fuera de la cuestión, de donde deducirán, o que no es usted un hombre serio, o que no procede de buena fe. En uno y otro caso, se expondrá a recibir un mentís poco agradable a su amor propio.
V. –Precisamente para salvar ese escollo vengo a rogarle que me permita presenciar algunos experimentos.
A. K. -¿Y cree usted que esto le bastará para hablar ex profeso del Espiritismo? ¿Cómo podrá comprender dichos experimentos, y lo que es más aún, juzgarlos, si no ha estudiado los principios que les sirven de base? ¿Cómo podrá usted apreciar el resultado, satisfactorio o no, de los experimentos metalúrgicos, por ejemplo, sin conocer a fondo la metalurgia? Permítame decirle a usted, caballero, que su proyecto es absolutamente semejante al del que, no sabiendo matemáticas ni astronomía, dijese a uno de los miembros del Observatorio: “Caballero, pienso escribir un libro sobre astronomía, y probar además que su sistema es falso, pero como que no tengo ni idea al respecto, permítame usted mirar dos o tres veces por los telescopios. Esto me bastará para saber tanto como usted.” Por extensión únicamente, la palabra criticar es sinónimo de censurar; en su acepción normal, y según su etimología, significa juzgar, apreciar. La crítica, pues, puede ser aprobatoria. Criticar un libro no equivale precisamente a condenarlo; el que se encargue de esta tarea debe desempeñarla sin ideas preconcebidas. Pero si antes a abrir el libro lo ha condenado ya anteriormente, su examen no puede ser imparcial. En semejante caso se encuentra la mayor parte de los que han hablado del Espiritismo. Por la palabra se han formado una opinión y han hecho lo que el juez que sentenciara sin tomarse el trabajo de examinar los autos. De aquí ha resultado que su juicio ha sido falso, y que en vez de persuadir ha hecho reír. Respecto de los que han estudiado seriamente la cuestión, la generalidad ha cambiado de parecer, y más de un adversario se ha vuelto partidario, viendo que se trataba de una cosa muy distinta de lo que había creído.
V. –Usted hablará del examen de los libros en general; ¿Pero cree usted que sea materialmente posible a un periodista leer y estudiar todos los libros que le vienen a mano, sobre todo cuando se trata de teorías nuevas, que le sería preciso profundizar y comprobar? Tanto valiera exigir de un impresor que leyese todas las obras que salen de sus prensas.
A. K. –A tan juicioso razonamiento sólo tengo que responder que, cuando se carece de tiempo para hacer concienzudamente una cosa, no se debe entrometer nadie en ella, y que vale más hacer una y bien, que diez y mal.
V. –No crea usted, caballero, que he formado mi opinión a la ligera. He visto mesas que giraban y golpeaban, y personas que se imaginaban escribir bajo la influencia de los espíritus; pero estoy convencido de que todo era charlatanismo.
A. K. -¿Cuánto pagó usted por ver todo eso?
V. –Nada, ciertamente.
A. K. –Pues vea usted unos charlatanes de singular especie, y que conseguirán cambiar el significado de la palabra. Hasta ahora no se habían conocido charlatanes desinteresados. Por un bromista haya querido divertirse una vez, ¿Ha de seguirse que las otras personas sean embaucadoras? Por otra parte, ¿Con qué objeto se habrían hecho cómplices de una mistificación? Para divertir la sociedad, contestará usted. Convengo en que una vez se preste alguien a una broma; pero cuándo esta dura meses y años, creo que el mistificado es el mistificador. ¿Es probable que, por el mero placer de hacer creer una cosa, que se juzga falsa, se aburra alguien horas enteras junto a una mesa? Semejante placer no es digno de tanto trabajo. Antes de calificar un acto de fraudulento, es preciso preguntarse qué interés hay en engañar, y usted convendrá en que existen posiciones que excluyen toda sospecha de superchería, y personas cuyo carácter es una garantía de probidad. Otra cosa sería si se tratase de una especulación, porque el cebo de la ganancia es mal consejero. Pero, aun admitiendo que en este último caso se hiciera constar positivamente una maniobra fraudulenta, no se probaría nada contra la realidad del principio, dado que de todo puede abusarse. Porque se vendan vinos adulterados, no se sigue que no lo haya puro. El Espiritismo no es más responsable de los que abusan de su nombre y lo explotan, que la ciencia médica de los charlatanes que preconizan sus drogas, y la religión de los sacerdotes que abusan de su ministerio. El Espiritismo por su misma naturaleza y novedad, debía prestarse a ciertos abusos, pero ha ofrecido medios de reconocerlos, definiendo claramente su verdadero carácter y declinando toda solidaridad con los que le explotan o le separan de su objeto exclusivamente moral, haciendo de él un oficio, un instrumento de adivinación o de fútiles investigaciones. Desde el momento que el Espiritismo traza por sí mismo los límites en que se encierra, y precisa lo que dice y lo que no dice, lo que puede y no puede, lo que es o no de sus atribuciones, lo que acepta y lo que rechaza, toda la culpa recae sobre aquellos que, sin tomarse el trabajo de estudiarlo, lo juzgan por las apariencias, quienes al encontrar charlatanes que se jacten de ser espiritistas para atraer a los transeúntes, dirán gravemente: He ahí el Espiritismo. ¿En quién recae definitivamente el ridículo? No es en el charlatán que desempeña su oficio, ni en el Espiritismo cuya doctrina escrita desmiente semejantes asertos, sino en los críticos, que hablan de cosas que no conocen, o que a sabiendas alteran la verdad. Los que atribuyen al Espiritismo lo que es contrario a su esencia, lo hacen, o por ignorancia o con intención; si es lo primero obran con ligereza, si es lo segundo con mala fe. En el último caso, se asemejan a ciertos historiadores que alteran la historia en interés de un partido o de una opinión. Y un partido se desacredita siempre, empleando tales medios, y no logra su objetivo. Observe usted bien, caballero, que no pretendo que la crítica deba aprobar nuestras ideas necesariamente, ni siquiera después de haberlas estudiado; no censuramos de ningún modo a los que no piensan como nosotros. Lo que para nosotros es evidente, puede no serlo para todo el mundo. Cada uno juzga las cosas desde su punto de vista, y no todos sacan las mismas consecuencias del hecho más positivo. Si un pintor, por ejemplo, pone en su cuadro un caballo blanco, alguien podrá decir muy bien que produce mal efecto, y que uno negro hubiese sentado mejor; pero el error hubiera consistido en decir que el caballo es blanco siendo negro, y esto es lo que hace la mayor parte de nuestros adversarios. En resumen, cada uno es completamente libre de aprobar o criticar los principios del Espiritismo, de deducir de ellos las buenas o malas consecuencias que se le antoje. Pero es un deber de conciencia para todo crítico serio el no decir lo contrario de lo que es, y para ello la primera condición es la de callar sobre lo que se ignora.
V. –Le suplico que volvamos a las mesas giratorias y parlantes. ¿No podría suceder que estuviesen preparadas de antemano?
A. K. –Esta es la misma cuestión de buena fe que he contestado ya. Probada la superchería, la rechazamos. Y si usted me señala hechos verídicamente calificados de fraude, de charlatanismo, de explotación o de abuso de confianza, los entrego a sus reprimendas, declarándole anticipadamente que no saldré a la defensa de los, mismos, porque el Espiritismo serio es el primero en repudiarlos, y porque señalando los abusos, se le ayuda a prevenirlos y le presta un servicio. Pero generalizar semejantes acusaciones, lanzar sobre una multitud de personas honradas la reprobación que merecen algunos individuos aislados, es un abuso, aunque de distinto género, porque es una calumnia. Admitiendo, como usted supone, que las mesas estuviesen preparadas, habría de ser preciso un mecanismo muy ingenioso para hacerles ejecutar movimientos y ruidos tan variados. ¿Por qué no se conocen aún el nombre del hábil artífice que las fabrica? Y debería, sin embargo, gozar de una inmensa celebridad, porque sus aparatos están esparcidos por las cinco partes del mundo. Preciso es convenir también que su procedimiento es muy ingenioso, puesto que puede adaptarse a la primera mesa que se tenga a mano, sin preparación alguna exterior. ¿Por qué razonamiento, desde Tertuliano, quien también habló de las mesas giratorias y parlantes hasta la actualidad, nadie ha podido verlo ni describirlo?
V. –Se engaña usted en este punto. Un célebre médico ha reconocido que ciertas personas pueden, contrayendo un músculo de la pierna, producir un ruido semejante al que se atribuye a la mesa, de donde deduce que los médiums se divierten a expensas de la credulidad.
A. K. –Si todo, pues, es producto del castañeteo de un músculo, no estará preparada la mesa. Y puesto que cada uno explica esta pretendida superchería a su manera, prueba esto evidentemente que ni los unos ni los otros conocen la verdadera causa. Respeto el saber del reputado facultativo; pero encuentro algunas dificultades en la aplicación del hecho que se señala a las mesas parlantes. Primera, es raro que esta facultad, excepcional hasta ahora, y mirada como un hecho patológico, se haya hecho tan común repentinamente. Segundo, se requiere un vivo deseo de mistificar para estar castañeteando un músculo durante dos o tres horas seguidas, cuando esto no reporta más que dolor y cansancio. Tercera, no comprendo lo bastante como el referido músculo se relaciona con las puertas y paredes en que se dejan oír los golpes. Cuarta y última, el indicado músculo castañeteador debe tener una propiedad muy maravillosa para hacer mover una pesada mesa, levantarla, abrirla, cerrarla, mantenerla en el aire sin punto de apoyo y, finamente, destrozarla dejándola caer. Nadie sospechaba tamañas virtudes en semejante músculo. El célebre médico de que habla usted, ¿Ha estudiado el fenómeno de la tiptología en los que lo producen? No, ha observado un efecto fisiológico, anormal, en algunos individuos, que jamás se han ocupado de las mesas golpeadoras, efecto que tiene cierta analogía con la que se produce en éstas, y sin mayor examen concluye, con toda la autoridad de su ciencia, que todos los que hacen hablar las mesas deben tener la propiedad de hacer castañetear su peroneo corto, y no pasan de ser farsantes, ya sean príncipes o cortesanos, ya se hagan o no pagar. ¿Pero ha estudiado por lo menos el fenómeno de la tiptología en todas las fases? ¿Se ha persuadido de que, con este castañeteo del músculo, se podían producir todos los efectos tiptológicos? No, porque de estarlo se hubiese convencido de la insuficiencia de su procedimiento y no hubiera proclamado su descubrimiento en pleno Instituto. ¡He aquí un juicio formal para un sabio! ¿Y qué nos resta hoy de él? Le confieso a usted que si tuviese que hacerme una operación quirúrgica, duraría mucho en confiarme a ese practicante, temeroso de que juzgase mi enfermedad con tan menguada perspicacia. Y puesto que semejante juicio es una de las autoridades en que parecía que debía usted apoyarse para batir al Espiritismo, me persuado completamente de la fuerza de sus otros argumentos, si no están tomados de fuentes más auténticas.
V. –Usted no me negará, sin embargo, que ha pasado la moda de las mesas giratorias. Durante cierto tiempo hicieron furor, pero hoy nadie se ocupa ya de ellas. ¿Por qué ocurre esto si son un asunto serio?
A. K. –Porque de las mesas giratorias ha salido una cosa más seria aún; ha salido toda una ciencia, toda una doctrina filosófica, altamente interesante para los hombres reflexivos. Cuando éstos nada han tenido que aprender ya viendo girar una mesa, no se han ocupado más de ello. Para las gentes fútiles que nada profundizan, eran un pasatiempo, un juguete que han abandonado cuando se han cansado de él; tales personas no figuran en la ciencia. El periodo de la curiosidad ha tenido su tiempo: le ha sucedido el de la observación. El Espiritismo entró entonces en el dominio de las personas graves, que no se divierten con él, sino que se instruyen. Por esto los hombres que lo toman como cosa formal no se prestan a ningún experimento de curiosidad, y menos aún en obsequio de los que abrogan pensamientos hostiles. Como no tratan de divertirse ellos mismos, no procuran divertir a los otros, y yo soy de este número.
V. –Sin embargo, solo el experimento puede convencer, aunque al principio no tenga más objeto que la curiosidad. Permítame que le diga que, operando en presencia de personas convencidas, predica usted a los suyos.
A. K. –Es muy diferente estar convencido que estar dispuesto a convencerse; a estos últimos es a quienes me dirijo, y no a los que creen humillar su razón oyendo lo que llaman fantasías. De estos últimos no me ocupo, ni mucho menos. Respecto de los que dicen que abrigan el deseo sincero de ilustrarse, el mejor modo de probarlo es demostrar perseverancia, y se les reconoce en que quieren trabajar seriamente y no por el antojo de presenciar uno o dos experimentos. La convicción se forma con el tiempo, por una serie de observaciones hechas con sumo cuidado. Los fenómenos espiritistas difieren esencialmente de los que ofrecen las ciencias exactas: no se producen por nuestra voluntad, es preciso cogerlos al vuelo. Y viendo mucho y por mucho tiempo es como se descubre una multitud de pruebas, que escapan a primera vista, sobre todo cuando no estamos familiarizados con las condiciones en que pueden hallarse y, más aún, cuando abrigamos prevenciones. Para el observador asiduo y reflexivo, abundan las pruebas: una palabra, un hecho insignificante en apariencia, puede ser un rayo de luz, una confirmación para el observador advenedizo. Para el curioso todo eso es nulo, y he aquí por qué no me presto a experimentos sin resultado probable.
V. –Pero, en fin, todo tiene su principio. ¿Cómo ha de hacerlo, si usted le niega los medios, el novicio que es una tabla rasa, que nada ha visto, pero que desea ilustrarse?
A. K. –Yo establezco una gran diferencia entre el incrédulo por ignorancia y el que lo es por sistema. Cuando encuentro a alguien en disposiciones favorables, nada me cuesta ilustrarle; pero hay personas en quienes el deseo de instruirse es aparente: con éstos se pierde el tiempo, porque si no encuentran inmediatamente lo que parece que buscan y cuyo hallazgo les sería quizás enojoso, lo poco que ven es suficiente para destruir sus prevenciones; lo juzgan mal y hacen de ello un asunto de burla que es inútil proporcionarles. Al que desea instruirse, le diré: “No puede hacerse un curso de Espiritismo experimental como se hace uno de Física y de Química, atendiendo a que nadie es dueño de producir los fenómenos a su antojo, y a que las inteligencias, agentes de los mismos, burlan con frecuencia nuestra previsión. Poco inteligibles serían para usted los que pudiera ver accidentalmente, no presentando ningún encadenamiento, ninguna trabazón necesaria. Entérese usted ante todo de la teoría, lea y medite las obras que tratan de esta ciencia. En ellas aprenderá los principios, hallará la descripción de todos los fenómenos, comprenderá su posibilidad por la explicación que se da de ellos y por el relato de una multitud de hechos espontáneos, de los cuales quizá ha sido usted testigo involuntario, y que recordará. Se enterará usted de todas las dificultades que pueden presentar, y se formará así la primera convicción moral. Entonces, y cuando se ofrezcan las circunstancias de ver y de operar por usted mismo, se hará cargo de todo, cualquiera que sea el orden en que se presenten los hechos, por que nada le será extraño. Esto es, caballero, lo que aconsejo a toda persona que dice quererse instruir, y por su respuesta me es fácil comprender si le mueve algo más que la curiosidad.
V. –Sin embargo, sería un milagro, eminentemente favorable a su causa, que llegase a convencerme a mí, que soy conocido como antagonista de sus ideas.
A. K. –Lo siento, pero no tengo el don de hacer milagros. ¿Usted cree que una o dos sesiones bastarían para convencerle? Sería, en efecto, un verdadero milagro. Yo he necesitado más de un año de trabajo para convencerme a mí mismo, lo que le prueba que, si soy espiritista, no ha sido de ligeras. Por otra parte, caballero, yo no doy sesiones, y según parece, usted está equivocado sobre el objeto de nuestras reuniones, dado que no hacemos experimentos para satisfacer la curiosidad de nadie.
V. -¿Usted no desea, pues, hacer prosélitos?
A. K. -¿Por qué habría de desear hacer de usted uno de ellos, si usted no lo desea? Yo no violento ninguna convicción. Cuando encuentro personas que sinceramente desean instruirse y que me honran, pidiéndome aclaraciones, es para mí un placer y un deber contestarle con arreglo a mis conocimientos. Pero con los antagonistas que, como usted, tienen convicciones fijas, no doy un paso para atraérmelos, dado que encuentro bastantes personas dispuestas, y no pierdo el tiempo con las que no lo están. Sé que tarde o temprano llegará la convicción por la fuerza de las cosas, y que los más incrédulos serán arrastrados por la corriente; algunos partidarios más o menos no hacen falta, por ahora, en la balanza. Por eso no me verá usted nunca exasperarme para que participen de nuestras ideas aquellos que tienen tan buenas razones como usted para alejarse de las mismas.
V. –Sería, sin embargo, más útil el convencerme de lo que usted cree. ¿Quiere usted permitirme que me explique con franqueza, prometiéndome no ofenderse por mis palabras? Expondré mis ideas sobre el asunto y no sobre la persona a quien me dirijo. Puedo respetar a ésta, sin participar de su opinión.
A. K. –El Espiritismo me ha enseñado a prescindir de las mezquinas susceptibilidades del amor propio, y a no ofenderme por palabra alguna. Si las suyas salvan los límites de la urbanidad y de la conveniencia, deduciré de aquéllas que es usted un hombre mal educado, y nada más. Por lo que a mí respecta, prefiero abandonar a los otros los errores, que participar de ellos. Por esto únicamente comprenderá usted que el Espiritismo sirve de algo. Lo repito, caballero, no tengo ningún empeño en que usted sea de mi opinión; respecto la de usted, si es sincera, como deseo que se respete la mía. Mas ya que trata usted al Espiritismo de ilusión fantástica, se habrá dicho al dirigirse a mi casa: Vamos a ver a ese loco. Confiéselo usted francamente, no me enfadaré por eso. Todos los espiritistas somos locos, esto es lo que piensa normalmente. Pues bien, caballero, puesto que usted juzga al Espiritismo como una enfermedad menta, sería para mí un cargo de conciencia el comunicársela, y me maravilla que, teniendo tal idea, desee adquirir una convicción que le incluirá en el número de los locos. Si anticipadamente está persuadido de que no le podrán convencer, el paso que ha dado es inútil, porque no tiene otro objeto que la curiosidad. Concluyamos, pues, se lo ruego, porque no estoy para perder el tiempo en conversaciones sin objeto.
V. –Podemos engañarnos, hacernos ilusiones, sin ser por ello locos.
A. K. –Hable sin rodeos. Diga, como tantos otros, que el Espiritismo pasará como un soplo, pero habrá de convenir en que la doctrina que en algunos años ha hecho millones de prosélitos en todos los países, que tiene sabios a sus órdenes y que se propaga preferentemente en las clases ilustradas, es una manía especial, digna de examen.
V. –Yo tengo mis ideas sobre el particular, es cierto, pero no son de tal modo absolutas, que no consienta en sacrificarla a la evidencia. Decía, caballero, que debe usted tener cierto interés en convencerme. Le confesaré que voy a publicar un libro en que me propongo demostrar ex profeso lo que considero un error. Y como semejante libro tendrá gran aceptación y derrotará a los espíritus, no lo publicaría si usted llegase a convencerme.
A. K. –Me dolería en el alma, caballero, privar a usted de los beneficios de un libro que ha de tener tamaña trascendencia. Además, no tengo ningún interés en impedirle que lo publique; le deseo, por el contrario, una gran popularidad, pues nos servirá de prospecto y de anuncio. El ataque dirigido a una cosa despierta la atención; muchas personas quieren ver su pro y su contra, y la crítica la hace conocer de aquellos que ni siquiera pensaban en ella, así es como, sin saberlo, se hace la mayoría de las veces de reclamo en provecho de aquellos a quienes se quiere perjudicar. Por otra parte, la cuestión de los espíritus es tan interesante, pica la curiosidad hasta tal punto, que basta llamar sobre ella la atención para despertar deseos de profundizar en ella. 1
V. –Luego, según usted, ¿La crítica no sirve para nada, la opinión pública no tiene ningún valor?
A. K. –Yo no veo en la crítica la expresión pública, sino una opinión individual que puede engañarse. Lea usted la historia y verá cuántas obras maestras han sido criticadas a su aparición, lo que no ha impedido que continuaran siéndolo. Cuando una cosa es mala, todos los elogios posibles no conseguirán hacerla buena. Si el Espiritismo es un error, caerá por sí mismo; si es una verdad, todas las diatribas no harán de él una mentira. Su libro serán una apreciación personal; la verdadera opinión pública decidirá si es exacta. Para ello se querrá ver; y, si más adelante se reconoce que usted se ha engañado, su libro será ridículo, como los publicados en otro tiempo contra la teoría de la circulación de la sangre, de la vacuna, etcétera. Pero me olvidaba de que usted ha de tratar la cuestión ex profeso, lo que quiere decir que la ha estudiado en todas las fases; que ha visto todo lo que se puede ver, leído lo que se ha escrito sobre el particular, analizado y comparado las diversas opiniones; que se ha encontrado en las mejores condiciones para observar por usted mismo; que ha consagrado a dicho estudio noches enteras durante muchos años; en una palabra, que no ha descuidado usted nada para llegar al hallazgo de la verdad. Debo creerlo así, siendo un hombre formal, porque sólo el que practica todo lo indicado tiene derecho a decir que habla con conocimiento de causa. 1. Después de este diálogo, escrito en 1859, la experiencia ha venido a demostrar claramente la exactitud de esta proposición. ¿Qué pensaría usted de un hombre que se erigiese en censor de una obra literaria sin conocer la literatura, de un cuadro sin haber estudiado la pintura? Es principio de lógica elemental que el crítico deba conocer, no superficialmente, sino a fondo, el asunto de que habla, sin lo cual carece de valor. Para combatir un cálculo, se ha de aducir otro; mas para ello es preciso saber calcular. La crítica no debe limitarse a decir que una cosa es buena o mala, es necesario que justifique su opinión con una demostración clara y categórica, basada en los principios del arte o de la ciencia. ¿Y cómo podrá hacerlo si los ignora? ¿Podría usted apreciar las excelencias o defectos de una máquina sin conocer la mecánica? No; pues bien, su juicio sobre Espiritismo, que no conoce, no tendrá más valor que el que emitiera sobre la indicada máquina. Será usted sorprendido a cada instante en flagrante delito de ignorancia; porque los que habrán estudiado el Espiritismo verán enseguida que está fuera de la cuestión, de donde deducirán, o que no es usted un hombre serio, o que no procede de buena fe. En uno y otro caso, se expondrá a recibir un mentís poco agradable a su amor propio.
V. –Precisamente para salvar ese escollo vengo a rogarle que me permita presenciar algunos experimentos.
A. K. -¿Y cree usted que esto le bastará para hablar ex profeso del Espiritismo? ¿Cómo podrá comprender dichos experimentos, y lo que es más aún, juzgarlos, si no ha estudiado los principios que les sirven de base? ¿Cómo podrá usted apreciar el resultado, satisfactorio o no, de los experimentos metalúrgicos, por ejemplo, sin conocer a fondo la metalurgia? Permítame decirle a usted, caballero, que su proyecto es absolutamente semejante al del que, no sabiendo matemáticas ni astronomía, dijese a uno de los miembros del Observatorio: “Caballero, pienso escribir un libro sobre astronomía, y probar además que su sistema es falso, pero como que no tengo ni idea al respecto, permítame usted mirar dos o tres veces por los telescopios. Esto me bastará para saber tanto como usted.” Por extensión únicamente, la palabra criticar es sinónimo de censurar; en su acepción normal, y según su etimología, significa juzgar, apreciar. La crítica, pues, puede ser aprobatoria. Criticar un libro no equivale precisamente a condenarlo; el que se encargue de esta tarea debe desempeñarla sin ideas preconcebidas. Pero si antes a abrir el libro lo ha condenado ya anteriormente, su examen no puede ser imparcial. En semejante caso se encuentra la mayor parte de los que han hablado del Espiritismo. Por la palabra se han formado una opinión y han hecho lo que el juez que sentenciara sin tomarse el trabajo de examinar los autos. De aquí ha resultado que su juicio ha sido falso, y que en vez de persuadir ha hecho reír. Respecto de los que han estudiado seriamente la cuestión, la generalidad ha cambiado de parecer, y más de un adversario se ha vuelto partidario, viendo que se trataba de una cosa muy distinta de lo que había creído.
V. –Usted hablará del examen de los libros en general; ¿Pero cree usted que sea materialmente posible a un periodista leer y estudiar todos los libros que le vienen a mano, sobre todo cuando se trata de teorías nuevas, que le sería preciso profundizar y comprobar? Tanto valiera exigir de un impresor que leyese todas las obras que salen de sus prensas.
A. K. –A tan juicioso razonamiento sólo tengo que responder que, cuando se carece de tiempo para hacer concienzudamente una cosa, no se debe entrometer nadie en ella, y que vale más hacer una y bien, que diez y mal.
V. –No crea usted, caballero, que he formado mi opinión a la ligera. He visto mesas que giraban y golpeaban, y personas que se imaginaban escribir bajo la influencia de los espíritus; pero estoy convencido de que todo era charlatanismo.
A. K. -¿Cuánto pagó usted por ver todo eso?
V. –Nada, ciertamente.
A. K. –Pues vea usted unos charlatanes de singular especie, y que conseguirán cambiar el significado de la palabra. Hasta ahora no se habían conocido charlatanes desinteresados. Por un bromista haya querido divertirse una vez, ¿Ha de seguirse que las otras personas sean embaucadoras? Por otra parte, ¿Con qué objeto se habrían hecho cómplices de una mistificación? Para divertir la sociedad, contestará usted. Convengo en que una vez se preste alguien a una broma; pero cuándo esta dura meses y años, creo que el mistificado es el mistificador. ¿Es probable que, por el mero placer de hacer creer una cosa, que se juzga falsa, se aburra alguien horas enteras junto a una mesa? Semejante placer no es digno de tanto trabajo. Antes de calificar un acto de fraudulento, es preciso preguntarse qué interés hay en engañar, y usted convendrá en que existen posiciones que excluyen toda sospecha de superchería, y personas cuyo carácter es una garantía de probidad. Otra cosa sería si se tratase de una especulación, porque el cebo de la ganancia es mal consejero. Pero, aun admitiendo que en este último caso se hiciera constar positivamente una maniobra fraudulenta, no se probaría nada contra la realidad del principio, dado que de todo puede abusarse. Porque se vendan vinos adulterados, no se sigue que no lo haya puro. El Espiritismo no es más responsable de los que abusan de su nombre y lo explotan, que la ciencia médica de los charlatanes que preconizan sus drogas, y la religión de los sacerdotes que abusan de su ministerio. El Espiritismo por su misma naturaleza y novedad, debía prestarse a ciertos abusos, pero ha ofrecido medios de reconocerlos, definiendo claramente su verdadero carácter y declinando toda solidaridad con los que le explotan o le separan de su objeto exclusivamente moral, haciendo de él un oficio, un instrumento de adivinación o de fútiles investigaciones. Desde el momento que el Espiritismo traza por sí mismo los límites en que se encierra, y precisa lo que dice y lo que no dice, lo que puede y no puede, lo que es o no de sus atribuciones, lo que acepta y lo que rechaza, toda la culpa recae sobre aquellos que, sin tomarse el trabajo de estudiarlo, lo juzgan por las apariencias, quienes al encontrar charlatanes que se jacten de ser espiritistas para atraer a los transeúntes, dirán gravemente: He ahí el Espiritismo. ¿En quién recae definitivamente el ridículo? No es en el charlatán que desempeña su oficio, ni en el Espiritismo cuya doctrina escrita desmiente semejantes asertos, sino en los críticos, que hablan de cosas que no conocen, o que a sabiendas alteran la verdad. Los que atribuyen al Espiritismo lo que es contrario a su esencia, lo hacen, o por ignorancia o con intención; si es lo primero obran con ligereza, si es lo segundo con mala fe. En el último caso, se asemejan a ciertos historiadores que alteran la historia en interés de un partido o de una opinión. Y un partido se desacredita siempre, empleando tales medios, y no logra su objetivo. Observe usted bien, caballero, que no pretendo que la crítica deba aprobar nuestras ideas necesariamente, ni siquiera después de haberlas estudiado; no censuramos de ningún modo a los que no piensan como nosotros. Lo que para nosotros es evidente, puede no serlo para todo el mundo. Cada uno juzga las cosas desde su punto de vista, y no todos sacan las mismas consecuencias del hecho más positivo. Si un pintor, por ejemplo, pone en su cuadro un caballo blanco, alguien podrá decir muy bien que produce mal efecto, y que uno negro hubiese sentado mejor; pero el error hubiera consistido en decir que el caballo es blanco siendo negro, y esto es lo que hace la mayor parte de nuestros adversarios. En resumen, cada uno es completamente libre de aprobar o criticar los principios del Espiritismo, de deducir de ellos las buenas o malas consecuencias que se le antoje. Pero es un deber de conciencia para todo crítico serio el no decir lo contrario de lo que es, y para ello la primera condición es la de callar sobre lo que se ignora.
V. –Le suplico que volvamos a las mesas giratorias y parlantes. ¿No podría suceder que estuviesen preparadas de antemano?
A. K. –Esta es la misma cuestión de buena fe que he contestado ya. Probada la superchería, la rechazamos. Y si usted me señala hechos verídicamente calificados de fraude, de charlatanismo, de explotación o de abuso de confianza, los entrego a sus reprimendas, declarándole anticipadamente que no saldré a la defensa de los, mismos, porque el Espiritismo serio es el primero en repudiarlos, y porque señalando los abusos, se le ayuda a prevenirlos y le presta un servicio. Pero generalizar semejantes acusaciones, lanzar sobre una multitud de personas honradas la reprobación que merecen algunos individuos aislados, es un abuso, aunque de distinto género, porque es una calumnia. Admitiendo, como usted supone, que las mesas estuviesen preparadas, habría de ser preciso un mecanismo muy ingenioso para hacerles ejecutar movimientos y ruidos tan variados. ¿Por qué no se conocen aún el nombre del hábil artífice que las fabrica? Y debería, sin embargo, gozar de una inmensa celebridad, porque sus aparatos están esparcidos por las cinco partes del mundo. Preciso es convenir también que su procedimiento es muy ingenioso, puesto que puede adaptarse a la primera mesa que se tenga a mano, sin preparación alguna exterior. ¿Por qué razonamiento, desde Tertuliano, quien también habló de las mesas giratorias y parlantes hasta la actualidad, nadie ha podido verlo ni describirlo?
V. –Se engaña usted en este punto. Un célebre médico ha reconocido que ciertas personas pueden, contrayendo un músculo de la pierna, producir un ruido semejante al que se atribuye a la mesa, de donde deduce que los médiums se divierten a expensas de la credulidad.
A. K. –Si todo, pues, es producto del castañeteo de un músculo, no estará preparada la mesa. Y puesto que cada uno explica esta pretendida superchería a su manera, prueba esto evidentemente que ni los unos ni los otros conocen la verdadera causa. Respeto el saber del reputado facultativo; pero encuentro algunas dificultades en la aplicación del hecho que se señala a las mesas parlantes. Primera, es raro que esta facultad, excepcional hasta ahora, y mirada como un hecho patológico, se haya hecho tan común repentinamente. Segundo, se requiere un vivo deseo de mistificar para estar castañeteando un músculo durante dos o tres horas seguidas, cuando esto no reporta más que dolor y cansancio. Tercera, no comprendo lo bastante como el referido músculo se relaciona con las puertas y paredes en que se dejan oír los golpes. Cuarta y última, el indicado músculo castañeteador debe tener una propiedad muy maravillosa para hacer mover una pesada mesa, levantarla, abrirla, cerrarla, mantenerla en el aire sin punto de apoyo y, finamente, destrozarla dejándola caer. Nadie sospechaba tamañas virtudes en semejante músculo. El célebre médico de que habla usted, ¿Ha estudiado el fenómeno de la tiptología en los que lo producen? No, ha observado un efecto fisiológico, anormal, en algunos individuos, que jamás se han ocupado de las mesas golpeadoras, efecto que tiene cierta analogía con la que se produce en éstas, y sin mayor examen concluye, con toda la autoridad de su ciencia, que todos los que hacen hablar las mesas deben tener la propiedad de hacer castañetear su peroneo corto, y no pasan de ser farsantes, ya sean príncipes o cortesanos, ya se hagan o no pagar. ¿Pero ha estudiado por lo menos el fenómeno de la tiptología en todas las fases? ¿Se ha persuadido de que, con este castañeteo del músculo, se podían producir todos los efectos tiptológicos? No, porque de estarlo se hubiese convencido de la insuficiencia de su procedimiento y no hubiera proclamado su descubrimiento en pleno Instituto. ¡He aquí un juicio formal para un sabio! ¿Y qué nos resta hoy de él? Le confieso a usted que si tuviese que hacerme una operación quirúrgica, duraría mucho en confiarme a ese practicante, temeroso de que juzgase mi enfermedad con tan menguada perspicacia. Y puesto que semejante juicio es una de las autoridades en que parecía que debía usted apoyarse para batir al Espiritismo, me persuado completamente de la fuerza de sus otros argumentos, si no están tomados de fuentes más auténticas.
V. –Usted no me negará, sin embargo, que ha pasado la moda de las mesas giratorias. Durante cierto tiempo hicieron furor, pero hoy nadie se ocupa ya de ellas. ¿Por qué ocurre esto si son un asunto serio?
A. K. –Porque de las mesas giratorias ha salido una cosa más seria aún; ha salido toda una ciencia, toda una doctrina filosófica, altamente interesante para los hombres reflexivos. Cuando éstos nada han tenido que aprender ya viendo girar una mesa, no se han ocupado más de ello. Para las gentes fútiles que nada profundizan, eran un pasatiempo, un juguete que han abandonado cuando se han cansado de él; tales personas no figuran en la ciencia. El periodo de la curiosidad ha tenido su tiempo: le ha sucedido el de la observación. El Espiritismo entró entonces en el dominio de las personas graves, que no se divierten con él, sino que se instruyen. Por esto los hombres que lo toman como cosa formal no se prestan a ningún experimento de curiosidad, y menos aún en obsequio de los que abrogan pensamientos hostiles. Como no tratan de divertirse ellos mismos, no procuran divertir a los otros, y yo soy de este número.
V. –Sin embargo, solo el experimento puede convencer, aunque al principio no tenga más objeto que la curiosidad. Permítame que le diga que, operando en presencia de personas convencidas, predica usted a los suyos.
A. K. –Es muy diferente estar convencido que estar dispuesto a convencerse; a estos últimos es a quienes me dirijo, y no a los que creen humillar su razón oyendo lo que llaman fantasías. De estos últimos no me ocupo, ni mucho menos. Respecto de los que dicen que abrigan el deseo sincero de ilustrarse, el mejor modo de probarlo es demostrar perseverancia, y se les reconoce en que quieren trabajar seriamente y no por el antojo de presenciar uno o dos experimentos. La convicción se forma con el tiempo, por una serie de observaciones hechas con sumo cuidado. Los fenómenos espiritistas difieren esencialmente de los que ofrecen las ciencias exactas: no se producen por nuestra voluntad, es preciso cogerlos al vuelo. Y viendo mucho y por mucho tiempo es como se descubre una multitud de pruebas, que escapan a primera vista, sobre todo cuando no estamos familiarizados con las condiciones en que pueden hallarse y, más aún, cuando abrigamos prevenciones. Para el observador asiduo y reflexivo, abundan las pruebas: una palabra, un hecho insignificante en apariencia, puede ser un rayo de luz, una confirmación para el observador advenedizo. Para el curioso todo eso es nulo, y he aquí por qué no me presto a experimentos sin resultado probable.
V. –Pero, en fin, todo tiene su principio. ¿Cómo ha de hacerlo, si usted le niega los medios, el novicio que es una tabla rasa, que nada ha visto, pero que desea ilustrarse?
A. K. –Yo establezco una gran diferencia entre el incrédulo por ignorancia y el que lo es por sistema. Cuando encuentro a alguien en disposiciones favorables, nada me cuesta ilustrarle; pero hay personas en quienes el deseo de instruirse es aparente: con éstos se pierde el tiempo, porque si no encuentran inmediatamente lo que parece que buscan y cuyo hallazgo les sería quizás enojoso, lo poco que ven es suficiente para destruir sus prevenciones; lo juzgan mal y hacen de ello un asunto de burla que es inútil proporcionarles. Al que desea instruirse, le diré: “No puede hacerse un curso de Espiritismo experimental como se hace uno de Física y de Química, atendiendo a que nadie es dueño de producir los fenómenos a su antojo, y a que las inteligencias, agentes de los mismos, burlan con frecuencia nuestra previsión. Poco inteligibles serían para usted los que pudiera ver accidentalmente, no presentando ningún encadenamiento, ninguna trabazón necesaria. Entérese usted ante todo de la teoría, lea y medite las obras que tratan de esta ciencia. En ellas aprenderá los principios, hallará la descripción de todos los fenómenos, comprenderá su posibilidad por la explicación que se da de ellos y por el relato de una multitud de hechos espontáneos, de los cuales quizá ha sido usted testigo involuntario, y que recordará. Se enterará usted de todas las dificultades que pueden presentar, y se formará así la primera convicción moral. Entonces, y cuando se ofrezcan las circunstancias de ver y de operar por usted mismo, se hará cargo de todo, cualquiera que sea el orden en que se presenten los hechos, por que nada le será extraño. Esto es, caballero, lo que aconsejo a toda persona que dice quererse instruir, y por su respuesta me es fácil comprender si le mueve algo más que la curiosidad.
Diálogo segundo. El escéptico
Espiritismo y Espiritualismo
Empezaré
por preguntarle: ¿Qué necesidad había de crear las nuevas palabras
espiritista y Espiritismo, para reemplazar las de espiritualismo y
espiritualista, que
pertenecen al lenguaje común y son comprendidas por todo el mundo? He
oído a
muchos tratar de barbarismos a las nuevas palabras.
A. K. –La palabra espiritualista tiene, desde hace mucho tiempo, una
acepción
bien determinada. Esta es la que nos da la Academia: “Aquél o aquélla
cuya doctrina es
opuesta al materialismo.”2 Todas las religiones están necesariamente
fundadas en el
espiritualismo. Cualquiera que crea que hay en nosotros algo más que
materia, es
espiritualista, lo que no implica la creencia en los espíritus y en sus
manifestaciones.
¿Cómo le distinguiría, pues, del que cree en esto último? Sería preciso
emplear una
perífrasis, y decir: es un espiritualista que cree en los espíritus. Las
cosas nuevas requieren
nuevas palabras, si quieren evitarse equívocos. Si hubiese dado a mi
Revista la calificación
de espiritualista, no hubiese especificado su objeto, porque sin el
título, hubiera podido
no decir una palabra de los espíritus y hasta combatirlos. Leí hace
algún tiempo en un
periódico, a propósito de una obra de filosofía, un artículo en que se
decía que el autor lo
había escrito bajo el punto de vista espiritualista, y los partidarios
de los espíritus se
hubieran llevado un solemne chasco si, en fe de aquella indicación,
hubieran creído
hallar en él la menor concordancia con sus ideas. Si he adoptado, pues,
las palabras
espiritista y Espiritismo, es porque expresan sin anfibología las ideas
relativas a los
espíritus. Todo espirita es necesariamente espiritualista, pero falta
mucho para que todos
los espiritualistas sean espiritistas. Aunque el Espiritismo fuese una
quimera, sería
también útil tener términos especiales para lo que le concierne, porque
las palabras son
necesarias, tanto a las ideas falsas como a las verdaderas.
Estas palabras, por otra parte, no son más bárbaras que todas las que
crean
diariamente las ciencias, las artes y la industria, y seguramente no lo
son las que imaginó
Gall para su nomenclatura de las facultades, tales como secretividad,
amatividad, etc.
Hay personas que por espíritu de contradicción critican todo lo que no
procede
de ellas, y se hacen contumaces en la oposición. Los que se paran en tan
miserables
pequeñeces sólo prueban la estrechez de sus ideas. Fijarse en semejantes
bagatelas es
probar que se anda corto de buenas razones.
Espiritualismo y espiritualista son palabras inglesas empleadas en los
Estados
Unidos desde que empezaron las manifestaciones, y de ellas nos hemos
servido por algún tiempo en Francia; pero desde que aparecieron las de
Espiritismo y espiritista se
comprendió de tal modo su utilidad, que fueron aceptadas inmediatamente
por el
público. Su uso está hoy tan consagrado, que los mismos adversarios, los
primeros que las
calificaron de barbarismos, no emplean otras. Los sermones y circulares
que se fulminan
contra el Espiritismo y los espiritistas no hubieran podido anatematizar
el espiritualismo y
a los espiritualistas sin engendrar confusión en las ideas.
Bárbaras o no, esas palabras han pasado ya a la lengua usual, y a todas
las de
Europa, y son las empleadas en las publicaciones hechas en todos los
países, favorables o
desfavorables al Espiritismo. Han formado la base de la columna de la
nomenclatura de la
nueva ciencia. Para expresar sus fenómenos especiales, necesitaba
términos especiales, y el
Espiritismo tiene hoy su nomenclatura, como la química la suya. 3
Las palabras espiritualismo y espiritualista, aplicadas a las
manifestaciones de los
espíritus, sólo se emplean hoy por los adeptos de la escuela llamada
americana.
2. Nuestra academia dice que es espiritualista el que trata de los
espíritus, o tiene alguna opinión particular sobre ellos.
El vulgo, sin embargo, opina lo mismo que la Academia francesa,
desechando la de la española. (N. del T.)
3. Estas palabras gozan hoy, por otra parte, del derecho de ciudadanía,
están incluidas en el suplemento del Petit
Dictionnaire des Dictionnaires, extractado de Napoleón Landais, de cuya
obra se tiran a miles los ejemplares. En él se encuentra la
definición y la etimología de las palabras:, “erraticidad”,
“medianímico”, “médium”, “mediumnidad”, “periespíritu”,
“Pneumatografía”, “Pneumatofonía”, “psicógrafo”, “psicografía”,
“psicofonía”, “reencarnación” “sematología”, “espírita”,
“Espiritismo”, “exteriorito”, “tiptología,. E igualmente se encuentran
con todas las explicaciones de que son susceptibles en la nueva
edición del Dictionnaire Universal de Mauricio Lachàtre.
Disidencias
V. –La diversidad en la creencia de lo que usted llama una ciencia, me parece su
condenación. Si esta ciencia reposase en los hechos positivos, ¿No debería ser la
misma en América que en Europa?
A. K. –Ante todo responderé que esta divergencia está más en la forma que en
el fondo. Realmente no consiste más que en la manera de considerar algunos puntos de
la doctrina, sin constituir un antagonismo radical en los principios, como pretenden
nuestros adversarios sin haber estudiado la cuestión.
Pero, dígame usted, ¿Qué ciencia al aparecer no ha ocasionado disidencias,
hasta que se han establecido claramente sus principios? ¿No existen aun en las ciencias
mejor constituidas? ¿Están acordes todos los sabios sobre uno mismo punto? ¿No tienen
sus sistemas particulares? ¿Presentan siempre las sesiones del Instituto el cuadro de una
perfecta y cordial inteligencia? ¿No existen en medicina las Escuelas de París y de
Montpellier? ¿No ocasiona cada descubrimiento de una ciencia, un nuevo desacuerdo
entre los que quieren progresar y los que quieren permanecer estacionarios?
Por lo que se refiere al Espiritismo, ¿No era natural que a la aparición de los
primeros fenómenos, cuando aún se ignoraban las leyes que los regían, diese cada uno su
sistema y los considerase a su modo? ¿Pero qué ha ocurrido con todos esos sistemas
primitivos y aislados? Han caído ante una observación más completa de los hechos.
Algunos años han bastado para establecer la unidad grandiosa que prevalece en la
doctrina, y que liga a la inmensa mayoría de los adeptos, con excepción de algunas
individualidades que, en esto como en todo, se atan a las ideas primitivas y mueren con
ellas, ¿Cuál es la ciencia, cuál es la doctrina filosófica o religiosa que ofrezca semejante
ejemplo? ¿Ha presentado nunca el Espiritismo la centésima parte de las divisiones que
desgarraron la iglesia durante muchos siglos, y que actualmente la desgarran aún?
Verdaderamente son dignas de observar las puerilidades de que echan mano los
adversarios del Espiritismo. ¿Y no implica eso la escasez de razones formales? Burlas,
negaciones, calumnias, pero ningún argumento perentorio. Y la prueba de que aún no se
le ha encontrado parte vulnerable es que nada ha detenido su marcha ascendente, y que
al cabo de diez años cuenta con más adeptos que no ha contado nunca ninguna secta al
cabo de muchos. Este es un hecho adquirido por la experiencia y reconocido por sus
mismos adversarios. Para destruirlo, no basta decir: no hay tal cosa, esto es absurdo. Es
necesario probar categóricamente que los fenómenos no existen, y que no pueden existir.
Esto es lo que nadie ha hecho.
Fenómenos espiritistas simulados
V. -¿Y no se ha probado que sin el Espiritismo podían producirse
esos
fenómenos, de donde puede deducirse que no tienen el origen que les
atribuyen los
espiritistas?
A. K. –Por el hecho de que se puede imitar una cosa, ¿Hemos de creer que
no
exista? ¿Qué diría usted de la lógica, del que pretendiese que, porque
no se hace vino de
champagne con agua de seltz, todo el vino de champagne no es más que
agua de seltz? Es
privilegio de todas las cosas notables el originar falsificaciones.
Algunos prestidigitadores
han creído que la palabra Espiritismo, a causa de su popularidad y de
las controversias de
que era objeto, podía apropiarse a la explotación, y para llamar al
público, han simulado
más o menos groseramente algunos fenómenos de mediumnidad, como
simularon en
otro tiempo la clarividencia sonambúlica, viendo lo cual aplauden los
burlones,
exclamando: ¡Ahí tenemos el Espiritismo! Cuando apareció en la escena la
ingeniosa
producción de los espectros, ¿No decían en todas partes que era el golpe
de gracia del
Espiritismo? Antes de pronunciar un fallo tan decisivo, hubieran debido
reflexionar que
las aseveraciones de un escamoteador no son el Evangelio y asegurarse de
si existía
identidad real entre la imitación y la cosa imitada. Nadie compra un
brillante antes
cerciorarse de que no es falso. Un estudio algo detenido les hubiese
convencido de que
los fenómenos espiritistas se presentan en muy distintas condiciones, y
hubieran sabido,
además, que los espiritistas no se ocupan en hacer aparecer espectros,
ni en decir la
buenaventura.
La malevolencia y una insigne mala fe podían sólo asimilar el
Espiritismo a la
magia y a la hechicería, porque él repudia los objetos, las prácticas,
las fórmulas y las
palabras místicas de éstas. Otros no vacilan en comparar las reuniones
espiritistas a las
asambleas del sábado, en que se espera la hora fatal de medianoche para
hacer aparecer
los fantasmas.
Un amigo mío, espiritista, se encontraba un día viendo el Macbeth al
lado de
un periodista a quien no conocía. Llegada la escena de las brujas, oyó
que éste último
decía a su amigo: “¡Bueno! Ahora vamos a asistir a una reunión de
espiritista;
precisamente me falta tema para mi próximo artículo y ahora voy a saber
cómo se verifica
esas cosas. Si hubiese por aquí uno de esos locos, le preguntaría si se
reconoce en ese
cuadro”. “Yo soy uno de ellos –le contestó el espiritista-, y puedo
asegurarle que estoy muy
lejos de reconocerme en él, porque, aunque he asistido a centenares de
reuniones
espiritistas, jamás he visto en las mismas nada semejante, y si es aquí
donde viene usted a
buscar los datos para su artículo, no brillará éste por la veracidad”.
Muchos críticos no cuentan con base más segura. ¿Y sobre quién, sino
sobre los
que se lanzan sin fundamento, cae el ridículo? En cuanto al Espiritismo,
su crédito, lejos de resentirse, ha aumentado por la boga en que lo han
puesto todas esas maquinaciones,
llamando la atención de las personas que no lo conocían. Así han
inducido al examen del
mismo y aumentado el número de los adeptos, porque se ha reconocido que,
en vez de
ser un pasatiempo, es un asunto serio.
V. –Convengo en que entre los detractores del Espiritismo haya personas
inconsecuentes, como la de que acaba usted de hablar. Pero, al lado de éstas, ¿No hay
hombres de valía real y de opiniones de peso?
A. K. –No lo niego, y respondo a ello que el Espiritismo cuenta con sus filas con
un buen número de hombres de valía no menos real. Digo más aún, y es que la inmensa
mayoría de los grupos espiritistas se compone de hombres de inteligencia y de estudio, y
sólo la mala fe puede decir que sólo creen en él las mujerzuelas y los ignorantes.
Por otra parte, hay un hecho perentorio que responde a esa objeción, y es el de
que, a pesar de su saber y de su posición oficial, ninguno ha conseguido detener la
marcha del Espiritismo, y sin embargo, no existe uno solo, desde el más humilde
folletinista, que no se haya hecho la ilusión de asestarle el golpe mortal, consiguiendo
todos sin excepción ayudarle, sin quererlo, en su expansión. Una idea que resiste a tantos
esfuerzos, que avanza, sin titubear, a través de la lluvia de dardos que se le asestan, ¿No
reclama este fenómeno la atención de los pensadores serios? Por eso más de uno se dice
hoy que algo debe haber en el Espiritismo, quizá uno de esos movimientos irresistibles
que, de tiempo en tiempo, remueven las sociedades para transformarlas.
Siempre ha sucedido lo mismo con las nuevas ideas llamadas a revolucionar el
mundo. Encuentran por fuerza obstáculos, porque han de luchar con los intereses, con
las preocupaciones y con los abusos que vienen a destruir, pero como forman parte de los
designios de Dios para realizar la ley del progreso de la Humanidad, nada puede
detenerlas cuando les llega su hora, lo cual prueba que son la expresión de la verdad.
Manifiesta desde luego, según tengo dicho, la impotencia de los adversarios del
Espiritismo, la ausencia de buenos razones, ya que las que le ponen no convencen. Pero
depende también esa impotencia de otra causa que burla todas sus combinaciones. Se
maravillan de sus progresos a pesar de todo lo que hacen para detenerlo, y ninguno
encuentra la causa, porque la buscan donde existe. Los unos la ven en el gran poderío del
diablo que, de ser cierta esta explicación, sería más fuerte que ellos, y hasta más que el
mismo Dios; los otros, en el desarrollo de la locura humana. El error de todos está en
creer que la fuente del Espiritismo es única y que se basa en la opinión de un hombre. De
aquí la idea de que, destruyendo la opinión de un hombre, destruirán el Espiritismo. De
aquí que busquen el origen en la Tierra, y estando ésta en el espacio, no se encuentra en
un punto solo sino en todas partes, porque en todas partes, en todos los países, se
manifiestan los espíritus, lo mismo en los palacios que en las cabañas. La verdadera causa
está, pues, en la naturaleza misma del Espiritismo, que no recibe el impulso de un solo
hombre, sino que permite a cada uno recibir comunicaciones de los espíritus,
confirmándose así en la realidad de los hechos. ¿Cómo persuadir a millones de individuos
que todo eso no es más que charlatanismo, escamoteo y habilidades son ellos los que
obtienen el resultado sin el concurso de nadie? ¿Se les hará creer que son ellos sus propios
ayudantes, y que se entregan al charlatanismo y al escamoteo para sí mismos
únicamente? Esta universalidad de las manifestaciones de los espíritus, que acuden a todas las
partes del globo a desmentir a los detractores y a confirmar los principios de la doctrina,
es una fuerza tan incomprensible para los que no conocen el mundo invisible, como la
rapidez y la transmisión de un telegrama para los que no conocen las leyes de la
electricidad. Y contra esta fuerza se estrellan todas las negaciones, porque equivale a decir
a personas que están recibiendo los rayos del sol, que el sol no existe.
Haciendo abstracción de las cualidades de la doctrina, que satisfacen más que
las que se le oponen, la indicada es la causa de las derrotas que sufren los que intentan
detenerla en su marcha. Para conseguirlo, les sería necesario encontrar el medio de
impedir a los espíritus que se manifiesten. He aquí por qué los espiritistas se cuidan tan
poco de sus maquinaciones. La experiencia y la autoridad de los hechos están de su parte.
Lo maravilloso y lo sobrenatural
V. –El Espiritismo tiende, evidentemente, a resucitar las
creencias fundadas en
lo maravilloso y lo sobrenatural, lo que me parece difícil en nuestro
siglo positivista,
porque equivale a defender las supersticiones y los errores populares
que la razón rechaza.
A. K. –Las ideas son supersticiosas porque son falsas, y cesan de serlo
desde el
momento en que se las reconoce exactas. La cuestión está, pues, en saber
si hay o no
manifestaciones de espíritus, y usted no puede calificarlas de
supersticiones hasta que
haya probado que no existen. Pero usted dirá: mi razón las rechaza; pero
todos los que
creen y que no son unos tontos, invocan también su razón y además los
hechos. ¿Cuál de
las dos razones es superior? El juez supremo en esto es el porvenir,
como lo ha sido en
todas las cuestiones científicas o industriales, calificadas en su
origen de absurdos y de
imposibles. Usted juzga a priori según su razón; nosotros no juzgamos
sino después de
haber visto y observado por mucho tiempo. Añadimos que el Espiritismo
ilustrado, como
el de hoy, tiende, por el contrario, a destruir las ideas
supersticiosas, porque demuestra la
verdad a la falsedad de las creencias populares, y todos los absurdos
que la ignorancia y las
preocupaciones han mezclado con ellos.
Voy más lejos aún, y digo que, precisamente, el positivismo del siglo es
el que
hace adoptar el Espiritismo y a quien debe éste, en parte, su rápida
propagación, y no,
según pretenden algunos, a un recrudecimiento del gusto de lo
maravilloso y
sobrenatural.
Lo sobrenatural desaparece a la luz de la ciencia, de la filosofía y de
la razón,
como los dioses del paganismo desaparecieron a la del cristianismo.
Lo sobrenatural es lo que está fuera de las leyes de la Naturaleza. El
positivismo
nada admite fuera de éstas. ¿Pero las conoce todas? En todos tiempos los
fenómenos cuya
causa era desconocida han sido reputados sobrenaturales. Cada nueva ley
descubierta por
la ciencia ha alejado los límites de aquél, y el Espiritismo viene a
revelar una ley según la
cual la conversación con el Espíritu de un muerto reposa en una ley tan
natural como la
que la electricidad permite establecer entre los individuos, distantes
quinientas leguas el
uno del otro, y así con todos los otros fenómenos espiritistas. El
Espiritismo repudia, en
lo que le concierne, todo efecto maravilloso, es decir, fuera de las
leyes de la Naturaleza.
No hace milagros ni prodigios, pero explica, en virtud de una ley,
ciertos efectos
reputados hasta hoy como milagrosos y prodigiosos, demostrando al mismo
tiempo su
posibilidad. Ensancha así el dominio de la ciencia, bajo cuyo aspecto es
también una
ciencia. Pero originado el descubrimiento de esta nueva ley
consecuencias morales, el
código de aquéllas, hace del Espiritismo una doctrina filosófica. Bajo
este último punto de vista, responde a las aspiraciones del hombre
respecto
del porvenir; pero como apoya la teoría de éste en bases positivas y
racionales, se amolda
al espíritu positivista del siglo, lo que comprenderá usted cuando se
haya tomado el
trabajo de estudiarlo. (El Libro de los Médiums, cap. II de esta obra).
Oposición de la ciencia
V. –Usted, según dice, se apoya en los hechos, pero le
oponen la opinión de los
sabios que los niegan, o que los explican de distinta manera. ¿Por qué
no se han ocupado
ellos del fenómeno de las mesas giratorias? Si en el hubiesen visto algo
serio, me parece
que se hubiesen guardado de descuidar tan extraordinarios hechos, y
menos aún
rechazarlos con desdén, mientras que todos están en contra de usted. ¿No
son los sabios
la antorcha de las naciones, y no es su deber el de difundir la luz?
¿Cómo quiere usted
que la hubiesen apagado, presentándoseles tan buena ocasión de revelar
al mundo una
nueva fuerza?
A. K. –Usted acaba de trazar de un modo admirable el deber de los
sabios.
Lástima que lo hayan olvidado más de una vez. Pero antes de contestar a
esta juiciosa
observación, debo rectificar un grave error en que ha incurrido usted,
diciendo que todos
los sabios están en contra de nosotros.
Como he dicho antes, el Espiritismo hace sus prosélitos precisamente en
la clase
ilustrada, y en todos los países del mundo: cuenta con un gran número de
ellos entre los
médicos, de todas las naciones, y los médicos son hombres de ciencia,
los magistrados, los
profesores, los artistas, los literatos, los militares, los altos
funcionarios, los eclesiásticos,
etc., que se acogen a su bandera son personas a las cuales no puede
negarse cierta dosis de
ilustración, puesto que no solamente hay sabios en la ciencia oficial y
en las corporaciones
constituidas. El hecho de que el Espiritismo no tenga un derecho de
ciudadanía en la
ciencia oficial, ¿Es motivo para condenarle? Si la ciencia jamás se
hubiese engañado, su
opinión podría pesar en la balanza; pero desgraciadamente, la
experiencia prueba lo
contrario. ¿No ha rechazado como quimeras una multitud de
descubrimientos que, más
tarde, han ilustrado la memoria de sus autores? El verse privada Francia
de la iniciativa
del vapor, ¿No está relacionada con la primera de nuestras corporaciones
sabias? Cuando
Fulton vino al campo de Bolonia a presentar su sistema a Napoleón I,
quien recomendó
su examen inmediato al Instituto, ¿No dijo éste que semejante sistema
era un sueño
impracticable, y que no había lugar para ocuparse de él? ¿Ha de
concluirse de aquí que los
miembros del Instituto son ignorantes? ¿Justifica esto los epítetos
triviales que se
complacen ciertas personas en prodigarles? Seguramente que no, y ninguna
persona
sensata deja de hacer justicia a su eminente saber, reconociendo, sin
embargo, que no
son infalibles, y que su juicio no es decisivo, sobre todo en cuanto a
ideas nuevas.
V. –Enhorabuena, convengo en que no son infalibles. Pero no es menos
cierto
que, a causa de su saber, su opinión vale algo, y que si usted los
tuviese a favor suyo, daría
esto mucho prestigio a su sistema.
A. K. –También admitirá usted que nadie es buen juez más que en los
asuntos
de su competencia. Si quisiera usted edificar una casa, ¿Se dirigiría a
un médico? Si
estuviese malo, ¿Se haría cuidar por un arquitecto? Si tuviese un
pleito, ¿Tomaría parecer
de un bailarín? En fin, si tratase de una cuestión de teología, ¿La
haría usted resolver por
un químico o por un astrónomo? No, a cada uno lo suyo. Las ciencias
vulgares descansan
sobre las propiedades de la materia que puede manipularse a nuestro
antojo; los
fenómenos que la materia produce tienen por agentes fuerzas materiales.
Los fenómenos del Espiritismo tienen por agentes inteligencias
independientes, dotadas de libre albedrío,
y no sometidas a nuestro capricho. De este modo se sustraen a nuestro
procedimiento de
laboratorio y a nuestros cálculos, y por tanto, no son del dominio de la
ciencia
propiamente dicha.
Las ciencia, pues, se ha extraviado cuando ha querido experimentar a los
espíritus como con una pila voltaica. Ha fracasado, y así debía suceder,
porque operaba
obedeciendo a una analogía que no existe, y luego, sin tomarse mayor
trabajo, ha
proferido la negativa: juicio temerario, que el tiempo se encarga de
reformar cada día,
como ha reformado muchos otros, y los que lo han pronunciado pasarán por
la vergüenza
de haberse revelado, harto ligeramente, contra la potencia infinita del
Creador.
Las corporaciones sabias no tienen, ni tendrán nunca que decidirse en
esta
cuestión. No es de su incumbencia, como no lo es determinar si Dios
existe, siendo por
consiguiente erróneo el querer hacerlas jueces. El Espiritismo es una
cuestión de creencia
personal que no puede depender del voto de una asamblea, porque, aunque
le fuese
favorable, no puede forzar las conciencias. Cuando la opinión pública se
haya formado
sobre este particular, los sabios, como individuos, lo aceptarán,
obedeciendo a la fuerza de
las cosas. Deje que pase una generación, y con ella, las preocupaciones
del amor propio
que se subleva, y verá usted que sucede con el Espiritismo lo que con
otras verdades que
se han combatido, acerca de las cuales sería actualmente ridícula la
duda. Hoy se trata de
locos a los creyentes, mañana los locos serán los incrédulos, al igual
como en otro tiempo
se trataba de locos a los que creían en el movimiento de la Tierra.
Pero todos los sabios no han emitido el mismo juicio, y entiendo por
sabios los
hombres de estudio y de ciencia, con o sin título oficial. Muchos han
hecho el
razonamiento siguiente:
“No hay efecto sin causa y los más vulgares efectos pueden conducirnos a
los
más graves problemas. Si Newton hubiese despreciado la caída de la
manzana; si Galvani
hubiese rechazado a su criada tratándola de loca y visionaria, cuando le
hablaba de las
ranas que bailan en el plato, quizá estaríamos aún sin conocer la
admirable ley de la
gravitación universal y las fecundas propiedades de la pila. El fenómeno
que se conoce
con el nombre burlesco de danza de las mesas, no es más ridículo que el
de la danza de las
ranas, y quizá encierra también alguno de esos secretos de la Naturaleza
que revolucionan
a la humanidad cuando se tiene la clave de ello”
Se ha dicho además: “Puesto que tantas personas se ocupan de él, puesto
que
hombres serios lo han estudiado, preciso es que haya algo en todo eso:
una ilusión, una
moda si se quiere, no puede tener ese carácter de generalidad. Puede
seducir a un círculo,
a un corrillo, pero no pasear el mundo entero. Guardémonos, pues, de
negar la
posibilidad de lo que no comprendemos, no sea que tarde o temprano
recibamos un
mentís poco favorable a nuestra perspicacia”.
V. –Perfectamente; he aquí un sabio que razona con sabiduría y
prudencia, y yo,
sin serlo, pienso como él. Pero observe usted que nada afirma: duda,
duda únicamente,
¿Y sobre qué basar la creencia en la existencia de los espíritus y,
sobre todo, la posibilidad
de comunicarse con ellos?
A. K. –Esta creencia se apoya en los razonamientos y en hechos. Yo mismo
lo la
adopté hasta después de haberla examinado detenidamente. Habiendo
adquirido en el
estudio de las ciencias exactas costumbres positivas, he sondeado y
escudriñado esta
nueva ciencia en sus más ocultos repliegues; he querido darme cuenta de
todo: porque no
acepto una idea hasta no conocer el porqué y cómo de la misma. He aquí
el razonamiento
que me hacía un ilustre médico, incrédulo en otro tiempo y hoy adepto
ferviente:
ALLAN KARDEC
21
“Se dice que se comunica seres invisibles; y, ¿Por qué no? Antes de la
invención
del microscopio, ¿Sospechábamos la existencia de esos millares de
animalitos que tantos
trastornos causan en nuestro cuerpo? ¿Dónde está la imposibilidad
material de que haya
en el espacio seres inaccesibles a nuestros sentidos? ¿Tendremos acaso
la ridícula
pretensión de saberlo todo y decir a Dios que nada más puede enseñarnos
ya? Si esos
seres invisibles que nos rodean son inteligentes, ¿Por qué no han de
comunicarse con
nosotros? Si están en relación con los hombres, deben desempeñar un
papel en el destino
y en los acontecimientos. ¿Quién sabe? Acaso constituyen uno de los
poderes de la
Naturaleza, una de esas fuerzas ocultas que nosotros no sospechamos.
¡Qué nuevo
horizonte ofrece todo eso al pensamiento! ¡Qué vasto campo de
observaciones! El
descubrimiento del mundo de los invisibles sería muy distinto del de los
infinitamente
pequeños; más que un descubrimiento, sería una revolución en las ideas.
¡Cuántas cosas
misteriosas explicaría! Los que en ellos creen son puestos en ridículo,
¿Pero qué prueba
esto? ¿No ha sucedido lo mismo con todos los grandes descubrimientos?
¿No se rechazó a
Cristóbal Colón, saciándole de disgustos y tratándole de insensato?
Semejantes ideas, se
dice, son tan extrañas que no pueden admitirse; pero el que hubiese
afirmado, hace
medio siglo únicamente, que en algunos minutos podría establecerse
correspondencia del
uno al otro extremo del mundo; que en algunas horas se podría atravesar
Francia; que
con el humo de un poco de agua hirviendo caminaría un buque a pesar del
viento de
proa; que se sacarían del agua los medios de alumbrarse y calentarse;
que podría
iluminarse París en un instante con un solo receptáculo de una sustancia
invisible; al que
todo o algo de esto hubiese afirmado, repito, ¿No se le hubieran reído a
carcajadas? ¿Y es
por ventura más prodigioso que esté poblado el espacio de seres
inteligentes que, después
de haber vivido en la Tierra, han dejado la envoltura material? ¿No se
encuentra en este
hecho la explicación de una multitud de creencias que se refieren a la
más remota
antigüedad? Semejantes cosas vale la pena de que las profundicemos”.
He aquí las reflexiones de un sabio, pero de un sabio sin pretensiones;
palabras
que son también las de una multitud de hombres ilustrados. Han visto, no
superficialmente y con prevención; han estudiado seriamente y sin estar
prevenidos en
contra, han tenido la modestia de no decir: no lo comprendo, luego no es
cierto; han
formado su convicción por medio de la observación y el razonamiento. Si
esas ideas
hubiesen sido quiméricas, ¿Cree usted que semejantes hombres las
hubiesen adoptado?
¿Qué por tanto tiempo hubieran sido juguete de una ilusión?
No hay, pues, imposibilidad material de que existan seres invisibles
para
nosotros y de que pueblen el espacio; consideración que por sí sola
debiera inducir a
mayor circunspección. ¿Quién en otro tiempo hubiese pensado que una gota
de agua
clara encierra millares de seres, cuya pequeñez confunde nuestra
imaginación? Pues digo
que más difícil era a la razón el concebir seres provistos de tan
diminutos órganos y
funciones como nosotros, que admitir lo que llamamos espíritus.
V. –Sin duda alguna, pero de la posibilidad de que exista una cosa, no
se
deduce que realmente exista.
A. K. –De acuerdo; pero usted convendrá en que desde el momento en que
no
es imposible, se ha dado un gran paso, porque nada en ella repugna a la
razón. Resta,
pues, evidenciarla por la observación de los hechos, observación que no
es nueva.
La historia, tanto sagrada como profana, prueba la antigüedad y la
universalidad
de esta creencia, que se ha perpetuado a través de todas las vicisitudes
del mundo, y que,
en estado de ideas innatas e intuitivas se encuentran grabada en el
pensamiento de los
pueblos más salvajes, así como la del Ser Supremo y la de la vida
futura. El Espiritismo no es, pues, de creación moderna ni mucho menos;
todo prueba que los antiguos lo
conocían tan bien o quizá mejor que nosotros, con la única diferencia de
que se enseñaba
mediante ciertas precauciones misteriosas que lo hacían inaccesibles al
vulgo,
abandonando intencionalmente en el lodazal de la superstición.
Con respecto a los hechos, son de dos naturalezas: los unos espontáneos,
y
provocados los otros. Entre los primeros, debemos colocar las visiones y
apariciones, que
son muy frecuentes; los ruidos, alborotos y perturbaciones de objetos
sin causa material, y
multitud de efectos insólitos que se catalogaban como sobrenaturales, y
que hoy nos
parecen sencillos. Porque, para nosotros, nada hay sobrenatural, ya que
todo entra en las
leyes inmutables de la Naturaleza. Los hechos provocados son los
obtenidos con el auxilio
de los médiums.
Falsas explicaciones de los fenómenos
V.
–Los fenómenos provocados son especialmente los que más se critican.
Pasemos por alto toda suposición de charlatanismo, y admitamos una
completa buena fe.
¿No podríamos pensar que los médiums son juguete de una alucinación?
A. K. –Que yo sepa, aún no se ha explicado claramente el mecanismo de la
alucinación. Tal como se la conoce es, sin embargo, un efecto muy raro y
muy digno de
estudio. ¿Cómo, pues, los que pretenden darse cuenta, por este medio, de
los fenómenos
espiritistas, no pueden explicar su aplicación? Por otra parte, hay
hechos que rechazan
esta hipótesis, cuando una mesa u otro objeto se mueve, se levanta y
golpea; cuando a
nuestra voluntad se pasea por la sala sin el contacto de nadie; cuando
se separa del suelo y
se mantiene en el espacio sin punto de apoyo; cuando, en fin se rompe al
caer, no son
ciertamente estos efectos producidos por una alucinación. Suponiendo que
el médium, a
consecuencia de su imaginación, crea ver lo que no existe, ¿Es probable
que toda una
sociedad padezca el mismo vértigo, que se repita esto en todas partes y
en todos los países?
La alucinación, en semejante caso, sería más prodigiosa que el hecho
mismo.
V. –Admitiendo la realidad del fenómeno de las mesas giratorias y
golpeadoras,
¿No es más racional atribuirlo a la acción de un fluido cualquiera, del
magnético, por
ejemplo?
A. K. –Tal fue el primer pensamiento, y yo, como otros, lo tuve. Si los
efectos se
hubiesen limitado a efectos materiales, sin duda alguna podrían
explicarse por este
medio. Pero cuando los movimientos y golpes dieron pruebas de
inteligencia, cuando se
reconoció que respondían con entera libertad al pensamiento, se sacó
esta consecuencia:
Si todo efecto tiene una causa, todo efecto inteligente tiene una causa
inteligente. ¿Puede
ser esto efecto de un fluido, a menos que no se diga que éste es
inteligente? Cuando usted
ve que los brazos del telégrafo hacen señas y que transmiten el
pensamiento, usted sabe
perfectamente que no son esos brazos de madera o de hierro los
inteligentes, sino que es
una inteligencia quien los hace mover. Lo mismo sucede con las mesas.
¿Hay o no efectos
inteligentes? Esta es la cuestión. Los que lo niegan son personas que no
lo han visto todo
y que se apresuran a fallar según sus propias ideas, y partiendo de una
observación
superficial.
V. –A esto se responde que, si hay un efecto inteligente, no es otro que
la propia
inteligencia, ya del médium, ya del interrogador, ya de los asistentes,
porque, se dice, la
respuesta está siempre en el pensamiento de alguno.
A. K. –También esto es un error producido por una falta de observación.
Si los
que piensan de este modo se hubiesen tomado el trabajo de estudiar el
fenómeno en
todas sus fases, hubieran reconocido a cada paso la independencia
absoluta de la
inteligencia que se manifiesta. ¿Cómo puede conciliarse esta tesis con
las respuestas que
están fuera del alcance intelectual y de la instrucción del médium, que
contradice sus
ideas, sus deseos y sus opiniones, o que difieren completamente de las
previsiones de los
asistentes? ¿Cómo conciliarla con los médiums que escriben en un idioma
que no
conocen, o en el suyo propio sin saber leer ni escribir? A primera
vista, esta opinión no
tiene nada de irracional, convengo en ello, pero está desmentida por
hechos tan
numerosos y concluyentes, que hacen imposible la duda.
Por lo demás, admitida esta teoría, el fenómeno, lejos de simplificarse,
sería por
el contrario prodigioso. ¡Qué! ¿Se reflejaría el pensamiento en una
superficie, como la luz,
el sonido, el calor? Ciertamente mucho tendría que ver en esto la
sagacidad de la ciencia.
Y por otra parte, lo que no es menos maravillo es que de veinte personas
reunidas, se
reflejara precisamente el de tal, y no el de cual. Semejante sistema es
insostenible. Es
verdaderamente curioso ver a los contradictores buscar causas cien veces
más
extraordinarias y difíciles de comprender que las que se les señalan.
V. -¿Y no podría admitirse, según la opinión de algunas personas, que el
médium se encuentra en un estado de crisis, gozando de una lucidez que
le da la
percepción sonambúlica o una especie de doble vista, lo cual explicaría
la extensión
momentánea de las facultades intelectuales, y que, como se dice, las
comunicaciones
obtenidas a través de los médiums no sobre pujan a las que se obtienen
por medio de los
sonámbulos?
A. K. –Tampoco resiste semejante sistema a un examen profundo. El médium
no está en crisis, ni duerme, sino que se halla perfectamente despierto,
obrando y
pensando como otro cualquiera, sin experimentar nada extraordinario.
Ciertos efectos
particulares han podido dar lugar a esta equivocación. Pero cualquiera
que no se limite a
juzgar las cosas por la observación de uno solo de sus aspectos,
reconocerá, sin trabajo,
que el médium está dotado de una facultad particular que no permite
confundirle con el
sonámbulo, y la completa independencia de su pensamiento está probada
por los hechos
de todo punto evidentes. Haciendo abstracción de las comunicaciones
escritas, ¿Cuál es el
sonnámbulo que ha hecho brotar un pensamiento de un cuerpo inerte? ¿Cuál
es el que
ha producido apariciones visibles y hasta tangibles? ¿Cuál el que ha
podido mantener un
cuerpo sólido suspendido en el espacio sin punto de apoyo? ¿Acaso por un
efecto
sonambúlico, en mi casa, y en presencia de veinte testigos, un médium
dibujó el retrato
de una joven, muerta hacía dieciocho meses y a quien no había conocido,
retrato en el
cual reconoció a aquélla su padre, que estaba presente en la sesión?
¿Acaso por un efecto
sonambúlico responde con precisión una mesa a las preguntas que se le
dirigen,
preguntas mentales en ciertas ocasiones? Seguramente, si se admite que
el médium se
encuentra en un estado magnético, me parece difícil creer que la mesa
sea sonámbula.
Se dice también de los médiums que sólo hablan con claridad de las cosas
conocidas. ¿Pero cómo explicar entonces el hecho siguiente y cien otros
del mismo
género? Un amigo mío, excelente, médium escribiente, preguntó a un
Espíritu si una
persona, a quien no había visto hacía quince años, estaba aún en el
mundo. “Sí, vive aún
–se le respondió-. Se encuentra en París, calle tal, número tal.” Mi
amigo fue, y encontró a
la persona en cuestión en el mismo sitio que se le había indicado. ¿Es
esto una ilusión? Su
pensamiento podía sugerirle quizá esta respuesta, porque dada la edad de
la persona, las
probabilidades inducían a pensar que ya no existía. Si en ciertos casos
se ha encontrado
que las respuestas estaban conformes con el pensamiento, ¿Es racional
concluir que sea esto una ley general? En esto, como en todo, los
juicios precipitados son peligrosos,
porque pueden ser contrariados por hechos no observados.
Los incrédulos no pueden ver para convencerse
V. –Hechos positivos son los que quisieran ver los incrédulos, los
cuales piden y
la mayor parte de las veces no pueden proporcionárseles. Si todos
pudiesen ser testigos de
semejantes hechos, no sería lícito dudar. ¿Cómo es, pues, que tantas
personas, a pesar de
su buena voluntad, nada han podido ver? Se les opone, según dicen, la
falta de fe, y a esto
contestan con razón que no le es posible tener una fe anticipada, y que
si se quiere que
crean, es preciso darles los medios de creer.
A. K. –La razón es muy sencilla. Quieren sujetar los hechos a su
mandato, y los
espíritus no obedecen semejante mandato, es preciso esperar su buena
voluntad.
No basta, pues, decir: patentízame tal hecho, y creeré.
Es necesario tener la voluntad de la
perseverancia, dejar que los hechos se produzcan espontáneamente, sin pretender
forzarles o dirigirlos. Aquel que usted desea será precisamente quizá el que no obtendrá.
Pero se presentarán otros, y el anhelo aparecerá cuando menos se lo espere. A los ojos del
observador atento y asiduo, surge de las masas que corroboran las unas a las otras. Pero el
que cree que basta mover el manubrio para hacer funcionar la máquina, se engaña
completamente. ¿Qué hace el naturalista que quiere estudiar las costumbres de un
animal? ¿Le manda por ventura que haga tal o cual cosa para tener la comodidad de
observarle a su gusto? No, porque sabe perfectamente que no le obedecerá: espía las
manifestaciones espontáneas de su instinto; las espera y las acoge al vuelo. El simple
sentido común demuestra que en mayor razón debe hacerse lo mismo con los espíritus,
que son inteligencias de muy distinto modo independientes que la de los animales.
Es un error creer que la fe sea necesaria; pero la buena fe ya es otra cosa, y
escépticos hay que niegan hasta la evidencia, y a quienes no convencerían los prodigios.
¿Cuántos hay que después de haber visto pretenden explicar los hechos a su manera,
diciendo que nada prueban? Esas gentes no sirven más que para perturbar las reuniones,
sin lograr provecho alguno. Por esto se le aleja de ellas, y no se pierde el tiempo. También
hay otros que se verían muy contrariados si hubiesen de creer forzosamente, porque su
amor propio se ofendería teniendo que confesar que se habían engañado. Y, ¿Qué
responder a personas que no ven en todo más que ilusiones y charlatanismo? Nada, es
preciso dejarlas tranquilas y permitirles que digan, tanto como quieran, que nada han
visto y hasta que nada se ha podido o querido hacerles ver.
Al lado de esos escépticos endurecidos, se encuentran los que desean ver a su
manera, quienes, habiéndose formado una opinión, quieren referirlo todo a la misma.
No comprenden que ciertos fenómenos pueden dejar de obedecerles, y no saben o no
quieren ponerse en las indispensables condiciones. El que desea observar de buena fe no
debe creer porque se le ha dicho, pero sí despojarse de toda idea preconcebida,
desistiendo de asimilar cosas incompatibles. Debe esperar, persistir y observar con una
paciencia infatigable, condición favorable para los adeptos, pues prueba que su
convicción no se ha formado a la ligera. ¿Tiene usted semejante paciencia? No, me
responde usted, no tengo tiempo para eso. Entonces, pues, no se ocupe del asunto, pero
tampoco de él, nadie le obliga a ello.
Buena o mala voluntad de los espíritus para convencer
V. –Los espíritus, sin embargo, deben desear hacer prosélitos, ¿Por qué no se
prestan más de lo que lo hacen, a los medios de convencer a ciertas personas, cuya
opinión sería de gran influencia?
A. K. –Es que aparentemente y por ahora no están dispuestos a convencer a
ciertas personas, cuya importancia no reputan tan grande como ellas mismas se figuran.
Esto es poco lisonjero, convengo en ello, pero nosotros no gobernamos la opinión de
aquéllos. Los espíritus tienen un modo de juzgar las cosas que no es siempre igual al
nuestro; ven, piensan y obran contando con otros elementos; mientras que nuestra vista
está circunscrita por la materia limitada por el círculo estrecho, en cuyo centro nos
encontramos, los espíritus abrazan el conjunto; el tiempo, que tan largo nos parece, es
para ellos un instante; la distancia, un paso; ciertos pormenores, que nos parecen a
nosotros de suma importancia, son puerilidades a sus ojos, juzgando por el contrario,
importantes ciertas cosas cuya conveniencia nos pasa desapercibida. Para comprenderlos,
es preciso elevarse con el pensamiento por encima de nuestro horizonte material y moral,
y colocarnos en su punto de vista. No es e ellos a quienes corresponde descender hasta
nosotros, sino nosotros elevarnos hasta ellos, y a esto es a donde nos conducen el estudio
y la observación.
Los espíritus aprecian a los observadores asiduos y concienzudos, para quienes
multiplican los raudales de luz. No es la duda producida por la ignorancia la que les aleja,
es la fatuidad de esos pretendidos observadores que nada observan, que pretenden
ponerles en el banquillo y hacerles maniobrar como a títeres, y sobre todo el sentimiento
de hostilidad y de denigración que alimentan, sentimiento que está en su pensamiento,
cuando no se revela en sus palabras. Nada hacen por ello los espíritus y se ocupan muy
poco de lo que pueden decir o pensar, porque a éstos también les llegará su día. He aquí
por qué he dicho que no es la fe lo que se necesita, sino buena fe.
Origen de las ideas espiritistas modernas
V. –Lo que desearía saber, caballero, es el punto
originario de las ideas
espiritistas modernas; ¿Son resultado de una revelación espontánea de
los espíritus o de
una creencia anterior a su existencia? Usted comprenderá la importancia
de mi pregunta
porque, en último caso, podría creerse que la imaginación no es extraña a
semejantes
ideas.
A. K. –Esta pregunta, como usted dice, caballero, es importante bajo
este punto
de vista, aunque sea difícil admitir –suponiendo ya que las ideas
nacieron de una creencia
anticipada- que la imaginación haya podido producir todos los resultados
materialmente
observados. En efecto, si el Espiritismo estuviese fundado en la idea
preconcebida de la
existencia de los espíritus, se podría, con alguna apariencia de razón,
dudar de su
realidad, porque si la causa es una quimera, también deben ser quimeras
las
consecuencias. Pero las cosas no han pasado así.
Observe usted, ante todo, que este proceder sería completamente ilógico.
Los
espíritus son una causa y no un efecto. Cuando se nota un efecto, puede
inquirirse su
causa, pero no es natural imaginar una causa antes de haber visto los
efectos. No se podía,
pues concebir la idea de los espíritus si no se hubiesen presentado
ciertos efectos, que
encontraban probable explicación en la existencia de seres invisibles.
Pues probable
explicación en la existencia de seres invisibles. Pues bien, ni de este
modo fue sugerido semejante pensamiento, es decir, que no fue una
hipótesis imaginada para explicar ciertos
fenómenos. La primera suposición que se hizo fue la de que la causa era
material. Así
pues, lejos de haber sido los espíritus una idea preconcebida, se partió
del punto de vista
materialista. Pero no siendo esto bastante para explicarlo todo, la
observación, y sólo la
observación, condujo a la causa espiritual. Hablo de las ideas
espiritistas modernas,
porque ya sabemos que esta creencia es tan antigua como el mundo. He
aquí la evolución
de las cosas.
Se produjeron ciertos fenómenos espontáneos, tales como ruidos extraños,
golpes, movimientos de objetos, etc., sin causa ostensible conocida,
fenómenos que
pudieron ser reproducidos bajo la influencia de ciertas personas. Hasta
entonces nada
autorizaba a buscar otra causa que la acción de un fluido magnético o de
otra naturaleza,
cuyas propiedades nos eran desconocidas. Pero no se tardó en reconocer
en los ruidos y
movimientos un carácter intencional e inteligente, de donde se dedujo,
según tengo
dicho, que: si todo efecto tiene una causa, todo efecto inteligente
tiene una causa
inteligente. Esta inteligencia no podía residir en el objeto mismo,
porque la materia no es
inteligente. ¿Era reflejo de la persona o personas presentes? Al
principio, como también
tengo dicho, se pensó así. Sólo la experiencia podía decidir, y la
experiencia ha
demostrado con pruebas irrecusables, y no en pocas ocasiones, la
completa independencia
de esta inteligencia. Era, pues, independiente del objeto y de la
persona. ¿Quién era? Ella
misma respondió; declaró pertenecer al orden de seres incorpóreos
designados con el
nombre de espíritus. La idea de los espíritus no ha preexistido, pues no
han sido
consecutiva tampoco. En una palabra, no ha salido del cerebro: ha sido
dada por los
mismos espíritus, y ellos son los que nos han enseñado todo lo que
después hemos sabido
sobre ellos.
Revelada la existencia de los espíritus y establecidos los medios de
comunicación, se pudieron tener conversaciones continuadas y reseñas
sobre la
naturaleza de aquellos seres, las condiciones de su existencia y su
misión en el mundo
visible. Si de este modo pudieron ser interrogados los seres del mundo
de los
infinitamente pequeños, ¡Cuántas cosas curiosas no se sabrían acerca de
ellos!
Supongamos que antes del descubrimiento de América hubiese existido un
hilo
eléctrico del Atlántico, y que en el, extremo correspondiente a Europa
se hubiese notado
señales inteligentes, ¿No se hubiese deducido que en el otro extremo
existían seres
inteligentes que procuraban comunicarse? Se les hubiera preguntado
entonces y ellos
hubieran respondido, adquiriéndose de tal modo la certeza, el
conocimiento de sus
costumbres, de sus hábitos y de su manera de ser, sin nunca haberlos
visto. Otro tanto ha
sucedido con las relaciones del mundo invisible: las manifestaciones
materiales han sido
como señales, como advertencias que nos han manifestado comunicaciones
más regulares
y más seguidas. Y, cosa notable, a medida que hemos tenido a nuestro
alcance medios
más fáciles de comunicación, los espíritus abandonan los primitivos,
insuficientes e
incómodos, como el mudo que recobra la palabra renuncia al lenguaje de
los signos.
¿Quiénes eran los habitantes de ese mundo? ¿Eran seres excepcionales,
fuera de
la humanidad? ¿Buenos o malos? También la experiencia se encargó de
resolver estas
cuestiones, pero hasta que numerosas observaciones hicieron luz sobre
este asunto, estuvo
abierto al campo de las conjeturas y de los sistemas, y bien sabe Dios
que no faltaron.
Unos vieron espíritus superiores en todos, otros sólo demonios. Por sus
palabras y por sus
actos podía juzgárseles. Supongamos que de los habitantes trasatlánticos
desconocidos de
que hemos hablado, hubiesen dicho los unos muy buenas cosas, mientras
que otros se
hubiesen hecho notar por el cinismo de su lenguaje, hubiérase deducido
sin duda que los
había entre ellos buenos y malos. Esto es lo que ha sucedido con los
espíritus,
reconociéndose entre los mismos todos los grados de bondad y de maldad,
de ignorancia
y de ciencia. Instruidos a cerca de los defectos y excelencias de
aquéllos, nos correspondía
a nosotros separar lo bueno de lo malo, lo verdadero de lo falso, en las
relaciones que con
ellos mantuviésemos, lo mismo que hacemos con los hombres.
No sólo nos ha esclarecido la observación sobre las cualidades de los
espíritus,
sino que también sobre su naturaleza y sobre los que pudiéramos llamar
su estado
fisiológico. Se supo por ellos mismos que los unos eran muy venturosos, y
muy
desgraciados los otros; que no son excepcionales, ni de distinta
naturaleza, sino que son
las mismas almas de los que han vivido en la Tierra, en la que dejaron
su envoltura
corporal; que pueblan los espacios, nos rodean e incesantemente se
codean con nosotros,
y entre ellos, pudo cada uno reconocer por señales incontestables a sus
parientes, amigos
y conocidos de la Tierra. Se les pudo seguir en todas las fases de su
existencia de
ultratumba, desde el instante en que abandonan el cuerpo, y observar sus
situación según
su género de muerte y el modo como habían vivido en la Tierra. Se supo
por fin que no
eran seres abstractos, inmateriales en el sentido absoluto de la
palabra: que tienen una
envoltura a la que damos en nombre de periespíritu, especie de cuerpo
fluídico, vaporoso,
diáfano, visible en estado normal, pero que, en ciertos casos y por un
especie de
condensación o disposición molecular, pueden hacerse visibles y hasta
tangibles
momentáneamente, y así se explicó el fenómeno de las apariciones y de
los contactos.
Esta envoltura existe durante la vida del cuerpo: es el lazo entre el
espíritu y la
materia. Muerto el cuerpo, el alma o el Espíritu, que es lo mismo, no se
despoja más que
de la envoltura grosera, conservando la otra como cuando nos quitamos
una pieza
sobrepuesta para conservar la interior, como el germen del fruto se
despoja de la
envoltura cortical, conservando únicamente el periespermo. Esta
envoltura semimaterial
del Espíritu es el agente de los diferentes fenómenos, por cuyo medio
manifiestan su
presencia.
Así es, caballero, en pocas palabras, la historia del Espiritismo. Ya ve
usted, y
aún mejor lo reconocerá cuando lo estudie con profundidad, que todo es
en el
Espiritismo el resultado de la observación, y no de un sistema
preconcebido.
Medios de comunicación
V.
–Me ha hablado usted de medios de comunicación; ¿Podría darme una idea
de ellos, puesto que es difícil comprender cómo esos seres invisibles
pueden conversar
con nosotros?
A. K. –Con mucho gusto. Seré, sin embargo, breve, porque este punto
exigiría
largas digresiones que encontrará usted especialmente en El Libro de los
Médiums. Pero
lo poco que le diré bastará para indicarle el mecanismo, y, sobre todo,
para hacerle
comprender mejor algunos experimentos a que podría asistir, mientras
espera su
completa iniciación.
La existencia de esa envoltura semimaterial, el periespíritu, es ya una
clave que
explica muchas cosas y demuestra la posibilidad de ciertos fenómenos. En
cuanto a los
medios, son muy variados, y dependen, ya de la naturaleza más o menos
pura del Espíritu,
ya de las disposiciones particulares de las personas que le sirven de
intermediarios. El más
vulgar, el que puede llamarse universal, consiste en la intuición, es
decir, en las ideas y
pensamientos que nos sugieren; pero este medio es muy poco apreciable en
la generalidad
de los casos, y hay otros más materiales. Ciertos espíritus se comunican
por medio de golpes, respondiendo por sí o por no, o designando las
letras que deben formar las
palabras. Los golpes pueden obtenerse por el movimiento bascular de un
objeto, una
mesa, por ejemplo, que golpea con uno de sus pies. A menudo se producen
en la
sustancia misma de los cuerpos, sin movimiento de éstos. Este modo
primitivo es
prolongado y se presta con dificultad a los desenvolvimientos de cierta
extensión: le ha
reemplazado la escritura, que se obtiene de diferentes maneras. Al
principio se empleó, y
a veces se emplea aún, un objeto móvil, como una planchita, una caja, a
la cual se adapta
un lápiz cuya punta corre por el papel. La naturaleza y la sustancia del
objeto son
indiferentes. El médium pone la mano sobre aquél, al cual transmite la
influencia que
recibe del Espíritu, y el lápiz traza los caracteres. Pero este objeto,
propiamente hablando,
no es más que una especie de apéndice de la mano, como un lapicero. Más
tarde se
reconoció la utilidad de semejante intermediario, que no es más que una
complicación
del mecanismo, cuyo único mérito es el de evidenciar de una manera más
material la
independencia del médium, que puede escribir tomando él mismo el lápiz.
Los espíritus
se manifiestan también y pueden transmitir sus pensamientos por sonidos
articulados que
retumban bien en el espacio, bien en el oído; por la voz del médium, por
la vista, por el
dibujo, por la música y por otros medios que un completo estudio hace
conocer. Los
médiums tienen para esto diferentes aptitudes especiales procedentes de
su organización.
Así pues tenemos médiums para efectos físicos, es decir, aptos para
producir fenómenos
materiales, como golpes, movimientos de cuerpos, etcétera; médiums
auditivos, parlantes,
dibujantes, músicos, escribientes. Esta última facultad es la más común,
la que mejor se
desarrolla con el ejercicio, y también es la más preciosa, porque
permite comunicaciones
más seguidas y más rápidas.
El médium escribiente presenta numerosas variedades, de las cuales dos
son
muy notables. Para comprenderlas, es preciso darse cuenta del modo como
se opera el
fenómeno. A veces el Espíritu obra sobre la mano del médium, a la cual
da un impulso
completamente independiente de la voluntad, y sin que éste tenga
conciencia de lo que
escribe: este es el médium escribiente mecánico. Otras veces, obra sobre
el cerebro; su
pensamiento penetra el del médium, quien, aunque escribiendo
involuntariamente, tiene
conciencia más o menos clara de lo que obtiene: este es el médium
intuitivo; su papel es
exactamente el de un intérprete que transmite un pensamiento que no es
el suyo,
pensamiento que, sin embargo, debe comprender. Aunque, en este caso, el
pensamiento
del Espíritu y el del médium se confunden a veces, la experiencia enseña
a distinguirlos
fácilmente. Por ambos géneros de mediumnidad se obtiene buenas
comunicaciones. La
ventaja de los mecánicos es para las personas que no están aún
convencidas. Por lo
demás, la cualidad esencial de un médium está en la naturaleza de los
espíritus que le
asisten y las comunicaciones que recibe, más que en los medios de
ejecución.
V. –El procedimiento me parece de los más sencillos. ¿Me será posible
experimentarlo?
A. K. –Sin ningún inconveniente, y añado que si usted estuviese dotado
de la
facultad medianímica, sería éste el mejor medio para convencerse, porque
no podría
usted sospechar de su propia buena fe. Tan sólo le recomiendo vivamente
que no se
entregue a ninguna prueba antes de haber estudiado con detención. Las
comunicaciones
de ultratumba están rodeadas de más dificultades de las que generalmente
se cree. No
están exentas de inconvenientes ni de peligros para los que no tienen la
experiencia
necesaria. Sucede a éste lo que al que quisiera hacer manipulaciones
químicas sin saber
química: correría riegos de quemarse los dedos.
V. -¿Puede conocerse esta aptitud por alguna señal?
ALLAN KARDEC
29
A. K. –Hasta el presente ningún diagnóstico se conoce para la
mediumnidad.
Todos los que se habían considerado como tales carecen de valor. Por lo
demás, los
médium son muy numerosos, y es muy raro que, si no lo es uno mismo, no
se encuentre
alguno entre su familia o conocidos. El sexo, la edad y el temperamento
son indiferentes:
se encuentran médiums entre hombres y mujeres, niños y ancianos, sanos y
enfermos.
Si la mediumnidad se tradujese por una señal exterior cualquiera,
implicaría
esto la permanencia de la facultad, mientras que ésta es esencialmente
móvil y fugitiva. Su
causa física está en la asimilación, más o menos fácil, de los fluidos
periespirituales del
encarnado y del Espíritu desencarnado. Su causa moral es la voluntad del
Espíritu en
comunicarse cuando le place y no a nuestro antojo, de donde resulta: 1º
Que todos los
espíritus no pueden comunicarse indiferentemente; y 2º Que todo médium
puede perder,
o tener suspendida, la facultad cuando menos la espera. Estas palabras
bastan para
demostrar a usted que este punto es un vasto campo de estudio, para
poderse dar cuenta
de las variaciones que presentan el fenómeno.
Sería, pues, erróneo el creer que todo espíritu puede venir al
llamamiento que
se le hace, y comunicarse con el primer médium que se presente. Para que
un Espíritu se
comunique, es preciso, ante todo, que le convenga hacerlo; en segundo
lugar, que su
posición a sus ocupaciones se lo permita; y tercero, que encuentre en el
médium un
instrumento propicio, apropiado a su naturaleza.
El principio, se puede comunicar con los espíritus de todos los órdenes,
con sus
parientes y amigos, tanto con los espíritus más vulgares como los más
elevados. Pero
independientemente de las condiciones individuales de posibilidad,
vienen más o menos
voluntariamente según las circunstancias, y sobre todo en razón de sus
simpatías hacia las
personas que les llaman, y no al llamamiento del primer antojadizo que
tuviese al
capricho de evocarlos por un sentimiento de curiosidad. En semejante
caso, no se hubiese
molestado durante la vida, y tampoco lo hace después de la muerte.
Los espíritus serios sólo concurren a las reuniones formales, donde son
llamados
con recogimiento y por motivos formales. No se prestan a ninguna
pregunta de
curiosidad, de prueba fútil, ni ningún experimento.
Los espíritus ligeros se encuentran en todas partes, pero en las
reuniones
formales guardan silencio y se mantienen ocultos para oír, como lo haría
un estudiante en
una asamblea ilustrada. En las reuniones frívolas toman la revancha, se
divierten con
todos, se burlan con frecuencia de los concurrentes y responden a todo
sin cuidarse de la
verdad.
Los espíritus que se llaman golpeadores, y por regla general todos los
que
producen manifestaciones físicas, son de orden inferior, sin que por
ello sean
esencialmente malos: tienen en cierta manera una aptitud especial para
los efectos
materiales. Los espíritus superiores no se ocupan de semejantes asuntos,
como nuestros
sabios no se ocupan de sutilezas: si tienen necesidad de aquellos
efectos, emplean esta
clase de espíritus, como nosotros nos servimos del jornalero para la
parte material de la
obra.
Médiums interesados
V. –Antes de consagrarse a un largo estudio, ciertas personas quisieran tener la
certeza de no perder el tiempo, certeza obtenida por un hecho concluyente, y que
comprarían a peso de oro. A. K. –El que no quiere tomarse el trabajo de estudiar, tiene más curiosidad que
deseo real de instruirse, y los espíritus no aprecian más que yo a los curiosos. Por otra
parte, la codicia les es esencialmente antipática, y no se prestan a nada que puede
satisfacerla. Sería preciso sería formarse de ellos una idea muy falsa para creer que
espíritus superiores, como Fenelón, Bossuet, Pascal y San Agustín, por ejemplo, se ponga
a las órdenes de un advenedizo, a tanto por hora. No caballero, las comunicaciones de
ultratumba son muy serias y requieren mucho respeto para ser puesta en exhibición.
Sabemos, por otra parte, que los fenómenos espiritistas no marchan como las
ruedas de un mecanismo, puesto que dependen de la voluntad de los espíritus. Aun
admitiendo la aptitud medianímica, nadie puede responder de obtenerlos en un
momento determinado. Si los incrédulos son dados a sospechar de la buena de los
médiums en general, peor sería si se notase en ellos el estímulo del interés. Y con razón
podría sospecharse que el médium retribuido simularía el fenómeno cuando no lo
produjese el Espíritu, porque ante todo le sería preciso ganar su dinero. Puesto que el
desinterés más absoluto es la mejor garantía de sinceridad, repugnaría a la razón el hacer
venir por interés a las personas que nos son queridas, suponiendo que consintiesen en
ello, lo cual es más que dudoso: en todo caso, sólo se prestarían a este cálculo espíritus de
baja ralea, poco escrupuloso acerca de los medios e indignos de confianza, y aun éstos se
gozan en el censurable placer de burla las combinaciones y los cálculos de sus panegiristas.
La naturaleza de la facultad medianímica se opone, pues, a que se la convierta
en una profesión, porque depende de una voluntad extraña al médium que podría
faltarle en el momento en que más la necesitase, a menos que no se la suplicase por la
astucia. Pero aun admitiendo una completa buena fe, desde el momento en que los
fenómenos no se obtienen a voluntad, sería efecto de la casualidad el que, en la sesión
retribuida, se produjese precisamente el hecho deseado para el convencimiento. Bien
puede usted dar cien mil francos a un médium, seguro de que no obtendrá de los
espíritus lo que éstos no quieran hacer. Este cebo, que desnaturalizaría la intención,
transformándola en un violento deseo de lucro, sería, por el contrario, un motivo de que
no lo obtuviese. Si se está bien persuadido de la verdad de que el afecto y la simpatía son
los más poderosos móviles de atracción para los espíritus, se comprenderá que no pueden
ser solicitados por el pensamiento de emplearlos en el lucro.
Aquel, pues, que tenga necesidad de hechos para convencerse, debe probar a los
espíritus su buena voluntad con una observación seria y paciente, si quiere ser secundado
por ellos. Pero si es verdad que la fe no se impone, no lo es menos que tampoco se
compra.
V. –Comprendo este razonamiento desde el punto de vista moral; ¿Pero no es
justo que el que emplea su tiempo en interés de la causa sea indemnizado, impidiéndole
aquel empleo el trabajo para vivir?
A. K. –Ante todo, ¿Lo hace precisamente en interés de la causa o en interés
propia? Si ha dejado su estado, es porque no estaba satisfecho de él y porque esperaba
ganar más con el nuevo oficio o trabajar menos. Ningún mérito tiene emplear el tiempo
cuando se hace para lograr provecho. Esto es absolutamente como decir que el panadero
fabrica el pan en provecho de la humanidad. La mediumnidad no es el único recurso, y
de no existir ella, los médiums interesados se verían obligados a ganarse la vida de otro
modo. Los médiums verdaderamente formales y desinteresados buscan los medios de vivir
en el trabajo cotidiano, y no abandonan sus ocupaciones cuando necesitan de éstas para
subsistir: sólo consagran a la mediumnidad el tiempo que sin perjuicio puedan ocuparle;
si se dedican a ella en sus ratos de ocio y de reposo, existe entonces verdadero desinterés,
por el cual se les ve agraciados y son objeto de aprecio y respeto.
Por otra parte, la multiplicidad de médiums en las familias hace inútiles los de
profesión, aun suponiendo que estos últimos ofreciesen todas las garantías apetecibles, lo
cual es muy raro. Sin el descrédito en que ha caído esta clase de explotación, y yo me
felicito de haber contribuido grandemente a ello, hubieránse visto pulular los médums
mercenarios, y abundar sus reclamaciones en los periódicos, y por uno que hubiese
podido ser leal hubiéranse encontrado cien charlatanes que, abusando de una facultad
real o simulada, hubiesen perjudicado enormemente al Espiritismo. Es, pues, un
principio, que todos los que ven en el Espiritismo algo más que una exhibición de
fenómenos curiosos, que comprenden y aprecian la dignidad, la consideración y los
verdaderos intereses de la doctrina, reprueban toda especie de especulación bajo
cualquier forma o disfraz con que se presente. Los médiums serios y sinceros, y doy este
nombre a los que comprenden la santidad del mandato que Dios les ha confiado, evitan
hasta las apariencias de lo que pudiera hacer recaer sobre ellos la menor sospecha de
codicia: la acusación de obtener un provecho cualquiera de su facultad sería considerada
por tales médiums como una injuria. Convenga usted, caballero, por incrédulo que sea,
en que un médium en semejantes condiciones le impresionaría de muy distinto modo
que si hubiese pagado su localidad para verle trabajar o, aunque hubiese obtenido una
entrada gratis, si supiese que detrás de todo ello había una cuestión de interés. Convenga
usted en que viendo el primero animado de un verdadero sentimiento religioso,
únicamente estimulado por la fe y no por el cebo de la ganancia, involuntariamente le
impondría respeto, aunque fuese el más humilde proletario, inspirándole también más
confianza, porque no tendría motivos para sospechar de su lealtad. Pues bien, caballero,
como el médium indicado encontrará usted mil por uno, y ésta es una de las causas que
han contribuido más poderosamente al crédito y propagación de la doctrina, mientras
que si no hubiese tenido más que intérpretes interesados, no contaría ni con la cuarta
parte de los adeptos con que hoy cuenta.
Esto se ha comprendido también, que los médiums profesionales son
excesivamente raros, en Francia por lo menos, y desconocidos en la mayor parte de los
centros espiritistas de provincia, donde la reputación de mercenarios bastaría para
excluirlos de todos los grupos serios, en los cuales no les sería lucrativo el oficio, a
consecuencia del crédito que sobre ellos recaería y de la competencia de los médiums
desinteresados, que se encuentran en todas partes.
Para suplir, ya la facultad que les falta, ya la insuficiencia de la clientela, existen
médiums sedicentes, que la obtienen con el juego de cartas, la bola de cristal, etcétera, a
fin de satisfacer todos los gustos, esperando por este medio atraer, a falta de espiritistas, a
los que creen aún en esas estupideces. Si no se perjudicasen más que a sí mimos, el mal
sería poca cosa: pero hay personas que sin profundizar más confunden el abuso con la
realidad, aparte de los mal intencionados que de ello se aprovechan para decir que en eso
consiste el Espiritismo. Ya ve usted, caballero, que conduciendo la explotación de la
mediumnidad a abusos perjudiciales para la doctrina, el Espiritismo serio tiene razón de
rechazarla y repudiarlas como auxiliar.
V. –Convengo en que todo esto es muy lógico, pero los médiums desinteresados
no están a la disposición de todos, y no puede uno permitirse incomodarlos, mientras
que no se tiene reparo en los retribuidos, porque de sabe que no se les hace peder el
tiempo. La existencia de médiums públicos sería una ventaja para las personas que
quisieran convencerse.
A. K. –Pero si los médiums públicos, como usted los llama, no ofrecen las
garantías apetecidas, ¿Qué utilidad pueden prestar para el convencimiento? El
inconveniente que usted señala no destruye los otros más serios que yo he presentado. Se
recurriría a ellos más por diversión o por conocer la buenaventura que para instruirse. El
que verdaderamente desea convencerse, tarde o temprano encuentra medios si tiene en
ello perseverancia y buena voluntad; pero si no está preparado, no se convencerá con
asistir a una sesión. Si a ella acude con impresión desfavorable, con peor impresión
saldrá, y quizá se sentirá disgustado de proseguir un estudio en el que nada formal habrá
visto, hecho probado ya por la existencia.
Pero al lado de las condiciones morales, los progresos de la ciencia espiritista
nos patentizan hoy una dificultad material en la que no se pensaba al principio,
haciéndonos conocer mejor las condiciones en que se producen las manifestaciones. Esta
dificultad se refiere a las afinidades fluídicas que deben existir entre el Espíritu evocado y
el médium.
Paso por alto los pensamientos de fraude y superchería, suponiendo la más
completa lealtad. Para que un médium de profesión pudiese ofrecer perfecta seguridad a
las personas que fuesen a consultarle, sería preciso que apoyase una facultad permanente
y universal, es decir, que pudiese comunicarse fácilmente con cualquier Espíritu y en
cualquier momento, para estar así constantemente a disposición del público, como un
médico, y satisfacer a todas las evocaciones que se pidieran. Y esto no sucede con ningún
médium, tanto en los interesados como en los otros, por acusas independientes de la
voluntad del Espíritu, causas que no puedo desarrollar en este momento, porque no estoy
dando a usted un curso de Espiritismo. Me limitaré a decirle que las afinidades fluídicas,
que son el principio de las facultades medianímicas, son individuales y no generales, que
pueden existir en un médium para con tal Espíritu y no para con tal otro; que sin esas
afinidades, cuyos matices son muy variados, las comunicaciones son incompletas, falsas o
imposibles; que, con mucha frecuencia, la asimilación fluídica entre el Espíritu y el
médium no se establece más que con el tiempo, y que sólo una de cada diez veces se
establece completamente desde el primer momento. La mediumnidad, como usted ve,
caballero, está subordinada a las leyes, hasta cierto punto, orgánicas, a las cuales obedece
todo médium, y no puede negarse que no sea esto un escollo para la mediumnidad
profesional, ya que la posibilidad y exactitud de las comunicaciones se relacionan con
causas independientes del médium y del Espíritu. (Véase más, cap. II, De los Médiums.)
Si rechazamos, pues, la explotación de la mediumnidad, no es por capricho ni
por sistema, sino porque los mismos principios que rigen las relaciones con el mundo
invisibles se componen a la regularidad y a la precisión necesarias al que se pone a la
disposición del público, y porque el deseo de satisfacer a una clientela que paga, conduce
al abuso. No deduzco de aquí que todos los médiums sean charlatanes, pero digo que el
cebo de la ganancia conduce al charlatanismo y autoriza, si no justifica, la sospecha de
fraude. El que quiere convencerse debe buscar ante todo elementos de sinceridad.
Los médiums y los hechiceros
V.
–Desde el momento en que la mediumnidad consiste en establecer
relaciones
con los poderes ocultos, me parece que las palabras médiums y hechiceros
son poco
menos que sinónimas.
A. K. –En todas las épocas ha habido médiums naturales o inconscientes
que,
por el hecho de que producían fenómenos insólitos y no comprendidos,
eran calificados de hechiceros y de tener pacto con el diablo, lo cual
ha sucedido también con la mayor
parte de los sabios que poseían conocimientos superiores a los del
vulgo. La ignorancia ha
exagerado su poder y ellos mismos han abusado con frecuencia de la
credulidad pública
explotándola, y de aquí la justa reprobación de que han sido objeto.
Basta comparar el
poder atribuido a los hechiceros con la facultad de los verdaderos
médiums para
establecer la diferencia pero la mayor parte de los críticos no se toman
este trabajo. El
Espiritismo, lejos de resucitar la hechicería, la destruye para siempre,
despojándola de su
pretendido poder sobrenatural, de sus pretendidas fórmulas, hechizos,
amuletos y
talismanes, reduciendo los fenómenos posibles a su justo valor, sin
salir de las leyes
naturales.
La asimilación que ciertas personas pretenden establecer, procede del
error en
que se encuentran de que los espíritus están a disposición de los
médiums. Repugna a su
razón que pueda depender del primer antojadizo el hacer venir a su gusto
y en el
momento determinado, al Espíritu de tal o cual persona, más o menos
ilustre. En esto
creen la verdad, y si, antes de censurar el Espiritismo, se hubiesen
molestado en
informarse, hubieran sabido que dice terminantemente que los espíritus
no están sujetos
a los caprichos de nadie, y que nadie puede hacerles venir a su antojo y
a pesar de ellos,
de donde se deduce que los médiums no son hechiceros.
V. –Según esto, todos los efectos que ciertos médiums acreditados
obtienen por
su voluntad y en público son para usted sofisticaciones.
A. K. – No lo digo de un modo absoluto. Ciertos fenómenos no son
imposibles,
porque hay espíritus de grado inferior que pueden prestarse a ellos, y
que con ellos se
divierten, habiendo quizá hecho ya, durante su vida, el oficio de
charlatanes, y habiendo
también médiums especialmente propios para este género de manifestación.
Pero el
sentido común más vulgar rechaza la idea de que los espíritus elevados,
por poco que lo
estén, vengan a participar en la comedia y a hacer alardes de fuerza
para divertir a los
curiosos.
La obtención de estos fenómenos al antojo del que los obtiene, y sobre
todo en
público, es siempre sospechosa; en semejante caso, la mediumnidad y la
prestidigitación
andan tan cerca, que con frecuencia es muy difícil distinguirlas. Antes
de ver en aquéllos
la acción de los espíritus, se requieren minuciosas observaciones y
tener en cuenta, bien el
carácter y antecedentes del médium, bien una multitud de circunstancias
que sólo un
profundo estudio de la teoría de los fenómenos espiritistas puede hacer
apreciar. Es de
notar que este género de mediumnidad, si es en efecto mediumnidad, está
limitada a la
producción del mismo fenómeno, con ligeras variaciones, lo que no es muy
a propósito
para disipar las dudas. Un absoluto desinterés sería la mejor garantía
de sinceridad.
Cualquiera que sea la realidad de dichos fenómenos, como efectos
medianímicos, producen un buen resultado, cuales el de poner en boga la
idea espiritista.
La controversia que sobre este particular se establece induce a muchas
personas un
estudio más profundo. No es, ciertamente, a esos lugares donde debe irse
en busca de
instrucciones serias acerca del Espiritismo, ni de la filosofía de la
doctrina, pero es un
medio de llamar la atención a los indiferentes y obligar a que hablen de
él a los más
recalcitrantes.
Diversidad de los espíritus
V. –Usted habla de espíritus buenos o malos, serios o ligeros, y le
confieso que
no me explico esta diferencia. Me parece que, al dejar su envoltura
corporal, deben despojarse de las imperfecciones inherentes a la
materia; que debe para ellos hacerse la luz
sobre todas las verdades que nos están ocultas, y que deben verse libres
de las
preocupaciones terrestres.
A. K. –Sin duda alguna se encuentran libres de las imperfecciones
físicas, es
decir, de las enfermedades y flaquezas del cuerpo, pero las
imperfecciones morales se
refieren al Espíritu y no al cuerpo. Entre ellos los hay que están más o
menos adelantados
intelectual y moralmente. Sería erróneo creer que los espíritus, al
dejar su cuerpo material
reciben súbitamente la luz de la verdad. ¿Cree usted, por ejemplo que
cuando muera no
habrá ninguna diferencia entre el Espíritu de usted y el de un salvaje o
el de un
malhechor? Si así fuera, ¿De qué le serviría haber trabajado para
instruirse y mejorarse,
puesto que un cualquiera sería tanto como usted después de la muerte?
Sólo gradual, y
algunas veces muy lentamente, se verifica el progreso de los espíritus.
Entre ellos,
dependiendo esto de su purificación, los hay que ven las cosas bajo un
punto de vista
más exacto que durante su vida. Otros, por el contrario, tienen aún las
mismas pasiones,
las mismas preocupaciones y los mismos errores, hasta que el tiempo y
nuevas pruebas les
hayan permitido perfeccionarse.
Note usted bien que lo dicho es el resultado de la experiencia, porque
del modo
indicado se nos presenta en sus comunicaciones. Es, pues, un principio
elemental de
Espiritismo que entre los espíritus los hay de todos los grados de
inteligencia y moralidad.
V. –Pero entonces, ¿Por qué no son perfectos todos los espíritus? ¿Dios,
pues,
los crea de todas categorías?
A. K. –Eso vale tanto como preguntar, porque todos los discípulos de un
colegio
no cursan filosofía. Todos los espíritus tienen el mismo origen y el
mismo destino. Las
diferencias que entre ellos existen no constituyen diferentes especies,
sino grados diversos
de adelanto.
Los espíritus no son perfectos, porque son las almas de los hombres, y
los
hombres no son perfectos, porque son la encarnación de espíritus más o
menos
adelantados. El mundo corporal y el mundo espiritual alternan
incesantemente; por la
muerte del cuerpo, el mundo corporal ofrece su contingente al mundo
espiritual; por el
nacimiento, el espiritual alimenta a la humanidad. En cada nueva
existencia, el Espíritu
realiza un progreso más o menos grande, y cuando ha adquirido en la
Tierra la suma de
conocimientos y de elevación moral de que es susceptible nuestro globo,
lo deja para
pasar a otro mundo más elevado, donde aprende cosas nuevas.
Los espíritus que forman la población invisible de la Tierra son hasta
cierto
punto reflejo del mundo corporal. Se encuentran en ellos los mismos
vicios y las mismas
virtudes; los hay sabios, ignorantes, falsos sabios, prudentes y
atolondrados; filósofos,
razonadores y sistemáticos; no habiéndose desprendido todos de sus
preocupaciones,
todas las opiniones políticas y religiosas tienen entre ellos sus
representantes; cada uno
habla según sus ideas, y a menudo lo que dicen no es más que su opinión
personal, y he
aquí por qué no se debe dar ciegamente crédito a todo lo que dicen los
espíritus.
V. –Si esto es así, descubro una inmensa dificultad, pues en semejante
conflicto
de opiniones diversas, ¿Cómo distinguir el error de la verdad? No
comprendo que nos
sirvan de mucho los espíritus ni lo que ganamos con sus conversaciones.
A. K. –Aunque sólo sirviesen los espíritus para enseñarnos que los hay
que son
las almas de los hombres, ¿No sería ya esto muy importante para los que
dudan de si la
tienen, y que ignoran lo que será de ellos después de la muerte?
Como todas las ciencias filosóficas, la espiritista requiere largos
estudios y
minuciosas observaciones. Así es como se aprende a distinguir la verdad
de la impostura, y como se obtienen los medios de alejar a los espíritus
mentirosos. Por encima de la turba
de baja ralea, están los espíritus superiores, que no tienen otra mira
que el bien, y cuya
misión es conducir a los hombres por el buen sendero. Nos corresponde a
nosotros saber
apreciarlos y comprenderlos. Éstos nos enseñan magníficas cosas; pero no
crea usted que
el estudio de los otros sea inútil, dado que para conocer un pueblo es
preciso estudiarlo
bajo todas sus fases.
Usted mismo es prueba de esta verdad: creía usted que bastaba a los
espíritus el
dejar su envoltura corporal para despojarse de sus imperfecciones, y las
comunicaciones
con ellos nos han enseñado lo contrario, haciéndonos conocer el
verdadero estado del
mundo espiritual, que a todos nos interesa en extremo, ya que a él
debemos ir todos. En
cuanto a los errores que pueden nacer de la divergencia de opinión entre
los espíritus,
desaparecen por sí mismos a medida que aprendemos a distinguir los
buenos de los
malos, los sabios de los ignorantes, los sinceros de los hipócritas, ni
más ni menos que
entre nosotros. Entonces el sentido común hace justicia a las falsas
doctrinas.
V. –Mi observación subsiste siempre respecto de las cuestiones
científicas y de
otras que pueden someterse a los espíritus. La divergencia de sus
opiniones sobre las
teorías que separan a los sabios nos deja en la incertidumbre. Comprendo
que, no
estando todos en el mismo grado de instrucción, no pueden saberlo todo;
pero entonces,
¿De qué peso puede ser para nosotros la opinión de los que saben, si no
podemos
evidenciar quién tiene razón y quién no? Tanto vale, pues, dirigirse a
los hombres como a
los espíritus.
A. K. –También esta reflexión es una consecuencia de la ignorancia del
verdadero carácter del Espiritismo. El que crea encontrar en él un medio
fácil de saberlo y
descubrirlo todo, está en un grave error. Los espíritus no están
encargados de traernos la
ciencia perfecta; esto sería en efecto muy cómodo, no tener más que
pedir para ser
servidos, evitándonos así el trabajo de las investigaciones. Dios quiere
que trabajemos,
que nuestro pensamiento se ejercite: sólo a este precio adquirimos la
ciencia. Los espíritus
no vienen a librarnos de esa necesidad: son lo que son: el Espiritismo
tiene por objeto el
estudio, a fin de saber, por analogía, lo que seremos algún día, y no de
hacernos conocer
lo que nos debe estar oculto, o revelarnos las cosas antes de tiempo.
Tampoco son los espíritus los anunciadores de la buenaventura, y
cualquiera
que se haga la ilusión de obtener de ellos ciertos secretos, se prepara
extrañas decepciones
de parte de los espíritus burlones; en una palabra, el Espiritismo es
una ciencia de
observación y no una ciencia de adivinación o de especulación. La
estudiamos para
conocer el estado de las individualidades del mundo invisible, las
relaciones que entre
ellos y nosotros existen, su acción oculta sobre el mundo visible, y no
por la utilidad
material que de ella podemos obtener. Bajo este punto de vista, no hay
Espíritu cuyo
estudio no sea útil. Con todos aprendemos algo; sus imperfecciones, sus
defectos, su
insuficiencia, su misma ignorancia son otros tantos asuntos de
observación que nos
inician en la naturaleza íntima de ese mundo, y cuando no son ellos los
que nos instruyen
con sus enseñanzas, somos nosotros los que nos instruimos estudiándolos,
como sucede
cuando observamos las costumbres de un pueblo que no conocemos.
Respecto de los espíritus ilustrados, nos enseñan mucho, pero en los
límites de
las cosas posibles, y no debe preguntárseles lo que no pueden o no deben
revelar; hemos
de contentarnos con lo que nos dicen; querer ir más allá es exponerse a
las mistificaciones
de los espíritus ligeros, dispuestos siempre a responder a todo. La
experiencia nos enseña
a juzgar el grado de confianza que podemos concederles.
Utilidad práctica de las manifestaciones
V. –Supongamos que este punto sea ya evidente y que el Espiritismo haya sido
reconocido por una realidad; ¿Cuál puede ser su utilidad práctica? Hasta ahora hemos
pasado sin él, y me parece que podríamos continuar del mismo modo viviendo muy
tranquilamente.
A. K. –Otro tanto pudiera decirse de los ferrocarriles y del vapor, sin los cuales
se vivía muy bien.
Si por la utilidad práctica entiende usted los medios de vivir bien, de hacer
fortuna, de conocer el porvenir, de descubrir minas de carbón o tesoros ocultos, de
recobrar herencias y de esquivar el trabajo de las investigaciones, para nada sirve el
Espiritismo, que no puede hacer alzar o bajar la Bolsa, ni ser reducido a acciones, ni
siquiera ofrecer inventos perfectos, a punto de ser explotados. Bajo este punto de vista,
¡Cuántas ciencias serían inútiles! Cuántas hay que nos ofrecerían ventaja alguna,
comercialmente hablando. Los hombres se encontraban perfectamente antes del
descubrimiento de todos los planetas; antes de que se supiera que es la Tierra, y no el Sol,
la que gira; antes de que se hubiesen calculado los eclipses; antes de que se conociese el
mundo microscópico y antes de otras mil cosas. Para hacer crecer el trigo, no tiene
necesidad el labrador de saber lo que es un cometa; ¿Por qué, pues, los sabios se entregan
a estas investigaciones, y quién se atreverá a decir que pierden el tiempo en ellas?
Todo lo que sirve para levantar una punta del velo contribuye al desarrollo de la
inteligencia, ensancha el círculo de las ideas, haciéndonos penetrar en las leyes de la
Naturaleza. En virtud de una de ellas, existe el mundo de los espíritus. El Espiritismo
hace que la conozcamos; nos enseña la influencia que el mundo invisible ejerce en el
visible y las relaciones que entre ambos existen, como la astronomía nos enseña las
relaciones de los astros con la Tierra; nos lo presenta como una de las fuerzas que
gobiernan al Universo y contribuyen al mantenimiento de la armonía general. Su
pongamos que se limite a esto su utilidad, ¿No sería ya mucho la revelación de semejante
poder, haciendo abstracción de toda doctrina moral? ¿No es nada la revelación de todo
un mundo nuevo, sobre todo si el conocimiento del mismo nos lleva a la resolución de
una multitud de problemas insolubles hasta ahora; si nos inicia en los misterios de
ultratumba, que algo nos interesan, puesto que todos cuantos somos debemos tarde o
temprano dar el paso fatal? Pero otra utilidad más positiva tiene el Espiritismo, que es la
influencia que ejerce por la fuerza misma de las cosas. El Espiritismo es la prueba patente
de la existencia del alma, de su individualidad después de la muerte, de su inmortalidad y
de su suerte verdadera. Es, pues, la destrucción del materialismo, no con razonamiento,
sino con hechos.
No debe pedirse al Espiritismo más de lo que puede dar, ni buscar en él otro fin
que el providencial. Antes de los progresos formales de la astronomía se creía en la
astrología. ¿Sería razonable asegurar que para nada sirve la astronomía porque ya no
puede descubrirse en la influencia de los astros el pronóstico del destino? Del mismo
modo que la astronomía destronó a los astrólogos, el Espiritismo destrona a los adivinos,
a los hechiceros y a los anunciadores de la buenaventura. Es a la magia lo que la
astronomía a la astrología, y la química a la alquimia.
Locura, suicidio, obsesión
V. –Ciertas personas consideran las ideas espiritistas
como capaces de turbar las
facultades mentales, y por este motivo encuentran prudente detenerlas en
su curso.
A. K. –Ya sabe usted conocer el proverbio: achaques quiere la muerte. No
es,
pues, de sorprender que los enemigos del Espiritismo procuren apoyarse
en todos los
pretextos. El indicado les ha parecido a propósito para despertar
temores y
susceptibilidades, y se han apoderado de él con solicitud. Pero
desaparece ante el más
ligero examen. Oiga usted, pues, sobre esta locura, el razonamiento de
un loco.
Todas las grandes preocupaciones del Espíritu pueden ocasionar la
locura; las
ciencias, las artes, la misma religión, ofrecen su contingente. La
locura tiene por principio
un estado patológico del cerebro, instrumento del pensamiento:
desorganizado el cerebro
queda alterado el pensamiento. La locura es, pues, un efecto
consecutivo, cuya causa
primera es una predisposición orgánica que hace al cerebro más o menos
accesible a
ciertas impresiones, y esto es tan cierto que verá usted personas que
piensan muchísimo
sin volverse locos, y otros que pierden el juicio bajo la influencia de
la más pequeña
sobreexcitación. Dada la predisposición a la locura, ésta tomará el
carácter de la
preocupación principal, que se convertirá entonces en una idea fija.
Ésta podrá ser la de
los espíritus en quien de ellos se haya ocupado, como pudiera ser la de
Dios, de los
ángeles, del diablo, de la fortuna, del poder, de un arte, de una
ciencia, de la maternidad,
de un sistema político o social.
Es problema que el loco religioso lo hubiera sido espiritista, si el
Espiritismo
hubiese sido su preocupación dominante. Cierto es que un periódico ha
dicho que en
una sola localidad de América, cuyo nombre no recordamos, se contaban
cuatro mil casos
de locura espiritista. Pero ya sabemos que en nuestros adversarios es
una idea fija el
creerse dotados exclusivamente de razón, lo cual no deja de ser una
manía como otra
cualquiera.
Para ellos, todos nosotros somos dignos de un manicomio, y por
consiguiente,
los cuatro mil espiritistas de la localidad en cuestión deben ser otros
tantos locos. Bajo
este concepto, los Estados Unidos cuentan con centenares de miles, y un
mayor número
aún todos los países del mundo. Esta broma pesada comienza a caer en
desuso desde que
la indicada locura se hace paso en las más elevadas esferas de la
sociedad. Mucho ruido se
hace con un ejemplo conocido, el de Víctor Hennequín; pero se echa al
olvido que, antes
de ocuparse de los espíritus, había dado ya pruebas de excentricidad en
las ideas. Si las
mesas giratorias no hubiesen aparecido –las cuales, según un ingenioso
juego de palabras
de nuestros adversarios, le hicieron perder el juicio,- su locura
hubiera tomado otro
carácter.
Digo, pues, que el Espiritismo no goza de ningún privilegio en este
punto, y aún
más, bien comprendido, preserva de la locura y del suicidio.
Entre las más numerosas causas de sobreexcitación cerebral, deben
contarse las
decepciones, las desgracias, los afectos contrarios, causas que son
también las más
frecuentes de suicidio. Pues bien, el verdadero espiritista ve las cosas
de este mundo desde
un punto de vista tan elevado, que las tribulaciones no son para él más
que incidentes
desagradables. Lo que en otros produciría una violenta emoción, le
afecta medianamente.
Sabe por otra parte que los pesares de la vida son pruebas que conspiran
a su adelanto si
los sufre sin murmurar, porque será recompensado según el valor con que
las haya
soportado. Estas convicciones le dan, pues, una resignación que le
preserva de la
desesperación, y por consiguiente, de una causa incesante de locura y de
suicidio. Sabe, además, por el espectáculo que le dan las
comunicaciones de los espíritus, la deplorable
suerte de los que voluntariamente abrevian sus días, y este cuadro es
bastante para hacerle
reflexionar, por lo cual es considerable el número de los que por él han
sido detenidos en
la funesta pendiente. Este es uno de los resultados del Espiritismo.
En el número de las causas de locura, debe colocarse también el miedo, y
el que
se tiene al diablo ha descompuesto a más de un cerebro. ¿Se sabe por
ventura el número
de víctimas producidas al impresionar las imaginaciones débiles con este
cuadro que se
procura hacer más horroroso por medio de horribles pormenores? Se dice
que el diablo
no espanta más que a los chiquillos, que es un freno para hacerles
prudentes; sí, como la
bruja y el coco, pero cuando no les tienen ya miedo, son peores que
antes. Y por este
magnífico resultado, se olvida el número de epilepsias acusadas a un
cerebro delicado.
No debe confundirse la locura patológica, con la obsesión. Ésta no
procede de
ninguna lesión cerebral, sino de la subyugación ejercida por los
espíritus maléficos sobre
ciertos individuos, y tiene, a veces, las apariencias de la locura
propiamente dicha. Esta
afección, que es muy frecuente, es independiente de la creencia en el
Espiritismo y ha
existido en todos los tiempos. En este caso, la medicina general es
impotente y hasta
nociva. El Espiritismo, haciendo conocer esta nueva causa de turbación
en el estado del
ser, ofrece, al mismo tiempo, el medio de curarla obrando no en el
enfermo, sino en el
Espíritu obsesor. Es el remedio y no la causa de la enfermedad.
Olvido del pasado
V. –No me explico cómo puede aprovecharse el hombre de la
experiencia
adquirida en las anteriores existencias si no conserva el recuerdo de
las mismas; porque,
desde el momento que no las recuerda, cada existencia viene a ser como
la primera, lo
cual equivale a empezar siempre. Supongamos que al despertarnos cada día
perdiésemos
la memoria de lo que habíamos hecho en el anterior. Es indudable que no
estaríamos
más adelantados a los sesenta que a los diez años, mientras que
recordando nuestras
faltas, nuestras fragilidades y los castigos recibidos, procuraríamos no
volver a incurrir en
ellas. Sirviéndome de la comparación hecha por usted del hombre en la
Tierra con el
alumno de un colegio, no comprendería que este último pudiese aprovechar
las lecciones
del quinto año, por ejemplo, si no recordase las aprendidas en el
cuarto. Estas soluciones
de continuidad en la vida del Espíritu interrumpen todas las relaciones,
haciendo de él
un ser nuevo hasta cierto punto, de donde puede concluirse que nuestros
pensamientos
mueren en cada existencia, para renacer sin conciencia de lo que hemos
sido. Esto es una
especie de anonadamiento.
A. K. –De cuestión en cuestión me conducirá a usted a hacer un curso
completo
de Espiritismo. Todas las objeciones que usted hace son naturales en el
que nada sabe en
este asunto, y que encontraría, en un estudio profundo, una solución
mucho más
explícita que la que puedo dar en una explicación sumaria, que por sí
misma debe
provocar incesantemente nuevas cuestiones. Todo se encadena en el
Espiritismo, y
cuando se estudia el conjunto, se ve que los principios se desprenden
los unos de los
otros apoyándose mutuamente, y lo que parecía entonces una anomalía
contraria a la
justicia de Dios, parece completamente natural y viene en confirmación
de esa sabiduría
y de esta justicia de Dios, parece completamente natural y viene en
confirmación de esa
sabiduría y de esa justicia.
Tal es el problema del olvido del pasado que se relaciona con cuestiones
de igual
importancia, por lo cual no haré más que desbrozarle. Si a cada nueva
existencia se corre un velo sobre el pasado, nada pierde el
Espíritu de lo que ha adquirido en aquél; olvida únicamente la manera
como lo ha
adquirido. Sirviéndome de la comparación del alumno, poco le importa
recordar dónde,
cómo y con qué profesores cursó el cuarto año, al entrar en que quinto,
sabe lo que se
aprende en el cuarto. ¿Qué le importa saber que fue castigado por su
pereza o por su
insubordinación, si tales castigos le han hecho estudioso y dócil? De
este modo, el
hombre, al reencarnarse, trae instintivamente y como ideas innatas lo
que ha adquirido
en ciencia y en moralidad. Digo en moralidad, porque si durante una
existencia se ha
mejorado, si ha aprovechado las lecciones de la experiencia, cuando se
reencarne será
instintivamente mejor; su Espíritu, robustecido en la escuela del
sufrimiento y del trabajo,
tendrá más solidez; lejos de tener que empezar, posee un abundante
fondo, en el que se
apoya para adquirir más y más.
La segunda parte de su objeción, respecto del anonadamiento del
pensamiento,
no es menos infundada, porque semejante olvido sólo tiene lugar durante
la vida
corporal. Al dejarla, el Espíritu recobra el recuerdo del pasado: puede
entonces juzgar del
camino recorrido y del que aún le falta recorrer; de modo que no hay
solución de
continuidad en la vida espiritual, que es la normal del Espíritu.
El olvido temporal es un beneficio de la providencia, ya que la
experiencia se
adquiere a menudo por las rudas pruebas y expiaciones terribles, cuyo
recuerdo sería muy
penoso, viniendo a juntarse a las angustias de las tribulaciones de la
vida presente. Si
parecen largos los sufrimientos de la vida, ¿Qué no parecerían si se
aumentase su
duración con el recuerdo de los sufrimientos del pasado? Usted, por
ejemplo, caballero,
es hoy un hombre honrado, pero acaso lo debe a los rudos castigos
sufridos por faltas que
hoy repugnarían a su conciencia; ¿Le gustaría a usted recordar el haber
sido ahorcado
alguna vez? ¿No le perseguiría constantemente la vergüenza, pensando que
el mundo sabe
el mal por usted cometido? ¿Qué le importa a usted lo que haya podido
hacer y lo que
haya sufrido para expiarlo, si es usted actualmente un hombre
apreciable? A los ojos del
mundo, es usted un nuevo hombre. A los de Dios, un Espíritu
rehabilitado. Libre del
recuerdo de un pasado importuno, obra con más libertad; la vida actual
es un nuevo
punto de partida; las deudas anteriores de usted están satisfechas, le
corresponde ahora
no encontrar otras nuevas.
¡Cuántos hombres quisieran poder, durante su vida, correr un velo sobre
sus
primeros años! ¡Cuántos se han dicho al fin de su existencia!: “Si
volviese a empezar, no
haría lo que he hecho”. “Pues bien, lo que no pueden deshacer en esta
vida, lo desharán
en otra; en una nueva existencia, su Espíritu traerá consigo, en estado
de intuición, las
buenas resoluciones tomadas. Así se realiza gradualmente el progreso de
la Humanidad.
Supongamos aún, lo que es muy ordinario, que entre sus relaciones, en su
misma familia, se encuentre un individuo del cual está usted quejoso,
que quizá le ha
arruinado o deshonrado en otra existencia, y que viene arrepentido a
encarnarse junto a
usted, a unírsele por lazos de familia para reparar los agravios por
medio de su interés y
afecto, ¿No se encontrarían ustedes mutuamente en la posición más falsa,
si ambos
recordaran sus enemistades? En lugar de apaciguarse éstas, se
eternizarían los odios.
Deduzca usted de todo esto que el recuerdo del pasado perturbaría las
relaciones sociales y sería una traba al progreso. ¿Quiere usted una
prueba de actualidad?
Si un hombre condenado a presidio tomase la firme resolución de ser
honrado, ¿Qué
sucedería a su salida? Sería rechazado por la sociedad y esta repulsión
casi siempre volvería
a arrastrarle hacia el vicio. Si suponemos, por el contrario, que todo
el mundo ignora sus antecedentes, sería bien recibido, y si él mismo
pudiese olvidarlo, no sería menos
honrado y podría caminar alta la frente, en vez de bajarla a la
vergüenza del recuerdo.
Esto concuerda perfectamente con la doctrina de los espíritus acerca de
los
mundos superiores al nuestro. En ellos, donde sólo el bien reina, el
recuerdo del pasado
no es nada penoso, y por eso sus habitantes recuerdan la existencia
precedente como
nosotros lo que hemos hecho el día anterior. En cuanto a lo que ha
podido hacerse en los
mundos inferiores, viene a ser como un sueño pasado.
Elementos de convicción
V. –Convengo, caballero, en que desde el punto de vista filosófico la doctrina
espiritista es perfectamente racional, pero queda siempre la cuestión de las
manifestaciones que sólo los hechos pueden resolver, y la realidad de semejantes hechos
es la que niegan muchas personas, por lo cual no debe usted extrañar el deseo que se
experimenta de presenciarlos.
A. K. –Lo encuentro natural, pero como busco el provecho que puedan dar,
explico las condiciones en que conviene colocarse para observarlos mejor, y sobre todo
para comprenderlos. El que a ello no quiere someterse indica que no tiene serios deseos
de ilustrarse, y entonces es inútil perder el tiempo con él.
También convendrá usted, caballero, en que sería extraño que una filosofía
racional hubiese salido de hechos ilusorios y falsos. En buena lógica, la realidad del efecto
implica la realidad de la causa; si es verdadero el uno, no puede ser falsa la otra, porque
no habiendo árbol, no se pueden cosechar frutos.
Cierto es que todo el mundo no ha podido evidenciar los hechos, porque no
todos se han puesto en las condiciones requeridas para observarlos, ni han tenido en ellos
la paciencia y perseverancia necesarias. Pero esto sucede como en todas las ciencias: lo que
no hacen unos lo hacen otros, y todos los días se admite el resultado de cálculos
astronómicos por aquellos que no los han hechos.
Como quiera que sea, si usted encuentra buena la filosofía, puede aceptarla
como otra cualquiera, reservándose su opinión sobre los senderos y medios que a ella han
conducido, o como máximo admitiéndolos a título de hipótesis hasta que tenga más
amplia demostración.
Los elementos de convicción no son los mismos para todos; lo que convence a
los unos no causa impresión ninguna a los otros, y de aquí que sea necesario un poco de
todo. Pero es un error creer que los experimentos físicos son el único medio de
convencimiento. He visto algunos a quienes los más notables fenómenos no han podido
convencer y de quienes ha triunfado una simple respuesta por escrito. Cuando se ve un
hecho que no se comprende, parece más sospechoso cuanto más extraordinario es, y el
pensamiento le busca siempre una causa vulgar; si nos damos cuenta de él, lo admitimos
mucho más fácilmente, porque tiene una razón de ser: lo maravilloso y lo sobrenatural
desaparecen entonces. Es indudable que las explicaciones que acabo de dar a usted en
este diálogo están lejos de ser completas, pero estoy persuadido de que, sumarias como
son, le darán que pensar, y si las circunstancias le hacen a usted testigo de algunas
manifestaciones, las verá con menos prevención, porque podrá fundar su razonamiento
sobre una base. Hay dos cosas en el Espiritismo: la parte experimental de las
manifestaciones y la doctrina filosófica; y todos los días me visitan personas que nada han
visto y que creen tan firmemente como yo, únicamente por el estudio que han hecho de
la parte filosófica. Para ellas el fenómeno de las manifestaciones es lo accesorio; el fondo,
ALLAN KARDEC
41
la doctrina, la ciencia, la encuentran tan grande y tan racional, que hallan en la misma
todo lo que puede satisfacer sus aspiraciones interiores, haciendo abstracción del hecho
de las manifestaciones, y concluyen, de aquí, que aun suponiendo que éstas no existen,
no deja de ser la doctrina que mejor resuelve una multitud de problemas creídos
insolubles. ¡Cuántos son los que me han dicho que estas ideas habían germinado en su
cerebro, aunque de una manera confusa! El Espiritismo ha venido a formularla o darles
un cuerpo, siendo para ellos un rayo de luz. Esto explica el número de adeptos que ha
hecho la sola lectura de El Libro de los Espíritus. ¿Cree usted que hubiese sucedido esto si
nos hubiéramos concretado a las mesas giratorias y parlantes?
V. –Tiene usted razón en decir, caballero, que de las mesas giratorias ha salido
una doctrina filosófica, y lejos estaba yo desospechar las consecuencias que podían surgir
de un hecho que se miraba como un simple objeto de curiosidad. Ahora veo cuán vasto
es el campo abierto por su sistema.
A. K. –Dispense usted, caballero; usted me honra mucho atribuyéndome ese
sistema, pero no me pertenece. Todo él está deducido de la enseñanza de los espíritus. Yo
he visto, observado, coordinado, y procurado hacer comprender a los otros lo que yo
comprendo; he aquí toda la parte que me toca. Entre el Espiritismo y los otros sistemas
filosóficos hay esta diferencia capital, que los últimos son obra de hombres más o menos
esclarecidos, mientras que en el que usted me atribuye no tengo el mérito de haber
inventado un solo principio. Se dice: la filosofía de Platón, de Leibnitez; pero no se dirá:
la doctrina de Allan Kardec, y esto es lógico; porque, ¿Qué peso ha de tener un hombre
en cuestión tan seria? El Espiritismo tiene auxiliares mucho más preponderantes y a cuyo
lado somos átomos.
Sociedad espiritista de París
V. –Sé que dirige usted una sociedad que se ocupa en estos estudios; ¿Me sería
posible ingresar en ella?
A. K. –Por ahora ciertamente que no: porque si para ingresar en la misma no se
necesita ser doctor en Espiritismo, es preciso por lo menos tener sobre este particular
ideas más fijas que las de usted. Como no quiere ser turbada en sus estudios, no puede
admitir a los que le harían perder el tiempo en cuestiones elementales, ni a los que, no
simpatizando con sus principios y convicciones, introducirían el desorden con
discusiones intempestivas o por Espíritus de contradicción. Ella es una sociedad
científica, como otras muchas, que se ocupa en profundizar los diferentes puntos de la
ciencia espiritista, procurando esclarecerlos. Es el centro donde convergen las enseñanzas
de todas las partes del mundo, y donde se elaboran y coordinan las cuestiones que se
refieren al progreso de la ciencia, pero no una escuela, ni una enseñanza elemental, más
tarde, cuando las convicciones de usted están formadas por el estudio, se verá si hay lugar
a admitirle. En el ínterin, podrá usted como máximo asistir una o dos veces como oyente,
con la condición de no hacer reflexión alguna que pueda ofender a nadie, pues de lo
contrario, yo, que le abría presentado a usted, sufriría los reproches de mis colegas, y a
usted se le cerraría la puerta para siempre. Verá usted una reunión de hombres serios y de
buen trato, cuya mayor parte se recomienda por la superioridad de su saber y de su
posición social, y que no permitirían que aquellos a quienes admite la sociedad se
separasen lo más mínimo de los buenos modales; porque no se figura usted que ella invite
al público, y que llame a sus sesiones al primer transeúnte. Como no hace demostraciones
para satisfacer la curiosidad, huye cuidadosamente de los curiosos. Los que creyesen,
pues, encontrar en ella una distracción o un espectáculo, se llevarían chasco y harían muy
bien en no presentarse a la misma. He aquí por qué no admite, ni siquiera como simples
oyentes, a los que no conocen o a aquellos cuyas disposiciones hostiles son notorias.
Prohibición del Espiritismo
V. –Una pregunta final, se lo suplico a usted. El Espiritismo tiene poderosos
enemigos; ¿No podrían éstos prohibir el ejercicio de aquél y las sociedades espiritistas,
deteniendo de este modo su propagación?
A. K. –Medio sería éste de perder la partida más pronto porque la violencia es el
argumento de los que no tienen razones que oponer. Si el Espiritismo es una quimera
caerá por sí mismo sin que nadie se tome el trabajo de destruirlo. Si le persiguen es
porque se le teme, y sólo lo grave infunde temor. Si es una realidad, está, según tengo
dicho, en la Naturaleza, y no se revocan de un plumazo las leyes de la Naturaleza.
Si las manifestaciones espiritistas fuesen privilegio de un solo hombre, no hay
duda que, deshaciéndose de él, se pondría fin a las manifestaciones. Desgraciadamente
para sus adversarios, no son un misterio para nadie; nada hay secreto en ellas, nada
oculto, todo se realiza a la luz del día; están a la disposición de todo el mundo y se les
emplea en el palacio y en la cabaña. Puede prohibirse el ejercicio público, pero ya
sabemos que no es precisamente en público donde mejor se producen, sino en la
intimidad, y pudiendo cada uno ser médium, ¿Quién impedirá, a una familia en el
interior de su casa, a un individuo en el silencio de su gabinete, al prisionero entre sus
cadenas, tener comunicaciones con los espíritus, a pesar y a las barbas de sus esbirros?
Admitamos, sin embargo, que un gobierno fuese bastante fuerte para impedirlas en su
estado, ¿Las impediría en los Estados vecinos, en el mundo entero, ya que no hay un solo
país en ambos continentes donde no se encuentran médiums?
El Espiritismo, por otra parte, no tiene su germen en los hombres. Es obra de
los espíritus, que no pueden ser quemados, ni encarcelados. Consiste en la creencia
individual y no en las sociedades, que en manera alguna son necesarias. Si se llega a
destruir todos los libros espiritistas (y eso que existen ya algunos miles), los espíritus los
dictarían de nuevo.
Diálogo tercero
El sacerdote
El sacerdote. -¿Me permitiría usted, caballero, que a mi vez le dirija
algunas
preguntas?
A. K. –Con mucho gusto. Pero, antes de responderlas, creo útil
manifestarle el
terreno en que espero colocarme para responderle.
Debo manifestarle que de ningún modo pretenderé convertirlo a nuestras
ideas.
Si desea conocerlas detalladamente, las encontrará en los libros donde
están expuestas;
allí las podrá usted estudiar detenidamente, y libre será de rechazarlas
o aceptarlas.
El Espiritismo tiene por objeto combatir la incredulidad y sus funestas
consecuencias, dando pruebas patentes de la existencia del alma y de la
vida futura. Se
dirige, pues, a los que no creen en nada o que dudan, y usted lo sabe,
el número de ellos
es grande. Los que tienen una fe religiosa, y a los que basta esa fe, no
tiene necesidad de
él. Al que dice: “Yo creo en la autoridad de la Iglesia y me atengo a lo
que enseña sin
buscar nada más”, el Espiritismo responde que no se impone a nadie ni
viene a forzar
convicción alguna. La libertad de conciencia es una consecuencia de la
libertad de pensar, que es
uno de los atributos del hombre, y el Espiritismo se pondría en
contradicción con sus
principios de caridad y de tolerancia si no las respetase. A sus ojos,
toda creencia, cuando
es sincera y no induce a dañar al prójimo, es respetable aunque fuese
errónea. Si alguien
se empeña en creer, por ejemplo, que es el Sol el que da vueltas y no la
Tierra, le
diríamos: Créalo usted, si le place; porque eso no impedirá que la
Tierra dé vueltas; pero
del mismo modo que nosotros no procuramos violentar su conciencia, no
procure usted
violentar la de otros. Si convierte usted en instrumento de persecución
una creencia
inocente en sí misma, se trueca en nociva y puede ser combatida.
Tal es, señor sacerdote, la línea de conducta que he observado con los
ministros
de diversos cultos que a mí se han dirigido. Cuando me han interrogado
sobre puntos de
la doctrina, les he dado las explicaciones necesarias, absteniéndome
empero de discutir
ciertos dogmas, de que no debe ocuparse el Espiritismo, ya que cada uno
es libre de
apreciarlos. Pero jamás he ido en busca de ellos con el intento de
destruir su fe por medio
de la coacción. El que a nosotros viene como hermano, como hermano lo
recibimos. Al
que nos rechaza le dejamos en paz. Este es el consejo que no ceso de dar
a los espiritistas,
porque jamás he elogiado a los que se atribuyen la misión de convertir
al clero. Siempre
les he dicho: Sembrad en el campo de los incrédulos, que en él hay
abundante mies que
recoger.
El Espiritismo no se impone, porque, como he dicho, respeta la libertad
de
conciencia. Sabe, por otra parte, que toda creencia impuesta es
superficial y sólo da las
apariencias de fe, pero no la fe sincera. A la vista de todos expone sus
principios, de modo
que pueda cada uno formar opinión con conocimiento de causa. Los que los
aceptan,
laicos o sacerdotes, lo hacen libremente y porque los encuentran
racionales; pero de
ninguna manera abrigamos mala voluntad respecto de los que son de
nuestro parecer. Si
hay lucha entre la Iglesia y el Espiritismo, estamos convencidos de que
no la hemos
provocado nosotros.
S. –Si la Iglesia, al ver surgir una nueva doctrina, encuentra en ella
principios
que, a su modo de ver, debe condenar, ¿Le negará usted el derecho de
discutirlo y
combatirlos, de prevenir a los fieles contra los que considera errores?
A. K. –De ningún modo negamos un derecho que reclamamos para nosotros.
Si
la iglesia se hubiese encerrado en los límites de la discusión, nada
mejor podíamos pedir.
Pero lea usted la mayor parte de los escritos emanados de sus miembros o
publicados en
nombre de la religión, y los sermones que han sido predicados, y verá
usted la injuria y la
calumnia rebosando en todas partes, y los principios de la doctrina
indigna y
maliciosamente desfigurados. ¿No se ha oído calificar desde lo alto del
púlpito de
enemigos de la sociedad y del orden público a los espiritistas? ¿No han
visto
anatematizados y arrojados de la iglesia, a los que el Espiritismo ha
atraído a la fe, dando
por razón que más vale ser incrédulo que creer en Dios y en el alma por
medio del
Espiritismo? ¿No se han echado de menos para ellos las hogueras de la
inquisición? En
ciertas localidades, ¿No se les ha señalado a la animadversión de sus
conciudadanos, hasta
hacer que se les persiguiese e injuriase en las calles? ¿No se ha
conjurado a todos los fieles
a que se huyese de ellos, como a los apestados, e inducido a los criados
a que no entrasen
a su servicio? ¿No se ha solicitado de las mujeres que se separasen de
sus maridos, y de los
maridos que se separasen de sus mujeres por causa del Espiritismo? ¿No
se ha hecho
perder su plaza a los empleados, retirar a los obreros el pan del
trabajo, y el de la caridad a
los desgraciados porque eran espiritistas? Hasta los mismos ciegos han
sido echados de los
hospitales, porque no quisieron abjurar de su creencia. Y dígame usted,
señor sacerdote,
¿Es ésta una discusión leal? ¿Acaso han vuelto injuria por injuria, y
mal por mal los
espiritistas? No. A todo han opuesto la calma y la moderación. La
conciencia, pues, les ha
hecho ya la justicia de decir que no han sido ellos los agresores.
S. –Todo hombre sensato deplora tales excesos, pero la Iglesia no puede
ser
responsable de abusos cometidos por algunos de sus miembros poco
ilustrados.
A. K. –Convengo en ello, ¿Pero son miembros poco ilustrados los
príncipes de
la Iglesia? Vea usted la pastoral del obispo de Argel y de algunos
otros. ¿Y no fue un
obispo el que decretó el auto de fe de Barcelona? La autoridad superior
eclesiástica, ¿No
tiene poder omnímodo sobre sus subordinados? Si, pues, tolera sermones
indignos de la
cátedra evangélica, si favorece la publicación de escritos injuriosos y
difamatorios para
una clase de ciudadanos, si no se opone a la persecución ejercidas en
nombre de la
religión, es porque aprueba todo eso.
En resumen, rechazando sistemáticamente la Iglesia a los espiritistas
que a ella
volvían, les ha obligado a replegarse sobre sí mismos, y por la
naturaleza y violencia de sus
ataques ha ensanchado la discusión trayéndola a otro terreno. El
Espiritismo no era más
que una simple doctrina filosófica; la Iglesia es quien lo ha
engrandecido, presentándolo
como un enemigo terrible, quien, en fin, la ha proclamado una nueva
religión. Esta era
una falta de destreza, pero la pasión no reflexiona.
Un librepensador. –Hace un momento proclamó usted la libertad de
pensamiento y de conciencia, y declaró que toda creencia sincera es
respetable. El
materialismo es una creencia como otra cualquiera, ¿Por qué no ha de
gozar de la libertad
que concede usted a las otras?
A. K. –Seguramente cada uno es libre de creer lo que le plazca o de no
creer en
nada, y no legitimamos una persecución contra el que cree en la nada
después de la
muerte, y como tampoco la dirigida contra un cismático de una religión
cualquiera.
Combatiendo el materialismo, atacamos no a los individuos, sino a una
doctrina que, si
bien es inofensiva para la sociedad cuando se cierra en el foro interno
de la conciencia de
las personas ilustradas, es una llaga social si se generaliza. La
creencia de que todo acaba
para el hombre después de la muerte, de que toda solidaridad cesa con la
vida, le conduce
a considerar el sacrificio del bienestar presente en provecho de otro
como una tontería, y
de aquí la máxima: Cada uno para sí, durante la vida, puesto que nada
hay después de
ésta. La caridad, la fraternidad, la moral, en una palabra, no tienen
ninguna base,
ninguna razón de ser. ¿Por qué molestarse, reprimirse, privarse hoy,
cuando acaso
mañana no existiremos? La negación del porvenir, la simple duda sobre la
vida futura, son
los mayores estímulos del egoísmo, manantial de la mayor parte de los
males de la
humanidad. Se necesita gran virtud para ser retenido en la pendiente del
vicio y del
crimen, sin otro freno que la fuerza de su voluntad. El respeto humano
puede detener al
hombre de mundo, pero no aquel para quien el temor de la opinión es
nulo.
La creencia de la vida futura, demostrando la perpetuidad de las
relaciones entre
los hombres, establece entre ellos una solidaridad que no se detiene en
la tumba,
cambiando así el curso de las ideas. Si esta creencia no fuera más que
un vano espantajo,
sólo en una época hubiese existido. Pero como su realidad es un hecho de
experiencia, es
un deber propagarla y combatir la creencia contraria en interés del
orden social. Esto es lo
que hace el Espiritismo, lo hace con éxito, porque da pruebas, y porque
en definitiva el
hombre percibe la certeza de vivir dichoso en un mundo mejor, en
compensación de las
miserias terrestres, que creer que se muere para siempre. El pensamiento
de verse
anonadado perpetuamente, de creer a los hijos y a los seres que nos son
queridos
perdidos sin esperanza, sonríe, créalo usted, a un número de personas
muy reducido. Y de
aquí depende que los ataques dirigidos contra el Espiritismo en nombre
de la
incredulidad tengan tan poco éxito, y no lo han hecho vacilar un
instante.
S. –La religión enseña todo eso; hasta el presente ha sido ella
suficiente, ¿Hay
por ventura necesidad de una nueva doctrina?
A. K. –Si basta la religión, ¿Por qué hay tantos incrédulos,
religiosamente
hablando? La religión nos lo enseña, es cierto, nos dice que creamos en
ello, ¡Pero hay
tantas personas que no creen si no se les prueba lo que se les dice! El
Espiritismo prueba y
hace ver lo que la religión enseña teóricamente. ¿Y de dónde proceden
semejantes
pruebas? De la manifestación de los espíritus. Es probable, pues, que
sólo con permiso de
Dios se manifiesten, y si Dios en su misericordia envía tal recurso a
los hombres, para
sacarlos de la incredulidad, es una impiedad rechazarlo.
S. –No me negará usted, sin embargo, que el Espiritismo no está conforme
en
todos sus puntos con la religión.
A. K. –Por Dios, señor sacerdote, todas las religiones pueden decir lo
mismo: los
protestantes, los judíos, los musulmanes, lo mismo que los católicos.
Si el Espiritismo negase la existencia de Dios, del alma, su
individualidad y su
inmortalidad, las penas y las recompensas futuras, el libre albedrío del
hombre. Si
enseñase que cada uno vive en la Tierra y que sólo en sí debe pensar,
sería contrario no
sólo a la religión católica, sino a todas las religiones del mundo;
sería la negación de todas
las leyes morales, base de las sociedades humanas, lejos de esto, los
espíritus proclaman
un Dios único, soberanamente justo y bueno; dicen que el hombre es libre
y responsable
de sus actos, remunerando y castigado según el bien o el mal que haya
hecho; ponen por
encima de todas las virtudes la caridad evangélica, y esta regla sublime
enseñada por
Cristo: Hacer a los otros lo que quisiéramos que nos hicieran a
nosotros. ¿No son esto los
fundamentos de la religión? Hacen más aún: Nos inician en los misterios
de la vida
futura, que no es ya para nosotros una abstracción, sino una realidad,
porque los mismos
a quienes conocíamos son los que nos vienen a reflejarnos su situación o
decirnos cómo y
por qué sufren o son dichosos. ¿Qué hay en esto de antirreligioso? Esta
certeza en el
porvenir de encontrar a los que hemos amado, ¿No es un consuelo? La
grandiosidad de la
vida espiritual, que es su esencia, comparada con las mezquinas
preocupaciones de la vida
terrestre, ¿No es a propósito para elevar nuestra alma y para estimular
al bien?
S. –Convengo en que respecto de las cuestiones generales el Espiritismo
está
conforme con las grandes verdades del cristianismo, ¿Pero sucede lo
mismo en cuanto a
los dogmas? ¿Acaso no contradice ciertos principios que nos enseña la
Iglesia?
A. K. –El Espiritismo es ante todo una ciencia y no se ocupa en
cuestiones
dogmáticas. Esta ciencia, como todas las filosóficas, tiene
consecuencias morales, ¿Son
buenas o malas? Puede juzgarse de ellas por los principios generales que
acabo de
recordar. Algunas personas se han equivocado sobre el verdadero carácter
del Espiritismo,
y esta cuestión es bastante seria, para que nos merezca algún
desarrollo.
Citemos ante todo una comparación: estando en la Naturaleza la
electricidad,
ha existido en todos los tiempo, produciendo los efectos que conocemos y
muchos otros
que no conocemos aún. Los hombres, ignorando la verdadera causa, han
explicado
aquellos efectos de una manera más o menos extravagante. El
descubrimiento de la
electricidad y de sus propiedades vino a destruir una multitud de
absurdas teorías
iluminando más de un misterio de la Naturaleza. Lo que la electricidad y
las ciencias
físicas en general han hecho en ciertos fenómenos, lo hace el
Espiritismo en fenómenos
de otro orden.
El Espiritismo está fundado en la existencia de un mundo invisible
formado de
seres incorpóreos que pueblan el espacio, y que no son otros que las
almas de los que han
vivido en la Tierra o en otros globos, donde han dejado su envoltura
material. Estos son
los seres que designamos con el nombre de Espíritu; nos rodean sin cesar
y ejercen en los
hombres, a pesar de éstos, una gran influencia; desempeñan un papel muy
activo en el
mundo moral, y hasta cierto punto en el físico. El Espiritismo está,
pues, en la Naturaleza,
y se puede decir que, en un cierto orden de ideas, es una fuerza, como
lo es la electricidad
y la gravitación bajo otro punto de vista. Los fenómenos cuyo origen
está en el mundo
invisible, han debido producirse y se han producido, en efecto, en todos
los tiempos. He
aquí por qué la historia de todos los pueblos hace mención de ellos.
Únicamente en su
ignorancia, como para la electricidad, los hombres han atribuido esos
fenómenos a causas
más o menos racionales, dando, bajo este concepto, libre curso a su
imaginación. El
Espiritismo, mejor observado después de que se ha vulgarizado, ilumina
una multitud de
cuestiones hasta hoy irrecusables o mal comprendidas, su verdadero
carácter es, pues, el
de una ciencia y no de una religión; y la prueba está en que cuenta
entre sus adeptos
hombres de todas las creencias, sin que por esto hayan renunciado a sus
convicciones;
católicos fervientes, que no dejan de practicar todos los deberes de su
culto, cuando no
son rechazados por la Iglesia, protestantes de todas sectas, israelitas,
musulmanes y hasta
budistas y brahmanistas. Está basado, pues, en principios independientes
de toda
cuestión dogmática. Sus consecuencias morales están implícitamente en el
Cristianismo,
porque de todas las doctrinas el Cristianismo es la más digna y la más
pura, y por esto, de
todas las sectas religiosas del mundo, los cristianos son los más aptos
para comprenderlo
en toda su verdadera esencia. ¿Puede reprochársele por esto? Sin duda
puede cada uno
hacerse una religión de sus opiniones, interpretar a su gusto las
religiones conocidas, pero
de aquí a la constitución de una nueva Iglesia hay gran distancia.
S. ¿No hace usted, sin embargo, las evocaciones según una fórmula
religiosa?
A. K. –Seguramente nos anima un sentimiento religioso en las evocaciones
y en
nuestras reuniones, pero no existe una fórmula sacramental; para los
espíritus el
pensamiento lo es todo, y nada la forma. Los llamamos en nombre de Dios
porque
creemos en Dios y sabemos que nada se cumple en este mundo sin su
permiso, y porque
si Dios no les permitiese venir no vendrían. En nuestros trabajos
procedemos con calma y
recogimiento, porque es una condición necesaria para las observaciones, y
en segundo
lugar porque conocemos el respeto que se debe a los que ya no viven en
la Tierra,
cualquiera que sea su condición feliz o desgraciada en el mundo de los
espíritus. Hacemos
un llamamiento a los buenos espíritus, porque sabiendo que los hay
buenos y malos,
procuramos que estos últimos no vengan a mezclarse fraudulentamente en
las
comunicaciones que recibimos. ¿Qué prueba todo esto? Que no somos ateos,
pero esto no
implica de ningún modo que seamos religionarios.
S. -Pues bien, ¿Qué dicen los espíritus superiores en lo tocante a la
religión? Los
buenos deben aconsejarnos y guiarnos. Supongamos que yo no tengo ninguna
religión, y
quiero escoger una. Si les pregunto: me aconsejáis que me haga católico,
protestante,
anglicano, cuákero, judío, mahometano o mormón, ¿Qué responderán?
A. K. –En todas las religiones hay que considerar dos puntos: los
principios
generales, comunes a todas, y los peculiares de cada una. Los primeros
son los que
acabamos de mencionar, y éstos los proclaman todos los espíritus,
cualquiera que sea su
rango. En cuanto a los segundo, los espíritus vulgares, sin ser malos,
pueden tener
preferencias, opiniones. Pueden preconizar tal o cual forma. Pueden,
pues, inducir a
ciertas prácticas, ya por convicción personal, ya porque conservan las
ideas de la vida
terrestre, ya por prudencia a fin de no lastimar las conciencias
timoratas. ¿Cree usted, por
ejemplo, que un espíritu ilustrado, aunque fuese el mismo Fenelón,
dirigiéndose a un
musulmán, le diría con poco tacto que Mahoma es un impostor, y que se
condenará si no
se hace cristiano? Se guardará muy bien, porque sería rechazado.
Los espíritus superiores, en general, cuando no son solicitados por
ninguna
consideración especial, no se ocupan de pormenores, y se limitan a
decir: “Dios es bueno
y justo, sólo quiere el bien; la mejor, pues, de todas las religiones es
la que sólo enseña lo
que está conforme con la bondad y la justicia de Dios; la que da de Él
la idea más grande,
más sublime y no lo rebaja atribuyéndole las pequeñeces y pasiones de la
humanidad, la
que hace a los hombres buenos y virtuosos y les enseña a amarse todos
como hermanos; la
que condena todo mal hecho al prójimo; la que bajo ninguna forma ni
pretexto autoriza
la justicia; la que no prescribe nada contrario a las leyes inmutables
de la naturaleza,
porque Dios no puede contrariarse; aquella cuyos ministros dan el mejor
ejemplo de
bondad, caridad y moralidad; la que más tiende a combatir el egoísmo y
menos
contemporice con el orgullo y vanidad de los hombres; aquella, en fin,
en cuyo nombre
menos mal se comete, porque una buena religión no puede ser pretexto de
mal alguno:
no debe dejar ninguna puerta abierta ni directamente, ni por
interpretación. “Ved, juzgad
y escoged”.
S. –Supongamos que ciertos puntos de la doctrina católica sean negados
por los
espíritus que usted considera superiores; supongo que esos pueden ser
erróneos; aquel
que con razón o sin ella los crea artículos de fe y que obra en
consecuencia, ¿Se verá
perjudicado en su salvación, según los espíritus, por semejante
creencia?
A. K. –No ciertamente, si ella no le impide el hacer el bien y al
contrario si a él
le impele; mientras que la creencia más fundada le perjudicará si es
para él ocasión de
hacer el mal, de no ser caritativo con su prójimo, si le hace duro y
egoísta, porque no obra
entonces según la ley de Dios, y Dios mira antes el pensamiento que los
actos. ¿Quién se
atreverá a sostener lo contrario?
¿Cree usted, por ejemplo, que sería provechoso la fe a un hombre que
creyese
perfectamente en Dios, y que en nombre de Dios cometiese actos inhumanos
o contrarios
a la caridad? ¿No es acaso mucho más culpable, porque tiene más medios
de estar
ilustrado?
S. –Así, el católico ferviente que cumple escrupulosamente los deberes
de su
culto, ¿No es censurado por los espíritus?
A. K. –No, si esto es para él cuestión de conciencia y si lo hace con
sinceridad;
sí, mil veces, si es hipócrita y si su piedad es aparente.
Los espíritus superiores, los que tienen por misión el progreso de la
humanidad,
se levantan contra todos los abusos que puedan retardar el progreso,
cualquiera que sea la
naturaleza de aquéllos, y los individuos y las clases de la sociedad que
de ellos se
aprovechan. Y usted no negará que la religión no siempre se ha visto
exenta de los
mismos. Si entre sus ministros los hay que cumplen su misión con
abnegación cristiana,
que la hacen grande, bella y respetable, no puede usted dejar de
convenir que notados
han comprendido la santidad de su ministerio. Los espíritus combaten el
mal
dondequiera que se encuentre; señalar los abusos de la religión,
¿Equivale a atacarla? No,
pues tiene mayores enemigos que los difunden; porque estos abusos son
los que hacen
nacer la idea de que con algo mejor puede sustituírsela. Si algún
peligro corriese la
religión, sería preciso atribuirlo a los que dan de ella una idea falsa,
haciendo de la misma
arma de pasiones humanas, y que la explotan en provecho de su ambición.
S. –Usted dice que el Espiritismo no discute los dogmas, y sin embargo
admite
ciertos puntos combatidos por la Iglesia, tales, por ejemplo, la
reencarnación, la presencia
del hombre en la Tierra antes de Adán, y niega la eternidad de las
penas, la existencia de
los demonios, el purgatorio y el fuego del infierno.
A. K. –Esos puntos se han discutido desde hace mucho tiempo, y no es el
Espiritismo quien los ha puesto en tela de juicio; opiniones son esas de
las cuales son
algunas controvertidas por la misma teología y que juzgará el porvenir. A
todas las
domina un principio: la práctica del bien, que es la ley superior, la
condición sine qua non
de nuestro porvenir, como lo prueba el estado de los espíritus que con
nosotros se
comunican. En tanto que se haga para usted la luz sobre estas
cuestiones, crea, si lo
quiere, en las llamas y en los tormentos materiales si esto le puede
alejar del mal: la
creencia de usted no los hará más reales si es que no existen. Crea
usted, si le place, que
no tenemos más que una existencia corporal; esto no le impedirá renacer
aquí o en otra
parte, a pesar de usted, si así debe ser. Crea usted que el mundo entero
y verdadero fue
hecho en seis veces veinticuatro horas, si tal es su opinión: esto no
impedirá que la Tierra
tenga escritas en sus capas geológicas las pruebas de lo contrario. Crea
usted, si así lo
quiere, que Josué detuvo el Sol: esto no impedirá que la Tierra gire.
Crea usted que sólo
seis mil años hace que el hombre está en la Tierra; esto no impedirá que
los hechos
demuestren la imposibilidad de esa creencia. ¿Y que diría usted si el
día menos pensado la
inexorable geología viniese a demostrar, con patentes vestigios, la
anterioridad del
hombre, como ha demostrado tantas otras cosas? Crea usted lo que quiera,
hasta en el
diablo, si esta creencia puede hacerle bueno, humano y caritativo para
con sus semejantes.
El Espiritismo, como doctrina moral, sólo impone una cosa: la necesidad
de hacer el bien
y de no practicar el mal. Es una ciencia de observación, con que, vuelvo
a repetirlo, tiene
consecuencias morales, y éstas son la confirmación y la prueba de los
grandes principios
de la religión. En cuanto a los puntos secundarios, los deja a la
conciencia de cada uno.
Pero note usted, caballero, que el Espiritismo no niega, en principio,
algunos de
los puntos divergentes de que usted acaba de hablar. Si hubiese usted
leído todo lo que yo
he escrito sobre este particular, hubiera visto que se limita a darles
una interpretación más
lógica y más racional que la vulgarmente admitida, así es que no niego
el purgatorio, por
ejemplo; demuestra por el contrario su necesidad y su justicia; pero
hace más aún, lo
define, el infierno ha sido descrito como una hoguera inmensa; ¿Pero es
así como lo
entiende la alta teología? No, evidentemente: dice que es una figura,
que el fuego en que
se abrasan los condenados es un fuego moral, símbolo de lo más grandes
dolores.
En cuanto a la eternidad de las penas, si fuese posible pedirles su
parecer para
conocerles su opinión íntima, a todos los hombres en disposición de
razonar y
comprender, aun los más religiosos, se vería de qué parte está la
mayoría, porque la idea
de la eternidad, de los suplicios, es la negación de la infinita
misericordia de Dios.
Por lo demás, he aquí lo que dice la doctrina espiritista sobre este
particular: la
duración del castigo está subordinada al mejoramiento del Espíritu
culpable. Ninguna
condenación se ha pronunciado contra él por un tiempo determinado. Lo
que Dios le
exige para poner un término a sus sufrimientos es el arrepentimiento, la
expiación y la
reparación; en una palabra, un mejoramiento serio, efectivo, y una
vuelta sincera al bien.
El Espíritu es así el árbitro de su propia suerte; puede prolongar sus
sufrimientos por su
persistencia en el mal, y aplacarlos o abreviarlos con sus esfuerzos
para hacer el bien.
Estando la duración del castigo subordinada al arrepentimiento, resulta
que el
Espíritu culpable que no se arrepiente ni mejorase nunca, sufriría
siempre, siendo para él eterna la pena. La eternidad de las penas, pues,
debe entenderse en sentido relativo, y no
en sentido absoluto.
Una condición inherente a la inferioridad de los espíritus es la de no
ver el
término de su situación y creer que sufrirán siempre; esto es para ellos
un castigo. Pero en
cuanto se abre en su alma el arrepentimiento, Dios le hace entrever un
rayo de esperanza.
Esta doctrina está evidentemente más conforme con la justicia de Dios,
quien
castiga mientras persistimos en el mal, y que perdona cuando entramos en
el buen
camino. ¿Quién la ha imaginado? ¿Nosotros? No; son los espíritus que la
enseñan y
prueban, por los ejemplos que diariamente nos ofrecen.
Los espíritus no niegan, pues, las penas futuras, puesto que describen
sus
propios sufrimientos, y este cuadro nos conmueve más que el de las
llamas eternas,
porque es perfectamente lógico. Se comprende que esto es posible, que
debe ser así, que
esa situación es consecuencia natural de las cosas. Puede ser aceptada
por el pensamiento
del filósofo, porque nada de ello repugna a la razón. He aquí por qué
las creencias
espiritistas han conducido al bien a una multitud de personas,
materialistas algunas, a
quienes no había detenido el temor del infierno tal como se nos
describe.
S. –Sin dejar de admitir su razonamiento, ¿No creer usted que el vulgo
necesita
más imágenes plásticas que una filosofía que no puede comprender?
A. K. –Este es un error que ha producido más de un materialista; o por
lo
menos separado de la religión a más de un hombre. Viene un momento en
que estas
imágenes no impresionan, y entonces las personas que no profundizan, con
la parte
rechazan el todo, porque se dicen: si se me ha enseñado como verdad
incontestable un
punto falso, si se me ha dado una imagen, una figura en vez de la
realidad, ¿Quién me
asegura que el resto es más verdadero? La fe se fortifica, por el
contrario, si
desarrollándole la razón, nada rechaza. La religión ganará siempre
siguiendo el progreso
de las ideas, y si hubiese de peligrar algún día, sería porque, habiendo
adelantado los
hombres, permaneciese ella estacionaria. Es equivocar la época creer que
hoy puede
conducirse a los hombres por el temor al demonio y a los sufrimientos
eternos.
S. –La iglesia reconoce hoy, efectivamente, que el infierno material es
una
figura; pero esto no excluye la existencia de los demonios. Sin ellos,
¿Cómo explicar la
influencia del mal que no puede venir de Dios?
A. K. –El Espiritismo no admite los demonios, en el sentido vulgar de la
palabra, pero admite los malos espíritus, que no valen mucho más y que
causan tanto mal
como ellos sugiriendo malos pensamientos. Únicamente dice que no son
seres
excepcionales, creados para el mal y perpetuamente destinados a él,
especie de parias de la
Creación y verdugos del género humano. Son seres atrasados, imperfectos
aún, pero a los
cuales reserva Dios el porvenir. Esté en esto conforme con la iglesia
católica griega que
admite la conversión de Satanás, alusión al mejoramiento de los malos
espíritus. Note
usted también, que la palabra demonio sólo implica la idea de Espíritu
malo en la acepción
moderna que se le ha dado, porque la palabra griega daimon significa
genio, inteligencia.
Como quiera que sea, hoy sólo se le admite a mala parte. Admitir la
comunicación de los
malos espíritus es reconocer en principio la realidad de las
manifestaciones. La cuestión
está en saber si sólo son ellos los que se comunican, según afirma la
Iglesia, para motivar
la prohibición de comunicar con los espíritus. Aquí invocamos el
razonamiento y los
hechos. Si algunos espíritus, cualesquiera que sean, se comunican, sólo
es con permiso de
Dios; ¿Y por qué comprenderse que sólo a los malos se les permite? ¿Cómo
daría a éstos
amplia libertad para venir a engañar a los hombres, y prohibiría a los
buenos el venir a
hacerles la oposición, a neutralizar sus perniciosas doctrinas? Creer
que es así, ¿No sería poner en duda su poder y su bondad y hacer de
Satanás un rival de la Divinidad? La
Biblia, el Evangelio, los Padres de la Iglesia reconocen perfectamente
la posibilidad de
comunicar con el mundo invisible, del cual no están excluidos los
buenos. ¿Por qué, pues,
habrían de estarlo hoy? Por otra parte, al admitir la Iglesia la
autenticidad de ciertas
apariciones y comunicaciones de los santos, rechaza por lo mismo la idea
de que sólo
tengamos que habérnoslas con malos espíritus.
Ciertamente, cuando sólo buenas cosas encierran las comunicaciones,
cuando
sólo en ellas se predica la más pura y sublime moral evangélica, la
abnegación, el
desinterés y el amor al prójimo, cuando en ellos se censura el mal,
cualquiera de sea el
traje en que se disfrace, ¿Es racional creer que el Espíritu maligno
venga de tal manera a
hacer su propia acusación?
S. –El evangelio nos enseña que el ángel de las tinieblas, o Satanás, se
transforma en ángel de luz para seducir a los hombres.
A. K. –Satanás, según el Espiritismo y la opinión de muchos filósofos
cristianos,
no es un ser real, sino la personificación del mal, como en otro tiempo
lo era Saturno del
tiempo. La Iglesia interpreta literalmente esta figura alegórica; asunto
de opinión es éste
que no discutiré. Admitamos por un instante que Satanás sea un ser real;
la Iglesia, a
fuerza de exagerar su poder con intención de atemorizar, llega a un
resultado
diametralmente opuesto, es decir, a la destrucción no ya de todo temor,
sino de toda
creencia en su persona, por el proverbio de que quien quiere probar
mucho nada prueba.
Se representa como eminentemente sagaz, mañoso y astuto, y en la
cuestión del
Espiritismo le hace desempeñar el papel de un tonto o de un torpe.
Puesto que el objeto de Satanás es alimentar el infierno con sus
víctimas y robar
almas a Dios, se comprende que se dirija a los que están en el bien para
inducirles al mal,
y que para ellos se transforme, según la bella alegoría, en ángel de
luz, es decir, que simule
hipócritamente la virtud. Pero lo que no se comprende es que deje
escapar a los que tiene
ya entre sus garras. Los que no creen en Dios ni en el alma, los que
desprecian la oración
y están sumidos en el vicio son, tanto como pueden serlo, del diablo, y
nada hay ya que
hacer para hundirlos más en el lodazal. Luego, incitarlos a volver a
Dios, a rogarle, a
someterse a su voluntad, animarlos a renunciar al mal, pintándolos la
felicidad de los
elegidos y la triste suerte que espera a los malvados, sería propio de
un negado más
estúpido que si se diese libertad a un pájaro prisionero con la idea de
volverlo a coger
enseguida.
Hay, pues, en la doctrina de la comunicación exclusiva de los demonios
una
contradicción que puede apreciar todo hombre sensato, y por esto no se
persuadirá nunca
de que los espíritus que vuelven a Dios a los que le negaban, al bien a
los que hacían el
mal, que consuelan a los afligidos, que dan fuerza y a ánimo a los
débiles, que por la
sublimidad de su enseñanza elevan el alma por encima de la vida
material, son emisarios
de Satanás, y que por este motivo debe prescindirse de toda revelación
con el mundo
invisible.
S. –Si la Iglesia prohíbe las comunicaciones con los espíritus de los
muertos, es
porque son contrarias a la religión y por estar formalmente condenadas
por el Evangelio y
por Moisés. Al pronunciar este último la pena de muerte contra
semejantes prácticas,
prueba lo reprensibles que son a los ojos de Dios.
A. K. –Dispense usted, esa prohibición no se encuentra en parte alguna
del
Evangelio; sólo se halla en la ley mosaica. Se trata, pues, de saber si
la Iglesia pone la ley
mosaica por encima de la evangélica, o de otro modo, de si es más Judía
que cristiana: es
digno de notarse que, de todas las religiones, la que menos oposición ha
hecho al
Espiritismo es la judaica, y que no ha invocado contra las evocaciones
la ley de Moisés en
que se apoya las sectas cristianas. Si las prescripciones bíblicas son
el código de la fe
cristiana, ¿Por qué se prohíbe la lectura de la Biblia? ¿Qué se diría si
se prohibiese a un
ciudadano estudiar el código de las leyes de su país?
La prohibición dictada por Moisés tenía su razón de ser, porque el
legislador
hebreo quería que su pueblo rompiese con todas las costumbres tomadas de
los egipcios,
y porque la de que tratamos era objeto de abusos. No se evocaba a los
muertos por
respeto y afecto hacia ellos, ni por sentimiento de piedad, sino que era
aquel un medio de
adivinación, objeto de un tráfico vergonzoso explotado por el
charlatanismo y la
superstición. Moisés tuvo, pues, razón en prohibirlo. Si pronunció
contra semejante
abuso una penalidad severa, fue porque se necesitaba medios rigurosos
para gobernar
aquel pueblo indisciplinado, motivo por el cual la pena de muerte se
prodiga en su
legislación. Sin razón, pues, se acude a la severidad del castigo para
probar el grado de
culpabilidad que hay en la evocación de los muertos.
Sin la prohibición de evocar a los muertos procede del mismo Dios, como
pretende la Iglesia, debe haber sido Dios quien ha dictado la pena de
muerte contra los
delincuentes.
La pena, pues, tiene un origen tan sagrado como la prohibición; ¿Por qué
no se
la ha conservado? Todas las leyes de Moisés son promulgadas en nombre de
Dios y por su
orden. Si se cree que Dios es el autor de ella, ¿Por qué no están ya en
observación? Si la
ley de Moisés es para la Iglesia artículo de fe sobre un punto, ¿Por qué
no lo es sobre
todo? ¿Por qué recurrir a ella cuando se la necesita y rechazarla cuando
no conviene? ¿Por
qué no seguir todas sus prescripciones, la circuncisión entre ellas, que
sufrió Jesús y no
abolió?
Dos partes había en la ley mosaica: 1º La ley de Dios, es divina, y
Cristo no hizo
más que desarrollarla; 2º La ley civil o disciplinaria, apropiada a las
costumbres de la
época y que Jesús abolió.
Hoy las circunstancias no son las mismas, y la prohibición de Moisés
carece de
motivo. Por otra parte, si la Iglesia prohíbe llamar a los espíritus,
¿Puede prohibirles a
ellos que vengan sin que se les llame? ¿No se ve todos los días que
tienen manifestaciones
de todos géneros personas que nunca se han ocupado del Espiritismo, y no
las había que
las tenían mucho antes de que se tratase de él?
Otra contradicción. Cuando Moisés prohibió evocar los espíritus de los
muertos
es porque podían venir, pues de otro modo su prohibición hubiera sido
inútil. Si podían
venir en su época, lo pueden también hoy, y si son los espíritus de los
muertos, no son,
pues, exclusivamente los demonios. Ante todo es preciso ser lógico.
S. –La Iglesia no niega que puedan comunicarse los buenos espíritus,
pues
reconoce que los santos han tenido manifestaciones, pero nunca puede
considerar como
buenos a los que contradicen sus principios inmutables. Cierto es que
los espíritus
enseñan las penas y recompensas futuras, pero no como ella, y por esto
únicamente ella
puede juzgar sus enseñanzas y discernir los buenos de los malos.
A. K. –He aquí la gran cuestión. Galileo fue acusado de hereje y de
recibir
inspiraciones del demonio, porque venía a revelar una ley de la
Naturaleza, probando el
error de una creencia que se miraba como inatacable, por lo cual fue
condenado y
excomulgado. Si sobre todos los puntos hubiesen abundado los espíritus
en el sentido
exclusivo de la Iglesia, si no hubiesen proclamado la libertad de
conciencia y combatido
ciertos abusos, hubieran sido bienvenidos y no se les hubiese calificado
de demonios. Tal
es la razón por la que todas las religiones, lo mismo los musulmanes que
los católicos, creyéndose en posesión exclusiva de la verdad absoluta,
miran como obra del demonio
cualquier doctrina que no sea enteramente ortodoxa desde su punto de
vista. Los
espíritus no vienen a derribar la religión, sino a revelar, como
Galileo, nuevas leyes de la
Naturaleza. Si algunos puntos de fe se sienten lastimados, es porque
están en
contradicción con dichas leyes, lo mismo que la creencia en el
movimiento del Sol. La
cuestión está en saber si un artículo de fe puede anular una ley de la
Naturaleza que es
obra de Dios; y reconocida esta ley, ¿No es más prudente interpretar el
dogma en el
sentido de aquella que atribuirla al demonio?
S. –Pasemos por alto la cuestión de los demonios; sé que es diversamente
interpretada por los teólogos, pero me parece más difícil de conciliar
con los dogmas el
sistema de la reencarnación, porque no es otra cosa que la renovación de
la
metempsicosis de Pitágoras.
A. K. –No es éste el momento de discutir una cuestión que exigiría
amplio
desarrollo; la encontrará expuesta en El Libro de los Espíritus y en El
Evangelio según el
Espiritismo: sólo diré, pues, dos palabras.
La metempsicosis de los antiguos consistía en la transmigración del alma
humana a los animales, lo que implicaba una degradación. Por lo demás,
esta doctrina no
era lo que vulgarmente se cree. La transmigración de los animales no era
considerada
como una condición inherente a la naturaleza del alma humana, sino como
un castigo
temporal. Así, las almas de los asesinos pasaban al cuerpo de las fieras
para recibir en él
su castigo, la de los impúdicos a los cerdos y jabalíes, la de los
inconscientes y aturdidos a
las aves, la de los perezosos e ignorantes a los animales acuáticos;
después de algunos
miles de años, más o menos según la culpabilidad, de esta especie de
prisión, volvía el
alma a entrar en la Humanidad. La encarnación animal no era, pues, una
condición
absoluta, y se ligaba, como se ve, a la reencarnación humana, y es
prueba de esto el que el
castigo de los hombres tímidos consistía en pasar al cuerpo de las
mujeres expuestas al
desprecio y a las injurias. (4) Era una especie de espantajo para los
cándidos, más bien que
un artículo de fe para los filósofos. De la misma manera que se dice a
los niños: “Si sois
malos, se os comerá el lobo”, los antiguos decían a los criminales: “Os
convertiréis en
lobos”. En la actualidad se les dice: “El diablo os cogerá y os llevará
al infierno”.
La pluralidad de existencias, según el Espiritismo, difiere
esencialmente de la
metempsicosis, porque no admite la encarnación del alma en los animales,
ni siquiera
como castigo. Los espíritus enseñan que el alma no retrocede nunca, sino
que progresa
siempre. Sus diferentes existencias corporales se realizan en la
Humanidad, y cada
existencia es para ellos un paso hacia delante en la senda del progreso
moral e intelectual,
lo que es muy diferente. No pudiendo adquirir un desarrollo completo en
una sola
existencia, abreviada frecuentemente por causas accidentales, Dios le
permite continuar,
en una nueva encarnación, la tarea que no pudo concluir o volver a
empezar la que
desempeñó mal. La expiación en la vida corporal consiste en las
tribulaciones que
durante ella sufrimos.
Para saber si la pluralidad de existencias es o no contraria a ciertos
dogmas de la
Iglesia, me limito a decir lo siguiente:
Una de dos, o la encarnación existe o no existe. Si ocurre lo primero,
es prueba
que está en las leyes de la Naturaleza. Para probar que no existe, sería
preciso probar que
es contraria, no a los dogmas, sino a aquellas leyes, y que se pudiese
encontrar otra que
explicara más clara y lógicamente las cuestiones que sólo ella puede
resolver.
4. véase la Pluralidad del alma, por Pezzani. Por lo demás, es fácil
demostrar que ciertos dogmas encuentran en la
reencarnación una sensación racional que los hace aceptables a los que
los rechazaban
porque no los comprendían. No se trata, pues, de destruir, sino de
interpretar lo cual
tendrá lugar más tarde por la fuerza de las cosas. Los que no quieran
aceptar la
interpretación será libres de hacerlo, como todavía lo son hoy de creer
que es el Sol el que
gira. La idea de la pluralidad de existencias se vulgariza con una
rapidez maravillosa, en
razón de su extrema lógica y de su conformidad con la justicia de Dios.
Cuando sea
reconocida como verdad natural y aceptada por todo el mundo, ¿Qué hará
la Iglesia?
En resumen, la reencarnación no es un sistema imaginado para el
sostenimiento
de una causa ni una opinión personal. ¿Es o no es un hecho? Si está
demostrado que
ciertas cosas que existen son materialmente imposibles sin la
reencarnación, es preciso
admitir que son consecuencias de la reencarnación; y si está en la
Naturaleza, no podrá
ser anulada por una opinión contraria.
S. -¿Los que no creen en los espíritus y en sus manifestaciones llevan,
al decir de
los espíritus, la peor parte en la vida futura?
A. K. –Si esta creencia fuera indispensable para la salvación de los
hombres,
¿Qué sería de los que, desde que el mundo existe, no estaban en
condiciones de poseerla
y de los que, por mucho tiempo aún, morirán sin tenerla? ¿Puede Dios
cerrarles las
puertas del porvenir? No, los espíritus que nos instruyen son más
lógicos, y nos dicen:
Dios es soberanamente justo y bueno, y no hace depender la suerte futura
del hombre de
condiciones independientes de su voluntad. No dicen: Fuera del
Espiritismo no hay
salvación, sino como Cristo: Fuera de la caridad no hay salvación
posible.
S. –Permítame entonces que le diga que, desde el momento que los
espíritus no
enseñan otros principios que los de la moral que encontramos en el
Evangelio, no
comprendo la utilidad del Espiritismo, puesto que podíamos conseguir
nuestra salvación
antes de él y puesto que sin él podemos conseguirla aún. No sucedería lo
mismo si los
espíritus viniesen a enseñar algunas grandes y nuevas verdades, alguno
de esos principios
que cambian la faz del mundo, como hizo Cristo. Este por lo menos era
solo, su doctrina
única, mientras que hay millares de espíritus que se contradicen,
diciendo blanco los
unos y los otros negro, de donde se ha seguido que, desde un principio,
sus partidarios
forman ya muchas sectas. ¿No sería mejor dejar tranquilos a los
espíritus y atenernos a lo
que poseemos?
A. K. –Usted incurre, caballero, en el error de no salir de su punto de
vista, y de
tomar siempre a la Iglesia como único criterio de los conocimientos
humanos. Si Cristo
dijo la verdad, no podía decir otra cosa distinta el Espiritismo, y en
vez de rechazarlo, se le
debería acoger como un poderoso auxiliar que viene a confirmar, por las
voces de
ultratumba, las verdades fundamentales de la religión minadas por la
incredulidad. Que
le combata el materialismo, se comprende; pero que la Iglesia se alíe
contra él con el
materialismo, es menos concebible. Lo que también es tan inconsecuente
como lo dicho,
es que la Iglesia califica de demoníaca una enseñanza que se apoya en la
misma autoridad,
y que proclama la misión divina del fundador del cristianismo.
¿Pero Cristo lo dijo todo? ¿Podía revelarlo todo? No, porque Él dijo:
“Muchas
cosas tengo aún que deciros, pero no las comprenderíais, por eso os
hablo en parábolas”.
El Espiritismo viene hoy que el hombre está más adelantado para
comprenderlo, a
completar y explicar lo que Cristo intencionalmente esbozó tan sólo, o
dijo bajo forma
alegórica. Indudablemente dirá usted que esta explicación pertenecía a
la Iglesia. ¿Pero a
cual? ¿A la romana, a la griega, a la protestante? Puesto que no están
acordes, cada una
hubiese dado la explicación a su modo y reivindicado el privilegio de
darla. ¿Cuál hubiese sido la que hubiera armonizado todos los puntos
disidentes? Dios, que es prudente,
previendo que a tal explicación mezclarían los hombres sus pasiones y
sus
preocupaciones, no han querido confiarles esta nueva revelación, y ha
encargado a sus
semejantes los espíritus que la proclamen en todos los puntos del globo,
sin miramiento a
ningún culto particular, a fin de que pudiese aplicarse a todos y que
ninguna la emplee en
provecho propio.
Por otra parte, ¿Los diversos cultos cristianos no se han separado en
nada de la
vía trazada por Cristo? ¿Sus preceptos de moral son escrupulosos
observados? ¿No se han
torturado sus palabras para apoyar en ellas la ambición y las pasiones
humanas, siendo así
que son la condenación de las mismas? El Espiritismo, pues, por la voz
de los espíritus
enviados por Dios, viene a traer a la estricta observación de sus
preceptos a los que de
ellos se ha separado. ¿No será especialmente este último motivo el que
le trae el
calificativo de obra satánica?
Sin razón llama usted sectas a algunas divergencias de opiniones
respecto de los
fenómenos espiritistas. No es de extrañar que al principio de una
ciencia, cuando para
muchos las observaciones eran incompletas teorías contradictorias. Pero
estas teorías
estriban en puntos de desarrollo y no en los principios fundamentales.
Pueden constituir
escuelas que explican ciertos hechos a su manera, pero no sectas, como
no lo son los
diferentes sistemas que dividen a nuestros sabios sobre las ciencias
exactas, la medicina, la
física, etc. Suprima usted la palabra secta, que es impropia en el caso
presente. Y por otra
parte, ¿El mismo cristianismo no ocasionó, desde su origen, una multitud
de sectas? ¿Por
qué no ha sido la palabra de Cristo bastante poderosa para poner
silencio a todas las
controversias? ¿Por qué es susceptible de interpretaciones que, aun en
nuestros días,
dividen a los cristianos en diferentes Iglesias que pretenden todas
tener exclusivamente la
verdad necesaria a la salvación, detestándose cordialmente y
anatematizándose en nombre
de su Maestro, que el amor y caridad predicó únicamente? La debilidad de
los hombres,
contestará usted: sea en buena hora; ¿Y por qué quiere usted que el
Espiritismo triunfe
súbitamente de esa debilidad y transforme a la humanidad como por
encanto?
Vamos a la cuestión de utilidad. Dice usted que el Espiritismo nada
nuevo nos
enseña. Esto es un error, pues enseña, por el contrario, mucho a los que
no se detienen
en la superficie. Aunque no hubiese hecho más que sustituir con la
máxima: Fuera de la
caridad no hay salvación posible, que une a los hombres, a la de: Fuera
de la Iglesia no
hay salvación posible, que los separa, hubiese señalado una nueva era de
la humanidad.
Dice usted que podíamos pasar sin él, conformes; como pudiéramos pasar
sin
una multitud de descubrimientos científicos. Seguramente los hombres se
encontraban
tan bien antes como después del descubrimiento de todos los nuevos
planetas, del cálculo
de los eclipses, del conocimiento del mundo microscópico y de otras cien
cosas. El
labrador, para vivir y cultivar el trigo, no necesita saber lo que es un
cometa, y nadie
niega, sin embargo, que todas esas cosas dilatan el círculo de las ideas
y nos hacen
penetrar más y más las leyes de la naturaleza. El mundo de los
espíritus, es pues, una de
esas leyes que nos hacen conocer el Espiritismo, enseñándonos la
influencia que ejerce en
el mundo corporal. Aun suponiendo que a esto se limitase su utilidad,
¿No sería mucho
ya la revelación de semejante poder?
Vamos ahora su influencia moral. Admitamos que no enseña nada nuevo
sobre
este particular, ¿Cuál es el mayor enemigo de la religión? El
materialismo, porque el
materialismo nada cree, y el Espiritismo es la negación del
materialismo, que no tiene ya
razón de ser. No ya por el razonamiento, no por la fe ciega se dice al
materialismo que
todo no acaba con el cuerpo, sino por los hechos: se le demuestra, se le
hace tocar con el
dedo y ver con el ojo. ¿Es acaso pequeño este servicio que hace a la
Humanidad y a la
religión? Pero no es esto todo; la certeza de la vida futura, el cuadro
viviente de los que
ella nos han precedido demuestran la necesidad del bien y las
consecuencias inevitables
del mal. He aquí por qué, sin ser una religión, conduce esencialmente a
las ideas
religiosas, desarrollándolas en los que no las tienen y fortificándolas
en aquellos en
quienes son vacilantes. La religión encuentra, pues, en él un apoyo, no
para esas personas
miopes de inteligencia que ven toda la religión en la doctrina del fuego
eterno, en la letra
más que en el Espíritu, sino para los que la contemplan con arreglo a la
grandeza y
majestad de Dios.
En una palabra, el Espiritismo dilata y eleva las ideas; combate los
abusos
engendrados por el egoísmo, la codicia y la ambición; ¿Quién se atreverá
a defenderlos y a
declararse campeón suyo? Si no es indispensable para la salvación, la
facilita
fortificándonos en el camino del bien. ¿Cuál será, por otra parte, el
hombre sensato que
se atreve a sentar que la falta de ortodoxia es más reprensible a los
ojos de Dios que el
ateísmo y el materialismo? Propongo claramente las siguientes preguntas a
todos los que
combaten el Espiritismo bajo el aspecto de sus consecuencias religiosas:
1ª Entre el que nada cree, o el que creyendo en las verdades generales
no
admite ciertas partes del dogma, ¿Quién tendrá la peor parte en la vida
futura?
2ª ¿El protestante y el cismático están confundidos en la misma
reprobación que
el ateo y el materialista?
3ª El que no es ortodoxo, en el rigor de la palabra, pero que hace todo
el bien
que puede, que es bueno e indulgente para con su prójimo y leal en sus
relaciones
sociales, ¿Está menos seguro de la salvación que el creyendo en todo es
duro, egoísta y
falto de caridad?
4ª ¿Qué es preferible a los ojos de Dios, la práctica de las virtudes
cristianas sin
la de los deberes de la ortodoxia, a la práctica de estos últimos sin la
de la moral?
He respondido, señor sacerdote, a las preguntas y objeciones que me ha
dirigido
usted, pero como le dije al empezar, sin intención preconcebida de
atraerle a nuestras
ideas y de cambiar sus convicciones, limitándome a hacerle considerar al
Espiritismo bajo
su verdadero punto de vista. Si no hubiese usted venido, no hubiera yo
ido a buscarle. No
quiere esto decir que despreciemos su adhesión a nuestros principios, si
ella hubiese de
tener lugar, muy lejos de eso. Seremos felices muy felices, por el
contrario, como con
todas las adquisiciones que hacemos, y que son para nosotros tanto más
valiosas en
cuento son libres y voluntarias. No sólo no tenemos derecho alguno para
ejercer coacción
sobre cualquiera que sea, sino que sería para nosotros un escrúpulo el
turbar la
conciencia de los que, teniendo creencias que les satisfacen, no vienen
espontáneamente.
Hemos dicho que el mejor medio de ilustrarse sobre el Espiritismo era
el de
estudiar la teoría; los hechos vendrán después naturalmente y se les
comprenderá,
cualquiera que sea el orden en que los traigan las circunstancias.
Nuestras publicaciones
han sido hechas con objeto de favorecer este estudio. He aquí el orden
que aconsejamos.
Lo primero que debe leerse es este resumen, que ofrece el conjunto y los
puntos
cardinales de la ciencia; con él puede ya formarse una idea y
convencerse de que en el
fondo del Espiritismo hay algo serio. En esta rápida exposición nos
hemos propuesto
indicar los puntos que debe fijar particularmente la atención del
observador. La
ignorancia de los principios fundamentales es causa de las falsas
apreciaciones de la mayor
parte de los que juzgan lo que no comprenden, o que lo hacen con arreglo
a ideas
preconcebidas. Si esta primera ojeada despierta el deseo de aprender
más, se leerá el Libro
de los Espíritus, donde están completamente desarrollados los principios
de la doctrina, después El Libro de los Médiums para la parte
experimental, destinado a servir de guía a
los que por sí mismo quieren operar, como a los que deseen darse cuenta
de los
fenómenos. Inmediatamente siguen las obras donde están desarrolladas las
aplicaciones y
consecuencias de la doctrina, tales como: El Evangelio según el
Espiritismo, El cielo y el
Infierno, El Génesis, los milagros y las predicciones, etc.
La Revista espiritista es en cierto modo un curso de aplicaciones, por
los
numerosos ejemplos e instrucciones que contiene, sobre la parte teórica
experimental. A
las personas serias, que han estudiado anticipadamente, les damos,
verbalmente y con
mucho gusto, las explicaciones que necesitan sobre los puntos que no
hayan
comprendido suficientemente.
CAPÍTULO II — NOCIONES ELEMENTALES DEL ESPIRITISMO
Observaciones preliminares
1. Es erróneo creer que basta, a ciertos incrédulos, ver fenómenos
extraordinarios para convencerse. Los que no admiten la existencia del alma o del
Espíritu en el hombre, no pueden admitirla fuera de él, y negando la causa, niegan por
consiguiente el efecto. Teniendo, pues, casi siempre, ideas preconcebidas y adaptando la
actitud de negar, lo cual las separa de una observación seria e imparcial, hacen preguntas
y objeciones a las que es imposible contestar completamente en el primer momento,
porque sería preciso seguir, con cada persona, un curso y tomar las cosas desde su
principio. El estudio anticipado da, como consecuencia, respuesta a las objeciones, cuya
mayor parte están fundadas en la ignorancia de la causa de los fenómenos y de las
condiciones en que se producen.
2. Los que no conocen el Espiritismo piensan que los fenómenos espiritistas se
producen como los experimentos de física y química. De aquí la pretensión de someterlos
a su voluntad y la repugnancia a colocarse en las condiciones necesarias a la observación.
No admitiendo, en principio, la intervención de los espíritus o no conociendo por lo
menos ni su naturaleza ni su manera de obrar, producen como si operaran en la materia
bruta, y porque no obtienen lo que desean, concluyen que no existen los espíritus.
Colocándonos en otro punto de vista, comprenderemos que siendo los espíritus
las almas de los hombres, después de nuestra muerte seremos también espíritus, y que
estaremos poco dispuestos a servir de juguete para satisfacer los caprichos de los curiosos.
3. Aunque ciertos fenómenos pueden ser provocados, puesto que provienen de
inteligencias libres, nunca están a la absoluta disposición de nadie, y cualquiera que se
jactase de obtenerlos a su antojo probaría a su ignorancia o su mala fe. Es preciso
esperarlos, recibirlos al paso, y a menudo sucede que, cuando menos los esperamos, se
presentan los hechos más interesantes y concluyentes. El que quiere instruirse seriamente
debe, pues, armarse, en esto como en todo, de paciencia, de perseverancia y hacer cuanto
sea necesario, pues de otro modo más vale no ocuparse de ello.
4. Las reuniones que se ocupan en manifestaciones espiritistas no están siempre
en buenas disposiciones para obtener resultados satisfactorios, producir la convicción: hay
algunas, preciso es decirlo, de las que salen los incrédulos menos convencidos que no
entraron, objetando entonces a los que les hablan del carácter grave del Espiritismo, con
el relato de los acontecimientos, frecuentemente ridículos, de que han sido testigos. Éstos
no son más lógicos que aquel que juzgase de un arte por los diseños de un principiante,
de una persona por su caricatura o de una tragedia por su parodia. El Espiritismo tiene
también sus aprendices, y el que quiera instruirse que no beba las enseñanzas de una sola
fuente, ya que sólo por el examen y la comparación puede dictaminarse un juicio.
5. Las reuniones frívolas tienen un grave inconveniente para los nocivos que a
ellas asisten, y éste es el de darles una falsa idea del carácter del Espiritismo. Los que han
asistido a reuniones de esta clase no saben tomar en serio una cosa que ven tratar con
ligereza por los mismos que se llaman adeptos. El estudio anticipado les enseña a juzgar la
trascendencia de lo que ven, y a saber distinguir lo bueno de lo malo.
6. El mismo razonamiento es aplicable a los que juzgan al Espiritismo por ciertas
obras excéntricas que sólo pueden dar una idea incompleta y ridícula. Tan responsable es
el Espiritismo grave de las faltas de los que lo comprenden mal o lo practican
erróneamente, como la poesía de los malos poetas. Es sensible, dicen, que dichas obras
existan, porque son nocivas a la verdadera ciencia. Indudablemente sería preferible que
sólo las hubiese buenas, pero la mayor parte de la culpa recae sobre los que no se ocupan
de analizarlo todo. También todas las artes, todas las ciencias, se encuentran en el mismo
caso. ¿No se ha escrito acerca de las cuestiones más serias tratados absurdos y plagados de
errores? ¿Por qué habría de ser el Espiritismo el privilegio, sobre todo en su principio? Si
los que lo critican no lo juzgaran por las apariencias, conocerían lo que él rechaza, y no le
achararían lo que él repudia en nombre de la razón y de la experiencia.
De los espíritus
7. Los espíritus no son, como se cree vulgarmente, de creación distinta; son las
almas de los que han vivido en la Tierra o en otros mundos despojados de su envoltura
corporal. El que admite la existencia del alma superviviente al cuerpo, admite por lo tanto
la de los espíritus; negar a éstos equivale a negar aquélla.
8. Vulgarmente nos formamos una idea falsa de los espíritus; no son éstos,
como creen algunos, seres vagos e indefinidos, ni llamas como las de los fuegos fatuos, ni
fantasmas como las de los cuentos de aparecidos. Son seres semejantes a nosotros, que
como nosotros, tienen un cuerpo, pero fluídico e invisible en estado normal.
9. Mientras el alma está unida al cuerpo durante la vida, tiene una doble
envoltura: pesada, grosera y destructible la una, el cuerpo; la otra fluídica, ligera e
indestructible, el periespíritu.
10. Tres cosas, pues, esenciales se cuentan en el hombre:
1º El alma o Espíritu, principio inteligente en quien residen el pensamiento, la
voluntad y el sentido moral; 2º El cuerpo envoltura material, que pone al Espíritu en
relación con el mundo exterior; 3º El periespíritu, envoltura ligera imponderable y que
sirve de lazo intermediario entre el Espíritu y el cuerpo.
11. Cuando la envoltura exterior está gastada y no puede ya funcionar, fallece, y
el Espíritu se despoja de ella, como el fruto se despoja de la cáscara, el árbol de la corteza,
la serpiente de la piel, y para decirlo de una vez, como abandonamos un vestido
inservible: esto es a lo que llamamos muerte.
12. La muerte no es más que la destrucción de la envoltura material, que el alma
abandona como abandona la mariposa su crisálida, conservando, sin embargo, aquélla, su
cuerpo fluídico o periespíritu.
13. La muerte del cuerpo libra al Espíritu de la envoltura material que le adhería
a la Tierra, haciéndole sufrir; una vez desembarazado de esa carga, sólo le queda el cuerpo
etéreo, que le permite recorrer el espacio y franquear las distancias con la rapidez del
pensamiento.
14. La unión del alma, del periespíritu y del cuerpo material constituye
el
hombre; el alma y el periespíritu separados del cuerpo constituyen el
ser llamado espíritu.
Observaciones. El alma es de este modo un ser simple, el Espíritu un ser
doble y el hombre un ser triple. Sería, pues,
más exacto reservar la palabra alma para designar el principio
inteligente, y la palabra Espíritu para el ser semimaterial formado por
aquella y el cuerpo fluídico. Pero como no puede concebirse el principio
inteligente desposeído, completamente, de materia, ni
periespíritu sin estar animado por el principio inteligente, las
palabras alma y Espíritu son, en el uso común, indistintamente
empleadas, cometiéndose la figura que consiste en tomar la parte por el
todo, de la misma que se dice de una ciudad que está poblada
de tantas almas, de un pueblo que se compone de tantos hogares; pero
filosóficamente, es esencial distinguirlas.
15. los Espíritus, revestidos de cuerpo material, constituyen la Humanidad o
mundo corporal visible. Despojados de ese cuerpo, constituyen el mundo espiritual o
invisible que puebla el espacio y en medio del cual vivimos sin sospecharlo, como vivimos
en medio del mundo de los infinitamente pequeños que no sospechábamos antes de la
invención del microscopio.
16. Los espíritus no son, pues, seres abstractos, vagos e indefinidos, sino
concretos y circunscritos; a los cuales, para parecerse a los humanos, sólo les falta ser
visible, de donde se sigue que, si en un momento dado pudiera levantarse el velo que los
oculta a nuestra vista, formarían una verdadera población en torno de nosotros.
17. Los espíritus poseen todas las perfecciones que tenían en la Tierra, pero más
expeditas; porque sus facultades no están contrariadas por la materia, experimentan
sensaciones que nos son desconocidas; ven y oyen cosas que nuestros limitados sentidos
no nos permiten oír ni ver. Para ellos no hay oscuridad, salvo para aquellos cuyo castigo
consiste en vivir temporalmente en tinieblas. Todos nuestros pensamientos repercuten en
ellos, y en ellos leen como en un libro abierto; de modo que lo que podemos ocultar a
alguien mientras vive, no lo podemos en estado de Espíritu. (El Libro de los Espíritu,
núm. 237.)
18. Los espíritus se encuentran en todas partes: están entre nosotros, a nuestro
lado, se codean con nosotros y nos observan sin cesar. Por su continua presencia entre
nosotros, los espíritus son agentes de diversos fenómenos; desempeñando un papel
importante en el mundo moral, y hasta cierto punto en el físico, constituyendo así una de
las potencias de la Naturaleza.
19. Desde el momento que se admite la supervivencia del alma o del Espíritu, es
racional admitir la de los afectos, sin la cual las almas de nuestros parientes y amigos nos
serían arrebatados para siempre.
Puesto que los espíritus pueden ir a todas partes, es igualmente racional admitir
que, los que nos han amado durante su vida terrestre, nos aman después de la muerte,
que viven junto a nosotros, que con nosotros desean comunicarse, y que para conseguirlo
se valen de los medios que están a su disposición; esto es lo que confirma la experiencia.
La experiencia prueba, en efecto, que los espíritus conservan los afectos formales
que tenían en la Tierra, que se complacen estando al lado de los que han amado, sobre
todo cuando son atraídos por el pensamiento y por los sentimientos afectuosos que se les
conservan, mientras que son indiferentes con los que también lo son con ellos.
20. El Espiritismo tienen por objeto la comprobación y estudio de la
manifestación de los espíritus, de sus facultades, de su situación feliz o desgraciada y de su
porvenir: en una palabra, el conocimiento del mundo espiritual. Comprobadas esas
manifestaciones, dando por resultado la prueba irrecusable de la existencia del alma, de
su supervivencia al cuerpo, de su individualidad después de la muerte, es decir, de la vida
futura, siendo por lo mismo la negación de las doctrinas materialistas, no por
razonamientos, sino por hechos.
21. Idea bastante generalizada entre las personas que no conocen el
Espiritismo
es la de creer que los espíritus, por el mero hecho de estar despojados
de la materia,
deben saberlo todo y poseer la suprema sabiduría. Este es un grave
error.
No siendo los espíritus más que las almas de los hombres, éstas no
adquieren la
perfección por desprenderse de su envoltura terrestre. Sólo con el
tiempo se realiza el
progreso de los espíritus, y sólo desprendiéndose sucesivamente de sus
imperfecciones adquieren los conocimientos que les faltan. Tan ilógico
sería admitir que el espíritu de un
salvaje o criminal se convierta de repente en sabio y virtuoso, como
contrario a la justicia
de Dios el creer que permanecerá perpetuamente en su inferioridad.
De la misma manera que existen hombres de distintos grados de saber y de
ignorancia, de bondad y de perversidad, también hay espíritus. Los hay
que se contentan
con ser ligeros o traviesos, otros mentirosos, engañadores, hipócritas,
perversos,
vengativos; mientras otros, por el contrario, poseen las virtudes más
sublimes y un grado
de saber desconocido en la Tierra. Esta diversidad de calidad de los
espíritus es uno de los
puntos más dignos de consideración; porque explica la buena o mala
naturaleza de las
comunicaciones recibidas. En establecer esta distinción debemos
especialmente
empeñarnos. El Libro de los espíritus, núm. 100, “Escala espiritista”;
El Libro de los
Médiums, cap. 24.)
Comunicación con el mundo invisible
22. Admitidas la existencia, la supervivencia y la individualidad del alma, el
Espiritismo se reduce a esta cuestión principal: ¿Son posibles las comunicaciones entre las
almas y los vivientes? Esta posibilidad resulta de la experiencia. Establecidas, como
hechos, las relaciones entre el mundo visible e invisible, conocidas la naturaleza, la causa y
la manera de dichas relaciones, tenemos un nuevo campo abierto a la observación y la
clave de una multitud de problemas, al mismo tiempo que un poderoso elemento
moralizador resultante de la desaparición de la duda respecto del porvenir.
23. Lo que engendra la duda en el pensamiento de muchas personas sobre la
posibilidad de las comunicaciones de ultratumba es la idea falsa que se forman del estado
del alma después de la muerte. Se la imaginan, generalmente, como un soplo, a manera
de humo, como algo vago, apenas apreciable al pensamiento, que se evapora y se va no se
sabe a dónde, pero tan lejos, que cuesta trabajo comprender que pueda volver a la Tierra.
Si, por el contrario, se la considera como un cuerpo fluídico, semimaterial, con el que se
forman un ser concreto, individual, nada tienen de incompatible con la razón sus
relaciones con los vivos.
24. Viviendo el mundo visible en medio del invisible, con el cual está en
perpetuo contacto, resulta que el uno reacciona incesantemente sobre el otro; que desde
que hay hombres hay espíritus, y que sí éstos tienen poder de manifestarse, han debido
hacerlo en todas las épocas y en todos los pueblos. En estos últimos tiempos, sin embargo,
las manifestaciones de los espíritus han adquirido un gran desenvolvimiento y un carácter
de evidente autenticidad, porque entraba en las miras de la Providencia el concluir con la
plaga de la incredulidad y del materialismo por medios de pruebas evidentes, permitiendo
a los que han dejado la Tierra que viniesen a dar testimonio de su existencia y a
revelarnos su situación feliz o desgraciada.
25.
Las relaciones entre el mundo visible y el invisible pueden ser ocultas
o
manifiestas o provocadas.
Los espíritus obran sobre los hombres, de una manera oculta, por los
pensamientos que les sugieren y por ciertas influencias, y de una manera
manifiesta, por
efectos apreciables a los sentidos.
Las manifestaciones espontáneas tienen lugar impensadamente y de
improviso;
se producen frecuentemente en las personas más extrañas a las ideas
espiritistas, y que,
por la misma razón, no sabiendo explicárselas, las atribuyen a acusas
sobrenaturales. Las que son provocadas tienen lugar por la mediación de
ciertas personas, dotadas, a este
efecto, de facultades especiales, y que se designan con el nombre de
médiums.
26. Los espíritus pueden manifestarse de muy diferentes maneras: por la vista,
por la audición, por el tacto, por ruidos, por el movimiento de los cuerpos, por la
escritura, por el dibujo, por la música, etc.
27. Los espíritus se manifiestan a veces espontáneamente por ruidos y dando
golpes; para ellos, éstos son, a menudo, medios de atestiguar su presencia y llamar la
atención, absolutamente como una persona hace ruido para avisarnos de su llegada.
Existen espíritus que no se limitan a ruidos moderados, sino que llegan a producir un
estrépito semejante al de la vajilla cuando se rompe, al de las puertas que golpean, o al de
los muebles que derribamos; algunos causan hasta una perturbación real y verdaderos
descalabros.
28. Aunque invisible para nosotros en estado normal, el periespíritu no es una
materia etérea. El Espíritu puede en ciertos casos hacerle experimentar una especie de
modificación molecular, que le hace visible y hasta tangible, y así es como se producen las
apariciones. Este fenómeno no es más extraordinario que el del vapor, que es invisible
cuando está muy rarificado, y que se hace visible cuando está condensado.
Los espíritus que se hacen visibles se presentan casi siempre con las apariencias
que tenían cuando vivos y que pueden hacerlos reconocer.
29. La visión permanente y general de los espíritus es muy rara, pero las
apariciones aisladas son bastante frecuentes, sobre todo en el momento de la muerte. El
Espíritu libre parece que se da prisa en volver a ver a sus parientes y amigos, como para
advertirles que acaba de dejar la Tierra y decirles que es inmortal. Seleccione cada uno de
sus recuerdos, y se verá cuántos hechos auténticos de este género, que no sabíamos
explicarnos, han tenido lugar, por la noche durante el sueño, así como también en pleno
día y en completo estado de vela. En otro tiempo se miraban estos hechos como
sobrenaturales y maravillosos y se los atribuía a la magia y a la brujería. Actualmente los
incrédulos lo atribuyen a la imaginación; pero desde que la ciencia espiritista ha dado la
clave de los mismos, sabemos cómo se producen y que no salen del orden de los
fenómenos naturales.
30.
Con ayuda de su periespíritu obra el Espíritu sobre su cuerpo físico,
también
con el auxilio del mismo fluido se manifiesta obrando sobre la materia
inerte, produce los
ruidos, los movimientos de las mesas, y de los otros objetos que
levantan, derriba o
transporta. Nada tiene de sorprendente este fenómeno, si se considera
que entre las
fuentes más poderosas se encuentran en los fluidos más rarificados y
hasta
imponderables, como el aire, el vapor y la electricidad.
Igualmente con ayuda de su periespíritu, el Espíritu hace escribir,
hablar o
dibujar a los médiums. No teniendo cuerpo tangible para obrar
ostensiblemente cuando
quiere manifestarse, se sirve del cuerpo del médium, apoderándose de sus
órganos, que
hace obrar como si fueran los de su cuerpo, por medio del efluvio
fluídico que sobre ellos
derrama.
por el mismo medio obra el Espíritu sobre la mesa, en el fenómeno
designado
con el nombre de mesas movibles o mesas parlantes, sea para hacerle
mover sin
significación determinada, sea para hacerla dar golpes inteligentes,
indicadores de las
letras del alfabeto, para formar palabras y frases, fenómeno designado
con el nombre de
tiptología. En este caso la mesa no es más que un instrumento del que se
sirve, como el
lápiz para escribir; le da una vitalidad momentánea por el fluido con
que la penetra, pero
no se identifica con ella.
31. Las personas que, conmovidas al ver que se
manifiestan un ser que les es querido, abrazan la mesa, se ponen en
ridículo, porque es lo mismo,
absolutamente, que si abrazan el bastón de que se sirve un amigo para
dar golpes. Otro
tanto decimos de los que dirigen la palabra a la mesa, como si el
Espíritu estuviese
encerrado en la madera o como si ésta se hubiese trocado en Espíritu.
Cuando la mesa se separa del suelo y se columpia en el espacio sin punto
de
apoyo, no la levanta el Espíritu a fuerza de brazos, sino que la
envuelve en una especie de
atmósfera fluídica que neutraliza el efecto de la gravitación, como el
aire lo hace en los
globos y cometas. El fluido de que se halla penetrada le da
momentáneamente mayor
ligereza específica. Cuando permanece como clavada en el suelo, se
encuentra en un caso
análogo al de la campana neumática después de hecho el vacío. Estas no
pasan de ser
comparaciones para demostrar la analogía de los efectos, pero no la
similitud absoluta de
las causas.
Cuando la mesa persigue a alguien, no es el Espíritu quien corre, pues
puede
permanecer sin moverse en el mismo lugar, sino que la impulsa por medio
de una
corriente fluídica, con cuyo auxilio la hace mover a su antojo.
Cuando oímos golpes en la mesa o en otra parte, no golpea el Espíritu ni
con la
mano, ni con objeto alguno, sino que dirige hacia el punto de donde
parte el ruido un
chorro de fluido que produce el efecto de un choque eléctrico. El
Espíritu modifica el
ruido como pueden alterarse los sonidos producidos por medio del aire.
Se comprende por esto que para el Espíritu no es más difícil levantar
una
persona que una mesa, transportar un objeto de uno a otro lugar que
lanzarlo hacia
alguna parte, fenómenos que se producen por la misma ley.
32. Se puede ver por las pocas palabras que producen, que las manifestaciones
espiritistas, cualquiera que sea su naturaleza, no tienen nada de sobrenatural y de
maravilloso. Son fenómenos que se producen en virtud de la ley que rige las relaciones
del mundo visible y del mundo invisible, ley tan natural como la electricidad, de la
gravitación, etc. El Espiritismo es la ciencia que nos da a conocer esta ley, como la
mecánica la del movimiento y la óptica de la luz. Estando en la Naturaleza las
manifestaciones espiritistas, se han producido en todos los tiempos. Conocida la ley que
las rige, nos explica una multitud de problemas considerados irresolubles, y es la clave de
una multitud de fenómenos explotados y amplificados por la superstición.
33. Completamente desvanecido lo maravilloso, estos fenómenos nada tienen
que repugne a la razón, pues vienen a situarse junto a otros fenómenos naturales. En
tiempos de ignorancia, todos los efectos cuya causa no se conocía se consideraban
sobrenaturales. Los descubrimientos de la ciencia han restringido sucesivamente el círculo
de lo maravilloso, y el conocimiento de esta nueva ley viene a anonadarlo. Los que
causan, pues, al Espiritismo de resucitar lo maravilloso, prueban por esa misma acusación
que hablan de una cosa que no conocen.
34. Las manifestaciones de los espíritus son de dos naturalezas: efectos físicos y
comunicaciones inteligentes. Los primeros son fenómenos materiales y ostensibles, tales
como movimientos, ruidos, traslaciones de objetos, etc.; las otras consisten en el cambio
regular de pensamientos por medio de signos, de la palabra, y principalmente por medio
de la escritura.
35. Las comunicaciones que se reciben de los espíritus pueden ser buenas o
malas, exactas o falsas, profundas o ligeras, según la naturaleza de los espíritus que se
manifiestan. Los que demuestran cordura y sabiduría son espíritus adelantados que han
progresado; los que demuestran ignorancia y malas cualidades, son espíritus atrasados
aún, pero que progresarán con el tiempo.Los espíritus no pueden responder más que sobre lo que saben, según su
adelanto, y además sobre lo que les es permitido decir, porque hay cosas que no pueden
revelar, pues no es dado aún a los hombres conocerlo todo.
36. De la diversidad de cualidades y aptitudes de los espíritus resulta que no
basta dirigirse a un Espíritu cualquiera para obtener una respuesta exacta a cualquier
pregunta; porque, sobre muchas cosas, sólo les es lícito dar su opinión personal, que
puede ser exacta o falsa. Si es prudente, confesará su ignorancia acerca de lo que no se
sabe; si es ligero o mentiroso, responderá sobre todo sin preocuparse de la verdad, y si es
orgulloso dará su idea como una verdad absoluta. Por esto dice San Juan Evangelista: No
creáis a todo Espíritu, sino probad si los espíritus son de Dios. La experiencia prueba la
sabiduría de este consejo. Habría, pues, imprudencia y ligereza en aceptar sin
comprobación todo lo que viene de los espíritus. Por esto es esencial el estar instruido
sobre la naturaleza de aquellos con quienes comunicamos: (El Libro de los Médiums,
núm. 267.)
37. Se conoce la calidad de los espíritus por su lenguaje. El de los
verdaderamente buenos y superiores es siempre digno, noble, lógico y exento de
contradicción; respira sabiduría, benevolencia, modestia y la más pura moral, es conciso y
no tiene palabras inútiles. En los espíritus inferiores, ignorantes u orgullosos, la vaciedad
de las ideas está casi siempre compensada por la abundancia de palabras. Todo
pensamiento evidentemente falso, toda máxima contraria a la sana moral, todo consejo
ridículo, toda expresión grosera, trivial o simplemente frívola, toda señal, en fin, de
malevolencia, de presunción o de arrogancia, son signos incontestables de la inferioridad
del Espíritu.
38. Los espíritus inferiores son más o menos ignorantes. Su horizonte moral es
limitado, su perspicacia restringida. A menudo no tienen más que una idea falsa e
incompleta de las cosas; por otra parte, están aún bajo el dominio de las preocupaciones
terrestres, que toman a veces como verdades y por eso son incapaces de resolver ciertas
cuestiones. Pueden inducirnos en error, voluntaria o involuntariamente, sobre lo que
ellos mismos no comprenden.
39. No por esto son esencialmente malos todos los espíritus inferiores; los hay
que sólo son ignorantes y ligeros; otros son chistosos, ingeniosos, festivos y que saben
emplear las chanzas delicadas e incisivas. Al lado de éstos se encuentran, tanto en el
mundo de los espíritus como en la Tierra, todos los géneros de perversidad y todos los
grados de superioridad intelectual y moral.
40. Los espíritus superiores sólo se ocupan de comunicaciones con objeto de
instruirnos; las manifestaciones físicas puramente materiales son en especial de las
atribuciones de los espíritus inferiores vulgarmente designados con el nombre de espíritus
golpeadores, como entre nosotros los ejercicios de fuerza corren a cargo de los
saltimbanquis y no de los sabios.
41. Las comunicaciones con los espíritus deben hacerse siempre con calma y
recogimiento. Jamás debe perderse de vista que los espíritus son las almas de los hombres
y que es inconveniente convertirlas en juguete y objeto de pasatiempo. Si se guarda
respeto a los restos mortales, más se debe guardar aún al Espíritu. Las reuniones frívolas y
ligeras faltan, pues, a un deber, y los que forman parte de ellas deberían pensar que de un
momento a otro pueden entrar en el mundo de los espíritus y que no les sería placentero
verse tratados con tan poca diferencia.
42.
Otro punto igualmente esencial que debe considerarse es que los
espíritus
son libres, se comunican cuando quieren, con quien les conviene y
también cuando pueden, porque tienen sus ocupaciones. No están a la
orden y al capricho de cualquiera,
y no es dable a nadie el hacerlos venir a pesar suyo, ni decir lo que
quieren callar, de
modo que nadie puede afirmar que un Espíritu acudirá en un momento
determinado a
su llamamiento, o responderá a tal o cual pregunta. Decir lo contrario,
es demostrar
absoluta ignorancia de los principios más elementales del Espiritismo;
sólo el
charlatanismo tiene adivinaciones infalibles.
43. Los espíritus son atraídos por la simpatía, la semejanza de gustos y caracteres
y por la intención que hace desear su presencia. Como un sabio de la Tierra no
concurriría a una reunión de jóvenes atolondrados, tampoco concurren los espíritus
superiores a las reuniones fútiles. El simple sentido común dice que no puede suceder de
otro modo, o si van a veces es para dar un buen consejo, para combatir los vicios o para
procurar atraer al buen camino; si no son oídos, se retiran. Sería tener una idea
completamente falsa el creer que los espíritus serio pueden complacerse en responder a
futilidades, a preguntas ociosas, que no prueban ni simpatía ni respeto hacia ellos, ni
deseo real de instruirse, y menos aún que puedan venir a ponerse de manifiesto para
recreo de los curiosos. No lo hubiesen hecho durante la vida, y tampoco quieren hacerlo
después de su muerte.
44. La frivolidad de las reuniones da por el resultado el atraer a los espíritus
ligeros, que buscan otra cosa que ocasiones de engañar y mistificar. Por la misma razón
que los hombres graves y serios no van a las asambleas ligeras, los espíritus serios no van
más que a las reuniones serias, cuyo objeto es la instrucción y no la curiosidad. En estas
reuniones es donde se complacen los espíritus superiores en ofrecer su enseñanza.
45. De lo que precede resulta que toda reunión espiritista, para ser provechosa,
debe, como primera condición, ser seria y formal, que todo en ella debe hacerse
respetuosa, religiosamente y con dignidad, si quiere obtenerse el concurso habitual de los
buenos espíritus. No debe olvidarse que si esos mismos espíritus se hubiesen presentado
allí durante su vida, se hubieran tenido con ellos miramientos a que tienen más derecho
después de su muerte.
46. En vano se alega la utilidad de ciertos experimentos curiosos, frívolos y
recreativos para convencer a los incrédulos; por este medio se llega a un resultado opuesto
completamente. El incrédulo, dado ya a burlarse de las creencias más sagradas, no puede
considerar formal aquello de que se hace un recreo, no puede inclinarse a respetar lo que
no se le presenta de una manera respetable, y así recibe siempre una mala impresión de
las reuniones fútiles y ligeras; de aquellas en que no hay ni orden, ni gravedad, ni
recogimiento. Lo que en especial puede convencerle es la prueba de la presencia de seres
cuya memoria le es grata; al oír sus palabras graves y solemnes, y sus revelaciones íntimas,
es cuando se le ve conmoverse y palidecer. Pero por lo mismo que tiene más respeto,
veneración y simpatía hacia la persona cuya alma se le presenta, le choca y se escandaliza
al verla concurrir a una asamblea irrespetuosa, en medio de mesas que danzan y de las
burlas de los espíritus ligeros. Por incrédulo que sea, su conciencia rechaza esa alianza de
lo serio y lo frívolo, de lo religioso y de lo profano, y por eso la califica de fraudulenta, y a
menudo sale menos convencido de lo que había entrado.
Las reuniones de esta naturaleza siempre hacen más mal que bien, porque alejan
de la doctrina más personas que no atraen, sin contar que ofrecen campo a la crítica de
los detractores que encuentran en ellas fundados motivos de burla.
47.
Sin razón se convierten en juguete las manifestaciones físicas. Si no
tiene la
importancia filosófica, tiene su utilidad desde el punto de vista de los
fenómenos, porque
son el alfabeto de la ciencia, cuya clave han dado. Aunque menos
necesarias, en la actualidad favorecen aún la convicción de ciertas
personas. Pero en modo alguno
excluyen el orden y la compostura en las reuniones en donde se las
estudia; si siempre
fuesen practicadas de una manera conveniente, convencerían más
fácilmente y
producirían bajo todos los aspectos resultados más favorables.
48. Ciertas personas se forman una idea muy falsa de las evocaciones, y las hay
que creen que consisten en hacer venir a los muertos con el lúgubre aparato de la tumba.
Lo poco que acabamos de decir sobre este particular debe disipar semejante error. Sólo en
la novelas, en los cuentos fantásticos de aparecidos y en el teatro se ve a los muertos
descarnados salir de sus sepulcros, cargados de sudarios y haciendo crujir sus huesos. El
Espiritismo, que nunca ha hecho milagros, tampoco ha hecho éste, y jamás ha pretendido
que reviviese un cuerpo muerto. Cuando éste está en la fosa está definitivamente; pero el
ser espiritual fluídico, inteligente, no ha sido sepultado con su grosera envoltura. Se ha
separado de la misma en el momento de la muerte, y operada la separación, nada tiene
de común con aquélla.
49. La crítica malévola se ha complacido en representar las comunicaciones
espiritistas rodeadas de las prácticas ridículas y supersticiones de la magia y de la
nigromancia. Si los que hablan de Espiritismo sin conocerlo se hubiesen ocupado en
profundizar sobre el tema en cuestión, se hubieran economizado gastos de imaginación o
alegaciones que no sirven más que para probar su ignorancia y su mala voluntad. Para
edificación de las personas extrañas a la ciencia, diremos que para comunicar con los
espíritus no hay ni días, ni horas, ni lugares más propicios los unos que los otros; que
para evocarlos no son necesarias fórmulas sacramentales o cabalísticas, que no son
precisas preparación ni iniciación alguna, que el empleo de todo objeto material, ya para
atraerlos, ya para rechazarlos, no produce resultado, que basta el pensamiento, y en fin,
que los médiums reciben sus comunicaciones tan simples y naturalmente como si fuesen
dictadas por una persona viva y sin salir del estado normal. Sólo el charlatanismo puede
afectar maneras excéntricas y añadir accesorios ridículos.
El llamamiento de los espíritus se hace en nombre de Dios, con respeto y
recogimiento. Esto es lo único que recomienda a las personas formales, que quieren
establecer relaciones con espíritus serios.
Fin providencial de las manifestaciones espiritistas
50. El fin providencial de las manifestaciones es el de convencer a los
incrédulos, de que todo no acaba para el hombre con la vida terrestre, y el de dar a los
creyentes ideas más exactas sobre el porvenir. Los buenos espíritus vienen a instruirnos
para nuestro mejoramiento y adelanto, y no para revelarnos lo que aún no debemos saber
o lo que debemos aprender mediante nuestro trabajo. Si bastase interrogar a los espíritus
para obtener solución a todas las dificultades científicas, o para hacer descubrimientos o
inventos lucrativos, todo ignorante podría hacerse sabio fácilmente y todo perezoso
enriquecerse sin trabajo, y esto es lo que Dios no quiere. Los espíritus ayudan al hombre
de genio por medio de inspiración oculta, pero no le exime del trabajo y de las
investigaciones a fin de no privarle del mérito.
51.
Sería tener una idea muy falsa de los espíritus el ver en ellos
auxiliares de los
pronosticadores de la buena ventura; los espíritus serio se niegan a
ocuparse en cosas
fútiles; los espíritus ligeros y burlones se ocupan de todo, a todo
responden y predicen
todo lo que se quiere, sin inquietarse por la verdad, y dándose el
censurable placer de
mistificar a las personas demasiado crédulas. Por esto es esencial
fijarse perfectamente en la naturaleza de las preguntas que pueden
dirigirse a los espíritus. (El Libro de los
Médiums, núm. 286, “Preguntas que pueden dirigirse a los espíritus”.)
52. Fuera de lo que pueda ayudar al progreso moral, sólo incertidumbre se
encuentra en las revelaciones que de los espíritus pueden obtenerse. La primera
consecuencia desagradable para el que aparta su facultad del objeto providencial, es la de
ser mistificado por los espíritus mentirosos que pululan alrededor de los hombres; la
segunda, la de caer bajo el imperio de esos mismos espíritus que pueden, con pérfidos
consejos, conducir a desgracias reales y materiales en la Tierra; tercera, la de perder,
después de la vida terrestre, el fruto del conocimiento del Espiritismo.
53. Las manifestaciones no están destinadas a secundar los intereses materiales. Su utilidad está en las consecuencias morales resultado que el de dar a conocer una nueva ley de la Naturaleza y el de demostrar materialmente la existencia del alma y su inmortalidad, sería ya mucho, porque constituiría un nuevo y ancho campo abierto a la filosofía.
De los médiums
54. Los médiums presentan muy numerosas variedades en sus aptitudes, lo que
los hace más o menos propios para la obtención de tal o cual fenómeno, de tal o cual
género de comunicación. Según sus aptitudes, se los distingue en médiums para efectos
físicos, para comunicaciones inteligentes, videntes, parlantes, auditivos, sensitivos,
dibujantes, políglotas, poetas, músicos, escribientes, etc. No puede esperarse de un
médium lo que está fuera de su facultad. Sin el conocimiento de las aptitudes
medianímicas, no puede el observador darse cuenta de ciertas dificultades o de ciertas
imposibilidades que se encuentran en la práctica. (El Libro de los Médiums, cap. XVI,
núm. 185.)
55. Los médiums de efectos físicos son particularmente más aptos para provocar
fenómenos materiales, tales como movimientos, golpes, etc., con auxilio de mesas u otros
objetos. Cuando estos fenómenos revelan su pensamiento u obedecen a una voluntad,
son efectos inteligentes que indicarán, por lo tanto, una causa inteligente; ésta es para los
espíritus una manera de manifestarse. Por medio de un número convenido de golpes se
obtienen respuestas por sí o por no, o la indicación de las letras del alfabeto que sirven
para formar palabras o frases. Este medio primitivo es muy pesado y no se presta a
extensas comunicaciones. Las mesas parlantes fueron el principio de la ciencia. Hoy, con
medios de comunicación tan rápidos y completos como los que nos sirven para
comunicarnos los vivos, sólo se emplean aquéllos accidentalmente y como método de
experimentación.
56. De todos los medios de comunicación, la escritura es a la vez el más sencillo,
el más rápido, el más cómodo, el que permite mayor extensión, y es también la facultad
que más frecuentemente se encuentra en los médiums.
57. Para la obtención de la escritura se emplearon, al principio, intermediarios
materiales, como cestas, planchitas, etc., a las que se adaptaba un lápiz. (El Libro de los
Médiums, cap. XIII, núm. 152 y ss.) Más tarde se reconoció la inutilidad de esos
accesorios y la posibilidad de que los médiums escribiesen directamente con la mano,
como en las circunstancias ordinarias.
58. El médium escribe bajo la influencia de los espíritus, que se sirven
de él
como de un instrumento. Su mano es impelida por un movimiento
involuntario que a
menudo no puede dominar. Ciertos médiums no tienen conciencia alguna de
lo que escriben; otros la tienen más o menos vaga, aunque el pensamiento
les sea extraño; esto es
lo que distingue a los médiums mecánicos de los médiums intuitivos o
semimecánicos. La
ciencia espiritista explica el modo como se transmite el pensamiento del
Espíritu al
médium y el papel de este último en las comunicaciones. (El Libro de los
Mediums, cap.
XV, núm. 179 y ss., cap XIX, núm. 223 y ss.)
59. El médium posee únicamente la facultad de comunicar, pero la
comunicación efectiva depende de la voluntad de los espíritus; si los espíritus no quieren
manifestarse, el médium nada obtiene; es como un instrumento sin músico.
Comunicándose únicamente los espíritus cuando lo quieren o pueden, no están
al capricho de nadie; ningún médium tiene poder para hacerlos venir a su voluntad y
contra la de ellos.
Esto explica la intermitencia en la facultad de los mejores médiums y las
interrupciones que experimentan, a veces durante meses.
Sin razón, pues, se asimilaría la mediumnidad a un conocimiento. Éste se
adquiere con el trabajo: el que lo posee es siempre dueño de él, y el médium no lo es
nunca de su facultad, porque ésta depende de una voluntad ajena.
60. Los médiums de efectos físicos que obtienen regularmente y a su voluntad la
producción de ciertos fenómenos, si no es esto resultado de sofisterías, se las dan con
espíritus de baja ralea que se complacen en esta especie de exhibición, y que acaso se
dedicaron durante su vida a este oficio; pero sería absurdo creer que espíritus algún tanto
elevados se divirtiesen en dar estas representaciones.
61. La oscuridad necesaria para la producción de ciertos efectos físicos da, sin
duda, lugar a la sospecha, pero no prueba nada contra la realidad. Se sabe que en
Química no puede operarse con luz en ciertas combinaciones y que bajo la acción del
fluido lumínico se verifican composiciones y descomposiciones. Pues, bien, todos los
fenómenos espiritistas son resultado de la combinación de los fluidos propios del espíritu
y del médium, y siendo materiales estos fluidos, no es nada sorprendente que, en ciertos
casos, sea contrario a esta combinación el fluido lumínico.
62. Las comunicaciones inteligentes, asimismo, tienen lugar por la acción
fluídica del Espíritu sobre el médium, y es preciso que el fluido de éste se identifique con
el de aquél. La facilidad de las comunicaciones depende del grado de afinidad que existe
entre los dos fluidos. Así cada médium es más o menos apto para recibir la impresión o la
impulsión del pensamiento de tal o cual Espíritu, puede ser buen instrumento para el
uno y malo para el otro. De aquí resulta que, de los médiums igualmente bien dotados y
puestos el uno al lado del otro, podrá manifestarse el Espíritu por medio del uno y no por
el del otro.
63. Es, pues, un error creer que basta ser médium para recibir con igual
facilidad comunicaciones de cualquier Espíritu. No existen médiums universales para las
evocaciones, como no existen para producir todos los fenómenos. Los espíritus buscan,
con preferencia, los instrumentos que vibran a su unísono; imponerles el primero que se
tenga a mano, sería como el exigir de un pianista que tocase el violín, por la razón de que,
sabiendo música, debe poder tocar todos los instrumentos.
64. Sin la armonía, única que puede producir la asimilación fluídica, las
comunicaciones son imposibles, incompletas o falsas. Pueden ser falsas porque, en
defecto del Espíritu deseado, no faltan otros dispuestos a aprovechar la ocasión de
manifestarse, y que se cuidan poco de decir la verdad.
65. La asimilación fluídica es a veces totalmente imposible entre
ciertos espíritus
y ciertos médiums; otras, y este es el caso más ordinario, no se
establece más que gradualmente y con el tiempo. Esto explica por qué los
espíritus que tienen costumbres
de manifestarse con un médium lo hacen con mayor facilidad, porque las
primeras
comunicaciones patentizan casi siempre molestia y son menos explícitas.
66. La asimilación fluídica es tan necesaria en las comunicaciones por tiptología
como por la escritura, puesto que en uno y otro caso se trata de la transmisión del
pensamiento del Espíritu, cualquiera que sea el medio material empleado.
67. No pudiendo imponer un médium al Espíritu que se quiere evocar,
conviene dejarle la elección de sus instrumentos. En todo caso, es necesario que el
médium se identifique anticipadamente con el Espíritu por el recogimiento y la oración,
por lo menos durante algunos minutos, y hasta con alguna anticipación si es posible, a fin
de provocar y activar la asimilación fluídica. Este es el medio de atenuar la dificultad.
68. Cuando las condiciones fluídicas no son propicias a la comunicación directa
con el médium, puede establecerse por mediación del guía espiritual de éste último. En
este caso el pensamiento llega de segunda mano, es decir, después de haber atravesado
dos medios. Se comprende cuánto importa entonces que el médium esté bien asistido,
porque si lo está por un Espíritu obsesor, ignorante u orgulloso, la comunicación estará
necesariamente alterada.
En esto las cualidades personales del médium desempeñan un papel importante
por la naturaleza de los espíritus que atrae. Los médiums más indignos pueden tener
poderosas facultades, pero lo más seguros son los que, a esta potencia, unen las mejores
simpatías en el mundo espiritual; simpatías que no están de ningún modo garantizadas
por los nombres más o menos respetables de los espíritus, o que toman los que firman las
comunicaciones, sino por la naturaleza constantemente buena de los que las reciben.
69. Cualquiera que sea la clase de comunicación, la práctica del Espiritismo,
bajo el punto de vista experimental, ofrece numerosas dificultades y no está exenta de
inconvenientes para el que carece de la necesaria experiencia. Ya experimente uno
mismo, ya sea simple observador, es esencial saber distinguir las diferentes naturalezas de
espíritus que pueden manifestarse, conocer la causa de todos los fenómenos, las
condiciones con que pueden producirse y los obstáculos que a ellos pueden oponerse a
fin de no pedir un imposible. No es menos necesario conocer todas las condiciones y
escollos de la mediumnidad, la influencia del médium, de las disposiciones morales, etc.
(El Libro de los Médiums, segunda parte.)
Escollos de los médiums
70. Uno de los mayores escollos de la mediumnidad es la obsesión, es decir, el
dominio que pueden ejercer ciertos espíritus sobre los médiums, imponiéndoseles con
nombres apócrifos e impidiéndoles comunicar con otros espíritus. Es al mismo tiempo un
escollo para el observador novicio e inexperto que, no conociendo los caracteres de este
fenómeno, puede ser engañado por las apariencias, como el que, no sabiendo medicina,
puede hacerse ilusiones sobre la causa y la naturaleza del mal. Si en este caso es inútil el
estudio anticipado al observador, al médium le es indispensable, porque le proporciona
medios de prevenir un inconveniente que podría tener para él consecuencias
desagradables. Por esta razón no recomendaremos nunca bastante el estudio, antes de
entregarse a la práctica. (El Libro de los Médiums, cap. XXIII.)
71. La obsesión presenta tres grados bien caracterizados: la obsesión simple, la
fascinación y la subyugación. En la primera, el médium tiene conciencia perfecta de que
no obtiene nada bueno; no se hace ilusión alguna sobre la naturaleza del Espíritu que se
obstina en manifestársele y de quién desea deshacerse. Este caso no ofrece ninguna
gravedad: es un sencillo contratiempo y el médium queda libre cesando de escribir
momentáneamente. El Espíritu, cansado de que no se le oiga, acaba por retirarse.
La fascinación obsesional es mucho más grave, porque el médium está
completamente fascinado. El Espíritu que le domina se apodera de su confianza hasta
paralizar su propio juicio respecto de las comunicaciones, y hasta hacerle encontrar
sublime lo más absurdo.
El carácter distintivo de este género de obsesión es el de provocar en el médium
una excesiva susceptibilidad, haciéndole que no encuentre bueno, justo y verdadero, más
que lo que él escribe, y rechazar, hasta tomar con desagrado, todo consejo u observación
crítica. Le induce también a malquistarse con sus amigos antes de convenir en que es
engañado, a concebir celos de los otros médiums, cuyas comunicaciones son juzgadas
mejores que las suyas, a querer imponerse en las reuniones espiritistas, de las que se aleja
cuando no puede dominar. Llega en fin a sufrir una dominación tal, que el Espíritu
puede arrastrarle a las más ridículas y comprometedoras determinaciones.
72. Uno de los caracteres distintivos de los malos espíritus es el de imponerse;
dan órdenes y quieren ser obedecidos. Los buenos no se imponen nunca: dan consejos, y
si no se les escucha, se retiran. De esto resulta que la impresión de los malos espíritus es
casi siempre penosa, fatiga y produce una especie de malestar; a menudo provoca una
agitación febril, movimientos bruscos y desenfrenados; la de los buenos espíritus es, por el
contrario, apacible, suave y produce un verdadero bienestar.
73. La subyugación obsesional, designada en otro tiempo con el nombre de
posesión, es una coacción física producida siempre por espíritus de la peor especie y que
puede hasta neutralizar el libre albedrío. Se limita, a menudo, a simples impresiones
desagradables; pero provoca a veces movimientos desordenados; actos de insensatez,
gritos y palabras incoherentes o injuriosas cuya ridiculez conoce de vez en cuando,
aunque sin poder evitarlas, aquel que es victima de semejante situación. Este estado
difiere esencialmente de la locura patológica, con la cual se la confunde sin motivo,
porque no presentan ninguna lesión orgánica, y siendo diferente la causa, los medios
curativos deben ser otros. Aplicando gárgolas y tratamientos corporales, se logra hacer a
menudo una verdadera locura de lo que era una causa moral.
74. En la locura propiamente dicha la causa del mal es interior. Es preciso, pues,
procurar restablecer el organismo a su estado normal; en la subyugación la causa del mal
es exterior, y es preciso librar al enfermo de un enemigo invisible, oponiéndole no
remedios, sino una fuerza moral superior a la suya. La experiencia prueba que en
semejante caso los exorcismos no han producido nunca ningún resultado satisfactorio, y
que más bien han agravado que mejorado la situación. Indicando la verdadera causa del
mal, sólo el Espiritismo puede dar los medios para combatirlos. Es preciso, en cierto
modo, educar moralmente al espíritu obsesor, y por consejos sabiamente dirigidos se
logra hacerle mejor y renunciar voluntariamente a atormentar al enfermo, quedando así
libre el paciente. (El Libro de los Médiums, núm. 279.)
75. Ordinariamente la subyugación obsesional es individual; pero cuando una
muchedumbre de malos espíritus se cierne sobre una población, puede tener un carácter
epidémico. Un fenómeno de esta naturaleza tuvo lugar en tiempo de Cristo. Sólo una
poderosa superioridad moral podía abatir aquellos seres malhechores, designados
entonces con el nombre de demonios, y devolver la calma a sus víctimas. (1)
76. Un hecho importante, que debemos considerar, es que la obsesión es
independiente de la mediumnidad, y que se la encuentra en todos los grados,
principalmente en el último, en una multitud de individuos que nunca han oído hablar
de Espiritismo. En efecto, habiendo existido en todo tiempo los espíritus, han debido
ejercer en todo tiempo la misma influencia. La mediumnidad no es una causa, sino una
manera de manifestarse aquélla, por lo cual puede decirse con certeza, que todo el
médium obsesado ha debido sufrir de algún modo, y a menudo en los actos más vulgares
de la vida, los resultados de esta influencia, y que sin la mediumnidad se traduciría por
otros efectos atribuidos a menudo a esas enfermedades misteriosas, que resisten a todas
las investigaciones de la medicina. Por la mediumnidad el Espíritu malhechor descubre su
presencia; sin la mediumnidad es un enemigo oculto del que no se sospecha.
77. Los que no admiten nada fuera de la materia no pueden admitir causas
ocultas; pero cuando la ciencia haya salido de la vía materialista, reconocerá en la acción
del mundo invisible que nos rodea y en medio del cual vivimos, una potencia que
reacciona tanto sobre las cosas físicas como sobre las morales. Este será un nuevo sendero
abierto al progreso y la clave de una multitud de fenómenos mal comprendidos.
78. Como la obsesión no puede ser nunca producto de un buen Espíritu, es
punto esencial el de saber conocer la naturaleza de los que se presentan. El médium no
instruido puede ser engañado por las apariencias, mientras que el que está prevenido
espía las señales menos sospechosas, y el Espíritu concluye por alejarse cuando ve que
nada consigue. El conocimiento anticipado de los medios de distinguir los buenos de los
malos espíritus es, pues, indispensable al médium que no quiere exponerse a ser cogido
en el lazo. No lo es menos para el simple observador, que puede por este medio apreciar
el valor de lo que ve u oye. (El Libro de los Médiums, cap. XXIV.)
Cualidades de los médiums
79. La facultad medianímica depende del organismo. Es independiente de las
cualidades morales del médium, y se la encuentra desarrollada tanto en los más indignos
como en los más dignos. No sucede lo mismo con la preferencia que dan los buenos
espíritus al médium.
80. Los buenos espíritus que se comunican más o menos voluntariamente por
tal o cual médium, según la simpatía que sienten por él. Lo que constituyen la cualidad
de un médium, no es la facilidad con que obtiene comunicaciones, sino su aptitud para
recibirlas buenas y no ser juguete de espíritus ligeros y mentirosos.
81. Los médiums que desde el punto de vista moral dejan más que desear
reciben a veces muy buenas comunicaciones que sólo pueden venir de espíritus buenos,
de lo cual algunos se maravillan sin razón, porque a menudo son de interés para el
médium y para darle sabias advertencias. Si no las aprovecha, aumenta su culpabilidad,
porque escribe su condenación. Dios, cuya bondad es infinita, no puede negar asistencia
a los que más necesitan de ella. El virtuoso misionero que va a moralizar a los criminales
hace lo mismo que los buenos espíritus con los médiums imperfectos.
Por otra parte, los buenos espíritus, queriendo dar una enseñanza útil a todo el
mundo, se sirven del instrumento que les viene a mano; pero le abandonan cuando
encuentran otro que les es más simpático y que aprovecha sus lecciones. Retirándose los
buenos espíritus, los inferiores, poco cuidadosos de las cualidades morales, que les
molestan, tienen entonces libre el campo.
De aquí resulta que los médiums imperfectos moralmente, y que no se
enmiendan, son tarde o temprano, presa de malos espíritus, que a menudo los conducen
a su ruina y a las mayores desgracias incluso en este mundo. En cuanto a su facultad, de
bella que era y que hubiera continuado siendo, se pervierte al principio por el abandono
de los buenos espíritus y concluye por extinguirse.
82. los médiums más meritorios no están al abrigo de las mistificaciones de los
espíritus mentirosos. En primer lugar, porque no hay nadie lo bastante perfecto que no
tenga un punto vulnerable para que pueda dar acceso a los malos espíritus, y en segundo
lugar, porque los buenos espíritus le permiten a veces, para ejercitar el raciocinio, enseñar
a discernir la verdad del error y mantener la desconfianza, a fin de que no se acepte nada
ciegamente y sin comprobación; pero nunca procede la mentira de un buen Espíritu, y
todo nombre respetado, continuado al pie de un error, es necesariamente apócrifo.
Puede también ser este accidente una prueba de la paciencia y perseverancia del
espiritista, médium o no. El que se desanimase por algunas decepciones probaría a los
buenos espíritus que no pueden contar con él.
83. De la misma forma que en la Tierra vemos a personas malévolas
encarnizarse con hombres de bien, no ha de sorprendernos que malos espíritus obsesen a
personas honradas.
Es de notar que, desde la publicación de El Libro de los Médiums, son menores
los obsesados, porque estando prevenidos, se mantiene en guardia y analizan los detalles
más insignificante, que pueden revelar la presencia de un Espíritu mentiroso. La mayoría
de los obsesados, o no han estudiado anticipadamente, o no han aprovechado los
consejos.
84. Lo que constituye un médium propiamente dicho es la facultad, y bajo este
aspecto, puede estar más o menos formado, más o menos desarrollado. Lo que constituye
el médium seguro, el que verdaderamente puede calificar de buen médium, es la
aplicación de la facultad, la aptitud para poder servir de intérprete a los buenos espíritus.
Dejando a un lado la facultad, la potencia del médium para atraer a los buenos espíritus y
rechazar a los malos, está en razón de su superioridad moral; ésta es proporcional a la
suma de cualidades que constituyen el hombre de bien. De este modo se concilia la
simpatía de los buenos y ejerce ascendiente sobre los malos.
85. Por la misma razón, aproximándole a la naturaleza de los malos espíritus, la
suma de imperfecciones morales del médium le quita la influencia necesaria para
alejarlos; en vez de ser él quien se impone a ellos, son ellos lo que se imponen a él.
Aplíquese esto no sólo a los médiums, sino a cualquier persona, porque ninguna deja de
recibir la influencia de los espíritus. (Véanse los núm. 74 y 75.)
86. Para imponerse a los médiums, los malos espíritus saben explotar,
hábilmente, todas las imperfecciones morales, y la que les es más propicia es el orgullo, y
por esto es el sentimiento que domina en el mayor número de médiums obsesados y
sobre todo en los que están fascinados.
El orgullo les hace creer en su inhabilidad y rechazar las advertencias.
Desgraciadamente, este sentimiento es excitado por los elogios de que son objeto los
médiums. Cuando tienen una facultad algo notable, se les busca, se les adula y acaban por
creer en su importancia, juzgándose indispensables, lo cual les pierde
87. En tanto que el médium imperfecto se enorgullece de los nombres ilustres
apócrifos, la mayoría de las veces, que figuran en las comunicaciones que recibe, y se cree
intérprete privilegiado de los poderes celestes, el buen médium no se cree nunca digno de
semejante favor; abriga siempre una saludable desconfianza de lo que obtiene, y no lo
refiere nunca a su propio juicio.
No siendo más que un instrumento pasivo, comprende que si es bueno no
puede hacerse de ello un mérito personal, como tampoco puede ser responsable de lo
malo que obtenga, y que sería ridículo tomar el hecho y la causa por la identidad absoluta
de los espíritus que se le manifiestan; y deja que juzguen la cuestión terceras personas
desinteresadas, sin que su amor propio se resienta de un juicio desfavorable, como el
actor de la censura dirigida a la pieza de que es intérprete. Su carácter distintivo es la
sencillez y la moralidad, considera una felicidad la facultad que posee, no para lo que
hace voluntariamente cuando se le presenta ocasión sin molestarse porque no se le da el
primer puesto. Los médiums son los intermediarios e intérpretes de los espíritus.
Importa, pues, al evocador, y hasta al simple observador, poder apreciar el mérito del
instrumento.
88. La facultad medianímica es un don de Dios, como todas las otras facultades,
que pueden emplearse en bien y en mal, y de la cual puede abusarse. Tiene por objeto
ponernos en comunicación directa con las almas de los que han vivido, a fin de recibir
sus enseñanzas y de iniciarnos en la vida futura. Así como la vista nos pone en
comunicación con el mundo visible, así la mediumnidad nos relaciona con el invisible. El
que de ella se sirve, de un modo útil, para su adelanto y el de sus semejantes, cumple una
verdadera misión, por la que recibirá recompensa. El que abusa de ella y la emplea en
cosas fútiles o para su interés material, la aleja de su fin providencial, y sufre tarde o
temprano la pena, como aquel que emplea mal cualquier otra facultad.
Charlatanismo
89. Ciertas manifestaciones espiritistas se prestan, con bastante facilidad, a la
imitación. Pero sería absurdo deducir que, por el hecho de que puede abusarse de ellas,
estas manifestaciones no existen. Para el que ha estudiado y conoce las condiciones
morales en que pueden producirse, es fácil distinguir la imitación de la realidad. Por lo
demás, la imitación no llega a ser completa y no puede engañar más que al ignorante,
incapaz de apreciar los matices característicos del verdadero fenómeno.
90. Las manifestaciones que más fácilmente pueden imitarse son ciertos efectos
físicos y los inteligentes vulgares, tales como: Movimientos, golpes, aportes, escritura
directa, respuestas vulgares, etc., pero no sucede lo mismo con las comunicaciones
inteligentes trascendentales. Para imitar las primeras, basta la destreza; para simular las
otras, serían precisas casi una instrucción poco común, una superioridad intelectual nada
vulgar y una facultad de improvisación, por decirlo así, universal.
91. Los que no conocen el Espiritismo se inclinan generalmente a sospechar de
los médiums; el estudio y la experiencia dan medios de asegurarse de la realidad de los
hechos, y las mejores garantías que pueden encontrar son el desinterés absoluto y la
honradez del médium; hay personas que por su posición y carácter se sustraen a toda
sospecha. Si el cebo de la ganancia puede excitar al fraude, el sentido común dice que a
nada conduce el charlatanismo cuando no se trata de ganar. (El Libro de los Médiums,
pág. 28, “Charlatanismo y sofisticación, médiums interesados, fraudes espiritistas”, núm.
300).
92. Entre los adeptos del Espiritismo se encuentran entusiastas exaltados, como
en todo, los cuales son en general los peores propagadores, porque se desconfía de su
facilidad en aceptarlo todo sin maduro examen. El espiritista ilustrado huye del
entusiasmo que ciega y lo observa todo fríamente y con calma: éste es el medio de no ser
juguete de las ilusiones y mistificadores. Dejando a un lado toda cuestión de buena fe, el
observador novicio debe ante todo, tener en cuenta la gravedad del carácter de las
personas a quien se dirige.
Identidad de los espíritus
93. Puesto que se encuentran entre los espíritus todas las fases de la humanidad,
se hallan también la astucia y la mentira, y los hay que no tienen escrúpulo alguno en
darse los nombres más respetables para inspirar mayor confianza. Es preciso, pues,
desconfiar de una manera absoluta de la autenticidad de todas las firmas.
94. La identidad es una de las grandes dificultades del Espiritismo práctico, a
menudo es imposible evidenciarla, sobre todo cuando se trata de los espíritus superiores,
antiguos con relación a nosotros. Entre los que se manifiestan, muchos no tienen nombre
para nosotros, y para fijar nuestras ideas, pueden tomar el de un Espíritu conocido
perteneciente a la misma categoría; de modo que si un Espíritu se comunica con el
nombre de San Pablo, por ejemplo, nada prueba que sea precisamente el apóstol de este
nombre, puede ser él o un Espíritu del mismo orden, o uno enviado por él.
La cuestión de identidad es en este caso completamente secundaria y sería pueril
atribuirle importancia, lo que importa es la naturaleza de la enseñanza. ¿Es buena o mala,
digna o indigna del personaje cuyo nombre lleva, la aceptaría éste o la rechazaría? He aquí
toda la cuestión.
95. La identidad es más fácil de evidenciar cuando se trata de espíritus
contemporáneos cuyo carácter y costumbres son conocidos; por las costumbres y las
particularidades de la vida privada se revela la identidad del modo más seguro y a menudo
de manera incontestable. Cuando se evoca a un pariente o amigo lo que interesa es la
personalidad, y es muy natural que se procure evidenciar la identidad; pero los medios
que para esto emplea generalmente los que sólo imperfectamente conocen el Espiritismo,
son insuficientes y pueden inducir a error.
96. El Espíritu revela su identidad por una multitud de circunstancias que se
encuentran en las comunicaciones, donde se reflejan sus hábitos, su carácter, su lenguaje,
y hasta sus locuciones familiares. Se revela también por pormenores íntimos en los que
entra espontáneamente con las personas a quienes aprecia: éstas son las mejores pruebas,
pero es raro que conteste a las preguntas directas que le son dirigidas acerca de este
particular, sobre todo si las hacen personas que le son indiferentes por curiosidad y para
probarle. El Espíritu prueba su identidad como quiere, o como puede, según la facultad
de su intérprete, y a menudo las pruebas son abundantes; la falta está en querer que las dé
a gusto del evocador. Entonces el Espíritu se resiste a someterse a tales exigencias. (El
Libro de los Médiums, cáp. XXIV, “Identidad de los espíritus”.)
Contradicciones
97. Las contradicciones que se notan con bastante frecuencia en el lenguaje de
los espíritus sólo puede sorprender a los que tienen de la ciencia espiritista un
conocimiento incompleto, porque son consecuencia de la naturaleza misma de los
espíritus, que, como hemos dicho, sólo saben las cosas en razón de su adelanto y algunos
saben mucho menos que ciertos hombres. Sobre una multitud de aspectos no pueden
emitir más que su opinión personal, que pueden ser más o menos acertada, y conservar el
reflejo de las preocupaciones terrestres de que no están despojadas; otros forjan sistemas a
su antojo sobre lo que aún no saben, particularmente en lo concerniente a las cuestiones
científicas y al origen de las cosas. No es, pues, nada sorprendente que no están siempre
acordes.
98. Algunos se sorprenden al ver comunicaciones contradictorias firmadas con
el mismo nombre. Sólo los espíritus inferiores pueden, según las circunstancias, hablar
contradictoriamente; los espíritus superiores no se contradicen nunca. Cualquiera, por
poco iniciado que esté en los secretos del mundo espiritual, sabe la facilidad con que
ciertos espíritus se adornan con nombres prestados para crédito a sus palabras; y puede
inducirse con certeza que de dos comunicaciones, radicalmente contradictorias en el
fondo del pensamiento, y al pie de las cuales se halla el mismo nombre respetable, la una
es esencialmente apócrifa.
99. Dos medios pueden servir para fijar las ideas sobre cuestiones dudosas: el
primero consiste en someter todas las comunicaciones a la comprobación severa de la
razón, del sentido común y de la lógica. Ésta es una recomendación que hacen todos los
buenos espíritus, y que se guardan bien de hacerla los mentirosos, porque saben
perfectamente que ha de perjudicarles un examen serio. Por eso evitan la discusión y
quieren ser creídos sin réplica.
El segundo criterio de la verdad es la concordia de la enseñanza. Cuando el
mismo principio es enseñado en muchos puntos por diferentes espíritus y médiums
ajenos los unos a los otros, y que no están bajo las mismas influencias, puede deducirse
que es más verdadero que el que emana de un solo origen y es contradictorio por la
mayoría. (El Libro de los Médiums, cáp. XXVII, “De las contradicciones y
mistificaciones”, El Evangelio según el Espiritismo, “Introducción. Autoridad de la
doctrina espiritista”.)
Consecuencias del Espiritismo
100.
En vista de la incertidumbre de las revelaciones hechas por los
espíritus, se
pregunta: ¿Para qué sirve el estudio del Espiritismo?
Evidencia la existencia del mundo espiritual, constituido por las almas
de los
que vivieron, de lo que resulta la prueba de la existencia del alma y su
supervivencia al
cuerpo.
Las almas que se manifiestan revelan sus goces o sus sufrimientos según
el modo
como han empleado la vida terrestre, y de esto resulta la prueba de las
penas y
recompensas futuras.
Las almas o espíritus, descubriendo su estado o situación, rectifican
las ideas
falsas que tenían sobre la vida futura principalmente sobre la duración y
la naturaleza de
las penas. Pasando la vida futura del estado de teoría, vaga e incierta,
al de hecho
observado y positivo, impone la necesidad de trabajar lo máximo que se
pueda la vida
presente, que es de corta duración, en provecho de la futura, que es
indefinida.
Supongamos que un hombre de veinte años tenga la certeza de morir a los
veinticinco, ¿Qué hará durante estos cinco años? ¿Trabajará para el
porvenir?
Seguramente no, sino que procurará gozar cuanto pueda, mirando como una
tontería
imponerse trabajo y privaciones sin objeto. Pero si tiene la seguridad
de que vivirá
ochenta años, procederá de otro modo, porque comprenderá la necesidad de
sacrificar
algunos instantes del reposo presente para asegurarse durante largos
años el reposo
futuro. Esto mismo sucede con aquél para quien la vida futura es una
realidad.
La duda, respecto a la vida futura, conduce naturalmente a sacrificarlo
todo a
los goces del presente, y de aquí la excesiva importancia que se da a
los bienes materiales
que tanto incitan a la codicia, la envidia y los celos, del que tienen
poco contra el que
tiene mucho. De la codicia al deseo de adquirir lo que tiene su vecino a
cualquier precio,
no hay más que un paso, y aquí se originan los odios, las querellas, los
procesos, las
guerras y todos los males engendrados por el egoísmo.
En la duda acerca del porvenir, el hombre, abrumado en esta vida por el
pesar y
el infortunio, sólo en la muerte ve el término de sus sufrimientos, y no
esperando nada,
encuentra racional abreviarlos por medio del suicidio.
Sin esperanza en el porvenir, es muy natural que el hombre se afecte y
se
desespera con los desengaños que experimenta. Los sacudimientos
violentos que sufre
producen una perturbación en su cerebro, causa del mayor número de casos
de locura.
Sin la vida futura, la presente es para el hombre la más importante, el
único
objeto de sus preocupaciones, a ella lo refiere todo: quiere gozar a
cualquier precio, no
sólo de los bienes materiales, sino que también de los honores; aspira a
brillar, a elevarse
por encima de los otros, a eclipsar a sus vecinos con el fausto y el
rango, de aquí la
ambición desordenada y la importancia que da a los títulos y a las
futilezas de la vanidad
por las que sacrificaría hasta su propio honor, porque no ve nada más
allá.
La certeza de la vida futura y de sus consecuencias cambia totalmente el
orden
de las ideas y hace ver las cosas bajo otro aspecto. Es la rasgadura de
un velo que cubría
un horizonte inmenso y espléndido. Ante lo infinito y grandioso de la
vida de
ultratumba, desaparece la terrestre como el segundo ante los siglos,
como el grano de
arena ante la montaña. Todo se vuelve pequeño, mezquino, y uno mismo se
sorprende de
la importancia atribuida a cosas tan efímeras y pueriles. La calma, la
tranquilidad ante los
acontecimientos de la vida es una dicha en comparación con las
desazones, con los
tormentos que nos damos, con los quebraderos de cabeza que nos buscamos
para
hacernos superiores a los otros. Da también una indiferencia respecto a
las vicisitudes y
desengaños, que, cerrando la puerta a la desesperación, aleja numerosos
casos de locura, y
borra forzosamente la idea del suicidio. Cierto del porvenir, el hombre
espera y se resigna.
Dudoso de él, pierde la paciencia, porque todo lo espera del presente.
La prueba, por el ejemplo de los que han vivido, de que la suma de la
dicha
futura está en razón del progreso moral realizado y del bien hecho en la
Tierra, y que la
suma del sufrimiento está en razón de los vicios y malas acciones,
infunde a todos los que
están convencidos de esta verdad una tendencia natural a hacer el bien y
huir del mal.
Cuando la mayor parte de los hombres esté imbuida de esta idea, cuando
profese tales principios y practique el bien, no procurará ya dañarse
mutuamente,
arreglará instituciones sociales en bien de todos y no en provecho de
algunos; en una
palabra, el bien triunfará sobre el mal en la Tierra y los hombres
comprenderán que la ley de caridad enseñada por Cristo es el origen de
la dicha en este mundo, y basarán las leyes
civiles en la caridad.
La evidencia del mundo espiritual que nos rodea y la de su acción sobre
el
mundo corporal es la revelación de una de las fuerzas de la Naturaleza, y
por consiguiente
la clave de una multitud de fenómenos no comprendidos, tanto del orden
físico como del
moral.
Cuando la ciencia tenga en cuenta esta nueva fuerza, desconocida hasta
el
momento, rectificará una multitud de errores que provienen de atribuirlo
todo a una
causa única, la materia. El reconocimiento de esta nueva causa de los
fenómenos de la
Naturaleza será una palanca para el progreso, y producirá el efecto del
descubrimiento de
cualquier agente nuevo. Con la ayuda de la luz espiritista, se dilatará
el horizonte de la
ciencia, como se ha dilatado con la ayuda de la ley de la gravitación.
Cuando los sabios proclamen desde la cátedra la existencia del mundo
espiritual
y su acción en los fenómenos de la vida, infiltrarán en la juventud el
antídoto de las ideas
materialistas, en vez de predisponerla a la negación del porvenir.
En las lecciones de filosofía clásica, los profesores enseñan la
existencia del alma
y sus atributos según las diferentes escuelas, pero sin dar pruebas
materiales. ¿No es de
extrañar que, cuando se tienen tales pruebas, sean rechazadas y
calificadas de
supersticiones por los mismos profesores? ¿No equivale a decir a sus
discípulos: Nosotros
os enseñamos la existencia del alma, pero nada la prueba? Cuando el
sabio admite una
hipótesis sobre un punto de la ciencia, investiga con solicitud y acoge
con alegría los
hechos que puede trocar en verdad la hipótesis. ¿Cómo, pues, el profesor
de filosofía,
cuyo deber es probar a sus discípulos que tiene un alma, trata con
desdén los medios de
darle una demostración?
101. Aun suponiendo que los espíritus sean incapaces de enseñarnos nada que
no sepamos o que no podamos saber por nosotros mismos, se observa que la sola
evidencia de la existencia del mundo espiritual conduce forzosamente a una revolución
en las ideas, y esta revolución produce necesariamente otra en el orden de las cosas: será
fruto del Espiritismo.
102. Pero los espíritus hacen algo más; si es cierto que sus revelaciones están
rodeadas de algunas dificultades, si es verdad que exigen minuciosas precauciones para
afirmar su exactitud, no lo es menos que los espíritus adelantados, cuando se les interroga
y cuando se les permite, pueden revelarnos hechos ignorados, darnos la explicación de
cosas no comprendidas, y ponernos en camino de progresar más rápidamente. En este
punto, sobre todo, es indispensable el estudio completo y detenido de la ciencia
espiritista, a fin de pedirle lo que puede darnos, y el modo como puede dárnoslo.
Traspasando estos límites, es como nos exponemos a ser engañados.
103. Las mínimas causas pueden producir los mayores efectos; así es como de
un grano puede salir un árbol inmenso, como la caída de una manzana hizo descubrir la
ley que rige los mundos, como una rana saltando en un plato reveló la fuerza galvánica,
así es como también del fenómeno vulgar de las mesas giratorias ha salido la prueba del
mundo invisible, y de esta prueba, la doctrina que en algunos años ha dado la vuelta al
mundo, y puede regenerarlo por la sola demostración de la realidad de la vida futura.
104.
El Espiritismo acerca de las verdades absolutamente nuevas, en virtud
de
que nada hay de nuevo en el mundo. Sólo son absolutas las verdades
eternas; estando
fundadas en leyes de la Naturaleza, las que enseñan el Espiritismo han
debido existir
siempre, por eso en todo tiempo se encuentran los gérmenes de las
mismas, gérmenes que
han sido desarrollados por un estudio más completo y por más detenidas
observaciones. Las verdades enseñadas por el Espiritismo tienen, pues,
más carácter de consecuencias
que de descubrimientos.
El Espiritismo no ha descubierto ni inventado a los espíritus: tampoco
ha
descubierto el mundo espiritual, en el que se ha creído desde la noche
de los tiempos; se
limita a probarlos con hechos materiales y lo presenta bajo su verdadero
aspecto,
despojándolo de preocupaciones y de ideas supersticiosas, que engendran
la duda y la
incredulidad.
CAPÍTULO III - SOLUCIÓN A ALGUNOS PROBLEMAS POR MEDIO DE LA DOCTRINA ESPIRITISTA
Pluralidad de mundos
105. “Los diferentes mundos que circulan en el espacio, ¿Están poblados de
habitantes como en la Tierra?” Todos los espíritus lo afirman, y la razón dice que debe ser
así. No ocupando la Tierra en el Universo ningún rango especial por su posición, ni por
su volumen, nada podría justificar el privilegio exclusivo de estar habitada. Por otra parte,
Dios no puede haber creado esos millares de globos para placer únicamente de nuestros
ojos, tanto menos cuanto que su mayor número escapa a nuestra vista. (El Libro de los
Espíritus, núm. 55; Pluralidad de los mundos, por Flammarión.)
106. “Si los mundos están poblados, ¿Pueden estarlo por habitantes semejantes
en un todo a los de la Tierra? En una palabra, ¿Podrían esos habitantes vivir entre
nosotros y nosotros entre ellos?” La forma general podría ser poco más o menos la misma;
pero el organismo ha de ser adaptado al medio en que deben vivir, como los peces son
hechos para vivir en el agua y las aves en el aire. Si el medio es diferente, como todo
induce a creerlo, y como parecen demostrarlo las observaciones astronómicas, la
organización debe ser diferente y no es, pues, probable que, en su estado normal, puedan
vivir los unos con el mismo cuerpo en los mundos donde viven los otros. Esto lo
confirman todos los espíritus.
107. Admitiendo que esos mundos se encuentren habitados, ¿están, desde los puntos de vista intelectual y moral, en el mismo nivel que la Tierra?
Según la enseñanza de los Espíritus, los mundos se hallan en grados de evolución muy diferentes unos de otros. Algunos están en el mismo estado que la Tierra. Otros, estando más atrasados, sus habitantes están allí todavía más embrutecidos, más materializados y más proclives al mal. En cambio, hay también mundos más evolucionados moral, intelectual y físicamente, dónde el mal es desconocido y las artes y las ciencias han sido llevadas a un grado tal de perfeccionamiento que no podemos concebir, y dónde el organismo, menos material, no está sujeto ni a los padecimientos ni a las enfermedades y achaques que nosotros sufrimos. Sus moradores viven allí en paz, sin tratar de perjudicarse recíprocamente, exentos de los pesares y preocupaciones, de las aflicciones y necesidades que asedian a los habitantes de la Tierra. Por último, hay mundos aún más adelantados, dónde la envoltura corporal, casi fluídica, se acerca cada vez más a la naturaleza de los ángeles. En la serie progresiva de los mundos, la Tierra no está ni en el primero ni en el último puesto, sino que es uno de los más materializados y de los más atrasados. (Revue Spirite, marzo y agosto de 1858. ─ Ibídem, octubre de 1860. ─ El Evangelio según el Espiritismo, Capítulo III: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay”
Según la enseñanza de los Espíritus, los mundos se hallan en grados de evolución muy diferentes unos de otros. Algunos están en el mismo estado que la Tierra. Otros, estando más atrasados, sus habitantes están allí todavía más embrutecidos, más materializados y más proclives al mal. En cambio, hay también mundos más evolucionados moral, intelectual y físicamente, dónde el mal es desconocido y las artes y las ciencias han sido llevadas a un grado tal de perfeccionamiento que no podemos concebir, y dónde el organismo, menos material, no está sujeto ni a los padecimientos ni a las enfermedades y achaques que nosotros sufrimos. Sus moradores viven allí en paz, sin tratar de perjudicarse recíprocamente, exentos de los pesares y preocupaciones, de las aflicciones y necesidades que asedian a los habitantes de la Tierra. Por último, hay mundos aún más adelantados, dónde la envoltura corporal, casi fluídica, se acerca cada vez más a la naturaleza de los ángeles. En la serie progresiva de los mundos, la Tierra no está ni en el primero ni en el último puesto, sino que es uno de los más materializados y de los más atrasados. (Revue Spirite, marzo y agosto de 1858. ─ Ibídem, octubre de 1860. ─ El Evangelio según el Espiritismo, Capítulo III: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay”
Del alma
108. “¿Dónde reside el alma?”
El alma no está, como generalmente se cree, localizada en una parte del cuerpo; forma con el periespíritu un todo fluídico, penetrable, que se asimila a todo el cuerpo con el que constituye un ser complejo; del cual no es la muerte, hasta cierto punto, más que el desprendimiento. Figurémonos dos cuerpos semejantes, penetrando el uno en el otro, confundidos durante la vida, y separados después de la muerte. Muriendo, ni uno es destruido ni el otro persiste.
Durante la vida, el alma obra más especialmente sobre los órganos del pensamiento y del sentimiento. Es a la vez interna y externa; es decir, que irradia al exterior; puede hasta aislarse del cuerpo, transportarse lejos de él, y manifestar su presencia, como lo prueban la observación y los fenómenos sonambúlicos.
El alma no está, como generalmente se cree, localizada en una parte del cuerpo; forma con el periespíritu un todo fluídico, penetrable, que se asimila a todo el cuerpo con el que constituye un ser complejo; del cual no es la muerte, hasta cierto punto, más que el desprendimiento. Figurémonos dos cuerpos semejantes, penetrando el uno en el otro, confundidos durante la vida, y separados después de la muerte. Muriendo, ni uno es destruido ni el otro persiste.
Durante la vida, el alma obra más especialmente sobre los órganos del pensamiento y del sentimiento. Es a la vez interna y externa; es decir, que irradia al exterior; puede hasta aislarse del cuerpo, transportarse lejos de él, y manifestar su presencia, como lo prueban la observación y los fenómenos sonambúlicos.
109. “¿El alma es creada al mismo tiempo que el cuerpo o es anterior?”
Después de la existencia del alma, esta cuestión es una de las más graves, porque de su solución se desprenden importantes consecuencias, es la única clave de una multitud de problemas irresolubles hasta el presente.
Una de dos, o el alma existía o no existía antes de la formación del cuerpo. No puede haber término medio. Admitida la preexistencia del alma, todo se explica lógica y naturalmente. No admitiéndola, nos vemos detenidos a cada paso. Sin la preexistencia, es hasta imposible justificar ciertos dogmas de la Iglesia, y la imposibilidad de la justificación es la que ha conducido a la incredulidad a muchas de las personas que raciocinan.
Los Espíritus han resuelto afirmativamente la cuestión, y los hechos, así como la lógica, no permiten dudar sobre este punto. Admítase no obstante la preexistencia del alma, aunque no sea más que a título de hipótesis, si se quiere, y se verá desaparecer la mayor parte de las dificultades.
Después de la existencia del alma, esta cuestión es una de las más graves, porque de su solución se desprenden importantes consecuencias, es la única clave de una multitud de problemas irresolubles hasta el presente.
Una de dos, o el alma existía o no existía antes de la formación del cuerpo. No puede haber término medio. Admitida la preexistencia del alma, todo se explica lógica y naturalmente. No admitiéndola, nos vemos detenidos a cada paso. Sin la preexistencia, es hasta imposible justificar ciertos dogmas de la Iglesia, y la imposibilidad de la justificación es la que ha conducido a la incredulidad a muchas de las personas que raciocinan.
Los Espíritus han resuelto afirmativamente la cuestión, y los hechos, así como la lógica, no permiten dudar sobre este punto. Admítase no obstante la preexistencia del alma, aunque no sea más que a título de hipótesis, si se quiere, y se verá desaparecer la mayor parte de las dificultades.
110. Si el alma es anterior al cuerpo, antes de su unión con éste ¿poseía su individualidad y conciencia de sí?
Sin individualidad y sin conciencia de sí misma, los resultados serían los mismos que si no existiera.
Sin individualidad y sin conciencia de sí misma, los resultados serían los mismos que si no existiera.
111. “Antes de su unión con el cuerpo ¿ha realizado el alma algún progreso, o bien ha permanecido estacionaria?”
El progreso anterior del alma es a la vez consecuencia de la observación de los hechos y de la enseñanza de los Espíritus.
El progreso anterior del alma es a la vez consecuencia de la observación de los hechos y de la enseñanza de los Espíritus.
112. “¿Dios ha creado las almas iguales, moral e intelectualmente, o bien ha hecho unas más perfectas e inteligentes que otras ?”
Si Dios hubiese hecho unas almas más perfectas que otras, esta preferencia sería inconciliable con su justicia. Siendo todas criaturas suyas, ¿por qué habría de librar a las unas del trabajo que impondría a las otras para llegar a la dicha eterna? La desigualdad de las almas, en su origen, sería la negación de la justicia de Dios.
Si Dios hubiese hecho unas almas más perfectas que otras, esta preferencia sería inconciliable con su justicia. Siendo todas criaturas suyas, ¿por qué habría de librar a las unas del trabajo que impondría a las otras para llegar a la dicha eterna? La desigualdad de las almas, en su origen, sería la negación de la justicia de Dios.
113. “Si las almas son creadas iguales, ¿cómo se explica la diversidad de aptitudes y disposiciones naturales que existen en la Tierra entre los hombres?”
Esta diversidad es consecuencia del progreso que el alma ha realizado antes de su unión con el cuerpo. Las almas más avanzadas en inteligencia y moralidad son las que más han vivido y progresado antes de su encarnación.
Esta diversidad es consecuencia del progreso que el alma ha realizado antes de su unión con el cuerpo. Las almas más avanzadas en inteligencia y moralidad son las que más han vivido y progresado antes de su encarnación.
114. ¿Cuál es el estado del alma en su origen?
Las almas son creadas simples e ignorantes, es decir, sin ciencia y sin conocimiento del bien y del mal, pero con igual aptitud para todo. Al principio se hallan en una especie de infancia, carentes de voluntad propia y sin conciencia perfecta de su existir. Poco a poco se va desarrollando en ellas el libre albedrío, al mismo tiempo que las ideas. (Ver El Libro de los Espíritus, 114 y siguientes: “Progresión de los Espíritus”)
Las almas son creadas simples e ignorantes, es decir, sin ciencia y sin conocimiento del bien y del mal, pero con igual aptitud para todo. Al principio se hallan en una especie de infancia, carentes de voluntad propia y sin conciencia perfecta de su existir. Poco a poco se va desarrollando en ellas el libre albedrío, al mismo tiempo que las ideas. (Ver El Libro de los Espíritus, 114 y siguientes: “Progresión de los Espíritus”)
115. ¿El alma ha realizado su progreso en el estado de espíritu propiamente dicho, o en una existencia física anterior?
Además de la enseñanza de los Espíritus sobre este punto el estudio de los diversos grados de adelanto del hombre en la Tierra demuestra que el progreso previo del alma ha debido cumplirse en una serie de existencias corporales que varían en número, según sea el grado de adelante a que haya llegado. La prueba de ello surge de la observación de los hechos que tenemos a diario ante nuestra vista. (El Libro de los Espíritus, 116 a 122, y Revue Spirite de abril de 1862)
Además de la enseñanza de los Espíritus sobre este punto el estudio de los diversos grados de adelanto del hombre en la Tierra demuestra que el progreso previo del alma ha debido cumplirse en una serie de existencias corporales que varían en número, según sea el grado de adelante a que haya llegado. La prueba de ello surge de la observación de los hechos que tenemos a diario ante nuestra vista. (El Libro de los Espíritus, 116 a 122, y Revue Spirite de abril de 1862)
El hombre durante la vida terrestre
116. “¿Cómo y en qué momento se opera la unión del alma con el cuerpo?”
Desde la concepción, el Espíritu, aunque errante, se relaciona por un lazo fluídico con el cuerpo al que debe unirse. Este lazo se estrecha más y más a medida que el cuerpo B se desarrolla. Desde aquel momento, se apodera del Espíritu una turbación que va sin cesar en aumento; estando próximo el nacimiento, la turbación es completa; el Espíritu pierde la conciencia de sí mismo y sólo gradualmente recobra las ideas, a partir del momento que respira el niño; entonces la unión es completa y definitiva.
Desde la concepción, el Espíritu, aunque errante, se relaciona por un lazo fluídico con el cuerpo al que debe unirse. Este lazo se estrecha más y más a medida que el cuerpo B se desarrolla. Desde aquel momento, se apodera del Espíritu una turbación que va sin cesar en aumento; estando próximo el nacimiento, la turbación es completa; el Espíritu pierde la conciencia de sí mismo y sólo gradualmente recobra las ideas, a partir del momento que respira el niño; entonces la unión es completa y definitiva.
117. “¿Cuál es el estado intelectual del alma del niño en el momento del nacimiento?”
Su estado intelectual y moral es el mismo que antes de la unión con el cuerpo, es decir, que el alma posee todas las ideas adquiridas anteriormente; pero en razón a la turbación de que va acompañado el cambio, sus ideas están momentáneamente en estado latente. Se aclaran poco a poco, pero no pueden manifestarse más que proporcionalmente al desarrollo de los órganos.
Su estado intelectual y moral es el mismo que antes de la unión con el cuerpo, es decir, que el alma posee todas las ideas adquiridas anteriormente; pero en razón a la turbación de que va acompañado el cambio, sus ideas están momentáneamente en estado latente. Se aclaran poco a poco, pero no pueden manifestarse más que proporcionalmente al desarrollo de los órganos.
118. “¿Cuál es el origen de las ideas innatas, de las disposiciones precoces, de las aptitudes instintivas para un arte o ciencia haciendo abstracción de toda instrucción?”
Las ideas innatas no pueden tener más que dos orígenes: la creación de unas almas más perfectas que las otras, en caso que fueran creadas al mismo tiempo que el cuerpo, o un progreso anterior alcanzado antes de la unión del alma con el cuerpo. Siendo incompatible con la justicia de Dios la primera hipótesis, sólo queda la segunda. Las ideas innatas son resultado de conocimientos adquiridos en las existencias anteriores y que han permanecido en estado de intuición, para servir de base a la adquisición de nuevas ideas.
Las ideas innatas no pueden tener más que dos orígenes: la creación de unas almas más perfectas que las otras, en caso que fueran creadas al mismo tiempo que el cuerpo, o un progreso anterior alcanzado antes de la unión del alma con el cuerpo. Siendo incompatible con la justicia de Dios la primera hipótesis, sólo queda la segunda. Las ideas innatas son resultado de conocimientos adquiridos en las existencias anteriores y que han permanecido en estado de intuición, para servir de base a la adquisición de nuevas ideas.
119. “¿Por qué se revelan genios en las clases de la sociedad que están privadas de toda cultura intelectual?”
Este hecho prueba que las ideas innatas son independientes del medio en que el hombre es educado. El medio y la educación desarrollan las ideas innatas; pero no las dan. El hombre de genio es la encarnación de un Espíritu ya adelantado y que había progresado mucho; por eso la educación puede dar la instrucción que falta, pero no el genio cuando éste no existe.
Este hecho prueba que las ideas innatas son independientes del medio en que el hombre es educado. El medio y la educación desarrollan las ideas innatas; pero no las dan. El hombre de genio es la encarnación de un Espíritu ya adelantado y que había progresado mucho; por eso la educación puede dar la instrucción que falta, pero no el genio cuando éste no existe.
120. “¿Por qué hay niños instintivamente buenos en un medio malo y a pesar de los malos ejemplos, al paso que hay otros instintivamente viciosos, en un medio bueno, y a pesar de los buenos consejos?”
Esto es resultado del progreso moral alcanzado, como las ideas innatas lo son del progreso intelectual.
Esto es resultado del progreso moral alcanzado, como las ideas innatas lo son del progreso intelectual.
121. “¿Por qué de dos hijos de un mismo padre, educados en las mismas condiciones, el uno es inteligente y el otro estúpido, bueno el uno y malo el otro? ¿Por qué el hijo de un hombre de genio es a veces tonto, y el de un tonto, hombre de genio?”
Este hecho viene confirmando el origen de las ideas innatas; prueba, además, que el alma del niño no procede, en manera alguna, de la de sus padres: porque en virtud del axioma que la parte es de igual naturaleza que el todo, los padres trasmitirían a sus hijos sus cualidades y sus defectos, así como les trasmiten el principio de las cualidades corporales. En la generación, el cuerpo únicamente procede del cuerpo, las almas son independientes las unas de las otras.
Este hecho viene confirmando el origen de las ideas innatas; prueba, además, que el alma del niño no procede, en manera alguna, de la de sus padres: porque en virtud del axioma que la parte es de igual naturaleza que el todo, los padres trasmitirían a sus hijos sus cualidades y sus defectos, así como les trasmiten el principio de las cualidades corporales. En la generación, el cuerpo únicamente procede del cuerpo, las almas son independientes las unas de las otras.
122. «Si las almas son independientes las unas de las otras, ¿de dónde procede el amor de los padres para con sus hijos y recíprocamente ?»
Los Espíritus se reúnen por simpatía, y el nacimiento en tal o cual familia no es un efecto de la casualidad, sino que depende la mayoría de las veces de la elección del Espíritu que se junta con aquellos a quienes amó en el mundo de los Espíritus o en las existencias anteriores. Por otra parte, los padres tienen la misión de ayudar al progreso de los Espíritus que se encarnan en sus hijos, y, para excitarles, Dios les inspira un afecto mutuo, aunque muchos faltan a su misión, pero sufrirán las consecuencias. (El Libro de los Espíritus, no 379: De la infancia).
Los Espíritus se reúnen por simpatía, y el nacimiento en tal o cual familia no es un efecto de la casualidad, sino que depende la mayoría de las veces de la elección del Espíritu que se junta con aquellos a quienes amó en el mundo de los Espíritus o en las existencias anteriores. Por otra parte, los padres tienen la misión de ayudar al progreso de los Espíritus que se encarnan en sus hijos, y, para excitarles, Dios les inspira un afecto mutuo, aunque muchos faltan a su misión, pero sufrirán las consecuencias. (El Libro de los Espíritus, no 379: De la infancia).
123. “¿Por qué hay padres malos e hijos malos?”
Son Espíritus que no se han unido a una familia por simpatía, sino para servirse mutuamente de prueba, y muchas veces para expiación de lo que han sido en una precedente existencia; al uno se le ha dado un mal hijo, porque él mismo fue quizá mal hijo: al otro un mal padre, porque él habrá sido un mal padre, a fin de que sufra la pena del talión.
Son Espíritus que no se han unido a una familia por simpatía, sino para servirse mutuamente de prueba, y muchas veces para expiación de lo que han sido en una precedente existencia; al uno se le ha dado un mal hijo, porque él mismo fue quizá mal hijo: al otro un mal padre, porque él habrá sido un mal padre, a fin de que sufra la pena del talión.
124. “¿Por qué se encuentran, en ciertas personas nacidas en una condición humilde, instintos de dignidad y de grandeza, mientras que en otras, nacidas en clases elevadas, tienen instintos bajos?”
Es un recuerdo intuitivo de la posición social que habían ocupado, y del carácter que tenían en la existencia anterior.
Es un recuerdo intuitivo de la posición social que habían ocupado, y del carácter que tenían en la existencia anterior.
125. ¿Cuál es la causa de las simpatías y antipatías nacidas entre personas que se ven por primera vez?
Casi siempre se trata de seres que se han conocido ─y a veces amado─ en una existencia precedente, y que al reencontrarse se sienten atraídos el uno hacia el otro.
También las antipatías instintivas suelen deberse a relaciones anteriores.
Estos dos sentimientos pueden incluso tener otra causa. El periespíritu irradia alrededor del cuerpo una especie de atmósfera impregnada de las buenas o malas cualidades del Espíritu encarnado. Dos personas que vuelven a encontrarse experimentan, por el contacto de sus fluidos, la misma impresión que la sensitiva. Tal impresión es grata o ingrata. Los fluidos de ambas tienden a confundirse o a rechazarse, según sean similares o desiguales sus respectivas naturalezas.
Así es posible explicar el fenómeno de la transmisión del pensamiento. Por el contacto de sus fluidos, dos almas leen en cierto modo la una en la otra. Se adivinan y se comprenden sin hablarse.
Casi siempre se trata de seres que se han conocido ─y a veces amado─ en una existencia precedente, y que al reencontrarse se sienten atraídos el uno hacia el otro.
También las antipatías instintivas suelen deberse a relaciones anteriores.
Estos dos sentimientos pueden incluso tener otra causa. El periespíritu irradia alrededor del cuerpo una especie de atmósfera impregnada de las buenas o malas cualidades del Espíritu encarnado. Dos personas que vuelven a encontrarse experimentan, por el contacto de sus fluidos, la misma impresión que la sensitiva. Tal impresión es grata o ingrata. Los fluidos de ambas tienden a confundirse o a rechazarse, según sean similares o desiguales sus respectivas naturalezas.
Así es posible explicar el fenómeno de la transmisión del pensamiento. Por el contacto de sus fluidos, dos almas leen en cierto modo la una en la otra. Se adivinan y se comprenden sin hablarse.
126. “¿Por qué no tiene el hombre recuerdo de sus existencias anteriores?
¿No es necesario este recuerdo para su futuro progreso?»
Véase la página 99: Olvido del pasado.
127. “¿Cuál es el origen del sentimiento llamado conciencia?”
Es un recuerdo intuitivo del progreso obtenido en anteriores existencias y de las resoluciones tomadas por el Espíritu antes de la encarnación, resoluciones que no siempre ha tenido la fuerza suficiente para llevarlas a cabo como hombre.
Es un recuerdo intuitivo del progreso obtenido en anteriores existencias y de las resoluciones tomadas por el Espíritu antes de la encarnación, resoluciones que no siempre ha tenido la fuerza suficiente para llevarlas a cabo como hombre.
128. “¿Tiene el hombre su libre albedrío o está sometido a la fatalidad?”
Si la conducta del hombre dependiera de la fatalidad, no habría para él ni responsabilidad del mal, ni mérito por el bien; desde luego todo castigo sería injusto y toda recompensa un contrasentido. El libre albedrío del hombre es una consecuencia de la justicia de Dios, es el atributo que le confiere su dignidad y lo eleva por encima de todas las demás criaturas. Y tanto es así, que el aprecio que los hombres tienen los unos para los otros es una consecuencia del libre albedrío; al que lo pierde accidentalmente por enfermedad, locura, embriaguez o idiotismo, se le tiene lástima o se le desprecia.
El materialista que dice que todas las facultades morales e intelectuales dependen del organismo, reduce al hombre al estado de máquina, sin libre albedrío y, por consiguiente, sin responsabilidad del mal y sin mérito del bien que hace.
Si la conducta del hombre dependiera de la fatalidad, no habría para él ni responsabilidad del mal, ni mérito por el bien; desde luego todo castigo sería injusto y toda recompensa un contrasentido. El libre albedrío del hombre es una consecuencia de la justicia de Dios, es el atributo que le confiere su dignidad y lo eleva por encima de todas las demás criaturas. Y tanto es así, que el aprecio que los hombres tienen los unos para los otros es una consecuencia del libre albedrío; al que lo pierde accidentalmente por enfermedad, locura, embriaguez o idiotismo, se le tiene lástima o se le desprecia.
El materialista que dice que todas las facultades morales e intelectuales dependen del organismo, reduce al hombre al estado de máquina, sin libre albedrío y, por consiguiente, sin responsabilidad del mal y sin mérito del bien que hace.
129. “¿Dios creó el mal?”
Dios no creó el mal; estableció leyes, y esas leyes son siempre buenas, porque Él es soberanamente bueno; el que las observase fielmente sería completamente feliz; pero teniendo los Espíritus su libre albedrío, no las han obedecido siempre, y la infracción de estas leyes ha causado el mal para ellos.
Dios no creó el mal; estableció leyes, y esas leyes son siempre buenas, porque Él es soberanamente bueno; el que las observase fielmente sería completamente feliz; pero teniendo los Espíritus su libre albedrío, no las han obedecido siempre, y la infracción de estas leyes ha causado el mal para ellos.
130. “¿Nació el hombre bueno o malo?”
Hay que distinguir el alma y el hombre. El alma fue creada sencilla e ignorante, es decir ni buena ni mala, pero susceptible, en virtud de su libre albedrío, de seguir el camino del bien o el del mal, o dicho de otro modo, obedecer o infringir las leyes de Dios. El hombre nace bueno o malo según que el Espíritu encarnado en él es adelantado o retrasado.
Hay que distinguir el alma y el hombre. El alma fue creada sencilla e ignorante, es decir ni buena ni mala, pero susceptible, en virtud de su libre albedrío, de seguir el camino del bien o el del mal, o dicho de otro modo, obedecer o infringir las leyes de Dios. El hombre nace bueno o malo según que el Espíritu encarnado en él es adelantado o retrasado.
131. “¿Cuál es el origen del bien y del mal sobre la Tierra, y por qué hay más mal que bien?”
El origen del mal sobre la Tierra proviene de la imperfección de los Espíritus en ella encamados, y el predominio del mal tiene por origen el que, siendo la Tierra un mundo inferior la mayoría de los Espíritus que la habitan son inferiores o han progresado poco. En los mundos más avanzados, en los cuales sólo Espíritus depurados son admitidos a encarnarse, el mal es desconocido, o en minoría.
El origen del mal sobre la Tierra proviene de la imperfección de los Espíritus en ella encamados, y el predominio del mal tiene por origen el que, siendo la Tierra un mundo inferior la mayoría de los Espíritus que la habitan son inferiores o han progresado poco. En los mundos más avanzados, en los cuales sólo Espíritus depurados son admitidos a encarnarse, el mal es desconocido, o en minoría.
132. “¿Cuál es la causa de los males que afligen a la humanidad?”
La Tierra puede ser considerada a la vez como un mundo de educación para Espíritus poco adelantados, y de expiación para Espíritus culpables. Los males de la humanidad son la consecuencia de la inferioridad moral de la mayoría de los Espíritus encarnados en la Tierra. Con el contacto de sus vicios, se hacen recíprocamente desgraciados y se castigan unos a otros.
La Tierra puede ser considerada a la vez como un mundo de educación para Espíritus poco adelantados, y de expiación para Espíritus culpables. Los males de la humanidad son la consecuencia de la inferioridad moral de la mayoría de los Espíritus encarnados en la Tierra. Con el contacto de sus vicios, se hacen recíprocamente desgraciados y se castigan unos a otros.
133. ¿Por qué el malvado suele prosperar mientras que el hombre de bien es presa de todsa las adversidades?
Para quien no ve más que la vida presente, y la cree única, esto debe parecerle una suprema injusticia. Deja de ser lo mismo cuando se tiene en mente la pluralidad de las existencias y la brevedad de cada una de ellas con relación a la eternidad. El estudio del Espiritismo demuestra que la prosperidad del perverso experimenta terribles contrastes en las vidas siguientes. Que las aflicciones del hombre de bien son, por el contrario, seguidas de una felicidad tanto más intensa y duradera cuanto mayor haya sido la resignación con que las soportó. Vienen a ser para él como un día aciago en toda una vida de prosperidad.
Para quien no ve más que la vida presente, y la cree única, esto debe parecerle una suprema injusticia. Deja de ser lo mismo cuando se tiene en mente la pluralidad de las existencias y la brevedad de cada una de ellas con relación a la eternidad. El estudio del Espiritismo demuestra que la prosperidad del perverso experimenta terribles contrastes en las vidas siguientes. Que las aflicciones del hombre de bien son, por el contrario, seguidas de una felicidad tanto más intensa y duradera cuanto mayor haya sido la resignación con que las soportó. Vienen a ser para él como un día aciago en toda una vida de prosperidad.
134. “¿Por qué nacen unos en la indigencia, y otros en la opulencia? ¿Por qué los hay que nacen ciegos, sordos, mudos, o sufriendo enfermedades incurables, mientras que otros disfrutan de todos los dones físicos? ¿Es esto efecto de la casualidad o de la Providencia?”
Si es efecto de la casualidad, no hay Providencia; si es efecto de la Providencia preguntaremos, ¿en dónde está su bondad y su justicia? Por no comprender la causa de esos males, muchísimas personas se inclinan a acusar a la Providencia. Se comprende que aquél que se ve atormentado por la miseria o por enfermedades, consecuencia de sus imprudencias o de sus excesos, sea castigado por donde pecó; pero si el alma fue creada al mismo tiempo que el cuerpo, ¿qué ha hecho para merecer tamañas aflicciones desde su nacimiento o bien para ser eximido de ellas? Si se admite la justicia de Dios hay que admitir que aquel efecto procede de una causa; si esta causa no existe durante la vida, debe existir antes de la vida porque en todas las cosas la causa debe preceder al efecto; para esto es necesario, pues, que el alma haya vivido y que haya merecido una expiación. Los estudios espiritistas nos demuestran, efectivamente, que varios hombres, nacidos en la miseria, han sido ricos y muy apreciados en una existencia anterior, pero que hicieron un mal uso de la fortuna cuya gerencia les había encargado Dios: que varios nacidos en la ínfima clase social fueron orgullosos y poderosos, y que abusaron de su poder y oprimieron al débil; nos lo manifiestan a veces bajo las órdenes de aquel mismo a quien mandaron con dureza, sufriendo el mal trato y la humillación que hicieron sufrir a los demás.
Si es efecto de la casualidad, no hay Providencia; si es efecto de la Providencia preguntaremos, ¿en dónde está su bondad y su justicia? Por no comprender la causa de esos males, muchísimas personas se inclinan a acusar a la Providencia. Se comprende que aquél que se ve atormentado por la miseria o por enfermedades, consecuencia de sus imprudencias o de sus excesos, sea castigado por donde pecó; pero si el alma fue creada al mismo tiempo que el cuerpo, ¿qué ha hecho para merecer tamañas aflicciones desde su nacimiento o bien para ser eximido de ellas? Si se admite la justicia de Dios hay que admitir que aquel efecto procede de una causa; si esta causa no existe durante la vida, debe existir antes de la vida porque en todas las cosas la causa debe preceder al efecto; para esto es necesario, pues, que el alma haya vivido y que haya merecido una expiación. Los estudios espiritistas nos demuestran, efectivamente, que varios hombres, nacidos en la miseria, han sido ricos y muy apreciados en una existencia anterior, pero que hicieron un mal uso de la fortuna cuya gerencia les había encargado Dios: que varios nacidos en la ínfima clase social fueron orgullosos y poderosos, y que abusaron de su poder y oprimieron al débil; nos lo manifiestan a veces bajo las órdenes de aquel mismo a quien mandaron con dureza, sufriendo el mal trato y la humillación que hicieron sufrir a los demás.
135. “¿Por qué hay idiotas y cretinos?
La situación de los idiotas y cretinos sería la menos conciliable con la justicia de Dios si se aceptara la hipótesis de que tenemos una sola vida. Por muy miserable que sea la situación en que se haya nacido, podrá superarla mediante la inteligencia y el trabajo. Pero el idiota y el cretino se hallan destinados, desde el nacimiento hasta la muerte, al embrutecimiento y el menosprecio. No hay para ellos compensación posible. ¿Por qué, pues, su alma tendría que haber sido creada idiota?
Los estudios espiritistas, realizados en individuos cretinos e idiotas, prueban que su alma es tan inteligente como la de las demás personas. Que su tara constituye una expiación infligida a ciertos Espíritus por haber abusado de su inteligencia. Y que padecen cruelmente al sentirse aprisionados por lazos que no pueden romper, así como por el desprecio de que son objeto, cuando quizás hayan sido lisonjeados en su anterior existencia. (Ver la Revista Espírita de junio de 1869: “El Espíritu de un idiota”. —Ibídem de octubre de 1861: “Los cretinos”.)
La situación de los idiotas y cretinos sería la menos conciliable con la justicia de Dios si se aceptara la hipótesis de que tenemos una sola vida. Por muy miserable que sea la situación en que se haya nacido, podrá superarla mediante la inteligencia y el trabajo. Pero el idiota y el cretino se hallan destinados, desde el nacimiento hasta la muerte, al embrutecimiento y el menosprecio. No hay para ellos compensación posible. ¿Por qué, pues, su alma tendría que haber sido creada idiota?
Los estudios espiritistas, realizados en individuos cretinos e idiotas, prueban que su alma es tan inteligente como la de las demás personas. Que su tara constituye una expiación infligida a ciertos Espíritus por haber abusado de su inteligencia. Y que padecen cruelmente al sentirse aprisionados por lazos que no pueden romper, así como por el desprecio de que son objeto, cuando quizás hayan sido lisonjeados en su anterior existencia. (Ver la Revista Espírita de junio de 1869: “El Espíritu de un idiota”. —Ibídem de octubre de 1861: “Los cretinos”.)
136. “¿Cuál es el estado del alma durante el sueño?”
Durante el sueño, solamente el cuerpo descansa, el Espíritu no duerme. Las observaciones prácticas prueban que, en aquel instante, el Espíritu goza de toda su libertad y de la plenitud de sus facultades: aprovecha el descanso del cuerpo y los momentos en los que su presencia no es necesaria, para obrar separadamente e ir a donde quiere. Durante la vida, en cualquier distancia a que se transporte, el Espíritu está siempre unido al cuerpo por un lazo fluídico que sirve para que regrese cuando su presencia es necesaria: este lazo no lo rompe más que la muerte.
Durante el sueño, solamente el cuerpo descansa, el Espíritu no duerme. Las observaciones prácticas prueban que, en aquel instante, el Espíritu goza de toda su libertad y de la plenitud de sus facultades: aprovecha el descanso del cuerpo y los momentos en los que su presencia no es necesaria, para obrar separadamente e ir a donde quiere. Durante la vida, en cualquier distancia a que se transporte, el Espíritu está siempre unido al cuerpo por un lazo fluídico que sirve para que regrese cuando su presencia es necesaria: este lazo no lo rompe más que la muerte.
137. “¿Cuál es la causa de los sueños?”
Los sueños son el resultado de la libertad del Espíritu mientras duerme; algunas veces son el recuerdo de los sitios y de las personas que el Espíritu vio o visitó en aquel estado. (El Libro de los Espíritus: Emancipación del alma, sueño, ensueño, sonambulismo, doble vista, letargo, etcétera, núm. 400 y siguientes: El Libro de los Médiums: Evocación de personas vivientes, núm. 284).
Los sueños son el resultado de la libertad del Espíritu mientras duerme; algunas veces son el recuerdo de los sitios y de las personas que el Espíritu vio o visitó en aquel estado. (El Libro de los Espíritus: Emancipación del alma, sueño, ensueño, sonambulismo, doble vista, letargo, etcétera, núm. 400 y siguientes: El Libro de los Médiums: Evocación de personas vivientes, núm. 284).
138. “¿De dónde proceden los presentimientos?”
Son recuerdos vagos e intuitivos de lo que el Espíritu aprendió en sus momentos de libertad, y, algunas veces, avisos ocultos dados por Espíritus benévolos.
Son recuerdos vagos e intuitivos de lo que el Espíritu aprendió en sus momentos de libertad, y, algunas veces, avisos ocultos dados por Espíritus benévolos.
139. “¿Por qué hay sobre la Tierra hombres salvajes y civilizados?”
Sin la preexistencia del alma, esta pregunta no puede resolverse, a no ser que admitamos que Dios creó almas salvajes y almas civilizadas, lo cual sería la negación de su justicia. Por otra parte, la razón no admite que, después de la muerte, el alma del salvaje se estacione perpetuamente en la inferioridad, ni que esté en un rango igual al del alma de un hombre instruido. Admitiendo para las almas un mismo punto de partida, única doctrina compatible con la justicia de Dios, la presencia simultánea del salvajismo y de la civilización sobre la Tierra es un hecho material que prueba el progreso que los unos han realizado y el que los otros pueden realizar. El alma del salvaje alcanzará, pues, con el tiempo, el grado del alma civilizada; sin embargo, como todos los días mueren salvajes, no puede alcanzar ese grado su alma sino en encarnaciones sucesivas, cada vez más perfeccionadas y apropiadas a su adelanto y pasando por todos los grados intermedios entre los dos puntos extremos.
Sin la preexistencia del alma, esta pregunta no puede resolverse, a no ser que admitamos que Dios creó almas salvajes y almas civilizadas, lo cual sería la negación de su justicia. Por otra parte, la razón no admite que, después de la muerte, el alma del salvaje se estacione perpetuamente en la inferioridad, ni que esté en un rango igual al del alma de un hombre instruido. Admitiendo para las almas un mismo punto de partida, única doctrina compatible con la justicia de Dios, la presencia simultánea del salvajismo y de la civilización sobre la Tierra es un hecho material que prueba el progreso que los unos han realizado y el que los otros pueden realizar. El alma del salvaje alcanzará, pues, con el tiempo, el grado del alma civilizada; sin embargo, como todos los días mueren salvajes, no puede alcanzar ese grado su alma sino en encarnaciones sucesivas, cada vez más perfeccionadas y apropiadas a su adelanto y pasando por todos los grados intermedios entre los dos puntos extremos.
140. “¿No se podría admitir, según opinión de algunas personas, que el alma sólo se encarna una vez y que realiza su progreso en estado de Espíritu desencarnado o en otras esferas?”
Esta proposición sería admisible si en la Tierra no hubiera más que hombres de igual grado moral e intelectual, en cuyo caso podría decirse que la Tierra está especialmente apropiada a un grado determinado; pero tenemos a la vista pruebas de lo contrario. No se comprendería, en efecto, que el salvaje no pudiese llegar a la civilización en la Tierra, puesto que hay almas más avanzadas, encarnadas a su alrededor; ni que éstas forzosamente hayan debido progresar en otra parte, puesto que hay almas inferiores encamadas en el mismo globo, de lo que es preciso deducir que la posibilidad de la pluralidad de existencias terrestres resulta de los mismos ejemplos que tenemos a la vista. Si otra cosa fuera, habría que explicar: ─Primero, ¿por qué sólo la Tierra tendría el monopolio de las encarnaciones? ─Segundo, ¿por qué teniendo este monopolio, se encuentran en ella almas encarnadas en todos los grados?
Esta proposición sería admisible si en la Tierra no hubiera más que hombres de igual grado moral e intelectual, en cuyo caso podría decirse que la Tierra está especialmente apropiada a un grado determinado; pero tenemos a la vista pruebas de lo contrario. No se comprendería, en efecto, que el salvaje no pudiese llegar a la civilización en la Tierra, puesto que hay almas más avanzadas, encarnadas a su alrededor; ni que éstas forzosamente hayan debido progresar en otra parte, puesto que hay almas inferiores encamadas en el mismo globo, de lo que es preciso deducir que la posibilidad de la pluralidad de existencias terrestres resulta de los mismos ejemplos que tenemos a la vista. Si otra cosa fuera, habría que explicar: ─Primero, ¿por qué sólo la Tierra tendría el monopolio de las encarnaciones? ─Segundo, ¿por qué teniendo este monopolio, se encuentran en ella almas encarnadas en todos los grados?
141. “¿Por qué se encuentran, en medio de las sociedades civilizadas, seres cuya ferocidad es igual a la de los salvajes más bárbaros?”
Son Espíritus muy inferiores, oriundos de las razas bárbaras, y que han ensayado su reencarnación en un medio que no es el suyo, en el cual se encuentran fuera de su centro, lo mismo que si un palurdo se encontrase de improviso en el gran mundo.
Observación. No se podrá admitir, sin negar a Dios todo justicia y todo bondad, que el alma de un criminal endurecido tuviera en la vida actual el mismo punto de partida que la de un hombre adornado con todas las virtudes. Si el alma no fuera anterior al cuerpo, la del criminal y la del hombre de bien serían tan inconscientes una como otra: ¿por qué la primera sería mala y la segunda buena?
Son Espíritus muy inferiores, oriundos de las razas bárbaras, y que han ensayado su reencarnación en un medio que no es el suyo, en el cual se encuentran fuera de su centro, lo mismo que si un palurdo se encontrase de improviso en el gran mundo.
Observación. No se podrá admitir, sin negar a Dios todo justicia y todo bondad, que el alma de un criminal endurecido tuviera en la vida actual el mismo punto de partida que la de un hombre adornado con todas las virtudes. Si el alma no fuera anterior al cuerpo, la del criminal y la del hombre de bien serían tan inconscientes una como otra: ¿por qué la primera sería mala y la segunda buena?
142. “¿De dónde procede el carácter distintivo de los pueblos?”
Son Espíritus que, teniendo poco más o menos los mismos gustos y las mismas inclinaciones, se encarnan en un medio simpático, y a menudo en el mismo donde pueden satisfacer sus deseos.
Son Espíritus que, teniendo poco más o menos los mismos gustos y las mismas inclinaciones, se encarnan en un medio simpático, y a menudo en el mismo donde pueden satisfacer sus deseos.
143. “¿Cómo progresan y cómo degeneran los pueblos?”
Si el alma fuera creada al mismo tiempo que el cuerpo, las de los hombres de hoy serían tan primitivas como las de los hombres de la Edad Media, y en este caso, preguntaremos, ¿por qué tienen aquellas costumbres más sociales y una inteligencia más desarrollada? Si cuando el cuerpo muere, el alma abandona definitivamente la Tierra, volvemos a preguntar, ¿cuál sería el fruto del trabajo realizado para mejorar a un pueblo, si fuera necesario volver a empezar con todas las nuevas almas que llegan todos los días?
Los Espíritus se encarnan en un medio simpático y en proporción al grado de su adelantamiento. Un chino, por ejemplo, que ha progresado bastante, y no encuentra ya en su raza un medio correspondiente al grado que ha alcanzado, se encarnará en un pueblo más avanzado. A medida que una generación da un paso hacia adelante atrae por simpatía nuevos Espíritus más adelantados y que tal vez vivieron anteriormente en el mismo país, si han progresado; así es como poco a poco progresa una nación. Si la mayoría de los nuevos fuera de una naturaleza inferior, los antiguos marchándose diariamente y no volviendo a un centro tan malo, el pueblo degeneraría y acabaría desapareciendo.
Observación. Estas preguntas suscitan otras que se resuelven por el mismo principio, v. gr.: ¿De dónde procede la diversidad de razas en la Tierra? ─ ¿Hay razas rebeldes al progreso? ─ ¿La raza negra es susceptible de llegar al nivel de las razas europeas? ─ ¿Es útil la esclavitud para el progreso de las razas inferiores? ─ ¿Cómo puede verificarse la transformación de la humanidad? ─ El libro de los Espíritus: Ley del Progreso, núm. 776 y siguientes.
Si el alma fuera creada al mismo tiempo que el cuerpo, las de los hombres de hoy serían tan primitivas como las de los hombres de la Edad Media, y en este caso, preguntaremos, ¿por qué tienen aquellas costumbres más sociales y una inteligencia más desarrollada? Si cuando el cuerpo muere, el alma abandona definitivamente la Tierra, volvemos a preguntar, ¿cuál sería el fruto del trabajo realizado para mejorar a un pueblo, si fuera necesario volver a empezar con todas las nuevas almas que llegan todos los días?
Los Espíritus se encarnan en un medio simpático y en proporción al grado de su adelantamiento. Un chino, por ejemplo, que ha progresado bastante, y no encuentra ya en su raza un medio correspondiente al grado que ha alcanzado, se encarnará en un pueblo más avanzado. A medida que una generación da un paso hacia adelante atrae por simpatía nuevos Espíritus más adelantados y que tal vez vivieron anteriormente en el mismo país, si han progresado; así es como poco a poco progresa una nación. Si la mayoría de los nuevos fuera de una naturaleza inferior, los antiguos marchándose diariamente y no volviendo a un centro tan malo, el pueblo degeneraría y acabaría desapareciendo.
Observación. Estas preguntas suscitan otras que se resuelven por el mismo principio, v. gr.: ¿De dónde procede la diversidad de razas en la Tierra? ─ ¿Hay razas rebeldes al progreso? ─ ¿La raza negra es susceptible de llegar al nivel de las razas europeas? ─ ¿Es útil la esclavitud para el progreso de las razas inferiores? ─ ¿Cómo puede verificarse la transformación de la humanidad? ─ El libro de los Espíritus: Ley del Progreso, núm. 776 y siguientes.
El hombre después de la muerte
144. “¿Cómo se separa el alma del cuerpo? ─¿Se verifica brusca o gradualmente?”
El desprendimiento se verifica gradualmente y con una lentitud variable, según los individuos y las circunstancias de la muerte. Las ligaduras que unen el alma al cuerpo sólo se rompen poco a poco, y tanto menos rápidamente cuanto más material y sensual fue la vida. (, número 155).
El desprendimiento se verifica gradualmente y con una lentitud variable, según los individuos y las circunstancias de la muerte. Las ligaduras que unen el alma al cuerpo sólo se rompen poco a poco, y tanto menos rápidamente cuanto más material y sensual fue la vida. (, número 155).
145. “¿Cuál es la situación del alma inmediatamente después de la muerte del cuerpo? ¿Tiene instantáneamente conciencia de sí misma? En una palabra, ¿qué ve, qué presiente?”
En el momento de la muerte al pronto todo está en confusión, necesita el alma algún tiempo para reconocerse; está como aturdida, y en el estado de un hombre que sale de un profundo sueño y que se esfuerza en darse cuenta de su situación. La lucidez de las ideas y la memoria de lo pasado le vuelven a medida que se borra la influencia de la materia de que acaba de desprenderse y que se disipa la especie de niebla que obscurece sus pensamientos.
El tiempo de la turbación que sigue a la muerte es muy variable; puede ser de algunas horas solamente, así como de muchos años. Es menos largo en aquellos que se identificaron, cuando vivían, con un estado futuro, porque comprenden inmediatamente su situación; y por el contrario es más largo cuanto más materialmente vivieron.
La sensación que el alma experimenta en aquel momento es también muy variable; la turbación que sigue a la muerte nada tiene de penoso para el hombre de bien; está en calma y es semejante, en un todo, a la que acompaña a un despertar apacible. Para aquel cuya conciencia no es pura y que tuvo más afecto a la vida material que a la espiritual es desasosegada y llena de angustias que aumentan a medida que se va reconociendo; porque entonces se apodera de él el miedo, y una especie de terror en presencia de lo que ve y sobre todo de lo que presiente.
Se experimenta un gran alivio y un inmenso bienestar, cuya sensación podría llamársele física; se encuentra uno como aligerado de un peso, y feliz por no sentir ya los dolores corporales que pocos instantes antes de sentirse libre se sufrían, desembarazado y ligero como si a uno le quitaran pesadas cadenas.
En su nueva situación, el alma ve y oye lo que veía y oía antes de la muerte, pero ve y oye además cosas que se sustraían a la tosquedad de los órganos corporales; tiene sensaciones y percepciones que nos son desconocidas.
Observación. Estas contestaciones, y todas las relativas a la situación del alma después de la muerte o durante la vida, no resultan de una teoría o de un sistema, sino de estudios directos hechos sobre millares de seres observados en todas las fases y en todos los períodos de su existencia espiritual, desde el grado más ínfimo hasta el más elevado de la escala, según sus costumbres durante la vida terrestre, el género de muerte, etc. Se dice muchas veces, hablando de la vida futura, que no se sabe lo que en ella pasa, porque nadie ha vuelto; es un error, porque precisamente los que están allí son los que vienen a darnos sus instrucciones, y Dios lo permite hoy más que en otra época alguna, como última advertencia dada a la incredulidad y al materialismo.
En el momento de la muerte al pronto todo está en confusión, necesita el alma algún tiempo para reconocerse; está como aturdida, y en el estado de un hombre que sale de un profundo sueño y que se esfuerza en darse cuenta de su situación. La lucidez de las ideas y la memoria de lo pasado le vuelven a medida que se borra la influencia de la materia de que acaba de desprenderse y que se disipa la especie de niebla que obscurece sus pensamientos.
El tiempo de la turbación que sigue a la muerte es muy variable; puede ser de algunas horas solamente, así como de muchos años. Es menos largo en aquellos que se identificaron, cuando vivían, con un estado futuro, porque comprenden inmediatamente su situación; y por el contrario es más largo cuanto más materialmente vivieron.
La sensación que el alma experimenta en aquel momento es también muy variable; la turbación que sigue a la muerte nada tiene de penoso para el hombre de bien; está en calma y es semejante, en un todo, a la que acompaña a un despertar apacible. Para aquel cuya conciencia no es pura y que tuvo más afecto a la vida material que a la espiritual es desasosegada y llena de angustias que aumentan a medida que se va reconociendo; porque entonces se apodera de él el miedo, y una especie de terror en presencia de lo que ve y sobre todo de lo que presiente.
Se experimenta un gran alivio y un inmenso bienestar, cuya sensación podría llamársele física; se encuentra uno como aligerado de un peso, y feliz por no sentir ya los dolores corporales que pocos instantes antes de sentirse libre se sufrían, desembarazado y ligero como si a uno le quitaran pesadas cadenas.
En su nueva situación, el alma ve y oye lo que veía y oía antes de la muerte, pero ve y oye además cosas que se sustraían a la tosquedad de los órganos corporales; tiene sensaciones y percepciones que nos son desconocidas.
Observación. Estas contestaciones, y todas las relativas a la situación del alma después de la muerte o durante la vida, no resultan de una teoría o de un sistema, sino de estudios directos hechos sobre millares de seres observados en todas las fases y en todos los períodos de su existencia espiritual, desde el grado más ínfimo hasta el más elevado de la escala, según sus costumbres durante la vida terrestre, el género de muerte, etc. Se dice muchas veces, hablando de la vida futura, que no se sabe lo que en ella pasa, porque nadie ha vuelto; es un error, porque precisamente los que están allí son los que vienen a darnos sus instrucciones, y Dios lo permite hoy más que en otra época alguna, como última advertencia dada a la incredulidad y al materialismo.
146. “¿El alma desprendida del cuerpo ve a Dios?”
Las facultades perceptivas del alma son proporcionales a su depuración; sólo a las almas elevadas es dado gozar de la presencia de Dios.
Las facultades perceptivas del alma son proporcionales a su depuración; sólo a las almas elevadas es dado gozar de la presencia de Dios.
147. “Si Dios está en todas partes, ¿por qué todos los Espíritus no le pueden ver?”
Dios está en todas partes, porque irradia en todas partes, y puede decirse que el universo está inmerso en la divinidad como nosotros lo estamos en la luz solar; sin embargo, los Espíritus rezagados están cercados de una especie de niebla que lo oculta a sus ojos y sólo se disipa a medida que se purifican y se desmaterializan. Los Espíritus inferiores son, en cuanto a la vista, respecto a Dios, lo que los encarnados respecto a los Espíritus: verdaderos ciegos.
Dios está en todas partes, porque irradia en todas partes, y puede decirse que el universo está inmerso en la divinidad como nosotros lo estamos en la luz solar; sin embargo, los Espíritus rezagados están cercados de una especie de niebla que lo oculta a sus ojos y sólo se disipa a medida que se purifican y se desmaterializan. Los Espíritus inferiores son, en cuanto a la vista, respecto a Dios, lo que los encarnados respecto a los Espíritus: verdaderos ciegos.
148. “¿Después de la muerte, tiene el alma conciencia de su individualidad, cómo le consta y cómo podemos hacerla constar?”
Si no tuvieran las almas su individualidad después de la muerte, sería para ellas y para nosotros como si no existieran y las consecuencias morales serían exactamente las mismas; no tendrían carácter alguno distintivo, y la del criminal estaría en igual rango que la del hombre de bien, de donde resultaría que no habría interés alguno en practicar el bien.
Se pone en evidencia la individualidad del alma, de una manera casi material, en las manifestaciones espiritistas, por el lenguaje y las cualidades propias de cada una; puesto que piensan y obran de un modo diferente; que las unas son buenas y las otras malas, unas instruidas y otras ignorantes, unas quieren lo que otras no quieren; esto prueba, evidentemente, que no están confundidas en un todo homogéneo, sin mencionar las pruebas patentes que nos dan de haber animado a tal o cual individuo sobre la Tierra. Gracias al Espiritismo experimental, la individualidad del alma no es ya una cosa vaga, sino un resultado de la observación.
El alma prueba por sí misma su individualidad, porque tiene su pensamiento y su voluntad propias, distintas de las demás; la prueba también por su envoltura fluídica o periespíritu, especie de cuerpo limitado que lo constituye en un ser distinto.
Observación. Creen ciertas personas eludir el reproche del materialismo, admitiendo un principio inteligente universal, del cual absorbemos una parte al nacer, que constituye el alma, para devolverla después de la muerte a la masa común, donde se confunde como las gotas de agua del Océano. Este sistema, especie de transacción, ni aun merece el nombre de espiritualismo, porque es tan desgarrador como el materialismo; el receptáculo común del todo universal equivaldría a la nada, puesto que en él ya no habría individualidades.
Si no tuvieran las almas su individualidad después de la muerte, sería para ellas y para nosotros como si no existieran y las consecuencias morales serían exactamente las mismas; no tendrían carácter alguno distintivo, y la del criminal estaría en igual rango que la del hombre de bien, de donde resultaría que no habría interés alguno en practicar el bien.
Se pone en evidencia la individualidad del alma, de una manera casi material, en las manifestaciones espiritistas, por el lenguaje y las cualidades propias de cada una; puesto que piensan y obran de un modo diferente; que las unas son buenas y las otras malas, unas instruidas y otras ignorantes, unas quieren lo que otras no quieren; esto prueba, evidentemente, que no están confundidas en un todo homogéneo, sin mencionar las pruebas patentes que nos dan de haber animado a tal o cual individuo sobre la Tierra. Gracias al Espiritismo experimental, la individualidad del alma no es ya una cosa vaga, sino un resultado de la observación.
El alma prueba por sí misma su individualidad, porque tiene su pensamiento y su voluntad propias, distintas de las demás; la prueba también por su envoltura fluídica o periespíritu, especie de cuerpo limitado que lo constituye en un ser distinto.
Observación. Creen ciertas personas eludir el reproche del materialismo, admitiendo un principio inteligente universal, del cual absorbemos una parte al nacer, que constituye el alma, para devolverla después de la muerte a la masa común, donde se confunde como las gotas de agua del Océano. Este sistema, especie de transacción, ni aun merece el nombre de espiritualismo, porque es tan desgarrador como el materialismo; el receptáculo común del todo universal equivaldría a la nada, puesto que en él ya no habría individualidades.
149. “¿Influye el género de muerte en el estado del alma?”
El estado del alma varía considerablemente según el género de muerte, sobre todo según la naturaleza de las costumbres durante la vida.
En la muerte natural el desprendimiento se verifica gradualmente y sin sacudimiento, y aun a veces empieza antes de haber cesado la vida. En la muerte violenta por suplicio, suicidio o accidente los lazos se rompen bruscamente; el Espíritu, sorprendido de improviso, está como aturdido por el cambio que en él se ha verificado, sin poderse explicar su situación. Un fenómeno casi constante en este caso es la persuasión en que está de no haber muerto y esta ilusión puede durar muchos meses, y hasta muchos años.
En este estado va, viene y cree ocuparse de sus negocios como si aún perteneciera a la Tierra, muy admirado porque no se le contesta cuando habla. Esta ilusión no es exclusivamente peculiar de las muertes violentas, sino también en muchos individuos cuya idea ha sido absorbida por los goces y los intereses materiales. (El Libro de los Espíritus, núm. 165).
El estado del alma varía considerablemente según el género de muerte, sobre todo según la naturaleza de las costumbres durante la vida.
En la muerte natural el desprendimiento se verifica gradualmente y sin sacudimiento, y aun a veces empieza antes de haber cesado la vida. En la muerte violenta por suplicio, suicidio o accidente los lazos se rompen bruscamente; el Espíritu, sorprendido de improviso, está como aturdido por el cambio que en él se ha verificado, sin poderse explicar su situación. Un fenómeno casi constante en este caso es la persuasión en que está de no haber muerto y esta ilusión puede durar muchos meses, y hasta muchos años.
En este estado va, viene y cree ocuparse de sus negocios como si aún perteneciera a la Tierra, muy admirado porque no se le contesta cuando habla. Esta ilusión no es exclusivamente peculiar de las muertes violentas, sino también en muchos individuos cuya idea ha sido absorbida por los goces y los intereses materiales. (El Libro de los Espíritus, núm. 165).
150. “¿A dónde va el alma después de su separación del cuerpo?”
No se pierde en la inmensidad del infinito como se cree generalmente, sino que está errante en el espacio, y la mayoría de las veces junto a aquéllos a quienes conoció y sobre todo a aquéllos a quienes amó, sin que por esto deje de poderse transportar instantáneamente a distancias inmensas.
No se pierde en la inmensidad del infinito como se cree generalmente, sino que está errante en el espacio, y la mayoría de las veces junto a aquéllos a quienes conoció y sobre todo a aquéllos a quienes amó, sin que por esto deje de poderse transportar instantáneamente a distancias inmensas.
151. “¿Conserva el alma los afectos que tenía en la Tierra?”
Conserva todos los afectos morales; sólo olvida los afectos materiales que ya no pertenecen a su esencia; por esto vuelve con suma alegría a ver a sus parientes y amigos, y su recuerdo la hace feliz.
Conserva todos los afectos morales; sólo olvida los afectos materiales que ya no pertenecen a su esencia; por esto vuelve con suma alegría a ver a sus parientes y amigos, y su recuerdo la hace feliz.
152. “¿ Conserva el alma el recuerdo de lo que hizo en la Tierra y se interesa por los trabajos que dejó sin concluir?”
Esto depende de su elevación y de la naturaleza de esos trabajos. Los Espíritus desmaterializados se preocupan poco por las cosas materiales, sino que se felicitan de verse libres de ellos. En cuanto a los trabajos que empezaron, según su importancia y utilidad, a veces inspiran a otros el pensamiento de terminarlos.
Esto depende de su elevación y de la naturaleza de esos trabajos. Los Espíritus desmaterializados se preocupan poco por las cosas materiales, sino que se felicitan de verse libres de ellos. En cuanto a los trabajos que empezaron, según su importancia y utilidad, a veces inspiran a otros el pensamiento de terminarlos.
153. “¿Encuentra el alma en el mundo de los Espíritus a aquellos parientes y amigos que la precedieron?”
No solamente los vuelve a encontrar sino que también a otros muchos que en precedentes existencias había conocido. Generalmente aquéllos que más vivamente la aman vienen a recibirla cuando llega al mundo de los Espíritus, y la ayudan a desprenderse de los lazos terrenales. Sin embargo, la privación de la vista de las almas más queridas es, a veces, un castigo para las que son culpables.
No solamente los vuelve a encontrar sino que también a otros muchos que en precedentes existencias había conocido. Generalmente aquéllos que más vivamente la aman vienen a recibirla cuando llega al mundo de los Espíritus, y la ayudan a desprenderse de los lazos terrenales. Sin embargo, la privación de la vista de las almas más queridas es, a veces, un castigo para las que son culpables.
154. “¿Cuál es, en la otra vida, el estado intelectual y moral del alma de un niño muerto en tierna edad? ¿Están en la niñez sus facultades como durante la vida?”
El desarrollo incompleto de los órganos del niño no permitía al Espíritu manifestarse completamente; desembarazado de esa envoltura, sus facultades son lo que fueron antes de su encarnación. No habiendo pasado el Espíritu más que algunos instantes en la vida, sus facultades no han podido modificarse.
Observación. En las comunicaciones espiritistas, el Espíritu de un niño puede hablar, pues, como el de un adulto, porque puede ser un Espíritu muy avanzado. Si usa algunas veces el lenguaje infantil es para no privar a la madre del encanto unido al afecto de un ser débil y delicado, y adornado con las gracias de la inocencia. La misma pregunta pudiera ser hecha sobre el estado de los cretinos, idiotas y locos después de su muerte, pero su solución está en lo que precede.
155. “¿Qué diferencia existe después de la muerte entre el alma del sabio y la del ignorante, del salvaje y del hombre civilizado?”
La misma, poco más o menos, que entre ellas existía durante la vida, porque la entrada en el mundo de los Espíritus no da al alma todos los conocimientos que le faltaban en la Tierra.
La misma, poco más o menos, que entre ellas existía durante la vida, porque la entrada en el mundo de los Espíritus no da al alma todos los conocimientos que le faltaban en la Tierra.
156. “¿Progresan las almas, intelectual y moralmente, después de la muerte?”
Progresan más o menos según su voluntad, y algunas progresan mucho; pero necesitan poner en práctica, durante la vida corporal, lo que adquirieron en ciencia y en moralidad. Las que se quedaron estacionadas vuelven a emprender una existencia análoga a la que dejaron; las que han progresado merecen una encarnación de un orden más elevado.
Dependiendo el progreso de la voluntad del Espíritu, algunos conservan durante mucho tiempo los gustos y las inclinaciones que tenían durante la vida, y persisten en las mismas ideas.
Progresan más o menos según su voluntad, y algunas progresan mucho; pero necesitan poner en práctica, durante la vida corporal, lo que adquirieron en ciencia y en moralidad. Las que se quedaron estacionadas vuelven a emprender una existencia análoga a la que dejaron; las que han progresado merecen una encarnación de un orden más elevado.
Dependiendo el progreso de la voluntad del Espíritu, algunos conservan durante mucho tiempo los gustos y las inclinaciones que tenían durante la vida, y persisten en las mismas ideas.
157. “¿Queda irrevocablemente fijada después de la muerte la suerte del hombre en la vida futura?”
No, porque esto sería la negación absoluta de la justicia y bondad de Dios, pues hay muchos que no han podido instruirse suficientemente, además de los idiotas, cretinos y salvajes, y de los innumerables niños que mueren antes de haber vislumbrado la vida. Hasta entre las personas ilustradas, ¿hay acaso muchas que puedan creerse bastante perfectas para ser dispensadas de mayor adelanto? ¿Y acaso no es una prueba manifiesta que Dios, infinitamente bondadoso, permite al hombre hacer al día siguiente lo que no pudo hacer la víspera? Si la suerte está irrevocablemente fijada, ¿por qué mueren los hombres en tan diferentes edades, y por qué Dios, tan sumamente justo, no concede a todos el tiempo para poder hacer el mayor bien posible o reparar el mal que hicieron? ¿Quién sabe si el culpable que muere a los 30 años no se habría arrepentido y vuelto un hombre de bien si hubiese vivido hasta los 60? ¿Por qué le quita Dios el medio de lograrlo, siendo así que lo concede a otros? El solo hecho de la diferencia en la duración de la vida y del estado moral de la mayoría de los hombres prueba la imposibilidad, si se admite la justicia de Dios, de que la suerte de las almas esté irrevocablemente fijada después de la muerte.
No, porque esto sería la negación absoluta de la justicia y bondad de Dios, pues hay muchos que no han podido instruirse suficientemente, además de los idiotas, cretinos y salvajes, y de los innumerables niños que mueren antes de haber vislumbrado la vida. Hasta entre las personas ilustradas, ¿hay acaso muchas que puedan creerse bastante perfectas para ser dispensadas de mayor adelanto? ¿Y acaso no es una prueba manifiesta que Dios, infinitamente bondadoso, permite al hombre hacer al día siguiente lo que no pudo hacer la víspera? Si la suerte está irrevocablemente fijada, ¿por qué mueren los hombres en tan diferentes edades, y por qué Dios, tan sumamente justo, no concede a todos el tiempo para poder hacer el mayor bien posible o reparar el mal que hicieron? ¿Quién sabe si el culpable que muere a los 30 años no se habría arrepentido y vuelto un hombre de bien si hubiese vivido hasta los 60? ¿Por qué le quita Dios el medio de lograrlo, siendo así que lo concede a otros? El solo hecho de la diferencia en la duración de la vida y del estado moral de la mayoría de los hombres prueba la imposibilidad, si se admite la justicia de Dios, de que la suerte de las almas esté irrevocablemente fijada después de la muerte.
158. “¿Cuál es, en la vida futura, la suerte de los niños que mueren en tierna edad?”
Esta cuestión es una de las que mejor prueban la justicia y necesidad de la pluralidad de existencias. Un alma que no haya vivido más que algunos instantes, no habiendo hecho ni bien ni mal, no merece ni premio ni castigo; porque según la máxima de Cristo de que cada uno será castigado o recompensado según sus obras, sería tan ilógico como contrario a la justicia de Dios admitiendo que, sin trabajo alguno, fuese llamada a gozar de la perfecta dicha de los ángeles o que pudiese ser privada de ella. Y, sin embargo, alguna suerte le cabrá, puesto que un estado mixto eterno sería también absolutamente injusto. No pudiendo tener consecuencia alguna para el alma una existencia interrumpida desde su principio, su actual suerte es la que mereció en su precedente existencia, así como la futura será la que merecerá por sus ulteriores existencias.
Esta cuestión es una de las que mejor prueban la justicia y necesidad de la pluralidad de existencias. Un alma que no haya vivido más que algunos instantes, no habiendo hecho ni bien ni mal, no merece ni premio ni castigo; porque según la máxima de Cristo de que cada uno será castigado o recompensado según sus obras, sería tan ilógico como contrario a la justicia de Dios admitiendo que, sin trabajo alguno, fuese llamada a gozar de la perfecta dicha de los ángeles o que pudiese ser privada de ella. Y, sin embargo, alguna suerte le cabrá, puesto que un estado mixto eterno sería también absolutamente injusto. No pudiendo tener consecuencia alguna para el alma una existencia interrumpida desde su principio, su actual suerte es la que mereció en su precedente existencia, así como la futura será la que merecerá por sus ulteriores existencias.
159. “¿Tienen ocupaciones las almas en la otra vida? ¿Se ocupan de otra cosa que de sus goces o de sus sufrimientos?”
Si las almas no se ocuparan más que de sí mismas por toda la eternidad serían egoístas y Dios, que condena el egoísmo, no puede consentir en la vida espiritual lo que castiga en la vida corporal. Las almas o Espíritus tienen ocupaciones proporcionales con su grado de adelanto, al mismo tiempo que también procuran instruirse y mejorarse. (El Libro de los Espíritus, núm. 558: Ocupaciones y misiones de los Espíritus).
Si las almas no se ocuparan más que de sí mismas por toda la eternidad serían egoístas y Dios, que condena el egoísmo, no puede consentir en la vida espiritual lo que castiga en la vida corporal. Las almas o Espíritus tienen ocupaciones proporcionales con su grado de adelanto, al mismo tiempo que también procuran instruirse y mejorarse. (El Libro de los Espíritus, núm. 558: Ocupaciones y misiones de los Espíritus).
160. “¿En qué consisten los sufrimientos del alma después de la muerte? ¿Son torturadas, las culpables, en las llamas materiales?”
La Iglesia reconoce perfectamente, hoy, que el fuego del Infierno es un fuego moral y no material, pero no define la naturaleza de los sufrimientos. Las comunicaciones espiritistas nos lo manifiestan claramente; por su medio podemos apreciarlo y convencernos de que, si bien no son resultado de un fuego material ─que en efecto no podría quemar a las almas, que son inmateriales─, no por esto dejan de ser menos terribles en ciertos casos. Estas penas no son uniformes sino que varían al infinito, según la naturaleza y grado de las faltas cometidas; y a menudo estas mismas faltas son las que les sirven de castigo; así es que ciertos asesinos son atraídos a permanecer en el lugar del crimen y sin cesar tener a la vista sus víctimas; que el hombre sensual y material conserva los mismos gustos, pero la imposibilidad de satisfacerlos, materialmente, le sirve de tormento; que ciertos avaros creen sufrir el frío y las privaciones que durante la vida se impusieron por avaricia; otros ven el oro y sufren por no poderlo tocar, otros permanecen cerca de los tesoros que escondieron, siendo presa de perpetuas angustias por temor de que se los roben; en una palabra, no hay una falta, ni una imperfección moral, ni una mala acción que no tenga, en el mundo de los Espíritus, su contrapartida y sus naturales consecuencias, por lo cual no es preciso un lugar determinado y circunscrito, sino que, por doquiera que se encuentre, lleva consigo su infierno el Espíritu perverso.
Además de las penas espirituales existen penas y pruebas materiales que el Espíritu aún no purificado sufre en una nueva encarnación, cuya posición le facilita el medio de aguantar lo que ha hecho pasar a los otros: y ser humillado si fue orgulloso, miserable si fue mal rico, desgraciado por sus hijos si fue mal padre, infeliz por sus padres si fue mal hijo, etcétera. La Tierra, como hemos dicho, es para los Espíritus de esta naturaleza uno de los lugares de destierro y de expiación, un purgatorio del que pueden librarse, pues de ellos depende no volver, procurando mejorarse lo bastante para que merezcan ir a otro mundo mejor. (El Libro de los Espíritus, número 237: Percepciones, sensaciones y sufrimientos de los Espíritus. ─ Id. Libro 4o Esperanzas y consuelos; penas y goces terrestres; penas y goces futuros).
La Iglesia reconoce perfectamente, hoy, que el fuego del Infierno es un fuego moral y no material, pero no define la naturaleza de los sufrimientos. Las comunicaciones espiritistas nos lo manifiestan claramente; por su medio podemos apreciarlo y convencernos de que, si bien no son resultado de un fuego material ─que en efecto no podría quemar a las almas, que son inmateriales─, no por esto dejan de ser menos terribles en ciertos casos. Estas penas no son uniformes sino que varían al infinito, según la naturaleza y grado de las faltas cometidas; y a menudo estas mismas faltas son las que les sirven de castigo; así es que ciertos asesinos son atraídos a permanecer en el lugar del crimen y sin cesar tener a la vista sus víctimas; que el hombre sensual y material conserva los mismos gustos, pero la imposibilidad de satisfacerlos, materialmente, le sirve de tormento; que ciertos avaros creen sufrir el frío y las privaciones que durante la vida se impusieron por avaricia; otros ven el oro y sufren por no poderlo tocar, otros permanecen cerca de los tesoros que escondieron, siendo presa de perpetuas angustias por temor de que se los roben; en una palabra, no hay una falta, ni una imperfección moral, ni una mala acción que no tenga, en el mundo de los Espíritus, su contrapartida y sus naturales consecuencias, por lo cual no es preciso un lugar determinado y circunscrito, sino que, por doquiera que se encuentre, lleva consigo su infierno el Espíritu perverso.
Además de las penas espirituales existen penas y pruebas materiales que el Espíritu aún no purificado sufre en una nueva encarnación, cuya posición le facilita el medio de aguantar lo que ha hecho pasar a los otros: y ser humillado si fue orgulloso, miserable si fue mal rico, desgraciado por sus hijos si fue mal padre, infeliz por sus padres si fue mal hijo, etcétera. La Tierra, como hemos dicho, es para los Espíritus de esta naturaleza uno de los lugares de destierro y de expiación, un purgatorio del que pueden librarse, pues de ellos depende no volver, procurando mejorarse lo bastante para que merezcan ir a otro mundo mejor. (El Libro de los Espíritus, número 237: Percepciones, sensaciones y sufrimientos de los Espíritus. ─ Id. Libro 4o Esperanzas y consuelos; penas y goces terrestres; penas y goces futuros).
161. “¿Es útil la oración para las almas que sufren?”
La oración está recomendada por los buenos Espíritus y además es solicitada por los que sufren, como un medio de aligerar sus sufrimientos. El alma por la cual se ora experimenta alivio porque es un testimonio del interés que por ella se toma y porque el desgraciado siempre se alegra cuando encuentra corazones caritativos que comparten sus dolores. Además, por la oración se le lleva al arrepentimiento y al deseo de hacer lo que le es necesario para ser feliz, y en este sentido es como pueden abreviarse sus penas si él lo secunda con su buena voluntad. (El Libro de los Espíritus, núm. 664).
La oración está recomendada por los buenos Espíritus y además es solicitada por los que sufren, como un medio de aligerar sus sufrimientos. El alma por la cual se ora experimenta alivio porque es un testimonio del interés que por ella se toma y porque el desgraciado siempre se alegra cuando encuentra corazones caritativos que comparten sus dolores. Además, por la oración se le lleva al arrepentimiento y al deseo de hacer lo que le es necesario para ser feliz, y en este sentido es como pueden abreviarse sus penas si él lo secunda con su buena voluntad. (El Libro de los Espíritus, núm. 664).
162. “¿En qué consisten los goces de las almas felices? ¿Pasan la eternidad en contemplación?”
La justicia requiere que la recompensa sea proporcional al mérito, así como el castigo a la gravedad de la falta; existen, pues, infinidad de grados en los goces del alma, desde el instante en que entra en el camino del bien hasta que haya alcanzado la perfección.
La dicha de los buenos Espíritus consiste en conocer todas las cosas, en no tener ira, ni celos, ni envidia, ni ambición, ni ninguna de las pasiones que constituyen la infelicidad de los hombres. Para ellos, el amor que los une es fuente de suprema felicidad; no experimentan necesidades, ni sufrimientos, ni las angustias de la vida material. Un estado de perpetua contemplación sería una dicha estúpida y monótona, como la del egoísta, puesto que su existencia sería una inutilidad sin término. La vida espiritual, por el contrario, es una incesante actividad para los Espíritus, por las misiones que del Ser supremo reciben como agentes en el gobierno del universo; misiones que son proporcionadas a su adelanto y por las cuales se consideran felices, porque les suministran ocasiones de hacerse útiles y realizar el bien. (El Libro de los Espíritus, núm. 558: Ocupaciones y misiones de los Espíritus.
Observación. Invitamos a los adversarios del Espiritismo y a los que no admiten la reencarnación, a que respecto a los problemas anteriores den una solución más lógica por otro principio que el de la pluralidad de existencias.
La justicia requiere que la recompensa sea proporcional al mérito, así como el castigo a la gravedad de la falta; existen, pues, infinidad de grados en los goces del alma, desde el instante en que entra en el camino del bien hasta que haya alcanzado la perfección.
La dicha de los buenos Espíritus consiste en conocer todas las cosas, en no tener ira, ni celos, ni envidia, ni ambición, ni ninguna de las pasiones que constituyen la infelicidad de los hombres. Para ellos, el amor que los une es fuente de suprema felicidad; no experimentan necesidades, ni sufrimientos, ni las angustias de la vida material. Un estado de perpetua contemplación sería una dicha estúpida y monótona, como la del egoísta, puesto que su existencia sería una inutilidad sin término. La vida espiritual, por el contrario, es una incesante actividad para los Espíritus, por las misiones que del Ser supremo reciben como agentes en el gobierno del universo; misiones que son proporcionadas a su adelanto y por las cuales se consideran felices, porque les suministran ocasiones de hacerse útiles y realizar el bien. (El Libro de los Espíritus, núm. 558: Ocupaciones y misiones de los Espíritus.
Observación. Invitamos a los adversarios del Espiritismo y a los que no admiten la reencarnación, a que respecto a los problemas anteriores den una solución más lógica por otro principio que el de la pluralidad de existencias.