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MANUAL PRÁCTICO DE LAS MANIFESTACIONES ESPIRITISTAS
MANUAL PRÁCTICO DE LAS MANIFESTACIONES ESPIRITISTAS
Muchas personas nos han pedido les indiquemos las condiciones a llenar y la manera de comportarse
para ser médiums. La solución de este problema es más complicada de lo que a primera vista parece, porque
se basa sobre conocimientos preliminares de cierta extensión. Para hacer experimentos físicos y químicos, es
preciso antes conocer la física y la química. Las contestaciones que hemos dado a nuestros consultantes no
podían comprender desarrollos incompatibles con los limites de una carta, Y, por otra parte, el tiempo
material no nos hubiera permitido satisfacer todas las peticiones. Esto es lo que nos ha determinado a
publicar esta instrucción, necesariamente mas completa que cuanto hubiéramos podido decir directamente.
Se equivocaría el que creyera hallar en esta obra una receta universal e infalible para formar médiums.
Aunque cada cual encierre en si mismo el germen de las cualidades necesarias para llegar a serlo, esas
cualidades no existen sino en grados muy diferentes, y su desarrollo obedece a causas que no está en nadie
poder manejar a voluntad. Las reglas de la poesía, de la pintura y de la música no convierten en poetas, en
pintores ni en músicos a los que carecen de genio: se limitan a guiar en el empleo de las facultades naturales.
Lo mismo ha de ocurrir con nuestro trabajo. Su objeto es indicar los medios de desenvolver la facultad
medianímica en lo que permitan las disposiciones de cada uno, y sobre toda, el dirigir el empleo de una
manera útil cuando la facultad exista. Mas este no es el solo objeto que nos hemos propuesto. Al lado de los
médiums propiamente dichos, está la multitud, que crece de día en día, de las personas que se ocupan de las
manifestaciones espiritistas; y guiarlas en sus observaciones, señalarles los escollos que pueden y deben
necesariamente encontrar en una cosa tan nueva, iniciarlas en la manera de conversar con los Espíritus,
indicarles los medios de obtener buenas comunicaciones, no deja de ser asunto muy conveniente, y ése es el
círculo que debemos abarcar, so pena de hacer un trabajo incompleto. Por consiguiente, nadie debe extrañar
hallar en nuestro trabajo ciertos detalles que si a primera vista pueden parecer innecesarios, la experiencia
demostrará su utilidad. Después de haberlo estudiado con cuidado, se comprenderán mejor los hechos de que
será testigo, y el lenguaje de ciertos Espíritus parecerá menos extraño. Como instrucción práctica, no se
dirige, pues, exclusivamente a los médiums: sino a todos aquellos que se propongan obtener y observar los
fenómenos espiritistas.
La ciencia espirita se basa necesariamente en la existencia de los Espíritus y en su intervención en el
mundo corporal. Este es un hecho adquirido por un tan gran número de pruebas, que una nueva demostración
resultaría superflua. Siendo nuestro objeto guiar a las personas que desean ocuparse de las manifestaciones,
las suponemos suficientemente edificadas sobre este punto y sobre las verdades fundamentales que de él se
derivan, para que resulte inútil entrar en explicaciones a este respecto. Por eso no las discutiremos ni
estableceremos controversia para refutar las objeciones. No nos dirigimos sí no a los convencidos y a los
dispuestos de buena fe a dejarse convencer. En cuanto a los que les falta aprenderlo todo, sepan que no
hallarán aquí ciertas demostraciones que posiblemente desean, porque consideramos el punto de partida
como definitivamente admitido. A los que opongan reparos a este punto de partida, les decimos: “Ved y
observad cuando la ocasión se os presente, y si a pesar de los hechos y de los razonamientos persistís en
vuestra incredulidad, consideraremos tiempo perdido el que pudiéramos emplear en tratar de lo sacaros de un
error; en el que sin duda os complacéis. Respetamos vuestra opinión y os pedimos que os dignéis respetar la
nuestra. La petición no puede ser más modesta.”
Empezaremos esta instrucción exponiendo los principios generales de la doctrina. Aunque pudiera
parecer más racional que empezáramos por la práctica, creemos que en este caso no es así. Hay una
convicción moral que sólo el raciocinio puede dar. Aquellos que hayan adquirido las primeras nociones por
el estudio de la teoría, comprenderán mejor las necesidad de ciertos preceptos recomendados en la práctica y
aportarán a ésta, disposiciones mas favorables. Conduciendo a los indecisos al terreno de la realidad,
esperamos destruir los prejuicios que pueden perjudicar el resultado que se apetece, ahorrar ensayos inútiles
por mal dirigidos o dirigidos hacia lo imposible, y combatir, finalmente, las ideas supersticiosas que tienen su
fuente en la noción falsa o incompleta de las cosas.
Las manifestaciones espiritistas son la fuente de una multitud de ideas nuevas que no han podido hallar
su representación en el lenguaje usual. Se las ha expresado por analogía, como sucede al principio de toda
ciencia. De ahí la ambigüedad de las palabras, origen de inagotables discusiones. Con palabras claramente
definidas y con un nombre para cada cosa, la comprensión se hace más fácil. Si se discute, se discute sobre el
fondo, y no sobre la forma. Con el fin de alcanzar este objeto y de poner en orden las ideas nuevas y todavía
confusas, damos, en primer término, una explicación sucinta, aunque bastante completa para fijar las ideas,
sobre todas las palabras que se relacionan con la doctrina de un modo directo o indirecto. La ciencia espirita
debe tener su vocabulario, como toda otra ciencia. Para comprender una ciencia, se impone, primero,
comprender su lenguaje. Es lo primero que recomendamos a los que quieran hacer un estudio serio del
Espiritismo. Cualquiera que pueda ser ulteriormente su opinión personal sobre los diversos puntos de la
doctrina, podrán discutir con conocimiento de causa. La forma alfabética adoptada permitirá recurrir más fácilmente a las definiciones, y las instrucciones a ella anexas, que son como la bóveda del edificio, servirán
para refutar en pocas palabras ciertas para evitar ciertas críticas y para evitar una multitud de preguntas.
La especialidad del objeto que nos hemos propuesto, indica los límites naturales de esta obra. La ciencia
espirita, abarcando todos los puntos de la metafísica y de la moral, y, puede decirse, la mayor parte de los
conocimientos humanos, no cabe en marco tan reducido que nos permita abordar todos los temas ni discutir
todas las objeciones. Para los desarrollos complementarios, remitimos al lector al Libro de los Espíritus y a la
Revue Spirite. En el primero se hallará una exposición completa y metódica de la doctrina, tal como ha
sido dictada por los mismos Espíritus; y en la segunda, además de una relación y apreciación de los hechos,
se hallará una variedad de temas sólo posible en la forma de publicación periódica. La colección de esta
revista forma el repertorio más completo sobre la materia, desde el triple punto de vista histórico, dogmático
y crítico.
VOCABULARIO ESPIRITISTA
ALMA (del latín anima; griego, anemos, soplo. Respiración). Según unos, es el principio de la vida material; según otros, es el principio de la inteligencia sin individualidad después de la muerte ; según las diversas doctrinas religiosas, es un ser inmaterial, distinto del cuerpo que le sirve de envoltura, y al que sobrevive, conservando su individualidad, después de la muerte. Esta diversidad de acepciones dadas a una misma palabra, es una fuente perpetua de controversias, que no tendrían lugar si cada idea tuviera su representación claramente definida. Para evitar todo equívoco sobre el sentido que damos a esta palabra, nosotros llamaremos: Ama espirita o simplemente alma, al ser inmaterial, distinto e individual, unido al cuerpo que le sirve de envoltura; es decir, al espíritu en estado de encarnación perteneciente a la especie humana; Principio vital, al principio general de la vida material, común a todos los seres orgánicos: hombres, animales y plantas; y alma vital, al principio vital individualizado en un ser cualquiera: y Principio intelectual, al principio general de inteligencia, común a los hombres y a los animales; y alma intelectual, a ese mismo principio individualizado.
ALMA UNIVERSAL: nombre que ciertos filósofos dan al principio general de la vida y de la inteligencia (véase Todo universal).
ALUCINACION (del latín hallucinari, errar); “Error, ilusión de una persona, que cree tener percepciones que en realidad no tiene.” (Def. Acad.) Los fenómenos espiritistas que provienen de la emancipación del alma, prueban que lo que se califica de alucinación, es, frecuentemente, una percepción real análoga a la de la doble vista del sonambulismo o del éxtasis, provocada por un estado anormal; un efecto de las facultades del alma desprendida de los lazos materiales. Sin duda hay, a veces, verdadera alucinación, en el sentido que se da a esta palabra; pero la ignorancia y la poca atención prestada a esta clase de fenómenos, han hecho considerar como ilusión lo que frecuentemente es una visión real. Cuando no se sabe cómo explicar un hecho psicológico, se encuentra muy llano calificarle de alucinación.
ANGEL (del lat. angelus; gr. aggelos, mensajero). Según la idea vulgar, los ángeles son seres intermediarios entre el hombre y la divinidad por su naturaleza y por su potencia, que pueden manifestarse, sea por advertencias ocultas, sea de un modo visible. No fueron creados perfectos, puesto que la perfección supone infalibilidad, y cierto número de entre ellos se rebelaron contra Dios. Se les clasifica en buenos y malos ángeles, y en ángeles de luz y ángeles de tinieblas. Sin embargo, la idea más general referida a este nombre es la de bondad y la de suprema virtud. Según la doctrina espiritista, los ángeles no son seres aparte y de una naturaleza especial; son Espíritus del primer orden, es decir, aquéllos que han llegado al estado de Espíritus puros, después de haber vencido en todas las pruebas. Nuestro mundo no es de toda eternidad, y mucho tiempo antes de que él existiera, Espíritus sin cuento habían alcanzado ya ese grado de pureza: los hombres pudieron creer que habían sido siempre lo mismo.
APARICIÓN: fenómeno por el cual los seres del mundo incorpóreo se hacen visibles. Aparición vaporosa o etérea: aquella que es impalpable e inaprensible y que no ofrece ninguna resistencia al tacto. Aparición tangible o estereotita (del gr. sólida): aquélla que es palpable y representa la consistencia de un cuerpo sólido. La aparición difiere de la visión en que aquélla tiene efecto en estado de vigilia por los órganos visuales y el estado de cuando el hombre tiene plena conciencia de sus relaciones con el mundo exterior. La visión tiene efecto en sueño o éxtasis, o en el de vela por efecto de la segunda vista. La aparición nos llega por los ojos del cuerpo y se produce en el mismo lugar en que nos hallamos; la visión tiene por objeto cosas ausentes o alejadas, percibidas por el alma en su estado de emancipación, y en este estado, las facultades sensitivas están más o menos en suspenso. (Véanse Lucidez y Clarividencia.)
ARCANGEL: Angel de un orden superior (véase Angel). La palabra ángel es un nombre genérico que se aplica a todos los Espíritus puros. Si se admiten para éstos diferentes estados de elevación, se les puede designar con las palabras arcángeles y serafines, sirviéndonos de términos conocidos.
ATEO, ATEISMO (del gr. atheos, compuesto del privativo a y de theos, Dios: sin Dios, que no cree en Dios). El ateísmo es la negación absoluta de la divinidad. Quien crea en la existencia de un Ser Supremo, cualesquiera que sean los atributos que le reconozca y el culto que le profese, no es ateo. Toda religión reposa necesariamente en la creencia en una divinidad. Esta creencia puede ser más o menos esclarecida, mas o menos conforme con la verdad; pero una religión atea, sería un contrasentido. El ateísmo absoluto tiene pocos prosélitos, porque el sentimiento de la divinidad existe en el corazón del hombre, aun del más ignorante. El ateísmo y el espiritismo son incompatibles.
GOLPEADORES (Véanse ESPIRITUS GOLPEADORES)
CIELO, en el sentido de morada de los bienaventurados. (Véase Paraíso.)
CLARIVIDENCIA: propiedad inherente al alma que da a ciertas personas la facultad de ver sin el concurso de los órganos de la visión. (Véase Lucidez).
CLASIFICACION DE LOS ESPIRITUS: (Véase Escala Espiritista)
COMUNICACION ESPIRITISTA: manifestación inteligente de los Espíritus, teniendo por objeto un cambio seguido de pensamientos entre ellos y los hombres Se las distingue en: Comunicaciones frívolas: aquellas que se refieren a cosas fútiles y sin importancia: Comunicaciones groseras: aquéllas que se traducen por expresiones que chocan con el decoro: Comunicaciones serias: las que excluyen la frivolidad, cualquiera que sea su objeto; Comunicaciones instructivas: aquellas que tienen por principal objeto de una enseñanza dada por los Espíritus sobre ciencias, moral, filosofía, etc. (Para los modos de comunicación, véanse Sematología, Tiptología, Psicografia, Pneumatografía, Psicofonía, Pneumatofonía y telegrafía humana.)
CRISIACO: aquél que está en un estado momentáneo de crisis, producido por la acción magnética. Esta calificación se da más particularmente a aquellos en quienes este estado es espontáneo y acompañado de cierta sobreexcitación nerviosa. Los crisíacos, en general, gozan de la lucidez sonambúlica o doble vista.
DEISTA: aquel que cree en Dios sin admitir culto externo. Están muy equivocados los que confunden el deísmo con el ateísmo. (Véase Ateo.)
DEMONIO: del lat. Daemo, formado del gr. daimon, genio, suerte, destino, manes). Daemons, tanto en griego como en latín, es el nombre que se da a todos los seres incorpóreos, buenos o malos, en quienes se suponen conocimientos y poderes superiores a los del hombre. En las lenguas modernas, esa palabra se echa generalmente a mala parte, y su acepción queda restringida a los genios maléficos. Según la creencia vulgar, los demonios son seres esencialmente malos por naturaleza. Los Espíritus nos enseñan que Dios, siendo soberanamente justo y bueno, no ha podido crear seres consagrados al mal y desgraciados eternamente. Según ellos, no hay demonios en la acepción restringida y absoluta de esta palabra; no hay sino Espíritus imperfectos que pueden mejorar por sus esfuerzos voluntarios. Los Espíritus de la novena clase serían verdaderos demonios, si esta palabra no implicara la idea de una naturaleza perpetuamente perversa.
DEMONIO FAMILIAR: (Véase Espíritu familiar)
DEMONOLOGIA, DEMONOGRAFIA: tratado de la naturaleza y de la influencia de los demonios.
DEMONOMANCIA: (del gr. daimoin y manteia, adivinación): Pretendido conocimiento del porvenir por la inspiración de los demonios.
DEMONOMANO: variedad de la perturbación mental, que consiste en creerse poseído del demonio.
DIOS: inteligencia suprema, causa primera de todas las cosas, eterno, inmutable, inmaterial, único,
todopoderoso, soberanamente justo y bueno e infinito en todas estas perfecciones.
DIABLO: (del gr. diabolos, delator, acusador, maldiciente, calumniador). Según la creencia vulgar, es un ser real, un ángel rebelde, jefe de todos los demonios, que tiene poder suficiente para luchar contra el mismo Dios. El diablo conoce nuestros más secretos pensamientos, inspira todas las malas pasiones y torna todas las formas para inducirnos al mal. Según la doctrina de los Espíritus acerca de los demonios, el diablo es la personificación del mal: es un ser alegórico que resume en si todas las malas pasiones de los Espíritus imperfectos. Así como los antiguos daban a sus divinidades alegóricas atributos especiales; al Tiempo, una guadaña, un reloj de arena, alas y el aspecto de un viejo; a la Fortuna, una venda puesta en los ojos y una rueda bajo un pie, etcétera; así el diablo ha tenido que ser representado por rasgos características de las bajezas de las inclinaciones. Los cuernos y el rabo son los emblemas de la bestialidad, es decir, de la brutalidad de las pasiones animales. DIOS: inteligencia suprema, causa primera de todas las cosas, eterno, inmutable, inmaterial, único, todopoderoso, soberanamente justo y bueno e infinito en todas estas perfecciones.
DRIADES (véase Hamadríades).
DUENDES (del latín fadus, fada, hada): especie de diablillo, más malicioso que perverso, que pertenece a la clase de los espíritus ligeros. (Véase Trasgo.)
ESCALA ESPIRITISTA: cuadro de los diferentes órdenes de Espíritus, indicando los grados que tienen por alcanzar para llegar a la perfección. Comprende tres órdenes principales: los Espíritus imperfectos, los Espíritus buenos y los Espíritus puros; y se subdivide en nueve clases, caracterizadas por la progresión de los sentimientos morales y de las ideas intelectuales. Los Espíritus, por espontánea confesión, nos enseñan que pertenecen a diferentes categorías, según el grado de su depuración, y nos dicen también que estas categorías no constituyen especies distintas, sino que todos los Espíritus están llamados a recorrerlas sucesivamente. (Véase el desarrollo relativo al carácter de cada clase de Espíritus, en el capítulo especial.)
EMANCIPACION DEL ALMA: estado particular de la vida humana, durante el cual el alma, desprendiéndose de sus lazos materiales, recobra algunas de las facultades del Espíritu y entra más fácilmente en comunicación con los seres incorpóreos. Este estado se manifiesta principalmente por el fenómeno de los sueños, del somniloquio, de la doble vista, del sonambulismo natural o magnético y del éxtasis. (Véanse estas palabras.)
ENCARNACION: Estado de los Espíritus que revisten cuerpo. Se dice: Espíritu encarnado por oposición a Espíritu desencarnado o errante. Los Espíritus son errantes en el intervalo de dos de sus diferentes encarnaciones. La encarnación puede tener lugar en la tierra o en otro mundo.
ERRATICIDAD: estado de los Espíritus errantes, es decir, no encarnados, durante los intervalos de sus diversas existencias corporales. La erraticidad no es un signo absoluto de inferioridad para los Espíritus. Hay Espíritus errantes de todas clases y categorías, menos del primer orden o Espíritus puros, que no teniendo ya que reencarnar, no pueden considerarse como errantes. Los Espíritus errantes son felices o desgraciados, según el grado de su depuración. Es en este estado cuando el Espíritu, despojado del velo material del cuerpo, reconoce sus existencias anteriores y las faltas que le alejan de la perfección y del bien infinito. Entonces es también cuando elige nuevas pruebas, al objeto de adelantar más rápidamente.
ESFERA: palabra con la cual ciertos Espíritus designan los diferentes grados de la escala espiritista. Dicen que han alcanzado la quinta o la sexta esfera, como otros dicen el quinto o el sexto cielo. Por el modo como se expresan, se podría creer que la tierra es un punto central rodeado de esferas concéntricas en las cuales se cumplen sucesivamente los diferentes grados de perfección. Los hay también que hablan de la esfera de fuego, de la esfera de las estrellas, etcétera. Como las más simples nociones de astronomía bastan para demostrar lo absurdo de semejante teoría, no puede provenir tal expresión sino de una falsa interpretación de las palabras, o de Espíritus muy atrasados, imbuidos aún de los sistemas de Ptolomeo y de TycoBrahe. Si un hombre que se reputa sabio, sostiene una tesis evidentemente absurda, el que menos, duda de su saber. Igual debe hacerse con los Espíritus. La experiencia nos enseña a distinguir entre ellos. Estas expresiones son, pues, viciosas, aun tomadas en sentido figurado, porque pueden inducir a error sobre el verdadero sentido de la progresión de los Espíritus. (Véase Reencarnación.)
ESPIRITA: lo que se relaciona con el Espiritismo.
Espiritismo: doctrina basada en la creencia en la existencia de los espíritus y su comunicación con los hombres.
ESPIRITISTA: el que adopta la doctrina espiritista.
ESPIRITU: (del latín spiritus, derivado de spirare, soplar). En el sentido especial de la doctrina espiritista, los Espíritus son los seres inteligentes de la Creación que pueblan el Universo fuera del mundo corporal. La naturaleza íntima de los Espíritus nos es desconocida: ellos mismos no pueden definirla, sea por ignorancia. sea por la insuficiencia de nuestro lenguaje. Estamos, a este respecto, como los ciegos de nacimiento respecto a la luz. Según lo que los Espíritus nos dicen, no es inmaterial, en el sentido absoluto de la palabra, porque el Espíritu es algo, y la inmaterialidad absoluta sería la nada. El Espíritu, pues, está formado de una substancia, de la que la materia grosera que impresiona nuestros sentidos no puede darnos ninguna idea. Se le puede comparar a una llama o chispa cuyo fulgor varía según el grado de su depuración. Puede afectar toda suerte de formas por medio del periespíritu de que está rodeado. (Véase Periespíritu.)
ESPIRITUS GOLPEADORES: aquellos que revelan su presencia por golpes. Pertenecen a clases inferiores.
ESPIRITU ELEMENTAL: Espíritu considerado en sí mismo, con abstracción de su periespíritu o envoltura semimaterial.
ESPIRITU FAMILIAR: Espíritu que se liga a una persona o a una familia, sea para protegerla, si es bueno, sea para perjudicarla, si es malo. El Espíritu familiar no tiene necesidad de ser evocado: está siempre presente y responde instantáneamente al llamamiento que se le hace. Frecuentemente manifiesta su presencia con signos ostensibles.
ESPIRITUALISMO: creencia en la existencia de un alma espiritual, inmaterial, que conserva su individualidad después de la muerte, abstracción hecha de la creencia en los Espíritus; opuesto al materialismo. (Véanse Materialismo, Espiritismo.) Cualquiera que crea que en nosotros no es todo materia, es espiritista; pero de ello no se sigue que haya que admitir la doctrina de los Espíritus. Todo espiritista es necesariamente espiritualista; pero se puede ser espiritualista sin ser espiritista. El Materialismo no es ni lo uno, ni lo otro. Como éstas son dos ideas esencialmente opuestas, era necesario distinguir las con nombres diferentes para evitar todo equívoco. Para los mismos que consideran el Espiritismo como una quimera, era necesario darle a éste un nombre especial. Lo necesitan igualmente las ideas falsas que las verdaderas, a fin de entenderse sin confusión posible.
ESTEREOTITA (del griego stéreos, sólido): cualidad de las apariciones que adquieren las propiedades de la materia resistente y tangible. Se usa por oposición a las apariciones vaporosas o etéreas, que son impalpables. La aparición esterotita presenta temporalmente, a la vista y al tacto, las propiedades de un cuerpo vivo.
EVOCACION. (Véase Invocación.)
EXPIACION : pena que sufren los Espíritus en punición de las faltas cometidas durante la vida corporal. La expiación, como sufrimiento moral, tiene lugar en el estado errante, y como sufrimiento físico, en el estado corpóreo. Las vicisitudes y tormentos de la vida corporal, son, a la vez, pruebas para el porvenir y una expiación para el pasado.
EXTASIS (del gr. ekestasis, trastorno del espíritu; formado de existêmp, quedar asombrado); paroxismo
de la emancipación del alma durante la vida corporal, del que resulta la suspensión momentánea de las
facultades perceptivas y sensitivas de los órganos. En este estado, el alma sólo está unida al cuerpo por leves
lazos, que propugna por romper: pertenece más al mundo de los Espíritus, que entrevé, que al mundo
material.
El éxtasis es algunas veces natural y espontáneo; puede también ser provocado por la acción magnética,
y en este caso, es un grado superior del sonambulismo.
HADAS: (del latín, fata): Según la creencia vulgar, las hadas son seres semimateriales, dotados de un
poder sobrehumano. Por sus cualidades son buenas o malas, protectoras o dañinas. Pueden, a voluntad,
hacerse visibles o invisibles y tomar toda clase de formas. En la Edad Media y en los pueblos modernos, las
hadas han sucedido a las divinidades subalternas de los antiguos. Si se separa de su historia lo maravilloso
que les presta la imaginación de los poetas y la credulidad popular, quedan solamente manifestaciones
espiritistas como las que presenciamos todos los días, como las que han tenido lugar en todo tiempo. Es
incontestable que esta creencia reconoce por origen aquellos fenómenos. En las hadas que se consideran
presidiendo el nacimiento de los niños y siguiéndolos en el curso de la vida, se reconocen, sin esfuerzo, los
genios o Espíritus familiares. Sus inclinaciones más o menos buenas, reflejo de las pasiones humanas, las
colocan naturalmente en la categoría de los Espíritus inferiores o poco avanzados. (Véase Politeísmo.)
FATALIDAD (del latín fatalitas, destino, y fatum, hecho): destino inevitable. Doctrina que supone que
todos los acontecimientos de la vida, y por extensión, todos nuestros actos, están decretados por anticipado y
sometidos a una ley, de la que no podemos sustraernos. Hay dos clases de fatalidad: una proveniente de
causas externas que reaccionan sobre nosotros, a la que se puede denominar reactiva, externa, fatalidad
eventual, y otra que tiene su fuente en nosotros mismos y determina todos nuestros actos, siendo, por ello,
fatalidad personal. La fatalidad, en el sentido absoluto de la palabra, hace del hombre una máquina, sin
iniciativa ni libre albedrío, y por consecuencia, sin responsabilidad: es la negación de toda moral.
Según la doctrina espiritista, el Espíritu, al elegir su nueva existencia y el género de prueba a que habrá
de someterse, hace un acto de libertad. Los acontecimientos de la vida son la consecuencia de esa elección y
están relacionados con la posición social de la existencia. Si el Espíritu debe renacer en una condición servil,
el medio en que se hallará regulará los acontecimientos de modo opuesto que si debiera ser rico y poderoso;
pero, cualquiera que sea esta condición él conservará su libre albedrío en todos los actos de su voluntad y no
estará fatalmente encadenado a hacer tal o cual cosa ni a sufrir tal o cual accidente. Por el género de lucha
que ha elegido, tiene la posibilidad de ser arrastrado a determinados actos o de encontrar ciertos obstáculos;
pero esto no quiere decir que hayan de cumplirse infaliblemente, ni que él no pueda evitarlos y
transformarlos por su prudencia y decisión. Para esto le ha dado Dios el juicio. Valgámonos de un ejemplo
para la mayor comprensión del concepto. Supongamos a un hombre que para llegar al lugar que se propone,
tenga tres caminos para elegir: uno, por la montaña, otro, por la llanura, y el tercero, por el mar. En el
primero, es lo más probable, que halle chinarros y precipicios; en el segundo, pantanos; y en el tercero,
tempestades; pero esto no presupone que haya de ser aplastado por una peña, ni que haya de hundirse en un
pantano, ni que haya de naufragar en una ruta más bien que en otra. La misma elección del camino, no es
fatal en el sentido absoluto de la palabra. Por instinto, tomará el hombre aquel en que habrá de encontrar la
prueba elegida. Si debe luchar contra las olas, no le llevará su inclinación a tomar el camino de la montaña.
Según el género de pruebas elegido por el Espíritu, está expuesto a ciertas vicisitudes, y por razón de
estas vicisitudes, se halla sometido a determinados impulsos, que depende de él refrenar o consentir que se
desarrollen. Aquel que comete un crimen, no es porque fatalmente sea llevado a cometerlo: eligió una vida de
lucha que pudo excitarle a semejante acto; mas, si cedió a la tentación, culpa fue de su débil voluntad. De lo
que se sigue que el libre albedrío existe, para el Espíritu en el estado errante, en la elección de las pruebas a
que se somete, y en el estado de encarnado, en los actos de la vida corporal. No hay fatal sino el instante de la
muerte, pues hasta el modo de morir, es una consecuencia del género de pruebas elegido.
Tal es, en resumen, la doctrina de los Espíritus, por lo que respecta a la fatalidad.
HECHICEROS: (del latín factitius, artificioso). Se les dio primitivamente este nombre a los individuos
que se dedicaban a predecir la suerte, y por extensión, a todos aquellos a quienes se atribuía un poder
sobrenatural. Los fenómenos extraños que se producen bajo la influencia de ciertos médiums, prueban que el
poder atribuido a los hechiceros se basa en una realidad, bien que luego el charlatanismo haya abusado de
ello, como abusa de todo. Si en nuestro siglo hay todavía personas que atribuyen estos fenómenos al
demonio, con mayor razón debieron creerlo en los siglos de ignorancia. De aquí resultó que los individuos
que poseían, aun contra su voluntad, algunas de las facultades de nuestros médiums, fueron condenados a la
hoguera
FLUIDO O FLUIDICO: opuesto a sólido: calificación dada a los Espíritus por algunos escritores, para
caracterizar su naturaleza etérea. Se dice: los Espíritus fluídicos. Nosotros creemos que esta expresión es
impropia, porque resulta un pleonasmo; poco más o menos que si se dijera aire gaseoso. La palabra Espíritu
lo dice todo; encierra en sí misma su propia definición; despierta necesariamente la idea de una cosa
incorpórea. Un Espíritu que no fuera fluídico, no sería Espíritu. Esta palabra tiene, además, otro
inconveniente, que es el de asimilar la naturaleza de los Espíritus a nuestros fluidos materiales; retrae
demasiado la idea de laboratorio.
FUEGO ETERNO: La idea del fuego eterno, como castigo, remonta a la mayor antigüedad, y deriva de
la creencia de nuestros antepasados remotos, que colocaban los infiernos en las entrañas de la tierra, donde el
fuego central les era revelado por los fenómenos geológicos. Cuando el hombre hubo adquirido nociones más
elevadas sobre la naturaleza del alma, comprendió que un ser inmaterial no podía sufrir los efectos de un
fuego material; pero el fuego sigue siendo el emblema del más cruel suplicio, y no se halla figura más
enérgica para reflejar los sufrimientos morales del alma. En este sentido es como lo entiende hoy la alta
teología, y en este sentido se dice también: abrasado de amor; consumido por el fuego de la ambición, de los
celos, de la venganza, etc.
GENIO (del latín genius, formado del griego géinô, engendrar, producir): en este sentido se dice del
hombre que es capaz de crear o de inventar cosas extraordinarias, que es un hombre de genio. En el lenguaje
espiritista, genio es sinónimo de Espíritu. Se dice indiferentemente Espíritu familiar o genio familiar, buen o
mal Espíritu, buen o mal genio. La palabra Espíritu encierra un sentido más vago y menos circunscrito: el
genio es una especie de personificación del Espíritu: se lo figura uno bajo una forma determinada, más o
menos vaporosa e impalpable y tan pronto visible como invisible. Los genios son los Espíritus en sus
relaciones con los hombres, obrando sobre ellos y por un poder oculto superior.
GENIO FAMILIAR: (Véase Espíritu familiar.)
GNOMOS: (del griego gnômon, hábil, conocedor, compuesto de gnosko, conocer): genios inteligentes
que se supone habitan en el centro de la tierra. Por las cualidades que se les atribuyen, pertenecen al orden de
los Espíritus imperfectos y a la clase de Espíritus ligeros.
HAMADRIADES: (del griego ama, conjunto, y drûs, roble. Dríade, de drûs, roble): ninfa de los
bosques, según la mitología pagana. Las dríades eran ninfas inmortales que presidían a los árboles en
general y que podían vagar libremente en torno de aquellos que les eran particularmente consagrados. La
hamadríade no era inmortal: nacía y moría con el árbol cuya protección le estaba confiada, al que no podía
jamás abandonar. No es dudoso hoy en día que el concepto de las dríades y hamadríades, tiene su origen en
manifestaciones análogas a las que somos testigos. Nuestros antepasados, que lo poetizaban todo, divinizaron
las inteligencias ocultas que se manifiestan en la substancia misma de los cuerpos. Para nosotros, no son más
que Espíritus golpeadores.
IDEAS INNATAS: ideas o conocimientos no adquiridos que parece traemos al nacer. Se ha discutido
mucho sobre las ideas innatas, cuya existencia han combatido ciertos filósofos, que pretenden que todas las
ideas son adquiridas. Si así fuera, ¿cómo explicar cierras predisposiciones naturales que se revelan
frecuentemente desde la mas tierna edad, y sobre las cuales no se ha dado enseñanza ninguna Los fenómenos
espiritistas lanzan raudales de luz sobre este problema. La experiencia no permite hoy dudar que cierta clase
de ideas, hallan su explicación en la sucesión de las existencias. El conocimiento adquirido por el Espíritu en
existencias precedentes, se refleja en las existencias posteriores por lo que llamamos ideas innatas.
ILUMINADO : calificación dada a ciertos individuos que pretenden ser instruidos por Dios de una
manera particular. Se les considera, generalmente, como visionarios o desequilibrados mentales. Con la
calificación de “secta de iluminados”, se ha confundido a todos aquellos que reciben comunicaciones
inteligentes y espontáneas de parte de los Espíritus. Si entre ellos se han hallado hombres sobreexcitados por
su imaginación exaltada, hoy es notorio que debe de hacerse la parte correspondiente a la realidad del hecho.
INFIERNO (del lat. inferna, compuesto de infernus, inferior, que está a la parte baja, debajo;
sobreentendiéndose locus: lugar inferior); así nombrado porque los antiguos lo creían en las entrañas de la
tierra. En plural sólo se usa en lenguaje poético o hablando de los lugares subterráneos, a donde, según los
paganos, iban las almas después de la muerte. Los infiernos comprendían dos partes: los Campos Elíseos,
morada encantadora de los hombres de bien, y el Tártaro, lugar donde los malos sufrían el castigo de sus
crímenes por el fuego y otras torturas eternas.
La creencia relativa a la posición subterránea de los Espíritus, ha sobrevivido al paganismo. Según la
Iglesia Católica, Jesús descendió a los infiernos, donde las almas de los justos esperaban su advenimiento en
los Limbos. Las almas de los pecadores serán precipitadas en los infiernos. La significación de esta palabra,
es, hoy día; muy restringida, y se aplica solamente a la morada de los réprobos; mas al progreso de las ciencias geológicas y astronómicas, habiendo lanzado raudales de luz sobre la estructura del globo terrestre y
su verdadera posición en el espacio, ha desterrado el infierno de su seno, y no le queda lugar alguno
determinado.
En el estado de ignorancia, el hombre es incapaz para las abstracciones y para las generalizaciones; no
concibe nada que no esté localizado y circunscrito; materializa lo inmaterial y llega hasta a rebajar la
Majestad Divina. A medida que el progreso de la ciencia positiva se extiende, reconoce su error; sus ideas
dejan de ser mezquinas y el horizonte del infinito se despliega ante su mirada. Por ello se ha llegado a
concebir, según la doctrina espiritista, que no pudiendo ser sino morales las penas de ultratumba, tales penas
han de radicar en la naturaleza imperfecta de los Espíritus inferiores. No hay infierno localizado en el sentido
vulgar que se da a tal palabra; pero cada uno le llevamos con nosotros mismos por los sufrimientos a que
estamos sujetos, que no son menos punzantes por que no sean físicos. El infierno está donde hay Espíritus
imperfectos. (Véanse Paraíso, Fuego eterno, Penas eternas.)
INSTINTO: especie de inteligencia rudimentaria que dirige a los seres vivos en sus acciones, sin
intervención de su voluntad y en interés de su conservación. El instinto se convierte en inteligencia cuando
media la deliberación. Por el instinto se obra sin razonar; por la inteligencia se razona antes de obrar. En el
hombre se confunden frecuentemente las ideas instintivas con las ideas intuitivas. Estas últimas son las
adquiridas en estado de Espíritu o en existencias anteriores, de las que se conserva un vago recuerdo
INTELIGENCIA: facultad de concebir, de comprender, de razonar. Seria injusto rehusar a los animales
cierta especie de inteligencia y creer que no hacen otra cosa que seguir maquinalmente el impulso ciego del
instinto. La observación demuestra que en muchos casos obran deliberadamente y según las circunstancias;
pero esta inteligencia, por admirable que sea, se limita siempre a la satisfacción de las necesidades
materiales, mientras que la del hombre le permite elevarse por encima de la condición de la humanidad. La
línea de demarcación entre los animales y el hombre, es trazada por el conocimiento que le es posible
alcanzar a éste último respecto del Ser Supremo. (Véase Instinto.)
INTUICION: (Véanse Instinto, Ideas innatas.)
INVISIBLE: nombre con el cual cierras personas designan a los Espíritus en sus manifestaciones. Esta
denominación no nos parece acertada, en primer término, porque si la invisibilidad es, para nosotros, el
estado normal de los Espíritus, sabido es que no es absoluta, puesto que se nos pueden aparecer en forma
visible; y en segundo lugar, porque esa calificación no tiene nada que caracterice esencialmente a los
Espíritus, desde el momento que se aplica también a todos lo cuerpos inertes que no afectan al sentido de la
vista. La palabra Espíritu, tiene, por sí misma una significación que evoca la idea de un ser inteligente e
incorpóreo. Advirtamos aun, que hablando de un Espíritu determinado, del de Fenelón, por ejemplo, se dirá:
“Es el Espíritu de Fenelón quien ha dicho tal cosa”; y no: “Es el invisible de Fenelón quien ha dicho tal
cosa.” Perjudica siempre a la claridad y a la pureza del lenguaje el desviar las palabras de su propio
significado.
INVOCACION: (del latín, in, en, y vocare, llamar).
Evocación (del latín, vocare, y e o ex, de, fuera de): estas dos palabras no son perfectos sinónimos,
aunque tengan la misma raíz, vacare, llamar, y es un error emplear la una por la otra. “Evocar esto es, llamar,
hacer venir, hacer aparecer por ceremonias mágicas, por encantos. Evocar las almas, los Espíritus las
sombras. Los necrománticos pretendían evocar las almas de los muertos”. (Acad.) Entre los antiguos, evocar
era hacer salir las almas de los infiernos para que respondieran al conjuro.
LARES: (Véanse Manes, Penates.)
LIBRE ALBEDRIO: libertad moral del hombre: facultad que éste tiene de guiarse por su voluntad en
el cumplimiento de sus actos. Los Espíritus nos enseñan que la alteración de las facultades mentales por una
causa accidental o natural, es lo único que priva al hombre de su libre albedrío: fuera de este caso, es siempre
dueño de hacer o de dejar de hacer. También goza de esta libertad en estado de Espíritu; y en virtud de ella,
elige libremente la existencia y las pruebas que cree apropiadas a su adelanto. Si la conserva en el estado
corporal, es para poder luchar contra esas mismas pruebas. Los Espíritus que enseñan esta doctrina, no
pueden ser malos Espíritus. (Véase Fatalidad.)
LUCIDEZ, clarividencia: facultad de ver sin el concurso de los órganos de la vista. Es una facultad
inherente a la naturaleza del alma, o del Espíritu, que reside en todo su ser, y por esta razón, en todos los
casos en que hay emancipación del alma, tiene, el hombre, percepciones independientes de los sentidos. En
el estado corporal normal, la facultad de ver queda limitada por los órganos materiales; desprendida de este
obstáculo, no queda circunscripta y se extiende a todo aquello en que el alma ejerce su acción: tal es la causa
de la visión a distancia de que gozan ciertos sonámbulos. Ven en el lugar mismo que observan, porque si el
cuerpo no está allí, está, en realidad, el alma. Bien puede decirse, pues, que el sonámbulo ve por la luz del
alma.
La palabra clarividencia es de aplicación más general; lucidez suele aplicarse particularmente a la
clarividencia sonambúlica. Un sonámbulo es más o menos lúcido, según sea mas o menos completa la
emancipación de su alma.
MAGIA, MAGO (del griego magos, sabiduría, sabio, forma do de magia, conocimiento profundo de la
naturaleza, de donde deriva mage, sacerdote, sabio filósofo entre los antiguos persas): La magia, en su origen
era la ciencia de los sabios. Todos los que conocían la astrología, todos los que pretendían poder predecir el
porvenir, todos los que hacían cosas extraordinarias e incomprensibles para el vulgo, eran magos o sabios, a
quienes mas tarde se llamó encantadores. El abuso y el charlatanismo han desprestigiado a la magia; pero
todos los fenómenos que se reproducen hoy día por el magnetismo, el sonambulismo y el Espiritismo,
prueban que la magia no era un arte quimérico, y que entre muchos absurdos, había, seguramente, cosas muy
reales. La vulgarización de estos fenómenos tiene por efecto destruir el prestigio de aquellos que los
producían bajo el velo del secreto, y abusaban de la credulidad atribuyéndose un pretendido poder
sobrenatural. Gracias a esta vulgarización, sabemos hoy que no hay nada sobrenatural en este mundo, y que
ciertas cosas que nos parecen derogan las leyes de la naturaleza, es, simple mente, porque desconocemos su
causa.
MAGNETISMO ANIMAL (del griego y del latín magnes, imán):
Se denomina así, por analogía con el magnetismo minera1. La experiencia ha demostrado que esta
analogía sólo existe en apariencia, y por lo tanto, la adaptación no es exacta; pero como se ha consagrado por
el uso universal, y como el calificativo que se agrega al nombre no permite equívocos, hay más
inconveniente que utilidad en cambiar el nombre. Algunos lo substituyen, sin embargo, por mesmerismo;
pero, hasta el presente, no prevalece.
El magnetismo animal puede definirse así: Acción recíproca de dos seres vivos por medio de un agente
especial denominado fluido magnético.
MAGNETIZADOR, MAGNETISTA: este último nombre es empleado por algunos para designar a los
adeptos del magnetismo, a los que admiren sus efectos. El magnetizador es el práctico, el que ejerce el
magnetismo; el magnetista es el teórico. Se puede ser magnetista sin ser magnetizador; y al revés, no se
puede ser magnetizador sin ser magnetista. Esta distinción nos parece útil y lógica.
MANES (del latín manere, quedar, según unos; de manes, manium, formado de manus, bueno, según
otros). En la mitología romana y etrusca, los manes eran las almas o las sombras de los muertos. Los antiguos
sentían gran respeto por los manes de sus antepasados, que creían congraciar con sacrificios los figuraban
bajo la forma humana, pero vaporosa, e invisible, errando en torno de sus tumbas o de sus moradas y
visitando a sus familiares. ¿Quien no reconocerá en esos manes a los Espíritus bajo la envoltura semimaterial
del periespíritu, que nos dicen estar entre nosotros bajo la forma que tenían de vivos? (Véase Penates.)
MANIFESTACION:
Acto por el cual un Espíritu revela su presencia. Las manifestaciones
son:
Ocultas: cuando no tienen nada de ostensible y el Espíritu se limita a
influir sobre el pensamiento;
Patentes: cuando son apreciables por los sentidos;
Físicas: cuando se traducen en fenómenos materiales, tales como ruidos,
movimiento y desplazamiento
de objetos, etc.;
Inteligentes: cuando revelan un pensamiento (véase Comunicación);
Espontáneas: cuando son independientes de la voluntad y tienen lugar sin
que ningún Espíritu sea
llamado;
Provocadas: cuando son el efecto de la voluntad, del deseo o de una
evocación determinada; y Aparentes: cuando el Espíritu se produce a la
vista (véase Aparición.)
MATERIALISMO : sistema adoptado por los que piensan que en el hombre todo es materia y que nada
sobrevive a la destrucción del cuerpo. Nos parece inútil refutar esta opinión, que, por otra parte, es solo
personal de algunos individuos y no constituye doctrina en parte alguna. Si por el razonamiento no se puede
demostrar la existencia del alma, las manifestaciones espiritistas son de ella una prueba patente. Gracias a
estos fenómenos, asistimos, en cierto modo, a todas las peripecias de la vida de ultratumba. El materialismo,
que se funda no más en una negación, no puede resistir a la evidencia de los hechos. Por ello la doctrina
espiritista ha salido victoriosa frecuentemente, aun entre aquellos que habían resistido a toda otra clase de
argumentos. La vulgarización de! Espiritismo es el medio más poderoso para extirpar esa plaga de las
sociedades civilizadas.
MEDIUM (de1latín medium, mediador, intermediario): persona accesible a la influencia de los
Espíritus, y más o menos dotada de la facultad de recibir y de transmitir sus comunicaciones. El médium es
para los Espíritus un agente intermediario, o un instrumento más o menos cómodo, según la naturaleza o el
grado de la facultad mediadora. Esta facultad atañe a una disposición orgánica especial, susceptible de
desarrollo. Se distinguen muchas variedades en la mediumnidad, según su aptitud particular para tal o cual
modo transmisivo, o tal o cual género de comunicación.
METEMPSICOSIS (del griego meta, cambio, en, dentro, y psyké, alma): transmigración del alma de
uno a otro cuerpo. “El dogma de la metempsicosis es de origen indio. De la India pasó a Egipto, de donde,
más tarde, lo importó Pitágoras a Grecia. Los discípulos de este filósofo enseñan que el Espíritu, cuando se
ha librado de los lazos corporales, va a la mansión de los muertos a esperar, en un estado intermediario más o
menos largo, el momento oportuno para animar otro cuerpo de hombre o de animal, hasta que, obtenida su
purificación, vuelve a la fuente de la vida.” El dogma de la metempsicosis, como se ve, se basa sobre la
individualidad y la inmortalidad del alma, y contiene la doctrina de los Espíritus sobre la reencarnación y la
erraticidad. Pero hay entre la metempsícosis india y la doctrina de la reencarnación, tal como se nos la enseña hoy día, una diferencia capital: la de que la primera admite la transmigración del alma al cuerpo de los
animales, lo que sería una degradación, y que esta transmigración se opera solamente en la tierra. Los
Espíritus nos dicen, por el contrario, que la reencarnación es un progreso incesante, que las diferentes
existencias pueden cumplirse, sea en la tierra, sea en otro mundo de orden superior, y esto, como dice
Pitágoras, “hasta que la purificación se haya alcanzado”.
MITOLOGIA (del griego mythos, mito, y logos, discurso): historia fabulosa de las divinidades
paganas. Se comprende también bajo este nombre, la historia de todos los seres extrahumanos, que, bajo
distintas denominaciones, sucedieron a los dioses de la Edad Media. Así han resultado las mitologías
escandinava, teutónica, céltica, escocesa, irlandesa, etc.
MUERTE: nihilación de las fuerzas vitales del cuerpo por el agotamiento de los órganos. Privado el
cuerpo del principio de la vida orgánica, el alma se desprende de él y entra en el mundo de los Espíritus.
MUNDO CORPORAL: conjunto de los seres inteligentes que tienen cuerpo material.
MUNDO ESPIRITUAL O MUNDO DE LOS ESPIRITUS: Conjunto de seres inteligentes despojados
de su envoltura material. El mundo de los Espíritus es el mundo normal, primitivo, preexistente y
superviviente a todo. El estado corporal, no es, para los Espíritus, sino transitorio y pasajero. Estos cambian
de cuerpo como nosotros de traje; cuando tienen uno desgastado por el uso, lo cambian por otro nuevo.
NECROMANCIA (del griego nekros, muerte, y manteia, adivinación): arte de evocar las almas de los
muertos, para obtener de ellas revelaciones. Por extensión, se aplica ese nombre a todos los medios de
adivinación, y se califica de necromántico al que ejerce la profesión de agorero. La necromancia, en la
verdadera acepción de la palabra, ha debido ser, sin duda alguna, uno de los primeros medios empleados en
tratar de descifrar lo futuro. Según la creencia vulgar, las almas de los muertos debían ser los principales
agentes en los otros métodos de adivinación, tales como la quiromancia (adivinación por el examen de la
mano), la cartomancia (adivinación por el juego de los naipes), etcétera. Los abusos y el charlatanismo han
desacreditado la necromancia no menos que la magia.
NOCTAMBULO, NOCTAMBULISMO (del latín nox, noctis, noche, y ambulare, andar, pasear):
aquel que anda o pasea, durmiendo, durante la noche; sinónimo de sonámbulo. Esta última palabra es
preferible, teniendo en cuenta que noctámbulo y noctambulismo, no implican, de ningún modo, la idea de
sueño.
ORACULO (del latín os. oris. la boca): respuesta de los dioses a las preguntas que se les hacían según
las creencias paganas; se les dio ese nombre a tales respuestas, porque generalmente eran transmitidas por la
boca de las pitonisas (véase esta palabra). Por extensión, se aplicaba el nombre de oráculo al que pronunciaba
las respuestas de los dioses, y a toda otra clase de medios empleados para conocer el porvenir. Todo
fenómeno extraordinario que hería la imaginación, se atribuía a expresión de la voluntad de los dioses y se
convertía en oráculo. Los sacerdotes paganos, que no desperdiciaban ocasión para explotar la credulidad, se
hacían los intérpretes de los oráculos, y consagraban a ello templos, donde se celebraban con gran
solemnidad pomposas ceremonias. A éstas asistían los fieles, quienes aportaban valiosas ofrendas con la
quimérica esperanza de conocer el porvenir. La creen cía en los oráculos tiene su origen, evidentemente, en
las comunicaciones espiritistas que el charlatanismo, la concupiscencia y el deseo de dominación rodearon de
prestigios, y que nosotros vemos hoy en toda su simplicidad.
PARAISO (del griego paradeizos, jardín, vergel): morada de los Bienaventurados. Los antiguos lo
colocaban en la parte de los Infiernos, llamada Campos Elíseos (Véase Infierno); los pueblos modernos lo
colocan en las regiones elevadas del espacio. Esta palabra es sinónima de cielo, tomada en la misma acepción
con esta diferencia: que la palabra cielo va unida a la idea de una beatitud infinita, mientras que la de paraíso,
despierta la de un lugar de goces algo materiales.
Se dice ‘subir al cielo”, “descender al infierno”, fundándose estas expresiones en la creencia primitiva,
fruto de la ignorancia, de que el Universo está formado de esferas concéntricas, de las que la tierra ocupa el
centro. En estas esferas denominadas cielos, es donde se ha colocado la morada de los justos. De aquí la
expresión “quinto cielo”, “sexto cielo”, para expresar los diversos grados de la beatitud. Pero desde que la
ciencia dirigió su mirada indagadora a las profundidades etéreas, esos cielos no tienen razón de ser. Hoy
sabemos que el espacio no tiene límites; que está sembrado de un numero infinito de globos, entre ellos el
nuestro, que no tienen asignado lugar alguno de preferencia, y que en la inmensidad no hay alto ni bajo. El
sabio, no viendo en todas partes sino el espacio infinito poblado de mundos innumerables, ni hallando
tampoco en las entrañas de la tierra el lugar del Infierno, pues sólo ha descubierto capas geológicas sobre las
cuales está escrita con caracteres irrefragables la historia de su formación, ha concluido por dudar del Cielo y
del Infierno; y de ahí a la duda absoluta, no hay más que un paso.
La doctrina ensenada por los Espíritus superiores, esta de acuerdo con la ciencia. No contiene nada que
repugne a la razón, y la confirman los conocimientos adquiridos. La mansión de los Buenos, nos dice, no está
en los cielos ni en las pretendidas esferas de que rodeó a nuestro globo la ignorancia; está en todas partes,
porque en todas hay buenos Espíritus: en el espacio, mansión de los errantes; en los mundos más perfectos,
mansión de los reencarnados. El Paraíso terrestre, los Campos Elíseos, cuya primitiva idea proviene del conocimiento intuitivo que le fue dado al hombre sobre este estado de cosas, que su ignorancia y sus
prejuicios han reducido a mezquinas proporciones, se extiende a lo infinito. Y en lo infinito hallan también
los malos el castigo de sus faltas en su propia imperfección, en sus sufrimientos morales, en la presencia
inevitable de sus víctimas: castigos más terribles que las torturas físicas, incompatibles con la doctrina de la
inmaterialidad del alma. Esta nos los muestra expiando sus errores por las tribulaciones de nuevas existencias
corporales que cumplen en mundos imperfectos; no en un lugar de eternos suplicios en el que nunca se divisa
la esperanza. ¡Allí está el Infierno; en eso consisten sus penas! ¡Cuántos hombres nos han dicho que, si
desde su infancia se les hubiera hablado así, no hubieran dudado ni un instante!
La experiencia nos enseña que los Espíritus no desmaterializados lo bastante, están bajo el imperio de las
ideas y prejuicios de la existencia corporal. Por lo tanto, aquellos que en sus comunicaciones no discrepan de
las ideas cuyo error es evidente, prueban, con ese sólo hecho, su ignorancia y su inferioridad moral.
PENAS ETERNAS: Los Espíritus superiores nos enseñan que sólo el bien es eterno, porque es la
esencia de Dios, y que el mal, por cruento que sea, tiene fin. Por una consecuencia de este principio,
combaten la doctrina de la eternidad de las penas corno contraría a la idea que Dios nos da de su justicia y de
su bondad. Pero la luz no se hace para los Espíritus que en razón de su bondad y elevación, no necesitan de
ella; sino para aquellos otros que gravitan aún en los rangos inferiores cuyas ideas les obscurece materia. El
porvenir, para estos tales está cubierto con denso velo; no ven sino el presente: están en la situación del
hombre que asciende por una montaña, de la que no ve la cima, porque la niebla se extiende sobre su cabeza,
ni ve la base, porque lo altibajos del terreno limitan su visión. Para descubrir todo el horizonte y poder juzgar
del camino recorrido y del que falta recorrer, precisa llegar a la cumbre. Los Espíritus imperfectos no
perciben el término de sus sufrimientos; creen que han de sufrir siempre, y este pensamiento es otro castigo
para ellos. Si, pues, ciertos Espíritus nos hablan de penas eternas, es porque, por su propia inferioridad y por
lo que sufren, creen en ellas.
PENATES (del latín penitüs, interior, que esta dentro, formado de penus, lugar retirado, lugar oculto):
Dioses domésticos de nuestros antepasados, llamados así, porque se les colocaba en el lugar más retirado de
la casa.
PERIESPÍRITU (del peri, alrededor, y spiritus, espíritu). Envoltura semimaterial del Espíritu cuando está
separado del cuerpo. El Espíritu la toma del mundo en que se halla y la cambia al pasar de uno a otro mundo;
es más o menos sutil, según la naturaleza de cada globo. El periespíritu puede tomara todas las formas que
quiera el Espíritu: ordinariamente afecta la que tenía en su última existencia corporal.
Aunque de naturaleza etérea la substancia del periespíritu es susceptible de ciertas modificaciones que la
hacen perceptible a nuestra vista. Así sucede en las apariciones. Con su unión con el fluido de ciertas
personas, puede convenirse temporalmente en tangible, es decir, ofrecer al tacto la resistencia de un cuerpo
sólido, como se ve en las apariciones estereotitas o palpables.
La naturaleza íntima del periespíritu no es todavía conocida; pero se puede suponer que la materia de los
cuerpos está compuesta de una parte sólida y grosera y de otra sutil y etérea, y que la primera es la sola que
sufre los efectos de la descomposi ción producida por la muerte, mientras que la segunda persiste y acompaña
al Espíritu. De este modo, el Espíritu tendría un doble envoltura: la muerte no le despojada sino de la más
grosera, y la segunda, que constituirla el periespíritu, conservaría la huella y la forma de la primera, de la que
seria como la sombra; mas su naturaleza, esencialmente vaporosa, permitiría al Espíritu modificarla a su
gusto, y hacerla visible o invisible, palpable o impalpable.
El periespíritu es al Espíritu lo que el perisperma es al germen del fruto. La almendra, despojada de su
envoltura leñosa, encierra bajo la envoltura delicada del perisperma.
PITIA PITONISA: sacerdote o sacerdotisa de Apolo Piton, en Delfos, así llamado de la serpiente pitón
que Apolo mato. La pitia daba oráculos, pero, como no siempre eran inteligentes, los sacerdotes se
encargaban de interpretarlos, según las circunstancias (Véase Sibila.)
PNEUMATOFONIA (de pneuma y phoné, sonido, voz): comunicación verbal y directa de los Espíritus
sin el concurso de los órganos de la voz. Sonidos o palabras que hacen oír en el aire y que parece repercuten
en nuestros oídos (véase Psicofonía).
Nota. Nosotros no empleamos la palabra Pneumatología, porque tiene una acepción científica
determinada, y porque esta palabra sería impropia, puesto que se trata de sonidos vagos no articulados.
PNEUMATOGRAFIA (del gr. pneuma, aire, aliento, soplo, espíritu, y grapho, yo escribo): escritura
directa de los Espíritus sin el concurso de la mano de un médium (véase Psicografía.)
POLITEISMO (del griego polus, muchos, y theos, Dios): Religión que admite muchos dioses. En los
pueblos antiguos, la palabra dios sugería la idea de potencia; para ellos, toda potencia superior a lo vulgar
era un dios: los mismos hombres que hacían grandes cosas, se convertían en dioses. Los Espíritus,
manifestándose por efectos que les parecían sobrenaturales, eran, a sus ojos, otras tantas divinidades, entre
las que es imposible dejar de reconocer a nuestros Espíritus, en toda su escala, desde los golpeadores hasta
los superiores. En los dioses de forma humana, que se trasladaban a través del espacio, cambiaban de forma y
se hacían visibles o invisibles a voluntad, se reconocen todas las propiedades del periespíritu. En las pasiones
que se les atribuían, reconocerse los Espíritus todavía apegados a los goces y estímulos materiales. Sus
manes, sus lares y sus penates, son nuestros Espíritus familiares, nuestros genios tutelares. El conocimiento
de las manifestaciones espiritistas, es, pues, la fuente del politeísmo; pero, desde la más remota antigüedad,
los hombres ilustrados formaron juicio sobre estos pretendidos dioses, y dándoles un positivo valor,
reconocieron en ellos los hijos de un Dios supremo, soberano señor del mundo. El Cristianismo, confirmando
la doctrina de la unidad de Dios e iluminando a los hombres con la sublime moral del Evangelio, ha marcado
una nueva era en la marcha ascendente de la humanidad. Sin embargo, como los Espíritus no han cesado de
manifestarse, los hombres los han hecho genios o hadas, en vez de dioses.
POSEIDO, POSESO. Según la idea que entraña este nombre, el poseído es aquel en quien un demonio
ha tomado posesión. “El demonio le posee”, significa: “El demonio se ha hecho dueño de su cuerpo.” (Véase
Demonio). Tomando la palabra demonio, no en el sentido vulgar, sino en el de Espíritu malo, Espíritu
impuro. Espíritu maléfico, Espíritu imperfecto..., se trataría de averiguar si un Espíritu de tal naturaleza
puede convivir en el cuerpo de un hombre, con aquel que está en él encarnado, o si puede substituirle. En este
último caso cabe preguntar qué se hace del alma expulsada. La doctrina espiritista dice que el Espíritu unido
al cuerpo no puede separarse definitivamente de él sino por la muerte; que otro Espíritu no puede suplantarle
ni estar unido al cuerpo simultáneamente con aquél; pero dice también que un Espíritu imperfecto puede
unirse a un Espíritu encarnado y dominarle, dominando en su pensamiento, si éste último no tiene la fuerza
necesaria para resistir, para repelerle, para rechazar tal o cual idea, para negarse a obrar en tal o cual sentido,
en cuyo caso queda, por decirlo así, esclavizado por su influencia. Por lo tanto, no hay posesión en el sentido
absoluto de la palabra, pero sí hay subyugación; no se trata de desalojar un mal Espíritu, pero sí se trata,
sirviéndonos de una comparación material, de echarle de nuestro lado, lo que no siempre se consigue en el
momento que se quiere. Por lo demás, hay gentes que se complacen en una dependencia que halaga sus
gustos y sus deseos.
La superstición vulgar atribuye a la posesión diabólica ciertas enfermedades que no tienen otra causa que
una alteración de los órganos. Esta creencia estaba muy extendida entre los judíos: para ellos, curar tales
enfermedades era echar fuera los demonios. Cualquiera que sea la causa de la enfermedad, si la curación se
efectúa, no pierde nada la potencia de aquel que la opera. Jesús y sus discípulos podían decir, sirviéndose del
lenguaje vulgar, que echaban fuera los demonios, porque hablando de otro modo, ni hubieran sido
comprendidos, ni, probablemente, creídos. Una cosa puede ser verdadera y falsa, según el sentido que se dé a
las palabras. Las más grandes verdades pueden parecer absurdas, cuando se atiende solamente a la forma de
exponerlas.
PLEGARIA: La plegaria es una invocación, y en ciertos casos, una evocación por la cual uno atrae a si a
tal o cual Espíritu. Cuando la plegaria se dirige a Dios, Dios nos envía sus mensajeros, los Buenos Espíritus.
La plegaria no puede desviar los decretos de la Providencia; pero por ella pueden venir en nuestra ayuda los
Buenos Espíritus, sea para darnos la fuerza moral que nos haga falta, sea para sugerirnos los pensamientos
convenientes. De aquí proviene el alivio que uno experimenta cuando ha orado con fervor; de aquí proviene
también el alivio que obtienen los Espíritus en sufrimiento cuando se ruega por ellos. Ellos mismos nos piden
las plegarias en la forma que les es más familiar y que está más en relación con las ideas que han conservado
de su existencia corporal; pero la razón, de acuerdo en esto con los Espíritus, nos dice que la plegaria que
brota de los labios, y no del corazón, es una vana fórmula que carece de todo valor positivo.
PRUEBAS: vicisitudes de la vida corporal por las cuales los Espíritus se depuran, según la manera cómo
las soportan. En sentir de la doctrina espiritista, el Espíritu desprendido del cuerpo reconoce su imperfección;
elige por si mismo, en uso de su libre albedrío, el género de pruebas que considera más apropiado a su
adelanto, y se somete a él en su nueva existencia. Si elige una prueba superior a sus fuerzas sucumbe y
retrasa su progreso.
PSICOFONIA (del griego psyké, alma, y phonos, sonido o voz): transmisión del pensamiento de los
Espíritus por la voz de un médium parlante
PSICOGRAFIA (del griego psyké, mariposa, alma, y grapho, yo escribo): transmisión del pensamiento
de los Espíritus por medio de la escritura trazada por la mano de un médium. En la mediumnidad escribiente,
la mano es el instrumento; pero su alma, o el espíritu encarnado en él. es el intermedio (Véase
Pneumatografía).
Psicografía inmediata o directa: cuando el médium escribe por sí, teniendo el lápiz como para la
escritura ordinaria.
Psicografia mediata o indirecta: cuando el lápiz es adaptado a un objeto cualquiera, que sirve, en cierto
modo, de apéndice a la mano, como una cestita, una planchita de madera, etc.
PSICOLOGIA: disertación sobre el alma: ciencia que trata de la naturaleza del alma. Esta palabra
indica, respecto al médium parlante, lo que la psicografía respecto al médium escribiente; es decir, la
transmisión del pensamiento de los espíritus por medio de la voz de un médium; pero como tiene una
acepción consagrada y perfectamente definida, no es conveniente darle otra (véase Psicofonía).
PUREZA ABSOLUTA: Estado de los Espíritus del primer orden o Espíritus puros; aquellos que han
recorrido todos los grados de la escala y no tienen ya que reencarnar.
PURGATORIO (del latín purgatorium, formado de purgare, purgar; raíz purus, que deriva del griego
pyr, pyros, fuego, emblema antiguo de la purificación): según la Iglesia católica, lugar de expiación temporal
para las almas que tienen aún que purificarse de algunas escorias. La Iglesia no precisa de una manera
concreta dónde se encuentra el purgatorio: le admite en cualquiera parte del espacio, quizás a nuestro lado.
Tampoco se explica con mayor claridad acerca de la naturaleza de las penas que en él se sufren, aunque
considera que son más morales que físicas. Dice, empero, que hay en él fuego; pero la alta Teología reconoce
que esta palabra debe tomarse en sentido figurado y como emblema de la purificación.
La enseñanza de los Espíritus es mucho más explícita. Rechazan, es verdad, el dogma de la eternidad de
las penas (véanse Infierno, Penas eternas); pero admiten una expiación temporal más o menos larga, que no
es otra cosa, salvo el nombre, que el purgatorio. Esta expiación tiene lugar por los sufrimientos morales del
alma en el estado errante. Los Espíritus errantes están por todas partes: en el espacio, a nuestro lado,
dondequiera, como dice la Iglesia. Esta admite en el purgatorio ciertas penas físicas, y el Espiritismo dice que
el Espíritu se depura, se purga de sus impurezas en sus existencias corporales. Los sufrimientos y las
tribulaciones de la vida son expiaciones y las pruebas por las cuales se eleva; de donde resulta que en el
mundo estamos en pleno purgatorio. Lo que la doctrina católica deja en la vaguedad, los Espíritus lo
precisan, lo hacen tocar con el dedo y ver con el ojo. Los Espíritus que sufren, pueden, pues, decir que están
en el purgatorio, sirviéndose de nuestro lenguaje. Si por razón de su inferioridad moral no les es dado ver el
término de sus sufrimientos, dirán que están en el infierno (véase Infierno).
La Iglesia admite la eficacia de las preces para las almas del purgatorio; los Espíritus nos dicen que por la
plegaria se atrae a los buenos Espíritus, que dan a los débiles la fuerza moral que les hace falta para soportar
sus pruebas. Los Espíritus en sufrimiento, pueden, pues, pedir sufragios, sin que haya en ello contradicción
con la doctrina espiritista; porque, según lo que sabemos de los diferentes grados de Espíritus,
comprendemos que los haya que los pidan según la forma que en vida les era familiar (véase Plegaria).
La Iglesia no admite más que una existencia corporal, después de la cual, la suerte del hombre es
irrevocablemente fijada por toda la eternidad. Los Espíritus nos dicen que una sola existencia, cuya duración,
frecuentemente abreviada, es menos que un segundo comparada con la eternidad, no le basta al alma para
purificarse completamente, y que Dios, en su justicia, no condena sin remisión al que no ha dependido de él
no estar lo suficientemente instruido sobre el bien para practicarlo. Su doctrina concede al alma la facultad de
cumplir en una serie de existencias lo que no pudo realizar en una sola. Esta es la principal diferencia. Pero si
se escrutan con cuidado los principios dogmáticos, y se le hace la parte debida a lo figurado, muchas de las
contradicciones aparentes se desvanecen al instante.
REENCARNACION: retorno del Espíritu a la vida corporal. La reencarnación puede tener lugar
inmediatamente después de la muerte, o pasado un lapso de tiempo más o menos largo, durante el cual, el
Espíritu esta errante; y puede reencarnarse en la Tierra o en otras esferas, pero siempre en un cuerpo humano,
y no en el de un animal. La reencarnación es progresiva o estacionaria; nunca retrógrada. En las nuevas
existencias corporales, el Espíritu puede descender en posición social, pero no como Espíritu; lo que equivale
a decir que de señor puede descender a servidor, de príncipe a obrero manual, de rico a pordiosero, lo que no
impide que siga progresando en ciencia y en moralidad. De este modo, el perverso puede convertirse en
santo, pero no el santo en hombre perverso.
Los Espíritus imperfectos, que están todavía bajo la influencia de la materia, no siempre tienen ideas
claras y concretas sobre la reencarnación, y el modo como se explican se resiente de su ignorancia y de sus
prejuicios terrestres, poco más o menos como sucedería con un patán a quien se preguntara si era la Tierra la
que giraba en torno del Sol o éste en torno de la Tierra. No tienen de sus existencias anteriores sino un
confuso recuerdo, y el porvenir está para ellos vacuo. El recuerdo de las existencias pasadas se va elucidando a medida que el Espíritu progresa. Algunos Espíritus hablan todavía de las esferas concéntricas que rodean la
Tierra y en las que el Espíritu se eleva gradualmente hasta llegar al séptimo cielo, que es, para ellos, el
apogeo de la perfección. Pero, en medio mismo de la diversidad de expresiones y de la rareza de las figuras,
una observación atenta permite fácilmente descubrir un pensamiento dominante; el de las pruebas sucesivas
porque ha de pasar el Espíritu y el de los diversos grados que ha de alcanzar para obtener la perfección y la
suprema felicidad. Frecuentemente las cosas nos parecen contradictorias por no haberlas sondado a fondo.
SATAN, SATANAS (del hebreo chaitân, adversario, enemigo de Dios): el jefe de los demonios. Este
nombre es sinónimo de Diablo, con la diferencia de que Diablo pertenece más al lenguaje familiar que no
Satán o Satanás. Por otra parte, según la idea que se adscribe a la palabra, Satanás es un ser único, el genio
del mal, el rival de Dios; mientras Demonio, adquiere un carácter genérico que se aplica a todos los
demonios. De manera que mientras Satanás es solo uno, los diablos o demonios son muchos. Según la
doctrina espiritista, Satanás no es un ser particular, porque Dios no tiene rival que pueda competir con El de
potencia a potencia: es la personificación alegórica de todos los malos Espíritus (véanse Diablo, Demonio).
SEMATOLOGIA (del griego sema, semato, signo, y logos discurso): transmisión del pensamiento de
los Espíritus por medio de signos, tales como percusiones, golpes, movimientos de objetos, etcétera (véase
Tiptología).
SERAFIN (véase Angeles).
SIBILA (del griego éolien, sios, empleado por theos, Dios, y léonti, consejo: consejo divino): profetisas
que pronunciaban oráculos que nuestros antepasados creían inspirados por la Divinidad. Haciendo la parte
correspondiente al charlatanismo y al prestigio de que las rodeaban los que las explotaban, se reconocen en
las sibilas y pitonisas todas las facultades de los sonámbulos, de los extáticos y de ciertas mediumnidades.
SIBILA (del griego éolien, sios, empleado por theos, Dios, y léonti, consejo: consejo divino): profetisas
que pronunciaban oráculos que nuestros antepasados creían inspirados por la Divinidad. Haciendo la parte
correspondiente al charlatanismo y al prestigio de que las rodeaban los que las explotaban, se reconocen en
las sibilas y pitonisas todas las facultades de los sonámbulos, de los extáticos y de ciertas mediumnidades.
SILFIDES, SILFOS: Según la mitología de la Edad Media, los silfos eran los genios del aire, como los
gnomos lo eran de la tierra y las ondinas de las aguas. Se les representaba bajo forma humana semivaporosa,
con ademanes graciosos, y las alas transparentes con que se les dotaba, eran el emblema de la rapidez con
que recorrían el espacio. Se les atribuía el poder de hacerse visibles o invisibles, a voluntad; su carácter era
dulce y bienhechor. “No dudéis de la multitud de silfos ligeros que tenéis a vuestras órdenes. Continuamente
ocupados en recoger vuestros pensamientos, apenas pronunciáis una palabra, se apoderan de ella y la repiten
en torno vuestro. Su ligereza es tan grande, que recorren mil pasos en un segundo. Son las sílfides de
Paracelso y de Gabalis.” (A. Martín.)
La creencia en las sílfides tiene su origen evidente en las manifestaciones espiritistas, son éstas de los
Espíritus de un orden inferior, ligeros, pero bondadosos.
SONAMBULISMO (del latín somnus, sueño, y ambulare, andar, pasearse): estado de emancipación del
alma más completo que en el ensueño (véase Ensueño).
El ensueño es un sonambulismo imperfecto: en el sonambulismo la lucidez del alma, es decir, la facultad
de ver, que es uno de los atributos de su naturaleza, está más desenvuelta. Ve las cosas con más precisión,
con más nitidez, y el cuerpo puede obrar bajo la impulsión de la voluntad del alma.
El olvido absoluto en el momento de despertar, es uno de los signos característicos del verdadero
sonambulismo y revela que la independencia del alma y del cuerpo es más completa que en el ensueño.
Sonambulismo magnético o artificial: el que es provocado por la acción que una persona ejerce sobre
otra por medio del fluido magnético que desparrama sobre ella.
Sonambulismo natural: el espontáneo que se produce sin provocación y sin la influencia de ningún
agente externo.
ENSUEÑO: efecto de la emancipación del alma durante el sueño. Cuando los sentidos quedan
aletargados, se relajan los lazos que unen el alma al cuerpo, y aquélla queda más libre, recobra en parte sus
facultades de Espíritu y entra más fácilmente en comunicación con los seres del mundo incorpóreo. El
recuerdo que conserva el despertar de lo que ha visto en otros medios y en otros mundos, o en sus existencias
pasadas, constituye el ensueño propiamente dicho. Este recuerdo, no siendo sino parcial, casi siempre
incompleto y mezclado con recuerdos de la vigilia, da por resultado, en la ilación de los hechos, soluciones
de continuidad que rompen la trabazón y producen esos conjuntos extraños que parecen sin sentido; poco
más o menos que lo que ocurriría con la descripción de un hecho de la que de tanto en tanto se eliminaran
frases o fragmentos
SOMNILOQUIO (del latín somnus, sueño, y loqui, hablar): estado de emancipación del alma,
intermediario entre el sueño y el sonambulismo natural. Los que hablan soñando son somnílocuos.
SUEÑO MAGNETICO: El fluido magnético, obrando sobre el sistema nervioso, produce en ciertas
personas un efecto que se ha comparado al sueño natural, pero que difiere esencialmente de él bajo varios
aspectos. La principal diferencia consiste en que, en este estado, el pensamiento queda enteramente libre, el
individuo tiene una perfecta conciencia de sí mismo y el cuerpo puede obrar como en el estado normal, lo
que revela que la causa del sueño magnético no es la misma que la del sueno natural; pero el sueño natural es
un estado transitorio que precede siempre al sueño magnético, y la transición del uno al otro es un verdadero
despertar del alma.
Por esta razón, los que son sometidos por primera vez al sueño magnético, responden casi siempre que
no, cuando se les pregunta: ¿Dormís? Y, en efecto: puesto que ven y piensan libremente, para ellos no es
dormir lo que hacen, en la acepción vulgar de la palabra.
SUEÑO NATURAL: suspensión momentánea de la vida de relación: abotargamiento de los sentidos
durante el cual quedan interrumpidas las relaciones del alma con el mundo exterior por medio de los órganos.
SUPERSTICION: Por absurda que sea una idea supersticiosa, se basa casi siempre en un hecho real al
que la ignorancia ha desnaturalizado exagerándolo o interpretándolo torcidamente. Seria un error creer que
vulgarizar el conocimiento de las manifestaciones espiritas, es propagar las supersticiones. Una de dos cosas:
o estos fenómenos son una quimera, o son reales. En el primer caso, no hay para qué combatirlos; pero sí existen, como lo demuestra la experiencia, nada impedirá que se produzcan. Como sería pueril atacar los
hechos positivos, lo que importa es estudiarlos e interpretarlos cuerdamente, evitando así la torcida
interpretación que pudo darles y puede darles la ignorancia. Sin duda alguna estos hechos fueron, en los
siglos pasados, la fuente de una multitud de supersticiones, al igual que todos los fenómenos naturales cuya
causa les era desconocida; pero, así como el progreso de las ciencias positivas ha ido eliminando poco a poco
buen número de aquellas, así la ciencia espirita, mejor conocida, hará desaparecer las restantes.
Los adversarios del Espiritismo se apoyan en el peligro que ofrecen estos fenómenos para la razón.
Todas las causas que pueden impresionar las imaginaciones débiles, pueden producir la locura. Lo que
precisa, ante todo, es curar del miedo; y no es el mejor medio para llegar a esto exagerar el peligro haciendo
creer que todas las manifestaciones son obra del diablo. Aquellos que propagan esta creencia con el propósito
de desacreditar la cosa, perjudican completamente su objeto, primero, porque asignar una causa cualquiera a
los fenómenos espiritistas, es reconocer su existencia; y después, porque queriendo persuadir de que el diablo
es el único agente, se lastima de un modo grave la moral de ciertos individuos. Como con tales propagandas
no se impedirá que las manifestaciones se produzcan, aun entre aquellos que no las quisieran, éstos no verán
en torno suyo sino diablos y demonios aun en los efectos más simples, que tomarán por manifestaciones
diabólicas; y con tal estado de ánimo, no es difícil que sobrevenga una perturbación mental. Acreditar este
temor es, pues, propagar y no curar el miedo; y esto es un verdadero daño: esto es fomentar la superstición.
TAUMATURGO (del griego thauma, thaumatos, maravilla, y ergon, obra): factor de milagros: San
Gregorio taumaturgo. Se aplica algunas veces, por irrisión, a los que, con motivo o sin él, se vanaglorian de
tener poder para producir fenómenos violando las leyes de la naturaleza. En este sentido califican algunos de
taumaturgo a Swedenborg.
TELEGRAFIA HUMANA: comunicación a distancia entre dos personas vivas que se evocan
recíprocamente. Esta evocación provoca la emancipación del alma o del Espíritu encarnado que se comunica
por la escritura o por cualquier otro medio Los Espíritus nos dicen que la telegrafía humana será un medio
usual de comunicación, cuando los hombres sean más morales, menos egoístas y menos apegados a las cosas
materiales Entretanto, sólo será un privilegio de las almas escogidas.
TIPTOLOGIA (del griego typto, golpe, y logos, discurso): comunicación inteligente de los Espíritus
por medio de percusiones o golpes.
Tiptología por movimiento: cuando los golpes los da un objeto cualquiera que se mueve, como, por
ejemplo, una mesa que golpea con las patas por un movimiento de báscula.
Tiptología intima o pasiva: cuando los golpes se perciben en el cuerpo mismo de un objeto
completamente inmóvil.
Tiptología alfabética: cuando los golpes dados marcan las letras del alfabeto cuya reunión forma
palabras y frases. Puede producirse por los medios antedichos.
La tiptología es un medio de comunicación muy imperfecto en razón de su lentitud, que no permite
desarrollos tan extensos como los que pueden obtenerse por la psicografía o la psicofonía. (Véanse estas
palabras.)
TODO (EL) UNIVERSAL, el gran Todo: según opinión de ciertos filósofos, no hay más que un alma
universal, de la que cada uno de nosotros posee una parcela. A la muerte, toda: estas almas particulares se
reincorporan al alma universal sin conservar su individualidad, como las gotas de la lluvia se confunden en
las aguas del Océano. Esta fuente común es para ellos el gran Todo, el Todo universal Esta doctrina es tan
desconsoladora como el materialismo, porque, no persistiendo la individualidad después de la muerte, es
absolutamente igual existir, como no existir. El Espiritismo es una prueba patente de lo contrario. Pero la idea
del gran Todo no implica necesariamente la de la fusión de los seres en uno solo. El soldado que vuelve a su
regimiento, entra en un todo colectivo y no por ello deja de conservar su individualidad. Lo mismo pasa con
las almas que entran en el mundo de lo Espíritus, que, para ellas, es, igualmente, un todo colectivo: el Todo
universal. En este sentido es como debe entenderse esta expresión en el lenguaje de ciertos Espíritus.
TRANSMIGRACION, (véanse Reencarnación, Metempsicosis.)
TRASGO, (del italiano strega, duende): según la creencia vulgar, espíritu que atormenta a los vivos,
principalmente durante la noche
Se puede comprender bajo esta denominación a ciertos Espíritus ligeros, mejor revoltosos y maliciosos
que malignos, que se complacen en hacer experimentar pequeñas vejaciones y pequeñas contrariedades. Son
ignorantes, enredones y mentirosos; los niños terribles del mundo espirita. Su lenguaje es con frecuencia
espiritual, mordaz y satírico: rara vez grosero; les place la bufonada, el chiste, y simpatizan con las personas
de carácter ligero. Seria perder el tiempo y exponerse a ridículos desengaños, hacerles preguntas sobre
asuntos serios.
VIDENCIA, VIDENTE: aquel que está dotado de la segunda vista. Algunas personas designan con este
nombre a los sonámbulos magnéticos, para mejor caracterizar la lucidez. Esta palabra, tomada en tal sentido,
no está mejor adaptada que la de invisible, aplicada a los Espíritus: tiene el inconveniente de no ser especial del estado sonambulico. Cuando se tiene una palabra para expresar una idea, es superfluo crear otra.
Conviene evitar, sobre todo, dar a las palabras otro sentido que aquel que se les ha consagrado.
VISION (véase Aparición.)
VISIONARIO: el que cree equivocadamente tener visiones o revelaciones; en sentido figurado, el que
tiene ideas locas y quiméricas. (Academia). Este nombre convendría perfectamente para designar a las
personas dotadas de segunda vista que tienen visiones reales, si no se hubiera consagrado para tomarlo en
mal sentido. Sin embargo, la necesidad de un nombre especial rara designar a las supradichas personas, es
evidente (véase Vidente.)
VISTA (SEGUNDA): efecto de la emancipación del alma que se manifiesta en el estado de vigilia:
facultad de ver las cosas ausentes como si estuvieran presentes. Los que están dotados de ella no ven por los
ojos, sino por el alma, que percibe la imagen de los objetos doquiera se transporte y por una especie de
miraje. Esta facultad no es permanente: ciertas personas la poseen sin saberlo, y les parece un efecto natural y
producido por lo que se llama visones.

CAPITULO I - ESCALA ESPIRITISTA
TERCER ORDEN. ESPIRITUS IMPERFECTOS
- Predominio de la materia sobre el espíritu. Propensión al mal. Ignorancia,
orgullo, egoísmo y todas las malas pasiones que son su secuela.
Tienen la intuición de Dios, pero no le comprenden.
No son todos esencialmente malos: hay algunos que son más ligeros, inconsecuentes y maliciosos, que
verdaderamente malos. Los hay que no hacen bien ni mal; pero por el solo hecho de no practicar el bien,
descubren su inferioridad Otros, por el contrario, se complacen en el mal, y quedan satisfechos cuando hallan
ocasión de hacerlo. Pueden unir 1a inteligencia a la maldad o a la malicia; pero cualquiera que sea su
desarrollo intelectual, sus ideas son poco elevadas, y sus sentimientos, más o menos abyectos.
Sus conocimientos sobre las cosas del mundo espirita, son limitados; y lo poco que de ellas saben, lo
confunden con su ideas y prejuicios de la vida corporal. No pueden darnos sino nociones falsas e
incompletas, y el observador atento, halla con frecuencia en sus comunicaciones, aunque imperfectas, 1a
confirmación de las grandes verdades enseñadas por los Espíritus superiores.
Su carácter se revela por su lenguaje. Todo Espíritu que en sus comunicaciones, disfraza un mal
pensamiento, puede clasificarse en el tercer orden. Por lo mismo, todo mal pensamiento que nos sea sugerido,
podemos creer que procede de un Espíritu de ese orden.
Ven, los tales, la felicidad de los buenos, y esta visión para ellos un tormento incesante, porque
experimentan todas las angustias que pueden producir la envidia y los celos. Conservan también el recuerdo
y la percepción de los sufrimientos de la vida corporal, y esta impresión es frecuentemente más penosa que la
realidad. Sufren, pues, verdaderamente por los males que han producido y que han hecho producir a otros; y,
como sufren durante mucho tiempo, creen que han de sufrir siempre. Dios, para castigarles, quiere que e sea
su creencia.
A los Espíritus imperfectos se les puede dividir en cuatro grupos principales, a saber:
Son inclinados al mal y lo hacen objeto de sus preocupaciones. Como Espíritus, dan consejos pérfidos,
sugieren la discordia y la desconfianza y adoptan todos los disfraces para engañar mejor. Se apegan a los
caracteres débiles que ceden a sus sugestiones, a fin de inducirles a su perdición, y quedan satisfechos con
poder retardar su progreso y con hacerles sucumbir en las pruebas que ellos sufren.
En las manifestaciones se les conoce por su lenguaje. La trivialidad y la grosería son en los Espíritus,
como en los hombres, indicio fidedigno de inferioridad moral, cuando no intelectual. Sus comunicaciones
descubren la bajeza de sus inclinaciones, y si quieren ocultarlo hablando de una manera sensata, no pueden
sostener por mucho rato su ficción y acaban siempre por delatar su origen.
Ciertos pueblos han convertido a tales Espíritus en divinidades maléficas; otros les designan con los
nombres de demonios, genios malos o Espíritus del mal.
Los seres que animan cuando están encarnados, son inclinados a todos los vicios que engendran las
pasiones viles y degradantes: la sensualidad, la crueldad, la estafa, la hipocresía, la concupiscencia, la
envidia, la avaricia sórdida... Hacen el mal por el placer de hacerlo, lo más frecuentemente sin motivo y por
odio al bien, y eligen sus víctimas, casi siempre, entre la gente más honorable. Son azote de la humanidad,
cualquiera que sea el rango social a que pertenezcan. El barniz de civilización que pueda cubrirles, no les
libra del oprobio y de la ignominia.
Son ignorantes, maliciosos, inconsecuentes y falaces. Se meten en todo, responden a todo, y no se
preocupan gran cosa de la verdad. Les gusta causar pequeñas penas y pequeñas alegrías, promover enredos, e
inducir maliciosamente a error, por mistificaciones y travesuras. A esta clase pertenecen los Espíritus
vulgarmente designados con los nombres de duendes, trasgos, gnomos, diablejos... Están bajo la dependencia
de los Espíritus superiores, que los emplean con frecuencia como nosotros empleamos a nuestros sirvientes o
peones.
Parecen estar, más que otros, apegados a la materia, y ser los agentes principales de las vicisitudes de los
elementos del globo, sea que habiten el aire, el agua, el fuego, los cuerpos duros o las entrañas de la tierra.
Manifiestan siempre su presencia por efectos sensibles, tales como golpes, movimientos y desplazamiento
anormal de objetas o cuerpos sólidos, agitación del aire, etc., lo que les ha valido el nombre de Espíritus
golpeadores o perturbadores. Se reconoce que estos fenómenos no son debidos a una causa fortuita y natural,
cuando tienen carácter intencional o inteligente. Todos los Espíritus pueden producir estos fenómenos pero los Espíritus elevados, en general, los dejan al cuidado de los Espíritus inferiores, más aptos para las cosas
materiales que para las espirituales.
En sus comunicaciones con los hombres, su lenguaje es, algunas veces, espiritual y atildado, pero casi
siempre sin meollo; usan mucho los equívocos, que emplean en frases mordaces y satíricas. Si se presentan
con nombres supuestos, es más por malicia que por maldad.
Sus conocimientos son muy extensos; pero creen saber más de lo que saben. Habiendo alcanzado
algún progreso desde distintos puntos de vista, su lenguaje es serio y puede inducir a error sobre sus
capacidades y sus luces; pero esto no es, frecuentemente, sino el reflejo de los prejuicios y de las ideas
sistemáticas de la vida terrestre: es una mezcolanza de algunas verdades con errores de monta, entre las que
flotan la presunción, el orgullo, los celos y la tenacidad en mantener sus tesis, de los que no han podido
despojarse.
No son, ni lo bastante buenos para hacer el bien, ni lo bastante malos para hacer el mal: se inclinan
igualmente hacia el uno y hacia el otro, y no se elevan por encima de la condición vulgar de la humanidad;
tanto en lo moral como en lo inteligente. Están apegados a las cosas de este mundo del que echan de menos
los goces groseros.
SEGUNDO ORDEN. ESPIRITUS BUENOS
Predominio del Espíritu sobre la materia, deseo del bien. Sus cualidades y su
poder para practicar el bien, están en razón directa con el grado a que han llegado: unos tienen experiencia,
otros sabiduría y bondad; los mas adelantados reúnen la sabiduría a las cualidades morales. No estando aún
completamente desmaterializados, conservan más o menos, según su rango, las huellas de la existencia
corporal, sea en la forma del lenguaje, sea en sus hábitos, en los que se descubren algunas de sus manías. Si
no fuera así, serían Espíritus perfectos.
Comprenden a Dios y lo infinito, y gozan de la felicidad de los buenos. Se regocijan del bien que hacen y
del mal que impiden. El amor que les une, es para ellos, fuente de dicha inefable que no alteran ni la envidia,
ni los pesares, ni los remordimientos, ni ninguna de las malas pasiones que constituyen el tormento de los
Espíritus imperfectos; pero todos tienen todavía pruebas que pasar, hasta que hayan alcanzado la perfección
absoluta.
Como Espíritus, suscitan buenos pensamientos, separan a los hombres de la senda del mal, protegen en la
vida a los que se hacen dignos, y neutralizan la influencia de los Espíritus imperfectos en aquellos que no se
complacen en sentirla.
Los que están encarnados son buenos y benévolos con sus semejantes; no les mueve el orgullo, ni el
egoísmo, ni la ambición; no se dejan dominar por la cólera, ni por el rencor, ni por la envidia, ni por los
celos, y hacen el bien por el bien mismo.
A este orden pertenecen los Espíritus que en las creencias vulgares se designan con los nombres de
genios protectores, Espíritus de bondad. En los tiempos de ignorancia y de superstición, se les convirtió en
divinidades protectoras.
Se les puede subdividir, también, en cuatro grupos principales, a saber:
Su cualidad dominante es la bondad: se complacen en servir a los hombres y en protegerlos, pero su saber es limitado: su progreso es mayor en el orden moral que en el intelectual.
Lo que les distingue especialmente es la extensión de sus conocimientos. Se preocupan menos de los
asuntos morales que de los científicos, para los cuales son mas aptos pero no utilizan su ciencia sino en lo
útil, y jamás mezclan con ella ninguna de las pasiones que son propias de los Espíritus imperfectos.
Las cualidades morales del orden más elevado constituyen su característica. Sin poseer ilimitados
conocimientos, están dotados de una capacidad intelectual que les da un juicio sano sobre los hombres y
sobre las cosas.
Reúnen en sí la ciencia, la prudencia y la bondad; su lenguaje sólo respira benevolencia, y es
constantemente digno, elevado y con frecuencia sublime. Su superioridad les hace, más que a los otros, aptos
para darnos las nociones más justas de las cosas del mundo incorpóreo, en los límites en que le es permitido
al hombre conocerlo. Se comunican voluntariamente con aquellos que buscan la verdad de buena fe y que
están lo suficientemente desligados de las cosas terrestres para poder comprenderla; pero se alejan de
aquellos a quienes anima solamente la curiosidad, o a quienes la influencia de la materia les desvía de la
práctica del bien.
Cuando, por excepción, encarnan en la Tierra, es para cumplir una misión de progreso, y nos ofrecen
entonces el tipo de la perfección a la que la humanidad puede aspirar en este mundo.
PRIMER ORDEN ESPIRITUS PUROS
Ninguna influencia de la materia; superioridad intelectual y moral absoluta, con relación a los Espíritus de los otros órdenes.Han recorrido ya todos los grados de la escala, y están libres de todas las impurezas de la materia.
Habiendo alcanzado la suma perfección de que es susceptible la criatura, no tienen que pasar por nuevas
pruebas ni por nuevas expiaciones; y no estando sujetos a la reencarnación en cuerpos perecederos, gozan de
la vida eterna en el seno de Dios. Su dicha es inalterable, porque no están sujetos ni a las necesidades, ni a las
vicisitudes de la vida material; pero tal dicha no es aquella de una ociosidad monótona, basada en una
contemplación perpetua. Son los mensajeros y los ministros de Dios, de quien ejecutan las órdenes para el
mantenimiento de la armonía del Universo; tienen ascendientes sobre todos los Espíritus que le son
inferiores, a quienes asignan la misión que han de desempeñar y les ayudan a perfeccionarse; y asisten a los
hombres en sus tribulaciones, y les excitan al bien o a la expiación de las faltas que les alejan de la felicidad
suprema, lo que es para ellos una dulce ocupación. Se les designa algunas veces con los nombres de ángeles,
arcángeles o serafines.
Los hombres pueden entrar en comunicación con ellos; pero sería muy presuntuoso el que pretendiera
tenerles constantemente a sus órdenes.
Están equivocados los que califican a estos Espíritus de increados. Los Espíritus increados serían de toda
eternidad, como Dios: y si en el Universo pudieran existir seres sin la voluntad de Dios, Dios no seria
todopoderoso. Algunos Espíritus se han servido de esa expresión; mas, no en ese sentido: han querido decir
que tales Espíritus no volverían a encarnar, y, desde este punto de vista, no volverían a ser creados como los
hombres. El término es impropio, porque puede dar lugar a una falsa interpretación. Es el inconveniente que
tiene el atenerse a la letra sin escrutar el fondo del pensamiento. (Véase Angel.)
CAPÍTULO II - DE LAS MANIFESTACIONES ESPIRITAS
Los Espíritus obran frecuentemente sobre nuestro pensamiento, sin que nos demos cuenta de ello, nos inducen a tal o cual cosa, nosotros creemos obrar por nuestra propia cuenta, y no hacemos otra cosa que ceder a una sugestión extraña.
De lo dicho no hay que inferir que carezcamos de iniciativa; lejos de eso, el Espíritu encarnado goza siempre de su albedrío, no hace en definitiva sino lo que quiere, y frecuentemente sigue su impulso personal.
Para darnos cuenta de cómo pasan las cosas, es preciso representarnos nuestra alma desprendida de sus ligaduras por la emancipación, lo que tiene siempre lugar durante el sueño, y algunas veces, durante la vigilia también. Entonces entra el alma en comunicación con los Espíritus, como si uno saliera de su casa para ir a la de un vecino permítasenos esta comparación familiar, con el que entra en conversación, o para hablar con más exactitud, en intercambio de pensamientos. La influencia del Espíritu extraño no es una imposición, sino un modo de consejo que da a nuestra alma; consejo que puede ser más o menos prudente, según la naturaleza del Espíritu, y que el alma queda en libertad de seguir o de rechazar, pero que puede apreciar mejor cuando no está bajo el influjo de las ideas que suscita la vida de relación. A esto obedece el que se diga que la noche es consejera.
No es siempre fácil distinguir el pensamiento sugerido del pensamiento propio, porque frecuentemente se confunden. Sin embargo, cabe la presunción de que nos viene de una fuente extraña cuando es espontáneo, cuando surge en nosotros como una inspiración y es opuesto a nuestra manera de apreciar. Nuestro juicio y nuestra conciencia nos hacen distinguir si es bueno o malo.
De lo dicho no hay que inferir que carezcamos de iniciativa; lejos de eso, el Espíritu encarnado goza siempre de su albedrío, no hace en definitiva sino lo que quiere, y frecuentemente sigue su impulso personal.
Para darnos cuenta de cómo pasan las cosas, es preciso representarnos nuestra alma desprendida de sus ligaduras por la emancipación, lo que tiene siempre lugar durante el sueño, y algunas veces, durante la vigilia también. Entonces entra el alma en comunicación con los Espíritus, como si uno saliera de su casa para ir a la de un vecino permítasenos esta comparación familiar, con el que entra en conversación, o para hablar con más exactitud, en intercambio de pensamientos. La influencia del Espíritu extraño no es una imposición, sino un modo de consejo que da a nuestra alma; consejo que puede ser más o menos prudente, según la naturaleza del Espíritu, y que el alma queda en libertad de seguir o de rechazar, pero que puede apreciar mejor cuando no está bajo el influjo de las ideas que suscita la vida de relación. A esto obedece el que se diga que la noche es consejera.
No es siempre fácil distinguir el pensamiento sugerido del pensamiento propio, porque frecuentemente se confunden. Sin embargo, cabe la presunción de que nos viene de una fuente extraña cuando es espontáneo, cuando surge en nosotros como una inspiración y es opuesto a nuestra manera de apreciar. Nuestro juicio y nuestra conciencia nos hacen distinguir si es bueno o malo.
Las manifestaciones patentes difieren de las manifestaciones ocultas, en que aquéllas son apreciables por
nuestros sentidos. Constituyen, propiamente hablando, todos los fenómenos espiritas que se nos presentan
bajo formas diferentes.
Se les da este nombre a las manifestaciones que se limitan a fenómenos materiales, tales como los ruidos,
baraúndas, movimiento y traslación de objetos, etc. Por regla general, no acusan ningún objetivo directo: su
fin es llamar nuestra atención sobre una cosa determinada y convencernos de la presencia de un poder
superior al del hombre. Para muchas personas, esta clase de manifestaciones no son sino un motivo de
curiosidad; para el observador, son, por lo menos, la revelación de una fuerza desconocida, digna, por todos
conceptos, de un estudio serio.
Los más simples efectos de este género, son los golpes percibidos sin causa ostensible conocida; y el
movimiento circular de una mesa o de un objeto cualquiera, con imposición de manos, o sin ella; pero pueden
adquirir proporciones bien diferentes y extrañas: los ruidos y golpes se producen algunas veces en diferentes
lugares y con tal intensidad, que degeneran en verdadera zarabanda; los muebles son desplazados, tirados por
los suelos, levantados en el aire; los objetos transportados de uno a otro lugar a la vista de todo el mundo; las
cortinas descorridas, los cubrecamas arrancados, las campanillas agitadas... Se desprende que cuando tales
cosas se presencian, ciertas personas las atribuyen al diablo. Un estudio atento ha hecho justicia a esa
creencia supersticiosa; más tarde volveremos a tratar de ella.
Si los fenómenos de que acabamos de hablar se hubieran limitado a efectos materiales, ninguna duda
cabe que se los hubiera podido atribuir a una causa puramente física, a la acción de algún fluido cuyas
propiedades fueran aún desconocidas; pero cuando dieron señales indudables de inteligencia, ya no pudo
pensarse de igual modo. Si todo efecto tiene su causa, todo efecto inteligente debe tener una causa
inteligente. Es fácil distinguir un objeto que se agita, un movimiento simplemente mecánico de un
movimiento intencional. Si este objeto, por el ruido o el movimiento, hace una señal, es evidente que ha
intervenido en ello una inteligencia. La razón nos dice que no es el objeto material el inteligente: luego hemos de concluir que es movido por una causa inteligente extraña. Tal es el caso de los fenómenos que nos
ocupan.
Si las manifestaciones puramente físicas de que acabamos de tratar son de naturaleza que cautiva nuestro
interés, con mayor razón han de serlo cuando revelan la presencia de una inteligencia oculta, porque entonces
no es simplemente un cuerpo inerte el que tenemos ante nosotros, sino un ser capaz de comprendernos, con el
que podemos establecer un cambio de pensamientos. Desde luego, se concibe que en este caso el modo de
experimentación debe ser muy otro que si se tratara de un fenómeno esencialmente material, y que nuestros
procedimientos de laboratorio son impotentes para dar cuenta de hechos que pertenecen al orden intelectual.
No puede ser ésta cuestión de análisis ni de cálculos matemáticos de fuerzas; y éste es, precisamente, el error
en que han caído la mayor parte de los sabios, que se han creído en presencia de uno de esos fenómenos que
la ciencia reproduce a voluntad y sobre los cuales se puede operar como sobre una sal o un gas. Esto no
merma en nada su lo que decimos solamente es que se han equivocado al creer que pueden poner a los
Espíritus un una retorta, como el espíritu de vino, y que los fenómenos espiritistas no son más del dominio de
las ciencias exactas que los temas teológicos o metafísicos.
Las manifestaciones aparentes más comunes tienen lugar durante el sueño, por los ensueños: son las
visiones. Los en sueños no han sido nunca explicados por la ciencia: cree haberlo dicho todo atribuyéndolos a
un efecto ce la imaginación; pero no nos dice que es la imaginación ni como produce estas imágenes tan
claras y tan límpidas que se nos presentan algunas veces. Eso es explicar una cosa desconocida por otra que
no lo es menos: la incógnita queda en pie. Es, se dice, un recuerdo de las preocupaciones de la vigilia, y aun
admitiendo esta solución, que no es simple, sino compleja, quedaría por saber cual es el espejo mágico que
conserva de ese modo la impresión de las cosas, y, sobre todo, cómo explicar las visiones de cosas reales que
no se han visto nunca en el estado de vigilia, y ni siquiera se ha pensado en ellas. El Espiritismo, solamente,
podía darnos la clave de ese fenómeno extraño, que pasa inadvertido, a causa de su misma vulgaridad, como
todas las maravillas de la naturaleza que hollamos con nuestros pies. No puede entrar en nuestros cálculos
examinar todas las particularidades que pueden presentar los sueños; las resumimos diciendo que pueden ser
una visión actual de cosas presentes o ausentes, una visión retrospectiva del pasado, y, en algunos casos
excepcionales, un presentimiento del porvenir. También son, con frecuencia, cuadros alegóricos que los
Espíritus hacen pasar ante nuestros ojos para darnos útiles advertencias y saludables consejos, si ellos son
buenos, o para inducirnos a error y halagar nuestras pasiones, si ellos son imperfectos.
Las personas que vemos en sueños, son, pues, verdaderas visiones: si soñamos con más frecuencia con
aquellas que ocupan amaestro pensamiento, es porque el pensamiento es un modo de evocación y por ella
atraemos al Espíritu de aquellas personas, estén vivas o muertas.
Nos parecería insultar al buen sentido de nuestros lectores refutando todo lo que hay de absurdo y de
ridículo en estos manuales que suelen llevar por título o tiene como objeto, la interpretación de los sueños.
Las apariciones propiamente dichas tienen lugar en el estado de vigilia, cuando se goza de 1a plenitud y
entera libertad de las facultades. Este, sin ninguna duda, es el género de manifestaciones más propia para
excitar la curiosidad: pero es también el menos fácil de obtener. Los Espíritus pueden manifestarse
ostensiblemente de diferentes maneras. Algunas veces es bajo forma de llamas o de fulgores más o menos
brillantes que no tienen analogía, ni por su aspecto, ni por Las circunstancias en que se producen, con los
fuegos fatuos ni con otros fenómenos físicos, cuya causa está perfectamente demostrada. Otras veces toman
rasgos de una persona, conocida o no, sobre cuya individualidad cabe la ilusión, según las ideas de que cada
uno este imbuido. En este caso, es una imagen vaporosa, etérea, para la que no ofrecen ningún obstáculo los
cuerpos sólidos. Los hechos de este género son muy numerosos pero antes de atribuirlos a la ilusión o a la
superchería, hay que tener en cuenta las circunstancias en que se han producido y la posición y el carácter del
narrador; esto último sobre todo.
En ciertos casos, la aparición se hace tangible, esto es: adquiere momentáneamente, bajo el imperio de
ciertas circunstancias, las propiedades de la materia sólida. Entonces no es por los ojos, sino por el tacto, por
el que se comprueba su realidad. Si se puede atribuir a la ilusión, o a una especie de fascinación, la aparición
simplemente visual, la duda no cabe cuando se la puede tocar, palpar. aprehender, o cuando es la aparición la
que toca, acaricia, aprisiona o zarandea al observador.
La mayor parte de los fenómenos de que acabamos de hablar, principalmente de aquellos que pertenecen al género de las manifestaciones físicas y aparentes, puede producirse espontáneamente, es decir, sin que la voluntad intervenga en ello. En otras circunstancias pueden ser provocados por la voluntad de personas denominadas médiums, dotadas, a este efecto, de un poder especial.
Las manifestaciones espontáneas no son ni raras ni nuevas: hay pocas crónicas locales que no contengan alguna historia de este género. El miedo, a no dudarlo, ha exagerado frecuentemente los hechos, que han tomado, en ese caso, proporciones gigantescamente ridículas al pasan de boca en boca, A ello ha ayudado grandemente la superstición, y las casas donde tales hechos pasaron se reputaron hechizadas por el diablo: de aquí todos los cuentos maravillosos o terribles de los aparecidos. Por su parte, la maulería no ha dejado escapar una tan propicia ocasión para explotar la credulidad, y esto, frecuentemente, en provecho de los intereses personales. Se concibe, finalmente, la impresión que los hechos de este género, aun reducidos a sus exactas proporciones, han de causar en los caracteres débiles y predispuestos por la educación a las ideas supersticiosas. El más seguro medio de prevenir los inconvenientes que pueden acarrear, ya que no es posible el impedirlos, es dar a conocer la verdad acerca de ellos. Las cosas más simples se convierten en terroríficas cuando se desconoce la causa. Cuando nos hayamos familiarizado con los Espíritus, cuando aquellos a quienes se manifiestan no crean tener una legión de demonios en su derredor, habrá desaparecido el miedo.
Las manifestaciones espontáneas se producen muy raramente en los lugares aislados: es casi siempre en las casas habitadas donde tienen lugar, y por la presencia de ciertas personas que ejercen una influencia sobre ellas. Estas personas son verdaderos médiums que ignoran que lo son, circunstancia por la cual los llamamos nosotros médiums naturales. Estos son, con relación a los otros médiums, lo que los sonámbulos naturales con relación a los sonámbulos magnéticos, y no menos dignos de observación que éstos. Por esta causa recomendamos a los que se ocupan de los fenómenos espiritistas, que recojan atentamente cuantos hechos de este género lleguen a su noticia; pero cuidando sobre todo de comprobar su realidad, para evitar ser engañados por la ilusión o el fraude. Una observación atenta conduce irremisiblemente a ese resultado.
Se debe estar alerta, no solo contra los relatos que puedan pecar de exagerados, sino contra las propias impresiones, y no atribuir origen oculto a todo aquello que no se comprende. Una infinidad de causas muy simples y muy naturales pueden producir efectos extraños a primera vista, y sería una verdadera superstición ver en todas partes Espíritus ocupados en remover muebles, romper vajillas, suscitar, en fin, mil y una zarabandas con los muebles, que no es racional cargar en cuenta sino a nuestra torpeza.
Lo que se debe hacer en semejantes casos, es inquirir la causa, y hay cien probabilidades contra una, de que se hallará en alguna, bien simple, lo que se creía obra de algún Espíritu perturbador. Cuando se produce un fenómeno inexplicado, lo primero que debemos pensar es que éste es debido a una causa material, por ser lo más probable, y sólo admitir la intervención de los Espíritus a buena cuenta y cuando no hallemos otra explicación. Aquel, por ejemplo, que hallándose solo o alejado de otras personas, reciba un bofetón o un bastonazo en lis espaldas, como ha sucedido algunas veces, puede admitir la presencia de un ser invisible; mas no así, el que este en contacto con otras personas que pueden haberle gastado aquella chanza.
De todas las manifestaciones espiritas, las mas simples y las más frecuentes son los ruidos, los golpes; y es ante ellas cuando más hay que precaverse contra la ilusión, porque son innumerables las causas naturales que pueden producir esos mismos hechos: el viento que sopla o que agita un objeto, un objeto removido por uno mismo sin darse cuenta de ello, un efecto de acústica, un animal oculto, un insecto, etcétera.. amen de las artimañas de los que quieran divertirse. Los ruidos espiritistas tienen un carácter particular, que afectando un timbre de intensidad muy variada, los hace fácilmente apreciables y no confundibles con el chasquido de una madera que se abre, con el de una puerta que se mueve y golpea contra su armazón, con el chisporroteo del fuego, con el tic tac de un péndulo, etc.: son golpes, ora sordos, débiles y ligeros. ora claros. distintos y a veces estrepitosos, que cambian de lugar de modo y se repiten sin regularidad mecánica. De todos los medios de comprobación, el más eficaz, el que no deja lugar a dudas sobre el origen del ruido, es la obediencia a la voluntad. Si se producen en el lugar que se les designa, si responden a nuestro pensamiento con el número o con la intensidad, no se puede desconocer en ellos una causa inteligente; pero la falta de obediencia no es siempre una prueba en contra.
Admitamos, ahora, que por una comprobación minuciosa, hemos adquirido la certeza de que los ruidos, o cualquiera otra manifestación, son fenómenos realmente espiritistas. ¿Es racional sobrecogernos de espanto? No, ciertamente, porque en ningún caso se corre el menor peligro. Solamente a las personas a quienes se ha imbuido la idea de que se las tienen que haber con el diablo, puede su propio espanto producirles consecuencias más o menos lamentables, como ocurre con los niños a quienes se atemoriza con el Coco. Cierto que estas manifestaciones adquieren, en determinadas circunstancias, proporciones y persistencia desagradables, lo que origina el natural deseo de desembarazarse de ellas. Esto requiere una explicación. Hemos dicho que las manifestaciones físicas, en la casi totalidad de los casos, tienen por objeto llamar nuestra atención sobre algo y comencemos de la presencia de una potencia superior al hombre.
Hemos dicho también que los Espíritus elevados no se ocupan de esa especie de manifestaciones, y que se sirven de los Espíritus inferiores para producirlas, como nosotros nos servimos de los domésticos para las cosas pesadas. y esto, con las miras antedichas. Conseguido este objeto, es lo corriente que la manifestación material cese, porque ya no es necesaria. Uno o dos ejemplos permitirán comprender mejor la cosa. Al principio de mis estudios sobre Espiritismo, estando una noche ocupado en un trabajo sobre esta materia, oí en torno mío unos golpes durante cuatro horas seguidas. Era la primera vez que me ocurría tal cosa. Comprobé que no eran debidos a ninguna causa accidental; pero de momento no pasé de ahí. Tenía ocasión, en aquella época, de verme con frecuencia con un médium escribiente. Al día siguiente interrogué al Espíritu que se comunicaba por intermedio de aquel médium sobre la causa de los golpes.
Es, me respondió, que tu Espíritu familiar quería hablarte.
¿Y qué quería decirme?, pregunté. Puedes preguntárselo a él mismo, porque está aquí, me respondió. Interrogado este Espíritu, se dio a conocer, bajo un nombre alegórico (después he sabido, por otros Espíritus, que es el de un ilustre filósofo de la antigüedad), y me señaló errores en mi trabajo indicándome las líneas en que se hallaban; me dio útiles y sabios consejos, y añadió que estaría siempre conmigo y acudiría a mi llamamiento cuantas veces le evocara. Desde entonces, en efecto, este Espíritu no me ha abandonado nunca, y me ha dado muchas pruebas de una gran superioridad. Su intervención benévola y eficaz me ha sido manifiesta en los asuntos de la vida material y en los de las cuestiones metafísicas: pero desde nuestra primera plática, los golpes no se han repetido. ¿Qué es lo que quería, en efecto?. Entrar en comunicación regular conmigo. Para ello necesitaba advertirme. No fue él, por sí mismo, sin duda alguna, quien vino a golpear en mi entorno: lo más probable es que confiara esa misión a un emisario a sus órdenes. Hecha la advertencia, dada luego la explicación y establecidas las relaciones regulares, los golpes eran ya inútiles, y por ello cesaron. No se redobla el tambor tocando a diana, después que los soldados están ya en pie.
Un caso bastante similar le ocurrió a uno de mis amigos. Desde hacía algún tiempo, en su cámara se oían diversos ruidos que se hacían muy molestos. Se ofreció la ocasión de interrogar al Espíritu de su padre por la intervención de un médium escribiente, y supo lo que de él se quería. Hizo lo que le fue recomendado, y desde entonces no oyó más ruidos. Es de notar que a las personas que tienen facilidades para establecer con los Espíritus un medio regular de comunicación, raramente se les presentan manifestaciones de ese género, lo que se concibe sin trabajo.
Los Espíritus que se hacen ostensibles de ese modo, pueden también obrar por cuenta propia. Son con frecuencia, Espíritus en sufrimiento que piden asistencia moral (véase Plegaria en el Vocabulario). Cuando pueden traducir su pensamiento de un modo más inteligible, piden esta asistencia según la forma que les era familiar en vida, o que está en las ideas o en el hábito de aquellos a los cuales se dirigen; porque poco importa la forma con tal de que haya verdadera y sentida intención.
En resumen: el medio de que cesen las manifestaciones importunas, es tratar de entrar en comunicación inteligente con los Espíritus que vienen a perturbar nuestro reposo, a fin de saber qué es lo que quieren. Satisfecho su deseo, nos dejan en paz. Es como cuando uno llama a nuestra puerta hasta que salimos a abrir. ¿Qué hacer, se nos dirá, cuando no se cuenta con un médium? ¿Qué hace un enfermo, cuando no puede contar con la asistencia de un médico? Se pasa sin él. Aquí nosotros tenemos otro recurso. El enfermo no puede hacerse médico: pero de diez personas, nueve pueden ser médiums escribientes. Es cuestión, por lo tanto, de tratar de hacerse uno mismo médium, si no lo encuentra entre los suyos. A falta de médium escribiente, se puede todavía interrogar directamente al Espíritu golpeador, quien puede responder por el mismo procedimiento, es decir, por golpes convenidos. Volveremos sobre este tema en los capítulos siguientes
Las manifestaciones espontáneas no son ni raras ni nuevas: hay pocas crónicas locales que no contengan alguna historia de este género. El miedo, a no dudarlo, ha exagerado frecuentemente los hechos, que han tomado, en ese caso, proporciones gigantescamente ridículas al pasan de boca en boca, A ello ha ayudado grandemente la superstición, y las casas donde tales hechos pasaron se reputaron hechizadas por el diablo: de aquí todos los cuentos maravillosos o terribles de los aparecidos. Por su parte, la maulería no ha dejado escapar una tan propicia ocasión para explotar la credulidad, y esto, frecuentemente, en provecho de los intereses personales. Se concibe, finalmente, la impresión que los hechos de este género, aun reducidos a sus exactas proporciones, han de causar en los caracteres débiles y predispuestos por la educación a las ideas supersticiosas. El más seguro medio de prevenir los inconvenientes que pueden acarrear, ya que no es posible el impedirlos, es dar a conocer la verdad acerca de ellos. Las cosas más simples se convierten en terroríficas cuando se desconoce la causa. Cuando nos hayamos familiarizado con los Espíritus, cuando aquellos a quienes se manifiestan no crean tener una legión de demonios en su derredor, habrá desaparecido el miedo.
Las manifestaciones espontáneas se producen muy raramente en los lugares aislados: es casi siempre en las casas habitadas donde tienen lugar, y por la presencia de ciertas personas que ejercen una influencia sobre ellas. Estas personas son verdaderos médiums que ignoran que lo son, circunstancia por la cual los llamamos nosotros médiums naturales. Estos son, con relación a los otros médiums, lo que los sonámbulos naturales con relación a los sonámbulos magnéticos, y no menos dignos de observación que éstos. Por esta causa recomendamos a los que se ocupan de los fenómenos espiritistas, que recojan atentamente cuantos hechos de este género lleguen a su noticia; pero cuidando sobre todo de comprobar su realidad, para evitar ser engañados por la ilusión o el fraude. Una observación atenta conduce irremisiblemente a ese resultado.
Se debe estar alerta, no solo contra los relatos que puedan pecar de exagerados, sino contra las propias impresiones, y no atribuir origen oculto a todo aquello que no se comprende. Una infinidad de causas muy simples y muy naturales pueden producir efectos extraños a primera vista, y sería una verdadera superstición ver en todas partes Espíritus ocupados en remover muebles, romper vajillas, suscitar, en fin, mil y una zarabandas con los muebles, que no es racional cargar en cuenta sino a nuestra torpeza.
Lo que se debe hacer en semejantes casos, es inquirir la causa, y hay cien probabilidades contra una, de que se hallará en alguna, bien simple, lo que se creía obra de algún Espíritu perturbador. Cuando se produce un fenómeno inexplicado, lo primero que debemos pensar es que éste es debido a una causa material, por ser lo más probable, y sólo admitir la intervención de los Espíritus a buena cuenta y cuando no hallemos otra explicación. Aquel, por ejemplo, que hallándose solo o alejado de otras personas, reciba un bofetón o un bastonazo en lis espaldas, como ha sucedido algunas veces, puede admitir la presencia de un ser invisible; mas no así, el que este en contacto con otras personas que pueden haberle gastado aquella chanza.
De todas las manifestaciones espiritas, las mas simples y las más frecuentes son los ruidos, los golpes; y es ante ellas cuando más hay que precaverse contra la ilusión, porque son innumerables las causas naturales que pueden producir esos mismos hechos: el viento que sopla o que agita un objeto, un objeto removido por uno mismo sin darse cuenta de ello, un efecto de acústica, un animal oculto, un insecto, etcétera.. amen de las artimañas de los que quieran divertirse. Los ruidos espiritistas tienen un carácter particular, que afectando un timbre de intensidad muy variada, los hace fácilmente apreciables y no confundibles con el chasquido de una madera que se abre, con el de una puerta que se mueve y golpea contra su armazón, con el chisporroteo del fuego, con el tic tac de un péndulo, etc.: son golpes, ora sordos, débiles y ligeros. ora claros. distintos y a veces estrepitosos, que cambian de lugar de modo y se repiten sin regularidad mecánica. De todos los medios de comprobación, el más eficaz, el que no deja lugar a dudas sobre el origen del ruido, es la obediencia a la voluntad. Si se producen en el lugar que se les designa, si responden a nuestro pensamiento con el número o con la intensidad, no se puede desconocer en ellos una causa inteligente; pero la falta de obediencia no es siempre una prueba en contra.
Admitamos, ahora, que por una comprobación minuciosa, hemos adquirido la certeza de que los ruidos, o cualquiera otra manifestación, son fenómenos realmente espiritistas. ¿Es racional sobrecogernos de espanto? No, ciertamente, porque en ningún caso se corre el menor peligro. Solamente a las personas a quienes se ha imbuido la idea de que se las tienen que haber con el diablo, puede su propio espanto producirles consecuencias más o menos lamentables, como ocurre con los niños a quienes se atemoriza con el Coco. Cierto que estas manifestaciones adquieren, en determinadas circunstancias, proporciones y persistencia desagradables, lo que origina el natural deseo de desembarazarse de ellas. Esto requiere una explicación. Hemos dicho que las manifestaciones físicas, en la casi totalidad de los casos, tienen por objeto llamar nuestra atención sobre algo y comencemos de la presencia de una potencia superior al hombre.
Hemos dicho también que los Espíritus elevados no se ocupan de esa especie de manifestaciones, y que se sirven de los Espíritus inferiores para producirlas, como nosotros nos servimos de los domésticos para las cosas pesadas. y esto, con las miras antedichas. Conseguido este objeto, es lo corriente que la manifestación material cese, porque ya no es necesaria. Uno o dos ejemplos permitirán comprender mejor la cosa. Al principio de mis estudios sobre Espiritismo, estando una noche ocupado en un trabajo sobre esta materia, oí en torno mío unos golpes durante cuatro horas seguidas. Era la primera vez que me ocurría tal cosa. Comprobé que no eran debidos a ninguna causa accidental; pero de momento no pasé de ahí. Tenía ocasión, en aquella época, de verme con frecuencia con un médium escribiente. Al día siguiente interrogué al Espíritu que se comunicaba por intermedio de aquel médium sobre la causa de los golpes.
Es, me respondió, que tu Espíritu familiar quería hablarte.
¿Y qué quería decirme?, pregunté. Puedes preguntárselo a él mismo, porque está aquí, me respondió. Interrogado este Espíritu, se dio a conocer, bajo un nombre alegórico (después he sabido, por otros Espíritus, que es el de un ilustre filósofo de la antigüedad), y me señaló errores en mi trabajo indicándome las líneas en que se hallaban; me dio útiles y sabios consejos, y añadió que estaría siempre conmigo y acudiría a mi llamamiento cuantas veces le evocara. Desde entonces, en efecto, este Espíritu no me ha abandonado nunca, y me ha dado muchas pruebas de una gran superioridad. Su intervención benévola y eficaz me ha sido manifiesta en los asuntos de la vida material y en los de las cuestiones metafísicas: pero desde nuestra primera plática, los golpes no se han repetido. ¿Qué es lo que quería, en efecto?. Entrar en comunicación regular conmigo. Para ello necesitaba advertirme. No fue él, por sí mismo, sin duda alguna, quien vino a golpear en mi entorno: lo más probable es que confiara esa misión a un emisario a sus órdenes. Hecha la advertencia, dada luego la explicación y establecidas las relaciones regulares, los golpes eran ya inútiles, y por ello cesaron. No se redobla el tambor tocando a diana, después que los soldados están ya en pie.
Un caso bastante similar le ocurrió a uno de mis amigos. Desde hacía algún tiempo, en su cámara se oían diversos ruidos que se hacían muy molestos. Se ofreció la ocasión de interrogar al Espíritu de su padre por la intervención de un médium escribiente, y supo lo que de él se quería. Hizo lo que le fue recomendado, y desde entonces no oyó más ruidos. Es de notar que a las personas que tienen facilidades para establecer con los Espíritus un medio regular de comunicación, raramente se les presentan manifestaciones de ese género, lo que se concibe sin trabajo.
Los Espíritus que se hacen ostensibles de ese modo, pueden también obrar por cuenta propia. Son con frecuencia, Espíritus en sufrimiento que piden asistencia moral (véase Plegaria en el Vocabulario). Cuando pueden traducir su pensamiento de un modo más inteligible, piden esta asistencia según la forma que les era familiar en vida, o que está en las ideas o en el hábito de aquellos a los cuales se dirigen; porque poco importa la forma con tal de que haya verdadera y sentida intención.
En resumen: el medio de que cesen las manifestaciones importunas, es tratar de entrar en comunicación inteligente con los Espíritus que vienen a perturbar nuestro reposo, a fin de saber qué es lo que quieren. Satisfecho su deseo, nos dejan en paz. Es como cuando uno llama a nuestra puerta hasta que salimos a abrir. ¿Qué hacer, se nos dirá, cuando no se cuenta con un médium? ¿Qué hace un enfermo, cuando no puede contar con la asistencia de un médico? Se pasa sin él. Aquí nosotros tenemos otro recurso. El enfermo no puede hacerse médico: pero de diez personas, nueve pueden ser médiums escribientes. Es cuestión, por lo tanto, de tratar de hacerse uno mismo médium, si no lo encuentra entre los suyos. A falta de médium escribiente, se puede todavía interrogar directamente al Espíritu golpeador, quien puede responder por el mismo procedimiento, es decir, por golpes convenidos. Volveremos sobre este tema en los capítulos siguientes
Toda comunicación que revele una inteligencia o una voluntad, es, por esta sola circunstancia, como ya
hemos dicho, comunicación inteligente en uno u otro grado. Esta es, pues, una calificación genérica que
distingue estas manifestaciones de aquellas que son puramente materiales. Cuando el desenvolvimiento de
esta inteligencia permite un cambio recíproco y continuo de pensamientos, se obtienen comunicaciones
regulares cuyo carácter permite juzgar al Espíritu que se manifiesta; y son, según su naturaleza y su objeto,
frívolas, groseras, serias o instructivas (véase el articulo Comunicaciones en el vocabulario). Esta distinción
tiene aquí gran importancia, porque por ella nos revelan los Espíritus su superioridad o su inferioridad. Se
conoce a los hombres por su lenguaje, y lo mismo ocurre con los espíritus; porque cualquiera que esté bien
penetrado de las cualidades distintivas de cada una de las clases de la escala espiritista, podrá sin esfuerzo
asignar a cada Espíritu que se presente, el rango que le conviene y el grado de estima y confianza que
merece. Si la experiencia no viniera en apoyo de este principio, el simple buen sentido bastaría para
demostrarlo. Poseemos, pues, como regla invariable y sin excepción, que el lenguaje de los Espíritus está
siempre en relación con su grado de elevación. El de los Espíritus realmente superiores, es constantemente
digno, grave, noble; es sublime cuando el asunto lo requiere, no solamente no dicen sino cosas buenas, sino
que las dicen en términos que excluyen de la materia en absoluto toda trivialidad. Por buenas que sean las
cosas dichas, si están empañadas por una sola frase que acuse bajeza, tienen un signo indudable de
inferioridad, e con mayor motivo si el conjunto de la comunicación lastima las conveniencias por su grosería.
El lenguaje descubre siempre su origen, sea por la forma en que lo expone; así, aun cuando el Espíritu
quisiera engañarnos con su pretendida superioridad, a poco de conversar con él, le descubriríamos el engaño.
El hecho siguiente se ha reproducido muchas veces en el curso de nuestros largos y numerosas estudios.
Departíamos con un Espíritu cuyo carácter y lenguaje nos eran bien conocidos. Otro Espíritu más o menos
elevado, se hallaba presente, y sin que se le pidiera, se mezcló en la conversación. La diferencia de estilo era
tan patente, que, mucho antes de que dijera su nombre, cada uno de los presentes se había dicho: “Este no es
tal Espíritu.” Entre los hombres no se juzgaría de otro modo. No se necesita verlos para juzgar: basta oírlos.
Suponed que en una habitación contigua a la en que estéis, se hallen varios individuos que no conozcáis ni
que podáis ver, pero sí oír; por su conversación juzgaréis en el acto si se trata de rústicos o de gente educada,
de sabios o de ignorantes, de rufianes o de gente honrada.
La bondad y la afectuosidad son atributos esenciales de los Espíritus elevados: no se encolerizan contra
los hombres ni contra los otros Espíritus; compadecen las debilidades ajenas, no critican los errores sino con
moderación y sin acrimonia ni animosidad. He ahí el patrón que nos permite juzgarles en lo moral. Podemos
también hacerlo en cuanto a la naturaleza de su inteligencia. Un Espíritu puede ser bueno, afable, no enseñar
sino el bien, y tener conocimientos limitados, porque en él el conocimiento es todavía incompleto. No
hablamos de los Espíritus notoriamente inferiores; a éstos sería perder el tiempo pedirles explicaciones sobre
ciertas cosas: tanto valdría pedir a un escolar que nos dijera su opinión sobre Aristóteles, o sobre el sistema
del Universo. Pero, en ciertos aspectos, parecen esclarecidos, mientras en otros, acusan una ignorancia
absoluta por sus absurdas herejías científicas. Habrá quien raciocinará muy sensatamente sobre tal punto y
desbarrará sobre al otro. Es lo mismo que sucede entre nosotros: un astrónomo es sabio en lo que concierne a
los astros, y puede ser muy ignorante en arquitectura, en música, en pintura, en agricultura, etcétera. Todo
esto denota evidentemente un desenvolvimiento parcial, imperfecto, lo que no quiere decir que sea un mal
Espíritu.
Para juzgar a los Espíritus, como para juzgar a los hombres, es preciso, primero, sabernos juzgar a
nosotros mismos. Desgraciadamente hay muchas gentes que toman su opinión personal por el metrón
exclusivo de lo bueno o de lo malo, de lo verdadero o de lo falso: todo lo que no esté de acuerdo con su
manera de ver, con sus ideas, con el sistema que ellas han concebido o aceptado, es malo a sus ojos. Tales
gentes adolecen de falta de la primera cualidad para una sana apreciación: la rectitud de juicio. Pero ellas no
lo creen así: antes por el contrarío, es sobre este defecto sobre el que forjan sus mayores ilusiones.
Se cree generalmente que interrogando al Espíritu de un hombre que fue sabio en una especialidad sobre
la tierra, se obtendrá más seguramente la verdad. Esto es lógico, y con todo, no es siempre cierto. La
experiencia demuestra que los sabios, como los demás hombres, sobre todo aquellos que hace poco que
abandonaron la tierra, están aún bajo el imperio de los prejuicios de la vida corporal, y que no se deshacen
inmediatamente de su opinión sistemática. Puede suceder, por lo tanto, que bajo el influjo de las ideas que
acariciaron en vida y de las que hacen el título de su gloria, vean menos claro de lo que pensamos. No damos
este principio como una regla: decimos solamente que esto se ve, y que, por consiguiente, su ciencia humana
no es siempre una garantía de su infalibilidad como Espíritu. Aquellos que, como con frecuencia sucede,
condenan en el estado de Espíritu las doctrinas que habían sostenido como hombres, dan, por eso sólo,
prueba de elevación. Regla general: El Espíritu es tanto menos perfecto cuanto más aferrado esté a la
materia. Todas las veces, pues, que se reconozca en él la persistencia de las falsas ideas que le preocuparen
durante su vida, tanto si pertenecen al orden físico como si pertenecen al orden moral, se tendrá un signo
infalible de que no está completamente desmaterializado.
La tenacidad de las ideas terrestres es tanto más grande cuanto más reciente es la muerte En el instante
en que ésta ocurre, el alma está siempre en un estado de turbación en el que apenas se reconoce: es un
despertar incompleto. No sé dónde me hallo; todo es confuso para mí: tal es su contestación constante;
algunos se lamentan de su prematura descomposición otros dicen crudamente que les dejen tranquilos, y,
según su carácter, expresan este pensamiento con frases mas o menos corteses. Muchos no creen haber
muerto, principalmente los ajusticiados, los suicidas, y, en general, los que han perecido de muerte violenta.
Ven su cuerpo, saben que ese cuerpo les pertenece, y no comprenden que se hayan separa do de él; esto les
asombra, necesitan de algún tiempo para darse cuenta de su nueva situación. La evocación hecha en tal
instante no puede prometerse otra finalidad que una buena pieza de estudio psicológico; interesar otras
enseñanzas, no es del caso.
Ese estado de confusión, que puede compararse con el transitorio del sueño a la vigilia, persiste más o
menos tiempo. Hemos visto Espíritus que estaban completamente desprendidos a los tres o cuatro días, y
otros, que no lo estaban aun después de muchos meses. Puede seguirse con interés su marcha progresiva;
puede asistirse, en cierto modo, al despertar de su alma. Las preguntas que se les hacen, si son hechas con
mesura, prudencia, circunspección y benevolencia, les ayudan a salir de la turbación. Sí sufren y aprecian que
se comparte su dolor, se sienten aliviados. Cuando la muerte es natural, es decir, cuando ésta llega por la
extinción gradual de las fuerzas vitales, el alma se desprende en parte antes de la cesación completa de la
vida orgánica, y se reconoce más prontamente. Lo mismo ocurre con los hombres que, durante su vida, se
han elevado mentalmente sobre las cosas materiales: desde tal momento pertenecen, en cierto modo y
medida, al mundo de los Espíritus; y el transito de uno a otro se hace rápidamente y sin apenas turbación.
El alma, una vez desprendida de lo restos de sus envolturas corporales, se halla en un estado o normal de
Espíritu: solamente entonces es cuando se presenta tal cual es: sus cualidades y sus defectos, sus
imperfecciones, sus prejuicios, sus prevenciones, sus ideas mezquinas o ridículas, persisten sin modificación
durante toda su vida errante, así sea de mil años: le hace falta atravesar una nueva estameña de la vida
corporal para dejar en ella algunas de sus impurezas y elevarse algunos grados. Nosotros hemos visto quien
después de doscientos años de vida errante, conservaba las manías y pequeñeces que se le conocieron en
vida, mientras que otros despliegan casi inmediatamente una gran superioridad.
A propósito del estado de transición que acabamos de describir, hemos hablado de los Espíritus en
sufrimiento. Se querrá saber, naturalmente, sí ese momento es doloroso. No entra en nuestro plan tratar del
sufrimiento de los Espíritus, ni, sobre todo, examinar la naturaleza de este sufrimiento: este tema es más
propio de la Revista. Nos limitaremos a decir, pues, que para el hombre de bien, para aquel que duerme en la
paz de una conciencia tranquila, pura, y no teme ninguna mirada escrutadora, el despertar es siempre
calmoso, dulce y apacible; para aquel cuya conciencia está cargada de remordimientos, para el hombre
material que ha puesto todo su empeño en la satisfacción de su cuerpo, para aquel que ha hecho mal uso de
los favores que la Providencia le concedió, es terrible. Sí, estos Espíritus sufren en el instante en que
abandonan la vida; sufren mucho, y su sufrimiento puede durar tanto como su vida errante. Este sufrimiento,
aunque no es más que moral, no deja de ser lancinante, porque no siempre les es dado ver el termino, y sufren
hasta que un rayo de esperanza viene a lucir ante sus ojos. Esta esperanza podemos hacerla nacer
conversando con ellos. Buenas palabras, testimonios de simpatía, razonamientos alentadores, son para ellos
un alivio, al que pueden cooperar los buenos Espíritus que llamamos en nuestra ayuda para secundar nuestras
intenciones. Un suicida evocado poco tiempo después de su muerte nos describe sus torturas. -¿Cuánto
durarán?, le preguntamos. -No lo sé, y esto es lo que me desespera, nos contesto. Un Espíritu superior que
estaba presente, dijo entonces espontaneo: “Durarán hasta el término natural de la vida que voluntariamente
ha interrumpido.” - Gracias, dijo el otro, por lo que aquel que está allí acaba de decirme!
Terminaremos este capítulo con una advertencia esencial. El cuadro que acabamos de bosquejar, no es el
resultado de una teoría ni de un sistema filosófico más o menos ingenioso: todo lo que hemos dicho lo hemos
obtenido de los mismos Espíritus: son ellos, a quienes hemos interrogado, los que nos lo han referido, respondiendo algunas veces de un modo contrario a nuestras particulares convicciones anteriores. Nosotros
hemos hecho con los Espíritus lo que los anatómicos hacen con el cuerpo humano: hemos llevado el
escalpelo de la investigación sobre innumerables sujetos; no nos hemos contentado con hacerles hablar, sino
que hemos sondado los repliegues de su existencia tanto como ha sido posible; les hemos seguido desde el
instante en que exhalaron su último suspiro de la vida corporal, hasta el momento en que han reingresado;
hemos estudiado su lenguaje, sus deseos, sus hábitos, sus pensamientos, y sus sentimientos, como el médico
ausculta las pulsaciones de un enfermo; y en esta clínica moral en que todas las fases de la vida espirita han
pasado bajo nuestros ojos, hemos observado y comparado: hemos visto de un lado las llagas nauseabundas, y
de otro, los motivos inefables de consuelo. Lo repetimos una vez mas: no hemos imaginado ninguna de estas
cosas; son los mismos Espíritus quienes nos las han puesto de manifiesto. Para quien quiera entrar en relación
con ellos, importa mucho que les conozca bien, para que pueda apreciar su situación y comprender su
lenguaje, que sin esto pudiera parecer alguna vez contradictorio. Esta es la razón que nos ha movido a
prolongar algo más este capítulo.
CAPITULO IV - DIFERENTES MODOS DE COMUNICACIÓN
Los Espíritus pueden comunicarse con nosotros por diferentes medios. Los hemos definido ya en el vocabulario; pero daremos aquí el desarrollo que conviene para la práctica.
Sematologia y tiptología
Primitivamente se utilizó la mesa para este medio de correspondencia, únicamente porque es un objeto cómodo por la facilidad que ofrece de poder estar sentados en su derredor. Por ser el primero con el cual se produjeron los movimientos, se aplicó a éstos la frase burlesca de la danza de las mesas; pero importa saber que la mesa no tiene más influencia en la danza que cualquier otro objeto movible. Vamos a tomar el fenómeno desde su aspecto más simple.
Si una persona coloca la extremidad de sus dedos sobre el borde de un objeto circular, movible, como una copa, un plato, un taburete, un sombrero, un vaso, etc., y en esta situación, concentra sobre el objeto su pensamiento y su voluntad de hacerle mover, podrá llegar a conseguir que tal objeto se agite en un movimiento rotatorio, al principio lento, después de más en más rápido hasta llegar a serle trabajoso poderlo seguir. El objeto girará, sea a la derecha, sea a la izquierda, según la indicación que verbal o mentalmente se le haga. Una vez establecida la comunicación fluídica entre la persona y el objeto, éste puede producir los movimientos sin contacto, respondiendo a la acción del pensamiento. Hemos dicho que esto puede suceder, porque en realidad no hay certeza absoluta de que ocurra. Ciertas personas están dotadas a este respecto de una potencia tal, que el movimiento se produce al cabo de algunos segundos: otras no le obtienen sino al cabo de cinco o diez minutos, y otras no logran obtenerlo. Aparte de la experiencia, no hay diagnóstico que permita reconocer la aptitud para la producción de este fenómeno: la fuerza físicas no entra para nada en él, y las personas débiles y delicadas lo obtienen con frecuencia mucho mejor que las personas vigorosas. Es un ensayo que cada cual puede hacer sin ningún peligro, aunque a veces produzca gran fatiga muscular y una especie de agitación febril.
Si el que ensaya está dotado de potencia suficiente, podrá por sí solo hacer girar una mesita ligera, a veces hasta una mesa pesada, pero es preciso para esto último una potencia excepcional.
Para operar de un modo más seguro sobre una mesa de cierto peso, se colocan en su derredor varias personas; el número es indiferente, y no es tampoco necesario alternar los sexos ni establecer contacto de dedos entre ellas; basta colocar la extremidad de los dedos sobre el borde del plano de la mesa, o bien como sobre las teclas de un piano. Todo esto no tiene ninguna consecuencia. Hay, empero, otras condiciones más difíciles de llenar, tales corno la concentración del pensamiento de todo el mundo en la finalidad a que se aspira, un silencio absoluto, y, sobre todo, una paciencia de benedictino. El movimiento se produce algunas veces a los cinco o diez minutos: pero, es frecuente haberse de resignar a tener que aguardar media hora o más. Si pasada una hora no se ha obtenido nada, es inútil proseguir.
Debemos añadir que ciertas personas son refractarias de este fenómeno, y que su influencia negativa puede ejercerse con el solo hecho de su presencia; otras son completamente neutras. En general, cuantos menos son los espectadores, tanto mejor resulta para el fenómeno, sea porque hay menos probabilidades de acumular elementos refractarios, sea porque el silencio y el recogimiento son más fáciles.
El fenómeno es siempre provocado por causa de la aptitud de algunas de las personas que ensayan, cuya potencia se multiplica con el número. Cuando la potencia es lo bastante mente grande, la mesa no se limita a girar: se agita, se levanta, se yergue sobre un pie, se balancea como un barco, y acaba por sostenerse en el aire sin punto de apoyo.
Una cosa notable es que, pese a la inclinación que a veces toma la máquina, los objetos que hay encima de ella se mantengan sin caer; aun una lámpara, no corre ningún riesgo. Otro hecho no menos singular, es que estando inclinada, y por lo tanto, apoyada solamente sobre un pie, puede ofrecer una resistencia tal, que el peso de una persona no baste para vencerla.
Cuando se llega a producir un movimiento enérgico, el contacto de las manos deja de ser necesario: se pueden separar los experimentadores, y la mesa sola se dirige hacia la derecha, hacia la izquierda, avanza, retrocede, va hacia la persona que se le designa, se levanta sobre un pie o sobre otro, según se le ordena, etcétera.
Hasta aquí, los fenómenos no tienen ningún carácter esencialmente inteligente; pero no por ello dejan de ser curiosos y dignos de observación, como producto de una fuerza desconocida. Su naturaleza, por otra parte, es a propósito para convencer a ciertas personas a quienes no convencería ningún razonamiento filosófico. Este es el primer paso en la ciencia espirita, que nos conduce con entera naturalidad a los medios de comunicación.
El más simple de todos estos medios, es, como en el hombre privado de la palabra y de la escritura, el lenguaje de los signos. Un Espíritu puede comunicar su pensamiento por el movimiento de un objeto cualquiera. Conocemos a más de uno que conversa con su Espíritu familiar - el de una persona a quien estimó en mucho - mediante el movimiento de un objeto cualquiera, el primero que le viene a mano: una regla, un cortapapeles, un lápiz... Pone sus dedos encima, y, después de haber evocado al Espíritu, la regla se mueve de derecha a izquierda para decir que sí o que no, según previamente se ha convenido: indica nombres, etc. El mismo resultado se obtiene con una mesa o un velador: colocados los dedos sobre el borde, sea uno solo, o sean varios, y evocado un Espíritu, si éste se presenta y si juzga del caso rebelarse, la mesa se levanta, se baja, se agita, y por sus movimientos hacia la derecha, hacia la izquierda o de balanceo, responde afirmativa o negativamente, por sus trepidaciones manifiesta su júbilo, su paciencia y hasta su cólera; algunas veces se inclina violentamente o se precipita sobre uno de los asistentes, como si hubiera estado impelida por mano invisible, y en este movimiento se reconoce la expresión de un sentimiento de afecto o de simpatía. Uno de nuestros amigos estaba un día en su salón ocupado en manifestaciones de este género; recibió una carta, y mientras la leía, el velador avanzó hacia él, y se colocó, sin que persona alguna le influyera, al lado de la carta. Terminada la lectura se puso la carta sobre la mesa que estaba al otro extremo del salón, y el velador la siguió y se precipitó sobre ella. De esto se dedujo la presencia de un Espíritu recién venido. simpático al autor de la carta, con quien se quería comunicar. Interrogado por medio del velador, quedaron confirmadas tales presunciones. Esto es lo que nosotros denominamos semantología o lenguaje por signos.
La Tiptología o lenguaje por golpes, ofrece más precisión. Se obtiene de dos modos muy diferentes. El primero - que denominamos tiptología por movimiento - , consiste en golpes dados por la mesa misma con una de las patas. Estos golpes pueden responder que sí o que no según el número de golpes convenido para expresar lo uno o lo otro. Las respuestas son, como se comprende, muy incompletas, están sujetas a equivocaciones y resultan poco convincentes para los novicios, porque pueden atribuirse siempre al azar.
La tiptología íntima se produce de otro modo. No es la mesa la que golpea: la mesa permanece completamente inmóvil, pero los golpes resuenan dentro de la substancia misma de la madera, de la piedra o de cualquier otro cuerpo, y frecuentemente con bastante fuerza para ser oídos desde la habitación inmediata. Si se aplica el oído o la mano sobre una parte cualquiera de la mesa, se nota su vibración desde la pata hasta el plano. Este fenómeno se obtiene colocándose del mismo modo que para hacerla mover, con esta sola diferencia: que el movimiento simple y puro puede tener lugar sin evocación, mientras que, para los golpes, es preciso siempre apelar a un Espíritu.
Se reconoce en estos golpes la intervención de una inteligencia, en que obedecen al pensamiento. Así, según el deseo expresado verbal o mentalmente, cambian de lugar, se hacen más o menos intensos, se dejan oír de tal o cual persona, dan la vuelta a la mesa, imitan el eco, el ruido de la sierra, del martillo, del tambor, de las descargas cerradas..., acompañan el ritmo de una partitura designada, indican la hora, el número de las personas presentes, etc., o bien abandonan la mesa y van a percutir en la pared, en la puerta, en cualquier sitio que se convenga, y además responden afirmativa o negativamente a las preguntas que se les hacen. Estas experiencias son mejor un motivo de curiosidad, que un medio de comunicación para asuntos serios: los Espíritus que se manifiestan así, son, en general, de un orden inferior . Los Espíritus serios no se prestan más a esas demostraciones de fuerza, que, entre nosotros, los hombres graves a las juglerías de los saltimbanquis. Cuando se les interroga a este respecto, suelen contestar: “¿Son los hombres superiores, entre vosotros, los que hacen bailar los osos?”
La tiptología alfabética nos ofrece un medio de correspondencia más fácil y más completo. Consiste en la designación de las letras del alfabeto por un número de golpes convenido, y de este modo se forman palabras y frases. Este medio, por su lentitud, tiene el grave inconveniente de no prestarse a desarrollos de cierta extensión. Se les abrevia, no obstante, en multitud de casos y por procedimientos diversos. Basta con frecuencia, conocer las primeras letras de una palabra para adivinarla, y las primeras palabras de una frase para colegir el resto. Entonces no se le deja acabar, y para estar ciertos de lo que el Espíritu quería decir, se le pregunta si es la palabra o la frase que se ha supuesto, y el Espíritu responde que sí, o que no, por el signo convencional. La Tiptología alfabética puede obtenerse por los dos medios que acabamos de indicar: los golpes dados por la mesa, y los que se perciben en la substancia de un cuerpo duro. Para las comunicaciones un poco serias, preferimos el primero. Por dos razones: una, porque es, en cierto rondo, mas practicable y se encuentra en la aptitud de mayor numero de personas, y la segunda, porque denota la naturaleza de los Espíritus. Los Espíritus que se comunican con la tiptología íntima, son, generalmente, aquellos que se califican de golpeadores: Espíritus ligeros, algunas veces muy divertidos, pero siempre ignorantes. Pueden ser los agentes de Espíritus serios, según las circunstancias: pero actúan lo más frecuentemente con espontaneidad y por su propia cuenta: mientras que ha experiencia prueba que los Espíritus de los otros ordenes, se comunican más a gusto por el movimiento.
De todos modos, la tiptología alfabética es un modo de comunicación de que se sirven los Espíritus superiores sólo a falta de otro mejor: prefieren el que más se presta a la rapidez del pensamiento, y, a causa de su lentitud que les impacienta, abrevian sus respuestas. Hallan ya nuestro lenguaje sobradamente lento; tanto más, cuando el medio de emplearlo aumenta su lentitud.
Sematologia y tiptología
Primitivamente se utilizó la mesa para este medio de correspondencia, únicamente porque es un objeto cómodo por la facilidad que ofrece de poder estar sentados en su derredor. Por ser el primero con el cual se produjeron los movimientos, se aplicó a éstos la frase burlesca de la danza de las mesas; pero importa saber que la mesa no tiene más influencia en la danza que cualquier otro objeto movible. Vamos a tomar el fenómeno desde su aspecto más simple.
Si una persona coloca la extremidad de sus dedos sobre el borde de un objeto circular, movible, como una copa, un plato, un taburete, un sombrero, un vaso, etc., y en esta situación, concentra sobre el objeto su pensamiento y su voluntad de hacerle mover, podrá llegar a conseguir que tal objeto se agite en un movimiento rotatorio, al principio lento, después de más en más rápido hasta llegar a serle trabajoso poderlo seguir. El objeto girará, sea a la derecha, sea a la izquierda, según la indicación que verbal o mentalmente se le haga. Una vez establecida la comunicación fluídica entre la persona y el objeto, éste puede producir los movimientos sin contacto, respondiendo a la acción del pensamiento. Hemos dicho que esto puede suceder, porque en realidad no hay certeza absoluta de que ocurra. Ciertas personas están dotadas a este respecto de una potencia tal, que el movimiento se produce al cabo de algunos segundos: otras no le obtienen sino al cabo de cinco o diez minutos, y otras no logran obtenerlo. Aparte de la experiencia, no hay diagnóstico que permita reconocer la aptitud para la producción de este fenómeno: la fuerza físicas no entra para nada en él, y las personas débiles y delicadas lo obtienen con frecuencia mucho mejor que las personas vigorosas. Es un ensayo que cada cual puede hacer sin ningún peligro, aunque a veces produzca gran fatiga muscular y una especie de agitación febril.
Si el que ensaya está dotado de potencia suficiente, podrá por sí solo hacer girar una mesita ligera, a veces hasta una mesa pesada, pero es preciso para esto último una potencia excepcional.
Para operar de un modo más seguro sobre una mesa de cierto peso, se colocan en su derredor varias personas; el número es indiferente, y no es tampoco necesario alternar los sexos ni establecer contacto de dedos entre ellas; basta colocar la extremidad de los dedos sobre el borde del plano de la mesa, o bien como sobre las teclas de un piano. Todo esto no tiene ninguna consecuencia. Hay, empero, otras condiciones más difíciles de llenar, tales corno la concentración del pensamiento de todo el mundo en la finalidad a que se aspira, un silencio absoluto, y, sobre todo, una paciencia de benedictino. El movimiento se produce algunas veces a los cinco o diez minutos: pero, es frecuente haberse de resignar a tener que aguardar media hora o más. Si pasada una hora no se ha obtenido nada, es inútil proseguir.
Debemos añadir que ciertas personas son refractarias de este fenómeno, y que su influencia negativa puede ejercerse con el solo hecho de su presencia; otras son completamente neutras. En general, cuantos menos son los espectadores, tanto mejor resulta para el fenómeno, sea porque hay menos probabilidades de acumular elementos refractarios, sea porque el silencio y el recogimiento son más fáciles.
El fenómeno es siempre provocado por causa de la aptitud de algunas de las personas que ensayan, cuya potencia se multiplica con el número. Cuando la potencia es lo bastante mente grande, la mesa no se limita a girar: se agita, se levanta, se yergue sobre un pie, se balancea como un barco, y acaba por sostenerse en el aire sin punto de apoyo.
Una cosa notable es que, pese a la inclinación que a veces toma la máquina, los objetos que hay encima de ella se mantengan sin caer; aun una lámpara, no corre ningún riesgo. Otro hecho no menos singular, es que estando inclinada, y por lo tanto, apoyada solamente sobre un pie, puede ofrecer una resistencia tal, que el peso de una persona no baste para vencerla.
Cuando se llega a producir un movimiento enérgico, el contacto de las manos deja de ser necesario: se pueden separar los experimentadores, y la mesa sola se dirige hacia la derecha, hacia la izquierda, avanza, retrocede, va hacia la persona que se le designa, se levanta sobre un pie o sobre otro, según se le ordena, etcétera.
Hasta aquí, los fenómenos no tienen ningún carácter esencialmente inteligente; pero no por ello dejan de ser curiosos y dignos de observación, como producto de una fuerza desconocida. Su naturaleza, por otra parte, es a propósito para convencer a ciertas personas a quienes no convencería ningún razonamiento filosófico. Este es el primer paso en la ciencia espirita, que nos conduce con entera naturalidad a los medios de comunicación.
El más simple de todos estos medios, es, como en el hombre privado de la palabra y de la escritura, el lenguaje de los signos. Un Espíritu puede comunicar su pensamiento por el movimiento de un objeto cualquiera. Conocemos a más de uno que conversa con su Espíritu familiar - el de una persona a quien estimó en mucho - mediante el movimiento de un objeto cualquiera, el primero que le viene a mano: una regla, un cortapapeles, un lápiz... Pone sus dedos encima, y, después de haber evocado al Espíritu, la regla se mueve de derecha a izquierda para decir que sí o que no, según previamente se ha convenido: indica nombres, etc. El mismo resultado se obtiene con una mesa o un velador: colocados los dedos sobre el borde, sea uno solo, o sean varios, y evocado un Espíritu, si éste se presenta y si juzga del caso rebelarse, la mesa se levanta, se baja, se agita, y por sus movimientos hacia la derecha, hacia la izquierda o de balanceo, responde afirmativa o negativamente, por sus trepidaciones manifiesta su júbilo, su paciencia y hasta su cólera; algunas veces se inclina violentamente o se precipita sobre uno de los asistentes, como si hubiera estado impelida por mano invisible, y en este movimiento se reconoce la expresión de un sentimiento de afecto o de simpatía. Uno de nuestros amigos estaba un día en su salón ocupado en manifestaciones de este género; recibió una carta, y mientras la leía, el velador avanzó hacia él, y se colocó, sin que persona alguna le influyera, al lado de la carta. Terminada la lectura se puso la carta sobre la mesa que estaba al otro extremo del salón, y el velador la siguió y se precipitó sobre ella. De esto se dedujo la presencia de un Espíritu recién venido. simpático al autor de la carta, con quien se quería comunicar. Interrogado por medio del velador, quedaron confirmadas tales presunciones. Esto es lo que nosotros denominamos semantología o lenguaje por signos.
La Tiptología o lenguaje por golpes, ofrece más precisión. Se obtiene de dos modos muy diferentes. El primero - que denominamos tiptología por movimiento - , consiste en golpes dados por la mesa misma con una de las patas. Estos golpes pueden responder que sí o que no según el número de golpes convenido para expresar lo uno o lo otro. Las respuestas son, como se comprende, muy incompletas, están sujetas a equivocaciones y resultan poco convincentes para los novicios, porque pueden atribuirse siempre al azar.
La tiptología íntima se produce de otro modo. No es la mesa la que golpea: la mesa permanece completamente inmóvil, pero los golpes resuenan dentro de la substancia misma de la madera, de la piedra o de cualquier otro cuerpo, y frecuentemente con bastante fuerza para ser oídos desde la habitación inmediata. Si se aplica el oído o la mano sobre una parte cualquiera de la mesa, se nota su vibración desde la pata hasta el plano. Este fenómeno se obtiene colocándose del mismo modo que para hacerla mover, con esta sola diferencia: que el movimiento simple y puro puede tener lugar sin evocación, mientras que, para los golpes, es preciso siempre apelar a un Espíritu.
Se reconoce en estos golpes la intervención de una inteligencia, en que obedecen al pensamiento. Así, según el deseo expresado verbal o mentalmente, cambian de lugar, se hacen más o menos intensos, se dejan oír de tal o cual persona, dan la vuelta a la mesa, imitan el eco, el ruido de la sierra, del martillo, del tambor, de las descargas cerradas..., acompañan el ritmo de una partitura designada, indican la hora, el número de las personas presentes, etc., o bien abandonan la mesa y van a percutir en la pared, en la puerta, en cualquier sitio que se convenga, y además responden afirmativa o negativamente a las preguntas que se les hacen. Estas experiencias son mejor un motivo de curiosidad, que un medio de comunicación para asuntos serios: los Espíritus que se manifiestan así, son, en general, de un orden inferior . Los Espíritus serios no se prestan más a esas demostraciones de fuerza, que, entre nosotros, los hombres graves a las juglerías de los saltimbanquis. Cuando se les interroga a este respecto, suelen contestar: “¿Son los hombres superiores, entre vosotros, los que hacen bailar los osos?”
La tiptología alfabética nos ofrece un medio de correspondencia más fácil y más completo. Consiste en la designación de las letras del alfabeto por un número de golpes convenido, y de este modo se forman palabras y frases. Este medio, por su lentitud, tiene el grave inconveniente de no prestarse a desarrollos de cierta extensión. Se les abrevia, no obstante, en multitud de casos y por procedimientos diversos. Basta con frecuencia, conocer las primeras letras de una palabra para adivinarla, y las primeras palabras de una frase para colegir el resto. Entonces no se le deja acabar, y para estar ciertos de lo que el Espíritu quería decir, se le pregunta si es la palabra o la frase que se ha supuesto, y el Espíritu responde que sí, o que no, por el signo convencional. La Tiptología alfabética puede obtenerse por los dos medios que acabamos de indicar: los golpes dados por la mesa, y los que se perciben en la substancia de un cuerpo duro. Para las comunicaciones un poco serias, preferimos el primero. Por dos razones: una, porque es, en cierto rondo, mas practicable y se encuentra en la aptitud de mayor numero de personas, y la segunda, porque denota la naturaleza de los Espíritus. Los Espíritus que se comunican con la tiptología íntima, son, generalmente, aquellos que se califican de golpeadores: Espíritus ligeros, algunas veces muy divertidos, pero siempre ignorantes. Pueden ser los agentes de Espíritus serios, según las circunstancias: pero actúan lo más frecuentemente con espontaneidad y por su propia cuenta: mientras que ha experiencia prueba que los Espíritus de los otros ordenes, se comunican más a gusto por el movimiento.
De todos modos, la tiptología alfabética es un modo de comunicación de que se sirven los Espíritus superiores sólo a falta de otro mejor: prefieren el que más se presta a la rapidez del pensamiento, y, a causa de su lentitud que les impacienta, abrevian sus respuestas. Hallan ya nuestro lenguaje sobradamente lento; tanto más, cuando el medio de emplearlo aumenta su lentitud.
Psicografía
La ciencia espirita ha progresado como todas las otras y más rápidamente que las otras; porque sólo unos años nos separan de estos medios de comunicación primitivos e incompletos, calificados despectivamente de danza de las mesas o de mesas parlantes, y hoy está en el caso de poder comunicar con los Espíritus tan fácil y tan rápidamente como los hombres entre sí, y esto por los mismos medios: la escritura y la palabra. La escritura, sobre todo, tiene la ventaja de acusar más materialmente la intervención de una potencia oculta y de dejar huellas que pueden conservarse, como lo hacemos con nuestra propia correspondencia. El primer medio empleado es el de las planchitas o cestitas provistas de un lápiz, y fueron los mismos Espíritus quienes lo indicaron. Véase cual es su disposición.
Hemos dicho al empezar este capítulo, que una persona, dotada de una aptitud especial, puede imprimir un movimiento de rotación a un objeto cualquiera. Tomemos, por ejemplo, una pequeña cestita de 15 a 20 centímetros de diámetro (nada importa que sea de mimbre o de madera, porque la materia es indiferente). Si a través del fondo de esta cestita hacemos atravesar un lápiz sólidamente sujeto, con la punta hacia el exterior, y si hacemos que el todo se mantenga en equilibrio sobre la punta del lápiz, colocado, a su vez, sobre una hoja de papel, mediante las puntas de los dedos aplicadas en derredor del borde de la cesta, estaremos ya en disposición de utilizar el aparato, la cestita se pondrá en movimiento, pero en vez de girar sobre sí misma como una peonza, paseara el lápiz en sentidos diversos sobre el papel, y trazara, o bien rasgos sin significación, o bien letras. Si se evoca un Espíritu y éste quiere comunicarse, responderá no con un sí o un no, sino con palabras y frases completas. En esta disposición el lápiz no vuelve sobre sus pasos al terminar una línea para empezar otra, sino que continúa circularmente, de modo que la línea escrita, forma una espiral lo que obliga a ir dando vueltas al papel para poder leer lo escrito. La escritura así obtenida no siempre es perfectamente legible: las palabras no suelen estar separadas ni los trazos son del todo correctos; pero el médium, por una especie de intuición, lo descifra fácilmente. Por razón de economía se puede substituir la cestita provista de lápiz, por éste y un papel ordinario. Designaremos esta cestita con el calificativo de cestita trompo.
Muchas otras disposiciones han sido imaginadas para obtener el mismo resultado; la más cómoda es, la que calificamos de cestita con pico. Consiste en adaptar a una cestita una tira de madera inclinada, haciéndola salir de 10 a 15 centímetros por una parte, en la posición del mástil de bauprés de un barco. Por un agujero practicado en la extremidad de esta tira, o pico, se hace pasar un lápiz bastante largo para que la punta descanse sobre el papel. Colocando el médium los dedos sobre la cestita, todo el aparato se agita y el lápiz escribe como en el caso anterior, con la diferencia de que la escritura es, en general, más legible, las palabras están separadas y las líneas no aparecen en espiral, sino como en la escritura ordinaria, trasladándose el lápiz por sí mismo de la una a la otra, se obtienen así disertaciones de más páginas y tan rápidamente como sí se escribiera con la mano.
La inteligencia que actúa se manifiesta frecuentemente por otros signos inequívocos. Llegando al fin de la página, el lápiz hace espontáneamente un movimiento para volverla; quiere referirse a un pasaje precedente escrito en la misma página o en otra, y le busca con la punta del lápiz como lo haría con los ojos, y le subraya; quiere, en fin, dirigirse a uno de los presentes, y la punta de la tira de madera se dirige hacia él. Para abreviar: expresa frecuentemente las palabras sí y no con los mismos movimientos de afirmación o negación que nosotros hacemos con la cabeza. De todos los procedimientos empleados, éste es el que da la escritura mas variada, según el Espíritu que se manifiesta, y frecuentemente una escritura igual a la que tenía en vida, si es que dejó la tierra poco tiempo antes.
En lugar de la cesta, se sirven algunos de una pequeña mesa hecha ex profeso, de 12 a 15 centímetros de longitud, por cinco o seis de altura; esta mesa tiene tres patas, y una de ellas sirve de soporte al lápiz. Otros se sirven simplemente de una planchita sin pies, la cual, en uno de sus bordes, tiene un agujero para colocar el lápiz: colocada en posición de escribir, la planchita ofrece un plano inclinado, apoyando uno de sus lados sobre el papel. Hay que advertir, como se comprende, que todas estas disposiciones, y otras varias, no tienen nada de absoluto: la más cómoda es siempre la mejor.
Para utilizar todos estos aparatos, es casi siempre necesaria la concurrencia de dos personas; pero no es de necesidad que la segunda esté dotada de facultad medianímica: su papel queda reducido a mantener el equilibrio y a disminuir la fatiga del médium.
Llamamos psicografía indirecta a la escritura así obtenida, por oposición a la psicografía directa o escritura obtenida por la mano misma del médium. Para comprender este último procedimiento, es preciso darse cuenta de lo que pasa en esta operación. El Espíritu extraño que se comunica, obra directamente sobre el médium: y este, bajo tal influencia, dirige maquinalmente su brazo y su mano para escribir, sin tener éste, (al menos, es el caso más ordinario) la menor conciencia de lo que escribe: la mano obra sobre la cesta y la cesta sobre el lápiz: de lo que se sigue que no es la cesta la que se hace inteligente, sino que es un instrumento dirigido por una inteligencia; aquella no es, en realidad, sino un portalápiz, un apéndice de la mano, un instrumento intermedio entre la mano y el lápiz. Suprimíd este instrumento intermediario y colocad el lápiz en la mano del sujeto: obtendréis el mismo resultado con un mecanismo mucho más simple, puesto que el médium escribe como en las condiciones normales. De esto se colige que toda persona que escribe con auxilio de la cestita, de la mesita o de cualquier otro objeto, con mayor puede escribir directamente. De todos los medios de comunicación psicógrafa, éste es, sin réplica, el más simple, el más fácil y el más cómodo, porque no exige ninguna preparación, y se presta, como la escritura corriente, a los dictados más extensos. Volveremos sobre él cuando nos ocupemos de los médiums.
La Pneumatografía es la escritura directa de los Espíritus. Cuando este fenómeno se produjo por primera vez (al menos en nuestros tiempos; porque nada prueba que no fuera conocido en la antigüedad y en la Edad Media, como todos los otros medios de manifestación), excitó dudas muy naturales; pero hoy es ya un hecho adquirido. Alguien muy digno de fe, nos ha afirmado que uno de sus parientes, Canónigo, de acuerdo con el Abate Faria, obtenía este género de escritura, en París, desde el año 1804. El barón de Guldenstube acaba de publicar sobre este tema una obra muy interesante, acompañada de numerosos autógrafos de tal criatura él es, en cierto modo, quien la ha puesto en evidencia, y muchas otras personas han obtenido luego los mismos resultados. Se colocan una hoja de papel y un lápiz sobre la tumba, bajo la estatua o el retrato de un personaje cualquiera, y al día siguiente frecuentemente algunas horas después, se encuentra escrito sobre el papel un nombre, una sentencia y a veces signos ininteligibles. Es evidente que ni la tumba, ni la estatua, ni el retrato bastan por sí mismos para producir el fenómeno; éste es solamente un medio de evocación por el pensamiento. Ahora se contenta un con poner en un cajón, o en una caja que pueda cerrar con llave, una cuartilla, con lápiz o sin él; y, tomando las precauciones necesarias para evitar cualquier superchería, se evoca al Espíritu y se espera el resultado, que suele ser el mismo.
Este fenómeno es, sin contradicción, uno de los más extraordinarios que presentan las manifestaciones espiritistas, y uno de los que atestiguan de una manera perentoria la intervención de una inteligencia u oculta: pero no puede reemplazar a la psicografía (por el presente al menos), para el desarrollo que requieren determinados temas. Se obtiene así la expresión de un pensamiento espontáneo, lo reconocemos: pero nos parece que se presta poco a pláticas y al cambio rápido de ideas que permite el otro método. Por otra parte, la obtención del fenómeno pneumatógrafo es muy rara, mientras que los médiums escribientes son muy numerosos.
En un principio parecía difícil poder darse cuenta de un hecho tan anormal; hoy, no. Con todo, habrá de permitírsenos que no describamos aquí su desarrollo: tendríamos que remontarnos a la fuente de otros fenómenos, del que aquél es la consecuencia. La explicación completa se encontrará en la Revue Spirite, y se verá que, por una deducción lógica, se llega a un resultado naturalismo.
Los Espíritus, en fin, nos transmiten sus pensamientos por la voz de ciertos médiums, dotados a este efecto de una facultad especial: es lo que llamamos psicofonía. Este medio tiene todas las ventajas de la psicografía por la rapidez y la extensión que puede darse a las comunicaciones, y place mucho a los Espíritus superiores; pero para las personas que dudan quizá tenga el inconveniente de no acusar de una manera bastante clara la intervención de una inteligencia extraña. A quienes conviene, es a los que, ya suficientemente edificados sobre la realidad de los hechos, se sirven de él para el complemento de sus estudios y no tienen necesidad de acrecentar su convicción.
Acabamos de bosquejar los diferentes medios de comunicación directa con los espíritus, y les hemos designado con nombres característicos que abarcan todas las variedades, y las gamas de cada variedad; permitiendo así, entendernos mejor que con perífrasis que no tienen nada de fijo ni de metódico. Al principio de las manifestaciones, cuando se tenían a este respecto ideas menos precisas, se publicaron muchos escritos con estas designaciones: Comunicaciones de una cesta, de una planchita, de una mesa parlante, etc. Hoy se comprende todo lo que tienen de insuficiente y de erróneo tales expresiones, aun prescindiendo de su carácter poco serio. En efecto: las cestas, mesas, planchas, y todo otro instrumento, como acabamos de ver, no son sino elementos inertes que no pueden dar de sí absolutamente nada sin la intervención ajena. Es, pues, tomar el efecto por la causa, el instrumento por el principio, usar de aquel lenguaje: tanto valdría que un autor pusiera bajo el título de su obra, en vez de su nombre, esta aclaración: “escrita con pluma metálica” o “escrita con pluma de ganso”. Por otra parte, tales instrumentos no son absolutos: conocemos a quien, en vez de la cesta-trompo que hemos descrito, se servía de un embudo, por cuyo canal pasaba el lápiz. Se podría, pues, decir, que había comunicaciones de un embudo, de una cacerola, o de una ensaladera. Si las comunicaciones se han obtenido por medio de golpes y éstos han sido dados por una silla, un bastón o una escoba, no ha sido la parlante una mesa, sino una silla, un bastón o una escoba. Lo que importa conocer no es la naturaleza del instrumento, sino el modo de obtención. Si la comunicación tiene efecto por la escritura, aunque el portalápiz sea el que quiera. para nosotros es psicografía: si es por golpes, es tiptología. Tomando el Espiritismo las proporciones de una ciencia, le hace falta poseer un lenguaje científico.
La ciencia espirita ha progresado como todas las otras y más rápidamente que las otras; porque sólo unos años nos separan de estos medios de comunicación primitivos e incompletos, calificados despectivamente de danza de las mesas o de mesas parlantes, y hoy está en el caso de poder comunicar con los Espíritus tan fácil y tan rápidamente como los hombres entre sí, y esto por los mismos medios: la escritura y la palabra. La escritura, sobre todo, tiene la ventaja de acusar más materialmente la intervención de una potencia oculta y de dejar huellas que pueden conservarse, como lo hacemos con nuestra propia correspondencia. El primer medio empleado es el de las planchitas o cestitas provistas de un lápiz, y fueron los mismos Espíritus quienes lo indicaron. Véase cual es su disposición.
Hemos dicho al empezar este capítulo, que una persona, dotada de una aptitud especial, puede imprimir un movimiento de rotación a un objeto cualquiera. Tomemos, por ejemplo, una pequeña cestita de 15 a 20 centímetros de diámetro (nada importa que sea de mimbre o de madera, porque la materia es indiferente). Si a través del fondo de esta cestita hacemos atravesar un lápiz sólidamente sujeto, con la punta hacia el exterior, y si hacemos que el todo se mantenga en equilibrio sobre la punta del lápiz, colocado, a su vez, sobre una hoja de papel, mediante las puntas de los dedos aplicadas en derredor del borde de la cesta, estaremos ya en disposición de utilizar el aparato, la cestita se pondrá en movimiento, pero en vez de girar sobre sí misma como una peonza, paseara el lápiz en sentidos diversos sobre el papel, y trazara, o bien rasgos sin significación, o bien letras. Si se evoca un Espíritu y éste quiere comunicarse, responderá no con un sí o un no, sino con palabras y frases completas. En esta disposición el lápiz no vuelve sobre sus pasos al terminar una línea para empezar otra, sino que continúa circularmente, de modo que la línea escrita, forma una espiral lo que obliga a ir dando vueltas al papel para poder leer lo escrito. La escritura así obtenida no siempre es perfectamente legible: las palabras no suelen estar separadas ni los trazos son del todo correctos; pero el médium, por una especie de intuición, lo descifra fácilmente. Por razón de economía se puede substituir la cestita provista de lápiz, por éste y un papel ordinario. Designaremos esta cestita con el calificativo de cestita trompo.
Muchas otras disposiciones han sido imaginadas para obtener el mismo resultado; la más cómoda es, la que calificamos de cestita con pico. Consiste en adaptar a una cestita una tira de madera inclinada, haciéndola salir de 10 a 15 centímetros por una parte, en la posición del mástil de bauprés de un barco. Por un agujero practicado en la extremidad de esta tira, o pico, se hace pasar un lápiz bastante largo para que la punta descanse sobre el papel. Colocando el médium los dedos sobre la cestita, todo el aparato se agita y el lápiz escribe como en el caso anterior, con la diferencia de que la escritura es, en general, más legible, las palabras están separadas y las líneas no aparecen en espiral, sino como en la escritura ordinaria, trasladándose el lápiz por sí mismo de la una a la otra, se obtienen así disertaciones de más páginas y tan rápidamente como sí se escribiera con la mano.
La inteligencia que actúa se manifiesta frecuentemente por otros signos inequívocos. Llegando al fin de la página, el lápiz hace espontáneamente un movimiento para volverla; quiere referirse a un pasaje precedente escrito en la misma página o en otra, y le busca con la punta del lápiz como lo haría con los ojos, y le subraya; quiere, en fin, dirigirse a uno de los presentes, y la punta de la tira de madera se dirige hacia él. Para abreviar: expresa frecuentemente las palabras sí y no con los mismos movimientos de afirmación o negación que nosotros hacemos con la cabeza. De todos los procedimientos empleados, éste es el que da la escritura mas variada, según el Espíritu que se manifiesta, y frecuentemente una escritura igual a la que tenía en vida, si es que dejó la tierra poco tiempo antes.
En lugar de la cesta, se sirven algunos de una pequeña mesa hecha ex profeso, de 12 a 15 centímetros de longitud, por cinco o seis de altura; esta mesa tiene tres patas, y una de ellas sirve de soporte al lápiz. Otros se sirven simplemente de una planchita sin pies, la cual, en uno de sus bordes, tiene un agujero para colocar el lápiz: colocada en posición de escribir, la planchita ofrece un plano inclinado, apoyando uno de sus lados sobre el papel. Hay que advertir, como se comprende, que todas estas disposiciones, y otras varias, no tienen nada de absoluto: la más cómoda es siempre la mejor.
Para utilizar todos estos aparatos, es casi siempre necesaria la concurrencia de dos personas; pero no es de necesidad que la segunda esté dotada de facultad medianímica: su papel queda reducido a mantener el equilibrio y a disminuir la fatiga del médium.
Llamamos psicografía indirecta a la escritura así obtenida, por oposición a la psicografía directa o escritura obtenida por la mano misma del médium. Para comprender este último procedimiento, es preciso darse cuenta de lo que pasa en esta operación. El Espíritu extraño que se comunica, obra directamente sobre el médium: y este, bajo tal influencia, dirige maquinalmente su brazo y su mano para escribir, sin tener éste, (al menos, es el caso más ordinario) la menor conciencia de lo que escribe: la mano obra sobre la cesta y la cesta sobre el lápiz: de lo que se sigue que no es la cesta la que se hace inteligente, sino que es un instrumento dirigido por una inteligencia; aquella no es, en realidad, sino un portalápiz, un apéndice de la mano, un instrumento intermedio entre la mano y el lápiz. Suprimíd este instrumento intermediario y colocad el lápiz en la mano del sujeto: obtendréis el mismo resultado con un mecanismo mucho más simple, puesto que el médium escribe como en las condiciones normales. De esto se colige que toda persona que escribe con auxilio de la cestita, de la mesita o de cualquier otro objeto, con mayor puede escribir directamente. De todos los medios de comunicación psicógrafa, éste es, sin réplica, el más simple, el más fácil y el más cómodo, porque no exige ninguna preparación, y se presta, como la escritura corriente, a los dictados más extensos. Volveremos sobre él cuando nos ocupemos de los médiums.
La Pneumatografía es la escritura directa de los Espíritus. Cuando este fenómeno se produjo por primera vez (al menos en nuestros tiempos; porque nada prueba que no fuera conocido en la antigüedad y en la Edad Media, como todos los otros medios de manifestación), excitó dudas muy naturales; pero hoy es ya un hecho adquirido. Alguien muy digno de fe, nos ha afirmado que uno de sus parientes, Canónigo, de acuerdo con el Abate Faria, obtenía este género de escritura, en París, desde el año 1804. El barón de Guldenstube acaba de publicar sobre este tema una obra muy interesante, acompañada de numerosos autógrafos de tal criatura él es, en cierto modo, quien la ha puesto en evidencia, y muchas otras personas han obtenido luego los mismos resultados. Se colocan una hoja de papel y un lápiz sobre la tumba, bajo la estatua o el retrato de un personaje cualquiera, y al día siguiente frecuentemente algunas horas después, se encuentra escrito sobre el papel un nombre, una sentencia y a veces signos ininteligibles. Es evidente que ni la tumba, ni la estatua, ni el retrato bastan por sí mismos para producir el fenómeno; éste es solamente un medio de evocación por el pensamiento. Ahora se contenta un con poner en un cajón, o en una caja que pueda cerrar con llave, una cuartilla, con lápiz o sin él; y, tomando las precauciones necesarias para evitar cualquier superchería, se evoca al Espíritu y se espera el resultado, que suele ser el mismo.
Este fenómeno es, sin contradicción, uno de los más extraordinarios que presentan las manifestaciones espiritistas, y uno de los que atestiguan de una manera perentoria la intervención de una inteligencia u oculta: pero no puede reemplazar a la psicografía (por el presente al menos), para el desarrollo que requieren determinados temas. Se obtiene así la expresión de un pensamiento espontáneo, lo reconocemos: pero nos parece que se presta poco a pláticas y al cambio rápido de ideas que permite el otro método. Por otra parte, la obtención del fenómeno pneumatógrafo es muy rara, mientras que los médiums escribientes son muy numerosos.
En un principio parecía difícil poder darse cuenta de un hecho tan anormal; hoy, no. Con todo, habrá de permitírsenos que no describamos aquí su desarrollo: tendríamos que remontarnos a la fuente de otros fenómenos, del que aquél es la consecuencia. La explicación completa se encontrará en la Revue Spirite, y se verá que, por una deducción lógica, se llega a un resultado naturalismo.
Los Espíritus, en fin, nos transmiten sus pensamientos por la voz de ciertos médiums, dotados a este efecto de una facultad especial: es lo que llamamos psicofonía. Este medio tiene todas las ventajas de la psicografía por la rapidez y la extensión que puede darse a las comunicaciones, y place mucho a los Espíritus superiores; pero para las personas que dudan quizá tenga el inconveniente de no acusar de una manera bastante clara la intervención de una inteligencia extraña. A quienes conviene, es a los que, ya suficientemente edificados sobre la realidad de los hechos, se sirven de él para el complemento de sus estudios y no tienen necesidad de acrecentar su convicción.
Acabamos de bosquejar los diferentes medios de comunicación directa con los espíritus, y les hemos designado con nombres característicos que abarcan todas las variedades, y las gamas de cada variedad; permitiendo así, entendernos mejor que con perífrasis que no tienen nada de fijo ni de metódico. Al principio de las manifestaciones, cuando se tenían a este respecto ideas menos precisas, se publicaron muchos escritos con estas designaciones: Comunicaciones de una cesta, de una planchita, de una mesa parlante, etc. Hoy se comprende todo lo que tienen de insuficiente y de erróneo tales expresiones, aun prescindiendo de su carácter poco serio. En efecto: las cestas, mesas, planchas, y todo otro instrumento, como acabamos de ver, no son sino elementos inertes que no pueden dar de sí absolutamente nada sin la intervención ajena. Es, pues, tomar el efecto por la causa, el instrumento por el principio, usar de aquel lenguaje: tanto valdría que un autor pusiera bajo el título de su obra, en vez de su nombre, esta aclaración: “escrita con pluma metálica” o “escrita con pluma de ganso”. Por otra parte, tales instrumentos no son absolutos: conocemos a quien, en vez de la cesta-trompo que hemos descrito, se servía de un embudo, por cuyo canal pasaba el lápiz. Se podría, pues, decir, que había comunicaciones de un embudo, de una cacerola, o de una ensaladera. Si las comunicaciones se han obtenido por medio de golpes y éstos han sido dados por una silla, un bastón o una escoba, no ha sido la parlante una mesa, sino una silla, un bastón o una escoba. Lo que importa conocer no es la naturaleza del instrumento, sino el modo de obtención. Si la comunicación tiene efecto por la escritura, aunque el portalápiz sea el que quiera. para nosotros es psicografía: si es por golpes, es tiptología. Tomando el Espiritismo las proporciones de una ciencia, le hace falta poseer un lenguaje científico.
CAPITULO V - DE LOS MEDIUMS
Toda persona que, en un grado cualquiera, nota la influencia de los Espíritus, es, por esta sola razón, médium. Tal facultad es inherente al hombre, y por consecuencia, no es ningún privilegio exclusivo: son pocos los que no tengan de él algún rudimento. Se puede decir, por lo tanto, que todo el mundo es médium. Sin embargo, en el uso, esta calificación sólo se aplica a los en que la facultad mediatriz está netamente caracterizada y se traduce por efectos patentes de cierta intensidad: lo que depende de una organización más o menos sensitiva. Por otra parte, es de notar que esta facultad no se revela en todos del mismo modo: los médiums tienen generalmente una aptitud especial para tal o cual orden de fenómenos, lo que produce tanta variedad de médiums como de manifestaciones (véase la palabra Médiums en el vocabulario). Vamos a dar algunos detalles de aquellos que pueden dar lugar a observaciones importantes.
Médiums de efectos físicos
Médiums naturales y médiums facultativos
Los médiums de efectos físicos son aquellos que tienen aptitud especialísima para producir fenómenos materiales. En esta clase es donde especialmente se encuentran los Médiums naturales, esto es, aquéllos cuya influencia se actualiza espontáneamente. No tienen la menor conciencia de su poder, y frecuentemente lo que ocurre de anormal en su derredor no les parece extraordinario: forma parte de ellos mismo, absolutamente como la personas dotadas de doble vista, de las que nadie duda. Estos sujetos son muy dignos de observación, y no se debe rehusar recopilar y estudiar los hechos de tal orden que lleguen a nuestra noticia. Se manifiestan en toda edad, y, frecuentemente, en niños de pocos años.
Esta facultad, por sí misma, no es indicio de un estado patológico, porque no es incompatible con una salud perfecta. Si aquel que la posee sufre, es por causa extraña; y por ello resulta que los medios terapéuticos son impotentes para hacerla desaparecer. En ciertos casos puede ser consecutiva a cierta debilidad orgánica: pero nunca es causa de la debilidad. No debe, pues, inspirar ninguna inquietud, desde el punto de vista higiénico: solamente podría resultar inconveniente, sí, convertido el sujeto en médium facultativo, abusara de ella, porque entonces habría en él emisión excesiva de fluido vital, y, por consiguiente, debilitación de los órganos.
Es preciso reservarse, sobre todo, de experimentaciones físicas, siempre perjudiciales para las organizaciones sensitivas, porque en ello esta el peligro: podrían resultar graves desórdenes en la economía. La razón se rebela contra las torturas morales y corporales a las que se ha sometido algunas veces a seres débiles y delicados, como miras a cerciorarse de si había, o no, superchería por su parte. Realizar esas pruebas, es jugar con la vida de un semejante. El observador de buena fe no tiene necesidad de emplear semejantes medios; el que esta familiarizado con esta clase de fenómenos, sabe que pertenecen más al orden moral que a1 orden físico, y que buscaría en vano su solución en el cuadro de nuestras ciencias exactas.
Por lo mismo que esos fenómenos pertenecen al orden moral, se debe evitar con escrupuloso cuidado todo lo que pueda sobreexcitar la imaginación. Sabidos son los accidentes que puede ocasionar el miedo; no son menos los casos de locura y de epilepsia que tienen su origen en los cuentos del duendes y de cocos; ¡calcúlese lo que puede dar de sí la persuasión de que es el diablo el que actúa! Aquellos que dan por ciertas tales ideas no saben la responsabilidad que contraen: pueden convertirse en homicidas sin pretenderlo.
El peligro no es solamente para el sujeto, sino que también a los que le rodean, que pueden llegar a la sugestión de que su casa es invadida por los demonios. Esta creencia funesta es la que ha causado tantos actos atroces en tiempos de ignorancia. Con un poco más de discernimiento se hubiera podido pensar que quemando el cuerpo del supuesto poseído por el diablo, no se quemaba el diablo. Ya que lo que se perseguía era deshacerse del diablo, a éste, y no a su víctima, era a quien precisaba matar. La doctrina espiritista nos esclarece la verdadera causa de todos estos fenómenos y da el golpe de gracia al pretendido ángel rebelde. Lejos, pues, de sugerir y fomentar esta idea, se la debe combatir y negar rotundamente Es un deber de moralidad y de humanidad hacerlo.
Lo que conviene hacer cuando una facultad semejante se desarrolla espontáneamente en un individuo, es dejar al fenómeno seguir su curso natural. La naturaleza es más prudente que los hombres. La Providencia, por otra parte, tiene sus miras, y el más pequeño puede ser el instrumento de los mas grandes designios. Pero, hay que convenir en ello, este fenómeno adquiere, en ocasiones, proporciones fatigosas e inoportunas para todo el mundo (1). Partiendo de este principio: que las manifestaciones físicas espontáneas tienen por objeto llamar nuestra atención sobre algo, se sigue lógicamente la conveniencia de conocer ese objeto, y para ello, hay que interrogar al ser invisible que se quiere comunicar. Ya hemos dado a este respecto una explicación en el capítulo dedicado a las manifestaciones. El Espíritu puede desear algo para sí mismo o para la persona por la cual se manifiesta: en uno y otro caso, es probable. como hemos dicho, que si se le satisface, cese en las visitas. Véase, además, otro medio, fundado, como el precedente, en la observación de los hechos.
Los Seres invisibles que revelan su presencia por efectos sensibles, son, por lo general. Espíritus de un orden inferior, a los que se puede dominar por el ascendiente moral; y este ascendiente es el que precisamos buscar y dirigir. Lejos, pues, de mostrarnos sumisos a sus caprichos, es preciso oponer la voluntad y obligarles a obedecer, lo que no impide la condescendencia en todas las peticiones justas y legítimas que puedan hacernos. Todo depende de la naturaleza del Espíritu que se comunique Puede ser inferior, pero benévolo, y venir con buenas intenciones. De esto es de lo que debemos asegurar nos, lo que se logra fácilmente por la naturaleza de las comunicaciones Pero no le preguntemos si es un buen Espíritu; porque, sea quien fuere, la respuesta será siempre afirmativa. No hay ningún bribón que no quiera pasar por hombre honrado.
Para alcanzar este ascendiente, es necesario pasar al sujeto del estado de médium natural al de médium facultativo. Entonces se produce un efecto análogo al que tiene lugar en el sonambulismo. Se sabe que el sonambulismo natural cesa generalmente cuando se le reemplaza por el sonambulismo magnético. No se detiene la facultad emancipadora del alma: se le da otro curso solamente. Lo mismo ocurre con la facultad medianímica. A este efecto, en lugar de entorpecer los fenómenos, lo que raramente se consigue, y cuándo se consigue, no es sin peligro, es preciso excitar al médium a reproducirlos a su voluntad imponiéndose al Espíritu. Por este medio llega a dominarle, y de un dominador en ocasiones tiránico, hace un ser subordinado y no pocas veces dócil. Un hecho digno de notar, justificado por la experiencia, es que en parecidos casos, un niño tiene tanta, y frecuentemente mas autoridad que un adulto: nueva prueba, en apoyo de este punto capital de la doctrina, de que el Espíritu sólo es niño por el cuerpo, y que tiene adquirido un desenvolvimiento necesariamente anterior a su encarnación actual: desenvolvimiento que le puede dar ascendiente sobre los Espíritus que le son inferiores.
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(1). Uno de los hechos mas extraordinarios de esta naturaleza, por la variedad y la extrañeza de los fenómenos, es, sin duda, aquel que tuvo lugar en 1802, en el palatinado (Baviera Rhenana), en Bergzabern, no lejos de Wiesenborg. Su mayor notabilidad estriba en que reunió, o poco menos, en un mismo sujeto, todos los géneros de manifestación espontánea ruidos que aturdían la casa, derrumbamiento de muebles, lanzamiento de objetos a distancia por manos invisibles, visiones, y apariciones, sonambulismos, éxtasis, catalepsias, atracción eléctrica, lamentos y sonidos aéreos, instrumentos que sonaban sin contacto, comunicaciones inteligentes, etc., y, lo que no es de mediocre importancia, la repetición de estos hechos durante dos años aproximados, como pudieron constatarlo numerosos testimonios oculares dignos de toda fe por su saber y por su posición social. La relación auténtica de lo ocurrido, fue publicada, en su tiempo, por numerosos periódicos alemanes, y, especialmente, en un folleto hoy agotado y muy raro. La traducción completa de este folleto puede verse en la Revue Spirite de 1858, con los comentarios y explicaciones necesarios. Que sepamos, esta es la sola publicación francesa que se ha hecho de tal suceso. Aparte del interés sorprendente que tienen dichos fenómenos, son eminentemente instructivos, desde el punto de vista del estudio práctico del Espiritismo.
Médiums de efectos físicos
Médiums naturales y médiums facultativos
Los médiums de efectos físicos son aquellos que tienen aptitud especialísima para producir fenómenos materiales. En esta clase es donde especialmente se encuentran los Médiums naturales, esto es, aquéllos cuya influencia se actualiza espontáneamente. No tienen la menor conciencia de su poder, y frecuentemente lo que ocurre de anormal en su derredor no les parece extraordinario: forma parte de ellos mismo, absolutamente como la personas dotadas de doble vista, de las que nadie duda. Estos sujetos son muy dignos de observación, y no se debe rehusar recopilar y estudiar los hechos de tal orden que lleguen a nuestra noticia. Se manifiestan en toda edad, y, frecuentemente, en niños de pocos años.
Esta facultad, por sí misma, no es indicio de un estado patológico, porque no es incompatible con una salud perfecta. Si aquel que la posee sufre, es por causa extraña; y por ello resulta que los medios terapéuticos son impotentes para hacerla desaparecer. En ciertos casos puede ser consecutiva a cierta debilidad orgánica: pero nunca es causa de la debilidad. No debe, pues, inspirar ninguna inquietud, desde el punto de vista higiénico: solamente podría resultar inconveniente, sí, convertido el sujeto en médium facultativo, abusara de ella, porque entonces habría en él emisión excesiva de fluido vital, y, por consiguiente, debilitación de los órganos.
Es preciso reservarse, sobre todo, de experimentaciones físicas, siempre perjudiciales para las organizaciones sensitivas, porque en ello esta el peligro: podrían resultar graves desórdenes en la economía. La razón se rebela contra las torturas morales y corporales a las que se ha sometido algunas veces a seres débiles y delicados, como miras a cerciorarse de si había, o no, superchería por su parte. Realizar esas pruebas, es jugar con la vida de un semejante. El observador de buena fe no tiene necesidad de emplear semejantes medios; el que esta familiarizado con esta clase de fenómenos, sabe que pertenecen más al orden moral que a1 orden físico, y que buscaría en vano su solución en el cuadro de nuestras ciencias exactas.
Por lo mismo que esos fenómenos pertenecen al orden moral, se debe evitar con escrupuloso cuidado todo lo que pueda sobreexcitar la imaginación. Sabidos son los accidentes que puede ocasionar el miedo; no son menos los casos de locura y de epilepsia que tienen su origen en los cuentos del duendes y de cocos; ¡calcúlese lo que puede dar de sí la persuasión de que es el diablo el que actúa! Aquellos que dan por ciertas tales ideas no saben la responsabilidad que contraen: pueden convertirse en homicidas sin pretenderlo.
El peligro no es solamente para el sujeto, sino que también a los que le rodean, que pueden llegar a la sugestión de que su casa es invadida por los demonios. Esta creencia funesta es la que ha causado tantos actos atroces en tiempos de ignorancia. Con un poco más de discernimiento se hubiera podido pensar que quemando el cuerpo del supuesto poseído por el diablo, no se quemaba el diablo. Ya que lo que se perseguía era deshacerse del diablo, a éste, y no a su víctima, era a quien precisaba matar. La doctrina espiritista nos esclarece la verdadera causa de todos estos fenómenos y da el golpe de gracia al pretendido ángel rebelde. Lejos, pues, de sugerir y fomentar esta idea, se la debe combatir y negar rotundamente Es un deber de moralidad y de humanidad hacerlo.
Lo que conviene hacer cuando una facultad semejante se desarrolla espontáneamente en un individuo, es dejar al fenómeno seguir su curso natural. La naturaleza es más prudente que los hombres. La Providencia, por otra parte, tiene sus miras, y el más pequeño puede ser el instrumento de los mas grandes designios. Pero, hay que convenir en ello, este fenómeno adquiere, en ocasiones, proporciones fatigosas e inoportunas para todo el mundo (1). Partiendo de este principio: que las manifestaciones físicas espontáneas tienen por objeto llamar nuestra atención sobre algo, se sigue lógicamente la conveniencia de conocer ese objeto, y para ello, hay que interrogar al ser invisible que se quiere comunicar. Ya hemos dado a este respecto una explicación en el capítulo dedicado a las manifestaciones. El Espíritu puede desear algo para sí mismo o para la persona por la cual se manifiesta: en uno y otro caso, es probable. como hemos dicho, que si se le satisface, cese en las visitas. Véase, además, otro medio, fundado, como el precedente, en la observación de los hechos.
Los Seres invisibles que revelan su presencia por efectos sensibles, son, por lo general. Espíritus de un orden inferior, a los que se puede dominar por el ascendiente moral; y este ascendiente es el que precisamos buscar y dirigir. Lejos, pues, de mostrarnos sumisos a sus caprichos, es preciso oponer la voluntad y obligarles a obedecer, lo que no impide la condescendencia en todas las peticiones justas y legítimas que puedan hacernos. Todo depende de la naturaleza del Espíritu que se comunique Puede ser inferior, pero benévolo, y venir con buenas intenciones. De esto es de lo que debemos asegurar nos, lo que se logra fácilmente por la naturaleza de las comunicaciones Pero no le preguntemos si es un buen Espíritu; porque, sea quien fuere, la respuesta será siempre afirmativa. No hay ningún bribón que no quiera pasar por hombre honrado.
Para alcanzar este ascendiente, es necesario pasar al sujeto del estado de médium natural al de médium facultativo. Entonces se produce un efecto análogo al que tiene lugar en el sonambulismo. Se sabe que el sonambulismo natural cesa generalmente cuando se le reemplaza por el sonambulismo magnético. No se detiene la facultad emancipadora del alma: se le da otro curso solamente. Lo mismo ocurre con la facultad medianímica. A este efecto, en lugar de entorpecer los fenómenos, lo que raramente se consigue, y cuándo se consigue, no es sin peligro, es preciso excitar al médium a reproducirlos a su voluntad imponiéndose al Espíritu. Por este medio llega a dominarle, y de un dominador en ocasiones tiránico, hace un ser subordinado y no pocas veces dócil. Un hecho digno de notar, justificado por la experiencia, es que en parecidos casos, un niño tiene tanta, y frecuentemente mas autoridad que un adulto: nueva prueba, en apoyo de este punto capital de la doctrina, de que el Espíritu sólo es niño por el cuerpo, y que tiene adquirido un desenvolvimiento necesariamente anterior a su encarnación actual: desenvolvimiento que le puede dar ascendiente sobre los Espíritus que le son inferiores.
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(1). Uno de los hechos mas extraordinarios de esta naturaleza, por la variedad y la extrañeza de los fenómenos, es, sin duda, aquel que tuvo lugar en 1802, en el palatinado (Baviera Rhenana), en Bergzabern, no lejos de Wiesenborg. Su mayor notabilidad estriba en que reunió, o poco menos, en un mismo sujeto, todos los géneros de manifestación espontánea ruidos que aturdían la casa, derrumbamiento de muebles, lanzamiento de objetos a distancia por manos invisibles, visiones, y apariciones, sonambulismos, éxtasis, catalepsias, atracción eléctrica, lamentos y sonidos aéreos, instrumentos que sonaban sin contacto, comunicaciones inteligentes, etc., y, lo que no es de mediocre importancia, la repetición de estos hechos durante dos años aproximados, como pudieron constatarlo numerosos testimonios oculares dignos de toda fe por su saber y por su posición social. La relación auténtica de lo ocurrido, fue publicada, en su tiempo, por numerosos periódicos alemanes, y, especialmente, en un folleto hoy agotado y muy raro. La traducción completa de este folleto puede verse en la Revue Spirite de 1858, con los comentarios y explicaciones necesarios. Que sepamos, esta es la sola publicación francesa que se ha hecho de tal suceso. Aparte del interés sorprendente que tienen dichos fenómenos, son eminentemente instructivos, desde el punto de vista del estudio práctico del Espiritismo.
Médiums facultativos
Médiums facultativos son aquellos que tienen conciencia de su poder y que producen los fenómenos espiritistas por la acción de su voluntad. Esta facultad, bien que inherente a la especie humana, como hemos dicho ya, está lejos de existir en todos en el mismo grado; pero, si hay pocas personas en las cuales sea absolutamente nula, las que son aptas para producir grandes efectos, tales como la suspensión de cuerpos en el espacio, la traslación aérea, y sobre todo, las apariciones, son más raras todavía. Los efectos más simples son los de la rotación de un objeto, los golpes dados por ese mismo objeto, o las percusiones en la substancia del susodicho. Sin dar a estos fenómenos una importancia capital, recomendamos que no se les desdeñe, en razón a que pueden dar observaciones interesantes y ayudar a la convicción (2) . Pero es de notar aquí, que la facultad de producir efectos materiales existe en aquellos que poseen medios más perfectos de comunicación, tales como, por ejemplo, la escritura o la palabra. Generalmente la facultad disminuye en un sentido a medida que se desarrolla en otro.
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(2). La explicación teórica de ello, s e hallará en la Revue Spirite, números de mayo y junio de 1858.
Médiums facultativos son aquellos que tienen conciencia de su poder y que producen los fenómenos espiritistas por la acción de su voluntad. Esta facultad, bien que inherente a la especie humana, como hemos dicho ya, está lejos de existir en todos en el mismo grado; pero, si hay pocas personas en las cuales sea absolutamente nula, las que son aptas para producir grandes efectos, tales como la suspensión de cuerpos en el espacio, la traslación aérea, y sobre todo, las apariciones, son más raras todavía. Los efectos más simples son los de la rotación de un objeto, los golpes dados por ese mismo objeto, o las percusiones en la substancia del susodicho. Sin dar a estos fenómenos una importancia capital, recomendamos que no se les desdeñe, en razón a que pueden dar observaciones interesantes y ayudar a la convicción (2) . Pero es de notar aquí, que la facultad de producir efectos materiales existe en aquellos que poseen medios más perfectos de comunicación, tales como, por ejemplo, la escritura o la palabra. Generalmente la facultad disminuye en un sentido a medida que se desarrolla en otro.
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(2). La explicación teórica de ello, s e hallará en la Revue Spirite, números de mayo y junio de 1858.
Médiums escribientes o psicógrafos.
De todos los medios de comunicación, ninguno tan simple como la escritura. Hacia ella deben tender todos los esfuerzos, porque permite establecer con los Espíritus relaciones tan seguidas y tan regulares como las que existen entre nosotros, y además, porque es también por la que los Espíritus revelan mejor su naturaleza y el grado de su perfección o de su inferioridad. Por la facilidad que tienen de expresarse, nos dan a conocer los Espíritus, sin percatarse de ello, sus pensamientos íntimos, y nos ponen en condiciones de juzgarlos y de apreciar su valor.
Por lo que hace referencia al médium, la facultad de escribir es la que resulta más susceptible de desarrollo mediante el ejercicio. En el capítulo en que nos ocupamos de los medios de comunicación, explicamos las diferentes maneras de obtener la escritura, y vimos que la cestita y la planchita no desempeñan otro papel que el de apéndices de la mano: son un porta lápiz más largo y a eso queda reducido todo: el mismo resultado daría colocar el lápiz a un extremo de un bastón. Estos aparatos tienen la ventaja de dar una escritura más caracterizada que la obtenida con la mano, pero tienen el inconveniente de exigir casi siempre la cooperación de otra persona, lo que puede resultar incómodo. Por esta causa recomendamos adoptar con preferencia la escritura inmediata. El procedimiento es de lo más simple: consiste únicamente en t mar un lápiz y un papel y ponerse en actitud de escribir, sin ninguna otra preparación; mas, para obtener resultado, hay que hacer muchas recomendaciones.
Como, en definitiva, se ha de escribir bajo la influencia de un Espíritu, ese Espíritu no se presentará si no se le evoca. Es, pues, necesario, evocarle con el pensamiento, y rogarle, en nombre de Dios, que tenga a bien comunicarse. Para esto no hay ninguna fórmula sacramental; si alguien pretendiera dar una infalible, podría tachársele, indudablemente, de falsario. El pensamiento es todo: la forma es lo de menos. Si necesaria es la evocación a un Espíritu, no menos necesario es que el Espíritu evocado sea simpático. y esto por dos razones: es la primera, porque vendrá tanto más voluntarioso cuanto más afección nos tenga; y es la segunda, que en razón de este afecto, estará más dispuesto a secundar nuestros esfuerzos para obtener su comunicación. Será, pues, preferente evocar a un pariente o a un amigo; pero puede darse el caso de que ese pariente, o ese amigo, no este en condiciones de poder acudir a nuestro llamamiento, o que no tenga la necesaria potencia o aptitud para hacernos escribir, de aquí la utilidad de agregar a su evocación la de su Espíritu familiar, sea el que fuere, que no hay necesidad de saber su nombre, porque el Espíritu familiar está siempre con nosotros. Entonces ocurre de dos cosas una: o es él quien responde, o va a buscar a otro, al que, en todos los casos, le presta apoyo. Una cosa olvidada por casi todos los principiantes, es la de preguntar al Espíritu. Es evidente que el Espíritu evocado no puede responder si no se le pregunta. Podría, indudablemente, decir algo espontánea mente, como ocurre a cada instante con los médiums ya formados; pero, con aquel que principia, el Espíritu tiene una primera dificultad que vencer. Conviene, pues, simplificar todo lo posible esa dificultad, y eso se consigue formulando una pregunta que pueda contestarse de un modo lacónico y preciso. Se debe tener cuidado, para principiar, en formular la pregunta de tal manera, que la respuesta sea simplemente sí o no; más tarde esta precaución resulta inútil: no precisa que por si misma tenga una importancia real; por el contrario, vale más que sea simple. No se trata de otra cosa que de establecer la relación; lo esencial es que no sea fútil, que no haga referencia a cosas de interés privado, y, sobre todo, que sea la expresión de un sentimiento de benevolencia o simpatía para con el Espíritu a quien se dirige.
Otra cosa no menos necesaria, es la calma y el recogimiento unidos al deseo ardiente y a una firme voluntad de conseguir la comunicación que se apetece. Por voluntad no entendemos aquí un deseo efímero que actúa de acometida y que a cada minuto es interrumpido por otras preocupaciones, sino una voluntad paciente, perseverante, sostenida por la plegará que se dirige al Espíritu evocado. Al recogimiento le favorecen la soledad, el silencio y la lejanía de todo lo que puede causar distracciones. Hecho esto, no falta más que esperar sin desanimarse y renovar todos los días la tentativa durante diez o quince minutos, y esto durante quince días, un mes, dos meses o tres si es preciso. Por ello hemos dicho que hacía falta una voluntad paciente y perseverante; por ello también, los Espíritus consultados sobre la aptitud de tal o cual persona, dicen casi siempre: “con voluntad, lo conseguiréis”. Es, pues, posible, que se logre la primera vez, como es posible que se tenga que esperar mas o menos tiempo. Si al cabo de tres meses no se obtiene nada en absoluto, será poco menos que inútil continuar.
Es de notar que cuando se interroga a los Espíritus sobre sí uno es o no médium, responden casi siempre afirmativamente, lo que no impide que los ensayos resulten infructuosos en determinados casos. Esto se explica perfectamente. Se le hace al Espíritu una pregunta genérica y responde de manera genérica; porque, como se sabe, nada es más elástico que la facultad medianímica en sus múltiples modalidades y grados. Se puede ser médium sin que uno se dé cuenta de ello y en diferente modalidad de la que se piensa. A esta pregunta vaga: “¿Soy médium?”, el Espíritu puede responder “Sí”; y a esta otra, más precisa: “¿Soy médium escribiente?”, puede responder que “no”. Además, es preciso tener en cuenta la naturaleza del Espíritu a quien se interroga, porque los hay ligeros e ignorantes que responden a tuertas y a derechas como verdaderos atolondrados.
Un medio que, frecuentemente, da excelentes resultados, sea para activar el desarrollo, sea para obtener en el acto la escritura de una persona poco predispuesta a ello, consiste en emplear como auxiliar momentáneo un buen médium escribiente u otro ya formado. Si éste coloca su mano o sus dedos sobre la mano que debe escribir, es raro que no consiga el que escriba inmediatamente. Se comprende lo que ocurre en esta circunstancia: la mano que sostiene el lápiz, se convierte, en cierto modo, en apéndice de la mano del médium, como lo seria una cestita o una planchita; pero esto no impide que sea muy útil tal ejercicio cuando se le puede emplear más frecuente y regularmente, por lo que ayuda a vencer el obstáculo material que priva el desarrollo de la facultad. Algunas veces basta magnetizar repetidamente el brazo y la mano del que trata de escribir: otras es suficiente que el magnetizador le coloque la mano en el hombro: nosotros hemos visto escribir prontamente bajo esta influencia. El mismo efecto puede producirse sin ningún contacto y por la sola acción de la voluntad. En este caso, es preciso excitar los esfuerzos del Espíritu y alentarle de viva voz. Se comprende sin esfuerzo que la confianza del magnetizador en su propia potencia, debe desempeñar aquí un gran papel, y que un magnetizador incrédulo tenga poca o ninguna influencia.
La potencia que permite desarrollar en otros la facultad de escribir, constituye una variedad de médiums que nosotros calificamos médiums formadores, y esto, que acaso parezca extraño, obedece a que hay entre los tales, que no escriben por sí mismos. Su concurso es frecuentemente útil a los principiantes, aun respecto a los que tienen aptitud natural, y ello, por una multitud de pequeñas precauciones que frecuentemente se desdeñan en detrimento del progreso en el desarrollo, y que un guía experimentado nos hizo observar. Su papel es el de un profesor, del que se prescinde en cuanto se tiene la necesaria habilidad (3).
La fe en el médium aprendiz, no es de rigor; sin duda secunda los esfuerzos, pero no es indispensable; el deseo y la buena voluntad son suficientes. Personas totalmente incrédulas hay. que quedan estupefactas al ver que escriben contra su voluntad; y, por el contrario, son muchas las creyentes que desean escribir, y no lo consiguen. Esto prueba que la facultad está muy relacionada con la disposición orgánica.
_______________________________________________
(3). Tendremos sumo placer en dar personalmente, sin interés y cuantas veces nos sea posible, los consejos de nuestra experiencia, a cuantas personas deseen formarse como médiums escribientes, cuando previamente hayan adquirido el conocimiento teórico de la ciencia espirita, y esto, a fin de no haberles de instruir en lo que consideramos elemental.
Como precaución material, recomendamos evitar todo lo que pueda cohibir el libre movimiento de la mano, y es también preferible que no descanse del todo sobre el papel. La punta del lápiz debe apoyarse lo suficiente para marcar los trazos, pero no tanto que implique resistencia. Todas estas precauciones se hacen inútiles cuando se llega a escribir correctamente, puesto que entonces ningún obstáculo es bastante para detener el impulso. Es lo mismo que ocurre con los ensayos de escritura escolar.
El primer indicio de disposición para la escritura, es una especie de estremecimiento en e1 brazo y en la mano: poco a poco la mano se siente dominada por un impulso que no puede contener. Frecuentemente. no se trazan al principio sino rasgos o líneas insignificantes luego se destacan de menos a más los caracteres, y acaba por adquirir la escritura la velocidad y la conexión corrientes. En todos los casos es preciso abandonar la mano a su movimiento natural, y no aportar al fenómeno ni resistencia ni impulsión.
La escritura es algunas veces perfectamente legible por estar las letras y las palabras perfectamente trazadas y separadas; pero con ciertos médiums se hace trabajoso descifrar lo escrito, aunque ellos suelen leerlo bien. Es cuestión de habito. Es muy general la escritura a grandes trazos: con pocas palabras se llenan a veces páginas enteras: los Espíritus no suelen ser económicos en papel. Cuando una palabra o una frase es dudosa o poco legible, se ruega al Espíritu que la escriba de nuevo, lo que generalmente hace de buena voluntad. Cuando la escritura es habitualmente ilegible, aun para el mismo médium, éste logra casi siempre obtenerla más correcta con su perseverancia y frecuentes ejercicios, y rogando al Espíritu con ardor que se digne hacerse más inteligible. Si se propone uno conservar las contestaciones, es muy útil transcribirías inmediatamente a continuación de las preguntas, cuando se conservan frescas en la memoria unas y otras; más tarde, podrá resultar tarea difícil o imposible. Ciertos Espíritus, antes de principiar una contestación, hacen ejecutar a la mano del médium diversas evoluciones y trazan una multitud de rasgos insignificantes. Dicen que es para ponerle en condiciones de adaptación, par desatar la mano, o para ponerse en relación con el médium. Otras veces esos rasgos son emblemas o alegorías de lo que dan luego la explicación. Frecuentemente también adoptan signos convencionales para expresar ciertas ideas, que pasan de ser de uso corriente en determinadas reuniones. Para significar de un trazo su disgusto sobre determinada pregunta, a la que no quieren contestar, hacen, por ejemplo, una larga línea, o cosa equivalente.
Cuando ha terminado el Espíritu lo que quería decir, o cuando no quiere contestar determinada pregunta. la mano queda inmóvil. y el médium, sea cualquiera su potencia y su voluntad, no puede obtener ni una palabra más. Esto designa que el Espíritu se ha separado. Por el contrario en tanto el Espíritu no ha terminado, el lápiz sigue su impulso, sin que le sea posible a la mano detenerle. ¿Quiere decir espontáneamente alguna cosa? Pues la mano tomara convulsivamente el lápiz y se pondrá a escribir, sin que le sea posible detenerse.
Tales son las explicaciones más esenciales que tenemos que dar respecto al desenvolvimiento de la psicografía; la experiencia dará a conocer prácticamente ciertos detalles que sería inútil traer aquí, para los cuales cada cual podrá guiarse según los principios generales. Háganse ensayos y se verá que casi no hay familia en la que no haya un médium escribiente entre sus individuos, aun en los niños.
Quien haya recibido el don de escribir con facilidad bajo la influencia de los Espíritus, posee una facultad preciosa, porque se convierte en intérprete entre el inundo visible y el invisible. Es, frecuentemente, una misión que se le ha confiado para el bien, de la que no debe envanecerse, porque le puede ser retirada si de ella hace mal uso, y hasta volverse en contra suya, en el sentido de que no escribirá sino cosas indignas y no tendrá a su disposición sino malos Espíritus. Aquel que, a pesar de sus esfuerzos y de su perseverancia, no llega a poseer la facultad, no debe tampoco deducir nada desfavorable para él: es que su organización física no se presta; pero no por ello queda desheredado de las comunicaciones, puesto que si no las recibe directamente, puede recibirlas muy buenas y muy bellas por un intermediario. Además, puede obtener la compensación con otras facultades no menos útiles. La privación de un sentido esta casi siempre compensada con el desarrollo de otro.
De todos los medios de comunicación, ninguno tan simple como la escritura. Hacia ella deben tender todos los esfuerzos, porque permite establecer con los Espíritus relaciones tan seguidas y tan regulares como las que existen entre nosotros, y además, porque es también por la que los Espíritus revelan mejor su naturaleza y el grado de su perfección o de su inferioridad. Por la facilidad que tienen de expresarse, nos dan a conocer los Espíritus, sin percatarse de ello, sus pensamientos íntimos, y nos ponen en condiciones de juzgarlos y de apreciar su valor.
Por lo que hace referencia al médium, la facultad de escribir es la que resulta más susceptible de desarrollo mediante el ejercicio. En el capítulo en que nos ocupamos de los medios de comunicación, explicamos las diferentes maneras de obtener la escritura, y vimos que la cestita y la planchita no desempeñan otro papel que el de apéndices de la mano: son un porta lápiz más largo y a eso queda reducido todo: el mismo resultado daría colocar el lápiz a un extremo de un bastón. Estos aparatos tienen la ventaja de dar una escritura más caracterizada que la obtenida con la mano, pero tienen el inconveniente de exigir casi siempre la cooperación de otra persona, lo que puede resultar incómodo. Por esta causa recomendamos adoptar con preferencia la escritura inmediata. El procedimiento es de lo más simple: consiste únicamente en t mar un lápiz y un papel y ponerse en actitud de escribir, sin ninguna otra preparación; mas, para obtener resultado, hay que hacer muchas recomendaciones.
Como, en definitiva, se ha de escribir bajo la influencia de un Espíritu, ese Espíritu no se presentará si no se le evoca. Es, pues, necesario, evocarle con el pensamiento, y rogarle, en nombre de Dios, que tenga a bien comunicarse. Para esto no hay ninguna fórmula sacramental; si alguien pretendiera dar una infalible, podría tachársele, indudablemente, de falsario. El pensamiento es todo: la forma es lo de menos. Si necesaria es la evocación a un Espíritu, no menos necesario es que el Espíritu evocado sea simpático. y esto por dos razones: es la primera, porque vendrá tanto más voluntarioso cuanto más afección nos tenga; y es la segunda, que en razón de este afecto, estará más dispuesto a secundar nuestros esfuerzos para obtener su comunicación. Será, pues, preferente evocar a un pariente o a un amigo; pero puede darse el caso de que ese pariente, o ese amigo, no este en condiciones de poder acudir a nuestro llamamiento, o que no tenga la necesaria potencia o aptitud para hacernos escribir, de aquí la utilidad de agregar a su evocación la de su Espíritu familiar, sea el que fuere, que no hay necesidad de saber su nombre, porque el Espíritu familiar está siempre con nosotros. Entonces ocurre de dos cosas una: o es él quien responde, o va a buscar a otro, al que, en todos los casos, le presta apoyo. Una cosa olvidada por casi todos los principiantes, es la de preguntar al Espíritu. Es evidente que el Espíritu evocado no puede responder si no se le pregunta. Podría, indudablemente, decir algo espontánea mente, como ocurre a cada instante con los médiums ya formados; pero, con aquel que principia, el Espíritu tiene una primera dificultad que vencer. Conviene, pues, simplificar todo lo posible esa dificultad, y eso se consigue formulando una pregunta que pueda contestarse de un modo lacónico y preciso. Se debe tener cuidado, para principiar, en formular la pregunta de tal manera, que la respuesta sea simplemente sí o no; más tarde esta precaución resulta inútil: no precisa que por si misma tenga una importancia real; por el contrario, vale más que sea simple. No se trata de otra cosa que de establecer la relación; lo esencial es que no sea fútil, que no haga referencia a cosas de interés privado, y, sobre todo, que sea la expresión de un sentimiento de benevolencia o simpatía para con el Espíritu a quien se dirige.
Otra cosa no menos necesaria, es la calma y el recogimiento unidos al deseo ardiente y a una firme voluntad de conseguir la comunicación que se apetece. Por voluntad no entendemos aquí un deseo efímero que actúa de acometida y que a cada minuto es interrumpido por otras preocupaciones, sino una voluntad paciente, perseverante, sostenida por la plegará que se dirige al Espíritu evocado. Al recogimiento le favorecen la soledad, el silencio y la lejanía de todo lo que puede causar distracciones. Hecho esto, no falta más que esperar sin desanimarse y renovar todos los días la tentativa durante diez o quince minutos, y esto durante quince días, un mes, dos meses o tres si es preciso. Por ello hemos dicho que hacía falta una voluntad paciente y perseverante; por ello también, los Espíritus consultados sobre la aptitud de tal o cual persona, dicen casi siempre: “con voluntad, lo conseguiréis”. Es, pues, posible, que se logre la primera vez, como es posible que se tenga que esperar mas o menos tiempo. Si al cabo de tres meses no se obtiene nada en absoluto, será poco menos que inútil continuar.
Es de notar que cuando se interroga a los Espíritus sobre sí uno es o no médium, responden casi siempre afirmativamente, lo que no impide que los ensayos resulten infructuosos en determinados casos. Esto se explica perfectamente. Se le hace al Espíritu una pregunta genérica y responde de manera genérica; porque, como se sabe, nada es más elástico que la facultad medianímica en sus múltiples modalidades y grados. Se puede ser médium sin que uno se dé cuenta de ello y en diferente modalidad de la que se piensa. A esta pregunta vaga: “¿Soy médium?”, el Espíritu puede responder “Sí”; y a esta otra, más precisa: “¿Soy médium escribiente?”, puede responder que “no”. Además, es preciso tener en cuenta la naturaleza del Espíritu a quien se interroga, porque los hay ligeros e ignorantes que responden a tuertas y a derechas como verdaderos atolondrados.
Un medio que, frecuentemente, da excelentes resultados, sea para activar el desarrollo, sea para obtener en el acto la escritura de una persona poco predispuesta a ello, consiste en emplear como auxiliar momentáneo un buen médium escribiente u otro ya formado. Si éste coloca su mano o sus dedos sobre la mano que debe escribir, es raro que no consiga el que escriba inmediatamente. Se comprende lo que ocurre en esta circunstancia: la mano que sostiene el lápiz, se convierte, en cierto modo, en apéndice de la mano del médium, como lo seria una cestita o una planchita; pero esto no impide que sea muy útil tal ejercicio cuando se le puede emplear más frecuente y regularmente, por lo que ayuda a vencer el obstáculo material que priva el desarrollo de la facultad. Algunas veces basta magnetizar repetidamente el brazo y la mano del que trata de escribir: otras es suficiente que el magnetizador le coloque la mano en el hombro: nosotros hemos visto escribir prontamente bajo esta influencia. El mismo efecto puede producirse sin ningún contacto y por la sola acción de la voluntad. En este caso, es preciso excitar los esfuerzos del Espíritu y alentarle de viva voz. Se comprende sin esfuerzo que la confianza del magnetizador en su propia potencia, debe desempeñar aquí un gran papel, y que un magnetizador incrédulo tenga poca o ninguna influencia.
La potencia que permite desarrollar en otros la facultad de escribir, constituye una variedad de médiums que nosotros calificamos médiums formadores, y esto, que acaso parezca extraño, obedece a que hay entre los tales, que no escriben por sí mismos. Su concurso es frecuentemente útil a los principiantes, aun respecto a los que tienen aptitud natural, y ello, por una multitud de pequeñas precauciones que frecuentemente se desdeñan en detrimento del progreso en el desarrollo, y que un guía experimentado nos hizo observar. Su papel es el de un profesor, del que se prescinde en cuanto se tiene la necesaria habilidad (3).
La fe en el médium aprendiz, no es de rigor; sin duda secunda los esfuerzos, pero no es indispensable; el deseo y la buena voluntad son suficientes. Personas totalmente incrédulas hay. que quedan estupefactas al ver que escriben contra su voluntad; y, por el contrario, son muchas las creyentes que desean escribir, y no lo consiguen. Esto prueba que la facultad está muy relacionada con la disposición orgánica.
_______________________________________________
(3). Tendremos sumo placer en dar personalmente, sin interés y cuantas veces nos sea posible, los consejos de nuestra experiencia, a cuantas personas deseen formarse como médiums escribientes, cuando previamente hayan adquirido el conocimiento teórico de la ciencia espirita, y esto, a fin de no haberles de instruir en lo que consideramos elemental.
Como precaución material, recomendamos evitar todo lo que pueda cohibir el libre movimiento de la mano, y es también preferible que no descanse del todo sobre el papel. La punta del lápiz debe apoyarse lo suficiente para marcar los trazos, pero no tanto que implique resistencia. Todas estas precauciones se hacen inútiles cuando se llega a escribir correctamente, puesto que entonces ningún obstáculo es bastante para detener el impulso. Es lo mismo que ocurre con los ensayos de escritura escolar.
El primer indicio de disposición para la escritura, es una especie de estremecimiento en e1 brazo y en la mano: poco a poco la mano se siente dominada por un impulso que no puede contener. Frecuentemente. no se trazan al principio sino rasgos o líneas insignificantes luego se destacan de menos a más los caracteres, y acaba por adquirir la escritura la velocidad y la conexión corrientes. En todos los casos es preciso abandonar la mano a su movimiento natural, y no aportar al fenómeno ni resistencia ni impulsión.
La escritura es algunas veces perfectamente legible por estar las letras y las palabras perfectamente trazadas y separadas; pero con ciertos médiums se hace trabajoso descifrar lo escrito, aunque ellos suelen leerlo bien. Es cuestión de habito. Es muy general la escritura a grandes trazos: con pocas palabras se llenan a veces páginas enteras: los Espíritus no suelen ser económicos en papel. Cuando una palabra o una frase es dudosa o poco legible, se ruega al Espíritu que la escriba de nuevo, lo que generalmente hace de buena voluntad. Cuando la escritura es habitualmente ilegible, aun para el mismo médium, éste logra casi siempre obtenerla más correcta con su perseverancia y frecuentes ejercicios, y rogando al Espíritu con ardor que se digne hacerse más inteligible. Si se propone uno conservar las contestaciones, es muy útil transcribirías inmediatamente a continuación de las preguntas, cuando se conservan frescas en la memoria unas y otras; más tarde, podrá resultar tarea difícil o imposible. Ciertos Espíritus, antes de principiar una contestación, hacen ejecutar a la mano del médium diversas evoluciones y trazan una multitud de rasgos insignificantes. Dicen que es para ponerle en condiciones de adaptación, par desatar la mano, o para ponerse en relación con el médium. Otras veces esos rasgos son emblemas o alegorías de lo que dan luego la explicación. Frecuentemente también adoptan signos convencionales para expresar ciertas ideas, que pasan de ser de uso corriente en determinadas reuniones. Para significar de un trazo su disgusto sobre determinada pregunta, a la que no quieren contestar, hacen, por ejemplo, una larga línea, o cosa equivalente.
Cuando ha terminado el Espíritu lo que quería decir, o cuando no quiere contestar determinada pregunta. la mano queda inmóvil. y el médium, sea cualquiera su potencia y su voluntad, no puede obtener ni una palabra más. Esto designa que el Espíritu se ha separado. Por el contrario en tanto el Espíritu no ha terminado, el lápiz sigue su impulso, sin que le sea posible a la mano detenerle. ¿Quiere decir espontáneamente alguna cosa? Pues la mano tomara convulsivamente el lápiz y se pondrá a escribir, sin que le sea posible detenerse.
Tales son las explicaciones más esenciales que tenemos que dar respecto al desenvolvimiento de la psicografía; la experiencia dará a conocer prácticamente ciertos detalles que sería inútil traer aquí, para los cuales cada cual podrá guiarse según los principios generales. Háganse ensayos y se verá que casi no hay familia en la que no haya un médium escribiente entre sus individuos, aun en los niños.
Quien haya recibido el don de escribir con facilidad bajo la influencia de los Espíritus, posee una facultad preciosa, porque se convierte en intérprete entre el inundo visible y el invisible. Es, frecuentemente, una misión que se le ha confiado para el bien, de la que no debe envanecerse, porque le puede ser retirada si de ella hace mal uso, y hasta volverse en contra suya, en el sentido de que no escribirá sino cosas indignas y no tendrá a su disposición sino malos Espíritus. Aquel que, a pesar de sus esfuerzos y de su perseverancia, no llega a poseer la facultad, no debe tampoco deducir nada desfavorable para él: es que su organización física no se presta; pero no por ello queda desheredado de las comunicaciones, puesto que si no las recibe directamente, puede recibirlas muy buenas y muy bellas por un intermediario. Además, puede obtener la compensación con otras facultades no menos útiles. La privación de un sentido esta casi siempre compensada con el desarrollo de otro.
Para comprender el papel del médium en las manifestaciones, es preciso darse cuenta de la manera como
se opera la transmisión del pensamiento de los Espíritus. Nos referimos en este instante a los médiums
escribientes.
El Espíritu, como hemos dicho, tiene una envoltura semimaterial, a la que denominamos periespíritu. El -
digámoslo así- fluido condensado en torno del Espíritu para formar esta envoltura, es el intermediario por el
cual obra sobre los cuerpos: es el agente de su potencia material y por él produce los fenómenos físicos.
Si se examinan ciertos efectos que se producen en los movimientos de la mesa, de la cestita o de la
planchita que escriben, no se puede dudar de una acción ejercida directamente por el Espíritu sobre tales
instrumentos. La cestita se agita algunas veces con tanta violencia, que se escapa de las manos del médium.
En ocasiones se dirige hacia determinadas personas del círculo para golpearías; en otras sus movimientos
testimonian sus afectos. Lo mismo ocurre cuando el lápiz está en manos del médium: con frecuencia es
lanzado a lo lejos con fuerza, o la mano, como la cestita, se agita convulsivamente y golpea en la mesa con
cólera, incluso cuando el médium está perfectamente tranquilo y se asombra de no ser dueño de sí. Digamos,
de paso, que estos efectos denotan, generalmente, la presencia de Espíritus imperfectos. Los Espíritus
realmente superiores, se muestran siempre tranquilos, dignos y benévolos. Si no se les escucha
convenientemente, se retiran, y otros ocupan su lugar. Puede, pues, expresar el Espíritu directamente su
pensamiento por el movimiento de un objeto puesto en la mano del médium, que queda reducida a un punto
de apoyo. y puede también hacerlo sin que el objeto esté en contacto directo con el médium.
La transmisión del pensamiento tiene también lugar por mediación del Espíritu del médium, o mejor, de
su alma, ya que nosotros designamos con este nombre al Espíritu encarnado. El Espíritu extraño, en este
caso, no obra sobre la mano para que escriba, ni sobre la cestita, ni sobre la planchita, a la que no tiene en la
mano ni las impulsa: obra sobre el alma, con la cual se identifica. El alma, bajo esta impulsión. dirige la
mano por medio del fluido que compone su propio periespíritu; la mano dirige la cesta y ésta el lápiz.
Señalemos aquí una cosa importante, es a saber: que el Espíritu extraño no sustituye al alma, a la que no
sabría como desplazar; se limita a dominarla e imprimirle su voluntad. Cuando decimos dominarla, nos
contraemos solamente a su acción exterior por los órganos corporales: porque el alma, en cuanto Espíritu
encarnado, puede perfectamente tener conciencia de la acción ejercida sobre ella por el Espíritu extraño. El
papel del alma, en esta circunstancia, es algunas veces enteramente pasivo, y entonces el médium no tiene
ninguna conciencia de lo que escribe, o de lo que dice, si es un médium parlante; pero algunas veces la
pasividad no es absoluta, sino que tiene una conciencia más o menos vaga, aunque su mano esté impulsada
por un movimiento maquinal al que su voluntad sea ajena.
Si así ocurre, se objetará, nada prueba que sea un Espíritu extraño el que escribe, y no el del médium.
Este es el momento de revelar un error en el que incurren algunas personas. Diremos, pues, que puede
suceder que el alma del médium se comunique como lo haría un Espíritu extraño, y esto se concibe
fácilmente. Puesto que se puede evocar al Espíritu de personas vivas, ausentes o presentes y que el Espíritu
evocado se comunica por la escritura o por la palabra del médium, ¿por qué el Espíritu del médium no ha de
poder comunicarse igualmente?. Los hechos prueban que en ciertas circunstancias Sucede así, como en el
sonambulismo, por ejemplo. ¿Se sigue de ello que la comunicación del alma del médium, tenga menos
valor? De ningún modo. El Espíritu encarnado en el médium puede ser más elevado que ciertos Espíritus
extraños, y por la misma razón, dar mejores comunicaciones. Este es, a nuestro entender, un caso en el que
debe discernir nuestro juicio. En el supuesto de que estamos tratando, el médium habla como Espíritu
desencarnado y no como hombre. La cuestión es saber si no es siempre el Espíritu del médium el que emite
sus propios pensamientos, como algunos pretenden. Esta opinión absoluta es un sistema que no puede tener
su origen sino en una observación incompleta. Es siempre peligroso formular teorías sobre hechos que no se
han profundizado lo bastante, o de los que sólo se ha podido ver una fase. Hay casos, sin duda alguna. en que
la intervención de un Espíritu extraño no es incontestable; pero basta que haya algunos otros en que esa
intervención sea patente, para concluir que también se puede comunicar otro Espíritu que no sea el del
médium. Luego esa intervención extraña no puede hacérsenos dudosa cuando, por ejemplo, una persona que
no sabe leer ni escribir, escribe como médium: cuando un médium escribe o habla en un lenguaje que le es desconocido; cuando, en fin -lo que es el caso más ordinario- ; el médium no tiene ninguna conciencia de lo
dicho o escrito por él, y los pensamientos expresados son contrarios a su manera de ver y traspasan los
límites de su inteligencia. La experiencia da sobre este último aspecto tan numerosas y tan palpables pruebas,
que la duda no es posible para quien haya observado, sobre todo si ha observado bien.
Cualquiera que sea, pues, el modo de acción del Espíritu extraño para la producción de la escritura, o
para la expresión del pensamiento por la palabra, el médium no es siempre más que un instrumento, pero un
instrumento más o menos cómodo. Esto nos da ocasión para hacer una observación importante, que
responderá a esta pregunta natural y frecuente: ¿Por qué todos los médiums no escriben en todas las lenguas
que les son desconocidas?
El Espíritu extraño comprende sin ninguna duda todas las lenguas, puesto que éstas son sólo modos de
expresión del pensamiento y él comprende por el pensamiento; más para darse cuenta de este pensamiento
hace falta un instrumento, y este instrumento es el médium. El alma del médium que recibe la comunicación
extraña, no puede transmitirla por los órganos de su cuerpo, porque estos órganos no pueden tener para un
idioma desconocido la flexibilidad que tienen para el que les es familiar. Un médium que no sepa más que el
francés, podrá, accidentalmente, dar una contestación en inglés, por ejemplo, si así le place al Espíritu que le
influye; pero los Espíritus, a quienes ya parece el lenguaje humano muy lento para la transmisión de su
pensamiento, como lo prueba el que abrevien y se impacienten por la resistencia mecánica con que tropiezan,
no es de creer que se entretengan en ejercicios para expresar mal lo que pueden expresar menos mal. He aquí
por qué no lo hacen de ordinario. Esta es la razón por la que el médium novicio -que escribe penosamente y
con lentitud, aun en su propia lengua- no obtiene, en general, sino respuestas breves y sin desarrollo, y los
Espíritus recomiendan no hacer por su intermedio sino preguntas simples. Para las preguntas de cierto
alcance, se precisa un médium formado, que no ofrezca ninguna dificultad mecánica al Espíritu. Nosotros no
tomaríamos para lector a un escolar que deletrease. Un buen obrero no se conforma con malas herramientas.
Agreguemos aún otra consideración de suma gravedad por lo que afecta a las lenguas extrañas. Los ensayos
de este género se hacen siempre por curiosidad y con fin experimental, y nada es más antipático a los
Espíritus que las pruebas a que se trata de someterles. Los Espíritus superiores no se prestan nunca y se alejan
en cuanto se quiere entrar por este camino. Tanto como se complacen en las cosas útiles, repugnan ocuparse
en cosas fútiles y sin objeto. Esto es, dirán los incrédulos, para convencernos, y el objeto es útil, puesto que
pueden ganar adeptos para la causa espirita. A esto responden los Espíritus: “Nuestra causa no tiene
necesidad de aquellos que tienen sobrado orgullo para creerse indispensables; nosotros nos dirigimos a
quienes querernos, y éstos son, frecuentemente, los más pequeños y los más humildes. Jesús ¿hizo los
milagros que le pedían los escribas? ¿Y de qué hombres se sirvió para revolucionar al mundo? Sí queréis
convenceros tenéis otros medios que los heroicos. Principiad por someteros. No es cosa regular que el
estudiante imponga su voluntad al Profesor.”
Resulta de esto, que, salvo raras excepciones, el médium refleja el pensamiento del Espíritu por los
medios mecánicos que están a su disposición, y que la expresión de este pensamiento, puede, naturalmente,
resentirse la mayor parte de las veces, de la imperfección de tales medios. El hombre inculto, el labriego,
podrá decir las cosas más hermosas, los pensamientos más elevados, más filosóficos, hablando su lenguaje:
mas no, haciéndole hablar el lenguaje de los académicos; y como para los Espíritus el pensamiento es todo y
la forma nada, resulta lógico que se valgan en todos los casos de los medios que tienen a su disposición para
manifestar lo que desean, sin preocuparse de la forma en que tengan que hacerlo. Esto responde a la objeción
de ciertos críticos, a propósito de las incorrecciones de estilo y de ortografía que se les pueden reprochar, y
que lo mismo pueden provenir del Espíritu que del médium. Es una futilidad apelar a tales cosas.
Si el médium, desde el punto de vista de la ejecución, no es más que un instrumento, por otro concepto
ejerce una gran influencia. Puesto que, para comunicarse el Espíritu extraño, se identifica con el del médium,
esta identificación no puede tener lugar mientras no haya entre ellos simpatía, y si se nos permite decirlo,
afinidad. El alma ejerce sobre el Espíritu extraño una especie de atracción o de repulsión, según el grado de
su similitud o de su desemejanza; de lo que se sigue que los buenos son atraídos por los buenos y los malos
por los malos, y, como es consiguiente, que las cualidades morales de los médiums, tienen una influencia
capital sobre la naturaleza de los Espíritus que se comunican por su mediación. Si el médium es vicioso, los
Espíritus inferiores se agrupan en su torno y están dispuestos siempre a tomar el puesto de los buenos
Espíritus a que se ha invocado. Las cualidades que atraen a los buenos Espíritus, son: la bondad, la
benevolencia, la sencillez de corazón, el amor al prójimo y el desapego de las cosas materiales: los defectos
que les rechazan son: el egoísmo, la envidia, los celos, la cólera, la lujuria. la sensualidad y todas las pasiones
por las cuales el hombre se esclaviza a la materia. Un médium por excelencia sería aquel que, a la facilidad
de la ejecución, uniera el más alto grado de las cualidades morales.
La influencia del Espíritu del médium puede aún ejercerse de otro modo. Si es hostil al Espíritu extraño
que se comunica, puede ser para él un intérprete infiel alterar o disfrazar su pensamiento o exponerlo con
frases impropias. Lo mismo ocurre entre nosotros, cuando confiamos a un hombre de mala fe un asunto de
interés y reservado.
La facultad medianímica, sea cualquiera el grado en que se considere, no basta, pues, pata obtener
buenas comunicaciones: es preciso, ante todo, y aun es condición sine qua non, que haya simpatía cutre el
médium y los buenos Espíritus. La repulsión de éstos para los médiums inferiores desde el punto de vista
moral, se concibe perfectamente ¿Tomamos nosotros por confidentes de nuestros pensamientos a las
personas que no merecen nuestra estima?
Ciertas personas no logran, verdaderamente, una buena dote en el reparto de las comunicaciones: no
reciben o trasmiten otras, por lo común, que las triviales o groseras, que nada dicen de provecho. Deben
deplorarlo como un indicio cierto de los Espíritus que se agrupan en su derredor, porque no son, ciertamente,
Espíritus superiores los que usan semejante lenguaje. Por esfuerzos que hagan para desembarazarse de
semejantes acólitos tan poco recomendables, no harán nunca lo bastante, a menos que se regodeen con
semejantes conversaciones. En todo caso nosotros les recomendamos que no se estacionan en ello, porque
esto podría dar una idea poco plausible de las simpatías con que cuentan en el mundo de los Espíritus.
Completaremos lo que tenemos que decir acerca de los médiums, a medida que lo exija la sucesión de
nuestras instrucciones.
Luego, ¿es absolutamente imposible obtener buenas comunicaciones con médiums imperfectos? Eso es
lo que vamos ver en el capítulo que sigue.
Sería un grave error creer que es preciso ser médium para atraer a sí los seres del mundo invisible. El
espacio está poblado; los tenemos sin cesar en torno nuestro, a nuestro lado, que nos ven, nos observan, se
mezclan en nuestras reuniones, nos siguen o nos rehuyen, según les atraigamos o les rechacemos. La facultad
medianímica no aumenta para nada esto: es simplemente un medio de comunicación. Según lo que hemos
visto sobre las causas de simpatía o de antipatía de los Espíritus, se comprende fácilmente que debemos estar
rodeados de aquellos que sienten afinidad con nuestro propio Espíritu, según sea éste elevado o degradado.
Consideremos ahora el estado moral de nuestro globo, y se comprenderá cuál es el género de Espíritus que
debe dominar entre los Espíritus errantes. Si tomamos cada pueblo en particular, podremos juzgar, por el
carácter dominante de sus habitantes, por sus preocupaciones, por sus sentimientos, más o menos morales y
humanitarios, los órdenes de Espíritus que les visitan. Los Espíritus no son más que las almas desprendidas
de nuestros cuerpos, que llevan consigo el reflejo de nuestras cualidades y de nuestras imperfecciones. Son
buenos o malos según lo que fueron, a excepción de aquellos que, habiendo dejado en el fondo del alambique
terrestre sus impurezas, se han elevado por encima de la turba de Espíritus imperfectos. El mundo espirita no
es, pues, sino un extracto quintaesenciado del mundo corporal, que exhala buenos y malos olores.
Partiendo de este principio, supongamos una reunión de hombres ligeros, inconsecuentes, ocupados en
sus placeres. ¿Cuáles serán los Espíritus que preferentemente se hallarán allí? No serán, seguramente, los
Espíritus superiores; porque, igualmente que nuestros científicos y nuestros filósofos, no irán allí a pasar el
tiempo. Así, todas las veces que los hombres se reúnen en asamblea, tienen con ellos otra asamblea oculta
que simpatiza con sus cualidades o sus vicios, y esto, hecha abstracción de toda evocación. Admitamos ahora
que tengan la posibilidad de conversar con los seres del mundo invisible mediante un intérprete, o lo que es
igual, de un médium. ¿Quiénes serán los que respondan a sus preguntas? Evidentemente, aquellos que estén
allí dispuestos a aprovechar toda oportunidad para comunicarse. Si en una reunión fútil se evoca a un Espíritu
superior, podrá acudir, y hasta pronunciar algunas palabras razonables, como un buen pastor acude a su
rebaño despavorido; pero en el momento que se ve incomprendido y desatento, se va, como nos iríamos
cualquiera de nosotros en igualdad de circunstancias. Y así como nosotros dejaríamos el puesto franco a los
que quisieran ocuparlo, así los Espíritus superiores dejan el suyo a los inferiores que están al acecho para
ocuparle.
No siempre basta que una reunión sea seria para obtener comunicaciones de un orden elevado: hay
gentes que nunca ríen, y no por ello tienen corazón puro: es el corazón, sobre todo. el que atrae a los buenos
Espíritus. Ninguna condición moral excluye las comunicaciones espiritistas; pero si uno está en malas
condiciones, habla con semejantes suyos, que no tienen escrúpulos en engañarnos y que frecuentemente
alimentan nuestros prejuicios.
Que un Espíritu no sea de urden superior, no quiere decir que necesariamente haya de ser malo: puede
ser y es frecuentemente ligero no más. Si os divierten sus chistes, se regodeara en prodigaros temas para
epigramas, que raramente faltan motivos para ellos, y bajo forma jovial, a veces dan lecciones que resultan
vejigatorios. Son los vaudevillistas del mundo de los Espíritus, como los superiores son los sabios y los
filósofos del más allá.
Se ve, por lo dicho, la enorme influencia del medio sobre la naturaleza de las comunicaciones
inteligentes; pero esta influencia no se ejerce como algunas personas pretendían, cuando no era conocido el
mundo de los Espíritus como lo es en la actualidad, y antes que las experiencias concluyentes vinieran a
poner en claro el asunto. Cuando las comunicaciones concuerdan con el criterio de los asistentes, no es
porque esta opinión se refleje en el Espíritu del médium como en un espejo: es porque hay en la reunión
Espíritus que son simpáticos, para el bien o para el mal, con los reunidos, y que abundan en sus ideas. Lo
prueba el que i logran atraer otros Espíritus que los que de ordinario constituyen su cohorte, el mismo
médium da comunicaciones en lenguaje totalmente distinto y de un fondo que e distancia en absoluto del
pensar y del sentir de los reunidos. En resumen: las condicione del medio serán tanto mejores, cuanta más
homogeneidad haya pera el bien; cuanto más sinceramente se deseen la instrucción y el perfeccionamiento.
En este medio, tres elementos pueden influir uno en pos del otro o simultáneamente: el conjunto de los
asistentes por los Espíritus que atraen, el médium por la naturaleza de su propio Espíritu que sirve de
intérprete, y el que interroga. Este, por sí solo, puede dominar todas las otras influencias, y, no obstante las condiciones desfavorables que le rodeen, puede, algunas veces, obtener grandes cosas por su ascendiente, si
el objeto que se propone es útil. Los Espíritus superiores acuden a su llamamiento, y por él. los otros
Espíritus se callan como los escolares ante su maestro.
La influencia del medio hace comprender que cuanto menor es el número de los asistentes a una sesión,
tanto mejor es el resultado, porque es más fácil obtener la homogeneidad. Las pequeñas reuniones íntimas
son siempre más favorables a las hermosas comunicaciones; sin embargo, se concibe que cien personas
reunidas con el conveniente recogimiento y atención, obtendrán mejores resultados que diez que estén
distraídas y en jocoso charloteo. Lo que es preciso, sobre todo, entre los asistentes, es la comunión de
pensamientos. Si esta comunión es con miras al bien, los buenos Espíritus acuden fácilmente y con buena
voluntad al llamamiento. No se pecará nunca, pues, de sobrado celo, recomendando la circunspección para
con los nuevos elementos que se introduzcan en las reuniones: hay gentes que llevan la perturbación
dondequiera que van. Los más recusables, en este caso, no son los ignorantes en la materia, ni siquiera los
incrédulos: la convicción sólo se adquiere con la experiencia, y hay gentes de buena fe que quieren
convencerse. De los que hay que preservarse especialmente, es de las gentes sistemáticas; de los dados a
prejuicios; de aquellos incrédulos que dudan de todo, hasta de la evidencia misma: de los orgullosos que
pretenden poseer la ciencia infusa, quieren imponer a los demás su opinión, y miran con desdén a los que no
participan de sus puntos de vista. No os dejéis sorprender por su pretendido deseo de ilustrarse: hay más de
uno que se enojaría si tuviera que convenir en que iba equivocado. Guardaos, sobre todo, de esos perorantes
insípidos que quieren siempre decir la última palabra: los Espíritus no gustan de charla inútil.
CAPITULO VIII - DE LAS RELACIONES CON LOS ESPIRITUS
La manera de ponerse en relación con los Espíritus, no es uno de los asuntos menos útiles. Si se considera la distancia que separa los dos extremos de la escala, se concebirá sin trabajo la necesidad de ciertos miramientos, según el rango de los Espíritus y sus hábitos, No basta, pues, hallarse uno en buenas condiciones; es preciso conocer el procedimiento más favorable para alcanzar con mayor seguridad el objeto. También tendremos que examinar el que conviene seguir para la reuniones, para las evocaciones, para el lenguaje que debemos usar con los Espíritus, y para las preguntas que les dirijamos.
De las reuniones
Damos por sentado que se trata de reuniones que persiguen un fin serio. En cuanto a las que hacen de la evocación un objeto de entretenimiento y curiosidad, las entregamos a sí mismas, dejando en libertad a los asistentes para pedir les digan la buenaventura y les revelen pequeños secretos: pueden estar seguros, por anticipado, de que no les faltará la asistencia a medida de su gusto. Haremos notar, sin embargo, que estas reuniones frívolas tienen un grave inconveniente, y es, que ciertas personas pueden tomar en serio lo que es casi siempre una burla de los Espíritus ligeros que se divierten a expensas de los que les escuchan. En cuanto a los que no han visto nunca nada, no deben nunca ir allí a recibir sus primeras lecciones ni a fundar sus convicciones: podrían formar muy erróneo concepto de los seres que componen el mundo de los Espíritus, como cualquiera de nosotros juzgaría mal a todo un pueblo fijándose nada más en lo que viera en sus garitos.
Según se desprende de todo lo que hemos dicho, se concibe que el silencio y el recogimiento son condiciones de primer orden; pero no es menos necesario para ellos la regularidad de las sesiones. En todas ellas hay siempre Espíritus que pudiéramos calificar de habituales, y con esto no queremos referirnos a los que se encuentran en todas partes y se mezclan en todo. Nos referimos a los que son, o Espíritus familiares, o los que se interrogan con más frecuencia. Tampoco hay que creer que estos Espíritus no tengan otra cosa que hacer que oír y responder a nuestras preguntas: tiene otras ocupaciones y pueden hallarse en condiciones desfavorables para responder a nuestra evocación. Cuando las reuniones tienen lugar en días y horas fijos, ellos se preparan en consonancia, y es raro que falten a la cita. Se da el caso de que llevan la puntualidad al extremo, y se enojan por un cuarto de hora de retraso después de la que conceden para la conversación, hasta el punto de que es en vano evocarles algunos instantes más tarde. Sin duda les es posible acudir fuera de las horas consagradas, y aun acuden gustosos si el fin es útil; pero nada es más perjudicial a las buenas comunicaciones que la evocación a tontas y a locas, cuando nos lo dicta la fantasía, y, sobre todo, cuando no hay motivo serio para ello. Como no están obligados a someterse a nuestros caprichos, pueden perfectamente desdeñarlos, y entonces es, especialmente, cuando otros ocupan su lugar y se valen de su nombre.
No hay hora cabalística para las evocaciones: la designación, por lo tanto, es completamente indiferente. Son las mejores aquellas en que nuestras ocupaciones habituales nos dejan un rato de mayor tranquilidad. Los Espíritus que prescribieran para determinado asunto horas de predilección consagradas a los seres infernales por los cuentos de antaño, serían, sin la menor duda, Espíritus mistificadores. Lo mismo hay que decir respecto de los días a los que la superstición atribuye imaginaria influencia.
Nada se opondría a que las sesiones fueran cotidianas: pero hay un inconveniente en su excesiva frecuencia. Si los Espíritus vituperan el exagerado apego a las cosas de este mundo, recomiendan también no olvidar los deberes que nos impone nuestra posición social: esto forma parte de nuestras pruebas. Nuestro propio Espíritu, por otra parte, tiene necesidad, para mantener la salud del cuerpo, de no estar constantemente absorbido por un mismo objeto, y sobre todo, por cosas abstractas: su atención se más activa cuando está menos fatigado. Las reuniones semanales o bisemanales son suficientes: se celebran con más solemnidad y recogimiento que cuando no están tan espaciadas. Hablamos de las sesiones en que se ejecuta un trabajo regular, y no de aquellas en que un médium principiante consagra su tiempo a los ejercicios necesarios para su desarrollo. Estas, hablando propiamente, no son sesiones: son lecciones que darán tanto mejor resultado cuanto mas múltiples sean; pero, una vez desarrollada la facultad, es esencial no abusar de ella, por las razones que acabamos de dar. La satisfacción que la posesión de esta facultad procura a ciertos comerciantes, excita en ellos un entusiasmo que es de interés moderar. Deben tener en cuenta que les fue dada para e1 bien, y no para satisfacer una vana curiosidad. Cuando decimos el bien, queremos hablar del bien ajeno, y no del propio. Si el médium quiere mantener relacione s serias con los Espíritus, debe evitar prestarse a satisfacer la curiosidad de los amigos y relacionados que acuden a él para preguntar cosas ociosas, y, por el contrarío, debe prestarse desinteresadamente cuando se trate de cosas útiles. Obrar de otro modo sería egoísmo, y el egoísmo es una tara.
De las reuniones
Damos por sentado que se trata de reuniones que persiguen un fin serio. En cuanto a las que hacen de la evocación un objeto de entretenimiento y curiosidad, las entregamos a sí mismas, dejando en libertad a los asistentes para pedir les digan la buenaventura y les revelen pequeños secretos: pueden estar seguros, por anticipado, de que no les faltará la asistencia a medida de su gusto. Haremos notar, sin embargo, que estas reuniones frívolas tienen un grave inconveniente, y es, que ciertas personas pueden tomar en serio lo que es casi siempre una burla de los Espíritus ligeros que se divierten a expensas de los que les escuchan. En cuanto a los que no han visto nunca nada, no deben nunca ir allí a recibir sus primeras lecciones ni a fundar sus convicciones: podrían formar muy erróneo concepto de los seres que componen el mundo de los Espíritus, como cualquiera de nosotros juzgaría mal a todo un pueblo fijándose nada más en lo que viera en sus garitos.
Según se desprende de todo lo que hemos dicho, se concibe que el silencio y el recogimiento son condiciones de primer orden; pero no es menos necesario para ellos la regularidad de las sesiones. En todas ellas hay siempre Espíritus que pudiéramos calificar de habituales, y con esto no queremos referirnos a los que se encuentran en todas partes y se mezclan en todo. Nos referimos a los que son, o Espíritus familiares, o los que se interrogan con más frecuencia. Tampoco hay que creer que estos Espíritus no tengan otra cosa que hacer que oír y responder a nuestras preguntas: tiene otras ocupaciones y pueden hallarse en condiciones desfavorables para responder a nuestra evocación. Cuando las reuniones tienen lugar en días y horas fijos, ellos se preparan en consonancia, y es raro que falten a la cita. Se da el caso de que llevan la puntualidad al extremo, y se enojan por un cuarto de hora de retraso después de la que conceden para la conversación, hasta el punto de que es en vano evocarles algunos instantes más tarde. Sin duda les es posible acudir fuera de las horas consagradas, y aun acuden gustosos si el fin es útil; pero nada es más perjudicial a las buenas comunicaciones que la evocación a tontas y a locas, cuando nos lo dicta la fantasía, y, sobre todo, cuando no hay motivo serio para ello. Como no están obligados a someterse a nuestros caprichos, pueden perfectamente desdeñarlos, y entonces es, especialmente, cuando otros ocupan su lugar y se valen de su nombre.
No hay hora cabalística para las evocaciones: la designación, por lo tanto, es completamente indiferente. Son las mejores aquellas en que nuestras ocupaciones habituales nos dejan un rato de mayor tranquilidad. Los Espíritus que prescribieran para determinado asunto horas de predilección consagradas a los seres infernales por los cuentos de antaño, serían, sin la menor duda, Espíritus mistificadores. Lo mismo hay que decir respecto de los días a los que la superstición atribuye imaginaria influencia.
Nada se opondría a que las sesiones fueran cotidianas: pero hay un inconveniente en su excesiva frecuencia. Si los Espíritus vituperan el exagerado apego a las cosas de este mundo, recomiendan también no olvidar los deberes que nos impone nuestra posición social: esto forma parte de nuestras pruebas. Nuestro propio Espíritu, por otra parte, tiene necesidad, para mantener la salud del cuerpo, de no estar constantemente absorbido por un mismo objeto, y sobre todo, por cosas abstractas: su atención se más activa cuando está menos fatigado. Las reuniones semanales o bisemanales son suficientes: se celebran con más solemnidad y recogimiento que cuando no están tan espaciadas. Hablamos de las sesiones en que se ejecuta un trabajo regular, y no de aquellas en que un médium principiante consagra su tiempo a los ejercicios necesarios para su desarrollo. Estas, hablando propiamente, no son sesiones: son lecciones que darán tanto mejor resultado cuanto mas múltiples sean; pero, una vez desarrollada la facultad, es esencial no abusar de ella, por las razones que acabamos de dar. La satisfacción que la posesión de esta facultad procura a ciertos comerciantes, excita en ellos un entusiasmo que es de interés moderar. Deben tener en cuenta que les fue dada para e1 bien, y no para satisfacer una vana curiosidad. Cuando decimos el bien, queremos hablar del bien ajeno, y no del propio. Si el médium quiere mantener relacione s serias con los Espíritus, debe evitar prestarse a satisfacer la curiosidad de los amigos y relacionados que acuden a él para preguntar cosas ociosas, y, por el contrarío, debe prestarse desinteresadamente cuando se trate de cosas útiles. Obrar de otro modo sería egoísmo, y el egoísmo es una tara.
Del local
No hay tampoco lugar fatídico para las comunicaciones espiritas: se debe evitar, eso así, aquellos que estén preparados para herir la imaginación. Los buenos Espíritus acuden doquiera que un corazón puro les llame para practicar el bien, y los malos no tienen otra predilección que la de la simpatía. Los lugares tétricos tienen más influencia sobre nuestra imaginación que sobre los Espíritus; y la experiencia demuestra que éstos acuden de igual modo a la habitación más vulgar, carente de todo aparato diabólico, que a las tumbas más suntuosas o a las capillas en ruina, e igual a la luz del sol que a la claridad de la luna.
Si la elección del local es indiferente, no lo es el cambio de local sin necesidad. El fluido vital, del que cada Espíritu, encarnado o errante, es, en cierta medida, un foco, irradia en torno suyo por el pensamiento. Esto sentado, se concibe que en todo local habitual, debe haber una acumulación de ese fluido, formando, por decirlo así, una atmósfera moral con la que los Espíritus se identifican. Un local exclusivamente consagrado a tales prácticas, que no fuera profanado, si se nos permite expresarnos así, por preocupaciones vulgares, sería preferible, porque sería un verdadero santuario donde los malos Espíritus no tendrían entrada, porque los elementos de la atmósfera moral no se prestarían a sus banalidades.
La mejor disposición material, es aquella que resulte mas cómoda y que proporcione menos motivos de desagrado y de distracción. En el decorado, es útil todo lo que sirve para elevar el pensamiento y recordar el fin que se persigue; pero es absurda y peligrosa la decoración compuesta de grimorios, por las ideas supersticiosas que necesariamente despierta. Repetimos aquí lo que antes dijimos acerca de las horas: los Espíritus que recomendaran tales cosas, o prácticas místicas de cualquier clase, revelarían, por ello sólo, que eran Espíritus inferiores, que trataban de divertirse a costa de nuestra credulidad, y que, lo más probable, se hallaban aún bajo el imperio de las ideas falsas que acariciaron en la vida. Lo hemos dicho y no nos cansaremos de repetirlo: Para los Espíritus superiores, el pensamiento es todo, y la forma, nada. Es por los buenos sentimientos por lo que se les atrae; no por vanas fórmulas. Aquellos que dan importancia a las cosas materiales, prueban con eso mismo, que están aún bajo la influencia de la materia. Si en algún tiempo, la evolución estuvo rodeada de misterio y de símbolos, fue porque se trató de ocultarla al vulgo y de adquirir prestigio a los ojos de los ignorantes; hoy la luz se ha hecho para todo el mundo, y es en vano que se la quiera esconder bajo el celemín.
Todo lo que hemos dicho de las reuniones en que se evoca, es aplicable, naturalmente, a las sesiones individuales. Esta es la razón por la que no les dedicamos un párrafo especial. Lo mismo ocurrirá en todo lo que nos resta examinar. Hemos tomado como tipo las reuniones, porque son las que encierran las condiciones más complejas, de las que cada cual podrá hacer aplicación de lo conveniente a su caso particular. Añadiremos aún, que las reuniones, cuando se celebran en buenas condiciones, tienen la ventaja de que muchas personas unidas por un pensamiento común, tienen más fuerza de atracción para los buenos Espíritus, que aman encontrarse en un medio simpático donde pueden irradiar la luz de su enseñanza. Hay circunstancias, empero, en que prefieren, y aun prescriben, la comunicación aislada, y en este caso, lo mejor que se puede hacer, es acomodarse a su deseo.
No hay tampoco lugar fatídico para las comunicaciones espiritas: se debe evitar, eso así, aquellos que estén preparados para herir la imaginación. Los buenos Espíritus acuden doquiera que un corazón puro les llame para practicar el bien, y los malos no tienen otra predilección que la de la simpatía. Los lugares tétricos tienen más influencia sobre nuestra imaginación que sobre los Espíritus; y la experiencia demuestra que éstos acuden de igual modo a la habitación más vulgar, carente de todo aparato diabólico, que a las tumbas más suntuosas o a las capillas en ruina, e igual a la luz del sol que a la claridad de la luna.
Si la elección del local es indiferente, no lo es el cambio de local sin necesidad. El fluido vital, del que cada Espíritu, encarnado o errante, es, en cierta medida, un foco, irradia en torno suyo por el pensamiento. Esto sentado, se concibe que en todo local habitual, debe haber una acumulación de ese fluido, formando, por decirlo así, una atmósfera moral con la que los Espíritus se identifican. Un local exclusivamente consagrado a tales prácticas, que no fuera profanado, si se nos permite expresarnos así, por preocupaciones vulgares, sería preferible, porque sería un verdadero santuario donde los malos Espíritus no tendrían entrada, porque los elementos de la atmósfera moral no se prestarían a sus banalidades.
La mejor disposición material, es aquella que resulte mas cómoda y que proporcione menos motivos de desagrado y de distracción. En el decorado, es útil todo lo que sirve para elevar el pensamiento y recordar el fin que se persigue; pero es absurda y peligrosa la decoración compuesta de grimorios, por las ideas supersticiosas que necesariamente despierta. Repetimos aquí lo que antes dijimos acerca de las horas: los Espíritus que recomendaran tales cosas, o prácticas místicas de cualquier clase, revelarían, por ello sólo, que eran Espíritus inferiores, que trataban de divertirse a costa de nuestra credulidad, y que, lo más probable, se hallaban aún bajo el imperio de las ideas falsas que acariciaron en la vida. Lo hemos dicho y no nos cansaremos de repetirlo: Para los Espíritus superiores, el pensamiento es todo, y la forma, nada. Es por los buenos sentimientos por lo que se les atrae; no por vanas fórmulas. Aquellos que dan importancia a las cosas materiales, prueban con eso mismo, que están aún bajo la influencia de la materia. Si en algún tiempo, la evolución estuvo rodeada de misterio y de símbolos, fue porque se trató de ocultarla al vulgo y de adquirir prestigio a los ojos de los ignorantes; hoy la luz se ha hecho para todo el mundo, y es en vano que se la quiera esconder bajo el celemín.
Todo lo que hemos dicho de las reuniones en que se evoca, es aplicable, naturalmente, a las sesiones individuales. Esta es la razón por la que no les dedicamos un párrafo especial. Lo mismo ocurrirá en todo lo que nos resta examinar. Hemos tomado como tipo las reuniones, porque son las que encierran las condiciones más complejas, de las que cada cual podrá hacer aplicación de lo conveniente a su caso particular. Añadiremos aún, que las reuniones, cuando se celebran en buenas condiciones, tienen la ventaja de que muchas personas unidas por un pensamiento común, tienen más fuerza de atracción para los buenos Espíritus, que aman encontrarse en un medio simpático donde pueden irradiar la luz de su enseñanza. Hay circunstancias, empero, en que prefieren, y aun prescriben, la comunicación aislada, y en este caso, lo mejor que se puede hacer, es acomodarse a su deseo.
De las evocaciones
Algunas personas creen que deben abstenerse de ellas, sobre todo cuando se trata de obtener enseñanzas generales, y que es preferible atender al Espíritu que se quiera comunicar, que evocar a un espíritu determinado. Fundan su parecer en que, llamando a un Espíritu determinados, no siempre se tiene la certeza de que sea él el que se presente; mientras que aquél que viene espontáneo y por su propio impulso, prueba mejor su identidad, puesto que revela de ese modo el deseo que tiene de conversar con nosotros.
A nuestro entender , están equivocadas, en primer termino, porque hay siempre en torno nuestro Espíritus, lo más frecuente de baja estofa, que no desean otra cosa que comunicarse; y, en segundo lugar. y por esta misma razón, no evocar a nadie en particular, es dejarles la puerta a cuantos quieran entrar. En una asamblea, no concederle la palabra a nadie, es concedérsela a todo el mundo, y ya se sabe lo que resulta. EI llamamiento directo hecho a un Espíritu determinado, es un lazo tendido entre él y nosotros: le llamamos por nuestro deseo y oponemos con ello una barrera a los intrusos, que pueden muy bien conducirnos a error en lo que respecta a su identidad. Sin una evocación directa, un Espíritu no tendría frecuentemente motivo para venir a nuestro lado, como no fuera nuestro Espíritu familiar. La experiencia prueba, por otra parte, que la evocación es preferible en todos los casos. En cuanto a la identidad, hablaremos a su tiempo.
Esta regla, sin embargo, no es absoluta. En las reuniones regulares, en aquéllas, sobre todo, en que se trata de un trabajo seguido, hay siempre, como ya dijimos, Espíritus habituados que comparecen a la cita sin necesidad de que se les llame, porque la misma regularidad de las sesiones les sirve de evocación. Estos tales toman frecuentemente la palabra por su propio impulso, para prescribir lo que debe hacerse, o para desarrollar un tema, y entonces se les reconoce fácilmente, sea por la forma de su lenguaje, siempre idéntico, sea por su escritura, sea por ciertos hábitos que les son familiares, o sea, en fin, por sus nombres, que indican, unas veces al comenzar, y otras al concluir.
En cuanto a los Espíritus extraños, la manera de evocarles es de lo más simple. No hay fórmula sacramental o mística. Basta hacerlo en nombre de Dios en los términos siguientes, u otros por el estilo: “Ruego a Dios todopoderoso permita al Espíritu de... (designarle con la posible precisión) que se comunique con nosotros . O bien: “En nombre de Dios todo poderoso, ruego al Espíritu de... tenga a bien comunicarse con nosotros. Si puede venir, se obtendrá generalmente por respuesta: “Si”, o “Aquí estoy” o “ ¿Qué queréis?”.
Frecuentemente queda un sorprendido de la prontitud con que un Espíritu evocado se presenta, aun la primera vez: se dirá que había sido advertido. Así es, en efecto, cuándo uno se preocupa por anticipado de su evocación. Esta preocupación es una especie de evocación anticipada, y como tenemos siempre nuestros Espíritus familiares u otros, que e identifican con nuestro pensamiento, preparan éstos el camino de tal suerte, que, si no hay algo que se oponga, el Espíritu que se quiere evocar esta ya presente. En el caso contrario, es el Espíritu familiar del médium, o de1 que interroga, o de uno de los habituales, el que lo va a buscar, y para hacerlo no le precisa mucho tiempo. Si el Espíritu evocado no puede venir instantáneamente, el mensajero (el mercurio, si se quiere), fija una espera, algunas veces de cinco minutos, un cuarto de hora, una hora, y a veces muchos días: y cuando el evocado llega, aquél dice: “Ya está aquí”. Entonces se puede empezar a preguntar lo que se desee.
Cuando decimos que se haga la evocación en nombre de Dios, queremos dar a entender que nuestra recomendación debe tomarse en serio y no a la ligera. Los que no vean en ello más que una fórmula sin consecuencias, harán bien en abstenerse.
Algunas personas creen que deben abstenerse de ellas, sobre todo cuando se trata de obtener enseñanzas generales, y que es preferible atender al Espíritu que se quiera comunicar, que evocar a un espíritu determinado. Fundan su parecer en que, llamando a un Espíritu determinados, no siempre se tiene la certeza de que sea él el que se presente; mientras que aquél que viene espontáneo y por su propio impulso, prueba mejor su identidad, puesto que revela de ese modo el deseo que tiene de conversar con nosotros.
A nuestro entender , están equivocadas, en primer termino, porque hay siempre en torno nuestro Espíritus, lo más frecuente de baja estofa, que no desean otra cosa que comunicarse; y, en segundo lugar. y por esta misma razón, no evocar a nadie en particular, es dejarles la puerta a cuantos quieran entrar. En una asamblea, no concederle la palabra a nadie, es concedérsela a todo el mundo, y ya se sabe lo que resulta. EI llamamiento directo hecho a un Espíritu determinado, es un lazo tendido entre él y nosotros: le llamamos por nuestro deseo y oponemos con ello una barrera a los intrusos, que pueden muy bien conducirnos a error en lo que respecta a su identidad. Sin una evocación directa, un Espíritu no tendría frecuentemente motivo para venir a nuestro lado, como no fuera nuestro Espíritu familiar. La experiencia prueba, por otra parte, que la evocación es preferible en todos los casos. En cuanto a la identidad, hablaremos a su tiempo.
Esta regla, sin embargo, no es absoluta. En las reuniones regulares, en aquéllas, sobre todo, en que se trata de un trabajo seguido, hay siempre, como ya dijimos, Espíritus habituados que comparecen a la cita sin necesidad de que se les llame, porque la misma regularidad de las sesiones les sirve de evocación. Estos tales toman frecuentemente la palabra por su propio impulso, para prescribir lo que debe hacerse, o para desarrollar un tema, y entonces se les reconoce fácilmente, sea por la forma de su lenguaje, siempre idéntico, sea por su escritura, sea por ciertos hábitos que les son familiares, o sea, en fin, por sus nombres, que indican, unas veces al comenzar, y otras al concluir.
En cuanto a los Espíritus extraños, la manera de evocarles es de lo más simple. No hay fórmula sacramental o mística. Basta hacerlo en nombre de Dios en los términos siguientes, u otros por el estilo: “Ruego a Dios todopoderoso permita al Espíritu de... (designarle con la posible precisión) que se comunique con nosotros . O bien: “En nombre de Dios todo poderoso, ruego al Espíritu de... tenga a bien comunicarse con nosotros. Si puede venir, se obtendrá generalmente por respuesta: “Si”, o “Aquí estoy” o “ ¿Qué queréis?”.
Frecuentemente queda un sorprendido de la prontitud con que un Espíritu evocado se presenta, aun la primera vez: se dirá que había sido advertido. Así es, en efecto, cuándo uno se preocupa por anticipado de su evocación. Esta preocupación es una especie de evocación anticipada, y como tenemos siempre nuestros Espíritus familiares u otros, que e identifican con nuestro pensamiento, preparan éstos el camino de tal suerte, que, si no hay algo que se oponga, el Espíritu que se quiere evocar esta ya presente. En el caso contrario, es el Espíritu familiar del médium, o de1 que interroga, o de uno de los habituales, el que lo va a buscar, y para hacerlo no le precisa mucho tiempo. Si el Espíritu evocado no puede venir instantáneamente, el mensajero (el mercurio, si se quiere), fija una espera, algunas veces de cinco minutos, un cuarto de hora, una hora, y a veces muchos días: y cuando el evocado llega, aquél dice: “Ya está aquí”. Entonces se puede empezar a preguntar lo que se desee.
Cuando decimos que se haga la evocación en nombre de Dios, queremos dar a entender que nuestra recomendación debe tomarse en serio y no a la ligera. Los que no vean en ello más que una fórmula sin consecuencias, harán bien en abstenerse.
Espíritus que se pueden evocar
Se puede evocar a todos los Espíritus, sea cualquiera el grado de la escala a que pertenezcan: los buenos como los malos; aquellos que dejaron la vida recientemente, como aquellos que vivieron en los tiempos más remotos; los hombres ilustres, como los más obscuros; nuestros parientes, nuestros amigos, o nuestros desconocidos e indiferentes. Esto no quiere decir que quieran o puedan responder a nuestro llamamiento: independientemente de su voluntad personal o de la permisión que pueda negarles una potencia superior, puede haber otros motivos para ello, que no nos es siempre posible penetrar.
Entre las causas que pueden oponerse a la manifestación de los Espíritus, las hay personales y las hay ajenas. Entre las primeras hay que comprender las ocupaciones o misiones que cumplen, y a las que no se pueden eludir por ceder a nuestros deseos. En este caso la visita sólo se aplaza. Está, también, su propia situación. Aunque el estado de encarnado no sea un obstáculo absoluto, puede, en momentos dados, ser un impedimento: sobre todo, cuando tiene lugar en mundos inferiores y cuando el Espíritu es poco materializado. En los mundos superiores, en aquellos en que los lazos del Espíritu y la materia son muy débiles; la manifestación es casi tan fácil como en el estado errante, y siempre más fácil que en aquellos otros en que la materia corporal es más compacta.
Las causas ajenas atañen casi siempre a la naturaleza del médium, a la de la persona que evoca, al lugar en que se hace la evocación, o, en fin, al móvil que la inspira. Ciertos médiums reciben más particularmente comunicaciones de sus Espíritus familiares, que pueden ser más o menos elevados; otros, son aptos para servir de intermediarios a todos los Espíritus; esto depende de la simpatía o antipatía, de la atracción o de la repulsión que el Espíritu personal ejerza sobre el Espíritu extraño, que le puede tomar por intérprete con satisfacción o con repugnancia, y también, hecha abstracción de las cualidades íntimas del médium, del desarrollo de su facultad medianímica. Los Espíritus acuden más voluntariamente, y, sobre todo, son más explícitos, con un médium que no les ofrece ningún obstáculo material. En igualdad de circunstancias por lo que se refiere al orden moral, el médium que más facilidades de palabra o de escritura ofrece, es el que más generaliza sus relaciones con el mundo espirita.
Todavía hay que tener en cuenta la facilidad derivada del hábito de comunicar con tal o cual Espíritu. Con el tiempo, el Espíritu extraño se identifica con el médium y también con el de aquel que le evoca. Dejando aparte la cuestión de la simpatía, se establecen entre ellos relaciones semimateriales que hacen las comunicaciones más rápidas. Esta es la razón por la que una primera comunicación no es siempre tan satisfactoria como se puede desear, y asimismo, por la que los Espíritus suelen indicar que se les evoque en otra ocasión. El Espíritu que tiene ya el hábito de comunicarse con un médium, lo hace con la facilidad del que se mueve en su casa: está familiarizado con sus intérpretes y con sus oyentes: habla y obra con más libertad.
En resumen: de lo que acabamos de decir, resulta: que la facultad que todos tenemos de evocar a un Espíritu cualquiera no implica, por parte de éste, la obligación puede venir en un momento y no en otro, con tal médium y tal evocador que le son gratos, y no con otros; que puede decir lo que le plazca, sin que se le pueda obligar a platicar de lo que no quiera; que es libre de irse cuando le convenga y no somos quiénes para retenerle; y, en fin, que, por causas dependientes o no de su voluntad, después de haber sido asiduo comunicante durante algún tiempo, puede, de pronto, dejar de serlo.
De la posibilidad de evocar a los Espíritus encarnados resulta la de evocar al Espíritu de una persona viva. Entonces responde como Espíritu, y no como hombre, y con frecuencia sus ideas no son las mismas. Estas evocaciones requieren prudencia, porque abundan las circunstancias en que pudieran ser inconvenientes y hasta temerarias. La emancipación del alma, como se sabe, tiene lugar casi siempre durante el sueño. La evocación produce la emancipación, o, por lo menos, un estado de soñolencia con suspensión momentánea de las facultades sensitivas. Luego se comprende lo inconveniente que pudiera ser la evocación, si coincidiera con un momento en que el evocado necesitara de todo su conocimiento. También pudiera resultar inconveniente si el evocado estuviera enfermo, porque pudiera agravarle. Cierto que el peligro se atenúa en razón a que el Espíritu conoce las necesidades de su cuerpo, y no permanece más tiempo separado de él que el estrictamente necesario, y cuando ve que su cuerpo va a despertar, lo anuncia y dice que se retira. Pudiendo los Espíritus estar reencarnados en la tierra, sucede con frecuencia que evocamos a quienes lo están sin saberlo: nosotros mismos podemos ser evocados; pero entonces las circunstancias no son has mismas, y los resultados pueden ser fastidiosos.
Puede causar extrañeza ser que el Espíritu de los hombres mas ilustres, de aquéllos a quienes no se hubiera osado dirigir la palabra en vida, acudan a las evocaciones de los hombres más vulgares. Esto no puede sorprender sino a aquellos que desconocen la naturaleza del mundo espirita. Quienquiera que haya estudiado este mundo, sabe que el rango que se ha ocupado en la tierra no da ninguna supremacía, y que en el más allá puede estar por debajo del que ha sido su servidor. Tal es el sentido de la parábola de Jesús: “Los grandes serán abatidos y los pequeños ensalzados”, y esta otra: “Cualquiera que se humillare se elevara, y el que se eleve, será humillado”. Un Espíritu puede, no ocupar entre sus semejantes e1 rango que nosotros suponemos; pero si es verdaderamente superior, estará despojado de todo orgullo y de toda vanidad, y mirará al monje y no al habito.
Se puede evocar a todos los Espíritus, sea cualquiera el grado de la escala a que pertenezcan: los buenos como los malos; aquellos que dejaron la vida recientemente, como aquellos que vivieron en los tiempos más remotos; los hombres ilustres, como los más obscuros; nuestros parientes, nuestros amigos, o nuestros desconocidos e indiferentes. Esto no quiere decir que quieran o puedan responder a nuestro llamamiento: independientemente de su voluntad personal o de la permisión que pueda negarles una potencia superior, puede haber otros motivos para ello, que no nos es siempre posible penetrar.
Entre las causas que pueden oponerse a la manifestación de los Espíritus, las hay personales y las hay ajenas. Entre las primeras hay que comprender las ocupaciones o misiones que cumplen, y a las que no se pueden eludir por ceder a nuestros deseos. En este caso la visita sólo se aplaza. Está, también, su propia situación. Aunque el estado de encarnado no sea un obstáculo absoluto, puede, en momentos dados, ser un impedimento: sobre todo, cuando tiene lugar en mundos inferiores y cuando el Espíritu es poco materializado. En los mundos superiores, en aquellos en que los lazos del Espíritu y la materia son muy débiles; la manifestación es casi tan fácil como en el estado errante, y siempre más fácil que en aquellos otros en que la materia corporal es más compacta.
Las causas ajenas atañen casi siempre a la naturaleza del médium, a la de la persona que evoca, al lugar en que se hace la evocación, o, en fin, al móvil que la inspira. Ciertos médiums reciben más particularmente comunicaciones de sus Espíritus familiares, que pueden ser más o menos elevados; otros, son aptos para servir de intermediarios a todos los Espíritus; esto depende de la simpatía o antipatía, de la atracción o de la repulsión que el Espíritu personal ejerza sobre el Espíritu extraño, que le puede tomar por intérprete con satisfacción o con repugnancia, y también, hecha abstracción de las cualidades íntimas del médium, del desarrollo de su facultad medianímica. Los Espíritus acuden más voluntariamente, y, sobre todo, son más explícitos, con un médium que no les ofrece ningún obstáculo material. En igualdad de circunstancias por lo que se refiere al orden moral, el médium que más facilidades de palabra o de escritura ofrece, es el que más generaliza sus relaciones con el mundo espirita.
Todavía hay que tener en cuenta la facilidad derivada del hábito de comunicar con tal o cual Espíritu. Con el tiempo, el Espíritu extraño se identifica con el médium y también con el de aquel que le evoca. Dejando aparte la cuestión de la simpatía, se establecen entre ellos relaciones semimateriales que hacen las comunicaciones más rápidas. Esta es la razón por la que una primera comunicación no es siempre tan satisfactoria como se puede desear, y asimismo, por la que los Espíritus suelen indicar que se les evoque en otra ocasión. El Espíritu que tiene ya el hábito de comunicarse con un médium, lo hace con la facilidad del que se mueve en su casa: está familiarizado con sus intérpretes y con sus oyentes: habla y obra con más libertad.
En resumen: de lo que acabamos de decir, resulta: que la facultad que todos tenemos de evocar a un Espíritu cualquiera no implica, por parte de éste, la obligación puede venir en un momento y no en otro, con tal médium y tal evocador que le son gratos, y no con otros; que puede decir lo que le plazca, sin que se le pueda obligar a platicar de lo que no quiera; que es libre de irse cuando le convenga y no somos quiénes para retenerle; y, en fin, que, por causas dependientes o no de su voluntad, después de haber sido asiduo comunicante durante algún tiempo, puede, de pronto, dejar de serlo.
De la posibilidad de evocar a los Espíritus encarnados resulta la de evocar al Espíritu de una persona viva. Entonces responde como Espíritu, y no como hombre, y con frecuencia sus ideas no son las mismas. Estas evocaciones requieren prudencia, porque abundan las circunstancias en que pudieran ser inconvenientes y hasta temerarias. La emancipación del alma, como se sabe, tiene lugar casi siempre durante el sueño. La evocación produce la emancipación, o, por lo menos, un estado de soñolencia con suspensión momentánea de las facultades sensitivas. Luego se comprende lo inconveniente que pudiera ser la evocación, si coincidiera con un momento en que el evocado necesitara de todo su conocimiento. También pudiera resultar inconveniente si el evocado estuviera enfermo, porque pudiera agravarle. Cierto que el peligro se atenúa en razón a que el Espíritu conoce las necesidades de su cuerpo, y no permanece más tiempo separado de él que el estrictamente necesario, y cuando ve que su cuerpo va a despertar, lo anuncia y dice que se retira. Pudiendo los Espíritus estar reencarnados en la tierra, sucede con frecuencia que evocamos a quienes lo están sin saberlo: nosotros mismos podemos ser evocados; pero entonces las circunstancias no son has mismas, y los resultados pueden ser fastidiosos.
Puede causar extrañeza ser que el Espíritu de los hombres mas ilustres, de aquéllos a quienes no se hubiera osado dirigir la palabra en vida, acudan a las evocaciones de los hombres más vulgares. Esto no puede sorprender sino a aquellos que desconocen la naturaleza del mundo espirita. Quienquiera que haya estudiado este mundo, sabe que el rango que se ha ocupado en la tierra no da ninguna supremacía, y que en el más allá puede estar por debajo del que ha sido su servidor. Tal es el sentido de la parábola de Jesús: “Los grandes serán abatidos y los pequeños ensalzados”, y esta otra: “Cualquiera que se humillare se elevara, y el que se eleve, será humillado”. Un Espíritu puede, no ocupar entre sus semejantes e1 rango que nosotros suponemos; pero si es verdaderamente superior, estará despojado de todo orgullo y de toda vanidad, y mirará al monje y no al habito.
Lenguaje que debe usarse con los Espíritus.
El grado de superioridad o de inferioridad de los Espíritus, indica, naturalmente, el tono que debe adoptarse al hablar con ellos. Es evidente que cuanto más elevados son, mas derecho tienen a nuestros respetos. a nuestras atenciones y a nuestra sumisión. No debemos testimoniarles menos deferencias que las que hubiéramos tenido con ellos en vida, aunque por otros motivos. En la tierra hubiéramos apreciado su rango por su posición social, y en el mundo de los Espíritus nuestro respeto debe atenerse a su superioridad moral. Su misma elevación les pone muy por encima de las puerilidades de nuestras formas de adulación. No es con palabras con lo que se puede captar su benevolencia: es con la sinceridad de los sentimientos. Sería ridículo, por lo tanto, darles los títulos que nuestros usos consagran a la distinción de los rangos, y que, en vida, pudieron henchir su vanidad: si son realmente superiores, no solamente no les agrada, sino que les desplace, les molesta. Un buen pensamiento les es más grato que el epíteto más laudatorio. Si no fuera así, no se hallarían a más elevado nivel que la humanidad. El Espíritu de un venerable eclesiástico, que fue en la tierra un príncipe de la Iglesia, hombre de bien, que practicaba la doctrina de Jesús, respondió cierto día a uno que le evocó dándole el título de Monseñor: “Deberías decir, al menos, ex-Monseñor; porque aquí, no hay otro señor que Dios. Ten por entendido que estoy viendo a muchos que en la tierra hincaban la rodilla a mis pies, y yo me inclino ahora ante ellos”.
En cuanto a si se debe, o no, tutear a los Espíritus, es cosa que carece de importancia. El respeto está en el pensamiento y no en las palabras: todo depende de la intención: los usos no son los mismos en todas partes ni en todas has lenguas. Se puede tutear, o no, a los Espíritus, según su rango y la familiaridad que entre ellos y nosotros exista, como lo haríamos vis a vis con nuestros coetáneos.
Si los Espíritus no se pagan de palabras, aman, en cambio, que se agradezca su condescendencia, sea por venir, sea por corresponder a nuestras preguntas. Se les deben, por lo tanto, dar las gracias, como se les dan a los que nos honran con su amistad y nos protegen: es un medio de estimularles a continuar. Sería un grave error creer que la formula imperativa puede tener sobre ellos alguna influencia : es un medio infalible de alejar a los buenos Espíritus. Se les ruega, no se les ordena, porque no están a nuestras órdenes. Todo lo que tiene dejos de orgullo, les es repulsivo. Incluso los Espíritus familiares abandonan a sus protegidos que se muestran ingratos y desdeñosos con ellos.
No porque los Espíritus no pertenezcan al primer rango, dejan de merecer nuestros respetos, sobre todo si nos revelan una superioridad relativa. En cuanto a los Espíritus inferiores, su carácter nos traza el lenguaje que conviene usar con ellos. En el conjunto hay quienes, aunque inofensivos y hasta benévolos. son ligeros, ignorantes, aturdidos. Tratarles como a los Espíritus serios, según hacen ciertas personas, equivale a ponersede estar a tras órdenes; que el Espíritu evocado de hinojos ante un escolar o ante un jumento tocado con birrete de doctor. El tono de familiaridad es el que más conviene con ellos, y por su parte, no lo desdeñan: antes al contrario, lo aceptan de buen grado.
Entre los Espíritus inferiores, los hay desgraciados. Cualesquiera que puedan ser las faltas que expían, sus sufrimientos son títulos bastantes para merecer nuestra conmiseración, con tanto más motivo, cuanto no hay quien pueda vanagloriarse de quedar al margen de la parábola de Jesús: “El que esté libre de pecado, que arroje la primera piedra”. La benevolencia que les testimoniamos es un consuelo para ellos. A falta de simpatía, deben hallar en nosotros la indulgencia que desearíamos, de hallarnos en su caso.
Los Espíritus que revelan su inferioridad por el cinismo de su lenguaje, sus embustes, la bajeza de sus sentimientos, la perfidia de sus consejos, etc.; son, también, acreedores a nuestro interés, aunque lo sean menos que aquellos que demuestran arrepentirse: les debemos, por lo menos, la piedad que concedemos a los más grandes criminales, y el medio de reducirles a silencio, es mostrarse superior a ellos. Por su parte, no se engríen sino con las gentes de quienes forman el concepto de que nada tienen que temer. Este es el caso en que conviene hablar con autoridad para alejarles, lo que se consigue siempre con firmeza de voluntad, requiriéndoles en nombre de Dios y con auxilio de los buenos Espíritus. Como el culpable ante el juez, así se inclinan ellos ante la superioridad moral.
En resumen: tanto como fuera irreverente tratar de igual a igual con los Espíritus superiores, así sería ridículo tener la misma deferencia para todos sin excepción. Veneremos a los que lo merezcan, seamos reconocidos para los que nos protegen e ilustran, y, para los demás, usemos de la benevolencia que acaso un día necesitemos. Penetrando en el mundo incorpóreo hemos aprendido a conocerles, y este conocimiento debe servirnos para regular nuestras relaciones con aquellos que lo habitan. Nuestros antepasados, en su ignorancia, les erigieron altares; para nosotros, no son sino criaturas más o menos perfectas, y no elevamos altares sino a Dios. (Véase Politeísmo en el Vocabulario.)
El grado de superioridad o de inferioridad de los Espíritus, indica, naturalmente, el tono que debe adoptarse al hablar con ellos. Es evidente que cuanto más elevados son, mas derecho tienen a nuestros respetos. a nuestras atenciones y a nuestra sumisión. No debemos testimoniarles menos deferencias que las que hubiéramos tenido con ellos en vida, aunque por otros motivos. En la tierra hubiéramos apreciado su rango por su posición social, y en el mundo de los Espíritus nuestro respeto debe atenerse a su superioridad moral. Su misma elevación les pone muy por encima de las puerilidades de nuestras formas de adulación. No es con palabras con lo que se puede captar su benevolencia: es con la sinceridad de los sentimientos. Sería ridículo, por lo tanto, darles los títulos que nuestros usos consagran a la distinción de los rangos, y que, en vida, pudieron henchir su vanidad: si son realmente superiores, no solamente no les agrada, sino que les desplace, les molesta. Un buen pensamiento les es más grato que el epíteto más laudatorio. Si no fuera así, no se hallarían a más elevado nivel que la humanidad. El Espíritu de un venerable eclesiástico, que fue en la tierra un príncipe de la Iglesia, hombre de bien, que practicaba la doctrina de Jesús, respondió cierto día a uno que le evocó dándole el título de Monseñor: “Deberías decir, al menos, ex-Monseñor; porque aquí, no hay otro señor que Dios. Ten por entendido que estoy viendo a muchos que en la tierra hincaban la rodilla a mis pies, y yo me inclino ahora ante ellos”.
En cuanto a si se debe, o no, tutear a los Espíritus, es cosa que carece de importancia. El respeto está en el pensamiento y no en las palabras: todo depende de la intención: los usos no son los mismos en todas partes ni en todas has lenguas. Se puede tutear, o no, a los Espíritus, según su rango y la familiaridad que entre ellos y nosotros exista, como lo haríamos vis a vis con nuestros coetáneos.
Si los Espíritus no se pagan de palabras, aman, en cambio, que se agradezca su condescendencia, sea por venir, sea por corresponder a nuestras preguntas. Se les deben, por lo tanto, dar las gracias, como se les dan a los que nos honran con su amistad y nos protegen: es un medio de estimularles a continuar. Sería un grave error creer que la formula imperativa puede tener sobre ellos alguna influencia : es un medio infalible de alejar a los buenos Espíritus. Se les ruega, no se les ordena, porque no están a nuestras órdenes. Todo lo que tiene dejos de orgullo, les es repulsivo. Incluso los Espíritus familiares abandonan a sus protegidos que se muestran ingratos y desdeñosos con ellos.
No porque los Espíritus no pertenezcan al primer rango, dejan de merecer nuestros respetos, sobre todo si nos revelan una superioridad relativa. En cuanto a los Espíritus inferiores, su carácter nos traza el lenguaje que conviene usar con ellos. En el conjunto hay quienes, aunque inofensivos y hasta benévolos. son ligeros, ignorantes, aturdidos. Tratarles como a los Espíritus serios, según hacen ciertas personas, equivale a ponersede estar a tras órdenes; que el Espíritu evocado de hinojos ante un escolar o ante un jumento tocado con birrete de doctor. El tono de familiaridad es el que más conviene con ellos, y por su parte, no lo desdeñan: antes al contrario, lo aceptan de buen grado.
Entre los Espíritus inferiores, los hay desgraciados. Cualesquiera que puedan ser las faltas que expían, sus sufrimientos son títulos bastantes para merecer nuestra conmiseración, con tanto más motivo, cuanto no hay quien pueda vanagloriarse de quedar al margen de la parábola de Jesús: “El que esté libre de pecado, que arroje la primera piedra”. La benevolencia que les testimoniamos es un consuelo para ellos. A falta de simpatía, deben hallar en nosotros la indulgencia que desearíamos, de hallarnos en su caso.
Los Espíritus que revelan su inferioridad por el cinismo de su lenguaje, sus embustes, la bajeza de sus sentimientos, la perfidia de sus consejos, etc.; son, también, acreedores a nuestro interés, aunque lo sean menos que aquellos que demuestran arrepentirse: les debemos, por lo menos, la piedad que concedemos a los más grandes criminales, y el medio de reducirles a silencio, es mostrarse superior a ellos. Por su parte, no se engríen sino con las gentes de quienes forman el concepto de que nada tienen que temer. Este es el caso en que conviene hablar con autoridad para alejarles, lo que se consigue siempre con firmeza de voluntad, requiriéndoles en nombre de Dios y con auxilio de los buenos Espíritus. Como el culpable ante el juez, así se inclinan ellos ante la superioridad moral.
En resumen: tanto como fuera irreverente tratar de igual a igual con los Espíritus superiores, así sería ridículo tener la misma deferencia para todos sin excepción. Veneremos a los que lo merezcan, seamos reconocidos para los que nos protegen e ilustran, y, para los demás, usemos de la benevolencia que acaso un día necesitemos. Penetrando en el mundo incorpóreo hemos aprendido a conocerles, y este conocimiento debe servirnos para regular nuestras relaciones con aquellos que lo habitan. Nuestros antepasados, en su ignorancia, les erigieron altares; para nosotros, no son sino criaturas más o menos perfectas, y no elevamos altares sino a Dios. (Véase Politeísmo en el Vocabulario.)
De las preguntas que pueden hacerse a los Espíritus
Si se han penetrado bien los principios que hemos desarrollado hasta ahora, se comprenderá sin esfuerzo la importancia, desde el punto de vista práctico, del tema que vamos a tratar: es su consecuencia y aplicación, y se podría, hasta cierto punto, prever la tesis por el conocimiento que la escala espiritista nos da del carácter de los Espíritus, según el rango que ocupan. Esta escala nos da la medida de lo que podemos pedirles y de lo que pueden concedernos. Un extranjero que viniera a nuestro país con la creencia de que todos los hombres son iguales en ciencia y en moralidad, se vería defraudado en su juicio por las anomalías que advirtiera; pero todo se lo explicaría perfectamente en cuanto se hiciera cargo de que cada cual habla y escribe según sus aptitudes. Igual ocurre en el mundo de los Espíritus. Desde que vemos a los Espíritus tan distanciados unos de otros bajo todos los conceptos, comprendemos sin fatiga que no todos son aptos para resolver cualquier dificultad, y que una pregunta mal dirigida puede exponer a los mayores errores.
Sentado este principio, ¿conviene dirigir preguntas a los Espíritus? Hay quien piensa que no: que debemos abstenernos de preguntar, y dejar a su iniciativa el que nos digan lo que tengan por conveniente. Se fundan en que el Espíritu, hablando con espontaneidad, habla más libremente, no dice otra cosa que lo que quiere y hay más seguridad de que exprese su pensamiento, incluso creen que es más respetuoso esperar la enseñanza que el Espíritu crea debe dar, que pedirla. La experiencia contradice esta teoría, como tantas otras formuladas al principio de las manifestaciones. El conocimiento de las diferentes categorías de Espíritus, traza el límite del respeto que les es debido, y prueba que, a menos de estar ciertos de no tener comercio sino con Espíritus superiores, sus lecciones espontáneas o serán siempre muy edificantes. Esta consideración aparte, y suponiendo al Espíritu bastante elevado para no decir sino cosas buenas, su enseñanza sería frecuentemente muy limitada, si no se alimentase con preguntas. Hemos presenciado muchas sesiones lánguidas o nulas, por falta de tema determinado. Y como en definitiva, los Espíritus no responden sino a lo que les conviene y como les conviene, tomando de la pregunta la parte que les parece, está claro que con preguntar, no se ejerce ninguna violencia sobre su libre albedrío. Ellos mismos provocan frecuentemente el diálogo, diciendo: “Qué queréis? Interroga y te contestaré”. También es frecuente que sean ellos los que nos pregunten a nosotros, no para instruirse, sino para someternos a prueba, o para aclarar nuestro concepto. Reducirnos en su presencia a un papel puramente pasivo, seria un exceso de sumisión que no nos piden: lo que sienten, es la atención y el recogimiento. Cuando toman espontáneamente la palabra sin esperar a que se les interrogue, como hemos dicho ya al hablar de las evocaciones, hay que oírles sin objeción ninguna que les interrumpa y les desvíe de la línea que se han trazado; pero como esto no sucede siempre, es útil tener preparado un tema que proponer, a falta de la iniciativa del Espíritu. Regla general: Cuando un Espíritu habla, no hay que interrumpirle, y cuando manifiesta por un signo cualquiera su intención de hablar, conviene esperar y no usar de la palabra hasta que se esté cierto de que no tiene nada más que decir.
Si, en principio, las preguntas no desagradan a los Espíritus, hay algunas que les son soberanamente antipáticas, y de ellas debemos abstenemos, so pena de no obtener contestación, o de tenerla mala. Cuando hablamos de preguntas antipáticas, nos referimos a los Espíritus elevados: los inferiores no son escrupulosos y pueden ser preguntados en todo lo que se quiera, sin peligro de roce, incluso en las cosas más impertinentes. Ellos contestan a todo, bien que, como dicen alguna vez, a preguntas necias, contestaciones necias; y loco sería quien las tomara en serio.
Los Espíritus pueden abstenerse de contestar, por muchos motivos: 1.- porque la pregunta no les agrade; 2.- porque no siempre tienen los conocimientos necesarios; 3.- porque hay cosas que les está prohibido revelar; y 4.- porque la contestación puede parecerles inoportuna. Si, pues, no satisfacen nuestra curiosidad, es porque o pueden, no deben o no quieren satisfacerla. Cualquiera que sea el motivo, es regla invariable que todas las veces que un Espíritu rehusa categóricamente responder, no se debe insistir; de otro modo, se expone uno a que la contestación sea dada por uno de esos Espíritus ligeros, siempre prontos a mezclarse en todo, sin inquietarse mucho por la verdad. Si la negativa no es absoluta, se puede rogar al Espíritu que condescienda con nuestro deseo; algunas veces lo hace, pero no cede nunca a la exigencia. Esta regla no es aplicable a las aclaraciones que se pueden y se deben pedir en aquellos puntos que no se hayan comprendido. Cuando un Espíritu quiere concluir el diálogo, lo hace generalmente con una de las frases adiós, basta por hoy, es muy tarde, hasta otra vez, etc. Esta despedida es casi siempre sin apelación: la inmovilidad del lápiz es una prueba de que el Espíritu se ha ido, y es ocioso insistir.
Dos puntos esenciales hay que tener en cuenta en las preguntas: el fondo y ha forma. Por la forma, deben revelar, aunque sin fraseología ridícula, el respeto y consideración que se debe al Espíritu que se comunica, si es superior, y la benevolencia si se trata de un igual o de un inferior a nosotros. Desde otro punto de vista, deben ser claras, precisas y sin ambigüedades, evitando las que tengan un alcance complejo; vale más dividirlas en dos o más sí es necesario. Cuando un tema requiere una serie de preguntas, importa mucho clasificarlas con orden, encadenándolas entre sí metódicamente. Por ello es siempre útil prepararlas por anticipado, lo que, como ya hemos dicho, es una especie de evocación anticipada que prepara los caminos. Meditando las preguntas con reposo, se las formula y se las clasifica mejor y se obtienen contestaciones más satisfactorias. Esto no impide que en el curso de la conversación se agreguen otra complementarias en las que no se había pensado, o que pueden ser sugeridas por las contestaciones; pero el plan sigue siendo el trazado, y esto es lo fundamental. Lo que se debe evitar, es pasar bruscamente de un tema a otro, por preguntas sueltas y sin relación Con el tema principal. Sucede con frecuencia que algunas de las preguntas preparadas por anticipado en previsión de ciertas contestaciones, se hacen inútiles, y en este caso, hay que prescindir de ellas. Un hecho que ocurre con mucha frecuencia, es el de que la contestación se adelante a la pregunta o que, apenas las primeras palabras de esta se han pronunciado, el Espíritu responde sin dejarla concluir, hay veces que responde a un pensamiento mental o expresado en voz baja por alguno de los asistentes, sin que tenga nada que ver con la pregunta en curso de contestación, y sin que de ello se haya enterado el médium. Si no se dieran a cada instante pruebas manifiestas de la neutralidad absoluta de este último, los hechos de este género no podrían dejar ninguna duda al respecto.
Con relación al fondo, las preguntas merecen una atención particular, según su objeto. Las preguntas frívolas, de pura curiosidad o de prueba, son desagradables a los Espíritus serios, quienes las rehuyen o no las contestan. En cambio, los Espíritus ligeros se divierten con ellas.
Las preguntas de prueba suelen hacerlas aquellos que no están convencidos y que tratan de asegurarse de la existencia de los Espíritus, de su perspicacia y de su identidad. Esto es muy natural de su parte, pero faltan completamente a su fin, y su insistencia a este respecto demuestra su absoluta ignorancia de las bases sobre que descansa la ciencia espirita, que son totalmente diferentes de las en que reposan las ciencias experimentales. Aquellos, pues, que quieran instruirse, deben resignarse a seguir otro camino y dejar a un lado los procedimientos de nuestras escuelas. Si creen no poderlo hacer sino experimentando a su manera, harán mejor absteniéndose. ¿Qué diría un profesor a quien un discípulo pretendiera imponer su método, prescribirle el modo como tenía que obrar, indicarle la manera de hacer las experiencias? La ciencia espirita tiene sus principios: los que quieran conocerla deben adaptarse a ellos, y si no se adaptan, no pueden considerarse aptos para juzgarla. Estos principios, en lo que concierne a las pruebas, son los siguientes:
1. Los Espíritus no son máquinas que cualquiera puede poner en movimiento a su guisa; son seres inteligentes que no hacen ni dicen sino lo que quieren, sin que podamos sujetar los a nuestros caprichos.
2. Las pruebas que deseamos obtener de su existencia, de su perspicacia y de su identidad, las dan espontáneamente y de buen grado en muchas ocasiones; pero las dan cuando quieren y de la manera que quieren, y a nosotros nos toca esperar, ver, observar.., y las pruebas no faltan. Es preciso captarlas al pasar. Cuando las provocamos es cuando se nos escapan, y en esto los Espíritus nos demuestran su independencia y libre albedrío.
Por lo demás, este principio es el que rige en todas las ciencias de observación. ¿Qué hace un naturalista que estudia las costumbres de un insecto, por ejemplo? Le sigue en todas las manifestaciones de su inteligencia o de su instinto; observa lo que pasa, y espera a que los fenómenos se presenten; no piensa en provocarlos ni en desviarlos de su curso; sabe que si mal hiciera, no los obtendría en su simplicidad natural. Esto mismo ocurre en las observaciones espiritistas.
Por lo que hasta la fecha sabemos, se comprende que no basta que un Espíritu sea serio, para resolver ex profeso toda pregunta seria; que no basta tampoco que haya sido sabio en la tierra, para resolver una cuestión científica, puesto que puede continuar imbuido por sus prejuicios terrestres: es preciso, o que sea suficientemente elevado, o que su desprendimiento, como Espíritu, se haya cumplido y esté capacitado en el orden de las ideas que se le sometan en el círculo, amén de las condiciones del medio, que son muy otras, frecuentemente, de las exigidas para otras clases de observaciones. Pero sucede, con frecuencia, que otros Espíritus más elevados vienen en ayuda de aquel a quien se interroga, y suplen su insuficiencia. Esto ocurre, sobre todo, cuando el que interroga tiene buena intención. En suma: lo primero que hay que hacer cuando uno se dirige a un Espíritu por primera vez, es aprender a conocerle, a fin de apreciar las preguntas que se le pueden dirigir con mayor probabilidad de certeza en sus respuestas.
Los Espíritus, en general, conceden poca importancia a las preguntas de interés puramente material y a las que conciernen a la vida privada. Se engañaría el que creyera hallar en ellos guías infalibles a quienes consultar a cada momento sobre la marcha o el resultado de sus negocios. Lo repetimos una vez mas: los Espíritus ligeros responden a todo, y predecirán, si se les pide, el alza o la baja de la bolsa, dirán si él marido que se espera será moreno o rubio, etc., confiando al azar la ventura de haber acertado.
No incluimos entre las preguntas frívolas todas aquellas que tienen carácter personal: el buen sentido debe bastarnos para distinguir entre ellas. Pero los Espíritus que mejor pueden guiamos por este camino, son nuestros Espíritus familiares, aquellos que están encargados de velar por nosotros, y que, por el hábito que tienen de seguirnos, se han identificado con nuestras necesidades. Estos, sin disputa, conocen nuestros asuntos mucho mejor que nosotros. Es a ellos, por lo tanto, a quienes debemos acudir para este género de asuntos; pero es preciso hacerlo con calma, con recogimiento, por una apelación a su benevolencia, y no a la ligera. Pedir eso mismo a quemarropa y a cualquier Espíritu que se presente, equivale a pedir prestada una fuerte suma al primer desconocido que se halle al paso.
Nuestros Espíritus familiares pueden aconsejarnos, y en muchas ocasiones lo hacen de un modo eficaz; pero su asistencia no es siempre patente y material, sino oculta en la mayoría de veces. Nos ayudan con una multitud de advertencias indirectas que provocan y que desgraciadamente no siempre tomamos en cuenta, de lo que resulta que muchas tribulaciones que pasamos, las debemos a esa falta de atención para con sus advertencias. Cuando se les interroga, pueden, en ciertos casos, dar consejos precisos; pero, en general, se limitan a trazarnos el camino, recomendándonos que no desfallezcamos si en él tenemos algún tropiezo. Obedece esto a dos motivos. Primeramente, las tribulaciones de la vida, si no son el resultado de nuestras propias faltas, son parte de las pruebas que debemos sufrir, en las que pueden ayudarnos a soportarlas con valor y resignación, pero no les pertenece poderlas orillar. En segundo término, si nos guiaran de la mano para evitarnos todos los escollos, ¿qué haríamos de nuestro libre albedrío? Seríamos como los niños sostenidos por los andadores. Los Espíritus nos dicen: “Ese es el camino, sigue la buena senda; yo te inspiraré lo que más te convenga, pero tú has de servirte del juicio para discernir, como de las piernas para andar”.
¿Pueden los Espíritus predecir lo futuro? Esta pregunta se la hace todo novicio. Sobre ella, seremos parcos. La Providencia obra sabiamente ocultándonos el porvenir. ¡Qué de tormentos nos ahorra esta ignorancia!, sin contar con que, si lo conociéramos, nos abandonaríamos ciegos al destino y abdicaríamos toda iniciativa. Los mismos Espíritus no le conocen sino en relación con su elevación: y he aquí por qué los Espíritus inferiores que sufren, creen que su sufrimiento será eterno. Cuando lo saben, no lo deben revelar. Pueden, empero, levantar alguna vez la punta del velo que le cubre, y lo hacen espontáneamente, porque lo juzgan útil; nunca a nuestro ruego. Lo mismo ocurre con nuestro pasado. Insistir sobre este punto, como sobre los otros en que rehusan responder, da lugar a ser juguetes de los Espíritus mistificadores.
Sin reproducir aquí cuanto tenemos dicho en el Libro de los Espíritus, no nos es posible pasar en revista todas las preguntas que pueden dirigirse a los Espíritus. Remitimos al lector a dicha obra, pues, para cuanto se relaciona con el porvenir, las existencias pasadas, los descubrimientos de tesoros ocultos, las ciencias, la medicina, etc.
Si se han penetrado bien los principios que hemos desarrollado hasta ahora, se comprenderá sin esfuerzo la importancia, desde el punto de vista práctico, del tema que vamos a tratar: es su consecuencia y aplicación, y se podría, hasta cierto punto, prever la tesis por el conocimiento que la escala espiritista nos da del carácter de los Espíritus, según el rango que ocupan. Esta escala nos da la medida de lo que podemos pedirles y de lo que pueden concedernos. Un extranjero que viniera a nuestro país con la creencia de que todos los hombres son iguales en ciencia y en moralidad, se vería defraudado en su juicio por las anomalías que advirtiera; pero todo se lo explicaría perfectamente en cuanto se hiciera cargo de que cada cual habla y escribe según sus aptitudes. Igual ocurre en el mundo de los Espíritus. Desde que vemos a los Espíritus tan distanciados unos de otros bajo todos los conceptos, comprendemos sin fatiga que no todos son aptos para resolver cualquier dificultad, y que una pregunta mal dirigida puede exponer a los mayores errores.
Sentado este principio, ¿conviene dirigir preguntas a los Espíritus? Hay quien piensa que no: que debemos abstenernos de preguntar, y dejar a su iniciativa el que nos digan lo que tengan por conveniente. Se fundan en que el Espíritu, hablando con espontaneidad, habla más libremente, no dice otra cosa que lo que quiere y hay más seguridad de que exprese su pensamiento, incluso creen que es más respetuoso esperar la enseñanza que el Espíritu crea debe dar, que pedirla. La experiencia contradice esta teoría, como tantas otras formuladas al principio de las manifestaciones. El conocimiento de las diferentes categorías de Espíritus, traza el límite del respeto que les es debido, y prueba que, a menos de estar ciertos de no tener comercio sino con Espíritus superiores, sus lecciones espontáneas o serán siempre muy edificantes. Esta consideración aparte, y suponiendo al Espíritu bastante elevado para no decir sino cosas buenas, su enseñanza sería frecuentemente muy limitada, si no se alimentase con preguntas. Hemos presenciado muchas sesiones lánguidas o nulas, por falta de tema determinado. Y como en definitiva, los Espíritus no responden sino a lo que les conviene y como les conviene, tomando de la pregunta la parte que les parece, está claro que con preguntar, no se ejerce ninguna violencia sobre su libre albedrío. Ellos mismos provocan frecuentemente el diálogo, diciendo: “Qué queréis? Interroga y te contestaré”. También es frecuente que sean ellos los que nos pregunten a nosotros, no para instruirse, sino para someternos a prueba, o para aclarar nuestro concepto. Reducirnos en su presencia a un papel puramente pasivo, seria un exceso de sumisión que no nos piden: lo que sienten, es la atención y el recogimiento. Cuando toman espontáneamente la palabra sin esperar a que se les interrogue, como hemos dicho ya al hablar de las evocaciones, hay que oírles sin objeción ninguna que les interrumpa y les desvíe de la línea que se han trazado; pero como esto no sucede siempre, es útil tener preparado un tema que proponer, a falta de la iniciativa del Espíritu. Regla general: Cuando un Espíritu habla, no hay que interrumpirle, y cuando manifiesta por un signo cualquiera su intención de hablar, conviene esperar y no usar de la palabra hasta que se esté cierto de que no tiene nada más que decir.
Si, en principio, las preguntas no desagradan a los Espíritus, hay algunas que les son soberanamente antipáticas, y de ellas debemos abstenemos, so pena de no obtener contestación, o de tenerla mala. Cuando hablamos de preguntas antipáticas, nos referimos a los Espíritus elevados: los inferiores no son escrupulosos y pueden ser preguntados en todo lo que se quiera, sin peligro de roce, incluso en las cosas más impertinentes. Ellos contestan a todo, bien que, como dicen alguna vez, a preguntas necias, contestaciones necias; y loco sería quien las tomara en serio.
Los Espíritus pueden abstenerse de contestar, por muchos motivos: 1.- porque la pregunta no les agrade; 2.- porque no siempre tienen los conocimientos necesarios; 3.- porque hay cosas que les está prohibido revelar; y 4.- porque la contestación puede parecerles inoportuna. Si, pues, no satisfacen nuestra curiosidad, es porque o pueden, no deben o no quieren satisfacerla. Cualquiera que sea el motivo, es regla invariable que todas las veces que un Espíritu rehusa categóricamente responder, no se debe insistir; de otro modo, se expone uno a que la contestación sea dada por uno de esos Espíritus ligeros, siempre prontos a mezclarse en todo, sin inquietarse mucho por la verdad. Si la negativa no es absoluta, se puede rogar al Espíritu que condescienda con nuestro deseo; algunas veces lo hace, pero no cede nunca a la exigencia. Esta regla no es aplicable a las aclaraciones que se pueden y se deben pedir en aquellos puntos que no se hayan comprendido. Cuando un Espíritu quiere concluir el diálogo, lo hace generalmente con una de las frases adiós, basta por hoy, es muy tarde, hasta otra vez, etc. Esta despedida es casi siempre sin apelación: la inmovilidad del lápiz es una prueba de que el Espíritu se ha ido, y es ocioso insistir.
Dos puntos esenciales hay que tener en cuenta en las preguntas: el fondo y ha forma. Por la forma, deben revelar, aunque sin fraseología ridícula, el respeto y consideración que se debe al Espíritu que se comunica, si es superior, y la benevolencia si se trata de un igual o de un inferior a nosotros. Desde otro punto de vista, deben ser claras, precisas y sin ambigüedades, evitando las que tengan un alcance complejo; vale más dividirlas en dos o más sí es necesario. Cuando un tema requiere una serie de preguntas, importa mucho clasificarlas con orden, encadenándolas entre sí metódicamente. Por ello es siempre útil prepararlas por anticipado, lo que, como ya hemos dicho, es una especie de evocación anticipada que prepara los caminos. Meditando las preguntas con reposo, se las formula y se las clasifica mejor y se obtienen contestaciones más satisfactorias. Esto no impide que en el curso de la conversación se agreguen otra complementarias en las que no se había pensado, o que pueden ser sugeridas por las contestaciones; pero el plan sigue siendo el trazado, y esto es lo fundamental. Lo que se debe evitar, es pasar bruscamente de un tema a otro, por preguntas sueltas y sin relación Con el tema principal. Sucede con frecuencia que algunas de las preguntas preparadas por anticipado en previsión de ciertas contestaciones, se hacen inútiles, y en este caso, hay que prescindir de ellas. Un hecho que ocurre con mucha frecuencia, es el de que la contestación se adelante a la pregunta o que, apenas las primeras palabras de esta se han pronunciado, el Espíritu responde sin dejarla concluir, hay veces que responde a un pensamiento mental o expresado en voz baja por alguno de los asistentes, sin que tenga nada que ver con la pregunta en curso de contestación, y sin que de ello se haya enterado el médium. Si no se dieran a cada instante pruebas manifiestas de la neutralidad absoluta de este último, los hechos de este género no podrían dejar ninguna duda al respecto.
Con relación al fondo, las preguntas merecen una atención particular, según su objeto. Las preguntas frívolas, de pura curiosidad o de prueba, son desagradables a los Espíritus serios, quienes las rehuyen o no las contestan. En cambio, los Espíritus ligeros se divierten con ellas.
Las preguntas de prueba suelen hacerlas aquellos que no están convencidos y que tratan de asegurarse de la existencia de los Espíritus, de su perspicacia y de su identidad. Esto es muy natural de su parte, pero faltan completamente a su fin, y su insistencia a este respecto demuestra su absoluta ignorancia de las bases sobre que descansa la ciencia espirita, que son totalmente diferentes de las en que reposan las ciencias experimentales. Aquellos, pues, que quieran instruirse, deben resignarse a seguir otro camino y dejar a un lado los procedimientos de nuestras escuelas. Si creen no poderlo hacer sino experimentando a su manera, harán mejor absteniéndose. ¿Qué diría un profesor a quien un discípulo pretendiera imponer su método, prescribirle el modo como tenía que obrar, indicarle la manera de hacer las experiencias? La ciencia espirita tiene sus principios: los que quieran conocerla deben adaptarse a ellos, y si no se adaptan, no pueden considerarse aptos para juzgarla. Estos principios, en lo que concierne a las pruebas, son los siguientes:
1. Los Espíritus no son máquinas que cualquiera puede poner en movimiento a su guisa; son seres inteligentes que no hacen ni dicen sino lo que quieren, sin que podamos sujetar los a nuestros caprichos.
2. Las pruebas que deseamos obtener de su existencia, de su perspicacia y de su identidad, las dan espontáneamente y de buen grado en muchas ocasiones; pero las dan cuando quieren y de la manera que quieren, y a nosotros nos toca esperar, ver, observar.., y las pruebas no faltan. Es preciso captarlas al pasar. Cuando las provocamos es cuando se nos escapan, y en esto los Espíritus nos demuestran su independencia y libre albedrío.
Por lo demás, este principio es el que rige en todas las ciencias de observación. ¿Qué hace un naturalista que estudia las costumbres de un insecto, por ejemplo? Le sigue en todas las manifestaciones de su inteligencia o de su instinto; observa lo que pasa, y espera a que los fenómenos se presenten; no piensa en provocarlos ni en desviarlos de su curso; sabe que si mal hiciera, no los obtendría en su simplicidad natural. Esto mismo ocurre en las observaciones espiritistas.
Por lo que hasta la fecha sabemos, se comprende que no basta que un Espíritu sea serio, para resolver ex profeso toda pregunta seria; que no basta tampoco que haya sido sabio en la tierra, para resolver una cuestión científica, puesto que puede continuar imbuido por sus prejuicios terrestres: es preciso, o que sea suficientemente elevado, o que su desprendimiento, como Espíritu, se haya cumplido y esté capacitado en el orden de las ideas que se le sometan en el círculo, amén de las condiciones del medio, que son muy otras, frecuentemente, de las exigidas para otras clases de observaciones. Pero sucede, con frecuencia, que otros Espíritus más elevados vienen en ayuda de aquel a quien se interroga, y suplen su insuficiencia. Esto ocurre, sobre todo, cuando el que interroga tiene buena intención. En suma: lo primero que hay que hacer cuando uno se dirige a un Espíritu por primera vez, es aprender a conocerle, a fin de apreciar las preguntas que se le pueden dirigir con mayor probabilidad de certeza en sus respuestas.
Los Espíritus, en general, conceden poca importancia a las preguntas de interés puramente material y a las que conciernen a la vida privada. Se engañaría el que creyera hallar en ellos guías infalibles a quienes consultar a cada momento sobre la marcha o el resultado de sus negocios. Lo repetimos una vez mas: los Espíritus ligeros responden a todo, y predecirán, si se les pide, el alza o la baja de la bolsa, dirán si él marido que se espera será moreno o rubio, etc., confiando al azar la ventura de haber acertado.
No incluimos entre las preguntas frívolas todas aquellas que tienen carácter personal: el buen sentido debe bastarnos para distinguir entre ellas. Pero los Espíritus que mejor pueden guiamos por este camino, son nuestros Espíritus familiares, aquellos que están encargados de velar por nosotros, y que, por el hábito que tienen de seguirnos, se han identificado con nuestras necesidades. Estos, sin disputa, conocen nuestros asuntos mucho mejor que nosotros. Es a ellos, por lo tanto, a quienes debemos acudir para este género de asuntos; pero es preciso hacerlo con calma, con recogimiento, por una apelación a su benevolencia, y no a la ligera. Pedir eso mismo a quemarropa y a cualquier Espíritu que se presente, equivale a pedir prestada una fuerte suma al primer desconocido que se halle al paso.
Nuestros Espíritus familiares pueden aconsejarnos, y en muchas ocasiones lo hacen de un modo eficaz; pero su asistencia no es siempre patente y material, sino oculta en la mayoría de veces. Nos ayudan con una multitud de advertencias indirectas que provocan y que desgraciadamente no siempre tomamos en cuenta, de lo que resulta que muchas tribulaciones que pasamos, las debemos a esa falta de atención para con sus advertencias. Cuando se les interroga, pueden, en ciertos casos, dar consejos precisos; pero, en general, se limitan a trazarnos el camino, recomendándonos que no desfallezcamos si en él tenemos algún tropiezo. Obedece esto a dos motivos. Primeramente, las tribulaciones de la vida, si no son el resultado de nuestras propias faltas, son parte de las pruebas que debemos sufrir, en las que pueden ayudarnos a soportarlas con valor y resignación, pero no les pertenece poderlas orillar. En segundo término, si nos guiaran de la mano para evitarnos todos los escollos, ¿qué haríamos de nuestro libre albedrío? Seríamos como los niños sostenidos por los andadores. Los Espíritus nos dicen: “Ese es el camino, sigue la buena senda; yo te inspiraré lo que más te convenga, pero tú has de servirte del juicio para discernir, como de las piernas para andar”.
¿Pueden los Espíritus predecir lo futuro? Esta pregunta se la hace todo novicio. Sobre ella, seremos parcos. La Providencia obra sabiamente ocultándonos el porvenir. ¡Qué de tormentos nos ahorra esta ignorancia!, sin contar con que, si lo conociéramos, nos abandonaríamos ciegos al destino y abdicaríamos toda iniciativa. Los mismos Espíritus no le conocen sino en relación con su elevación: y he aquí por qué los Espíritus inferiores que sufren, creen que su sufrimiento será eterno. Cuando lo saben, no lo deben revelar. Pueden, empero, levantar alguna vez la punta del velo que le cubre, y lo hacen espontáneamente, porque lo juzgan útil; nunca a nuestro ruego. Lo mismo ocurre con nuestro pasado. Insistir sobre este punto, como sobre los otros en que rehusan responder, da lugar a ser juguetes de los Espíritus mistificadores.
Sin reproducir aquí cuanto tenemos dicho en el Libro de los Espíritus, no nos es posible pasar en revista todas las preguntas que pueden dirigirse a los Espíritus. Remitimos al lector a dicha obra, pues, para cuanto se relaciona con el porvenir, las existencias pasadas, los descubrimientos de tesoros ocultos, las ciencias, la medicina, etc.
Médiums pagados
No conocemos aun médiums escribientes que den sesiones de consultas a tanto por sesión: eso vendrá, posiblemente, y por ello consideramos de interés consagrar algunas palabras a tal tema.
Diremos, en primer término, que nada se prestaría más al charlatanismo y a la juglería, que semejante oficio. Si se han multiplicado los falsos sonámbulos, se multiplicarían mucho más los falsos médiums, y la razón de la multiplicación sería motivo para la desconfianza. El desinterés, por el contrario, es la objeción más perentoria que se puede oponer a los que no ven en la mediumnidad escribiente sino una hábil maniobra. No hay charlatanismo desinteresado. ¿Cuál seria entonces, el objeto de las personas que usaran de la superchería sin provecho? Y esto con mayor razón cuando la honorabilidad de tales personas les pone al abrigo de toda sospecha. Si la ganancia que un médium obtuviera de su facultad, fuera motivo fundado de sospecha, no por ello sería prueba de que tal sospecha era legítima. Podría darse el caso de tratarse de una facultad real puesta en ejercicio de buena fe, con todo y exigir retribución. Veamos, en este caso, si se puede esperar razonablemente un resultado satisfactorio.
Si se ha comprendido lo que hemos dicho acerca de las condiciones necesarias para servir de intérprete a los buenos Espíritus, de las numerosas causas que les pueden alejar, de las causas independientes de su voluntad que son con frecuencia un obstáculo para su venida, de todas las condiciones morales, en fin, que pueden ejercer influencia sobre las comunicaciones ¿cómo poder aceptar que un Espíritu, por poco elevado que sea, esté a todas las horas del día a las órdenes de un mercachifle de consultas, y sometido a sus exigencias, para satisfacer la curiosidad del primer advenedizo? Se conoce la aversión de los Espíritus a todo lo que huela a concupiscencia y egoísmo y el poco caso que hacen de las cosas materiales, ¡y se quiere que ayuden a un tráfico inmoral con su presencia! Esto repugna a la razón, y sería dar pruebas de conocer bien poco el mundo espirita, creer que pueda establecerse ese contubernio. Pero como los Espíritus ligeros son menos escrupulosos y no rehuyen las ocasiones de divertirse por nuestra cuenta, resulta que si uno no es mistificado por un falso médium, corre el peligro de serlo por alguno de aquéllos. Con estas reflexiones solamente, se tiene la medida de la confianza que debe depositarse en comunicaciones de ese género. Por lo demás, ¿a quién servirían hoy en día los médiums mercenarios, si, cuando uno no tiene en sí mismo la facultad, puede hallarla en su familia, entre sus amigos o entre sus conocidos?
El inconveniente que acabamos de señalar, no reza con las comunicaciones puramente físicas. La naturaleza de los Espíritus que se comunican en estas circunstancias, lo deja comprender fácilmente. Con todo, como la facultad de los médiums de efectos físicos no está siempre a su disposición, frecuentemente les fallaría en el instante en que más necesitaran de ella para satisfacer las exigencias del público. La facultad medianímica, aun dentro de estos límites, no ha sido dada para exhibirse en los proscenios de los teatros, y quienquiera que pretendiese tener a sus órdenes Espíritus, aun del rango más ínfimo, para hacerles actuar al minuto, puede tenerse, con derecho, como sospechoso de charlatanismo y de prestidigitación más o menos hábil. Que se tenga por dicho:
Todas las veces que se vean anuncios de pretendidas sesiones espiritistas o de espiritualismo a tanto el asiento, se trata de charlatanismo o de prestidigitación más o menos bien preparada.
No conocemos aun médiums escribientes que den sesiones de consultas a tanto por sesión: eso vendrá, posiblemente, y por ello consideramos de interés consagrar algunas palabras a tal tema.
Diremos, en primer término, que nada se prestaría más al charlatanismo y a la juglería, que semejante oficio. Si se han multiplicado los falsos sonámbulos, se multiplicarían mucho más los falsos médiums, y la razón de la multiplicación sería motivo para la desconfianza. El desinterés, por el contrario, es la objeción más perentoria que se puede oponer a los que no ven en la mediumnidad escribiente sino una hábil maniobra. No hay charlatanismo desinteresado. ¿Cuál seria entonces, el objeto de las personas que usaran de la superchería sin provecho? Y esto con mayor razón cuando la honorabilidad de tales personas les pone al abrigo de toda sospecha. Si la ganancia que un médium obtuviera de su facultad, fuera motivo fundado de sospecha, no por ello sería prueba de que tal sospecha era legítima. Podría darse el caso de tratarse de una facultad real puesta en ejercicio de buena fe, con todo y exigir retribución. Veamos, en este caso, si se puede esperar razonablemente un resultado satisfactorio.
Si se ha comprendido lo que hemos dicho acerca de las condiciones necesarias para servir de intérprete a los buenos Espíritus, de las numerosas causas que les pueden alejar, de las causas independientes de su voluntad que son con frecuencia un obstáculo para su venida, de todas las condiciones morales, en fin, que pueden ejercer influencia sobre las comunicaciones ¿cómo poder aceptar que un Espíritu, por poco elevado que sea, esté a todas las horas del día a las órdenes de un mercachifle de consultas, y sometido a sus exigencias, para satisfacer la curiosidad del primer advenedizo? Se conoce la aversión de los Espíritus a todo lo que huela a concupiscencia y egoísmo y el poco caso que hacen de las cosas materiales, ¡y se quiere que ayuden a un tráfico inmoral con su presencia! Esto repugna a la razón, y sería dar pruebas de conocer bien poco el mundo espirita, creer que pueda establecerse ese contubernio. Pero como los Espíritus ligeros son menos escrupulosos y no rehuyen las ocasiones de divertirse por nuestra cuenta, resulta que si uno no es mistificado por un falso médium, corre el peligro de serlo por alguno de aquéllos. Con estas reflexiones solamente, se tiene la medida de la confianza que debe depositarse en comunicaciones de ese género. Por lo demás, ¿a quién servirían hoy en día los médiums mercenarios, si, cuando uno no tiene en sí mismo la facultad, puede hallarla en su familia, entre sus amigos o entre sus conocidos?
El inconveniente que acabamos de señalar, no reza con las comunicaciones puramente físicas. La naturaleza de los Espíritus que se comunican en estas circunstancias, lo deja comprender fácilmente. Con todo, como la facultad de los médiums de efectos físicos no está siempre a su disposición, frecuentemente les fallaría en el instante en que más necesitaran de ella para satisfacer las exigencias del público. La facultad medianímica, aun dentro de estos límites, no ha sido dada para exhibirse en los proscenios de los teatros, y quienquiera que pretendiese tener a sus órdenes Espíritus, aun del rango más ínfimo, para hacerles actuar al minuto, puede tenerse, con derecho, como sospechoso de charlatanismo y de prestidigitación más o menos hábil. Que se tenga por dicho:
Todas las veces que se vean anuncios de pretendidas sesiones espiritistas o de espiritualismo a tanto el asiento, se trata de charlatanismo o de prestidigitación más o menos bien preparada.
Cuando uno ha evocado ya a sus parientes y amigos y a determinadas celebridades, para comparar sus
ideas de ultra tumba con aquellas que tuvieron en la tierra, se suele tener cierto embarazo para alimentar las
conversaciones con los Espíritus, a menos de descender a banalidades y bagatelas. Puede ser útil, por
consiguiente, indicar la fuente de donde poder tomar temas de estudio en número ilimitado, puede decirse
inagotable.
El mundo espiritista, como se ha visto, presenta tanta variedad desde el punto de vista intelectual y
moral, como la humanidad; mejor dicho: mucho más que la humanidad, puesto que, cualquiera que sea la
distancia que separa a los hombres sobre la tierra desde el primero al último peldaño de la escala, quedan
Espíritus tanto del lado de acá como del lado de allá de ambos extremos. Para conocer a un pueblo es preciso
verle de la base a la cumbre, estudiarle en todas las fases de la vida, sondar sus pensamientos, carmenar en
sus hábitos íntimos, hacer de todo él, por decirlo así, una disección moral. Solamente multiplicando las
observaciones, es como se pueden aprender las analogías y las anomalías y formular un juicio por
comparación. ¿Quién podría contar los volúmenes escritos sobre la etnografía, la antropología y sobre el
corazón humano? Y sin embargo, se está todavía muy lejos de haberlo dicho todo. Esto que se ha hecho con
relación al hombre, se puede hacer con relación a los Espíritus, y es el solo medio de aprender a conocer ese
mundo, que nos interesa tanto o más que la muerte, a la que todos estamos sometidos y a la que nos conduce
la fuerza misma de las cosas. Ese mundo se nos revela por las manifestaciones inteligentes de los Espíritus:
podemos, pues, interrogar a los habitantes de todas las clases, e interrogarles, no solamente sobre
generalidades, sino sobre lo particular de su existencia en ultratumba, y juzgar por ello de lo que nos espera,
según nuestra conducta en este mundo. Hasta el presente, la suerte que nos estaba reservada no podía ser
objeto de otro estudio que el teórico; las manifestaciones espiritistas nos la ponen de manifiesto al desnudo,
nos la hacen tocar con el dedo y ver con el ojo, por los ejemplos más salientes y cuya realidad no puede ser
puesta en duda por quien la contemple con mirada escrutadora. Esta realidad es la que queremos poner en
condiciones de constatación, dando una dirección para los estudios.
Si la evocación de los hombres ilustres, de los Espíritus superiores, es eminentemente útil por las
enseñanzas que nos dan, la de los Espíritus vulgares no lo es menos, bien que sean incapaces de resolver los
problemas de alguna complicación. Por su inferioridad se carmenan a si mismos, y cuanto menos es la
distancia que les separa de nosotros, mayor es la relación en que estamos con ellos. Es, pues, del más alto
interés, desde el doble punto de vista psicológico y moral, estudiar la posición de aquellos que han sido
nuestros contemporáneos, que han seguido el curso de la vida al lado nuestro, que conocemos en su carácter,
en sus aptitudes, en sus virtudes y en sus vicios, aunque fueran los hombres más oscuros. Les
comprenderemos mejor, porque están a nuestro nivel. Nos ofrecerán frecuentemente rasgos característicos
del más alto interés, y añadiremos que es en ese círculo, en cierto modo intimo, donde la identidad de los
Espíritus se revela de modo incontestable. Como se ve, esta es una mina inagotable de observaciones, aun no
tomando más que los hombres que presenten en su vida alguna particularidad relacionada con su modo de
morir, con su edad, con sus buenas o malas cualidades, con su posición feliz o desventurada, con sus
costumbres, con su estado mental...
Con los Espíritus e1evados, el cuadro de los estudios se dilata. Además de los temas psicológicos, que
tienen un límite, se les puede proponer una multitud de problemas morales, que se extienden al infinito, sobre
todas las posiciones de la vida, sobre la mejor conducta a seguir en tal o cual circunstancia dada, sobre
nuestros deberes recíprocos, etc. El valor de la instrucción que se recibe sobre un asunto cualquiera, moral,
histórico, filosófico o científico, depende por entero del estado del Espíritu a quien se ha interrogado; a
nosotros nos toca juzgar.
Además de las preguntas propiamente dichas que pueden dirigirse a los Espíritus, se pueden solicitar de
los superiores disertaciones sobre temas dados o elegidos por ellos mismos de entre la serie que se les
presente. Se pueden, así, tomar por motivo de estudio las cualidades, los vicios y las equivocaciones de la
sociedad, como la avaricia, el orgullo, la pereza, los celos, la cólera, el odio, la caridad, la modestia, etc. Los
Espíritus un poco menos elevados, pero inteligentes, pueden tratar de una manera afortunada temas menos
serios, pero no menos interesantes; otros, en fin, pueden, según su aptitud y la facilidad de ejecución que les
depare el médium, dictar obras de gran empuje o trataditos de vulgarización y enseñanza moral, etc.
La manera de formular las preguntas y de coordinarlas, es , como se acaba de ver, cosa esencial. Se
hallarán numerosas aplicaciones en los artículos publicados en la Revue Spirite con el titulo de Entretiens
familiers d´outre -tombe. Y pueden tomase esos diálogos por tipos de la marcha a seguir en las relaciones que
cada cual puede establecer con los Espíritus.
El conocimiento de la ciencia espirita reposa sobre una convicción moral y sobre otra material: la
primera se adquiere por el razonamiento, la segunda por la observación de los hechos. Para el novicio debe
preceder la observación al razonamiento, pero éste debe seguir muy de cerca a la observación. Es imposible
disponer un curso práctico de Espiritismo, como se dispone uno de física o de química; los fenómenos que
son objeto de estas ciencias pueden reproducirse a voluntad: cabe hacerlos pasar bajo los ojos del educando
por grados, procediendo de lo simple a lo complejo. En los fenómenos espiritistas no sucede lo mismo: no se
manipula con ellos como con una máquina eléctrica; hay que tomarlos como se presentan, porque no depende
de nosotros el asignarles método. Resulta con frecuencia que son, o ininteligibles, o poco concluyentes para
los principiantes, que pueden quedar asombrados, pero no convencidos.
Se puede obviar este inconveniente siguiendo una marcha contraria, es decir, empezando por la teoría, y
esto es lo que aconsejamos a todo aquel que quiera imponerse de la materia. Por el estudio de los principios
de la ciencia, principios perfectamente comprensibles sin experimentación práctica, se adquiere una primera
convicción moral que no tiene necesidad de ser corroborada por los hechos, y como en este estudio
preliminar todos los hechos han sido pasados en revistas y comentados, resulta que cuando los ve, los
comprende, cualquiera que sea el orden en que las circunstancias le permitan observarlos.
Hemos tratado de resumir en nuestras publicaciones todos los elementos necesarios a este efecto, visando
la ciencia bajo todas sus fases y dando las explicaciones que permiten los conocimientos actuales. Una
lectura atenta de estas obras, será, pues, una primera iniciación que permitirá esperar los hechos o dará los
medios para provocarlos con conocimiento de causa, sí nada se opone a ello, y esto, sin atolondrarse en
ensayos que pueden resultar infructuosos por no haber sido encuadrados en los límites de lo posible. En este
Manual práctico se hallarán todos los principios fundamentales necesarios a los neófitos; en la Revue Spirite
además del desarrollo de tales principios, se encontrará una variedad considerable de hechos y sus
aplicaciones; y en e1 Libro de los Espíritus en fin, está contenida la misma enseñanza de los Espíritus sobre
todas las cuestiones de metafísica y de moral que se relacionan con la doctrina espiritista.
Los adversarios del Espiritismo emplearon contra él, al principio, el arma del ridículo, y tacharon de
locos a todos sus partidarios. Esta arma, no sólo se ha enmohecido, sino que empieza a hacerse ridícula, tanto
aumenta el número de esos pretendidos locos en todos los países, y son de tal calidad, que parece habrá que
enviar a los manicomios a los hombres más eminentes por su saber y por su posición social. Cambiando de
táctica, los mismos adversarios han tomado una actitud más seria, y han lanzado al viento sus lamentaciones
por la suerte reservada a la humanidad por esta doctrina, cuyos peligros han exagerado hasta la exaltación,
sin reparar en que, declarar el peligro de una cosa, es proclamar la realidad de la misma cosa. Si el
Espiritismo es una quimera, ¿a santo de qué, tomarse el trabajo de combatirle? Eso es más necio que
combatir los molinos de viento. Con dejarle tranquilo, no tardará en morir por su propia naturaleza. Pero he
aquí que en vez de morir, se propaga con increíble rapidez, y los adeptos se multiplican en todas las latitudes
del globo, a tal punto, que si esto continúa, habrá pronto más locos que gente sensata. ¿Quién ha contribuido
a este resultado? Sus mismos adversarios, que lo han propagado sin querer. Sus diatribas han producido el
efecto del fruto prohibido. El que menos, se ha dicho: “Puesto que tan encarnizadamente se persigue, al
monstruo, es que hay monstruo, y ya que tan monstruo es, vale la pena conocerle.” La curiosidad,
secundando al razonamiento lógico ha hecho que se le quisiera ver, siquiera sólo fuese por entre los dedos
puestos como pantalla ante los ojos; y muchas gentes que sin la oposición es posible que no hubieran oído
hablar del monstruo, y si hubieran oído algo, no se hubieran preocupado de ello lo más mínimo, ahora tienen
a empeño buscarle donde esté y examinarle en su estructura interna y externa. Si el Espiritismo es una
realidad, es que está en la Naturaleza, porque no es una teoría, ni una opinión, ni un sistema: son hechos. Si
es tan peligroso, es preciso darle una dirección. No se suprime un río: se le encauza. Veamos, en pocas
palabras, cuáles son esos pretendidos peligros.
“Puede producir, se dice, una perturbadora impresión sobre las facultades mentales.” En el curso de esta
obra nos hemos explicado lo bastante sobre la verdadera fuente de ese peligro, que deriva, precisamente, de
los que creen combatirlo inculcando en los cerebros débiles la idea del diablo o del demonio. La exaltación,
es verdad, puede venir en sentido opuesto; pero, toda idea de Espiritismo aparte, ¿no se ve ningún cerebro
desequilibrado por una falsa apreciación de las cosas más santas? Los periódicos han referido recientemente,
que una joven que tomaba al pie de la letra la parábola del Evangelio, “Si tu mano fuera causa de escándalo,
córtatela”, se cortó la mano por la muñeca de un hachazo. ¿Es lógico deducir de ello, que el Evangelio es
peligroso? Y la madre que mata a sus hijos para hacerles entrar más pronto en el paraíso, ¿prueba que la idea
del paraíso sea peligrosa?
En apoyo de esta acusación contra el Espiritismo, se citan cifras, y se dice, por ejemplo, que en los
Estados Unidos, en un solo Estado, se cuentan cuatro mil casos de locura causados por estas ideas.
Preguntaremos primero a los que propalan hechos de este género, en qué fuentes han bebido, y si la
estadística que presentan es auténtica. Nosotros la creemos tomada de algunos periódicos del país, que, como
todos los adversarios, creyendo tener el monopolio del buen sentido, tratan de cerebros tarados a los que
creen en las manifestaciones de los Espíritus; y no es asombroso que con parecido sistema se hayan
encontrado cuatro mil, antes al contrario, esa cifra nos parece muy modesta, porque se cuentan por cientos de
miles los espiritistas en los Estados Unidos. Calificad, pues, de manicomios todas las poblaciones de los
Estados Unidos, porque en todas hay abundante número de espiritistas. Pero basta ya de esta materia, que no
es merecedora de un examen serio. Veamos otra acusación mucho más grave.
“El Espiritismo, dicen determinadas gentes, va contra la religión.” Se tiene razón al decir que nada hay
más peligroso que un amigo torpe. Estas gentes no han caído en la cuenta de que diciendo lo que dicen,
atacan a la religión en su base fundamental: la eternidad. ¡Cómo! ¡Una religión establecida por Dios, podría
quedar comprometida por algunos Espíritus golpeadores! ¿Creéis, pues, en la potencia de tales Espíritus, que,
en ocasiones, dijisteis que eran quimeras? ¡Poneos, al menos, de acuerdo con vosotros mismos! Si estos
Espíritus son mitos, ¿qué tenéis que temer? Si existen, una de dos: o les creéis sumamente poderosos, o
consideráis vuestra religión muy débil. Elegid. Diréis: “No tememos a los Espíritus, en quienes no creemos;
lo que tememos son las falsas doctrinas de aquellos que las preconizan.” Sea. Pero, según vosotros, los que
creen en los Espíritus están locos: luego ¡Tenéis miedo de que los locos quebranten vuestra Iglesia! ¡Elegid,
elegid! Por nuestra parte, decimos que aquellos que usan este lenguaje no tienen fe, porque no es tener fe en
la potencia de Dios, creer vulnerable por tan débiles causas una religión de la que Jesús ha dicho que “las
puertas del infierno no prevalecerán contra ella”.
Veamos, sin embargo, en qué la doctrina de los Espíritus es contraria a los principios religiosos. ¿Qué
enseñan estos tales? Dicen: “Amad a Dios por encima de todas las cosas y al prójimo como a vosotros mismos. Amaos los unos a los otros como hermanos. Perdonad a vuestros enemigos; olvidad las injurias;
haced a los demás lo que queráis que os hagan; no os contentéis con no hacer mal, sino haced bien; soportad
con paciencia y resignación las penas de la vida; echad de vuestro corazón el egoísmo, el orgullo, la envidia,
la cólera y los celos.” Dicen aún: “Dios os da los bienes de la tierra para que hagáis buen aso de ellos, n para
reservarlos como avaros, ni para disiparlos corno despilfarradores; la sensualidad os rebaja al nivel del
bruto.” Jesús ha dicho también todo eso; luego su moral es la del Evangelio. ¿Enseñan cl dogma de la
fatalidad? No: proclaman que el hombre es libre un todas sus obras. ¿Dicen que poco importa la conducta
terrena, porque el destino es el mismo después de la muerte? De ningún modo reconocen las penas y las
recompensas futuras; hacen más: las patentizan, porque son ellos mismos los que, felices o desgraciados, nos
vienen a decir sus goces o sus penas. Es verdad que no las explican exactamente como se explican entre
nosotros: que no admiten un fuego material para quemar eternamente a un alma inmaterial. Pero, ¿qué
importa la forma, sí el fondo existe? A menos que se pretenda que la forma debe anteponerse al fondo, el
sentido figurado al sentido Propio ¿No se han modificado las creencias religiosas sobre muchos pasajes de
las Escrituras, notablemente sobre los seis días de la creación que se sabe bien no son seis veces veinticuatro
horas sino, quizás, seis veces cien mil años; sobre la antigüedad del globo terrestre; sobre el movimiento de la
tierra en torno del sol? Lo que antes era tenido como una herejía digna del fuego terrestre y celeste y corno
un trastorno para la religión, ¿no se admite ya por la Iglesia, desde que la ciencia positiva ha demostrado, no
el error del texto, sino la equivocada interpretación que se le había dado? ¿Y no ha hecho lo mismo con el
infierno? Ya no se coloca en las entrañas de la tierra, desde que a esas entrañas ha llegado la mirada del
investigador; la alta teología admite perfectamente la sustitución del fuego material por el fuego moral; ya no
hay lugar determinado para el purgatorio, desde que se han sondado las profundidades del espacio, y opina
que pudiera muy bien extenderse a todas partes, incluso a nuestro lado.., y la religión nada ha sufrido por
ello, antes al contrario, ha ganado el no tenerse que oponer a la evidencia de los hechos. A la religión no hay
que juzgarla por lo que se enseña todavía en las parroquias y en las escuelas de los villorios donde las
doctrinas superiores no serian comprendidas. El alto clero está mas ilustrado de lo que generalmente se cree,
y ha probado en muchas ocasiones que cuando es necesario sabe salir de las viejas rodadas de la tradición y
de los prejuicios: pero hay gentes que quieren ser más papistas que el papa, más religiosos que la religión, y
la rebajan por la pequeñez de sus miras. Para ellos, la forma es todo, y la anteponen incluso a la moral
evangélica, que practican muy poco. Estos son los que le hacen el peor tercio. ¿En qué, pues. será perniciosa
la doctrina espiritista? Explica lo que antes fue inexplicado; demuestra la posibilidad de lo que se tuvo por
imposible; prueba la utilidad de la plegaria; dice que solamente la oración salida del corazón es la eficaz, y
que aquella que brota de los labios es un vano simulacro. ¿Habrá alguien que sostenga lo contrario? ¡La no
eternidad de las penas! ¡La reencarnación! He aquí la gran piedra con que tropieza. Pero, si algún día estos
hechos se hacen tan patentes y tan vulgares como el movimiento de la tierra en rededor del sol, habrá que
rendirse a la evidencia, como se ha hecho con lo otro ya indicado; y quizás buscando bien desde el presente,
seria menos difícil de lo que se cree ponerse de acuerdo. Que nadie se apresure a pronunciar un juicio que
pudiera resultar precipitado, y aprovechemos las lecciones de la historia.
El más grande enemigo de la religión, es el materialismo; y el materialismo no tiene más rudo adversario
que la doctrina espiritista. El Espiritismo ha conducido ya al espiritualismo a numerosos materialistas
obstinados, que hasta hoy habían resistido a todos los argumentos teológicos. Y es que el Espiritismo hace
más que argumentar: patentiza. Es, pues, el más poderoso auxiliar de las ideas religiosas, porque da al
hombre la convicción de su destino futuro, y a este titulo, debe ser acogido como un bienhechor para la
humanidad. Con su fuerza convictiva reanima en más de un corazón la fe en la Providencia; hace nacer la
esperanza donde tenía su asiento la duda; hace más: arranca más de una víctima al suicidio, restablece la paz
y la concordia en las familias, calma los odios, amortigua las pasiones brutales, desarma la venganza y pone
la resignación en el alma del que sufre. ¿Se le puede considerar subversivo al orden social y a la moral
pública? Una doctrina que condena la cólera y el egoísmo, que predica el desinterés y el amor al prójimo, sin
distinción de sectas, ni de castas, ni de pueblos, no puede excitar las pasiones hostiles; y sería de desear, para
el reposo del mundo y la dicha del género humano, que todos los hombres comprendieran y practicasen tales
principios, porque nada tendrían que temer unos de otros.
He aquí a donde conduce la locura del Espiritismo en aquellos que, profundizando sus misterios, ven en
las manifestaciones otra cosa que la danza de la mesa o el demonio que golpea.